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FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo - Página 8 Primer15
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Mensaje por micky morales Miér Mayo 20, 2015 9:28 pm

britt esta siendo algo dura!
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por Susii Miér Mayo 20, 2015 9:30 pm

Uuuuuy demasiada tensión :s
Quien dijo "te quiero" en la primera parte? D:
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Mensaje por 3:) Miér Mayo 20, 2015 9:40 pm

holap morra,...

britt para san es su centro su eje se podría decir y san para britt es su princesa de cristal!!!!
es bueno que san esta bien,.. empieza a ceder,..???!!!
esta claro que tienen que habar y mucho,...

nos vemos!!!!
3:)
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por 23l1 Jue Mayo 21, 2015 2:05 am

micky morales escribió:britt esta siendo algo dura!


Hola, mmm esperemos y las cosas mejoren no¿? Saludos =D


Susii escribió:Uuuuuy demasiada tensión :s
Quien dijo "te quiero" en la primera parte? D:


Hola, jajajaaj tu crees¿? ajajajajajaja. Quien crees tu¿? jajajaaj si no lo descubres con este cap, te lo digo. Saludos =D


3:) escribió:holap morra,...

britt para san es su centro su eje se podría decir y san para britt es su princesa de cristal!!!!
es bueno que san esta bien,.. empieza a ceder,..???!!!
esta claro que tienen que habar y mucho,...

nos vemos!!!!


Hola lu, jajajajaajajaaj toda la razón jajjjajja. Muy bueno... esperemos ajajaajajajaj. O si! esperemos y san entienda eso no¿? jajajaaj. Saludos =D

Pd: viste el twitt de nay, sobre el bb y su foto¿? jajaajajajajajaj morí ajajajajaja
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Finalizado FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 4

Mensaje por 23l1 Jue Mayo 21, 2015 2:07 am

Capitulo 4

Examino el contenido del frigorífico. No puedo hacer nada con un bote de nata montada, un frasco de crema de cacao y mantequilla de cacahuete. Aunque Santana sí que podría hacer un montón de cosas, como un bocadillo de Brittany. Sacudo la cabeza y la dejo caer sobre el hombro.

—No tienes nada en la nevera—le digo cuando se acerca por detrás y coge el frasco de mantequilla de cacahuete.

Acuna el frasco con el brazo, desenrosca la tapa con la mano sana y lo deja sobre la isleta de la cocina, antes de encaramarse sobre un taburete y proceder a meter el dedo y lamerlo hasta dejarlo reluciente.

—Iré al supermercado—digo.

Cierro la puerta de la nevera y me dirijo hacia la escalera.

—Iré contigo, Britt.

—Vale—sigo caminando.

—Iré porque quiero—dice con tranquilidad.

Me detengo en seco.

—Vale.

—Britt, ¿quieres mirarme?—su tono es impaciente.

No me gusta.

Me vuelvo para poder verla, suplicándole en silencio que inicie la conversación, pero ella se limita a mirarme. Casi parece enfadada.

—Voy a vestirme.

Doy media vuelta de nuevo y la dejo en la cocina.

Me ducho en el cuarto de baño del dormitorio de invitados y me quedo de pie bajo el agua caliente durante una eternidad, como si pudiera enjuagar todos mis problemas.

Cuando por fin salgo de la ducha, revuelvo entre mis maletas y descubro que Rachel ha embutido un poco de todo en ellas, literalmente. Me pongo un vestido azul aciano de los años cincuenta con falda de vuelo y mis bailarinas de color crema antes de secarme el pelo y recogérmelo con unas horquillas en la nuca. Un toque rápido de colorete y de máscara de pestañas y he terminado. Me miro al espejo, pero a pesar de mis intentos mi aspecto no ha mejorado mucho. Tengo los ojos tan hundidos como los de Santana, y su presencia no ha llenado el vacío que siento desde el domingo.

Quizá lo he entendido todo mal.

Quizá lo mejor para mí sería marcharme, porque lo que es seguro es que no me siento mejor por estar aquí.
Suspiro al ver mi reflejo, intentando sonsacarle alguna respuesta, pero sé que la único que puede darme las respuestas que busco está sentada en la cocina, hinchándose a mantequilla de cacahuete.

Cojo el bolso y bajo.

Está dormida.

La miro, sentada en el sofá, con una pierna en alto y la palma de la mano reposando sobre el pecho. Tiene la boca ligeramente entreabierta y sus pestañas parpadean. La dejo, me marcho a la cocina y aprovecho el tiempo para mandarle un mensaje a Rachel, para que sepa que todo va bien, aunque no sea cierto, y luego telefoneo a mi hermano. Con todo lo que ha pasado, se me había olvidado que en teoría iba a quedar hoy con él.

—¿Britt?

—¡Sam!
—cómo me alegro de oír su voz—¿Dónde estás?

—Bueno el hotel en el que hice la reserva me ha fallado, así que he dormido en casa de Harvey
—bromea.

Ignoro su pulla. Le da igual haber tenido que buscarse otro sitio donde pasar la noche. Odiaba a Elaine.

—¿Cómo están mamá y papá?—pregunto.

—Preocupados—contesta.

Sabía que iban a estarlo.

—No tienen por qué.

—Bueno lo están. Y yo también. ¿Dónde estás?


¡Mierda!

¿Que dónde estoy?

No puedo decirle dónde estoy exactamente, y con quién.

—En casa de Rach—miento.

No es que Sam vaya a hablar con ella o a visitarla para averiguar la verdad. Además, mamá sabe que iba a estar en casa de Rachel, y estoy segura de que se lo habrá dicho.

¿Me está poniendo a prueba?

Se hace el silencio en la línea telefónica al mencionar el nombre de Rachel.

—Ya veo—dice poco después—¿Todavía?

Ay, el desapego en su voz. Hace años que no se ven, pero parece ser que el tiempo no lo cura todo.

—Es temporal, Sam. Estoy buscando casa mientras hablamos.

En realidad, mientras hablamos estoy sentada en el ático del Lusso, esperando a que la señora de La Mansión del Sexo —que tiene una jaqueca de caballo y de quien estoy enamorada— se despierte para que pueda llevarla al hospital y le miren la mano (esa con la que atravesó una ventanilla porque yo la cabreé).

Empiezo a dar vueltas alrededor de la isleta de la cocina.

—¿Has hablado con la idiota de tu ex?—me pregunta.

Se nota el desprecio en su voz.

—No, pero he oído que ha estado en contacto con mamá y papá. Muy considerado por su parte.

—Será estúpida. Tenemos que hablar de eso. Mamá me ha contado su charla con Elaine. Sé que es una sabandija, pero mamá está preocupada, y no ayudó que no vinieras a Newquay.

—Llamé
—digo en mi defensa.

—Ya, y sé que no le has contado toda la verdad. ¿Qué hay de esa mujer nueva?

Me quedo petrificada. Buena pregunta.

—Sam, hay cosas que una no puede contarles a sus padres.

—Pero sí que se las puedes contar a tu hermano
—asegura.

—¿Puedo?—le suelto.

Lo dudo mucho.

Mi hermano mayor acabaría junto con mi papá en la sección de infartos. Ésa es la razón por la que no fui a Newquay: el interrogatorio y la regañina. Tendré que hacerles frente en algún momento, pero no ahora mismo. Nunca me he alegrado tanto de que mis padres vivan tan lejos.

—Sí, puedes. Así que, ¿cuándo te veo?—me pregunta, un poco más animado.

¿Quiere verme o sacarme información?

—¿Mañana?—digo, a ver si cuela.

—Creía que habíamos quedado hoy.

Parece muy decepcionado. Yo también. De verdad que tengo ganas de verlo, pero a la vez no quiero.

—Lo siento. Es que estoy mirando varios sitios de alquiler, y luego tengo que terminar una pila de dibujos—vuelvo a mentir, pero es que no podría reunir las fuerzas necesarias para parecer medianamente normal en tan poco espacio de tiempo.

Tal vez mañana ya haya conseguido salir del agujero de la depresión y la incertidumbre. Lo dudo mucho pero, al menos, tendré tiempo para intentarlo.

—Genial, pasaremos el día juntos—dice confirmando mis temores.

¿Un día entero eludiendo sus preguntas?

—Vale. Llámame por la mañana—le digo.

Secretamente, espero que salga de juerga con sus amigos esta noche y que tenga una resaca tan tremenda que no pueda llamarme hasta tarde.

Necesito tiempo.

—Hecho. Mañana nos vemos, Britty.—y cuelga.

Empiezo a pensar en cómo salir de ésa pero, después de una hora dando vueltas por el ático, no se me ha ocurrido nada. No puedo evitarlo eternamente.

Suena el timbre del portero automático. Respondo, es Clive.

—Brittany, el de mantenimiento va de camino para arreglar la puerta. Ah, y ya está cambiada la luna del coche de la señora López.

—Gracias, Clive.—cuelgo y me dirijo a la puerta.

Le abro a un señor mayor que ya está inspeccionando los daños.

—¿Una estampida de rinocerontes?—pregunta rascándose la cabeza.

—Algo así—murmuro.

—Puedo asegurarla de forma provisional, pero tendré que cambiarla. Haré el pedido y la avisaré cuando llegue—dice mientras deposita su caja de herramientas en el suelo.

—Gracias.

Lo dejo cincelando trozos de madera astillada del marco de la puerta y, al volverme, me encuentro a Santana medio dormida, mirando hacia la entrada con recelo.

—¿Qué ocurre?—pregunta.

—Como tú no abrías, tu puerta principal se las tuvo que ver con Finn—lo digo con sequedad.

Arquea las cejas pero luego parece preocupada.

—Debería llamarlo.

—¿Cómo te encuentras?—pregunto mientras le doy un repaso; veo que está un poco más despabilada después de la siesta de una hora que se ha pegado.

—Mejor. ¿Y tú?

—Bien. Iré a por el bolso.

La esquivo cuando paso junto a ella y sigo caminando. Su mano vuela y me agarra del brazo.

—Britt.

Freno en seco y espero que diga algo más, cualquier cosa que mejore la situación, pero no consigo nada, sólo el calor de su mano firme en mi brazo filtrándose por mi piel. Alzo la mirada hacia la suya y descubro que me está observando, pero aun así no abre la boca. Suspiro con fuerza y me libero de su mano, pero entonces recuerdo que no tengo el coche aquí.

—Mierda—maldigo en voz baja.

—Vigila esa boca, Britt. ¿Qué pasa?

—Que mi coche está en casa de Rach.

—Cogeremos el mío.

—No puedes conducir con una sola mano.

Me vuelvo para tenerla frente a frente. En su mejor día, su forma de conducir ya me da bastante miedo.

—Lo sé. Conduce tú.

Me lanza las llaves del coche y siento una ligera oleada de pánico.

¿Me deja conducir un coche que vale más de ciento sesenta mil libras?

¡Madre de Dios!

—Britt, conduces como miss Daisy. ¿Quieres acelerar de una vez?—se queja Santana.

Le lanzo una mirada asesina que ella ignora. El acelerador es muy sensible y me siento minúscula detrás del volante. Me aterroriza arañarle el coche.

—¡Cállate, Santana!—le suelto antes de hacer lo que me dice y avanzar rugiendo por la carretera.

Si atropello a alguien, será culpa suya.

—Así está mejor—me mira y sonríe—Es más fácil de manejar si dejas de ser tan cauta con su potencia. Y dime San.

La frase le va que ni pintada. Tiene razón, pero no voy a reconocérselo. En vez de eso, voy a concentrarme en la carretera y en que llegue al hospital de una pieza.

Después de tres horas en urgencias y una radiografía, el médico ha confirmado que la mano de Santana no está rota pero que sí que ha sufrido daños musculares.

—¿La ha tenido en reposo?—pregunta la enfermera—Si la lesión se produjo hace varios días, ya debería haber bajado la inflamación.

Santana me mira con cara de culpabilidad cuando la enfermera le venda la mano.

—No—responde en voz baja.

No. Ha estado empinándose botellas de vodka con ella.

—Bueno debería haber hecho reposo—la riñe la mujer—Y debería mantenerla en alto.

Miro a Santana con las cejas enarcadas y ella levanta la vista al techo mientras la enfermera le pone el brazo en un cabestrillo antes de mandarnos a casa.

Cuando llegamos a la puerta del hospital, se quita el cabestrillo y lo tira a la papelera.

—Pero ¿qué haces?—digo, alarmada, mientras ella sale a la calle.

—No pienso llevar esa cosa, Britt.

—¡Claro que lo harás!—le grito sacando el cabestrillo de la papelera.

Me he quedado a cuadros. Esa mujer no tiene consideración alguna para consigo misma.

Les ha dado una paliza a sus órganos internos a base de litros y litros de vodka, ¿y ahora se niega a cooperar para que la mano se le cure en condiciones?

La sigo pero ella no se detiene hasta que llega al coche. Yo tengo las llaves, aunque no pulso el botón del mando que abre la puerta. Nos miramos desafiantes por encima del DBS.

—¿Abres el coche, Britt?

—No. No hasta que vuelvas a ponerte esto—levanto el cabestrillo por encima de mi cabeza.

—Ya te lo he dicho, Britt. No pienso ponérmelo.

Pongo los ojos en blanco antes de entornarlos y volver a mirarla.

—¿Por qué?—le pregunto con sequedad.

Santana la testaruda ha regresado, y ése es un rasgo de su personalidad que no me alegra volver a ver.

—No me hace falta.

—Sí que te la hace.

—No, no me la hace, Britt—se burla.

¡Por Dios bendito!

—¡Ponte el cabestrillo de una puta vez, Santana!—le grito por encima del coche.

—¡Esa puta boca! ¡Y dime San!

—¡Joder!—le espeto de mala manera.

Me mira con el ceño fruncido.

¿Qué imagen estaremos dando en mitad del aparcamiento del hospital, gritándonos improperios la una a la otra por encima del techo de un Aston Martin?

Me da igual. A veces es una cavernícola.

—¡Esa boca!—grita, y entonces se sorprende del volumen de su propia voz y se lleva la mano lastimada a la cabeza—¡Joder!

Rompo a reír al verla danzar en círculos, agitando la mano y maldiciendo como una posesa.

Así aprenderá.

Eso, por ser una tonta cabezota.

—¡Abre el puto coche, Britt!—ruge.

Uy, qué enfadada está. Aprieto los labios para reprimir la risa.

—¿Qué tal la mano?—le pregunto con una risita que crece y se convierte en una carcajada.

No puedo contenerme.

Qué bien sienta reír.

Cuando recupero la compostura, veo que me está mirando hecho una furia por encima del coche.

—Abre—exige.

—Cabestrillo—le contesto, y se lo tiro por encima del techo. Lo coge y lo lanza sobre el asfalto antes de volverse de nuevo hacia mí y dirigirme una mirada asesina—A veces te comportas como una niña, Santana López. No voy a abrir el coche hasta que te pongas ese cabestrillo.

Veo cómo entorna los ojos sin dejar de mirarme y las comisuras de su boca se elevan y forman una sonrisa disimulada.

—Tres—dice alto y claro.

La mandíbula me llega al suelo.

—¡No me vengas ahora con una cuenta atrás!—chillo sin poder creérmelo.

—Dos...—su tono es calmado y desenfadado, mientras que yo me he quedado de piedra. Apoya los codos en el techo—Uno.

—¡Que te den!—me burlo, manteniéndome firme.

Yo sólo quiero que se ponga el maldito cabestrillo por su bien. A mí me da igual, pero esto es una cuestión de principios.

—Cero—termina de contar y empieza a desplazarse sigilosamente hacia la parte delantera del coche, hacia mí, mientras yo, de forma instintiva, voy hacia la parte de atrás. Se detiene y levanta las cejas—¿Qué estás haciendo, Britt?—me pregunta, y rodea el vehículo en dirección contraria.

Conozco esa expresión, y sé que significa «Te la estás buscando». Sé que no lo pensará dos veces a la hora de tirarme al suelo y torturarme hasta que me someta a cualesquiera que sean sus exigencias por miedo a hacerme pis encima.

Aunque, ¿a qué voy a someterme exactamente?

—Nada—contesto, y me aseguro de mantenerme en el extremo opuesto del coche.

Podríamos pasarnos todo el día en este aparcamiento.

—Ven aquí, Britt—su voz tiene ese tono grave, ronco y familiar que amo.

Ha vuelto otra parte de ella, pero me estoy distrayendo.

Niego con la cabeza.

—No.

Antes de que pueda anticipar su siguiente movimiento, arranca a correr alrededor del coche y yo salgo pitando en dirección contraria mientras dejo escapar un grito. La gente nos mira y yo corro entre los otros coches aparcados como una loca, antes de derrapar y detenerme en la parte de atrás de un todoterreno. Asomo la cabeza por la esquina para ver dónde está. El corazón se me sale por la boca y cae en picado sobre el asfalto. Santana está doblada sobre sí mismo, abrazándose las rodillas.

¡Mierda!

¿Qué demonios estoy haciendo alentando un comportamiento tan estúpido cuando debería estar recuperándose?

Corro hacia ella y unos cuantos transeúntes la ven y empiezan a acercársele.

—¡Santana!—grito casi a su lado.

—¿Se encuentra bien, señorita?—me pregunta un anciano mientras corro.

—No lo... ¡¿Qué...?!

De pronto, una mano me levanta del suelo y me echa sobre los hombros de Santana.

—No juegues conmigo, Britt—dice ella, henchido de orgullo—A estas alturas ya deberías saber que yo siempre gano.

¿Cómo rayos tiene tanta fuerza, estando tan flaquita y casi destruida?

Busca mi falda y posa la mano sobre el interior de mi muslo mientras avanza a grandes zancadas hacia el coche cargando conmigo. Sonrío con dulzura a las personas con las que nos cruzamos pero no me molesto en resistirme a ella. Estoy contenta de que tenga fuerzas para levantarme.

—Se me ven las bragas—me quejo mientras me aliso la falda del vestido para taparme el trasero.

—No se te ve nada.

Me baja inclinando despacio el cuerpo hasta que mi cara está a la altura de la suya.

Va a besarme.

Tengo que parar esto.

Me revuelvo en sus brazos.

—Tenemos que ir al supermercado—digo con la mirada fija en su pecho mientras me escurro y consigo zafarme.

Suelta un hondo suspiro y me deja en el suelo.

—¿Cómo voy a arreglar las cosas si no haces más que pararme los pies, Britt?

Me compongo el vestido y le devuelvo la mirada.

—Ése es tu problema, Santana. Quieres solucionar las cosas a base de distraerme con tus caricias en vez de hablar conmigo y darme respuestas.

No puedo permitir que vuelva a suceder. Quito el seguro del coche, me subo y dejo a Santana pensativa, mordisqueándose el labio.

Al llegar al supermercado conduzco arriba y abajo en busca de una plaza libre de aparcamiento. He descubierto algo nuevo sobre Santana hoy: como pasajera es un horror. Me ha obligado a adelantar, a colarme y a cambiar de carril, todo con tal de ganar unos miserables metros. Esa mujer es una temeraria al volante. Bueno, la verdad es que esa mujer es una temeraria en general y punto.

—Ahí hay un sitio.

Cruza el brazo en mi campo de visión y le doy un manotazo para que lo aparte.

—Es una plaza reservada para padres y bebés—paso de largo.

—¿Y qué?

—Bueno que no veo a ningún bebé en este coche tan bonito que tienes.

Posa la mirada en mi vientre y de repente me siento muy incómoda.

—¿Has ido a buscar tus exámenes rutinarios?—me pregunta sin dejar de mirarme el vientre.

¿Eh?

—No—respondo mientras me meto en una plaza de aparcamiento libre.

Quiero culparla por hacerme olvidar mi rutina, pero la verdad es que soy un desastre y siempre me organizo fatal. Tengo que llamar para ir a buscarlos.

—¿Iras a buscarlos pronto?—pregunta formando una línea recta con los labios.

¿Le preocupa que pueda tener una enfermedad?

¿Ahora?

Si fuera así sería su cumpla, ella se acostó quien sabe con cuantas mujeres.

—La llamare en estos días.

Apago el motor. Permanece en silencio mientras salgo del coche y espero a que ella haga lo mismo.

—¿No podrías haber aparcado más lejos, Britt?—gruñe cuando baja y se acerca hacia mí.

—Al menos he aparcado de forma legal—voy hacia las filas de carritos de la compra e introduzco una moneda de una libra para soltar uno—¿Has estado alguna vez en un supermercado?—pregunto mientras nos dirigimos a la acera cubierta por un toldo.

Santana y un supermercado no parecen encajar de forma natural.

Se encoge de hombros.

—Eso es cosa de Sue. Normalmente como en La Mansión.

Que mencione su club de sexo megapijo me pone los pelos como escarpias y se me quitan las ganas de darle conversación. Noto que me mira pero paso, y me centro en seguir caminando. Voy metiendo en el carro las cosas básicas, mientras que Santana coge una docena de botes de mantequilla de cacahuete, un par de botes de crema de cacao y varios de nata montada.

—¿No tienes de nada?—pregunto echando leche en el carro.

Se encoge de hombros y toma el control del carrito con la mano buena.

—Sue ha estado fuera.

La guío hacia el siguiente pasillo y me doy cuenta de que, sin querer, la he llevado a la sección de bebidas alcohólicas. Doy media vuelta presa del pánico y me golpeo con el carro en la espinilla.

—¡Joder!—exclamo con un gesto de dolor.

—Britt, ¡cuidado con esa boca!

Me froto la espinilla. Mierda, cómo duele.

—No necesitamos nada de este pasillo—suelto a toda prisa, y empujo el carro en su dirección.

Camina hacia atrás.

—Britt, déjalo estar.

—Lo siento. No me había dado cuenta de dónde estábamos.

—Por el amor de Dios, Britt, no voy a abalanzarme sobre los estantes y a destapar todas las botellas ¿Estás bien?

Frunzo el ceño y me miro la pierna.

—Sí—digo entre dientes, cabreada por no haberme fijado en dónde me metía.

Me agacho y me paso la mano por la espinilla.

Qué daño me he hecho.

Me pongo derecha y me quedo de piedra al ver que Santana está de rodillas delante de mí. Rodea mi pierna con la mano herida y con la mano sana me coloca el pie sobre su rodilla antes de plantarme un beso en la espinilla. Estamos en mitad del supermercado un sábado por la tarde, y ella está de rodillas besándome la pierna.

—¿Mejor?—pregunta, y levanta la vista para mirarme—Perdóname, Britt-Britt. Por todo.

Observo su bello rostro y me entran ganas de llorar. Los ojos que me miran son todo sinceridad.

—Vale—le contesto en un susurro, sin saber qué otra cosa decir.

Asiente y suspira. Luego se levanta y me planta un beso casto en el vientre antes de ponerse de pie. Me saca de la sección de bebidas alcohólicas.

Para cuando volvemos al Lusso son las seis de la tarde y la puerta ya está arreglada. Santana se tumba en el sofá, agotada por haber salido unas pocas horas, y yo me quedo en la cocina después de haber guardado la compra, sin saber qué hacer. Es sábado por la noche y normalmente a estas horas estoy descorchando una botella de vino y relajándome. No hay vino y no puedo relajarme, así que llamo a Rachel.

—Hola, ¿qué haces?—le pregunto, y me siento en un taburete con una taza de café.

Café, no vino.

—Nos pillas saliendo—dice la mar de contenta.

—¿Nos?

—Sí. No me preguntes con quién estoy, Britt, que ya lo sabes.


Eso significa que Rachel está con Quinn, y que tengo que hacer como que no es nada del otro mundo. Sin embargo, me da un poco de envidia.

—¿Adónde van?

—Quinn va a llevarme a La Mansión.


¿Qué?

Vale, la envidia ha desaparecido.

—¿A La Mansión?—suelto, incrédula.

¿Me está tomando el pelo?

—Sí. Pero no te equivoques, se lo he pedido yo. Siento curiosidad.

¡La madre que me trajo!

El aplomo de Rachel no tiene límite. Yo me desintegré en cuanto descubrí lo que era La Mansión, y resulta que ella quiere hacer vida social ahí.

Madre mía, no puedo creer que Quinn esté de acuerdo.

Ella es socia, y eso debería asustar a Rachel, pero es evidente que no es así. La mujer con la que salgo es la dueña del lugar, y todavía no he llegado al fondo del asunto.

En fin, sé que ha habido mucha diversión, pero ¿a qué nivel?

A juzgar por las miradas asesinas que me han lanzado las socias del club las pocas veces que he estado ahí, tengo la sospecha de que ha sido mucha. La idea me deprime y me entran aún más ganas de tomarme una copa de vino.

—¿Y a Quinn le apetece llevarte?

Lo pregunto con toda la tranquilidad que puedo, pero no hay forma de ocultar la sorpresa en mi voz.

—Sí, me ha contado lo que ocurre ahí, y quiero verla.

Lo dice como si nada; es la Rachel que se toma las cosas con calma. A mí me da un ataque sólo de pensar en el lugar. Odio que tenga una mentalidad tan abierta.

Además, ¿qué es lo que ocurre ahí?

—El sitio es bonito.

Me encojo de hombros y le doy vueltas a mi café sobre la encimera.

¿Qué otra cosa puedo decir?

—¿Qué tal está San?—me pregunta.

Detecto cierto nerviosismo en su voz.

¿Todavía le cae tan bien?

Está claro que el hecho de que sea la dueña de La Mansión no es un problema para ella, pero no le sentó igual de bien que, cuando dejé de llorar el tiempo suficiente para poder hablar, le contara la clase de tonta borracha que me había encontrado al volver a su casa para intentar hacer las paces. Ella parece que está bien, pero la verdad es que yo no.

¿Qué le digo?

Me decanto por:

—Está bien. Sólo tiene daños musculares en la mano e insiste en que no es una alcohólica.

—Me alegro.


Su sinceridad es muy dulce, y me alegro de que no esté soltando tacos por el móvil y diciéndome que me largue de aquí ahora mismo.

—Bueno, no se cae de la cama dándole un morreo a la botella de vodka, ¿no?—se ríe.

—¡No! Por lo visto sólo es que no sabe parar cuando ha empezado. Aunque sigue siendo un problema, Rach.

—Todo irá bien, Britt
—me reconforta.

¿Segura?

Yo no lo tengo tan claro. Pensaba que estando aquí con ella empezaría a solucionarse el desastre, pero no ha sido así. Le he dicho lo que quiero pero no parece dispuesta a dármelo. En vez de eso intenta distraerme, cosa que sabe hacer muy bien. He decidido darle hasta mañana por la mañana. Si para entonces no ha hablado conmigo, me iré. Cederé pronto a sus caricias si no me ando con cuidado.

—Sí. Escucha—vuelvo a centrarme en Rachel—, te diría que te diviertas esta noche, pero me inclino por decirte... que mantengas la mente abierta.

—Britt, no hay nadie con una mente más abierta que la mía. ¡No puedo esperar! Te llamo mañana.

—Adiós.


Cuelgo y repaso mis visitas a La Mansión cuando pensaba que sólo era un hotel inocente.

Niego con la cabeza ante mi ceguera.

¿Cómo no me di cuenta cuando ahora todo resulta evidente?

No debería ser tan dura conmigo misma. Había una mujer latina, sexy, con el pelo largo y negro, y unos ojos oscuros que hipnotizan distrayéndome.

Era perfecta.

Sigue siéndolo, aunque pesa unos kilos menos y tiene unos cuantos problemas más.

Voy arriba a cambiarme.

Me quito el vestido y me pongo unos pantalones cortos de algodón y una camiseta de tirantes antes de quitarme las horquillas del pelo.

Cuando vuelvo abajo, Santana todavía está dormida en el sofá. Me entretengo un rato con el mueble del televisor pero no consigo abrir el dichoso armario para que aparezca la tele, así que me arrellano en una silla y observo a Santana mientras duerme. Su pecho sube y baja con la mano herida encima.

Pienso en pastelitos de chocolate, en calas y en ángeles, y finalmente me quedo dormida.
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por micky morales Jue Mayo 21, 2015 9:14 am

las cosas van muy lentas, no se que espera santana para darle las respectivas explicaciones a brittany!
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Mensaje por 3:) Jue Mayo 21, 2015 8:25 pm

holap morra,...

san y ya empezó con su plan B (nunca mejor dicho plan B) jajajaj!!!!!
a ver cuanto tardan para hablar,.. a ver que hace san para reconquistar a britt,...
rachel ya entro a un mundo muy difícil de salir jajajajaj

nos vemos!!!

PD;si las vi,.. esta practicando jajajaja
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por 23l1 Jue Mayo 21, 2015 8:40 pm

micky morales escribió:las cosas van muy lentas, no se que espera santana para darle las respectivas explicaciones a brittany!


Hola, jajajaj paso a paso no¿? ajajajajja. JA! yo tampoco... esperemos y se las de ajajaj. Saludos =D


3:) escribió:holap morra,...

san y ya empezó con su plan B (nunca mejor dicho plan B) jajajaj!!!!!
a ver cuanto tardan para hablar,.. a ver que hace san para reconquistar a britt,...
rachel ya entro a un mundo muy difícil de salir jajajajaj

nos vemos!!!

PD;si las vi,..  esta practicando jajajaja


Hola lu, jaajajajjaaaj esperemos y resulte no¿? ajajajajja. Nada, xq britt necesita saber las cosas ya! Todo o britt se ira =/. Jjajaajjaaj es una loquilla jaajajajajaj. Saludos =D

Pd: ajajajajjaja es tan tierna! jaajajaj
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Finalizado FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 5

Mensaje por 23l1 Jue Mayo 21, 2015 8:43 pm

Capitulo 5

—Te quiero.

Me despierto aturdida en la oscuridad y me froto los ojos mientras me incorporo en la silla. Tardo unos instantes en darme cuenta de dónde estoy pero, cuando empiezo a centrarme, veo a una mujer guapa y morena en cuclillas delante de mí.

—Hola—susurra apartándome el pelo de la cara.

Miro el amplio espacio a mí alrededor tratando de despertarme.

—¿Qué hora es?—pregunto, somnolienta.

Me da un beso en la frente.

—Medianoche.

¿Medianoche?

He dormido como un lirón y podría quedarme frita de nuevo, pero me despierto del todo cuando el escalofriante sonido de un tono de móvil apuñala el silencio.

—¡Por Dios!—protesta Santana.

Coge con furia el móvil de la mesita de café y mira la pantalla.

¿Quién será a estas horas?

— Finn...—saluda con calma por el teléfono—¿Por qué?—me mira—No, no pasa nada... Sí... Dame media hora.

Cuelga.

—¿Qué ocurre?—pregunto, ya despierta del todo.

Se pone las Converse y se dirige a la puerta. Es evidente que no está contenta.

—Problemas en La Mansión. No tardaré.

Y tal cual desaparece por la puerta. Así que estoy despierta, son más de las doce y Santana acaba de irse en plena noche.

¿Cómo va a conducir con una sola mano?

Me siento en la silla como una muñeca rota y especulo sobre qué habrá podido suceder en La Mansión que sea tan urgente.

Ay, no... Rachel está ahí.

Corro a la cocina y cojo mi móvil para llamarla pero no contesta. Lo intento varias veces y no obtengo respuesta, y con cada llamada me preocupo más aún. Debería llamar a Santana, aunque parecía estar bastante cabreada.

Doy vueltas arriba y abajo, me preparo un café y me siento en la isleta de la cocina, llamando a Rachel una y otra vez. Si mi coche estuviera aquí, ya estaría de camino a La Mansión.

¿De verdad?

Bueno, es fácil decir que iría para allá, especialmente cuando no tengo forma de ir. Después de dar vueltas por el ático durante una hora sin parar de llamar a Rachel, me rindo y me voy a la cama. Me hago un ovillo entre las sábanas suaves y esponjosas del cuarto de invitados.

—Te quiero.

Abro los ojos y veo a Santana junto a la cama. Estoy entre el sueño y la vigilia y mi boca no responde.

¿Qué hora es y cuánto tiempo ha estado fuera?

No tengo ocasión de preguntar. Me coge en brazos y me lleva a su habitación.

—Tú duermes aquí—susurra mientras me deposita en su cama.

Siento que se acuesta detrás de mí y me aprieta contra su pecho. Si no estuviera tan contenta le haría preguntas, pero no digo nada. Mi cabeza descansa sobre la almohada y el calor de Santana me envuelve.

Me duermo otra vez.

—Buenos días.

Abro los ojos y el embriagador perfume de Santana me clava en la cama. Mi cerebro consciente está intentando desesperadamente convencerme de que me revuelva y me libere, pero mi cuerpo bloquea todas las instrucciones sensatas que envía el cerebro.

Está sentada sobre los talones…. Solo en bragas.

—Necesito hacerlo—susurra apretándome la mano y tirando de mí hasta que estoy sentada.

Coge el bajo de mi camiseta y tira de ella hasta que me la quita por encima de la cabeza. Me besa el pecho y una caricia suave con la lengua llega describiendo círculos hasta mi garganta.

Estoy tensa.

Se aparta.

—Encaje—dice en voz baja mientras me quita el sujetador.

Estoy entre mi cuerpo, que la necesita desesperadamente, y mi mente, que lo que de verdad necesita es hablar. Quiero aclarar las cosas antes de que vuelvan a arrastrarme al séptimo cielo de Santana, donde pierdo toda capacidad de razonar.

—Tenemos que hablar—digo con calma mientras me besa el cuello y se abre camino hacia mi oreja.

Todas mis terminaciones nerviosas están en alerta, suplicándome que me calle y que la acepte.

—Te necesito, Britt—susurra cuando encuentra mi boca, y hunde la lengua en mí.

—Santana, por favor—mi voz es apenas un susurro inaudible.

—Dime San. Y Britt, así es como yo digo las cosas—me coge de la nuca y me atrae aún más hacia sí—Deja que te lo muestre.

Mi cuerpo gana.

Ignoro los gritos de mi conciencia y me rindo a ella como la esclava que soy.

Me agarra por el trasero y me recuesta en la cama, sellando nuestras bocas por el camino. Todo mi ser cobra vida cuando su lengua, caliente y húmeda, se desliza entre mis labios y da vueltas lentamente por toda mi boca.

Estamos en modo Santana gentil y es como si supiera que éste es el mejor lugar al que llevarme en este momento. Su respiración, lenta y profunda, me dice que ella tiene el control cuando se apoya en el antebrazo y usa la mano sana para recorrer con la punta de los dedos desde la cresta de mi cadera hasta mi pecho. Una oleada de cosquilleos viaja por mi cuerpo con cada caricia, y mi respiración se vuelve superficial e irregular. Termina de dibujar el contorno de mi pezón al ritmo melancólico de nuestras lenguas. Me agarro a sus hombros y siento que todas las emociones perdidas me inundan de nuevo bajo sus caricias, su atenta boca y su cuerpo duro flanqueando el mío.

Mi miedo estaba totalmente justificado: he vuelto a perderme en ella.

Gimoteo cuando aparta los labios y se sienta sobre los talones antes de quitarme los pantalones cortos con la mano sana y llevarse las bragas con ellos.

—Necesitas un recordatorio, Britt-Britt—dice mirándome.

—Esto no es el modo convencional.

—Así es como yo hago las cosas, Britt—tira mis pantalones y mis bragas a un lado, me levanta y junta su boca con la mía—Necesitamos hacer las paces.

No puedo resistirme más.

Clavo los dedos en sus bragas y la beso con más fuerza mientras se las bajo por las caderas. Deja escapar un largo gemido y vuelve a tumbarme en la cama, lo que hace que tenga que soltar sus bragas, así que pongo un pie en el elástico y estiro la pierna para bajarlas del todo.

Está medio acostada sobre mí, con su cuerpo esbelto sobre el mío, y reclama mi boca, apretándose con más fuerza contra mí. Enrosco los dedos en su pelo, separa nuestras bocas y entierra la cara en mi pelo mientras me coge del sexo y asciende con la palma de la mano al centro de mi cuerpo, pasa despacio por mi estómago y, poco a poco, la mueve entre mis pechos para terminar en mi cuello.

—Te he echado de menos, Britt—susurra contra mi cuello—Te he echado mucho de menos.

—Yo también te he echado de menos.

Le abrazo la cabeza. Me siento envuelta en su energía, aunque ella ahora no esté fuerte. Me siento segura y protegida pero soy consciente de que en este momento la cuidadora soy yo. También me siento abrumada, completamente sobrepasada por la intensidad de mis sentimientos hacia esta mujer llena de problemas.

Se mueve para que mis muslos la acunen y pronto noto su humedad contra mí. Mi mente es un revoltijo de pensamientos contradictorios, pero entonces se apoya en los brazos y me observa, como si fuera lo único que hay en el mundo. Nuestras miradas se funden y dicen más de lo que las palabras podrían expresar nunca.

Cojo su bello rostro entre mis manos.

—Gracias por volver a mí, Britt-Britt—me susurra cuando la miro a los ojos y me ahogo en ellos.

La emoción inunda todo mi ser. Le paso el pulgar por los labios húmedos y lo deslizo en el interior de su boca. Lo saco despacio y lo dejo en el borde de su labio inferior. Le da un beso en la punta y me sonríe mientras levanta las caderas, sin dejar de mirarme, y mi pelvis se recoloca para recibirla. Suspiro de puro placer, un placer sin remordimientos, cuando despacio, sin prisa y con devoción, se une a mí. Cierro los ojos y la cojo de la nuca cuando nuestros sexos se unen a la perfección. Su respiración cambia de inmediato y pasa a ser rápida y brusca. Es un rasgo conocido; está esforzándose por mantener el control.

—Mírame, Britt—me exige entre jadeo y jadeo. Me fuerzo a abrir los ojos y gimo un poco cuando se mueve—Te quiero—susurra con la voz quebrada.

Cojo aire al oír las palabras que necesitaba escuchar desesperadamente desde hace tanto tiempo, pero ¿acaso cree que es eso lo único que quiero oír?

¿Cree que con eso basta?

—No, Santana—cierro los ojos y aparto las manos de su nuca.

—Britt, mírame—me exige bruscamente. Abro los ojos, llorosos, y miro su rostro, serio y carente de expresión—Llevo todo el tiempo diciéndote lo que siento.

—No, no lo has hecho. Me robabas el móvil e intentabas controlarme—respondo.

Se mueve lentamente ambas soltamos un gemido.

—Britt, nunca antes me he sentido así—se sigue moviendo, intento poner orden en mis pensamientos dispersos pero nuevamente se me escapa un gemido—Llevo toda la vida rodeada de mujeres desnudas que no se respetan a sí mismas.

Con una meno me sujeta de las muñecas, y las lleva arriba de mi cabeza, mientras que con la otra me penetra.

Embestida.

—¡Santana!

—Tú no eres como ellas, Britt.

Embestida.

—¡Ay, Dios!—sale y vuelve a embestir—¡Jesús!

Toma unas cuantas bocanadas profundas.

—Eres mía y sólo mía, Britt. Sólo para mis ojos, sólo para mis caricias y sólo para mi placer. Sólo mía. ¿Me has entendido?

Se retira y vuelve a entrar, lentamente, en mí.

—¿Y qué hay de ti? ¿Tú también eres sólo mía?—pregunto mientras muevo las caderas para capturar la deliciosa penetración.

—Sólo tuya, Britt. Dime que me quieres.

—¡¿Qué?!—chillo ante sus fuertes embestidas.

—Ya me has oído—dice en voz baja—No hagas que te folle hasta que lo digas, cielo.

Estoy estupefacta.

Me estoy derritiendo debajo de ella, incapacitada de placer, ¿y me exige que le diga que la quiero?

La quiero pero ¿debería confesárselo bajo presión?

Aunque es justo lo que esperaba.

Ha estado intentando convertirme en lo contrario de lo que conoce: hacía que fuera tapada, no me dejaba beber, insistía en que llevara delicado encaje en vez de frío cuero...

Pero ¿qué hay del sexo?

—Britt, contéstame—empuja más hondo y se mueve con firmeza. Una gota de sudor le cruza la frente—No te lo guardes para ti.

Sus palabras caen como un rayo.

¿Qué me lo guardo?

Ya ha intentado sonsacarme antes lo que siento por ella a base de sexo: fue en el baño, el sábado pasado, cuando me penetró una y otra vez exigiéndome que lo dijera. Creía que lo que buscaba era que le asegurara que no iba a marcharme.

Me equivoqué.

¿Cómo lo supo?

Otro movimiento perfecto de sus caderas y mano, y mis músculos internos empiezan a tener espasmos, a temblar y a abrirse camino paso a paso hacia el epicentro de mis terminaciones nerviosas. Se me tensan las piernas.

—¿Cómo lo has sabido?—pregunto echando la cabeza hacia atrás de desesperación, mental y física.

—Maldita sea, Britt, mírame—otro embate, pleno y duro, y abro los ojos—¡Te quiero!—grita, y enfatiza las palabras con una retirada lenta y un ataque rápido y duro de sus caderas y mano.

—¡Yo también te quiero!—grito las palabras que me ha sacado a golpes.

Deja de moverse por completo, nuestras respiraciones rápidas y frenéticas. Saca sus dedos de mí y me sujeta las muñecas a cada lado de la cabeza.

Me mira.

—Te quiero tanto, joder. No pensé que fuera posible—sus palabras me penetran hasta lo más hondo, la intensidad de nuestra unión me acelera el corazón, aún más cuando me mira, con lágrimas en los ojos. Me sonríe un poco—Ahora vamos a hacer el amor—dice en voz baja, meciéndose con suavidad y capturando mis labios en un beso lento y sensual, cargado de significado.

Me suelta las muñecas y mis manos vuelan a su espalda, donde resbalan en su piel mojada.

Su táctica ha cambiado por completo.

Despacio, sin prisa, arriba y abajo de mí, me empuja hacia una euforia total mientras yo le masajeo los pechos con una mano, mientras que con la otra me aferro a su espalda todo lo fuerte que soy capaz.

El sexo con Santana siempre ha sido incomparable, pero este momento tiene un poder significativo que jamás creí posible.

Me quiere.

Lucho por mantener mis emociones a raya cuando se aparta y pega la cara a la mía, nariz con nariz, la mirada llena de emoción.

Me derrito.

La consistencia de sus movimientos controlados, hace que tiemble y me tense, y mi sexo se convulsiona. El velo de sudor en su frente se hace más denso por la concentración, y me indica que ella también está al borde del precipicio. Levanto un poco las caderas en una entrada y gimo.

—Juntas, Britt—dice.

Su aliento cálido me cubre la cara.

—Sí—jadeo.

—Cielos, Britt.

Una bocanada de aire escapa de entre sus carnosos labios y su cuerpo se tensa, pero no aparta los ojos de los míos. Mi espalda se arquea en un acto reflejo cuando la espiral de placer llega al clímax y me envía temblando a un huracán de sensaciones incontrolables. Grito de desesperación y de placer, con el cuerpo tembloroso entre sus brazos. Cierro los ojos para contener las lágrimas que se han acumulado a medida que mi orgasmo empieza a desvanecerse, lento y perezoso, bajo sus caricias, continuadas y uniformes.

—Los ojos, Britt—me ordena con dulzura, y yo obedezco y los abro de nuevo.

Lanza un profundo gemido.

¿Cómo lo hace para mantener la cabeza levantada y los ojos abiertos?

Puedo ver la batalla que está librando con su instinto, que le dice que eche la cabeza hacia atrás, pero sostiene con rienda firme el control, y entonces casi se puede oír su repentina descarga cuando sus mejillas se hinchan.

—Te quiero, San—le digo cuando me mira, con el pecho oscilando arriba y abajo.

Ya está.

Ahí lo dejo.

Mis cartas están sobre la mesa y, técnicamente, ésa no me la ha sacado follando. Sus labios encuentran los míos.

—Ya lo sé, Britt.

—¿Cómo lo sabes?—pregunto, porque soy consciente de que no se lo he dicho nunca.

Lo he gritado en mi cabeza mil veces pero nunca lo he dicho en voz alta.

—Me lo dijiste cuando estabas borracha—sonríe—Después de que te enseñara a bailar.

Hago un rápido repaso mental de la noche en la que me emborraché como una cuba y volví a ceder ante sus insistentes avances. Hay que tener en cuenta que no recuerdo gran cosa desde que Santana me sacó del bar. Estaba muy pedo, y eso también fue por su culpa.

—No me acuerdo—confieso.

Me siento como una idiota.

—Ya lo sé—mueve las caderas. Suspiro—Fue de lo más frustrante.

Todo vuelve de repente. En verdad estaba intentando hacerme confesar que lo quería a base de sexo. Me observa mientras coloco las piezas en su sitio y su boca dibuja una pequeña sonrisa.

—Lo has sabido siempre—digo en voz baja.

Los niños y los borrachos...

¿He pasado días y días dándole vueltas y resulta que ella lo sabía desde el principio?

¿Por qué no me dijo nada?

¿Por qué no habló conmigo en vez de intentar sonsacármelo a polvos?

Las cosas habrían sido muy distintas. Su sonrisa desaparece, la reemplaza una expresión de estoicismo.

—Estabas borracha. Quería oírtelo decir estando sobria. Cuando las mujeres se emborrachan siempre me confiesan amor eterno.

—¿De verdad?

Casi se echa a reír.

—Bueno sí—me mira—No estaba segura de si aún me querías después de...—se muerde con ganas el labio inferior—En fin, después de mi pequeño ataque de nervios.

Me parto de risa por dentro.

¿«Pequeño ataque de nervios»?

Por Dios, ¿cómo será entonces uno grande?

¿Y las mujeres le dicen que la quieren?

¿Qué mujeres, y cuántas se lo han dicho?

Compongo una mueca de asco. No me gusta nada el rencor que siento hacia cualquier otra mujer que la ame o la haya amado. Necesito quitarme esas ideas de la cabeza cuanto antes. No puede salir nada bueno del hecho de enterarme de esas cosas.

—Te quiero, San—enfatizo mis palabras, las murmuro casi entre dientes, como si estuviera diciéndoselo a todas esas mujeres que también afirman amarla.

Siento que su cuerpo se relaja antes de continuar trazando lentos círculos con sus caderas. La aprieto más y envuelvo su cuerpo con el mío. Me he quitado un peso de encima, pero entonces caigo en la cuenta: estoy enamorada de una mujer y no tengo ni idea de la edad que tiene.

—¿Cuántos años tienes, San?

Levanta la cabeza y veo que los engranajes de su mente se ponen en movimiento. Sé que está pensando si debería decirme su edad real y parar de una vez con las estúpidas evasivas.

—Me gusta cuando me dices así, o también Sanny, como me dijiste esa vez también.

Intenta cambiar de tema.

—¿Cuántos años tienes?

—No me acuerdo.

Frunce el ceño.

Ah, creo que puedo sacar partido de esto. Creo que estábamos ya en la treintena.

—Estábamos en treinta y tres—le informo.

Me sonríe.

—Deberíamos empezar otra vez.

—¡No!—tiro de su cara y restriego la nariz por su cuello— Íbamos por treinta y tres.

—Mientes fatal, Britt—se ríe y me da un beso de esquimal—Me gusta este juego. Creo que deberíamos empezar otra vez. Tengo dieciocho años.

—¡Dieciocho!

—No juegues conmigo, Britt.

—¿Por qué no me dices cuántos años tienes y punto?—pregunto con exasperación.

De verdad que no me importa.

Tiene cuarenta años como mucho.

—Treinta y uno.

Me revuelvo debajo de ella. Se acuerda perfectamente.

—¿Cuántos años tienes?

—Te lo acabo de decir: treinta y uno.

La miro enfadada y una de las comisuras de sus labios empieza a formar una especie de sonrisa.

—Sólo es un número—lloriqueo—Si me preguntas cualquier cosa en el futuro, no te contestaré, o al menos, no te diré la verdad—amenazo.

La especie de sonrisa desaparece en un santiamén.

—Ya sé todo lo que necesito saber sobre ti. Sé lo que sientes, y nada de lo que me digas me hará sentir de otro modo. Ojalá tú sintieras lo mismo.

¡Eso es pasarse de la raya!

No cambiaría para nada lo que siento por ella. Tengo curiosidad, eso es todo. Ojalá me lo dijera y ya está. Ya me distraen bastante ella y su complicada forma de ser. Ni siquiera hemos hablado aún, pero me siento mucho mejor.

Ya no me noto vacía.

—Dijiste que saldría corriendo si lo supiera—le recuerdo—, pero no voy a ir a ninguna parte.

Se ríe.

—Claro que no—lo dice muy segura—Britt, has visto lo peor de mí y no has salido huyendo. Bueno, saliste huyendo pero luego volviste—me besa en la frente—¿De verdad crees que me preocupa mi edad?

—Entonces ¿por qué no me la dices?—pregunto, exasperada.

—Porque me gusta este juego.

Vuelve a darme besos de esquimal en el cuello. Mi pecho se levanta con un hondo suspiro y le aprieto un pezón y mis muslos alrededor de sus firmes caderas.

—Bueno a mí no—gruño, y hundo la cara en su cuello para inhalarla entera.

Exhalo satisfecha y recorro con los dedos su espalda tersa. Yacemos en silencio y completamente sumidas la una en la otra durante mucho tiempo, pero de pronto noto que su cuerpo tiembla y me saca de mi ensimismamiento (estaba pensando en lo que nos deparará el futuro). Su cuerpo tembloroso me recuerda el desafío más difícil de todos.

—¿Estás bien?—pregunto, nerviosa.

¿Qué debo hacer?

Me abraza con fuerza.

—Sí. ¿Qué hora es?

Buena pregunta.

¿Qué hora será?

Espero no haberme perdido la llamada de Sam. Me revuelvo debajo de Santana y ella gime contra mi cuello.

—Iré a ver.

—No. Estoy muy a gusto—se queja—Y tampoco es tan tarde.

—Tardo dos segundos.

Gruñe y se levanta ligeramente para que yo pueda escabullirme y luego separa el cuerpo del mío y se tumba boca arriba sobre el colchón. Salto de la cama y cojo mi móvil. Son las nueve en punto, y Sam no ha llamado. Qué alivio. Aunque tengo doce llamadas pérdidas de Santana.

¿Eh?

Vuelvo al dormitorio y veo que está sentada en la cama, apoyada en la cabecera, en cueros y sin ningún pudor. Me miro. Yo también estoy desnuda.

—Tengo doce llamadas perdidas tuyas—digo, confusa, al tiempo que le muestro mi teléfono.

En su rostro aparece una mirada de desaprobación.

—No podía localizarte. Pensé que te habías marchado. Tuve cien infartos en diez minutos, Britt. ¿Qué hacías en el otro dormitorio?—me lanza una mirada acusadora.

—No sabía en qué punto estábamos—digo; es mejor ser sincera.

—¿Eso qué significa?—pregunta con escepticismo.

Parece ofendida.

¿Acaso ha olvidado nuestra pequeña discusión del domingo?

—Santana, la última vez que te vi, eras una extraña que me dijo que yo era una calientabraguetas y que te había causado un daño indescriptible. Perdóname por no tenerlas todas conmigo.

Su cara de ofendida desaparece al instante. La de ahora es de arrepentimiento.

—Lo siento. No lo decía de verdad, Britt.

—Ya—suspiro.

—Ven—da unas palmaditas sobre el colchón y me meto en la cama a su lado. Estamos de costado, mirándonos a la cara, usando el antebrazo a modo de almohada—No volverás a ver a esa mujer.

Eso espero, aunque no lo tengo tan claro como ella. Una copa y podría encontrarme ante la bruta amenazadora que, la verdad, no me gusta un pelo.

—¿No volverás a beber nunca?—pregunto con nerviosismo.

Es tan buen momento como cualquier otro para conseguir la información que necesito.

—No.

Lleva el dedo índice a mi pelvis y empieza a dibujar círculos. Me estremezco.

—¿Nunca?

Se detiene sin terminar de completar el círculo.

—Nunca, Britt. Lo único que necesito es a ti y que tú me necesites a mí. Nada más.

Frunzo el ceño.

—Ya hiciste que te necesitara y luego me destruiste—digo con calma.

No quiero hacer que se sienta culpable, pero ésa es la verdad. Noto que vuelvo a estar cerca de necesitarla, tras haber hecho el amor sólo una vez, y la verdad es que yo no quería volver a caer en eso.

Se acerca más a mí, de tal modo que las puntas de nuestras narices están a punto de tocarse, y su aliento, tibio y mentolado, me cubre la cara.

—Nunca te haré daño.

—Eso ya lo dijiste antes—le recuerdo.

Sí, la última vez dijo que no me haría daño a propósito, cosa preocupante, pero aun así lo dijo.

—Britt, la idea de verte sufrir, emocional o físicamente, me resulta insoportable. No tengo palabras. Me vuelvo loca sólo de pensarlo. Me dan ganas de clavarme un cuchillo en el corazón por lo que te he hecho.

—Eso es demasiado, ¿no crees?—le suelto, atónita.

Me mira enfadada.

—Es la verdad, igual que lo es que me pongo violenta sólo de imaginar que otra persona te desee—niega con la cabeza como si estuviera intentando borrar las imágenes que aparecen en su mente—Lo digo completamente en serio.

Ay, Dios. Es cierto: lo dice muy en serio. Tiene la cara larga y la mandíbula apretada.

—No puedes controlarlo todo, San—replico con el ceño fruncido.

—En lo que a ti respecta, haré todo lo posible, Britt. Ya te lo he dicho: te he estado esperando demasiado tiempo. Eres mi pequeño pedacito de cielo. Nada te apartará de mi lado—y pega los labios a los míos como para rubricar su declaración—Mientras te tenga a ti, tendré un propósito y una razón de ser. Por eso no voy a beber, y por eso haré todo cuanto esté en mi mano para mantenerte a salvo. ¿Lo entiendes?

Bueno la verdad es que creo que no, pero asiento de todos modos. La determinación y la convicción con que lo dice son impresionantes, pero ambiciosas hasta rozar lo ridículo.

¿Qué cree que va a pasarme?

No puede llevarme pegada a sus pantalones eternamente.

Loca.

Le paso el pulgar por la línea irregular de la cicatriz.

—¿Cómo te la hiciste?

Pruebo suerte. Soy consciente de que no va a contestarme y sé que es un tema tabú, pero necesito obtener toda la información que pueda. Ya sé lo peor de ella, así que esto no puede serlo aún más. Mira mi mano sobre su cicatriz y suspira.

—Estás preguntona esta mañana.

—Sí—concedo.

Es verdad.

—Ya te lo dije. No me gusta hablar del tema.

—Eres tú la que se guarda cosas—la acuso.

Se tumba sobre la espalda con un profundo suspiro y se tapa la cara con el brazo. Ah, no, no va a darme la callada por respuesta esta vez. Me monto sobre sus caderas y le aparto el brazo.

—¿Por qué no quieres contarme cómo te hiciste la cicatriz?

—Porque es mi pasado, Britt, y revolcarse en el fango no es la mejor manera de limpiarse. No quiero que nada afecte a mi futuro.

—No lo hará. No importa lo que me cuentes, te seguiré queriendo.

¿Es que no lo entiende?

Frunzo el ceño cuando sonríe.

—Lo sé—dice, un pelín demasiado confiada. Está muy segura de sí misma esta mañana—Ya me lo dijiste cuando no sentías las piernas—añade.

¿Eso dije también?

No me acuerdo.

Ya veo que le dije muchas cosas cuando estaba pedo.

—Entonces ¿por qué no me lo cuentas?

Pone las manos allá donde se unen mis muslos.

—Si no va a cambiar lo que sientes por mí, no tiene sentido llenar tu linda cabecita de feos pensamientos—levanta las cejas—¿No crees?

—Cuando me pidas que te cuente algo, no pienso hacerlo—respondo, enfadada.

—Eso ya lo has dicho.

Se sienta y une nuestros labios. Mis brazos la rodean de forma mecánica, pero entonces me viene otra cosa a la cabeza.

—¿Descubriste por qué las puertas de hierro y principal de La Mansión estaban abiertas?—intento con todas mis fuerzas que no parezca que le doy importancia.

—¿Qué?—se aparta de mí, perpleja.

—Cuando fui el domingo a La Mansión, las puertas se accionaron sin llamar al portero automático, y la puerta principal estaba entreabierta.

Sé que fue Holly.

—Ah. Por lo visto las puertas se estropearon. Holly ya lo ha arreglado.

Vuelve a besarme.

—Qué oportuno. ¿Y la puerta principal también estaba averiada?—inquiero con sarcasmo.

Yo sé lo que pasó: la muy viva interceptó mi mensaje y acarició la idea de que yo apareciera sin avisar y descubriera las delicias de La Mansión.

—La ironía no te pega, Britt-Britt—me regaña, pero me da igual.

Esa mujer es una hipócrita y una arpía. De repente, me siento llena de determinación, aunque Santana me da un poco de pena.

¿De verdad cree que es su amiga?

¿Debería compartir con ella mi veredicto?

—¿Qué te apetece hacer hoy?—pregunta.

¡Mierda!

Hoy he quedado con Sam y no puedo llevar a Santana conmigo.

¿Qué impresión se llevaría?

No puedo presentársela, dado que Sam es un hermano mayor protector y Santana tiene tendencia a pisotear a la gente.

¿Cómo voy a salir de ésta?

—Bueno hay algo que debo hacer...

En ese instante suena su móvil, lo que pone fin a mi anuncio.

—Por Dios—maldice Santana levantándome de su regazo y dejándome sobre la cama. Coge el teléfono y contesta antes de salir del dormitorio—¿Finn?—parece un poco impaciente.

Me tumbo en la cama y visualizo las formas en las que podría darle la noticia de que tengo que ver a Sam.

Lo entenderá.

—Debo ir a La Mansión—dice, tajante, de vuelta a la habitación y camino del cuarto de baño.

¿Otra vez?

Ni siquiera le he preguntado qué la obligó a ir anoche, y caigo en la cuenta de que Rachel no me ha devuelto las llamadas.

—¿Va todo bien?—pregunto.

Parece muy enfadada.

—Todo irá bien. Vístete, Britt.

¿Qué?

¡Ah, no!

¡No pienso ir a ese lugar!

Todavía tengo que hacerme a la idea de todo.

No puede obligarme a ir.

Oigo el agua de la ducha y me pongo de pie de un salto para explicarle mis reticencias. Entro en el baño y la encuentro ya metido en la ducha. Me sonríe y hace un gesto para que me una a ella. Entro y cojo la esponja y el jabón, pero me los quita de las manos, echa gel en la esponja, hace que me vuelva de espaldas y empieza a enjabonarme. Me quedo de pie en silencio, rebuscando en mi cerebro una forma de abordar el asunto, mientras ella desliza la esponja lentamente por mi cuerpo. Espero que no le dé una rabieta cuando le diga que no estoy dispuesta a ir.

—¿San?

Me da un beso en el omoplato.

—¿Britt?

—De verdad que no quiero ir—suelto del tirón, y entonces me echo la bronca a mí misma por no haber tenido un poco más de tacto.

Hace una pausa con los círculos de espuma unos segundos, luego continúa.

—¿Puedo preguntarte por qué?

No puede ser que sea tan insensible como para tener que hacerme esa pregunta. Debería ser obvio por qué no quiero ir. Además, antes de saber lo que ocurría ahí, tampoco quería ir, aunque entonces era por culpa de cierta bestia de lengua viperina y labios carnosos. Ahora ella ya no me molesta tanto, a pesar de que todavía no hemos hablado de su pequeña intromisión en la vida de Santana.

Ése es otro tema más de los que tenemos que discutir.

—¿No puedes darme un tiempo para que me acostumbre?—pregunto, nerviosa.

Mentalmente le suplico que lo entienda y sea razonable. Ella suspira y me pasa el brazo por los hombros, atrayéndome hacia su pecho.

—Lo entiendo.

¿De verdad?

Me da un beso en la sien.

—No lo vas a evitar toda la vida, ¿verdad? Sigo queriendo esos diseños para mis nuevas habitaciones.

Me sorprende que sea tan razonable. Ni preguntas, ni pasar por encima de lo que yo quiero, ni polvo de entrar en razón...

¿Está de acuerdo?

Eso es bueno.

¿Y el ala nueva?

Ni me acordaba de ella, pero tiene razón. No puedo evitar ese lugar toda la vida.

—No. Además, tendré que ir a supervisar las obras cuando hayamos terminado con los diseños.

—Bien.

—¿Qué ocurre en La Mansión?

Me suelta los hombros y empieza a lavarme el pelo con su champú.

—La policía apareció anoche—dice como si no fuera con ella.

Me tenso de pies a cabeza.

—¿Por qué?

—Algún idiota que quería gastar bromas. La policía llamó a Finn esta mañana para concertar un par de entrevistas. No puedo escaparme—me da media vuelta y me coloca bajo el agua de la ducha para aclararme el pelo—Lo siento.

—No pasa nada—la consuelo. No voy a explicarle por qué no pasa nada. Ahora puedo quedar con Sam sin preocuparme por la costumbre de Santana de pasar por encima de la gente—Rach estaba en la mansión anoche—la preocupación es evidente en mi voz.

—Lo sé—levanta una ceja—Fue toda una sorpresa.

—¿Estaba bien?

—Sí—me besa en la nariz y me da un azote en el trasero—Fuera de aquí.

Salgo de la ducha, dispuesta a secarme y a usar el cepillo de dientes de Santana después de que ella lo haya usado. Soy demasiado vaga para cruzar el descansillo y coger el mío. Entro en el dormitorio y ella ya está lista, guapísima con unos vaqueros viejos y una camiseta blanca.

—Me voy—me cubre la cara de besos—Ponte encaje para cuando venga.

Me guiña el ojo y se va.

No pierdo un instante.

Cojo mi móvil y llamo a Sam. Quedamos en Almundo’s, una pequeña cafetería en Covent Garden.

Cruzo corriendo el descansillo, me visto en tiempo récord, me seco el pelo y me lo recojo con unas horquillas a toda velocidad, y llamo a Clive para que me pida un taxi.

Estoy súper contenta.

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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por Susii Jue Mayo 21, 2015 9:34 pm

Se quieren!!!!*----* por fin se lo dijeron, casi intervengo en la historia xd nsbdkd son tan lindas<3,pero todavia hay misterios... aghD:
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por 3:) Jue Mayo 21, 2015 10:55 pm

holap morra,..

bueno después de las peleas son las reconciliaciones y con san son super intensan jajajja
bueno es un avance,... san le dijo la edad!!!!
lo único bueno seria que de a poco san valla soltando todo,.. pero ya veremos!!

nos vemos!!!!
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por 23l1 Vie Mayo 22, 2015 2:58 am

Susii escribió:Se quieren!!!!*----* por fin se lo dijeron, casi intervengo en la historia xd nsbdkd son tan lindas<3,pero todavia hay misterios... aghD:


Hola, jajaajaja si!!!!!! ya era tiempo no¿? jjajaajajajaj. Jajajaajajaajaj casi, casi XD jaajajajaj. O no¿? Mmm sip =/ Saludos =D


3:) escribió:holap morra,..

bueno después de las peleas son las reconciliaciones y con san son super intensan jajajja
bueno es un avance,... san le dijo la edad!!!!
lo único bueno seria que de a poco san valla soltando todo,.. pero ya veremos!!

nos vemos!!!!


Hola lu, jajaajajajajaaj sip, eso es lo bueno no¿? jjaajajaja, jajajaajajaj san sabe como pedir perdon no¿? ajajajajajajjaj. Mmmm segura¿? Tienen que... o britt se ira... o buscara al forma de sacar la vrdd no¿? jajajaajajaj. Saludos =D

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Finalizado FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 6

Mensaje por 23l1 Vie Mayo 22, 2015 3:01 am

Capitulo 6

Cuando entro en Almundo’s recorro con la mirada la cara de la gente que disfruta de su desayuno de domingo y veo a Sam sentado en un rincón, con el rostro hundido en el periódico dominical. Tiene un aspecto fenomenal, bronceado y guapísimo. Cruzo el café a toda velocidad y me echo a sus brazos.

—¡Pero bueno!—se echa a reír—¿Es que te alegras de verme?

Me abraza a su vez mientras yo estoy totalmente encima de él. Estoy tan contenta de verlo que toda la anticipación, el estrés y la emoción de las últimas semanas vuelven a desbordarme.

—Oye, nada de eso—me regaña.

—Lo siento.

Aparto la cara de su pecho y me siento a su lado. Me coge la mano.

—Sécate las lágrimas, anda—me sonríe—Es lo mejor que te ha podido pasar en la vida. Estás mejor sin ella.

Vaya, ¿se cree que estoy llorando por Elaine?

¿Dejo que siga en la ignorancia?

La alternativa sería contarle todo lo demás, y eso no puedo hacerlo. Nos tiraríamos aquí un mes entero. Me seco las lágrimas.

—Lo sé. Han sido unas semanas de mierda. Estoy bien, de veras.

—Olvídate de ella y sigue con tu vida. Tienes que recuperar el tiempo perdido—me pasa la mano por el brazo con afecto—¿Qué hay de esa tipa que tiene a Elaine lloriqueando?

Mierda, esperaba evitar cualquier pregunta relacionada con Santana.

Me hacía ilusiones, claro.

—Se llama Santana. No es nada. Sólo es una amiga.

—¿Sólo una amiga?

Me mira en absoluto convencido, y yo me llevo la mano a un mechón suelto de mi recogido.

—Sólo una amiga—repito sacudiendo la cabeza—Rach tuvo un momento tenso con Elaine y pensó que la haría callar si exageraba un poco la verdad.

—Conque hay parte de verdad...—me observa, inquisitivo.

—No—necesito cambiar de tema—¿Cómo están mamá y papá?

Me dirige una mirada de advertencia.

—Amenazan con venir a visitarte y dejarte como nueva. Mamá dijo algo de una extraña que respondía a tu móvil la semana pasada. Imagino que ella es esa «verdad exagerada», ¿no?

Vale, mis maniobras de distracción han fracasado miserablemente.

—Sí, sí. ¿Podemos cambiar de tema, por favor?—sueno molesta.

Sam levanta las manos en un gesto defensivo.

—Vale, vale. Sólo te digo que te andes con cuidado, Britty.

Me hundo en la silla y pienso qué opinarían mis padres de Santana. No les gustaría, ni siquiera aunque no tuviera ningún problema con la bebida y La Mansión. Es evidente que es mayor que yo. Puede que le salgan los billetes por las orejas, pero eso no va a impresionar a mis padres, y el hecho de que le guste pasar por encima de quien sea de vez en cuando tampoco ayuda. Me es casi imposible disimular la frustración cuando se porta como una cría. Aunque quizá lo rápidamente que ha aceptado mi negativa de acompañarla a La Mansión esta mañana sea el cambio que he estado esperando.

Pedimos café, agua y unas pastas, y charlamos sobre el trabajo de Sam, sobre Australia y sobre sus planes para el futuro. Le va bien. Su amigo está ampliando la escuela de surf y quiere que Sam sea su socio. Me alegro por él pero, por motivos egoístas, por dentro me siento un poco decepcionada. No parece que vaya a volver a Inglaterra.

—¿Qué tal está Rachel?—pregunta mientras mordisquea las esquinas de su bollo y finge un desinterés total.

Debería abstenerme de mencionar a Quinn. No creo que a Sam le guste ese detalle.

—Sigue siendo Rach—digo como si nada, a pesar de que me siento muy incómoda hablando de ella con Sam. No me parece bien—¿Y tú? ¿Alguna chica a la vista?—pregunto arqueando una ceja mientras dejo el café y cojo el agua.

—No—sonríe—Al menos, no hay ninguna permanente.

Ya me imagino. Estoy a punto de soltarle la charla sobre el ir de flor en flor cuando mi móvil empieza a bailar sobre la mesa y Sweet disposition de Temple Trap suena a todo volumen.

Sonrío.

¿Está intentando ser graciosa?

Doy las gracias porque Santana haya cambiado el tono asignado a su número, pero necesito hablar con ella sobre su manía de hacer lo que le da la gana con mi móvil.

Sólo es la una en punto. Pensé que tardaría más, pero quizá siga en La Mansión y sólo esté llamando para ver cómo estoy.

—¡Me encanta esa canción!—exclama Sam—Déjalo sonar.

Y empieza a cantar, haciéndome reír.

—Tengo que contestar.

Me levanto de la mesa con el móvil y Sam frunce el ceño. Sé que va a sospechar si me retiro para atender la llamada. Diré que era Rachel.

Salgo a la luz del sol.

—Hola—digo con alegría.

—¿Dónde coño estás?—brama Santana por teléfono.

Lo aparto de mis tímpanos. Ya está exagerando.

—Cálmate. Estoy con mi hermano.

—¿Que me calme? ¡Vuelvo a casa y me encuentro con que has salido huyendo!

—¡Deja de gritarme, joder!


¿De verdad es necesario?

Esa mujer es imposible.

Yo no dije que fuera a esperarla sentada.

Por Dios santo, estoy en caída libre, a punto de estrellarme contra el suelo después de que me hayan echado de mala manera del séptimo cielo de Santana.

Pongo los ojos en blanco de pura desesperación.

—No he salido huyendo. He ido a ver a mi hermano, que ha vuelto de Australia—le cuento con calma—Iba a quedar con él ayer, pero me entretuvieron en otra parte.—no era mi intención ser sarcástica, pero me sale solo.

—Disculpa las molestias—sisea.

—¿Perdona?—su hostilidad me deja atónita.

—¿Cuánto vas a tardar?

Su tono de voz no ha cambiado, sigue siendo el de una estúpida. Es posible que me vaya a casa de Rachel. No estoy lista para que me arranquen la piel a tiras por haber quedado con mi hermano.

—Le he dicho que pasaría el día con él.

—¡Todo el día!
—grita—¿Por qué no me lo has contado?

¿Por qué?

¡Bueno porque sabía que me fastidiaría el plan!

—Tu móvil me interrumpió, y estabas muy ocupada con los problemas en La Mansión—le espeto.

Se hace el silencio al otro lado del auricular pero todavía la oigo respirar trabajosamente. Imagino que ha estado corriendo por el ático, buscándome por todas partes.

Demonios, esto va a ser muy difícil.

Ese cambio que yo creía que se había producido acaba de ser borrado del mapa de un plumazo.

—¿Dónde estás?

Su tono se ha suavizado un poco, aunque es evidente que sigue molesta por mi salida secreta.

—En una cafetería.

—¿Dónde?


¡Ni de coña se lo voy a decir!

La tendría aquí en un santiamén.

Lo sé.

Y luego me tocaría a mí explicarle a Sam quién es y de dónde ha salido.

—Eso no importa. Volveré a tu casa cuando termine.

—Vuelve a mí, Britt
—dice, y no me cabe duda de que se trata de una orden.

Relajo los hombros.

—Lo haré.

Nos quedamos en silencio y de repente me acuerdo de que hay una pequeña parte de Santana que me saca de quicio.

¿De verdad deseaba volver a todo esto?

—¿Britt?

—Sigo aquí.

—Te quiero.


Lo dice con dulzura, pero suena forzado. Sé que quiere pelea y le gustaría arrastrarme de vuelta al Lusso, y no puede hacerlo si no estoy localizable.

—Lo sé, San.

Cuelgo y respiro tranquila y agotada. Estoy empezando a desear no haber descubierto el problema de Santana con la bebida, ese al que todo el mundo parece no darle ninguna importancia. Yo, por otra parte, me preocupo como una idiota por temor a empujarla a que vuelva a empinar el codo.

Siempre he defendido que saber es poder, pero ahora mismo preferiría lo de que la ignorancia es una bendición. Así podría colgarle a esa mujer controladora y exigente y dejarla con su cabreo. Pero ahora lo sé, le he colgado y me preocupa haberla dejado con la botella de vodka en las manos.

—¿Va todo bien?

Me vuelvo y veo a Sam, que se acerca con mi bolso.

Le sonrío.

—Sí.

—Ya he pagado la cuenta. Ten—me pasa el bolso.

—Gracias.

—¿Estás bien?—pregunta frunciendo el ceño.

Bueno la verdad es que no. La «verdad exagerada» está poniendo a prueba mi paciencia.

—Estoy bien—pongo cara de alegría—¿Adónde te apetece que vayamos?

—¿Al Tussaud?—pregunta con una amplia sonrisa.

Se la devuelvo.

—Estupendo. Vamos.

Me ofrece el brazo, se lo acepto y echamos a andar. He perdido la cuenta de las veces que hemos vagado por las salas del museo de Madame Tussaud. Es una tradición. No hay una sola figura de cera con la que no nos hayamos hecho una foto. Nos hemos colado en las zonas restringidas y hemos hecho de todo con tal de hacernos las fotos que necesitábamos para ir actualizando el álbum. Quizá sea infantil, pero nos gusta.

Hemos pasado un día fantástico.

Me he reído tanto que me duelen las mejillas. Resulta que las únicas figuras nuevas en el museo son miembros de la realeza. Me he hecho una foto con Guillermo y Catalina, y Sam ha quedado inmortalizado tocándole las tetas a la reina. Hemos cenado en nuestro restaurante favorito de China Town y nos hemos tomado un par de copas de vino en un bar. Me he sentido algo culpable cuando he bebido el primer sorbo, pero no iba a pedir un vaso de agua, Sam habría hecho preguntas. Además, una vez terminada la primera copa, la segunda ha entrado con facilidad.

Abrazo a Sam con todas mis fuerzas cuando nos despedimos en el metro.

—¿Cuándo te vas?

—Dentro de un par de semanas. Mañana me voy a Manchester a visitar a los amigos de la universidad, pero el domingo que viene estaré de vuelta en Londres, nos veremos antes de que me vaya, ¿verdad?

Lo suelto.

—Sí. Llámame en cuanto estés aquí otra vez.

—Vale. Cuídate mucho—me da un beso en la mejilla—Tendré el móvil conectado por si me necesitas.

—Muy bien—sonrío.

Está preocupado.

Se aleja a grandes zancadas y yo deseo que se quede para siempre. Nunca lo he necesitado tanto como ahora.

Entro en el vestíbulo del Lusso y veo que Clive está al teléfono. Avanzo con decisión hacia el ascensor. No tengo ganas de hablar.

—Adiós y gracias. ¡Brittany!—me grita.

Me detengo y pongo los ojos en blanco antes de volverme.

—¿Sí?

Cuelga el teléfono y viene hacia mí.

—Ha venido una señora. He intentado llamar a la señora López pero no contestaba. No podía dejarla subir.

—¿Una señora?—Clive tiene toda mi atención.

—Sí, una mujer guapa con el pelo castaño, casi rojizo y liso. Ha dicho que era urgente, pero ya conoces las normas—levanta las cejas.

Vaya si conozco las normas y, por una vez, me alegro de que las hiciera respetar.

¿Pelo castaño y liso?

Entonces seguro que no era Holly.

—¿De qué edad, más o menos?

Se encoge de hombros.

—Unos treinta y tantos.

Vale.

—¿A qué hora ha sido eso, Clive?

Mira el reloj.

—Hace como media hora.

—¿Ha dicho cómo se llamaba?

Frunce el ceño.

—No. La he detenido en la puerta. Quería subir directamente al ático, pero cuando no la he dejado pasar y he dicho que tenía que llamar a la señora López ha empezado a contestarme con vaguedades.

—No te preocupes, Clive. Gracias.

Doy media vuelta y sigo hacia el ascensor. Subo e introduzco el código.

¿Una señora?

¿Una señora que no da detalles y que pensaba que podía subir al ático sin ser anunciada?

Se abren las puertas, salgo y me encuentro con que la puerta de casa de Santana está abierta.

¿Es que no le preocupa la seguridad?

Vale que tiene un conserje abajo que vigila quién entra y quién sale las veinticuatro horas y también un equipo de seguridad, pero no le iría mal un poco de sentido común.

Cierro la puerta al entrar y me pongo en guardia al instante. El equipo de sonido está en marcha. No está tan alto como la última vez, pero es la canción lo que me pone nerviosa. Es la misma que estaba sonando el domingo pasado, cuando encontré a Santana borracha.

Angel.

Corro por el ático, sin apagar la música. Encontrar a Santana es más importante que quitar la canción que me recuerda a aquel día nefasto. Voy directa a la terraza pero no está ahí. Tiro el bolso, subo los escalones de dos en dos y entro en el dormitorio.

Nada.

¿Dónde está?

Me entra el pánico pero entonces oigo correr el agua en el baño. Me precipito hasta ahí y encuentro a Santana sentada en el suelo de la ducha. Sólo lleva puestos los pantalones cortos de correr y un top deportivo, está empapada. Tiene la espalda apoyada en la fría pared de azulejos, la cabeza gacha, y está abrazándose las rodillas mientras el agua cae encima de ella. Como si notara mi presencia, levanta la cabeza y me mira a los ojos. Sonríe un poco pero no puede ocultar el dolor en la mirada.

¿Cuánto tiempo llevará así?

Suspiro de alivio y de exasperación antes de meterme en la ducha, vestida, sentarme en su regazo y rodearle el cuerpo empapado con las piernas y los brazos. Hunde la cabeza en mi cuello.

—Te quiero, Britt.

—Lo sé. ¿Cuántas vueltas has dado?

Ya ha hecho esto antes: corre por los parques reales para no pensar... en mí.

—Tres.

—Eso es demasiado—la regaño.

Estamos hablando de unos cuarenta kilómetros, no de una carrera rápida para aliviar el estrés. Su cuerpo no está lo bastante fuerte para eso.

—Me puse fatal cuando vi que no estabas.

—Ya me he dado cuenta—digo sólo con una pizca de sarcasmo.

Lleva las manos a mis caderas y va a por mí pelvis. Doy un salto.

—Deberías habérmelo dicho—añade, muy seria.

Es posible, pero probablemente me habría chafado los planes, y no puede irse a correr una maratón cada vez que estamos unas horas separadas.

—Iba a volver luego—intento darle seguridad—No puedo estar siempre pegada a ti.

Deja escapar un largo suspiro y se hunde más en mi cuello.

—Ojalá lo estuvieras—gruñe—Has bebido.

De repente me siento rara e incómoda.

—¿Has comido?

No se me ocurre qué otra cosa decir. Habrá quemado un millón de calorías corriendo como Forrest Gump.

—No tengo hambre.

—Tienes que comer, San—protesto—Te prepararé algo.

—Luego. Estoy muy a gusto.

Así que la dejo que se quede a gusto un rato más. Me siento en su regazo, con el vestido pegado al cuerpo y el pelo mojado, y dejo que me abrace. No puede hacerme esto cada vez que estemos un rato separadas, no puedo aceptarlo. Lo que está claro es que no se ha producido ningún cambio en ella y me he llevado una amarga decepción.

¿Y ahora, qué?

—Odio esa canción—digo en voz baja después de pasarnos una eternidad pegadas como lapas.

—A mí me encanta. Me recuerda a ti.

—A mí me recuerda a una mujer que no me gusta—no quiero volver a escucharla.

—Lo siento—me muerde el cuello y recorre con la lengua mi mandíbula—Me duele el culo—masculla.

Es la ducha más larga que me he dado en la vida.

—Estoy muy a gusto—la imito. Vuelve a llevar la mano a mi cadera y yo salto y doy un grito—¡Para!—chillo—Tienes que comer.

—Cierto. Y yo quiero a mi Britt, desnuda y en nuestra cama, para poder darme un atracón.

Se pone de pie conmigo en brazos, rodeándole el cuerpo, y sin apenas esfuerzo, teniendo en cuenta la mano maltrecha y el cuerpo exhausto.

¿Mi Britt?

Me parece bien

¿Nuestra cama?

Mejor no voy a pensar en eso por ahora.

—Me apunto, pero mi mujer tiene que comer—ya he hecho que corriera hasta caer redondo y sin una gota de combustible en el cuerpo; no voy a ser también la culpable de que se muera de hambre—Primero comida, luego mimos.

—Mimos ahora, comida luego—contraataca mientras sale de la ducha conmigo en brazos y me deposita en el lavabo doble.

—Te voy a dar de comer y punto—le informo. Lo digo muy en serio—¿Dónde está la venda?

—Y punto, ¿eh?—coge una toalla de baño de la pila del estante y empieza a secarme el pelo con la mano sana. Me vendría bien un poco de champú y acondicionador—Me molestaba—le resta importancia a mi preocupación.

Empiezo a temblar. El vestido empapado me roza el cuerpo y tengo la carne de gallina. Santana me envuelve con la toalla y tira de las esquinas para atraerme hacia ella. Me besa con fuerza en los labios. La veo hacer una mueca.

—Y punto. Se me empieza a pegar la forma de ser de mi mujer.

—Tu mujer quiere pegarse a ti—me susurra acercando la entrepierna a mi muslo mientras me besa con dulzura.

—Por favor, come algo primero, Sanny.

Se aparta con cara de pena.

—Vale. Primero comida y luego mimos.

¿Otra concesión?

Esto sí que es hacer progresos. Normalmente nada se interpone en su camino a la hora de tomarme cuándo y cómo le apetece.

—¿Qué tal va la mano?

Mira la mano que sujeta la esquina de la toalla.

—No va mal. Fui buena y le puse un poco de hielo.

—¡Qué valiente!

Sonríe, me da un beso de esquimal y luego otro en la frente.

—Vamos. Necesitas ropa seca—intenta levantarme del lavabo pero la aparto—¡Oye!—protesta.

—La mano. No se te va a curar nunca si sigues llevándome en brazos a todas partes.

Salto del lavabo, me quito las bailarinas mojadas y me bajo la cremallera del vestido antes de quitármelo por la cabeza. Entonces me carga sobre sus hombros y me saca del cuarto de baño.

—Me gusta llevarte en brazos—sentencia tirándome en la cama—¿Dónde están tus cosas?

—En la habitación de invitados—digo recuperándome del viaje por las alturas.

Deja claro su desagrado con un gruñido antes de salir del dormitorio para volver poco después con todas mis cosas repartidas entre su mano sana, debajo del brazo y la boca. Lo echa todo sobre la cama.

—Ya está.

Saco de la bolsa unas bragas limpias y mi sudadera negra extra-grande, pero pronto me arrebata las bragas de algodón. Frunzo el ceño cuando la veo rebuscar en mi bolsa y sacar unas de encaje. Me las pasa.

—Siempre encaje—dice asintiendo con la cabeza, y yo obedezco sin pensar y sin quejarme.

Me pongo las bragas de encaje y la sudadera gigante. Santana se quita los pantalones de correr mojados y se pone otros de algodón azul. Puedo ver que tiene los músculos de la espalda más definidos cuando se agacha para subirse los pantalones, luego busca una camiseta y se la coloca. Sentada, la admiro desde la cama antes de que me coja otra vez en brazos y me lleve a la cocina. Lo primero que hago es apagar la música con un pequeño escalofrío. Luego me planto delante de la nevera para estudiar su contenido.

—¿Qué te apetece?

Tal vez unos huevos, la proteína le vendría bien.

—Me da igual. Lo mismo que vayas a tomar tú.

Se acerca por detrás, coge un tarro de mantequilla de cacahuete y me da un beso en el cuello.

—¡Deja eso!

Intento quitarle el tarro, pero me esquiva y hace una rápida retirada al taburete de la isleta, se coloca el tarro bajo el brazo para desenroscar la tapa y mete el dedo para sacar una buena cantidad. Me mira sonriente mientras se lleva el dedo a la boca y sus labios forman una O cuando lo saca reluciente.

—¡Eres como una cría!

Me decido por el pollo fileteado y lo saco de la nevera. Yo ya he comido, pero voy a tener que hacer un esfuerzo por engullir algo más con tal de que ella coma conmigo.

—¿Soy como una cría porque me gusta la mantequilla de cacahuete?—pregunta por encima del dedo.

—No. Eres una cría por el modo en el que comes mantequilla de cacahuete. Nadie con más de diez años debería meter los dedos en los tarros y, como no me dices tu edad, supongo que tienes más de diez años.

Le lanzo una mirada asqueada mientras saco el papel de aluminio y envuelvo los filetes en jamón de Parma. Luego los pongo en una fuente de horno.

—No hables sin haberlo probado antes—replica—Toma.

Y me planta en las narices su dedo cubierto de mantequilla de cacahuete. Pongo más cara de asco aún. Odio la mantequilla de cacahuete.

—Paso—digo metiendo el pollo en el horno.

Se encoge de hombros y se chupa el dedo. Saco unos guisantes tiernos y unas patatas nuevas de la nevera y los meto en la bandeja de cocción al vapor. Jugueteo con los mandos y el horno empieza a calentarse. Me siento en la encimera y lo miro sonriente.

—¿Lo estás disfrutando?

Hace una pausa a punto de meterse el dedo en la boca.

—Puedo comer mantequilla de cacahuete sin parar hasta que me duela la tripa.

Mete otro dedo en el tarro.

—¿Te duele la tripa?

—No, aún no.

—¿Quieres parar ahora que no te duele y dejar espacio para la comida equilibrada que te estoy preparando?

Lucho para evitar echarme a reír.

Ella no.

Se ríe y, lentamente, enrosca la tapa del tarro de mantequilla de cacahuete.

—Britt, ¿me estás regañando?

—No, te estoy hacienda una pregunta—la corrijo.

No quiero ser su mamá.

Empieza a morderse su carnoso labio inferior; me observa atentamente, con los ojos brillantes.

Me estremezco de pies a cabeza.

Conozco esa mirada.

—Me gusta tu sudadera—dice con un tono suave mientras su mirada baja hacia mis piernas desnudas. La sudadera es grande y me tapa el culo. No es nada sexy—Me gusta cómo te sienta el color negro—añade.

—¿Ah, sí?

—Sí—afirma.

Va a distraerme otra vez. Necesito que coma como Dios manda, y tenemos que hablar de que mañana es lunes y debo irme a casa y luego a trabajar. Después del truquito de depositar un pago desproporcionado por adelantado en la cuenta de Rococo Union me preocupa que todavía siga empeñado en tenerme trabajando todos los días en La Mansión.

—Mañana es lunes—digo en tono positivo.

No sé por qué he elegido ese tono.

¿Por qué positivo y no otro?

—¿Y?—se cruza de brazos.

¿Qué le digo?

¿Es mucho pedir que sea razonable y comprenda que debo ocuparme de otros clientes?

Ha dicho a las claras que no le gusta compartirme, ni social ni profesionalmente.

Tamborileo con los dedos sobre la encimera.

—Nada, sólo me preguntaba qué planes tenías.

Una mirada de pánico cruza por su rostro, y al instante me preocupa que mañana vaya a ser un trauma.

—¿Tú qué planes tienes?

La miro como si fuera idiota.

—Ir a trabajar—respondo.

Empieza a morderse el labio inferior y los malditos engranajes se ponen de nuevo en movimiento. No va a poder convencerme de que no vaya a trabajar.

—Ni se te ocurra. Tengo reuniones importantes a las que debo acudir—le advierto, sin darle tiempo a decir lo que sé que está pensando.

—¿Sólo por un día?

Me pone morritos, pero sé que lo dice muy en serio. Debo prepararme para una cuenta atrás o un polvo de entrar en razón.

—No, seguro que tienes que ponerte al día en La Mansión—afirmo con convicción.

Tiene un negocio que sacar adelante, y se ha pasado una semana inconsciente. No puede esperar que Finn se encargue siempre de todo.

—Supongo que sí—gruñe.

En mi mente, chillo de alegría.

¿No hay cuenta atrás?

¿Ni polvo de entrar en razón?

Estamos haciendo progresos de verdad.

—Ah, Clive me ha dicho que antes vino una mujer—se me había olvidado por completo.

—¿Ah, sí?—parece sorprendida.

—Dijo que estaba intentando subir al ático, que no le dijo su nombre y que tú no contestabas al teléfono cuando trató de llamarte. Castaña, casi rojizo, de unos treinta y tantos, pelo liso...

La observo para ver cómo reacciona, pero ella se limita a fruncir el ceño.

—Hablaré con él. ¿Está ya lista mi comida equilibrada?

¿Eso es todo?

¿Hablará con Clive?

Yo quiero saber quién era.

—¿Quién era?—pregunto como si tal cosa mientras me bajo de la encimera para ver qué tal va la comida.

—Ni idea.

Se levanta y saca unos cubiertos del cajón.

¿Está tratando de evitar el tema?

—¿Segura que no lo sabes?—pregunto, convencida de que sí, mientras saco el pollo del horno y lo pongo en la sartén para darle el toque final.

—Britt, de verdad que no lo sé, pero te prometo que hablaré con Clive para ver si puedo averiguarlo. Ahora, da de comer a tu mujer.

Se sienta con el tenedor en una mano y el cuchillo en la otra sobre la encimera. Si empieza a dar golpes en ella, se los pongo por corbata. Empiezo a servir los platos y a ofrecerle la primera comida que he preparado para ella.

Odio cocinar.

La ataca sin dilación.

—Ñam-ñam—masculla con la boca llena de pollo—¿Qué tal lo has pasado con tu hermano?

Lo habría pasado mucho mejor si ella no me hubiera interrumpido con su numerito.

—Bien—respondo sentándome a su lado.

—¿Sólo bien? Oye, esto está muy bueno.

Me gusta verla comer algo que no sea mantequilla de cacahuete. Ahora mismo es otra mujer, segura y con confianza en sí misma, pero en un abrir y cerrar de ojos se desmorona por completo.

¿De verdad le causo ese efecto?

—Lo hemos pasado en grande. Fuimos al museo de Madame Tussaud y cenamos en nuestro restaurante chino favorito.

El pollo está realmente rico. No me puedo creer que esté cenando otra vez.

—¿Al Madame Tussaud?

—Sí, es lo que hacemos siempre—me encojo de hombros.

—Es bonito tener costumbres—parece sincero—Pero ¿tú no habías cenado ya?—mira mi plato y me sonrojo—¿Es que estás comiendo por dos?—me pregunta observándome.

Casi me atraganto con una patata.

—¡No!—la comida se me sale de la boca. Ya le he dicho que eso es imposible. Me gustaría que dejara el tema—No puedo estar comiendo por dos, ¿verdad? A menos que seas mágica, no te preocupes—gruño, y vuelvo a mi cena.

Sigue comiendo mientras de vez en cuando profiere sonidos de agradecimiento con el tenedor en la boca. Pensaría que se está burlando de mí si no lo hubiera probado; me ha salido bueno.

Cuando hemos terminado, cargo el lavavajillas y empiezo a pensar en esto y en lo otro. Me reconcome el hecho de que le haya quitado importancia a la visita misteriosa de ese modo.

Me molesta que haya sido tan poco clara.

Me vuelvo para preguntarle y me doy de bruces contra sus pechos.

—¡Ay!

Respira con fuerza. Mis ojos reparan sus pezones duros que levantan su camiseta.

—Quítate la sudadera, Britt—me ordena con la voz baja y ronca.

Miro sus ojos oscuros y tomo nota mental de que no está de broma.

Quiero expresar que no me siento satisfecha con cómo ha evitado mis preguntas, pero sé que ahora mismo no llegaría a ninguna parte. Además, me encanta ver que mi mujer dominante ha vuelto.

Hacía demasiado tiempo que no la veía.

Cojo el bajo de la sudadera y tiro de ella despacio hacia arriba, me la saco por la cabeza y la tiro al suelo. Santana admira mi cuerpo con la vista, que recorre mis pechos desnudos y se posa en el triángulo donde se unen mis muslos.

—Eres de una belleza imposible, y toda mía.

Hunde los dedos en el elástico de mis bragas y las baja lentamente por mis piernas mientras se pone de rodillas. Me da un golpecito en un pie para que lo levante y luego en el otro. A continuación rodea mis tobillos con las manos.

Quiero decirle que tenga cuidado con la mano lastimada, pero su caricia es tan ardiente y mi piel tan sensible que ha desatado una tormenta en mí y un tsunami líquido fluye de mi entrepierna.

Miro hacia abajo para observarla y veo que mi pecho sube y baja cuando respiro. Santana provoca reacciones de lo más increíble en mí. Estoy indefensa ante ella.

No hay solución.

No tengo remedio.

Su mirada encuentra la mía.

—Creo que dejaré que te corras tú primero—dice con voz ronca—Luego te vamos a partiros en dos.

Trago saliva ante su apasionada promesa y ella recorre con las palmas de las manos mis piernas, desde los tobillos hasta las nalgas, y luego tira de mí hacia su boca impaciente. Su invasión me reduce a una montaña de gemidos. Su lengua se pasea por todo mi ser, de forma experta, con un propósito. Mis manos encuentran su pelo y mis caderas trazan círculos hacia su boca sin que mi cerebro les diga nada.

Echo la cabeza atrás.

—Mierda—gimo mientras mi sexo palpita y se acelera hasta llegar a una vibración constante.

—Esa boca—masculla contra mi piel, cosa que sólo sirve para acercarme un poco más al éxtasis total.

Siento una de sus manos deslizarse por mis nalgas hasta el interior del muslo. Introduce un dedo en mí. Con un grito desesperado le suelto la cabeza para apoyarme en la encimera en busca de un punto de sujeción; su dedo se mueve en círculos, ensanchándome y rozando la pared delantera en cada rotación. Estoy a punto. Mis músculos se aferran a su dedo con avidez.

—Dime cuándo, Britt.

Mete otro dedo y empuja la mano más adentro. Entre eso y la vibración de su lengua contra mi clítoris, no puedo más.

—¡Ya está!—grito empujando mis caderas hacia su boca, intentando que la sensación disminuya de intensidad.

Una nueva arremetida acaba conmigo, y me empotro contra la encimera entre violentos temblores. El corazón se me va a salir del pecho.

Aminora el ritmo y me acaricia con suavidad, dejando que vague y me tranquilice con un suspiro hondo y satisfecho.

—Tú tampoco estás mal—digo al tiempo que tiro de su camiseta y mirarla.

Levanta la vista pero no aparta la boca de mí, sigue trazando suaves círculos e introduciéndome los dedos, sin prisa, adentro y afuera.

—Lo sé—se vanagloria—¿Verdad que eres afortunada?

Niego con la cabeza.

Es una engreída.

Me deprimo al recordar, otra vez, por qué es tan buena. Aparto la imagen de mi cabeza de inmediato y borro todos los pensamientos desagradables relacionados con Santana y su pasado sexual. En vez de eso, me centro en cómo se pone de pie sin dejar de lamerme durante su ascenso. Llega a mi pezón, lo mordisquea ligeramente.

—¿Estás lista para que te follen como Dios manda, Britt?

—Vuélvete loca—la desafío mientras me agarro a sus hombros.

Me besa, posesiva, y se deleita en mi boca. Cuando se porta como ahora me olvido de sus momentos de debilidad, en los que yo la consuelo, la abrazo y le digo que todo irá bien. Pero ahora mismo es dominante y tremendamente sexy. Me encanta, y la echaba mucho, muchísimo de menos.

Sin separar los labios de los míos, me saca de la cocina y me lleva al gimnasio.

¿El gimnasio?

Abre la puerta de una patada, me deja de pie en el suelo. Me muerde el labio inferior y empieza a andar hacia adelante, por lo que yo tengo que hacerlo hacia atrás. Se detiene tras unos pocos pasos y me besa la oreja. Su aliento tibio hace que todos mis sentidos entren en ignición. Mentalmente, le suplico que se dé prisa.

—¿Te apetece hacer ejercicio?—susurra.

—¿Qué tienes en mente?

Froto la mejilla contra su cuello mientras ella me mordisquea la oreja y hace que vuelvan las palpitaciones en mi sexo, lentas y sutiles. Se aparta de mí y la ausencia de su cuerpo cálido me deja helada y deseando que vuelva de inmediato.

Miro el gimnasio y me pregunto qué habrá planeado. Luego la miro a ella. Me observa con los ojos llenos de promesas mientras se baja los pantalones. Su sexo queda en libertad.

Jadeo.

No sé por qué, ya la he visto unas cuantas veces, pero todavía me corta la respiración. Deslizo la mirada hacia arriba, más allá de la cicatriz, y la dejo unos instantes en sus hermosos pechos. Nunca me cansaré de admirar el cuerpo de la  mujer que tengo delante.

Nunca.

Es una obra de arte, esculpida y tallada con la más absoluta perfección.

Con la cabeza, señala detrás de mí y yo me vuelvo despacio, pero todo cuanto veo es la máquina de remo y el saco de boxeo. Me vuelvo de nuevo para mirarla. Tiene el rostro impasible y, despacio, señala otra vez con la cabeza, lo que me indica que lo que sea que tiene en mente está, en efecto, detrás de mí. Entonces lo pillo. Ha dicho que íbamos a partirnos en dos.

¡Madre de Dios!

—Ah—susurro.

Avanza lentamente hacia mí y el potencial de sus intenciones me hace temblar. Me coge de la mano y me lleva hacia la máquina de remo. Se sienta en el banco. El posible escenario me hace jadear de anticipación. Tira de mí y me quedo de pie delante de ella. Con la mano lastimada guía mi pierna para que me coloque a horcajadas sobre sus caderas. La miro y mi corazón late a más no poder a la espera de instrucciones. Me coge los pechos entre las palmas de las manos y los masajea hasta que se vuelven pesados y me duelen. No se me escapa que hace una mueca de dolor, pero no se detiene, y yo tampoco voy a decirle que pare.

—Mmm.

Echo la cabeza atrás y abro la boca para dejar escapar pequeñas bocanadas de aire.

—Britt, me estás matando—levanto de nuevo la cabeza para que nuestras miradas se encuentren—Te quiero, Britt—susurra deslizando las manos en mis caderas—doy un respingo y las comisuras de sus labios bailan—Me encanta cuando saltas cada vez que te toco aquí—con los índices dibuja círculos en mis puntos sensibles. Me cuesta mantener la compostura—Me encanta lo mojada que estás por mí, aquí—desliza un dedo dentro de mí, arrastra mis fluidos consigo y luego pasa la mano por mis labios. Gimo—Me encanta cómo sabes.

Introduce el dedo en su boca y lo lame lentamente sin dejar de mirarme. Luego vuelve a cogerme de la mano, tira de mí y me lleva hacia su sexo expectante.

Baja su mano y chillo cuando me penetra. Entonces yo también la penetro. Apoya la frente en la mía.

—Me encanta cómo me siento dentro de ti—pasa el brazo por debajo de mis nalgas—Rodéame con las piernas—ordena.

Me aferro a ella por la cintura y cruzo los tobillos a su espalda para acercarme más a ella. Se le corta la respiración cuando me inclino hacia adelante y le pongo la mano libre sobre el hombro.

—Te quiero—afirma rotundamente cuando empieza a moverse para que nos deslicemos hacia adelante en el banco.

La frenada brusca al final de los raíles me sobresalta y dejo escapar un pequeño grito.

Cierra los ojos.

Sí, empiezo a ver las ventajas de esto.

Nuestras penetraciones son profundas, pero no harán falta muchas idas y venidas de éstas para que le suplique que haga que me corra.

Cuando abre los ojos, bajo los labios hacia los suyos y ella acepta mi necesidad de contacto.

Me encanta su boca.

Me encanta lo que hace con ella.

Me encantan las palabras que usa y los tonos que emite esa boca.

Me encanta la forma en que se muerde el labio inferior cuando delibera sobre algo que le parece importante.

—Te quiero, Sanny—digo contra sus labios.

Se aparta; su apuesto rostro está radiante.

—No sabes lo feliz que eso me hace—señala, y hace que nos deslicemos de nuevo al comienzo del raíl—¿Me necesitas?

Me preparo para el frenazo, que sé que llegará con el final del trayecto, y ambas gemimos juntas cuando llega.

—Te necesito.

—Eso también me hace muy feliz. ¿Otra vez?—pregunta, aunque ya está empujando de nuevo hacia el final del raíl.

—Por favor.

Frenazo.

—¡Ah!—mascullamos.

Cuando la sensación de mi estómago se transforma en un lento ascenso hacia el clímax. Viajamos de nuevo por el raíl, esta vez un poco más de prisa.

¡Frenazo!

—¡Ah!

—Lo sé—susurra—¿Más?

—¡Sí!

Hundo la lengua con desesperación en su boca. Hace que nos deslicemos con suavidad, pero esta vez no deja que lleguemos al final, sino que empuja con los pies y vuelve a enviarnos al inicio del raíl. Chocamos con fuerza, nuestros cuerpos colisionan y tengo que dejar su boca y hundir la cara en su hombro para ahogar un grito.

—¡Mierda!

Repite el mismo delicioso movimiento.

¡Travesía e impacto!

Esto es muy intenso.

Nunca nos habíamos sentido tan dentro de la otra.

Poso la boca en su hombro y me resisto al impulso de clavarle los dientes. Mi mano libre se desliza en su nuca intentando sujetarme con fuerza mientras nos desplazamos de nuevo hacia el inicio del raíl, listas para otro choque.

Mis entrañas se retuercen. Santana hace que nos catapultemos de nuevo al inicio y, cuando chocamos, mis dientes se clavan en su hombro y grito de puro placer.

Es exquisito.

—¡Joder, Britt!—dejo de morderla y beso las marcas que han dejado mis dientes mientras descendemos de nuevo—Vuelve a morderme en el hombro—jadea.

Ah, le gusta.

Recuerdo la de veces que la he mordido y que le he clavado las uñas. Hago lo que me dice y gimo contra ella mientras vuelvo a morderla cuando chocamos.

—¡Mierda, voy a correrme!—grita, y deja que nos deslicemos otra vez—¿Lista?

—¡Sí!

Acerco la boca a su hombro y le clavo los dientes con suavidad, preparada para la arremetida.

Santana se deja ir.

Se acabaron los movimientos controlados. Hace que nos deslicemos y choquemos sin descanso mientras yo sigo clavándole los dientes y las uñas en el hombro.

La intensidad con la que nuestros dedos colisionan contra nuestro interior hace que gritemos nuestros nombres entre dientes. Noto fuegos artificiales en el vientre mientras ella continúa deslizándonos y dejándonos chocar, empujándome hacia la detonación final.

Las embestidas incansables de sus dedos, enterrados muy dentro de mí, hacen que galope hacia la línea de meta, y de repente me corro, empujada al éxtasis por un choque tremendo y un grito al unísono. Hundo los dientes en su hombro una vez más y Santana levanta las caderas y su mano, gritando con fuerza.

Dios mío.

Todavía estoy palpitando y sumida en mi orgasmo cuando, apenas consciente, noto que me mecen con suavidad. Aparto la cara de su hombro y la beso en la marca que han dejado mis dientes.

—Es usted una salvaje, Britt-Britt.

Gira la cabeza para mirarse el hombro y luego me mira a mí. Toma posesión de mi boca, me da un beso profundo y yo la aprieto con fuerza con mi brazo, unida a ella en la pasión del momento.

Podría quedarme así para siempre, encajada con ella.

—Voy a llevarte a la cama y vamos a dormir toda la noche dentro de la otra—empieza a levantarse despacio, sin soltarme—Ahora bésame—me ordena antes de echar a andar para salir del gimnasio conmigo agarrada a su cintura.

Le paso la mano por el pelo y le doy un tirón para acercar la boca a la suya.

—Una salvaje—dice contra mis labios.

Sonrío y abro los ojos en el momento en que comienza a subir la escalera. Me mira cuando nuestras lenguas se entrelazan y bailan a su ritmo entre nuestras bocas. Le mantengo la mirada durante todo el camino hasta llegar al dormitorio.

Me deposita en la cama, debajo de ella. Puedo sentir cómo se humedece otra vez.

Esta mujer es incansable.

Con su mano libre agarrándome del trasero, me desplaza sobre la cama hasta que mi cabeza encuentra una almohada. Nuestras bocas y nuestros cuerpos permanecen unidos todo el tiempo.

—Quédate conmigo—dice mientras me aparta el pelo de la cara.

Me observa atentamente; los ojos le brillan de satisfacción por tenerme entre sus brazos.

—Estoy aquí.

—Vente a vivir conmigo.

Me acerca la cara y su nariz traza círculos sobre la mía.

¿Perdón?

¿Es que esta mujer no conoce el significado de la palabra «gradual»?

Va un poco de prisa, y todavía no hemos hablado de las cosas importantes, como La Mansión, el trabajo y su forma imposible de ser.

—Te quiero aquí cuando me voy a dormir—lame mi labio inferior—Y te quiero aquí al despertarme. Empezar y terminar mi día contigo es todo cuanto necesito, Britt.

Soy perfectamente consciente de que si no le doy la respuesta que quiere oír me espera una pataleta o un polvo de entrar en razón, y no me apetece estropear el momento.

Necesito este momento.

—¿No crees que es un poco pronto?

Saco mis dedos de ella.

Levanta la cabeza y su expresión todavía no es la de una pataleta, pero está en camino.

—Está claro que para ti lo es.

—Sólo han pasado dos días—digo en un intento de hacerlo razonar.

Frunce el ceño.

—¿Dos días desde qué?

Se incorpora y, al apartarse y apoyar el codo sobre la cama, saca un poco sus dedos de mí. Los empuja hacia adelante, junto con un movimiento de caderas y el aliento se me queda atrapado en la garganta.

—Quiero esto todas las mañanas y todas las noches—sonríe, sabe perfectamente lo que me está haciendo. Me va a echar un polvo de entrar en razón—Y quizá un poco entremedias.

Se aparta otro poco y vuelve a empujar con fuerza.

Cierro los ojos.

No me engaño: sé que no va a hacerme el amor. Quizá, si le digo que sí, consiga a la Santana galante, pero no estoy segura de querer venirme a vivir con ella.

—Sólo me quieres por mi cuerpo.

Finjo sorpresa al quedarme sin aliento. Jadea y me penetra lentamente con un movimiento controlado.

—¿No te gusta esto?

Echo la cabeza hacia atrás y gimo.

—No juega usted limpio, señora López.

Se retira despacio.

—¡Di que sí!—grita embistiendo hacia adelante, dejándome sin respiración y obligándome a sujetarme a la cabecera de la cama— ¿Voy a tener que echarte un polvo de entrar en razón, Britt?

Ahí está.

Va a echarme un polvo de entrar en razón cuando no tiene razón.

¿Qué me venga a vivir con ella?

Es demasiado pronto.

Se me tensan los músculos y se me calienta la sangre, que corre por mis venas a velocidad de vértigo.

Odio que me haga esto.

Todo esto de ser tan sensible a ella es una locura de tomo y lomo.

—¡No!—exploto, y me penetra con más ímpetu mientras suelta un gruñido.

Con la mano lastimada, me sujeta por la nuca y me obliga a levantar la cabeza para mirarla. No estoy segura de sí tiene el ceño fruncido porque está enfadada o por el esfuerzo de estar apoyada en una mano, al mismo tiempo que me sujeta al cabeza, con la mano lastimada.

—Dilo—me ordena, y vuelve a cargar hacia adelante.

No voy a ceder.

Es demasiado pronto, de verdad.

No va a parar, ha ido demasiado lejos.

—No—digo con claridad y firmeza entre jadeos.

Gruñe y me embiste sin piedad. Me aferro a ella con los músculos del vientre mientras me empuja hacia la cabecera de la cama.

—¡Mierda, dilo de una vez, Britt!—ruge.

Una gota de sudor le cae por la sien, y la arruga de la frente se coloca en posición.

—¡No!

—¡Britt!—grita, y su voz resuena en la habitación antes de que junte la boca con la mía con furia.

Retrocedo y me repliego ante el poderío de su cuerpo y la avidez de su boca mientras mi orgasmo inminente se cuece a fuego lento en mi entrepierna.

—¿Te gusta?—jadea contra mi boca al tiempo que persiste con sus embestidas incesantes.

—¡Sí!

—¿Lo quieres todos los días?

—¡Sí!—grito, ¡y es verdad!

Me tira del pelo con más fuerza y mueve las caderas y su mano con más brío.

—¡Entonces dilo!—brama.

Siento que mis dudas se disipan mientras vuelo hacia un pozo de puro placer bajo su cuerpo. La razón se desvanece cuando Santana se apodera de mi cuerpo, de mi alma y de mi mente.

—¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Joder, sí!—grito.

—¡Esa boca!

Su voz atronadora se hace más aguda a medida que se une a mi placer, y me suelta el pelo antes de hundir el puño en el colchón. Se adentra en mí todo lo que puede y se queda ahí, con la cabeza echada hacia atrás.

Ruge.

Siento su orgasmo caliente.

Suelto la cabecera de la cama y me agarro a sus pechos. Saca sus dedos de mí y deja caer la cabeza, nuestras miradas se encuentran y balancea las caderas para calmarnos a las dos.

—¿A que no ha sido tan difícil?

Su voz es seca y áspera. Le acaricio los pechos con las palmas de las manos.

—Estaba embriagada—respondo, y me doy una patada mental por lo bien que he elegido la frase.

No puede tomarme la palabra, no así. Pero entonces caigo en la cuenta de que es Santana, mi mujer controladora y exigente. Me va a tomar la palabra, no me cabe duda.

Sonríe.

Es una sonrisa amplia y gloriosa, y me besa con ternura. Luego se tumba en la cama, de forma que quedo tendida sobre su pecho. Sus dedos recorren mi columna vertebral y me recoge el pelo.

Me acurruco feliz contra ella.

Suspira.

—No puedo estar contigo las veinticuatro horas del día, San—comento, pensativa, aunque tal y como me siento ahora mismo, la idea es tentadora.

¿Por qué no iba a querer esto por las mañanas, por las noches y un poco entremedias?

Deja escapar un largo suspiro, cansado.

—Ya sé que no puedes, pero ojalá fuera posible.

—Tengo un empleo, una vida...

—Yo quiero ser tu vida.

—Lo eres, Sanny—respondo con dulzura.

En ocasiones puede ser tan delicada y tan vulnerable, y sé que yo soy la respuesta.

Dista mucho de la bruta dominante que acaba de echarme un polvo de entrar en razón, aunque ¿esto es entrar en razón o es locura pura y dura?
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por micky morales Vie Mayo 22, 2015 8:16 am

bueno ya quiero ver a britt mudandose con santana!
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por Susii Vie Mayo 22, 2015 10:06 am

Que se vayan a vivir juntas y punto. Si hace montones de capitulos que no se va a su casa xd njdkdbd es lo mismo c:
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por 23l1 Vie Mayo 22, 2015 8:25 pm

micky morales escribió:bueno ya quiero ver a britt mudandose con santana!


Hola, jaajaj si es que ya no lo esta xD ajajajajaajja. Saludos =D


Susii escribió:Que se vayan a vivir juntas y punto. Si hace montones de capitulos que no se va a su casa xd njdkdbd es lo mismo c:


Hola, jjajaajajjajaj toda la razón xD jajaajajajajajajaj... esperemos y las cosas sigan así entonces jajajajaaj. Saludos =D
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Finalizado FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 7

Mensaje por 23l1 Vie Mayo 22, 2015 8:28 pm

Capitulo 7

Estoy helada.

Hago una mueca de dolor ante la luz que ataca mis ojos, los abro de golpe y me incorporo de un salto.

¿Dónde está?

Me aparto el pelo de la cara, salto de la cama y corro al cuarto de baño.

No está.

Presa del pánico, vuelo escaleras abajo y no paro hasta llegar a la puerta de la cocina.

—Buenos días.

Deja su taza de café y se acerca hacia mí. Es como si estuviera mirando a otra mujer.

¿He estado soñado los últimos dos días?

Lleva puesto un traje gris marengo ceñido, una camisa blanca reluciente. Se ha maquillado y se ha peinado su negro cabellos en una coleta. Sus ojos oscuros brillan encantadores y lleva unos tacones de muerte.

Está impresionante.

—Bu... buenos días—tartamudeo.

Estoy confundida.

Se acerca y me rodea la cintura con el brazo y me aproxima a su boca.

—¿Has dormido bien?—pregunta rozándome los labios con los suyos.

—Mmm—murmuro.

Me he quedado estupefacta.

Estaba segura de que esta mañana iba a tener que librar una batalla campal con doña Difícil.

—¿Ves? Por eso te quiero aquí mañana, tarde y noche—musita.

—¿Por qué?

Frunzo el ceño.

¿Para que pueda hacer esto todas las mañanas?

Tal vez lo de mudarme con ella no sea tan mala idea, después de todo.

Me sienta sobre sus rodillas y se aparta para poder verme mejor. Se pasa la mano lastimada por la barbilla, levanta una ceja y me dirige una media sonrisa.

¡Mierda!

¡Pero si estoy en pelotas!

—¡Joder!

Me vuelvo e inicio una rápida retirada hacia la escalera.

No llego muy lejos.

Me pilla a medio camino, me rodea la cintura con el brazo y me levanta del suelo.

—¡Cuidado con esa boca!

Me lleva de vuelta a la cocina y me sienta sobre la isleta.

—¡Ay!—grito al notar el frío del mármol en mi trasero.

Se echa a reír y me separa los muslos antes de meterse entre ellos.

—Quiero que bajes a desayunar así todos los días, Britt.

Su índice se pasea desde mi rótula hasta la ingle.

Ahora estoy más que despierta. Y tensa.

—Estás muy segura de que voy a estar aquí todas las mañanas—digo con toda la tranquilidad con la que una mujer puede hablar cuando una diosa le está pasando el dedo por el vello púbico.

Estoy intentando mantener el control y comportarme como si nada, pero lo cierto es que estoy tiesa como un palo y ella lo sabe. De todos modos, no puede obligarme a cumplir lo que he prometido en mitad de un orgasmo.

Lucha por contener una sonrisa.

—Lo estoy porque tú aceptaste. Lo que dijiste exactamente fue...—mira al techo como si se estuviera concentrando mucho y luego me mira a mí—Ah, ya me acuerdo. Dijiste: «¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Joder, sí!»

Pierde la batalla por contener la risa y las comisuras de sus labios se levantan picaronas mientras introduce un dedo en mi interior.

Me tenso todavía más.

—¡Fue en un momento de debilidad!

No puedo ocultar el deseo en mi voz.

Me ha pillado.

Traza círculos con el pulgar sobre mi clítoris y empiezan a dolerme los músculos de las piernas. Cambio de postura sobre la encimera para facilitarle el acceso.

Soy una chica fácil.

—¿Tengo que recordarte por qué fue una buena decisión, Britt-Britt?

Me besa en los labios e introduce un segundo dedo en mí.

De repente, soy puro deseo.

No, no hace falta.

No tiene sentido pero quiero el recordatorio.

La cojo de la chaqueta, aprieto los puños y gimo en su boca. Noto cómo se ríe contra mis labios antes de soltarlos y tumbarme sobre la isla de la cocina. El frío del mármol se extiende por mi cuerpo, pero en estos momentos no me importa lo más mínimo.

La necesito... otra vez.

Su mirada me quema.

Con movimientos rápidos me penetra con tres dedos.

—¡Éste es otro motivo!—ruge retirándolos y volviéndolos a introducir en mí.

—¡Ay, Dios! ¡San!

Echo la cabeza atrás sobre el mármol y arqueo la espalda para volver a ella.

Por el amor de Dios, esta mujer sabe moverse.

Marca un ritmo estremecedor que me tiene agarrada al borde de la encimera con todas mis fuerzas, o me caería al suelo.

—¡Joder, eres perfecta, Britt!

Introduce sus dedos en mí de nuevo, con fuerza. Se me escapa un gemido de desesperación.

No sé qué hacer.

Es incansable y carga una y otra vez.

Estoy mareada.

Me coge una teta con la otra mano y la masajea con fuerza sin perder el ritmo de sus contundentes estocadas.

—¿Te refresca la memoria?—ruge, pero soy incapaz de responder.

Me he quedado muda. Cada una de sus poderosas arremetidas me acerca más y más al final. Cojo aire y contengo la respiración cuando llego al borde del orgasmo.

—Respóndeme, Britt—me ordena—¡Ahora!

—¡Sí!

—¿Vas a vivir conmigo?

Me aprieta la teta con más fuerza. Sus dedos siguen embistiéndome sin descanso.

—¡Ay, Dios! ¡Ay, Dios! ¡San!

—¡Responde a la puta pregunta, Britt!

Las continuas estocadas me están volviendo loca, la cabeza me da vueltas y mi vientre tiembla sin control.

—¡Sí!—chillo mientras suelto todo el aire que tenía en los pulmones y me catapulto a una sensación de plena satisfacción que me hace temblar de pies a cabeza y me arquea la espalda.

Mi cuerpo se sacude repetidamente con violentos espasmos.

—¡Sí!

Ella se derrumba sobre mí y me aprisiona contra el mármol. Dejo caer los brazos por encima de la cabeza con una exhalación de agotamiento y permito que mis músculos se contraigan de forma natural a su alrededor mientras yacemos jadeando y sudorosas en la isleta de la cocina.

Estoy hecha polvo.

Podría volver a la cama pero tengo que ir a trabajar y, aunque no se lo confesaré nunca a Santana, la verdad es que no tengo ningunas ganas de ir. Preferiría que me llevara en brazos al dormitorio y me hiciera el amor todo el día, y quizá también toda la noche.

—Buenos días—jadeo.

Ella levanta la cabeza para mirarme.

—Dios, no sabes cuánto te quiero, Britt-Britt.

—Lo sé—suspiro.

Necesito volver a acostarme. Me siento como si acabara de correr una de sus maratones. Le acaricio con la palma de la mano rostro suave. Me besa la mano, se levanta y me da otro beso en el estómago antes de sacar sus dedos de mí y limpiarlos.

—Tengo que irme. Sal de mi vista antes de que vuelva a poseerte—me coge de la mano y tira para levantarme del mármol; luego me da un beso largo y sensual en los labios—Corre, Britt.

Sopeso la posibilidad de no moverme ni un milímetro. Quiero más, pero ella parece satisfecha con continuar su día sin mí, y eso debe de ser bueno. No quiero descarriarla, así que me marcho, en cueros, y consciente de que me está mirando. Me detengo en el arco de la entrada y me vuelvo. Está de pie con las piernas un poco abiertas y los ojos brillantes. Me observa con atención.

—Que tengas un buen día, Sanny—sonrío, me paso el dedo por la raja húmeda y luego me lo llevo a la boca.

Sí, soy toda una tentación.

—Que te den, Britt—me espeta.

Me río, doy media vuelta y subo escaleras arriba.

¡Soy un zorrón!

Pero me da igual.

Esta mañana está muy contenta y eso me tiene gratamente sorprendida. Me estaba preparando para una batalla campal, para intentar salir del ático sin Santana y sumergirme en mi jornada laboral.

Esto es hacer progresos.

Estoy feliz.

Es lunes y tengo un montón de cosas que hacer. Me siento poderosa y necesito un vestido acorde con mi actitud.

Gracias a Dios, Rachel tuvo la iniciativa de meter algo de ropa de trabajo en la bolsa y... mi vestido negro sin mangas con falda lápiz.

Me ducho y hago lo que puedo con el pelo antes de embutirme en el vestido y coger los tacones rojos para bajar la escalera, pero me detengo en seco en el umbral de la puerta.

¡Mierda!

No tengo el coche aquí y necesito las carpetas que están en el interior. Salgo del ático a toda velocidad. Clive está en el vestíbulo, recogiendo un paquete. Corro hacia la luz del día y me dirijo a él mientras me pongo las gafas de sol.

—¡Clive, necesito un taxi!

—Brittany, ¿qué tal estás?—me sonríe, feliz—Tu coche te está esperando.

—¿Mi coche?

Señala un Range Rover negro y veo a Finn, que está sentado sobre el capó hablando por el móvil. Lleva puestas las gafas de sol y el traje negro de rigor. Me dirige una inclinación de la cabeza, su saludo habitual. Empiezo a caminar hacia él pero me acuerdo de algo. Me vuelvo hacia Clive.

—¿Ha hablado Santana contigo sobre la visita de ayer?

—No, Brittany.

Clive vuelve a su mesa.

Hum, ya me lo imaginaba.

Me acerco a Finn y oigo el final de su conversación:

—La tengo al lado, Santana. Llegaré en seguida

Su voz grave hace que siempre parezca estar de mal humor. Cuelga y con la cabeza señala el coche. Eso significa que quiere que suba. Me dirijo hacia el asiento del acompañante. Si no tuviera tanta prisa, protestaría.

—¿Por qué estás aquí?—pregunto mientras subo al coche.

—Santana me pidió que te llevara a trabajar.

No parece impresionado. No quiero causarle molestias. Santana debe de haberse dado cuenta antes que yo de que mi coche no estaba aquí, pero soy perfectamente capaz de coger un taxi. No hacía falta que lo arreglara para que alguien me llevara.

Además, ¿por qué no se ha quedado y me ha llevado ella?

—Necesito que me lleves donde está mi coche, ¿te importa? Está en casa de Rachel, en Notting Hill.

Asiente, baja la ventanilla y apoya el codo en el marco. Tiene pinta de ser un tío duro, un cabrón de armas tomar. Me pregunto cómo se conocieron Santana y él.

Sí, trabaja para Santana, pero parece saber lo de su problema con la bebida (o que no tiene ningún problema con la bebida, lo que sea).

Tengo un millón de preguntas en la punta de la lengua pero me resisto. Si he aprendido algo sobre el grandulón de Finn es que no es muy hablador. Entonces se me escapa una pregunta.

—¿Has arreglado ya la puerta de entrada?—se vuelve despacio hacia mí y veo que frunce ligeramente el ceño. Le sostengo la mirada pero él sigue sin contestar—Las puertas de la entrada de La Mansión—insisto—, las que se estropearon el domingo.

Asiente un par de veces y vuelve a mirar a la carretera.

—Todo arreglado, rubia.

Seguro que sí.

¿Sabrá lo que estoy pensando?

Realizamos el trayecto en silencio, salvo esa especie de zumbido constante que emite él.

Me deja en casa de Rachel.

—Gracias, Finn.

—No hay de qué—masculla, y acto seguido desaparece.

Son las ocho. Tengo tiempo, así que corro por el sendero que lleva a casa de mi amiga. Entro y me la encuentro batiendo un cuenco enorme de azúcar y mantequilla.

—Hola.

Meto el dedo en el cuenco. Lo aparta con la cuchara.

—¡Fuera! ¡Tengo mucho que hacer! Ayer no hice nada de nada.

Está nerviosa, lo que no es nada habitual en ella, que siempre parece estar tranquila y tenerlo todo bajo control.

¿Qué la habrá puesto así?

—¿Ah, sí?—me río.

—Muy divertido—me suelta mientras echa harina en la balanza.

Tomo la sensata decisión de dejarlo estar.

—¿Qué tal tu hermano?—me pregunta.

Vaya, hemos pasado de «Sam» a «hermano».

—Está bien—digo simplemente; no voy a entrar en detalles.

—¿Y San?—pregunta con la lengua fuera mientras se inclina para calibrar la balanza.

—Sí.

Me siento en uno de los sillones. Se endereza y me mira inquisitiva. No he tenido tiempo de darle detalles, hay demasiadas cosas sobre las que quiero saber su opinión.

—¿Britt?

Suspiro.

—Quiere que me vaya a vivir con ella. He dicho que sí, pero sólo porque me echó lo que ella llama un polvo de entrar en razón cuando le dije que no, seguido de un polvo de recordatorio esta mañana.

Me encojo de hombros.

Me mira boquiabierta.

—¡Caray!

Me echo a reír.

—Ya.

—¿No es un poco pronto?

La pregunta me sorprende pero me alegro de que sea de la misma opinión que yo.

—Eso creo yo también. Me quiere por la mañana, por la noche y un poco entremedias. Ya es bastante terrible, con todas sus exigencias, su manía de controlarlo y preocuparse por todo. Podría perder mi identidad.

—Bueno claro. ¿Se lo has dicho a ella?

Echa la harina en el cuenco y comienza a batir la mezcla otra vez.

—No. Oye, ¿qué pasó en La Mansión el sábado por la noche, y por qué no contestaste a ninguna de mis llamadas?—inquiero.

Me clava sus brillantes ojos marrones.

—¡Nada!—me ladra a la defensiva—Se me olvidó devolverte las llamadas.

Sospecho de inmediato.

—Me refería a lo de la policía—digo con una ceja levantada.

Le ha faltado tiempo para decirme que nada.

¿Qué habrá estado haciendo?

—¡Ah!—se pone nerviosa y temblorosa y vuelve a batir la masa para tartas con demasiada fuerza—Bueno no sé. San apareció y la policía se fue poco después.

—¡Hola!

La voz cantarina de Quinn procede de la puerta, y las dos alzamos la vista a la vez. Toso, mirando hacia todas partes menos a ella.

—Hola—digo levantando la mano para saludarla.

Me he puesto roja como un tomate e, incómoda a más no poder; miro a Rachel, suplicándole en silencio que haga algo con esa cabroncete descarada.

—Lucy, ponte algo de ropa encima—la riñe ella con una pequeña sonrisa.

—Venía a ayudar—replica.

Sigo mirando a todas partes menos a Quinn. Santana tenía razón: es una exhibicionista.

Está en cueros.

Lo único que lleva puesto es uno de los diminutos delantales de Cath Kidston de Rachel. Pasa junto a mí y mis ojos vagan hacia su trasero, prieto y al descubierto.

—Ya has hecho que me retrase bastante—gime Rachel dándole un azote en el culo con una espátula cubierta de masa para tartas.

—Espero que la tires—digo, y me echo a reír.

Ella también ríe y empieza a lamer la espátula con una sonrisa de oreja a oreja. Disfruta viéndome tan incómoda. Quinn se vuelve hacia mí con la sonrisa más grande que he visto nunca en su rostro picarón. Es obvio que ella también disfruta viendo lo incómoda que estoy. Entonces se inclina un poco hacia adelante y le planta el culo en la cara a Rachel.

—Ahora vas a tener que lamerlo todo.

Azorada, salto de inmediato del sillón.

—Mejor me voy—suelto a toda velocidad con una vocecita aguda y chillona.

No quiero presenciar la «operación limpieza del culo cubierto de masa para tartas de Quinn.»

—¡Hasta luego!—Rachel se ríe a carcajadas al ver cómo salgo huyendo.

—Oye, ¿cómo está mi S?—pregunta Quinn.

No vuelvo la cabeza por miedo a lo que pueda ver.

—¡Bien!—grito cerrando la puerta al salir.

En mi mente no dejo de darles vueltas a las respuestas breves y cortantes de Rachel a mis preguntas sobre La Mansión. Ni siquiera quiero imaginar lo que estoy pensando.

Voy en coche a trabajar.

Podría haber cogido mis carpetas y haberme metido en el metro, pero tengo intención de recoger el resto de mis pertenencias de casa de Elaine cuando salga de la oficina. He estado posponiéndolo toda la semana porque llamó a mis padres. No he hablado con ella del tema y creo que no voy a hacerlo.

¿Para qué?

No quiero entrar en el juego de dimes y diretes. La verdad es que ni siquiera tengo ganas de volver a verla, al menos hoy no.

Llego a la oficina a tiempo de ver un ramo enorme de calas sobre mi mesa.

Suspiro.

¿Cómo consigue que envíen las flores tan de prisa?

Busco la tarjeta.


ERES UNA SALVAJE Y UNA CALIENTABRAGUETAS.
ME VUELVES LOCA.
TE QUIERO.
BSS, S.



¿Que yo la vuelvo loca a ella?

Esa mujer delira.

Le mando un mensaje rápido.

Lo sé. Las flores son preciosas. Gracias por llevarme al... trabajo. Bss, B.

Arreglo mi mesa y abro el correo electrónico y la lista de tareas pendientes, pero me distraigo en seguida del trabajo cuando me acuerdo de que tengo que ir a buscar los exámenes rutinarios. Cojo el bolso del suelo. Rebusco en su interior durante unos cuantos minutos buscando la tarjeta de la Doctora Wilde. Finalmente, pongo el bolso boca abajo y vacío el contenido sobre la mesa.

—¡Mierda, mierda, mierda!

Como la fui a perder.

—Buenos días, flor—Will entra en mi despacho.

—Buenos días—digo sin levantar la vista, sumida en mi búsqueda inútil. Me merezco una medalla por ser tan descuidada—¿Has tenido un buen fin de semana?—pregunto recogiendo un puñado de tickets olvidados que procedo a embutir en la papelera.

Will gruñe un par de veces.

—Bueno no, la verdad es que no. ¡Mira!

Me fijo en eso que se supone que debo mirar y me olvido de la montaña de basura que hay esparcida sobre mi mesa.

—¿Qué?—pregunto.

Se señala la cabeza con el dedo, así que me levanto de la silla y me inclino hacia adelante de puntillas, pero sigo sin ver nada.

—¿Qué, Will?

—Eso. Ahí. ¡Mira!

—Will, ¿qué se supone que tengo que ver?

—La calvicie incipiente—me dice, molesto.

Recorro con la mirada su mata de pelo rubio en busca de algún indicio de calvicie, pero que me aspen si veo alguno.

—Will, no tienes ninguna calva—intento tranquilizarlo.

—La tendría si no me tomara mis vitaminas—gruñe—Bonitas flores.

—Ah, sí. Son de mi hermano—contesto a toda velocidad.

Tengo que hablar con Santana acerca de esto de enviarme flores.

—Qué dulce—sonríe, y se va a su despacho.

Mi móvil empieza a bailar sobre la mesa para avisarme de que tengo un mensaje de texto.

Eres preciosa y sé que lo sabes. ¡Descarada! Te echo de menos. Bss, S.

Me echa de menos.

Me derrito sobre el contenido de mi bolso. Yo también la echo de menos, pero ahora mismo me preocupa más tener que ir a la consulta de la doctora Wilde a buscar mis exámenes.

Es ridículo.

Ya que tengo el móvil en la mano, decido hacer la llamada que no me apetece en absoluto hacer. Llamo a Elaine, que espera dos tonos antes de contestar.

—¿Brittany?

Parece contenta de oírme. Quiero borrarle la sonrisa de la cara cuanto antes.

—Hola, quiero ir a recoger mis cosas.

Voy directa al grano. Si no necesitara mis cosas, ni me molestaría en llamarla. Sólo de pensar en ella, se me pone la carne de gallina; hablar con ella me da urticaria.

Estuve con Elaine cuatro años.

¿Qué me ha pasado?

—Por supuesto.

Lo dice como si lo estuviera deseando, y no me sienta bien.

—¿Puedo pasarme cuando salga del trabajo? ¿Más o menos a las seis?

—Claro, me parece perfecto
—responde con entusiasmo.

Quiero escupirle por teléfono y decirle exactamente lo que pienso de ella, pero sé que espera que la ataque de alguna manera y no voy a darle el gusto.

Lo que hago y con quién lo hago no es asunto suyo.

¿Por qué llamaste a mis padres, cucaracha?

—Genial. Te veo luego.

¿Por qué he dicho eso?

No es genial para nada. Quizá a ella le parezca perfecto, pero a mí no. En cuanto tenga el resto de mis cosas no pienso volver a verla nunca. Un escalofrío me recorre de pies a cabeza, y cuelgo. Si pudiera, enviaría a Rachel a buscar mis cosas, pero sé que eso terminaría en llanto y chirriar de dientes y, posiblemente, en intervención policial.

Será entrar y salir.

Puedo resistirme a la tentación de matarla durante los escasos minutos que tardaré en recogerlo todo y largarme.

—¿Te apetece un café, Britt?

Levanto la vista y veo a Tina retorciéndose la coleta con los dedos. Hay algo distinto en ella.

—Sí, por favor. ¿Has pasado un buen fin de semana, Tina?

¿Por qué se la ve tan distinta?

Se pone colorada hasta las orejas, y entonces caigo en la cuenta de que ha cambiado las blusas de cuello alto por una camiseta con un pronunciado escote redondo.

¡Caramba!

¡Tina tiene unas tetas estupendas!

¿Quién lo habría imaginado?

—Sí. Gracias por preguntar, Britt—responde, y trota hacia la cocina.

Sonrío para mis adentros. Es posible que nuestra Tina, sosa y aburrida, haya estado de juerga con una persona este fin de semana.

Dejo el móvil en la mesa y empiezo a trabajar y a revisar mis archivos para preparar mi reunión del miércoles con el señor Flanagan.

Sobre las diez y media, cojo mis cosas y me dispongo a hacer algunas visitas.

—Tina, dile a Will que me he ido a visitar clientes. Volveré hacia las cuatro y media.

—Muy bien—responde con entusiasmo mientras archiva recibos.

Sí, definitivamente ha habido una persona en su vida este fin de semana.

Camino de la puerta paso junto a Kurt y Mercedes.

—¿Qué tal el fin de semana, corazón?—me pregunta Kurt.

—Genial—digo recogiendo el beso que me lanza—Tengo que darme prisa. Volveré a las cuatro y media.

—Disculpa—Mercedes me empuja para pasar.

—¿Qué mosca le ha picado?—le pregunto a Kurt.

Él pone los ojos en blanco.

—Que me aspen si lo sé. Me llamó el sábado para decirme que estaba enamorada y esta mañana me la encuentro con cara de haber desayunado cristales rotos.

—¿Noah?—pregunto.

¿Qué habrá salido mal?

Kurt se encoge de hombros.

—No quiere hablar del tema, cosa que no es buena señal. Veré si puedo sonsacarle algo. Hablamos luego.

De camino al metro me paro en la farmacia para comprar brillo de labios, que se me ha terminado. Me siento tentada de comprar vitaminas cuando recuerdo haber leído algo sobre déficits vitamínicos mientras investigaba sobre el alcoholismo. Me leo las cajas de un millón de frascos y al final decido hablar con el farmacéutico. Después de hablar un rato con él, aunque sin entrar en detalles, me recomienda un par de cosas y me aconseja que acuda a un médico si el tema me preocupa.

¿Me preocupa?

Santana insiste en que no es alcohólica y que no siente unas ganas irresistibles de beberse hasta el agua de los floreros.

Aun así, compro las vitaminas.

Total, no van a hacerle daño.

Estoy en Kensington High Street, y Ain’t no sunshine suena en mi bolso.

Ja, seguro que se cree muy graciosa.

No lo pienso dos veces antes de contestar. No me gustaría que le entrara el pánico por un par de llamadas perdidas y me telefoneara como una loca mientras estoy visitando a mis clientes. Necesito mantenerla estable, y si eso implica una conversación rápida por teléfono, bueno adelante.

—Hola—la saludo.

Suspira.

—Dios, cómo te echo de menos, Britt-Britt.

Parece muy triste. Sólo han pasado unas pocas horas desde que me tuvo abierta de piernas sobre la encimera de la cocina.

—¿Por qué has enviado a Finn a recogerme?

—Porque no tenías tu coche
—dice como si fuera tonta por preguntar algo tan obvio.

—¿Por qué no me has llevado tú a trabajar?

Mi tono es de acusación. Me ha salido solo.

—¿Te habría gustado más?

—Bueno claro, pero no era necesario
—estoy llegando a mi destino. Necesito poner fin a la conversación—¿Dónde estás?

—En La Mansión. Todo está bajo control. Aquí no hago falta. ¿A ti te hago falta, Britt?


No puedo verla, pero sé que está poniéndome morritos.

—Siempre—digo, ya que sé que eso es lo que quiere oír.

—¿Y ahora?

—San, estoy trabajando.


Intento no sonar irritada, pero me espera un día de lo más ajetreado y no quiero tener que estar diciéndole todo el rato lo que necesita oír para sobrellevar su día.

—Lo sé—dice, abatida—¿Qué estás haciendo ahora mismo?

¿Por qué quiere saberlo?

—Voy a visitar a un cliente, acabo de llegar, así que tengo que colgar.

Puede que a ella no la necesiten en su trabajo, pero yo tengo una agenda que cumplir.

—Ah, vale.

Suena tan desolada que me siento culpable por estar intentando librarme de ella.
Paro en la puerta y alzo la vista al cielo.

—Esta noche duermo en tu casa—digo con la esperanza de animarla un poco.

Profiere un sonido burlón.

—Eso espero, ¡vives ahí, Britt!

Pongo los ojos en blanco.

Cómo no.

—Te veo luego.

—¿A qué hora?
—me presiona.

—Más o menos a las seis.

—Más o menos
—repite—Te quiero, Britt-Britt.

—Lo sé.


Cuelgo y subo los escalones que llevan a la puerta principal del nuevo hogar del señor y la señora Kent.

Estoy demasiado ocupada como para que mi mujer complicada me distraiga con su complicada forma de ser.


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—Bonitas flores.

Levanto la vista y veo a Mercedes delante de mi mesa. Está menos naranja pero no menos triste que esta mañana.

—¿Te encuentras bien?

Me pregunto si Kurt ha conseguido tirarle de la lengua.

—La verdad es que no.

—¿Te apetece desahogarte?

Se encoge de hombros.

—La verdad es que no.

Intento no poner cara de aburrimiento pero es muy difícil. Es el típico momento en que uno se muere por desahogarse pero a la vez quiere que alguien le suplique y le dé coba hasta que suelte la información. He tenido el día más largo de mis veintiséis años de vida. No me queda energía para tirarle de la lengua a nadie. Me levanto y voy a la cocina a por unas galletas.

Necesito un chute de glucosa.

Tina está lavando los platos. A ella sí que me apetece sonsacarle. Me muero por saber por qué tiene esa sonrisa de oreja a oreja en la cara y qué ha hecho aparecer en escena los cuellos redondos pronunciados.

—¿Qué has hecho este fin de semana, Tina?

Intento que parezca la pregunta más normal del mundo y cojo la caja de galletas. Se pone colorada otra vez. Creo que mis sospechas van bien encaminadas. Si me dice que ha estado haciendo punto de cruz y limpiando las ventanas, me ahorco.

—Salí a tomar una copa, ya sabes.

Ella también intenta decirlo como si fuera lo más normal del mundo, pero fracasa estrepitosamente.

¡Lo sabía!

—Qué bien. ¿Con quién?

Finjo desinterés. Me cuesta mucho. Me muero por descubrir que nuestra Tina, más sosa que hecha por encargo, que sólo lleva faldas escocesas y blusas abotonadas hasta el cuello, la que es la burra de carga de la oficina, es una especie de dominatrix o algo así.

—Tuve una cita—responde, y vuelve a fracasar a la hora de decirlo en tono casual.

—¿De verdad?—exclamo.

Eso ha sonado fatal. No quería parecer sorprendida pero lo estoy.

—Sí, Britt. Lo conocí por internet.

¿Por internet?

Sólo he oído desastres al respecto. Todos parecen modelos de ropa interior en las fotos de sus perfiles pero, en la vida real, más bien tienen el aspecto de un asesino en serie. Aunque a Tina se la ve contenta.

—¿Y fue bien?—pregunto mientras me llevo a la boca una galleta integral de chocolate.

—¡Sí!—grita. Casi me atraganto con la galleta. Nunca la había visto tan animada—Es perfecto, Britt. Hemos quedado otra vez mañana.

—Tina, me alegro mucho por ti.

—¡Y yo!—suspira—He de irme. ¿Necesitas algo antes de que me marche?

—No, no, vete. Hasta mañana.

Sale bailando de la cocina y yo me quedo apoyada en la encimera y me como otras tres galletas integrales de chocolate.

Deberían ser vino.

Ha sido un día de locos y no tengo ningunas ganas de ir a casa de Elaine a recoger el resto de mis cosas, pero será un trabajo bien hecho y Santana no tiene por qué enterarse nunca. No se me olvida que me ordenó que no volviera a ver a mi ex.

Aparco y lo primero que hago es buscar el coche de Elaine. No puede habérsele olvidado: la he llamado esta misma mañana. No pienso quedarme aquí esperándola porque Santana no tardará en llamarme para preguntarme dónde estoy. Saco el móvil del bolso y llamo a Elaine.

—¿Brittany?

—Elaine, estoy en la puerta de tu casa
—digo molesta.

—Brittany, lo siento. Debería haberte llamado pero estaba en una reunión de la que no he podido escaparme. Tardaré al menos una hora.

Echo la cabeza hacia atrás contra el asiento. No puedo esperarla una hora.

—Vale, ¿y mañana?

—Estaré en Birmingham mañana y pasado. ¿Qué tal el jueves?


Estoy que muerdo por dentro. Quería resolver esto ya.

—Vale. El jueves a la misma hora.

Cuelgo y tiro el móvil al asiento del acompañante, cabreada.

Cabrona tocapelotas.

Cuando me acerco al Lusso las puertas se abren al instante. El coche de Santana no está, cosa que explica que no me haya llamado para ver por qué no estoy en su casa. Entro en el vestíbulo, cargada de flores y bolsas, y veo a Clive apretando varios botones de su sistema de seguridad de tecnología avanzada. Ahora me tocará sentarme en uno de los cómodos sillones de cuero y esperar.

¿Qué otra cosa puedo hacer?

—Hola, Clive.

Levanta la vista y sonríe.

—Hola, Brittany, ¿qué tal estás?

¡De pena!

He tenido un día de locos, quiero ducharme, ponerme ropa cómoda y beberme una copa de vino. No puedo hacer ninguna de esas cosas y estoy muy cabreada porque Santana insistió en que estuviera puntual en casa y ahora resulta que ella no ha llegado.

—Agotada—mascullo en dirección a un enorme sofá.

Es posible que me quede dormida.

—Toma. La señora López te ha dejado esto.

Levanto la cabeza y veo que Clive tiene en la mano una llave rosa.

¿Me ha dejado una llave?

Así que sabía que no iba a estar en casa y ni siquiera me ha telefoneado para decírmelo.

Me acerco a él para cogerla.

—¿A qué hora se ha marchado?—pregunto.

Clive sigue pulsando botones y estudiando las imágenes de los monitores.

—Pasó por aquí a eso de las cinco para dejarte la llave.

—¿Dijo a qué hora iba a volver?

¿Pretende que me quede aquí esperándola?

—No dijo nada, Brittany—Clive ni siquiera se molesta en mirarme.

—¿Te ha preguntado por la mujer que vino el otro día?

—No, Brittany.

Lo dice casi con tono de aburrimiento.

No, claro que no lo ha hecho.

Ya me imaginaba yo que no iba a hacerlo porque ella sabe quién cojones es. Y me lo va a decir.

Dejo a Clive jugando con su equipo y subo al ático. Abro con mi llave rosa y me meto directa en la cocina. Abro la puerta de la nevera y me encuentro con botellas y más botellas de agua mineral. Lo que daría por una copa de vino. Vuelvo a cerrarla con más fuerza de la necesaria; la nevera no tiene la culpa de que no haya vino.

¿Podré volver a tomarme una copa algún día?

Me siento en un taburete y miro la inmensa cocina que yo diseñé. Me encanta, y ni en un millón de años habría imaginado que iba a tener la oportunidad de vivir aquí. Y ahora que la tengo, no estoy segura de que me apetezca. Quiero a Santana, pero me da miedo que vivir con ella refuerce su forma de ser, controladora y difícil.

¿O quizá mejore su carácter?

¿Se volvería más razonable?

Mi estómago ruge y me recuerda que debería comer algo. Sólo he picoteado unas galletas en todo el día. No me sorprende que me encuentre tan fatigada. Estoy a punto de obligarme a levantar mi culo cansado del taburete cuando oigo la puerta principal. Santana entra instantes después en la cocina, con aspecto de estar tan agotada como yo. No dice nada durante una eternidad. Sólo se queda ahí de pie, mirándome. Las manos le tiemblan ligeramente y tiene la frente sudada.

¿Qué debería hacer?

Mi antojo de beberme una copa de vino desaparece al instante.

—¿Te encuentras bien, San?

Se acerca a mí lentamente y me pone de pie. Se agacha, agarra mi vestido por el bajo y me lo sube hasta la cintura. Me coge por las nalgas y me levanta para que con las piernas me aferre a su cintura. Entierra la cara en mi pelo y sale de la cocina.

Sujeta a ella con fuerza, puedo oír los latidos de su corazón en su pecho mientras sube la escalera conmigo en brazos, en silencio. Quiero preguntarle qué le pasa. Tengo muchas cosas que preguntarle pero parece muy abatida.

Camina hasta la cama y se tumba, conmigo debajo de ella, su peso distribuido por todo mi cuerpo.

Es muy relajante.

La abrazo e inhalo el perfume de su cuello.

Suspiro feliz.

Ella es un factor que contribuye significativamente a mi nivel de agotamiento y de estrés, pero también es capaz de hacerlos desaparecer con la misma facilidad.

—Dime cuántos años tienes.

Rompo el cómodo silencio después de haberla tenido abrazada hasta que los latidos de su corazón han recuperado su ritmo habitual.

—Treinta y dos—dice pegada a mi cuello.

—Dímelo.

—¿Acaso importa?

No importa, pero quiero saberlo. Puede que a ella le guste este juego, pero a mí no, y no va a cambiar lo que siento. Sólo creo que debería saber cuántos años tiene. Es un dato que debo conocer, igual que su color favorito, su comida preferida y la canción que más le gusta de todas. No sé ninguna de esas cosas. De hecho, sé muy poco de ella.

—No, pero me gustaría que me lo dijeras. No sé ninguna de las cosas básicas de ti.

Me acaricia el cuello con la nariz.

—Sabes que te quiero.

Suspiro.

Eso no es un dato básico.

Empiezo a pensar en introducir el polvo de la verdad en nuestra relación. Algo tiene que haber que pueda sacarle esa clase de pequeños e insignificantes detalles. Sé que el ser persistente y preguntárselo una y otra vez no produce resultados satisfactorios.

—¿Qué tal tu día?—dice; mi pelo ahoga su voz.

—Ha sido un no parar, pero muy productivo—estoy contenta con todo lo que he conseguido hacer, teniendo en cuenta que pensaba que mi día iba a ser un bombardeo de llamadas y mensajes de texto—Tienes que dejar de mandarme flores a la oficina.

Levanta la cabeza y me mira descontento.

—No. Báñate conmigo, Britt.

Me exaspera que sea tan cabezota, pero no se me ocurre nada mejor que hacer, por ahora, que bañarme con ella.

—Vale.

Se levanta y tengo que soltarle el cuello. Me besa en los labios.

—Tú quédate aquí, yo preparo el baño.

Da un brinco y se quita la chaqueta de camino al lavabo. El agua empieza a correr y me tumbo de lado.

Estoy tranquila y contenta.

Ella me hace sentir así, y es en momentos como éste cuando sé por qué estoy aquí: por lo atenta y cariñosa que es.

Quizá lo de vivir con ella no sea tan malo después de todo. Pero entonces me fuerzo a recordar que ahora mismo estoy en el séptimo cielo de Santana, y que no pensaré lo mismo en cuanto me niegue a una de sus exigencias. Ese momento llegará, e incluso es posible que se produzca por el tema de venirme o no a vivir con ella.

Regresa al dormitorio y yo me tumbo boca arriba para poder deleitarme observando su forma de andar. Hay que ver cómo se mueve. A continuación se desabrocha la camisa pero se la deja puesta, y luego se agacha para quitarse los tacones. Está descalza, con los pantalones colgando de sus gloriosas y estrechas caderas, la camisa abierta que deja ver sus pechos.

Podría comérmela a mordiscos.

Eso le gustaría.

—¿Disfrutando de las vistas, Britt?

Alzo la mirada y veo dos estanques oscuros que me observan. Me basta esa mirada para empezar a mojar las bragas.

—Siempre—respondo con voz gutural.

No era mi intención que me saliera de ese modo, pero es el efecto que causa en mí.

—Siempre—confirma—Ven aquí.

Me levanto de la cama y me saco los zapatos de tacón.

—No te quites el vestido, Britt—me pide con dulzura.

Camino descalza hacia ella sin apartar la vista de su mirada hipnótica. Tiene los brazos relajados a los lados mientras me acerco. El corazón se me va a salir del pecho y entreabro los labios para dejar escapar pequeñas bocanadas de aire cuando ella se pasa lentamente la lengua por el labio inferior.

—Date la vuelta—obedezco. Me pone las manos en los hombros y su contacto, incluso a través del vestido, activa todas mis terminaciones nerviosas. Me acerca la boca al oído—Me gusta mucho este vestido, Britt—susurra, y cierro los ojos con fuerza por el escalofrío que me recorre el cuerpo.

Sus manos se deslizan hacia mi nuca, donde encuentran la cremallera. Me recoge el pelo y lo aparta colocándolo sobre mi hombro. Lentamente, me baja la cremallera del vestido. Flexiono los músculos del cuello intentando controlar la abrumadora necesidad de evitar los escalofríos que me provoca, pero me rindo cuando noto sus labios entre mis hombros, su lengua deslizándose hacia mi nuca. El vello de todo el cuerpo se me eriza y arqueo la espalda en respuesta a la caricia ardiente y larga de su lengua.

Es como una tortura.

Quiero que pare para poder recobrar el sentido antes de decir algo como «Sí, vendré a vivir contigo».

—Me encanta tu espalda—sus labios vibran contra mi cuerpo y me provocan aún más escalofríos. Lleva la boca de vuelta a mi oído—Tienes la piel muy suave, Britt.

Echo la cabeza hacia atrás, sobre su hombro, de cara a su cuello. Se mueve un poco para poder besarme en los labios, lleva las manos a la parte de delante de mi vestido y tira de él hacia abajo.

—¿Encaje?—pregunta.

Asiento, y sus ojos brillan de deseo mientras me besa con delicadeza, como si fuera de cristal. Nuestras lenguas se entrelazan sin esfuerzo y me apoyo en ella para no caerme. Estoy disfrutando de su dulzura y de su ternura. Sus manos encuentran mis pechos y me pellizca los pezones a través del encaje del sujetador hasta dejarlos como picos firmes. Aprieta las caderas contra mi y darme un casto beso en los labios.

—Moriré amándote, Brittany.

Sé cómo se siente.

No contemplo un futuro sin ella, y eso me emociona y me pone nerviosa a la vez. El problema es todo lo que no sé; sigo sin conocerla realmente.

Necesito más que su cuerpo, su atención..., su forma difícil de ser.

Baja las copas de mi sujetador dejando expuestos mis pechos y me pasa las palmas de las manos por la punta de los pezones.

—Tú y yo—me susurra al oído, deslizando las manos por mi cuerpo, directo a donde se unen mis muslos.

Las rodillas me tiemblan cuando su mano toma mi sexo por encima de mi ropa interior y una oleada de líquido mana de mí. Mis caderas se mueven hacia adelante, contra su mano, en busca de más fricción.

—¿Te pongo, Britt?

—Ya sabes que sí—jadeo, y luego gimo cuando me pega a su entrepierna.

—Acaríciame el cuello—dice con voz suave. Estiro los brazos hacia atrás y llevo las manos a su nuca—¿Estás mojada por mí?

—Sí.

Pasa los pulgares por debajo del elástico de mis bragas.

—Sólo por mí—me susurra arrastrando la lengua por el borde inferior de mi oreja.

—Sólo por ti, San—concedo en voz baja.

Ella es todo cuanto necesito.

Siento un tirón y oigo algo que se rasga. Abro los ojos y veo que tiene las bragas colgando del dedo índice, delante de mí. Las deja caer y lleva la otra mano a mi cadera. Doy un pequeño respingo y se echa a reír en mi oído. Sus dedos cambian de posición y su mano me envuelve la cintura. La otra sigue delante de mí.

—¿Qué hago con esto, Britt?—flexiona la mano sana delante de mí—Dímelo.

El corazón se me acelera y no me ayuda a controlar la respiración. Quiero esa mano en mí. Le aparto un brazo del cuello y cojo su mano. La guío despacio hacia el interior de mi muslo y aplano la palma contra mi cuerpo, con mi mano sobre la suya. Noto que tiembla ligeramente. Me alegra saber que no soy la única a quien afectan por estos encuentros nuestros.

¿O acaso está temblando porque necesita una copa?

No quiero ni pensarlo. No necesita alcohol mientras me tenga a mí. Y a mí ya me tiene.

Empiezo a aplicar presión sobre su mano y a arrastrarla hasta que la palma se desliza sobre mi sexo, ayudada por lo mojada que estoy. Trago saliva y muevo las caderas. Chocan contra su entrepierna, le arrancan un gemido y echo la cabeza hacia atrás.

Necesito que me bese.

Vuelvo la cara hacia ella, que adivina lo que quiero al instante y cubre mi boca con la suya. Muerdo con suavidad su labio inferior y tiro para que se deslice poco a poco entre mis dientes. Me mira fijamente mientras sigo moviendo su mano arriba y abajo en una caricia lenta e interminable.

—No te corras, Britt—dice con voz ronca.

De inmediato retiro la mano y se la llevo a la boca. Me mira fijamente mientras empieza a lamerse la palma y los dedos.

Dios santo, me muero de ganas.

Pero no puedo desobedecerla, no en estos momentos. Me desabrocha el sujetador y me vuelvo. Me aparta el pelo de la cara.

—Prométeme que no vas a dejarme nunca, Britt-Britt.

Alzo la vista hacia sus ojos atormentados. No me acostumbro a su parte insegura. No me gusta, aunque al menos es una súplica y no una orden.

—No voy a dejarte nunca, San.

—Prométemelo.

—Te lo prometo.

Le cojo una muñeca y le desabrocho los botones de la camisa, luego hago lo mismo con la otra y se la quito por los hombros. Luego le desabrocho el sujetador y se lo quito. Deja los brazos laxos y ladea la cabeza, mirando cómo le bajo la bragueta. Mis manos se deslizan por sus caderas, bajo sus bragas, y le quito a la vez los pantalones y la ropa interior haciéndolos descender por la piel suave y tersa de su culo y sus caderas. Su sexo y sus pechos aparecen. Provoca toda clase de deseos en mí y no me ayuda que sus abdominales se tensen bajo mis caricias cuando mis manos ascienden por su torso, maravilladas ante su belleza.

—No puedo esperar más. Necesito estar dentro de ti.

Termina de quitarse los pantalones, me levanta del suelo y le rodeo la cintura con las piernas. Parpadeo cuando sus pechos rozan los míos mientras me lleva contra la pared. Me empuja contra la pintura fría y siento su sexo caliente y resbaladizo presionando contra mi sexo. Me penetra despacio y respira con fuerza y deja caer la cabeza en mi cuello mientras se prepara para invadirme. Muevo mi mano y la penetro también.

—Me vas a matar—gime mientras la sigo penetrando.

Quiero sacudir las caderas y provocar algún movimiento pero, sé que se está conteniendo. Me quedo quieta y le acaricio el pelo negro con la otra mano mientras coge fuerzas. El corazón le late con tanta fuerza que casi puedo oírlo.

—¿Te estás guardando cosas, Britt?—pone la cara a la altura de la mía.

—Sí—digo, al tiempo que enrosco los dedos alrededor de su cuello y aprieto las caderas.

Ruge de aprobación, retira la mano de mi espalda y las apoya contra la pared. Poco a poco, recobra el aliento y luego arremetemos la una contra la otra.

Gemimos.

Su asalto ardiente y palpitante hace que cambie la mano de lugar y le clave las uñas en la espalda. Apoya la frente en la mía y empezamos a entrar y a salir de nuestros cuerpos. Suspiramos con cada estocada mientras seguimos un ritmo constante.

Joder, es perfecto.

Empiezo a resbalar sobre su piel húmeda, nuestros alientos se mezclan en los escasos milímetros que hay entre nuestras bocas.

—Bésame, Britt—jadea, y pego los labios a los suyos en busca de su lengua.

Siento cómo un grito cobra forma en mi garganta cuando se echa hacia atrás, me embiste y me desliza pared arriba. Aprieto los muslos en su cintura con más fuerza, mientras la penetro más fuerte.

—Por Dios, mujer, ¿qué diablos me haces?

Embestimos de nuevo, una y otra vez, empujándonos, mientras yo me trago mis pequeños gritos y ella me besa hasta dejarme sin respiración.

—Llevo todo el día esperando esto—me embiste de nuevo—Ha sido el puto día más largo de mi vida.

—Mmm, encajamos tan bien.

Estoy disfrutando.

—¿Que encajamos bien? Joder, Britt, me vuelves loca—dice al tiempo que se hunde más profundamente en mi interior.

—¡San!

Ya no aguanto más. Los movimientos suaves y calmados se están desvaneciendo. Ahora son estocadas firmes y más agresivas, y yo no me quedo atrás.

—Te voy a llevar conmigo vaya adonde vaya a partir de ahora, Britt.

¡Embestida!

Joder, estoy sudando la gota gorda. Pero la sigo penetrando con fuerza, miestras que con mi otra mano clavo las uñas sin miramientos en su espalda.

—¡Mierda, Britt!—exclama, y unas gotas de su sudor me caen encima—Vas a correrte.

—¡Sí!

Masculla algo en mi boca.

No aguanto más.

Nos atacamos con una energía feroz y explotamos. Las espirales de placer llegan al punto álgido y se dispersan en ondas expansivas. Le clavo más las uñas y le muerdo el labio sin piedad. Dejo caer la frente sobre su piel sudada y salada, allá donde el cuello se funde con el hombro, y echo la cabeza a un lado mientras tiemblo sin control contra su cuerpo.

—¡Britt!—grita.

Llega a su clímax y varias oleadas de contracciones se extienden por mi cuerpo.
Gime, luego deja que nos deslicemos hasta el suelo y cae de espaldas, agotadas y sudorosas.

Saco mis dedos de ella y me incorporo como puedo y me subo encima de ella. Apoyo las manos en sus pechos suaves y me restriego contra sus caderas. Santana sale de mí y lleva los brazos por encima de la cabeza y observo que su respiración se va apaciguando a la vez que la mía. Chorreamos, exhaustas, y más que satisfechas. Estoy justo donde debería estar.

—¿En qué piensas?

—En lo mucho que te quiero, Sanny.

Le digo la verdad. Las comisuras de sus labios ascienden en una sonrisa y una mirada de satisfacción ilumina su bello rostro.

—¿Sigo siendo tu diosa?

—Siempre. ¿Y yo tu tentación?

Sonrío y dibujo círculos con la mano sobre su pezón.

—Bueno claro que sí, Britt-Britt. Jesús, me encanta cómo sonríes.

Me dedica una de sus sonrisas arrebatadoras. Le pellizco los pezones.

—¿Nos bañamos, diosa?

Da un brinco y nuestras cabezas están a punto de chocar

—¡Mierda! ¡Me he dejado el grifo abierto!

Se pone de pie de un salto conmigo todavía en brazos, maldiciendo y sujetándome con demasiada fuerza con su mano lastimada.

—¡Suéltame, San!

Intento separar el cuerpo del suyo pero ella se limita a agarrarme más fuerte.

—Nunca.

Va conmigo en brazos al cuarto de baño. Apenas se han llenado tres cuartas partes de la enorme bañera. Cierra el grifo.

—Podrías dejar el grifo abierto una semana y no se llenaría del todo—digo mientras nos metemos.

—Lo sé. Es evidente que a la diseñadora de toda esta mierda italiana le importan un pimiento el medio ambiente y mi huella ecológica.

—Lo dice la que tiene doce super-motos—contraataco, y suspiro de felicidad cuando el agua caliente y relajante me cubre, todavía a horcajadas en el regazo de Santana—Podría pasarme todo el día mirándote—digo para mí mientras le acaricio el abdomen con la punta de los dedos.

Se echa hacia atrás y me deja hacer. Le paso la punta de los dedos por cada centímetro cuadrado de su pecho, haciendo remolinos y tamborileando mi camino. El silencio es cómodo y ella observa cómo mi delicada caricia recorre su cuerpo. La dirijo a su cuello, paso por su mejilla, sus labios entreabiertos, sus ojos brillantes, y luego me acurruco en su pecho y mi boca cubre la suya.

—Me encantan tus labios—digo dándole pequeños besos por el borde de la boca hasta que estoy otra vez donde había empezado—Me encanta tu cuerpo—mis manos le acarician los brazos, mi lengua se desliza en su boca—También me encanta lo loca que estás—persuado a su lengua para que salga de la boca y la chupo mientras mis manos ascienden por sus brazos hasta quedar alrededor de su cuello.

Mi cuerpo se arquea hacia ella.

Gime.

—Tú me vuelves loca, Britt. Sólo tú.

Siento las palmas de sus manos recorrer mi espalda hasta que me cogen de la nuca y me acercan a ella. Nuestras bocas siguen compartiendo besos, nuestros cuerpos resbalan el uno contra el otro.

Sé que la vuelvo loca, pero ella también me vuelve loca a mí.

Me aparto y la miro.

—Loca—le digo.

—Más o menos—sonríe y me levanta de su regazo. Luego me hace girar hasta que estoy sentada entre sus piernas—Voy a enjabonarte—coge la esponja y empieza a escurrir agua caliente sobre mí, con la mejilla pegada a un lado de mi cabeza—Tengo que hablar contigo de una cosa—dice en voz baja.

No hay duda de que está nerviosa. Me pongo tensa. No me gusta cómo ha sonado eso, lo que resulta irrisorio porque he estado presionándola para que hablara.

—¿Sobre qué?

—La Mansión.

Vale, se me han puesto los pelos como escarpias y no puedo disimular, cosa que todavía es más irrisoria, porque quería hablar justamente de eso. No obstante, su forma de abordarlo me indica que no me va a gustar lo que saldrá por esa boquita.

Ha dejado de echarme agua caliente por encima y, literalmente, puedo oír el movimiento de los engranajes en su preciosa cabeza.

¿Qué pasa con La Mansión?

No me gusta la dirección que está tomando la charla de hoy en la bañera. Quiero salir y darme una ducha.

—Sobre la fiesta de aniversario.

La preocupación se manifiesta en su tono de voz, no podía ser de otra manera.

No pienso ir.

—¿Qué ocurre?—pregunto haciéndome la loca.

No voy a alterarme porque no voy a ir, de ninguna manera, ni en un millón de años.

Nunca.

Nunca jamás.

Me vuelvo y la beso en la boca para que no pueda hablar.

—Aún quiero que vayas.

—No puedes pedirme eso, San—le digo con calma, aunque me cabrea un poco que sugiera una estupidez semejante.

Un momento... Acepté ir antes de saber lo que era de verdad La Mansión, igual que Rachel.

¿Ella va a ir?

Qué vergüenza.

Maldita sea, claro que irá.

—Me lo pediste antes de que supiera la verdad.

—Me puse una fecha tope para contártelo, Britt—me dice con calma.

—Ah.

No sé qué decir. La descubrí antes de que llegara la fecha tope.

—¿Vas a pasarte la vida evitando mi lugar de trabajo?—pregunta, sarcástica.

No me gusta su tono.

No me gusta un pelo.

—Es posible—contesto.

¿Su lugar de trabajo?

¿Me está tomando el pelo?

—No digas tonterías, Britt—retoma la labor de echarme agua caliente y me da un beso en la sien—¿Al menos lo pensarás?

Suspiro, aburrida.

—No te prometo nada, y si estás pensando en echarme un polvo de entrar en razón con respecto a este asunto, me iré—la amenazo.

Me estoy poniendo dramática pero quiero que sepa que no quiero ir de ninguna manera.

¿A la fiesta de aniversario de La Mansión?

Ni muerta.

Me acaricia la oreja con la nariz y me envuelve las piernas con las suyas.

—Quiero que la mujer que hace latir mi corazón esté a mi lado.

¡Por Dios!

¡Eso es chantaje emocional!

¿Cómo coño voy a negarme a eso?

Maldita seas, Santana López, mujer de edad desconocida.

La dejo que siga lavándome mientras pienso en un modo de sacarle partido a esto. Tal vez pueda negociar que me diga su edad a cambio de mi presencia en la fiesta de aniversario de La Mansión. Tengo que meditar seriamente acerca de las ganas que tengo de saber su edad en comparación con las pocas ganas que tengo de ir a la fiesta.

Será complicado.

—¿Has hablado con Clive?

Sé que no lo ha hecho. Estoy siendo pilla.

—¿Sobre qué?

—Sobre la mujer misteriosa.

—No, Britt. No he tenido tiempo. Te prometo que se lo preguntaré. Siento tanta curiosidad como tú. ¿No tienes hambre?

Traza círculos con la lengua en mi oreja. Si sigue así, voy a quedarme dormida. Al menos, no me ha mentido sobre Clive.

—Sí—contesto con un bostezo. Estoy hambrienta y agotada, pero no voy a ceder—No voy a dormirme hasta que me digas quién era esa mujer.

—¿Cómo voy a decírtelo si no lo sé?

—Sí que lo sabes.

—¡Que no lo sé, joder!—me sobresalta su brusquedad, y entonces noto que me abraza con más fuerza—Lo siento, Britt.

—Vale—digo tranquilamente, aunque no estoy para nada tranquila.

Hablaré con Clive por la mañana.

—Mi querida Britt-Britt está exhausta—susurra ella—¿Encargamos comida?

Me muerde el lóbulo de la oreja y me pasa la planta de los pies por las espinillas.

—Tienes la nevera llena, ¡qué desperdicio!

—Ya, pero ¿te apetece cocinar?

La verdad es que no, pero ella tampoco se ofrece. Claro está que reconoció que cocinar es una de las pocas cosas que se le dan de pena.

¿Cuáles fueron sus palabras?

Ah, sí... «No puedo ser excepcional en todo.»

Y lo dijo muy en serio, la muy arrogante.

—Encarga comida.

Se revuelve debajo de mí.

—Voy a pedirla. Tú lávate el pelo.

Sale de la bañera y me la deja entera para mí sola. La veo abandonar desnuda y empapado el cuarto de baño. Aparece a los pocos instantes con champú y acondicionador para cabello. Le estoy eternamente agradecida. He maltratado mucho a mi pelo últimamente. Me dirige una sonrisa y se agacha para darme un beso en la frente.

—Ponte encaje.

Desaparece del cuarto de baño y yo me dejo caer en la bañera y cierro los ojos un rato, saboreando la paz y la tranquilidad del colosal baño principal del Lusso.

¿Cómo he terminado aquí?
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por 3:) Vie Mayo 22, 2015 10:43 pm

holap morra,...

me encanta la forma de convencer a britt,...
al fin logro que valla a vivir con ella jajajajja
quien es esa dichosa mujer???? va a ir britt a la fiesta???

nos vemos!!!!
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por 23l1 Sáb Mayo 23, 2015 3:39 am

3:) escribió:holap morra,...

me encanta la forma de convencer a britt,...
al fin logro que valla a vivir con ella jajajajja
quien es esa dichosa mujer???? va a ir britt a la fiesta???

nos vemos!!!!


Hola lu, jajajaajajaj o no¿? jajaajajajaj. Jajajaaj buena forma de convencer no¿? jajajajajajaj hablando obvio ajajajajajaaj. Mmmm interesantes preguntas lu, esperemos y este cap nos diga algo! Saludos =D
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Finalizado FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 8

Mensaje por 23l1 Sáb Mayo 23, 2015 3:41 am

Capitulo 8

Me desperezo y de inmediato soy consciente de que Santana no está en la cama. Me incorporo a medias sobre los codos y la veo sentada en el diván, con la cabeza gacha.

¡Oh, no!

Vuelvo a tumbarme sin hacer ruido y cierro los ojos. Con un poco de suerte, puede que no se haya dado cuenta de que me he despertado. Tras unos instantes en silencio, noto que la cama se hunde pero sigo sin abrir los párpados, rogándole en silencio que me deje en paz. Finjo estar dormida durante una eternidad y ella no hace nada por despertarme, así que abro los ojos con cuidado y veo dos estanques oscuros fijos en mí. Gruño, y una pequeña sonrisa baila en las comisuras de sus labios. Me pongo boca abajo y me tapo la cabeza con una almohada. Ella se ríe a mandíbula batiente, me quita la almohada y me pone boca arriba.

—Buenos días, Britt-Britt—canturrea, y hago una mueca de asco ante su alegría y su felicidad de antes del amanecer.

—Por favor, no me obligues a ir—suplico con mi expresión más solemne.

—Arriba—dice, y tira de mi mano con la suya sana hasta que consigue que me siente.

Protesto, gimoteo y lloriqueo todo lo que puedo contra su idea de cómo empezar el día, y luego casi me echo a llorar cuando me da mi ropa de correr, esa que me compró tan generosamente, lavada y planchada.

—Quiero sexo soñoliento—protesto—Por favor, San.

Me saca de la cama, coge mis bragas de encaje y me da golpecitos en los tobillos para que los levante.

—Te vendrá bien, Britt—afirma, convencida.

Le vendrá bien a ella. Corre distancias de locos todos los días. Yo soy más de correr un par de kilómetros cuando siento que necesito perder un par de kilos.

—¿Qué estás insinuando?—la miro mal.

Ella sigue en cuclillas delante de mí. Pone los ojos en blanco y me hace un gesto para que levante el pie y pueda ponerme mis bragas de Little Miss.

—Cállate, Britt. En realidad, ahora mismo estás demasiado delgada—me regaña.

La verdad es que lo estoy. Le dejo que me ponga los pantalones cortos, la camiseta y las deportivas.

—Es una tortura—refunfuño.

—Ve a lavarte los dientes.

Me da una palmada en el trasero y voy al cuarto de baño, arrastrando los pies y echando la cabeza atrás para dejar bien claro que lo estoy haciendo de muy mala gana.

Me cepillo los dientes, saco una goma del pelo del bolso y bajo la escalera. Está en la puerta, esperándome.

—Soy un lastre, San—gimoteo mientras me hago una coleta. Ella iría mucho más de prisa sin mí y yo podría dormir hora y media más—Nunca conseguiré hacer veintidós kilómetros.

Me coge de la mano, me saca del ático y me lleva al ascensor.

—Para mí no eres un lastre. Me gusta tenerte a mi lado.

Introduce el código y descendemos al vestíbulo. A mí también me gusta estar con ella, pero no a las cinco de la mañana y correteando por medio Londres.

—Tienes que cambiar el código.

Se lo vuelvo a recordar. Me mira, con los ojos brillantes. Le falta menear la cola como un perrito. Me dan ganas de pegarle por estar tan despierta y tan alerta.

—Gruñona—me espeta, y en ese preciso instante decido que no voy a volver a recordárselo.

Salimos al sol del amanecer. Los pajaritos cantan y los camiones de reparto zumban. Son los mismos sonidos que la última vez que me preparó una sesión de tortura antes de que las calles estuvieran despiertas.

Empiezo a estirar sin que Santana me diga nada. Me mira, sonríe y procede a hacer lo propio. Quiero ser una cascarrabias pero está demasiado buena con sus pantalones cortos negros y la camiseta de tirantes blanca y ajustada.

—¿Lista?—avanzo hacia la salida para peatones. Introduzco el código y empiezo a correr en dirección al Támesis. Ya me encuentro mejor—Piensa—me dice poniéndose a mi altura y corriendo al mismo paso que yo—Que podríamos hacer esto todas las mañanas.

Me atraganto al tomar aire.

¿Veintidós kilómetros todas las mañanas?

Ya puede olvidarse.

Está como una regadera.

Corremos a un ritmo constante y vuelvo a tomar nota de las ventajas de salir a correr a estas horas. Todo está muy tranquilo y te despeja la mente. Miro a mi apuesta mujer de vez en cuando con la esperanza de que muestre algún signo de fatiga. No obstante, me llevo una decepción tras otra.

Es una máquina.

Tomo nota mental de tener mi iPod a mano para la próxima vez que me saque de la cama con el lucero del alba.

Llegamos a St. James’s Park y avistamos a los corredores matutinos; son mujeres que empiezan a darse tironcitos de la camiseta y a enderezar la espalda.

Ya.

¿Cuántas de ellas saldrán a correr a esta hora por costumbre?

Santana saluda a muchas y ellas le sonríen y le dedican una caída de ojos con pestañas postizas. Quiero vomitar o matarlas a patadas.

¿De verdad es necesario salir a correr con auriculares pijos y riñoneras cargadas de barritas energéticas?

Todas me clavan la mirada y sé que ella me mira para comprobar que estoy bien. Por ahora voy aguantando, pero como le dé por correr más rápido no respondo.

Recorremos Green Park y nos dirigimos a Piccadilly Pasams por el lugar donde caí redonda la última vez. Miro el sitio en el que me sentaba todas las mañanas, arrancando briznas de hierba y secándome el rocío de los pantalones. Puedo verme como era, una mujer a medias, pálida y sin nadie que se preocupara por ella.

—Eh.

Salgo de mi ensimismamiento y miro a Santana, que parece preocupada. Seguro que puede leerme el pensamiento.

—Estoy bien—digo sacudiendo la cabeza y dedicándole una sonrisa tranquilizadora.

Me olvido de mis pensamientos tristes y me doy un aplauso mental. Voy a conseguirlo. Santana me da un codazo cariñoso y veo que me observa con admiración.

Ella ni siquiera ha sudado.

Hago mis cálculos mentales: habremos corrido dos tercios del total. La idea de tener que correr otros seis o siete kilómetros... Me entra la famosa pájara, otra vez.

Mis pulmones se quedan sin aire y mi cuerpo entra en combustión con ellos. No va a poder conmigo. Lucho durante unos cientos de metros y, cuando accedemos al parque por la siguiente entrada, me desplomo sobre la hierba húmeda... otra vez.

Consigo meter un poco de valioso aire en mis pulmones ardiendo y jadeo como un perro en celo. Seguro que parece que tengo un ataque de asma. A través de mi visión borrosa veo a Santana acercarse y quedarse de pie a mi lado. Me protejo los ojos del sol de la mañana y la enfoco.

—Lo he hecho mejor que la última vez—resoplo, jadeante.

Sonríe.

—Mucho mejor, Britt-Britt.

Se pone de rodillas y me levanta una pierna. Me da un masaje circular en el gemelo que me hace rugir. Ella se echa a reír.

—Estoy muy orgullosa de ti. Dentro de unos días lo harás como si nada.

¿Qué?

Los ojos casi se me salen de las órbitas pese a que los tengo cerrados. Si albergara suficiente aire en el cuerpo, tosería en desacuerdo.

¿Es que esta mujer no sabe lo que es ir poco a poco?

Me tumbo en la hierba mientras ella hace magia en mis doloridos músculos. Podría quedarme aquí tumbada todo el día, pero no tarda en hacer que me siente y me pone un billete de veinte delante de las narices.

—He venido preparada. ¿Café?

Señala con la cabeza un Starbucks que hay en la acera de enfrente. Me la comería a besos. La rodeo con los brazos en señal de gratitud por haber sido tan precavida. El masaje que me ha dado me ha devuelto a la vida, y ahora voy a poder tomarme un café de Starbucks. La carrera ha valido la pena. Se echa a reír y se pone de pie conmigo todavía abrazada a su cuello.

—Estira las piernas, Britt—me ordena con dulzura deshaciéndose de mi abrazo.

Protesto en el acto y recuerdo la última vez que me dijo que estirara después de salir a correr y no lo hice. Estaba demasiado distraída con sus exigencias de que trabajara única y exclusivamente en el proyecto de La Mansión. Como resultado, me pasé el día llevándome el pie al trasero, intentando que me dolieran menos las agujetas.

Observa de pie cómo estiro cada grupo muscular. Se la ve contento y le brillan los ojos. No hay ni rastro de la arruga de la frente.

—Vamos.

Me coge de la mano y caminamos hacia Starbucks. Como es tan temprano, nos sirven en seguida. Tengo hambre, pero si como algo voy a recuperar las calorías que acabo de quemar. Aunque todo huele delicioso y a recién hecho.

—¿Te apetece comer algo?—me pregunta Santana.

Debe de haber visto cómo miraba la bollería.

—No—respondo a toda velocidad apartando la vista de las tentaciones del expositor, que han conseguido que se me haga la boca agua.

Sonríe y me coge cariñosamente de la nuca, me atrae hacia sí y me da un beso en la frente antes de centrar la atención en la dependienta, que babea más que yo.

—Un capuchino doble sin chocolate, un café solo y dos magdalenas de arándanos, por favor—le sonríe, y la chica le devuelve una risita nerviosa. Santana me mira—Ve a coger sitio.

—Te he dicho que no tenía hambre.

—Britt, tienes que comer algo y punto.

Meneo la cabeza pero no discuto, sino que encuentro una mesa junto a la ventana y me dejo caer en el sillón de cuero. Es la forma perfecta de empezar el día: correr dieciséis kilómetros. La verdad es que mi preferida es empezar con sexo soñoliento. Comienzo a pensar en el hecho de que Santana me suplicó que fuera con ella a la fiesta de La Mansión.

¿Qué clase de fiesta va a ser?

Me imagino a gente medio en pelotas, todos a lo suyo, música erótica y luces tenues.

Ah, y artefactos, rollo jaulas y cruces, ganchos, cuero..., látigos.

¡El puto infierno!

¡Sería como una orgía descomunal con un montón de juguetes guarros!

Jesús, María y José. No sólo es que no quiera ir, es que tampoco me entusiasma la idea de que vaya Santana. Me entra un ataque de celos en cuanto imagino a todas las mujeres babeando por ella, intentando seducirla con promesas de sexo pervertido. No hay duda de que le va la marcha y de que se le da muy bien.

Dios, está muy acostumbrado a toda esa mierda.

Vale, me están entrando todos los males en Starbucks y, de nuevo, me acuerdo de que Santana tiene muchísima práctica... con el sexo..., con los juguetes... y con...

¡Para!

Qué idea más deprimente. Vi la mirada de esas mujeres cuando estuve en La Mansión. Yo era la intrusa, y ya me imagino el recibimiento que me espera si voy a esa fiesta. Seguro que no va a ser tan cálido como en mis anteriores visitas. De hecho, sería la aguafiestas, la petarda que va a fastidiarles la orgía.

Es horrible.

—¿Soñando despierta?

Aparto la mirada de la abundante vegetación del parque que hay en la acera de enfrente y la clavo en los estanques oscuros de mi señora de La Mansión. Esbozo una sonrisa nada convincente. De pronto, estoy muy deprimida y me siento muy poca cosa. Además, los celos y el rencor me consumen como nunca lo habían hecho. Me mira con recelo mientras deja los cafés y las magdalenas sobre la mesa. Se sienta delante de mí y se sirve. Empiezo a pellizcar el copete de mi magdalena y remuevo mi café. Sé que me mira pero no logro reunir las fuerzas suficientes para fingir que estoy bien.

No lo estoy.

Ni siquiera hemos hablado de La Mansión. La verdad es que no hemos hablado de nada.

—No voy a ir a la fiesta—digo por encima de mi capuchino—Te quiero pero no puedo ir, San—digo esto último con la esperanza de que suavice el golpe.

Mi latina no sabe aceptar un no por respuesta, al menos no si proviene de mí. Tras unos instantes en silencio, la miro para ver qué cara se le ha quedado. No hay signos de enfado, ni de mal humor, pero su arruga de la frente ha hecho acto de presencia y se está mordiendo el labio inferior, lo que me dice que esto es muy importante para ella. Si me suelta otra perla como la de anoche en la bañera, me echaré a llorar.

—No va a ser como te imaginas, Britt—dice con calma.

—¿Qué quieres decir?—pregunto con el ceño fruncido.

¿Cómo sabe cómo imagino que va a ser?

Bebe un sorbo de café y deja el vaso de papel sobre la mesa antes de inclinarse hacia adelante en el sillón con los codos apoyados sobre las rodillas.

—¿Alguna vez La Mansión te ha dado la impresión de ser un sórdido club de sexo?

—No—reconozco.

Ni siquiera me di cuenta de que era un club de sexo hasta que estuve cotilleando con Rachel y me encontré en el tercer piso. Parece un hotel superpijo y con spa. Bueno, por lo que yo vi, que no fue mucho, más que nada porque estaba cegada por esta mujer que ahora tengo sentada enfrente.

—Britt, no va a haber gente desnuda haciéndote proposiciones. Nadie va a arrastrarte por la escalera hacia el salón comunitario. Hay reglas.

¿Reglas?

—¿Qué clase de reglas?

Sonríe.

—Los únicos lugares donde está permitido quitarse la ropa son el salón comunitario y las suites privadas. La planta baja, el spa y las áreas deportivas son como las de cualquier otro hotel de lujo. No dirijo un burdel, Britt. Los socios pagan mucho dinero para disfrutar de todo lo que La Mansión ofrece, no sólo por el privilegio de practicar sus preferencias sexuales con personas que comparten sus gustos.

Sé que me estoy poniendo como un tomate y tengo ganas de darme una bofetada.

—¿Cuáles son tus preferencias sexuales?—pregunto en voz baja.

Con todo lo que podría preguntar, ¿por qué voy y le pregunto justamente eso?

¿Qué coño me pasa?

Debería estar interrogándola sobre cruces gigantes de madera que cuelgan de las paredes y rejas de oro que penden del techo, o sobre hileras de látigos y cadenas suspendidas de las vigas. Me dedica su sonrisa arrebatadora y se mete un trozo de magdalena en la boca. Lo mastica despacio a propósito, mientras observa cómo me derrito ante su potente mirada.

—Tú—afirma con rotundidad.

—¿Sólo yo?

—Sólo tú, Britt.

Su voz es ronca y decidida, y no puedo evitar que las comisuras de mis labios se eleven por un segundo. Acaba de multiplicar su magnetismo sexual por diez. Podría abalanzarme sobre ella aquí mismo.

—Así me gusta.

Tomo el primer bocado de verdad de la magdalena, más que satisfecha con su contestación. Sólo yo. Me gusta esa respuesta.

¿De verdad me importa lo que ocurra en La Mansión si Santana no participa?

Sólo tengo que olvidar que antes sí participaba, aunque...

¿Hasta qué punto?

Y ¿es obligatorio que yo lo sepa?

Nos miramos un momento. Ella se pasa el índice por el labio inferior y yo me maravillo de lo sexy que está cuando hace eso.

—¿Vendrás?—me pregunta; no me lo ordena. Está siendo muy razonable, tratándose de ella—Por favor, Britt...—añade con una mueca de esperanza.

Jo, es que no sé decirle que no a esta mujer.

—Sólo porque te quiero.

Su mueca se transforma en una sonrisa de las que quitan el aliento y yo me derrito en el sillón.

—Repítelo, Britt.

—¿Qué?—frunzo el ceño—¿Que sí que voy a ir?

—No, claro que vas a ir. Dime otra vez que me quieres.

—Ya lo sabes—me encojo de hombros—Te quiero, Sanny.

Sonríe.

—Lo sé pero me encanta oírtelo decir—levanta su cuerpo glorioso y me tiende la mano. La cojo y me golpeo contra su pecho cuando tira de mí—Si hubieras seguido corriendo, estaríamos en casa, perdidas en el interior de la otra.

Mentalmente, coso a patadas mi culo de corredora de mierda. Debería haber seguido.

Se tardan quince minutos en llegar al Lusso en taxi, y estoy deseando que llegue el bis de mi rutina de ejercicio matinal. Me besa en los labios un rato y luego me carga sobre sus hombros y empieza a andar hacia la calle. Con el rabillo del ojo veo a la joven que ha atendido a Santana, que observa con envidia cómo mi latina me saca en brazos del establecimiento.

Sonrío para mis adentros.

Es todo cuanto una persona puede desear, y es mía. Nadie me la va a quitar, así que si tengo que ir a una estúpida fiesta de aniversario para ahuyentar a las leonas que se mueren por hincarle el diente, que así sea. Pasaré por encima de quien haga falta.

Me deposita en el taxi y me tortura sin piedad de camino a casa, y yo no sé qué hacer para disipar la tensión que se apodera de mí entre mis muslos.

—Buenos días, Clive—dice Santana a toda velocidad mientras tira de mí.

Menos mal que llevo puestas las deportivas, porque parece que está haciendo un sprint.

No se detiene cuando Clive le devuelve el saludo. Me mete en el ascensor, introduce el código en el teclado y me empuja contra la pared de espejos. Ataca mi boca con avidez.

—¡Es posible que, en el futuro, tenga que follarte antes de salir a correr, Britt!—ruge en mi boca.

Su tono primitivo me parte en mil pedazos bajo su cuerpo duro. Tengo las manos en su pelo y ella acerca aún más la boca a la mía. Nuestras lenguas libran una batalla campal.

Esto va a ser visto y no visto.

Hemos dejado atrás el territorio del sexo soñoliento y, si las puertas del ascensor no se abren pronto, lo vamos a hacer aquí mismo.

Las puertas se abren como si pudieran leerme el pensamiento y me hace entrar en el ático andando hacia atrás; nuestras bocas siguen fundidas y nuestras lenguas se baten en duelo. No sé cómo lo hace, pero consigue abrir la doble puerta de entrada sin separarse de mí y ya me está arrancando la ropa antes de que ésta se haya cerrado. Quiere estar dentro y junto a mí cuanto antes, lo cual me parece perfecto. Ha sido la carrera en taxi más larga que he tenido que soportar en toda mi vida.

Me deshago de las bragas de un puntapié en cuanto ella me las baja y empiezo a quitarle la camiseta por encima de la cabeza. Su boca se separa de la mía justo el par de segundos que necesito para deshacerme de la camiseta y vuelve a chocar contra la mía. Santana avanza con decisión y me lleva, andando hacia atrás, hacia la pared que hay junto a la puerta principal. Me vuelve de espaldas.

—De rodillas. Pon las manos contra la pared, Britt—me ordena con urgencia.

Obedezco al instante mientras ella se libra de las deportivas y de los pantalones cortos. Me pongo de rodillas y apoyo las palmas de las manos en la pintura fría, jadeante e impaciente. Me coge firmemente de las caderas y doy un respingo, pero no me suelta. Tira un poco de mis caderas, me abre de piernas y se coloca detrás de mí.

—No te corras hasta que yo lo diga, ¿entendido, Britt?

Asiento y cierro los ojos intentando prepararme para la sobrecarga de potencia que mi cuerpo está a punto de recibir con los brazos abiertos. A estas alturas ya debería saber que, cuando se pone así, no hay ejercicio mental capaz de prevenirme para lo que viene.
Noto la punta de sus dedos haciendo presión en mi entrada y, en cuanto la encaja, empuja hacia adelante con un grito incoherente. No me deja respirar ni un resquicio para ajustarme o aceptarlos. Inmediatamente, tira de mí hacia ella y empieza a entrar y a salir a toda potencia, sin piedad.

Está poseída.

¡Joder, joooodeeeer!

Abro los ojos, sorprendida, y recoloco las manos en la pared, buscando estabilidad desesperadamente mientras ella sigue penetrándome como una salvaje.

—¡Por Dios, San!—grito ante la deliciosa invasión de mi cuerpo.

—¡Sabías lo que te esperaba, Britt!—ruge volviendo a la carga—Que no se te ocurra correrte.

Intento pensar en cualquier cosa menos en la rápida e inmensa acumulación de placer que crece en mi entrepierna, pero sus embestidas salvajes e incansables no me ayudan en absoluto. Como siga a este ritmo, no voy a poder aguantarme.

—¡Joder!—grita, frenética—¡Me vuelves loca!—enfatiza cada palabra con una embestida potente y precisa.

Estoy sudando más que durante la carrera de dieciséis kilómetros. Su mano libre abandona mis caderas y trepan por mi espalda hacia mi hombro, y echo atrás la cabeza cuando me agarran, firmes y ardientes, de la nuca.

Estoy delirando de placer.

Las señales delatoras de que ella también se está poniendo tensa viaja por su brazo, directas a mi hombro.

Qué alivio.

He pasado el punto de no retorno pero no puedo correrme hasta que ella me lo diga.

¿Qué haría si la desobedeciera y me entregara a mi orgasmo inminente?

Sigue sacudiendo y golpeando las caderas y su mano contra mis nalgas y, con un rugido que me rompe los tímpanos, me penetra con tanta fuerza que se me saltan las lágrimas. Acto seguido, se queda quieta y se apoya en mi espalda, cosa que me empotra más aún contra la pared.

Mueve los dedos en círculos, muy dentro de mí. Estoy temblando, tengo el cuerpo al límite. Me coge de la coleta y tira de ella hasta que tengo la cabeza sobre su hombro, mi visión borrosa se topa con algo oscuro.

—Córrete, Britt—me ordena.

Desliza el dedo por el centro de mi sexo y su lengua arrasa mi boca. Sus palabras desatan un tsunami de placer en mi entrepierna que se apodera de cada centímetro de mi ser y exploto con un gemido largo y satisfecho en su boca. No puedo moverme. Me hundo en su abrazo y la dejo que me acaricie durante mi orgasmo.

—Eres una diosa—farfullo contra sus labios.

Noto que sonríe.

—Eres muy afortunada.

—Y tú, una diosa arrogante.

Saca sus dedos y me da la vuelta entre sus brazos. La ayudo a maniobrar y le rodeo el cuello con las manos.

—Tu diosa arrogante quiere pasar el resto de su vida profesándote su amor y cubriéndote con su cuerpo.

Se pone de pie y me lleva consigo. Estoy encantada, pero también intento ignorar la diminuta parte de mi cerebro que trata de recordarme que con el cuerpo y el amor de Santana también van incluidos doña Controladora y doña Difícil.

—¿Qué hora es?—pregunto besándolo a la luz matutina.

—No lo sé.

Sigue cubriéndome de besos y yo empiezo a andar hacia atrás, en dirección a la cocina, para intentar mirar la hora en el reloj. Me sigue, todavía abrazada a mí y dándome besos por todas partes. Veo el reloj con el rabillo del ojo.

—¡Mierda!

—¡Oye! ¡Cuidado con esa puta boca!

Me libero de su abrazo y comienzo a subir la escalera corriendo.

—¡Son las ocho y cuarto!—grito subiendo los escalones de dos en dos.

¿Cómo ha pasado tan rápido la mañana?

Mi diosa arrogante es toda una distracción.

Voy a llegar tardísimo.

Me meto en la ducha y me libro de los restos de sudor y de la humedad a toda velocidad. Me estoy aclarando el pelo frenéticamente cuando noto que las manos de Santana me acarician la barriga. Me enjugo el agua de los ojos y la veo a mi lado, esgrimiendo su sonrisa especial, sensual y arrebatadora.

—Ni se te ocurra, San—le advierto. No me va a distraer más. Pone morritos y lleva las manos a mis hombros. Tira de mí hacia su boca—Llego tarde—discuto débilmente, intentando resistirme a las ganas que me están entrando de confraternizar con ella, que sigue besándome en los labios.

—Quiero pedir cita, Britt—dice lamiéndome el labio inferior y arrimando la entrepierna contra la mía.

—¿Para follarme? No hace falta cita—bromeo intentando apartarme de ella.

Ruge y me abraza con fuerza.

—¡Esa boca! Ya te lo he dicho. No necesito pedir cita para follarte. Lo hago cuando quiero y donde quiero, Britt.

Me restriega otra vez la entrepierna y es entonces cuando sé que tengo que escapar antes de que me devore de nuevo.

—Tengo que irme.

Me zafo de su abrazo, salgo de la ducha a toda prisa y la dejo ahí, triste como una colegial. Acaba de follarme, aunque la verdad es que yo también tengo ganas de repetir.

Me lavo los dientes y voy al dormitorio. Me siento delante del espejo de cuerpo entero y saco mi neceser de maquillaje y el secador de pelo. Empiezo a secármelo a toda velocidad y me hago un recogido rápido. Ahora, a por el maquillaje.

Santana sale del baño en toda su gloriosa desnudez y sin un ápice de pudor. Le lanzo una mirada furibunda a su espalda desnuda y obligo a mis ojos a volver a centrarse en el maquillaje.

Me está distrayendo a propósito.

Me acerco al espejo y me aplico la máscara de pestañas. Cuando me aparto, Santana está a mi lado, mirándose al espejo. Levanto la vista y me doy en las narices con su sexo.

No puedo apartar la vista.

Estoy encantada.

Mi ávida mirada asciende por su cuerpo desnudo y la encuentra mirándose al espejo y peinándose el pelo.

Sabe muy bien lo que se hace.

Respiro hondo para serenarme y me dedico a maquillarme, pero entonces ella empieza a frotarse contra mí. Su pierna firme apenas me roza la piel del brazo. Siento un escalofrío y levanto la vista. Está intentando aguantarse la risa y fingir que la cosa no va con ella.

Qué cerda.

Mira mi imagen en el espejo. En sus ojos brillan toda clase de promesas. Entonces se agacha detrás de mí y me rodea con su cuerpo. Se sienta un poco más hacia adelante, apretándose contra mí, enroscando los brazos en mi cintura y apoyando la barbilla en mi hombro. Le sostengo la mirada en el espejo.

—Eres preciosa, Britt-Britt—susurra.

—Tú también—respondo, y me tenso un poco cuando noto su sexo en mi culo.

Lucha por contener la risa. Sabe perfectamente lo que está haciendo.

—No vayas a trabajar, Britt.

Sabía que esto iba a pasar tarde o temprano.

—Por favor, no me pidas eso, San.

Me pone morritos.

—¿No te apetece que nos metamos en la cama y te dedique mis atenciones especiales durante todo el día?

No se me ocurre nada mejor que eso pero, si cedo, estaré sentando un precedente que me va a acarrear muchos problemas en el futuro. No puede tenerme dedicada a ella en exclusiva todo el tiempo, aunque sé que ella cree que eso sería lo más natural del mundo.

—Tengo que trabajar.

Cierro los ojos cuando sus labios deciden conquistar mi oreja.

—Tengo que tenerte, Britt—su lengua traza círculos en mi lóbulo.

¡Dios, tengo que huir ahora mismo!

—Sant, por favor.

Me retuerzo entre sus brazos. Su reflejo me lanza una mirada furiosa.

—¿Me estás diciendo que no?

—No. Te estoy diciendo que luego—intento razonar y me retuerzo con más fuerza para poder darme la vuelta. La empujo, se tumba boca arriba y yo aterrizo sobre ella, sobre sus labios—Necesito trabajar, por Dios.

—Trabaja en mí. Seré una cliente muy agradecida.

Me aparto y sonrío.

—¿Quieres decir que en vez de partirme el espinazo para mantener a mis clientes contentos con mis diseños, planes y fechas de entrega, debería simplemente acostarme con ellos?

Se le ensombrece la mirada.

—No digas esas cosas, Brittany.

—Era una broma—me echo a reír.

De repente estoy con la espalda pegada al suelo, debajo de ella, inmovilizada por su peso.

—¿Acaso me estoy riendo? No digas cosas que hagan que me ponga como una energúmena.

—Lo siento, San—digo de inmediato.

Necesito vivir con su tolerancia cero a los chistes sobre otras personas y yo.

Niega con la cabeza y se levanta, camino del armario vestidor. Me siento y aprovecho que ya no hay distracciones para terminar de maquillarme.

La he hecho enfadar de verdad.

Una imagen inesperada y que no me gusta un pelo de Santana con otra mujer me viene a la cabeza. Ahora soy yo la que niega con la cabeza. Es como si mi subconsciente me estuviera dando a probar mi propia medicina. Hago una mueca de asco y tiro el eyeliner al neceser de maquillaje.

Ha funcionado.

La piel me hierve de lo posesiva que me siento. Me embadurno en manteca de coco, me pongo ropa interior de encaje y mi vestido rojo recto y sin mangas.

—Me gusta ese vestido, Britt.

Me vuelvo y mis ojos reciben el impacto total de una hermosa bestia con traje ceñido, color azul marino.

Suspiro de admiración.

Es demasiado perfecta.

Babeo.

Parece que se le ha pasado la pataleta.

—Me gusta tu traje—contraataco.

Sonríe y termina de arreglarse. Si yo fuera cualquier otra mujer y me enterara de la existencia de La Mansión y de que su propietaria es una diosa, también me haría socia.

Me está distrayendo otra vez.

Lanzo el bolso sobre la cama, saco el móvil, me pongo brillo de labios y cojo mis zapatos bajo su atenta mirada.

En vano, busco de nuevo la tarjeta de la doctora Wilde pero sé que no la voy a encontrar.

—¿Se te ha perdido algo?

Se echa un poco más de perfume.

Dios, esa fragancia.

—El número de tu doctora—gruño con la cabeza casi dentro de mi bolso gigante.

Repaso con los dedos las costuras del forro, por si hay algún descosido.

—¿Te lo doy?—levanto la cabeza y le pido disculpas con una sonrisa—Te veo luego.

Me da un casto beso en la mejilla y me deja buscando agujeros en el forro del bolso.

Esto es una pesadilla.

Tal vez debería practicármelos otra vez y ahorrarme todo este apuro. De repente me quedo petrificada, con el ceño fruncido y mi mente apretando el gatillo...

¿Por qué siempre me pregunta por los exámenes?

¿Porque la doctora Wilde sabía todo?

Ella dijo Santana se encargó de explicarle a que iba, pero también se enojó porque Santana no me acompañara a la cita médica. Que era muy importante que las parejas fueran juntas y tantas cosas más.

¿Qué tanto conoce Santana a la Doctora Wilde?

Santana me dijo que la Doctora Wilde era de confianza, ya que era su médico de años, que hasta tenía sus óvulos congelados con ella.

¿Qué tanto le dijo Santana de mi cita?

¿Y si Santana...?

No, no sería capaz.

¿Por qué iba a hacerlo?

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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por micky morales Sáb Mayo 23, 2015 8:59 am

no creo que santana sea capaz de llegar a tanto, como a fecundar a britt con sus ovulos sin su consentimiento!
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Mensaje por Susii Sáb Mayo 23, 2015 12:29 pm

:oooo se pasaria si la embaraza sin su consentimiento:o
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Finalizado Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo

Mensaje por 23l1 Sáb Mayo 23, 2015 9:15 pm

micky morales escribió:no creo que santana sea capaz de llegar a tanto, como a fecundar a britt con sus ovulos sin su consentimiento!


Hola, noo claro que no, osea san puf jamas! osea no seria capas vrd¿? Saludos =D


Susii escribió::oooo se pasaria si la embaraza sin su consentimiento:o
Me gusta cuando salen a correr akdbxaldjdk :3


Hola, obvio osea seria muy... bajo¿? Jajajajajaj ejercicio juntas! Saludos =D
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Finalizado FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 9

Mensaje por 23l1 Sáb Mayo 23, 2015 9:20 pm

Capitulo 9

Avanzo por el vestíbulo y veo que Clive está cepillando el cuello de su uniforme sobre el mostrador de mármol. Lo está dejando reluciente.

—Buenos días—digo.

—Buenos días, Brittany—responde la mar de contento.

Le devuelvo el saludo con una sonrisa exagerada.

—Clive, no podrías dejarme ver los vídeos de las cámaras de seguridad del domingo, ¿verdad?

—¡No!—exclama.

De repente está muy ocupado tecleando a toda velocidad. Le clavo una mirada de sospecha pero él no levanta la vista del ordenador.

Esto es increíble.

Santana se me ha adelantado. Sabía que se los iba a pedir a Clive.

—¿Ha hablado Santana contigo?

—No—niega con la cabeza y sigue sin querer mirarme.

—Claro que no—suspiro, doy media vuelta y salgo del vestíbulo.

La latina es muy astuta y yo tengo la mosca detrás de la oreja.

—¡Brittany!—Clive corre detrás de mí—Han llamado de mantenimiento. Ya han hecho el pedido de la puerta pero, como la tienen que enviar desde Italia, tardará en llegar—camina a mi lado.

—Deberías llamar a Santana y comunicárselo a ella—sigo andando y él no se separa de mí.

—Ya lo hice, Brittany, y la señora López me dijo que tengo que consultar contigo todo lo que esté relacionado con el ático.

Freno en seco.

¿Qué ha dicho qué?

—¿Perdona?—sueno confundida.

Clive parece nervioso.

—La señora López... me dijo... eh... que ahora vivías aquí y que tenía que informarte de cualquier cosa relacionada con el ático.

—Ah, ¿eso te ha dicho?—aprieto los dientes. No debería tener ese tono de amenaza, no es culpa de Clive—Hazme un favor, Clive. Telefonea a la señora López y dile que yo no vivo aquí.

Clive me mira como si acabara de decirle que tiene dos cabezas.

Estoy que echo humo.

Utiliza un polvo de entrar en razón, seguido de un polvo de recordatorio, para hacer que me mude aquí, y ¿ahora espera que me convierta en su chacha?

Ni por todos los polvos de entrar en razón y los polvos de recordatorio juntos.

—Por supuesto, Brittany... Ahora mismo... lo hago.

—Estupendo—exploto, y salgo del edificio.

Me paro y busco las gafas de sol y las llaves del coche en el bolso, hecha una furia.

¿Cómo se atreve?

Bufo para mis adentros hasta que encuentro las gafas. Me las pongo y Angel de Massive Attack empieza a resonar en mis oídos.

—¡No!—grito.

Ahora todavía estoy más cabreada. Sabe cómo me siento respecto a esa canción.

Cojo el teléfono para aceptar la llamada.

—¡Deja de toquetear mi teléfono!

—¡No! ¡Me recuerda a ti!
—grita—¿Qué coño quiere decir eso de que no vives aquí?

—¡Que no soy tu puta chacha!
—le devuelvo el grito.

—¡Cuidado con esa puta boca, Britt!

—¡Que te jodan!
—soy como una camionera.

—¡Esa boca!

Estoy en la puerta del Lusso, echando humo. Si cree que voy a ser una ama de casa diligente y obediente, va lista.

¡La muy ladina!

Levanto la vista y veo a Finn apoyado en su Range Rover. Lleva las gafas de siempre puestas pero puedo ver que tiene arqueada una ceja. Esto le parece la mar de divertido.

—¿Qué hace Finn aquí?—le espeto.

—¿Ya estás más tranquila?

—¡Contéstame!
—le grito.

—¿Con quién coño te crees que estás hablando, Britt?

—¡Contigo! ¿Me estás escuchando? ¿Por qué está aquí Finn?

—Para llevarte al trabajo.

—No necesito un chófer, Santana
—suavizo un poco mi tono.

Qué poco digno de mí, gritar y maldecir como una hooligan borracha, delante de uno de los complejos residenciales más nuevos y prestigiosos de Londres.

Finn sonríe.

Esto es nuevo.

Nunca lo había visto dar señales de tener sentido del humor.

—Estaba por el barrio y pensé que sería más cómodo que pasarte una hora intentando aparcar—ella también ha suavizado el tono.

—Bueno, al menos podrías contarme las cosas que van a pasar y que tienen que ver conmigo—le escupo por teléfono, y cuelgo.

¡Cerda controladora!

Me dirijo hacia Finn y el móvil empieza a sonar por el camino otra vez. Voy a cambiar esa dichosa melodía. Le enseño la pantalla a Finn cuando paso junto a él y vuelve a sonreír.

—Dime, amor—bromeo con bastante osadía.

Me estoy cavando mi propia tumba, lo sé, pero ahora mismo no puede tocarme, así que no hay peligro de que intente echarme un polvo para ponerme en mi sitio.

—No te pongas sarcástica, Britt, no te pega.

Me monto en el Range Rover y me abrocho el cinturón de seguridad.

—Te gustará saber que voy hacia la oficina con Finn—miro a este último y él asiente—¿Quieres que te lo confirme?—pregunto—Finn, saluda—le pongo el móvil delante de las narices—Todo bien, Santana —dice despacio. Sonríe de verdad. Se lo está pasando pipa. Me pego el móvil de nuevo a la oreja—¿Contenta?

—¡Mucho!
—exclama—¿Alguna vez has oído hablar de un polvo de represalia?

Sólo de oírlo me dan escalofríos. Miro a Finn, que sigue sonriendo.

—No. ¿Me vas a hacer una demostración?—pregunto con calma.

—Si tienes suerte. Te veo en casa—dice, y cuelga.

Dejo el móvil en el bolso. Hay espirales de anticipación dando vueltas en mi entrepierna.

Me ha hecho correr dieciséis kilómetros, me ha servido mi café favorito, me ha follado hasta hacerme perder el sentido, me ha hecho promesas guarras por teléfono y ni siquiera he llegado aún a la oficina. Por si fuera poco, me está distrayendo de un montón de pensamientos desconcertantes.
Se está guardando algo, otra vez, y no me puedo creer que le haya dicho al conserje que ahora yo soy la señora de la casa. En el futuro, necesito evitar los polvos de entrar en razón, y también necesito pensar cómo voy a abordar ese pequeño asunto. Es demasiado pronto para que me vaya a vivir con ella.

Miro a la bestia parda que tengo sentada a mi lado.

—¿De verdad estabas por el barrio?

Finn deja de emitir su zumbido característico.

—¿Tú qué crees?

Justo lo que me imaginaba.

—¿Qué edad tiene San?—pregunto como si nada.

No tengo la menor idea de por qué he elegido un tono casual. Es ridículo que no sepa qué edad tiene.

—Treinta y dos—contesta con rostro inexpresivo.

¿Treinta y dos?

Ésa es la edad que dijo Santana anoche que tenía. Miro a Finn, que vuelve a emitir su ruidito característico.

¡No me lo creo!

Santana se lo ha dicho.

—No tiene treinta y dos años, ¿a qué no?

Finn vuelve a sonreír.

—Dijo que me lo preguntarías.

Meneo la cabeza. En eso voy perdiendo. Así que, como a Finn le caigo bien y parece estar de buen humor, decido que puedo abordar otros asuntos.

—¿Siempre ha tenido un carácter tan difícil?

—Sólo contigo, rubia. En realidad, se lo toma todo con bastante calma.

¿Que se lo toma todo con calma?

Espera, que me río.

Recuerdo que Quinn dijo lo mismo y que Finn mencionó que yo había sacado a la luz algunas cualidades bastante desagradables en Santana. Me río para mis adentros. Santana también ha sacado a la luz cualidades feas en mí. Suelto más tacos que un camionero.

—Es evidente que saco lo peor de ella—gruño.

—No seas tan dura con ella, rubia—Finn intenta quitarle importancia.

—¿Quieres vivir con ella y con su forma imposible de ser?—pregunto, exasperada.

—Entonces ¿te has mudado a su casa?

Sus cejas aparecen por encima de las gafas de sol y se vuelve hacia mí. No me había dado cuenta de lo que acabo de decir. Espero que Finn no llegue a la misma conclusión que Holly: que voy detrás del dinero de Santana. De pronto siento la necesidad de defenderme.

—Me lo pidió y prácticamente me obligó a decir que sí—no le voy a contar los detalles de cómo lo hizo—Pero no estoy muy segura. Es un poco pronto. De eso iba nuestro pequeño intercambio. No le gusta que le digan que no.

Sacudo el teléfono delante de Finn.

¡Su dinero me importa una mierda pinchada en un palo!

Las comisuras de los labios de Finn dibujan una sonrisa y empieza a asentir, pensativo.

—Es muy particular contigo.

Suelto una carcajada de asentimiento y niego con la cabeza, pensativa. Es muy particular conmigo.

Da miedo.

—¿Cuánto hace que la conoces?

La ocasión la pintan calva. Podría cerrar el pico y no volver a hablar.

—Demasiado tiempo—se ríe, y es una risa profunda, desde las tripas, y le salen papadas nuevas cuando su cuello se retrae.

Me pregunto cuántos años tendrá. Es el puto misterio de las edades. Debe de estar a punto de cumplir los cuarenta y tantos.

—Apuesto a que has visto de todo en La Mansión—farfullo.

Tengo más clara la labor de Finn desde que sé que el lugar no es un hotel ni el cuartel general de la mafia. No me gustaría cabrear a la montaña que tengo sentada a mi lado, tamborileando con las manos en el volante. Hace que incluso eso parezca un gesto amenazador.

—Forma parte de mi trabajo—responde tan tranquilo.

Ah, lo que me recuerda:

—¿Por qué fue el otro día la policía?

Finn me mira con un semblante casi de amenaza y me achico un poco.

—Un idiota que hacía el tonto. No hay por qué preocuparse, rubia—dice, y vuelve a centrarse en la carretera.

No estaba preocupada, pero ahora sí lo estoy. Finn acaba de darme exactamente la misma explicación de mierda que me dio Santana, y el hecho de que me haya dicho que no me preocupe me preocupa.

¿Qué está pasando aquí?

Información.

Necesito algo de información.

Me deja en mi oficina y se despide de mí con una inclinación de la cabeza.

—¡Buenos días, Britt!—Tina está contenta.

Ah, sí. Se me había olvidado que Tina se ha transformado. Lleva puesta la misma camiseta que ayer, sólo que de otro color. La de hoy es roja. Me gusta la Tina chispeante. Espero que no le rompan el corazón.

—Hola, Tina, ¿qué tal estás?

—Muy bien, gracias por preguntar. ¿Te apetece un café?

—Sí, por favor.

—¡Marchando!

Me lanza una sonrisa adorable y se va a la cocina. Caigo en la cuenta de que lleva las uñas pintadas. Eso también es una novedad, y no es beige ni transparente.

¡Es rojo carmesí!

Debe de estar preparándose para su cita.

Enciendo el ordenador, me pongo con unos presupuestos y preparo un montón de facturas para Tina. Abro el correo y veo que tengo la bandeja repleta de mensajes, casi todos son basura, así que empiezo a borrarlos.

A las diez y media se abre la puerta de la oficina. Cuando levanto la vista no me sorprende en absoluto ver un abanico de calas en los brazos de la chica del Lusso. Sabía que iba a hacer caso omiso de lo que le pedí. Pone los ojos en blanco y me encojo de hombros a modo de disculpa. Tras el intercambio de flores y firmas, busco la tarjeta.


¿TIENES GANAS DEL POLVO DE REPRESALIA?
TU DIOSA.
BSS.S



Sonrío y le mando un mensaje. Me había prometido no contactar con ella después de cómo me ha distraído esta mañana, pero ese plan ya se ha ido a la porra, con lo de ser su chacha y la aparición del grandulón de Finn. Además, tengo muchas ganas de echar ese polvo de represalia.

Sí, y sé que tú también. Bss, tu B.

Me pongo a currar. No hay nadie en la oficina excepto Tina. Es mi oportunidad para sacar un montón de trabajo adelante.

Cruzo la calle a la hora de la comida para comprar un bagel y comérmelo delante del ordenador. Mi móvil me indica que tengo un mensaje en cuanto aterrizo en la silla.

Me gusta tu frase de despedida. No la olvides. Siempre lo serás. Te veo en casa, a las siete... más o menos. Bss, S.

Estoy en el séptimo cielo de Santana.

Decido llamar a Rachel mientras me tomo un descanso para comer.

—¡Hola, hola!—canturrea por el teléfono.

¿Por qué está tan contenta?

Ay, Dios, espero que no haya vuelto a ir a La Mansión. No voy a preguntárselo. Prefiero no saberlo.

—Hola, ¿te encuentras bien?

—¡Todo bien! ¿Cómo está la novia favorita de mi amiga?
—se echa a reír.

—Está bien—contesto secamente.

Sólo la quiere tanto porque le compró a Margo Junior.

—Oye, estoy de camino a Brighton para entregar una tarta. ¿Comemos juntas el jueves? Mañana tengo un día de locos. Debo ponerme al día en el trabajo.

—Te han estado distrayendo, ¿no, pillina?

—¡Diversión!
—me suelta—¿Comemos juntas o no?

—Vale
—contesto. Eso de que esté tan sensible me tiene muy mosqueada—El jueves a la una en el Baroque—confirmo.

—¡Perfecto!—y cuelga.

¡Rayos!

Creo que le he tocado la fibra sensible.

¡Diversión, y un cuerno!

Está dándome evasivas y quitándole importancia. Quiero saber qué está pasando, pero me prometo no volver a preguntar en el futuro.

¿Qué se trae entre manos?

Se abre la puerta de la oficina y entra Kurt.

—¡Kurt, tenemos que hablar sobre tu indumentaria!

Se mira la camisa de vestir verde esmeralda y la corbata rosa fucsia. Los colores que no casan son una ofensa terrible en el mundo de Kurt.

—Fabulosa, ¿verdad?—se acaricia la corbata.

Pues no. De hecho, es bastante desagradable. Sé que, si estuviera buscando un diseñador de interiores y Kurt apareciera en mi puerta, se la cerraría en las narices.

—¿Dónde está Mercedes?—pregunto.

—Tenía una visita en Kensington.

Lanza su mariconera sobre su mesa, se quita las gafas y se las limpia con la corbata.

—¿Has averiguado qué salió mal?—insisto.

—¡No!—se deja caer en su silla—Se pasó el día triste y cabizbaja—se inclina hacia adelante y recorre la oficina con la vista—Oye, ¿qué crees que le pasa a nuestra Tina?

Vaya, se ha dado cuenta. La verdad es que es difícil no notarlo.

—Tuvo una cita—susurro en voz bastante alta.

Se pone las gafas con un gesto dramático que sugiere que necesita verme bien la cara, dada la gravedad de la noticia.

Es absurdo.

Kurt se las pone sólo porque es un adicto a la moda y para parecer profesional.

¿Profesional?

Debería tirar a la basura esa camisa y también la corbata. Me están deslumbrando.

—¡No!—se queda con la boca abierta.

—¡Sí! Y esta noche tendrá la segunda cita—asiento.

Abre unos ojos como platos.

—¿Te imaginas lo aburrido que debe de ser él?

Retrocedo. De pronto me siento muy culpable por entablar esta clase de conversación con él.

—No seas capullo, Kurt—lo riño.

Tina cruza la oficina y dejamos de cotillear en el acto. Kurt levanta las cejas y sonríe mientras la sigue con la mirada hasta la fotocopiadora. Si lo tuviera a tiro, le patearía el culo. Se vuelve hacia mí y ve la expresión de desaprobación en mi rostro. Levanta las manos.

—¿Qué?—susurra. Meneo la cabeza y vuelvo a centrarme en mi ordenador, pero la tranquilidad dura poco—Así que—oigo que dice Kurt desde su mesa—Me ha dicho Mercedes que te has ido a vivir con López.

Mi cara es de absoluta sorpresa cuando levanto la vista del ordenador y lo veo hojeando un catálogo como si nada.

¿Cómo se ha enterado?

Está claro... Noah.

Mercedes y él salieron juntos el viernes por la noche, pero ¿qué ha ocurrido desde entonces para que ella esté de tan mal humor?

No quiero tener esta conversación. A Kurt le pirra el drama, y mi vida es todo un drama en este momento.

—No me he ido a vivir con ella, y necesito que guardes silencio, Kurt.

Sigo borrando correos basura. Pero él no pilla la indirecta.

—Debe de ser chulo, vivir en el ático de diez millones de libras que tú misma has diseñado—farfulla pensativo mientras pasa páginas.

—Chitón.

Le lanzo una mirada asesina cuando levanta la vista del catálogo que ni siquiera está leyendo. Esta vez sí que capta la indirecta y se pone a trabajar. No sé cómo contárselo a Will. El caso es que no pinta nada bien: estoy saliendo con un cliente. Lo último que necesito es que Kurt lo proclame a los cuatro vientos.

Me centro en mi ordenador y termino de vaciar la bandeja de entrada de correos basura antes de empezar a preparar los plazos de los pagos de la señora Danielle junto con algunas ideas para los diseños.

Son las cinco de la tarde y estoy dándole golpecitos a la mesa con el bolígrafo, sumida en mis pensamientos, y se me ocurre una idea fantástica.

¡Dios mío, soy genial!

Salto de la silla y recojo los dibujos y las carpetas que hay sobre mi escritorio. Cojo mi bolso, las flores, y me dirijo a la salida.

—He terminado. ¡Hasta mañana, chicos!—me despido mientras salgo a todo gas por la puerta de la oficina.

Tengo media hora.

Puedo hacerlo.

Cojo el metro hacia mi estación de destino. Corro hacia el Lusso desde la parada de metro. Necesito estar duchada y lista antes de que Santana vuelva a casa. Evito toda conversación con Clive y salto al ascensor, jadeante de tanto correr. Mi pobre cuerpo lleva una buena paliza hoy.

Entro en el dormitorio, tiro las flores y el bolso sobre la cómoda y desempaqueto mis compras. Las guardo en el arcón de madera y me meto en la ducha, con ganas de prepararme para la noche que me espera. Voy con mucho cuidado para no mojarme el pelo. Me lavo con frenesí los restos de la jornada y me afeito las piernas, aunque no con tanto frenesí.

Salgo de la ducha y cojo una toalla. Me vuelvo y me doy de bruces con unos pechos, desnudos y familiares.

¡Mierda!

—¿Te he cogido por sorpresa, Britt?—dice en voz baja y amenazadora.

Levanto la vista despacio y veo que entorna sus ojos oscuros en una expresión muy seria. La Santana dominante ha llegado y me ha fastidiado los planes.

—Un poco—reconozco.

—Me lo imaginaba. Tenemos un pequeño asunto pendiente y vamos a resolverlo ahora mismo, Britt.

Me quedo petrificada en el sitio, goteando y agarrada a la toalla. Que me haya pillado así me destripa todos los planes, pero mi decepción no evita la punzada de placer que sale disparada desde lo más profundo de mi vientre hasta mi entrepierna. Su figura esbelta y amenazadora, junto con su respiración profunda, me dice que no estoy en posición de protestar.

Pero no puedo contenerme.

—¿Y si digo que no?—susurro.

Ni muerta le diría que no. Es un farol, y es probable que ella lo sepa.

—No lo harás, Britt.

Está tan segura de sí misma que mi corazón empieza a bombear la sangre en mis venas aún más rápido.

—Puede que sí.

Ni de coña, y la vocecita con la que lo he dicho lo confirma.

Se pega a mí.

Sus pezones chocan con mis pechos y yo doy un respingo. En sus ojos arden oscuras promesas mientras espero a que haga el siguiente movimiento. Los músculos de mi vagina se convulsionan por la anticipación.

—No te andes con jueguecitos, Britt. Ambas sabemos que nunca vas a decirme que no.

Recorre mi brazo con la punta del dedo, sigue por mi hombro y mi cuello hasta llegar al hueco que hay debajo de la oreja.

Cierro los ojos.

Ya me tiene.

Otra vez.

—¿Crees en el destino, Britt?

Su voz es suave como la seda pero segura y seria.

Abro los ojos y frunzo el ceño.

¿Qué trama ahora?

Nunca he pensado que las cosas sucedan por una razón.

¿Adónde quiere llegar?

—No—contesto con sinceridad.

—Yo sí—me coge el coño con la mano y su tacto ardiente hace que me tense aún más—Creo que tú estás destinada a estar aquí conmigo, por eso, que fueras a decirle al conserje que no vives aquí me... jode... viva.

Enfatiza las últimas tres palabras, que suenan altas y claras. Vaya, me había hecho creer que habíamos hecho las paces enviándome flores.

¿Así que sigue enfadada por lo de esta mañana?

Me coge el pezón con el pulgar y el dedo anular de la otra mano. Empieza a retorcerlo y a alargarlo y se endurece más aún. Cierro los ojos. Dos oleadas de placer me parten por la mitad. Lentamente, me penetra con dos dedos.

—¡Ah, Dios!—gimo echando la cabeza atrás.

La toalla se ha quedado en los hombros de Santana. Aprovecha que tiene acceso a mi cuello y me besa en el centro, una caricia firme y húmeda que llega hasta mi barbilla. Sus dedos siguen deslizándose en amplios y torturadores círculos por mi interior, estirándome.

—Voy a follarte hasta hacerte gritar, Britt.

Su voz ronca me enloquece todavía más. Estoy segura de que me hará gritar. Parece estar muy enfadada, aunque no sé si debo tener miedo o no.

¿No bastaría con un polvo de recordatorio para solucionar este pequeño asunto?

Tira de mi barbilla para poder tenerme cara a cara. Ella posee el control pero está frenética.

No sé cómo tomármelo.

En la única cosa en la que parezco poder concentrarme es en el fuego incontrolado que se extiende por mi cuerpo y que arrasa entre mis muslos con golpes fuertes y decididos.

—Ponte de rodillas a los pies de la cama, de cara a la cabecera.

Obedezco de inmediato.

Voy a la cama, me arrodillo y me siento sobre los talones.

¿Qué habrá planeado?

Noto sus pechos en mi espalda, me coge las manos y las abre, luego las lleva a mis pechos y con las palmas traza círculos sobre mis pezones, de forma que apenas rozan la punta. Echo el pecho hacia adelante con tal de aumentar el contacto, pero ella aparta un poco más mis manos. Protesto con un grito incongruente. Acerca la boca a mi oído.

—¿Confías en mí?

La pregunta me pilla por sorpresa. Bueno claro que sí. Más que en nadie.

—Te confiaría mi vida, San—confirmo.

Ella ruge en señal de aprobación.

—¿Te han esposado alguna vez, Britt?

¿Qué?

Antes de que haya podido procesar lo que está pasando, me lleva las manos a la espalda y cierra unas esposas alrededor de mis muñecas.

¿De dónde coño han salido?

Intento mover los brazos y oigo el sonido del metal tirante.

—No muevas los brazos, Britt—me reprende, y deja mis manos en lo alto de mi trasero.

¡Por el amor de Dios!

En mi vida he soltado tantos tacos para mis adentros.

¡Esto es tan inesperado que ha mandado a paseo mi polvo de la verdad!

Santana nunca antes había usado juguetes. Quiero y no quiero parar esto, pero no parezco capaz de articular las palabras. Me quedo quieta y hago todo lo que puedo para relajar los brazos mientras me pregunto si ya habrá hecho esto mismo antes. Me río a carcajadas para mis adentros. Pero claro que lo ha hecho, so tonta.

¿Cómo es que no lo vi venir?

—Buena chica—dice al tiempo que me quita las horquillas del pelo y peina mis largas ondas con sus dedos, dejándolas caer sobre mi espalda desnuda.

Me estremezco tratando de controlar mi respiración irregular. Mi corazón late a toda velocidad en mi pecho y nada va a bajarme las pulsaciones. Estoy en territorio desconocido. Nunca, jamás, me he permitido considerar la posibilidad de dejarme maniatar y quedar a merced de una persona.

Es toda una ironía.

Con o sin esposas, estoy a merced de Santana.

Arrastra la punta del dedo por mi columna vertebral, hasta mi culo, y luego entre las nalgas.

Ah, demonio, ¿era eso lo que buscabas?

La última vez lo disfruté pero no estaba esposada.

Me rodea el vientre con un brazo y con el otro me sujeta por la espalda.

—Abajo, Britt—dice con dulzura apoyando mi cuerpo sobre el colchón.

Tengo la cara pegada a las sábanas de los pies de la cama y Santana está detrás de mí. Me siento completamente expuesta y vulnerable.

—¿Sabes lo increíble que estás así?

Lo dice con un tono mayúsculo de aprobación. Lo creo, pero paso de comprobarlo por mí misma.

Esto no es para mí, pero tampoco puedo detenerla.

—No va a ser por el culo.

Me da un beso en la parte baja de la espalda y entonces noto su sexo húmedo, contra mi piel húmeda y sensible.

Qué alivio.

No creo que hubiera podido con eso y con las esposas a la vez. Y entonces empieza a presionar sus dedos contra mi coño. Me agarra con fuerza de las caderas y doy un respingo.

—No te muevas—masculla con la mandíbula apretada.

Me obligo a mantenerme inmóvil. Noto que entra en mí con dos dedos e instintivamente me tenso alrededor de su deliciosa invasión. Comienzo a jadear.

—¿Quieres otro?

Su voz es grave y tentadora. No la reconozco, pero estoy desesperada por una penetración.

—Sí—respondo.

Que Dios me ayude.

Retira sus dedos y yo gimo por haber perdido la sensación de plenitud. Necesito más. Por impulso, echo el culo atrás y siento una estocada potente y un golpetazo de su mano en mi nalga.

—¡Joder!—grito.

La punzada se extiende por mi nalga y mis hombros se tensan contra la cama.

Pero ¿qué coño...?

Vuelve a penetrarme con tres dedos, pero esta vez solo hasta la mitad.

—Esa boca—espeta—¡No te muevas!

Empiezo a jadear cuando el dolor se mezcla con la deliciosa invasión a medias.

—¡San!—suplico.

—Lo sé.

Desliza la palma de su otra mano por mi nalga y sale de nuevo. Cierro los ojos y aprieto los dientes, obligando a mi cuerpo a seguir las instrucciones de mi cerebro y a relajarse.

—No puedo hacerlo—lloriqueo contra el colchón mientras tiro de las esposas.

Es demasiado, y sin avisar.

¿O me había avisado?

No lo sé.

Sé cómo es y que es un animal en la cama, y eso me encanta, pero también puede ser romántica, dulce y cariñosa.

¿Esto qué es?

¿El siguiente nivel?

—Sí que puedes, Britt. Recuerda con quién estás.

Embiste hacia adelante, mete sus dedos en mí y me deja sin aire en los pulmones.

Grito.

Estoy ronca al instante.

Sale, lentamente, controlada.

—¿Qué te dije que iba a hacer, Britt?—pregunta con un gruñido mientras me penetra con furia de nuevo.

No puedo hablar.

No me queda aire en los pulmones, y ella mete sus dedos tan adentro que mi cerebro ha entrado en cortocircuito. No es capaz de ningún proceso cognitivo y mucho menos de hablar.

Repite el movimiento que me ha dejado sin sentido.

—¡Contéstame, Britt!—ruge, y vuelve a darme un azote en el culo.

—¡Gritar! ¡Dijiste que ibas a hacerme gritar!

Me atraganto con las palabras cuando vuelve a penetrarme.

—¿Estás gritando, Britt?

—¡Sí!

Ruge y vuelve a embestirme, una y otra vez, y otra, y otra vez más, y yo entro en órbita.

—¿Te gusta, Britt?

¡Joder, sí!

El escozor de los azotes y de sus dedos incansables me han llevado a un nuevo y desconocido nivel de placer.

—¡¿Dónde vives, Britt?!—grita con otra estocada brutal.

Quiero llorar.

Quiero llorar de sorpresa, llorar de dolor, llorar de felicidad... Llorar de placer puro y duro.

Mi cerebro está totalmente colapsado y mi cuerpo se pregunta qué diablos está pasando. No veo tres en un burro y no sé ni cómo me llamo. Esto es una salvajada, es intenso y alucinante, pero otros pensamientos menos agradables luchan por imponerse y se abren camino en mi cerebro, que está hecho papilla.

¿A cuántas mujeres les habrá hecho esto?

¿Cuántas mujeres habrán tenido el placer de recibir un polvo de represalia?

Me dan ganas de vomitar.

—¡Britt! ¿Dónde coño vives?—entra y sale con cada palabra. Estoy mareada. Atontada por una felicidad completa, total e intensa—¡Que no tenga que preguntártelo otra vez!

—¡Aquí!—grito—¡Vivo aquí!

—Que te quede claro, joder—dice, y vuelve a darme un azote en el culo para enfatizar las palabras.

Se aferra a mis caderas de nuevo y tira de ellas hacia atrás con cada dura embestida de castigo.

Empiezan a saltar chispas.

La presión en mi sexo va a detonar a lo bestia.

Grito de placer y de desesperación.

Esto se pasa tres pueblos de severo.

Mañana no voy a poder andar.

¿Acaso es parte de su plan para retenerme en casa?

Porque va a funcionar.

La palma de su mano golpea con fuerza de nuevo mi culo y el último y doloroso azote me catapulta directamente al orgasmo más fuerte y más desgarrador que he tenido nunca.

Grito... Muy fuerte.

Resuena en el dormitorio. Un grito afónico, desesperado, electrizante y satisfecho.

—¡Joder!—ruge Santana.

Noto cómo se tensa y empieza a mover las caderas en círculos contra mi culo.

Gime.

Gimo.

Estoy temblando de pies a cabeza. Son temblores como Dios manda, sensacionales, ondulantes, incontrolables.

Una de mis muñecas queda libre de las esposas y estiro el brazo por encima de la cabeza cuando ella se colapsa sobre mí y me aplasta con su peso. Sigue en mi interior, y mueve las caderas en círculos.

La revelación me tiene perpleja.

¡Soy una guarra y me va el sexo raro!

La combinación de dolor y placer me ha dejado K.O. y, a pesar de mis reservas, me alegro de no haberlo parado. Más allá de cualquier duda, se ha demostrado que nunca podré decirle que no.

Se sale de mí y me pasan los brazos por encima de los míos y me cubre la nuca de pequeños besos mientras gime y sigue moviendo las caderas, mucho más despacio ahora.

—¿Amigas?—me susurra al oído mordiéndome el lóbulo.

Su voz dulce y aterciopelada no tiene nada que ver con la brutal señora del sexo a la que acabo de conocer.

—¿Por qué has hecho eso, San?—pregunto.

Sigo estando sorprendida. He descubierto muchas de sus habilidades sexuales, pero ésta me ha dejado alucinada. No me puedo creer que no lo viera venir. Si eso hubiera sido un polvo de entrar en razón, le habría dicho a todo que sí, pero eso mejor me lo callo.

Arrastra el lóbulo de mi oreja entre sus dientes.

—Dime que estamos en paz, Britt.

—Estamos en paz—suspiro—Dime por qué has hecho eso.

Me quita las esposas de la otra mano.

Es un gran alivio.

Me da la vuelta y sujeta mis muñecas a ambos lados de mi cabeza. La miro, esperando una respuesta, pero no parece que me la vaya a dar.

¿Debería cerrar el pico?

Tarda en contestar.

—Me gusta oírte gritar—sonríe—Y me gusta saber que soy yo quien te hace gritar.

¡Ja!

Misión cumplida.

—Me he quedado afónica—gimoteo.

Me besa en los labios.

—¿Tienes hambre?

—No.

No tengo hambre, y tampoco voy a moverme de la cama. Ni siquiera son las ocho.

—Voy a traerte un vaso de agua y luego nos acurrucamos un rato, ¿trato hecho?—pregunta acariciándome la nariz con la suya.

—Trato hecho.

¿Acurrucarnos?

¿Está de broma?

¿Después de lo que acabamos de hacer?

Esta mujer es como la versión sexual de Jekyll y Hyde.

Me besa en los labios antes de despegarse de mí. Me arrastro por la cama hacia la cabecera, me instalo boca abajo y me deleito con su fragancia, que impregna las sábanas.

Estoy muerta y me duele un poco el culo. Si no estuviera tan tranquila y satisfecha, me cabrearía mogollón porque me ha ganado la partida. Ella no lo sabe, pero acaba de desbaratar mis planes para la velada. Estoy demasiado cansada para echarle un polvo de la verdad. Me vuelvo boca arriba, miro el techo y lucho por librarme de los pensamientos no deseados que asaltan mi mente exhausta.

¿Cuántas mujeres?

He optado por no querer saber la respuesta a esa pregunta, la que siempre aparece, sin invitación y sin sentido, en mi cabeza. Pero la curiosidad se hace cada vez más fuerte y más difícil de ignorar. Si no estuviera tan hecha polvo, le prestaría más atención a esa idea, pero estoy molida, así que cierro los ojos y mentalmente le doy las gracias a Santana por haberme dejado sin energía para satisfacer mi ataque de curiosidad absurda.

—Britt-Britt, ¿es que te he follado hasta dejarte inconsciente?—la cama se hunde y siento su cuerpo cálido, junto a mí. Me pongo de costado—¿Fresas?—me pasa la fruta, fresca y carnosa, por el labio inferior y abro la boca para darle un mordisco—¿Está buena?

—Muy buena—digo con la boca llena de fresa madura.

Esto sí que me apetece.

Empieza a mordisquearse su carnoso labio inferior.

Ay, no.

¿En qué estará pensando?

Mastico más despacio al ver que mira a un lado y a otro.

Al final, lo suelta.

—No lo decías en serio, ¿verdad, Britt? ¿Cuándo dijiste que no vivías aquí?

Dejo de masticar y miro el rostro preocupado que tengo delante. La arruga de la frente aparece encima de sus cejas.

—Quieres que viva contigo pero ni siquiera me dices cuántos años tienes.

Levanto las cejas. No puede ser que no vea lo raro que es eso. Y hay otras muchas cosas, cosas que estoy intentando ignorar con todas mis fuerzas (aunque estoy fracasando miserablemente), pero por ahora voy a centrarme en ese detalle insignificante.

—¿Qué cambiaría mi edad, Britt?—pregunta metiéndose una fresa en la boca.

Meneo la cabeza y la observo masticar.

—Bueno...—trago—¿Qué les digo a mis padres cuando me lo pregunten? De hecho, ¿qué le digo a mi familia cuando me pregunten cuál es tu profesión?

¿Profesión?

¿Existe un nombre para lo que hace Santana?

Los engranajes se ponen en marcha. Se encoge de hombros y me mete otra fresa en la boca.

—Diles que soy la dueña de un hotel.

Acepto su ofrenda pero sigo hablando, no voy a rendirme fácilmente.

—¿Y si quieren ir a ver tu hotel?—farfullo mientras mastico.

—Bueno que vengan a verlo—sonríe—Tú pensabas que era un hotel.

Le lanzo una mirada asesina.

—Porque hacías que un empleado me siguiera a todas partes y me encerrabas en tu despacho para que nadie pudiera hablar conmigo. ¿Vas a hacer lo mismo con mis padres?

—Se lo enseñaré un día de poca actividad —responde, tan pancho.

¿Acaso ya lo había pensado?

No me puedo creer que esté hablando sobre la posibilidad de presentárselo a mis padres. No soy capaz ni de imaginar lo que mis padres pensarían de Santana. Sí, puede ser encantadora, pero se supone que yo soy joven y estoy soltera y libre de ataduras después de haber pasado siete años en dos relaciones de mierda, y dudo mucho que ella consiga contener su manía de pasar por encima de todo el mundo, por mucho que sean mis padres.

—¿Y si quieren hospedarse en el hotel?—contraataco—Viven en Newquay, así que se quedarán en un hotel si vienen de visita.

Se echa a reír.

—¿Les reservo el salón comunitario?

Le pego un puñetazo en el estómago, cosa que sólo hace que se ría a carcajadas. Me molesta que mi planteamiento le haga tanta gracia, pero empiezo a ver fragmentos de la Santana que se toma la vida con calma, esa de la que me habla todo el mundo. Aunque la verdad, de momento me cae fatal.

—Me alegro de que mis preocupaciones te hagan tanta gracia, y todavía no me has contestado a lo de tu edad.

Cojo una fresa y me la meto en la boca. Se recupera del ataque de risa y me mira muy seria.

—Britt, estás buscando cualquier excusa para escabullirte—me pasa el dedo por el labio inferior—Si tus padres preguntan cuántos años tengo, invéntate la respuesta. Diles la edad que más te guste. Si vienen de visita, se quedarán aquí. Hay cuatro habitaciones más, todas con baño. No te resistas tanto. ¿Ya has terminado?—dice finalmente levantando una ceja expectante.

Maldita seas, Santana López.

—¿Vas a pasar por encima de mis padres?

—Sólo si se interponen en mi camino—responde, muy seria.

Me da un ataque en el acto. Mi mamá no se corta a la hora de expresar su opinión, y mi papá, un gigante de buen corazón, puede ponerse como una fiera cuando se trata de sus hijos.

No son buenas noticias.

Necesito evitar que llegue el momento de presentarle a mis padres todo el tiempo que pueda. A ser posible, que no llegue nunca.

—¿Por qué fue la policía a La Mansión?

Es otra de las cosas a las que he estado dándoles vueltas en la cabeza. Pone los ojos en blanco.

—Ya te lo he dicho, fue cosa de un idiota que hacía tonterías.

—¿Qué clase de tonterías?

—Britt, no tienes por qué preocuparte, y punto.

Me da otra fresa y la cojo de mala gana. Está intentando que deje de hacerle preguntas a base de mantenerme la boca llena. Aunque eso no me detiene.

—¿Y qué hay de la mujer misteriosa?

—Sigue siendo un misterio—responde con brevedad y astucia.

—Entonces ¿has hablado con Clive?

Ahora ya la estoy molestando.

—No, Britt, no he tenido tiempo.

Está muy molesta.

Sí que le ha preguntado a Clive, de hecho, le ha dicho que cierre el pico. Yo también necesito ser lista. Hablaré con los de seguridad. Le lanzo una mirada furibunda pero ella prosigue.

—¿Cuándo te llevo de compras, Britt?

¿Qué?

Ha visto mi cara de susto porque su expresión de enfado desaparece al instante.

—Te debo un vestido, y la fiesta de aniversario está al caer. Pensé que podríamos matar dos pájaros de un tiro.

—Tengo muchos vestidos—farfullo.

Ir de compras con Santana está a la cabeza de mi lista de cosas que debo evitar. Saldría de la tienda vestida como un esquimal.

—¿Vas a llevarme hoy la contraria en todo, Britt-Britt?

Me mira con sus ojos oscuros y yo le devuelvo la mirada de enfado, pero estoy demasiado cansada para discutir. Me acurruco contra su pecho. Es una tonta arrogante y difícil, pero estoy enamorada de ella hasta la médula y no hay nada que pueda hacer al respecto.

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Mensaje por Susii Sáb Mayo 23, 2015 9:51 pm

uuuuy pero porque tanto misterio!! la odio y la amo:c sdkfjhgjg nadie dice nada joder:c pero que pesados u.u
me da curiosidad todo, lo de Rachel, la tipa que estaba de visita, la edad de San, lo de los policias en La Mansion...Agh :c dslkfhjjgf
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