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FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Joder con Britt y los latigazos._. No me esperaba eso:l
Por fin,POR FIN!! Le pego a Holly!! Que bello:')
Quienes son los que estaban en el departamento de San?!?!? D:
Por fin,POR FIN!! Le pego a Holly!! Que bello:')
Quienes son los que estaban en el departamento de San?!?!? D:
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
seguro son los hiper fastidiosos padres de brittany!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
3:) escribió:holap morra,..
birtt si que sabe como poner en jacke a san,...y lo entendió!!!!
a ver que puede llegar a hacer san con respecto a holly????
a ver como termina la cena??? o lo que vio britt???
nos vemos!!!
Hola lu, jajaajaj bn esta aprendiendo no¿? Uf ya era hora xD jajajaajajaja. Mmmmm matarla¿?... no¿? nah, bueno despedirla ¬¬ De lo mejor po, jajajajaj. Ladrones¿? jajjaja. Saludos =D
Susii escribió:Joder con Britt y los latigazos._. No me esperaba eso:l
Por fin,POR FIN!! Le pego a Holly!! Que bello:')
Quienes son los que estaban en el departamento de San?!?!? D:
Hola, =/ mmm medidas extremas, para hacer entrar en razón a una razonable san no¿? jajaajaj. Jjajajaajaja bn britt saco toda su ira contenida y puf! adios holly jajajaajajaj. Ladronres¿? Saludos =D
micky morales escribió:seguro son los hiper fastidiosos padres de brittany!
Hola, XD jajajaajajaja puede, xq no¿? jajjajja. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 34
Capitulo 34
—¿Qué...? ¿Cómo...? ¿Cuándo...?—tartamudeo.
¿De dónde han salido?
—Hola—saluda mi mamá con tono cortante.
Mi papá está ahí sentado, sacudiendo la cabeza. No tengo claro si está enfadada o no. Quiero acercarme a ambos y darles un abrazo enorme, pero hace semanas que no los veo y, ahora que los tengo aquí, no sé cuál es su estado de ánimo.
—¿Cómo han entrado?—por fin consigo formular una frase entera.
—Uy, ¿no lo sabías? Tu papá es un ladrón retirado.
Mi mamá me mira con su ceja perfecta enarcada, y mi papá continúa ahí sentado con cara de desaprobación y de mal humor.
—¡Mamá!
Frunzo el ceño. Por fin suspira y se levanta.
—Brittany Pierce, mueve el trasero hasta aquí y dale un abrazo a tu mamá—dice estirando los brazos en mi dirección.
Me echo a llorar.
—¡Sabía que haría eso!—gruñe mi papá—¡Malditas mujeres!
—Cállate, Joseph Pierce.
Vuelve a agitar los brazos y yo voy directa hacia ellos, llorando como una niña y encogiéndome un poco de dolor cuando me frota la espalda con cariño.
—¡Britty! ¿Por qué lloras? Para, vas a hacerme llorar a mí también.
—Me alegro tanto de verlos...—sollozo contra el blazer gris de mi mamá mientras mi papá resopla con disgusto al ver a las dos mujeres de su vida llorando como magdalenas.
No suele mostrar sus emociones, y cualquier clase de afecto le incomoda tremendamente.
—Britty, no podías seguir evitándonos toda la vida, aunque estemos a kilómetros de distancia. Deja que te vea.
Me aparta un poco y me seca las lágrimas. No se puede negar que soy hija de mi mamá. Tenemos los ojos iguales, grandes y azules, y el pelo del mismo color. Tiene buen aspecto para tener cuarenta y siete años, muy bueno.
—Tu paopa y yo hemos estado muy preocupados por ti estas últimas semanas.
—Lo siento. Han sido unas semanas de locura—digo intentando excusarme y recobrar la compostura. Probablemente tengo el rímel todo corrido, y necesito sonarme la nariz—Un momento—miro a mi mamá y después a mi papá, que encoge sus inmensos hombros con un gruñido—De verdad, ¿cómo han entrado?
Estoy tan sorprendida y emocionada que se me había olvidado que estábamos en el ático de diez millones de libras de Santana.
—Los he invitado yo.
Me vuelvo y veo a Santana de pie en la entrada de la cocina.
—No me has dicho nada—farfullo.
Estoy confundida.
—No quería que discutiéramos al respecto—dice encogiéndose de hombros—Y ahora ya están aquí.
Miro a mi mamá, que sonríe alegremente a mi mujer imposible, y después a mi papá, que pone su típica cara de «Yo sólo hago lo que me mandan». Miro de nuevo a mi mamá confundida. Sigue con una amplia sonrisa, y me muero de vergüenza al ver que Santana la pone cachonda. Aunque no sé por qué me sorprende, despierta la misma reacción en todas las mujeres, aunque sean heterosexuales, y he de recordar que Santana es más de la edad de mi mamá que de la mía.
¡Jodeeeer!
—Eh..., mamá, papá. Ésta es Santana. Santana, éstos son mis padres, Whitney y Joseph.
No lo había planeado así. De hecho, no lo había planeado de ninguna manera.
—Ya nos conocemos—dice Santana.
La miro al instante.
—¿Qué?
—Que ya nos conocemos—repite, aunque no era necesario porque la he oído perfectamente a la primera.
Veo cómo intenta reprimir una sonrisa.
Vale, estoy totalmente confundida.
Santana suspira y se acerca a nosotros hasta que está delante de mí, demasiado cerca teniendo en cuenta que mis padres se encuentran ahí delante y que esto los ha pillado por sorpresa, igual que a mí.
—No he ido a correr esta mañana, Britt—confiesa.
—¿No?—frunzo el ceño—Pero si ibas en chándal.
Se echa a reír.
—Lo sé. No es el atuendo que habría elegido normalmente para ir a conocer a tus padres, pero situaciones desesperadas...—se encoge de hombros.
—Ahora lo estás compensando con ese vestido, Santana—dice mi mamá dándole unas palmaditas en el brazo.
Me quedo boquiabierta.
¿Qué coño está pasando aquí?
Quiero empezar a maldecir, pero mi mamá detesta los tacos tanto como Santana. Bueno, mi mamá detesta los tacos. Punto. Santana detesta que los diga yo, pero le parecen totalmente aceptables si es ella quien los dice.
—Perdonen—me llevo las manos a la cabeza y empiezo a frotarme las sientes—No entiendo nada.
—Siéntate—Santana me coge del brazo, me guía hasta un taburete y se sienta a mi lado. Mi mamá vuelve junto a mi papá—Hablé anoche con tu mamá. Como es lógico, estaba muy preocupada por ti y me hizo muchas preguntas—levanta una ceja mirando a mi mamá y ella se echa a reír.
—Es una cotilla, ¿verdad?—interviene mi papá, y ella le da una palmada en el hombro.
—Es mi pequeña, Joseph.
—En fin—continúa Santana—Pensé que lo mejor sería que vinieran y vieran con sus propios ojos que no soy ninguna chalada que te tiene cautiva en nuestra torre. Así que aquí están.
—Aquí estamos—canturrea mi mamá.
Está claro que no tiene ningún problema con la mujer impresionante y madura que me acaricia la mano suavemente.
Intento recuperarme de la impresión.
—¿Y los has visto esta mañana? ¿Por qué?—pregunto.
—Sentí que necesitaba explicarme—responde Santana. La miro y me entran ganas de echarme a llorar. No puedo creer que haya hecho algo así—Britt, ninguno de nosotros esperaba que sucediera esto, por motivos muy distintos. Sé que la opinión de tus padres significa mucho para ti, y como es importante para ti, también lo es para mí. Tú eres mi prioridad. Tú eres lo único que me importa. Te quiero.
Oigo cómo mi mamá cae al suelo con su vahído mental, y mi papá, aunque sigue sin mostrar ninguna emoción, asiente con aprobación.
—Un padre lo único que quiere es saber que su hija está bien cuidada—alarga el brazo y le tiende la mano a Santana—Y creo que lo está en tus manos.
Ella acepta la mano de mi padre. Y es obvio que mi papá tampoco puede contra la belleza de Santana.
—Es mi razón de ser—Santana sonríe, mi mamá se derrite y yo me echo a reír.
¡Qué fuerte!
Santana me mira con sarcasmo y una ceja enarcada. Sabe lo que estoy pensando.
¿Serán mis padres conscientes de lo en serio que habla cuando dice eso?
Aunque he de felicitar a Santana por su discurso. Se los ha ganado de una manera justa y honesta, y ahora siento como si me hubieran quitado un inmenso peso de encima, aunque soy consciente de que no saben cuál es la auténtica naturaleza del negocio de Santana ni lo que hacía cuando bebía. Ni tampoco saben nada del castigo al que se autosometió al creer que me había fallado porque pensaba que lo merecía. Ni que puede que esté embarazada. La lista es muy larga. Ése es otro peso con el que cargo.
¿Les ha contado lo de la bebida?
Después de que Elaine los llamara, deben de estar haciéndose preguntas al respecto.
Mi mamá se levanta del taburete y rodea la isla para acercarse con los ojos vidriosos.
—¡Ven aquí, tonta!—me obliga a levantarme y me envuelve con sus brazos. Silbo unas cuantas veces y aprieto los ojos con fuerza—Te has complicado la vida sin motivo. Te has enamorado, Britty. Deberías habérmelo contado.
Sí, me he complicado la vida, pero por muchas más razones de las que ella cree.
—Bueno, ¿vamos a comer o qué? Necesito una pinta—dice mi papá devolviéndome a la realidad.
Mi mamá me suelta y se pone derecha.
—¿Puedo usar el cuarto de baño, Santana?—pregunta.
—Claro. A la derecha y luego otra vez a la derecha. Todo suyo.
—¿Perdón?—espeta mi mamá.
Me echo a reír.
—Disculpe—Santana sonríe, me mira y después mira a mi mamá—Adelante. Como le he dicho, a la derecha y luego de nuevo a la derecha. Al lado del gimnasio.
—Bien, gracias.
Mi mamá me mira como diciendo «Vaya, ¿“el gimnasio”?», coge su monedero de la encimera y nos deja a mi papá, a Santana y a mí charlando de cosas banales.
—¿Qué coche tienes?—empieza mi papá, y yo me lamento.
Mi papá es un apasionado de los coches grandes y caros. Santana tira de mí para que vuelva a sentarme en la silla.
—Un DBS.
—¿Un Aston Martin?—pregunta mi progenitor.
—Sí.
—Vaya—asiente y finge desinterés, aunque no lo consigue—¿Y has dicho que el hotel está en Surrey Hills?
Santana nota que me pongo rígida y me abraza ligeramente.
—Así es. Los llevaré un día, tal vez en su próxima visita.
¡Por favor, que nunca jamás vuelvan a Londres!
—Claro, a Whitney le encanta todo lo que tenga que ver con el lujo—pone los ojos en blanco. La verdad es que mi mamá le sale muy cara—Tienes un piso muy bonito—dice mi papá admirando la cocina.
—Gracias, pero su hija es la responsable de eso—responde, y empieza a enroscarse mi pelo en el dedo—Acabo de comprarlo.
—Entonces ¿éste es el gran proyecto que ocupaba todo tu tiempo?—dice mi papá—Hiciste un gran trabajo, Britty.
—Gracias, papá.
Me siento tremendamente aliviada cuando oigo el timbre de la puerta. Mi papá y las conversaciones triviales no casan demasiado bien.
—¿Abres tú?—Santana me da una palmadita en el trasero y me levanto.
—¿Quién es?
—No lo sé. Ve a ver.
Me empuja. Salgo de la cocina dejando a mi papá charlando con ella y me dirijo a la puerta de entrada. Nadie puede subir si no sabe el código, así que debe de ser Clive.
Abro la puerta y me encuentro a Sam, a Rachel y a Quinn, todos juntos en el vestíbulo del ático. En lo primero que pienso es que Sam y Rachel a menos de un kilómetro de distancia son sinónimo de mal rollo. Pero mi hermano se acerca con una enorme sonrisa en la cara y yo me lanzo contra él olvidando los dolores de mi espalda y la incómoda tensión que hay entre mi mejor amiga y él.
—¿Qué haces aquí?—lo abrazo con fuerza y él se echa a reír.
—Yo sólo hago lo que me mandan—me aparta para verme y luego vuelve a abrazarme—Tienes buen aspecto—dice con una amplia sonrisa—¿Dónde está esa novia nueva tuya para que le advierta que lo mataré como le haga daño a mi hermana, sin importar que sea mujer?
Me entra el pánico al imaginarme a Santana aguantando esas amenazas.
—En la cocina, pero no es necesario que hagas eso.
¡Por favor, que no lo haga!
Me mira con recelo.
—Es mi obligación—dice con rotundidad, y echa una mirada al ático—¡Joder!—susurra mientras asimila lo que ve.
Me suelta y empieza a pasearse por el piso. Rachel se acerca a mí con una evidente expresión de inquietud dibujada en su pálido rostro y me rodea con los brazos.
—Creo que ésta es la situación más incómoda en la que me he visto en mi vida—me susurra al oído—Es horrible.
Me echo a reír.
—No me aprietes tanto—digo apartándola ligeramente—¿Quinn lo sabe?—susurro.
—Perdona, y no. Pensé que igual se lo había imaginado cuando aquel día comiendo me soltaste que venía, pero no tiene ni idea.
—¡Eh! ¿Qué pasa?—Quinn aparta a Rachel y me abraza suavemente—Estás loca, rubia—dice en voz baja.
—Lo sé—coincido.
Loca de atar.
—No vuelvas a hacer eso—me reprende—¿Y mi latina loca?
—En la cocina.
Me suelta y entra en el ático. Miro a Rachel y ella sacude la cabeza.
—Si hubiera podido elegir, no habría venido—me dice, agobiada—Vamos.
Me coge de la mano y nos dirigimos a la cocina. Santana está haciendo las presentaciones oportunas. La mirada cautelosa de Sam oscila entre Santana y Quinn por varias razones, la primera de todas es que ambas son muy guapas y dejan sin aliento a cualquiera.
Sue aparece entonces de ninguna parte con Luigi y tres camareros, y Santana abandona la conversación que tiene lugar en la isla de la cocina para comentar unas cosas con ellos. Deja que Sue la bese en la mejilla, le estrecha la mano a Luigi y después señala a los presentes en general y en dirección a la terraza. Sue la manda callar y me saluda alegremente con la mano.
—¿Qué pasa?—le pregunto cuando vuelve a mi lado junto a la isla.
—Vamos a cenar.
—¿Aquí?
—Sí. Le pedí a Luigi que viniera y que hiciera los honores. Comeremos en la terraza. Hace buena noche.
Me coloca delante de ella y me aparta el pelo de la cara.
—No puedo creer que hayas hecho todo esto.
Inclina la cabeza hacia un lado.
—Haría cualquier cosa por ti, ya lo sabes.
Deslizo las manos por las manos hasta llegar a sus bíceps.
—Puede que mi hermano te amenace de muerte—digo sonriendo a modo de disculpa—¿Te importaría darle el gusto?
Sus labios forman una línea recta.
—¿Te refieres a dejar que otro persona me diga cómo tengo que cuidar de ti? De eso, nada, Britt.
Dejo caer los hombros, ligeramente abatida.
—¿No has dicho que harías cualquier cosa por mí?—la increpo repitiendo sus propias palabras.
No quiero ni imaginarme lo que debió de costarle hablar con mis padres. Va en contra de todos sus instintos naturales.
Me apoya el dedo debajo de la barbilla y me besa suavemente en la comisura de la boca.
—Cualquier cosa, Britt-Britt, cualquier cosa—confirma—Vamos.
Luego invita a todo el mundo a abandonar la cocina y a dirigirse a la terraza, donde me encuentro que todo está preparado para un banquete. La mesa exterior está perfectamente dispuesta, los calentadores están encendidos para paliar el fresco de la noche, y las botellas de vino y de cerveza se están enfriando en la nevera de bebidas que hay junto a la enorme barbacoa de obra. Miro a Santana con incredulidad.
¿Cómo ha conseguido preparar todo esto sin que yo me diera cuenta?
Me sonríe y me hace un gesto de dormir.
¿Mientras yo me he pasado casi todo el día durmiendo, ella ha estado ocupado conociendo a mis padres y organizando todo esto?
Estoy anonadada.
Me encuentro en una especie de trance mientras la gente que más quiero en el mundo charla, conversa, ríe y bebe a la mesa.
Luigi y su equipo preparan y sirven un exquisito festín italiano.
Santana deja todo el tiempo una de las manos apoyada firmemente sobre mi rodilla y come sólo con la otra. Me aprieta de vez en cuando, especialmente cuando Sam empieza con sus amenazas de hermano mayor. Veo cómo Santana se esfuerza por parecer amable y simpática mientras charlan.
Mi mamá detecta el hilo de nuestra conversación e interviene. Yo me siento tremendamente agradecida. Reprende a Sam y le sonríe dulcemente a Santana. Después continúa hablando con Rachel, quien, tras unas cuantas copas de vino, se ha relajado un poco, aunque la tensión entre ella y Sam es palpable. Quinn, sin embargo, parece no enterarse de nada, y se dedica a hacer reír a mi papá con vete a saber qué historias, el cual también ha quedado embobado con la belleza de Quinn.
—Rach está rara—observa Santana en voz baja mientras me llena el vaso de agua—¿Se encuentra bien?
—Ella y Sam tienen un pasado en común—respondo también en voz baja para que Sam no nos oiga—Es complicado.
Santana enarca las cejas, sorprendida.
—Entiendo. ¿Te ha gustado la pasta?
—Estaba exquisita—apoyo la mano sobre la suya encima de mi rodilla—Gracias.
—De nada, cariño—me guiña el ojo—Ahora ya nada se interpone entre nosotras, ¿verdad?—dice, y me mira ansiosa.
—No, tenemos vía libre.
Sonrío y me derrito cuando me regala de nuevo esa sonrisa reservada exclusivamente para mí con los ojos brillantes de alegría.
—Me alegro de que digas eso—se pone de pie, acallando todas las conversaciones de la mesa, y todas las miradas se vuelven hacia ella. Después aparta mi silla—Ponte de pie, Britt—me ordena, y yo me levanto con el ceño fruncido—Discúlpenos unos minutos—dice a nuestros mudos invitados antes de retirarse conmigo de la mano.
—¿Adónde vamos, San?—pregunto tras ella.
Entonces se detiene, se da la vuelta y se postra sobre una rodilla delante de mí, a tan sólo unos metros de la mesa. Oigo cómo mi mamá inhala súbitamente, y yo hago lo propio al instante. Bajo la vista y observo boquiabierta cómo me coge la mano y me mira con sus ojos oscuros y cristalinos.
—¿Lo hacemos a la manera tradicional?—me pregunta en voz baja.
Me echo a temblar.
—Ay, Dios mío—exclamo a través del nudo del tamaño de un melón que se me ha formado en la garganta.
Me vuelvo lentamente en dirección a la mesa y veo que todos nuestros invitados observan atentamente. Mi mamá se ha llevado la mano a la boca, y mi papá tiene una pequeña sonrisa en los labios. Sam permanece inexpresivo, y Rachel y Quinn están relajadas en sus sillas, ambas sonriendo.
Mi corazón empieza a latir a gran velocidad y me vuelvo otra vez hacia Santana, con los ojos vidriosos. Acaba de conocer a mis padres. No puede estar haciéndome esto, no delante de ellos.
—Los he importunado a todos—dice con ojos brillantes—, con delicadeza—añade—Incluso le he pedido tu mano a tu papá—en su boca empieza a formarse una media sonrisa, y un sollozo escapa de mis labios—Supongo que sabrás lo mucho que me costó hacerlo—me suelta la mano y me coge por detrás de las piernas para acercarme a ella. Yo apoyo las manos en sus hombros descubiertos—Cualquier cosa, Britt-Britt—susurra.
Levanto las manos hasta su nuca y hundo los dedos en su oscura mata de pelo mientras me mira.
—Cásate conmigo, Brittany.
—Estás loca—sollozo, y me inclino para besarla. Mis manos descienden para cogerle la cara—Estás completamente loca, Sanny.
—Pero ¿seré una loca casada?—pregunta pegada a mi boca—Por favor, dime que está loca se casará contigo—tira de mis manos hasta que yo estoy también de rodillas y me sostiene de los hombros con firmeza mientras estudia mi rostro—Tú eres lo único que me importa, y siempre será así. Durante el resto de mi vida sólo estarás tú. Te quiero con locura. Cásate conmigo, Brittany—me dejo caer contra su pecho llorando sin parar y oigo cómo mi mamá empieza a gimotear—¿Eso es un «sí»?—pregunta, pegado a mi cuello.
—Sí.
—No puedo respirar—murmura, y se deja caer arrastrándome consigo hasta que acabamos tiradas en el suelo de la terraza. Toma mi boca y me besa con adoración. Una vez más, mi ex mujeriega neurótica e imposible me toma donde y como quiere, sin el menor pudor—Te quiero tanto, Britt.
Me coge la mano y vuelve a colocarme el anillo en el dedo. Después me la besa y me envuelve de nuevo con su cuerpo, abrazándome con fuerza.
—Yo también te quiero, Sanny—le susurro al oído.
—Estoy tan contenta. Eres el mejor regalo de cumpleaños que jamás he tenido.
¿Qué?
Levanto la vista y la miro con ojos vidriosos. Ella me sonríe, casi avergonzada.
—¿Es tu cumpleaños?
—Sí.
Empieza a morderse el labio. Está preocupado.
—¿Hoy?
—Sí—asiente.
La miro con recelo.
—¿Cuántos años tienes?
—Treinta y ocho—responde sin vacilar.
Estallo de alegría.
—¡Feliz cumpleaños, Sanny!
Ella me bendice con esa sonrisa reservada sólo para mí y vuelve a estrecharme contra su pecho y a hundir la nariz en mi cuello.
Me derrito junto a ella.
Amo a esta mujer, en toda su perfección y a pesar de su manera de ser irracional e imposible.
Me atrapó en seguida.
Hizo que me enamorara de ella.
Hizo que la necesitara.
Apareció sin que la esperara, y era tan apasionada y tan irresistible... Y ahora es toda mía, y yo soy indiscutiblemente suya.
Por fin lo entiendo.
Por fin he llegado al interior de mi mujer.
¿De dónde han salido?
—Hola—saluda mi mamá con tono cortante.
Mi papá está ahí sentado, sacudiendo la cabeza. No tengo claro si está enfadada o no. Quiero acercarme a ambos y darles un abrazo enorme, pero hace semanas que no los veo y, ahora que los tengo aquí, no sé cuál es su estado de ánimo.
—¿Cómo han entrado?—por fin consigo formular una frase entera.
—Uy, ¿no lo sabías? Tu papá es un ladrón retirado.
Mi mamá me mira con su ceja perfecta enarcada, y mi papá continúa ahí sentado con cara de desaprobación y de mal humor.
—¡Mamá!
Frunzo el ceño. Por fin suspira y se levanta.
—Brittany Pierce, mueve el trasero hasta aquí y dale un abrazo a tu mamá—dice estirando los brazos en mi dirección.
Me echo a llorar.
—¡Sabía que haría eso!—gruñe mi papá—¡Malditas mujeres!
—Cállate, Joseph Pierce.
Vuelve a agitar los brazos y yo voy directa hacia ellos, llorando como una niña y encogiéndome un poco de dolor cuando me frota la espalda con cariño.
—¡Britty! ¿Por qué lloras? Para, vas a hacerme llorar a mí también.
—Me alegro tanto de verlos...—sollozo contra el blazer gris de mi mamá mientras mi papá resopla con disgusto al ver a las dos mujeres de su vida llorando como magdalenas.
No suele mostrar sus emociones, y cualquier clase de afecto le incomoda tremendamente.
—Britty, no podías seguir evitándonos toda la vida, aunque estemos a kilómetros de distancia. Deja que te vea.
Me aparta un poco y me seca las lágrimas. No se puede negar que soy hija de mi mamá. Tenemos los ojos iguales, grandes y azules, y el pelo del mismo color. Tiene buen aspecto para tener cuarenta y siete años, muy bueno.
—Tu paopa y yo hemos estado muy preocupados por ti estas últimas semanas.
—Lo siento. Han sido unas semanas de locura—digo intentando excusarme y recobrar la compostura. Probablemente tengo el rímel todo corrido, y necesito sonarme la nariz—Un momento—miro a mi mamá y después a mi papá, que encoge sus inmensos hombros con un gruñido—De verdad, ¿cómo han entrado?
Estoy tan sorprendida y emocionada que se me había olvidado que estábamos en el ático de diez millones de libras de Santana.
—Los he invitado yo.
Me vuelvo y veo a Santana de pie en la entrada de la cocina.
—No me has dicho nada—farfullo.
Estoy confundida.
—No quería que discutiéramos al respecto—dice encogiéndose de hombros—Y ahora ya están aquí.
Miro a mi mamá, que sonríe alegremente a mi mujer imposible, y después a mi papá, que pone su típica cara de «Yo sólo hago lo que me mandan». Miro de nuevo a mi mamá confundida. Sigue con una amplia sonrisa, y me muero de vergüenza al ver que Santana la pone cachonda. Aunque no sé por qué me sorprende, despierta la misma reacción en todas las mujeres, aunque sean heterosexuales, y he de recordar que Santana es más de la edad de mi mamá que de la mía.
¡Jodeeeer!
—Eh..., mamá, papá. Ésta es Santana. Santana, éstos son mis padres, Whitney y Joseph.
No lo había planeado así. De hecho, no lo había planeado de ninguna manera.
—Ya nos conocemos—dice Santana.
La miro al instante.
—¿Qué?
—Que ya nos conocemos—repite, aunque no era necesario porque la he oído perfectamente a la primera.
Veo cómo intenta reprimir una sonrisa.
Vale, estoy totalmente confundida.
Santana suspira y se acerca a nosotros hasta que está delante de mí, demasiado cerca teniendo en cuenta que mis padres se encuentran ahí delante y que esto los ha pillado por sorpresa, igual que a mí.
—No he ido a correr esta mañana, Britt—confiesa.
—¿No?—frunzo el ceño—Pero si ibas en chándal.
Se echa a reír.
—Lo sé. No es el atuendo que habría elegido normalmente para ir a conocer a tus padres, pero situaciones desesperadas...—se encoge de hombros.
—Ahora lo estás compensando con ese vestido, Santana—dice mi mamá dándole unas palmaditas en el brazo.
Me quedo boquiabierta.
¿Qué coño está pasando aquí?
Quiero empezar a maldecir, pero mi mamá detesta los tacos tanto como Santana. Bueno, mi mamá detesta los tacos. Punto. Santana detesta que los diga yo, pero le parecen totalmente aceptables si es ella quien los dice.
—Perdonen—me llevo las manos a la cabeza y empiezo a frotarme las sientes—No entiendo nada.
—Siéntate—Santana me coge del brazo, me guía hasta un taburete y se sienta a mi lado. Mi mamá vuelve junto a mi papá—Hablé anoche con tu mamá. Como es lógico, estaba muy preocupada por ti y me hizo muchas preguntas—levanta una ceja mirando a mi mamá y ella se echa a reír.
—Es una cotilla, ¿verdad?—interviene mi papá, y ella le da una palmada en el hombro.
—Es mi pequeña, Joseph.
—En fin—continúa Santana—Pensé que lo mejor sería que vinieran y vieran con sus propios ojos que no soy ninguna chalada que te tiene cautiva en nuestra torre. Así que aquí están.
—Aquí estamos—canturrea mi mamá.
Está claro que no tiene ningún problema con la mujer impresionante y madura que me acaricia la mano suavemente.
Intento recuperarme de la impresión.
—¿Y los has visto esta mañana? ¿Por qué?—pregunto.
—Sentí que necesitaba explicarme—responde Santana. La miro y me entran ganas de echarme a llorar. No puedo creer que haya hecho algo así—Britt, ninguno de nosotros esperaba que sucediera esto, por motivos muy distintos. Sé que la opinión de tus padres significa mucho para ti, y como es importante para ti, también lo es para mí. Tú eres mi prioridad. Tú eres lo único que me importa. Te quiero.
Oigo cómo mi mamá cae al suelo con su vahído mental, y mi papá, aunque sigue sin mostrar ninguna emoción, asiente con aprobación.
—Un padre lo único que quiere es saber que su hija está bien cuidada—alarga el brazo y le tiende la mano a Santana—Y creo que lo está en tus manos.
Ella acepta la mano de mi padre. Y es obvio que mi papá tampoco puede contra la belleza de Santana.
—Es mi razón de ser—Santana sonríe, mi mamá se derrite y yo me echo a reír.
¡Qué fuerte!
Santana me mira con sarcasmo y una ceja enarcada. Sabe lo que estoy pensando.
¿Serán mis padres conscientes de lo en serio que habla cuando dice eso?
Aunque he de felicitar a Santana por su discurso. Se los ha ganado de una manera justa y honesta, y ahora siento como si me hubieran quitado un inmenso peso de encima, aunque soy consciente de que no saben cuál es la auténtica naturaleza del negocio de Santana ni lo que hacía cuando bebía. Ni tampoco saben nada del castigo al que se autosometió al creer que me había fallado porque pensaba que lo merecía. Ni que puede que esté embarazada. La lista es muy larga. Ése es otro peso con el que cargo.
¿Les ha contado lo de la bebida?
Después de que Elaine los llamara, deben de estar haciéndose preguntas al respecto.
Mi mamá se levanta del taburete y rodea la isla para acercarse con los ojos vidriosos.
—¡Ven aquí, tonta!—me obliga a levantarme y me envuelve con sus brazos. Silbo unas cuantas veces y aprieto los ojos con fuerza—Te has complicado la vida sin motivo. Te has enamorado, Britty. Deberías habérmelo contado.
Sí, me he complicado la vida, pero por muchas más razones de las que ella cree.
—Bueno, ¿vamos a comer o qué? Necesito una pinta—dice mi papá devolviéndome a la realidad.
Mi mamá me suelta y se pone derecha.
—¿Puedo usar el cuarto de baño, Santana?—pregunta.
—Claro. A la derecha y luego otra vez a la derecha. Todo suyo.
—¿Perdón?—espeta mi mamá.
Me echo a reír.
—Disculpe—Santana sonríe, me mira y después mira a mi mamá—Adelante. Como le he dicho, a la derecha y luego de nuevo a la derecha. Al lado del gimnasio.
—Bien, gracias.
Mi mamá me mira como diciendo «Vaya, ¿“el gimnasio”?», coge su monedero de la encimera y nos deja a mi papá, a Santana y a mí charlando de cosas banales.
—¿Qué coche tienes?—empieza mi papá, y yo me lamento.
Mi papá es un apasionado de los coches grandes y caros. Santana tira de mí para que vuelva a sentarme en la silla.
—Un DBS.
—¿Un Aston Martin?—pregunta mi progenitor.
—Sí.
—Vaya—asiente y finge desinterés, aunque no lo consigue—¿Y has dicho que el hotel está en Surrey Hills?
Santana nota que me pongo rígida y me abraza ligeramente.
—Así es. Los llevaré un día, tal vez en su próxima visita.
¡Por favor, que nunca jamás vuelvan a Londres!
—Claro, a Whitney le encanta todo lo que tenga que ver con el lujo—pone los ojos en blanco. La verdad es que mi mamá le sale muy cara—Tienes un piso muy bonito—dice mi papá admirando la cocina.
—Gracias, pero su hija es la responsable de eso—responde, y empieza a enroscarse mi pelo en el dedo—Acabo de comprarlo.
—Entonces ¿éste es el gran proyecto que ocupaba todo tu tiempo?—dice mi papá—Hiciste un gran trabajo, Britty.
—Gracias, papá.
Me siento tremendamente aliviada cuando oigo el timbre de la puerta. Mi papá y las conversaciones triviales no casan demasiado bien.
—¿Abres tú?—Santana me da una palmadita en el trasero y me levanto.
—¿Quién es?
—No lo sé. Ve a ver.
Me empuja. Salgo de la cocina dejando a mi papá charlando con ella y me dirijo a la puerta de entrada. Nadie puede subir si no sabe el código, así que debe de ser Clive.
Abro la puerta y me encuentro a Sam, a Rachel y a Quinn, todos juntos en el vestíbulo del ático. En lo primero que pienso es que Sam y Rachel a menos de un kilómetro de distancia son sinónimo de mal rollo. Pero mi hermano se acerca con una enorme sonrisa en la cara y yo me lanzo contra él olvidando los dolores de mi espalda y la incómoda tensión que hay entre mi mejor amiga y él.
—¿Qué haces aquí?—lo abrazo con fuerza y él se echa a reír.
—Yo sólo hago lo que me mandan—me aparta para verme y luego vuelve a abrazarme—Tienes buen aspecto—dice con una amplia sonrisa—¿Dónde está esa novia nueva tuya para que le advierta que lo mataré como le haga daño a mi hermana, sin importar que sea mujer?
Me entra el pánico al imaginarme a Santana aguantando esas amenazas.
—En la cocina, pero no es necesario que hagas eso.
¡Por favor, que no lo haga!
Me mira con recelo.
—Es mi obligación—dice con rotundidad, y echa una mirada al ático—¡Joder!—susurra mientras asimila lo que ve.
Me suelta y empieza a pasearse por el piso. Rachel se acerca a mí con una evidente expresión de inquietud dibujada en su pálido rostro y me rodea con los brazos.
—Creo que ésta es la situación más incómoda en la que me he visto en mi vida—me susurra al oído—Es horrible.
Me echo a reír.
—No me aprietes tanto—digo apartándola ligeramente—¿Quinn lo sabe?—susurro.
—Perdona, y no. Pensé que igual se lo había imaginado cuando aquel día comiendo me soltaste que venía, pero no tiene ni idea.
—¡Eh! ¿Qué pasa?—Quinn aparta a Rachel y me abraza suavemente—Estás loca, rubia—dice en voz baja.
—Lo sé—coincido.
Loca de atar.
—No vuelvas a hacer eso—me reprende—¿Y mi latina loca?
—En la cocina.
Me suelta y entra en el ático. Miro a Rachel y ella sacude la cabeza.
—Si hubiera podido elegir, no habría venido—me dice, agobiada—Vamos.
Me coge de la mano y nos dirigimos a la cocina. Santana está haciendo las presentaciones oportunas. La mirada cautelosa de Sam oscila entre Santana y Quinn por varias razones, la primera de todas es que ambas son muy guapas y dejan sin aliento a cualquiera.
Sue aparece entonces de ninguna parte con Luigi y tres camareros, y Santana abandona la conversación que tiene lugar en la isla de la cocina para comentar unas cosas con ellos. Deja que Sue la bese en la mejilla, le estrecha la mano a Luigi y después señala a los presentes en general y en dirección a la terraza. Sue la manda callar y me saluda alegremente con la mano.
—¿Qué pasa?—le pregunto cuando vuelve a mi lado junto a la isla.
—Vamos a cenar.
—¿Aquí?
—Sí. Le pedí a Luigi que viniera y que hiciera los honores. Comeremos en la terraza. Hace buena noche.
Me coloca delante de ella y me aparta el pelo de la cara.
—No puedo creer que hayas hecho todo esto.
Inclina la cabeza hacia un lado.
—Haría cualquier cosa por ti, ya lo sabes.
Deslizo las manos por las manos hasta llegar a sus bíceps.
—Puede que mi hermano te amenace de muerte—digo sonriendo a modo de disculpa—¿Te importaría darle el gusto?
Sus labios forman una línea recta.
—¿Te refieres a dejar que otro persona me diga cómo tengo que cuidar de ti? De eso, nada, Britt.
Dejo caer los hombros, ligeramente abatida.
—¿No has dicho que harías cualquier cosa por mí?—la increpo repitiendo sus propias palabras.
No quiero ni imaginarme lo que debió de costarle hablar con mis padres. Va en contra de todos sus instintos naturales.
Me apoya el dedo debajo de la barbilla y me besa suavemente en la comisura de la boca.
—Cualquier cosa, Britt-Britt, cualquier cosa—confirma—Vamos.
Luego invita a todo el mundo a abandonar la cocina y a dirigirse a la terraza, donde me encuentro que todo está preparado para un banquete. La mesa exterior está perfectamente dispuesta, los calentadores están encendidos para paliar el fresco de la noche, y las botellas de vino y de cerveza se están enfriando en la nevera de bebidas que hay junto a la enorme barbacoa de obra. Miro a Santana con incredulidad.
¿Cómo ha conseguido preparar todo esto sin que yo me diera cuenta?
Me sonríe y me hace un gesto de dormir.
¿Mientras yo me he pasado casi todo el día durmiendo, ella ha estado ocupado conociendo a mis padres y organizando todo esto?
Estoy anonadada.
Me encuentro en una especie de trance mientras la gente que más quiero en el mundo charla, conversa, ríe y bebe a la mesa.
Luigi y su equipo preparan y sirven un exquisito festín italiano.
Santana deja todo el tiempo una de las manos apoyada firmemente sobre mi rodilla y come sólo con la otra. Me aprieta de vez en cuando, especialmente cuando Sam empieza con sus amenazas de hermano mayor. Veo cómo Santana se esfuerza por parecer amable y simpática mientras charlan.
Mi mamá detecta el hilo de nuestra conversación e interviene. Yo me siento tremendamente agradecida. Reprende a Sam y le sonríe dulcemente a Santana. Después continúa hablando con Rachel, quien, tras unas cuantas copas de vino, se ha relajado un poco, aunque la tensión entre ella y Sam es palpable. Quinn, sin embargo, parece no enterarse de nada, y se dedica a hacer reír a mi papá con vete a saber qué historias, el cual también ha quedado embobado con la belleza de Quinn.
—Rach está rara—observa Santana en voz baja mientras me llena el vaso de agua—¿Se encuentra bien?
—Ella y Sam tienen un pasado en común—respondo también en voz baja para que Sam no nos oiga—Es complicado.
Santana enarca las cejas, sorprendida.
—Entiendo. ¿Te ha gustado la pasta?
—Estaba exquisita—apoyo la mano sobre la suya encima de mi rodilla—Gracias.
—De nada, cariño—me guiña el ojo—Ahora ya nada se interpone entre nosotras, ¿verdad?—dice, y me mira ansiosa.
—No, tenemos vía libre.
Sonrío y me derrito cuando me regala de nuevo esa sonrisa reservada exclusivamente para mí con los ojos brillantes de alegría.
—Me alegro de que digas eso—se pone de pie, acallando todas las conversaciones de la mesa, y todas las miradas se vuelven hacia ella. Después aparta mi silla—Ponte de pie, Britt—me ordena, y yo me levanto con el ceño fruncido—Discúlpenos unos minutos—dice a nuestros mudos invitados antes de retirarse conmigo de la mano.
—¿Adónde vamos, San?—pregunto tras ella.
Entonces se detiene, se da la vuelta y se postra sobre una rodilla delante de mí, a tan sólo unos metros de la mesa. Oigo cómo mi mamá inhala súbitamente, y yo hago lo propio al instante. Bajo la vista y observo boquiabierta cómo me coge la mano y me mira con sus ojos oscuros y cristalinos.
—¿Lo hacemos a la manera tradicional?—me pregunta en voz baja.
Me echo a temblar.
—Ay, Dios mío—exclamo a través del nudo del tamaño de un melón que se me ha formado en la garganta.
Me vuelvo lentamente en dirección a la mesa y veo que todos nuestros invitados observan atentamente. Mi mamá se ha llevado la mano a la boca, y mi papá tiene una pequeña sonrisa en los labios. Sam permanece inexpresivo, y Rachel y Quinn están relajadas en sus sillas, ambas sonriendo.
Mi corazón empieza a latir a gran velocidad y me vuelvo otra vez hacia Santana, con los ojos vidriosos. Acaba de conocer a mis padres. No puede estar haciéndome esto, no delante de ellos.
—Los he importunado a todos—dice con ojos brillantes—, con delicadeza—añade—Incluso le he pedido tu mano a tu papá—en su boca empieza a formarse una media sonrisa, y un sollozo escapa de mis labios—Supongo que sabrás lo mucho que me costó hacerlo—me suelta la mano y me coge por detrás de las piernas para acercarme a ella. Yo apoyo las manos en sus hombros descubiertos—Cualquier cosa, Britt-Britt—susurra.
Levanto las manos hasta su nuca y hundo los dedos en su oscura mata de pelo mientras me mira.
—Cásate conmigo, Brittany.
—Estás loca—sollozo, y me inclino para besarla. Mis manos descienden para cogerle la cara—Estás completamente loca, Sanny.
—Pero ¿seré una loca casada?—pregunta pegada a mi boca—Por favor, dime que está loca se casará contigo—tira de mis manos hasta que yo estoy también de rodillas y me sostiene de los hombros con firmeza mientras estudia mi rostro—Tú eres lo único que me importa, y siempre será así. Durante el resto de mi vida sólo estarás tú. Te quiero con locura. Cásate conmigo, Brittany—me dejo caer contra su pecho llorando sin parar y oigo cómo mi mamá empieza a gimotear—¿Eso es un «sí»?—pregunta, pegado a mi cuello.
—Sí.
—No puedo respirar—murmura, y se deja caer arrastrándome consigo hasta que acabamos tiradas en el suelo de la terraza. Toma mi boca y me besa con adoración. Una vez más, mi ex mujeriega neurótica e imposible me toma donde y como quiere, sin el menor pudor—Te quiero tanto, Britt.
Me coge la mano y vuelve a colocarme el anillo en el dedo. Después me la besa y me envuelve de nuevo con su cuerpo, abrazándome con fuerza.
—Yo también te quiero, Sanny—le susurro al oído.
—Estoy tan contenta. Eres el mejor regalo de cumpleaños que jamás he tenido.
¿Qué?
Levanto la vista y la miro con ojos vidriosos. Ella me sonríe, casi avergonzada.
—¿Es tu cumpleaños?
—Sí.
Empieza a morderse el labio. Está preocupado.
—¿Hoy?
—Sí—asiente.
La miro con recelo.
—¿Cuántos años tienes?
—Treinta y ocho—responde sin vacilar.
Estallo de alegría.
—¡Feliz cumpleaños, Sanny!
Ella me bendice con esa sonrisa reservada sólo para mí y vuelve a estrecharme contra su pecho y a hundir la nariz en mi cuello.
Me derrito junto a ella.
Amo a esta mujer, en toda su perfección y a pesar de su manera de ser irracional e imposible.
Me atrapó en seguida.
Hizo que me enamorara de ella.
Hizo que la necesitara.
Apareció sin que la esperara, y era tan apasionada y tan irresistible... Y ahora es toda mía, y yo soy indiscutiblemente suya.
Por fin lo entiendo.
Por fin he llegado al interior de mi mujer.
Continuará…
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Prólogo
Prólogo.
La mansión, el mismo lugar donde comenzó su historia de amor apasionada, está llena de huéspedes y este debería ser el día más feliz de sus vidas.
Brittany ha aceptado que nunca va a poder dominar a la fiera que Santana lleva dentro, pero su amor es profundo, su conexión, infinita.…
…Ella cree conocer a Santana, pero pronto aparecen nuevas incógnitas, nuevos secretos…
…Brittany empieza a preguntarse si Santana es realmente la mujer que ella cree que es.
Santana sabe muy bien cómo llevarla a un lugar más allá del éxtasis, pero puede que también la acabe conduciendo al borde de la desesperación.
Ha llegado el momento de que Santana se confiese.
Brittany ha aceptado que nunca va a poder dominar a la fiera que Santana lleva dentro, pero su amor es profundo, su conexión, infinita.…
…Ella cree conocer a Santana, pero pronto aparecen nuevas incógnitas, nuevos secretos…
…Brittany empieza a preguntarse si Santana es realmente la mujer que ella cree que es.
Santana sabe muy bien cómo llevarla a un lugar más allá del éxtasis, pero puede que también la acabe conduciendo al borde de la desesperación.
Ha llegado el momento de que Santana se confiese.
Tres,…
…Dos,…
…Uno,…
…Cero.
!Disfruta!
…Dos,…
…Uno,…
…Cero.
!Disfruta!
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Hermoso:')
Nuevos secretos?D:
Que confiese todo no mas jdlkgs
Saludoos!
Nuevos secretos?D:
Que confiese todo no mas jdlkgs
Saludoos!
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
sencillamente e s p e c t a c u l a r!!!!!! espero la continuacion lo mas pronto posible!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Susii escribió:Hermoso:')
Nuevos secretos?D:
Que confiese todo no mas jdlkgs
Saludoos!
Hola, o no¿? Ups sip, pero XD no aprenden no¿? xD jajajajajajajajaja. Saludos =D
micky morales escribió:sencillamente e s p e c t a c u l a r!!!!!! espero la continuacion lo mas pronto posible!
Hola, jajajaajaja sip! ajajajajja. Ahora la continuación y el final de la historia (libro) xD. Salidos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 1
Capitulo 1
Tengo los nervios destrozados. No sé por qué, sé que estoy haciendo lo correcto pero, maldita sea, creo que me va a dar algo. Estoy sola, son mis primeros minutos de silencio y reflexión en lo que llevo de día, y lo más probable es que sean también los últimos. He estado esperando que llegara este breve instante en el tiempo, suplicando por ella en medio del caos que me rodea. Necesito este momento, a solas conmigo misma, para asimilar el paso tan grande que voy a dar. Yo sola para intentar recomponerme. Sé que, de hoy en adelante, estos momentos valdrán su peso en oro.
Es el día de mi boda.
Es el día en que le voy a prometer a mi mujer que seré suya el resto de mi vida, aunque no es que me haga falta un papel o un anillo en el dedo para que así sea.
Pero a ella, sí.
Por eso voy a casarme con esa mujer dos semanas después de que hincara la rodilla en el suelo, en la terraza del Lusso. Ahora estoy en bata, sentada en un diván en una de las suites privadas de La Mansión (la misma en la que Santana me acorraló hace semanas), tratando de centrarme.
Me voy a casar en La Mansión.
El día más importante de mi vida tendrá lugar en el club de sexo superpijo de mi señora.
No estoy nerviosa sólo por ser la novia. Mis padres, mi hermano y toda mi familia están paseando a sus anchas por el edificio y quedándose maravillados ante su opulencia. Por eso he cerrado con un candado de cinco kilos las puertas del salón comunitario. Lo he revisado un millón de veces, y también he comprobado que todos los artefactos de madera y las rejas de oro colgantes hayan desaparecido de las habitaciones privadas. Asimismo, he instruido en repetidas ocasiones al personal de La Mansión.
El ejército de empleados de Santana ha tenido que aguantar mis comentarios y mis constantes recordatorios sobre el hecho de que mi familia no sabe nada. Los pobres me siguen la corriente, ponen los ojos en blanco y me aseguran que todo irá bien, o me miran con cara de entender mi situación, aunque eso no me hace sentir mejor.
Los hombres de la familia no me preocupan tanto: se irán al bar y no se moverán de ahí a menos que se les ordene lo contrario, pero mi mamá y mi tía son harina de otro costal. Mi mamá, que ama el lujo con pasión, está metiendo las narices en todas partes, y de repente se ha proclamado guía oficial, lista para mostrar lo magnífica que es la finca de Santana.
Se lo podría ahorrar.
Ojalá se sentara con mi papá en el bar. Ojalá pudiera pegarle el culo al taburete con cemento cola y obligarla a beber «sublimes de Artie» todo el día y toda la noche.
Es un estrés añadido que realmente no necesito el día de mi boda, pero cuando mi mujer imposible y neurótica me tenía tumbada en el suelo en la terraza el día de su cumpleaños, cubierta por su cuerpo, dije que sí. No le hizo falta recurrir al polvo de entrar en razón.
Sé que se ha encargado de todo.
La Mansión realmente parece un hotel exclusivo, pero yo sé lo que hay en el piso de arriba y que todas las camas están bailando ahora mismo sobre mi cabeza, como si se sintieran solas. Seguro que se sienten solas.
La Mansión lleva dos días cerrada por los preparativos, cosa que le ha costado a Santana una pequeña fortuna en reembolsos a los socios. Es posible que ahora mismo me haya vuelto tan impopular entre los socios como entre las socias. Todos deben de odiarme: la mayoría de las mujeres por haberles birlado a su señora delante de sus narices, y ahora también los hombres, por haberlos obligado a tomarse unos días de descanso de sus aventuras sexuales preferidas.
Miro al techo y muevo los hombros en círculos para aliviar la tensión que se va acumulando.
No sirve de nada.
Estoy demasiado nerviosa.
Me levanto, voy hasta el espejo y me miro. La procesión va por dentro pero por fuera parezco descansada y estoy radiante; mi maquillaje es ligero y natural. Unique ha hecho un trabajo increíble: mi pelo nunca ha estado tan brillante, y los largos cabellos flotan libremente, apenas sujetos a un lado de la cabeza por una peineta joya.
A Santana le encanta que lleve el pelo suelto.
También le encanta que vista de encaje.
Me acerco a la puerta, donde cuelga mi vestido, y admiro el intrincado encaje, mucho encaje, y las explosiones de diminutas perlas cosidas aquí y allá.
Sonrío.
Se le va a cortar la respiración. Es un vestido de novia muy sencillo, con tirantes delicados, la espalda escotada y la cintura ceñida. Mi latina va a caer rendida de rodillas.
Elegancia sencilla.
El encaje de color marfil se desliza por mi trasero, abraza mis caderas y cubre un metro de suelo.
Mucho, mucho encaje.
Zoe, la dependienta de Harrods, ha triunfado con este vestido. Ha acertado con todo, incluso con los zapatos sin adornos en el mismo tono. Unos Louboutin de tacón de aguja clásicos.
Cojo el teléfono de la mesilla de noche. Es mediodía. Tengo que vestirme. Dentro de una hora estaré con Santana en el salón de verano, pronunciando mis votos, haciendo oficial la promesa que le hice.
El estómago se me revuelve trescientos sesenta grados... otra vez.
Me quito la bata y me pongo las bragas antes de coger el corsé de encaje de color marfil sin tirantes y meterme dentro. Lo subo hasta el estómago y arreglo mi pequeño escote en las copas. Cubre justo el cardenal circular de mi pecho.
Mi marca.
Tocan suavemente a la puerta.
Se acabó el minuto de reflexión.
—¿Sí?
Me pongo la bata encima de la ropa interior y me acerco a la puerta que está en la otra punta de la suite.
—Britty, cariño, ¿estás visible?
Es mi mamá.
Abro.
—Estoy visible y necesito que me ayudes.
Entra y cierra la puerta. Está guapísima. Su atuendo no tiene nada que ver con el clásico traje de chaqueta y sombrero de mamá de la novia, sino que ha ensalzado su figura con un encantador vestido recto de satén de color ostra. Lleva el pelo suelto y peinado hacia un lado con una perla y una pluma.
—Perdona, cariño. Le estaba enseñando el spa a la tía Angela. Creo que le va a preguntar a Santana si puede hacerse socia, ha quedado muy impresionada. ¿Hace falta ser socio para usar el spa y el gimnasio o son sólo para huéspedes?
Me muero de vergüenza al instante.
—Es sólo para huéspedes, mamá.
—No pasa nada. Imagino que hará una excepción con la familia. Tus abuelos, que el Señor los tenga en su gloria, se habrían creído que estaban en el palacio de Buckingham—me atusa el pelo y le aparto las manos—¿Has conseguido ponerte la ropa interior?—me da un repaso con sus ojos de color azul—Ya casi es la hora.
Vuelvo a quitarme la bata y la dejo encima de la cama.
—Sí, pero necesito que me abroches el corsé—digo, me vuelvo de espaldas a ella y me recojo el pelo sobre un hombro.
Las dos semanas que Santana se ha pasado poniéndome crema en la espalda han borrado todo rastro de los latigazos. Las marcas físicas han desaparecido, pero aquel día estará grabado a fuego en mi mente para siempre.
—Muy bien—empieza a abrochar todos los corchetes—Britty, deberías ver el salón de verano. Está precioso. Eres muy afortunada de tener un lugar tan bonito donde casarte. Las mujeres tienen que pedir una segunda hipoteca para poder permitirse algo así.
Me alegro de que no me vea la cara porque estoy muy incómoda.
—Lo sé.
He visto el salón y es verdad que está precioso. Tessa, la organizadora de boda, se ha encargado de que así sea, aunque cada rincón de La Mansión rebosa esplendor, con o sin boda. Yo apenas he participado en los preparativos.
Santana me presentó a Tessa al día siguiente de que le dijera que me casaría con ella. Está claro que mi mujer imposible ya la había buscado con antelación para que organizara nuestra boda, esa de la que se suponía que íbamos a hablar y a planificar juntas como adultas. Además, qué casualidad, La Mansión tiene licencia para bodas. Ni siquiera le he preguntado cómo lo ha conseguido. Lo único que he hecho en relación con mi boda es visitar a Zoe para elegir el vestido de novia. No estoy estresada por los preparativos.
Estoy estresada por el emplazamiento.
—Ya está—mi mamá me da la vuelta y deja caer de nuevo mi pelo por la espalda. Me mira pensativa y sé lo que va a decirme—Cariño, ¿puedo darte un consejo de mamá?
—No—respondo rápidamente con una sonrisa.
Me devuelve la sonrisa y me sienta en el borde de la cama.
—Cuando te casas, te conviertes en la piedra angular de tu esposa—me sonríe con afecto—Deja que piense que manda, que crea que no puedes vivir sin ella, pero no permitas nunca que te robe tu independencia o tu identidad, cariño. Las mujeres necesitamos del ego—se ríe.
Niego con la cabeza.
—Mamá, no es necesario...
—Sí que lo es—insiste—Las mujeres somos criaturas complicadas.
Me río, burlona. No tiene ni idea de lo complicada que es mi criatura.
—Lo sé.
—Britty, veo que Santana te quiere, y admiro lo franca que es cuando se trata de lo que siente por ti, pero recuerda quién eres. No dejes que te cambie nunca, cariño.
—No va a cambiarme, mamá.
No estoy en absoluto cómoda con esta conversación, aunque ha dado en el clavo. Después de que Santana se declarara, mis padres se quedaron dos días con nosotras, y ahora llevan en Londres desde el miércoles, así que han visto de sobra cómo es Santana conmigo (salvo por las cuentas atrás y las distintas clases de polvos). Han visto cómo me colma de atenciones y de cariño, cómo no se separa de mí, y al menos yo no he ignorado sus comedidas observaciones. Santana no se ha dado ni cuenta. Mejor dicho, se ha dado cuenta pero le da igual, y yo no voy a decirle nada. Me gusta el contacto constante tanto como a ella.
Mi mamá me sonríe.
—Quiere cuidar de ti y ha dejado claro que para ella lo eres todo. A tu papá y a mí nos hace muy felices saber que has encontrado una mujer que te adora, una mujer que caminaría sobre ascuas por ti.
—Yo también la adoro—digo en voz baja. La sinceridad de las palabras de mi mamá me atenaza las cuerdas vocales y hace que me tiemble la voz—No me hagas llorar, por favor. Se me estropearía el maquillaje.
Me coge la cara entre las manos y me da un beso.
—Sí, mejor me dejo de rollos sentimentales. Pero no hagas nunca nada que no quieras hacer: ya he visto que puede ser muy persuasiva.
Me echo a reír y mi mamá se ríe también.
¿Persuasiva?
—Es una lástima que su familia no haya podido venir—musita.
Hago una mueca.
—Ya te lo he dicho, viven en el extranjero. No están muy unidos.
Apenas he dicho nada de por qué la familia de Santana estará ausente. Ha bastado con la historia que me contó Santana cuando nos conocimos. Es perfectamente plausible.
—Ay, el dinero...—suspira—Causa más trifulcas familiares que cualquier otra cosa.
—Cierto—afirmo.
Lo mismo que los clubes de sexo y los tipos mujeriegas.
Nos interrumpen unos golpecitos en la puerta y mi mamá me deja sentada en la cama para abrir.
—Debe de ser Rach—dice alegremente.
—¡Traigo alcohol! ¡Caramba, Whitney! ¡Estás increíble!—la voz animada de Rachel entra en la habitación antes de que deje atrás a mi mamá y sus felices ojos marrones se claven en mí—¿Aún no estás vestida?—pregunta dejando la bandeja sobre la cómoda de madera.
Está fabulosa, con un vestido muy sencillo de satén de color marfil y los rizos oscuros enmarcándole las facciones.
Es mi única dama de honor, pero su entusiasmo vale por diez.
—Estaba en ello.
Me levanto y vuelvo a acomodarme las tetas en las copas del corsé.
—Aquí tienes—dice pasándome una copa llena de líquido rosa.
—¡Sí, es imprescindible!—añade mi mamá cerrando la puerta y cogiendo otra copa para ella. Da un buen trago y suspira—Ese pequeño italiano sabe cómo hacer feliz a una mujer.
Rechazo la copa con un gesto.
—No, gracias—digo; no quiero oler a alcohol delante de Santana.
—Te calmará los nervios—insiste Rachel cogiéndome la mano y poniendo en ella la copa—Bebe.
Sabe por qué estoy nerviosa. También he hecho que Rachel revise el candado y las habitaciones privadas un millón de veces.
Señala la copa con la cabeza y una ceja levantada, y finalmente doy mi brazo a torcer y le doy un generoso trago al «sublime de Artie». Sabe tan sublime como siempre, pero ni todo el alcohol del mundo podría curarme.
—¿Dónde está San?—pregunto dejando la copa.
No la he visto desde anoche. Como sé que mi mamá es tradicional, insistí en que durmiéramos separadas la noche antes de la boda. Se negó a salir de mi habitación hasta un minuto antes de la medianoche, y luego tuvo una pataleta tremenda cuando mi mamá empezó a tocar a la puerta para recordarle que saliera. Se moría de ganas de pasar por encima de ella pero, sorprendentemente, se fue sin montar una escena. Sólo le lanzó una mirada asesina cuando ella la escoltó fuera de la habitación.
—Creo que se está vistiendo—dice Rachel, y se termina un cóctel.
—¡Bebe despacio, Rachel Berry!—la regaña mi mamá al tiempo que le quita la copa de las manos—Tienes todo el día por delante.
—Perdón.
Mi amiga me mira y se ríe. Sé por qué ha empezado a beber a primera hora: es el síndrome Sam y Quinn en la misma habitación.
—¿Y qué hay de papá y de mi hermano?
—Están en el bar, Britt. Todos los hombres están en el bar—responde Rachel, recalcando lo de «todos».
—Bien, y ¿Quinn?
Ella asiente.
—También en el bar conversando con Noah y Finn.
Hago una mueca. Hoy va a ser un día muy duro para Rachel. Sam ha pospuesto su regreso a Australia para poder asistir a mi boda, pero no me ha contado gran cosa, ni la noche de la pedida de mano, ni desde entonces... Tampoco hace falta. Es evidente que le cuesta aceptar la dirección que ha tomado mi vida y el estar cerca de Rachel, sobre todo cuando Quinn, que no sabe nada, se halla presente. A Rachel tampoco le resulta fácil, aunque intenta aparentar que no le afecta.
—Venga, vamos—dice dando un par de palmadas—¿Vas a vestirte o vas a caminar hacia el altar así? Estoy segura de que a San le encantaría.
Le sonrío a mi feroz amiga. Ella sabe que Santana está obsesionada con el encaje, pero mi mamá no.
—Me estoy vistiendo—saco los zapatos de tacón de su envoltorio de papel de seda y me los pongo. Ahora soy ocho centímetros más alta—Perfecto.
Respiro hondo y voy hacia la puerta, donde me espera mi vestido. Me detengo un instante para admirarlo y me deleito al ver lo exquisito que es.
—Quizá deberías ir al baño antes de que te lo pongamos—sugiere mi mamá acercándose a mi lado para contemplarlo—Ay, Britty. Nunca he visto nada parecido.
Asiento sin dejar de recorrerlo con la mirada.
—Lo sé, y sí, tengo que hacer pis.
Dejo a mi mamá admirando mi vestido y voy al baño. Pillo a Rachel dando un trago rápido mientras Whitney no mira. Si no estuviera tan preocupada por el lugar en el que se celebra la boda, me preocuparía por tener que pasar el día con Sam y Rachel tan cerca que podrían lanzarse escupitajos.
Cierro la puerta antes de usar el baño y disfrutar de otro instante de privacidad mientras me aseguro de vaciar completamente la vejiga. Luego oigo que llaman a la puerta de la suite, a lo que le sigue la inconfundible voz aguda de pánico de mi mamá. Me pregunto qué estará pasando. Me arreglo rápidamente, me lavo las manos y salgo del baño.
—Santana—mi mamá está claramente harta—, tú y yo vamos a acabar mal si no haces lo que se te dice.
Miro a Rachel, que está bebiendo más sublime mientras mi mamá está distraída. Me sonríe y se encoge de hombros.
—¿Qué ocurre?
—San quiere verte, pero Whitney no la deja.
Pongo los ojos en blanco, miro en su dirección y veo que mi mamá bloquea el pequeño hueco que hay entre el marco y la puerta.
Entonces la oigo.
—Déjame entrar y no acabaremos mal, mamá.
Sé que está sonriendo, pero su gesto amistoso no me engaña. Noto el tono de amenaza, incluso con mi mamá. Va a entrar en la habitación, y ni siquiera ella va a poder impedírselo.
—Santana López, no te atrevas a llamarme «mamá» cuando sólo soy nueve años mayor que tú—le espeta—¡Vete! La verás dentro de media hora.
—¡Britt!—grita por encima de mi mamá.
Miro a Rachel, que asiente con la cabeza porque me ha entendido perfectamente. Las dos corremos hacia la puerta. Rachel coge la percha del vestido y yo recojo el bajo con los brazos. Lo llevamos al baño entre las dos y volvemos a colgarlo de la puerta. Rachel se echa a reír.
—¿Crees que tu mamá aprenderá algún día o seguirá intentando domarla?
—No lo sé.
Aliso el delantero del vestido, salgo con Rachel y cierro el baño. Mamá continúa de guardiana de la puerta con el pie anclado en la base. Eso no detendrá a Santana.
—¡Santana, no!—grita al tiempo que empuja la puerta contra ella—¡Que no! ¡Que trae mala suerte! ¿Es que eres tan cabezota que no tienes ningún respeto por la tradición?
—Déjame entrar, Whitney.
Está apretando los dientes, lo sé. Miro a Rachel y niego con la cabeza. Está pasando por encima de mi mamá, tal y como prometió que haría si ella alguna vez se interponía en su camino, y ahora mismo es justo lo que está haciendo. Rachel coge otra copa de la bandeja y se acerca como si nada a la puerta.
—Déjala entrar, Whitney. Nunca conseguirás detenerla. Es como un rinoceronte.
—¡No!—mi mamá sigue en sus trece, aunque no va a conseguir nada. Ya debería saberlo, pese al poco tiempo que ha pasado con Santana—¡No va a...! ¡No, Santana López!
Sonrío al ver a mi decidida mamá echarse un poco atrás antes de que la levanten del suelo y la dejen fácilmente a un lado. Se arregla el vestido y se coloca bien el postizo del pelo mientras le lanza dagas con la mirada a mi latina imposible.
Me fijo de nuevo en la puerta abierta, donde unos estanques oscuros ardientes de deseo me observan con atención. Su rostro carece de emoción. Mi mirada golosa se aparta de la suya y disfruta con su cuerpo medio desnudo. La tengo delante y sólo lleva unos pantalones cortos puestos y un top muy pequeño, el cual esta húmedo y tiene el pelos sueltos de la coleta, pegados a la cara por el sudor.
Ha salido a correr otra vez.
—¡Pero bueno!—sisea mi mamá—¡Britty, dile que se marche!
No está en absoluto contenta.
Mis ojos encuentran de nuevo los de Santana.
—No pasa nada, mamá. Danos cinco minutos.
Su mirada brilla de aprobación mientras espera pacientemente a que mi mamá dé su brazo a torcer y nos deje solas. Seguro que a ella no se lo parece, pero incluso este pequeño gesto es una muestra inusual de respeto. Me hará suya cuando quiera y donde quiera, y el hecho de que no la haya apartado de la puerta a la fuerza es toda una novedad. Sí, le ha pasado por encima, pero podría haberla pisoteado con ganas.
Con el rabillo del ojo veo que Rachel se acerca a mi mamá y la coge del brazo.
—Vamos, Whitney. Sólo serán unos minutos.
—¡Es la tradición!—brama, pero deja que Rachel se la lleve.
Esbozo una pequeña sonrisa. Mi relación con Santana no tiene nada de tradicional.
—¿Y qué hay del cardenal que lleva en el pecho?—pregunta mi mamá mientras mi amiga la saca de la habitación.
La puerta se cierra y mantenemos nuestra profunda conexión visual. Ninguna de las dos dice nada durante una eternidad. Me la como con los ojos, músculo a músculo, centímetro a centímetro de belleza pura y perfecta.
—No quiero dejar de mirarte la cara—dice ella al fin.
—¿Ah, no?
Niega con la cabeza.
—Veré encaje si miro a otra parte, ¿verdad?
Asiento.
—¿Encaje blanco?
—Marfil.
El pecho se le expande un poco.
—Y estás más alta, llevas los tacones puestos.
Asiento de nuevo. Si aparta los ojos de mi cara, podría ser muy peligroso para mi pelo, mi maquillaje y mi ropa interior. Y además nos retrasaríamos mucho. Tessa aparecerá en cualquier momento para comprobar que estoy lista antes de decirme cuántos pasos hay hasta el salón de verano y cuánto debo tardar en llegar.
Parpadea un par de veces y sé que no va a poder resistirse a mirar, pero más le vale controlarse cuando me vea, y más me vale a mí controlarme también.
Es muy difícil.
Le caen gotas de sudor por las sienes, le resbalan por el cuello y entre los pechos antes de viajar por las ondulaciones de su abdomen y dispersarse en el elástico de los pantalones cortos.
Oscilo sobre mis tacones cuando su mirada abandona la mía y se arrastra por mi cuerpo. El pecho le sube y le baja con fuerza durante el recorrido. Siento un hormigueo por todas partes, la reacción de mi cuerpo a su perfección, y al mismo tiempo quiero que me haga suya aquí y ahora.
—Acabas de pasar por encima de mi mamá.
Intento ocultar el deseo en la voz pero, como siempre, fracaso estrepitosamente. Es imposible resistirse a esa mujer, especialmente cuando me mira así, cuando los ojos le brillan de ese modo.
Doy el primer paso.
Cruzo lentamente la suite y me detengo a pocos centímetros de su cuerpo bañado en sudor. Miro sus labios carnosos. Se le acelera la respiración y su pecho se expande tanto que casi roza el mío.
—Se estaba interponiendo en mi camino, Britt—dice con calma, su aliento sobre mí.
—Trae mala suerte ver a la novia antes de la boda.
—Impídemelo—mueve la cabeza y sus labios apenas rozan los míos pero no me toca—Te he echado de menos.
—Sólo han pasado doce horas.
Tengo la voz ronca e incitante, aunque sé que no debería alentarla a tocarme cuando está empapada y yo estoy cubierta de encaje perfecto, con el pelo perfecto y el maquillaje perfecto.
—Demasiado tiempo—me acaricia el labio inferior con la lengua y dejo escapar un gemido ahogado. Tengo que luchar contra el impulso natural de agarrarme a sus hombros—Has bebido—me acusa con dulzura.
—Sólo un sorbo—digo. Es un sabueso—No deberíamos hacer esto.
—No puedes estar así de guapa y luego decir esas cosas, Britt.
Su boca se aprieta contra la mía y su lengua busca la forma de entrar, incitando a mis labios a separarse y a aceptarla. Su calor disipa mis nervios sobre el lugar en el que estamos, se me olvida todo cuando me reclama, pero aun así no me pone un dedo encima.
Nuestras lenguas se rozan y se acarician, pero ése es el único contacto que hay entre nosotras, aunque es tan apasionado como siempre. Tengo los sentidos saturados, no puedo pensar, y mi cuerpo le suplica más pero ella se limita a mantener el movimiento fluido de su lengua, que saca de vez en cuando de mi boca para provocarme antes de volver a hundirla junto a la mía. Es un ritmo exquisito que me hace gemir y derretirme entre mis muslos mientras ella me adora con delicadeza.
—San, vamos a llegar tarde a nuestra propia boda.
Tengo que parar esto antes de que una de las dos lo lleve al siguiente nivel. Por ejemplo, servidora.
—No me digas que deje de besarte, Britt—me muerde el labio inferior y deja que se deslice lentamente entre sus dientes—No me digas nunca que deje de besarte.
Se agacha despacio hasta quedar de rodillas y tira de mis manos para que baje. Me quito los zapatos y me uno a ella. Me acaricia las manos con los pulgares un rato antes de levantar la vista y que sus estanques oscuros me cieguen.
—¿Estás lista?—pregunta con calma.
Frunzo el ceño.
—¿Me estás preguntando si todavía quiero casarme contigo?
Su boca tiembla ligeramente.
—No. No tienes elección. Sólo te pregunto si estás lista.
Intento evitar reírme de su franqueza.
—¿Y si te digo que no?
—No lo harás.
—¿Por qué?
Sus labios temblorosos esbozan una sonrisa tímida y se encoge de hombros.
—Estás nerviosa. No quiero que estés nerviosa.
—San, estoy nerviosa por el lugar en el que me voy a casar. También estoy nerviosa por las cosas típicas de una novia, pero lo que más ansiedad me provoca es el hecho de estar aquí.
Se le borra la sonrisa de la cara.
—Britt, lo tengo todo controlado. Te dije que no te preocuparas y no deberías preocuparte, y punto.
—No me puedo creer que me convencieras para hacer esto.
Dejo caer la cabeza y me siento un poco culpable por dudar de su palabra. Sé exactamente por qué nos casamos en La Mansión. Es porque no hay lista de espera ni otras reservas entre las que encontrar un hueco. Es el lugar en el que podía hacerme caminar hacia el altar sin tener que esperar.
—Oye—me coge de la barbilla y me levanta la cabeza para que vea su rostro, tan hermoso que duele mirarlo—No le des más vueltas.
—Perdona—gruño.
—Britt, cielo, quiero que disfrutes de este día, no que te agobies por algo que no va a pasar. Nunca. No se enterarán jamás, te lo prometo.
Me obligo a dejar a un lado mi incomodidad y a sonreír. Sus palabras me han hecho sentir mejor.
Le creo.
—Vale.
Se pone de pie, se acerca a una enorme cómoda, saca algo del cajón y regresa a mi lado con una toalla de baño. Frunzo el ceño cuando se pone de rodillas y se seca la cara y el pelo húmedo antes de cubrirse el cuerpo con ella. Luego abre los brazos.
—Ven aquí, Britt-Britt—me ordena en voz baja.
No espero ni un segundo antes de acurrucarme en su regazo y dejar que me rodee con su cuerpo. Apoyo la mejilla en su pecho, encima de la toalla. Su sudor limpio penetra mis fosas nasales y me relajo.
—¿Mejor?
—Mucho mejor—farfullo contra la toalla—Te quiero, mi Sanny—sonrío.
Noto que se ríe debajo de mí pero no oigo su risa.
—Creía que era tu «diosa».
—Eso también.
—Y tú eres mi seductora. O podrías ser mi señora de La Mansión.
Doy un salto del susto y veo que se está riendo de mí.
—¡No voy a ser la señora de La Mansión del Sexo!
Se ríe y tira de mí hasta tenerme otra vez en su regazo. Me acaricia el pelo brillante y lo huele con entusiasmo.
—Lo que tú quieras, mi Britt-Britt.
—Con ser «tu Britt-Britt» tengo más que suficiente—sé que mis manos se están deslizando por su espalda mojada pero me da igual—Te quiero muchísimo.
—Lo sé, Britt.
—Tengo que vestirme, que voy a casarme.
—¿De verdad? ¿Quién es el cabrón afortunado?
Sonrío y me aparto otra vez de su cuerpo. Tengo que verlo.
—En realidad es una mujer, una mujer controladora, neurótica e imposible—le acaricio la mejilla con la mano—Es muy guapa—susurro buscando sus ojos, que no se apartan de mí—Esa mujer me deja sin aliento sólo con tocarme y me folla hasta que pierdo el sentido—espero a que me riña por mi vocabulario pero sólo aprieta los labios, así que me acerco y la beso en la barbilla antes de seguir hacia la boca—Me muero por casarme con ella. Deberías marcharte para que no tenga que hacerla esperar.
—¿Qué diría esa mujer si te pillara con otra?—me pregunta entre besos.
Sonrío.
—Bueno primero la castraría y luego le preguntaría si prefiere que la entierren o que la incineren, esas cosas.
Abre unos ojos como platos.
—Parece una tía posesiva. No me gustaría vérmelas con ella.
—Mejor que no: te aplastaría—me encojo de hombros y ella se echa a reír de esa forma que hace que le brillen los ojos y le salgan patas de gallo—¿Eres feliz?—pregunto.
—No, estoy cagada de miedo—se sienta en el suelo y me lleva consigo—Pero hoy me siento valiente. Bésame.
Me lanzo a ello. Le cubro la cara de besos y gimo de dulce felicidad pero no me dejan disfrutar mucho tiempo.
La puerta se abre.
—¡Santana López! ¡Aparta tu cuerpo sudoroso de mi hija!
El grito perplejo de mi mamá invade la privacidad de nuestro momento. Me echo a reír. Los reproches de mi mamá no van a impedir que consiga mi dosis de Santana, y ella tampoco se mueve.
—¡Brittany! ¡Vas a oler a sobaco! —su taconeo furioso se oye más cerca—Tessa, ayúdame.
De repente, noto un montón de brazos que tiran de distintas partes de mi cuerpo, intentando separarme de Santana.
—¡Mamá, para!—me río y me abrazo a Santana con más fuerza—¡Ya me levanto!
—¡Bueno venga! Te casas dentro de media hora, te has destrozado el peinado y te has pasado la tradición por el forro revolcándote por el suelo con tu futuro esposa—espeta echando un poco más de humo—¡Tessa, explícaselo tú!
—Vamos, Brittany.
El tono severo de Tessa es como una puñalada. La mujer es simpática, pero cuando se trata de organización da mucho miedo.
—Vale, vale—gruño despegándome de mala gana del cuerpo de Santana.
—Por Dios, mírate—gimotea mi mamá, preocupada por mi melena despeinada.
Intento no reírme cuando veo que Santana no se va, sino que se pone un brazo bajo la cabeza a modo de almohada para poder ver cómo mi mamá se mete conmigo.
—Son como niñas—continúa, y vuelve sus ojos azules, que echan chispas, en dirección a mi latina imposible—¡Fuera!
—Vale, vale.
Se levanta del suelo de un salto y sus deliciosos músculos se contraen y se flexionan. Tessa está babeando pero sale de su trance en cuanto se da cuenta de que la estoy mirando con las cejas arqueadas.
Ni ella se resiste a la belleza de Santana.
Ninguna persona puede.
—Yo me encargo de la otra novia—dice mirando a todas partes menos al torso de mi diosa—Vámonos, Santana.
—Espera—me mira el cuello—¿Dónde está tu diamante?
—¡Mierda!—me llevo la mano a la clavícula y busco por el suelo con la mirada—¡Mierda, mierda, mierda! ¡Mamá!
—¡Britt!—me grita Santana—¡Esa boca, por favor!
—No te alteres—dice mi mamá arrodillándose para mirar debajo de la cama mientras yo sigo buscando por el suelo de moqueta.
—¡Lo encontré!
Tessa lo recoge del suelo y Santana se lo quita de las manos y viene hacia mí.
—Date la vuelta—me ordena, y obedezco con el corazón desbocado. Ese puñetero diamante va a acabar conmigo—Ya está—me da un beso en el hombro y aprieta las caderas contra mi trasero.
—Eso les enseñará a no retozar en el suelo—resopla mi mamá—¡Y ahora, fuera!
Tira del brazo de Santana, que no hace nada para apartarla. Me vuelvo y le digo adiós con la mano, cosa que hace que ella resople otra vez y que Santana sonría como una cría. Luego Tessa se la lleva de la suite.
—Por fin—exclama mi mamá—Ponte el vestido, Brittany Pierce. ¿Dónde está?
Señalo el lavabo y me siento en el borde de la cama.
—En el baño, y muy pronto ya no me llamaré así—replico, altanera.
Cruza decidida la habitación.
—Para mí siempre serás Brittany Pierce—refunfuña—Levanta. Tu papá estará aquí dentro de un minuto para llevarte abajo.
Me pongo en pie y me arreglo la ropa interior.
—¿Papá está bien?
—Nervioso, pero nada que no se cure con un par de whiskys. Odia ser el centro de atención.
Es verdad. Estará encantado de entregarme a Santana para que todo el mundo deje de mirarlo y poder perderse entre los invitados. Hablamos del tema de los discursos y se lo veía muerto de miedo. Le dije que no tenía que hacerlo, pero mi mamá y él insistieron.
Mamá retira la percha del vestido y me lo pone delante. Apoyo la mano en su hombro y me meto dentro. Dejo que lo suba para poder introducir los brazos por los delicados tirantes. Me da la vuelta y me abrocha la infinidad de diminutos botones en forma de perla que suben por mi espina dorsal. Luego me coloca los tirantes en su sitio. Se ha callado y no se mueve. Sé lo que voy a ver cuándo me vuelva, y no estoy segura de poder soportarlo. Luego oigo un pequeño suspiro.
—Mamá, no llores, por favor.
Se pone manos a la obra.
—¿Qué?
Me doy la vuelta y confirmo mis sospechas. Tiene los ojos llorosos y se le escapa un sollozo.
—Mamá...—le advierto con cariño.
—Ay, Britty...—corre al baño y la oigo tirar como una loca del papel higiénico y luego sonarse la nariz. Sabía que se iba a poner así. Aparece en el umbral, secándose las lágrimas con un trozo de papel—Perdona. En fin, lo estaba llevando muy bien.
—Es verdad—le digo—Anda, ven y ayúdame con esto.
Lo que necesita es una distracción.
—Claro, ¿qué quieres que haga?
—Los zapatos—señalo el lugar en el que me los he quitado. Mamá los recoge y los deja a mis pies—Gracias—me levanto la falda del vestido y vuelvo a ponerme mis Louboutin—¿Qué tal mi cara?
Se ríe.
—¿Después de haberla restregado a conciencia por la de Santana?
—Sí—voy al baño a echar un vistazo.
—Vas a necesitar una capa extra de polvos—me dice.
Tiene razón. Se me ve sonrojada. Cojo el neceser del maquillaje y me aplico una capa de polvos, brillo de labios y un poco más de máscara de pestañas. Después de haberme revolcado por el suelo con Santana mi pelo ya no están suaves como la seda, pero la peineta sigue en su sitio.
Me encuentro mejor, ése es el efecto que tiene en mí. Basta su presencia para eliminar toda mi ansiedad, y ahora me muero por reunirme con ella abajo, embutida en encaje.
Me levanto el bajo del vestido para no arrastrarlo por el suelo y salgo del baño. Me arreglo el pelo y respiro hondo.
—Estoy lista—proclamo, y freno en seco al ver que mi mamá ya no está sola.
—¡Mírala, Joseph!—exclama, y rompe a llorar hundiendo la cabeza en el hombro de mi papá, restregándole la cara por el traje gris marengo de tres piezas.
Rachel le pasa una mano por la espalda tratando de reconfortarla al tiempo que pone los ojos en blanco. Papá le rodea la cintura con afecto. Eso es excepcional, mi papá no es nada sentimental ni muy dado a expresar su cariño de forma física.
Le sonrío y me devuelve la sonrisa.
—Ahora no empieces tú—le aviso.
—No diré nada—se ríe—Excepto lo guapa que estás. Estás preciosa, Britty.
—¿De verdad?—pregunto muy sorprendida ante su muestra de cariño, aunque sólo sea verbal.
—De verdad—asiente con convicción—¿Estás lista?
Aparta con gentileza a mi mamá y se arregla el traje como si no acabara de decirle algo bonito a su hija.
—Sí, estoy más que lista. Papá, llévame con San—pido, y surte el efecto deseado.
Todos se echan a reír. Mucho mejor. No puedo con toda esta intensidad emocional. Para eso ya tengo a Santana.
Tessa entra entonces como una flecha.
—En marcha, en marcha. ¿A qué se debe el retraso?—pregunta examinando a los demás, que me miran emocionados Whitney, Rachel, abajo, por favor.
Las acompaña fuera de la habitación.
—Brittany, te veo en el salón de verano dentro de tres minutos—dice, y me deja a solas con mi papá.
—Papá, sabes que ahora tienes que dejar que me coja de tu brazo—bromeo.
Él hace una mueca.
—¿Mucho rato?
—Depende de lo que tardes en llevarme abajo—replico.
Cojo mi cala. Una sola.
—Bueno movamos el culo—dice ofreciéndome el brazo, que yo acepto—¿Lista?
Asiento con la cabeza y dejo que mi papá me conduzca al salón de verano, donde me espera mi señora de La Mansión del Sexo.
Es el día de mi boda.
Es el día en que le voy a prometer a mi mujer que seré suya el resto de mi vida, aunque no es que me haga falta un papel o un anillo en el dedo para que así sea.
Pero a ella, sí.
Por eso voy a casarme con esa mujer dos semanas después de que hincara la rodilla en el suelo, en la terraza del Lusso. Ahora estoy en bata, sentada en un diván en una de las suites privadas de La Mansión (la misma en la que Santana me acorraló hace semanas), tratando de centrarme.
Me voy a casar en La Mansión.
El día más importante de mi vida tendrá lugar en el club de sexo superpijo de mi señora.
No estoy nerviosa sólo por ser la novia. Mis padres, mi hermano y toda mi familia están paseando a sus anchas por el edificio y quedándose maravillados ante su opulencia. Por eso he cerrado con un candado de cinco kilos las puertas del salón comunitario. Lo he revisado un millón de veces, y también he comprobado que todos los artefactos de madera y las rejas de oro colgantes hayan desaparecido de las habitaciones privadas. Asimismo, he instruido en repetidas ocasiones al personal de La Mansión.
El ejército de empleados de Santana ha tenido que aguantar mis comentarios y mis constantes recordatorios sobre el hecho de que mi familia no sabe nada. Los pobres me siguen la corriente, ponen los ojos en blanco y me aseguran que todo irá bien, o me miran con cara de entender mi situación, aunque eso no me hace sentir mejor.
Los hombres de la familia no me preocupan tanto: se irán al bar y no se moverán de ahí a menos que se les ordene lo contrario, pero mi mamá y mi tía son harina de otro costal. Mi mamá, que ama el lujo con pasión, está metiendo las narices en todas partes, y de repente se ha proclamado guía oficial, lista para mostrar lo magnífica que es la finca de Santana.
Se lo podría ahorrar.
Ojalá se sentara con mi papá en el bar. Ojalá pudiera pegarle el culo al taburete con cemento cola y obligarla a beber «sublimes de Artie» todo el día y toda la noche.
Es un estrés añadido que realmente no necesito el día de mi boda, pero cuando mi mujer imposible y neurótica me tenía tumbada en el suelo en la terraza el día de su cumpleaños, cubierta por su cuerpo, dije que sí. No le hizo falta recurrir al polvo de entrar en razón.
Sé que se ha encargado de todo.
La Mansión realmente parece un hotel exclusivo, pero yo sé lo que hay en el piso de arriba y que todas las camas están bailando ahora mismo sobre mi cabeza, como si se sintieran solas. Seguro que se sienten solas.
La Mansión lleva dos días cerrada por los preparativos, cosa que le ha costado a Santana una pequeña fortuna en reembolsos a los socios. Es posible que ahora mismo me haya vuelto tan impopular entre los socios como entre las socias. Todos deben de odiarme: la mayoría de las mujeres por haberles birlado a su señora delante de sus narices, y ahora también los hombres, por haberlos obligado a tomarse unos días de descanso de sus aventuras sexuales preferidas.
Miro al techo y muevo los hombros en círculos para aliviar la tensión que se va acumulando.
No sirve de nada.
Estoy demasiado nerviosa.
Me levanto, voy hasta el espejo y me miro. La procesión va por dentro pero por fuera parezco descansada y estoy radiante; mi maquillaje es ligero y natural. Unique ha hecho un trabajo increíble: mi pelo nunca ha estado tan brillante, y los largos cabellos flotan libremente, apenas sujetos a un lado de la cabeza por una peineta joya.
A Santana le encanta que lleve el pelo suelto.
También le encanta que vista de encaje.
Me acerco a la puerta, donde cuelga mi vestido, y admiro el intrincado encaje, mucho encaje, y las explosiones de diminutas perlas cosidas aquí y allá.
Sonrío.
Se le va a cortar la respiración. Es un vestido de novia muy sencillo, con tirantes delicados, la espalda escotada y la cintura ceñida. Mi latina va a caer rendida de rodillas.
Elegancia sencilla.
El encaje de color marfil se desliza por mi trasero, abraza mis caderas y cubre un metro de suelo.
Mucho, mucho encaje.
Zoe, la dependienta de Harrods, ha triunfado con este vestido. Ha acertado con todo, incluso con los zapatos sin adornos en el mismo tono. Unos Louboutin de tacón de aguja clásicos.
Cojo el teléfono de la mesilla de noche. Es mediodía. Tengo que vestirme. Dentro de una hora estaré con Santana en el salón de verano, pronunciando mis votos, haciendo oficial la promesa que le hice.
El estómago se me revuelve trescientos sesenta grados... otra vez.
Me quito la bata y me pongo las bragas antes de coger el corsé de encaje de color marfil sin tirantes y meterme dentro. Lo subo hasta el estómago y arreglo mi pequeño escote en las copas. Cubre justo el cardenal circular de mi pecho.
Mi marca.
Tocan suavemente a la puerta.
Se acabó el minuto de reflexión.
—¿Sí?
Me pongo la bata encima de la ropa interior y me acerco a la puerta que está en la otra punta de la suite.
—Britty, cariño, ¿estás visible?
Es mi mamá.
Abro.
—Estoy visible y necesito que me ayudes.
Entra y cierra la puerta. Está guapísima. Su atuendo no tiene nada que ver con el clásico traje de chaqueta y sombrero de mamá de la novia, sino que ha ensalzado su figura con un encantador vestido recto de satén de color ostra. Lleva el pelo suelto y peinado hacia un lado con una perla y una pluma.
—Perdona, cariño. Le estaba enseñando el spa a la tía Angela. Creo que le va a preguntar a Santana si puede hacerse socia, ha quedado muy impresionada. ¿Hace falta ser socio para usar el spa y el gimnasio o son sólo para huéspedes?
Me muero de vergüenza al instante.
—Es sólo para huéspedes, mamá.
—No pasa nada. Imagino que hará una excepción con la familia. Tus abuelos, que el Señor los tenga en su gloria, se habrían creído que estaban en el palacio de Buckingham—me atusa el pelo y le aparto las manos—¿Has conseguido ponerte la ropa interior?—me da un repaso con sus ojos de color azul—Ya casi es la hora.
Vuelvo a quitarme la bata y la dejo encima de la cama.
—Sí, pero necesito que me abroches el corsé—digo, me vuelvo de espaldas a ella y me recojo el pelo sobre un hombro.
Las dos semanas que Santana se ha pasado poniéndome crema en la espalda han borrado todo rastro de los latigazos. Las marcas físicas han desaparecido, pero aquel día estará grabado a fuego en mi mente para siempre.
—Muy bien—empieza a abrochar todos los corchetes—Britty, deberías ver el salón de verano. Está precioso. Eres muy afortunada de tener un lugar tan bonito donde casarte. Las mujeres tienen que pedir una segunda hipoteca para poder permitirse algo así.
Me alegro de que no me vea la cara porque estoy muy incómoda.
—Lo sé.
He visto el salón y es verdad que está precioso. Tessa, la organizadora de boda, se ha encargado de que así sea, aunque cada rincón de La Mansión rebosa esplendor, con o sin boda. Yo apenas he participado en los preparativos.
Santana me presentó a Tessa al día siguiente de que le dijera que me casaría con ella. Está claro que mi mujer imposible ya la había buscado con antelación para que organizara nuestra boda, esa de la que se suponía que íbamos a hablar y a planificar juntas como adultas. Además, qué casualidad, La Mansión tiene licencia para bodas. Ni siquiera le he preguntado cómo lo ha conseguido. Lo único que he hecho en relación con mi boda es visitar a Zoe para elegir el vestido de novia. No estoy estresada por los preparativos.
Estoy estresada por el emplazamiento.
—Ya está—mi mamá me da la vuelta y deja caer de nuevo mi pelo por la espalda. Me mira pensativa y sé lo que va a decirme—Cariño, ¿puedo darte un consejo de mamá?
—No—respondo rápidamente con una sonrisa.
Me devuelve la sonrisa y me sienta en el borde de la cama.
—Cuando te casas, te conviertes en la piedra angular de tu esposa—me sonríe con afecto—Deja que piense que manda, que crea que no puedes vivir sin ella, pero no permitas nunca que te robe tu independencia o tu identidad, cariño. Las mujeres necesitamos del ego—se ríe.
Niego con la cabeza.
—Mamá, no es necesario...
—Sí que lo es—insiste—Las mujeres somos criaturas complicadas.
Me río, burlona. No tiene ni idea de lo complicada que es mi criatura.
—Lo sé.
—Britty, veo que Santana te quiere, y admiro lo franca que es cuando se trata de lo que siente por ti, pero recuerda quién eres. No dejes que te cambie nunca, cariño.
—No va a cambiarme, mamá.
No estoy en absoluto cómoda con esta conversación, aunque ha dado en el clavo. Después de que Santana se declarara, mis padres se quedaron dos días con nosotras, y ahora llevan en Londres desde el miércoles, así que han visto de sobra cómo es Santana conmigo (salvo por las cuentas atrás y las distintas clases de polvos). Han visto cómo me colma de atenciones y de cariño, cómo no se separa de mí, y al menos yo no he ignorado sus comedidas observaciones. Santana no se ha dado ni cuenta. Mejor dicho, se ha dado cuenta pero le da igual, y yo no voy a decirle nada. Me gusta el contacto constante tanto como a ella.
Mi mamá me sonríe.
—Quiere cuidar de ti y ha dejado claro que para ella lo eres todo. A tu papá y a mí nos hace muy felices saber que has encontrado una mujer que te adora, una mujer que caminaría sobre ascuas por ti.
—Yo también la adoro—digo en voz baja. La sinceridad de las palabras de mi mamá me atenaza las cuerdas vocales y hace que me tiemble la voz—No me hagas llorar, por favor. Se me estropearía el maquillaje.
Me coge la cara entre las manos y me da un beso.
—Sí, mejor me dejo de rollos sentimentales. Pero no hagas nunca nada que no quieras hacer: ya he visto que puede ser muy persuasiva.
Me echo a reír y mi mamá se ríe también.
¿Persuasiva?
—Es una lástima que su familia no haya podido venir—musita.
Hago una mueca.
—Ya te lo he dicho, viven en el extranjero. No están muy unidos.
Apenas he dicho nada de por qué la familia de Santana estará ausente. Ha bastado con la historia que me contó Santana cuando nos conocimos. Es perfectamente plausible.
—Ay, el dinero...—suspira—Causa más trifulcas familiares que cualquier otra cosa.
—Cierto—afirmo.
Lo mismo que los clubes de sexo y los tipos mujeriegas.
Nos interrumpen unos golpecitos en la puerta y mi mamá me deja sentada en la cama para abrir.
—Debe de ser Rach—dice alegremente.
—¡Traigo alcohol! ¡Caramba, Whitney! ¡Estás increíble!—la voz animada de Rachel entra en la habitación antes de que deje atrás a mi mamá y sus felices ojos marrones se claven en mí—¿Aún no estás vestida?—pregunta dejando la bandeja sobre la cómoda de madera.
Está fabulosa, con un vestido muy sencillo de satén de color marfil y los rizos oscuros enmarcándole las facciones.
Es mi única dama de honor, pero su entusiasmo vale por diez.
—Estaba en ello.
Me levanto y vuelvo a acomodarme las tetas en las copas del corsé.
—Aquí tienes—dice pasándome una copa llena de líquido rosa.
—¡Sí, es imprescindible!—añade mi mamá cerrando la puerta y cogiendo otra copa para ella. Da un buen trago y suspira—Ese pequeño italiano sabe cómo hacer feliz a una mujer.
Rechazo la copa con un gesto.
—No, gracias—digo; no quiero oler a alcohol delante de Santana.
—Te calmará los nervios—insiste Rachel cogiéndome la mano y poniendo en ella la copa—Bebe.
Sabe por qué estoy nerviosa. También he hecho que Rachel revise el candado y las habitaciones privadas un millón de veces.
Señala la copa con la cabeza y una ceja levantada, y finalmente doy mi brazo a torcer y le doy un generoso trago al «sublime de Artie». Sabe tan sublime como siempre, pero ni todo el alcohol del mundo podría curarme.
—¿Dónde está San?—pregunto dejando la copa.
No la he visto desde anoche. Como sé que mi mamá es tradicional, insistí en que durmiéramos separadas la noche antes de la boda. Se negó a salir de mi habitación hasta un minuto antes de la medianoche, y luego tuvo una pataleta tremenda cuando mi mamá empezó a tocar a la puerta para recordarle que saliera. Se moría de ganas de pasar por encima de ella pero, sorprendentemente, se fue sin montar una escena. Sólo le lanzó una mirada asesina cuando ella la escoltó fuera de la habitación.
—Creo que se está vistiendo—dice Rachel, y se termina un cóctel.
—¡Bebe despacio, Rachel Berry!—la regaña mi mamá al tiempo que le quita la copa de las manos—Tienes todo el día por delante.
—Perdón.
Mi amiga me mira y se ríe. Sé por qué ha empezado a beber a primera hora: es el síndrome Sam y Quinn en la misma habitación.
—¿Y qué hay de papá y de mi hermano?
—Están en el bar, Britt. Todos los hombres están en el bar—responde Rachel, recalcando lo de «todos».
—Bien, y ¿Quinn?
Ella asiente.
—También en el bar conversando con Noah y Finn.
Hago una mueca. Hoy va a ser un día muy duro para Rachel. Sam ha pospuesto su regreso a Australia para poder asistir a mi boda, pero no me ha contado gran cosa, ni la noche de la pedida de mano, ni desde entonces... Tampoco hace falta. Es evidente que le cuesta aceptar la dirección que ha tomado mi vida y el estar cerca de Rachel, sobre todo cuando Quinn, que no sabe nada, se halla presente. A Rachel tampoco le resulta fácil, aunque intenta aparentar que no le afecta.
—Venga, vamos—dice dando un par de palmadas—¿Vas a vestirte o vas a caminar hacia el altar así? Estoy segura de que a San le encantaría.
Le sonrío a mi feroz amiga. Ella sabe que Santana está obsesionada con el encaje, pero mi mamá no.
—Me estoy vistiendo—saco los zapatos de tacón de su envoltorio de papel de seda y me los pongo. Ahora soy ocho centímetros más alta—Perfecto.
Respiro hondo y voy hacia la puerta, donde me espera mi vestido. Me detengo un instante para admirarlo y me deleito al ver lo exquisito que es.
—Quizá deberías ir al baño antes de que te lo pongamos—sugiere mi mamá acercándose a mi lado para contemplarlo—Ay, Britty. Nunca he visto nada parecido.
Asiento sin dejar de recorrerlo con la mirada.
—Lo sé, y sí, tengo que hacer pis.
Dejo a mi mamá admirando mi vestido y voy al baño. Pillo a Rachel dando un trago rápido mientras Whitney no mira. Si no estuviera tan preocupada por el lugar en el que se celebra la boda, me preocuparía por tener que pasar el día con Sam y Rachel tan cerca que podrían lanzarse escupitajos.
Cierro la puerta antes de usar el baño y disfrutar de otro instante de privacidad mientras me aseguro de vaciar completamente la vejiga. Luego oigo que llaman a la puerta de la suite, a lo que le sigue la inconfundible voz aguda de pánico de mi mamá. Me pregunto qué estará pasando. Me arreglo rápidamente, me lavo las manos y salgo del baño.
—Santana—mi mamá está claramente harta—, tú y yo vamos a acabar mal si no haces lo que se te dice.
Miro a Rachel, que está bebiendo más sublime mientras mi mamá está distraída. Me sonríe y se encoge de hombros.
—¿Qué ocurre?
—San quiere verte, pero Whitney no la deja.
Pongo los ojos en blanco, miro en su dirección y veo que mi mamá bloquea el pequeño hueco que hay entre el marco y la puerta.
Entonces la oigo.
—Déjame entrar y no acabaremos mal, mamá.
Sé que está sonriendo, pero su gesto amistoso no me engaña. Noto el tono de amenaza, incluso con mi mamá. Va a entrar en la habitación, y ni siquiera ella va a poder impedírselo.
—Santana López, no te atrevas a llamarme «mamá» cuando sólo soy nueve años mayor que tú—le espeta—¡Vete! La verás dentro de media hora.
—¡Britt!—grita por encima de mi mamá.
Miro a Rachel, que asiente con la cabeza porque me ha entendido perfectamente. Las dos corremos hacia la puerta. Rachel coge la percha del vestido y yo recojo el bajo con los brazos. Lo llevamos al baño entre las dos y volvemos a colgarlo de la puerta. Rachel se echa a reír.
—¿Crees que tu mamá aprenderá algún día o seguirá intentando domarla?
—No lo sé.
Aliso el delantero del vestido, salgo con Rachel y cierro el baño. Mamá continúa de guardiana de la puerta con el pie anclado en la base. Eso no detendrá a Santana.
—¡Santana, no!—grita al tiempo que empuja la puerta contra ella—¡Que no! ¡Que trae mala suerte! ¿Es que eres tan cabezota que no tienes ningún respeto por la tradición?
—Déjame entrar, Whitney.
Está apretando los dientes, lo sé. Miro a Rachel y niego con la cabeza. Está pasando por encima de mi mamá, tal y como prometió que haría si ella alguna vez se interponía en su camino, y ahora mismo es justo lo que está haciendo. Rachel coge otra copa de la bandeja y se acerca como si nada a la puerta.
—Déjala entrar, Whitney. Nunca conseguirás detenerla. Es como un rinoceronte.
—¡No!—mi mamá sigue en sus trece, aunque no va a conseguir nada. Ya debería saberlo, pese al poco tiempo que ha pasado con Santana—¡No va a...! ¡No, Santana López!
Sonrío al ver a mi decidida mamá echarse un poco atrás antes de que la levanten del suelo y la dejen fácilmente a un lado. Se arregla el vestido y se coloca bien el postizo del pelo mientras le lanza dagas con la mirada a mi latina imposible.
Me fijo de nuevo en la puerta abierta, donde unos estanques oscuros ardientes de deseo me observan con atención. Su rostro carece de emoción. Mi mirada golosa se aparta de la suya y disfruta con su cuerpo medio desnudo. La tengo delante y sólo lleva unos pantalones cortos puestos y un top muy pequeño, el cual esta húmedo y tiene el pelos sueltos de la coleta, pegados a la cara por el sudor.
Ha salido a correr otra vez.
—¡Pero bueno!—sisea mi mamá—¡Britty, dile que se marche!
No está en absoluto contenta.
Mis ojos encuentran de nuevo los de Santana.
—No pasa nada, mamá. Danos cinco minutos.
Su mirada brilla de aprobación mientras espera pacientemente a que mi mamá dé su brazo a torcer y nos deje solas. Seguro que a ella no se lo parece, pero incluso este pequeño gesto es una muestra inusual de respeto. Me hará suya cuando quiera y donde quiera, y el hecho de que no la haya apartado de la puerta a la fuerza es toda una novedad. Sí, le ha pasado por encima, pero podría haberla pisoteado con ganas.
Con el rabillo del ojo veo que Rachel se acerca a mi mamá y la coge del brazo.
—Vamos, Whitney. Sólo serán unos minutos.
—¡Es la tradición!—brama, pero deja que Rachel se la lleve.
Esbozo una pequeña sonrisa. Mi relación con Santana no tiene nada de tradicional.
—¿Y qué hay del cardenal que lleva en el pecho?—pregunta mi mamá mientras mi amiga la saca de la habitación.
La puerta se cierra y mantenemos nuestra profunda conexión visual. Ninguna de las dos dice nada durante una eternidad. Me la como con los ojos, músculo a músculo, centímetro a centímetro de belleza pura y perfecta.
—No quiero dejar de mirarte la cara—dice ella al fin.
—¿Ah, no?
Niega con la cabeza.
—Veré encaje si miro a otra parte, ¿verdad?
Asiento.
—¿Encaje blanco?
—Marfil.
El pecho se le expande un poco.
—Y estás más alta, llevas los tacones puestos.
Asiento de nuevo. Si aparta los ojos de mi cara, podría ser muy peligroso para mi pelo, mi maquillaje y mi ropa interior. Y además nos retrasaríamos mucho. Tessa aparecerá en cualquier momento para comprobar que estoy lista antes de decirme cuántos pasos hay hasta el salón de verano y cuánto debo tardar en llegar.
Parpadea un par de veces y sé que no va a poder resistirse a mirar, pero más le vale controlarse cuando me vea, y más me vale a mí controlarme también.
Es muy difícil.
Le caen gotas de sudor por las sienes, le resbalan por el cuello y entre los pechos antes de viajar por las ondulaciones de su abdomen y dispersarse en el elástico de los pantalones cortos.
Oscilo sobre mis tacones cuando su mirada abandona la mía y se arrastra por mi cuerpo. El pecho le sube y le baja con fuerza durante el recorrido. Siento un hormigueo por todas partes, la reacción de mi cuerpo a su perfección, y al mismo tiempo quiero que me haga suya aquí y ahora.
—Acabas de pasar por encima de mi mamá.
Intento ocultar el deseo en la voz pero, como siempre, fracaso estrepitosamente. Es imposible resistirse a esa mujer, especialmente cuando me mira así, cuando los ojos le brillan de ese modo.
Doy el primer paso.
Cruzo lentamente la suite y me detengo a pocos centímetros de su cuerpo bañado en sudor. Miro sus labios carnosos. Se le acelera la respiración y su pecho se expande tanto que casi roza el mío.
—Se estaba interponiendo en mi camino, Britt—dice con calma, su aliento sobre mí.
—Trae mala suerte ver a la novia antes de la boda.
—Impídemelo—mueve la cabeza y sus labios apenas rozan los míos pero no me toca—Te he echado de menos.
—Sólo han pasado doce horas.
Tengo la voz ronca e incitante, aunque sé que no debería alentarla a tocarme cuando está empapada y yo estoy cubierta de encaje perfecto, con el pelo perfecto y el maquillaje perfecto.
—Demasiado tiempo—me acaricia el labio inferior con la lengua y dejo escapar un gemido ahogado. Tengo que luchar contra el impulso natural de agarrarme a sus hombros—Has bebido—me acusa con dulzura.
—Sólo un sorbo—digo. Es un sabueso—No deberíamos hacer esto.
—No puedes estar así de guapa y luego decir esas cosas, Britt.
Su boca se aprieta contra la mía y su lengua busca la forma de entrar, incitando a mis labios a separarse y a aceptarla. Su calor disipa mis nervios sobre el lugar en el que estamos, se me olvida todo cuando me reclama, pero aun así no me pone un dedo encima.
Nuestras lenguas se rozan y se acarician, pero ése es el único contacto que hay entre nosotras, aunque es tan apasionado como siempre. Tengo los sentidos saturados, no puedo pensar, y mi cuerpo le suplica más pero ella se limita a mantener el movimiento fluido de su lengua, que saca de vez en cuando de mi boca para provocarme antes de volver a hundirla junto a la mía. Es un ritmo exquisito que me hace gemir y derretirme entre mis muslos mientras ella me adora con delicadeza.
—San, vamos a llegar tarde a nuestra propia boda.
Tengo que parar esto antes de que una de las dos lo lleve al siguiente nivel. Por ejemplo, servidora.
—No me digas que deje de besarte, Britt—me muerde el labio inferior y deja que se deslice lentamente entre sus dientes—No me digas nunca que deje de besarte.
Se agacha despacio hasta quedar de rodillas y tira de mis manos para que baje. Me quito los zapatos y me uno a ella. Me acaricia las manos con los pulgares un rato antes de levantar la vista y que sus estanques oscuros me cieguen.
—¿Estás lista?—pregunta con calma.
Frunzo el ceño.
—¿Me estás preguntando si todavía quiero casarme contigo?
Su boca tiembla ligeramente.
—No. No tienes elección. Sólo te pregunto si estás lista.
Intento evitar reírme de su franqueza.
—¿Y si te digo que no?
—No lo harás.
—¿Por qué?
Sus labios temblorosos esbozan una sonrisa tímida y se encoge de hombros.
—Estás nerviosa. No quiero que estés nerviosa.
—San, estoy nerviosa por el lugar en el que me voy a casar. También estoy nerviosa por las cosas típicas de una novia, pero lo que más ansiedad me provoca es el hecho de estar aquí.
Se le borra la sonrisa de la cara.
—Britt, lo tengo todo controlado. Te dije que no te preocuparas y no deberías preocuparte, y punto.
—No me puedo creer que me convencieras para hacer esto.
Dejo caer la cabeza y me siento un poco culpable por dudar de su palabra. Sé exactamente por qué nos casamos en La Mansión. Es porque no hay lista de espera ni otras reservas entre las que encontrar un hueco. Es el lugar en el que podía hacerme caminar hacia el altar sin tener que esperar.
—Oye—me coge de la barbilla y me levanta la cabeza para que vea su rostro, tan hermoso que duele mirarlo—No le des más vueltas.
—Perdona—gruño.
—Britt, cielo, quiero que disfrutes de este día, no que te agobies por algo que no va a pasar. Nunca. No se enterarán jamás, te lo prometo.
Me obligo a dejar a un lado mi incomodidad y a sonreír. Sus palabras me han hecho sentir mejor.
Le creo.
—Vale.
Se pone de pie, se acerca a una enorme cómoda, saca algo del cajón y regresa a mi lado con una toalla de baño. Frunzo el ceño cuando se pone de rodillas y se seca la cara y el pelo húmedo antes de cubrirse el cuerpo con ella. Luego abre los brazos.
—Ven aquí, Britt-Britt—me ordena en voz baja.
No espero ni un segundo antes de acurrucarme en su regazo y dejar que me rodee con su cuerpo. Apoyo la mejilla en su pecho, encima de la toalla. Su sudor limpio penetra mis fosas nasales y me relajo.
—¿Mejor?
—Mucho mejor—farfullo contra la toalla—Te quiero, mi Sanny—sonrío.
Noto que se ríe debajo de mí pero no oigo su risa.
—Creía que era tu «diosa».
—Eso también.
—Y tú eres mi seductora. O podrías ser mi señora de La Mansión.
Doy un salto del susto y veo que se está riendo de mí.
—¡No voy a ser la señora de La Mansión del Sexo!
Se ríe y tira de mí hasta tenerme otra vez en su regazo. Me acaricia el pelo brillante y lo huele con entusiasmo.
—Lo que tú quieras, mi Britt-Britt.
—Con ser «tu Britt-Britt» tengo más que suficiente—sé que mis manos se están deslizando por su espalda mojada pero me da igual—Te quiero muchísimo.
—Lo sé, Britt.
—Tengo que vestirme, que voy a casarme.
—¿De verdad? ¿Quién es el cabrón afortunado?
Sonrío y me aparto otra vez de su cuerpo. Tengo que verlo.
—En realidad es una mujer, una mujer controladora, neurótica e imposible—le acaricio la mejilla con la mano—Es muy guapa—susurro buscando sus ojos, que no se apartan de mí—Esa mujer me deja sin aliento sólo con tocarme y me folla hasta que pierdo el sentido—espero a que me riña por mi vocabulario pero sólo aprieta los labios, así que me acerco y la beso en la barbilla antes de seguir hacia la boca—Me muero por casarme con ella. Deberías marcharte para que no tenga que hacerla esperar.
—¿Qué diría esa mujer si te pillara con otra?—me pregunta entre besos.
Sonrío.
—Bueno primero la castraría y luego le preguntaría si prefiere que la entierren o que la incineren, esas cosas.
Abre unos ojos como platos.
—Parece una tía posesiva. No me gustaría vérmelas con ella.
—Mejor que no: te aplastaría—me encojo de hombros y ella se echa a reír de esa forma que hace que le brillen los ojos y le salgan patas de gallo—¿Eres feliz?—pregunto.
—No, estoy cagada de miedo—se sienta en el suelo y me lleva consigo—Pero hoy me siento valiente. Bésame.
Me lanzo a ello. Le cubro la cara de besos y gimo de dulce felicidad pero no me dejan disfrutar mucho tiempo.
La puerta se abre.
—¡Santana López! ¡Aparta tu cuerpo sudoroso de mi hija!
El grito perplejo de mi mamá invade la privacidad de nuestro momento. Me echo a reír. Los reproches de mi mamá no van a impedir que consiga mi dosis de Santana, y ella tampoco se mueve.
—¡Brittany! ¡Vas a oler a sobaco! —su taconeo furioso se oye más cerca—Tessa, ayúdame.
De repente, noto un montón de brazos que tiran de distintas partes de mi cuerpo, intentando separarme de Santana.
—¡Mamá, para!—me río y me abrazo a Santana con más fuerza—¡Ya me levanto!
—¡Bueno venga! Te casas dentro de media hora, te has destrozado el peinado y te has pasado la tradición por el forro revolcándote por el suelo con tu futuro esposa—espeta echando un poco más de humo—¡Tessa, explícaselo tú!
—Vamos, Brittany.
El tono severo de Tessa es como una puñalada. La mujer es simpática, pero cuando se trata de organización da mucho miedo.
—Vale, vale—gruño despegándome de mala gana del cuerpo de Santana.
—Por Dios, mírate—gimotea mi mamá, preocupada por mi melena despeinada.
Intento no reírme cuando veo que Santana no se va, sino que se pone un brazo bajo la cabeza a modo de almohada para poder ver cómo mi mamá se mete conmigo.
—Son como niñas—continúa, y vuelve sus ojos azules, que echan chispas, en dirección a mi latina imposible—¡Fuera!
—Vale, vale.
Se levanta del suelo de un salto y sus deliciosos músculos se contraen y se flexionan. Tessa está babeando pero sale de su trance en cuanto se da cuenta de que la estoy mirando con las cejas arqueadas.
Ni ella se resiste a la belleza de Santana.
Ninguna persona puede.
—Yo me encargo de la otra novia—dice mirando a todas partes menos al torso de mi diosa—Vámonos, Santana.
—Espera—me mira el cuello—¿Dónde está tu diamante?
—¡Mierda!—me llevo la mano a la clavícula y busco por el suelo con la mirada—¡Mierda, mierda, mierda! ¡Mamá!
—¡Britt!—me grita Santana—¡Esa boca, por favor!
—No te alteres—dice mi mamá arrodillándose para mirar debajo de la cama mientras yo sigo buscando por el suelo de moqueta.
—¡Lo encontré!
Tessa lo recoge del suelo y Santana se lo quita de las manos y viene hacia mí.
—Date la vuelta—me ordena, y obedezco con el corazón desbocado. Ese puñetero diamante va a acabar conmigo—Ya está—me da un beso en el hombro y aprieta las caderas contra mi trasero.
—Eso les enseñará a no retozar en el suelo—resopla mi mamá—¡Y ahora, fuera!
Tira del brazo de Santana, que no hace nada para apartarla. Me vuelvo y le digo adiós con la mano, cosa que hace que ella resople otra vez y que Santana sonría como una cría. Luego Tessa se la lleva de la suite.
—Por fin—exclama mi mamá—Ponte el vestido, Brittany Pierce. ¿Dónde está?
Señalo el lavabo y me siento en el borde de la cama.
—En el baño, y muy pronto ya no me llamaré así—replico, altanera.
Cruza decidida la habitación.
—Para mí siempre serás Brittany Pierce—refunfuña—Levanta. Tu papá estará aquí dentro de un minuto para llevarte abajo.
Me pongo en pie y me arreglo la ropa interior.
—¿Papá está bien?
—Nervioso, pero nada que no se cure con un par de whiskys. Odia ser el centro de atención.
Es verdad. Estará encantado de entregarme a Santana para que todo el mundo deje de mirarlo y poder perderse entre los invitados. Hablamos del tema de los discursos y se lo veía muerto de miedo. Le dije que no tenía que hacerlo, pero mi mamá y él insistieron.
Mamá retira la percha del vestido y me lo pone delante. Apoyo la mano en su hombro y me meto dentro. Dejo que lo suba para poder introducir los brazos por los delicados tirantes. Me da la vuelta y me abrocha la infinidad de diminutos botones en forma de perla que suben por mi espina dorsal. Luego me coloca los tirantes en su sitio. Se ha callado y no se mueve. Sé lo que voy a ver cuándo me vuelva, y no estoy segura de poder soportarlo. Luego oigo un pequeño suspiro.
—Mamá, no llores, por favor.
Se pone manos a la obra.
—¿Qué?
Me doy la vuelta y confirmo mis sospechas. Tiene los ojos llorosos y se le escapa un sollozo.
—Mamá...—le advierto con cariño.
—Ay, Britty...—corre al baño y la oigo tirar como una loca del papel higiénico y luego sonarse la nariz. Sabía que se iba a poner así. Aparece en el umbral, secándose las lágrimas con un trozo de papel—Perdona. En fin, lo estaba llevando muy bien.
—Es verdad—le digo—Anda, ven y ayúdame con esto.
Lo que necesita es una distracción.
—Claro, ¿qué quieres que haga?
—Los zapatos—señalo el lugar en el que me los he quitado. Mamá los recoge y los deja a mis pies—Gracias—me levanto la falda del vestido y vuelvo a ponerme mis Louboutin—¿Qué tal mi cara?
Se ríe.
—¿Después de haberla restregado a conciencia por la de Santana?
—Sí—voy al baño a echar un vistazo.
—Vas a necesitar una capa extra de polvos—me dice.
Tiene razón. Se me ve sonrojada. Cojo el neceser del maquillaje y me aplico una capa de polvos, brillo de labios y un poco más de máscara de pestañas. Después de haberme revolcado por el suelo con Santana mi pelo ya no están suaves como la seda, pero la peineta sigue en su sitio.
Me encuentro mejor, ése es el efecto que tiene en mí. Basta su presencia para eliminar toda mi ansiedad, y ahora me muero por reunirme con ella abajo, embutida en encaje.
Me levanto el bajo del vestido para no arrastrarlo por el suelo y salgo del baño. Me arreglo el pelo y respiro hondo.
—Estoy lista—proclamo, y freno en seco al ver que mi mamá ya no está sola.
—¡Mírala, Joseph!—exclama, y rompe a llorar hundiendo la cabeza en el hombro de mi papá, restregándole la cara por el traje gris marengo de tres piezas.
Rachel le pasa una mano por la espalda tratando de reconfortarla al tiempo que pone los ojos en blanco. Papá le rodea la cintura con afecto. Eso es excepcional, mi papá no es nada sentimental ni muy dado a expresar su cariño de forma física.
Le sonrío y me devuelve la sonrisa.
—Ahora no empieces tú—le aviso.
—No diré nada—se ríe—Excepto lo guapa que estás. Estás preciosa, Britty.
—¿De verdad?—pregunto muy sorprendida ante su muestra de cariño, aunque sólo sea verbal.
—De verdad—asiente con convicción—¿Estás lista?
Aparta con gentileza a mi mamá y se arregla el traje como si no acabara de decirle algo bonito a su hija.
—Sí, estoy más que lista. Papá, llévame con San—pido, y surte el efecto deseado.
Todos se echan a reír. Mucho mejor. No puedo con toda esta intensidad emocional. Para eso ya tengo a Santana.
Tessa entra entonces como una flecha.
—En marcha, en marcha. ¿A qué se debe el retraso?—pregunta examinando a los demás, que me miran emocionados Whitney, Rachel, abajo, por favor.
Las acompaña fuera de la habitación.
—Brittany, te veo en el salón de verano dentro de tres minutos—dice, y me deja a solas con mi papá.
—Papá, sabes que ahora tienes que dejar que me coja de tu brazo—bromeo.
Él hace una mueca.
—¿Mucho rato?
—Depende de lo que tardes en llevarme abajo—replico.
Cojo mi cala. Una sola.
—Bueno movamos el culo—dice ofreciéndome el brazo, que yo acepto—¿Lista?
Asiento con la cabeza y dejo que mi papá me conduzca al salón de verano, donde me espera mi señora de La Mansión del Sexo.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
al fin san se salio con las suyas!!!!
al final conoció a la familia de britt,..
a ver como va su vida!!!!
nos vemos!!!
al fin san se salio con las suyas!!!!
al final conoció a la familia de britt,..
a ver como va su vida!!!!
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
3:) escribió:holap morra,...
al fin san se salio con las suyas!!!!
al final conoció a la familia de britt,..
a ver como va su vida!!!!
nos vemos!!!
Hola lu, jajajjaaj difícil que no, vrdd¿? jajjaajajajajajjaajaj. Contra su voluntad, pero otra vez gano no¿? jajajajajajaj. De lo mejor po... vrdd¿? jjajaajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 2
Capitulo 2
Rachel y Tessa nos están esperando a las puertas del salón de verano. La organizadora de mi boda parece satisfecha, y Rachel, algo achispada.
Procuro respirar con normalidad, aunque noto que mi papá se va poniendo tenso a mi lado. Lo miro pero él sigue mirando hacia adelante con decisión.
—¿Lista?—me pregunta Rachel agachándose para arreglarme el vestido—No me puedo creer que no lleves velo.
—Ah, no—interviene Tessa—Ese vestido no necesita velo.
Me atusa el pelo y me quita un poco de colorete con la mano.
—Quiere verme la cara—explico con calma mientras cierro los ojos con fuerza.
De repente me doy cuenta de que estoy a punto de hacer algo tremendo y la idea me supera.
Ha llegado el momento.
Empiezo a hiperventilar y me echo a temblar. Sólo hace dos meses, más o menos, que conozco a esa mujer que ahora me espera en el altar.
¿Cómo ha ocurrido?
Las puertas del salón de verano se abren e inmediatamente suena la música, pero no es hasta que oigo a Etta James cantando At Last que caigo en la cuenta de que ni siquiera he elegido la música para mi boda.
No he hecho nada de nada.
No tengo ni idea de qué va a pasar ni cuándo. Miro al suelo y los ojos se me llenan de lágrimas, y sé lo que voy a ver cuándo alce la vista. Mi papá me da un leve codazo, lo observo y su mirada achinada y dulce me reconforta. Ladea la cabeza y sonríe y, despacio y apretando los dientes, miro a donde me indica.
Rayos, he triunfado.
Sé que todos se han vuelto para mirarme, pero yo no aparto la vista de la mujer latina de ojos oscuros que está junto al altar. Se ha vuelto hacia mí, lleva un vestido blanco y se coge las manos, relajada. Entreabre los labios y sacude ligeramente la cabeza sin quitarme los ojos de encima.
Papá me propina entonces otro codazo y dejo escapar la respiración que estaba conteniendo. Luego veo a Rachel, que camina delante de nosotros, pero no consigo que mis piernas me obedezcan. No parece que mis músculos reciban las órdenes que les dicta mi cerebro. Despierto de mi trance y me obligo a despegar los pies del suelo y a caminar, pero sólo consigo dar dos pasos antes de que Santana eche a andar hacia mí. Mi mamá deja escapar una exclamación de sorpresa, seguro que molesta porque Santana no respeta las tradiciones.
Yo me detengo y freno el avance de mi papá para esperarla. Está muy seria y, cuando llega junto a mí, la piel me quema ante su ardiente mirada, que recorre cada centímetro de mi rostro antes de posarse en mis labios. Levanta el brazo muy despacio, me coge la mejilla y la acaricia con el pulgar. Hundo la cara en su mano; no puedo evitarlo. Toda la ansiedad desaparece al instante con su tacto, los latidos de mi corazón se normalizan y mi cuerpo comienza a relajarse de nuevo.
Se inclina y acerca la boca a mi oído.
—Dame la mano, Britt-Britt—susurra.
Se la ofrezco. Ella levanta la cabeza, me coge la mano y se lleva el dorso a los labios. Luego cierra sobre mi muñeca una manilla de unas esposas. Le dirijo una mirada de sorpresa y veo que una sonrisa flota en las comisuras de su preciosa boca pero no me mira. Mantiene la cabeza gacha y, en un abrir y cerrar de ojos, se coloca la otra manilla en la muñeca.
¿Qué demonios está haciendo?
Miro a mi papá, que se limita a negar con la cabeza, y a continuación miro a mi mamá, que se ha llevado las manos a la boca de la desesperación. Mi papá me suelta y se une a mi mamá, que lo recibe con un suspiro lacerante en cuanto llega a su lado.
Observo a los invitados, todos los que conocen a Santana están sonriendo y, los que no, están boquiabiertos y tienen unos ojos como platos. Rachel y Quinn se ríen. Finn está enseñando los dientes. Luego veo a mi hermano, que no parece impresionado. Yo estoy atónita, aunque en realidad no sé por qué: siempre hace lo que le da la gana.
Pero ¿tenía que comportarse de ese modo el día de nuestra boda, delante de mi familia?
A mi mamá le va a salir una hernia. Por ahora, nada ha sido tradicional, nada refleja la boda de ensueño que tenía planeada para mí desde que yo era una cría.
Recobro la compostura y la miro a los ojos.
—¿Qué haces?—pregunto con calma.
Me besa en los labios, en la mejilla y en la oreja.
—Me pones mucho, Britt.
Trago saliva y me pongo colorada como un tomate.
—San, la gente está esperando.
—Bueno que esperen—su boca vuelve a la mía—Tu vestido me gusta mucho, mucho, mucho.
Claro que le gusta: es todo de encaje.
Miro a mi mamá, que a su vez le pide disculpas al juez con la mirada, y se me dibuja una pequeña sonrisa en la cara. Llevo la mano a los cabellos negros de Santana y le tiro del pelo. Ya debería estar acostumbrada a sus cosas.
—López, es a mí a quien está haciendo esperar.
Sonríe contra mi oído.
—¿Estás lista para amarme, respetarme y obedecerme?
—Sí. Cásate conmigo de una vez.
Se aparta y me hace pedazos con su sonrisa, la que está reservada sólo para mí.
—Vamos a casarnos, mi hermosa jovencita.
Entrelaza los dedos de su mano esposada con los de la mía y me conduce hacia el altar.
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—Aquí tienes—dice mientras me pasa una copa de champán—Bébasela despacio, señora López-Pierce.
Es evidente que no le entusiasma dejarme beber alcohol. Cojo la copa con la mano que tengo libre antes de que cambie de opinión. Últimamente está siendo imposible con lo de no dejarme beber, pero sé por qué.
—¿Me quitas ya las esposas?—pregunto.
—No—se apresura a responder ella—No vas a separarte de mi lado en todo el día, Britt-Britt.
Con un gesto le pide a Artie una botella de agua y de repente pienso que nunca podré compartir un trago con Santana, ni siquiera el día de nuestra boda.
Echo un vistazo al bar. Todo el mundo está charlando, comiendo canapés y bebiendo champán. El ambiente es tranquilo y relajado, y yo me siento igual.
Después de que Santana se pasara por el arco del triunfo todas las tradiciones posibles, leímos nuestros votos antes de que siguiera pasándose otras cosas por el forro. Luego me besó apasionadamente antes de que el juez se lo dijera, me cogió en brazos y me sacó del salón de verano. Mi pobre mamá se quedó a cuadros, gritándole que esperara a que sonara la música.
Como si oyera llover.
Me depositó en mi taburete en el bar y me cubrió de besos mientras los invitados nos seguían tímidamente. Sam cruza la sala. Ha estado muy callado y sólo tiene ojos para Rachel, lo que significa que también ha visto a Quinn. Sabía que iba a pasar; sabía que, si se veían, las cosas se iban a complicar, y que con Quinn en la ecuación ya no pueden complicarse más.
—¿En qué piensas,Britt?
Vuelvo a centrarme en Santana y sonrío.
—En nada.
Me acapara por completo y me da un masaje en la nuca con la palma de la mano.
—¿Eres feliz?
—Sí—respondo con rapidez.
Estoy en una nube, y ella lo sabe.
—Estupendo. Entonces, mi trabajo aquí ha terminado. Bésame, rubia—me ordena ofreciéndome la boca.
—Has hecho enfadar a mi mamá—la acuso medio en broma.
—Se le pasará. He dicho que me beses.
—No lo creo. Le has arruinado su gran día—replico sonriendo de oreja a oreja.
—No me obligues a pedírtelo otra vez, Britt—me advierte.
Tiro de ella y le doy exactamente lo que quiere.
—¡Ya basta!—la voz aguda de mi mamá me perfora los tímpanos—¡Quítale las esposas a mi hija!—empieza a tocar nerviosamente mi muñeca—¡Santana López, le agotas la paciencia a un santo! ¿Dónde está la llave?—Santana se separa de mí y mira mal a mi mamá—Tu esposa es un peligro, Britty.
—La quiero—afirmo, y ella reprime una sonrisa afectuosa en sus labios rojo cereza, desesperada por mantener la cara de pocos amigos.
Sé que a ella también le gusta. Sé que la quiere tanto como a mí y, a pesar de que la saca de quicio, también la tiene encandilada. Santana tiene el mismo efecto en todas las mujeres. Es mi mamá, pero eso no la hace inmune a sus encantos.
—Ya lo sé, cariño.
Me pellizca la mejilla y busca a Artie con la mirada para pedirle uno de sus «sublimes».
—¡Bien!—Tessa se acerca a nosotras y me quita la copa de las manos—El fotógrafo está listo. He pensado que lo mejor será hacer primero las fotos de familia y luego las dejaremos solos para hacer algunas suyas. Van a tener que quitarse las esposas.
Miro mi copa sobre la barra antes de que Tessa trate de quitarle la botella de agua a Santana, que la aparta en el momento justo.
—Ya te he dicho que no vamos a salir en las fotos—dice Santana.
—¿Ah, no?—pregunto, sorprendida.
¿También va a pisotear esa tradición?
—Tienen que salir en las fotos, de lo contrario, ¿qué recuerdos van a tener?—replica ella, horrorizada.
Apuesto a que desearía no habernos aceptado nunca como clientes. O no haber aceptado a Santana, ya que yo no he tenido nada que ver con este día.
—Tessa, haz las fotos de familia fuera—ordena Santana con ese tono de voz—Yo no necesito fotos para tener recuerdos.
La miro horrorizada.
—¿No vamos a salir en las fotos de familia?
Ay, Dios mío, a mi mamá le va a dar algo.
—No—responde con determinación.
—¡No puedes negarle una foto con su hija!
Santana no contesta, sino que se limita a encogerse de hombros. Pongo los ojos en blanco.
—Lo estás haciendo a propósito—refunfuño—Vamos a hacernos fotos.
—De eso, nada—responde.
Lanzo una mirada asesina a los ojos decididos de mi deliciosa esposa. No va a pasar por encima de esto.
—Vamos a hacernos fotos—insisto—También es mi boda, López.
Abre la boca para beber y la botella se detiene a mitad de camino.
—Pero quiero un rato a solas las dos.
—Vamos a hacernos fotos—digo, autoritaria.
Presiento que va a tener una pataleta, aunque no pienso dejar que se salga con la suya. Se pone de morros pero no me discute, sino que le indica a Tessa que reúna a los invitados y los lleve al terreno que hay en la parte de atrás de La Mansión. Observo entonces cómo la mujer comienza a dar órdenes como un general, gritándoles a todos que salgan del bar y se dirijan a los jardines.
—Así sea—gruñe levantándome del taburete y dejándome en el suelo.
Me doy una palmadita mental en el hombro. Va aprendiendo, o puede que sea yo la que va aprendiendo... a lidiar con ella. No estoy segura, aunque estamos haciendo grandes progresos.
Sabe cuándo debe ceder, igual que yo.
Me lleva hacia la luz del sol para reunirnos con nuestros invitados. Tessa está situando a la gente en distintas posiciones, pero mi mamá va recolocándolos detrás de ella. Veo a Quinn comiéndose a besos a Rachel y al instante busco a Sam. Me encuentro justo con lo que esperaba: una mirada asesina.
¿Acaso Rachel lo está haciendo a propósito?
Miro a Santana.
—Por favor, haz lo que te digan.
Cuanto más se resista, más tardaremos en terminar, y más se estresará mi mamá.
—Si me prometes que después pasaremos un rato solas.
—Te lo prometo—digo con una carcajada.
—Vale. Odio compartirte—refunfuña, y sonrío.
Ya sé que lo odia.
Santana se pasa una hora cooperando al cien por cien. Se mueve cuando se le ordena, sonríe cuando se le dice, e incluso me quita las esposas sin rechistar para que me hagan algunas fotos a mí sola. Con el último disparo de la cámara, me coge en brazos y me lleva de vuelta a La Mansión. No tardamos en estar solas en una de las suites, esa en la que me acorraló e intentó seducirme, la misma en la que me he vestido para nuestra boda.
La puerta se cierra detrás de nosotras y Santana me lleva hasta la grandiosa cama de satén. Se tumba encima de mí, y ahora tengo un par de lujuriosos estanques oscuros observándome.
—Un rato solas—susurra dándome un beso en los labios antes de hundir la cara en mi cuello.
—¿Te apetece que nos acurruquemos?—pregunto, un poco sorprendida.
—Sí—me huele el pelo—Quiero retozar con mi esposa. ¿Me vas a decir que no?
—No.
—Estupendo. Nuestro matrimonio no podría empezar mejor—dice muy en serio.
Así que la dejo acurrucarse. Asimilo su peso, su olor y el latido de su corazón contra mi pecho. Me gusta el rato a solas, pero cuando miro el techo mi mente vaga por los pensamientos a los que llevo semanas dando vueltas, esos que he intentado evitar a toda costa.
Es imposible.
Este momento perfecto, el amor que sentimos la una por la otra, están empañados por la realidad de los desafíos a los que tendremos que enfrentarnos. No he tenido noticias de Rory, imagino que todavía está en Irlanda. Por ahora, me he librado de ese desafío, aunque volverá pronto, y estoy convencida de que se empeñará en que nos reunamos. Sugar tampoco ha dado señales de vida, y a Holly le dieron la patada en cuanto admitió haber hecho todo lo que yo ya sabía que había hecho. Quise saber más y pregunté, pero me contuve tan pronto recibí una mirada que me decía que lo dejara estar. Santana no estaba contenta, pero yo sí. Ahora está fuera de nuestras vidas, y con eso me basta. Tampoco he sabido nada de Elaine, así que parece que por fin lo ha entendido, aunque sigo sintiendo curiosidad por saber cómo se enteró de lo del problema de Santana con la bebida. Luego está lo del bebé. No quiero ni pensarlo, y sé que estoy usando la táctica del avestruz: he metido la cabeza bajo tierra, lo más profundamente posible. Santana no ha vuelto a sacar el tema, pero sé que desea que esté embarazada. También sé que ha sido una tramposa y lo ha hecho a la chita callando.
He empezado a entender a mi mujer imposible, neurótica y controladora, con todos sus problemas con la bebida y su manía de controlarme, pero esa parte de ella no la entenderé nunca. O puede que sí. Le encantaría tenerme atada a ella y cree que un bebé lo conseguirá. Lo usaría como la excusa perfecta para obligarme a abandonar mi trabajo, otra de las cosas que ha dejado claro que quiere que haga. Lo que pasa es que adoro mi trabajo. Me encanta pasarme los días diseñando y relacionándome con los clientes. Así que le voy a plantar cara. Voy a luchar por mi trabajo con todas mis fuerzas... A menos que esté embarazada. No tengo ni idea de qué haré si lo estoy. Hace dos semanas que pedí una cita con la doctora Wilde, para esta semana y salir de dudas.
—¿Harías algo por mí?—pregunto en voz baja.
—Lo que quieras, Britt-Britt.
Su aliento cálido en mi cuello hace que me vuelva para mirarla y pedirle que me mire. Levanta la cabeza de su escondite secreto, ahora está despeinada del todo, sus ojos oscuros se clavan en mí.
—¿Qué quieres, Britt?
—¿Podrías contenerte y no contarle nada sobre Rory a Will?
Me preparo para su negativa. He conseguido mantenerla alejada de mi jefe, pero esta noche acudirá al convite con su esposa, y no sé si Santana será capaz de contenerse. Las cosas han estado tranquilas en lo que respecta a Rory, y he podido trabajar a pesar de que Santana me llama cada dos por tres. No me sorprendería que sepa que mi cliente irlandés está fuera del país.
—Acepté no visitar a Will si tú te encargabas de hablar con él, y creo que no lo has hecho—dice mirándome con las cejas enarcadas.
No, no lo he hecho porque no sé cómo decírselo. Ya se quedó bastante sorprendido cuando le dije que iba a casarme con uno de mis clientes un mes después de haber aceptado el encargo. No podía soltarle también que estaba a punto de rechazar al cliente más importante de Rococo Union, el equivalente al fondo de pensiones de Will, ese que no va a necesitar si se lo cuento, porque seguro que se desplomará y se morirá del susto.
—El lunes—le suplico—Hablaré con él el lunes.
—El lunes—sentencia con mirada escéptica—Lo digo en serio, Britt. Si no se lo dices tú el lunes, se lo diré yo.
—Vale.
Gruñe un poco y vuelve a hundir la cabeza en mi cuello.
—El lunes—farfulla—¿Y cuándo podré llevarte de viaje?
—Ya te advertí que si querías casarte conmigo tan pronto no podríamos ir de luna de miel en una temporada y estuviste de acuerdo, ¿recuerdas?
Levanta la cabeza y me mira enfurruñado.
—¿Y cuándo voy a tener a mi esposa para mí sola? ¿Cuándo voy a poder quererla?
—Siempre. Cuando no estoy trabajando, estoy contigo, y me llamas y me mandas mensajes cada cinco minutos, así que, técnicamente, estoy conectada a ti a todas horas.
De eso también tenemos que hablar. Esta mujer no cede.
—Quiero que dejes el trabajo, Britt.
Me hace un mohín y niego con la cabeza, como hago cada vez que saca el tema. Aún no hemos llegado al punto en que me lo exija, pero no creo que tarde. Estoy segura de que me lo exigirá, y seguro que lo hará cuando Rory asome su fea cabeza.
—Quiero que te dediques a tus quehaceres—insiste.
—¿Cómo voy a dedicarme a mis quehaceres si siempre estoy pegada a ti?
Aprieta las caderas contra mi entrepierna y me corta la respiración.
—Vale, te dedicarás a tus quehaceres.
El muy pilla me sonríe, y sospecho que me va a caer un polvo de entrar en razón. Me encanta cuando me lo hace a lo bestia. Sería de agradecer, después de varias semanas de la Santana cariñosa.
—López, no vas a hacerme tuya. Deberíamos bajar antes de que mi mamá suba a buscarnos.
Pone los ojos en blanco y suspira.
—Tu mamá es un grano en el culo.
—Bueno deja de picarla.
Me echo a reír. Se levanta y tira de mí hacia el borde de la cama.
—Tiene que aceptar que aquí mando yo—dice mientras vuelve a ponerme las esposas.
Cada vez alucino más.
—Me estás tocando, está claro que mandas tú.
Intento que me suelte la mano, pero el ruido metálico me indica que ya me ha colocado la manilla. Está la mar de sonriente.
—Perdona—mueve nuestras muñecas para que la cadena de las esposas vuelva a tintinear—¿Quién manda aquí?
La miro, furiosa.
—Tú mandas... Por hoy.
Me arreglo el pelo y coloco el diamante en su sitio.
—Estás siendo de lo más razonable—comenta con tranquilidad antes de tomar mi boca. Me agarro a su hombro y saboreo su atenta lengua y el calor de su mano en mi nuca—Mmm... Sabes a gloria. ¿Lista, señora López-Pierce?
Doy un respingo para volver al mundo de los vivos.
—Sí.
Estoy jadeante y caliente.
Lleva los ojos a mi vientre y acerca un poco la mano. Lo hace a menudo, lo que me confirma lo que ya sé, pero que me hace sentir muy incómoda.
Es mi mayor preocupación: no quiero un bebé.
Hago una mueca cuando su mano me toca y se detiene con los dedos levemente apoyados en mi barriga. No sé por qué lo he hecho. No levanta la vista, sólo espera unos instantes en silencio antes de abrir la mano y trazar grandes círculos en mi vientre.
Ojalá dejara de hacerlo.
Ninguna de las dos ha dicho ni mu, pero no podremos evitar el tema por más tiempo. Seguro que nota que no me entusiasma.
Me aparto y deja caer la mano.
—Vámonos—digo, incapaz de mirarla.
Me dirijo a la puerta pero tengo que detenerme cuando ella no me sigue y el metal de las esposas se me clava en la piel. Hago un gesto de dolor.
—¿No vamos a hablar de ello, Britt?
—¿Hablar de qué?
No puedo hablar de eso ahora, no en el día de mi boda. Llevamos semanas evitando el tema y, por una vez, soy yo la que no quiere hablar. Cada día se me hace más difícil.
Es posible que esté embarazada.
—Ya sabes de qué.
Mantengo los ojos cerrados porque no sé qué decir. El tiempo parece pasar más despacio, cosa que resalta lo incómodo de este silencio entre nosotras. Coge aire para decir algo al ver que yo no voy a decir nada y la puerta se abre y mi mamá entra como un bólido. Nunca me he alegrado tanto de verla, pero me parece que su entrada no ayudará a que le caiga mejor a Santana.
—¿Puedo preguntaros por qué no se han fugado a cualquier parte?—espeta, muy seria—Tienen a los invitados abajo, están sirviendo la cena, y me estoy hartando de correr de un lado para otro intentando controlaras.
—Ya vamos—tiro de las esposas, pero Santana no se mueve.
—Danos unos minutos, Whitney—responde ella, cortante.
—No, ya vamos—repito, rogándole en silencio que se muerda la lengua. La miro suplicante y niega con la cabeza con un suspiro—Por favor—digo en voz baja.
Se pasa la mano por el pelo, frustrada, y aprieta los dientes. No está contenta pero cede y me deja que la saque a rastras de la habitación.
No me puedo creer que haya elegido precisamente hoy para hablar del tema. Es el día de nuestra boda.
Bajamos y el silencio sigue siendo incómodo, aunque mi mamá no parece notarlo.
Estoy furiosa.
¿Por qué hoy?
Procuro respirar con normalidad, aunque noto que mi papá se va poniendo tenso a mi lado. Lo miro pero él sigue mirando hacia adelante con decisión.
—¿Lista?—me pregunta Rachel agachándose para arreglarme el vestido—No me puedo creer que no lleves velo.
—Ah, no—interviene Tessa—Ese vestido no necesita velo.
Me atusa el pelo y me quita un poco de colorete con la mano.
—Quiere verme la cara—explico con calma mientras cierro los ojos con fuerza.
De repente me doy cuenta de que estoy a punto de hacer algo tremendo y la idea me supera.
Ha llegado el momento.
Empiezo a hiperventilar y me echo a temblar. Sólo hace dos meses, más o menos, que conozco a esa mujer que ahora me espera en el altar.
¿Cómo ha ocurrido?
Las puertas del salón de verano se abren e inmediatamente suena la música, pero no es hasta que oigo a Etta James cantando At Last que caigo en la cuenta de que ni siquiera he elegido la música para mi boda.
No he hecho nada de nada.
No tengo ni idea de qué va a pasar ni cuándo. Miro al suelo y los ojos se me llenan de lágrimas, y sé lo que voy a ver cuándo alce la vista. Mi papá me da un leve codazo, lo observo y su mirada achinada y dulce me reconforta. Ladea la cabeza y sonríe y, despacio y apretando los dientes, miro a donde me indica.
Rayos, he triunfado.
Sé que todos se han vuelto para mirarme, pero yo no aparto la vista de la mujer latina de ojos oscuros que está junto al altar. Se ha vuelto hacia mí, lleva un vestido blanco y se coge las manos, relajada. Entreabre los labios y sacude ligeramente la cabeza sin quitarme los ojos de encima.
Papá me propina entonces otro codazo y dejo escapar la respiración que estaba conteniendo. Luego veo a Rachel, que camina delante de nosotros, pero no consigo que mis piernas me obedezcan. No parece que mis músculos reciban las órdenes que les dicta mi cerebro. Despierto de mi trance y me obligo a despegar los pies del suelo y a caminar, pero sólo consigo dar dos pasos antes de que Santana eche a andar hacia mí. Mi mamá deja escapar una exclamación de sorpresa, seguro que molesta porque Santana no respeta las tradiciones.
Yo me detengo y freno el avance de mi papá para esperarla. Está muy seria y, cuando llega junto a mí, la piel me quema ante su ardiente mirada, que recorre cada centímetro de mi rostro antes de posarse en mis labios. Levanta el brazo muy despacio, me coge la mejilla y la acaricia con el pulgar. Hundo la cara en su mano; no puedo evitarlo. Toda la ansiedad desaparece al instante con su tacto, los latidos de mi corazón se normalizan y mi cuerpo comienza a relajarse de nuevo.
Se inclina y acerca la boca a mi oído.
—Dame la mano, Britt-Britt—susurra.
Se la ofrezco. Ella levanta la cabeza, me coge la mano y se lleva el dorso a los labios. Luego cierra sobre mi muñeca una manilla de unas esposas. Le dirijo una mirada de sorpresa y veo que una sonrisa flota en las comisuras de su preciosa boca pero no me mira. Mantiene la cabeza gacha y, en un abrir y cerrar de ojos, se coloca la otra manilla en la muñeca.
¿Qué demonios está haciendo?
Miro a mi papá, que se limita a negar con la cabeza, y a continuación miro a mi mamá, que se ha llevado las manos a la boca de la desesperación. Mi papá me suelta y se une a mi mamá, que lo recibe con un suspiro lacerante en cuanto llega a su lado.
Observo a los invitados, todos los que conocen a Santana están sonriendo y, los que no, están boquiabiertos y tienen unos ojos como platos. Rachel y Quinn se ríen. Finn está enseñando los dientes. Luego veo a mi hermano, que no parece impresionado. Yo estoy atónita, aunque en realidad no sé por qué: siempre hace lo que le da la gana.
Pero ¿tenía que comportarse de ese modo el día de nuestra boda, delante de mi familia?
A mi mamá le va a salir una hernia. Por ahora, nada ha sido tradicional, nada refleja la boda de ensueño que tenía planeada para mí desde que yo era una cría.
Recobro la compostura y la miro a los ojos.
—¿Qué haces?—pregunto con calma.
Me besa en los labios, en la mejilla y en la oreja.
—Me pones mucho, Britt.
Trago saliva y me pongo colorada como un tomate.
—San, la gente está esperando.
—Bueno que esperen—su boca vuelve a la mía—Tu vestido me gusta mucho, mucho, mucho.
Claro que le gusta: es todo de encaje.
Miro a mi mamá, que a su vez le pide disculpas al juez con la mirada, y se me dibuja una pequeña sonrisa en la cara. Llevo la mano a los cabellos negros de Santana y le tiro del pelo. Ya debería estar acostumbrada a sus cosas.
—López, es a mí a quien está haciendo esperar.
Sonríe contra mi oído.
—¿Estás lista para amarme, respetarme y obedecerme?
—Sí. Cásate conmigo de una vez.
Se aparta y me hace pedazos con su sonrisa, la que está reservada sólo para mí.
—Vamos a casarnos, mi hermosa jovencita.
Entrelaza los dedos de su mano esposada con los de la mía y me conduce hacia el altar.
********************************************************************************************
—Aquí tienes—dice mientras me pasa una copa de champán—Bébasela despacio, señora López-Pierce.
Es evidente que no le entusiasma dejarme beber alcohol. Cojo la copa con la mano que tengo libre antes de que cambie de opinión. Últimamente está siendo imposible con lo de no dejarme beber, pero sé por qué.
—¿Me quitas ya las esposas?—pregunto.
—No—se apresura a responder ella—No vas a separarte de mi lado en todo el día, Britt-Britt.
Con un gesto le pide a Artie una botella de agua y de repente pienso que nunca podré compartir un trago con Santana, ni siquiera el día de nuestra boda.
Echo un vistazo al bar. Todo el mundo está charlando, comiendo canapés y bebiendo champán. El ambiente es tranquilo y relajado, y yo me siento igual.
Después de que Santana se pasara por el arco del triunfo todas las tradiciones posibles, leímos nuestros votos antes de que siguiera pasándose otras cosas por el forro. Luego me besó apasionadamente antes de que el juez se lo dijera, me cogió en brazos y me sacó del salón de verano. Mi pobre mamá se quedó a cuadros, gritándole que esperara a que sonara la música.
Como si oyera llover.
Me depositó en mi taburete en el bar y me cubrió de besos mientras los invitados nos seguían tímidamente. Sam cruza la sala. Ha estado muy callado y sólo tiene ojos para Rachel, lo que significa que también ha visto a Quinn. Sabía que iba a pasar; sabía que, si se veían, las cosas se iban a complicar, y que con Quinn en la ecuación ya no pueden complicarse más.
—¿En qué piensas,Britt?
Vuelvo a centrarme en Santana y sonrío.
—En nada.
Me acapara por completo y me da un masaje en la nuca con la palma de la mano.
—¿Eres feliz?
—Sí—respondo con rapidez.
Estoy en una nube, y ella lo sabe.
—Estupendo. Entonces, mi trabajo aquí ha terminado. Bésame, rubia—me ordena ofreciéndome la boca.
—Has hecho enfadar a mi mamá—la acuso medio en broma.
—Se le pasará. He dicho que me beses.
—No lo creo. Le has arruinado su gran día—replico sonriendo de oreja a oreja.
—No me obligues a pedírtelo otra vez, Britt—me advierte.
Tiro de ella y le doy exactamente lo que quiere.
—¡Ya basta!—la voz aguda de mi mamá me perfora los tímpanos—¡Quítale las esposas a mi hija!—empieza a tocar nerviosamente mi muñeca—¡Santana López, le agotas la paciencia a un santo! ¿Dónde está la llave?—Santana se separa de mí y mira mal a mi mamá—Tu esposa es un peligro, Britty.
—La quiero—afirmo, y ella reprime una sonrisa afectuosa en sus labios rojo cereza, desesperada por mantener la cara de pocos amigos.
Sé que a ella también le gusta. Sé que la quiere tanto como a mí y, a pesar de que la saca de quicio, también la tiene encandilada. Santana tiene el mismo efecto en todas las mujeres. Es mi mamá, pero eso no la hace inmune a sus encantos.
—Ya lo sé, cariño.
Me pellizca la mejilla y busca a Artie con la mirada para pedirle uno de sus «sublimes».
—¡Bien!—Tessa se acerca a nosotras y me quita la copa de las manos—El fotógrafo está listo. He pensado que lo mejor será hacer primero las fotos de familia y luego las dejaremos solos para hacer algunas suyas. Van a tener que quitarse las esposas.
Miro mi copa sobre la barra antes de que Tessa trate de quitarle la botella de agua a Santana, que la aparta en el momento justo.
—Ya te he dicho que no vamos a salir en las fotos—dice Santana.
—¿Ah, no?—pregunto, sorprendida.
¿También va a pisotear esa tradición?
—Tienen que salir en las fotos, de lo contrario, ¿qué recuerdos van a tener?—replica ella, horrorizada.
Apuesto a que desearía no habernos aceptado nunca como clientes. O no haber aceptado a Santana, ya que yo no he tenido nada que ver con este día.
—Tessa, haz las fotos de familia fuera—ordena Santana con ese tono de voz—Yo no necesito fotos para tener recuerdos.
La miro horrorizada.
—¿No vamos a salir en las fotos de familia?
Ay, Dios mío, a mi mamá le va a dar algo.
—No—responde con determinación.
—¡No puedes negarle una foto con su hija!
Santana no contesta, sino que se limita a encogerse de hombros. Pongo los ojos en blanco.
—Lo estás haciendo a propósito—refunfuño—Vamos a hacernos fotos.
—De eso, nada—responde.
Lanzo una mirada asesina a los ojos decididos de mi deliciosa esposa. No va a pasar por encima de esto.
—Vamos a hacernos fotos—insisto—También es mi boda, López.
Abre la boca para beber y la botella se detiene a mitad de camino.
—Pero quiero un rato a solas las dos.
—Vamos a hacernos fotos—digo, autoritaria.
Presiento que va a tener una pataleta, aunque no pienso dejar que se salga con la suya. Se pone de morros pero no me discute, sino que le indica a Tessa que reúna a los invitados y los lleve al terreno que hay en la parte de atrás de La Mansión. Observo entonces cómo la mujer comienza a dar órdenes como un general, gritándoles a todos que salgan del bar y se dirijan a los jardines.
—Así sea—gruñe levantándome del taburete y dejándome en el suelo.
Me doy una palmadita mental en el hombro. Va aprendiendo, o puede que sea yo la que va aprendiendo... a lidiar con ella. No estoy segura, aunque estamos haciendo grandes progresos.
Sabe cuándo debe ceder, igual que yo.
Me lleva hacia la luz del sol para reunirnos con nuestros invitados. Tessa está situando a la gente en distintas posiciones, pero mi mamá va recolocándolos detrás de ella. Veo a Quinn comiéndose a besos a Rachel y al instante busco a Sam. Me encuentro justo con lo que esperaba: una mirada asesina.
¿Acaso Rachel lo está haciendo a propósito?
Miro a Santana.
—Por favor, haz lo que te digan.
Cuanto más se resista, más tardaremos en terminar, y más se estresará mi mamá.
—Si me prometes que después pasaremos un rato solas.
—Te lo prometo—digo con una carcajada.
—Vale. Odio compartirte—refunfuña, y sonrío.
Ya sé que lo odia.
Santana se pasa una hora cooperando al cien por cien. Se mueve cuando se le ordena, sonríe cuando se le dice, e incluso me quita las esposas sin rechistar para que me hagan algunas fotos a mí sola. Con el último disparo de la cámara, me coge en brazos y me lleva de vuelta a La Mansión. No tardamos en estar solas en una de las suites, esa en la que me acorraló e intentó seducirme, la misma en la que me he vestido para nuestra boda.
La puerta se cierra detrás de nosotras y Santana me lleva hasta la grandiosa cama de satén. Se tumba encima de mí, y ahora tengo un par de lujuriosos estanques oscuros observándome.
—Un rato solas—susurra dándome un beso en los labios antes de hundir la cara en mi cuello.
—¿Te apetece que nos acurruquemos?—pregunto, un poco sorprendida.
—Sí—me huele el pelo—Quiero retozar con mi esposa. ¿Me vas a decir que no?
—No.
—Estupendo. Nuestro matrimonio no podría empezar mejor—dice muy en serio.
Así que la dejo acurrucarse. Asimilo su peso, su olor y el latido de su corazón contra mi pecho. Me gusta el rato a solas, pero cuando miro el techo mi mente vaga por los pensamientos a los que llevo semanas dando vueltas, esos que he intentado evitar a toda costa.
Es imposible.
Este momento perfecto, el amor que sentimos la una por la otra, están empañados por la realidad de los desafíos a los que tendremos que enfrentarnos. No he tenido noticias de Rory, imagino que todavía está en Irlanda. Por ahora, me he librado de ese desafío, aunque volverá pronto, y estoy convencida de que se empeñará en que nos reunamos. Sugar tampoco ha dado señales de vida, y a Holly le dieron la patada en cuanto admitió haber hecho todo lo que yo ya sabía que había hecho. Quise saber más y pregunté, pero me contuve tan pronto recibí una mirada que me decía que lo dejara estar. Santana no estaba contenta, pero yo sí. Ahora está fuera de nuestras vidas, y con eso me basta. Tampoco he sabido nada de Elaine, así que parece que por fin lo ha entendido, aunque sigo sintiendo curiosidad por saber cómo se enteró de lo del problema de Santana con la bebida. Luego está lo del bebé. No quiero ni pensarlo, y sé que estoy usando la táctica del avestruz: he metido la cabeza bajo tierra, lo más profundamente posible. Santana no ha vuelto a sacar el tema, pero sé que desea que esté embarazada. También sé que ha sido una tramposa y lo ha hecho a la chita callando.
He empezado a entender a mi mujer imposible, neurótica y controladora, con todos sus problemas con la bebida y su manía de controlarme, pero esa parte de ella no la entenderé nunca. O puede que sí. Le encantaría tenerme atada a ella y cree que un bebé lo conseguirá. Lo usaría como la excusa perfecta para obligarme a abandonar mi trabajo, otra de las cosas que ha dejado claro que quiere que haga. Lo que pasa es que adoro mi trabajo. Me encanta pasarme los días diseñando y relacionándome con los clientes. Así que le voy a plantar cara. Voy a luchar por mi trabajo con todas mis fuerzas... A menos que esté embarazada. No tengo ni idea de qué haré si lo estoy. Hace dos semanas que pedí una cita con la doctora Wilde, para esta semana y salir de dudas.
—¿Harías algo por mí?—pregunto en voz baja.
—Lo que quieras, Britt-Britt.
Su aliento cálido en mi cuello hace que me vuelva para mirarla y pedirle que me mire. Levanta la cabeza de su escondite secreto, ahora está despeinada del todo, sus ojos oscuros se clavan en mí.
—¿Qué quieres, Britt?
—¿Podrías contenerte y no contarle nada sobre Rory a Will?
Me preparo para su negativa. He conseguido mantenerla alejada de mi jefe, pero esta noche acudirá al convite con su esposa, y no sé si Santana será capaz de contenerse. Las cosas han estado tranquilas en lo que respecta a Rory, y he podido trabajar a pesar de que Santana me llama cada dos por tres. No me sorprendería que sepa que mi cliente irlandés está fuera del país.
—Acepté no visitar a Will si tú te encargabas de hablar con él, y creo que no lo has hecho—dice mirándome con las cejas enarcadas.
No, no lo he hecho porque no sé cómo decírselo. Ya se quedó bastante sorprendido cuando le dije que iba a casarme con uno de mis clientes un mes después de haber aceptado el encargo. No podía soltarle también que estaba a punto de rechazar al cliente más importante de Rococo Union, el equivalente al fondo de pensiones de Will, ese que no va a necesitar si se lo cuento, porque seguro que se desplomará y se morirá del susto.
—El lunes—le suplico—Hablaré con él el lunes.
—El lunes—sentencia con mirada escéptica—Lo digo en serio, Britt. Si no se lo dices tú el lunes, se lo diré yo.
—Vale.
Gruñe un poco y vuelve a hundir la cabeza en mi cuello.
—El lunes—farfulla—¿Y cuándo podré llevarte de viaje?
—Ya te advertí que si querías casarte conmigo tan pronto no podríamos ir de luna de miel en una temporada y estuviste de acuerdo, ¿recuerdas?
Levanta la cabeza y me mira enfurruñado.
—¿Y cuándo voy a tener a mi esposa para mí sola? ¿Cuándo voy a poder quererla?
—Siempre. Cuando no estoy trabajando, estoy contigo, y me llamas y me mandas mensajes cada cinco minutos, así que, técnicamente, estoy conectada a ti a todas horas.
De eso también tenemos que hablar. Esta mujer no cede.
—Quiero que dejes el trabajo, Britt.
Me hace un mohín y niego con la cabeza, como hago cada vez que saca el tema. Aún no hemos llegado al punto en que me lo exija, pero no creo que tarde. Estoy segura de que me lo exigirá, y seguro que lo hará cuando Rory asome su fea cabeza.
—Quiero que te dediques a tus quehaceres—insiste.
—¿Cómo voy a dedicarme a mis quehaceres si siempre estoy pegada a ti?
Aprieta las caderas contra mi entrepierna y me corta la respiración.
—Vale, te dedicarás a tus quehaceres.
El muy pilla me sonríe, y sospecho que me va a caer un polvo de entrar en razón. Me encanta cuando me lo hace a lo bestia. Sería de agradecer, después de varias semanas de la Santana cariñosa.
—López, no vas a hacerme tuya. Deberíamos bajar antes de que mi mamá suba a buscarnos.
Pone los ojos en blanco y suspira.
—Tu mamá es un grano en el culo.
—Bueno deja de picarla.
Me echo a reír. Se levanta y tira de mí hacia el borde de la cama.
—Tiene que aceptar que aquí mando yo—dice mientras vuelve a ponerme las esposas.
Cada vez alucino más.
—Me estás tocando, está claro que mandas tú.
Intento que me suelte la mano, pero el ruido metálico me indica que ya me ha colocado la manilla. Está la mar de sonriente.
—Perdona—mueve nuestras muñecas para que la cadena de las esposas vuelva a tintinear—¿Quién manda aquí?
La miro, furiosa.
—Tú mandas... Por hoy.
Me arreglo el pelo y coloco el diamante en su sitio.
—Estás siendo de lo más razonable—comenta con tranquilidad antes de tomar mi boca. Me agarro a su hombro y saboreo su atenta lengua y el calor de su mano en mi nuca—Mmm... Sabes a gloria. ¿Lista, señora López-Pierce?
Doy un respingo para volver al mundo de los vivos.
—Sí.
Estoy jadeante y caliente.
Lleva los ojos a mi vientre y acerca un poco la mano. Lo hace a menudo, lo que me confirma lo que ya sé, pero que me hace sentir muy incómoda.
Es mi mayor preocupación: no quiero un bebé.
Hago una mueca cuando su mano me toca y se detiene con los dedos levemente apoyados en mi barriga. No sé por qué lo he hecho. No levanta la vista, sólo espera unos instantes en silencio antes de abrir la mano y trazar grandes círculos en mi vientre.
Ojalá dejara de hacerlo.
Ninguna de las dos ha dicho ni mu, pero no podremos evitar el tema por más tiempo. Seguro que nota que no me entusiasma.
Me aparto y deja caer la mano.
—Vámonos—digo, incapaz de mirarla.
Me dirijo a la puerta pero tengo que detenerme cuando ella no me sigue y el metal de las esposas se me clava en la piel. Hago un gesto de dolor.
—¿No vamos a hablar de ello, Britt?
—¿Hablar de qué?
No puedo hablar de eso ahora, no en el día de mi boda. Llevamos semanas evitando el tema y, por una vez, soy yo la que no quiere hablar. Cada día se me hace más difícil.
Es posible que esté embarazada.
—Ya sabes de qué.
Mantengo los ojos cerrados porque no sé qué decir. El tiempo parece pasar más despacio, cosa que resalta lo incómodo de este silencio entre nosotras. Coge aire para decir algo al ver que yo no voy a decir nada y la puerta se abre y mi mamá entra como un bólido. Nunca me he alegrado tanto de verla, pero me parece que su entrada no ayudará a que le caiga mejor a Santana.
—¿Puedo preguntaros por qué no se han fugado a cualquier parte?—espeta, muy seria—Tienen a los invitados abajo, están sirviendo la cena, y me estoy hartando de correr de un lado para otro intentando controlaras.
—Ya vamos—tiro de las esposas, pero Santana no se mueve.
—Danos unos minutos, Whitney—responde ella, cortante.
—No, ya vamos—repito, rogándole en silencio que se muerda la lengua. La miro suplicante y niega con la cabeza con un suspiro—Por favor—digo en voz baja.
Se pasa la mano por el pelo, frustrada, y aprieta los dientes. No está contenta pero cede y me deja que la saque a rastras de la habitación.
No me puedo creer que haya elegido precisamente hoy para hablar del tema. Es el día de nuestra boda.
Bajamos y el silencio sigue siendo incómodo, aunque mi mamá no parece notarlo.
Estoy furiosa.
¿Por qué hoy?
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
pq todo el mundo es tan metiche, yo santana ya los habria echado a empujones!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Holaaaa, sé que desaparecí otra vez, pero cada día se me hace más difícil seguir la adaptación, ni siquiera he tenido tiempo de leer, hasta hoy.
Me encanta la historia, aunque tengo que aceptar que como a mitad del segundo libro como que no está muy entretenido. Pero fuera de eso me encanta el drama.
Y Britt tiene que aceptar el hecho de que puede estar embarazada, y muy mal por San. No puede hacer eso a escondidas de Britt, ya que ella no va ser la embarazada.
Pero me encanta que se hayan casado, y San pasó por encima de su suegra jajaja.
Y espero tener más tiempo para leer y sobre todo comentar, no me gusta estar mucho tiempo sin comentar tus adaptaciones.
P.D: Ya volví
P.D.2: Yo sé que me extrañaste jajaja ok no.
P.D.3: Mis "P.D" también volvieron
P.D.4: Cuídate mucho
P.D.5: ¿Cómo estás?
P.D.6: ¿Qué haces?
P.D.7: Si fue Rory el que puso la droga en la copa de Britt, San lo va a matar
P.D.8: Que bueno que por fin San descubrió a Holly, ya era hora.
P.D.9: Te quiero
P.D.10: Nos leemos más tarde
P.D.11: Besos y abrazos
P.D.12: Hasta luego, chau
P.D.13: ¿De dónde saco tantas “PD”?
Me encanta la historia, aunque tengo que aceptar que como a mitad del segundo libro como que no está muy entretenido. Pero fuera de eso me encanta el drama.
Y Britt tiene que aceptar el hecho de que puede estar embarazada, y muy mal por San. No puede hacer eso a escondidas de Britt, ya que ella no va ser la embarazada.
Pero me encanta que se hayan casado, y San pasó por encima de su suegra jajaja.
Y espero tener más tiempo para leer y sobre todo comentar, no me gusta estar mucho tiempo sin comentar tus adaptaciones.
P.D: Ya volví
P.D.2: Yo sé que me extrañaste jajaja ok no.
P.D.3: Mis "P.D" también volvieron
P.D.4: Cuídate mucho
P.D.5: ¿Cómo estás?
P.D.6: ¿Qué haces?
P.D.7: Si fue Rory el que puso la droga en la copa de Britt, San lo va a matar
P.D.8: Que bueno que por fin San descubrió a Holly, ya era hora.
P.D.9: Te quiero
P.D.10: Nos leemos más tarde
P.D.11: Besos y abrazos
P.D.12: Hasta luego, chau
P.D.13: ¿De dónde saco tantas “PD”?
Daniela Gutierrez***** - Mensajes : 281
Fecha de inscripción : 03/07/2014
Edad : 27
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Porque el dia de su boda?>:c tuvieron dos semanas! Y no hablaron-.-'
ojala no este embarazada:s
Saludos!:D
ojala no este embarazada:s
Saludos!:D
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
San se paso si dejó embarazada a Britt sin su concentimiento!!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:pq todo el mundo es tan metiche, yo santana ya los habria echado a empujones!!!!!
Hola, jajajajajjaajajajaj xD así son las bodas no¿? XD jaajajajajaja. Saludos =D
Daniela Gutierrez escribió:Holaaaa, sé que desaparecí otra vez, pero cada día se me hace más difícil seguir la adaptación, ni siquiera he tenido tiempo de leer, hasta hoy.
Me encanta la historia, aunque tengo que aceptar que como a mitad del segundo libro como que no está muy entretenido. Pero fuera de eso me encanta el drama.
Y Britt tiene que aceptar el hecho de que puede estar embarazada, y muy mal por San. No puede hacer eso a escondidas de Britt, ya que ella no va ser la embarazada.
Pero me encanta que se hayan casado, y San pasó por encima de su suegra jajaja.
Y espero tener más tiempo para leer y sobre todo comentar, no me gusta estar mucho tiempo sin comentar tus adaptaciones.
P.D: Ya volví
P.D.2: Yo sé que me extrañaste jajaja ok no.
P.D.3: Mis "P.D" también volvieron
P.D.4: Cuídate mucho
P.D.5: ¿Cómo estás?
P.D.6: ¿Qué haces?
P.D.7: Si fue Rory el que puso la droga en la copa de Britt, San lo va a matar
P.D.8: Que bueno que por fin San descubrió a Holly, ya era hora.
P.D.9: Te quiero
P.D.10: Nos leemos más tarde
P.D.11: Besos y abrazos
P.D.12: Hasta luego, chau
P.D.13: ¿De dónde saco tantas “PD”?
Hola dani, =o suele pasar no¿?, lo bueno esk ya lo pudiste hacer jajajajaaaj. Jajjaajaj si te entiendo, esk ya tanto secreto aburre y ninguna dice nada ¬¬ esperemos y cambie no¿? jaajajaj. Mmm tema difícil lo del bb no¿? osea obvio san mal, mal, mal ai, pero es san xD que esperábamos jajaajaj XD y britt tiene que tomar una gran decisión con respecto a eso =/. Jajajaja esperemos y salga no¿? jajaja y para que publiques no aguanto para leer el reencuentro... xq ai vrdd¿? jajajajaaj. Gracias por leer, comentar y seguir mis adaptaciones. Saludos =D
Pd: eso es bueno =D
Pd2: jajajaaja como me descubriste¿?
Pd3: eso es lo mejor!
Pd4: gracias, tu igual! más con lo del resfrío!
Pd5: bn, y tu¿? espero que mejor!
Pd6: nada entretenido xD y tu¿?
Pd7: JA! a no, si no jajjaajaj.
Pd8: Uf mejor tarde, que nunca, no¿?
Pd9: jajaja es el efecto que causo en las personas
Pd10: oki doki =D
Pd11: igual!
Pd12: hasta luego, chau
Pd13: mmm de una buena imaginación¿?
Susii escribió:Porque el dia de su boda?>:c tuvieron dos semanas! Y no hablaron-.-'
ojala no este embarazada:s
Saludos!:D
Hola, mmmm ai, estas niñas no aprenden no¿? avanza un paso, pero retroceden dos XD =o esperemos que sea lo mejor... no¿? Saludos =D
monica.santander escribió:San se paso si dejó embarazada a Britt sin su concentimiento!!!!
Saludos
Hola, mmm la vrdd esk sip, y si le resulto, esperemos que tenga una buena "razón" y que britt la perdone no¿? Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 3
Capitulo 3
El salón de verano está increíble. Tessa ha hecho un trabajo magnífico con una paleta básica de blancos y verdes. Hay blanco por todas partes, con notas de follaje verde entre las montañas de calas que adornan cada espacio vacío. Las sillas están cubiertas de organza blanca atada con grandes lazos verdes por detrás, y hay hojas de helecho esparcidas sobre las mesas. Jarrones altos llenos de agua cristalina y repletos de calas blancas presiden las mesas.
Elegancia sencilla, sin aspavientos.
He picoteado de los tres platos del menú, sin vino, he jugueteado con la servilleta y he dado conversación a todos los que se han acercado a mi mesa.
Cualquier cosa con tal de no mirar a Santana.
Finn, el padrino, ha dado un discurso breve y dulce, sobre todo breve. No ha dicho nada sobre desde cuándo son amigos, el tío Alejandro o los viejos tiempos. El hombre de pocas palabras ha sido fiel a sí mismo pese a ser el padrino, y nadie lo ha abucheado ni ha protestado por la brevedad o la falta de sentido del humor de su discurso. Finn no cuenta chistes, aunque parece que le hace mucha gracia la forma en que Santana se porta conmigo.
Y mi papá.
Estoy a punto de llorar al verlo pelear con sus notas garabateadas en pósits amarillos, recordando mi infancia, advirtiendo a los presentes acerca de mi vena guerrera, y luego contándoles la historia de la vez que me pillaron robando una gominola y me comí la prueba del delito. Levanta la copa y se vuelve hacia nosotros.
—Buena suerte, Santana.
Lo dice tan serio que todos los invitados se echan a reír. A mi mujer se le dibuja una amplia sonrisa en la cara y levanta también la copa, luego se pone en pie (sin mover el brazo para no tirar de mi muñeca). Aplauden a mi papá cuando vuelve a sentarse y se bebe su whisky de un trago. Mi mamá le masajea los hombros, sonriente. Santana deja su agua en la mesa y se vuelve hacia mí, se pone de rodillas y me coge las manos. Enderezo la espalda y echo un vistazo a la sala.
Todo el mundo nos mira.
¿Por qué no puede seguir las reglas?
Sus pulgares dibujan círculos en el dorso de mis manos y luego juega con mis anillos, dándoles la vuelta y colocándolos del derecho. Alza sus gloriosos ojos oscuros y dos rayos deslumbrantes de pura felicidad me noquean.
La hago feliz incluso cuando intento evitar hablar de algo sobre lo que de verdad tenemos que hablar. Después de mi ardua batalla por hacer hablar a esta mujer, ahora soy yo la que prefiere enterrar las cosas bajo la alfombra. Soy yo la que echa a correr, aunque estoy huyendo de un problema que ha creado ella.
—Britt—comienza en voz baja, aunque estoy segura de que la ha oído todo el mundo, puesto que el silencio es atronador—Mi preciosidad—sonríe—Eres toda mía—se levanta un poco y me besa con ternura—No necesito ponerme de pie y anunciarles a todos lo mucho que te quiero. No me interesa complacer a nadie, sólo a ti—se me hace un nudo en la garganta y sólo acaba de empezar. Suspira—Me has conquistado, Britt-Britt. Me has hecho tuya, y tu belleza y tu fuerza me han embriagado. Sabes que no puedo vivir sin ti. Has hecho que mi vida sea tan hermosa como tú. Has hecho que quiera tener una vida que valga la pena, una vida a tu lado. Tú eres todo lo que necesito. Necesito verte, escucharte, sentirte—deja caer mis manos y me acaricia los muslos—Amarte.
Me tiene en el bolsillo.
Tiene a mi mamá en el bolsillo.
Tiene a todos los presentes comiendo de su mano.
Me muerdo con fuerza el labio inferior para no dejar escapar un sollozo, siento un nudo que me atenaza la garganta y los ojos llenos de lágrimas. Miro el apuesto rostro de Santana, mi esposa arrolladora, que arrasa con mi cuerpo y con mis emociones.
—Necesito que me dejes hacer todo eso, Britt. Necesito que me dejes cuidar de ti para siempre.
Oigo a mi mamá sollozar en silencio y no puedo evitar unirme a ella.
Ahora no.
Solía incapacitarme con sus caricias. Ahora me incapacita con sus caricias y además con sus palabras. Estoy destinada a una vida de placer que me deje tonta, de ternura que me derrita y de emociones de infarto. Va a dejarme incapacitada de por vida.
—Lo sé—susurro.
Asiente y deja escapar una gran bocanada de aire antes de levantarse y apretarme contra su cuerpo. Me rodea con la mano que no tiene esposada y me aprieta con todas sus fuerzas para compensar por la mano que falta. Hundo la cara en su cuello y respiro hondo, su perfume me hace cerrar los ojos con un suspiro de satisfacción. Necesito hilvanar mis ideas y empezar a pensar cómo voy a lidiar con esto.
No va a desaparecer por mucho que yo quiera.
La sala ha dejado de estar en silencio. Para cuando me libero del abrazo de Santana, la gente se ha puesto en pie y un aplauso respetuoso retumba contra las paredes.
Debería sentirme avergonzada, pero no es así.
Me ha hablado como cuando estamos solas para demostrarme que no le importa dónde estemos o con quién, dondequiera y cuandoquiera, como ha sido siempre y como siempre será.
Mi mamá se nos acerca y abraza a Santana.
—Santana López, te quiero—le dice al oído mientras Santana la abraza con una mano—Pero quítale las esposas a mi hija, por favor.
—De eso, nada, Whitney.
Mi mamá la suelta y le da un golpe en el hombro. Rachel se abalanza entonces sobre Santana.
—Ay, Dios, quiero besarte los pies.
Pongo los ojos en blanco. La gente se acerca para felicitar a mi ex mujeriega neurótica por su discurso y mi muñeca tira de mí en todas direcciones.
Es el día de nuestra boda y no quiero estar presente.
Rachel, mi mamá y toda esta gente se interpone en mi camino. La quiero sólo para mí, pero están a punto de llegar los invitados para la fiesta de esta noche, así que no podemos irnos. Después de haber recibido un millón de besos en la mejilla y de que Santana haya besado las mejillas de todos, empieza a tirar de mí para que salgamos del salón de verano.
—¿Brittany?
Me vuelvo y veo a mi hermano. Casi desearía que no estuviera aquí. Lo está pasando mal y me duele verlo.
Me miro la muñeca y me pregunto cómo podría convencer a Santana para que me suelte. No lo ha hecho por mi mamá y dudo mucho que lo haga por mi hermano. Sé que Sam no se fía de Santana, y sé que ella lo sabe.
Levanto la vista y veo que Santana me está mirando. Sabe lo que estoy pensando y sé que no le gusta, pero aun así se lleva la mano por el escote del vestido y saca una pequeña llave. Sin pronunciar ni media palabra, me libera de las esposas y las deja colgando de su muñeca.
—Ve—me dice en voz baja al tiempo que le dirige una mirada amenazadora a Sam.
Mi hermano se la devuelve con el mismo matiz intimidatorio. No necesito esto, y desde luego no con dos de las personas más importantes de mi vida. Sé por qué Sam se muestra tan receloso, a pesar de no saber de la misa la media, y también sé por qué Santana se comporta así. Sam es una amenaza. Es mi hermano, pero sigue siendo una amenaza, al menos así es como lo ve Santana.
Beso a mi latina en la mejilla y siento cómo su mano se desliza por mis caderas y mi trasero. Luego aparta la vista de Sam y me besa en los labios.
—No tardes, Britt-Britt—me dice soltándome y echando a andar en dirección al bar.
Caminamos por el sendero de grava en silencio, más allá de las canchas de tenis, y llegamos a la arboleda. El sol de la tarde lucha por atravesar las copas de los árboles y los rayos se cuelan entre las hojas e iluminan tramos del suelo. Ambos tenemos cosas que decir, pero ninguno de los dos da el primer paso. Me dedico a contar las manchas de luz que bailan a mis pies. Nunca nos había pasado esto. Nunca nos habíamos sentido incómodos el uno con el otro, y parece que estamos recuperando el tiempo perdido.
Estamos muy, muy incómodos.
Suelto la mano de Sam y me levanto la falda del vestido, piso una rama, el tacón se queda enganchado y doy un ligero traspié.
—¡Ay!
—Ten cuidado—me coge del codo para que no me caiga—No creo que esos zapatos estén hechos para hacer senderismo—bromea con una media sonrisa.
Me relajo al instante.
—No—me río, y me enderezo.
—Brittany—dice echando a andar de nuevo.
Lo miro un poco harta de la situación.
—Suéltalo, Sam. Dime lo que sea que te mueres por decirme desde que conociste a Santana.
—Está bien: no me gusta.
Doy un paso atrás. Si apenas la conoce.
—Vale—me río, incómoda—No esperaba que te mostraras tan directo.
Se encoge de hombros.
—¿Qué quieres que te diga?
—Ni siquiera la conoces. Sólo has hablado con ella una vez, cuando intentaste hacerle una advertencia—lo acuso.
Tengo razón. Mi mamá interrumpió el discurso del hermano mayor, pero Sam llegó a empezarlo y la mandíbula tensa de Santana y la forma en que se contuvo dejaban claro lo que pensaba de su opinión.
—Bueno explícame lo de su problema con la bebida—me reta.
Abro unos ojos como platos.
—¿De qué estás hablando?—no me gusta un pelo su mirada de reproche.
—Hablo de ese problema con la bebida del que Elaine nos alertó, ese que nadie ha mencionado desde entonces. El hecho de que no haya tocado el alcohol en todo el día no se me ha pasado por alto, Brittany. Al menos yo me he dado cuenta. Mamá estaba demasiado liada haciendo de mamá de la novia para verlo.
Ya sabía yo que lo bueno no iba a durar.
Santana se metió a mis padres en el bolsillo cuando los trajo a Londres. Se enamoraron de ella y no dijeron nada del asunto de la bebida. Pensaron que Elaine, despechada, se lo había inventado. No hizo falta que los ayudara a llegar a esa conclusión. No necesito que Sam escarbe en un problema que ni siquiera lo es. Santana no ha tocado el alcohol desde el día en que lo encontré en el Lusso.
No lo necesita teniéndome a mí, y soy toda suya.
—¿Y dónde está su familia?—pregunta.
—Ya te lo he dicho: no se habla con ellos.
—Ya—se echa a reír—Qué oportuno. Y mira que Elaine me caía fatal...
Ese comentario hace que me rechinen los dientes. Estamos en plena guerra de miradas, pero ni siquiera siento la necesidad de defender a Santana. No hay nada que defender, aunque sea mi hermano el que está exigiendo respuestas.
—¿Así que ahora vas a respaldar a Elaine?—le espeto a traición. Lo apunto con un dedo a pocos centímetros de la cara. Estoy muy cabreada y nunca me había cabreado con Sam—No busques donde no hay. No tiene familia, déjalo estar. Hablemos de lo que de verdad te tiene de tan mal humor. Hablemos de Rachel.
Ahora es él quien abre unos ojos como platos. Sí, acabo de meter el dedo en la llaga. No voy a dejar que me fastidie el día con sus opiniones. No cuentan, y no quiero escucharlas.
—¡No estoy de mal humor!—grita. Su tono me confirma que he dado en el clavo—Rachel me importa una mierda.
—¡Ja!—me río—Por eso no le has quitado los ojos de encima en todo el día. No te acerques a ella, Sam.
—¿Y quién coño es Quinn?
Trago saliva. Lo sabía. Tal vez no me guste la dirección que está tomando la vida de Rachel, pero prefiero que la viva con Quinn que contemplar un desastre total con Sam. Ya terminó en llanto y chirriar de dientes una vez, y ahora volvería a terminar igual.
—Es alguien con quien Rachel encaja—le espeto.
No me puedo creer lo que acabo de decir. Mi hermano se moriría del susto si le contara los detalles de la relación de Rachel y Quinn. Tampoco es que yo esté enterada de todo, pero me hago una idea.
—Déjalo estar.
Me levanto la falda del vestido, lista para emprender la retirada, cuando me coge del brazo.
—¿Qué pasa si no quiero?
—Quítale las manos de encima.
El gruñido familiar me hace volver la cabeza a toda velocidad. Ahí viene Santana. Respira de prisa y tiene cara de querer matar a alguien.
—No pasa nada. Ya nos íbamos—digo liberando mi brazo de un tirón.
Necesito llevarme a Santana antes de que aplaste a mi hermano, y no sólo verbalmente.
Sam da un paso al frente.
—Es mi hermana.
Santana recorre los escasos metros que hay entre ambos.
—Es mi mujer.
Mi hermano se echa a reír. Mala señal, a juzgar por la repentina cara de alucine de Santana. He de intervenir, pero meterse entre estas dos fieras no me apetece nada. Entonces veo a Santana apretar los puños y sé que es ahora o nunca. Le pongo la mano en el brazo y parpadea, demasiado centrada en Sam para darse cuenta de que soy yo. En el momento en que lo hace, aparta la mirada iracunda de Sam y me mira. Sus ojos se suavizan al instante.
—Vámonos, San—le digo con calma deslizando la mano hacia la suya para poder entrelazarlas.
Asiente y damos media vuelta sin dedicarle una sola mirada más a Sam. Menos mal. Mi hermano lo está pasando mal, y sé que puede ser muy cabezota cuando se pone a la defensiva. Rachel no lo está haciendo a propósito pero lo está volviendo loco otra vez, y él intenta no pensar en el tema a base de centrarse en mí.
Caminamos hacia La Mansión y lo dejamos atrás.
—Dame la mano, Britt—ordena Santana. La dejo que la coja y que me espose de nuevo—No vuelvas a pedirme que te las quite.
—No lo haré—mascullo. Ojalá no me las hubiera quitado nunca. Así no habría tenido que lidiar ni con el follón que tiene Sam con Rachel, ni con sus preguntas sobre el problema con la bebida de Santana—Tira la llave.
Levanta una ceja.
—¿Desearías haber estado atada a mí?
—Sí—confieso—No me vuelvas a soltar, San.
—Vale—accede—¿Te apetece tomar un trago?
Seguimos caminando hacia la casa, esposadas y juntas de nuevo.
—Por favor.
Apenas he probado el alcohol en todo el día y me sorprende un poco su ofrecimiento.
—Ven—tira de mí y me da un beso en la frente—No voy a consentirlo, Britt, por mucho que sea tu hermano.
—Lo sé—digo en voz baja.
Estoy gratamente sorprendida por su autocontrol. A Santana no le importa pasar por encima de quien sea, y Sam no ha hecho nada por congraciarse con ella. Ha intentado retenerme a la fuerza, que es lo peor que podría haber hecho. No quiero que mi esposa y mi hermano se peleen, pero sé que Santana nunca se echaría atrás tratándose de mí, y Sam nunca consentiría quedar como un gallina.
Va a ser un problema.
Los invitados para la fiesta han llegado. Nos acosan, nos besan y nos colman de buenos deseos a cada paso que damos al intentar llegar al bar. Cuando al fin lo conseguimos, Santana me coloca en mi taburete y me tiende un vaso de agua.
¿Agua?
Miro el líquido transparente y luego a Santana, a la que se le da muy bien poner cara de inocente.
¿Agua?
Tessa se acerca echando humo, parece tan ofendida como mi pobre mamá.
—¿Dónde estaban?—pregunta mirándonos a una y a otra con incredulidad—¡Tienen que cortar la tarta!
Santana abre una botella de agua y le da un buen trago sin inmutarse por la preocupación de Tessa.
—No pasa nada.
La mujer niega con la cabeza sin poder creérselo y se va muy digna hacia la entrada. Creo que va a marcharse. Por lo que parece, sus servicios ya no son necesarios.
—¿No quieres cortar la tarta?—pregunto mientras levanta mi muñeca para enroscar el tapón de la botella—Rach hizo el pino puente para poder tenerla lista en tan poco tiempo.
Me coloca bien mi diamante.
—Entonces será mejor que no la estropeemos—dice, muy seria.
—Eres imposible—suspiro echando un vistazo al bar.
Quinn y Noah le están dando conversación a mi papá, que tiene las mejillas sonrosadas. Mi mamá está disfrutando de ser el centro de atención. No me cabe duda de que está ofreciéndose para enseñar la casa y los jardines. Rachel tiene pinta de estar borracha. Kurt me dice hola con la mano y Mercedes me dedica un saludo muy femenino antes de buscar a Noah con la mirada y atusarse los rizos negros. La pobre Tina está intentando encajar. Sigue resplandeciente, pero su nuevo amor no está.
Sonrío y miro a Santana, justo en el momento en que Tessa reaparece hecha una fiera.
—Muy bien, he hablado con Whitney—sisea—En breve vamos a cortar la tarta y le seguirá el primer baile, así que no vuelvan a desaparecer.
Se va, no muy contenta, y sonrío. Seguro que se arrepiente de haber aceptado este trabajo.
—¿Estás bien, Britt-Britt?—su mano tibia me acaricia la mejilla.
—Sí—contesto, pero la verdad es que no.
Me he peleado con mi hermano, cosa que no había ocurrido nunca.
—Bueno no lo parece. Te dije que quería que lo pasaras bien hoy.
Me río para mis adentros. Para eso tendría que dejarme beber y no debería haber sacado el tema que más dolores de cabeza me da en este momento.
—Estoy bien—suspiro y le doy un buen trago a mi botella de agua.
Mierda de agua.
Will e Emma se acercan. Mi jefe, que es como un oso de peluche, lleva una enorme bolsa de regalo de color marfil. Su esposa es una montaña de estampado animal. Creo que es un vestido y es muy llamativo.
Miro a Santana.
—Aquí llega Will. Me has dado hasta el lunes, acuérdate.
Necesito que lo tenga presente. Santana se vuelve para verlo.
—Me acuerdo. Pero sólo tienes hasta el lunes.
—¡Flor!—Will me da la bolsa de regalo y un beso en la mejilla, luego le ofrece la mano a Santana—Señora López—saluda, y una arruga aparece en su frente cuando ve las esposas.
—Por favor, llámame Santana. Gracias por venir—dice ella aceptando la mano de mi jefe.
—Vale, Santana—Will aparta la vista de nuestras muñecas—, te presento a Emma.
Señala a su esposa, que se acerca con una gran sonrisa en la cara. Me hace gracia: es el efecto Santana.
—Encantada de conocerte—está a un paso de la risa nerviosa.
—Igualmente—Santana le dedica su sonrisa especial para mujeres e Emma se desintegra en el acto. Es increíble—Pidan lo que quieran, el personal del bar los cuidará bien.
—¡Gracias!—dice ella, entusiasmada—¡Este hotel es maravilloso!
—Hola, Emma—saludo con una sonrisa.
Aparta los ojos golosos de mi esposa y repara en mí. Es una mujer que da miedo, aunque no en este momento. Está demasiado ocupada metiendo la barriga y poniéndose recta
—¿Cómo estás?
—¡Fenomenal!—Me echa el aliento en la cara—Brittany, estás impresionante.
—Gracias.
Me ha pillado por sorpresa. Nunca antes me había dedicado un cumplido. Jamás. Y no esperaba que fuera a hacerlo ahora. Normalmente sólo habla sin parar de su vida social y cotillea sobre sus amigas.
Will coge a su mujer del codo y se la lleva.
—Vamos a tomar algo—dice poniendo los ojos en blanco, y le sonrío con afecto a mi jefe.
Sé que su mujer lo pone de los nervios.
—Una mujer interesante—musita Santana mirando asustado su cuerpo cubierto de estampado de leopardo que se aleja bamboleándose.
Me echo a reír.
—Le da muy mala vida a Will.
—Ya me lo imagino.
—Ahí está Finn—digo mirando detrás de ella.
El grandulón se acerca a nosotras con las gafas de sol puestas y la misma expresión de pocos amigos de siempre. Mira fijamente las esposas hasta que nos saluda con una inclinación de la cabeza. Se la devuelvo.
—Tengo que hablar contigo, Santana.
Está muy serio, no me gusta, y la forma en la que parpadea Santana no me ayuda a sentirme mejor. Busca en su escondite del vestido, saca la llave de las esposas y libera mi muñeca de la manilla.
—¿Qué haces?—pregunto retirando el brazo.
—Finn tiene que hablar conmigo—dice apretando los dientes.
—Ah, no—me río—No vale que me sueltes cuando a ti te conviene. De eso, nada, López—observo a Finn, cuyo rostro permanece impasible.
—Vuelvo en seguida, Britt—repone cogiéndome de la muñeca.
—¡No! ¿Adónde vas?—miro de nuevo a Finn—¿Adónde va?
—Todo va bien.
—¡No! ¡Y una mierda va bien!
Levanto demasiado la voz y Santana me lanza una mirada asesina. Me da igual. No puede hacerme esto. No puede librarse de mí cuando le conviene. Es el día de mi boda.
—¡Esa boca!—masculla acercándose a mi oído—Volveré dentro de cinco minutos. No te muevas de aquí, Britt.
Retrocedo ante su agresividad, atónita al ver cómo me libera de las esposas un segundo antes de marcharse con Finn.
Estoy sentada en un taburete, la novia con su vestido deslumbrante, luciendo diamantes y con todos los invitados pasándoselo bien, hablando, riendo y bebiendo. Yo sólo quiero irme a casa.
Tengo ganas de llorar.
Me siento ignorada y estoy muy, muy dolida.
Me bajo del taburete, decidida a aprovechar mi libertad al máximo y a ir a hacer pis. Es posible que también llore un ratito. Necesito alejarme de toda esta gente antes de que las lágrimas empiecen a rodarme por las mejillas.
¿Qué me pasa?
—¿Adónde vas, cariño?—pregunta mi mamá acercándose.
Finjo sonreír. Ha tomado demasiados sublimes. Ya no lleva el pelo perfecto y no parece importarle, señal de que está un poco pedo.
—Al baño. Ahora vuelvo.
—¿Necesitas que te ayude? No sé dónde está Rach—recorre el bar con la mirada.
—No, puedo sola.
Dejo a mi mamá y me dirijo a los servicios en busca de un poco de privacidad y de tiempo para mí. Abro la puerta y me planto delante del espejo para ver mi cara de pena. Ya no soy una novia resplandeciente. No me brillan los ojos ni luzco una bonita sonrisa de felicidad. Estoy como si me hubiera arrollado un camión y tengo las emociones a flor de piel. Dejo escapar un hondo suspiro y me pellizco las mejillas para intentar darles algo de color.
Estoy cetrina.
—¡Ay, Dios! ¡Ay, Dios!
Levanto la cabeza y me vuelvo para ver de dónde proceden los gemidos. Me quedo quieta y contengo la respiración mientras oigo jadeos y movimiento en uno de los cubículos.
¿Hay alguien haciéndolo en los baños?
¡No!
Me recojo la falda del vestido para salir. Esto podría resultar muy embarazoso. Doy el primer paso a toda prisa pero me quedo helada al ver que la puerta se abre y Rachel aparece tambaleándose. Trago saliva y se me cae el vestido de las manos.
—Pero ¿qué haces?—pregunto, incrédula.
Sé que Quinn estaba un poco fastidiada por haber tenido que aparcar sus peculiares actividades durante algún tiempo, pero podrían haber aguantado un poco más.
Se tensa de pies a cabeza. Los rizos oscuros, despeinados, le tapan media cara.
—¡Mierda!—dice en voz baja arreglándose el vestido.
—¿Es que no pueden esperar?—pregunto, horrorizada y un poco aliviada también por no haber pillado in fraganti a cualquier otro invitado.
—Britt...—empieza a decir mi amiga, y entonces sale una persona detrás de ella.
Y no es mujer.
Y no es Quinn.
Me quedo boquiabierta.
—¿Sam?—no me lo creo—¿Qué coño estás haciendo?
Se encoge de hombros y evita mirarme, está muy ocupado abrochándose los pantalones. Miro a uno y a otra esperando cualquier cosa, pero ninguno hace o dice nada. Se limitan a quedarse ahí de pie, mirando a todas partes menos a mí.
Observo a mi hermano con cara de querer matarlo.
—¡Te dije que la dejaras en paz!—le grito antes de focalizar mi ira en Rachel—¡Y tú estás como una cuba! ¿Cuál es su problema? ¿Es que no han aprendido la lección?
—No es asunto tuyo, Brittany—me corta Sam.
Sale del baño y me deja a solas con mi amiga reincidente.
—¿Rachel?—insisto, pero ella evita mirarme. Sabe que acaba de cometer un gran error—¿Y qué hay de Quinn?—pregunto. La pobre está ahí fuera, ajena a todo esto—No me lo puedo creer.
Me llevo el dorso de la mano a la frente. Me duele la cabeza, es demasiada información. Ella hipa y se ríe nerviosa antes de agarrarse al lavabo para no caerse de culo.
—Un poco de diversión—contesta—Y no es asunto tuyo.
—Ah, muy bien—exclamo sujetándome el bajo del vestido—En ese caso, me voy para que se sigan divirtiendo.
Doy media vuelta y salgo de los servicios, directa hacia el despacho de Santana. Ya no hay mesas en el salón de verano, pero sigue estando lleno de gente y el grupo de música tiene a todo el mundo bailando al ritmo de un clásico de Motown.
Voy esquivando invitados, sonriente, intentando parecer la novia en éxtasis que se supone que soy y poniendo fin a las conversaciones lo más rápidamente que puedo. Me he enfadado con mi hermano y ahora también estoy enfadada con Rachel.
Quiero huir con Santana y ser felices, felices como sólo somos cuando el mundo y sus problemas se quedan fuera de nuestra pequeña burbuja de felicidad en la que sólo existen nuestros problemas.
Recorro el pasillo hasta su despacho y el alma se me cae a los Louboutin en cuanto veo quién hay dentro.
Sólo dos personas.
Santana... y Sugar.
Elegancia sencilla, sin aspavientos.
He picoteado de los tres platos del menú, sin vino, he jugueteado con la servilleta y he dado conversación a todos los que se han acercado a mi mesa.
Cualquier cosa con tal de no mirar a Santana.
Finn, el padrino, ha dado un discurso breve y dulce, sobre todo breve. No ha dicho nada sobre desde cuándo son amigos, el tío Alejandro o los viejos tiempos. El hombre de pocas palabras ha sido fiel a sí mismo pese a ser el padrino, y nadie lo ha abucheado ni ha protestado por la brevedad o la falta de sentido del humor de su discurso. Finn no cuenta chistes, aunque parece que le hace mucha gracia la forma en que Santana se porta conmigo.
Y mi papá.
Estoy a punto de llorar al verlo pelear con sus notas garabateadas en pósits amarillos, recordando mi infancia, advirtiendo a los presentes acerca de mi vena guerrera, y luego contándoles la historia de la vez que me pillaron robando una gominola y me comí la prueba del delito. Levanta la copa y se vuelve hacia nosotros.
—Buena suerte, Santana.
Lo dice tan serio que todos los invitados se echan a reír. A mi mujer se le dibuja una amplia sonrisa en la cara y levanta también la copa, luego se pone en pie (sin mover el brazo para no tirar de mi muñeca). Aplauden a mi papá cuando vuelve a sentarse y se bebe su whisky de un trago. Mi mamá le masajea los hombros, sonriente. Santana deja su agua en la mesa y se vuelve hacia mí, se pone de rodillas y me coge las manos. Enderezo la espalda y echo un vistazo a la sala.
Todo el mundo nos mira.
¿Por qué no puede seguir las reglas?
Sus pulgares dibujan círculos en el dorso de mis manos y luego juega con mis anillos, dándoles la vuelta y colocándolos del derecho. Alza sus gloriosos ojos oscuros y dos rayos deslumbrantes de pura felicidad me noquean.
La hago feliz incluso cuando intento evitar hablar de algo sobre lo que de verdad tenemos que hablar. Después de mi ardua batalla por hacer hablar a esta mujer, ahora soy yo la que prefiere enterrar las cosas bajo la alfombra. Soy yo la que echa a correr, aunque estoy huyendo de un problema que ha creado ella.
—Britt—comienza en voz baja, aunque estoy segura de que la ha oído todo el mundo, puesto que el silencio es atronador—Mi preciosidad—sonríe—Eres toda mía—se levanta un poco y me besa con ternura—No necesito ponerme de pie y anunciarles a todos lo mucho que te quiero. No me interesa complacer a nadie, sólo a ti—se me hace un nudo en la garganta y sólo acaba de empezar. Suspira—Me has conquistado, Britt-Britt. Me has hecho tuya, y tu belleza y tu fuerza me han embriagado. Sabes que no puedo vivir sin ti. Has hecho que mi vida sea tan hermosa como tú. Has hecho que quiera tener una vida que valga la pena, una vida a tu lado. Tú eres todo lo que necesito. Necesito verte, escucharte, sentirte—deja caer mis manos y me acaricia los muslos—Amarte.
Me tiene en el bolsillo.
Tiene a mi mamá en el bolsillo.
Tiene a todos los presentes comiendo de su mano.
Me muerdo con fuerza el labio inferior para no dejar escapar un sollozo, siento un nudo que me atenaza la garganta y los ojos llenos de lágrimas. Miro el apuesto rostro de Santana, mi esposa arrolladora, que arrasa con mi cuerpo y con mis emociones.
—Necesito que me dejes hacer todo eso, Britt. Necesito que me dejes cuidar de ti para siempre.
Oigo a mi mamá sollozar en silencio y no puedo evitar unirme a ella.
Ahora no.
Solía incapacitarme con sus caricias. Ahora me incapacita con sus caricias y además con sus palabras. Estoy destinada a una vida de placer que me deje tonta, de ternura que me derrita y de emociones de infarto. Va a dejarme incapacitada de por vida.
—Lo sé—susurro.
Asiente y deja escapar una gran bocanada de aire antes de levantarse y apretarme contra su cuerpo. Me rodea con la mano que no tiene esposada y me aprieta con todas sus fuerzas para compensar por la mano que falta. Hundo la cara en su cuello y respiro hondo, su perfume me hace cerrar los ojos con un suspiro de satisfacción. Necesito hilvanar mis ideas y empezar a pensar cómo voy a lidiar con esto.
No va a desaparecer por mucho que yo quiera.
La sala ha dejado de estar en silencio. Para cuando me libero del abrazo de Santana, la gente se ha puesto en pie y un aplauso respetuoso retumba contra las paredes.
Debería sentirme avergonzada, pero no es así.
Me ha hablado como cuando estamos solas para demostrarme que no le importa dónde estemos o con quién, dondequiera y cuandoquiera, como ha sido siempre y como siempre será.
Mi mamá se nos acerca y abraza a Santana.
—Santana López, te quiero—le dice al oído mientras Santana la abraza con una mano—Pero quítale las esposas a mi hija, por favor.
—De eso, nada, Whitney.
Mi mamá la suelta y le da un golpe en el hombro. Rachel se abalanza entonces sobre Santana.
—Ay, Dios, quiero besarte los pies.
Pongo los ojos en blanco. La gente se acerca para felicitar a mi ex mujeriega neurótica por su discurso y mi muñeca tira de mí en todas direcciones.
Es el día de nuestra boda y no quiero estar presente.
Rachel, mi mamá y toda esta gente se interpone en mi camino. La quiero sólo para mí, pero están a punto de llegar los invitados para la fiesta de esta noche, así que no podemos irnos. Después de haber recibido un millón de besos en la mejilla y de que Santana haya besado las mejillas de todos, empieza a tirar de mí para que salgamos del salón de verano.
—¿Brittany?
Me vuelvo y veo a mi hermano. Casi desearía que no estuviera aquí. Lo está pasando mal y me duele verlo.
Me miro la muñeca y me pregunto cómo podría convencer a Santana para que me suelte. No lo ha hecho por mi mamá y dudo mucho que lo haga por mi hermano. Sé que Sam no se fía de Santana, y sé que ella lo sabe.
Levanto la vista y veo que Santana me está mirando. Sabe lo que estoy pensando y sé que no le gusta, pero aun así se lleva la mano por el escote del vestido y saca una pequeña llave. Sin pronunciar ni media palabra, me libera de las esposas y las deja colgando de su muñeca.
—Ve—me dice en voz baja al tiempo que le dirige una mirada amenazadora a Sam.
Mi hermano se la devuelve con el mismo matiz intimidatorio. No necesito esto, y desde luego no con dos de las personas más importantes de mi vida. Sé por qué Sam se muestra tan receloso, a pesar de no saber de la misa la media, y también sé por qué Santana se comporta así. Sam es una amenaza. Es mi hermano, pero sigue siendo una amenaza, al menos así es como lo ve Santana.
Beso a mi latina en la mejilla y siento cómo su mano se desliza por mis caderas y mi trasero. Luego aparta la vista de Sam y me besa en los labios.
—No tardes, Britt-Britt—me dice soltándome y echando a andar en dirección al bar.
Caminamos por el sendero de grava en silencio, más allá de las canchas de tenis, y llegamos a la arboleda. El sol de la tarde lucha por atravesar las copas de los árboles y los rayos se cuelan entre las hojas e iluminan tramos del suelo. Ambos tenemos cosas que decir, pero ninguno de los dos da el primer paso. Me dedico a contar las manchas de luz que bailan a mis pies. Nunca nos había pasado esto. Nunca nos habíamos sentido incómodos el uno con el otro, y parece que estamos recuperando el tiempo perdido.
Estamos muy, muy incómodos.
Suelto la mano de Sam y me levanto la falda del vestido, piso una rama, el tacón se queda enganchado y doy un ligero traspié.
—¡Ay!
—Ten cuidado—me coge del codo para que no me caiga—No creo que esos zapatos estén hechos para hacer senderismo—bromea con una media sonrisa.
Me relajo al instante.
—No—me río, y me enderezo.
—Brittany—dice echando a andar de nuevo.
Lo miro un poco harta de la situación.
—Suéltalo, Sam. Dime lo que sea que te mueres por decirme desde que conociste a Santana.
—Está bien: no me gusta.
Doy un paso atrás. Si apenas la conoce.
—Vale—me río, incómoda—No esperaba que te mostraras tan directo.
Se encoge de hombros.
—¿Qué quieres que te diga?
—Ni siquiera la conoces. Sólo has hablado con ella una vez, cuando intentaste hacerle una advertencia—lo acuso.
Tengo razón. Mi mamá interrumpió el discurso del hermano mayor, pero Sam llegó a empezarlo y la mandíbula tensa de Santana y la forma en que se contuvo dejaban claro lo que pensaba de su opinión.
—Bueno explícame lo de su problema con la bebida—me reta.
Abro unos ojos como platos.
—¿De qué estás hablando?—no me gusta un pelo su mirada de reproche.
—Hablo de ese problema con la bebida del que Elaine nos alertó, ese que nadie ha mencionado desde entonces. El hecho de que no haya tocado el alcohol en todo el día no se me ha pasado por alto, Brittany. Al menos yo me he dado cuenta. Mamá estaba demasiado liada haciendo de mamá de la novia para verlo.
Ya sabía yo que lo bueno no iba a durar.
Santana se metió a mis padres en el bolsillo cuando los trajo a Londres. Se enamoraron de ella y no dijeron nada del asunto de la bebida. Pensaron que Elaine, despechada, se lo había inventado. No hizo falta que los ayudara a llegar a esa conclusión. No necesito que Sam escarbe en un problema que ni siquiera lo es. Santana no ha tocado el alcohol desde el día en que lo encontré en el Lusso.
No lo necesita teniéndome a mí, y soy toda suya.
—¿Y dónde está su familia?—pregunta.
—Ya te lo he dicho: no se habla con ellos.
—Ya—se echa a reír—Qué oportuno. Y mira que Elaine me caía fatal...
Ese comentario hace que me rechinen los dientes. Estamos en plena guerra de miradas, pero ni siquiera siento la necesidad de defender a Santana. No hay nada que defender, aunque sea mi hermano el que está exigiendo respuestas.
—¿Así que ahora vas a respaldar a Elaine?—le espeto a traición. Lo apunto con un dedo a pocos centímetros de la cara. Estoy muy cabreada y nunca me había cabreado con Sam—No busques donde no hay. No tiene familia, déjalo estar. Hablemos de lo que de verdad te tiene de tan mal humor. Hablemos de Rachel.
Ahora es él quien abre unos ojos como platos. Sí, acabo de meter el dedo en la llaga. No voy a dejar que me fastidie el día con sus opiniones. No cuentan, y no quiero escucharlas.
—¡No estoy de mal humor!—grita. Su tono me confirma que he dado en el clavo—Rachel me importa una mierda.
—¡Ja!—me río—Por eso no le has quitado los ojos de encima en todo el día. No te acerques a ella, Sam.
—¿Y quién coño es Quinn?
Trago saliva. Lo sabía. Tal vez no me guste la dirección que está tomando la vida de Rachel, pero prefiero que la viva con Quinn que contemplar un desastre total con Sam. Ya terminó en llanto y chirriar de dientes una vez, y ahora volvería a terminar igual.
—Es alguien con quien Rachel encaja—le espeto.
No me puedo creer lo que acabo de decir. Mi hermano se moriría del susto si le contara los detalles de la relación de Rachel y Quinn. Tampoco es que yo esté enterada de todo, pero me hago una idea.
—Déjalo estar.
Me levanto la falda del vestido, lista para emprender la retirada, cuando me coge del brazo.
—¿Qué pasa si no quiero?
—Quítale las manos de encima.
El gruñido familiar me hace volver la cabeza a toda velocidad. Ahí viene Santana. Respira de prisa y tiene cara de querer matar a alguien.
—No pasa nada. Ya nos íbamos—digo liberando mi brazo de un tirón.
Necesito llevarme a Santana antes de que aplaste a mi hermano, y no sólo verbalmente.
Sam da un paso al frente.
—Es mi hermana.
Santana recorre los escasos metros que hay entre ambos.
—Es mi mujer.
Mi hermano se echa a reír. Mala señal, a juzgar por la repentina cara de alucine de Santana. He de intervenir, pero meterse entre estas dos fieras no me apetece nada. Entonces veo a Santana apretar los puños y sé que es ahora o nunca. Le pongo la mano en el brazo y parpadea, demasiado centrada en Sam para darse cuenta de que soy yo. En el momento en que lo hace, aparta la mirada iracunda de Sam y me mira. Sus ojos se suavizan al instante.
—Vámonos, San—le digo con calma deslizando la mano hacia la suya para poder entrelazarlas.
Asiente y damos media vuelta sin dedicarle una sola mirada más a Sam. Menos mal. Mi hermano lo está pasando mal, y sé que puede ser muy cabezota cuando se pone a la defensiva. Rachel no lo está haciendo a propósito pero lo está volviendo loco otra vez, y él intenta no pensar en el tema a base de centrarse en mí.
Caminamos hacia La Mansión y lo dejamos atrás.
—Dame la mano, Britt—ordena Santana. La dejo que la coja y que me espose de nuevo—No vuelvas a pedirme que te las quite.
—No lo haré—mascullo. Ojalá no me las hubiera quitado nunca. Así no habría tenido que lidiar ni con el follón que tiene Sam con Rachel, ni con sus preguntas sobre el problema con la bebida de Santana—Tira la llave.
Levanta una ceja.
—¿Desearías haber estado atada a mí?
—Sí—confieso—No me vuelvas a soltar, San.
—Vale—accede—¿Te apetece tomar un trago?
Seguimos caminando hacia la casa, esposadas y juntas de nuevo.
—Por favor.
Apenas he probado el alcohol en todo el día y me sorprende un poco su ofrecimiento.
—Ven—tira de mí y me da un beso en la frente—No voy a consentirlo, Britt, por mucho que sea tu hermano.
—Lo sé—digo en voz baja.
Estoy gratamente sorprendida por su autocontrol. A Santana no le importa pasar por encima de quien sea, y Sam no ha hecho nada por congraciarse con ella. Ha intentado retenerme a la fuerza, que es lo peor que podría haber hecho. No quiero que mi esposa y mi hermano se peleen, pero sé que Santana nunca se echaría atrás tratándose de mí, y Sam nunca consentiría quedar como un gallina.
Va a ser un problema.
Los invitados para la fiesta han llegado. Nos acosan, nos besan y nos colman de buenos deseos a cada paso que damos al intentar llegar al bar. Cuando al fin lo conseguimos, Santana me coloca en mi taburete y me tiende un vaso de agua.
¿Agua?
Miro el líquido transparente y luego a Santana, a la que se le da muy bien poner cara de inocente.
¿Agua?
Tessa se acerca echando humo, parece tan ofendida como mi pobre mamá.
—¿Dónde estaban?—pregunta mirándonos a una y a otra con incredulidad—¡Tienen que cortar la tarta!
Santana abre una botella de agua y le da un buen trago sin inmutarse por la preocupación de Tessa.
—No pasa nada.
La mujer niega con la cabeza sin poder creérselo y se va muy digna hacia la entrada. Creo que va a marcharse. Por lo que parece, sus servicios ya no son necesarios.
—¿No quieres cortar la tarta?—pregunto mientras levanta mi muñeca para enroscar el tapón de la botella—Rach hizo el pino puente para poder tenerla lista en tan poco tiempo.
Me coloca bien mi diamante.
—Entonces será mejor que no la estropeemos—dice, muy seria.
—Eres imposible—suspiro echando un vistazo al bar.
Quinn y Noah le están dando conversación a mi papá, que tiene las mejillas sonrosadas. Mi mamá está disfrutando de ser el centro de atención. No me cabe duda de que está ofreciéndose para enseñar la casa y los jardines. Rachel tiene pinta de estar borracha. Kurt me dice hola con la mano y Mercedes me dedica un saludo muy femenino antes de buscar a Noah con la mirada y atusarse los rizos negros. La pobre Tina está intentando encajar. Sigue resplandeciente, pero su nuevo amor no está.
Sonrío y miro a Santana, justo en el momento en que Tessa reaparece hecha una fiera.
—Muy bien, he hablado con Whitney—sisea—En breve vamos a cortar la tarta y le seguirá el primer baile, así que no vuelvan a desaparecer.
Se va, no muy contenta, y sonrío. Seguro que se arrepiente de haber aceptado este trabajo.
—¿Estás bien, Britt-Britt?—su mano tibia me acaricia la mejilla.
—Sí—contesto, pero la verdad es que no.
Me he peleado con mi hermano, cosa que no había ocurrido nunca.
—Bueno no lo parece. Te dije que quería que lo pasaras bien hoy.
Me río para mis adentros. Para eso tendría que dejarme beber y no debería haber sacado el tema que más dolores de cabeza me da en este momento.
—Estoy bien—suspiro y le doy un buen trago a mi botella de agua.
Mierda de agua.
Will e Emma se acercan. Mi jefe, que es como un oso de peluche, lleva una enorme bolsa de regalo de color marfil. Su esposa es una montaña de estampado animal. Creo que es un vestido y es muy llamativo.
Miro a Santana.
—Aquí llega Will. Me has dado hasta el lunes, acuérdate.
Necesito que lo tenga presente. Santana se vuelve para verlo.
—Me acuerdo. Pero sólo tienes hasta el lunes.
—¡Flor!—Will me da la bolsa de regalo y un beso en la mejilla, luego le ofrece la mano a Santana—Señora López—saluda, y una arruga aparece en su frente cuando ve las esposas.
—Por favor, llámame Santana. Gracias por venir—dice ella aceptando la mano de mi jefe.
—Vale, Santana—Will aparta la vista de nuestras muñecas—, te presento a Emma.
Señala a su esposa, que se acerca con una gran sonrisa en la cara. Me hace gracia: es el efecto Santana.
—Encantada de conocerte—está a un paso de la risa nerviosa.
—Igualmente—Santana le dedica su sonrisa especial para mujeres e Emma se desintegra en el acto. Es increíble—Pidan lo que quieran, el personal del bar los cuidará bien.
—¡Gracias!—dice ella, entusiasmada—¡Este hotel es maravilloso!
—Hola, Emma—saludo con una sonrisa.
Aparta los ojos golosos de mi esposa y repara en mí. Es una mujer que da miedo, aunque no en este momento. Está demasiado ocupada metiendo la barriga y poniéndose recta
—¿Cómo estás?
—¡Fenomenal!—Me echa el aliento en la cara—Brittany, estás impresionante.
—Gracias.
Me ha pillado por sorpresa. Nunca antes me había dedicado un cumplido. Jamás. Y no esperaba que fuera a hacerlo ahora. Normalmente sólo habla sin parar de su vida social y cotillea sobre sus amigas.
Will coge a su mujer del codo y se la lleva.
—Vamos a tomar algo—dice poniendo los ojos en blanco, y le sonrío con afecto a mi jefe.
Sé que su mujer lo pone de los nervios.
—Una mujer interesante—musita Santana mirando asustado su cuerpo cubierto de estampado de leopardo que se aleja bamboleándose.
Me echo a reír.
—Le da muy mala vida a Will.
—Ya me lo imagino.
—Ahí está Finn—digo mirando detrás de ella.
El grandulón se acerca a nosotras con las gafas de sol puestas y la misma expresión de pocos amigos de siempre. Mira fijamente las esposas hasta que nos saluda con una inclinación de la cabeza. Se la devuelvo.
—Tengo que hablar contigo, Santana.
Está muy serio, no me gusta, y la forma en la que parpadea Santana no me ayuda a sentirme mejor. Busca en su escondite del vestido, saca la llave de las esposas y libera mi muñeca de la manilla.
—¿Qué haces?—pregunto retirando el brazo.
—Finn tiene que hablar conmigo—dice apretando los dientes.
—Ah, no—me río—No vale que me sueltes cuando a ti te conviene. De eso, nada, López—observo a Finn, cuyo rostro permanece impasible.
—Vuelvo en seguida, Britt—repone cogiéndome de la muñeca.
—¡No! ¿Adónde vas?—miro de nuevo a Finn—¿Adónde va?
—Todo va bien.
—¡No! ¡Y una mierda va bien!
Levanto demasiado la voz y Santana me lanza una mirada asesina. Me da igual. No puede hacerme esto. No puede librarse de mí cuando le conviene. Es el día de mi boda.
—¡Esa boca!—masculla acercándose a mi oído—Volveré dentro de cinco minutos. No te muevas de aquí, Britt.
Retrocedo ante su agresividad, atónita al ver cómo me libera de las esposas un segundo antes de marcharse con Finn.
Estoy sentada en un taburete, la novia con su vestido deslumbrante, luciendo diamantes y con todos los invitados pasándoselo bien, hablando, riendo y bebiendo. Yo sólo quiero irme a casa.
Tengo ganas de llorar.
Me siento ignorada y estoy muy, muy dolida.
Me bajo del taburete, decidida a aprovechar mi libertad al máximo y a ir a hacer pis. Es posible que también llore un ratito. Necesito alejarme de toda esta gente antes de que las lágrimas empiecen a rodarme por las mejillas.
¿Qué me pasa?
—¿Adónde vas, cariño?—pregunta mi mamá acercándose.
Finjo sonreír. Ha tomado demasiados sublimes. Ya no lleva el pelo perfecto y no parece importarle, señal de que está un poco pedo.
—Al baño. Ahora vuelvo.
—¿Necesitas que te ayude? No sé dónde está Rach—recorre el bar con la mirada.
—No, puedo sola.
Dejo a mi mamá y me dirijo a los servicios en busca de un poco de privacidad y de tiempo para mí. Abro la puerta y me planto delante del espejo para ver mi cara de pena. Ya no soy una novia resplandeciente. No me brillan los ojos ni luzco una bonita sonrisa de felicidad. Estoy como si me hubiera arrollado un camión y tengo las emociones a flor de piel. Dejo escapar un hondo suspiro y me pellizco las mejillas para intentar darles algo de color.
Estoy cetrina.
—¡Ay, Dios! ¡Ay, Dios!
Levanto la cabeza y me vuelvo para ver de dónde proceden los gemidos. Me quedo quieta y contengo la respiración mientras oigo jadeos y movimiento en uno de los cubículos.
¿Hay alguien haciéndolo en los baños?
¡No!
Me recojo la falda del vestido para salir. Esto podría resultar muy embarazoso. Doy el primer paso a toda prisa pero me quedo helada al ver que la puerta se abre y Rachel aparece tambaleándose. Trago saliva y se me cae el vestido de las manos.
—Pero ¿qué haces?—pregunto, incrédula.
Sé que Quinn estaba un poco fastidiada por haber tenido que aparcar sus peculiares actividades durante algún tiempo, pero podrían haber aguantado un poco más.
Se tensa de pies a cabeza. Los rizos oscuros, despeinados, le tapan media cara.
—¡Mierda!—dice en voz baja arreglándose el vestido.
—¿Es que no pueden esperar?—pregunto, horrorizada y un poco aliviada también por no haber pillado in fraganti a cualquier otro invitado.
—Britt...—empieza a decir mi amiga, y entonces sale una persona detrás de ella.
Y no es mujer.
Y no es Quinn.
Me quedo boquiabierta.
—¿Sam?—no me lo creo—¿Qué coño estás haciendo?
Se encoge de hombros y evita mirarme, está muy ocupado abrochándose los pantalones. Miro a uno y a otra esperando cualquier cosa, pero ninguno hace o dice nada. Se limitan a quedarse ahí de pie, mirando a todas partes menos a mí.
Observo a mi hermano con cara de querer matarlo.
—¡Te dije que la dejaras en paz!—le grito antes de focalizar mi ira en Rachel—¡Y tú estás como una cuba! ¿Cuál es su problema? ¿Es que no han aprendido la lección?
—No es asunto tuyo, Brittany—me corta Sam.
Sale del baño y me deja a solas con mi amiga reincidente.
—¿Rachel?—insisto, pero ella evita mirarme. Sabe que acaba de cometer un gran error—¿Y qué hay de Quinn?—pregunto. La pobre está ahí fuera, ajena a todo esto—No me lo puedo creer.
Me llevo el dorso de la mano a la frente. Me duele la cabeza, es demasiada información. Ella hipa y se ríe nerviosa antes de agarrarse al lavabo para no caerse de culo.
—Un poco de diversión—contesta—Y no es asunto tuyo.
—Ah, muy bien—exclamo sujetándome el bajo del vestido—En ese caso, me voy para que se sigan divirtiendo.
Doy media vuelta y salgo de los servicios, directa hacia el despacho de Santana. Ya no hay mesas en el salón de verano, pero sigue estando lleno de gente y el grupo de música tiene a todo el mundo bailando al ritmo de un clásico de Motown.
Voy esquivando invitados, sonriente, intentando parecer la novia en éxtasis que se supone que soy y poniendo fin a las conversaciones lo más rápidamente que puedo. Me he enfadado con mi hermano y ahora también estoy enfadada con Rachel.
Quiero huir con Santana y ser felices, felices como sólo somos cuando el mundo y sus problemas se quedan fuera de nuestra pequeña burbuja de felicidad en la que sólo existen nuestros problemas.
Recorro el pasillo hasta su despacho y el alma se me cae a los Louboutin en cuanto veo quién hay dentro.
Sólo dos personas.
Santana... y Sugar.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Otra vez joder! no pueden estar bien el dia de su boda?!?! Y porque tiene que estar ahi Sugaaar!!?
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Que mierda le pasa a Santana, porque carajos no puede decirle a Sugar que la deje en paz.
Al menos por el día de su boda con Britt, ya que ella merece un poco de respeto.
Y Sugar es una idiota, antes era Holly ahora ella, dios déjenlas ser felices.
Y ya me enoje.
Gracias por el capitulo, y nos leemos en tu siguiente actu.
P.D: Cuidate
P.D.2: Ya estoy mucho mejor gracias
P.D.3: Y estoy comentando tu adaptación.
P.D.4: Te quiero. chau
Al menos por el día de su boda con Britt, ya que ella merece un poco de respeto.
Y Sugar es una idiota, antes era Holly ahora ella, dios déjenlas ser felices.
Y ya me enoje.
Gracias por el capitulo, y nos leemos en tu siguiente actu.
P.D: Cuidate
P.D.2: Ya estoy mucho mejor gracias
P.D.3: Y estoy comentando tu adaptación.
P.D.4: Te quiero. chau
Daniela Gutierrez***** - Mensajes : 281
Fecha de inscripción : 03/07/2014
Edad : 27
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Susii escribió:Otra vez joder! no pueden estar bien el dia de su boda?!?! Y porque tiene que estar ahi Sugaaar!!?
Hola, ai les destino les juega malas pasadas no¿? ¬¬ sugar, sugar ¬¬ un combo como a holly, no¿? jajajaja. Saludos =D
Daniela Gutierrez escribió:Que mierda le pasa a Santana, porque carajos no puede decirle a Sugar que la deje en paz.
Al menos por el día de su boda con Britt, ya que ella merece un poco de respeto.
Y Sugar es una idiota, antes era Holly ahora ella, dios déjenlas ser felices.
Y ya me enoje.
Gracias por el capitulo, y nos leemos en tu siguiente actu.
P.D: Cuidate
P.D.2: Ya estoy mucho mejor gracias
P.D.3: Y estoy comentando tu adaptación.
P.D.4: Te quiero. chau
Hola dani, san, san, san... no entiende vrdd xD y britt la tiene que seguir aguantando no¿? ai el destino malo con ellas ¬¬ Se va una, llega la otra no¿? se merece un combo como holly, no¿? jajaajjajajaaj. Jjaajajaja suele pasar no¿? jaajajajajajaj. De nada, pero gracias a ti por leer y comentar. Hecho! Saludos =
Pd: gracias, tu igual!
Pd2: eso es muy bueno!
Pd3: jajajaajaj gracias, yo también la tuya!
Pd4: jajaaj es el efecto que causo en las personas!
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 4
Capitulo 4
Mi día no ha hecho más que empeorar.
Están sentadas en los extremos opuestos del sofá y sus cabezas se vuelven hacia mí. Me quedo donde estoy, sintiéndome algo perdida. Todo mi enfado, todas las frustraciones de la jornada acaban de transformarse en una emoción dolorosa. Los ojos se me llenan de lágrimas que me escuecen detrás de los párpados y tengo el corazón desbocado.
Estoy destrozada.
Como no sé qué hacer pero sí sé que no quiero que esa mujer me vea derrumbarme, echo a andar hacia atrás y cierro la puerta lentamente al salir. Vuelvo a recorrer el pasillo sumida en la tristeza, pero en vez de ir hacia la muchedumbre feliz, me desvío y huyo de la cháchara alegre y de los cuerpos que bailan. Me dirijo hacia el camino de grava, en dirección al bosque. Planto mi culo derrotado en un tronco y empiezo a dar pellizcos a la corteza seca, desmenuzándola entre los dedos. La brisa fresca de la noche hace que se me ponga la carne de gallina.
Sólo estaban hablando, pero Santana sabe lo que opino de ella, lo que opino de cualquier mujer que haya estado con ella. Aun así, sacrifica el tiempo que podría pasar conmigo en el día más especial de nuestras vidas para estar con ella.
No entiendo nada.
Quiero gritarle, coserle el pecho a puñetazos y desgañitarme en su cara, pero no me quedan fuerzas. Es como si me hubieran chupado todas las ganas de pelea. Me ha consumido el drama, el mío y el ajeno, y he quedado expuesta y vulnerable. Y también hecha un mar de dudas.
Tenía que ser en el día de mi boda.
Dudo que pueda reunir las fuerzas necesarias para pasar el resto de mi vida con Santana, espantando mujeres y problemas. Me he dado cuenta de que estoy indefensa y las lágrimas corren por mis mejillas y caen sobre el encaje de mi vestido.
Estoy indefensa.
No puedo hacer que todas esas mujeres desaparezcan, no puedo separar a Santana de su pasado y no puedo controlar a otras personas ni sus actos. Lo único que soy capaz de hacer es asegurarme de ir al médico.
Escondo la cabeza entre las manos y sollozo en silencio. No me quedan fuerzas ni para llorar como es debido. En medio de mi llanto patético e incontrolable oigo que Santana se acerca. A pesar de que tengo la nariz taponada puedo oler su perfume.
Ni siquiera puedo moverme, no obstante, siento su presencia. Cada átomo de mi cuerpo la nota pero mis ojos se niegan a mirarla. Me enjugo las lágrimas y me sorbo los mocos.
—Sé que estás ahí—digo en voz baja sin levantar la vista.
—Lo sé.
Sus pasos crujen en la tierra y los percibo más claramente cuando se acerca y entra en mi visión periférica. Se agacha a mi lado pero no me toca. Tiene las manos entrelazadas y los pulgares dibujan círculos en el aire. La oigo respirar con fuerza. Ha estado corriendo por los jardines buscándome y ahora se limita a sentarse a mi lado, a quedarse callada cuando debería explicarse y explicarme por qué me ha abandonado el día de nuestra boda para poder ver a una mujer, a otra mujer, que está enamorada de ella.
Me río para mis adentros.
—Tiene gracia lo compenetradas que estamos y, sin embargo, estás ahí sentada sin saber qué decirme—le espeto.
Noto que se revuelve, incómoda, y luego su mano cruza la distancia que nos separa y se detiene en mi muslo. Su tacto tibio hace cosas que no quiero que haga. Miro sus dedos abiertos, su anillo de boda de platino y diamantes, a juego con el mío, que resplandece cuando flexiona la mano y me aprieta el muslo.
—Y como no habla, me acaricia—digo en voz baja.
—Te quiere—susurra—Desearía poder borrar el pasado que tanto daño te hace.
Me vuelvo para mirarla y veo unos estanques oscuros rebosantes de remordimiento.
—¿Y por qué has ido a verla? Es el día de nuestra boda, habías jurado estar a mi lado todo el día, ¿por qué me has abandonado para estar con ella?
—No podía dejarla en la entrada con todo el ir y venir de los invitados, Britt.
—Bueno haberle dicho que se fuera.
—¿Y dar el espectáculo?
—¿Qué quería?—habrá venido para algo—¿Sabía que nos casábamos hoy?
La arruga de la frente toma posiciones y su labio desaparece entre sus dientes.
—Sí, lo sabía.
¿Ha estado hablando con ella?
—¿Y, aun así, ha venido? ¿Qué esperaba? ¿Impedir la boda? ¿Pensaba entrar corriendo en el salón de verano y proclamar que no deberíamos unirnos en sagrado matrimonio?
Esto es de traca.
—No lo sé, Britt—dice al tiempo que aparta la mirada.
—¿Cuándo fue la última vez que hablaste con ella?
Suspira.
—Ha estado llamando y viniendo a La Mansión. Le he dicho una y otra vez que no voy a ayudarla. Le he dicho que no siento nada por ella. No sé qué más puedo hacer, Britt.
—¿Cómo definirías una aventura?
Sus ojos me miran rápidamente, confusos ante mi pregunta.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que está enamorada de ti y tú dices que fue sólo sexo. Está claro que para ella hubo algo más—se lo explico e intento valorar su reacción.
—Britt, ya te lo he dicho: fue sólo sexo. Ellas siempre querían más, pero nunca les di motivos para esperar nada. Nunca.
Hago una mueca al oír la palabra «ellas». Se refiere a la infinidad de mujeres que la desean, a la infinidad de mujeres que han estado con ella, a la infinidad de mujeres que se han enamorado de ella.
Menos mal que no le gustan los hombres, no podría luchar con ellos también.
Quiero contarle lo que Sugar me dijo sobre cómo hizo que la necesitara, pero entonces sabrá que intercepté la llamada.
Y después de estar con Santana, ¿quién no iba a querer repetir?
¿Quién no iba a pensar que la necesitaba?
Sé que fue precisamente eso lo que me sucedió a mí también, pero ahora necesito mucho más que su cuerpo.
Ahora la necesito para respirar.
—No quiero que vuelvas a verla.
Me devuelve la mirada.
—No lo haré, no tengo por qué.
Respiro hondo y miro al suelo.
—Ya he tenido bastante boda. Quiero irme.
—Brittany, mírame—me ordena con dulzura.
—Santana, no empieces con exigencias cuando me encuentro así de mal.
—Creo que no me has oído bien. He dicho que me mires.
Ya no me lo ordena con dulzura, pero estoy tan abatida que ni siquiera puedo desobedecerla.
No tengo fuerzas.
—¿Qué?—pregunto acatando su orden, que está fuera de lugar.
Se arremanga el vestido e hinca las rodillas en el suelo y me coge de las manos.
—La he fastidiado y lo siento, pero estaba intentando que no se te acercara. Me ha entrado el pánico y he intentado hacerla entrar en razón. No quería que armara un escándalo en este día tan especial para ti.
—También es especial para ti—le recuerdo—Deberías habérmelo dicho.
—Lo sé—se incorpora y me rodea con los brazos—Te lo compensaré. ¿Qué quieres que haga? Pídeme lo que quieras, Britt-Britt.
Me relajo contra su pecho.
—Llévame a la cama—ordeno sin voz.
—Trato hecho—me levanta y enfatiza su disculpa con un beso profundo y cargado de significado—Luego haremos las paces como es debido.
Me coge en brazos y echa a andar de vuelta a La Mansión. Entramos en el salón de verano por las enormes puertas francesas y nos recibe la mirada furibunda de mi mamá.
—¡Por fin—se acerca dando grandes zancadas, todavía medio pedo y muy enfadada—No han cortado la tarta ni ha habido primer baile. ¿De verdad es esto una boda?
No me apetece nada hacer ninguna de las dos cosas. Todos los invitados están aquí y deberíamos charlar con ellos, pero paso.
—Voy a llevar a Britt a la habitación. Está cansada.
Se detiene por mi mamá y tampoco me deja en el suelo. Me lleva en brazos por el salón de verano, pasando entre nuestros invitados, y no se va a detener por nada ni por nadie.
—¡Si sólo son las diez!—está horrorizada, tal y como me imaginaba—¿Qué hay de los invitados?
—Hay barra libre, comida y música, Whitney. Estoy segura de que sobrevivirán.
Cada hora que pasa, Santana es menos tolerante con mi mamá. El sentimiento es mutuo.
—Brittany, por favor, hazla entrar en razón.
Me lo está suplicando, y de repente me da pena. También es un día especial para ella, y mi latina se lo está fastidiando.
Le cojo las mejillas con las manos mientras ella sigue avanzando a grandes zancadas con mi mamá pegada. Acerco su cara a la mía:
—Sólo un ratito más—susurro, y deja de andar—Podemos regalarle un ratito más.
—Estás cansada, Britt—replica frunciendo un poco el ceño. Sí, estoy cansada pero no es cansancio físico. Es mi mente la que está agotada—Voy a llevarte a la cama.
—Baila conmigo, Sanny—digo. Le acaricio la mejilla con la nariz y recibo una oleada de su maravillosa esencia—Vamos a bailar.
Se da la vuelta y aprieta la cara contra mi nariz. Sabía que eso la convencería.
—¡Gracias a Dios!—exclama mi mamá detrás de nosotras.
Me deja en mitad de la pista de baile antes de acercarse al grupo y decirle algo al cantante al oído. Éste asiente y sonríe. Todo el mundo despeja la pista de baile y sólo quedamos Santana y yo, y nos da un poco de vergüenza. Entonces el cantante y el resto del grupo bajan del escenario y Chasing Cars de Snow Patrol rompe el silencio.
Santana se vuelve y se queda de pie, mirándome durante lo que me parece una eternidad. Se me están llenando los ojos de lágrimas y sé que si miro a mi mamá me la voy a encontrar llorando a moco tendido, así que no lo hago. Mantengo la mirada fija en mi esposa y observo cómo se acerca lentamente a mí, me coge y me abraza contra su pecho. Apoyo la mejilla en su hombro y empieza a bailar, envolviéndome con firmeza con sus brazos. Deslizo las manos por su espalda, cierro los ojos y mi cuerpo sigue sin ningún tipo de esfuerzo sus movimientos lentos y suaves.
—Lo siento, Britt-Britt—me susurra al oído—Siento mucho haberte dejado sola.
Suspiro. Sé que lo siente, pero ojalá pensara un poco antes de hacer las cosas. Le doy un pequeño apretón. Es mi forma de decirle sin palabras que la perdono.
—No digas nada más, San.
Respira aliviada y me besa en el cuello.
—Cuanto más intento no herirte, más daño te hago. No tengo remedio.
—Calla.
—Me callo, pero de verdad que lo siento—me abraza con más fuerza—Me muero de ganas por meterme en la cama contigo.
—Y yo—de nuevo, todo el mundo se interpone en nuestro camino—Mañana nos pasaremos el día entero en la cama—afirmo.
—Primero tenemos que ir a casa.
Me deprimo un poco cuando me lo recuerda: esta noche la vamos a pasar aquí. Todas las habitaciones están preparadas para los invitados, en general de mi familia.
—Bueno nos iremos mañana a primera hora—exijo en voz baja.
Sé que abandonar a nuestros invitados es de mala educación, pero no quiero ver a Rachel, y mucho menos a Sam.
—Eso haremos. Después de darnos un buen baño y de desayunar con tus padres.
Dejo que Santana me acune, cierro los ojos y mi mente se relaja un poco. Permito que mi mujer me alivie todo el estrés.
—Me habría gustado que me llevaras lejos, a un sitio tranquilo donde estuviéramos solas las dos.
—A mí también, pero estoy segura de que a tu mamá no le habría gustado tanto.
Sonrío. Sí, habría puesto todas las pegas del mundo.
Abro los ojos y la veo arrastrando a mi papá a la pista de baile. Los siguen Rachel y Quinn, y luego Kurt y Mercedes. Vuelvo a cerrar los ojos y me fundo con Santana y con sus movimientos.
—Señora López -Pierce, ¿se me está quedando dormida?
—Mmm...—estoy muy a gusto entre sus brazos. Las demás parejas son invisibles, sigo con los ojos cerrados, sintiéndola, oliéndola—Te quiero, Sanny—susurro haciendo mía su boca.
Gime de felicidad y me levanta del suelo. Estoy pegada a su pecho, con nuestras lenguas acariciándose suavemente en nuestras bocas.
—Señora Pierce- López, está usted llamando la atención.
—Que les den. Cuando quiera y donde quiera, Britt-Britt. Ya lo sabes—se aparta—Quiero ver tus ojos.
La dejo que mire lo que quiera.
—¿Por qué me ordenas siempre que te los muestre?
Sonríe un poco, pero la mirada le brilla con intensidad.
—Porque, cuando los veo, sé que existes de verdad.
Imito su media sonrisa.
—Existo de verdad.
—No sabes cuánto me alegro. No te he dicho lo deslumbrante que estás—me da un beso breve y sigue bailando—Lo he pensado, pero me quedo boba cada vez que te miro. Es como verte por primera vez—busca en mis ojos y suspira—Mi corazón late por ti y eres la única que lo hace latir, ¿entendido, Britt-Britt?
Asiento medio convencida. Sé lo que quiere decir.
—Sólo por mí—llevo las manos a su nuca y disfruto del tacto de sus cabellos negros entre mis dedos—Llévame a la cama.
Las comisuras de sus labios bailan un poco.
—¿Consentirá mi encantadora suegra?
Me encojo de hombros.
—Me da igual. Te quiero sólo para mí. Llévame a la cama, San.
—Trato hecho—me deja en el suelo y me da un beso casto—No va a tener que decírmelo dos veces, señora López-Pierce.
—Acabo de hacerlo.
Frunce el ceño.
—Es culpa de tu mamá.
Hace que gire sobre mis talones y me saca fuera de la pista de baile. Esquivamos a todas las parejas abrazadas.
—¡Mira, son Clive y Sue!—digo al ver al conserje y a nuestra asistenta bailando juntos.
Están adorables.
Santana se ríe.
Veo a Rachel en los brazos de Quinn. Luego veo a mi hermano a lo lejos, mirando fijamente a mi mejor amiga y a la picarona de su novia. Esto se va a poner muy feo. Nunca he querido que Sam se fuera, pero ahora lo estoy deseando.
¿En qué demonios estaría pensando Rachel?
Santana tira de mí y dejo de pensar en mi hermano. Se ha dado cuenta de en qué estaba pensando.
—A mí no me parece que sea agua pasada—señala enarcando las cejas.
Tiene razón, no lo parece, pero tampoco se lo confirmo. Se inclina para cogerme en brazos cuando Snow Patrol pierde volumen y empieza a sonar otra cosa, algo más rápido y ruidoso. No puedo evitar echarme a reír al ver que Santana se queda de piedra medio agachada al oír la voz de la cantante.
—Hola, JLo—digo viendo cómo se yergue.
Da un paso atrás, pensativa, se alisa el vestido y les quita unas pelusas imaginarias y me mira con los ojos abiertos y emocionados.
—Señora López-Pierce—niega con la cabeza—, estoy a punto de levantar el suelo.
Me coge de la mano y volvemos corriendo a la pista de baile, abriéndonos paso entre bailarines borrachos hasta que estamos en el centro. Sonrío como una idiota cuando la veo frotarse las manos, luego me quedo en trance al ver lo bien que se mueve mi diosa.
Realmente va a levantar el suelo.
Están sentadas en los extremos opuestos del sofá y sus cabezas se vuelven hacia mí. Me quedo donde estoy, sintiéndome algo perdida. Todo mi enfado, todas las frustraciones de la jornada acaban de transformarse en una emoción dolorosa. Los ojos se me llenan de lágrimas que me escuecen detrás de los párpados y tengo el corazón desbocado.
Estoy destrozada.
Como no sé qué hacer pero sí sé que no quiero que esa mujer me vea derrumbarme, echo a andar hacia atrás y cierro la puerta lentamente al salir. Vuelvo a recorrer el pasillo sumida en la tristeza, pero en vez de ir hacia la muchedumbre feliz, me desvío y huyo de la cháchara alegre y de los cuerpos que bailan. Me dirijo hacia el camino de grava, en dirección al bosque. Planto mi culo derrotado en un tronco y empiezo a dar pellizcos a la corteza seca, desmenuzándola entre los dedos. La brisa fresca de la noche hace que se me ponga la carne de gallina.
Sólo estaban hablando, pero Santana sabe lo que opino de ella, lo que opino de cualquier mujer que haya estado con ella. Aun así, sacrifica el tiempo que podría pasar conmigo en el día más especial de nuestras vidas para estar con ella.
No entiendo nada.
Quiero gritarle, coserle el pecho a puñetazos y desgañitarme en su cara, pero no me quedan fuerzas. Es como si me hubieran chupado todas las ganas de pelea. Me ha consumido el drama, el mío y el ajeno, y he quedado expuesta y vulnerable. Y también hecha un mar de dudas.
Tenía que ser en el día de mi boda.
Dudo que pueda reunir las fuerzas necesarias para pasar el resto de mi vida con Santana, espantando mujeres y problemas. Me he dado cuenta de que estoy indefensa y las lágrimas corren por mis mejillas y caen sobre el encaje de mi vestido.
Estoy indefensa.
No puedo hacer que todas esas mujeres desaparezcan, no puedo separar a Santana de su pasado y no puedo controlar a otras personas ni sus actos. Lo único que soy capaz de hacer es asegurarme de ir al médico.
Escondo la cabeza entre las manos y sollozo en silencio. No me quedan fuerzas ni para llorar como es debido. En medio de mi llanto patético e incontrolable oigo que Santana se acerca. A pesar de que tengo la nariz taponada puedo oler su perfume.
Ni siquiera puedo moverme, no obstante, siento su presencia. Cada átomo de mi cuerpo la nota pero mis ojos se niegan a mirarla. Me enjugo las lágrimas y me sorbo los mocos.
—Sé que estás ahí—digo en voz baja sin levantar la vista.
—Lo sé.
Sus pasos crujen en la tierra y los percibo más claramente cuando se acerca y entra en mi visión periférica. Se agacha a mi lado pero no me toca. Tiene las manos entrelazadas y los pulgares dibujan círculos en el aire. La oigo respirar con fuerza. Ha estado corriendo por los jardines buscándome y ahora se limita a sentarse a mi lado, a quedarse callada cuando debería explicarse y explicarme por qué me ha abandonado el día de nuestra boda para poder ver a una mujer, a otra mujer, que está enamorada de ella.
Me río para mis adentros.
—Tiene gracia lo compenetradas que estamos y, sin embargo, estás ahí sentada sin saber qué decirme—le espeto.
Noto que se revuelve, incómoda, y luego su mano cruza la distancia que nos separa y se detiene en mi muslo. Su tacto tibio hace cosas que no quiero que haga. Miro sus dedos abiertos, su anillo de boda de platino y diamantes, a juego con el mío, que resplandece cuando flexiona la mano y me aprieta el muslo.
—Y como no habla, me acaricia—digo en voz baja.
—Te quiere—susurra—Desearía poder borrar el pasado que tanto daño te hace.
Me vuelvo para mirarla y veo unos estanques oscuros rebosantes de remordimiento.
—¿Y por qué has ido a verla? Es el día de nuestra boda, habías jurado estar a mi lado todo el día, ¿por qué me has abandonado para estar con ella?
—No podía dejarla en la entrada con todo el ir y venir de los invitados, Britt.
—Bueno haberle dicho que se fuera.
—¿Y dar el espectáculo?
—¿Qué quería?—habrá venido para algo—¿Sabía que nos casábamos hoy?
La arruga de la frente toma posiciones y su labio desaparece entre sus dientes.
—Sí, lo sabía.
¿Ha estado hablando con ella?
—¿Y, aun así, ha venido? ¿Qué esperaba? ¿Impedir la boda? ¿Pensaba entrar corriendo en el salón de verano y proclamar que no deberíamos unirnos en sagrado matrimonio?
Esto es de traca.
—No lo sé, Britt—dice al tiempo que aparta la mirada.
—¿Cuándo fue la última vez que hablaste con ella?
Suspira.
—Ha estado llamando y viniendo a La Mansión. Le he dicho una y otra vez que no voy a ayudarla. Le he dicho que no siento nada por ella. No sé qué más puedo hacer, Britt.
—¿Cómo definirías una aventura?
Sus ojos me miran rápidamente, confusos ante mi pregunta.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que está enamorada de ti y tú dices que fue sólo sexo. Está claro que para ella hubo algo más—se lo explico e intento valorar su reacción.
—Britt, ya te lo he dicho: fue sólo sexo. Ellas siempre querían más, pero nunca les di motivos para esperar nada. Nunca.
Hago una mueca al oír la palabra «ellas». Se refiere a la infinidad de mujeres que la desean, a la infinidad de mujeres que han estado con ella, a la infinidad de mujeres que se han enamorado de ella.
Menos mal que no le gustan los hombres, no podría luchar con ellos también.
Quiero contarle lo que Sugar me dijo sobre cómo hizo que la necesitara, pero entonces sabrá que intercepté la llamada.
Y después de estar con Santana, ¿quién no iba a querer repetir?
¿Quién no iba a pensar que la necesitaba?
Sé que fue precisamente eso lo que me sucedió a mí también, pero ahora necesito mucho más que su cuerpo.
Ahora la necesito para respirar.
—No quiero que vuelvas a verla.
Me devuelve la mirada.
—No lo haré, no tengo por qué.
Respiro hondo y miro al suelo.
—Ya he tenido bastante boda. Quiero irme.
—Brittany, mírame—me ordena con dulzura.
—Santana, no empieces con exigencias cuando me encuentro así de mal.
—Creo que no me has oído bien. He dicho que me mires.
Ya no me lo ordena con dulzura, pero estoy tan abatida que ni siquiera puedo desobedecerla.
No tengo fuerzas.
—¿Qué?—pregunto acatando su orden, que está fuera de lugar.
Se arremanga el vestido e hinca las rodillas en el suelo y me coge de las manos.
—La he fastidiado y lo siento, pero estaba intentando que no se te acercara. Me ha entrado el pánico y he intentado hacerla entrar en razón. No quería que armara un escándalo en este día tan especial para ti.
—También es especial para ti—le recuerdo—Deberías habérmelo dicho.
—Lo sé—se incorpora y me rodea con los brazos—Te lo compensaré. ¿Qué quieres que haga? Pídeme lo que quieras, Britt-Britt.
Me relajo contra su pecho.
—Llévame a la cama—ordeno sin voz.
—Trato hecho—me levanta y enfatiza su disculpa con un beso profundo y cargado de significado—Luego haremos las paces como es debido.
Me coge en brazos y echa a andar de vuelta a La Mansión. Entramos en el salón de verano por las enormes puertas francesas y nos recibe la mirada furibunda de mi mamá.
—¡Por fin—se acerca dando grandes zancadas, todavía medio pedo y muy enfadada—No han cortado la tarta ni ha habido primer baile. ¿De verdad es esto una boda?
No me apetece nada hacer ninguna de las dos cosas. Todos los invitados están aquí y deberíamos charlar con ellos, pero paso.
—Voy a llevar a Britt a la habitación. Está cansada.
Se detiene por mi mamá y tampoco me deja en el suelo. Me lleva en brazos por el salón de verano, pasando entre nuestros invitados, y no se va a detener por nada ni por nadie.
—¡Si sólo son las diez!—está horrorizada, tal y como me imaginaba—¿Qué hay de los invitados?
—Hay barra libre, comida y música, Whitney. Estoy segura de que sobrevivirán.
Cada hora que pasa, Santana es menos tolerante con mi mamá. El sentimiento es mutuo.
—Brittany, por favor, hazla entrar en razón.
Me lo está suplicando, y de repente me da pena. También es un día especial para ella, y mi latina se lo está fastidiando.
Le cojo las mejillas con las manos mientras ella sigue avanzando a grandes zancadas con mi mamá pegada. Acerco su cara a la mía:
—Sólo un ratito más—susurro, y deja de andar—Podemos regalarle un ratito más.
—Estás cansada, Britt—replica frunciendo un poco el ceño. Sí, estoy cansada pero no es cansancio físico. Es mi mente la que está agotada—Voy a llevarte a la cama.
—Baila conmigo, Sanny—digo. Le acaricio la mejilla con la nariz y recibo una oleada de su maravillosa esencia—Vamos a bailar.
Se da la vuelta y aprieta la cara contra mi nariz. Sabía que eso la convencería.
—¡Gracias a Dios!—exclama mi mamá detrás de nosotras.
Me deja en mitad de la pista de baile antes de acercarse al grupo y decirle algo al cantante al oído. Éste asiente y sonríe. Todo el mundo despeja la pista de baile y sólo quedamos Santana y yo, y nos da un poco de vergüenza. Entonces el cantante y el resto del grupo bajan del escenario y Chasing Cars de Snow Patrol rompe el silencio.
Santana se vuelve y se queda de pie, mirándome durante lo que me parece una eternidad. Se me están llenando los ojos de lágrimas y sé que si miro a mi mamá me la voy a encontrar llorando a moco tendido, así que no lo hago. Mantengo la mirada fija en mi esposa y observo cómo se acerca lentamente a mí, me coge y me abraza contra su pecho. Apoyo la mejilla en su hombro y empieza a bailar, envolviéndome con firmeza con sus brazos. Deslizo las manos por su espalda, cierro los ojos y mi cuerpo sigue sin ningún tipo de esfuerzo sus movimientos lentos y suaves.
—Lo siento, Britt-Britt—me susurra al oído—Siento mucho haberte dejado sola.
Suspiro. Sé que lo siente, pero ojalá pensara un poco antes de hacer las cosas. Le doy un pequeño apretón. Es mi forma de decirle sin palabras que la perdono.
—No digas nada más, San.
Respira aliviada y me besa en el cuello.
—Cuanto más intento no herirte, más daño te hago. No tengo remedio.
—Calla.
—Me callo, pero de verdad que lo siento—me abraza con más fuerza—Me muero de ganas por meterme en la cama contigo.
—Y yo—de nuevo, todo el mundo se interpone en nuestro camino—Mañana nos pasaremos el día entero en la cama—afirmo.
—Primero tenemos que ir a casa.
Me deprimo un poco cuando me lo recuerda: esta noche la vamos a pasar aquí. Todas las habitaciones están preparadas para los invitados, en general de mi familia.
—Bueno nos iremos mañana a primera hora—exijo en voz baja.
Sé que abandonar a nuestros invitados es de mala educación, pero no quiero ver a Rachel, y mucho menos a Sam.
—Eso haremos. Después de darnos un buen baño y de desayunar con tus padres.
Dejo que Santana me acune, cierro los ojos y mi mente se relaja un poco. Permito que mi mujer me alivie todo el estrés.
—Me habría gustado que me llevaras lejos, a un sitio tranquilo donde estuviéramos solas las dos.
—A mí también, pero estoy segura de que a tu mamá no le habría gustado tanto.
Sonrío. Sí, habría puesto todas las pegas del mundo.
Abro los ojos y la veo arrastrando a mi papá a la pista de baile. Los siguen Rachel y Quinn, y luego Kurt y Mercedes. Vuelvo a cerrar los ojos y me fundo con Santana y con sus movimientos.
—Señora López -Pierce, ¿se me está quedando dormida?
—Mmm...—estoy muy a gusto entre sus brazos. Las demás parejas son invisibles, sigo con los ojos cerrados, sintiéndola, oliéndola—Te quiero, Sanny—susurro haciendo mía su boca.
Gime de felicidad y me levanta del suelo. Estoy pegada a su pecho, con nuestras lenguas acariciándose suavemente en nuestras bocas.
—Señora Pierce- López, está usted llamando la atención.
—Que les den. Cuando quiera y donde quiera, Britt-Britt. Ya lo sabes—se aparta—Quiero ver tus ojos.
La dejo que mire lo que quiera.
—¿Por qué me ordenas siempre que te los muestre?
Sonríe un poco, pero la mirada le brilla con intensidad.
—Porque, cuando los veo, sé que existes de verdad.
Imito su media sonrisa.
—Existo de verdad.
—No sabes cuánto me alegro. No te he dicho lo deslumbrante que estás—me da un beso breve y sigue bailando—Lo he pensado, pero me quedo boba cada vez que te miro. Es como verte por primera vez—busca en mis ojos y suspira—Mi corazón late por ti y eres la única que lo hace latir, ¿entendido, Britt-Britt?
Asiento medio convencida. Sé lo que quiere decir.
—Sólo por mí—llevo las manos a su nuca y disfruto del tacto de sus cabellos negros entre mis dedos—Llévame a la cama.
Las comisuras de sus labios bailan un poco.
—¿Consentirá mi encantadora suegra?
Me encojo de hombros.
—Me da igual. Te quiero sólo para mí. Llévame a la cama, San.
—Trato hecho—me deja en el suelo y me da un beso casto—No va a tener que decírmelo dos veces, señora López-Pierce.
—Acabo de hacerlo.
Frunce el ceño.
—Es culpa de tu mamá.
Hace que gire sobre mis talones y me saca fuera de la pista de baile. Esquivamos a todas las parejas abrazadas.
—¡Mira, son Clive y Sue!—digo al ver al conserje y a nuestra asistenta bailando juntos.
Están adorables.
Santana se ríe.
Veo a Rachel en los brazos de Quinn. Luego veo a mi hermano a lo lejos, mirando fijamente a mi mejor amiga y a la picarona de su novia. Esto se va a poner muy feo. Nunca he querido que Sam se fuera, pero ahora lo estoy deseando.
¿En qué demonios estaría pensando Rachel?
Santana tira de mí y dejo de pensar en mi hermano. Se ha dado cuenta de en qué estaba pensando.
—A mí no me parece que sea agua pasada—señala enarcando las cejas.
Tiene razón, no lo parece, pero tampoco se lo confirmo. Se inclina para cogerme en brazos cuando Snow Patrol pierde volumen y empieza a sonar otra cosa, algo más rápido y ruidoso. No puedo evitar echarme a reír al ver que Santana se queda de piedra medio agachada al oír la voz de la cantante.
—Hola, JLo—digo viendo cómo se yergue.
Da un paso atrás, pensativa, se alisa el vestido y les quita unas pelusas imaginarias y me mira con los ojos abiertos y emocionados.
—Señora López-Pierce—niega con la cabeza—, estoy a punto de levantar el suelo.
Me coge de la mano y volvemos corriendo a la pista de baile, abriéndonos paso entre bailarines borrachos hasta que estamos en el centro. Sonrío como una idiota cuando la veo frotarse las manos, luego me quedo en trance al ver lo bien que se mueve mi diosa.
Realmente va a levantar el suelo.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Jdknxv JLo! Snvjsbx
Ya por lo menos estan bien ahora,
Una pequeña paliza a Sugar para que entienda?
Sam y Rachel?!?! Otra vez? Iuggg
Ya por lo menos estan bien ahora,
Una pequeña paliza a Sugar para que entienda?
Sam y Rachel?!?! Otra vez? Iuggg
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
rachel es la peor amiga del mundo a parte de una zorra, no me gusta su trato para con britt, y yaaaaaa por piedaddddd vayanse de esa fiesta y huyan de la mama fastidiosa de brittany!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Susii escribió:Jdknxv JLo! Snvjsbx
Ya por lo menos estan bien ahora,
Una pequeña paliza a Sugar para que entienda?
Sam y Rachel?!?! Otra vez? Iuggg
Hola, jajajajaja xD XFIN! esperemos y siga así no¿? Jjajaajajajajajajaj claro, así entendio holly no¿? jajajaajajaj. ¬¬ sam siempre estropeando todo no¿? Saludos =D
micky morales escribió:rachel es la peor amiga del mundo a parte de una zorra, no me gusta su trato para con britt, y yaaaaaa por piedaddddd vayanse de esa fiesta y huyan de la mama fastidiosa de brittany!!!!
Hola, ajajajajajaajaj si, la vrdd esk se esta ganado ese titulo no¿? Jajajajajajajajaj tienen que tener su momento no¿? ajajajajajaja. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Página 13 de 20. • 1 ... 8 ... 12, 13, 14 ... 16 ... 20
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