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FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Ya es mucho misterio>:cc quiero saber todoo! u.u
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Susii escribió:Ya es mucho misterio>:cc quiero saber todoo! u.u
Hola, ajajajjajaajajajajajaj XD uf falta un poco, pero esperemos y este cap, resuelva alguno no¿? jaajajaja. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 29
Capitulo 29
Las puertas del Lusso se abren con suavidad y Santana entra con el coche y lo aparca con rapidez y precisión. No tarda ni un segundo en recogerme al lado de la portezuela y en arrastrarme a través del vestíbulo hacia el ascensor.
—Buenas noches, Clive—digo mientras Santana me hace pasar por delante de su puesto a toda velocidad y me mete en el ascensor del ático.
—¿Tienes prisa, San?
—Sí—me contesta con decisión mientras introduce el código. Las puertas del ascensor se cierran y me empuja con suavidad contra la pared de espejos—¡Me debes un polvo de disculpa, Britt!—ruge, y me ataca la boca.
¿Qué coño es un polvo de disculpa y por qué le debo uno?
Puedo hacer una lista tan larga como mi brazo de todas las disculpas que me debe ella a mí. No se me ocurre nada por lo que deba disculparme yo.
—¿Qué es un polvo de disculpa?—jadeo cuando me coloca la rodilla entre los muslos y acerca la boca a mi oído.
—Tiene que ver con tu boca.
Tiemblo cuando se aparta de mí y me deja hecha un saco de hormonas, jadeante y apoyada contra la pared para poder mantenerme en pie. Retrocede hasta que su espalda choca contra la pared opuesta del ascensor. Me observa con atención bajo los párpados pesados de sus ojos, se quita la camiseta y empieza a desabrocharse los botones de la bragueta de los vaqueros. Entreabro la boca para que me entre aire en los pulmones y espero instrucciones.
Soy una muñeca de trapo temblorosa.
Ella es la perfección hecha persona con sus esplendidos pechos y sus marcados músculos que se tensan y relajan con cada movimiento. Los vaqueros se abren y revelan su sexo.
No lleva sujetador
No lleva bragas.
No hay barreras.
La miro a los ojos, pero ella tiene la vista baja; se está contemplando a sí misma. Mi mirada sigue a la suya y veo que dedica caricias largas y lentas a sus pechos y a su sexo; la respiración se le va agitando más con cada una de ellas. Verla tocarse me provoca un cosquilleo en la entrepierna y mi temperatura corporal e eleva.
Ay, Dios, es más que perfecta.
Le recorro el cuerpo con la mirada y encuentro la imagen más erótica que haya visto jamás. Tiene los pezones duros, los músculos del abdomen tensos, los ojos llenos de lujuria y el labio inferior carnoso, entreabierto y húmedo. Ahora me está mirando, observándome atentamente desde el otro lado del ascensor.
—Ven aquí, Britt—su voz es grave y su mirada misteriosa. Me acerco lentamente a ella—De rodillas.
Estabilizo la respiración y, poco a poco, me arrodillo en el suelo delante de ella. Le paso las manos por la parte delantera de las caderas prietas sin que nuestras miradas se separen. Me contempla sin dejar de acariciarse despacio.
Esta mujer que se masturba erguida ante mí me tiene completamente fascinada.
Se suelta los pechos y la baja para acariciarme el rostro mientras jadea un poco. Me da unos golpecitos en la mejilla con el dedo corazón.
—Abre, Britt—ordena.
Separo los labios y traslado las manos a la parte de atrás de sus piernas para agarrarme a sus muslos. Ella me roza un lado de la cara en señal de aprobación y se coloca delante de mis labios.
—Me vas a meter la lengua hasta el fondo y me voy a correr en tu boca—acerca su sexo y con la lengua le lamo su humedad—Y tú te la vas a tragar.
El estómago me da un vuelco y la respiración se me queda atrapada en la garganta cuando se acerca, yo paso mi lengua despacio por su sexo. La veo cerrar los ojos; aprieta la mandíbula con tanta fuerza que creo que va a estallarle una vena de la sien. La agarro con decisión de la parte de atrás de los muslos y tiro de ella hacia mí e introduzco hasta el fondo mí lengua.
—Jooooder—gruñe con los dientes apretados.
Me pone la mano en la nunca y se tensa. Respira con dificultad. Subo una mano y le masajeo los pechos. Suelta unas cuantas bocanadas de aire. Se está preparando mentalmente.
Más me vale esmerarme.
Deslizo la lengua hacia su clítoris y, con malicia, llevo la mano libre hasta la parte delantera de su muslo, se la meto entre las piernas y se le acaricio el sexo. Me sujeta la cabeza con más fuerza y lanza una letanía al techo. Le tiemblan las caderas. Le está costando mantener el control. Con delicadeza, recorro con la punta del dedo, arriba y abajo. Los ligamentos del cuello se le tensan al máximo.
Lo estoy disfrutando.
Está indefensa, vulnerable, y yo tengo el control. A pesar de sus exigencias iniciales, que si arrodíllate, que si abre la boca, está totalmente a mi merced. Es un buen cambio, y no se me pasa por alto el hecho de que quiero complacerla.
Soy vagamente consciente de que se abren las puertas del ascensor, pero decido ignorarlas. Estoy absorta en lo que le estoy haciendo. Rodeo con los labios su clítoris y lo muerdo, mientras que le apretó un pezón. Veo que baja la cabeza en busca de mis ojos. Cuando los encuentra, empieza a dibujar círculos en mi pelo con las manos mientras yo le lamo su sexo, ella deja escapar pequeños chorros de aire entre los dientes. Me observa sin querer cerrar los ojos y decidido a ver lo que le estoy haciendo. Yo sigo recorriéndola arriba y abajo, presionando la punta de la lengua contra su clítoris y presionado sus pechos.
Me lanza una de sus sonrisas arrebatadoras, pero se la borro de la cara y la dejo sin aliento cuando vuelvo a morderle el clítoris y le pechisco los pezones.
—¡Jesús, Britt!—ladra.
Me enreda los dedos en el pelo cuando y la penetro con la lengua hasta el fondo.
—Joder, Britt. Tienes una boca increíble—vuelvo a embestirla mientras me sujeta con sus manos y me acaricia el pelo con calma al mismo tiempo—He querido que me folles con ella desde la primera vez que te vi.
No estoy segura de sí debería ofenderme o sentirme halagada por el comentario. Así que, en vez de pensarlo, saco los dientes y vuelvo a morderle el clítoris con más fuerza.
—¡Dios, Britt!—grita, y penetro otra vez con la lengua.
Después de varios increíbles ataques más, siento que se contrae. Sé que está a punto. Yo rodeo, lamo y absorbo su sexo mientras ella toma bocanadas de aire cortas y rápidas.
—¡En tu boca, Britt!—me grita.
Paso la lengua por todo su sexo en el momento en que me derrama su humedad caliente en la boca. La recojo. No se escapa ni una gota.
Santana ha echado la cabeza hacia atrás y grita al vacío; es un gemido grave de satisfacción. Lamo y chupo los restos de tensión.
He saldado mi deuda.
Tiene el pecho agitado y me mira con los ojos oscuros nublados. Se inclina para levantarme y sellar mis labios con un beso de agradecimiento absoluto.
—Eres asombrosa. Voy a quedarme contigo para siempre, Britt-Britt—me informa al tiempo que me cubre la cara de besos pequeños.
—Es bueno saberlo—respondo con sarcasmo.
—No intentes hacerte la ofendida conmigo, Britt—su frente descansa contra la mía—Esta mañana me has dejado a dos velas—dice con calma.
Ah, me estoy disculpando por haberla dejado con las ganas. Eso me cuadra, pero ¿me pagará ahora por todas sus transgresiones? Lo que acabo de hacer debería darme asco, pero no es así. Haría cualquier cosa por ella.
Levanto los brazos y le apoyo las palmas de las manos en los pechos para disfrutar de ellos.
—Pido disculpas, San—susurro, y me acerco para darle un beso en un pezón.
—Llevas encaje—me rodea con los brazos—Me encanta cómo te queda.
Me levanta del suelo y automáticamente le rodeo la cintura con las piernas. Recoge mis bártulos y su camiseta del suelo y me saca en brazos del ascensor.
—¿Por qué encaje?—pregunto.
Siempre insiste en que lo lleve y ella —cuando lleva topa interior— es de encaje. Es otra de esas cosas que hago para complacerla.
—No lo sé, pero póntelo siempre. Llaves, en el bolsillo de atrás.
Paso el brazo por debajo del suyo en busca del bolsillo y saco las llaves. Después, se vuelve para que pueda abrir la puerta. Entramos y la cierra de un puntapié en un segundo. Tira mis cosas al suelo y me lleva al piso de arriba. Podría acostumbrarme a esto.
Me lleva de aquí para allá como si fuera poco más que una camiseta sobre sus hombros. Me siento como si no pesara nada, y completamente a salvo. Me deja en el suelo.
—Ahora voy a llevarte a la cama, Britt-Britt—me susurra con dulzura.
De repente, los graves de Angel, de Massive Attack, me invaden los oídos. El cuerpo se me pone rígido.
Es música para hacer el amor.
Ardo cuando empieza a desnudarme, con su dulce mirada oscura clavada en la mía. La versatilidad de esta mujer me tiene pasmada. Tan pronto es una señora del sexo exigente y brutal como una amante tierna y gentil. Me gusta todo de ella, cada una de sus facetas.
Bueno, casi todas.
—¿Por qué intentas controlarme?—le pregunto.
Es la única parte de ella que me cuesta tolerar. Va más allá de la irracionalidad, pero no tengo quejas en el dormitorio.
Me baja la camisa por los hombros y la desliza brazos abajo.
—No lo sé, Britt—dice con el ceño fruncido.
Su expresión de perplejidad me convence de que realmente no lo sabe, cosa que no me ayuda a entender por qué se comporta así conmigo. Sólo hace unas semanas que me conoce.
Es de locos.
—Me parece que es lo que tengo que hacer—me dice a modo de explicación, como si eso lo aclarase todo.
Pero no es así para nada.
¡Sigo sin comprenderte, loca!
Me baja la cremallera de los pantalones y los arrastra por mis muslos. Me alza para quitármelos del todo y me deja de pie, en ropa interior, delante de ella. Se levanta, da un paso atrás y me mira mientras se quita los tacones y los vaqueros y los tira a un lado de un puntapié. Recorro su maravilloso cuerpo con expresión agradecida y termino la inspección en sus brillantes estanques oscuros.
Es como un experimento científico perfecto: la obra maestra de Dios, mi obra maestra.
Quiero que sea sólo mía.
Alarga la mano y me baja las copas del sujetador, una detrás de la otra. Con el dorso de la mano, me roza los pezones, que se endurecen aún más. Tengo la respiración entrecortada cuando me mira.
—Me vuelves loca—dice con rostro inexpresivo.
Quiero gritarle por ser tan insensible. No deja de repetirme lo mismo una y otra vez.
—No, tú sí que me vuelves loca—mi voz es apenas un susurro.
Mentalmente, le suplico que admita que es demasiado exigente y muy controladora. No es posible que considere que su comportamiento es normal.
Esboza una sonrisa y le brillan los ojos.
—Loca—leo en sus labios.
Me levanta apoyándome en su pecho, me acuesta en la cama y se tumba sobre mí. Cuando su cuerpo cubre el mío por completo, baja la boca y sus labios me toman con adoración, entera, su lengua explora mi boca despacio.
Dios mío. Te quiero.
Podría echarme a llorar en este momento.
¿Debería decirle lo que siento?
¿Por qué no puedo decirlo sin más?
Después de la que me ha montado hoy, cualquiera pensaría que debo largarme, huir lo más rápido y lo más lejos que me sea posible.
Pero no puedo.
Simplemente no puedo.
Siento que me quita las bragas, mis pensamientos pierden toda coherencia cuando se sienta sobre sus talones y tira de mí hasta colocarme a horcajadas sobre su regazo.
—Échate hacia atrás y apóyate en las manos, Britt—me ordena con dulzura.
Su voz es ronca y su mirada intensa. Me echo hacia atrás y sus brazos me rodea la cintura para sujetarme. Se acomoda de forma que nuestros sexos se unan. Gimo de puro deleite y placer cuando nuestros sexos se rozan. Me tiemblan un poco los brazos y me aferro a su cintura con las piernas.
Qué gusto da tenerla unida a mí.
Si me muriera ahora mismo, lo haría muy feliz.
Empieza a moverme las caderas en círculos lentos y profundos, me levanta despacio antes de volver a apretarme contra ella, rotando. Sigue el ritmo de la música a la perfección.
Joder, es muy buena.
Suspiro honda y profundamente por las exquisitas sensaciones que crea al levantarme y al bajarme en círculo. Sus caderas también siguen los movimientos sobre los que tiene todo el control.
—¿Dónde has estado toda mi vida, Brittany?—gime durante un círculo largo e intenso.
¡En el colegio!
El pensamiento se ha colado en mi mente y me recuerda que no sé cuántos años tiene. Si se lo pregunto en la cumbre del placer, ¿me dirá la verdad? Estoy enamorada de una mujer y no tengo ni idea de qué edad tiene.
Es ridículo.
Jadeo mientras me mueve otra vez, el resplandor de una marea que se acerca lentamente empieza a cobrar fuerza. Me hipnotiza, su rostro ardiente de pasión me tiene completamente cautivada. Los músculos del pecho se mueven y guían mi cuerpo sobre el suyo.
Me hace el amor despacio, con meticulosidad, y no me está ayudando, precisamente, con mis sentimientos hacia ella. Soy adicta a la Santana dulce igual que lo soy a la Santana dominante.
Estoy perdida.
Se pasa la lengua por el labio inferior y le brillan los ojos; la arruga de la frente se le marca sobre las cejas.
—Prométeme una cosa, Britt.
Su voz es suave, y mueve las caderas para trazar otro círculo que me nubla la mente.
Gimo.
Se está aprovechando de mi estado de ensimismamiento para pedirme que haga promesas justo ahora. Aunque ha sido más una orden que una pregunta. La observo, a ver qué me pide.
—Que vas a quedarte conmigo.
¿Cuándo?
¿Esta noche?
¿Para siempre?
¡Explícate, joder!
Ahora ya no cabe duda de que no ha sido una pregunta sino una orden. Asiento porque vuelve a moverse mientras masculla palabras incoherentes.
—Necesito que lo digas, Britt.
Mueve las caderas.
—Dios. Me quedaré—exhalo mientras absorbo los movimientos.
La voz me tiembla de placer y de emoción cuando la potente palpitación de mi núcleo se hace con el control y yo me estremezco entre sus manos.
—Vas a correrte—jadea.
—¡Sí!
—Dios, me encanta mirarte cuando estás así. Aguanta, Britt-Britt. Aún no.
Mis brazos empiezan a ceder bajo mi peso. Santana traslada las manos al hueco que se forma entre mis omoplatos y me levanta para que estemos cara a cara. Grito cuando nuestros pechos chocan. Mis manos vuelan y se aferran a su espalda. Busca en mis ojos.
—Eres tan bonita que dan ganas de llorar. Y eres toda mía, Britt. Bésame.
Obedezco y muevo las palmas de las manos para rodearle el apuesto rostro y acercar los labios a los suyos. Gime cuando le meto la lengua en la boca y sus movimientos se aceleran.
—San—suplico.
Voy a correrme.
—Contrólalo, Britt.
—No puedo —jadeo en su boca.
No puedo resistir su invasión de mi mente y de mi cuerpo. Tenso los muslos a su alrededor y me deshago en mil pedazos encima de ella. Grito, le atrapo el labio inferior entre los dientes y la muerdo. Ella también lanza un grito, se pone de rodillas, coge impulso y se mueve con fuerza cuando llega el turno de su descarga. Me abraza contra su pecho y su humedad se mezcla con la mía.
—Por Dios, Britt, ¿qué voy a hacer contigo?
Quédate conmigo para siempre, ¡por favor!
Estoy mareada, la cabeza me da vueltas y su aliento tibio me roza la muñeca, el cuello y me llega hasta el pecho.
Tiembla.
Tiembla de verdad.
La rodeo con los brazos y la aprieto fuerte contra mí.
—Estás temblando, San—susurro en su hombro.
—Me haces muy feliz.
¿Ah, sí?
—Pensaba que te volvía loca.
Se aparta y me mira a los ojos, con la frente brillante y sudorosa.
—Me vuelves loca de felicidad—me besa en la nariz, se aparta el pelo de la cara, y luego a mí—También me cabreas hasta volverme loca, Britt.
Me lanza una mirada acusadora. No sé por qué. Son ella y su comportamiento neurótico y exigente los que hacen que se cabree hasta volverse loca, no yo.
—Te prefiero loca de felicidad. Das miedo cuando te vuelves loca de cabreo.
Tuerce los labios.
—Entonces deja de hacer cosas que me cabreen hasta volverme loca.
La miro. La mandíbula me llega al suelo. Pero me besa en los labios antes de que pueda plantarle cara y defenderme de su acusación. Esta mujer está completamente chiflada, aparte de todo lo demás. Vuelve a sentarse sobre los talones.
—Nunca te haría daño a propósito, Brittany. Lo sabes, ¿verdad?
La incertidumbre de su tono de voz es evidente. Me aparta un mechón de pelo rebelde de la cara.
Sí. Eso lo sé.
Bueno, al menos en cuanto a lo físico. Es la parte emocional la que me tiene muerta de miedo, y el hecho de que haya añadido lo de «a propósito» es para preocuparse. Miro a los oscuros ojos confusos de esta mujer tan bella.
—Lo sé—suspiro, aunque la verdad es que no estoy segura, y eso me asusta muchísimo.
Se recuesta y me lleva con ella. Quedo tumbada sobre su pecho. Me echo a un lado para poder dibujar ochos sobre su estómago y me entretengo en su cicatriz. Me provoca una curiosidad morbosa, es otro de los misterios de esta mujer. No es una cicatriz quirúrgica, no es una punción y no es una laceración. Tiene un aspecto mucho más siniestro. La superficie es serpenteante, gruesa e irregular, como si alguien le hubiera clavado un cuchillo en la parte baja del estómago y lo hubiera arrastrado hasta el costado.
Me estremezco.
Creía que nadie podría sobrevivir a una herida así. Debió de perder muchísima sangre.
¿Y si trato de presionarla preguntándole sobre ella?
—¿Has estado en el ejército?—digo con calma.
Eso lo explicaría, y no le he preguntado por la cicatriz directamente. Deja de acariciarme el pelo un instante.
—No—contesta. No me pregunta cómo se me ha ocurrido la idea. Sabe adónde quiero llegar—Déjalo, Brittany—dice con ese tono de voz que me hace sentir minúscula en el acto.
Sí, no voy a discutir con ese tono de voz. No tengo ningunas ganas de estropear el momento.
—¿Por qué desapareciste?—pregunto con cierto recelo.
Necesito saberlo.
—Ya te lo dije. Estaba fatal, Britt.
—¿Por qué?—insisto.
Su respuesta no me aclara nada. Noto que se pone tensa debajo de mí.
—Despiertas ciertos sentimientos en mí, Britt-Britt—me responde con dulzura y creo que podría estar llegando a alguna parte.
—¿Qué clase de sentimientos?
¡Toma!
Suspira. He abusado de mi suerte.
—De todas las clases, Britt—Parece irritada.
—¿Eso es malo?
—Lo es cuando no sabes qué hacer con ellos—suelta una bocanada de aire larga y cansada.
Dejo de acariciarla.
¿No sabe qué hacer con lo que siente y por eso intenta controlarme?
¿Y se supone que eso la ayuda?
¿Toda clase de sentimientos?
Esta mujer habla en clave.
¿Qué significa y por qué parece que la frustra tanto?
—Crees que te pertenezco—vuelvo a trazar círculos con el dedo.
—No. Sé que me perteneces, Britt.
—¿Cuándo llegaste a esa conclusión?
—Cuando me pasé cuatro días intentando sacarte de mi cabeza.
Todavía parece molesta, aunque estoy encantada con la noticia.
—¿No funcionó?
—Bueno no. Me volví aún más loca. A dormir, Britt—me ordena.
—¿Qué hiciste para intentar sacarme de tu cabeza?
—Eso no importa. No funcionó y punto. A dormir, Britt.
Hago un mohín. Creo que le he extraído toda la información que está dispuesta a darme.
¿Aún más loca?
No quiero ni saber lo que significa eso.
¿Toda clase de sentimientos?
Creo que me gusta cómo suena eso.
Sigo dibujando con el dedo en su pecho mientras ella me acaricia el pelo y me da un beso de vez en cuando. El silencio es cómodo y me pesan los párpados. Me acurruco contra ella, con la pierna sobre su muslo.
—Dime cuántos años tienes—musito contra su pecho.
—No—responde cortante.
Arrugo el rostro, enfadada casi. Ni siquiera me ha dado una edad falsa. Me sumerjo en un limbo tranquilo y experimento toda clase de locuras.
—Buenas noches, Clive—digo mientras Santana me hace pasar por delante de su puesto a toda velocidad y me mete en el ascensor del ático.
—¿Tienes prisa, San?
—Sí—me contesta con decisión mientras introduce el código. Las puertas del ascensor se cierran y me empuja con suavidad contra la pared de espejos—¡Me debes un polvo de disculpa, Britt!—ruge, y me ataca la boca.
¿Qué coño es un polvo de disculpa y por qué le debo uno?
Puedo hacer una lista tan larga como mi brazo de todas las disculpas que me debe ella a mí. No se me ocurre nada por lo que deba disculparme yo.
—¿Qué es un polvo de disculpa?—jadeo cuando me coloca la rodilla entre los muslos y acerca la boca a mi oído.
—Tiene que ver con tu boca.
Tiemblo cuando se aparta de mí y me deja hecha un saco de hormonas, jadeante y apoyada contra la pared para poder mantenerme en pie. Retrocede hasta que su espalda choca contra la pared opuesta del ascensor. Me observa con atención bajo los párpados pesados de sus ojos, se quita la camiseta y empieza a desabrocharse los botones de la bragueta de los vaqueros. Entreabro la boca para que me entre aire en los pulmones y espero instrucciones.
Soy una muñeca de trapo temblorosa.
Ella es la perfección hecha persona con sus esplendidos pechos y sus marcados músculos que se tensan y relajan con cada movimiento. Los vaqueros se abren y revelan su sexo.
No lleva sujetador
No lleva bragas.
No hay barreras.
La miro a los ojos, pero ella tiene la vista baja; se está contemplando a sí misma. Mi mirada sigue a la suya y veo que dedica caricias largas y lentas a sus pechos y a su sexo; la respiración se le va agitando más con cada una de ellas. Verla tocarse me provoca un cosquilleo en la entrepierna y mi temperatura corporal e eleva.
Ay, Dios, es más que perfecta.
Le recorro el cuerpo con la mirada y encuentro la imagen más erótica que haya visto jamás. Tiene los pezones duros, los músculos del abdomen tensos, los ojos llenos de lujuria y el labio inferior carnoso, entreabierto y húmedo. Ahora me está mirando, observándome atentamente desde el otro lado del ascensor.
—Ven aquí, Britt—su voz es grave y su mirada misteriosa. Me acerco lentamente a ella—De rodillas.
Estabilizo la respiración y, poco a poco, me arrodillo en el suelo delante de ella. Le paso las manos por la parte delantera de las caderas prietas sin que nuestras miradas se separen. Me contempla sin dejar de acariciarse despacio.
Esta mujer que se masturba erguida ante mí me tiene completamente fascinada.
Se suelta los pechos y la baja para acariciarme el rostro mientras jadea un poco. Me da unos golpecitos en la mejilla con el dedo corazón.
—Abre, Britt—ordena.
Separo los labios y traslado las manos a la parte de atrás de sus piernas para agarrarme a sus muslos. Ella me roza un lado de la cara en señal de aprobación y se coloca delante de mis labios.
—Me vas a meter la lengua hasta el fondo y me voy a correr en tu boca—acerca su sexo y con la lengua le lamo su humedad—Y tú te la vas a tragar.
El estómago me da un vuelco y la respiración se me queda atrapada en la garganta cuando se acerca, yo paso mi lengua despacio por su sexo. La veo cerrar los ojos; aprieta la mandíbula con tanta fuerza que creo que va a estallarle una vena de la sien. La agarro con decisión de la parte de atrás de los muslos y tiro de ella hacia mí e introduzco hasta el fondo mí lengua.
—Jooooder—gruñe con los dientes apretados.
Me pone la mano en la nunca y se tensa. Respira con dificultad. Subo una mano y le masajeo los pechos. Suelta unas cuantas bocanadas de aire. Se está preparando mentalmente.
Más me vale esmerarme.
Deslizo la lengua hacia su clítoris y, con malicia, llevo la mano libre hasta la parte delantera de su muslo, se la meto entre las piernas y se le acaricio el sexo. Me sujeta la cabeza con más fuerza y lanza una letanía al techo. Le tiemblan las caderas. Le está costando mantener el control. Con delicadeza, recorro con la punta del dedo, arriba y abajo. Los ligamentos del cuello se le tensan al máximo.
Lo estoy disfrutando.
Está indefensa, vulnerable, y yo tengo el control. A pesar de sus exigencias iniciales, que si arrodíllate, que si abre la boca, está totalmente a mi merced. Es un buen cambio, y no se me pasa por alto el hecho de que quiero complacerla.
Soy vagamente consciente de que se abren las puertas del ascensor, pero decido ignorarlas. Estoy absorta en lo que le estoy haciendo. Rodeo con los labios su clítoris y lo muerdo, mientras que le apretó un pezón. Veo que baja la cabeza en busca de mis ojos. Cuando los encuentra, empieza a dibujar círculos en mi pelo con las manos mientras yo le lamo su sexo, ella deja escapar pequeños chorros de aire entre los dientes. Me observa sin querer cerrar los ojos y decidido a ver lo que le estoy haciendo. Yo sigo recorriéndola arriba y abajo, presionando la punta de la lengua contra su clítoris y presionado sus pechos.
Me lanza una de sus sonrisas arrebatadoras, pero se la borro de la cara y la dejo sin aliento cuando vuelvo a morderle el clítoris y le pechisco los pezones.
—¡Jesús, Britt!—ladra.
Me enreda los dedos en el pelo cuando y la penetro con la lengua hasta el fondo.
—Joder, Britt. Tienes una boca increíble—vuelvo a embestirla mientras me sujeta con sus manos y me acaricia el pelo con calma al mismo tiempo—He querido que me folles con ella desde la primera vez que te vi.
No estoy segura de sí debería ofenderme o sentirme halagada por el comentario. Así que, en vez de pensarlo, saco los dientes y vuelvo a morderle el clítoris con más fuerza.
—¡Dios, Britt!—grita, y penetro otra vez con la lengua.
Después de varios increíbles ataques más, siento que se contrae. Sé que está a punto. Yo rodeo, lamo y absorbo su sexo mientras ella toma bocanadas de aire cortas y rápidas.
—¡En tu boca, Britt!—me grita.
Paso la lengua por todo su sexo en el momento en que me derrama su humedad caliente en la boca. La recojo. No se escapa ni una gota.
Santana ha echado la cabeza hacia atrás y grita al vacío; es un gemido grave de satisfacción. Lamo y chupo los restos de tensión.
He saldado mi deuda.
Tiene el pecho agitado y me mira con los ojos oscuros nublados. Se inclina para levantarme y sellar mis labios con un beso de agradecimiento absoluto.
—Eres asombrosa. Voy a quedarme contigo para siempre, Britt-Britt—me informa al tiempo que me cubre la cara de besos pequeños.
—Es bueno saberlo—respondo con sarcasmo.
—No intentes hacerte la ofendida conmigo, Britt—su frente descansa contra la mía—Esta mañana me has dejado a dos velas—dice con calma.
Ah, me estoy disculpando por haberla dejado con las ganas. Eso me cuadra, pero ¿me pagará ahora por todas sus transgresiones? Lo que acabo de hacer debería darme asco, pero no es así. Haría cualquier cosa por ella.
Levanto los brazos y le apoyo las palmas de las manos en los pechos para disfrutar de ellos.
—Pido disculpas, San—susurro, y me acerco para darle un beso en un pezón.
—Llevas encaje—me rodea con los brazos—Me encanta cómo te queda.
Me levanta del suelo y automáticamente le rodeo la cintura con las piernas. Recoge mis bártulos y su camiseta del suelo y me saca en brazos del ascensor.
—¿Por qué encaje?—pregunto.
Siempre insiste en que lo lleve y ella —cuando lleva topa interior— es de encaje. Es otra de esas cosas que hago para complacerla.
—No lo sé, pero póntelo siempre. Llaves, en el bolsillo de atrás.
Paso el brazo por debajo del suyo en busca del bolsillo y saco las llaves. Después, se vuelve para que pueda abrir la puerta. Entramos y la cierra de un puntapié en un segundo. Tira mis cosas al suelo y me lleva al piso de arriba. Podría acostumbrarme a esto.
Me lleva de aquí para allá como si fuera poco más que una camiseta sobre sus hombros. Me siento como si no pesara nada, y completamente a salvo. Me deja en el suelo.
—Ahora voy a llevarte a la cama, Britt-Britt—me susurra con dulzura.
De repente, los graves de Angel, de Massive Attack, me invaden los oídos. El cuerpo se me pone rígido.
Es música para hacer el amor.
Ardo cuando empieza a desnudarme, con su dulce mirada oscura clavada en la mía. La versatilidad de esta mujer me tiene pasmada. Tan pronto es una señora del sexo exigente y brutal como una amante tierna y gentil. Me gusta todo de ella, cada una de sus facetas.
Bueno, casi todas.
—¿Por qué intentas controlarme?—le pregunto.
Es la única parte de ella que me cuesta tolerar. Va más allá de la irracionalidad, pero no tengo quejas en el dormitorio.
Me baja la camisa por los hombros y la desliza brazos abajo.
—No lo sé, Britt—dice con el ceño fruncido.
Su expresión de perplejidad me convence de que realmente no lo sabe, cosa que no me ayuda a entender por qué se comporta así conmigo. Sólo hace unas semanas que me conoce.
Es de locos.
—Me parece que es lo que tengo que hacer—me dice a modo de explicación, como si eso lo aclarase todo.
Pero no es así para nada.
¡Sigo sin comprenderte, loca!
Me baja la cremallera de los pantalones y los arrastra por mis muslos. Me alza para quitármelos del todo y me deja de pie, en ropa interior, delante de ella. Se levanta, da un paso atrás y me mira mientras se quita los tacones y los vaqueros y los tira a un lado de un puntapié. Recorro su maravilloso cuerpo con expresión agradecida y termino la inspección en sus brillantes estanques oscuros.
Es como un experimento científico perfecto: la obra maestra de Dios, mi obra maestra.
Quiero que sea sólo mía.
Alarga la mano y me baja las copas del sujetador, una detrás de la otra. Con el dorso de la mano, me roza los pezones, que se endurecen aún más. Tengo la respiración entrecortada cuando me mira.
—Me vuelves loca—dice con rostro inexpresivo.
Quiero gritarle por ser tan insensible. No deja de repetirme lo mismo una y otra vez.
—No, tú sí que me vuelves loca—mi voz es apenas un susurro.
Mentalmente, le suplico que admita que es demasiado exigente y muy controladora. No es posible que considere que su comportamiento es normal.
Esboza una sonrisa y le brillan los ojos.
—Loca—leo en sus labios.
Me levanta apoyándome en su pecho, me acuesta en la cama y se tumba sobre mí. Cuando su cuerpo cubre el mío por completo, baja la boca y sus labios me toman con adoración, entera, su lengua explora mi boca despacio.
Dios mío. Te quiero.
Podría echarme a llorar en este momento.
¿Debería decirle lo que siento?
¿Por qué no puedo decirlo sin más?
Después de la que me ha montado hoy, cualquiera pensaría que debo largarme, huir lo más rápido y lo más lejos que me sea posible.
Pero no puedo.
Simplemente no puedo.
Siento que me quita las bragas, mis pensamientos pierden toda coherencia cuando se sienta sobre sus talones y tira de mí hasta colocarme a horcajadas sobre su regazo.
—Échate hacia atrás y apóyate en las manos, Britt—me ordena con dulzura.
Su voz es ronca y su mirada intensa. Me echo hacia atrás y sus brazos me rodea la cintura para sujetarme. Se acomoda de forma que nuestros sexos se unan. Gimo de puro deleite y placer cuando nuestros sexos se rozan. Me tiemblan un poco los brazos y me aferro a su cintura con las piernas.
Qué gusto da tenerla unida a mí.
Si me muriera ahora mismo, lo haría muy feliz.
Empieza a moverme las caderas en círculos lentos y profundos, me levanta despacio antes de volver a apretarme contra ella, rotando. Sigue el ritmo de la música a la perfección.
Joder, es muy buena.
Suspiro honda y profundamente por las exquisitas sensaciones que crea al levantarme y al bajarme en círculo. Sus caderas también siguen los movimientos sobre los que tiene todo el control.
—¿Dónde has estado toda mi vida, Brittany?—gime durante un círculo largo e intenso.
¡En el colegio!
El pensamiento se ha colado en mi mente y me recuerda que no sé cuántos años tiene. Si se lo pregunto en la cumbre del placer, ¿me dirá la verdad? Estoy enamorada de una mujer y no tengo ni idea de qué edad tiene.
Es ridículo.
Jadeo mientras me mueve otra vez, el resplandor de una marea que se acerca lentamente empieza a cobrar fuerza. Me hipnotiza, su rostro ardiente de pasión me tiene completamente cautivada. Los músculos del pecho se mueven y guían mi cuerpo sobre el suyo.
Me hace el amor despacio, con meticulosidad, y no me está ayudando, precisamente, con mis sentimientos hacia ella. Soy adicta a la Santana dulce igual que lo soy a la Santana dominante.
Estoy perdida.
Se pasa la lengua por el labio inferior y le brillan los ojos; la arruga de la frente se le marca sobre las cejas.
—Prométeme una cosa, Britt.
Su voz es suave, y mueve las caderas para trazar otro círculo que me nubla la mente.
Gimo.
Se está aprovechando de mi estado de ensimismamiento para pedirme que haga promesas justo ahora. Aunque ha sido más una orden que una pregunta. La observo, a ver qué me pide.
—Que vas a quedarte conmigo.
¿Cuándo?
¿Esta noche?
¿Para siempre?
¡Explícate, joder!
Ahora ya no cabe duda de que no ha sido una pregunta sino una orden. Asiento porque vuelve a moverse mientras masculla palabras incoherentes.
—Necesito que lo digas, Britt.
Mueve las caderas.
—Dios. Me quedaré—exhalo mientras absorbo los movimientos.
La voz me tiembla de placer y de emoción cuando la potente palpitación de mi núcleo se hace con el control y yo me estremezco entre sus manos.
—Vas a correrte—jadea.
—¡Sí!
—Dios, me encanta mirarte cuando estás así. Aguanta, Britt-Britt. Aún no.
Mis brazos empiezan a ceder bajo mi peso. Santana traslada las manos al hueco que se forma entre mis omoplatos y me levanta para que estemos cara a cara. Grito cuando nuestros pechos chocan. Mis manos vuelan y se aferran a su espalda. Busca en mis ojos.
—Eres tan bonita que dan ganas de llorar. Y eres toda mía, Britt. Bésame.
Obedezco y muevo las palmas de las manos para rodearle el apuesto rostro y acercar los labios a los suyos. Gime cuando le meto la lengua en la boca y sus movimientos se aceleran.
—San—suplico.
Voy a correrme.
—Contrólalo, Britt.
—No puedo —jadeo en su boca.
No puedo resistir su invasión de mi mente y de mi cuerpo. Tenso los muslos a su alrededor y me deshago en mil pedazos encima de ella. Grito, le atrapo el labio inferior entre los dientes y la muerdo. Ella también lanza un grito, se pone de rodillas, coge impulso y se mueve con fuerza cuando llega el turno de su descarga. Me abraza contra su pecho y su humedad se mezcla con la mía.
—Por Dios, Britt, ¿qué voy a hacer contigo?
Quédate conmigo para siempre, ¡por favor!
Estoy mareada, la cabeza me da vueltas y su aliento tibio me roza la muñeca, el cuello y me llega hasta el pecho.
Tiembla.
Tiembla de verdad.
La rodeo con los brazos y la aprieto fuerte contra mí.
—Estás temblando, San—susurro en su hombro.
—Me haces muy feliz.
¿Ah, sí?
—Pensaba que te volvía loca.
Se aparta y me mira a los ojos, con la frente brillante y sudorosa.
—Me vuelves loca de felicidad—me besa en la nariz, se aparta el pelo de la cara, y luego a mí—También me cabreas hasta volverme loca, Britt.
Me lanza una mirada acusadora. No sé por qué. Son ella y su comportamiento neurótico y exigente los que hacen que se cabree hasta volverse loca, no yo.
—Te prefiero loca de felicidad. Das miedo cuando te vuelves loca de cabreo.
Tuerce los labios.
—Entonces deja de hacer cosas que me cabreen hasta volverme loca.
La miro. La mandíbula me llega al suelo. Pero me besa en los labios antes de que pueda plantarle cara y defenderme de su acusación. Esta mujer está completamente chiflada, aparte de todo lo demás. Vuelve a sentarse sobre los talones.
—Nunca te haría daño a propósito, Brittany. Lo sabes, ¿verdad?
La incertidumbre de su tono de voz es evidente. Me aparta un mechón de pelo rebelde de la cara.
Sí. Eso lo sé.
Bueno, al menos en cuanto a lo físico. Es la parte emocional la que me tiene muerta de miedo, y el hecho de que haya añadido lo de «a propósito» es para preocuparse. Miro a los oscuros ojos confusos de esta mujer tan bella.
—Lo sé—suspiro, aunque la verdad es que no estoy segura, y eso me asusta muchísimo.
Se recuesta y me lleva con ella. Quedo tumbada sobre su pecho. Me echo a un lado para poder dibujar ochos sobre su estómago y me entretengo en su cicatriz. Me provoca una curiosidad morbosa, es otro de los misterios de esta mujer. No es una cicatriz quirúrgica, no es una punción y no es una laceración. Tiene un aspecto mucho más siniestro. La superficie es serpenteante, gruesa e irregular, como si alguien le hubiera clavado un cuchillo en la parte baja del estómago y lo hubiera arrastrado hasta el costado.
Me estremezco.
Creía que nadie podría sobrevivir a una herida así. Debió de perder muchísima sangre.
¿Y si trato de presionarla preguntándole sobre ella?
—¿Has estado en el ejército?—digo con calma.
Eso lo explicaría, y no le he preguntado por la cicatriz directamente. Deja de acariciarme el pelo un instante.
—No—contesta. No me pregunta cómo se me ha ocurrido la idea. Sabe adónde quiero llegar—Déjalo, Brittany—dice con ese tono de voz que me hace sentir minúscula en el acto.
Sí, no voy a discutir con ese tono de voz. No tengo ningunas ganas de estropear el momento.
—¿Por qué desapareciste?—pregunto con cierto recelo.
Necesito saberlo.
—Ya te lo dije. Estaba fatal, Britt.
—¿Por qué?—insisto.
Su respuesta no me aclara nada. Noto que se pone tensa debajo de mí.
—Despiertas ciertos sentimientos en mí, Britt-Britt—me responde con dulzura y creo que podría estar llegando a alguna parte.
—¿Qué clase de sentimientos?
¡Toma!
Suspira. He abusado de mi suerte.
—De todas las clases, Britt—Parece irritada.
—¿Eso es malo?
—Lo es cuando no sabes qué hacer con ellos—suelta una bocanada de aire larga y cansada.
Dejo de acariciarla.
¿No sabe qué hacer con lo que siente y por eso intenta controlarme?
¿Y se supone que eso la ayuda?
¿Toda clase de sentimientos?
Esta mujer habla en clave.
¿Qué significa y por qué parece que la frustra tanto?
—Crees que te pertenezco—vuelvo a trazar círculos con el dedo.
—No. Sé que me perteneces, Britt.
—¿Cuándo llegaste a esa conclusión?
—Cuando me pasé cuatro días intentando sacarte de mi cabeza.
Todavía parece molesta, aunque estoy encantada con la noticia.
—¿No funcionó?
—Bueno no. Me volví aún más loca. A dormir, Britt—me ordena.
—¿Qué hiciste para intentar sacarme de tu cabeza?
—Eso no importa. No funcionó y punto. A dormir, Britt.
Hago un mohín. Creo que le he extraído toda la información que está dispuesta a darme.
¿Aún más loca?
No quiero ni saber lo que significa eso.
¿Toda clase de sentimientos?
Creo que me gusta cómo suena eso.
Sigo dibujando con el dedo en su pecho mientras ella me acaricia el pelo y me da un beso de vez en cuando. El silencio es cómodo y me pesan los párpados. Me acurruco contra ella, con la pierna sobre su muslo.
—Dime cuántos años tienes—musito contra su pecho.
—No—responde cortante.
Arrugo el rostro, enfadada casi. Ni siquiera me ha dado una edad falsa. Me sumerjo en un limbo tranquilo y experimento toda clase de locuras.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
ya estoy harta de esa holly, pero mas harta estoy de que britt no encare a santana y sepa quien es esa mujer en realidad!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
san y el fetiche de sus polvos,... y el encaje!!!!
neta me parece o holly tiene un radar donde casa a san justo en ese momento???
me divertirte quinn y rachel,... de hecho rachel esta por entrar a un super mundo jajjaja
mmmmm el misterio que envuelve a san,...
nos vemos!!!
san y el fetiche de sus polvos,... y el encaje!!!!
neta me parece o holly tiene un radar donde casa a san justo en ese momento???
me divertirte quinn y rachel,... de hecho rachel esta por entrar a un super mundo jajjaja
mmmmm el misterio que envuelve a san,...
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
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Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Por que no se dicen todo, ahora. >:cc que habra hecho para olvidarse de Britt?:l agggh muchas cosas quiere contar!
Susii********-*- - Mensajes : 902
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:ya estoy harta de esa holly, pero mas harta estoy de que britt no encare a santana y sepa quien es esa mujer en realidad!
Hola, ajjaajjajajajajajajaajaj xD si llegan a sacar de quicio un poco jajaajaj. Saludos =D
3:) escribió:holap morra,...
san y el fetiche de sus polvos,... y el encaje!!!!
neta me parece o holly tiene un radar donde casa a san justo en ese momento???
me divertirte quinn y rachel,... de hecho rachel esta por entrar a un super mundo jajjaja
mmmmm el misterio que envuelve a san,...
nos vemos!!!
Hola lu, jajaajajja un poco jajaajaj. Jjajajj como dijiste tu, es el amigo de drupi ajajajaj. Bn quinn la llevo a su laso jajajajaj. =/ ai alguno no¿? jjajja. Saludos =D
Susii escribió:Por que no se dicen todo, ahora. >:cc que habra hecho para olvidarse de Britt?:l agggh muchas cosas quiere contar!
Hola, jajajaaj xq terminaria muy luego jajaajajajaj. =o no quiere saber ajjjaajajaj. Muchas, si muchas jajajaaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 30
Capitulo 30
Me despierto y me siento fría y vulnerable, y sé de inmediato por qué.
¿Dónde está?
Me incorporo y me aparto el pelo de la cara. Santana se encuentra en el diván, agachada.
—¿Qué estás haciendo, San?
Tengo la voz ronca, de recién levantada. Levanta la vista y me deslumbra con su sonrisa, reservada sólo para mujeres.
¿Cómo es que está tan despierto?
—Me voy a correr.
Vuelve a agacharse y me doy cuenta de que se está atando las zapatillas de deporte. Cuando ha terminado, se pone de pie. Con un pantalón de deporte corto y negro y una camiseta gris claro de tirantes, se hace una coleta y sus pechos suben. Me relamo y sonrío con admiración.
Me la comería.
—Yo también estoy disfrutando con las vistas—dice contenta.
La miro a los ojos y veo que me está mirando el pecho con una ceja levantada y una media sonrisa plasmada en la cara. Sigo su mirada y veo que las copas del sostén siguen bajo mis tetas. Las dejo como están y pongo los ojos en blanco.
—¿Qué hora es?—siento una punzada de pánico y me da un vuelco el estómago.
—Las cinco.
La miro boquiabierta, con los ojos como platos, antes de dejarme caer otra vez sobre la cama.
¿Las cinco?
Puedo dormir por lo menos una hora más. Me tapo la cabeza y cierro los ojos, pero sólo soy capaz de disfrutar de la oscuridad unos tres segundos antes de que Santana me destape y se coloque a unos centímetros de mi cara con una sonrisa traviesa en los labios. La abrazo e intento meterla en la cama conmigo, pero se resiste y, antes de darme cuenta, estoy de pie.
—Tú también vienes, Britt—me informa, y me tapa los pechos con las copas del sujetador—Venga—se da media vuelta y se dirige al cuarto de baño.
Resoplo indignada.
—De eso nada—seguro que se enfada. No me importa salir a correr, pero no a las cinco de la mañana—Yo corro por las noches—le digo mientras me acuesto otra vez.
Me arrastro hasta el cabezal y me acurruco entre los almohadones; mi rincón favorito porque es el que más huele a ella.
Me interrumpe de mala manera. Me coge del tobillo y tira de mí hacia los pies de la cama.
—¡Oye!—le grito. He conseguido llevarme una almohada conmigo—Que yo no voy.
Se inclina, me arranca la almohada de entre los brazos y me mira mal.
—Sí que vienes. Las mañanas son mejores. Vístete, Britt.
Me da la vuelta y me propina un azote en el culo.
—No tengo aquí mis cosas de correr—le digo toda chulita justo cuando una bolsa de deporte aterriza en la cama.
Qué presuntuosa.
Quizá no me guste correr.
—Vi tus deportivas en tu cuarto. Están hechas polvo. Te fastidiarás las rodillas si sigues corriendo con ellas.
Se planta de brazos cruzados delante de mí, esperando a que me cambie. Está rompiendo el alba.
¿Ni siquiera estoy despierta y quiere que me patee sudorosa y jadeante las calles de Londres antes de haber cumplido con mi jornada laboral?
¡Siempre exigiendo!
Suspira, se acerca a la bolsa de deporte y saca toda clase de artículos para correr. Me pasa un sujetador deportivo con una sonrisita. Se lo arrebato de un tirón, me quito el sujetador de encaje y me pongo el que lleva el sistema de absorción de impacto. No tengo las tetas tan grandes como para tener que encorsetarlas. A continuación, me pasa unos pantalones cortos de correr —iguales a los suyos,— y una camiseta de tirantes rosa. Me visto bajo su atenta mirada. No puedo creerme que me vaya a llevar a rastras a hacer ejercicio a estas horas.
—Siéntate—señala la cama. Suspiro hondo y me hundo en la cama—Te estoy ignorando, Britt—gruñe tras arrodillarse delante de mí.
Me levanta primero un pie y luego el otro, y me pone los calcetines transpirables para correr y unas deportivas Nike tirando a pijas y estilosas.
Puede ignorarme todo lo que quiera. Estoy de morros y quiero que lo sepa.
Cuando acaba, me pone de pie, da un paso atrás y examina mi cuerpo embutido en ropa deportiva. Asiente en señal de aprobación. Sí, doy el pego, pero yo siempre me pongo mis pantalones de chándal y una camiseta grande. No quiero parecer mejor de lo que soy en realidad. Aunque tampoco se me da mal.
—¿Puedo usar tu cepillo de dientes?—pregunto cuando paso junto a ella de camino al baño.
—Sírvete tú misma, Britt-Britt—me contesta, pero ya tengo el cepillo en la mano.
Después de cepillarme los dientes, me siento más alerta y más decidida a borrarle la expresión de satisfacción de la cara. Correré, aguantaré el ritmo y es posible que termine con unas cuantas sentadillas. Llevo tiempo intentando recuperar la costumbre, y me lo está poniendo en bandeja.
Vuelvo al dormitorio, erguida y lista para correr.
—Venga, Britt-Britt. Vamos a empezar el día igual que queremos terminarlo.
Me coge de la mano y bajamos juntas la escalera.
—¡No pienso salir a correr otra vez hoy!—le espeto.
Esta mujer está loca de verdad.
Se ríe.
—No me refería a eso.
—Ah, ¿y a qué te referías?
Me lanza una sonrisa pícara y misteriosa.
—Quería decir sudorosas y sin aliento.
Trago saliva y me estremezco. Sé cómo preferiría sudar y quedarme sin aliento mañana, tarde y noche, y no implica tanta parafernalia.
—Esta noche no vamos a vernos—le recuerdo. Me aprieta la mano con más fuerza y gruñe un par de veces. Mi bolso está junto a la puerta—Necesito una goma para el pelo.
Me suelta y va a la cocina mientras yo cojo la goma del bolso. Me hago una coleta y me arreglo los pantalones cortos. No tapan nada. Necesito unas bragas. Rebusco en mi bolsa y veo las bragas de Little Miss, la cabezota.
¡No!
Me sonrojo, me muero de la vergüenza. Quinn se lo debió de haber pasado pipa escarbando entre mis cosas para encontrar estas bragas. No me las he puesto nunca. Mis padres me las regalaron en plan de broma y llevan años en el fondo de mi cajón de la ropa interior. Me resigno a mi suerte: voy a sonrojarme cada vez que vea a Quinn mientras siga formando parte de mi vida. Me quito los pantalones cortos para ponérmelas.
—¡Anda! Déjame verlas, Britt—se coge de las caderas y se agacha para verlas mejor—¿Puedes conseguir unas que digan «Little Miss vuelve loca a San»?
Pongo los ojos en blanco.
—No lo sé. ¿Puedes conseguir unas de «doña Controladora Exigente»?—me hunde los pulgares en mi punto débil y me doblo de la risa—¡Para!
—Vuelve a ponerte los pantalones cortos, Britt-Britt.
Me da una palmada en el trasero. Me los pongo con una sonrisa de oreja a oreja. Hoy está de muy buen humor, aunque, de nuevo, soy yo la que cede.
Bajamos al vestíbulo y ahí está Clive, con la cabeza entre las manos.
—Buenos días, Clive—la saluda Santana cuando pasamos por delante.
Está muy despierto para ser tan temprano. Clive dice algo entre dientes y nos saluda con la mano, distraído. Creo que no le ha pillado el truco al equipo. Santana se detiene en el aparcamiento.
—Tienes que estirar, Britt—me dice.
Me suelta de la mano y se lleva el tobillo al culo para estirar el muslo. Observo cómo se tensa bajo los pantalones de correr. Inclino la cabeza hacia un lado, más que feliz de quedarme donde estoy y verle hacer eso.
—Britt, tienes que estirar—me ordena.
La miro contrariada. No he estirado nunca —salvo cuando me desperezo en la cama— y nunca me ha pasado nada. Ante la insistencia de su mirada, le doy la espalda y, en plan espectacular y muy lentamente, abro las piernas, flexiono el torso para tocarme los dedos gordos de los pies y le planto el culo en la cara.
—¡Ay!
Noto que me clava los dientes en la nalga y me da un azote. Me vuelvo y veo que está arqueando una ceja y parece molesta. Se toma muy en serio lo de correr, mientras que yo sólo corro unos cuantos kilómetros de vez en cuando para evitar que el vino y las tartas se me peguen a las caderas.
—¿Adónde vamos a correr?—pregunto.
La imito y estiro muslos y gemelos.
—A los parques reales—responde.
Ah, eso puedo hacerlo. Son poco más de diez kilómetros y uno de mis circuitos habituales. No hay problema.
—¿Preparada?—pregunta.
Asiento y me acerco al coche de Santana. Ellla se dirige a la salida de peatones.
Pero ¿qué hace?
—¿Adónde vas?—le grito.
—A correr—responde tan tranquila.
¿Qué?
No, no, no.
Mi cerebro recién levantado acaba de entenderlo.
¿Me va a hacer correr hasta los parques, efectuar todo el circuito y luego volver?
¡No puedo!
¿Está intentando acabar conmigo?
¿Carreras en moto, visitas sorpresa a mi lugar de trabajo y ahora matarme a correr?
—Esto... ¿A cuánto están los parques?—intento aparentar indiferencia, pero no sé si lo consigo.
—A siete kilómetros—los ojos le bailan de dicha.
¿Cómo?
¡Eso son veinticuatro kilómetros en total!
No es posible que corra semejante distancia de forma habitual, es más de media maratón. Me atraganto e intento disimularlo con una tos, decidida a no darle la satisfacción de saber que esto me preocupa. Me coloco bien la camiseta y me acerco a la chulita engreída, esa reencarnación de Sexy Latina que tiene mi corazón hecho un lío.
Introduce el código.
—Es once, veintisiete, quince—me mira con una pequeña sonrisa—Para que lo sepas, Britt.
Mantiene la puerta abierta para que pase.
—Nunca conseguiré memorizarlo—le digo al pasar junto a ella y echar a correr hacia el Támesis.
Lo conseguiré.
Lo conseguiré.
Me repito el mantra —y el código— una y otra vez. Llevo tres semanas sin correr, pero me niego a darle el gusto de pasarme por encima. Me alcanza y corremos juntas unos metros. Tiene un cuerpo de escándalo.
¿Es que esta latina no hace nada mal?
Corre como si su tronco fuera independiente de las extremidades inferiores, sus piernas transportan el torso esbelto con facilidad. Estoy decidida a seguirle el ritmo, aunque va algo más rápido de lo que suelo ir yo. Cojo el ritmo y corremos por la orilla del río en un cómodo silencio, mirándonos de vez en cuando.
Santana tiene razón, correr por las mañanas es muy relajante. La ciudad no está a pleno gas, el tráfico está principalmente compuesto por furgonetas de reparto y no hay bocinas ni sirenas que me taladren los oídos. El aire también es sorprendentemente fresco y vivificante. Es posible que cambie mi hora de salir a correr.
Media hora más tarde, llegamos Saint James’s Park y seguimos por el cinturón verde a un ritmo constante. Me siento muy bien para haber corrido ya unos siete kilómetros. Levanto la vista para mirar a Santana, que saluda con la mano a todas las corredoras que pasan —sí, todas mujeres— y recibe amplias sonrisas. A mí me miran mal. Cuánta perdedora. Vuelvo a observarla para ver su reacción, pero parece que no le afectan ni las mujeres ni la carrera. Probablemente esto no haya sido más que el calentamiento.
—¿Vas bien, Britt?—me pregunta con una media sonrisa.
No voy a hablar. Seguro que eso me rompe el ritmo y de momento lo estoy haciendo muy bien. Asiento y vuelvo a concentrarme en la acera y en obligar a mis músculos a seguir. Tengo algo que demostrar. Mantenemos el paso, rodeamos Saint James’s Park y llegamos a Green Park. Vuelvo a mirarla y sigue como si nada, como una rosa.
Vale, yo empiezo a notarlo, y no sé si es el cansancio o el hecho de que la loca esta vaya aumentando el ritmo, pero me esfuerzo por seguirla. Debemos de llevar unos catorce kilómetros. No he corrido catorce kilómetros en mi vida. Si tuviera mi iPod aquí, me pondría mi canción de correr ahora mismo.
Llegamos a Piccadilly y me arden los pulmones, me cuesta mantener la respiración constante. Creo que me está dando una pájara. Nunca antes había corrido tanto como para que me diera una, pero empiezo a entender por qué la llaman así. Es como si no pudiera despegar los pies del suelo y me hundiera en arenas movedizas.
No debo rendirme.
Uf, no sirve de nada.
Estoy agotada.
Me salgo del camino y me interno en Green Park. Me desmorono sin miramientos sobre el césped, sudada y muerta de calor, con los brazos y las piernas extendidos mientras intento que el aire llegue a mis pobres pulmones. Me da igual haberme rendido. Lo he hecho lo mejor que he podido.
La tía es una buena corredora.
Cierro los ojos y me concentro en respirar hondo. Voy a vomitar. Agradezco que el aire frío de la mañana invada mi cuerpo espatarrado, hasta que unas curvas se acercan a mí desde arriba y se lo traga todo. Abro los ojos y veo una mirada.
—Britt-Britt, ¿te he agotado?—dice sonriente.
Jesús, es que ni siquiera está sudando. Yo, por mi parte, no puedo ni hablar. Me esfuerzo por respirar debajo de ella, como la perdedora que soy, y le dejo que me llene la cara de besos. Debo de saber a rayos.
—Hummm, sexo y sudor.
Me lame la mejilla y me hace rodar por el suelo. Ahora estoy despatarrada sobre su estómago. Jadeo y resuello encima de ella mientras me pasa la mano por la espalda sudorosa. Noto una presión en el pecho.
¿Se puede tener un infarto a los veintiséis años?
Cuando por fin consigo controlar la respiración, me apoyo en su pecho y me quedo a horcajadas sobre sus caderas, sentada en su cuerpo.
—Por favor, no me hagas volver a casa corriendo, San—le suplico.
Creo que me moriría.
Se lleva las manos a la nuca y se apoya en ellas, tan a gusto. Se divierte con mi respiración trabajosa y mi cara sudada. Sus brazos parecen comestibles cuando los flexiona. Creo que podría reunir la energía justa para agacharme y darles un mordisco.
—Lo has hecho mejor de lo que esperaba, Britt—me dice con una ceja levantada.
—Prefiero el sexo soñoliento—gruño, y caigo sobre su pecho.
Me sujeta con el brazo.
—Yo también—dibuja círculos por mi espalda.
Vale. Hoy estoy enamorada de ella de verdad y sólo son las seis y media de la mañana. Pero debería tener presente con la señora Santana López que todo puede cambiar, mucho y muy rápido. Puede que dentro de una hora la haya desobedecido o no haya cedido en algo y entonces, de repente, me toque lidiar con doña Controladora Exigente. Entonces empezará con la cuenta atrás o me echará un polvo para hacerme entrar en razón (me quedo con el polvo; paso de la cuenta atrás).
—Venga, Britt-Britt. No podemos pasarnos el día retozando en el césped, tienes que ir a trabajar.
Sí, es verdad, y estamos a kilómetros del Lusso. Estoy más cerca de casa de Rachel que de la de Santana, pero mis cosas se encuentran en la de Santana, así que parece que tengo que seguir el camino más largo. Me levanto con dificultad de su pecho y me pongo de pie. Me flojean las piernas. Santana, cómo no, se levanta como un delfín surcando las aguas tranquilas del océano. Me pone mala. Me pasa el brazo por los hombros y andamos hacia Piccadilly, paramos un taxi y nos subimos a él.
—¿Te habías traído dinero para un taxi?—le pregunto.
¿Sabía que no iba a poder conseguirlo?
No me contesta. Se limita a encogerse de hombros y a tirar de mí hasta que me tiene entre sus brazos. Me siento un poco culpable por no haberla dejado hacer su recorrido habitual, pero sólo un poco. Estoy demasiado cansada como para preocuparme por eso.
Me arrastra, casi literalmente, por el vestíbulo del Lusso hasta el ascensor. Me siento como si llevara un mes despierta cuando, en realidad, no hace ni dos horas que me he levantado. No tengo ni idea de cómo voy a sobrevivir a lo que queda de día.
Cuando llegamos al ático, me siento en un taburete de la cocina y apoyo la cabeza entre las manos. Mi respiración empieza a volver a la normalidad.
—Toma, Britt.
Levanto la vista y veo una botella de agua ante mis narices. La cojo, agradecida, y me bebo el maravilloso líquido helado. Me seco la boca con el dorso de la mano.
—Llenaré la bañera.
Me mira con simpatía, pero también detecto cierto deleite.
¡Capullo engreída!
Me levanta del taburete y me lleva arriba, agarrada a ella, como ya es habitual, igual que un chimpancé.
—No tengo tiempo para un baño. Mejor me doy una ducha—digo cuando me deja en la cama.
Lo que daría por poder acurrucarme bajo las sábanas y no despertarme hasta la semana que viene.
—Tienes tiempo de sobra. Desayunaremos e iremos a La Mansión a media mañana. Ahora, toca estirar.
Me besa la frente sudada y se va al cuarto de baño.
¿Cómo que a La Mansión?
¿Para qué?
Entonces caigo en la cuenta, antes de que mi cerebro tenga ocasión de ordenarle a mi boca que articule la pregunta.
¿Decía en serio lo de que ella era mi cita de todos los días hasta el final del año académico?
¡Mierda!
Las cien mil libras eran para mantener a Will callado mientras disfruta de mí mañana, tarde y noche.
Maldita sea.
¿Y qué pasa con mis otros clientes, con Flanagan, que es mi otro cliente importante?
Él solito es capaz de multiplicar por diez los ingresos de Will.
Ay, Dios, creo que van a pasar por encima de alguien.
—San, necesito ir a la oficina.
Pruebo suerte con un tono tranquilo y razonable. No sé por qué he escogido este tono en particular.
¿Cuál sería la alternativa?
¿Exigente?
¡Ja!
—No. Estira, Britt.
Una respuesta corta y directa seguida de una orden que me dicta desde el cuarto de baño.
Voy a perder mi trabajo.
Lo sé.
Se saldrá con la suya, pasará por encima de mi vida social y de mi carrera, y luego me tirará como un pañuelo de papel usado. Me habré quedado sin trabajo, sin amigos, sin corazón y, lo que es peor, sin Santana.
Me estoy mareando.
¿Qué voy a hacer?
Estoy demasiado cansada como para salir corriendo si inicia una cuenta atrás, no podría llegar muy lejos ni aunque lo intentara con todas mis fuerzas. Y un polvo de entrar en razón remataría mi pobre corazón, que lleva una buena paliza encima.
—Todo mi material está en la oficina. Mis programas de ordenador, mis libros de referencia, todo—digo con una vocecita.
Aparece en el umbral de la puerta del baño mordiéndose su carnoso labio.
—¿Te hacen falta todas esas cosas?
—Sí, para hacer mí trabajo.
—Vale, pararemos en tu oficina.
Se encoge de hombros y vuelve al cuarto de baño. Me tiro en la cama de nuevo, desesperada.
¿Qué demonios voy a decirle a Will?
Suspiro de agotamiento. Me ha dejado sentirme segura al traerme a casa en taxi y cargar con mi cuerpo cansado escaleras arriba cuando mis piernas no podían más, y yo me lo he creído.
Estoy tan loca como ella.
Nunca tendré el control.
—El baño está listo, Britt—me susurra al oído y me saca de mis cavilaciones.
—Lo decías en serio, ¿verdad?—le pregunto cuando me levanta de la cama y me lleva en brazos al cuarto de baño.
La enorme bañera que domina la habitación está sólo medio llena.
—¿El qué?
Me deja en el suelo y empieza a desprenderme de mi ropa deportiva mojada.
¡Tienes la cara muy dura!
—Lo de no compartirme.
—Sí.
—¿Y mis otros clientes?
—He dicho que no quiero compartirte, Britt.
Me baja los pantalones cortos y me da un golpecito en el tobillo. Obedezco y levanto los pies, primero uno y luego el otro.
¿Cómo voy a hacerlo?
Por un lado, no me entusiasma precisamente la idea de pasar más tiempo del justo y necesario en La Mansión, bajo la gélida mirada de doña Morritos, y, por el otro, necesito atender a mis clientes actuales. Para eso me pagan.
¿No quiere compartirme?
¿Qué?
¿Con nadie?
¿Hasta cuándo?
—San, no necesito estar en La Mansión para hacer los diseños.
Me mete en la bañera y empieza a desvestirse.
—Sí que lo necesitas.
Me hundo en el agua caliente. Mis músculos doloridos lo agradecen. Es una pena que no me relaje también la mente, que tiene ganas de gritar.
—No, no me hace falta—afirmo.
Intento plantarme otra vez.
¡Qué chiste!
Está muy enfadada cuando entra en la bañera detrás de mí y apoya mi espalda contra sus pechopechos. Se queda callada un momento antes de respirar hondo.
—Si te permito volver a la oficina, tienes que hacer algo por mí.
¿Si me permite?
Esta mujer va más allá de la arrogancia y la seguridad en sí misma. Pero está negociando, lo cual es una mejora con respecto a exigírmelo u obligarme a hacerlo.
—Vale, ¿qué?
—Vendrás a la fiesta de aniversario de La Mansión.
—¿Qué? ¿A un evento social?
—Sí, exacto, a un evento social.
Me alegro de que no pueda verme la cara, porque, si pudiera, la vería retorcida del disgusto. Así que ahora estoy entre la espada y la pared. Me libro de ir a La Mansión hoy, pero en realidad sólo consigo posponerlo, no evitarlo del todo.
¿Para un evento social?
¡Preferiría meter la cabeza en el váter!
—¿Cuándo?
Sueno menos entusiasmada de lo que estoy, que ya es decir.
—Dentro de dos semanas.
Me rodea los hombros con los brazos y hunde la cara en mi cuello. Debería estar bailando por el cuarto de baño de la alegría. Quiere que la acompañe a un evento social. Da igual que sea en su hotel pijo, me quiere ahí. Pero no estoy segura de estar preparada para pasar la velada bajo la mirada atenta y hostil de Holly, y no me cabe duda de que ella también asistirá.
—Vendrás, Britt.
Me mete la lengua en la oreja, la recorre un par de veces y me besa el lóbulo antes de volver a introducir la lengua. Me retuerzo bajo su calidez, mi cuerpo resbala contra el suyo.
—¡Para!—me estremezco.
—No—me aprieta fuerte y yo me encojo. Hay agua por todas partes—Dime que vendrás, Britt.
—¡San! ¡No!—me echo a reír cuando su mano llega a mi cadera—¡Para!
—Por favor, Britt-Britt—me ronronea al oído.
Dejo de resistirme.
¿Por favor?
¿La habré oído mal?
Me quedo petrificada.
¿Santana López ha dicho por favor?
Vale, así que está negociando y ha dicho por favor. Si lo miro por el lado bueno, al menos sé que planea tenerme en su vida unas cuantas semanas más. Si hubiera pasado todo el día en La Mansión, no me cabe la menor duda de que habría tenido que ir a la fiesta de aniversario de todos modos. Debería dar las gracias, creo.
—Vale, iré—suspiro, y me gano un superapretón y una caricia fuera de serie.
Levanto los brazos y le paso las manos por los antebrazos. La he hecho feliz, y eso, a su vez, me hace muy feliz. Así que voy a ser su acompañante. Holly estará encantada. En realidad, voy a ir y voy a esperar el día con ilusión. Me quiere ahí, y eso significa algo, ¿no?
No puedo evitar la sonrisa de satisfacción que me curva las comisuras de los labios. No suelo ser competitiva, pero detesto a Holly y Santana me gusta mucho, así que es lógico, la verdad.
—¿Cuántos años cumple?—pregunto.
—¿Cómo?
—La Mansión, que cuántos años cumple.
—Unos cuantos.
Me vuelvo para tenerla en mi campo de visión, pero ha puesto cara de póquer. No va a decirme nada. Sacudo la cabeza, miro al frente y le dejo guardar su estúpido secretito.
A estas alturas ya me da igual.
La quiero y nada puede cambiarlo.
—Hace mucho que no me daba un baño—comenta.
—¿Mucho?
—Sí, mucho. Soy mujer más de duchas. Pero creo que voy a convertirme en mujer más de baños.
—A mí me encanta bañarme.
—A mí también, pero sólo contigo—me da un achuchón—Menos mal que la decoradora adivinó que iba a hacer falta una buena bañera.
Me río.
—Creo que lo hizo bien.
Ni en un millón de años habría adivinado que iba a bañarme en ella cuando ayudé a coordinar el traslado del mamotreto en grúa a través de la ventana. En aquel momento, casi me arrepentí de haber sido tan extravagante, pero ahora disfruto de los placeres de la gigantesca bañera hecha a medida. Mi sufrimiento ha valido la pena.
—Me pregunto si alguna vez pensó en darse un baño en ella—musita.
—Para nada.
—Bueno me alegro de que lo esté haciendo.
Me muerde el lóbulo de la oreja y noto que sus pies se deslizan por mis espinillas y acarician los míos por encima del agua jabonosa. Cierro los ojos y apoyo la cabeza en su hombro.
A fin de cuentas, tal vez debería pasar de ir trabajar y quedarme con ella todo el día.
Adormilada en la bañera, decido que charlar con Santana mientras nos bañamos es uno de mis nuevos pasatiempos favoritos. Y que es posible que empiece a correr por las mañanas. Nada de distancias para locos, sólo alrededor de los parques reales, una o dos vueltas día sí, día no. Tengo que acordarme de estirar.
—Vas a llegar tarde a trabajar, Britt—me dice con dulzura al oído. Hago una mueca. Estoy demasiado a gusto—Piensa... que si no fueras a trabajar podríamos quedarnos aquí más tiempo.
Me besa en la sien y se pone de pie para salir. Me deja pensando en silencio que ojalá hubiera cedido cuando ha insistido en que me quedara con ella todo el día.
Resoplo enfurruñada y cojo su champú.
¿Dónde está?
Me incorporo y me aparto el pelo de la cara. Santana se encuentra en el diván, agachada.
—¿Qué estás haciendo, San?
Tengo la voz ronca, de recién levantada. Levanta la vista y me deslumbra con su sonrisa, reservada sólo para mujeres.
¿Cómo es que está tan despierto?
—Me voy a correr.
Vuelve a agacharse y me doy cuenta de que se está atando las zapatillas de deporte. Cuando ha terminado, se pone de pie. Con un pantalón de deporte corto y negro y una camiseta gris claro de tirantes, se hace una coleta y sus pechos suben. Me relamo y sonrío con admiración.
Me la comería.
—Yo también estoy disfrutando con las vistas—dice contenta.
La miro a los ojos y veo que me está mirando el pecho con una ceja levantada y una media sonrisa plasmada en la cara. Sigo su mirada y veo que las copas del sostén siguen bajo mis tetas. Las dejo como están y pongo los ojos en blanco.
—¿Qué hora es?—siento una punzada de pánico y me da un vuelco el estómago.
—Las cinco.
La miro boquiabierta, con los ojos como platos, antes de dejarme caer otra vez sobre la cama.
¿Las cinco?
Puedo dormir por lo menos una hora más. Me tapo la cabeza y cierro los ojos, pero sólo soy capaz de disfrutar de la oscuridad unos tres segundos antes de que Santana me destape y se coloque a unos centímetros de mi cara con una sonrisa traviesa en los labios. La abrazo e intento meterla en la cama conmigo, pero se resiste y, antes de darme cuenta, estoy de pie.
—Tú también vienes, Britt—me informa, y me tapa los pechos con las copas del sujetador—Venga—se da media vuelta y se dirige al cuarto de baño.
Resoplo indignada.
—De eso nada—seguro que se enfada. No me importa salir a correr, pero no a las cinco de la mañana—Yo corro por las noches—le digo mientras me acuesto otra vez.
Me arrastro hasta el cabezal y me acurruco entre los almohadones; mi rincón favorito porque es el que más huele a ella.
Me interrumpe de mala manera. Me coge del tobillo y tira de mí hacia los pies de la cama.
—¡Oye!—le grito. He conseguido llevarme una almohada conmigo—Que yo no voy.
Se inclina, me arranca la almohada de entre los brazos y me mira mal.
—Sí que vienes. Las mañanas son mejores. Vístete, Britt.
Me da la vuelta y me propina un azote en el culo.
—No tengo aquí mis cosas de correr—le digo toda chulita justo cuando una bolsa de deporte aterriza en la cama.
Qué presuntuosa.
Quizá no me guste correr.
—Vi tus deportivas en tu cuarto. Están hechas polvo. Te fastidiarás las rodillas si sigues corriendo con ellas.
Se planta de brazos cruzados delante de mí, esperando a que me cambie. Está rompiendo el alba.
¿Ni siquiera estoy despierta y quiere que me patee sudorosa y jadeante las calles de Londres antes de haber cumplido con mi jornada laboral?
¡Siempre exigiendo!
Suspira, se acerca a la bolsa de deporte y saca toda clase de artículos para correr. Me pasa un sujetador deportivo con una sonrisita. Se lo arrebato de un tirón, me quito el sujetador de encaje y me pongo el que lleva el sistema de absorción de impacto. No tengo las tetas tan grandes como para tener que encorsetarlas. A continuación, me pasa unos pantalones cortos de correr —iguales a los suyos,— y una camiseta de tirantes rosa. Me visto bajo su atenta mirada. No puedo creerme que me vaya a llevar a rastras a hacer ejercicio a estas horas.
—Siéntate—señala la cama. Suspiro hondo y me hundo en la cama—Te estoy ignorando, Britt—gruñe tras arrodillarse delante de mí.
Me levanta primero un pie y luego el otro, y me pone los calcetines transpirables para correr y unas deportivas Nike tirando a pijas y estilosas.
Puede ignorarme todo lo que quiera. Estoy de morros y quiero que lo sepa.
Cuando acaba, me pone de pie, da un paso atrás y examina mi cuerpo embutido en ropa deportiva. Asiente en señal de aprobación. Sí, doy el pego, pero yo siempre me pongo mis pantalones de chándal y una camiseta grande. No quiero parecer mejor de lo que soy en realidad. Aunque tampoco se me da mal.
—¿Puedo usar tu cepillo de dientes?—pregunto cuando paso junto a ella de camino al baño.
—Sírvete tú misma, Britt-Britt—me contesta, pero ya tengo el cepillo en la mano.
Después de cepillarme los dientes, me siento más alerta y más decidida a borrarle la expresión de satisfacción de la cara. Correré, aguantaré el ritmo y es posible que termine con unas cuantas sentadillas. Llevo tiempo intentando recuperar la costumbre, y me lo está poniendo en bandeja.
Vuelvo al dormitorio, erguida y lista para correr.
—Venga, Britt-Britt. Vamos a empezar el día igual que queremos terminarlo.
Me coge de la mano y bajamos juntas la escalera.
—¡No pienso salir a correr otra vez hoy!—le espeto.
Esta mujer está loca de verdad.
Se ríe.
—No me refería a eso.
—Ah, ¿y a qué te referías?
Me lanza una sonrisa pícara y misteriosa.
—Quería decir sudorosas y sin aliento.
Trago saliva y me estremezco. Sé cómo preferiría sudar y quedarme sin aliento mañana, tarde y noche, y no implica tanta parafernalia.
—Esta noche no vamos a vernos—le recuerdo. Me aprieta la mano con más fuerza y gruñe un par de veces. Mi bolso está junto a la puerta—Necesito una goma para el pelo.
Me suelta y va a la cocina mientras yo cojo la goma del bolso. Me hago una coleta y me arreglo los pantalones cortos. No tapan nada. Necesito unas bragas. Rebusco en mi bolsa y veo las bragas de Little Miss, la cabezota.
¡No!
Me sonrojo, me muero de la vergüenza. Quinn se lo debió de haber pasado pipa escarbando entre mis cosas para encontrar estas bragas. No me las he puesto nunca. Mis padres me las regalaron en plan de broma y llevan años en el fondo de mi cajón de la ropa interior. Me resigno a mi suerte: voy a sonrojarme cada vez que vea a Quinn mientras siga formando parte de mi vida. Me quito los pantalones cortos para ponérmelas.
—¡Anda! Déjame verlas, Britt—se coge de las caderas y se agacha para verlas mejor—¿Puedes conseguir unas que digan «Little Miss vuelve loca a San»?
Pongo los ojos en blanco.
—No lo sé. ¿Puedes conseguir unas de «doña Controladora Exigente»?—me hunde los pulgares en mi punto débil y me doblo de la risa—¡Para!
—Vuelve a ponerte los pantalones cortos, Britt-Britt.
Me da una palmada en el trasero. Me los pongo con una sonrisa de oreja a oreja. Hoy está de muy buen humor, aunque, de nuevo, soy yo la que cede.
Bajamos al vestíbulo y ahí está Clive, con la cabeza entre las manos.
—Buenos días, Clive—la saluda Santana cuando pasamos por delante.
Está muy despierto para ser tan temprano. Clive dice algo entre dientes y nos saluda con la mano, distraído. Creo que no le ha pillado el truco al equipo. Santana se detiene en el aparcamiento.
—Tienes que estirar, Britt—me dice.
Me suelta de la mano y se lleva el tobillo al culo para estirar el muslo. Observo cómo se tensa bajo los pantalones de correr. Inclino la cabeza hacia un lado, más que feliz de quedarme donde estoy y verle hacer eso.
—Britt, tienes que estirar—me ordena.
La miro contrariada. No he estirado nunca —salvo cuando me desperezo en la cama— y nunca me ha pasado nada. Ante la insistencia de su mirada, le doy la espalda y, en plan espectacular y muy lentamente, abro las piernas, flexiono el torso para tocarme los dedos gordos de los pies y le planto el culo en la cara.
—¡Ay!
Noto que me clava los dientes en la nalga y me da un azote. Me vuelvo y veo que está arqueando una ceja y parece molesta. Se toma muy en serio lo de correr, mientras que yo sólo corro unos cuantos kilómetros de vez en cuando para evitar que el vino y las tartas se me peguen a las caderas.
—¿Adónde vamos a correr?—pregunto.
La imito y estiro muslos y gemelos.
—A los parques reales—responde.
Ah, eso puedo hacerlo. Son poco más de diez kilómetros y uno de mis circuitos habituales. No hay problema.
—¿Preparada?—pregunta.
Asiento y me acerco al coche de Santana. Ellla se dirige a la salida de peatones.
Pero ¿qué hace?
—¿Adónde vas?—le grito.
—A correr—responde tan tranquila.
¿Qué?
No, no, no.
Mi cerebro recién levantado acaba de entenderlo.
¿Me va a hacer correr hasta los parques, efectuar todo el circuito y luego volver?
¡No puedo!
¿Está intentando acabar conmigo?
¿Carreras en moto, visitas sorpresa a mi lugar de trabajo y ahora matarme a correr?
—Esto... ¿A cuánto están los parques?—intento aparentar indiferencia, pero no sé si lo consigo.
—A siete kilómetros—los ojos le bailan de dicha.
¿Cómo?
¡Eso son veinticuatro kilómetros en total!
No es posible que corra semejante distancia de forma habitual, es más de media maratón. Me atraganto e intento disimularlo con una tos, decidida a no darle la satisfacción de saber que esto me preocupa. Me coloco bien la camiseta y me acerco a la chulita engreída, esa reencarnación de Sexy Latina que tiene mi corazón hecho un lío.
Introduce el código.
—Es once, veintisiete, quince—me mira con una pequeña sonrisa—Para que lo sepas, Britt.
Mantiene la puerta abierta para que pase.
—Nunca conseguiré memorizarlo—le digo al pasar junto a ella y echar a correr hacia el Támesis.
Lo conseguiré.
Lo conseguiré.
Me repito el mantra —y el código— una y otra vez. Llevo tres semanas sin correr, pero me niego a darle el gusto de pasarme por encima. Me alcanza y corremos juntas unos metros. Tiene un cuerpo de escándalo.
¿Es que esta latina no hace nada mal?
Corre como si su tronco fuera independiente de las extremidades inferiores, sus piernas transportan el torso esbelto con facilidad. Estoy decidida a seguirle el ritmo, aunque va algo más rápido de lo que suelo ir yo. Cojo el ritmo y corremos por la orilla del río en un cómodo silencio, mirándonos de vez en cuando.
Santana tiene razón, correr por las mañanas es muy relajante. La ciudad no está a pleno gas, el tráfico está principalmente compuesto por furgonetas de reparto y no hay bocinas ni sirenas que me taladren los oídos. El aire también es sorprendentemente fresco y vivificante. Es posible que cambie mi hora de salir a correr.
Media hora más tarde, llegamos Saint James’s Park y seguimos por el cinturón verde a un ritmo constante. Me siento muy bien para haber corrido ya unos siete kilómetros. Levanto la vista para mirar a Santana, que saluda con la mano a todas las corredoras que pasan —sí, todas mujeres— y recibe amplias sonrisas. A mí me miran mal. Cuánta perdedora. Vuelvo a observarla para ver su reacción, pero parece que no le afectan ni las mujeres ni la carrera. Probablemente esto no haya sido más que el calentamiento.
—¿Vas bien, Britt?—me pregunta con una media sonrisa.
No voy a hablar. Seguro que eso me rompe el ritmo y de momento lo estoy haciendo muy bien. Asiento y vuelvo a concentrarme en la acera y en obligar a mis músculos a seguir. Tengo algo que demostrar. Mantenemos el paso, rodeamos Saint James’s Park y llegamos a Green Park. Vuelvo a mirarla y sigue como si nada, como una rosa.
Vale, yo empiezo a notarlo, y no sé si es el cansancio o el hecho de que la loca esta vaya aumentando el ritmo, pero me esfuerzo por seguirla. Debemos de llevar unos catorce kilómetros. No he corrido catorce kilómetros en mi vida. Si tuviera mi iPod aquí, me pondría mi canción de correr ahora mismo.
Llegamos a Piccadilly y me arden los pulmones, me cuesta mantener la respiración constante. Creo que me está dando una pájara. Nunca antes había corrido tanto como para que me diera una, pero empiezo a entender por qué la llaman así. Es como si no pudiera despegar los pies del suelo y me hundiera en arenas movedizas.
No debo rendirme.
Uf, no sirve de nada.
Estoy agotada.
Me salgo del camino y me interno en Green Park. Me desmorono sin miramientos sobre el césped, sudada y muerta de calor, con los brazos y las piernas extendidos mientras intento que el aire llegue a mis pobres pulmones. Me da igual haberme rendido. Lo he hecho lo mejor que he podido.
La tía es una buena corredora.
Cierro los ojos y me concentro en respirar hondo. Voy a vomitar. Agradezco que el aire frío de la mañana invada mi cuerpo espatarrado, hasta que unas curvas se acercan a mí desde arriba y se lo traga todo. Abro los ojos y veo una mirada.
—Britt-Britt, ¿te he agotado?—dice sonriente.
Jesús, es que ni siquiera está sudando. Yo, por mi parte, no puedo ni hablar. Me esfuerzo por respirar debajo de ella, como la perdedora que soy, y le dejo que me llene la cara de besos. Debo de saber a rayos.
—Hummm, sexo y sudor.
Me lame la mejilla y me hace rodar por el suelo. Ahora estoy despatarrada sobre su estómago. Jadeo y resuello encima de ella mientras me pasa la mano por la espalda sudorosa. Noto una presión en el pecho.
¿Se puede tener un infarto a los veintiséis años?
Cuando por fin consigo controlar la respiración, me apoyo en su pecho y me quedo a horcajadas sobre sus caderas, sentada en su cuerpo.
—Por favor, no me hagas volver a casa corriendo, San—le suplico.
Creo que me moriría.
Se lleva las manos a la nuca y se apoya en ellas, tan a gusto. Se divierte con mi respiración trabajosa y mi cara sudada. Sus brazos parecen comestibles cuando los flexiona. Creo que podría reunir la energía justa para agacharme y darles un mordisco.
—Lo has hecho mejor de lo que esperaba, Britt—me dice con una ceja levantada.
—Prefiero el sexo soñoliento—gruño, y caigo sobre su pecho.
Me sujeta con el brazo.
—Yo también—dibuja círculos por mi espalda.
Vale. Hoy estoy enamorada de ella de verdad y sólo son las seis y media de la mañana. Pero debería tener presente con la señora Santana López que todo puede cambiar, mucho y muy rápido. Puede que dentro de una hora la haya desobedecido o no haya cedido en algo y entonces, de repente, me toque lidiar con doña Controladora Exigente. Entonces empezará con la cuenta atrás o me echará un polvo para hacerme entrar en razón (me quedo con el polvo; paso de la cuenta atrás).
—Venga, Britt-Britt. No podemos pasarnos el día retozando en el césped, tienes que ir a trabajar.
Sí, es verdad, y estamos a kilómetros del Lusso. Estoy más cerca de casa de Rachel que de la de Santana, pero mis cosas se encuentran en la de Santana, así que parece que tengo que seguir el camino más largo. Me levanto con dificultad de su pecho y me pongo de pie. Me flojean las piernas. Santana, cómo no, se levanta como un delfín surcando las aguas tranquilas del océano. Me pone mala. Me pasa el brazo por los hombros y andamos hacia Piccadilly, paramos un taxi y nos subimos a él.
—¿Te habías traído dinero para un taxi?—le pregunto.
¿Sabía que no iba a poder conseguirlo?
No me contesta. Se limita a encogerse de hombros y a tirar de mí hasta que me tiene entre sus brazos. Me siento un poco culpable por no haberla dejado hacer su recorrido habitual, pero sólo un poco. Estoy demasiado cansada como para preocuparme por eso.
Me arrastra, casi literalmente, por el vestíbulo del Lusso hasta el ascensor. Me siento como si llevara un mes despierta cuando, en realidad, no hace ni dos horas que me he levantado. No tengo ni idea de cómo voy a sobrevivir a lo que queda de día.
Cuando llegamos al ático, me siento en un taburete de la cocina y apoyo la cabeza entre las manos. Mi respiración empieza a volver a la normalidad.
—Toma, Britt.
Levanto la vista y veo una botella de agua ante mis narices. La cojo, agradecida, y me bebo el maravilloso líquido helado. Me seco la boca con el dorso de la mano.
—Llenaré la bañera.
Me mira con simpatía, pero también detecto cierto deleite.
¡Capullo engreída!
Me levanta del taburete y me lleva arriba, agarrada a ella, como ya es habitual, igual que un chimpancé.
—No tengo tiempo para un baño. Mejor me doy una ducha—digo cuando me deja en la cama.
Lo que daría por poder acurrucarme bajo las sábanas y no despertarme hasta la semana que viene.
—Tienes tiempo de sobra. Desayunaremos e iremos a La Mansión a media mañana. Ahora, toca estirar.
Me besa la frente sudada y se va al cuarto de baño.
¿Cómo que a La Mansión?
¿Para qué?
Entonces caigo en la cuenta, antes de que mi cerebro tenga ocasión de ordenarle a mi boca que articule la pregunta.
¿Decía en serio lo de que ella era mi cita de todos los días hasta el final del año académico?
¡Mierda!
Las cien mil libras eran para mantener a Will callado mientras disfruta de mí mañana, tarde y noche.
Maldita sea.
¿Y qué pasa con mis otros clientes, con Flanagan, que es mi otro cliente importante?
Él solito es capaz de multiplicar por diez los ingresos de Will.
Ay, Dios, creo que van a pasar por encima de alguien.
—San, necesito ir a la oficina.
Pruebo suerte con un tono tranquilo y razonable. No sé por qué he escogido este tono en particular.
¿Cuál sería la alternativa?
¿Exigente?
¡Ja!
—No. Estira, Britt.
Una respuesta corta y directa seguida de una orden que me dicta desde el cuarto de baño.
Voy a perder mi trabajo.
Lo sé.
Se saldrá con la suya, pasará por encima de mi vida social y de mi carrera, y luego me tirará como un pañuelo de papel usado. Me habré quedado sin trabajo, sin amigos, sin corazón y, lo que es peor, sin Santana.
Me estoy mareando.
¿Qué voy a hacer?
Estoy demasiado cansada como para salir corriendo si inicia una cuenta atrás, no podría llegar muy lejos ni aunque lo intentara con todas mis fuerzas. Y un polvo de entrar en razón remataría mi pobre corazón, que lleva una buena paliza encima.
—Todo mi material está en la oficina. Mis programas de ordenador, mis libros de referencia, todo—digo con una vocecita.
Aparece en el umbral de la puerta del baño mordiéndose su carnoso labio.
—¿Te hacen falta todas esas cosas?
—Sí, para hacer mí trabajo.
—Vale, pararemos en tu oficina.
Se encoge de hombros y vuelve al cuarto de baño. Me tiro en la cama de nuevo, desesperada.
¿Qué demonios voy a decirle a Will?
Suspiro de agotamiento. Me ha dejado sentirme segura al traerme a casa en taxi y cargar con mi cuerpo cansado escaleras arriba cuando mis piernas no podían más, y yo me lo he creído.
Estoy tan loca como ella.
Nunca tendré el control.
—El baño está listo, Britt—me susurra al oído y me saca de mis cavilaciones.
—Lo decías en serio, ¿verdad?—le pregunto cuando me levanta de la cama y me lleva en brazos al cuarto de baño.
La enorme bañera que domina la habitación está sólo medio llena.
—¿El qué?
Me deja en el suelo y empieza a desprenderme de mi ropa deportiva mojada.
¡Tienes la cara muy dura!
—Lo de no compartirme.
—Sí.
—¿Y mis otros clientes?
—He dicho que no quiero compartirte, Britt.
Me baja los pantalones cortos y me da un golpecito en el tobillo. Obedezco y levanto los pies, primero uno y luego el otro.
¿Cómo voy a hacerlo?
Por un lado, no me entusiasma precisamente la idea de pasar más tiempo del justo y necesario en La Mansión, bajo la gélida mirada de doña Morritos, y, por el otro, necesito atender a mis clientes actuales. Para eso me pagan.
¿No quiere compartirme?
¿Qué?
¿Con nadie?
¿Hasta cuándo?
—San, no necesito estar en La Mansión para hacer los diseños.
Me mete en la bañera y empieza a desvestirse.
—Sí que lo necesitas.
Me hundo en el agua caliente. Mis músculos doloridos lo agradecen. Es una pena que no me relaje también la mente, que tiene ganas de gritar.
—No, no me hace falta—afirmo.
Intento plantarme otra vez.
¡Qué chiste!
Está muy enfadada cuando entra en la bañera detrás de mí y apoya mi espalda contra sus pechopechos. Se queda callada un momento antes de respirar hondo.
—Si te permito volver a la oficina, tienes que hacer algo por mí.
¿Si me permite?
Esta mujer va más allá de la arrogancia y la seguridad en sí misma. Pero está negociando, lo cual es una mejora con respecto a exigírmelo u obligarme a hacerlo.
—Vale, ¿qué?
—Vendrás a la fiesta de aniversario de La Mansión.
—¿Qué? ¿A un evento social?
—Sí, exacto, a un evento social.
Me alegro de que no pueda verme la cara, porque, si pudiera, la vería retorcida del disgusto. Así que ahora estoy entre la espada y la pared. Me libro de ir a La Mansión hoy, pero en realidad sólo consigo posponerlo, no evitarlo del todo.
¿Para un evento social?
¡Preferiría meter la cabeza en el váter!
—¿Cuándo?
Sueno menos entusiasmada de lo que estoy, que ya es decir.
—Dentro de dos semanas.
Me rodea los hombros con los brazos y hunde la cara en mi cuello. Debería estar bailando por el cuarto de baño de la alegría. Quiere que la acompañe a un evento social. Da igual que sea en su hotel pijo, me quiere ahí. Pero no estoy segura de estar preparada para pasar la velada bajo la mirada atenta y hostil de Holly, y no me cabe duda de que ella también asistirá.
—Vendrás, Britt.
Me mete la lengua en la oreja, la recorre un par de veces y me besa el lóbulo antes de volver a introducir la lengua. Me retuerzo bajo su calidez, mi cuerpo resbala contra el suyo.
—¡Para!—me estremezco.
—No—me aprieta fuerte y yo me encojo. Hay agua por todas partes—Dime que vendrás, Britt.
—¡San! ¡No!—me echo a reír cuando su mano llega a mi cadera—¡Para!
—Por favor, Britt-Britt—me ronronea al oído.
Dejo de resistirme.
¿Por favor?
¿La habré oído mal?
Me quedo petrificada.
¿Santana López ha dicho por favor?
Vale, así que está negociando y ha dicho por favor. Si lo miro por el lado bueno, al menos sé que planea tenerme en su vida unas cuantas semanas más. Si hubiera pasado todo el día en La Mansión, no me cabe la menor duda de que habría tenido que ir a la fiesta de aniversario de todos modos. Debería dar las gracias, creo.
—Vale, iré—suspiro, y me gano un superapretón y una caricia fuera de serie.
Levanto los brazos y le paso las manos por los antebrazos. La he hecho feliz, y eso, a su vez, me hace muy feliz. Así que voy a ser su acompañante. Holly estará encantada. En realidad, voy a ir y voy a esperar el día con ilusión. Me quiere ahí, y eso significa algo, ¿no?
No puedo evitar la sonrisa de satisfacción que me curva las comisuras de los labios. No suelo ser competitiva, pero detesto a Holly y Santana me gusta mucho, así que es lógico, la verdad.
—¿Cuántos años cumple?—pregunto.
—¿Cómo?
—La Mansión, que cuántos años cumple.
—Unos cuantos.
Me vuelvo para tenerla en mi campo de visión, pero ha puesto cara de póquer. No va a decirme nada. Sacudo la cabeza, miro al frente y le dejo guardar su estúpido secretito.
A estas alturas ya me da igual.
La quiero y nada puede cambiarlo.
—Hace mucho que no me daba un baño—comenta.
—¿Mucho?
—Sí, mucho. Soy mujer más de duchas. Pero creo que voy a convertirme en mujer más de baños.
—A mí me encanta bañarme.
—A mí también, pero sólo contigo—me da un achuchón—Menos mal que la decoradora adivinó que iba a hacer falta una buena bañera.
Me río.
—Creo que lo hizo bien.
Ni en un millón de años habría adivinado que iba a bañarme en ella cuando ayudé a coordinar el traslado del mamotreto en grúa a través de la ventana. En aquel momento, casi me arrepentí de haber sido tan extravagante, pero ahora disfruto de los placeres de la gigantesca bañera hecha a medida. Mi sufrimiento ha valido la pena.
—Me pregunto si alguna vez pensó en darse un baño en ella—musita.
—Para nada.
—Bueno me alegro de que lo esté haciendo.
Me muerde el lóbulo de la oreja y noto que sus pies se deslizan por mis espinillas y acarician los míos por encima del agua jabonosa. Cierro los ojos y apoyo la cabeza en su hombro.
A fin de cuentas, tal vez debería pasar de ir trabajar y quedarme con ella todo el día.
Adormilada en la bañera, decido que charlar con Santana mientras nos bañamos es uno de mis nuevos pasatiempos favoritos. Y que es posible que empiece a correr por las mañanas. Nada de distancias para locos, sólo alrededor de los parques reales, una o dos vueltas día sí, día no. Tengo que acordarme de estirar.
—Vas a llegar tarde a trabajar, Britt—me dice con dulzura al oído. Hago una mueca. Estoy demasiado a gusto—Piensa... que si no fueras a trabajar podríamos quedarnos aquí más tiempo.
Me besa en la sien y se pone de pie para salir. Me deja pensando en silencio que ojalá hubiera cedido cuando ha insistido en que me quedara con ella todo el día.
Resoplo enfurruñada y cojo su champú.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
britt esta atrapada bajo los encantos de santana lopez!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:britt esta atrapada bajo los encantos de santana lopez!
Hola, jajajajaj sip... esta perdida jaajjajajaajja. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 31
Capitulo 31
Entro descalza en el dormitorio y veo el vestido entallado de color crema sobre la cama, al lado de mis tacones nude y un conjunto de ropa interior de encaje que no me suena de nada.
Frunzo el ceño y cojo la lencería desconocida. Me ha comprado ropa interior ¿y me la ha comprado de mi talla?
De verdad cree que puede decirme cómo vestir. Paso los dedos por el delicado encaje de color crema claro. Es precioso, pero un pelín excesivo para la oficina. Busco para ver si tengo otra cosa en la bolsa del gimnasio, pero no hay nada. Ni bragas y sujetador ni tampoco otro vestido.
No hay ropa.
Es una tonta astuta.
Me resigno y acepto mi destino. Me preparo para ponerme la ropa interior y el vestido que Santana ha decidido que voy a llevar hoy. Supongo que debería estarle agradecida por no haber elegido un jersey grande y grueso. La verdad, es un gran alivio que haya tenido la iniciativa de dejarme su secador ahí también.
Me maquillo, me seco el pelo, me lo recojo y voy al piso de abajo. Santana está en la isla de la cocina hablando por el móvil y metiendo el dedo en un bote de mantequilla de cacahuete. Me mira y casi me caigo de culo por culpa de su arrebatadora sonrisa.
Sí, está super satisfecha consigo misma.
Le recorro el cuerpo con la mirada: va vestido con traje gris ceñido, camisa negra y con su pelo suelto. Suspiro de admiración. Tiene un aspecto muy femenino y está guapa a rabiar.
¿Por qué habré insistido tanto en ir a trabajar?
—Iré en cuanto deje a Britt en el trabajo—se vuelve en el taburete y ladea la cabeza—Sí, dile a Holly que lo quiero en mi mesa cuando llegue.—se da unas palmaditas en el regazo y me acerco intentando no poner mala cara tras haber oído el nombre de esa arpía—Anulamos su carnet de socio, así de sencillo—me siento en sus rodillas y sonrío cuando hunde la cara en mi cuello y me huele—Puede protestar todo lo que quiera, queda expulsado. Punto—espeta con brusquedad ¿De qué habla?—Que Holly lo cancele... sí... muy bien... te veo pronto.
Cuelga, tira el teléfono sobre la encimera y serpentea con las manos debajo de mis rodillas para sentarme mejor en su regazo. Me recibe con un beso glotón y generoso. Gime en mi boca de pura satisfacción.
—Me gusta tu vestido—musita contra mis labios.
Huele mucho a menta, mezclada con un poco de mantequilla de cacahuete. No soporto la mantequilla de cacahuete, pero a ella la adoro y me encanta que sea tan atenta, así que me olvido de la mantequilla.
—Claro que te gusta, ¡lo has elegido tú! ¿Y la ropa interior?
Me da un pico y me suelta.
—Ya te lo he dicho: siempre encaje—me recorre con la mirada. No discuto, no tiene ningún sentido, si es que alguna vez lo tiene, y además ya la llevo puesta—¿Quieres desayunar?—pregunta.
Miro el reloj de la cocina.
—Me tomaré algo en la oficina—no puedo llegar tarde—Joder—maldigo en voz baja.
—Vigila esa boca, Britt—me regaña—Venga, vas a llegar tarde.
—Lo siento—murmuro—Es culpa tuya, López.
Me cuelgo la bandolera del hombro.
—¿Mía?—pregunta con los ojos muy abiertos—¿Qué es culpa mía?
—Me retraso porque me estás distrayendo—la acuso.
Me mira y tuerce el gesto.
—Te encanta que te distraiga.
Bueno sí.
No puedo negarlo.
Me deja en Berkeley Square en un tiempo récord. Son un peligro sobre ruedas, ella y su estúpido cochecito de gama alta. Lo aparca en una zona prohibida en la esquina y se vuelve para mirarme. Se está mordiendo el labio inferior, lleva haciéndolo casi todo el trayecto.
¿Qué estará pensando?
—Me encanta despertarme a tu lado, Britt-Britt—dice con dulzura, y se acerca para acariciarme el labio con el pulgar.
Yo también me vuelvo para mirarla a la cara.
—Y a mí. Pero no me gusta que me dejen hecha polvo por llevarme a correr a las cinco de la mañana.
Mis piernas ya están resentidas, y van a ir a peor. No estiré después de correr porque doña Difícil y su manía de llevarme la contraria me distrajeron. Voy a estar muy incómoda todo el día, sólo me faltaban los tacones para rematarlo.
—¿Preferirías que te follara hasta dejarte hecha polvo?
Me dedica su sonrisa arrebatadora y me pasa la mano por la parte delantera del vestido.
Ah, no, ¡de eso nada!
—No. Prefiero el sexo soñoliento—la corrijo. Me acerco, le planto un beso casto en los labios, me bajo del coche y la dejo sola con su ceño fruncido. Vuelvo a entrar—Te veo mañana. Gracias por dejarme exhausta antes de ir a trabajar.
Cierro la puerta y empiezo a caminar con mis piernas maltratadas y el par zapatos más incómodo que tengo. Gracias a Dios que me toca pasar el día en la oficina, porque no podría patearme Londres con estos taconcitos. El teléfono me grita desde el bolso. Lo saco.
Estás increíble con ese vestido. Buena elección. De nada. Bss, S.
Me vuelvo y veo que me está mirando. Doy una vueltecita sobre mí misma y diviso su deslumbrante sonrisa antes de captar el rugido gutural de su coche, que desaparece a toda pastilla. Sonrío para mis adentros. Ha sido bastante razonable esta mañana.
Entro en la oficina y me encuentro a Kurt consolando a Mercedes, que está sentada a su escritorio. Pongo los ojos en blanco disimuladamente.
¿Qué drama se ha montado a las ocho y media de un viernes por la mañana?
—Ve a que te la arreglen—le dice Kurt con cariño pasándole la mano por la espalda para calmarla.
Me fijo y veo que Mercedes se está mirando la uña del pulgar. Vuelvo a poner los ojos en blanco.
—¡Hoy no tengo tiempo—lloriquea—¡Esto es un desastre!
¿Se ha roto una puñetera uña?
Esta chica debería haber estudiado arte dramático. Entonces me acuerdo... Tiene una cita con Noah esta noche. Sí, esto es un verdadero desastre para Mercedes.
Voy hacia mi mesa y me planta delante la uña rota. Kurt sigue pasándole la mano por la espalda. Mi compañero me mira con dramatismo y cara de «Señor, dame fuerzas» antes de venir corriendo a mi lado de la oficina. Sé lo que toca ahora. Apoya las palmas de las manos en mi mesa y se inclina hacia adelante.
—Quiero saberlo todo.
—Chitón.
Lo miro con el ceño fruncido y echo la vista atrás para ver si Will está en su despacho. No está, pero puede que se encuentre en la cocina o en la sala de reuniones.
Debería haber sabido que mi amigo, gay y muy curioso, querría interrogarme sobre la visita sorpresa que Santana hizo ayer a la oficina. De hecho, lo que no sé es cómo ha podido esperar a esta mañana. Kurt hace un gesto con la mano para quitarle importancia.
—No está. ¡Desembucha!
Centro la atención en el ordenador, lo enciendo y muevo el ratón sin ningún propósito concreto.
¿Qué le digo?
¿Qué me he enamorado de una mujer mandona, exigente, neurótica, irracional, que pasa por encima de quien haga falta, que casualmente es una cliente y que me folla hasta hacerme perder el sentido?
Ah, y que también me amenaza con iniciar la cuenta atrás si la desobedezco. Sí, con eso lo tiene todo. Levanto la vista y veo que Mercedes se ha unido al interrogatorio.
—Está como un queso, la h. de p.—canturrea.
—¿H. de p.?
—Hija de perra—responden al unísono.
Ah. Sí, eso también. Sonrío para mis adentros y estiro las piernas bajo la mesa con un suspiro. Qué gusto.
—¡Queremos saberlo todo!
—Me acuesto con ella—me encojo de hombros.
¡Estoy enamorada de ella!
Me miran como si me hubieran salido cuernos. Luego se miran el uno a la otra y ponen los ojos en blanco. Se cruzan de brazos y se quedan de pie, delante de mí. Kurt me estudia a través de sus gafas de moderno y yo bajo la vista para ver si también están dando golpecitos en el suelo con el pie.
—Britt, eso ya lo sabemos—bufa Kurt, impaciente—Lo que queremos saber es si el sexo de recuperación se ha convertido en algo más interesante.
Acerca aún más la cabeza a mí y me siento observada en un microscopio. Eso están haciendo. Dejo de tocarme el pelo con los dedos.
—Podría preguntárselo a Noah—interviene Mercedes con voz chillona.
—¿Qué?—le lanzo una mirada furiosa al darme cuenta de lo que quiere decir—Mercedes, no estamos en el instituto. No necesito que preguntes a sus amigos. ¡Mantén la boca cerrada!
He sido muy borde, pero es que realmente me cuesta creer que haya sugerido algo tan patético e inmaduro. Me mira con expresión dolida, lo deja estar y vuelve a su mesa y a su uña rota. Kurt me observa con cara de desaprobación. Sacudo la cabeza. Esta chica a veces es tonta de remate.
—Es sexo, nada más—lo informo—¡Ahora, déjame en paz!
Cojo el ratón y lo muevo sin rumbo por la pantalla.
—Ajá—farfulla antes de irse y dejarme tranquila—Y una mierda es sólo sexo—lo oigo murmurar.
Paso la mañana llamando a mis clientes y revisando plazos. Estoy satisfecha. Todo va como la seda. No hay dramas de los que ocuparme ni contratistas perezosos a los que despedir. Anoto unas cuantas citas para la semana que viene y sonrío al escribir entre las diagonales trazadas con rotulador permanente. Tengo que cambiar de agenda antes de que Will vea la infinidad de citas diarias con la señora de La Mansión.
Acepto gustosa el capuchino y la magdalena que aterrizan en mi mesa, cortesía de Tina, y frunzo el ceño al oír un caos de bocinas en la puerta de la oficina. Miro y veo una furgoneta rosa aparcada en doble fila y a Rachel saludando con la mano como una loca en mi dirección.
Intenta llamar mi atención.
Salto de la silla y gruño ante el grito de protesta de mis músculos. Resoplo con cada paso que doy hasta llegar a Margo Junior y sonrío con afecto al ver el rostro emocionado de mi amiga.
—¿Verdad que es una belleza?—Rachel acaricia con amor el volante de Margo Junior.
—Es preciosa—le digo, pero entonces me acuerdo de otra cosa—¿A qué juegas dejando que Quinn escarbe en mi cajón de la ropa interior?
—¡No pude impedírselo!—dice con una voz dos tonos más aguda de lo habitual y a la defensiva. Como debe de ser—Es una cabronceta picarona—sonríe.
No me cabe la menor duda. Lo que me recuerda la tontería esa de tener a Rachel atada a la cama. Me siento tentada a preguntarle, pero en seguida decido que prefiero no saberlo.
—¿Qué tal está San?—la sonrisa le va ahora de oreja a oreja.
—Bien—la miro recelosa.
—Has dormido con ella—dice en tono sugerente—¿Lo has pasado bien?
Me atraganto.
—Bueno, me llevó de paquete en una super-moto Ducati 1098, hizo que Holly me lanzara miradas como cuchillos y me ha obligado a correr catorce kilómetros esta mañana—me agacho para masajearme los muslos doloridos.
—Joder, ¿sigue dándote el coñazo? Dile que se vaya a paseo—frunce el ceño—¿Has corrido catorce kilómetros? Qué putada. ¿Y qué diablos es eso de una Ducati?
—Una super-moto—me encojo de hombros. Yo tampoco habría sabido lo que era hace unos días—Ha ingresado cien mil libras en la cuenta de Rococo Union.
—¿Qué?—chilla.
—Lo que oyes.
—¿Por qué?
Me encojo de hombros.
—Para que Will esté tranquilo mientras ella dispone de mí. No quiere compartirme.
—¡Guau! Esa latina está loca.
Me río. Sí, es una loca; una loca que alucina; una loca rica; una loca difícil; una loca adorable...
—¿Salimos esta noche?—pregunto.
He rechazado a la loca porque daba por sentando que Rachel estaría disponible. Es ella quien no puede dar por sentado que yo estaré disponible para que me folle siempre que le apetezca. Aunque resulta tentador.
—¡Desde luego! ¡Avisa a Mercedes y al gay!
Me relajo, aliviada.
—Mercedes tiene una cita con Noah, pero avisaré a Kurt. ¿No vas a ver a Quinn esta noche? Empieza a formar parte del mobiliario de tu piso—arqueo una ceja.
En realidad, es una pieza de mobiliario medio en cueros, pero eso me lo callo.
Va a decirme que sólo está pasando un buen rato.
—Sólo estamos pasando un buen rato—responde altanera.
Me río de su indiferencia. Sé que es pura fachada. Estamos hablando de la chica que no ha tenido una segunda cita desde hace años. Quinn es muy mona. Entiendo que le guste. Alguien empieza a tocar la bocina detrás de Margo Junior.
—¡Que te den!—grita Rachel—Me voy. Te veo luego en casa. Te toca a ti comprar el vino.
Sube la ventanilla con una amplia sonrisa dibujada en la cara. No puedo creerme que le haya comprado una furgoneta. De repente, recuerdo el trato que he hecho a cambio de mi ropa... No puedo beber esta noche.
Bueno, a la porra.
Estoy deseando tomarme una o dos copas. No se enterará nunca. Rachel desaparece por la calzada y yo regreso a la oficina.
—Ha llamado Will—me dice Tina cuando paso junto a su mesa—No va a venir en todo el día. Está jugando al golf.
—Gracias, Tina.
Me siento en mi silla y estiro las piernas. Sí, ahora sí que me duelen. Me levanto y me llevo el talón al culo. Respiro con gusto cuando los músculos de mis muslos se estiran como es debido. Mi móvil empieza a saltar sobre la mesa y Placebo canta Running up that Hill. No tengo ni que mirar la pantalla para saber quién es. Tiene un gusto musical exquisito.
—Me gusta—la saludo.
—A mí también. Luego la pondremos para hacer el amor, Britt.
—No vas a verme luego.
Se lo recuerdo de nuevo. Lo está haciendo a propósito.
—Te echo de menos, Britt-Britt.
No puedo verla, pero sé que está poniendo un mohín. En cuanto a lo de hacer el amor... Bueno, es mucho mejor que follar. Sonrío, el corazón me da saltitos en el pecho.
—¿Me echas de menos?
—Mucho—refunfuña. Miro el ordenador. Es la una. No han pasado ni cinco horas desde que nos despedimos—No salgas esta noche—me dice.
No es una súplica, es una orden. Vuelvo a sentarme. Sabía que esto iba a pasar.
—No te atrevas—le advierto con toda la asertividad que soy capaz de reunir—He hecho planes.
—¿Sabes?, puede que estés en la oficina, pero no creas que no voy a ir ahí a follarte hasta que entres en razón
Lo dice muy en serio, incluso un poco enfadada. No será capaz.
¿O sí?
Maldita sea, ni siquiera estoy segura.
—Sírvete tú misma—respondo sin tomármela en serio.
Se ríe.
—Lo decía en serio, Britt-Britt.
—Lo sé.
No me cabe la menor duda, pero tendrá que esperar hasta mañana para follarme como prefiera.
—¿Tienes agujetas en las piernas?—pregunta justo cuando las estoy estirando bajo la mesa otra vez.
—Más o menos.
No voy a darle el gusto de confesar que me duelen un montón. Me daré un baño con sales Radox antes de salir. Un momento...
¿Habrá intentado lisiarme para que no pueda salir esta noche?
—Más o menos—repite, y su voz áspera está cargada de burla—¿Recuerdas nuestro trato?
Me cabreo conmigo misma. Me he estado engañando al pensar que iba a olvidarse de su trato. Y ahora estoy segura de que me ha hecho correr una maratón al amanecer con la intención de dejarme inmovilizada.
¡Doña Controladora!
—No hace falta que me eches un polvo de recordatorio—mascullo.
Nunca se enterará. No voy a emborracharme hasta el punto de tener una resaca espantosa, tengo la última aún demasiado reciente.
—Cuidado con esa boca, Britt—suspira con cansancio—Y yo decidiré cuándo y si es necesario un polvo de recordatorio.
¿Lo dice en serio?
Me quedo un poco boquiabierta al teléfono.
¿Acaso no tiene sentido del humor?
Me levanto y estiro el muslo con un gemido satisfecho. Malditas sean ella y su carrerita al amanecer.
—Recibido—confirmo con todo el sarcasmo que se merece.
—¿Te veo esta noche?—suspira.
—Mañana
La verdad es que quiero verla, a pesar de que es una mujer difícil.
—Te recojo a las ocho.
¿A las ocho?
Es sábado y quiero dormir hasta tarde.
¿A las ocho?
Así no voy a emborracharme, no con Santana dando la lata a las ocho.
—Al mediodía—contraataco.
—A las ocho.
—A las once.
—A las ocho—ladra.
—¡Se supone que tienes que ceder un poco!
Esta mujer es imposible.
—Te veo a las ocho—Cuelga y me deja a la pata coja con el teléfono en la oreja.
Miro mi móvil sin poder creérmelo. Que aparezca a las ocho si quiere, no estaré despierta para abrirle, y dudo mucho que Rachel lo esté. Dejo caer mi cuerpo dolorido en la silla con un par de resoplidos. No pienso volver a ir a correr.
—Kurt—lo llamo—, vamos a salir esta noche. ¿Te vienes?
Me mira con una sonrisa pícara y enorme en su cara de bebé.
—Debo rechazar la invitación con elegancia—me hace una pequeña reverencia, como el buen caballero que sé que no es—¡Tengo una cita!
—¿Otra?
—Yo no puedo ir. Imagino que ibas a invitarme—suelta Mercedes sin levantar la vista de sus dibujos.
No voy a dignificar su sarcasmo con una respuesta, así que opto por hacerle una mueca a sus espaldas.
—¡Sí! Éste es el hombre de mi vida—asiente Kurt con la sonrisa de satisfacción más grande del mundo.
Dejo a Kurt con su sonrisa y vuelvo a mi ordenador. Todos son el hombre de su vida.
Salgo de trabajar a las seis y voy directa a la tienda a comprar Radox y una botella de vino. Luego me meto en el metro. Tengo que resistir la tentación de descorchar la botella aquí y ahora. Es viernes, voy a ponerme al día con Rachel esta noche y a pasar el día siguiente con mi controladora de carácter difícil.
Perfecto.
Cruzo la puerta principal y me encuentro a Quinn, medio desnuda, saliendo del taller de Rachel. Ella la sigue con una enorme sonrisa de satisfacción en la cara.
—¿Están de coña?—les suelto, e intento mirar a cualquier parte menos al cuerpazo de Quinn.
Me ciega con su sonrisa más picarona y se vuelve para mirar a Rachel, lo cual me deja con un primer plano de su espalda y su culo embutido en unos vaqueros. Es entonces cuando veo que lleva masa para tartas entre el sujetador y el omoplato.
—Te has dejado un poco.
Señalo con el dedo el goterón delator. Rachel vuelve a Quinn para que quede encarada a mí y le lame la parte manchada hasta llegar al cuello. Me sonríe, orgullosa, y yo me echo a reír.
Vaya par de exhibicionistas.
Subo al apartamento resoplando por las punzadas de dolor que me recorren las piernas a cada paso. Voy directa al cuarto de baño para llenar la bañera y añado la mitad del relajante muscular en forma de sales. A continuación, me dirijo a la cocina para encargarme del requisito especial número dos: lleno una copa de vino para mí y otra para Rachel. Hago un gesto de apreciación con el primer sorbo.
A los cinco minutos, estoy lanzando por encima de mi hombro todas las prendas de mi cajón de la ropa interior, presa del pánico.
—¡Rachel!
Rachel aparece al instante en mi cuarto.
—He cerrado el grifo de la bañera. ¿Qué pasa?
—No puedo creerme que dejaras a Quinn entrar en mi habitación.
Me mira con los ojos como platos.
—Yo no la dejé entrar. Además ella tiene lo mismo que tú.
Dejo escapar un grito de frustración, tiene razón, pero no es lo mismo.
—¡Mierda!
—Relájate ¿Se vienen Kurt y Mercedes?
—Ya lo hice. Y no, los dos tienen citas.
—Te organizas fatal—protesta, cansada del tema. Tiene razón, soy un desastre, pero me las apaño bien en el trabajo. Es mi vida privada la que se resiente—¡Anda! ¿Es esta noche cuando Mercedes sale con Noah?—Rachel me mira con sus dos enormes ojos marrones.
—¡Sí!—los míos le devuelven la mirada.
—No saldrá bien. Date prisa con el baño. Necesito ducharme.
Cojo mi vino y me voy al baño. El agua me sienta fenomenal, y me lavo el pelo con champú y acondicionador. Me rasuro entera y me obligo a salir de la bañera antes de beberme el vino y cepillarme los dientes.
Una hora después, me he secado y rizado el pelo, me he puesto crema por todo el cuerpo y estoy a medio maquillar. Se abre la puerta de mi habitación y aparece Rachel.
—¿Cuánto te queda?
—Media hora—confirmo al tiempo que abro mi cajón de la ropa interior.
—Guay.
Cierra la puerta.
La vuelve a abrir.
—¿Qué?—pregunto sin levantar la vista.
Estoy buscando el conjunto adecuado. Dos segundos después, me cogen, me quitan la toalla de un tirón y me encuentro en la cama con una mujer encima de mí.
¡Un momento!
Estoy totalmente desorientada y todavía llevo en la mano las bragas que pensaba ponerme. No me da ocasión ni de verle bien la cara. Sus labios chocan con los míos y empieza a comerme la boca con ansia.
Pero ¿qué coño pasa?
No puedo ni intentar soltarme ni preguntarle qué hace aquí. Antes de darme cuenta se baja los pantalones y las bragas, para juntar nuestros sexos. Chillo y, como premio, con la otra mano me tapa la boca.
—Silencio, Britt—masculla entre una y otra arremetida.
¡Joder!
Estoy indefensa mientras ella mueve sus caderas con energía y decisión. Sus movimientos hace que la vista se me nuble de inmediato, la cabeza me da vueltas de desesperación y de placer. Me aparta la mano de la boca, la lleva hacia mis caderas y tira de mí hacia ella para que reciba cada uno de sus duros avances.
—¡San!—grito desesperada.
No tiene piedad.
—¡Silencio he dicho!—ruge.
Mi placer aumenta sin parar y al final soy yo la que sale al encuentro de sus caderas. Gime con cada envite y se adentra en mí a un ritmo trepidante. Me envía a una neblina de euforia inesperada. Intento agarrarme a una almohada, pero estoy tan desorientada que sólo acierto a aferrarme a las sábanas. No logro reunir las fuerzas necesarias para levantar la cabeza y mirar.
Estoy totalmente indefensa.
Siento que me agarra con más fuerza. Es un polvo posesivo. Eso es lo que es. No es que me moleste. Estaré indefensa y a merced de su voluntad, pero aun así voy a tener un orgasmo atronador.
La velocidad a la que se mueve aumenta, acometida por un orgasmo explosivo que me obliga a morderme el labio para ahogar un grito de alivio. Su grito retumba en la habitación cuando se me une en este delirio maravilloso. Se desmorona sobre mí, jadeando con fuerza en mi oído.
Ha sido toda una sorpresa.
Estoy agotada e intento inhalar todo el aire posible para darles un descanso a mis pulmones. Hoy han trabajado duro.
—Por favor, dime que eres tú—jadeo con los ojos cerrados y absorbiendo el calor de su cuerpo a través de su traje.
No se ha quitado ni la chaqueta.
—Soy yo, Britt—dice sin aliento, y me aparta el pelo de la cara y me lame la piel desnuda con la lengua. Suspiro feliz y la dejo morderme y lamerme a gusto—No te duches—me ordena entre lametones.
—¿Por qué?
Frunzo el ceño entre las sábanas. No iba a hacerlo de todas formas, no tengo tiempo.
Se aparta, me agarra de las muñecas y las aplasta una a cada lado de mi cabeza. Me mira desde arriba. Su pelo le cae por la cara.
—Porque quiero que me lleves encima cuando salgas.
Deja caer los labios sobre los míos.
Ah, se trataba de pasarme por encima.
Yo tenía razón.
Debería haberlo sabido.
Es una loca.
Me aplica una táctica nueva en la boca, hace remolinos con la lengua, gime dentro de mí y me mordisquea los labios. Es algo completamente distinto del feroz ataque que acabo de sufrir.
—¿Las personas se sienten atraídos por las que acaban de follar?—pregunto con sus labios entre los míos.
—Esa boca—se aparta y me mira con desaprobación—Has bebido.
¡Mierda!
—No.
Mi tono es de culpabilidad. Me mira las muñecas cuando nota la tensión de mi reflejo natural. Luego me mira a mí con una ceja arqueada.
—Ni una más—me ordena con dulzura, y me da otro beso espléndido—Esperaba encontrarte cubierta de encaje de color crema—susurra en nuestras bocas unidas.
Me alegro de que no haya sido así. Ahora estaría hecho pedazos en el suelo y es un conjunto precioso. Quizá me compre más de ésos, puede que en varios colores. Me libera una de las muñecas y me pasa el dedo por el costado, por la parte sensible de mis caderas y allá donde se unen mis muslos.
—Lo habrías destrozado, San—jadeo cuando me mete dos dedos.
Aún no me he recuperado del último clímax de locura y ya está en marcha el siguiente. Esta mujer tiene mucho talento.
—Es probable—confirma mientras mueve los dedos en círculo, muy adentro, todo lo lejos que le permiten los dedos.
—Hummm—suspiro totalmente satisfecha y tensando las piernas debajo de ella.
—Tampoco te pases con el modelito de esta noche.
Estiro el brazo para cogerla del hombro y atraerla a mi boca pero no me deja. Me mira expectante y me doy cuenta... de que está esperando que le confirme que he entendido sus órdenes.
—¡No lo haré!—grito desesperadamente cuando me ataca con una deliciosa pasada del pulgar por mi clítoris.
—Britt, ¿vas a correrte?
—¡Sí!—le grito en la cara. En cualquier momento, voy a tener un bis de mi orgasmo anterior y va a ser igual de satisfactorio y de alucinante—¡Por favor!
Se aproxima, sus labios están todo lo cerca que pueden estar de los míos sin tocarlos.
—Hummm, ¿te gusta, Britt?
Los mete más y empuja hacia arriba para acariciarme la pared frontal.
—¡Dios!—grito—Por favor, San.
Levanto la cabeza para intentar capturar sus labios pero los aparta.
—¿Me deseas?
Empiezo a arder, se me tensan las piernas cuando me acaricia entre los labios hinchados.
—Sí.
—¿Quieres complacerme, Britt?
—Sí. ¡San, por favor!—gimoteo.
Me quedo de piedra cuando extrae los dedos y se levanta de la cama.
¿Qué?
¡No!
Estoy a punto de caer del precipicio y, así, de repente, mi gran orgasmo inminente desaparece. Ha hecho que me sienta como una bomba sin explotar.
—¿Qué estás haciendo?—pregunto; sigo de piedra.
—¿Quieres que termine?—echa la cabeza a un lado y se sube las bragas y los pantalones y se los abrocha.
—¡Sí!
Su mirada se clava en la mía.
—No salgas esta noche, Britt.
—¡No!
Se encoge de hombros.
—Mi trabajo aquí está hecho.
Me lanza un beso mientras me mira con sus estanques oscuros de párpados pesados, y luego da media vuelta y se marcha. Me quedo tumbada de espaldas, desnuda. Me siento como si me hubieran marcado y necesito alivio desesperadamente. No puedo creerme lo que acaba de hacer. Sé lo que ha sido eso. Ha sido un polvo para hacerme entrar en razón fallido, seguido de una masturbación fallida. Es una táctica de manipulación absoluta.
—¡Ya lo terminaré yo!—grito cuando la puerta se cierra detrás de ella.
No lo haré. No será ni la mitad de satisfactorio si lo hago yo. Lanzo un bufido y llevo mi cuerpo desnudo hasta el cajón de la ropa interior para buscar mi conjunto más atrevido. El de encaje rosa servirá. Me lo pongo y saco la bolsa de la tienda pija. Sonrío al apartar el papel de seda que envuelve el vestido de quinientas libras, el vestido tabú por excelencia.
El que ríe el último, López...
Me peleo otra vez con la cremallera, me arreglo el maquillaje a medio terminar y me miro al espejo. Me gusta lo que veo. El vestido tabú de seda de color crema me queda muy bien. Tengo la piel un poco bronceada, los ojos azules y mi pelo es una masa de ondas rubias. Me calzo los tacones de aguja de color crema de Carvella y me echo unas gotas de Eternity de Calvin Klein.
—¡Me cago en la leche!—chilla Rachel. Me vuelvo y la veo mirando de arriba abajo mi cuerpo embutido en seda—¡Va a volverse loca!
—La señora de La Mansión puede irse a tomar por el culo.
Rachel se ríe.
—Vaya, esta noche quieres guerra. ¡Me encanta!—entra, tan despampanante como siempre, con un vestido verde brillante y tacones azul marino—¿Qué ha hecho para merecerse esto?
—Me ha dejado a punto de correrme justo después de follarme para que entrara en razón.
Lo digo tan pancha. No puedo creerme lo que acabo de admitir. Rachel se deja caer en la cama, presa de un ataque de risa. No puedo evitar reírme con ella. Supongo que tiene gracia.
—Dios, me encanta—farfulla entre carcajadas—Me alegro de no ser la única que está disfrutando del mejor sexo de su vida.
Se seca las lágrimas de risa de los ojos. No me sorprende nada lo que dice. En absoluto. Quinn no se pasea por el departamento medio en pelotas y con esa sonrisa lasciva en la cara porque Rachel le esté haciendo muchas tartas.
—Me tiene hecha un lío.
Sacudo la cabeza y vuelvo a mirarme en el espejo para ponerme el pintalabios nude.
—¿Ya sabemos cuántos años tiene?—Rachel coge mis polvos bronceadores para dar una pasada extra a sus mejillas.
—Ni idea. Es un tema tabú, igual que la cicatriz del estómago.
Se pellizca las mejillas.
—¿Es importante? ¿Qué cicatriz?
—No, no lo es. La cicatriz es una cosa muy fea, de aquí a aquí—me paso el dedo desde la parte baja del estómago hasta la cadera.
Mira mi reflejo en el espejo.
—Estás enamorada de ella.
—Con locura—admito.[/i]
Frunzo el ceño y cojo la lencería desconocida. Me ha comprado ropa interior ¿y me la ha comprado de mi talla?
De verdad cree que puede decirme cómo vestir. Paso los dedos por el delicado encaje de color crema claro. Es precioso, pero un pelín excesivo para la oficina. Busco para ver si tengo otra cosa en la bolsa del gimnasio, pero no hay nada. Ni bragas y sujetador ni tampoco otro vestido.
No hay ropa.
Es una tonta astuta.
Me resigno y acepto mi destino. Me preparo para ponerme la ropa interior y el vestido que Santana ha decidido que voy a llevar hoy. Supongo que debería estarle agradecida por no haber elegido un jersey grande y grueso. La verdad, es un gran alivio que haya tenido la iniciativa de dejarme su secador ahí también.
Me maquillo, me seco el pelo, me lo recojo y voy al piso de abajo. Santana está en la isla de la cocina hablando por el móvil y metiendo el dedo en un bote de mantequilla de cacahuete. Me mira y casi me caigo de culo por culpa de su arrebatadora sonrisa.
Sí, está super satisfecha consigo misma.
Le recorro el cuerpo con la mirada: va vestido con traje gris ceñido, camisa negra y con su pelo suelto. Suspiro de admiración. Tiene un aspecto muy femenino y está guapa a rabiar.
¿Por qué habré insistido tanto en ir a trabajar?
—Iré en cuanto deje a Britt en el trabajo—se vuelve en el taburete y ladea la cabeza—Sí, dile a Holly que lo quiero en mi mesa cuando llegue.—se da unas palmaditas en el regazo y me acerco intentando no poner mala cara tras haber oído el nombre de esa arpía—Anulamos su carnet de socio, así de sencillo—me siento en sus rodillas y sonrío cuando hunde la cara en mi cuello y me huele—Puede protestar todo lo que quiera, queda expulsado. Punto—espeta con brusquedad ¿De qué habla?—Que Holly lo cancele... sí... muy bien... te veo pronto.
Cuelga, tira el teléfono sobre la encimera y serpentea con las manos debajo de mis rodillas para sentarme mejor en su regazo. Me recibe con un beso glotón y generoso. Gime en mi boca de pura satisfacción.
—Me gusta tu vestido—musita contra mis labios.
Huele mucho a menta, mezclada con un poco de mantequilla de cacahuete. No soporto la mantequilla de cacahuete, pero a ella la adoro y me encanta que sea tan atenta, así que me olvido de la mantequilla.
—Claro que te gusta, ¡lo has elegido tú! ¿Y la ropa interior?
Me da un pico y me suelta.
—Ya te lo he dicho: siempre encaje—me recorre con la mirada. No discuto, no tiene ningún sentido, si es que alguna vez lo tiene, y además ya la llevo puesta—¿Quieres desayunar?—pregunta.
Miro el reloj de la cocina.
—Me tomaré algo en la oficina—no puedo llegar tarde—Joder—maldigo en voz baja.
—Vigila esa boca, Britt—me regaña—Venga, vas a llegar tarde.
—Lo siento—murmuro—Es culpa tuya, López.
Me cuelgo la bandolera del hombro.
—¿Mía?—pregunta con los ojos muy abiertos—¿Qué es culpa mía?
—Me retraso porque me estás distrayendo—la acuso.
Me mira y tuerce el gesto.
—Te encanta que te distraiga.
Bueno sí.
No puedo negarlo.
Me deja en Berkeley Square en un tiempo récord. Son un peligro sobre ruedas, ella y su estúpido cochecito de gama alta. Lo aparca en una zona prohibida en la esquina y se vuelve para mirarme. Se está mordiendo el labio inferior, lleva haciéndolo casi todo el trayecto.
¿Qué estará pensando?
—Me encanta despertarme a tu lado, Britt-Britt—dice con dulzura, y se acerca para acariciarme el labio con el pulgar.
Yo también me vuelvo para mirarla a la cara.
—Y a mí. Pero no me gusta que me dejen hecha polvo por llevarme a correr a las cinco de la mañana.
Mis piernas ya están resentidas, y van a ir a peor. No estiré después de correr porque doña Difícil y su manía de llevarme la contraria me distrajeron. Voy a estar muy incómoda todo el día, sólo me faltaban los tacones para rematarlo.
—¿Preferirías que te follara hasta dejarte hecha polvo?
Me dedica su sonrisa arrebatadora y me pasa la mano por la parte delantera del vestido.
Ah, no, ¡de eso nada!
—No. Prefiero el sexo soñoliento—la corrijo. Me acerco, le planto un beso casto en los labios, me bajo del coche y la dejo sola con su ceño fruncido. Vuelvo a entrar—Te veo mañana. Gracias por dejarme exhausta antes de ir a trabajar.
Cierro la puerta y empiezo a caminar con mis piernas maltratadas y el par zapatos más incómodo que tengo. Gracias a Dios que me toca pasar el día en la oficina, porque no podría patearme Londres con estos taconcitos. El teléfono me grita desde el bolso. Lo saco.
Estás increíble con ese vestido. Buena elección. De nada. Bss, S.
Me vuelvo y veo que me está mirando. Doy una vueltecita sobre mí misma y diviso su deslumbrante sonrisa antes de captar el rugido gutural de su coche, que desaparece a toda pastilla. Sonrío para mis adentros. Ha sido bastante razonable esta mañana.
Entro en la oficina y me encuentro a Kurt consolando a Mercedes, que está sentada a su escritorio. Pongo los ojos en blanco disimuladamente.
¿Qué drama se ha montado a las ocho y media de un viernes por la mañana?
—Ve a que te la arreglen—le dice Kurt con cariño pasándole la mano por la espalda para calmarla.
Me fijo y veo que Mercedes se está mirando la uña del pulgar. Vuelvo a poner los ojos en blanco.
—¡Hoy no tengo tiempo—lloriquea—¡Esto es un desastre!
¿Se ha roto una puñetera uña?
Esta chica debería haber estudiado arte dramático. Entonces me acuerdo... Tiene una cita con Noah esta noche. Sí, esto es un verdadero desastre para Mercedes.
Voy hacia mi mesa y me planta delante la uña rota. Kurt sigue pasándole la mano por la espalda. Mi compañero me mira con dramatismo y cara de «Señor, dame fuerzas» antes de venir corriendo a mi lado de la oficina. Sé lo que toca ahora. Apoya las palmas de las manos en mi mesa y se inclina hacia adelante.
—Quiero saberlo todo.
—Chitón.
Lo miro con el ceño fruncido y echo la vista atrás para ver si Will está en su despacho. No está, pero puede que se encuentre en la cocina o en la sala de reuniones.
Debería haber sabido que mi amigo, gay y muy curioso, querría interrogarme sobre la visita sorpresa que Santana hizo ayer a la oficina. De hecho, lo que no sé es cómo ha podido esperar a esta mañana. Kurt hace un gesto con la mano para quitarle importancia.
—No está. ¡Desembucha!
Centro la atención en el ordenador, lo enciendo y muevo el ratón sin ningún propósito concreto.
¿Qué le digo?
¿Qué me he enamorado de una mujer mandona, exigente, neurótica, irracional, que pasa por encima de quien haga falta, que casualmente es una cliente y que me folla hasta hacerme perder el sentido?
Ah, y que también me amenaza con iniciar la cuenta atrás si la desobedezco. Sí, con eso lo tiene todo. Levanto la vista y veo que Mercedes se ha unido al interrogatorio.
—Está como un queso, la h. de p.—canturrea.
—¿H. de p.?
—Hija de perra—responden al unísono.
Ah. Sí, eso también. Sonrío para mis adentros y estiro las piernas bajo la mesa con un suspiro. Qué gusto.
—¡Queremos saberlo todo!
—Me acuesto con ella—me encojo de hombros.
¡Estoy enamorada de ella!
Me miran como si me hubieran salido cuernos. Luego se miran el uno a la otra y ponen los ojos en blanco. Se cruzan de brazos y se quedan de pie, delante de mí. Kurt me estudia a través de sus gafas de moderno y yo bajo la vista para ver si también están dando golpecitos en el suelo con el pie.
—Britt, eso ya lo sabemos—bufa Kurt, impaciente—Lo que queremos saber es si el sexo de recuperación se ha convertido en algo más interesante.
Acerca aún más la cabeza a mí y me siento observada en un microscopio. Eso están haciendo. Dejo de tocarme el pelo con los dedos.
—Podría preguntárselo a Noah—interviene Mercedes con voz chillona.
—¿Qué?—le lanzo una mirada furiosa al darme cuenta de lo que quiere decir—Mercedes, no estamos en el instituto. No necesito que preguntes a sus amigos. ¡Mantén la boca cerrada!
He sido muy borde, pero es que realmente me cuesta creer que haya sugerido algo tan patético e inmaduro. Me mira con expresión dolida, lo deja estar y vuelve a su mesa y a su uña rota. Kurt me observa con cara de desaprobación. Sacudo la cabeza. Esta chica a veces es tonta de remate.
—Es sexo, nada más—lo informo—¡Ahora, déjame en paz!
Cojo el ratón y lo muevo sin rumbo por la pantalla.
—Ajá—farfulla antes de irse y dejarme tranquila—Y una mierda es sólo sexo—lo oigo murmurar.
Paso la mañana llamando a mis clientes y revisando plazos. Estoy satisfecha. Todo va como la seda. No hay dramas de los que ocuparme ni contratistas perezosos a los que despedir. Anoto unas cuantas citas para la semana que viene y sonrío al escribir entre las diagonales trazadas con rotulador permanente. Tengo que cambiar de agenda antes de que Will vea la infinidad de citas diarias con la señora de La Mansión.
Acepto gustosa el capuchino y la magdalena que aterrizan en mi mesa, cortesía de Tina, y frunzo el ceño al oír un caos de bocinas en la puerta de la oficina. Miro y veo una furgoneta rosa aparcada en doble fila y a Rachel saludando con la mano como una loca en mi dirección.
Intenta llamar mi atención.
Salto de la silla y gruño ante el grito de protesta de mis músculos. Resoplo con cada paso que doy hasta llegar a Margo Junior y sonrío con afecto al ver el rostro emocionado de mi amiga.
—¿Verdad que es una belleza?—Rachel acaricia con amor el volante de Margo Junior.
—Es preciosa—le digo, pero entonces me acuerdo de otra cosa—¿A qué juegas dejando que Quinn escarbe en mi cajón de la ropa interior?
—¡No pude impedírselo!—dice con una voz dos tonos más aguda de lo habitual y a la defensiva. Como debe de ser—Es una cabronceta picarona—sonríe.
No me cabe la menor duda. Lo que me recuerda la tontería esa de tener a Rachel atada a la cama. Me siento tentada a preguntarle, pero en seguida decido que prefiero no saberlo.
—¿Qué tal está San?—la sonrisa le va ahora de oreja a oreja.
—Bien—la miro recelosa.
—Has dormido con ella—dice en tono sugerente—¿Lo has pasado bien?
Me atraganto.
—Bueno, me llevó de paquete en una super-moto Ducati 1098, hizo que Holly me lanzara miradas como cuchillos y me ha obligado a correr catorce kilómetros esta mañana—me agacho para masajearme los muslos doloridos.
—Joder, ¿sigue dándote el coñazo? Dile que se vaya a paseo—frunce el ceño—¿Has corrido catorce kilómetros? Qué putada. ¿Y qué diablos es eso de una Ducati?
—Una super-moto—me encojo de hombros. Yo tampoco habría sabido lo que era hace unos días—Ha ingresado cien mil libras en la cuenta de Rococo Union.
—¿Qué?—chilla.
—Lo que oyes.
—¿Por qué?
Me encojo de hombros.
—Para que Will esté tranquilo mientras ella dispone de mí. No quiere compartirme.
—¡Guau! Esa latina está loca.
Me río. Sí, es una loca; una loca que alucina; una loca rica; una loca difícil; una loca adorable...
—¿Salimos esta noche?—pregunto.
He rechazado a la loca porque daba por sentando que Rachel estaría disponible. Es ella quien no puede dar por sentado que yo estaré disponible para que me folle siempre que le apetezca. Aunque resulta tentador.
—¡Desde luego! ¡Avisa a Mercedes y al gay!
Me relajo, aliviada.
—Mercedes tiene una cita con Noah, pero avisaré a Kurt. ¿No vas a ver a Quinn esta noche? Empieza a formar parte del mobiliario de tu piso—arqueo una ceja.
En realidad, es una pieza de mobiliario medio en cueros, pero eso me lo callo.
Va a decirme que sólo está pasando un buen rato.
—Sólo estamos pasando un buen rato—responde altanera.
Me río de su indiferencia. Sé que es pura fachada. Estamos hablando de la chica que no ha tenido una segunda cita desde hace años. Quinn es muy mona. Entiendo que le guste. Alguien empieza a tocar la bocina detrás de Margo Junior.
—¡Que te den!—grita Rachel—Me voy. Te veo luego en casa. Te toca a ti comprar el vino.
Sube la ventanilla con una amplia sonrisa dibujada en la cara. No puedo creerme que le haya comprado una furgoneta. De repente, recuerdo el trato que he hecho a cambio de mi ropa... No puedo beber esta noche.
Bueno, a la porra.
Estoy deseando tomarme una o dos copas. No se enterará nunca. Rachel desaparece por la calzada y yo regreso a la oficina.
—Ha llamado Will—me dice Tina cuando paso junto a su mesa—No va a venir en todo el día. Está jugando al golf.
—Gracias, Tina.
Me siento en mi silla y estiro las piernas. Sí, ahora sí que me duelen. Me levanto y me llevo el talón al culo. Respiro con gusto cuando los músculos de mis muslos se estiran como es debido. Mi móvil empieza a saltar sobre la mesa y Placebo canta Running up that Hill. No tengo ni que mirar la pantalla para saber quién es. Tiene un gusto musical exquisito.
—Me gusta—la saludo.
—A mí también. Luego la pondremos para hacer el amor, Britt.
—No vas a verme luego.
Se lo recuerdo de nuevo. Lo está haciendo a propósito.
—Te echo de menos, Britt-Britt.
No puedo verla, pero sé que está poniendo un mohín. En cuanto a lo de hacer el amor... Bueno, es mucho mejor que follar. Sonrío, el corazón me da saltitos en el pecho.
—¿Me echas de menos?
—Mucho—refunfuña. Miro el ordenador. Es la una. No han pasado ni cinco horas desde que nos despedimos—No salgas esta noche—me dice.
No es una súplica, es una orden. Vuelvo a sentarme. Sabía que esto iba a pasar.
—No te atrevas—le advierto con toda la asertividad que soy capaz de reunir—He hecho planes.
—¿Sabes?, puede que estés en la oficina, pero no creas que no voy a ir ahí a follarte hasta que entres en razón
Lo dice muy en serio, incluso un poco enfadada. No será capaz.
¿O sí?
Maldita sea, ni siquiera estoy segura.
—Sírvete tú misma—respondo sin tomármela en serio.
Se ríe.
—Lo decía en serio, Britt-Britt.
—Lo sé.
No me cabe la menor duda, pero tendrá que esperar hasta mañana para follarme como prefiera.
—¿Tienes agujetas en las piernas?—pregunta justo cuando las estoy estirando bajo la mesa otra vez.
—Más o menos.
No voy a darle el gusto de confesar que me duelen un montón. Me daré un baño con sales Radox antes de salir. Un momento...
¿Habrá intentado lisiarme para que no pueda salir esta noche?
—Más o menos—repite, y su voz áspera está cargada de burla—¿Recuerdas nuestro trato?
Me cabreo conmigo misma. Me he estado engañando al pensar que iba a olvidarse de su trato. Y ahora estoy segura de que me ha hecho correr una maratón al amanecer con la intención de dejarme inmovilizada.
¡Doña Controladora!
—No hace falta que me eches un polvo de recordatorio—mascullo.
Nunca se enterará. No voy a emborracharme hasta el punto de tener una resaca espantosa, tengo la última aún demasiado reciente.
—Cuidado con esa boca, Britt—suspira con cansancio—Y yo decidiré cuándo y si es necesario un polvo de recordatorio.
¿Lo dice en serio?
Me quedo un poco boquiabierta al teléfono.
¿Acaso no tiene sentido del humor?
Me levanto y estiro el muslo con un gemido satisfecho. Malditas sean ella y su carrerita al amanecer.
—Recibido—confirmo con todo el sarcasmo que se merece.
—¿Te veo esta noche?—suspira.
—Mañana
La verdad es que quiero verla, a pesar de que es una mujer difícil.
—Te recojo a las ocho.
¿A las ocho?
Es sábado y quiero dormir hasta tarde.
¿A las ocho?
Así no voy a emborracharme, no con Santana dando la lata a las ocho.
—Al mediodía—contraataco.
—A las ocho.
—A las once.
—A las ocho—ladra.
—¡Se supone que tienes que ceder un poco!
Esta mujer es imposible.
—Te veo a las ocho—Cuelga y me deja a la pata coja con el teléfono en la oreja.
Miro mi móvil sin poder creérmelo. Que aparezca a las ocho si quiere, no estaré despierta para abrirle, y dudo mucho que Rachel lo esté. Dejo caer mi cuerpo dolorido en la silla con un par de resoplidos. No pienso volver a ir a correr.
—Kurt—lo llamo—, vamos a salir esta noche. ¿Te vienes?
Me mira con una sonrisa pícara y enorme en su cara de bebé.
—Debo rechazar la invitación con elegancia—me hace una pequeña reverencia, como el buen caballero que sé que no es—¡Tengo una cita!
—¿Otra?
—Yo no puedo ir. Imagino que ibas a invitarme—suelta Mercedes sin levantar la vista de sus dibujos.
No voy a dignificar su sarcasmo con una respuesta, así que opto por hacerle una mueca a sus espaldas.
—¡Sí! Éste es el hombre de mi vida—asiente Kurt con la sonrisa de satisfacción más grande del mundo.
Dejo a Kurt con su sonrisa y vuelvo a mi ordenador. Todos son el hombre de su vida.
Salgo de trabajar a las seis y voy directa a la tienda a comprar Radox y una botella de vino. Luego me meto en el metro. Tengo que resistir la tentación de descorchar la botella aquí y ahora. Es viernes, voy a ponerme al día con Rachel esta noche y a pasar el día siguiente con mi controladora de carácter difícil.
Perfecto.
Cruzo la puerta principal y me encuentro a Quinn, medio desnuda, saliendo del taller de Rachel. Ella la sigue con una enorme sonrisa de satisfacción en la cara.
—¿Están de coña?—les suelto, e intento mirar a cualquier parte menos al cuerpazo de Quinn.
Me ciega con su sonrisa más picarona y se vuelve para mirar a Rachel, lo cual me deja con un primer plano de su espalda y su culo embutido en unos vaqueros. Es entonces cuando veo que lleva masa para tartas entre el sujetador y el omoplato.
—Te has dejado un poco.
Señalo con el dedo el goterón delator. Rachel vuelve a Quinn para que quede encarada a mí y le lame la parte manchada hasta llegar al cuello. Me sonríe, orgullosa, y yo me echo a reír.
Vaya par de exhibicionistas.
Subo al apartamento resoplando por las punzadas de dolor que me recorren las piernas a cada paso. Voy directa al cuarto de baño para llenar la bañera y añado la mitad del relajante muscular en forma de sales. A continuación, me dirijo a la cocina para encargarme del requisito especial número dos: lleno una copa de vino para mí y otra para Rachel. Hago un gesto de apreciación con el primer sorbo.
A los cinco minutos, estoy lanzando por encima de mi hombro todas las prendas de mi cajón de la ropa interior, presa del pánico.
—¡Rachel!
Rachel aparece al instante en mi cuarto.
—He cerrado el grifo de la bañera. ¿Qué pasa?
—No puedo creerme que dejaras a Quinn entrar en mi habitación.
Me mira con los ojos como platos.
—Yo no la dejé entrar. Además ella tiene lo mismo que tú.
Dejo escapar un grito de frustración, tiene razón, pero no es lo mismo.
—¡Mierda!
—Relájate ¿Se vienen Kurt y Mercedes?
—Ya lo hice. Y no, los dos tienen citas.
—Te organizas fatal—protesta, cansada del tema. Tiene razón, soy un desastre, pero me las apaño bien en el trabajo. Es mi vida privada la que se resiente—¡Anda! ¿Es esta noche cuando Mercedes sale con Noah?—Rachel me mira con sus dos enormes ojos marrones.
—¡Sí!—los míos le devuelven la mirada.
—No saldrá bien. Date prisa con el baño. Necesito ducharme.
Cojo mi vino y me voy al baño. El agua me sienta fenomenal, y me lavo el pelo con champú y acondicionador. Me rasuro entera y me obligo a salir de la bañera antes de beberme el vino y cepillarme los dientes.
Una hora después, me he secado y rizado el pelo, me he puesto crema por todo el cuerpo y estoy a medio maquillar. Se abre la puerta de mi habitación y aparece Rachel.
—¿Cuánto te queda?
—Media hora—confirmo al tiempo que abro mi cajón de la ropa interior.
—Guay.
Cierra la puerta.
La vuelve a abrir.
—¿Qué?—pregunto sin levantar la vista.
Estoy buscando el conjunto adecuado. Dos segundos después, me cogen, me quitan la toalla de un tirón y me encuentro en la cama con una mujer encima de mí.
¡Un momento!
Estoy totalmente desorientada y todavía llevo en la mano las bragas que pensaba ponerme. No me da ocasión ni de verle bien la cara. Sus labios chocan con los míos y empieza a comerme la boca con ansia.
Pero ¿qué coño pasa?
No puedo ni intentar soltarme ni preguntarle qué hace aquí. Antes de darme cuenta se baja los pantalones y las bragas, para juntar nuestros sexos. Chillo y, como premio, con la otra mano me tapa la boca.
—Silencio, Britt—masculla entre una y otra arremetida.
¡Joder!
Estoy indefensa mientras ella mueve sus caderas con energía y decisión. Sus movimientos hace que la vista se me nuble de inmediato, la cabeza me da vueltas de desesperación y de placer. Me aparta la mano de la boca, la lleva hacia mis caderas y tira de mí hacia ella para que reciba cada uno de sus duros avances.
—¡San!—grito desesperada.
No tiene piedad.
—¡Silencio he dicho!—ruge.
Mi placer aumenta sin parar y al final soy yo la que sale al encuentro de sus caderas. Gime con cada envite y se adentra en mí a un ritmo trepidante. Me envía a una neblina de euforia inesperada. Intento agarrarme a una almohada, pero estoy tan desorientada que sólo acierto a aferrarme a las sábanas. No logro reunir las fuerzas necesarias para levantar la cabeza y mirar.
Estoy totalmente indefensa.
Siento que me agarra con más fuerza. Es un polvo posesivo. Eso es lo que es. No es que me moleste. Estaré indefensa y a merced de su voluntad, pero aun así voy a tener un orgasmo atronador.
La velocidad a la que se mueve aumenta, acometida por un orgasmo explosivo que me obliga a morderme el labio para ahogar un grito de alivio. Su grito retumba en la habitación cuando se me une en este delirio maravilloso. Se desmorona sobre mí, jadeando con fuerza en mi oído.
Ha sido toda una sorpresa.
Estoy agotada e intento inhalar todo el aire posible para darles un descanso a mis pulmones. Hoy han trabajado duro.
—Por favor, dime que eres tú—jadeo con los ojos cerrados y absorbiendo el calor de su cuerpo a través de su traje.
No se ha quitado ni la chaqueta.
—Soy yo, Britt—dice sin aliento, y me aparta el pelo de la cara y me lame la piel desnuda con la lengua. Suspiro feliz y la dejo morderme y lamerme a gusto—No te duches—me ordena entre lametones.
—¿Por qué?
Frunzo el ceño entre las sábanas. No iba a hacerlo de todas formas, no tengo tiempo.
Se aparta, me agarra de las muñecas y las aplasta una a cada lado de mi cabeza. Me mira desde arriba. Su pelo le cae por la cara.
—Porque quiero que me lleves encima cuando salgas.
Deja caer los labios sobre los míos.
Ah, se trataba de pasarme por encima.
Yo tenía razón.
Debería haberlo sabido.
Es una loca.
Me aplica una táctica nueva en la boca, hace remolinos con la lengua, gime dentro de mí y me mordisquea los labios. Es algo completamente distinto del feroz ataque que acabo de sufrir.
—¿Las personas se sienten atraídos por las que acaban de follar?—pregunto con sus labios entre los míos.
—Esa boca—se aparta y me mira con desaprobación—Has bebido.
¡Mierda!
—No.
Mi tono es de culpabilidad. Me mira las muñecas cuando nota la tensión de mi reflejo natural. Luego me mira a mí con una ceja arqueada.
—Ni una más—me ordena con dulzura, y me da otro beso espléndido—Esperaba encontrarte cubierta de encaje de color crema—susurra en nuestras bocas unidas.
Me alegro de que no haya sido así. Ahora estaría hecho pedazos en el suelo y es un conjunto precioso. Quizá me compre más de ésos, puede que en varios colores. Me libera una de las muñecas y me pasa el dedo por el costado, por la parte sensible de mis caderas y allá donde se unen mis muslos.
—Lo habrías destrozado, San—jadeo cuando me mete dos dedos.
Aún no me he recuperado del último clímax de locura y ya está en marcha el siguiente. Esta mujer tiene mucho talento.
—Es probable—confirma mientras mueve los dedos en círculo, muy adentro, todo lo lejos que le permiten los dedos.
—Hummm—suspiro totalmente satisfecha y tensando las piernas debajo de ella.
—Tampoco te pases con el modelito de esta noche.
Estiro el brazo para cogerla del hombro y atraerla a mi boca pero no me deja. Me mira expectante y me doy cuenta... de que está esperando que le confirme que he entendido sus órdenes.
—¡No lo haré!—grito desesperadamente cuando me ataca con una deliciosa pasada del pulgar por mi clítoris.
—Britt, ¿vas a correrte?
—¡Sí!—le grito en la cara. En cualquier momento, voy a tener un bis de mi orgasmo anterior y va a ser igual de satisfactorio y de alucinante—¡Por favor!
Se aproxima, sus labios están todo lo cerca que pueden estar de los míos sin tocarlos.
—Hummm, ¿te gusta, Britt?
Los mete más y empuja hacia arriba para acariciarme la pared frontal.
—¡Dios!—grito—Por favor, San.
Levanto la cabeza para intentar capturar sus labios pero los aparta.
—¿Me deseas?
Empiezo a arder, se me tensan las piernas cuando me acaricia entre los labios hinchados.
—Sí.
—¿Quieres complacerme, Britt?
—Sí. ¡San, por favor!—gimoteo.
Me quedo de piedra cuando extrae los dedos y se levanta de la cama.
¿Qué?
¡No!
Estoy a punto de caer del precipicio y, así, de repente, mi gran orgasmo inminente desaparece. Ha hecho que me sienta como una bomba sin explotar.
—¿Qué estás haciendo?—pregunto; sigo de piedra.
—¿Quieres que termine?—echa la cabeza a un lado y se sube las bragas y los pantalones y se los abrocha.
—¡Sí!
Su mirada se clava en la mía.
—No salgas esta noche, Britt.
—¡No!
Se encoge de hombros.
—Mi trabajo aquí está hecho.
Me lanza un beso mientras me mira con sus estanques oscuros de párpados pesados, y luego da media vuelta y se marcha. Me quedo tumbada de espaldas, desnuda. Me siento como si me hubieran marcado y necesito alivio desesperadamente. No puedo creerme lo que acaba de hacer. Sé lo que ha sido eso. Ha sido un polvo para hacerme entrar en razón fallido, seguido de una masturbación fallida. Es una táctica de manipulación absoluta.
—¡Ya lo terminaré yo!—grito cuando la puerta se cierra detrás de ella.
No lo haré. No será ni la mitad de satisfactorio si lo hago yo. Lanzo un bufido y llevo mi cuerpo desnudo hasta el cajón de la ropa interior para buscar mi conjunto más atrevido. El de encaje rosa servirá. Me lo pongo y saco la bolsa de la tienda pija. Sonrío al apartar el papel de seda que envuelve el vestido de quinientas libras, el vestido tabú por excelencia.
El que ríe el último, López...
Me peleo otra vez con la cremallera, me arreglo el maquillaje a medio terminar y me miro al espejo. Me gusta lo que veo. El vestido tabú de seda de color crema me queda muy bien. Tengo la piel un poco bronceada, los ojos azules y mi pelo es una masa de ondas rubias. Me calzo los tacones de aguja de color crema de Carvella y me echo unas gotas de Eternity de Calvin Klein.
—¡Me cago en la leche!—chilla Rachel. Me vuelvo y la veo mirando de arriba abajo mi cuerpo embutido en seda—¡Va a volverse loca!
—La señora de La Mansión puede irse a tomar por el culo.
Rachel se ríe.
—Vaya, esta noche quieres guerra. ¡Me encanta!—entra, tan despampanante como siempre, con un vestido verde brillante y tacones azul marino—¿Qué ha hecho para merecerse esto?
—Me ha dejado a punto de correrme justo después de follarme para que entrara en razón.
Lo digo tan pancha. No puedo creerme lo que acabo de admitir. Rachel se deja caer en la cama, presa de un ataque de risa. No puedo evitar reírme con ella. Supongo que tiene gracia.
—Dios, me encanta—farfulla entre carcajadas—Me alegro de no ser la única que está disfrutando del mejor sexo de su vida.
Se seca las lágrimas de risa de los ojos. No me sorprende nada lo que dice. En absoluto. Quinn no se pasea por el departamento medio en pelotas y con esa sonrisa lasciva en la cara porque Rachel le esté haciendo muchas tartas.
—Me tiene hecha un lío.
Sacudo la cabeza y vuelvo a mirarme en el espejo para ponerme el pintalabios nude.
—¿Ya sabemos cuántos años tiene?—Rachel coge mis polvos bronceadores para dar una pasada extra a sus mejillas.
—Ni idea. Es un tema tabú, igual que la cicatriz del estómago.
Se pellizca las mejillas.
—¿Es importante? ¿Qué cicatriz?
—No, no lo es. La cicatriz es una cosa muy fea, de aquí a aquí—me paso el dedo desde la parte baja del estómago hasta la cadera.
Mira mi reflejo en el espejo.
—Estás enamorada de ella.
—Con locura—admito.[/i]
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
al fin britt admitió lo que siente por san,...
amo los métodos de para convencer a britt jajajajaja
a ver como termia la noche????
nos vemos!!!
al fin britt admitió lo que siente por san,...
amo los métodos de para convencer a britt jajajajaja
a ver como termia la noche????
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
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Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Hsjdhd Santana dejandola a medias ahjsjsg mmm$-$ se puso ese vestido, San se va a morir kahdksjdjds me encanto el cap!
Susii********-*- - Mensajes : 902
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
3:) escribió:holap morra,...
al fin britt admitió lo que siente por san,...
amo los métodos de para convencer a britt jajajajaja
a ver como termia la noche????
nos vemos!!!
Hola lu, ajajaj bn un paso a la vez no¿? jajajajaaj. Jajajjajaaaja esk san es sabe lo que hace... no¿? jajajaajajaja. Ufff de lo mejor jajajajajaj. Saludos =D
Pd: hemo se caso =/
Susii escribió:Hsjdhd Santana dejandola a medias ahjsjsg mmm$-$ se puso ese vestido, San se va a morir kahdksjdjds me encanto el cap!
Hola, jajajajaajajaj esk tenia que convencerla no¿? jajajaajaj, pero no resulto ajajajaja. Ups... consecuencias¿? ajajajaj. Saludos =D
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FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 32
Capitulo 32
Pasamos junto a los porteros del Baroque muertas de la risa. No estamos borrachas, pero esta noche nos ha dado por reírnos.
—¿Qué vas a tomar?—pregunta Rachel cuando se nos acerca un camarero.
—Vino—contesto, y me río para mis adentros.
Ha sido fácil. Rachel coge las bebidas y nos abrimos paso entre la multitud del viernes por la noche hasta la última mesa libre, al fondo del bar. Me siento con cuidado en el taburete, sujetándome el bajo del vestido. Sí que es un tabú.
—Bueno, cuéntame cosas. ¿Qué tal Quinn?—pregunto como si nada.
Sé que es más que sexo. Creo que las dos han encontrado la horma de su zapato. No conozco a Quinn, pero sí a Rachel, y para que dedique tanto tiempo a una persona tiene que ser muy especial. Lo único que sé de Quinn es que tiene una sonrisa picarona y que le gusta ir por ahí medio desnuda.
Rachel no ha pasado tanto tiempo con una persona (posible pareja) desde que estuvo con mi hermano. Sonrío ante su llegada inminente. Tengo muchas ganas de verlo, pero no me apetece hablar de Sam esta noche, no con Rachel.
Se encoge de hombros.
—Divertida.
—¡Venga ya! Te he contado mucho más sobre San, ¡dame más!
Da un sorbo a la copa de vino y la deja sobre la mesa, con tranquilidad.
—Britt, no es la clase de mujer con la que una sienta la cabeza. Lo pasaré bien mientras dure, pero no voy a pillarme.
Por dentro, miro mal a Rachel por recordarme lo me que dijo Holly acerca de plantearse un futuro con Santana.
—¿Cómo lo sabes?—intento poner orden en mis pensamientos dispersos.
—Lo sé—me dice con media carcajada.
Si soy sincera, me decepciona un poco. Es vivaracha, se toma la vida con calma y no tiene inhibiciones... Todo lo que Quinn parece ser. Al menos, por lo que yo he visto, y he visto bastante.
¿Qué problema hay?
—Me cae bien—admito.
Es posible que sea una exhibicionista y una pesada, pero es adorable.
—Bueno, a mí también me cae bien Santana.
Me río. Claro que sí: le ha comprado una furgoneta. Pero me callo.
—Pero te gusta en plan amiga, ¿no?
Ay Dios, no se me había ocurrido pensar que Rachel pudiera sentirse atraída por Santana.
Aunque todo el mundo se siente atraído por ella. Me han mirado mal infinidad de admiradoras, pero jamás pensé, ni por un instante, que Rachel pudiera sentir algo por ella.
—¡Claro!—me mira toda ofendida—Me gusta porque es evidente lo mucho que te quiere.
—¿Qué? Rach, no me quiere. Lo que le gusta es follarme.
Doy un buen trago de vino para amortiguar el efecto de lo que acaba de decirme
Rachel.
¿O es para amortiguar el efecto de lo que acabo de decir yo?
¿Lo mucho que me quiere o lo mucho que quiere controlarme?
—Britt, eres la reina de la negación.
—¿Cuántos años crees que tiene?—pregunto.
Rachel se encoge de hombros.
—Unos treinta y cinco. Voy a fumarme un pitillo—se baja del taburete y coge el paquete de tabaco del bolso—Espérame aquí, no quiero que nos quiten la mesa.
Se va a la zona de fumadores y me deja meditando sobre mi endiablada situación. Estoy enamorada de una mujer que pisotea, que es controladora y exigente más allá de lo razonable.
Sabía que debía mantenerme lejos de ella. No puedo evitar pensar que podría haber rechazado con facilidad a cualquier otra persona, haberla evitado y huido.
Pero Santana es otra historia.
Soy adicta, estoy enganchada a ella y no sé si es sano.
—¿Brittany?
Una voz muy familiar me arranca de mis breves cavilaciones. Además, es una voz que no me apetece oír. Me vuelvo embutida en el vestido de seda.
—Hola, Elaine—suena como si de verdad tuviera ganas de verla.
—Joder, Brittany. Estás estupenda.
Me da un repaso con una mirada obscena, cosa que me hace sentir muy incómoda.
¿Cómo puede darme tanto repelús ahora?
La quise durante cuatro años. O eso creo. Lo que sentía por Elaine palidece hasta la insignificancia en comparación con lo que siento por cierto doña Controladora de edad desconocida.
—Gracias; ¿cómo estás?—pregunto educadamente, y reparo vestido negro.
Odio ese vestido.
—Muy bien, gracias. ¿Qué es de tu vida?
Sexo
¡Sexo del bueno y en abundancia!
—No gran cosa. Tengo un montón de trabajo y estoy buscando piso.
Es mentira, por supuesto. Ni siquiera he visitado una agencia inmobiliaria. Elaine no se percata de que me estoy retorciendo el pelo. Nunca se dio cuenta de lo que significa ese tic.
¿Una señal, tal vez?
—¿Qué tal el trabajo?
Apoya los codos en el borde de la mesa e invade por completo mi espacio personal. Estiro la espalda y me aparto cuanto puedo de ella mientras rezo para que Rachel vuelva pronto. Se pirará en cuanto ella aparezca.
—Muy bien, gracias.
Medito sobre si debo preguntarle lo mismo. Después de que me llamara y me comentase que iban a reducir plantilla en su empresa, supongo que debería hacerlo, pero prefiero no alargar mucho la conversación.
Sonríe radiante, es su sonrisa falsa.
—Genial. Oye, sólo quería disculparme otra vez. Me pasé. No te culparía si me mandaras a la mierda.
¡Vete a la mierda!
—Tranquil, Elaine. No te preocupes.
—Genial.
Vomito para mis adentros cuando James se acerca para unirse a nosotras y me mira con el mismo desprecio que yo siento hacia él.
¡Que se vaya a tomar viento!
Sonrío con dulzura y me recoloco en la banqueta con cuidado. Este vestido es ridículo, y aunque me sentía perfectamente cómoda antes de ver a Elaine, ahora creo que enseño demasiado y me siento expuesta y vulnerable bajo las miradas escrutadoras de mi ex y de su amigo.
—James—lo saludo con una inclinación de cabeza.
—Brittany—replica.
La frialdad de su tono no se me escapa. Ya debe de haberle contado a Elaine que me vio con una tipo sexy, morena y agresiva, así que ¿por qué se está comportando Elaine de una forma tan agradable?
—¿Puedo invitarte a una copa por los viejos tiempos?—se ofrece mi ex.
—No, de veras, no hace falta.
Levanto mi copa de vino medio llena.
¿Por los viejos tiempos?
¿Cómo?
¿Para celebrar lo estúpida que era?
¡Por favor!
No la veo, pero sé que está cerca. La corriente helada que de repente emana del cuerpo de Elaine es muy poderosa. James no le da una bienvenida mejor. Rachel y él tampoco se entienden.
—¿Qué coño haces tú aquí?—le grita al aproximarse.
Se me tensan los hombros.
—No pasa nada, Rach—apaciguo a la fiera de mi amiga morena.
—Ya me iba—sisea Elaine.
—¡Pues ya estás tardando!
Elaine se vuelve hacia mí.
—Me alegro de verte, Brittany.
—Igualmente, Elaine—sonrío.
¿Qué gano siendo hostil?
La tipa está arrepentida, o eso creo. Bueno, da igual. Ya no forma parte de mi vida y no puedo continuar con el drama para siempre. Me río para mis adentros. Mi vida es una gran obra dramática en estos momentos. Elaine y James me dejan en paz, pero la calma sólo dura hasta que Rachel se desata.
—¿Qué haces hablando con esa serpiente?—me suelta desde el otro lado de la mesa mientras se encarama a su taburete.
—Ha venido a saludar, sólo estaba siendo educada—mi tono de aburrimiento la irritará aún más.
¡Está como una moto!
—¡Me importa una mierda!
Arrugo la cara.
—Hablas igual que San.
Dios, no necesito que la fiera de mi mejor amiga se parezca a la fiera de mi latina.
Resopla un poco antes de beberse el vino de un trago. Hago lo mismo y me termino la copa.
—¿Otra?—saco dinero de la cartera—Vigílame el bolso.
Me dirijo a la barra para pedir otra ronda de bebidas y espero pacientemente a que el camarero me atienda.
—¿Todo bien, preciosa?
Pongo los ojos en blanco y me vuelvo. Hay un tipo bajo, fornido, baboso y creído mirándome de arriba abajo.
—Hola—digo cortésmente, y me vuelvo de nuevo hacia la barra. El camarero trae nuestras copas—Gracias.
Le doy un billete de veinte y echo un trago. El baboso no me quita los ojos de encima, sigue a mi lado, salivando sobre su pinta. Se me ponen los pelos como escarpias. Suplico mentalmente al camarero que se dé prisa con el cambio e incluso considero la posibilidad de renunciar a mi dinero y huir de aquí.
—¿Bailamos?
—No, gracias.
Sonrío, cojo el cambio de la mano del camarero y hago una maniobra de fuga veloz. Me mira decepcionado, pero no vuelve a probar suerte.
Ésta es mi tercera copa de vino.
Soy una rebelde.
Al diablo.
Después del numerito que me ha montado Santana en casa, estoy en una misión secreta de resistencia: tener la última palabra.
Unas cuantas horas después ya no hay tanta gente en el bar y vamos, probablemente, por la tercera botella de vino. Nos ha entrado la risa floja como a un par de adolescentes y mis preguntas se vuelven más atrevidas.
—¿De verdad estabas atada a la cama?—pregunto descaradamente.
La sonrisa que se dibuja en su cara me dice que Quinn no me estaba tomando el pelo. Ni siquiera me sorprendo. Debe de ser cosa del alcohol, o quizá sea consecuencia del sexo ardiente del que he estado disfrutando últimamente
—Lo sabía—me echo a reír—Tienes que decirle que se ponga algo encima cuando se pasea por el piso. No sé adónde mirar.
—¿Estás loca?—me mira escandalizada—¡Qué desperdicio de cuerpo!
Su mirada se pierde en la distancia, obviamente está pensando en el cuerpo de Quinn. Sí, es bastante atractiva, pero eso no significa que me interese verla. Yo ya tengo otro cuerpazo que admirar.
Hablando del cuerpazo, estoy borracha y tengo ganas de verla. Puede que la llame. Entonces me acuerdo... Se supone que no debería estar bebiendo.
¡Bah!
Me tomo otro trago de vino.
—Entonces ¿a qué se dedica?—pregunto.
Conduce un Porsche y no parece que vaya nunca a trabajar. Se encoge de hombros.
—Es una huérfana rica.
—¿Huérfana?
—Al parecer—dice pensativa—, sus padres murieron en un accidente de coche cuando ella tenía diecinueve años. No tiene hermanos, ni familia, ni nada. Vive de su herencia y le va la marcha—sonríe de satisfacción otra vez.
Dios, ¿Quinn es huérfana?
No me puedo imaginar perder a mis padres a esa edad. A ninguna edad, de hecho. Tuvo que ser horrible.
¿Y nadie se hizo cargo de ella?
De repente ya no veo a esa chica descarada de la misma manera. Nadie se imaginaría que le ha pasado algo tan espantoso; siempre está sonriendo y bromeando.
—¿Cuántos años tiene?
—Treinta—responde casi de mala gana, como si se sintiera culpable por saber la edad de la persona a la que se está tirando.
Lo dejo estar. No es culpa de Rachel que a mí me tengan a oscuras.
—¿Qué opinas de Noah?
Levanta las cejas.
—Es un poco frío y cuadriculado, ¿no crees?
—¡Sí!—me alegra no ser la única que lo piensa—No es para nada el tipo de Mercedes.
—Dos citas, como mucho—Rachel me apunta con su copa y derrama un poco de vino sobre la mesa—Lo aburrirá hasta la muerte con un informe detallado de su última visita al salón.
—Cada semana cambia—me río.
—Esos no son cambios, tía—otro salpicón de vino sobre la mesa—Jamás podrá encontrarla en la oscuridad. Y sí, ella sólo lo hace a oscuras.
—¡No!
—Sí. Es por no sé qué rollo de la celulitis y el pelo de recién follada. Un coñazo. Con el último tío con el que estuvo decía que se levantaba una hora antes que él para ducharse, peinarse y maquillarse para estar presentable cuando él se despertara.
—¡Eso es ridículo!
Asiente.
—Oye, ¿te ha mencionado San algo sobre una fiesta en La Mansión?
—¡Sí!—me planteo seriamente si decirle que me ha sobornado para que vaya. Por favor, que Quinn haya pedido a Rachel que la acompañe. Eso haría mucho más soportable la velada—¿Tú vas a ir?
—¡Pero claro que sí! Me muero por ver el sitio—le brillan los ojos de emoción—Creo que se avecina una sesión de compras.
—Probablemente yo me las apañe con lo que ya tengo en el armario.
Me encojo de hombros. Me he gastado quinientas libras en este estúpido y minúsculo vestido. Me reclino en el taburete y en seguida me doy cuenta de que no tiene respaldo, así que tengo que agarrarme al borde de la mesa. El vino sale volando por los aires.
—¡Mierda!—grito mientras intento no caerme al suelo de culo.
Me uno a las inevitables carcajadas de Rachel, y nuestras copas se tambalean peligrosamente mientras nos reímos a mandíbula batiente como un par de adolescentes borrachas que se han pasado con la sidra.
Necesito parar de beber ya.
Estoy a punto de sobrepasar el umbral de la diversión para caer en el terreno de hablar arrastrando las palabras y hacer eses como una borracha. Mi señora de La Mansión, exigente y nada razonable, aparecerá mañana a las ocho de la mañana y debo asegurarme de no tener resaca.
—Creo que va siendo hora de retirarse—dejo caer con toda la diplomacia posible.
Rachel asiente con la copa de vino en los labios.
—Sí, yo ya estoy—se escurre de la banqueta y se me acerca a trompicones. Vale, parece que Rachel ya está en el territorio de las eses—Huy, me encanta esta canción. ¡Vamos a bailar!—chilla, y me empuja hacia la pista de baile.
—¡Rach, no hay nadie en la pista!—protesto.
Tampoco hay casi nadie en el bar.
—¿Y qué más da?—responde al tiempo que avanza dando tumbos hacia la música. Me arrastra con ella—Nos iremos después de es... ¡Ay!—se precipita al suelo y tira de mí con un aullido—¡Perdón!—se echa a reír.
Estamos las dos despatarradas en el suelo, riéndonos como locas y mirando las tenues luces del local. Me avergonzaría... si no estuviera tan pedo.
¿Cómo se nos verá desde fuera?
Ninguna de las dos hace siquiera un intento rápido de ponerse en pie.
—¿Crees que los de seguridad vendrán a ayudarnos?—balbuceo entre carcajadas.
Rachel se enjuga una lágrima.
—No lo sé. ¿Gritamos?—busca mi brazo para apoyarse en él y poder sentarse—¡Mierda!—exclama con un tono que ha pasado del cachondeo a la seriedad.
—¿Qué?
Yo también me incorporo para averiguar a qué ha venido eso, y resulta que tenemos a Santana mirándonos desde arriba, con los brazos cruzados y una expresión de cabreo extremo en su bonito rostro.
Mierda, eso digo yo.
Aprieto los labios por temor a echarme a reír y hacerla enfadar aún más.
—Ay, no. Me va a tener un mes castigada—susurro para que sólo Rachel pueda oírme.
Mi amiga escupe a diestro y siniestro al intentar contener la risa, y yo no consigo reprimir la mía. Estamos las dos sentadas en el suelo del bar como un par de hienas borrachas. La cara de Santana se pone más roja a cada segundo que pasa. Rachel se ríe todavía más cuando Quinn aparece junto a Santana, con la desaprobación reflejada en la cara.
¿Por qué mi chica no puede mirarme con cara de desaprobación en vez de quedarse ahí plantada como si fuera a entrar en combustión espontánea?
Tampoco voy tan mal.
Mi ubicación actual es sólo cortesía de la delincuente de mi mejor amiga, que me lleva por el mal camino. Un portero cachas con la cabeza rapada se acerca a nosotras. Tiene cara de malo. Doy un codazo a Rachel para indicarle que van a echarnos del bar.
—Rach, si no nos dejan entrar más para comer, tendré que darme a la bebida.
Me encanta el sándwich de beicon, lechuga y tomate del Baroque.
—Pero si ya lo has hecho—resopla mientras intenta levantarse otra vez apoyándose en mí.
—Santana, encárgate de tu chica—gruñe el portero, que la saluda con un apretón de manos.
—Descuida—me lanza su mirada más amenazadora—Yo me encargo. Gracias por la llamada, Jay.
¿Qué?
—Vamos, pesada—le dice Quinn a Rachel en tono de burla mientras la levanta.
Rachel le echa los brazos al cuello y se ríe en su cara.
—Llévame a la cama, Quinny. Dejaré que me ates otra vez—se desploma sobre ella como un saco de patatas.
Quinn intenta reprimir una carcajada ante el numerito de Rachel, pero no lo hace porque esté enfadada con ella.
En absoluto.
Se contiene por Santana, que ha vuelto a fastidiarme la noche. No esperaba verla hasta las ocho de la mañana, así que no iba a enterarse nunca de que me había emborrachado un poco.
¿Y qué es todo ese rollo de que el portero la ha llamado?
Vuelvo a dirigir mi mirada achispada hacia doña Exigente y pongo mi mejor cara de ofendida. Se le van a salir los ojos de las órbitas. Se ha fijado en el vestido tabú.
Ay, madre, he desobedecido dos órdenes.
Va a castigarme de verdad. Y me vuelve a entrar la risa floja.
—Vamos, levanta, Britt—gruñe con los dientes apretados.
—¡Relájate, plasta!—la riño con más seguridad de la que siento.
Le tiendo la mano para que me ayude, sé que no me va a dejar tirada. Suspira y sacude la cabeza en señal de exasperación. Luego se agacha para levantarme. Abre aún más los ojos cuando recibe de pleno el impacto frontal del vestido tabú. Otra vez la risa floja. Va a necesitar que lo lleve al tinte después de haberme revolcado con él por el suelo sucio del bar.
Me tranquilizo.
—¿Estás enfadada conmigo, San?
La miro, achispada, sin dejar de pestañear y aferrada a la solapa de su traje gris.
¿Es que no ha pasado por casa en todo el día?
—Muchísimo, Britt—dice amenazadoramente.
Me agarra del codo y me saca del bar. Localizo al portero que me ha delatado y lo miro con desdén cuando pasamos junto a él. Estrecha la mano a Santana y me muestra su desaprobación sacudiendo la cabeza.
Que te jodan.
Quinn está ayudando a Rachel a meterse en el asiento delantero del Porsche. Le sujeta la cabeza cuando se agacha para entrar. Mi amiga sigue con la risa floja y me la contagia otra vez.
—¡Lucy Quinn Fabray, hoy es tu noche de suerte!—canturrea mientras Quinn cierra la puerta del coche.
Estaré pedo pero sé que esta noche no habrá acción en el dormitorio de Rachel.
Santana y Quinn se despiden; la primero me tiene bien sujeta del codo.
—Hasta luego, bonita.
Quinn me da un beso en la mejilla y me lanza una sonrisa sólo para mis ojos. Se la devuelvo mientras me concentro en no echarme a reír y cabrear más de lo necesario a mi latina exigente e irracional.
Santana me lleva a su coche y me mete en el asiento delantero con suavidad y firmeza, todo en el más absoluto silencio. Parece muy cabreada, pero estoy borracha y envalentonada, así que me da igual. Se estira por encima de mí para ponerme el cinturón y la rechazo de un manotazo.
—Puedo ponérmelo sola—gruño enfurruñada.
Me lanza una mirada para avisarme de que no me pase, así que —y probablemente sea lo más sensato— me pongo las manos en el regazo y dejo que me abroche el cinturón. Le robo una bocanada de su fragancia.
—Hueles a gloria, San—le informo en voz baja.
Se aparta. Sigue con cara larga y los ojos le brillan de rabia. Pero no dice ni una palabra. No me habla.
¡Qué madura!
Cierra de un portazo y se coloca tras el volante, arranca y se incorpora al tráfico a lo loco, sin la menor consideración para con los demás usuarios.
—La casa de Rach está por ahí—señalo cuando el vehículo avanza rugiendo en otra dirección.
—¿Y?—es la única palabra tensa que me escupe.
Venga, mujer, por el amor de Dios.
—Y es donde vivo—digo con firmeza.
No va a chafarme la noche por completo. Rachel y yo tenemos algunas de nuestras mejores conversaciones con una taza de té en la mano después de haber bebido hasta hartarnos.
—Duermes en mi casa—ni siquiera me mira.
—No, eso no formaba parte del trato—le recuerdo—Tengo hasta las ocho de la mañana antes de que vuelvas a distraerme.
—He cambiado el trato.
—¡No puedes cambiarlo!
Se vuelve muy despacio para tenerme cara a cara.
—Tú lo has hecho.
Retrocedo y la miro con enfado, pero no se me ocurre nada que decir. Tiene razón, he roto las condiciones del trato.
¡Pero sólo porque eran irracionales!
Me reclino contra la tapicería de cuero suave. De todas formas, sólo faltan, más o menos, ocho horas para las ocho.
Llegamos al Lusso y lanzo un gemido de protesta. Parece que Clive sólo me ve cuando estoy borracha o cuando estoy tan agotada que tienen que llevarme en brazos.
Abro la portezuela y me muevo con cuidado para intentar ponerme de pie. Santana me mira con atención, sin duda con la esperanza de que me caiga para poder recogerme y dar a Clive la impresión de que estoy pedo otra vez.
Bueno se va a llevar una decepción.
Cierro la puerta, con suavidad, y echo a andar hacia el vestíbulo. No debo tropezar, no debo caerme. Llego al vestíbulo, todavía en vertical, y saludo educadamente a Clive con la cabeza al pasar ante él, pero el conserje no dice nada. Me devuelve el saludo con la cabeza y mira a Santana. Cuando vuelve a mirar hacia abajo sin haber dicho ni hola, sé que ha visto la cara de cabreo de Santana. Resoplo para mis adentros, entro en el ascensor y espero cortésmente a que Santana haga lo propio.
—Tienes que cambiar el código—murmuro mientras introduzco el código del constructor.
No tiene más que notificarlo a seguridad y ellos se encargarán en seguida. No dice ni una palabra. Se está esforzando por no hablarme. Levanto la cabeza y veo que me mira fijamente, estudiándome con atención, con cara de póquer. Estoy segura de que está a punto de saltar sobre mí y echarme uno de los polvos de Santana.
¿Me follará para hacerme entrar en razón o será un polvo de recordatorio?
Ah, ¡seguro que me echa un polvo de disculpa!
Mi cerebro ebrio se deleita con la idea, pero entonces se abren las puertas del ascensor y ella sale antes que yo. Estoy sorprendida. Habría apostado la vida a que iba a follarme. En fin, aún no estamos en su departamento.
Abre la puerta y entra sin siquiera mirarme. La cierro a mis espaldas y la sigo a la cocina, donde la veo sacar una botella de agua de la nevera. Le da un par de tragos y me la pasa bruscamente. No me molesto en rechazarla. El sábado pasado y el recuerdo del dolor de cabeza que tenía al despertar son motivo más que suficiente para aceptar su oferta. Bebo agua bajo su atenta mirada y dejo la botella vacía en la encimera.
—Date la vuelta—ordena.
¡Allá vamos!
Un millón de fuegos artificiales entran en combustión en mi interior cuando obedezco su orden. Me doy la vuelta, con la libido gritando y un cosquilleo en la piel. La sensación de sus manos cálidas sobre mis hombros me hace apretar los dientes y me acelera la respiración. Coge la cremallera del vestido y la baja muy despacio, deslizando las manos por mi cuerpo en su descenso. Se arrodilla para terminar. Me da un golpecito en el tobillo y levanto los pies por turnos para salir de la maraña de seda. Me vuelvo y miro hacia abajo para verlo arrodillado delante de mí. Me devuelve la mirada, se levanta despacio y frota la nariz entre mis pechos mientras asciende hacia mi garganta. Me huele el cuello.
¡Sí!
Estoy suplicando por ella mentalmente, como siempre. Me succiona con los labios y me mordisquea y lame la delicada piel, que arde en deseos de que me toque. Quiero tocarla, pero sé que es ella quien pone las condiciones.
—¿Quieres que te coma, Britt?—me pregunta en voz baja. El aire se me queda atrapado en la garganta cuando su voz vibra en mi oído. Suelto un largo e intenso suspiro—Tienes que decir la palabra mágica—me roza la oreja con los labios.
Me tiemblan las rodillas.
—Sí—jadeo.
—¿Quieres que te folle, Britt?
—San—me estremezco cuando me acaricia entre los muslos.
—Lo sé. Me deseas.
Me muerde el lóbulo de la oreja y el metal del cierre de mis pendientes de plata tintinea contra sus dientes. Tiemblo y jadeo, desesperada por ella. Pero entonces se aparta y me deja hecha un saco de hormonas y de deseo.
—Quédate ahí—me ordena con firmeza, y después se va.
Todavía lleva puesto el traje. Se acerca a un armario de la cocina, lo abre y saca algo.
¿Crema de cacao?
Se me acelera el pulso. Vuelve a mí con calma. Recorro su cuerpazo con la mirada y me deleito con los bultos rígidos que tiene sus pechos.
La espero sin protestar, aceptando que se tome su tiempo. Cuando por fin llega a mí, se me acerca a la cara y exhala su aliento caliente y mentolado contra mí cuando me roza las mejillas, los ojos y la barbilla con los labios antes de posarlos suavemente sobre los míos.
Gimo de puro placer.
Abro la boca pero ella deshace el beso y empieza a descender por mi cuerpo. Una ráfaga de calor me inunda y mi respiración, ya superficial y agitada, se torna entrecortada y dificultosa. Me mira y sigue bajando, toca con la nariz mis bragas de encaje y eso hace que mis manos se aferren a sus hombros en busca de un lugar donde apoyarse. Me dedica una sonrisa de complicidad y empieza a ascender apretando el cuerpo al mío.
—Te pongo a mil, Britt—me susurra al oído.
—Sí—digo con un escalofrío y tratando de recobrar el aliento.
—Lo sé. Y eso me... pone... muchísimo..., joder—se aparta de mí.
Pero ¿qué hace?
Levanta las manos y me doy cuenta de que lleva mi vestido en una... Y unas tijeras en la otra.
No será capaz.
Abre las tijeras y las acerca a mi vestido. Entonces, muy despacio, lo corta por la mitad mientras yo lo observo boquiabierta. Ha sido capaz.
¿Un vestido de quinientas libras?
Ni siquiera tengo capacidad para gritarle o detenerla.
Estoy estupefacta.
No contenta con haber cortado en dos mi vestido tabú de quinientas libras, procede a seccionarlo en trozos más pequeños antes de depositar, tranquila y sin expresar emoción alguna, la tela mutilada en la isla, junto con las tijeras.
Me mira.
Encuentro mi voz.
—No puedo creerme lo que acabas de hacer.
—No juegues conmigo, Britt—me avisa, serena, controlada.
Me observa con atención mientras yo sigo de pie delante de ella, pasmada. La embriaguez ha desaparecido. Estoy despabilada, sobria y perpleja ante su demostración de eso que ella llama poder.
—¡Tú!—le planto el dedo en la cara—¡Estás loca!
Sus labios forman una línea recta.
—Así es como me siento. ¡Ahora lleva ese culo a la cama!
¿Cómo?
¿Que lleve mi culo a la cama?
Esta mujer es increíble: no es exigente, es imposible del todo.
Frunzo el ceño. Si me quedo un minuto más a su lado, necesitaré bótox antes de cumplir los veintisiete.
—¡No voy a meterme en la cama contigo!
Me quito los tacones de una patada, doy media vuelta, salgo de la cocina y dejo a doña Controladora ahí, rabiando. Voy en ropa interior y ha hecho pedazos mi vestido, así que estoy jodida. Subo los peldaños de la escalera con furia, pisando fuerte y resoplando.
¡Quiero gritar!
¡Se le va la olla, está loca de atar!
Entro en el dormitorio y veo mi bolsa del gimnasio en un extremo de la cama, pero sé que ahí no hay nada de ropa. Lo descubrí esta mañana cuando me dejó encima de la cama el vestido que me tenía que poner. Bueno no pienso quedarme aquí.
¡De ninguna manera!
Bajo la escalera a toda prisa, cruzo el descansillo y entro en el dormitorio más lejano.
Tengo otros tres para elegir, pero ¡éste es mi favorito y el que está más lejos de ella!
Cierro de un portazo y me meto en la cama. Las sábanas son maravillosas. Todavía está igual que la noche de la inauguración. Tiro todos los elegantes cojines al suelo y hundo mi cabeza frustrada en la almohada. No huele a Santana, pero servirá para esta noche. Mañana me marcharé.
¡Esta mujer está trastornada!
No tiene sentido que intente salirme con la mía: aunque tenga la gentileza de darme la razón, a continuación pasa por encima de mí como una apisonadora.
¡Gilipollas!
La puerta se abre de par en par y la luz del descansillo entra en la habitación. Su silueta crece a medida que se acerca a mí.
¿Qué va a hacer ahora?
¿Lavarme el estómago?
Se agacha y me coge en brazos sin mediar palabra. Si pensara que iba a servir de algo, me resistiría. Pero no lo hago. Dejo que me lleve a su dormitorio y me acueste en su cama. Me pongo boca abajo y entierro la cara en una almohada. Cierro los ojos y finjo no disfrutar del consuelo de su olor en las sábanas. Estoy mentalmente agotada y agradecida de que sea fin de semana. Podría dormir hasta el lunes. Escucho las idas y venidas de Santana. Se está desvistiendo.
¡Más le vale no moverse de su lado de la cama!
La cama se hunde, me coge de la cintura, tira de mí y estoy sobre su pecho. Intento apartarla y hago caso omiso del gruñido que brota de su garganta.
—¡Suéltame!—grito mientras intento quitarme sus dedos de encima.
—Britt...
Su tono me dice que se le está agotando la paciencia. Eso me cabrea aún más.
—Mañana... me largaré de aquí—le espeto, y me alejo de ella.
—Ya veremos, Britt.
Casi se ríe cuando vuelve a atraerme hacia su pecho y me aprieta contra su cuerpo.
Dejo de resistirme.
Es un esfuerzo inútil.
Además, no puedo evitar la inmensa alegría que siento cuando sus brazos me rodean con fuerza y noto su aliento tibio en el pelo. Aunque sigo estando hecha una furia.
—¿Qué vas a tomar?—pregunta Rachel cuando se nos acerca un camarero.
—Vino—contesto, y me río para mis adentros.
Ha sido fácil. Rachel coge las bebidas y nos abrimos paso entre la multitud del viernes por la noche hasta la última mesa libre, al fondo del bar. Me siento con cuidado en el taburete, sujetándome el bajo del vestido. Sí que es un tabú.
—Bueno, cuéntame cosas. ¿Qué tal Quinn?—pregunto como si nada.
Sé que es más que sexo. Creo que las dos han encontrado la horma de su zapato. No conozco a Quinn, pero sí a Rachel, y para que dedique tanto tiempo a una persona tiene que ser muy especial. Lo único que sé de Quinn es que tiene una sonrisa picarona y que le gusta ir por ahí medio desnuda.
Rachel no ha pasado tanto tiempo con una persona (posible pareja) desde que estuvo con mi hermano. Sonrío ante su llegada inminente. Tengo muchas ganas de verlo, pero no me apetece hablar de Sam esta noche, no con Rachel.
Se encoge de hombros.
—Divertida.
—¡Venga ya! Te he contado mucho más sobre San, ¡dame más!
Da un sorbo a la copa de vino y la deja sobre la mesa, con tranquilidad.
—Britt, no es la clase de mujer con la que una sienta la cabeza. Lo pasaré bien mientras dure, pero no voy a pillarme.
Por dentro, miro mal a Rachel por recordarme lo me que dijo Holly acerca de plantearse un futuro con Santana.
—¿Cómo lo sabes?—intento poner orden en mis pensamientos dispersos.
—Lo sé—me dice con media carcajada.
Si soy sincera, me decepciona un poco. Es vivaracha, se toma la vida con calma y no tiene inhibiciones... Todo lo que Quinn parece ser. Al menos, por lo que yo he visto, y he visto bastante.
¿Qué problema hay?
—Me cae bien—admito.
Es posible que sea una exhibicionista y una pesada, pero es adorable.
—Bueno, a mí también me cae bien Santana.
Me río. Claro que sí: le ha comprado una furgoneta. Pero me callo.
—Pero te gusta en plan amiga, ¿no?
Ay Dios, no se me había ocurrido pensar que Rachel pudiera sentirse atraída por Santana.
Aunque todo el mundo se siente atraído por ella. Me han mirado mal infinidad de admiradoras, pero jamás pensé, ni por un instante, que Rachel pudiera sentir algo por ella.
—¡Claro!—me mira toda ofendida—Me gusta porque es evidente lo mucho que te quiere.
—¿Qué? Rach, no me quiere. Lo que le gusta es follarme.
Doy un buen trago de vino para amortiguar el efecto de lo que acaba de decirme
Rachel.
¿O es para amortiguar el efecto de lo que acabo de decir yo?
¿Lo mucho que me quiere o lo mucho que quiere controlarme?
—Britt, eres la reina de la negación.
—¿Cuántos años crees que tiene?—pregunto.
Rachel se encoge de hombros.
—Unos treinta y cinco. Voy a fumarme un pitillo—se baja del taburete y coge el paquete de tabaco del bolso—Espérame aquí, no quiero que nos quiten la mesa.
Se va a la zona de fumadores y me deja meditando sobre mi endiablada situación. Estoy enamorada de una mujer que pisotea, que es controladora y exigente más allá de lo razonable.
Sabía que debía mantenerme lejos de ella. No puedo evitar pensar que podría haber rechazado con facilidad a cualquier otra persona, haberla evitado y huido.
Pero Santana es otra historia.
Soy adicta, estoy enganchada a ella y no sé si es sano.
—¿Brittany?
Una voz muy familiar me arranca de mis breves cavilaciones. Además, es una voz que no me apetece oír. Me vuelvo embutida en el vestido de seda.
—Hola, Elaine—suena como si de verdad tuviera ganas de verla.
—Joder, Brittany. Estás estupenda.
Me da un repaso con una mirada obscena, cosa que me hace sentir muy incómoda.
¿Cómo puede darme tanto repelús ahora?
La quise durante cuatro años. O eso creo. Lo que sentía por Elaine palidece hasta la insignificancia en comparación con lo que siento por cierto doña Controladora de edad desconocida.
—Gracias; ¿cómo estás?—pregunto educadamente, y reparo vestido negro.
Odio ese vestido.
—Muy bien, gracias. ¿Qué es de tu vida?
Sexo
¡Sexo del bueno y en abundancia!
—No gran cosa. Tengo un montón de trabajo y estoy buscando piso.
Es mentira, por supuesto. Ni siquiera he visitado una agencia inmobiliaria. Elaine no se percata de que me estoy retorciendo el pelo. Nunca se dio cuenta de lo que significa ese tic.
¿Una señal, tal vez?
—¿Qué tal el trabajo?
Apoya los codos en el borde de la mesa e invade por completo mi espacio personal. Estiro la espalda y me aparto cuanto puedo de ella mientras rezo para que Rachel vuelva pronto. Se pirará en cuanto ella aparezca.
—Muy bien, gracias.
Medito sobre si debo preguntarle lo mismo. Después de que me llamara y me comentase que iban a reducir plantilla en su empresa, supongo que debería hacerlo, pero prefiero no alargar mucho la conversación.
Sonríe radiante, es su sonrisa falsa.
—Genial. Oye, sólo quería disculparme otra vez. Me pasé. No te culparía si me mandaras a la mierda.
¡Vete a la mierda!
—Tranquil, Elaine. No te preocupes.
—Genial.
Vomito para mis adentros cuando James se acerca para unirse a nosotras y me mira con el mismo desprecio que yo siento hacia él.
¡Que se vaya a tomar viento!
Sonrío con dulzura y me recoloco en la banqueta con cuidado. Este vestido es ridículo, y aunque me sentía perfectamente cómoda antes de ver a Elaine, ahora creo que enseño demasiado y me siento expuesta y vulnerable bajo las miradas escrutadoras de mi ex y de su amigo.
—James—lo saludo con una inclinación de cabeza.
—Brittany—replica.
La frialdad de su tono no se me escapa. Ya debe de haberle contado a Elaine que me vio con una tipo sexy, morena y agresiva, así que ¿por qué se está comportando Elaine de una forma tan agradable?
—¿Puedo invitarte a una copa por los viejos tiempos?—se ofrece mi ex.
—No, de veras, no hace falta.
Levanto mi copa de vino medio llena.
¿Por los viejos tiempos?
¿Cómo?
¿Para celebrar lo estúpida que era?
¡Por favor!
No la veo, pero sé que está cerca. La corriente helada que de repente emana del cuerpo de Elaine es muy poderosa. James no le da una bienvenida mejor. Rachel y él tampoco se entienden.
—¿Qué coño haces tú aquí?—le grita al aproximarse.
Se me tensan los hombros.
—No pasa nada, Rach—apaciguo a la fiera de mi amiga morena.
—Ya me iba—sisea Elaine.
—¡Pues ya estás tardando!
Elaine se vuelve hacia mí.
—Me alegro de verte, Brittany.
—Igualmente, Elaine—sonrío.
¿Qué gano siendo hostil?
La tipa está arrepentida, o eso creo. Bueno, da igual. Ya no forma parte de mi vida y no puedo continuar con el drama para siempre. Me río para mis adentros. Mi vida es una gran obra dramática en estos momentos. Elaine y James me dejan en paz, pero la calma sólo dura hasta que Rachel se desata.
—¿Qué haces hablando con esa serpiente?—me suelta desde el otro lado de la mesa mientras se encarama a su taburete.
—Ha venido a saludar, sólo estaba siendo educada—mi tono de aburrimiento la irritará aún más.
¡Está como una moto!
—¡Me importa una mierda!
Arrugo la cara.
—Hablas igual que San.
Dios, no necesito que la fiera de mi mejor amiga se parezca a la fiera de mi latina.
Resopla un poco antes de beberse el vino de un trago. Hago lo mismo y me termino la copa.
—¿Otra?—saco dinero de la cartera—Vigílame el bolso.
Me dirijo a la barra para pedir otra ronda de bebidas y espero pacientemente a que el camarero me atienda.
—¿Todo bien, preciosa?
Pongo los ojos en blanco y me vuelvo. Hay un tipo bajo, fornido, baboso y creído mirándome de arriba abajo.
—Hola—digo cortésmente, y me vuelvo de nuevo hacia la barra. El camarero trae nuestras copas—Gracias.
Le doy un billete de veinte y echo un trago. El baboso no me quita los ojos de encima, sigue a mi lado, salivando sobre su pinta. Se me ponen los pelos como escarpias. Suplico mentalmente al camarero que se dé prisa con el cambio e incluso considero la posibilidad de renunciar a mi dinero y huir de aquí.
—¿Bailamos?
—No, gracias.
Sonrío, cojo el cambio de la mano del camarero y hago una maniobra de fuga veloz. Me mira decepcionado, pero no vuelve a probar suerte.
Ésta es mi tercera copa de vino.
Soy una rebelde.
Al diablo.
Después del numerito que me ha montado Santana en casa, estoy en una misión secreta de resistencia: tener la última palabra.
Unas cuantas horas después ya no hay tanta gente en el bar y vamos, probablemente, por la tercera botella de vino. Nos ha entrado la risa floja como a un par de adolescentes y mis preguntas se vuelven más atrevidas.
—¿De verdad estabas atada a la cama?—pregunto descaradamente.
La sonrisa que se dibuja en su cara me dice que Quinn no me estaba tomando el pelo. Ni siquiera me sorprendo. Debe de ser cosa del alcohol, o quizá sea consecuencia del sexo ardiente del que he estado disfrutando últimamente
—Lo sabía—me echo a reír—Tienes que decirle que se ponga algo encima cuando se pasea por el piso. No sé adónde mirar.
—¿Estás loca?—me mira escandalizada—¡Qué desperdicio de cuerpo!
Su mirada se pierde en la distancia, obviamente está pensando en el cuerpo de Quinn. Sí, es bastante atractiva, pero eso no significa que me interese verla. Yo ya tengo otro cuerpazo que admirar.
Hablando del cuerpazo, estoy borracha y tengo ganas de verla. Puede que la llame. Entonces me acuerdo... Se supone que no debería estar bebiendo.
¡Bah!
Me tomo otro trago de vino.
—Entonces ¿a qué se dedica?—pregunto.
Conduce un Porsche y no parece que vaya nunca a trabajar. Se encoge de hombros.
—Es una huérfana rica.
—¿Huérfana?
—Al parecer—dice pensativa—, sus padres murieron en un accidente de coche cuando ella tenía diecinueve años. No tiene hermanos, ni familia, ni nada. Vive de su herencia y le va la marcha—sonríe de satisfacción otra vez.
Dios, ¿Quinn es huérfana?
No me puedo imaginar perder a mis padres a esa edad. A ninguna edad, de hecho. Tuvo que ser horrible.
¿Y nadie se hizo cargo de ella?
De repente ya no veo a esa chica descarada de la misma manera. Nadie se imaginaría que le ha pasado algo tan espantoso; siempre está sonriendo y bromeando.
—¿Cuántos años tiene?
—Treinta—responde casi de mala gana, como si se sintiera culpable por saber la edad de la persona a la que se está tirando.
Lo dejo estar. No es culpa de Rachel que a mí me tengan a oscuras.
—¿Qué opinas de Noah?
Levanta las cejas.
—Es un poco frío y cuadriculado, ¿no crees?
—¡Sí!—me alegra no ser la única que lo piensa—No es para nada el tipo de Mercedes.
—Dos citas, como mucho—Rachel me apunta con su copa y derrama un poco de vino sobre la mesa—Lo aburrirá hasta la muerte con un informe detallado de su última visita al salón.
—Cada semana cambia—me río.
—Esos no son cambios, tía—otro salpicón de vino sobre la mesa—Jamás podrá encontrarla en la oscuridad. Y sí, ella sólo lo hace a oscuras.
—¡No!
—Sí. Es por no sé qué rollo de la celulitis y el pelo de recién follada. Un coñazo. Con el último tío con el que estuvo decía que se levantaba una hora antes que él para ducharse, peinarse y maquillarse para estar presentable cuando él se despertara.
—¡Eso es ridículo!
Asiente.
—Oye, ¿te ha mencionado San algo sobre una fiesta en La Mansión?
—¡Sí!—me planteo seriamente si decirle que me ha sobornado para que vaya. Por favor, que Quinn haya pedido a Rachel que la acompañe. Eso haría mucho más soportable la velada—¿Tú vas a ir?
—¡Pero claro que sí! Me muero por ver el sitio—le brillan los ojos de emoción—Creo que se avecina una sesión de compras.
—Probablemente yo me las apañe con lo que ya tengo en el armario.
Me encojo de hombros. Me he gastado quinientas libras en este estúpido y minúsculo vestido. Me reclino en el taburete y en seguida me doy cuenta de que no tiene respaldo, así que tengo que agarrarme al borde de la mesa. El vino sale volando por los aires.
—¡Mierda!—grito mientras intento no caerme al suelo de culo.
Me uno a las inevitables carcajadas de Rachel, y nuestras copas se tambalean peligrosamente mientras nos reímos a mandíbula batiente como un par de adolescentes borrachas que se han pasado con la sidra.
Necesito parar de beber ya.
Estoy a punto de sobrepasar el umbral de la diversión para caer en el terreno de hablar arrastrando las palabras y hacer eses como una borracha. Mi señora de La Mansión, exigente y nada razonable, aparecerá mañana a las ocho de la mañana y debo asegurarme de no tener resaca.
—Creo que va siendo hora de retirarse—dejo caer con toda la diplomacia posible.
Rachel asiente con la copa de vino en los labios.
—Sí, yo ya estoy—se escurre de la banqueta y se me acerca a trompicones. Vale, parece que Rachel ya está en el territorio de las eses—Huy, me encanta esta canción. ¡Vamos a bailar!—chilla, y me empuja hacia la pista de baile.
—¡Rach, no hay nadie en la pista!—protesto.
Tampoco hay casi nadie en el bar.
—¿Y qué más da?—responde al tiempo que avanza dando tumbos hacia la música. Me arrastra con ella—Nos iremos después de es... ¡Ay!—se precipita al suelo y tira de mí con un aullido—¡Perdón!—se echa a reír.
Estamos las dos despatarradas en el suelo, riéndonos como locas y mirando las tenues luces del local. Me avergonzaría... si no estuviera tan pedo.
¿Cómo se nos verá desde fuera?
Ninguna de las dos hace siquiera un intento rápido de ponerse en pie.
—¿Crees que los de seguridad vendrán a ayudarnos?—balbuceo entre carcajadas.
Rachel se enjuga una lágrima.
—No lo sé. ¿Gritamos?—busca mi brazo para apoyarse en él y poder sentarse—¡Mierda!—exclama con un tono que ha pasado del cachondeo a la seriedad.
—¿Qué?
Yo también me incorporo para averiguar a qué ha venido eso, y resulta que tenemos a Santana mirándonos desde arriba, con los brazos cruzados y una expresión de cabreo extremo en su bonito rostro.
Mierda, eso digo yo.
Aprieto los labios por temor a echarme a reír y hacerla enfadar aún más.
—Ay, no. Me va a tener un mes castigada—susurro para que sólo Rachel pueda oírme.
Mi amiga escupe a diestro y siniestro al intentar contener la risa, y yo no consigo reprimir la mía. Estamos las dos sentadas en el suelo del bar como un par de hienas borrachas. La cara de Santana se pone más roja a cada segundo que pasa. Rachel se ríe todavía más cuando Quinn aparece junto a Santana, con la desaprobación reflejada en la cara.
¿Por qué mi chica no puede mirarme con cara de desaprobación en vez de quedarse ahí plantada como si fuera a entrar en combustión espontánea?
Tampoco voy tan mal.
Mi ubicación actual es sólo cortesía de la delincuente de mi mejor amiga, que me lleva por el mal camino. Un portero cachas con la cabeza rapada se acerca a nosotras. Tiene cara de malo. Doy un codazo a Rachel para indicarle que van a echarnos del bar.
—Rach, si no nos dejan entrar más para comer, tendré que darme a la bebida.
Me encanta el sándwich de beicon, lechuga y tomate del Baroque.
—Pero si ya lo has hecho—resopla mientras intenta levantarse otra vez apoyándose en mí.
—Santana, encárgate de tu chica—gruñe el portero, que la saluda con un apretón de manos.
—Descuida—me lanza su mirada más amenazadora—Yo me encargo. Gracias por la llamada, Jay.
¿Qué?
—Vamos, pesada—le dice Quinn a Rachel en tono de burla mientras la levanta.
Rachel le echa los brazos al cuello y se ríe en su cara.
—Llévame a la cama, Quinny. Dejaré que me ates otra vez—se desploma sobre ella como un saco de patatas.
Quinn intenta reprimir una carcajada ante el numerito de Rachel, pero no lo hace porque esté enfadada con ella.
En absoluto.
Se contiene por Santana, que ha vuelto a fastidiarme la noche. No esperaba verla hasta las ocho de la mañana, así que no iba a enterarse nunca de que me había emborrachado un poco.
¿Y qué es todo ese rollo de que el portero la ha llamado?
Vuelvo a dirigir mi mirada achispada hacia doña Exigente y pongo mi mejor cara de ofendida. Se le van a salir los ojos de las órbitas. Se ha fijado en el vestido tabú.
Ay, madre, he desobedecido dos órdenes.
Va a castigarme de verdad. Y me vuelve a entrar la risa floja.
—Vamos, levanta, Britt—gruñe con los dientes apretados.
—¡Relájate, plasta!—la riño con más seguridad de la que siento.
Le tiendo la mano para que me ayude, sé que no me va a dejar tirada. Suspira y sacude la cabeza en señal de exasperación. Luego se agacha para levantarme. Abre aún más los ojos cuando recibe de pleno el impacto frontal del vestido tabú. Otra vez la risa floja. Va a necesitar que lo lleve al tinte después de haberme revolcado con él por el suelo sucio del bar.
Me tranquilizo.
—¿Estás enfadada conmigo, San?
La miro, achispada, sin dejar de pestañear y aferrada a la solapa de su traje gris.
¿Es que no ha pasado por casa en todo el día?
—Muchísimo, Britt—dice amenazadoramente.
Me agarra del codo y me saca del bar. Localizo al portero que me ha delatado y lo miro con desdén cuando pasamos junto a él. Estrecha la mano a Santana y me muestra su desaprobación sacudiendo la cabeza.
Que te jodan.
Quinn está ayudando a Rachel a meterse en el asiento delantero del Porsche. Le sujeta la cabeza cuando se agacha para entrar. Mi amiga sigue con la risa floja y me la contagia otra vez.
—¡Lucy Quinn Fabray, hoy es tu noche de suerte!—canturrea mientras Quinn cierra la puerta del coche.
Estaré pedo pero sé que esta noche no habrá acción en el dormitorio de Rachel.
Santana y Quinn se despiden; la primero me tiene bien sujeta del codo.
—Hasta luego, bonita.
Quinn me da un beso en la mejilla y me lanza una sonrisa sólo para mis ojos. Se la devuelvo mientras me concentro en no echarme a reír y cabrear más de lo necesario a mi latina exigente e irracional.
Santana me lleva a su coche y me mete en el asiento delantero con suavidad y firmeza, todo en el más absoluto silencio. Parece muy cabreada, pero estoy borracha y envalentonada, así que me da igual. Se estira por encima de mí para ponerme el cinturón y la rechazo de un manotazo.
—Puedo ponérmelo sola—gruño enfurruñada.
Me lanza una mirada para avisarme de que no me pase, así que —y probablemente sea lo más sensato— me pongo las manos en el regazo y dejo que me abroche el cinturón. Le robo una bocanada de su fragancia.
—Hueles a gloria, San—le informo en voz baja.
Se aparta. Sigue con cara larga y los ojos le brillan de rabia. Pero no dice ni una palabra. No me habla.
¡Qué madura!
Cierra de un portazo y se coloca tras el volante, arranca y se incorpora al tráfico a lo loco, sin la menor consideración para con los demás usuarios.
—La casa de Rach está por ahí—señalo cuando el vehículo avanza rugiendo en otra dirección.
—¿Y?—es la única palabra tensa que me escupe.
Venga, mujer, por el amor de Dios.
—Y es donde vivo—digo con firmeza.
No va a chafarme la noche por completo. Rachel y yo tenemos algunas de nuestras mejores conversaciones con una taza de té en la mano después de haber bebido hasta hartarnos.
—Duermes en mi casa—ni siquiera me mira.
—No, eso no formaba parte del trato—le recuerdo—Tengo hasta las ocho de la mañana antes de que vuelvas a distraerme.
—He cambiado el trato.
—¡No puedes cambiarlo!
Se vuelve muy despacio para tenerme cara a cara.
—Tú lo has hecho.
Retrocedo y la miro con enfado, pero no se me ocurre nada que decir. Tiene razón, he roto las condiciones del trato.
¡Pero sólo porque eran irracionales!
Me reclino contra la tapicería de cuero suave. De todas formas, sólo faltan, más o menos, ocho horas para las ocho.
Llegamos al Lusso y lanzo un gemido de protesta. Parece que Clive sólo me ve cuando estoy borracha o cuando estoy tan agotada que tienen que llevarme en brazos.
Abro la portezuela y me muevo con cuidado para intentar ponerme de pie. Santana me mira con atención, sin duda con la esperanza de que me caiga para poder recogerme y dar a Clive la impresión de que estoy pedo otra vez.
Bueno se va a llevar una decepción.
Cierro la puerta, con suavidad, y echo a andar hacia el vestíbulo. No debo tropezar, no debo caerme. Llego al vestíbulo, todavía en vertical, y saludo educadamente a Clive con la cabeza al pasar ante él, pero el conserje no dice nada. Me devuelve el saludo con la cabeza y mira a Santana. Cuando vuelve a mirar hacia abajo sin haber dicho ni hola, sé que ha visto la cara de cabreo de Santana. Resoplo para mis adentros, entro en el ascensor y espero cortésmente a que Santana haga lo propio.
—Tienes que cambiar el código—murmuro mientras introduzco el código del constructor.
No tiene más que notificarlo a seguridad y ellos se encargarán en seguida. No dice ni una palabra. Se está esforzando por no hablarme. Levanto la cabeza y veo que me mira fijamente, estudiándome con atención, con cara de póquer. Estoy segura de que está a punto de saltar sobre mí y echarme uno de los polvos de Santana.
¿Me follará para hacerme entrar en razón o será un polvo de recordatorio?
Ah, ¡seguro que me echa un polvo de disculpa!
Mi cerebro ebrio se deleita con la idea, pero entonces se abren las puertas del ascensor y ella sale antes que yo. Estoy sorprendida. Habría apostado la vida a que iba a follarme. En fin, aún no estamos en su departamento.
Abre la puerta y entra sin siquiera mirarme. La cierro a mis espaldas y la sigo a la cocina, donde la veo sacar una botella de agua de la nevera. Le da un par de tragos y me la pasa bruscamente. No me molesto en rechazarla. El sábado pasado y el recuerdo del dolor de cabeza que tenía al despertar son motivo más que suficiente para aceptar su oferta. Bebo agua bajo su atenta mirada y dejo la botella vacía en la encimera.
—Date la vuelta—ordena.
¡Allá vamos!
Un millón de fuegos artificiales entran en combustión en mi interior cuando obedezco su orden. Me doy la vuelta, con la libido gritando y un cosquilleo en la piel. La sensación de sus manos cálidas sobre mis hombros me hace apretar los dientes y me acelera la respiración. Coge la cremallera del vestido y la baja muy despacio, deslizando las manos por mi cuerpo en su descenso. Se arrodilla para terminar. Me da un golpecito en el tobillo y levanto los pies por turnos para salir de la maraña de seda. Me vuelvo y miro hacia abajo para verlo arrodillado delante de mí. Me devuelve la mirada, se levanta despacio y frota la nariz entre mis pechos mientras asciende hacia mi garganta. Me huele el cuello.
¡Sí!
Estoy suplicando por ella mentalmente, como siempre. Me succiona con los labios y me mordisquea y lame la delicada piel, que arde en deseos de que me toque. Quiero tocarla, pero sé que es ella quien pone las condiciones.
—¿Quieres que te coma, Britt?—me pregunta en voz baja. El aire se me queda atrapado en la garganta cuando su voz vibra en mi oído. Suelto un largo e intenso suspiro—Tienes que decir la palabra mágica—me roza la oreja con los labios.
Me tiemblan las rodillas.
—Sí—jadeo.
—¿Quieres que te folle, Britt?
—San—me estremezco cuando me acaricia entre los muslos.
—Lo sé. Me deseas.
Me muerde el lóbulo de la oreja y el metal del cierre de mis pendientes de plata tintinea contra sus dientes. Tiemblo y jadeo, desesperada por ella. Pero entonces se aparta y me deja hecha un saco de hormonas y de deseo.
—Quédate ahí—me ordena con firmeza, y después se va.
Todavía lleva puesto el traje. Se acerca a un armario de la cocina, lo abre y saca algo.
¿Crema de cacao?
Se me acelera el pulso. Vuelve a mí con calma. Recorro su cuerpazo con la mirada y me deleito con los bultos rígidos que tiene sus pechos.
La espero sin protestar, aceptando que se tome su tiempo. Cuando por fin llega a mí, se me acerca a la cara y exhala su aliento caliente y mentolado contra mí cuando me roza las mejillas, los ojos y la barbilla con los labios antes de posarlos suavemente sobre los míos.
Gimo de puro placer.
Abro la boca pero ella deshace el beso y empieza a descender por mi cuerpo. Una ráfaga de calor me inunda y mi respiración, ya superficial y agitada, se torna entrecortada y dificultosa. Me mira y sigue bajando, toca con la nariz mis bragas de encaje y eso hace que mis manos se aferren a sus hombros en busca de un lugar donde apoyarse. Me dedica una sonrisa de complicidad y empieza a ascender apretando el cuerpo al mío.
—Te pongo a mil, Britt—me susurra al oído.
—Sí—digo con un escalofrío y tratando de recobrar el aliento.
—Lo sé. Y eso me... pone... muchísimo..., joder—se aparta de mí.
Pero ¿qué hace?
Levanta las manos y me doy cuenta de que lleva mi vestido en una... Y unas tijeras en la otra.
No será capaz.
Abre las tijeras y las acerca a mi vestido. Entonces, muy despacio, lo corta por la mitad mientras yo lo observo boquiabierta. Ha sido capaz.
¿Un vestido de quinientas libras?
Ni siquiera tengo capacidad para gritarle o detenerla.
Estoy estupefacta.
No contenta con haber cortado en dos mi vestido tabú de quinientas libras, procede a seccionarlo en trozos más pequeños antes de depositar, tranquila y sin expresar emoción alguna, la tela mutilada en la isla, junto con las tijeras.
Me mira.
Encuentro mi voz.
—No puedo creerme lo que acabas de hacer.
—No juegues conmigo, Britt—me avisa, serena, controlada.
Me observa con atención mientras yo sigo de pie delante de ella, pasmada. La embriaguez ha desaparecido. Estoy despabilada, sobria y perpleja ante su demostración de eso que ella llama poder.
—¡Tú!—le planto el dedo en la cara—¡Estás loca!
Sus labios forman una línea recta.
—Así es como me siento. ¡Ahora lleva ese culo a la cama!
¿Cómo?
¿Que lleve mi culo a la cama?
Esta mujer es increíble: no es exigente, es imposible del todo.
Frunzo el ceño. Si me quedo un minuto más a su lado, necesitaré bótox antes de cumplir los veintisiete.
—¡No voy a meterme en la cama contigo!
Me quito los tacones de una patada, doy media vuelta, salgo de la cocina y dejo a doña Controladora ahí, rabiando. Voy en ropa interior y ha hecho pedazos mi vestido, así que estoy jodida. Subo los peldaños de la escalera con furia, pisando fuerte y resoplando.
¡Quiero gritar!
¡Se le va la olla, está loca de atar!
Entro en el dormitorio y veo mi bolsa del gimnasio en un extremo de la cama, pero sé que ahí no hay nada de ropa. Lo descubrí esta mañana cuando me dejó encima de la cama el vestido que me tenía que poner. Bueno no pienso quedarme aquí.
¡De ninguna manera!
Bajo la escalera a toda prisa, cruzo el descansillo y entro en el dormitorio más lejano.
Tengo otros tres para elegir, pero ¡éste es mi favorito y el que está más lejos de ella!
Cierro de un portazo y me meto en la cama. Las sábanas son maravillosas. Todavía está igual que la noche de la inauguración. Tiro todos los elegantes cojines al suelo y hundo mi cabeza frustrada en la almohada. No huele a Santana, pero servirá para esta noche. Mañana me marcharé.
¡Esta mujer está trastornada!
No tiene sentido que intente salirme con la mía: aunque tenga la gentileza de darme la razón, a continuación pasa por encima de mí como una apisonadora.
¡Gilipollas!
La puerta se abre de par en par y la luz del descansillo entra en la habitación. Su silueta crece a medida que se acerca a mí.
¿Qué va a hacer ahora?
¿Lavarme el estómago?
Se agacha y me coge en brazos sin mediar palabra. Si pensara que iba a servir de algo, me resistiría. Pero no lo hago. Dejo que me lleve a su dormitorio y me acueste en su cama. Me pongo boca abajo y entierro la cara en una almohada. Cierro los ojos y finjo no disfrutar del consuelo de su olor en las sábanas. Estoy mentalmente agotada y agradecida de que sea fin de semana. Podría dormir hasta el lunes. Escucho las idas y venidas de Santana. Se está desvistiendo.
¡Más le vale no moverse de su lado de la cama!
La cama se hunde, me coge de la cintura, tira de mí y estoy sobre su pecho. Intento apartarla y hago caso omiso del gruñido que brota de su garganta.
—¡Suéltame!—grito mientras intento quitarme sus dedos de encima.
—Britt...
Su tono me dice que se le está agotando la paciencia. Eso me cabrea aún más.
—Mañana... me largaré de aquí—le espeto, y me alejo de ella.
—Ya veremos, Britt.
Casi se ríe cuando vuelve a atraerme hacia su pecho y me aprieta contra su cuerpo.
Dejo de resistirme.
Es un esfuerzo inútil.
Además, no puedo evitar la inmensa alegría que siento cuando sus brazos me rodean con fuerza y noto su aliento tibio en el pelo. Aunque sigo estando hecha una furia.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Ohhhh se ha pasado a joder:o yo me voy asi no mas con ropa interior a mi casa,me da lo mismo. >:c igual me gusto el cap!*--*
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
se caso heather y no se pq no me siento feliz, en fin...... como siempre brittany provocando a santana!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,..
neta amo a san jajajaja
si que la estaban pasando bien con rachel!!!
a ver como van las cosas despues,...
nos vemos!!!
PD; sip vi las fotos,... me gusto la foto de nay y ryder!!!!,.. https://www.facebook.com/563643690387635/photos/pcb.848136661938335/848134858605182/?type=1&theater
neta amo a san jajajaja
si que la estaban pasando bien con rachel!!!
a ver como van las cosas despues,...
nos vemos!!!
PD; sip vi las fotos,... me gusto la foto de nay y ryder!!!!,.. https://www.facebook.com/563643690387635/photos/pcb.848136661938335/848134858605182/?type=1&theater
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Susii escribió:Ohhhh se ha pasado a joder:o yo me voy asi no mas con ropa interior a mi casa,me da lo mismo. >:c igual me gusto el cap!*--*
Hola, jajajajaja bn, no le gusta para nada que britt le lleve la contraria no¿? jajaajajajajajaj. Saludos =D
micky morales escribió:se caso heather y no se pq no me siento feliz, en fin...... como siempre brittany provocando a santana!
Hola, me pasa igual... xq nose xD solo esperemos y sea feliz no¿? jajajajaj. Jajajajajaja la provoca, pero no gana jaajajajajajaj. Saludos =D
3:) escribió:holap morra,..
neta amo a san jajajaja
si que la estaban pasando bien con rachel!!!
a ver como van las cosas despues,...
nos vemos!!!
PD; sip vi las fotos,... me gusto la foto de nay y ryder!!!!,.. https://www.facebook.com/563643690387635/photos/pcb.848136661938335/848134858605182/?type=1&theater
Hola lu, jajaajaj o no¿? haga lo que haga igual jajajaajajaj. Jjajajaajajajajajaaj fue tan chistosa esa parte jaajajajajaj. Ups... bn no¿? jajajaajaj. Saludos =D
Pd: aaa siii se ven tan bn juntossss!!!! jaajajaj.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 33
Capitulo 33
—Despierta, Britt-Britt.
Cuando abro los ojos, tiene la nariz pegada a la mía. Doy a mi cerebro unos momentos para ponerse en marcha y a mis ojos tiempo para adaptarse a la luz del día.
Cuando al fin veo algo, resulta que distingo un brillo de alegría en sus ojos oscuros. Yo, por mi parte, quiero seguir durmiendo. Es sábado y ni siquiera mi necesidad de arrancarle la piel a tiras va a hacer que me mueva de esta cama en un buen rato.
La aparto y le doy la espalda.
—No te hablo—murmuro, y me acurruco otra vez en mi almohada.
Me da una palmada en el culo y a continuación me coloca panza arriba y me sujeta por las muñecas.
—¡Me ha dolido!—le grito.
Las comisuras de sus labios se curvan, pero no estoy de humor para la Santana arrebatadora esta mañana.
¿Por qué está tan contenta?
Ah, sí. Claro que sé por qué. Ha hecho pedazos el vestido tabú y me tiene para ella antes de las ocho de la mañana.
Estoy envuelta en ella de pies a cabeza y me mira.
¡Debería levantar la rodilla y darle donde duele!
—Hoy pueden ocurrir dos cosas, Britt—me informa—Puedes ser razonable y pasaremos un día encantador, o puedes seguir siendo una seductora rebelde y entonces me veré obligada a esposarte a la cama y hacerte cosquillas hasta dejarte inconsciente. ¿Qué prefieres, Britt?
¿Que sea razonable?
¿Más?
La mandíbula me llega al suelo y ella me mira con interés.
¿De verdad cree que no voy a discutir esa propuesta suya?
Levanto la cabeza para estar lo más cerca posible de su cara tan atractiva que casi me molesta.
—Que te jodan—digo despacio y con claridad.
Retrocede con los ojos como platos ante mi osadía. Yo también estoy bastante avergonzada de mí misma, pero Santana y sus exigencias desmedidas sacan lo peor de mí.
—¡Cuidado con esa puta boca!
—¡No! ¿Por qué demonios tienes porteros que te informan de mis movimientos?
Ese pequeño detalle acaba de aterrizar en mi cerebro medio dormido. Pero, si estoy en lo cierto y está pagando a los porteros para que me vigilen, voy a entrar en erupción.
—Britt, lo único que quiero es asegurarme de que estás a salvo—deja caer la cabeza y empieza a morderse su carnoso labio—Me preocupo, eso es todo.
¿Que se preocupa?
¿No hace ni un mes que me conoce y ya se ha puesto en plan protector y posesivo?
Pisotea a quien haga falta, me desbarata los planes, corta mis vestidos y me prohíbe beber.
¡Que yo sea razonable!
—Tengo veintiséis años, San.
Me mira a los ojos. Se le han oscurecido de nuevo.
—¿Por qué te pusiste ese vestido?
—Porque quería cabrearte—respondo con sinceridad.
Me retuerzo un poco en vano. No voy a ninguna parte.
—Pero pensabas que no ibas a verme—frunce el ceño.
¿Cree que me lo puse para otra persona?
—Lo hice por principio—digo entre dientes. Quería tener la última palabra aunque ella no se enterara—Me debes un vestido.
Sonríe y casi me deslumbra.
—Lo pondremos en la lista de cosas que hacer hoy.
¿Qué hay en esa lista?
Ahora mismo, lo único que quiero es dormir. O que me despierte de otra manera. Me contoneo debajo de ella y arquea las cejas sorprendida.
—¿Qué ha sido eso?—pregunta intentando descaradamente ocultar una sonrisa.
Vale, sé a la perfección a qué está jugando. No va a tocarme, igual que hizo anoche e igual que hizo ayer antes de que saliera. Ése va a ser mi castigo por haberle plantado cara. Es lo peor que podía hacerme.
—No es necesario que me protejas—rezongo; me agito debajo de ella y consigo liberarme.
Puede retarme todo lo que quiera.
—Es señal de lo mucho que me importas—dice cuando ya me he ido y la he dejado en la cama.
¿Qué le importo?
No quiero importarle, quiero que me quiera.
Cruzo el dormitorio, entro en el baño y cierro la puerta. Le importo.
¿Cómo a una hermana o algo así?
Noto que el corazón se me parte lentamente. Utilizo el retrete y me lavo las manos antes de colocarme frente al enorme espejo que hay detrás del lavabo doble. Suspiro, agotada.
¿Qué voy a hacer?
Le importo. Si importarle significa tener que aguantar todo esto, entonces que se lo meta por donde le quepa.
Me lavo la cara y hago ademán de coger el cepillo de dientes de Santana, pero entonces me doy cuenta de que justo ahí está mi cepillo de dientes.
¿Perdona?
Le pongo pasta con cara de no comprender nada y empiezo a cepillarme los dientes. Miro el reflejo de la ducha en el espejo y veo mi champú y mi acondicionador, junto con mi cuchilla y mi gel de ducha.
¿Me ha mudado aquí?
Continúo cepillándome los dientes, abro la puerta que conduce al dormitorio y me encuentro a Santana despatarrada boca abajo en la cama con la cabeza enterrada en la almohada. Paso junto a ella de camino al vestidor y casi me atraganto con la pasta de dientes cuando veo colgada una selección de mi ropa.
¡Me ha mudado a su apartamento!
Esto es pasarse tres pueblos, ¿no?
¿Es que yo no tengo ni voz ni voto?
Puede que lo quiera, pero sólo la conozco desde hace unas semanas.
¿Mudarme a vivir con ella?
¿Qué significa esto?
¿Quiere tenerme aquí para protegerme?
Si es así, que le den, y mucho. Más bien me quiere aquí para controlarme.
—¿Algún problema?
Me vuelvo con el cepillo de dientes colgando de la boca y ahí está Santana, en la puerta del vestidor, un tanto nerviosa. Es una expresión que no le había visto nunca. Mi mirada desciende por su torso y se deleita en el movimiento de sus músculos cuando se coge al umbral del vestidor con las dos manos. Pero rápidamente desvío la atención de la distracción de sus pechos y de repente recuerdo por qué estoy en el vestidor. Farfullo una ráfaga de palabras ininteligibles con el cepillo y la pasta de dientes en la boca.
—Perdona, vas a tener que repetírmelo, Britt.
Las comisuras curvadas de los labios le delatan, y yo me saco el cepillo de dientes de la boca de un tirón. Sabe perfectamente lo que me pasa.
Vuelvo a farfullar.
Mis palabras resultan algo más comprensibles sin el cepillo, pero la pasta sigue impidiéndome hablar con claridad. Pone los ojos en blanco, me coge en brazos y me lleva al cuarto de baño.
—Escupe—me ordena cuando me deja en tierra.
Me vacío la boca de pasta y vuelvo la cara para mirar a mi controladora exigente.
—¿Qué es todo esto?
Trazo un círculo con el brazo para señalar mis cosas. Santana aprieta los labios para reprimir una sonrisa y se inclina hacia adelante y lame los restos de pasta de dientes de mis labios. Se toma su tiempo en mi labio inferior.
—Ya está. ¿Qué es qué?
Me pasa la lengua por la sien y me suelta en el oído su aliento suave y tibio. Me tenso cuando me toma el sexo con la mano y los escalofríos de placer me recorren en todas direcciones.
—¡No!—la aparto de mí de un empujón—¡No vas a manipularme con tus deliciosas habilidades divinas!
Sonríe. Es su sonrisa arrebatadora.
—¿Crees que soy una diosa?
Resoplo y vuelvo a mirar al espejo. Si su arrogancia sigue aumentando a este ritmo, voy a tener que saltar por la ventana del cuarto de baño para no morir aplastada.
Me rodea la cintura con el brazo y me atrae hacia sí. Apoya la barbilla en mi hombro y estudia mi reflejo en el espejo. Presiona sus caderas contra mi culo y las caderas en círculo. Tengo que agarrarme al lavabo con las manos.
—No me importa ser tu diosa—susurra con voz ronca.
—¿Por qué están mis cosas aquí?—pregunto a su reflejo.
Obligo a mi cuerpo a comportarse y a no caer en la tentación de su encantadora divinidad.
—Las he recogido antes de casa de Rach. Pensé que podrías quedarte aquí unos días.
—¿Puedo opinar?
Vuelve a mover las malditas caderas y me saca un gritito.
—¿Te he permitido hacerlo alguna vez?
Niego con la cabeza mientras observo su reflejo. Esboza una media sonrisa traviesa y vuelve a mover las caderas. No voy a reaccionar a sus malditos contoneos porque sé que va a volver a dejarme con las ganas.
¿Y a qué está jugando Rachel dejando que cualquiera curiosee entre mis cosas?
Hay ropa para más de dos días en el vestidor.
¿Qué se propone esta mujer?
—Arréglate, Britt-Britt—me besa el cuello y me da un azote en el culo—Vamos a salir. ¿Adónde te gustaría ir?
La miro, pasmada.
—¿Me dejas decidirlo a mí?
Se encoge de hombros.
—Tengo que dejar que te salgas con la tuya alguna vez.
Lo dice impasible.
Está muy seria.
Debería aceptar su oferta con los brazos abiertos y aprovechar que está siendo razonable, pero experimento cierto recelo. Después de su reacción de anoche, de la masacre del vestido tabú y de que se negara a hablarme, no entiendo por qué se ha levantado tan equilibrada y tolerante.
—¿Qué te apetece hacer?—pregunta.
—Vamos a Camden—sugiero.
—Vale.
Se vuelve para meterse en la ducha y me deja en el lavabo preguntándome dónde está doña Controladora.
Ahora sí que sospecho que trama algo.
Llego al pie de la escalera y oigo que Santana está hablando con alguien por el móvil. Voy a la cocina y babeo un poco. Está magnífica con unos vaqueros gastados y un polo azul marino, lleva el pelo en una coleta, al estilo Santana. Es guapa más allá de lo razonable y nada razonable en todo lo demás.
—Iré mañana, ¿va todo bien?—se vuelve en el taburete y me da un repaso con la mirada—Gracias, Finn. Llámame si me necesitas.—guarda el móvil sin quitarme los ojos de encima y se cruza de brazos—Me gusta tu vestido—su voz es grave y ronca.
Miro mi vestido de estampado floral. Me llega a la rodilla, así que probablemente apruebe el largo. Me sorprende que Rachel lo haya escogido, es un tanto veraniego, con la espalda al aire y sin mangas. Sonrío para mis adentros. Aún no ha visto la espalda y tampoco voy a enseñársela. Me obligaría a cambiarme.
Lo sé.
Me pongo un cárdigan fino de color crema y luego me cuelgo, cruzado, el bolso de terciopelo.
—¿Estás lista?—pregunto.
Salta del taburete y se me acerca de mala gana. Espero un buen morreo, pero nada. En vez de eso, se pone las Wayfarer, me coge de la mano y me lleva hacia la puerta.
¿Voy a pasar todo el día con ella y no va a darme ni un beso?
—No vas a tocarme en todo el día, ¿verdad?
Mira nuestras manos entrelazadas.
—Te estoy tocando.
—Ya me entiendes. Me estás castigando.
—¿Por qué iba a hacerlo, Britt?—me mete en el ascensor.
Sabe perfectamente a qué me refiero.
La miro.
—Quiero que me toques, San.
—Ya lo sé.
Introduce el código.
—Pero ¿no vas a hacerlo?
—Dame lo que quiero y lo haré—no me mira.
No me lo puedo creer.
—¿Una disculpa?
—No lo sé, Britt. ¿Tienes que disculparte?
Sigue mirando al frente. Ni siquiera me mira en el reflejo de las puertas.
—Lo siento—escupo.
No doy crédito a lo que está haciendo y tampoco a lo desesperada que estoy por sus caricias.
—Oye, si vas a disculparte, que al menos parezca que lo sientes.
—Lo siento.
Su mirada se encuentra con la mía en el espejo.
—¿De verdad?
—Sí. Lo siento, San.
—¿Quieres que te toque?
—Sí.
Se vuelve hacia mí de prisa, me empuja contra la pared de espejos y me cubre por completo con su cuerpo. Me siento mejor al instante. No ha sido tan difícil.
—Empiezas a entenderlo, ¿verdad?
Sus labios están a punto de rozar los míos y sus caderas me presionan las mías.
—Lo entiendo—jadeo.
Me toma la boca, encuentro sus hombros con las manos y le clavo las uñas en los músculos.
Sí, esto está mucho mejor.
Doy con su lengua y me fundo en ella por completo.
—¿Contenta?—pregunta cuando pone fin a nuestro beso.
—Sí.
—Yo también. Vámonos.
Paramos a desayunar en Camden después de que Santana se haya salido con la suya y hayamos ido en coche. Hace un día precioso y estoy pasando calor con el cárdigan, pero lo soportaré un ratito más. Todavía es capaz de llevarme a casa, caída en desgracia, y obligarme a cambiarme.
Me espera junto a la portezuela del coche y cruzamos la calle en dirección a un café pequeño, adorable y singular.
—Te va a encantar. Nos sentaremos fuera.
Aparta un sillón grande de mimbre para que me siente.
—¿Por qué me va a encantar?—pregunto ya sentada en el cojín con estampado de lunares.
—Hacen los mejores huevos a la benedictina—me dedica una sonrisa resplandeciente cuando ve que se me iluminan los ojos.
La camarera se acerca babeando al ver a Santana en toda su divina femineidad, pero ella no se da ni cuenta.
—Dos de huevos a la benedictina—dice señalando el menú—Un café solo y un capuchino con extra de café, sin azúcar y sin chocolate, por favor—mira a la camarera y la destroza con una de sus sonrisas reservadas sólo para mujeres—Gracias.
Da la impresión de que la mujer se tambalea un poco. Me río para mis adentros. Sí, tuvo ese mismo efecto en mí la primera vez que la vi. Al final consigue encontrar la voz.
—¿Van a querer salmón o jamón con los huevos?
Santana le pasa el menú y se quita las Wayfarer para que reciba de lleno el impacto de su impresionante rostro.
—Salmón, por favor.
Sacudo la cabeza, alucinada, y miro el teléfono mientras la camarera se toma su tiempo para tomar nota de nuestro pedido, que es bien sencillo. Me pregunto si Mercedes y Noah habrán congeniado. Kurt no me preocupa tanto, seguro que está enamorado otra vez de su alma gemela más reciente.
—¿Pan blanco o integral?
—¿Perdona?—levanto la vista del móvil y veo que la camarera sigue ahí.
—¿Quieres pan blanco o integral?—me repite Santana con una sonrisa.
—Ah, integral, por favor.
Vuelve a mirar a la camarera languideciente con sus gloriosos ojos oscuros.
—Integral para las dos, gracias.
Ella le lanza su sonrisa más dispuesta antes de marcharse al fin. La reacción que ha tenido con Santana me recuerda la cantidad de mujeres que debe de haber habido antes de que me conociera. Se me revuelve el estómago.
¿Era igual de controladora y exigente con todas las demás?
Dios bendito, apuesto a que ha estado con unas cuantas.
Dejo mi móvil en la mesa y miro a Santana, que me observa con atención y se muerde el labio.
¿Qué estará tramando?
—¿Qué tal las piernas?—pregunta, pero sé que ése no es el motivo de que se muerda el labio.
—Bien. ¿Sueles correr a menudo?
Ya me sé la respuesta. Nadie se levanta en plena noche para correr veinticuatro kilómetros si no es una práctica habitual.
—Me distrae.
Se encoge de hombros y se reclina contra su asiento, pensativa.
—¿De qué?
No me quita ojo.
—De ti.
Me río. Está claro que últimamente no sale mucho a correr, porque se pasa casi todo el tiempo pasando por encima de mis planes.
—¿Por qué necesitas distraerte de mí?
—Britt, porque...—suspira—No puedo estar lejos de ti y, lo que es aún más preocupante, no quiero—su tono transmite frustración.
¿Está frustrada conmigo o consigo misma?
La camarera nos sirve los cafés y se queda un momento a la espera, pero no recibe otra sonrisa devastadora como premio. Santana sólo tiene ojos para mí. Su afirmación es agridulce. Me encanta que no pueda estar lejos de mí, pero me ofende un poco que parezca resultarle molesto.
—¿Y por qué es preocupante?—pregunto como si no me importara mientras remuevo mi capuchino y rezo mentalmente para que me dé una respuesta satisfactoria.
Pasan unos instantes y no hay respuesta, así que levanto la mirada y me doy cuenta de que sus engranajes mentales están trabajando a toda velocidad y de que su carnoso labio inferior está recibiendo mordiscos a diestro y siniestro. Al rato, exhala con fuerza y baja la vista.
—Me preocupa porque siento que no lo controlo—vuelve a levantarla y me penetra con su mirada oscura e implacable—No llevo bien lo de no tener el control, Britt. No en lo que a ti respecta.
¡Ja!
¿Está reconociendo que es una controladora y exigente más allá de lo razonable?
Es obvio que no le gusta nada que le lleven la contraria, lo he visto con mis propios ojos.
—Si fueras más razonable no tendrías la sensación de no tener el control. ¿Eres así con todas tus mujeres?
Abre los ojos como platos y luego los entorna.
—Nunca me ha importado nadie lo suficiente como para hacerme sentir así—coge la taza de café—Es típico que vaya y me busque a la mujer más rebelde del planeta para...
—¿Intentar controlarla?—arqueo las cejas y Santana me pone mala cara—¿Y tus relaciones pasadas?
—No tengo relaciones. No me interesa comprometerme con nadie. Además, no tengo tiempo.
—Has dedicado bastante tiempo a pasar sobre mí y a fastidiarme—contesto rápidamente por encima de mi taza de café.
Si esto no es ir en serio, yo no sé lo que es. Sacude la cabeza.
—Tú eres distinta. Te lo he dicho, Britt. Pasaré por encima de quien intente interponerse en mi camino. Incluso de ti.
Lo sé. Ya lo hizo cuando me negué a quedarme.
Me alegro de que el ritual sea distinto al de otros que hayan tenido el placer de sufrirlo. Me viene a la cabeza el pobre Petulante.
¿No le interesan las relaciones?
Entonces ¿adónde va esto?
Nuestro desayuno aterriza en la mesa y huele a gloria. Lo ataco con el tenedor y medito sobre lo que ha dicho acerca de no tener el control. La solución es muy sencilla: deja de ser tan exigente y tan difícil. Va a darle un infarto por culpa del estrés si sigue por ese camino.
—¿Por qué soy distinta?—pregunto, casi sin atreverme.
Está con el salmón.
—No lo sé, Britt—responde con calma.
—No sabes gran cosa, ¿no?
Es lo único que me dice, la muy capullo, cuando intento encontrar una razón para su manía de controlarlo todo. Despierto «toda clase de sentimientos».
¿Cómo se supone que debo tomarme esta situación?
—Sé que nunca he querido follarme a una mujer más de una vez. De ti, sin embargo, no me canso—me echo hacia atrás, horrorizada, y casi me atraganto con un trozo de tostada. Tiene la decencia de parecer arrepentido—Eso no ha sonado bien—deja el tenedor en el plato, cierra los ojos y se masajea las sienes—Lo que intentaba decir es que... en fin... nunca me ha importado una mujer lo suficiente como para querer algo más que sexo. No hasta que te conocí—se frota las sienes con más fuerza—No puedo explicarlo, pero tú también lo sentiste, ¿verdad?—me mira y creo que desea con desesperación que se lo confirme—Cuando nos conocimos, lo sentiste.
Sonrío.
—Sí, lo sentí.
No lo olvidaré nunca.
Su expresión cambia al instante: vuelve a sonreír.
—Tómate el desayuno.
Señala mi plato con el tenedor y me resigno a vivir ignorando lo que tanto ansío saber. Si ella no lo sabe, no es muy probable que yo llegue a enterarme.
¿Sería más fácil aguantarla si supiera qué hace que se ponga en marcha su compleja cabecita?
En cualquier caso, me ha dicho, aunque no con esas palabras, que quiere algo más que sexo, ¿no? Así que le importo.
¿Qué le importe equivale a que me controle?
¿Y nunca ha tenido una relación?
No me lo creo ni de coña. Las mujeres se le echan encima. No es posible que se las tire sólo una vez, ¿no?
Jesús, si nunca se ha follado a una mujer más de una vez, ¿con cuántas se habrá acostado?
Estoy a punto de preguntárselo, pero me freno en cuanto abro la boca.
¿Quiero saberlo?
He estado acostándome con esta mujer sin saber si tiene alguna enfermedad, aunque me ha dicho que se realiza exámenes, ¿debería creerlo?
—Por cierto, ya fui a practicarme los exámenes rutinarios con tu doctora, ya que al mía no se encontraba.
—Ya lo sé.
¿Lo sabe?
—Tenemos que comprarte un vestido para la fiesta de aniversario de La Mansión—me dice.
Está claro que es una táctica para distraerme y hacer que me olvide de mis preguntas y cavilaciones. Estoy segura de que sabe lo que estoy pensando.
—Tengo muchos vestidos.
No podría haberlo dicho con menos entusiasmo, lo cual es bueno, porque es como me siento. Sólo me consuela un poco saber que Rachel estará ahí para ayudarme a sobrevivir a la velada con Holly observándome y lanzándome pullas.
¿Se habrá tirado a Holly?
Supongo que es posible, ya que sólo se las folla una vez. La idea hace que clave el tenedor a mi desayuno con demasiada violencia. Frunce el ceño.
—Yo también, pero necesitas uno nuevo.
Es ese tono de voz que me reta a desafiarla. Suspiro ante la idea de otra discusión sobre ropa. Tengo muchas prendas entre las que elegir sin necesidad de comprarme un vestido nuevo y, aunque no las tuviera, encontraría cualquier cosa con tal de evitar ir de compras con Santana.
—Además, te debo un vestido y yo también necesito uno nuevo.
Estira el brazo por encima de la mesa y me sujeta un mechón rebelde detrás de la oreja. Sí, me debe un vestido, pero no lo quiero porque dudo que me deje elegirlo u opinar sobre el que me compre.
—¿Puedo elegirlo el mío?
—Por supuesto—deja el tenedor en el plato—Tampoco soy tan controladora.
Casi se me caen los cubiertos.
¿Me está tomando el pelo?
—San, eres verdaderamente muy especial—pongo en mi voz toda la dulzura que la frase merece.
—No tanto como tú—me guiña el ojo—¿Lista para Camden?
Asiento y cojo el bolso de la silla. Me observa desconcertada. Pongo un billete de veinte bajo el salero de la mesa y ella lanza un resoplido exagerado, toma su bolso y saca la cartera del bolsillo y sustituye mi dinero por el suyo. Me quita el monedero de las manos y vuelve a meter el billete dentro.
¡Doña Controlador!
Mi móvil empieza a bailar sobre la mesa, pero antes de que pueda decirle a mi cerebro que lo coja, Santana me lo birla delante de las narices.
—¿Hola?—saluda al interlocutor misterioso.
La miro sin poder creérmelo. No tiene modales en lo que a los teléfonos se refiere.
¿Quién será?
—¿Señora Pierce?—dice tan tranquila.
Abro la boca todo lo que me da de sí.
¡No!
¡Que no sea mi mamá!
Intento que me devuelva el teléfono, pero se aparta de mí con una sonrisa pérfida plasmada en ese rostro tan endiabladamente atractivo.
—Tengo el placer de estar en compañía de su preciosa hija—informa a mi mamá.
Me revuelvo en la mesa y ella se vuelve en dirección contraria, mirándome con el ceño fruncido. Aprieto los dientes y hago gestos desesperados con la mano para que me devuelva el teléfono, pero se limita a levantar las cejas y a sacudir la cabeza.
—Sí, Brittany me ha hablado mucho de usted. Tengo muchas ganas de conocerla.
¡Cretina metomentodo!
No le he contado gran cosa sobre mis padres y, desde luego, ellos ni siquiera saben de su existencia.
Por Dios, esto es lo que me faltaba.
La miro con odio, me levanto y estiro el brazo para quitarle el móvil, pero ella da un salto hacia atrás.
—Sí, se la paso. Ha sido un placer hablar con usted.
Me pasa el teléfono y se lo quito con un tirón furibundo.
—¿Mamá?
—¿Britty, quién era ésa?
Mi mamá parece desconcertada, como me imaginaba. Se supone que soy joven, libre, bisexual y soltera en Londres, y ahora una mujer desconocido contesta mi móvil. Entorno los ojos y miro a Santana, que parece estar muy orgullosa de sí misma.
—Sólo es una amiga, mamá. ¿Qué pasa?
Santana se lleva las manos al corazón e imita a un soldado herido, pero su expresión de enfado no casa para nada con su juguetona pantomima.
Mi mamá emite un bufido de desaprobación. No me puedo creer lo que la cabrona arrogante acaba de hacer. Y con todo lo que tengo que aguantar ahora mismo, sólo me faltaba el bonus añadido de mi mamá ensañándose con que me haya metido en otra relación demasiado pronto.
—Me ha llamado Elaine —me dice impasible.
Doy la espalda a Santana para intentar ocultar mi cara de sorpresa.
¿Por qué habrá llamado Elaine a mi mamá?
¡Mierda!
No puedo hablar de esto ahora mismo, no con Santana delante.
—Mamá, ¿podemos hablar luego? Estoy en Camden y hay mucho follón.
Los hombros me llegan a las orejas cuando noto la mirada de acero de Santana clavada en la espalda.
—Claro. Sólo quería que lo supieras. Fue muy cortés, no me gustó.
Parece furiosa.
—Vale, te llamo luego.
—Bien, y recuerda: diversión sin compromiso—añade sin tapujos al final para recordarme mi estatus, sea el que sea.
Me vuelvo para mirar a Santana y la encuentro tal y como era de esperar: nada contenta.
—¿Por qué has hecho eso?—le grito.
—¿Sólo es una amiga? ¿Sueles permitir que tus amigas o amigos te follen hasta partirte en dos?
Dejo caer los hombros en señal de derrota. Me está dejando el cerebro frito con tanto cambiar el modo en que habla de nuestra relación. Me folla; le importo; me controla...
—¿Es que el objetivo de tu misión es complicarme la vida todo lo posible?
Su mirada se suaviza.
—No—dice en voz baja—Lo siento.
Dios mío, ¿hemos hecho progresos?
¿Acaba de disculparse por ser una Estúpida?
Me ha dejado más a cuadros que cuando me ha robado el teléfono y ha saludado a mi mamá como si la conociera de toda la vida. Ella misma ha dicho que no se disculpa a menudo pero, teniendo en cuenta que no le gusta hacerlo, comete un montón de locuras que merecen disculpas.
—Olvídalo—suspiro, y guardo el móvil en el bolso.
Empiezo a caminar por la calle hacia el canal. Me pasa el brazo por los hombros en cuestión de segundos.
Mi pobre mamá estará provocándole a mi papá un buen dolor de cabeza en este instante. Sé que me va a someter a un tercer grado.
En cuanto a Elaine... Sé a qué está jugando. Esa gusano taimada está intentando ganarse a mis padres. Se va a llevar una gran decepción. Ahora mis padres ya no se molestan en ocultar que la detestan; antes la aguantaban por mí.
Pasamos el resto de la mañana y buena parte de la tarde vagando por Camden. Me encanta, la diversidad es uno de los mayores atractivos de Londres. Podría pasarme horas en las callejuelas adoquinadas de los mercados. Santana me sigue cuando me paro a mirar los puestos, no se separa de mí y no me quita las manos de encima.
Me alegro mucho de haberme disculpado.
Caminamos por la zona de restaurantes y ya no puedo aguantar más el calor. No es un día especialmente caluroso, pero, con tanta gente y tanto turista, estoy agobiada. Me quito el bolso y luego la chaqueta para atármela a la cintura.
—¡Britt, a tu vestido le falta un buen trozo!
Me vuelvo con una sonrisa y la veo mirándome atónito la espalda descubierta.
¿Qué va a hacer?
¿Desnudarme y cortarlo a tiras?
—No, tu bien sabes que está diseñado así—la informo tras anudarme el cárdigan a la cintura y ponerme de nuevo el bolso.
Me da la vuelta y me sube la chaqueta todo lo que puede para intentar ocultar la piel expuesta.
—¿Quieres parar?—me río y me aparto.
—¿Lo haces a propósito?—salta.
Me coloca la palma de la mano en la espalda.
—Si quieres faldas largas y jerseys de cuello alto, te sugiero que te busques a alguien de tu edad—murmuro cuando empieza a guiarme entre la multitud.
Me gano unas cosquillas por descarada. Lo siguiente que hará será ponerme un burka.
—¿Cuántos años crees que tengo?—pregunta con incredulidad.
—Resulta que no lo sé, ¿recuerdas?—contraataco—¿Quieres sacarme de la ignorancia?
Resopla.
—No.
—Me lo imaginaba—murmuro.
Algo me llama la atención. Me desvío hacia un puesto lleno de velas aromáticas y cosas hippies. Santana maldice detrás de mí y se abre paso entre la gente para no perderme. Consigo acercarme y el hippy new age me saluda. Luce unas rastas indómitas y muchos piercings.
—Hola—sonrío y estiro el brazo para coger una bolsa de tela de un estante.
—Buenas tardes—responde—¿Te ayudo con eso?
Se acerca y me ayuda a sacar la bolsa.
—Gracias.
Noto la palma tibia de Santana en la espalda, abro la bolsa de tela y saco el contenido.
—¿Qué es eso?—me pregunta Santana mirando por encima de mi hombro.
—Son unos pantalones tailandeses—le digo mientras los estiro.
—Creo que necesitas unas tallas menos—frunce el ceño y mira el enorme trozo de tela negra que tengo en las manos.
—Son talla única.
Se ríe.
—Britt, ahí dentro caben diez como tú.
—Te los enrollas a la cintura. Le valen a todo el mundo.
Hace meses que quiero cambiar los míos, ya gastados, por unos nuevos. Se aparta sin quitarme la mano de la espalda y mira los pantalones; no está del todo convencida. La verdad es que parecen unos pantalones hechos para la persona más obesa del mundo, pero cuando les coges el truco son lo más cómodo que hay para estar por casa en un día perezoso.
—Se lo enseñaré—el dueño del puesto me coge los pantalones y se arrodilla delante de mí.
Noto que la mano de Santana se tensa en mi espalda.
—Nos los llevamos—escupe a toda velocidad.
Vaya, empieza la estampida.
—Necesita una demostración—dice Rastas alegremente.
Sonríe y abre los pantalones a mis pies. Levanto un pie para meterlo en los pantalones, pero Santana tira de mí hacia atrás. Levanto la vista y le lanzo una mirada de advertencia. Está haciendo el tonto. El hombre sólo intenta ser amable.
—Tiene unas piernas estupendas, señorita—comenta Rastas con alegría.
Me da un poco de vergüenza.
—Gracias.
¡No la provoques!
—Dame eso.
Santana le quita los pantalones a Rastas antes de colocarme contra un estante lleno de velas. Menea la cabeza y farfulla algo incomprensible, hinca una rodilla en tierra y abre los pantalones. Sonrío con dulzura a Rastas, que no parece haberse dado cuenta del numerito a lo apisonadora de Santana. Probablemente esté demasiado colocado como para eso.
Me meto en los pantalones y me los subo mientras Santana sujeta las dos mitades, con la arruga muy marcada en la frente.
¡Dios, cómo la quiero!
Rápidamente, me hago con las cintas por miedo a que Rastas intente cogerlas.
—Así, ¿lo ves?—doblo los pantalones por encima y las ato a un lado.
—Maravilloso—se burla Santana, que los mira confusa. Su mirada encuentra la mía y sonrío de oreja a oreja. Sacude la cabeza, le brillan los ojos—¿Los quieres?
Empiezo a desatármelos y a bajármelos bajo la atenta mirada de Santana.
—Los pago yo—le aviso.
Pone los ojos en blanco y se ríe con sorna mientras saca un fajo de billetes de la cartera.
—¿Cuánto cuestan los pantalones extragrandes?—le pregunta a Rastas.
—Sólo diez libras, amiga mía.
Los doblo y los meto en la bolsa.
—Voy a pagarlos yo, San.
—¿Sólo?—Santana se encoge de hombros y le da el billete a Rastas.
—Gracias—Rastas se lo guarda en la riñonera.
—Vamos—dice, y coloca de nuevo la mano sobre la piel expuesta de mi espalda.
—No tenías que pasar por encima del pobre hombre—gimoteo—Y yo quería pagar los pantalones.
Me sitúa a su lado y me besa en la sien.
—Calla, Britt-Britt.
—Eres imposible.
—Y tú preciosa. ¿Puedo llevarte ya a casa?
Hago un gesto de negación con la cabeza. Qué difícil es esta mujer.
—Sí.
Los pies me están matando. Se ha mostrado bastante razonable. Dejo que me guíe entre la multitud hasta la salida del bullicioso callejón, donde el sonido de los altavoces y la música tecno me asalta los oídos. Levanto la vista y veo luces de neón destellando entre la oscuridad del edificio de una fábrica y un montón de gente en la puerta. Nunca he estado en ese sitio, pero es famoso por la ropa de club estrafalaria y los accesorios extremos.
—¿Te apetece ir a verlo?
Miro a Santana, que ha seguido mi mirada hasta la entrada de la fábrica.
—Pensé que querías irte a casa.
—Podemos echar un vistazo.
Cambia el rumbo hacia la entrada y me conduce hacia ese lugar poco iluminado. La música me taladra los oídos al entrar. Lo primero que veo es a dos gogós en un balcón suspendido en el aire, vestidas con ropa interior reflectante y realizando movimientos para quedarse con la boca abierta. No puedo evitar mirarlas embobada. Cualquiera pensaría que estamos en un club nocturno a primera hora.
Santana me lleva a una escalera mecánica y bajamos a las entrañas de la fábrica. Al llegar al fondo, mis ojos sufren el ataque del brillo de prendas fluorescentes de todos los tipos y colores.
¿De verdad que la gente se pone eso?
—No es precisamente encaje—musita cuando me ve mirando patidifusa una minifalda amarillo chillón con pinchos de metal en el bajo.
—No es encaje—asiento. Es horroroso—¿De verdad la gente se pone eso?
Se ríe y saluda a un grupo de personas que parecen a punto de desmayarse de la emoción. Deben de llevar como un millón de piercings entre todos. Me guía por el laberinto de pasillos. Estoy alucinada con lo que veo. Es ropa de noche de infarto para los amantes de la noche cañeros. Vagamos por los pasillos de acero y bajamos más escalones. De repente estamos rodeados por todas partes de... juguetes para adultos.
Me pongo roja.
La música es muy ruidosa y absolutamente vulgar. Flipo al escuchar a una demente gritando algo sobre chupar pollas en la pista de baile mientras una dominatrix embutida en cuero restriega la entrepierna arriba y abajo por una barra de metal negra. No soy una mojigata, pero esto escapa a mi comprensión.
Vale, estamos en la sección de adultos y me siento muy, muy incómoda.
Nerviosa, levanto la vista hacia Santana. Le brillan los ojos y parece estar divirtiéndose mucho.
—¿Sorprendida?—me pregunta.
—Más o menos—confieso.
No es tanto por los productos como por la chica llena de piercings, tatuajes y semidesnuda que hay en el rincón. Lleva plataformas de dieciséis centímetros y ejecuta movimientos que se pasan de descarados. Eso es lo que me tiene con la mandíbula tocando el suelo.
¡Madre de Dios, joder!
¿A Santana le mola esta mierda?
—Es un poco exagerado, ¿no?—musita, y me lleva a una vitrina de cristal.
Respiro de alivio al oírle decir eso.
—¡Vaya!—exclamo cuando me encuentro cara a cara con un vibrador enorme cubierto de diamantes.
—No te emociones—me susurra Santana al oído—Tú no necesitas de eso.
Trago saliva y se ríe con ganas en mi oído.
—No lo sé. Parece divertido—respondo pensativa.
Esta vez es ella quien traga saliva con dificultad, sorprendida.
—Britt, antes muerta que dejarte usar uno de ésos—mira con asco el objeto ofensivo—No voy a compartirte con nadie ni con nada—me aparta—Ni siquiera con aparatos a pilas—me río.
¿Pasaría por encima de un vibrador?
Sus exigencias escapan a toda razón. Me mira y me dedica su sonrisa arrebatadora. Me derrito.
— Aunque es posible que acepte unas esposas—añade.
¿Sí?
¿Esposas?
—Esto no te pone, ¿verdad?
Señalo la habitación que nos rodea antes de levantar la cabeza hacia ella. Me mira con ternura, me atrae hacia sí y me da un besito en la frente.
—Sólo hay una cosa en el mundo que me pone, y me gusta cuando lleva encaje.
Me derrito de alivio y miro a la mujer a la que amo tanto que me duele.
—Llévame a casa.
Me dedica una media sonrisa y me planta un beso de devoción en los labios.
—¿Me estás dando órdenes?—pregunta pegado a mis labios.
—Sí. Llevas demasiado tiempo sin estar dentro y junto a mí. Es inaceptable.
Se aparta y me observa detenidamente; los engranajes de su cabeza se disparan y aprieta los dientes.
—Tienes razón, es inaceptable.
Vuelve a morderse el labio y a centrarse en el camino que tenemos por delante. Me saca de la mazmorra y me lleva de vuelta a su coche.
Cuando abro los ojos, tiene la nariz pegada a la mía. Doy a mi cerebro unos momentos para ponerse en marcha y a mis ojos tiempo para adaptarse a la luz del día.
Cuando al fin veo algo, resulta que distingo un brillo de alegría en sus ojos oscuros. Yo, por mi parte, quiero seguir durmiendo. Es sábado y ni siquiera mi necesidad de arrancarle la piel a tiras va a hacer que me mueva de esta cama en un buen rato.
La aparto y le doy la espalda.
—No te hablo—murmuro, y me acurruco otra vez en mi almohada.
Me da una palmada en el culo y a continuación me coloca panza arriba y me sujeta por las muñecas.
—¡Me ha dolido!—le grito.
Las comisuras de sus labios se curvan, pero no estoy de humor para la Santana arrebatadora esta mañana.
¿Por qué está tan contenta?
Ah, sí. Claro que sé por qué. Ha hecho pedazos el vestido tabú y me tiene para ella antes de las ocho de la mañana.
Estoy envuelta en ella de pies a cabeza y me mira.
¡Debería levantar la rodilla y darle donde duele!
—Hoy pueden ocurrir dos cosas, Britt—me informa—Puedes ser razonable y pasaremos un día encantador, o puedes seguir siendo una seductora rebelde y entonces me veré obligada a esposarte a la cama y hacerte cosquillas hasta dejarte inconsciente. ¿Qué prefieres, Britt?
¿Que sea razonable?
¿Más?
La mandíbula me llega al suelo y ella me mira con interés.
¿De verdad cree que no voy a discutir esa propuesta suya?
Levanto la cabeza para estar lo más cerca posible de su cara tan atractiva que casi me molesta.
—Que te jodan—digo despacio y con claridad.
Retrocede con los ojos como platos ante mi osadía. Yo también estoy bastante avergonzada de mí misma, pero Santana y sus exigencias desmedidas sacan lo peor de mí.
—¡Cuidado con esa puta boca!
—¡No! ¿Por qué demonios tienes porteros que te informan de mis movimientos?
Ese pequeño detalle acaba de aterrizar en mi cerebro medio dormido. Pero, si estoy en lo cierto y está pagando a los porteros para que me vigilen, voy a entrar en erupción.
—Britt, lo único que quiero es asegurarme de que estás a salvo—deja caer la cabeza y empieza a morderse su carnoso labio—Me preocupo, eso es todo.
¿Que se preocupa?
¿No hace ni un mes que me conoce y ya se ha puesto en plan protector y posesivo?
Pisotea a quien haga falta, me desbarata los planes, corta mis vestidos y me prohíbe beber.
¡Que yo sea razonable!
—Tengo veintiséis años, San.
Me mira a los ojos. Se le han oscurecido de nuevo.
—¿Por qué te pusiste ese vestido?
—Porque quería cabrearte—respondo con sinceridad.
Me retuerzo un poco en vano. No voy a ninguna parte.
—Pero pensabas que no ibas a verme—frunce el ceño.
¿Cree que me lo puse para otra persona?
—Lo hice por principio—digo entre dientes. Quería tener la última palabra aunque ella no se enterara—Me debes un vestido.
Sonríe y casi me deslumbra.
—Lo pondremos en la lista de cosas que hacer hoy.
¿Qué hay en esa lista?
Ahora mismo, lo único que quiero es dormir. O que me despierte de otra manera. Me contoneo debajo de ella y arquea las cejas sorprendida.
—¿Qué ha sido eso?—pregunta intentando descaradamente ocultar una sonrisa.
Vale, sé a la perfección a qué está jugando. No va a tocarme, igual que hizo anoche e igual que hizo ayer antes de que saliera. Ése va a ser mi castigo por haberle plantado cara. Es lo peor que podía hacerme.
—No es necesario que me protejas—rezongo; me agito debajo de ella y consigo liberarme.
Puede retarme todo lo que quiera.
—Es señal de lo mucho que me importas—dice cuando ya me he ido y la he dejado en la cama.
¿Qué le importo?
No quiero importarle, quiero que me quiera.
Cruzo el dormitorio, entro en el baño y cierro la puerta. Le importo.
¿Cómo a una hermana o algo así?
Noto que el corazón se me parte lentamente. Utilizo el retrete y me lavo las manos antes de colocarme frente al enorme espejo que hay detrás del lavabo doble. Suspiro, agotada.
¿Qué voy a hacer?
Le importo. Si importarle significa tener que aguantar todo esto, entonces que se lo meta por donde le quepa.
Me lavo la cara y hago ademán de coger el cepillo de dientes de Santana, pero entonces me doy cuenta de que justo ahí está mi cepillo de dientes.
¿Perdona?
Le pongo pasta con cara de no comprender nada y empiezo a cepillarme los dientes. Miro el reflejo de la ducha en el espejo y veo mi champú y mi acondicionador, junto con mi cuchilla y mi gel de ducha.
¿Me ha mudado aquí?
Continúo cepillándome los dientes, abro la puerta que conduce al dormitorio y me encuentro a Santana despatarrada boca abajo en la cama con la cabeza enterrada en la almohada. Paso junto a ella de camino al vestidor y casi me atraganto con la pasta de dientes cuando veo colgada una selección de mi ropa.
¡Me ha mudado a su apartamento!
Esto es pasarse tres pueblos, ¿no?
¿Es que yo no tengo ni voz ni voto?
Puede que lo quiera, pero sólo la conozco desde hace unas semanas.
¿Mudarme a vivir con ella?
¿Qué significa esto?
¿Quiere tenerme aquí para protegerme?
Si es así, que le den, y mucho. Más bien me quiere aquí para controlarme.
—¿Algún problema?
Me vuelvo con el cepillo de dientes colgando de la boca y ahí está Santana, en la puerta del vestidor, un tanto nerviosa. Es una expresión que no le había visto nunca. Mi mirada desciende por su torso y se deleita en el movimiento de sus músculos cuando se coge al umbral del vestidor con las dos manos. Pero rápidamente desvío la atención de la distracción de sus pechos y de repente recuerdo por qué estoy en el vestidor. Farfullo una ráfaga de palabras ininteligibles con el cepillo y la pasta de dientes en la boca.
—Perdona, vas a tener que repetírmelo, Britt.
Las comisuras curvadas de los labios le delatan, y yo me saco el cepillo de dientes de la boca de un tirón. Sabe perfectamente lo que me pasa.
Vuelvo a farfullar.
Mis palabras resultan algo más comprensibles sin el cepillo, pero la pasta sigue impidiéndome hablar con claridad. Pone los ojos en blanco, me coge en brazos y me lleva al cuarto de baño.
—Escupe—me ordena cuando me deja en tierra.
Me vacío la boca de pasta y vuelvo la cara para mirar a mi controladora exigente.
—¿Qué es todo esto?
Trazo un círculo con el brazo para señalar mis cosas. Santana aprieta los labios para reprimir una sonrisa y se inclina hacia adelante y lame los restos de pasta de dientes de mis labios. Se toma su tiempo en mi labio inferior.
—Ya está. ¿Qué es qué?
Me pasa la lengua por la sien y me suelta en el oído su aliento suave y tibio. Me tenso cuando me toma el sexo con la mano y los escalofríos de placer me recorren en todas direcciones.
—¡No!—la aparto de mí de un empujón—¡No vas a manipularme con tus deliciosas habilidades divinas!
Sonríe. Es su sonrisa arrebatadora.
—¿Crees que soy una diosa?
Resoplo y vuelvo a mirar al espejo. Si su arrogancia sigue aumentando a este ritmo, voy a tener que saltar por la ventana del cuarto de baño para no morir aplastada.
Me rodea la cintura con el brazo y me atrae hacia sí. Apoya la barbilla en mi hombro y estudia mi reflejo en el espejo. Presiona sus caderas contra mi culo y las caderas en círculo. Tengo que agarrarme al lavabo con las manos.
—No me importa ser tu diosa—susurra con voz ronca.
—¿Por qué están mis cosas aquí?—pregunto a su reflejo.
Obligo a mi cuerpo a comportarse y a no caer en la tentación de su encantadora divinidad.
—Las he recogido antes de casa de Rach. Pensé que podrías quedarte aquí unos días.
—¿Puedo opinar?
Vuelve a mover las malditas caderas y me saca un gritito.
—¿Te he permitido hacerlo alguna vez?
Niego con la cabeza mientras observo su reflejo. Esboza una media sonrisa traviesa y vuelve a mover las caderas. No voy a reaccionar a sus malditos contoneos porque sé que va a volver a dejarme con las ganas.
¿Y a qué está jugando Rachel dejando que cualquiera curiosee entre mis cosas?
Hay ropa para más de dos días en el vestidor.
¿Qué se propone esta mujer?
—Arréglate, Britt-Britt—me besa el cuello y me da un azote en el culo—Vamos a salir. ¿Adónde te gustaría ir?
La miro, pasmada.
—¿Me dejas decidirlo a mí?
Se encoge de hombros.
—Tengo que dejar que te salgas con la tuya alguna vez.
Lo dice impasible.
Está muy seria.
Debería aceptar su oferta con los brazos abiertos y aprovechar que está siendo razonable, pero experimento cierto recelo. Después de su reacción de anoche, de la masacre del vestido tabú y de que se negara a hablarme, no entiendo por qué se ha levantado tan equilibrada y tolerante.
—¿Qué te apetece hacer?—pregunta.
—Vamos a Camden—sugiero.
—Vale.
Se vuelve para meterse en la ducha y me deja en el lavabo preguntándome dónde está doña Controladora.
Ahora sí que sospecho que trama algo.
Llego al pie de la escalera y oigo que Santana está hablando con alguien por el móvil. Voy a la cocina y babeo un poco. Está magnífica con unos vaqueros gastados y un polo azul marino, lleva el pelo en una coleta, al estilo Santana. Es guapa más allá de lo razonable y nada razonable en todo lo demás.
—Iré mañana, ¿va todo bien?—se vuelve en el taburete y me da un repaso con la mirada—Gracias, Finn. Llámame si me necesitas.—guarda el móvil sin quitarme los ojos de encima y se cruza de brazos—Me gusta tu vestido—su voz es grave y ronca.
Miro mi vestido de estampado floral. Me llega a la rodilla, así que probablemente apruebe el largo. Me sorprende que Rachel lo haya escogido, es un tanto veraniego, con la espalda al aire y sin mangas. Sonrío para mis adentros. Aún no ha visto la espalda y tampoco voy a enseñársela. Me obligaría a cambiarme.
Lo sé.
Me pongo un cárdigan fino de color crema y luego me cuelgo, cruzado, el bolso de terciopelo.
—¿Estás lista?—pregunto.
Salta del taburete y se me acerca de mala gana. Espero un buen morreo, pero nada. En vez de eso, se pone las Wayfarer, me coge de la mano y me lleva hacia la puerta.
¿Voy a pasar todo el día con ella y no va a darme ni un beso?
—No vas a tocarme en todo el día, ¿verdad?
Mira nuestras manos entrelazadas.
—Te estoy tocando.
—Ya me entiendes. Me estás castigando.
—¿Por qué iba a hacerlo, Britt?—me mete en el ascensor.
Sabe perfectamente a qué me refiero.
La miro.
—Quiero que me toques, San.
—Ya lo sé.
Introduce el código.
—Pero ¿no vas a hacerlo?
—Dame lo que quiero y lo haré—no me mira.
No me lo puedo creer.
—¿Una disculpa?
—No lo sé, Britt. ¿Tienes que disculparte?
Sigue mirando al frente. Ni siquiera me mira en el reflejo de las puertas.
—Lo siento—escupo.
No doy crédito a lo que está haciendo y tampoco a lo desesperada que estoy por sus caricias.
—Oye, si vas a disculparte, que al menos parezca que lo sientes.
—Lo siento.
Su mirada se encuentra con la mía en el espejo.
—¿De verdad?
—Sí. Lo siento, San.
—¿Quieres que te toque?
—Sí.
Se vuelve hacia mí de prisa, me empuja contra la pared de espejos y me cubre por completo con su cuerpo. Me siento mejor al instante. No ha sido tan difícil.
—Empiezas a entenderlo, ¿verdad?
Sus labios están a punto de rozar los míos y sus caderas me presionan las mías.
—Lo entiendo—jadeo.
Me toma la boca, encuentro sus hombros con las manos y le clavo las uñas en los músculos.
Sí, esto está mucho mejor.
Doy con su lengua y me fundo en ella por completo.
—¿Contenta?—pregunta cuando pone fin a nuestro beso.
—Sí.
—Yo también. Vámonos.
Paramos a desayunar en Camden después de que Santana se haya salido con la suya y hayamos ido en coche. Hace un día precioso y estoy pasando calor con el cárdigan, pero lo soportaré un ratito más. Todavía es capaz de llevarme a casa, caída en desgracia, y obligarme a cambiarme.
Me espera junto a la portezuela del coche y cruzamos la calle en dirección a un café pequeño, adorable y singular.
—Te va a encantar. Nos sentaremos fuera.
Aparta un sillón grande de mimbre para que me siente.
—¿Por qué me va a encantar?—pregunto ya sentada en el cojín con estampado de lunares.
—Hacen los mejores huevos a la benedictina—me dedica una sonrisa resplandeciente cuando ve que se me iluminan los ojos.
La camarera se acerca babeando al ver a Santana en toda su divina femineidad, pero ella no se da ni cuenta.
—Dos de huevos a la benedictina—dice señalando el menú—Un café solo y un capuchino con extra de café, sin azúcar y sin chocolate, por favor—mira a la camarera y la destroza con una de sus sonrisas reservadas sólo para mujeres—Gracias.
Da la impresión de que la mujer se tambalea un poco. Me río para mis adentros. Sí, tuvo ese mismo efecto en mí la primera vez que la vi. Al final consigue encontrar la voz.
—¿Van a querer salmón o jamón con los huevos?
Santana le pasa el menú y se quita las Wayfarer para que reciba de lleno el impacto de su impresionante rostro.
—Salmón, por favor.
Sacudo la cabeza, alucinada, y miro el teléfono mientras la camarera se toma su tiempo para tomar nota de nuestro pedido, que es bien sencillo. Me pregunto si Mercedes y Noah habrán congeniado. Kurt no me preocupa tanto, seguro que está enamorado otra vez de su alma gemela más reciente.
—¿Pan blanco o integral?
—¿Perdona?—levanto la vista del móvil y veo que la camarera sigue ahí.
—¿Quieres pan blanco o integral?—me repite Santana con una sonrisa.
—Ah, integral, por favor.
Vuelve a mirar a la camarera languideciente con sus gloriosos ojos oscuros.
—Integral para las dos, gracias.
Ella le lanza su sonrisa más dispuesta antes de marcharse al fin. La reacción que ha tenido con Santana me recuerda la cantidad de mujeres que debe de haber habido antes de que me conociera. Se me revuelve el estómago.
¿Era igual de controladora y exigente con todas las demás?
Dios bendito, apuesto a que ha estado con unas cuantas.
Dejo mi móvil en la mesa y miro a Santana, que me observa con atención y se muerde el labio.
¿Qué estará tramando?
—¿Qué tal las piernas?—pregunta, pero sé que ése no es el motivo de que se muerda el labio.
—Bien. ¿Sueles correr a menudo?
Ya me sé la respuesta. Nadie se levanta en plena noche para correr veinticuatro kilómetros si no es una práctica habitual.
—Me distrae.
Se encoge de hombros y se reclina contra su asiento, pensativa.
—¿De qué?
No me quita ojo.
—De ti.
Me río. Está claro que últimamente no sale mucho a correr, porque se pasa casi todo el tiempo pasando por encima de mis planes.
—¿Por qué necesitas distraerte de mí?
—Britt, porque...—suspira—No puedo estar lejos de ti y, lo que es aún más preocupante, no quiero—su tono transmite frustración.
¿Está frustrada conmigo o consigo misma?
La camarera nos sirve los cafés y se queda un momento a la espera, pero no recibe otra sonrisa devastadora como premio. Santana sólo tiene ojos para mí. Su afirmación es agridulce. Me encanta que no pueda estar lejos de mí, pero me ofende un poco que parezca resultarle molesto.
—¿Y por qué es preocupante?—pregunto como si no me importara mientras remuevo mi capuchino y rezo mentalmente para que me dé una respuesta satisfactoria.
Pasan unos instantes y no hay respuesta, así que levanto la mirada y me doy cuenta de que sus engranajes mentales están trabajando a toda velocidad y de que su carnoso labio inferior está recibiendo mordiscos a diestro y siniestro. Al rato, exhala con fuerza y baja la vista.
—Me preocupa porque siento que no lo controlo—vuelve a levantarla y me penetra con su mirada oscura e implacable—No llevo bien lo de no tener el control, Britt. No en lo que a ti respecta.
¡Ja!
¿Está reconociendo que es una controladora y exigente más allá de lo razonable?
Es obvio que no le gusta nada que le lleven la contraria, lo he visto con mis propios ojos.
—Si fueras más razonable no tendrías la sensación de no tener el control. ¿Eres así con todas tus mujeres?
Abre los ojos como platos y luego los entorna.
—Nunca me ha importado nadie lo suficiente como para hacerme sentir así—coge la taza de café—Es típico que vaya y me busque a la mujer más rebelde del planeta para...
—¿Intentar controlarla?—arqueo las cejas y Santana me pone mala cara—¿Y tus relaciones pasadas?
—No tengo relaciones. No me interesa comprometerme con nadie. Además, no tengo tiempo.
—Has dedicado bastante tiempo a pasar sobre mí y a fastidiarme—contesto rápidamente por encima de mi taza de café.
Si esto no es ir en serio, yo no sé lo que es. Sacude la cabeza.
—Tú eres distinta. Te lo he dicho, Britt. Pasaré por encima de quien intente interponerse en mi camino. Incluso de ti.
Lo sé. Ya lo hizo cuando me negué a quedarme.
Me alegro de que el ritual sea distinto al de otros que hayan tenido el placer de sufrirlo. Me viene a la cabeza el pobre Petulante.
¿No le interesan las relaciones?
Entonces ¿adónde va esto?
Nuestro desayuno aterriza en la mesa y huele a gloria. Lo ataco con el tenedor y medito sobre lo que ha dicho acerca de no tener el control. La solución es muy sencilla: deja de ser tan exigente y tan difícil. Va a darle un infarto por culpa del estrés si sigue por ese camino.
—¿Por qué soy distinta?—pregunto, casi sin atreverme.
Está con el salmón.
—No lo sé, Britt—responde con calma.
—No sabes gran cosa, ¿no?
Es lo único que me dice, la muy capullo, cuando intento encontrar una razón para su manía de controlarlo todo. Despierto «toda clase de sentimientos».
¿Cómo se supone que debo tomarme esta situación?
—Sé que nunca he querido follarme a una mujer más de una vez. De ti, sin embargo, no me canso—me echo hacia atrás, horrorizada, y casi me atraganto con un trozo de tostada. Tiene la decencia de parecer arrepentido—Eso no ha sonado bien—deja el tenedor en el plato, cierra los ojos y se masajea las sienes—Lo que intentaba decir es que... en fin... nunca me ha importado una mujer lo suficiente como para querer algo más que sexo. No hasta que te conocí—se frota las sienes con más fuerza—No puedo explicarlo, pero tú también lo sentiste, ¿verdad?—me mira y creo que desea con desesperación que se lo confirme—Cuando nos conocimos, lo sentiste.
Sonrío.
—Sí, lo sentí.
No lo olvidaré nunca.
Su expresión cambia al instante: vuelve a sonreír.
—Tómate el desayuno.
Señala mi plato con el tenedor y me resigno a vivir ignorando lo que tanto ansío saber. Si ella no lo sabe, no es muy probable que yo llegue a enterarme.
¿Sería más fácil aguantarla si supiera qué hace que se ponga en marcha su compleja cabecita?
En cualquier caso, me ha dicho, aunque no con esas palabras, que quiere algo más que sexo, ¿no? Así que le importo.
¿Qué le importe equivale a que me controle?
¿Y nunca ha tenido una relación?
No me lo creo ni de coña. Las mujeres se le echan encima. No es posible que se las tire sólo una vez, ¿no?
Jesús, si nunca se ha follado a una mujer más de una vez, ¿con cuántas se habrá acostado?
Estoy a punto de preguntárselo, pero me freno en cuanto abro la boca.
¿Quiero saberlo?
He estado acostándome con esta mujer sin saber si tiene alguna enfermedad, aunque me ha dicho que se realiza exámenes, ¿debería creerlo?
—Por cierto, ya fui a practicarme los exámenes rutinarios con tu doctora, ya que al mía no se encontraba.
—Ya lo sé.
¿Lo sabe?
—Tenemos que comprarte un vestido para la fiesta de aniversario de La Mansión—me dice.
Está claro que es una táctica para distraerme y hacer que me olvide de mis preguntas y cavilaciones. Estoy segura de que sabe lo que estoy pensando.
—Tengo muchos vestidos.
No podría haberlo dicho con menos entusiasmo, lo cual es bueno, porque es como me siento. Sólo me consuela un poco saber que Rachel estará ahí para ayudarme a sobrevivir a la velada con Holly observándome y lanzándome pullas.
¿Se habrá tirado a Holly?
Supongo que es posible, ya que sólo se las folla una vez. La idea hace que clave el tenedor a mi desayuno con demasiada violencia. Frunce el ceño.
—Yo también, pero necesitas uno nuevo.
Es ese tono de voz que me reta a desafiarla. Suspiro ante la idea de otra discusión sobre ropa. Tengo muchas prendas entre las que elegir sin necesidad de comprarme un vestido nuevo y, aunque no las tuviera, encontraría cualquier cosa con tal de evitar ir de compras con Santana.
—Además, te debo un vestido y yo también necesito uno nuevo.
Estira el brazo por encima de la mesa y me sujeta un mechón rebelde detrás de la oreja. Sí, me debe un vestido, pero no lo quiero porque dudo que me deje elegirlo u opinar sobre el que me compre.
—¿Puedo elegirlo el mío?
—Por supuesto—deja el tenedor en el plato—Tampoco soy tan controladora.
Casi se me caen los cubiertos.
¿Me está tomando el pelo?
—San, eres verdaderamente muy especial—pongo en mi voz toda la dulzura que la frase merece.
—No tanto como tú—me guiña el ojo—¿Lista para Camden?
Asiento y cojo el bolso de la silla. Me observa desconcertada. Pongo un billete de veinte bajo el salero de la mesa y ella lanza un resoplido exagerado, toma su bolso y saca la cartera del bolsillo y sustituye mi dinero por el suyo. Me quita el monedero de las manos y vuelve a meter el billete dentro.
¡Doña Controlador!
Mi móvil empieza a bailar sobre la mesa, pero antes de que pueda decirle a mi cerebro que lo coja, Santana me lo birla delante de las narices.
—¿Hola?—saluda al interlocutor misterioso.
La miro sin poder creérmelo. No tiene modales en lo que a los teléfonos se refiere.
¿Quién será?
—¿Señora Pierce?—dice tan tranquila.
Abro la boca todo lo que me da de sí.
¡No!
¡Que no sea mi mamá!
Intento que me devuelva el teléfono, pero se aparta de mí con una sonrisa pérfida plasmada en ese rostro tan endiabladamente atractivo.
—Tengo el placer de estar en compañía de su preciosa hija—informa a mi mamá.
Me revuelvo en la mesa y ella se vuelve en dirección contraria, mirándome con el ceño fruncido. Aprieto los dientes y hago gestos desesperados con la mano para que me devuelva el teléfono, pero se limita a levantar las cejas y a sacudir la cabeza.
—Sí, Brittany me ha hablado mucho de usted. Tengo muchas ganas de conocerla.
¡Cretina metomentodo!
No le he contado gran cosa sobre mis padres y, desde luego, ellos ni siquiera saben de su existencia.
Por Dios, esto es lo que me faltaba.
La miro con odio, me levanto y estiro el brazo para quitarle el móvil, pero ella da un salto hacia atrás.
—Sí, se la paso. Ha sido un placer hablar con usted.
Me pasa el teléfono y se lo quito con un tirón furibundo.
—¿Mamá?
—¿Britty, quién era ésa?
Mi mamá parece desconcertada, como me imaginaba. Se supone que soy joven, libre, bisexual y soltera en Londres, y ahora una mujer desconocido contesta mi móvil. Entorno los ojos y miro a Santana, que parece estar muy orgullosa de sí misma.
—Sólo es una amiga, mamá. ¿Qué pasa?
Santana se lleva las manos al corazón e imita a un soldado herido, pero su expresión de enfado no casa para nada con su juguetona pantomima.
Mi mamá emite un bufido de desaprobación. No me puedo creer lo que la cabrona arrogante acaba de hacer. Y con todo lo que tengo que aguantar ahora mismo, sólo me faltaba el bonus añadido de mi mamá ensañándose con que me haya metido en otra relación demasiado pronto.
—Me ha llamado Elaine —me dice impasible.
Doy la espalda a Santana para intentar ocultar mi cara de sorpresa.
¿Por qué habrá llamado Elaine a mi mamá?
¡Mierda!
No puedo hablar de esto ahora mismo, no con Santana delante.
—Mamá, ¿podemos hablar luego? Estoy en Camden y hay mucho follón.
Los hombros me llegan a las orejas cuando noto la mirada de acero de Santana clavada en la espalda.
—Claro. Sólo quería que lo supieras. Fue muy cortés, no me gustó.
Parece furiosa.
—Vale, te llamo luego.
—Bien, y recuerda: diversión sin compromiso—añade sin tapujos al final para recordarme mi estatus, sea el que sea.
Me vuelvo para mirar a Santana y la encuentro tal y como era de esperar: nada contenta.
—¿Por qué has hecho eso?—le grito.
—¿Sólo es una amiga? ¿Sueles permitir que tus amigas o amigos te follen hasta partirte en dos?
Dejo caer los hombros en señal de derrota. Me está dejando el cerebro frito con tanto cambiar el modo en que habla de nuestra relación. Me folla; le importo; me controla...
—¿Es que el objetivo de tu misión es complicarme la vida todo lo posible?
Su mirada se suaviza.
—No—dice en voz baja—Lo siento.
Dios mío, ¿hemos hecho progresos?
¿Acaba de disculparse por ser una Estúpida?
Me ha dejado más a cuadros que cuando me ha robado el teléfono y ha saludado a mi mamá como si la conociera de toda la vida. Ella misma ha dicho que no se disculpa a menudo pero, teniendo en cuenta que no le gusta hacerlo, comete un montón de locuras que merecen disculpas.
—Olvídalo—suspiro, y guardo el móvil en el bolso.
Empiezo a caminar por la calle hacia el canal. Me pasa el brazo por los hombros en cuestión de segundos.
Mi pobre mamá estará provocándole a mi papá un buen dolor de cabeza en este instante. Sé que me va a someter a un tercer grado.
En cuanto a Elaine... Sé a qué está jugando. Esa gusano taimada está intentando ganarse a mis padres. Se va a llevar una gran decepción. Ahora mis padres ya no se molestan en ocultar que la detestan; antes la aguantaban por mí.
Pasamos el resto de la mañana y buena parte de la tarde vagando por Camden. Me encanta, la diversidad es uno de los mayores atractivos de Londres. Podría pasarme horas en las callejuelas adoquinadas de los mercados. Santana me sigue cuando me paro a mirar los puestos, no se separa de mí y no me quita las manos de encima.
Me alegro mucho de haberme disculpado.
Caminamos por la zona de restaurantes y ya no puedo aguantar más el calor. No es un día especialmente caluroso, pero, con tanta gente y tanto turista, estoy agobiada. Me quito el bolso y luego la chaqueta para atármela a la cintura.
—¡Britt, a tu vestido le falta un buen trozo!
Me vuelvo con una sonrisa y la veo mirándome atónito la espalda descubierta.
¿Qué va a hacer?
¿Desnudarme y cortarlo a tiras?
—No, tu bien sabes que está diseñado así—la informo tras anudarme el cárdigan a la cintura y ponerme de nuevo el bolso.
Me da la vuelta y me sube la chaqueta todo lo que puede para intentar ocultar la piel expuesta.
—¿Quieres parar?—me río y me aparto.
—¿Lo haces a propósito?—salta.
Me coloca la palma de la mano en la espalda.
—Si quieres faldas largas y jerseys de cuello alto, te sugiero que te busques a alguien de tu edad—murmuro cuando empieza a guiarme entre la multitud.
Me gano unas cosquillas por descarada. Lo siguiente que hará será ponerme un burka.
—¿Cuántos años crees que tengo?—pregunta con incredulidad.
—Resulta que no lo sé, ¿recuerdas?—contraataco—¿Quieres sacarme de la ignorancia?
Resopla.
—No.
—Me lo imaginaba—murmuro.
Algo me llama la atención. Me desvío hacia un puesto lleno de velas aromáticas y cosas hippies. Santana maldice detrás de mí y se abre paso entre la gente para no perderme. Consigo acercarme y el hippy new age me saluda. Luce unas rastas indómitas y muchos piercings.
—Hola—sonrío y estiro el brazo para coger una bolsa de tela de un estante.
—Buenas tardes—responde—¿Te ayudo con eso?
Se acerca y me ayuda a sacar la bolsa.
—Gracias.
Noto la palma tibia de Santana en la espalda, abro la bolsa de tela y saco el contenido.
—¿Qué es eso?—me pregunta Santana mirando por encima de mi hombro.
—Son unos pantalones tailandeses—le digo mientras los estiro.
—Creo que necesitas unas tallas menos—frunce el ceño y mira el enorme trozo de tela negra que tengo en las manos.
—Son talla única.
Se ríe.
—Britt, ahí dentro caben diez como tú.
—Te los enrollas a la cintura. Le valen a todo el mundo.
Hace meses que quiero cambiar los míos, ya gastados, por unos nuevos. Se aparta sin quitarme la mano de la espalda y mira los pantalones; no está del todo convencida. La verdad es que parecen unos pantalones hechos para la persona más obesa del mundo, pero cuando les coges el truco son lo más cómodo que hay para estar por casa en un día perezoso.
—Se lo enseñaré—el dueño del puesto me coge los pantalones y se arrodilla delante de mí.
Noto que la mano de Santana se tensa en mi espalda.
—Nos los llevamos—escupe a toda velocidad.
Vaya, empieza la estampida.
—Necesita una demostración—dice Rastas alegremente.
Sonríe y abre los pantalones a mis pies. Levanto un pie para meterlo en los pantalones, pero Santana tira de mí hacia atrás. Levanto la vista y le lanzo una mirada de advertencia. Está haciendo el tonto. El hombre sólo intenta ser amable.
—Tiene unas piernas estupendas, señorita—comenta Rastas con alegría.
Me da un poco de vergüenza.
—Gracias.
¡No la provoques!
—Dame eso.
Santana le quita los pantalones a Rastas antes de colocarme contra un estante lleno de velas. Menea la cabeza y farfulla algo incomprensible, hinca una rodilla en tierra y abre los pantalones. Sonrío con dulzura a Rastas, que no parece haberse dado cuenta del numerito a lo apisonadora de Santana. Probablemente esté demasiado colocado como para eso.
Me meto en los pantalones y me los subo mientras Santana sujeta las dos mitades, con la arruga muy marcada en la frente.
¡Dios, cómo la quiero!
Rápidamente, me hago con las cintas por miedo a que Rastas intente cogerlas.
—Así, ¿lo ves?—doblo los pantalones por encima y las ato a un lado.
—Maravilloso—se burla Santana, que los mira confusa. Su mirada encuentra la mía y sonrío de oreja a oreja. Sacude la cabeza, le brillan los ojos—¿Los quieres?
Empiezo a desatármelos y a bajármelos bajo la atenta mirada de Santana.
—Los pago yo—le aviso.
Pone los ojos en blanco y se ríe con sorna mientras saca un fajo de billetes de la cartera.
—¿Cuánto cuestan los pantalones extragrandes?—le pregunta a Rastas.
—Sólo diez libras, amiga mía.
Los doblo y los meto en la bolsa.
—Voy a pagarlos yo, San.
—¿Sólo?—Santana se encoge de hombros y le da el billete a Rastas.
—Gracias—Rastas se lo guarda en la riñonera.
—Vamos—dice, y coloca de nuevo la mano sobre la piel expuesta de mi espalda.
—No tenías que pasar por encima del pobre hombre—gimoteo—Y yo quería pagar los pantalones.
Me sitúa a su lado y me besa en la sien.
—Calla, Britt-Britt.
—Eres imposible.
—Y tú preciosa. ¿Puedo llevarte ya a casa?
Hago un gesto de negación con la cabeza. Qué difícil es esta mujer.
—Sí.
Los pies me están matando. Se ha mostrado bastante razonable. Dejo que me guíe entre la multitud hasta la salida del bullicioso callejón, donde el sonido de los altavoces y la música tecno me asalta los oídos. Levanto la vista y veo luces de neón destellando entre la oscuridad del edificio de una fábrica y un montón de gente en la puerta. Nunca he estado en ese sitio, pero es famoso por la ropa de club estrafalaria y los accesorios extremos.
—¿Te apetece ir a verlo?
Miro a Santana, que ha seguido mi mirada hasta la entrada de la fábrica.
—Pensé que querías irte a casa.
—Podemos echar un vistazo.
Cambia el rumbo hacia la entrada y me conduce hacia ese lugar poco iluminado. La música me taladra los oídos al entrar. Lo primero que veo es a dos gogós en un balcón suspendido en el aire, vestidas con ropa interior reflectante y realizando movimientos para quedarse con la boca abierta. No puedo evitar mirarlas embobada. Cualquiera pensaría que estamos en un club nocturno a primera hora.
Santana me lleva a una escalera mecánica y bajamos a las entrañas de la fábrica. Al llegar al fondo, mis ojos sufren el ataque del brillo de prendas fluorescentes de todos los tipos y colores.
¿De verdad que la gente se pone eso?
—No es precisamente encaje—musita cuando me ve mirando patidifusa una minifalda amarillo chillón con pinchos de metal en el bajo.
—No es encaje—asiento. Es horroroso—¿De verdad la gente se pone eso?
Se ríe y saluda a un grupo de personas que parecen a punto de desmayarse de la emoción. Deben de llevar como un millón de piercings entre todos. Me guía por el laberinto de pasillos. Estoy alucinada con lo que veo. Es ropa de noche de infarto para los amantes de la noche cañeros. Vagamos por los pasillos de acero y bajamos más escalones. De repente estamos rodeados por todas partes de... juguetes para adultos.
Me pongo roja.
La música es muy ruidosa y absolutamente vulgar. Flipo al escuchar a una demente gritando algo sobre chupar pollas en la pista de baile mientras una dominatrix embutida en cuero restriega la entrepierna arriba y abajo por una barra de metal negra. No soy una mojigata, pero esto escapa a mi comprensión.
Vale, estamos en la sección de adultos y me siento muy, muy incómoda.
Nerviosa, levanto la vista hacia Santana. Le brillan los ojos y parece estar divirtiéndose mucho.
—¿Sorprendida?—me pregunta.
—Más o menos—confieso.
No es tanto por los productos como por la chica llena de piercings, tatuajes y semidesnuda que hay en el rincón. Lleva plataformas de dieciséis centímetros y ejecuta movimientos que se pasan de descarados. Eso es lo que me tiene con la mandíbula tocando el suelo.
¡Madre de Dios, joder!
¿A Santana le mola esta mierda?
—Es un poco exagerado, ¿no?—musita, y me lleva a una vitrina de cristal.
Respiro de alivio al oírle decir eso.
—¡Vaya!—exclamo cuando me encuentro cara a cara con un vibrador enorme cubierto de diamantes.
—No te emociones—me susurra Santana al oído—Tú no necesitas de eso.
Trago saliva y se ríe con ganas en mi oído.
—No lo sé. Parece divertido—respondo pensativa.
Esta vez es ella quien traga saliva con dificultad, sorprendida.
—Britt, antes muerta que dejarte usar uno de ésos—mira con asco el objeto ofensivo—No voy a compartirte con nadie ni con nada—me aparta—Ni siquiera con aparatos a pilas—me río.
¿Pasaría por encima de un vibrador?
Sus exigencias escapan a toda razón. Me mira y me dedica su sonrisa arrebatadora. Me derrito.
— Aunque es posible que acepte unas esposas—añade.
¿Sí?
¿Esposas?
—Esto no te pone, ¿verdad?
Señalo la habitación que nos rodea antes de levantar la cabeza hacia ella. Me mira con ternura, me atrae hacia sí y me da un besito en la frente.
—Sólo hay una cosa en el mundo que me pone, y me gusta cuando lleva encaje.
Me derrito de alivio y miro a la mujer a la que amo tanto que me duele.
—Llévame a casa.
Me dedica una media sonrisa y me planta un beso de devoción en los labios.
—¿Me estás dando órdenes?—pregunta pegado a mis labios.
—Sí. Llevas demasiado tiempo sin estar dentro y junto a mí. Es inaceptable.
Se aparta y me observa detenidamente; los engranajes de su cabeza se disparan y aprieta los dientes.
—Tienes razón, es inaceptable.
Vuelve a morderse el labio y a centrarse en el camino que tenemos por delante. Me saca de la mazmorra y me lleva de vuelta a su coche.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
con todo y las rabietas de britt y la posesividad de santana, son lindas juntas!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Aaaw pero que tierno:3 San se comporto como una persona normal, creo que llorare:'') akskslb
Saludoooos hermana zhhsbs c:
Saludoooos hermana zhhsbs c:
Susii********-*- - Mensajes : 902
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:con todo y las rabietas de britt y la posesividad de santana, son lindas juntas!
Hola, ajjaajajajaj o no¿? es como "xq haces eso" aaa pero son perfectas igual XD ajajajajajaj.
Saludos =D
Susii escribió:Aaaw pero que tierno:3 San se comporto como una persona normal, creo que llorare:'') akskslb
Saludoooos hermana zhhsbs c:
Hola, jajajaajajajajajjajajaj "san se comporto como una persona normal" ajajajajajaj, bueno creo que es vrdd jajaajajaja. JAjaajajajajajaj suele causar ese efecto san no¿? ajajajajajaaj. Saludos jajaaj =D.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 34
Capitulo 34
Entramos por la puerta del ático fundidas en un apasionado abrazo.
Llevo todo el día esperándola.
Estoy a punto de explotar de deseo.
La necesito dentro y junto a mí, ya.
Me quita el bolso del hombro y lo tira al suelo, me coge por la cintura y me levanta para que rodee la suya con las piernas. Camina hacia la cocina, pulsa un par de botones del mando a distancia y Running up that Hill de Placebo inunda mis oídos rápidamente y aumenta la desesperación con la que lo necesito.
Es una mujer de palabra.
—Te quiero en la cama, Britt—me dice con urgencia, y sube la escalera a una velocidad alarmante.
Me quito las bailarinas por el camino para que, al llegar arriba, tardemos menos en librarnos de la ropa. Abre la puerta del dormitorio principal de una patada y me deja a los pies de la cama.
—Date la vuelta, Britt—dice con ternura. Hago lo que me dice y le doy acceso a la espalda de mi vestido—Por favor, dime que llevas ropa interior de encaje—suplica mientras me lo desabrocho—Te necesito vestida de encaje.
—Es de encaje, San—confirmo con tranquilidad.
Últimamente no me pongo otra cosa.
Suelta un largo suspiro de alivio, me quita el vestido por la cabeza y lo deja caer al suelo. Me vuelvo para verle la cara. Tiene la boca relajada y los ojos entrecerrados.
Está tan desesperada como yo.
Acerca la mano y, despacio, me baja una copa del sujetador rozando el pezón con los nudillos. El corazón se me dispara en el pecho.
Está cariñosa, me encanta la Santana cariñosa.
Se lleva las manos a la espalda, agarra su camiseta y se la quita por la cabeza, junto con el sujetador. Está en tan buena forma que cada vez que veo su cuerpo jadeo. No tiene un gramo de grasa. Y qué decir de sus pechos, me quedo sin aire.
—¿Lo has pasado bien hoy, Britt-Britt?—me pregunta.
No me toca, se limita a quedarse ahí, delante de mí, quitándose los zapatos. Mentalmente le suplico que se dé prisa.
¿Quiere ponerse a charlar ahora?
—Ha sido un día encantador, San—le digo, e intento ignorar lo mejor que puedo el ritmo apasionado de la música que nos envuelve, especialmente si ha decidido que vamos a pasar un ratito charlando.
—Yo también lo he disfrutado mucho, Britt—está seria y pensativa. No sé cómo tomármelo—¿Quieres que lo hagamos aún mejor?
Ay, Dios.
—Sí—jadeo.
—Ven aquí.
Esta vez no va a ser necesaria una cuenta atrás. Doy un paso adelante, le pongo las manos en sus pechos, apretando un poco sus pezones. Muevo la cabeza para buscar su mirada. Pasamos unos instantes en silencio, contemplándonos, antes de que sus labios tomen los míos y me catapulten al instante al séptimo cielo de Santana, mi lugar favorito del universo. Gimo y traslado las manos hacia su pelo. Me agarro a ella cuando me levanta y me apoya contra su cuerpo. Nuestras lenguas enredadas se acarician despacio.
Me lleva a la cama, se tumba encima de mí y me coloca las manos por encima de la cabeza. No me las sujeta, pero sé que es donde tienen que quedarse. Abandona mi boca y se sienta. Me deja acalorada, aturdida y jadeante. Me mira y veo los engranajes de su maravillosa mente trabajando a toda máquina. Quiero saber qué está pensando. Hace días que se pone pensativa de repente.
—Podría quedarme aquí sentada todo el día viendo cómo te arqueas y revuelves con mis caricias, Britt—murmura mientras juega con mi pecho.
Después baja la otra copa y le dedica a éste las mismas atenciones que al primero. Se me endurecen los pezones. Los pellizca y estira con los dedos, atento a sus movimientos, que me están volviendo loca. Tiene los labios húmedos, la boca entreabierta.
¡La quiero en mi cuerpo ya!
—No te muevas, Britt.
Se levanta de la cama y, ya de paso, me quita las bragas. Gimoteo un poco al dejar de sentir su peso sobre mí.
¿Adónde va?
La veo desabrocharse la bragueta de los vaqueros, bajárselos y quitárselos de un puntapié, sin prisa. Luego se saca las bragas. Aprieto las piernas con fuerza para controlar el pálpito sordo de mi vientre, que al verla desnuda ha aumentado en intensidad y frecuencia.
Tiene un cuerpo espectacular.
Vuelve a la cama, me abre las piernas y me pasa la lengua directamente por el centro del sexo.
—¡Dios, Dios, Dios!
Me cubro la cara con las palmas de las manos y me clavo los dientes en ellas cuando me mete la lengua, la saca y traza lentamente mi circunferencia con ella antes de volver a meterla.
Creo que voy a desmayarme.
Empiezo a rotar las caderas siguiendo su ritmo, en busca de más fricción. Me presiona el vientre con la palma de la mano para evitar que me arquee debajo de ella.
¿Por qué iba a salir huyendo de ella?
De todas las estupideces que podría hacer, huir de esta mujer se llevaría la medalla de oro.
Levanta la boca y envía una corriente de aire fresco por mi piel antes de volver a su inexorable patrón de tortuoso placer. Cuando comienzo a mover la cabeza de un lado a otro e intento cogerla del pelo, aumenta la presión y exploto a su alrededor, levantando las caderas en un acto reflejo y exhalando un grito desesperado. Cierra la boca sobre mi sexo y succiona literalmente cada pulsación que sale de mí. Tiemblo como una hoja y arqueo la espalda todo lo que da de sí. Santana gime de pura satisfacción.
—Hummm, noto cómo palpitas contra mi lengua, Britt.
No puedo ni hablar. La influencia que tiene sobre mi cuerpo es extraordinaria. No creo que yo sea débil, creo que ella es demasiado poderosa, está claro que es ella quien tiene el poder.
Mi pobre corazón empieza a calmarse y yo le paso los dedos por el pelo mientras disfruto de las atenciones de su boca, que me besa con ternura, me muerde y me chupa la cara interior de los muslos. Estamos haciendo el amor con ternura, pero es imposible saber lo que va a durar. No voy a intentar engañarme a mí misma y convencerme de que no va a decirme nada más de la desobediencia de anoche. Pero ahora mismo me doy por satisfecha con estar aquí tumbada, con Santana acariciándome y besándome entre las piernas, hasta que ella quiera. Y ésa es otra cosa que se hace siempre de acuerdo con sus condiciones.
Cierra los dientes con suavidad sobre mi clítoris y me estremezco. Oigo su risa y traza un camino ascendente de besos por mi cuerpo hasta que encuentra mis labios y comparte conmigo mi orgasmo. Aprieta sus labios suaves contra los míos sin dejar de mirarme. Le pongo los brazos sobre los hombros y acepto su peso cuando entierra la cara en mi cuello y suspira. Su sexo húmedo toca mi muslo y me muevo la cadera para que quede justo en mi sexo.
—Me cabreas hasta la locura, Britt-Britt—susurra en mi cuello. Levanta las caderas uniéndolas con las mías, con un gemido ahogado. Yo también gimo y aprieto todos y cada uno de mis músculos a su alrededor—Por favor, no vuelvas a hacerlo.
Me busca la pierna y desliza el brazo bajo mi rodilla. Tira de ella para colocársela encima del hombro y luego apoya la parte superior del torso en los antebrazos. Lentamente, se mueve y nuestros sexos se unen mejor, mientras me mira fijamente.
—Lo siento, San—susurro con los dedos enredados en su pelo.
Vuelve a moverse y a continuación empuja con un gemido.
—Britt, todo lo que hago, lo hago para protegerte y mantenerme cuerda. Por favor, hazme caso.
Gimo al recibir otra embestida deliciosa.
—Lo haré—confirmo, pero soy consciente de que estoy desbordada de placer y de que, una vez más, puede hacerme decir lo que quiera.
No necesito que me protejan, excepto de ella, tal vez. Me mira.
—Te necesito—parece abatida, y eso me deja fuera de juego—Te necesito de verdad, Britt-Britt.
Estoy atontada de placer, me ha engullido por completo, pero no puede seguir diciendo esas cosas así como así, al menos no sin aclarármelas. Me tiene hecha un lío con tanto mensaje en clave.
¿Es que confunde necesitar con desear?
Yo he ido más allá del deseo y me da un poco de miedo haberme adentrado en el territorio de necesitar de verdad a esta mujer.
—¿Por qué me necesitas?—tengo la voz ronca y áspera.
—Te necesito y ya está. No me dejes, por favor, Britt.
Vuelve a moverse de una forma exquisita, lo que provoca un gemido mutuo.
—Dímelo—gruño, y aprieto sus hombros con fuerza, aunque me aseguro de sostenerle la mirada.
Quiero algo más que sus acertijos liosos. Las aguas superficiales se están enturbiando.
—Acéptalo y bésame.
La miro, dividida entre mi cuerpo, que la necesita, y mi mente, que la que necesita es información. Mueve sus caderas sin prisa, a un ritmo de ensueño que hace que la exquisita presión vuelva a acumularse gradualmente.
No puedo controlarlo.
—Bésame, Britt.
Mi cuerpo gana, acerco su cara a la mía y la beso, venero su maravillosa boca mientras ella se mueve rotando las caderas. La tensión mecánica de mi cuerpo entra en acción cuando alcanzo el punto álgido del placer y empiezo a temblar al borde de la liberación. Se me escapa el aire en jadeos cortos y punzantes, pero intento controlar mi inminente orgasmo.
—Aún no, Britt-Britt—me advierte con dulzura, y aprieta con fuerza en su embestida.
¿Cómo lo sabe?
Me concentro todo lo que puedo, pero con esta música y con Santana besándome con tanta delicadeza la verdad es que va a costarme. Le clavo los dedos en la espalda, una señal sin palabras de que estoy al borde del precipicio. Gruñe, me muerde el labio y empuja hacia adelante.
—Juntas—masculla contra mi boca. Asiento y aumenta la intensidad de sus arremetidas para acercarnos a ambas al éxtasis supremo. Mantiene el control y la precisión de sus embestidas—Ya casi estoy, Britt-Britt—gime.
—¡San!
—Aguanta, aguanta un poco—dice con suavidad, y me mueve ejecutando una rotación con las caderas que me resulta deliciosamente dolorosa.
Las dos gritamos.
—Ahora, Britt.
Se mueve, más fuerte y me libero. Noto que tiembla mientras ambas engullimos los gemidos de la otra y nos entregamos al placer. Descendemos en una caída apacible y pausada hacia la nada. Mis músculos se estremecen y el corazón me late con fuerza en el pecho. La beso con adoración mientras se relaja, aún con mi pierna por encima del hombro y apretándose contra mí.
Una molesta invasión de lágrimas se apodera de mis ojos y lucho con todas mis fuerzas para evitar que se derramen y estropeen el momento. Ella sigue aceptando mis besos devotos y devuelve a mi lengua, lenta y ávida, una caricia con otra. Estoy intentando decirle algo con este beso. Necesito desesperadamente que lo entienda.
¡Te quiero!
Se aparta, deshace nuestro beso y me mira con el ceño fruncido.
—¿Qué ocurre, Britt?—me pregunta con cariño y la voz llena de preocupación.
—Nada—respondo demasiado de prisa.
Maldigo mentalmente a mi dichosa mano por ponerse tensa en su nuca. Busca en mis ojos y dejo escapar un suspiro.
—¿Qué es esto, San?—le pregunto.
Sigue moviéndose lentamente.
—¿Qué es qué?
Su tono denota confusión. Estoy enfadada conmigo misma por haber abierto la bocaza.
—Me refiero a ti y a mí.
De repente, me siento idiota y quiero esconderme bajo las sábanas. Su mirada se torna más dulce y mueve las caderas despacio.
—Somos sólo tú y yo—dice tan tranquila, como si fuera algo muy sencillo. Me besa con suavidad y me suelta la pierna—¿Estás bien?
No, estoy hecha una mierda.
—Sí—contesto con un tono más cortante del que pretendía.
¿Es tan insensible esta mujer que no ve a una mujer enamorada ni cuando la tiene debajo?
Tú y yo, yo y tú, eso está más claro que el agua. No veo a nadie más en la cama con nosotras. Me retuerzo debajo de ella y entrecierra sus ojos pantanosos.
—Necesito hacer pis.
Intento decirlo como si no estuviera cabreada. Fracaso estrepitosamente. Se muerde el labio inferior y me mira con recelo, pero se aparta y, con no mucho entusiasmo, me libera de su peso. Me llevo la mano a la espalda para desabrocharme el sujetador de camino al cuarto de baño y cierro la puerta al entrar.
¿Por qué no soy capaz de decirlo?
Necesito liberar a mi boca de las palabras que me causan esta maldita agonía. Mentalmente, me pego patadas en mi patético culo por todo el baño de lujo, meto la cabeza en el retrete y tiro de la cisterna. Me siento para hacer pis. Soy una perdedora. Seguro que sabe cómo me siento.
Me echo a los pies de esta mujer como una esclava, le entrego mi mente y mi cuerpo en cuanto chasquea los dedos. No me creo, ni por un segundo, que no haya visto todas las señales.
Termino y me coloco desnuda delante del espejo. Contemplo mi reflejo. Tengo los ojos azules brillantes otra vez y la piel blanca fresca y limpia. Me apoyo en el lavabo doble y dejo escapar un largo suspiro. No tenía planeado estar en esta situación, pero aquí estoy. Esta mujer ha arrasado conmigo en todos los sentidos y estoy peligrosamente cerca de que me rompa el corazón.
La idea de vivir sin ella...
Me llevo la mano al pecho. La sola idea de vivir sin ella me constriñe el corazón. A pesar de lo difícil que es, estoy enamorada sin remedio.
Así son las cosas.
Me sobresalto cuando se abre la puerta y entra, desnuda, impresionante y gloriosa. Se pone detrás de mí y me coloca las manos en la cintura y la barbilla en el hombro. Nuestras miradas no se separan en una eternidad.
—¿No habíamos hecho las paces, Britt?—pregunta frunciendo un poco sus hermosas cejas.
—Sí—me encojo de hombros.
Esperaba una retribución mayor que la que acabo de recibir. Sí, cortó en pedacitos el vestido tabú pero, con todo y con eso, hoy ha sido bastante razonable. Es curioso que pueda reducir la masacre de prendas a algo «bastante razonable».
—Entonces ¿por qué estás enfurruñada?
¡Porque eres una insensible!
—No estoy enfurruñada—digo un pelín demasiado ofendida.
Joder, está claro que sí.
Sacude la cabeza y suelta un largo suspiro de cansancio.
¿De qué está tan cansada?
Menea las caderas contra mi trasero. Va a distraerme de mis cavilaciones con su manipulación sexual y exigente.
Lo sé.
—Britt, eres la mujer más frustrante que he conocido—gruñe.
Abro los ojos como platos.
Pero ¡qué morro tiene!
¿Considera que yo soy frustrante?
Cierra la boca en mi cuello y su calor penetra en mí.
—¿Me estás ocultando algo a propósito, Britt-Britt?
—No—susurro.
¿De qué habla?
Nunca me he guardado nada con ella. Me entrego a ella sin reservas y siempre de buena gana. A veces hace falta un poco de dulce persuasión, pero al final consigue lo que quiere una y otra vez.
¿Que qué me estoy guardando?
Empieza a pasarme la palma de la mano, arriba y abajo, entre los muslos. Es la fricción perfecta al ritmo perfecto. Le sostengo la mirada en el espejo.
Mierda, la estoy deseando otra vez.
Echo la cabeza hacia atrás y le ofrezco mi cuello. Su boca traza un sendero por la columna de mi garganta y me rodea el nacimiento de la oreja, esa zona tan sensible.
—¿Lo deseas de nuevo?—me tienta mientras me lame la oreja sin parar de acariciarme el sexo.
—Te necesito.
—Britt, no sabes lo feliz que me hacen esas palabras. ¿Siempre?
—Siempre—confirmo.
Gruñe de aprobación.
—Joder, necesito estar dentro de ti.
Tira de mis caderas hacia ella y coloca sus dedos en mi entrada antes de clavarlos en mi interior con un grito ensordecedor que resuena en el amplio cuarto de baño.
—Ah, ¡mierda, San!
Me sujeto al lavabo doble preparándome para el ataque. Me embiste.
—¡Esa... boca!
Me somete a una ráfaga desesperada e incesante de estocadas de castigo y grita como una posesa mientras tira de mí y me penetra hasta profundidades insoportables. La cabeza me da vueltas, mi cuerpo no puede más y estoy fuera de mí, colocada con la droga más placentera, intensa y poderosa: doña difícil en persona.
Dejo caer la cabeza.
¡Dios, coño, jodeeeer!
Me coge del hombro.
—¡Mírame!—me grita, y clava sus dedos en mí para enfatizar su orden.
Cojo aire con dificultad, consigo levantar la cabeza y miro su reflejo, pero me cuesta enfocarla. Me empuja con mucha fuerza hacia adelante, y mis brazos a duras penas me sostienen cuando me golpea el culo con las caderas entre continuos rugidos. La arruga de su frente es muy profunda y tiene los músculos del cuello tensos.
La señora del sexo, brutal y exigente, ha vuelto.
—Nunca vas a guardarte nada, ¿verdad, Britt?—me ladra con esfuerzo entre dientes.
—¡No!
—Porque no vas a dejarme nunca, ¿verdad?
Ya estamos otra vez. Tanto hablar en clave mientras lo hacemos me machaca el cerebro más que el asalto que está soportando mi cuerpo.
—¿Y adónde coño iba a irme?—grito de frustración al recibir otra estocada despiadada.
—¡Esa boca!—ruge—¡Dilo, Britt!
—¡Dios!—grito.
Me fallan las rodillas y ella mueve rápidamente la mano libre hacia mi cintura para sujetarme. Mi mundo se queda en silencio cuando cabalgo la vibración de olas de placer que se han disparado en mí con tanta fuerza que creo que el corazón ha dejado de latirme del susto.
—¡Jesús!
Se desploma en el suelo y se tumba de espaldas para que pueda echarme sobre ella, yo con la espalda apoyada contra sus pechos y ella sacas sus dedos de mí y me abraza en forma cruz, sobre mí. Me hace ascender y descender al respirar.
Tengo la mente nublada, hecha un revoltijo, y mi pobre cuerpo se pregunta qué coño acaba de pasar. Ha sido el polvo de hacerme entrar en razón por antonomasia.
Pero ¿con qué propósito?
—Estoy jo...—me callo antes de ganarme otra reprimenda, pero aun así me hunde los dedos en el hueco de las cosquillas—¡Eh!—protesto.
He suprimido el impulso.
Vamos mejorando.
Me envuelve entre sus brazos e inhala en mi cuello.
—No lo has dicho, Britt.
—¿El qué? ¿Que no voy a dejarte? No voy a dejarte. ¿Contenta?
—Sí, pero no me refería a eso.
—¿Y a qué te referías?
Resopla con fuerza en mi oreja.
—No importa. ¿Quieres repetir?
Se me entrecorta la respiración.
Está de broma, ¿no?
Sé que no voy a ser capaz de decir que no, para empezar porque ella no va a dejarme, pero ¿va en serio?
Noto la leve sacudida de una carcajada ahogada debajo de mí.
—Por supuesto. No me canso de ti—digo con la voz seria y firme.
Se queda petrificada debajo de mí, pero me abraza con más fuerza.
—Me alegro, a mí me pasa lo mismo. Pero mi corazón ya ha sufrido bastante las últimas veinticuatro horas con tu desobediencia y tu rebeldía. No sé si podrá resistir mucho más.
Ya estamos otra vez: desobediencia.
¡Doña Controladora!
—Debe de ser la edad—murmuro.
—Oye, Britt-Britt—se da la vuelta y yo acabo sobre el suelo del cuarto de baño y ella encima de mí. Me muerde la oreja y susurra—Mi edad no tiene nada que ver—vuelve a morderme la oreja y me revuelvo debajo de ella—¡Eres tú!—dice con tono acusador y haciéndome cosquillas.
—¡No, San!—grito y hago un intento inútil por escapar—¡Vale, me rindo!
—Ya me gustaría—refunfuña, y me suelta.
—Vejestorio—digo con una sonrisa.
Me pone de pie a la velocidad de la luz y me empuja contra la pared. Me sujeta los brazos por encima de la cabeza. Me muerdo los labios para contener la risa. Entorna los ojos, fiero.
—Prefiero que me llames diosa—me notifica con un beso de los que te paran el corazón, y me presiona con el cuerpo para hacerme subir por la pared.
—Puedes ser mi diosa.
—Britt-Britt, de verdad que no me canso de ti.
Sonrío.
—Eso está bien.
—Eres mi seductora suprema.
Me recorre la cara con los labios y suspiro contra su piel.
—¿Tienes hambre?—pregunta.
—Sí—Estoy famélica.
Me coge en brazos, camina hacia el lavabo doble y me sienta en él.
—Ya te he follado y ahora voy a alimentarte.
Frunzo el ceño ante su falta de tacto.
¿Por qué no dice que me ha hecho el amor y que ahora va a prepararme la cena?
Me deja en el lavabo y abre el grifo de la ducha. Empiezo a soñar despierta al ver cómo se tensan y relajan con sus movimientos los músculos de su espalda.
—Adentro, Britt—me tiende la mano. Me bajo del lavabo, le cojo la mano y dejo que me meta en la ducha—Esto me mata—suspira al agarrar la esponja natural.
—¿Qué?
Me agarro a su hombro cuando se arrodilla delante de mí para enjabonarme las rodillas y la cara interior de los muslos con círculos lentos y resbaladizos.
—Odio lavarme y dejar de oler a ti—dice con cara de pena.
¿Lo dice en serio?
Sigo de pie, permitiéndole que limpie los restos que ha dejado en mí, con cuidado, con cariño, y lanzándome sonrisas fugaces cuando me pilla mirándola. Me pone champú y acondicionador en el pelo y le quito la esponja para devolverle el favor. Tardo bastante más por la necesidad de besar cada centímetro cuadrado de su piel. Me deja salirme con la mía, me sonríe y echa más gel de ducha en la esponja cuando se lo indico. Como de costumbre, me entretengo en su cicatriz con la esperanza de que se abra a mí pero, de nuevo, no lo hace.
Un día lo hará, me digo a mí misma, aunque no sé cuándo. Quizá todo haya terminado antes de que me lo cuente. Sólo de pensarlo me deprimo. No quiero que esto se acabe nunca.
Me envuelve en una toalla blanca y suave y me cubre la cara de besos pequeños antes de pasarme el brazo por los hombros y llevarme al dormitorio.
—Ponte algo de encaje—me susurra y se va al vestidor. Reaparece a los pocos minutos con una camisa extra-grande—Te veo en la cocina, ¿de acuerdo?
—De acuerdo—le confirmo en voz baja.
Me guiña el ojo antes de salir del dormitorio y me deja buscando un conjunto de encaje. Yo estaba más bien pensando en unas bragas grandes y una sudadera, pero está de tan buen humor que no me apetece fastidiarla por un detalle insignificante.
¿Dónde estará mi ropa interior?
¿Habrá metido Rachel en mi maleta lencería de encaje?
Miro alrededor en busca de mis cosas, pero no veo nada. Entro en el vestidor, pero solo hay vestidos y zapatos. Ha dicho que me quede unos cuantos días. Aquí hay ropa para más de unos cuantos días, perfectamente colgada en su pequeño rincón. Sonrío al pensar en Santana haciendo sitio para mi ropa en su amplio vestidor.
¿Habrá deshecho ella mi maleta?
Busco en una de las dos cómodas que encargué en Italia. Abro el primer cajón y encuentro tres pilas perfectas de ropa interior —de encaje—en todos los colores, todos de Victoria Secret. Parecen nuevas. Abro otro y encuentro cinturones, muy bien enrollados, en todos los tonos que puedan imaginarse.
Es una fanática del orden.
¡Qué mal!
Yo soy un desastre en casa.
Cierro el cajón y abro el último, pero sólo encuentro calcetines de deporte y varias gorras. A continuación, abro todos los cajones de la otra cómoda: están llenos de una amplia selección de pantalones cortos de correr y camisetas deportivas.
Me rindo y, todavía envuelta en la toalla, bajo a la cocina, donde Santana tiene la cabeza metida en la nevera.
—No encuentro mis cosas—le digo a la puerta de la nevera.
Saca la cabeza de la nevera y me recorre con la mirada el cuerpo envuelto en una toalla.
—Desnuda me vale—dice, y cierra la puerta. Pasa junto a mí con un tarro de mantequilla de cacahuete—Sue tiene el día libre y la nevera está vacía. Voy a encargar comida; ¿qué te apetece?
—Tú—sonrío.
Sonríe, me arranca la toalla, la tira al suelo y admira mi cuerpo desnudo.
—Tu diosa debe alimentar a su seductora—su mirada danzante se centra en mis ojos—El resto de tus cosas está en ese enorme arcón de madera que metiste en mi dormitorio. ¿Qué te apetece comer?
Paso de su comentario y me encojo de hombros. Podría comer cualquier cosa.
—Soy fácil.
—Lo sé, pero ¿qué quieres comer?
Tengo que dejar de decir eso.
—Sólo soy fácil contigo—refunfuño.
¿Cree que soy una chica fácil?
—Más te vale, Britt. Ahora, dime, ¿qué te apetece comer?
—Me gusta todo. Elige tú. ¿Qué hora es?
He perdido la noción del tiempo. De hecho, pierdo la noción de todo cuando estoy con ella.
—Las siete. Ve a secarte el pelo antes de que me olvide de la cena y vuelva a por ti.
Me da la vuelta y me propina un azote en el culo antes de dejarme ir. Subo escaleras arriba, desnuda, para seguir sus instrucciones.
Cuando llego a lo alto, giro a la izquierda en dirección al dormitorio principal y miro hacia la cocina. Santana está en la puerta observándome en silencio. Le mando un beso y desaparezco en el dormitorio. Antes de perderla de vista, veo que me lanza una sonrisa de esas que hacen que me tiemblen las rodillas.
Cuarenta y cinco minutos más tarde, me he secado el pelo como Dios manda, me he limpiado la cara, la he tonificado y he aplicado la crema hidratante que necesitaba, y llevo puesto un conjunto de encaje limpio. Rachel se ha olvidado de meter mi ropa de estar por casa —casualmente, sólo ha olvidado eso—. Pero también es verdad que Santana la ha secuestrado antes de que pusieran las calles esta mañana, así que es probable que simplemente metiera lo que había más a mano. Tengo mis nuevos pantalones tailandeses, pero no tengo camiseta. Voy al armario a coger una camiseta blanca.
—Iba a ir a buscarte—dice mientras vacía el contenido de varios envases en dos platos—Me gusta tu camiseta.
—Rach no me ha metido ropa de estar por casa en la maleta.
—¿Ah, no?
Levanta una ceja y lo entiendo al instante. O bien Rachel sí que metió esa ropa en la maleta, o bien no es Rachel quien ha hecho la maleta. Sospecho que se trata de lo segundo.
—¿Dónde quieres comer?
—Soy f... —cierro la boca y me encojo de hombros.
—Sólo conmigo, ¿sí?—sonríe, se mete una botella de agua debajo del brazo y coge los platos—Vamos a apoltronarnos en el sofá.
Me lleva al imponente espacio abierto y señala con la cabeza el sofá gigante. Me siento en la rinconera y cojo el plato que me ofrece. Es comida china y huele de maravilla.
Perfecto.
Las puertas del tremendo mueble del salón se abren y aparece la tele de pantalla plana más grande que haya visto en toda mi vida.
—¿Quieres ver la tele o prefieres música y conversación?—me mira sonriente.
El tenedor me cuelga de la boca. No me había dado cuenta de lo hambrienta que estaba. Mastico y trago lo más rápido que puedo.
—Música y conversación, por favor.
Era una elección fácil. Asiente como si supiera que ésa iba a ser mi respuesta. A continuación la habitación se llena del sonido relajante de Mumford & Sons. Sorpresa. Cruzo las piernas y me reclino contra el respaldo. Este sofá fue una buena elección.
—¿Está bueno?
Me está observando, con una rodilla en alto y el brazo apoyado en el respaldo del sofá para sostener el plato.
—Muy bueno; ¿tú no cocinas?
—No.
Sonrío con el tenedor en la boca.
—¡López! ¿Acaso hay algo que no se le da bien?
—No puedo ser excepcional en todo—dice muy seria y observándome con atención.
Es una tonta engreída.
—¿La asistenta te hace la comida?
—Cuando se lo pido, pero casi siempre como en La Mansión.
Imagino que es lógico que aproveche que tiene una comida deliciosa a su disposición. Si pudiera, yo haría lo mismo.
—¿Cuántos años tienes?
Se queda quieta con el tenedor a medio camino de la boca.
—Alrededor de treinta, más o menos.
Se mete en la boca el tenedor cargado hasta arriba y me observa mientras mastica.
—Más o menos—repito.
—Sí, más o menos.
En la comisura de sus labios aparece una sonrisa. Vuelvo a mi comida. Su respuesta vaga no me molesta. Seguiré preguntando y ella seguirá dándome evasivas.
Quizá debería probar a persuadirla a mi manera, ¿tal vez con un polvo de la verdad o con una cuenta atrás?
¿Qué le haría al llegar a cero?
Me pierdo en mis pensamientos al respecto mientras le doy un bocado tras a otro a mi comida china. Se me ocurren muchas cosas, pero ninguna que pudiera ejecutar con facilidad. Tiene más fuerza que yo. La cuenta atrás queda descartada, así que sólo me queda el polvo de la verdad. Tengo que inventar el polvo de la verdad.
¿Qué podría hacer?
—¿Britt?
Levanto la vista y Santana y su arruga en la frente me están observando.
—¿Sí?
—¿Soñando despierta?—pregunta con un dejo de preocupación.
—Perdona—dejo el tenedor en el plato—Estaba muy lejos de aquí.
—Ya me había dado cuenta—recoge mi plato y lo deja en la mesita de café—¿Dónde estabas?
Estira el brazo para atraerme hacia ella. Me acurruco a su lado, feliz.
—En ninguna parte.
Cambia de postura, ocupa mi sitio en el rincón y me coloca bajo su brazo. Apoyo la mejilla sobre su pecho y le paso las piernas por el regazo. Inhalo para percibir todo su esplendor. Suspiro y dejo que la música suave y el calor de Santana me llenen de paz.
—Me encanta tenerte aquí, Britt—dice mientras juega con un mechón de mi pelo.
A mí también me encanta estar aquí, pero no como una marioneta.
¿Será siempre así?
Podría hacer esto todos los días, ha sido un día fantástico.
Pero ¿podría vivir con su lado controlador y exigente?
Le paso el dedo por la cicatriz.
—A mí también me encanta estar aquí—susurro.
Es verdad, sobre todo cuando se porta así.
—Bien. Entonces ¿te quedas?
¿Cuándo?
¿Esta noche?
—Sí. Dime cómo te la hiciste.
Se lleva la mano al estómago y coge la mía para impedir que siga tocando esa zona.
—Britt, de verdad que no me gusta hablar del tema.
Ah.
—Perdona.
Me siento mal. Eso ha sido una súplica. Le ocurrió algo terrible y me pone enferma saber que le hicieron daño. Se acerca mi mano a la cara y me besa la palma.
—Por favor, no me pidas perdón. No es nada que importe aquí y ahora. Desenterrar mi pasado no sirve más que para recordármelo.
¿Su pasado?
¿Así que tiene un pasado?
Bueno, todos tenemos un pasado, pero la forma en que lo ha dicho y el hecho de que estemos hablando de una cicatriz horrible me ponen muy nerviosa.
—¿A qué te referías cuando dijiste que las cosas son más llevaderas cuando estoy aquí?
Baja la mirada y me pone una mano en la nuca para apretar mi mejilla contra su pecho.
—Significa que me gusta tenerte cerca—dice quitándole importancia.
No le creo ni de coña, pero lo dejo estar.
¿Acaso importa?
La beso en el cuello y me acurruco junto a ella mientras me echo una bronca mental. Estoy tomando el sol en el séptimo cielo de Santana y disfrutando como una enana de cada minuto, hasta que sienta la necesidad de otra cuenta atrás o de un polvo de hacerme entrar en razón.
Y eso llegará.
No me cabe duda.
Llevo todo el día esperándola.
Estoy a punto de explotar de deseo.
La necesito dentro y junto a mí, ya.
Me quita el bolso del hombro y lo tira al suelo, me coge por la cintura y me levanta para que rodee la suya con las piernas. Camina hacia la cocina, pulsa un par de botones del mando a distancia y Running up that Hill de Placebo inunda mis oídos rápidamente y aumenta la desesperación con la que lo necesito.
Es una mujer de palabra.
—Te quiero en la cama, Britt—me dice con urgencia, y sube la escalera a una velocidad alarmante.
Me quito las bailarinas por el camino para que, al llegar arriba, tardemos menos en librarnos de la ropa. Abre la puerta del dormitorio principal de una patada y me deja a los pies de la cama.
—Date la vuelta, Britt—dice con ternura. Hago lo que me dice y le doy acceso a la espalda de mi vestido—Por favor, dime que llevas ropa interior de encaje—suplica mientras me lo desabrocho—Te necesito vestida de encaje.
—Es de encaje, San—confirmo con tranquilidad.
Últimamente no me pongo otra cosa.
Suelta un largo suspiro de alivio, me quita el vestido por la cabeza y lo deja caer al suelo. Me vuelvo para verle la cara. Tiene la boca relajada y los ojos entrecerrados.
Está tan desesperada como yo.
Acerca la mano y, despacio, me baja una copa del sujetador rozando el pezón con los nudillos. El corazón se me dispara en el pecho.
Está cariñosa, me encanta la Santana cariñosa.
Se lleva las manos a la espalda, agarra su camiseta y se la quita por la cabeza, junto con el sujetador. Está en tan buena forma que cada vez que veo su cuerpo jadeo. No tiene un gramo de grasa. Y qué decir de sus pechos, me quedo sin aire.
—¿Lo has pasado bien hoy, Britt-Britt?—me pregunta.
No me toca, se limita a quedarse ahí, delante de mí, quitándose los zapatos. Mentalmente le suplico que se dé prisa.
¿Quiere ponerse a charlar ahora?
—Ha sido un día encantador, San—le digo, e intento ignorar lo mejor que puedo el ritmo apasionado de la música que nos envuelve, especialmente si ha decidido que vamos a pasar un ratito charlando.
—Yo también lo he disfrutado mucho, Britt—está seria y pensativa. No sé cómo tomármelo—¿Quieres que lo hagamos aún mejor?
Ay, Dios.
—Sí—jadeo.
—Ven aquí.
Esta vez no va a ser necesaria una cuenta atrás. Doy un paso adelante, le pongo las manos en sus pechos, apretando un poco sus pezones. Muevo la cabeza para buscar su mirada. Pasamos unos instantes en silencio, contemplándonos, antes de que sus labios tomen los míos y me catapulten al instante al séptimo cielo de Santana, mi lugar favorito del universo. Gimo y traslado las manos hacia su pelo. Me agarro a ella cuando me levanta y me apoya contra su cuerpo. Nuestras lenguas enredadas se acarician despacio.
Me lleva a la cama, se tumba encima de mí y me coloca las manos por encima de la cabeza. No me las sujeta, pero sé que es donde tienen que quedarse. Abandona mi boca y se sienta. Me deja acalorada, aturdida y jadeante. Me mira y veo los engranajes de su maravillosa mente trabajando a toda máquina. Quiero saber qué está pensando. Hace días que se pone pensativa de repente.
—Podría quedarme aquí sentada todo el día viendo cómo te arqueas y revuelves con mis caricias, Britt—murmura mientras juega con mi pecho.
Después baja la otra copa y le dedica a éste las mismas atenciones que al primero. Se me endurecen los pezones. Los pellizca y estira con los dedos, atento a sus movimientos, que me están volviendo loca. Tiene los labios húmedos, la boca entreabierta.
¡La quiero en mi cuerpo ya!
—No te muevas, Britt.
Se levanta de la cama y, ya de paso, me quita las bragas. Gimoteo un poco al dejar de sentir su peso sobre mí.
¿Adónde va?
La veo desabrocharse la bragueta de los vaqueros, bajárselos y quitárselos de un puntapié, sin prisa. Luego se saca las bragas. Aprieto las piernas con fuerza para controlar el pálpito sordo de mi vientre, que al verla desnuda ha aumentado en intensidad y frecuencia.
Tiene un cuerpo espectacular.
Vuelve a la cama, me abre las piernas y me pasa la lengua directamente por el centro del sexo.
—¡Dios, Dios, Dios!
Me cubro la cara con las palmas de las manos y me clavo los dientes en ellas cuando me mete la lengua, la saca y traza lentamente mi circunferencia con ella antes de volver a meterla.
Creo que voy a desmayarme.
Empiezo a rotar las caderas siguiendo su ritmo, en busca de más fricción. Me presiona el vientre con la palma de la mano para evitar que me arquee debajo de ella.
¿Por qué iba a salir huyendo de ella?
De todas las estupideces que podría hacer, huir de esta mujer se llevaría la medalla de oro.
Levanta la boca y envía una corriente de aire fresco por mi piel antes de volver a su inexorable patrón de tortuoso placer. Cuando comienzo a mover la cabeza de un lado a otro e intento cogerla del pelo, aumenta la presión y exploto a su alrededor, levantando las caderas en un acto reflejo y exhalando un grito desesperado. Cierra la boca sobre mi sexo y succiona literalmente cada pulsación que sale de mí. Tiemblo como una hoja y arqueo la espalda todo lo que da de sí. Santana gime de pura satisfacción.
—Hummm, noto cómo palpitas contra mi lengua, Britt.
No puedo ni hablar. La influencia que tiene sobre mi cuerpo es extraordinaria. No creo que yo sea débil, creo que ella es demasiado poderosa, está claro que es ella quien tiene el poder.
Mi pobre corazón empieza a calmarse y yo le paso los dedos por el pelo mientras disfruto de las atenciones de su boca, que me besa con ternura, me muerde y me chupa la cara interior de los muslos. Estamos haciendo el amor con ternura, pero es imposible saber lo que va a durar. No voy a intentar engañarme a mí misma y convencerme de que no va a decirme nada más de la desobediencia de anoche. Pero ahora mismo me doy por satisfecha con estar aquí tumbada, con Santana acariciándome y besándome entre las piernas, hasta que ella quiera. Y ésa es otra cosa que se hace siempre de acuerdo con sus condiciones.
Cierra los dientes con suavidad sobre mi clítoris y me estremezco. Oigo su risa y traza un camino ascendente de besos por mi cuerpo hasta que encuentra mis labios y comparte conmigo mi orgasmo. Aprieta sus labios suaves contra los míos sin dejar de mirarme. Le pongo los brazos sobre los hombros y acepto su peso cuando entierra la cara en mi cuello y suspira. Su sexo húmedo toca mi muslo y me muevo la cadera para que quede justo en mi sexo.
—Me cabreas hasta la locura, Britt-Britt—susurra en mi cuello. Levanta las caderas uniéndolas con las mías, con un gemido ahogado. Yo también gimo y aprieto todos y cada uno de mis músculos a su alrededor—Por favor, no vuelvas a hacerlo.
Me busca la pierna y desliza el brazo bajo mi rodilla. Tira de ella para colocársela encima del hombro y luego apoya la parte superior del torso en los antebrazos. Lentamente, se mueve y nuestros sexos se unen mejor, mientras me mira fijamente.
—Lo siento, San—susurro con los dedos enredados en su pelo.
Vuelve a moverse y a continuación empuja con un gemido.
—Britt, todo lo que hago, lo hago para protegerte y mantenerme cuerda. Por favor, hazme caso.
Gimo al recibir otra embestida deliciosa.
—Lo haré—confirmo, pero soy consciente de que estoy desbordada de placer y de que, una vez más, puede hacerme decir lo que quiera.
No necesito que me protejan, excepto de ella, tal vez. Me mira.
—Te necesito—parece abatida, y eso me deja fuera de juego—Te necesito de verdad, Britt-Britt.
Estoy atontada de placer, me ha engullido por completo, pero no puede seguir diciendo esas cosas así como así, al menos no sin aclarármelas. Me tiene hecha un lío con tanto mensaje en clave.
¿Es que confunde necesitar con desear?
Yo he ido más allá del deseo y me da un poco de miedo haberme adentrado en el territorio de necesitar de verdad a esta mujer.
—¿Por qué me necesitas?—tengo la voz ronca y áspera.
—Te necesito y ya está. No me dejes, por favor, Britt.
Vuelve a moverse de una forma exquisita, lo que provoca un gemido mutuo.
—Dímelo—gruño, y aprieto sus hombros con fuerza, aunque me aseguro de sostenerle la mirada.
Quiero algo más que sus acertijos liosos. Las aguas superficiales se están enturbiando.
—Acéptalo y bésame.
La miro, dividida entre mi cuerpo, que la necesita, y mi mente, que la que necesita es información. Mueve sus caderas sin prisa, a un ritmo de ensueño que hace que la exquisita presión vuelva a acumularse gradualmente.
No puedo controlarlo.
—Bésame, Britt.
Mi cuerpo gana, acerco su cara a la mía y la beso, venero su maravillosa boca mientras ella se mueve rotando las caderas. La tensión mecánica de mi cuerpo entra en acción cuando alcanzo el punto álgido del placer y empiezo a temblar al borde de la liberación. Se me escapa el aire en jadeos cortos y punzantes, pero intento controlar mi inminente orgasmo.
—Aún no, Britt-Britt—me advierte con dulzura, y aprieta con fuerza en su embestida.
¿Cómo lo sabe?
Me concentro todo lo que puedo, pero con esta música y con Santana besándome con tanta delicadeza la verdad es que va a costarme. Le clavo los dedos en la espalda, una señal sin palabras de que estoy al borde del precipicio. Gruñe, me muerde el labio y empuja hacia adelante.
—Juntas—masculla contra mi boca. Asiento y aumenta la intensidad de sus arremetidas para acercarnos a ambas al éxtasis supremo. Mantiene el control y la precisión de sus embestidas—Ya casi estoy, Britt-Britt—gime.
—¡San!
—Aguanta, aguanta un poco—dice con suavidad, y me mueve ejecutando una rotación con las caderas que me resulta deliciosamente dolorosa.
Las dos gritamos.
—Ahora, Britt.
Se mueve, más fuerte y me libero. Noto que tiembla mientras ambas engullimos los gemidos de la otra y nos entregamos al placer. Descendemos en una caída apacible y pausada hacia la nada. Mis músculos se estremecen y el corazón me late con fuerza en el pecho. La beso con adoración mientras se relaja, aún con mi pierna por encima del hombro y apretándose contra mí.
Una molesta invasión de lágrimas se apodera de mis ojos y lucho con todas mis fuerzas para evitar que se derramen y estropeen el momento. Ella sigue aceptando mis besos devotos y devuelve a mi lengua, lenta y ávida, una caricia con otra. Estoy intentando decirle algo con este beso. Necesito desesperadamente que lo entienda.
¡Te quiero!
Se aparta, deshace nuestro beso y me mira con el ceño fruncido.
—¿Qué ocurre, Britt?—me pregunta con cariño y la voz llena de preocupación.
—Nada—respondo demasiado de prisa.
Maldigo mentalmente a mi dichosa mano por ponerse tensa en su nuca. Busca en mis ojos y dejo escapar un suspiro.
—¿Qué es esto, San?—le pregunto.
Sigue moviéndose lentamente.
—¿Qué es qué?
Su tono denota confusión. Estoy enfadada conmigo misma por haber abierto la bocaza.
—Me refiero a ti y a mí.
De repente, me siento idiota y quiero esconderme bajo las sábanas. Su mirada se torna más dulce y mueve las caderas despacio.
—Somos sólo tú y yo—dice tan tranquila, como si fuera algo muy sencillo. Me besa con suavidad y me suelta la pierna—¿Estás bien?
No, estoy hecha una mierda.
—Sí—contesto con un tono más cortante del que pretendía.
¿Es tan insensible esta mujer que no ve a una mujer enamorada ni cuando la tiene debajo?
Tú y yo, yo y tú, eso está más claro que el agua. No veo a nadie más en la cama con nosotras. Me retuerzo debajo de ella y entrecierra sus ojos pantanosos.
—Necesito hacer pis.
Intento decirlo como si no estuviera cabreada. Fracaso estrepitosamente. Se muerde el labio inferior y me mira con recelo, pero se aparta y, con no mucho entusiasmo, me libera de su peso. Me llevo la mano a la espalda para desabrocharme el sujetador de camino al cuarto de baño y cierro la puerta al entrar.
¿Por qué no soy capaz de decirlo?
Necesito liberar a mi boca de las palabras que me causan esta maldita agonía. Mentalmente, me pego patadas en mi patético culo por todo el baño de lujo, meto la cabeza en el retrete y tiro de la cisterna. Me siento para hacer pis. Soy una perdedora. Seguro que sabe cómo me siento.
Me echo a los pies de esta mujer como una esclava, le entrego mi mente y mi cuerpo en cuanto chasquea los dedos. No me creo, ni por un segundo, que no haya visto todas las señales.
Termino y me coloco desnuda delante del espejo. Contemplo mi reflejo. Tengo los ojos azules brillantes otra vez y la piel blanca fresca y limpia. Me apoyo en el lavabo doble y dejo escapar un largo suspiro. No tenía planeado estar en esta situación, pero aquí estoy. Esta mujer ha arrasado conmigo en todos los sentidos y estoy peligrosamente cerca de que me rompa el corazón.
La idea de vivir sin ella...
Me llevo la mano al pecho. La sola idea de vivir sin ella me constriñe el corazón. A pesar de lo difícil que es, estoy enamorada sin remedio.
Así son las cosas.
Me sobresalto cuando se abre la puerta y entra, desnuda, impresionante y gloriosa. Se pone detrás de mí y me coloca las manos en la cintura y la barbilla en el hombro. Nuestras miradas no se separan en una eternidad.
—¿No habíamos hecho las paces, Britt?—pregunta frunciendo un poco sus hermosas cejas.
—Sí—me encojo de hombros.
Esperaba una retribución mayor que la que acabo de recibir. Sí, cortó en pedacitos el vestido tabú pero, con todo y con eso, hoy ha sido bastante razonable. Es curioso que pueda reducir la masacre de prendas a algo «bastante razonable».
—Entonces ¿por qué estás enfurruñada?
¡Porque eres una insensible!
—No estoy enfurruñada—digo un pelín demasiado ofendida.
Joder, está claro que sí.
Sacude la cabeza y suelta un largo suspiro de cansancio.
¿De qué está tan cansada?
Menea las caderas contra mi trasero. Va a distraerme de mis cavilaciones con su manipulación sexual y exigente.
Lo sé.
—Britt, eres la mujer más frustrante que he conocido—gruñe.
Abro los ojos como platos.
Pero ¡qué morro tiene!
¿Considera que yo soy frustrante?
Cierra la boca en mi cuello y su calor penetra en mí.
—¿Me estás ocultando algo a propósito, Britt-Britt?
—No—susurro.
¿De qué habla?
Nunca me he guardado nada con ella. Me entrego a ella sin reservas y siempre de buena gana. A veces hace falta un poco de dulce persuasión, pero al final consigue lo que quiere una y otra vez.
¿Que qué me estoy guardando?
Empieza a pasarme la palma de la mano, arriba y abajo, entre los muslos. Es la fricción perfecta al ritmo perfecto. Le sostengo la mirada en el espejo.
Mierda, la estoy deseando otra vez.
Echo la cabeza hacia atrás y le ofrezco mi cuello. Su boca traza un sendero por la columna de mi garganta y me rodea el nacimiento de la oreja, esa zona tan sensible.
—¿Lo deseas de nuevo?—me tienta mientras me lame la oreja sin parar de acariciarme el sexo.
—Te necesito.
—Britt, no sabes lo feliz que me hacen esas palabras. ¿Siempre?
—Siempre—confirmo.
Gruñe de aprobación.
—Joder, necesito estar dentro de ti.
Tira de mis caderas hacia ella y coloca sus dedos en mi entrada antes de clavarlos en mi interior con un grito ensordecedor que resuena en el amplio cuarto de baño.
—Ah, ¡mierda, San!
Me sujeto al lavabo doble preparándome para el ataque. Me embiste.
—¡Esa... boca!
Me somete a una ráfaga desesperada e incesante de estocadas de castigo y grita como una posesa mientras tira de mí y me penetra hasta profundidades insoportables. La cabeza me da vueltas, mi cuerpo no puede más y estoy fuera de mí, colocada con la droga más placentera, intensa y poderosa: doña difícil en persona.
Dejo caer la cabeza.
¡Dios, coño, jodeeeer!
Me coge del hombro.
—¡Mírame!—me grita, y clava sus dedos en mí para enfatizar su orden.
Cojo aire con dificultad, consigo levantar la cabeza y miro su reflejo, pero me cuesta enfocarla. Me empuja con mucha fuerza hacia adelante, y mis brazos a duras penas me sostienen cuando me golpea el culo con las caderas entre continuos rugidos. La arruga de su frente es muy profunda y tiene los músculos del cuello tensos.
La señora del sexo, brutal y exigente, ha vuelto.
—Nunca vas a guardarte nada, ¿verdad, Britt?—me ladra con esfuerzo entre dientes.
—¡No!
—Porque no vas a dejarme nunca, ¿verdad?
Ya estamos otra vez. Tanto hablar en clave mientras lo hacemos me machaca el cerebro más que el asalto que está soportando mi cuerpo.
—¿Y adónde coño iba a irme?—grito de frustración al recibir otra estocada despiadada.
—¡Esa boca!—ruge—¡Dilo, Britt!
—¡Dios!—grito.
Me fallan las rodillas y ella mueve rápidamente la mano libre hacia mi cintura para sujetarme. Mi mundo se queda en silencio cuando cabalgo la vibración de olas de placer que se han disparado en mí con tanta fuerza que creo que el corazón ha dejado de latirme del susto.
—¡Jesús!
Se desploma en el suelo y se tumba de espaldas para que pueda echarme sobre ella, yo con la espalda apoyada contra sus pechos y ella sacas sus dedos de mí y me abraza en forma cruz, sobre mí. Me hace ascender y descender al respirar.
Tengo la mente nublada, hecha un revoltijo, y mi pobre cuerpo se pregunta qué coño acaba de pasar. Ha sido el polvo de hacerme entrar en razón por antonomasia.
Pero ¿con qué propósito?
—Estoy jo...—me callo antes de ganarme otra reprimenda, pero aun así me hunde los dedos en el hueco de las cosquillas—¡Eh!—protesto.
He suprimido el impulso.
Vamos mejorando.
Me envuelve entre sus brazos e inhala en mi cuello.
—No lo has dicho, Britt.
—¿El qué? ¿Que no voy a dejarte? No voy a dejarte. ¿Contenta?
—Sí, pero no me refería a eso.
—¿Y a qué te referías?
Resopla con fuerza en mi oreja.
—No importa. ¿Quieres repetir?
Se me entrecorta la respiración.
Está de broma, ¿no?
Sé que no voy a ser capaz de decir que no, para empezar porque ella no va a dejarme, pero ¿va en serio?
Noto la leve sacudida de una carcajada ahogada debajo de mí.
—Por supuesto. No me canso de ti—digo con la voz seria y firme.
Se queda petrificada debajo de mí, pero me abraza con más fuerza.
—Me alegro, a mí me pasa lo mismo. Pero mi corazón ya ha sufrido bastante las últimas veinticuatro horas con tu desobediencia y tu rebeldía. No sé si podrá resistir mucho más.
Ya estamos otra vez: desobediencia.
¡Doña Controladora!
—Debe de ser la edad—murmuro.
—Oye, Britt-Britt—se da la vuelta y yo acabo sobre el suelo del cuarto de baño y ella encima de mí. Me muerde la oreja y susurra—Mi edad no tiene nada que ver—vuelve a morderme la oreja y me revuelvo debajo de ella—¡Eres tú!—dice con tono acusador y haciéndome cosquillas.
—¡No, San!—grito y hago un intento inútil por escapar—¡Vale, me rindo!
—Ya me gustaría—refunfuña, y me suelta.
—Vejestorio—digo con una sonrisa.
Me pone de pie a la velocidad de la luz y me empuja contra la pared. Me sujeta los brazos por encima de la cabeza. Me muerdo los labios para contener la risa. Entorna los ojos, fiero.
—Prefiero que me llames diosa—me notifica con un beso de los que te paran el corazón, y me presiona con el cuerpo para hacerme subir por la pared.
—Puedes ser mi diosa.
—Britt-Britt, de verdad que no me canso de ti.
Sonrío.
—Eso está bien.
—Eres mi seductora suprema.
Me recorre la cara con los labios y suspiro contra su piel.
—¿Tienes hambre?—pregunta.
—Sí—Estoy famélica.
Me coge en brazos, camina hacia el lavabo doble y me sienta en él.
—Ya te he follado y ahora voy a alimentarte.
Frunzo el ceño ante su falta de tacto.
¿Por qué no dice que me ha hecho el amor y que ahora va a prepararme la cena?
Me deja en el lavabo y abre el grifo de la ducha. Empiezo a soñar despierta al ver cómo se tensan y relajan con sus movimientos los músculos de su espalda.
—Adentro, Britt—me tiende la mano. Me bajo del lavabo, le cojo la mano y dejo que me meta en la ducha—Esto me mata—suspira al agarrar la esponja natural.
—¿Qué?
Me agarro a su hombro cuando se arrodilla delante de mí para enjabonarme las rodillas y la cara interior de los muslos con círculos lentos y resbaladizos.
—Odio lavarme y dejar de oler a ti—dice con cara de pena.
¿Lo dice en serio?
Sigo de pie, permitiéndole que limpie los restos que ha dejado en mí, con cuidado, con cariño, y lanzándome sonrisas fugaces cuando me pilla mirándola. Me pone champú y acondicionador en el pelo y le quito la esponja para devolverle el favor. Tardo bastante más por la necesidad de besar cada centímetro cuadrado de su piel. Me deja salirme con la mía, me sonríe y echa más gel de ducha en la esponja cuando se lo indico. Como de costumbre, me entretengo en su cicatriz con la esperanza de que se abra a mí pero, de nuevo, no lo hace.
Un día lo hará, me digo a mí misma, aunque no sé cuándo. Quizá todo haya terminado antes de que me lo cuente. Sólo de pensarlo me deprimo. No quiero que esto se acabe nunca.
Me envuelve en una toalla blanca y suave y me cubre la cara de besos pequeños antes de pasarme el brazo por los hombros y llevarme al dormitorio.
—Ponte algo de encaje—me susurra y se va al vestidor. Reaparece a los pocos minutos con una camisa extra-grande—Te veo en la cocina, ¿de acuerdo?
—De acuerdo—le confirmo en voz baja.
Me guiña el ojo antes de salir del dormitorio y me deja buscando un conjunto de encaje. Yo estaba más bien pensando en unas bragas grandes y una sudadera, pero está de tan buen humor que no me apetece fastidiarla por un detalle insignificante.
¿Dónde estará mi ropa interior?
¿Habrá metido Rachel en mi maleta lencería de encaje?
Miro alrededor en busca de mis cosas, pero no veo nada. Entro en el vestidor, pero solo hay vestidos y zapatos. Ha dicho que me quede unos cuantos días. Aquí hay ropa para más de unos cuantos días, perfectamente colgada en su pequeño rincón. Sonrío al pensar en Santana haciendo sitio para mi ropa en su amplio vestidor.
¿Habrá deshecho ella mi maleta?
Busco en una de las dos cómodas que encargué en Italia. Abro el primer cajón y encuentro tres pilas perfectas de ropa interior —de encaje—en todos los colores, todos de Victoria Secret. Parecen nuevas. Abro otro y encuentro cinturones, muy bien enrollados, en todos los tonos que puedan imaginarse.
Es una fanática del orden.
¡Qué mal!
Yo soy un desastre en casa.
Cierro el cajón y abro el último, pero sólo encuentro calcetines de deporte y varias gorras. A continuación, abro todos los cajones de la otra cómoda: están llenos de una amplia selección de pantalones cortos de correr y camisetas deportivas.
Me rindo y, todavía envuelta en la toalla, bajo a la cocina, donde Santana tiene la cabeza metida en la nevera.
—No encuentro mis cosas—le digo a la puerta de la nevera.
Saca la cabeza de la nevera y me recorre con la mirada el cuerpo envuelto en una toalla.
—Desnuda me vale—dice, y cierra la puerta. Pasa junto a mí con un tarro de mantequilla de cacahuete—Sue tiene el día libre y la nevera está vacía. Voy a encargar comida; ¿qué te apetece?
—Tú—sonrío.
Sonríe, me arranca la toalla, la tira al suelo y admira mi cuerpo desnudo.
—Tu diosa debe alimentar a su seductora—su mirada danzante se centra en mis ojos—El resto de tus cosas está en ese enorme arcón de madera que metiste en mi dormitorio. ¿Qué te apetece comer?
Paso de su comentario y me encojo de hombros. Podría comer cualquier cosa.
—Soy fácil.
—Lo sé, pero ¿qué quieres comer?
Tengo que dejar de decir eso.
—Sólo soy fácil contigo—refunfuño.
¿Cree que soy una chica fácil?
—Más te vale, Britt. Ahora, dime, ¿qué te apetece comer?
—Me gusta todo. Elige tú. ¿Qué hora es?
He perdido la noción del tiempo. De hecho, pierdo la noción de todo cuando estoy con ella.
—Las siete. Ve a secarte el pelo antes de que me olvide de la cena y vuelva a por ti.
Me da la vuelta y me propina un azote en el culo antes de dejarme ir. Subo escaleras arriba, desnuda, para seguir sus instrucciones.
Cuando llego a lo alto, giro a la izquierda en dirección al dormitorio principal y miro hacia la cocina. Santana está en la puerta observándome en silencio. Le mando un beso y desaparezco en el dormitorio. Antes de perderla de vista, veo que me lanza una sonrisa de esas que hacen que me tiemblen las rodillas.
Cuarenta y cinco minutos más tarde, me he secado el pelo como Dios manda, me he limpiado la cara, la he tonificado y he aplicado la crema hidratante que necesitaba, y llevo puesto un conjunto de encaje limpio. Rachel se ha olvidado de meter mi ropa de estar por casa —casualmente, sólo ha olvidado eso—. Pero también es verdad que Santana la ha secuestrado antes de que pusieran las calles esta mañana, así que es probable que simplemente metiera lo que había más a mano. Tengo mis nuevos pantalones tailandeses, pero no tengo camiseta. Voy al armario a coger una camiseta blanca.
—Iba a ir a buscarte—dice mientras vacía el contenido de varios envases en dos platos—Me gusta tu camiseta.
—Rach no me ha metido ropa de estar por casa en la maleta.
—¿Ah, no?
Levanta una ceja y lo entiendo al instante. O bien Rachel sí que metió esa ropa en la maleta, o bien no es Rachel quien ha hecho la maleta. Sospecho que se trata de lo segundo.
—¿Dónde quieres comer?
—Soy f... —cierro la boca y me encojo de hombros.
—Sólo conmigo, ¿sí?—sonríe, se mete una botella de agua debajo del brazo y coge los platos—Vamos a apoltronarnos en el sofá.
Me lleva al imponente espacio abierto y señala con la cabeza el sofá gigante. Me siento en la rinconera y cojo el plato que me ofrece. Es comida china y huele de maravilla.
Perfecto.
Las puertas del tremendo mueble del salón se abren y aparece la tele de pantalla plana más grande que haya visto en toda mi vida.
—¿Quieres ver la tele o prefieres música y conversación?—me mira sonriente.
El tenedor me cuelga de la boca. No me había dado cuenta de lo hambrienta que estaba. Mastico y trago lo más rápido que puedo.
—Música y conversación, por favor.
Era una elección fácil. Asiente como si supiera que ésa iba a ser mi respuesta. A continuación la habitación se llena del sonido relajante de Mumford & Sons. Sorpresa. Cruzo las piernas y me reclino contra el respaldo. Este sofá fue una buena elección.
—¿Está bueno?
Me está observando, con una rodilla en alto y el brazo apoyado en el respaldo del sofá para sostener el plato.
—Muy bueno; ¿tú no cocinas?
—No.
Sonrío con el tenedor en la boca.
—¡López! ¿Acaso hay algo que no se le da bien?
—No puedo ser excepcional en todo—dice muy seria y observándome con atención.
Es una tonta engreída.
—¿La asistenta te hace la comida?
—Cuando se lo pido, pero casi siempre como en La Mansión.
Imagino que es lógico que aproveche que tiene una comida deliciosa a su disposición. Si pudiera, yo haría lo mismo.
—¿Cuántos años tienes?
Se queda quieta con el tenedor a medio camino de la boca.
—Alrededor de treinta, más o menos.
Se mete en la boca el tenedor cargado hasta arriba y me observa mientras mastica.
—Más o menos—repito.
—Sí, más o menos.
En la comisura de sus labios aparece una sonrisa. Vuelvo a mi comida. Su respuesta vaga no me molesta. Seguiré preguntando y ella seguirá dándome evasivas.
Quizá debería probar a persuadirla a mi manera, ¿tal vez con un polvo de la verdad o con una cuenta atrás?
¿Qué le haría al llegar a cero?
Me pierdo en mis pensamientos al respecto mientras le doy un bocado tras a otro a mi comida china. Se me ocurren muchas cosas, pero ninguna que pudiera ejecutar con facilidad. Tiene más fuerza que yo. La cuenta atrás queda descartada, así que sólo me queda el polvo de la verdad. Tengo que inventar el polvo de la verdad.
¿Qué podría hacer?
—¿Britt?
Levanto la vista y Santana y su arruga en la frente me están observando.
—¿Sí?
—¿Soñando despierta?—pregunta con un dejo de preocupación.
—Perdona—dejo el tenedor en el plato—Estaba muy lejos de aquí.
—Ya me había dado cuenta—recoge mi plato y lo deja en la mesita de café—¿Dónde estabas?
Estira el brazo para atraerme hacia ella. Me acurruco a su lado, feliz.
—En ninguna parte.
Cambia de postura, ocupa mi sitio en el rincón y me coloca bajo su brazo. Apoyo la mejilla sobre su pecho y le paso las piernas por el regazo. Inhalo para percibir todo su esplendor. Suspiro y dejo que la música suave y el calor de Santana me llenen de paz.
—Me encanta tenerte aquí, Britt—dice mientras juega con un mechón de mi pelo.
A mí también me encanta estar aquí, pero no como una marioneta.
¿Será siempre así?
Podría hacer esto todos los días, ha sido un día fantástico.
Pero ¿podría vivir con su lado controlador y exigente?
Le paso el dedo por la cicatriz.
—A mí también me encanta estar aquí—susurro.
Es verdad, sobre todo cuando se porta así.
—Bien. Entonces ¿te quedas?
¿Cuándo?
¿Esta noche?
—Sí. Dime cómo te la hiciste.
Se lleva la mano al estómago y coge la mía para impedir que siga tocando esa zona.
—Britt, de verdad que no me gusta hablar del tema.
Ah.
—Perdona.
Me siento mal. Eso ha sido una súplica. Le ocurrió algo terrible y me pone enferma saber que le hicieron daño. Se acerca mi mano a la cara y me besa la palma.
—Por favor, no me pidas perdón. No es nada que importe aquí y ahora. Desenterrar mi pasado no sirve más que para recordármelo.
¿Su pasado?
¿Así que tiene un pasado?
Bueno, todos tenemos un pasado, pero la forma en que lo ha dicho y el hecho de que estemos hablando de una cicatriz horrible me ponen muy nerviosa.
—¿A qué te referías cuando dijiste que las cosas son más llevaderas cuando estoy aquí?
Baja la mirada y me pone una mano en la nuca para apretar mi mejilla contra su pecho.
—Significa que me gusta tenerte cerca—dice quitándole importancia.
No le creo ni de coña, pero lo dejo estar.
¿Acaso importa?
La beso en el cuello y me acurruco junto a ella mientras me echo una bronca mental. Estoy tomando el sol en el séptimo cielo de Santana y disfrutando como una enana de cada minuto, hasta que sienta la necesidad de otra cuenta atrás o de un polvo de hacerme entrar en razón.
Y eso llegará.
No me cabe duda.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
que sera lo que esconde santana con tanto celo?
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
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