|
Estreno Glee 5x17
"Opening Night" en:
"Opening Night" en:
Últimos temas
Los posteadores más activos de la semana
No hay usuarios |
Publicidad
FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
+18
lana66
monica.santander
mayre94
AndreaDaru
Pao Up
LucyG
nataalia
marthagr81@yahoo.es
micky morales
Daniela Gutierrez
VaityCZ
fanybeaHEYA
Sanny25
Jane0_o
Elita
3:)
Susii
23l1
22 participantes
Página 5 de 20.
Página 5 de 20. • 1, 2, 3, 4, 5, 6 ... 12 ... 20
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
britt sera la definitiva si no se queda callada!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
si britt no lo tiene claro con esto,... "Tú eres «la definitiva», Britt-Britt"
pero es bueno a veces que se peleen y sobre todos los polvos de ,... que usa san jajajaja
ya me puse al dia!!!!
nos vemos!!!!
si britt no lo tiene claro con esto,... "Tú eres «la definitiva», Britt-Britt"
pero es bueno a veces que se peleen y sobre todos los polvos de ,... que usa san jajajaja
ya me puse al dia!!!!
nos vemos!!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
No me digas que va a quedar embarazada porque le aplicaron un tratamiento nada que ver en el consultorio jzhsbx xd siempre pasa lo mismo ajdjnxb. Santana siempre tan misteriosa y pesada kahdskb naah es un amor aveces jahsjd
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:britt sera la definitiva si no se queda callada!
Hola, jajajaajjaj XD esperemos y las dos lo sean para la otra no¿? jajaajja. Saludos =D
3:) escribió:holap morra,...
si britt no lo tiene claro con esto,... "Tú eres «la definitiva», Britt-Britt"
pero es bueno a veces que se peleen y sobre todos los polvos de ,... que usa san jajajaja
ya me puse al dia!!!!
nos vemos!!!!
Hola tu desaparecida! jajajaaj, jajajajajaajaj esk san es tan... san jajaajajajajj, tiene que demostrarlo no¿? ajajajajajaj. JAjajajajaajajajajajajajaj las reconciliaciones son las mejores... dicen jaajjaajajaj. Eso es bueno! Saludos =D
Pd: viste el video que grabo harry (el de al ultima escena de glee, en versión rápida¿?) lea copia el "baile" de nay ¬¬ aaa que mas le quiere copiar ¬¬.
Pd2: como te fue borrachita¿?
Susii escribió:No me digas que va a quedar embarazada porque le aplicaron un tratamiento nada que ver en el consultorio jzhsbx xd siempre pasa lo mismo ajdjnxb. Santana siempre tan misteriosa y pesada kahdskb naah es un amor aveces jahsjd
Hola, oye tu! que onda tus hipotesis jajajaajajajajajaj. Jajjajajajajajjjaj veremos mas adelante si pasa o no jajajajaajajajaja. Jajajajaja "es un amor aveces" ajajajajajajaj si, san es un poco complicada no¿? jajajaaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 24
Capitulo 24
Me siento a mi mesa soñando despierta, con la mente ocupada en The One y en los distintos tipos de polvo. Si —en mi pequeño mundo perfecto—acabo teniendo una relación con Santana, ¿será siempre así?
¿Ella dará las órdenes y yo a obedecer?
Es eso, o que me folle con diferentes propósitos o que me someta a una cuenta atrás y me torture hasta que ceda o me supere físicamente y me obligue a hacer lo que él quiere. No niego que en la cama tiene su gracia, pero ha de haber cierto toma y daca, y no estoy segura de que Santana sepa dar, a menos que se trate de sexo. La verdad es que en eso es muy bueno. Me encrespo cuando llego a la conclusión de que, sin duda, se debe a que ha tenido mucha práctica. Rompo el lápiz.
¿Qué?
Miro el trozo de madera partido en dos que tengo en la mano.
Huy.
—Qué pronto has llegado, Britt.
Tina entra en la oficina y me echo a reír para mis adentros. Ayer vi a una Tina que no conocía.
—Sí, me he levantado temprano.
Me quedo con ganas de añadir que es porque una tonta neurótica me hizo ponerme un jersey de invierno para dormir y me he despertado sudando a mares.
Se sienta a su mesa.
—Intenté llamarte ayer después de que te fueras.
—¿Sí?
Frunzo el ceño, pero entonces me doy cuenta de que debí de borrar la llamada perdida de Tina junto con las decenas de llamadas perdidas de Santana.
—Sí. La mujer furibunda vino a la oficina al poco de que te marcharas.
—¿Vino?
Debí de imaginármelo.
—Sí, y no estaba de mejor humor.
Me hago una idea. Sonrío.
—¿Le diste un achuchón?
Suelta una carcajada y se deja caer hacia atrás en la silla sin parar de reír. No puedo evitar unirme a ella y me río a gusto. Se está desternillando en su mesa. Will llega y nos mira a las dos, exasperado, antes de entrar en su despacho y cerrar la puerta tras de sí.
¡Mierda!
—¿Estaba Will?—pregunto.
Se quita las gafas y las limpia con la manga de su blusa marrón de poliéster.
—¿Cómo? ¿Cuándo vino la lunática? No, estaba recogiendo a Emma en la estación de tren.
Dejo escapar un suspiro de alivio.
Pero ¿en qué estaba pensando Santana?
Es un cliente. No puede venir a mi oficina y usar su influencia para mangonear a todo el mundo. A duras penas puedo excusar su comportamiento como la clásica queja de un cliente. Ya me ha sacado una vez a rastras de la oficina. La puerta del despacho se abre y la repartidora de flores entra con dificultad —otra vez la chica del Lusso— con dos voluminosos ramos.
—¿Entrega para Brittany y Tina?
Tina casi se desmaya en su mesa. Apuesto a que nadie le ha enviado flores nunca. Aunque yo ya sé de parte de quién son. Es una cabrona lisonjero.
—¿Para mí?—dice Tina cuando coge el colorido ramo de las manos de la chica de reparto.
Lo agita en dirección a mi despacho.
—Gracias—sonrío, y cojo el ramo de calas antes de firmar por las dos.
Tina tiene cara de que va a pasarse el resto del día soñando despierta.
—¿Qué dice la tarjeta, Tina?—le pregunto cuando veo que la recorre de izquierda a derecha con la mirada.
Se reclina y se pone la mano en el corazón.
—Dice: Por favor, acepta mis disculpas. Esa mujer me vuelve loca. ¡Ay, Britt!—me mira emocionada—¡Cómo me gustaría a mí volver así de loca a una persona!
Pongo los ojos en blanco y saco de entre las flores la tarjeta dirigida a mí. Apuesto a que no es una disculpa. Tina no opinaría lo mismo si tuviera que aguantar el comportamiento neurótico e irracional de Santana.
¿Que yo la vuelvo loca?
Es de traca. Abro la tarjeta.
ERES LA MUJER A LA QUE LLEVO ESPERANDO TANTO TIEMPO... UN BESO, S.
Mi lado cursi babea un poco, pero la parte sensata de mi cerebro —la que no está completamente loca por Santana— grita en seguida que la mujer de su vida es la que se pone de rodillas y cumple todas sus órdenes, instrucciones y exigencias.
Soy consciente de que, aunque eso es exactamente lo que he hecho en muchas ocasiones, también he de mantener mi identidad y mi forma de pensar. Es tremendamente duro, porque esta mujer me afecta muchísimo. Ya se he hecho con mi cuerpo... Más bien, se ha apoderado de él.
Suena el teléfono e ignoro la punzada de decepción que siento cuando oigo el tono estándar, pero no puedo pasar por alto la de pánico cuando veo el nombre de Elaine en la pantalla.
¿Qué querrá?
—Hola—saludo con todo el aburrimiento que quería aparentar.
—Brittany, pensaba que no lo cogerías.
Su tono es de cautela, como no podría ser de otra manera después de la que me armó. Ni yo sé por qué he contestado.
—¿Y eso?
Mi voz destila sarcasmo. La gusano tiene agallas para llamarme, después de lo que me dijo y de cómo se portó.
—Perdona, Brittany. Me pasé mucho. Fue un cúmulo de cosas. Mi jefe me dijo que van a recortar personal y, en fin, me puse de los nervios.
Adorable.
¿Por eso quería volver conmigo?
¿Quería tener estabilidad económica por si perdía su trabajo?
¡Estúpida insolente!
¿Es consciente de lo que me ha dicho?
—Lamento la situación—contesto con sequedad.
—Gracias. He puesto las cosas en perspectiva. Te he perdido y ahora quizá pierda el trabajo. Todo está patas arriba[/i]—la voz le tiembla de emoción.
Suspiro.
—Todo irá bien—intento consolarla—Eres muy buena en tu trabajo.
Lo es. Tiene la confianza en sí misma —demasiada confianza en sí misma— que debe tener un comercial.
—Ya. En fin, sólo quería hacer las paces contigo.
Me parece bien siempre y cuando no empiece otra vez con el discurso de «quiero que vuelvas conmigo».
¿En qué estaba pensando?
—Está bien. No te preocupes. Ya nos veremos, ¿vale?
—Sí. Podríamos volver a comer juntas... Como amigas—añade a toda velocidad—Todavía tengo algunas cajas con tus cosas.
—Las recogeré la semana que viene. Cuídate, Elaine —ignoro su sugerencia de quedar para comer.
—Tú también.
Cuelgo y lanzo el teléfono sobre la mesa. Por muy cretina que sea, no le deseo que se quede en paro. Le irá bien. Me quito a Elaine de la cabeza y me concentro en sacar algo de trabajo adelante. Finjo que no miro el móvil cada diez minutos para comprobar que está encendido y con el volumen alto.
¿Por qué no me ha llamado?
Voy caminando por nuestra calle después de haber comprado una botella de vino y diviso a Rachel a lo lejos, saltando en medio de la calzada como la loca que es. Al acercarme, me fijo bien. Aparcada junto a Margo hay otra furgoneta rosa chillón, pero nuevecita y reluciente.
¡Por fin ha invertido en una furgo nueva!
Ya era hora.
—Bonita furgo—le digo cuando me aproximo.
Se da la vuelta, los ojos marrones le bailan y tiene las mejillas pálidas sonrojadas.
—¿Tú sabes algo de esto?
¿Yo?
—¿Por qué iba a saber algo?
—Acabo de llegar a casa y estaba ahí aparcada. Me he quedado un rato contemplándola, luego he entrado en casa y he tropezado con las llaves junto a la puerta. Mira.
Me pone las llaves delante de las narices, lo que me obliga a mirar la nota que cuelga de un hilo en el llavero.
NI UN MORETÓN MÁS EN EL CULO, POR FAVOR.
¡No!
No habrá sido capaz. Recuerdo lo tremendo de su reacción al ver mis maltrechas posaderas.
—¿Has hablado con Quinn?—pregunto.
—Sí. Dice que hable con San.
¿San?
—¿Por qué te habrá dicho eso?—quiero saber.
—Está claro: porque cree que San es la compradora misteriosa—pone los ojos en blanco—Si la latina me ha comprado una furgoneta para que no vuelvas a hacerte cardenales en el culo, bueno... ¡tengo que decir que me encanta que tengas la piel tan blanca como un melocotón!
Esto no está bien.
—Rach, no puedes aceptarla.
Me mira disgustada y sé que no habrá forma humana o divina de obligarla a que devuelva la furgoneta. Su mirada dice que está encantada.
—¡Ni de coña! No intentes hacer que la devuelva. Ya la he bautizado.
—¿Qué?—a mi voz le falta mucha paciencia.
Pasa los dedos, por el capó.
—Te presento a Margo Junior.
Se recuesta sobre la furgoneta y acaricia el metal rosa. Sacudo la cabeza, exasperada, y me voy a casa. Ahora todavía le gusta más esa tonta imposible.
¿De qué va?
¿Flores para Tina y una furgoneta para Rachel?
Ah, ¿y qué hay de arrojar las divisas de su majestad la reina de Inglaterra sobre la mesa de la cocina como si fueran trapos de cocina?
—¡Me la llevo a dar una vuelta!—grita Rachel.
No le contesto, sino que subo la escalera y me voy directa a la cocina para meter las flores en un jarrón y descorchar la botella de vino. Me termino la primera copa y me voy a la ducha.
¿Le ha comprado una furgoneta a Rachel?
Me tomo mi tiempo para quitarme el día de encima y me dejo la crema suavizante en el pelo cinco minutos mientras me paso la cuchilla. Cierro el grifo, escucho la canción de The Stone Roses que llevo todo el día desesperada por oír y casi me parto el cuello al salir de la ducha para echar a correr por el descansillo. El teléfono deja de sonar y la pantalla se ilumina: ocho llamadas perdidas.
No, no, no. Debe de estar tirándose de los pelos. La llamo mientras cruzo el descansillo hacia el salón. Miro por la ventana para ver si Rachel ha vuelto. No está, pero Santana sí está dando vueltas por el sendero del jardín con el mismo aspecto divino de siempre. Lleva vaqueros ceñidos y un jersey fino azul marino. Sonrío, un hormigueo me recorre el cuerpo de pies a cabeza con sólo mirarla.
Pulsa los botones del teléfono como una posesa y, tal y como esperaba, mi móvil se me ilumina en la mano.
¡Ajá!
—¡Hola!—digo tranquila y como si no pasara nada.
—¿Dónde diablos estás?—me ladra por teléfono.
No hago caso de su tono de voz.
—¿Y dónde estás tú?—contraataco.
Por supuesto, sé perfectamente dónde está. Me quedo de pie junto a la ventana, viendo cómo se pasa la mano por el largo pelo. Pero entonces desaparece de mi vista en el rellano de la puerta principal.
—Estoy en casa de Rach, echando la puerta abajo a patadas. ¿Es mucho pedir que me cojas el teléfono a la primera?
—Estaba ocupada con otra cosa. ¿Por qué no me has llamado en todo el día?—pregunto mientras bajo hasta la puerta principal.
—Porque, Britt, ¡no quiero que sientas que te estoy agobiando!
Está totalmente exasperada y eso me hace sonreír. Me encantan todos y cada uno de sus rasgos de locura.
—Pero aun así me estás gritando—le recuerdo.
Miro por la mirilla y me derrito cuando la veo apoyarse contra la pared.
—Lo sé—dice ya más tranquila—Me estás volviendo loca. ¿Dónde estás?
La veo deslizarse hacia abajo por la pared hasta que toca el suelo con el culo. Deja las rodillas dobladas e inclina la cabeza a un lado.
Ay, no puedo verla así.
Abro la puerta.
—Aquí.
Me mira y suelta el teléfono, pero no intenta levantarse. Sólo me mira, con el rostro inundado de alivio. Salgo y me deslizo por la pared de enfrente, de tal modo que quedamos sentadas una frente a la otra, rodilla con rodilla.
Esperaba que me cogiera y me obligara a entrar en casa, ya que voy medio desnuda, pero no lo hace, sino que alarga el brazo y me pone la mano en la rodilla. No me sorprende que provoque chispas de fuego en todo mi ser.
—Estaba en la ducha.
—La próxima vez, llévate el móvil al baño, Britt—me ordena.
—Vale—le hago un saludo militar.
—¿Y tu ropa?
Me recorre el cuerpo, cubierto por una toalla, con la mirada.
¡Ja!
No iba a tenerla esperando mientras me vestía. Me la habría encontrado muerta de un ataque al corazón.
—En mi armario—respondo con sequedad.
Su mano desaparece bajo la toalla, me coge por encima de la cadera para hacerme cosquillas y la toalla se afloja.
—¡S, amiga mía!
Miro hacia el sendero y veo a Quinn. Cuando vuelvo a mirar a Santana, parece como si... En fin, como si fuera a darle un ataque. Se pone de pie y tira de mí. No sé cómo lo hace, pero consigue mantenerme cubierta con la toalla.
—¡Quinn, no te muevas, joder!—le grita.
Me coge en brazos y cruzamos la puerta a la velocidad de la luz. Oigo a Quinn reírse a nuestras espaldas mientras Santana sube la escalera corriendo conmigo en brazos y murmurando algo acerca de arrancar los ojos a los curiosos. Me arroja sobre la cama.
—Vístete, vamos a salir, Britt.
Levanto la cabeza de golpe. No pienso ir a La Mansión. Me pongo de pie, sin la toalla, y me dirijo al tocador.
—¿Adónde?
Recorre con la mirada mi cuerpo desnudo.
—He salido a correr y mientras tanto se me ha ocurrido que aún no te he llevado a cenar. Tienes unas piernas increíbles. Vístete.
Señala mi armario con la cabeza. Si se refiere a cenar en La Mansión, yo paso. Evitaré el lugar a toda costa si Holly va a estar ahí y, dado que ya sabemos que trabaja para Santana lo más probable es que esté.
—¿Adónde?—vuelvo a preguntar mientras empiezo a aplicarme manteca de coco en las piernas.
—A un pequeño italiano que conozco. Anda, vístete antes de que me cobre mi deuda.
De pie, me masajeo lentamente con la crema.
—¿Qué deuda?
Levanta las cejas.
—Me debes una.
—¿Cómo que te debo una?—Frunzo el ceño, pero sé exactamente a qué se refiere.
—Claro que me la debes. Te espero fuera, no sea que me dé por cobrármela antes de tiempo—me lanza una sonrisa picarona—No quiero que pienses que es sólo sexo.
Me deja con ese pequeño comentario antes de irse.
Ah, ¿no es sólo sexo?
Esas palabras me han alegrado el día. Quizá esta noche descubra qué trama esa maravillosa y compleja cabecita suya. De repente, me inunda la esperanza.
Tras darle muchas vueltas a qué voy a ponerme —me sorprende que no lo haya decidido por mí—, me decanto por unos pantalones capri beige, una camisa de seda en nude y unas bailarinas color crema. Me aseguro de ponerme un conjunto de ropa interior de encaje color coral; le encanta el encaje. Me hago un recogido informal, me pinto los ojos ahumados y termino con un brillo de labios sin apenas color. Salgo al descansillo y me encuentro a un Santana irritada dando vueltas de un lado a otro. Frunzo el ceño.
—Tampoco he tardado tanto.
Levanta la vista y me dedica una sonrisa gloriosa, reservada sólo para mujeres, y vuelvo a sentirme segura. Me acerco a ella y me mira de arriba abajo con satisfacción. En cuanto estoy lo bastante cerca, tira de mí hacia su cuerpo.
—¿Cómo es posible que seas tan bonita?—susurra en mi pelo.
—Lo mismo digo. ¿Dónde está Quinn?
—Rach le está dando un paseo en la furgoneta.
Ah, casi me había olvidado de Margo Junior. Me aparto y le lanzo una mirada llena de sospecha.
—¿Le has comprado tú esa furgoneta a Rach?
Sonríe satisfecha.
—¿Estás celosa?
¿Qué?
—¡No!
Se pone seria.
—Sí, se la he comprado yo.
—¿Por qué?
¿Acaso no le parece raro?
¿Está intentando sobornar a mi amiga para que pase por alto su comportamiento irracional?
—Bueno, Britt, porque no quiero que vayas dando tumbos en esa chatarra sobre ruedas, por eso. Y no tengo por qué darte explicaciones—me bufa, y cruza los brazos para mantenerse alejada de mí.
Me entra la risa.
—¿Le has comprado una furgoneta a mi mejor amiga para que no me lastime cuando sujete una tarta?
Es para morirse. Me mira y adopta una expresión muy digna.
—Como ya he dicho, no tengo por qué darte explicaciones. Vámonos.
Me coge de la mano y me conduce hasta abajo, al coche.
—Le has alegrado el día a Tina—comento mientras corro para poder seguir el ritmo de sus largas zancadas.
—¿Quién es Tina?
—La criatura desvalida de mi oficina—le recuerdo.
Empiezo a sopesar si la mala memoria es también un síntoma de la edad.
—Ah, ¿me ha perdonado?
—Del todo—musito.
Rachel nos ve y se lanza a los brazos de Santana.
—¡Gracias!—le repite una y otra vez en la cara.
Santana se abraza a ella con la mano que tiene libre y ella continúa lanzando grititos de emoción junto a su oído. Pongo los ojos en blanco y miro a Quinn, que sacude la cabeza. Me reconforta saber que ella también opina que se ha pasado un poco.
—La que sale ganando soy yo, Rach, no tú—le dice.
Ella la suelta.
—¡Lo sé!—sonríe y me mira con sus brillantes ojos marrones—¡La adoro!
—Eh, ¿y a mí no?—grita Quinn.
Rachel va corriendo a abrazarla. Pongo los ojos en blanco otra vez. Estoy rodeada de locas.
Aparcamos en la puerta de un pequeño restaurante italiano del West End. Salgo del coche y Santana viene a por mí. Me coge de la mano y me lleva a lo que sólo puede describirse como una sala de estar. La iluminación es tenue y todo está lleno de trastos italianos. Es como si me hubiera trasladado en el tiempo a la Italia de la década de los ochenta.
—Señora Santana, me alegro de verla—dice un hombrecillo italiano que se acerca a nosotros de inmediato.
Luce una expresión de felicidad natural. Santana le estrecha la mano con afecto.
—Luigi, yo también me alegro de verte.
—Venga, venga.
Luigi nos hace gestos para que nos adentremos más en la estancia. Nos sienta a una pequeña mesa en un rincón. El mantel es de color crema y lleva bordado la «Italia Turrita». Es muy bonito.
—Luigi, ésta es Brittany—Santana nos presenta.
El italiano me hace una reverencia con la cabeza.
—Un nombre precioso para una dama preciosa, ¿sí?—es tan directo que me siento un poco avergonzada—¿Qué desea la señora Santana?
—¿Me permites?—me pregunta Santana señalando el menú con la cabeza.
¿Me está pidiendo permiso?
—Es lo que sueles hacer—murmuro.
Arquea una ceja y pone morritos, como diciéndome que no tiente mi suerte. La dejo a lo suyo. Está claro que sabe cuáles son los mejores platos del menú.
—Muy bien, Luigi. Tomaremos dos de fettuccini con calabaza, parmesano y salsa de limón con nata, una botella de Famiglia Anselma Barolo 2000 y agua. ¿Lo tienes todo?
Luigi toma nota a toda velocidad en su cuaderno y da un paso atrás.
—Sí, sí, señora Santana. Ahora me voy.
Santana sonríe con afecto.
—Gracias, Luigi.
Miro el restaurante, que está lleno de trastos.
—A esto sí que se le llama mierda italiana—murmuro pensativa. Cuando mi mirada se encuentra con la de Santana, veo una sonrisa de oreja a oreja sobre un labio mordido—¿Vienes a menudo?
Su sonrisa se hace más amplia y entramos en el territorio de las rodillas que se vuelven de gelatina.
—¿Estás intentando seducirme?
—Por supuesto—sonrío, y ella cambia de postura en su silla.
—Mario, el otro barman de La Mansión, insistió en que lo probara y eso hice. Luigi es su hermano.
—¿Luigi y Mario?—suelto, más bien con poca educación. Santana levanta las cejas y me lanza una mirada—Lo siento. ¡Es que ésa sí que no me la esperaba!
—Ya lo veo.
Frunce el ceño cuando Luigi se acerca con las bebidas. Santana me sirve vino a mí y agua para ella.
—¿No habrás pedido una botella entera para mí?—le suelto—¿Tú no vas a beber nada?
Por Dios, voy a acabar como una cuba.
—No. Tengo que conducir.
—¿Y a mí me permites beber?
Aprieta sus carnosos labios hasta convertirlos en una línea recta, pero veo que está intentando reprimir una sonrisa ante mi descaro.
—Te lo permito.
Sonrío, cojo la copa y bebo con cuidado mientras ella me observa. El vino está espectacular.
Cuando miro a la mujer guapísima y neurótica que tengo al otro lado de la mesa, a la que me ha jodido los planes pero bien, mi cerebro sufre de repente un bombardeo de preguntas.
—Quiero saber qué edad tienes—digo segura de mí misma.
Ese asunto de la edad se está convirtiendo en una estupidez. Acaricia el borde de la copa con la punta del dedo y me mira.
—Veintiocho. Háblame de tu familia.
¿Eh?
¡Ah, no, no, no!
—Yo he preguntado primero.
—Y yo te he contestado. Háblame de tu familia.
Sacudo la cabeza de desesperación y me resigno ante el hecho de que estoy enamorada de una mujer cuya edad desconozco, y posiblemente nunca la sepa.
—Son de descendencia holandesa y se jubilaron y viven en Newquay desde hace unos años—suspiro—Mi papá dirigía una empresa de construcción y mi mamá era ama de casa. Mi papá tuvo un amago de infarto, cogió la jubilación anticipada y se fueron a Cornualles. Mi hermano está viviendo sus sueños en Australia—ahí tiene los titulares—¿Por qué no hablas de los tuyos?—le pregunto.
Sé que me estoy metiendo en terreno pantanoso, sobre todo después de lo que contestó la última vez que le pregunté. Espero con cautela, casi con recelo, su reacción. Me deja más que sorprendida cuando bebe un sorbo de agua y se lanza a responder.
—Eran de Puerto Rico, y ahora viven en Marbella. Mi hermana también está ahí. No hablo con ellos desde hace años. No aprobaron que Alejandro me dejara La Mansión y todas sus posesiones.
¿Eh?
—¿Te lo dejó todo a ti?
Entiendo que eso pueda causar una reyerta familiar, y más cuando también hay una hermana de por medio.
—Eso es. Estábamos muy unidos y no se hablaba con mis padres. No les gustaba.
—¿No les gustaba su relación?
—No.
Empieza a mordisquearse el labio.
—¿Había algo reprobable?—ahora sí que siento curiosidad.
Suspira.
—Cuando dejé la universidad me pasaba todo el tiempo con Alejandro. Mi mamá, mi papá y Bree se fueron a vivir a España y yo me negué a irme con ellos. Tenía dieciocho años y me lo estaba pasando como nunca. Me fui a vivir con Alejandro cuando se marcharon. No les hizo mucha gracia—se encoge de hombros—Tres años después, Alejandro murió y yo me hice cargo de La Mansión—lo cuenta sin emoción. Bebe otro trago de agua—La relación se resintió después de aquello. Me exigieron que vendiera La Mansión, pero yo no podía, era el legado de Alejandro.
Jesús. He descubierto más sobre esta mujer hombre en cinco minutos que en todo el tiempo que ha pasado desde que lo conozco.
¿Por qué está tan habladora esta noche?
Decido aprovecharme, no sé cuándo volverá a presentarse la ocasión.
—¿Qué sueles hacer para divertirte?
Sus ojos oscuros se iluminan y sonríe con malicia.
—Follarte.
Abro los ojos como platos y trago saliva con dificultad.
¿Me considera una diversión?
Ahora me siento como una mierda. Me revuelvo en la silla y doy un sorbo al vino para apartar la mirada. Odio este bajón que me entra de vez en cuando últimamente. Un instante estoy en el séptimo cielo de Santana y, al siguiente, cualquier comentario hace que me dé de bruces contra la cruda realidad. No puedo con tantas señales contradictorias.
—Te gusta el poder en el dormitorio—le digo sin sonrojarme ni un poquito.
Estoy orgullosa de mí misma. Su habilidad y la influencia que tiene sobre todo mi ser me ponen nerviosa.
—Sí.
Contemplo su rostro impasible cuando mi mirada vuelve a la suya.
—¿Eres una dominante?
Suelto, y me clavo mentalmente en las posaderas el elegante tenedor plata.
¿De dónde ha salido eso?
Se atraganta y está a punto de escupirme el agua encima.
¿Por qué habré preguntado eso?
Deja la copa sobre la mesa, coge la servilleta, se limpia la boca y sacude la cabeza con una media sonrisa.
—Britt, no necesito esa clase de arreglo para conseguir que una mujer haga lo que yo quiero en el dormitorio. No tengo ni tiempo ni ganas de practicar ese tipo de mierda.
Me relajo un poco.
—Parece que me estás dedicando mucho tiempo.
—Supongo que sí.
Comienza a mirar al vacío, pensativo.
—Eres muy controladora—afirmo con frialdad sin apartar la vista de mi copa.
Voy a poner también ese tema sobre la mesa.
—Mírame, Britt—exige con suavidad y, como la esclava que soy, la miro. Sus ojos oscuros se han suavizado. Se reclina, relajado, en la silla—Sólo contigo.
—¿Por qué?
—No lo sé—se da un breve mordisco en el labio—Me vuelves loca.
¿Qué?
En fin, eso lo aclara todo.
¿Se cree que necesito una especie de mamá?
Estoy hecha un lío. Suspiro en el interior de la copa de vino.
¿Qué la vuelvo loca?
¡Lo mismo te digo, López!
—Aquí está tu pasta—dice.
Alzo la vista y veo a Luigi, que se acerca cantando. He perdido el apetito.
—Gente encantadora—coloca dos generosos cuencos ante nosotros—, buon appetito!
—Gracias, Luigi—sonríe Santana con educación.
Me lanza una mirada inquisitiva, pero la ignoro y sonrío agradecida a Luigi. Revuelvo la pasta con el tenedor. Huele a gloria, pero estoy tan confusa que se me ha cerrado el estómago. Jugueteo con ella un momento y luego pruebo un bocado.
—¿Está buena?—pregunta Santana.
Asiento poco convencida, a pesar de que está deliciosa. Comemos un rato en silencio, mirándonos de vez en cuando. La comida es maravillosa, y me siento culpable por no estar disfrutándola como se merece.
—¿Cuándo compraste el ático?—pregunto.
Detiene el tenedor de camino a su boca.
—En marzo—me contesta.
Se toma el último bocado y aparta el cuenco antes de coger el vaso de agua.
—Nunca me has dicho por qué pediste que fuera yo personalmente quien se encargara de la ampliación de La Mansión.
Me rindo con la pasta y aparto el cuenco. Santana mira mi plato a medias y luego me mira a mí.
—Compré el ático y me encantó lo que habías hecho con él. Te garantizo que no esperaba que aparecieras contoneando tu silueta perfecta, con esa piel blanca y esos ojazos azules.
Sacude la cabeza como intentando borrar el recuerdo. Me siento mejor sabiendo que se quedó tan sorprendida de verme como yo de verla a ella.
—No eras exactamente la señora de La Mansión que me esperaba—le digo.
Yo también me estremezco al recordar el efecto que me produjo; el efecto que todavía tiene sobre mí.
—¿Cómo sabías dónde estaba aquel lunes al mediodía, cuando tropecé contigo en el bar?
Se encoge de hombros.
—Tuve suerte.
—Ya, claro.
Me seguiste, más bien. Alzo la vista y detecto una sonrisa en la comisura de sus deliciosos labios.
—Cuando te fuiste de La Mansión no podía pensar en otra cosa.
—Así que me perseguiste sin descanso—le respondo con calma.
—Tenías que ser mía, Britt.
—Y ya lo soy. ¿Siempre consigues lo que deseas?
Me observa desde el otro lado de la mesa y se inclina hacia adelante, muy seria.
—No puedo contestar a eso, Britt, porque nunca he deseado nada lo suficiente como para perseguirlo sin descanso. No del modo en que te deseaba a ti.
Habla en pasado.
—¿Aún me deseas?
Se reclina en la silla y me estudia mientras acaricia su copa.
—Más que a nada.
Se me escapa un pequeño suspiro. No sé si es de alivio o de deseo. Ya no sé nada.
—Soy tuya—digo con decisión.
Ya está. Acabo de ponerle el corazón en bandeja a esta mujer. Se pasa la lengua lentamente por el labio inferior.
—Brittany, eres mía desde que apareciste por La Mansión.
—¿Sí?
—Sí. ¿Pasarás la noche conmigo?
—¿Es una pregunta o una orden?
—Una pregunta, pero si das la respuesta equivocada estoy segura de que pensaré en algo para hacerte cambiar de idea—sonríe un poco.
—Pasaré la noche contigo, San.
Asiente con aprobación.
—Me encanta que me digas San, ¿Y la noche de mañana?
—Sí.
—Tómate el día libre—me ordena.
—No.
Entorna los ojos.
—¿Y el viernes por la noche?
—He quedado con Rach para salir el viernes por la noche—le informo.
Resisto la tentación de alargar la mano, cogerme un mechón de pelo y retorcerlo entre los dedos. No puede esperar que esté siempre a su disposición. Confío en que Rachel no tenga planes. Sus ojos, entrecerrados, se oscurecen.
—Cancélalo.
Esto es algo que tengo que aclarar cuanto antes: sus neurosis son poco razonables.
—Voy a tomar unas cuantas copas con mis amigos. No puedes impedirme que los vea, Santana.
—¿Cuántas copas son unas cuantas?
Noto que frunzo el ceño.
—No lo sé. Depende de cómo me encuentre.
La miro, acusadora. Sospecho que es posible que el viernes esté hecha polvo si sigue portándose como una loca. Me da dolor de cabeza y hace que el cuerpo me duela de deseo.
Empieza a mordisquearse el labio inferior otra vez, la cabeza le va a mil por hora. Está intentando averiguar cómo salirse con la suya. Con la que pillé el sábado pasado no me he hecho ningún favor.
Fue culpa suya.
¿Debería decírselo?
—No quiero que salgas a beber sin mí, Britt—dice con firmeza.
—Bueno qué mala suerte.
Dios, estoy siendo valiente.
¿Qué graduación tiene este vino?
—Ya veremos—dice para sí.
Permanecemos sentadas en silencio, mirándonos la una a la otra, ella enfadada y yo ocultando una sonrisilla. A los pocos instantes, se reclina en su silla como si nada, un poco de lado, con una intención clara en la mirada. No me aparto tímidamente de ella, sino que igualo su intensidad. Es un desafío a cara descubierta. La deseo con desesperación a pesar de que es un tanto difícil. Luigi se acerca para recoger los platos e interrumpe el momento.
—¿Les ha gustado?—dice señalando los platos.
Santana no rompe la conexión.
—Estupendo, Luigi. Gracias.
Su voz es gutural y está dando golpecitos en la mesa con el dedo corazón. Noto que me roza la pierna con la suya y no hace falta más para que se me acelere la respiración y mis terminaciones nerviosas cobren vida. Estoy ardiendo de pies a cabeza... Y lo sabe.
—Luigi, la cuenta, por favor.
Su tono amigable ha pasado a ser apremiante. Parece que el italiano capta el mensaje porque no nos ofrece la carta de postres. Se marcha y vuelve, casi de inmediato, con un plato negro con caramelos de menta y un trozo de papel. Sin siquiera mirarla, Santana se levanta, saca un fajo de billetes del bolsillo de sus vaqueros y deja varios encima de la mesa. Estira el brazo hacia mí y me coge de la mano.
—Nos vamos.
Me levanta de la silla y apenas me da tiempo a coger el bolso y a dejar la servilleta encima de la mesa. Me lleva a toda velocidad hacia la puerta.
—¿Tienes prisa?—pregunto mientras me conduce hacia el coche por el codo.
No hace el menor intento de aminorar el paso.
—Sí.
Cuando llegamos al coche, me da la vuelta y me empuja contra la puerta. Su frente encuentra la mía y nuestros alientos, profundos, se funden en el escaso espacio que separa nuestras bocas.
Por Dios, la quiero aquí y ahora. Me da igual si a la gente le da por mirar.
—Voy a follarte hasta que veas las estrellas, Britt—su voz es áspera cuando mueve las caderas contra las mías. Lanzo un gemido—Mañana no vas a ir a trabajar porque no vas a poder ni andar. Sube al coche.
La haría, pero ya me cuesta andar.
El suspense me ha dejado inmóvil.
Pasan unos segundos y sigo sin poder convencer a mis piernas de que se muevan, así que me aparta, abre la puerta y, con cuidado, me deposita en el asiento del copiloto.
¿Ella dará las órdenes y yo a obedecer?
Es eso, o que me folle con diferentes propósitos o que me someta a una cuenta atrás y me torture hasta que ceda o me supere físicamente y me obligue a hacer lo que él quiere. No niego que en la cama tiene su gracia, pero ha de haber cierto toma y daca, y no estoy segura de que Santana sepa dar, a menos que se trate de sexo. La verdad es que en eso es muy bueno. Me encrespo cuando llego a la conclusión de que, sin duda, se debe a que ha tenido mucha práctica. Rompo el lápiz.
¿Qué?
Miro el trozo de madera partido en dos que tengo en la mano.
Huy.
—Qué pronto has llegado, Britt.
Tina entra en la oficina y me echo a reír para mis adentros. Ayer vi a una Tina que no conocía.
—Sí, me he levantado temprano.
Me quedo con ganas de añadir que es porque una tonta neurótica me hizo ponerme un jersey de invierno para dormir y me he despertado sudando a mares.
Se sienta a su mesa.
—Intenté llamarte ayer después de que te fueras.
—¿Sí?
Frunzo el ceño, pero entonces me doy cuenta de que debí de borrar la llamada perdida de Tina junto con las decenas de llamadas perdidas de Santana.
—Sí. La mujer furibunda vino a la oficina al poco de que te marcharas.
—¿Vino?
Debí de imaginármelo.
—Sí, y no estaba de mejor humor.
Me hago una idea. Sonrío.
—¿Le diste un achuchón?
Suelta una carcajada y se deja caer hacia atrás en la silla sin parar de reír. No puedo evitar unirme a ella y me río a gusto. Se está desternillando en su mesa. Will llega y nos mira a las dos, exasperado, antes de entrar en su despacho y cerrar la puerta tras de sí.
¡Mierda!
—¿Estaba Will?—pregunto.
Se quita las gafas y las limpia con la manga de su blusa marrón de poliéster.
—¿Cómo? ¿Cuándo vino la lunática? No, estaba recogiendo a Emma en la estación de tren.
Dejo escapar un suspiro de alivio.
Pero ¿en qué estaba pensando Santana?
Es un cliente. No puede venir a mi oficina y usar su influencia para mangonear a todo el mundo. A duras penas puedo excusar su comportamiento como la clásica queja de un cliente. Ya me ha sacado una vez a rastras de la oficina. La puerta del despacho se abre y la repartidora de flores entra con dificultad —otra vez la chica del Lusso— con dos voluminosos ramos.
—¿Entrega para Brittany y Tina?
Tina casi se desmaya en su mesa. Apuesto a que nadie le ha enviado flores nunca. Aunque yo ya sé de parte de quién son. Es una cabrona lisonjero.
—¿Para mí?—dice Tina cuando coge el colorido ramo de las manos de la chica de reparto.
Lo agita en dirección a mi despacho.
—Gracias—sonrío, y cojo el ramo de calas antes de firmar por las dos.
Tina tiene cara de que va a pasarse el resto del día soñando despierta.
—¿Qué dice la tarjeta, Tina?—le pregunto cuando veo que la recorre de izquierda a derecha con la mirada.
Se reclina y se pone la mano en el corazón.
—Dice: Por favor, acepta mis disculpas. Esa mujer me vuelve loca. ¡Ay, Britt!—me mira emocionada—¡Cómo me gustaría a mí volver así de loca a una persona!
Pongo los ojos en blanco y saco de entre las flores la tarjeta dirigida a mí. Apuesto a que no es una disculpa. Tina no opinaría lo mismo si tuviera que aguantar el comportamiento neurótico e irracional de Santana.
¿Que yo la vuelvo loca?
Es de traca. Abro la tarjeta.
ERES LA MUJER A LA QUE LLEVO ESPERANDO TANTO TIEMPO... UN BESO, S.
Mi lado cursi babea un poco, pero la parte sensata de mi cerebro —la que no está completamente loca por Santana— grita en seguida que la mujer de su vida es la que se pone de rodillas y cumple todas sus órdenes, instrucciones y exigencias.
Soy consciente de que, aunque eso es exactamente lo que he hecho en muchas ocasiones, también he de mantener mi identidad y mi forma de pensar. Es tremendamente duro, porque esta mujer me afecta muchísimo. Ya se he hecho con mi cuerpo... Más bien, se ha apoderado de él.
Suena el teléfono e ignoro la punzada de decepción que siento cuando oigo el tono estándar, pero no puedo pasar por alto la de pánico cuando veo el nombre de Elaine en la pantalla.
¿Qué querrá?
—Hola—saludo con todo el aburrimiento que quería aparentar.
—Brittany, pensaba que no lo cogerías.
Su tono es de cautela, como no podría ser de otra manera después de la que me armó. Ni yo sé por qué he contestado.
—¿Y eso?
Mi voz destila sarcasmo. La gusano tiene agallas para llamarme, después de lo que me dijo y de cómo se portó.
—Perdona, Brittany. Me pasé mucho. Fue un cúmulo de cosas. Mi jefe me dijo que van a recortar personal y, en fin, me puse de los nervios.
Adorable.
¿Por eso quería volver conmigo?
¿Quería tener estabilidad económica por si perdía su trabajo?
¡Estúpida insolente!
¿Es consciente de lo que me ha dicho?
—Lamento la situación—contesto con sequedad.
—Gracias. He puesto las cosas en perspectiva. Te he perdido y ahora quizá pierda el trabajo. Todo está patas arriba[/i]—la voz le tiembla de emoción.
Suspiro.
—Todo irá bien—intento consolarla—Eres muy buena en tu trabajo.
Lo es. Tiene la confianza en sí misma —demasiada confianza en sí misma— que debe tener un comercial.
—Ya. En fin, sólo quería hacer las paces contigo.
Me parece bien siempre y cuando no empiece otra vez con el discurso de «quiero que vuelvas conmigo».
¿En qué estaba pensando?
—Está bien. No te preocupes. Ya nos veremos, ¿vale?
—Sí. Podríamos volver a comer juntas... Como amigas—añade a toda velocidad—Todavía tengo algunas cajas con tus cosas.
—Las recogeré la semana que viene. Cuídate, Elaine —ignoro su sugerencia de quedar para comer.
—Tú también.
Cuelgo y lanzo el teléfono sobre la mesa. Por muy cretina que sea, no le deseo que se quede en paro. Le irá bien. Me quito a Elaine de la cabeza y me concentro en sacar algo de trabajo adelante. Finjo que no miro el móvil cada diez minutos para comprobar que está encendido y con el volumen alto.
¿Por qué no me ha llamado?
Voy caminando por nuestra calle después de haber comprado una botella de vino y diviso a Rachel a lo lejos, saltando en medio de la calzada como la loca que es. Al acercarme, me fijo bien. Aparcada junto a Margo hay otra furgoneta rosa chillón, pero nuevecita y reluciente.
¡Por fin ha invertido en una furgo nueva!
Ya era hora.
—Bonita furgo—le digo cuando me aproximo.
Se da la vuelta, los ojos marrones le bailan y tiene las mejillas pálidas sonrojadas.
—¿Tú sabes algo de esto?
¿Yo?
—¿Por qué iba a saber algo?
—Acabo de llegar a casa y estaba ahí aparcada. Me he quedado un rato contemplándola, luego he entrado en casa y he tropezado con las llaves junto a la puerta. Mira.
Me pone las llaves delante de las narices, lo que me obliga a mirar la nota que cuelga de un hilo en el llavero.
NI UN MORETÓN MÁS EN EL CULO, POR FAVOR.
¡No!
No habrá sido capaz. Recuerdo lo tremendo de su reacción al ver mis maltrechas posaderas.
—¿Has hablado con Quinn?—pregunto.
—Sí. Dice que hable con San.
¿San?
—¿Por qué te habrá dicho eso?—quiero saber.
—Está claro: porque cree que San es la compradora misteriosa—pone los ojos en blanco—Si la latina me ha comprado una furgoneta para que no vuelvas a hacerte cardenales en el culo, bueno... ¡tengo que decir que me encanta que tengas la piel tan blanca como un melocotón!
Esto no está bien.
—Rach, no puedes aceptarla.
Me mira disgustada y sé que no habrá forma humana o divina de obligarla a que devuelva la furgoneta. Su mirada dice que está encantada.
—¡Ni de coña! No intentes hacer que la devuelva. Ya la he bautizado.
—¿Qué?—a mi voz le falta mucha paciencia.
Pasa los dedos, por el capó.
—Te presento a Margo Junior.
Se recuesta sobre la furgoneta y acaricia el metal rosa. Sacudo la cabeza, exasperada, y me voy a casa. Ahora todavía le gusta más esa tonta imposible.
¿De qué va?
¿Flores para Tina y una furgoneta para Rachel?
Ah, ¿y qué hay de arrojar las divisas de su majestad la reina de Inglaterra sobre la mesa de la cocina como si fueran trapos de cocina?
—¡Me la llevo a dar una vuelta!—grita Rachel.
No le contesto, sino que subo la escalera y me voy directa a la cocina para meter las flores en un jarrón y descorchar la botella de vino. Me termino la primera copa y me voy a la ducha.
¿Le ha comprado una furgoneta a Rachel?
Me tomo mi tiempo para quitarme el día de encima y me dejo la crema suavizante en el pelo cinco minutos mientras me paso la cuchilla. Cierro el grifo, escucho la canción de The Stone Roses que llevo todo el día desesperada por oír y casi me parto el cuello al salir de la ducha para echar a correr por el descansillo. El teléfono deja de sonar y la pantalla se ilumina: ocho llamadas perdidas.
No, no, no. Debe de estar tirándose de los pelos. La llamo mientras cruzo el descansillo hacia el salón. Miro por la ventana para ver si Rachel ha vuelto. No está, pero Santana sí está dando vueltas por el sendero del jardín con el mismo aspecto divino de siempre. Lleva vaqueros ceñidos y un jersey fino azul marino. Sonrío, un hormigueo me recorre el cuerpo de pies a cabeza con sólo mirarla.
Pulsa los botones del teléfono como una posesa y, tal y como esperaba, mi móvil se me ilumina en la mano.
¡Ajá!
—¡Hola!—digo tranquila y como si no pasara nada.
—¿Dónde diablos estás?—me ladra por teléfono.
No hago caso de su tono de voz.
—¿Y dónde estás tú?—contraataco.
Por supuesto, sé perfectamente dónde está. Me quedo de pie junto a la ventana, viendo cómo se pasa la mano por el largo pelo. Pero entonces desaparece de mi vista en el rellano de la puerta principal.
—Estoy en casa de Rach, echando la puerta abajo a patadas. ¿Es mucho pedir que me cojas el teléfono a la primera?
—Estaba ocupada con otra cosa. ¿Por qué no me has llamado en todo el día?—pregunto mientras bajo hasta la puerta principal.
—Porque, Britt, ¡no quiero que sientas que te estoy agobiando!
Está totalmente exasperada y eso me hace sonreír. Me encantan todos y cada uno de sus rasgos de locura.
—Pero aun así me estás gritando—le recuerdo.
Miro por la mirilla y me derrito cuando la veo apoyarse contra la pared.
—Lo sé—dice ya más tranquila—Me estás volviendo loca. ¿Dónde estás?
La veo deslizarse hacia abajo por la pared hasta que toca el suelo con el culo. Deja las rodillas dobladas e inclina la cabeza a un lado.
Ay, no puedo verla así.
Abro la puerta.
—Aquí.
Me mira y suelta el teléfono, pero no intenta levantarse. Sólo me mira, con el rostro inundado de alivio. Salgo y me deslizo por la pared de enfrente, de tal modo que quedamos sentadas una frente a la otra, rodilla con rodilla.
Esperaba que me cogiera y me obligara a entrar en casa, ya que voy medio desnuda, pero no lo hace, sino que alarga el brazo y me pone la mano en la rodilla. No me sorprende que provoque chispas de fuego en todo mi ser.
—Estaba en la ducha.
—La próxima vez, llévate el móvil al baño, Britt—me ordena.
—Vale—le hago un saludo militar.
—¿Y tu ropa?
Me recorre el cuerpo, cubierto por una toalla, con la mirada.
¡Ja!
No iba a tenerla esperando mientras me vestía. Me la habría encontrado muerta de un ataque al corazón.
—En mi armario—respondo con sequedad.
Su mano desaparece bajo la toalla, me coge por encima de la cadera para hacerme cosquillas y la toalla se afloja.
—¡S, amiga mía!
Miro hacia el sendero y veo a Quinn. Cuando vuelvo a mirar a Santana, parece como si... En fin, como si fuera a darle un ataque. Se pone de pie y tira de mí. No sé cómo lo hace, pero consigue mantenerme cubierta con la toalla.
—¡Quinn, no te muevas, joder!—le grita.
Me coge en brazos y cruzamos la puerta a la velocidad de la luz. Oigo a Quinn reírse a nuestras espaldas mientras Santana sube la escalera corriendo conmigo en brazos y murmurando algo acerca de arrancar los ojos a los curiosos. Me arroja sobre la cama.
—Vístete, vamos a salir, Britt.
Levanto la cabeza de golpe. No pienso ir a La Mansión. Me pongo de pie, sin la toalla, y me dirijo al tocador.
—¿Adónde?
Recorre con la mirada mi cuerpo desnudo.
—He salido a correr y mientras tanto se me ha ocurrido que aún no te he llevado a cenar. Tienes unas piernas increíbles. Vístete.
Señala mi armario con la cabeza. Si se refiere a cenar en La Mansión, yo paso. Evitaré el lugar a toda costa si Holly va a estar ahí y, dado que ya sabemos que trabaja para Santana lo más probable es que esté.
—¿Adónde?—vuelvo a preguntar mientras empiezo a aplicarme manteca de coco en las piernas.
—A un pequeño italiano que conozco. Anda, vístete antes de que me cobre mi deuda.
De pie, me masajeo lentamente con la crema.
—¿Qué deuda?
Levanta las cejas.
—Me debes una.
—¿Cómo que te debo una?—Frunzo el ceño, pero sé exactamente a qué se refiere.
—Claro que me la debes. Te espero fuera, no sea que me dé por cobrármela antes de tiempo—me lanza una sonrisa picarona—No quiero que pienses que es sólo sexo.
Me deja con ese pequeño comentario antes de irse.
Ah, ¿no es sólo sexo?
Esas palabras me han alegrado el día. Quizá esta noche descubra qué trama esa maravillosa y compleja cabecita suya. De repente, me inunda la esperanza.
Tras darle muchas vueltas a qué voy a ponerme —me sorprende que no lo haya decidido por mí—, me decanto por unos pantalones capri beige, una camisa de seda en nude y unas bailarinas color crema. Me aseguro de ponerme un conjunto de ropa interior de encaje color coral; le encanta el encaje. Me hago un recogido informal, me pinto los ojos ahumados y termino con un brillo de labios sin apenas color. Salgo al descansillo y me encuentro a un Santana irritada dando vueltas de un lado a otro. Frunzo el ceño.
—Tampoco he tardado tanto.
Levanta la vista y me dedica una sonrisa gloriosa, reservada sólo para mujeres, y vuelvo a sentirme segura. Me acerco a ella y me mira de arriba abajo con satisfacción. En cuanto estoy lo bastante cerca, tira de mí hacia su cuerpo.
—¿Cómo es posible que seas tan bonita?—susurra en mi pelo.
—Lo mismo digo. ¿Dónde está Quinn?
—Rach le está dando un paseo en la furgoneta.
Ah, casi me había olvidado de Margo Junior. Me aparto y le lanzo una mirada llena de sospecha.
—¿Le has comprado tú esa furgoneta a Rach?
Sonríe satisfecha.
—¿Estás celosa?
¿Qué?
—¡No!
Se pone seria.
—Sí, se la he comprado yo.
—¿Por qué?
¿Acaso no le parece raro?
¿Está intentando sobornar a mi amiga para que pase por alto su comportamiento irracional?
—Bueno, Britt, porque no quiero que vayas dando tumbos en esa chatarra sobre ruedas, por eso. Y no tengo por qué darte explicaciones—me bufa, y cruza los brazos para mantenerse alejada de mí.
Me entra la risa.
—¿Le has comprado una furgoneta a mi mejor amiga para que no me lastime cuando sujete una tarta?
Es para morirse. Me mira y adopta una expresión muy digna.
—Como ya he dicho, no tengo por qué darte explicaciones. Vámonos.
Me coge de la mano y me conduce hasta abajo, al coche.
—Le has alegrado el día a Tina—comento mientras corro para poder seguir el ritmo de sus largas zancadas.
—¿Quién es Tina?
—La criatura desvalida de mi oficina—le recuerdo.
Empiezo a sopesar si la mala memoria es también un síntoma de la edad.
—Ah, ¿me ha perdonado?
—Del todo—musito.
Rachel nos ve y se lanza a los brazos de Santana.
—¡Gracias!—le repite una y otra vez en la cara.
Santana se abraza a ella con la mano que tiene libre y ella continúa lanzando grititos de emoción junto a su oído. Pongo los ojos en blanco y miro a Quinn, que sacude la cabeza. Me reconforta saber que ella también opina que se ha pasado un poco.
—La que sale ganando soy yo, Rach, no tú—le dice.
Ella la suelta.
—¡Lo sé!—sonríe y me mira con sus brillantes ojos marrones—¡La adoro!
—Eh, ¿y a mí no?—grita Quinn.
Rachel va corriendo a abrazarla. Pongo los ojos en blanco otra vez. Estoy rodeada de locas.
Aparcamos en la puerta de un pequeño restaurante italiano del West End. Salgo del coche y Santana viene a por mí. Me coge de la mano y me lleva a lo que sólo puede describirse como una sala de estar. La iluminación es tenue y todo está lleno de trastos italianos. Es como si me hubiera trasladado en el tiempo a la Italia de la década de los ochenta.
—Señora Santana, me alegro de verla—dice un hombrecillo italiano que se acerca a nosotros de inmediato.
Luce una expresión de felicidad natural. Santana le estrecha la mano con afecto.
—Luigi, yo también me alegro de verte.
—Venga, venga.
Luigi nos hace gestos para que nos adentremos más en la estancia. Nos sienta a una pequeña mesa en un rincón. El mantel es de color crema y lleva bordado la «Italia Turrita». Es muy bonito.
—Luigi, ésta es Brittany—Santana nos presenta.
El italiano me hace una reverencia con la cabeza.
—Un nombre precioso para una dama preciosa, ¿sí?—es tan directo que me siento un poco avergonzada—¿Qué desea la señora Santana?
—¿Me permites?—me pregunta Santana señalando el menú con la cabeza.
¿Me está pidiendo permiso?
—Es lo que sueles hacer—murmuro.
Arquea una ceja y pone morritos, como diciéndome que no tiente mi suerte. La dejo a lo suyo. Está claro que sabe cuáles son los mejores platos del menú.
—Muy bien, Luigi. Tomaremos dos de fettuccini con calabaza, parmesano y salsa de limón con nata, una botella de Famiglia Anselma Barolo 2000 y agua. ¿Lo tienes todo?
Luigi toma nota a toda velocidad en su cuaderno y da un paso atrás.
—Sí, sí, señora Santana. Ahora me voy.
Santana sonríe con afecto.
—Gracias, Luigi.
Miro el restaurante, que está lleno de trastos.
—A esto sí que se le llama mierda italiana—murmuro pensativa. Cuando mi mirada se encuentra con la de Santana, veo una sonrisa de oreja a oreja sobre un labio mordido—¿Vienes a menudo?
Su sonrisa se hace más amplia y entramos en el territorio de las rodillas que se vuelven de gelatina.
—¿Estás intentando seducirme?
—Por supuesto—sonrío, y ella cambia de postura en su silla.
—Mario, el otro barman de La Mansión, insistió en que lo probara y eso hice. Luigi es su hermano.
—¿Luigi y Mario?—suelto, más bien con poca educación. Santana levanta las cejas y me lanza una mirada—Lo siento. ¡Es que ésa sí que no me la esperaba!
—Ya lo veo.
Frunce el ceño cuando Luigi se acerca con las bebidas. Santana me sirve vino a mí y agua para ella.
—¿No habrás pedido una botella entera para mí?—le suelto—¿Tú no vas a beber nada?
Por Dios, voy a acabar como una cuba.
—No. Tengo que conducir.
—¿Y a mí me permites beber?
Aprieta sus carnosos labios hasta convertirlos en una línea recta, pero veo que está intentando reprimir una sonrisa ante mi descaro.
—Te lo permito.
Sonrío, cojo la copa y bebo con cuidado mientras ella me observa. El vino está espectacular.
Cuando miro a la mujer guapísima y neurótica que tengo al otro lado de la mesa, a la que me ha jodido los planes pero bien, mi cerebro sufre de repente un bombardeo de preguntas.
—Quiero saber qué edad tienes—digo segura de mí misma.
Ese asunto de la edad se está convirtiendo en una estupidez. Acaricia el borde de la copa con la punta del dedo y me mira.
—Veintiocho. Háblame de tu familia.
¿Eh?
¡Ah, no, no, no!
—Yo he preguntado primero.
—Y yo te he contestado. Háblame de tu familia.
Sacudo la cabeza de desesperación y me resigno ante el hecho de que estoy enamorada de una mujer cuya edad desconozco, y posiblemente nunca la sepa.
—Son de descendencia holandesa y se jubilaron y viven en Newquay desde hace unos años—suspiro—Mi papá dirigía una empresa de construcción y mi mamá era ama de casa. Mi papá tuvo un amago de infarto, cogió la jubilación anticipada y se fueron a Cornualles. Mi hermano está viviendo sus sueños en Australia—ahí tiene los titulares—¿Por qué no hablas de los tuyos?—le pregunto.
Sé que me estoy metiendo en terreno pantanoso, sobre todo después de lo que contestó la última vez que le pregunté. Espero con cautela, casi con recelo, su reacción. Me deja más que sorprendida cuando bebe un sorbo de agua y se lanza a responder.
—Eran de Puerto Rico, y ahora viven en Marbella. Mi hermana también está ahí. No hablo con ellos desde hace años. No aprobaron que Alejandro me dejara La Mansión y todas sus posesiones.
¿Eh?
—¿Te lo dejó todo a ti?
Entiendo que eso pueda causar una reyerta familiar, y más cuando también hay una hermana de por medio.
—Eso es. Estábamos muy unidos y no se hablaba con mis padres. No les gustaba.
—¿No les gustaba su relación?
—No.
Empieza a mordisquearse el labio.
—¿Había algo reprobable?—ahora sí que siento curiosidad.
Suspira.
—Cuando dejé la universidad me pasaba todo el tiempo con Alejandro. Mi mamá, mi papá y Bree se fueron a vivir a España y yo me negué a irme con ellos. Tenía dieciocho años y me lo estaba pasando como nunca. Me fui a vivir con Alejandro cuando se marcharon. No les hizo mucha gracia—se encoge de hombros—Tres años después, Alejandro murió y yo me hice cargo de La Mansión—lo cuenta sin emoción. Bebe otro trago de agua—La relación se resintió después de aquello. Me exigieron que vendiera La Mansión, pero yo no podía, era el legado de Alejandro.
Jesús. He descubierto más sobre esta mujer hombre en cinco minutos que en todo el tiempo que ha pasado desde que lo conozco.
¿Por qué está tan habladora esta noche?
Decido aprovecharme, no sé cuándo volverá a presentarse la ocasión.
—¿Qué sueles hacer para divertirte?
Sus ojos oscuros se iluminan y sonríe con malicia.
—Follarte.
Abro los ojos como platos y trago saliva con dificultad.
¿Me considera una diversión?
Ahora me siento como una mierda. Me revuelvo en la silla y doy un sorbo al vino para apartar la mirada. Odio este bajón que me entra de vez en cuando últimamente. Un instante estoy en el séptimo cielo de Santana y, al siguiente, cualquier comentario hace que me dé de bruces contra la cruda realidad. No puedo con tantas señales contradictorias.
—Te gusta el poder en el dormitorio—le digo sin sonrojarme ni un poquito.
Estoy orgullosa de mí misma. Su habilidad y la influencia que tiene sobre todo mi ser me ponen nerviosa.
—Sí.
Contemplo su rostro impasible cuando mi mirada vuelve a la suya.
—¿Eres una dominante?
Suelto, y me clavo mentalmente en las posaderas el elegante tenedor plata.
¿De dónde ha salido eso?
Se atraganta y está a punto de escupirme el agua encima.
¿Por qué habré preguntado eso?
Deja la copa sobre la mesa, coge la servilleta, se limpia la boca y sacude la cabeza con una media sonrisa.
—Britt, no necesito esa clase de arreglo para conseguir que una mujer haga lo que yo quiero en el dormitorio. No tengo ni tiempo ni ganas de practicar ese tipo de mierda.
Me relajo un poco.
—Parece que me estás dedicando mucho tiempo.
—Supongo que sí.
Comienza a mirar al vacío, pensativo.
—Eres muy controladora—afirmo con frialdad sin apartar la vista de mi copa.
Voy a poner también ese tema sobre la mesa.
—Mírame, Britt—exige con suavidad y, como la esclava que soy, la miro. Sus ojos oscuros se han suavizado. Se reclina, relajado, en la silla—Sólo contigo.
—¿Por qué?
—No lo sé—se da un breve mordisco en el labio—Me vuelves loca.
¿Qué?
En fin, eso lo aclara todo.
¿Se cree que necesito una especie de mamá?
Estoy hecha un lío. Suspiro en el interior de la copa de vino.
¿Qué la vuelvo loca?
¡Lo mismo te digo, López!
—Aquí está tu pasta—dice.
Alzo la vista y veo a Luigi, que se acerca cantando. He perdido el apetito.
—Gente encantadora—coloca dos generosos cuencos ante nosotros—, buon appetito!
—Gracias, Luigi—sonríe Santana con educación.
Me lanza una mirada inquisitiva, pero la ignoro y sonrío agradecida a Luigi. Revuelvo la pasta con el tenedor. Huele a gloria, pero estoy tan confusa que se me ha cerrado el estómago. Jugueteo con ella un momento y luego pruebo un bocado.
—¿Está buena?—pregunta Santana.
Asiento poco convencida, a pesar de que está deliciosa. Comemos un rato en silencio, mirándonos de vez en cuando. La comida es maravillosa, y me siento culpable por no estar disfrutándola como se merece.
—¿Cuándo compraste el ático?—pregunto.
Detiene el tenedor de camino a su boca.
—En marzo—me contesta.
Se toma el último bocado y aparta el cuenco antes de coger el vaso de agua.
—Nunca me has dicho por qué pediste que fuera yo personalmente quien se encargara de la ampliación de La Mansión.
Me rindo con la pasta y aparto el cuenco. Santana mira mi plato a medias y luego me mira a mí.
—Compré el ático y me encantó lo que habías hecho con él. Te garantizo que no esperaba que aparecieras contoneando tu silueta perfecta, con esa piel blanca y esos ojazos azules.
Sacude la cabeza como intentando borrar el recuerdo. Me siento mejor sabiendo que se quedó tan sorprendida de verme como yo de verla a ella.
—No eras exactamente la señora de La Mansión que me esperaba—le digo.
Yo también me estremezco al recordar el efecto que me produjo; el efecto que todavía tiene sobre mí.
—¿Cómo sabías dónde estaba aquel lunes al mediodía, cuando tropecé contigo en el bar?
Se encoge de hombros.
—Tuve suerte.
—Ya, claro.
Me seguiste, más bien. Alzo la vista y detecto una sonrisa en la comisura de sus deliciosos labios.
—Cuando te fuiste de La Mansión no podía pensar en otra cosa.
—Así que me perseguiste sin descanso—le respondo con calma.
—Tenías que ser mía, Britt.
—Y ya lo soy. ¿Siempre consigues lo que deseas?
Me observa desde el otro lado de la mesa y se inclina hacia adelante, muy seria.
—No puedo contestar a eso, Britt, porque nunca he deseado nada lo suficiente como para perseguirlo sin descanso. No del modo en que te deseaba a ti.
Habla en pasado.
—¿Aún me deseas?
Se reclina en la silla y me estudia mientras acaricia su copa.
—Más que a nada.
Se me escapa un pequeño suspiro. No sé si es de alivio o de deseo. Ya no sé nada.
—Soy tuya—digo con decisión.
Ya está. Acabo de ponerle el corazón en bandeja a esta mujer. Se pasa la lengua lentamente por el labio inferior.
—Brittany, eres mía desde que apareciste por La Mansión.
—¿Sí?
—Sí. ¿Pasarás la noche conmigo?
—¿Es una pregunta o una orden?
—Una pregunta, pero si das la respuesta equivocada estoy segura de que pensaré en algo para hacerte cambiar de idea—sonríe un poco.
—Pasaré la noche contigo, San.
Asiente con aprobación.
—Me encanta que me digas San, ¿Y la noche de mañana?
—Sí.
—Tómate el día libre—me ordena.
—No.
Entorna los ojos.
—¿Y el viernes por la noche?
—He quedado con Rach para salir el viernes por la noche—le informo.
Resisto la tentación de alargar la mano, cogerme un mechón de pelo y retorcerlo entre los dedos. No puede esperar que esté siempre a su disposición. Confío en que Rachel no tenga planes. Sus ojos, entrecerrados, se oscurecen.
—Cancélalo.
Esto es algo que tengo que aclarar cuanto antes: sus neurosis son poco razonables.
—Voy a tomar unas cuantas copas con mis amigos. No puedes impedirme que los vea, Santana.
—¿Cuántas copas son unas cuantas?
Noto que frunzo el ceño.
—No lo sé. Depende de cómo me encuentre.
La miro, acusadora. Sospecho que es posible que el viernes esté hecha polvo si sigue portándose como una loca. Me da dolor de cabeza y hace que el cuerpo me duela de deseo.
Empieza a mordisquearse el labio inferior otra vez, la cabeza le va a mil por hora. Está intentando averiguar cómo salirse con la suya. Con la que pillé el sábado pasado no me he hecho ningún favor.
Fue culpa suya.
¿Debería decírselo?
—No quiero que salgas a beber sin mí, Britt—dice con firmeza.
—Bueno qué mala suerte.
Dios, estoy siendo valiente.
¿Qué graduación tiene este vino?
—Ya veremos—dice para sí.
Permanecemos sentadas en silencio, mirándonos la una a la otra, ella enfadada y yo ocultando una sonrisilla. A los pocos instantes, se reclina en su silla como si nada, un poco de lado, con una intención clara en la mirada. No me aparto tímidamente de ella, sino que igualo su intensidad. Es un desafío a cara descubierta. La deseo con desesperación a pesar de que es un tanto difícil. Luigi se acerca para recoger los platos e interrumpe el momento.
—¿Les ha gustado?—dice señalando los platos.
Santana no rompe la conexión.
—Estupendo, Luigi. Gracias.
Su voz es gutural y está dando golpecitos en la mesa con el dedo corazón. Noto que me roza la pierna con la suya y no hace falta más para que se me acelere la respiración y mis terminaciones nerviosas cobren vida. Estoy ardiendo de pies a cabeza... Y lo sabe.
—Luigi, la cuenta, por favor.
Su tono amigable ha pasado a ser apremiante. Parece que el italiano capta el mensaje porque no nos ofrece la carta de postres. Se marcha y vuelve, casi de inmediato, con un plato negro con caramelos de menta y un trozo de papel. Sin siquiera mirarla, Santana se levanta, saca un fajo de billetes del bolsillo de sus vaqueros y deja varios encima de la mesa. Estira el brazo hacia mí y me coge de la mano.
—Nos vamos.
Me levanta de la silla y apenas me da tiempo a coger el bolso y a dejar la servilleta encima de la mesa. Me lleva a toda velocidad hacia la puerta.
—¿Tienes prisa?—pregunto mientras me conduce hacia el coche por el codo.
No hace el menor intento de aminorar el paso.
—Sí.
Cuando llegamos al coche, me da la vuelta y me empuja contra la puerta. Su frente encuentra la mía y nuestros alientos, profundos, se funden en el escaso espacio que separa nuestras bocas.
Por Dios, la quiero aquí y ahora. Me da igual si a la gente le da por mirar.
—Voy a follarte hasta que veas las estrellas, Britt—su voz es áspera cuando mueve las caderas contra las mías. Lanzo un gemido—Mañana no vas a ir a trabajar porque no vas a poder ni andar. Sube al coche.
La haría, pero ya me cuesta andar.
El suspense me ha dejado inmóvil.
Pasan unos segundos y sigo sin poder convencer a mis piernas de que se muevan, así que me aparta, abre la puerta y, con cuidado, me deposita en el asiento del copiloto.
Última edición por 23l1 el Miér Mayo 13, 2015 3:02 am, editado 1 vez
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Que estres de mujer, es insoportable! No aguanto a Santana. Y brittany es tonta haciendo lo que quiere la otra.
AndreaDaru- ---
- Mensajes : 511
Fecha de inscripción : 20/02/2012
Edad : 31
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
AndreaDaru escribió:Que estres de mujer, es insoportable! No aguanto a Santana. Y brittany es tonta haciendo lo que quiere la otra.
Hola, jajaajaj justo acabo de actualizar jajajaajajajaja. Jajjaajajaj si san suele causar esa reacción o sentimiento en esta historia xD jajaajajajajaj, claro britt también jajajaj... el amor no¿? ajaajjajja. Espero y este cap ayude un poco ajajajaja. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
yo creo que a brittany le gusta ser dominada por santana!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Khdhkfljdjjyd me pase el medio rollo con el capitulo anterior no? Khshjfsffsfjghshudg
Asi que... Britt no va a poder caminar xd lsygkgdhd
Asi que... Britt no va a poder caminar xd lsygkgdhd
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Holaaa! te acuerdas de mi? jajajaja :P creo que no, lo siento ya tiene rato que no comento, puff la uni me tiene vuelta loca :/ y no había tenido oportunidad, sin embargo déjame decirte que me ENCANTAN tus fics, y de vdd no me pierdo tus actualizaciones, me gusta demasiado este fic, jajajaja es vdd que San es muy mandona y llega a estresar, y aunque Britt se queja un montón jajajaja al parecer le encanta que la este mandando, esta perdida por la señora de la mansión. Yo estoy intrigada por conocer la edad real de San y por favor, Holly por lo general me caía bien, pero aquí puuff me da ganas de desaparecerla ajajaja :p saludos espero tu actu pronto. :)
mayre94** - Mensajes : 52
Fecha de inscripción : 24/02/2015
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,....
yo contenta acepto la oferta de san de ver las estrellas ajajajaj
se me hace o san si puede la ata a britt en la pata de la cama para que no se le escape jajaja
nos vemos,...
PD: me estas difamando mi no ser borracha!!!! jummm
PD2; si lo vi,... era mas que obvio!!!!,...
PD3: creo que nay ya dejo de grabar para las Devious lo bueno que el personaje de Blanca Alvarez es uno de los principales aunque dure poco pero todas giran y la cuidan mucho,... y quiero saber cual es el vinculo estrecho que va a tener con Stafford,..
yo contenta acepto la oferta de san de ver las estrellas ajajajaj
se me hace o san si puede la ata a britt en la pata de la cama para que no se le escape jajaja
nos vemos,...
PD: me estas difamando mi no ser borracha!!!! jummm
PD2; si lo vi,... era mas que obvio!!!!,...
PD3: creo que nay ya dejo de grabar para las Devious lo bueno que el personaje de Blanca Alvarez es uno de los principales aunque dure poco pero todas giran y la cuidan mucho,... y quiero saber cual es el vinculo estrecho que va a tener con Stafford,..
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:yo creo que a brittany le gusta ser dominada por santana!
Hola, jajaajajaj puede ser xq no¿? jajaajajaj el amor, el amor... es loco no¿? Saludos =D
Susii escribió:Khdhkfljdjjyd me pase el medio rollo con el capitulo anterior no? Khshjfsffsfjghshudg
Asi que... Britt no va a poder caminar xd lsygkgdhd
Hola, jajaajjajajaja puede xD jajaajajajaj. Jajajjajajajajaajajjja lo veremos ajajajaj. Saludos =D
mayre94 escribió:Holaaa! te acuerdas de mi? jajajaja :P creo que no, lo siento ya tiene rato que no comento, puff la uni me tiene vuelta loca :/ y no había tenido oportunidad, sin embargo déjame decirte que me ENCANTAN tus fics, y de vdd no me pierdo tus actualizaciones, me gusta demasiado este fic, jajajaja es vdd que San es muy mandona y llega a estresar, y aunque Britt se queja un montón jajajaja al parecer le encanta que la este mandando, esta perdida por la señora de la mansión. Yo estoy intrigada por conocer la edad real de San y por favor, Holly por lo general me caía bien, pero aquí puuff me da ganas de desaparecerla ajajaja :p saludos espero tu actu pronto. :)
Hola, mmmm por el nombre, pero si leo algun comentario anterior obvio que sip, asik buscare alguno ajajajaaj. A jaajaja si se lo que es eso jajaajajjajaja, lo importante esk puedas leer, gracias por seguir los fics =D. Jajajaja bn sip, san le gusta el control y britt tampoco se resiste mucho xD jajaajaj el amor no¿? ajajajaja. Jajajajaaj creo que no eres la unica jajajajaaj, esperemos y este cap nos diga algo ajjjjjajajjaaj. Jajajajaajaj suele causar ese efecto holly en este fic xD jaajaj. Saludos =D
3:) escribió:holap morra,....
yo contenta acepto la oferta de san de ver las estrellas ajajajaj
se me hace o san si puede la ata a britt en la pata de la cama para que no se le escape jajaja
nos vemos,...
PD: me estas difamando mi no ser borracha!!!! jummm
PD2; si lo vi,... era mas que obvio!!!!,...
PD3: creo que nay ya dejo de grabar para las Devious lo bueno que el personaje de Blanca Alvarez es uno de los principales aunque dure poco pero todas giran y la cuidan mucho,... y quiero saber cual es el vinculo estrecho que va a tener con Stafford,..
Hola lu, jajajajajajaajajajajajaja xD quien no¿? jajajajajjaj. Jajajajajaj es lo mas seguro jaajajajjaja. Saludos =D
Pd: =O nononono, quizás fue un error al escribir... este teclado ¬¬
Pd2: aaaa :@ ¬¬
Pd3:=O tantas intrigas!!!!!!, esperemos y siga en al serie (si esta sigue) y/o aparezca en algún capitulo
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 25
Capitulo 25
Nuestro viaje de vuelta al Lusso es el más largo de mi vida. La tensión sexual que reina en el coche es realmente insoportable y Santana se pone casi violenta cuando un conductor dominguero le bloquea el paso.
—A algunos no deberían darles el carnet. ¡Muévete!
Hace una maniobra ilegal y adelanta al otro coche en una calle de un solo carril. Bajo la luz tenue del DBS veo el sudor que brilla en su frente.
Es una mujer con una misión.
Derrapa, se detiene ante las puertas electrónicas del Lusso y pulsa el mando a distancia para abrirlas. Tamborilea con los dedos en el volante mientras espera impaciente a que empiecen a moverse.
Sonrío.
—Te va a dar un ataque si no te tranquilizas, San.
El tamborileo cesa y me mira. Echa humo.
—Britt, me ha dado un puñetero ataque todos los días desde que te conocí.
—Estás diciendo muchos tacos—murmuro cuando las puertas se abren y avanza hacia el aparcamiento a toda velocidad y sin ningún cuidado.
—Y tú vas a gritar mucho—lo dice sin una pizca de humor—Fuera—me ordena.
No me cabe duda de que así será, pero me encanta verla tan frenética. Me tomo mi tiempo para salir del coche y, cuando ya estoy erguida, levanto la vista y veo que la tengo enfrente.
—¿Qué haces?—pregunta sin poder creerse la calma con la que me lo estoy tomando.
Miro el cielo negro de la noche y los muelles.
—¿Te apetece ir a dar un paseo?
Abre la boca de forma exagerada.
—¿Que si me apetece ir a dar un paseo?
—Sí. Hace una noche preciosa.
Vuelvo a mirarla, pero no logro esconder una sonrisa tonta.
—No, Brittany. Lo que me apetece es follarte hasta que me supliques que pare.
Se agacha, me coge en brazos y cierra de una patada la puerta de su carísimo coche.
—¡Santana puedo andar!
Entra a grandes zancadas en el vestíbulo del Lusso.
—No lo bastante rápido. Buenas noches, Clive.
Me abrazo a su cuello y levanto la cabeza. Clive me observa mientras atravieso la sala.
¿Qué pensará de mí?
La última vez que entré en el Lusso también me llevaban en brazos...
—¡No estoy borracha!—grito antes de que Santana me meta en el ascensor.
Introduce el código con furia y Clive desaparece de mi campo de visión. En un momento de osadía, deslizo las manos bajo sus vaqueros, van directas a su duro y fantástico trasero. Siento que sus músculos se tensan y relajan bajo su piel suave y cálida cuando sale del ascensor.
—Nada de jueguecitos. Quiero estar junto y dentro de ti. Como te pongas a hacer tonterías te juro por Dios que...
Va muy en serio.
—Eres una romántica.
—Tenemos todo el tiempo del mundo para el romanticismo, Britt.
¿Ah sí?
Irrumpe en el ático y da un portazo a su espalda. Estoy un pelín desorientada cuando me deja de pie en la cocina. Me quedo inmóvil ante ella, con las manos apoyadas en sus hombros, intentando recomponerme.
—¿Sabes? Es cierto que mañana no vas a estar en condiciones de trabajar—su aliento cálido extiende una capa de condensación sobre mi cara—Desnúdate.
Estoy temblando descaradamente. Ordeno a mis manos que se aparten de sus hombros, pero no me hacen ni caso. Intento controlarme, aunque me resulta imposible cuando me mira de esa manera. Siento que me cubre las manos con las suyas y las despega de su cuerpo. Me las pone sobre el estómago.
—Empieza por la camisa.
Su voz es ronca, teñida por un dejo de desesperación. Puedo hacerlo, puedo ser atrevida.
—Entonces ¿yo estoy al mando?—pregunto, mientras me preparo internamente para sus burlas.
No se mofa. Me mira. La sorpresa ante mi pregunta es evidente, pero no se ríe. No puede tener el control continuamente.
—Si eso te hace feliz...
Se quita el Rolex y lo deja sobre la isla.
Bueno sí, me hace muy feliz.
Me suelto una arenga mental. Puedo hacerlo. Puedo hacerlo.
Respiro hondo y, mirándola a los ojos sin ningún pudor, me llevo las manos al primer botón de la camisa intentando que mis dedos cooperen. Con cada botón que me desabrocho, más se tensa su rostro y más atrevida me vuelvo yo.
Si esto no es andarse con tonterías, no sé lo que es.
Me abro la camisa, la dejo así y observo cómo me recorre el torso con la mirada mientras se pasa la lengua por el labio inferior. Saboreo su reacción y me llevo las manos a los hombros para quitarme la camisa. Acentúo el movimiento de mis pechos cuando la dejo deslizarse por mis brazos. Como la diablilla hambrienta de sexo que soy, la mantengo a un lado durante unos segundos mientras sus ojos vagan por mi cuerpo. Entonces, cuando nuestras miradas vuelven a encontrarse, abro las palmas de las manos con un gesto dramático y la dejo caer al suelo. Mis brazos permanecen inertes a los costados. La mirada le arde y tiene la frente húmeda.
Lo estoy haciendo muy bien.
—Me encanta cómo te queda el encaje—susurra.
Sonrío.
Estoy en racha.
Bajo las manos con firmeza hacia el cierre de los pantalones y, como quien no quiere la cosa, desabrocho un botón detrás de otro mientras ella me observa. Se le acelera la respiración con cada segundo que pasa, y su autocontrol está tan mermado que tiene que morderse su carnoso labio con mucha fuerza.
Va a hacerse sangre.
Una vez desabrochados todos los botones del pantalón y con la bragueta bien abierta, me quedo de pie con las manos metidas por ella, lista para bajármelos. Pero no lo hago. Estoy fascinada con la reacción que le provoca mi descarado striptease. Se han invertido los papeles. Alza la mirada y me percato de que sus ojos arden de desesperación.
—Te los arrancaría en dos segundos.
—Pero no lo harás—digo con voz ronca y seductora. Mi presunción me tiene alucinada—Vas a esperar.
Me quito los zapatos de un puntapié. Salen volando unos metros más allá. Sigue su trayectoria antes de mirarme con las cejas levantadas.
—¿No lo estás llevando demasiado lejos?
Sonrío con dulzura mientras, centímetro a centímetro, me bajo los capri por las piernas y los tiro lejos. Estoy de pie en ropa interior color coral y de encaje delante de esta mujer y he perdido todas la inhibiciones.
Es revelador.
¿Quién iba a pensar que yo podía ser tan atrevida?
¡Me gusta estar al mando!
Acerca la mano para acariciarme el pecho.
—No—le digo con firmeza.
Su mano queda flotando sobre mi esternón. No llega a tocarme, pero el calor que emana de ella me lleva al borde de la hiperventilación. Aquí estoy yo, diciéndole que espere, y tan desesperada como ella. Mi autocontrol vacila, pero la verdad es que me encanta la sensación de poder.
—Que te jodan—farfulla cuando deja caer la mano.
—Adelante.
Sonríe con suficiencia.
—Suplícamelo.
¿Qué suplique?
¿Cómo le ha dado la vuelta a la tortilla tan rápido?
Va a ser que no.
—Paso.
—Deja de tocarte el pelo, Britt—sus ojos se oscurecen aún más. Me suelto el pelo y ella baja la mirada—Todavía llevas la ropa interior puesta.
Me miro.
—¿Y qué vamos a hacer al respecto?
—Yo no voy a hacer nada—se encoge de hombros—A menos que me lo supliques.
—No pienso hacerlo—digo con frialdad.
No voy a rajarme ahora.
—Puede que nos quedemos así un rato, entonces.
—Eso parece.
—Quizá sigamos así hasta el sábado.
¡La muy tramposa!
No puede dejarlo estar, ¿verdad?
La miro mal y ella enarca las cejas. Así que estamos en tablas y ninguna de los dos quiere hacer el primer movimiento.
¡Le toca a ella!
Ella es quien ha dejado bien claro que no toleraría ningún jueguecito...
¿Qué hago?
¿Qué hago?
Entonces, se me ocurre:
—Lo siento, no puedo andarme con tonterías. Mañana tengo que trabajar.
Doy media vuelta, dispuesta a marcharme, y oigo ese gruñido familiar que tanto me gusta. Me rodea la cintura con el brazo y me levanta del suelo. Me parto en dos sobre su antebrazo.
No puedo evitarlo... Me da la risa.
Se dirige a la isla de la cocina, me da la vuelta y me sienta sobre el frío granito. Sus ojos transmiten el descontento que le ha producido mi pequeña broma.
—¿Cuándo vas a escucharme, Britt-Britt? Nunca vas a ir a ninguna parte.
Me abre de piernas, las mantiene separadas con su cuerpo y me coloca las manos en la cintura.
Está muy seria.
Aún estoy recobrándome del ataque de risa, pero me callo de inmediato cuando tira de mí para acercarme a su entrepierna, y esta da en el punto exacto. Gimo y le rodeo el cuello con los brazos.
—Y vigila esa boca—gruñe; la concentración-barra-preocupación no le sienta bien a su frente.
Esta vez es preocupación.
¿Va en serio lo de que no vaya nunca a ninguna parte?
¿Qué?
¿Nunca?
—Lo siento—lo digo con sinceridad.
No debería jugar con ella así. Está claro que tiene un problema con la desobediencia.
—Sabes cómo sacarme de mis casillas—murmura—A partir de ahora haremos las cosas a mi manera, Britt.
—Siempre hacemos las cosas a tu manera, San.
—Cierto. A ver si te lo aprendes de una vez.
Se planta delante de mí, se quita el jersey y los tacones de dos patadas, y en un abrir y cerrar de ojos se deshace de los vaqueros y de la ropa interior —de encaje. —Permanezco pacientemente sentada, más que contenta de ver cómo se desnuda.
Esta mujer es una diosa.
Recorro con la mirada todas sus maravillas, sus pechos, me detengo un instante en la cicatriz y me quedo mirando su sexo.
—Quedarse mirando es de mala educación, Britt-Britt—me dice suavemente.
Levanto los ojos de golpe hacia los suyos. No estoy muy segura de sí se refiere a que le mire la cicatriz o su hermosura.
No me lo aclara.
Vuelve a mí, me rodea con los brazos para desabrocharme el sujetador y, lentamente, me lo baja por los brazos y lo tira al suelo a sus espaldas. Apoya las manos en el borde de la encimera, me observa mientras se agacha y me coge un pezón con la boca. Traza círculos y lo acaricia despacio con la lengua. En un estado de deleite absoluto, suspiro y enredo los dedos en sus pezones mientras ella divide la atención entre un pecho y otro. Echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos para concentrarme en su atenta boca y en acariciarle los pechos.
Me encanta.
Su boca inicia un ascendente viaje de placer por el centro de mi cuerpo que termina con un beso suave en mi barbilla.
—Levanta—me ordena agarrándome las bragas. Alejo mis manos de sus pechos y las apoyo en la encimera y dejo que las deslice por mis piernas—Ahora vuelvo. Tengo hambre.
Se dirige a la nevera como su mamá la trajo al mundo, sin ningún pudor. Me fascina más allá de lo humanamente posible la visión de su culo duro, de esas piernas esbeltas y de la espalda suave y poderosa. Sus andares son todavía mejores cuando está en cueros.
—¿Disfrutando de las vistas?
Levanto la mirada y veo que está observándome. No sé cuánto tiempo llevo soñando despierta.
Podría pasarme la vida contemplándola.
Lleva un bote de nata montada en la mano y sonríe antes de destaparlo, agitarlo ligeramente y echarse un poco del contenido en la boca. La observo con atención. Está muy orgullosa de sí misma.
—¿Y eso en tu mundo es un alimento básico?
Vuelve junto a mí agitando el bote.
—Pues claro—dice muy seria mientras vuelve a colocarse entre mis piernas y me levanta la barbilla con la punta de un dedo—Abre.
Abro la boca y me apoya el tubo en la lengua. Presiona el seguro y deposita una bola de nata en mi boca. La cierro y la nata se derrite en mi lengua al instante. Coloco las manos tras de mí y me apoyo sobre ellas, mientras ella me recorre el torso con la mirada.
—A ver qué se le ocurre, López—lo reto.
Se le iluminan los ojos y me lanza una sonrisa arrebatadora.
—Está un poco fría—me avisa, y traza un sendero recto y descendente por el centro de mi cuerpo.
Doy un respingo ante la frialdad inicial de la nata, que me cubre desde el cuello hasta donde comienza la pelvis. Sonríe y echa un poco más justo ahí. Miro el largo sendero de bolitas blancas y siento que los pezones se me endurecen ante la proximidad el frío. Da un paso atrás y sus ojos bailan de felicidad.
—Un poco típico, ¿no?
Miro su rostro satisfecho. Se echa un poco más de nata en la boca.
—Los clásicos son los mejores.
Vuelve a marcharse.
¿Adónde va?
Sigo sentada en la barra de desayuno cubierta de nata y la veo rebuscar por los armarios de la cocina.
—Aquí está—sentencia.
¿Aquí está qué?
Abre un cajón, saca una espátula y vuelve a mi lado dando golpecitos maliciosos a un tarro de crema de cacao. Se coloca otra vez entre mis piernas, desenrosca la tapadera y la tira sobre la bancada de mármol. Arqueo una ceja, inquisitiva, aunque sé perfectamente qué está tramando. Hunde la espátula en el tarro, saca una buena cantidad de crema de cacao y me pega con la espátula en el pecho.
—¡Ay!—Me duele la teta del golpe.
Sonríe y empieza a trazarme círculos de chocolate alrededor del pezón. El dolor combinado con los remolinos rítmicos hace que ronronee desde lo más profundo de mí ser.
La arruga de la frente de Santana aparece en cuanto empieza a morderse el labio. Continúa esparciendo la crema de cacao por mi cuerpo, a ambos lados de la nata, dibujando círculos y untándome allá por donde pasa. Cuando vacía el tarro y ha cubierto todo mi torso a su gusto, deja los instrumentos de trabajo a un lado y retrocede para admirar su obra. La sonrisa que aparece en su hermoso rostro hace que quiera abalanzarme sobre ella y tirarla al suelo. Está verdaderamente satisfecha consigo mismo.
—Mi pastelito de Brittany—dice relamiéndose los labios.
Miro mi cuerpo embadurnado y luego sus ojos danzarines.
—Supongo que, ahora que ya te has divertido, debería ir a ducharme.
Hago ademán de moverme, pero en un abrir y cerrar de ojos me detiene abrazándome, tal y como suponía que haría. Estoy pegada a ella y resbalo. Mis pechos se mueven cuando me río y se los restriego con los suyos, pero no en plan gilipollas.
—Qué lista—murmura, y se aparta.
Hay hebras de chocolate y nata entre nuestros cuerpos. Me toma las manos y me empuja con suavidad hasta que estoy recostada del todo sobre la espalda, mirándola.
—Ni siquiera he empezado aún a divertirme, Britt-Britt.
Sonrío.
—Estoy sucia, San.
—Ah, cómo me gusta esa sonrisa. No estarás sucia mucho más tiempo.
Se agacha sobre mí y me pasa su sexo por el mío. Con el dedo índice, dibuja un sendero de chocolate que comienza en mi pezón. No aparta la mirada de la mía cuando se lo lleva a los labios y lo lame con el deleite más espectacular.
—Hummm. Cacao, nata y sudor—dice con voz ronca.
Me estremezco bajo sus ojos penetrantes y siento el clítoris encendido mientras me retuerzo contra la encimera bajo su embriagadora mirada. Levanto los brazos para tocarle los pechos. Necesito tocarla. Me deja tocarla, sus labios caen sobre los míos y se acerca apoyando sus pechos contra los míos, de modo que nos restregamos y nos embadurnamos otra vez.
La calidez de su cuerpo sobre el mío me catapulta directamente al séptimo cielo de Santana.
Mediante pequeños lametones, la persuado para que saque la lengua y sonrío contra sus labios cuando gime. Desliza un brazo bajo mis nalgas y me levanta de la encimera, me sujeta mientras me tiene en alto y reclama mi boca. Llevo los brazos alrededor de su cuello y los dedos enroscados en su pelo. Ella sigue volviéndome loca de placer y yo estoy retorciéndome bajo sus caricias. Se aparta de mis labios y comienza a besarme desde la mejilla hasta la oreja, rozando con sus adorables labios cada milímetro del camino e intensificando la sensación de pesadez que se acentúa en mi entrepierna. Lanzo un gemido grave y largo y mis dedos se enredan con fuerza en su pelo cuando me muerde el lóbulo y tira de él con los dientes.
Joder, voy a levitar de placer.
—San—jadeo, y arqueo la espalda.
—Lo sé—murmura en tono bajo junto a mi oído—¿Quieres que me ocupe de ello, Britt?
—¡Sí!—grito.
Me da un beso tierno en el hueco de la oreja y me suelta con cuidado hasta que quedo tumbada de nuevo boca arriba. Con la parte superior del cuerpo y un brazo pegados a mí, me aparta con suavidad el pelo de la cara. La observo estudiarme con atención, percibo la marea de sus ojos oscuros, su mente dando vueltas.
—Todo es mucho más llevadero contigo, Brittany—afirma en voz baja mientras busca algo en mis ojos.
Absorbo sus palabras. Su confesión me ha dejado de piedra.
¿Qué es más llevadero?
No puedo soportar la vaguedad de la frase, especialmente ahora. Esta mujer es más de lo que parece a simple vista, es más que confianza en sí misma y riqueza, más que alguien posesiva, gentil, controladora y dominante. Podría seguir así toda la vida. Pero hay más. La miro. Quiero hacerle preguntas pero, cuando tomo aliento para hablar, deja caer la cabeza sobre mi pecho y pasea la lengua por mí ya endurecido pezón, trazando círculos y lamiendo la crema de cacao. Me aparto cuando lo muerde, la puñalada de dolor me hace arquear la espalda y propulsar el pecho hacia ella, lo cual lo obliga a retroceder un poco para hacerme sitio.
—¿Te gusta?—pregunta.
—¡Sí!
—¿Quieres más de mi boca?
—¡Jesús, San!
Emite un gruñido de satisfacción y divide la atención entre mis dos pechos, recogiendo, mordiendo y chupando el chocolate de forma gradual y meticulosa.
Gimo.
Estoy sudada y pegajosa. Mis dedos continúan enredados en su pelo mientras me estremezco bajo su lengua experta. Una caricia en mi sexo bastaría para lanzarme a un estado de estupor desesperado.
—Ya estás limpia—dice mientras se aparta de mi cuerpo y entrelaza la mirada con la mía.
Se lame los carnosos labios, se aparta de mí y el estómago me da un vuelco.
Dios mío, no voy a durar ni un segundo.
Me mira directamente al punto donde se unen mis caderas. Me coloca las palmas de las manos en los muslos y los separa un poco más.
—Joder, Britt, estás chorreando.
Respira hondo y observo que el subir y bajar de sus pechos se acelera. Me lanza una breve mirada antes de agacharse de forma provocativa. Cierro los ojos, tenso todo el cuerpo y espero la ráfaga del primer contacto. Y ahí está. Una pasada de su lengua directamente por el centro de mi sexo y una pequeña danza sobre mi clítoris para rematarlo.
—Ah... ¡Dios!—rujo.
Me recompensa metiéndome dos dedos hasta el fondo. Doy un respingo y me aparto un poco de forma involuntaria, pero Santana me pone un brazo en la barriga para mantenerme quieta.
—¿Quieres que pare?
Su voz es grave y mi reacción violenta. Vuelve rápidamente a mi sexo, me penetra de nuevo con los dedos y me acaricia levemente el clítoris con la lengua. Al cabo de unos segundos noto una explosión que se cierne en el horizonte y, tras un último lametón en el centro de mi punto más sensible, me hago pedazos.
Estoy perdida.
Sacudo la cabeza a un lado y a otro, se me escapa el aire de los pulmones en un suspiro largo y pacífico y mi corazón galopante recupera un ritmo calmado y seguro. Me lame con cuidado para ayudarme a cabalgar las últimas pulsaciones del orgasmo y me deja caer hacia atrás con delicadeza mientras gimo de pura satisfacción.
Tiene una boca increíble.
En mi estado subliminal, siento que cambia de postura entre mis piernas y me mete los dedos en la boca para que pueda lamer las gotas de mi estallido.
—¿Has visto lo bien que sabes, Britt?—murmura mientras traza movimientos circulares con el dedo en mi boca.
Luego se lo lleva a la suya y se asegura de saborearme entera con la lengua. Inclina la cabeza cuando se acerca a mi cara y me mira a los ojos antes de posar con suavidad sus labios sobre los míos y recorrerlos de un lado a otro.
—Eres asombrosa. Te necesito.
Cambia de postura con rapidez, tira de mí y junta su sexo con el mío. Grito ante la unión inesperada y mi clímax en recesión resucita.
¡Jesús!
—Me toca a mí—jadea, y se mueve.
Grito y estiro los brazos por encima de la cabeza cuando ella se aferra a mis caderas para poder moverme adelante y atrás sobre el mármol de la cocina al ritmo de sus arremetidas. Abro los ojos y veo que está sudando y tiene la mandíbula apretada, muevo mi mano y la penetro, ella gime.
Los restos de nata y chocolate hacen que me deslice con facilidad hacia ella y una sensación hormigueante me invade la entrepierna.
¡Joder, joder, joder!
—Me gusta, Britt—grita entre mis gemidos.
—Dios, y a mí.
—No vas a volver a huir de mí, ¿verdad?
—¡No!
¡Nunca!
Me levanta hacia su cuerpo, se vuelve y mi espalda choca contra la pared. Se me escapa un grito de sorpresa. Soporta mis embestidas decididas e incesantes mientras me empotra una y otra vez contra la pared. Emitimos un grito tras otro. En mi desesperación por controlar mi orgasmo inminente, encuentro su hombro, me aferro a él con la boca y le clavo los dientes, mientras la penetro más fuerte.
—¡Joder!—ruge.
Oigo que su frente choca contra la pared detrás de mí y sus caderas empujan hacia adelante con todas sus fuerzas al ritmo de mis dedos.
Ya está.
Le suelto el hombro, echo la cabeza hacia atrás con un grito áspero y exploto en un segundo orgasmo que me hace mil pedazos. Dejo de mover mi mano y se queda inmóvil de repente, con la respiración entrecortada y violenta, y entonces arremeto una última vez con una potente estocada.
—¡Jesús!—gruñe y se sacude contra mí mano, dentro y fuera.
Convulsiono entre sus brazos y respiro de manera irregular intentando que llegue algo de aire a mis pulmones.
Terror y pavor.
¡Joder!
Saco mis dedos de ella y me aferro a ella con los brazos y las piernas, cierro los ojos y me derrito en su cuerpo. Apenas soy consciente de que me lleva de vuelta a la isla de la cocina. Me tumbo sobre la espalda cuando me baja y disfruto de la seguridad de su cuerpo junto al mío. Por instinto, paso los brazos alrededor de su espalda cuando me baña la cara de besos tiernos.
Ay, Dios, estoy tan abrumada.
Nunca me había sentido tan necesitada ni deseada. El tiempo que he pasado con Santana, el bueno y el malo, las rabietas y el afecto, ha arrasado con cualquier otro sentimiento que haya experimentado y no ha dejado ni rastro. Abro los ojos, sé que me está mirando.
—Tú y yo—me susurra mientras me observa.
Cierro los párpados pesados y tiro de ella para enterrar la cara en su cuello. Me pierdo por completo en ella.
—Necesitamos una ducha, Britt.
Abro los ojos con gran esfuerzo. Me está levantando de la barra de desayuno. Sigo aferrada a Santana y no tengo intención de soltarme.
—Quiero quedarme aquí—murmuro soñolienta.
Estoy muy cansada. Se ríe.
—Tú agárrate, que ya me encargo yo.
No entiendo cómo puede seguir teniendo fuerzas, pero eso hago. Me agarro fuerte, con las piernas a su cintura y los brazos a sus hombros, mientras me lleva por el ático, escaleras arriba, hacia el cuarto de baño.
—Méteme en la cama—refunfuño cuando me deja sobre el lavabo doble.
—Estás pegajosa, y yo también. Nos lavaremos las dos y luego ya podremos meternos en la cama y acurrucarnos. ¿Trato hecho?
Se va a abrir el grifo de la ducha. La miro con ojos soñolientos.
—No. Méteme en la cama, San—gruño.
—Britt, eres adorable cuando estás medio dormida.
Me recoge del lavabo doble y me mete en la ducha. Apoyo la cabeza en el hueco de su cuello y no intento separarme de su cálido cuerpo. El agua es una bendición.
—Te voy a soltar—me dice. Me agarro a ella con más fuerza. Se ríe—No puedo enjabonarte con las manos ocupadas, Britt.
—Quiero seguir pegada a ti, San.
Suspira y se apoya en la pared de azulejos conmigo abrazada a ella. Me mira y me da un beso tierno en la frente. Gime contra mi piel. A pesar de que estoy muy dormida, respondo a su beso acariciándole el cuello con la nariz y con un pequeño suspiro de satisfacción. Aparta uno de los brazos de mí. Levanta la rodilla para sujetarme el trasero mientras se inclina para coger el gel de ducha de una estantería. Lo deja en el suelo antes de hacer lo mismo con el champú. Baja la rodilla, vuelve a colocarme el brazo debajo de las rodillas flexionadas y, despacio, se desliza pared abajo sujetándome con fuerza. Noto la firmeza del suelo de la ducha cuando ambas quedamos sentadas. Sé que restrinjo sus movimientos, pero yo no me muevo y ella no se queja. Trabaja conmigo encima, sujetándome con un brazo. Me enjabona y me enjuaga el pelo con la mano libre lo mejor que puede. Se toma su tiempo a la hora de eliminar los restos de nata y crema de cacao de mi cuerpo. Su mano se desliza con ternura y cuidado trazando círculos lentos que me transportan a un estado de duermevela. Sigo abrazada a ella. No quiero soltarme nunca.
—Voy a cuidar de ti para siempre, Britt-Britt—susurra, y después aprieta los labios contra mi sien.
Le quito una mano del cuello y se la paso por el pecho y los abdominales; dibujo círculos lentos alrededor de su ombligo.
—Vale—concedo.
Por mí perfecto. No puedo pensar en nada que me resulte más natural, ni ahora ni nunca. Deja escapar una bocanada de aire, está agotado.
—Venga, vamos a secarte, Britt.
Me separo de ella. Me cuesta mantenerme en pie. Estoy hecha polvo. Le tiendo la mano y ella la acepta de buena gana, aunque no la ayudo nada cuando se incorpora. Veo que aún tiene restos de crema de cacao en el pecho, así que me agacho, cojo el gel de ducha y me echo un poco en la mano. Me observa formar espuma entre las palmas y apoyarlas contra sus pechos. Luego las muevo a lo largo de su cuerpo. Tiene el pelo negro pegado a la espalda. Cuando termino, me inclino para darle un beso casto en los pechos. Levanto la mirada y veo que tiene los ojos cerrados y la cara levantada hacia el techo. Me muevo y le beso la garganta para llamar su atención, pero tarda varios segundos en bajar el rostro hacia el mío. Le sonrío y me devuelve una pequeña sonrisa. No me convence y me pregunto qué le está causando tanta angustia.
—¿Qué te pasa, San?—pregunto nerviosa.
—Nada. Todo va bien.
Me cubre las mejillas con las manos y me ofrece una sonrisa a medias. Estudia mi rostro antes de cerrar el grifo de la ducha y salir de ella. Toma una toalla y se seca un poco el pelo, luego toma otra y se envuelve una toalla alrededor de los pechos. Camino detrás de ella y de inmediato me encuentro cubierta por una toalla de baño. Me seca de pies a cabeza y elimina el exceso de humedad de mi pelo.
—¿Quieres que te lleve en brazos?—me pregunta.
La verdad es que sí.
Qué perezosa.
Asiento y sonríe con aprobación. Alza mi cuerpo desnudo entre sus brazos y me lleva a la cama. Me meto bajo las sábanas y respiro hondo cuando apoyo la cabeza en la almohada. El delicioso aroma a Santana inunda mis sentidos. Qué bien voy a dormir aquí.
Deja caer la toalla. Retiro las sábanas a modo de invitación y, en cuanto la tengo lo bastante cerca, me acurruco en su pecho y entierro la cara bajo su barbilla. Mi aliento cálido rebota contra su cuello y vuelve a mi cara. Flexiono una rodilla y coloco una pierna entre sus muslos. Estoy envuelta en ella y es el lugar más tranquilo y agradable del mundo.
—Eres demasiado cómoda, San—susurro en su garganta.
—¿Sí?
—Sí.
—Me alegro. A dormir, Britt-Britt.
Me da un beso en la coronilla y me aprieta contra ella. No hay lugar para la distancia entre nosotras.
—A algunos no deberían darles el carnet. ¡Muévete!
Hace una maniobra ilegal y adelanta al otro coche en una calle de un solo carril. Bajo la luz tenue del DBS veo el sudor que brilla en su frente.
Es una mujer con una misión.
Derrapa, se detiene ante las puertas electrónicas del Lusso y pulsa el mando a distancia para abrirlas. Tamborilea con los dedos en el volante mientras espera impaciente a que empiecen a moverse.
Sonrío.
—Te va a dar un ataque si no te tranquilizas, San.
El tamborileo cesa y me mira. Echa humo.
—Britt, me ha dado un puñetero ataque todos los días desde que te conocí.
—Estás diciendo muchos tacos—murmuro cuando las puertas se abren y avanza hacia el aparcamiento a toda velocidad y sin ningún cuidado.
—Y tú vas a gritar mucho—lo dice sin una pizca de humor—Fuera—me ordena.
No me cabe duda de que así será, pero me encanta verla tan frenética. Me tomo mi tiempo para salir del coche y, cuando ya estoy erguida, levanto la vista y veo que la tengo enfrente.
—¿Qué haces?—pregunta sin poder creerse la calma con la que me lo estoy tomando.
Miro el cielo negro de la noche y los muelles.
—¿Te apetece ir a dar un paseo?
Abre la boca de forma exagerada.
—¿Que si me apetece ir a dar un paseo?
—Sí. Hace una noche preciosa.
Vuelvo a mirarla, pero no logro esconder una sonrisa tonta.
—No, Brittany. Lo que me apetece es follarte hasta que me supliques que pare.
Se agacha, me coge en brazos y cierra de una patada la puerta de su carísimo coche.
—¡Santana puedo andar!
Entra a grandes zancadas en el vestíbulo del Lusso.
—No lo bastante rápido. Buenas noches, Clive.
Me abrazo a su cuello y levanto la cabeza. Clive me observa mientras atravieso la sala.
¿Qué pensará de mí?
La última vez que entré en el Lusso también me llevaban en brazos...
—¡No estoy borracha!—grito antes de que Santana me meta en el ascensor.
Introduce el código con furia y Clive desaparece de mi campo de visión. En un momento de osadía, deslizo las manos bajo sus vaqueros, van directas a su duro y fantástico trasero. Siento que sus músculos se tensan y relajan bajo su piel suave y cálida cuando sale del ascensor.
—Nada de jueguecitos. Quiero estar junto y dentro de ti. Como te pongas a hacer tonterías te juro por Dios que...
Va muy en serio.
—Eres una romántica.
—Tenemos todo el tiempo del mundo para el romanticismo, Britt.
¿Ah sí?
Irrumpe en el ático y da un portazo a su espalda. Estoy un pelín desorientada cuando me deja de pie en la cocina. Me quedo inmóvil ante ella, con las manos apoyadas en sus hombros, intentando recomponerme.
—¿Sabes? Es cierto que mañana no vas a estar en condiciones de trabajar—su aliento cálido extiende una capa de condensación sobre mi cara—Desnúdate.
Estoy temblando descaradamente. Ordeno a mis manos que se aparten de sus hombros, pero no me hacen ni caso. Intento controlarme, aunque me resulta imposible cuando me mira de esa manera. Siento que me cubre las manos con las suyas y las despega de su cuerpo. Me las pone sobre el estómago.
—Empieza por la camisa.
Su voz es ronca, teñida por un dejo de desesperación. Puedo hacerlo, puedo ser atrevida.
—Entonces ¿yo estoy al mando?—pregunto, mientras me preparo internamente para sus burlas.
No se mofa. Me mira. La sorpresa ante mi pregunta es evidente, pero no se ríe. No puede tener el control continuamente.
—Si eso te hace feliz...
Se quita el Rolex y lo deja sobre la isla.
Bueno sí, me hace muy feliz.
Me suelto una arenga mental. Puedo hacerlo. Puedo hacerlo.
Respiro hondo y, mirándola a los ojos sin ningún pudor, me llevo las manos al primer botón de la camisa intentando que mis dedos cooperen. Con cada botón que me desabrocho, más se tensa su rostro y más atrevida me vuelvo yo.
Si esto no es andarse con tonterías, no sé lo que es.
Me abro la camisa, la dejo así y observo cómo me recorre el torso con la mirada mientras se pasa la lengua por el labio inferior. Saboreo su reacción y me llevo las manos a los hombros para quitarme la camisa. Acentúo el movimiento de mis pechos cuando la dejo deslizarse por mis brazos. Como la diablilla hambrienta de sexo que soy, la mantengo a un lado durante unos segundos mientras sus ojos vagan por mi cuerpo. Entonces, cuando nuestras miradas vuelven a encontrarse, abro las palmas de las manos con un gesto dramático y la dejo caer al suelo. Mis brazos permanecen inertes a los costados. La mirada le arde y tiene la frente húmeda.
Lo estoy haciendo muy bien.
—Me encanta cómo te queda el encaje—susurra.
Sonrío.
Estoy en racha.
Bajo las manos con firmeza hacia el cierre de los pantalones y, como quien no quiere la cosa, desabrocho un botón detrás de otro mientras ella me observa. Se le acelera la respiración con cada segundo que pasa, y su autocontrol está tan mermado que tiene que morderse su carnoso labio con mucha fuerza.
Va a hacerse sangre.
Una vez desabrochados todos los botones del pantalón y con la bragueta bien abierta, me quedo de pie con las manos metidas por ella, lista para bajármelos. Pero no lo hago. Estoy fascinada con la reacción que le provoca mi descarado striptease. Se han invertido los papeles. Alza la mirada y me percato de que sus ojos arden de desesperación.
—Te los arrancaría en dos segundos.
—Pero no lo harás—digo con voz ronca y seductora. Mi presunción me tiene alucinada—Vas a esperar.
Me quito los zapatos de un puntapié. Salen volando unos metros más allá. Sigue su trayectoria antes de mirarme con las cejas levantadas.
—¿No lo estás llevando demasiado lejos?
Sonrío con dulzura mientras, centímetro a centímetro, me bajo los capri por las piernas y los tiro lejos. Estoy de pie en ropa interior color coral y de encaje delante de esta mujer y he perdido todas la inhibiciones.
Es revelador.
¿Quién iba a pensar que yo podía ser tan atrevida?
¡Me gusta estar al mando!
Acerca la mano para acariciarme el pecho.
—No—le digo con firmeza.
Su mano queda flotando sobre mi esternón. No llega a tocarme, pero el calor que emana de ella me lleva al borde de la hiperventilación. Aquí estoy yo, diciéndole que espere, y tan desesperada como ella. Mi autocontrol vacila, pero la verdad es que me encanta la sensación de poder.
—Que te jodan—farfulla cuando deja caer la mano.
—Adelante.
Sonríe con suficiencia.
—Suplícamelo.
¿Qué suplique?
¿Cómo le ha dado la vuelta a la tortilla tan rápido?
Va a ser que no.
—Paso.
—Deja de tocarte el pelo, Britt—sus ojos se oscurecen aún más. Me suelto el pelo y ella baja la mirada—Todavía llevas la ropa interior puesta.
Me miro.
—¿Y qué vamos a hacer al respecto?
—Yo no voy a hacer nada—se encoge de hombros—A menos que me lo supliques.
—No pienso hacerlo—digo con frialdad.
No voy a rajarme ahora.
—Puede que nos quedemos así un rato, entonces.
—Eso parece.
—Quizá sigamos así hasta el sábado.
¡La muy tramposa!
No puede dejarlo estar, ¿verdad?
La miro mal y ella enarca las cejas. Así que estamos en tablas y ninguna de los dos quiere hacer el primer movimiento.
¡Le toca a ella!
Ella es quien ha dejado bien claro que no toleraría ningún jueguecito...
¿Qué hago?
¿Qué hago?
Entonces, se me ocurre:
—Lo siento, no puedo andarme con tonterías. Mañana tengo que trabajar.
Doy media vuelta, dispuesta a marcharme, y oigo ese gruñido familiar que tanto me gusta. Me rodea la cintura con el brazo y me levanta del suelo. Me parto en dos sobre su antebrazo.
No puedo evitarlo... Me da la risa.
Se dirige a la isla de la cocina, me da la vuelta y me sienta sobre el frío granito. Sus ojos transmiten el descontento que le ha producido mi pequeña broma.
—¿Cuándo vas a escucharme, Britt-Britt? Nunca vas a ir a ninguna parte.
Me abre de piernas, las mantiene separadas con su cuerpo y me coloca las manos en la cintura.
Está muy seria.
Aún estoy recobrándome del ataque de risa, pero me callo de inmediato cuando tira de mí para acercarme a su entrepierna, y esta da en el punto exacto. Gimo y le rodeo el cuello con los brazos.
—Y vigila esa boca—gruñe; la concentración-barra-preocupación no le sienta bien a su frente.
Esta vez es preocupación.
¿Va en serio lo de que no vaya nunca a ninguna parte?
¿Qué?
¿Nunca?
—Lo siento—lo digo con sinceridad.
No debería jugar con ella así. Está claro que tiene un problema con la desobediencia.
—Sabes cómo sacarme de mis casillas—murmura—A partir de ahora haremos las cosas a mi manera, Britt.
—Siempre hacemos las cosas a tu manera, San.
—Cierto. A ver si te lo aprendes de una vez.
Se planta delante de mí, se quita el jersey y los tacones de dos patadas, y en un abrir y cerrar de ojos se deshace de los vaqueros y de la ropa interior —de encaje. —Permanezco pacientemente sentada, más que contenta de ver cómo se desnuda.
Esta mujer es una diosa.
Recorro con la mirada todas sus maravillas, sus pechos, me detengo un instante en la cicatriz y me quedo mirando su sexo.
—Quedarse mirando es de mala educación, Britt-Britt—me dice suavemente.
Levanto los ojos de golpe hacia los suyos. No estoy muy segura de sí se refiere a que le mire la cicatriz o su hermosura.
No me lo aclara.
Vuelve a mí, me rodea con los brazos para desabrocharme el sujetador y, lentamente, me lo baja por los brazos y lo tira al suelo a sus espaldas. Apoya las manos en el borde de la encimera, me observa mientras se agacha y me coge un pezón con la boca. Traza círculos y lo acaricia despacio con la lengua. En un estado de deleite absoluto, suspiro y enredo los dedos en sus pezones mientras ella divide la atención entre un pecho y otro. Echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos para concentrarme en su atenta boca y en acariciarle los pechos.
Me encanta.
Su boca inicia un ascendente viaje de placer por el centro de mi cuerpo que termina con un beso suave en mi barbilla.
—Levanta—me ordena agarrándome las bragas. Alejo mis manos de sus pechos y las apoyo en la encimera y dejo que las deslice por mis piernas—Ahora vuelvo. Tengo hambre.
Se dirige a la nevera como su mamá la trajo al mundo, sin ningún pudor. Me fascina más allá de lo humanamente posible la visión de su culo duro, de esas piernas esbeltas y de la espalda suave y poderosa. Sus andares son todavía mejores cuando está en cueros.
—¿Disfrutando de las vistas?
Levanto la mirada y veo que está observándome. No sé cuánto tiempo llevo soñando despierta.
Podría pasarme la vida contemplándola.
Lleva un bote de nata montada en la mano y sonríe antes de destaparlo, agitarlo ligeramente y echarse un poco del contenido en la boca. La observo con atención. Está muy orgullosa de sí misma.
—¿Y eso en tu mundo es un alimento básico?
Vuelve junto a mí agitando el bote.
—Pues claro—dice muy seria mientras vuelve a colocarse entre mis piernas y me levanta la barbilla con la punta de un dedo—Abre.
Abro la boca y me apoya el tubo en la lengua. Presiona el seguro y deposita una bola de nata en mi boca. La cierro y la nata se derrite en mi lengua al instante. Coloco las manos tras de mí y me apoyo sobre ellas, mientras ella me recorre el torso con la mirada.
—A ver qué se le ocurre, López—lo reto.
Se le iluminan los ojos y me lanza una sonrisa arrebatadora.
—Está un poco fría—me avisa, y traza un sendero recto y descendente por el centro de mi cuerpo.
Doy un respingo ante la frialdad inicial de la nata, que me cubre desde el cuello hasta donde comienza la pelvis. Sonríe y echa un poco más justo ahí. Miro el largo sendero de bolitas blancas y siento que los pezones se me endurecen ante la proximidad el frío. Da un paso atrás y sus ojos bailan de felicidad.
—Un poco típico, ¿no?
Miro su rostro satisfecho. Se echa un poco más de nata en la boca.
—Los clásicos son los mejores.
Vuelve a marcharse.
¿Adónde va?
Sigo sentada en la barra de desayuno cubierta de nata y la veo rebuscar por los armarios de la cocina.
—Aquí está—sentencia.
¿Aquí está qué?
Abre un cajón, saca una espátula y vuelve a mi lado dando golpecitos maliciosos a un tarro de crema de cacao. Se coloca otra vez entre mis piernas, desenrosca la tapadera y la tira sobre la bancada de mármol. Arqueo una ceja, inquisitiva, aunque sé perfectamente qué está tramando. Hunde la espátula en el tarro, saca una buena cantidad de crema de cacao y me pega con la espátula en el pecho.
—¡Ay!—Me duele la teta del golpe.
Sonríe y empieza a trazarme círculos de chocolate alrededor del pezón. El dolor combinado con los remolinos rítmicos hace que ronronee desde lo más profundo de mí ser.
La arruga de la frente de Santana aparece en cuanto empieza a morderse el labio. Continúa esparciendo la crema de cacao por mi cuerpo, a ambos lados de la nata, dibujando círculos y untándome allá por donde pasa. Cuando vacía el tarro y ha cubierto todo mi torso a su gusto, deja los instrumentos de trabajo a un lado y retrocede para admirar su obra. La sonrisa que aparece en su hermoso rostro hace que quiera abalanzarme sobre ella y tirarla al suelo. Está verdaderamente satisfecha consigo mismo.
—Mi pastelito de Brittany—dice relamiéndose los labios.
Miro mi cuerpo embadurnado y luego sus ojos danzarines.
—Supongo que, ahora que ya te has divertido, debería ir a ducharme.
Hago ademán de moverme, pero en un abrir y cerrar de ojos me detiene abrazándome, tal y como suponía que haría. Estoy pegada a ella y resbalo. Mis pechos se mueven cuando me río y se los restriego con los suyos, pero no en plan gilipollas.
—Qué lista—murmura, y se aparta.
Hay hebras de chocolate y nata entre nuestros cuerpos. Me toma las manos y me empuja con suavidad hasta que estoy recostada del todo sobre la espalda, mirándola.
—Ni siquiera he empezado aún a divertirme, Britt-Britt.
Sonrío.
—Estoy sucia, San.
—Ah, cómo me gusta esa sonrisa. No estarás sucia mucho más tiempo.
Se agacha sobre mí y me pasa su sexo por el mío. Con el dedo índice, dibuja un sendero de chocolate que comienza en mi pezón. No aparta la mirada de la mía cuando se lo lleva a los labios y lo lame con el deleite más espectacular.
—Hummm. Cacao, nata y sudor—dice con voz ronca.
Me estremezco bajo sus ojos penetrantes y siento el clítoris encendido mientras me retuerzo contra la encimera bajo su embriagadora mirada. Levanto los brazos para tocarle los pechos. Necesito tocarla. Me deja tocarla, sus labios caen sobre los míos y se acerca apoyando sus pechos contra los míos, de modo que nos restregamos y nos embadurnamos otra vez.
La calidez de su cuerpo sobre el mío me catapulta directamente al séptimo cielo de Santana.
Mediante pequeños lametones, la persuado para que saque la lengua y sonrío contra sus labios cuando gime. Desliza un brazo bajo mis nalgas y me levanta de la encimera, me sujeta mientras me tiene en alto y reclama mi boca. Llevo los brazos alrededor de su cuello y los dedos enroscados en su pelo. Ella sigue volviéndome loca de placer y yo estoy retorciéndome bajo sus caricias. Se aparta de mis labios y comienza a besarme desde la mejilla hasta la oreja, rozando con sus adorables labios cada milímetro del camino e intensificando la sensación de pesadez que se acentúa en mi entrepierna. Lanzo un gemido grave y largo y mis dedos se enredan con fuerza en su pelo cuando me muerde el lóbulo y tira de él con los dientes.
Joder, voy a levitar de placer.
—San—jadeo, y arqueo la espalda.
—Lo sé—murmura en tono bajo junto a mi oído—¿Quieres que me ocupe de ello, Britt?
—¡Sí!—grito.
Me da un beso tierno en el hueco de la oreja y me suelta con cuidado hasta que quedo tumbada de nuevo boca arriba. Con la parte superior del cuerpo y un brazo pegados a mí, me aparta con suavidad el pelo de la cara. La observo estudiarme con atención, percibo la marea de sus ojos oscuros, su mente dando vueltas.
—Todo es mucho más llevadero contigo, Brittany—afirma en voz baja mientras busca algo en mis ojos.
Absorbo sus palabras. Su confesión me ha dejado de piedra.
¿Qué es más llevadero?
No puedo soportar la vaguedad de la frase, especialmente ahora. Esta mujer es más de lo que parece a simple vista, es más que confianza en sí misma y riqueza, más que alguien posesiva, gentil, controladora y dominante. Podría seguir así toda la vida. Pero hay más. La miro. Quiero hacerle preguntas pero, cuando tomo aliento para hablar, deja caer la cabeza sobre mi pecho y pasea la lengua por mí ya endurecido pezón, trazando círculos y lamiendo la crema de cacao. Me aparto cuando lo muerde, la puñalada de dolor me hace arquear la espalda y propulsar el pecho hacia ella, lo cual lo obliga a retroceder un poco para hacerme sitio.
—¿Te gusta?—pregunta.
—¡Sí!
—¿Quieres más de mi boca?
—¡Jesús, San!
Emite un gruñido de satisfacción y divide la atención entre mis dos pechos, recogiendo, mordiendo y chupando el chocolate de forma gradual y meticulosa.
Gimo.
Estoy sudada y pegajosa. Mis dedos continúan enredados en su pelo mientras me estremezco bajo su lengua experta. Una caricia en mi sexo bastaría para lanzarme a un estado de estupor desesperado.
—Ya estás limpia—dice mientras se aparta de mi cuerpo y entrelaza la mirada con la mía.
Se lame los carnosos labios, se aparta de mí y el estómago me da un vuelco.
Dios mío, no voy a durar ni un segundo.
Me mira directamente al punto donde se unen mis caderas. Me coloca las palmas de las manos en los muslos y los separa un poco más.
—Joder, Britt, estás chorreando.
Respira hondo y observo que el subir y bajar de sus pechos se acelera. Me lanza una breve mirada antes de agacharse de forma provocativa. Cierro los ojos, tenso todo el cuerpo y espero la ráfaga del primer contacto. Y ahí está. Una pasada de su lengua directamente por el centro de mi sexo y una pequeña danza sobre mi clítoris para rematarlo.
—Ah... ¡Dios!—rujo.
Me recompensa metiéndome dos dedos hasta el fondo. Doy un respingo y me aparto un poco de forma involuntaria, pero Santana me pone un brazo en la barriga para mantenerme quieta.
—¿Quieres que pare?
Su voz es grave y mi reacción violenta. Vuelve rápidamente a mi sexo, me penetra de nuevo con los dedos y me acaricia levemente el clítoris con la lengua. Al cabo de unos segundos noto una explosión que se cierne en el horizonte y, tras un último lametón en el centro de mi punto más sensible, me hago pedazos.
Estoy perdida.
Sacudo la cabeza a un lado y a otro, se me escapa el aire de los pulmones en un suspiro largo y pacífico y mi corazón galopante recupera un ritmo calmado y seguro. Me lame con cuidado para ayudarme a cabalgar las últimas pulsaciones del orgasmo y me deja caer hacia atrás con delicadeza mientras gimo de pura satisfacción.
Tiene una boca increíble.
En mi estado subliminal, siento que cambia de postura entre mis piernas y me mete los dedos en la boca para que pueda lamer las gotas de mi estallido.
—¿Has visto lo bien que sabes, Britt?—murmura mientras traza movimientos circulares con el dedo en mi boca.
Luego se lo lleva a la suya y se asegura de saborearme entera con la lengua. Inclina la cabeza cuando se acerca a mi cara y me mira a los ojos antes de posar con suavidad sus labios sobre los míos y recorrerlos de un lado a otro.
—Eres asombrosa. Te necesito.
Cambia de postura con rapidez, tira de mí y junta su sexo con el mío. Grito ante la unión inesperada y mi clímax en recesión resucita.
¡Jesús!
—Me toca a mí—jadea, y se mueve.
Grito y estiro los brazos por encima de la cabeza cuando ella se aferra a mis caderas para poder moverme adelante y atrás sobre el mármol de la cocina al ritmo de sus arremetidas. Abro los ojos y veo que está sudando y tiene la mandíbula apretada, muevo mi mano y la penetro, ella gime.
Los restos de nata y chocolate hacen que me deslice con facilidad hacia ella y una sensación hormigueante me invade la entrepierna.
¡Joder, joder, joder!
—Me gusta, Britt—grita entre mis gemidos.
—Dios, y a mí.
—No vas a volver a huir de mí, ¿verdad?
—¡No!
¡Nunca!
Me levanta hacia su cuerpo, se vuelve y mi espalda choca contra la pared. Se me escapa un grito de sorpresa. Soporta mis embestidas decididas e incesantes mientras me empotra una y otra vez contra la pared. Emitimos un grito tras otro. En mi desesperación por controlar mi orgasmo inminente, encuentro su hombro, me aferro a él con la boca y le clavo los dientes, mientras la penetro más fuerte.
—¡Joder!—ruge.
Oigo que su frente choca contra la pared detrás de mí y sus caderas empujan hacia adelante con todas sus fuerzas al ritmo de mis dedos.
Ya está.
Le suelto el hombro, echo la cabeza hacia atrás con un grito áspero y exploto en un segundo orgasmo que me hace mil pedazos. Dejo de mover mi mano y se queda inmóvil de repente, con la respiración entrecortada y violenta, y entonces arremeto una última vez con una potente estocada.
—¡Jesús!—gruñe y se sacude contra mí mano, dentro y fuera.
Convulsiono entre sus brazos y respiro de manera irregular intentando que llegue algo de aire a mis pulmones.
Terror y pavor.
¡Joder!
Saco mis dedos de ella y me aferro a ella con los brazos y las piernas, cierro los ojos y me derrito en su cuerpo. Apenas soy consciente de que me lleva de vuelta a la isla de la cocina. Me tumbo sobre la espalda cuando me baja y disfruto de la seguridad de su cuerpo junto al mío. Por instinto, paso los brazos alrededor de su espalda cuando me baña la cara de besos tiernos.
Ay, Dios, estoy tan abrumada.
Nunca me había sentido tan necesitada ni deseada. El tiempo que he pasado con Santana, el bueno y el malo, las rabietas y el afecto, ha arrasado con cualquier otro sentimiento que haya experimentado y no ha dejado ni rastro. Abro los ojos, sé que me está mirando.
—Tú y yo—me susurra mientras me observa.
Cierro los párpados pesados y tiro de ella para enterrar la cara en su cuello. Me pierdo por completo en ella.
—Necesitamos una ducha, Britt.
Abro los ojos con gran esfuerzo. Me está levantando de la barra de desayuno. Sigo aferrada a Santana y no tengo intención de soltarme.
—Quiero quedarme aquí—murmuro soñolienta.
Estoy muy cansada. Se ríe.
—Tú agárrate, que ya me encargo yo.
No entiendo cómo puede seguir teniendo fuerzas, pero eso hago. Me agarro fuerte, con las piernas a su cintura y los brazos a sus hombros, mientras me lleva por el ático, escaleras arriba, hacia el cuarto de baño.
—Méteme en la cama—refunfuño cuando me deja sobre el lavabo doble.
—Estás pegajosa, y yo también. Nos lavaremos las dos y luego ya podremos meternos en la cama y acurrucarnos. ¿Trato hecho?
Se va a abrir el grifo de la ducha. La miro con ojos soñolientos.
—No. Méteme en la cama, San—gruño.
—Britt, eres adorable cuando estás medio dormida.
Me recoge del lavabo doble y me mete en la ducha. Apoyo la cabeza en el hueco de su cuello y no intento separarme de su cálido cuerpo. El agua es una bendición.
—Te voy a soltar—me dice. Me agarro a ella con más fuerza. Se ríe—No puedo enjabonarte con las manos ocupadas, Britt.
—Quiero seguir pegada a ti, San.
Suspira y se apoya en la pared de azulejos conmigo abrazada a ella. Me mira y me da un beso tierno en la frente. Gime contra mi piel. A pesar de que estoy muy dormida, respondo a su beso acariciándole el cuello con la nariz y con un pequeño suspiro de satisfacción. Aparta uno de los brazos de mí. Levanta la rodilla para sujetarme el trasero mientras se inclina para coger el gel de ducha de una estantería. Lo deja en el suelo antes de hacer lo mismo con el champú. Baja la rodilla, vuelve a colocarme el brazo debajo de las rodillas flexionadas y, despacio, se desliza pared abajo sujetándome con fuerza. Noto la firmeza del suelo de la ducha cuando ambas quedamos sentadas. Sé que restrinjo sus movimientos, pero yo no me muevo y ella no se queja. Trabaja conmigo encima, sujetándome con un brazo. Me enjabona y me enjuaga el pelo con la mano libre lo mejor que puede. Se toma su tiempo a la hora de eliminar los restos de nata y crema de cacao de mi cuerpo. Su mano se desliza con ternura y cuidado trazando círculos lentos que me transportan a un estado de duermevela. Sigo abrazada a ella. No quiero soltarme nunca.
—Voy a cuidar de ti para siempre, Britt-Britt—susurra, y después aprieta los labios contra mi sien.
Le quito una mano del cuello y se la paso por el pecho y los abdominales; dibujo círculos lentos alrededor de su ombligo.
—Vale—concedo.
Por mí perfecto. No puedo pensar en nada que me resulte más natural, ni ahora ni nunca. Deja escapar una bocanada de aire, está agotado.
—Venga, vamos a secarte, Britt.
Me separo de ella. Me cuesta mantenerme en pie. Estoy hecha polvo. Le tiendo la mano y ella la acepta de buena gana, aunque no la ayudo nada cuando se incorpora. Veo que aún tiene restos de crema de cacao en el pecho, así que me agacho, cojo el gel de ducha y me echo un poco en la mano. Me observa formar espuma entre las palmas y apoyarlas contra sus pechos. Luego las muevo a lo largo de su cuerpo. Tiene el pelo negro pegado a la espalda. Cuando termino, me inclino para darle un beso casto en los pechos. Levanto la mirada y veo que tiene los ojos cerrados y la cara levantada hacia el techo. Me muevo y le beso la garganta para llamar su atención, pero tarda varios segundos en bajar el rostro hacia el mío. Le sonrío y me devuelve una pequeña sonrisa. No me convence y me pregunto qué le está causando tanta angustia.
—¿Qué te pasa, San?—pregunto nerviosa.
—Nada. Todo va bien.
Me cubre las mejillas con las manos y me ofrece una sonrisa a medias. Estudia mi rostro antes de cerrar el grifo de la ducha y salir de ella. Toma una toalla y se seca un poco el pelo, luego toma otra y se envuelve una toalla alrededor de los pechos. Camino detrás de ella y de inmediato me encuentro cubierta por una toalla de baño. Me seca de pies a cabeza y elimina el exceso de humedad de mi pelo.
—¿Quieres que te lleve en brazos?—me pregunta.
La verdad es que sí.
Qué perezosa.
Asiento y sonríe con aprobación. Alza mi cuerpo desnudo entre sus brazos y me lleva a la cama. Me meto bajo las sábanas y respiro hondo cuando apoyo la cabeza en la almohada. El delicioso aroma a Santana inunda mis sentidos. Qué bien voy a dormir aquí.
Deja caer la toalla. Retiro las sábanas a modo de invitación y, en cuanto la tengo lo bastante cerca, me acurruco en su pecho y entierro la cara bajo su barbilla. Mi aliento cálido rebota contra su cuello y vuelve a mi cara. Flexiono una rodilla y coloco una pierna entre sus muslos. Estoy envuelta en ella y es el lugar más tranquilo y agradable del mundo.
—Eres demasiado cómoda, San—susurro en su garganta.
—¿Sí?
—Sí.
—Me alegro. A dormir, Britt-Britt.
Me da un beso en la coronilla y me aprieta contra ella. No hay lugar para la distancia entre nosotras.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
neta si que san sabe como calmar el cabreo que le da siempre birtt jajajajja
definitivamente si que vio las estrellas britt!!!!
nos vemos!!!!
PD; ¬¬ si error de tipeo!!! O.o????
PD2: ya quiero que sea 1/6 para verlas,...
PD3; ame esta foto de nay,... https://twitter.com/NayaRiverasNews/status/598664487667916801/photo/1 fuera del evento de L`Oreal!!!! MIERDA ES JODIDA MENTE SEXYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYY!!!!!!!!!!!!!!!
neta si que san sabe como calmar el cabreo que le da siempre birtt jajajajja
definitivamente si que vio las estrellas britt!!!!
nos vemos!!!!
PD; ¬¬ si error de tipeo!!! O.o????
PD2: ya quiero que sea 1/6 para verlas,...
PD3; ame esta foto de nay,... https://twitter.com/NayaRiverasNews/status/598664487667916801/photo/1 fuera del evento de L`Oreal!!!! MIERDA ES JODIDA MENTE SEXYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYY!!!!!!!!!!!!!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
3:) escribió:holap morra,...
neta si que san sabe como calmar el cabreo que le da siempre birtt jajajajja
definitivamente si que vio las estrellas britt!!!!
nos vemos!!!!
PD; ¬¬ si error de tipeo!!! O.o????
PD2: ya quiero que sea 1/6 para verlas,...
PD3; ame esta foto de nay,... https://twitter.com/NayaRiverasNews/status/598664487667916801/photo/1 fuera del evento de L`Oreal!!!! MIERDA ES JODIDA MENTE SEXYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYY!!!!!!!!!!!!!!!
Hola lu, jajaajaj o no¿? jajaajajajja. Jajajaajajajajajaja a no si no xD jajaajajajaj. Saludos =D
Pd: sip, este teclado esta malo, lo cambiare.
Pd2: o si!
Pd3: =o oh-por-dios! se puede ver mas linda aun¿?
Pd4: es vrdd que hoy (mañana) se casa hemo¿?
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 26
Capitulo 26
Recupero la consciencia con Santana acostada entre mis piernas y frotándome la nariz con la suya. Me obligo a abrir los ojos.
—Buenos días, Britt-Britt.
Refunfuño y me desperezo a gusto.
Qué bien he dormido.
Cuando me despierto, noto los pezones duros de Santana casi tocando los míos. Una sonrisa asoma en las comisuras de sus labios. Me contoneo debajo de ella.
—Buenos días.
Con un solo movimiento, junta su sexo con el mío. Por lo que se ve, hoy ya es un gran día. Me agarro a sus brazos tensos y ella se apoya en los antebrazos y marca un ritmo firme y constante. Abre los ojos.
—Me encanta el sexo soñoliento contigo, Britt.
Contemplo su rostro tranquilo y sereno y dejo que me arrastre al paraíso. Me despierta de golpe cuando me da la vuelta, y de repente estoy a horcajadas sobre ella.
—Móntame, Britt.
Tiene la voz ronca y los ojos hambrientos le brillan con la luz de la mañana. Me coge de las caderas y yo planto las manos en sus pechos y los masajeo.
La miro.
—¿Mando yo?
Sonríe.
—A ver qué se te ocurre, Britt.
Levanta las caderas para ponerme en movimiento.
¡De acuerdo!
La miro fijamente a los ojos oscuros y medio dormidos y, con cuidado, me aparto de sus caderas. Me mantengo unos segundos en el aire para provocarla un poco y observo incendiarse su cara, ansiosa de fricción. Entonces, despacio, bajo de nuevo con igual precisión para que juntar nuestros sexos, suelto unos de sus pechos y la penetro hasta el fondo. La sensación hace que Santana entre en barrena. Echa la cabeza atrás y gime con tanta fuerza que rebota en el dormitorio. Sonrío para mis adentros. Es mi oportunidad de recuperar el poder y voy a aprovecharla al máximo.
—¿Otra vez?—pregunto llena de confianza en mí misma.
Esto va a encantarme.
—¡Sí, joder!—jadea.
—Cuidado con esa boca—me burlo, y vuelvo a mover mis caderas y mi mano.
Repito el tortuoso movimiento una y otra vez observando cómo se desmorona debajo de mí. Levanta las manos para acariciarme los pechos, traza pequeños círculos con los pulgares alrededor de los pezones duros. Vuelvo a moverme y hago una pausa en el punto álgido. Tiene los ojos cerrados y la boca entreabierta. Me cuesta mantener el control encima de ella.
—¿Me muevo?
—Sí, por Dios.
Me muevo de nuevo y veo cómo se le deforma el rostro, un síntoma claro de su sufrimiento. No va a poder soportarlo mucho más tiempo. Percibo el esfuerzo en su mandíbula tensa y en la frente arrugada. Gime y me aprieta los pechos con más fuerza, lo cual logra enviar una sensación punzante y dolorosa a mi sexo. Yo sí que no voy a poder soportarlo mucho más tiempo. Estoy a punto de correrme y necesito que ella también lo esté cuando me mueva. Alejo mi mano de nuevo y observo cómo espera que vuelva a introducir lentamente.
No lo hago.
En vez de eso, la dejo sin aliento y la penetro con fuerza, empalándola hasta el fondo. Muevo las caderas en círculo, con fuerza, más adentro.
—¡Por Dios bendito!—ruge y al instante gotas de sudor le perlan la frente.
Recoloco las caderas para asegurarme la penetración perfecta y me aprieto contra ella con más intensidad.
Sí, voy a hacer que me supliques.
—Joder, joder, joder, Britt. ¡Voy a correrme!
—Espera—ordeno.
Abre los ojos sorprendida. Están llenos de desesperación. Vuelvo a mover la mano, ella cierra los párpados con fuerza y la arruga de su ceño se hace más profunda que nunca. Le está costando la vida.
Sólo necesito uno más...
—Britt, no puedo—me implora.
—¡Mierda! Espera.
—¡Esa boca!—grita con los ojos todavía cerrados para poder concentrarse mejor.
La está matando.
—¡Que te den, Santana!
Abre los ojos de golpe a modo de advertencia ante mi lenguaje vulgar, pero me importa un carajo. Apoyo la mano libre con fuerza en la suya y uso los músculos de las piernas para levantarme otra vez, quedar suspendida sobre él y saco mis dedos de ella, para hundirme de golpe para que se claven del todo en ella. Vuelvo a repetir el movimiento.
—¡Ahora!—grito, y me muevo con todas mis fuerzas.
Mi cuerpo explota y entro directamente en órbita. Apenas soy consciente de los gemidos ahogados de Santana cuando noto que me invade un líquido. Caigo sobre sus pechos hecha un ovillo exhausto.
Misión cumplida.
Me quedo derrumbada sobre ella, derritiéndome al ritmo de sus dedos, que me acarician la espalda, mientras yo saco mis dedos de ella. Los latidos de ambos corazones chocan entre nuestros pechos mientras intentamos recobrar el aliento. Las dos estamos repletos.
—Me encanta el sexo soñoliento contigo, San—susurro.
Me besa en la coronilla.
—Excepto por esa boca tan sucia que tienes.
Su voz está llena de desaprobación. Me río y la miro. Le paso los dedos por la mejilla. Inclina la cabeza hacia mi caricia, me besa los dedos y me devuelve la sonrisa.
—No creo que podamos llamar a esto sexo soñoliento, Britt.
—¿No?
—No. Tendremos que pensar en un nombre nuevo.
—Vale—accedo, completamente satisfecha.
Vuelvo a apoyar la mejilla en su pecho y dibujo espirales alrededor de su pezón moreno.
—¿Cuántos años tienes, San?
—Veintinueve.
Me río con sorna, pero de repente se me ocurre que no tendré forma de saber cuándo llegaremos a su verdadera edad. Yo apuesto por treinta y cuatro. Son ocho años más que yo, puedo vivir con eso.
Suspiro.
—¿Qué hora es?
Una hora más me vendría de perlas. Me aparta de su pecho.
—Me olvidé el reloj abajo. Iré a ver.
—Necesitas un reloj aquí—gruño cuando se levanta de la cama y me deja helada y desnuda sin elal.
—Me quejaré a la decoradora.
No le hago ni caso. Doy media vuelta y me acurruco abrazada a la almohada. Ésta es la cama más cómoda en la que haya dormido nunca. Hice un buen trabajo.
—Las siete y media—la oigo gritar desde abajo.
Me levanto de un brinco.
—¡Mierda!—salto de la cama y corro a la cocina—Tienes que acercarme a casa.
Se sienta, tranquila y relajada, en un taburete de la barra de desayuno. Está en cueros y comiendo mantequilla de cacahuete directamente del tarro con el dedo.
—Tengo cosas que hacer hoy—dice sin mirarme.
¡Me pone enferma!
Sin duda, es una estratagema para retenerme aquí. Al fin y al cabo, dijo que no iba a poder andar y sí que puedo. Cogeré el metro y solucionado. Busco mi ropa por el suelo, donde la tiré anoche: ni rastro.
—Santana, ¿dónde está mi ropa?
Se mete un dedo cubierto de mantequilla de cacahuete en la boca, lo chupa y se lo saca despacio con un pequeño «pop».
—No tengo ni idea—dice muy seria y como si la cosa no fuera con ella.
¿Dónde la habrá escondido, la muy traidora?
No puede estar lejos. Busco por el apartamento levantando, apartando, abriendo puertas de armarios y mirando detrás de los muebles. Vuelvo a la cocina y me la encuentro ahí sentada todavía, desnuda y tan guapa que hasta me cabrea. Mi frenesí no le afecta lo más mínimo. No tengo tiempo para esto. No puedo llegar tarde a trabajar.
—¿Dónde está mi puta ropa?—grito.
—¡Esa puta boca!
La miro y sacudo la cabeza. Lo siguiente que hará será lavarme la boca con jabón.
—Santana, nunca había dicho tacos hasta que te conocí... Tiene gracia, ¿no crees? Necesito ir a casa para poder arreglarme e ir a trabajar.
—Ya lo sé.
Y se mete en la boca otro dedo cubierto de mantequilla de cacahuete.
—¿Dónde está mi ropa?
Intento preguntarlo con calma, pero si no me la devuelve ya mismo voy a volver al modo cabreo. No puedo llegar tarde
—Está... por ahí—sonríe con el dedo en la boca.
—¿Dónde es por ahí?—pregunto mientras pienso lo mal que me cae hoy la Santana traviesa.
—Si te lo digo, tendrás que darme algo a cambio.
¡La mujer cabreada está aquí!
—¿Qué?—le grito.
—No bebas mañana por la noche.
No hay emoción en su rostro. La miro con furia y la veo luchar para controlarse y no echarse a reír.
¡Cerda conspiradora!
Me tiene acorralada, desnuda, llego tarde a trabajar y necesito que me lleve a casa. De pie, considero el trato. Si soy sincera, no pensaba emborracharme mucho, especialmente después de mi actuación del sábado pasado. Ni siquiera le he preguntado todavía a Rachel si está libre, pero no quiero que doña Controladora piense que puede dictar todos y cada uno de mis movimientos. Como dar la mano y que te tomen el brazo.
—¡De acuerdo!
Total, ¿cómo va a enterarse de si me tomo una copa?
Parece sorprendida.
—Ha sido más fácil de lo que creía. ¿Comemos juntas?
—Vale, pero ¡dame mi ropa!
—¿Quién manda aquí, Britt?—pregunta.
No tengo tiempo para llevarle la contraria.
—Tú. ¡Ahora tráeme mi ropa!
—Correcto.
Camina pavoneándose hacia la nevera —con un toque de arrogancia extra dedicado a mí— y abre la puerta.
—Aquí tienes, Britt-Britt.
¿Estaba en el frigorífico?
En fin, nunca se me habría ocurrido buscar ahí. Se la quito de las manos y me levanta una ceja en señal de advertencia. Me da igual. Voy a llegar tardísimo. Observa cómo me pongo los pantalones capri a tirones y dando saltitos como una loca. Doy un respingo cuando la tela fría me roza la piel.
—¿Me da tiempo a ducharme, Britt?—lo pregunta en serio.
—¡No!
Se ríe, me da una palmada en el trasero y sale a paso lento de la cocina.
Santana me lleva a casa con su estilo de conducción habitual: tan rápido que da miedo y sin ninguna paciencia, pero hoy doy gracias. Me espera en el coche haciendo llamadas mientras yo me ducho y me arreglo en tiempo récord. Me pongo unos pantalones pitillo negros, una camisa blanca y mis bailarinas rojas de Dune. Lista para correr. Mi pelo está ingobernable porque anoche no me lo sequé con secador, así que me hago un recogido informal. Ya me maquillaré en el coche. Corro por el descansillo y choco con Quinn. Está medio desnuda.
¿Es que ahora vive con nosotras?
¡Ponte algo de ropa encima!
—Siempre vas corriendo, Britt—se ríe. Paso junto a ella como un rayo de camino a la cocina para coger un vaso de agua—¿Has pasado una buena noche?
Asiento mientras me bebo el agua. Ella sigue de pie, sin ningún pudor, en la puerta de la cocina, hecha un desastre, y solo en ropa interior. No voy a preguntarle si ella también ha pasado una buena noche. Está clarísimo.
—¿Dónde está Rach?—pregunto.
Sonríe.
—La he atado a la cama.
Abro los ojos como platos. No tengo ni idea de si lo dice en serio o no. Es una bromista.
—Dile que la llamo luego—espero a que Quinn se aparte y me deje salir—Hasta luego—me despido ya corriendo escaleras abajo.
—¡Oye, dile a San que no podré ir a correr hoy!—grita desde la cocina.
Avanzo a toda velocidad por el sendero que lleva a la calle, donde Santana está mal aparcado y quitándose de encima a un guardia de tráfico que bloquea la puerta del copiloto. Espero a que el guardia termine de leerle la cartilla a Santana, pero parece que tiene mucho que decir.
—Apártese para que la señorita pueda entrar en el coche—gruñe Santana.
El guardia no le hace caso y empieza a soltar un discurso sobre el abuso verbal y la falta de consideración hacia otros usuarios de la vía.
—Disculpe—intervengo.
A ver si la educación funciona, ya que la agresividad de Santana parece no hacerlo. Pasa de mí. Maldición, voy a llegar super tarde.
—¡Por el amor de Dios!—Santana abre la puerta, rodea el coche a grandes zancadas y planta cara al guardia de pie sobre el asfalto.
El pobre hombre empequeñece con claridad ante la presencia de Santana y se aparta a toda prisa. Me abre la puerta, espera a que me siente en el coche antes de cerrarla de un portazo, maldice un poco más y se sienta detrás del volante. Salimos rugiendo calle abajo, demasiado rápido.
—Sólo está haciendo su trabajo.
Bajo el espejo y empiezo a sacar el maquillaje.
—Fracasados hambrientos de poder incapaces de entrar en la Policía—gruñe. Me mira y sonríe—Estás preciosa, Britt.
Me río.
—Mira a la carretera. Ah, Quinn dice que hoy no puede salir a correr contigo.
—Cabrona perezosa. ¿Sigue ahí?—pregunta mientras adelanta a un taxi.
Me agarro a un lateral de mi asiento. El maquillaje va a acabar esparcido por todas partes.
—Tiene a Rach atada a la cama—murmuro a la vez que me aplico la máscara de pestañas.
—Es probable.
Me vuelvo hacia ella con el cepillo para pestañas suspendido ante mis ojos.
—No pareces sorprendida.
—Porque no lo estoy.
Me mira con el rabillo del ojo.
¿No está sorprendida?
¿A Quinn le van los rollos raros?
—No quiero saberlo—farfullo, y vuelvo a centrarme en el espejo.
—No, no quieres saberlo—dice tan pancha.
Paramos cerca de mi oficina, pero lo bastante lejos como para que nadie me vea bajar del Aston Martin de Santana. Sigo intentando adivinar cómo se tomaría Will todo esto. Santana no ha mencionado la ampliación desde el domingo, y no creo que a mi jefe le haga gracia que le diga que no estoy diseñando nada para la señora López, sino que me la estoy tirando.
—¿A qué hora sales a comer?—pregunta.
Me acaricia el muslo, lo que me provoca las habituales punzadas de placer. No es momento de ponerse cachonda, y eso es precisamente lo que consigue esa caricia.
—A la una—digo con un gritito.
Dibuja círculos en mi muslo. Me tenso un poco.
—Entonces estaré aquí a esa hora.
—¿Justo aquí?—jadeo.
—Sí, justo aquí.
Detiene la mano entre mis piernas.
—San, para.
Cierro los ojos e intento combatir las sacudidas de placer. Mueve la mano hacia arriba y la sitúa justo en mi sexo, por encima de los pantalones.
Gimo.
—No puedo quitarte las manos de encima, Britt—dice con ese tono de voz grave e hipnótico, ese que me nubla el sentido y la razón—Y no vas a detenerme, ¿verdad?
Bueno no.
¡Maldita sea!
Se inclina hacia mí, me coge por la nuca, me acerca a ella y aumenta las caricias en mi núcleo. Cuando encuentra mi boca con los labios, gimo. Me arrastra hacia un ritmo celestial mientras me acaricia la lengua con la suya, lento pero seguro, para garantizarme el máximo placer. No puedo creerme que le esté dejando hacer esto en su coche a plena luz del día, pero ha provocado algo y no puedo entrar en la oficina con el anhelo de un orgasmo abandonado y a la espera dentro de mí. Necesito aliviarme o no podré concentrarme en todo el día. Las espirales de deseo se extienden e intensifican y la preocupación de que nos pillen desaparece sin más.
Estoy loca por ella.
Logra causarme ese efecto de mil formas diferentes.
—No lo reprimas, Britt—dice en mi boca—Te quiero en esa oficina pensando en lo que puedo hacerte.
Llego al clímax y grito cuando aprieta los labios con fuerza sobre los míos; ahoga mis gemidos y suaviza la presión de su mano para calmarme otra vez. Suspiro contra sus labios.
—¿Mejor?—pregunta mientras me da pequeños besos en la boca.
Sí, mucho mejor.
La Santana molesta, traviesa y enfurruñada de hace una hora ha desaparecido por completo.
—Ya puedo trabajar tranquila—suspiro.
Se ríe y me suelta.
—Bueno, me voy a casa a pensar en ti y a resolver esto.
Se pone la mano en la zona en que sus pantalones cortos de correr. Sonrío, me acerco a ella y le planto un beso casto en los labios.
—Yo podría encargarme de eso—me ofrezco mientras acaricio su sexo con la palma de la mano.
Abre unos ojos brillantes de placer cuando le meto la mano en los pantalones y traspaso las bragas, le acaricio su palpitante clítoris, despacio. Deja caer la cabeza hacia atrás contra el reposacabezas del asiento.
—Joder, Britt. Qué gusto.
Sí que da gusto, pero en mi boca te gustaría aún más.
Pero ¿qué me pasa?
Sigo con unas cuantas caricias controladas y la humedad comienza a destellar. Santana se tensa y gime en el asiento. No debe de faltarle mucho. Bajo la cabeza hacia su regazo, muevo un como más los pantalones cortos y las bragas y paso la lengua por su clítoris vibrante.
¿Cuánto aguantará?
Lanza un gemido grave, largo y profundo. Está claro que no le falta mucho. Sin prisa, deslizo la lengua húmeda por su sexo, lo que hace que se agite un poco más. Después le envuelvo el clítoris con los labios y aprieto un poco.
Jadea.
—Eso es, Britt—me paro, noto que su clítoris palpita contra mi lengua, exhalo lentamente y vuelvo a apretar. Suspira agradecida—Sigue, justo así—me anima al tiempo que me pasa la mano por la nuca.
Sonrío, suelto su clítoris. Abre los ojos y yo me enderezo en el asiento y me limpio la boca.
—Me encantaría, pero ya me has hecho llegar bastante tarde al trabajo.
Salgo del coche de un salto y chillo cuando intenta cogerme.
—Britt, pero ¿qué coño haces?
Cruzo la calle de prisa, y de repente se me ocurre que quizá me persiga y me cargue sobre los hombros.
¿Será capaz?
Me doy la vuelta cuando llego a la acera. Está de pie junto al coche, frotándose la entrepierna con una sonrisa siniestra dibujada en la cara. No puedo expresar mi alivio.
—¿Cuántos años tienes, San?—le pregunto desde la otra acera.
—Treinta. Eso no ha estado bien, pequeña provocadora.
Le lanzo un beso y hago una pequeña reverencia. Ella estira la mano para cogerlo, pero la sonrisa maquiavélica no ha desaparecido. Incluso desde aquí puedo ver que la cabeza le echa humo, maquinando. Me doy la vuelta y me voy meneando el culo, satisfecha de mí misma, al menos por ahora. Al fin y al cabo, la que manda es ella.
—Buenos días, Britt-Britt.
Refunfuño y me desperezo a gusto.
Qué bien he dormido.
Cuando me despierto, noto los pezones duros de Santana casi tocando los míos. Una sonrisa asoma en las comisuras de sus labios. Me contoneo debajo de ella.
—Buenos días.
Con un solo movimiento, junta su sexo con el mío. Por lo que se ve, hoy ya es un gran día. Me agarro a sus brazos tensos y ella se apoya en los antebrazos y marca un ritmo firme y constante. Abre los ojos.
—Me encanta el sexo soñoliento contigo, Britt.
Contemplo su rostro tranquilo y sereno y dejo que me arrastre al paraíso. Me despierta de golpe cuando me da la vuelta, y de repente estoy a horcajadas sobre ella.
—Móntame, Britt.
Tiene la voz ronca y los ojos hambrientos le brillan con la luz de la mañana. Me coge de las caderas y yo planto las manos en sus pechos y los masajeo.
La miro.
—¿Mando yo?
Sonríe.
—A ver qué se te ocurre, Britt.
Levanta las caderas para ponerme en movimiento.
¡De acuerdo!
La miro fijamente a los ojos oscuros y medio dormidos y, con cuidado, me aparto de sus caderas. Me mantengo unos segundos en el aire para provocarla un poco y observo incendiarse su cara, ansiosa de fricción. Entonces, despacio, bajo de nuevo con igual precisión para que juntar nuestros sexos, suelto unos de sus pechos y la penetro hasta el fondo. La sensación hace que Santana entre en barrena. Echa la cabeza atrás y gime con tanta fuerza que rebota en el dormitorio. Sonrío para mis adentros. Es mi oportunidad de recuperar el poder y voy a aprovecharla al máximo.
—¿Otra vez?—pregunto llena de confianza en mí misma.
Esto va a encantarme.
—¡Sí, joder!—jadea.
—Cuidado con esa boca—me burlo, y vuelvo a mover mis caderas y mi mano.
Repito el tortuoso movimiento una y otra vez observando cómo se desmorona debajo de mí. Levanta las manos para acariciarme los pechos, traza pequeños círculos con los pulgares alrededor de los pezones duros. Vuelvo a moverme y hago una pausa en el punto álgido. Tiene los ojos cerrados y la boca entreabierta. Me cuesta mantener el control encima de ella.
—¿Me muevo?
—Sí, por Dios.
Me muevo de nuevo y veo cómo se le deforma el rostro, un síntoma claro de su sufrimiento. No va a poder soportarlo mucho más tiempo. Percibo el esfuerzo en su mandíbula tensa y en la frente arrugada. Gime y me aprieta los pechos con más fuerza, lo cual logra enviar una sensación punzante y dolorosa a mi sexo. Yo sí que no voy a poder soportarlo mucho más tiempo. Estoy a punto de correrme y necesito que ella también lo esté cuando me mueva. Alejo mi mano de nuevo y observo cómo espera que vuelva a introducir lentamente.
No lo hago.
En vez de eso, la dejo sin aliento y la penetro con fuerza, empalándola hasta el fondo. Muevo las caderas en círculo, con fuerza, más adentro.
—¡Por Dios bendito!—ruge y al instante gotas de sudor le perlan la frente.
Recoloco las caderas para asegurarme la penetración perfecta y me aprieto contra ella con más intensidad.
Sí, voy a hacer que me supliques.
—Joder, joder, joder, Britt. ¡Voy a correrme!
—Espera—ordeno.
Abre los ojos sorprendida. Están llenos de desesperación. Vuelvo a mover la mano, ella cierra los párpados con fuerza y la arruga de su ceño se hace más profunda que nunca. Le está costando la vida.
Sólo necesito uno más...
—Britt, no puedo—me implora.
—¡Mierda! Espera.
—¡Esa boca!—grita con los ojos todavía cerrados para poder concentrarse mejor.
La está matando.
—¡Que te den, Santana!
Abre los ojos de golpe a modo de advertencia ante mi lenguaje vulgar, pero me importa un carajo. Apoyo la mano libre con fuerza en la suya y uso los músculos de las piernas para levantarme otra vez, quedar suspendida sobre él y saco mis dedos de ella, para hundirme de golpe para que se claven del todo en ella. Vuelvo a repetir el movimiento.
—¡Ahora!—grito, y me muevo con todas mis fuerzas.
Mi cuerpo explota y entro directamente en órbita. Apenas soy consciente de los gemidos ahogados de Santana cuando noto que me invade un líquido. Caigo sobre sus pechos hecha un ovillo exhausto.
Misión cumplida.
Me quedo derrumbada sobre ella, derritiéndome al ritmo de sus dedos, que me acarician la espalda, mientras yo saco mis dedos de ella. Los latidos de ambos corazones chocan entre nuestros pechos mientras intentamos recobrar el aliento. Las dos estamos repletos.
—Me encanta el sexo soñoliento contigo, San—susurro.
Me besa en la coronilla.
—Excepto por esa boca tan sucia que tienes.
Su voz está llena de desaprobación. Me río y la miro. Le paso los dedos por la mejilla. Inclina la cabeza hacia mi caricia, me besa los dedos y me devuelve la sonrisa.
—No creo que podamos llamar a esto sexo soñoliento, Britt.
—¿No?
—No. Tendremos que pensar en un nombre nuevo.
—Vale—accedo, completamente satisfecha.
Vuelvo a apoyar la mejilla en su pecho y dibujo espirales alrededor de su pezón moreno.
—¿Cuántos años tienes, San?
—Veintinueve.
Me río con sorna, pero de repente se me ocurre que no tendré forma de saber cuándo llegaremos a su verdadera edad. Yo apuesto por treinta y cuatro. Son ocho años más que yo, puedo vivir con eso.
Suspiro.
—¿Qué hora es?
Una hora más me vendría de perlas. Me aparta de su pecho.
—Me olvidé el reloj abajo. Iré a ver.
—Necesitas un reloj aquí—gruño cuando se levanta de la cama y me deja helada y desnuda sin elal.
—Me quejaré a la decoradora.
No le hago ni caso. Doy media vuelta y me acurruco abrazada a la almohada. Ésta es la cama más cómoda en la que haya dormido nunca. Hice un buen trabajo.
—Las siete y media—la oigo gritar desde abajo.
Me levanto de un brinco.
—¡Mierda!—salto de la cama y corro a la cocina—Tienes que acercarme a casa.
Se sienta, tranquila y relajada, en un taburete de la barra de desayuno. Está en cueros y comiendo mantequilla de cacahuete directamente del tarro con el dedo.
—Tengo cosas que hacer hoy—dice sin mirarme.
¡Me pone enferma!
Sin duda, es una estratagema para retenerme aquí. Al fin y al cabo, dijo que no iba a poder andar y sí que puedo. Cogeré el metro y solucionado. Busco mi ropa por el suelo, donde la tiré anoche: ni rastro.
—Santana, ¿dónde está mi ropa?
Se mete un dedo cubierto de mantequilla de cacahuete en la boca, lo chupa y se lo saca despacio con un pequeño «pop».
—No tengo ni idea—dice muy seria y como si la cosa no fuera con ella.
¿Dónde la habrá escondido, la muy traidora?
No puede estar lejos. Busco por el apartamento levantando, apartando, abriendo puertas de armarios y mirando detrás de los muebles. Vuelvo a la cocina y me la encuentro ahí sentada todavía, desnuda y tan guapa que hasta me cabrea. Mi frenesí no le afecta lo más mínimo. No tengo tiempo para esto. No puedo llegar tarde a trabajar.
—¿Dónde está mi puta ropa?—grito.
—¡Esa puta boca!
La miro y sacudo la cabeza. Lo siguiente que hará será lavarme la boca con jabón.
—Santana, nunca había dicho tacos hasta que te conocí... Tiene gracia, ¿no crees? Necesito ir a casa para poder arreglarme e ir a trabajar.
—Ya lo sé.
Y se mete en la boca otro dedo cubierto de mantequilla de cacahuete.
—¿Dónde está mi ropa?
Intento preguntarlo con calma, pero si no me la devuelve ya mismo voy a volver al modo cabreo. No puedo llegar tarde
—Está... por ahí—sonríe con el dedo en la boca.
—¿Dónde es por ahí?—pregunto mientras pienso lo mal que me cae hoy la Santana traviesa.
—Si te lo digo, tendrás que darme algo a cambio.
¡La mujer cabreada está aquí!
—¿Qué?—le grito.
—No bebas mañana por la noche.
No hay emoción en su rostro. La miro con furia y la veo luchar para controlarse y no echarse a reír.
¡Cerda conspiradora!
Me tiene acorralada, desnuda, llego tarde a trabajar y necesito que me lleve a casa. De pie, considero el trato. Si soy sincera, no pensaba emborracharme mucho, especialmente después de mi actuación del sábado pasado. Ni siquiera le he preguntado todavía a Rachel si está libre, pero no quiero que doña Controladora piense que puede dictar todos y cada uno de mis movimientos. Como dar la mano y que te tomen el brazo.
—¡De acuerdo!
Total, ¿cómo va a enterarse de si me tomo una copa?
Parece sorprendida.
—Ha sido más fácil de lo que creía. ¿Comemos juntas?
—Vale, pero ¡dame mi ropa!
—¿Quién manda aquí, Britt?—pregunta.
No tengo tiempo para llevarle la contraria.
—Tú. ¡Ahora tráeme mi ropa!
—Correcto.
Camina pavoneándose hacia la nevera —con un toque de arrogancia extra dedicado a mí— y abre la puerta.
—Aquí tienes, Britt-Britt.
¿Estaba en el frigorífico?
En fin, nunca se me habría ocurrido buscar ahí. Se la quito de las manos y me levanta una ceja en señal de advertencia. Me da igual. Voy a llegar tardísimo. Observa cómo me pongo los pantalones capri a tirones y dando saltitos como una loca. Doy un respingo cuando la tela fría me roza la piel.
—¿Me da tiempo a ducharme, Britt?—lo pregunta en serio.
—¡No!
Se ríe, me da una palmada en el trasero y sale a paso lento de la cocina.
Santana me lleva a casa con su estilo de conducción habitual: tan rápido que da miedo y sin ninguna paciencia, pero hoy doy gracias. Me espera en el coche haciendo llamadas mientras yo me ducho y me arreglo en tiempo récord. Me pongo unos pantalones pitillo negros, una camisa blanca y mis bailarinas rojas de Dune. Lista para correr. Mi pelo está ingobernable porque anoche no me lo sequé con secador, así que me hago un recogido informal. Ya me maquillaré en el coche. Corro por el descansillo y choco con Quinn. Está medio desnuda.
¿Es que ahora vive con nosotras?
¡Ponte algo de ropa encima!
—Siempre vas corriendo, Britt—se ríe. Paso junto a ella como un rayo de camino a la cocina para coger un vaso de agua—¿Has pasado una buena noche?
Asiento mientras me bebo el agua. Ella sigue de pie, sin ningún pudor, en la puerta de la cocina, hecha un desastre, y solo en ropa interior. No voy a preguntarle si ella también ha pasado una buena noche. Está clarísimo.
—¿Dónde está Rach?—pregunto.
Sonríe.
—La he atado a la cama.
Abro los ojos como platos. No tengo ni idea de si lo dice en serio o no. Es una bromista.
—Dile que la llamo luego—espero a que Quinn se aparte y me deje salir—Hasta luego—me despido ya corriendo escaleras abajo.
—¡Oye, dile a San que no podré ir a correr hoy!—grita desde la cocina.
Avanzo a toda velocidad por el sendero que lleva a la calle, donde Santana está mal aparcado y quitándose de encima a un guardia de tráfico que bloquea la puerta del copiloto. Espero a que el guardia termine de leerle la cartilla a Santana, pero parece que tiene mucho que decir.
—Apártese para que la señorita pueda entrar en el coche—gruñe Santana.
El guardia no le hace caso y empieza a soltar un discurso sobre el abuso verbal y la falta de consideración hacia otros usuarios de la vía.
—Disculpe—intervengo.
A ver si la educación funciona, ya que la agresividad de Santana parece no hacerlo. Pasa de mí. Maldición, voy a llegar super tarde.
—¡Por el amor de Dios!—Santana abre la puerta, rodea el coche a grandes zancadas y planta cara al guardia de pie sobre el asfalto.
El pobre hombre empequeñece con claridad ante la presencia de Santana y se aparta a toda prisa. Me abre la puerta, espera a que me siente en el coche antes de cerrarla de un portazo, maldice un poco más y se sienta detrás del volante. Salimos rugiendo calle abajo, demasiado rápido.
—Sólo está haciendo su trabajo.
Bajo el espejo y empiezo a sacar el maquillaje.
—Fracasados hambrientos de poder incapaces de entrar en la Policía—gruñe. Me mira y sonríe—Estás preciosa, Britt.
Me río.
—Mira a la carretera. Ah, Quinn dice que hoy no puede salir a correr contigo.
—Cabrona perezosa. ¿Sigue ahí?—pregunta mientras adelanta a un taxi.
Me agarro a un lateral de mi asiento. El maquillaje va a acabar esparcido por todas partes.
—Tiene a Rach atada a la cama—murmuro a la vez que me aplico la máscara de pestañas.
—Es probable.
Me vuelvo hacia ella con el cepillo para pestañas suspendido ante mis ojos.
—No pareces sorprendida.
—Porque no lo estoy.
Me mira con el rabillo del ojo.
¿No está sorprendida?
¿A Quinn le van los rollos raros?
—No quiero saberlo—farfullo, y vuelvo a centrarme en el espejo.
—No, no quieres saberlo—dice tan pancha.
Paramos cerca de mi oficina, pero lo bastante lejos como para que nadie me vea bajar del Aston Martin de Santana. Sigo intentando adivinar cómo se tomaría Will todo esto. Santana no ha mencionado la ampliación desde el domingo, y no creo que a mi jefe le haga gracia que le diga que no estoy diseñando nada para la señora López, sino que me la estoy tirando.
—¿A qué hora sales a comer?—pregunta.
Me acaricia el muslo, lo que me provoca las habituales punzadas de placer. No es momento de ponerse cachonda, y eso es precisamente lo que consigue esa caricia.
—A la una—digo con un gritito.
Dibuja círculos en mi muslo. Me tenso un poco.
—Entonces estaré aquí a esa hora.
—¿Justo aquí?—jadeo.
—Sí, justo aquí.
Detiene la mano entre mis piernas.
—San, para.
Cierro los ojos e intento combatir las sacudidas de placer. Mueve la mano hacia arriba y la sitúa justo en mi sexo, por encima de los pantalones.
Gimo.
—No puedo quitarte las manos de encima, Britt—dice con ese tono de voz grave e hipnótico, ese que me nubla el sentido y la razón—Y no vas a detenerme, ¿verdad?
Bueno no.
¡Maldita sea!
Se inclina hacia mí, me coge por la nuca, me acerca a ella y aumenta las caricias en mi núcleo. Cuando encuentra mi boca con los labios, gimo. Me arrastra hacia un ritmo celestial mientras me acaricia la lengua con la suya, lento pero seguro, para garantizarme el máximo placer. No puedo creerme que le esté dejando hacer esto en su coche a plena luz del día, pero ha provocado algo y no puedo entrar en la oficina con el anhelo de un orgasmo abandonado y a la espera dentro de mí. Necesito aliviarme o no podré concentrarme en todo el día. Las espirales de deseo se extienden e intensifican y la preocupación de que nos pillen desaparece sin más.
Estoy loca por ella.
Logra causarme ese efecto de mil formas diferentes.
—No lo reprimas, Britt—dice en mi boca—Te quiero en esa oficina pensando en lo que puedo hacerte.
Llego al clímax y grito cuando aprieta los labios con fuerza sobre los míos; ahoga mis gemidos y suaviza la presión de su mano para calmarme otra vez. Suspiro contra sus labios.
—¿Mejor?—pregunta mientras me da pequeños besos en la boca.
Sí, mucho mejor.
La Santana molesta, traviesa y enfurruñada de hace una hora ha desaparecido por completo.
—Ya puedo trabajar tranquila—suspiro.
Se ríe y me suelta.
—Bueno, me voy a casa a pensar en ti y a resolver esto.
Se pone la mano en la zona en que sus pantalones cortos de correr. Sonrío, me acerco a ella y le planto un beso casto en los labios.
—Yo podría encargarme de eso—me ofrezco mientras acaricio su sexo con la palma de la mano.
Abre unos ojos brillantes de placer cuando le meto la mano en los pantalones y traspaso las bragas, le acaricio su palpitante clítoris, despacio. Deja caer la cabeza hacia atrás contra el reposacabezas del asiento.
—Joder, Britt. Qué gusto.
Sí que da gusto, pero en mi boca te gustaría aún más.
Pero ¿qué me pasa?
Sigo con unas cuantas caricias controladas y la humedad comienza a destellar. Santana se tensa y gime en el asiento. No debe de faltarle mucho. Bajo la cabeza hacia su regazo, muevo un como más los pantalones cortos y las bragas y paso la lengua por su clítoris vibrante.
¿Cuánto aguantará?
Lanza un gemido grave, largo y profundo. Está claro que no le falta mucho. Sin prisa, deslizo la lengua húmeda por su sexo, lo que hace que se agite un poco más. Después le envuelvo el clítoris con los labios y aprieto un poco.
Jadea.
—Eso es, Britt—me paro, noto que su clítoris palpita contra mi lengua, exhalo lentamente y vuelvo a apretar. Suspira agradecida—Sigue, justo así—me anima al tiempo que me pasa la mano por la nuca.
Sonrío, suelto su clítoris. Abre los ojos y yo me enderezo en el asiento y me limpio la boca.
—Me encantaría, pero ya me has hecho llegar bastante tarde al trabajo.
Salgo del coche de un salto y chillo cuando intenta cogerme.
—Britt, pero ¿qué coño haces?
Cruzo la calle de prisa, y de repente se me ocurre que quizá me persiga y me cargue sobre los hombros.
¿Será capaz?
Me doy la vuelta cuando llego a la acera. Está de pie junto al coche, frotándose la entrepierna con una sonrisa siniestra dibujada en la cara. No puedo expresar mi alivio.
—¿Cuántos años tienes, San?—le pregunto desde la otra acera.
—Treinta. Eso no ha estado bien, pequeña provocadora.
Le lanzo un beso y hago una pequeña reverencia. Ella estira la mano para cogerlo, pero la sonrisa maquiavélica no ha desaparecido. Incluso desde aquí puedo ver que la cabeza le echa humo, maquinando. Me doy la vuelta y me voy meneando el culo, satisfecha de mí misma, al menos por ahora. Al fin y al cabo, la que manda es ella.
Última edición por 23l1 el Jue Mayo 14, 2015 9:18 pm, editado 1 vez
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
a pesar de tanta controladera todo es muy divertido!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Nzkdjsjdj me encantan ellas*---* sus provocaciones, todo$-$
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
si que se la la hizo britt a sanjajajaja
no se cual de las cuatro puede llegar a ser pervertida,.. pobre rachel jajaja
nos vemos!!!
PD; si el teclado!!!!
PD2; no tengo ni idea,.. ya sabe que todo de ella es todo muy hermética así que veré que puedo averiguar!!! no prometo nada,....
si que se la la hizo britt a sanjajajaja
no se cual de las cuatro puede llegar a ser pervertida,.. pobre rachel jajaja
nos vemos!!!
PD; si el teclado!!!!
PD2; no tengo ni idea,.. ya sabe que todo de ella es todo muy hermética así que veré que puedo averiguar!!! no prometo nada,....
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:a pesar de tanta controladera todo es muy divertido!
Hola, ajaajajajaj es el efecto que suele causar jajajaajajaja. Saludos =D
Susii escribió:Nzkdjsjdj me encantan ellas*---* sus provocaciones, todo$-$
Hola, jajaj o no¿? jaajajajjajaaj son las mejores jajajaja. Saludos =D
3:) escribió:holap morra,...
si que se la la hizo britt a sanjajajaja
no se cual de las cuatro puede llegar a ser pervertida,.. pobre rachel jajaja
nos vemos!!!
PD; si el teclado!!!!
PD2; no tengo ni idea,.. ya sabe que todo de ella es todo muy hermética así que veré que puedo averiguar!!! no prometo nada,....
Hola lu, jajajajajaj es tan viva ajajajajaj. JAjajaajajajjajaajaja todas jajajaajjaa. Saludos =D
Pd: de vrdd, a veces creo que tiene vida propio =/
Pd2: mmm toda al razón ajajajaj, ok, gracias.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 27
Capitulo 27
—Reunión a las doce—nos recuerda Mercedes cuando sale contoneándose del despacho de Will.
Examino mi lista de clientes y tomo nota de cómo van las cosas con cada uno de ellos. Nuestras reuniones quincenales son relajadas y sirven para poner a Will al corriente de nuestros proyectos y para avisar a Tina del papeleo que queda por terminar. También son una hora para engullir pastelitos de crema y beber té sin parar. Esta noche tendré que salir a correr.
—Tina—la llamo desde mi despacho. Levanta la vista de la pantalla del ordenador y se quita las gafas para verme mejor—¿Podrías pasarme la lista de pagos de mis clientes, por favor?
—Por supuesto, Britt.
—¡Y a mí también!—grita Mercedes.
Tina mira a Kurt, que asiente con la cabeza. No es frecuente tener que perseguir a un moroso, pero cuando toca hacerlo es bastante incómodo. Will es muy estricto con las fechas de cobro.
Me sumerjo en el trabajo durante unas horas, persigo pedidos y respondo correos electrónicos. A las doce, Tina deja una caja sobre mi mesa.
—Ha llegado esto para ti.
Anda. No he oído la puerta.
—Gracias, Tina.
Miro la caja blanca. Sé de quién es. La abro, íntimamente emocionada, y miro a mi alrededor para asegurarme de que nadie me está prestando atención. Dentro hay un pastelito de chocolate y nata. Me río a carcajadas y Kurt levanta la cabeza de inmediato de su mesa de trabajo. Le hago un gesto con la mano para decirle que no es nada. Pone los ojos en blanco y vuelve a sus bocetos. Cojo la nota y la abro.
LA VENGANZA ES DULCE.
BSS, S
Sonrío, cojo el pastelito y le hinco el diente. A continuación, agarro la carpeta y me dirijo al despacho de Will. Tina me sigue con una bandeja llena de té y pastelitos.
—¡Espéranos!—gimotea Kurt, que contempla cómo me meto el último trozo de pastel en la boca. Me mira con envidia cuando me limpio una gota de nata de la comisura de los labios—Yo quiero uno de ésos, Tina—dice mientras estudia con atención la bandeja que Tina ha dejado sobre la mesa de Will.
—Hay milhojas de vainilla.
—¡No puedo ni olerlos!—ladra Mercedes al tiempo que se sienta en uno de los sillones semicirculares que hay colocados alrededor de la enorme mesa de caoba de Will.
—No me digas que estás otra vez a dieta—protesta Will.
—Sí, pero ésta funciona—repone feliz.
En serio, cada semana está con una dieta distinta.
Me siento a su lado y Kurt se une a nosotras. Tina nos pasa una hoja de cálculo con el estado de los pagos de los clientes antes de servirnos el té y sentarse. Miro la lista de facturas, todas están marcadas como «Pagada» o «Pendiente», pero al pasar el dedo por la página veo una subrayada en la sección de «Impagos». Sólo hay un cliente en esa columna.
Uno sólo.
¿Cómo?
Me estremezco por dentro. Toda esperanza de evitar cualquier tipo de referencia a La Mansión y a la señora López se ha desvanecido. La muy idiota aún no ha pagado la factura de la primera visita.
¿En qué piensa?
Levanto la mirada y veo a Will repasando la misma lista que yo, igual que Mercedes y Kurt, que me miran a la vez con idéntica expresión en la cara. Es esa mirada de «Ay, pobre». Me hundo en el sillón, preparándome para la que se avecina.
—Britt, tienes que contactar con la señora López y darle un tirón de orejas. ¿Cómo van las cosas?—me pregunta Will.
Ay, Dios.
No he rellenado los formularios de cliente, salvo el informe inicial; no he enviado presupuestos; no he definido mi papel en el proyecto, si voy a limitarme a diseñar o si voy a diseñarlo y a dirigirlo. No he hecho nada. Bueno, en realidad sí, pero no está relacionado con el trabajo. Ni siquiera he pedido que se le envíe la factura para la segunda reunión —por llamarla de alguna manera—, esa de la que salí corriendo sin sujetador.
Y, por cierto, ¿dónde está ese sujetador?
Sí, he dedicado un par de horas a hacer bocetos, he pasado el domingo en la nueva ala, pero no puedo cobrar por eso. No trabajo los domingos, y Will no tiene más que echar un vistazo a mi agenda para ver que no he tenido más reuniones con la señora López. Lo único que he hecho con respecto a ella no encaja en mi categoría profesional.
A la mierda.
Me aclaro la garganta.
—Estoy preparando el detalle de las visitas y el presupuesto.
Me mira con el ceño fruncido y cara de pocos amigos.
—La primera reunión fue hace dos semanas y ya has hecho una segunda visita. ¿Cómo es que estás tardando tanto, Britt?
Me entran sudores fríos. El desglose de las tarifas de mis servicios es una tarea muy sencilla: se soluciona mediante contratos individuales y normalmente antes de la segunda visita. No tengo excusa. Kurt y Mercedes no me quitan los ojos de encima.
—Ha estado fuera—farfullo—Me pidió que esperara un poco antes de enviarle correspondencia.
—Cuando hablé con ella el lunes pasado estaba muy dispuesta a ponerse manos a la obra—contraataca Will mientras consulta su agenda.
¡Qué manía tiene de apuntárselo todo!
Me encojo de hombros.
—Creo que fue por un asunto de negocios de última hora. La llamaré.
—Llámala, y no quiero que le dediques más tiempo hasta que afloje la mosca. ¿Cómo vamos con el señor Flanagan?
Suspiro de alivio y me lanzo con entusiasmo a relatar los progresos en la Torre Vida, feliz de haber terminado con el asunto de la señora de La Mansión.
¡Voy a matarla!
Salgo del despacho de Will y Kurt me da un apretón en el hombro y suelta una risita cuando pasa a mi lado.
—¡Ni se te ocurra!—le aviso.
—Podría haber sido peor, Britt—comenta Mercedes.
Tiene razón. Podría haber sido un desastre.
Salgo de la oficina y camino por la calle hacia donde Santana me ha dejado esta mañana. Me acerco a Berkeley Square y un imbécil me da un susto de muerte cuando está a punto de atropellarme con su motocicleta ruidosa. Mi corazón recupera la normalidad, me detengo y me apoyo contra la pared. Saco el móvil del bolso para ver los mensajes. Hay dos de Rachel.
Necesito ayuda. ¿Puedes venir a casa y desatarme, porfa?
Me quedo mirando el teléfono con la boca abierta y rápidamente busco la hora a la que ha enviado el mensaje: las once.
¿Seguirá atada?
Abro el siguiente.
¡No te asustes! Quinn está haciendo una broma. Me encantaría poder verte la cara. Bss.
Sí, claro, Quinn la comediante. Pero una pequeña parte de mí se pregunta si su broma tendrá una parte seria. Santana no se sorprendió cuando se lo comenté. Rachel dijo que era «divertida». Hummm. Me lo imagino. Miro la hora. Es la una y cinco.
Vale, llega tarde y eso me molesta.
¿Cuánto debo esperarla?
Me estoy preguntando hasta qué punto debo de estar desesperada para quedarme aquí plantada esperándola cuando levanto la cabeza y veo ese rostro hermoso que tanto amo. Está montada en la ruidosa motocicleta que me habría gustado romper en mil pedazos. Curvo los labios en una media sonrisa, me aparto de la pared y camino hacia ella. Está mucho más que sexy sobre esa trampa mortal.
—Eres un peligro—la regaño, y me detengo delante de ella.
—¿Te he asustado?—cuelga el casco del manillar de la motocicleta.
—Sí. Esa cosa necesita una revisión del nivel de ruido—me quejo.
—Esa cosa es una Ducati 1098. Cuidado con esa boca—me rodea la cintura con los brazos y me sienta en su regazo—Bésame, Britt—susurra.
Me reclama la boca y convierte la toma de posesión de mis labios en una exhibición teatral para que todo el mundo la vea. Oigo las burlas y los chistes de la gente que pasa, pero me da igual. Enlazo los brazos alrededor de su cuello y me entrego a ella.
Sólo han pasado unas horas, pero la he echado de menos. De repente, se me ocurre que estamos a unos cientos de metros de la oficina y que Will podría pasar a nuestro lado en cualquier momento. Si me ve retozando con la señora López se hará una idea equivocada: que le estoy dando un trato de favor a costa de perder dinero. Después de la reunión, me muevo en aguas turbulentas.
Me retuerzo para soltarme, pero me abraza con más fuerza y aprieta aún más los labios contra los míos. Mi intento de fuga gana en intensidad y desesperación y ella me sujeta más fuerte. Apoyo las manos en su pecho y empujo para apartarla. Al final me deja la boca libre, pero no el resto del cuerpo. Me mira fijamente.
—¿Qué crees que estás haciendo, Britt?
—Suéltame—me revuelvo contra ella.
—Oye, dejemos una cosa clara, Britt-Britt. Tú no decides cuándo y dónde te beso o durante cuánto tiempo—lo dice muy en serio.
¡Maníaca del control engreída!
Hago uso de todas mis fuerzas para liberarme y fracaso miserablemente. Estoy sin aliento.
—San, si Will me ve contigo, estaré de mierda hasta el cuello. ¡Suéltame!
Para mi sorpresa, me suelta, así que vuelvo a la acera como puedo para recomponerme. Cuando la miro, me encuentro con la mirada más furibunda y penetrante que me hayan lanzado jamás. Me cabrea de verdad.
Y ¿a qué viene todo eso de los besos cuando, donde y como ella quiera?
Eso es llevar sus tendencias controladoras a una nueva categoría.
—¿De qué coño estás hablando?—me grita—¡Y vigila esa boca!
—Tú—le digo en tono acusador—No has pagado la factura, de manera que ahora se supone que tengo que mandarte un recordatorio amistoso. He tenido que mentir diciendo que estabas de viaje.
¿Un morreo en toda regla cuenta como recordatorio amistoso?
Seguro que Santana cree que sí.
—Bueno ya me lo has recordado. Ahora sube el culo a la moto, Britt.
¡Si las miradas mataran!
—¡No!—digo con incredulidad.
No le gusta nada que le plante cara. No voy a arriesgar mi puesto de trabajo sólo para que doña Controladora no coja una pataleta. Me mira sin poder creérselo y se baja de la moto en plan espectacular, con los vaqueros ceñidos a esos muslos tan magníficos y su pelo suelto.
Vacilo.
Esta mujer me afecta demasiado.
Me mira con fijeza.
—Tres.
Abro la boca de forma exagerada. No será capaz. No en plena Berkeley Square.
¡Va a parecer que me está secuestrando, violando y asesinando, todo a la vez!
Yo sé que no es así, pero es lo que va a parecerle a todo el mundo, y odio pensar en lo que Santana es capaz de hacer si alguien intenta obligarla a que me suelte. Forma una desagradable línea recta con sus labios mientras me taladra con una mirada durísima.
—Dos—masculla con los dientes apretados.
Piensa, piensa, piensa.
Resoplo.
—No voy a pelearme contigo en mitad de Berkeley Square. ¡Te comportas como una cría, San!
Doy media vuelta y me marcho. No sé por qué lo estoy haciendo, es como una bomba de relojería. Pero tengo que mantenerme firme. Está siendo estúpida y nada razonable, así que voy a pararle los pies.
Siento que se me acerca por detrás cuando llego a Bond Street, pero sigo adelante. Hay una tienda bonita cerca. Me esconderé en ella.
—¡Uno!—grita.
Sigo andando.
—¡Que te jodan! ¡Estás siendo injusta y poco razonable!
Sé que estoy tentando mi suerte al soltar tacos y desobedecerla, ¡pero es que estoy muy cabreada!
—¡Esa boca! ¿Qué tiene de poco razonable que quiera besarte, Britt?
Es alucinante.
¿Es que sólo piensa en sí misma?
—Lo sabes perfectamente, y es injusto porque estás intentando hacer que me sienta mal, Santana.
Entro en la tienda y la dejo andando arriba y abajo por la acera, escudriñando a través del escaparate de vez en cuando. Sabía que no sería capaz de entrar. Soy consciente de que está hecha una furia y de que tendré que salir de la tienda en algún momento, pero necesito un minuto de paz para pensar. Empiezo a dar vueltas por el local. Una chica demasiado arreglada y maquillada se me acerca.
—¿En qué puedo ayudarla?
—Sólo estoy mirando, gracias.
—En esta sección está todo el avance de temporada—señala con el brazo hacia un colgador lleno de vestidos.
—Gracias.
Empiezo a pasar un vestido tras otro; hay verdaderas maravillas. Los precios son de locos, pero las prendas son preciosas. Cojo un vestido de seda de color crema entallado y sin mangas. Es más corto que los que suelo ponerme, pero adorable.
—¡Con eso no sales a la calle!
Levanto la mirada sorprendida y veo a Santana en la puerta, observando el vestido como si fuera a morderme.
¡Qué vergüenza, por Dios!
La dependienta mira primero a Santana con los ojos como platos y luego se vuelve hacia mí. Le dedico una media sonrisa. Estoy horrorizada.
¿Quién coño se cree que es?
La miro con todo el odio que soy capaz de sentir y dejo que lea en mis labios: «Jódete.» Le sale humo de las orejas, como era de esperar. Vuelvo a centrarme en la dependienta.
Piensa, piensa, piensa.
—¿No tiene nada más corto?—pregunto con dulzura.
—¡Britt!—ladra Santana—No te pases.
La ignoro y sigo mirando a la dependienta, expectante. Parece que a la pobre chica va a darle un ataque de pánico; mueve la cabeza a un lado y a otro, muy nerviosa, hacia Santana, hacia mí y vuelta a empezar.
—No lo creo—dice en voz baja.
Vale, ahora me da pena. No debería involucrarla en esta discusión patética por un vestido, los cuales ella también usa.
—Bien, me lo llevo—sonrío y le doy el vestido.
Me mira y luego mira a la mujer de la puerta.
—¿Es la talla correcta?
—¿Es una cuarenta?—pregunto.
La tienda tiembla ante la ira de Santana, literalmente.
—Sí, pero le recomiendo que se lo pruebe. No aceptamos devoluciones.
Bueno, iba a arriesgarme a que no me quedara bien pero, a ese precio, quizá sea mejor que no lo haga. Me lleva a un probador y cuelga el vestido de una elegante percha.
—Avíseme si necesita cualquier cosa.
Sonríe y corre la cortina de terciopelo para dejarme a solas con el vestido. Soy tan patética como Santana por hacer esto, estoy provocándola a propósito. Estamos hablando de la mujer que me obligó a dormir con un jersey de invierno en primavera porque había otra persona en el departamento.
¿Es necesario esto?
Decido que sí.
No puede seguir comportándose así.
Me peleo con el vestido y con la cremallera cuando se cruza con la costura a la altura del pecho. No voy a rendirme. Una vez subida me quedará bien. Estiro la parte delantera. Es muy agradable al tacto. Descorro la cortina y me coloco frente al espejo de cuerpo entero para poder verme bien.
¡Vaya!
Me queda genial. Es muy favorecedor, resalta mi piel y mi pelo rubio.
—¡Jesús, María y José!
Me vuelvo y veo a Santana con las manos hundidas en el pelo, dando vueltas de un lado a otro. Es como si le hubieran dado una descarga con una pistola eléctrica. Se para, me mira, abre la boca, la cierra de golpe y empieza a dar vueltas otra vez. La verdad es que me hace bastante gracia. Se detiene y me mira con los ojos como platos, traumatizado.
—No vas a... No puedes... Britt... Britt-Britt... ¡No puedo mirarte!
Se marcha murmurando no sé qué mierda sobre una mujer intolerable e infartos. Me quedo de nuevo a solas con el vestido. La dependienta se me acerca con cautela.
—Está usted increíble—dice no muy alto, y después mira hacia atrás por si Santana está cerca.
—Gracias. Me lo llevo.
Es más fácil salir del vestido que meterse en él. Se lo doy a la dependienta y me visto.
Cuando salgo del probador, Santana está inspeccionando unos tacones de vértigo. El desconcierto que refleja su rostro hace que me derrita un poquito, pero en cuanto me ve los deja otra vez en su sitio y me mira con odio. Entonces me acuerdo de que estoy furiosa con ella. Saco el monedero del bolso y la tarjeta de crédito.
¿Quinientas libras por un vestido?
Es demasiado caro, pero estoy desafiándolo.
¿Y la llamo cría a ella?
Esto es ridículo.
¿Cómo se le ocurre pensar que tiene derecho a decirme qué puedo y qué no puedo ponerme?
La dependienta empieza a envolver el vestido en toda clase de papeles de seda. Me gustaría decirle que lo meta en una bolsa y punto —antes de que Santana decida hacerlo trizas—, pero me da miedo que la pobre chica pierda su trabajo por hacer algo tan normal. Así que me resigno a cerrar el pico y a esperar pacientemente a que haga lo que tiene que hacer. Después de un milenio envolviendo, doblando, guardando y tecleando el código de mi tarjeta, la dependienta me da la bolsa.
—Que disfrute del vestido, señora. De verdad que le queda muy bien—mira a Santana con recelo.
—Gracias—sonrío.
Y ahora, ¿cómo salgo yo de la tienda?
Me vuelvo y veo a Santana en el umbral, pensativa y con cara de pocos amigos. Voy hacia allá con decisión, aunque no la sienta, y me detengo delante de ella.
Estoy muerta de miedo, pero no voy a dejar que lo note.
—¿Me permites?
Me mira y luego mira la bolsa.
—Acabas de malgastar cientos de libras. No vas a ponerte ese vestido, Britt—dice sin titubeos.
—Permíteme, por favor—hago énfasis en el «por favor».
Aprieta los labios y cambia el peso del cuerpo hacia el otro lado, de modo que me deja un hueco para pasar. Salgo a la calle y me dirijo hacia la oficina. Sólo he estado fuera cuarenta minutos, pero no voy a pasar el resto de mi hora de la comida discutiendo sobre las muestras de afecto en público y mi ropa. El día había empezado tan bien... Claro, porque le decía a todo que sí.
Noto su aliento tibio en la nuca.
—¡Cero!
Doy un grito cuando me empuja hacia un callejón y me lanza contra la pared. Me aplasta los labios con los suyos, mueve las caderas con furia contra las mías; sus pezones al chocar con los míos, están muy duros.
¿Le excita cabrearse por un vestido?
Supongo que es preferible a que me torture.
Intento resistirme a la invasión de su lengua... un poco. Esto no está bien. Al instante me consume y necesito tenerla dentro de mí. Le rodeo el cuello con los brazos y la acepto con todo mí ser, absorbo su intrusión y salgo al encuentro de su lengua, caricia a caricia.
—No voy a permitir que te pongas ese vestido, Britt—gime en mi boca.
—No puedes decirme qué puedo y qué no puedo ponerme, San.
—Impídemelo—me reta.
—Sólo es un vestido, tú también los usas.
—Pero cuando tú te lo pones, Britt, no es sólo un vestido. No vas ponértelo.
Aprieta la entrepierna contra la mía, una clara demostración de lo que le provoca el vestido. Sé que está pensando que causará la misma reacción a otras personas.
Qué loca está.
Respiro hondo. Comprar el vestido es una cosa, ponérselo y lucirlo en un pub constituye un acto de desobediencia muy distinto. Tengo veintiséis años y ella misma me ha dicho que tengo unas piernas estupendas.
Decido que no voy a llegar a ninguna parte con esto. Al menos no ahora. Lo que sí quiero discutir con todo detalle es eso de que se crea con derecho a controlar mi vestuario. De hecho, tenemos que hablar de todas sus exigencias poco razonables, y punto. Pero ahora no. Sólo me quedan veinte minutos de la hora de comer y espero que esa conversación dure mucho más.
—Gracias por el pastel—le digo mientras besa cada centímetro de mi cara.
—De nada. ¿Te lo has comido?
—Sí. Estaba delicioso.
Le beso la comisura de los labios y restriego la mejilla contra la suya. Se le escapa un gruñido grave cuando gimo en su oído y le acaricio el cuello con la nariz para inhalar su adorable fragancia. Sólo quiero acurrucarme entre sus brazos.
—Se supone que no debo dedicarte más tiempo hasta que hayas pagado la factura, San.
Sigo abrazada a ella y la agarro con más fuerza cuando me mordisquea el lóbulo de la oreja.
—Pasaré por encima de quien intente detenerme, Britt-Britt—me lame el borde de la oreja y me provoca un escalofrío.
No me cabe duda de que lo hará. Esta mujer está como una cabra.
¿Por qué es así?
—¿Por qué eres tan poco razonable?
Me aparta y me mira. Se le ve en la cara, impresionante, que la he pillado por sorpresa. La arruga de la frente ocupa su lugar.
—No lo sé, Britt. ¿Puedo preguntarte lo mismo?
La mandíbula me llega al suelo.
¿Yo?
Esta mujer alucina. Su lista de locuras es más larga que un día sin pan. Hago un gesto de negación con la cabeza y frunzo el ceño.
—Será mejor que vuelva a la oficina.
Suspira.
—Te acompaño.
—La mitad del camino. No pueden verme charlando con los clientes durante la comida sin que Will lo sepa, y menos con los que tienen facturas sin pagar—farfullo—¡Paga lo que debes!
Pone los ojos en blanco.
—Dios no quiera que Will se entere de que una cliente morosa se te está follando hasta hacerte perder la cabeza—una pequeña sonrisa aparece en las comisuras de sus labios cuando jadeo sorprendida por el brutal resumen de nuestra relación—¿Vamos?
Mueve el brazo en dirección a la entrada del callejón, sonriente.
¿Follar?
Bueno sí, supongo que eso hemos hecho, pero oírla de su boca me toca la fibra sensible. Caminamos en dirección a mi oficina y el silencio es incómodo, al menos para mí.
Sus palabras me han herido.
¿Así es como me ve?
¿Cómo un juguetito al que follarse y controlar?
Languidezco por dentro, una vez más, y contemplo la agonía que me espera. Esta mujer me lanza tantas señales contradictorias que mi pobre ego no puede seguirle el ritmo.
Intenta cogerme la mano y automáticamente me separo de ella. Me estoy hundiendo en la miseria. Con un pequeño gruñido, vuelve a intentarlo. No digo nada, pero aparto la mano de nuevo. Estoy cabreada y quiero que lo sepa. Captará el mensaje. O no. Me agarra la mano y la aprieta sin piedad hasta el punto de hacerme daño. Era de esperar. Empiezo a ser capaz de leer a esta mujer como si fuera un libro abierto. Doblo los dedos y levanto la vista. Su ceño fruncido se transforma en una expresión de satisfacción cuando dejo de resistirme y le permito llevarme de la mano.
¿Le permito?
Como si tuviera otra opción.
Justo en ese momento, algún capullo del más allá debe de pensar que sería divertidísimo enviar a James, el amigo de Elaine, a que doble la esquina y baje por la calle hacia nosotras. Pongo todo mi empeño en que Santana me suelte la mano, pero lo único que hace es apretarla con más fuerza.
—¡Mierda! Es un amigo de Elaine.
El ceño fruncido reaparece en cuanto se vuelve para mirarme.
—Esa boca. ¿De tu ex?
—Sí. Suéltame.
Intento librarme de sus dedos a la fuerza, pero es inútil.
Después de que Elaine me pidiera que volviera con ella y del discurso que vino a continuación para que la perdonara y explicarme la situación de mierda en general, no sería justo por mi parte que se lo restregara por las narices.
—Te lo he dicho, Brittany, pasaré por encima de quien haga falta—me advierte mirando directamente a James con el rostro impasible pero lleno de determinación.
No deja de apretarme la mano sin piedad. Intento frenarla para que me dé tiempo a soltarme y así evitar el desastre inminente: que James me vea de la mano de otra persona.
No me gusta hacer sufrir a nadie porque sí, y esto es totalmente porque sí. Elaine ya se siente bastante mal, no necesita que le confirmen lo que Rachel le dijo para cabrearla.
Sigo luchando por librarme de Santana, que continúa comportándose como una estúpida integral. Me está arrastrando, literalmente, hacia James, que dentro de pocos segundos levantará la vista del móvil y me verá.
A lo mejor no lo hace.
A lo mejor pasamos junto a él sin que me vea y ya está.
Eso espero, porque me va a ser imposible deshacerme de Santana, y es aún más imposible que se comporte como un ser racional y me suelte. Nos acercamos y decido dejar de resistirme y de llamar la atención. James está absorto en su móvil y cada paso que damos hacia él parece menos probable que vaya a levantar la vista. Mentalmente, le dedico a Santana una retahíla de insultos bastante explícitos y tiro de la mano para enfatizar mi enfado, pero ella se limita a mirar hacia adelante y a seguir caminando con decisión.
—Pasaré por encima, Britt—gruñe.
En cuanto pasamos al lado de James por la acera me relajo. Ya casi lo hemos dejado atrás. Pero entonces Santana abre la boca:
—¿Tienes hora?
¡¿Qué?!
¡Esta cabrona es imbécil!
Me toca quedarme ahí de pie, inmóvil delante de James, de la mano de Santana y muriéndome por dentro. Quiero recordarle que lleva un Rolex estupendo y nada discreto en la muñeca, o levantarle el brazo y decirle que mire la hora ella solita.
Es una cerda egocéntrica, irracional y sin principios.
—Sí, son las... ¿Brittany?—James me mira con el ceño fruncido a más no poder.
Mi cerebro ha sufrido un cortocircuito intentando encontrar las palabras adecuadas que enviar a mi boca.
—James.
Es lo único que se me ocurre. El amigo de Elaine parece estar en un partido de tenis: su mirada va de Santana a mí, de mí a Santana y así sucesivamente. Obviamente se come a Santana con la mirada, pero no puedo pensar en eso en estos momentos.
—Eeeeh... ¿Estás bien?
—Sí—digo con un gritito agudo.
Me mira mal, cosa que tiene narices, teniendo en cuenta que él era la mano derecha de Elaine en todas sus aventuras. No sé por qué le doy tanta importancia.
Después de todo lo que ha hecho, ¿qué me importa si le confirman que estoy saliendo con otra persona?
Ahora sólo estoy cabreada con Santana por decidir por su cuenta cómo tienen que ser las cosas.
—¿La hora?—le recuerda Santana.
Espero ser la única que nota la hostilidad que desprende. James en muchas de sus miradas sugerentes y desnudarla con la miradave el Rolex. Le suplico mentalmente que le diga qué hora es y que no pinche a la serpiente de cascabel. Su amigo puede ser tan chulito como Elaine, y hacer enfadar a Santana sería un gran error.
—Sí—baja la vista al móvil—Son las dos menos diez, morena.
Santana no le da las gracias, sino que me suelta la mano, me rodea los hombros con el brazo, me atrae hacia sí y me planta los labios cariñosamente en la sien. La miro y sacudo la cabeza, atónita. Está pasando por encima de quien haga falta. Tiene el pecho hinchado y erguido y le falta poco para golpeárselo con los puños. Ya puestos, que me mee en el tobillo, también.
James nos mira con los ojos como platos y Santana decide que nos vamos. Me ha dejado sin habla. Acaba de decirme que lo nuestro es follar y poco más y ahora le da por marcar el territorio. Todo esto me tiene muy confusa. Si tuviera valor, se lo preguntaría directamente. Pero me da miedo lo que podría contestar. Estas aguas superficiales son más difíciles de navegar cuanto más tiempo paso con ella.
Nos acercamos a mi oficina, se detiene y me empuja con cuidado contra la pared con el cuerpo. Mueve la cabeza hacia la mía y su aliento cálido y mentolado me calienta las mejillas.
—¿Por qué no quieres que tu ex sepa que estás follando con otra persona?
Ahí está otra vez.
¡Follando!
—Por nada. Sólo que no es necesario—digo con calma.
Me coge de la muñeca para apartarme la mano del pelo.
—Ahora dime la verdad, Britt—exige con dulzura.
¿Cómo se ha dado cuenta de mi mala costumbre tan rápido?
Mi mamá, mi papá y mi hermano me conocen de toda la vida, y Rachel desde secundaria. Se han ganado su derecho a conocer mi secreto.
—Contéstame, Britt.
—Me pidió que volviera con ella.
Bajo la mirada, no puedo mirarla a los ojos. No debería importarme. Al fin y al cabo, con ella sólo estoy follando.
—¿Cuándo?—las palabras chocan contra sus dientes apretados.
—Hace semanas.
La mano que me sujeta la muñeca aprieta con más fuerza cuando flexiono los músculos para llevarme los dedos al pelo.
Mentir se me da de pena.
Me levanta la barbilla con la mano que tiene libre y me obliga a mirarla. No me siento cómoda con la oscuridad que arde en sus ojos.
—¿Cuándo?
—El martes pasado—susurro.
Entrecierra los ojos y empieza a morderse con rabia su carnoso labio inferior.
¿En qué estará pensando?
—Ella era el asunto importante, ¿verdad?
Huy.
Va a entrar en erupción. Veo que su pecho sube y baja, despacio y bajo control. No estoy asustada, sé que no va a hacerme daño. Ya he visto esta reacción y los subsiguientes métodos preventivos para minimizar los cardenales en mi trasero, pero tiene una forma muy intensa de ver las cosas y de reaccionar.
—Sí—reconozco con tranquilidad. Noto el aire gélido que emana de ella al oír mi respuesta—Tengo que volver al trabajo—añado.
Tengo que salir de aquí. Me clava la mirada.
—No volverás a verla, Britt—es otra orden.
Esta hora de la comida me ha abierto los ojos pero bien. Quiere tener un control total sobre mí y mi opinión no cuenta.
Para nada.
¿Es esto lo que quiero?
Mi cabeza es un remolino de dudas y sentimientos.
¿Por qué he tenido que enamorarme de la mujer más controladora, irracional, exigente y difícil del universo?
Espero pacientemente a que me suelte. No sé qué decir.
¿Espera que le confirme que voy a obedecerla?
¿Debería ceder?
No es probable que vuelva a ver a Elaine, no después de la escena que me montó, pero ¿debería darle mi palabra a una mujer a la que, por lo visto, sólo me estoy follando?
Me observa atentamente durante un buen rato antes de que su frente toque la mía y sus labios se deslicen hacia arriba, contra mi ceño.
—Ve a trabajar, Britt—retrocede.
Me voy. La dejo en la acera y entro en la oficina todo lo rápido que me permiten mis piernas temblorosas. Cruzo el umbral y me encuentro con las miradas inquisitivas de Kurt y de Mercedes. Seguro que mi aspecto refleja lo mal que me siento por dentro. Espero que no me pregunten sobre la señora López. Ya puestos, mejor que no me pregunten nada. Creo que me echaría a llorar.
Los saludo con la cabeza y sigo hacia mi escritorio. Tina sale de la cocina con una bandeja llena de tazas de café.
—Britt, no sabía que habías vuelto. ¿Te apetece un té o un café?
Quiero preguntarle si tiene algo de vino escondido en la cocina, pero me contengo.
—No, gracias, Tina—mascullo, con lo que me gano una mirada de «¿Qué coño está pasando?» por parte de Kurt y de Mercedes.
Centro toda la atención en la pantalla del ordenador e intento ignorar el dolor que aumenta en mi interior. Santana tiene serios problemas con el control, o con el poder, como ella lo llama. No puedo hacerlo, no puedo exponerme a que me rompan el corazón.
Así es como va a terminar esto.
Suena el móvil y doy las gracias: una distracción de mi torbellino interior. Es el señor Flanagan.
¿Ya ha vuelto?
—¿Diga?
Su leve acento irlandés se desliza por el teléfono.
—Hola, Brittany. ¿Qué te ha parecido la Torre Vida? Marley me ha comentado que la reunión fue muy bien.
¿Y me llama desde Irlanda para preguntarme eso?
¿No podía esperar a su vuelta?
—Sí, muy bien.
No sé qué más decir.
—Espero que esa linda cabecita tuya esté llena de ideas. Tengo muchas ganas de reunirme contigo cuando vuelva al Reino Unido.
Me llama desde Irlanda. Acaba de decir que mi cabeza es linda. Dios, no me bendigas con otro cliente inapropiado. Ya me está costando bastante lidiar con la que tengo ahora.
—Sí, también he recibido su correo. Le preparé algunos bocetos.
Casi he terminado con los bocetos y los tableros de inspiración. Se me ocurrió todo de repente, en un instante en que mi cerebro no estaba monopolizado por cierto cliente.
—¡Excelente! Estaré de vuelta en Londres el viernes que viene. ¿Podremos reunirnos?
—Por supuesto. ¿Qué día te va mejor?
—Marley contactará contigo. Ella lleva mi agenda.
Hago un mohín. Qué suerte tener una persona dedicada a organizarte la vida. Ahora mismo, me encantaría contar con alguien así.
—Muy bien, señor Flanagan.
Chasquea la lengua.
—Por favor, Brittany, llámame Rory. Adiós.
—Adiós, Rory.
Cuelgo y me siento a mi mesa mientras me doy golpecitos en un diente con la uña. No sé si es supercordial o más que cordial. Se lo tomó muy bien cuando rechacé su invitación a cenar, ¿me estoy imaginando las cosas?
¿Es culpa de Santana o es que llevo «chica fácil» escrito en la frente?
Instintivamente levanto el brazo y me rasco la cabeza.
Jo, estoy hecha un lío.
Saco los dibujos para la Torre Vida y los esparzo encima de la mesa. Lápiz en mano, empiezo a hacer anotaciones.
Oigo que se abre la puerta de la oficina pero no levanto la vista. Estoy en uno de esos momentos en los que las ideas fluyen. Es una distracción que agradezco y que me hacía falta.
—¡Britt!—me llama Kurt—¡Es para tiiiiiiiii!
Levanto la cabeza y casi me caigo de la silla cuando veo a Santana, tan pancha, en la entrada de la oficina.
Ay, Dios.
¿Qué hace aquí?
Viene con toda la confianza del mundo hacia mi mesa, divina con sus vaqueros gastados, la camiseta blanca y el pelo alborotado. Me doy cuenta de que Kurt y Mercedes se ponen a dar golpecitos con sus bolígrafos en las mesas y la siguen con la mirada. Incluso Tina se ha quedado parada, con un fax a medio enviar, y parece un poco confusa.
Santana se detiene al llegar a mi mesa. Le recorro el cuerpo con los ojos hasta encontrar su mirada oscura, su expresión de cretina y una sonrisa de satisfacción que juguetea en la comisura de sus labios. No sé a qué viene esto. No hace ni media hora que me ha dejado con las piernas temblorosas y la cabeza convertida en un torbellino, hecha un lío. Los temblores han vuelto, pero ahora me recorren todo el cuerpo; mi cabeza es una mezcla de caos e incertidumbre.
¿Qué está intentando demostrar?
—Señorita Pierce—dice con calma.
—Señora López—la saludo titubeante.
La miro inquisitivamente, pero no suelta prenda. Echo un vistazo a la oficina y veo tres pares de ojos que se vuelven hacia mí a intervalos regulares.
—¿No va a ofrecerme asiento?
Mi mirada vuelve de repente a Santana. Señalo uno de los sillones negros semicirculares que hay al otro lado de mi mesa. Acerca uno y se sienta con parsimonia.
—¿Qué estás haciendo?—siseo tras inclinarme sobre la mesa.
Me suelta esa sonrisa llena de confianza en sí misma y que derrite a cualquiera.
—He venido a pagar un recibo, señorita Pierce.
—Ah—me reclino en mi asiento—¿Tina?—grito—¿Puedes atender a la señora López, por favor? Le gustaría pagar el recibo que tiene pendiente.
Observo a Santana revolverse ligeramente en el sillón y lanzarme una mirada de desaprobación. No es por llevarle la contraria, es que no soy yo la que se encarga del tema de los recibos; no sabría ni por dónde empezar.
—Por supuesto—contesta ella.
Entonces se da cuenta.
¡Sí!
Es la misma mujer que te chilló por teléfono, entró en la oficina como una apisonadora y te envió flores.
¡Por lo visto la vuelvo loca!
Le lanzo una mirada de «No preguntes» que hace que se vaya al archivador.
—Tina se ocupará de usted, señora López—sonrío educadamente.
Las cejas de Santana le tocan el nacimiento del pelo y la arruga de la frente aparece en su sitio de siempre.
—Sólo tú, Britt—dice en voz baja, sólo para mis oídos.
No tiene intención alguna de marcharse. Se queda ahí sentada, tan a gusto y relajada, mirándome con detenimiento mientras Tina hace el idiota con el archivador.
¡Date prisa!
Estoy a punto de partir el lápiz en dos cuando oigo el familiar sonido de los pasos de Will detrás de mí. El día se está poniendo cada vez mejor.
—¿Britt?
Levanto la vista, nerviosa, y veo a Will de pie junto a mi mesa, mirándome con expectación. Muevo el lápiz para señalar a Santana.
—Will, te presento a la señora López, la dueña de La Mansión. Señora López, le presento a Will Schuester, mi jefe.
Lanzo a Santana una mirada suplicante.
—Ah, señora López, su cara me suena—Will le tiende la mano.
—Nos vimos un instante en el Lusso—dice Santana, que se levanta y estrecha la mano a Will.
¿Ah, sí?
El símbolo de la libra esterlina aparece en los ojos verdes de Will; está encantado.
—¡Sí, usted compró el ático!—exclama con alegría.
Santana asiente y noto que mi jefe ya no está tan preocupado por la factura pendiente. Tina se acerca con una copia del recibo pendiente y da un salto cuando Will se lo arranca de las manos pálidas y delicadas.
—¿No le has ofrecido nada a la señora López?—le pregunta a la estupefacta Tina.
—No hace falta. Sólo he venido a saldar mi deuda.
Los tonos roncos de Santana resuenan en mí cuando me siento, como si me hubieran pegado con velcro a la silla, para observar el intercambio cortés que tiene lugar ante mis ojos.
¿Cómo puede estar tan tranquila?
Aquí estoy yo, sentada, tensa de los pies a la cabeza, jugueteando nerviosa con el lápiz y con la boca cerrada a cal y canto. Es obvio que me siento incómoda, pero Will no parece darse cuenta. Hace un gesto a Tina para que se marche.
—No debería haber venido sólo para esto—agita el recibo sin pagar en el aire.
Resoplo y luego toso para disimular mi reacción al tono informal de Will respecto al recibo sobre el que hace tan sólo unas horas rabiaba. Ahora todo es distinto.
—He estado fuera. Mis empleados lo pasaron por alto—explica Santana.
Suelto un agradecido suspiro de alivio.
—Sabía que tenía que haber una explicación razonable. ¿Negocios o placer?
El interés de Will parece sincero, pero yo sé que no lo es. Está calculando mentalmente cuánto dinero ganará con Santana. Es un hombre encantador, pero los beneficios lo vuelven loco. Santana me mira.
—Placer, sin duda—responde categóricamente.
Me encojo aún más en mi silla giratoria y noto que la cara se me pone de mil tonos de rojo. Ni siquiera puedo mirarla a los ojos.
¿Qué se propone hacerme?
—Ya que estoy aquí, quisiera fijar algunas citas con la señorita Pierce. Necesitamos darle una vuelta rápida a esto—añade con seguridad.
¡Ja!
Me dan ganas de recordarle que, en teoría, no tiene que pedir citas para follarme. Pero si lo hiciera, sospecho que primero me despedirían y luego me esperaría un polvo para entrar en razón que superaría a todos los demás. Así que cierro el pico.
¿Citas?
Esta mujer es imposible.
—Por supuesto—responde Will—¿Está buscando un diseño, o una consulta de diseño y/o gestión del proyecto?
Pongo los ojos en blanco. Sé cuál es la respuesta a su pregunta. Después de ejecutar de forma perfecta y exasperada mi expresión de hartazgo, miro a Santana y veo que ella también me está mirando y que le cuesta no echarse a reír.
—El paquete completo—contesta.
¿Qué diablos significa eso?
—¡Genial!—aplaude Will—La dejo con Brittany. Ella la cuidará bien.
Will le ofrece otra vez la mano, y Santana la acepta con la mirada fija en mí. No he estado nunca en una posición tan difícil en mi vida. No dejo de sudar, no puedo parar de mover la pierna y tengo la espalda tan pegada al respaldo de mi silla que es probable que me esté fusionando con el cuero.
—Sé que lo hará—sonríe y sus estanques oscuros miran a Will—Si me da los datos bancarios de su empresa, le haré una transferencia inmediata. También haré un pago por adelantado para la siguiente fase. Eso evitará futuros retrasos.
—Haré que Tina se los pase por escrito—Will nos deja, pero no me relajo.
Santana vuelve a sentarse delante de mí. Su rostro es demasiado atractivo y está más que contenta gracias a mi estado de nervios.
¿«El paquete completo»?
¿«Placer, sin duda»?
¡Debería darle una y otra vez con el pisapapeles en la cabeza!
Me obligo a salir de mi momento de estupefacción, ordeno los dibujos que cubren mi mesa y saco la agenda.
—¿Cuándo te va bien?—pregunto.
Sé que sueno borde y muy poco profesional, pero me da igual. Está llevando demasiado lejos el asunto del poder.
—¿Cuándo te va bien a ti, Britt?
La miro y ahí está esa mirada oscura y satisfecha. Compruebo la agenda.
—No te hablo—le espeto con bastante inmadurez.
—¿Y si gritas para mí?
Abro los ojos, perpleja.
—Tampoco.
—Eso va a complicar un poco los negocios—comenta con un mohín; las comisuras de sus labios bailan.
—¿Serán negocios, López, o placer?
—Siempre placer, Britt—contesta, enigmática.
—Eres consciente de que me estás pagando para que me acueste contigo—siseo—¡Lo cual me convierte en una puta!
Una expresión de enfado le cruza la cara y se inclina hacia mí desde su sillón.
—Cállate, Brittany—me advierte—Y, para que lo sepas, después gritarás—vuelve a reclinarse en el sillón—Cuando hagamos las paces.
Suelto un profundo suspiro. Lo mejor para todos sería que mandara a la porra este proyecto ahora mismo. Will se moriría del susto, pero da igual: haga una cosa o la otra, voy a acabar mal. Si continúo así, van a pillarme. Y entonces sí que va a poder follarme cuando le dé la gana. Estoy perdiendo el control.
¿Perdiendo el control?
Me río para mis adentros.
¿He tenido el control en algún momento desde que esta mujer guapísima entró en mi vida como un elefante en una cacharrería?
—¿Qué te hace tanta gracia?—me pregunta muy seria.
Me tomo mi tiempo para pasar las páginas de la agenda con brusquedad.
—Mi vida—murmuro—¿En qué día te pongo?
—No quiero que me anotes a lápiz. El lápiz puede borrarse—lo dice con suavidad y confianza. Levanto la mirada de la agenda y veo un rotulador negro permanente ante mis narices—Todos los días, Britt—añade tan tranquila.
—¿Cómo que todos los días? ¡No seas idiota!—le suelto con una voz un pelín demasiado alta.
Me dedica una sonrisa arrebatadora y quita la capucha al rotulador. Se acerca, me roza la mano con los dedos y me arrebata la agenda. Me estremezco y me mira con cara de saber por qué. Busca la página de mañana y, con calma, traza una línea en el medio y escribe «López» en grandes letras negras. Pasa las del fin de semana.
—Los fines de semana ya eres mía, Britt-Britt—dice para sí.
¿Cómo?
¿Que soy qué?
¿Y eso quién lo dice?
Llega a la página del lunes y ve mi cita de las diez en punto con la señora Kent. Localiza una goma de borrar en mi bote de lápices y borra el apunte con cuidado. Me mira cuando se agacha para soplar los restos de la goma de la página. Está disfrutando, y yo continúo empotrada contra el respaldo de la silla mientras veo cómo me destroza la agenda de trabajo y al mismo tiempo intento evaluar hasta qué punto lo hace en serio. Me temo que lo hace muy en serio. A continuación, traza una línea negra también en el lunes.
¿Qué está haciendo?
Miro hacia la oficina y veo que mis compañeros se han cansado del espectáculo de Santana y Brittany y se han concentrado en el trabajo.
—¿Qué haces?—le pregunto con calma.
Hace una pausa y me mira.
—Estoy anotando mis citas.
—¿No te basta con controlar mi vida social?—me sorprende lo serena que suena mi voz. Me siento como si me hubiera atropellado un camión. Esta mujer tiene una cara dura y una confianza en sí mismo sin igual—Creía que no pedías citas para follarme.
—Vigila esa boca—me advierte—Ya te lo he dicho antes, Britt: haré lo que haga falta.
—¿Para qué?—mi voz es apenas un susurro.
—Para mantenerte a mi lado.
¿Quiere mantenerme a su lado?
¿Qué?
¿Por el sexo o por algo más?
No se lo pregunto.
—¿Y si no quiero que me mantengas a tu lado?—le pregunto.
—Pero es lo que quieres que haga, Britt. Por eso me cuesta tanto entender que sigas resistiéndote a mí.
Vuelve a centrarse en mi agenda y en trazar una línea en todos los días del resto del año. Cuando termina, la cierra y se pone de pie. Su autoconfianza no conoce fronteras.
¿Y cómo sabe que quiero que me mantenga a su lado?
Tal vez no sea así.
Jesús, estoy intentando engañarme a mí misma.
Voy a tener que comprarme una agenda nueva. Me aplaudo mentalmente por guardar una copia de seguridad de mis citas en mi calendario online. Aunque es una medida cautelar por si pierdo la agenda, no por si me las borra una maníaca controladora e irracional.
—¿A qué hora sales de trabajar, Britt?—pregunta.
—A eso de las seis.
No puedo creerme que le haya contestado sin dudar ni un segundo.
—A eso de las seis—repite, y acerca la mano a mi mesa.
¿Quiere que le dé un apretón de manos?
Estiro la mía, dejándole muy claro que no quiero que tiemble, y la coloco cuidadosamente en la suya. Un cosquilleo familiar recorre mi ser a toda velocidad cuando nuestras manos se tocan y sus dedos me rozan la muñeca mientras me acaricia el centro de la palma. Levanto la cabeza para mirarla.
—¿Lo ves?—susurra antes de apartarse, salir de mi despacho y recoger el sobre de la mesa de Tina antes de marcharse.
¡Es increíble!
El corazón me convulsiona en el pecho y un sudor incómodo me empapa cuando me siento delante de la mesa y me abanico la cara como una posesa con el posavasos de la taza de café.
¿Cómo me hace las cosas que me hace?
Kurt me mira con los ojos muy abiertos y una expresión de «Guaaaaau» en la cara. Suelto una larga bocanada de aire desde el fondo de los pulmones para intentar regular mi corazón desbocado.
¿Quiere conservarme?
¿Qué?
¿Conservarme y controlarme, conservarme para quererme o conservarme para follarme?
Ya me ha follado hasta hacerme perder la cabeza. Debe de haberlo conseguido, porque siempre vuelvo a por más. No, yo no vuelvo por más. Ella me hace volver a por más.
¿Me está forzando a volver por más o soy yo la que vuelve por voluntad propia?
Buf, ya no lo sé.
Dios, ¡soy un puto desastre!
Guardo los dibujos de la Torre Vida antes de mirar mi agenda en el correo electrónico para poder volver a anotar mis citas en la de papel. Estoy en un buen lío.
Pero tiene toda la razón... Quiero que me conserve.
Soy completamente adicta.
La necesito.
Examino mi lista de clientes y tomo nota de cómo van las cosas con cada uno de ellos. Nuestras reuniones quincenales son relajadas y sirven para poner a Will al corriente de nuestros proyectos y para avisar a Tina del papeleo que queda por terminar. También son una hora para engullir pastelitos de crema y beber té sin parar. Esta noche tendré que salir a correr.
—Tina—la llamo desde mi despacho. Levanta la vista de la pantalla del ordenador y se quita las gafas para verme mejor—¿Podrías pasarme la lista de pagos de mis clientes, por favor?
—Por supuesto, Britt.
—¡Y a mí también!—grita Mercedes.
Tina mira a Kurt, que asiente con la cabeza. No es frecuente tener que perseguir a un moroso, pero cuando toca hacerlo es bastante incómodo. Will es muy estricto con las fechas de cobro.
Me sumerjo en el trabajo durante unas horas, persigo pedidos y respondo correos electrónicos. A las doce, Tina deja una caja sobre mi mesa.
—Ha llegado esto para ti.
Anda. No he oído la puerta.
—Gracias, Tina.
Miro la caja blanca. Sé de quién es. La abro, íntimamente emocionada, y miro a mi alrededor para asegurarme de que nadie me está prestando atención. Dentro hay un pastelito de chocolate y nata. Me río a carcajadas y Kurt levanta la cabeza de inmediato de su mesa de trabajo. Le hago un gesto con la mano para decirle que no es nada. Pone los ojos en blanco y vuelve a sus bocetos. Cojo la nota y la abro.
LA VENGANZA ES DULCE.
BSS, S
Sonrío, cojo el pastelito y le hinco el diente. A continuación, agarro la carpeta y me dirijo al despacho de Will. Tina me sigue con una bandeja llena de té y pastelitos.
—¡Espéranos!—gimotea Kurt, que contempla cómo me meto el último trozo de pastel en la boca. Me mira con envidia cuando me limpio una gota de nata de la comisura de los labios—Yo quiero uno de ésos, Tina—dice mientras estudia con atención la bandeja que Tina ha dejado sobre la mesa de Will.
—Hay milhojas de vainilla.
—¡No puedo ni olerlos!—ladra Mercedes al tiempo que se sienta en uno de los sillones semicirculares que hay colocados alrededor de la enorme mesa de caoba de Will.
—No me digas que estás otra vez a dieta—protesta Will.
—Sí, pero ésta funciona—repone feliz.
En serio, cada semana está con una dieta distinta.
Me siento a su lado y Kurt se une a nosotras. Tina nos pasa una hoja de cálculo con el estado de los pagos de los clientes antes de servirnos el té y sentarse. Miro la lista de facturas, todas están marcadas como «Pagada» o «Pendiente», pero al pasar el dedo por la página veo una subrayada en la sección de «Impagos». Sólo hay un cliente en esa columna.
Uno sólo.
¿Cómo?
Me estremezco por dentro. Toda esperanza de evitar cualquier tipo de referencia a La Mansión y a la señora López se ha desvanecido. La muy idiota aún no ha pagado la factura de la primera visita.
¿En qué piensa?
Levanto la mirada y veo a Will repasando la misma lista que yo, igual que Mercedes y Kurt, que me miran a la vez con idéntica expresión en la cara. Es esa mirada de «Ay, pobre». Me hundo en el sillón, preparándome para la que se avecina.
—Britt, tienes que contactar con la señora López y darle un tirón de orejas. ¿Cómo van las cosas?—me pregunta Will.
Ay, Dios.
No he rellenado los formularios de cliente, salvo el informe inicial; no he enviado presupuestos; no he definido mi papel en el proyecto, si voy a limitarme a diseñar o si voy a diseñarlo y a dirigirlo. No he hecho nada. Bueno, en realidad sí, pero no está relacionado con el trabajo. Ni siquiera he pedido que se le envíe la factura para la segunda reunión —por llamarla de alguna manera—, esa de la que salí corriendo sin sujetador.
Y, por cierto, ¿dónde está ese sujetador?
Sí, he dedicado un par de horas a hacer bocetos, he pasado el domingo en la nueva ala, pero no puedo cobrar por eso. No trabajo los domingos, y Will no tiene más que echar un vistazo a mi agenda para ver que no he tenido más reuniones con la señora López. Lo único que he hecho con respecto a ella no encaja en mi categoría profesional.
A la mierda.
Me aclaro la garganta.
—Estoy preparando el detalle de las visitas y el presupuesto.
Me mira con el ceño fruncido y cara de pocos amigos.
—La primera reunión fue hace dos semanas y ya has hecho una segunda visita. ¿Cómo es que estás tardando tanto, Britt?
Me entran sudores fríos. El desglose de las tarifas de mis servicios es una tarea muy sencilla: se soluciona mediante contratos individuales y normalmente antes de la segunda visita. No tengo excusa. Kurt y Mercedes no me quitan los ojos de encima.
—Ha estado fuera—farfullo—Me pidió que esperara un poco antes de enviarle correspondencia.
—Cuando hablé con ella el lunes pasado estaba muy dispuesta a ponerse manos a la obra—contraataca Will mientras consulta su agenda.
¡Qué manía tiene de apuntárselo todo!
Me encojo de hombros.
—Creo que fue por un asunto de negocios de última hora. La llamaré.
—Llámala, y no quiero que le dediques más tiempo hasta que afloje la mosca. ¿Cómo vamos con el señor Flanagan?
Suspiro de alivio y me lanzo con entusiasmo a relatar los progresos en la Torre Vida, feliz de haber terminado con el asunto de la señora de La Mansión.
¡Voy a matarla!
Salgo del despacho de Will y Kurt me da un apretón en el hombro y suelta una risita cuando pasa a mi lado.
—¡Ni se te ocurra!—le aviso.
—Podría haber sido peor, Britt—comenta Mercedes.
Tiene razón. Podría haber sido un desastre.
Salgo de la oficina y camino por la calle hacia donde Santana me ha dejado esta mañana. Me acerco a Berkeley Square y un imbécil me da un susto de muerte cuando está a punto de atropellarme con su motocicleta ruidosa. Mi corazón recupera la normalidad, me detengo y me apoyo contra la pared. Saco el móvil del bolso para ver los mensajes. Hay dos de Rachel.
Necesito ayuda. ¿Puedes venir a casa y desatarme, porfa?
Me quedo mirando el teléfono con la boca abierta y rápidamente busco la hora a la que ha enviado el mensaje: las once.
¿Seguirá atada?
Abro el siguiente.
¡No te asustes! Quinn está haciendo una broma. Me encantaría poder verte la cara. Bss.
Sí, claro, Quinn la comediante. Pero una pequeña parte de mí se pregunta si su broma tendrá una parte seria. Santana no se sorprendió cuando se lo comenté. Rachel dijo que era «divertida». Hummm. Me lo imagino. Miro la hora. Es la una y cinco.
Vale, llega tarde y eso me molesta.
¿Cuánto debo esperarla?
Me estoy preguntando hasta qué punto debo de estar desesperada para quedarme aquí plantada esperándola cuando levanto la cabeza y veo ese rostro hermoso que tanto amo. Está montada en la ruidosa motocicleta que me habría gustado romper en mil pedazos. Curvo los labios en una media sonrisa, me aparto de la pared y camino hacia ella. Está mucho más que sexy sobre esa trampa mortal.
—Eres un peligro—la regaño, y me detengo delante de ella.
—¿Te he asustado?—cuelga el casco del manillar de la motocicleta.
—Sí. Esa cosa necesita una revisión del nivel de ruido—me quejo.
—Esa cosa es una Ducati 1098. Cuidado con esa boca—me rodea la cintura con los brazos y me sienta en su regazo—Bésame, Britt—susurra.
Me reclama la boca y convierte la toma de posesión de mis labios en una exhibición teatral para que todo el mundo la vea. Oigo las burlas y los chistes de la gente que pasa, pero me da igual. Enlazo los brazos alrededor de su cuello y me entrego a ella.
Sólo han pasado unas horas, pero la he echado de menos. De repente, se me ocurre que estamos a unos cientos de metros de la oficina y que Will podría pasar a nuestro lado en cualquier momento. Si me ve retozando con la señora López se hará una idea equivocada: que le estoy dando un trato de favor a costa de perder dinero. Después de la reunión, me muevo en aguas turbulentas.
Me retuerzo para soltarme, pero me abraza con más fuerza y aprieta aún más los labios contra los míos. Mi intento de fuga gana en intensidad y desesperación y ella me sujeta más fuerte. Apoyo las manos en su pecho y empujo para apartarla. Al final me deja la boca libre, pero no el resto del cuerpo. Me mira fijamente.
—¿Qué crees que estás haciendo, Britt?
—Suéltame—me revuelvo contra ella.
—Oye, dejemos una cosa clara, Britt-Britt. Tú no decides cuándo y dónde te beso o durante cuánto tiempo—lo dice muy en serio.
¡Maníaca del control engreída!
Hago uso de todas mis fuerzas para liberarme y fracaso miserablemente. Estoy sin aliento.
—San, si Will me ve contigo, estaré de mierda hasta el cuello. ¡Suéltame!
Para mi sorpresa, me suelta, así que vuelvo a la acera como puedo para recomponerme. Cuando la miro, me encuentro con la mirada más furibunda y penetrante que me hayan lanzado jamás. Me cabrea de verdad.
Y ¿a qué viene todo eso de los besos cuando, donde y como ella quiera?
Eso es llevar sus tendencias controladoras a una nueva categoría.
—¿De qué coño estás hablando?—me grita—¡Y vigila esa boca!
—Tú—le digo en tono acusador—No has pagado la factura, de manera que ahora se supone que tengo que mandarte un recordatorio amistoso. He tenido que mentir diciendo que estabas de viaje.
¿Un morreo en toda regla cuenta como recordatorio amistoso?
Seguro que Santana cree que sí.
—Bueno ya me lo has recordado. Ahora sube el culo a la moto, Britt.
¡Si las miradas mataran!
—¡No!—digo con incredulidad.
No le gusta nada que le plante cara. No voy a arriesgar mi puesto de trabajo sólo para que doña Controladora no coja una pataleta. Me mira sin poder creérselo y se baja de la moto en plan espectacular, con los vaqueros ceñidos a esos muslos tan magníficos y su pelo suelto.
Vacilo.
Esta mujer me afecta demasiado.
Me mira con fijeza.
—Tres.
Abro la boca de forma exagerada. No será capaz. No en plena Berkeley Square.
¡Va a parecer que me está secuestrando, violando y asesinando, todo a la vez!
Yo sé que no es así, pero es lo que va a parecerle a todo el mundo, y odio pensar en lo que Santana es capaz de hacer si alguien intenta obligarla a que me suelte. Forma una desagradable línea recta con sus labios mientras me taladra con una mirada durísima.
—Dos—masculla con los dientes apretados.
Piensa, piensa, piensa.
Resoplo.
—No voy a pelearme contigo en mitad de Berkeley Square. ¡Te comportas como una cría, San!
Doy media vuelta y me marcho. No sé por qué lo estoy haciendo, es como una bomba de relojería. Pero tengo que mantenerme firme. Está siendo estúpida y nada razonable, así que voy a pararle los pies.
Siento que se me acerca por detrás cuando llego a Bond Street, pero sigo adelante. Hay una tienda bonita cerca. Me esconderé en ella.
—¡Uno!—grita.
Sigo andando.
—¡Que te jodan! ¡Estás siendo injusta y poco razonable!
Sé que estoy tentando mi suerte al soltar tacos y desobedecerla, ¡pero es que estoy muy cabreada!
—¡Esa boca! ¿Qué tiene de poco razonable que quiera besarte, Britt?
Es alucinante.
¿Es que sólo piensa en sí misma?
—Lo sabes perfectamente, y es injusto porque estás intentando hacer que me sienta mal, Santana.
Entro en la tienda y la dejo andando arriba y abajo por la acera, escudriñando a través del escaparate de vez en cuando. Sabía que no sería capaz de entrar. Soy consciente de que está hecha una furia y de que tendré que salir de la tienda en algún momento, pero necesito un minuto de paz para pensar. Empiezo a dar vueltas por el local. Una chica demasiado arreglada y maquillada se me acerca.
—¿En qué puedo ayudarla?
—Sólo estoy mirando, gracias.
—En esta sección está todo el avance de temporada—señala con el brazo hacia un colgador lleno de vestidos.
—Gracias.
Empiezo a pasar un vestido tras otro; hay verdaderas maravillas. Los precios son de locos, pero las prendas son preciosas. Cojo un vestido de seda de color crema entallado y sin mangas. Es más corto que los que suelo ponerme, pero adorable.
—¡Con eso no sales a la calle!
Levanto la mirada sorprendida y veo a Santana en la puerta, observando el vestido como si fuera a morderme.
¡Qué vergüenza, por Dios!
La dependienta mira primero a Santana con los ojos como platos y luego se vuelve hacia mí. Le dedico una media sonrisa. Estoy horrorizada.
¿Quién coño se cree que es?
La miro con todo el odio que soy capaz de sentir y dejo que lea en mis labios: «Jódete.» Le sale humo de las orejas, como era de esperar. Vuelvo a centrarme en la dependienta.
Piensa, piensa, piensa.
—¿No tiene nada más corto?—pregunto con dulzura.
—¡Britt!—ladra Santana—No te pases.
La ignoro y sigo mirando a la dependienta, expectante. Parece que a la pobre chica va a darle un ataque de pánico; mueve la cabeza a un lado y a otro, muy nerviosa, hacia Santana, hacia mí y vuelta a empezar.
—No lo creo—dice en voz baja.
Vale, ahora me da pena. No debería involucrarla en esta discusión patética por un vestido, los cuales ella también usa.
—Bien, me lo llevo—sonrío y le doy el vestido.
Me mira y luego mira a la mujer de la puerta.
—¿Es la talla correcta?
—¿Es una cuarenta?—pregunto.
La tienda tiembla ante la ira de Santana, literalmente.
—Sí, pero le recomiendo que se lo pruebe. No aceptamos devoluciones.
Bueno, iba a arriesgarme a que no me quedara bien pero, a ese precio, quizá sea mejor que no lo haga. Me lleva a un probador y cuelga el vestido de una elegante percha.
—Avíseme si necesita cualquier cosa.
Sonríe y corre la cortina de terciopelo para dejarme a solas con el vestido. Soy tan patética como Santana por hacer esto, estoy provocándola a propósito. Estamos hablando de la mujer que me obligó a dormir con un jersey de invierno en primavera porque había otra persona en el departamento.
¿Es necesario esto?
Decido que sí.
No puede seguir comportándose así.
Me peleo con el vestido y con la cremallera cuando se cruza con la costura a la altura del pecho. No voy a rendirme. Una vez subida me quedará bien. Estiro la parte delantera. Es muy agradable al tacto. Descorro la cortina y me coloco frente al espejo de cuerpo entero para poder verme bien.
¡Vaya!
Me queda genial. Es muy favorecedor, resalta mi piel y mi pelo rubio.
—¡Jesús, María y José!
Me vuelvo y veo a Santana con las manos hundidas en el pelo, dando vueltas de un lado a otro. Es como si le hubieran dado una descarga con una pistola eléctrica. Se para, me mira, abre la boca, la cierra de golpe y empieza a dar vueltas otra vez. La verdad es que me hace bastante gracia. Se detiene y me mira con los ojos como platos, traumatizado.
—No vas a... No puedes... Britt... Britt-Britt... ¡No puedo mirarte!
Se marcha murmurando no sé qué mierda sobre una mujer intolerable e infartos. Me quedo de nuevo a solas con el vestido. La dependienta se me acerca con cautela.
—Está usted increíble—dice no muy alto, y después mira hacia atrás por si Santana está cerca.
—Gracias. Me lo llevo.
Es más fácil salir del vestido que meterse en él. Se lo doy a la dependienta y me visto.
Cuando salgo del probador, Santana está inspeccionando unos tacones de vértigo. El desconcierto que refleja su rostro hace que me derrita un poquito, pero en cuanto me ve los deja otra vez en su sitio y me mira con odio. Entonces me acuerdo de que estoy furiosa con ella. Saco el monedero del bolso y la tarjeta de crédito.
¿Quinientas libras por un vestido?
Es demasiado caro, pero estoy desafiándolo.
¿Y la llamo cría a ella?
Esto es ridículo.
¿Cómo se le ocurre pensar que tiene derecho a decirme qué puedo y qué no puedo ponerme?
La dependienta empieza a envolver el vestido en toda clase de papeles de seda. Me gustaría decirle que lo meta en una bolsa y punto —antes de que Santana decida hacerlo trizas—, pero me da miedo que la pobre chica pierda su trabajo por hacer algo tan normal. Así que me resigno a cerrar el pico y a esperar pacientemente a que haga lo que tiene que hacer. Después de un milenio envolviendo, doblando, guardando y tecleando el código de mi tarjeta, la dependienta me da la bolsa.
—Que disfrute del vestido, señora. De verdad que le queda muy bien—mira a Santana con recelo.
—Gracias—sonrío.
Y ahora, ¿cómo salgo yo de la tienda?
Me vuelvo y veo a Santana en el umbral, pensativa y con cara de pocos amigos. Voy hacia allá con decisión, aunque no la sienta, y me detengo delante de ella.
Estoy muerta de miedo, pero no voy a dejar que lo note.
—¿Me permites?
Me mira y luego mira la bolsa.
—Acabas de malgastar cientos de libras. No vas a ponerte ese vestido, Britt—dice sin titubeos.
—Permíteme, por favor—hago énfasis en el «por favor».
Aprieta los labios y cambia el peso del cuerpo hacia el otro lado, de modo que me deja un hueco para pasar. Salgo a la calle y me dirijo hacia la oficina. Sólo he estado fuera cuarenta minutos, pero no voy a pasar el resto de mi hora de la comida discutiendo sobre las muestras de afecto en público y mi ropa. El día había empezado tan bien... Claro, porque le decía a todo que sí.
Noto su aliento tibio en la nuca.
—¡Cero!
Doy un grito cuando me empuja hacia un callejón y me lanza contra la pared. Me aplasta los labios con los suyos, mueve las caderas con furia contra las mías; sus pezones al chocar con los míos, están muy duros.
¿Le excita cabrearse por un vestido?
Supongo que es preferible a que me torture.
Intento resistirme a la invasión de su lengua... un poco. Esto no está bien. Al instante me consume y necesito tenerla dentro de mí. Le rodeo el cuello con los brazos y la acepto con todo mí ser, absorbo su intrusión y salgo al encuentro de su lengua, caricia a caricia.
—No voy a permitir que te pongas ese vestido, Britt—gime en mi boca.
—No puedes decirme qué puedo y qué no puedo ponerme, San.
—Impídemelo—me reta.
—Sólo es un vestido, tú también los usas.
—Pero cuando tú te lo pones, Britt, no es sólo un vestido. No vas ponértelo.
Aprieta la entrepierna contra la mía, una clara demostración de lo que le provoca el vestido. Sé que está pensando que causará la misma reacción a otras personas.
Qué loca está.
Respiro hondo. Comprar el vestido es una cosa, ponérselo y lucirlo en un pub constituye un acto de desobediencia muy distinto. Tengo veintiséis años y ella misma me ha dicho que tengo unas piernas estupendas.
Decido que no voy a llegar a ninguna parte con esto. Al menos no ahora. Lo que sí quiero discutir con todo detalle es eso de que se crea con derecho a controlar mi vestuario. De hecho, tenemos que hablar de todas sus exigencias poco razonables, y punto. Pero ahora no. Sólo me quedan veinte minutos de la hora de comer y espero que esa conversación dure mucho más.
—Gracias por el pastel—le digo mientras besa cada centímetro de mi cara.
—De nada. ¿Te lo has comido?
—Sí. Estaba delicioso.
Le beso la comisura de los labios y restriego la mejilla contra la suya. Se le escapa un gruñido grave cuando gimo en su oído y le acaricio el cuello con la nariz para inhalar su adorable fragancia. Sólo quiero acurrucarme entre sus brazos.
—Se supone que no debo dedicarte más tiempo hasta que hayas pagado la factura, San.
Sigo abrazada a ella y la agarro con más fuerza cuando me mordisquea el lóbulo de la oreja.
—Pasaré por encima de quien intente detenerme, Britt-Britt—me lame el borde de la oreja y me provoca un escalofrío.
No me cabe duda de que lo hará. Esta mujer está como una cabra.
¿Por qué es así?
—¿Por qué eres tan poco razonable?
Me aparta y me mira. Se le ve en la cara, impresionante, que la he pillado por sorpresa. La arruga de la frente ocupa su lugar.
—No lo sé, Britt. ¿Puedo preguntarte lo mismo?
La mandíbula me llega al suelo.
¿Yo?
Esta mujer alucina. Su lista de locuras es más larga que un día sin pan. Hago un gesto de negación con la cabeza y frunzo el ceño.
—Será mejor que vuelva a la oficina.
Suspira.
—Te acompaño.
—La mitad del camino. No pueden verme charlando con los clientes durante la comida sin que Will lo sepa, y menos con los que tienen facturas sin pagar—farfullo—¡Paga lo que debes!
Pone los ojos en blanco.
—Dios no quiera que Will se entere de que una cliente morosa se te está follando hasta hacerte perder la cabeza—una pequeña sonrisa aparece en las comisuras de sus labios cuando jadeo sorprendida por el brutal resumen de nuestra relación—¿Vamos?
Mueve el brazo en dirección a la entrada del callejón, sonriente.
¿Follar?
Bueno sí, supongo que eso hemos hecho, pero oírla de su boca me toca la fibra sensible. Caminamos en dirección a mi oficina y el silencio es incómodo, al menos para mí.
Sus palabras me han herido.
¿Así es como me ve?
¿Cómo un juguetito al que follarse y controlar?
Languidezco por dentro, una vez más, y contemplo la agonía que me espera. Esta mujer me lanza tantas señales contradictorias que mi pobre ego no puede seguirle el ritmo.
Intenta cogerme la mano y automáticamente me separo de ella. Me estoy hundiendo en la miseria. Con un pequeño gruñido, vuelve a intentarlo. No digo nada, pero aparto la mano de nuevo. Estoy cabreada y quiero que lo sepa. Captará el mensaje. O no. Me agarra la mano y la aprieta sin piedad hasta el punto de hacerme daño. Era de esperar. Empiezo a ser capaz de leer a esta mujer como si fuera un libro abierto. Doblo los dedos y levanto la vista. Su ceño fruncido se transforma en una expresión de satisfacción cuando dejo de resistirme y le permito llevarme de la mano.
¿Le permito?
Como si tuviera otra opción.
Justo en ese momento, algún capullo del más allá debe de pensar que sería divertidísimo enviar a James, el amigo de Elaine, a que doble la esquina y baje por la calle hacia nosotras. Pongo todo mi empeño en que Santana me suelte la mano, pero lo único que hace es apretarla con más fuerza.
—¡Mierda! Es un amigo de Elaine.
El ceño fruncido reaparece en cuanto se vuelve para mirarme.
—Esa boca. ¿De tu ex?
—Sí. Suéltame.
Intento librarme de sus dedos a la fuerza, pero es inútil.
Después de que Elaine me pidiera que volviera con ella y del discurso que vino a continuación para que la perdonara y explicarme la situación de mierda en general, no sería justo por mi parte que se lo restregara por las narices.
—Te lo he dicho, Brittany, pasaré por encima de quien haga falta—me advierte mirando directamente a James con el rostro impasible pero lleno de determinación.
No deja de apretarme la mano sin piedad. Intento frenarla para que me dé tiempo a soltarme y así evitar el desastre inminente: que James me vea de la mano de otra persona.
No me gusta hacer sufrir a nadie porque sí, y esto es totalmente porque sí. Elaine ya se siente bastante mal, no necesita que le confirmen lo que Rachel le dijo para cabrearla.
Sigo luchando por librarme de Santana, que continúa comportándose como una estúpida integral. Me está arrastrando, literalmente, hacia James, que dentro de pocos segundos levantará la vista del móvil y me verá.
A lo mejor no lo hace.
A lo mejor pasamos junto a él sin que me vea y ya está.
Eso espero, porque me va a ser imposible deshacerme de Santana, y es aún más imposible que se comporte como un ser racional y me suelte. Nos acercamos y decido dejar de resistirme y de llamar la atención. James está absorto en su móvil y cada paso que damos hacia él parece menos probable que vaya a levantar la vista. Mentalmente, le dedico a Santana una retahíla de insultos bastante explícitos y tiro de la mano para enfatizar mi enfado, pero ella se limita a mirar hacia adelante y a seguir caminando con decisión.
—Pasaré por encima, Britt—gruñe.
En cuanto pasamos al lado de James por la acera me relajo. Ya casi lo hemos dejado atrás. Pero entonces Santana abre la boca:
—¿Tienes hora?
¡¿Qué?!
¡Esta cabrona es imbécil!
Me toca quedarme ahí de pie, inmóvil delante de James, de la mano de Santana y muriéndome por dentro. Quiero recordarle que lleva un Rolex estupendo y nada discreto en la muñeca, o levantarle el brazo y decirle que mire la hora ella solita.
Es una cerda egocéntrica, irracional y sin principios.
—Sí, son las... ¿Brittany?—James me mira con el ceño fruncido a más no poder.
Mi cerebro ha sufrido un cortocircuito intentando encontrar las palabras adecuadas que enviar a mi boca.
—James.
Es lo único que se me ocurre. El amigo de Elaine parece estar en un partido de tenis: su mirada va de Santana a mí, de mí a Santana y así sucesivamente. Obviamente se come a Santana con la mirada, pero no puedo pensar en eso en estos momentos.
—Eeeeh... ¿Estás bien?
—Sí—digo con un gritito agudo.
Me mira mal, cosa que tiene narices, teniendo en cuenta que él era la mano derecha de Elaine en todas sus aventuras. No sé por qué le doy tanta importancia.
Después de todo lo que ha hecho, ¿qué me importa si le confirman que estoy saliendo con otra persona?
Ahora sólo estoy cabreada con Santana por decidir por su cuenta cómo tienen que ser las cosas.
—¿La hora?—le recuerda Santana.
Espero ser la única que nota la hostilidad que desprende. James en muchas de sus miradas sugerentes y desnudarla con la miradave el Rolex. Le suplico mentalmente que le diga qué hora es y que no pinche a la serpiente de cascabel. Su amigo puede ser tan chulito como Elaine, y hacer enfadar a Santana sería un gran error.
—Sí—baja la vista al móvil—Son las dos menos diez, morena.
Santana no le da las gracias, sino que me suelta la mano, me rodea los hombros con el brazo, me atrae hacia sí y me planta los labios cariñosamente en la sien. La miro y sacudo la cabeza, atónita. Está pasando por encima de quien haga falta. Tiene el pecho hinchado y erguido y le falta poco para golpeárselo con los puños. Ya puestos, que me mee en el tobillo, también.
James nos mira con los ojos como platos y Santana decide que nos vamos. Me ha dejado sin habla. Acaba de decirme que lo nuestro es follar y poco más y ahora le da por marcar el territorio. Todo esto me tiene muy confusa. Si tuviera valor, se lo preguntaría directamente. Pero me da miedo lo que podría contestar. Estas aguas superficiales son más difíciles de navegar cuanto más tiempo paso con ella.
Nos acercamos a mi oficina, se detiene y me empuja con cuidado contra la pared con el cuerpo. Mueve la cabeza hacia la mía y su aliento cálido y mentolado me calienta las mejillas.
—¿Por qué no quieres que tu ex sepa que estás follando con otra persona?
Ahí está otra vez.
¡Follando!
—Por nada. Sólo que no es necesario—digo con calma.
Me coge de la muñeca para apartarme la mano del pelo.
—Ahora dime la verdad, Britt—exige con dulzura.
¿Cómo se ha dado cuenta de mi mala costumbre tan rápido?
Mi mamá, mi papá y mi hermano me conocen de toda la vida, y Rachel desde secundaria. Se han ganado su derecho a conocer mi secreto.
—Contéstame, Britt.
—Me pidió que volviera con ella.
Bajo la mirada, no puedo mirarla a los ojos. No debería importarme. Al fin y al cabo, con ella sólo estoy follando.
—¿Cuándo?—las palabras chocan contra sus dientes apretados.
—Hace semanas.
La mano que me sujeta la muñeca aprieta con más fuerza cuando flexiono los músculos para llevarme los dedos al pelo.
Mentir se me da de pena.
Me levanta la barbilla con la mano que tiene libre y me obliga a mirarla. No me siento cómoda con la oscuridad que arde en sus ojos.
—¿Cuándo?
—El martes pasado—susurro.
Entrecierra los ojos y empieza a morderse con rabia su carnoso labio inferior.
¿En qué estará pensando?
—Ella era el asunto importante, ¿verdad?
Huy.
Va a entrar en erupción. Veo que su pecho sube y baja, despacio y bajo control. No estoy asustada, sé que no va a hacerme daño. Ya he visto esta reacción y los subsiguientes métodos preventivos para minimizar los cardenales en mi trasero, pero tiene una forma muy intensa de ver las cosas y de reaccionar.
—Sí—reconozco con tranquilidad. Noto el aire gélido que emana de ella al oír mi respuesta—Tengo que volver al trabajo—añado.
Tengo que salir de aquí. Me clava la mirada.
—No volverás a verla, Britt—es otra orden.
Esta hora de la comida me ha abierto los ojos pero bien. Quiere tener un control total sobre mí y mi opinión no cuenta.
Para nada.
¿Es esto lo que quiero?
Mi cabeza es un remolino de dudas y sentimientos.
¿Por qué he tenido que enamorarme de la mujer más controladora, irracional, exigente y difícil del universo?
Espero pacientemente a que me suelte. No sé qué decir.
¿Espera que le confirme que voy a obedecerla?
¿Debería ceder?
No es probable que vuelva a ver a Elaine, no después de la escena que me montó, pero ¿debería darle mi palabra a una mujer a la que, por lo visto, sólo me estoy follando?
Me observa atentamente durante un buen rato antes de que su frente toque la mía y sus labios se deslicen hacia arriba, contra mi ceño.
—Ve a trabajar, Britt—retrocede.
Me voy. La dejo en la acera y entro en la oficina todo lo rápido que me permiten mis piernas temblorosas. Cruzo el umbral y me encuentro con las miradas inquisitivas de Kurt y de Mercedes. Seguro que mi aspecto refleja lo mal que me siento por dentro. Espero que no me pregunten sobre la señora López. Ya puestos, mejor que no me pregunten nada. Creo que me echaría a llorar.
Los saludo con la cabeza y sigo hacia mi escritorio. Tina sale de la cocina con una bandeja llena de tazas de café.
—Britt, no sabía que habías vuelto. ¿Te apetece un té o un café?
Quiero preguntarle si tiene algo de vino escondido en la cocina, pero me contengo.
—No, gracias, Tina—mascullo, con lo que me gano una mirada de «¿Qué coño está pasando?» por parte de Kurt y de Mercedes.
Centro toda la atención en la pantalla del ordenador e intento ignorar el dolor que aumenta en mi interior. Santana tiene serios problemas con el control, o con el poder, como ella lo llama. No puedo hacerlo, no puedo exponerme a que me rompan el corazón.
Así es como va a terminar esto.
Suena el móvil y doy las gracias: una distracción de mi torbellino interior. Es el señor Flanagan.
¿Ya ha vuelto?
—¿Diga?
Su leve acento irlandés se desliza por el teléfono.
—Hola, Brittany. ¿Qué te ha parecido la Torre Vida? Marley me ha comentado que la reunión fue muy bien.
¿Y me llama desde Irlanda para preguntarme eso?
¿No podía esperar a su vuelta?
—Sí, muy bien.
No sé qué más decir.
—Espero que esa linda cabecita tuya esté llena de ideas. Tengo muchas ganas de reunirme contigo cuando vuelva al Reino Unido.
Me llama desde Irlanda. Acaba de decir que mi cabeza es linda. Dios, no me bendigas con otro cliente inapropiado. Ya me está costando bastante lidiar con la que tengo ahora.
—Sí, también he recibido su correo. Le preparé algunos bocetos.
Casi he terminado con los bocetos y los tableros de inspiración. Se me ocurrió todo de repente, en un instante en que mi cerebro no estaba monopolizado por cierto cliente.
—¡Excelente! Estaré de vuelta en Londres el viernes que viene. ¿Podremos reunirnos?
—Por supuesto. ¿Qué día te va mejor?
—Marley contactará contigo. Ella lleva mi agenda.
Hago un mohín. Qué suerte tener una persona dedicada a organizarte la vida. Ahora mismo, me encantaría contar con alguien así.
—Muy bien, señor Flanagan.
Chasquea la lengua.
—Por favor, Brittany, llámame Rory. Adiós.
—Adiós, Rory.
Cuelgo y me siento a mi mesa mientras me doy golpecitos en un diente con la uña. No sé si es supercordial o más que cordial. Se lo tomó muy bien cuando rechacé su invitación a cenar, ¿me estoy imaginando las cosas?
¿Es culpa de Santana o es que llevo «chica fácil» escrito en la frente?
Instintivamente levanto el brazo y me rasco la cabeza.
Jo, estoy hecha un lío.
Saco los dibujos para la Torre Vida y los esparzo encima de la mesa. Lápiz en mano, empiezo a hacer anotaciones.
Oigo que se abre la puerta de la oficina pero no levanto la vista. Estoy en uno de esos momentos en los que las ideas fluyen. Es una distracción que agradezco y que me hacía falta.
—¡Britt!—me llama Kurt—¡Es para tiiiiiiiii!
Levanto la cabeza y casi me caigo de la silla cuando veo a Santana, tan pancha, en la entrada de la oficina.
Ay, Dios.
¿Qué hace aquí?
Viene con toda la confianza del mundo hacia mi mesa, divina con sus vaqueros gastados, la camiseta blanca y el pelo alborotado. Me doy cuenta de que Kurt y Mercedes se ponen a dar golpecitos con sus bolígrafos en las mesas y la siguen con la mirada. Incluso Tina se ha quedado parada, con un fax a medio enviar, y parece un poco confusa.
Santana se detiene al llegar a mi mesa. Le recorro el cuerpo con los ojos hasta encontrar su mirada oscura, su expresión de cretina y una sonrisa de satisfacción que juguetea en la comisura de sus labios. No sé a qué viene esto. No hace ni media hora que me ha dejado con las piernas temblorosas y la cabeza convertida en un torbellino, hecha un lío. Los temblores han vuelto, pero ahora me recorren todo el cuerpo; mi cabeza es una mezcla de caos e incertidumbre.
¿Qué está intentando demostrar?
—Señorita Pierce—dice con calma.
—Señora López—la saludo titubeante.
La miro inquisitivamente, pero no suelta prenda. Echo un vistazo a la oficina y veo tres pares de ojos que se vuelven hacia mí a intervalos regulares.
—¿No va a ofrecerme asiento?
Mi mirada vuelve de repente a Santana. Señalo uno de los sillones negros semicirculares que hay al otro lado de mi mesa. Acerca uno y se sienta con parsimonia.
—¿Qué estás haciendo?—siseo tras inclinarme sobre la mesa.
Me suelta esa sonrisa llena de confianza en sí misma y que derrite a cualquiera.
—He venido a pagar un recibo, señorita Pierce.
—Ah—me reclino en mi asiento—¿Tina?—grito—¿Puedes atender a la señora López, por favor? Le gustaría pagar el recibo que tiene pendiente.
Observo a Santana revolverse ligeramente en el sillón y lanzarme una mirada de desaprobación. No es por llevarle la contraria, es que no soy yo la que se encarga del tema de los recibos; no sabría ni por dónde empezar.
—Por supuesto—contesta ella.
Entonces se da cuenta.
¡Sí!
Es la misma mujer que te chilló por teléfono, entró en la oficina como una apisonadora y te envió flores.
¡Por lo visto la vuelvo loca!
Le lanzo una mirada de «No preguntes» que hace que se vaya al archivador.
—Tina se ocupará de usted, señora López—sonrío educadamente.
Las cejas de Santana le tocan el nacimiento del pelo y la arruga de la frente aparece en su sitio de siempre.
—Sólo tú, Britt—dice en voz baja, sólo para mis oídos.
No tiene intención alguna de marcharse. Se queda ahí sentada, tan a gusto y relajada, mirándome con detenimiento mientras Tina hace el idiota con el archivador.
¡Date prisa!
Estoy a punto de partir el lápiz en dos cuando oigo el familiar sonido de los pasos de Will detrás de mí. El día se está poniendo cada vez mejor.
—¿Britt?
Levanto la vista, nerviosa, y veo a Will de pie junto a mi mesa, mirándome con expectación. Muevo el lápiz para señalar a Santana.
—Will, te presento a la señora López, la dueña de La Mansión. Señora López, le presento a Will Schuester, mi jefe.
Lanzo a Santana una mirada suplicante.
—Ah, señora López, su cara me suena—Will le tiende la mano.
—Nos vimos un instante en el Lusso—dice Santana, que se levanta y estrecha la mano a Will.
¿Ah, sí?
El símbolo de la libra esterlina aparece en los ojos verdes de Will; está encantado.
—¡Sí, usted compró el ático!—exclama con alegría.
Santana asiente y noto que mi jefe ya no está tan preocupado por la factura pendiente. Tina se acerca con una copia del recibo pendiente y da un salto cuando Will se lo arranca de las manos pálidas y delicadas.
—¿No le has ofrecido nada a la señora López?—le pregunta a la estupefacta Tina.
—No hace falta. Sólo he venido a saldar mi deuda.
Los tonos roncos de Santana resuenan en mí cuando me siento, como si me hubieran pegado con velcro a la silla, para observar el intercambio cortés que tiene lugar ante mis ojos.
¿Cómo puede estar tan tranquila?
Aquí estoy yo, sentada, tensa de los pies a la cabeza, jugueteando nerviosa con el lápiz y con la boca cerrada a cal y canto. Es obvio que me siento incómoda, pero Will no parece darse cuenta. Hace un gesto a Tina para que se marche.
—No debería haber venido sólo para esto—agita el recibo sin pagar en el aire.
Resoplo y luego toso para disimular mi reacción al tono informal de Will respecto al recibo sobre el que hace tan sólo unas horas rabiaba. Ahora todo es distinto.
—He estado fuera. Mis empleados lo pasaron por alto—explica Santana.
Suelto un agradecido suspiro de alivio.
—Sabía que tenía que haber una explicación razonable. ¿Negocios o placer?
El interés de Will parece sincero, pero yo sé que no lo es. Está calculando mentalmente cuánto dinero ganará con Santana. Es un hombre encantador, pero los beneficios lo vuelven loco. Santana me mira.
—Placer, sin duda—responde categóricamente.
Me encojo aún más en mi silla giratoria y noto que la cara se me pone de mil tonos de rojo. Ni siquiera puedo mirarla a los ojos.
¿Qué se propone hacerme?
—Ya que estoy aquí, quisiera fijar algunas citas con la señorita Pierce. Necesitamos darle una vuelta rápida a esto—añade con seguridad.
¡Ja!
Me dan ganas de recordarle que, en teoría, no tiene que pedir citas para follarme. Pero si lo hiciera, sospecho que primero me despedirían y luego me esperaría un polvo para entrar en razón que superaría a todos los demás. Así que cierro el pico.
¿Citas?
Esta mujer es imposible.
—Por supuesto—responde Will—¿Está buscando un diseño, o una consulta de diseño y/o gestión del proyecto?
Pongo los ojos en blanco. Sé cuál es la respuesta a su pregunta. Después de ejecutar de forma perfecta y exasperada mi expresión de hartazgo, miro a Santana y veo que ella también me está mirando y que le cuesta no echarse a reír.
—El paquete completo—contesta.
¿Qué diablos significa eso?
—¡Genial!—aplaude Will—La dejo con Brittany. Ella la cuidará bien.
Will le ofrece otra vez la mano, y Santana la acepta con la mirada fija en mí. No he estado nunca en una posición tan difícil en mi vida. No dejo de sudar, no puedo parar de mover la pierna y tengo la espalda tan pegada al respaldo de mi silla que es probable que me esté fusionando con el cuero.
—Sé que lo hará—sonríe y sus estanques oscuros miran a Will—Si me da los datos bancarios de su empresa, le haré una transferencia inmediata. También haré un pago por adelantado para la siguiente fase. Eso evitará futuros retrasos.
—Haré que Tina se los pase por escrito—Will nos deja, pero no me relajo.
Santana vuelve a sentarse delante de mí. Su rostro es demasiado atractivo y está más que contenta gracias a mi estado de nervios.
¿«El paquete completo»?
¿«Placer, sin duda»?
¡Debería darle una y otra vez con el pisapapeles en la cabeza!
Me obligo a salir de mi momento de estupefacción, ordeno los dibujos que cubren mi mesa y saco la agenda.
—¿Cuándo te va bien?—pregunto.
Sé que sueno borde y muy poco profesional, pero me da igual. Está llevando demasiado lejos el asunto del poder.
—¿Cuándo te va bien a ti, Britt?
La miro y ahí está esa mirada oscura y satisfecha. Compruebo la agenda.
—No te hablo—le espeto con bastante inmadurez.
—¿Y si gritas para mí?
Abro los ojos, perpleja.
—Tampoco.
—Eso va a complicar un poco los negocios—comenta con un mohín; las comisuras de sus labios bailan.
—¿Serán negocios, López, o placer?
—Siempre placer, Britt—contesta, enigmática.
—Eres consciente de que me estás pagando para que me acueste contigo—siseo—¡Lo cual me convierte en una puta!
Una expresión de enfado le cruza la cara y se inclina hacia mí desde su sillón.
—Cállate, Brittany—me advierte—Y, para que lo sepas, después gritarás—vuelve a reclinarse en el sillón—Cuando hagamos las paces.
Suelto un profundo suspiro. Lo mejor para todos sería que mandara a la porra este proyecto ahora mismo. Will se moriría del susto, pero da igual: haga una cosa o la otra, voy a acabar mal. Si continúo así, van a pillarme. Y entonces sí que va a poder follarme cuando le dé la gana. Estoy perdiendo el control.
¿Perdiendo el control?
Me río para mis adentros.
¿He tenido el control en algún momento desde que esta mujer guapísima entró en mi vida como un elefante en una cacharrería?
—¿Qué te hace tanta gracia?—me pregunta muy seria.
Me tomo mi tiempo para pasar las páginas de la agenda con brusquedad.
—Mi vida—murmuro—¿En qué día te pongo?
—No quiero que me anotes a lápiz. El lápiz puede borrarse—lo dice con suavidad y confianza. Levanto la mirada de la agenda y veo un rotulador negro permanente ante mis narices—Todos los días, Britt—añade tan tranquila.
—¿Cómo que todos los días? ¡No seas idiota!—le suelto con una voz un pelín demasiado alta.
Me dedica una sonrisa arrebatadora y quita la capucha al rotulador. Se acerca, me roza la mano con los dedos y me arrebata la agenda. Me estremezco y me mira con cara de saber por qué. Busca la página de mañana y, con calma, traza una línea en el medio y escribe «López» en grandes letras negras. Pasa las del fin de semana.
—Los fines de semana ya eres mía, Britt-Britt—dice para sí.
¿Cómo?
¿Que soy qué?
¿Y eso quién lo dice?
Llega a la página del lunes y ve mi cita de las diez en punto con la señora Kent. Localiza una goma de borrar en mi bote de lápices y borra el apunte con cuidado. Me mira cuando se agacha para soplar los restos de la goma de la página. Está disfrutando, y yo continúo empotrada contra el respaldo de la silla mientras veo cómo me destroza la agenda de trabajo y al mismo tiempo intento evaluar hasta qué punto lo hace en serio. Me temo que lo hace muy en serio. A continuación, traza una línea negra también en el lunes.
¿Qué está haciendo?
Miro hacia la oficina y veo que mis compañeros se han cansado del espectáculo de Santana y Brittany y se han concentrado en el trabajo.
—¿Qué haces?—le pregunto con calma.
Hace una pausa y me mira.
—Estoy anotando mis citas.
—¿No te basta con controlar mi vida social?—me sorprende lo serena que suena mi voz. Me siento como si me hubiera atropellado un camión. Esta mujer tiene una cara dura y una confianza en sí mismo sin igual—Creía que no pedías citas para follarme.
—Vigila esa boca—me advierte—Ya te lo he dicho antes, Britt: haré lo que haga falta.
—¿Para qué?—mi voz es apenas un susurro.
—Para mantenerte a mi lado.
¿Quiere mantenerme a su lado?
¿Qué?
¿Por el sexo o por algo más?
No se lo pregunto.
—¿Y si no quiero que me mantengas a tu lado?—le pregunto.
—Pero es lo que quieres que haga, Britt. Por eso me cuesta tanto entender que sigas resistiéndote a mí.
Vuelve a centrarse en mi agenda y en trazar una línea en todos los días del resto del año. Cuando termina, la cierra y se pone de pie. Su autoconfianza no conoce fronteras.
¿Y cómo sabe que quiero que me mantenga a su lado?
Tal vez no sea así.
Jesús, estoy intentando engañarme a mí misma.
Voy a tener que comprarme una agenda nueva. Me aplaudo mentalmente por guardar una copia de seguridad de mis citas en mi calendario online. Aunque es una medida cautelar por si pierdo la agenda, no por si me las borra una maníaca controladora e irracional.
—¿A qué hora sales de trabajar, Britt?—pregunta.
—A eso de las seis.
No puedo creerme que le haya contestado sin dudar ni un segundo.
—A eso de las seis—repite, y acerca la mano a mi mesa.
¿Quiere que le dé un apretón de manos?
Estiro la mía, dejándole muy claro que no quiero que tiemble, y la coloco cuidadosamente en la suya. Un cosquilleo familiar recorre mi ser a toda velocidad cuando nuestras manos se tocan y sus dedos me rozan la muñeca mientras me acaricia el centro de la palma. Levanto la cabeza para mirarla.
—¿Lo ves?—susurra antes de apartarse, salir de mi despacho y recoger el sobre de la mesa de Tina antes de marcharse.
¡Es increíble!
El corazón me convulsiona en el pecho y un sudor incómodo me empapa cuando me siento delante de la mesa y me abanico la cara como una posesa con el posavasos de la taza de café.
¿Cómo me hace las cosas que me hace?
Kurt me mira con los ojos muy abiertos y una expresión de «Guaaaaau» en la cara. Suelto una larga bocanada de aire desde el fondo de los pulmones para intentar regular mi corazón desbocado.
¿Quiere conservarme?
¿Qué?
¿Conservarme y controlarme, conservarme para quererme o conservarme para follarme?
Ya me ha follado hasta hacerme perder la cabeza. Debe de haberlo conseguido, porque siempre vuelvo a por más. No, yo no vuelvo por más. Ella me hace volver a por más.
¿Me está forzando a volver por más o soy yo la que vuelve por voluntad propia?
Buf, ya no lo sé.
Dios, ¡soy un puto desastre!
Guardo los dibujos de la Torre Vida antes de mirar mi agenda en el correo electrónico para poder volver a anotar mis citas en la de papel. Estoy en un buen lío.
Pero tiene toda la razón... Quiero que me conserve.
Soy completamente adicta.
La necesito.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
neta amo como tortura britt s san jajajaja
uff si que es contrladora y pocesiba,.. ame lo que hizo san marcando teritoro jajaja
nos vemos!!!
neta amo como tortura britt s san jajajaja
uff si que es contrladora y pocesiba,.. ame lo que hizo san marcando teritoro jajaja
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Genial la parte del vestido aksjjdnd ame cuando le borro los nombre de la agenda skjskdn*--*
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
3:) escribió:holap morra,...
neta amo como tortura britt s san jajajaja
uff si que es contrladora y pocesiba,.. ame lo que hizo san marcando teritoro jajaja
nos vemos!!!
Hola lu, JAjaajjaajajajajja o no¿? como elegir cual es mejor¿? ajajajaja. Mmm un poco sip xD ajajjaajja. Jajajaajaja solo de ella no¿? jjaajaj. Saludos =D
Susii escribió:Genial la parte del vestido aksjjdnd ame cuando le borro los nombre de la agenda skjskdn*--*
Hola, jajaajaja todo a la pinta de san no¿? ajajajajajaaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 28
Capitulo 28
Soy la última en salir de la oficina. Conecto la alarma, cierro la puerta detrás de mí y pego un salto cuando oigo el rugido de un motor potente y conocido. Me vuelvo y veo a Santana aparcando la moto en el bordillo. Suspiro y dejo caer los hombros. Ya ni siquiera sé si sigo enfadada. El agotamiento mental se ha apoderado de mí. Lo que sí sé es que doy gracias de que Will se haya marchado ya. Se quita el casco y mueve cabeza acomodando su pelo, baja de la moto y se me acerca como si hubiera tenido el día más normal del mundo. La miro y me siento derrotada.
—¿Un buen día en la oficina, Britt?—pregunta.
Me quedo boquiabierta. Tiene la cara muy dura.
—La verdad es que no—contesto con el ceño fruncido y la voz rebosante de sarcasmo.
Me observa durante un rato mordiéndose el labio inferior y los engranajes de su mente se ponen en marcha. Espero que esté pensando en lo poco razonable que ha sido.
—¿Puedo hacer algo para que mejore?—pregunta mientras me acaricia el brazo con la palma de la mano hasta llegar a la mano y cogérmela.
—No lo sé. ¿Podrías?
—Seguro que sí, Britt—sonríe y agacho la cabeza—Siempre lo hago, recuérdalo—dice con total confianza en sí misma.
Siento un latigazo en el cuello cuando levanto la cabeza para mirarla.
—¡Pero has sido tú la que me lo ha fastidiado!
Hace un mohín y deja caer la cabeza hacia abajo. Creo que se avergüenza.
—No puedo evitarlo, Britt—se encoge de hombros con un gesto de culpabilidad.
—¡Claro que puedes!—exclamo.
—No. Contigo, no puedo evitarlo—afirma con un tono que me indica que lo ha asumido. No obstante, yo no lo entenderé nunca—Ven—dice.
Me guía hacia la moto y me entrega una gran bolsa de papel.
—¿Qué es?—pregunto, y miro el contenido.
—Te harán falta.
Mete la mano en la bolsa y saca ropa de cuero negro.
¡Uf, no!
—San, no voy a subirme en ese trasto.
Me ignora, desdobla los pantalones y se arrodilla delante de mí mientras los sujeta para que me los ponga. Me da un toquecito en el tobillo.
—Adentro.
—¡No!
Puede echarme un polvo para obligarme a entrar en razón o iniciar la cuenta atrás o lo que le dé la gana.
No voy a hacerlo.
De ninguna manera.
Cuando hiele en el infierno.
¿Me ha fastidiado el día y ahora quiere matarme en esa trampa mortal?
Suelta un bufido de cansancio y se levanta.
—Escúchame, Britt-Britt—me coge la mejilla con la palma de la mano—¿De verdad crees que voy a permitir que te pase algo?
La miro a los ojos, que claramente intentan inspirarme confianza. No, no creo que vaya a permitir que me pase nada, pero ¿qué hay de los demás conductores? Servidora les importa un pimiento, ahí montada de paquete en la trampa mortal.
Me caeré.
Lo sé.
—Me dan miedo—confieso.
Soy una miedosa.
Se inclina hasta que nuestras narices se rozan. Su aliento mentolado me tranquiliza.
—¿Confías en mí, Britt?
—Sí—respondo de inmediato.
Le confiaría mi vida. Es mi cordura la que no le confiaría. Asiente, me da un beso en la punta de la nariz y vuelve a arrodillarse delante de mí. Levanto el pie cuando me da un golpecito en el tobillo. El corazón se me acelera a causa de los nervios cuando me quita las bailarinas, me mete los pies en los pantalones, me los sube y los abrocha con un movimiento fluido. A continuación coge una cazadora entallada de cuero, me sujeta el bolso y me pone primero la chaqueta y luego unas botas.
—Quítate las horquillas del pelo, Britt—me ordena mientras mete mis bailarinas y mi nuevo vestido tabú en mi enorme bolso marrón.
Me sorprende que no lo haya tirado al suelo y lo haya pisoteado. Levanto los brazos y empiezo a quitármelas.
—¿Y tu ropa de cuero?
—No la necesito.
—¿Y eso? ¿Acaso eres indestructible?
Con el casco sobre mi cabeza, responde:
—No, Britt-Britt, autodestruible.
¿Eh?
—¿Eso qué significa?
—Nada.
Ignora mi pregunta y me pone el casco, cosa que me hace callar. Empieza a ajustarme la tira del cuello y me hace sentir que me han metido la cabeza en un condón. Doblo el cuello a un lado y a otro y me levanta la visera.
—Deberías ponerte la vestimenta adecuada—la reprendo—A mí me haces llevarla.
—No voy a correr ningún riesgo contigo, Britt. Además...—me da una palmada en el trasero—, estás para comerte—alarga la correa de mi bolso y me lo cuelga cruzado y a la espalda—Cuando me haya montado, pon el pie izquierdo en el reposapiés lateral y pasa el derecho al otro lado, ¿vale?
Asiento y se pone el casco. La observo con admiración mientras pasa la pierna por encima de la moto, enciende el motor y endereza el vehículo entre sus poderosos muslos.
Estoy cagada de miedo.
Me mira. Yo sigo de pie sobre el asfalto. Me hace una señal con la cabeza para que me suba. No muy convencida, doy un paso adelante, apoyo una mano en su hombro y sigo sus instrucciones para subir pasando la pierna derecha por encima. No tardo en tener su cintura entre las piernas.
—Esto está muy alto.
Se vuelve.
—No pasa nada. Ahora cógete a mi cintura, pero no aprietes demasiado. Cuando me incline, inclínate conmigo con suavidad. Y no bajes los pies cuando frene, mantenlos en los reposapiés. ¿Entendido?
Asiento.
—Vale.
Mierda, pero ¿qué estoy haciendo?
—Bájate la visera—me ordena al tiempo que se coloca la suya.
Hago lo que me dice y me inclino hacia adelante; me abrazo a su cintura y aprieto las rodillas contra sus caderas. Me siento como un jinete de carreras. Tengo los nervios hechos polvo, pero a la vez noto cierta excitación en alguna parte. Las vibraciones del motor me atraviesan cuando Santana lo arranca con los pies apoyados en la carretera. Luego, con suavidad y despacio, se une al tráfico. El corazón me golpea el pecho con fuerza y le aprieto las caderas con los muslos con demasiada intensidad. Me relajo un poco cuando empiezan a dolerme las piernas y los brazos. No ignoro el hecho de que está yendo con mucho cuidado porque me lleva de paquete, y eso hace que lo quiera un poco más. Frena un poco, toma las curvas con suavidad y, sin darme cuenta, sigo los movimientos de la moto de forma natural.
Me encanta.
Es toda una sorpresa.
Siempre he odiado las motos.
Salimos de la ciudad. No tengo ni idea de adónde vamos, pero me da igual. Esto rodeando con los brazos y las piernas a mi mujer de acero y el viento pasa a mi lado a toda velocidad.
Estoy en éxtasis... hasta que reconozco la carretera que conduce a La Mansión.
Mi gozo en un pozo.
Después del día que he tenido, el colofón perfecto sería terminarlo con una ración de mi querida morros hinchados. Me doy una charla mental preparatoria, me digo que he de estar por encima de sus celos, que son evidentes, y de su rencor. Aunque lo que más me gustaría saber es por qué se comporta así.
¿Habrá salido Santana con ella?
Las puertas de hierro de la entrada se abren cuando Santana sale de la carretera principal y se adentra en el camino de grava que lleva hacia La Mansión. Frena suavemente hasta que nos paramos. Se levanta la visera.
—Hora de bajarse.
Paso la pierna por encima de la moto con bastante elegancia y aterrizo en la grava, al lado del vehículo. Santana baja la palanca y apaga el motor antes de bajarse con gran facilidad y de quitarse el casco. Se pasa las manos por el pelo largo y negro, aplastado por la fricción, y coloca el casco en el sillín antes de quitarme el mío. Me mira vacilante cuando descubre mi rostro. Le preocupa que no me haya gustado. Sonrío y me lanzo de un salto a sus brazos, le rodeo la cintura con las piernas y el cuello con los brazos.
Ríe.
—Ahí está esa sonrisa. ¿Te ha gustado?
Me sujeta con un brazo mientras deja mi casco junto al suyo. Luego me coge con las dos manos. Me echo hacia atrás para verle bien la cara.
—Quiero una.
—¡Olvídalo! Ni en un millón de años. De ninguna manera. Nunca—niega con la cabeza, con expresión de terror—Sólo puedes montar en moto conmigo.
—Me ha encantado—le abrazo el cuello con más fuerza y me pego de nuevo a ella y a sus labios. Gime con aprobación cuando le abro la boca y le planto un beso profundo, húmedo y apasionado—Gracias, San.
Me muerde el labio inferior.
—Hummm. De nada, Britt.
He olvidado mis dudas. Cuando se porta así, supera con creces lo irracional que es, y esa manía de querer controlarlo todo. Es una locura.
—¿Por qué estamos aquí?—pregunto.
No puedo evitar la punzada de decepción que me provoca el hecho de que nuestro increíble paseo en moto haya acabado en La Mansión.
—Tengo algunas cosas que resolver. Puedes comer algo mientras estamos aquí—me deja en el suelo—Luego iremos a mi casa, Britt-Britt.
Me aparta el pelo de la cara.
—No me he traído nada. Necesito ir a casa y coger algunas cosas.
—Quinn está aquí. Te ha traído ropa de casa de Rach.
Me coge de la mano y me lleva hacia La Mansión.
¿Quinn ha traído mis cosas?
Eso sí que es previsión. Por favor, dime que las ha empaquetado Rachel. La imagen de la sonrisa picarona de Quinn revolviendo en mi cajón de la ropa interior hace que me sonroje al instante.
Santana me conduce escaleras arriba, a través de las puertas y el recibidor. Esta noche hay animación. Se oyen risas procedentes del restaurante y del bar. Pasamos junto a ambos, directos hacia el despacho de Santana.
Qué alivio.
Evitar cierta lengua viperina ocupa un lugar privilegiado en mi lista de prioridades de la noche. Dejamos atrás el salón de verano. Hay unos cuantos grupos de gente relajándose en los sofás mullidos, con bebidas en la mano. No se me pasa por alto que dejan de conversar en cuanto nos ven. Los hombres alzan las copas y las mujeres se atusan el pelo, ponen la espalda recta y dibujan una sonrisa estúpida en la cara. Pero esta última desaparece en cuanto sus miradas se clavan en mí, que voy detrás de Santana vestida de cuero y cogida de su mano. Siento que me están examinando de arriba abajo. Apuesto a que a las personas no les gusta La Mansión sólo por lo lujosas que son la casa y las habitaciones.
—Buenas tardes.
Santana saluda con la cabeza al pasar. Un coro de saludos me inunda los oídos. Algunas personas una sonrisa o me hacen un gesto con la cabeza, pero otras me lanzan miradas de suspicacia. Me siento el enemigo público.
¿Qué problema tienen?
—Santana.
Oigo a Finn, el grandulón, arrastrar su nombre. Aparto la vista de las personas enfadadas, que me están dando un buen repaso, y lo veo acercarse a nosotras desde el despacho de Santana. Me saluda con una inclinación de cabeza y yo le devuelvo el saludo sin pensar.
¿En qué consiste exactamente su trabajo?
Parece la mafia personificada.
—¿Algún problema?—pregunta Santana mientras me guía hacia el interior del despacho.
Finn nos sigue y cierra la puerta detrás de él.
—Un pequeño asunto en el salón comunitario, ya está resuelto—su voz es profunda y monótona—A alguien se le fue de las manos.
Arrugo el ceño y miro a Santana.
¿Qué es un salón comunitario?
Veo que ésta sacude un poco la cabeza en dirección a Finn antes de lanzarme una mirada fugaz a mí.
—Todo bien. Estaré en la suite de vigilancia.
Se da la vuelta y se marcha.
—¿Qué es un salón comunitario?
No puedo disimular el dejo de interés en mi voz. Nunca he oído hablar de algo así. Me atrae hacia sí agarrándome por el cuello de la cazadora de cuero, me quita el bolso y toma posesión de mi boca. Hace que me olvide por completo de mi pregunta.
—Me gusta cómo te queda el cuero—musita mientras baja la cremallera de la cazadora, me la quita despacio y la tira al sofá—Pero me encanta cómo te queda el encaje—me baja también la cremallera de los pantalones de cuero y me frota la nariz con la suya—Siempre de encaje.
—Creía que tenías trabajo pendiente—susurro.
Me coge en brazos, me lleva a su mesa y me sienta en el borde. Me quita las botas y las tira al sofá antes de agacharse, agarrarse al borde del escritorio e inclinarse hasta que nuestras caras están a la misma altura. Sus oscuros estanques de deseo me penetran.
—Puede esperar—me rodea la cintura con el brazo y me echa hacia atrás sobre la mesa—Me vuelves loca, Britt-Britt—dice, y desliza una mano hacia abajo para desabrocharme la camisa blanca sin moverse de entre mis piernas.
—Tú sí que me vuelves loca—suspiro arqueando la espalda cuando su caricia caliente me roza.
Me sonríe, misteriosa.
—Entonces estamos hechos la una para la otra.
Tira de las copas de mi sujetador hacia abajo, me pasa los pulgares por los pezones y unas ráfagas de placer infinitas me recorren el cuerpo. Nuestras miradas se cruzan y se quedan ancladas la una a la otra.
—Es posible—concedo.
Cómo me gustaría estar hecha para ella.
—Nada de posible.
Se aferra a mi cintura y me levanta de la mesa. Tiene la boca hundida en mi garganta. Traza círculos con la lengua hasta llegar a mi barbilla. Enredo los dedos en su pelo suave y mis pulmones se vacían de felicidad.
Perfecto.
Estamos haciendo las paces. La puerta de la oficina se abre y Santana me pega a su pecho para protegerme y, probablemente, para ocultarme.
—Ay, lo siento.
—¡Por el amor de Dios, Holly! ¡Llama antes de entrar!—le grita.
Íntimamente, estoy encantada con el tono de voz que le dedica. Yo me encuentro medio desnuda y espatarrada sobre su mesa pero, gracias a Santana, no se me ve nada. No me suelta y se mueve lo justo para dedicarle a Holly una mirada furibunda. La veo de reojo en la puerta. Lleva un vestido rojo a juego con sus labios y su expresión de disgusto es tan evidente como la operación de sus tetas.
—¿Al final has conseguido que se vista de cuero?—dice con una sonrisa traicionera, da media vuelta y se va.
Cierra de un portazo y Santana pone los ojos en blanco a causa de la frustración. No creo que nunca me haya caído tan mal una persona.
—¿Qué ha querido decir?—pregunto.
Me siento como si fuera el blanco de una broma privada.
—Nada. No le hagas ni caso. Intenta hacerse la graciosa—murmura.
Ya no está del mismo humor. Bueno yo no le veo la gracia por ninguna parte, pero su respuesta, busca y breve, hace que me lo piense dos veces antes de intentar seguir con el tema.
Maldición.
Quiero que termine lo que había empezado. Me levanta de la mesa y me pone de pie. Me coloca las copas del sujetador sobre los senos, me abrocha la camisa y me quita los pantalones de cuero. Voy a parecer una arruga andante. Recoge mi bolso del suelo y me deja las bailarinas al lado de los pies para que me las ponga. Empiezo a meterme la camisa por dentro para intentar estar más presentable y observo a Santana mientras se sienta en su enorme sillón giratorio de cuero marrón. Está muy callada. Apoya los codos en los reposabrazos y se pone las puntas de los dedos ante los labios. Me mira atentamente mientras termino de arreglarme.
—¿Qué? —pregunto.
Parece pensativa.
¿A qué le estará dando vueltas?
—Nada. ¿Tienes hambre?
Me encojo de hombros.
—Más o menos.
Una sonrisa le curva las comisuras de los labios.
—Más o menos—repite—El filete está muy bueno. ¿Te apetece?—asiento.
Sí, me apetecería un filete.
Coge el teléfono del despacho y marca un par de números
—Brittany va a tomar el filete—aprieta el auricular contra el hombro—¿Cómo te gusta?
—Al punto, por favor.
Vuelve a hablar por el auricular.
—Al punto, con patatas nuevas y una ensalada—me mira con las cejas levantadas. Asiento otra vez—En mi despacho... y trae vino... Zinfandel. Eso es todo... Sí... Gracias.—cuelga y vuelve a marcar—Finn... Sí... Cuando quieras.—cuelga y lo coge de nuevo—Holly... Bien, no te preocupes. Tráeme los últimos datos de asistencia—cuelga otra vez—Siéntate, Britt.
Señala el sofá que hay junto a la ventana.
Vale, me está entrando de nuevo esa sensación de incomodidad, así que mi apetito desaparece a toda velocidad. Maldición, cómo odio venir aquí.
—Puedo irme si estás ocupada.
Frunce el ceño y me mira inquisitiva.
—No, siéntate, por favor.
Me acerco al sofá y me siento en el cuero suave y marrón. Es como si fuera una pieza de recambio: estoy rara e incómoda. Como no tengo nada más que hacer, observo a Santana hojear varios montones de papeles y firmar aquí y allá. Está absorta en su trabajo. De vez en cuando, levanta la vista y me dedica una sonrisa reconfortante que hace poco por aliviar mi desasosiego.
Quiero irme.
Paso veinte minutos, más o menos, jugando con mis pulgares y deseando que se dé prisa, cuando llaman a la puerta y Santana le dice que pase a quienquiera que esté al otro lado. Pete entra con una bandeja y sigue la dirección que señala el bolígrafo de Santana, hacia mí.
—Gracias, Pete.
Sonrío cuando me coloca la bandeja delante y me da unos cubiertos envueltos en una servilleta de tela blanca.
—El placer es mío. ¿Me permite abrirle el vino?
—No—sacudo la cabeza—, yo me encargo.
Asiente y se marcha en silencio. Levanto la tapa del plato y un aroma delicioso invade mis fosas nasales. Me ha hecho recuperar el apetito. Desenvuelvo el cuchillo y el tenedor y lo clavo en la ensalada, la más colorida que haya visto jamás: pimientos de todos los colores, cebolla roja y una docena de variedades de lechuga, todo bañado en aceite aromatizado. Podría comer sólo con esto. Es una maravilla. Cruzo las piernas y me pongo la bandeja encima. Corto el filete y gimo de satisfacción cuando me meto el tenedor en la boca. La comida de La Mansión está muy bien.
—¿Está bueno?
Santana apoya la barbilla en mi hombro.
—Buenísimo—mascullo con el filete en la boca—¿Quieres probarlo?
Asiente y abre la boca. Corto un trozo de filete y lo llevo hacia mi hombro para que lo muerda.
—Hummmm, qué rico—dice mientras mastica.
—¿Más?—le pregunto.
Abre los ojos, agradecida, así que le corto otro trozo y vuelvo a llevarlo hacia mi hombro. Me observa mientras envuelve el tenedor con los labios carnosos y retira lentamente el trozo de carne. No puedo evitar que una sonrisa me inunde la cara. Los ojos le brillan de placer y le cuesta no sonreír mientras come. Me aprieta los hombros con las manos y entierra la cara en mi nuca desde atrás. Me da un mordisco juguetón en el cuello.
—Tú sabes mejor.
Mi sonrisa se torna más amplia en el momento en que se dedica a mordisquearme el cuello, gruñendo y acariciándome con la nariz a su gusto. Me río y levanto el hombro cuando me mordisquea la oreja y me estremezco entera.
Provoca muchas reacciones extremas en mí: frustración extrema, deseo extremo y felicidad extrema, por citar sólo algunas. Esta mujer sabe tocarme la fibra sensible, y lo hace realmente bien.
—Come—me dice, y me besa la sien con ternura. Empieza a trazarme círculos con el pulgar en lo alto de la espalda—¿Por qué estás tan tensa?—me pregunta.
Estiro el cuello en señal de agradecimiento. Estoy tensa porque me encuentro aquí, es la única razón.
¿Cómo puede una mujer hacerme sentir tan incómoda?
Llaman a la puerta.
—¿Sí?—Sigue con mis hombros cuando entra Holly.
Hablando del rey de Roma. La temperatura baja en picado en cuanto ve a Santana dándome un masaje en los hombros. Le cambia el color de la cara. Yo me doy cuenta, pero Santana no parece notar la frialdad de su presencia. Me tenso aún más y, de repente, me sorprendo deseando que Santana me quite las manos de encima. Nunca pensé que ansiaría algo así pero, ahora mismo, me siento una impostora, y la mirada gélida de Holly hace que me revuelva, incómoda, en el asiento. El hecho de que esté aquí sentada, con las piernas cruzadas, tan campante en el sofá, con un filete en el regazo y doña Divina haciéndome virguerías, no mejora las cosas.
—Los datos—murmura con el archivador en la mano y caminando como si tal cosa hacia la mesa de Santana para dejarlo delante de su silla.
Se vuelve para observarnos y me lanza dagas con la mirada. Me detesta a más no poder.
—Gracias, Holly—se inclina y me roza la mejilla con los labios, respira hondo y me suelta—Tengo que trabajar, Britt. Disfruta de la cena.
Holly pone cara de asco durante un instante, antes de volver a colocarse la sonrisa falsa en los morros carnosos cuando Santana se vuelve hacia ella. Santana se mete la mano en el bolsillo de los vaqueros.
—Transfiere cien mil a esta cuenta lo antes posible—le ordena entregándole un sobre.
—¿Cien mil?—pregunta Holly.
Mira el sobre.
—Sí. Ahora mismo, por favor.
La deja mirando el sobre y se sienta detrás de la mesa sin prestarle atención. Holly está boquiabierta, pero Santana la ignora. Morritos calientes me lanza una mirada asesina. Y entonces me doy cuenta de que es el sobre que Tina le ha dado a Santana.
¿Cien mil?
Es demasiado.
Pero ¿de qué va?
Me gustaría decir algo.
¿Debería decir algo?
Me vuelvo hacia Holly, que sigue mirándome de hito en hito, con los labios fruncidos. No la culpo. Sólo quiero esconderme debajo del sofá y morirme.
¿Cien mil?
Jesús, ella ya piensa que voy detrás de Santana por su dinero.
—Eso es todo Holly—la despacha Santana, y ella se da la vuelta para marcharse, pero no sin antes lanzarme una mirada furibunda.
Avanza despacio hacia la puerta y se topa con Finn en el umbral. Él la saluda con la cabeza, se aparta para dejarle paso y cierra la puerta detrás de ella. Me saluda y le sonrío antes de volver a picotear la ensalada y el filete.
Sí, mi apetito se ha ido a paseo. Necesito hablar con Santana y preguntarle qué papel tiene esa mujer en su vida.
¿Y por qué me odia tanto?
Dejo la bandeja en la mesita de café para servir un poco de vino, pero caigo en la cuenta de que Pete sólo ha traído una copa, así que voy al armario a coger un vaso pequeño para mí y vuelvo al sofá para servir el vino. Cuando dejo la copa en la mesa de Santana, Finn se calla y los dos miran primero a la copa y luego a mí. Santana la coge y me la devuelve.
—Yo no quiero, gracias, Britt—me sonríe—Tengo que conducir.
—Ah—recojo el vaso—Lo siento.
—Descuida, disfrútalo. Lo he pedido para ti.
Vuelvo a mi sitio en el sofá y cojo una revista llamada SuperBike. Es la única que hay, así que tendrá que bastarme. Empiezo a hojearla y me sumerjo en los artículos sobre motos de MotoGP, y me emociono cuando encuentro una sección dedicada a los que van de pasajero en una moto de carrreras; los paquetes, que ahora ya sé cuál es el término adecuado.
¿La moto de Santana es de ésas?
Leo las reglas para viajar de paquete y un artículo titulado «La seguridad es lo primero». Conseguiré que se ponga ropa de cuero aunque sea lo último que haga.
Estoy concentrada en los detalles de los motores de cuatro cilindros, las clasificaciones por caballos de potencia y la próxima Feria de la Moto de Milán, cuando noto que unas manos cálidas me envuelven el cuello. Echo la cabeza atrás para ver a sus rasgos del revés. Me bendice con su sonrisa arrebatadora.
—Había empezado algo, ¿verdad?
Se agacha y me posa los labios en la frente.
—¿Por qué no te has comprado la nueva 1198?
—Lo hice, pero prefiero la 1098.
—Pero ¿cuántas tienes?
—Doce.
—¿Doce? ¿Todas son supermotos?
Sonríe.
—Sí, Britt, todas son supermotos. Venga, voy a llevarte a casa.
Dejo la revista en la mesita y empiezo a ponerme de pie.
—Deberías llevar ropa de cuero—l< presiono así como quien no quiere la cosa.
—Ya lo sé.
Me coge de la mano y me guía hacia la puerta.
—¿Y por qué no lo haces?
—Llevo moto desde...—se para sin terminar la frase y me mira—Desde hace muchos años.
—En algún momento tendrás que decirme cuántos años tienes.
Me mira, le lanzo una brillante sonrisa y, a cambio, ella me regala otra.
—Tal vez—dice con calma.
Si hace muchos años que conduce motos, debería ser consciente de los peligros.
Caminamos por La Mansión y nos encontramos a Quinn y a Noah en el bar. Parece ser que Quinn no va a ver a Rachel esta noche. Está como siempre, igual que Noah, con el traje negro y el pelo negro peinado a la perfección.
—¡Amiga mía!—la saluda Quinn—Britt, me encantan tus bragas de los dibujos animados de Little Miss.
Me entrega una bolsa de gimnasio que me resulta muy familiar.
Me muero, me muero, me muero.
¿Ha estado husmeando en mi cajón de la ropa interior?
¡Cabrona descarada!
Noto que la cara me arde, miro a Santana y veo que la ira mana de todo su ser.
¡Ay, Quinn!
—No tientes tu suerte, Quinn—le advierte en un tono muy serio.
La sonrisa de la otra desaparece y levanta las manos en señal de sumisión. Noah resopla mientras sacude la cabeza y deja la cerveza en la barra.
—Te pasas de la raya, Quinn—dice.
Está de acuerdo con la reacción de Santana al inapropiado comentario de su amiga.
—Vaya, lo siento murmura aquella mientras me mira con una sonrisa que se le escapa involuntariamente.
Miro el bar. Está lleno. Hay mucha gente. Todos charlan, algunos saludan a Santana con la mano, pero ninguno se acerca. Siento que algunas personas me tienen la misma animadversión que las del salón de verano. Es como si se lo hubiera birlado. Ahora estoy segura de que el éxito del negocio se basa únicamente en la señora de La Mansión y en lo guapísima que es.
—Me llevo a Britt a casa—Santana me coge la bolsa del gimnasio—¿Mañana vas a correr?—le pregunta a Quinn.
—No, quizá tenga algo entre manos—me sonríe.
Me pongo aún más roja. Nunca me acostumbraré a que sea tan directa y a sus comentarios subidos de tono. Sacudo la cabeza en dirección a la cabrona descarada.
—¿Dónde está Rach?—pregunto.
Debería llamarla.
—Tenía que hacer unas entregas. Estaba muy emocionada por llevarse a Margo Junior en su primera salida oficial. Me han plantado por una furgoneta rosa—da un trago a su cerveza—Voy para allá cuando termine aquí.
—¿Cuándo termines de qué?—pregunta Noah con una ceja arqueada.
—De follarte—le espeta Quinn.
¿Cuando termine de qué, exactamente?
Santana tira de mí para sacarme del bar.
—Hasta la vista, chicos. ¡Di a Rach que Britt está conmigo!—grita por encima del hombro.
Me despido con la mano libre mientras me arrastra fuera del bar. Ambos alzan las copas en señal de despedida. Los dos sonríen.
Santana me lleva a la salida de La Mansión y a su Aston Martin a un ritmo más bien alto. Me abre la puerta del copiloto para que entre.
—Quiero ir en moto, San—protesto.
Estoy enganchada.
—Ahora mismo te quiero cubierta de encaje, no de cuero. Sube al coche, Britt-Britt.
Su mirada se ha vuelto pícara y prometedora.
¿En qué momento ha cambiado?
Subo al Aston Martin, aprieto los muslos y espero a que se siente a mi lado. Arranca el coche, lo saca marcha atrás y la grava sale despedida cuando el vehículo vuela por el camino hacia las puertas.
Tiene una misión.
Sé que se ha cabreado cuando Holly nos ha interrumpido. Si llega a entrar unos minutos más tarde, le habría dado la bienvenida un primer plano perfecto del duro culo de Santana.
¿O se lo habrá visto ya?
Vomito por dentro.
Dios, espero que no.
Miro el hermoso perfil de la mujer que va sentada a mi lado, relajado mientras conduce. Me mira un instante antes de volver a centrarse en la carretera. Sé que está haciendo todo lo que puede para no sonreír.
—Cien mil libras es un adelanto mayúsculo—digo con frialdad.
—¿Lo es?
—Sabes que sí.
La miro, desafiante, y ella lucha con una sonrisa que amenaza con inundar esa cara tan adorable que tiene.
—Te vendes demasiado barata, Britt.
—Debo de ser la puta más cara de la historia—contraataco, y veo que aprieta los labios en una línea recta.
—Brittany, si vuelves a decir eso de ti...
—Era una broma, San.
—¿Ves que me esté riendo?
—Tengo otros clientes con los que tratar—le informo con valentía.
No puede esperar que dedique toda mi jornada laboral a su ampliación. O a ella. Dudo que me deje trabajar en ella sin molestarme, y Will sospechará de todo el asunto si no estoy nunca en la oficina.
—Lo sé, pero yo soy una cliente especial.
Me da un apretón en la rodilla y observo su sonrisa maliciosa.
—¡Y tan especial!
Me río y me hace cosquillas en el hueco que se forma sobre la cadera. Sube el volumen y Elbow me devuelve al respaldo del asiento mientras veo el mundo pasar.
Ahora mismo estoy muy enamorada de ella, que no es lo mismo que estar sólo enamorada de ella. A pesar del lapso, ha resultado ser un bonito día.
—¿Un buen día en la oficina, Britt?—pregunta.
Me quedo boquiabierta. Tiene la cara muy dura.
—La verdad es que no—contesto con el ceño fruncido y la voz rebosante de sarcasmo.
Me observa durante un rato mordiéndose el labio inferior y los engranajes de su mente se ponen en marcha. Espero que esté pensando en lo poco razonable que ha sido.
—¿Puedo hacer algo para que mejore?—pregunta mientras me acaricia el brazo con la palma de la mano hasta llegar a la mano y cogérmela.
—No lo sé. ¿Podrías?
—Seguro que sí, Britt—sonríe y agacho la cabeza—Siempre lo hago, recuérdalo—dice con total confianza en sí misma.
Siento un latigazo en el cuello cuando levanto la cabeza para mirarla.
—¡Pero has sido tú la que me lo ha fastidiado!
Hace un mohín y deja caer la cabeza hacia abajo. Creo que se avergüenza.
—No puedo evitarlo, Britt—se encoge de hombros con un gesto de culpabilidad.
—¡Claro que puedes!—exclamo.
—No. Contigo, no puedo evitarlo—afirma con un tono que me indica que lo ha asumido. No obstante, yo no lo entenderé nunca—Ven—dice.
Me guía hacia la moto y me entrega una gran bolsa de papel.
—¿Qué es?—pregunto, y miro el contenido.
—Te harán falta.
Mete la mano en la bolsa y saca ropa de cuero negro.
¡Uf, no!
—San, no voy a subirme en ese trasto.
Me ignora, desdobla los pantalones y se arrodilla delante de mí mientras los sujeta para que me los ponga. Me da un toquecito en el tobillo.
—Adentro.
—¡No!
Puede echarme un polvo para obligarme a entrar en razón o iniciar la cuenta atrás o lo que le dé la gana.
No voy a hacerlo.
De ninguna manera.
Cuando hiele en el infierno.
¿Me ha fastidiado el día y ahora quiere matarme en esa trampa mortal?
Suelta un bufido de cansancio y se levanta.
—Escúchame, Britt-Britt—me coge la mejilla con la palma de la mano—¿De verdad crees que voy a permitir que te pase algo?
La miro a los ojos, que claramente intentan inspirarme confianza. No, no creo que vaya a permitir que me pase nada, pero ¿qué hay de los demás conductores? Servidora les importa un pimiento, ahí montada de paquete en la trampa mortal.
Me caeré.
Lo sé.
—Me dan miedo—confieso.
Soy una miedosa.
Se inclina hasta que nuestras narices se rozan. Su aliento mentolado me tranquiliza.
—¿Confías en mí, Britt?
—Sí—respondo de inmediato.
Le confiaría mi vida. Es mi cordura la que no le confiaría. Asiente, me da un beso en la punta de la nariz y vuelve a arrodillarse delante de mí. Levanto el pie cuando me da un golpecito en el tobillo. El corazón se me acelera a causa de los nervios cuando me quita las bailarinas, me mete los pies en los pantalones, me los sube y los abrocha con un movimiento fluido. A continuación coge una cazadora entallada de cuero, me sujeta el bolso y me pone primero la chaqueta y luego unas botas.
—Quítate las horquillas del pelo, Britt—me ordena mientras mete mis bailarinas y mi nuevo vestido tabú en mi enorme bolso marrón.
Me sorprende que no lo haya tirado al suelo y lo haya pisoteado. Levanto los brazos y empiezo a quitármelas.
—¿Y tu ropa de cuero?
—No la necesito.
—¿Y eso? ¿Acaso eres indestructible?
Con el casco sobre mi cabeza, responde:
—No, Britt-Britt, autodestruible.
¿Eh?
—¿Eso qué significa?
—Nada.
Ignora mi pregunta y me pone el casco, cosa que me hace callar. Empieza a ajustarme la tira del cuello y me hace sentir que me han metido la cabeza en un condón. Doblo el cuello a un lado y a otro y me levanta la visera.
—Deberías ponerte la vestimenta adecuada—la reprendo—A mí me haces llevarla.
—No voy a correr ningún riesgo contigo, Britt. Además...—me da una palmada en el trasero—, estás para comerte—alarga la correa de mi bolso y me lo cuelga cruzado y a la espalda—Cuando me haya montado, pon el pie izquierdo en el reposapiés lateral y pasa el derecho al otro lado, ¿vale?
Asiento y se pone el casco. La observo con admiración mientras pasa la pierna por encima de la moto, enciende el motor y endereza el vehículo entre sus poderosos muslos.
Estoy cagada de miedo.
Me mira. Yo sigo de pie sobre el asfalto. Me hace una señal con la cabeza para que me suba. No muy convencida, doy un paso adelante, apoyo una mano en su hombro y sigo sus instrucciones para subir pasando la pierna derecha por encima. No tardo en tener su cintura entre las piernas.
—Esto está muy alto.
Se vuelve.
—No pasa nada. Ahora cógete a mi cintura, pero no aprietes demasiado. Cuando me incline, inclínate conmigo con suavidad. Y no bajes los pies cuando frene, mantenlos en los reposapiés. ¿Entendido?
Asiento.
—Vale.
Mierda, pero ¿qué estoy haciendo?
—Bájate la visera—me ordena al tiempo que se coloca la suya.
Hago lo que me dice y me inclino hacia adelante; me abrazo a su cintura y aprieto las rodillas contra sus caderas. Me siento como un jinete de carreras. Tengo los nervios hechos polvo, pero a la vez noto cierta excitación en alguna parte. Las vibraciones del motor me atraviesan cuando Santana lo arranca con los pies apoyados en la carretera. Luego, con suavidad y despacio, se une al tráfico. El corazón me golpea el pecho con fuerza y le aprieto las caderas con los muslos con demasiada intensidad. Me relajo un poco cuando empiezan a dolerme las piernas y los brazos. No ignoro el hecho de que está yendo con mucho cuidado porque me lleva de paquete, y eso hace que lo quiera un poco más. Frena un poco, toma las curvas con suavidad y, sin darme cuenta, sigo los movimientos de la moto de forma natural.
Me encanta.
Es toda una sorpresa.
Siempre he odiado las motos.
Salimos de la ciudad. No tengo ni idea de adónde vamos, pero me da igual. Esto rodeando con los brazos y las piernas a mi mujer de acero y el viento pasa a mi lado a toda velocidad.
Estoy en éxtasis... hasta que reconozco la carretera que conduce a La Mansión.
Mi gozo en un pozo.
Después del día que he tenido, el colofón perfecto sería terminarlo con una ración de mi querida morros hinchados. Me doy una charla mental preparatoria, me digo que he de estar por encima de sus celos, que son evidentes, y de su rencor. Aunque lo que más me gustaría saber es por qué se comporta así.
¿Habrá salido Santana con ella?
Las puertas de hierro de la entrada se abren cuando Santana sale de la carretera principal y se adentra en el camino de grava que lleva hacia La Mansión. Frena suavemente hasta que nos paramos. Se levanta la visera.
—Hora de bajarse.
Paso la pierna por encima de la moto con bastante elegancia y aterrizo en la grava, al lado del vehículo. Santana baja la palanca y apaga el motor antes de bajarse con gran facilidad y de quitarse el casco. Se pasa las manos por el pelo largo y negro, aplastado por la fricción, y coloca el casco en el sillín antes de quitarme el mío. Me mira vacilante cuando descubre mi rostro. Le preocupa que no me haya gustado. Sonrío y me lanzo de un salto a sus brazos, le rodeo la cintura con las piernas y el cuello con los brazos.
Ríe.
—Ahí está esa sonrisa. ¿Te ha gustado?
Me sujeta con un brazo mientras deja mi casco junto al suyo. Luego me coge con las dos manos. Me echo hacia atrás para verle bien la cara.
—Quiero una.
—¡Olvídalo! Ni en un millón de años. De ninguna manera. Nunca—niega con la cabeza, con expresión de terror—Sólo puedes montar en moto conmigo.
—Me ha encantado—le abrazo el cuello con más fuerza y me pego de nuevo a ella y a sus labios. Gime con aprobación cuando le abro la boca y le planto un beso profundo, húmedo y apasionado—Gracias, San.
Me muerde el labio inferior.
—Hummm. De nada, Britt.
He olvidado mis dudas. Cuando se porta así, supera con creces lo irracional que es, y esa manía de querer controlarlo todo. Es una locura.
—¿Por qué estamos aquí?—pregunto.
No puedo evitar la punzada de decepción que me provoca el hecho de que nuestro increíble paseo en moto haya acabado en La Mansión.
—Tengo algunas cosas que resolver. Puedes comer algo mientras estamos aquí—me deja en el suelo—Luego iremos a mi casa, Britt-Britt.
Me aparta el pelo de la cara.
—No me he traído nada. Necesito ir a casa y coger algunas cosas.
—Quinn está aquí. Te ha traído ropa de casa de Rach.
Me coge de la mano y me lleva hacia La Mansión.
¿Quinn ha traído mis cosas?
Eso sí que es previsión. Por favor, dime que las ha empaquetado Rachel. La imagen de la sonrisa picarona de Quinn revolviendo en mi cajón de la ropa interior hace que me sonroje al instante.
Santana me conduce escaleras arriba, a través de las puertas y el recibidor. Esta noche hay animación. Se oyen risas procedentes del restaurante y del bar. Pasamos junto a ambos, directos hacia el despacho de Santana.
Qué alivio.
Evitar cierta lengua viperina ocupa un lugar privilegiado en mi lista de prioridades de la noche. Dejamos atrás el salón de verano. Hay unos cuantos grupos de gente relajándose en los sofás mullidos, con bebidas en la mano. No se me pasa por alto que dejan de conversar en cuanto nos ven. Los hombres alzan las copas y las mujeres se atusan el pelo, ponen la espalda recta y dibujan una sonrisa estúpida en la cara. Pero esta última desaparece en cuanto sus miradas se clavan en mí, que voy detrás de Santana vestida de cuero y cogida de su mano. Siento que me están examinando de arriba abajo. Apuesto a que a las personas no les gusta La Mansión sólo por lo lujosas que son la casa y las habitaciones.
—Buenas tardes.
Santana saluda con la cabeza al pasar. Un coro de saludos me inunda los oídos. Algunas personas una sonrisa o me hacen un gesto con la cabeza, pero otras me lanzan miradas de suspicacia. Me siento el enemigo público.
¿Qué problema tienen?
—Santana.
Oigo a Finn, el grandulón, arrastrar su nombre. Aparto la vista de las personas enfadadas, que me están dando un buen repaso, y lo veo acercarse a nosotras desde el despacho de Santana. Me saluda con una inclinación de cabeza y yo le devuelvo el saludo sin pensar.
¿En qué consiste exactamente su trabajo?
Parece la mafia personificada.
—¿Algún problema?—pregunta Santana mientras me guía hacia el interior del despacho.
Finn nos sigue y cierra la puerta detrás de él.
—Un pequeño asunto en el salón comunitario, ya está resuelto—su voz es profunda y monótona—A alguien se le fue de las manos.
Arrugo el ceño y miro a Santana.
¿Qué es un salón comunitario?
Veo que ésta sacude un poco la cabeza en dirección a Finn antes de lanzarme una mirada fugaz a mí.
—Todo bien. Estaré en la suite de vigilancia.
Se da la vuelta y se marcha.
—¿Qué es un salón comunitario?
No puedo disimular el dejo de interés en mi voz. Nunca he oído hablar de algo así. Me atrae hacia sí agarrándome por el cuello de la cazadora de cuero, me quita el bolso y toma posesión de mi boca. Hace que me olvide por completo de mi pregunta.
—Me gusta cómo te queda el cuero—musita mientras baja la cremallera de la cazadora, me la quita despacio y la tira al sofá—Pero me encanta cómo te queda el encaje—me baja también la cremallera de los pantalones de cuero y me frota la nariz con la suya—Siempre de encaje.
—Creía que tenías trabajo pendiente—susurro.
Me coge en brazos, me lleva a su mesa y me sienta en el borde. Me quita las botas y las tira al sofá antes de agacharse, agarrarse al borde del escritorio e inclinarse hasta que nuestras caras están a la misma altura. Sus oscuros estanques de deseo me penetran.
—Puede esperar—me rodea la cintura con el brazo y me echa hacia atrás sobre la mesa—Me vuelves loca, Britt-Britt—dice, y desliza una mano hacia abajo para desabrocharme la camisa blanca sin moverse de entre mis piernas.
—Tú sí que me vuelves loca—suspiro arqueando la espalda cuando su caricia caliente me roza.
Me sonríe, misteriosa.
—Entonces estamos hechos la una para la otra.
Tira de las copas de mi sujetador hacia abajo, me pasa los pulgares por los pezones y unas ráfagas de placer infinitas me recorren el cuerpo. Nuestras miradas se cruzan y se quedan ancladas la una a la otra.
—Es posible—concedo.
Cómo me gustaría estar hecha para ella.
—Nada de posible.
Se aferra a mi cintura y me levanta de la mesa. Tiene la boca hundida en mi garganta. Traza círculos con la lengua hasta llegar a mi barbilla. Enredo los dedos en su pelo suave y mis pulmones se vacían de felicidad.
Perfecto.
Estamos haciendo las paces. La puerta de la oficina se abre y Santana me pega a su pecho para protegerme y, probablemente, para ocultarme.
—Ay, lo siento.
—¡Por el amor de Dios, Holly! ¡Llama antes de entrar!—le grita.
Íntimamente, estoy encantada con el tono de voz que le dedica. Yo me encuentro medio desnuda y espatarrada sobre su mesa pero, gracias a Santana, no se me ve nada. No me suelta y se mueve lo justo para dedicarle a Holly una mirada furibunda. La veo de reojo en la puerta. Lleva un vestido rojo a juego con sus labios y su expresión de disgusto es tan evidente como la operación de sus tetas.
—¿Al final has conseguido que se vista de cuero?—dice con una sonrisa traicionera, da media vuelta y se va.
Cierra de un portazo y Santana pone los ojos en blanco a causa de la frustración. No creo que nunca me haya caído tan mal una persona.
—¿Qué ha querido decir?—pregunto.
Me siento como si fuera el blanco de una broma privada.
—Nada. No le hagas ni caso. Intenta hacerse la graciosa—murmura.
Ya no está del mismo humor. Bueno yo no le veo la gracia por ninguna parte, pero su respuesta, busca y breve, hace que me lo piense dos veces antes de intentar seguir con el tema.
Maldición.
Quiero que termine lo que había empezado. Me levanta de la mesa y me pone de pie. Me coloca las copas del sujetador sobre los senos, me abrocha la camisa y me quita los pantalones de cuero. Voy a parecer una arruga andante. Recoge mi bolso del suelo y me deja las bailarinas al lado de los pies para que me las ponga. Empiezo a meterme la camisa por dentro para intentar estar más presentable y observo a Santana mientras se sienta en su enorme sillón giratorio de cuero marrón. Está muy callada. Apoya los codos en los reposabrazos y se pone las puntas de los dedos ante los labios. Me mira atentamente mientras termino de arreglarme.
—¿Qué? —pregunto.
Parece pensativa.
¿A qué le estará dando vueltas?
—Nada. ¿Tienes hambre?
Me encojo de hombros.
—Más o menos.
Una sonrisa le curva las comisuras de los labios.
—Más o menos—repite—El filete está muy bueno. ¿Te apetece?—asiento.
Sí, me apetecería un filete.
Coge el teléfono del despacho y marca un par de números
—Brittany va a tomar el filete—aprieta el auricular contra el hombro—¿Cómo te gusta?
—Al punto, por favor.
Vuelve a hablar por el auricular.
—Al punto, con patatas nuevas y una ensalada—me mira con las cejas levantadas. Asiento otra vez—En mi despacho... y trae vino... Zinfandel. Eso es todo... Sí... Gracias.—cuelga y vuelve a marcar—Finn... Sí... Cuando quieras.—cuelga y lo coge de nuevo—Holly... Bien, no te preocupes. Tráeme los últimos datos de asistencia—cuelga otra vez—Siéntate, Britt.
Señala el sofá que hay junto a la ventana.
Vale, me está entrando de nuevo esa sensación de incomodidad, así que mi apetito desaparece a toda velocidad. Maldición, cómo odio venir aquí.
—Puedo irme si estás ocupada.
Frunce el ceño y me mira inquisitiva.
—No, siéntate, por favor.
Me acerco al sofá y me siento en el cuero suave y marrón. Es como si fuera una pieza de recambio: estoy rara e incómoda. Como no tengo nada más que hacer, observo a Santana hojear varios montones de papeles y firmar aquí y allá. Está absorta en su trabajo. De vez en cuando, levanta la vista y me dedica una sonrisa reconfortante que hace poco por aliviar mi desasosiego.
Quiero irme.
Paso veinte minutos, más o menos, jugando con mis pulgares y deseando que se dé prisa, cuando llaman a la puerta y Santana le dice que pase a quienquiera que esté al otro lado. Pete entra con una bandeja y sigue la dirección que señala el bolígrafo de Santana, hacia mí.
—Gracias, Pete.
Sonrío cuando me coloca la bandeja delante y me da unos cubiertos envueltos en una servilleta de tela blanca.
—El placer es mío. ¿Me permite abrirle el vino?
—No—sacudo la cabeza—, yo me encargo.
Asiente y se marcha en silencio. Levanto la tapa del plato y un aroma delicioso invade mis fosas nasales. Me ha hecho recuperar el apetito. Desenvuelvo el cuchillo y el tenedor y lo clavo en la ensalada, la más colorida que haya visto jamás: pimientos de todos los colores, cebolla roja y una docena de variedades de lechuga, todo bañado en aceite aromatizado. Podría comer sólo con esto. Es una maravilla. Cruzo las piernas y me pongo la bandeja encima. Corto el filete y gimo de satisfacción cuando me meto el tenedor en la boca. La comida de La Mansión está muy bien.
—¿Está bueno?
Santana apoya la barbilla en mi hombro.
—Buenísimo—mascullo con el filete en la boca—¿Quieres probarlo?
Asiente y abre la boca. Corto un trozo de filete y lo llevo hacia mi hombro para que lo muerda.
—Hummmm, qué rico—dice mientras mastica.
—¿Más?—le pregunto.
Abre los ojos, agradecida, así que le corto otro trozo y vuelvo a llevarlo hacia mi hombro. Me observa mientras envuelve el tenedor con los labios carnosos y retira lentamente el trozo de carne. No puedo evitar que una sonrisa me inunde la cara. Los ojos le brillan de placer y le cuesta no sonreír mientras come. Me aprieta los hombros con las manos y entierra la cara en mi nuca desde atrás. Me da un mordisco juguetón en el cuello.
—Tú sabes mejor.
Mi sonrisa se torna más amplia en el momento en que se dedica a mordisquearme el cuello, gruñendo y acariciándome con la nariz a su gusto. Me río y levanto el hombro cuando me mordisquea la oreja y me estremezco entera.
Provoca muchas reacciones extremas en mí: frustración extrema, deseo extremo y felicidad extrema, por citar sólo algunas. Esta mujer sabe tocarme la fibra sensible, y lo hace realmente bien.
—Come—me dice, y me besa la sien con ternura. Empieza a trazarme círculos con el pulgar en lo alto de la espalda—¿Por qué estás tan tensa?—me pregunta.
Estiro el cuello en señal de agradecimiento. Estoy tensa porque me encuentro aquí, es la única razón.
¿Cómo puede una mujer hacerme sentir tan incómoda?
Llaman a la puerta.
—¿Sí?—Sigue con mis hombros cuando entra Holly.
Hablando del rey de Roma. La temperatura baja en picado en cuanto ve a Santana dándome un masaje en los hombros. Le cambia el color de la cara. Yo me doy cuenta, pero Santana no parece notar la frialdad de su presencia. Me tenso aún más y, de repente, me sorprendo deseando que Santana me quite las manos de encima. Nunca pensé que ansiaría algo así pero, ahora mismo, me siento una impostora, y la mirada gélida de Holly hace que me revuelva, incómoda, en el asiento. El hecho de que esté aquí sentada, con las piernas cruzadas, tan campante en el sofá, con un filete en el regazo y doña Divina haciéndome virguerías, no mejora las cosas.
—Los datos—murmura con el archivador en la mano y caminando como si tal cosa hacia la mesa de Santana para dejarlo delante de su silla.
Se vuelve para observarnos y me lanza dagas con la mirada. Me detesta a más no poder.
—Gracias, Holly—se inclina y me roza la mejilla con los labios, respira hondo y me suelta—Tengo que trabajar, Britt. Disfruta de la cena.
Holly pone cara de asco durante un instante, antes de volver a colocarse la sonrisa falsa en los morros carnosos cuando Santana se vuelve hacia ella. Santana se mete la mano en el bolsillo de los vaqueros.
—Transfiere cien mil a esta cuenta lo antes posible—le ordena entregándole un sobre.
—¿Cien mil?—pregunta Holly.
Mira el sobre.
—Sí. Ahora mismo, por favor.
La deja mirando el sobre y se sienta detrás de la mesa sin prestarle atención. Holly está boquiabierta, pero Santana la ignora. Morritos calientes me lanza una mirada asesina. Y entonces me doy cuenta de que es el sobre que Tina le ha dado a Santana.
¿Cien mil?
Es demasiado.
Pero ¿de qué va?
Me gustaría decir algo.
¿Debería decir algo?
Me vuelvo hacia Holly, que sigue mirándome de hito en hito, con los labios fruncidos. No la culpo. Sólo quiero esconderme debajo del sofá y morirme.
¿Cien mil?
Jesús, ella ya piensa que voy detrás de Santana por su dinero.
—Eso es todo Holly—la despacha Santana, y ella se da la vuelta para marcharse, pero no sin antes lanzarme una mirada furibunda.
Avanza despacio hacia la puerta y se topa con Finn en el umbral. Él la saluda con la cabeza, se aparta para dejarle paso y cierra la puerta detrás de ella. Me saluda y le sonrío antes de volver a picotear la ensalada y el filete.
Sí, mi apetito se ha ido a paseo. Necesito hablar con Santana y preguntarle qué papel tiene esa mujer en su vida.
¿Y por qué me odia tanto?
Dejo la bandeja en la mesita de café para servir un poco de vino, pero caigo en la cuenta de que Pete sólo ha traído una copa, así que voy al armario a coger un vaso pequeño para mí y vuelvo al sofá para servir el vino. Cuando dejo la copa en la mesa de Santana, Finn se calla y los dos miran primero a la copa y luego a mí. Santana la coge y me la devuelve.
—Yo no quiero, gracias, Britt—me sonríe—Tengo que conducir.
—Ah—recojo el vaso—Lo siento.
—Descuida, disfrútalo. Lo he pedido para ti.
Vuelvo a mi sitio en el sofá y cojo una revista llamada SuperBike. Es la única que hay, así que tendrá que bastarme. Empiezo a hojearla y me sumerjo en los artículos sobre motos de MotoGP, y me emociono cuando encuentro una sección dedicada a los que van de pasajero en una moto de carrreras; los paquetes, que ahora ya sé cuál es el término adecuado.
¿La moto de Santana es de ésas?
Leo las reglas para viajar de paquete y un artículo titulado «La seguridad es lo primero». Conseguiré que se ponga ropa de cuero aunque sea lo último que haga.
Estoy concentrada en los detalles de los motores de cuatro cilindros, las clasificaciones por caballos de potencia y la próxima Feria de la Moto de Milán, cuando noto que unas manos cálidas me envuelven el cuello. Echo la cabeza atrás para ver a sus rasgos del revés. Me bendice con su sonrisa arrebatadora.
—Había empezado algo, ¿verdad?
Se agacha y me posa los labios en la frente.
—¿Por qué no te has comprado la nueva 1198?
—Lo hice, pero prefiero la 1098.
—Pero ¿cuántas tienes?
—Doce.
—¿Doce? ¿Todas son supermotos?
Sonríe.
—Sí, Britt, todas son supermotos. Venga, voy a llevarte a casa.
Dejo la revista en la mesita y empiezo a ponerme de pie.
—Deberías llevar ropa de cuero—l< presiono así como quien no quiere la cosa.
—Ya lo sé.
Me coge de la mano y me guía hacia la puerta.
—¿Y por qué no lo haces?
—Llevo moto desde...—se para sin terminar la frase y me mira—Desde hace muchos años.
—En algún momento tendrás que decirme cuántos años tienes.
Me mira, le lanzo una brillante sonrisa y, a cambio, ella me regala otra.
—Tal vez—dice con calma.
Si hace muchos años que conduce motos, debería ser consciente de los peligros.
Caminamos por La Mansión y nos encontramos a Quinn y a Noah en el bar. Parece ser que Quinn no va a ver a Rachel esta noche. Está como siempre, igual que Noah, con el traje negro y el pelo negro peinado a la perfección.
—¡Amiga mía!—la saluda Quinn—Britt, me encantan tus bragas de los dibujos animados de Little Miss.
Me entrega una bolsa de gimnasio que me resulta muy familiar.
Me muero, me muero, me muero.
¿Ha estado husmeando en mi cajón de la ropa interior?
¡Cabrona descarada!
Noto que la cara me arde, miro a Santana y veo que la ira mana de todo su ser.
¡Ay, Quinn!
—No tientes tu suerte, Quinn—le advierte en un tono muy serio.
La sonrisa de la otra desaparece y levanta las manos en señal de sumisión. Noah resopla mientras sacude la cabeza y deja la cerveza en la barra.
—Te pasas de la raya, Quinn—dice.
Está de acuerdo con la reacción de Santana al inapropiado comentario de su amiga.
—Vaya, lo siento murmura aquella mientras me mira con una sonrisa que se le escapa involuntariamente.
Miro el bar. Está lleno. Hay mucha gente. Todos charlan, algunos saludan a Santana con la mano, pero ninguno se acerca. Siento que algunas personas me tienen la misma animadversión que las del salón de verano. Es como si se lo hubiera birlado. Ahora estoy segura de que el éxito del negocio se basa únicamente en la señora de La Mansión y en lo guapísima que es.
—Me llevo a Britt a casa—Santana me coge la bolsa del gimnasio—¿Mañana vas a correr?—le pregunta a Quinn.
—No, quizá tenga algo entre manos—me sonríe.
Me pongo aún más roja. Nunca me acostumbraré a que sea tan directa y a sus comentarios subidos de tono. Sacudo la cabeza en dirección a la cabrona descarada.
—¿Dónde está Rach?—pregunto.
Debería llamarla.
—Tenía que hacer unas entregas. Estaba muy emocionada por llevarse a Margo Junior en su primera salida oficial. Me han plantado por una furgoneta rosa—da un trago a su cerveza—Voy para allá cuando termine aquí.
—¿Cuándo termines de qué?—pregunta Noah con una ceja arqueada.
—De follarte—le espeta Quinn.
¿Cuando termine de qué, exactamente?
Santana tira de mí para sacarme del bar.
—Hasta la vista, chicos. ¡Di a Rach que Britt está conmigo!—grita por encima del hombro.
Me despido con la mano libre mientras me arrastra fuera del bar. Ambos alzan las copas en señal de despedida. Los dos sonríen.
Santana me lleva a la salida de La Mansión y a su Aston Martin a un ritmo más bien alto. Me abre la puerta del copiloto para que entre.
—Quiero ir en moto, San—protesto.
Estoy enganchada.
—Ahora mismo te quiero cubierta de encaje, no de cuero. Sube al coche, Britt-Britt.
Su mirada se ha vuelto pícara y prometedora.
¿En qué momento ha cambiado?
Subo al Aston Martin, aprieto los muslos y espero a que se siente a mi lado. Arranca el coche, lo saca marcha atrás y la grava sale despedida cuando el vehículo vuela por el camino hacia las puertas.
Tiene una misión.
Sé que se ha cabreado cuando Holly nos ha interrumpido. Si llega a entrar unos minutos más tarde, le habría dado la bienvenida un primer plano perfecto del duro culo de Santana.
¿O se lo habrá visto ya?
Vomito por dentro.
Dios, espero que no.
Miro el hermoso perfil de la mujer que va sentada a mi lado, relajado mientras conduce. Me mira un instante antes de volver a centrarse en la carretera. Sé que está haciendo todo lo que puede para no sonreír.
—Cien mil libras es un adelanto mayúsculo—digo con frialdad.
—¿Lo es?
—Sabes que sí.
La miro, desafiante, y ella lucha con una sonrisa que amenaza con inundar esa cara tan adorable que tiene.
—Te vendes demasiado barata, Britt.
—Debo de ser la puta más cara de la historia—contraataco, y veo que aprieta los labios en una línea recta.
—Brittany, si vuelves a decir eso de ti...
—Era una broma, San.
—¿Ves que me esté riendo?
—Tengo otros clientes con los que tratar—le informo con valentía.
No puede esperar que dedique toda mi jornada laboral a su ampliación. O a ella. Dudo que me deje trabajar en ella sin molestarme, y Will sospechará de todo el asunto si no estoy nunca en la oficina.
—Lo sé, pero yo soy una cliente especial.
Me da un apretón en la rodilla y observo su sonrisa maliciosa.
—¡Y tan especial!
Me río y me hace cosquillas en el hueco que se forma sobre la cadera. Sube el volumen y Elbow me devuelve al respaldo del asiento mientras veo el mundo pasar.
Ahora mismo estoy muy enamorada de ella, que no es lo mismo que estar sólo enamorada de ella. A pesar del lapso, ha resultado ser un bonito día.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Página 5 de 20. • 1, 2, 3, 4, 5, 6 ... 12 ... 20
Temas similares
» [Resuelto]FanFic Brittana: Por Ti (Adaptada) Epílogo
» [Resuelto]FanFic Brittana: Por Qué (Adaptada) Epílogo
» [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
» [Resuelto]FanFic Brittana: Nunca II (Adaptada) Epílogo
» [Resuelto]FanFic Brittana: Por la Eternidad (Adaptada) Epílogo
» [Resuelto]FanFic Brittana: Por Qué (Adaptada) Epílogo
» [Resuelto]FanFic Brittana: Tal Vez (Adaptada) Epílogo
» [Resuelto]FanFic Brittana: Nunca II (Adaptada) Epílogo
» [Resuelto]FanFic Brittana: Por la Eternidad (Adaptada) Epílogo
Página 5 de 20.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Lun Mar 14, 2022 3:20 pm por Laidy T
» Busco fanfic brittana
Lun Feb 28, 2022 10:01 pm por lana66
» Busco fanfic
Sáb Nov 21, 2020 2:14 pm por LaChicken
» [Resuelto]Brittana: (Adaptación) El Oscuro Juego de SATANÁS... (Gp Santana) Cap. 7 Cont. Cap. 8
Jue Sep 17, 2020 12:07 am por gaby1604
» [Resuelto]FanFic Brittana: La Esposa del Vecino (Adaptada) Epílogo
Mar Sep 08, 2020 9:19 am por Isabella28
» Brittana: Destino o Accidente (GP Santana) Actualizado 17-07-2017
Dom Sep 06, 2020 10:27 am por Isabella28
» [Resuelto]Mándame al Infierno pero Besame (adaptación) Gp Santana Cap. 18 y Epilogo
Vie Sep 04, 2020 12:54 am por gaby1604
» Fic Brittana----Más aya de lo normal----(segunda parte)
Mar Ago 25, 2020 7:50 pm por atrizz1
» [Resuelto]FanFic Brittana: Wallbanger 3 Last Call (Adaptada) Epílogo
Lun Ago 03, 2020 5:10 pm por marthagr81@yahoo.es
» Que pasó con Naya?
Miér Jul 22, 2020 6:54 pm por marthagr81@yahoo.es
» [Resuelto]FanFic Brittana: Medianoche V (Adaptada) Cap 31
Jue Jul 16, 2020 7:16 am por marthagr81@yahoo.es
» No abandonen
Miér Jun 17, 2020 3:17 pm por Faith2303
» FanFic Brittana: " Glimpse " Epilogo
Vie Abr 17, 2020 12:26 am por Faith2303
» FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
Lun Ene 20, 2020 1:47 pm por thalia danyeli
» Brittana, cafe para dos- Capitulo 16
Dom Oct 06, 2019 8:40 am por mystic
» brittana. amor y hierro capitulo 10
Miér Sep 25, 2019 9:29 am por mystic
» holaaa,he vuelto
Jue Ago 08, 2019 4:33 am por monica.santander
» [Resuelto]FanFic Brittana: Wallbanger 3 Last Call (Adaptada) Epílogo
Miér Mayo 08, 2019 9:25 pm por 23l1
» [Resuelto]FanFic Brittana: Comportamiento (Adaptada) Epílogo
Miér Abr 10, 2019 9:29 pm por 23l1
» [Resuelto]FanFic Brittana: Justicia V (Adaptada) Epílogo
Lun Abr 08, 2019 8:29 pm por 23l1