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FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:que sera lo que esconde santana con tanto celo?
Hola, mmmm esperemos y no sea algo malo no¿? ajjaajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 35
Capitulo 35
Me despierto de golpe y me incorporo en la cama. Me siento renovada, revitalizada y descansada. Esta cama es tremendamente cómoda. Volver a la mía después de haber dormido aquí varias noches va a suponer un bajón. Lo único que falta es Santana. Miro bajo las sábanas y veo que sigo en ropa interior, pero la camiseta ha desaparecido. No recuerdo cómo he llegado a la cama. Me siento en silencio un momento y oigo un zumbido constante acompañado de unos golpes sordos a lo lejos.
¿Qué es eso?
Recorro el largo camino hasta los pies de la cama y salgo al descansillo, donde los ruidos son un poco más fuertes, aunque siguen sonando amortiguados. Miro a mí alrededor. No hay ninguna señal de Santana. Deduzco que debe de estar en la cocina, así que bajo la escalera. Pero al acercarme a la cocina, me paro y doy marcha atrás. Miro a través de la puerta de cristal del gimnasio, situada en ángulo antes de entrar en la cocina, y veo a Santana con unos pantalones cortos esprintando a toda pastilla en la cinta de correr. Eso explica el extraño golpeteo distante. Está corriendo de espaldas a mí. La firme piel de su espalda resplandece gracias a las gotas de sudor mientras ve las noticias en un televisor colgado frente a ella. Le dejo hacer. Ya le he fastidiado una carrera.
Voy a la cocina a llenar la cafetera y a prepararme un café. No es Starbucks, pero me servirá. El sonido familiar del tono de mi móvil invade la habitación y lo busco por la cocina. Está cargándose en la encimera. Lo cojo y lo desconecto del cargador. Es mi mamá. De repente me acuerdo de su llamada de ayer, esa que no le he devuelto aún... y que no tengo ningunas ganas, pero ningunas, de devolver. Mi buen humor se desvanece al instante.
—Hola, mamá—saludo alegremente pero con una mueca de aprensión en la cara.
Aquí viene el interrogatorio.
—¡Estás viva! Joseph, cancela la partida de búsqueda. ¡La he encontrado!
La idea de chiste de mi mamá hace que ponga los ojos en blanco. Obviamente, esperaba que ya le hubiera devuelto la llamada.
—Vale, mamá. ¿Qué quería Elaine?
—No tengo ni idea. No nos llamó ni una sola vez mientras estuvieron juntas. Me preguntó cómo estábamos y habló sobre el tiempo, ya sabes. Todo muy raro. ¿Por qué nos llamó, Britty?
—No lo sé, mamá.
Bostezo de aburrimiento. Sospecho que sí lo sé. Está intentando ganárselos.
—Mencionó que estabas con otra.
—¿Ah, sí?
Mi tono agudo deja claro que me ha pillado por sorpresa, y también que soy culpable. Maldita seas, Santana López, por interceptar mi móvil. Habría sido más fácil restar importancia a los chismes de Elaine si no tuviera que justificar también lo de la mujer misteriosa que cogió mi móvil ayer.
—Sí, dijo que estabas saliendo con alguien. Es muy pronto, Britty.
—No estoy saliendo con nadie, mamá.
Miro por encima del hombro para asegurarme de que todavía estoy sola. Estoy haciendo algo más que salir con alguien. Estoy enamorada.
—¿Quién era la mujer que contestó al móvil? Que sabemos que te gustan tantos las mujeres como los hombres.
—Ya te lo dije: es sólo una amiga.
¡Déjalo estar, por favor!
—Mejor. Eres joven, estás en Londres y recién salida de una relación de mierda. No caigas en los brazos de la primera persona que te preste un poco de atención.
Me pongo roja hasta la coronilla aunque no puede verme. No creo que lo que me da esta mujer pueda describirse como «un poco de atención».
Con tan sólo cuarenta y siete años y habiendo tenido a Sam a los dieciocho y a mí a los veintiuno, mi mamá se perdió todas las ventajas de ser joven en Londres. Aún no ha cumplido los cincuenta y ya está jubilada y viviendo en Newquay. Sé que no le gustaría saber que me están atrapando por medio de la lujuria.
—No lo haré, mamá. Sólo me estoy divirtiendo un montón—la tranquilizo. Me lo estoy pasando bomba, aunque que no como ella se imagina—¿Qué tal está papá?
—Ya sabes, loco por el golf, loco por el bádminton, loco por el cricket. Tiene que estar siempre haciendo mil cosas para no subirse por las paredes.
—Es mejor que pasarse el día con el culo pegado al sillón sin dar ni golpe—digo, y cojo una taza del armario. Me acerco al frigorífico.
—Montó un escándalo por tener que dejar la ciudad, pero yo sabía que se moriría al cabo de unos años si no lo sacaba de ahí. Ahora no para quieto. Siempre está metido en algo.
Abro el frigorífico. No hay leche.
—Es bueno que se mantenga activo, ¿no?
Me siento en el taburete sin ese café que tanta falta me hace.
—No me quejo. También ha perdido unos kilos.
—¿Cuántos?
Son buenas noticias. Todo el mundo decía que papá tenía todas las papeletas para sufrir un infarto: obeso, aficionado a la cerveza y con un trabajo estresante. Resultó que todo el mundo tenía razón.
—Casi siete kilos.
—Vaya, estoy impresionada.
—No más que yo, Britty. Entonces ¿hay novedades?
¡A manta!
—Pocas. Estoy hasta arriba de trabajo. He conseguido el siguiente proyecto del promotor del Lusso.
Tengo que hablar de trabajo. Se me va a caer el pelo si empieza a cotillear en mi vida social.
—¡Genial! Le enseñé a April las fotos en internet. ¡El ático!—suspira.
Sí, ahí estoy en este momento.
—Ya.
Necesito vino.
—¿Te imaginas vivir con tanto lujo? Tu papá y yo no estamos mal, pero no tiene nada que ver con esos niveles de riqueza.
—Es verdad—se acuerdo, lo de hablar de trabajo no ha ido como yo planeaba—¿A qué hora llega Sam mañana?
Tengo que cambiar de tema.
—A las nueve de la mañana. ¿Vendrás con él?
Me desplomo sobre la encimera. Casi ni me acordaba de la llegada de Sam. No he tenido oportunidad con la movida que tengo encima. Me siento culpable. Llevo seis meses sin verlo.
—No creo, mamá. Estoy muy ocupada—lloriqueo mientras le suplico mentalmente que lo entienda.
—Es una pena, pero lo comprendo. A lo mejor papá y yo vamos a verte cuando ya tengas piso.
Me están dando a entender que tengo que mover el culo. No he hecho nada al respecto.
—Eso sería genial—lo digo de corazón.
Me encantaría que mis padres volvieran a Londres a visitarme. No se han acercado desde que se mudaron, y sé que es porque en el fondo los dos tienen miedo de querer volver a vivir en el ajetreo y el bullicio de la ciudad.
—Estupendo. Se lo comentaré a tu papá. He de dejarte. Dale recuerdos a Rach.
—Lo haré, llamaré la semana que viene cuando Sam esté ahí—añado rápidamente antes de que cuelgue.
—Perfecto. Cuídate mucho, cariño.
—Adiós, mamá.
Doy un empujón al móvil por la encimera y hundo la cabeza entre las manos. Si ella supiera. A mi papá le daría otro infarto si se enterase del estado actual de mis asuntos, y mi mamá me obligaría a mudarme a Newquay. La única razón por la que mi papá no vino conduciendo hasta Londres cuando Elaine y yo rompimos fue porque mamá llamó a Rachel para averiguar si era verdad que yo estaba bien.
¿Qué pensarían si supieran que estoy liada con una mujer controladora, arrogante y neurótica que, según sus propias palabras, me está follando hasta hacerme perder el sentido?
El hecho de que sea superrica y la dueño del ático del Lusso no amortiguaría el golpe.
Por Dios, si mi mamá tiene una edad más cercana a la de Santana que yo.
Me doy la vuelta sobre el taburete cuando oigo un alboroto fuera de la cocina. Me levanto a investigar y doy un salto del susto que me llevo al ver los pechos de Santana envueltos en un top deportivo volando hacia mí.
¡Guau!
—Joder, estás aquí—me levanta del suelo y me pega a su pecho bañado en sudor—No estabas en la cama.
—No, estaba en la cocina—farfullo aturdida. Me está abrazando tan fuerte que me cuesta respirar—He visto que estabas corriendo y no he querido molestarte
Me revuelvo un poco para indicarle que me está ahogando. Me suelta y me deposita sobre mis pies. Con el rostro brillante, me da un repaso y el pánico desaparece un poco de su mirada. Me coge de los hombros y me mira a la cara.
—Sólo estaba en la cocina, San—repito.
Me mira como si fuera a desmayarse en cualquier momento.
Pero ¿qué le pasa?
Sacude un poco la cabeza, como si estuviera intentando borrar un pensamiento horrible, me coge en brazos, me lleva a la encimera y me sienta sobre el frío granito. Se abre camino entre mis muslos.
—¿Has dormido bien?
—Genial—¿Por qué tiene cara de haber recibido muy malas noticias?—¿Te encuentras bien?
Me regala una sonrisa de las que detienen el corazón. Me tranquilizo al instante.
—Me he despertado en mi cama contigo vestida de encaje. Es domingo, son las diez y media de la mañana y estás conmigo en mi cocina—me mira de arriba abajo—... vestida de encaje. Estoy genial.
—¿Ah, sí?
—Por supuesto—me levanta la barbilla y me planta un pico en los labios—Podría despertarme así todos los días. Eres preciosa, Britt-Britt.
—Tú también.
Me aparta el pelo de la cara y me mira con cariño.
—Bésame.
Satisfago su petición de inmediato. Tomo sus labios con calma y sigo las caricias lentas y delicadas de su lengua. Las dos gemimos de gusto a la vez.
Esto es la gloria.
Pero el estridente chirrido del móvil de Santana pone fin a nuestro momento íntimo. Gruñe y alarga el brazo por detrás de mí para cogerlo, sin dejar de besarme. Lo sujeta por encima de mi cabeza y mira la pantalla.
—No, ahora no...—protesta contra mis labios—Britt, tengo que cogerlo—se aparta de mí y contesta entre mis muslos. Deja la mano que le queda libre en mi cintura—¿Qué pasa, Finn?—empieza a morderse el labio—¿Y qué hace ahí?—me da un beso casto en los labios—No, voy para allá... sí... te veo dentro de un rato—cuelga y me estudia con atención unos segundos—Tengo que ir a La Mansión. Te vienes conmigo, Britt.
Retrocedo.
—¡No!—protesto.
¡No voy a dejar que sea Holly quien me baje del séptimo cielo de Santana!
Frunce el ceño.
—Quiero que vengas, Britt.
¡De ninguna manera!
Es domingo, no tengo que ir a trabajar y no voy a ir a La Mansión.
—Pero vas a estar trabajando—busco una buena excusa en mi cerebro para no tener que ir—Haz lo que tengas que hacer y nos vemos luego—intento que entre en razón.
—No. Te vienes—insiste con firmeza.
—No, no voy.
Trato de soltarme de su abrazo, pero no consigo ir a ninguna parte.
—¿Por qué no?
—Porque no—le espeto, y me gano una mirada furibunda.
No voy a empezar a despotricar contra Holly y a aburrirla con celos triviales. Rebusca en mi mirada.
—Britt, por favor. ¿Vas a hacer lo que te digo?
—¡No!—grito.
Cierra los ojos con el objetivo de no perder la paciencia, pero me da igual. Puede obligarme a muchas cosas, pero no pienso ir a La Mansión. Sigo sentada en la encimera, esperando a que Santana se desintegre ante mi desobediencia.
—Britt, ¿por qué te empeñas en complicar las cosas?
—¿Que yo complico las cosas?
La miro boquiabierta.
Es ella quien necesita un polvo para hacerla entrar en razón.
La tía alucina.
—Sí. Yo lo estoy intentando con todas mis fuerzas.
—¿Qué es lo que estás intentando? ¿Volverme loca? ¡Bueno lo estás consiguiendo!
Le doy un empellón y me voy como un rayo de la cocina mientras ella maldice y me sigue escaleras arriba.
—¡Está bien!—grita desde atrás—Me esperarás aquí. Volveré en cuanto pueda.
—¡Me voy a casa!—grito sin dejar de andar.
Me encierro en el cuarto de baño. No voy a quedarme aquí esperando a que vuelva. Ha sido razonable y ha aceptado mi negativa a acompañarla, pero sólo para rematarlo con un «Me esperarás aquí» y punto.
¡No pienso esperarla!
Me echo agua fría en la cara para intentar calmarme. Estoy de muy mal humor.
¿Por qué no me ha hecho la cuenta atrás?
Es lo que suele hacer cuando no me someto a sus órdenes.
La oigo hablar por teléfono en el dormitorio. Me pregunto a quién habrá llamado. Abro la puerta.
—Hasta ahora—cuelga y tira el móvil encima de la cama.
¿A quién le ha dicho «Hasta ahora»?
Se queda de pie dándome la espalda un buen rato, con la cabeza sobre el pecho. Está pensando, y de repente me siento una impostora. Al cabo de un rato, respira hondo y se vuelve hacia mí. Me observa un instante y se mete en el baño para darse una ducha. Me quedo en mitad de la habitación sin saber qué hacer. Está actuando de un modo muy extraño. No hay cuenta atrás ni manipulación.
¿Qué está pasando?
Ayer fue un día perfecto y ahora ha regresado la confusión. Parece que a fin de cuentas no ha hecho falta que apareciera Holly para bajarme del séptimo cielo de Santana. Me las he apañado yo solita.
Diez minutos después sigo jugueteando con los pulgares mientras intento decidir qué debo hacer ahora. Oigo que cierra el grifo de la ducha. Sale del baño y se mete en el vestidor sin dirigirme la palabra. Me preocupa su expresión de derrota, que también arrastra una nota de tristeza. Creo que quiero que explote o que inicie una cuenta atrás. No tengo ni idea de lo que le pasa por la cabeza, y es la sensación más frustrante del mundo.
Aparece en la puerta del vestidor.
—Tengo que irme, Britt—se lamenta. Parece muy atormentada—Rach viene para acá.
Frunzo el ceño.
—¿Por qué?
—Para que no te vayas.
Vuelve al vestidor y yo la sigo a toda prisa. Se pone unos vaqueros y me mira un segundo, pero no me aclara nada. Descuelga una camiseta negra, se la pone en un abrir y cerrar de ojos y a continuación se calza unas Converse.
—Me voy a casa—le digo, pero no me mira.
¿Qué le pasa?
Noto que mi mal genio se desinfla ante su pasotismo y, como no sé qué otra cosa hacer, empiezo a descolgar mi ropa de las perchas y a colocármela entre los brazos.
—¿Qué estás haciendo, Britt?—me quita la ropa y vuelve a colgarla—¡No vas a marcharte!—ruge.
—¡Claro que me marcho!—le grito, y vuelvo a descolgar las prendas de un tirón.
—¡Pon la puta ropa en su sitio, Britt!—me grita.
Oigo el sonido de la tela al rasgarse cuando lucho por quitármela de encima. Unos segundos después ya no tengo ropa en los brazos y me han echado del vestidor. Estoy sobre la cama, inmovilizada, resistiéndome a ella, desafiándola abiertamente, pero no consigo soltarme.
¡Como intente follarme gritaré!
—¡Cálmate, joder!—me grita, y me coge de la barbilla para obligarme a mirarla. Cierro los ojos con fuerza; jadeo y resoplo como un galgo de carreras. No voy a dejar que se sirva del sexo para manipularme—Abre los ojos, Britt.
—¡No!
Me comporto de manera infantil, pero sé que si la obedezco me consumirá la lujuria.
—¡Que los abras!
Me sacude la barbilla.
—¡No!
—¡Vale!—grita mientras sigo intentando soltarme—Escúchame, Brittany. No vas a ir a ninguna parte. Te lo he dicho una y otra vez, ¡así que empieza a metértelo en la cabeza!—cambia de postura para poder sujetarme con más fuerza—Me voy a La Mansión y, cuando vuelva, vamos a sentarnos y a hablar sobre nosotras.
Dejo de resistirme.
¿Hablar sobre nosotras?
¿Qué?
¿Una conversación como Dios manda sobre qué tipo de relación hay entre nosotras?
Me muero por saberlo.
—Las cartas sobre la mesa, Britt. Se acabaron las estupideces, las confesiones de borracha y el guardarte cosas para ti. ¿Lo has entendido?
Tiene la respiración pesada y habla con decisión. Es lo que he querido desde el principio: las cosas claras, poder entender nuestra relación.
Joder, estoy muy confundida.
Necesito saber qué es esto y luego, tal vez, pueda decidir si necesito poner distancia.
¿Y qué es eso de las confesiones de borracha y lo de que me guardo cosas?
Abro los ojos, y me recibe su mirada oscura. Me aprieta un poco menos la barbilla.
—Ven conmigo, te necesito conmigo, Britt—casi me lo suplica.
—¿Por qué?
—Porque sí. ¿Por qué no quieres venir?
Respiro hondo.
—No me siento cómoda en La Mansión.
Ahí la tiene, es la verdad. Debería ser capaz de adivinar el porqué. No puede ser tan tonta, y es mujer, nosotras intuimos ciertas cosas.
—¿Por qué no te sientes cómoda?
Vale. Es así de tonta, y no intuye nada.
—Porque no—respondo.
Frunce el entrecejo y se mordisquea el labio.
—Por favor, Britt.
Niego con la cabeza.
—No voy a ir.
Suspira.
—Prométeme que estarás aquí cuando vuelva. Necesitamos aclarar esta mierda.
—Estaré aquí—le aseguro.
Estoy desesperada por aclarar esta mierda. No voy a irme a ninguna parte.
—Gracias—susurra y apoya la frente en la mía y cierra los ojos.
La esperanza florece en mi interior.
Quiere «aclarar esta mierda».
Se levanta y, sin besarme siquiera, sale del dormitorio. Me quedo en la cama recuperándome de mi ridícula batalla física, preguntándome qué resultará de poner las cartas sobre la mesa y aclarar esta mierda. No me decido. No sé si confesarle lo que siento o esperar a ver qué tiene que decirme ella.
¿Qué dirá?
Hay tanto que aclarar...
¿Qué es «nosotras»?
¿Una aventura de alto voltaje o algo más?
Necesito que sea algo más, pero no puedo soportar sus exigencias y su manía de comportarse irracionalmente y pasar por encima de quien sea. Es agotador. La mirada de puro tormento que oscurecía su hermoso rostro es innegable.
¿Qué le rondará por esa mente tan compleja?
¿Por qué me necesita?
Tengo tantas preguntas...
Cierro los ojos e intento recobrar el aliento. Entro en una especie de coma por agotamiento. El teléfono que hay junto a la cama empieza a sonar y abro los ojos de golpe. «¡Rachel!» Me arrastro hasta el cabezal y contesto:
—Déjala subir, Clive.
Me pongo una camiseta y corro escaleras abajo. Abro la puerta justo cuando Rachel sale del ascensor. Me alegro mucho de verla, pero no entiendo por qué Santana piensa que necesito una niñera. Corro hacia ella y la abrazo con desesperación.
—¡Vaya! ¿Alguien se alegra de verme?—le devuelve el efusivo abrazo y hundo la cara entre sus negros cabellos. No me había dado cuenta de lo mucho que necesitaba verla—¿Vas a invitarme a entrar en el torreón o nos quedamos aquí plantadas?
La suelto.
—Perdona—me aparto el pelo de la cara—Estoy fatal, Rach. Y tú has vuelto a dejar que una tía rebusque entre mis cosas—añado con mala cara.
—Britt, apareció a las seis de la mañana y estuvo llamando a la puerta hasta que Quinn le abrió. La he dejado hacer porque no había forma de impedírselo. Esa mujer una rinoceronte, cuando queire.
—Es aún peor.
Me mira con cara de pena, me da la mano y me lleva al ático.
—No puedo creerme que viva aquí—masculla mirando hacia la cocina—Siéntate.
Señala un taburete. Tomo asiento y observo a Rachel mientras refresca el recuerdo que tiene de la impresionante cocina.
—No puedo ofrecerte té porque no tiene leche. La asistenta tiene el día libre.
—¿Tiene asistenta?—musita—Era de esperar—sacude la cabeza, va a la nevera y saca dos botellas de agua. Se sienta a mi lado—¿Qué pasa?
—¿Qué voy a hacer, Rach?—apoyo la cabeza entre las manos—No puedo creer que te haya hecho venir sólo para que no me marche.
—¿Y eso no te dice nada?
—¡Que es una controladora! ¡Es demasiado intensa!—miro a Rachel, que sonríe un poco. ¿Qué tiene de gracioso? Estoy hecha un lío—No sé qué hago con ella, en qué punto estamos.
—¿Se lo has dicho?—me pregunta, y arquea una ceja perfectamente depilada.
—No, no puedo.
—¿Por qué?—me suelta totalmente sorprendida.
—Rach, no sé qué soy para ella. Puede ser amable y cariñosa, decir cosas que no entiendo y, al minuto, ser brutal y fiera, dominante y exigente. ¡Intenta controlarme!—abro la botella de agua y le doy un trago para humedecerme la boca seca—Me manipula con sexo cuando no cumplo sus órdenes sin replicar, pasa por encima de quien sea, incluso de mí, para salirse con la suya. Raya en lo imposible. No, ¡es imposible!
Rachel me mira con los ojos marrones y brillantes llenos de compasión.
—Quinn me ha dicho que nunca había visto así a San. Por lo visto, es famosa por su carácter despreocupado.
Me echo a reír. Podría describir a Santana de muchas maneras, pero despreocupada no es una de ellas.
—Rach, no es así para nada, créeme.
—Está claro que sacas lo peor de ella—sonríe.
—Está claro—repito. ¿Despreocupada? ¡Qué chiste!—Ella también saca lo peor de mí. No le gusta nada que diga tacos, así que suelto más. Le supone un problema que muestre mis encantos a alguien que no sea ella, así que me pongo vestidos más cortos de lo normal. Me dice que no me emborrache, y yo voy y lo hago. No es sano, Rach. Tan pronto me dice que le encanta tenerme aquí como que soy el polvo del día. ¿Qué debo pensar?
—Pero sigues aquí—dice pensativa—Y no vas a conseguir respuestas si no haces las preguntas.
—Hago preguntas.
—¿Las correctas?
¿Cuáles son las preguntas correctas?
Miro a mi mejor amiga y me pregunto por qué no me saca del torreón y me esconde de Santana. La ha visto en acción... No hay duda de que eso es más que suficiente para que cualquier mejor amiga tome cartas en el asunto.
—¿Por qué no me dices que la mande a la mierda?—pregunto recelosa—¿Es porque te ha comprado una furgoneta?
—No seas idiota, Brittany. Le devolvería la furgoneta con gusto si me lo pidieras. Tú eres mucho más importante para mí. No te digo que la mandes a la mierda porque sé que no quieres hacerlo. Lo que tienes que hacer es decirle cómo te sientes y negociar niveles aceptables de «intensidad»—sonríe—Pero en la cama bien, ¿verdad?
Sonrío.
—Dijo que iba a asegurarse de que la necesitara siempre. Y lo ha hecho. La necesito de verdad, Rach.
—Habla con ella, Britt—me da un empujoncito en el hombro—No puedes seguir así—sacude la cabeza.
Es cierto que no puedo seguir así. Me meterán en un manicomio dentro de un mes. Mi corazón y mi cerebro se arrastran de un extremo al otro a cada hora. Ya no sé ni dónde tengo la cabeza ni dónde tengo el culo. Si tengo que servirle mi corazón en bandeja para que lo haga trizas, que así sea. Al menos sabré a qué atenerme.
Lo superaré... algún día... creo.
Me levanto.
—¿Me llevas a La Mansión?—le pregunto.
Necesito hacerlo ahora, antes de que me raje. Tengo que decirle cómo me siento.
Rachel salta del taburete.
—¡Sí!—exclama con entusiasmo—¡Me muero por ver ese sitio!
—Es un hotel, Rach—pongo los ojos en blanco pero la dejo disfrutar de su entusiasmo. Mi coche está en su casa, así que no puedo moverme sin ella—Dame cinco minutos.
Corro escaleras arriba para cambiarme y ponerme unos vaqueros y unas bailarinas, y estoy con Rachel en la puerta principal en tiempo récord. Envío a Santana un mensaje de texto rápido para decirle que voy para allá. Es hora de poner las cartas sobre la mesa.
¿Qué es eso?
Recorro el largo camino hasta los pies de la cama y salgo al descansillo, donde los ruidos son un poco más fuertes, aunque siguen sonando amortiguados. Miro a mí alrededor. No hay ninguna señal de Santana. Deduzco que debe de estar en la cocina, así que bajo la escalera. Pero al acercarme a la cocina, me paro y doy marcha atrás. Miro a través de la puerta de cristal del gimnasio, situada en ángulo antes de entrar en la cocina, y veo a Santana con unos pantalones cortos esprintando a toda pastilla en la cinta de correr. Eso explica el extraño golpeteo distante. Está corriendo de espaldas a mí. La firme piel de su espalda resplandece gracias a las gotas de sudor mientras ve las noticias en un televisor colgado frente a ella. Le dejo hacer. Ya le he fastidiado una carrera.
Voy a la cocina a llenar la cafetera y a prepararme un café. No es Starbucks, pero me servirá. El sonido familiar del tono de mi móvil invade la habitación y lo busco por la cocina. Está cargándose en la encimera. Lo cojo y lo desconecto del cargador. Es mi mamá. De repente me acuerdo de su llamada de ayer, esa que no le he devuelto aún... y que no tengo ningunas ganas, pero ningunas, de devolver. Mi buen humor se desvanece al instante.
—Hola, mamá—saludo alegremente pero con una mueca de aprensión en la cara.
Aquí viene el interrogatorio.
—¡Estás viva! Joseph, cancela la partida de búsqueda. ¡La he encontrado!
La idea de chiste de mi mamá hace que ponga los ojos en blanco. Obviamente, esperaba que ya le hubiera devuelto la llamada.
—Vale, mamá. ¿Qué quería Elaine?
—No tengo ni idea. No nos llamó ni una sola vez mientras estuvieron juntas. Me preguntó cómo estábamos y habló sobre el tiempo, ya sabes. Todo muy raro. ¿Por qué nos llamó, Britty?
—No lo sé, mamá.
Bostezo de aburrimiento. Sospecho que sí lo sé. Está intentando ganárselos.
—Mencionó que estabas con otra.
—¿Ah, sí?
Mi tono agudo deja claro que me ha pillado por sorpresa, y también que soy culpable. Maldita seas, Santana López, por interceptar mi móvil. Habría sido más fácil restar importancia a los chismes de Elaine si no tuviera que justificar también lo de la mujer misteriosa que cogió mi móvil ayer.
—Sí, dijo que estabas saliendo con alguien. Es muy pronto, Britty.
—No estoy saliendo con nadie, mamá.
Miro por encima del hombro para asegurarme de que todavía estoy sola. Estoy haciendo algo más que salir con alguien. Estoy enamorada.
—¿Quién era la mujer que contestó al móvil? Que sabemos que te gustan tantos las mujeres como los hombres.
—Ya te lo dije: es sólo una amiga.
¡Déjalo estar, por favor!
—Mejor. Eres joven, estás en Londres y recién salida de una relación de mierda. No caigas en los brazos de la primera persona que te preste un poco de atención.
Me pongo roja hasta la coronilla aunque no puede verme. No creo que lo que me da esta mujer pueda describirse como «un poco de atención».
Con tan sólo cuarenta y siete años y habiendo tenido a Sam a los dieciocho y a mí a los veintiuno, mi mamá se perdió todas las ventajas de ser joven en Londres. Aún no ha cumplido los cincuenta y ya está jubilada y viviendo en Newquay. Sé que no le gustaría saber que me están atrapando por medio de la lujuria.
—No lo haré, mamá. Sólo me estoy divirtiendo un montón—la tranquilizo. Me lo estoy pasando bomba, aunque que no como ella se imagina—¿Qué tal está papá?
—Ya sabes, loco por el golf, loco por el bádminton, loco por el cricket. Tiene que estar siempre haciendo mil cosas para no subirse por las paredes.
—Es mejor que pasarse el día con el culo pegado al sillón sin dar ni golpe—digo, y cojo una taza del armario. Me acerco al frigorífico.
—Montó un escándalo por tener que dejar la ciudad, pero yo sabía que se moriría al cabo de unos años si no lo sacaba de ahí. Ahora no para quieto. Siempre está metido en algo.
Abro el frigorífico. No hay leche.
—Es bueno que se mantenga activo, ¿no?
Me siento en el taburete sin ese café que tanta falta me hace.
—No me quejo. También ha perdido unos kilos.
—¿Cuántos?
Son buenas noticias. Todo el mundo decía que papá tenía todas las papeletas para sufrir un infarto: obeso, aficionado a la cerveza y con un trabajo estresante. Resultó que todo el mundo tenía razón.
—Casi siete kilos.
—Vaya, estoy impresionada.
—No más que yo, Britty. Entonces ¿hay novedades?
¡A manta!
—Pocas. Estoy hasta arriba de trabajo. He conseguido el siguiente proyecto del promotor del Lusso.
Tengo que hablar de trabajo. Se me va a caer el pelo si empieza a cotillear en mi vida social.
—¡Genial! Le enseñé a April las fotos en internet. ¡El ático!—suspira.
Sí, ahí estoy en este momento.
—Ya.
Necesito vino.
—¿Te imaginas vivir con tanto lujo? Tu papá y yo no estamos mal, pero no tiene nada que ver con esos niveles de riqueza.
—Es verdad—se acuerdo, lo de hablar de trabajo no ha ido como yo planeaba—¿A qué hora llega Sam mañana?
Tengo que cambiar de tema.
—A las nueve de la mañana. ¿Vendrás con él?
Me desplomo sobre la encimera. Casi ni me acordaba de la llegada de Sam. No he tenido oportunidad con la movida que tengo encima. Me siento culpable. Llevo seis meses sin verlo.
—No creo, mamá. Estoy muy ocupada—lloriqueo mientras le suplico mentalmente que lo entienda.
—Es una pena, pero lo comprendo. A lo mejor papá y yo vamos a verte cuando ya tengas piso.
Me están dando a entender que tengo que mover el culo. No he hecho nada al respecto.
—Eso sería genial—lo digo de corazón.
Me encantaría que mis padres volvieran a Londres a visitarme. No se han acercado desde que se mudaron, y sé que es porque en el fondo los dos tienen miedo de querer volver a vivir en el ajetreo y el bullicio de la ciudad.
—Estupendo. Se lo comentaré a tu papá. He de dejarte. Dale recuerdos a Rach.
—Lo haré, llamaré la semana que viene cuando Sam esté ahí—añado rápidamente antes de que cuelgue.
—Perfecto. Cuídate mucho, cariño.
—Adiós, mamá.
Doy un empujón al móvil por la encimera y hundo la cabeza entre las manos. Si ella supiera. A mi papá le daría otro infarto si se enterase del estado actual de mis asuntos, y mi mamá me obligaría a mudarme a Newquay. La única razón por la que mi papá no vino conduciendo hasta Londres cuando Elaine y yo rompimos fue porque mamá llamó a Rachel para averiguar si era verdad que yo estaba bien.
¿Qué pensarían si supieran que estoy liada con una mujer controladora, arrogante y neurótica que, según sus propias palabras, me está follando hasta hacerme perder el sentido?
El hecho de que sea superrica y la dueño del ático del Lusso no amortiguaría el golpe.
Por Dios, si mi mamá tiene una edad más cercana a la de Santana que yo.
Me doy la vuelta sobre el taburete cuando oigo un alboroto fuera de la cocina. Me levanto a investigar y doy un salto del susto que me llevo al ver los pechos de Santana envueltos en un top deportivo volando hacia mí.
¡Guau!
—Joder, estás aquí—me levanta del suelo y me pega a su pecho bañado en sudor—No estabas en la cama.
—No, estaba en la cocina—farfullo aturdida. Me está abrazando tan fuerte que me cuesta respirar—He visto que estabas corriendo y no he querido molestarte
Me revuelvo un poco para indicarle que me está ahogando. Me suelta y me deposita sobre mis pies. Con el rostro brillante, me da un repaso y el pánico desaparece un poco de su mirada. Me coge de los hombros y me mira a la cara.
—Sólo estaba en la cocina, San—repito.
Me mira como si fuera a desmayarse en cualquier momento.
Pero ¿qué le pasa?
Sacude un poco la cabeza, como si estuviera intentando borrar un pensamiento horrible, me coge en brazos, me lleva a la encimera y me sienta sobre el frío granito. Se abre camino entre mis muslos.
—¿Has dormido bien?
—Genial—¿Por qué tiene cara de haber recibido muy malas noticias?—¿Te encuentras bien?
Me regala una sonrisa de las que detienen el corazón. Me tranquilizo al instante.
—Me he despertado en mi cama contigo vestida de encaje. Es domingo, son las diez y media de la mañana y estás conmigo en mi cocina—me mira de arriba abajo—... vestida de encaje. Estoy genial.
—¿Ah, sí?
—Por supuesto—me levanta la barbilla y me planta un pico en los labios—Podría despertarme así todos los días. Eres preciosa, Britt-Britt.
—Tú también.
Me aparta el pelo de la cara y me mira con cariño.
—Bésame.
Satisfago su petición de inmediato. Tomo sus labios con calma y sigo las caricias lentas y delicadas de su lengua. Las dos gemimos de gusto a la vez.
Esto es la gloria.
Pero el estridente chirrido del móvil de Santana pone fin a nuestro momento íntimo. Gruñe y alarga el brazo por detrás de mí para cogerlo, sin dejar de besarme. Lo sujeta por encima de mi cabeza y mira la pantalla.
—No, ahora no...—protesta contra mis labios—Britt, tengo que cogerlo—se aparta de mí y contesta entre mis muslos. Deja la mano que le queda libre en mi cintura—¿Qué pasa, Finn?—empieza a morderse el labio—¿Y qué hace ahí?—me da un beso casto en los labios—No, voy para allá... sí... te veo dentro de un rato—cuelga y me estudia con atención unos segundos—Tengo que ir a La Mansión. Te vienes conmigo, Britt.
Retrocedo.
—¡No!—protesto.
¡No voy a dejar que sea Holly quien me baje del séptimo cielo de Santana!
Frunce el ceño.
—Quiero que vengas, Britt.
¡De ninguna manera!
Es domingo, no tengo que ir a trabajar y no voy a ir a La Mansión.
—Pero vas a estar trabajando—busco una buena excusa en mi cerebro para no tener que ir—Haz lo que tengas que hacer y nos vemos luego—intento que entre en razón.
—No. Te vienes—insiste con firmeza.
—No, no voy.
Trato de soltarme de su abrazo, pero no consigo ir a ninguna parte.
—¿Por qué no?
—Porque no—le espeto, y me gano una mirada furibunda.
No voy a empezar a despotricar contra Holly y a aburrirla con celos triviales. Rebusca en mi mirada.
—Britt, por favor. ¿Vas a hacer lo que te digo?
—¡No!—grito.
Cierra los ojos con el objetivo de no perder la paciencia, pero me da igual. Puede obligarme a muchas cosas, pero no pienso ir a La Mansión. Sigo sentada en la encimera, esperando a que Santana se desintegre ante mi desobediencia.
—Britt, ¿por qué te empeñas en complicar las cosas?
—¿Que yo complico las cosas?
La miro boquiabierta.
Es ella quien necesita un polvo para hacerla entrar en razón.
La tía alucina.
—Sí. Yo lo estoy intentando con todas mis fuerzas.
—¿Qué es lo que estás intentando? ¿Volverme loca? ¡Bueno lo estás consiguiendo!
Le doy un empellón y me voy como un rayo de la cocina mientras ella maldice y me sigue escaleras arriba.
—¡Está bien!—grita desde atrás—Me esperarás aquí. Volveré en cuanto pueda.
—¡Me voy a casa!—grito sin dejar de andar.
Me encierro en el cuarto de baño. No voy a quedarme aquí esperando a que vuelva. Ha sido razonable y ha aceptado mi negativa a acompañarla, pero sólo para rematarlo con un «Me esperarás aquí» y punto.
¡No pienso esperarla!
Me echo agua fría en la cara para intentar calmarme. Estoy de muy mal humor.
¿Por qué no me ha hecho la cuenta atrás?
Es lo que suele hacer cuando no me someto a sus órdenes.
La oigo hablar por teléfono en el dormitorio. Me pregunto a quién habrá llamado. Abro la puerta.
—Hasta ahora—cuelga y tira el móvil encima de la cama.
¿A quién le ha dicho «Hasta ahora»?
Se queda de pie dándome la espalda un buen rato, con la cabeza sobre el pecho. Está pensando, y de repente me siento una impostora. Al cabo de un rato, respira hondo y se vuelve hacia mí. Me observa un instante y se mete en el baño para darse una ducha. Me quedo en mitad de la habitación sin saber qué hacer. Está actuando de un modo muy extraño. No hay cuenta atrás ni manipulación.
¿Qué está pasando?
Ayer fue un día perfecto y ahora ha regresado la confusión. Parece que a fin de cuentas no ha hecho falta que apareciera Holly para bajarme del séptimo cielo de Santana. Me las he apañado yo solita.
Diez minutos después sigo jugueteando con los pulgares mientras intento decidir qué debo hacer ahora. Oigo que cierra el grifo de la ducha. Sale del baño y se mete en el vestidor sin dirigirme la palabra. Me preocupa su expresión de derrota, que también arrastra una nota de tristeza. Creo que quiero que explote o que inicie una cuenta atrás. No tengo ni idea de lo que le pasa por la cabeza, y es la sensación más frustrante del mundo.
Aparece en la puerta del vestidor.
—Tengo que irme, Britt—se lamenta. Parece muy atormentada—Rach viene para acá.
Frunzo el ceño.
—¿Por qué?
—Para que no te vayas.
Vuelve al vestidor y yo la sigo a toda prisa. Se pone unos vaqueros y me mira un segundo, pero no me aclara nada. Descuelga una camiseta negra, se la pone en un abrir y cerrar de ojos y a continuación se calza unas Converse.
—Me voy a casa—le digo, pero no me mira.
¿Qué le pasa?
Noto que mi mal genio se desinfla ante su pasotismo y, como no sé qué otra cosa hacer, empiezo a descolgar mi ropa de las perchas y a colocármela entre los brazos.
—¿Qué estás haciendo, Britt?—me quita la ropa y vuelve a colgarla—¡No vas a marcharte!—ruge.
—¡Claro que me marcho!—le grito, y vuelvo a descolgar las prendas de un tirón.
—¡Pon la puta ropa en su sitio, Britt!—me grita.
Oigo el sonido de la tela al rasgarse cuando lucho por quitármela de encima. Unos segundos después ya no tengo ropa en los brazos y me han echado del vestidor. Estoy sobre la cama, inmovilizada, resistiéndome a ella, desafiándola abiertamente, pero no consigo soltarme.
¡Como intente follarme gritaré!
—¡Cálmate, joder!—me grita, y me coge de la barbilla para obligarme a mirarla. Cierro los ojos con fuerza; jadeo y resoplo como un galgo de carreras. No voy a dejar que se sirva del sexo para manipularme—Abre los ojos, Britt.
—¡No!
Me comporto de manera infantil, pero sé que si la obedezco me consumirá la lujuria.
—¡Que los abras!
Me sacude la barbilla.
—¡No!
—¡Vale!—grita mientras sigo intentando soltarme—Escúchame, Brittany. No vas a ir a ninguna parte. Te lo he dicho una y otra vez, ¡así que empieza a metértelo en la cabeza!—cambia de postura para poder sujetarme con más fuerza—Me voy a La Mansión y, cuando vuelva, vamos a sentarnos y a hablar sobre nosotras.
Dejo de resistirme.
¿Hablar sobre nosotras?
¿Qué?
¿Una conversación como Dios manda sobre qué tipo de relación hay entre nosotras?
Me muero por saberlo.
—Las cartas sobre la mesa, Britt. Se acabaron las estupideces, las confesiones de borracha y el guardarte cosas para ti. ¿Lo has entendido?
Tiene la respiración pesada y habla con decisión. Es lo que he querido desde el principio: las cosas claras, poder entender nuestra relación.
Joder, estoy muy confundida.
Necesito saber qué es esto y luego, tal vez, pueda decidir si necesito poner distancia.
¿Y qué es eso de las confesiones de borracha y lo de que me guardo cosas?
Abro los ojos, y me recibe su mirada oscura. Me aprieta un poco menos la barbilla.
—Ven conmigo, te necesito conmigo, Britt—casi me lo suplica.
—¿Por qué?
—Porque sí. ¿Por qué no quieres venir?
Respiro hondo.
—No me siento cómoda en La Mansión.
Ahí la tiene, es la verdad. Debería ser capaz de adivinar el porqué. No puede ser tan tonta, y es mujer, nosotras intuimos ciertas cosas.
—¿Por qué no te sientes cómoda?
Vale. Es así de tonta, y no intuye nada.
—Porque no—respondo.
Frunce el entrecejo y se mordisquea el labio.
—Por favor, Britt.
Niego con la cabeza.
—No voy a ir.
Suspira.
—Prométeme que estarás aquí cuando vuelva. Necesitamos aclarar esta mierda.
—Estaré aquí—le aseguro.
Estoy desesperada por aclarar esta mierda. No voy a irme a ninguna parte.
—Gracias—susurra y apoya la frente en la mía y cierra los ojos.
La esperanza florece en mi interior.
Quiere «aclarar esta mierda».
Se levanta y, sin besarme siquiera, sale del dormitorio. Me quedo en la cama recuperándome de mi ridícula batalla física, preguntándome qué resultará de poner las cartas sobre la mesa y aclarar esta mierda. No me decido. No sé si confesarle lo que siento o esperar a ver qué tiene que decirme ella.
¿Qué dirá?
Hay tanto que aclarar...
¿Qué es «nosotras»?
¿Una aventura de alto voltaje o algo más?
Necesito que sea algo más, pero no puedo soportar sus exigencias y su manía de comportarse irracionalmente y pasar por encima de quien sea. Es agotador. La mirada de puro tormento que oscurecía su hermoso rostro es innegable.
¿Qué le rondará por esa mente tan compleja?
¿Por qué me necesita?
Tengo tantas preguntas...
Cierro los ojos e intento recobrar el aliento. Entro en una especie de coma por agotamiento. El teléfono que hay junto a la cama empieza a sonar y abro los ojos de golpe. «¡Rachel!» Me arrastro hasta el cabezal y contesto:
—Déjala subir, Clive.
Me pongo una camiseta y corro escaleras abajo. Abro la puerta justo cuando Rachel sale del ascensor. Me alegro mucho de verla, pero no entiendo por qué Santana piensa que necesito una niñera. Corro hacia ella y la abrazo con desesperación.
—¡Vaya! ¿Alguien se alegra de verme?—le devuelve el efusivo abrazo y hundo la cara entre sus negros cabellos. No me había dado cuenta de lo mucho que necesitaba verla—¿Vas a invitarme a entrar en el torreón o nos quedamos aquí plantadas?
La suelto.
—Perdona—me aparto el pelo de la cara—Estoy fatal, Rach. Y tú has vuelto a dejar que una tía rebusque entre mis cosas—añado con mala cara.
—Britt, apareció a las seis de la mañana y estuvo llamando a la puerta hasta que Quinn le abrió. La he dejado hacer porque no había forma de impedírselo. Esa mujer una rinoceronte, cuando queire.
—Es aún peor.
Me mira con cara de pena, me da la mano y me lleva al ático.
—No puedo creerme que viva aquí—masculla mirando hacia la cocina—Siéntate.
Señala un taburete. Tomo asiento y observo a Rachel mientras refresca el recuerdo que tiene de la impresionante cocina.
—No puedo ofrecerte té porque no tiene leche. La asistenta tiene el día libre.
—¿Tiene asistenta?—musita—Era de esperar—sacude la cabeza, va a la nevera y saca dos botellas de agua. Se sienta a mi lado—¿Qué pasa?
—¿Qué voy a hacer, Rach?—apoyo la cabeza entre las manos—No puedo creer que te haya hecho venir sólo para que no me marche.
—¿Y eso no te dice nada?
—¡Que es una controladora! ¡Es demasiado intensa!—miro a Rachel, que sonríe un poco. ¿Qué tiene de gracioso? Estoy hecha un lío—No sé qué hago con ella, en qué punto estamos.
—¿Se lo has dicho?—me pregunta, y arquea una ceja perfectamente depilada.
—No, no puedo.
—¿Por qué?—me suelta totalmente sorprendida.
—Rach, no sé qué soy para ella. Puede ser amable y cariñosa, decir cosas que no entiendo y, al minuto, ser brutal y fiera, dominante y exigente. ¡Intenta controlarme!—abro la botella de agua y le doy un trago para humedecerme la boca seca—Me manipula con sexo cuando no cumplo sus órdenes sin replicar, pasa por encima de quien sea, incluso de mí, para salirse con la suya. Raya en lo imposible. No, ¡es imposible!
Rachel me mira con los ojos marrones y brillantes llenos de compasión.
—Quinn me ha dicho que nunca había visto así a San. Por lo visto, es famosa por su carácter despreocupado.
Me echo a reír. Podría describir a Santana de muchas maneras, pero despreocupada no es una de ellas.
—Rach, no es así para nada, créeme.
—Está claro que sacas lo peor de ella—sonríe.
—Está claro—repito. ¿Despreocupada? ¡Qué chiste!—Ella también saca lo peor de mí. No le gusta nada que diga tacos, así que suelto más. Le supone un problema que muestre mis encantos a alguien que no sea ella, así que me pongo vestidos más cortos de lo normal. Me dice que no me emborrache, y yo voy y lo hago. No es sano, Rach. Tan pronto me dice que le encanta tenerme aquí como que soy el polvo del día. ¿Qué debo pensar?
—Pero sigues aquí—dice pensativa—Y no vas a conseguir respuestas si no haces las preguntas.
—Hago preguntas.
—¿Las correctas?
¿Cuáles son las preguntas correctas?
Miro a mi mejor amiga y me pregunto por qué no me saca del torreón y me esconde de Santana. La ha visto en acción... No hay duda de que eso es más que suficiente para que cualquier mejor amiga tome cartas en el asunto.
—¿Por qué no me dices que la mande a la mierda?—pregunto recelosa—¿Es porque te ha comprado una furgoneta?
—No seas idiota, Brittany. Le devolvería la furgoneta con gusto si me lo pidieras. Tú eres mucho más importante para mí. No te digo que la mandes a la mierda porque sé que no quieres hacerlo. Lo que tienes que hacer es decirle cómo te sientes y negociar niveles aceptables de «intensidad»—sonríe—Pero en la cama bien, ¿verdad?
Sonrío.
—Dijo que iba a asegurarse de que la necesitara siempre. Y lo ha hecho. La necesito de verdad, Rach.
—Habla con ella, Britt—me da un empujoncito en el hombro—No puedes seguir así—sacude la cabeza.
Es cierto que no puedo seguir así. Me meterán en un manicomio dentro de un mes. Mi corazón y mi cerebro se arrastran de un extremo al otro a cada hora. Ya no sé ni dónde tengo la cabeza ni dónde tengo el culo. Si tengo que servirle mi corazón en bandeja para que lo haga trizas, que así sea. Al menos sabré a qué atenerme.
Lo superaré... algún día... creo.
Me levanto.
—¿Me llevas a La Mansión?—le pregunto.
Necesito hacerlo ahora, antes de que me raje. Tengo que decirle cómo me siento.
Rachel salta del taburete.
—¡Sí!—exclama con entusiasmo—¡Me muero por ver ese sitio!
—Es un hotel, Rach—pongo los ojos en blanco pero la dejo disfrutar de su entusiasmo. Mi coche está en su casa, así que no puedo moverme sin ella—Dame cinco minutos.
Corro escaleras arriba para cambiarme y ponerme unos vaqueros y unas bailarinas, y estoy con Rachel en la puerta principal en tiempo récord. Envío a Santana un mensaje de texto rápido para decirle que voy para allá. Es hora de poner las cartas sobre la mesa.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Uuuuuuuyy se esta poniendo buenooo!$___$ quiero otro caap:ccc gghfxhg ahora.
Saludooooos;)
Saludooooos;)
Susii********-*- - Mensajes : 902
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
san y su síndrome de sobre protección!!!!
bueno ya tiene a britt en su dep,... a ver que pasa con esa charla,...
mmmm britt en la mansión?????
nos vemos!!!!
san y su síndrome de sobre protección!!!!
bueno ya tiene a britt en su dep,... a ver que pasa con esa charla,...
mmmm britt en la mansión?????
nos vemos!!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Susii escribió:Uuuuuuuyy se esta poniendo buenooo!$___$ quiero otro caap:ccc gghfxhg ahora.
Saludooooos;)
Hola, jajaajajajajaaj "ahora" que tu lo pusiste no se pudo xD pero al leerlo yo ese "ahora" fue ahora po jajaajaj asik aquí otro cap! Saludos =D
3:) escribió:holap morra,...
san y su síndrome de sobre protección!!!!
bueno ya tiene a britt en su dep,... a ver que pasa con esa charla,...
mmmm britt en la mansión?????
nos vemos!!!!
Hola lu, jajajaajajajaja, no lo puede evitar no¿? jajaajajajaja.Jjajaajajaa esperemos y se quede... ademas de la conversa jaajajaj. =o Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 36
Capitulo 36
Salimos al sol de la tarde del domingo, pero no veo a Margo Junior. Busco la furgoneta rosa en el aparcamiento, a pesar de que no es fácil que el enorme montón de metal pase desapercibido.
—Espero que no te importe—Rachel suelta una risita nerviosa justo cuando veo mi Mini aparcado en una de las plazas de Santana con la capota bajada.
—¡Serás zorra!
Pasa de mi insulto
—No me mires así, Brittany Pierce. Si no lo sacara yo, se pasaría la eternidad aparcado en la puerta de casa. Qué desperdicio.
Las luces parpadean y extiendo la mano para que me dé las llaves, cosa que hace de mala gana y con un bufido. Conducimos hacia Surrey Hills debatiendo sobre las ventajas de las personas dominantes. Ambas llegamos a la misma conclusión: sí al sexo y no a los demás aspectos de la relación. El problema es que Santana se las ingenia para meter el sexo en todos los aspectos de nuestra relación y lo usa, en general, para salirse con la suya. Y da la sensación de que yo no soy capaz de decir que no, así que estoy condenada. Puede que dentro de una hora todo haya terminado. Sólo de pensarlo me duele el estómago como nunca, pero tengo que ser sensata. Ya estoy metida hasta el cuello.
Salgo de la carretera principal y cojo el desvío hacia las puertas de hierro. Se abren de inmediato para dejarme pasar.
—¡Madre mía!—exclama Rachel cuando avanzamos por el camino de grava flanqueado de árboles. Ya está boquiabierta y ni siquiera ha visto la casa todavía. Llegamos al patio. Hay mucha gente—¡La madre que me parió!—la mandíbula le llega al suelo al descubrir la imponente casa. Se inclina hacia adelante en el asiento—¿Santana es la dueña de esto?
—Sí. Ahí está el coche de Quinn—aparco junto al Porsche.
—No me puedo creer que venga a comer aquí—farfulla, y se acerca a mi lado del coche—¡La madre que me parió!
Me río ante el asombro de Rachel, que no suele sorprenderse fácilmente. La llevo hacia los escalones de la entrada, donde me imagino que Finn saldrá a recibirnos, pero no es así. Las puertas están entreabiertas y las franqueo. Me vuelvo hacia Rachel, que lo mira todo boquiabierta y pasmada. Los ojos se le salen de las órbitas ante lo espléndido del lugar.
—Rach, te va a entrar una mosca en la boca—la regaño de broma.
—Lo siento—la cierra—Este lugar es muy elegante.
—Ya lo sé.
—Quiero que me lo enseñes—dice, y alza la cabeza para mirar a lo alto de la escalera.
—Que te lo enseñe Quinn—le contesto—, yo necesito ver a San.
Dejo atrás el restaurante y me dirijo hacia el bar, donde me encuentro a Quinn y a Noah. Quinn me lanza una gran sonrisa picarona y le da un trago a su cerveza, pero la escupe al ver a Rachel detrás de mí.
—¡Joder! ¿Qué estás haciendo aquí?
Noah se vuelve, ve a Rachel y se echa a reír a carcajadas. Frunzo el ceño. A Rachel no parece hacerle gracia.
—Yo también me alegro de verte, Lucy—le escupe indignada a una Quinn estupefacta.
Quinn deja de inmediato la cerveza en la barra y coge un taburete.
—Siéntate.
Da palmaditas sobre el asiento y mira a Noah con preocupación.
—¡No me des órdenes, Quinn Fabray!
Su cara de enfado da miedo. Nunca he visto a Quinn tan nerviosa.
¿Estará ocultando algo?
¿A la chica del Starbucks, tal vez?
Vuelve a darle golpecitos al asiento del taburete y sonríe a Rachel con nerviosismo.
—Por favor, Rach.
Mi amiga se acerca y pone el culo en el taburete. Quinn se lo acerca aún más. Pronto estará sentada en sus rodillas.
—Invítame a una copa—le ordena con una media sonrisa.
—Sólo una—hace un gesto a Artie. Jesús, si está sudando—¿Britt?
—No, gracias. Voy a buscar a San—miro por encima del hombro y empiezo a caminar hacia atrás.
—¿Sabe que estás aquí?—pregunta Quinn estupefact.
¿Qué le pasa?
—Le he enviado un mensaje—miro en torno al bar y veo muchas caras que me suenan de mi última visita a La Mansión. Me alegro de no ver a Holly, aunque eso no significa nada. Podría estar en cualquier rincón del complejo—Pero no me ha contestado—añado.
Sólo ahora me doy cuenta de que es muy raro. Quinn le dirige a Noah una mirada muy inquieta, y él se ríe todavía más.
—Espera aquí. Iré a buscarla.
—Sé dónde está su despacho—digo con el ceño fruncido.
—Britt, tú espera aquí, ¿vale?—la expresión de Quinn es de puro pánico. Algo me huele muy mal. Lanza a Rachel una mirada muy seria cuando se levanta—No te muevas.
—¿Cuánto has bebido?—le pregunta Rachel mirando el botellín de cerveza
¿Rachel también ha notado lo incómoda que parece?
—Ésta es la primera, créeme. Voy a buscar a San y luego nos vamos.
Estudia el bar con inquietud.
Vale, ahora estoy convencida de que está ocultando algo o a alguien. Empiezo a desear que Holly estuviera aquí, porque entonces sabría con total seguridad que no está con Santana. Se me han puesto los pelos como escarpias.
Se va corriendo y nos deja a Rachel y a mí intercambiando miradas de perplejidad.
—Disculpen, señoritas—Noah se levanta—La llamada de la naturaleza.
Nos deja en el bar como si le sobrásemos.
—A la mierda—exclama Rachel, y me coge de la mano—Enséñame la mansión.
Tira de mí en dirección a la entrada.
—Pero rápido—me adelanto y la llevo hacia la enorme escalinata—Te enseñaré las habitaciones en las que estoy trabajando.
Llegamos al descansillo y las exclamaciones de Rachel se hacen más frecuentes a medida que va asimilando la opulencia y el esplendor de La Mansión.
—Esto es el no va más—masculla mirando a todas partes admirada.
—Lo sé. La heredó de su tío a los veintiún años.
—¿A los veintiuno?
—Ajá.
—¡Guau!—suelta Rachel.
Miró hacia atrás y la veo embobada con la vidriera que hay al pie del segundo tramo de escalera.
—Por aquí—le indico. Atravieso el arco que lleva a las habitaciones de la nueva ala y Rachel corre tras de mí—Hay diez en total.
Me sigue hasta el centro de la habitación sin dejar de mirar a todas partes. No puedo negar que son realmente impresionantes, incluso vacías. Cuando estén terminadas serán dignas de la realeza.
¿Conseguiré acabarlas?
Después de «aclarar esta mierda» puede que no vuelva a ver este lugar. Tampoco es que me apene la idea. No me gusta venir aquí.
Me adentro más en la habitación y sigo la mirada de Rachel hacia la pared que hay detrás de la puerta.
Pero ¿qué diablos...?
—¿Qué es eso?—Rachel hace la pregunta que me ronda la cabeza.
—No lo sé, antes no estaba ahí.
Recorro con la mirada la enorme cruz de madera que se apoya contra la pared. Tiene unos tornillos gigantes de hierro forjado negro en las esquinas. Es un poco imponente, pero sigue siendo una obra de arte.
—Debe de ser uno de los apliques de buen tamaño de los que hablaba San.
Me acerco a la pieza y paso la mano por la madera pulida. Es espectacular, aunque un poco intimidante.
—Huy, perdón, señoritas—las dos nos volvemos a la vez y vemos a un hombre de mediana edad con una lijadora en una mano y un café en la otra—Ha quedado bien, ¿verdad?—señala la cruz con la lijadora y bebe un sorbo de café—Estoy comprobando el tamaño antes de hacer las demás.
—¿Lo ha hecho usted?—pregunto con incredulidad.
—Sí—se ríe y se coloca junto a la cruz, a mi lado.
—Es impresionante—musito.
Encajará a la perfección con la cama que he diseñado y que tanto le gustó a Santana.
—Gracias, señorita—dice con orgullo.
Me doy la vuelta y veo a Rachel observando la obra de arte con el ceño fruncido.
—Lo dejamos en paz.
Hago a Rachel una señal con la cabeza para que me siga y ella dedica una sonrisa al trabajador antes de salir de la habitación. Caminamos de nuevo por el descansillo.
—No lo pillo—refunfuña.
—Es arte, Rach—me río.
No es rosa ni cursi, así que no me sorprende que no le guste. Nuestros gustos son muy distintos.
—¿Qué hay ahí arriba?
Sigo su mirada hacia el tercer piso y me detengo junto a ella. Las puertas intimidantes están entornadas.
—No lo sé. Puede que sea un salón para eventos.
Rachel sube la escalera.
—Vamos a verlo.
—¡Rach!—corro detrás de ella. Quiero encontrar a Santana. Cuanto más tiempo tarde en hablar con ella, más tiempo tendré para convencerme de no hacerlo—Vamos, Rach.
—Sólo quiero echar un vistazo—dice, y abre las puertas—¡Joder!—chilla—Britt, mira esto.
Vale, me ha picado la curiosidad con ganas. Subo corriendo los peldaños que me quedan y entro en el salón para eventos, derrapo y me paro en seco junto a Rachel.
Joder.
—¡Perdonen!
Nos volvemos en dirección a una mujer con acento extranjero. Una señora regordeta que lleva trapos y espray anti-bacterias en las manos se bambolea hacia nosotras.
—No, no, no. Yo limpio. El salón comunitario está cerrado para limpieza—nos empuja hacia la puerta.
—Relájese, señora—Rachel se ríe—Su novia es la dueña.
La pobre mujer retrocede ante la brusquedad de Rachel y me mira de arriba abajo antes de hacerme una venia con la cabeza.
—Lo siento—se guarda el espray en el delantal y me coge las manos entre los dedos arrugados y morenos—La señora López no dijo que usted venir.
Me muevo con nerviosismo al ver el pánico que invade a la mujer y lanzo a Rachel una mirada de enfado, pero no se da cuenta. Está muy ocupada curioseando la colosal habitación. Sonrío para tranquilizar a la limpiadora española, a la que nuestra presencia ha puesto en un compromiso.
—No pasa nada—le aseguro.
Me hace otra reverencia y se aparta a un lado para que Rachel y yo nos hagamos una idea de dónde estamos. Lo primero que me llama la atención es lo hermoso que es el salón. Al igual que el resto de la casa, los materiales y los muebles son una belleza. El espacio es inmenso, más de la mitad de la planta y, cuando me fijo con atención, veo que da la vuelta sobre sí mismo y rodea la escalera. Hemos entrado por el centro del salón, así que es aún más grande de lo que pensaba. El techo es alto y abovedado, con vigas de madera que lo cruzan de principio a fin y elaborados candelabros de oro, que ofrecen una luz difusa, entre ellas. Tres ventanas georgianas de guillotina dominan el salón. Están vestidas de carmesí y tienen contraventanas austriacas ribeteadas en yute dorado trenzado. Son kilómetros y kilómetros de seda dorada envuelta en trenzas carmesí sujetas a los lados por degradados dorados. Las paredes rojo profundo ofrecen un marcado contraste para las camas vestidas con extravagancia que rodean el salón.
¿Camas?
—Britt, algo me dice que esto no es un salón para eventos—susurra Rachel.
Se mueve hacia la derecha, pero yo me quedo helada en el sitio intentando comprender qué estoy viendo. Es un dormitorio inmenso y super-lujoso, el salón comunitario. En las paredes no hay cuadros, por eso hay espacio para varios marcos de metal, ganchos y estantes. Todos parecen objetos inocentes, como los tapices extravagantes, pero, a medida que mi mente empieza a recuperarse de la sorpresa, el significado del salón y sus contenidos empiezan a filtrarse en mi cerebro.
Un millón de razones intentan distraerme de la conclusión a la que estoy llegando poco a poco, pero no hay otra explicación para los artefactos y artilugios que me rodean. La reacción llega con retraso, pero llega.
—Me cago en la puta—musito.
—Cuidado con esa boca—su voz suave me envuelve.
Me vuelvo y la veo de pie detrás de mí, observándome en silencio con las manos en los bolsillos de los vaqueros y el rostro inexpresivo. Tengo la lengua bloqueada y busco en mi cerebro.
¿Qué puedo decir?
Me invaden un millón de recuerdos de las últimas semanas, de todas las veces que he pasado cosas por alto, que he ignorado detalles o, para ser exactos, que me han distraído de ellos. Cosas que ha dicho, cosas que otros han dicho, cosas que me parecieron raras pero sobre las que no indagué porque ella me distraía. Ha hecho todo lo posible por ocultarme esto.
¿Qué más me oculta?
Rachel aparece en mi visión periférica. No me hace falta mirarla para saber que probablemente la expresión de su rostro es parecida a la mía, pero no puedo apartar la mirada de Santana para comprobarlo. Mira un instante a Rachel y le sonríe, nerviosa. Quinn entra corriendo en el salón.
—¡Mierda! ¡Te dije que no te movieras!—le grita a Rachel con mirada furibunda—¡Maldita seas, Rach!
—Creo que será mejor que nos vayamos—dice Rachel con calma, se acerca a Quinn, lo coge de la mano y se la lleva del salón.
—Gracias.
Santana les hace un gesto de agradecimiento con la cabeza antes de volver a mirarme a mí. Tiene los hombros encogidos, señal de que está tensa. Parece muy preocupada.
Debería estarlo.
Oigo los susurros ahogados y enfadados de Rachel y de Quinn mientras bajan la escalera. Nos dejan solas en el salón comunitario.
El salón comunitario.
Ahora todo tiene sentido. El crucifijo que hay abajo no es arte para colgar en la pared. Esa cosa que parece una cuadrícula no es una antigüedad. Las mujeres que se contonean por el lugar como si vivieran aquí no son mujeres de negocios. Bueno, tal vez lo sean, pero no mientras están aquí.
Ay, Dios, ayúdame.
Los dientes de Santana empiezan a hacer de las suyas en su labio inferior. El pulso se me acelera a cada segundo que pasa. Esto explica esos ratos de humor pensativa que ha pasado estos últimos días. Debía de imaginarse que iba a descubrirlo.
¿Pensaba contármelo alguna vez?
Baja la mirada al suelo.
—Britt, ¿por qué no me has esperado en casa?
La sorpresa empieza a convertirse en ira cuando todas las piezas encajan.
¡Soy una idiota!
—Tú querías que viniera—le recuerdo.
—Pero no así.
—Te he enviado un mensaje. Te decía que estaba de camino.
Frunce el ceño.
—Britt, no he recibido ningún mensaje tuyo.
—¿Dónde está tú móvil?
—En mi despacho.
Voy a sacar mi móvil, pero entonces sus palabras de esta mañana regresan a mi cerebro.
—¿De esto era de lo que querías hablar?—pregunto.
No quería hablar de nosotras.
Quería hablar de esta mierda.
Levanta la mirada del suelo y la clava en mí. Está llena de arrepentimiento.
—Era hora de que lo supieras.
Abro aún más los ojos.
—No, hace mucho tiempo que debía saberlo.
Hago un giro de trescientos sesenta grados parar recordar dónde estoy. Sigo aquí, no cabe duda, y no estoy soñando.
—¡Joder!
—Cuidado con esa boca, Britt—me riñe con dulzura.
Me vuelvo otra vez para mirarla a la cara, alucinada.
—¡No te atrevas!—grito, y me golpeo la frente con la palma de la mano—¡Joder, joder, joder!
—Cuidado...
—¡No!—la paralizo con una mirada feroz—¡Santana, no te atrevas a decirme que tenga cuidado con lo que digo!—señalo el salón con un gesto—¡Mira!
—Ya lo veo, Britt—su voz es suave y tranquilizadora, pero no va a calmarme.
Estoy demasiado atónita.
—¿Por qué no me lo dijiste?
Dios mío, es una chula venido a más.
—Pensé que habrías comprendido el tipo de operaciones que se realizan en La Mansión en nuestra primera reunión, Britt. Cuando resultó evidente que no era así, se me hizo cada vez más difícil decírtelo.
Me duele la cabeza. Esto es como un puzle de mil piezas: cada una va encajando en su sitio, muy despacio. Yo le dije que tenía un hotel encantador. Debe de pensar que soy medio tonta. Dejó caer bastantes pistas con su lista de especificaciones, pero, como estaba tan distraída con ella, no pillé ni una.
¿Es la dueña de un club de sexo privado?
Es horrible.
¿Y el sexo?
Dios, el dichoso sexo. Es todo una experta fuera de serie, y no es por sus relaciones anteriores. Ella mismo me dijo que no tenía tiempo para relaciones.
Ahora ya sé por qué.
—Voy a marcharme ahora mismo y vas a dejar que me vaya—digo con toda la determinación que siento.
Está claro que he sido un juguete para ella. Estoy más que espesa, he perdido por completo la razón. Se muerde el labio con furia cuando paso junto a ella y bajo la escalera como una exhalación.
—Britt, espera—me suplica pisándome los talones.
Recuerdo la última vez que salí huyendo de aquí. No debería haber dejado de correr. Bloqueo su voz y me concentro en llegar a la entrada y en no caerme y romperme una pierna. Paso por los dormitorios del segundo piso y me doy otra bofetada mental.
—Britt-Britt, por favor.
Llego al pie de la escalera y me doy la vuelta para mirarla a la cara.
—¡Ni se te ocurra!—le grito. Retrocede, sorprendida—Vas a dejar que me vaya.
—Ni siquiera me has dado ocasión de explicarme—tiene los ojos abiertos de par en par y llenos de miedo. No es una expresión que haya visto nunca en ella—Por favor, deja que te lo explique.
—¿Explicarme el qué? ¡He visto todo lo que necesito ver!—grito—¡No es necesaria ninguna explicación! ¡Esto lo dice todo bien claro!
Se acerca a mí con la mano tendida.
—No tendrías que haberlo descubierto así.
De repente me doy cuenta de que hay público presenciando nuestra pequeña pelea. Quinn, Noah, Rachel y todos los que están en la entrada del bar nos miran incómodos, incluso con cara de pena. Finn está muy serio y no deja de mirar a Santana. Holly está claramente satisfecha de sí misma. Ahora sé que debe de haber interceptado mi mensaje en el teléfono de Santana. Ella ha abierto las puertas de entrada y la puerta de La Mansión.
Se ha salido con la suya.
Que se la quede.
No reconozco al hombre con aspecto de chulo insidioso que hay a su lado, pero me mira con cara de pocos amigos. Me doy cuenta de que se vuelve hacia Santana con gesto de desdén.
—Eres una gilipollas—le escupe a Santana por la espalda y con tono de verdadero odio.
¿Quién diablos es?
Finn lo coge del pescuezo y lo sacude un poco.
—Ya no eres miembro, hijo de puta. Te acompañaré a la salida.
La criatura altanera suelta una carcajada siniestra.
—Adelante. Parece que tu fulana ha visto la luz, López—sisea.
Los ojos de Santana se tornan más negros en un nanosegundo.
—Cierra la puta boca—ruge Finn—Anulamos su carnet de socio—musita—A alguien se le ha ido de las manos.
El hombre dirige su mirada fría de nuevo hacia mí.
—Coge lo que quiere y deja un reguero de mierda a su paso—gruñe. Sus palabras me golpean hasta dejarme sin aliento. Santana se tensa de pies a cabeza—Folla con todas y las deja bien jodidas.
Vuelvo a mirar a Santana. Sus ojos siguen negros y parece que le pesa la arruga de la frente.
—¿Por qué?—le pregunto.
No sé por qué se lo pregunto. No va a suponer ninguna diferencia. Pero siento que me merezco una explicación.
—Folla con todas, una sola vez, y las deja bien jodidas.
—No lo escuches, Britt—Santana da un paso al frente.
Tiene la mandíbula tan apretada que se la va a romper.
—Pregúntale cómo está mi mujer—escupe el desgraciado—Le hizo lo mismo que les hace a todas. Los esposos o las esposas y la conciencia no se interponen en su camino.
Y eso basta para que Santana pierda la paciencia. Se da la vuelta y se lanza contra el hombre como una bala, se lo quita a Finn de entre las manos y lo tira contra el suelo de parquet con gran estrépito. Quinn aparta a Rachel y se oyen unos cuantos gritos ahogados, mientras todo el mundo ve a Santana pegarle al tipo la paliza de su vida. No me siento inclinada a gritarle que pare, a pesar de que parece que podría matarlo o él matarla a ella, pero sé que si intenta mover un dedo contra Santana, Finn lo mata.
Salgo de La Mansión y me meto en el coche. Rachel vuela por los escalones y corre hacia mí. Se mete en el coche pero no dice nada. Cuando llegamos a las puertas, se abren sin que tenga que pararme. Me sorprende, estaba preparada para pisar el acelerador y echarlas abajo.
—Quinn—dice Rachel cuando la miro—Dice que lo mejor será que nos larguemos de aquí.
No me había parado a pensar, hasta ahora, que Rachel tampoco sabía nada de todo esto. Parece la Rachel tranquila de siempre, la que se toma las cosas como vienen.
Yo, sin embargo, voy en barrena hacia el infierno.
—Espero que no te importe—Rachel suelta una risita nerviosa justo cuando veo mi Mini aparcado en una de las plazas de Santana con la capota bajada.
—¡Serás zorra!
Pasa de mi insulto
—No me mires así, Brittany Pierce. Si no lo sacara yo, se pasaría la eternidad aparcado en la puerta de casa. Qué desperdicio.
Las luces parpadean y extiendo la mano para que me dé las llaves, cosa que hace de mala gana y con un bufido. Conducimos hacia Surrey Hills debatiendo sobre las ventajas de las personas dominantes. Ambas llegamos a la misma conclusión: sí al sexo y no a los demás aspectos de la relación. El problema es que Santana se las ingenia para meter el sexo en todos los aspectos de nuestra relación y lo usa, en general, para salirse con la suya. Y da la sensación de que yo no soy capaz de decir que no, así que estoy condenada. Puede que dentro de una hora todo haya terminado. Sólo de pensarlo me duele el estómago como nunca, pero tengo que ser sensata. Ya estoy metida hasta el cuello.
Salgo de la carretera principal y cojo el desvío hacia las puertas de hierro. Se abren de inmediato para dejarme pasar.
—¡Madre mía!—exclama Rachel cuando avanzamos por el camino de grava flanqueado de árboles. Ya está boquiabierta y ni siquiera ha visto la casa todavía. Llegamos al patio. Hay mucha gente—¡La madre que me parió!—la mandíbula le llega al suelo al descubrir la imponente casa. Se inclina hacia adelante en el asiento—¿Santana es la dueña de esto?
—Sí. Ahí está el coche de Quinn—aparco junto al Porsche.
—No me puedo creer que venga a comer aquí—farfulla, y se acerca a mi lado del coche—¡La madre que me parió!
Me río ante el asombro de Rachel, que no suele sorprenderse fácilmente. La llevo hacia los escalones de la entrada, donde me imagino que Finn saldrá a recibirnos, pero no es así. Las puertas están entreabiertas y las franqueo. Me vuelvo hacia Rachel, que lo mira todo boquiabierta y pasmada. Los ojos se le salen de las órbitas ante lo espléndido del lugar.
—Rach, te va a entrar una mosca en la boca—la regaño de broma.
—Lo siento—la cierra—Este lugar es muy elegante.
—Ya lo sé.
—Quiero que me lo enseñes—dice, y alza la cabeza para mirar a lo alto de la escalera.
—Que te lo enseñe Quinn—le contesto—, yo necesito ver a San.
Dejo atrás el restaurante y me dirijo hacia el bar, donde me encuentro a Quinn y a Noah. Quinn me lanza una gran sonrisa picarona y le da un trago a su cerveza, pero la escupe al ver a Rachel detrás de mí.
—¡Joder! ¿Qué estás haciendo aquí?
Noah se vuelve, ve a Rachel y se echa a reír a carcajadas. Frunzo el ceño. A Rachel no parece hacerle gracia.
—Yo también me alegro de verte, Lucy—le escupe indignada a una Quinn estupefacta.
Quinn deja de inmediato la cerveza en la barra y coge un taburete.
—Siéntate.
Da palmaditas sobre el asiento y mira a Noah con preocupación.
—¡No me des órdenes, Quinn Fabray!
Su cara de enfado da miedo. Nunca he visto a Quinn tan nerviosa.
¿Estará ocultando algo?
¿A la chica del Starbucks, tal vez?
Vuelve a darle golpecitos al asiento del taburete y sonríe a Rachel con nerviosismo.
—Por favor, Rach.
Mi amiga se acerca y pone el culo en el taburete. Quinn se lo acerca aún más. Pronto estará sentada en sus rodillas.
—Invítame a una copa—le ordena con una media sonrisa.
—Sólo una—hace un gesto a Artie. Jesús, si está sudando—¿Britt?
—No, gracias. Voy a buscar a San—miro por encima del hombro y empiezo a caminar hacia atrás.
—¿Sabe que estás aquí?—pregunta Quinn estupefact.
¿Qué le pasa?
—Le he enviado un mensaje—miro en torno al bar y veo muchas caras que me suenan de mi última visita a La Mansión. Me alegro de no ver a Holly, aunque eso no significa nada. Podría estar en cualquier rincón del complejo—Pero no me ha contestado—añado.
Sólo ahora me doy cuenta de que es muy raro. Quinn le dirige a Noah una mirada muy inquieta, y él se ríe todavía más.
—Espera aquí. Iré a buscarla.
—Sé dónde está su despacho—digo con el ceño fruncido.
—Britt, tú espera aquí, ¿vale?—la expresión de Quinn es de puro pánico. Algo me huele muy mal. Lanza a Rachel una mirada muy seria cuando se levanta—No te muevas.
—¿Cuánto has bebido?—le pregunta Rachel mirando el botellín de cerveza
¿Rachel también ha notado lo incómoda que parece?
—Ésta es la primera, créeme. Voy a buscar a San y luego nos vamos.
Estudia el bar con inquietud.
Vale, ahora estoy convencida de que está ocultando algo o a alguien. Empiezo a desear que Holly estuviera aquí, porque entonces sabría con total seguridad que no está con Santana. Se me han puesto los pelos como escarpias.
Se va corriendo y nos deja a Rachel y a mí intercambiando miradas de perplejidad.
—Disculpen, señoritas—Noah se levanta—La llamada de la naturaleza.
Nos deja en el bar como si le sobrásemos.
—A la mierda—exclama Rachel, y me coge de la mano—Enséñame la mansión.
Tira de mí en dirección a la entrada.
—Pero rápido—me adelanto y la llevo hacia la enorme escalinata—Te enseñaré las habitaciones en las que estoy trabajando.
Llegamos al descansillo y las exclamaciones de Rachel se hacen más frecuentes a medida que va asimilando la opulencia y el esplendor de La Mansión.
—Esto es el no va más—masculla mirando a todas partes admirada.
—Lo sé. La heredó de su tío a los veintiún años.
—¿A los veintiuno?
—Ajá.
—¡Guau!—suelta Rachel.
Miró hacia atrás y la veo embobada con la vidriera que hay al pie del segundo tramo de escalera.
—Por aquí—le indico. Atravieso el arco que lleva a las habitaciones de la nueva ala y Rachel corre tras de mí—Hay diez en total.
Me sigue hasta el centro de la habitación sin dejar de mirar a todas partes. No puedo negar que son realmente impresionantes, incluso vacías. Cuando estén terminadas serán dignas de la realeza.
¿Conseguiré acabarlas?
Después de «aclarar esta mierda» puede que no vuelva a ver este lugar. Tampoco es que me apene la idea. No me gusta venir aquí.
Me adentro más en la habitación y sigo la mirada de Rachel hacia la pared que hay detrás de la puerta.
Pero ¿qué diablos...?
—¿Qué es eso?—Rachel hace la pregunta que me ronda la cabeza.
—No lo sé, antes no estaba ahí.
Recorro con la mirada la enorme cruz de madera que se apoya contra la pared. Tiene unos tornillos gigantes de hierro forjado negro en las esquinas. Es un poco imponente, pero sigue siendo una obra de arte.
—Debe de ser uno de los apliques de buen tamaño de los que hablaba San.
Me acerco a la pieza y paso la mano por la madera pulida. Es espectacular, aunque un poco intimidante.
—Huy, perdón, señoritas—las dos nos volvemos a la vez y vemos a un hombre de mediana edad con una lijadora en una mano y un café en la otra—Ha quedado bien, ¿verdad?—señala la cruz con la lijadora y bebe un sorbo de café—Estoy comprobando el tamaño antes de hacer las demás.
—¿Lo ha hecho usted?—pregunto con incredulidad.
—Sí—se ríe y se coloca junto a la cruz, a mi lado.
—Es impresionante—musito.
Encajará a la perfección con la cama que he diseñado y que tanto le gustó a Santana.
—Gracias, señorita—dice con orgullo.
Me doy la vuelta y veo a Rachel observando la obra de arte con el ceño fruncido.
—Lo dejamos en paz.
Hago a Rachel una señal con la cabeza para que me siga y ella dedica una sonrisa al trabajador antes de salir de la habitación. Caminamos de nuevo por el descansillo.
—No lo pillo—refunfuña.
—Es arte, Rach—me río.
No es rosa ni cursi, así que no me sorprende que no le guste. Nuestros gustos son muy distintos.
—¿Qué hay ahí arriba?
Sigo su mirada hacia el tercer piso y me detengo junto a ella. Las puertas intimidantes están entornadas.
—No lo sé. Puede que sea un salón para eventos.
Rachel sube la escalera.
—Vamos a verlo.
—¡Rach!—corro detrás de ella. Quiero encontrar a Santana. Cuanto más tiempo tarde en hablar con ella, más tiempo tendré para convencerme de no hacerlo—Vamos, Rach.
—Sólo quiero echar un vistazo—dice, y abre las puertas—¡Joder!—chilla—Britt, mira esto.
Vale, me ha picado la curiosidad con ganas. Subo corriendo los peldaños que me quedan y entro en el salón para eventos, derrapo y me paro en seco junto a Rachel.
Joder.
—¡Perdonen!
Nos volvemos en dirección a una mujer con acento extranjero. Una señora regordeta que lleva trapos y espray anti-bacterias en las manos se bambolea hacia nosotras.
—No, no, no. Yo limpio. El salón comunitario está cerrado para limpieza—nos empuja hacia la puerta.
—Relájese, señora—Rachel se ríe—Su novia es la dueña.
La pobre mujer retrocede ante la brusquedad de Rachel y me mira de arriba abajo antes de hacerme una venia con la cabeza.
—Lo siento—se guarda el espray en el delantal y me coge las manos entre los dedos arrugados y morenos—La señora López no dijo que usted venir.
Me muevo con nerviosismo al ver el pánico que invade a la mujer y lanzo a Rachel una mirada de enfado, pero no se da cuenta. Está muy ocupada curioseando la colosal habitación. Sonrío para tranquilizar a la limpiadora española, a la que nuestra presencia ha puesto en un compromiso.
—No pasa nada—le aseguro.
Me hace otra reverencia y se aparta a un lado para que Rachel y yo nos hagamos una idea de dónde estamos. Lo primero que me llama la atención es lo hermoso que es el salón. Al igual que el resto de la casa, los materiales y los muebles son una belleza. El espacio es inmenso, más de la mitad de la planta y, cuando me fijo con atención, veo que da la vuelta sobre sí mismo y rodea la escalera. Hemos entrado por el centro del salón, así que es aún más grande de lo que pensaba. El techo es alto y abovedado, con vigas de madera que lo cruzan de principio a fin y elaborados candelabros de oro, que ofrecen una luz difusa, entre ellas. Tres ventanas georgianas de guillotina dominan el salón. Están vestidas de carmesí y tienen contraventanas austriacas ribeteadas en yute dorado trenzado. Son kilómetros y kilómetros de seda dorada envuelta en trenzas carmesí sujetas a los lados por degradados dorados. Las paredes rojo profundo ofrecen un marcado contraste para las camas vestidas con extravagancia que rodean el salón.
¿Camas?
—Britt, algo me dice que esto no es un salón para eventos—susurra Rachel.
Se mueve hacia la derecha, pero yo me quedo helada en el sitio intentando comprender qué estoy viendo. Es un dormitorio inmenso y super-lujoso, el salón comunitario. En las paredes no hay cuadros, por eso hay espacio para varios marcos de metal, ganchos y estantes. Todos parecen objetos inocentes, como los tapices extravagantes, pero, a medida que mi mente empieza a recuperarse de la sorpresa, el significado del salón y sus contenidos empiezan a filtrarse en mi cerebro.
Un millón de razones intentan distraerme de la conclusión a la que estoy llegando poco a poco, pero no hay otra explicación para los artefactos y artilugios que me rodean. La reacción llega con retraso, pero llega.
—Me cago en la puta—musito.
—Cuidado con esa boca—su voz suave me envuelve.
Me vuelvo y la veo de pie detrás de mí, observándome en silencio con las manos en los bolsillos de los vaqueros y el rostro inexpresivo. Tengo la lengua bloqueada y busco en mi cerebro.
¿Qué puedo decir?
Me invaden un millón de recuerdos de las últimas semanas, de todas las veces que he pasado cosas por alto, que he ignorado detalles o, para ser exactos, que me han distraído de ellos. Cosas que ha dicho, cosas que otros han dicho, cosas que me parecieron raras pero sobre las que no indagué porque ella me distraía. Ha hecho todo lo posible por ocultarme esto.
¿Qué más me oculta?
Rachel aparece en mi visión periférica. No me hace falta mirarla para saber que probablemente la expresión de su rostro es parecida a la mía, pero no puedo apartar la mirada de Santana para comprobarlo. Mira un instante a Rachel y le sonríe, nerviosa. Quinn entra corriendo en el salón.
—¡Mierda! ¡Te dije que no te movieras!—le grita a Rachel con mirada furibunda—¡Maldita seas, Rach!
—Creo que será mejor que nos vayamos—dice Rachel con calma, se acerca a Quinn, lo coge de la mano y se la lleva del salón.
—Gracias.
Santana les hace un gesto de agradecimiento con la cabeza antes de volver a mirarme a mí. Tiene los hombros encogidos, señal de que está tensa. Parece muy preocupada.
Debería estarlo.
Oigo los susurros ahogados y enfadados de Rachel y de Quinn mientras bajan la escalera. Nos dejan solas en el salón comunitario.
El salón comunitario.
Ahora todo tiene sentido. El crucifijo que hay abajo no es arte para colgar en la pared. Esa cosa que parece una cuadrícula no es una antigüedad. Las mujeres que se contonean por el lugar como si vivieran aquí no son mujeres de negocios. Bueno, tal vez lo sean, pero no mientras están aquí.
Ay, Dios, ayúdame.
Los dientes de Santana empiezan a hacer de las suyas en su labio inferior. El pulso se me acelera a cada segundo que pasa. Esto explica esos ratos de humor pensativa que ha pasado estos últimos días. Debía de imaginarse que iba a descubrirlo.
¿Pensaba contármelo alguna vez?
Baja la mirada al suelo.
—Britt, ¿por qué no me has esperado en casa?
La sorpresa empieza a convertirse en ira cuando todas las piezas encajan.
¡Soy una idiota!
—Tú querías que viniera—le recuerdo.
—Pero no así.
—Te he enviado un mensaje. Te decía que estaba de camino.
Frunce el ceño.
—Britt, no he recibido ningún mensaje tuyo.
—¿Dónde está tú móvil?
—En mi despacho.
Voy a sacar mi móvil, pero entonces sus palabras de esta mañana regresan a mi cerebro.
—¿De esto era de lo que querías hablar?—pregunto.
No quería hablar de nosotras.
Quería hablar de esta mierda.
Levanta la mirada del suelo y la clava en mí. Está llena de arrepentimiento.
—Era hora de que lo supieras.
Abro aún más los ojos.
—No, hace mucho tiempo que debía saberlo.
Hago un giro de trescientos sesenta grados parar recordar dónde estoy. Sigo aquí, no cabe duda, y no estoy soñando.
—¡Joder!
—Cuidado con esa boca, Britt—me riñe con dulzura.
Me vuelvo otra vez para mirarla a la cara, alucinada.
—¡No te atrevas!—grito, y me golpeo la frente con la palma de la mano—¡Joder, joder, joder!
—Cuidado...
—¡No!—la paralizo con una mirada feroz—¡Santana, no te atrevas a decirme que tenga cuidado con lo que digo!—señalo el salón con un gesto—¡Mira!
—Ya lo veo, Britt—su voz es suave y tranquilizadora, pero no va a calmarme.
Estoy demasiado atónita.
—¿Por qué no me lo dijiste?
Dios mío, es una chula venido a más.
—Pensé que habrías comprendido el tipo de operaciones que se realizan en La Mansión en nuestra primera reunión, Britt. Cuando resultó evidente que no era así, se me hizo cada vez más difícil decírtelo.
Me duele la cabeza. Esto es como un puzle de mil piezas: cada una va encajando en su sitio, muy despacio. Yo le dije que tenía un hotel encantador. Debe de pensar que soy medio tonta. Dejó caer bastantes pistas con su lista de especificaciones, pero, como estaba tan distraída con ella, no pillé ni una.
¿Es la dueña de un club de sexo privado?
Es horrible.
¿Y el sexo?
Dios, el dichoso sexo. Es todo una experta fuera de serie, y no es por sus relaciones anteriores. Ella mismo me dijo que no tenía tiempo para relaciones.
Ahora ya sé por qué.
—Voy a marcharme ahora mismo y vas a dejar que me vaya—digo con toda la determinación que siento.
Está claro que he sido un juguete para ella. Estoy más que espesa, he perdido por completo la razón. Se muerde el labio con furia cuando paso junto a ella y bajo la escalera como una exhalación.
—Britt, espera—me suplica pisándome los talones.
Recuerdo la última vez que salí huyendo de aquí. No debería haber dejado de correr. Bloqueo su voz y me concentro en llegar a la entrada y en no caerme y romperme una pierna. Paso por los dormitorios del segundo piso y me doy otra bofetada mental.
—Britt-Britt, por favor.
Llego al pie de la escalera y me doy la vuelta para mirarla a la cara.
—¡Ni se te ocurra!—le grito. Retrocede, sorprendida—Vas a dejar que me vaya.
—Ni siquiera me has dado ocasión de explicarme—tiene los ojos abiertos de par en par y llenos de miedo. No es una expresión que haya visto nunca en ella—Por favor, deja que te lo explique.
—¿Explicarme el qué? ¡He visto todo lo que necesito ver!—grito—¡No es necesaria ninguna explicación! ¡Esto lo dice todo bien claro!
Se acerca a mí con la mano tendida.
—No tendrías que haberlo descubierto así.
De repente me doy cuenta de que hay público presenciando nuestra pequeña pelea. Quinn, Noah, Rachel y todos los que están en la entrada del bar nos miran incómodos, incluso con cara de pena. Finn está muy serio y no deja de mirar a Santana. Holly está claramente satisfecha de sí misma. Ahora sé que debe de haber interceptado mi mensaje en el teléfono de Santana. Ella ha abierto las puertas de entrada y la puerta de La Mansión.
Se ha salido con la suya.
Que se la quede.
No reconozco al hombre con aspecto de chulo insidioso que hay a su lado, pero me mira con cara de pocos amigos. Me doy cuenta de que se vuelve hacia Santana con gesto de desdén.
—Eres una gilipollas—le escupe a Santana por la espalda y con tono de verdadero odio.
¿Quién diablos es?
Finn lo coge del pescuezo y lo sacude un poco.
—Ya no eres miembro, hijo de puta. Te acompañaré a la salida.
La criatura altanera suelta una carcajada siniestra.
—Adelante. Parece que tu fulana ha visto la luz, López—sisea.
Los ojos de Santana se tornan más negros en un nanosegundo.
—Cierra la puta boca—ruge Finn—Anulamos su carnet de socio—musita—A alguien se le ha ido de las manos.
El hombre dirige su mirada fría de nuevo hacia mí.
—Coge lo que quiere y deja un reguero de mierda a su paso—gruñe. Sus palabras me golpean hasta dejarme sin aliento. Santana se tensa de pies a cabeza—Folla con todas y las deja bien jodidas.
Vuelvo a mirar a Santana. Sus ojos siguen negros y parece que le pesa la arruga de la frente.
—¿Por qué?—le pregunto.
No sé por qué se lo pregunto. No va a suponer ninguna diferencia. Pero siento que me merezco una explicación.
—Folla con todas, una sola vez, y las deja bien jodidas.
—No lo escuches, Britt—Santana da un paso al frente.
Tiene la mandíbula tan apretada que se la va a romper.
—Pregúntale cómo está mi mujer—escupe el desgraciado—Le hizo lo mismo que les hace a todas. Los esposos o las esposas y la conciencia no se interponen en su camino.
Y eso basta para que Santana pierda la paciencia. Se da la vuelta y se lanza contra el hombre como una bala, se lo quita a Finn de entre las manos y lo tira contra el suelo de parquet con gran estrépito. Quinn aparta a Rachel y se oyen unos cuantos gritos ahogados, mientras todo el mundo ve a Santana pegarle al tipo la paliza de su vida. No me siento inclinada a gritarle que pare, a pesar de que parece que podría matarlo o él matarla a ella, pero sé que si intenta mover un dedo contra Santana, Finn lo mata.
Salgo de La Mansión y me meto en el coche. Rachel vuela por los escalones y corre hacia mí. Se mete en el coche pero no dice nada. Cuando llegamos a las puertas, se abren sin que tenga que pararme. Me sorprende, estaba preparada para pisar el acelerador y echarlas abajo.
—Quinn—dice Rachel cuando la miro—Dice que lo mejor será que nos larguemos de aquí.
No me había parado a pensar, hasta ahora, que Rachel tampoco sabía nada de todo esto. Parece la Rachel tranquila de siempre, la que se toma las cosas como vienen.
Yo, sin embargo, voy en barrena hacia el infierno.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Queremos maraton,,,,,,,, porfaaaaa
Saludos
Saludos
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Joder yo sabia! Lo sabia ~(°-°)~ !!
Asi que Santana se ha metido con todas... lo sabia jskosjxjjlk yo lo se todo ajbsjxb saludines:3
Asi que Santana se ha metido con todas... lo sabia jskosjxjjlk yo lo se todo ajbsjxb saludines:3
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
maldita holly y re muy imbecil de santana, britt largate!!!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
san esta pagando por omitir datos,...
a ver si britt la escucha o de una vez la manda a la mierda jajaja
si que se pone bueno cuando san se pelea con alguien jajaja
nos vemos!!!!
san esta pagando por omitir datos,...
a ver si britt la escucha o de una vez la manda a la mierda jajaja
si que se pone bueno cuando san se pelea con alguien jajaja
nos vemos!!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Jane0_o escribió:Queremos maraton,,,,,,,, porfaaaaa
Saludos
Hola, jajajajajajaj bueno tengo caps adelantados, estas de suerte ajajaj. Saludos =D
Susii escribió:Joder yo sabia! Lo sabia ~(°-°)~ !!
Asi que Santana se ha metido con todas... lo sabia jskosjxjjlk yo lo se todo ajbsjxb saludines:3
Hola, jajajajajajajajaajajja "yo sabia! Lo sabia...lo sabia yo lo se todo" Jjajajajajaajajajajajajajajajaj XD mmm san, san, san... alguna explicación debe de tener no¿? jajaajajajaj. Saludos =D
micky morales escribió:maldita holly y re muy imbecil de santana, britt largate!!!!!!!!
Hola, jajajajaajajajajajajaaj holly se mete en todo, san no dice nada y britt... corre¿? jajaajajaj. Saludos =D
3:) escribió:holap morra,...
san esta pagando por omitir datos,...
a ver si britt la escucha o de una vez la manda a la mierda jajaja
si que se pone bueno cuando san se pelea con alguien jajaja
nos vemos!!!!
Hola lu, uff sip, y pagando caro no¿? =O jajajjaajaj lo mejor para ella no¿?... o para san xD jaajajajajajaj. Jajajajajajajajaajajajajajaj XD Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 37
Capitulo 37
Cruzo la puerta principal de casa de Rachel y subo la escalera hasta el departamento como una zombi. Bendita sea Rachel. No hace el menor intento por sonsacarme información. Me deja tirarme en el sofá hecha un mar de lágrimas y me trae una taza de té. Abro los ojos del susto cuando oigo que la puerta principal se cierra de un portazo. Rachel corre a la barandilla.
—Es Quinn—me tranquiliza al volver al salón.
—¿Tiene llave?—pregunto.
Rachel se encoge de hombros, pero esta pequeña noticia me hace sonreír para mis adentros.
¿Se la quitará en vista de los últimos acontecimientos?
Suena mi móvil y rechazo la llamada... otra vez.
Quinn aparece en el salón, tan nervioso como lo estaba en La Mansión. Las dos observamos su interpretación de un espectador de un partido de tenis. Su mirada salta de Rachel a mí unas cuantas veces. Se acerca a mi amiga y la saca del salón casi a rastras agarrándola por el codo.
—Tenemos que hablar—la apremia.
Estiro el cuello y veo que prácticamente la arroja al interior de su dormitorio y cierra de un portazo. Yo estoy tumbada en el sofá, con la taza de té apoyada en el estómago y los ojos cerrados, pero vuelvo a abrirlos muy pronto. Tengo las imágenes de Santana grabadas en mi mente y, con los ojos cerrados, sin ninguna otra distracción visual, las veo aún con más claridad. No voy a ser capaz de volver a dormir nunca más. El móvil vuelve a sonar. Lo cojo y le doy con fuerza al botón de rechazar, sin dejar de mirar al techo de escayola del salón. Nunca he sentido un dolor así. Es insoportable y no tiene alivio.
¿Es la dueña de un club de sexo?
¿Por qué?
¿Por qué no podía ser banquera o asesora financiera?
O... la dueña de un hotel. Sabía que algo no cuadraba, que había algo peligroso.
¿Por qué no me paré a pensar en ello?
Sé exactamente por qué: porque no se me permitió, porque no se me dio la oportunidad.
Me incorporo cuando oigo los gritos agudos de Rachel en el descansillo, seguidos de los tonos apaciguadores de Quinn, que está intentando calmarla. Mi amiga sale zumbando de su habitación con Quinn detrás. Intenta detenerla.
—Quítame las manos de encima, Lucy Quinn Fabray. Tiene que saberlo.
—Espera... Rach... ¡Aaaaayyyy! ¿Por qué coño has hecho eso?
Rachel aparta la rodilla de la entrepierna de Quinn y la deja hecho un ovillo en el suelo. Entra en el salón y se me queda mirando con sus ojos marrones.
—¿Qué?—pregunto con recelo.
¿Qué tengo que saber?
Lanza una mirada de odio a Quinn cuando ésta entra agarrándose la entrepierna. Me pregunto por qué Quinn parece tan arrepentida cuando es Rachel la que acaba de pegarle un rodillazo en el sexo. Ella señala una silla con muy malas maneras para ordenarle en silencio que se siente. Quinn cojea hasta llegar al asiento y se acomoda con un silbido de dolor.
—Britt, San viene de camino—me dice Rachel con calma.
No sé por qué ha elegido ese tono. A mí no me calma en absoluto. Trago saliva y miro a Quinn, que esquiva mi mirada sentada en la silla.
¿Quinn no quería decírmelo?
He sido una imbécil al pensar que Santana iba a ponérmelo fácil.
—¡Tengo que irme!—aúllo cuando mi maldito móvil empieza a sonar otra vez—¡Que te jodan!—le grito al puñetero trasto.
—Llévatela—Rachel se vuelve hacia Quinn—No está en condiciones de conducir.
—Ah, no. De eso nada—levanta las manos y sacude la cabeza—Tengo aprecio a mi vida. Además, necesito hablar contigo.
Todas damos un salto al oír un golpe familiar en la puerta. Tengo el corazón en la garganta y miro a Rachel. Quinn gime, y no por el dolor que le ha causado el rodillazo.
—Cerda chaquetera—masculla Rachel con enfado.
Tiene clavada en Quinn una mirada marrón y dura como el acero.
—¡Oye, que yo no le he dicho nada!—está muy a la defensiva—No hace falta ser un genio para imaginarse dónde está Britt.
—No le abras, Rach—le suplico.
Una combinación de distintos golpes llega desde la puerta principal. Dios, no quiero verla. Mis defensas no están lo bastante fuertes ahora mismo. Salto al oír otra serie de golpes, seguidos de un coro de bocinazos que proceden de todas partes.
—¡Por el amor de Dios!—grita Rachel, que echa a correr hacia la ventana—Mierda—sube la persiana y pega la cara al cristal.
—¿Qué?—me sitúo junto a ella. Sé que es Santana, pero ¿a qué viene tanto follón?—¡Mira!—grita Rachel al tiempo que señala la calle.
Me obligo a mirar hacia donde ella indica y veo el coche de Santana abandonado en mitad de la calzada, la puerta del conductor abierta y una cola de coches que no para de crecer detrás de él. Los conductores se ponen de mala leche y hacen sonar las bocinas para protestar. Se oye perfectamente desde aquí.
—¡Britt!—grita desde abajo.
Golpea la puerta unas cuantas veces más.
—¡Joder, Britt!—gruñe Rachel—¡Esa mujer es como un detonador con patas y tú acabas de apretar el botón!
Se va del salón. Corro tras ella.
—Yo no he apretado nada, Rach. ¡No abras la puerta!
Me inclino sobre la barandilla y veo a mi amiga correr escaleras abajo hacia la puerta principal.
—No puedo dejarla ahí fuera provocando el caos en plena calle.
Me entra el pánico y regreso corriendo al salón. Paso junto a Quinn, que sigue sentada en la silla frotándose la entrepierna dolorida y murmurando cosas ininteligibles.
—¿Por qué no se lo dijiste a Rach?—le pregunto cabreada de camino a la ventana.
—Lo siento, Britt.
—A la que tienes que pedirle perdón es a Rach, no a mí.
Me vuelvo y no hay ni rastro de la chica picarona y divertida a la que le había cogido tanto cariño. Sólo veo a una mujer tensa, incómoda y tímida.
—Le he pedido perdón. No podía contárselo hasta que San te lo contara a ti. Deberías saber que esto la ha estado consumiendo desde que te conoció.
Me río ante el intento de Quinn por defender a su amiga y miro de nuevo por la ventana. Santana sigue caminando arriba y abajo ahí fuera, desesperada, apretando los botones del móvil como una loca. Sé a quién está llamando. Tal y como suponía, mi teléfono empieza a gritar en mi mano.
¿Debería contestar y decirle que se esfume?
Observo la calle y me entra el pánico cuando el conductor de uno de los coches retenidos echa a andar hacia Santana.
Ay, señor...
¡No te enfrentes a ella!
Rachel sale y mueve los brazos para llamar la atención de Santana, que ignora al conductor para centrarse en ella.
¿Qué le estará diciendo?
¿Qué le estará diciendo Rachel?
Al cabo de pocos minutos, Santana vuelve al coche. Siento que el alivio me inunda de la cabeza a los pies, pero sólo lo mueve un poco, lo justo para aparcarlo de un modo un poco más considerado hacia los demás conductores que necesiten pasar.
—¡Por Dios, Rachel! ¿Qué has hecho?—grito por la ventana.
—¿Qué ocurre?—pregunta Quinn desde la silla.
No le contesto. De pie, incapaz de moverme, observo que Santana se apoya en mi coche con la cabeza hundida en señal de derrota y los brazos colgando a los lados. Rachel se abraza a sí misma delante de ella. Incluso desde aquí distingo la angustia en su rostro. Mi amiga se acerca y le pasa la mano arriba y abajo por el brazo.
La está consolando.
Me está matando.
Paso una eternidad observándolas en la calle. Rachel vuelve al departamento, pero me quedo horrorizada al ver que Santana la sigue y ella no intenta detenerla.
—¡Mierda! ¡No!—exclamo, y me llevo las manos a la cabeza, aterrorizada.
Pero ¿qué le pasa a Rachel?
—¿Qué?—pregunta Quinn nerviosa—Britt, ¿qué pasa?
Sopeso mis opciones a toda velocidad. No tardo mucho porque no tengo muchas. Lo único que puedo hacer es quedarme aquí y esperar la confrontación. Sólo hay una puerta de entrada y salida en este departamento y, con Santana a punto de entrar, mis planes para escapar de la discusión se han ido al garete.
Rachel entra en el salón, más bien avergonzada. Estoy furiosa con ella y lo sabe. Le lanzo una mirada de desprecio absoluto y ella me sonríe nerviosa.
—Sólo deja que se explique, Britt. Está hecha polvo—sacude la cabeza con expresión de lástima, pero luego mira a Quinn y le cambia la cara al instante—¡Tú! ¡A la cocina!
Quinn da un respingo.
—¡No puedo moverme, zorra malvada!
Se frota la entrepierna otra vez y apoya la cabeza en el respaldo de la silla. Rachel resopla y la levanta de la silla de un tirón. Ella gime, cierra los ojos y cojea camino de la cocina. Rachel es increíble.
¡Zorra traidora!
Sale del salón y me mira con todo el cariño del mundo. No tendría que lamentarse tanto si no lo hubiera dejado entrar, la muy, muy idiota.
Me pongo de cara a la ventana antes de que entre Santana. No puedo mirarla. Me disolvería en un mar de lágrimas y no quiero que tenga excusa alguna para consolarme o arroparme con sus brazos cálidos. Me preparo para soportar el efecto de su voz en mí, todos mis músculos y mis terminaciones nerviosas se ponen en tensión. No oigo nada, pero se me ponen los pelos como escarpias y sé que está aquí. Mi cuerpo responde a su poderosa presencia y yo cierro los ojos, respiro hondo y rezo para reunir fuerzas.
—Britt, por favor, mírame.
Le tiembla la voz, llena de emoción. Me trago el nudo que tengo en la garganta, que es del tamaño de una pelota de tenis. Lucho por contener el mar de lágrimas que se me acumula en los ojos.
—Britt, por favor.
Me roza la parte de atrás del brazo con la mano. Me tenso y la aparto.
—No me toques.
Encuentro el valor que necesito para darme la vuelta y mirarla. Tiene la cabeza agachada y los hombros caídos. Da pena, pero no debo dejar que su lastimero estado me afecte. Ya ha influido en mí bastante a base de manipularme y esto... esto es sólo otra forma de manipulación... al estilo de Santana. Estaba tan cegada por el deseo que no veía con claridad.
Levanta la mirada del suelo para fijarla en la mía.
—¿Por qué me llevaste ahí?—pregunto.
—Porque te quiero a mi lado a todas horas. No puedo estar lejos de ti.
—Bueno ve acostumbrándote, porque no te quiero volver a ver.
Mi voz es tranquila y controlada, pero el dolor que me atraviesa el corazón como respuesta a lo que acabo de decir me deja muda al instante. Sus ojos vacilan buscando los míos.
—No lo dices en serio. Sé que no lo dices en serio, Britt.
—Lo digo en serio.
Su pecho se hincha con cada inhalación profunda, está despeinada y la arruga de su frente es un cráter. La ansiedad que refleja su rostro es como una lanza de hielo que se me clava en el corazón.
—Nunca he querido hacerte daño, Britt-Britt—susurra.
No hago caso a como me ha llamado, tengo que ser fuerte.
—Bueno me lo has hecho. Me has puesto la vida patas arriba y me has pisoteado el corazón. He intentado huir. Sabía que ocultabas algo. ¿Por qué no me has dejado marchar?
Me flaquea la voz cuando los cristales que tengo en la garganta empiezan a ganar la batalla y las lágrimas asoman a mis ojos.
Mierda, debería haber hecho caso a mi instinto.
Empieza a morderse el labio inferior.
—Nunca quisiste huir de verdad, Britt—su voz es apenas audible.
—¡Claro que sí!—le espeto—Me resistí. Sabía que me estaba metiendo en la boca del lobo, pero tú no cejaste en tu empeño. ¿Qué te pasó? ¿Te quedaste sin mujeres casadas a las que follarte?
Niega con la cabeza.
—No, te conocí a ti, Britt.
Da un paso adelante y me aparto de ella.
—Fuera—digo con calma.
Estoy temblando y me cuesta respirar, lo que demuestra que estoy cualquier cosa menos tranquila. Avanzo con decisión hacia la puerta y le doy un empujón en el hombro cuando paso junto a ella.
—No puedo. Te necesito, Britt.
Su tono de súplica me perseguirá mientras viva. Me vuelvo violentamente.
—¡No me necesitas!—lucho por mantener firme la voz—Tú me deseas. Dios, eres una dominante, ¿verdad?
Las imágenes de nuestros encuentros sexuales me pasan por la cabeza a doscientos kilómetros por hora. Es toda una fiera en la cama y fuera de ella.
—¡No!
—Entonces ¿a qué viene el rollo del control? ¿Y el dominio y las órdenes?
—El sexo es sólo sexo. No puedo acercarme lo suficiente a ti. Lo del control es porque me da un miedo atroz que te pase algo... Que te aparten de mi lado. Te he esperado durante demasiado tiempo, Brittany. Haría cualquier cosa con tal de mantenerte a salvo. He llevado una vida sin control y sin preocupaciones. Créeme, te necesito... por favor... por favor, no me dejes—camina hacia mí, pero doy un paso atrás y combato el impulso de dejar que me abrace. Se detiene—No lo superaré nunca.
¿Qué?
¡No!
No puedo creerme que sea tan cruel como para recurrir al chantaje emocional.
—¿Crees que a mí va a resultarme fácil?—le grito.
Las lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas. Lo poco que le quedaba de color en la cara desaparece ante mis ojos. Agacha la cabeza. No hay vuelta atrás.
¿Qué va a decir?
Sabe lo que me ha hecho. Ha hecho que la necesite.
—Si pudiera cambiar el modo en que he llevado las cosas, lo haría, Britt—susurra.
—Pero no puedes. El daño ya está hecho—mi voz rebosa desprecio.
Me mira.
—El daño será mayor si me dejas.
Por Dios.
—¡Fuera!
—No—sacude la cabeza con desesperación y da un paso hacia mí—Britt-Britt, por favor, te lo suplico.
Me aparto de ella y consigo poner cara de decisión. Trago saliva sin parar para intentar mantener a raya el nudo que tengo en la garganta. Esto es increíblemente doloroso. Por eso no quería verla. Estoy furiosa con ella, pero verla tan abatida me parte el corazón. Me ha mentido, me ha engañado y, básicamente, me ha acosado y perseguido para que me metiera en la cama con ella.
¡Has dejado que me enamorase de ti!
Me mira con fijeza, el dolor de sus ojos oscuros es inconmensurable. Si no aparto la mirada, cederé... Así que la desvío. Agacho la cabeza y le ruego en silencio que se vaya antes de que me desmorone y acepte el consuelo que me brinda siempre.
—Britt, mírame.
Respiro hondo y levanto la mirada hacia la suya.
—Adiós, Santana.
—Por favor—dice sin voz.
—He dicho que adiós—las palabras transmiten un aire de punto final que en realidad no siento.
Me examina el rostro durante una eternidad, pero desiste y deja de buscar en mis ojos un atisbo de esperanza. Se da la vuelta y se marcha en silencio. Proporciono a mis pulmones el aire que tanto necesitan y camino con pasos inestables hasta la ventana. La puerta principal se cierra de un portazo que retumba en toda la casa y veo a Santana que se arrastra hasta el Aston Martin medio abandonado. Me estremezco y dejo escapar un sollozo cuando hace añicos la ventanilla del coche de un puñetazo. La carretera se llena de cristales rotos. Se mete dentro y golpea una y otra vez el volante. Después de lo que parecen años de verle dar puñetazos al coche, se aleja entre los rugidos del motor. Se oye un chirrido de neumáticos que derrapan y bocinas que protestan.
Salgo de la ducha y me seco el pelo antes de volver a hacerme un ovillo en la cama. Estoy paralizada. Es como si me hubieran arrancado el corazón, lo hubieran pisoteado y me lo hubieran vuelto a meter en el pecho, apaleado y hecho una birria.
Me encuentro en algún punto entre la pena y la devastación, es lo más doloroso que he vivido nunca. Mi vida se ha desmoronado. Me siento vacía, traicionada, sola y perdida. La única persona que puede hacerme sentir mejor es la que lo ha causado todo.
No creo que me recupere nunca.
—¿Britt?
Levanto la cabeza, que me duele horrores, de la almohada. Rachel está en la puerta. La compasión que refleja su rostro agudiza aún más el dolor. Se sienta en el borde de la cama y me acaricia la mejilla.
—Britt, no tiene por qué acabar así—me dice con ternura.
¿Ah, no?
¿Y qué sugiere?
Tengo que soportar este dolor y ver si tengo las fuerzas necesarias para lidiar con ella. Volver a empezar. Pero, de momento, me conformo con tumbarme en la cama y sentir lástima de mí misma.
—Es lo que hay—susurro.
—No, no es verdad—lo dice con más firmeza—Todavía la quieres, Britt. Reconoce que aún la quieres. ¿Se lo has dicho?
No puedo negarlo. La quiero tanto que duele. Pero no debería ser así. Sé que no debería.
—No puedo—hundo la cabeza en la almohada.
—¿Por qué?
—Es la dueña de un club de sexo, Rach.
—No sabía cómo decírtelo. Le preocupaba que la dejaras.
Miro a Rachel.
—No me lo dijo, y aun así la he dejado—vuelvo a mi almohada bañada en lágrimas—Ya oíste a aquel hombre. Destruye matrimonios. Se folla a las mujeres por diversión—¿Por qué la defiende?—¿Por qué tú no alucinas?—murmuro desde la almohada.
Sé que se lo toma todo con calma, pero esto es para caerse de culo.
—Lo hago... un poco.
—Bueno no lo parece.
—Britt, Santana ni siquiera ha mirado a otra mujer desde que te conoció. Está loca por ti. Quinn creía que jamás vería algo así.
—Quinn puede decir lo que le dé la gana, Rach. No cambia el hecho de que Santana es la dueña de un lugar al que la gente va a practicar sexo, y ella a veces se une a la fiesta.
Me estremezco, me pongo mala sólo de pensarlo.
¿Que está loca por mí?
Y una mierda.
—No puedes castigarla por su pasado.
—Pero no es su pasado. Sigue siendo la dueña.
—Es su empresa.
—¡Déjame en paz, Rachel!—le escupo.
Me cabrea que la defienda. Debería estar de mi parte, no intentando justificar las fechorías de Santana. Noto que la cama se mueve cuando Rachel se levanta y suspira.
—Sigue siendo Santana—dice, y sale de mi cuarto para dejarme sola y que llore mi pérdida.
Permanezco tumbada y en silencio, intentando despejar la mente de todos los pensamientos inevitables.
No sirve de nada.
Las imágenes de las últimas semanas me invaden el cerebro: nuestro primer encuentro, cuando me dejó KO; los mensajes de texto, las llamadas y el acoso... Y el sexo.
Me pongo boca abajo y hundo la cara en la almohada. Las palabras de Rachel continúan rondándome la cabeza: «Sigue siendo Santana.»
¿Acaso sé quién es Santana?
Yo sólo sé que esta mujer me ha metido en su torbellino de emociones intensas y me ha cegado con su cuerpo. Otra pieza del rompecabezas encaja cuando recuerdo que me dijo que no tenía contacto con sus padres. La repudiaron al morir su tío, cuando Santana se negó a vender La Mansión.
Ahora lo entiendo.
No tenía nada que ver con la herencia ni con compartir los bienes, sino con dejar a su hija de veintiún años a cargo de un club de sexo superpijo. Normal que les preocupara y que se cabrearan bastante. Es lógico que no aprobaran su relación con Alejandro.
Dios santo, ¿sería Alejandro quien animó a Santana a adoptar ese estilo de vida?
Santana dijo que se lo pasó en grande.
Ha practicado de lo lindo. Y es más que probable que sea verdad lo de que no se ha follado a ninguna mujer dos veces... Excepto a mí. No hace falta ser Einstein para saber por qué me echaron miradas asesinas todas aquellas mujeres en La Mansión. Todas la deseaban.
No.
Todas deseaban repetir.
Se la jugó al llevarme ahí, pero, ahora que lo pienso, nadie se me acercó, nunca estaba sola, nunca se me dio libertad para explorar a mis anchas.
¿Estaba todo el mundo al tanto de mi ignorancia?
¿Habían recibido instrucciones de cerrar el pico y no acercarse a mí?
He sido el hazmerreír de todo el mundo. Se ha esforzado al máximo para que no me enterara.
¿Cómo pudo pensar que iba a salirle bien?
Los comentarios de Holly sobre el cuero... Hundo aún más la cabeza en la almohada, sumida en la desesperación.
—¿Britt?—levanto la vista y veo a Quinn en la puerta, tan derrotada como antes—Se ha estado devanando los sesos a diario pensando en cómo contártelo. Nunca la había visto así.
—¿Siendo rechazada?—digo con sarcasmo—No, no creo que a Santana López le den calabazas a menudo.
—No. Quiero decir loca por una mujer.
—Lo está, pero de atar—me echo a reír.
Quinn frunce el ceño y sacude la cabeza.
—Loca por ti.
—No, Quinn. Santana está loca por controlarme y manipularme.
—¿Puedo?—señala el borde de mi cama.
—Tú misma—refunfuño sin piedad.
Se sienta en un extremo de la cama. Nunca la había visto tan seria.
—Britt, conozco a San desde hace ocho años. Ni una sola vez la he visto comportarse así con una mujer. Nunca ha tenido relaciones, sólo sexo, pero desde que te conoció es como si hubiera encontrado su propósito en la vida. Es una mujer distinta y, aunque te hayas sentido frustrada por lo protectora que es, como amiga, me hacía feliz ver que por fin alguien le importaba lo suficiente como para que actuara de ese modo. Por favor, dale una oportunidad.
—Su comportamiento no era sólo protector, Quinn. Lo de ser protectora no es más que el principio de una larga lista de exigencias irracionales.
—Sigue siendo San—Quinn repite las palabras de Rachel y me mira suplicante—La Mansión es su empresa. Sí, mezclaba los negocios con el placer, pero no tenía nada más. Todo cambió cuando llegaste a su vida.
—No puedo hacer como si nada e ignorarlo, Quinn.
Sonríe y me coge la mano.
—Si me dices que puedes dejarla, sin ninguna duda y sin remordimientos, entonces me callo y me voy. Si me dices que no la quieres, me voy. Pero no creo que puedas. Estás aturdida y confundida, eso lo sé. Y sí, tiene un pasado, pero no puedes ignorar el hecho de que te adora, Britt. Lo lleva escrito en la cara y sus actos lo expresan con claridad. Dale una oportunidad, por favor. Se merece una oportunidad.
Parece que Quinn se ha preparado y ha ensayado bien el discursito de súplica en nombre de su amiga. Puede que así sea. Debían de saber que al final me enteraría.
¿Puedo superar esta mierda?
Sé que no me estoy haciendo ningún favor aquí tirada, hecha una pena y dándole vueltas a lo mismo una y otra vez. Estoy intentando asimilar algo que no entiendo y que nunca entenderé. Es la dueña de un club de sexo. Este rollo no encaja en mi idea de un felices para siempre.
¿Podré confiar en ella algún día?
¿Le importo lo suficiente como para que se comporte así?
¿Qué me adore equivale a que me ame?
Al principio no hacía ni caso de lo que Santana me decía en la cama. Todos esos líos de «eres sólo mía» y de que no iba a dejar que me marchara nunca. Decía muchas cosas: «Me gustas cubierta de encaje», «Me encanta el sexo soñoliento contigo», «Me encanta tenerte aquí»... pero nunca lo que yo tanto ansiaba escuchar.
¿Debería haberlo interpretado de otro modo?
¿Me estaba diciendo lo que yo quería oír pero con otras palabras?
Buscaba sin cesar que le asegurara que no iba a irme. Si lo único que necesitaba era la seguridad de que no iba a largarme a ninguna parte, lo cierto es que se la di en muchas ocasiones, ¿no es así?
Siempre le decía que iba a quedarme, pero entonces no sabía nada de La Mansión. Y ahora lo sé y he salido corriendo. Siempre me quería de encaje, no de cuero. Insistió en que era suya. Era posesiva hasta el extremo, más allá de lo razonable. Siempre quería taparme, que nadie me viera nada, sólo ella. Lo del cuero, lo de compartir pareja y la exposición del cuerpo femenino debe de formar parte del día a día en La Mansión.
¿Estaba intentando convertirme en lo contrario de todo lo que conoce?
¿De todo aquello a lo que está acostumbrada?
Entonces ¿qué hay del sexo?
Me incorporo.
Necesito hablar con ella.
Creo que podría superar lo de La Mansión, pero estoy segura de que nunca conseguiré olvidar a Santana. Es una decisión muy simple, la verdad. Que estuviera tan desesperada y tan hecha polvo significa que lo está pasando mal, ¿no?
No se comportaría así si yo no significara nada para ella, ¿verdad?
Son demasiadas preguntas... Miro a Quinn. Una pequeña sonrisa ilumina su cara de pícara.
—Mi trabajo aquí está hecho—dice imitando a Santana. Se levanta con una mueca de dolor—Esa enanita malvada... ya llorará cuando no pueda mover bien mis caderas.
Sonrío para mis adentros. Es obvio que la noticia bomba no ha afectado a Rachel del mismo modo que a mí. Me pongo lo primero que pillo (unos vaqueros rotos y una camiseta de Jimmy Hendrix) y cojo las llaves del coche. Las lágrimas me inundan los ojos y la culpa me abre un agujero enorme en el estómago a puñetazos.
La he cagado a lo grande.
Santana quería poner las cartas sobre la mesa. Iba a contarme lo de La Mansión, pero ¿y si quería decirme algo más?
Espero que sí, porque voy a averiguarlo. La advertencia de Holly, que Santana no es la clase de mujer con la que una deba plantearse un futuro, hace una aparición estelar en mi mente mientras corro hacia el coche. Quizá tenga razón, pero no puedo vivir sin saber qué quería decirme.
—Es Quinn—me tranquiliza al volver al salón.
—¿Tiene llave?—pregunto.
Rachel se encoge de hombros, pero esta pequeña noticia me hace sonreír para mis adentros.
¿Se la quitará en vista de los últimos acontecimientos?
Suena mi móvil y rechazo la llamada... otra vez.
Quinn aparece en el salón, tan nervioso como lo estaba en La Mansión. Las dos observamos su interpretación de un espectador de un partido de tenis. Su mirada salta de Rachel a mí unas cuantas veces. Se acerca a mi amiga y la saca del salón casi a rastras agarrándola por el codo.
—Tenemos que hablar—la apremia.
Estiro el cuello y veo que prácticamente la arroja al interior de su dormitorio y cierra de un portazo. Yo estoy tumbada en el sofá, con la taza de té apoyada en el estómago y los ojos cerrados, pero vuelvo a abrirlos muy pronto. Tengo las imágenes de Santana grabadas en mi mente y, con los ojos cerrados, sin ninguna otra distracción visual, las veo aún con más claridad. No voy a ser capaz de volver a dormir nunca más. El móvil vuelve a sonar. Lo cojo y le doy con fuerza al botón de rechazar, sin dejar de mirar al techo de escayola del salón. Nunca he sentido un dolor así. Es insoportable y no tiene alivio.
¿Es la dueña de un club de sexo?
¿Por qué?
¿Por qué no podía ser banquera o asesora financiera?
O... la dueña de un hotel. Sabía que algo no cuadraba, que había algo peligroso.
¿Por qué no me paré a pensar en ello?
Sé exactamente por qué: porque no se me permitió, porque no se me dio la oportunidad.
Me incorporo cuando oigo los gritos agudos de Rachel en el descansillo, seguidos de los tonos apaciguadores de Quinn, que está intentando calmarla. Mi amiga sale zumbando de su habitación con Quinn detrás. Intenta detenerla.
—Quítame las manos de encima, Lucy Quinn Fabray. Tiene que saberlo.
—Espera... Rach... ¡Aaaaayyyy! ¿Por qué coño has hecho eso?
Rachel aparta la rodilla de la entrepierna de Quinn y la deja hecho un ovillo en el suelo. Entra en el salón y se me queda mirando con sus ojos marrones.
—¿Qué?—pregunto con recelo.
¿Qué tengo que saber?
Lanza una mirada de odio a Quinn cuando ésta entra agarrándose la entrepierna. Me pregunto por qué Quinn parece tan arrepentida cuando es Rachel la que acaba de pegarle un rodillazo en el sexo. Ella señala una silla con muy malas maneras para ordenarle en silencio que se siente. Quinn cojea hasta llegar al asiento y se acomoda con un silbido de dolor.
—Britt, San viene de camino—me dice Rachel con calma.
No sé por qué ha elegido ese tono. A mí no me calma en absoluto. Trago saliva y miro a Quinn, que esquiva mi mirada sentada en la silla.
¿Quinn no quería decírmelo?
He sido una imbécil al pensar que Santana iba a ponérmelo fácil.
—¡Tengo que irme!—aúllo cuando mi maldito móvil empieza a sonar otra vez—¡Que te jodan!—le grito al puñetero trasto.
—Llévatela—Rachel se vuelve hacia Quinn—No está en condiciones de conducir.
—Ah, no. De eso nada—levanta las manos y sacude la cabeza—Tengo aprecio a mi vida. Además, necesito hablar contigo.
Todas damos un salto al oír un golpe familiar en la puerta. Tengo el corazón en la garganta y miro a Rachel. Quinn gime, y no por el dolor que le ha causado el rodillazo.
—Cerda chaquetera—masculla Rachel con enfado.
Tiene clavada en Quinn una mirada marrón y dura como el acero.
—¡Oye, que yo no le he dicho nada!—está muy a la defensiva—No hace falta ser un genio para imaginarse dónde está Britt.
—No le abras, Rach—le suplico.
Una combinación de distintos golpes llega desde la puerta principal. Dios, no quiero verla. Mis defensas no están lo bastante fuertes ahora mismo. Salto al oír otra serie de golpes, seguidos de un coro de bocinazos que proceden de todas partes.
—¡Por el amor de Dios!—grita Rachel, que echa a correr hacia la ventana—Mierda—sube la persiana y pega la cara al cristal.
—¿Qué?—me sitúo junto a ella. Sé que es Santana, pero ¿a qué viene tanto follón?—¡Mira!—grita Rachel al tiempo que señala la calle.
Me obligo a mirar hacia donde ella indica y veo el coche de Santana abandonado en mitad de la calzada, la puerta del conductor abierta y una cola de coches que no para de crecer detrás de él. Los conductores se ponen de mala leche y hacen sonar las bocinas para protestar. Se oye perfectamente desde aquí.
—¡Britt!—grita desde abajo.
Golpea la puerta unas cuantas veces más.
—¡Joder, Britt!—gruñe Rachel—¡Esa mujer es como un detonador con patas y tú acabas de apretar el botón!
Se va del salón. Corro tras ella.
—Yo no he apretado nada, Rach. ¡No abras la puerta!
Me inclino sobre la barandilla y veo a mi amiga correr escaleras abajo hacia la puerta principal.
—No puedo dejarla ahí fuera provocando el caos en plena calle.
Me entra el pánico y regreso corriendo al salón. Paso junto a Quinn, que sigue sentada en la silla frotándose la entrepierna dolorida y murmurando cosas ininteligibles.
—¿Por qué no se lo dijiste a Rach?—le pregunto cabreada de camino a la ventana.
—Lo siento, Britt.
—A la que tienes que pedirle perdón es a Rach, no a mí.
Me vuelvo y no hay ni rastro de la chica picarona y divertida a la que le había cogido tanto cariño. Sólo veo a una mujer tensa, incómoda y tímida.
—Le he pedido perdón. No podía contárselo hasta que San te lo contara a ti. Deberías saber que esto la ha estado consumiendo desde que te conoció.
Me río ante el intento de Quinn por defender a su amiga y miro de nuevo por la ventana. Santana sigue caminando arriba y abajo ahí fuera, desesperada, apretando los botones del móvil como una loca. Sé a quién está llamando. Tal y como suponía, mi teléfono empieza a gritar en mi mano.
¿Debería contestar y decirle que se esfume?
Observo la calle y me entra el pánico cuando el conductor de uno de los coches retenidos echa a andar hacia Santana.
Ay, señor...
¡No te enfrentes a ella!
Rachel sale y mueve los brazos para llamar la atención de Santana, que ignora al conductor para centrarse en ella.
¿Qué le estará diciendo?
¿Qué le estará diciendo Rachel?
Al cabo de pocos minutos, Santana vuelve al coche. Siento que el alivio me inunda de la cabeza a los pies, pero sólo lo mueve un poco, lo justo para aparcarlo de un modo un poco más considerado hacia los demás conductores que necesiten pasar.
—¡Por Dios, Rachel! ¿Qué has hecho?—grito por la ventana.
—¿Qué ocurre?—pregunta Quinn desde la silla.
No le contesto. De pie, incapaz de moverme, observo que Santana se apoya en mi coche con la cabeza hundida en señal de derrota y los brazos colgando a los lados. Rachel se abraza a sí misma delante de ella. Incluso desde aquí distingo la angustia en su rostro. Mi amiga se acerca y le pasa la mano arriba y abajo por el brazo.
La está consolando.
Me está matando.
Paso una eternidad observándolas en la calle. Rachel vuelve al departamento, pero me quedo horrorizada al ver que Santana la sigue y ella no intenta detenerla.
—¡Mierda! ¡No!—exclamo, y me llevo las manos a la cabeza, aterrorizada.
Pero ¿qué le pasa a Rachel?
—¿Qué?—pregunta Quinn nerviosa—Britt, ¿qué pasa?
Sopeso mis opciones a toda velocidad. No tardo mucho porque no tengo muchas. Lo único que puedo hacer es quedarme aquí y esperar la confrontación. Sólo hay una puerta de entrada y salida en este departamento y, con Santana a punto de entrar, mis planes para escapar de la discusión se han ido al garete.
Rachel entra en el salón, más bien avergonzada. Estoy furiosa con ella y lo sabe. Le lanzo una mirada de desprecio absoluto y ella me sonríe nerviosa.
—Sólo deja que se explique, Britt. Está hecha polvo—sacude la cabeza con expresión de lástima, pero luego mira a Quinn y le cambia la cara al instante—¡Tú! ¡A la cocina!
Quinn da un respingo.
—¡No puedo moverme, zorra malvada!
Se frota la entrepierna otra vez y apoya la cabeza en el respaldo de la silla. Rachel resopla y la levanta de la silla de un tirón. Ella gime, cierra los ojos y cojea camino de la cocina. Rachel es increíble.
¡Zorra traidora!
Sale del salón y me mira con todo el cariño del mundo. No tendría que lamentarse tanto si no lo hubiera dejado entrar, la muy, muy idiota.
Me pongo de cara a la ventana antes de que entre Santana. No puedo mirarla. Me disolvería en un mar de lágrimas y no quiero que tenga excusa alguna para consolarme o arroparme con sus brazos cálidos. Me preparo para soportar el efecto de su voz en mí, todos mis músculos y mis terminaciones nerviosas se ponen en tensión. No oigo nada, pero se me ponen los pelos como escarpias y sé que está aquí. Mi cuerpo responde a su poderosa presencia y yo cierro los ojos, respiro hondo y rezo para reunir fuerzas.
—Britt, por favor, mírame.
Le tiembla la voz, llena de emoción. Me trago el nudo que tengo en la garganta, que es del tamaño de una pelota de tenis. Lucho por contener el mar de lágrimas que se me acumula en los ojos.
—Britt, por favor.
Me roza la parte de atrás del brazo con la mano. Me tenso y la aparto.
—No me toques.
Encuentro el valor que necesito para darme la vuelta y mirarla. Tiene la cabeza agachada y los hombros caídos. Da pena, pero no debo dejar que su lastimero estado me afecte. Ya ha influido en mí bastante a base de manipularme y esto... esto es sólo otra forma de manipulación... al estilo de Santana. Estaba tan cegada por el deseo que no veía con claridad.
Levanta la mirada del suelo para fijarla en la mía.
—¿Por qué me llevaste ahí?—pregunto.
—Porque te quiero a mi lado a todas horas. No puedo estar lejos de ti.
—Bueno ve acostumbrándote, porque no te quiero volver a ver.
Mi voz es tranquila y controlada, pero el dolor que me atraviesa el corazón como respuesta a lo que acabo de decir me deja muda al instante. Sus ojos vacilan buscando los míos.
—No lo dices en serio. Sé que no lo dices en serio, Britt.
—Lo digo en serio.
Su pecho se hincha con cada inhalación profunda, está despeinada y la arruga de su frente es un cráter. La ansiedad que refleja su rostro es como una lanza de hielo que se me clava en el corazón.
—Nunca he querido hacerte daño, Britt-Britt—susurra.
No hago caso a como me ha llamado, tengo que ser fuerte.
—Bueno me lo has hecho. Me has puesto la vida patas arriba y me has pisoteado el corazón. He intentado huir. Sabía que ocultabas algo. ¿Por qué no me has dejado marchar?
Me flaquea la voz cuando los cristales que tengo en la garganta empiezan a ganar la batalla y las lágrimas asoman a mis ojos.
Mierda, debería haber hecho caso a mi instinto.
Empieza a morderse el labio inferior.
—Nunca quisiste huir de verdad, Britt—su voz es apenas audible.
—¡Claro que sí!—le espeto—Me resistí. Sabía que me estaba metiendo en la boca del lobo, pero tú no cejaste en tu empeño. ¿Qué te pasó? ¿Te quedaste sin mujeres casadas a las que follarte?
Niega con la cabeza.
—No, te conocí a ti, Britt.
Da un paso adelante y me aparto de ella.
—Fuera—digo con calma.
Estoy temblando y me cuesta respirar, lo que demuestra que estoy cualquier cosa menos tranquila. Avanzo con decisión hacia la puerta y le doy un empujón en el hombro cuando paso junto a ella.
—No puedo. Te necesito, Britt.
Su tono de súplica me perseguirá mientras viva. Me vuelvo violentamente.
—¡No me necesitas!—lucho por mantener firme la voz—Tú me deseas. Dios, eres una dominante, ¿verdad?
Las imágenes de nuestros encuentros sexuales me pasan por la cabeza a doscientos kilómetros por hora. Es toda una fiera en la cama y fuera de ella.
—¡No!
—Entonces ¿a qué viene el rollo del control? ¿Y el dominio y las órdenes?
—El sexo es sólo sexo. No puedo acercarme lo suficiente a ti. Lo del control es porque me da un miedo atroz que te pase algo... Que te aparten de mi lado. Te he esperado durante demasiado tiempo, Brittany. Haría cualquier cosa con tal de mantenerte a salvo. He llevado una vida sin control y sin preocupaciones. Créeme, te necesito... por favor... por favor, no me dejes—camina hacia mí, pero doy un paso atrás y combato el impulso de dejar que me abrace. Se detiene—No lo superaré nunca.
¿Qué?
¡No!
No puedo creerme que sea tan cruel como para recurrir al chantaje emocional.
—¿Crees que a mí va a resultarme fácil?—le grito.
Las lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas. Lo poco que le quedaba de color en la cara desaparece ante mis ojos. Agacha la cabeza. No hay vuelta atrás.
¿Qué va a decir?
Sabe lo que me ha hecho. Ha hecho que la necesite.
—Si pudiera cambiar el modo en que he llevado las cosas, lo haría, Britt—susurra.
—Pero no puedes. El daño ya está hecho—mi voz rebosa desprecio.
Me mira.
—El daño será mayor si me dejas.
Por Dios.
—¡Fuera!
—No—sacude la cabeza con desesperación y da un paso hacia mí—Britt-Britt, por favor, te lo suplico.
Me aparto de ella y consigo poner cara de decisión. Trago saliva sin parar para intentar mantener a raya el nudo que tengo en la garganta. Esto es increíblemente doloroso. Por eso no quería verla. Estoy furiosa con ella, pero verla tan abatida me parte el corazón. Me ha mentido, me ha engañado y, básicamente, me ha acosado y perseguido para que me metiera en la cama con ella.
¡Has dejado que me enamorase de ti!
Me mira con fijeza, el dolor de sus ojos oscuros es inconmensurable. Si no aparto la mirada, cederé... Así que la desvío. Agacho la cabeza y le ruego en silencio que se vaya antes de que me desmorone y acepte el consuelo que me brinda siempre.
—Britt, mírame.
Respiro hondo y levanto la mirada hacia la suya.
—Adiós, Santana.
—Por favor—dice sin voz.
—He dicho que adiós—las palabras transmiten un aire de punto final que en realidad no siento.
Me examina el rostro durante una eternidad, pero desiste y deja de buscar en mis ojos un atisbo de esperanza. Se da la vuelta y se marcha en silencio. Proporciono a mis pulmones el aire que tanto necesitan y camino con pasos inestables hasta la ventana. La puerta principal se cierra de un portazo que retumba en toda la casa y veo a Santana que se arrastra hasta el Aston Martin medio abandonado. Me estremezco y dejo escapar un sollozo cuando hace añicos la ventanilla del coche de un puñetazo. La carretera se llena de cristales rotos. Se mete dentro y golpea una y otra vez el volante. Después de lo que parecen años de verle dar puñetazos al coche, se aleja entre los rugidos del motor. Se oye un chirrido de neumáticos que derrapan y bocinas que protestan.
Salgo de la ducha y me seco el pelo antes de volver a hacerme un ovillo en la cama. Estoy paralizada. Es como si me hubieran arrancado el corazón, lo hubieran pisoteado y me lo hubieran vuelto a meter en el pecho, apaleado y hecho una birria.
Me encuentro en algún punto entre la pena y la devastación, es lo más doloroso que he vivido nunca. Mi vida se ha desmoronado. Me siento vacía, traicionada, sola y perdida. La única persona que puede hacerme sentir mejor es la que lo ha causado todo.
No creo que me recupere nunca.
—¿Britt?
Levanto la cabeza, que me duele horrores, de la almohada. Rachel está en la puerta. La compasión que refleja su rostro agudiza aún más el dolor. Se sienta en el borde de la cama y me acaricia la mejilla.
—Britt, no tiene por qué acabar así—me dice con ternura.
¿Ah, no?
¿Y qué sugiere?
Tengo que soportar este dolor y ver si tengo las fuerzas necesarias para lidiar con ella. Volver a empezar. Pero, de momento, me conformo con tumbarme en la cama y sentir lástima de mí misma.
—Es lo que hay—susurro.
—No, no es verdad—lo dice con más firmeza—Todavía la quieres, Britt. Reconoce que aún la quieres. ¿Se lo has dicho?
No puedo negarlo. La quiero tanto que duele. Pero no debería ser así. Sé que no debería.
—No puedo—hundo la cabeza en la almohada.
—¿Por qué?
—Es la dueña de un club de sexo, Rach.
—No sabía cómo decírtelo. Le preocupaba que la dejaras.
Miro a Rachel.
—No me lo dijo, y aun así la he dejado—vuelvo a mi almohada bañada en lágrimas—Ya oíste a aquel hombre. Destruye matrimonios. Se folla a las mujeres por diversión—¿Por qué la defiende?—¿Por qué tú no alucinas?—murmuro desde la almohada.
Sé que se lo toma todo con calma, pero esto es para caerse de culo.
—Lo hago... un poco.
—Bueno no lo parece.
—Britt, Santana ni siquiera ha mirado a otra mujer desde que te conoció. Está loca por ti. Quinn creía que jamás vería algo así.
—Quinn puede decir lo que le dé la gana, Rach. No cambia el hecho de que Santana es la dueña de un lugar al que la gente va a practicar sexo, y ella a veces se une a la fiesta.
Me estremezco, me pongo mala sólo de pensarlo.
¿Que está loca por mí?
Y una mierda.
—No puedes castigarla por su pasado.
—Pero no es su pasado. Sigue siendo la dueña.
—Es su empresa.
—¡Déjame en paz, Rachel!—le escupo.
Me cabrea que la defienda. Debería estar de mi parte, no intentando justificar las fechorías de Santana. Noto que la cama se mueve cuando Rachel se levanta y suspira.
—Sigue siendo Santana—dice, y sale de mi cuarto para dejarme sola y que llore mi pérdida.
Permanezco tumbada y en silencio, intentando despejar la mente de todos los pensamientos inevitables.
No sirve de nada.
Las imágenes de las últimas semanas me invaden el cerebro: nuestro primer encuentro, cuando me dejó KO; los mensajes de texto, las llamadas y el acoso... Y el sexo.
Me pongo boca abajo y hundo la cara en la almohada. Las palabras de Rachel continúan rondándome la cabeza: «Sigue siendo Santana.»
¿Acaso sé quién es Santana?
Yo sólo sé que esta mujer me ha metido en su torbellino de emociones intensas y me ha cegado con su cuerpo. Otra pieza del rompecabezas encaja cuando recuerdo que me dijo que no tenía contacto con sus padres. La repudiaron al morir su tío, cuando Santana se negó a vender La Mansión.
Ahora lo entiendo.
No tenía nada que ver con la herencia ni con compartir los bienes, sino con dejar a su hija de veintiún años a cargo de un club de sexo superpijo. Normal que les preocupara y que se cabrearan bastante. Es lógico que no aprobaran su relación con Alejandro.
Dios santo, ¿sería Alejandro quien animó a Santana a adoptar ese estilo de vida?
Santana dijo que se lo pasó en grande.
Ha practicado de lo lindo. Y es más que probable que sea verdad lo de que no se ha follado a ninguna mujer dos veces... Excepto a mí. No hace falta ser Einstein para saber por qué me echaron miradas asesinas todas aquellas mujeres en La Mansión. Todas la deseaban.
No.
Todas deseaban repetir.
Se la jugó al llevarme ahí, pero, ahora que lo pienso, nadie se me acercó, nunca estaba sola, nunca se me dio libertad para explorar a mis anchas.
¿Estaba todo el mundo al tanto de mi ignorancia?
¿Habían recibido instrucciones de cerrar el pico y no acercarse a mí?
He sido el hazmerreír de todo el mundo. Se ha esforzado al máximo para que no me enterara.
¿Cómo pudo pensar que iba a salirle bien?
Los comentarios de Holly sobre el cuero... Hundo aún más la cabeza en la almohada, sumida en la desesperación.
—¿Britt?—levanto la vista y veo a Quinn en la puerta, tan derrotada como antes—Se ha estado devanando los sesos a diario pensando en cómo contártelo. Nunca la había visto así.
—¿Siendo rechazada?—digo con sarcasmo—No, no creo que a Santana López le den calabazas a menudo.
—No. Quiero decir loca por una mujer.
—Lo está, pero de atar—me echo a reír.
Quinn frunce el ceño y sacude la cabeza.
—Loca por ti.
—No, Quinn. Santana está loca por controlarme y manipularme.
—¿Puedo?—señala el borde de mi cama.
—Tú misma—refunfuño sin piedad.
Se sienta en un extremo de la cama. Nunca la había visto tan seria.
—Britt, conozco a San desde hace ocho años. Ni una sola vez la he visto comportarse así con una mujer. Nunca ha tenido relaciones, sólo sexo, pero desde que te conoció es como si hubiera encontrado su propósito en la vida. Es una mujer distinta y, aunque te hayas sentido frustrada por lo protectora que es, como amiga, me hacía feliz ver que por fin alguien le importaba lo suficiente como para que actuara de ese modo. Por favor, dale una oportunidad.
—Su comportamiento no era sólo protector, Quinn. Lo de ser protectora no es más que el principio de una larga lista de exigencias irracionales.
—Sigue siendo San—Quinn repite las palabras de Rachel y me mira suplicante—La Mansión es su empresa. Sí, mezclaba los negocios con el placer, pero no tenía nada más. Todo cambió cuando llegaste a su vida.
—No puedo hacer como si nada e ignorarlo, Quinn.
Sonríe y me coge la mano.
—Si me dices que puedes dejarla, sin ninguna duda y sin remordimientos, entonces me callo y me voy. Si me dices que no la quieres, me voy. Pero no creo que puedas. Estás aturdida y confundida, eso lo sé. Y sí, tiene un pasado, pero no puedes ignorar el hecho de que te adora, Britt. Lo lleva escrito en la cara y sus actos lo expresan con claridad. Dale una oportunidad, por favor. Se merece una oportunidad.
Parece que Quinn se ha preparado y ha ensayado bien el discursito de súplica en nombre de su amiga. Puede que así sea. Debían de saber que al final me enteraría.
¿Puedo superar esta mierda?
Sé que no me estoy haciendo ningún favor aquí tirada, hecha una pena y dándole vueltas a lo mismo una y otra vez. Estoy intentando asimilar algo que no entiendo y que nunca entenderé. Es la dueña de un club de sexo. Este rollo no encaja en mi idea de un felices para siempre.
¿Podré confiar en ella algún día?
¿Le importo lo suficiente como para que se comporte así?
¿Qué me adore equivale a que me ame?
Al principio no hacía ni caso de lo que Santana me decía en la cama. Todos esos líos de «eres sólo mía» y de que no iba a dejar que me marchara nunca. Decía muchas cosas: «Me gustas cubierta de encaje», «Me encanta el sexo soñoliento contigo», «Me encanta tenerte aquí»... pero nunca lo que yo tanto ansiaba escuchar.
¿Debería haberlo interpretado de otro modo?
¿Me estaba diciendo lo que yo quería oír pero con otras palabras?
Buscaba sin cesar que le asegurara que no iba a irme. Si lo único que necesitaba era la seguridad de que no iba a largarme a ninguna parte, lo cierto es que se la di en muchas ocasiones, ¿no es así?
Siempre le decía que iba a quedarme, pero entonces no sabía nada de La Mansión. Y ahora lo sé y he salido corriendo. Siempre me quería de encaje, no de cuero. Insistió en que era suya. Era posesiva hasta el extremo, más allá de lo razonable. Siempre quería taparme, que nadie me viera nada, sólo ella. Lo del cuero, lo de compartir pareja y la exposición del cuerpo femenino debe de formar parte del día a día en La Mansión.
¿Estaba intentando convertirme en lo contrario de todo lo que conoce?
¿De todo aquello a lo que está acostumbrada?
Entonces ¿qué hay del sexo?
Me incorporo.
Necesito hablar con ella.
Creo que podría superar lo de La Mansión, pero estoy segura de que nunca conseguiré olvidar a Santana. Es una decisión muy simple, la verdad. Que estuviera tan desesperada y tan hecha polvo significa que lo está pasando mal, ¿no?
No se comportaría así si yo no significara nada para ella, ¿verdad?
Son demasiadas preguntas... Miro a Quinn. Una pequeña sonrisa ilumina su cara de pícara.
—Mi trabajo aquí está hecho—dice imitando a Santana. Se levanta con una mueca de dolor—Esa enanita malvada... ya llorará cuando no pueda mover bien mis caderas.
Sonrío para mis adentros. Es obvio que la noticia bomba no ha afectado a Rachel del mismo modo que a mí. Me pongo lo primero que pillo (unos vaqueros rotos y una camiseta de Jimmy Hendrix) y cojo las llaves del coche. Las lágrimas me inundan los ojos y la culpa me abre un agujero enorme en el estómago a puñetazos.
La he cagado a lo grande.
Santana quería poner las cartas sobre la mesa. Iba a contarme lo de La Mansión, pero ¿y si quería decirme algo más?
Espero que sí, porque voy a averiguarlo. La advertencia de Holly, que Santana no es la clase de mujer con la que una deba plantearse un futuro, hace una aparición estelar en mi mente mientras corro hacia el coche. Quizá tenga razón, pero no puedo vivir sin saber qué quería decirme.
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FanFic Brittana: Mi Mujer 1: Seducción (Adaptada) Cap 38
Capitulo 38
Conduzco hacia el Lusso a lo loco, adelantando, dando bocinazos y saltándome unos cuantos semáforos en rojo.
Cuando llego a la puerta, veo que el coche de Santana está aparcado en ángulo y ocupa dos de sus plazas de garaje. Abandono mi Mini en la calle y entro por la puerta de peatones dando las gracias al cielo por acordarme del código.
Corro hacia el vestíbulo, Clive está en la mesa del conserje. Se lo ve más alegre que de costumbre.
—¡Brittany! Por fin le he pillado el truco al dichoso equipo—afirma extasiado.
Me agarro al mostrador de mármol para recobrar el aliento.
—Me alegro, Clive. Ya te dije que lo lograrías.
—¿Te encuentras bien?
—Sí. Sólo he venido a ver a Santana.
El teléfono suena y Clive levanta el dedo para decirme que le disculpe un segundo.
—¿Señor Holland? Sí, cómo no, señor—cuelga y anota un par de cosas en un cuaderno—Perdona.
—No te preocupes. Voy a subir.
—Brittany, la señora López no me ha informado de que fueras a venir—Revisa la pantalla.
Lo miro boquiabierta.
¿Me está tomando el pelo?
Ha visto a Santana subiéndome y bajándome en brazos infinidad de veces.
¿A qué juega?
Le sonrío con dulzura.
—¿Te gusta tu trabajo, Clive?
Se pone como unas pascuas.
—Básicamente, soy el ayudante personal de trece residentes ricachones, pero me encanta. Deberías oír las cosas que me piden. Ayer el señor Daniels me pidió que organizara un paseo en Chopper por la ciudad para su hija y tres amigos y...—se acerca al mostrador y baja la voz—, el señor Gómez, del quinto, recibe a una mujer distinta cada día de la semana. Y al señor Holland parece que le van las tailandesas, pero no se lo cuentes a nadie. Es confidencial.
Me guiña el ojo y me pregunto qué le habrá pedido Santana que haga u organice. Para empezar, podría encargarse de que le arreglen la ventanilla rota.
—Parece muy interesante. Me alegro de que lo estés disfrutando, Clive—le dedico una sonrisa aún más amplia—¿Te importa si subo?
—Tengo que avisarlo primero, Brittany.
—¡Bueno llama!—le espeto, impaciente y molesta.
Clive marca el número del ático. Cuelga y vuelve a llamar.
—Estoy seguro de que la he visto pasar—murmura con el ceño fruncido—Puede que me equivoque.
—Su coche está fuera. Tiene que estar—insisto—Inténtalo otra vez.
Señalo el teléfono. Clive aprieta un par de botones y yo no le quito el ojo de encima. Vuelve a colgar sacudiendo la cabeza.
—No, no está. Y no ha puesto un NM en el sistema, así que no está durmiendo u ocupada. Debe de haber salido.
Frunzo el ceño.
—¿NM?
—No molestar.
—Clive, sé que está en casa. ¿Me dejas subir, por favor?—le suplico.
No puedo creerme que se esté haciendo tanto de rogar. Vuelve a acercarse al mostrador, entorna los ojos y mira a un lado y a otro para comprobar que no hay moros en la costa.
—Puedo meterme en un buen lío por no seguir el protocolo, Brittany, pero por ser tú...—me guiña el ojo—Pasa.
—Gracias, Clive.
Entro de un salto en el ascensor, introduzco el código y rezo para que no lo haya cambiado, aunque no hace tanto que me he marchado. Dejo escapar un suspiro de alivio cuando las puertas se cierran y comienza a subir hacia el ático. Ahora sólo falta que me abra la puerta.
No tengo llave.
El estómago me da unos cuantos vuelcos cuando llega el ascensor y me encuentro delante de las puertas del apartamento de Santana. Frunzo el ceño. Está abierto y se oye música. Está muy alta. Franqueo la puerta con cuidado y al instante mis oídos reciben el bombardeo de una canción muy potente y conmovedora pero triste. Está por todas partes. La reconozco de inmediato. Es Angel. La letra me cae encima como una losa y me pongo en guardia. Ahora mismo es ruidosa y deprimente, no suave y ardiente como cuando hicimos el amor.
Tengo que encontrar el mando a distancia para poder bajar el volumen o apagarla. Me afecta demasiado. Suena en todos los altavoces integrados, así que no hay escapatoria. Quizá no esté en casa. Tal vez el equipo se haya averiado, porque es imposible que pueda soportar la música a tal volumen durante mucho rato. Pero la puerta estaba abierta de par en par. Me tapo los oídos con las manos y busco algún tipo de mando a distancia. Corro a la cocina y veo uno sobre la isla. Pulso el botón y bajo el volumen; mucho.
Una vez solucionado lo del nivel de ruido, empiezo a buscar a Santana en la planta principal. Pongo un pie en el primer peldaño y doy un puntapié a algo que repiquetea contra el suelo. Recojo la botella de cristal y la pongo en la consola que hay al pie de la escalera antes de empezar a subir los peldaños de dos en dos. Voy directa al dormitorio principal, pero ella no está. Busco como una posesa en todas las habitaciones de la planta.
Nada.
¿Dónde está?
Bajo la mitad de la escalera y me paro en seco al ver la botella vacía que he recogido antes. Es vodka. O lo era. No queda ni gota. Una ola de ansiedad me recorre el cuerpo y un millón de pensamientos se agolpan en mi mente. Nunca he visto a Santana beber. Nunca. Siempre que había alcohol, ella lo rechazaba y pedía agua. Nunca se me había ocurrido preguntarme por qué.
¿La he visto beber alguna vez?
No, creo que no.
Contemplo la botella vacía de vodka sobre la mesa y pienso que la ha tirado al suelo con poco cuidado. Algo no va bien.
—No, por favor, no—susurro para mis adentros.
Me viene a la cabeza lo mucho que insistió en que no bebiera el viernes. Nuestra pelea en el Blue Bar cuando intentó obligarme a beber agua ya no parece una cosa ni tan rara ni tan poco razonable.
Oigo el ruido de algo que se cae. Me olvido de la botella de vodka vacía y miro hacia la terraza. Las puertas de cristal se abren. Bajo la escalera a toda velocidad, cruzo el salón y derrapo al llegar a la terraza y ver a Santana intentando levantarse de una de las tumbonas.
¿Es que he vivido con los ojos cerrados durante las últimas semanas?
No me he enterado de nada. Lleva una toalla amarrada a los pechos y una botella de vodka en una mano. La agarra con fuerza mientras intenta apoyarse en la otra mano para levantarse. Maldice como una posesa.
Me quedo petrificada.
Esta mujer de la que me he enamorado, una fuerza de la naturaleza, apasionada y cautivadora, ha quedado reducido a una borracha asquerosa.
¿Cómo he podido no verlo?
Aún no me he hecho a la idea de todo lo que ha pasado hoy.
¿Esto qué es, la guinda del pastel?
¿Qué he hecho yo para merecer esto?
Cuando consigue ponerse de pie, se vuelve para tenerme cara a cara. Tiene la mirada perdida y está pálida. No parece ella.
—Demasiado tarde, señorita.
Arrastra las palabras con odio, sin quitarme la vista de encima. Nunca me había mirado así. Nunca me había hablado así, ni siquiera cuando estaba cabreada conmigo.
¿Qué le ha pasado?
—Estás borracha.
Menuda estupidez acabo de decir, pero es que las demás palabras han huido, gritando como locas, de mi cerebro. Mis ojos nunca se repondrán de todo lo que han visto hoy.
—Qué observadora—levanta la botella y se bebe el resto. Después, se seca la boca con el dorso de la mano—Aunque no lo bastante borracha.
Se acerca y, de forma instintiva, me aparto de su camino. Me haría daño y tropezara conmigo.
—¿Adónde vas?—le pregunto.
—A ti qué te importa—escupe sin mirarme siquiera.
La sigo a la cocina y la veo sacar otra botella de vodka del congelador y tirar la que está vacía en la pila. Desenrosca el tapón de la nueva.
—¡Mierda!—murmura al tiempo que sacude la mano.
Entonces veo que la tiene hinchada y llena de cortes. No deja su empeño de desenroscar el tapón hasta que lo consigue y le da un buen trago a la botella.
—Santana, alguien tiene que mirarte esa mano.
Se mira la mano y le da otro trago a la botella.
—Bueno mírala. Pero tú has causado un daño mayor—gruñe.
¿Es culpa mía?
¿Qué intenta decirme?
¿Que, junto con todo lo demás, la he empujado a la bebida?
—Sí, quédate ahí parada... ahí pasmada... y... y... confusa. ¡Te lo dije!—grita—¿Acaso no te lo advertí? Te... ¡Te lo advertí!—Está histérica.
—¿Qué me advertiste?—pregunto con calma, aunque ya sé lo que me va a decir.
Éste es el daño aún mayor que iba a causar si la dejaba. De esto era de lo que no iba a recuperarse. Las cosas eran más llevaderas conmigo porque entonces no bebía.
¿Por qué?
Engulle más vodka. Intento calcular cuánto habrá bebido.
Es la tercera botella que he visto, pero ¿y las que no habré visto?
¿Puede beber tanto una persona?
—¡Qué típico!—grita mirando al techo.
—No lo sabía—susurro.
Se echa a reír.
—¿Cómo que no lo sabías?—me señala con la botella—Te dije que causarías más daño si me dejabas y aun así lo hiciste. Ahora mira cómo estoy.
Sus palabras hacen que me estremezca. Quiero llorar. La veo así y me entran ganas de sollozar sin parar, pero el aturdimiento controla las lágrimas. Ésta no es la Santana que yo conozco. Esta mujer es una extraña, cruel, hiriente y despiadada, y yo no siento nada por ella.
No necesito a esta mujer.
Se me acerca y me aparto. No quiero estar cerca de ella.
—Eso es, echa a correr—sigue avanzando, acortando la distancia a cada paso—Eres una calientabraguetas, Brittany. Te tengo y no te tengo, luego te tengo otra vez. ¡Decídete de una puta vez!
—¿Por qué no me dijiste que eras alcohólica?—pregunto cuando mi espalda choca contra la pared.
No puedo retroceder más.
¿Por qué no me lo contaste todo?
—¿Y darte otra razón para no quererme?—espeta. Luego parece darle vueltas a algo—¡No soy alcohólica!
¡Negación!
¿Hasta qué punto es grave la situación?
Nunca la he visto borracha. Está delante de mí, mirándome. Tan de cerca, sus ojos parecen aún más oscuros y vacíos.
—Necesitas ayuda.
Se me quiebra la voz. Yo también voy a necesitar ayuda.
—Te necesitaba a ti y... tú... tú me dejaste.
Su aliento es cálido, pero no huele a menta, como siempre. Lo único que percibo son los efluvios del alcohol. Los que dicen que el vodka no huele mienten.
Le planto las manos en los hombros para echarla atrás, pero aplico una presión mínima porque me da miedo tirarla al suelo.
Es increíble.
Esta mujer no se tiene en pie.
El tacto de su piel es la de siempre, la que yo conozco, pero es lo único de ella que me resulta familiar en este momento.
Da un paso atrás y vuelve a llevarse la botella a los labios. Quiero quitársela y tirarla al suelo.
—Perdona, ¿estoy invadiendo tu espacio?—se ríe—Antes no te molestaba.
—Antes no estabas borracha—se la devuelvo.
—No... cierto. Estaba demasiado ocupada follándote como para beber—me mira asqueada y se inclina hacia mí—Estaba demasiado ocupada follándote como para pensar en nada. Y a ti te encantaba—suelta una risa burlona—Eras buena. De hecho, la mejor que he tenido. Y he tenido muchas.
La ira se apodera de mí tan rápido que ni me doy cuenta de que mi mano ha cobrado vida y le ha dado un bofetón. No hasta que empieza a dolerme.
¡Joder, qué daño me hecho!
Permanece con la cara ladeada, tal y como se la ha dejado mi mano iracunda. Luego la vuelve para mirarme, muy despacio.
—Ha sido divertido, ¿verdad?
La miro con desdén y niego con la cabeza. Es como si estuviera en una película sin sentido. Estas cosas no pasan en la vida real. A mí no me pasan. Clubs de sexo, locura desenfrenada y estúpidas alcohólicas.
¿Cómo he acabado en este circo?
—Estás hecha una puta mierda.
—Cuidado con esa boca—dice arrastrando las palabras.
—¡No me digas cómo tengo que hablar!—le grito—No tienes derecho a decirme cómo debo hacer nada. ¡Ya no!
—Estoy-hecha-una-puta-mierda-por-tu-culpa—subraya.
Arrastra cada palabra y me hunde el índice en la cara. Me temo que voy a pegarle un puñetazo en esa careta de borracha si no salgo de aquí ahora mismo. Pero todas mis cosas están aquí y necesito cogerlas. No quiero tener que volver nunca más.
Le doy un empellón y corro hacia la escalera. Con suerte, estará demasiado borracha como para subirlas y podré recogerlo todo sin más discusiones violentas.
Subo lo más rápido que puedo, entro en el dormitorio y vacilo unos instantes preguntándome dónde habrá puesto mi maleta. Encuentro mi bolsa de viaje guardada con pulcritud en el vestidor, detrás de unas cajas de zapatos. Tiro de ella, descuelgo mi ropa de las perchas y recojo mis cosas del suelo al mismo tiempo. Vuelvo al dormitorio y me encuentro a Santana en la puerta. Ha tardado más que de costumbre, pero ha conseguido subir la escalera. La ignoro y me dirijo al baño a toda prisa. Meto mis pertenencias en la bolsa sin comprobar si están cerradas. Es probable que acabe con una pila de ropa manchada de champú, pero me importa un pimiento.
Necesito salir de aquí cuanto antes.
—¿Te trae recuerdos, Britt?
Santana está acariciando la superficie de mármol del lavabo doble, muy seria.
Intento olvidar nuestro encuentro de la noche de la inauguración. Fue en esta habitación donde finalmente me rendí a esta mujer. En este cuarto de baño hicimos el amor por primera vez.
No, follamos por primera vez.
Y ahora todo va a acabar también aquí.
Me cierra el paso con su cuerpo tambaleante. No lleva consigo la botella de vodka y la toalla está demasiado suelta. Intento salir pero me lo impide. No hay manera de escapar.
—¿Te vas de verdad?—pregunta en voz baja.
—¿Creías que iba a quedarme?—pregunto exasperada.
¿Después de todo lo que he visto hoy?
Creía que podía sobreponerme a lo de La Mansión y toda la mierda asociada a ella y ahora me encuentro con esto. Mi mundo, que ya de por sí estaba hecho añicos, acaba de quedar reducido a cenizas. Ni todo el amor del mundo podría arreglar este desastre. Me ha montado en una montaña rusa. Me ha engañado y me ha manipulado a propósito.
—Así que ¿se acabó? ¿Me has puesto la vida patas arriba, has causado todo este daño y ahora te vas sin arreglarlo?
La miro estupefacta.
¿Se cree que es la única afectada por todo esto?
¿Me dice que yo le he puesto la vida patas arriba?
Esta mujer alucina incluso borracha.
—Adiós, Santana.
La dejo y corro hacia la escalera luchando contra el impulso de mirar atrás. La mujer arrebatadora del que me había enamorado, la mujer a la que creía que iba a amar el resto de mi vida, ha sido cruelmente reemplazada por una criatura borracha y asquerosa.
—¡Quería decírtelo, pero te empeñaste en ser tan difícil como siempre!—ruge a mi espalda—¿Cómo puedes irte?—su crueldad me provoca escalofríos, pero sigo andando—¡Britt, Britt-Britt, por favor!
Mientras bajo la escalera, oigo un estrépito seguido de una colección de golpes y objetos que caen. Corro aún más rápido. Cualquier sueño de lanzarme a sus brazos cariñosos se ha desvanecido por completo. Mi final feliz con mi mujer arrebatadora ha quedado reducido a la nada. Podría haberme metido en una relación seria con Santana sin tener la más remota idea de sus oscuros secretos.
¿Cuándo los habría descubierto?
Debería dar las gracias. Al menos me he enterado antes de que fuera demasiado tarde.
¿Antes de que fuera demasiado tarde?
Ya es demasiado tarde.
Me acerco a la puerta de casa de Rachel como una zombi. Se abre antes de que meta la llave en la cerradura. Me mira con el rostro desfigurado por la confusión.
—¿Qué ha pasado?—me pregunta.
Tiene los ojos abiertos como platos y llenos de preocupación. Quinn aparece detrás de ella. Una mirada me basta para darme cuenta de que ella sabe con exactitud lo que ha ocurrido.
Mis doloridos músculos se rinden, incluso el corazón, y me desplomo en el suelo sollozando incontroladamente. Soy a duras penas consciente de que Rachel me abraza y me acuna entre sus brazos, pero no me consuelan.
No son los de Santana.
Cuando llego a la puerta, veo que el coche de Santana está aparcado en ángulo y ocupa dos de sus plazas de garaje. Abandono mi Mini en la calle y entro por la puerta de peatones dando las gracias al cielo por acordarme del código.
Corro hacia el vestíbulo, Clive está en la mesa del conserje. Se lo ve más alegre que de costumbre.
—¡Brittany! Por fin le he pillado el truco al dichoso equipo—afirma extasiado.
Me agarro al mostrador de mármol para recobrar el aliento.
—Me alegro, Clive. Ya te dije que lo lograrías.
—¿Te encuentras bien?
—Sí. Sólo he venido a ver a Santana.
El teléfono suena y Clive levanta el dedo para decirme que le disculpe un segundo.
—¿Señor Holland? Sí, cómo no, señor—cuelga y anota un par de cosas en un cuaderno—Perdona.
—No te preocupes. Voy a subir.
—Brittany, la señora López no me ha informado de que fueras a venir—Revisa la pantalla.
Lo miro boquiabierta.
¿Me está tomando el pelo?
Ha visto a Santana subiéndome y bajándome en brazos infinidad de veces.
¿A qué juega?
Le sonrío con dulzura.
—¿Te gusta tu trabajo, Clive?
Se pone como unas pascuas.
—Básicamente, soy el ayudante personal de trece residentes ricachones, pero me encanta. Deberías oír las cosas que me piden. Ayer el señor Daniels me pidió que organizara un paseo en Chopper por la ciudad para su hija y tres amigos y...—se acerca al mostrador y baja la voz—, el señor Gómez, del quinto, recibe a una mujer distinta cada día de la semana. Y al señor Holland parece que le van las tailandesas, pero no se lo cuentes a nadie. Es confidencial.
Me guiña el ojo y me pregunto qué le habrá pedido Santana que haga u organice. Para empezar, podría encargarse de que le arreglen la ventanilla rota.
—Parece muy interesante. Me alegro de que lo estés disfrutando, Clive—le dedico una sonrisa aún más amplia—¿Te importa si subo?
—Tengo que avisarlo primero, Brittany.
—¡Bueno llama!—le espeto, impaciente y molesta.
Clive marca el número del ático. Cuelga y vuelve a llamar.
—Estoy seguro de que la he visto pasar—murmura con el ceño fruncido—Puede que me equivoque.
—Su coche está fuera. Tiene que estar—insisto—Inténtalo otra vez.
Señalo el teléfono. Clive aprieta un par de botones y yo no le quito el ojo de encima. Vuelve a colgar sacudiendo la cabeza.
—No, no está. Y no ha puesto un NM en el sistema, así que no está durmiendo u ocupada. Debe de haber salido.
Frunzo el ceño.
—¿NM?
—No molestar.
—Clive, sé que está en casa. ¿Me dejas subir, por favor?—le suplico.
No puedo creerme que se esté haciendo tanto de rogar. Vuelve a acercarse al mostrador, entorna los ojos y mira a un lado y a otro para comprobar que no hay moros en la costa.
—Puedo meterme en un buen lío por no seguir el protocolo, Brittany, pero por ser tú...—me guiña el ojo—Pasa.
—Gracias, Clive.
Entro de un salto en el ascensor, introduzco el código y rezo para que no lo haya cambiado, aunque no hace tanto que me he marchado. Dejo escapar un suspiro de alivio cuando las puertas se cierran y comienza a subir hacia el ático. Ahora sólo falta que me abra la puerta.
No tengo llave.
El estómago me da unos cuantos vuelcos cuando llega el ascensor y me encuentro delante de las puertas del apartamento de Santana. Frunzo el ceño. Está abierto y se oye música. Está muy alta. Franqueo la puerta con cuidado y al instante mis oídos reciben el bombardeo de una canción muy potente y conmovedora pero triste. Está por todas partes. La reconozco de inmediato. Es Angel. La letra me cae encima como una losa y me pongo en guardia. Ahora mismo es ruidosa y deprimente, no suave y ardiente como cuando hicimos el amor.
Tengo que encontrar el mando a distancia para poder bajar el volumen o apagarla. Me afecta demasiado. Suena en todos los altavoces integrados, así que no hay escapatoria. Quizá no esté en casa. Tal vez el equipo se haya averiado, porque es imposible que pueda soportar la música a tal volumen durante mucho rato. Pero la puerta estaba abierta de par en par. Me tapo los oídos con las manos y busco algún tipo de mando a distancia. Corro a la cocina y veo uno sobre la isla. Pulso el botón y bajo el volumen; mucho.
Una vez solucionado lo del nivel de ruido, empiezo a buscar a Santana en la planta principal. Pongo un pie en el primer peldaño y doy un puntapié a algo que repiquetea contra el suelo. Recojo la botella de cristal y la pongo en la consola que hay al pie de la escalera antes de empezar a subir los peldaños de dos en dos. Voy directa al dormitorio principal, pero ella no está. Busco como una posesa en todas las habitaciones de la planta.
Nada.
¿Dónde está?
Bajo la mitad de la escalera y me paro en seco al ver la botella vacía que he recogido antes. Es vodka. O lo era. No queda ni gota. Una ola de ansiedad me recorre el cuerpo y un millón de pensamientos se agolpan en mi mente. Nunca he visto a Santana beber. Nunca. Siempre que había alcohol, ella lo rechazaba y pedía agua. Nunca se me había ocurrido preguntarme por qué.
¿La he visto beber alguna vez?
No, creo que no.
Contemplo la botella vacía de vodka sobre la mesa y pienso que la ha tirado al suelo con poco cuidado. Algo no va bien.
—No, por favor, no—susurro para mis adentros.
Me viene a la cabeza lo mucho que insistió en que no bebiera el viernes. Nuestra pelea en el Blue Bar cuando intentó obligarme a beber agua ya no parece una cosa ni tan rara ni tan poco razonable.
Oigo el ruido de algo que se cae. Me olvido de la botella de vodka vacía y miro hacia la terraza. Las puertas de cristal se abren. Bajo la escalera a toda velocidad, cruzo el salón y derrapo al llegar a la terraza y ver a Santana intentando levantarse de una de las tumbonas.
¿Es que he vivido con los ojos cerrados durante las últimas semanas?
No me he enterado de nada. Lleva una toalla amarrada a los pechos y una botella de vodka en una mano. La agarra con fuerza mientras intenta apoyarse en la otra mano para levantarse. Maldice como una posesa.
Me quedo petrificada.
Esta mujer de la que me he enamorado, una fuerza de la naturaleza, apasionada y cautivadora, ha quedado reducido a una borracha asquerosa.
¿Cómo he podido no verlo?
Aún no me he hecho a la idea de todo lo que ha pasado hoy.
¿Esto qué es, la guinda del pastel?
¿Qué he hecho yo para merecer esto?
Cuando consigue ponerse de pie, se vuelve para tenerme cara a cara. Tiene la mirada perdida y está pálida. No parece ella.
—Demasiado tarde, señorita.
Arrastra las palabras con odio, sin quitarme la vista de encima. Nunca me había mirado así. Nunca me había hablado así, ni siquiera cuando estaba cabreada conmigo.
¿Qué le ha pasado?
—Estás borracha.
Menuda estupidez acabo de decir, pero es que las demás palabras han huido, gritando como locas, de mi cerebro. Mis ojos nunca se repondrán de todo lo que han visto hoy.
—Qué observadora—levanta la botella y se bebe el resto. Después, se seca la boca con el dorso de la mano—Aunque no lo bastante borracha.
Se acerca y, de forma instintiva, me aparto de su camino. Me haría daño y tropezara conmigo.
—¿Adónde vas?—le pregunto.
—A ti qué te importa—escupe sin mirarme siquiera.
La sigo a la cocina y la veo sacar otra botella de vodka del congelador y tirar la que está vacía en la pila. Desenrosca el tapón de la nueva.
—¡Mierda!—murmura al tiempo que sacude la mano.
Entonces veo que la tiene hinchada y llena de cortes. No deja su empeño de desenroscar el tapón hasta que lo consigue y le da un buen trago a la botella.
—Santana, alguien tiene que mirarte esa mano.
Se mira la mano y le da otro trago a la botella.
—Bueno mírala. Pero tú has causado un daño mayor—gruñe.
¿Es culpa mía?
¿Qué intenta decirme?
¿Que, junto con todo lo demás, la he empujado a la bebida?
—Sí, quédate ahí parada... ahí pasmada... y... y... confusa. ¡Te lo dije!—grita—¿Acaso no te lo advertí? Te... ¡Te lo advertí!—Está histérica.
—¿Qué me advertiste?—pregunto con calma, aunque ya sé lo que me va a decir.
Éste es el daño aún mayor que iba a causar si la dejaba. De esto era de lo que no iba a recuperarse. Las cosas eran más llevaderas conmigo porque entonces no bebía.
¿Por qué?
Engulle más vodka. Intento calcular cuánto habrá bebido.
Es la tercera botella que he visto, pero ¿y las que no habré visto?
¿Puede beber tanto una persona?
—¡Qué típico!—grita mirando al techo.
—No lo sabía—susurro.
Se echa a reír.
—¿Cómo que no lo sabías?—me señala con la botella—Te dije que causarías más daño si me dejabas y aun así lo hiciste. Ahora mira cómo estoy.
Sus palabras hacen que me estremezca. Quiero llorar. La veo así y me entran ganas de sollozar sin parar, pero el aturdimiento controla las lágrimas. Ésta no es la Santana que yo conozco. Esta mujer es una extraña, cruel, hiriente y despiadada, y yo no siento nada por ella.
No necesito a esta mujer.
Se me acerca y me aparto. No quiero estar cerca de ella.
—Eso es, echa a correr—sigue avanzando, acortando la distancia a cada paso—Eres una calientabraguetas, Brittany. Te tengo y no te tengo, luego te tengo otra vez. ¡Decídete de una puta vez!
—¿Por qué no me dijiste que eras alcohólica?—pregunto cuando mi espalda choca contra la pared.
No puedo retroceder más.
¿Por qué no me lo contaste todo?
—¿Y darte otra razón para no quererme?—espeta. Luego parece darle vueltas a algo—¡No soy alcohólica!
¡Negación!
¿Hasta qué punto es grave la situación?
Nunca la he visto borracha. Está delante de mí, mirándome. Tan de cerca, sus ojos parecen aún más oscuros y vacíos.
—Necesitas ayuda.
Se me quiebra la voz. Yo también voy a necesitar ayuda.
—Te necesitaba a ti y... tú... tú me dejaste.
Su aliento es cálido, pero no huele a menta, como siempre. Lo único que percibo son los efluvios del alcohol. Los que dicen que el vodka no huele mienten.
Le planto las manos en los hombros para echarla atrás, pero aplico una presión mínima porque me da miedo tirarla al suelo.
Es increíble.
Esta mujer no se tiene en pie.
El tacto de su piel es la de siempre, la que yo conozco, pero es lo único de ella que me resulta familiar en este momento.
Da un paso atrás y vuelve a llevarse la botella a los labios. Quiero quitársela y tirarla al suelo.
—Perdona, ¿estoy invadiendo tu espacio?—se ríe—Antes no te molestaba.
—Antes no estabas borracha—se la devuelvo.
—No... cierto. Estaba demasiado ocupada follándote como para beber—me mira asqueada y se inclina hacia mí—Estaba demasiado ocupada follándote como para pensar en nada. Y a ti te encantaba—suelta una risa burlona—Eras buena. De hecho, la mejor que he tenido. Y he tenido muchas.
La ira se apodera de mí tan rápido que ni me doy cuenta de que mi mano ha cobrado vida y le ha dado un bofetón. No hasta que empieza a dolerme.
¡Joder, qué daño me hecho!
Permanece con la cara ladeada, tal y como se la ha dejado mi mano iracunda. Luego la vuelve para mirarme, muy despacio.
—Ha sido divertido, ¿verdad?
La miro con desdén y niego con la cabeza. Es como si estuviera en una película sin sentido. Estas cosas no pasan en la vida real. A mí no me pasan. Clubs de sexo, locura desenfrenada y estúpidas alcohólicas.
¿Cómo he acabado en este circo?
—Estás hecha una puta mierda.
—Cuidado con esa boca—dice arrastrando las palabras.
—¡No me digas cómo tengo que hablar!—le grito—No tienes derecho a decirme cómo debo hacer nada. ¡Ya no!
—Estoy-hecha-una-puta-mierda-por-tu-culpa—subraya.
Arrastra cada palabra y me hunde el índice en la cara. Me temo que voy a pegarle un puñetazo en esa careta de borracha si no salgo de aquí ahora mismo. Pero todas mis cosas están aquí y necesito cogerlas. No quiero tener que volver nunca más.
Le doy un empellón y corro hacia la escalera. Con suerte, estará demasiado borracha como para subirlas y podré recogerlo todo sin más discusiones violentas.
Subo lo más rápido que puedo, entro en el dormitorio y vacilo unos instantes preguntándome dónde habrá puesto mi maleta. Encuentro mi bolsa de viaje guardada con pulcritud en el vestidor, detrás de unas cajas de zapatos. Tiro de ella, descuelgo mi ropa de las perchas y recojo mis cosas del suelo al mismo tiempo. Vuelvo al dormitorio y me encuentro a Santana en la puerta. Ha tardado más que de costumbre, pero ha conseguido subir la escalera. La ignoro y me dirijo al baño a toda prisa. Meto mis pertenencias en la bolsa sin comprobar si están cerradas. Es probable que acabe con una pila de ropa manchada de champú, pero me importa un pimiento.
Necesito salir de aquí cuanto antes.
—¿Te trae recuerdos, Britt?
Santana está acariciando la superficie de mármol del lavabo doble, muy seria.
Intento olvidar nuestro encuentro de la noche de la inauguración. Fue en esta habitación donde finalmente me rendí a esta mujer. En este cuarto de baño hicimos el amor por primera vez.
No, follamos por primera vez.
Y ahora todo va a acabar también aquí.
Me cierra el paso con su cuerpo tambaleante. No lleva consigo la botella de vodka y la toalla está demasiado suelta. Intento salir pero me lo impide. No hay manera de escapar.
—¿Te vas de verdad?—pregunta en voz baja.
—¿Creías que iba a quedarme?—pregunto exasperada.
¿Después de todo lo que he visto hoy?
Creía que podía sobreponerme a lo de La Mansión y toda la mierda asociada a ella y ahora me encuentro con esto. Mi mundo, que ya de por sí estaba hecho añicos, acaba de quedar reducido a cenizas. Ni todo el amor del mundo podría arreglar este desastre. Me ha montado en una montaña rusa. Me ha engañado y me ha manipulado a propósito.
—Así que ¿se acabó? ¿Me has puesto la vida patas arriba, has causado todo este daño y ahora te vas sin arreglarlo?
La miro estupefacta.
¿Se cree que es la única afectada por todo esto?
¿Me dice que yo le he puesto la vida patas arriba?
Esta mujer alucina incluso borracha.
—Adiós, Santana.
La dejo y corro hacia la escalera luchando contra el impulso de mirar atrás. La mujer arrebatadora del que me había enamorado, la mujer a la que creía que iba a amar el resto de mi vida, ha sido cruelmente reemplazada por una criatura borracha y asquerosa.
—¡Quería decírtelo, pero te empeñaste en ser tan difícil como siempre!—ruge a mi espalda—¿Cómo puedes irte?—su crueldad me provoca escalofríos, pero sigo andando—¡Britt, Britt-Britt, por favor!
Mientras bajo la escalera, oigo un estrépito seguido de una colección de golpes y objetos que caen. Corro aún más rápido. Cualquier sueño de lanzarme a sus brazos cariñosos se ha desvanecido por completo. Mi final feliz con mi mujer arrebatadora ha quedado reducido a la nada. Podría haberme metido en una relación seria con Santana sin tener la más remota idea de sus oscuros secretos.
¿Cuándo los habría descubierto?
Debería dar las gracias. Al menos me he enterado antes de que fuera demasiado tarde.
¿Antes de que fuera demasiado tarde?
Ya es demasiado tarde.
Me acerco a la puerta de casa de Rachel como una zombi. Se abre antes de que meta la llave en la cerradura. Me mira con el rostro desfigurado por la confusión.
—¿Qué ha pasado?—me pregunta.
Tiene los ojos abiertos como platos y llenos de preocupación. Quinn aparece detrás de ella. Una mirada me basta para darme cuenta de que ella sabe con exactitud lo que ha ocurrido.
Mis doloridos músculos se rinden, incluso el corazón, y me desplomo en el suelo sollozando incontroladamente. Soy a duras penas consciente de que Rachel me abraza y me acuna entre sus brazos, pero no me consuelan.
No son los de Santana.
Continuará…
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Prologo
Prólogo
He visto como la miran todas.
La desean, harán lo que sea por conseguirla.
La respiración se me acelera y siento que no podré aguantar mucho más. Estoy perdiendo el control, y esto empieza a asustarme.
Estoy histérica, avergonzada, muerta de celos.
Y muy muy excitada.
Tres…
…Dos…
…Uno…
…Cero.
¡Disfruta!
…Dos…
…Uno…
…Cero.
¡Disfruta!
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 1
Capitulo 1
Han pasado cinco días desde que vi a Santana López por última vez. Cinco días de angustia, cinco días de vacío y cinco días de sollozos. No queda nada en mi interior. Ni emociones, ni alma, ni lágrimas.
Nada.
Cada vez que cierro los ojos la veo ahí. Un aluvión de imágenes se proyecta en mi mente; oscilan entre la mujer atractiva y segura de sí misma que me poseyó por completo y esa criatura vacua, hiriente y ebria que ha acabado conmigo.
Estoy hecha un auténtico lío.
Me siento vacía e incompleta.
Me obligó a necesitarla y ahora se ha ido.
Veo su rostro en la oscuridad y oigo su voz en el silencio. No logro escapar de ella. Soy ajena al bullicio que me rodea, percibo los sonidos como un zumbido distante, y veo las cosas lentas y borrosas.
Vivo en un infierno.
Vacía.
Incompleta.
Siento una angustia absoluta. Dejé a Santana borracha y furiosa en su ático el domingo pasado. No he sabido nada de ella desde que me marché y la abandoné gritando y trastabillando.
No ha habido llamadas, ni mensajes, ni flores... Nada.
Quinn sigue frecuentando semidesnuda la casa de Rachel, pero sabe que no debe mencionarme a Santana, de modo que calla y mantiene la distancia conmigo. Mi presencia debe de resultar incómoda en estos momentos.
¿Cómo es posible que una mujer a la que conozco desde hace apenas unas semanas haga que me sienta de esta manera?
Y no obstante, en este poco tiempo he descubierto que es intensa, apasionada y controladora, pero también tierna, cariñosa y protectora.
La echo mucho de menos, pero no a la persona borracha y vacía a la que me enfrenté la última vez. Ésa no era la mujer de la que me he enamorado, pero ese breve intercambio de insultos no consiguió borrar las semanas que vivimos antes de ese funesto domingo que pasamos solos. Prefiero mil veces su carácter frustrante y provocador a la desagradable imagen de verla bebida. Por extraño que parezca, también echo de menos esos rasgos exasperantes de su personalidad. Ni siquiera he pensado en La Mansión ni en lo que representa. Prácticamente ha perdido toda importancia. Al parecer, que Santana hubiera vuelto a beber fue culpa mía.
Arrastrando las palabras me recordó que ya me había advertido de que habría graves consecuencias si la dejaba.
Y es verdad, lo había hecho.
Pero no me explicó qué clase de consecuencias ni por qué. Era otro de sus misteriosos acertijos, y no me dio más detalles. Debería haber insistido, pero me encontraba demasiado ocupada dejándome absorber por ella. Estaba ebria de lujuria y sumida en su intensidad, todo me daba igual.
Ella me consumía por completo.
Nunca imaginé que fuera la señora de La Mansión del Sexo y, desde luego, nunca imaginé que fuera alcohólica.
Estaba completamente ciega.
He tenido suerte de haber esquivado las posibles preguntas de Will respecto al proyecto de la señora López. Cuando una suma de cien mil libras apareció en la cuenta bancaria de Rococo Union por cortesía de la señora López me sentí inmensamente agradecida. Con tanto dinero pagado por adelantado podía decirle a Will que la señora López había tenido que marcharse al extranjero por una cuestión de negocios y que eso retrasaría el proyecto. Sé que tendré que hacer frente a este tema, pero ahora mismo no tengo fuerzas, y no sé cuándo lograré reunirlas.
Quizá nunca.
La pobre Rachel se ha estado esforzando mucho para sacarme de este agujero negro en el que me he metido. Ha intentado mantenerme ocupada con clases de yoga, llevándome de copas y decorando tartas, pero como mejor me siento es pudriéndome en la cama. Viene a comer conmigo todos los días, aunque yo no tomo nada. Bastante me cuesta limitarme a tragar sin tener que pasar comida a través del nudo constante que tengo en la garganta. Lo único que espero con ansia en estos momentos es mi paseo matutino.
Apenas duermo, así que obligarme a salir de la cama a las cinco de la mañana todos los días es relativamente fácil. La mañana es tranquila y fresca. Me dirijo al punto de Green Park donde me desplomé, exhausta, la mañana en que Santana me arrastró por las calles de Londres en una de sus agotadoras maratones.
Me quedo sentada, arrancando briznas de césped cubiertas de rocío hasta que tengo el trasero dormido y empapado, y entonces me dispongo a regresar sin prisa y me voy preparando para sobrellevar otro día sin Santana.
¿Cuánto tiempo podré seguir así?
Mi hermano, Sam, vuelve mañana a Londres tras visitar a mis padres en Cornualles.
Debería estar desando verlo, han pasado seis meses desde que se marchó, pero ¿de dónde voy a sacar la energía para fingir que todo va bien?
Y con la llamadita de Elaine a mi mamá para informarla de que estaba saliendo con otra mujer, probablemente me espera un interrogatorio. Yo le dije que no era verdad (lo era en aquel momento, ahora ya no), pero conozco bien a mi mamá y sé que no me creyó, a pesar de que desde el otro extremo de la línea telefónica no podía ver cómo jugueteaba con mi pelo.
¿Qué iba a decirles?
¿Qué me había enamorado de una mujer de quien no sé ni la edad que tiene?
¿Que regenta un club sexual y que, ¡ah, sí!, es alcohólica?
El no haber ido a verlos tampoco ayuda demasiado. Excusarme diciendo que tenía trabajo fue bastante lamentable, así que no me cabe la menor duda de que mañana Sam me someterá a un tercer grado. Tengo que prepararme para sus preguntas. Será el interrogatorio más exhaustivo al que me hayan sometido jamás.
De repente, mi móvil empieza a sonar y a vibrar sobre el escritorio y me obliga a salir de mi ensoñación. Es Danielle Ruth. Suspiro para mis adentros. Esta mujer también me está suponiendo todo un reto. Llamó el martes y me exigió que le diera cita para el mismo día. Le expliqué que estaba ocupada y le sugerí que tal vez podría atenderla otra persona, pero ella insistió en que me quería a mí. Al final se conformó con la cita que le di, que resulta ser hoy, y me ha estado llamando todos los días para recordármelo. Debería ignorar la llamada, pero si lo hago marcará el teléfono de la oficina.
—Hola, señorita Danielle—la saludo con hastío.
—Brittany, ¿qué tal?
Siempre lo pregunta, lo cual es bastante agradable, supongo. No le digo la verdad.
—Bien, ¿y usted?
—Bien, bien—gorjea—Sólo quería confirmar nuestra cita.
Otra vez. Qué pesada. Debería cobrar más por aguantar estas cosas.
—A las cuatro y media, señorita Danielle—repito por tercer día consecutivo.
—Estupendo, nos vemos en un rato.
—Bien, hasta luego.
Cuelgo y dejo escapar un suspiro largo y pausado.
¿Cómo se me ocurrió acabar el viernes con una clienta nueva, y encima tan especial?
Mercedes entra en la oficina con sus rizos y morenos sobre los hombros. La noto diferente.
¡Está naranja!
—¿Qué te has hecho?—pregunto alarmada.
Sé que en estos momentos no veo con mucha claridad, pero es imposible pasar por alto el tono de su piel. Ella pone los ojos en blanco y saca un espejo de su bolso Mulberry para inspeccionarse la cara.
—¡No puede ser!—exclama—Yo quería mantener mi tono. La muy idiota se ha equivocado de botella. ¡Parezco una bombona de butano!—dice, mientras se frota la cara entre bufidos y resoplidos.
—Será mejor que vayas a comprarte un exfoliante corporal y que te des una buena ducha—le aconsejo, y vuelvo a centrarme en mi pantalla.
—¡No puedo creer que me esté pasando esto!—se lamenta—Esta noche he quedado con Noah. ¡Saldrá huyendo en cuanto me vea así!
—¿Adónde van?—le pregunto.
—Al Langan. Me van a tomar por una famosilla del tres al cuarto. No puedo ir así.
Esto es una auténtica catástrofe para Mercedes. Noah y ella sólo llevan saliendo una semana, otra relación que ha surgido a partir de mi historia frustrada. Ahora sólo falta que llegue Kurt y nos anuncie que va a casarse. Ahora mismo, por egoísta que resulte, soy incapaz de alegrarme por nadie.
Tina, nuestra chica para todo en la oficina, sale apresurada de la cocina y se detiene en seco al ver a Mercedes.
—¡Madre mía! ¿Estás bien, Mercedes?—pregunta, y yo sonrío para mis adentros cuando la chica me mira alarmada.
Nuestra sencilla Tina no entiende todas estas tonterías de embellecerse.
—¡Perfectamente!—espeta Mercedes.
Tina se retira a la seguridad de sus archivos y huye de la encolerizada Mercedes y de mí y mis miserias.
—¿Y Kurt?—pregunto en un intento de distraer a Mercedes de su crisis.
Ella golpea su mesa con el espejo de mano y se vuelve para mirarme. Si tuviera energía me echaría a reír.
Está horrible.
—En casa del señor Baines. Parece ser que la pesadilla continúa—gruñe mientras se atusa los morenos rizos alrededor de la cara.
Dejo a Mercedes y de nuevo miro vagamente la pantalla de mi ordenador. Estoy deseando que termine el día para volver a meterme en la cama, donde no tengo que ver, hablar o interactuar con nadie.
Cuando dan las cuatro en punto, apago el ordenador y salgo de la oficina para ir a reunirme con la señorita Danille. Llego puntual a la magnífica vivienda adosada de Lansdowne Crescent, y ella me abre la puerta.
Me quedo pasmada.
Su voz no se corresponde para nada con su aspecto. Pensaba que sería una solterona de mediana edad, tipo profesora de piano, pero no podría estar más equivocada. Es una mujer muy atractiva, con el pelo largo y rubio, los ojos marrones y la piel blanca, y viste un precioso vestido negro con zapatos de plataforma.
Sonríe.
—Debes de ser Brittany. Pasa, por favor—me guía hasta una cocina horrible estilo años setenta.
—Señorita Danielle, mi portafolio.
Le entrego mi carpeta y ella la acepta con entusiasmo. Tiene una sonrisa muy agradable. Quizá la haya juzgado mal.
—Llámame Dani, por favor. He oído hablar mucho sobre tu trabajo, Brittany—dice mientras hojea las páginas—Sobre todo del Lusso.
—¿Ah, sí?
Parezco sorprendida, pero no lo estoy. Will está encantado con la respuesta que Rococo Union ha tenido de la publicidad del Lusso. Yo preferiría olvidar todo lo relacionado con ese edificio, pero parece que no es posible.
—¡Sí, claro! Todo el mundo habla de ello. Hiciste un trabajo fascinante. ¿Quieres tomar algo?
—Un café estaría bien, gracias.
Sonríe y se dispone a preparar las bebidas.
—Siéntate, Brittany.
Me siento, saco mi expediente de clientes y anoto su nombre y la dirección en la parte superior.
—Bueno, ¿y qué puedo hacer por ti, Dani?
Se echa a reír y señala la estancia que nos rodea con la cucharilla.
—¿De verdad necesitas preguntármelo? Es espantosa, ¿no te parece?—dice, y vuelve a centrarse en la preparación del café—la verdad es que sí, pero no voy a ponerme a temblar de terror al ver los módulos marrón y amarillo y las paredes de imitación de ladrillo—Obviamente, busco ideas para transformar esta monstruosidad—continúa—Había pensado en echarla abajo y convertirla en una habitación familiar grande. Ven, te lo mostraré.
Me pasa un café y me indica que la siga hasta la siguiente estancia. La decoración es igual de horrible que en la cocina. Ella parece bastante joven, aparenta unos treinta y tantos, así que deduzco que hace poco que se ha trasladado. Parece que este lugar no ha visto una brocha desde hace cuarenta años.
Tras una hora de charla, creo que ya he captado la idea de Dani. Tiene buena visión. Me acompaña hasta la puerta.
—Pensaré en unos cuantos diseños que se adapten a tu presupuesto y a tus ideas, y te los haré llegar con mis tarifas—le digo al despedirme—¿Hay alguna cosa que deba dejar al margen?
—No, en absoluto. Evidentemente quiero todos los lujos básicos que uno espera encontrar en una cocina—me ofrece la mano y yo se la estrecho cortésmente—Y una nevera para vinos—se echa a reír.
—Claro—sonrío con rigidez. La sola mención del alcohol hace que se me hiele la sangre—Estaremos en contacto, señorita Danielle.
—Llámame Dani, por favor.
Dejo a la señorita Danielle y me siento aliviada; he cumplido con toda la cortesía que se espera de mí, al menos por ahora... hasta que vea a mi hermano mañana.
Me arrastro por las calles hacia la casa de Rachel y deseo que no esté para poder encerrarme en mi cuarto antes de que continúe con su misión de «animar a Brittany».
—¡Britt!
Me detengo y veo a Quinn asomándose por la ventanilla de su coche mientras pasa lentamente por mi lado.
—Hola—saludo con una sonrisa forzada mientras continúo caminando.
—Britt, por favor, no te unas al club de cabrear a Quinn como tu endiablada amiga. Me veré obligada a mudarme a otra parte.
Aparca el coche, sale de su Porsche y se reúne conmigo en la acera delante de casa. Tiene el aspecto informal de siempre, con esos shorts, una camiseta de los Rolling Stones y el pelo rubio cuidadosamente desaliñado.
—Lo siento. ¿Te has trasladado aquí de forma permanente?—pregunto enarcando una ceja.
Quinn tiene un piso en Hyde Park con mucho más espacio, pero como Rachel tiene el taller en la planta baja de su casa, insiste en que se quede aquí.
—No, qué va. Rach me dijo que llegarías a casa a las seis, y quería hablar contigo.
De repente parece muy nerviosa, lo que hace que me sienta tremendamente incómoda.
—¿Va todo bien?—pregunto.
Ella sonríe levemente, pero no llego a verle el hoyuelo.
—La verdad es que no, Britt. Necesito que vengas conmigo—dice tímidamente.
—¿Adónde?
¿A qué viene este comportamiento?
Quinn no es así. Ella es alegre y natural.
—A casa de San.
Quinn debe de haber advertido la expresión de horror en mi rostro, porque se me acerca con cara suplicante. Con la sola mención de su nombre siento pánico.
¿Para qué quiere que vaya a casa de Santana?
Después de nuestro último encuentro tendría que llevarme a rastras mientras grito y pataleo. No volvería ahí ni por todo el oro del mundo.
Jamás.
—Quinn, no.
Doy un paso atrás negando con la cabeza. Mi cuerpo ha empezado a temblar. Ella suspira y arrastra las zapatillas sobre el pavimento.
—Britt, estoy preocupada. No contesta el teléfono, y nadie la localiza. Estoy desesperada. Sé que no quieres hablar de ella, pero han pasado casi cinco días. He ido al Lusso, pero el conserje no nos deja subir. A ti te dejará. Rach dice que lo conoces. ¿No puedes al menos convencerlo para que nos deje subir? Necesito saber cómo está.
—No, Quinn. Lo siento, no puedo—grazno.
—Britt, me preocupa que haya hecho alguna estupidez. Por favor.
Se me empieza a cerrar la garganta, y ella se acerca hacia mí mientras extiende las manos. No me había dado cuenta de que estaba retrocediendo.
—Quinn, no me pidas esto. No puedo hacerlo. Ella no querrá verme, y yo tampoco a ella.
Me agarra de las manos para que no siga retirándome, me impulsa contra su pecho y me abraza con fuerza.
—Britt, lamento muchísimo tener que pedírtelo, pero debo subir ahí y ver cómo está.
Dejo caer los hombros, vencida por su abrazo y, de repente, empiezo a sollozar, justo cuando creía que ya no me quedaban más lágrimas.
—No puedo verla, Quinn.
—Oye—se aparta y me mira—Sólo habla con el conserje y convéncelo para que nos deje subir. Es lo único que te pido.
Me seca una lágrima que se me había escapado y sonríe con expresión suplicante.
—No voy a entrar—aseguro.
Siento un nudo de pánico en el estómago sólo de pensar en verla de nuevo.
Pero ¿y si ha cometido alguna estupidez?
—Britt, tú sólo consigue que nos dejen subir al ático—asiento y me seco las lágrimas, que ahora brotan con facilidad—Gracias—me va arrastrando hacia su Porsche—Sube. Noah y Finn se reunirán con nosotras ahí.
Abre la puerta del copiloto y me insta a entrar en el coche. Si Finn y Noah van a estar ahí es porque debe de haber dado por hecho que accedería.
Quinn siempre tan optimista.
Me monto en el coche y dejo que Quinn me lleve al Lusso, en St. Katherine Docks, el lugar al que juré no volver jamás.
Nada.
Cada vez que cierro los ojos la veo ahí. Un aluvión de imágenes se proyecta en mi mente; oscilan entre la mujer atractiva y segura de sí misma que me poseyó por completo y esa criatura vacua, hiriente y ebria que ha acabado conmigo.
Estoy hecha un auténtico lío.
Me siento vacía e incompleta.
Me obligó a necesitarla y ahora se ha ido.
Veo su rostro en la oscuridad y oigo su voz en el silencio. No logro escapar de ella. Soy ajena al bullicio que me rodea, percibo los sonidos como un zumbido distante, y veo las cosas lentas y borrosas.
Vivo en un infierno.
Vacía.
Incompleta.
Siento una angustia absoluta. Dejé a Santana borracha y furiosa en su ático el domingo pasado. No he sabido nada de ella desde que me marché y la abandoné gritando y trastabillando.
No ha habido llamadas, ni mensajes, ni flores... Nada.
Quinn sigue frecuentando semidesnuda la casa de Rachel, pero sabe que no debe mencionarme a Santana, de modo que calla y mantiene la distancia conmigo. Mi presencia debe de resultar incómoda en estos momentos.
¿Cómo es posible que una mujer a la que conozco desde hace apenas unas semanas haga que me sienta de esta manera?
Y no obstante, en este poco tiempo he descubierto que es intensa, apasionada y controladora, pero también tierna, cariñosa y protectora.
La echo mucho de menos, pero no a la persona borracha y vacía a la que me enfrenté la última vez. Ésa no era la mujer de la que me he enamorado, pero ese breve intercambio de insultos no consiguió borrar las semanas que vivimos antes de ese funesto domingo que pasamos solos. Prefiero mil veces su carácter frustrante y provocador a la desagradable imagen de verla bebida. Por extraño que parezca, también echo de menos esos rasgos exasperantes de su personalidad. Ni siquiera he pensado en La Mansión ni en lo que representa. Prácticamente ha perdido toda importancia. Al parecer, que Santana hubiera vuelto a beber fue culpa mía.
Arrastrando las palabras me recordó que ya me había advertido de que habría graves consecuencias si la dejaba.
Y es verdad, lo había hecho.
Pero no me explicó qué clase de consecuencias ni por qué. Era otro de sus misteriosos acertijos, y no me dio más detalles. Debería haber insistido, pero me encontraba demasiado ocupada dejándome absorber por ella. Estaba ebria de lujuria y sumida en su intensidad, todo me daba igual.
Ella me consumía por completo.
Nunca imaginé que fuera la señora de La Mansión del Sexo y, desde luego, nunca imaginé que fuera alcohólica.
Estaba completamente ciega.
He tenido suerte de haber esquivado las posibles preguntas de Will respecto al proyecto de la señora López. Cuando una suma de cien mil libras apareció en la cuenta bancaria de Rococo Union por cortesía de la señora López me sentí inmensamente agradecida. Con tanto dinero pagado por adelantado podía decirle a Will que la señora López había tenido que marcharse al extranjero por una cuestión de negocios y que eso retrasaría el proyecto. Sé que tendré que hacer frente a este tema, pero ahora mismo no tengo fuerzas, y no sé cuándo lograré reunirlas.
Quizá nunca.
La pobre Rachel se ha estado esforzando mucho para sacarme de este agujero negro en el que me he metido. Ha intentado mantenerme ocupada con clases de yoga, llevándome de copas y decorando tartas, pero como mejor me siento es pudriéndome en la cama. Viene a comer conmigo todos los días, aunque yo no tomo nada. Bastante me cuesta limitarme a tragar sin tener que pasar comida a través del nudo constante que tengo en la garganta. Lo único que espero con ansia en estos momentos es mi paseo matutino.
Apenas duermo, así que obligarme a salir de la cama a las cinco de la mañana todos los días es relativamente fácil. La mañana es tranquila y fresca. Me dirijo al punto de Green Park donde me desplomé, exhausta, la mañana en que Santana me arrastró por las calles de Londres en una de sus agotadoras maratones.
Me quedo sentada, arrancando briznas de césped cubiertas de rocío hasta que tengo el trasero dormido y empapado, y entonces me dispongo a regresar sin prisa y me voy preparando para sobrellevar otro día sin Santana.
¿Cuánto tiempo podré seguir así?
Mi hermano, Sam, vuelve mañana a Londres tras visitar a mis padres en Cornualles.
Debería estar desando verlo, han pasado seis meses desde que se marchó, pero ¿de dónde voy a sacar la energía para fingir que todo va bien?
Y con la llamadita de Elaine a mi mamá para informarla de que estaba saliendo con otra mujer, probablemente me espera un interrogatorio. Yo le dije que no era verdad (lo era en aquel momento, ahora ya no), pero conozco bien a mi mamá y sé que no me creyó, a pesar de que desde el otro extremo de la línea telefónica no podía ver cómo jugueteaba con mi pelo.
¿Qué iba a decirles?
¿Qué me había enamorado de una mujer de quien no sé ni la edad que tiene?
¿Que regenta un club sexual y que, ¡ah, sí!, es alcohólica?
El no haber ido a verlos tampoco ayuda demasiado. Excusarme diciendo que tenía trabajo fue bastante lamentable, así que no me cabe la menor duda de que mañana Sam me someterá a un tercer grado. Tengo que prepararme para sus preguntas. Será el interrogatorio más exhaustivo al que me hayan sometido jamás.
De repente, mi móvil empieza a sonar y a vibrar sobre el escritorio y me obliga a salir de mi ensoñación. Es Danielle Ruth. Suspiro para mis adentros. Esta mujer también me está suponiendo todo un reto. Llamó el martes y me exigió que le diera cita para el mismo día. Le expliqué que estaba ocupada y le sugerí que tal vez podría atenderla otra persona, pero ella insistió en que me quería a mí. Al final se conformó con la cita que le di, que resulta ser hoy, y me ha estado llamando todos los días para recordármelo. Debería ignorar la llamada, pero si lo hago marcará el teléfono de la oficina.
—Hola, señorita Danielle—la saludo con hastío.
—Brittany, ¿qué tal?
Siempre lo pregunta, lo cual es bastante agradable, supongo. No le digo la verdad.
—Bien, ¿y usted?
—Bien, bien—gorjea—Sólo quería confirmar nuestra cita.
Otra vez. Qué pesada. Debería cobrar más por aguantar estas cosas.
—A las cuatro y media, señorita Danielle—repito por tercer día consecutivo.
—Estupendo, nos vemos en un rato.
—Bien, hasta luego.
Cuelgo y dejo escapar un suspiro largo y pausado.
¿Cómo se me ocurrió acabar el viernes con una clienta nueva, y encima tan especial?
Mercedes entra en la oficina con sus rizos y morenos sobre los hombros. La noto diferente.
¡Está naranja!
—¿Qué te has hecho?—pregunto alarmada.
Sé que en estos momentos no veo con mucha claridad, pero es imposible pasar por alto el tono de su piel. Ella pone los ojos en blanco y saca un espejo de su bolso Mulberry para inspeccionarse la cara.
—¡No puede ser!—exclama—Yo quería mantener mi tono. La muy idiota se ha equivocado de botella. ¡Parezco una bombona de butano!—dice, mientras se frota la cara entre bufidos y resoplidos.
—Será mejor que vayas a comprarte un exfoliante corporal y que te des una buena ducha—le aconsejo, y vuelvo a centrarme en mi pantalla.
—¡No puedo creer que me esté pasando esto!—se lamenta—Esta noche he quedado con Noah. ¡Saldrá huyendo en cuanto me vea así!
—¿Adónde van?—le pregunto.
—Al Langan. Me van a tomar por una famosilla del tres al cuarto. No puedo ir así.
Esto es una auténtica catástrofe para Mercedes. Noah y ella sólo llevan saliendo una semana, otra relación que ha surgido a partir de mi historia frustrada. Ahora sólo falta que llegue Kurt y nos anuncie que va a casarse. Ahora mismo, por egoísta que resulte, soy incapaz de alegrarme por nadie.
Tina, nuestra chica para todo en la oficina, sale apresurada de la cocina y se detiene en seco al ver a Mercedes.
—¡Madre mía! ¿Estás bien, Mercedes?—pregunta, y yo sonrío para mis adentros cuando la chica me mira alarmada.
Nuestra sencilla Tina no entiende todas estas tonterías de embellecerse.
—¡Perfectamente!—espeta Mercedes.
Tina se retira a la seguridad de sus archivos y huye de la encolerizada Mercedes y de mí y mis miserias.
—¿Y Kurt?—pregunto en un intento de distraer a Mercedes de su crisis.
Ella golpea su mesa con el espejo de mano y se vuelve para mirarme. Si tuviera energía me echaría a reír.
Está horrible.
—En casa del señor Baines. Parece ser que la pesadilla continúa—gruñe mientras se atusa los morenos rizos alrededor de la cara.
Dejo a Mercedes y de nuevo miro vagamente la pantalla de mi ordenador. Estoy deseando que termine el día para volver a meterme en la cama, donde no tengo que ver, hablar o interactuar con nadie.
Cuando dan las cuatro en punto, apago el ordenador y salgo de la oficina para ir a reunirme con la señorita Danille. Llego puntual a la magnífica vivienda adosada de Lansdowne Crescent, y ella me abre la puerta.
Me quedo pasmada.
Su voz no se corresponde para nada con su aspecto. Pensaba que sería una solterona de mediana edad, tipo profesora de piano, pero no podría estar más equivocada. Es una mujer muy atractiva, con el pelo largo y rubio, los ojos marrones y la piel blanca, y viste un precioso vestido negro con zapatos de plataforma.
Sonríe.
—Debes de ser Brittany. Pasa, por favor—me guía hasta una cocina horrible estilo años setenta.
—Señorita Danielle, mi portafolio.
Le entrego mi carpeta y ella la acepta con entusiasmo. Tiene una sonrisa muy agradable. Quizá la haya juzgado mal.
—Llámame Dani, por favor. He oído hablar mucho sobre tu trabajo, Brittany—dice mientras hojea las páginas—Sobre todo del Lusso.
—¿Ah, sí?
Parezco sorprendida, pero no lo estoy. Will está encantado con la respuesta que Rococo Union ha tenido de la publicidad del Lusso. Yo preferiría olvidar todo lo relacionado con ese edificio, pero parece que no es posible.
—¡Sí, claro! Todo el mundo habla de ello. Hiciste un trabajo fascinante. ¿Quieres tomar algo?
—Un café estaría bien, gracias.
Sonríe y se dispone a preparar las bebidas.
—Siéntate, Brittany.
Me siento, saco mi expediente de clientes y anoto su nombre y la dirección en la parte superior.
—Bueno, ¿y qué puedo hacer por ti, Dani?
Se echa a reír y señala la estancia que nos rodea con la cucharilla.
—¿De verdad necesitas preguntármelo? Es espantosa, ¿no te parece?—dice, y vuelve a centrarse en la preparación del café—la verdad es que sí, pero no voy a ponerme a temblar de terror al ver los módulos marrón y amarillo y las paredes de imitación de ladrillo—Obviamente, busco ideas para transformar esta monstruosidad—continúa—Había pensado en echarla abajo y convertirla en una habitación familiar grande. Ven, te lo mostraré.
Me pasa un café y me indica que la siga hasta la siguiente estancia. La decoración es igual de horrible que en la cocina. Ella parece bastante joven, aparenta unos treinta y tantos, así que deduzco que hace poco que se ha trasladado. Parece que este lugar no ha visto una brocha desde hace cuarenta años.
Tras una hora de charla, creo que ya he captado la idea de Dani. Tiene buena visión. Me acompaña hasta la puerta.
—Pensaré en unos cuantos diseños que se adapten a tu presupuesto y a tus ideas, y te los haré llegar con mis tarifas—le digo al despedirme—¿Hay alguna cosa que deba dejar al margen?
—No, en absoluto. Evidentemente quiero todos los lujos básicos que uno espera encontrar en una cocina—me ofrece la mano y yo se la estrecho cortésmente—Y una nevera para vinos—se echa a reír.
—Claro—sonrío con rigidez. La sola mención del alcohol hace que se me hiele la sangre—Estaremos en contacto, señorita Danielle.
—Llámame Dani, por favor.
Dejo a la señorita Danielle y me siento aliviada; he cumplido con toda la cortesía que se espera de mí, al menos por ahora... hasta que vea a mi hermano mañana.
Me arrastro por las calles hacia la casa de Rachel y deseo que no esté para poder encerrarme en mi cuarto antes de que continúe con su misión de «animar a Brittany».
—¡Britt!
Me detengo y veo a Quinn asomándose por la ventanilla de su coche mientras pasa lentamente por mi lado.
—Hola—saludo con una sonrisa forzada mientras continúo caminando.
—Britt, por favor, no te unas al club de cabrear a Quinn como tu endiablada amiga. Me veré obligada a mudarme a otra parte.
Aparca el coche, sale de su Porsche y se reúne conmigo en la acera delante de casa. Tiene el aspecto informal de siempre, con esos shorts, una camiseta de los Rolling Stones y el pelo rubio cuidadosamente desaliñado.
—Lo siento. ¿Te has trasladado aquí de forma permanente?—pregunto enarcando una ceja.
Quinn tiene un piso en Hyde Park con mucho más espacio, pero como Rachel tiene el taller en la planta baja de su casa, insiste en que se quede aquí.
—No, qué va. Rach me dijo que llegarías a casa a las seis, y quería hablar contigo.
De repente parece muy nerviosa, lo que hace que me sienta tremendamente incómoda.
—¿Va todo bien?—pregunto.
Ella sonríe levemente, pero no llego a verle el hoyuelo.
—La verdad es que no, Britt. Necesito que vengas conmigo—dice tímidamente.
—¿Adónde?
¿A qué viene este comportamiento?
Quinn no es así. Ella es alegre y natural.
—A casa de San.
Quinn debe de haber advertido la expresión de horror en mi rostro, porque se me acerca con cara suplicante. Con la sola mención de su nombre siento pánico.
¿Para qué quiere que vaya a casa de Santana?
Después de nuestro último encuentro tendría que llevarme a rastras mientras grito y pataleo. No volvería ahí ni por todo el oro del mundo.
Jamás.
—Quinn, no.
Doy un paso atrás negando con la cabeza. Mi cuerpo ha empezado a temblar. Ella suspira y arrastra las zapatillas sobre el pavimento.
—Britt, estoy preocupada. No contesta el teléfono, y nadie la localiza. Estoy desesperada. Sé que no quieres hablar de ella, pero han pasado casi cinco días. He ido al Lusso, pero el conserje no nos deja subir. A ti te dejará. Rach dice que lo conoces. ¿No puedes al menos convencerlo para que nos deje subir? Necesito saber cómo está.
—No, Quinn. Lo siento, no puedo—grazno.
—Britt, me preocupa que haya hecho alguna estupidez. Por favor.
Se me empieza a cerrar la garganta, y ella se acerca hacia mí mientras extiende las manos. No me había dado cuenta de que estaba retrocediendo.
—Quinn, no me pidas esto. No puedo hacerlo. Ella no querrá verme, y yo tampoco a ella.
Me agarra de las manos para que no siga retirándome, me impulsa contra su pecho y me abraza con fuerza.
—Britt, lamento muchísimo tener que pedírtelo, pero debo subir ahí y ver cómo está.
Dejo caer los hombros, vencida por su abrazo y, de repente, empiezo a sollozar, justo cuando creía que ya no me quedaban más lágrimas.
—No puedo verla, Quinn.
—Oye—se aparta y me mira—Sólo habla con el conserje y convéncelo para que nos deje subir. Es lo único que te pido.
Me seca una lágrima que se me había escapado y sonríe con expresión suplicante.
—No voy a entrar—aseguro.
Siento un nudo de pánico en el estómago sólo de pensar en verla de nuevo.
Pero ¿y si ha cometido alguna estupidez?
—Britt, tú sólo consigue que nos dejen subir al ático—asiento y me seco las lágrimas, que ahora brotan con facilidad—Gracias—me va arrastrando hacia su Porsche—Sube. Noah y Finn se reunirán con nosotras ahí.
Abre la puerta del copiloto y me insta a entrar en el coche. Si Finn y Noah van a estar ahí es porque debe de haber dado por hecho que accedería.
Quinn siempre tan optimista.
Me monto en el coche y dejo que Quinn me lleve al Lusso, en St. Katherine Docks, el lugar al que juré no volver jamás.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
pobre san, por dios tampoco es tan grave su trabajo, o si?
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
es comprensible que britt se enoje por la omisión de san,..
ya lo dije antes de ejercerlo a manejar lo lo tiene san con su trajo!!!
a donde esta san??? y sobre todo en que estado??? basada a la ultima vez que britt la vio!!!
nos vemos!!!
es comprensible que britt se enoje por la omisión de san,..
ya lo dije antes de ejercerlo a manejar lo lo tiene san con su trajo!!!
a donde esta san??? y sobre todo en que estado??? basada a la ultima vez que britt la vio!!!
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Asi que Santana es alcoholica:ll eso no lo sabia zjjdndv yo opino que Britt siga con su vida, Santana se lo busco es su culpa asi que... jodio no mas akwjjfnsm xd
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
por dios no lo dejes ahiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:pobre san, por dios tampoco es tan grave su trabajo, o si?
Hola, jajaajaj emm... nose xD jaajajajajajajajaj, esperemos y mejore no¿? Saludos =D
3:) escribió:holap morra,...
es comprensible que britt se enoje por la omisión de san,..
ya lo dije antes de ejercerlo a manejar lo lo tiene san con su trajo!!!
a donde esta san??? y sobre todo en que estado??? basada a la ultima vez que britt la vio!!!
nos vemos!!!
Hola lu, sip muy! jaajajajaj. Jjaajajaaj, esk se queda callada XD jajajajaaj. =O esperemos y no haciendo tonterias no¿? jaajajajaj sobria¿? jjajajajaaj. Saludos =D
Susii escribió:Asi que Santana es alcoholica:ll eso no lo sabia zjjdndv yo opino que Britt siga con su vida, Santana se lo busco es su culpa asi que... jodio no mas akwjjfnsm xd
Hola, =O eso parece no¿? Pero como! naaa me engañaste! =o jaajajajaj esperemos y este cap nos diga que pasa jajaajaj. Saludos =D
marthagr81@yahoo.es escribió:por dios no lo dejes ahiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
Hola, jajaajajaja fue el cap no yo jajajaja, pero aquí subo otro! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 2
Capitulo 2
Al divisar el Lusso empiezo a hiperventilar. El apremiante deseo de abrir la puerta y saltar del coche en marcha de Quinn es difícil de resistir. Ella me observa con una expresión de ansiedad evidente en su precioso rostro, como si intuyera mi intención de salir huyendo.
Cuando aparcamos frente a las puertas, Quinn rodea el vehículo, me agarra con fuerza del brazo y nos encaminamos hacia la entrada de peatones, donde Noah nos espera. Va tan elegante como siempre, con traje y botas y el pelo negro perfectamente arreglado, pero su presencia ya no me incomoda. No obstante, sí me sorprendo al ver que toma el relevo de Quinn y me sujeta. Tira de mí hacia él y me estrecha con fuerza. Éste es el primer contacto físico que he tenido con él. Afirmar que era distante conmigo sería quedarme muy corta.
—Brittany, gracias por venir—dice mientras me sostiene pegada contra sí.
No respondo nada porque no sé qué decir. Están muy preocupados por Santana, y ahora me siento culpable e incluso más nerviosa todavía.
Me suelta y me regala una leve sonrisa para darme seguridad, aunque no lo consigue. Quinn señala la carretera.
—Ahí viene el grandulón.
Nos volvemos y vemos cómo Finn llega en su Range Rover negro y derrapa hasta detenerse bruscamente tras el coche de Quinn. Saca su inmenso cuerpo del vehículo, se quita las gafas de sol envolventes y nos saluda con la cabeza sin decir palabra, como hace siempre.
Joder, parece cabreado.
Apenas le había visto los ojos hasta ahora, siempre los lleva ocultos bajo esas lentes oscuras, incluso de noche o en interiores, pero hace sol, así que no entiendo por qué se las ha quitado. Tal vez quiera que todo el mundo sepa lo enfadado que está.
Y funciona.
Da miedo.
Respiro hondo e introduzco el código de la puerta para que puedan pasar. Me gustaría no tener que seguir. Noah me insta a abrir el camino con un gesto, él siempre tan caballeroso, así que hago de tripas corazón y comienzo a avanzar en silencio por el aparcamiento. Veo el coche de Santana y advierto que todavía tiene la ventanilla rota. El corazón me da un vuelco.
Entramos en el vestíbulo de mármol del Lusso en silencio, excepto por el sonido de nuestras pisadas. En mi estómago empieza a formarse un nudo y se me acelera la respiración.
Han pasado tantas cosas en este sitio.
Fue mi primer gran logro en cuestiones de diseño. Mi primer encuentro sexual con Santana tuvo lugar aquí, y también el último. Todo empezó y acabó en este lugar.
Clive levanta la vista de su gran mostrador de mármol curvo conforme nos acercamos y nos mira con una evidente expresión de cansancio.
—Hola, Clive—digo con una sonrisa forzada.
Me mira primero a mí, y después a los tres seres imponentes que me acompañan antes de volver a centrarse en mi persona.
—Hola, Brittany. ¿Cómo estás?
—Bien—miento. De bien, nada—¿Y tú?
—Bien, bien.
Está receloso, sin duda tras haber tenido algún encontronazo con las tres personas que me escoltan, y a juzgar por la frialdad con la que me ha recibido, no fueron muy agradables.
—Clive, te estaría muy agradecida si nos dejaras subir al ático para comprobar cómo se encuentra Santana—digo tratando de imprimir confianza a mi voz, a pesar de no sentirla.
El corazón se me acelera más y más a cada segundo que pasa.
—Brittany, ya les he dicho a tus amigos, aquí presentes, que podría perder mi trabajo si los dejo subir—vuelve a mirar a las tres personas con cautela.
—Lo sé, Clive, pero están preocupados—repongo en un tono neutro—Sólo quieren ver si Santana está bien, y luego se marcharán—añado con gentileza, sabiendo que Noah, Quinn y Finn lo son todo menos gentiles.
—Brittany, he subido, he llamado a la puerta de la señora López y no he obtenido respuesta. Hemos comprobado algunas grabaciones de la cámara de seguridad y no la he visto salir ni entrar en ninguno de mis turnos. El personal de seguridad no puede comprobar cinco días de grabaciones continuas. Ya se lo he dicho a tus amigos. Si los dejara subir estaría poniendo en riesgo mi puesto de trabajo.
Me sorprende el cambio repentino que ha sufrido Clive en cuestiones de etiqueta de conserjería. Si hubiera sido así de profesional y testarudo cuando vine a ver a Santana el domingo, quizá no habría sucedido aquel altercado. Pero entonces todavía sería felizmente ajena a su problemita.
Quinn se pega a mi espalda.
—¡Déjanos subir, joder!—grita por encima de mi hombro.
Me estremezco ligeramente, aunque entiendo su desazón. Yo también me siento bastante frustrada. Sólo quiero que Clive los deje pasar y así poder marcharme.
Tengo la sensación de que las paredes se me caen encima.
Veo a Santana recorriendo el suelo de mármol conmigo en brazos. Todas las imágenes que inundan mi mente parecen más claras ahora que estoy aquí.
Me vuelvo y veo cómo Finn apoya la mano en el hombro de Quinn con cara de pocos amigos. Es su forma de decirle que se calme. No quería tener que recurrir a eso, pero no podrán controlar su temperamento mucho más tiempo.
—Clive, no quiero tener que chantajearte—digo con firmeza volviéndome hacia él. Me mira confundido, y noto cómo empieza a devanarse los sesos pensando con qué podría comprarlo—No quisiera que nadie se enterara de las frecuentes visitas del señor Gómez, o de la afición del señor Holland por las chicas tailandesas...
Clive arruga el semblante en un gesto derrotado.
—Brittany, eso es jugar sucio.
—No me dejas elección, Clive—espeto.
Él sacude la cabeza y nos señala el ascensor mientras masculla insultos entre dientes.
—¡Genial!—exclama Quinn mientras se dirigen al ascensor que sube al ático.
No sé cómo, pero de repente mis pies se despegan del suelo y empiezan a avanzar tras ellos.
—Es posible que Santana haya cambiado el código—digo a sus espaldas. Quinn se vuelve con expresión alarmada. Me encojo de hombros—Si lo ha hecho, no hay manera de subir.
De repente estoy delante del ascensor, inspirando hondo e introduciendo el código de la promotora. Las puertas se abren, acompañadas de un coro de suspiros de alivio, y todos entran. Yo me quedo fuera y miro a Quinn, que sonríe y me invita a subir con un leve gesto de la cabeza.
Lo hago.
Entro en el ascensor, con Quinn y Noah a un lado y Finn al otro. Vuelvo a introducir el código. Subimos en un silencio incómodo y, cuando finalmente se detiene, nos encontramos con la puerta doble que da al ático de Santana. Quinn es la primera en salir del ascensor. Camina hacia la entrada y acciona la manija con calma antes de comenzar a aporrear la puerta como una loca.
—¡San! ¡Abre la puta puerta!
Noah y Finn se acercan y la apartan. Finn intenta abrir, pero no lo consigue. No puedo evitar pensar que tal vez yo fuera la última persona en salir del ático. Recuerdo que di un portazo con todas mis fuerzas.
—Q, puede que ni siquiera esté ahí dentro—la tranquiliza Noah.
—¡¿Y entonces dónde coño está?!—chilla Quinn.
—Está aquí—ruge Finn—Y esa latina tonta lleva demasiado tiempo ahogando las penas. Tiene un negocio que atender.
Sigo de pie dentro del ascensor cuando las puertas empiezan a cerrarse y me sacan de mi ensimismamiento. Por acto reflejo, salgo al vestíbulo del ático. Sé que dije que conseguiría que los dejaran subir y luego me marcharía, sé que debería irme, pero ver a Quinn en ese estado ha hecho que me preocupe más todavía, y las palabras de Finn resuenan en mi mente.
¿Ahogando las penas o ahogándose en vodka?
Si me quedo, ¿volveré a enfrentarme a esa Santana borracha e iracunda?
Noah llama a la puerta con calma.
Es absurdo.
Si los golpes frenéticos de Quinn no han obtenido respuesta, dudo mucho que éstos vayan a tenerla. Se aparta y tira de Quinn hacia mí.
—Brittany, ¿has intentado llamarla por teléfono?—pregunta Noah.
—¡No!—replico.
¿Por qué debería haberlo hecho?
Estoy segura de que no querría hablar conmigo.
—¿Puedes intentarlo?—me pregunta Quinn con tono de súplica.
Niego con la cabeza.
—No lo cogerá, Quinn.
—Brittany, inténtalo, por favor—insiste Noah.
A regañadientes, saco mi móvil del bolso, abro la lista de contactos, llamo a Santana y sostengo el teléfono pegado a la oreja mientras Quinn y Noah me observan nerviosos. No tengo ni idea de qué voy a decirle si responde. Noah vuelve de repente la cabeza hacia la puerta.
—Está sonando.
Se vuelve de nuevo hacia mí esperando a que diga algo, pero salta el contestador. Se me encoge el corazón.
No quiere hablar conmigo.
Me dispongo a regresar al ascensor, herida por su rechazo, pero entonces oigo un fuerte impacto. Quinn, Noah y yo volvemos la cabeza al instante hacia la doble puerta que da al apartamento de Santana y vemos a Finn al otro lado, rodeado de un marco astillado. Nos hace un gesto con la cabeza, y las otras dos personas corren al interior. Yo los sigo, vacilante. Sólo puedo pensar en mi último descubrimiento aquí.
¿Por qué avanzo en esta dirección?
¡Da media vuelta!
¡Métete en el ascensor!
¡Vete YA!
Pero no lo hago. Me quedo en el umbral y, por lo que parece, nada ha cambiado. Todo da la impresión de estar en su sitio. Me adentro un poco más en el espacio diáfano mientras oigo cómo los chicos corren arriba y abajo buscando a Santana y, cuando diviso la escalera, veo que la botella de vodka vacía sigue sobre la consola. Después observo que la terraza está abierta de par en par. Me acerco con cautela hacia ahí. Los demás siguen registrando el apartamento, abriendo y cerrando puertas y gritando su nombre. Yo, en cambio, me arrastro hacia la terraza.
Sé por qué.
Es el mismo magnetismo que me lleva hacia Santana siempre que está cerca, pero ¿realmente quiero saber qué se esconde fuera?
Sé que no será mi Santana.
¿Quiero volver a verla en ese estado tan horrible, tan agresivo y tan detestable?
No, claro que no, pero tampoco parece que pueda dar media vuelta.
Conforme me aproximo a las puertas abiertas, intento preparar los ojos para ver un despojo ebrio tirada sobre una de las tumbonas sosteniendo una botella de vodka, pero lo que me encuentro es el cuerpo inconsciente de Santana, desnuda, tumbada boca abajo sobre el entarimado. Me quedo sin aliento y el pulso me golpea en la sien.
—¡Está aquí!—chillo mientras corro hacia su cuerpo inerte, dejo caer el bolso y me echo al suelo a su lado.
La agarro de sus hombros e intento ponerlo boca arriba, lo consigo y hago girar su cuerpo hasta que su cabeza descansa sobre mi regazo. Empiezo a pasarle las manos desesperadamente por el rostro y advierto que todavía tiene la mano hinchada y magullada, con sangre en los nudillos.
—San, despierta. Por favor, despierta—ruego cediendo ante la histeria al ver a la mujer a la que amo tumbada inconsciente sobre mis piernas. Las lágrimas ruedan por mi rostro y se precipitan sobre sus mejillas—Sanny, por favor.
Le acaricio consternada la cara, el pecho y el pelo. Parece demacrada, ha perdido peso.
—Latina loca—ruge Finn cuando me encuentra en el suelo de la terraza con Santana sobre mi regazo.
—No sé si respira—sollozo, y miro con ojos vidriosos al hombre corpulento que avanza hacia mí.
¿Por qué no la he comprobado todavía?
Es el primer paso en primeros auxilios. Le agarro la muñeca, pero mis manos temblorosas me impiden sostenerla quieta para detectarle el pulso.
—Espera—ordena Finn, y se arrodilla y me arrebata el brazo de Santana.
Alzo la vista y veo que Quinn llega corriendo hasta la puerta.
—¡Pero ¿qué...?!
Las lágrimas invaden mis ojos de manera incontrolable y todo parece moverse a cámara lenta. Quinn se acerca, se agacha a mi lado y empieza a frotarme el brazo.
—Voy a llamar a una ambulancia—dice Noah inmediatamente al vernos apiñados alrededor de la figura inmóvil de Santana.
—Espera—ladra Finn con aspereza mientras se inclina sobre ella, le separa los labios resecos e inspecciona cada parte de su cuerpo laxo—La muy gilipollas tiene un coma etílico.
Miro a Quinn y a Noah, pero no entiendo sus reacciones ante la conclusión de Finn.
¿Cómo lo sabe?
Podría estar medio muerta. Definitivamente lo parece.
—Creo que deberíamos llamar a la ambulancia—insisto sorbiéndome la nariz.
Finn me mira con compasión. Hasta ahora sólo había visto una expresión impasible en su rostro severo, así que el modo en que me mira ahora, apenado y como si yo fuera algo ingenua, me resulta curiosamente reconfortante.
—Brittany, rubia, la he visto así más de una vez. Lo único que necesita es una cama y algunos cuidados para salir de ésta, no un médico. Al menos, no de ese tipo—dice, y sacude la cabeza.
Vaya.
¿Cuántas veces son «más de una vez»?
Por lo visto, Finn sabe lo que se hace. No parece preocuparle ver a Santana postrada sobre mi regazo, y en cambio yo estoy hecha un manojo de nervios. Quinn y Noah tampoco están muy bien que digamos.
¿Lo habrán visto así antes también?
Finn me pellizca la mejilla y se levanta del suelo. Es la primera vez que lo oigo hablar tanto. El grandulón silencioso ha resultado ser un grandulón simpático, pero sigo pensando que no me gustaría que se cabreara conmigo.
—¿Qué le ha pasado en la mano?—pregunta Quinn al ver la sangre y los cardenales.
La verdad es que tiene un aspecto horrible y seguramente necesitará que le echen un vistazo.
—Rompió la ventanilla de su coche—sollozo, y todos me observan—El día que discutimos en casa de Rach—añado, casi avergonzada.
—¿Lo llevamos a la cama?—pregunta Noah con timidez.
—Al sofá—ordena Finn.
Hemos vuelto a las respuestas escuetas. Quinn se levanta y recoge una botella de vodka vacía de debajo de la tumbona. La mira con auténtico asco y la estrella contra un macetero elevado. Me estremezco ante el fuerte estrépito que crea a nuestro alrededor, pero lo más importante es que Santana también lo hace.
—¿Sanny?—la llamo y la sacudo ligeramente—Sanny, por favor, abre los ojos.
Quinn, Noah y Finn se acercan y Santana empieza a llevarse el brazo tembloroso a la cabeza. Se lo agarro y vuelvo a apoyarlo a un lado, pero en cuanto la suelto, lo levanta de nuevo delante de mi cara mientras farfulla algo ininteligible y comienza a mover las piernas.
—Te está buscando, rubia—dice Finn con voz tranquila.
Miro al hombre, sorprendida, y él asiente.
¿Me está buscando a mí?
Le cojo la mano de nuevo, se la guío hacia mi rostro y apoyo su palma abierta contra mi mejilla. Se calma al instante. Su tacto frío sobre mi cara no me reconforta, pero a ella parece aliviarla, de modo que la mantengo ahí y dejo que me sienta, horrorizada al pensar que probablemente lleve días aquí tirada en la terraza, desnuda e inconsciente. Aunque estemos a mediados de mayo y las temperaturas sean agradables durante el día, por la noche descienden.
¿Por qué me alejé de ella?
Debería haberme quedado a tranquilizarla en lugar de marcharme.
—Voy a subir a por sábanas y mantas—dice Noah, y entra de nuevo en el apartamento.
—¿Vamos?—pregunta Finn al tiempo que señala a Santana con la cabeza.
A regañadientes, la suelto y dejo que Finn la coja para levantarla y tomarla en brazos. Cuando la aparta de mis piernas, me incorporo y me adelanto para despejarle el camino. Retiro los millones de cojines que hay sobre la rinconera de piel (que yo misma me encargué de adquirir) para que parezca más una cama.
Noah baja la escalera cargado de mantas. Finn espera pacientemente con el peso desnudo de Santana.
Cojo un cubrecama de terciopelo, lo despliego sobre el frío cuero y me aparto para que Finn la coloque encima del sofá antes de acomodarle la cabeza sobre unas almohadas y cubrirle el cuerpo con una manta. Me arrodillo a su lado y le acaricio el rostro.
La culpa me invade y empiezo a llorar otra vez.
Podría haber evitado todo esto. Si no me hubiera largado de aquel modo, ahora no se encontraría en este estado. Debería haberme quedado, haberla calmado y haber esperado a que recobrara la sobriedad.
Me doy asco.
—Brittany, ¿estás bien?—oigo preguntar a Noah por encima de mis sollozos contenidos, y entonces noto que una mano empieza a acariciarme la espalda.
Me sorbo los mocos y me limpio la nariz con el dorso de la mano.
—Perdonadme, estoy bien.
—No te disculpes—suspira Quinn.
Me inclino sobre Santana, pego mis labios a su frente y los dejo ahí unos segundos. Cuando me levanto del suelo, su brazo sale disparado de debajo de la manta y me agarra.
—¿Britt?
Tiene la voz ronca y los ojos, ligeramente abiertos, inspeccionan la estancia. Cuando encuentran los míos, lo único que veo son dos fosas vacías. Sus ojos normalmente oscuros, brillantes y adictivos ahora parecen vacíos.
—Hola—digo, y coloco la mano sobre su brazo.
Intenta levantar la cabeza de la almohada, pero no hace falta que la reprenda. Antes de que me dé tiempo a empujarla de nuevo hacia abajo, deja de intentarlo.
—Lo siento, Britt-Britt—murmura con voz lastimera, y su mano empieza a ascender por mi brazo hasta que encuentra mi rostro de nuevo—Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento...
—Para—susurro con un hilo de voz mientras la ayudo a alcanzar mi cara—Para ya, por favor.
Vuelvo la cabeza hacia su mano, le beso la palma y, cuando la miro de nuevo, veo que tiene los ojos cerrados. Ha vuelto a perder el conocimiento. Le cojo la mano, se la coloco sobre la manta y me aseguro de que está bien arropada antes de levantarme y volverme hacia Quinn, Noah y Finn, que se encuentran de pie, observando en silencio cómo la atiendo. Me había olvidado por completo de que no estaba sola con Santana, pero no siento la menor vergüenza.
—Voy a preparar café—dice Quinn rompiendo el silencio, y se dirige a la cocina, con Finn y Noah detrás.
Miro a Santana de nuevo y mi instinto me pide que me suba al sofá y me acurruque con ella, la acaricie y la tranquilice. Quizá debería hacerlo, pero antes he de hablar con los chicos.
Los sigo a la cocina, donde Quinn y Noah se hallan recogiendo los taburetes y Finn, levantando el congelador del suelo. No estaba así cuando me marché el domingo.
Está claro que Santana entró en cólera.
—Tengo que irme pitando—anuncia Noah con pesar mientras coloca el último taburete en su sitio—He quedado con Mercedes.
Parece algo avergonzada.
—Vete tranquilo—responde Quinn mientras busca las tazas—Luego te llamo.
—En el último armario a la derecha, en el estante de arriba—digo para indicarle a Quinn dónde se encuentran.
Ella me mira con expresión socarrona. Me encojo de hombros.
—Bien, entonces me marcho. Hablamos mañana—dice Noah.
Le regalo una pequeña sonrisa y Finn se despide con su típico gesto de la cabeza. Noah se marcha y Quinn termina de preparar los cafés. Lleva tres tazas de café a la isla, donde Finn y yo hemos tomado asiento.
—Será mejor no probar suerte con la leche, si es que tiene. ¿Te gusta solo?—me pregunta Quinn.
Asiento y me pongo yo misma el azúcar. Finn también se sirve y, para mi asombro, se echa cuatro cucharadas. Sé que no hay leche, pero si la hubiera sería inútil compartirla.
—Bueno, y ahora que la hemos encontrado—empieza Quinn—, ¿qué vamos a hacer con ella?—bromea.
La Quinn despreocupada de siempre ha vuelto, y es todo un alivio. Verla tan ansiosa no hacía más que alimentar mi propia angustia y, visto lo visto, tenía motivos para estar así. Siento escalofríos al imaginarme a Santana aquí sola, sufriendo durante los últimos cinco días.
¿Cuánto tiempo más habría permanecido ahí tirada si me hubiera negado a venir?
Probablemente habrían llamado a la policía.
Finn interviene:
—Todo va bien en La Mansión. No tenemos que preocuparnos por eso. Volverá a la normalidad dentro de una semana, cuando se haya recuperado de la resaca.
—¿No necesita rehabilitación?—pregunto—O terapia, o algo.
No tengo ni idea de cómo funcionan estas cosas. Finn niega con la cabeza y vuelve a ponerse las gafas de sol. Comienzo a plantearme su relación con Santana. Creía que era sólo un empleado, pero parece ser que es el que más sabe de todo esto.
—No, nada de rehabilitación—asevera con firmeza—No es una alcohólica propiamente dicho. No está obsesionada con el alcohol, Brittany. Bebía para mejorar su estado de ánimo, para llenar un agujero. Cuando empieza, no puede parar—dice, y me ofrece una pequeña sonrisa—Y tú ayudaste, rubia.
—¿Yo? ¿Qué hice yo?—pregunto a la defensiva.
No sé por qué me duele tanto el comentario de Finn. Acaba de decirme que ayudé con la situación, pero siento que insinúa que también podría haber contribuido a su recaída.
Quinn apoya su mano sobre la mía en el banco.
—Se había centrado en otra cosa.
—Pero la dejé—digo en voz baja.
Sólo confirmo lo que ambos están pensando, aunque no éramos una pareja formal como para dejarla. No habíamos hablado acerca de nuestra situación. No pusimos las cartas sobre la mesa respecto a toda esa mierda.
—No ha sido culpa tuya, Britt—me tranquiliza Quinn—Tú no sabías nada.
—No me lo había contado—susurro—De haberlo sabido, las cosas habrían sido distintas—sigo defendiéndome.
No sé hasta qué punto habría sido diferente todo si Santana me lo hubiera contado, o de haberlo descubierto por mí misma. Lo que sé es que no quiero volver a verla como el domingo pasado nunca más.
Si me marcho ahora, ¿volverá a suceder?
O podría quedarme y ayudarla, pero ¿lo haría porque la amo o porque me siento culpable?
Puede que ni siquiera me quiera aquí.
Estaba furiosa conmigo.
Estoy hecha un lío.
Apoyo los codos en el banco y dejo caer la cabeza sobre mis manos.
¿Qué narices debo hacer?
—¿Brittany?—la voz profunda de Finn me obliga a levantar la cabeza de nuevo—Es una buena mujer.
—¿Qué la llevó a beber? ¿Es muy grave?—pregunto.
Sé que es una buena mujer, pero necesito saber más para entender mejor.
—¡Quién sabe!—contesta Finn, y me mira—No pienses que estaba borracha perdida día sí, día también. No es eso. Si se encuentra en ese estado es sólo porque se siente mal, no porque sea alcohólica.
—¿Y dejó de beber cuando aparecí yo?—no puedo creerlo.
Finn se echa a reír.
—Exacto, aunque tú has hecho que saque otras cualidades bastante desagradables de su carácter, rubia.
Frunzo el cejo aunque sé exactamente a qué se refiere, y por la expresión burlona de Quinn, ella también. Dicen que Santana suele ser bastante tranquila, pero yo sólo he conocido a la Santana López tranquila en contadas ocasiones, y casi siempre era cuando se salía con la suya. La mayor parte del tiempo lo único que vi fue a una obsesa del control hasta lo irracional. Incluso ella misma admitió que sólo era así conmigo..., afortunada de mí.
¿A qué tendrían que enfrentarse si volviera a marcharme de nuevo?
—Me quedaré, pero si vuelve en sí y no me quiere aquí, los llamaré a uno de los dos—les advierto.
El alivio de Quinn es palpable.
—Eso no va a suceder, Britt.
Finn asiente.
—Yo he de volver a La Mansión y dirigir ese maldito negocio—se levanta del taburete—Brittany, necesitas mi número. ¿Dónde está tu teléfono?
Miro a mi alrededor buscando mi bolso y entonces me doy cuenta de que lo he dejado en la terraza. Me levanto y voy por él. De vuelta a la cocina, veo que Santana sigue inconsciente.
¿Cuánto tiempo estará así, y cuándo debería empezar a preocuparme?
No tengo ni idea de qué debo hacer.
Permanezco ahí, observándola en silencio. Sus pestañas parpadean levemente, su pecho se eleva y desciende a un ritmo estable. Incluso inconsciente parece acongojada. Me acerco en silencio y le subo la manta hasta la barbilla. No puedo evitarlo. Nunca antes la había cuidado, pero me sale de manera instintiva. Me arrodillo y apoyo mis labios sobre su fría mejilla, deleitándome en el leve consuelo que obtengo del contacto antes de continuar hacia la cocina. Al entrar, veo que Finn se ha marchado.
—Ten—Quinn me pasa un trozo de papel—Es el número de Finn.
—¿Tenía prisa?—pregunto.
Podría haber esperado a que volviera.
—Nunca se queda más tiempo del necesario en ningún sitio. Oye, he hablado con Rach. Va a traerte algo de ropa.
—Ah, bien.
Mi pobre ropa debe de estar mareada. No ha parado de entrar y salir de esta casa.
—Gracias, Britt—dice Quinn con sinceridad.
—No me las des—protesto, incómoda.
En parte esto es culpa mía. Quinn se revuelve nerviosa.
—Ya. Es que..., bueno, después de lo del domingo, y de la sorpresa en La Mansión...
—Quinn, no.
—Cuando bebe, bebe mucho—sonríe—Es una mujer orgullosa, Britt. Se moriría de vergüenza si supiera que la hemos visto así.
Sí, me lo imagino.
La Santana que yo conozco es fuerte, segura de sí misma, dominante y muchas otras cosas más. La debilidad y la impotencia no están incluidas en la larga lista de sus atributos.
Quiero decirle a Quinn que lo de su problema con la bebida ha hecho que me olvide de lo de La Mansión y de sus actividades, pero no es verdad. Ahora que estoy aquí y que he visto de nuevo a Santana, todo vuelve a proyectarse con intensidad en mi mente. Santana regenta un club de sexo. Además, es usuario de las instalaciones de su propio club. Quinn me lo confirmó, aunque fue bastante evidente cuando me encontré con el marido de una de las conquistas de Santana. En el fondo sabía que debía de ser promiscua, que debía de ser una mujeriega hedonista, pero no imaginaba hasta qué punto.
Nos pasamos la siguiente hora recogiendo envases vacíos por todo el apartamento y metiéndolos en un par de bolsas de basura negras. Saco todas las botellas de vodka de la nevera y vierto su contenido en el fregadero. Estoy alucinando con la cantidad de bebida que tiene aquí; debe de haber comprado una caja entera. Es obvio que planeaba quedarse aquí solo con su vodka durante una buena temporada. Pero una cosa tengo clara: yo no pienso volver a beberlo nunca más.
Clive telefonea para decirme que una joven llamada Rachel está en el vestíbulo y, tras informarle sobre lo que nos hemos encontrado aquí, bajamos a reunirnos con ella, cada una cargado con una bolsa negra llena de basura y botellas vacías. Tomo nota mentalmente de que hay que arreglar la puerta rota.
Rachel espera en el vestíbulo, bajo la estricta vigilancia de Clive.
—Hola—saluda con cautela mientras nos acercamos arrastrando las ruidosas bolsas con nosotras—¿Cómo está?
Suelto la bolsa, lo que provoca más ruido de cristales, y miro mal a Clive para que sepa que estoy muy enfadada con él. Si hubiera dejado a Quinn, a Noah o a Finn subir al ático antes, tal vez la habríamos encontrado borracha en lugar de totalmente comatosa.
Al menos tiene la decencia de parecer arrepentido.
—Está durmiendo—contesta Quinn al ver que estoy demasiado ocupada haciendo que el conserje se sienta culpable.
Cuando vuelvo a centrarme en Rachel, veo que Quinn le pasa el brazo libre alrededor de la cintura y la abraza. Ella la golpetea, juguetona.
—Toma—me pasa mi bolsa, que parece un yoyó que no para de ir de casa de Rachel al Lusso y viceversa—He metido de todo un poco.
—Gracias—digo mientras la cojo.
—¿Vas a quedarte, entonces?—pregunta.
—Sí—contesto encogiéndome de hombros.
Quinn me mira con agradecimiento, y en seguida vuelvo a sentirme incómoda.
—¿Durante cuánto tiempo?—quiere saber Rachel.
Buena pregunta.
¿Durante cuánto tiempo?
¿Cuánto tiempo llevan estas cosas?
Podría despertarse esta noche, o mañana, o pasado mañana. Tengo trabajo que hacer, y he de buscar un departamento.
Miro a Quinn en busca de respuestas, pero ella se encoge de hombros, cosa que no ayuda. Miro de nuevo a Rachel y me encojo de hombros yo también. De pronto soy consciente de que he dejado a Santana sola arriba y me entra el pánico. Podría despertarse y no ver a nadie.
—Debería subir otra vez—digo, volviéndome hacia los ascensores.
—Claro, tranquila—Rachel me insta a marcharme con un gesto de la mano y luego coge la bolsa de basura del suelo—Ya tiramos esto nosotras.
Nos despedimos, le prometo que la llamaré por la mañana y regreso al ascensor, dando instrucciones a Clive por el camino de que mande arreglar la ventanilla del coche de Santana y la puerta de su apartamento. Él, por supuesto, se pone a ello de inmediato.
Cuando llego de nuevo al último piso, cierro la puerta, pero no se queda asegurada del todo. Tiene que bastar hasta que alguien venga a repararla.
Entro en el salón.
Santana sigue dormida.
¿Y ahora qué hago?
Miro hacia abajo y veo que aún llevo puestos el vestido gris topo y los tacones, así que me dirijo a la planta superior y me autoasigno la habitación que está al otro extremo del descansillo. Me quedo pasmada al ver todas las almohadas tiradas por el suelo y las sábanas arrugadas tras mi breve descanso antes de que Santana me transportara de nuevo a su cama después de la masacre del vestido.
Me dispongo a hacer la cama y a ponerme los vaqueros rotos y una camiseta negra. No me vendría mal una ducha, pero no quiero dejar a Santana sola mucho tiempo, así que eso tendrá que esperar. Vuelvo abajo, me preparo un café solo y, mientras me lo tomo en la cocina, pienso que sería una buena idea informarme un poco sobre el alcoholismo.
Santana debe de tener un ordenador en alguna parte. Lo busco y encuentro un portátil en su estudio. Lo enciendo y siento un inmenso alivio al ver que no me pide contraseña. Esta mujer tiene graves problemas con la seguridad.
Lo llevo abajo y me acomodo en el gran sillón que hay frente a Santana, para poder controlarla.
En Google, tecleo «Alcohólicos» y aparecen diecisiete millones de resultados. No obstante, en la parte superior de la página aparece «Alcohólicos Anónimos». Supongo que es un buen sitio para empezar. Por mucho que Finn diga que Santana no es alcohólica, yo tengo mis dudas.
Tras unas cuantas horas buscando en internet, siento que mis neuronas no responden. Hay mucha información que asimilar: efectos a largo plazo, problemas psiquiátricos, síntomas de abstinencia... Leo un artículo sobre cómo algunos traumas infantiles llevan al alcoholismo, y me pregunto si a Santana debió de sucederle algo de pequeña. De inmediato acude a mi mente la horrible cicatriz que tiene en el abdomen. También existe una relación genética, y entonces me pregunto si alguno de sus progenitores era alcohólico.
Hay tantísima información que no sé qué hacer con ella. Este tipo de preguntas no se hacen así como así. Mi mente retrocede al domingo pasado y a las cosas que me dijo: «Eres una calientabraguetas, Brittany... Te necesitaba a ti y... tú... tú me dejaste.»
Y después la dejé... una vez más.
Me dijo que no me lo había dicho porque no quería darme otra excusa para dejarla, pero también dijo que no era una alcohólica. Y Finn aseguró lo mismo.
Si es un problema y está relacionado con el alcohol, eso la convierte en una alcohólica, ¿no?
Apago el portátil desesperada y dejo la taza de café vacía sobre la mesita. Son sólo las diez en punto, pero estoy agotada. No quiero irme arriba a la cama por si se despierta, y tampoco quiero acomodarme mucho, así que cojo unos cuantos cojines, los dispongo en el suelo a su lado y me recuesto con la cabeza apoyada en el sofá, al tiempo que le acaricio el brazo.
El contacto me relaja.
Los párpados empiezan a pesarme y me quedo dormida.
Cuando aparcamos frente a las puertas, Quinn rodea el vehículo, me agarra con fuerza del brazo y nos encaminamos hacia la entrada de peatones, donde Noah nos espera. Va tan elegante como siempre, con traje y botas y el pelo negro perfectamente arreglado, pero su presencia ya no me incomoda. No obstante, sí me sorprendo al ver que toma el relevo de Quinn y me sujeta. Tira de mí hacia él y me estrecha con fuerza. Éste es el primer contacto físico que he tenido con él. Afirmar que era distante conmigo sería quedarme muy corta.
—Brittany, gracias por venir—dice mientras me sostiene pegada contra sí.
No respondo nada porque no sé qué decir. Están muy preocupados por Santana, y ahora me siento culpable e incluso más nerviosa todavía.
Me suelta y me regala una leve sonrisa para darme seguridad, aunque no lo consigue. Quinn señala la carretera.
—Ahí viene el grandulón.
Nos volvemos y vemos cómo Finn llega en su Range Rover negro y derrapa hasta detenerse bruscamente tras el coche de Quinn. Saca su inmenso cuerpo del vehículo, se quita las gafas de sol envolventes y nos saluda con la cabeza sin decir palabra, como hace siempre.
Joder, parece cabreado.
Apenas le había visto los ojos hasta ahora, siempre los lleva ocultos bajo esas lentes oscuras, incluso de noche o en interiores, pero hace sol, así que no entiendo por qué se las ha quitado. Tal vez quiera que todo el mundo sepa lo enfadado que está.
Y funciona.
Da miedo.
Respiro hondo e introduzco el código de la puerta para que puedan pasar. Me gustaría no tener que seguir. Noah me insta a abrir el camino con un gesto, él siempre tan caballeroso, así que hago de tripas corazón y comienzo a avanzar en silencio por el aparcamiento. Veo el coche de Santana y advierto que todavía tiene la ventanilla rota. El corazón me da un vuelco.
Entramos en el vestíbulo de mármol del Lusso en silencio, excepto por el sonido de nuestras pisadas. En mi estómago empieza a formarse un nudo y se me acelera la respiración.
Han pasado tantas cosas en este sitio.
Fue mi primer gran logro en cuestiones de diseño. Mi primer encuentro sexual con Santana tuvo lugar aquí, y también el último. Todo empezó y acabó en este lugar.
Clive levanta la vista de su gran mostrador de mármol curvo conforme nos acercamos y nos mira con una evidente expresión de cansancio.
—Hola, Clive—digo con una sonrisa forzada.
Me mira primero a mí, y después a los tres seres imponentes que me acompañan antes de volver a centrarse en mi persona.
—Hola, Brittany. ¿Cómo estás?
—Bien—miento. De bien, nada—¿Y tú?
—Bien, bien.
Está receloso, sin duda tras haber tenido algún encontronazo con las tres personas que me escoltan, y a juzgar por la frialdad con la que me ha recibido, no fueron muy agradables.
—Clive, te estaría muy agradecida si nos dejaras subir al ático para comprobar cómo se encuentra Santana—digo tratando de imprimir confianza a mi voz, a pesar de no sentirla.
El corazón se me acelera más y más a cada segundo que pasa.
—Brittany, ya les he dicho a tus amigos, aquí presentes, que podría perder mi trabajo si los dejo subir—vuelve a mirar a las tres personas con cautela.
—Lo sé, Clive, pero están preocupados—repongo en un tono neutro—Sólo quieren ver si Santana está bien, y luego se marcharán—añado con gentileza, sabiendo que Noah, Quinn y Finn lo son todo menos gentiles.
—Brittany, he subido, he llamado a la puerta de la señora López y no he obtenido respuesta. Hemos comprobado algunas grabaciones de la cámara de seguridad y no la he visto salir ni entrar en ninguno de mis turnos. El personal de seguridad no puede comprobar cinco días de grabaciones continuas. Ya se lo he dicho a tus amigos. Si los dejara subir estaría poniendo en riesgo mi puesto de trabajo.
Me sorprende el cambio repentino que ha sufrido Clive en cuestiones de etiqueta de conserjería. Si hubiera sido así de profesional y testarudo cuando vine a ver a Santana el domingo, quizá no habría sucedido aquel altercado. Pero entonces todavía sería felizmente ajena a su problemita.
Quinn se pega a mi espalda.
—¡Déjanos subir, joder!—grita por encima de mi hombro.
Me estremezco ligeramente, aunque entiendo su desazón. Yo también me siento bastante frustrada. Sólo quiero que Clive los deje pasar y así poder marcharme.
Tengo la sensación de que las paredes se me caen encima.
Veo a Santana recorriendo el suelo de mármol conmigo en brazos. Todas las imágenes que inundan mi mente parecen más claras ahora que estoy aquí.
Me vuelvo y veo cómo Finn apoya la mano en el hombro de Quinn con cara de pocos amigos. Es su forma de decirle que se calme. No quería tener que recurrir a eso, pero no podrán controlar su temperamento mucho más tiempo.
—Clive, no quiero tener que chantajearte—digo con firmeza volviéndome hacia él. Me mira confundido, y noto cómo empieza a devanarse los sesos pensando con qué podría comprarlo—No quisiera que nadie se enterara de las frecuentes visitas del señor Gómez, o de la afición del señor Holland por las chicas tailandesas...
Clive arruga el semblante en un gesto derrotado.
—Brittany, eso es jugar sucio.
—No me dejas elección, Clive—espeto.
Él sacude la cabeza y nos señala el ascensor mientras masculla insultos entre dientes.
—¡Genial!—exclama Quinn mientras se dirigen al ascensor que sube al ático.
No sé cómo, pero de repente mis pies se despegan del suelo y empiezan a avanzar tras ellos.
—Es posible que Santana haya cambiado el código—digo a sus espaldas. Quinn se vuelve con expresión alarmada. Me encojo de hombros—Si lo ha hecho, no hay manera de subir.
De repente estoy delante del ascensor, inspirando hondo e introduciendo el código de la promotora. Las puertas se abren, acompañadas de un coro de suspiros de alivio, y todos entran. Yo me quedo fuera y miro a Quinn, que sonríe y me invita a subir con un leve gesto de la cabeza.
Lo hago.
Entro en el ascensor, con Quinn y Noah a un lado y Finn al otro. Vuelvo a introducir el código. Subimos en un silencio incómodo y, cuando finalmente se detiene, nos encontramos con la puerta doble que da al ático de Santana. Quinn es la primera en salir del ascensor. Camina hacia la entrada y acciona la manija con calma antes de comenzar a aporrear la puerta como una loca.
—¡San! ¡Abre la puta puerta!
Noah y Finn se acercan y la apartan. Finn intenta abrir, pero no lo consigue. No puedo evitar pensar que tal vez yo fuera la última persona en salir del ático. Recuerdo que di un portazo con todas mis fuerzas.
—Q, puede que ni siquiera esté ahí dentro—la tranquiliza Noah.
—¡¿Y entonces dónde coño está?!—chilla Quinn.
—Está aquí—ruge Finn—Y esa latina tonta lleva demasiado tiempo ahogando las penas. Tiene un negocio que atender.
Sigo de pie dentro del ascensor cuando las puertas empiezan a cerrarse y me sacan de mi ensimismamiento. Por acto reflejo, salgo al vestíbulo del ático. Sé que dije que conseguiría que los dejaran subir y luego me marcharía, sé que debería irme, pero ver a Quinn en ese estado ha hecho que me preocupe más todavía, y las palabras de Finn resuenan en mi mente.
¿Ahogando las penas o ahogándose en vodka?
Si me quedo, ¿volveré a enfrentarme a esa Santana borracha e iracunda?
Noah llama a la puerta con calma.
Es absurdo.
Si los golpes frenéticos de Quinn no han obtenido respuesta, dudo mucho que éstos vayan a tenerla. Se aparta y tira de Quinn hacia mí.
—Brittany, ¿has intentado llamarla por teléfono?—pregunta Noah.
—¡No!—replico.
¿Por qué debería haberlo hecho?
Estoy segura de que no querría hablar conmigo.
—¿Puedes intentarlo?—me pregunta Quinn con tono de súplica.
Niego con la cabeza.
—No lo cogerá, Quinn.
—Brittany, inténtalo, por favor—insiste Noah.
A regañadientes, saco mi móvil del bolso, abro la lista de contactos, llamo a Santana y sostengo el teléfono pegado a la oreja mientras Quinn y Noah me observan nerviosos. No tengo ni idea de qué voy a decirle si responde. Noah vuelve de repente la cabeza hacia la puerta.
—Está sonando.
Se vuelve de nuevo hacia mí esperando a que diga algo, pero salta el contestador. Se me encoge el corazón.
No quiere hablar conmigo.
Me dispongo a regresar al ascensor, herida por su rechazo, pero entonces oigo un fuerte impacto. Quinn, Noah y yo volvemos la cabeza al instante hacia la doble puerta que da al apartamento de Santana y vemos a Finn al otro lado, rodeado de un marco astillado. Nos hace un gesto con la cabeza, y las otras dos personas corren al interior. Yo los sigo, vacilante. Sólo puedo pensar en mi último descubrimiento aquí.
¿Por qué avanzo en esta dirección?
¡Da media vuelta!
¡Métete en el ascensor!
¡Vete YA!
Pero no lo hago. Me quedo en el umbral y, por lo que parece, nada ha cambiado. Todo da la impresión de estar en su sitio. Me adentro un poco más en el espacio diáfano mientras oigo cómo los chicos corren arriba y abajo buscando a Santana y, cuando diviso la escalera, veo que la botella de vodka vacía sigue sobre la consola. Después observo que la terraza está abierta de par en par. Me acerco con cautela hacia ahí. Los demás siguen registrando el apartamento, abriendo y cerrando puertas y gritando su nombre. Yo, en cambio, me arrastro hacia la terraza.
Sé por qué.
Es el mismo magnetismo que me lleva hacia Santana siempre que está cerca, pero ¿realmente quiero saber qué se esconde fuera?
Sé que no será mi Santana.
¿Quiero volver a verla en ese estado tan horrible, tan agresivo y tan detestable?
No, claro que no, pero tampoco parece que pueda dar media vuelta.
Conforme me aproximo a las puertas abiertas, intento preparar los ojos para ver un despojo ebrio tirada sobre una de las tumbonas sosteniendo una botella de vodka, pero lo que me encuentro es el cuerpo inconsciente de Santana, desnuda, tumbada boca abajo sobre el entarimado. Me quedo sin aliento y el pulso me golpea en la sien.
—¡Está aquí!—chillo mientras corro hacia su cuerpo inerte, dejo caer el bolso y me echo al suelo a su lado.
La agarro de sus hombros e intento ponerlo boca arriba, lo consigo y hago girar su cuerpo hasta que su cabeza descansa sobre mi regazo. Empiezo a pasarle las manos desesperadamente por el rostro y advierto que todavía tiene la mano hinchada y magullada, con sangre en los nudillos.
—San, despierta. Por favor, despierta—ruego cediendo ante la histeria al ver a la mujer a la que amo tumbada inconsciente sobre mis piernas. Las lágrimas ruedan por mi rostro y se precipitan sobre sus mejillas—Sanny, por favor.
Le acaricio consternada la cara, el pecho y el pelo. Parece demacrada, ha perdido peso.
—Latina loca—ruge Finn cuando me encuentra en el suelo de la terraza con Santana sobre mi regazo.
—No sé si respira—sollozo, y miro con ojos vidriosos al hombre corpulento que avanza hacia mí.
¿Por qué no la he comprobado todavía?
Es el primer paso en primeros auxilios. Le agarro la muñeca, pero mis manos temblorosas me impiden sostenerla quieta para detectarle el pulso.
—Espera—ordena Finn, y se arrodilla y me arrebata el brazo de Santana.
Alzo la vista y veo que Quinn llega corriendo hasta la puerta.
—¡Pero ¿qué...?!
Las lágrimas invaden mis ojos de manera incontrolable y todo parece moverse a cámara lenta. Quinn se acerca, se agacha a mi lado y empieza a frotarme el brazo.
—Voy a llamar a una ambulancia—dice Noah inmediatamente al vernos apiñados alrededor de la figura inmóvil de Santana.
—Espera—ladra Finn con aspereza mientras se inclina sobre ella, le separa los labios resecos e inspecciona cada parte de su cuerpo laxo—La muy gilipollas tiene un coma etílico.
Miro a Quinn y a Noah, pero no entiendo sus reacciones ante la conclusión de Finn.
¿Cómo lo sabe?
Podría estar medio muerta. Definitivamente lo parece.
—Creo que deberíamos llamar a la ambulancia—insisto sorbiéndome la nariz.
Finn me mira con compasión. Hasta ahora sólo había visto una expresión impasible en su rostro severo, así que el modo en que me mira ahora, apenado y como si yo fuera algo ingenua, me resulta curiosamente reconfortante.
—Brittany, rubia, la he visto así más de una vez. Lo único que necesita es una cama y algunos cuidados para salir de ésta, no un médico. Al menos, no de ese tipo—dice, y sacude la cabeza.
Vaya.
¿Cuántas veces son «más de una vez»?
Por lo visto, Finn sabe lo que se hace. No parece preocuparle ver a Santana postrada sobre mi regazo, y en cambio yo estoy hecha un manojo de nervios. Quinn y Noah tampoco están muy bien que digamos.
¿Lo habrán visto así antes también?
Finn me pellizca la mejilla y se levanta del suelo. Es la primera vez que lo oigo hablar tanto. El grandulón silencioso ha resultado ser un grandulón simpático, pero sigo pensando que no me gustaría que se cabreara conmigo.
—¿Qué le ha pasado en la mano?—pregunta Quinn al ver la sangre y los cardenales.
La verdad es que tiene un aspecto horrible y seguramente necesitará que le echen un vistazo.
—Rompió la ventanilla de su coche—sollozo, y todos me observan—El día que discutimos en casa de Rach—añado, casi avergonzada.
—¿Lo llevamos a la cama?—pregunta Noah con timidez.
—Al sofá—ordena Finn.
Hemos vuelto a las respuestas escuetas. Quinn se levanta y recoge una botella de vodka vacía de debajo de la tumbona. La mira con auténtico asco y la estrella contra un macetero elevado. Me estremezco ante el fuerte estrépito que crea a nuestro alrededor, pero lo más importante es que Santana también lo hace.
—¿Sanny?—la llamo y la sacudo ligeramente—Sanny, por favor, abre los ojos.
Quinn, Noah y Finn se acercan y Santana empieza a llevarse el brazo tembloroso a la cabeza. Se lo agarro y vuelvo a apoyarlo a un lado, pero en cuanto la suelto, lo levanta de nuevo delante de mi cara mientras farfulla algo ininteligible y comienza a mover las piernas.
—Te está buscando, rubia—dice Finn con voz tranquila.
Miro al hombre, sorprendida, y él asiente.
¿Me está buscando a mí?
Le cojo la mano de nuevo, se la guío hacia mi rostro y apoyo su palma abierta contra mi mejilla. Se calma al instante. Su tacto frío sobre mi cara no me reconforta, pero a ella parece aliviarla, de modo que la mantengo ahí y dejo que me sienta, horrorizada al pensar que probablemente lleve días aquí tirada en la terraza, desnuda e inconsciente. Aunque estemos a mediados de mayo y las temperaturas sean agradables durante el día, por la noche descienden.
¿Por qué me alejé de ella?
Debería haberme quedado a tranquilizarla en lugar de marcharme.
—Voy a subir a por sábanas y mantas—dice Noah, y entra de nuevo en el apartamento.
—¿Vamos?—pregunta Finn al tiempo que señala a Santana con la cabeza.
A regañadientes, la suelto y dejo que Finn la coja para levantarla y tomarla en brazos. Cuando la aparta de mis piernas, me incorporo y me adelanto para despejarle el camino. Retiro los millones de cojines que hay sobre la rinconera de piel (que yo misma me encargué de adquirir) para que parezca más una cama.
Noah baja la escalera cargado de mantas. Finn espera pacientemente con el peso desnudo de Santana.
Cojo un cubrecama de terciopelo, lo despliego sobre el frío cuero y me aparto para que Finn la coloque encima del sofá antes de acomodarle la cabeza sobre unas almohadas y cubrirle el cuerpo con una manta. Me arrodillo a su lado y le acaricio el rostro.
La culpa me invade y empiezo a llorar otra vez.
Podría haber evitado todo esto. Si no me hubiera largado de aquel modo, ahora no se encontraría en este estado. Debería haberme quedado, haberla calmado y haber esperado a que recobrara la sobriedad.
Me doy asco.
—Brittany, ¿estás bien?—oigo preguntar a Noah por encima de mis sollozos contenidos, y entonces noto que una mano empieza a acariciarme la espalda.
Me sorbo los mocos y me limpio la nariz con el dorso de la mano.
—Perdonadme, estoy bien.
—No te disculpes—suspira Quinn.
Me inclino sobre Santana, pego mis labios a su frente y los dejo ahí unos segundos. Cuando me levanto del suelo, su brazo sale disparado de debajo de la manta y me agarra.
—¿Britt?
Tiene la voz ronca y los ojos, ligeramente abiertos, inspeccionan la estancia. Cuando encuentran los míos, lo único que veo son dos fosas vacías. Sus ojos normalmente oscuros, brillantes y adictivos ahora parecen vacíos.
—Hola—digo, y coloco la mano sobre su brazo.
Intenta levantar la cabeza de la almohada, pero no hace falta que la reprenda. Antes de que me dé tiempo a empujarla de nuevo hacia abajo, deja de intentarlo.
—Lo siento, Britt-Britt—murmura con voz lastimera, y su mano empieza a ascender por mi brazo hasta que encuentra mi rostro de nuevo—Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento...
—Para—susurro con un hilo de voz mientras la ayudo a alcanzar mi cara—Para ya, por favor.
Vuelvo la cabeza hacia su mano, le beso la palma y, cuando la miro de nuevo, veo que tiene los ojos cerrados. Ha vuelto a perder el conocimiento. Le cojo la mano, se la coloco sobre la manta y me aseguro de que está bien arropada antes de levantarme y volverme hacia Quinn, Noah y Finn, que se encuentran de pie, observando en silencio cómo la atiendo. Me había olvidado por completo de que no estaba sola con Santana, pero no siento la menor vergüenza.
—Voy a preparar café—dice Quinn rompiendo el silencio, y se dirige a la cocina, con Finn y Noah detrás.
Miro a Santana de nuevo y mi instinto me pide que me suba al sofá y me acurruque con ella, la acaricie y la tranquilice. Quizá debería hacerlo, pero antes he de hablar con los chicos.
Los sigo a la cocina, donde Quinn y Noah se hallan recogiendo los taburetes y Finn, levantando el congelador del suelo. No estaba así cuando me marché el domingo.
Está claro que Santana entró en cólera.
—Tengo que irme pitando—anuncia Noah con pesar mientras coloca el último taburete en su sitio—He quedado con Mercedes.
Parece algo avergonzada.
—Vete tranquilo—responde Quinn mientras busca las tazas—Luego te llamo.
—En el último armario a la derecha, en el estante de arriba—digo para indicarle a Quinn dónde se encuentran.
Ella me mira con expresión socarrona. Me encojo de hombros.
—Bien, entonces me marcho. Hablamos mañana—dice Noah.
Le regalo una pequeña sonrisa y Finn se despide con su típico gesto de la cabeza. Noah se marcha y Quinn termina de preparar los cafés. Lleva tres tazas de café a la isla, donde Finn y yo hemos tomado asiento.
—Será mejor no probar suerte con la leche, si es que tiene. ¿Te gusta solo?—me pregunta Quinn.
Asiento y me pongo yo misma el azúcar. Finn también se sirve y, para mi asombro, se echa cuatro cucharadas. Sé que no hay leche, pero si la hubiera sería inútil compartirla.
—Bueno, y ahora que la hemos encontrado—empieza Quinn—, ¿qué vamos a hacer con ella?—bromea.
La Quinn despreocupada de siempre ha vuelto, y es todo un alivio. Verla tan ansiosa no hacía más que alimentar mi propia angustia y, visto lo visto, tenía motivos para estar así. Siento escalofríos al imaginarme a Santana aquí sola, sufriendo durante los últimos cinco días.
¿Cuánto tiempo más habría permanecido ahí tirada si me hubiera negado a venir?
Probablemente habrían llamado a la policía.
Finn interviene:
—Todo va bien en La Mansión. No tenemos que preocuparnos por eso. Volverá a la normalidad dentro de una semana, cuando se haya recuperado de la resaca.
—¿No necesita rehabilitación?—pregunto—O terapia, o algo.
No tengo ni idea de cómo funcionan estas cosas. Finn niega con la cabeza y vuelve a ponerse las gafas de sol. Comienzo a plantearme su relación con Santana. Creía que era sólo un empleado, pero parece ser que es el que más sabe de todo esto.
—No, nada de rehabilitación—asevera con firmeza—No es una alcohólica propiamente dicho. No está obsesionada con el alcohol, Brittany. Bebía para mejorar su estado de ánimo, para llenar un agujero. Cuando empieza, no puede parar—dice, y me ofrece una pequeña sonrisa—Y tú ayudaste, rubia.
—¿Yo? ¿Qué hice yo?—pregunto a la defensiva.
No sé por qué me duele tanto el comentario de Finn. Acaba de decirme que ayudé con la situación, pero siento que insinúa que también podría haber contribuido a su recaída.
Quinn apoya su mano sobre la mía en el banco.
—Se había centrado en otra cosa.
—Pero la dejé—digo en voz baja.
Sólo confirmo lo que ambos están pensando, aunque no éramos una pareja formal como para dejarla. No habíamos hablado acerca de nuestra situación. No pusimos las cartas sobre la mesa respecto a toda esa mierda.
—No ha sido culpa tuya, Britt—me tranquiliza Quinn—Tú no sabías nada.
—No me lo había contado—susurro—De haberlo sabido, las cosas habrían sido distintas—sigo defendiéndome.
No sé hasta qué punto habría sido diferente todo si Santana me lo hubiera contado, o de haberlo descubierto por mí misma. Lo que sé es que no quiero volver a verla como el domingo pasado nunca más.
Si me marcho ahora, ¿volverá a suceder?
O podría quedarme y ayudarla, pero ¿lo haría porque la amo o porque me siento culpable?
Puede que ni siquiera me quiera aquí.
Estaba furiosa conmigo.
Estoy hecha un lío.
Apoyo los codos en el banco y dejo caer la cabeza sobre mis manos.
¿Qué narices debo hacer?
—¿Brittany?—la voz profunda de Finn me obliga a levantar la cabeza de nuevo—Es una buena mujer.
—¿Qué la llevó a beber? ¿Es muy grave?—pregunto.
Sé que es una buena mujer, pero necesito saber más para entender mejor.
—¡Quién sabe!—contesta Finn, y me mira—No pienses que estaba borracha perdida día sí, día también. No es eso. Si se encuentra en ese estado es sólo porque se siente mal, no porque sea alcohólica.
—¿Y dejó de beber cuando aparecí yo?—no puedo creerlo.
Finn se echa a reír.
—Exacto, aunque tú has hecho que saque otras cualidades bastante desagradables de su carácter, rubia.
Frunzo el cejo aunque sé exactamente a qué se refiere, y por la expresión burlona de Quinn, ella también. Dicen que Santana suele ser bastante tranquila, pero yo sólo he conocido a la Santana López tranquila en contadas ocasiones, y casi siempre era cuando se salía con la suya. La mayor parte del tiempo lo único que vi fue a una obsesa del control hasta lo irracional. Incluso ella misma admitió que sólo era así conmigo..., afortunada de mí.
¿A qué tendrían que enfrentarse si volviera a marcharme de nuevo?
—Me quedaré, pero si vuelve en sí y no me quiere aquí, los llamaré a uno de los dos—les advierto.
El alivio de Quinn es palpable.
—Eso no va a suceder, Britt.
Finn asiente.
—Yo he de volver a La Mansión y dirigir ese maldito negocio—se levanta del taburete—Brittany, necesitas mi número. ¿Dónde está tu teléfono?
Miro a mi alrededor buscando mi bolso y entonces me doy cuenta de que lo he dejado en la terraza. Me levanto y voy por él. De vuelta a la cocina, veo que Santana sigue inconsciente.
¿Cuánto tiempo estará así, y cuándo debería empezar a preocuparme?
No tengo ni idea de qué debo hacer.
Permanezco ahí, observándola en silencio. Sus pestañas parpadean levemente, su pecho se eleva y desciende a un ritmo estable. Incluso inconsciente parece acongojada. Me acerco en silencio y le subo la manta hasta la barbilla. No puedo evitarlo. Nunca antes la había cuidado, pero me sale de manera instintiva. Me arrodillo y apoyo mis labios sobre su fría mejilla, deleitándome en el leve consuelo que obtengo del contacto antes de continuar hacia la cocina. Al entrar, veo que Finn se ha marchado.
—Ten—Quinn me pasa un trozo de papel—Es el número de Finn.
—¿Tenía prisa?—pregunto.
Podría haber esperado a que volviera.
—Nunca se queda más tiempo del necesario en ningún sitio. Oye, he hablado con Rach. Va a traerte algo de ropa.
—Ah, bien.
Mi pobre ropa debe de estar mareada. No ha parado de entrar y salir de esta casa.
—Gracias, Britt—dice Quinn con sinceridad.
—No me las des—protesto, incómoda.
En parte esto es culpa mía. Quinn se revuelve nerviosa.
—Ya. Es que..., bueno, después de lo del domingo, y de la sorpresa en La Mansión...
—Quinn, no.
—Cuando bebe, bebe mucho—sonríe—Es una mujer orgullosa, Britt. Se moriría de vergüenza si supiera que la hemos visto así.
Sí, me lo imagino.
La Santana que yo conozco es fuerte, segura de sí misma, dominante y muchas otras cosas más. La debilidad y la impotencia no están incluidas en la larga lista de sus atributos.
Quiero decirle a Quinn que lo de su problema con la bebida ha hecho que me olvide de lo de La Mansión y de sus actividades, pero no es verdad. Ahora que estoy aquí y que he visto de nuevo a Santana, todo vuelve a proyectarse con intensidad en mi mente. Santana regenta un club de sexo. Además, es usuario de las instalaciones de su propio club. Quinn me lo confirmó, aunque fue bastante evidente cuando me encontré con el marido de una de las conquistas de Santana. En el fondo sabía que debía de ser promiscua, que debía de ser una mujeriega hedonista, pero no imaginaba hasta qué punto.
Nos pasamos la siguiente hora recogiendo envases vacíos por todo el apartamento y metiéndolos en un par de bolsas de basura negras. Saco todas las botellas de vodka de la nevera y vierto su contenido en el fregadero. Estoy alucinando con la cantidad de bebida que tiene aquí; debe de haber comprado una caja entera. Es obvio que planeaba quedarse aquí solo con su vodka durante una buena temporada. Pero una cosa tengo clara: yo no pienso volver a beberlo nunca más.
Clive telefonea para decirme que una joven llamada Rachel está en el vestíbulo y, tras informarle sobre lo que nos hemos encontrado aquí, bajamos a reunirnos con ella, cada una cargado con una bolsa negra llena de basura y botellas vacías. Tomo nota mentalmente de que hay que arreglar la puerta rota.
Rachel espera en el vestíbulo, bajo la estricta vigilancia de Clive.
—Hola—saluda con cautela mientras nos acercamos arrastrando las ruidosas bolsas con nosotras—¿Cómo está?
Suelto la bolsa, lo que provoca más ruido de cristales, y miro mal a Clive para que sepa que estoy muy enfadada con él. Si hubiera dejado a Quinn, a Noah o a Finn subir al ático antes, tal vez la habríamos encontrado borracha en lugar de totalmente comatosa.
Al menos tiene la decencia de parecer arrepentido.
—Está durmiendo—contesta Quinn al ver que estoy demasiado ocupada haciendo que el conserje se sienta culpable.
Cuando vuelvo a centrarme en Rachel, veo que Quinn le pasa el brazo libre alrededor de la cintura y la abraza. Ella la golpetea, juguetona.
—Toma—me pasa mi bolsa, que parece un yoyó que no para de ir de casa de Rachel al Lusso y viceversa—He metido de todo un poco.
—Gracias—digo mientras la cojo.
—¿Vas a quedarte, entonces?—pregunta.
—Sí—contesto encogiéndome de hombros.
Quinn me mira con agradecimiento, y en seguida vuelvo a sentirme incómoda.
—¿Durante cuánto tiempo?—quiere saber Rachel.
Buena pregunta.
¿Durante cuánto tiempo?
¿Cuánto tiempo llevan estas cosas?
Podría despertarse esta noche, o mañana, o pasado mañana. Tengo trabajo que hacer, y he de buscar un departamento.
Miro a Quinn en busca de respuestas, pero ella se encoge de hombros, cosa que no ayuda. Miro de nuevo a Rachel y me encojo de hombros yo también. De pronto soy consciente de que he dejado a Santana sola arriba y me entra el pánico. Podría despertarse y no ver a nadie.
—Debería subir otra vez—digo, volviéndome hacia los ascensores.
—Claro, tranquila—Rachel me insta a marcharme con un gesto de la mano y luego coge la bolsa de basura del suelo—Ya tiramos esto nosotras.
Nos despedimos, le prometo que la llamaré por la mañana y regreso al ascensor, dando instrucciones a Clive por el camino de que mande arreglar la ventanilla del coche de Santana y la puerta de su apartamento. Él, por supuesto, se pone a ello de inmediato.
Cuando llego de nuevo al último piso, cierro la puerta, pero no se queda asegurada del todo. Tiene que bastar hasta que alguien venga a repararla.
Entro en el salón.
Santana sigue dormida.
¿Y ahora qué hago?
Miro hacia abajo y veo que aún llevo puestos el vestido gris topo y los tacones, así que me dirijo a la planta superior y me autoasigno la habitación que está al otro extremo del descansillo. Me quedo pasmada al ver todas las almohadas tiradas por el suelo y las sábanas arrugadas tras mi breve descanso antes de que Santana me transportara de nuevo a su cama después de la masacre del vestido.
Me dispongo a hacer la cama y a ponerme los vaqueros rotos y una camiseta negra. No me vendría mal una ducha, pero no quiero dejar a Santana sola mucho tiempo, así que eso tendrá que esperar. Vuelvo abajo, me preparo un café solo y, mientras me lo tomo en la cocina, pienso que sería una buena idea informarme un poco sobre el alcoholismo.
Santana debe de tener un ordenador en alguna parte. Lo busco y encuentro un portátil en su estudio. Lo enciendo y siento un inmenso alivio al ver que no me pide contraseña. Esta mujer tiene graves problemas con la seguridad.
Lo llevo abajo y me acomodo en el gran sillón que hay frente a Santana, para poder controlarla.
En Google, tecleo «Alcohólicos» y aparecen diecisiete millones de resultados. No obstante, en la parte superior de la página aparece «Alcohólicos Anónimos». Supongo que es un buen sitio para empezar. Por mucho que Finn diga que Santana no es alcohólica, yo tengo mis dudas.
Tras unas cuantas horas buscando en internet, siento que mis neuronas no responden. Hay mucha información que asimilar: efectos a largo plazo, problemas psiquiátricos, síntomas de abstinencia... Leo un artículo sobre cómo algunos traumas infantiles llevan al alcoholismo, y me pregunto si a Santana debió de sucederle algo de pequeña. De inmediato acude a mi mente la horrible cicatriz que tiene en el abdomen. También existe una relación genética, y entonces me pregunto si alguno de sus progenitores era alcohólico.
Hay tantísima información que no sé qué hacer con ella. Este tipo de preguntas no se hacen así como así. Mi mente retrocede al domingo pasado y a las cosas que me dijo: «Eres una calientabraguetas, Brittany... Te necesitaba a ti y... tú... tú me dejaste.»
Y después la dejé... una vez más.
Me dijo que no me lo había dicho porque no quería darme otra excusa para dejarla, pero también dijo que no era una alcohólica. Y Finn aseguró lo mismo.
Si es un problema y está relacionado con el alcohol, eso la convierte en una alcohólica, ¿no?
Apago el portátil desesperada y dejo la taza de café vacía sobre la mesita. Son sólo las diez en punto, pero estoy agotada. No quiero irme arriba a la cama por si se despierta, y tampoco quiero acomodarme mucho, así que cojo unos cuantos cojines, los dispongo en el suelo a su lado y me recuesto con la cabeza apoyada en el sofá, al tiempo que le acaricio el brazo.
El contacto me relaja.
Los párpados empiezan a pesarme y me quedo dormida.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
U.u pobre San:cc igual no era para tanto pero bueno:l que se le va hacer:cc. A ver que hace Britt cuando Santana despierte$$:
Susii********-*- - Mensajes : 902
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Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
tienen mucho de que hablar! santana tiene que dar un sin fin de explicaciones y en cuanto a brittany si decide seguir con ella debera aclarar lo de la tal holly pero ya!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Susii escribió:U.u pobre San:cc igual no era para tanto pero bueno:l que se le va hacer:cc. A ver que hace Britt cuando Santana despierte$$:
Hola, jajaajajajjaaj XD esperemos y hagan el amor y no la guerra no¿? jaajajajaj. Saludos =D
micky morales escribió:tienen mucho de que hablar! santana tiene que dar un sin fin de explicaciones y en cuanto a brittany si decide seguir con ella debera aclarar lo de la tal holly pero ya!
Hola, ufff, esperemos y san xfin de respuestas no¿? Jajajaaj esperemos y san también quiera responder eso no¿? jajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 3
Capitulo 3
—Te quiero.
Soy vagamente consciente de que su palma me sostiene la nuca y de que me está pasando los dedos por el pelo.
Es una sensación muy reconfortante... y maravillosa.
Abro los ojos y me encuentro con una versión algo apagada de los ojos oscuros que tan bien conozco. Me pongo de pie y me golpeo el tobillo con la mesita de café.
—¡Mierda!—maldigo.
—¡Esa boca!—me reprende con voz ronca.
Me agarro el tobillo, pero entonces me despierto del todo y recuerdo dónde estoy. Bajo el pie y desvío la mirada hacia el sofá, donde encuentro a Santana semi-incorporada y con un aspecto espantoso; pero al menos está consciente.
—¡Te has despertado!—exclamo.
Hace una mueca de dolor y se agarra la cabeza con la mano buena.
Ay, mierda.
Debe de tener una resaca monumental, y aquí estoy yo, dando gritos. Reculo unos pocos pasos hasta dar con la silla que tengo detrás y me siento.
No sé qué decirle.
No voy a preguntarle cómo se encuentra, es bastante evidente, y no voy a darle una charla sobre seguridad personal ni sobre cuestiones de salud. Lo que realmente quiero preguntarle es si recuerda nuestra discusión.
¿Qué debería hacer?
No lo sé, así que decido sentarme con las manos sobre el regazo y mantener la boca cerrada. Observo cómo me mira y mi mente se inunda de cosas que anhelo expresar pero no puedo. Deseo decirle que la quiero, para empezar. Y quiero preguntarle por qué no me había contado que regenta un club de sexo, o que tiene un problema con la bebida.
¿Se estará preguntando qué hago aquí?
¿Querrá que me marche?
Joder, ¿necesita un trago?
El silencio me está matando.
—¿Cómo te encuentras?—suelto, deseando al instante haber mantenido la boca cerrada.
Ella suspira y se inspecciona la mano herida.
—Fatal—sentencia.
Ah, vale.
¿Y ahora qué digo?
No parece en absoluto contenta de verme, así que quizá debería irme antes de empujarla a abrir otra botella. Aunque en ese caso tendrá que salir a comprarla, y eso probablemente le dé aún más motivos para cabrearse conmigo. Concluyo que debe de necesitar tomar líquidos, así que me levanto y me dirijo a la cocina. Le llevaré un poco de agua y me marcharé.
—¿Adónde vas?—pregunta algo nerviosa, incorporándose en el sofá.
—He pensado que necesitas beber agua—la tranquiliza, un poco más animada.
No quiere que me vaya.
He visto esa expresión en su rostro muchas veces. Normalmente tras ella suele aparecer la controladora dominante, después de inmovilizarme en alguna parte, pero no voy a emocionarme en exceso. No tiene fuerzas para perseguirme, inmovilizarme o dominarme en estos momentos. Ese pensamiento me decepciona.
Mi respuesta la tranquiliza.
Sigo hacia la cocina y miro el reloj del horno mientras cojo un vaso. Son las ocho en punto. He dormido diez horas seguidas. No lo había hecho desde..., bueno, desde la última vez que estuve con Santana.
Saco la botella de agua de la nevera y lleno el vaso antes de regresar al inmenso espacio diáfano, donde me encuentro a Santana sentada en el sofá con la cabeza entre las manos y la manta afirmada entre las axilas.
Cuando llego donde está ella, levanta los ojos y nuestras miradas se encuentran. Le doy el agua. Coge el vaso con la mano sana y me roza con los dedos. Retiro los míos rápidamente y el agua se derrama del vaso. No sé por qué ha pasado eso, y la expresión de su rostro me parte el alma al instante. Está temblando violentamente, y me pregunto si será el síndrome de abstinencia. Estoy convencida de haber leído que los temblores son un síntoma, junto con una larga lista de otros indicios. Sigue mi mirada hasta su mano y niega con la cabeza. Es extraño. Nunca nos había pasado esto. Ninguno de las dos sabe qué decir.
—¿Cuándo fue la última vez que bebiste?—pregunto.
Sé que estoy entrando en un terreno pantanoso, pero tengo que decir algo. Bebe un trago de agua y se deja caer de nuevo en el sofá.
—No lo sé; ¿qué día es hoy?
—Sábado.
—¿Sábado?—pregunta, claramente estupefacta—Mierda.
Imagino que eso significa que ha perdido mucho tiempo, pero no es posible que haya estado encerrada en este ático bebiendo durante cinco días seguidos.
Habría acabado muerta, ¿no?
Y entonces vuelve a hacerse el silencio y yo me siento de nuevo en el sillón que está justo enfrente de ella, buscando algo adecuado que decir.
Detesto esto.
Normalmente me abalanzaría sobre ella, la rodearía con mis brazos y dejaría que me ahogara a besos sin pensarlo dos veces, pero se encuentra muy débil (cosa difícil de asumir, teniendo en cuenta su constitución atlética). Mi mujer fuerte y dura está hecha un despojo tembloroso, y eso me está matando. Y, para colmo de males, ni siquiera sé si querría que lo hiciera.
Ni si quiero hacerlo yo.
Esta mujer no es la tipa de la que me enamoré.
¿Es ésta la auténtica Santana?
Se sienta y juguetea con el vaso pensativamente; la sensación familiar de verla cavilar me resulta reconfortante, es una pequeña parte de ella que reconozco, pero no soporto este silencio.
—Santana, ¿puedo hacer algo?—pregunto, desesperada, rogando para mis adentros que me diga algo, lo que sea.
Suspira.
—Hay muchas cosas que puedes hacer, Britt. Pero no voy a pedirte que hagas ninguna de ellas—dice sin mirarme.
Quiero gritarle, decirle todo lo que me ha hecho. Verla ahí, desaliñada y pasando el dedo por el borde del vaso, no hace sino reforzar la parte sensata de mi cerebro que me insta a huir.
—¿Quieres ducharte?—pregunto.
No puedo seguir aquí sentada en silencio o acabaré tirándome de los pelos. Se inclina hacia adelante y hace una mueca de dolor.
—Claro—masculla.
Le cuesta ponerse de pie y me siento como una auténtica zorra por no ayudarla, pero no sé si quiere que lo haga ni tampoco si soy capaz de hacerlo. El ambiente entre nosotras es muy tenso. Al levantarse, las frazadas le caen a los pies.
—Mierda—maldice, y se agacha para coger una de las mantas. Se la envuelve alrededor de los pechos y se vuelve hacia mí—Lo siento—dice encogiéndose de hombros.
¿Lo siente?
Como si no la hubiera visto desnuda antes. De hecho, la he visto muchas veces. Según sus propias palabras, no hay ni un solo milímetro de mi cuerpo que no la haya tenido dentro o encima.
Dejo caer los hombros y suspiro mientras empiezo a subir con ella la escalera hasta la suite principal. Nos lleva un tiempo, y lo pasamos en un incómodo silencio, pero lo conseguimos. No sé cuánto más puedo permanecer aquí. Esto es muy diferente de lo que estoy acostumbrada con esta mujer.
—¿Te apetece más un baño?—pregunto adelantándome de camino al lavabo.
Parece exhausta tras el esfuerzo, así que no creo que consiga mantenerse de pie en la ducha. Un buen baño le relajará los músculos y le hará bien. Ella se encoge de hombros de nuevo.
—Bueno.
Vale, le doy un baño y me marcho.
No puedo hacer esto.
Ésta es la mujer a la que empezaba a creer que conocía, a quien deseaba desesperadamente conocer, pero me tortura haber descubierto que no la conozco en absoluto, ni siquiera un poco. Llamaré a Finn para ver qué me aconseja que haga.
No estoy hecha para esto.
Está callada, encerrada en sí misma, y todas las cosas dolorosas que me gritó durante nuestra discusión parecen más altas y más claras cuanto más tiempo paso aquí.
¿Por qué me metí en ese ascensor?
Abro el enorme grifo y coloco la mano debajo hasta que el agua sale a la temperatura adecuada mientras hago todo lo posible por no pensar en conversaciones de bañera y en el hecho de que la propia Santana proclamó que ahora era una mujer de baño (pero sólo cuando yo estoy con ella).
Pongo el tapón y dejo que corra el agua, consciente de que la inmensa tina tardará una eternidad en llenarse. Me vuelvo y me encuentro frente al mueble del lavabo. Ahí es donde tuvimos nuestro primer encuentro sexual. En este baño nos hemos duchado juntas, nos hemos bañado juntas y hemos tenido muchas sesiones de sexo vaporoso juntas. Y también aquí es donde la vi por última vez.
¡Basta!
Bloqueo esos pensamientos y me mantengo ocupada buscando sales de baño y entreteniéndome con otras tonterías mientras Santana permanece apoyada contra la pared en silencio. Efectivamente, la bañera tarda una vida en llenarse, y empiezo a desear haberme limitado a meterla en la ducha. Por fin parece que se ha llenado lo suficiente.
—Ya puedes entrar—digo brevemente mientras salgo del baño.
Nunca me había sentido tan obligada a huir de su presencia. Me he largado con pataletas y he evitado que me tocara por miedo a perder la cabeza, pero jamás había querido marcharme realmente.
Ahora sí.
—Actúas como una extraña, Britt—apunta con voz suave cuando llego a la puerta.
Me detengo en seco. Esta situación me resulta muy dolorosa.
—Me siento como una extraña—respondo sin volverme, tragando saliva e intentando evitar los temblores que amenazan con invadir mi cuerpo.
Vuelve a hacerse el silencio y mi cerebro es un caos de instrucciones contradictorias.
La verdad es que no sé qué hacer.
Pensaba que el dolor ya no podía empeorar más.
Creía que ya me encontraba en el peor de los infiernos.
Pero me equivocaba.
Verla así me está matando.
Tengo que irme y continuar con mi lucha por superar esta relación. Siento que ahora que la he visto de nuevo he retrocedido varios pasos, pero la verdad es que no había hecho ningún avance en mi recuperación. En todo caso, esto hará que todo el doloroso proceso resulte más sencillo.
—Por favor, mírame, Britt.
Sus palabras, más una súplica que sus típicas órdenes, hacen que el corazón se me desboque. Incluso su voz suena diferente. No es el rugido grave, ronco y sexy al que estoy acostumbrada. Ahora es afónica.
Me vuelvo lentamente para mirar a esa mujer extraña y veo que se está mordiendo el labio inferior y me observa a través de unos ojos oscuros hundidos.
—No puedo hacer esto.
Doy media vuelta y me marcho. Mi corazón palpita con fuerza, aunque cada vez más despacio. Sin duda, no tardará en detenerse.
—¡Britt!
Oigo que viene tras de mí, pero no me doy la vuelta. Apenas tiene fuerzas, así que quizá esta vez consiga escapar de ella.
¿Cómo se me ocurrió venir aquí?
Las imágenes del domingo pasado inundan mi cabeza mientras desciendo a toda prisa, con la vista borrosa y las piernas entumecidas.
Cuando llego al pie de la escalera, siento el tacto familiar de su mano agarrándome de la muñeca. Presa del pánico, me vuelvo y la aparto de un empujón.
—¡No!—grito frenéticamente intentando liberarme de su firme sujeción—¡No me toques!
—Britt, no hagas esto—me ruega, y me agarra de la otra muñeca sosteniéndome delante de ella—¡Para!
Me desmorono en el suelo, sintiéndome frágil e impotente. Ya estoy herida, pero puede asestarme el golpe mortal que acabará conmigo.
—Por favor, no—gimoteo—No me hagas esto más difícil, Santana.
Ella se deja caer al suelo conmigo, me coloca sobre su regazo y me aprieta contra su pecho. Yo sollozo sin parar contra su pecho. No puedo evitarlo. Hunde su rostro en mi pelo.
—Lo siento Britt-Britt—susurra—Lo siento muchísimo. No me lo merezco, pero dame una oportunidad—me aprieta con fuerza—Necesito otra oportunidad.
—No sé qué hacer—digo con sinceridad.
De verdad que no sé qué hacer. Siento la necesidad de escapar de ella, aunque al mismo tiempo siento la necesidad de quedarme y dejar que haga mejor las cosas.
Pero si me quedo, ¿me asestará ese golpe de gracia?
Y si me marcho, ¿estaré dándonos yo el golpe de gracia a ambas?
Lo único que sé es que ésta no es la Santana asertiva, firme y fuerte, la Santana que cavila cuando la desafío, y la que me agarra con fuerza cuando amenazo con dejarla y me folla hasta que pierdo el sentido.
Ésta no es esa mujer.
—No vuelvas a alejarte de mí, Britt—me suplica abrazándome con firmeza, y noto que ha aflojado los grilletes.
Me aparto, me seco el rostro empapado de lágrimas con el dorso de la mano. No puedo mirarla a los ojos.
Ya no me resultan familiares.
No están oscuros de ira ni brillantes de placer; ni entornados con furia, ni cargados de deseo por mí. Son fosas vacías que no me ofrecen ningún consuelo. No obstante, a pesar de ello, sé que si salgo por esa puerta será mi fin. Mi única esperanza es quedarme aquí y hallar las respuestas que necesito, y rezar para que no acaben conmigo.
Ella tiene el poder de destruirme.
Desliza su mano fría bajo mi barbilla y levanta mi cara hacia la suya.
—Voy a hacer esto bien. Voy a conseguir que lo recuerdes, Britt.
La miro a los ojos y veo determinación reflejada en la bruma oscura de sus ojos.
La determinación es buena, pero ¿borra el dolor y la locura que la preceden?
—¿Puedes hacer que lo recuerde de una manera convencional?—le pregunto en serio.
No es ninguna broma, pero ella sonríe ligeramente.
—Desde ahora ése será mi objetivo. Haré lo que haga falta.
Pronuncia esas palabras, las mismas que dijo la noche de la inauguración del Lusso, con idéntica convicción que entonces. Cumplió su promesa de demostrar que yo la deseaba. Una pequeña chispa de esperanza ilumina mi apesadumbrado corazón.
Vuelvo a hundir el rostro em su pecho y me aferro a ella.
Lo creo.
Un suspiro silencioso escapa de sus labios mientras me estrecha con fuerza y permanece así como si su vida dependiera de ello. Seguramente así sea. Y la mía también.
—Se te va a enfriar el agua—murmuro contra sus pechos desnudos.
Un rato después, todavía seguimos tiradas en el suelo abrazadas con fuerza.
—Estoy a gusto—protesta, y percibo algo de familiaridad en su tono.
—También necesitas comer—le informo. Se me hace raro darle órdenes—Y deberían verte esa mano. ¿Te duele?
—Mucho—confirma.
No me extraña. Tiene un aspecto horrible. Espero que no se la haya roto, porque después de cinco días sin tratamiento médico los huesos podrían habérsele soldado mal.
—Vamos.
Me despego de su abrazo. Ella gruñe, pero finalmente me suelta. Una vez de pie, le tiendo la mano, y ella me mira con una leve sonrisa antes de aceptarla y levantarse también. Subimos en silencio y nos dirigimos de nuevo a la suite principal.
—Adentro—la insto señalando la bañera.
—¿Ahora eres tú quien da las órdenes?—dice arqueando las cejas.
Ella también encuentra extraña esta vuelta de tuerca.
—Eso parece—respondo haciendo un gesto con la cabeza hacia la tina.
Ella empieza a morderse el labio, sin hacer ademán de meterse en el agua.
—¿Te metes conmigo?—pregunta con voz tranquila.
De repente me siento incómoda y fuera de lugar.
—No puedo.
Niego con la cabeza y retrocedo ligeramente. Esto va en contra de todos mis impulsos, pero sé que en cuanto me rinda a sus afectos y a su tacto, me desviaré de mi objetivo de aclararme las ideas y obtener respuestas.
—Britt, me estás pidiendo que no te toque. Eso va en contra de todos mis instintos.
—Santana, por favor. Necesito tiempo.
—Britt, no tocarte es antinatural. No está bien.
Tiene razón, pero no debo dejarme absorber por ella. He de mantener la cabeza fría, porque en cuanto me pone las manos encima olvido mi propósito.
No le contesto.
Vuelvo a mirar la bañera y después a ella, que sacude la cabeza, se quita la manta, se mete en el agua y se sienta a regañadientes. Cojo un recipiente del mueble del lavabo y me agacho a su lado para lavarle el pelo.
—No es lo mismo si no te metes dentro conmigo—gruñe.
Se inclina hacia atrás y cierra los ojos. Hago caso omiso de sus protestas y empiezo a lavarle el pelo y a enjabonar su cuerpo esbelto de la cabeza a los pies, luchando contra las inevitables chispas que saltan en mi interior al contacto con su piel. Me entretengo un poco más alrededor de la cicatriz de su abdomen esperando para mis adentros que esto la invite a explicarme cómo se la hizo, pero no me lo dice. Mantiene los ojos y la boca cerrados. Tengo la sensación de que va a ser una ardua tarea. Nunca me cuenta nada, y evita mis preguntas con una advertencia severa o usando tácticas de distracción. No puedo dejar que vuelva a pasar, y para ello necesitaré toda mi determinación y mi fuerza de voluntad. No me sale de manera natural resistirme a ella.
Le paso la mano por el rostro.
—Estas un poco pálida.
Abre los ojos, se lleva la mano buena a la barbilla y se acaricia la cara.
—¿No te gusta?
—Tú me gustas de todas formas.
¡Excepto borracha!
Por la expresión que cruza su rostro, estoy casi convencida de que me ha leído la mente, aunque lo más probable es que ella haya pensado exactamente lo mismo.
—No pienso beber ni una gota más—afirma con rotundidad mirándome directamente a los ojos mientras pronuncia su voto.
—Pareces muy segura—respondo tranquilamente.
—Lo estoy—se incorpora en el baño y se vuelve para mirarme. Levanta la mano maltrecha para cogerme la cara y compone una mueca de dolor al ver que no puede hacerlo—Lo digo en serio, nunca jamás. Te lo prometo—parece sincera—No soy una alcohólica empedernida, Britt. Admito que se me va un poco de las manos cuando me tomo un trago, y que me cuesta parar, pero puedo elegir si bebo o no. Me encontraba muy mal cuando me dejaste. Sólo quería aliviar mi dolor.
Se me encoge el corazón y siento una mezcla de alivio y duda.
Todo el mundo se descontrola cuando bebe, ¿no?
—Pero volví—digo apartando la mirada e intentando dar forma a lo que necesito decir. Miles de palabras han estado oprimiéndome la mente desde hace días, pero ahora no me viene ninguna a la cabeza—¿Por qué no me lo habías contado? ¿Es a eso a lo que te referías cuando dijiste que el daño sería mayor si te dejaba?
Agacha la cabeza.
—No debería haber dicho eso.
—No, no deberías.
Vuelve a mirarme a los ojos.
—Sólo quería que te quedaras. Me quedé sorprendida cuando me dijiste que tenía un hotel encantador—sonríe ligeramente y yo me siento idiota—Todo fue muy intenso y muy de prisa. No sabía cómo contártelo. No quería que salieras corriendo de nuevo. No parabas de huir, Britt.
Se detiene en cada una de estas últimas palabras como deletreándolas. Todavía se siente frustrada por mis constantes evasiones. Aunque tenía motivos. Todo ese tiempo sabía que debía escapar de ella.
—Pero no iba muy lejos, ¿verdad? No me dejabas.
—Iba a contártelo. No esperaba que vinieras a La Mansión así. No estaba preparada, Britt.
No hace falta que lo jure. Todas las demás veces que había visitado el supuesto hotel, me escoltaban o me encerraban en el despacho de Santana. Estoy segura de que el personal estaba advertido de que no debía hablar conmigo y de que nadie debía acercarse a Santana cuando yo estaba con ella. Y, es verdad, todo fue muy intenso y muy de prisa, pero yo no tuve nada que ver con eso.
Joder, tenemos mucho de qué hablar.
Necesito que me cuente algunas cosas. Aquel ser pequeño y despreciable al que Santana golpeó en La Mansión tenía cosas muy interesantes que decir.
¿Tenía Santana una aventura con su mujer?
Son tantas las preguntas...
Suspiro.
—Venga, te estás arrugando.
Le paso una toalla y ella también suspira antes de impulsarse hacia arriba agarrándose a un lado de la bañera con la mano sana. Sale de la tina y le paso la toalla por todo el cuerpo mientras me observa detenidamente. Sus labios se curvan hacia arriba formando lo que parece ser una sonrisa cuando le seco el cuello.
—Hace algunas semanas era yo la que aliviaba tu resaca—dice tranquilamente.
—Seguro que a ti te duele la cabeza bastante más que a mí entonces—replico restándole importancia a aquel recuerdo y colocándole la toalla alrededor de los pechos—Ahora, a comer, y después al hospital.
—¿Al hospital?—espeta, azorada—No necesito ningún hospital, Britt.
—Tu mano, sí—le aclaro.
Probablemente crea que quiero ingresarla en una clínica de desintoxicación. Al ver a lo que me refería, levanta la mano y se la inspecciona. La sangre ha desaparecido, pero sigue teniendo mal aspecto.
—Está bien—gruñe.
—Yo creo que no—protesto con ternura.
—Britt, no necesito ir al hospital.
—Bueno no vayas.
Doy media vuelta y me dirijo a la habitación. Ella me sigue, se sienta a los pies de la cama y observa cómo desaparezco en el inmenso vestidor. Rebusco entre su ropa y cojo un pantalón de chándal gris y una camiseta blanca. Necesita estar cómoda. Saco ropa interior de la cómoda y, al volver al cuarto, me la encuentro tirada de nuevo sobre la cama. Subir la escalera y darse un baño la han dejado molida. Me resulta difícil imaginar lo que debe de ser sufrir una resaca de semejante magnitud.
—Ponte esto.
Dejo la ropa en la cama a su lado, ella se vuelve para inspeccionar lo que he seleccionado y exhala un suspiro de cansancio. Al ver que no tiene intención de vestirse, cojo el sujetador, le hago señas y ella se incorpora en la cama, me mira, y un pequeño brillo se enciende en sus ojos, le paso el sujetador por los brazos, se lo abrocho y le acomodo los pechos, luego cojo las bragas y me arrodillo delante de ella, los sostengo ante sus pies, le doy un golpecito en el tobillo, mete los pies y se levanta para que pueda subirle la prenda interior pero, cuando estoy a medio camino, me encuentro ante su sexo. Suelto las bragas y me alejo de ella como si fuera a quemarme o algo así. La miro a la cara y, por primera vez, sus ojos brillan plenamente, pero no es buena señal. He visto esa mirada en más de una ocasión, muchas, de hecho, y no es lo que necesito en estos momentos, aunque mi cuerpo no está en absoluto de acuerdo con mi cerebro. Me esfuerzo por controlar el impulso de empujarla encima de la cama y montarme a horcajadas sobre ella. No pienso permitir que nos desviemos del objetivo con el sexo. Tenemos mucho de qué hablar.
Se agacha y se sube las bragas del todo.
—Iré al hospital, Britt—dice finalmente—Si quieres que vaya, iré.
La miro con el ceño fruncido.
—El hecho de que accedas a que te miren la mano no va a hacer que caiga rendida a tus pies de gratitud—respondo con sequedad.
Ella también frunce el ceño ante mi tono brusco.
—Voy a dejar pasar eso.
—Tienes que comer algo—murmuro.
Doy media vuelta y salgo de la habitación, dejando que Santana termine de ponerse los pantalones y la camiseta.
Necesito que quiera estar bien, no que lo haga únicamente porque crea que eso la acercará más a mí.
Eso no funcionará.
Sólo sería otra forma de manipulación, y he de evitar todo lo que influya en esa pequeña parte de mi cerebro que funciona correctamente.
Soy vagamente consciente de que su palma me sostiene la nuca y de que me está pasando los dedos por el pelo.
Es una sensación muy reconfortante... y maravillosa.
Abro los ojos y me encuentro con una versión algo apagada de los ojos oscuros que tan bien conozco. Me pongo de pie y me golpeo el tobillo con la mesita de café.
—¡Mierda!—maldigo.
—¡Esa boca!—me reprende con voz ronca.
Me agarro el tobillo, pero entonces me despierto del todo y recuerdo dónde estoy. Bajo el pie y desvío la mirada hacia el sofá, donde encuentro a Santana semi-incorporada y con un aspecto espantoso; pero al menos está consciente.
—¡Te has despertado!—exclamo.
Hace una mueca de dolor y se agarra la cabeza con la mano buena.
Ay, mierda.
Debe de tener una resaca monumental, y aquí estoy yo, dando gritos. Reculo unos pocos pasos hasta dar con la silla que tengo detrás y me siento.
No sé qué decirle.
No voy a preguntarle cómo se encuentra, es bastante evidente, y no voy a darle una charla sobre seguridad personal ni sobre cuestiones de salud. Lo que realmente quiero preguntarle es si recuerda nuestra discusión.
¿Qué debería hacer?
No lo sé, así que decido sentarme con las manos sobre el regazo y mantener la boca cerrada. Observo cómo me mira y mi mente se inunda de cosas que anhelo expresar pero no puedo. Deseo decirle que la quiero, para empezar. Y quiero preguntarle por qué no me había contado que regenta un club de sexo, o que tiene un problema con la bebida.
¿Se estará preguntando qué hago aquí?
¿Querrá que me marche?
Joder, ¿necesita un trago?
El silencio me está matando.
—¿Cómo te encuentras?—suelto, deseando al instante haber mantenido la boca cerrada.
Ella suspira y se inspecciona la mano herida.
—Fatal—sentencia.
Ah, vale.
¿Y ahora qué digo?
No parece en absoluto contenta de verme, así que quizá debería irme antes de empujarla a abrir otra botella. Aunque en ese caso tendrá que salir a comprarla, y eso probablemente le dé aún más motivos para cabrearse conmigo. Concluyo que debe de necesitar tomar líquidos, así que me levanto y me dirijo a la cocina. Le llevaré un poco de agua y me marcharé.
—¿Adónde vas?—pregunta algo nerviosa, incorporándose en el sofá.
—He pensado que necesitas beber agua—la tranquiliza, un poco más animada.
No quiere que me vaya.
He visto esa expresión en su rostro muchas veces. Normalmente tras ella suele aparecer la controladora dominante, después de inmovilizarme en alguna parte, pero no voy a emocionarme en exceso. No tiene fuerzas para perseguirme, inmovilizarme o dominarme en estos momentos. Ese pensamiento me decepciona.
Mi respuesta la tranquiliza.
Sigo hacia la cocina y miro el reloj del horno mientras cojo un vaso. Son las ocho en punto. He dormido diez horas seguidas. No lo había hecho desde..., bueno, desde la última vez que estuve con Santana.
Saco la botella de agua de la nevera y lleno el vaso antes de regresar al inmenso espacio diáfano, donde me encuentro a Santana sentada en el sofá con la cabeza entre las manos y la manta afirmada entre las axilas.
Cuando llego donde está ella, levanta los ojos y nuestras miradas se encuentran. Le doy el agua. Coge el vaso con la mano sana y me roza con los dedos. Retiro los míos rápidamente y el agua se derrama del vaso. No sé por qué ha pasado eso, y la expresión de su rostro me parte el alma al instante. Está temblando violentamente, y me pregunto si será el síndrome de abstinencia. Estoy convencida de haber leído que los temblores son un síntoma, junto con una larga lista de otros indicios. Sigue mi mirada hasta su mano y niega con la cabeza. Es extraño. Nunca nos había pasado esto. Ninguno de las dos sabe qué decir.
—¿Cuándo fue la última vez que bebiste?—pregunto.
Sé que estoy entrando en un terreno pantanoso, pero tengo que decir algo. Bebe un trago de agua y se deja caer de nuevo en el sofá.
—No lo sé; ¿qué día es hoy?
—Sábado.
—¿Sábado?—pregunta, claramente estupefacta—Mierda.
Imagino que eso significa que ha perdido mucho tiempo, pero no es posible que haya estado encerrada en este ático bebiendo durante cinco días seguidos.
Habría acabado muerta, ¿no?
Y entonces vuelve a hacerse el silencio y yo me siento de nuevo en el sillón que está justo enfrente de ella, buscando algo adecuado que decir.
Detesto esto.
Normalmente me abalanzaría sobre ella, la rodearía con mis brazos y dejaría que me ahogara a besos sin pensarlo dos veces, pero se encuentra muy débil (cosa difícil de asumir, teniendo en cuenta su constitución atlética). Mi mujer fuerte y dura está hecha un despojo tembloroso, y eso me está matando. Y, para colmo de males, ni siquiera sé si querría que lo hiciera.
Ni si quiero hacerlo yo.
Esta mujer no es la tipa de la que me enamoré.
¿Es ésta la auténtica Santana?
Se sienta y juguetea con el vaso pensativamente; la sensación familiar de verla cavilar me resulta reconfortante, es una pequeña parte de ella que reconozco, pero no soporto este silencio.
—Santana, ¿puedo hacer algo?—pregunto, desesperada, rogando para mis adentros que me diga algo, lo que sea.
Suspira.
—Hay muchas cosas que puedes hacer, Britt. Pero no voy a pedirte que hagas ninguna de ellas—dice sin mirarme.
Quiero gritarle, decirle todo lo que me ha hecho. Verla ahí, desaliñada y pasando el dedo por el borde del vaso, no hace sino reforzar la parte sensata de mi cerebro que me insta a huir.
—¿Quieres ducharte?—pregunto.
No puedo seguir aquí sentada en silencio o acabaré tirándome de los pelos. Se inclina hacia adelante y hace una mueca de dolor.
—Claro—masculla.
Le cuesta ponerse de pie y me siento como una auténtica zorra por no ayudarla, pero no sé si quiere que lo haga ni tampoco si soy capaz de hacerlo. El ambiente entre nosotras es muy tenso. Al levantarse, las frazadas le caen a los pies.
—Mierda—maldice, y se agacha para coger una de las mantas. Se la envuelve alrededor de los pechos y se vuelve hacia mí—Lo siento—dice encogiéndose de hombros.
¿Lo siente?
Como si no la hubiera visto desnuda antes. De hecho, la he visto muchas veces. Según sus propias palabras, no hay ni un solo milímetro de mi cuerpo que no la haya tenido dentro o encima.
Dejo caer los hombros y suspiro mientras empiezo a subir con ella la escalera hasta la suite principal. Nos lleva un tiempo, y lo pasamos en un incómodo silencio, pero lo conseguimos. No sé cuánto más puedo permanecer aquí. Esto es muy diferente de lo que estoy acostumbrada con esta mujer.
—¿Te apetece más un baño?—pregunto adelantándome de camino al lavabo.
Parece exhausta tras el esfuerzo, así que no creo que consiga mantenerse de pie en la ducha. Un buen baño le relajará los músculos y le hará bien. Ella se encoge de hombros de nuevo.
—Bueno.
Vale, le doy un baño y me marcho.
No puedo hacer esto.
Ésta es la mujer a la que empezaba a creer que conocía, a quien deseaba desesperadamente conocer, pero me tortura haber descubierto que no la conozco en absoluto, ni siquiera un poco. Llamaré a Finn para ver qué me aconseja que haga.
No estoy hecha para esto.
Está callada, encerrada en sí misma, y todas las cosas dolorosas que me gritó durante nuestra discusión parecen más altas y más claras cuanto más tiempo paso aquí.
¿Por qué me metí en ese ascensor?
Abro el enorme grifo y coloco la mano debajo hasta que el agua sale a la temperatura adecuada mientras hago todo lo posible por no pensar en conversaciones de bañera y en el hecho de que la propia Santana proclamó que ahora era una mujer de baño (pero sólo cuando yo estoy con ella).
Pongo el tapón y dejo que corra el agua, consciente de que la inmensa tina tardará una eternidad en llenarse. Me vuelvo y me encuentro frente al mueble del lavabo. Ahí es donde tuvimos nuestro primer encuentro sexual. En este baño nos hemos duchado juntas, nos hemos bañado juntas y hemos tenido muchas sesiones de sexo vaporoso juntas. Y también aquí es donde la vi por última vez.
¡Basta!
Bloqueo esos pensamientos y me mantengo ocupada buscando sales de baño y entreteniéndome con otras tonterías mientras Santana permanece apoyada contra la pared en silencio. Efectivamente, la bañera tarda una vida en llenarse, y empiezo a desear haberme limitado a meterla en la ducha. Por fin parece que se ha llenado lo suficiente.
—Ya puedes entrar—digo brevemente mientras salgo del baño.
Nunca me había sentido tan obligada a huir de su presencia. Me he largado con pataletas y he evitado que me tocara por miedo a perder la cabeza, pero jamás había querido marcharme realmente.
Ahora sí.
—Actúas como una extraña, Britt—apunta con voz suave cuando llego a la puerta.
Me detengo en seco. Esta situación me resulta muy dolorosa.
—Me siento como una extraña—respondo sin volverme, tragando saliva e intentando evitar los temblores que amenazan con invadir mi cuerpo.
Vuelve a hacerse el silencio y mi cerebro es un caos de instrucciones contradictorias.
La verdad es que no sé qué hacer.
Pensaba que el dolor ya no podía empeorar más.
Creía que ya me encontraba en el peor de los infiernos.
Pero me equivocaba.
Verla así me está matando.
Tengo que irme y continuar con mi lucha por superar esta relación. Siento que ahora que la he visto de nuevo he retrocedido varios pasos, pero la verdad es que no había hecho ningún avance en mi recuperación. En todo caso, esto hará que todo el doloroso proceso resulte más sencillo.
—Por favor, mírame, Britt.
Sus palabras, más una súplica que sus típicas órdenes, hacen que el corazón se me desboque. Incluso su voz suena diferente. No es el rugido grave, ronco y sexy al que estoy acostumbrada. Ahora es afónica.
Me vuelvo lentamente para mirar a esa mujer extraña y veo que se está mordiendo el labio inferior y me observa a través de unos ojos oscuros hundidos.
—No puedo hacer esto.
Doy media vuelta y me marcho. Mi corazón palpita con fuerza, aunque cada vez más despacio. Sin duda, no tardará en detenerse.
—¡Britt!
Oigo que viene tras de mí, pero no me doy la vuelta. Apenas tiene fuerzas, así que quizá esta vez consiga escapar de ella.
¿Cómo se me ocurrió venir aquí?
Las imágenes del domingo pasado inundan mi cabeza mientras desciendo a toda prisa, con la vista borrosa y las piernas entumecidas.
Cuando llego al pie de la escalera, siento el tacto familiar de su mano agarrándome de la muñeca. Presa del pánico, me vuelvo y la aparto de un empujón.
—¡No!—grito frenéticamente intentando liberarme de su firme sujeción—¡No me toques!
—Britt, no hagas esto—me ruega, y me agarra de la otra muñeca sosteniéndome delante de ella—¡Para!
Me desmorono en el suelo, sintiéndome frágil e impotente. Ya estoy herida, pero puede asestarme el golpe mortal que acabará conmigo.
—Por favor, no—gimoteo—No me hagas esto más difícil, Santana.
Ella se deja caer al suelo conmigo, me coloca sobre su regazo y me aprieta contra su pecho. Yo sollozo sin parar contra su pecho. No puedo evitarlo. Hunde su rostro en mi pelo.
—Lo siento Britt-Britt—susurra—Lo siento muchísimo. No me lo merezco, pero dame una oportunidad—me aprieta con fuerza—Necesito otra oportunidad.
—No sé qué hacer—digo con sinceridad.
De verdad que no sé qué hacer. Siento la necesidad de escapar de ella, aunque al mismo tiempo siento la necesidad de quedarme y dejar que haga mejor las cosas.
Pero si me quedo, ¿me asestará ese golpe de gracia?
Y si me marcho, ¿estaré dándonos yo el golpe de gracia a ambas?
Lo único que sé es que ésta no es la Santana asertiva, firme y fuerte, la Santana que cavila cuando la desafío, y la que me agarra con fuerza cuando amenazo con dejarla y me folla hasta que pierdo el sentido.
Ésta no es esa mujer.
—No vuelvas a alejarte de mí, Britt—me suplica abrazándome con firmeza, y noto que ha aflojado los grilletes.
Me aparto, me seco el rostro empapado de lágrimas con el dorso de la mano. No puedo mirarla a los ojos.
Ya no me resultan familiares.
No están oscuros de ira ni brillantes de placer; ni entornados con furia, ni cargados de deseo por mí. Son fosas vacías que no me ofrecen ningún consuelo. No obstante, a pesar de ello, sé que si salgo por esa puerta será mi fin. Mi única esperanza es quedarme aquí y hallar las respuestas que necesito, y rezar para que no acaben conmigo.
Ella tiene el poder de destruirme.
Desliza su mano fría bajo mi barbilla y levanta mi cara hacia la suya.
—Voy a hacer esto bien. Voy a conseguir que lo recuerdes, Britt.
La miro a los ojos y veo determinación reflejada en la bruma oscura de sus ojos.
La determinación es buena, pero ¿borra el dolor y la locura que la preceden?
—¿Puedes hacer que lo recuerde de una manera convencional?—le pregunto en serio.
No es ninguna broma, pero ella sonríe ligeramente.
—Desde ahora ése será mi objetivo. Haré lo que haga falta.
Pronuncia esas palabras, las mismas que dijo la noche de la inauguración del Lusso, con idéntica convicción que entonces. Cumplió su promesa de demostrar que yo la deseaba. Una pequeña chispa de esperanza ilumina mi apesadumbrado corazón.
Vuelvo a hundir el rostro em su pecho y me aferro a ella.
Lo creo.
Un suspiro silencioso escapa de sus labios mientras me estrecha con fuerza y permanece así como si su vida dependiera de ello. Seguramente así sea. Y la mía también.
—Se te va a enfriar el agua—murmuro contra sus pechos desnudos.
Un rato después, todavía seguimos tiradas en el suelo abrazadas con fuerza.
—Estoy a gusto—protesta, y percibo algo de familiaridad en su tono.
—También necesitas comer—le informo. Se me hace raro darle órdenes—Y deberían verte esa mano. ¿Te duele?
—Mucho—confirma.
No me extraña. Tiene un aspecto horrible. Espero que no se la haya roto, porque después de cinco días sin tratamiento médico los huesos podrían habérsele soldado mal.
—Vamos.
Me despego de su abrazo. Ella gruñe, pero finalmente me suelta. Una vez de pie, le tiendo la mano, y ella me mira con una leve sonrisa antes de aceptarla y levantarse también. Subimos en silencio y nos dirigimos de nuevo a la suite principal.
—Adentro—la insto señalando la bañera.
—¿Ahora eres tú quien da las órdenes?—dice arqueando las cejas.
Ella también encuentra extraña esta vuelta de tuerca.
—Eso parece—respondo haciendo un gesto con la cabeza hacia la tina.
Ella empieza a morderse el labio, sin hacer ademán de meterse en el agua.
—¿Te metes conmigo?—pregunta con voz tranquila.
De repente me siento incómoda y fuera de lugar.
—No puedo.
Niego con la cabeza y retrocedo ligeramente. Esto va en contra de todos mis impulsos, pero sé que en cuanto me rinda a sus afectos y a su tacto, me desviaré de mi objetivo de aclararme las ideas y obtener respuestas.
—Britt, me estás pidiendo que no te toque. Eso va en contra de todos mis instintos.
—Santana, por favor. Necesito tiempo.
—Britt, no tocarte es antinatural. No está bien.
Tiene razón, pero no debo dejarme absorber por ella. He de mantener la cabeza fría, porque en cuanto me pone las manos encima olvido mi propósito.
No le contesto.
Vuelvo a mirar la bañera y después a ella, que sacude la cabeza, se quita la manta, se mete en el agua y se sienta a regañadientes. Cojo un recipiente del mueble del lavabo y me agacho a su lado para lavarle el pelo.
—No es lo mismo si no te metes dentro conmigo—gruñe.
Se inclina hacia atrás y cierra los ojos. Hago caso omiso de sus protestas y empiezo a lavarle el pelo y a enjabonar su cuerpo esbelto de la cabeza a los pies, luchando contra las inevitables chispas que saltan en mi interior al contacto con su piel. Me entretengo un poco más alrededor de la cicatriz de su abdomen esperando para mis adentros que esto la invite a explicarme cómo se la hizo, pero no me lo dice. Mantiene los ojos y la boca cerrados. Tengo la sensación de que va a ser una ardua tarea. Nunca me cuenta nada, y evita mis preguntas con una advertencia severa o usando tácticas de distracción. No puedo dejar que vuelva a pasar, y para ello necesitaré toda mi determinación y mi fuerza de voluntad. No me sale de manera natural resistirme a ella.
Le paso la mano por el rostro.
—Estas un poco pálida.
Abre los ojos, se lleva la mano buena a la barbilla y se acaricia la cara.
—¿No te gusta?
—Tú me gustas de todas formas.
¡Excepto borracha!
Por la expresión que cruza su rostro, estoy casi convencida de que me ha leído la mente, aunque lo más probable es que ella haya pensado exactamente lo mismo.
—No pienso beber ni una gota más—afirma con rotundidad mirándome directamente a los ojos mientras pronuncia su voto.
—Pareces muy segura—respondo tranquilamente.
—Lo estoy—se incorpora en el baño y se vuelve para mirarme. Levanta la mano maltrecha para cogerme la cara y compone una mueca de dolor al ver que no puede hacerlo—Lo digo en serio, nunca jamás. Te lo prometo—parece sincera—No soy una alcohólica empedernida, Britt. Admito que se me va un poco de las manos cuando me tomo un trago, y que me cuesta parar, pero puedo elegir si bebo o no. Me encontraba muy mal cuando me dejaste. Sólo quería aliviar mi dolor.
Se me encoge el corazón y siento una mezcla de alivio y duda.
Todo el mundo se descontrola cuando bebe, ¿no?
—Pero volví—digo apartando la mirada e intentando dar forma a lo que necesito decir. Miles de palabras han estado oprimiéndome la mente desde hace días, pero ahora no me viene ninguna a la cabeza—¿Por qué no me lo habías contado? ¿Es a eso a lo que te referías cuando dijiste que el daño sería mayor si te dejaba?
Agacha la cabeza.
—No debería haber dicho eso.
—No, no deberías.
Vuelve a mirarme a los ojos.
—Sólo quería que te quedaras. Me quedé sorprendida cuando me dijiste que tenía un hotel encantador—sonríe ligeramente y yo me siento idiota—Todo fue muy intenso y muy de prisa. No sabía cómo contártelo. No quería que salieras corriendo de nuevo. No parabas de huir, Britt.
Se detiene en cada una de estas últimas palabras como deletreándolas. Todavía se siente frustrada por mis constantes evasiones. Aunque tenía motivos. Todo ese tiempo sabía que debía escapar de ella.
—Pero no iba muy lejos, ¿verdad? No me dejabas.
—Iba a contártelo. No esperaba que vinieras a La Mansión así. No estaba preparada, Britt.
No hace falta que lo jure. Todas las demás veces que había visitado el supuesto hotel, me escoltaban o me encerraban en el despacho de Santana. Estoy segura de que el personal estaba advertido de que no debía hablar conmigo y de que nadie debía acercarse a Santana cuando yo estaba con ella. Y, es verdad, todo fue muy intenso y muy de prisa, pero yo no tuve nada que ver con eso.
Joder, tenemos mucho de qué hablar.
Necesito que me cuente algunas cosas. Aquel ser pequeño y despreciable al que Santana golpeó en La Mansión tenía cosas muy interesantes que decir.
¿Tenía Santana una aventura con su mujer?
Son tantas las preguntas...
Suspiro.
—Venga, te estás arrugando.
Le paso una toalla y ella también suspira antes de impulsarse hacia arriba agarrándose a un lado de la bañera con la mano sana. Sale de la tina y le paso la toalla por todo el cuerpo mientras me observa detenidamente. Sus labios se curvan hacia arriba formando lo que parece ser una sonrisa cuando le seco el cuello.
—Hace algunas semanas era yo la que aliviaba tu resaca—dice tranquilamente.
—Seguro que a ti te duele la cabeza bastante más que a mí entonces—replico restándole importancia a aquel recuerdo y colocándole la toalla alrededor de los pechos—Ahora, a comer, y después al hospital.
—¿Al hospital?—espeta, azorada—No necesito ningún hospital, Britt.
—Tu mano, sí—le aclaro.
Probablemente crea que quiero ingresarla en una clínica de desintoxicación. Al ver a lo que me refería, levanta la mano y se la inspecciona. La sangre ha desaparecido, pero sigue teniendo mal aspecto.
—Está bien—gruñe.
—Yo creo que no—protesto con ternura.
—Britt, no necesito ir al hospital.
—Bueno no vayas.
Doy media vuelta y me dirijo a la habitación. Ella me sigue, se sienta a los pies de la cama y observa cómo desaparezco en el inmenso vestidor. Rebusco entre su ropa y cojo un pantalón de chándal gris y una camiseta blanca. Necesita estar cómoda. Saco ropa interior de la cómoda y, al volver al cuarto, me la encuentro tirada de nuevo sobre la cama. Subir la escalera y darse un baño la han dejado molida. Me resulta difícil imaginar lo que debe de ser sufrir una resaca de semejante magnitud.
—Ponte esto.
Dejo la ropa en la cama a su lado, ella se vuelve para inspeccionar lo que he seleccionado y exhala un suspiro de cansancio. Al ver que no tiene intención de vestirse, cojo el sujetador, le hago señas y ella se incorpora en la cama, me mira, y un pequeño brillo se enciende en sus ojos, le paso el sujetador por los brazos, se lo abrocho y le acomodo los pechos, luego cojo las bragas y me arrodillo delante de ella, los sostengo ante sus pies, le doy un golpecito en el tobillo, mete los pies y se levanta para que pueda subirle la prenda interior pero, cuando estoy a medio camino, me encuentro ante su sexo. Suelto las bragas y me alejo de ella como si fuera a quemarme o algo así. La miro a la cara y, por primera vez, sus ojos brillan plenamente, pero no es buena señal. He visto esa mirada en más de una ocasión, muchas, de hecho, y no es lo que necesito en estos momentos, aunque mi cuerpo no está en absoluto de acuerdo con mi cerebro. Me esfuerzo por controlar el impulso de empujarla encima de la cama y montarme a horcajadas sobre ella. No pienso permitir que nos desviemos del objetivo con el sexo. Tenemos mucho de qué hablar.
Se agacha y se sube las bragas del todo.
—Iré al hospital, Britt—dice finalmente—Si quieres que vaya, iré.
La miro con el ceño fruncido.
—El hecho de que accedas a que te miren la mano no va a hacer que caiga rendida a tus pies de gratitud—respondo con sequedad.
Ella también frunce el ceño ante mi tono brusco.
—Voy a dejar pasar eso.
—Tienes que comer algo—murmuro.
Doy media vuelta y salgo de la habitación, dejando que Santana termine de ponerse los pantalones y la camiseta.
Necesito que quiera estar bien, no que lo haga únicamente porque crea que eso la acercará más a mí.
Eso no funcionará.
Sólo sería otra forma de manipulación, y he de evitar todo lo que influya en esa pequeña parte de mi cerebro que funciona correctamente.
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