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FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Susii escribió:uuuuy pero porque tanto misterio!! la odio y la amo:c sdkfjhgjg nadie dice nada joder:c pero que pesados u.u
me da curiosidad todo, lo de Rachel, la tipa que estaba de visita, la edad de San, lo de los policias en La Mansion...Agh :c dslkfhjjgf
Hola, jajajja o no¿? es el efecto que causa jaajajajajajja. Todo se lo guardan y después ai anda ¬¬ jajajaajajajaj. Jajjaajajajajaj esperemos y alguna cuente algo en este cap! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 10
Capitulo 10
Abro los ojos y me encuentro pegada al pecho de Santana. Aún no es de día, lo que significa que es muy, muy temprano, y ella no está despierta, por lo que aún no deben de ser ni las cinco. Mi cerebro se despabila al instante y comienzo la tarea de liberarme de su cuerpo sin despertarla.
Es muy difícil.
Parece abrazarse a mí con la misma fuerza tanto dormida como despierta.
Me aparto de ella con toda la suavidad del mundo, parando y poniéndome tensa cada vez que se revuelve o que suspira en sueños. Tengo el cuerpo rígido cuando me arrastro al borde de la cama.
Una vez libre, respiro.
He estado conteniendo la respiración un buen rato. Miro a mi apuesta latina, y sus lindos pechos. Quiero volver a la cama con ella pero me resisto a la tentación. Lo que tengo planeado me anima a dejarla durmiendo como una bendita mientras yo me voy de puntillas a buscar mi bolso para coger mi móvil.
Son las cinco en punto.
¡Mierda!
Vale, tengo que ser rápida o pronto estará despierta y arrastrándome por las calles de Londres para que corra una de sus insoportables maratones.
Salgo del dormitorio a hurtadillas como una ladrona, en pelotas, recupero mi paquete del arcón de madera y saco el contenido. La bolsa de papel hace ruido y aprieto los dientes. Me quedo helada en el sitio cuando Santana se mueve en la cama y deja escapar un gemido. Permanezco inmóvil como una estatua hasta que estoy segura de que se ha vuelto a dormir del todo y entonces me aproximo a la cama, caminando descalza y de puntillas sobre la gruesa moqueta.
¡Muy bien, López!
Le cojo la muñeca con cuidado y la levanto. Me las apaño para ponerla bien y esposarla a la cabecera de la cama. Luego doy un paso atrás para admirar mi obra.
Me ha salido de perlas.
Aunque se despierte, ahora ya no va a ir a ninguna parte. Recojo el otro par de esposas y rodeo la cama hasta el otro lado. Tengo que arrodillarme sobre el colchón para llegar a su brazo, pero ahora ya no me preocupa tanto despertarla porque al menos le he inmovilizado uno, aunque está claro que esto saldrá mejor si no puede ponerme ninguna de las dos manos encima.
Con cuidado, le hago pasar el brazo por encima de la cabeza y le pongo las esposas en la muñeca de la mano herida. Tiene mucho mejor aspecto pero me preocupa que pueda lastimarse si intenta quitarse las esposas a la fuerza.
Doy un paso atrás, orgullosa.
Ha sido más fácil de lo que pensaba, y Santana sigue durmiendo como un tronco. Prácticamente bailo hacia la bolsa para terminar con mis preparativos y ponerme la ropa interior de encaje negro que me agencié durante mis compras de última hora.
Ay, Dios, se va a cabrear de lo lindo.
Vuelvo junto a mi diosa, griega, maniatada y desnuda, y me siento a horcajadas sobre sus caderas. Se revuelve y me echo a reír para mis adentros de satisfacción. Me siento pacientemente y espero. Sus preciosas pestañas no tardan en comenzar a moverse y sus párpados cobran vida. Sus ojos encuentran los míos de inmediato.
—Hola, Britt-Britt.
Tiene la garganta áspera y guiña los ojos intentando enfocarme. Recorro su torso con la mirada. Sus pezones se pusieron duros y sus músculos están tensos por la posición de los brazos.
—Hola.
Le dedico una sonrisa radiante y la observo atentamente mientras recupera del todo la conciencia. Entonces mueve los brazos y el metal de las esposas suena contra la cabecera de madera. El repentino tirón de sus muñecas hace que abra los ojos de par en par, y yo contengo la respiración sin perder de vista su rostro somnoliento. Frunce el ceño y se mira las muñecas. Sacude otra vez los brazos.
—Pero ¿qué coño...?—todavía habla con la voz ronca. Me mira. Tiene los ojos abiertos y la mirada perpleja—Britt, ¿por qué demonios estoy esposada a la cama?
Lucho por contener una sonrisa.
—Voy a introducir un nuevo tipo de polvo en nuestra relación, San—le explico con calma.
—¡Esa boca!
Tira de sus muñecas de nuevo y vuelve a mirarse las manos atadas. De pronto se da cuenta de lo que está pasando y sus hermosos ojos me clavan la mirada.
—Éstas no son mis esposas, Britt—dice con tiento.
—No, y hay dos pares. Estoy segura de que te has dado cuenta—no puedo creerme lo calmada que estoy. La estoy liando—Bien, como estaba diciendo, he inventado un nuevo tipo de polvo, y ¿adivina qué, San?—pregunto con una ligera emoción en la voz.
Estoy tentando mi suerte. Esta vez no me riñe, sino que arquea una ceja nerviosa.
—¿Qué?
Uf, podría comérmela a besos.
—Lo he inventado especialmente para ti—me restriego sobre ella, calentándola; su pecho se expande y tensa la mandíbula—Te quiero, Sanny.
—¡Por Dios bendito!—ruge.
Apoyo las manos en sus pechos, se los acaricio y me acerco a su cara. Me observa descender. Tiene los ojos brillantes por la anticipación y se le escapan pequeñas bocanadas jadeantes por los labios entreabiertos.
—¿Cuántos años tienes, San?—susurro acariciándole los labios con los míos.
Levanta la cabeza intentando buscando un mayor contacto pero yo me aparto. Me lanza una mirada asesina y deja caer la cabeza.
—Treinta y tres—jadea, y luego gime de desesperación cuando vuelvo a mover las caderas en círculos encima de ella.
Acerco la boca a su cuello y luego la desplazo hasta su oreja, lamiendo y besando su piel.
—Dime la verdad—susurro antes de morderle el lóbulo de la oreja con cuidado.
Resopla.
—¡Joder, Britt! No voy a decirte cuántos años tengo.
Me siento sobre su pecho y niego con la cabeza.
—¿Por qué?
Sus labios forman una línea recta y cabreada.
—Quítame las esposas, quiero tocarte, Britt.
¡Ajá!
—No.
Vuelvo a mover las caderas, frotando justo en el lugar adecuado. No es que a mí no me haga efecto, pero hoy tengo que mantener el control.
—¡Joder!—tira de las manos y sacude las piernas, lo que me hace dar un salto hacia adelante—¡Quítame las esposas, Britt!
Me preparo.
—¡No!
—¡Por el amor de Dios!—ruge—¡No te atrevas a jugar conmigo, Brittany!
¡Brittany!
Uy, se ha enfadado.
—No creo que estés en posición de decirme lo que tengo o no tengo que hacer—le recuerdo con toda mi chulería. Se queda quieta pero su respiración es lenta, profunda y muy frustrada—¿Vas a dejar de ser imposible y me lo vas a decir?
Me lanza una mirada asesina.
—¡No!
Hay que ver lo tonta y lo cabezota que puede llegar a ser. Esto es absurdo, pero no quiero que me tenga en la ignorancia ni un día más.
—Muy bien—digo con calma.
Me agacho sobre su pecho y le cojo la cara entre las manos. Me mira, esperando a ver qué voy a hacer. Le cubro la boca con la mía, la abre y su lengua entra como un dardo en busca de la mía.
Me aparto.
Ruge de frustración.
Salto de su regazo y, con toda la maldad del mundo, le doy a su sexo un lametón largo y lento.
—¡Aaaah, por el amor de Dios!
Sonrío y me siento sobre mis talones entre sus piernas antes de buscar mi arma de destrucción masiva y sostenerla delante de ella. Levanta la cabeza y casi se le salen los ojos de las órbitas cuando ve lo que tengo en la mano.
—¡No, Brittany, no! ¡Te juro por Dios que...!—deja caer la cabeza sobre la cama—¡No puedes hacerme esto! ¡Joder!
Sonrío y enciendo el vibrador adornado con diamantes que Santana odió al instante en nuestro día de compras en Camden. No quiere compartirme con nada ni con nadie. El juguete empieza a zumbar y Santana gime y deja caer la cabeza a un lado.
Esto le va a doler.
—¡Caramba!—suelto cuando siento la fuerza del vibrador en la mano—Esta máquina sí que es potente—digo en voz baja.
Cierra los ojos con fuerza y tensa los músculos de la mandíbula.
—¡Quítame las esposas, Brittany!—masculla con los dientes apretados.
No podía esperar una respuesta mejor. Haré que me diga cuántos años tiene aunque tenga que mantenerlo así toda la mañana. De hecho, espero que aguante un rato.
Creo que voy a disfrutarlo.
Apago el vibrador, lo dejo sobre la cama y abre los ojos lentamente. Espero a que encuentren los míos.
—¿Vas a decirme cuántos años tienes?—pregunto con total compostura.
—De eso, nada.
—¿Por qué te empeñas en ser una tonta cabezota?—inquiero.
Es difícil disimular mi tono de enfado. No quiero que crea que me está sacando de quicio, pero incluso ahora se está comportando de un modo imposible.
—¿No soy tu diosa cabezota?—replica con una pequeña sonrisa de satisfacción.
Le voy a borrar esa sonrisa de la cara. Me pongo de rodillas y le sostengo la mirada mientras me meto los pulgares por el elástico de las bragas de encaje.
—Esta mañana te estás comportando como una verdadero tonta.
Muy despacio, me bajo las bragas hasta las rodillas y ella sigue su recorrido con la mirada cargada de deseo.
—¿No te apetece echarme una mano, San?
Mi voz es dulce y seductora, y lentamente me chupo los dedos y los deslizo desde mi vientre hasta mis muslos. Vuelve a tensar la mandíbula en cuanto me ve meterme la mano entre las piernas.
—Britt, quítame las esposas para que pueda follarte hasta hacerte ver las estrellas.
Lo dice con calma, pero sé que ahora mismo no está precisamente tranquila.
Deslizo los dedos hasta mi clítoris, jadeo y lo rozo con suavidad. No es Santana, pero esto me gusta.
—Dime lo que quiero saber.
—No—deja caer la cabeza de nuevo sobre la cama—Quítame las esposas, Britt.
Niego con la cabeza por lo testaruda que es mi latina y deslizo las manos hasta sus caderas.
¿Hasta que vea las estrellas?
...Ella sí que va a ver las estrellas.
La beso el bajo vientre, junto a la cicatriz, y dibujo unos pocos círculos con la lengua, muy despacio, antes de trepar por su cuerpo y quitarme las bragas por el camino. La miro pero se niega a abrir los ojos, así que le beso las comisuras de los labios.
Funciona.
Vuelve la cabeza al instante y abre la boca. Me restriego contra su entrepierna y, como estamos tan mojadas, me deslizo arriba y abajo con suavidad.
—Britt, por favor...
—Dímelo—le muerdo su carnoso labio inferior y lo suelto poco a poco, pero ella se limita a negar con la cabeza. Separo nuestras bocas fundidas—Bien, como quieras.
Me levanto, vuelvo a sentarme entre sus muslos y cojo mi arma de destrucción masiva.
—Suelta eso—su tono es de advertencia seria pero no le hago ni caso. Lo enciendo otra vez sin decir nada—¡Brittany, que lo apagues, por Dios!—la ira ha vuelto. Le sostengo la mirada mientras me llevo lentamente el vibrador al punto en el que se unen mis muslos—¡No!
Echa la cabeza hacia atrás. Lo está pasando fatal. No me puedo creer que esté dispuesta a seguir sufriendo. Podría pararme en un abrir y cerrar de ojos.
Maldita sea, quiero que me mire. De repente, cambio la trayectoria del vibrador y se lo paso suavemente por su precioso sexo.
Da un saltito.
—¡Joder, Britt! ¡Joder, joder, joder!—grita, pero todavía cierra los ojos con fuerza.
No puedo obligarla a que me mire, pero me va a oír. Me acerco el vibrador y dejo la cabeza pulsante sobre mi clítoris.
¡La hostia!
Trago saliva, me tiemblan las rodillas y doy un respingo ante su increíble potencia, que produce placenteras punzadas en mi sexo.
—Ay, Dios...—gimo, y aumento un poco la presión.
Es muy, muy agradable.
Abre los ojos y bufa como un toro. Las gotas de sudor han formado un río en la arruga de la frente. Está sufriendo de lo lindo. Me siento casi culpable.
—Britt, todo tu placer proviene de mí.
—Hoy no—susurro cerrando los ojos con un suspiro.
—¡Brittany!—ruge tirando de las esposas, que resuenan contra la cabecera de la cama—¡Joder! ¡Brittany, te estás pasando!
Sigo con los ojos cerrados.
—Mmm.
Tiemblo un poco, las vibraciones consistentes me hacen cosquillas en el clítoris.
—¡Tengo treinta y siete años! ¡Joder! ¡Tengo treinta y siete años!
Abro unos ojos como platos.
¡Madre mía!
La mandíbula me llega al suelo de la sorpresa y se me cae el vibrador.
¿De verdad me lo ha dicho?
¡Ha funcionado!
Quiero hacer un pequeño baile de celebración y gritar a los cuatro vientos que lo he conseguido.
¿Por qué no se me habrá ocurrido antes?
No voy a engañarme a mí misma: nunca volverá a funcionar porque seguramente dormirá con un ojo abierto el resto de su vida. Quizá debería aprovecharme de su estado y extraerle más respuestas. Por ejemplo, cómo se hizo la cicatriz, con cuántas mujeres se ha acostado y qué hacía la policía en La Mansión. Ah, y también quiero saber sobre la mujer misteriosa y sobre Holly...
Me clava la mirada y con eso me basta para despertar de inmediato de mi baile de celebración mental.
Me entra el pánico.
—Quítame... las... putas... esposas, Brittany—dice lentamente, enfatizando cada palabra con un siseo.
Maldita sea.
Mira que he planeado hasta el último detalle el polvo de la verdad... Sólo que no he pensado en lo que iba a pasar después. Parece muy cabreada y ahora tengo que soltarla.
¿Qué hará?
Elaboro una lista con mis opciones. No tardo nada, porque sólo tengo dos: soltarla y aceptar mi castigo o dejarla esposada a la cama para siempre.
La observo con los ojos muy abiertos y recelosos y ella me lanza miradas como cuchillos.
¿Qué hago?
Apoyo las manos en sus fuertes muslos y me acerco hasta que su cara está a mi altura. Tengo que hacer que se le olvide un poco el cabreo. Le paso las manos por el pelo y la beso en la boca.
—Te sigo queriendo, Sanny—susurro a medio beso.
¿Tal vez necesita que se lo recuerde?
Once años de diferencia tampoco es tanto.
¿Qué problema hay?
Sigue siendo mi diosa apuesta y arrebatadora.
Gime mientras le doy a su boca un poco más del tratamiento especial.
—Estupendo, ahora quítame las esposas.
Le beso el cuello y se lo acaricio con la nariz.
—¿Estás enfadada conmigo?
—¡Estoy como una loca del cabreo que tengo, Brittany!
Me incorporo y la miro bien.
Sí que se la ve enfadada.
Me estoy asustando por momentos.
Le dedico mi sonrisa más pícara.
—¿No podrías estar como una loca enamorada?
—Eso también. Quítame las esposas, Britt—repite, y me mira expectante.
Cambio de postura y me estremezco cuando su sexo roza mi sexo. Santana arquea la espalda.
—Maldita sea, Britt. ¡Quítame las esposas!—grita como una energúmena.
Y ahora ya sé lo que voy a hacer... No pienso quitarle las esposas. Me levanto de la cama y me quedo de pie a su lado.
—¿Qué vas a hacer?—le pregunto, nerviosa.
—Quítamelas, Britt—ruge; parece que está a punto de matar a alguien.
—No hasta que me digas lo que vas a hacer.
Respira hondo y su tórax se expande.
—Voy a follarte hasta que me supliques que pare y luego te haré correr veintidós kilómetros—levanta la cabeza y me apuñala con unos fieros ojos oscuros—¡Y no vamos a parar para darte un masaje ni para tomar café!
¿Qué?
Acepto el polvo pero no voy a correr a ninguna parte, excepto para salir pitando de su ático. Ayer ya me hizo correr dieciséis kilómetros.
Ésa será su forma de recuperar el control: obligarme a hacer algo que no quiero hacer de ninguna manera, y la verdad es que paso de correr veintidós kilómetros.
—No quiero salir a correr, San—digo con toda la calma de que soy capaz—Y no puedes obligarme.
Arquea las cejas.
—Britt, necesitas que te recuerde quién manda en esta relación.
Me aparto, asqueada, y miro de reojo sus muñecas esposadas antes de volver a dirigirme a ella.
—Perdona, ¿quién dices que manda aquí?
Me sale con un tono de burla que de verdad no sentía. Estoy jugando con fuego, pero es este último comentario el que me pone en serio peligro. El sarcasmo sólo sirve para que se enfurezca todavía más, si es que eso es posible.
—¡Brittany, te lo advierto!
—No me puedo creer que te lo estés tomando tan a la tremenda. ¡En cambio, no pusiste pegas cuando me esposaste a mí!
—¡Porque yo tenía el control!
¡Ah!
¿Así que todo esto es porque quiere tener el control?
Qué estupidez.
—Estás obsesionada con controlarlo todo—digo saliendo de la habitación.
—¡Sólo contigo!—grita ella a mi espalda—¡Britt!
Cierro de un portazo la puerta del cuarto de baño y me quito el sujetador.
¡Menuda cerda, arrogante y controladora!
Me ha fastidiado la satisfacción de que mi polvo de la verdad haya funcionado.
Me meto en la ducha mientras la oigo gritar mi nombre sin cesar. Si no me sintiera tan ofendida, me echaría a reír.
En verdad no le gusta nada no poder tocarme, como tampoco le gusta nada verse despojada del poder.
Me ducho y me lavo los dientes a mi ritmo. Es muy temprano. Tengo tiempo de sobra.
Cuando vuelvo al dormitorio, Santana se ha calmado un poco pero sigue habiendo mucha rabia en su expresión cuando me mira.
—Britt-Britt, ven y quítame las esposas, por favor—me ruega.
¡Vuelvo a ser Britt-Britt!
Su repentino cambio de humor me pone en guardia. Conozco este juego y no voy a picar.
En cuanto la haya soltada irá a por mí yugular, me pondrá a la fuerza la ropa de correr y me arrastrará por las calles de Londres. No niego que me encantaría estar entre sus brazos en este mismo instante, pero no me emociona la idea de que me torturen haciéndome correr veintidós kilómetros.
Por desgracia, son parte del trato.
Me siento delante del espejo de cuerpo entero y empiezo a arreglarme el pelo. De vez en cuando miro su reflejo. Me está observando, pero se limita a lanzarme miradas asesinas y, cuando la pillo, echa la cabeza hacia atrás como una colegiala tristona.
Me río para mis adentros.
Me maquillo y me embadurno con mantequilla de coco. Me pongo el conjunto de encaje color crema que Santana me regaló.
La oigo lloriquear.
Sonrío satisfecha y orgullosa. Más me vale disfrutarlo. No sé por cuánto tiempo tendré el poder.
Me pongo la blusa con volantes en el escote, unos pantalones de pitillo negros y tacones del mismo color.
Estoy lista.
Me acerco a mi latina esposada y le doy un beso en la boca entreabierta. No sé por qué estoy haciendo esto.
Mi valor es admirable.
Suspira y levanta las rodillas hasta que las plantas de sus pies descansan sobre la cama. Le cojo el sexo. Me muero por él, aunque tendrá que atraparme primero.
Da un respingo.
—¡Britt, te quiero como no te puedes llegar a imaginar, pero si no me quitas las esposas te voy a estrangular!
Su voz es una mezcla de dolor y placer. Sonrío y le doy un beso casto en los labios antes de besarla desde los pechos hasta el sexo húmedo, trazando espirales. Luego le meto lengua hasta el fondo.
—¡Britt, por favor!—gime.
Abandono su sexo y saco la llave de las esposas de un cajón de la cómoda. Deja escapar un suspiro de alivio cuando me acerco a ella. No sé por qué, pero no voy a soltarla del todo. Libero su mano lastimada, que cae sobre la cama. Una punzada de culpabilidad me asalta cuando flexiona los dedos con cuidado e intenta que la sangre vuelva a circular. Me acerco a la cómoda y dejo la llave encima.
—Pero ¿qué haces?—pregunta con el ceño fruncido.
—¿Dónde está tu móvil?
—¿Por qué?—es evidente que está confundida.
—Lo vas a necesitar. ¿Dónde está?
—En mi chaqueta. Britt, dame la llave.
Está volviendo a perder la paciencia. Encuentro la chaqueta en el suelo, donde la tiró anoche antes de abalanzarse sobre mí. Cojo el móvil del bolsillo y lo dejo sobre la mesilla de noche, fuera de su alcance, pero por muy poco. No quiero que llame para pedir ayuda antes de que yo pueda escapar.
Cojo mi bolso, salgo del dormitorio y dejo a una mujer con muchas ganas de hacerme suya. Me las va a hacer pagar todas juntas, pero al menos le he quitado las esposas de una mano.
Vale, es la mano que tiene lastimada, pero se las apañará... si no la fuerza demasiado.
Es muy difícil.
Parece abrazarse a mí con la misma fuerza tanto dormida como despierta.
Me aparto de ella con toda la suavidad del mundo, parando y poniéndome tensa cada vez que se revuelve o que suspira en sueños. Tengo el cuerpo rígido cuando me arrastro al borde de la cama.
Una vez libre, respiro.
He estado conteniendo la respiración un buen rato. Miro a mi apuesta latina, y sus lindos pechos. Quiero volver a la cama con ella pero me resisto a la tentación. Lo que tengo planeado me anima a dejarla durmiendo como una bendita mientras yo me voy de puntillas a buscar mi bolso para coger mi móvil.
Son las cinco en punto.
¡Mierda!
Vale, tengo que ser rápida o pronto estará despierta y arrastrándome por las calles de Londres para que corra una de sus insoportables maratones.
Salgo del dormitorio a hurtadillas como una ladrona, en pelotas, recupero mi paquete del arcón de madera y saco el contenido. La bolsa de papel hace ruido y aprieto los dientes. Me quedo helada en el sitio cuando Santana se mueve en la cama y deja escapar un gemido. Permanezco inmóvil como una estatua hasta que estoy segura de que se ha vuelto a dormir del todo y entonces me aproximo a la cama, caminando descalza y de puntillas sobre la gruesa moqueta.
¡Muy bien, López!
Le cojo la muñeca con cuidado y la levanto. Me las apaño para ponerla bien y esposarla a la cabecera de la cama. Luego doy un paso atrás para admirar mi obra.
Me ha salido de perlas.
Aunque se despierte, ahora ya no va a ir a ninguna parte. Recojo el otro par de esposas y rodeo la cama hasta el otro lado. Tengo que arrodillarme sobre el colchón para llegar a su brazo, pero ahora ya no me preocupa tanto despertarla porque al menos le he inmovilizado uno, aunque está claro que esto saldrá mejor si no puede ponerme ninguna de las dos manos encima.
Con cuidado, le hago pasar el brazo por encima de la cabeza y le pongo las esposas en la muñeca de la mano herida. Tiene mucho mejor aspecto pero me preocupa que pueda lastimarse si intenta quitarse las esposas a la fuerza.
Doy un paso atrás, orgullosa.
Ha sido más fácil de lo que pensaba, y Santana sigue durmiendo como un tronco. Prácticamente bailo hacia la bolsa para terminar con mis preparativos y ponerme la ropa interior de encaje negro que me agencié durante mis compras de última hora.
Ay, Dios, se va a cabrear de lo lindo.
Vuelvo junto a mi diosa, griega, maniatada y desnuda, y me siento a horcajadas sobre sus caderas. Se revuelve y me echo a reír para mis adentros de satisfacción. Me siento pacientemente y espero. Sus preciosas pestañas no tardan en comenzar a moverse y sus párpados cobran vida. Sus ojos encuentran los míos de inmediato.
—Hola, Britt-Britt.
Tiene la garganta áspera y guiña los ojos intentando enfocarme. Recorro su torso con la mirada. Sus pezones se pusieron duros y sus músculos están tensos por la posición de los brazos.
—Hola.
Le dedico una sonrisa radiante y la observo atentamente mientras recupera del todo la conciencia. Entonces mueve los brazos y el metal de las esposas suena contra la cabecera de madera. El repentino tirón de sus muñecas hace que abra los ojos de par en par, y yo contengo la respiración sin perder de vista su rostro somnoliento. Frunce el ceño y se mira las muñecas. Sacude otra vez los brazos.
—Pero ¿qué coño...?—todavía habla con la voz ronca. Me mira. Tiene los ojos abiertos y la mirada perpleja—Britt, ¿por qué demonios estoy esposada a la cama?
Lucho por contener una sonrisa.
—Voy a introducir un nuevo tipo de polvo en nuestra relación, San—le explico con calma.
—¡Esa boca!
Tira de sus muñecas de nuevo y vuelve a mirarse las manos atadas. De pronto se da cuenta de lo que está pasando y sus hermosos ojos me clavan la mirada.
—Éstas no son mis esposas, Britt—dice con tiento.
—No, y hay dos pares. Estoy segura de que te has dado cuenta—no puedo creerme lo calmada que estoy. La estoy liando—Bien, como estaba diciendo, he inventado un nuevo tipo de polvo, y ¿adivina qué, San?—pregunto con una ligera emoción en la voz.
Estoy tentando mi suerte. Esta vez no me riñe, sino que arquea una ceja nerviosa.
—¿Qué?
Uf, podría comérmela a besos.
—Lo he inventado especialmente para ti—me restriego sobre ella, calentándola; su pecho se expande y tensa la mandíbula—Te quiero, Sanny.
—¡Por Dios bendito!—ruge.
Apoyo las manos en sus pechos, se los acaricio y me acerco a su cara. Me observa descender. Tiene los ojos brillantes por la anticipación y se le escapan pequeñas bocanadas jadeantes por los labios entreabiertos.
—¿Cuántos años tienes, San?—susurro acariciándole los labios con los míos.
Levanta la cabeza intentando buscando un mayor contacto pero yo me aparto. Me lanza una mirada asesina y deja caer la cabeza.
—Treinta y tres—jadea, y luego gime de desesperación cuando vuelvo a mover las caderas en círculos encima de ella.
Acerco la boca a su cuello y luego la desplazo hasta su oreja, lamiendo y besando su piel.
—Dime la verdad—susurro antes de morderle el lóbulo de la oreja con cuidado.
Resopla.
—¡Joder, Britt! No voy a decirte cuántos años tengo.
Me siento sobre su pecho y niego con la cabeza.
—¿Por qué?
Sus labios forman una línea recta y cabreada.
—Quítame las esposas, quiero tocarte, Britt.
¡Ajá!
—No.
Vuelvo a mover las caderas, frotando justo en el lugar adecuado. No es que a mí no me haga efecto, pero hoy tengo que mantener el control.
—¡Joder!—tira de las manos y sacude las piernas, lo que me hace dar un salto hacia adelante—¡Quítame las esposas, Britt!
Me preparo.
—¡No!
—¡Por el amor de Dios!—ruge—¡No te atrevas a jugar conmigo, Brittany!
¡Brittany!
Uy, se ha enfadado.
—No creo que estés en posición de decirme lo que tengo o no tengo que hacer—le recuerdo con toda mi chulería. Se queda quieta pero su respiración es lenta, profunda y muy frustrada—¿Vas a dejar de ser imposible y me lo vas a decir?
Me lanza una mirada asesina.
—¡No!
Hay que ver lo tonta y lo cabezota que puede llegar a ser. Esto es absurdo, pero no quiero que me tenga en la ignorancia ni un día más.
—Muy bien—digo con calma.
Me agacho sobre su pecho y le cojo la cara entre las manos. Me mira, esperando a ver qué voy a hacer. Le cubro la boca con la mía, la abre y su lengua entra como un dardo en busca de la mía.
Me aparto.
Ruge de frustración.
Salto de su regazo y, con toda la maldad del mundo, le doy a su sexo un lametón largo y lento.
—¡Aaaah, por el amor de Dios!
Sonrío y me siento sobre mis talones entre sus piernas antes de buscar mi arma de destrucción masiva y sostenerla delante de ella. Levanta la cabeza y casi se le salen los ojos de las órbitas cuando ve lo que tengo en la mano.
—¡No, Brittany, no! ¡Te juro por Dios que...!—deja caer la cabeza sobre la cama—¡No puedes hacerme esto! ¡Joder!
Sonrío y enciendo el vibrador adornado con diamantes que Santana odió al instante en nuestro día de compras en Camden. No quiere compartirme con nada ni con nadie. El juguete empieza a zumbar y Santana gime y deja caer la cabeza a un lado.
Esto le va a doler.
—¡Caramba!—suelto cuando siento la fuerza del vibrador en la mano—Esta máquina sí que es potente—digo en voz baja.
Cierra los ojos con fuerza y tensa los músculos de la mandíbula.
—¡Quítame las esposas, Brittany!—masculla con los dientes apretados.
No podía esperar una respuesta mejor. Haré que me diga cuántos años tiene aunque tenga que mantenerlo así toda la mañana. De hecho, espero que aguante un rato.
Creo que voy a disfrutarlo.
Apago el vibrador, lo dejo sobre la cama y abre los ojos lentamente. Espero a que encuentren los míos.
—¿Vas a decirme cuántos años tienes?—pregunto con total compostura.
—De eso, nada.
—¿Por qué te empeñas en ser una tonta cabezota?—inquiero.
Es difícil disimular mi tono de enfado. No quiero que crea que me está sacando de quicio, pero incluso ahora se está comportando de un modo imposible.
—¿No soy tu diosa cabezota?—replica con una pequeña sonrisa de satisfacción.
Le voy a borrar esa sonrisa de la cara. Me pongo de rodillas y le sostengo la mirada mientras me meto los pulgares por el elástico de las bragas de encaje.
—Esta mañana te estás comportando como una verdadero tonta.
Muy despacio, me bajo las bragas hasta las rodillas y ella sigue su recorrido con la mirada cargada de deseo.
—¿No te apetece echarme una mano, San?
Mi voz es dulce y seductora, y lentamente me chupo los dedos y los deslizo desde mi vientre hasta mis muslos. Vuelve a tensar la mandíbula en cuanto me ve meterme la mano entre las piernas.
—Britt, quítame las esposas para que pueda follarte hasta hacerte ver las estrellas.
Lo dice con calma, pero sé que ahora mismo no está precisamente tranquila.
Deslizo los dedos hasta mi clítoris, jadeo y lo rozo con suavidad. No es Santana, pero esto me gusta.
—Dime lo que quiero saber.
—No—deja caer la cabeza de nuevo sobre la cama—Quítame las esposas, Britt.
Niego con la cabeza por lo testaruda que es mi latina y deslizo las manos hasta sus caderas.
¿Hasta que vea las estrellas?
...Ella sí que va a ver las estrellas.
La beso el bajo vientre, junto a la cicatriz, y dibujo unos pocos círculos con la lengua, muy despacio, antes de trepar por su cuerpo y quitarme las bragas por el camino. La miro pero se niega a abrir los ojos, así que le beso las comisuras de los labios.
Funciona.
Vuelve la cabeza al instante y abre la boca. Me restriego contra su entrepierna y, como estamos tan mojadas, me deslizo arriba y abajo con suavidad.
—Britt, por favor...
—Dímelo—le muerdo su carnoso labio inferior y lo suelto poco a poco, pero ella se limita a negar con la cabeza. Separo nuestras bocas fundidas—Bien, como quieras.
Me levanto, vuelvo a sentarme entre sus muslos y cojo mi arma de destrucción masiva.
—Suelta eso—su tono es de advertencia seria pero no le hago ni caso. Lo enciendo otra vez sin decir nada—¡Brittany, que lo apagues, por Dios!—la ira ha vuelto. Le sostengo la mirada mientras me llevo lentamente el vibrador al punto en el que se unen mis muslos—¡No!
Echa la cabeza hacia atrás. Lo está pasando fatal. No me puedo creer que esté dispuesta a seguir sufriendo. Podría pararme en un abrir y cerrar de ojos.
Maldita sea, quiero que me mire. De repente, cambio la trayectoria del vibrador y se lo paso suavemente por su precioso sexo.
Da un saltito.
—¡Joder, Britt! ¡Joder, joder, joder!—grita, pero todavía cierra los ojos con fuerza.
No puedo obligarla a que me mire, pero me va a oír. Me acerco el vibrador y dejo la cabeza pulsante sobre mi clítoris.
¡La hostia!
Trago saliva, me tiemblan las rodillas y doy un respingo ante su increíble potencia, que produce placenteras punzadas en mi sexo.
—Ay, Dios...—gimo, y aumento un poco la presión.
Es muy, muy agradable.
Abre los ojos y bufa como un toro. Las gotas de sudor han formado un río en la arruga de la frente. Está sufriendo de lo lindo. Me siento casi culpable.
—Britt, todo tu placer proviene de mí.
—Hoy no—susurro cerrando los ojos con un suspiro.
—¡Brittany!—ruge tirando de las esposas, que resuenan contra la cabecera de la cama—¡Joder! ¡Brittany, te estás pasando!
Sigo con los ojos cerrados.
—Mmm.
Tiemblo un poco, las vibraciones consistentes me hacen cosquillas en el clítoris.
—¡Tengo treinta y siete años! ¡Joder! ¡Tengo treinta y siete años!
Abro unos ojos como platos.
¡Madre mía!
La mandíbula me llega al suelo de la sorpresa y se me cae el vibrador.
¿De verdad me lo ha dicho?
¡Ha funcionado!
Quiero hacer un pequeño baile de celebración y gritar a los cuatro vientos que lo he conseguido.
¿Por qué no se me habrá ocurrido antes?
No voy a engañarme a mí misma: nunca volverá a funcionar porque seguramente dormirá con un ojo abierto el resto de su vida. Quizá debería aprovecharme de su estado y extraerle más respuestas. Por ejemplo, cómo se hizo la cicatriz, con cuántas mujeres se ha acostado y qué hacía la policía en La Mansión. Ah, y también quiero saber sobre la mujer misteriosa y sobre Holly...
Me clava la mirada y con eso me basta para despertar de inmediato de mi baile de celebración mental.
Me entra el pánico.
—Quítame... las... putas... esposas, Brittany—dice lentamente, enfatizando cada palabra con un siseo.
Maldita sea.
Mira que he planeado hasta el último detalle el polvo de la verdad... Sólo que no he pensado en lo que iba a pasar después. Parece muy cabreada y ahora tengo que soltarla.
¿Qué hará?
Elaboro una lista con mis opciones. No tardo nada, porque sólo tengo dos: soltarla y aceptar mi castigo o dejarla esposada a la cama para siempre.
La observo con los ojos muy abiertos y recelosos y ella me lanza miradas como cuchillos.
¿Qué hago?
Apoyo las manos en sus fuertes muslos y me acerco hasta que su cara está a mi altura. Tengo que hacer que se le olvide un poco el cabreo. Le paso las manos por el pelo y la beso en la boca.
—Te sigo queriendo, Sanny—susurro a medio beso.
¿Tal vez necesita que se lo recuerde?
Once años de diferencia tampoco es tanto.
¿Qué problema hay?
Sigue siendo mi diosa apuesta y arrebatadora.
Gime mientras le doy a su boca un poco más del tratamiento especial.
—Estupendo, ahora quítame las esposas.
Le beso el cuello y se lo acaricio con la nariz.
—¿Estás enfadada conmigo?
—¡Estoy como una loca del cabreo que tengo, Brittany!
Me incorporo y la miro bien.
Sí que se la ve enfadada.
Me estoy asustando por momentos.
Le dedico mi sonrisa más pícara.
—¿No podrías estar como una loca enamorada?
—Eso también. Quítame las esposas, Britt—repite, y me mira expectante.
Cambio de postura y me estremezco cuando su sexo roza mi sexo. Santana arquea la espalda.
—Maldita sea, Britt. ¡Quítame las esposas!—grita como una energúmena.
Y ahora ya sé lo que voy a hacer... No pienso quitarle las esposas. Me levanto de la cama y me quedo de pie a su lado.
—¿Qué vas a hacer?—le pregunto, nerviosa.
—Quítamelas, Britt—ruge; parece que está a punto de matar a alguien.
—No hasta que me digas lo que vas a hacer.
Respira hondo y su tórax se expande.
—Voy a follarte hasta que me supliques que pare y luego te haré correr veintidós kilómetros—levanta la cabeza y me apuñala con unos fieros ojos oscuros—¡Y no vamos a parar para darte un masaje ni para tomar café!
¿Qué?
Acepto el polvo pero no voy a correr a ninguna parte, excepto para salir pitando de su ático. Ayer ya me hizo correr dieciséis kilómetros.
Ésa será su forma de recuperar el control: obligarme a hacer algo que no quiero hacer de ninguna manera, y la verdad es que paso de correr veintidós kilómetros.
—No quiero salir a correr, San—digo con toda la calma de que soy capaz—Y no puedes obligarme.
Arquea las cejas.
—Britt, necesitas que te recuerde quién manda en esta relación.
Me aparto, asqueada, y miro de reojo sus muñecas esposadas antes de volver a dirigirme a ella.
—Perdona, ¿quién dices que manda aquí?
Me sale con un tono de burla que de verdad no sentía. Estoy jugando con fuego, pero es este último comentario el que me pone en serio peligro. El sarcasmo sólo sirve para que se enfurezca todavía más, si es que eso es posible.
—¡Brittany, te lo advierto!
—No me puedo creer que te lo estés tomando tan a la tremenda. ¡En cambio, no pusiste pegas cuando me esposaste a mí!
—¡Porque yo tenía el control!
¡Ah!
¿Así que todo esto es porque quiere tener el control?
Qué estupidez.
—Estás obsesionada con controlarlo todo—digo saliendo de la habitación.
—¡Sólo contigo!—grita ella a mi espalda—¡Britt!
Cierro de un portazo la puerta del cuarto de baño y me quito el sujetador.
¡Menuda cerda, arrogante y controladora!
Me ha fastidiado la satisfacción de que mi polvo de la verdad haya funcionado.
Me meto en la ducha mientras la oigo gritar mi nombre sin cesar. Si no me sintiera tan ofendida, me echaría a reír.
En verdad no le gusta nada no poder tocarme, como tampoco le gusta nada verse despojada del poder.
Me ducho y me lavo los dientes a mi ritmo. Es muy temprano. Tengo tiempo de sobra.
Cuando vuelvo al dormitorio, Santana se ha calmado un poco pero sigue habiendo mucha rabia en su expresión cuando me mira.
—Britt-Britt, ven y quítame las esposas, por favor—me ruega.
¡Vuelvo a ser Britt-Britt!
Su repentino cambio de humor me pone en guardia. Conozco este juego y no voy a picar.
En cuanto la haya soltada irá a por mí yugular, me pondrá a la fuerza la ropa de correr y me arrastrará por las calles de Londres. No niego que me encantaría estar entre sus brazos en este mismo instante, pero no me emociona la idea de que me torturen haciéndome correr veintidós kilómetros.
Por desgracia, son parte del trato.
Me siento delante del espejo de cuerpo entero y empiezo a arreglarme el pelo. De vez en cuando miro su reflejo. Me está observando, pero se limita a lanzarme miradas asesinas y, cuando la pillo, echa la cabeza hacia atrás como una colegiala tristona.
Me río para mis adentros.
Me maquillo y me embadurno con mantequilla de coco. Me pongo el conjunto de encaje color crema que Santana me regaló.
La oigo lloriquear.
Sonrío satisfecha y orgullosa. Más me vale disfrutarlo. No sé por cuánto tiempo tendré el poder.
Me pongo la blusa con volantes en el escote, unos pantalones de pitillo negros y tacones del mismo color.
Estoy lista.
Me acerco a mi latina esposada y le doy un beso en la boca entreabierta. No sé por qué estoy haciendo esto.
Mi valor es admirable.
Suspira y levanta las rodillas hasta que las plantas de sus pies descansan sobre la cama. Le cojo el sexo. Me muero por él, aunque tendrá que atraparme primero.
Da un respingo.
—¡Britt, te quiero como no te puedes llegar a imaginar, pero si no me quitas las esposas te voy a estrangular!
Su voz es una mezcla de dolor y placer. Sonrío y le doy un beso casto en los labios antes de besarla desde los pechos hasta el sexo húmedo, trazando espirales. Luego le meto lengua hasta el fondo.
—¡Britt, por favor!—gime.
Abandono su sexo y saco la llave de las esposas de un cajón de la cómoda. Deja escapar un suspiro de alivio cuando me acerco a ella. No sé por qué, pero no voy a soltarla del todo. Libero su mano lastimada, que cae sobre la cama. Una punzada de culpabilidad me asalta cuando flexiona los dedos con cuidado e intenta que la sangre vuelva a circular. Me acerco a la cómoda y dejo la llave encima.
—Pero ¿qué haces?—pregunta con el ceño fruncido.
—¿Dónde está tu móvil?
—¿Por qué?—es evidente que está confundida.
—Lo vas a necesitar. ¿Dónde está?
—En mi chaqueta. Britt, dame la llave.
Está volviendo a perder la paciencia. Encuentro la chaqueta en el suelo, donde la tiró anoche antes de abalanzarse sobre mí. Cojo el móvil del bolsillo y lo dejo sobre la mesilla de noche, fuera de su alcance, pero por muy poco. No quiero que llame para pedir ayuda antes de que yo pueda escapar.
Cojo mi bolso, salgo del dormitorio y dejo a una mujer con muchas ganas de hacerme suya. Me las va a hacer pagar todas juntas, pero al menos le he quitado las esposas de una mano.
Vale, es la mano que tiene lastimada, pero se las apañará... si no la fuerza demasiado.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Holaaa, como has estado?, espero que bien, de vdd si me vieras, estoy muriendo de la risa de las travesuras de Britt!! enserio!! nunca pensé que su polvo de la "verdad" fuera asi pero ME ENCANTOOOO!! hahahaha!! Sany de seguro estaba como una energumena, para alguien como ella perder el control OMG es inaceptable no? hahahaha! PEROO por fin después de tanto sabemos su edad! wiii! yo apostaba por 35 años, pero no falle tanto no? Ademas no se porque razón me gusta que sea tan mayor para Britt!! aunque pensándolo bien 11 años no es mucho o no? hahahaha! Gracias por actualizar pronto, me alegra el día leer tu fic! Saludos :)
mayre94** - Mensajes : 52
Fecha de inscripción : 24/02/2015
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
ya me puse al día con los cap!!!
joder neta si que britt encontró la forma de sacarle la verdad a san jajajaj aprendió muy bien jajaja
no se,... se me hace que va a salir mal,..
me divierte san con sus directas/indirectas sobre su plan B jajajaja
nos vemos!!!
PD; sorry que desaparezco cada tanto,.. es que volví a LA y me estan pasando factura con el trabajo tarazado y un posible viaje a España!!!!!!
ya me puse al día con los cap!!!
joder neta si que britt encontró la forma de sacarle la verdad a san jajajaj aprendió muy bien jajaja
no se,... se me hace que va a salir mal,..
me divierte san con sus directas/indirectas sobre su plan B jajajaja
nos vemos!!!
PD; sorry que desaparezco cada tanto,.. es que volví a LA y me estan pasando factura con el trabajo tarazado y un posible viaje a España!!!!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
ok consiguio saber la verdad, y que con eso? si fuese santana ni siquiera le hablaria para que sufra sin sus famosos polvos!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Holaaaaa, al fin estoy al corriente con los capítulos,
¿Vivir juntas? Seria genial
¿11 años de diferencia? Bastante, pero para el amor no hay edades
¿Club de sexo? Era de esperarse. Tanto misterio en “La Mansion”, creo que todos se dan cuenta de eso menos Britt
¿Quinn en el departamento de Rachel desnuda o en ropa interior? Jajajaja, pero al menos tiene un cuerpo que admirar ¿no?
¿Y que dirán los resultados de los exámenes que Britt se hiso en la clínica de Santana?
Bastante tarde, lo sé. LO SIENTO MUCHO, pero tengo buenas excusas, primero casi me vuelvo loca con unos cursos que llevo, los entrenamientos de Soccer cada vez son más pesados, y mi prima jodiendome para ir a clases de Tae Kwon Do y al GYM quedo muerta, y no me queda tiempo para casi nada.
GRACIAS, por compartir la historia que tanto amo.
Saludos y espero no tardan tanto en comentar otra vez.
TE QUIERO
Cuídate, chau
¿Vivir juntas? Seria genial
¿11 años de diferencia? Bastante, pero para el amor no hay edades
¿Club de sexo? Era de esperarse. Tanto misterio en “La Mansion”, creo que todos se dan cuenta de eso menos Britt
¿Quinn en el departamento de Rachel desnuda o en ropa interior? Jajajaja, pero al menos tiene un cuerpo que admirar ¿no?
¿Y que dirán los resultados de los exámenes que Britt se hiso en la clínica de Santana?
Bastante tarde, lo sé. LO SIENTO MUCHO, pero tengo buenas excusas, primero casi me vuelvo loca con unos cursos que llevo, los entrenamientos de Soccer cada vez son más pesados, y mi prima jodiendome para ir a clases de Tae Kwon Do y al GYM quedo muerta, y no me queda tiempo para casi nada.
GRACIAS, por compartir la historia que tanto amo.
Saludos y espero no tardan tanto en comentar otra vez.
TE QUIERO
Cuídate, chau
Daniela Gutierrez***** - Mensajes : 281
Fecha de inscripción : 03/07/2014
Edad : 27
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Aaaah! Me encanta,me encanta!!*--* sjhsjdbdks genial el polvo de la verdad:3 kshdkd no lo va hacer nunca mas ksjdlbskhd por lo menos ya sabemos su edad-.-' eso es algo kshdjf
pobresita...naaaah ksjnf genial Britt*--*
pobresita...naaaah ksjnf genial Britt*--*
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
mayre94 escribió:Holaaa, como has estado?, espero que bien, de vdd si me vieras, estoy muriendo de la risa de las travesuras de Britt!! enserio!! nunca pensé que su polvo de la "verdad" fuera asi pero ME ENCANTOOOO!! hahahaha!! Sany de seguro estaba como una energumena, para alguien como ella perder el control OMG es inaceptable no? hahahaha! PEROO por fin después de tanto sabemos su edad! wiii! yo apostaba por 35 años, pero no falle tanto no? Ademas no se porque razón me gusta que sea tan mayor para Britt!! aunque pensándolo bien 11 años no es mucho o no? hahahaha! Gracias por actualizar pronto, me alegra el día leer tu fic! Saludos :)
Hola, bn y tu¿? espero que bn tmbn. Jjajajaajajajjaj o no¿? bn aprendio a jugar el juego de san jajaajajajajjaja. Si pobre san xD jajaaj pero se lo gana por no contar nada XD jajajajaajaj. No osea que son 35 o 37 años si eres san¿? ajajajajajajajaj nose nota si britt lo dijo no¿? jajajajajajaj. De nada, pero gracias a ti por leer y comentar! Saludos =D
3:) escribió:holap morra,...
ya me puse al día con los cap!!!
joder neta si que britt encontró la forma de sacarle la verdad a san jajajaj aprendió muy bien jajaja
no se,... se me hace que va a salir mal,..
me divierte san con sus directas/indirectas sobre su plan B jajajaja
nos vemos!!!
PD; sorry que desaparezco cada tanto,.. es que volví a LA y me estan pasando factura con el trabajo tarazado y un posible viaje a España!!!!!!
Hola lu, jajajajaj eso es bueno! Jjajaajaj aprendio de la mejor no¿? jajaajajajajaj. Nononono xq najaaajajajaj xD. Jjaajajajajajjaja. Saludos =D
Pd: sip lo note jaajjajaaj, sospechaba que el trabajo tenia algo que ver XD ajajajajaj. =O españa... españoles jajajajaajaj.
micky morales escribió:ok consiguio saber la verdad, y que con eso? si fuese santana ni siquiera le hablaria para que sufra sin sus famosos polvos!
Hola, jaajajaja que tuvo la respuesta de algo no¿? jajajajaajaj. Jjaajajajajajajaajjaj XD pero si san hace lo mismo no¿? jajajajaj. Saludos =D
Daniela Gutierrez escribió:Holaaaaa, al fin estoy al corriente con los capítulos,
¿Vivir juntas? Seria genial
¿11 años de diferencia? Bastante, pero para el amor no hay edades
¿Club de sexo? Era de esperarse. Tanto misterio en “La Mansion”, creo que todos se dan cuenta de eso menos Britt
¿Quinn en el departamento de Rachel desnuda o en ropa interior? Jajajaja, pero al menos tiene un cuerpo que admirar ¿no?
¿Y que dirán los resultados de los exámenes que Britt se hiso en la clínica de Santana?
Bastante tarde, lo sé. LO SIENTO MUCHO, pero tengo buenas excusas, primero casi me vuelvo loca con unos cursos que llevo, los entrenamientos de Soccer cada vez son más pesados, y mi prima jodiendome para ir a clases de Tae Kwon Do y al GYM quedo muerta, y no me queda tiempo para casi nada.
GRACIAS, por compartir la historia que tanto amo.
Saludos y espero no tardan tanto en comentar otra vez.
TE QUIERO
Cuídate, chau
Hola, eso es lo bueno jajaaj. Xq no¿? bien un poco pronto jajaajajajajja. Eso es lo que digo y si es san son mas que pasables! jaajajajaj. =/ pobre birtt, aunk san tampoco la dejaba pensar mucho no¿? Jajajaaj quinn es una loquilla anda como pedro por su casa jajajaaj, ya sea en ropa interior o desnuda, ella se siente bien... obvio jajaajaj. Que no tiene ninguna enfermedad trasmitida sexualmente... no¿? Jajajaaj no importa lo importante esk puedas leer =D Jajajaja bueno algunas materias sacan lo peor de nosotr@s jaajjaaj, bueno con lo del soccer entrenando se mejora no¿? aparte ese es un buen deporte! Jajajajaj algunos primos nos llevan por otro camino no¿? jajajajaj solo pensar que son familia jajaajajaj. Lo bueno esk practicas deporte eso es bueno jajaajajaj. Jajajajajja de nada, gracias a ti por leer y comentar! Mientras puedas leer todo bn. Saludos =D Jajaj es el efecto que causo en las personas jaja gracias, tu igual!
Susii escribió:Aaaah! Me encanta,me encanta!!*--* sjhsjdbdks genial el polvo de la verdad:3 kshdkd no lo va hacer nunca mas ksjdlbskhd por lo menos ya sabemos su edad-.-' eso es algo kshdjf
pobresita...naaaah ksjnf genial Britt*--*
Hola, jajajajaajaajja o no¿? Jajajajaja exacto fue genial... pero no lo podra hacer mas xD jajajaajajajaj. Algo es algo, vamos bien! ajajajajajaja. JAjajajaajajajajajajajajaajaj, le pasa por no contestar preguntas! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 11
Capitulo 11
—Hola, flor—Will sale de su despacho justo cuando estoy sentándome ante mi mesa—Has llegado puntual y despierta esta mañana—se acomoda en el borde de mi escritorio y pone su habitual cara de disgusto cuando éste lanza su crujido habitual de protesta—¿Tienes algo que contarme?
—No mucho—enciendo el ordenador—Tengo una cita con el señor Flanagan a la hora de la comida para revisar mis diseños.
—Muy bien. ¿Qué tal con la señora López?—pregunta inocentemente—¿Has tenido noticias suyas?
¡Sí, de hecho, acabo de esposarla a la cama!
Me pongo roja como un tomate.
—Eh..., no. No estoy segura de cuándo volverá de su viaje de negocios.
Todavía colorada, aparto la mirada de Will y abro mi correo electrónico mientras mentalmente rezo para que cambie de tema.
—Han pasado casi dos semanas, ¿no?—pregunta. Sospecho que tiene el ceño fruncido, pero no puedo mirarlo para confirmarlo—Me pregunto por qué tarda tanto.
Toso.
—No tengo ni idea.
Will se levanta de mi mesa, que emite un largo crujido.
—No puede estar tan ocupada—gruñe—Por cierto, Tina no se encuentra bien y no va a venir a trabajar—dice al salir de mi despacho.
¿Tina está enferma?
No es propio de ella.
¡Uy!
Anoche fue la segunda cita. O fue muy bien y ha dicho que está enferma para poder pasarse todo el día en la cama con el chico misterioso, o fue muy mal y ha dicho que está enferma para pasarse el día hecha una mierda en la cama con una caja de pañuelos de papel. Me siento fatal pero sospecho que es lo segundo.
Pobre Tina.
Me hundo en la silla con un suspiro y salto al oír Angel atronando en mi bolso.
Madre mía.
Ya se ha soltado.
No voy a contestar.
La llamada termina, pero vuelve a sonar de nuevo un segundo después, pero esta vez es mi tono de siempre. Saco el teléfono del bolso y atiendo la llamada de la señora Danielle.
—Buenos días, señora Danielle—saludo con tono alegre.
—Hola, Britt. Por favor, llámame Dani. Llamaba para ver qué tal van las cosas. ¿Has conseguido poner el proyecto en marcha?
—Sí, he preparado un presupuesto desglosado de mis servicios, Dani, y tengo listos unos cuantos bocetos para mandarte.
—Estupendo—parece entusiasmada—Tengo muchas ganas de verlos. ¿Cuál es el siguiente paso?
—Bueno, si estás de acuerdo con el presupuesto y te gustan los bocetos, podemos empezar a preparar los diseños.
—¡Genial! ¡No sabes la ilusión que me hace!
Sonrío. Sí, eso es obvio.
—Vale. Te mando el presupuesto y los bocetos a última hora de hoy. Adiós, Dani.
—Gracias, Brittany.
Cuelga y me pongo a escanear los bocetos de inmediato. Me encanta trabajar para gente a la que su casa le apasiona tanto como a mí.
Son las diez en punto. Llevo un par de horas en la oficina y he adelantado un montón de trabajo. Cojo el teléfono fijo para llamar a Stella, la mujer que me hace las cortinas, para hablar sobre los nuevos textiles de la señora Stiles. La conversación es muy agradable. Es un poco hippy y naturista, a juzgar por las fotografías que cuelgan de las paredes de su taller, pero hace magia con las telas. Me hace feliz cuando me dice que acaba de embalarlas y que están listas para que vaya a recogerlas. Falta una semana para la fecha que le di a la señora Stiles, así que estará encantada. Cuelgo y doy vueltas en mi silla.
Casi me da un ataque cuando veo a mi diosa arrogante, que me observa con las cejas arqueadas y maliciosas. Su bello rostro luce su clásica sonrisa arrebatadora.
Me pongo en alerta máxima al instante.
¡No, no, no!
Está para comérsela. Lleva un traje ceñido y una camisa azul claro, con los botones desabrochados. Me alegra la vista pero mi mente es un revoltijo de incertidumbres.
—Me alegro mucho de verte, Brittany—dice con calma; se acerca y me tiende la mano.
Las mangas de su chaqueta se quedan atrás y revelan su Rolex de oro.
¡Mierda!
Me quedo helada cuando veo una colección de marcas rojas alrededor de su muñeca que la cadena de oro de su reloj no logra ocultar.
Y es su mano herida.
Obligo a mi mirada aterrorizada a dirigirse a su cara y ella me comprende y asiente. Me doy de patadas mentalmente. Le he hecho daño. Me siento fatal. No la culpo por estar tan enfadada. Le doy la mano pero no se la estrecho. No quiero hacerle más daño.
—Lo siento mucho, Sanny—susurro con remordimiento.
Mi deseo irracional de saber su edad le ha dejado huella. Me va a castigar a lo grande.
Me lo he buscado.
—Lo sé—responde con frialdad.
—¡Señora López!—la voz alegre de Will invade mis oídos mientras se acerca a mi mesa desde su despacho. Suelto la mano de Santana—¡Cuánto tiempo! Le acababa de preguntar a Brittany si había tenido noticias suyas.
—Señor Schuester, ¿cómo está?
Santana le dirige una sonrisa capaz de derretir a una piedra, una de esas que normalmente reserva para las mujeres.
—Muy bien. ¿Qué tal su viaje de negocios?—pregunta Will, estupefacto por la belleza de Santana.
La mirada de Santana se cruza un instante con la mía antes de volver a enfrentarse a la de Will.
—He conseguido los bienes que quería.
¿Bienes?
—¿Ha recibido mi depósito?—pregunta a continuación Santana.
A Will se le ilumina la cara.
—Sí, todo perfecto, gracias—confirma.
No le comenta a la señora López que es demasiado para ser un pago por adelantado.
—Muy bien. Como ya le dije, estoy deseando empezar con el proyecto. Mi inesperado viaje de negocios nos ha retrasado.
Hace énfasis en lo de «inesperado».
—Por supuesto. Estoy seguro de que Brittany cuidará bien de usted.
Will me pone la mano sobre un hombro con cariño y Santana no le quita la vista de encima.
¡No, por favor!
¡No avasalles a mi jefe!
—De eso estoy segura—farfulla con la mirada todavía clavada en la mano de Will, que no se ha movido de mi hombro.
Tiene cincuenta años, el pelo casi blanco, y le sobran como treinta kilos. No puede ser que tenga celos de mi jefe, que es como un oso de peluche. Le lanza una mirada a Will.
—Iba a preguntarle a Brittany si le gustaría salir a desayunar para que repasemos un par de cosas, si no le parece mal.
Eso último no es una pregunta. «Bueno sí, está pasando por encima de mi jefe.»
—¡Adelante!—exclama Will la mar de contento.
¿Y a mí no me pregunta?
—Lo cierto es que he quedado para comer con un cliente—digo señalando la página de mi agenda, de la que ha desaparecido el rotulador negro con el que Santana las marcó todas.
Quiero posponer el enfrentamiento todo lo posible. No me siento cómoda con esa mirada taimada suya. Se lo está pasando pipa, pero entonces ve mi agenda nueva, frunce el ceño y le tiemblan un poco los músculos de la mandíbula.
¡Sí, quité la otra!
Más le vale no pensar siquiera en sabotearme la agenda nueva.
—Aún queda mucho para el mediodía—señala Santana, y yo agacho la cabeza—No tardaremos—añade con una voz ronca y cargada de promesas que también tiene un toque de amenaza.
—¡Solucionado!—exclama Will, feliz, de camino a su oficina—Ha sido un placer volver a verla, señora López.
Me siento y me doy golpecitos con la uña en los dientes mientras intento encontrar el modo de escaquearme.
Imposible.
Aunque tuviera una buena razón, sólo estaría retrasando lo inevitable. Miro a la mujer a la que amo más allá de lo razonable y me echo a temblar. Está demasiado tranquila, nada que ver con la bestia parda que he dejado esposada a la cama esta mañana.
—¿Nos vamos?—pregunta metiéndose las manos en los bolsillos.
Recojo mi móvil de la mesa, lo meto en el bolso junto con la carpeta de la Torre Vida. Voy a tener que ir directa al Royal Park para reunirme con Rory después de mi «reunión» con Santana.
Me abre la puerta y Kurt entra como un rayo antes de que yo haya podido salir. Abre unos ojos como platos al ver quién está sosteniendo la puerta abierta.
—¡Señora López!—exclama antes de lanzarme una mirada curiosa.
Es ridículo que le hable a Santana con tanta formalidad. Ha salido de copas y ha estado bailando con ella.
—Kurt—la saluda Santana con la cabeza, muy profesional.
—Voy a un desayuno de negocios con la señora López—digo con una inclinación de cabeza y una mirada delatora.
Santana se ríe ligeramente.
—Ah, ya veo. Conque un desayuno de negocios, ¿eh?—Kurt se parte de risa. Me encantaría darle una patada en la espinilla. Se vuelve hacia Santana y le ofrece la mano—Espero que disfrute de su desayuno de negocios.
Cuando Santana le estrecha la mano, Kurt le guiña el ojo, y en ese momento decido que la próxima vez que vea a Kurt le voy a pegar una patada en la espinilla.
Salgo a la calle a toda prisa. Es un alivio estar lejos de la oficina y de la posibilidad de que alguien se chive, pero estoy nerviosa porque ahora estoy, básicamente, a merced de Santana. Sé que el hecho de que haya gente no va a evitar que me aprisione contra la primera pared libre que encontremos.
Caminamos uno al lado del otro hasta llegar a Piccadilly. No sé adónde vamos pero la sigo. No intenta cogerme de la mano y tampoco abre la boca. Me estoy poniendo de los nervios. La veo muy seria y no me devuelve la mirada, aunque sé que sabe que la estoy observando.
—Perdone, ¿tiene hora?—le pregunta a Santana una mujer de negocios madurita.
Ella se saca la mano del bolsillo y mira el reloj. Hago una mueca al ver las marcas en su muñeca. La mano sigue amoratada por la paliza que le pegó a su coche, y yo no he hecho más que empeorarlo.
—Son las diez y cuarto.
Le lanza su sonrisa, la que se reserva para las mujeres, y ella se derrite en el asfalto delante de ella. La mujer le da las gracias y yo me pongo tan celosa que me hierve la sangre. La muy sinvergüenza se aproxima más a la edad de Santana que yo. No me creo que no lleve encima un móvil en el que consultar la hora. Todo el mundo tiene móvil hoy en día.
Además, ¿por qué no se lo ha preguntado al tipo gordo, calvo y de mediana edad que tenemos delante?
Pongo los ojos en blanco y espero a que Santana decida seguir caminando. Se pasa unos instantes destrozando a la mujer con su sonrisa aplastante, asegurándose de que recibe un pleno impacto. Luego echa a andar y yo la sigo. Miro atrás y veo que la mujer no nos quita ojo de encima.
¿Cómo se puede ser tan descarada y estar tan desesperada?
Me río para mis adentros. Yo también estoy desesperada cuando se trata de Santana, y también me vuelvo descarada.
Cruzamos la calle y nos acercamos al Ritz. Me quedo atónita cuando se abren las puertas y Santana me hace un gesto para que entre.
¿Vamos a desayunar en el Ritz?
No digo nada de camino al restaurante, donde nos hacen tomar asiento en un sitio de lo más elegante y obsceno. Este lugar no le pega a Santana. Y a mí, aún menos.
—Tomaremos huevos benedictina, las dos, con salmón ahumado y pan integral; un capuchino doble sin chocolate y un café solo. Gracias.
Santana le devuelve la carta al camarero.
—Gracias, señora—responde él.
Luego coge mi servilleta de tela cara y me la coloca en el regazo. Repite el mismo movimiento, con el mismo cuidado, con la de Santana. Y a continuación se va.
Miro el lujoso entorno, lleno de gente rica y de buena familia.
Estoy incómoda.
—¿Qué tal el día?—me pregunta ella como si nada, sin rastro de emoción en la voz.
Todavía me hace sentir más incómoda, y la pregunta me lleva a su presencia amenazadora al otro lado de la mesa pija. Se quita la servilleta del regazo y la deja sobre la mesa. Me mira impasible.
¿Qué diablos le contesto?
Está siendo un día muy raro, y eso que no son ni las once.
Por ahora, he averiguado qué edad tiene, he usado un vibrador, la he esposado a la cama y lo he dejado allí, y ahora estoy desayunando en el Ritz. Desde luego, no es mi típico día en la oficina.
—No estoy segura.
Soy sincera porque tengo la sensación de que habrá más rarezas que añadir a la lista. Baja la mirada y sus largas pestañas abanican sus pómulos.
—¿Quieres que te cuente cómo va mi día, Britt?
—Como quieras—susurro.
Mi voz está cargada de todo el nerviosismo que tengo en el cuerpo. Ni siquiera estoy segura de que no vaya a montar una escena en el hotel más pijo de Londres delante de los pijos más repijos de la ciudad.
Se apoya en el respaldo de la silla y me lanza una potente mirada oscura.
—Bueno, una linda coqueta desobediente ha retrasado mi carrera matutina porque me ha esposado a la cama y me ha torturado para sonsacarme información. Luego me ha abandonado, dejándome indefensa y necesitándola desesperadamente—empieza a jugar con el tenedor y yo me encojo bajo su mirada. Respira hondo—Al final he conseguido coger el móvil que me había dejado... apenas... fuera de mi alcance—hace un gesto de pinza con el pulgar y el índice—, y luego he tenido que esperar a que un empleado viniera a liberarme. He corrido veintidós kilómetros en mi tiempo libre para soltar las frustraciones y el malestar que me ha causado, y ahora estoy mirando su bonito rostro y tengo ganas de tumbarla boca abajo sobre esta mesa tan elegante y follármela sin parar durante una semana entera.
Trago saliva.
Lo que acaba de decir en el restaurante del Ritz sin preocuparse por quién pueda estar escuchando...
Dios mío, ¿qué habrá pensado Finn de mí?
Espero que se haya reído. Parece que el comportamiento y la forma en la que Santana reacciona conmigo le hacen mucha gracia.
El camarero nos sirve los cafés, las dos asentimos y le damos las gracias antes de que se retire. Cojo mi cucharilla pija de plata (creo que de ley) y empiezo a remover lentamente mi café.
—Has tenido una mañana la mar de entretenida—digo con calma.
¿Por qué habré dicho eso?
Levanto la vista, nerviosa, y me la encuentro intentando reprimir una sonrisa.
Qué alivio.
Tiene ganas de reírse pero también le apetece estar enfadada conmigo.
Suspira.
—Britt, no vuelvas a hacerme eso.
Me desintegro en mi trono amarillo.
—Estabas muy enfadada—digo, y suelto un largo y profundo suspiro.
—Lo estaba, estaba mucho más que enfadada. Estaba como loca, Britt.
Se masajea las sienes en círculos intentando borrar el recuerdo.
—¿Por qué?
Se detiene en mitad del masaje.
—Porque no podía tocarte—lo dice como si fuera tonta. Capta mi mirada confusa porque se lleva los dedos a la frente y apoya el codo sobre la mesa—La idea de no poder tocarte hizo que me entrara el pánico.
¿Qué?
—¡Pero si estaba en la habitación!—exclamo un pelín demasiado alto.
Miro alrededor para asegurarme de que no he llamado la atención de la clientela pija. Me lanza una mirada asesina.
—¡Cuando te fuiste no estabas en la habitación!
Me inclino hacia ella.
—Me fui porque me amenazaste, San.
Ésta no es una conversación que uno deba tener en medio del pijerío del Ritz.
—Claro, porque me cabreaste, me volviste loca—me mira con los ojos muy abiertos—¿Cuándo compraste las esposas?—me pregunta en tono acusador, y da un golpe sobre la mesa con las palmas de las manos que hace callar a los demás comensales.
Me hundo en mi trono y espero a que retomen sus conversaciones.
—Ayer, al salir del trabajo. Tu puto polvo de represalia me chafó los planes—gruño.
—Esa boca... ¿Cómo que te chafé los planes?—pregunta, incrédula—Britt, en ninguno de mis planes entraba que me maniataras y me tuvieras a tu merced. En realidad, tú me has chafado los planes a mí.
Dejamos de hablar de planes, de polvos de represalia y de esposas cuando el camarero se acerca con nuestros huevos. Me sirve primero a mí y luego a Santana. Gira los platos para que la presentación, que es una obra de arte, luzca al máximo y nosotras podamos admirarla antes de atacarla con cuchillo y tenedor.
Le sonrío para darle las gracias.
—¿Se le ofrece algo más, señora?—le pregunta el camarero a Santana.
—No, gracias.
El camarero se va y nos deja para que retomemos nuestra conversación inapropiada.
Hundo el cuchillo en mi plato. Es demasiado bonito para comérselo.
—Deberías saber que tu linda coqueta está muy orgullosa de sí misma—digo pensativa mientras me llevo a la boca la tostada integral más deliciosa del mundo, cubierta de salmón y salsa holandesa.
—Apuesto a que sí—levanta las cejas—¿Es consciente de que estoy locamente enamorada de ella?
Me derrito en el acto.
Estoy en el Ritz, disfrutando de una comida increíble, y tengo delante a la mujer más apuesta y arrebatadora que he visto en mi vida, mi mujer apuesta y arrebatadora.
Es toda mía.
Estoy tomando el sol en el séptimo cielo de Santana.
—Creo que sí.
Se centra en su plato.
—Más le vale creérselo de verdad—dice, muy seria.
—Lo sabe.
—Mejor.
—Además, ¿qué problema hay?—pregunto—Treinta y siete años no es nada.
Me mira un instante. Casi parece avergonzada.
—No lo sé. Tú tienes veintipico y yo tengo casi cuarenta.
—¿Y?—la miro atentamente. Es obvio que se siente acomplejado por su edad—Te preocupa más a ti que a mí, San.
—Puede ser.
Lucha por contener una sonrisa. Se siente aliviada al ver que a mí no me importa en absoluto. Sacudo la cabeza y me dedico a comer. Mi sexy latina arrogante se siente insegura, pero eso sólo hace que la quiera más aún.
Comemos tranquilas y en silencio. El camarero nos visita a intervalos regulares para comprobar que todo está a nuestro gusto.
¿Cómo podría no estarlo?
Cuando terminamos, recoge los platos con maestría y Santana le pide la cuenta.
—¿Cuándo vamos a comprar el vestido, Britt?—pregunta antes de beber un sorbo de café.
Suelto un leve bufido, exasperada. Se me había olvidado. Sé que, si desobedezco, me echará a patadas del séptimo cielo de Santana.
Me encojo de hombros.
—No hace falta que me acompañes—repongo; puedo pasarme por House of Fraser en cualquier momento.
—Quiero ir. Recuerda que te debo un vestido y tal vez yo me compre uno también.
Sonríe, y la masacre del vestido me viene a la memoria. Sólo quiere venir para poder aprobar la selección, lo que significa que acabaré con pantalones de esquí y jersey ancho de cuello alto.
—¿El viernes a la hora de comer?
Intento parecer animada, pero fracaso miserablemente. La arruga de la frente se acentúa.
—¿No te parece que es muy poco tiempo?
—Encontraré algo—digo mientras me termino el café más delicioso que he probado nunca.
—Apúntame en tu agenda. Quiero el viernes por la tarde, toda la tarde, Britt.
—¿Qué?
Me están saliendo arrugas en la frente. Saca un fajo de billetes del bolsillo y mete cinco de veinte en la cartilla de cuero que ha dejado el camarero antes de irse.
¿Cien libras por un desayuno?
¡Cuesta lo mismo que mi vestido nuevo!
—El viernes por la tarde tienes una cita con López. A la una, más o menos—los ojos le brillan de felicidad—Iremos a comprar un vestido y podremos arreglarnos sin prisas para la fiesta.
—¡No puedo dedicarle toda la tarde a una sola cita!—espeto, incrédula.
Doña Imposible ha vuelto.
—Claro que puedes, y es justo lo que vas a hacer. Le estoy pagando más que suficiente a tu jefe—se levanta y se acerca a mi lado de la mesa—Tienes que decirle a Will que estás viviendo conmigo. No voy a andarme de puntillas con ella mucho tiempo.
¿Estoy viviendo con ella?
Tomo la mano que me ofrece y me pongo de pie. La dejo que me conduzca afuera del restaurante.
No, no va andarse de puntillas.
Va a pasarle por encima.
—Eso me complicará las cosas en el trabajo—intento hacerla razonar—No le va a gustar, San, y no quiero que piense que estoy haciendo la vaga en vez de trabajar cuando me reúno contigo.
—Me importa un bledo lo que piense. Si no le gusta, te retiras—dice sin dejar de andar, arrastrándome detrás de ella.
¿Qué me retire?
Adoro mi trabajo, y también adoro a Will.
Está de coña.
—Vas a pasarle por encima, ¿verdad?—digo con tiento.
Mi mujer es como un rinoceronte.
El aparcacoches le da las llaves a Santana y ella le tiende un billete de cincuenta libras.
¿Cincuenta?
¿Por aparcarle el coche y devolvérselo?
Vale que es un Aston Martin, pero aun así...
Se vuelve, me coge la cara con las manos y me da un beso de esquimal.
—¿Amigas, Britt-Britt?
Su aliento mentolado es como una apisonadora.
—Sí—me someto, pero a juzgar por los últimos minutos de conversación, no espero que lo seamos por mucho tiempo. ¿Retirarme?—Gracias por el desayuno.
Sonríe.
—De nada. ¿Adónde vas ahora?
—Al Royal Park.
—¿Cerca de Lancaster Gate? Yo te llevo.
Me da un beso apretado en los labios y me acerca suavemente las caderas hacia sí.
Trago saliva.
¡No puede hacerme esto en la puerta del Ritz!
Se ríe ante mi estupefacción antes de llevarme al coche. El aparcacoches me abre la puerta, le sonrío con dulzura y luego tomo asiento. Santana se desliza detrás del volante y me da un apretón rápido en la rodilla antes de internarse zumbando entre el tráfico de media mañana de Londres, como siempre, a velocidad de vértigo. Me pregunto cuántos puntos le quedan en el carnet.
Así que acabo de tener un desayuno de negocios con la señora López en el que sólo hemos hablado de locuras...
—¿Qué le digo a Will?—me vuelvo para mirarla.
Joder..., es tan guapa.
—¿Sobre qué? ¿Sobre nosotras?—me mira un instante. La arruga de la frente ya está en su sitio. Se encoge de hombros—Dile que ya nos hemos puesto de acuerdo sobre tus honorarios y que te quiero en La Mansión el viernes para terminar los diseños.
—Haces que parezca muy fácil—suspiro echándome hacia atrás en mi asiento mientras miro el parque al otro lado de la ventanilla.
Pone su mano sobre mi muslo y me da un apretón.
—Britt-Britt, haces que parezca muy complicado—Santana derrapa a la salida del Royal Park y hace un gesto a un aparcacoches que la mira con cara de felicidad cuando se acerca a recoger el vehículo—Te veo en casa.
Me envuelve la nuca con la palma de la mano, me acerca hacia sí y se toma su tiempo para despedirse.
La dejo hacer.
Me la tiraría aquí mismo.
El aparcacoches no se va, sino que mira con ojos golosos el DBS.
—Más o menos a las seis—le confirmo mientras ella me besa la comisura de los labios.
Sonríe.
—Más o menos.
Sé que no es el mejor momento para sacar el tema, pero me va a estar carcomiendo el resto del día.
No lo habrá dicho en serio, ¿verdad?
—No puedo retirarme a los veintiséis, San.
Se reclina en su asiento. Los estúpidos engranajes se ponen en marcha. Me preocupo: lo decía en serio.
—Ya te lo he dicho, no me gusta compartirte con nadie, Britt.
—Eso es ridículo—exploto.
Reacción equivocada, a juzgar por la mirada furibunda que cruza por su cara.
—No me llames ridícula, Britt.
—No te estaba diciendo ridícula a ti, se lo decía a esa loca idea tuya porque es ridícula—refuto con calma—Nunca voy a dejarte, Sanny.
Le acaricio la nuca.
¿De verdad necesita que se lo vuelva a repetir?
Su carnoso labio inferior desaparece entre los dientes y se queda mirando el volante del DBS.
—Eso no va a detener a quienes intenten apartarte de mi lado. No puedo permitir que eso suceda, Britt.
Me lanza una mirada torturada que me abre un agujero enorme en el estómago.
—¿Y ésos quiénes son?—pregunto con un claro tono de alarma.
Niega con la cabeza.
—Nadie en particular. Britt, no te merezco. Eres una especie de milagro. Eres mía y te protegeré como sea, haré lo necesario para eliminar toda amenaza—agarra el volante con las manos, que se le ponen blancas de apretarlo con tanta fuerza—Vale, necesito dejar de hablar de esto porque me pongo violenta.
Miro a mi hermosa mujer controladora, mi neurótica, y desearía poder darle las garantías que necesita.
Mis palabras no bastarán nunca.
Ahora me doy cuenta.
También me doy cuenta de que lo que en verdad quiere decir es que eliminará a cualquier persona que suponga una amenaza para ella, no para mí.
Me quito el cinturón de seguridad y me siento en su regazo, como si el aparcacoches no estuviera.
Total, sigue babeando con el DBS.
Acerco su cara a la mía, la cojo por las mejillas y la beso. Gime, me agarra del trasero y me acerca a sus caderas.
Quiero que me lleve al Lusso ahora mismo, pero no puedo darle plantón a Rory.
Nuestras lenguas se entrelazan, se acarician, se apartan y se unen de nuevo una y otra vez. Necesito tanto a esta mujer que me duele, es un dolor constante y horrible, y ahora sé que ella siente lo mismo por mí.
Me aparto.
Tiene los ojos cerrados. Lo he visto antes así y, la última vez que lo vi así, fue porque tenía algo que contarme.
—¿Qué pasa, San?—pregunto, nerviosa.
Abre los ojos como si se acabara de dar cuenta de que su cara la delataba.
—Nada—me aparta un mechón de la cara—Todo va bien, Britt.
Me tenso en su regazo. Eso también me lo ha dicho antes, y la verdad es que nada iba bien.
—Hay algo que quieres contarme—lo digo como si fuera un hecho.
—Es verdad—deja caer la cabeza y se me revuelve el estómago, pero entonces la levanta y me mira—Te quiero con locura, Britt-Britt.
Retrocedo un poco.
—Eso no es lo que quieres decirme.
Mi tono es de sospecha. Me dedica su sonrisa sólo para mujeres y me derrito en su regazo.
—Lo es, y seguiré diciéndotelo hasta que te canses de oírlo. Para mí es una novedad—se encoge de hombros—Me gusta decírtelo, Britt.
—No me cansaré de oírlo, y no se lo digas a nadie más. Me da igual lo mucho que te guste.
Sonríe. Es una sonrisa de niña traviesa.
—¿Te pondrías celosa?
Resoplo.
—López, no hablemos de celos cuando acaba de jurar que va a eliminar toda amenaza—digo, cortante.
—Está bien—me aprieta contra sí y levanta la pelvis. Mi sexo se despierta con un latido perverso—Mejor vamos a pedir una habitación, Britt—susurra moviendo una vez más sus exquisitas caderas.
Me bajo de su regazo, ansiosa por escapar de sus caricias, que me atontan, antes de que me dé por arrancarle el traje.
—Voy a llegar tarde a mi reunión—cojo el bolso y le doy un beso breve—Cuando llegue a casa, confío en que estés esperándome en la cama.
Me regala una sonrisa satisfecha.
—¿Me está dando usted órdenes, señorita Pierce?
—¿Va a decirme que no, López?
—Nunca, pero recuerda quién manda aquí.
Intenta cogerme pero le doy un manotazo y salto del coche antes de que me haga perder la razón. Meto la cabeza.
—Tú, pero te necesito. Por favor, ¿podrías esperarme desnuda para cuando llegue?
—¿Me necesitas?—pregunta con una mirada triunfal.
—Siempre. Nos vemos en tu casa.
Cierro la puerta y lo oigo gritar «nuestra» mientras me alejo. De pronto soy consciente de que alguien me está taladrando con la mirada. Me vuelvo y veo que el aparcacoches sonríe de oreja a oreja. Me sonrojo a más no poder y subo los escalones de la entrada del hotel.
Estoy contenta y a gusto en el séptimo cielo de Santana.
Oigo que me ha llegado un mensaje y busco el móvil en el bolso. Es de Santana.
Te extraño, te quiero, yo también te necesito. Bss, S.
Me echo a reír.
¿Cómo lo ha escrito tan de prisa?
Si no hace ni tres segundos que se ha ido.
Meto el móvil en el bolso y recorro el vestíbulo del Royal Park. Me conducen al mismo reservado en el que Rory y yo nos reunimos la última vez y él ya está esperándome. Tiene los tableros de inspiración esparcidos por la mesa y los está estudiando.
Hoy parece más informal.
Se ha quitado la chaqueta, se ha aflojado la corbata y lleva el pelo castaño perfecto.
Levanta la vista al oír que alguien se acerca.
—Brittany, me alegro de volver a verte.
Su voz y su acento son tan suaves como siempre.
—Igualmente, Rory. ¿Has recibido los bocetos?
Señalo con la cabeza los tableros y dejo el bolso en uno de los sillones de cuero verde.
—Sí, pero el problema es que me encantan todos. Eres demasiado buena.
Me ofrece la mano y se la acepto.
—Me alegro.
Le dirijo una amplia sonrisa y él me estrecha la mano con suavidad. Me suelta y se vuelve hacia la mesa.
—Aunque me decanto por esto.
Señala el de tonos blancos y crema, mi favorito.
—Yo también escogería ése—digo, contenta—Creo que es el que mejor resume tus aspiraciones.
—Es verdad—me sonríe con dulzura—Toma asiento, Brittany. ¿Te apetece beber algo?
Me siento en un sillón.
—Agua, gracias.
Le hace una seña al camarero que está en la puerta antes de sentarse en el sillón que hay a mi lado.
—Perdona que haya retrasado tanto nuestra reunión. Las cosas en casa se complicaron un poco más de lo que esperaba.
Ah. Debe de estar hablando de su divorcio. No puedo imaginarme que las cosas vayan como la seda cuando uno es tan rico como Rory. Su esposa querrá sacarle hasta el último céntimo.
¿Qué otra cosa podría ser?
Pero me callo. Sospecho que Marley se fue de la lengua. No quiero que la despida. Me cae bien.
—No pasa nada—sonrío y me centro en los tableros—Entonces ¿nos quedamos con éste?
Pongo la mano sobre la gama de blancos y cremas. Se inclina hacia adelante.
—Sí, me gusta la calidez y la simplicidad. Eres muy lista. Uno podría pensar que es insípido y frío, pero no es así en absoluto.
—Gracias. Todo depende de las telas y de los tonos.
Sonríe. Tiene los ojos azules muy brillantes.
—Sí, supongo que así es.
Pasamos varias horas hablando de fechas, plazos y presupuestos. Es muy fácil tratar con él, cosa que supone un gran alivio, y más después de que en nuestra última reunión me invitara a cenar. Me preocupaba que las cosas fueran raras entre nosotros, pero no. Se ha tomado bien mi negativa y no ha vuelto a mencionar el asunto.
—Y todos los materiales serán sostenibles, ¿sí?
Pasa su largo índice por los dibujos de una cama con dosel de la que habíamos hablado y de la que yo he hecho los bocetos.
—Por supuesto—mentalmente le doy las gracias a Marley por el dato que Rory olvidó darme y que resultaba ser tan importante. Le muestro las otras piezas de mobiliario que he dibujado—Todo es sostenible, como especificaste. Entiendo que en Escandinavia se toman muy en serio la deforestación.
—Cierto—se ríe—Todos tenemos que aportar nuestro granito de arena por el medio ambiente. Tuvimos mala prensa por el Lusso.
Imágenes de doce super-motos y un DBS que chupa gasolina como una esponja inundan mi mente. Apuesto a que Rory conduce un Prius híbrido.
—Lo sé—me mira a los ojos y yo sonrío tímidamente—Disculpa, tengo que ir al servicio—digo, cojo mi bolso y me levanto.
Paso cinco minutos en el baño retocándome el maquillaje y usando los servicios. Me gusta cómo se está desarrollando la reunión y tengo ganas de volver a la oficina y empezar con el diseño final. Me atuso el pelo, me pellizco las mejillas y salgo del lavabo de señoras. Cruzo el vestíbulo del hotel y vuelvo al reservado.
Al entrar, casi me atraganto cuando veo a Santana de pie junto a Rory, tan campante, mirando mis diseños.
Pero ¿qué coño hace aquí?
—No mucho—enciendo el ordenador—Tengo una cita con el señor Flanagan a la hora de la comida para revisar mis diseños.
—Muy bien. ¿Qué tal con la señora López?—pregunta inocentemente—¿Has tenido noticias suyas?
¡Sí, de hecho, acabo de esposarla a la cama!
Me pongo roja como un tomate.
—Eh..., no. No estoy segura de cuándo volverá de su viaje de negocios.
Todavía colorada, aparto la mirada de Will y abro mi correo electrónico mientras mentalmente rezo para que cambie de tema.
—Han pasado casi dos semanas, ¿no?—pregunta. Sospecho que tiene el ceño fruncido, pero no puedo mirarlo para confirmarlo—Me pregunto por qué tarda tanto.
Toso.
—No tengo ni idea.
Will se levanta de mi mesa, que emite un largo crujido.
—No puede estar tan ocupada—gruñe—Por cierto, Tina no se encuentra bien y no va a venir a trabajar—dice al salir de mi despacho.
¿Tina está enferma?
No es propio de ella.
¡Uy!
Anoche fue la segunda cita. O fue muy bien y ha dicho que está enferma para poder pasarse todo el día en la cama con el chico misterioso, o fue muy mal y ha dicho que está enferma para pasarse el día hecha una mierda en la cama con una caja de pañuelos de papel. Me siento fatal pero sospecho que es lo segundo.
Pobre Tina.
Me hundo en la silla con un suspiro y salto al oír Angel atronando en mi bolso.
Madre mía.
Ya se ha soltado.
No voy a contestar.
La llamada termina, pero vuelve a sonar de nuevo un segundo después, pero esta vez es mi tono de siempre. Saco el teléfono del bolso y atiendo la llamada de la señora Danielle.
—Buenos días, señora Danielle—saludo con tono alegre.
—Hola, Britt. Por favor, llámame Dani. Llamaba para ver qué tal van las cosas. ¿Has conseguido poner el proyecto en marcha?
—Sí, he preparado un presupuesto desglosado de mis servicios, Dani, y tengo listos unos cuantos bocetos para mandarte.
—Estupendo—parece entusiasmada—Tengo muchas ganas de verlos. ¿Cuál es el siguiente paso?
—Bueno, si estás de acuerdo con el presupuesto y te gustan los bocetos, podemos empezar a preparar los diseños.
—¡Genial! ¡No sabes la ilusión que me hace!
Sonrío. Sí, eso es obvio.
—Vale. Te mando el presupuesto y los bocetos a última hora de hoy. Adiós, Dani.
—Gracias, Brittany.
Cuelga y me pongo a escanear los bocetos de inmediato. Me encanta trabajar para gente a la que su casa le apasiona tanto como a mí.
Son las diez en punto. Llevo un par de horas en la oficina y he adelantado un montón de trabajo. Cojo el teléfono fijo para llamar a Stella, la mujer que me hace las cortinas, para hablar sobre los nuevos textiles de la señora Stiles. La conversación es muy agradable. Es un poco hippy y naturista, a juzgar por las fotografías que cuelgan de las paredes de su taller, pero hace magia con las telas. Me hace feliz cuando me dice que acaba de embalarlas y que están listas para que vaya a recogerlas. Falta una semana para la fecha que le di a la señora Stiles, así que estará encantada. Cuelgo y doy vueltas en mi silla.
Casi me da un ataque cuando veo a mi diosa arrogante, que me observa con las cejas arqueadas y maliciosas. Su bello rostro luce su clásica sonrisa arrebatadora.
Me pongo en alerta máxima al instante.
¡No, no, no!
Está para comérsela. Lleva un traje ceñido y una camisa azul claro, con los botones desabrochados. Me alegra la vista pero mi mente es un revoltijo de incertidumbres.
—Me alegro mucho de verte, Brittany—dice con calma; se acerca y me tiende la mano.
Las mangas de su chaqueta se quedan atrás y revelan su Rolex de oro.
¡Mierda!
Me quedo helada cuando veo una colección de marcas rojas alrededor de su muñeca que la cadena de oro de su reloj no logra ocultar.
Y es su mano herida.
Obligo a mi mirada aterrorizada a dirigirse a su cara y ella me comprende y asiente. Me doy de patadas mentalmente. Le he hecho daño. Me siento fatal. No la culpo por estar tan enfadada. Le doy la mano pero no se la estrecho. No quiero hacerle más daño.
—Lo siento mucho, Sanny—susurro con remordimiento.
Mi deseo irracional de saber su edad le ha dejado huella. Me va a castigar a lo grande.
Me lo he buscado.
—Lo sé—responde con frialdad.
—¡Señora López!—la voz alegre de Will invade mis oídos mientras se acerca a mi mesa desde su despacho. Suelto la mano de Santana—¡Cuánto tiempo! Le acababa de preguntar a Brittany si había tenido noticias suyas.
—Señor Schuester, ¿cómo está?
Santana le dirige una sonrisa capaz de derretir a una piedra, una de esas que normalmente reserva para las mujeres.
—Muy bien. ¿Qué tal su viaje de negocios?—pregunta Will, estupefacto por la belleza de Santana.
La mirada de Santana se cruza un instante con la mía antes de volver a enfrentarse a la de Will.
—He conseguido los bienes que quería.
¿Bienes?
—¿Ha recibido mi depósito?—pregunta a continuación Santana.
A Will se le ilumina la cara.
—Sí, todo perfecto, gracias—confirma.
No le comenta a la señora López que es demasiado para ser un pago por adelantado.
—Muy bien. Como ya le dije, estoy deseando empezar con el proyecto. Mi inesperado viaje de negocios nos ha retrasado.
Hace énfasis en lo de «inesperado».
—Por supuesto. Estoy seguro de que Brittany cuidará bien de usted.
Will me pone la mano sobre un hombro con cariño y Santana no le quita la vista de encima.
¡No, por favor!
¡No avasalles a mi jefe!
—De eso estoy segura—farfulla con la mirada todavía clavada en la mano de Will, que no se ha movido de mi hombro.
Tiene cincuenta años, el pelo casi blanco, y le sobran como treinta kilos. No puede ser que tenga celos de mi jefe, que es como un oso de peluche. Le lanza una mirada a Will.
—Iba a preguntarle a Brittany si le gustaría salir a desayunar para que repasemos un par de cosas, si no le parece mal.
Eso último no es una pregunta. «Bueno sí, está pasando por encima de mi jefe.»
—¡Adelante!—exclama Will la mar de contento.
¿Y a mí no me pregunta?
—Lo cierto es que he quedado para comer con un cliente—digo señalando la página de mi agenda, de la que ha desaparecido el rotulador negro con el que Santana las marcó todas.
Quiero posponer el enfrentamiento todo lo posible. No me siento cómoda con esa mirada taimada suya. Se lo está pasando pipa, pero entonces ve mi agenda nueva, frunce el ceño y le tiemblan un poco los músculos de la mandíbula.
¡Sí, quité la otra!
Más le vale no pensar siquiera en sabotearme la agenda nueva.
—Aún queda mucho para el mediodía—señala Santana, y yo agacho la cabeza—No tardaremos—añade con una voz ronca y cargada de promesas que también tiene un toque de amenaza.
—¡Solucionado!—exclama Will, feliz, de camino a su oficina—Ha sido un placer volver a verla, señora López.
Me siento y me doy golpecitos con la uña en los dientes mientras intento encontrar el modo de escaquearme.
Imposible.
Aunque tuviera una buena razón, sólo estaría retrasando lo inevitable. Miro a la mujer a la que amo más allá de lo razonable y me echo a temblar. Está demasiado tranquila, nada que ver con la bestia parda que he dejado esposada a la cama esta mañana.
—¿Nos vamos?—pregunta metiéndose las manos en los bolsillos.
Recojo mi móvil de la mesa, lo meto en el bolso junto con la carpeta de la Torre Vida. Voy a tener que ir directa al Royal Park para reunirme con Rory después de mi «reunión» con Santana.
Me abre la puerta y Kurt entra como un rayo antes de que yo haya podido salir. Abre unos ojos como platos al ver quién está sosteniendo la puerta abierta.
—¡Señora López!—exclama antes de lanzarme una mirada curiosa.
Es ridículo que le hable a Santana con tanta formalidad. Ha salido de copas y ha estado bailando con ella.
—Kurt—la saluda Santana con la cabeza, muy profesional.
—Voy a un desayuno de negocios con la señora López—digo con una inclinación de cabeza y una mirada delatora.
Santana se ríe ligeramente.
—Ah, ya veo. Conque un desayuno de negocios, ¿eh?—Kurt se parte de risa. Me encantaría darle una patada en la espinilla. Se vuelve hacia Santana y le ofrece la mano—Espero que disfrute de su desayuno de negocios.
Cuando Santana le estrecha la mano, Kurt le guiña el ojo, y en ese momento decido que la próxima vez que vea a Kurt le voy a pegar una patada en la espinilla.
Salgo a la calle a toda prisa. Es un alivio estar lejos de la oficina y de la posibilidad de que alguien se chive, pero estoy nerviosa porque ahora estoy, básicamente, a merced de Santana. Sé que el hecho de que haya gente no va a evitar que me aprisione contra la primera pared libre que encontremos.
Caminamos uno al lado del otro hasta llegar a Piccadilly. No sé adónde vamos pero la sigo. No intenta cogerme de la mano y tampoco abre la boca. Me estoy poniendo de los nervios. La veo muy seria y no me devuelve la mirada, aunque sé que sabe que la estoy observando.
—Perdone, ¿tiene hora?—le pregunta a Santana una mujer de negocios madurita.
Ella se saca la mano del bolsillo y mira el reloj. Hago una mueca al ver las marcas en su muñeca. La mano sigue amoratada por la paliza que le pegó a su coche, y yo no he hecho más que empeorarlo.
—Son las diez y cuarto.
Le lanza su sonrisa, la que se reserva para las mujeres, y ella se derrite en el asfalto delante de ella. La mujer le da las gracias y yo me pongo tan celosa que me hierve la sangre. La muy sinvergüenza se aproxima más a la edad de Santana que yo. No me creo que no lleve encima un móvil en el que consultar la hora. Todo el mundo tiene móvil hoy en día.
Además, ¿por qué no se lo ha preguntado al tipo gordo, calvo y de mediana edad que tenemos delante?
Pongo los ojos en blanco y espero a que Santana decida seguir caminando. Se pasa unos instantes destrozando a la mujer con su sonrisa aplastante, asegurándose de que recibe un pleno impacto. Luego echa a andar y yo la sigo. Miro atrás y veo que la mujer no nos quita ojo de encima.
¿Cómo se puede ser tan descarada y estar tan desesperada?
Me río para mis adentros. Yo también estoy desesperada cuando se trata de Santana, y también me vuelvo descarada.
Cruzamos la calle y nos acercamos al Ritz. Me quedo atónita cuando se abren las puertas y Santana me hace un gesto para que entre.
¿Vamos a desayunar en el Ritz?
No digo nada de camino al restaurante, donde nos hacen tomar asiento en un sitio de lo más elegante y obsceno. Este lugar no le pega a Santana. Y a mí, aún menos.
—Tomaremos huevos benedictina, las dos, con salmón ahumado y pan integral; un capuchino doble sin chocolate y un café solo. Gracias.
Santana le devuelve la carta al camarero.
—Gracias, señora—responde él.
Luego coge mi servilleta de tela cara y me la coloca en el regazo. Repite el mismo movimiento, con el mismo cuidado, con la de Santana. Y a continuación se va.
Miro el lujoso entorno, lleno de gente rica y de buena familia.
Estoy incómoda.
—¿Qué tal el día?—me pregunta ella como si nada, sin rastro de emoción en la voz.
Todavía me hace sentir más incómoda, y la pregunta me lleva a su presencia amenazadora al otro lado de la mesa pija. Se quita la servilleta del regazo y la deja sobre la mesa. Me mira impasible.
¿Qué diablos le contesto?
Está siendo un día muy raro, y eso que no son ni las once.
Por ahora, he averiguado qué edad tiene, he usado un vibrador, la he esposado a la cama y lo he dejado allí, y ahora estoy desayunando en el Ritz. Desde luego, no es mi típico día en la oficina.
—No estoy segura.
Soy sincera porque tengo la sensación de que habrá más rarezas que añadir a la lista. Baja la mirada y sus largas pestañas abanican sus pómulos.
—¿Quieres que te cuente cómo va mi día, Britt?
—Como quieras—susurro.
Mi voz está cargada de todo el nerviosismo que tengo en el cuerpo. Ni siquiera estoy segura de que no vaya a montar una escena en el hotel más pijo de Londres delante de los pijos más repijos de la ciudad.
Se apoya en el respaldo de la silla y me lanza una potente mirada oscura.
—Bueno, una linda coqueta desobediente ha retrasado mi carrera matutina porque me ha esposado a la cama y me ha torturado para sonsacarme información. Luego me ha abandonado, dejándome indefensa y necesitándola desesperadamente—empieza a jugar con el tenedor y yo me encojo bajo su mirada. Respira hondo—Al final he conseguido coger el móvil que me había dejado... apenas... fuera de mi alcance—hace un gesto de pinza con el pulgar y el índice—, y luego he tenido que esperar a que un empleado viniera a liberarme. He corrido veintidós kilómetros en mi tiempo libre para soltar las frustraciones y el malestar que me ha causado, y ahora estoy mirando su bonito rostro y tengo ganas de tumbarla boca abajo sobre esta mesa tan elegante y follármela sin parar durante una semana entera.
Trago saliva.
Lo que acaba de decir en el restaurante del Ritz sin preocuparse por quién pueda estar escuchando...
Dios mío, ¿qué habrá pensado Finn de mí?
Espero que se haya reído. Parece que el comportamiento y la forma en la que Santana reacciona conmigo le hacen mucha gracia.
El camarero nos sirve los cafés, las dos asentimos y le damos las gracias antes de que se retire. Cojo mi cucharilla pija de plata (creo que de ley) y empiezo a remover lentamente mi café.
—Has tenido una mañana la mar de entretenida—digo con calma.
¿Por qué habré dicho eso?
Levanto la vista, nerviosa, y me la encuentro intentando reprimir una sonrisa.
Qué alivio.
Tiene ganas de reírse pero también le apetece estar enfadada conmigo.
Suspira.
—Britt, no vuelvas a hacerme eso.
Me desintegro en mi trono amarillo.
—Estabas muy enfadada—digo, y suelto un largo y profundo suspiro.
—Lo estaba, estaba mucho más que enfadada. Estaba como loca, Britt.
Se masajea las sienes en círculos intentando borrar el recuerdo.
—¿Por qué?
Se detiene en mitad del masaje.
—Porque no podía tocarte—lo dice como si fuera tonta. Capta mi mirada confusa porque se lleva los dedos a la frente y apoya el codo sobre la mesa—La idea de no poder tocarte hizo que me entrara el pánico.
¿Qué?
—¡Pero si estaba en la habitación!—exclamo un pelín demasiado alto.
Miro alrededor para asegurarme de que no he llamado la atención de la clientela pija. Me lanza una mirada asesina.
—¡Cuando te fuiste no estabas en la habitación!
Me inclino hacia ella.
—Me fui porque me amenazaste, San.
Ésta no es una conversación que uno deba tener en medio del pijerío del Ritz.
—Claro, porque me cabreaste, me volviste loca—me mira con los ojos muy abiertos—¿Cuándo compraste las esposas?—me pregunta en tono acusador, y da un golpe sobre la mesa con las palmas de las manos que hace callar a los demás comensales.
Me hundo en mi trono y espero a que retomen sus conversaciones.
—Ayer, al salir del trabajo. Tu puto polvo de represalia me chafó los planes—gruño.
—Esa boca... ¿Cómo que te chafé los planes?—pregunta, incrédula—Britt, en ninguno de mis planes entraba que me maniataras y me tuvieras a tu merced. En realidad, tú me has chafado los planes a mí.
Dejamos de hablar de planes, de polvos de represalia y de esposas cuando el camarero se acerca con nuestros huevos. Me sirve primero a mí y luego a Santana. Gira los platos para que la presentación, que es una obra de arte, luzca al máximo y nosotras podamos admirarla antes de atacarla con cuchillo y tenedor.
Le sonrío para darle las gracias.
—¿Se le ofrece algo más, señora?—le pregunta el camarero a Santana.
—No, gracias.
El camarero se va y nos deja para que retomemos nuestra conversación inapropiada.
Hundo el cuchillo en mi plato. Es demasiado bonito para comérselo.
—Deberías saber que tu linda coqueta está muy orgullosa de sí misma—digo pensativa mientras me llevo a la boca la tostada integral más deliciosa del mundo, cubierta de salmón y salsa holandesa.
—Apuesto a que sí—levanta las cejas—¿Es consciente de que estoy locamente enamorada de ella?
Me derrito en el acto.
Estoy en el Ritz, disfrutando de una comida increíble, y tengo delante a la mujer más apuesta y arrebatadora que he visto en mi vida, mi mujer apuesta y arrebatadora.
Es toda mía.
Estoy tomando el sol en el séptimo cielo de Santana.
—Creo que sí.
Se centra en su plato.
—Más le vale creérselo de verdad—dice, muy seria.
—Lo sabe.
—Mejor.
—Además, ¿qué problema hay?—pregunto—Treinta y siete años no es nada.
Me mira un instante. Casi parece avergonzada.
—No lo sé. Tú tienes veintipico y yo tengo casi cuarenta.
—¿Y?—la miro atentamente. Es obvio que se siente acomplejado por su edad—Te preocupa más a ti que a mí, San.
—Puede ser.
Lucha por contener una sonrisa. Se siente aliviada al ver que a mí no me importa en absoluto. Sacudo la cabeza y me dedico a comer. Mi sexy latina arrogante se siente insegura, pero eso sólo hace que la quiera más aún.
Comemos tranquilas y en silencio. El camarero nos visita a intervalos regulares para comprobar que todo está a nuestro gusto.
¿Cómo podría no estarlo?
Cuando terminamos, recoge los platos con maestría y Santana le pide la cuenta.
—¿Cuándo vamos a comprar el vestido, Britt?—pregunta antes de beber un sorbo de café.
Suelto un leve bufido, exasperada. Se me había olvidado. Sé que, si desobedezco, me echará a patadas del séptimo cielo de Santana.
Me encojo de hombros.
—No hace falta que me acompañes—repongo; puedo pasarme por House of Fraser en cualquier momento.
—Quiero ir. Recuerda que te debo un vestido y tal vez yo me compre uno también.
Sonríe, y la masacre del vestido me viene a la memoria. Sólo quiere venir para poder aprobar la selección, lo que significa que acabaré con pantalones de esquí y jersey ancho de cuello alto.
—¿El viernes a la hora de comer?
Intento parecer animada, pero fracaso miserablemente. La arruga de la frente se acentúa.
—¿No te parece que es muy poco tiempo?
—Encontraré algo—digo mientras me termino el café más delicioso que he probado nunca.
—Apúntame en tu agenda. Quiero el viernes por la tarde, toda la tarde, Britt.
—¿Qué?
Me están saliendo arrugas en la frente. Saca un fajo de billetes del bolsillo y mete cinco de veinte en la cartilla de cuero que ha dejado el camarero antes de irse.
¿Cien libras por un desayuno?
¡Cuesta lo mismo que mi vestido nuevo!
—El viernes por la tarde tienes una cita con López. A la una, más o menos—los ojos le brillan de felicidad—Iremos a comprar un vestido y podremos arreglarnos sin prisas para la fiesta.
—¡No puedo dedicarle toda la tarde a una sola cita!—espeto, incrédula.
Doña Imposible ha vuelto.
—Claro que puedes, y es justo lo que vas a hacer. Le estoy pagando más que suficiente a tu jefe—se levanta y se acerca a mi lado de la mesa—Tienes que decirle a Will que estás viviendo conmigo. No voy a andarme de puntillas con ella mucho tiempo.
¿Estoy viviendo con ella?
Tomo la mano que me ofrece y me pongo de pie. La dejo que me conduzca afuera del restaurante.
No, no va andarse de puntillas.
Va a pasarle por encima.
—Eso me complicará las cosas en el trabajo—intento hacerla razonar—No le va a gustar, San, y no quiero que piense que estoy haciendo la vaga en vez de trabajar cuando me reúno contigo.
—Me importa un bledo lo que piense. Si no le gusta, te retiras—dice sin dejar de andar, arrastrándome detrás de ella.
¿Qué me retire?
Adoro mi trabajo, y también adoro a Will.
Está de coña.
—Vas a pasarle por encima, ¿verdad?—digo con tiento.
Mi mujer es como un rinoceronte.
El aparcacoches le da las llaves a Santana y ella le tiende un billete de cincuenta libras.
¿Cincuenta?
¿Por aparcarle el coche y devolvérselo?
Vale que es un Aston Martin, pero aun así...
Se vuelve, me coge la cara con las manos y me da un beso de esquimal.
—¿Amigas, Britt-Britt?
Su aliento mentolado es como una apisonadora.
—Sí—me someto, pero a juzgar por los últimos minutos de conversación, no espero que lo seamos por mucho tiempo. ¿Retirarme?—Gracias por el desayuno.
Sonríe.
—De nada. ¿Adónde vas ahora?
—Al Royal Park.
—¿Cerca de Lancaster Gate? Yo te llevo.
Me da un beso apretado en los labios y me acerca suavemente las caderas hacia sí.
Trago saliva.
¡No puede hacerme esto en la puerta del Ritz!
Se ríe ante mi estupefacción antes de llevarme al coche. El aparcacoches me abre la puerta, le sonrío con dulzura y luego tomo asiento. Santana se desliza detrás del volante y me da un apretón rápido en la rodilla antes de internarse zumbando entre el tráfico de media mañana de Londres, como siempre, a velocidad de vértigo. Me pregunto cuántos puntos le quedan en el carnet.
Así que acabo de tener un desayuno de negocios con la señora López en el que sólo hemos hablado de locuras...
—¿Qué le digo a Will?—me vuelvo para mirarla.
Joder..., es tan guapa.
—¿Sobre qué? ¿Sobre nosotras?—me mira un instante. La arruga de la frente ya está en su sitio. Se encoge de hombros—Dile que ya nos hemos puesto de acuerdo sobre tus honorarios y que te quiero en La Mansión el viernes para terminar los diseños.
—Haces que parezca muy fácil—suspiro echándome hacia atrás en mi asiento mientras miro el parque al otro lado de la ventanilla.
Pone su mano sobre mi muslo y me da un apretón.
—Britt-Britt, haces que parezca muy complicado—Santana derrapa a la salida del Royal Park y hace un gesto a un aparcacoches que la mira con cara de felicidad cuando se acerca a recoger el vehículo—Te veo en casa.
Me envuelve la nuca con la palma de la mano, me acerca hacia sí y se toma su tiempo para despedirse.
La dejo hacer.
Me la tiraría aquí mismo.
El aparcacoches no se va, sino que mira con ojos golosos el DBS.
—Más o menos a las seis—le confirmo mientras ella me besa la comisura de los labios.
Sonríe.
—Más o menos.
Sé que no es el mejor momento para sacar el tema, pero me va a estar carcomiendo el resto del día.
No lo habrá dicho en serio, ¿verdad?
—No puedo retirarme a los veintiséis, San.
Se reclina en su asiento. Los estúpidos engranajes se ponen en marcha. Me preocupo: lo decía en serio.
—Ya te lo he dicho, no me gusta compartirte con nadie, Britt.
—Eso es ridículo—exploto.
Reacción equivocada, a juzgar por la mirada furibunda que cruza por su cara.
—No me llames ridícula, Britt.
—No te estaba diciendo ridícula a ti, se lo decía a esa loca idea tuya porque es ridícula—refuto con calma—Nunca voy a dejarte, Sanny.
Le acaricio la nuca.
¿De verdad necesita que se lo vuelva a repetir?
Su carnoso labio inferior desaparece entre los dientes y se queda mirando el volante del DBS.
—Eso no va a detener a quienes intenten apartarte de mi lado. No puedo permitir que eso suceda, Britt.
Me lanza una mirada torturada que me abre un agujero enorme en el estómago.
—¿Y ésos quiénes son?—pregunto con un claro tono de alarma.
Niega con la cabeza.
—Nadie en particular. Britt, no te merezco. Eres una especie de milagro. Eres mía y te protegeré como sea, haré lo necesario para eliminar toda amenaza—agarra el volante con las manos, que se le ponen blancas de apretarlo con tanta fuerza—Vale, necesito dejar de hablar de esto porque me pongo violenta.
Miro a mi hermosa mujer controladora, mi neurótica, y desearía poder darle las garantías que necesita.
Mis palabras no bastarán nunca.
Ahora me doy cuenta.
También me doy cuenta de que lo que en verdad quiere decir es que eliminará a cualquier persona que suponga una amenaza para ella, no para mí.
Me quito el cinturón de seguridad y me siento en su regazo, como si el aparcacoches no estuviera.
Total, sigue babeando con el DBS.
Acerco su cara a la mía, la cojo por las mejillas y la beso. Gime, me agarra del trasero y me acerca a sus caderas.
Quiero que me lleve al Lusso ahora mismo, pero no puedo darle plantón a Rory.
Nuestras lenguas se entrelazan, se acarician, se apartan y se unen de nuevo una y otra vez. Necesito tanto a esta mujer que me duele, es un dolor constante y horrible, y ahora sé que ella siente lo mismo por mí.
Me aparto.
Tiene los ojos cerrados. Lo he visto antes así y, la última vez que lo vi así, fue porque tenía algo que contarme.
—¿Qué pasa, San?—pregunto, nerviosa.
Abre los ojos como si se acabara de dar cuenta de que su cara la delataba.
—Nada—me aparta un mechón de la cara—Todo va bien, Britt.
Me tenso en su regazo. Eso también me lo ha dicho antes, y la verdad es que nada iba bien.
—Hay algo que quieres contarme—lo digo como si fuera un hecho.
—Es verdad—deja caer la cabeza y se me revuelve el estómago, pero entonces la levanta y me mira—Te quiero con locura, Britt-Britt.
Retrocedo un poco.
—Eso no es lo que quieres decirme.
Mi tono es de sospecha. Me dedica su sonrisa sólo para mujeres y me derrito en su regazo.
—Lo es, y seguiré diciéndotelo hasta que te canses de oírlo. Para mí es una novedad—se encoge de hombros—Me gusta decírtelo, Britt.
—No me cansaré de oírlo, y no se lo digas a nadie más. Me da igual lo mucho que te guste.
Sonríe. Es una sonrisa de niña traviesa.
—¿Te pondrías celosa?
Resoplo.
—López, no hablemos de celos cuando acaba de jurar que va a eliminar toda amenaza—digo, cortante.
—Está bien—me aprieta contra sí y levanta la pelvis. Mi sexo se despierta con un latido perverso—Mejor vamos a pedir una habitación, Britt—susurra moviendo una vez más sus exquisitas caderas.
Me bajo de su regazo, ansiosa por escapar de sus caricias, que me atontan, antes de que me dé por arrancarle el traje.
—Voy a llegar tarde a mi reunión—cojo el bolso y le doy un beso breve—Cuando llegue a casa, confío en que estés esperándome en la cama.
Me regala una sonrisa satisfecha.
—¿Me está dando usted órdenes, señorita Pierce?
—¿Va a decirme que no, López?
—Nunca, pero recuerda quién manda aquí.
Intenta cogerme pero le doy un manotazo y salto del coche antes de que me haga perder la razón. Meto la cabeza.
—Tú, pero te necesito. Por favor, ¿podrías esperarme desnuda para cuando llegue?
—¿Me necesitas?—pregunta con una mirada triunfal.
—Siempre. Nos vemos en tu casa.
Cierro la puerta y lo oigo gritar «nuestra» mientras me alejo. De pronto soy consciente de que alguien me está taladrando con la mirada. Me vuelvo y veo que el aparcacoches sonríe de oreja a oreja. Me sonrojo a más no poder y subo los escalones de la entrada del hotel.
Estoy contenta y a gusto en el séptimo cielo de Santana.
Oigo que me ha llegado un mensaje y busco el móvil en el bolso. Es de Santana.
Te extraño, te quiero, yo también te necesito. Bss, S.
Me echo a reír.
¿Cómo lo ha escrito tan de prisa?
Si no hace ni tres segundos que se ha ido.
Meto el móvil en el bolso y recorro el vestíbulo del Royal Park. Me conducen al mismo reservado en el que Rory y yo nos reunimos la última vez y él ya está esperándome. Tiene los tableros de inspiración esparcidos por la mesa y los está estudiando.
Hoy parece más informal.
Se ha quitado la chaqueta, se ha aflojado la corbata y lleva el pelo castaño perfecto.
Levanta la vista al oír que alguien se acerca.
—Brittany, me alegro de volver a verte.
Su voz y su acento son tan suaves como siempre.
—Igualmente, Rory. ¿Has recibido los bocetos?
Señalo con la cabeza los tableros y dejo el bolso en uno de los sillones de cuero verde.
—Sí, pero el problema es que me encantan todos. Eres demasiado buena.
Me ofrece la mano y se la acepto.
—Me alegro.
Le dirijo una amplia sonrisa y él me estrecha la mano con suavidad. Me suelta y se vuelve hacia la mesa.
—Aunque me decanto por esto.
Señala el de tonos blancos y crema, mi favorito.
—Yo también escogería ése—digo, contenta—Creo que es el que mejor resume tus aspiraciones.
—Es verdad—me sonríe con dulzura—Toma asiento, Brittany. ¿Te apetece beber algo?
Me siento en un sillón.
—Agua, gracias.
Le hace una seña al camarero que está en la puerta antes de sentarse en el sillón que hay a mi lado.
—Perdona que haya retrasado tanto nuestra reunión. Las cosas en casa se complicaron un poco más de lo que esperaba.
Ah. Debe de estar hablando de su divorcio. No puedo imaginarme que las cosas vayan como la seda cuando uno es tan rico como Rory. Su esposa querrá sacarle hasta el último céntimo.
¿Qué otra cosa podría ser?
Pero me callo. Sospecho que Marley se fue de la lengua. No quiero que la despida. Me cae bien.
—No pasa nada—sonrío y me centro en los tableros—Entonces ¿nos quedamos con éste?
Pongo la mano sobre la gama de blancos y cremas. Se inclina hacia adelante.
—Sí, me gusta la calidez y la simplicidad. Eres muy lista. Uno podría pensar que es insípido y frío, pero no es así en absoluto.
—Gracias. Todo depende de las telas y de los tonos.
Sonríe. Tiene los ojos azules muy brillantes.
—Sí, supongo que así es.
Pasamos varias horas hablando de fechas, plazos y presupuestos. Es muy fácil tratar con él, cosa que supone un gran alivio, y más después de que en nuestra última reunión me invitara a cenar. Me preocupaba que las cosas fueran raras entre nosotros, pero no. Se ha tomado bien mi negativa y no ha vuelto a mencionar el asunto.
—Y todos los materiales serán sostenibles, ¿sí?
Pasa su largo índice por los dibujos de una cama con dosel de la que habíamos hablado y de la que yo he hecho los bocetos.
—Por supuesto—mentalmente le doy las gracias a Marley por el dato que Rory olvidó darme y que resultaba ser tan importante. Le muestro las otras piezas de mobiliario que he dibujado—Todo es sostenible, como especificaste. Entiendo que en Escandinavia se toman muy en serio la deforestación.
—Cierto—se ríe—Todos tenemos que aportar nuestro granito de arena por el medio ambiente. Tuvimos mala prensa por el Lusso.
Imágenes de doce super-motos y un DBS que chupa gasolina como una esponja inundan mi mente. Apuesto a que Rory conduce un Prius híbrido.
—Lo sé—me mira a los ojos y yo sonrío tímidamente—Disculpa, tengo que ir al servicio—digo, cojo mi bolso y me levanto.
Paso cinco minutos en el baño retocándome el maquillaje y usando los servicios. Me gusta cómo se está desarrollando la reunión y tengo ganas de volver a la oficina y empezar con el diseño final. Me atuso el pelo, me pellizco las mejillas y salgo del lavabo de señoras. Cruzo el vestíbulo del hotel y vuelvo al reservado.
Al entrar, casi me atraganto cuando veo a Santana de pie junto a Rory, tan campante, mirando mis diseños.
Pero ¿qué coño hace aquí?
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FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 12
Capitulo 12
Esta vez se ha pasado de la raya.
No va a fastidiarme la reunión de negocios.
Dios, va a aplastar a Rory, y eso que ni siquiera sabe que la vez anterior me invitó a salir con él a cenar.
No entiendo nada.
Los observo charlar, en plan profesional, mientras pienso en cómo voy a manejar la situación. Como siempre, cuando Santana me la juega de esta manera, lo que quiero es gritarle, pero Rory está con ella, así que no puedo hacerlo.
Como si notara mi presencia (siempre la nota), se vuelve y me mira. Le lanzo una mirada que deja claro que está abusando de su suerte y me acerco despacio.
—Rory—digo abriéndome paso entre ellos dos.
Santana se pone tensa de pies a cabeza al ver la familiaridad con la que trato a mi cliente.
¡Por mí, como si se tira por la ventana!
Se lo tiene merecido.
¿Y quiere que me vaya a vivir con ella?
Ya puede olvidarse, y no hay polvo de entrar en razón que vaya a hacerme cambiar de parecer.
Rory me sonríe. No se me pasa por alto la ceja arqueada.
—Brittany, te presento a Santana López. Compró el ático del Lusso. Le estaba enseñando tus diseños. Está tan impresionada como yo.
—Gracias—digo sin saludar ni mirar a Santana. Le doy la espalda y me centro en mi cliente—¿Fijamos la fecha de nuestra próxima reunión?
Siento una corriente de aire gélido procedente de Santana.
—Sí, perfecto—asiente Rory—¿Te va bien el viernes por la tarde? Podemos reunirnos en Vida y hacernos una idea aproximada de las cantidades. ¿Qué te parece si te invito a comer?
Levanta las cejas, sugerente, y a pesar de que sé que no debería alentar este tipo de comportamiento, no puedo evitarlo.
—El viernes por la tarde me va perfecto, y estaré encantada de comer contigo.
Sonrío hasta que siento el aliento tibio y mentolado de Santana en la nuca. Se me ha acercado mucho para ser alguien que supuestamente no me conoce.
—Lamento interrumpir—interviene de pronto.
Me quedo helada.
Por Dios, que no le dé por hacer la apisonadora.
Me coge de los hombros y Rory frunce el ceño, confuso. Santana me da la vuelta hasta que me quedo de cara a ella.
—Britt-Britt, ¿no te acuerdas de que el viernes te voy a llevar de compras?
¡Me cago en ella!
No tiene consideración ni vergüenza. Va a conseguir que me despidan. Rory llamará a Will para quejarse, luego Will se va a enterar de lo de Santana.
¡Y me van a despedir!
Ni siquiera logro reunir las fuerzas para ponerle cara de asco. Los ojos le brillan cuando ve mi expresión de estupor.
No sé qué hacer.
—No sabía que se conocieran—farfulla Rory, aún más confuso que yo.
Nos acaba de presentar y ninguna de las dos le hemos dicho que ya nos conocíamos.
De hecho, somos más que conocidas.
Somos más que amigas.
Me acaba de llamar «Britt-Britt» y me coge con fuerza de los hombros de un modo que no es, para nada, profesional.
Santana le dedica a Rory una sonrisa de las que matan.
—Estaba por el barrio y sabía que el amor de mi vida estaba aquí—se encoge de hombros—Pensé en acercarme para robarle un beso. No voy a verla hasta dentro de cuatro horas—me roza la oreja con los labios. Estoy sin habla—Te echaba de menos—susurra.
¿Qué me echaba de menos?
¡Si sólo hace dos horas que no nos vemos!
Se está superando.
Quiero darle una patada en el culo… su lindo culo.
Esta mujer es imposible, y acabo de caerme de culo del séptimo cielo de Santana.
Me da la vuelta, para que pueda ver a Rory, y me aprieta contra su pecho envolviéndome con sus brazos. Luego me besa en la sien. Esto es muy poco profesional.
Me quiero morir.
Levanto la vista hacia Rory, que observa la sesión de avasallamiento de Santana con atención.
—Perdona, cuando me has dicho que habías quedado aquí con tu novia, no caí en la cuenta de que te referías a Brittany—dice.
—Sí, ¿verdad que es preciosa?—me besa en la sien otra vez y hunde la nariz en mi pelo—Y es toda mía—añade en voz baja, pero lo bastante alto para que Rory la oiga.
Me arde la cara, cada segundo que pasa me sonrojo más y más. Miro a todas partes menos a Rory.
¿Está intentando eliminarlo a él?
Rory es un cliente, no una amenaza. Al menos, por lo que Santana sabe.
Que Dios me ayude si se entera de que me invitó a cenar.
Mi mirada se posa un instante en Rory. Me está observando fijamente.
Estoy tan incómoda...
—Santana, si yo tuviera una Brittany, sin duda haría lo mismo—me sonríe y me pongo aún más roja—Entonces ¿quedamos mejor el lunes?
Recupero el habla.
—Por supuesto. El lunes es perfecto.
Intento librarme de Santana pero no me suelta, y sé que ni el ejército británico al completo podría arrancarme de sus brazos.
Rory me ofrece la mano.
—Te llamaré para decirte a qué hora en cuanto haya consultado mi agenda.
Le acepto la mano y la ofrenda. Estoy finalizando una importante reunión de trabajo con un cliente muy importante en los brazos de mi loca del control, neurótica y posesiva.
Estoy pasándolo fatal.
—Espero esa llamada—digo con entusiasmo, y me gano un pellizco por la espalda.
¿Es que quiere que explote aquí mismo?
Rory sale del reservado y veo que se vuelve para mirarnos un par de veces. Noto una mirada pensativa en su rostro pálido y no puedo evitar pensar que Santana acaba de lanzarle un desafío. Estoy tan enfadada que no me responden las rodillas. Me alegro de que Santana esté detrás de mí, porque es lo único que me mantiene en pie. Me relajo contra su pecho y suspiro.
—No me puedo creer que hayas hecho esto—le digo con calma, mirando al vacío—Acabas de avasallar al cliente más importante que tengo.
Me vuelvo entre sus brazos para mirarla a la cara.
—¿Quién es tu cliente más importante, Britt?—pregunta con el ceño fruncido.
Pongo los ojos en blanco.
—Tú eres mi amante, y da la casualidad de que también eres mi cliente.
—¡Soy mucho más que tu amante!
Bueno, vale.
Me he quedado un poco corta.
Sin duda es más que mi amante.
Miro su rostro asustado y me maldigo por querer ir directa al bar del hotel y beberme de un trago una copa de vino. Mentira, una botella entera.
Suspiro.
No hay nada que hacer.
—Tengo que volver al trabajo—digo.
Me doy la vuelta, pero me coge de la muñeca y siento la oleada de calor que siempre me provoca su contacto. Me adelanta y me mira a los ojos sin soltarme la muñeca.
—Lo has dicho a propósito—dice.
¡Sí, claro que sí!
¡Igual que ella ha venido expresamente al Royal Park para sabotear mi reunión!
La miro a través del mar de lágrimas que se agolpan en mis ojos.
—¿Por qué?
Es una pregunta sencilla.
Mira al suelo.
—Porque te quiero, Britt.
—Eso no es una razón.
Mi tono sugiere que me siento derrotada.
Lo estoy.
Me observa, horrorizada, y me pone firme con su increíble mirada.
—Lo es. Además, tiene fama de ser un mujeriego.
Vale, ahora se está inventando cualquier excusa para justificar su comportamiento irracional. Si me quiere, debería apoyarme en mi trabajo, no sabotearlo.
Sé que estoy siendo un poco melodramática pero esta situación podría tener un impacto terrible en mi floreciente carrera, ¿y todo porque ella cree que Rory es un mujeriego?
¿Basándose en qué?
—No puedes sabotear todas mis reuniones con clientes—le digo, agotada.
No confío en absoluto que vaya a hacerla entrar en razón.
—No lo haré. Sólo con él. Y con cualquier otra persona que pueda ser una amenaza—replica con franqueza.
Quiero darme de cabezazos contra la pared y gritar al cielo.
¿Significa eso que aparecerá también el lunes en la Torre Vida?
Santana cree que todas las personas son una amenaza.
—Tengo que irme—intento recuperar el control de mi cuerpo pero ella no me suelta.
—Yo te llevo—finalmente me libera—Coge tus cosas, Britt—se acerca a la mesa y comienza a recoger mis tableros de inspiración—Son realmente buenos—dice con celo.
No puedo corresponder a su entusiasmo. Estoy abatida y desanimada. Puedo ver cómo la carrera de mis sueños desaparece por el desagüe, y lo peor de todo es que tengo miedo de empujarla a la bebida si no cumplo con sus peticiones irracionales.
Estoy desesperada y no le veo solución.
¿Cómo puedo pasar de la felicidad absoluta al desaliento extremo en tan poco tiempo?
Le pido a Santana que me deje en la esquina de Berkeley Square para que Will no me vea saliendo del coche de la señora López casi cuatro horas después de nuestro desayuno de negocios. No me cabe duda de que Will no tardará en enterarse de mi relación con Santana, pero cuanto más tarde, mejor. Necesito pensar en cómo se lo voy a decir y rezar a todos los santos para que Rory no deje caer la bomba primero.
Es un asunto delicado.
Le doy a Santana un beso en la mejilla y la dejo observándome y mordiéndose con furia el labio inferior.
Ninguno de las dos dice nada.
—Te has tomado tu tiempo, flor—comenta Will en cuanto me siento a mi mesa.
—Rory y yo teníamos mucho que hacer. Parece que todo va bien—le digo a modo de explicación.
Parece funcionar. Sonríe al instante.
—¡Ah! ¿Está contento?
—Mucho—confirmo.
La sonrisa de Will gana unos centímetros.
—¡Maravilloso!—exclama retirándose a su oficina.
Está pletórico.
Abro el correo y oigo abrirse la puerta de la oficina. Levanto la vista y un enorme ramo de calas viene flotando hacia mí.
¿Cómo es posible?
No hace ni cinco minutos que nos hemos despedido. Aterrizan en mi mesa y la repartidora suspira.
—No sé por qué no te compra la floristería entera. Firma aquí, por favor.
Me planta el acuse de recibo en las narices y garabateo mi nombre.
—Gracias—se lo devuelvo y busco la tarjeta.
LO SIENTO, MÁS O MENOS.
BSS, S.
Me hundo en la silla.
Lo que en realidad quiere decir es... que lo siente porque sabe que me ha sentado mal, pero que no lamenta en absoluto haber avasallado a Rory o haberse pasado mi día por el forro.
Quizá deba pasar esta noche en casa de Rachel. Me vendría bien un poco de tiempo libre, una botella de vino, poder pensar con calma y sin distracciones.
La puerta del despacho se abre y aparece Danielle, sonriéndome de oreja a oreja.
¿Qué hace aquí?
Pero si he hablado con ella esta misma mañana. Su pelo rubio está resplandeciente y ondea mientras ella avanza con decisión hacia mi mesa saludándome efusivamente con la mano.
—¡Brittany!
—Dani—frunzo el ceño, pero no parece notar mi confusión.
—Estaba por el barrio y pensé en venir a verte.
Aposenta su cuerpo, elegante y delgado, en una silla frente a mi mesa.
—Qué bien—digo, y espero a que siga hablando.
—Sí—sonríe, pero no me da más datos.
Echo un vistazo al reloj. No son ni las tres. Todavía me quedan tres horas para terminar sus diseños y enviárselos por correo electrónico.
—¿Querías añadir alguna cosa al proyecto?
—No. Estoy segura de que me van a encantar tus diseños.
No sé qué decir.
¿Ha venido para nada?
¿Sin motivo?
—Brittany, ¿va todo bien?
Su sonrisa titubea un poco. Me compongo.
—Sí, todo bien—me obligo a alegrar la cara. No estoy bien, pero quiero lamentarme con calma, no entablar una conversación estéril con una clienta—Lo tengo todo listo, Dani. Te lo enviaré antes de que termine la jornada.
Esto ya se lo he dicho por teléfono, pero ¿qué otra cosa puedo decir?
¿Debería ofrecerle una taza de café?
—Eres un amor—se atusa el pelo y se lo echa a un lado—¿Tienes planes para el fin de semana?
Ahora sí que frunzo el ceño.
¿No se me estará pegando en plan lapa?
—No estoy segura.
Es la verdad. No sé qué hacer ni hacia adónde voy, ni el fin de semana, ni en mi vida en general.
—¡Podríamos salir de copas!
Suelto un gruñido para mis adentros. Quiere que seamos amigas. No mezclar los negocios con el placer es mi nueva regla.
¿Qué le digo?
—Claro.
Lo que mis labios acaban de decir me deja atónita. No quiero salir de copas con Dani, quiero meterme en la cama y hacer el bicho bola.
—¿Estás segura de que va todo bien?—insiste.
—Sí, de maravilla—intento sonreír, aunque me cuesta.
—¿Problemas con los hombres o mujeres?
Levanta sus cejas rubias perfectamente depiladas.
—No, ninguno.
Niego con la cabeza.
Dios, se está poniendo personal.
—Brittany, sé distinguir una mujer en un calvario emocional en cuanto la veo—se echa a reír—Ya me sé el cuento.
—Dani, de verdad que no hay ninguna persona.
No puedo creer lo que acabo de decir.
¿Que no hay ninguna persona?
Hay una mujer y es ella que me tiene pasando el calvario emocional, pero para este tipo de conversaciones necesito a Rachel, no a una clienta.
Vino y Rachel.
Me dedica una sonrisa comprensiva y se levanta.
—No valen la pena.
Le devuelvo la sonrisa, pero sólo porque me alegra que vaya a marcharse ya.
—Te paso los diseños en breve, Dani—parezco un disco rayado.
—¡No puedo esperar! Ya hablaremos... para salir de copas.
Sale volando de la oficina y me deja con el calvario emocional que sabe que estoy pasando. Le escribo un e-mail de inmediato. No quiero que vuelva por la oficina ofreciéndose para salir de copas.
Me va a estallar la cabeza.
Necesito a Rachel y necesito vino. Pero no voy a casa de Rachel.
Salgo de la oficina y me dirijo a los muelles de Santa Catalina porque la señora de La Mansión del Sexo es como un imán. Le dije que no iba a abandonarla y necesito respuestas a preguntas como quién es la mujer misteriosa.
—Buenas noches, Brittany.
—Hola, Clive, ¿me pones con seguridad, por favor?
—Ahora mismo no hay nadie disponible—dice, y fija la atención en el ordenador.
Es la manera que tiene de cortar la conversación, su forma de evitarme.
—Ya—suspiro.
Dejo a Clive y sigo hacia el ascensor. Subo y me apoyo en la pared de espejos una vez he introducido el código que Santana aún no ha cambiado. Abro con mi llave rosa y voy directa a la cocina. Me quito los zapatos y busco una botella de vino que sé que no voy a encontrar antes de coger un jarrón en el que poner las flores en remojo. Me acuerdo de que arriba hay un ramo antiguo que tiré sobre la cómoda mientras me preparaba a toda prisa para el polvo de la verdad. Subo la escalera y entro en el dormitorio para cogerlo.
Madre mía...
Mi nuevo vibrador con diamantes está hecho añicos en el extremo opuesto del dormitorio y hay un agujero en la pared enfrente de la cama. El dormitorio es enorme, así que debe de haberlo lanzado con una fuerza formidable. De repente pienso que el hecho de haberme marchado antes de que Santana consiguiera liberarse fue una excelente decisión.
Las esposas siguen colgando de la cama, e imágenes de Santana, hecha una furia, inundan mi mente. Esa mujer tiene problemas, problemas graves con el control, con ser irracional y conmigo.
Me arrodillo para recoger los pedazos. Los llevo al baño y los tiro a la papelera. Abro el grifo de la bañera. Cojo las calas, que necesitan agua desesperadamente, y bajo la escalera. A medio camino oigo la puerta principal y me quedo helada en cuanto veo a Santana. Se sitúa al pie de la escalera y me mira. Su apuesto rostro está impasible, y sus ojos oscuros, normalmente brillantes, se ven turbios.
Se deshace de la chaqueta del traje y empieza a subir mientras se desabrocha la camisa sin apartar la mirada de mí. Se la quita y la deja caer al suelo, cerca de la chaqueta. Le siguen el sujetador, los zapatos, los calcetines, los pantalones y las bragas. No consigo apartar la mirada de las marcas rojas de sus muñecas. Se quita el Rolex y lo deja sobre la ropa.
Nunca, jamás, volveré a esposarla.
—No voy a dejar que me toques hasta que me hayas dicho quién era esa mujer—digo.
Me va a costar cumplirlo, sobre todo si me hace una cuenta atrás o si me folla a lo Santana, pero voy a seguir insistiendo.
—No lo sé, Britt—responde, impasible.
—Entonces ¿no le has pedido a Clive que no me deje ver las grabaciones de las cámaras de seguridad?
Casi sonríe, pero debe de estar al tanto porque estoy segura de que el conserje le habrá dicho que he estado husmeando.
—Mi preciosa chica es implacable.
—Mi diosa me da evasivas.
—Britt, si no te necesitara aquí y ahora, te daría una buena lección.
—Pero me necesitas, así que desembucha.
—Me acosté con ella.
No me sorprende, porque eso ya me lo imaginaba.
—¿Por qué vino aquí?
—Porque oyó que había desaparecido—no titubea.
—¿Por eso? ¿Porque estaba preocupada?
Se encoge de hombros.
—Sí. Porque estaba preocupada. Ahora ven aquí.
Bien.
Vale.
¿Qué digo ahora?
Le he hecho una pregunta, me ha dado una respuesta.
—¿Por qué no lo has dicho antes?
Se encoge de hombros.
—Porque no era nada importante hasta que tú decidiste que sí.
Sube la escalera despacio, espectacular en su desnudez, y me coge sin detenerse un segundo. Se me caen las flores y me abrazo a ella.
—Tú le diste importancia al no contestar a mis preguntas.
No me responde. Quiero arrancarle la piel a tiras por haberme fastidiado el día. Quiero patalear y gritar pero no consigo reunir las fuerzas ni las ganas. Ya me ha respondido y ahora la quiero todo para mí.
Mi cerebro está frito pero mi cuerpo arde en deseos... de ella.
Me quedo de pie y empieza a desnudarme lentamente, mirando cómo sus manos me quitan la ropa. Yo me quedo quieta y la dejo hacer.
¿Por qué está tan seria?
Soy yo la que ha tenido que sufrir su forma insoportable de ser durante todo el día. Es como el bombo de la lotería de las emociones y los cambios de humor. Habría apostado todo mi dinero a que, después de mi actuación de esta mañana, me esperaba un polvo de represalia y, en vez de eso, me encuentro con la Santana dulce y cariñosa.
No me importa.
Ahora mismo necesito mimos y cariño.
Me quita el sujetador y me da un toquecito en los tobillos, como suele hacer, para poder quitarme las bragas. En cuanto estamos desnudas, me tumba sobre la gruesa y mullida moqueta de color crema y me cubre con su cuerpo. Entierra la cara en mi cuello y me huele con fervor. La imito y recibo mi dosis de su perfume. La abrazo con fuerza para sentirla más cerca, no quiero que haya nada entre nosotras.
Yacemos en el suelo, en mitad del dormitorio, y permanecemos abrazadas una eternidad. Miro el techo y le acaricio el pelo. El latido de su corazón contra mi pecho me reconforta.
—Te he echado de menos, Britt—susurra pegada a mi cuello.
Me estremezco cuando su lengua ardiente dibuja círculos en la piel sensible debajo de mi oreja. Hemos pasado menos de cinco horas separadas. Podría decirle que exagera, pero yo también la he echado de menos. Aunque estaba enfadada con ella, he acabado viniendo aquí, en lugar de ir a casa de Rachel.
—Yo también—digo—Gracias por las flores.
—De nada—me besa hasta llegar a los labios y luego sigue besándome por toda la cara al tiempo que me aparta el pelo hacia atrás. Me mira—Quiero llevarte a una isla desierta y que seas sólo mía para siempre, Britt-Britt.
—Vale. Si no hay gente, no hará falta que te portes como una loca con todo el mundo.
Su boca forma una media sonrisa y sus ojos brillan ligeramente. Me besa en los labios y rodamos por el suelo. Estoy sobre sus caderas y noto la prueba de su cambio de humor entre nuestros cuerpos. Como siempre, me despierta la necesidad incontrolable de quererla dentro y junto a mí. Los pezones se me ponen duros, al igual que los de ella; se da cuenta y me lanza su clásica sonrisa arrebatadora, la que se reserva para las mujeres. Quiero que la reserve sólo para mí. Siento una punzada de posesividad irracional.
—Te quiero, Britt—suspira.
—Lo sé—le acaricio el pecho y le pellizco un pezón—Yo también te quiero.
—¿Incluso después de lo de hoy?
Ay, Dios.
¿Está admitiendo que se ha portado fatal?
Esto es hacer progresos.
—¿Te refieres a después de que me hayas estado acosando todo el día?
Hace un mohín juguetón y se lleva las manos detrás de la cabeza. Se me hace la boca agua cuando sus pechos se elevan y sus músculos se relajan y se flexionan.
—Estaba preocupado por ti—protesta. Levanto una ceja burlona—De verdad, Britt—insiste.
No estaba preocupada por mí en absoluto. Simplemente ha tenido un ataque y se ha puesto posesiva de forma injustificada.
—Te has pasado tres pueblos y te has puesto muy posesiva. Mi latina difícil tiene que relajarse.
Da un respingo.
—No soy difícil.
—Eres difícil y lo niegas.
Frunce el ceño.
—¿Qué es lo que niego?
—Que eres difícil, exigente e irracional. Tu numerito de hoy ha sido excesivo.
Necesito saber que no me va a sabotear todas mis reuniones de negocios con clientes. Ha dicho que sólo iba a hacerlo con Rory, pero luego ha añadido que lo haría con cualquier otra persona que supusiera una amenaza. Su idea de amenaza dista mucho de la mía.
Va a eliminar a todos mis clientes que ella no apruebe, lo sé.
Voy a tener que ponerle un candado a mi agenda y otro en mi boca. Paso de contarle nada.
Parece un poco enfadada.
—Iba a intentar ligar contigo y entonces sí que habría tenido que ir a saco con él.
Me río.
¿Es que acaso no lo ha hecho ya?
No necesita que le diga que Rory ya intentó ligar conmigo. Mejor me guardo ese dato.
—Yo creo que se lo has dejado muy claro. Ha sido vergonzoso—gruño.
—Era necesario—farfulla, y yo pongo los ojos en blanco para demostrarle lo harta que estoy.
—Deberías correr unos cuantos kilómetros más—digo—¡Uy, la bañera!—doy un salto y corro hacia el cuarto de baño.
—¡Vuelve! ¡Yo te necesito más, Britt!—grita ante mi partida.
—¿No te has cansado ya de mí?—cierro el grifo.
Llevo aquí varios días seguidos. Me llama, me envía mensajes, me manda flores y hace que Finn me lleve a trabajar. Es una especie de forma de estar en contacto o de control. Apuesto a que no aguanta un día entero sin sabotearme el trabajo o sin entrometerse en mi jornada.
Pero ¿preferiría que se mantuviera al margen?
Me gustan las flores y los mensajes; es su manía de avasallar y pisotear lo que me molesta.
¿Se sentiría tentada de tomarse una copa para sobrellevar el día?
¿Debería arriesgarme?
Mi cabeza relajada empieza a dolerme... otra vez.
Vuelvo al dormitorio y sigue espatarrada en el suelo.
Está para comérsela.
Me acerco y me siento sobre sus caderas.
—¿Que si me he cansado de ti? Para nada. Te necesito cada segundo del día, igual que tú me necesitas a mí, Britt-Britt.
Me pellizca un pezón y doy un saltito encima de ella. Aterrizo sobre su sexo y ella me lanza su sonrisa arrebatadora.
—¿Y si no pudieras estar conmigo en todo el día?
En el futuro, habrá ocasiones en las que ella estará de viaje de negocios, o puede que tenga que viajar yo.
Se le borra la sonrisa de la cara y me mira muy seria.
—¿Vas a intentar detenerme?
—No, pero puede que haya situaciones en las que no tengas acceso inmediato a mí.
Una mirada de pánico le cruza el rostro y su carnoso labio inferior desaparece entre sus dientes. Está pensando en lo que acabo de decir y es ahora cuando me doy cuenta de que iba muy en serio cuando decía que me tendría cuando quisiera y donde quisiera.
Eso no es nada razonable.
He visto el resultado de no haber respondido alguna llamada: se puso frenética.
—¿Le darías al vodka?
Ya está, ya lo he dicho.
Se echa a reír y yo frunzo el ceño.
¿Qué tiene de gracioso?
—Te prometí que no iba a volver a beber, nunca. Iba muy en serio—dice con total confianza. Se sienta y me coge de las caderas. Doy un respingo y ella sonríe—A la bañera. Te quiero mojada y resbaladiza, Britt.
—Tu seguridad en ti misma es impresionante—mascullo con sarcasmo mientras me levanto y le tiendo la mano.
Me mira, entorna los ojos, me coge de la mano, tira de mí y me da la vuelta. Me envuelve con su cuerpo y me da un beso largo y sentido.
—Es muy fácil tenerla, porque te tengo a ti. No le des tantas vueltas, Britt-Britt.
¡Ja!
Para ella es fácil decirlo. Soy yo la que tiene que lidiar con una tarambana.
—¿Entonces mañana no vas a molestarme en todo el día?
No va a ser capaz de dejarme en paz, lo sé. Los engranajes de su cabeza trabajan a toda velocidad y se muerde el labio inferior.
—¿Comemos juntas?
Lo sabía. Es incapaz.
—He quedado con Rach para comer—le digo para rechazar su propuesta.
Hace un mohín.
—¿Puedo ir yo también?
No, no puede porque necesito tiempo con Rachel para hablar de ella y de su forma imposible de ser.
—No—respondo con firmeza.
—Creo que estás siendo muy poco razonable, Britt—protesta.
Echo la cabeza atrás y suelto una carcajada. Tiene mucha cara dura, entonces me hace cosquillas y doy un salto y me arqueo.
—¡Para!—chillo.
—¡No!
—¡ Sanny, por favor!
Los ojos se me llenan de lágrimas e intento soltarme. No puedo más.
—¿Comemos juntas?—pregunta con calma sin dejar de hacerme cosquillas.
—¡De ningún modo!—chillo sin poder parar de reír.
No es justo, no voy a ceder.
¡No!
—Tal vez tenga mejor suerte con un polvo de entrar en razón.
Me suelta, me relajo e intento controlar mi respiración irregular y angustiada.
—San, no puedo estar contigo cada segundo del día—repongo tratando de que me entienda.
—Podrías, si dejaras de trabajar—lo dice muy en serio.
Abro los ojos, furiosa.
¡Nunca!
Adoro mi trabajo.
—Ahora quien no está siendo nada razonable...
Pierdo el hilo de mis pensamientos en cuanto me penetra.
Dios, aquí viene el polvo de entrar en razón, pero ¿a qué tengo que acceder?, ¿a comer con ella o a retirarme?
¿A los veintiséis?
¡Es absurdo!
No pierde el tiempo. Entra y sale como una loca. Abro las piernas y me sujeta por las muñecas con su otra mano.
—¿Comemos juntas?—pregunta mientras me embiste con más fuerza.
Mi cerebro acaba de abandonar el edificio pero consigo procesar que es un polvo de entrar en razón sobre la comida de mañana.
Qué alivio.
Será más fácil dejar que venga a comer conmigo que retirarme, aunque se lo voy a poner difícil igualmente. Doña Imposible tiene un reto entre manos.
—¡No!—grito, desafiante.
Gruñe y embiste, sus dedos me acarician con fuerza y rapidez mientras ella entra y sale como un animal salvaje.
—Respondes tan bien a mí, Britt-Britt.
¡Lo sé!
Me pone un dedo encima y se me caen las bragas solas.
—San, por favor.
Me ataca sin piedad con sus dedos y los mueve como una fiera en mi interior.
—Britt, deja que vaya a comer contigo—niego con la cabeza mientras contengo el aliento—¿Te gusta esto?
—¡Sí!—grito con la respiración acelerada.
La cresta de un orgasmo explosivo cae sobre mí y su mano libre sujeta mis muñecas con más fuerza.
—Di que sí, Britt—insiste con brusquedad.
¿Qué pasa si no digo que sí?
¿Y si le llevo la contraria?
—¡No!
No voy a ceder. No puede echarme un polvo de entrar en razón cada vez que le diga que no a algo. Me penetra sin parar, mis caderas se tensan, se me nubla la mente.
—Britt, dame lo que quiero.
—¡San!
—Vas a correrte.
—¡Sí!—grito.
Todo el estrés acumulado durante el día va a explotar en cualquier momento.
—Britt, no sabes lo que me haces—añade, y me da una potente estocada con un movimiento relampagueante de sus dedos.
Se me queda la mente en blanco y estoy a punto de estallar cuando se detiene, lo que hace que mi orgasmo inminente se desvanezca.
—¡¿Qué estás haciendo?!—exclamo, estupefacta. Muevo las caderas en busca de la fricción que necesito para hacerme saltar por los aires, pero ella aparta sus dedos dejando solo la punta de ellos en mí—¡Serás hija de perra!—le espeto.
—¡Cuidado con esa boca! Di que sí, Britt—jadea sin perder el control de sus palabras.
¿Cómo lo hace?
—No—me mantengo firme.
Niega con la cabeza, me clava la mirada y entra en mí, muy despacio, y luego levanta los dedos.
—¡Ahhhh!—gimo—Más rápido.
—Di la palabra mágica, Britt—repite el movimiento de tortura—Dila y tendrás lo que quieres.
—No juegas limpio—protesto.
—¿Quieres que pare?
—¡No!—grito, frustrada.
Esta tortura es lo peor. Afloja la mano que sujeta mis muñecas.
—Te lo voy a preguntar una vez más, Britt-Britt. ¿Comemos juntas mañana?
Santana mueve intermitentemente los dedos hacia adelante mientras formula la pregunta y yo pierdo la capacidad de llevarle la contraria.
—Fóllame—lloriqueo.
Me mira con una media sonrisa; esto la divierte.
—Cuidado con esa boca, Britt—ahora sonríe del todo—¿Eso ha sido un «sí»?
—¡Sí!—grito.
—Buena chica.
Se adentra en mí con fuerza, como un rayo, y la deliciosa presión comienza a crecer de nuevo, lista para desbordarme. Me tenso de pies a cabeza y oleadas de calor recorren mi torrente sanguíneo, la piel me arde por el roce de la moqueta. Es un momento demencial.
—¡San!
Mi cuerpo estalla de placer en mil direcciones por mi sistema nervioso y se produce una explosión en mi sexo.
Grito.
Sus embates se vuelven apremiantes y su respiración fuerte e irregular. Los músculos de mi interior se aferran a ella con voracidad y mi cuerpo, agotado y laxo, está indefenso ante sus implacables estocadas. Cae sobre mí, sudoroso, y se mueve con dulzura.
—Mi trabajo aquí está hecho—jadea en mi oído.
Acostada bajo su cuerpo cálido, intento recuperar la conciencia y el aliento. Me pregunto si siempre será así. Ella consigue lo que quiere, así que probablemente siempre será así.
Tengo que aprender a manejar esta situación.
Tengo que practicar y aprender a decirle que no.
Me río ante la ridiculez de lo que estoy pensando. No voy a decirle nunca que no. Se apoya en las manos y caigo en la cuenta de que no hace ningún gesto de dolor.
—¡Tu mano!—grito.
La levanta y veo que sigue un poco amoratada, pero la inflamación ha desaparecido.
—Está bien. Holly me obligó a tenerla metida en hielo casi toda la tarde.
¿Qué?
—¿Holly?—digo sin preocuparme del tono de mi voz.
Resulta que me sale el de acusación. Ella frunce el ceño y me odio por parecer tan sorprendida.
—Ha hecho lo que haría cualquier buena amiga—dice tan tranquila, cosa que no hace más que preocuparme.
Ella ha visto las marcas de las muñecas. No hace falta ser muy listo para saber de qué son. No me gusta que otra mujer cuide de ella, pero el hecho de que lo haga doña Morritos hace que me salga la vena celosa. Me ha dejado claro que me detesta y que le gusta Santana.
Y las mujeres de La Mansión es probable que me traten igual de mal y... me duele la cabeza.
De repente mi lado posesivo no me gusta nada. Dios, siempre me burlo de Santana por ponerse así. Soy una hipócrita, y el modo en que me está mirando, para saber de qué humor estoy, tampoco me ayuda. Es una mujer muy deseable que asalta a las mujeres con esa puta sonrisa que hace que se derritan a sus pies.
Me revuelvo debajo de ella para que me suelte y ella deja que me levante. Frunce el ceño. Voy directa a meterme en la bañera de agua caliente. No me siento cómoda con esta clase de sentimientos.
Nunca he sido celosa.
Voy a tener que espantarle las mujeres a diario. Eso sí que es un trabajo a jornada completa. De hecho, es posible que sí necesite retirarme.
—¿Alguien ha visto al monstruo de los ojos verdes?
Ahí está, desnuda en todo su esplendor, junto a la puerta del baño.
—No—me burlo.
No podría parecer más celosa ni a propósito.
Se acerca a la bañera y se mete detrás de mí. Me rodea por detrás con las piernas y con los brazos y me atrae hacia su pecho.
—Britt, sólo tengo ojos para ti—me susurra al oído—Y soy toda tuya.
Coge la esponja natural del borde de la bañera, la mete en el agua y empieza a pasármela por el pecho.
—Quiero saber cosas de ti.
Noto que suspira.
—¿Qué quieres saber?
—¿La Mansión es sólo un negocio o lo has mezclado con el placer?—inquiero directamente.
Sé que lo ha mezclado con el placer porque lo dijo el tío raro al que Santana le hizo una cara nueva el día en que descubrí lo que en realidad ocurría ahí. También me lo dijo Quinn.
Entonces ¿para qué pregunto?
Noto un sabor amargo en la boca. La esponja se detiene en mi pecho unos segundos pero luego vaga por mi cuerpo.
—Directa al grano—dice en tono seco.
—Dímelo—insisto.
Deja escapar un suspiro tan hondo que estoy a punto de darme la vuelta y mirarla para dejarle claro que no me gusta que su reacción a mi pregunta sea el aburrimiento.
—He picoteado—dice como si le molestara.
¿Picoteado?
No me gusta cómo suena «picoteado» en ese contexto.
—¿Y sigues picoteando?
—¡No!—se pone muy a la defensiva.
—¿Cuándo picoteaste por última vez?
No sé si quiero saberlo
¿Por qué le pregunto estas cosas?
La esponja se detiene de nuevo.
Por favor, no me digas que tiene que pensar la respuesta.
—Mucho antes de conocerte, Britt—responde mientras sigue acariciándome con la esponja.
—¿Cómo cuánto tiempo?
Necesito cerrar el pico. La verdad es que no quiero saberlo, pero las preguntas me salen solas.
—Britt, ¿de verdad importa?—está molesta.
—Sí—respondo rápidamente.
No, la verdad es que no, pero sus evasivas y sus monosílabos me pican la curiosidad.
—No era algo habitual.
Está haciendo piruetas para evitar darme una respuesta.
—No has respondido a mi pregunta.
—¿Va a cambiar lo que sientes por mí?—dice, y esa pregunta hace que me pique aún más la curiosidad.
¿Qué habrá hecho?
—No—contesto, aunque no estoy tan segura.
Ella cree que cambiará mis sentimientos.
—Entonces ¿podemos dejar el tema? Forma parte de mi pasado, igual que otras muchas cosas, y prefiero que se queden dónde están—es un tono de punto y final.
La tía pasa de mí—Sólo tengo ojos para ti. Punto—me da un beso en la coronilla—¿Cuándo te vienes aquí, Britt?
Gruño para mí. Para eso también me echó un polvo de entrar en razón. Empiezo a darme cuenta de que sus polvos de entrar en razón sólo sirven para que le dé la razón a ella.
—Ya estoy aquí—le recuerdo.
—Quiero decir que cuándo vamos a traer tus cosas—me pellizca un pezón—No te pases de lista, Britt.
Pongo los ojos en blanco. Necesito recoger mis cosas de casa de Elaine, y tengo un montón de ropa en casa Rachel (a pesar de que hice limpieza general), pero no sé si es una buena idea.
—Tengo que recoger el resto de mis cosas de casa de Elaine.
¿De verdad lo he dicho en voz alta?
—¡No! ¡De ninguna manera!—me grita al oído, y retrocedo ante la potencia de su voz. Está claro: lo he dicho en voz alta—Enviaré a Finn. Ya te dije que no ibas a volver a verla.
Cierto.
Más me vale cambiar de tema. No vamos a ninguna parte, no soy tan tonta. Finn no va a ir y ya he quedado con Elaine. Santana nunca lo sabrá. Bueno, se enterará cuando vea mis cosas, pero para entonces ya estará hecho.
Cambio de tema.
—Dime dónde estuviste cuando desapareciste.
Se pone tensa.
—No—escupe a toda velocidad.
Vale, me estoy cabreando. Me vuelvo para que tenga que mirarme a los ojos.
—La última vez que te guardaste las cosas, te dejé.
Abre los ojos y luego los entorna. Sabe que la he pillado.
—Me encerré en mi despacho.
—¿Durante cuatro días?—no cuela.
—Sí, Britt, durante cuatro días—mira hacia la pared para evitar mi mirada.
—Mírame—le mando.
Me mira, sorprendida de que se lo haya ordenado.
—¿Perdona?
Está casi riéndose. No me gustan esos aires de superioridad.
—¿Qué estuviste haciendo en tu despacho?—pregunto.
Joder, ¿por qué no cierro la boca de una puta vez?
—Beber. Ya está. Eso es lo que estuve haciendo. Estaba intentando ahogar las penas y tu recuerdo en vodka. ¿Ya estás contenta?
Intenta cambiarme de posición pero me tenso y me convierto en un peso muerto.
¿Estuvo bebiendo?
¿Se pasó cuatro días inconsciente hasta que la encontré el viernes?
Me siento muy, muy culpable.
Me resisto y le empujo el cuerpo mojado de vuelta a la bañera. Cede y me deja hacer. Sé que es más fuerte que yo y que podría irse si quisiera, pero la verdad es que no quiere escapar. Me deslizo por sus piernas hasta que nuestras narices se rozan.
Alza la mirada.
—Lo siento, Britt—susurra. Me derrito y le doy un beso apremiante en la boca, una forma de decirle sin palabras que no me importa—Lo siento, Britt-Britt.
—Calla, San.
Me aprieto contra su cuerpo, ataco su boca, desesperada por hacerle entender que me importa un pimiento.
Me siento responsable... Me siento culpable.
—Cuando vi los cardenales en tus brazos me di cuenta de que había tocado fondo, Brittany.
—Chsss—la hago callar, y mi boca le cubre la cara de pequeños besos—Ya has dicho bastante.
Me coge del culo y me levanta. Hunde la cara en mi pecho.
—No volverá a pasar. Me mataría antes de volver a hacerte daño, Britt.
No es necesario que lo diga de esta forma.
Lo entiendo.
Lo siente.
Yo también.
No debería haberla dejado así. Debería haberme quedado, haberle dado una ducha fría y haber esperado a que se le pasara la borrachera.
—Ya he hablado bastante, San.
—Te quiero.
—Lo sé. Y yo también lo siento.
Me suelta y me deslizo de nuevo por su cuerpo hasta que estamos cara a cara.
—¿Tú por qué tienes que sentirlo?
Me encojo de hombros.
—Ojalá no te hubiera dejado.
—Britt, no te culpo por haberte marchado. Me lo merecía y me anima a no volver a beber. Saber que podría perderte es mi mayor motivación, créeme.
—No volveré a abandonarte. Nunca.
Me sonríe.
—Espero que no, porque sería mi fin.
—Y el mío—digo en voz baja acariciándole el pelo.
Necesito que sepa que el sentimiento es mutuo.
—Bien, ninguna de las dos va a irse a ninguna parte. Eso ha quedado claro—me besa con suavidad.
—¿No tienes hambre?—pregunto sin apartarme.
Necesitamos hablar de otra cosa.
—Sí. ¿Vas a prepararme una comida equilibrada?
Sonrío.
—Estoy cansada. ¿Podemos encargar una comida equilibrada?
—Claro. Tú relájate y yo pediré la cena.
Me levanta y sale de la bañera. La charla ha sido extraña y satisfactoria. Se está abriendo a mí.
Después de cenar comida china nada equilibrada, me ovillo en el sofá bajo el brazo de Santana. Me acaricia el pelo mientras ve un programa de MotoGP. Está claro que le apasiona: está muy concentrada en la televisión. Me acurruco a su lado y me pregunto qué pasará mañana. Ya ha negociado la comida con un polvo de entrar en razón que quitaba el sentido. Podría negarme, pero entonces me caería un polvo de recordatorio.
No estaría mal... Estoy adormilada y mi mente se encierra en sus actividades desconocidas en La Mansión.
¿Es necesario que me entere de todos los detalles?
Lo creo cuando dice que no tiene ojos para otra mujer, de verdad, así que investigar sobre sus ex amantes no va a llevarme a ninguna parte; sólo conseguiría ponerme celosa. El hecho de imaginármela con otra me pone enferma. Ya tiene una edad (que ahora ya la sé), y es una mujer muy atractiva. Seguro que tiene un montón de conflictos sexuales, pero forman parte del pasado, como ella dice.
Sólo importan el aquí y el ahora, y yo estoy aquí, ahora.
—Vamos, Britt-Britt—me coge en brazos y me lleva a la cama. Ni me muevo cuando me desviste y me deja sobre el colchón, se acuesta a mi lado y me abraza—Te quiero—susurra.
Y como he perdido el habla, me limito a acurrucarme junto a ella.
Abro los ojos y todavía es de noche. Soy vagamente consciente de que la cama vibra y de que estoy mojada.
Pero ¿qué coño...?
Tardo unos instantes pero, cuando me doy cuenta de lo que pasa, me doy de bruces contra la realidad. Busco la lámpara de la mesilla de noche y la luz me hace daño en los ojos. Los entorno, intentando enfocar, y veo que Santana está sentada en la cama, abrazada a las rodillas y meciéndose hacia adelante y hacia atrás. Mierda, está empapada y tiene las pupilas dilatadas.
Parece petrificada.
Me abalanzo sobre ella.
¿Debería acunarla?
—¿San?—digo con dulzura, no quiero asustarla.
No responde. Sigue meciéndose. Entonces empieza a hablar.
—Te necesito—dice.
—¿Santana?—le pongo la mano en el hombro y la sacudo un poco. Parece muy asustada—¿San?
¿Mojada?
—Te necesito, te necesito, te necesito—repite la misma canción una y otra vez.
Quiero echarme a llorar.
—Sanny, por favor—le suplico—Para, estoy aquí.
No soporto verla así.
Está temblando y tiene la cara empapada en sudor. La arruga de la frente es más profunda que nunca. Intento colocarme en su campo de visión pero parece que no me ve. Sigue meciéndose y hablando sola, con la mirada perdida.
Está dormido.
Aparto las piernas de su cuerpo y me tumbo en su regazo. La abrazo con todas mis fuerzas. Tiene la espalda sudada. No sé si está consciente, pero sus brazos se aferran a mí y entierra la cara en mi cuello. Permanecemos así una eternidad. Le susurro al oído, esperando que me reconozca y que despierte de su terror nocturno. Si es que esto es un terror nocturno, no tengo ni idea. Despierta no está, hasta ahí llego.
—¿Britt?—musita en mi cuello dos siglos después.
Tiene la voz rota y cansada.
Está despierta.
—Hola. Estoy aquí.
Le cojo la cara con las manos. Sus ojos buscan algo en los míos. No sé muy bien qué.
—Lo siento mucho.
—¿Por qué, Sanny?—me preocupo aún más.
—Por todo.
Se tumba sobre la cama y me arrastra consigo. Acabo echada sobre su torso sudado. Estoy empapada pero me da igual. Apoyo la cabeza en su pecho y escucho cómo se normaliza el latido de su corazón.
—¿San?—digo, nerviosa.
No contesta. Levanto la cabeza y veo que se ha dormido y parece estar en paz.
¿Qué coño acaba de pasar?
Paso horas tumbada sobre ella, buscando mil razones para sus disculpas.
Mierda, quizá le esté buscando los tres pies al gato.
Hay muchas cosas por las que debería pedirme perdón. Por mentirme, por engañarme, por beber, por ser tan poco razonable, por su vena posesiva, por su comportamiento neurótico, por fastidiarme la reunión, por...
…Me quedo dormida mientras repaso todas las razones por las que Santana debería pedirme perdón.
No va a fastidiarme la reunión de negocios.
Dios, va a aplastar a Rory, y eso que ni siquiera sabe que la vez anterior me invitó a salir con él a cenar.
No entiendo nada.
Los observo charlar, en plan profesional, mientras pienso en cómo voy a manejar la situación. Como siempre, cuando Santana me la juega de esta manera, lo que quiero es gritarle, pero Rory está con ella, así que no puedo hacerlo.
Como si notara mi presencia (siempre la nota), se vuelve y me mira. Le lanzo una mirada que deja claro que está abusando de su suerte y me acerco despacio.
—Rory—digo abriéndome paso entre ellos dos.
Santana se pone tensa de pies a cabeza al ver la familiaridad con la que trato a mi cliente.
¡Por mí, como si se tira por la ventana!
Se lo tiene merecido.
¿Y quiere que me vaya a vivir con ella?
Ya puede olvidarse, y no hay polvo de entrar en razón que vaya a hacerme cambiar de parecer.
Rory me sonríe. No se me pasa por alto la ceja arqueada.
—Brittany, te presento a Santana López. Compró el ático del Lusso. Le estaba enseñando tus diseños. Está tan impresionada como yo.
—Gracias—digo sin saludar ni mirar a Santana. Le doy la espalda y me centro en mi cliente—¿Fijamos la fecha de nuestra próxima reunión?
Siento una corriente de aire gélido procedente de Santana.
—Sí, perfecto—asiente Rory—¿Te va bien el viernes por la tarde? Podemos reunirnos en Vida y hacernos una idea aproximada de las cantidades. ¿Qué te parece si te invito a comer?
Levanta las cejas, sugerente, y a pesar de que sé que no debería alentar este tipo de comportamiento, no puedo evitarlo.
—El viernes por la tarde me va perfecto, y estaré encantada de comer contigo.
Sonrío hasta que siento el aliento tibio y mentolado de Santana en la nuca. Se me ha acercado mucho para ser alguien que supuestamente no me conoce.
—Lamento interrumpir—interviene de pronto.
Me quedo helada.
Por Dios, que no le dé por hacer la apisonadora.
Me coge de los hombros y Rory frunce el ceño, confuso. Santana me da la vuelta hasta que me quedo de cara a ella.
—Britt-Britt, ¿no te acuerdas de que el viernes te voy a llevar de compras?
¡Me cago en ella!
No tiene consideración ni vergüenza. Va a conseguir que me despidan. Rory llamará a Will para quejarse, luego Will se va a enterar de lo de Santana.
¡Y me van a despedir!
Ni siquiera logro reunir las fuerzas para ponerle cara de asco. Los ojos le brillan cuando ve mi expresión de estupor.
No sé qué hacer.
—No sabía que se conocieran—farfulla Rory, aún más confuso que yo.
Nos acaba de presentar y ninguna de las dos le hemos dicho que ya nos conocíamos.
De hecho, somos más que conocidas.
Somos más que amigas.
Me acaba de llamar «Britt-Britt» y me coge con fuerza de los hombros de un modo que no es, para nada, profesional.
Santana le dedica a Rory una sonrisa de las que matan.
—Estaba por el barrio y sabía que el amor de mi vida estaba aquí—se encoge de hombros—Pensé en acercarme para robarle un beso. No voy a verla hasta dentro de cuatro horas—me roza la oreja con los labios. Estoy sin habla—Te echaba de menos—susurra.
¿Qué me echaba de menos?
¡Si sólo hace dos horas que no nos vemos!
Se está superando.
Quiero darle una patada en el culo… su lindo culo.
Esta mujer es imposible, y acabo de caerme de culo del séptimo cielo de Santana.
Me da la vuelta, para que pueda ver a Rory, y me aprieta contra su pecho envolviéndome con sus brazos. Luego me besa en la sien. Esto es muy poco profesional.
Me quiero morir.
Levanto la vista hacia Rory, que observa la sesión de avasallamiento de Santana con atención.
—Perdona, cuando me has dicho que habías quedado aquí con tu novia, no caí en la cuenta de que te referías a Brittany—dice.
—Sí, ¿verdad que es preciosa?—me besa en la sien otra vez y hunde la nariz en mi pelo—Y es toda mía—añade en voz baja, pero lo bastante alto para que Rory la oiga.
Me arde la cara, cada segundo que pasa me sonrojo más y más. Miro a todas partes menos a Rory.
¿Está intentando eliminarlo a él?
Rory es un cliente, no una amenaza. Al menos, por lo que Santana sabe.
Que Dios me ayude si se entera de que me invitó a cenar.
Mi mirada se posa un instante en Rory. Me está observando fijamente.
Estoy tan incómoda...
—Santana, si yo tuviera una Brittany, sin duda haría lo mismo—me sonríe y me pongo aún más roja—Entonces ¿quedamos mejor el lunes?
Recupero el habla.
—Por supuesto. El lunes es perfecto.
Intento librarme de Santana pero no me suelta, y sé que ni el ejército británico al completo podría arrancarme de sus brazos.
Rory me ofrece la mano.
—Te llamaré para decirte a qué hora en cuanto haya consultado mi agenda.
Le acepto la mano y la ofrenda. Estoy finalizando una importante reunión de trabajo con un cliente muy importante en los brazos de mi loca del control, neurótica y posesiva.
Estoy pasándolo fatal.
—Espero esa llamada—digo con entusiasmo, y me gano un pellizco por la espalda.
¿Es que quiere que explote aquí mismo?
Rory sale del reservado y veo que se vuelve para mirarnos un par de veces. Noto una mirada pensativa en su rostro pálido y no puedo evitar pensar que Santana acaba de lanzarle un desafío. Estoy tan enfadada que no me responden las rodillas. Me alegro de que Santana esté detrás de mí, porque es lo único que me mantiene en pie. Me relajo contra su pecho y suspiro.
—No me puedo creer que hayas hecho esto—le digo con calma, mirando al vacío—Acabas de avasallar al cliente más importante que tengo.
Me vuelvo entre sus brazos para mirarla a la cara.
—¿Quién es tu cliente más importante, Britt?—pregunta con el ceño fruncido.
Pongo los ojos en blanco.
—Tú eres mi amante, y da la casualidad de que también eres mi cliente.
—¡Soy mucho más que tu amante!
Bueno, vale.
Me he quedado un poco corta.
Sin duda es más que mi amante.
Miro su rostro asustado y me maldigo por querer ir directa al bar del hotel y beberme de un trago una copa de vino. Mentira, una botella entera.
Suspiro.
No hay nada que hacer.
—Tengo que volver al trabajo—digo.
Me doy la vuelta, pero me coge de la muñeca y siento la oleada de calor que siempre me provoca su contacto. Me adelanta y me mira a los ojos sin soltarme la muñeca.
—Lo has dicho a propósito—dice.
¡Sí, claro que sí!
¡Igual que ella ha venido expresamente al Royal Park para sabotear mi reunión!
La miro a través del mar de lágrimas que se agolpan en mis ojos.
—¿Por qué?
Es una pregunta sencilla.
Mira al suelo.
—Porque te quiero, Britt.
—Eso no es una razón.
Mi tono sugiere que me siento derrotada.
Lo estoy.
Me observa, horrorizada, y me pone firme con su increíble mirada.
—Lo es. Además, tiene fama de ser un mujeriego.
Vale, ahora se está inventando cualquier excusa para justificar su comportamiento irracional. Si me quiere, debería apoyarme en mi trabajo, no sabotearlo.
Sé que estoy siendo un poco melodramática pero esta situación podría tener un impacto terrible en mi floreciente carrera, ¿y todo porque ella cree que Rory es un mujeriego?
¿Basándose en qué?
—No puedes sabotear todas mis reuniones con clientes—le digo, agotada.
No confío en absoluto que vaya a hacerla entrar en razón.
—No lo haré. Sólo con él. Y con cualquier otra persona que pueda ser una amenaza—replica con franqueza.
Quiero darme de cabezazos contra la pared y gritar al cielo.
¿Significa eso que aparecerá también el lunes en la Torre Vida?
Santana cree que todas las personas son una amenaza.
—Tengo que irme—intento recuperar el control de mi cuerpo pero ella no me suelta.
—Yo te llevo—finalmente me libera—Coge tus cosas, Britt—se acerca a la mesa y comienza a recoger mis tableros de inspiración—Son realmente buenos—dice con celo.
No puedo corresponder a su entusiasmo. Estoy abatida y desanimada. Puedo ver cómo la carrera de mis sueños desaparece por el desagüe, y lo peor de todo es que tengo miedo de empujarla a la bebida si no cumplo con sus peticiones irracionales.
Estoy desesperada y no le veo solución.
¿Cómo puedo pasar de la felicidad absoluta al desaliento extremo en tan poco tiempo?
Le pido a Santana que me deje en la esquina de Berkeley Square para que Will no me vea saliendo del coche de la señora López casi cuatro horas después de nuestro desayuno de negocios. No me cabe duda de que Will no tardará en enterarse de mi relación con Santana, pero cuanto más tarde, mejor. Necesito pensar en cómo se lo voy a decir y rezar a todos los santos para que Rory no deje caer la bomba primero.
Es un asunto delicado.
Le doy a Santana un beso en la mejilla y la dejo observándome y mordiéndose con furia el labio inferior.
Ninguno de las dos dice nada.
—Te has tomado tu tiempo, flor—comenta Will en cuanto me siento a mi mesa.
—Rory y yo teníamos mucho que hacer. Parece que todo va bien—le digo a modo de explicación.
Parece funcionar. Sonríe al instante.
—¡Ah! ¿Está contento?
—Mucho—confirmo.
La sonrisa de Will gana unos centímetros.
—¡Maravilloso!—exclama retirándose a su oficina.
Está pletórico.
Abro el correo y oigo abrirse la puerta de la oficina. Levanto la vista y un enorme ramo de calas viene flotando hacia mí.
¿Cómo es posible?
No hace ni cinco minutos que nos hemos despedido. Aterrizan en mi mesa y la repartidora suspira.
—No sé por qué no te compra la floristería entera. Firma aquí, por favor.
Me planta el acuse de recibo en las narices y garabateo mi nombre.
—Gracias—se lo devuelvo y busco la tarjeta.
LO SIENTO, MÁS O MENOS.
BSS, S.
Me hundo en la silla.
Lo que en realidad quiere decir es... que lo siente porque sabe que me ha sentado mal, pero que no lamenta en absoluto haber avasallado a Rory o haberse pasado mi día por el forro.
Quizá deba pasar esta noche en casa de Rachel. Me vendría bien un poco de tiempo libre, una botella de vino, poder pensar con calma y sin distracciones.
La puerta del despacho se abre y aparece Danielle, sonriéndome de oreja a oreja.
¿Qué hace aquí?
Pero si he hablado con ella esta misma mañana. Su pelo rubio está resplandeciente y ondea mientras ella avanza con decisión hacia mi mesa saludándome efusivamente con la mano.
—¡Brittany!
—Dani—frunzo el ceño, pero no parece notar mi confusión.
—Estaba por el barrio y pensé en venir a verte.
Aposenta su cuerpo, elegante y delgado, en una silla frente a mi mesa.
—Qué bien—digo, y espero a que siga hablando.
—Sí—sonríe, pero no me da más datos.
Echo un vistazo al reloj. No son ni las tres. Todavía me quedan tres horas para terminar sus diseños y enviárselos por correo electrónico.
—¿Querías añadir alguna cosa al proyecto?
—No. Estoy segura de que me van a encantar tus diseños.
No sé qué decir.
¿Ha venido para nada?
¿Sin motivo?
—Brittany, ¿va todo bien?
Su sonrisa titubea un poco. Me compongo.
—Sí, todo bien—me obligo a alegrar la cara. No estoy bien, pero quiero lamentarme con calma, no entablar una conversación estéril con una clienta—Lo tengo todo listo, Dani. Te lo enviaré antes de que termine la jornada.
Esto ya se lo he dicho por teléfono, pero ¿qué otra cosa puedo decir?
¿Debería ofrecerle una taza de café?
—Eres un amor—se atusa el pelo y se lo echa a un lado—¿Tienes planes para el fin de semana?
Ahora sí que frunzo el ceño.
¿No se me estará pegando en plan lapa?
—No estoy segura.
Es la verdad. No sé qué hacer ni hacia adónde voy, ni el fin de semana, ni en mi vida en general.
—¡Podríamos salir de copas!
Suelto un gruñido para mis adentros. Quiere que seamos amigas. No mezclar los negocios con el placer es mi nueva regla.
¿Qué le digo?
—Claro.
Lo que mis labios acaban de decir me deja atónita. No quiero salir de copas con Dani, quiero meterme en la cama y hacer el bicho bola.
—¿Estás segura de que va todo bien?—insiste.
—Sí, de maravilla—intento sonreír, aunque me cuesta.
—¿Problemas con los hombres o mujeres?
Levanta sus cejas rubias perfectamente depiladas.
—No, ninguno.
Niego con la cabeza.
Dios, se está poniendo personal.
—Brittany, sé distinguir una mujer en un calvario emocional en cuanto la veo—se echa a reír—Ya me sé el cuento.
—Dani, de verdad que no hay ninguna persona.
No puedo creer lo que acabo de decir.
¿Que no hay ninguna persona?
Hay una mujer y es ella que me tiene pasando el calvario emocional, pero para este tipo de conversaciones necesito a Rachel, no a una clienta.
Vino y Rachel.
Me dedica una sonrisa comprensiva y se levanta.
—No valen la pena.
Le devuelvo la sonrisa, pero sólo porque me alegra que vaya a marcharse ya.
—Te paso los diseños en breve, Dani—parezco un disco rayado.
—¡No puedo esperar! Ya hablaremos... para salir de copas.
Sale volando de la oficina y me deja con el calvario emocional que sabe que estoy pasando. Le escribo un e-mail de inmediato. No quiero que vuelva por la oficina ofreciéndose para salir de copas.
Me va a estallar la cabeza.
Necesito a Rachel y necesito vino. Pero no voy a casa de Rachel.
Salgo de la oficina y me dirijo a los muelles de Santa Catalina porque la señora de La Mansión del Sexo es como un imán. Le dije que no iba a abandonarla y necesito respuestas a preguntas como quién es la mujer misteriosa.
—Buenas noches, Brittany.
—Hola, Clive, ¿me pones con seguridad, por favor?
—Ahora mismo no hay nadie disponible—dice, y fija la atención en el ordenador.
Es la manera que tiene de cortar la conversación, su forma de evitarme.
—Ya—suspiro.
Dejo a Clive y sigo hacia el ascensor. Subo y me apoyo en la pared de espejos una vez he introducido el código que Santana aún no ha cambiado. Abro con mi llave rosa y voy directa a la cocina. Me quito los zapatos y busco una botella de vino que sé que no voy a encontrar antes de coger un jarrón en el que poner las flores en remojo. Me acuerdo de que arriba hay un ramo antiguo que tiré sobre la cómoda mientras me preparaba a toda prisa para el polvo de la verdad. Subo la escalera y entro en el dormitorio para cogerlo.
Madre mía...
Mi nuevo vibrador con diamantes está hecho añicos en el extremo opuesto del dormitorio y hay un agujero en la pared enfrente de la cama. El dormitorio es enorme, así que debe de haberlo lanzado con una fuerza formidable. De repente pienso que el hecho de haberme marchado antes de que Santana consiguiera liberarse fue una excelente decisión.
Las esposas siguen colgando de la cama, e imágenes de Santana, hecha una furia, inundan mi mente. Esa mujer tiene problemas, problemas graves con el control, con ser irracional y conmigo.
Me arrodillo para recoger los pedazos. Los llevo al baño y los tiro a la papelera. Abro el grifo de la bañera. Cojo las calas, que necesitan agua desesperadamente, y bajo la escalera. A medio camino oigo la puerta principal y me quedo helada en cuanto veo a Santana. Se sitúa al pie de la escalera y me mira. Su apuesto rostro está impasible, y sus ojos oscuros, normalmente brillantes, se ven turbios.
Se deshace de la chaqueta del traje y empieza a subir mientras se desabrocha la camisa sin apartar la mirada de mí. Se la quita y la deja caer al suelo, cerca de la chaqueta. Le siguen el sujetador, los zapatos, los calcetines, los pantalones y las bragas. No consigo apartar la mirada de las marcas rojas de sus muñecas. Se quita el Rolex y lo deja sobre la ropa.
Nunca, jamás, volveré a esposarla.
—No voy a dejar que me toques hasta que me hayas dicho quién era esa mujer—digo.
Me va a costar cumplirlo, sobre todo si me hace una cuenta atrás o si me folla a lo Santana, pero voy a seguir insistiendo.
—No lo sé, Britt—responde, impasible.
—Entonces ¿no le has pedido a Clive que no me deje ver las grabaciones de las cámaras de seguridad?
Casi sonríe, pero debe de estar al tanto porque estoy segura de que el conserje le habrá dicho que he estado husmeando.
—Mi preciosa chica es implacable.
—Mi diosa me da evasivas.
—Britt, si no te necesitara aquí y ahora, te daría una buena lección.
—Pero me necesitas, así que desembucha.
—Me acosté con ella.
No me sorprende, porque eso ya me lo imaginaba.
—¿Por qué vino aquí?
—Porque oyó que había desaparecido—no titubea.
—¿Por eso? ¿Porque estaba preocupada?
Se encoge de hombros.
—Sí. Porque estaba preocupada. Ahora ven aquí.
Bien.
Vale.
¿Qué digo ahora?
Le he hecho una pregunta, me ha dado una respuesta.
—¿Por qué no lo has dicho antes?
Se encoge de hombros.
—Porque no era nada importante hasta que tú decidiste que sí.
Sube la escalera despacio, espectacular en su desnudez, y me coge sin detenerse un segundo. Se me caen las flores y me abrazo a ella.
—Tú le diste importancia al no contestar a mis preguntas.
No me responde. Quiero arrancarle la piel a tiras por haberme fastidiado el día. Quiero patalear y gritar pero no consigo reunir las fuerzas ni las ganas. Ya me ha respondido y ahora la quiero todo para mí.
Mi cerebro está frito pero mi cuerpo arde en deseos... de ella.
Me quedo de pie y empieza a desnudarme lentamente, mirando cómo sus manos me quitan la ropa. Yo me quedo quieta y la dejo hacer.
¿Por qué está tan seria?
Soy yo la que ha tenido que sufrir su forma insoportable de ser durante todo el día. Es como el bombo de la lotería de las emociones y los cambios de humor. Habría apostado todo mi dinero a que, después de mi actuación de esta mañana, me esperaba un polvo de represalia y, en vez de eso, me encuentro con la Santana dulce y cariñosa.
No me importa.
Ahora mismo necesito mimos y cariño.
Me quita el sujetador y me da un toquecito en los tobillos, como suele hacer, para poder quitarme las bragas. En cuanto estamos desnudas, me tumba sobre la gruesa y mullida moqueta de color crema y me cubre con su cuerpo. Entierra la cara en mi cuello y me huele con fervor. La imito y recibo mi dosis de su perfume. La abrazo con fuerza para sentirla más cerca, no quiero que haya nada entre nosotras.
Yacemos en el suelo, en mitad del dormitorio, y permanecemos abrazadas una eternidad. Miro el techo y le acaricio el pelo. El latido de su corazón contra mi pecho me reconforta.
—Te he echado de menos, Britt—susurra pegada a mi cuello.
Me estremezco cuando su lengua ardiente dibuja círculos en la piel sensible debajo de mi oreja. Hemos pasado menos de cinco horas separadas. Podría decirle que exagera, pero yo también la he echado de menos. Aunque estaba enfadada con ella, he acabado viniendo aquí, en lugar de ir a casa de Rachel.
—Yo también—digo—Gracias por las flores.
—De nada—me besa hasta llegar a los labios y luego sigue besándome por toda la cara al tiempo que me aparta el pelo hacia atrás. Me mira—Quiero llevarte a una isla desierta y que seas sólo mía para siempre, Britt-Britt.
—Vale. Si no hay gente, no hará falta que te portes como una loca con todo el mundo.
Su boca forma una media sonrisa y sus ojos brillan ligeramente. Me besa en los labios y rodamos por el suelo. Estoy sobre sus caderas y noto la prueba de su cambio de humor entre nuestros cuerpos. Como siempre, me despierta la necesidad incontrolable de quererla dentro y junto a mí. Los pezones se me ponen duros, al igual que los de ella; se da cuenta y me lanza su clásica sonrisa arrebatadora, la que se reserva para las mujeres. Quiero que la reserve sólo para mí. Siento una punzada de posesividad irracional.
—Te quiero, Britt—suspira.
—Lo sé—le acaricio el pecho y le pellizco un pezón—Yo también te quiero.
—¿Incluso después de lo de hoy?
Ay, Dios.
¿Está admitiendo que se ha portado fatal?
Esto es hacer progresos.
—¿Te refieres a después de que me hayas estado acosando todo el día?
Hace un mohín juguetón y se lleva las manos detrás de la cabeza. Se me hace la boca agua cuando sus pechos se elevan y sus músculos se relajan y se flexionan.
—Estaba preocupado por ti—protesta. Levanto una ceja burlona—De verdad, Britt—insiste.
No estaba preocupada por mí en absoluto. Simplemente ha tenido un ataque y se ha puesto posesiva de forma injustificada.
—Te has pasado tres pueblos y te has puesto muy posesiva. Mi latina difícil tiene que relajarse.
Da un respingo.
—No soy difícil.
—Eres difícil y lo niegas.
Frunce el ceño.
—¿Qué es lo que niego?
—Que eres difícil, exigente e irracional. Tu numerito de hoy ha sido excesivo.
Necesito saber que no me va a sabotear todas mis reuniones de negocios con clientes. Ha dicho que sólo iba a hacerlo con Rory, pero luego ha añadido que lo haría con cualquier otra persona que supusiera una amenaza. Su idea de amenaza dista mucho de la mía.
Va a eliminar a todos mis clientes que ella no apruebe, lo sé.
Voy a tener que ponerle un candado a mi agenda y otro en mi boca. Paso de contarle nada.
Parece un poco enfadada.
—Iba a intentar ligar contigo y entonces sí que habría tenido que ir a saco con él.
Me río.
¿Es que acaso no lo ha hecho ya?
No necesita que le diga que Rory ya intentó ligar conmigo. Mejor me guardo ese dato.
—Yo creo que se lo has dejado muy claro. Ha sido vergonzoso—gruño.
—Era necesario—farfulla, y yo pongo los ojos en blanco para demostrarle lo harta que estoy.
—Deberías correr unos cuantos kilómetros más—digo—¡Uy, la bañera!—doy un salto y corro hacia el cuarto de baño.
—¡Vuelve! ¡Yo te necesito más, Britt!—grita ante mi partida.
—¿No te has cansado ya de mí?—cierro el grifo.
Llevo aquí varios días seguidos. Me llama, me envía mensajes, me manda flores y hace que Finn me lleve a trabajar. Es una especie de forma de estar en contacto o de control. Apuesto a que no aguanta un día entero sin sabotearme el trabajo o sin entrometerse en mi jornada.
Pero ¿preferiría que se mantuviera al margen?
Me gustan las flores y los mensajes; es su manía de avasallar y pisotear lo que me molesta.
¿Se sentiría tentada de tomarse una copa para sobrellevar el día?
¿Debería arriesgarme?
Mi cabeza relajada empieza a dolerme... otra vez.
Vuelvo al dormitorio y sigue espatarrada en el suelo.
Está para comérsela.
Me acerco y me siento sobre sus caderas.
—¿Que si me he cansado de ti? Para nada. Te necesito cada segundo del día, igual que tú me necesitas a mí, Britt-Britt.
Me pellizca un pezón y doy un saltito encima de ella. Aterrizo sobre su sexo y ella me lanza su sonrisa arrebatadora.
—¿Y si no pudieras estar conmigo en todo el día?
En el futuro, habrá ocasiones en las que ella estará de viaje de negocios, o puede que tenga que viajar yo.
Se le borra la sonrisa de la cara y me mira muy seria.
—¿Vas a intentar detenerme?
—No, pero puede que haya situaciones en las que no tengas acceso inmediato a mí.
Una mirada de pánico le cruza el rostro y su carnoso labio inferior desaparece entre sus dientes. Está pensando en lo que acabo de decir y es ahora cuando me doy cuenta de que iba muy en serio cuando decía que me tendría cuando quisiera y donde quisiera.
Eso no es nada razonable.
He visto el resultado de no haber respondido alguna llamada: se puso frenética.
—¿Le darías al vodka?
Ya está, ya lo he dicho.
Se echa a reír y yo frunzo el ceño.
¿Qué tiene de gracioso?
—Te prometí que no iba a volver a beber, nunca. Iba muy en serio—dice con total confianza. Se sienta y me coge de las caderas. Doy un respingo y ella sonríe—A la bañera. Te quiero mojada y resbaladiza, Britt.
—Tu seguridad en ti misma es impresionante—mascullo con sarcasmo mientras me levanto y le tiendo la mano.
Me mira, entorna los ojos, me coge de la mano, tira de mí y me da la vuelta. Me envuelve con su cuerpo y me da un beso largo y sentido.
—Es muy fácil tenerla, porque te tengo a ti. No le des tantas vueltas, Britt-Britt.
¡Ja!
Para ella es fácil decirlo. Soy yo la que tiene que lidiar con una tarambana.
—¿Entonces mañana no vas a molestarme en todo el día?
No va a ser capaz de dejarme en paz, lo sé. Los engranajes de su cabeza trabajan a toda velocidad y se muerde el labio inferior.
—¿Comemos juntas?
Lo sabía. Es incapaz.
—He quedado con Rach para comer—le digo para rechazar su propuesta.
Hace un mohín.
—¿Puedo ir yo también?
No, no puede porque necesito tiempo con Rachel para hablar de ella y de su forma imposible de ser.
—No—respondo con firmeza.
—Creo que estás siendo muy poco razonable, Britt—protesta.
Echo la cabeza atrás y suelto una carcajada. Tiene mucha cara dura, entonces me hace cosquillas y doy un salto y me arqueo.
—¡Para!—chillo.
—¡No!
—¡ Sanny, por favor!
Los ojos se me llenan de lágrimas e intento soltarme. No puedo más.
—¿Comemos juntas?—pregunta con calma sin dejar de hacerme cosquillas.
—¡De ningún modo!—chillo sin poder parar de reír.
No es justo, no voy a ceder.
¡No!
—Tal vez tenga mejor suerte con un polvo de entrar en razón.
Me suelta, me relajo e intento controlar mi respiración irregular y angustiada.
—San, no puedo estar contigo cada segundo del día—repongo tratando de que me entienda.
—Podrías, si dejaras de trabajar—lo dice muy en serio.
Abro los ojos, furiosa.
¡Nunca!
Adoro mi trabajo.
—Ahora quien no está siendo nada razonable...
Pierdo el hilo de mis pensamientos en cuanto me penetra.
Dios, aquí viene el polvo de entrar en razón, pero ¿a qué tengo que acceder?, ¿a comer con ella o a retirarme?
¿A los veintiséis?
¡Es absurdo!
No pierde el tiempo. Entra y sale como una loca. Abro las piernas y me sujeta por las muñecas con su otra mano.
—¿Comemos juntas?—pregunta mientras me embiste con más fuerza.
Mi cerebro acaba de abandonar el edificio pero consigo procesar que es un polvo de entrar en razón sobre la comida de mañana.
Qué alivio.
Será más fácil dejar que venga a comer conmigo que retirarme, aunque se lo voy a poner difícil igualmente. Doña Imposible tiene un reto entre manos.
—¡No!—grito, desafiante.
Gruñe y embiste, sus dedos me acarician con fuerza y rapidez mientras ella entra y sale como un animal salvaje.
—Respondes tan bien a mí, Britt-Britt.
¡Lo sé!
Me pone un dedo encima y se me caen las bragas solas.
—San, por favor.
Me ataca sin piedad con sus dedos y los mueve como una fiera en mi interior.
—Britt, deja que vaya a comer contigo—niego con la cabeza mientras contengo el aliento—¿Te gusta esto?
—¡Sí!—grito con la respiración acelerada.
La cresta de un orgasmo explosivo cae sobre mí y su mano libre sujeta mis muñecas con más fuerza.
—Di que sí, Britt—insiste con brusquedad.
¿Qué pasa si no digo que sí?
¿Y si le llevo la contraria?
—¡No!
No voy a ceder. No puede echarme un polvo de entrar en razón cada vez que le diga que no a algo. Me penetra sin parar, mis caderas se tensan, se me nubla la mente.
—Britt, dame lo que quiero.
—¡San!
—Vas a correrte.
—¡Sí!—grito.
Todo el estrés acumulado durante el día va a explotar en cualquier momento.
—Britt, no sabes lo que me haces—añade, y me da una potente estocada con un movimiento relampagueante de sus dedos.
Se me queda la mente en blanco y estoy a punto de estallar cuando se detiene, lo que hace que mi orgasmo inminente se desvanezca.
—¡¿Qué estás haciendo?!—exclamo, estupefacta. Muevo las caderas en busca de la fricción que necesito para hacerme saltar por los aires, pero ella aparta sus dedos dejando solo la punta de ellos en mí—¡Serás hija de perra!—le espeto.
—¡Cuidado con esa boca! Di que sí, Britt—jadea sin perder el control de sus palabras.
¿Cómo lo hace?
—No—me mantengo firme.
Niega con la cabeza, me clava la mirada y entra en mí, muy despacio, y luego levanta los dedos.
—¡Ahhhh!—gimo—Más rápido.
—Di la palabra mágica, Britt—repite el movimiento de tortura—Dila y tendrás lo que quieres.
—No juegas limpio—protesto.
—¿Quieres que pare?
—¡No!—grito, frustrada.
Esta tortura es lo peor. Afloja la mano que sujeta mis muñecas.
—Te lo voy a preguntar una vez más, Britt-Britt. ¿Comemos juntas mañana?
Santana mueve intermitentemente los dedos hacia adelante mientras formula la pregunta y yo pierdo la capacidad de llevarle la contraria.
—Fóllame—lloriqueo.
Me mira con una media sonrisa; esto la divierte.
—Cuidado con esa boca, Britt—ahora sonríe del todo—¿Eso ha sido un «sí»?
—¡Sí!—grito.
—Buena chica.
Se adentra en mí con fuerza, como un rayo, y la deliciosa presión comienza a crecer de nuevo, lista para desbordarme. Me tenso de pies a cabeza y oleadas de calor recorren mi torrente sanguíneo, la piel me arde por el roce de la moqueta. Es un momento demencial.
—¡San!
Mi cuerpo estalla de placer en mil direcciones por mi sistema nervioso y se produce una explosión en mi sexo.
Grito.
Sus embates se vuelven apremiantes y su respiración fuerte e irregular. Los músculos de mi interior se aferran a ella con voracidad y mi cuerpo, agotado y laxo, está indefenso ante sus implacables estocadas. Cae sobre mí, sudoroso, y se mueve con dulzura.
—Mi trabajo aquí está hecho—jadea en mi oído.
Acostada bajo su cuerpo cálido, intento recuperar la conciencia y el aliento. Me pregunto si siempre será así. Ella consigue lo que quiere, así que probablemente siempre será así.
Tengo que aprender a manejar esta situación.
Tengo que practicar y aprender a decirle que no.
Me río ante la ridiculez de lo que estoy pensando. No voy a decirle nunca que no. Se apoya en las manos y caigo en la cuenta de que no hace ningún gesto de dolor.
—¡Tu mano!—grito.
La levanta y veo que sigue un poco amoratada, pero la inflamación ha desaparecido.
—Está bien. Holly me obligó a tenerla metida en hielo casi toda la tarde.
¿Qué?
—¿Holly?—digo sin preocuparme del tono de mi voz.
Resulta que me sale el de acusación. Ella frunce el ceño y me odio por parecer tan sorprendida.
—Ha hecho lo que haría cualquier buena amiga—dice tan tranquila, cosa que no hace más que preocuparme.
Ella ha visto las marcas de las muñecas. No hace falta ser muy listo para saber de qué son. No me gusta que otra mujer cuide de ella, pero el hecho de que lo haga doña Morritos hace que me salga la vena celosa. Me ha dejado claro que me detesta y que le gusta Santana.
Y las mujeres de La Mansión es probable que me traten igual de mal y... me duele la cabeza.
De repente mi lado posesivo no me gusta nada. Dios, siempre me burlo de Santana por ponerse así. Soy una hipócrita, y el modo en que me está mirando, para saber de qué humor estoy, tampoco me ayuda. Es una mujer muy deseable que asalta a las mujeres con esa puta sonrisa que hace que se derritan a sus pies.
Me revuelvo debajo de ella para que me suelte y ella deja que me levante. Frunce el ceño. Voy directa a meterme en la bañera de agua caliente. No me siento cómoda con esta clase de sentimientos.
Nunca he sido celosa.
Voy a tener que espantarle las mujeres a diario. Eso sí que es un trabajo a jornada completa. De hecho, es posible que sí necesite retirarme.
—¿Alguien ha visto al monstruo de los ojos verdes?
Ahí está, desnuda en todo su esplendor, junto a la puerta del baño.
—No—me burlo.
No podría parecer más celosa ni a propósito.
Se acerca a la bañera y se mete detrás de mí. Me rodea por detrás con las piernas y con los brazos y me atrae hacia su pecho.
—Britt, sólo tengo ojos para ti—me susurra al oído—Y soy toda tuya.
Coge la esponja natural del borde de la bañera, la mete en el agua y empieza a pasármela por el pecho.
—Quiero saber cosas de ti.
Noto que suspira.
—¿Qué quieres saber?
—¿La Mansión es sólo un negocio o lo has mezclado con el placer?—inquiero directamente.
Sé que lo ha mezclado con el placer porque lo dijo el tío raro al que Santana le hizo una cara nueva el día en que descubrí lo que en realidad ocurría ahí. También me lo dijo Quinn.
Entonces ¿para qué pregunto?
Noto un sabor amargo en la boca. La esponja se detiene en mi pecho unos segundos pero luego vaga por mi cuerpo.
—Directa al grano—dice en tono seco.
—Dímelo—insisto.
Deja escapar un suspiro tan hondo que estoy a punto de darme la vuelta y mirarla para dejarle claro que no me gusta que su reacción a mi pregunta sea el aburrimiento.
—He picoteado—dice como si le molestara.
¿Picoteado?
No me gusta cómo suena «picoteado» en ese contexto.
—¿Y sigues picoteando?
—¡No!—se pone muy a la defensiva.
—¿Cuándo picoteaste por última vez?
No sé si quiero saberlo
¿Por qué le pregunto estas cosas?
La esponja se detiene de nuevo.
Por favor, no me digas que tiene que pensar la respuesta.
—Mucho antes de conocerte, Britt—responde mientras sigue acariciándome con la esponja.
—¿Cómo cuánto tiempo?
Necesito cerrar el pico. La verdad es que no quiero saberlo, pero las preguntas me salen solas.
—Britt, ¿de verdad importa?—está molesta.
—Sí—respondo rápidamente.
No, la verdad es que no, pero sus evasivas y sus monosílabos me pican la curiosidad.
—No era algo habitual.
Está haciendo piruetas para evitar darme una respuesta.
—No has respondido a mi pregunta.
—¿Va a cambiar lo que sientes por mí?—dice, y esa pregunta hace que me pique aún más la curiosidad.
¿Qué habrá hecho?
—No—contesto, aunque no estoy tan segura.
Ella cree que cambiará mis sentimientos.
—Entonces ¿podemos dejar el tema? Forma parte de mi pasado, igual que otras muchas cosas, y prefiero que se queden dónde están—es un tono de punto y final.
La tía pasa de mí—Sólo tengo ojos para ti. Punto—me da un beso en la coronilla—¿Cuándo te vienes aquí, Britt?
Gruño para mí. Para eso también me echó un polvo de entrar en razón. Empiezo a darme cuenta de que sus polvos de entrar en razón sólo sirven para que le dé la razón a ella.
—Ya estoy aquí—le recuerdo.
—Quiero decir que cuándo vamos a traer tus cosas—me pellizca un pezón—No te pases de lista, Britt.
Pongo los ojos en blanco. Necesito recoger mis cosas de casa de Elaine, y tengo un montón de ropa en casa Rachel (a pesar de que hice limpieza general), pero no sé si es una buena idea.
—Tengo que recoger el resto de mis cosas de casa de Elaine.
¿De verdad lo he dicho en voz alta?
—¡No! ¡De ninguna manera!—me grita al oído, y retrocedo ante la potencia de su voz. Está claro: lo he dicho en voz alta—Enviaré a Finn. Ya te dije que no ibas a volver a verla.
Cierto.
Más me vale cambiar de tema. No vamos a ninguna parte, no soy tan tonta. Finn no va a ir y ya he quedado con Elaine. Santana nunca lo sabrá. Bueno, se enterará cuando vea mis cosas, pero para entonces ya estará hecho.
Cambio de tema.
—Dime dónde estuviste cuando desapareciste.
Se pone tensa.
—No—escupe a toda velocidad.
Vale, me estoy cabreando. Me vuelvo para que tenga que mirarme a los ojos.
—La última vez que te guardaste las cosas, te dejé.
Abre los ojos y luego los entorna. Sabe que la he pillado.
—Me encerré en mi despacho.
—¿Durante cuatro días?—no cuela.
—Sí, Britt, durante cuatro días—mira hacia la pared para evitar mi mirada.
—Mírame—le mando.
Me mira, sorprendida de que se lo haya ordenado.
—¿Perdona?
Está casi riéndose. No me gustan esos aires de superioridad.
—¿Qué estuviste haciendo en tu despacho?—pregunto.
Joder, ¿por qué no cierro la boca de una puta vez?
—Beber. Ya está. Eso es lo que estuve haciendo. Estaba intentando ahogar las penas y tu recuerdo en vodka. ¿Ya estás contenta?
Intenta cambiarme de posición pero me tenso y me convierto en un peso muerto.
¿Estuvo bebiendo?
¿Se pasó cuatro días inconsciente hasta que la encontré el viernes?
Me siento muy, muy culpable.
Me resisto y le empujo el cuerpo mojado de vuelta a la bañera. Cede y me deja hacer. Sé que es más fuerte que yo y que podría irse si quisiera, pero la verdad es que no quiere escapar. Me deslizo por sus piernas hasta que nuestras narices se rozan.
Alza la mirada.
—Lo siento, Britt—susurra. Me derrito y le doy un beso apremiante en la boca, una forma de decirle sin palabras que no me importa—Lo siento, Britt-Britt.
—Calla, San.
Me aprieto contra su cuerpo, ataco su boca, desesperada por hacerle entender que me importa un pimiento.
Me siento responsable... Me siento culpable.
—Cuando vi los cardenales en tus brazos me di cuenta de que había tocado fondo, Brittany.
—Chsss—la hago callar, y mi boca le cubre la cara de pequeños besos—Ya has dicho bastante.
Me coge del culo y me levanta. Hunde la cara en mi pecho.
—No volverá a pasar. Me mataría antes de volver a hacerte daño, Britt.
No es necesario que lo diga de esta forma.
Lo entiendo.
Lo siente.
Yo también.
No debería haberla dejado así. Debería haberme quedado, haberle dado una ducha fría y haber esperado a que se le pasara la borrachera.
—Ya he hablado bastante, San.
—Te quiero.
—Lo sé. Y yo también lo siento.
Me suelta y me deslizo de nuevo por su cuerpo hasta que estamos cara a cara.
—¿Tú por qué tienes que sentirlo?
Me encojo de hombros.
—Ojalá no te hubiera dejado.
—Britt, no te culpo por haberte marchado. Me lo merecía y me anima a no volver a beber. Saber que podría perderte es mi mayor motivación, créeme.
—No volveré a abandonarte. Nunca.
Me sonríe.
—Espero que no, porque sería mi fin.
—Y el mío—digo en voz baja acariciándole el pelo.
Necesito que sepa que el sentimiento es mutuo.
—Bien, ninguna de las dos va a irse a ninguna parte. Eso ha quedado claro—me besa con suavidad.
—¿No tienes hambre?—pregunto sin apartarme.
Necesitamos hablar de otra cosa.
—Sí. ¿Vas a prepararme una comida equilibrada?
Sonrío.
—Estoy cansada. ¿Podemos encargar una comida equilibrada?
—Claro. Tú relájate y yo pediré la cena.
Me levanta y sale de la bañera. La charla ha sido extraña y satisfactoria. Se está abriendo a mí.
Después de cenar comida china nada equilibrada, me ovillo en el sofá bajo el brazo de Santana. Me acaricia el pelo mientras ve un programa de MotoGP. Está claro que le apasiona: está muy concentrada en la televisión. Me acurruco a su lado y me pregunto qué pasará mañana. Ya ha negociado la comida con un polvo de entrar en razón que quitaba el sentido. Podría negarme, pero entonces me caería un polvo de recordatorio.
No estaría mal... Estoy adormilada y mi mente se encierra en sus actividades desconocidas en La Mansión.
¿Es necesario que me entere de todos los detalles?
Lo creo cuando dice que no tiene ojos para otra mujer, de verdad, así que investigar sobre sus ex amantes no va a llevarme a ninguna parte; sólo conseguiría ponerme celosa. El hecho de imaginármela con otra me pone enferma. Ya tiene una edad (que ahora ya la sé), y es una mujer muy atractiva. Seguro que tiene un montón de conflictos sexuales, pero forman parte del pasado, como ella dice.
Sólo importan el aquí y el ahora, y yo estoy aquí, ahora.
—Vamos, Britt-Britt—me coge en brazos y me lleva a la cama. Ni me muevo cuando me desviste y me deja sobre el colchón, se acuesta a mi lado y me abraza—Te quiero—susurra.
Y como he perdido el habla, me limito a acurrucarme junto a ella.
Abro los ojos y todavía es de noche. Soy vagamente consciente de que la cama vibra y de que estoy mojada.
Pero ¿qué coño...?
Tardo unos instantes pero, cuando me doy cuenta de lo que pasa, me doy de bruces contra la realidad. Busco la lámpara de la mesilla de noche y la luz me hace daño en los ojos. Los entorno, intentando enfocar, y veo que Santana está sentada en la cama, abrazada a las rodillas y meciéndose hacia adelante y hacia atrás. Mierda, está empapada y tiene las pupilas dilatadas.
Parece petrificada.
Me abalanzo sobre ella.
¿Debería acunarla?
—¿San?—digo con dulzura, no quiero asustarla.
No responde. Sigue meciéndose. Entonces empieza a hablar.
—Te necesito—dice.
—¿Santana?—le pongo la mano en el hombro y la sacudo un poco. Parece muy asustada—¿San?
¿Mojada?
—Te necesito, te necesito, te necesito—repite la misma canción una y otra vez.
Quiero echarme a llorar.
—Sanny, por favor—le suplico—Para, estoy aquí.
No soporto verla así.
Está temblando y tiene la cara empapada en sudor. La arruga de la frente es más profunda que nunca. Intento colocarme en su campo de visión pero parece que no me ve. Sigue meciéndose y hablando sola, con la mirada perdida.
Está dormido.
Aparto las piernas de su cuerpo y me tumbo en su regazo. La abrazo con todas mis fuerzas. Tiene la espalda sudada. No sé si está consciente, pero sus brazos se aferran a mí y entierra la cara en mi cuello. Permanecemos así una eternidad. Le susurro al oído, esperando que me reconozca y que despierte de su terror nocturno. Si es que esto es un terror nocturno, no tengo ni idea. Despierta no está, hasta ahí llego.
—¿Britt?—musita en mi cuello dos siglos después.
Tiene la voz rota y cansada.
Está despierta.
—Hola. Estoy aquí.
Le cojo la cara con las manos. Sus ojos buscan algo en los míos. No sé muy bien qué.
—Lo siento mucho.
—¿Por qué, Sanny?—me preocupo aún más.
—Por todo.
Se tumba sobre la cama y me arrastra consigo. Acabo echada sobre su torso sudado. Estoy empapada pero me da igual. Apoyo la cabeza en su pecho y escucho cómo se normaliza el latido de su corazón.
—¿San?—digo, nerviosa.
No contesta. Levanto la cabeza y veo que se ha dormido y parece estar en paz.
¿Qué coño acaba de pasar?
Paso horas tumbada sobre ella, buscando mil razones para sus disculpas.
Mierda, quizá le esté buscando los tres pies al gato.
Hay muchas cosas por las que debería pedirme perdón. Por mentirme, por engañarme, por beber, por ser tan poco razonable, por su vena posesiva, por su comportamiento neurótico, por fastidiarme la reunión, por...
…Me quedo dormida mientras repaso todas las razones por las que Santana debería pedirme perdón.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
no se pq tengo la leve sospecha de que santana le oculta algo mas a britt y que tal vez tiene una extraña relacion con holly que no es precisamente de amistad!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Holaa, chica de las adaptaciones. Una vez más comentando esta bella historia.
Todo lo que hace San se me hace un poco *pero muy muuuy poco* lindo, pero súper exagerado. Britt ya no sabe cómo demostrarle o decirle que no la va a dejar *otra vez*.
Y los celos de Britt son tiernos, porque solo se los guarda para ella, algo que San necesita aprender.
Me encantaron los capítulos.
P.D: Mis “P.D” están de regreso otra vez, yo sé que las extrañaste.
P.D.2: Cuídate
P.D.3: Te quiero
P.D.4: ¿Cómo estás?
P.D.5: ¿Cuándo ira Britt por los resultados de sus exámenes?
P.D.6: ¿Y porque se está disculpando Santana?
P.D.7: Nos leemos en tu siguiente actu
P.D.8: Chau, besos
Todo lo que hace San se me hace un poco *pero muy muuuy poco* lindo, pero súper exagerado. Britt ya no sabe cómo demostrarle o decirle que no la va a dejar *otra vez*.
Y los celos de Britt son tiernos, porque solo se los guarda para ella, algo que San necesita aprender.
Me encantaron los capítulos.
P.D: Mis “P.D” están de regreso otra vez, yo sé que las extrañaste.
P.D.2: Cuídate
P.D.3: Te quiero
P.D.4: ¿Cómo estás?
P.D.5: ¿Cuándo ira Britt por los resultados de sus exámenes?
P.D.6: ¿Y porque se está disculpando Santana?
P.D.7: Nos leemos en tu siguiente actu
P.D.8: Chau, besos
Daniela Gutierrez***** - Mensajes : 281
Fecha de inscripción : 03/07/2014
Edad : 27
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Santana en la reunión fue tan genial lakshalaksh no me gusta roryD:
Los polvos de entrar en razon me encantan!:3 kabsdjb algun dia le dira que no?:s
fue rara la ultima parte u.u. que es lo que le paso a San:c? Me da penita T.T msbdj Saludos:D
Los polvos de entrar en razon me encantan!:3 kabsdjb algun dia le dira que no?:s
fue rara la ultima parte u.u. que es lo que le paso a San:c? Me da penita T.T msbdj Saludos:D
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
mmm dany,... Rory,.. y holly!!!!!!!!!!!!!!!!
san con sus polvos y sus celos son los detonantes de san jajajaja
tiene que hablar san por que si sigue así va a ser peor pero de a poco habla!!!
nos vemos!!!
PD;.... los viste??? https://twitter.com/DeviousMaids/status/602851648122167296
PD2; lastima que no tenes twitt!!!! a blanca ya le hicieron su twitt https://twitter.com/_BlancaAlvarez
mmm dany,... Rory,.. y holly!!!!!!!!!!!!!!!!
san con sus polvos y sus celos son los detonantes de san jajajaja
tiene que hablar san por que si sigue así va a ser peor pero de a poco habla!!!
nos vemos!!!
PD;.... los viste??? https://twitter.com/DeviousMaids/status/602851648122167296
PD2; lastima que no tenes twitt!!!! a blanca ya le hicieron su twitt https://twitter.com/_BlancaAlvarez
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:no se pq tengo la leve sospecha de que santana le oculta algo mas a britt y que tal vez tiene una extraña relacion con holly que no es precisamente de amistad!
Hola, mmmm o no¿? esa san ¬¬ =O nooonononon xq! que sea otra cosa no¿? jajajaaja. Saludos =D
Daniela Gutierrez escribió:Holaa, chica de las adaptaciones. Una vez más comentando esta bella historia.
Todo lo que hace San se me hace un poco *pero muy muuuy poco* lindo, pero súper exagerado. Britt ya no sabe cómo demostrarle o decirle que no la va a dejar *otra vez*.
Y los celos de Britt son tiernos, porque solo se los guarda para ella, algo que San necesita aprender.
Me encantaron los capítulos.
P.D: Mis “P.D” están de regreso otra vez, yo sé que las extrañaste.
P.D.2: Cuídate
P.D.3: Te quiero
P.D.4: ¿Cómo estás?
P.D.5: ¿Cuándo ira Britt por los resultados de sus exámenes?
P.D.6: ¿Y porque se está disculpando Santana?
P.D.7: Nos leemos en tu siguiente actu
P.D.8: Chau, besos
Hola dani, jajajaajaj gracias por eso. Jajajajajaaj es el efecto de san no¿? jajaajajaj. Jajajajajajaaj san debería aprender un poquito de britt no¿? jaajaj aunk difícil ajajaja. Jajajaj cada vez se sabe un poquito mas no¿? jajaja. Saludos =D
Pd: jaajajaj la vrdd sip, te iba a preguntar por sus faltas y ai dijiste que estabas muy ocupada jaaja.
Pd2: gracias, tu igual!
Pd3: jajaja e sel efecto que causo
Pd4: bn y tu¿?
Pd5: Ufff espero y san la deje pensar y se acuerde no¿? jajaaj
Pd6: mmm interesante pregunta... esperemos y san la responda no¿? jajaaj
Pd7: ahora!
Pd8: chau, igual!
Susii escribió:Santana en la reunión fue tan genial lakshalaksh no me gusta roryD:
Los polvos de entrar en razon me encantan!:3 kabsdjb algun dia le dira que no?:s
fue rara la ultima parte u.u. que es lo que le paso a San:c? Me da penita T.T msbdj Saludos:D
Hola, jajajaaj san defendiendo lo suyo no¿? Ni a mi ¬¬ Jjajaajajajaaj o no¿? jajaajajajaaj, difícil de saber no¿? jajaajajajaaj. Mmm ojala y de una explicación no¿? jajajaaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 13
Capitulo 13
—Te quiero—siento unos labios carnosos que conozco muy bien acariciando los míos mientras me despierto. Abro los ojos y veo el hermoso rostro de Santana—Despierta, preciosa.
Me desperezo.
¡Qué gusto!
Parpadeo y caigo en la cuenta de que está vestida. Mi cerebro inconsciente toma nota de que con Santana ya vestida no hay peligro de que me arrastre por todo Londres en una de sus carreras matutinas de castigo.
—¿Qué hora es?—grazno.
—Tranquila, sólo son las seis y media. Tengo que recibir a unos cuantos proveedores a primera hora. Quería verte antes de irme.
Se agacha, me da un beso y me inunda el sabor de su aliento mentolado.
¿Proveedores?
¿Qué clase de proveedores?
Corto esos pensamientos por lo sano. Es demasiado temprano y, si de verdad son las seis y media, es demasiado tarde para correr veintidós kilómetros por Londres, así que los proveedores me importan un pimiento.
—No me hace falta tener los ojos abiertos para que tú puedas verme—protesto mientras tiro de su espalda para que vuelva a mí.
Huele de rechupete.
—Ven a desayunar conmigo—me levanta de la cama y me agarro a ella con mi cuerpo desnudo y mi estilo habitual de chimpancé—Me vas a arrugar la ropa—dice en absoluto preocupada mientras me saca del dormitorio y me lleva a la cocina.
—Bueno suéltame—contraataco.
Sé que no va a hacerlo.
—Nunca.
Sonrío satisfecha y absorbo cada gota de su perfume que desprende.
—No necesito un polvo de recordatorio. Puedes venir a comer.
—Esa boca—se echa a reír—Lo siento. De verdad que necesitaba verte antes de irme.
Me pongo tensa en cuanto lo dice. Bueno, de hecho, en cuanto dice «lo siento».
¡Mierda!
Había olvidado su crisis nerviosa de medianoche. Bueno, no es que se me haya olvidado, es que mi cerebro consciente no la ha procesado aún.
—¿Qué pasa?
Ha notado que me he puesto tensa de repente. Me sienta en el frío mármol pero no me sorprende como la otra vez. Estoy demasiado ocupada buscando en mi mente el mejor modo de abordar el asunto.
—Anoche te despertaste—digo.
—¿Sí?—frunce el ceño y no sé si se siente aliviada o decepcionada.
—¿No te acuerdas?
—No—se encoge de hombros—¿Qué te apetece desayunar?—me deja en el mármol y va hacia la nevera—¿Huevos, un bagel, algo de fruta?
¿Ya está?
—Dijiste que me necesitabas—lo dejo caer, a ver si lo pilla.
—¿Y? Es lo que digo estando despierta—replica sin apartar siquiera la vista de la nevera.
Bueno no, parece que no lo ha pillado.
—Me pediste perdón.
Me pongo las manos debajo de los muslos. Vuelve de la nevera.
—Eso también lo he dicho estando despierta.
Es cierto, lo ha dicho todo despierto, pero anoche estaba hecho un poema.
Sonríe.
—Britt, lo más probable es que tuviera una pesadilla. No me acuerdo.
Vuelve a la nevera.
—Te pusiste frenética. Estaba muy preocupada, San—digo tímidamente.
No fue normal.
Cierra la nevera, con más fuerza de la necesaria, y de inmediato me arrepiento de haber sacado el tema. No me da miedo. La he visto perder los nervios muchas veces, pero me preocupa el modo en que se abrazaba a sí misma. No quiero empezar el día con una pelea. Hablaba en sueños, eso es todo.
Se acerca mordiéndose el labio y la observo con cautela. Cuando llega a mi lado, se abre paso entre mis piernas, me saca las manos de debajo de los muslos y las sostiene entre ambas. Me las acaricia con los pulgares.
—Deja de preocuparte por lo que dije en sueños. ¿No dije que te quería?—pregunta con ternura.
Frunzo el ceño.
—No.
Sus ojos oscuros parpadean y una de las comisuras de sus labios forma media sonrisa.
—Eso es todo lo que importa.
Me besa en la frente.
Me aparto de sus labios.
Sí, importa.
Lo está haciendo otra vez.
Me está dando evasivas.
—No fue normal, y ya me estoy hartando de ese tonito—le lanzo una mirada asesina y retrocede, sorprendida, con la boca abierta. Pero no le doy la oportunidad de devolvérmela—O desembuchas o me largo—amenazo. Ella cierra la boca, no dice nada. La he cogido por sorpresa. Levanto las cejas, altanera—¿Qué eliges?
—Dijiste que nunca ibas a dejarme—replica, despacio.
—Vale, deja que lo reformule: no te dejaré si empiezas a darme respuestas cuando te pregunte algo. ¿Qué te parece?
Se muerde el labio sin quitarme el ojo de encima pero no desvío la mirada. Mantengo el contacto visual y pongo una cara muy seria. Sus pulgares me acarician con firmeza.
—No tiene importancia.
Me echo a reír, escéptica, y hago ademán de moverme, pero ella se acerca más para evitar que me baje de la encimera.
—Santana, voy a marcharme—digo, pero sé que no es verdad.
—Soñé que te habías ido.
Habla como una metralleta, casi en estado de pánico. Dejo de intentar soltarme.
—¿Qué?
—Soñé que me despertaba y que te habías ido.
—¿Adónde?
—Y yo qué coño sé—me suelta y se lleva las manos a la cabeza—No podía encontrarte.
—¿Soñaste que te dejaba?
Frunce el ceño.
—No sé dónde estabas. Simplemente te habías ido.
—Vaya—no sé qué más decir.
No me mira.
¿Se puso así porque yo la dejaba?
—No fue un sueño agradable, eso es todo.
Está avergonzada y de repente me siento un pelín culpable. Está muy descolocada.
—No voy a dejarte—intento que se lo crea—Pero tenemos que hablar. Tengo que torturarte para sacarte información, San. Es agotador.
—Perdona, Britt.
La atraigo de vuelta entre mis muslos. Es uno de esos momentos en los que yo soy la fuerte. A medida que descifro a esta mujer, se vuelven más frecuentes.
—¿Habías tenido pesadillas antes?
—No—acepta mi abrazo y me estrecha con fuerza.
—Porque estabas borracha.
—No, Britt. No soy una alcohólica.
—No he dicho que lo fueras.
La abrazo con fuerza y me da un poco de pena pero me alegro de que se haya abierto. Es tan fuerte y tan segura de sí misma, pero estas pequeñas grietas son cada vez más evidentes.
¿Las estaré causando yo?
—¿Puedo prepararte un desayuno equilibrado?—pregunta deshaciendo nuestro abrazo.
—Sí, por favor.
—¿Qué te apetece?
Me encojo de hombros.
—Tostadas.
—¿Tostadas?—asiento. Son las seis y media de la mañana, mi estómago no se ha despertado aún—Eso no es muy equilibrado—masculla.
—Es demasiado temprano para comer.
—No, no lo es. Y tienes que comer, estás demasiado delgada.
Me suelta y se dirige a poner el pan en la tostadora. Yo bajo del mármol y me siento en un taburete para contemplar cómo se desliza por la estancia. Me conmueve. Ha reconocido que cocina de pena, así que el hecho de que se haya ofrecido a prepararme el desayuno es adorable. Pongo los codos en la encimera y apoyo la barbilla sobre las palmas de las manos para estudiarla mejor.
Ha tenido un mal sueño. O una pesadilla. Sea lo que sea, debe de haber sido muy duro. Es una mujer hecha y derecha, y ayer una pesadilla la redujo a un estado patético. Espero que no sean frecuentes, porque fue horrible tener que verla así, tan asustada y tan vulnerable.
No me gustó.
Suspiro para mis adentros. Está más guapa que nunca esta mañana. No se ha puesto traje, sólo unos pantalones gris marengo y una camisa negra. Es posible que cambie de opinión sobre la comida para que no tenga más remedio que echarme un polvo de recordatorio.
Coge la mantequilla, cuchillos y platos y lo dispone todo en la isleta, delante de mí. Luego se dirige de nuevo a la nevera y se sienta a mi lado con un tarro de mantequilla de cacahuete. La miro sin poder creérmelo. Desenrosca la tapa y mete el dedo. Luego se lo lleva a la boca y me mira.
—¿Qué?—masculla.
—¿Y tú me das lecciones a mí acerca de un desayuno equilibrado?
Miro el bote que tiene en la mano. Traga.
—Los frutos secos son muy sanos. Además, tú eres más importante que yo.
Meneo la cabeza y unto la mantequilla en mi tostada bajo su atenta mirada.
—A mí me importas tú—le gruño a mi tostada, y la miro mientras le pego un mordisco.
Santana sonríe.
—Me alegro. ¿Qué tienes hoy en la agenda?—pregunta como si nada mientras vuelve a meter el dedo en el tarro.
Me atraganto y frunce el ceño.
¿Lo pregunta en serio?
¡No pienso decírselo!
—¿Por qué te sorprende tanto que quiera saber lo que vas a hacer hoy?—me hace un mohín.
Me trago el bocado de tostada.
—Oh, por nada—doy otro mordisco—, si pensara que de verdad te interesa y que no lo preguntas para volver a chafarme el día—no puedo decirlo con más sarcasmo.
—De verdad me interesa—parece dolido.
No cuela.
—Te veo en el Baroque a la una. Tengo que llamar a Rach y avisarle de que vas a fastidiarnos la comida de amigas.
—No le importará. Me quiere—dice con total confianza.
—Eso es porque le compraste a Margo Junior—le recuerdo.
—No, es porque me lo dijo.
Es una engreída.
—¿Cuándo?
—Cuando salimos—me aparta el pelo de la cara—La noche en que te enseñé a bailar. La noche en que pillaste aquel superpedo.
—¿Superpedo?—pregunto con la boca llena.
—Borracha.
Me burlo.
—Seguro que Rach también estaba borracha.
Bueno, no tanto como yo, pero eso no era difícil. Aunque iba bien cocida, cosa que tampoco importa. Rachel no le diría a nadie que le gusta si no fuera verdad, y mucho menos que la quiere, ni siquiera cuando es en plan cariñoso.
—Y no sólo aquella vez.
Mete el dedo en el tarro y me lo pone delante de las narices. Hago una mueca de asco y ella se ríe antes de llevárselo a la boca.
—¿Más veces?—pregunto sin darle importancia mientras muerdo mi tostada.
Lo está haciendo a propósito.
—En La Mansión—lo suelta como si el hecho de que Rachel estuviera en La Mansión fuera lo más natural del mundo.
La mandíbula me llega a la encimera de mármol. Recuerdo que Rachel fue ahí el sábado por la noche y que ese día llamaron a Santana para que acudiera ahí. Tuvo que ser entonces. Rachel no entró en detalles cuando le pregunté. Lo gracioso es lo que dijo y que no quiso explicarme mejor. Sin duda, no iba a insistir después de cómo reaccionó a mi interrogatorio.
—¿Qué estaba haciendo Rach en La Mansión?
Intento decirlo con naturalidad pero, a juzgar por la cara que pone, me ha salido fatal.
Sonríe.
—No es asunto tuyo—salta del taburete y tira el tarro vacío a la basura—Tengo que pirarme.
—¿Pirarte?
—Sí, largarme..., irme..., salir zumbando.
Me guiña el ojo y me derrito en el taburete. Está de buen humor, juguetona y bromista.
La quiero.
La Santana relajada empieza a ser un habitual últimamente.
—He decidido que no es buena idea que vengas a comer. No quiero que Rach piense que somos como lapas—suelto de pronto.
Me vuelvo y sigo comiéndome mi tostada con toda la indiferencia que soy capaz de fingir. No obstante, me cuesta, porque mi mujer está gruñendo y erizándose detrás de mí.
Me coge y grito cuando me da la vuelta y me empotra contra la pared. Me aplasta con su delicioso cuerpo y yo todavía tengo la tostada en la mano.
Sus ojos me dicen que no sabe si lo he dicho en serio, y me siento... casi culpable.
Sé lo que me espera.
Lucho por ocultar la sonrisa que baila en las comisuras de mi boca. Se apoya en mí y levanta las caderas para que pueda sentir toda su caricia en mi sexo.
Gimo, pícara, de pura satisfacción.
—No lo has dicho en serio.
Desliza la mano por mi vientre, hacia el punto en el que se unen mis muslos.
—Muy en serio—la reto, y doy un respingo cuando introduce el pulgar en mi zona sensible.
Dios, nunca voy a cansarme de ella.
—Voy a ser muy rápida—musita mientras continúa follándome con el dedo. Suspiro y saboreo sus caricias expertas—No juegues conmigo, Britt.
Retira la mano y se aparta.
¡¿Qué?!
Quiero agarrarla y volver a meter su mano donde debería estar.
¿A qué demonios juega?
Le lanzo una mirada como diciendo
¿De qué coño vas?, y se ríe a gusto.
—Ya llego tarde porque quería asegurarme de que comías algo. Si llego a saber que te iba a dar por jugar conmigo, te habría follado primero y luego te habría dado de comer—se acerca y me restriega las caderas, siempre a punto para el amor, y jadea en mi oído—A la una en punto—le da un mordisco a mi tostada—Te quiero, Britt-Britt.
Me mira más arrogante que nunca.
—No es verdad—le suelto—Si me quisieras, no me abandonarías a medio camino del orgasmo.
—¡Oye!—me grita. Parece enfadada—No dudes nunca de lo mucho que te quiero. Eso me cabrea muchísimo.
Intento poner cara de que lo siento pero, con las ganas que tenía de correrme, me cuesta mucho convencer a mi cerebro para que haga nada. Sólo quiere obligar a Santana a terminar lo que ha empezado. Sé que se ha puesto cachonda.
¿Cómo es que se va sin más?
—Que pases un buen día—añade; su mirada se suaviza y me besa en la mejilla—Te echaré de menos con locura, Britt.
Eso ya lo sé. Pero sólo quedan seis horas hasta la hora de comer.
Sobrevivirá.
Una vez arreglada, bajo por el ascensor y taconeo por el vestíbulo mientras busco las gafas de sol en el bolso.
—Buenos días, Brittany—dice Clive al pasar.
—Buenos días—respondo, me pongo las gafas y saludo a la luz del sol.
Me paro de repente al ver a Finn apoyado en su Range Rover.
¿Va en serio?
Se levanta las gafas de sol y se encoge de hombros. Menos mal, a él también le parece ridículo. Pero hoy necesito mi coche para poder recoger las cosas de casa de Elaine después del trabajo.
—Finn, puedo ir yo sola al trabajo.
Lo cierto es que estoy un poco harta.
—No creo que puedas, rubia—dice arrastrando las palabras.
¿De qué habla?
—Están lavando tu coche.
Se encoge de hombros otra vez y se sienta detrás del volante. Me vuelvo y compruebo que hay un ejército de personas limpiándome el coche.
Por el amor de Dios.
Saco las llaves del bolso y veo que faltan las del Mini. Doña Controladora va a tener que explicarme qué hacía hurgando en mi bolso (y, ya de paso, por qué me toquetea el móvil). Es de muy mala educación.
¿Por qué nunca me pide mi opinión?
Es una lata.
Llamaré a Rachel. Ella me llevará. Marco su número.
—¡Nena!—responde, contenta.
—Oye, ¿podrías llevarme a casa de Elaine cuando salga de trabajar para que pueda recoger mis cosas?
Se lo pido todo lo de prisa que puedo.
—Claro.
—Genial. Te veo a la hora de comer. Por cierto, San también viene.
Cuelgo y me siento al lado de Finn. Lleva su modelito habitual: traje negro y camisa negra.
¿Cuántos trajes negros tendrá?
—¿Crees que está siendo poco razonable y difícil?—pregunto con naturalidad mientras bajo el espejo para poder ponerme el brillo de labios.
—Sí, rubia—dice con su forma de hablar de siempre—Pero, como ya te he dicho, sólo es así contigo.
Dejo caer la mano en el regazo y miro a Finn, que, como siempre, está tamborileando con los dedos sobre el volante.
—¿Y en el trabajo no se comporta como una lunática?
—No.
Frunzo el ceño.
—¿Es simpática?
—Sí.
Suspiro con toda el alma para que Finn sepa que quiero una respuesta más larga.
—¿Por qué?
Me mira y me deslumbra con sus dientes blancos.
—Rubia, no seas demasiado dura con esa latina loca. Nunca le había importado nadie hasta que llegaste tú.
Me reclino en mi asiento y escucho cómo Finn comienza a tararear al ritmo del tamborileo de sus dedos. Es imposible que a Santana nunca le haya importado nadie. Tiene treinta y siete años.
—¿Cuántos años tiene?—pregunto, sonriente.
Me gano otra sonrisa de Finn.
—Treinta y siete. Pero tú eso ya lo sabías, ¿no?
¡Ay, no!
Me muero de la vergüenza en el acto y me pongo colorada como un tomate. Había olvidado que hubo que rescatar a Santana, y me apuesto a que Finn se deleitó la vista.
Me echo a reír para mis adentros al pensar en la escena que debió de encontrarse: un dormitorio con una diosa esposada a la cama, un vibrador adornado con diamantes, mi conjunto de ropa interior de encaje por el suelo y a dicha diosa haciendo agujeros en la pared con el vibrador. Me apuesto a que debió de parecerle de lo más divertido, y que Santana le explicó cómo y por qué había terminado esposada a la cama.
Mi vergüenza no conoce límites.
Pasamos el resto del trayecto en silencio, salvo por el tararear de Finn. Soy incapaz de mirarlo. Me deja en Berkeley Square y corro a la oficina para deshacerme de mi incomodidad. Me despido de él con un gesto de la mano.
¿Cómo voy a volver a mirarlo a la cara?
De camino a mi mesa veo a Tina ordenando un armario. Parece que está al borde del suicidio. La blusa de poliéster de cuello alto ha vuelto y el pintaúñas rojo ha desaparecido. Ha pasado lo que me temía. Los hombres son unos cabrones. Decido no mencionarlo, no creo que le haga gracia.
—Buenos días, Tina—digo tratando de no parecer excesivamente feliz. Me ofrece una tímida sonrisa antes de volver a sus tareas. Me da pena—¿Dónde está todo el mundo?
Se encoge de hombros. Está fatal. Me resigno a cerrar el pico y me pongo a trabajar.
La mañana resulta muy productiva. Cierro unas cuantas cuentas y me pongo al día respecto a mis clientes actuales.
A las doce y cuarenta y cinco, salgo a comer. Entro en el bar y encuentro a Rachel sentada a nuestra mesa de siempre. Me lanza una mirada de enfado cuando me acerco.
—Tus modales por teléfono dejan mucho que desear.
He sido un poco brusca esta mañana, pero ha sido porque estaba tan ocupada lidiando con mi mujer imposible que no he podido cuidar las formas.
—Perdona—me siento, y lo primero que veo enfrente de mí es una enorme copa de vino—¡Joder, Rach! ¡Llévatela de aquí!
La pongo en su lado de la mesa. Ella me lanza cuchillos con la mirada.
—Pensé que la necesitabas.
Y la necesito, pero Santana llegará pronto.
¿Qué pensaría si me encontrara tomando vino?
Sería muy cruel y desconsiderado por mi parte. Intento retirar también la copa de Rachel, que se lanza a por ella.
—Rach, llegará en seguida.
—¡Oye! ¡Deja esa copa donde estaba!—me ordena, muy seria—San no es mi novia.
No me puedo creer que se comporte así. Qué poco considerada. Se niega a dejar la copa y la miro mal mientras la suelto. Ella la coge y bebe un buen sorbo mirándome fijamente.
—¡Zorra!
Rachel sonríe por encima de la copa. Cojo la mía y me la bebo de un trago. Ella suelta una carcajada.
Dios, qué maravilla.
Hace casi dos semanas que no bebo, todo un récord para mí. Dejo escapar un suspiro largo y satisfecho.
—La necesitabas—Rachel confirma lo evidente.
—Sí, y probablemente necesite otra.
El sentimiento de culpa me invade.
Soy débil.
Inspecciono el bar antes de correr a la barra para dejar mi copa vacía. Me siento como una delincuente juvenil.
—Ah, y no le digas a San que la quieres, que se vuelve muy creída—gimo al volver a sentarme.
Rachel se parte de la risa.
—¿Te recojo en tu oficina a las seis?
Sí, vamos a zanjar esta conversación antes de que ella llegue.
—¿Te viene bien?
Sé que sí pero, después de que me haya reñido por mis modales al teléfono, creo que es bueno que sea educada.
—Claro. ¿Has hablado con Elaine?
—Sí, me estará esperando, pero San no lo sabe y no quiero que se entere—le advierto—Rachel arquea las cejas pero no dice nada—Me lo echaría a perder—me encojo de hombros. Creo que el vino se me ha subido a la cabeza. Estoy atontada—¿Qué tal Quinn?
—Llegará pronto. Pensé que, ya que esta mañana me has dicho que San se nos unía, podía preguntarle a Quinn si le apetecía venir.
Lo dice como si Santana fuera la única razón por la que ha invitado a Quinn. Como si no la conociera.
—Oye, ¿tú sabes qué ha pasado entre Mercedes y Noah?—pregunto con curiosidad.
Seguro que Rachel sabe algo. Le brillan los ojos.
—¡No te lo vas a creer!
—¿Qué pasa?
Me acerco más a ella, emocionada ante la perspectiva de escuchar un buen chisme.
—Noah la llevó a La Mansión. ¡Y a la muy puritana no le gustó!
Rachel está encantada, pero a mí me entra el pánico.
Mercedes se ha enterado de la existencia de La Mansión; ¿sabrá quién es la dueña?
¿Se lo habrá contado todo Noah?
¿Habrá sumado dos y dos?
Ay, Dios, espero que no.
La chica no es una lumbrera, pero si lo ha averiguado sin duda se lo habrá dicho a Kurt. Esto se está complicando mucho. Aunque Kurt no me ha comentado nada y, con un descubrimiento tan jugoso como ése, no creo que pudiera resistirse. Quizá la pobre es tonta. Eso espero, porque lo último que necesito es a Kurt y a Mercedes metiéndose en mis asuntos y cuchicheando en la oficina.
—¿Qué te apetece comer?—la pregunta de Rachel me saca de mis cavilaciones.
—Un sándwich de beicon, lechuga y tomate con pan integral.
—¿Y para San?
Frunzo el ceño. No tengo ni idea. Ni siquiera sé cuál es su plato favorito.
—Pregunta si tienen mantequilla de cacahuete—digo encogiéndome de hombros.
—¿Mantequilla de cacahuete?—pone cara de asco. Amén, amiga—Mira, por ahí vienen—Rachel señala hacia la puerta con el vaso y me vuelvo para mirar.
Suspiro de admiración, igual que Rachel cuando ve a Quinn. Noah es el último en llegar. Sé muy bien que Rachel está disimulando lo que siente por Quinn. Santana me da un beso en la mejilla y luego acerca una silla de otra mesa para poder sentarse a mi lado, con la mano sobre mi rodilla. El calor de su mano asciende por mi pierna y me da de lleno entre los muslos. No ayuda nada cuando empieza a hacerme caricias y a darme pequeños apretones.
—Me has quitado las llaves del coche—la miro enfadada.
—¿Todo el mundo bien?
Ignora mi acusación y empieza a trazar círculos con el pulgar en el interior de mi muslo. Está sonriente. Sabe perfectamente lo que me está haciendo. Intento apartar la pierna pero no lo consiente. Me lanza una pequeña mirada de advertencia y me da un apretón extra.
Es su forma de decir: cuando quiera y donde quiera.
—Yo, muy bien—sonríe Rachel. Sí, está de maravilla ahora que ha llegado Quinn—Voy a pedir, ¿qué queréis tomar?—dice poniéndose en pie.
Los recién llegados le dicen lo que quieren para comer y ella desaparece en dirección a la barra dejándome sola con las fieras.
Santana se acerca a mí.
—Has bebido.
Me pongo tensa.
—Ha sido un accidente.
—No me importa que te tomes una si estoy contigo, Britt.
Se vuelve hacia sus amigos.
¿Que no le importa?
Niego con la cabeza.
Observo con alegría cómo Santana actúa con total normalidad con Noah y con Quinn. Hablan de deportes, casi todos de riesgo, y se comportan como personas normales y corrientes. Esta es la Santana tranquila y relajada. Se ríe con ellos, le brillan los ojos y mantiene la mano en mi muslo. Sonrío. Es un placer verla así. Me guiña un ojo y quiero sentarme a horcajadas sobre ella y comérmela a besos.
—¿Cómo está Mercedes?—le pregunta Rachel a Noah mientras vuelve a sentarse a la mesa.
Todos lo miramos a él. Cómo disfruta Rachel liándola.
—No preguntes—replica él, y le da un trago a su botellín de cerveza.
Nadie más se pone nervioso por todo el alcohol que hay sobre la mesa.
¿Acaso yo lo estoy enfocando mal?
—Es una chica muy dulce pero tiene que animarse un poco—añade.
Retrocedo en mi taburete. Ese comentario ha sido un poco duro, más aún después de haberla llevado a La Mansión. No puede despreciarla por ser un poco escéptica.
—¿Por qué la invitaste a ir?
Formulo la pregunta antes de que mi cerebro haya podido detenerme.
¿No es evidente?
Santana me lanza una mirada de desaprobación y me pongo como un tomate. Noah se encoge de hombros.
—Porque soy así y me gusta ese sitio.
—Amén—dice Quinn alzando su botellín.
Abro unos ojos como platos al ver lo directa que es Quinn pese a la presencia de Rachel; luego noto que mi amiga se pone algo tensa. La miro, inquisitiva, pero ella finge no haberme visto y responde al brindis de Quinn con su copa de vino. Ella le sonríe y los ojos aún se me abren más.
¡Rachel ha estado follando en La Mansión!
¡La madre que me parió!
—Además—prosigue Noah—, tengo que aprovechar al máximo. A partir de los treinta y cinco, todo es cuesta abajo, el culo se te pone flácido y te salen tetas. Buscaré una mujer que me ame por mi personalidad y no por mi cuerpo cuando lo necesite.
Observo que Santana se pone tensa a mi lado, aunque no me mira. Las mujeres pensamos igual de nuestro cuerpo, y ella tiene treinta y siete años, pero sin duda no tiene el culo flácido ni se le han caído las tetas. Cruzo las piernas para que me apriete el muslo con más fuerza. Miro con el rabillo del ojo y veo que su boca es una fina línea recta.
—Sólo me quedan nueve años, más me vale disfrutarlos—dice Rachel con una sonrisa sardónica.
La mandíbula me llega al suelo. No puedo creer lo que acaba de soltar. Tengo la boca y los ojos totalmente abiertos. Me quedo corta si digo que estoy a cuadros. Estoy sentada a la mesa en un bar normal, en un Londres normal, con gente normal, y todos están hablando de La Mansión como si fuera lo más normal del mundo.
No, no son gente normal.
¿Cómo iban a serlo?
Estos tres amigos han estado picoteando y ahora han arrastrado también a Rachel al lado oscuro.
Necesito más vino.
¿Qué coño está pasando?
—Con nosotras la edad es mucho más cruel—dice Rachel blandiendo su copa de vino. Confirmando los pensamientos de Santana.
Quinn le guiña el ojo, cosa que confirma mi teoría de que ha estado follando ahí. Quiero sacarla de aquí y exigirle una explicación. No estoy segura de que sea bueno, a pesar de que Rachel insiste en que sólo se está divirtiendo. Sé que está fingiendo.
—¿Eso es lo que te ha pasado a ti, San? —pregunto antes de beber un sorbo de mi vaso de agua.
Me sube la mano por el muslo y cierro las piernas con fuerza.
—No—responde volviéndose hacia mí—¿Acaso crees que mi cuerpo deja algo que desear?
Me arquea una ceja expectante. Es la pregunta más estúpida del mundo.
—Ya sabes que no.
Sonríe.
—¿Sigo siendo tu diosa?
Me sonrojo y le lanzo una mirada asesina al mismo tiempo.
—Eres una diosa arrogante—murmuro.
Me coge de la nuca con la mano, me acerca a ella y me da un beso en la boca de los de caerse de culo. A pesar de que estamos en público, la dejo hacer. Como siempre, mi mente se queda en blanco y el mundo desaparece. Sólo existen Santana y su poder sobre todo mi ser.
Me engulle, me atrapa, me posee...
Cuando por fin me suelta, miro a los demás, muy avergonzada por mi demostración de afecto sin tapujos. Me encuentro con un coro de expresiones de asco ante nuestra cursilería, y alguien se lleva los dedos a la boca como si fuera a vomitar.
Es Santana.
La miro, sonríe y me rodea con sus brazos.
—Son lo peor—sentencia Rachel—Aquí está la comida, así que se acabaron las cursilerías.
Quinn se le acerca y la besa en la mejilla.
—¿Te sientes desatendida?
Ella la aparta y el camarero nos sirve la comida.
—¡No!
Todo el mundo se abalanza sobre su plato, incluida Santana, y charlamos y nos reímos mientras comemos. No se me pasa por alto que de vez en cuando Quinn y Noah lanzan miraditas afectuosas hacia nuestro lado de la mesa. Empiezo a pensar en cómo ha reaccionado Santana al comentario de Noah y Rachel. Eso que ha dicho de que a partir de los treinta y cinco todo es cuesta abajo es una exageración. Mi mujer tiene un cuerpo para comérselo. De repente me viene a la cabeza la imagen de Santana picoteando.
¿Y si ha dejado de picotear y salir conmigo es un mal sustituto?
Se ha retirado, por así decirlo.
Me siento como una mierda.
Su mano sana me acaricia el muslo mientras coge su sándwich con la mano lastimada. Tiene mucho mejor aspecto. Los cardenales casi han desaparecido, pero las muescas rojas de las muñecas siguen ahí, y parecen gritarme: «¡Mira!».
Le echo un vistazo a Santana cuando me roza con la rodilla y me encuentro con su mirada inquisitiva. Se ha dado cuenta de que estaba pensando en su mano, absorta en mis cosas. Seguro que puede leerme la mente. Meneo la cabeza y sonrío, pero dudo que eso haga que deje de preocuparse por mis ensoñaciones.
—Será mejor que vuelva al trabajo—digo, apenada.
Ha sido agradable disfrutar de una comida medio normal (en fin, todo lo normal que puede ser cuando comes con la dueña de un club de sexo superpijo y dos de sus socios).
—Te acompaño—Santana deja lo que queda de su sándwich de beicon, lechuga y queso en su plato y se levanta.
—Si mi oficina está a dos minutos, a la vuelta de la esquina—digo con tono de cansancio.
Dejo de poner pegas cuando me lanza una de sus miraditas. En vez de discutir con ella, me despido de todos y le doy a Rachel el dinero para pagar mi comida y la de Santana. Me lo devuelve.
—San ya ha pagado la cuenta—dice.
¿En serio?
Santana está demasiado ocupada despidiéndose sus amigos como para notar que la estoy mirando con cara de reproche.
Nos encaminamos a la salida del bar.
—¡Eh!—grita Rachel de pronto—¿Noche de copas y amigas el sábado?
Me vuelvo con cara de no saber a qué juega. No parece percatarse de mi reacción. No, está demasiado ocupada viendo cómo reacciona Santana ante la idea.
La miro: parece incómodo.
¡Rachel!
¿Cómo se te ocurre sugerir una cosa tan estúpida?
Quinn y Noah tampoco pierden punto. Están esperando la respuesta de Santana.
—Mejor la semana que viene—respondo con toda la calma de la que soy capaz.
—Puedes ir—me dice Santana por detrás.
¿Puedo ir?
¿Qué significa eso de que puedo ir?
—No, mañana tenemos el aniversario de La Mansión. Estaré hecha polvo.
En el fondo quiero ir, pero me va a prohibir que beba, la muy controladora. No es que beba hasta caer redonda todo el tiempo, y la última vez que lo hice fue por su culpa. Además, tengo tantas cosas que contarle a Rachel, y ella a mí, por lo que he podido ver. Durante la comida sólo hemos cubierto los titulares.
—Oye, te ha dicho que le parece bien—protesta Rachel.
—Hablamos luego
Quiero terminar la conversación. Espero que capte la idea y cierre el pico.
—Vale, claro—me guiña el ojo—Hasta luego.
Me gustaría matarla con el bolso pero noto que Santana tira de mí y me impide llevar a cabo mis planes. Me conformo con lanzarle otra mirada asesina antes de dar media vuelta y dejar que ella me saque del bar.
Llegamos a Piccadilly y nos tropezamos con todo el gentío que ha salido a comer. Hay algo de tensión entre nosotras. Me suelta la mano y me pasa el brazo por los hombros para tenerme más cerca.
Cuando llegamos a Berkeley Street, me detengo para poder verle bien la cara.
—Si salgo, no podré beber, ¿verdad?
—No.
Pongo los ojos en blanco y sigo andando.
—Podrás beber el viernes.
Me alcanza y vuelve a pasarme el brazo por los hombros. Claro, podré tomarme una copa el viernes porque ella estará ahí para velar por mí. El problema es que no me siento cómoda bebiendo delante de ella. No me parece bien, y más sabiendo que tiene un pequeño problema con el alcohol.
—¿Harás que los porteros me espíen?—gruño.
—No les pido que te espíen, Britt. Les pido que te echen un ojo.
—Y que te llamen si no sigo las reglas—contraataco, y me gano unas cosquillas.
—No—dice, cortante—, y llámame si estás tirada y revolcándote por el suelo del bar con el vestido enrollado en la cintura.
La miro mal.
Vale, sí, estaba tirada en el suelo del bar, pero no me estaba revolcando y tampoco estaba cocida.
No aquella vez.
Fue Rachel la que me tiró al suelo consigo. En cuanto al vestido, en fin, ése es un asunto trivial que una mujer neurótica hizo jirones.
Podría salir, tomarme un par de copas de vino, ponerme algo aceptable y no rodar por el suelo. Así el portero no declararía la alerta roja. Quizá podría quedarme en casa de Rachel para no restregárselo. Me río para mis adentros por lo ambicioso de mi plan. Lo cierto es que nunca permitirá que me quede en casa de Rachel.
Le dejo que me mantenga pegada a ella de camino a mi oficina.
—Ahora vas a tener que soltarme—le digo cuando ya estamos muy cerca.
Podríamos tropezarnos con Will, y no le he mencionado el tipo de comida de negocios que he tenido con la señora López. Esto me va a costar sangre, sudor y lágrimas.
—No—gruñe.
—¿Qué planes tienes para el resto del día?—esto es lo que de verdad me interesa.
Por favor, que diga que tiene un montón de asuntos con los que entretenerse para que yo pueda ir a casa de Elaine y recoger mis cosas sin tener que engañarla y mentirle. Ocultar información no es lo mismo que mentir.
Me pone morritos.
—Pensar en ti.
Eso no me hace sentir mejor.
—Volveré a tu casa en cuanto termine de trabajar—digo, y me doy cuenta al instante de que acabo de mentirle.
Hago acopio de todas mis fuerzas para no tocarme el pelo.
—¡Nuestra casa!—me corrige—¿A qué hora?
—A las seis, más o menos
«Hora más, hora menos», me digo a mí misma.
—Te encanta esa muletilla, ¿no? Más o menos...
Me mira y creo que me está escudriñando. Es imposible que sepa lo que estoy tramando. Sólo lo sabe Rachel.
—Más o menos—respondo, y me apoyo en ella para darle un beso.
Me coge, me echa hacia atrás sobre su brazo con un gesto ridículo y teatral y me besa hasta dejarme sin aliento en pleno Berkeley Square. La gente trata de no chocar contra nosotras y nos grita alguna impertinencia.
Que les den.
—Joder. Te quiero, te quiero, te quiero, Britt—dice contra mi boca.
Sonrío.
—Lo sé.
Vuelve a erguirme y entierra la cara en mi cuello para mordisquearme la oreja.
—No me canso de ti. Voy a llevarte a casa.
Lo sé, siempre me lo dice, y me entran ganas de no volver a la oficina e irme con ella. No tengo mucho trabajo, y no hay nada que no pueda esperar. Me encanta cuando está de este humor, exigencias y órdenes aparte.
Mi móvil empieza a cantar y me saca de mi estado de rebeldía. Lo pesco del bolso con Santana enganchada a mi cuello. Cuando lo saco, lo levanto por encima de su cabeza para ver quién es. Suelto un gruñido.
¿Por qué tiene que llamarme Rory precisamente ahora?
Santana debe de notar mi fastidio, porque deja mi cuello y me mira con curiosidad.
—¿Quién es?
—Nadie, un cliente—meto el móvil en el bolso de nuevo. Ya lo llamaré—Te veo en tu casa—digo, y echo a andar pero ella me agarra por la muñeca.
—¡Nuestra casa, Britt! ¿Quién era?
Su repentino cambio de humor me pilla con la guardia baja.
—Rory—digo entre dientes—Sólo es un cliente—añado para enfatizar el papel que Rory desempeña en mi vida.
Es posible que no pueda curar esa parte de Santana: es muy celosa y demasiado posesiva.
Tiro de la muñeca para soltarme y recorro los pocos metros que quedan hasta la oficina dejándola a ella en la acera.
¿Y me dice a mí que si he visto al monstruo de ojos verdes?
El móvil suena de nuevo y lo cojo al entrar en la oficina.
—Hola, Rory.
—Brittany, llamo para confirmar nuestra cita del lunes.
Su voz suave baila en mis oídos. Puede que Santana lo vea como una amenaza, pero no lo es, aunque la verdad es que tiene una voz muy sensual.
—¿Te va bien a las doce?
Me dejo caer en mi silla y la pongo de cara a la mesa. Me quedo horrorizada al ver que tengo a Santana delante, bufando como un toro bravo.
Parece furiosa.
Recorro el despacho con la mirada y veo a Kurt y a Mercedes en sus respectivos puestos de trabajo, sin perderse un detalle y sin disimular su curiosidad. Entonces veo a Will en su oficina pero, gracias a Dios, está absorto con lo que sea que muestra su pantalla de ordenador y no parece haber visto a Santana.
—¿Brittany?
Con el drama que tengo entre manos, se me olvida que estoy en plena conversación telefónica por temas de trabajo.
—Perdona, Rory.
Miro a Santana con cara de no entender qué hace aquí, pero pasa de mí y sigue actuando como una fiera al acecho, sin tener en cuenta dónde estamos ni que tenemos espectadores.
—Sí, perfecto.
Intento sonar segura y profesional.
Fracaso a lo grande: sueno nerviosa y atacada.
—¿Estás bien?
Su pregunta me desmorona. Está claro que se nota que no estoy bien.
—Sí, bien, gracias.
—Estupendo. ¿Rompiste tu regla?
El corazón deja de latirme.
—¿Disculpa?—me sale un poco agudo debido a la falta de oxígeno.
—Con Santana López. Es una cliente, ¿no es así?
No sé qué decir.
No, no era una cliente, no cuando estaba trabajando en el Lusso, pero no soy tan tonta como para decírselo. Rory sabe que supuestamente estoy trabajando para Santana. Supuestamente. Todavía no he vuelto a La Mansión, y Santana no me ha presionado para que lo haga.
—Sí—es la única palabra que me sale.
—¿Cuánto hace que sales con ella?
Se me hiela la sangre en las venas y busco la respuesta correcta en mi cerebro.
—Un mes, más o menos—tartamudeo por teléfono.
¿Por qué me pregunta estas cosas?
—Hummm, qué interesante—responde.
La sangre se me hiela aún más.
¿Por qué le parece tan interesante?
Tengo la mirada fija en los ojos oscuros de la mujer por la que daría la vida y tengo a otro hombre al otro lado de la línea telefónica que parece tener algo que decirme, algo que va a hacer que salga despedida y con el culo chamuscado del séptimo cielo de Santana, aunque no es que esté ahí en este preciso instante.
—¿Por qué?—sueno muy nerviosa.
Normal, es que estoy muy nerviosa.
¿Qué es lo que sabe?
—Ya hablaremos durante nuestra reunión.
—Vale—digo simplemente, y cuelgo.
Eso ha sido de muy mala educación, pero no sabía qué otra cosa decir o hacer.
Santana está sentada sobre mi mesa y parece que quiere arrancarme la cabeza de cuajo, pero ¿por qué?
Hay que joderse.
En cinco minutos he pasado de estar retozando en la acera a un duelo de titanes.
Nos miramos fijamente un rato. Veo de reojo a Kurt y a Mercedes, que parece que se han quedado a presenciar el espectáculo. Para ser justos, es imposible no verlo. Santana no es fácil de ignorar y, aunque no estuvieran mirando, seguirían con las antenas puestas, pendientes de la mujer taciturna que emana hostilidad sobre mi mesa.
Su atrevimiento casi, casi, roza la valentía.
Me centro en Santana pero no quiero mover ficha primero por miedo a que estalle y Will acuda a averiguar a qué se debe la conmoción. No obstante, tampoco puedo quedarme aquí sentada mirándola todo el día.
—Estoy trabajando—digo, firme y tensa.
Ni siquiera yo misma me creo mi falsa calma. Santana parece estar a punto de explotar de la rabia.
—¿Quién era?—inquiere señalando mi teléfono con un gesto de la cabeza.
—Ya sabes quién era—digo dejando el móvil sobre la mesa.
¿Mi forma de hablar con Rory tiene algo que ver con todo esto?
Rory sabe algo, y Santana sabe que lo sabe. Hasta ahí llego.
—No vas a volver a verlo—dice entre dientes, alto y claro.
Vale, ahora sí que estoy muy preocupada.
—¿Por qué?
Ni siquiera me molesto en señalar que Rory es un cliente. Ya lo sabe y, a juzgar por su expresión, le da exactamente igual.
—Porque no. No te lo estoy pidiendo, Britt. En esto, vas a hacer lo que yo te diga.
Empieza a morderse el puto labio, temblando de rabia. No puedo ponerme a discutir ahora, no en mi lugar de trabajo. Tampoco puedo renunciar al contrato de Vida.
Estoy jodida, muy, muy jodida.
Nunca había necesitado tanto una copa.
—Te veo en el Lusso—digo en voz baja.
—Hasta entonces.
Da media vuelta y desaparece. Me hundo en mi silla y respiro. La vida con Santana es una puñetera montaña rusa, y ahora que se ha ido me voy a pasar el resto de la tarde preocupada por ella. Todo son incertidumbres, pero hay una cosa que tengo muy clara: no voy a volver al Lusso esta noche. Necesito tiempo para pensar y aclararme las ideas antes de que me caiga más mierda encima.
Cuando por fin me da una respuesta, aparecen veinte interrogantes más.
—Por favor, qué sexy está esa mujer cuando se enfada—comenta Kurt—¿Has ido a La Mansión últimamente, cielo?—pregunta bajándose las gafas, y de inmediato sé que Mercedes no es tan tonta como parece.
Ella suelta una risita nerviosa, la primera en dos días. Quiero protestar y acusarla de ser una mojigata y luego decirle a Kurt que se busque un asistente de compras. Pero eso sería muy infantil, y no creo que pudiera morderme la lengua y dejarlo estar. Estoy a punto de explotar de tanta frustración y tanto estrés, y pobre el que me haga reventar porque le espera una buena. Por suerte para Kurt y Mercedes, Will les salva el culo antes de que se me vaya la pinza y les suelte cuatro verdades.
—Flor—dice sentándose en el borde de mi mesa, que suelta su habitual crujido de protesta; yo hago la mueca de siempre y Will hace caso omiso, como todos los días—, me ha llamado Rory Flanagan: quiere que hagas un viaje de documentación a Suecia.
Joder.
Ésa no me la esperaba. Después de haber conseguido el contrato para decorar el Lusso, el socio de Rory pidió que todo fuera italiano y auténtico, así que me enviaron a Italia para que me documentara y buscara proveedores. Rory ha dejado muy claro que quiere materiales sostenibles en Vida, pero no me imaginaba esto. La complejidad de su propuesta es como un puñetazo en el estómago. El hecho de que el viaje sea por el proyecto de Rory va a enviar a Santana a la tumba y, a juzgar por lo ocurrido, es probable que yo también acabe bajo tierra.
—¿Es del todo necesario?
Por favor, di que no.
Por favor, por favor.
—Del todo. Rory ha insistido mucho. Buscaré vuelos.
Se levanta con un crujido de mi mesa y regresa a su despacho.
¿Rory ha insistido?
Estoy en apuros.
No voy a poder ir a Suecia, Santana no me va a dejar.
¿Qué voy a hacer?
Quedarme sin trabajo... Me dan sudores fríos.
—¿Café, Britt?
Tina aparece con la misma cara de pena de esta mañana. Lo que necesito desesperadamente es vino.
—No, gracias, Tina.
Kurt y Mercedes ya no están espiando.
Mejor.
Así puedo pasarme el resto de la tarde preocupándome por mis dramones en paz. De repente desearía no tener que ir a recoger mis cosas después del trabajo. Ver a Elaine es lo último que me apetece hacer.
—Aquí tienes, flor. Información de vuelos. Dime cuál te va mejor.
Mi jefe me pasa el horario de los vuelos y me lo echo al bolso. Ya lo pensaré más tarde. Will me deja en paz y finalmente hago un leve intento de ponerme a trabajar.
Me desperezo.
¡Qué gusto!
Parpadeo y caigo en la cuenta de que está vestida. Mi cerebro inconsciente toma nota de que con Santana ya vestida no hay peligro de que me arrastre por todo Londres en una de sus carreras matutinas de castigo.
—¿Qué hora es?—grazno.
—Tranquila, sólo son las seis y media. Tengo que recibir a unos cuantos proveedores a primera hora. Quería verte antes de irme.
Se agacha, me da un beso y me inunda el sabor de su aliento mentolado.
¿Proveedores?
¿Qué clase de proveedores?
Corto esos pensamientos por lo sano. Es demasiado temprano y, si de verdad son las seis y media, es demasiado tarde para correr veintidós kilómetros por Londres, así que los proveedores me importan un pimiento.
—No me hace falta tener los ojos abiertos para que tú puedas verme—protesto mientras tiro de su espalda para que vuelva a mí.
Huele de rechupete.
—Ven a desayunar conmigo—me levanta de la cama y me agarro a ella con mi cuerpo desnudo y mi estilo habitual de chimpancé—Me vas a arrugar la ropa—dice en absoluto preocupada mientras me saca del dormitorio y me lleva a la cocina.
—Bueno suéltame—contraataco.
Sé que no va a hacerlo.
—Nunca.
Sonrío satisfecha y absorbo cada gota de su perfume que desprende.
—No necesito un polvo de recordatorio. Puedes venir a comer.
—Esa boca—se echa a reír—Lo siento. De verdad que necesitaba verte antes de irme.
Me pongo tensa en cuanto lo dice. Bueno, de hecho, en cuanto dice «lo siento».
¡Mierda!
Había olvidado su crisis nerviosa de medianoche. Bueno, no es que se me haya olvidado, es que mi cerebro consciente no la ha procesado aún.
—¿Qué pasa?
Ha notado que me he puesto tensa de repente. Me sienta en el frío mármol pero no me sorprende como la otra vez. Estoy demasiado ocupada buscando en mi mente el mejor modo de abordar el asunto.
—Anoche te despertaste—digo.
—¿Sí?—frunce el ceño y no sé si se siente aliviada o decepcionada.
—¿No te acuerdas?
—No—se encoge de hombros—¿Qué te apetece desayunar?—me deja en el mármol y va hacia la nevera—¿Huevos, un bagel, algo de fruta?
¿Ya está?
—Dijiste que me necesitabas—lo dejo caer, a ver si lo pilla.
—¿Y? Es lo que digo estando despierta—replica sin apartar siquiera la vista de la nevera.
Bueno no, parece que no lo ha pillado.
—Me pediste perdón.
Me pongo las manos debajo de los muslos. Vuelve de la nevera.
—Eso también lo he dicho estando despierta.
Es cierto, lo ha dicho todo despierto, pero anoche estaba hecho un poema.
Sonríe.
—Britt, lo más probable es que tuviera una pesadilla. No me acuerdo.
Vuelve a la nevera.
—Te pusiste frenética. Estaba muy preocupada, San—digo tímidamente.
No fue normal.
Cierra la nevera, con más fuerza de la necesaria, y de inmediato me arrepiento de haber sacado el tema. No me da miedo. La he visto perder los nervios muchas veces, pero me preocupa el modo en que se abrazaba a sí misma. No quiero empezar el día con una pelea. Hablaba en sueños, eso es todo.
Se acerca mordiéndose el labio y la observo con cautela. Cuando llega a mi lado, se abre paso entre mis piernas, me saca las manos de debajo de los muslos y las sostiene entre ambas. Me las acaricia con los pulgares.
—Deja de preocuparte por lo que dije en sueños. ¿No dije que te quería?—pregunta con ternura.
Frunzo el ceño.
—No.
Sus ojos oscuros parpadean y una de las comisuras de sus labios forma media sonrisa.
—Eso es todo lo que importa.
Me besa en la frente.
Me aparto de sus labios.
Sí, importa.
Lo está haciendo otra vez.
Me está dando evasivas.
—No fue normal, y ya me estoy hartando de ese tonito—le lanzo una mirada asesina y retrocede, sorprendida, con la boca abierta. Pero no le doy la oportunidad de devolvérmela—O desembuchas o me largo—amenazo. Ella cierra la boca, no dice nada. La he cogido por sorpresa. Levanto las cejas, altanera—¿Qué eliges?
—Dijiste que nunca ibas a dejarme—replica, despacio.
—Vale, deja que lo reformule: no te dejaré si empiezas a darme respuestas cuando te pregunte algo. ¿Qué te parece?
Se muerde el labio sin quitarme el ojo de encima pero no desvío la mirada. Mantengo el contacto visual y pongo una cara muy seria. Sus pulgares me acarician con firmeza.
—No tiene importancia.
Me echo a reír, escéptica, y hago ademán de moverme, pero ella se acerca más para evitar que me baje de la encimera.
—Santana, voy a marcharme—digo, pero sé que no es verdad.
—Soñé que te habías ido.
Habla como una metralleta, casi en estado de pánico. Dejo de intentar soltarme.
—¿Qué?
—Soñé que me despertaba y que te habías ido.
—¿Adónde?
—Y yo qué coño sé—me suelta y se lleva las manos a la cabeza—No podía encontrarte.
—¿Soñaste que te dejaba?
Frunce el ceño.
—No sé dónde estabas. Simplemente te habías ido.
—Vaya—no sé qué más decir.
No me mira.
¿Se puso así porque yo la dejaba?
—No fue un sueño agradable, eso es todo.
Está avergonzada y de repente me siento un pelín culpable. Está muy descolocada.
—No voy a dejarte—intento que se lo crea—Pero tenemos que hablar. Tengo que torturarte para sacarte información, San. Es agotador.
—Perdona, Britt.
La atraigo de vuelta entre mis muslos. Es uno de esos momentos en los que yo soy la fuerte. A medida que descifro a esta mujer, se vuelven más frecuentes.
—¿Habías tenido pesadillas antes?
—No—acepta mi abrazo y me estrecha con fuerza.
—Porque estabas borracha.
—No, Britt. No soy una alcohólica.
—No he dicho que lo fueras.
La abrazo con fuerza y me da un poco de pena pero me alegro de que se haya abierto. Es tan fuerte y tan segura de sí misma, pero estas pequeñas grietas son cada vez más evidentes.
¿Las estaré causando yo?
—¿Puedo prepararte un desayuno equilibrado?—pregunta deshaciendo nuestro abrazo.
—Sí, por favor.
—¿Qué te apetece?
Me encojo de hombros.
—Tostadas.
—¿Tostadas?—asiento. Son las seis y media de la mañana, mi estómago no se ha despertado aún—Eso no es muy equilibrado—masculla.
—Es demasiado temprano para comer.
—No, no lo es. Y tienes que comer, estás demasiado delgada.
Me suelta y se dirige a poner el pan en la tostadora. Yo bajo del mármol y me siento en un taburete para contemplar cómo se desliza por la estancia. Me conmueve. Ha reconocido que cocina de pena, así que el hecho de que se haya ofrecido a prepararme el desayuno es adorable. Pongo los codos en la encimera y apoyo la barbilla sobre las palmas de las manos para estudiarla mejor.
Ha tenido un mal sueño. O una pesadilla. Sea lo que sea, debe de haber sido muy duro. Es una mujer hecha y derecha, y ayer una pesadilla la redujo a un estado patético. Espero que no sean frecuentes, porque fue horrible tener que verla así, tan asustada y tan vulnerable.
No me gustó.
Suspiro para mis adentros. Está más guapa que nunca esta mañana. No se ha puesto traje, sólo unos pantalones gris marengo y una camisa negra. Es posible que cambie de opinión sobre la comida para que no tenga más remedio que echarme un polvo de recordatorio.
Coge la mantequilla, cuchillos y platos y lo dispone todo en la isleta, delante de mí. Luego se dirige de nuevo a la nevera y se sienta a mi lado con un tarro de mantequilla de cacahuete. La miro sin poder creérmelo. Desenrosca la tapa y mete el dedo. Luego se lo lleva a la boca y me mira.
—¿Qué?—masculla.
—¿Y tú me das lecciones a mí acerca de un desayuno equilibrado?
Miro el bote que tiene en la mano. Traga.
—Los frutos secos son muy sanos. Además, tú eres más importante que yo.
Meneo la cabeza y unto la mantequilla en mi tostada bajo su atenta mirada.
—A mí me importas tú—le gruño a mi tostada, y la miro mientras le pego un mordisco.
Santana sonríe.
—Me alegro. ¿Qué tienes hoy en la agenda?—pregunta como si nada mientras vuelve a meter el dedo en el tarro.
Me atraganto y frunce el ceño.
¿Lo pregunta en serio?
¡No pienso decírselo!
—¿Por qué te sorprende tanto que quiera saber lo que vas a hacer hoy?—me hace un mohín.
Me trago el bocado de tostada.
—Oh, por nada—doy otro mordisco—, si pensara que de verdad te interesa y que no lo preguntas para volver a chafarme el día—no puedo decirlo con más sarcasmo.
—De verdad me interesa—parece dolido.
No cuela.
—Te veo en el Baroque a la una. Tengo que llamar a Rach y avisarle de que vas a fastidiarnos la comida de amigas.
—No le importará. Me quiere—dice con total confianza.
—Eso es porque le compraste a Margo Junior—le recuerdo.
—No, es porque me lo dijo.
Es una engreída.
—¿Cuándo?
—Cuando salimos—me aparta el pelo de la cara—La noche en que te enseñé a bailar. La noche en que pillaste aquel superpedo.
—¿Superpedo?—pregunto con la boca llena.
—Borracha.
Me burlo.
—Seguro que Rach también estaba borracha.
Bueno, no tanto como yo, pero eso no era difícil. Aunque iba bien cocida, cosa que tampoco importa. Rachel no le diría a nadie que le gusta si no fuera verdad, y mucho menos que la quiere, ni siquiera cuando es en plan cariñoso.
—Y no sólo aquella vez.
Mete el dedo en el tarro y me lo pone delante de las narices. Hago una mueca de asco y ella se ríe antes de llevárselo a la boca.
—¿Más veces?—pregunto sin darle importancia mientras muerdo mi tostada.
Lo está haciendo a propósito.
—En La Mansión—lo suelta como si el hecho de que Rachel estuviera en La Mansión fuera lo más natural del mundo.
La mandíbula me llega a la encimera de mármol. Recuerdo que Rachel fue ahí el sábado por la noche y que ese día llamaron a Santana para que acudiera ahí. Tuvo que ser entonces. Rachel no entró en detalles cuando le pregunté. Lo gracioso es lo que dijo y que no quiso explicarme mejor. Sin duda, no iba a insistir después de cómo reaccionó a mi interrogatorio.
—¿Qué estaba haciendo Rach en La Mansión?
Intento decirlo con naturalidad pero, a juzgar por la cara que pone, me ha salido fatal.
Sonríe.
—No es asunto tuyo—salta del taburete y tira el tarro vacío a la basura—Tengo que pirarme.
—¿Pirarte?
—Sí, largarme..., irme..., salir zumbando.
Me guiña el ojo y me derrito en el taburete. Está de buen humor, juguetona y bromista.
La quiero.
La Santana relajada empieza a ser un habitual últimamente.
—He decidido que no es buena idea que vengas a comer. No quiero que Rach piense que somos como lapas—suelto de pronto.
Me vuelvo y sigo comiéndome mi tostada con toda la indiferencia que soy capaz de fingir. No obstante, me cuesta, porque mi mujer está gruñendo y erizándose detrás de mí.
Me coge y grito cuando me da la vuelta y me empotra contra la pared. Me aplasta con su delicioso cuerpo y yo todavía tengo la tostada en la mano.
Sus ojos me dicen que no sabe si lo he dicho en serio, y me siento... casi culpable.
Sé lo que me espera.
Lucho por ocultar la sonrisa que baila en las comisuras de mi boca. Se apoya en mí y levanta las caderas para que pueda sentir toda su caricia en mi sexo.
Gimo, pícara, de pura satisfacción.
—No lo has dicho en serio.
Desliza la mano por mi vientre, hacia el punto en el que se unen mis muslos.
—Muy en serio—la reto, y doy un respingo cuando introduce el pulgar en mi zona sensible.
Dios, nunca voy a cansarme de ella.
—Voy a ser muy rápida—musita mientras continúa follándome con el dedo. Suspiro y saboreo sus caricias expertas—No juegues conmigo, Britt.
Retira la mano y se aparta.
¡¿Qué?!
Quiero agarrarla y volver a meter su mano donde debería estar.
¿A qué demonios juega?
Le lanzo una mirada como diciendo
¿De qué coño vas?, y se ríe a gusto.
—Ya llego tarde porque quería asegurarme de que comías algo. Si llego a saber que te iba a dar por jugar conmigo, te habría follado primero y luego te habría dado de comer—se acerca y me restriega las caderas, siempre a punto para el amor, y jadea en mi oído—A la una en punto—le da un mordisco a mi tostada—Te quiero, Britt-Britt.
Me mira más arrogante que nunca.
—No es verdad—le suelto—Si me quisieras, no me abandonarías a medio camino del orgasmo.
—¡Oye!—me grita. Parece enfadada—No dudes nunca de lo mucho que te quiero. Eso me cabrea muchísimo.
Intento poner cara de que lo siento pero, con las ganas que tenía de correrme, me cuesta mucho convencer a mi cerebro para que haga nada. Sólo quiere obligar a Santana a terminar lo que ha empezado. Sé que se ha puesto cachonda.
¿Cómo es que se va sin más?
—Que pases un buen día—añade; su mirada se suaviza y me besa en la mejilla—Te echaré de menos con locura, Britt.
Eso ya lo sé. Pero sólo quedan seis horas hasta la hora de comer.
Sobrevivirá.
Una vez arreglada, bajo por el ascensor y taconeo por el vestíbulo mientras busco las gafas de sol en el bolso.
—Buenos días, Brittany—dice Clive al pasar.
—Buenos días—respondo, me pongo las gafas y saludo a la luz del sol.
Me paro de repente al ver a Finn apoyado en su Range Rover.
¿Va en serio?
Se levanta las gafas de sol y se encoge de hombros. Menos mal, a él también le parece ridículo. Pero hoy necesito mi coche para poder recoger las cosas de casa de Elaine después del trabajo.
—Finn, puedo ir yo sola al trabajo.
Lo cierto es que estoy un poco harta.
—No creo que puedas, rubia—dice arrastrando las palabras.
¿De qué habla?
—Están lavando tu coche.
Se encoge de hombros otra vez y se sienta detrás del volante. Me vuelvo y compruebo que hay un ejército de personas limpiándome el coche.
Por el amor de Dios.
Saco las llaves del bolso y veo que faltan las del Mini. Doña Controladora va a tener que explicarme qué hacía hurgando en mi bolso (y, ya de paso, por qué me toquetea el móvil). Es de muy mala educación.
¿Por qué nunca me pide mi opinión?
Es una lata.
Llamaré a Rachel. Ella me llevará. Marco su número.
—¡Nena!—responde, contenta.
—Oye, ¿podrías llevarme a casa de Elaine cuando salga de trabajar para que pueda recoger mis cosas?
Se lo pido todo lo de prisa que puedo.
—Claro.
—Genial. Te veo a la hora de comer. Por cierto, San también viene.
Cuelgo y me siento al lado de Finn. Lleva su modelito habitual: traje negro y camisa negra.
¿Cuántos trajes negros tendrá?
—¿Crees que está siendo poco razonable y difícil?—pregunto con naturalidad mientras bajo el espejo para poder ponerme el brillo de labios.
—Sí, rubia—dice con su forma de hablar de siempre—Pero, como ya te he dicho, sólo es así contigo.
Dejo caer la mano en el regazo y miro a Finn, que, como siempre, está tamborileando con los dedos sobre el volante.
—¿Y en el trabajo no se comporta como una lunática?
—No.
Frunzo el ceño.
—¿Es simpática?
—Sí.
Suspiro con toda el alma para que Finn sepa que quiero una respuesta más larga.
—¿Por qué?
Me mira y me deslumbra con sus dientes blancos.
—Rubia, no seas demasiado dura con esa latina loca. Nunca le había importado nadie hasta que llegaste tú.
Me reclino en mi asiento y escucho cómo Finn comienza a tararear al ritmo del tamborileo de sus dedos. Es imposible que a Santana nunca le haya importado nadie. Tiene treinta y siete años.
—¿Cuántos años tiene?—pregunto, sonriente.
Me gano otra sonrisa de Finn.
—Treinta y siete. Pero tú eso ya lo sabías, ¿no?
¡Ay, no!
Me muero de la vergüenza en el acto y me pongo colorada como un tomate. Había olvidado que hubo que rescatar a Santana, y me apuesto a que Finn se deleitó la vista.
Me echo a reír para mis adentros al pensar en la escena que debió de encontrarse: un dormitorio con una diosa esposada a la cama, un vibrador adornado con diamantes, mi conjunto de ropa interior de encaje por el suelo y a dicha diosa haciendo agujeros en la pared con el vibrador. Me apuesto a que debió de parecerle de lo más divertido, y que Santana le explicó cómo y por qué había terminado esposada a la cama.
Mi vergüenza no conoce límites.
Pasamos el resto del trayecto en silencio, salvo por el tararear de Finn. Soy incapaz de mirarlo. Me deja en Berkeley Square y corro a la oficina para deshacerme de mi incomodidad. Me despido de él con un gesto de la mano.
¿Cómo voy a volver a mirarlo a la cara?
De camino a mi mesa veo a Tina ordenando un armario. Parece que está al borde del suicidio. La blusa de poliéster de cuello alto ha vuelto y el pintaúñas rojo ha desaparecido. Ha pasado lo que me temía. Los hombres son unos cabrones. Decido no mencionarlo, no creo que le haga gracia.
—Buenos días, Tina—digo tratando de no parecer excesivamente feliz. Me ofrece una tímida sonrisa antes de volver a sus tareas. Me da pena—¿Dónde está todo el mundo?
Se encoge de hombros. Está fatal. Me resigno a cerrar el pico y me pongo a trabajar.
La mañana resulta muy productiva. Cierro unas cuantas cuentas y me pongo al día respecto a mis clientes actuales.
A las doce y cuarenta y cinco, salgo a comer. Entro en el bar y encuentro a Rachel sentada a nuestra mesa de siempre. Me lanza una mirada de enfado cuando me acerco.
—Tus modales por teléfono dejan mucho que desear.
He sido un poco brusca esta mañana, pero ha sido porque estaba tan ocupada lidiando con mi mujer imposible que no he podido cuidar las formas.
—Perdona—me siento, y lo primero que veo enfrente de mí es una enorme copa de vino—¡Joder, Rach! ¡Llévatela de aquí!
La pongo en su lado de la mesa. Ella me lanza cuchillos con la mirada.
—Pensé que la necesitabas.
Y la necesito, pero Santana llegará pronto.
¿Qué pensaría si me encontrara tomando vino?
Sería muy cruel y desconsiderado por mi parte. Intento retirar también la copa de Rachel, que se lanza a por ella.
—Rach, llegará en seguida.
—¡Oye! ¡Deja esa copa donde estaba!—me ordena, muy seria—San no es mi novia.
No me puedo creer que se comporte así. Qué poco considerada. Se niega a dejar la copa y la miro mal mientras la suelto. Ella la coge y bebe un buen sorbo mirándome fijamente.
—¡Zorra!
Rachel sonríe por encima de la copa. Cojo la mía y me la bebo de un trago. Ella suelta una carcajada.
Dios, qué maravilla.
Hace casi dos semanas que no bebo, todo un récord para mí. Dejo escapar un suspiro largo y satisfecho.
—La necesitabas—Rachel confirma lo evidente.
—Sí, y probablemente necesite otra.
El sentimiento de culpa me invade.
Soy débil.
Inspecciono el bar antes de correr a la barra para dejar mi copa vacía. Me siento como una delincuente juvenil.
—Ah, y no le digas a San que la quieres, que se vuelve muy creída—gimo al volver a sentarme.
Rachel se parte de la risa.
—¿Te recojo en tu oficina a las seis?
Sí, vamos a zanjar esta conversación antes de que ella llegue.
—¿Te viene bien?
Sé que sí pero, después de que me haya reñido por mis modales al teléfono, creo que es bueno que sea educada.
—Claro. ¿Has hablado con Elaine?
—Sí, me estará esperando, pero San no lo sabe y no quiero que se entere—le advierto—Rachel arquea las cejas pero no dice nada—Me lo echaría a perder—me encojo de hombros. Creo que el vino se me ha subido a la cabeza. Estoy atontada—¿Qué tal Quinn?
—Llegará pronto. Pensé que, ya que esta mañana me has dicho que San se nos unía, podía preguntarle a Quinn si le apetecía venir.
Lo dice como si Santana fuera la única razón por la que ha invitado a Quinn. Como si no la conociera.
—Oye, ¿tú sabes qué ha pasado entre Mercedes y Noah?—pregunto con curiosidad.
Seguro que Rachel sabe algo. Le brillan los ojos.
—¡No te lo vas a creer!
—¿Qué pasa?
Me acerco más a ella, emocionada ante la perspectiva de escuchar un buen chisme.
—Noah la llevó a La Mansión. ¡Y a la muy puritana no le gustó!
Rachel está encantada, pero a mí me entra el pánico.
Mercedes se ha enterado de la existencia de La Mansión; ¿sabrá quién es la dueña?
¿Se lo habrá contado todo Noah?
¿Habrá sumado dos y dos?
Ay, Dios, espero que no.
La chica no es una lumbrera, pero si lo ha averiguado sin duda se lo habrá dicho a Kurt. Esto se está complicando mucho. Aunque Kurt no me ha comentado nada y, con un descubrimiento tan jugoso como ése, no creo que pudiera resistirse. Quizá la pobre es tonta. Eso espero, porque lo último que necesito es a Kurt y a Mercedes metiéndose en mis asuntos y cuchicheando en la oficina.
—¿Qué te apetece comer?—la pregunta de Rachel me saca de mis cavilaciones.
—Un sándwich de beicon, lechuga y tomate con pan integral.
—¿Y para San?
Frunzo el ceño. No tengo ni idea. Ni siquiera sé cuál es su plato favorito.
—Pregunta si tienen mantequilla de cacahuete—digo encogiéndome de hombros.
—¿Mantequilla de cacahuete?—pone cara de asco. Amén, amiga—Mira, por ahí vienen—Rachel señala hacia la puerta con el vaso y me vuelvo para mirar.
Suspiro de admiración, igual que Rachel cuando ve a Quinn. Noah es el último en llegar. Sé muy bien que Rachel está disimulando lo que siente por Quinn. Santana me da un beso en la mejilla y luego acerca una silla de otra mesa para poder sentarse a mi lado, con la mano sobre mi rodilla. El calor de su mano asciende por mi pierna y me da de lleno entre los muslos. No ayuda nada cuando empieza a hacerme caricias y a darme pequeños apretones.
—Me has quitado las llaves del coche—la miro enfadada.
—¿Todo el mundo bien?
Ignora mi acusación y empieza a trazar círculos con el pulgar en el interior de mi muslo. Está sonriente. Sabe perfectamente lo que me está haciendo. Intento apartar la pierna pero no lo consiente. Me lanza una pequeña mirada de advertencia y me da un apretón extra.
Es su forma de decir: cuando quiera y donde quiera.
—Yo, muy bien—sonríe Rachel. Sí, está de maravilla ahora que ha llegado Quinn—Voy a pedir, ¿qué queréis tomar?—dice poniéndose en pie.
Los recién llegados le dicen lo que quieren para comer y ella desaparece en dirección a la barra dejándome sola con las fieras.
Santana se acerca a mí.
—Has bebido.
Me pongo tensa.
—Ha sido un accidente.
—No me importa que te tomes una si estoy contigo, Britt.
Se vuelve hacia sus amigos.
¿Que no le importa?
Niego con la cabeza.
Observo con alegría cómo Santana actúa con total normalidad con Noah y con Quinn. Hablan de deportes, casi todos de riesgo, y se comportan como personas normales y corrientes. Esta es la Santana tranquila y relajada. Se ríe con ellos, le brillan los ojos y mantiene la mano en mi muslo. Sonrío. Es un placer verla así. Me guiña un ojo y quiero sentarme a horcajadas sobre ella y comérmela a besos.
—¿Cómo está Mercedes?—le pregunta Rachel a Noah mientras vuelve a sentarse a la mesa.
Todos lo miramos a él. Cómo disfruta Rachel liándola.
—No preguntes—replica él, y le da un trago a su botellín de cerveza.
Nadie más se pone nervioso por todo el alcohol que hay sobre la mesa.
¿Acaso yo lo estoy enfocando mal?
—Es una chica muy dulce pero tiene que animarse un poco—añade.
Retrocedo en mi taburete. Ese comentario ha sido un poco duro, más aún después de haberla llevado a La Mansión. No puede despreciarla por ser un poco escéptica.
—¿Por qué la invitaste a ir?
Formulo la pregunta antes de que mi cerebro haya podido detenerme.
¿No es evidente?
Santana me lanza una mirada de desaprobación y me pongo como un tomate. Noah se encoge de hombros.
—Porque soy así y me gusta ese sitio.
—Amén—dice Quinn alzando su botellín.
Abro unos ojos como platos al ver lo directa que es Quinn pese a la presencia de Rachel; luego noto que mi amiga se pone algo tensa. La miro, inquisitiva, pero ella finge no haberme visto y responde al brindis de Quinn con su copa de vino. Ella le sonríe y los ojos aún se me abren más.
¡Rachel ha estado follando en La Mansión!
¡La madre que me parió!
—Además—prosigue Noah—, tengo que aprovechar al máximo. A partir de los treinta y cinco, todo es cuesta abajo, el culo se te pone flácido y te salen tetas. Buscaré una mujer que me ame por mi personalidad y no por mi cuerpo cuando lo necesite.
Observo que Santana se pone tensa a mi lado, aunque no me mira. Las mujeres pensamos igual de nuestro cuerpo, y ella tiene treinta y siete años, pero sin duda no tiene el culo flácido ni se le han caído las tetas. Cruzo las piernas para que me apriete el muslo con más fuerza. Miro con el rabillo del ojo y veo que su boca es una fina línea recta.
—Sólo me quedan nueve años, más me vale disfrutarlos—dice Rachel con una sonrisa sardónica.
La mandíbula me llega al suelo. No puedo creer lo que acaba de soltar. Tengo la boca y los ojos totalmente abiertos. Me quedo corta si digo que estoy a cuadros. Estoy sentada a la mesa en un bar normal, en un Londres normal, con gente normal, y todos están hablando de La Mansión como si fuera lo más normal del mundo.
No, no son gente normal.
¿Cómo iban a serlo?
Estos tres amigos han estado picoteando y ahora han arrastrado también a Rachel al lado oscuro.
Necesito más vino.
¿Qué coño está pasando?
—Con nosotras la edad es mucho más cruel—dice Rachel blandiendo su copa de vino. Confirmando los pensamientos de Santana.
Quinn le guiña el ojo, cosa que confirma mi teoría de que ha estado follando ahí. Quiero sacarla de aquí y exigirle una explicación. No estoy segura de que sea bueno, a pesar de que Rachel insiste en que sólo se está divirtiendo. Sé que está fingiendo.
—¿Eso es lo que te ha pasado a ti, San? —pregunto antes de beber un sorbo de mi vaso de agua.
Me sube la mano por el muslo y cierro las piernas con fuerza.
—No—responde volviéndose hacia mí—¿Acaso crees que mi cuerpo deja algo que desear?
Me arquea una ceja expectante. Es la pregunta más estúpida del mundo.
—Ya sabes que no.
Sonríe.
—¿Sigo siendo tu diosa?
Me sonrojo y le lanzo una mirada asesina al mismo tiempo.
—Eres una diosa arrogante—murmuro.
Me coge de la nuca con la mano, me acerca a ella y me da un beso en la boca de los de caerse de culo. A pesar de que estamos en público, la dejo hacer. Como siempre, mi mente se queda en blanco y el mundo desaparece. Sólo existen Santana y su poder sobre todo mi ser.
Me engulle, me atrapa, me posee...
Cuando por fin me suelta, miro a los demás, muy avergonzada por mi demostración de afecto sin tapujos. Me encuentro con un coro de expresiones de asco ante nuestra cursilería, y alguien se lleva los dedos a la boca como si fuera a vomitar.
Es Santana.
La miro, sonríe y me rodea con sus brazos.
—Son lo peor—sentencia Rachel—Aquí está la comida, así que se acabaron las cursilerías.
Quinn se le acerca y la besa en la mejilla.
—¿Te sientes desatendida?
Ella la aparta y el camarero nos sirve la comida.
—¡No!
Todo el mundo se abalanza sobre su plato, incluida Santana, y charlamos y nos reímos mientras comemos. No se me pasa por alto que de vez en cuando Quinn y Noah lanzan miraditas afectuosas hacia nuestro lado de la mesa. Empiezo a pensar en cómo ha reaccionado Santana al comentario de Noah y Rachel. Eso que ha dicho de que a partir de los treinta y cinco todo es cuesta abajo es una exageración. Mi mujer tiene un cuerpo para comérselo. De repente me viene a la cabeza la imagen de Santana picoteando.
¿Y si ha dejado de picotear y salir conmigo es un mal sustituto?
Se ha retirado, por así decirlo.
Me siento como una mierda.
Su mano sana me acaricia el muslo mientras coge su sándwich con la mano lastimada. Tiene mucho mejor aspecto. Los cardenales casi han desaparecido, pero las muescas rojas de las muñecas siguen ahí, y parecen gritarme: «¡Mira!».
Le echo un vistazo a Santana cuando me roza con la rodilla y me encuentro con su mirada inquisitiva. Se ha dado cuenta de que estaba pensando en su mano, absorta en mis cosas. Seguro que puede leerme la mente. Meneo la cabeza y sonrío, pero dudo que eso haga que deje de preocuparse por mis ensoñaciones.
—Será mejor que vuelva al trabajo—digo, apenada.
Ha sido agradable disfrutar de una comida medio normal (en fin, todo lo normal que puede ser cuando comes con la dueña de un club de sexo superpijo y dos de sus socios).
—Te acompaño—Santana deja lo que queda de su sándwich de beicon, lechuga y queso en su plato y se levanta.
—Si mi oficina está a dos minutos, a la vuelta de la esquina—digo con tono de cansancio.
Dejo de poner pegas cuando me lanza una de sus miraditas. En vez de discutir con ella, me despido de todos y le doy a Rachel el dinero para pagar mi comida y la de Santana. Me lo devuelve.
—San ya ha pagado la cuenta—dice.
¿En serio?
Santana está demasiado ocupada despidiéndose sus amigos como para notar que la estoy mirando con cara de reproche.
Nos encaminamos a la salida del bar.
—¡Eh!—grita Rachel de pronto—¿Noche de copas y amigas el sábado?
Me vuelvo con cara de no saber a qué juega. No parece percatarse de mi reacción. No, está demasiado ocupada viendo cómo reacciona Santana ante la idea.
La miro: parece incómodo.
¡Rachel!
¿Cómo se te ocurre sugerir una cosa tan estúpida?
Quinn y Noah tampoco pierden punto. Están esperando la respuesta de Santana.
—Mejor la semana que viene—respondo con toda la calma de la que soy capaz.
—Puedes ir—me dice Santana por detrás.
¿Puedo ir?
¿Qué significa eso de que puedo ir?
—No, mañana tenemos el aniversario de La Mansión. Estaré hecha polvo.
En el fondo quiero ir, pero me va a prohibir que beba, la muy controladora. No es que beba hasta caer redonda todo el tiempo, y la última vez que lo hice fue por su culpa. Además, tengo tantas cosas que contarle a Rachel, y ella a mí, por lo que he podido ver. Durante la comida sólo hemos cubierto los titulares.
—Oye, te ha dicho que le parece bien—protesta Rachel.
—Hablamos luego
Quiero terminar la conversación. Espero que capte la idea y cierre el pico.
—Vale, claro—me guiña el ojo—Hasta luego.
Me gustaría matarla con el bolso pero noto que Santana tira de mí y me impide llevar a cabo mis planes. Me conformo con lanzarle otra mirada asesina antes de dar media vuelta y dejar que ella me saque del bar.
Llegamos a Piccadilly y nos tropezamos con todo el gentío que ha salido a comer. Hay algo de tensión entre nosotras. Me suelta la mano y me pasa el brazo por los hombros para tenerme más cerca.
Cuando llegamos a Berkeley Street, me detengo para poder verle bien la cara.
—Si salgo, no podré beber, ¿verdad?
—No.
Pongo los ojos en blanco y sigo andando.
—Podrás beber el viernes.
Me alcanza y vuelve a pasarme el brazo por los hombros. Claro, podré tomarme una copa el viernes porque ella estará ahí para velar por mí. El problema es que no me siento cómoda bebiendo delante de ella. No me parece bien, y más sabiendo que tiene un pequeño problema con el alcohol.
—¿Harás que los porteros me espíen?—gruño.
—No les pido que te espíen, Britt. Les pido que te echen un ojo.
—Y que te llamen si no sigo las reglas—contraataco, y me gano unas cosquillas.
—No—dice, cortante—, y llámame si estás tirada y revolcándote por el suelo del bar con el vestido enrollado en la cintura.
La miro mal.
Vale, sí, estaba tirada en el suelo del bar, pero no me estaba revolcando y tampoco estaba cocida.
No aquella vez.
Fue Rachel la que me tiró al suelo consigo. En cuanto al vestido, en fin, ése es un asunto trivial que una mujer neurótica hizo jirones.
Podría salir, tomarme un par de copas de vino, ponerme algo aceptable y no rodar por el suelo. Así el portero no declararía la alerta roja. Quizá podría quedarme en casa de Rachel para no restregárselo. Me río para mis adentros por lo ambicioso de mi plan. Lo cierto es que nunca permitirá que me quede en casa de Rachel.
Le dejo que me mantenga pegada a ella de camino a mi oficina.
—Ahora vas a tener que soltarme—le digo cuando ya estamos muy cerca.
Podríamos tropezarnos con Will, y no le he mencionado el tipo de comida de negocios que he tenido con la señora López. Esto me va a costar sangre, sudor y lágrimas.
—No—gruñe.
—¿Qué planes tienes para el resto del día?—esto es lo que de verdad me interesa.
Por favor, que diga que tiene un montón de asuntos con los que entretenerse para que yo pueda ir a casa de Elaine y recoger mis cosas sin tener que engañarla y mentirle. Ocultar información no es lo mismo que mentir.
Me pone morritos.
—Pensar en ti.
Eso no me hace sentir mejor.
—Volveré a tu casa en cuanto termine de trabajar—digo, y me doy cuenta al instante de que acabo de mentirle.
Hago acopio de todas mis fuerzas para no tocarme el pelo.
—¡Nuestra casa!—me corrige—¿A qué hora?
—A las seis, más o menos
«Hora más, hora menos», me digo a mí misma.
—Te encanta esa muletilla, ¿no? Más o menos...
Me mira y creo que me está escudriñando. Es imposible que sepa lo que estoy tramando. Sólo lo sabe Rachel.
—Más o menos—respondo, y me apoyo en ella para darle un beso.
Me coge, me echa hacia atrás sobre su brazo con un gesto ridículo y teatral y me besa hasta dejarme sin aliento en pleno Berkeley Square. La gente trata de no chocar contra nosotras y nos grita alguna impertinencia.
Que les den.
—Joder. Te quiero, te quiero, te quiero, Britt—dice contra mi boca.
Sonrío.
—Lo sé.
Vuelve a erguirme y entierra la cara en mi cuello para mordisquearme la oreja.
—No me canso de ti. Voy a llevarte a casa.
Lo sé, siempre me lo dice, y me entran ganas de no volver a la oficina e irme con ella. No tengo mucho trabajo, y no hay nada que no pueda esperar. Me encanta cuando está de este humor, exigencias y órdenes aparte.
Mi móvil empieza a cantar y me saca de mi estado de rebeldía. Lo pesco del bolso con Santana enganchada a mi cuello. Cuando lo saco, lo levanto por encima de su cabeza para ver quién es. Suelto un gruñido.
¿Por qué tiene que llamarme Rory precisamente ahora?
Santana debe de notar mi fastidio, porque deja mi cuello y me mira con curiosidad.
—¿Quién es?
—Nadie, un cliente—meto el móvil en el bolso de nuevo. Ya lo llamaré—Te veo en tu casa—digo, y echo a andar pero ella me agarra por la muñeca.
—¡Nuestra casa, Britt! ¿Quién era?
Su repentino cambio de humor me pilla con la guardia baja.
—Rory—digo entre dientes—Sólo es un cliente—añado para enfatizar el papel que Rory desempeña en mi vida.
Es posible que no pueda curar esa parte de Santana: es muy celosa y demasiado posesiva.
Tiro de la muñeca para soltarme y recorro los pocos metros que quedan hasta la oficina dejándola a ella en la acera.
¿Y me dice a mí que si he visto al monstruo de ojos verdes?
El móvil suena de nuevo y lo cojo al entrar en la oficina.
—Hola, Rory.
—Brittany, llamo para confirmar nuestra cita del lunes.
Su voz suave baila en mis oídos. Puede que Santana lo vea como una amenaza, pero no lo es, aunque la verdad es que tiene una voz muy sensual.
—¿Te va bien a las doce?
Me dejo caer en mi silla y la pongo de cara a la mesa. Me quedo horrorizada al ver que tengo a Santana delante, bufando como un toro bravo.
Parece furiosa.
Recorro el despacho con la mirada y veo a Kurt y a Mercedes en sus respectivos puestos de trabajo, sin perderse un detalle y sin disimular su curiosidad. Entonces veo a Will en su oficina pero, gracias a Dios, está absorto con lo que sea que muestra su pantalla de ordenador y no parece haber visto a Santana.
—¿Brittany?
Con el drama que tengo entre manos, se me olvida que estoy en plena conversación telefónica por temas de trabajo.
—Perdona, Rory.
Miro a Santana con cara de no entender qué hace aquí, pero pasa de mí y sigue actuando como una fiera al acecho, sin tener en cuenta dónde estamos ni que tenemos espectadores.
—Sí, perfecto.
Intento sonar segura y profesional.
Fracaso a lo grande: sueno nerviosa y atacada.
—¿Estás bien?
Su pregunta me desmorona. Está claro que se nota que no estoy bien.
—Sí, bien, gracias.
—Estupendo. ¿Rompiste tu regla?
El corazón deja de latirme.
—¿Disculpa?—me sale un poco agudo debido a la falta de oxígeno.
—Con Santana López. Es una cliente, ¿no es así?
No sé qué decir.
No, no era una cliente, no cuando estaba trabajando en el Lusso, pero no soy tan tonta como para decírselo. Rory sabe que supuestamente estoy trabajando para Santana. Supuestamente. Todavía no he vuelto a La Mansión, y Santana no me ha presionado para que lo haga.
—Sí—es la única palabra que me sale.
—¿Cuánto hace que sales con ella?
Se me hiela la sangre en las venas y busco la respuesta correcta en mi cerebro.
—Un mes, más o menos—tartamudeo por teléfono.
¿Por qué me pregunta estas cosas?
—Hummm, qué interesante—responde.
La sangre se me hiela aún más.
¿Por qué le parece tan interesante?
Tengo la mirada fija en los ojos oscuros de la mujer por la que daría la vida y tengo a otro hombre al otro lado de la línea telefónica que parece tener algo que decirme, algo que va a hacer que salga despedida y con el culo chamuscado del séptimo cielo de Santana, aunque no es que esté ahí en este preciso instante.
—¿Por qué?—sueno muy nerviosa.
Normal, es que estoy muy nerviosa.
¿Qué es lo que sabe?
—Ya hablaremos durante nuestra reunión.
—Vale—digo simplemente, y cuelgo.
Eso ha sido de muy mala educación, pero no sabía qué otra cosa decir o hacer.
Santana está sentada sobre mi mesa y parece que quiere arrancarme la cabeza de cuajo, pero ¿por qué?
Hay que joderse.
En cinco minutos he pasado de estar retozando en la acera a un duelo de titanes.
Nos miramos fijamente un rato. Veo de reojo a Kurt y a Mercedes, que parece que se han quedado a presenciar el espectáculo. Para ser justos, es imposible no verlo. Santana no es fácil de ignorar y, aunque no estuvieran mirando, seguirían con las antenas puestas, pendientes de la mujer taciturna que emana hostilidad sobre mi mesa.
Su atrevimiento casi, casi, roza la valentía.
Me centro en Santana pero no quiero mover ficha primero por miedo a que estalle y Will acuda a averiguar a qué se debe la conmoción. No obstante, tampoco puedo quedarme aquí sentada mirándola todo el día.
—Estoy trabajando—digo, firme y tensa.
Ni siquiera yo misma me creo mi falsa calma. Santana parece estar a punto de explotar de la rabia.
—¿Quién era?—inquiere señalando mi teléfono con un gesto de la cabeza.
—Ya sabes quién era—digo dejando el móvil sobre la mesa.
¿Mi forma de hablar con Rory tiene algo que ver con todo esto?
Rory sabe algo, y Santana sabe que lo sabe. Hasta ahí llego.
—No vas a volver a verlo—dice entre dientes, alto y claro.
Vale, ahora sí que estoy muy preocupada.
—¿Por qué?
Ni siquiera me molesto en señalar que Rory es un cliente. Ya lo sabe y, a juzgar por su expresión, le da exactamente igual.
—Porque no. No te lo estoy pidiendo, Britt. En esto, vas a hacer lo que yo te diga.
Empieza a morderse el puto labio, temblando de rabia. No puedo ponerme a discutir ahora, no en mi lugar de trabajo. Tampoco puedo renunciar al contrato de Vida.
Estoy jodida, muy, muy jodida.
Nunca había necesitado tanto una copa.
—Te veo en el Lusso—digo en voz baja.
—Hasta entonces.
Da media vuelta y desaparece. Me hundo en mi silla y respiro. La vida con Santana es una puñetera montaña rusa, y ahora que se ha ido me voy a pasar el resto de la tarde preocupada por ella. Todo son incertidumbres, pero hay una cosa que tengo muy clara: no voy a volver al Lusso esta noche. Necesito tiempo para pensar y aclararme las ideas antes de que me caiga más mierda encima.
Cuando por fin me da una respuesta, aparecen veinte interrogantes más.
—Por favor, qué sexy está esa mujer cuando se enfada—comenta Kurt—¿Has ido a La Mansión últimamente, cielo?—pregunta bajándose las gafas, y de inmediato sé que Mercedes no es tan tonta como parece.
Ella suelta una risita nerviosa, la primera en dos días. Quiero protestar y acusarla de ser una mojigata y luego decirle a Kurt que se busque un asistente de compras. Pero eso sería muy infantil, y no creo que pudiera morderme la lengua y dejarlo estar. Estoy a punto de explotar de tanta frustración y tanto estrés, y pobre el que me haga reventar porque le espera una buena. Por suerte para Kurt y Mercedes, Will les salva el culo antes de que se me vaya la pinza y les suelte cuatro verdades.
—Flor—dice sentándose en el borde de mi mesa, que suelta su habitual crujido de protesta; yo hago la mueca de siempre y Will hace caso omiso, como todos los días—, me ha llamado Rory Flanagan: quiere que hagas un viaje de documentación a Suecia.
Joder.
Ésa no me la esperaba. Después de haber conseguido el contrato para decorar el Lusso, el socio de Rory pidió que todo fuera italiano y auténtico, así que me enviaron a Italia para que me documentara y buscara proveedores. Rory ha dejado muy claro que quiere materiales sostenibles en Vida, pero no me imaginaba esto. La complejidad de su propuesta es como un puñetazo en el estómago. El hecho de que el viaje sea por el proyecto de Rory va a enviar a Santana a la tumba y, a juzgar por lo ocurrido, es probable que yo también acabe bajo tierra.
—¿Es del todo necesario?
Por favor, di que no.
Por favor, por favor.
—Del todo. Rory ha insistido mucho. Buscaré vuelos.
Se levanta con un crujido de mi mesa y regresa a su despacho.
¿Rory ha insistido?
Estoy en apuros.
No voy a poder ir a Suecia, Santana no me va a dejar.
¿Qué voy a hacer?
Quedarme sin trabajo... Me dan sudores fríos.
—¿Café, Britt?
Tina aparece con la misma cara de pena de esta mañana. Lo que necesito desesperadamente es vino.
—No, gracias, Tina.
Kurt y Mercedes ya no están espiando.
Mejor.
Así puedo pasarme el resto de la tarde preocupándome por mis dramones en paz. De repente desearía no tener que ir a recoger mis cosas después del trabajo. Ver a Elaine es lo último que me apetece hacer.
—Aquí tienes, flor. Información de vuelos. Dime cuál te va mejor.
Mi jefe me pasa el horario de los vuelos y me lo echo al bolso. Ya lo pensaré más tarde. Will me deja en paz y finalmente hago un leve intento de ponerme a trabajar.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
mmm ese Rory...hay que exterminarlo sabe demasiado. skhjfg problemas y mas problemas sdkf pobre Britt :l que vaya luego a buscar sus cosas donde su ex! y esa Dany tambien me da un no se que sdfjhg xd Holly, la odio. Y Santana... paciencia señor !!
Susii********-*- - Mensajes : 902
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,..
rory que tanto quiera de britt???? o mejor dicho con san???
britt se esta perdiendo un mundo paralelo el la mansión!!! jajajaja
nos vemos!!!!
rory que tanto quiera de britt???? o mejor dicho con san???
britt se esta perdiendo un mundo paralelo el la mansión!!! jajajaja
nos vemos!!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Susii escribió:mmm ese Rory...hay que exterminarlo sabe demasiado. skhjfg problemas y mas problemas sdkf pobre Britt :l que vaya luego a buscar sus cosas donde su ex! y esa Dany tambien me da un no se que sdfjhg xd Holly, la odio. Y Santana... paciencia señor !!
Hola, jajaaajjajajajajaaja bien pensado! ajajajajajajajaj. ¬¬ cuando acabaran¿? ex despachada¿? Jjajaajaja si cae mal holly ¬¬. Jjajaajajaj que mas se le puede pedir no¿? jaajajaj. Saludos =D
3:) escribió:holap morra,..
rory que tanto quiera de britt???? o mejor dicho con san???
britt se esta perdiendo un mundo paralelo el la mansión!!! jajajaja
nos vemos!!!!
Hola lu, mmm buenas cosas sin el no creo XD y para san no creo que nada bueno, ya que se interpone no¿? JAjajajaajajajajaaj crees tu¿? jajaajajajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 14
Capitulo 14
Son casi las seis cuando empiezo a ordenar mi mesa. Los demás ya se han ido, así que me toca cerrar la oficina y conectar la alarma. Rachel se acerca con Margo Junior y me subo a la furgoneta.
—No puedo creer que dijeras lo de la noche de amigas delante de San—disparo en cuanto me he abrochado el cinturón de seguridad.
A pesar de lo enfurruñada que estoy, me maravillo de lo cómoda que es su nueva furgoneta.
—Yo también me alegro de verte—responde adentrándose en el mar de coches—Ha dicho que podías ir. ¿Qué problema hay?
—El problema es que no me va a dejar beber porque le ha dado por pensar que voy a acabar muerta o algo así si ella no está ahí para protegerme.
Rachel se echa a reír.
—Qué tierna.
—No, no es tierna. Es ridícula.
—Bah, no tiene por qué enterarse. ¡Podemos rebelarnos!
—¿Estás de coña?—me río, aunque ahora mismo quiero ser una rebelde. Me apetece emborracharme pero eso sería muy desconsiderado—Acaba de tener una pataleta por un cliente, un hombre. De hecho, me ha fastidiado la reunión con Rory Flanagan y ha marcado su territorio. Ha sido horrible.
Lo suelto todo, y eso que aún le estoy dando vueltas al hecho de por qué Rory cree que mi relación con Santana es muy interesante.
—¡Puaj!
—Lo bueno es que ya sé cuántos años tiene.
Los ojos marrones de Rachel brillan de la emoción.
—¿De verdad?
Asiento:
—De verdad.
—Oigámoslo. Revela el misterio de la edad.
—Treinta y siete.
—¡No!—exclama en plan teatral—¿En serio? No los aparenta. ¿Cómo lo has descubierto?
—Ayer por la mañana le enseñé a San el polvo de la verdad.
No sé por qué se lo he dicho, ya que ahora querrá que le dé detalles.
—Lo sabías desde ayer, ¿y no me lo habías contado?
—Perdona.
Me encojo de hombros. Es que la edad es sólo una parte. Hay mucho más, pero necesito vino para hablar de esa mierda. Tengo que salir una noche para poder contárselo todo a Rachel.
—¿Qué es un polvo de la verdad?—frunce el ceño.
Ya lo sabía yo.
—Bueno consiste en esposar a San a la cama, un vibrador y servidora—la miro—No le gusta compartirme, ni siquiera con una máquina—se echa a reír a mandíbula batiente y da un volantazo. Me agarro a la puerta—¡Rachel!
—Lo siento—dice entre risas—¡Cómo me gusta!
Tengo tanto que contarle... Aunque su situación me preocupa.
—¿Qué pasa contigo y con Quinn?
Deja de reírse en el acto.
—Nada.
Pongo los ojos en blanco y suspiro de manera exagerada.
—Claro. Nada.
—Oye, ¿qué te vas a poner para a la superfiesta?
Está claro que quiere cambiar de tema. Gruño para mis adentros.
¿Voy a ir, a pesar de todo?
—No lo sé. Se supone que San va a llevarme de compras.
—¿En serio?—dice—Bueno exprime al máximo a esa ricachona.
—Aunque no tengo ganas de ir. No he vuelto desde aquel domingo, y doña Morritos estará ahí—murmuro.
Seguro que recibo otra advertencia. Me hundo en mi asiento y pienso en todas las cosas que preferiría hacer mañana por la noche, y el hecho de que Santana esté tan cabreada conmigo no mejora mi entusiasmo. Soy yo la que debería estar echando pestes. A juzgar por lo que ha dicho antes Rory, Santana tiene mucho por lo que darme explicaciones.
Aparcamos delante de mi antiguo departamento y de inmediato veo el BMW blanco de Elaine. Qué depresión. En fin, alguien tiene que abrirme la puerta.
—¿Quieres que te acompañe?—me pregunta Rachel.
Me lo planteo unos segundos pero decido que lo mejor será que ella me espere con Margo. Rachel puede ser muy cabrona cuando quiere, y en realidad sólo tengo que entrar, ser educada y salir lo más rápidamente posible.
—No, ya lo traigo yo todo.
Abro la puerta de la furgoneta y salgo. Me estoy poniendo enferma. Santana ya está loca de rabia por la estúpida llamada telefónica. Diría que se le va la olla, pero no lo tengo tan claro por los derroteros por los que Rory ha llevado la conversación. Santana no la ha oído pero su reacción hablaba por sí sola.
Subo los escalones de la entrada y pulso el botón del portero automático. Me da pena no vivir ya aquí.
—Hola—la voz feliz de Elaine me saluda por el interfono.
—Hola—digo lo más informal que puedo.
No quiero hablar con ella. Sigo enfadada porque llamó a mis padres.
—Ya te abro.
Se abre la puerta y miro a Rachel. Le hago un gesto con la mano para que sepa que voy a entrar y me muestra el pulgar de una mano levantado y el móvil con la otra. Asiento y paso al vestíbulo del edificio. Mientras subo la escalera respiro hondo y me digo que todo irá bien. No debo mencionar la llamada a mis padres y tampoco debo quedarme a charlar.
La puerta está abierta. Hago de tripas corazón y entro. No cierro del todo, no voy a quedarme mucho. Busco a Elaine en la cocina y en la sala de estar pero no la encuentro.
En el dormitorio están mis cosas, empaquetadas en cajas y bolsas. Sin Elaine a la vista, cojo unas cuantas bolsas y me dispongo a salir cuando la veo en el umbral de la puerta con una copa de vino tinto en la mano. Lleva el traje beige. Siempre he odiado ese traje, aunque nunca se lo he dicho. Se ha peinado el pelo rojo en una cola, como siempre.
—Hola—dice con una sonrisa demasiado exagerada para la ocasión.
—Hola. Te he estado buscando—le explico mientras cargo con las bolsas—Rachel me está esperando en la furgoneta.
No puede ocultar su hostilidad cuando menciono a Rachel, pero hago caso omiso y me encamino hacia la puerta. Tengo que pararme cuando no se aparta de mi camino.
—Perdona—digo; mis buenos modales me están matando.
Me sonríe y le da un trago al vino con chulería antes de apartarse lo justo para que yo pueda pasar.
Cuando mi amiga me ve salir del edificio, salta de la furgoneta para abrirme las puertas traseras.
—Qué rápida—dice ayudándome con las bolsas.
—Elaine lo tenía todo empaquetado.
Sonríe.
—Muy civilizado por su parte.
Vuelvo al apartamento a por más cosas. Sería más rápido si Rachel subiera a ayudarme, pero de momento la cosa va bien y está siendo indolora. Si añado a Rachel a la ecuación, seguro que se desata la anarquía, así que voy y vengo y acarreo mis posesiones terrenales yo sola. Elaine ni siquiera se ofrece a echarme una mano. Le paso a Rachel la novena y décima bolsa.
—¿Cuántas quedan?—pregunta metiéndolas en la furgoneta.
—Sólo una caja más—digo dando media vuelta.
Más le vale haberlo empaquetado todo, porque no quiero tener que volver. Subo la escalera y cojo la última caja, lista para salir pitando, pero Elaine vuelve a cortarme el paso.
—Brittany, ¿podemos hablar?—pregunta, esperanzada.
Ay, no.
—¿De qué?a—digo, aunque sé perfectamente de qué.
Tengo que salir de aquí. No puedo volver a pasar por esta mierda. La última vez que rechacé su oferta de volver a intentarlo, se portó como una cerda.
—De nosotras.
—Elaine, no voy a cambiar de opinión—replico con seguridad, pero antes de que me dé cuenta, está intentando meterme la lengua en la garganta. Se me cae la caja y la empujo con todas mis fuerzas—Pero ¡¿qué coño haces?!—chillo, incrédula.
Jadea un poco y me mira enfadada.
—Recordarte por qué estamos hechas para estar juntas—me espeta.
Me da por echarme a reír. Es una carcajada profunda.
¿Intenta hacerme recordar?
¿Qué?, ¿lo gilipollas que es?
¡Por favor!
Desde luego, no es un recordatorio como los de Santana.
—¿Todavía sales con alguien?
—Eso no es asunto tuyo.
—No, pero tus padres parecían muy interesados.
Respiro hondo para no soltarle un guantazo. No pienso contestarle. Después del día que he tenido, esto es lo último que necesito.
—Aparta, Elaine.
Estoy muy orgullosa de mí misma por haberlo dicho con calma.
—Zorra estúpida—sisea.
Me deja atónita.
Sabía que tenía un lado hijo puta, pero ¿hacía falta llegar a esto?
Me hierve la sangre.
—Sí, estoy saliendo con alguien. Y ¿sabes qué, Elaine?—no espero a que me conteste—Es la mejor con quien he estado—se lo restriego, aunque sea una idiotez.
Suelta una risa estúpida, de las que se merecen una bofetada.
—Es una alcohólica empedernida, Brittany. ¿Lo sabías? Probablemente va ciega cada vez que te folla.
Titubeo y la sonrisa chulesca de Elaine se hace más amplia.
¿Cómo sabe con quién estoy saliendo?
Se cree que estoy sorprendida porque ha soltado lo del alcohol. No es eso. Lo que me sorprende es que sabe con quién estoy saliendo.
¿Cómo es posible?
Dios, quiero darle una hostia con la mano abierta y borrarle esa sonrisa de capullo de la cara.
—Bueno, incluso borracha folla mucho mejor que tú.
Toma castaña.
Adiós a su expresión satisfecha: ahora parece confusa. La muy hija de puta creía que me había pasado la mano por la cara. Con mis palabras he conseguido mucho más que con una hostia bien dada. Me alegro de haber sido tan aguda y tan rápida. Siempre se creyó maravillosa en la cama. Bueno, pues no lo era. Le ha dolido. Se pregunta qué debe hacer ahora. Me mantengo firme pero siento curiosidad por saber cómo se ha enterado de lo de Santana.
—Eres patética—escupe.
—No, Elaine. Estoy resarciéndome de cuatro años de sexo de mierda contigo.
Se queda pasmada. No sabe qué decir. Recojo la caja del suelo y levanto la cabeza cuando oigo unos pasos atronadores en la escalera.
¡Mierda!
—¡Brittany!—ruge.
Me ha chafado toda esperanza de dejar a Elaine y su expresión de perplejidad libre de violencia.
¿Cómo sabe que estoy aquí?
Mataré a Rachel como me haya delatado ella.
Entra como una apisonadora y me doy cuenta de que he sido una ingenua por pensar que ya había visto todo lo imposible que podía ponerse. Está fuera de sí y tengo miedo. No temo por mí, sino por Elaine, y lo odio. Santana parece capaz de matar a alguien. No obstante, ni siquiera repara en ella. Me clava una mirada furibunda y me encojo.
—¡¿Qué cojones haces aquí?!—grita.
Me echo a temblar. Es como si le hubiera puesto un trapo rojo delante y está resoplando como un toro bravo. No debería saber dónde estoy.
¿Cómo se ha enterado?
¿Me ha puesto un transmisor?
Decido no preguntárselo y cerrar el pico.
—¡Contéstame!—ruge.
Pestañeo. Está claro lo que he venido a hacer, no necesita que se lo confirme, y debe de haber visto las bolsas en la parte trasera de la furgoneta de Rachel.
Elaine, sabiamente, decide apartarse y mantener su boca de gallito cerrada. Su mirada va de Santana a mí, y sé que está pensando que una mujer que sólo se está follando a una otra no se pone así.
¡Hola, saluda a mi diosa!
—¡Te lo he dicho mil veces! No la llames, no vayas a su casa. ¡Te dije que iba a venir Finn!—exclama gesticulando como un enajenado mental—¡Métete en el puto coche!
A Elaine se le escapa una risita disimulada y le doy un latigazo con la mirada. Está muy satisfecha con la escena.
Lo que me faltaba.
No voy a quedarme aquí mientras me grita delante de la gilipollas de mi ex novia. Cojo la caja y salgo echando humo del apartamento, dando las gracias a lo más sagrado porque Santana no entrara unos segundos antes.
—Nos hemos besado—dice Elaine la mar de contenta antes de comerse el puño de Santana.
Voy a echarme a llorar.
¿Es que mi ex no sabe cuándo cerrar la puta boca?
Oigo los pasos furiosos de Santana detrás de mí mientras salgo a la calle. Ahí están Quinn y Rachel.
Anda, y también ha venido Finn.
Finn está apoyado en su Range Rover, con las gafas de sol puestas; da tanto miedo como siempre, pero tiene el rostro impasible. Rachel da vueltas de un lado a otro junto a la furgoneta y Quinn está a un lado, circunspecto.
¿De verdad hacía falta que viniera todo el mundo?
Miro a mi amiga con cara de «No preguntes». Me coge la caja.
—Joder, Britt...—susurra lanzándola a la parte trasera de la furgoneta.
—¿Le dijiste a Quinn que yo estaba aquí?—inquiero, directa al grano.
—¡No!—chilla.
Le creo. Ella no me haría eso.
—¡Finn!—grita Santana al salir del edificio—Pon sus cosas en el Rover.
Sacude la mano en recuperación y de repente me preocupo.
La muy idiota.
¿No podía pegarle con la derecha?
Y entonces proceso lo que ha dicho.
¿Sus cosas?
—¡No las toques, Finn!—grito, y Finn se queda quieto en el sitio—No voy a irme con ella. Vamos, Rach.
Me dirijo a la puerta del acompañante de la furgoneta y, cuando llego a la puerta, veo que Quinn tiene a Rachel cogida del brazo. Ella mira a Quinn y niega débilmente con la cabeza. Luego me mira a mí. Está entre la espada y la pared.
—¡Coge sus cosas, Finn!—Santana baja los escalones como un rayo.
—¡No las toques!—repito.
Finn deja escapar un suspiro de exasperación y mira a Santana, esperando una respuesta, pero al parecer decide que mi ira es el menor de sus males, porque empieza a meter mis cosas en el Range Rover.
Bueno, que se las lleve.
Yo no me voy con ella. Subo en la furgoneta de Rachel y me hundo en el asiento, más ofendida que nunca. A los dos segundos, se abre la puerta.
—¡Sal!
La voz le tiembla a causa de la ira, pero me importa una mierda. Cojo la manija y tiro para cerrarla, pero ella interpone su cuerpo.
—¡Santana, vete a la mierda!
—¡Esa boca!
—¡Que te jodan!—grito.
Estoy afónica, y mis cuerdas vocales me suplican que me calme. Nunca había gritado tanto. Estoy temblando de la rabia.
¿Cómo se atreve?
¿Cómo se atreve a portarse así después de todo lo que me ha hecho pasar?
—¡Vigila esa puta boca!
Se acerca y me coge. Me resisto y peleo, pero no tengo fuerza alguna comparada con ella, la cual sigo sin entender. Me saca a la fuerza de Margo Junior y me sujeta por la espalda. Sigo pataleando y dando codazos. Me rodea la cintura con el brazo y me levanta del suelo sin esfuerzo, y a continuación me lleva a su coche mientras grito y pataleo como una cría de tres años.
—¡Suéltame!
—Cierra esa boca tan sucia que tienes, Britt—gruñe entre dientes, cosa que sólo me anima a seguir pataleando y dando manotazos.
Me está secuestrando a la fuerza en pleno Notting Hill, bajo la atenta mirada de mi mejor amiga, de su novia y de Finn.
¡Me muero de la vergüenza!
No me puedo creer que la cosa se haya ido tanto de madre.
Todo iba bien.
Estaba a punto de marcharme, y entonces aparece esta cabrona neurótica y lo llena todo de mierda.
Quiero levantar la cabeza y gritarle al cielo.
Me resisto un poco más y voy a por el brazo con el que me sujeta por la cintura.
—Estás montando un espectáculo, Britt—me advierte.
Miro alrededor y veo que hay muchísimos peatones que han dejado de hacer lo que estuvieran haciendo para ver la dramática escena que acontece ante sus ojos. Dejo de resistirme, más que nada porque estoy exhausta. Permito que me meta en el coche, aunque le doy un par de manotazos cuando intenta ponerme el cinturón de seguridad. Me coge de la barbilla y me acerca la cara.
—¡Haberte portado bien!
Sus ojos oscuros lanzan rayos furibundos, pero la miro desafiante antes de apartar el rostro. Me incorporo sobre el cuero negro y cálido e intento recobrar el aliento. Mañana no pienso ir a La Mansión, y el sábado me iré al pub. También tengo intención de marcharme del Lusso. Aunque tampoco es que ya me haya mudado ahí, a pesar de que Santana piense lo contrario.
Se acerca a Finn, a Rachel y a Quinn. Están hablando pero no sé qué dicen. Santana agacha la cabeza y Rachel le pone una mano en el brazo para consolarla.
¡Es una puta traidora!
¿Por qué todo el mundo la mima a ella cuando soy yo la que ha sido secuestrada por una loca peligrosa?
Finn sacude la cabeza y roza la mandíbula de Santana con los nudillos, pero ella lo aparta de mala manera. Puedo leer «tranquilízate» en los labios de Finn. Santana los deja, alza los brazos al cielo y se tira del pelo negro despeinado con frustración. Finn sacude la cabeza y sé que esta vez se limita a decir: «Latina loca.»
¡Muy bien!
Finn está de acuerdo conmigo. «Cualidades desagradables», creo que fueron las palabras de Finn. La verdad es que no veo cómo podría ponerse mucho más desagradable. Esta vez se le ha ido la pinza del todo.
Cuando sube al coche, le doy la espalda y miro por la ventanilla del acompañante. No pienso dirigirle la palabra. Se ha pasado de la raya. Pone el coche en marcha y arranca a tal velocidad que me estampo contra el asiento. Como si su forma habitual de conducir no diera ya bastante miedo. No me apetece nada ser su pasajera hoy.
—¿Cómo has sabido dónde estaría?—pregunto mirando aún por la ventanilla.
Con el rabillo del ojo la veo hacer una mueca. Agita la mano. Se la ha lastimado.
—Eso no importa.
—Sí que importa—me vuelvo y contemplo su perfil ceñudo. Hasta cabreada sigue siendo una bestia hermosa—Iba todo bien hasta que has aparecido.
Gira la cabeza y yo le devuelvo una mirada iracunda.
—Estoy muy cabreada contigo, Britt. ¿La has besado?
—¡No!—aúllo—Ella ha intentado besarme y le di un empujón. Estaba a punto de irme.
Me duele la frente de tanto fruncir el ceño. Me sobresalto cuando empieza a pegarle puñetazos al volante.
—No vuelvas a decirme que soy posesiva, celosa y que exagera, ¿me has oído?
—¡Eres más que posesiva!
—Britt, en dos días te he pillado con dos personas que estaban intentando meterse en tus bragas. Dios sabe qué habrá pasado cuando no estaba presente.
—No seas imbécil. Estás paranoica—sé que no lo está. Tiene razón, pero lo que yo quiero saber es por qué, de repente, a Rory le interesa mi relación con Santana—¿De qué conoces a Rory?
—¿Qué?
—Ya me has oído.
Sé que se lo está pensando porque el labio inferior ha desaparecido entre sus dientes.
—Le compré el ático, Britt. ¿De qué crees que lo conozco?
—Le pareció muy interesante que le dijera que hacía más o menos un mes que salía contigo. ¿Por qué será?
Se vuelve otra vez para mirarme.
—Y ¿por qué carajo hablas con él sobre nosotras?
—No hablo con él de nada. ¡Me hizo una pregunta y le contesté! ¿Por qué le parece tan interesante, Santana?
Estoy perdiendo el control.
Aparto la mirada y respiro hondo, intentando calmarme.
—Ese hombre te desea, créeme.
—¡¿Por qué?!—grito mirándola fijamente.
Se niega a mirarme.
—¡Porque sí, joder!—ruge.
Salto hacia atrás en mi asiento, asustada y frustrada por su respuesta iracunda y vaga. Esta conversación no lleva a ninguna parte. Ella tiene que tranquilizarse y yo también. Le preguntaré lo que tenga que preguntarle cuando no parezca estar a punto de romper la ventanilla de un puñetazo.
Aparca en la entrada del Lusso y salgo del coche con el motor en marcha. Finn deja el Range Rover en el aparcamiento. Me meto en el vestíbulo. Clive sale de detrás del mostrador pero lo ignoro por completo y voy directa al ascensor. Espero que Santana suba antes de que las puertas se cierren pero no lo hace. Está claro que también ha llegado a la conclusión de que las dos necesitamos tranquilizarnos.
Salgo del ascensor, saco la llave rosa del bolsillo interior del bolso, abro la puerta, la cierro de un portazo y de la rabia tiro el bolso al suelo.
—¡Hija de puta!—maldigo para mí.
—Hola—dice una vocecita.
Levanto la cabeza y veo a una mujer de mediana edad con el pelo rubio y muy alta delante de mí. Supongo que debería preocuparme que haya una desconocida en el ático de Santana, pero estoy demasiado cabreada.
—¿Y tú quién coño eres?—le suelto de mala manera.
La mujer da un paso atrás y entonces reparo en el paño y el abrillantador de muebles que lleva en la mano.
—Sue—contesta—Trabajo para San.
—¿Qué?—pregunto, alterada.
La furia que me domina no me deja entender nada..., hasta que entre su comentario y el abrillantador de muebles... lo pillo.
¡Mierda!
Se abre la puerta detrás de mí, me vuelvo y entra Santana. Me mira a mí y luego a la mujer.
—Sue, creo que deberías irte. Hablamos mañana—dice con calma, aunque todavía detecto un punto de enfado en su voz.
—Por supuesto—la mujer deja el trapo y el abrillantador sobre la mesa, se quita el delantal y lo dobla de prisa pero perfectamente—La cena está en el horno. Estará lista dentro de media hora.
Coge un bolso de loneta del suelo y guarda el delantal.
Que Dios la bendiga.
Me sonríe antes de irse. Es más de lo que me merezco. Menuda primera impresión le habré causado... Santana le pellizca la mejilla y le da un pequeño apretón en los hombros. La veo atravesar el vestíbulo, y a Finn y a Clive saliendo del ascensor cargados con mis bártulos. Están perdiendo el tiempo porque no voy a quedarme aquí. Me dirijo a la cocina y abro la nevera de un tirón deseando que mágicamente aparezca una botella de vino. Pero me llevo una gran decepción. Cierro de nuevo de un portazo y subo escaleras arriba echando humo.
Es que no puedo ni mirarla.
Entro en el dormitorio y doy otro portazo...
¿Ahora qué?
Debería irme para que las dos pudiéramos pensar. Esto es demasiado intenso y va demasiado rápido. Es venenoso e incapacitante.
Me encierro en el cuarto de baño. Este ático me es más familiar de lo que debería. Después de haberme pasado meses diseñándolo y coordinando las obras, me siento como en casa. Seguramente, me siento más en casa que Santana. Ella ni siquiera lleva aquí un mes, del cual se ha pasado una semana entera borracha e inconsciente.
Vago hacia el asiento de la ventana y contemplo los muelles. La gente sigue con su vida, sale de paseo o está de copas. Todos parecen felices y relajados. Seguro que no es así, pero tal y como me encuentro, pienso egoístamente que nadie puede tener tantos problemas como yo. Estoy completamente enamorada de una mujer temperamental en extremo y de carácter imposible. Por otro lado, es la mujer más cariñosa, sensible y protectora del universo.
Si Finn está en lo cierto, y sólo es así conmigo, ¿deberíamos seguir juntas?
Al paso que vamos, morirá de un infarto a los cuarenta y será culpa mía. Con Santana, cuando las cosas van bien, son increíbles, pero cuando van mal, son insoportables. Haberla conocido es una bendición y una maldición al mismo tiempo.
Suspiro, agotada, me cubro la cara con las manos y noto cómo las lágrimas me desbordan y se me hace un nudo en la garganta. Y yo que creía que había empezado a averiguar lo que necesitaba saber... Sin embargo, a medida que pasa el tiempo se hace más evidente que no es así y, como Santana se empeña en no abrir el pico y en darme evasivas, no parece que vaya a averiguarlo en un futuro próximo... A menos que le pregunte a Rory.
Se abre la puerta y Santana entra en el baño como una apisonadora. Parece como si la hubieran electrocutado. Está temblando y tiene hinchada y palpitante la arteria carótida. Yo me he tranquilizado bastante, pero da la impresión de que ella no. Lleva algo en la mano.
—¿Qué coño es esto?
Es como si fuera a entrar en combustión espontánea. Frunzo el ceño pero entonces caigo en la cuenta de que lo que lleva en la mano es la lista de vuelos que me ha dado Will. Me va a caer una buena.
Un momento... Eso estaba en mi bolso.
—¡Me has registrado el bolso!
Estoy atónita. No sé por qué me sorprende, si me lo registra siempre. No parece estar avergonzada en lo más mínimo, ni tampoco que vaya a pedirme disculpas. Se limita a agitar el papel delante de mis narices mientras su pecho sube y baja a intervalos irregulares. Le doy un empujón y bajo la escalera en busca de mi bolso. Me sigue y el volumen de su respiración supera el de sus pasos. Recojo el bolso del suelo y me lo llevo a la cocina.
—¡¿Qué demonios haces?!—me grita—¡No está ahí, está aquí!—vuelve a ponerme el papel frente a la cara mientras vacío el contenido de mi bolso en la isleta. No sé qué estoy buscando—¡No vas a irte a Suecia, ni a Irlanda ni a ninguna parte!
Su voz es una mezcla de miedo y de ira.
La miro.
Sí, veo miedo.
—No vuelvas a registrarme el bolso, Santana.
Cada palabra transmite mi frustración, que va en aumento, y le lanzo una mirada acusadora. Retrocede un poco y aplasta el papel contra la isleta sin perder ni un gramo de ira.
—¿Qué más me escondes?
—¡Nada!
—Te diré una cosa, Britt—se acerca como un animal y me planta la cara a milímetros de la mía—Antes muerta que dejarte salir del país con ese cerdo mujeriego.
Una oleada de puro terror le cruza la cara.
—¡Él no va a ir!—le grito dejando caer mi bolso para darle más efecto.
La verdad es que no estoy segura, y sospecho que sí irá.
Tiene un plan y tiene un móvil, pero ¿por qué?
—Irá. Te seguirá hasta ahí, créeme. Es implacable cuando persigue a una mujer.
Me echo a reír.
—¿Como tú?
—¡Eso fue distinto!—me ruge.
Cierra los ojos y se lleva las puntas de los dedos a las sienes para intentar aliviar la tensión con un masaje.
—Eres imposible—escupo.
He perdido las ganas de vivir.
—¿Y qué haces tomando vitaminas?—me espeta con una mirada de reproche—Estás embarazada, ¿no?
¿Es que quiere sacarme de quicio?
Ella no me puede embarazar… estúpida.
Saco las vitaminas del bolso y se las tiro a la cabeza. Las esquiva, me mira sorprendida y las vitaminas se estrellan contra la pared antes de caer al suelo de la cocina.
Necesito recuperar el control.
Lo estoy perdiendo del todo.
—No seas tonta Santana tú no me puedes embarazar, y sabes muy bien que no he estado con ningún hombre desde hace mucho ¡Las compré para ti!—le grito, y ella me mira como si me hubiera vuelto loca.
Estoy a punto de hacerlo.
—Si puedo, pero no de la forma convencional.
—¿Eh?
—¿Por qué, las compraste?—mira el frasco en el suelo.
Olvido lo del embarazo, esto es mucho mas importante.
—Porque abusaste de tu cuerpo, ¿ya no te acuerdas?
Suelta una risa burlona.
—No necesito pastillas, Britt. Ya te lo dije—me coge de los brazos y me acerca a su cara—No soy una puta alcohólica. Si bebo, ¡será porque me has hecho enloquecer de ira!
Esto último me lo grita pegado a mi cara.
—Y me culpas de todo a mí.
Es una afirmación, no una pregunta, porque ya me lo ha gritado a la cara. Me suelta y se aparta.
—No, no lo hago—se tira del pelo, frustrada—¿Qué me estás ocultando? Viajes de negocios con irlandeses ricos..., visitas cariñosas a tu ex novio...
—¿Cariñosa?—exploto. ¿Acaso cree que me gustó ver a Elaine?—¡Eres una puta imbécil!
—¡Esa boca!
—¡Jódete!—le grito.
De verdad que vive en otro planeta. Si me conociera tan bien como cree, no me estaría soltando semejantes gilipolleces.
Alza las manos al cielo en un gesto de: «¡Señor, dame fuerzas!»
—Ahora mismo no puedo estar a tu lado—aúlla. Aprieta los dientes y los músculos de la mandíbula le tiemblan—Te quiero, Brittany. Te quiero muchísimo pero ni siquiera puedo mirarte a la cara. ¡Esto es una mierda!
Sale zumbando de la cocina. A los pocos instantes, la entrada principal se cierra de un portazo, un señor portazo. Corro al vestíbulo del ático, no hay rastro de Santana, si exceptuamos que la puerta de espejo del ascensor está hecha añicos. A pesar de mi enajenación, pienso en el daño que le habrá causado a su pobre mano.
Entonces me echo a llorar. Aúllo a la luna, sin esperanza, hecha un mar de lágrimas. Estoy desesperada y fuera de control. Es como si me estuviera poniendo a prueba, como si Santana tratara de ver si soy lo bastante fuerte como para sacarla de toda esta mierda y, además, tengo que luchar contra la molesta sensación de que soy yo la que la hace ponerse así.
No es sano.
Vuelvo al interior y veo mis cosas ordenadas en fila a un lado de la escalera.
¿Qué hago con ellas?
¿Voy a quedarme?
Las dejo donde están porque no sé qué hacer y me siento en una tumbona en la terraza para poder llorar a gusto, bien fuerte. Intento encontrar una solución, un camino que seguir. No se me ocurre nada entre las lágrimas incesantes. Miro al vacío y no siento más que abandono. Es una sensación conocida que no quería volver a experimentar... Y ahora vuelve a mí. Es la sensación de vacío, de pérdida y de soledad, todas las emociones que me tuvieron sumida en un infierno mientras Santana no estaba en mi vida.
¿Cómo he llegado a necesitarla tanto?
¿Cómo me ha pasado esto?
Se ha marchado y ahora sé cómo se sintió cuando yo le hice lo mismo. No es nada agradable. Es como si me faltara buena parte de mi ser.
Me falta.
El corazón me da un vuelco ante la idea de vivir sin ella. No puedo respirar y el pánico se apodera de mí.
No hay remedio.
Vuelvo al interior, subo al cuarto de baño del dormitorio principal y me doy una ducha. Me quedo ausente bajo el agua, enjabonándome. Nos veo a Santana y a mí por todas partes: en el lavabo, contra la pared, en el suelo, en la ducha. Estamos en todas partes.
Salgo.
De repente necesito escapar del recuerdo de nuestros encuentros íntimos. Me tiro en la cama pero pronto vuelvo a estar sentada, presa del pánico. Cuando nos hemos separado, le ha dado por beber.
¿Volverá a hacerlo?
El corazón galopa dolorosamente en mi pecho y asciende hacia mi boca. La idea de Santana bebiendo basta para hacerme bajar corriendo a por mi móvil. Entro en la cocina y huele realmente bien.
¡Ay!...
Corro al horno, lo apago, cojo el móvil y marco el número de Finn. Su voz grave suena de inmediato a través del teléfono.
—Está aquí, Brittany.
—¿En La Mansión?
Qué alivio, aunque a la vez me pregunto qué está haciendo ahí.
—Sí—Finn parece arrepentido.
—¿Debería ir?
No sé por qué se lo pregunto. Ya estoy camino del dormitorio para vestirme. Dice por teléfono:
—Creo que sí, rubia. Ha ido directo a su despacho.
Cuelgo, me recojo el pelo mojado y vuelvo a ponerme la ropa que llevaba antes. Las llaves del coche, Santana no me las ha devuelto. Vuelo escaleras abajo y me pongo a rebuscar entre mis cosas, rezando para encontrar el segundo juego. Al final, lo consigo.
Introduzco el código en el ascensor, y pienso que a Clive no le va a gustar encontrarse con el espejo roto. Desde que llegué, el mantenimiento debe de salir por un pico.
Corro por el vestíbulo con tacones y todo. Clive está arrodillado detrás de su mostrador. Paso junto a él sin decir nada. Hoy no tengo tiempo. El pobre hombre debe de estar preguntándose qué ha hecho para que me haya enfadado con él.
—¡Brittany!—me grita.
No me detengo pero parece que algo va mal. Tal vez la mujer misteriosa haya vuelto.
—¿Qué pasa, Clive?
Corre hacia mí, espantado.
—¡No puedes irte!
¿De qué está hablando?
—La señora López…—jadea—Ha dicho que no debes salir del Lusso. Ha insistido mucho.
¡¿Cómo?!
—Clive, no tengo tiempo para esto.
Echo a andar de nuevo pero me coge del brazo.
—Brittany, por favor. Tendré que llamarla.
No me lo puedo creer.
¿Ahora el conserje es mi carcelero?
—Clive, ése no es tu trabajo—recalco—Por favor, suéltame.
—Eso mismo le he dicho yo, pero la señora López puede ser muy insistente.
—¿Cuánto, Clive?
—No sé de qué me hablas—dice rápidamente mientras se arregla la gorra con la mano libre.
No podría parecer más culpable ni queriendo. Me suelto y me dirijo al mostrador de conserjería.
—¿Dónde guardas los números de contacto de la señora López?—pregunto examinando las pantallas.
El móvil de Clive también está en el mostrador. Él se acerca, confuso.
—El sistema introduce todos los datos en el teléfono. ¿Por qué lo preguntas?
—¿Tienes guardado el teléfono de la señora López en tu móvil?
—No, Brittany. Todo está programado en el sistema, por la confidencialidad de los residentes y todo eso.
—Estupendo.
Doy un tirón a los cables que unen el teléfono con el ordenador y los dejo hechos una maraña en el suelo, junto con la mandíbula de Clive. El pobre hombre no logra articular palabra, y la verdad es que me siento culpable cuando salgo del edificio. Otra factura de mantenimiento más, cortesía de la esclava del ático.
Me meto en el coche y veo un pequeño aparato negro en el salpicadero. Sé lo que es. Aprieto el botón y, en efecto, las puertas del Lusso se abren. De camino a La Mansión, rezo para no encontrar a Santana con una copa en la mano. Será la primera vez que pise el lugar desde que descubrí su oferta de ocio, pero la necesidad que siento de ver a Santana es más fuerte que mis nervios o mis reticencias.
—No puedo creer que dijeras lo de la noche de amigas delante de San—disparo en cuanto me he abrochado el cinturón de seguridad.
A pesar de lo enfurruñada que estoy, me maravillo de lo cómoda que es su nueva furgoneta.
—Yo también me alegro de verte—responde adentrándose en el mar de coches—Ha dicho que podías ir. ¿Qué problema hay?
—El problema es que no me va a dejar beber porque le ha dado por pensar que voy a acabar muerta o algo así si ella no está ahí para protegerme.
Rachel se echa a reír.
—Qué tierna.
—No, no es tierna. Es ridícula.
—Bah, no tiene por qué enterarse. ¡Podemos rebelarnos!
—¿Estás de coña?—me río, aunque ahora mismo quiero ser una rebelde. Me apetece emborracharme pero eso sería muy desconsiderado—Acaba de tener una pataleta por un cliente, un hombre. De hecho, me ha fastidiado la reunión con Rory Flanagan y ha marcado su territorio. Ha sido horrible.
Lo suelto todo, y eso que aún le estoy dando vueltas al hecho de por qué Rory cree que mi relación con Santana es muy interesante.
—¡Puaj!
—Lo bueno es que ya sé cuántos años tiene.
Los ojos marrones de Rachel brillan de la emoción.
—¿De verdad?
Asiento:
—De verdad.
—Oigámoslo. Revela el misterio de la edad.
—Treinta y siete.
—¡No!—exclama en plan teatral—¿En serio? No los aparenta. ¿Cómo lo has descubierto?
—Ayer por la mañana le enseñé a San el polvo de la verdad.
No sé por qué se lo he dicho, ya que ahora querrá que le dé detalles.
—Lo sabías desde ayer, ¿y no me lo habías contado?
—Perdona.
Me encojo de hombros. Es que la edad es sólo una parte. Hay mucho más, pero necesito vino para hablar de esa mierda. Tengo que salir una noche para poder contárselo todo a Rachel.
—¿Qué es un polvo de la verdad?—frunce el ceño.
Ya lo sabía yo.
—Bueno consiste en esposar a San a la cama, un vibrador y servidora—la miro—No le gusta compartirme, ni siquiera con una máquina—se echa a reír a mandíbula batiente y da un volantazo. Me agarro a la puerta—¡Rachel!
—Lo siento—dice entre risas—¡Cómo me gusta!
Tengo tanto que contarle... Aunque su situación me preocupa.
—¿Qué pasa contigo y con Quinn?
Deja de reírse en el acto.
—Nada.
Pongo los ojos en blanco y suspiro de manera exagerada.
—Claro. Nada.
—Oye, ¿qué te vas a poner para a la superfiesta?
Está claro que quiere cambiar de tema. Gruño para mis adentros.
¿Voy a ir, a pesar de todo?
—No lo sé. Se supone que San va a llevarme de compras.
—¿En serio?—dice—Bueno exprime al máximo a esa ricachona.
—Aunque no tengo ganas de ir. No he vuelto desde aquel domingo, y doña Morritos estará ahí—murmuro.
Seguro que recibo otra advertencia. Me hundo en mi asiento y pienso en todas las cosas que preferiría hacer mañana por la noche, y el hecho de que Santana esté tan cabreada conmigo no mejora mi entusiasmo. Soy yo la que debería estar echando pestes. A juzgar por lo que ha dicho antes Rory, Santana tiene mucho por lo que darme explicaciones.
Aparcamos delante de mi antiguo departamento y de inmediato veo el BMW blanco de Elaine. Qué depresión. En fin, alguien tiene que abrirme la puerta.
—¿Quieres que te acompañe?—me pregunta Rachel.
Me lo planteo unos segundos pero decido que lo mejor será que ella me espere con Margo. Rachel puede ser muy cabrona cuando quiere, y en realidad sólo tengo que entrar, ser educada y salir lo más rápidamente posible.
—No, ya lo traigo yo todo.
Abro la puerta de la furgoneta y salgo. Me estoy poniendo enferma. Santana ya está loca de rabia por la estúpida llamada telefónica. Diría que se le va la olla, pero no lo tengo tan claro por los derroteros por los que Rory ha llevado la conversación. Santana no la ha oído pero su reacción hablaba por sí sola.
Subo los escalones de la entrada y pulso el botón del portero automático. Me da pena no vivir ya aquí.
—Hola—la voz feliz de Elaine me saluda por el interfono.
—Hola—digo lo más informal que puedo.
No quiero hablar con ella. Sigo enfadada porque llamó a mis padres.
—Ya te abro.
Se abre la puerta y miro a Rachel. Le hago un gesto con la mano para que sepa que voy a entrar y me muestra el pulgar de una mano levantado y el móvil con la otra. Asiento y paso al vestíbulo del edificio. Mientras subo la escalera respiro hondo y me digo que todo irá bien. No debo mencionar la llamada a mis padres y tampoco debo quedarme a charlar.
La puerta está abierta. Hago de tripas corazón y entro. No cierro del todo, no voy a quedarme mucho. Busco a Elaine en la cocina y en la sala de estar pero no la encuentro.
En el dormitorio están mis cosas, empaquetadas en cajas y bolsas. Sin Elaine a la vista, cojo unas cuantas bolsas y me dispongo a salir cuando la veo en el umbral de la puerta con una copa de vino tinto en la mano. Lleva el traje beige. Siempre he odiado ese traje, aunque nunca se lo he dicho. Se ha peinado el pelo rojo en una cola, como siempre.
—Hola—dice con una sonrisa demasiado exagerada para la ocasión.
—Hola. Te he estado buscando—le explico mientras cargo con las bolsas—Rachel me está esperando en la furgoneta.
No puede ocultar su hostilidad cuando menciono a Rachel, pero hago caso omiso y me encamino hacia la puerta. Tengo que pararme cuando no se aparta de mi camino.
—Perdona—digo; mis buenos modales me están matando.
Me sonríe y le da un trago al vino con chulería antes de apartarse lo justo para que yo pueda pasar.
Cuando mi amiga me ve salir del edificio, salta de la furgoneta para abrirme las puertas traseras.
—Qué rápida—dice ayudándome con las bolsas.
—Elaine lo tenía todo empaquetado.
Sonríe.
—Muy civilizado por su parte.
Vuelvo al apartamento a por más cosas. Sería más rápido si Rachel subiera a ayudarme, pero de momento la cosa va bien y está siendo indolora. Si añado a Rachel a la ecuación, seguro que se desata la anarquía, así que voy y vengo y acarreo mis posesiones terrenales yo sola. Elaine ni siquiera se ofrece a echarme una mano. Le paso a Rachel la novena y décima bolsa.
—¿Cuántas quedan?—pregunta metiéndolas en la furgoneta.
—Sólo una caja más—digo dando media vuelta.
Más le vale haberlo empaquetado todo, porque no quiero tener que volver. Subo la escalera y cojo la última caja, lista para salir pitando, pero Elaine vuelve a cortarme el paso.
—Brittany, ¿podemos hablar?—pregunta, esperanzada.
Ay, no.
—¿De qué?a—digo, aunque sé perfectamente de qué.
Tengo que salir de aquí. No puedo volver a pasar por esta mierda. La última vez que rechacé su oferta de volver a intentarlo, se portó como una cerda.
—De nosotras.
—Elaine, no voy a cambiar de opinión—replico con seguridad, pero antes de que me dé cuenta, está intentando meterme la lengua en la garganta. Se me cae la caja y la empujo con todas mis fuerzas—Pero ¡¿qué coño haces?!—chillo, incrédula.
Jadea un poco y me mira enfadada.
—Recordarte por qué estamos hechas para estar juntas—me espeta.
Me da por echarme a reír. Es una carcajada profunda.
¿Intenta hacerme recordar?
¿Qué?, ¿lo gilipollas que es?
¡Por favor!
Desde luego, no es un recordatorio como los de Santana.
—¿Todavía sales con alguien?
—Eso no es asunto tuyo.
—No, pero tus padres parecían muy interesados.
Respiro hondo para no soltarle un guantazo. No pienso contestarle. Después del día que he tenido, esto es lo último que necesito.
—Aparta, Elaine.
Estoy muy orgullosa de mí misma por haberlo dicho con calma.
—Zorra estúpida—sisea.
Me deja atónita.
Sabía que tenía un lado hijo puta, pero ¿hacía falta llegar a esto?
Me hierve la sangre.
—Sí, estoy saliendo con alguien. Y ¿sabes qué, Elaine?—no espero a que me conteste—Es la mejor con quien he estado—se lo restriego, aunque sea una idiotez.
Suelta una risa estúpida, de las que se merecen una bofetada.
—Es una alcohólica empedernida, Brittany. ¿Lo sabías? Probablemente va ciega cada vez que te folla.
Titubeo y la sonrisa chulesca de Elaine se hace más amplia.
¿Cómo sabe con quién estoy saliendo?
Se cree que estoy sorprendida porque ha soltado lo del alcohol. No es eso. Lo que me sorprende es que sabe con quién estoy saliendo.
¿Cómo es posible?
Dios, quiero darle una hostia con la mano abierta y borrarle esa sonrisa de capullo de la cara.
—Bueno, incluso borracha folla mucho mejor que tú.
Toma castaña.
Adiós a su expresión satisfecha: ahora parece confusa. La muy hija de puta creía que me había pasado la mano por la cara. Con mis palabras he conseguido mucho más que con una hostia bien dada. Me alegro de haber sido tan aguda y tan rápida. Siempre se creyó maravillosa en la cama. Bueno, pues no lo era. Le ha dolido. Se pregunta qué debe hacer ahora. Me mantengo firme pero siento curiosidad por saber cómo se ha enterado de lo de Santana.
—Eres patética—escupe.
—No, Elaine. Estoy resarciéndome de cuatro años de sexo de mierda contigo.
Se queda pasmada. No sabe qué decir. Recojo la caja del suelo y levanto la cabeza cuando oigo unos pasos atronadores en la escalera.
¡Mierda!
—¡Brittany!—ruge.
Me ha chafado toda esperanza de dejar a Elaine y su expresión de perplejidad libre de violencia.
¿Cómo sabe que estoy aquí?
Mataré a Rachel como me haya delatado ella.
Entra como una apisonadora y me doy cuenta de que he sido una ingenua por pensar que ya había visto todo lo imposible que podía ponerse. Está fuera de sí y tengo miedo. No temo por mí, sino por Elaine, y lo odio. Santana parece capaz de matar a alguien. No obstante, ni siquiera repara en ella. Me clava una mirada furibunda y me encojo.
—¡¿Qué cojones haces aquí?!—grita.
Me echo a temblar. Es como si le hubiera puesto un trapo rojo delante y está resoplando como un toro bravo. No debería saber dónde estoy.
¿Cómo se ha enterado?
¿Me ha puesto un transmisor?
Decido no preguntárselo y cerrar el pico.
—¡Contéstame!—ruge.
Pestañeo. Está claro lo que he venido a hacer, no necesita que se lo confirme, y debe de haber visto las bolsas en la parte trasera de la furgoneta de Rachel.
Elaine, sabiamente, decide apartarse y mantener su boca de gallito cerrada. Su mirada va de Santana a mí, y sé que está pensando que una mujer que sólo se está follando a una otra no se pone así.
¡Hola, saluda a mi diosa!
—¡Te lo he dicho mil veces! No la llames, no vayas a su casa. ¡Te dije que iba a venir Finn!—exclama gesticulando como un enajenado mental—¡Métete en el puto coche!
A Elaine se le escapa una risita disimulada y le doy un latigazo con la mirada. Está muy satisfecha con la escena.
Lo que me faltaba.
No voy a quedarme aquí mientras me grita delante de la gilipollas de mi ex novia. Cojo la caja y salgo echando humo del apartamento, dando las gracias a lo más sagrado porque Santana no entrara unos segundos antes.
—Nos hemos besado—dice Elaine la mar de contenta antes de comerse el puño de Santana.
Voy a echarme a llorar.
¿Es que mi ex no sabe cuándo cerrar la puta boca?
Oigo los pasos furiosos de Santana detrás de mí mientras salgo a la calle. Ahí están Quinn y Rachel.
Anda, y también ha venido Finn.
Finn está apoyado en su Range Rover, con las gafas de sol puestas; da tanto miedo como siempre, pero tiene el rostro impasible. Rachel da vueltas de un lado a otro junto a la furgoneta y Quinn está a un lado, circunspecto.
¿De verdad hacía falta que viniera todo el mundo?
Miro a mi amiga con cara de «No preguntes». Me coge la caja.
—Joder, Britt...—susurra lanzándola a la parte trasera de la furgoneta.
—¿Le dijiste a Quinn que yo estaba aquí?—inquiero, directa al grano.
—¡No!—chilla.
Le creo. Ella no me haría eso.
—¡Finn!—grita Santana al salir del edificio—Pon sus cosas en el Rover.
Sacude la mano en recuperación y de repente me preocupo.
La muy idiota.
¿No podía pegarle con la derecha?
Y entonces proceso lo que ha dicho.
¿Sus cosas?
—¡No las toques, Finn!—grito, y Finn se queda quieto en el sitio—No voy a irme con ella. Vamos, Rach.
Me dirijo a la puerta del acompañante de la furgoneta y, cuando llego a la puerta, veo que Quinn tiene a Rachel cogida del brazo. Ella mira a Quinn y niega débilmente con la cabeza. Luego me mira a mí. Está entre la espada y la pared.
—¡Coge sus cosas, Finn!—Santana baja los escalones como un rayo.
—¡No las toques!—repito.
Finn deja escapar un suspiro de exasperación y mira a Santana, esperando una respuesta, pero al parecer decide que mi ira es el menor de sus males, porque empieza a meter mis cosas en el Range Rover.
Bueno, que se las lleve.
Yo no me voy con ella. Subo en la furgoneta de Rachel y me hundo en el asiento, más ofendida que nunca. A los dos segundos, se abre la puerta.
—¡Sal!
La voz le tiembla a causa de la ira, pero me importa una mierda. Cojo la manija y tiro para cerrarla, pero ella interpone su cuerpo.
—¡Santana, vete a la mierda!
—¡Esa boca!
—¡Que te jodan!—grito.
Estoy afónica, y mis cuerdas vocales me suplican que me calme. Nunca había gritado tanto. Estoy temblando de la rabia.
¿Cómo se atreve?
¿Cómo se atreve a portarse así después de todo lo que me ha hecho pasar?
—¡Vigila esa puta boca!
Se acerca y me coge. Me resisto y peleo, pero no tengo fuerza alguna comparada con ella, la cual sigo sin entender. Me saca a la fuerza de Margo Junior y me sujeta por la espalda. Sigo pataleando y dando codazos. Me rodea la cintura con el brazo y me levanta del suelo sin esfuerzo, y a continuación me lleva a su coche mientras grito y pataleo como una cría de tres años.
—¡Suéltame!
—Cierra esa boca tan sucia que tienes, Britt—gruñe entre dientes, cosa que sólo me anima a seguir pataleando y dando manotazos.
Me está secuestrando a la fuerza en pleno Notting Hill, bajo la atenta mirada de mi mejor amiga, de su novia y de Finn.
¡Me muero de la vergüenza!
No me puedo creer que la cosa se haya ido tanto de madre.
Todo iba bien.
Estaba a punto de marcharme, y entonces aparece esta cabrona neurótica y lo llena todo de mierda.
Quiero levantar la cabeza y gritarle al cielo.
Me resisto un poco más y voy a por el brazo con el que me sujeta por la cintura.
—Estás montando un espectáculo, Britt—me advierte.
Miro alrededor y veo que hay muchísimos peatones que han dejado de hacer lo que estuvieran haciendo para ver la dramática escena que acontece ante sus ojos. Dejo de resistirme, más que nada porque estoy exhausta. Permito que me meta en el coche, aunque le doy un par de manotazos cuando intenta ponerme el cinturón de seguridad. Me coge de la barbilla y me acerca la cara.
—¡Haberte portado bien!
Sus ojos oscuros lanzan rayos furibundos, pero la miro desafiante antes de apartar el rostro. Me incorporo sobre el cuero negro y cálido e intento recobrar el aliento. Mañana no pienso ir a La Mansión, y el sábado me iré al pub. También tengo intención de marcharme del Lusso. Aunque tampoco es que ya me haya mudado ahí, a pesar de que Santana piense lo contrario.
Se acerca a Finn, a Rachel y a Quinn. Están hablando pero no sé qué dicen. Santana agacha la cabeza y Rachel le pone una mano en el brazo para consolarla.
¡Es una puta traidora!
¿Por qué todo el mundo la mima a ella cuando soy yo la que ha sido secuestrada por una loca peligrosa?
Finn sacude la cabeza y roza la mandíbula de Santana con los nudillos, pero ella lo aparta de mala manera. Puedo leer «tranquilízate» en los labios de Finn. Santana los deja, alza los brazos al cielo y se tira del pelo negro despeinado con frustración. Finn sacude la cabeza y sé que esta vez se limita a decir: «Latina loca.»
¡Muy bien!
Finn está de acuerdo conmigo. «Cualidades desagradables», creo que fueron las palabras de Finn. La verdad es que no veo cómo podría ponerse mucho más desagradable. Esta vez se le ha ido la pinza del todo.
Cuando sube al coche, le doy la espalda y miro por la ventanilla del acompañante. No pienso dirigirle la palabra. Se ha pasado de la raya. Pone el coche en marcha y arranca a tal velocidad que me estampo contra el asiento. Como si su forma habitual de conducir no diera ya bastante miedo. No me apetece nada ser su pasajera hoy.
—¿Cómo has sabido dónde estaría?—pregunto mirando aún por la ventanilla.
Con el rabillo del ojo la veo hacer una mueca. Agita la mano. Se la ha lastimado.
—Eso no importa.
—Sí que importa—me vuelvo y contemplo su perfil ceñudo. Hasta cabreada sigue siendo una bestia hermosa—Iba todo bien hasta que has aparecido.
Gira la cabeza y yo le devuelvo una mirada iracunda.
—Estoy muy cabreada contigo, Britt. ¿La has besado?
—¡No!—aúllo—Ella ha intentado besarme y le di un empujón. Estaba a punto de irme.
Me duele la frente de tanto fruncir el ceño. Me sobresalto cuando empieza a pegarle puñetazos al volante.
—No vuelvas a decirme que soy posesiva, celosa y que exagera, ¿me has oído?
—¡Eres más que posesiva!
—Britt, en dos días te he pillado con dos personas que estaban intentando meterse en tus bragas. Dios sabe qué habrá pasado cuando no estaba presente.
—No seas imbécil. Estás paranoica—sé que no lo está. Tiene razón, pero lo que yo quiero saber es por qué, de repente, a Rory le interesa mi relación con Santana—¿De qué conoces a Rory?
—¿Qué?
—Ya me has oído.
Sé que se lo está pensando porque el labio inferior ha desaparecido entre sus dientes.
—Le compré el ático, Britt. ¿De qué crees que lo conozco?
—Le pareció muy interesante que le dijera que hacía más o menos un mes que salía contigo. ¿Por qué será?
Se vuelve otra vez para mirarme.
—Y ¿por qué carajo hablas con él sobre nosotras?
—No hablo con él de nada. ¡Me hizo una pregunta y le contesté! ¿Por qué le parece tan interesante, Santana?
Estoy perdiendo el control.
Aparto la mirada y respiro hondo, intentando calmarme.
—Ese hombre te desea, créeme.
—¡¿Por qué?!—grito mirándola fijamente.
Se niega a mirarme.
—¡Porque sí, joder!—ruge.
Salto hacia atrás en mi asiento, asustada y frustrada por su respuesta iracunda y vaga. Esta conversación no lleva a ninguna parte. Ella tiene que tranquilizarse y yo también. Le preguntaré lo que tenga que preguntarle cuando no parezca estar a punto de romper la ventanilla de un puñetazo.
Aparca en la entrada del Lusso y salgo del coche con el motor en marcha. Finn deja el Range Rover en el aparcamiento. Me meto en el vestíbulo. Clive sale de detrás del mostrador pero lo ignoro por completo y voy directa al ascensor. Espero que Santana suba antes de que las puertas se cierren pero no lo hace. Está claro que también ha llegado a la conclusión de que las dos necesitamos tranquilizarnos.
Salgo del ascensor, saco la llave rosa del bolsillo interior del bolso, abro la puerta, la cierro de un portazo y de la rabia tiro el bolso al suelo.
—¡Hija de puta!—maldigo para mí.
—Hola—dice una vocecita.
Levanto la cabeza y veo a una mujer de mediana edad con el pelo rubio y muy alta delante de mí. Supongo que debería preocuparme que haya una desconocida en el ático de Santana, pero estoy demasiado cabreada.
—¿Y tú quién coño eres?—le suelto de mala manera.
La mujer da un paso atrás y entonces reparo en el paño y el abrillantador de muebles que lleva en la mano.
—Sue—contesta—Trabajo para San.
—¿Qué?—pregunto, alterada.
La furia que me domina no me deja entender nada..., hasta que entre su comentario y el abrillantador de muebles... lo pillo.
¡Mierda!
Se abre la puerta detrás de mí, me vuelvo y entra Santana. Me mira a mí y luego a la mujer.
—Sue, creo que deberías irte. Hablamos mañana—dice con calma, aunque todavía detecto un punto de enfado en su voz.
—Por supuesto—la mujer deja el trapo y el abrillantador sobre la mesa, se quita el delantal y lo dobla de prisa pero perfectamente—La cena está en el horno. Estará lista dentro de media hora.
Coge un bolso de loneta del suelo y guarda el delantal.
Que Dios la bendiga.
Me sonríe antes de irse. Es más de lo que me merezco. Menuda primera impresión le habré causado... Santana le pellizca la mejilla y le da un pequeño apretón en los hombros. La veo atravesar el vestíbulo, y a Finn y a Clive saliendo del ascensor cargados con mis bártulos. Están perdiendo el tiempo porque no voy a quedarme aquí. Me dirijo a la cocina y abro la nevera de un tirón deseando que mágicamente aparezca una botella de vino. Pero me llevo una gran decepción. Cierro de nuevo de un portazo y subo escaleras arriba echando humo.
Es que no puedo ni mirarla.
Entro en el dormitorio y doy otro portazo...
¿Ahora qué?
Debería irme para que las dos pudiéramos pensar. Esto es demasiado intenso y va demasiado rápido. Es venenoso e incapacitante.
Me encierro en el cuarto de baño. Este ático me es más familiar de lo que debería. Después de haberme pasado meses diseñándolo y coordinando las obras, me siento como en casa. Seguramente, me siento más en casa que Santana. Ella ni siquiera lleva aquí un mes, del cual se ha pasado una semana entera borracha e inconsciente.
Vago hacia el asiento de la ventana y contemplo los muelles. La gente sigue con su vida, sale de paseo o está de copas. Todos parecen felices y relajados. Seguro que no es así, pero tal y como me encuentro, pienso egoístamente que nadie puede tener tantos problemas como yo. Estoy completamente enamorada de una mujer temperamental en extremo y de carácter imposible. Por otro lado, es la mujer más cariñosa, sensible y protectora del universo.
Si Finn está en lo cierto, y sólo es así conmigo, ¿deberíamos seguir juntas?
Al paso que vamos, morirá de un infarto a los cuarenta y será culpa mía. Con Santana, cuando las cosas van bien, son increíbles, pero cuando van mal, son insoportables. Haberla conocido es una bendición y una maldición al mismo tiempo.
Suspiro, agotada, me cubro la cara con las manos y noto cómo las lágrimas me desbordan y se me hace un nudo en la garganta. Y yo que creía que había empezado a averiguar lo que necesitaba saber... Sin embargo, a medida que pasa el tiempo se hace más evidente que no es así y, como Santana se empeña en no abrir el pico y en darme evasivas, no parece que vaya a averiguarlo en un futuro próximo... A menos que le pregunte a Rory.
Se abre la puerta y Santana entra en el baño como una apisonadora. Parece como si la hubieran electrocutado. Está temblando y tiene hinchada y palpitante la arteria carótida. Yo me he tranquilizado bastante, pero da la impresión de que ella no. Lleva algo en la mano.
—¿Qué coño es esto?
Es como si fuera a entrar en combustión espontánea. Frunzo el ceño pero entonces caigo en la cuenta de que lo que lleva en la mano es la lista de vuelos que me ha dado Will. Me va a caer una buena.
Un momento... Eso estaba en mi bolso.
—¡Me has registrado el bolso!
Estoy atónita. No sé por qué me sorprende, si me lo registra siempre. No parece estar avergonzada en lo más mínimo, ni tampoco que vaya a pedirme disculpas. Se limita a agitar el papel delante de mis narices mientras su pecho sube y baja a intervalos irregulares. Le doy un empujón y bajo la escalera en busca de mi bolso. Me sigue y el volumen de su respiración supera el de sus pasos. Recojo el bolso del suelo y me lo llevo a la cocina.
—¡¿Qué demonios haces?!—me grita—¡No está ahí, está aquí!—vuelve a ponerme el papel frente a la cara mientras vacío el contenido de mi bolso en la isleta. No sé qué estoy buscando—¡No vas a irte a Suecia, ni a Irlanda ni a ninguna parte!
Su voz es una mezcla de miedo y de ira.
La miro.
Sí, veo miedo.
—No vuelvas a registrarme el bolso, Santana.
Cada palabra transmite mi frustración, que va en aumento, y le lanzo una mirada acusadora. Retrocede un poco y aplasta el papel contra la isleta sin perder ni un gramo de ira.
—¿Qué más me escondes?
—¡Nada!
—Te diré una cosa, Britt—se acerca como un animal y me planta la cara a milímetros de la mía—Antes muerta que dejarte salir del país con ese cerdo mujeriego.
Una oleada de puro terror le cruza la cara.
—¡Él no va a ir!—le grito dejando caer mi bolso para darle más efecto.
La verdad es que no estoy segura, y sospecho que sí irá.
Tiene un plan y tiene un móvil, pero ¿por qué?
—Irá. Te seguirá hasta ahí, créeme. Es implacable cuando persigue a una mujer.
Me echo a reír.
—¿Como tú?
—¡Eso fue distinto!—me ruge.
Cierra los ojos y se lleva las puntas de los dedos a las sienes para intentar aliviar la tensión con un masaje.
—Eres imposible—escupo.
He perdido las ganas de vivir.
—¿Y qué haces tomando vitaminas?—me espeta con una mirada de reproche—Estás embarazada, ¿no?
¿Es que quiere sacarme de quicio?
Ella no me puede embarazar… estúpida.
Saco las vitaminas del bolso y se las tiro a la cabeza. Las esquiva, me mira sorprendida y las vitaminas se estrellan contra la pared antes de caer al suelo de la cocina.
Necesito recuperar el control.
Lo estoy perdiendo del todo.
—No seas tonta Santana tú no me puedes embarazar, y sabes muy bien que no he estado con ningún hombre desde hace mucho ¡Las compré para ti!—le grito, y ella me mira como si me hubiera vuelto loca.
Estoy a punto de hacerlo.
—Si puedo, pero no de la forma convencional.
—¿Eh?
—¿Por qué, las compraste?—mira el frasco en el suelo.
Olvido lo del embarazo, esto es mucho mas importante.
—Porque abusaste de tu cuerpo, ¿ya no te acuerdas?
Suelta una risa burlona.
—No necesito pastillas, Britt. Ya te lo dije—me coge de los brazos y me acerca a su cara—No soy una puta alcohólica. Si bebo, ¡será porque me has hecho enloquecer de ira!
Esto último me lo grita pegado a mi cara.
—Y me culpas de todo a mí.
Es una afirmación, no una pregunta, porque ya me lo ha gritado a la cara. Me suelta y se aparta.
—No, no lo hago—se tira del pelo, frustrada—¿Qué me estás ocultando? Viajes de negocios con irlandeses ricos..., visitas cariñosas a tu ex novio...
—¿Cariñosa?—exploto. ¿Acaso cree que me gustó ver a Elaine?—¡Eres una puta imbécil!
—¡Esa boca!
—¡Jódete!—le grito.
De verdad que vive en otro planeta. Si me conociera tan bien como cree, no me estaría soltando semejantes gilipolleces.
Alza las manos al cielo en un gesto de: «¡Señor, dame fuerzas!»
—Ahora mismo no puedo estar a tu lado—aúlla. Aprieta los dientes y los músculos de la mandíbula le tiemblan—Te quiero, Brittany. Te quiero muchísimo pero ni siquiera puedo mirarte a la cara. ¡Esto es una mierda!
Sale zumbando de la cocina. A los pocos instantes, la entrada principal se cierra de un portazo, un señor portazo. Corro al vestíbulo del ático, no hay rastro de Santana, si exceptuamos que la puerta de espejo del ascensor está hecha añicos. A pesar de mi enajenación, pienso en el daño que le habrá causado a su pobre mano.
Entonces me echo a llorar. Aúllo a la luna, sin esperanza, hecha un mar de lágrimas. Estoy desesperada y fuera de control. Es como si me estuviera poniendo a prueba, como si Santana tratara de ver si soy lo bastante fuerte como para sacarla de toda esta mierda y, además, tengo que luchar contra la molesta sensación de que soy yo la que la hace ponerse así.
No es sano.
Vuelvo al interior y veo mis cosas ordenadas en fila a un lado de la escalera.
¿Qué hago con ellas?
¿Voy a quedarme?
Las dejo donde están porque no sé qué hacer y me siento en una tumbona en la terraza para poder llorar a gusto, bien fuerte. Intento encontrar una solución, un camino que seguir. No se me ocurre nada entre las lágrimas incesantes. Miro al vacío y no siento más que abandono. Es una sensación conocida que no quería volver a experimentar... Y ahora vuelve a mí. Es la sensación de vacío, de pérdida y de soledad, todas las emociones que me tuvieron sumida en un infierno mientras Santana no estaba en mi vida.
¿Cómo he llegado a necesitarla tanto?
¿Cómo me ha pasado esto?
Se ha marchado y ahora sé cómo se sintió cuando yo le hice lo mismo. No es nada agradable. Es como si me faltara buena parte de mi ser.
Me falta.
El corazón me da un vuelco ante la idea de vivir sin ella. No puedo respirar y el pánico se apodera de mí.
No hay remedio.
Vuelvo al interior, subo al cuarto de baño del dormitorio principal y me doy una ducha. Me quedo ausente bajo el agua, enjabonándome. Nos veo a Santana y a mí por todas partes: en el lavabo, contra la pared, en el suelo, en la ducha. Estamos en todas partes.
Salgo.
De repente necesito escapar del recuerdo de nuestros encuentros íntimos. Me tiro en la cama pero pronto vuelvo a estar sentada, presa del pánico. Cuando nos hemos separado, le ha dado por beber.
¿Volverá a hacerlo?
El corazón galopa dolorosamente en mi pecho y asciende hacia mi boca. La idea de Santana bebiendo basta para hacerme bajar corriendo a por mi móvil. Entro en la cocina y huele realmente bien.
¡Ay!...
Corro al horno, lo apago, cojo el móvil y marco el número de Finn. Su voz grave suena de inmediato a través del teléfono.
—Está aquí, Brittany.
—¿En La Mansión?
Qué alivio, aunque a la vez me pregunto qué está haciendo ahí.
—Sí—Finn parece arrepentido.
—¿Debería ir?
No sé por qué se lo pregunto. Ya estoy camino del dormitorio para vestirme. Dice por teléfono:
—Creo que sí, rubia. Ha ido directo a su despacho.
Cuelgo, me recojo el pelo mojado y vuelvo a ponerme la ropa que llevaba antes. Las llaves del coche, Santana no me las ha devuelto. Vuelo escaleras abajo y me pongo a rebuscar entre mis cosas, rezando para encontrar el segundo juego. Al final, lo consigo.
Introduzco el código en el ascensor, y pienso que a Clive no le va a gustar encontrarse con el espejo roto. Desde que llegué, el mantenimiento debe de salir por un pico.
Corro por el vestíbulo con tacones y todo. Clive está arrodillado detrás de su mostrador. Paso junto a él sin decir nada. Hoy no tengo tiempo. El pobre hombre debe de estar preguntándose qué ha hecho para que me haya enfadado con él.
—¡Brittany!—me grita.
No me detengo pero parece que algo va mal. Tal vez la mujer misteriosa haya vuelto.
—¿Qué pasa, Clive?
Corre hacia mí, espantado.
—¡No puedes irte!
¿De qué está hablando?
—La señora López…—jadea—Ha dicho que no debes salir del Lusso. Ha insistido mucho.
¡¿Cómo?!
—Clive, no tengo tiempo para esto.
Echo a andar de nuevo pero me coge del brazo.
—Brittany, por favor. Tendré que llamarla.
No me lo puedo creer.
¿Ahora el conserje es mi carcelero?
—Clive, ése no es tu trabajo—recalco—Por favor, suéltame.
—Eso mismo le he dicho yo, pero la señora López puede ser muy insistente.
—¿Cuánto, Clive?
—No sé de qué me hablas—dice rápidamente mientras se arregla la gorra con la mano libre.
No podría parecer más culpable ni queriendo. Me suelto y me dirijo al mostrador de conserjería.
—¿Dónde guardas los números de contacto de la señora López?—pregunto examinando las pantallas.
El móvil de Clive también está en el mostrador. Él se acerca, confuso.
—El sistema introduce todos los datos en el teléfono. ¿Por qué lo preguntas?
—¿Tienes guardado el teléfono de la señora López en tu móvil?
—No, Brittany. Todo está programado en el sistema, por la confidencialidad de los residentes y todo eso.
—Estupendo.
Doy un tirón a los cables que unen el teléfono con el ordenador y los dejo hechos una maraña en el suelo, junto con la mandíbula de Clive. El pobre hombre no logra articular palabra, y la verdad es que me siento culpable cuando salgo del edificio. Otra factura de mantenimiento más, cortesía de la esclava del ático.
Me meto en el coche y veo un pequeño aparato negro en el salpicadero. Sé lo que es. Aprieto el botón y, en efecto, las puertas del Lusso se abren. De camino a La Mansión, rezo para no encontrar a Santana con una copa en la mano. Será la primera vez que pise el lugar desde que descubrí su oferta de ocio, pero la necesidad que siento de ver a Santana es más fuerte que mis nervios o mis reticencias.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Brittany me saca de quicio, sabe como es santana, asi la acepto y lo unico que hace es ocultarle cosas!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Santana es tan idiota! Brittany estaba terminando todo ese asunto con Elaine y nooo tenia que llegar ella la super mujer al rescate -.-' me carga como trata Santana a Britt ella le oculta cosas mas importantes y ...agh me enoje. Akshdkkshdjs>:c
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:Brittany me saca de quicio, sabe como es santana, asi la acepto y lo unico que hace es ocultarle cosas!!!!!
Hola, ajajajajaj xD son tan difíciles las dos xD se aman, pero no aceptan al 100% a la otra XD jajajaaj el amor, el amorrr... jajajaja. Saludos =D
Susii escribió:Santana es tan idiota! Brittany estaba terminando todo ese asunto con Elaine y nooo tenia que llegar ella la super mujer al rescate -.-' me carga como trata Santana a Britt ella le oculta cosas mas importantes y ...agh me enoje. Akshdkkshdjs>:c
Hola, jajajajaj sip a veces si no¿? Jajajajajajaajajaj sip a veces san nos saca de quicio no¿? jajajaaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 15
Capitulo 15
Me detengo en la puerta de entrada y pulso el botón del interfono. Por el altavoz oigo la voz de Finn y saludo a la cámara con la mano pero las puertas ya han empezado a abrirse. Inicio el largo recorrido por el camino de grava que lleva hasta La Mansión. Aparco en el patio circular y contemplo la casa de piedra caliza que se yergue en el centro y que parece gritar a los cuatro vientos lo que ocurre detrás de sus puertas. Estaciono junto al coche de Santana y me miro en el retrovisor. Teniendo en cuenta los acontecimientos de las últimas horas, de las últimas semanas, tampoco tengo tan mal aspecto.
Finn me abre la puerta antes de que coja la manija y me dedica una sonrisa para transmitirme confianza. Sin embargo, no consigue hacer que me sienta mejor.
Cruzamos juntos la imponente entrada, y dejamos atrás la escalera, el restaurante y el bar. Oigo risas y conversaciones pero no me molesto en mirar. Ya lo he visto antes, sólo que ahora sé lo que son realmente.
—¿Se ha tranquilizado?—pregunto al llegar al salón de verano.
Hay gente en los butacones, bebiendo y charlando, probablemente de lo que les depara la noche. Una docena de miradas curiosas me siguen y me pongo tensa.
¿Habrán visto el cabreo de Santana?
—Rubia, vuelves loca a esa latina—Finn se ríe.
Suspiro.
Estoy de acuerdo, pero ella también me vuelve loca a mí.
¿Se dará cuenta Finn?
—Mi mujer es difícil—musito.
Finn me regala una de sus nada frecuentes sonrisas arrebatadoras, toda llena de dientes.
—¿Difícil? Bonita palabra. Yo le digo que es como un grano en el culo. Aunque admiro su decisión.
—¿Decisión?—rrunzo el ceño—¿Está decidido a ser difícil?
Finn se detiene cuando llegamos frente al despacho de Santana.
—Nunca la había visto tan decidida a vivir.
De repente quiero volver al inicio de nuestro recorrido para continuar con esta conversación.
—¿Qué quieres decir?—pregunto sin poder evitar el toque de confusión.
Esa frase me ha dejado perpleja.
Yo no la veo en absoluto decidida a vivir. La veo decidida a tener un ataque provocado por el estrés.
Es autodestructiva.
No puedo respirar.
Es autodestructiva.
Santana dijo eso mismo el día que me llevó en moto.
¿Qué quería decir?
—Es algo bueno, créeme—Finn me mira con afecto—No seas muy dura con ella.
—¿Hace mucho que la conoces, Finn?
Quiero que siga hablando.
—El tiempo suficiente, rubia. Te dejo—dice, y su cuerpo de mastodonte se aleja por el pasillo.
—Gracias, Finn—añado.
—Está bien, rubia. Está bien.
Me quedo en la puerta del despacho de Santana con la mano a unos milímetros de la manija. La información que me ha dado Finn, aunque vaga, ha despertado aún más mi curiosidad.
¿De verdad era autodestructiva?
Pienso en alcohol, picoteo, ir en moto sin protección y en cicatrices.
Empujo la manija hacia abajo y, con cuidado, entro en su despacho. Me siento insultada al instante. Santana está en su enorme sillón mirando a Holly, sentada en el borde de la mesa.
Esa mujer es una sanguijuela.
Me siento posesiva, y es como si recibiera una bofetada, pero la botella de vodka que descansa sobre la mesa es lo que de verdad me pone nerviosa. Puedo olvidarme de las atenciones de féminas no deseadas siempre que sigan siendo no deseadas.
Lo del vodka es otra historia.
Me miran a la vez y ella me sonríe. Es una sonrisa realmente falsa. Luego veo la bolsa de hielo en la mano de Santana.
Se las ve muy cariñosas.
No me cabe la menor duda de que estas dos han tenido una relación sexual. Holly lo lleva escrito en la cara.
Quiero vomitar.
Me siento posesiva y celosa. La intrusa atrevida no hace siquiera amago de bajar el culo de la mesa de Santana, sino que se queda ahí sentada, disfrutando con la tensión que causa su presencia.
No obstante, es la botella transparente la que supone una amenaza.
Puedo soportar a Holly. No estoy de humor para jueguecitos con ex conquistas sexuales.
Miro a Santana y ella me mira.
Todavía lleva puestos los pantalones gris marengo pero se ha arremangado la camisa negra. Tiene el pelo negro despeinado pero, a pesar de toda su belleza, parece asustada e incómodo.
No la culpo.
Acabo de pillarla en plan cariñoso con otra y con una botella de la sustancia del mal delante. Es el dos por uno de mis peores pesadillas. Hace girar la silla con los pies, alejándose de la intrusa y acercándose a mí.
—¿Has bebido?
Mi voz es fuerte y serena. No me siento así.
Niega con la cabeza.
—No—responde en voz baja.
No sé si habla tan bajo por la otra mujer o por el vodka. Deja caer la cabeza y el silencio es incómodo. Entonces Holly le pone la mano en el brazo a Santana y quiero correr hacia la mesa y arrancarle el pelo a tirones. Santana parpadea y me clava la mirada.
¿Quién coño se cree que es?
No soy lo bastante ingenua para tragarme que está siendo una buena amiga.
—¿Te importa?
La miro directamente, para que quede claro que le estoy hablando a ella. Me mira como si no se hubiera enterado y deja la mano en el brazo de Santana.
De repente estoy furiosa conmigo misma por haberle dado a otra mujer la oportunidad de consolarla, especialmente a esta mujer.
Ése es mi trabajo.
Santana retira el brazo y la mano de Holly acaba sobre el escritorio.
—¿Perdona?—masculla ella.
Me cabrea aún más.
—Ya me has oído.
La miro con cara de pocos amigos y ella sonríe; es una sonrisa burlona y resulta casi imperceptible. Sabe que sé lo que está intentando hacer. Eso hará que nuestra relación sea mucho más fácil.
Santana nos mira a una y a otra, dos mujeres enfrentándose en su despacho. Que Dios la bendiga por no abrir la boca, pero entonces la zorra descarada se agacha y la besa en la mejilla. Sus labios le acarician la piel más de lo necesario.
—Avísame si me necesitas, cielo—dice con el tono seductor más ridículo que he oído nunca.
Santana se tensa de pies a cabeza y me mira con los ojos muy abiertos. Su hermoso rostro está en alerta. Tiene motivos para estar nerviosa, y más aún después de toda la mierda que me ha hecho tragar por un cliente y por un ex novio. A Elaine y a Rory tendrían que haberlos identificado por la ficha dental si ella me hubiera pillado con ellos como yo la he pillado con Holly.
Abro la puerta del despacho de par en par y miro al megazorrón rubio.
—Adiós, Holly—digo en tono definitivo.
Ella me mira con sus morros carnosos, un toque de chulería y mucho aplomo antes de bajarse de la mesa y salir del despacho de Santana meneando el trasero, aunque primero me lanza una mirada asesina. Le dedico mi mirada especial hasta que desaparece por la puerta. En cuanto ella y sus plataformas de doce centímetros han cruzado el umbral, cierro de un portazo. Espero haberle dado en el culo.
Ahora, vamos a lidiar con mi mujer imposible.
De repente estoy decidida a solucionar esta mierda. Después de haberla visto con Holly sé perfectamente que eso es lo que quiero.
Es mía... Y punto.
Me vuelvo para mirarla. No se ha movido de la silla y la botella de vodka sigue sobre su mesa.
Santana se muerde el labio inferior.
Los engranajes echan humo.
Señalo la botella con un gesto de la cabeza.
—¿Qué hace eso ahí?
—No lo sé—responde.
Parece estar pasándolo fatal, y me da pena encontrarme al otro lado de la habitación.
—¿Te la quieres beber?
—Ahora que tú estás aquí, no—sus palabras me llegan altas y claras.
—Eres tú quien se ha marchado—le recuerdo.
—Lo sé.
—¿Y si no hubiera venido?
Ésa es la pregunta clave. Le doy vueltas a lo mismo una y otra vez. Se comporta como si fuera facilísimo y me asegura constantemente que no necesita beber mientras me tenga a mí, pero ahora la encuentro en compañía de una botella de vodka porque hemos discutido.
Vale, ha sido más que una discusión pero eso no es lo importante. No puedo ponerme así cada vez que nos peleemos. Y tampoco se me olvida que el vodka no es lo único que le estaba haciendo compañía.
—No me la habría bebido, Britt.
La aparta. Me fijo en la botella y veo que está sin abrir, aunque sigue ahí y algo hizo que la pusiera ahí... Yo. Yo soy la razón de que se haya vuelto loca, de sus exigencias absurdas y de sus pataletas.
Es culpa mía.
La he convertido en una controladora neurótica.
Seguimos mirándonos unos instantes. Yo no dejo de repasar todo lo que tenemos que aclarar y ella se muerde el labio inferior porque no sabe qué decirme. Yo tampoco sé por dónde empezar.
—¿Qué hace eso ahí?—insisto.
Se encoge de hombros como si no fuera importante, lo que me cabrea.
¿Mi temor estaba justificado y ahora espera que me olvide como si nada con sus evasivas y su silencio?
—No iba a bebérmela, Britt—repite, un poco molesta.
Me deja de piedra.
—¿Te la beberías si te dejo?
Sus ojos vuelan en busca de los míos y el pánico se apodera de ella.
—¿Vas a dejarme?
—Necesito que me des respuestas—la estoy amenazando, pero siento que no tengo otra opción. Hay cosas que tiene que decirme—¿Por qué está Rory tan interesado en nuestra relación?
—Su mujer lo ha dejado—se apresura a responder.
—Porque te acostaste con ella.
—Sí.
—¿Cuándo?
—Hace meses, Britt—sus ojos son sinceros—Era la mujer que se presentó en el Lusso. Te lo contaré antes de que vuelvas a amenazar con dejarme—me encanta su sarcasmo.
—No estaba preocupada por ti...
—Puede que sí, pero también me desea.
—¿Y quién no?—digo, sorprendentemente tranquila.
Asiente.
—Se lo dejé muy claro, Britt. Volvió a Irlanda y me acosté con ella hace meses. No sé por qué le ha dado por venir detrás de mí ahora.
Le creo.
Además, Rory ha estado liado con su divorcio, así que tuvo que ser hace mucho. Divorciarse lleva tiempo. Todo empieza a cobrar sentido. Así que Rory es el «nadie en particular» que va a intentar apartarme de Santana.
—Quiere apartarte de mí, como hice yo con su mujer—deja caer la cabeza entre las manos—Yo no se la robé, Britt. Ella decidió marcharse, pero sí, lo que él quiere es apartarte de mí.
—Pero eran todos amigos, le compraste el ático del Lusso—me duele la cabeza.
—Es pura fachada por su parte, Britt... No tenía por dónde pillarme, nada con lo que pudiera hacerme daño, porque a mí no me importaba nada ni nadie. Pero ahora te tengo a ti—me mira—Ahora sabe dónde clavar el puñal.
Empiezan a picarme los ojos y lo veo poner cara de derrota. Ya no aguanto más estar lejos de ella. Me acerco a su silla y me recibe con los brazos abiertos. Hago caso omiso de la mano hinchada y me siento en su regazo. La dejo que me arrope con sus brazos y que invada todos mis sentidos. Su tacto y su fragancia me calman al instante y ocurre lo inevitable, lo que pasa siempre cuando estamos así: todo lo que nos causa tanto malestar de repente carece de importancia.
Solas ella y yo, en nuestra pequeña burbuja de felicidad, apaciguándonos la una a la otra. El resto del mundo se interpone en nuestro camino o, para ser exactos, el pasado de Santana se interpone en nuestro camino.
—Moriré queriéndote, Britt-Britt—dice con toda la emoción que sé que de verdad siente—No puedo permitir que vayas a Suecia.
Suspiro.
—Lo sé.
—Y deberías haberme dejado que me ocupara de tus cosas. No quería que volvieras a verla—añade.
Me someto a ella.
—Lo sé. Sabe lo tuyo.
Se tensa debajo de mí.
—¿Lo mío?
—Me dijo que eras una alcohólica empedernida.
Se relaja y se echa a reír.
—¿Que soy una alcohólica empedernida?
La miro, sorprendida por su reacción ante algo tan duro.
—A mí no me parece divertido. Además, ¿cómo es que lo sabe?
—Britt, no tengo ni idea, de verdad—suspira—Además, está mal informada porque no soy alcohólica—levanta las cejas.
—Lo sé—concedo, pero estoy bastante segura de que el problema de Santana con el alcohol encaja como alcoholismo—¿Qué voy a hacer, San? Rory es un cliente importante—un pensamiento muy desagradable se me pasa por la cabeza—¿Volvió a contratarme para la Torre Vida sólo por ti?
Sonríe.
—No, Britt. No sabía nada de lo nuestro hasta ayer. Te contrató porque eres una diseñadora con talento. El hecho de que seas tan increíblemente hermosa era un plus, y el hecho de que yo esté enamorada de ti ahora es un incentivo adicional para él.
—Te descubriste tú sola.
Si Santana no hubiera saboteado mi reunión, Rory nunca se habría enterado.
—Actué por impulso—se encoge de hombros—Me entró el pánico cuando vi su nombre en tu agenda. Pensé que no ibas a volver a verlo después del Lusso. En cualquier caso, él habría ido detrás de ti aunque no fueras mía. Como dije, es implacable.
Me acuerdo de sus ojos desorbitados y la mandíbula tensa cuando vio el nombre de Rory en mi agenda. No fue porque la hubiera cambiado por una nueva. Fue porque el nombre de Rory se leía alto y claro.
—¿Cómo lo sabes? Está casado. Bueno, lo estaba.
—Eso nunca ha sido un obstáculo para él, Britt.
—¿No?
Yo pensaba que era un buen hombre, un caballero. Al parecer, no podía estar más equivocada.
Estoy hecha un lío.
No puedo trabajar con Rory, no después de lo que he descubierto. Para empezar, Santana no va a dejar que me acerque a menos de un kilómetro de él. La verdad es que tampoco me apetece tenerlo cerca. Quiere utilizarme para hacerle daño a Santana. Quiere vengarse de ella y yo soy su único punto débil.
Dios, tengo una reunión con él el lunes.
Esto se va a poner muy feo.
Quiero gritarle a mi mujer hasta desgañitarme por ser una picha brava, pero entonces mi mente vaga hacia el día en que descubrí lo que de verdad sucedía en La Mansión y aquel indeseable al que Finn tuvo que echar, el que decía que ni los maridos y/o esposas ni la conciencia se interponían en el camino de Santana.
¿Cuántos matrimonio habrá roto?
¿Cuántos maridos y esposas sedientos de venganza habrá ahí fuera?
Santana me coge la cara con la mano y me saca de mis ensoñaciones.
—¿Cómo has venido hasta aquí, Britt?
Sonrío.
—Distraje a tu carcelero a sueldo.
Se le ilumina la mirada y le bailan los labios.
—Voy a tener que despedirlo. ¿Cómo lo has hecho?
Mi sonrisa desaparece en cuanto pienso en la factura de mantenimiento que le va a llegar a Santana.
—San, es un sesentón. Desconecté su sistema telefónico para que no pudiera avisarte de que me había escapado de tu torre de marfil.
—De nuestra torre... ¿Cómo lo desconectaste?—inquiere, y se le marca ligeramente la arruga de la frente.
Escondo la cara en su pecho.
—Arranqué los cables.
—Ah—dice sin más, pero sé que se está aguantando la risa.
—¿A qué juegas obligando a un pobre pensionista a mantenerme encerrada? Corro más rápido que Clive hasta con tacones.
Me acaricia el pelo.
—No quería que te fueras.
—Bueno entonces tendrías que haberte quedado.
Le saco la camisa de los pantalones y deslizo las palmas por debajo. Necesito mi ración de calor corporal. Ella me abraza con más fuerza y siento el latir de su corazón bajo las palmas de las manos.
Es muy reconfortante.
—Estaba loca del cabreo—me besa en la sien y entierra la nariz en mi pelo. Meneo la cabeza. No me lo puedo creer—Britt-Britt, no se atreva a ponerme esa cara—dice, muy seria.
Que le den.
—¿Qué tal la mano?
—Estaría mejor si no me diera por estamparla contra todo.
Me libero de su abrazo.
—Déjame ver.
Me siento en su regazo y me la muestra. La cojo con cuidado. No hace ningún gesto de dolor, pero la miro de reojo para asegurarme de que no finge.
—Estoy bien.
—Has roto la puerta del ascensor—digo acariciando el puño convaleciente.
La puerta está hecha añicos y creía que su mano también iba a estarlo, pero no la veo tan mal como imaginaba.
—Me he cabreado.
—Eso ya lo has dicho. ¿Y qué hay de tu visita sorpresa a mi oficina de esta tarde? ¿También estabas enfadada como una loca?
Tal vez debería pasar por alto su pequeña rabieta, especialmente porque acabo de tener que echar a una mujer de su despacho.
—Lo estaba—me mira con cara de enfado pero luego sonríe—Más o menos igual que tú hace un momento.
—No estaba enfadada, San—observo su mano lastimada con la misma pena que me provoca su relación con la mujer patética a la que acabo de echar de su despacho—Estaba marcando mi territorio. Te desea, no podría haberlo dejado más claro ni sentándose a horcajadas sobre ti y plantándote las tetas en la cara.
Hago una mueca de asco ante su desesperación, y veo que su media sonrisa se ha convertido en una sonrisa de oreja a oreja, una sonrisa de Hollywood. Es todavía más espectacular que la que se reserva sólo para mujeres. Es la que se reserva sólo para mí. No puedo evitar sonreír.
—Pareces muy contenta contigo misma.
Retira la mano lastimada.
—Lo estoy. Me encanta cuando te pones posesiva y protectora. Significa que estás locamente enamorada de mí, Britt-Britt.
—Lo estoy, a pesar de que eres imposible. Y te prohíbo que llames «cielo» a Holly.
Me burlo de su tono meloso. Me da un beso de esquimal y luego me acerca la boca.
—No lo haré.
—Te has acostado con ella—no es una pregunta. Retrocede, sus estanques oscuros asustados y recelosos. Pongo los ojos en blanco—¿Un picoteo?
Agacha la cabeza.
—Sí.
Su expresión y su lenguaje corporal dicen a gritos que no está cómoda. No le gusta el tema de conversación.
Lo sabía.
En fin, puedo vivir con ello siempre y cuando mantenga a ese zorrón a un metro de distancia, o más. No obstante, sé que va a ser difícil, teniendo en cuenta que la mujer trabaja para ella y la sigue a todas partes como un perrito faldero.
—Sólo quiero decir una cosa—insisto. Necesito dejarlo claro si es que voy a socializar y a trabajar con personas, que a ella no le gusten, en el futuro, aunque soy consciente de que la vena posesiva de Santana nunca va a desaparecer del todo—Sólo tengo ojos para ti, Sanny—digo, y la beso en la boca para enfatizar mi declaración.
—Sólo para mí—susurra contra mis labios. Sonrío. Se aparta y me acaricia el cuello, satisfecho—¿Por qué llevas el pelo mojado?
—Me duché pero no tuve tiempo de secármelo. Te necesitaba.
Me sonríe.
—Te quiero, Brittany.
Apoyo la cabeza en su hombro.
—Lo sé.
No hemos dejado las cosas claras del todo. Tengo que competir con una mujer despechada y lidiar con la vena posesiva de Santana. Esto último va a ser un trabajo de por vida. Además, está el problemón de Rory y sus ansias de venganza. No sé cómo vamos a solucionarlo, pero sé que no voy a trabajar más para él.
¿Cómo se lo tomará Will?
—Cógete el día libre mañana, Britt—me suplica.
Ni siquiera le he comentado a Will que mañana tengo una reunión con la señora López, pero necesito descansar, y un fin de semana largo con Santana es difícil de rechazar. No tengo más citas y llevo todo lo demás al día. Will me debe unos cuantos días libres. No le va a importar.
Me aparto para mirarla.
—Vale.
Frunce el ceño como si me fuera a retractar de lo que acabo de decir o a añadir un «pero».
Para nada.
Quiero tomarme el día libre y pasarlo con ella. Tal vez pueda darle toda la seguridad que necesita. No voy a ir a ninguna parte si no es con ella.
Le mandaré un mensaje a Will, sé que no se enfadará.
—¿En serio?—le brillan los ojos y está sonriente—Estás siendo muy razonable. No es propio de ti.
Parpadeo ante ese comentario. Sé que sabe que ella es la poco razonable. Está bromeando pero no pico.
—Bueno ya no te ajunto—gruño.
—No por mucho tiempo. Voy a llevarte a nuestra torre de marfil. Ya hace demasiado que no estoy dentro y junto a ti—se levanta y me pone de pie—¿Nos vamos?
Me ofrece el brazo y lo acepto. Tengo mariposas en el estómago porque sé lo que me espera en casa.
—Me apetece remar un poco—dejo caer.
Me levanta una ceja sardónica.
—Otro día, Britt-Britt. Hoy quiero hacerte el amor—dice con dulzura mirándome a los ojos.
Sonrío.
Me lleva por el salón de verano en dirección a la entrada. Ignoro las caras de decepción de todas las mujeres que dejamos atrás y que esperaban que nos marcháramos cada uno por su lado. Finn nos espera en la puerta y me dirige su sonrisa característica.
—Nos vemos mañana—le dice Santana mientras abre para que yo pase.
—Todo bien.
Finn le da a Santana una palmada en el hombro y desaparece en dirección al bar. Santana me pone la mano en la cintura y, al volverme, veo a Holly en la entrada del bar. Saluda a Finn pero no me quita ojo de encima mientras salgo de La Mansión con Santana. Sus ojos y sus morros destilan amargura.
Me huelo que acabaremos a bolsazos.
Parece la clase de mujer que consigue lo que quiere. Me saca mi lado cabrón y, en silencio, la reto a intentarlo con una mirada de advertencia. No hago caso de la pequeña parte de mi cerebro que me dice que me estoy preparando para aplastarla. Se me están pegando las costumbres de mi latina neurótica.
—Deja aquí tu coche, lo recogeremos mañana—dice al abrirme la puerta de su Aston Martin.
—Prefiero llevármelo ahora.
Estoy aquí, y sería una tontería no hacerlo. Pone mala cara y señala el asiento del acompañante del suyo. Niego con la cabeza pero me subo. Ya hemos discutido suficiente por hoy. Además, no necesito el coche.
Se sienta a mi lado y arranca el motor. Por el largo camino de grava nos cruzamos con el coche de Quinn, que va hacia La Mansión.
Doy un brinco.
—¡Pero si es Rachel!—Quinn toca la bocina y le muestra una mano con el pulgar levantado a Santana. Asomo la cabeza por la ventanilla y Rachel me saluda de mala gana—¿Qué hace Rach aquí?—pregunto mirando a Santana, que tiene la vista fija en la carretera. ¡Ay, Dios!—Es socia, ¿verdad?—inquiero.
—No puedo hablar de los socios. Confidencialidad—dice ella, completamente inexpresiva.
—Entonces es que es socia...
Me estremezco.
Esto es increíble.
Se encoge de hombros, aprieta un botón y las puertas se abren.
¡La muy zorra!
¿Por qué no me ha dicho nada?
¿Le gusta por todas las perversiones en general o es sólo por Quinn?
Y yo que pensaba que mi feroz enanita no podría sorprenderme más. Tiene mucho que contarme.
Santana ruge por la carretera y juguetea con un par de botones del volante. Una voz masculina me envuelve desde el estéreo.
La conozco.
—¿Quién es?
Marca el ritmo con los dedos sobre el volante.
—John Legend. ¿Te gusta?
Mucho.
Llevo la mano al volante y Santana baja las suyas para darme acceso a los mandos. Encuentro el que quiero y subo aún más el volumen.
—Me tomaré eso como un «sí»—sonríe, y me pone la mano en la rodilla.
La cubro con la mía.
—Me gusta. ¿Qué tal la mano?
—Bien. Deja de preocuparte, Britt-Britt.
—Tengo que mandarle un mensaje a Will.
—Hazlo. Me muero por tenerte sólo para mí todo el día y todo el fin de semana—la mano sobre mi rodilla vuelve al volante.
Le mando un mensaje rápido a mi jefe, que, tal y como esperaba, responde al instante diciéndome que disfrute de mi merecido día libre.
Perfecto.
Finn me abre la puerta antes de que coja la manija y me dedica una sonrisa para transmitirme confianza. Sin embargo, no consigue hacer que me sienta mejor.
Cruzamos juntos la imponente entrada, y dejamos atrás la escalera, el restaurante y el bar. Oigo risas y conversaciones pero no me molesto en mirar. Ya lo he visto antes, sólo que ahora sé lo que son realmente.
—¿Se ha tranquilizado?—pregunto al llegar al salón de verano.
Hay gente en los butacones, bebiendo y charlando, probablemente de lo que les depara la noche. Una docena de miradas curiosas me siguen y me pongo tensa.
¿Habrán visto el cabreo de Santana?
—Rubia, vuelves loca a esa latina—Finn se ríe.
Suspiro.
Estoy de acuerdo, pero ella también me vuelve loca a mí.
¿Se dará cuenta Finn?
—Mi mujer es difícil—musito.
Finn me regala una de sus nada frecuentes sonrisas arrebatadoras, toda llena de dientes.
—¿Difícil? Bonita palabra. Yo le digo que es como un grano en el culo. Aunque admiro su decisión.
—¿Decisión?—rrunzo el ceño—¿Está decidido a ser difícil?
Finn se detiene cuando llegamos frente al despacho de Santana.
—Nunca la había visto tan decidida a vivir.
De repente quiero volver al inicio de nuestro recorrido para continuar con esta conversación.
—¿Qué quieres decir?—pregunto sin poder evitar el toque de confusión.
Esa frase me ha dejado perpleja.
Yo no la veo en absoluto decidida a vivir. La veo decidida a tener un ataque provocado por el estrés.
Es autodestructiva.
No puedo respirar.
Es autodestructiva.
Santana dijo eso mismo el día que me llevó en moto.
¿Qué quería decir?
—Es algo bueno, créeme—Finn me mira con afecto—No seas muy dura con ella.
—¿Hace mucho que la conoces, Finn?
Quiero que siga hablando.
—El tiempo suficiente, rubia. Te dejo—dice, y su cuerpo de mastodonte se aleja por el pasillo.
—Gracias, Finn—añado.
—Está bien, rubia. Está bien.
Me quedo en la puerta del despacho de Santana con la mano a unos milímetros de la manija. La información que me ha dado Finn, aunque vaga, ha despertado aún más mi curiosidad.
¿De verdad era autodestructiva?
Pienso en alcohol, picoteo, ir en moto sin protección y en cicatrices.
Empujo la manija hacia abajo y, con cuidado, entro en su despacho. Me siento insultada al instante. Santana está en su enorme sillón mirando a Holly, sentada en el borde de la mesa.
Esa mujer es una sanguijuela.
Me siento posesiva, y es como si recibiera una bofetada, pero la botella de vodka que descansa sobre la mesa es lo que de verdad me pone nerviosa. Puedo olvidarme de las atenciones de féminas no deseadas siempre que sigan siendo no deseadas.
Lo del vodka es otra historia.
Me miran a la vez y ella me sonríe. Es una sonrisa realmente falsa. Luego veo la bolsa de hielo en la mano de Santana.
Se las ve muy cariñosas.
No me cabe la menor duda de que estas dos han tenido una relación sexual. Holly lo lleva escrito en la cara.
Quiero vomitar.
Me siento posesiva y celosa. La intrusa atrevida no hace siquiera amago de bajar el culo de la mesa de Santana, sino que se queda ahí sentada, disfrutando con la tensión que causa su presencia.
No obstante, es la botella transparente la que supone una amenaza.
Puedo soportar a Holly. No estoy de humor para jueguecitos con ex conquistas sexuales.
Miro a Santana y ella me mira.
Todavía lleva puestos los pantalones gris marengo pero se ha arremangado la camisa negra. Tiene el pelo negro despeinado pero, a pesar de toda su belleza, parece asustada e incómodo.
No la culpo.
Acabo de pillarla en plan cariñoso con otra y con una botella de la sustancia del mal delante. Es el dos por uno de mis peores pesadillas. Hace girar la silla con los pies, alejándose de la intrusa y acercándose a mí.
—¿Has bebido?
Mi voz es fuerte y serena. No me siento así.
Niega con la cabeza.
—No—responde en voz baja.
No sé si habla tan bajo por la otra mujer o por el vodka. Deja caer la cabeza y el silencio es incómodo. Entonces Holly le pone la mano en el brazo a Santana y quiero correr hacia la mesa y arrancarle el pelo a tirones. Santana parpadea y me clava la mirada.
¿Quién coño se cree que es?
No soy lo bastante ingenua para tragarme que está siendo una buena amiga.
—¿Te importa?
La miro directamente, para que quede claro que le estoy hablando a ella. Me mira como si no se hubiera enterado y deja la mano en el brazo de Santana.
De repente estoy furiosa conmigo misma por haberle dado a otra mujer la oportunidad de consolarla, especialmente a esta mujer.
Ése es mi trabajo.
Santana retira el brazo y la mano de Holly acaba sobre el escritorio.
—¿Perdona?—masculla ella.
Me cabrea aún más.
—Ya me has oído.
La miro con cara de pocos amigos y ella sonríe; es una sonrisa burlona y resulta casi imperceptible. Sabe que sé lo que está intentando hacer. Eso hará que nuestra relación sea mucho más fácil.
Santana nos mira a una y a otra, dos mujeres enfrentándose en su despacho. Que Dios la bendiga por no abrir la boca, pero entonces la zorra descarada se agacha y la besa en la mejilla. Sus labios le acarician la piel más de lo necesario.
—Avísame si me necesitas, cielo—dice con el tono seductor más ridículo que he oído nunca.
Santana se tensa de pies a cabeza y me mira con los ojos muy abiertos. Su hermoso rostro está en alerta. Tiene motivos para estar nerviosa, y más aún después de toda la mierda que me ha hecho tragar por un cliente y por un ex novio. A Elaine y a Rory tendrían que haberlos identificado por la ficha dental si ella me hubiera pillado con ellos como yo la he pillado con Holly.
Abro la puerta del despacho de par en par y miro al megazorrón rubio.
—Adiós, Holly—digo en tono definitivo.
Ella me mira con sus morros carnosos, un toque de chulería y mucho aplomo antes de bajarse de la mesa y salir del despacho de Santana meneando el trasero, aunque primero me lanza una mirada asesina. Le dedico mi mirada especial hasta que desaparece por la puerta. En cuanto ella y sus plataformas de doce centímetros han cruzado el umbral, cierro de un portazo. Espero haberle dado en el culo.
Ahora, vamos a lidiar con mi mujer imposible.
De repente estoy decidida a solucionar esta mierda. Después de haberla visto con Holly sé perfectamente que eso es lo que quiero.
Es mía... Y punto.
Me vuelvo para mirarla. No se ha movido de la silla y la botella de vodka sigue sobre su mesa.
Santana se muerde el labio inferior.
Los engranajes echan humo.
Señalo la botella con un gesto de la cabeza.
—¿Qué hace eso ahí?
—No lo sé—responde.
Parece estar pasándolo fatal, y me da pena encontrarme al otro lado de la habitación.
—¿Te la quieres beber?
—Ahora que tú estás aquí, no—sus palabras me llegan altas y claras.
—Eres tú quien se ha marchado—le recuerdo.
—Lo sé.
—¿Y si no hubiera venido?
Ésa es la pregunta clave. Le doy vueltas a lo mismo una y otra vez. Se comporta como si fuera facilísimo y me asegura constantemente que no necesita beber mientras me tenga a mí, pero ahora la encuentro en compañía de una botella de vodka porque hemos discutido.
Vale, ha sido más que una discusión pero eso no es lo importante. No puedo ponerme así cada vez que nos peleemos. Y tampoco se me olvida que el vodka no es lo único que le estaba haciendo compañía.
—No me la habría bebido, Britt.
La aparta. Me fijo en la botella y veo que está sin abrir, aunque sigue ahí y algo hizo que la pusiera ahí... Yo. Yo soy la razón de que se haya vuelto loca, de sus exigencias absurdas y de sus pataletas.
Es culpa mía.
La he convertido en una controladora neurótica.
Seguimos mirándonos unos instantes. Yo no dejo de repasar todo lo que tenemos que aclarar y ella se muerde el labio inferior porque no sabe qué decirme. Yo tampoco sé por dónde empezar.
—¿Qué hace eso ahí?—insisto.
Se encoge de hombros como si no fuera importante, lo que me cabrea.
¿Mi temor estaba justificado y ahora espera que me olvide como si nada con sus evasivas y su silencio?
—No iba a bebérmela, Britt—repite, un poco molesta.
Me deja de piedra.
—¿Te la beberías si te dejo?
Sus ojos vuelan en busca de los míos y el pánico se apodera de ella.
—¿Vas a dejarme?
—Necesito que me des respuestas—la estoy amenazando, pero siento que no tengo otra opción. Hay cosas que tiene que decirme—¿Por qué está Rory tan interesado en nuestra relación?
—Su mujer lo ha dejado—se apresura a responder.
—Porque te acostaste con ella.
—Sí.
—¿Cuándo?
—Hace meses, Britt—sus ojos son sinceros—Era la mujer que se presentó en el Lusso. Te lo contaré antes de que vuelvas a amenazar con dejarme—me encanta su sarcasmo.
—No estaba preocupada por ti...
—Puede que sí, pero también me desea.
—¿Y quién no?—digo, sorprendentemente tranquila.
Asiente.
—Se lo dejé muy claro, Britt. Volvió a Irlanda y me acosté con ella hace meses. No sé por qué le ha dado por venir detrás de mí ahora.
Le creo.
Además, Rory ha estado liado con su divorcio, así que tuvo que ser hace mucho. Divorciarse lleva tiempo. Todo empieza a cobrar sentido. Así que Rory es el «nadie en particular» que va a intentar apartarme de Santana.
—Quiere apartarte de mí, como hice yo con su mujer—deja caer la cabeza entre las manos—Yo no se la robé, Britt. Ella decidió marcharse, pero sí, lo que él quiere es apartarte de mí.
—Pero eran todos amigos, le compraste el ático del Lusso—me duele la cabeza.
—Es pura fachada por su parte, Britt... No tenía por dónde pillarme, nada con lo que pudiera hacerme daño, porque a mí no me importaba nada ni nadie. Pero ahora te tengo a ti—me mira—Ahora sabe dónde clavar el puñal.
Empiezan a picarme los ojos y lo veo poner cara de derrota. Ya no aguanto más estar lejos de ella. Me acerco a su silla y me recibe con los brazos abiertos. Hago caso omiso de la mano hinchada y me siento en su regazo. La dejo que me arrope con sus brazos y que invada todos mis sentidos. Su tacto y su fragancia me calman al instante y ocurre lo inevitable, lo que pasa siempre cuando estamos así: todo lo que nos causa tanto malestar de repente carece de importancia.
Solas ella y yo, en nuestra pequeña burbuja de felicidad, apaciguándonos la una a la otra. El resto del mundo se interpone en nuestro camino o, para ser exactos, el pasado de Santana se interpone en nuestro camino.
—Moriré queriéndote, Britt-Britt—dice con toda la emoción que sé que de verdad siente—No puedo permitir que vayas a Suecia.
Suspiro.
—Lo sé.
—Y deberías haberme dejado que me ocupara de tus cosas. No quería que volvieras a verla—añade.
Me someto a ella.
—Lo sé. Sabe lo tuyo.
Se tensa debajo de mí.
—¿Lo mío?
—Me dijo que eras una alcohólica empedernida.
Se relaja y se echa a reír.
—¿Que soy una alcohólica empedernida?
La miro, sorprendida por su reacción ante algo tan duro.
—A mí no me parece divertido. Además, ¿cómo es que lo sabe?
—Britt, no tengo ni idea, de verdad—suspira—Además, está mal informada porque no soy alcohólica—levanta las cejas.
—Lo sé—concedo, pero estoy bastante segura de que el problema de Santana con el alcohol encaja como alcoholismo—¿Qué voy a hacer, San? Rory es un cliente importante—un pensamiento muy desagradable se me pasa por la cabeza—¿Volvió a contratarme para la Torre Vida sólo por ti?
Sonríe.
—No, Britt. No sabía nada de lo nuestro hasta ayer. Te contrató porque eres una diseñadora con talento. El hecho de que seas tan increíblemente hermosa era un plus, y el hecho de que yo esté enamorada de ti ahora es un incentivo adicional para él.
—Te descubriste tú sola.
Si Santana no hubiera saboteado mi reunión, Rory nunca se habría enterado.
—Actué por impulso—se encoge de hombros—Me entró el pánico cuando vi su nombre en tu agenda. Pensé que no ibas a volver a verlo después del Lusso. En cualquier caso, él habría ido detrás de ti aunque no fueras mía. Como dije, es implacable.
Me acuerdo de sus ojos desorbitados y la mandíbula tensa cuando vio el nombre de Rory en mi agenda. No fue porque la hubiera cambiado por una nueva. Fue porque el nombre de Rory se leía alto y claro.
—¿Cómo lo sabes? Está casado. Bueno, lo estaba.
—Eso nunca ha sido un obstáculo para él, Britt.
—¿No?
Yo pensaba que era un buen hombre, un caballero. Al parecer, no podía estar más equivocada.
Estoy hecha un lío.
No puedo trabajar con Rory, no después de lo que he descubierto. Para empezar, Santana no va a dejar que me acerque a menos de un kilómetro de él. La verdad es que tampoco me apetece tenerlo cerca. Quiere utilizarme para hacerle daño a Santana. Quiere vengarse de ella y yo soy su único punto débil.
Dios, tengo una reunión con él el lunes.
Esto se va a poner muy feo.
Quiero gritarle a mi mujer hasta desgañitarme por ser una picha brava, pero entonces mi mente vaga hacia el día en que descubrí lo que de verdad sucedía en La Mansión y aquel indeseable al que Finn tuvo que echar, el que decía que ni los maridos y/o esposas ni la conciencia se interponían en el camino de Santana.
¿Cuántos matrimonio habrá roto?
¿Cuántos maridos y esposas sedientos de venganza habrá ahí fuera?
Santana me coge la cara con la mano y me saca de mis ensoñaciones.
—¿Cómo has venido hasta aquí, Britt?
Sonrío.
—Distraje a tu carcelero a sueldo.
Se le ilumina la mirada y le bailan los labios.
—Voy a tener que despedirlo. ¿Cómo lo has hecho?
Mi sonrisa desaparece en cuanto pienso en la factura de mantenimiento que le va a llegar a Santana.
—San, es un sesentón. Desconecté su sistema telefónico para que no pudiera avisarte de que me había escapado de tu torre de marfil.
—De nuestra torre... ¿Cómo lo desconectaste?—inquiere, y se le marca ligeramente la arruga de la frente.
Escondo la cara en su pecho.
—Arranqué los cables.
—Ah—dice sin más, pero sé que se está aguantando la risa.
—¿A qué juegas obligando a un pobre pensionista a mantenerme encerrada? Corro más rápido que Clive hasta con tacones.
Me acaricia el pelo.
—No quería que te fueras.
—Bueno entonces tendrías que haberte quedado.
Le saco la camisa de los pantalones y deslizo las palmas por debajo. Necesito mi ración de calor corporal. Ella me abraza con más fuerza y siento el latir de su corazón bajo las palmas de las manos.
Es muy reconfortante.
—Estaba loca del cabreo—me besa en la sien y entierra la nariz en mi pelo. Meneo la cabeza. No me lo puedo creer—Britt-Britt, no se atreva a ponerme esa cara—dice, muy seria.
Que le den.
—¿Qué tal la mano?
—Estaría mejor si no me diera por estamparla contra todo.
Me libero de su abrazo.
—Déjame ver.
Me siento en su regazo y me la muestra. La cojo con cuidado. No hace ningún gesto de dolor, pero la miro de reojo para asegurarme de que no finge.
—Estoy bien.
—Has roto la puerta del ascensor—digo acariciando el puño convaleciente.
La puerta está hecha añicos y creía que su mano también iba a estarlo, pero no la veo tan mal como imaginaba.
—Me he cabreado.
—Eso ya lo has dicho. ¿Y qué hay de tu visita sorpresa a mi oficina de esta tarde? ¿También estabas enfadada como una loca?
Tal vez debería pasar por alto su pequeña rabieta, especialmente porque acabo de tener que echar a una mujer de su despacho.
—Lo estaba—me mira con cara de enfado pero luego sonríe—Más o menos igual que tú hace un momento.
—No estaba enfadada, San—observo su mano lastimada con la misma pena que me provoca su relación con la mujer patética a la que acabo de echar de su despacho—Estaba marcando mi territorio. Te desea, no podría haberlo dejado más claro ni sentándose a horcajadas sobre ti y plantándote las tetas en la cara.
Hago una mueca de asco ante su desesperación, y veo que su media sonrisa se ha convertido en una sonrisa de oreja a oreja, una sonrisa de Hollywood. Es todavía más espectacular que la que se reserva sólo para mujeres. Es la que se reserva sólo para mí. No puedo evitar sonreír.
—Pareces muy contenta contigo misma.
Retira la mano lastimada.
—Lo estoy. Me encanta cuando te pones posesiva y protectora. Significa que estás locamente enamorada de mí, Britt-Britt.
—Lo estoy, a pesar de que eres imposible. Y te prohíbo que llames «cielo» a Holly.
Me burlo de su tono meloso. Me da un beso de esquimal y luego me acerca la boca.
—No lo haré.
—Te has acostado con ella—no es una pregunta. Retrocede, sus estanques oscuros asustados y recelosos. Pongo los ojos en blanco—¿Un picoteo?
Agacha la cabeza.
—Sí.
Su expresión y su lenguaje corporal dicen a gritos que no está cómoda. No le gusta el tema de conversación.
Lo sabía.
En fin, puedo vivir con ello siempre y cuando mantenga a ese zorrón a un metro de distancia, o más. No obstante, sé que va a ser difícil, teniendo en cuenta que la mujer trabaja para ella y la sigue a todas partes como un perrito faldero.
—Sólo quiero decir una cosa—insisto. Necesito dejarlo claro si es que voy a socializar y a trabajar con personas, que a ella no le gusten, en el futuro, aunque soy consciente de que la vena posesiva de Santana nunca va a desaparecer del todo—Sólo tengo ojos para ti, Sanny—digo, y la beso en la boca para enfatizar mi declaración.
—Sólo para mí—susurra contra mis labios. Sonrío. Se aparta y me acaricia el cuello, satisfecho—¿Por qué llevas el pelo mojado?
—Me duché pero no tuve tiempo de secármelo. Te necesitaba.
Me sonríe.
—Te quiero, Brittany.
Apoyo la cabeza en su hombro.
—Lo sé.
No hemos dejado las cosas claras del todo. Tengo que competir con una mujer despechada y lidiar con la vena posesiva de Santana. Esto último va a ser un trabajo de por vida. Además, está el problemón de Rory y sus ansias de venganza. No sé cómo vamos a solucionarlo, pero sé que no voy a trabajar más para él.
¿Cómo se lo tomará Will?
—Cógete el día libre mañana, Britt—me suplica.
Ni siquiera le he comentado a Will que mañana tengo una reunión con la señora López, pero necesito descansar, y un fin de semana largo con Santana es difícil de rechazar. No tengo más citas y llevo todo lo demás al día. Will me debe unos cuantos días libres. No le va a importar.
Me aparto para mirarla.
—Vale.
Frunce el ceño como si me fuera a retractar de lo que acabo de decir o a añadir un «pero».
Para nada.
Quiero tomarme el día libre y pasarlo con ella. Tal vez pueda darle toda la seguridad que necesita. No voy a ir a ninguna parte si no es con ella.
Le mandaré un mensaje a Will, sé que no se enfadará.
—¿En serio?—le brillan los ojos y está sonriente—Estás siendo muy razonable. No es propio de ti.
Parpadeo ante ese comentario. Sé que sabe que ella es la poco razonable. Está bromeando pero no pico.
—Bueno ya no te ajunto—gruño.
—No por mucho tiempo. Voy a llevarte a nuestra torre de marfil. Ya hace demasiado que no estoy dentro y junto a ti—se levanta y me pone de pie—¿Nos vamos?
Me ofrece el brazo y lo acepto. Tengo mariposas en el estómago porque sé lo que me espera en casa.
—Me apetece remar un poco—dejo caer.
Me levanta una ceja sardónica.
—Otro día, Britt-Britt. Hoy quiero hacerte el amor—dice con dulzura mirándome a los ojos.
Sonrío.
Me lleva por el salón de verano en dirección a la entrada. Ignoro las caras de decepción de todas las mujeres que dejamos atrás y que esperaban que nos marcháramos cada uno por su lado. Finn nos espera en la puerta y me dirige su sonrisa característica.
—Nos vemos mañana—le dice Santana mientras abre para que yo pase.
—Todo bien.
Finn le da a Santana una palmada en el hombro y desaparece en dirección al bar. Santana me pone la mano en la cintura y, al volverme, veo a Holly en la entrada del bar. Saluda a Finn pero no me quita ojo de encima mientras salgo de La Mansión con Santana. Sus ojos y sus morros destilan amargura.
Me huelo que acabaremos a bolsazos.
Parece la clase de mujer que consigue lo que quiere. Me saca mi lado cabrón y, en silencio, la reto a intentarlo con una mirada de advertencia. No hago caso de la pequeña parte de mi cerebro que me dice que me estoy preparando para aplastarla. Se me están pegando las costumbres de mi latina neurótica.
—Deja aquí tu coche, lo recogeremos mañana—dice al abrirme la puerta de su Aston Martin.
—Prefiero llevármelo ahora.
Estoy aquí, y sería una tontería no hacerlo. Pone mala cara y señala el asiento del acompañante del suyo. Niego con la cabeza pero me subo. Ya hemos discutido suficiente por hoy. Además, no necesito el coche.
Se sienta a mi lado y arranca el motor. Por el largo camino de grava nos cruzamos con el coche de Quinn, que va hacia La Mansión.
Doy un brinco.
—¡Pero si es Rachel!—Quinn toca la bocina y le muestra una mano con el pulgar levantado a Santana. Asomo la cabeza por la ventanilla y Rachel me saluda de mala gana—¿Qué hace Rach aquí?—pregunto mirando a Santana, que tiene la vista fija en la carretera. ¡Ay, Dios!—Es socia, ¿verdad?—inquiero.
—No puedo hablar de los socios. Confidencialidad—dice ella, completamente inexpresiva.
—Entonces es que es socia...
Me estremezco.
Esto es increíble.
Se encoge de hombros, aprieta un botón y las puertas se abren.
¡La muy zorra!
¿Por qué no me ha dicho nada?
¿Le gusta por todas las perversiones en general o es sólo por Quinn?
Y yo que pensaba que mi feroz enanita no podría sorprenderme más. Tiene mucho que contarme.
Santana ruge por la carretera y juguetea con un par de botones del volante. Una voz masculina me envuelve desde el estéreo.
La conozco.
—¿Quién es?
Marca el ritmo con los dedos sobre el volante.
—John Legend. ¿Te gusta?
Mucho.
Llevo la mano al volante y Santana baja las suyas para darme acceso a los mandos. Encuentro el que quiero y subo aún más el volumen.
—Me tomaré eso como un «sí»—sonríe, y me pone la mano en la rodilla.
La cubro con la mía.
—Me gusta. ¿Qué tal la mano?
—Bien. Deja de preocuparte, Britt-Britt.
—Tengo que mandarle un mensaje a Will.
—Hazlo. Me muero por tenerte sólo para mí todo el día y todo el fin de semana—la mano sobre mi rodilla vuelve al volante.
Le mando un mensaje rápido a mi jefe, que, tal y como esperaba, responde al instante diciéndome que disfrute de mi merecido día libre.
Perfecto.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
por que no matas a Holly? algo como: Callo de las escaleras por usar tacones muy alto,aterrizo con la cabeza y murio instantaneamente. La odiooooooo D: asdlfjhkhjs Ahora van a tener sexo de reconciliacion, que lindo dsfjkhkj y Rach es socia pff PFF sdjkfhk era obvio $: sdfjlh Saludos! <3
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
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