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FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
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FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 5
Capitulo 5
Una hora más tarde, después de que Santana se ha congraciado con mi mamá y ha hecho disfrutar a todo el mundo con su elegancia en la pista de baile, por fin estoy subiendo la escalera en sus brazos. Nos hemos quitado los zapatos de tacón y Santana los lleva en la mano. Tengo la cabeza, que me pesa un quintal, apoyada en su hombro desnudo, y no consigo mantener los ojos abiertos. Oigo el sonido de mis tacones al caer al suelo y a los pocos instantes estoy de pie. La frente se me cae sobre su pecho.
—Tenemos que consumar el matrimonio, San—farfullo contra sus pechos, restregando la cabeza para impregnarme de su fragancia.
Es el aroma más relajante del mundo. Se ríe.
—Britt-Britt, estás demasiado cansada. Lo consumaremos por la mañana.
Me coge de la nuca y me aparta de su pecho para poder mirarme. Intento mantener los ojos abiertos pero es imposible.
—Lo sé—intento volver a apoyar la frente en ella pero me sujeta con fuerza, examinando cada centímetro de mi cara—¿Qué?—pregunto.
—Dime que me quieres—ordena.
No lo dudo un segundo.
—Te quiero.
—Dime que...
—Te necesito—la interrumpo.
Esto ya me lo sé. Sonríe satisfecha.
—No sabes lo feliz que me haces.
—Lo sé, San—la corrijo.
Lo sé perfectamente porque yo siento lo mismo y ella lo sabe.
Me besa.
—Te quiero desnuda y encima de mí. Voy a quitarte el vestido—me pone de espaldas a ella y empieza a desabrochar los mil y un botones de perlas que bajan por mi espalda—¿Qué está pasando entre Rach y tu hermano?
Mis somnolientos ojos se abren al instante. Es una buena pregunta. Nada, o eso espero, pero no lo tengo claro.
—No lo sé—digo, y es la verdad.
No tengo ni idea, y no voy a contarle a Santana lo que he visto en los servicios.
—O has aprendido a controlar tu mala costumbre o me estás diciendo la verdad.
Me baja el vestido por los hombros, hasta el suelo, para que pueda quitármelo.
—Te estoy diciendo la verdad—contesto dándome la vuelta para mirarla. Se endereza y va a la puerta para colgar mi vestido—Creo que el hecho de volver a verse les ha traído recuerdos, eso es todo.
—¿Recuerdos?—pregunta regresando a mi lado.
Vuelve a ponerme de espaldas para desabrocharme el corsé.
—No eran buenos el uno para el otro. Ya conoces a Rach: Sam no es el hombre más tolerante del planeta. Chocaban sin parar. Que Sam se marchara fue lo mejor para ambos.
—Pero ha vuelto.
—Sí, pero no para quedarse. ¿Qué pasa con Rach y Quinn?—ése es otro desastre inminente.
—Ya te he dicho que no es asunto tuyo.
—Pero Rach es socia de La Mansión—mi tono es acusador, justo como me siento—¿Por qué se lo has permitido?
—Mi trabajo no consiste en preguntarles a los socios potenciales por qué quieren serlo. Compruebo si la policía los tiene fichados, historial médico y solvencia. Si pueden pagar, están sanos y no han cometido delitos graves, los aceptamos. Lo que no ofrezco son sesiones de psicoterapia para indagar en sus motivos, Britt.
Pongo mala cara.
—Los socios podrían tirarse a alguien entre visita y visita a La Mansión, pillar cualquier cosa o ser arrestados y tú no te enterarías de nada.
—Me enteraría porque han de someterse a controles médicos mensuales y recibo informes periódicos de la policía. Son cosas que pueden pasar, pero las controlamos lo mejor que podemos. No hay penetración sin condón y, por contrato, están obligados a ser sinceros y a facilitarnos dicha información—desabrocha el último cierre—Los socios son miembros respetables de la sociedad, Britt.
—A los que les gusta el sexo raro, con desconocidos y con aparatos extraños.
—Eso no es asunto mío.
Claro. Es su negocio y antes lo mezclaba con placer. No me gusta el hilo de mis pensamientos e intento concentrarme en sus manos, que me recogen el pelo y lo apartan a un lado. El inconfundible calor de sus labios en mi coronilla los hace desaparecer. Me estremezco y se ríe.
—Rach va a salir malparada—digo en voz baja.
Su brazo se enrosca en mi vientre desnudo y me atrae hacia sí. Ahora sí que estoy bien despierta.
—¿Qué te hace pensar eso?
Se me tensan los hombros.
—Sé que Quinn le gusta.
Sus caderas se aprietan contra mi trasero y se mueven en círculos, despacio, a propósito.
—Y yo sé que a Quinn le gusta Rach.
Gimo cuando repite el movimiento y empuja hacia arriba. Me acerca la boca al oído. Ni siquiera voy a intentar fingir que no me excita.
—Entonces ¿por qué no pueden salir juntas como una pareja normal?—suspiro.
—No es asunto nuestro.
Ya está. Entre esa voz, las dichosas caderas y sus pechos detrás del vestido, me tiene relamiéndome los labios.
Me vuelvo y camino hacia adelante, empujándola hacia la cama.
—Vamos a consumar este matrimonio, San—la tiro sobre el colchón y me monto sobre sus caderas. Me mira, sorprendida—Señora Pierce-López, ahora mando yo, ¿alguna queja?
Sonríe.
—Vuélvete loca, Britt-Britt. Pero, por favor, ten cuidado con esa boca.
—Esa boca...—susurro. Abre los ojos del susto cuando pego la nariz a la suya—¿Quién manda aquí—pregunto en voz baja.
—Tú, al menos por ahora—reprime una sonrisa—Pero no te acostumbres.
Sonrío, la beso, y nuestro gemido se funde en nuestras bocas. Me aprieto contra su cuerpo, obligándola a tenderse sobre la cama mientras nuestras lenguas siguen entrelazadas en perfecta armonía.
Es increíble lo sincronizadas que estamos. Sé lo que quiere y cómo lo quiere, incluso cuando se resiste. Últimamente he visto mucho a la Santana amable, pero voy a solucionarlo ahora mismo.
Me aparto de sus labios y me centro en su cuello. Saboreo la sensación de sus manos, acariciándome la espalda desnuda, pero no me gusta tanto el roce del metal de las esposas que cuelgan de una de sus muñecas.
—Eres tremenda, mujer—gime.
—¿No me deseas?
La provoco mientras le mordisqueo la oreja y dibujo círculos firmes y húmedos en el hueco que hay debajo del lóbulo.
Su fragancia es embriagadora.
—No me preguntes estupideces, Britt.
Se aprieta contra mí y sé que va a darle la vuelta a la tortilla y a clavarme contra la cama, a tomar el mando y a iniciar los preliminares del sexo somnoliento, así que me siento firmemente encima de ella.
—De eso, nada, López.
Su pecho sube y baja, su rostro está sorprendido y tenso. Es obvio que se muere de ganas por controlarme, aunque no pienso ceder. Sé que podría tumbarme sobre la cama en un abrir y cerrar de ojos sin esforzarse, pero no lo hará. Además de ser demasiada blanda conmigo, está tratando de demostrar algo: que puede soltar las riendas, que puede ser razonable.
Lo está intentando con todas sus fuerzas... Y está fracasando miserablemente.
Le cojo la mano y observa con atención cómo la levanto y dejo expuestas las esposas que le cuelgan de la muñeca. Procuro interpretar su reacción y su mirada me dice que lo ha entendido. Tensa el brazo, tiro de él, pero no me deja llevarlo a donde quiero.
Es la prueba de fuego.
Sé cómo se siente cuando no puede tocarme, pero es un miedo irracional y sin sentido y tenemos que superarlo. Vuelvo a tirar, esta vez levanto un poco las cejas. Parece reticente, sin embargo, me deja que lleve su mano a la cabecera.
—Esta vez no vas a ninguna parte—jadea—Prométeme que esta vez no te irás, Britt.
—Si tú me prometes no enfadarte—cierro las esposas alrededor de uno de los barrotes de madera—No te enfades conmigo.
Niega con la cabeza y respira hondo. Sé lo duro que es esto para ella.
—Bésame—me ordena.
—La que manda soy yo—le recuerdo.
—Britt-Britt, no me lo pongas aún más difícil.
Me coge del brazo con la mano libre y tira hasta que caigo de nuevo sobre su pecho. Mis labios aterrizan sobre los suyos y su maravillosa boca se apodera de mí.
Tiene razón: no debería ponérselo aún más difícil.
Iremos poco a poco.
Le dejo hacer lo que quiere con mi boca. Mis dedos se hunden en su pelo y tiro de la mata oscura mientras nuestras lenguas bailan al mismo ritmo. Estoy decidida a acabar con su ansiedad, pero después de mi breve estancia en el hospital, vamos a necesitar tiempo.
Empiezo a desabrochar su vestido y de los bajo hasta que siento sus pezones duros bajo las palmas de mis manos.
La intensidad de nuestro beso disminuye.
Me separo de ella, gruñe y cierra los ojos, pero ignoro su expresión de disgusto y empiezo a bajarle el vestido mientras la beso en el cuello, los pechos y el estómago hasta que se lo saco, solo que en bragas de encaje. Le acaricio el sexo con la nariz y con las manos masajeo sus pechos. Tensa las caderas y reprime un gruñido.
Mi plan funciona.
Voy a excitarla hasta ponerla frenética para que, cuando la libere, esté furiosa y me folle hasta dejarme inconsciente. Tenemos mucho sexo duro que recuperar.
Su mano aterriza en mi nuca y tira de mi pelo hacia atrás. Sonrío, satisfecha conmigo misma. Luego le bajo las bragas, meto la mano dentro de ellas y le cojo el sexo húmedo. Empuja con las caderas hacia arriba y el metal de las esposas choca contra la madera de la cama.
—¡Joder, Britt!—jadea al tiempo que levanta la cabeza y me dedica una mirada desesperada y hambrienta.
—¡Esa boca!—vuelvo a sentarme sobre su cintura y le cojo la cara entre las manos—¿Quieres que te meta la lengua?
La beso... con fuerza.
—Sí.
—¿Quién manda aquí, San?
Sonrío contra su boca y vuelvo a descender por su cuerpo. Bajo a su sexo, lo chupo, lo mordisqueo y lamo.
—Joder—gruñe—Por Dios, Britt. Tu boca es alucinante.
—¿Te gusta?—pregunto metiéndole la lengua hasta la mitad y luego volviendo a sacarla.
—Demasiado. Ya sé por qué me he casado contigo.
Le doy un mordisco a su clítoris de advertencia.
—¿Entera?
—Sí.
La chupo el clítoris y después le meto la lengua hasta el fondo, mientras le masajeo los pezones. Gime con fuerza y empuja con las caderas. Intento penetrarla otra vez, pero los reflejos me fallan y de repente estoy a punto de vomitar.
¿Qué me pasa?
Saco mi lengua y salto de la cama, con el estómago revuelto y la cara bañada en sudor.
Voy a vomitar.
Corro al cuarto de baño, me abrazo a la taza del váter y procedo a evacuar el contenido de mi estómago al tiempo que me aparto el pelo de la cara.
—¡Britt!—aúlla. Las esposas chocan con fuerza contra la cama—¡Britt!
—Estoy...
Vuelvo a vomitar y me atraganto intentando hablar para poder decirle que estoy bien.
Mierda, necesito soltarla.
—¡Britt, por Dios!—la insistencia del choque del metal contra la madera resuena en la habitación acompañado de los gritos de pánico de Santana—¡Por todos los santos, Britt!
No puedo hablar. Tengo la garganta bloqueada, los ojos llorosos y el estómago me duele de tanto vomitar.
Pero ¿qué diablos me pasa?
Si apenas había empezado. Me la he metido la lengua miles de veces y nunca me había pasado esto.
Mierda, estoy mareada.
Cojo un poco de papel higiénico y me enjugo el sudor de la frente. Necesito recomponerme y volver a la cama antes de que le dé un infarto.
—¡Britt!
Oigo otra serie de choques de metal contra madera seguidos de un chasquido tremendo, y luego Santana entra como una exhalación en el baño, con el sujetador de encaje todavía puesto, las bragas a medio subir y una mirada de puro terror en la cara.
He vuelto a hacerlo.
En mi intento por hacerle ver la ridícula y la exagerada que es su tendencia a sobreprotegerme, lo único que he conseguido ha sido empeorar la situación. Estoy bien, sólo que no consigo dejar de vomitar.
Vuelvo a hundir la cabeza en el váter.
Me duele todo el cuerpo y soy incapaz de hablar. Intento decirle con un gesto de la mano que no pasa nada, asegurarle que me encuentro bien, pero rápidamente tengo que volver a aferrarme a la taza del váter para seguir vomitando y ahogándome entre arcadas.
—Por Dios, Britt-Britt.
Parece preocupada, mi tonta neurótica.
Sólo estoy indispuesta.
Noto que se acerca por detrás y me sujeta los cabellos mientras me acaricia la espalda.
No puedo controlarlo.
Me han envenenado.
Seguro que me han envenenado.
—Estoy bien, San—digo, me enjugo la cara y me froto las mejillas con las manos cuando estoy convencida de que ya no tengo nada más que vomitar.
—Salta a la vista—farfulla ella, cortante—Deja que te vea, Britt.
Me vuelvo con un suspiro y la veo sentada en el suelo detrás de mí.
—¿Todavía quieres follarme?—pregunto tratando de aliviar su preocupación.
No voy a volver a intentar hacerle entender que no me va a pasar nada nunca más.
Siempre fracaso estrepitosamente.
Pone los ojos en blanco.
—Por favor, Britt.
—Perdona.
—Britt-Britt, te juro que vas a acabar conmigo—me aparta el pelo de la cara—Estás bien?
—No, tengo naúseas.
Me dejo caer hacia adelante y mi mejilla choca contra su pecho.
—¿Qué crees que ha sido?—me pregunta en voz baja.
Me tenso. No estoy lista para hablar del tema. No estoy lista para despedazarla por haberme sometido al tratamiento para quedar embarazada.
Ahora mismo no tengo fuerzas, así que cierro el pico.
Debo sacar la cabeza de debajo de la alfombra y enfrentarme a la realidad, al hecho de que es casi seguro que estoy embarazada.
Mi vida va a ser un infierno los próximos ocho meses, más o menos: un infierno eterno e insoportable.
—Llévame a la cama, por favor.
Suspira hondo. Es obvio que le puede la frustración.
No voy a poder seguir negando lo evidente durante mucho tiempo, pero por ahora su necesidad de cuidar de mí me saca del apuro.
Se levanta y tira de mí.
—Eres la mujer más frustrante del mundo. ¿Te lavo los dientes?
—Sí, por favor.
Me sonríe y me acaricia la mejilla con los nudillos.
—Todo saldrá bien.
¿De verdad?
Para ella, sí. Va a conseguir lo que quiere, aunque sigo sin entender por qué lo quiere.
Me adentraré en ese territorio cuando no me sienta débil, indefensa y a punto de desfallecer.
—Ya—concedo, no muy convencida. Entonces veo la esposa colgando de su muñeca... y una enorme herida roja—¡San! ¿Qué te has hecho?
Le cojo la muñeca para examinarla y descubro que el interior está lleno de laceraciones encarnadas. Contengo la respiración.
Mierda, eso debe de doler.
Esconde la muñeca de un tirón. Se quita las esposas y las tira al suelo.
—Mi corazón late por ti, Britt-Britt, pero también se para por ti—sacude la cabeza y me sienta en el mueble del lavabo—Dijiste que no podías vivir sin mí, ¿verdad?
—Sí.
Me mira con los ojos entornados.
—Bueno entonces deja de intentar matarme.
No puedo evitar sonreír.
—Eres una adicta al melodrama.
—No es ningún melodrama que me preocupe cuando mi esposa vomita justo después de haberme metido la lengua a la vagina.
Me echo a reír a carcajadas. Echo la cabeza hacia atrás, cierro los ojos y me río. A mandíbula batiente. Me echo a llorar de la risa y todo.
Primero la vomitera y ahora un ataque de risa. No puedo dejar de reír, y ella no hace nada por detener mi risa nerviosa. Me permite disfrutar del momento y espera pacientemente a que me controle mientras sujeta el cepillo de dientes delante de mis narices.
—¡Perdona!—digo entre risas—Lo siento, de verdad—me seco las lágrimas de los ojos y veo un par de estanques oscuros de curiosidad, un labio mordido y unas cejas enarcadas—La verdad es que tiene gracia, San.
—Me alegro de que te divierta. Abre la boca.
La abro y empieza a cepillarme los dientes. La arruga de concentración hace su aparición de siempre. Cuando ha terminado, me pasa una toalla húmeda por la frente, me coge en brazos y me transporta a la cama. Abro unos ojos como platos al ver la cabecera. Está rota, con trozos de madera colgando.
Ha pasado por encima de la cama.
—Adentro.
Me deja en el borde y no tardo ni un segundo en acurrucarme en el colchón con un suspiro largo y agradecido. Me vuelvo y la observo mientras se desviste. Mi mirada golosa se deleita en su perfección.
—No puedo creer que vaya a pasar mi primera noche de casada en una de tus cámaras de tortura.
Es un pensamiento poco agradable que hace que me ponga tensa y que me pregunte quién más ha ocupado esta cama y qué habrá ocurrido en ella.
Quiero irme de aquí.
—Nadie ha dormido en esta cama, Britt
Sabe en qué estoy pensando. Frunzo el ceño.
—¿Ah, no?
Sonríe y se quita el sujetador de encaje.
—Nadie ha estado en esta habitación desde el día en que te acorralé—me observa con atención y mi mente vuelve al día en que me encontré atrapada y deseando en silencio que me hiciera suya—Y la cama es nueva.
—¿De verdad?—suelto, bastante sorprendida.
Se ríe.
—De verdad.
—¿Por qué?
—Porque no voy a hacerte mía en una cama que otros han...—la arruga de la frente reaparece—Frecuentado.
«En la que otros han follado», eso es lo que quiere decir, y me da igual cómo lo formule. Nadie ha dormido, follado o saltado en esta cama, y me siento mucho mejor sabiéndolo.
—¿Y nadie más ha estado en esta habitación desde entonces?
Se quita las bragas.
—Sólo yo. Quítate la ropa interior, te quiero desnuda, Britt.
Me quito las bragas.
—¿Y venías a sentarte aquí a pensar en mí?—pregunto con una sonrisa.
Se acerca a la cómoda y abre el cajón de arriba.
—No lo sabes tú bien—responde dándose la vuelta con un sujetador en la mano.
Mi sujetador.
—¡Eso es mío!
La cabeza se me llena de imágenes del día en que me acorraló. Me dejé el sujetador.
¿Lo ha guardado todo este tiempo?
Lo mete de nuevo en el cajón y se encoge de hombros como un manso corderito. Luego se acerca a la cama y se acuesta a mi lado. De inmediato apoyo la cabeza entre sus pechos y le paso el brazo y la pierna por encima. Hundo la nariz en su cuello.
—¿Estás a gusto, Britt?—pregunta.
—Mmm—ronroneo mientras la acaricio sin parar.
Necesito sentirla, y disfruto del contacto piel con piel.
Se sentaba aquí y pensaba en mí. Guardó mi sujetador. Nadie ha estado aquí, exceptuándome a mí, y ha comprado otra cama.
—¿Cómo te encuentras?—pregunta dejando que la acaricie a mi gusto.
—Bien—suspiro.
Por ahora, pero seguro que no dura mucho. Suspira igual que yo.
—Dice que se encuentra bien—me abraza con más fuerza; su corazón late contra mi esternón—A dormir, mi preciosa mujer.
Y eso hago.
Cierro los ojos y me duermo.
—Tenemos que consumar el matrimonio, San—farfullo contra sus pechos, restregando la cabeza para impregnarme de su fragancia.
Es el aroma más relajante del mundo. Se ríe.
—Britt-Britt, estás demasiado cansada. Lo consumaremos por la mañana.
Me coge de la nuca y me aparta de su pecho para poder mirarme. Intento mantener los ojos abiertos pero es imposible.
—Lo sé—intento volver a apoyar la frente en ella pero me sujeta con fuerza, examinando cada centímetro de mi cara—¿Qué?—pregunto.
—Dime que me quieres—ordena.
No lo dudo un segundo.
—Te quiero.
—Dime que...
—Te necesito—la interrumpo.
Esto ya me lo sé. Sonríe satisfecha.
—No sabes lo feliz que me haces.
—Lo sé, San—la corrijo.
Lo sé perfectamente porque yo siento lo mismo y ella lo sabe.
Me besa.
—Te quiero desnuda y encima de mí. Voy a quitarte el vestido—me pone de espaldas a ella y empieza a desabrochar los mil y un botones de perlas que bajan por mi espalda—¿Qué está pasando entre Rach y tu hermano?
Mis somnolientos ojos se abren al instante. Es una buena pregunta. Nada, o eso espero, pero no lo tengo claro.
—No lo sé—digo, y es la verdad.
No tengo ni idea, y no voy a contarle a Santana lo que he visto en los servicios.
—O has aprendido a controlar tu mala costumbre o me estás diciendo la verdad.
Me baja el vestido por los hombros, hasta el suelo, para que pueda quitármelo.
—Te estoy diciendo la verdad—contesto dándome la vuelta para mirarla. Se endereza y va a la puerta para colgar mi vestido—Creo que el hecho de volver a verse les ha traído recuerdos, eso es todo.
—¿Recuerdos?—pregunta regresando a mi lado.
Vuelve a ponerme de espaldas para desabrocharme el corsé.
—No eran buenos el uno para el otro. Ya conoces a Rach: Sam no es el hombre más tolerante del planeta. Chocaban sin parar. Que Sam se marchara fue lo mejor para ambos.
—Pero ha vuelto.
—Sí, pero no para quedarse. ¿Qué pasa con Rach y Quinn?—ése es otro desastre inminente.
—Ya te he dicho que no es asunto tuyo.
—Pero Rach es socia de La Mansión—mi tono es acusador, justo como me siento—¿Por qué se lo has permitido?
—Mi trabajo no consiste en preguntarles a los socios potenciales por qué quieren serlo. Compruebo si la policía los tiene fichados, historial médico y solvencia. Si pueden pagar, están sanos y no han cometido delitos graves, los aceptamos. Lo que no ofrezco son sesiones de psicoterapia para indagar en sus motivos, Britt.
Pongo mala cara.
—Los socios podrían tirarse a alguien entre visita y visita a La Mansión, pillar cualquier cosa o ser arrestados y tú no te enterarías de nada.
—Me enteraría porque han de someterse a controles médicos mensuales y recibo informes periódicos de la policía. Son cosas que pueden pasar, pero las controlamos lo mejor que podemos. No hay penetración sin condón y, por contrato, están obligados a ser sinceros y a facilitarnos dicha información—desabrocha el último cierre—Los socios son miembros respetables de la sociedad, Britt.
—A los que les gusta el sexo raro, con desconocidos y con aparatos extraños.
—Eso no es asunto mío.
Claro. Es su negocio y antes lo mezclaba con placer. No me gusta el hilo de mis pensamientos e intento concentrarme en sus manos, que me recogen el pelo y lo apartan a un lado. El inconfundible calor de sus labios en mi coronilla los hace desaparecer. Me estremezco y se ríe.
—Rach va a salir malparada—digo en voz baja.
Su brazo se enrosca en mi vientre desnudo y me atrae hacia sí. Ahora sí que estoy bien despierta.
—¿Qué te hace pensar eso?
Se me tensan los hombros.
—Sé que Quinn le gusta.
Sus caderas se aprietan contra mi trasero y se mueven en círculos, despacio, a propósito.
—Y yo sé que a Quinn le gusta Rach.
Gimo cuando repite el movimiento y empuja hacia arriba. Me acerca la boca al oído. Ni siquiera voy a intentar fingir que no me excita.
—Entonces ¿por qué no pueden salir juntas como una pareja normal?—suspiro.
—No es asunto nuestro.
Ya está. Entre esa voz, las dichosas caderas y sus pechos detrás del vestido, me tiene relamiéndome los labios.
Me vuelvo y camino hacia adelante, empujándola hacia la cama.
—Vamos a consumar este matrimonio, San—la tiro sobre el colchón y me monto sobre sus caderas. Me mira, sorprendida—Señora Pierce-López, ahora mando yo, ¿alguna queja?
Sonríe.
—Vuélvete loca, Britt-Britt. Pero, por favor, ten cuidado con esa boca.
—Esa boca...—susurro. Abre los ojos del susto cuando pego la nariz a la suya—¿Quién manda aquí—pregunto en voz baja.
—Tú, al menos por ahora—reprime una sonrisa—Pero no te acostumbres.
Sonrío, la beso, y nuestro gemido se funde en nuestras bocas. Me aprieto contra su cuerpo, obligándola a tenderse sobre la cama mientras nuestras lenguas siguen entrelazadas en perfecta armonía.
Es increíble lo sincronizadas que estamos. Sé lo que quiere y cómo lo quiere, incluso cuando se resiste. Últimamente he visto mucho a la Santana amable, pero voy a solucionarlo ahora mismo.
Me aparto de sus labios y me centro en su cuello. Saboreo la sensación de sus manos, acariciándome la espalda desnuda, pero no me gusta tanto el roce del metal de las esposas que cuelgan de una de sus muñecas.
—Eres tremenda, mujer—gime.
—¿No me deseas?
La provoco mientras le mordisqueo la oreja y dibujo círculos firmes y húmedos en el hueco que hay debajo del lóbulo.
Su fragancia es embriagadora.
—No me preguntes estupideces, Britt.
Se aprieta contra mí y sé que va a darle la vuelta a la tortilla y a clavarme contra la cama, a tomar el mando y a iniciar los preliminares del sexo somnoliento, así que me siento firmemente encima de ella.
—De eso, nada, López.
Su pecho sube y baja, su rostro está sorprendido y tenso. Es obvio que se muere de ganas por controlarme, aunque no pienso ceder. Sé que podría tumbarme sobre la cama en un abrir y cerrar de ojos sin esforzarse, pero no lo hará. Además de ser demasiada blanda conmigo, está tratando de demostrar algo: que puede soltar las riendas, que puede ser razonable.
Lo está intentando con todas sus fuerzas... Y está fracasando miserablemente.
Le cojo la mano y observa con atención cómo la levanto y dejo expuestas las esposas que le cuelgan de la muñeca. Procuro interpretar su reacción y su mirada me dice que lo ha entendido. Tensa el brazo, tiro de él, pero no me deja llevarlo a donde quiero.
Es la prueba de fuego.
Sé cómo se siente cuando no puede tocarme, pero es un miedo irracional y sin sentido y tenemos que superarlo. Vuelvo a tirar, esta vez levanto un poco las cejas. Parece reticente, sin embargo, me deja que lleve su mano a la cabecera.
—Esta vez no vas a ninguna parte—jadea—Prométeme que esta vez no te irás, Britt.
—Si tú me prometes no enfadarte—cierro las esposas alrededor de uno de los barrotes de madera—No te enfades conmigo.
Niega con la cabeza y respira hondo. Sé lo duro que es esto para ella.
—Bésame—me ordena.
—La que manda soy yo—le recuerdo.
—Britt-Britt, no me lo pongas aún más difícil.
Me coge del brazo con la mano libre y tira hasta que caigo de nuevo sobre su pecho. Mis labios aterrizan sobre los suyos y su maravillosa boca se apodera de mí.
Tiene razón: no debería ponérselo aún más difícil.
Iremos poco a poco.
Le dejo hacer lo que quiere con mi boca. Mis dedos se hunden en su pelo y tiro de la mata oscura mientras nuestras lenguas bailan al mismo ritmo. Estoy decidida a acabar con su ansiedad, pero después de mi breve estancia en el hospital, vamos a necesitar tiempo.
Empiezo a desabrochar su vestido y de los bajo hasta que siento sus pezones duros bajo las palmas de mis manos.
La intensidad de nuestro beso disminuye.
Me separo de ella, gruñe y cierra los ojos, pero ignoro su expresión de disgusto y empiezo a bajarle el vestido mientras la beso en el cuello, los pechos y el estómago hasta que se lo saco, solo que en bragas de encaje. Le acaricio el sexo con la nariz y con las manos masajeo sus pechos. Tensa las caderas y reprime un gruñido.
Mi plan funciona.
Voy a excitarla hasta ponerla frenética para que, cuando la libere, esté furiosa y me folle hasta dejarme inconsciente. Tenemos mucho sexo duro que recuperar.
Su mano aterriza en mi nuca y tira de mi pelo hacia atrás. Sonrío, satisfecha conmigo misma. Luego le bajo las bragas, meto la mano dentro de ellas y le cojo el sexo húmedo. Empuja con las caderas hacia arriba y el metal de las esposas choca contra la madera de la cama.
—¡Joder, Britt!—jadea al tiempo que levanta la cabeza y me dedica una mirada desesperada y hambrienta.
—¡Esa boca!—vuelvo a sentarme sobre su cintura y le cojo la cara entre las manos—¿Quieres que te meta la lengua?
La beso... con fuerza.
—Sí.
—¿Quién manda aquí, San?
Sonrío contra su boca y vuelvo a descender por su cuerpo. Bajo a su sexo, lo chupo, lo mordisqueo y lamo.
—Joder—gruñe—Por Dios, Britt. Tu boca es alucinante.
—¿Te gusta?—pregunto metiéndole la lengua hasta la mitad y luego volviendo a sacarla.
—Demasiado. Ya sé por qué me he casado contigo.
Le doy un mordisco a su clítoris de advertencia.
—¿Entera?
—Sí.
La chupo el clítoris y después le meto la lengua hasta el fondo, mientras le masajeo los pezones. Gime con fuerza y empuja con las caderas. Intento penetrarla otra vez, pero los reflejos me fallan y de repente estoy a punto de vomitar.
¿Qué me pasa?
Saco mi lengua y salto de la cama, con el estómago revuelto y la cara bañada en sudor.
Voy a vomitar.
Corro al cuarto de baño, me abrazo a la taza del váter y procedo a evacuar el contenido de mi estómago al tiempo que me aparto el pelo de la cara.
—¡Britt!—aúlla. Las esposas chocan con fuerza contra la cama—¡Britt!
—Estoy...
Vuelvo a vomitar y me atraganto intentando hablar para poder decirle que estoy bien.
Mierda, necesito soltarla.
—¡Britt, por Dios!—la insistencia del choque del metal contra la madera resuena en la habitación acompañado de los gritos de pánico de Santana—¡Por todos los santos, Britt!
No puedo hablar. Tengo la garganta bloqueada, los ojos llorosos y el estómago me duele de tanto vomitar.
Pero ¿qué diablos me pasa?
Si apenas había empezado. Me la he metido la lengua miles de veces y nunca me había pasado esto.
Mierda, estoy mareada.
Cojo un poco de papel higiénico y me enjugo el sudor de la frente. Necesito recomponerme y volver a la cama antes de que le dé un infarto.
—¡Britt!
Oigo otra serie de choques de metal contra madera seguidos de un chasquido tremendo, y luego Santana entra como una exhalación en el baño, con el sujetador de encaje todavía puesto, las bragas a medio subir y una mirada de puro terror en la cara.
He vuelto a hacerlo.
En mi intento por hacerle ver la ridícula y la exagerada que es su tendencia a sobreprotegerme, lo único que he conseguido ha sido empeorar la situación. Estoy bien, sólo que no consigo dejar de vomitar.
Vuelvo a hundir la cabeza en el váter.
Me duele todo el cuerpo y soy incapaz de hablar. Intento decirle con un gesto de la mano que no pasa nada, asegurarle que me encuentro bien, pero rápidamente tengo que volver a aferrarme a la taza del váter para seguir vomitando y ahogándome entre arcadas.
—Por Dios, Britt-Britt.
Parece preocupada, mi tonta neurótica.
Sólo estoy indispuesta.
Noto que se acerca por detrás y me sujeta los cabellos mientras me acaricia la espalda.
No puedo controlarlo.
Me han envenenado.
Seguro que me han envenenado.
—Estoy bien, San—digo, me enjugo la cara y me froto las mejillas con las manos cuando estoy convencida de que ya no tengo nada más que vomitar.
—Salta a la vista—farfulla ella, cortante—Deja que te vea, Britt.
Me vuelvo con un suspiro y la veo sentada en el suelo detrás de mí.
—¿Todavía quieres follarme?—pregunto tratando de aliviar su preocupación.
No voy a volver a intentar hacerle entender que no me va a pasar nada nunca más.
Siempre fracaso estrepitosamente.
Pone los ojos en blanco.
—Por favor, Britt.
—Perdona.
—Britt-Britt, te juro que vas a acabar conmigo—me aparta el pelo de la cara—Estás bien?
—No, tengo naúseas.
Me dejo caer hacia adelante y mi mejilla choca contra su pecho.
—¿Qué crees que ha sido?—me pregunta en voz baja.
Me tenso. No estoy lista para hablar del tema. No estoy lista para despedazarla por haberme sometido al tratamiento para quedar embarazada.
Ahora mismo no tengo fuerzas, así que cierro el pico.
Debo sacar la cabeza de debajo de la alfombra y enfrentarme a la realidad, al hecho de que es casi seguro que estoy embarazada.
Mi vida va a ser un infierno los próximos ocho meses, más o menos: un infierno eterno e insoportable.
—Llévame a la cama, por favor.
Suspira hondo. Es obvio que le puede la frustración.
No voy a poder seguir negando lo evidente durante mucho tiempo, pero por ahora su necesidad de cuidar de mí me saca del apuro.
Se levanta y tira de mí.
—Eres la mujer más frustrante del mundo. ¿Te lavo los dientes?
—Sí, por favor.
Me sonríe y me acaricia la mejilla con los nudillos.
—Todo saldrá bien.
¿De verdad?
Para ella, sí. Va a conseguir lo que quiere, aunque sigo sin entender por qué lo quiere.
Me adentraré en ese territorio cuando no me sienta débil, indefensa y a punto de desfallecer.
—Ya—concedo, no muy convencida. Entonces veo la esposa colgando de su muñeca... y una enorme herida roja—¡San! ¿Qué te has hecho?
Le cojo la muñeca para examinarla y descubro que el interior está lleno de laceraciones encarnadas. Contengo la respiración.
Mierda, eso debe de doler.
Esconde la muñeca de un tirón. Se quita las esposas y las tira al suelo.
—Mi corazón late por ti, Britt-Britt, pero también se para por ti—sacude la cabeza y me sienta en el mueble del lavabo—Dijiste que no podías vivir sin mí, ¿verdad?
—Sí.
Me mira con los ojos entornados.
—Bueno entonces deja de intentar matarme.
No puedo evitar sonreír.
—Eres una adicta al melodrama.
—No es ningún melodrama que me preocupe cuando mi esposa vomita justo después de haberme metido la lengua a la vagina.
Me echo a reír a carcajadas. Echo la cabeza hacia atrás, cierro los ojos y me río. A mandíbula batiente. Me echo a llorar de la risa y todo.
Primero la vomitera y ahora un ataque de risa. No puedo dejar de reír, y ella no hace nada por detener mi risa nerviosa. Me permite disfrutar del momento y espera pacientemente a que me controle mientras sujeta el cepillo de dientes delante de mis narices.
—¡Perdona!—digo entre risas—Lo siento, de verdad—me seco las lágrimas de los ojos y veo un par de estanques oscuros de curiosidad, un labio mordido y unas cejas enarcadas—La verdad es que tiene gracia, San.
—Me alegro de que te divierta. Abre la boca.
La abro y empieza a cepillarme los dientes. La arruga de concentración hace su aparición de siempre. Cuando ha terminado, me pasa una toalla húmeda por la frente, me coge en brazos y me transporta a la cama. Abro unos ojos como platos al ver la cabecera. Está rota, con trozos de madera colgando.
Ha pasado por encima de la cama.
—Adentro.
Me deja en el borde y no tardo ni un segundo en acurrucarme en el colchón con un suspiro largo y agradecido. Me vuelvo y la observo mientras se desviste. Mi mirada golosa se deleita en su perfección.
—No puedo creer que vaya a pasar mi primera noche de casada en una de tus cámaras de tortura.
Es un pensamiento poco agradable que hace que me ponga tensa y que me pregunte quién más ha ocupado esta cama y qué habrá ocurrido en ella.
Quiero irme de aquí.
—Nadie ha dormido en esta cama, Britt
Sabe en qué estoy pensando. Frunzo el ceño.
—¿Ah, no?
Sonríe y se quita el sujetador de encaje.
—Nadie ha estado en esta habitación desde el día en que te acorralé—me observa con atención y mi mente vuelve al día en que me encontré atrapada y deseando en silencio que me hiciera suya—Y la cama es nueva.
—¿De verdad?—suelto, bastante sorprendida.
Se ríe.
—De verdad.
—¿Por qué?
—Porque no voy a hacerte mía en una cama que otros han...—la arruga de la frente reaparece—Frecuentado.
«En la que otros han follado», eso es lo que quiere decir, y me da igual cómo lo formule. Nadie ha dormido, follado o saltado en esta cama, y me siento mucho mejor sabiéndolo.
—¿Y nadie más ha estado en esta habitación desde entonces?
Se quita las bragas.
—Sólo yo. Quítate la ropa interior, te quiero desnuda, Britt.
Me quito las bragas.
—¿Y venías a sentarte aquí a pensar en mí?—pregunto con una sonrisa.
Se acerca a la cómoda y abre el cajón de arriba.
—No lo sabes tú bien—responde dándose la vuelta con un sujetador en la mano.
Mi sujetador.
—¡Eso es mío!
La cabeza se me llena de imágenes del día en que me acorraló. Me dejé el sujetador.
¿Lo ha guardado todo este tiempo?
Lo mete de nuevo en el cajón y se encoge de hombros como un manso corderito. Luego se acerca a la cama y se acuesta a mi lado. De inmediato apoyo la cabeza entre sus pechos y le paso el brazo y la pierna por encima. Hundo la nariz en su cuello.
—¿Estás a gusto, Britt?—pregunta.
—Mmm—ronroneo mientras la acaricio sin parar.
Necesito sentirla, y disfruto del contacto piel con piel.
Se sentaba aquí y pensaba en mí. Guardó mi sujetador. Nadie ha estado aquí, exceptuándome a mí, y ha comprado otra cama.
—¿Cómo te encuentras?—pregunta dejando que la acaricie a mi gusto.
—Bien—suspiro.
Por ahora, pero seguro que no dura mucho. Suspira igual que yo.
—Dice que se encuentra bien—me abraza con más fuerza; su corazón late contra mi esternón—A dormir, mi preciosa mujer.
Y eso hago.
Cierro los ojos y me duermo.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
ya me puse al día!!!! de nuevo jajaja
amo la relación de san con su suegra!!! jaajaj
mmm se complica el trió de sam rachel y quinn!!!
nos vemos!!!
ya me puse al día!!!! de nuevo jajaja
amo la relación de san con su suegra!!! jaajaj
mmm se complica el trió de sam rachel y quinn!!!
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Al fin se casaron como San quería!!1
Brit esta embarazadisima!!!! ajaja
Saludos
Brit esta embarazadisima!!!! ajaja
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Se viene, se viene el bebe!! Lgsjkff ya siento pena por Britt u.u gfhkss
Justo se puso a vomitar en ese momento ajsjdjv :')
Saludos!<3
Justo se puso a vomitar en ese momento ajsjdjv :')
Saludos!<3
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
3:) escribió:holap morra,...
ya me puse al día!!!! de nuevo jajaja
amo la relación de san con su suegra!!! jaajaj
mmm se complica el trió de sam rachel y quinn!!!
nos vemos!!!
Hola lu la desaparecida, jajajaj bueno eso es bueno jajaajajajajaj. Jjajaajajajajajajajajajaaj se llevan de lo mejor! ajajajajajaj. Sam siempre tiene que meterse en todo no¿? Saludos =D
monica.santander escribió:Al fin se casaron como San quería!!1
Brit esta embarazadisima!!!! ajaja
Saludos
Hola, jajajaajaj consiguió algo mas de lo que se propuso no¿? =o no... si... esperemos que sea lo mejor para ella no¿? xD jajajaaj. Saludos =D
Susii escribió:Se viene, se viene el bebe!! Lgsjkff ya siento pena por Britt u.u gfhkss
Justo se puso a vomitar en ese momento ajsjdjv :')
Saludos!<3
Hola, jajajaajaj tu dices¿? jaajajajajajajaja. =/ san estuvo mal ai no¿? XD bueno y en otras cosas también jajaajajajajajaj. XD ajajja mala! ajjaajajajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 6
Capitulo 6
Abro los ojos y me desperezo. Estiro el cuerpo con ganas por toda la cama, haciendo ruido, contenta y satisfecha. Luego sonrío y la oigo en el baño; está abriendo el grifo de la bañera, recogiendo los productos de aseo que necesita, y después remueve el agua para formar espuma.
La mujer que amaba los baños es una mujer de palabra. Vamos a meternos juntos en la bañera y seguro que no faltará nuestra típica conversación, aunque lo cierto es que no sé si esto último me apetece hoy.
Me desplazo al borde de la cama gigante, llevo mi cuerpo desnudo al baño y me apoyo en el marco de la puerta. Está sentada en una silla junto a la ventana, con los codos sobre las rodillas, contemplando los jardines de La Mansión. También está desnuda y se le marcan todos los deliciosos músculos de la espalda. Tiene el pelo húmedo del vapor que llena el baño. Podría pasarme todo el día mirándola, pero incluso desde aquí y de espaldas, sé que los engranajes de su cabeza están trabajando a mil por hora.
Y también sé a qué le está dando vueltas.
Está pensando que estoy negando lo evidente, y no me cabe la menor duda de que también está rumiando cómo mantenerme en casa, pegada a ella. Mañana es lunes, por tanto, tengo que ir a trabajar.
Mi mujer imposible, neurótica y controladora.
Mi ex mujeriega.
Mi esposa.
Necesito tocarla.
Me acerco muy despacio por detrás. Mis ojos se deleitan más y más a cada paso que doy y siento ese familiar cosquilleo en la piel, las chispas que aparecen cuando nuestros cuerpos están cerca. Me he puesto tensa y también estoy conteniendo la respiración.
—Sé cuándo estás cerca, mi preciosa mujer—dice; ni siquiera le hace falta mirar—Nunca vas a conseguir pillarme por sorpresa.
Mi cuerpo se relaja, los pulmones se vacían de aire cuando dejo de contener la respiración. Me pongo delante de ella y me siento en su regazo, con la cara pegada a su pecho. Me rodea con los brazos y me huele el pelo.
—¿Intentabas darme un susto?
—Pero no hay manera.
—No lo conseguirás nunca. ¿Cómo te encuentras?
Sonrío pegada a su pecho.
—Bien.
—Bien—contesta abrazándome con fuerza—No vayas a trabajar mañana, Britt.
Me encojo en su regazo a pesar de que sabía que me lo iba a pedir y de que me siento aliviada porque no ha sacado el otro tema.
Acepté casarme con ella tan pronto si ella aceptaba que no habría luna de miel y que tenía que relajarse con lo de ser tan sobreprotectora y tan imposible. No obstante, la intuición me decía que Santana iba a ser incapaz de cumplirlo.
La miro y veo que me está suplicando con la mirada.
—Necesito trabajar.
Niega con la cabeza.
—No. Necesitamos estar juntas, Britt.
—Ya estamos juntas.
—Ya sabes a qué me refiero—gruñe—El sarcasmo no te pega, Britt-Britt—no vamos a ninguna parte, así que me levanto y me acerco a la bañera—¿Qué haces?—me pregunta cuando estoy de espaldas a ella.
No me hace falta volverme para saber que me está lanzando una mirada asesina.
—Voy a bañarme.
Me meto en la bañera y me siento, pero casi al instante me muevo un poco hacia adelante para dejarle sitio. Suelta un bufido de desaprobación y se acerca. Se mete y se sienta detrás de mí, me atrae hacia sus pechos y se lanza directo por mi oreja. Me muerde el lóbulo y gruñe.
—Ya te lo he dicho: no te resistas.
—Bueno deja de ser tan poco razonable—respondo, cortante.
Me da otro mordisco, más fuerte, en el lóbulo de la oreja.
—No hay nada poco razonable en querer mantenerte a salvo, eso también te lo he dicho antes.
—Quieres decir en mantenerme pegada a ti.
Cierro los ojos y dejo que mi cabeza se relaje contra su pecho mientras mis manos le acarician los muslos fuertes y mojados.
—No—sus dedos se entrelazan con los míos—Lo que quiero es mantenerte a salvo, Britt.
—Ésa es una excusa para poder seguir siendo imposible.
—No. Es que me vuelves loca.
—Te vuelves loca tú solita. Mañana voy a ir a trabajar y vas a dejarme, sin montar una escena ni coger un berrinche. Lo prometiste.
Tengo que recordarle que hicimos un trato, aunque sé que no se le ha olvidado y que en el fondo le da igual no cumplirlo.
Siento su boca en mi oreja otra vez, y uso todas mis fuerzas para reprimir un gemido.
—Y tú has prometido obedecerme. Creo que los votos matrimoniales pesan más que las promesas hechas antes del matrimonio—replica apretándose contra mi trasero—Creo que alguien necesita un polvo de entrar en razón.
Doy un respingo y salpico agua por todas partes. Me encantaría que me echara un polvo de entrar en razón, pero ni aun así voy a dar mi brazo a torcer.
—También prometiste dejar de echarme polvos de entrar en razón porque acordamos que su único propósito era que yo te diera siempre la razón.
Empiezo a arrepentirme de esa promesa. El polvo de entrar en razón implicaba sexo duro.
—Amar, respetar y obedecer—susurra, y mi cara se vuelve sola al oír esa voz grave, suave y ronca. Mi boca no tarda en encontrar la suya—Es razonable, ¿no?
—No—suspiro—Casi nada de lo que me pides es razonable.
—Pero que tú y yo estemos juntas sí que tiene sentido—me consume con la boca—Dime que tiene sentido, Britt.
—Lo tiene.
—Buena chica. Ponte derecha para que pueda enjabonarte—se aleja de mi boca y me siento abandonada. Me empuja lejos de ella—Vamos a desayunar con tu familia y luego te llevaré a casa, ¿trato hecho?
—Trato hecho.
Me muero de ganas de irme a casa, aunque no tengo ninguna gana de ver a Rachel y a Sam. Qué chica más tonta. Ni siquiera voy a intentar averiguar en qué estaba pensando porque no lo entenderé nunca, y sospecho que ni ella misma lo entiende.
¿Se acordará siquiera?
Estaba como una cuba.
Y Quinn.
Refunfuño para mis adentros.
¿Cómo voy a mirar a Quinn a la cara sabiendo lo que sé?
—¿En qué piensas?—me pregunta Santana devolviéndome a la realidad.
—En Rach—respondo—Estoy pensando en Rach y en Quinn.
—Ya te he dicho...
—San, no me digas que no es asunto mío—la corto sin titubear—Rach es mi mejor amiga. Es como estar viendo a un tren descarrilar a cámara lenta. Tengo que impedirlo.
—No, lo que necesitas es ocuparte de tus asuntos, Britt—me riñe sin piedad—Ya está.
Deja la esponja en el borde de la bañera y se levanta, sale y coge una toalla.
—Lávate el pelo—se seca y se enrolla la toalla alrededor de los pechos—Quizá podrías mostrar la misma preocupación por un pequeño detalle de nuestra relación del que tenemos que hablar.
Me taladra con una mirada de expectación y me olvido de Quinn y de Rachel en el acto, aunque no me entusiasma su nueva pasión por hablar.
Me sumerjo en la bañera de agua jabonosa. No estoy lista, y me doy cuenta de que su nueva pasión por hablar sólo emerge cuando es ella quien elige el tema de conversación.
No la estoy viendo, pero sé que ha puesto los ojos en blanco. Como si quiere pasarse así todo el día. Por ahora, voy a llevar el asunto a mi manera.
¿Que cómo voy a hacerlo?
Pienso enterrar la cabeza mucho más hondo que el avestruz, ni más ni menos.
********************************************************************************************
Entramos en el restaurante de La Mansión cogidas de la mano y nos reciben aplausos y vítores, pero lo primero que noto, además de la algarabía, es que Rachel está hecha un asco y que, desde la otra punta de la sala, Sam mira fijamente a Santana. Mi esposa o bien no se da cuenta o bien decide ignorarlos, porque me coge en brazos y camina hacia una de las mesas, me deposita en una silla enfrente de mamá y papá y se sienta a mi lado.
—¡Cariño!—el chillido emocionado de mi mamá me taladra los oídos—Ayer fue un día maravilloso, a pesar de cierto hombre imposible—mira a Santana.
—Buenos días, Whitney—dice Santana al tiempo que le dirige una sonrisa deslumbrante a mi mamá, que pone los ojos en blanco, aunque yo sé que está conteniendo una sonrisa afectuosa—¿Qué tal, Joseph?
Mi papá saluda con la cabeza mientras corta una salchicha.
—Perfectamente. ¿Lo pasaron bien ayer?
—De maravilla, gracias. ¿Los están tratando bien?
Santana mira alrededor para comprobar que el personal del restaurante está atendiendo a los invitados que quedan.
—Demasiado bien—se ríe mi papá—Nos iremos después de desayunar, por lo que quiero aprovechar la ocasión para agradecerte tu hospitalidad. Fue un día realmente especial.
Sonrío ante la elegancia de mi papá. Sus buenos modales nunca fallan. Me alegro de que se lo hayan pasado bien.
—¿Sam va a volver con ustedes?—pregunto intentando que suene natural.
—No, ¿no te lo ha dicho?—dice mi papá.
Santana unta mantequilla en una tostada, coge mi mano y deposita en ella la tostada con una inclinación de la cabeza. Es su forma de decirme que coma.
—¿El qué?—pregunto antes de hincar el diente en la corteza.
—Se va a quedar una temporada en Londres—explica ella.
Luego empieza a quitarles la grasa a las lonchas de beicon de mi papá y yo me atraganto.
—¿Qué?
—Que va a quedarse en Londres, cariño.
Sabía que no lo había oído mal. Miro al lugar en el que Sam está sentado con la tía Angela, aunque es evidente que no está escuchando ni una palabra de la cháchara de mi tía.
No, sólo tiene ojos para Rachel.
—¿Por qué? Pensaba que tenía que expandir la escuela de surf y que tenía mucho trabajo por hacer.
Son malas noticias. Dejo la tostada en el plato y Santana la recoge y me la vuelve a poner en la mano.
—Dice que no hay prisa, y yo no voy a protestar.
Mi mamá acepta el café que le sirve Mario, y luego él me ofrece una taza a mí.
—Sin chocolate y sin azúcar—confirma.
Lo miro y le sonrío con afecto.
—Gracias, Mario.
Vuelvo a dejar la tostada en el plato y Santana la coge de nuevo.
—Come—me la coloca en la mano que tengo libre.
—¡No quiero la puta tostada!—le espeto con brusquedad, y en nuestra mesa todo el mundo deja de cortar, comer y hablar.
—¡Britt, esa boca!—contraataca Santana.
Mi mamá y mi papá nos miran alucinados desde el otro lado de la mesa. Yo también estoy alucinada, pero no veo la necesidad de que me obligue a comer, y desde luego no veo por qué Sam tiene que quedarse y complicar una situación que ya es complicada de por sí.
¿A qué está jugando?
No soy tan ingenua como para creer que se queda porque Santana no le cae bien o porque está preocupado por mí.
Ignoro la mirada incrédula de mi esposa y las caras de sorpresa de mis padres y me levanto de la mesa.
—¿Adónde vas?—Santana se levanta detrás de mí—Britt, siéntate—dice en tono de advertencia pese a que mis padres están delante.
Ya debería saber que le importa un pepino dónde y con quién estemos. Se cabreará conmigo o me hará suya donde quiera y cuando quiera. Mis padres no son un obstáculo.
—Siéntate y desayuna, San.
Intento alejarme, pero su mano es más rápida y me coge de la muñeca.
—¿Perdona?
Se echa a reír. La miro a los ojos.
—He dicho que te sientes y que termines de desayunar.
—Sí, eso he oído—tira de mí para que me siente y me coloca la tostada en la mano, luego se me acerca y me pega la boca al oído—Britt, no es el momento ni el lugar para que te pongas chula, y muestra un poco de respeto cuando tus padres estén delante—su mano se posa en mi rodilla y me acaricia el interior del muslo desnudo—Me gusta tu vestido—susurra.
Les sonrío con dulzura a mis padres, que han vuelto a sus respectivos desayunos.
Los tiene bien puestos.
¿Que yo les muestre un poco de respeto?
Aprieto los dientes cuando roza la costura de mis bragas y me sopla al oído. Estaba perdiendo la batalla, así que me satura a caricias para recuperar el poder.
Maldita sea.
Aprieto los muslos y cojo mi taza de café con manos temblorosas mientras ella sigue derritiéndome con su aliento ardiente en el oído y mis padres continúan desayunando tan tranquilos. Ya han pasado un tiempo con nosotras y se han acostumbrado a que Santana necesite estar tocándome constantemente.
Se aparta y me dedica una mirada de gilipollas satisfecha. Sí, esta vez ha ganado, pero sólo porque tiene toda la razón del mundo. No es ni el momento ni el lugar, sobre todo porque mis padres están delante. Sé que a ella tampoco le habrá gustado la noticia que acaba de darnos mi mamá.
Mi esposa y mi hermano no se llevan bien, y más me vale ir acostumbrándome porque sé que ninguno de los dos va a ofrecerle al otro una rama de olivo.
—Santana tiene razón, Britty—interviene mi papá, lo que me deja de piedra—No deberías usar ese lenguaje.
—Sí—mi mamá está de acuerdo—No es propio de una dama.
No me hace falta mirar a mi esposa para saber que todavía está más pagada de sí misma ahora que cuenta con el apoyo de mis padres.
—Gracias, Joseph—dice, me da un golpecito con la rodilla por debajo de la mesa y yo se lo devuelvo.
—¿Para cuándo la luna de miel?—pregunta mi mamá, sonriéndonos desde el otro lado de la mesa.
—Para cuando diga mi mujer—contesta Santana mirando mi tostada—¿Cuándo crees que podremos irnos, Britt-Britt?
Me lleno la boca con otra esquina y me encojo de hombros.
—Cuando tenga tiempo. Tengo muchas cosas pendientes en el trabajo, mi esposa ya lo sabe—la miro, acusadora, y ella me sonríe—¿De qué te ríes?
—De ti.
—¿Qué tengo de gracioso?
—Todo. Tu belleza, tu forma de ser, tu necesidad de volverme loca—me coloca bien el diamante—Y el hecho de que seas mía.
Con el rabillo del ojo veo a mi mamá que contempla embobada cómo mi latina imposible necesita ahogarme con su adoración.
—Ay, Joseph—suspira—, ¿te acuerdas de cómo era estar así de enamorados?
—Pues no—contesta mi papá con una carcajada—Vamos, es hora de irse.
Se limpia la boca con una servilleta y se levanta de la mesa.
—Iré al baño y a recoger las maletas.
Mi mamá no le contesta. Está demasiado ocupada sonriéndonos con afecto. Mi papá sale del restaurante y yo miro a Rachel. Está horrible, mucho más pálida que de costumbre. Hasta sus cabellos oscuros parecen haber perdido su brillo de siempre. Está picoteando como una gallina unos cereales mientras Quinn charla animadamente, como si no se hubiera dado cuenta de que ella está en otra parte.
Sé que tiene una buena resaca, pero salta a la vista que el dolor de cabeza y el estómago revuelto son sólo parte de lo que la tiene sumida en la miseria.
Quinn no puede ser tan tonta.
Dejo de mirarlas y busco a Sam en el otro extremo de la sala. Sigue sin quitarle ojo a Rachel.
—¿Tú también te has dado cuenta?—me pregunta Santana en voz baja al ver hacia a dónde estoy mirando.
—Sí, pero me han advertido que me meta en mis asuntos—respondo sin apartar la vista de mi hermano.
—Cierto, pero no te dije que no pudieras darle un toque a Sam para que la deje en paz.
Me vuelvo hacia Santana, que no se da cuenta de la cara de sorpresa que se me ha quedado y se pone de pie cuando mi mamá se levanta para abandonar la mesa.
—Volveré en seguida para despedirme.
Se alisa la falda y sale del restaurante después de darle a Rachel una palmadita en la espalda. Ella le sonríe un poco, luego me mira un instante y rápidamente mira a otra parte. Dejo escapar un suspiro y me pregunto qué voy a decirle a mi casi siempre feroz amiga. Parece estar pasándolo fatal, pero no puedo evitar estar enfadada con ella.
Rápidamente me acuerdo de lo que Santana ha dicho antes de que mi mamá nos dejara.
—¿Quieres que le diga a mi hermano que se esfume?—inquiero.
Me mira con cierto recelo mientras vuelve a sentarse.
—Creo que necesita que alguien le dé un toque. No quiero hacerlo yo y que por ello te enfades conmigo, así que deberías ser tú la que hablara con él.
Ya he intentado hablar con él y sé que hace oídos sordos, pero no voy a contárselo a Santana porque entonces decidirá intervenir.
—Hablaré con él—dejo la tostada en el plato—Y no tengo hambre, así que no empieces.
—Tienes que comer, Britt-Britt—intenta coger de nuevo la tostada y le doy un manotazo.
—No tengo hambre—mi voz no podría sonar más autoritaria—Ya podemos irnos a casa.
Después de despedir a mis padres, pasar de mi hermano y decirle a Rachel que la llamaré mañana por la mañana, me sientan en el DBS y me llevan de vuelta al Lusso, mi hogar, el lugar en el que Santana y yo viviremos como esposas.
Abro la puerta del coche, salgo y dejo escapar un grito de sorpresa cuando me cogen en brazos.
—¡Que tengo piernas!—me río pasándole los brazos por el cuello.
—Y yo tengo brazos. Estos brazos se crearon para abrazarte—me besa en los labios y cierra la puerta del coche de un puntapié antes de echar a andar hacia el vestíbulo del edificio—Voy a meterte en la cama y no voy a dejar que te levantes hasta mañana por la mañana.
—Trato hecho—accedo.
Espero que tenga en mente un poco de sexo duro, porque no me apetece nada el rollo tierno.
Me olvido un instante de Santana y dirijo toda la atención al mostrador del conserje cuando éste se detiene y nos mira con unos ojos como platos.
¿Eh?
Yo también abro mucho los ojos. Detrás del mostrador hay un tipo con la oreja pegada al auricular del teléfono, y no es Clive. Estoy casi segura de que no es él. Me muerdo los labios y sonrío para mis adentros. Esto va a poner a Santana en modo posesiva al estilo rinoceronte.
Permanezco en silencio mientras valoro la situación, aunque tampoco es que haga falta valorarla mucho. Mi esposa está de pie en mitad del vestíbulo, el nuevo conserje sigue hablando por teléfono y los dos se miran fijamente. Luego el hombre me mira, y casi me echo a reír cuando oigo gruñir a Santana.
Por Dios, va a aplastar a ese pobre chico hasta dejarlo hecho puré.
Me abrazo con fuerza a sus hombros y espero a que tome la iniciativa y siga andando, pero parece como si hubiera echado raíces.
—¿Dónde está Clive?—le pregunta al nuevo sin tener en cuenta que está hablando por teléfono.
Me revuelvo para intentar que me suelte, pero ella se limita a mirarme un instante y a sujetarme con más fuerza.
—No te muevas, Britt-Britt.
—Te comportas como una troglodita.
—Cállate, Britt—sus fulminantes ojos oscuros vuelven a acribillar al pobre chico, que ya ha colgado el teléfono—Clive—insiste Santana, cortante.
El nuevo conserje sale de detrás del mostrador y no puedo evitar mirarlo de arriba abajo. Es muy mono. Tiene el pelo castaño bien cortado, los ojos castaños rebosantes de alegría, y es alto y esbelto. No está tan buena como Santana, pero sigue siendo una persona joven, lo que para mi esposa equivale a ser una amenaza.
—Voy a trabajar con Clive, señora. En realidad, tendría que haberme incorporado hace algún tiempo—suena asustado, y hace bien—Por razones personales he tenido que retrasarlo—se acerca y le ofrece la mano—Me llamo Ryder, señora. Espero poder ayudarla en todo lo que... necesite ayuda.
Está hecho un manojo de nervios. Me revuelvo otra vez. Me siento como una idiota en brazos de mi latina posesiva mientras el nuevo conserje se presenta. Parece un chico dulce y sincero, pero Santana no me suelta.
—Señora López—replica Santana, cortante, ignorando la mano que le ofrece el chico.
—Encantada de conocerte, Ryder—digo entonces ofreciéndole la mano, pero Santana da un paso atrás.
¡Por todos los santos!
La miro y veo que sigue mirando fijamente al joven.
Esto es ridículo.
No me es fácil pero me suelto, doy un paso adelante y vuelvo a ofrecerle la mano al nuevo conserje.
—Bienvenido al Lusso, Ryder—sonrío y él me estrecha tímidamente la mano.
El pobre no va a volver si no intervengo. Clive ha estado trabajando sin parar desde que los vecinos se mudaron. Ya no tiene quince años, necesita un relevo.
—Gracias, Brittany. Encantado de conocerla—sonríe, y he de decir que tiene una sonrisa bonita, pero me percato de la mirada de recelo que lanza por encima de mi hombro—¿Vive en el ático?
—Sí.
—Han llamado de mantenimiento para avisar de que ha llegado la puerta nueva de Italia.
—Fantástico. Muchas gracias.
—Que la coloquen cuanto antes—gruñe Santana.
—Ya lo han hecho, señora—sonríe Ryder con orgullo cogiendo unas llaves de su mesa y sosteniéndolas en el aire.
Santana se las arrebata de las manos de un tirón antes de arrojarle las llaves del coche de mala manera.
—Súbenos las maletas.
Tira de mí hacia el ascensor ante mi asombro y también el de Ryder. Ya sabía yo que esto iba a pasar. Me empuja contra la pared de espejos y me cubre con su cuerpo, la muy controladora.
—Te desea—ruge.
—Tú crees que todo el mundo me desea.
—Porque es verdad. Pero eres mía.
Me besa con fuerza y toma mi boca sin tregua, levantándome del suelo con la presión de su cuerpo.
Estoy en éxtasis.
Ésta no es la Santana tierna. Ésta es la Santana dominante, fiera y poderosa, y estoy preparándome para todos los polvos que me he perdido.
Le echo los brazos al cuello y me abalanzo sobre ella con igual intensidad, o puede que más.
—Soy tuya—gimo entre los ataques de su lengua.
—No necesitas recordármelo.
Su mano sube por mi muslo y me cubre el sexo. Un chorro caliente fluye de mí y en lo más hondo siento una punzada de placer.
Qué falta me hacía.
Introduce los dedos en mis bragas de encaje.
—Estás mojada—ronronea en mi boca—Sólo conmigo, ¿entendido?
—Entendido—mis músculos se cierran con fuerza cuando me penetra con el dedo—Más—suplico sin pudor.
Necesito más. Separa nuestras bocas y saca el dedo para meterme dos.
—¿Así?—se mete bien adentro y con fuerza—¿Así, Britt?
Echo la cabeza hacia atrás, contra el espejo, con la boca abierta y los ojos cerrados.
—Sí, así.
—¿O prefieres otro?
Su voz es carnal, y me sorprende; se ha pasado varias semanas haciéndose la remilgada con mi cuerpo. Si éste es el efecto que Ryder va a producir en mi latina, espero que dure toda la vida. Me está reclamando y recordándome a quién pertenezco. No es que necesite un recordatorio, pero siempre voy a aceptarlos con gusto.
Dejo caer la cabeza y encuentro sus ojos oscuros, luego alargo el brazo y le desabrocho los pantalones. Meto la mano en sus bragas y cojo su clítoris caliente y palpitante.
—No has contestado a mi pregunta—dice entre jadeos.
—Quiero otro—aprieto el clítoris—Te quiero dentro de mí.
Dibuja un último círculo con los dedos antes de sacarlos y levantarme del suelo. Le rodeo la cintura con las piernas y mis manos buscan su nuca.
—Sabía que eras una chica sensata.
Las puertas del ascensor se abren entonces y me saca en brazos al vestíbulo del ático, abre la puerta en un abrir y cerrar de ojos y me sube por la escalera hacia el dormitorio principal.
—Te tengo tantas ganas que me haces perder la cabeza, Britt.
Me deja en el borde de la cama, me quita el vestido, se arranca la camiseta de un tirón junto al sujetador de encaje, se saca las Converse de una patada y se baja los vaqueros junto con las bragas de encaje hasta los pies. Es verdad que me tiene muchas ganas, cosa que aún me hace desearla más.
Va a follarme.
Me tumba en la cama, me quita las bragas y se libra del sujetador a la misma velocidad. Trabaja de prisa pero no lo bastante: la impaciencia y el tenerla desnuda tan cerca me pueden.
Necesito tocarla.
Me siento y deslizo las manos por su culo de piedra. La atraigo hacia mí para colocarla entre mis piernas abiertas. Sus pechos están a la altura de mis ojos y los acaricio con la lengua. Le beso con ternura sus pezones.
Mi perfecta latina imperfecto.
Mi diosa.
Mi esposa.
Noto sus dedos enredados en mi pelo y mis ojos recorren sus abdominales cincelados, ascienden por sus pechos y llegan a sus ojos oscuros rebosantes de... amor.
No es deseo ni lujuria, sino amor.
No va a follarme, va a hacerme el amor con ternura. Lo hace muy bien, pero necesito de mi amante fiera desesperadamente, necesito que deje de tratarme como si fuera a romperme.
Mis manos vuelven a su torso hasta que mis palmas están casi en su cuello perfecto. Le beso el estómago antes de empezar a subir, y me pongo de pie hasta que llego a su nuca y tiro de ella para que su boca descienda sobre la mía. Trepo por su cuerpo y le rodeo la cintura con las piernas. Me pasa un brazo por debajo del culo para sujetarme y accede a mi demanda de contacto boca con boca.
Bocas fundidas.
Bocas que se deleitan la una con la otra.
Bocas que se consumen de ardiente deseo.
No me tumba en la cama, sino que me lleva al cuarto de baño y se sienta a horcajadas sobre el diván, conmigo encima.
Me mira.
—Tenemos que hacer las paces—dice; luego tira de mí hacia abajo y nuestras bocas colisionan—Nadie podrá impedir que te haga mía, Britt—añade mientras nuestros labios y nuestras lenguas libran una batalla campal.
—Genial.
Le tiro del pelo intentando despertar su lado salvaje, ese que me gusta tanto como el tierno. Sabe lo que quiero y lo que necesito, la muy cabrona lo sabe perfectamente, y me lo va a dar.
—Mi chica lo quiere duro.
Se aparta y esta vez soy yo la que gruñe. Me mira, jadeante y sudorosa. Quiere dármelo, se lo veo en la cara y en los ojos oscuros. Están que echan humo, más oscuros de la desesperación.
Soy yo la que la pone así.
Tira de mí con cuidado y se apodera de mi boca con decisión. No me resisto, la verdad es que no quiero resistirme. Éste podría ser el polvo salvaje que tanto llevo esperando.
Mantiene nuestras bocas unidas, baja la mano y me penetra a la primera. Mis piernas se enroscan instintivamente en su cintura y entrelazo los tobillos para estar más cerca de ella.
—Dios—jadea contra mi boca—Es perfecto.
Sí que lo es. Todo es perfecto solo piel con piel, yo sobre ella. Jadeo con la boca contra su hombro y le clavo las uñas en los bíceps.
—Muévete—le ordeno—Por favor, muévete.
—Cuando sea el momento. Ahora deja que te disfrute.
Me coge las manos y se las lleva a la nuca, donde mis dedos se enredan en su pelo y tiran de ella por instinto. Luego, su mano libre desciende por mi cuerpo, después por mi pecho, y se detienen en mi cintura. Me sujeta para que me esté quieta.
Lo único que se oye son nuestras respiraciones agitadas, cargadas de anhelo y de deseo. Me coge con fuerza y me levanta con un gemido profundo antes de dejarme descender sobre sus dedos. Cierro los ojos en la felicidad más absoluta y jadeo. Tengo que retirar las manos de su pelo para poder masajearle los pechos.
Me sorprende lo duros que tiene los pezones, la perfección de sus músculos, que me gritan que los acaricie, que me suplican que sienta su belleza. Mis manos insaciables se pasean por todo su cuerpo y se detienen en sus pechos cuando me levanta, me deja caer y me mueve las caderas y sus dedos en círculos, lenta y meticulosamente.
—No intentes decirme que no te gusta—gime—No intentes decirme que no estamos como deberíamos estar—sigue haciendo virguerías dentro de mí, incansable—Ni lo intentes.
—Lo quiero salvaje, San.
—No me digas lo que tengo que hacer con tu cuerpo, Britt. Bésame.
Lo carnal de sus palabras y cómo me reclama como suya me ciegan y mi cuerpo se niega a rechazarlo.
Ella manda y lo sabe.
Mi boca cae sobre la suya y mi cuerpo se aferra al de ella, invitándola a que me haga lo que quiera. Echa la cabeza hacia atrás para mantener nuestras bocas unidas, vuelve a levantarme y a dejarme caer sobre ella. Gimo en su boca, un mensaje de sumisión ronco y sensual.
No puedo pensar.
Su energía me confunde y el ritmo preciso de sus caderas y dedos me catapulta a un delirio de lujuria. Gimo cuando me levanta despacio y sin dificultad una y otra vez. La presión de sus dedos contra la parte más profunda de mi ser es la mismísima encarnación del placer.
—No sabes cuánto me gusta—gimo—Fóllame, San—suplico; necesito que no sea tan gentil.
—Esa boca, Britt—me regaña—Vamos a hacerlo así, justo así.
Cierra los ojos y se tensa. Está siendo demasiado tierna. Necesito que me sorprenda, que me deje atónita. Necesito que me lo haga como un animal. Lleva semanas así, y sé por qué.
—¿Por qué me tratas con tanta ternura?—digo acariciándole el cuello con la nariz entre mordiscos y lametones.
—Sexo somnoliento—gime.
—No quiero sexo somnoliento.
No va a producir el efecto deseado. Sí, me correré, gemiré de placer y me estremeceré en sus brazos, pero necesito gritar de gusto. Necesito un buen mete y saca, no que me haga cosquillas.
—Fóllame, Santana.
Coge aire cuando tomo su muñeca y la empujo hasta el fondo.
—¡Jesús, Britt! ¡Esa boca!
—¡Sí!—me levanto y vuelvo a dejarme caer con fuerza sobre sus dedos.
—¡Britt!—aleja su mano—¡Así, no!
Su pecho sube y baja contra mi cuerpo. Estoy jadeando en su cuello y me agarro con fuerza de su pelo.
—Deja de tratarme como si fuera de cristal.
—Para mí eres de cristal, Britt-Britt- Eres muy delicada.
—Pero no voy a romperme, ni hace dos semanas, ni ahora—intento volver a mover su muñeca, lo necesito, pero la deja inmóvil. Es otra de las razones por las que le ruego a Dios no estar embarazada. No puedo soportarlo. Saco la cara de su cuello y la miro a los ojos—Necesito que me folles a lo bestia.
Niega con la cabeza.
—Sexo somnoliento.
—¿Por qué?—pregunto.
¿Va a reconocer lo que ya sé?
—Porque no quiero hacerte daño—susurra.
Intento controlar el genio.
¿No quiere hacerme daño a mí o no quiere hacérselo al bebé que tal vez ni siquiera existe?
—No me harás daño, San—replico.
Se relaja un poco y aprovecho para tomarle la mano e introducir sus dedos hasta el fondo con un grito de satisfacción. Ella también grita. Sé que quiere empalarme viva, poseerme como un animal, dominarme y llevarme al éxtasis, pero no lo va a hacer y eso me desquicia.
—¡Joder!—exclama—¡No, Britt!
—Hazlo—le cojo la cara y le devoro la boca. Si persevero, es mía—Hazme tuya, San—ordeno arrastrando los labios por su mejilla.
Los atrapa cuando vuelven a pasar por su boca y me mete la lengua, con premura y furia.
Casi la tengo.
Nuevamente me levanto y me dejo caer y le arranco un fuerte gemido.
—Te gusta, ¿verdad? Dime que te gusta.
—Por Dios, Britt, para.
Arriba y abajo que voy, con más fuerza, nuestras caderas se unen a la perfección y sus dedos entran hasta el fondo.
—Mmm... Sabes a gloria—la estoy volviendo loca, y sé que lo desea porque podría detenerme con facilidad—Te necesito.
Lo sabía: esas palabras son su perdición. Suelta un grito de frustración y me releva, me coge con firmeza de la cintura y me penetra con otro dedo y los mueve sin piedad, junto a sus caderas.
—¡¿Así?!—grita, casi enfadada, y sé que es porque no puede resistirse a mí.
—¡Sí!—grito a mi vez.
De repente está de pie. Yo sigo con las piernas rodeando su cintura. Cruza el baño y me empotra contra la pared.
—¿Lo quieres duro, Britt?
—¡Fóllame!—chillo enloquecida, apretando las piernas y tirándole del pelo negro.
—Mierda, Britt. ¡No seas tan malhablada!—se retira y mueve sus caderas y dedos, una y otra vez. Mis gritos de satisfacción resuenan en el aire—¿Mejor?—ruge clavándomela muy adentro sin miramientos—Tú lo has querido, Britta. ¿Mejor así?
Está muy cabreada.
Estoy contra la pared, absorbiendo su violento ataque, y quiero que lo sea aún más. He tenido dos semanas de la Santana tierna. He tenido más que suficiente de la Santana tierna, pero no puedo hablar.
Asiento con cada embestida, mi forma de decirle que la quiero aún más bestia.
La quiero mucho más salvaje.
—¡Responde a la puta pregunta!
—¡Más fuerte!—grito tirándole del pelo.
—¡Joder!
Me embiste repetidamente con sus caderas y dedos, le flaquean las fuerzas, no logra mantener el ritmo, pero yo estoy disfrutando de cada punzante estocada.
Esto me va a compensar por las dos semanas de ternura y delicadeza.
La base del estómago me arde y mi clímax es como una tromba rápida que me pilla por sorpresa, sin darme tiempo para prepararme. Exploto, cierro los ojos, echo la cabeza atrás con un grito de desesperación.
—¡Aún no he terminado, Britt!—grita recolocando la mano bajo mi culo y empujando como un ariete.
Yo tampoco. El orgasmo me ha dejado mareada pero hay otro en camino y, gracias a su potencia incansable, no va a tardar en llegar.
Encuentro sus labios y le meto la lengua hasta la garganta. Aprieto las piernas contra sus caderas hasta que me duelen y mis gritos y los suyos chocan entre nuestras bocas.
—¡Sí!—echo la cabeza atrás—¡Ay, Dios!
—¡Abre los ojos!—me ordena, severa.
Obedezco de inmediato y cierro los puños entre su pelo cuando se para en seco, sudando y respirando agitadamente. El fuego en mi sexo retrocede de inmediato, pero entonces ruge y vuelve a la carga.
Me preparo para otra tanda.
Me embiste, muy fuerte. Mi espalda choca contra la pared, grito sorprendida pero ella no me da tiempo para pensar. Sale y vuelve a entrar con una gloriosa y feroz estocada.
Ha perdido el poco control que le quedaba.
Esto va a ser duro de verdad.
Me agarro con más fuerza a su pelo e intento flexionar las piernas para darle el acceso a mí que su cuerpo me pide.
—¿Te parece lo bastante fuerte, Britt?—dice volviendo a clavármela.
—¡Sí! —grito.
Ni en sueños querría que parara.
No tiene piedad.
Entra y sale de mí, cada vez con más fuerza. Me estoy quedando en blanco, tengo el cuerpo flácido y estoy en la cúspide del placer. Pero entonces noto que mi espalda se aleja de la pared y que me llevan a la cama. Prácticamente me tira sobre el colchón. Me pone a cuatro patas, se coloca de pie detrás de mí y me coge de las caderas. Vuelve a penetrarme con una embestida brutal y un grito frenético. Con cada embestida tira de mí para que mi culo choque contra sus fuertes caderas. Hundo la cara en las sábanas, las agarro con fuerza y empiezo a sudar.
Estoy empapada.
—¡San!—grito, delirante, presa de una deliciosa desesperación.
—Tú lo has querido, Britt. Ahora no te quejes.
Me penetra de nuevo, aún con más fuerza. Está liberando toda la pasión animal que ha estado reprimiendo durante demasiado tiempo. Ha perdido el control, y una pequeña parte de mí se pregunta si lo está haciendo a propósito, si está intentando asustarme para que vuelva a desear el sexo somnoliento. Si ése es su plan, es un fracaso total.
Mi cuerpo necesita esto.
Yo necesito esto.
Obligo a mi mente a volver al presente y a centrarse en recibir su potencia con los brazos abiertos.
Quiero sus caderas y sus dedos todos para mí.
La violenta acumulación de presión en mi vientre se abre paso hacia mi sexo, lista para la explosión. Estoy segura de que me va a volar la tapa de los sesos.
—¡Más fuerte!—grito agarrándome a las sábanas.
—¡Britt!
Sus dedos se me clavan en las caderas, pero la crudeza de su mano libre no me molesta lo más mínimo y ni se compara con lo que están haciendo sus otros dedos. Estoy demasiado ocupada concentrándome en el orgasmo desgarrador que se avecina. Vuelve a pillarme por sorpresa y el placer es tan tremendo que me pone en órbita.
Grito, y ella grita también.
Luego me desplomo sobre la cama, Santana cae sobre mí y quedo cubierta por su cuerpo. Respira con dificultad contra mi oído y nuestros cuerpos bañados en sudor están sonrojados y suben y bajan al unísono.
Me siento repleta.
Estoy exhausta pero me siento muchísimo mejor. Por fin volvemos a ser nosotras mismas. Gruñe y mueve los dedos en círculos, todavía muy dentro de mí. El fuego de su orgasmo me reanima y me devuelve a la realidad.
La echaba de menos.
—Gracias—jadeo cerrando los ojos.
Los latidos acelerados de su corazón me golpean la espalda y me reconfortan. No dice nada. Lo único que se oye en el enorme dormitorio es nuestra respiración alterada.
Es fuerte, dificultosa y satisfecha.
Pero entonces se aparta de mí y la ausencia de su calor cubriendo mi cuerpo hace que me vuelva para ver qué hace. Se está alejando, con las manos en la cabeza, y su espalda desnuda desaparece en el cuarto de baño. Todavía estoy intentando bajar mis pulsaciones y respirar a un ritmo normal, pero en vez de sentirme satisfecha y feliz, me siento intranquila y culpable.
Le he hecho perder el control.
La he presionado, la he tentado y le he hecho perder su autocontrol, y ahora, a pesar de haberme salido con la mía, me siento culpable. Ha estado intentando controlar sus exigencias sobre mi cuerpo, aunque el porqué es lo que debería preocuparme.
No el hecho de que lo haya estado haciendo, sino por qué.
Yo lo sé, y no debería sentirme culpable, pero no va así la cosa. He aceptado el hecho de que nunca lo entenderé del todo. He aceptado su forma de actuar y que es una mujer imposible. Todo forma parte de la mujer a la que amo profundamente, de la mujer a la que me une una conexión tan poderosa que nos vuelve locas a las dos.
Compartimos una intensidad que nos incapacita.
Aparece en el umbral del baño, todavía desnuda, todavía empapada y todavía intentando controlar la respiración. La miro. Me mira. Me incorporo y me llevo las rodillas al pecho.
Me siento menuda y rara.
No debería ser así entre nosotras.
—Te he sometido a un tratamiento para que quedes embarazada, con mis óvulos—me suelta; su mandíbula se tensa y los músculos palpitan.
Lo dice sin remordimiento ni sentimiento de culpa, lo que hace que abra unos ojos como platos y que enderece la espalda como un resorte. Su rostro está impasible y, aunque ya lo sabía, no deja de sorprenderme. Oír cómo lo confiesa en voz alta no hace más que acelerarme el corazón aún más.
—He dicho que te he sometido a un tratamiento para que quedes embarazada—repite; parece enfadada.
No puedo ignorar este asunto por más tiempo. Sus palabras me acaban de sacar la cabeza del suelo y ahora me siento descubierta y furiosa. Noto cómo la rabia latente entra en ebullición en mi interior, intentando que la libere. Es como una olla a presión que lleva semanas al fuego pero con la que no sabía qué hacer.
Ahora lo sé.
Sabía que había sometido al tratamiento para que me quedara embarazada. Su comportamiento, sus indirectas, la información que encontré me lo confirmaba, aunque no estaba enfadada porque decidí ignorarlo como una imbécil, como si el problema fuera a desaparecer. Mañana tendría que bajarme la regla y estoy segura de que no lo hará.
Esta mujer, la loca de mi esposa, acaba de confesarme sin ninguna vergüenza que me ha sometido a un tratamiento para quedar embarazada, y con sus óvulos, y ahora mi negación se ha convertido en ira sanguinaria.
—¡Brittany, por el amor de Dios!—se lleva las manos a la cabeza, frustrada—¡Te he sometido a un tratamiento para que quedes embarazada con mis putos óvulos!
Salto de la cama.
Exploto.
Ni siquiera intento hablar con Santana porque no hay nada de qué hablar en esta situación.
Camino con decisión hacia ella. Me observa atentamente, recelosa, y cuando la tengo delante le cruzo la cara de un bofetón. La mano me duele al instante pero estoy demasiado cabreada para sentir el dolor. Se le ha quedado la cara vuelta de lado, mira al suelo, y lo único que puedo oír es el sonido de nuestra respiración, sólo que ahora ya no es profunda y satisfecha, sino que estoy jadeando a pleno pulmón.
Levanta la cabeza y, antes de darme cuenta, mi mano está asestando otro golpe, sólo que esta vez me agarra la muñeca a escasos centímetros de su cara. La libero de un tirón y empiezo a pegarle puñetazos en el pecho con las dos manos, frenética de la ira.
Y ella se deja.
Se limita a quedarse quieta y a aceptar la paliza enajenada que le propino en el torso. Mis puños la golpean con insistencia mientras le grito y le chillo. Cuando creo que me voy a desmayar del esfuerzo, doy un paso atrás y pierdo el control sobre mis lágrimas y sobre mi cuerpo.
—¡¿Por qué?!—le grito.
No intenta tocarme ni acercarse a mí. Se queda de pie en el umbral de la puerta, todavía impasible. Ni siquiera ha aparecido la arruga, pero sé que debe de estar preocupada y que debe de estar costándole mucho no sujetar a la fuerza a la loca de su mujer.
—Estabas haciendo como si nada, Britt. Necesito que lo aceptes—su tono de voz es dulce y firme—Necesitaba incitar algún tipo de reacción en ti.
—No me refiero a por qué me lo has contado. ¡Eso ya lo sé! ¡Me refiero a por qué coño lo hiciste!
Aquí llega la arruga de la frente. Y el labio mordido. No sé por qué lo piensa tanto. No hay atenuantes: su plan es de locos. Ella está chiflado y yo también por haber estado haciendo como si nada durante todo este tiempo.
—Me vuelves loca—niega con la cabeza—Me haces hacer locuras, Britt.
—¡Ah, así que resulta que es culpa mía!...—grito—Yo no quería ningún tratamiento.
—Lo sé—mira al suelo.
¡De eso, nada!
Va a mirarme a la cara, no a huir así como así. Me acerco a su pecho hecha una furia y le agarro la mandíbula para obligarlo a levantar la cabeza.
—No vas a huir de tus razones para hacerme esto. Tú solo has decidido qué rumbo iba a tomar mi vida. ¡No quiero un puto bebé! ¡Es mi cuerpo! ¡No tienes derecho a decidir por mí!—se me desgarra la voz entre los gritos—¡Dime por qué coño me has hecho esto! ¡Porque no te embarazaste tú, si tanto quieras un bebé!
—Porque quería tenerte conmigo para siempre—susurra.
Le suelto la mandíbula y doy un paso atrás.
—Y si yo era la embarazada, me atraparías. ¿Querías atraparme?
—Sí—responde, agachando de nuevo la cabeza.
—Porque sabías que saldría pitando en cuanto descubriera a qué te dedicabas y lo de tu problema con la bebida.
—Sí—se niega a mirarme.
—Pero cuando descubrí lo de La Mansión y el problema con el alcohol volví y, aun así, sabias que ya tu doctora me había practicado el tratamiento y no me dijiste nada.
Esta mujer no tiene ni pies ni cabeza
—No sabías nada de mi pasado.
—Ahora lo sé.
—Lo sé.
—¡Deja de decir que lo sabes!—chillo agitando los brazos delante de ella.
Estoy perdiendo el control otra vez. Levanta un poco la vista pero no me mira. Mira a la habitación, a todas partes menos a mí.
Está avergonzada.
—¿Qué quieres que diga?—pregunta en voz baja.
—¿Cómo es posible que un profesional practique tal tratamiento sin el consentimiento del paciente?
—La doctora Kitty Wilde, es una antigua conocida, le dije que eras mi pareja y que queríamos tener un bebé, pero que tu no querías someterte a un tratamiento por miedo a que no resultara, entonces le dije que lo hiciera sin decirte nada, así si no funcionaba no te deprimirías. Y como me conoce creyó en mí.
No sé qué pensar, así que me meto en el vestidor. Llevo casada un día con esta mujer y voy a dejarla, no sé qué otra cosa hacer.
Cojo unos vaqueros viejos y me los pongo de un tirón.
—¿Qué estás haciendo?—está aterrorizada, como imaginaba. Jamás lidiará con lo que ha hecho, y yo tampoco si me quedo. Esto me ha caído como una bomba—Britt, ¿qué diablos estás haciendo?—me arranca la bolsa de la mano—No vas a dejarme—suena a súplica y a orden.
—Necesito espacio—cojo la bolsa y empiezo a llenarla de ropa.
—¿Espacio para qué?—me coge del brazo pero me libero de un tirón—Britt, por favor.
—¿Por favor, qué?
Estoy metiendo la ropa en mi bolsa como una loca, pero me temo que volveré a mirar a Santana si no me centro en esta tarea, y ahora mismo no soporto mirarla.
Sé lo que voy a ver.
Miedo.
—Britt, por favor, no te vayas.
—Me voy.
Me vuelvo, paso junto a ella y la dejo atrás, camino del baño a por mis cosas de aseo. No intenta detenerme y sé por qué, por lo mismo que ha sido tan delicada conmigo durante semanas: cree que le hará daño a su bebé.
Me pisa los talones pero yo sigo recogiendo mis cosas, luchando contra la increíble necesidad de pagarla con ella, pero al mismo tiempo lucho contra la necesidad de consolarla.
Estoy hecha un lío.
—Britt-Britt, por favor, vamos a hablarlo.
Me vuelvo, incrédula.
—¿Hablarlo?
Asiente con mansedumbre.
—Por favor.
—No hay nada de qué hablar. Has hecho la cosa más sucia que se puede hacer. Nada de lo que digas me hará entenderlo. No tienes derecho a tomar decisiones como ésa. No tienes derecho a controlarme hasta ese punto. ¡Es mi vida!
—Pero tú sabías que te había sometido al tratamiento.
—¡Cierto! Pero desde que te conocí me has hecho pasar por tantas mierdas que ni siquiera pude pensar en lo jodido que era lo que estabas haciendo. Esto es muy jodido, Santana, y no hay nada que lo justifique. Que quisieras tenerme siempre a tu lado no es razón suficiente. ¡No puedes tomar esa decisión tú sola!—intento tranquilizarme pero es una batalla perdida—Además, ¡¿qué hay de mí?!—le grito a la cara—¡¿Qué hay de lo que yo quiero?!
—Pero yo te amo—estoy agarrando la bolsa con tanta fuerza que se me duermen los dedos. Estoy perdiendo el juicio. La dejo atrás y bajo la escalera lo más rápidamente que puedo—No te vayas, Britt. Haré lo que sea.
Sus pasos se acercan, pero está desnuda y, aunque sé que no tiene vergüenza, también sé que no saldría desnuda a la calle.
Cuando llego a la puerta, me vuelvo para mirarla.
—¿Harás lo que sea?
—Sí, ya lo sabes.
Está tan asustada que estoy a punto de abrazarla. Incluso ahora, cuando acaba de confesar que me ha sometido a un tratamiento para quedar embarazada, me cuesta no caer en sus brazos. Pero si le dejo pasar ésta, estaré sentando las bases para toda una vida de manipulación.
No puedo hacer eso.
Necesitamos pasar un tiempo separadas. Esto es demasiado intenso y tal vez debería haberlo pensado antes de casarme con ella, pero ahora es demasiado tarde.
Es posible que haya cometido el mayor error de mi vida.
—Entonces vas a darme espacio, Santana—espeto.
Y me voy.
La mujer que amaba los baños es una mujer de palabra. Vamos a meternos juntos en la bañera y seguro que no faltará nuestra típica conversación, aunque lo cierto es que no sé si esto último me apetece hoy.
Me desplazo al borde de la cama gigante, llevo mi cuerpo desnudo al baño y me apoyo en el marco de la puerta. Está sentada en una silla junto a la ventana, con los codos sobre las rodillas, contemplando los jardines de La Mansión. También está desnuda y se le marcan todos los deliciosos músculos de la espalda. Tiene el pelo húmedo del vapor que llena el baño. Podría pasarme todo el día mirándola, pero incluso desde aquí y de espaldas, sé que los engranajes de su cabeza están trabajando a mil por hora.
Y también sé a qué le está dando vueltas.
Está pensando que estoy negando lo evidente, y no me cabe la menor duda de que también está rumiando cómo mantenerme en casa, pegada a ella. Mañana es lunes, por tanto, tengo que ir a trabajar.
Mi mujer imposible, neurótica y controladora.
Mi ex mujeriega.
Mi esposa.
Necesito tocarla.
Me acerco muy despacio por detrás. Mis ojos se deleitan más y más a cada paso que doy y siento ese familiar cosquilleo en la piel, las chispas que aparecen cuando nuestros cuerpos están cerca. Me he puesto tensa y también estoy conteniendo la respiración.
—Sé cuándo estás cerca, mi preciosa mujer—dice; ni siquiera le hace falta mirar—Nunca vas a conseguir pillarme por sorpresa.
Mi cuerpo se relaja, los pulmones se vacían de aire cuando dejo de contener la respiración. Me pongo delante de ella y me siento en su regazo, con la cara pegada a su pecho. Me rodea con los brazos y me huele el pelo.
—¿Intentabas darme un susto?
—Pero no hay manera.
—No lo conseguirás nunca. ¿Cómo te encuentras?
Sonrío pegada a su pecho.
—Bien.
—Bien—contesta abrazándome con fuerza—No vayas a trabajar mañana, Britt.
Me encojo en su regazo a pesar de que sabía que me lo iba a pedir y de que me siento aliviada porque no ha sacado el otro tema.
Acepté casarme con ella tan pronto si ella aceptaba que no habría luna de miel y que tenía que relajarse con lo de ser tan sobreprotectora y tan imposible. No obstante, la intuición me decía que Santana iba a ser incapaz de cumplirlo.
La miro y veo que me está suplicando con la mirada.
—Necesito trabajar.
Niega con la cabeza.
—No. Necesitamos estar juntas, Britt.
—Ya estamos juntas.
—Ya sabes a qué me refiero—gruñe—El sarcasmo no te pega, Britt-Britt—no vamos a ninguna parte, así que me levanto y me acerco a la bañera—¿Qué haces?—me pregunta cuando estoy de espaldas a ella.
No me hace falta volverme para saber que me está lanzando una mirada asesina.
—Voy a bañarme.
Me meto en la bañera y me siento, pero casi al instante me muevo un poco hacia adelante para dejarle sitio. Suelta un bufido de desaprobación y se acerca. Se mete y se sienta detrás de mí, me atrae hacia sus pechos y se lanza directo por mi oreja. Me muerde el lóbulo y gruñe.
—Ya te lo he dicho: no te resistas.
—Bueno deja de ser tan poco razonable—respondo, cortante.
Me da otro mordisco, más fuerte, en el lóbulo de la oreja.
—No hay nada poco razonable en querer mantenerte a salvo, eso también te lo he dicho antes.
—Quieres decir en mantenerme pegada a ti.
Cierro los ojos y dejo que mi cabeza se relaje contra su pecho mientras mis manos le acarician los muslos fuertes y mojados.
—No—sus dedos se entrelazan con los míos—Lo que quiero es mantenerte a salvo, Britt.
—Ésa es una excusa para poder seguir siendo imposible.
—No. Es que me vuelves loca.
—Te vuelves loca tú solita. Mañana voy a ir a trabajar y vas a dejarme, sin montar una escena ni coger un berrinche. Lo prometiste.
Tengo que recordarle que hicimos un trato, aunque sé que no se le ha olvidado y que en el fondo le da igual no cumplirlo.
Siento su boca en mi oreja otra vez, y uso todas mis fuerzas para reprimir un gemido.
—Y tú has prometido obedecerme. Creo que los votos matrimoniales pesan más que las promesas hechas antes del matrimonio—replica apretándose contra mi trasero—Creo que alguien necesita un polvo de entrar en razón.
Doy un respingo y salpico agua por todas partes. Me encantaría que me echara un polvo de entrar en razón, pero ni aun así voy a dar mi brazo a torcer.
—También prometiste dejar de echarme polvos de entrar en razón porque acordamos que su único propósito era que yo te diera siempre la razón.
Empiezo a arrepentirme de esa promesa. El polvo de entrar en razón implicaba sexo duro.
—Amar, respetar y obedecer—susurra, y mi cara se vuelve sola al oír esa voz grave, suave y ronca. Mi boca no tarda en encontrar la suya—Es razonable, ¿no?
—No—suspiro—Casi nada de lo que me pides es razonable.
—Pero que tú y yo estemos juntas sí que tiene sentido—me consume con la boca—Dime que tiene sentido, Britt.
—Lo tiene.
—Buena chica. Ponte derecha para que pueda enjabonarte—se aleja de mi boca y me siento abandonada. Me empuja lejos de ella—Vamos a desayunar con tu familia y luego te llevaré a casa, ¿trato hecho?
—Trato hecho.
Me muero de ganas de irme a casa, aunque no tengo ninguna gana de ver a Rachel y a Sam. Qué chica más tonta. Ni siquiera voy a intentar averiguar en qué estaba pensando porque no lo entenderé nunca, y sospecho que ni ella misma lo entiende.
¿Se acordará siquiera?
Estaba como una cuba.
Y Quinn.
Refunfuño para mis adentros.
¿Cómo voy a mirar a Quinn a la cara sabiendo lo que sé?
—¿En qué piensas?—me pregunta Santana devolviéndome a la realidad.
—En Rach—respondo—Estoy pensando en Rach y en Quinn.
—Ya te he dicho...
—San, no me digas que no es asunto mío—la corto sin titubear—Rach es mi mejor amiga. Es como estar viendo a un tren descarrilar a cámara lenta. Tengo que impedirlo.
—No, lo que necesitas es ocuparte de tus asuntos, Britt—me riñe sin piedad—Ya está.
Deja la esponja en el borde de la bañera y se levanta, sale y coge una toalla.
—Lávate el pelo—se seca y se enrolla la toalla alrededor de los pechos—Quizá podrías mostrar la misma preocupación por un pequeño detalle de nuestra relación del que tenemos que hablar.
Me taladra con una mirada de expectación y me olvido de Quinn y de Rachel en el acto, aunque no me entusiasma su nueva pasión por hablar.
Me sumerjo en la bañera de agua jabonosa. No estoy lista, y me doy cuenta de que su nueva pasión por hablar sólo emerge cuando es ella quien elige el tema de conversación.
No la estoy viendo, pero sé que ha puesto los ojos en blanco. Como si quiere pasarse así todo el día. Por ahora, voy a llevar el asunto a mi manera.
¿Que cómo voy a hacerlo?
Pienso enterrar la cabeza mucho más hondo que el avestruz, ni más ni menos.
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Entramos en el restaurante de La Mansión cogidas de la mano y nos reciben aplausos y vítores, pero lo primero que noto, además de la algarabía, es que Rachel está hecha un asco y que, desde la otra punta de la sala, Sam mira fijamente a Santana. Mi esposa o bien no se da cuenta o bien decide ignorarlos, porque me coge en brazos y camina hacia una de las mesas, me deposita en una silla enfrente de mamá y papá y se sienta a mi lado.
—¡Cariño!—el chillido emocionado de mi mamá me taladra los oídos—Ayer fue un día maravilloso, a pesar de cierto hombre imposible—mira a Santana.
—Buenos días, Whitney—dice Santana al tiempo que le dirige una sonrisa deslumbrante a mi mamá, que pone los ojos en blanco, aunque yo sé que está conteniendo una sonrisa afectuosa—¿Qué tal, Joseph?
Mi papá saluda con la cabeza mientras corta una salchicha.
—Perfectamente. ¿Lo pasaron bien ayer?
—De maravilla, gracias. ¿Los están tratando bien?
Santana mira alrededor para comprobar que el personal del restaurante está atendiendo a los invitados que quedan.
—Demasiado bien—se ríe mi papá—Nos iremos después de desayunar, por lo que quiero aprovechar la ocasión para agradecerte tu hospitalidad. Fue un día realmente especial.
Sonrío ante la elegancia de mi papá. Sus buenos modales nunca fallan. Me alegro de que se lo hayan pasado bien.
—¿Sam va a volver con ustedes?—pregunto intentando que suene natural.
—No, ¿no te lo ha dicho?—dice mi papá.
Santana unta mantequilla en una tostada, coge mi mano y deposita en ella la tostada con una inclinación de la cabeza. Es su forma de decirme que coma.
—¿El qué?—pregunto antes de hincar el diente en la corteza.
—Se va a quedar una temporada en Londres—explica ella.
Luego empieza a quitarles la grasa a las lonchas de beicon de mi papá y yo me atraganto.
—¿Qué?
—Que va a quedarse en Londres, cariño.
Sabía que no lo había oído mal. Miro al lugar en el que Sam está sentado con la tía Angela, aunque es evidente que no está escuchando ni una palabra de la cháchara de mi tía.
No, sólo tiene ojos para Rachel.
—¿Por qué? Pensaba que tenía que expandir la escuela de surf y que tenía mucho trabajo por hacer.
Son malas noticias. Dejo la tostada en el plato y Santana la recoge y me la vuelve a poner en la mano.
—Dice que no hay prisa, y yo no voy a protestar.
Mi mamá acepta el café que le sirve Mario, y luego él me ofrece una taza a mí.
—Sin chocolate y sin azúcar—confirma.
Lo miro y le sonrío con afecto.
—Gracias, Mario.
Vuelvo a dejar la tostada en el plato y Santana la coge de nuevo.
—Come—me la coloca en la mano que tengo libre.
—¡No quiero la puta tostada!—le espeto con brusquedad, y en nuestra mesa todo el mundo deja de cortar, comer y hablar.
—¡Britt, esa boca!—contraataca Santana.
Mi mamá y mi papá nos miran alucinados desde el otro lado de la mesa. Yo también estoy alucinada, pero no veo la necesidad de que me obligue a comer, y desde luego no veo por qué Sam tiene que quedarse y complicar una situación que ya es complicada de por sí.
¿A qué está jugando?
No soy tan ingenua como para creer que se queda porque Santana no le cae bien o porque está preocupado por mí.
Ignoro la mirada incrédula de mi esposa y las caras de sorpresa de mis padres y me levanto de la mesa.
—¿Adónde vas?—Santana se levanta detrás de mí—Britt, siéntate—dice en tono de advertencia pese a que mis padres están delante.
Ya debería saber que le importa un pepino dónde y con quién estemos. Se cabreará conmigo o me hará suya donde quiera y cuando quiera. Mis padres no son un obstáculo.
—Siéntate y desayuna, San.
Intento alejarme, pero su mano es más rápida y me coge de la muñeca.
—¿Perdona?
Se echa a reír. La miro a los ojos.
—He dicho que te sientes y que termines de desayunar.
—Sí, eso he oído—tira de mí para que me siente y me coloca la tostada en la mano, luego se me acerca y me pega la boca al oído—Britt, no es el momento ni el lugar para que te pongas chula, y muestra un poco de respeto cuando tus padres estén delante—su mano se posa en mi rodilla y me acaricia el interior del muslo desnudo—Me gusta tu vestido—susurra.
Les sonrío con dulzura a mis padres, que han vuelto a sus respectivos desayunos.
Los tiene bien puestos.
¿Que yo les muestre un poco de respeto?
Aprieto los dientes cuando roza la costura de mis bragas y me sopla al oído. Estaba perdiendo la batalla, así que me satura a caricias para recuperar el poder.
Maldita sea.
Aprieto los muslos y cojo mi taza de café con manos temblorosas mientras ella sigue derritiéndome con su aliento ardiente en el oído y mis padres continúan desayunando tan tranquilos. Ya han pasado un tiempo con nosotras y se han acostumbrado a que Santana necesite estar tocándome constantemente.
Se aparta y me dedica una mirada de gilipollas satisfecha. Sí, esta vez ha ganado, pero sólo porque tiene toda la razón del mundo. No es ni el momento ni el lugar, sobre todo porque mis padres están delante. Sé que a ella tampoco le habrá gustado la noticia que acaba de darnos mi mamá.
Mi esposa y mi hermano no se llevan bien, y más me vale ir acostumbrándome porque sé que ninguno de los dos va a ofrecerle al otro una rama de olivo.
—Santana tiene razón, Britty—interviene mi papá, lo que me deja de piedra—No deberías usar ese lenguaje.
—Sí—mi mamá está de acuerdo—No es propio de una dama.
No me hace falta mirar a mi esposa para saber que todavía está más pagada de sí misma ahora que cuenta con el apoyo de mis padres.
—Gracias, Joseph—dice, me da un golpecito con la rodilla por debajo de la mesa y yo se lo devuelvo.
—¿Para cuándo la luna de miel?—pregunta mi mamá, sonriéndonos desde el otro lado de la mesa.
—Para cuando diga mi mujer—contesta Santana mirando mi tostada—¿Cuándo crees que podremos irnos, Britt-Britt?
Me lleno la boca con otra esquina y me encojo de hombros.
—Cuando tenga tiempo. Tengo muchas cosas pendientes en el trabajo, mi esposa ya lo sabe—la miro, acusadora, y ella me sonríe—¿De qué te ríes?
—De ti.
—¿Qué tengo de gracioso?
—Todo. Tu belleza, tu forma de ser, tu necesidad de volverme loca—me coloca bien el diamante—Y el hecho de que seas mía.
Con el rabillo del ojo veo a mi mamá que contempla embobada cómo mi latina imposible necesita ahogarme con su adoración.
—Ay, Joseph—suspira—, ¿te acuerdas de cómo era estar así de enamorados?
—Pues no—contesta mi papá con una carcajada—Vamos, es hora de irse.
Se limpia la boca con una servilleta y se levanta de la mesa.
—Iré al baño y a recoger las maletas.
Mi mamá no le contesta. Está demasiado ocupada sonriéndonos con afecto. Mi papá sale del restaurante y yo miro a Rachel. Está horrible, mucho más pálida que de costumbre. Hasta sus cabellos oscuros parecen haber perdido su brillo de siempre. Está picoteando como una gallina unos cereales mientras Quinn charla animadamente, como si no se hubiera dado cuenta de que ella está en otra parte.
Sé que tiene una buena resaca, pero salta a la vista que el dolor de cabeza y el estómago revuelto son sólo parte de lo que la tiene sumida en la miseria.
Quinn no puede ser tan tonta.
Dejo de mirarlas y busco a Sam en el otro extremo de la sala. Sigue sin quitarle ojo a Rachel.
—¿Tú también te has dado cuenta?—me pregunta Santana en voz baja al ver hacia a dónde estoy mirando.
—Sí, pero me han advertido que me meta en mis asuntos—respondo sin apartar la vista de mi hermano.
—Cierto, pero no te dije que no pudieras darle un toque a Sam para que la deje en paz.
Me vuelvo hacia Santana, que no se da cuenta de la cara de sorpresa que se me ha quedado y se pone de pie cuando mi mamá se levanta para abandonar la mesa.
—Volveré en seguida para despedirme.
Se alisa la falda y sale del restaurante después de darle a Rachel una palmadita en la espalda. Ella le sonríe un poco, luego me mira un instante y rápidamente mira a otra parte. Dejo escapar un suspiro y me pregunto qué voy a decirle a mi casi siempre feroz amiga. Parece estar pasándolo fatal, pero no puedo evitar estar enfadada con ella.
Rápidamente me acuerdo de lo que Santana ha dicho antes de que mi mamá nos dejara.
—¿Quieres que le diga a mi hermano que se esfume?—inquiero.
Me mira con cierto recelo mientras vuelve a sentarse.
—Creo que necesita que alguien le dé un toque. No quiero hacerlo yo y que por ello te enfades conmigo, así que deberías ser tú la que hablara con él.
Ya he intentado hablar con él y sé que hace oídos sordos, pero no voy a contárselo a Santana porque entonces decidirá intervenir.
—Hablaré con él—dejo la tostada en el plato—Y no tengo hambre, así que no empieces.
—Tienes que comer, Britt-Britt—intenta coger de nuevo la tostada y le doy un manotazo.
—No tengo hambre—mi voz no podría sonar más autoritaria—Ya podemos irnos a casa.
Después de despedir a mis padres, pasar de mi hermano y decirle a Rachel que la llamaré mañana por la mañana, me sientan en el DBS y me llevan de vuelta al Lusso, mi hogar, el lugar en el que Santana y yo viviremos como esposas.
Abro la puerta del coche, salgo y dejo escapar un grito de sorpresa cuando me cogen en brazos.
—¡Que tengo piernas!—me río pasándole los brazos por el cuello.
—Y yo tengo brazos. Estos brazos se crearon para abrazarte—me besa en los labios y cierra la puerta del coche de un puntapié antes de echar a andar hacia el vestíbulo del edificio—Voy a meterte en la cama y no voy a dejar que te levantes hasta mañana por la mañana.
—Trato hecho—accedo.
Espero que tenga en mente un poco de sexo duro, porque no me apetece nada el rollo tierno.
Me olvido un instante de Santana y dirijo toda la atención al mostrador del conserje cuando éste se detiene y nos mira con unos ojos como platos.
¿Eh?
Yo también abro mucho los ojos. Detrás del mostrador hay un tipo con la oreja pegada al auricular del teléfono, y no es Clive. Estoy casi segura de que no es él. Me muerdo los labios y sonrío para mis adentros. Esto va a poner a Santana en modo posesiva al estilo rinoceronte.
Permanezco en silencio mientras valoro la situación, aunque tampoco es que haga falta valorarla mucho. Mi esposa está de pie en mitad del vestíbulo, el nuevo conserje sigue hablando por teléfono y los dos se miran fijamente. Luego el hombre me mira, y casi me echo a reír cuando oigo gruñir a Santana.
Por Dios, va a aplastar a ese pobre chico hasta dejarlo hecho puré.
Me abrazo con fuerza a sus hombros y espero a que tome la iniciativa y siga andando, pero parece como si hubiera echado raíces.
—¿Dónde está Clive?—le pregunta al nuevo sin tener en cuenta que está hablando por teléfono.
Me revuelvo para intentar que me suelte, pero ella se limita a mirarme un instante y a sujetarme con más fuerza.
—No te muevas, Britt-Britt.
—Te comportas como una troglodita.
—Cállate, Britt—sus fulminantes ojos oscuros vuelven a acribillar al pobre chico, que ya ha colgado el teléfono—Clive—insiste Santana, cortante.
El nuevo conserje sale de detrás del mostrador y no puedo evitar mirarlo de arriba abajo. Es muy mono. Tiene el pelo castaño bien cortado, los ojos castaños rebosantes de alegría, y es alto y esbelto. No está tan buena como Santana, pero sigue siendo una persona joven, lo que para mi esposa equivale a ser una amenaza.
—Voy a trabajar con Clive, señora. En realidad, tendría que haberme incorporado hace algún tiempo—suena asustado, y hace bien—Por razones personales he tenido que retrasarlo—se acerca y le ofrece la mano—Me llamo Ryder, señora. Espero poder ayudarla en todo lo que... necesite ayuda.
Está hecho un manojo de nervios. Me revuelvo otra vez. Me siento como una idiota en brazos de mi latina posesiva mientras el nuevo conserje se presenta. Parece un chico dulce y sincero, pero Santana no me suelta.
—Señora López—replica Santana, cortante, ignorando la mano que le ofrece el chico.
—Encantada de conocerte, Ryder—digo entonces ofreciéndole la mano, pero Santana da un paso atrás.
¡Por todos los santos!
La miro y veo que sigue mirando fijamente al joven.
Esto es ridículo.
No me es fácil pero me suelto, doy un paso adelante y vuelvo a ofrecerle la mano al nuevo conserje.
—Bienvenido al Lusso, Ryder—sonrío y él me estrecha tímidamente la mano.
El pobre no va a volver si no intervengo. Clive ha estado trabajando sin parar desde que los vecinos se mudaron. Ya no tiene quince años, necesita un relevo.
—Gracias, Brittany. Encantado de conocerla—sonríe, y he de decir que tiene una sonrisa bonita, pero me percato de la mirada de recelo que lanza por encima de mi hombro—¿Vive en el ático?
—Sí.
—Han llamado de mantenimiento para avisar de que ha llegado la puerta nueva de Italia.
—Fantástico. Muchas gracias.
—Que la coloquen cuanto antes—gruñe Santana.
—Ya lo han hecho, señora—sonríe Ryder con orgullo cogiendo unas llaves de su mesa y sosteniéndolas en el aire.
Santana se las arrebata de las manos de un tirón antes de arrojarle las llaves del coche de mala manera.
—Súbenos las maletas.
Tira de mí hacia el ascensor ante mi asombro y también el de Ryder. Ya sabía yo que esto iba a pasar. Me empuja contra la pared de espejos y me cubre con su cuerpo, la muy controladora.
—Te desea—ruge.
—Tú crees que todo el mundo me desea.
—Porque es verdad. Pero eres mía.
Me besa con fuerza y toma mi boca sin tregua, levantándome del suelo con la presión de su cuerpo.
Estoy en éxtasis.
Ésta no es la Santana tierna. Ésta es la Santana dominante, fiera y poderosa, y estoy preparándome para todos los polvos que me he perdido.
Le echo los brazos al cuello y me abalanzo sobre ella con igual intensidad, o puede que más.
—Soy tuya—gimo entre los ataques de su lengua.
—No necesitas recordármelo.
Su mano sube por mi muslo y me cubre el sexo. Un chorro caliente fluye de mí y en lo más hondo siento una punzada de placer.
Qué falta me hacía.
Introduce los dedos en mis bragas de encaje.
—Estás mojada—ronronea en mi boca—Sólo conmigo, ¿entendido?
—Entendido—mis músculos se cierran con fuerza cuando me penetra con el dedo—Más—suplico sin pudor.
Necesito más. Separa nuestras bocas y saca el dedo para meterme dos.
—¿Así?—se mete bien adentro y con fuerza—¿Así, Britt?
Echo la cabeza hacia atrás, contra el espejo, con la boca abierta y los ojos cerrados.
—Sí, así.
—¿O prefieres otro?
Su voz es carnal, y me sorprende; se ha pasado varias semanas haciéndose la remilgada con mi cuerpo. Si éste es el efecto que Ryder va a producir en mi latina, espero que dure toda la vida. Me está reclamando y recordándome a quién pertenezco. No es que necesite un recordatorio, pero siempre voy a aceptarlos con gusto.
Dejo caer la cabeza y encuentro sus ojos oscuros, luego alargo el brazo y le desabrocho los pantalones. Meto la mano en sus bragas y cojo su clítoris caliente y palpitante.
—No has contestado a mi pregunta—dice entre jadeos.
—Quiero otro—aprieto el clítoris—Te quiero dentro de mí.
Dibuja un último círculo con los dedos antes de sacarlos y levantarme del suelo. Le rodeo la cintura con las piernas y mis manos buscan su nuca.
—Sabía que eras una chica sensata.
Las puertas del ascensor se abren entonces y me saca en brazos al vestíbulo del ático, abre la puerta en un abrir y cerrar de ojos y me sube por la escalera hacia el dormitorio principal.
—Te tengo tantas ganas que me haces perder la cabeza, Britt.
Me deja en el borde de la cama, me quita el vestido, se arranca la camiseta de un tirón junto al sujetador de encaje, se saca las Converse de una patada y se baja los vaqueros junto con las bragas de encaje hasta los pies. Es verdad que me tiene muchas ganas, cosa que aún me hace desearla más.
Va a follarme.
Me tumba en la cama, me quita las bragas y se libra del sujetador a la misma velocidad. Trabaja de prisa pero no lo bastante: la impaciencia y el tenerla desnuda tan cerca me pueden.
Necesito tocarla.
Me siento y deslizo las manos por su culo de piedra. La atraigo hacia mí para colocarla entre mis piernas abiertas. Sus pechos están a la altura de mis ojos y los acaricio con la lengua. Le beso con ternura sus pezones.
Mi perfecta latina imperfecto.
Mi diosa.
Mi esposa.
Noto sus dedos enredados en mi pelo y mis ojos recorren sus abdominales cincelados, ascienden por sus pechos y llegan a sus ojos oscuros rebosantes de... amor.
No es deseo ni lujuria, sino amor.
No va a follarme, va a hacerme el amor con ternura. Lo hace muy bien, pero necesito de mi amante fiera desesperadamente, necesito que deje de tratarme como si fuera a romperme.
Mis manos vuelven a su torso hasta que mis palmas están casi en su cuello perfecto. Le beso el estómago antes de empezar a subir, y me pongo de pie hasta que llego a su nuca y tiro de ella para que su boca descienda sobre la mía. Trepo por su cuerpo y le rodeo la cintura con las piernas. Me pasa un brazo por debajo del culo para sujetarme y accede a mi demanda de contacto boca con boca.
Bocas fundidas.
Bocas que se deleitan la una con la otra.
Bocas que se consumen de ardiente deseo.
No me tumba en la cama, sino que me lleva al cuarto de baño y se sienta a horcajadas sobre el diván, conmigo encima.
Me mira.
—Tenemos que hacer las paces—dice; luego tira de mí hacia abajo y nuestras bocas colisionan—Nadie podrá impedir que te haga mía, Britt—añade mientras nuestros labios y nuestras lenguas libran una batalla campal.
—Genial.
Le tiro del pelo intentando despertar su lado salvaje, ese que me gusta tanto como el tierno. Sabe lo que quiero y lo que necesito, la muy cabrona lo sabe perfectamente, y me lo va a dar.
—Mi chica lo quiere duro.
Se aparta y esta vez soy yo la que gruñe. Me mira, jadeante y sudorosa. Quiere dármelo, se lo veo en la cara y en los ojos oscuros. Están que echan humo, más oscuros de la desesperación.
Soy yo la que la pone así.
Tira de mí con cuidado y se apodera de mi boca con decisión. No me resisto, la verdad es que no quiero resistirme. Éste podría ser el polvo salvaje que tanto llevo esperando.
Mantiene nuestras bocas unidas, baja la mano y me penetra a la primera. Mis piernas se enroscan instintivamente en su cintura y entrelazo los tobillos para estar más cerca de ella.
—Dios—jadea contra mi boca—Es perfecto.
Sí que lo es. Todo es perfecto solo piel con piel, yo sobre ella. Jadeo con la boca contra su hombro y le clavo las uñas en los bíceps.
—Muévete—le ordeno—Por favor, muévete.
—Cuando sea el momento. Ahora deja que te disfrute.
Me coge las manos y se las lleva a la nuca, donde mis dedos se enredan en su pelo y tiran de ella por instinto. Luego, su mano libre desciende por mi cuerpo, después por mi pecho, y se detienen en mi cintura. Me sujeta para que me esté quieta.
Lo único que se oye son nuestras respiraciones agitadas, cargadas de anhelo y de deseo. Me coge con fuerza y me levanta con un gemido profundo antes de dejarme descender sobre sus dedos. Cierro los ojos en la felicidad más absoluta y jadeo. Tengo que retirar las manos de su pelo para poder masajearle los pechos.
Me sorprende lo duros que tiene los pezones, la perfección de sus músculos, que me gritan que los acaricie, que me suplican que sienta su belleza. Mis manos insaciables se pasean por todo su cuerpo y se detienen en sus pechos cuando me levanta, me deja caer y me mueve las caderas y sus dedos en círculos, lenta y meticulosamente.
—No intentes decirme que no te gusta—gime—No intentes decirme que no estamos como deberíamos estar—sigue haciendo virguerías dentro de mí, incansable—Ni lo intentes.
—Lo quiero salvaje, San.
—No me digas lo que tengo que hacer con tu cuerpo, Britt. Bésame.
Lo carnal de sus palabras y cómo me reclama como suya me ciegan y mi cuerpo se niega a rechazarlo.
Ella manda y lo sabe.
Mi boca cae sobre la suya y mi cuerpo se aferra al de ella, invitándola a que me haga lo que quiera. Echa la cabeza hacia atrás para mantener nuestras bocas unidas, vuelve a levantarme y a dejarme caer sobre ella. Gimo en su boca, un mensaje de sumisión ronco y sensual.
No puedo pensar.
Su energía me confunde y el ritmo preciso de sus caderas y dedos me catapulta a un delirio de lujuria. Gimo cuando me levanta despacio y sin dificultad una y otra vez. La presión de sus dedos contra la parte más profunda de mi ser es la mismísima encarnación del placer.
—No sabes cuánto me gusta—gimo—Fóllame, San—suplico; necesito que no sea tan gentil.
—Esa boca, Britt—me regaña—Vamos a hacerlo así, justo así.
Cierra los ojos y se tensa. Está siendo demasiado tierna. Necesito que me sorprenda, que me deje atónita. Necesito que me lo haga como un animal. Lleva semanas así, y sé por qué.
—¿Por qué me tratas con tanta ternura?—digo acariciándole el cuello con la nariz entre mordiscos y lametones.
—Sexo somnoliento—gime.
—No quiero sexo somnoliento.
No va a producir el efecto deseado. Sí, me correré, gemiré de placer y me estremeceré en sus brazos, pero necesito gritar de gusto. Necesito un buen mete y saca, no que me haga cosquillas.
—Fóllame, Santana.
Coge aire cuando tomo su muñeca y la empujo hasta el fondo.
—¡Jesús, Britt! ¡Esa boca!
—¡Sí!—me levanto y vuelvo a dejarme caer con fuerza sobre sus dedos.
—¡Britt!—aleja su mano—¡Así, no!
Su pecho sube y baja contra mi cuerpo. Estoy jadeando en su cuello y me agarro con fuerza de su pelo.
—Deja de tratarme como si fuera de cristal.
—Para mí eres de cristal, Britt-Britt- Eres muy delicada.
—Pero no voy a romperme, ni hace dos semanas, ni ahora—intento volver a mover su muñeca, lo necesito, pero la deja inmóvil. Es otra de las razones por las que le ruego a Dios no estar embarazada. No puedo soportarlo. Saco la cara de su cuello y la miro a los ojos—Necesito que me folles a lo bestia.
Niega con la cabeza.
—Sexo somnoliento.
—¿Por qué?—pregunto.
¿Va a reconocer lo que ya sé?
—Porque no quiero hacerte daño—susurra.
Intento controlar el genio.
¿No quiere hacerme daño a mí o no quiere hacérselo al bebé que tal vez ni siquiera existe?
—No me harás daño, San—replico.
Se relaja un poco y aprovecho para tomarle la mano e introducir sus dedos hasta el fondo con un grito de satisfacción. Ella también grita. Sé que quiere empalarme viva, poseerme como un animal, dominarme y llevarme al éxtasis, pero no lo va a hacer y eso me desquicia.
—¡Joder!—exclama—¡No, Britt!
—Hazlo—le cojo la cara y le devoro la boca. Si persevero, es mía—Hazme tuya, San—ordeno arrastrando los labios por su mejilla.
Los atrapa cuando vuelven a pasar por su boca y me mete la lengua, con premura y furia.
Casi la tengo.
Nuevamente me levanto y me dejo caer y le arranco un fuerte gemido.
—Te gusta, ¿verdad? Dime que te gusta.
—Por Dios, Britt, para.
Arriba y abajo que voy, con más fuerza, nuestras caderas se unen a la perfección y sus dedos entran hasta el fondo.
—Mmm... Sabes a gloria—la estoy volviendo loca, y sé que lo desea porque podría detenerme con facilidad—Te necesito.
Lo sabía: esas palabras son su perdición. Suelta un grito de frustración y me releva, me coge con firmeza de la cintura y me penetra con otro dedo y los mueve sin piedad, junto a sus caderas.
—¡¿Así?!—grita, casi enfadada, y sé que es porque no puede resistirse a mí.
—¡Sí!—grito a mi vez.
De repente está de pie. Yo sigo con las piernas rodeando su cintura. Cruza el baño y me empotra contra la pared.
—¿Lo quieres duro, Britt?
—¡Fóllame!—chillo enloquecida, apretando las piernas y tirándole del pelo negro.
—Mierda, Britt. ¡No seas tan malhablada!—se retira y mueve sus caderas y dedos, una y otra vez. Mis gritos de satisfacción resuenan en el aire—¿Mejor?—ruge clavándomela muy adentro sin miramientos—Tú lo has querido, Britta. ¿Mejor así?
Está muy cabreada.
Estoy contra la pared, absorbiendo su violento ataque, y quiero que lo sea aún más. He tenido dos semanas de la Santana tierna. He tenido más que suficiente de la Santana tierna, pero no puedo hablar.
Asiento con cada embestida, mi forma de decirle que la quiero aún más bestia.
La quiero mucho más salvaje.
—¡Responde a la puta pregunta!
—¡Más fuerte!—grito tirándole del pelo.
—¡Joder!
Me embiste repetidamente con sus caderas y dedos, le flaquean las fuerzas, no logra mantener el ritmo, pero yo estoy disfrutando de cada punzante estocada.
Esto me va a compensar por las dos semanas de ternura y delicadeza.
La base del estómago me arde y mi clímax es como una tromba rápida que me pilla por sorpresa, sin darme tiempo para prepararme. Exploto, cierro los ojos, echo la cabeza atrás con un grito de desesperación.
—¡Aún no he terminado, Britt!—grita recolocando la mano bajo mi culo y empujando como un ariete.
Yo tampoco. El orgasmo me ha dejado mareada pero hay otro en camino y, gracias a su potencia incansable, no va a tardar en llegar.
Encuentro sus labios y le meto la lengua hasta la garganta. Aprieto las piernas contra sus caderas hasta que me duelen y mis gritos y los suyos chocan entre nuestras bocas.
—¡Sí!—echo la cabeza atrás—¡Ay, Dios!
—¡Abre los ojos!—me ordena, severa.
Obedezco de inmediato y cierro los puños entre su pelo cuando se para en seco, sudando y respirando agitadamente. El fuego en mi sexo retrocede de inmediato, pero entonces ruge y vuelve a la carga.
Me preparo para otra tanda.
Me embiste, muy fuerte. Mi espalda choca contra la pared, grito sorprendida pero ella no me da tiempo para pensar. Sale y vuelve a entrar con una gloriosa y feroz estocada.
Ha perdido el poco control que le quedaba.
Esto va a ser duro de verdad.
Me agarro con más fuerza a su pelo e intento flexionar las piernas para darle el acceso a mí que su cuerpo me pide.
—¿Te parece lo bastante fuerte, Britt?—dice volviendo a clavármela.
—¡Sí! —grito.
Ni en sueños querría que parara.
No tiene piedad.
Entra y sale de mí, cada vez con más fuerza. Me estoy quedando en blanco, tengo el cuerpo flácido y estoy en la cúspide del placer. Pero entonces noto que mi espalda se aleja de la pared y que me llevan a la cama. Prácticamente me tira sobre el colchón. Me pone a cuatro patas, se coloca de pie detrás de mí y me coge de las caderas. Vuelve a penetrarme con una embestida brutal y un grito frenético. Con cada embestida tira de mí para que mi culo choque contra sus fuertes caderas. Hundo la cara en las sábanas, las agarro con fuerza y empiezo a sudar.
Estoy empapada.
—¡San!—grito, delirante, presa de una deliciosa desesperación.
—Tú lo has querido, Britt. Ahora no te quejes.
Me penetra de nuevo, aún con más fuerza. Está liberando toda la pasión animal que ha estado reprimiendo durante demasiado tiempo. Ha perdido el control, y una pequeña parte de mí se pregunta si lo está haciendo a propósito, si está intentando asustarme para que vuelva a desear el sexo somnoliento. Si ése es su plan, es un fracaso total.
Mi cuerpo necesita esto.
Yo necesito esto.
Obligo a mi mente a volver al presente y a centrarse en recibir su potencia con los brazos abiertos.
Quiero sus caderas y sus dedos todos para mí.
La violenta acumulación de presión en mi vientre se abre paso hacia mi sexo, lista para la explosión. Estoy segura de que me va a volar la tapa de los sesos.
—¡Más fuerte!—grito agarrándome a las sábanas.
—¡Britt!
Sus dedos se me clavan en las caderas, pero la crudeza de su mano libre no me molesta lo más mínimo y ni se compara con lo que están haciendo sus otros dedos. Estoy demasiado ocupada concentrándome en el orgasmo desgarrador que se avecina. Vuelve a pillarme por sorpresa y el placer es tan tremendo que me pone en órbita.
Grito, y ella grita también.
Luego me desplomo sobre la cama, Santana cae sobre mí y quedo cubierta por su cuerpo. Respira con dificultad contra mi oído y nuestros cuerpos bañados en sudor están sonrojados y suben y bajan al unísono.
Me siento repleta.
Estoy exhausta pero me siento muchísimo mejor. Por fin volvemos a ser nosotras mismas. Gruñe y mueve los dedos en círculos, todavía muy dentro de mí. El fuego de su orgasmo me reanima y me devuelve a la realidad.
La echaba de menos.
—Gracias—jadeo cerrando los ojos.
Los latidos acelerados de su corazón me golpean la espalda y me reconfortan. No dice nada. Lo único que se oye en el enorme dormitorio es nuestra respiración alterada.
Es fuerte, dificultosa y satisfecha.
Pero entonces se aparta de mí y la ausencia de su calor cubriendo mi cuerpo hace que me vuelva para ver qué hace. Se está alejando, con las manos en la cabeza, y su espalda desnuda desaparece en el cuarto de baño. Todavía estoy intentando bajar mis pulsaciones y respirar a un ritmo normal, pero en vez de sentirme satisfecha y feliz, me siento intranquila y culpable.
Le he hecho perder el control.
La he presionado, la he tentado y le he hecho perder su autocontrol, y ahora, a pesar de haberme salido con la mía, me siento culpable. Ha estado intentando controlar sus exigencias sobre mi cuerpo, aunque el porqué es lo que debería preocuparme.
No el hecho de que lo haya estado haciendo, sino por qué.
Yo lo sé, y no debería sentirme culpable, pero no va así la cosa. He aceptado el hecho de que nunca lo entenderé del todo. He aceptado su forma de actuar y que es una mujer imposible. Todo forma parte de la mujer a la que amo profundamente, de la mujer a la que me une una conexión tan poderosa que nos vuelve locas a las dos.
Compartimos una intensidad que nos incapacita.
Aparece en el umbral del baño, todavía desnuda, todavía empapada y todavía intentando controlar la respiración. La miro. Me mira. Me incorporo y me llevo las rodillas al pecho.
Me siento menuda y rara.
No debería ser así entre nosotras.
—Te he sometido a un tratamiento para que quedes embarazada, con mis óvulos—me suelta; su mandíbula se tensa y los músculos palpitan.
Lo dice sin remordimiento ni sentimiento de culpa, lo que hace que abra unos ojos como platos y que enderece la espalda como un resorte. Su rostro está impasible y, aunque ya lo sabía, no deja de sorprenderme. Oír cómo lo confiesa en voz alta no hace más que acelerarme el corazón aún más.
—He dicho que te he sometido a un tratamiento para que quedes embarazada—repite; parece enfadada.
No puedo ignorar este asunto por más tiempo. Sus palabras me acaban de sacar la cabeza del suelo y ahora me siento descubierta y furiosa. Noto cómo la rabia latente entra en ebullición en mi interior, intentando que la libere. Es como una olla a presión que lleva semanas al fuego pero con la que no sabía qué hacer.
Ahora lo sé.
Sabía que había sometido al tratamiento para que me quedara embarazada. Su comportamiento, sus indirectas, la información que encontré me lo confirmaba, aunque no estaba enfadada porque decidí ignorarlo como una imbécil, como si el problema fuera a desaparecer. Mañana tendría que bajarme la regla y estoy segura de que no lo hará.
Esta mujer, la loca de mi esposa, acaba de confesarme sin ninguna vergüenza que me ha sometido a un tratamiento para quedar embarazada, y con sus óvulos, y ahora mi negación se ha convertido en ira sanguinaria.
—¡Brittany, por el amor de Dios!—se lleva las manos a la cabeza, frustrada—¡Te he sometido a un tratamiento para que quedes embarazada con mis putos óvulos!
Salto de la cama.
Exploto.
Ni siquiera intento hablar con Santana porque no hay nada de qué hablar en esta situación.
Camino con decisión hacia ella. Me observa atentamente, recelosa, y cuando la tengo delante le cruzo la cara de un bofetón. La mano me duele al instante pero estoy demasiado cabreada para sentir el dolor. Se le ha quedado la cara vuelta de lado, mira al suelo, y lo único que puedo oír es el sonido de nuestra respiración, sólo que ahora ya no es profunda y satisfecha, sino que estoy jadeando a pleno pulmón.
Levanta la cabeza y, antes de darme cuenta, mi mano está asestando otro golpe, sólo que esta vez me agarra la muñeca a escasos centímetros de su cara. La libero de un tirón y empiezo a pegarle puñetazos en el pecho con las dos manos, frenética de la ira.
Y ella se deja.
Se limita a quedarse quieta y a aceptar la paliza enajenada que le propino en el torso. Mis puños la golpean con insistencia mientras le grito y le chillo. Cuando creo que me voy a desmayar del esfuerzo, doy un paso atrás y pierdo el control sobre mis lágrimas y sobre mi cuerpo.
—¡¿Por qué?!—le grito.
No intenta tocarme ni acercarse a mí. Se queda de pie en el umbral de la puerta, todavía impasible. Ni siquiera ha aparecido la arruga, pero sé que debe de estar preocupada y que debe de estar costándole mucho no sujetar a la fuerza a la loca de su mujer.
—Estabas haciendo como si nada, Britt. Necesito que lo aceptes—su tono de voz es dulce y firme—Necesitaba incitar algún tipo de reacción en ti.
—No me refiero a por qué me lo has contado. ¡Eso ya lo sé! ¡Me refiero a por qué coño lo hiciste!
Aquí llega la arruga de la frente. Y el labio mordido. No sé por qué lo piensa tanto. No hay atenuantes: su plan es de locos. Ella está chiflado y yo también por haber estado haciendo como si nada durante todo este tiempo.
—Me vuelves loca—niega con la cabeza—Me haces hacer locuras, Britt.
—¡Ah, así que resulta que es culpa mía!...—grito—Yo no quería ningún tratamiento.
—Lo sé—mira al suelo.
¡De eso, nada!
Va a mirarme a la cara, no a huir así como así. Me acerco a su pecho hecha una furia y le agarro la mandíbula para obligarlo a levantar la cabeza.
—No vas a huir de tus razones para hacerme esto. Tú solo has decidido qué rumbo iba a tomar mi vida. ¡No quiero un puto bebé! ¡Es mi cuerpo! ¡No tienes derecho a decidir por mí!—se me desgarra la voz entre los gritos—¡Dime por qué coño me has hecho esto! ¡Porque no te embarazaste tú, si tanto quieras un bebé!
—Porque quería tenerte conmigo para siempre—susurra.
Le suelto la mandíbula y doy un paso atrás.
—Y si yo era la embarazada, me atraparías. ¿Querías atraparme?
—Sí—responde, agachando de nuevo la cabeza.
—Porque sabías que saldría pitando en cuanto descubriera a qué te dedicabas y lo de tu problema con la bebida.
—Sí—se niega a mirarme.
—Pero cuando descubrí lo de La Mansión y el problema con el alcohol volví y, aun así, sabias que ya tu doctora me había practicado el tratamiento y no me dijiste nada.
Esta mujer no tiene ni pies ni cabeza
—No sabías nada de mi pasado.
—Ahora lo sé.
—Lo sé.
—¡Deja de decir que lo sabes!—chillo agitando los brazos delante de ella.
Estoy perdiendo el control otra vez. Levanta un poco la vista pero no me mira. Mira a la habitación, a todas partes menos a mí.
Está avergonzada.
—¿Qué quieres que diga?—pregunta en voz baja.
—¿Cómo es posible que un profesional practique tal tratamiento sin el consentimiento del paciente?
—La doctora Kitty Wilde, es una antigua conocida, le dije que eras mi pareja y que queríamos tener un bebé, pero que tu no querías someterte a un tratamiento por miedo a que no resultara, entonces le dije que lo hiciera sin decirte nada, así si no funcionaba no te deprimirías. Y como me conoce creyó en mí.
No sé qué pensar, así que me meto en el vestidor. Llevo casada un día con esta mujer y voy a dejarla, no sé qué otra cosa hacer.
Cojo unos vaqueros viejos y me los pongo de un tirón.
—¿Qué estás haciendo?—está aterrorizada, como imaginaba. Jamás lidiará con lo que ha hecho, y yo tampoco si me quedo. Esto me ha caído como una bomba—Britt, ¿qué diablos estás haciendo?—me arranca la bolsa de la mano—No vas a dejarme—suena a súplica y a orden.
—Necesito espacio—cojo la bolsa y empiezo a llenarla de ropa.
—¿Espacio para qué?—me coge del brazo pero me libero de un tirón—Britt, por favor.
—¿Por favor, qué?
Estoy metiendo la ropa en mi bolsa como una loca, pero me temo que volveré a mirar a Santana si no me centro en esta tarea, y ahora mismo no soporto mirarla.
Sé lo que voy a ver.
Miedo.
—Britt, por favor, no te vayas.
—Me voy.
Me vuelvo, paso junto a ella y la dejo atrás, camino del baño a por mis cosas de aseo. No intenta detenerme y sé por qué, por lo mismo que ha sido tan delicada conmigo durante semanas: cree que le hará daño a su bebé.
Me pisa los talones pero yo sigo recogiendo mis cosas, luchando contra la increíble necesidad de pagarla con ella, pero al mismo tiempo lucho contra la necesidad de consolarla.
Estoy hecha un lío.
—Britt-Britt, por favor, vamos a hablarlo.
Me vuelvo, incrédula.
—¿Hablarlo?
Asiente con mansedumbre.
—Por favor.
—No hay nada de qué hablar. Has hecho la cosa más sucia que se puede hacer. Nada de lo que digas me hará entenderlo. No tienes derecho a tomar decisiones como ésa. No tienes derecho a controlarme hasta ese punto. ¡Es mi vida!
—Pero tú sabías que te había sometido al tratamiento.
—¡Cierto! Pero desde que te conocí me has hecho pasar por tantas mierdas que ni siquiera pude pensar en lo jodido que era lo que estabas haciendo. Esto es muy jodido, Santana, y no hay nada que lo justifique. Que quisieras tenerme siempre a tu lado no es razón suficiente. ¡No puedes tomar esa decisión tú sola!—intento tranquilizarme pero es una batalla perdida—Además, ¡¿qué hay de mí?!—le grito a la cara—¡¿Qué hay de lo que yo quiero?!
—Pero yo te amo—estoy agarrando la bolsa con tanta fuerza que se me duermen los dedos. Estoy perdiendo el juicio. La dejo atrás y bajo la escalera lo más rápidamente que puedo—No te vayas, Britt. Haré lo que sea.
Sus pasos se acercan, pero está desnuda y, aunque sé que no tiene vergüenza, también sé que no saldría desnuda a la calle.
Cuando llego a la puerta, me vuelvo para mirarla.
—¿Harás lo que sea?
—Sí, ya lo sabes.
Está tan asustada que estoy a punto de abrazarla. Incluso ahora, cuando acaba de confesar que me ha sometido a un tratamiento para quedar embarazada, me cuesta no caer en sus brazos. Pero si le dejo pasar ésta, estaré sentando las bases para toda una vida de manipulación.
No puedo hacer eso.
Necesitamos pasar un tiempo separadas. Esto es demasiado intenso y tal vez debería haberlo pensado antes de casarme con ella, pero ahora es demasiado tarde.
Es posible que haya cometido el mayor error de mi vida.
—Entonces vas a darme espacio, Santana—espeto.
Y me voy.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
bueno, no pdo dejar de darle la razon a brittany! eso de verdad no se hace!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
La jodio pero bien jodida! Todo es demasiado rapido entre ellas y agregarle un bebe es demasiado._.
Santana se va a arrepentir de haberlo hecho:sss
Santana se va a arrepentir de haberlo hecho:sss
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,..
primer dia de matrimonio,..
y san lle suelta eso jajajajajaj lindo regalo,..
a ver asta donde usa britt su carta blanca???
nos vemos!!!
primer dia de matrimonio,..
y san lle suelta eso jajajajajaj lindo regalo,..
a ver asta donde usa britt su carta blanca???
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Aquí viene el drama que tanto me gusta de este libro.
Muy mal por San, necesita hablarlo con Britt, ya que como Brittany lo dijo la que quedaría embarazada era ella.
Aunque sería muy lindo tener un hijo BRITTANA.
Espero que San no caiga en el alcohol o en los azotes.
Nos leemos en tu siguiente actu.
P.D: Cuídate
P.D.2: Ya vi tu comentario, y como leíste si habrá reencuentro.
P.D.3: Te quiero.
P.D.4: Besos y abrazos hasta donde quiera que estés.
P.D.5: Chau.
Muy mal por San, necesita hablarlo con Britt, ya que como Brittany lo dijo la que quedaría embarazada era ella.
Aunque sería muy lindo tener un hijo BRITTANA.
Espero que San no caiga en el alcohol o en los azotes.
Nos leemos en tu siguiente actu.
P.D: Cuídate
P.D.2: Ya vi tu comentario, y como leíste si habrá reencuentro.
P.D.3: Te quiero.
P.D.4: Besos y abrazos hasta donde quiera que estés.
P.D.5: Chau.
Daniela Gutierrez***** - Mensajes : 281
Fecha de inscripción : 03/07/2014
Edad : 27
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:bueno, no pdo dejar de darle la razon a brittany! eso de verdad no se hace!
Hola, mmm sip, britt tiene todo el derecho a decir y hacer lo que hizo y dijo xD jajaajajajaj. Mal san, mal =/ Saludos =D
Susii escribió:La jodio pero bien jodida! Todo es demasiado rapido entre ellas y agregarle un bebe es demasiado._.
Santana se va a arrepentir de haberlo hecho:sss
Hola, mm sip =/ jajaaj creo que san es al unica que no lo ve así XD jajajaaj. Esperemos y todo salga bn. Saludos =D
3:) escribió:holap morra,..
primer dia de matrimonio,..
y san lle suelta eso jajajajajaj lindo regalo,..
a ver asta donde usa britt su carta blanca???
nos vemos!!!
Hola lu, ... y ya la dejaron xD ajajajajajajaaj ai san no aprende no¿? xD jajajaajajaj. Mmmm hasta que vuelvan vrdd¿? jajaajaj. Saludos =D
Daniela Gutierrez escribió:Aquí viene el drama que tanto me gusta de este libro.
Muy mal por San, necesita hablarlo con Britt, ya que como Brittany lo dijo la que quedaría embarazada era ella.
Aunque sería muy lindo tener un hijo BRITTANA.
Espero que San no caiga en el alcohol o en los azotes.
Nos leemos en tu siguiente actu.
P.D: Cuídate
P.D.2: Ya vi tu comentario, y como leíste si habrá reencuentro.
P.D.3: Te quiero.
P.D.4: Besos y abrazos hasta donde quiera que estés.
P.D.5: Chau.
Hola dani, ajajajaajajaj XD bienvenida drama! jajaajajaj, pero que no dure vrdd¿? San es al unica que no ve eso, o que van rapido XD jaajajaja, y sip britt tiene toda la razón =/ Jajajja ese en otro punto! un bb de ellas es lo mejor! ajajajajajaj. =O nooooo!!! ai si que terminarian para siempre! Saludos =D
Pd: gracias, tu igual!
Pd2: jajajajajaa leido!
Pd3: jajaja es el efecto que causo en las personas
Pd4: gracias, para ti igual! ajajajaj en algún lugar del mundo no¿? jajaaj
Pd5: chau!
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 7
Capitulo 7
Rachel no está en casa, así que subo directa a mi antigua habitación. Permanezco sentada en la cama durante una eternidad, ignorando el tono de Angel, de Massive Attack, que suena sin cesar en el móvil. Al final me levanto y me paso una hora en la ducha. Bajo el agua caliente, con jabón por todas partes, me paso la esponja ausente y sólo me detengo al llegar al vientre.
Me siento carente de emoción.
No tengo ningún instinto maternal que me impulse a acariciarme la barriga. Nunca he pensado en la maternidad. Soy demasiado joven y tengo una floreciente carrera en la que centrarme. Nadie debería tomar por mí una decisión que me cambie la vida.
No tenía ningún derecho a hacerme esto.
Pero tampoco tenía derecho a hacerme suya con tanto empeño, y lo hizo.
No tiene derecho a decidir cómo me visto, pero lo hace.
Y no tiene derecho a fastidiarme la vida con su forma imposible e irracional de ser... pero lo hace.
Y yo la dejo.
Me rebelo contra muchas cosas pero al final se sale con la suya. No obstante, esta vez no. Esta locura se pasa de la raya. Nunca cambiará. No puede, no en lo que a mí respecta. Va a pasar por encima de toda mi vida porque no puede evitarlo. He aceptado muchas cosas sobre Santana, pero me doy cuenta de que no puedo, y no voy, a aceptar ésta.
Salgo de la ducha y me seco antes de volver a mi habitación. Miro el teléfono. Sólo hay una llamada perdida desde la última vez que las borré. Me sorprende, pero entonces el móvil vibra en mi mano. Es un mensaje de texto.
No puedo vivir sin ti, Britt-Britt.
Dejo escapar un suspiro pero no contesto porque no sé qué decir. No me molesto en secarme el pelo ni en ponerme crema corporal. Me visto con una camiseta holgada y unos pantalones de chándal y me tapo con las sábanas de mi vieja cama. Es dura, tiene algunos muelles sueltos, y Santana no se encuentra en ella pero estoy sola, que es lo que necesito en este momento.
Me despierto al oír que alguien grita a pleno pulmón. Está oscuro y la única luz es un brillo tenue que entra por el tragaluz que hay sobre la puerta de mi habitación. Aparto las sábanas, me levanto, ando de puntillas hasta la puerta y la abro.
—¡He dicho que hemos terminado!—chilla Rachel—¡Lo nuestro no va a ninguna parte!
Mierda, no debería estar escuchando, pero me puede la curiosidad. Rachel está de espaldas a mí en la entrada y rezo para que la persona a la que voy a ver sea Sam.
Pero no.
Es Quinn.
Mi corazón partido se rompe un poco más por mi pobre mejor amiga. No sabe lo que está haciendo.
—No digas eso, Rach—dice Quinn, suplicante y un poco confusa, lo que me indica que no tiene ni idea de por qué Rachel está poniendo fin a su relación.
No sé si la palabra «relación» describe correctamente lo suyo, pero más allá de los chistes, los estilos de vida y el rollo sin compromiso, hay una conexión que no he visto nunca a Rachel tener con otra persona. Ni siquiera con mi hermano. Si pudieran dejar atrás todo lo relacionado con La Mansión, serían perfectas la una para la otra.
Quiero matar a Sam. Y quiero matar a Rachel por ser tan tonta.
—Lárgate, Quinn
Entra en la cocina y abre y cierra todos los armarios. Quinn la sigue.
—¿A qué viene todo esto?—pregunta—¿Qué ha cambiado, Rachel?
—¡Nada!
Se oyen unos cuantos golpes más en los armarios de la cocina antes de que Rachel salga para entrar en la salita. Durante un instante le veo la cara. Está pálida y no parece tener más color que esta mañana. El pelo oscuro sigue sin brillo y lo lleva recogido en una coleta.
Conozco esa expresión.
Es la que pone cuando no tiene razón pero no quiere bajarse del burro. Le daría una buena tunda. A ver si Quinn se larga para que pueda decirle lo que pienso a la idiota de mi amiga.
—¡Algo tiene que haber cambiado!
Quinn casi se ríe, pero es una risa nerviosa, de las que indican preocupación. Eso confirma lo que pienso: a ella le gusta Rachel de verdad.
Y mucho.
—¡Que te largues!—le espeta ella, cortante.
—¡No! ¡No hasta que me cuentes a qué viene esto!
No las tengo a la vista, así que salgo de la habitación sin hacer ruido. Me enfado un poco conmigo misma por ser tan cotilla, pero necesito oírlas porque estoy tan intrigada como Quinn. Sin embargo, sospecho que ya lo sé, por eso estoy perdiendo la poca paciencia que me queda.
—No te debo ninguna explicación.
Quinn se ríe como es debido esta vez.
—¡Yo creo que sí!
Veo que intenta coger a Rachel, pero la muy testaruda la aparta.
—No. Lo nuestro era follar y punto. Fue divertido mientras duró, pero ya me he cansado.
La frialdad de sus palabras me atraviesa como un cuchillo. No puedo ni imaginarme el daño que le habrán hecho a Quinn. Ella no dice nada pero la veo sacudir la cabeza.
—¿Divertido?—repite—Divertido.
—Sí. Pero ya no. Ya me he divertido todo lo que podía contigo.
La mandíbula me llega al suelo. Y yo que pensaba que no podía decir nada peor. Está en racha. Quinn desaparece de mi campo de visión y sé que va a marcharse, así que vuelvo a meterme en mi cuarto y cierro la puerta. No la culpo por haberse rendido. A pesar del estilo de vida que lleva y de que ha arrastrado a Rachel al lado oscuro con ella, está claro que siente algo por mi amiga. Y sé que ella siente lo mismo.
Oigo un portazo y, a continuación, el sonido inconfundible de un sollozo. Está llorando. Rachel nunca llora. Estoy furiosa con ella pero me siento fatal por la tonta de mi mejor amiga.
¿Qué intenta demostrar?
No puedo evitar pensar que esto nunca habría ocurrido si Sam no hubiera venido. Podría quedarme en mi habitación y dejarla llorar a gusto pero, en vez de eso, salgo de mi cuarto y voy a la salita. No pienso dejar que le quite importancia cuando le pregunte qué ha pasado más tarde. Si la pillo llorando tendrá que reconocer que lo está pasando mal.
No voy a dejar que me evite esta vez.
Me apoyo en el marco de la puerta de la sala de estar y observo durante una eternidad cómo sus hombros suben y bajan mientras llora sin parar. Mi instinto me dice que me siente a su lado y la abrace, pero no lo hago y, pasados diez largos minutos, se pasa las manos por las mejillas, se levanta, se vuelve y me ve en la entrada.
Tal y como imaginaba, se ha plantado una sonrisa falsa en la cara. Está insultando a mi inteligencia y a nuestra amistad.
—Hola—dice intentando no sorberse los mocos.
—¿Todo bien?—pregunto sin apartarme del marco de la puerta.
No va a salir de aquí.
—Pues claro. ¿Qué haces aquí?
Se coloca bien la camiseta y se mira el cuerpo para no mirarme a mí.
—Mi coche está fuera, ¿no lo has visto?
Sigue sin mirarme.
—No. ¿Qué haces aquí?
Ignoro la pregunta que ya me ha hecho dos veces. No voy a permitir que cambie de tema.
Además, ¿qué le digo?
Llevo casada menos de un día y ya estoy en su apartamento con la maleta. Seguro que he batido un récord.
—Imagino que estabas muy ocupada discutiendo con Quinn como para verlo.
Me lanza una mirada como un latigazo. Sabe que la he pillado.
—Ah—dice con calma, y me insulta aún más cuando sonríe tan pancha—¿Té?
—No—respondo con frialdad y sin devolverle la sonrisa—Aunque estaría bien que me dieras una explicación.
Sé que debo de haber levantado las cejas y que parezco una mamá quejica, pero no voy a ceder.
Esta vez no va a hacer como si nada.
Se ríe un poco.
—¿Una explicación sobre qué, Britt?
La sonrisa le falla cuando se da cuenta de lo que acaba de decir. Me ha invitado a sacármelo del pecho y, por la cara que pone, se está arrepintiendo.
—Para empezar, sobre lo que hiciste anoche con mi hermano. Luego podrías intentar explicarme por qué acabas de romper con Quinn.
—No había nada que romper.
—¿Y qué me dices de mi hermano?
—Que no es asunto tuyo—intenta pasar pero le bloqueo la salida—Britt, aparta.
—No. Vas a sentarte y a hablar. ¿Qué te ocurre? Se supone que somos amigas. Siempre nos lo hemos contado todo—la cojo del brazo, la arrastro al sofá y la obligo a sentarse—¿Qué está pasando aquí, Rach?
Me responde enfadada:
—Nada.
—Me sacas de quicio—le espeto—Desembucha, Berry.
Se echa a llorar y me siento aliviada. Estaba a punto de abofetearla por ser tan cabezota, pero ahora le paso el brazo por los hombros y la dejo sollozar en mi pecho. No sé Rachel, pero yo me siento mucho mejor.
Quinn le gusta de verdad.
Intento calmarla.
—Empecemos con Quinn.
—Ya te lo he dicho, al principio sólo me estaba divirtiendo.
Las palabras salen entrecortadas entre sollozos.
—¿Al principio? ¿Así que es más que un rollete?
—Sí... No... ¡Yo qué sé!
Parece muy confusa, igual que yo. La relación de Quinn y Rachel no es perfecta pero, incluso con La Mansión de por medio, no puedo evitar pensar que es mucho más sana que la relación que tuvo con Sam, aunque parezca una locura.
—Sabía que esto iba a pasar con Sam en escena—suspiro. Si estuviera hablando con mi hermano, le estaría gritando por teléfono—Rach, tienes que recordar todas las razones por las que Sam y tú rompieron.
—Lo sé. Éramos lo peor el uno para el otro, pero conectábamos, Britt. Cuando estábamos juntos, conectábamos muy bien.
—Te refieres al sexo.
Hago una mueca de disgusto. No quiero pensar en mi hermano en esa tesitura.
—Sí, pero todo lo demás era una pesadilla.
—Cierto.
Estoy de acuerdo con ella. Vi las peleas, la necesidad constante de cabrear al otro y el ir y venir malsano de su relación maldita. No sentían el menor respeto el uno por el otro, ni mental ni físicamente.
Todo era sexo.
Una vida sexual increíble no elimina el resto de los problemas de una relación, que en el caso de Sam y de Rachel eran muchos y en todos los frentes. En aquel momento hice la vista gorda porque me encantaba la idea de que mi hermano y mi mejor amiga estuvieran enamorados. No obstante, ése era el problema: que no estaban enamorados. Era lujuria pura y dura, y ahora que he madurado lo veo claro como el agua.
Se revuelve entre mis brazos, se sienta erguida y respira hondo un par de veces.
—Odio las relaciones—afirma.
—Bueno no deberías, y menos cuando hay una persona que te tiene en un pedestal.
Me mira con curiosidad.
—¿Quinn?
Casi le doy una hostia por estar tan tonta.
—Sí, Quinn.
—Britt—se echa a reír—Quinn no me tiene en un pedestal, sólo es que en la cama la dejo alucinada, eso es todo.
—¿Quieres decir que conectan muy bien?—la miro con una ceja levantada—Sólo que con Quinn también conectas mentalmente.
Me mira mal. Sabe que tengo razón.
—Sólo nos estábamos divirtiendo.
Me hundo en el sofá, harta.
—Eres increíble.
—No, soy realista—me discute—Sólo era sexo.
—Entonces ¿por qué estabas llorando como un bebé?
—No lo sé—se levanta—Me siento fatal. Me ayuda a desahogarme. ¿Te apetece una taza de té?
—Sí—bufo poniéndome de pie para ir con ella a la cocina.
Coge un par de tazas del armario.
—¿Y qué haces tú aquí?
La pregunta me hace dudar un instante cuando aposento el culo en la silla.
¿Debería contárselo?
He dejado a mi esposa menos de veinticuatro horas después de haber jurado nuestros votos. No voy a poder quitarle importancia, aunque visto lo bien que ella se zafa de mis interrogatorios, no debería preocuparme si se ofende.
Pero necesito ayuda.
Ha dejado claro que Santana le cae bien, y esto podría hacerle cambiar drásticamente de opinión y, aunque estoy furiosa con Santana, odio divulgar información que hará que mis seres queridos la pongan en tela de juicio. A Santana y a mí. Podrían cuestionar mi cordura.
Decido que necesito a mi mejor amiga a bordo. Aprieto los dientes.
—¿Te acuerdas de que fui a la doctora de Santana, para realizarme mis exámenes rutinarios?
Se vuelve y frunce el ceño antes de depositar una bolsita de té en cada taza.
—Sí.
—Hummm, Santana me dijo que me practicara los exámenes rutinarios con ella—la miro fijamente esperando que encaje las piezas, pero está a lo suyo, echando agua y una gota de leche en las tazas—Los cuales creí que me practique al menos al principio.
Remueve el té y lo trae a la mesa. Se deja caer en una de las sillas, son todas distintas.
—¿Cómo que al principio?
Su expresión de confusión me dice que todavía no lo ha pillado. Debe de ser la resaca.
—Bueno la doctora Wilde también se especializa en el tratamiento para que las parejas gay puedan tener bebés. Y Santana tiene sus óvulos congelados con ella. Entonces no encontró nada mejor que practicarme el tratamiento con sus óvulos y me quedara embarazada.
Lo suelto a toda velocidad, antes de que me dé por cambiar de opinión y retener la información. Ahora frunce el ceño sobre el borde de la taza.
—¿Que ha hecho qué?
—Que me ha sometido a un tratamiento de inseminación con sus óvulos. Me quiere embarazada.
Abre unos ojos como platos y la mandíbula le llega al suelo. Deja la taza en la mesa con sumo cuidado.
—¿Y te lo ha dicho así?
—Sí—suspiro—Aunque yo ya lo sabía.
—¿Sabías que te había sometido a un tratamiento para que quedaras embarazada?
—Me tenía distraída al principio, pero después de algunas insinuaciones que ella me daba me di cuenta, de lo que pretendía.
—¿Y por qué iba a hacer eso? ¿No fuiste a un doctor, para confirmarlo?
—No—mascullo indignada, preparándome para una charla sobre lo descuidada que he sido.
Porque lo he sido, pero ahora culpo a Santana por esta endiablada situación, no sólo por someterme al tratamiento. Sí, debería haber ido a un doctor apenas me percate de lo ocurrido, pero se me olvidó. Es una excusa muy pobre, pero se me olvidó porque mi latina imposible sabe distraerme demasiado bien.
Rachel sigue atónita. No me sorprende, es para quedarse de piedra.
—Si lo sabías, ¿por qué no la obligaste a confesar?
—Porque nunca lo habría hecho, Rach. Está loca de atar—contesto en mi defensa, aunque es posible que sea yo la que está loca de remate.
¿Cómo he podido ser tan tonta?
—Pero sólo es así contigo—dice Rachel.
—Sí, sólo conmigo.
Bebo un sorbo de mi té. Rachel me observa pero no expresa sus pensamientos. Seguro que tiene algo que decir.
—¿Y por qué decidiste ignorarlo?—inquiere.
Es la pregunta que me estaba temiendo, aunque era de esperar que me la hiciera.
Eso mismo me pregunto yo.
—No tengo ni idea.
Estoy muy frustrada: no tengo excusa. Rachel niega con la cabeza y me hace sentir insignificante.
—No te entiendo, y a ella aún menos.
—Tenía miedo de que la dejara—murmuro en voz baja.
¿Cuál es mi excusa por ser tan pava?
—¡Si te has casado con ella!—se echa a reír—Joder, Britt, ¿qué le pasa a esa mujer? Sé que está un poco mal de la azotea, pero...
—¿Sólo un poco?—me burlo.
—Vale, me he quedado muy corta, pero siempre me ha resultado muy tierna cómo se porta contigo. Lo mucho que te quiere, que te protege y que se preocupa por ti. Todos sabemos que su comportamiento no tiene nada de razonable, aunque también sabemos que nunca antes le había importado nadie. Pero ¿de ahí a someterte a un tratamiento para que quedes embarazada? Creía que ninguna persona podía sorprenderme, pero ésta latina loca se ha superado.
—Sin duda—farfullo removiendo mi té con lentos movimientos circulares.
—Si lo sabías, y ella sabía que lo sabías, ¿por qué este drama de repente?
—Porque es posible que haya tenido éxito.
Rachel se atraganta con el té.
—¿Estás preñada?—tose.
Las palabras son como un nudo en mi garganta, listo para inflamarse, y antes de que pueda controlarlas, las lágrimas empiezan a correrme por las mejillas.
Dejo la taza de té en la mesa, escondo la cara entre las manos... y me echo a llorar.
—¡Joder! ¡Mierda!
La silla de Rachel chirría contra el suelo de la cocina y de repente la tengo delante de mí, rodeándome con los brazos. Intenta calmarme susurrándome al oído, como si fuera un niño que se ha caído y se ha hecho un rasguño en la rodilla.
Me siento muy idiota.
Imbécil pérdida.
Tonta por haber ignorado mis sospechas durante tanto tiempo, por no haber encajado antes las piezas y por haber dejado que Santana y sus distracciones me impidieran darme cuenta de la gravedad de sus actos.
—Mañana debería bajarme la regla. Sé que no me va a venir, y ella también lo sabe—sorbo por la nariz y Rachel se levanta y va corriendo hasta una cajonera—He estado ignorándolo, cosa que frustraba a Santana, pero no estoy preparada para esto, y ahora estoy muy enfadada conmigo misma y más que furiosa con ella. No puedo dejar que se salga con la suya.
Me pasa un pañuelo de papel y me sueno los mocos. Se sienta a mi lado.
—Estoy de acuerdo—dice, resuelta.
No me puedo creer el tremendo alivio que siento al oírla decir eso. Sé que le tiene mucho cariño a Santana, y que normalmente nada la desconcierta, ni siquiera la forma de ser de mi esposa, pero esto la ha pillado por sorpresa y me alegro mucho.
—¿Qué vas a hacer?—pregunta—¿Vas a hacerla sufrir?
—Quiero abortar—la mandíbula de Rachel llega a la mesa. Eso no me ayuda—Rach, ¿te imaginas cómo sería? Ya me tiene abrumada y hasta cierto punto me gusta, pero ¿estando embarazada?
Cierra la boca.
—Por Dios, Britt, vas a hacer que la mujer termine en un manicomio.
—No es razón suficiente—contesto.
Sé el efecto que eso tendría en ella, pero ella no ha tenido en cuenta lo que sus actos iban a hacerme a mí. No estoy preparada para esto, y ella no se ha parado a pensar en mi opinión.
—Y no es sólo eso. Tengo una carrera. Tengo veintiséis años. No quiero un bebé, Rach.
—No sé qué decir.
—Dime que estoy haciendo lo correcto.
Niega con la cabeza y miro suplicante sus ojos marrones. Necesito que lo entienda.
—Vale—dice, reticente.
No cree que esté bien, pero el hecho de que esté dispuesta a mitigar mi culpa me basta. Ya me siento bastante culpable, pese a que no debería. Necesito recuperar el control y no se me ocurre otra forma de hacerlo.
No puedo tener un bebé.
—Gracias—susurro cogiendo mi taza y tomando un sorbo tembloroso.
Me siento carente de emoción.
No tengo ningún instinto maternal que me impulse a acariciarme la barriga. Nunca he pensado en la maternidad. Soy demasiado joven y tengo una floreciente carrera en la que centrarme. Nadie debería tomar por mí una decisión que me cambie la vida.
No tenía ningún derecho a hacerme esto.
Pero tampoco tenía derecho a hacerme suya con tanto empeño, y lo hizo.
No tiene derecho a decidir cómo me visto, pero lo hace.
Y no tiene derecho a fastidiarme la vida con su forma imposible e irracional de ser... pero lo hace.
Y yo la dejo.
Me rebelo contra muchas cosas pero al final se sale con la suya. No obstante, esta vez no. Esta locura se pasa de la raya. Nunca cambiará. No puede, no en lo que a mí respecta. Va a pasar por encima de toda mi vida porque no puede evitarlo. He aceptado muchas cosas sobre Santana, pero me doy cuenta de que no puedo, y no voy, a aceptar ésta.
Salgo de la ducha y me seco antes de volver a mi habitación. Miro el teléfono. Sólo hay una llamada perdida desde la última vez que las borré. Me sorprende, pero entonces el móvil vibra en mi mano. Es un mensaje de texto.
No puedo vivir sin ti, Britt-Britt.
Dejo escapar un suspiro pero no contesto porque no sé qué decir. No me molesto en secarme el pelo ni en ponerme crema corporal. Me visto con una camiseta holgada y unos pantalones de chándal y me tapo con las sábanas de mi vieja cama. Es dura, tiene algunos muelles sueltos, y Santana no se encuentra en ella pero estoy sola, que es lo que necesito en este momento.
Me despierto al oír que alguien grita a pleno pulmón. Está oscuro y la única luz es un brillo tenue que entra por el tragaluz que hay sobre la puerta de mi habitación. Aparto las sábanas, me levanto, ando de puntillas hasta la puerta y la abro.
—¡He dicho que hemos terminado!—chilla Rachel—¡Lo nuestro no va a ninguna parte!
Mierda, no debería estar escuchando, pero me puede la curiosidad. Rachel está de espaldas a mí en la entrada y rezo para que la persona a la que voy a ver sea Sam.
Pero no.
Es Quinn.
Mi corazón partido se rompe un poco más por mi pobre mejor amiga. No sabe lo que está haciendo.
—No digas eso, Rach—dice Quinn, suplicante y un poco confusa, lo que me indica que no tiene ni idea de por qué Rachel está poniendo fin a su relación.
No sé si la palabra «relación» describe correctamente lo suyo, pero más allá de los chistes, los estilos de vida y el rollo sin compromiso, hay una conexión que no he visto nunca a Rachel tener con otra persona. Ni siquiera con mi hermano. Si pudieran dejar atrás todo lo relacionado con La Mansión, serían perfectas la una para la otra.
Quiero matar a Sam. Y quiero matar a Rachel por ser tan tonta.
—Lárgate, Quinn
Entra en la cocina y abre y cierra todos los armarios. Quinn la sigue.
—¿A qué viene todo esto?—pregunta—¿Qué ha cambiado, Rachel?
—¡Nada!
Se oyen unos cuantos golpes más en los armarios de la cocina antes de que Rachel salga para entrar en la salita. Durante un instante le veo la cara. Está pálida y no parece tener más color que esta mañana. El pelo oscuro sigue sin brillo y lo lleva recogido en una coleta.
Conozco esa expresión.
Es la que pone cuando no tiene razón pero no quiere bajarse del burro. Le daría una buena tunda. A ver si Quinn se larga para que pueda decirle lo que pienso a la idiota de mi amiga.
—¡Algo tiene que haber cambiado!
Quinn casi se ríe, pero es una risa nerviosa, de las que indican preocupación. Eso confirma lo que pienso: a ella le gusta Rachel de verdad.
Y mucho.
—¡Que te largues!—le espeta ella, cortante.
—¡No! ¡No hasta que me cuentes a qué viene esto!
No las tengo a la vista, así que salgo de la habitación sin hacer ruido. Me enfado un poco conmigo misma por ser tan cotilla, pero necesito oírlas porque estoy tan intrigada como Quinn. Sin embargo, sospecho que ya lo sé, por eso estoy perdiendo la poca paciencia que me queda.
—No te debo ninguna explicación.
Quinn se ríe como es debido esta vez.
—¡Yo creo que sí!
Veo que intenta coger a Rachel, pero la muy testaruda la aparta.
—No. Lo nuestro era follar y punto. Fue divertido mientras duró, pero ya me he cansado.
La frialdad de sus palabras me atraviesa como un cuchillo. No puedo ni imaginarme el daño que le habrán hecho a Quinn. Ella no dice nada pero la veo sacudir la cabeza.
—¿Divertido?—repite—Divertido.
—Sí. Pero ya no. Ya me he divertido todo lo que podía contigo.
La mandíbula me llega al suelo. Y yo que pensaba que no podía decir nada peor. Está en racha. Quinn desaparece de mi campo de visión y sé que va a marcharse, así que vuelvo a meterme en mi cuarto y cierro la puerta. No la culpo por haberse rendido. A pesar del estilo de vida que lleva y de que ha arrastrado a Rachel al lado oscuro con ella, está claro que siente algo por mi amiga. Y sé que ella siente lo mismo.
Oigo un portazo y, a continuación, el sonido inconfundible de un sollozo. Está llorando. Rachel nunca llora. Estoy furiosa con ella pero me siento fatal por la tonta de mi mejor amiga.
¿Qué intenta demostrar?
No puedo evitar pensar que esto nunca habría ocurrido si Sam no hubiera venido. Podría quedarme en mi habitación y dejarla llorar a gusto pero, en vez de eso, salgo de mi cuarto y voy a la salita. No pienso dejar que le quite importancia cuando le pregunte qué ha pasado más tarde. Si la pillo llorando tendrá que reconocer que lo está pasando mal.
No voy a dejar que me evite esta vez.
Me apoyo en el marco de la puerta de la sala de estar y observo durante una eternidad cómo sus hombros suben y bajan mientras llora sin parar. Mi instinto me dice que me siente a su lado y la abrace, pero no lo hago y, pasados diez largos minutos, se pasa las manos por las mejillas, se levanta, se vuelve y me ve en la entrada.
Tal y como imaginaba, se ha plantado una sonrisa falsa en la cara. Está insultando a mi inteligencia y a nuestra amistad.
—Hola—dice intentando no sorberse los mocos.
—¿Todo bien?—pregunto sin apartarme del marco de la puerta.
No va a salir de aquí.
—Pues claro. ¿Qué haces aquí?
Se coloca bien la camiseta y se mira el cuerpo para no mirarme a mí.
—Mi coche está fuera, ¿no lo has visto?
Sigue sin mirarme.
—No. ¿Qué haces aquí?
Ignoro la pregunta que ya me ha hecho dos veces. No voy a permitir que cambie de tema.
Además, ¿qué le digo?
Llevo casada menos de un día y ya estoy en su apartamento con la maleta. Seguro que he batido un récord.
—Imagino que estabas muy ocupada discutiendo con Quinn como para verlo.
Me lanza una mirada como un latigazo. Sabe que la he pillado.
—Ah—dice con calma, y me insulta aún más cuando sonríe tan pancha—¿Té?
—No—respondo con frialdad y sin devolverle la sonrisa—Aunque estaría bien que me dieras una explicación.
Sé que debo de haber levantado las cejas y que parezco una mamá quejica, pero no voy a ceder.
Esta vez no va a hacer como si nada.
Se ríe un poco.
—¿Una explicación sobre qué, Britt?
La sonrisa le falla cuando se da cuenta de lo que acaba de decir. Me ha invitado a sacármelo del pecho y, por la cara que pone, se está arrepintiendo.
—Para empezar, sobre lo que hiciste anoche con mi hermano. Luego podrías intentar explicarme por qué acabas de romper con Quinn.
—No había nada que romper.
—¿Y qué me dices de mi hermano?
—Que no es asunto tuyo—intenta pasar pero le bloqueo la salida—Britt, aparta.
—No. Vas a sentarte y a hablar. ¿Qué te ocurre? Se supone que somos amigas. Siempre nos lo hemos contado todo—la cojo del brazo, la arrastro al sofá y la obligo a sentarse—¿Qué está pasando aquí, Rach?
Me responde enfadada:
—Nada.
—Me sacas de quicio—le espeto—Desembucha, Berry.
Se echa a llorar y me siento aliviada. Estaba a punto de abofetearla por ser tan cabezota, pero ahora le paso el brazo por los hombros y la dejo sollozar en mi pecho. No sé Rachel, pero yo me siento mucho mejor.
Quinn le gusta de verdad.
Intento calmarla.
—Empecemos con Quinn.
—Ya te lo he dicho, al principio sólo me estaba divirtiendo.
Las palabras salen entrecortadas entre sollozos.
—¿Al principio? ¿Así que es más que un rollete?
—Sí... No... ¡Yo qué sé!
Parece muy confusa, igual que yo. La relación de Quinn y Rachel no es perfecta pero, incluso con La Mansión de por medio, no puedo evitar pensar que es mucho más sana que la relación que tuvo con Sam, aunque parezca una locura.
—Sabía que esto iba a pasar con Sam en escena—suspiro. Si estuviera hablando con mi hermano, le estaría gritando por teléfono—Rach, tienes que recordar todas las razones por las que Sam y tú rompieron.
—Lo sé. Éramos lo peor el uno para el otro, pero conectábamos, Britt. Cuando estábamos juntos, conectábamos muy bien.
—Te refieres al sexo.
Hago una mueca de disgusto. No quiero pensar en mi hermano en esa tesitura.
—Sí, pero todo lo demás era una pesadilla.
—Cierto.
Estoy de acuerdo con ella. Vi las peleas, la necesidad constante de cabrear al otro y el ir y venir malsano de su relación maldita. No sentían el menor respeto el uno por el otro, ni mental ni físicamente.
Todo era sexo.
Una vida sexual increíble no elimina el resto de los problemas de una relación, que en el caso de Sam y de Rachel eran muchos y en todos los frentes. En aquel momento hice la vista gorda porque me encantaba la idea de que mi hermano y mi mejor amiga estuvieran enamorados. No obstante, ése era el problema: que no estaban enamorados. Era lujuria pura y dura, y ahora que he madurado lo veo claro como el agua.
Se revuelve entre mis brazos, se sienta erguida y respira hondo un par de veces.
—Odio las relaciones—afirma.
—Bueno no deberías, y menos cuando hay una persona que te tiene en un pedestal.
Me mira con curiosidad.
—¿Quinn?
Casi le doy una hostia por estar tan tonta.
—Sí, Quinn.
—Britt—se echa a reír—Quinn no me tiene en un pedestal, sólo es que en la cama la dejo alucinada, eso es todo.
—¿Quieres decir que conectan muy bien?—la miro con una ceja levantada—Sólo que con Quinn también conectas mentalmente.
Me mira mal. Sabe que tengo razón.
—Sólo nos estábamos divirtiendo.
Me hundo en el sofá, harta.
—Eres increíble.
—No, soy realista—me discute—Sólo era sexo.
—Entonces ¿por qué estabas llorando como un bebé?
—No lo sé—se levanta—Me siento fatal. Me ayuda a desahogarme. ¿Te apetece una taza de té?
—Sí—bufo poniéndome de pie para ir con ella a la cocina.
Coge un par de tazas del armario.
—¿Y qué haces tú aquí?
La pregunta me hace dudar un instante cuando aposento el culo en la silla.
¿Debería contárselo?
He dejado a mi esposa menos de veinticuatro horas después de haber jurado nuestros votos. No voy a poder quitarle importancia, aunque visto lo bien que ella se zafa de mis interrogatorios, no debería preocuparme si se ofende.
Pero necesito ayuda.
Ha dejado claro que Santana le cae bien, y esto podría hacerle cambiar drásticamente de opinión y, aunque estoy furiosa con Santana, odio divulgar información que hará que mis seres queridos la pongan en tela de juicio. A Santana y a mí. Podrían cuestionar mi cordura.
Decido que necesito a mi mejor amiga a bordo. Aprieto los dientes.
—¿Te acuerdas de que fui a la doctora de Santana, para realizarme mis exámenes rutinarios?
Se vuelve y frunce el ceño antes de depositar una bolsita de té en cada taza.
—Sí.
—Hummm, Santana me dijo que me practicara los exámenes rutinarios con ella—la miro fijamente esperando que encaje las piezas, pero está a lo suyo, echando agua y una gota de leche en las tazas—Los cuales creí que me practique al menos al principio.
Remueve el té y lo trae a la mesa. Se deja caer en una de las sillas, son todas distintas.
—¿Cómo que al principio?
Su expresión de confusión me dice que todavía no lo ha pillado. Debe de ser la resaca.
—Bueno la doctora Wilde también se especializa en el tratamiento para que las parejas gay puedan tener bebés. Y Santana tiene sus óvulos congelados con ella. Entonces no encontró nada mejor que practicarme el tratamiento con sus óvulos y me quedara embarazada.
Lo suelto a toda velocidad, antes de que me dé por cambiar de opinión y retener la información. Ahora frunce el ceño sobre el borde de la taza.
—¿Que ha hecho qué?
—Que me ha sometido a un tratamiento de inseminación con sus óvulos. Me quiere embarazada.
Abre unos ojos como platos y la mandíbula le llega al suelo. Deja la taza en la mesa con sumo cuidado.
—¿Y te lo ha dicho así?
—Sí—suspiro—Aunque yo ya lo sabía.
—¿Sabías que te había sometido a un tratamiento para que quedaras embarazada?
—Me tenía distraída al principio, pero después de algunas insinuaciones que ella me daba me di cuenta, de lo que pretendía.
—¿Y por qué iba a hacer eso? ¿No fuiste a un doctor, para confirmarlo?
—No—mascullo indignada, preparándome para una charla sobre lo descuidada que he sido.
Porque lo he sido, pero ahora culpo a Santana por esta endiablada situación, no sólo por someterme al tratamiento. Sí, debería haber ido a un doctor apenas me percate de lo ocurrido, pero se me olvidó. Es una excusa muy pobre, pero se me olvidó porque mi latina imposible sabe distraerme demasiado bien.
Rachel sigue atónita. No me sorprende, es para quedarse de piedra.
—Si lo sabías, ¿por qué no la obligaste a confesar?
—Porque nunca lo habría hecho, Rach. Está loca de atar—contesto en mi defensa, aunque es posible que sea yo la que está loca de remate.
¿Cómo he podido ser tan tonta?
—Pero sólo es así contigo—dice Rachel.
—Sí, sólo conmigo.
Bebo un sorbo de mi té. Rachel me observa pero no expresa sus pensamientos. Seguro que tiene algo que decir.
—¿Y por qué decidiste ignorarlo?—inquiere.
Es la pregunta que me estaba temiendo, aunque era de esperar que me la hiciera.
Eso mismo me pregunto yo.
—No tengo ni idea.
Estoy muy frustrada: no tengo excusa. Rachel niega con la cabeza y me hace sentir insignificante.
—No te entiendo, y a ella aún menos.
—Tenía miedo de que la dejara—murmuro en voz baja.
¿Cuál es mi excusa por ser tan pava?
—¡Si te has casado con ella!—se echa a reír—Joder, Britt, ¿qué le pasa a esa mujer? Sé que está un poco mal de la azotea, pero...
—¿Sólo un poco?—me burlo.
—Vale, me he quedado muy corta, pero siempre me ha resultado muy tierna cómo se porta contigo. Lo mucho que te quiere, que te protege y que se preocupa por ti. Todos sabemos que su comportamiento no tiene nada de razonable, aunque también sabemos que nunca antes le había importado nadie. Pero ¿de ahí a someterte a un tratamiento para que quedes embarazada? Creía que ninguna persona podía sorprenderme, pero ésta latina loca se ha superado.
—Sin duda—farfullo removiendo mi té con lentos movimientos circulares.
—Si lo sabías, y ella sabía que lo sabías, ¿por qué este drama de repente?
—Porque es posible que haya tenido éxito.
Rachel se atraganta con el té.
—¿Estás preñada?—tose.
Las palabras son como un nudo en mi garganta, listo para inflamarse, y antes de que pueda controlarlas, las lágrimas empiezan a correrme por las mejillas.
Dejo la taza de té en la mesa, escondo la cara entre las manos... y me echo a llorar.
—¡Joder! ¡Mierda!
La silla de Rachel chirría contra el suelo de la cocina y de repente la tengo delante de mí, rodeándome con los brazos. Intenta calmarme susurrándome al oído, como si fuera un niño que se ha caído y se ha hecho un rasguño en la rodilla.
Me siento muy idiota.
Imbécil pérdida.
Tonta por haber ignorado mis sospechas durante tanto tiempo, por no haber encajado antes las piezas y por haber dejado que Santana y sus distracciones me impidieran darme cuenta de la gravedad de sus actos.
—Mañana debería bajarme la regla. Sé que no me va a venir, y ella también lo sabe—sorbo por la nariz y Rachel se levanta y va corriendo hasta una cajonera—He estado ignorándolo, cosa que frustraba a Santana, pero no estoy preparada para esto, y ahora estoy muy enfadada conmigo misma y más que furiosa con ella. No puedo dejar que se salga con la suya.
Me pasa un pañuelo de papel y me sueno los mocos. Se sienta a mi lado.
—Estoy de acuerdo—dice, resuelta.
No me puedo creer el tremendo alivio que siento al oírla decir eso. Sé que le tiene mucho cariño a Santana, y que normalmente nada la desconcierta, ni siquiera la forma de ser de mi esposa, pero esto la ha pillado por sorpresa y me alegro mucho.
—¿Qué vas a hacer?—pregunta—¿Vas a hacerla sufrir?
—Quiero abortar—la mandíbula de Rachel llega a la mesa. Eso no me ayuda—Rach, ¿te imaginas cómo sería? Ya me tiene abrumada y hasta cierto punto me gusta, pero ¿estando embarazada?
Cierra la boca.
—Por Dios, Britt, vas a hacer que la mujer termine en un manicomio.
—No es razón suficiente—contesto.
Sé el efecto que eso tendría en ella, pero ella no ha tenido en cuenta lo que sus actos iban a hacerme a mí. No estoy preparada para esto, y ella no se ha parado a pensar en mi opinión.
—Y no es sólo eso. Tengo una carrera. Tengo veintiséis años. No quiero un bebé, Rach.
—No sé qué decir.
—Dime que estoy haciendo lo correcto.
Niega con la cabeza y miro suplicante sus ojos marrones. Necesito que lo entienda.
—Vale—dice, reticente.
No cree que esté bien, pero el hecho de que esté dispuesta a mitigar mi culpa me basta. Ya me siento bastante culpable, pese a que no debería. Necesito recuperar el control y no se me ocurre otra forma de hacerlo.
No puedo tener un bebé.
—Gracias—susurro cogiendo mi taza y tomando un sorbo tembloroso.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
bueno si lo que quiere es abortar que lo haga, total es su cuerpo no?
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
D: ojala le llegue la regla:cc y no haya funcionado el tratamiento D:
Y Rachel! Como puede terminar con Quinn? D: Maldito Sam>:c
Y Rachel! Como puede terminar con Quinn? D: Maldito Sam>:c
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
yo dando le carta blanca a san,...
pero me olvide de lo que britt iba a hacer,..
espero que razone al fin y al cabo el feto no tiene la culpa de las idioteces que hacen las dos juntas!!!
a ver como reacciona san si se entera,...???
nos vemos!!!!
yo dando le carta blanca a san,...
pero me olvide de lo que britt iba a hacer,..
espero que razone al fin y al cabo el feto no tiene la culpa de las idioteces que hacen las dos juntas!!!
a ver como reacciona san si se entera,...???
nos vemos!!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:bueno si lo que quiere es abortar que lo haga, total es su cuerpo no?
Hola, mmm bueno, si san tomo la decisión sola de dejarla embarazada, britt puede tomar esa decisión sola también no¿? Saludos =D
Susii escribió:D: ojala le llegue la regla:cc y no haya funcionado el tratamiento D:
Y Rachel! Como puede terminar con Quinn? D: Maldito Sam>:c
Hola, ojala... o que pase lo mejor para ambas =/ Aaaa rachel no sabe lo que hace, tonta! y el tonto de sam siempre tiene que embarrarla, meterse donde no lo llaman! Saludos =D
3:) escribió:holap morra,...
yo dando le carta blanca a san,...
pero me olvide de lo que britt iba a hacer,..
espero que razone al fin y al cabo el feto no tiene la culpa de las idioteces que hacen las dos juntas!!!
a ver como reacciona san si se entera,...???
nos vemos!!!!
Hola lu, jajaj suele pasar no¿? xD jaajajaj, mmm toda la razón el bb no tiene la culpa de lo que hacen sus madres =/ Uf si se entera del bb o del aborto =/ bueno igual tomaría las cosa con calma y meditaría las cosas como siempre no¿? jaajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 8
Capitulo 8
Es lunes. Me despierto al alba y voy al baño a ver qué tal va la regla. Por supuesto, todo sigue limpio y seco, y me echo a llorar en silencio. Podría darle unos días, pero siempre he sido como un reloj, así que sólo estaría posponiendo lo inevitable.
Tengo que ver a la doctora Monroe.
Salgo de la estación de metro de Green Park en dirección a Piccadilly y me detengo unos instantes para asimilar el borrón de gente en la hora punta. Lo echo de menos. Echo de menos el caos del metro y caminar unas pocas manzanas hasta mi oficina, todo el ir y venir, el hecho de esquivar cuerpos, y las voces, los gritos al móvil. Eso y el chirrido de los coches y los autobuses, las bocinas impacientes y el timbre de las bicicletas. El ambiente me dibuja una sonrisa que me dura hasta que me empujan por detrás y se burlan de mí por obstaculizar la circulación del río de peatones. Me arrancan de mi ensimismamiento y echo a andar hacia Berkeley Street.
—Buenos días, flor—me saluda Will saliendo de su despacho en dirección a mi mesa.
Me siento y giro la silla.
—Buenos días—digo.
Necesito fingir una alegría exagerada que no siento. Toma asiento en el borde de mi mesa, que suelta su crujido habitual, y yo me tenso como siempre. Un día no va a poder más.
—¿Cómo está la novia?
Me da un afectuoso pellizco en la mejilla y me guiña el ojo.
—Perfectamente—sonrío y me río para mis adentros.
Tengo la habilidad de escoger la palabra opuesta a cómo me siento. Podría haber dicho «bien», o «genial», pero no... Voy y digo que perfectamente.
Perfectamente mal, así es como estoy.
—Fue una boda preciosa. Gracias.
—De nada—le quito importancia al agradecimiento de mi jefe—¿Dónde está todo el mundo?—pregunto desesperada por cambiar de tema y dejar en paz mi boda caótica, y posiblemente mi caótica esposa.
—Tina está haciendo limpieza en el almacén, y Kurt y Mercedes ya deberían estar aquí—mira el reloj de pulsera—¿Qué hay de Flanagan?—ahora me mira a mí, y me cuesta parecer tranquila y relajada cuando menciona a mi cliente danés—¿Ya se ha puesto en contacto contigo?
—No.
Enciendo el ordenador y muevo el ratón para que la pantalla cobre vida. No se me olvida que hoy es mi último día para contarle a mi jefe lo de la venganza de Rory pero, tal y como están las cosas y teniendo en cuenta que he dejado a Santana, no creo que mi latina me presione.
—Dijo que me avisaría en cuanto volviera a Inglaterra.
—Está bien—Will cambia de postura sobre mi mesa. Me gustaría pedirle que al menos tuviera el detalle de estarse quieto mientras la tortura—¿Alguna novedad con tus otros clientes? Los Kent, la señora Danielle..., la señora López.
Se ríe de su propio chiste, y aunque no estoy contenta con mi esposa me alegro de que Will acepte nuestra relación... Si es que vuelve a haberla.
—Todo en orden. Los Kent van viento en popa; las obras en casa de la señora Danielle empiezan mañana, y la señora López quiere que encargue las camas para las nuevas habitaciones cuanto antes. Podrían tardar meses.
Will se echa a reír.
—Brittany, flor, no hace falta que llames a tu esposa «señora López».
—La costumbre—gruño.
Podría llamarla de todo en este momento.
—¿Te refieres a esas maravillosas camas de hierro forjado?
—Sí.
Saco uno de los diseños del cajón y se lo enseño a Will.
—Impresionantes—dice sin más—Apuesto a que cuestan un dineral.
¿Impresionantes?
Sí.
¿Caras?
Muchísimo.
Pero Will no se da cuenta de las ventajas que ofrecen esas camas en un lugar como La Mansión. Para el oso de peluche que tengo por jefe, La Mansión sigue siendo un encantador hotel de campo.
—Se lo puede permitir—digo encogiéndome de hombros.
Me devuelve el diseño y lo guardo. Lo estoy metiendo en el cajón cuando el agudo sonido de la madera al partirse retumba en el silencio de la oficina y me quedo horrorizada al ver cómo Will aterriza en el suelo con cara de susto. No sé por qué: se lo tiene merecido. Tengo el regazo cubierto de astillas, y doy gracias por no haber tenido las piernas debajo. Me las habría partido.
—¡Por todos los santos!—grita Will entre trozos de madera rota y restos de papel y material de oficina que había sobre mi mesa, entre ellos la pantalla plana de mi ordenador.
No sé si correr a ayudarlo o echarme a reír, pero tengo la risa nerviosa en la garganta, así que será lo último, porque no voy a poder contenerme. Esto tiene demasiada gracia. Finalmente pierdo la batalla. Una enorme carcajada sale de mi boca y de repente estoy paralizada de la risa. Es imposible que Will se levante del suelo sin ayuda, pero no creo que yo le sirva de mucho. Debe de pesar como seis veces más que yo.
—¡Lo siento!—exclamo recobrando el control de mi cuerpo, que se convulsiona a causa de la risa—Ven.
Le ofrezco la mano, se estira para cogerla y parece que su camisa no puede más, revienta y llueven botones por todas partes. La barriga de Will queda al descubierto y a mí me da otro ataque de risa.
—¡Porras!—maldice sin soltar mi mano—¡Repámpanos!
—¡Ay, Dios!—grito sujetándome el vientre para no mearme de la risa—Will, ¿estás bien?
Sé que está bien, no estaría rodando por el suelo y soltando exclamaciones si hubiera resultado herido.
—No, no estoy bien. ¿Vas a controlarte y a echarme una mano?—me da un tirón.
—¡Lo siento!
Esto es imparable. Estoy llorando de la risa, y seguro que se me ha corrido la máscara de pestañas. Tiro con todas mis fuerzas para levantar a Will del suelo. Lo hago tan rápido como puedo para poder llegar al cuarto de baño, cosa que hago en cuanto consigo ponerlo en pie.
—¡Disculpa!
Corro entre carcajadas al baño de señoras y por el camino me cruzo con Tina, que no entiende nada. Cuando he terminado y he conseguido dejar de reírme, vuelvo al despacho. Kurt y Mercedes ya han llegado, y Tina está de rodillas recogiendo un millón de clips del suelo.
—¿Qué ha pasado?—susurra Mercedes.
—Mi mesa ha cedido—sonrío intentando contener otro ataque de risa.
Si empiezo, no pararé.
—¡Me lo he perdido!—grita Kurt sin poder creérselo—¡Mierda!—cuelga la mariconera en el respaldo de su silla—¡Amor! ¿Cómo está la novia?
—Bien—contesto.
—¡Es verdad!—exclama Mercedes—Cuando me case, quiero una boda como la tuya, aunque no en un club de sex...
Le lanzo una mirada asesina a mi compañera de trabajo y cae en la cuenta de su casi error. Cierra la boca y se va a su mesa.
Me arrodillo para ayudar a Tina.
—Fue precioso, Britt—dice con tono soñador—Eres muy afortunada.
Las dulces palabras de Tina sólo me ponen de peor humor, hasta que mi móvil empieza a sonar en mi bolso. Me quedo mirándolo, sentada entre el caos de los restos de mi mesa.
No puedo hablar con Santana.
Me sorprende un poco que haya tardado tanto en llamarme, y más aún que no insistiera anoche. Está claro que sabe que se ha pasado de la raya. No puedo ni imaginarme cómo se encuentra. Seguro que ha salido a correr mil veces por los parques.
Tina me mira expectante pero me limito a sonreír y a seguir recogiendo clips. Me pregunto por qué, de todas las cosas que hay en el suelo, estamos recogiendo las más pequeñas.
—Ahora la llamo—le digo a Tina mientras pienso que en realidad esto es muy terapéutico.
Cuando hemos terminado, ella se levanta y va a la cocina a preparar café, mientras que yo me levanto y voy al despacho de mi jefe. Llamo a la puerta y me asomo. Está sentado en su sillón, a su mesa, un poco colorado, peinándose.
—¿Estás bien, Will?—pregunto mordiéndome el labio cuando veo que se ha abrochado la chaqueta para que no se le vea la barriga.
—Sí, sí, estoy bien—dice guardando el peine en el bolsillo interior de la chaqueta—Creo que Emma lo va a interpretar como una señal de que debo perder peso—sonríe un poco y me siento mejor por haberme reído de él. Yo también sonrío—Me complace haberte alegrado el día, flor.
—Lo siento, pero tendrías que haber oído cómo crujía la mesa cada vez que te sentabas.
—Lo sé. ¡La muy traidora!
—Ya te digo—respondo muy seria. Era una buena mesa—¿Te apetece un café?
—No—gruñe—Tengo que ir a casa a cambiarme.
—Vale.
Salgo de su oficina y vuelvo a mi pila de leña. Rebusco entre los escombros hasta que encuentro mi bolso, saco el teléfono y borro la llamada perdida de Santana. Luego llamo a la consulta de mi médico.
—¿Se encuentra bien?—pregunta Kurt echándose a reír.
Mercedes también se apunta.
—Está bien, pero no se rían cuando se vaya a casa. Ha reventado la camisa y tiene que cambiársela—sonrío.
—¿Se le han saltado los botones?
Mercedes se ríe y se echa el pelo hacia atrás. Kurt la mira y se echa a reír también.
—¡Qué mala suerte! ¡Lo que daría por volver atrás en el tiempo para poder verlo!
Me las apaño para contener la risa y me escondo en el almacén para llamar por teléfono. Después de hablar con la recepcionista, consigo cita para las cuatro.
El día pasa bastante rápido, con tan sólo unas pocas llamadas perdidas de mi latina. Me esperaba las llamadas, pero no que se rindiera tan pronto. No ha telefoneado a la oficina, no ha venido y no ha usado a un tercero. No sé si debería estar satisfecha por haber conseguido que accediera a mi petición de espacio o si debería preocuparme que me esté dando el espacio que necesito. Han pasado más de veinticuatro horas sin verla, y mentiría si dijera que no la echo de menos, pero necesito poner fin a esto. Necesito ponerme en mi sitio y la única forma de hacerlo es no verla y no hablar con ella. Me asusta lo que me hace cuando decido no dar mi brazo a torcer, y normalmente son sus caricias las culpables, así que es vital guardar las distancias.
Cojo mi bolso y me levanto de mi mesa improvisada, una mesa con caballetes que teníamos guardada en la parte de atrás.
—Me voy. Hasta mañana—digo despidiéndome de mis compañeros de trabajo—Ya lo he hablado con Will.
No quiero que sepan adónde voy porque sin duda me harían preguntas. La privacidad en esta oficina es todo un lujo. Recibo un coro de adioses al cerrar la puerta y corro al metro. Angel empieza a sonar cuando llego a la estación, pero no saco el móvil del bolso.
No necesito pensar en ella allá adónde voy.
No necesito pensar en ella pero es difícil cuando su canción favorita, la que me recuerda a ella, suena a todo volumen desde las profundidades de mi bolso. Para unos nanosegundos y vuelve a empezar.
Paso.
Voy a centrarme en la estación.
Doy un salto del susto cuando un muro fino, con curvas y de ojos oscuros se interpone en mi camino. Me llevo la mano al pecho, al corazón. Se me ha cortado la respiración. Luego me enfado.
—¿Qué estás haciendo?—pregunto, seca.
—No contestas al teléfono—señala mi bolso—No sabía si lo oías.
La observo y me encuentro una mirada acusadora. Sabe perfectamente que sí lo oía.
—Me estabas siguiendo—le espeto; yo también sé ser acusadora.
—¿Adónde vas, Britt?
Se acerca y retrocedo. No puedo permitir que me toque.
Mierda, ¿adónde iba?
—A ver a un cliente—respondo.
—Yo te llevo.
—Te he dicho que necesito espacio, Santana.
Soy consciente de que estamos molestando a los demás peatones. Algunos gruñen, otros nos lanzan miradas asesinas, pero ni a Santana ni a mí nos preocupan. Se queda mirándome, espectacular con un traje gris y una camisa azul, y todo muy bien ceñido a su figura.
—¿Cuánto espacio y por cuánto tiempo? Me casé contigo el sábado y me dejaste el domingo.
Se acerca y me coge el antebrazo, desliza la mano hasta mi muñeca y me coge de la mano. Como siempre, hace que se me ponga la carne de gallina y noto un escalofrío. Está mirando nuestras manos entrelazadas y mordiéndose el labio inferior.
—Lo estoy pasando fatal, Britt—levanta la vista y me deslumbra con sus ojos oscuros—Lo estoy pasando fatal sin ti.
Se me parte el corazón y entonces cierro los ojos, mientras lucho desesperadamente contra el impulso de acercarme a ella y abrazarla. Si no se sale con la suya gracias a los distintos tipos de polvo o a las cuentas atrás, recurre a romperme el corazón con sus palabras.
No puede ser tan malo, pero sé que siente cada sílaba. Me está incapacitando de nuevo.
—Tengo que irme.
Me odio a mí misma por dejarla así. Me vuelvo esperando que me detenga, pero me suelta y sigo andando, sorprendida y bastante preocupada.
—Britt-Britt, por favor. Haré lo que sea. No me dejes, por favor—su voz suplicante hace que me pare en el acto y el dolor me parte en dos. Sigo muy enfadada con ella—Deja al menos que te lleve. No quiero que cojas el metro. Sólo te pido diez minutos.
—El metro es más rápido—digo en voz baja entre el ruido de la multitud.
Me vuelvo para mirarla.
—Pero quiero llevarte.
—No llegaremos a tiempo en...
No digo más. Si Santana conduce, sí que llegaré a tiempo. Se nota que está pensando lo mismo porque ha arqueado una ceja. No puedo decirle adónde voy, le daría un ataque. Rebusco en mi agotado cerebro y encuentro la solución. Le pido que me deje en la esquina de la consulta. Hay varias casas cerca, no notará la diferencia.
Suspiro.
—¿Dónde tienes el coche?
Pone cara de alivio y yo me siento aún más culpable, aunque no sé por qué.
Me coge de la mano con cuidado y me lleva hacia un hotel y luego al aparcamiento. El aparcacoches le entrega las llaves y sólo me suelta cuando llegamos junto al DBS para que pueda entrar. Salimos a Piccadilly y conduce respetando a los demás conductores. Incluso cambia las marchas con delicadeza. Su estilo de conducción encaja con su estado de ánimo: apagado. Busco en mi cerebro el nombre de la calle perpendicular a la consulta y sólo se me ocurre uno:
—Jardines de Luxemburgo, Hammersmith—digo mirando por la ventanilla.
—Vale—contesta en voz baja.
Sé que me está mirando. Debería volverme y plantarle cara, obligarla a que se explique mejor, pero me puede el abatimiento.
Más le vale no confundirlo con sumisión.
No voy a ceder en esto. Necesito llegar a la consulta sin Santana y poner remedio a mi espantosa situación.
Sale a Jardines de Luxemburgo y conduce despacio por la calle bordeada de árboles.
—Déjame aquí—señalo a la izquierda y ella para el coche. Rezo para que no se empeñe en quedarse—Gracias—digo abriendo la puerta.
—De nada—farfulla.
Sé que, si la miro, veré los engranajes trabajando a miles de revoluciones por minuto y una arruga en su hermosa frente, así que no lo hago. Bajo del coche.
—¿Cenamos juntas esta noche?—pregunta con premura, como si supiera que va a perder la ocasión.
Respiro hondo y me vuelvo.
—Me acabas de pedir diez minutos, te los he dado y no me has dicho ni mu—replico.
La dejo con cara de desesperación y cruzo la calle, pero me detengo al caer en la cuenta de que no tengo ninguna casa de ningún cliente en la que desaparecer. Debo retroceder como un kilómetro, y no hay forma de hacerlo con Santana observándome desde el coche. Abro el bolso y finjo estar buscando algo mientras rezo para que se vaya. Me esfuerzo por oír el rugido del motor, o tal vez un ronroneo del DBS y, pasada una eternidad, por fin llega a mis oídos.
Es un ronroneo.
Miro por encima del hombro y veo desaparecer el coche por la calle bordeada de árboles antes de desandar lo andado. Tengo náuseas pero lo achaco a los nervios. No estoy segura de cómo abordar esto.
Después de muchas visitas a nuestro médico de familia, en busca de más píldoras anticonceptivas, resfríos, malestares, pero nada como por lo que vengo a visitarla hoy, me enfrento a una charla mucho peor sobre la responsabilidad y el cuidado. Pensará que me merezco el castigo, y creo que tiene razón.
Informo de mi llegada y cojo una revista de la sala de espera; luego me paso veinte minutos fingiendo leerla. Estoy nerviosa y doy tironcitos a mi ropa intentando tranquilizarme.
Tengo muchas ganas de vomitar y me estoy poniendo peor.
De repente, como si fuera una señal, me topo con un artículo sobre los argumentos a favor y en contra del aborto. Una risa desesperada brota de mis labios.
—¿Qué te hace tanta gracia, Britt?
Me quedo helada en la silla de la sala de espera cuando la voz de Santana me envuelve, y cierro la revista de golpe.
—¿Me has seguido?—pregunto atónita volviéndome para mirarla.
—Mientes de pena, cariño—afirma con dulzura.
Tiene razón, se me da fatal, pero necesitaré mejorar si voy a seguir con esta mujer.
¿Si voy a seguir?
¿De verdad acabo de pensarlo?
—¿Vas a decirme por qué has venido al médico y por qué me has mentido al respecto?
Deja la mano en mi rodilla desnuda y dibuja círculos mientras me observa atentamente. Tiro la revista sobre la mesa. No hay forma de escapar de esta mujer.
—Tengo revisión—farfullo en dirección a mi rodilla, intentando no mirarla a la cara.
—¿Una revisión?
Su tono ha cambiado por completo. Ya no es dulce ni reconfortante, sino que tiene un punto de ira. Su mano me aprieta la rodilla.
No puede decidir esto.
—Sí.
—¿No crees que deberíamos entrar juntas?—pregunta.
¿Juntas?
De la sorpresa vuelvo la cabeza para que mis ojos furiosos encuentren los suyos, que me reciben oscuros y llenos de curiosidad. Examino su cara y ella hace lo propio con la mía. Su mano afloja la presión que ejerce sobre mi rodilla. Aparto la pierna.
—¿Como la decisión que tomaste de intentar dejarme embarazada? ¿Hicimos eso juntas?
—No—responde en voz baja, apartando la cara.
Me quedo mirando su perfil perfecto. No quiero ceder y agachar la mirada. Ha tenido el valor de venir aquí, y mi abatimiento ha sido reemplazado por la rabia que sentía antes, sólo que corregida y aumentada.
—No puedes ni mirarme a los ojos, ¿verdad? Sabes que lo que has hecho está mal. Rezo a Dios para no estar embarazada, Santana, porque no castigaría ni a mi peor enemigo con la mierda por la que me has hecho pasar, y mucho menos a mi bebé.
Ahora es ella quien se ha quedado atónita. Entorna los ojos y el pelo de las sienes se le humedece cuando empieza a sudar.
—Sé que estás embarazada, y sé cómo será.
—¿Ah, sí?—no me molesto en contener la risa—¿Y me lo vas a contar?
Su expresión se suaviza y se me para el corazón cuando me acaricia lentamente la mejilla. Entreabro la boca y desliza el pulgar por mi labio inferior sin quitarme el ojo de encima.
—Será perfecto, Britt—susurra.
Nuestras miradas se mantienen fijas unos instantes pero despierto de su hechizo cuando oigo mi nombre y rápidamente recuerdo dónde estoy y por qué. La rabia también vuelve a apoderarse de mí.
No será perfecto.
Puede que para ella sí, pero para mí será una tortura. No voy a ofrecerme voluntaria.
Me levanto y le quito la mano que tiene en mi rodilla y la que tiene en mi mejilla y, para mi sorpresa, Santana también se levanta.
¡Ah, no!
No va a entrar conmigo. Bastante horrible va a ser esto sin que mi latina neurótica entre en escena. La doctora Monroe seguro que tendrá algo que decir cuando le explique qué quiero abortar, y eso que no sabe que estoy casada. Me pediría mil explicaciones y no quiero dárselas. Además, si estoy embarazada, no quiero que Santana lo sepa. No me dejaría abortar, y odio pensar a qué extremos sería capaz de llegar con tal de impedírmelo.
Puedo mentir un poco mejor cuando algo es importante.
No tengo elección.
Es la única opción.
—¡No te atrevas!—gruño entre dientes, y retrocede—¡Siéntate!—señalo una silla y le pongo la cara más amenazadora que puedo.
Me cuesta, voy a vomitar en cualquier momento. Me encuentro muy mal y tengo muchísimo calor.
Para mi sorpresa, se sienta de mala gana. Parece asombrada por mi arrebato. Me vuelvo y la dejo con cara de haber recibido una azotaina en el trasero. Respiro hondo y entro en la consulta de mi médico.
—¡Brittany! Me alegro de verte.
La doctora Monroe es una de las mujeres más amables que conozco. Tiene unos cincuenta y pocos, un poco de barriguita, y lleva el pelo rubio a lo garçon. Normalmente te dedica todo el tiempo del mundo...
—Igualmente, doctora—respondo, nerviosa, mientras me siento en el borde de una silla.
Parece preocupada.
—¿Te encuentras bien? Estás lívida.
—Estoy bien, sólo tengo el estómago revuelto. Debe de ser el calor.
Me doy aire en la cara. Aquí dentro hace aún más calor.
—¿Estás segura?—inquiere, preocupada.
Me tiembla la barbilla y noto que aumenta su preocupación.
—¡Estoy embarazada!—disparo—Sé que me va a regañar, pero me sometí a un tratamiento para quedar embarazada, y sin pensarlo bien, pero de verdad que no hace falta. Por favor, no me haga sentir aún peor. Sé que soy una estúpida.
Su preocupación se torna simpatía al instante.
—Ay, Brittany—me da la mano y creo que podría llorar todavía más fuerte. Su empatía no hace más que hacerme sentir aún más tonta—Ten—me ofrece un pañuelo de papel y me sueno los mocos a gusto—¿Cuándo tendría que haberte venido la regla?
—Hoy—respondo rápidamente.
Pone cara de sorpresa.
—¿Hoy?—añade.
Asiento.
—Brittany, ¿por qué estás tan segura? Es posible que sólo sea un retraso, del mismo modo que a veces se adelanta. Esos tratamientos no siempre funcionan la primera vez.
—Créame, lo sé. Esta vez sí funciono la primera vez.
Me sorbo los mocos. Ya no niego lo evidente, voy a hacerle frente a esto. Tengo las emociones fuera de control.
Frunce el ceño y abre un cajón.
—Ve al baño—dice entregándome un test de embarazo.
Casi le pregunto si puedo hacerme la prueba en su consulta, pero ahí no hay retrete, así que salgo, me asomo a la sala de espera desde el pasillo y veo a Santana de espaldas. Sigue sentada pero está echada hacia adelante, con los codos sobre las rodillas y la cabeza entre las manos. No me regodeo en su desesperación y corro al servicio de señoras que hay frente a la puerta de la consulta de la doctora Monroe. Cinco minutos después estoy otra vez con mi médica, mirando la prueba, que está en la otra punta de su mesa. Escribe en el teclado mientras yo doy golpecitos en el suelo con el pie sin parar. Contengo la respiración cuando coge el test, le echa un vistazo y me mira.
—Es positivo—dice sin más, acercándomelo para que yo lo vea.
Sabía que iba a dar positivo, pero la confirmación lo hace aún más real, y también exacerba el dolor y la locura que me han llevado a este momento de mi vida. Sin embargo, no puedo llorar.
—Quiero abortar—declaro simple y llanamente mirando a la doctora a los ojos—Por favor, ¿podría encargarse de los preparativos?
Se revuelve en su sillón.
—Brittany, es evidente que tú decides, pero mi deber es ofrecerte alternativas.
—¿Cuáles son?
—La adopción, el apoyo familiar. Hay muchas madres solteras que salen adelante y, con el apoyo de tus padres, estoy segura de que estarás bien cuidada.
Aprieto los dientes.
—Quiero abortar—repito sin hacer caso de sus consejos y de su sinceridad, aunque tiene toda la razón.
Mis padres cuidarían bien de mí... si estuviera soltera. Pero no lo estoy. Estoy casada.
—Bien—suspira—Necesitas una ecografía para ver cuán avanzado está el embarazo—vuelve a teclear, y yo me siento pequeña y estúpida—Solo quiero decir que eres muy afortunada de que el tratamiento funcionara, no todas las mujeres logran quedar embarazadas al primer intento, dicho esto, el hospital te proporcionará toda la información sobre efectos secundarios y los posteriores cuidados.
—Gracias, podría recetarme algo para el dolor de estómago—farfullo.
Me hace una receta, pero no la suelta de inmediato y levanto la vista para mirarla.
—Sabes dónde encontrarme, Brittany.
Me mira inquieta, es evidente que cuestiona mi decisión, así que le ofrezco una pequeña sonrisa para indicarle que estoy bien y que he tomado la decisión correcta.
—Gracias—repito, porque no sé qué otra cosa decir.
—Cuídate mucho, Brittany.
Salgo de la consulta y me apoyo contra la pared del pasillo. De repente las náuseas son mucho peores.
—Britt, ¿qué ocurre?—Santana está a mi lado al instante y habla nerviosa, con voz aguda. Se mueve un poco delante de mí para poder mirarme a los ojos—Por Dios, Britt.
Tengo la frente empapada en sudor y la boca llena de saliva. Sé que voy a vomitar. Corro por el pasillo y me meto en el baño de señoras, donde procedo a evacuar el contenido de mi estómago en el primer váter que encuentro. Me abrazo a la taza e ignoro el impulso de lavarme de inmediato. La mano tibia de Santana me acaricia la espalda en círculos y me recoge el pelo mientras yo me entrego a las arcadas.
—Estoy b...
Mi estómago se convulsiona de nuevo y suelto otra descarga. Me pongo en cuclillas y me desplomo sobre el inodoro, con la cabeza apoyada en el brazo.
¿Por qué coño lo llaman náuseas matutinas cuando aparecen a cualquier hora del día?
Alguien abre entonces la puerta del baño.
—Ay, ¿te traigo un vaso de agua?
Es la doctora Monroe. Si tuviera fuerzas, me preocuparía que me haya visto con Santana en el baño.
—Por favor—contesta ella.
La puerta se cierra y Santana se sienta detrás de mí, rodeándome con los brazos.
—¿Has terminado?—pregunta con dulzura.
—No lo sé—digo, puesto que aún tengo náuseas.
—No pasa nada, podemos quedarnos así. ¿Estás bien?
—Sí—respondo con arrogancia.
No dice nada más. Coge el vaso de agua que me trae la doctora y le asegura que estoy en buenas manos.
No lo dudo.
Siempre me he sentido a salvo a su lado. Si no fuera porque es astuta y manipuladora, sería perfecta.
Seríamos perfectas.
Permanece en cuclillas detrás de mí, sujetándome el pelo y ofreciéndome agua de vez en cuando mientras me recupero.
—Estoy bien—le aseguro al tiempo que me limpio la boca con un trozo de papel.
Sé que no voy a echar nada más. Me siento vacía.
—Ven—me levanta y deja caer mi pelo sobre mi espalda—¿Quieres más agua?
Le cojo el vaso y voy a lavarme las manos. Le doy un trago y escupo para enjuagarme la boca. Me miro al espejo y veo a Santana detrás de mí. Parece preocupada. Me paso la mano por las mejillas y me atuso el pelo.
—Deja que te lleve a casa, Britt—dice acercándose.
—Santana, estoy bien, de verdad.
Me acaricia la mejilla con la mano.
—Déjame cuidar de ti.
De repente me doy cuenta de que quiere que la necesite. Se siente inútil, y mi ausencia seguro que lo ha empeorado.
¿Soy capaz de negárselo?
—Estoy bien—retrocedo y recojo el bolso del suelo.
—No es verdad, Britt.
—Me ha sentado mal algo, eso es todo—me tiembla la mano.
—¡Por el amor de Dios, Brittany! ¡Estás en el médico, así que no me vengas con que te encuentras bien!—se tira del pelo mientras grita y se aparta de mí, frustrada.
—¡No estoy embarazada!—le espeto.
Y de inmediato contemplo la espantosa posibilidad de que deje de quererme si no lo estoy. El corazón se me constriñe en el pecho. Vuelvo a sentir náuseas.
—¿Qué?
Se vuelve a toda velocidad, con los ojos muy abiertos, temblando. Me quiere embarazada, de todas, todas. Lucho contra mi impulso natural e intento mantener las manos en los costados.
—Me lo acaban de confirmar, Santana.
—Entonces ¿por qué estás vomitando?
—He pillado una gripe intestinal—mi excusa es una mierda pero, por la cara que pone, que no voy a confundir con la de devastación, se lo ha tragado—Has fracasado. Me ha bajado la regla.
No sabe qué decir. Mira a todas partes y sigue temblando. Su reacción a mi mentira aumenta mis peores miedos. Estoy confusa, agotada, y tengo el corazón roto.
Sin bebé no hay Santana.
Ahora lo veo todo claro.
—Esto no me gusta. Voy a llevarte a casa para poder tenerte controlada.
Me coge de la mano pero tiro de ella para soltarme; su comentario me ha puesto los pelos como escarpias.
¿Qué no le gusta?
¿Qué quiere tenerme controlada?
¿Para qué?, ¿para ver si de verdad estoy manchando?
—Soy yo la que no te gusta—replico mirándola a la cara—Siempre hago algo que te molesta. ¿Has pensado que tal vez estarías menos a disgusto sin mí?
—¡No!—parece horrorizada—Estoy preocupada, eso es todo.
—Bueno no te preocupes. Estoy bien—le espeto saliendo del baño de señoras como una exhalación.
Salgo de la consulta y voy directa a la farmacia que hay al lado. Entrego la receta y me siento en una silla mientras Santana anda arriba y abajo fuera, con las manos en los bolsillos. El farmacéutico me mira de tanto en tanto, me llama y me acerco a recoger la bolsa de papel.
—Gracias.
Le sonrío antes de huir, pero fuera me encuentro con mi mujer pensativa.
—¿Qué es eso?—inquiere sin quitarle ojo a la bolsa.
—Medicamentos para el estómago—le siseo en la cara.
Los hombros pierden el vigor y agacha la cabeza. Estoy luchando contra el sentimiento de culpa ante su reacción, pero tengo que ignorarlo. La dejo atrás y sigo andando. Me tiemblan un poco las piernas y el corazón me late desbocado.
—¡No vas a venir a casa, ¿no?!—me grita desde atrás.
Me trago el nudo que tengo en la garganta y sigo andando. No, no voy a ir a casa, y el plan era alejarme durante cinco días, más o menos, para que no descubra mi mentira. Ya me preocuparé más adelante de la cita en el hospital. Sin embargo, sus palabras parecen definitivas, y lo que más me intranquiliza es que no me está ordenando que me quede con ella. Si elimino a este bebé de mi vida, es evidente que también estaré eliminando a Santana. La sola idea me tiene hecha pedazos.
¿Cómo voy a vivir sin ella?
Camino contra la brisa con el rostro bañado en lágrimas.
Tengo que ver a la doctora Monroe.
Salgo de la estación de metro de Green Park en dirección a Piccadilly y me detengo unos instantes para asimilar el borrón de gente en la hora punta. Lo echo de menos. Echo de menos el caos del metro y caminar unas pocas manzanas hasta mi oficina, todo el ir y venir, el hecho de esquivar cuerpos, y las voces, los gritos al móvil. Eso y el chirrido de los coches y los autobuses, las bocinas impacientes y el timbre de las bicicletas. El ambiente me dibuja una sonrisa que me dura hasta que me empujan por detrás y se burlan de mí por obstaculizar la circulación del río de peatones. Me arrancan de mi ensimismamiento y echo a andar hacia Berkeley Street.
—Buenos días, flor—me saluda Will saliendo de su despacho en dirección a mi mesa.
Me siento y giro la silla.
—Buenos días—digo.
Necesito fingir una alegría exagerada que no siento. Toma asiento en el borde de mi mesa, que suelta su crujido habitual, y yo me tenso como siempre. Un día no va a poder más.
—¿Cómo está la novia?
Me da un afectuoso pellizco en la mejilla y me guiña el ojo.
—Perfectamente—sonrío y me río para mis adentros.
Tengo la habilidad de escoger la palabra opuesta a cómo me siento. Podría haber dicho «bien», o «genial», pero no... Voy y digo que perfectamente.
Perfectamente mal, así es como estoy.
—Fue una boda preciosa. Gracias.
—De nada—le quito importancia al agradecimiento de mi jefe—¿Dónde está todo el mundo?—pregunto desesperada por cambiar de tema y dejar en paz mi boda caótica, y posiblemente mi caótica esposa.
—Tina está haciendo limpieza en el almacén, y Kurt y Mercedes ya deberían estar aquí—mira el reloj de pulsera—¿Qué hay de Flanagan?—ahora me mira a mí, y me cuesta parecer tranquila y relajada cuando menciona a mi cliente danés—¿Ya se ha puesto en contacto contigo?
—No.
Enciendo el ordenador y muevo el ratón para que la pantalla cobre vida. No se me olvida que hoy es mi último día para contarle a mi jefe lo de la venganza de Rory pero, tal y como están las cosas y teniendo en cuenta que he dejado a Santana, no creo que mi latina me presione.
—Dijo que me avisaría en cuanto volviera a Inglaterra.
—Está bien—Will cambia de postura sobre mi mesa. Me gustaría pedirle que al menos tuviera el detalle de estarse quieto mientras la tortura—¿Alguna novedad con tus otros clientes? Los Kent, la señora Danielle..., la señora López.
Se ríe de su propio chiste, y aunque no estoy contenta con mi esposa me alegro de que Will acepte nuestra relación... Si es que vuelve a haberla.
—Todo en orden. Los Kent van viento en popa; las obras en casa de la señora Danielle empiezan mañana, y la señora López quiere que encargue las camas para las nuevas habitaciones cuanto antes. Podrían tardar meses.
Will se echa a reír.
—Brittany, flor, no hace falta que llames a tu esposa «señora López».
—La costumbre—gruño.
Podría llamarla de todo en este momento.
—¿Te refieres a esas maravillosas camas de hierro forjado?
—Sí.
Saco uno de los diseños del cajón y se lo enseño a Will.
—Impresionantes—dice sin más—Apuesto a que cuestan un dineral.
¿Impresionantes?
Sí.
¿Caras?
Muchísimo.
Pero Will no se da cuenta de las ventajas que ofrecen esas camas en un lugar como La Mansión. Para el oso de peluche que tengo por jefe, La Mansión sigue siendo un encantador hotel de campo.
—Se lo puede permitir—digo encogiéndome de hombros.
Me devuelve el diseño y lo guardo. Lo estoy metiendo en el cajón cuando el agudo sonido de la madera al partirse retumba en el silencio de la oficina y me quedo horrorizada al ver cómo Will aterriza en el suelo con cara de susto. No sé por qué: se lo tiene merecido. Tengo el regazo cubierto de astillas, y doy gracias por no haber tenido las piernas debajo. Me las habría partido.
—¡Por todos los santos!—grita Will entre trozos de madera rota y restos de papel y material de oficina que había sobre mi mesa, entre ellos la pantalla plana de mi ordenador.
No sé si correr a ayudarlo o echarme a reír, pero tengo la risa nerviosa en la garganta, así que será lo último, porque no voy a poder contenerme. Esto tiene demasiada gracia. Finalmente pierdo la batalla. Una enorme carcajada sale de mi boca y de repente estoy paralizada de la risa. Es imposible que Will se levante del suelo sin ayuda, pero no creo que yo le sirva de mucho. Debe de pesar como seis veces más que yo.
—¡Lo siento!—exclamo recobrando el control de mi cuerpo, que se convulsiona a causa de la risa—Ven.
Le ofrezco la mano, se estira para cogerla y parece que su camisa no puede más, revienta y llueven botones por todas partes. La barriga de Will queda al descubierto y a mí me da otro ataque de risa.
—¡Porras!—maldice sin soltar mi mano—¡Repámpanos!
—¡Ay, Dios!—grito sujetándome el vientre para no mearme de la risa—Will, ¿estás bien?
Sé que está bien, no estaría rodando por el suelo y soltando exclamaciones si hubiera resultado herido.
—No, no estoy bien. ¿Vas a controlarte y a echarme una mano?—me da un tirón.
—¡Lo siento!
Esto es imparable. Estoy llorando de la risa, y seguro que se me ha corrido la máscara de pestañas. Tiro con todas mis fuerzas para levantar a Will del suelo. Lo hago tan rápido como puedo para poder llegar al cuarto de baño, cosa que hago en cuanto consigo ponerlo en pie.
—¡Disculpa!
Corro entre carcajadas al baño de señoras y por el camino me cruzo con Tina, que no entiende nada. Cuando he terminado y he conseguido dejar de reírme, vuelvo al despacho. Kurt y Mercedes ya han llegado, y Tina está de rodillas recogiendo un millón de clips del suelo.
—¿Qué ha pasado?—susurra Mercedes.
—Mi mesa ha cedido—sonrío intentando contener otro ataque de risa.
Si empiezo, no pararé.
—¡Me lo he perdido!—grita Kurt sin poder creérselo—¡Mierda!—cuelga la mariconera en el respaldo de su silla—¡Amor! ¿Cómo está la novia?
—Bien—contesto.
—¡Es verdad!—exclama Mercedes—Cuando me case, quiero una boda como la tuya, aunque no en un club de sex...
Le lanzo una mirada asesina a mi compañera de trabajo y cae en la cuenta de su casi error. Cierra la boca y se va a su mesa.
Me arrodillo para ayudar a Tina.
—Fue precioso, Britt—dice con tono soñador—Eres muy afortunada.
Las dulces palabras de Tina sólo me ponen de peor humor, hasta que mi móvil empieza a sonar en mi bolso. Me quedo mirándolo, sentada entre el caos de los restos de mi mesa.
No puedo hablar con Santana.
Me sorprende un poco que haya tardado tanto en llamarme, y más aún que no insistiera anoche. Está claro que sabe que se ha pasado de la raya. No puedo ni imaginarme cómo se encuentra. Seguro que ha salido a correr mil veces por los parques.
Tina me mira expectante pero me limito a sonreír y a seguir recogiendo clips. Me pregunto por qué, de todas las cosas que hay en el suelo, estamos recogiendo las más pequeñas.
—Ahora la llamo—le digo a Tina mientras pienso que en realidad esto es muy terapéutico.
Cuando hemos terminado, ella se levanta y va a la cocina a preparar café, mientras que yo me levanto y voy al despacho de mi jefe. Llamo a la puerta y me asomo. Está sentado en su sillón, a su mesa, un poco colorado, peinándose.
—¿Estás bien, Will?—pregunto mordiéndome el labio cuando veo que se ha abrochado la chaqueta para que no se le vea la barriga.
—Sí, sí, estoy bien—dice guardando el peine en el bolsillo interior de la chaqueta—Creo que Emma lo va a interpretar como una señal de que debo perder peso—sonríe un poco y me siento mejor por haberme reído de él. Yo también sonrío—Me complace haberte alegrado el día, flor.
—Lo siento, pero tendrías que haber oído cómo crujía la mesa cada vez que te sentabas.
—Lo sé. ¡La muy traidora!
—Ya te digo—respondo muy seria. Era una buena mesa—¿Te apetece un café?
—No—gruñe—Tengo que ir a casa a cambiarme.
—Vale.
Salgo de su oficina y vuelvo a mi pila de leña. Rebusco entre los escombros hasta que encuentro mi bolso, saco el teléfono y borro la llamada perdida de Santana. Luego llamo a la consulta de mi médico.
—¿Se encuentra bien?—pregunta Kurt echándose a reír.
Mercedes también se apunta.
—Está bien, pero no se rían cuando se vaya a casa. Ha reventado la camisa y tiene que cambiársela—sonrío.
—¿Se le han saltado los botones?
Mercedes se ríe y se echa el pelo hacia atrás. Kurt la mira y se echa a reír también.
—¡Qué mala suerte! ¡Lo que daría por volver atrás en el tiempo para poder verlo!
Me las apaño para contener la risa y me escondo en el almacén para llamar por teléfono. Después de hablar con la recepcionista, consigo cita para las cuatro.
El día pasa bastante rápido, con tan sólo unas pocas llamadas perdidas de mi latina. Me esperaba las llamadas, pero no que se rindiera tan pronto. No ha telefoneado a la oficina, no ha venido y no ha usado a un tercero. No sé si debería estar satisfecha por haber conseguido que accediera a mi petición de espacio o si debería preocuparme que me esté dando el espacio que necesito. Han pasado más de veinticuatro horas sin verla, y mentiría si dijera que no la echo de menos, pero necesito poner fin a esto. Necesito ponerme en mi sitio y la única forma de hacerlo es no verla y no hablar con ella. Me asusta lo que me hace cuando decido no dar mi brazo a torcer, y normalmente son sus caricias las culpables, así que es vital guardar las distancias.
Cojo mi bolso y me levanto de mi mesa improvisada, una mesa con caballetes que teníamos guardada en la parte de atrás.
—Me voy. Hasta mañana—digo despidiéndome de mis compañeros de trabajo—Ya lo he hablado con Will.
No quiero que sepan adónde voy porque sin duda me harían preguntas. La privacidad en esta oficina es todo un lujo. Recibo un coro de adioses al cerrar la puerta y corro al metro. Angel empieza a sonar cuando llego a la estación, pero no saco el móvil del bolso.
No necesito pensar en ella allá adónde voy.
No necesito pensar en ella pero es difícil cuando su canción favorita, la que me recuerda a ella, suena a todo volumen desde las profundidades de mi bolso. Para unos nanosegundos y vuelve a empezar.
Paso.
Voy a centrarme en la estación.
Doy un salto del susto cuando un muro fino, con curvas y de ojos oscuros se interpone en mi camino. Me llevo la mano al pecho, al corazón. Se me ha cortado la respiración. Luego me enfado.
—¿Qué estás haciendo?—pregunto, seca.
—No contestas al teléfono—señala mi bolso—No sabía si lo oías.
La observo y me encuentro una mirada acusadora. Sabe perfectamente que sí lo oía.
—Me estabas siguiendo—le espeto; yo también sé ser acusadora.
—¿Adónde vas, Britt?
Se acerca y retrocedo. No puedo permitir que me toque.
Mierda, ¿adónde iba?
—A ver a un cliente—respondo.
—Yo te llevo.
—Te he dicho que necesito espacio, Santana.
Soy consciente de que estamos molestando a los demás peatones. Algunos gruñen, otros nos lanzan miradas asesinas, pero ni a Santana ni a mí nos preocupan. Se queda mirándome, espectacular con un traje gris y una camisa azul, y todo muy bien ceñido a su figura.
—¿Cuánto espacio y por cuánto tiempo? Me casé contigo el sábado y me dejaste el domingo.
Se acerca y me coge el antebrazo, desliza la mano hasta mi muñeca y me coge de la mano. Como siempre, hace que se me ponga la carne de gallina y noto un escalofrío. Está mirando nuestras manos entrelazadas y mordiéndose el labio inferior.
—Lo estoy pasando fatal, Britt—levanta la vista y me deslumbra con sus ojos oscuros—Lo estoy pasando fatal sin ti.
Se me parte el corazón y entonces cierro los ojos, mientras lucho desesperadamente contra el impulso de acercarme a ella y abrazarla. Si no se sale con la suya gracias a los distintos tipos de polvo o a las cuentas atrás, recurre a romperme el corazón con sus palabras.
No puede ser tan malo, pero sé que siente cada sílaba. Me está incapacitando de nuevo.
—Tengo que irme.
Me odio a mí misma por dejarla así. Me vuelvo esperando que me detenga, pero me suelta y sigo andando, sorprendida y bastante preocupada.
—Britt-Britt, por favor. Haré lo que sea. No me dejes, por favor—su voz suplicante hace que me pare en el acto y el dolor me parte en dos. Sigo muy enfadada con ella—Deja al menos que te lleve. No quiero que cojas el metro. Sólo te pido diez minutos.
—El metro es más rápido—digo en voz baja entre el ruido de la multitud.
Me vuelvo para mirarla.
—Pero quiero llevarte.
—No llegaremos a tiempo en...
No digo más. Si Santana conduce, sí que llegaré a tiempo. Se nota que está pensando lo mismo porque ha arqueado una ceja. No puedo decirle adónde voy, le daría un ataque. Rebusco en mi agotado cerebro y encuentro la solución. Le pido que me deje en la esquina de la consulta. Hay varias casas cerca, no notará la diferencia.
Suspiro.
—¿Dónde tienes el coche?
Pone cara de alivio y yo me siento aún más culpable, aunque no sé por qué.
Me coge de la mano con cuidado y me lleva hacia un hotel y luego al aparcamiento. El aparcacoches le entrega las llaves y sólo me suelta cuando llegamos junto al DBS para que pueda entrar. Salimos a Piccadilly y conduce respetando a los demás conductores. Incluso cambia las marchas con delicadeza. Su estilo de conducción encaja con su estado de ánimo: apagado. Busco en mi cerebro el nombre de la calle perpendicular a la consulta y sólo se me ocurre uno:
—Jardines de Luxemburgo, Hammersmith—digo mirando por la ventanilla.
—Vale—contesta en voz baja.
Sé que me está mirando. Debería volverme y plantarle cara, obligarla a que se explique mejor, pero me puede el abatimiento.
Más le vale no confundirlo con sumisión.
No voy a ceder en esto. Necesito llegar a la consulta sin Santana y poner remedio a mi espantosa situación.
Sale a Jardines de Luxemburgo y conduce despacio por la calle bordeada de árboles.
—Déjame aquí—señalo a la izquierda y ella para el coche. Rezo para que no se empeñe en quedarse—Gracias—digo abriendo la puerta.
—De nada—farfulla.
Sé que, si la miro, veré los engranajes trabajando a miles de revoluciones por minuto y una arruga en su hermosa frente, así que no lo hago. Bajo del coche.
—¿Cenamos juntas esta noche?—pregunta con premura, como si supiera que va a perder la ocasión.
Respiro hondo y me vuelvo.
—Me acabas de pedir diez minutos, te los he dado y no me has dicho ni mu—replico.
La dejo con cara de desesperación y cruzo la calle, pero me detengo al caer en la cuenta de que no tengo ninguna casa de ningún cliente en la que desaparecer. Debo retroceder como un kilómetro, y no hay forma de hacerlo con Santana observándome desde el coche. Abro el bolso y finjo estar buscando algo mientras rezo para que se vaya. Me esfuerzo por oír el rugido del motor, o tal vez un ronroneo del DBS y, pasada una eternidad, por fin llega a mis oídos.
Es un ronroneo.
Miro por encima del hombro y veo desaparecer el coche por la calle bordeada de árboles antes de desandar lo andado. Tengo náuseas pero lo achaco a los nervios. No estoy segura de cómo abordar esto.
Después de muchas visitas a nuestro médico de familia, en busca de más píldoras anticonceptivas, resfríos, malestares, pero nada como por lo que vengo a visitarla hoy, me enfrento a una charla mucho peor sobre la responsabilidad y el cuidado. Pensará que me merezco el castigo, y creo que tiene razón.
Informo de mi llegada y cojo una revista de la sala de espera; luego me paso veinte minutos fingiendo leerla. Estoy nerviosa y doy tironcitos a mi ropa intentando tranquilizarme.
Tengo muchas ganas de vomitar y me estoy poniendo peor.
De repente, como si fuera una señal, me topo con un artículo sobre los argumentos a favor y en contra del aborto. Una risa desesperada brota de mis labios.
—¿Qué te hace tanta gracia, Britt?
Me quedo helada en la silla de la sala de espera cuando la voz de Santana me envuelve, y cierro la revista de golpe.
—¿Me has seguido?—pregunto atónita volviéndome para mirarla.
—Mientes de pena, cariño—afirma con dulzura.
Tiene razón, se me da fatal, pero necesitaré mejorar si voy a seguir con esta mujer.
¿Si voy a seguir?
¿De verdad acabo de pensarlo?
—¿Vas a decirme por qué has venido al médico y por qué me has mentido al respecto?
Deja la mano en mi rodilla desnuda y dibuja círculos mientras me observa atentamente. Tiro la revista sobre la mesa. No hay forma de escapar de esta mujer.
—Tengo revisión—farfullo en dirección a mi rodilla, intentando no mirarla a la cara.
—¿Una revisión?
Su tono ha cambiado por completo. Ya no es dulce ni reconfortante, sino que tiene un punto de ira. Su mano me aprieta la rodilla.
No puede decidir esto.
—Sí.
—¿No crees que deberíamos entrar juntas?—pregunta.
¿Juntas?
De la sorpresa vuelvo la cabeza para que mis ojos furiosos encuentren los suyos, que me reciben oscuros y llenos de curiosidad. Examino su cara y ella hace lo propio con la mía. Su mano afloja la presión que ejerce sobre mi rodilla. Aparto la pierna.
—¿Como la decisión que tomaste de intentar dejarme embarazada? ¿Hicimos eso juntas?
—No—responde en voz baja, apartando la cara.
Me quedo mirando su perfil perfecto. No quiero ceder y agachar la mirada. Ha tenido el valor de venir aquí, y mi abatimiento ha sido reemplazado por la rabia que sentía antes, sólo que corregida y aumentada.
—No puedes ni mirarme a los ojos, ¿verdad? Sabes que lo que has hecho está mal. Rezo a Dios para no estar embarazada, Santana, porque no castigaría ni a mi peor enemigo con la mierda por la que me has hecho pasar, y mucho menos a mi bebé.
Ahora es ella quien se ha quedado atónita. Entorna los ojos y el pelo de las sienes se le humedece cuando empieza a sudar.
—Sé que estás embarazada, y sé cómo será.
—¿Ah, sí?—no me molesto en contener la risa—¿Y me lo vas a contar?
Su expresión se suaviza y se me para el corazón cuando me acaricia lentamente la mejilla. Entreabro la boca y desliza el pulgar por mi labio inferior sin quitarme el ojo de encima.
—Será perfecto, Britt—susurra.
Nuestras miradas se mantienen fijas unos instantes pero despierto de su hechizo cuando oigo mi nombre y rápidamente recuerdo dónde estoy y por qué. La rabia también vuelve a apoderarse de mí.
No será perfecto.
Puede que para ella sí, pero para mí será una tortura. No voy a ofrecerme voluntaria.
Me levanto y le quito la mano que tiene en mi rodilla y la que tiene en mi mejilla y, para mi sorpresa, Santana también se levanta.
¡Ah, no!
No va a entrar conmigo. Bastante horrible va a ser esto sin que mi latina neurótica entre en escena. La doctora Monroe seguro que tendrá algo que decir cuando le explique qué quiero abortar, y eso que no sabe que estoy casada. Me pediría mil explicaciones y no quiero dárselas. Además, si estoy embarazada, no quiero que Santana lo sepa. No me dejaría abortar, y odio pensar a qué extremos sería capaz de llegar con tal de impedírmelo.
Puedo mentir un poco mejor cuando algo es importante.
No tengo elección.
Es la única opción.
—¡No te atrevas!—gruño entre dientes, y retrocede—¡Siéntate!—señalo una silla y le pongo la cara más amenazadora que puedo.
Me cuesta, voy a vomitar en cualquier momento. Me encuentro muy mal y tengo muchísimo calor.
Para mi sorpresa, se sienta de mala gana. Parece asombrada por mi arrebato. Me vuelvo y la dejo con cara de haber recibido una azotaina en el trasero. Respiro hondo y entro en la consulta de mi médico.
—¡Brittany! Me alegro de verte.
La doctora Monroe es una de las mujeres más amables que conozco. Tiene unos cincuenta y pocos, un poco de barriguita, y lleva el pelo rubio a lo garçon. Normalmente te dedica todo el tiempo del mundo...
—Igualmente, doctora—respondo, nerviosa, mientras me siento en el borde de una silla.
Parece preocupada.
—¿Te encuentras bien? Estás lívida.
—Estoy bien, sólo tengo el estómago revuelto. Debe de ser el calor.
Me doy aire en la cara. Aquí dentro hace aún más calor.
—¿Estás segura?—inquiere, preocupada.
Me tiembla la barbilla y noto que aumenta su preocupación.
—¡Estoy embarazada!—disparo—Sé que me va a regañar, pero me sometí a un tratamiento para quedar embarazada, y sin pensarlo bien, pero de verdad que no hace falta. Por favor, no me haga sentir aún peor. Sé que soy una estúpida.
Su preocupación se torna simpatía al instante.
—Ay, Brittany—me da la mano y creo que podría llorar todavía más fuerte. Su empatía no hace más que hacerme sentir aún más tonta—Ten—me ofrece un pañuelo de papel y me sueno los mocos a gusto—¿Cuándo tendría que haberte venido la regla?
—Hoy—respondo rápidamente.
Pone cara de sorpresa.
—¿Hoy?—añade.
Asiento.
—Brittany, ¿por qué estás tan segura? Es posible que sólo sea un retraso, del mismo modo que a veces se adelanta. Esos tratamientos no siempre funcionan la primera vez.
—Créame, lo sé. Esta vez sí funciono la primera vez.
Me sorbo los mocos. Ya no niego lo evidente, voy a hacerle frente a esto. Tengo las emociones fuera de control.
Frunce el ceño y abre un cajón.
—Ve al baño—dice entregándome un test de embarazo.
Casi le pregunto si puedo hacerme la prueba en su consulta, pero ahí no hay retrete, así que salgo, me asomo a la sala de espera desde el pasillo y veo a Santana de espaldas. Sigue sentada pero está echada hacia adelante, con los codos sobre las rodillas y la cabeza entre las manos. No me regodeo en su desesperación y corro al servicio de señoras que hay frente a la puerta de la consulta de la doctora Monroe. Cinco minutos después estoy otra vez con mi médica, mirando la prueba, que está en la otra punta de su mesa. Escribe en el teclado mientras yo doy golpecitos en el suelo con el pie sin parar. Contengo la respiración cuando coge el test, le echa un vistazo y me mira.
—Es positivo—dice sin más, acercándomelo para que yo lo vea.
Sabía que iba a dar positivo, pero la confirmación lo hace aún más real, y también exacerba el dolor y la locura que me han llevado a este momento de mi vida. Sin embargo, no puedo llorar.
—Quiero abortar—declaro simple y llanamente mirando a la doctora a los ojos—Por favor, ¿podría encargarse de los preparativos?
Se revuelve en su sillón.
—Brittany, es evidente que tú decides, pero mi deber es ofrecerte alternativas.
—¿Cuáles son?
—La adopción, el apoyo familiar. Hay muchas madres solteras que salen adelante y, con el apoyo de tus padres, estoy segura de que estarás bien cuidada.
Aprieto los dientes.
—Quiero abortar—repito sin hacer caso de sus consejos y de su sinceridad, aunque tiene toda la razón.
Mis padres cuidarían bien de mí... si estuviera soltera. Pero no lo estoy. Estoy casada.
—Bien—suspira—Necesitas una ecografía para ver cuán avanzado está el embarazo—vuelve a teclear, y yo me siento pequeña y estúpida—Solo quiero decir que eres muy afortunada de que el tratamiento funcionara, no todas las mujeres logran quedar embarazadas al primer intento, dicho esto, el hospital te proporcionará toda la información sobre efectos secundarios y los posteriores cuidados.
—Gracias, podría recetarme algo para el dolor de estómago—farfullo.
Me hace una receta, pero no la suelta de inmediato y levanto la vista para mirarla.
—Sabes dónde encontrarme, Brittany.
Me mira inquieta, es evidente que cuestiona mi decisión, así que le ofrezco una pequeña sonrisa para indicarle que estoy bien y que he tomado la decisión correcta.
—Gracias—repito, porque no sé qué otra cosa decir.
—Cuídate mucho, Brittany.
Salgo de la consulta y me apoyo contra la pared del pasillo. De repente las náuseas son mucho peores.
—Britt, ¿qué ocurre?—Santana está a mi lado al instante y habla nerviosa, con voz aguda. Se mueve un poco delante de mí para poder mirarme a los ojos—Por Dios, Britt.
Tengo la frente empapada en sudor y la boca llena de saliva. Sé que voy a vomitar. Corro por el pasillo y me meto en el baño de señoras, donde procedo a evacuar el contenido de mi estómago en el primer váter que encuentro. Me abrazo a la taza e ignoro el impulso de lavarme de inmediato. La mano tibia de Santana me acaricia la espalda en círculos y me recoge el pelo mientras yo me entrego a las arcadas.
—Estoy b...
Mi estómago se convulsiona de nuevo y suelto otra descarga. Me pongo en cuclillas y me desplomo sobre el inodoro, con la cabeza apoyada en el brazo.
¿Por qué coño lo llaman náuseas matutinas cuando aparecen a cualquier hora del día?
Alguien abre entonces la puerta del baño.
—Ay, ¿te traigo un vaso de agua?
Es la doctora Monroe. Si tuviera fuerzas, me preocuparía que me haya visto con Santana en el baño.
—Por favor—contesta ella.
La puerta se cierra y Santana se sienta detrás de mí, rodeándome con los brazos.
—¿Has terminado?—pregunta con dulzura.
—No lo sé—digo, puesto que aún tengo náuseas.
—No pasa nada, podemos quedarnos así. ¿Estás bien?
—Sí—respondo con arrogancia.
No dice nada más. Coge el vaso de agua que me trae la doctora y le asegura que estoy en buenas manos.
No lo dudo.
Siempre me he sentido a salvo a su lado. Si no fuera porque es astuta y manipuladora, sería perfecta.
Seríamos perfectas.
Permanece en cuclillas detrás de mí, sujetándome el pelo y ofreciéndome agua de vez en cuando mientras me recupero.
—Estoy bien—le aseguro al tiempo que me limpio la boca con un trozo de papel.
Sé que no voy a echar nada más. Me siento vacía.
—Ven—me levanta y deja caer mi pelo sobre mi espalda—¿Quieres más agua?
Le cojo el vaso y voy a lavarme las manos. Le doy un trago y escupo para enjuagarme la boca. Me miro al espejo y veo a Santana detrás de mí. Parece preocupada. Me paso la mano por las mejillas y me atuso el pelo.
—Deja que te lleve a casa, Britt—dice acercándose.
—Santana, estoy bien, de verdad.
Me acaricia la mejilla con la mano.
—Déjame cuidar de ti.
De repente me doy cuenta de que quiere que la necesite. Se siente inútil, y mi ausencia seguro que lo ha empeorado.
¿Soy capaz de negárselo?
—Estoy bien—retrocedo y recojo el bolso del suelo.
—No es verdad, Britt.
—Me ha sentado mal algo, eso es todo—me tiembla la mano.
—¡Por el amor de Dios, Brittany! ¡Estás en el médico, así que no me vengas con que te encuentras bien!—se tira del pelo mientras grita y se aparta de mí, frustrada.
—¡No estoy embarazada!—le espeto.
Y de inmediato contemplo la espantosa posibilidad de que deje de quererme si no lo estoy. El corazón se me constriñe en el pecho. Vuelvo a sentir náuseas.
—¿Qué?
Se vuelve a toda velocidad, con los ojos muy abiertos, temblando. Me quiere embarazada, de todas, todas. Lucho contra mi impulso natural e intento mantener las manos en los costados.
—Me lo acaban de confirmar, Santana.
—Entonces ¿por qué estás vomitando?
—He pillado una gripe intestinal—mi excusa es una mierda pero, por la cara que pone, que no voy a confundir con la de devastación, se lo ha tragado—Has fracasado. Me ha bajado la regla.
No sabe qué decir. Mira a todas partes y sigue temblando. Su reacción a mi mentira aumenta mis peores miedos. Estoy confusa, agotada, y tengo el corazón roto.
Sin bebé no hay Santana.
Ahora lo veo todo claro.
—Esto no me gusta. Voy a llevarte a casa para poder tenerte controlada.
Me coge de la mano pero tiro de ella para soltarme; su comentario me ha puesto los pelos como escarpias.
¿Qué no le gusta?
¿Qué quiere tenerme controlada?
¿Para qué?, ¿para ver si de verdad estoy manchando?
—Soy yo la que no te gusta—replico mirándola a la cara—Siempre hago algo que te molesta. ¿Has pensado que tal vez estarías menos a disgusto sin mí?
—¡No!—parece horrorizada—Estoy preocupada, eso es todo.
—Bueno no te preocupes. Estoy bien—le espeto saliendo del baño de señoras como una exhalación.
Salgo de la consulta y voy directa a la farmacia que hay al lado. Entrego la receta y me siento en una silla mientras Santana anda arriba y abajo fuera, con las manos en los bolsillos. El farmacéutico me mira de tanto en tanto, me llama y me acerco a recoger la bolsa de papel.
—Gracias.
Le sonrío antes de huir, pero fuera me encuentro con mi mujer pensativa.
—¿Qué es eso?—inquiere sin quitarle ojo a la bolsa.
—Medicamentos para el estómago—le siseo en la cara.
Los hombros pierden el vigor y agacha la cabeza. Estoy luchando contra el sentimiento de culpa ante su reacción, pero tengo que ignorarlo. La dejo atrás y sigo andando. Me tiemblan un poco las piernas y el corazón me late desbocado.
—¡No vas a venir a casa, ¿no?!—me grita desde atrás.
Me trago el nudo que tengo en la garganta y sigo andando. No, no voy a ir a casa, y el plan era alejarme durante cinco días, más o menos, para que no descubra mi mentira. Ya me preocuparé más adelante de la cita en el hospital. Sin embargo, sus palabras parecen definitivas, y lo que más me intranquiliza es que no me está ordenando que me quede con ella. Si elimino a este bebé de mi vida, es evidente que también estaré eliminando a Santana. La sola idea me tiene hecha pedazos.
¿Cómo voy a vivir sin ella?
Camino contra la brisa con el rostro bañado en lágrimas.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
bueno no se que decir, brittany esta siendo un tanto dura, aunque la entiendo pero no es mejor pedir el divorcio y largarse?
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Uff que dificil todo lo del embarazo y el aborto:l Santana,Santana siempre jodiendo todo :c
Susii********-*- - Mensajes : 902
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Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
en la vida todo tiene causa y efecto y britt esta jugando con eso no solo puede perder al bebe,...
san ya lo hizo y britt quedo embarazada,..
espero que recapacite!!!!
nos vemos!!!
en la vida todo tiene causa y efecto y britt esta jugando con eso no solo puede perder al bebe,...
san ya lo hizo y britt quedo embarazada,..
espero que recapacite!!!!
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:bueno no se que decir, brittany esta siendo un tanto dura, aunque la entiendo pero no es mejor pedir el divorcio y largarse?
Hola, es un tema delicado no¿? Mmm no creo que san la deje, y mas si sabe que tendrán un bb XD Saludos =D
Susii escribió:Uff que dificil todo lo del embarazo y el aborto:l Santana,Santana siempre jodiendo todo :c
Hola, sip un tema difícil =/ jajaajaj siempre pensando tanto las cosas, meditando todo y le sale mal XD pobre, cuando es tan sensata para todo ¬¬ Saludos =D
3:) escribió:holap morra,...
en la vida todo tiene causa y efecto y britt esta jugando con eso no solo puede perder al bebe,...
san ya lo hizo y britt quedo embarazada,..
espero que recapacite!!!!
nos vemos!!!
Hola lu, mmm toda la razón, pero esperemos que pase lo mejor para los tres =/ Igual san donde hizo lo que hizo tiene que aguantar lo q sea no¿? Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Cap 9
Capitulo 9
La sensación de vacío es inevitable. La sensación de miseria y desolación, también. No obstante, no esperaba el abrumador sentimiento de culpa. He luchado contra las punzadas aquí y allá, cuando la tenía delante, derrotada, pero ahora me consume.
Y estoy furiosa por sentirme así.
El no haberme hecho la ecografía aún también me está volviendo loca. Es viernes, el cuarto día sin Santana. Mi semana ha sido una tortura, y sé que la cosa no va a mejorar nunca.
Se me está partiendo lentamente el corazón.
Las grietas son más profundas cada día que pasa, y sé que probablemente dejaré de ser funcional.
Estoy a punto.
Aunque lo que más me duele es la falta de contacto, el no saber si ella se está ahogando en vodka, lo que significa también que se está ahogando en mujeres.
Salto de mi mesa y corro al cuarto de baño. Vomito al instante pero no creo que sean náuseas matutinas o náuseas a cualquier hora del día. Es la pena.
—Britt, deberías irte a casa. Llevas mala toda la semana.
La voz preocupada de Tina me llega desde el otro lado de la puerta del baño. Me levanto con un suspiro, tiro de la cadena, salgo y me lavo la cara y las manos.
—Un maldito virus anda suelto—murmuro.
Contemplo la falda lápiz de color gris y la blusa negra de Tina. Se ha transformado por completo. Las faldas rectas sosas y las camisetas de cuello alto son un recuerdo lejano. No se lo he preguntado pero, a juzgar por el nuevo vestuario, su vida amorosa va viento en popa.
—¿Sigues saliendo con aquel chico que conociste en internet?—pregunto.
No sé su nombre, así que no sé cómo llamarlo.
—¿Mick?—se ríe—Sí.
—¿Y marcha bien?
Me vuelvo y me apoyo en el lavabo. Se pone como un tomate, baja la vista y se arregla la coleta.
—¡Sí!—chilla, y me da tal susto que doy un brinco—Es el hombre perfecto, Brittany.
Sonrío.
—¿A qué se dedica?
—No sé, a un rollo profesional. Ni siquiera intento entenderlo.
Me echo a reír.
—Me alegro—iba a añadir que fuera ella misma, pero creo que es un poco tarde. Desde luego, ya no es la Tina de antes. Mi teléfono grita entonces desde mi nueva mesa—Disculpa, Tina—digo, y la dejo delante del espejo retocándose el carmín.
Me acerco a mi mesa nueva de madera en forma de ele y procuro ignorar la decepción que siento porque no es Angel. Lo que no consigo ignorar es la exasperación que me entra cuando veo que la que llama es Danielle Ruth, mi clienta entusiasta a la que le he dedicado demasiado tiempo esta semana.
—Hola, Dani.
—Brittany, parece que todavía te encuentras mal.
Lo sé. Probablemente también tenga un aspecto horrible.
—Me encuentro mucho mejor, Dani.
Eso es porque acabo de vaciar el contenido de mi estómago otra vez.
—Me alegro; ¿podemos reunirnos?
De pronto, ya no parece estar muy preocupada por mí.
—¿Es que hay algún problema?—pregunto esperando que no lo haya.
Estoy intentando que este proyecto vaya como la seda porque, aunque Dani parece muy maja, sé reconocer a un cliente quisquilloso cuando lo veo.
—No, sólo quiero aclarar unas cosas.
—Eso podemos hacerlo por teléfono—propongo.
—Preferiría que nos viéramos—insiste.
Me encojo en mi silla. Era de esperar. Siempre prefiere que nos veamos. Le va a llegar una factura astronómica. Una hora por aquí, dos horas por allá, se va a gastar más dinero en verme que en pagar las obras.
—Hoy—añade.
Me encojo aún más con un gruñido. No voy a terminar mi semana de mierda con Danielle Ruth. Prácticamente la empecé con Dani el martes y tuvimos un encuentro a media semana el miércoles.
¿Acaso se cree que es mi única clienta?
No me importaría, pero es que se pasa diez minutos aclarando cosas que ya habíamos aclarado y luego se tira una hora sirviéndome tazas de té y tratando de convencerme de que salgamos de copas.
—Dani, de verdad que hoy no puedo.
—¿No puedes?—parece molesta.
—¿El lunes?
¿Por qué habré dicho eso?
Voy a empezar la semana con Danielle Ruth otra vez.
—El lunes, pues. ¿A las once?
—Vale.
Paso las páginas de mi agenda y anoto la cita.
—Estupendo—responde. Ya vuelve a ser la Dani animada de siempre—¿Tienes planes para el fin de semana?
Dejo de escribir. De repente estoy muy incómoda. No tengo planes para el fin de semana, salvo pasarlo con mi corazón roto, pero antes de que pueda pensar en una respuesta, abro la boca y digo:
—No gran cosa.
—Yo tampoco—va a hacerlo otra vez, lo sé—¡Deberíamos salir a tomar unas copas!
Mi frente golpea la superficie de la mesa. O no puede o no quiere captar la indirecta. Levanto la cabeza, que pesa como el plomo.
—Dani, la verdad es que voy a pasar el fin de semana con mis padres en Cornualles. No es gran cosa.
Se ríe.
—¡Que no te oigan tus padres!
Me obligo a reírme con ella.
—No lo harán.
—Disfruta del fin de semana, aunque lo pases con tus padres y no sea gran cosa. Nos vemos el lunes.
—Gracias, Dani
Cuelgo y miro el reloj. Dentro de una hora podré irme.
********************************************************************************************
Estoy molida cuando llego al apartamento de Rachel. Subo por la escalera y me meto en la cocina. Abro la nevera y me encuentro con una botella de vino. Me quedo mirándola. No sé cuánto tiempo me paso así. Cuando oigo una voz conocida aparto la vista. Me vuelvo y veo a mi amiga, pero ésa no es la voz que ha llamado mi atención. Entonces entra Sam. Los dos parecen más culpables que el pecado.
—¿Qué pasa?—pregunto cerrando la puerta de la nevera.
Rachel parpadea pero no dice nada. Mi hermano no se corta.
—No es asunto tuyo—me espeta.
Rodea la cintura de Rachel con el brazo y le da un beso en la mejilla. Es la primera vez que lo veo o hablo con él desde la boda, y no parece que vaya a ser un feliz reencuentro. Frunce el ceño.
—¿Qué tal si te pregunto a ti lo que pasa? ¿Qué haces aquí?
Me quedo petrificada y miro a Rachel con unos ojos como platos. Ella niega con la cabeza de forma imperceptible. No se lo ha contado.
—Quería pasarme por aquí un rato después del trabajo—digo volviendo a mirar a Sam—¿Cuándo regresas a Australia?
—No lo sé—se encoge de hombros y pasa de mi pregunta—Me voy.
—Adiós—siseo dando media vuelta y abriendo la nevera para coger la botella de vino.
No debería hacerlo, dado el estado de mis propios asuntos, pero no puedo evitar meterme. Rachel se está buscando problemas y mi hermano me cae cada día peor.
Nunca pensé que me gustaría verlo desaparecer.
Ignoro el intercambio de adioses que se está produciendo detrás de mí y me centro en servirme un vaso de vino. Para cuando me he bebido la mitad, oigo pasos en la escalera y me vuelvo hacia mi estúpida amiga.
—¿Es que se te ha ido la olla?—le espeto agitando el vaso en su dirección.
—Probablemente—masculla sentándose en una silla y haciéndome un gesto para que le sirva vino—¿Qué tal te encuentras?
—¡Bien!—cojo otro vaso, le sirvo y se lo dejo en la mesa.
—Te estás metiendo en una buena.
Se mofa y le da un trago rápido.
—Britt, ¿no deberíamos plantear bien la situación? Tú eres la que lleva casada menos de una semana, ha dejado a su esposa y está preñada.
Me achico ante su crudeza y entonces ella mira el vaso que tengo en la mano. Me pongo a la defensiva.
—Sólo estoy de unas semanas. Algunas mujeres no lo saben hasta que están de tres meses.
Intento mitigar la culpa que me reconcome por dentro. Se levanta, se sienta en la encimera y enciende un pitillo.
—Un par de copas no te harán daño, y tampoco importa—dice abriendo la ventana de la cocina y apoyándose en el borde.
—¿Tampoco importa?—frunzo el ceño y bebo, un poco reticente.
—Bueno, te vas a deshacer de él, ¿no?—me espeta mirándome con las cejas enarcadas.
Sus palabras son tan insensibles que me hieren, pero sigo bebiendo. Creo que estoy más en negación que nunca.
—Sí—farfullo dejándome caer en una silla.
Tengo la cabeza en otra parte.
—¡Venga!—el tono asertivo de Rachel me saca de mi ensimismamiento—¡Vamos a salir!
—¿En serio?—es lo último que me apetece hacer.
—Sí. No voy a dejar que te quedes aquí lloriqueando ni un segundo más. ¿Te ha llamado?
Le da una calada al cigarrillo y me mira expectante. Ojalá pudiera decir que sí.
—No.
Aprieta los labios y sé que ella también piensa que es extraño.
—Date una ducha. Nos vamos de copas, en plan tranquilo. Pero sólo una o dos—mira mi vaso—Aunque imagino que tampoco importa.
—No creo.
Niego con la cabeza. Lo que acaba de decir es la puntilla.
Suspira y apaga el cigarrillo en la ventana antes de cerrarla y bajarse de la encimera.
—Venga, Britt. Hace semanas que no salimos juntas. Nos tomamos una copa, charlamos un rato de otra cosa que no sea ni Santana, ni Quinn, ni Sam. Solas las dos, como en los viejos tiempos, antes de que las relaciones se interpusieran entre nosotras.
Se refiere al período entre Elaine y Santana. Nos lo pasamos muy bien durante esas cuatro semanas, antes de que la señora de La Mansión del Sexo pusiera mi vida patas arriba.
—Vale—me levanto de la silla—Tienes toda la razón. Lo único que consigo quedándome en casa es llenarme la cabeza de tonterías. Iré a arreglarme.
—¡Fabuloso!
—Gracias por no contarle a Sam por qué estoy aquí.
Me sonríe y vamos a arreglarnos para salir a tomar una copa y charlar. No se me va de la cabeza.
Estoy haciendo lo posible por ponerlo en segundo plano, pero cuando entramos en el Baroque y la primera persona a la que veo es Jay, el portero, me rindo. Me frunce el ceño al pasar y deja de hablar con el otro portero, pero yo me dirijo al bar sin decirle nada al cabeza rapada, que evidentemente siente curiosidad.
—¿Vino?—pregunta Rachel abriéndose paso hacia la barra.
—Sí, por favor.
Escaneo nuestro garito preferido y no tardo en ver a Kurt y a Mercedes. Ni siquiera me siento mal por la decepción que me invade al verlos aquí. Le doy a Rachel un golpecito en el hombro y ella se vuelve.
—¿Sabías que iban a estar aquí?
—¿Quiénes?—me pregunta.
Señalo con la cabeza a mi amigo gay y a mi colega insolente y un poco tonta. Están bailando. No tienen ni idea de lo que está ocurriendo en mi vida.
—Barbie y Kent—respondo secamente.
Ella pone los ojos en blanco, no los había visto.
—¡Me encanta ese vestido!—canturrea Kurt acariciándome la cintura.
Miro el vestido ajustado de punto que me ha prestado Rachel.
—Gracias—digo aceptando la copa que me pasan por encima del hombro de Rachel—¿Estás bien?—le pregunto a Mercedes.
Se atusa el pelo y se lo recoge sobre un hombro.
—Fantástica.
Anda. Ni genial, ni bien. Está fantástica.
—¿Tanto?—pregunto deseando que me pase un poco.
—Sí, tanto—se echa a reír.
—Está enamorada de nuevo—Kurt le da un codazo y la morena le lanza una mirada asesina.
—No es verdad, y mira quién fue a hablar, ¡el adicto a los hombres!
Kurt parece sorprendido y, por primera vez en días, me estoy riendo. Qué bien sienta. Rachel se une a nosotros y, al no haber mesas libres, nos quedamos de pie cerca de la barra, charlando. Sigo teniéndola en mente, pero mi astuta amiga sabe cómo distraerme.
Hasta que la veo.
No es que se me acelere el pulso..., es que se me para el corazón. No la he visto desde el lunes, y está más irresistible que nunca, si es que eso es posible. Estoy segura de que Jay la ha llamado y sé que, probablemente, me sacará a rastras del bar, pero eso no me impide recorrer con la mirada sus vaqueros, ascender a su camiseta blanca ceñida y seguir con su cuello y su cara, esa que me vuelve loca de placer incluso cuando estoy cabreada con ella.
No parece estar enfadada y tampoco parece que haya estado bebiendo. Se lo ve descansada, sana y tan espectacular como siempre. Y lo mismo opinan todas las personas que hay en el bar. Se han percatado de la presencia de ese espécimen arrebatador que se pasea por el local.
Algunas incluso la siguen.
Está acentuando los andares. Sus ojos oscuros se posan en mí un instante y mi corazón vuelve a latir... muy, muy de prisa. Tiene el rostro impasible y me mira unos segundos antes de apartar la vista sin siquiera saludarme. Luego sigue andando, seguido por un grupo de mujeres, como siempre a los hombres ni los mira.
Estoy destrozada.
La cabeza me da vueltas y busco una explicación para su ausencia de cuatro días.
¿Dónde ha estado?
¿Qué ha estado haciendo?
Salta a la vista que no está llorando la pérdida. Se la ve arrogante, segura de sí misma y guapa hasta dar asco, igual que el día que la conocí. Son rasgos familiares pero, ahora mismo, acentuados. Sabe el efecto que tiene en mí y en todas las personas que le lamen los talones.
La incertidumbre y los celos me están matando, y sigo sin poder dejar de mirarla, observando cómo noquea a las personas que la rodean con esa puta cara.
Se deshacen a sus pies.
Sí, ahí está.
Mi esposa.
Parece como si acabara de aterrizar del planeta de las mujeres perfectas.
Entorno los ojos al ver a una mujer morena vestida de rojo acariciándole el brazo, y tengo que contenerme para no ir a arrancárselo.
Lo dejo estar.
Es evidente que no le molestan. Me río para mis adentros.
¿Qué me necesita?
Sí, ya lo veo.
Soy consciente del silencio que reina en nuestro grupo. Desvío la mirada de la bastarda de mi esposa y veo que Rachel no me quita los ojos de encima. Kurt y Mercedes también la miran.
Es un silencio incómodo.
Niego con la cabeza, me río y bebo un buen trago de vino. Llevaba toda la noche dándole sorbitos. Miro de reojo en su dirección. Sabe que la estoy observando. Si quiere jugar, que se prepare.
—Vamos a bailar—digo.
Me bebo lo que queda de mi vino, dejo la copa sobre la barra con estruendo y me abro paso entre los pequeños grupos hasta que estoy en la pista de baile. Cuando me vuelvo, compruebo que mis tres leales amigos se han unido a mí.
Rachel está nerviosa. Intento cogerle la copa pero se la bebe.
—No seas tonta, Britt—me advierte, muy seria—Sé que todavía estás embarazada.
Intento encontrar algo con lo que contraatacar, pero no se me ocurre nada. Así que, por hacer una estupidez como una casa, me vuelvo cabreada al bar. Sé que Santana me está mirando. Y Rachel, también. Pero eso no me impide pedir otra copa y bebérmela de un trago antes de volver a la pista de baile.
—¡¿Qué intentas demostrar?!—me grita mi amiga—Si quieres que piense que eres imbécil, lo estás consiguiendo.
Si no hubiera bebido, sus palabras me habrían tocado la fibra sensible. Me da igual. Kurt suelta entonces un chillido que hace que me olvide de mi cabreada amiga. Le brillan los ojos cuando el DJ pincha Clubbed to Death de Rob D. Se me abalanza.
—¡Dame un silbato, unos pantalones cortos y súbeme a la tarima! ¡Ibiza!
Pongo la mente en blanco y dejo de pensar en mi latina imposible. La música se apodera de mí, mi cuerpo se mueve al ritmo de la canción. Levanto los brazos por encima de la cabeza y cierro los ojos.
Estoy en mi mundo.
Sólo soy consciente de la música a todo volumen.
Estoy perdida.
Atontada.
Destrozada.
Pero ella está cerca.
Puedo sentirla.
Puedo oler su perfume y luego me toca. Mis brazos caen cuando su mano se desliza por mi vientre, su entrepierna contra mi culo, su aliento en mi oreja. Me rodea y, aunque sé que debería rechazarla, no puedo hacerlo. Mi mente sigue en blanco y empiezo a moverme con ella cuando me besa el cuello. Estoy indefensa, no puedo evitar ladear la cabeza para que me bese. Tengo el cuello tenso, hipersensible a su lengua implacable, que sigue su trayectoria hasta el oído. Su respiración es ardiente, lenta y controlada.
No puedo contenerme.
Gimo y me aprieto contra su cuerpo. La música parece sonar más alto ahora. Me sujeta con más fuerza que antes y, cuando abro los ojos, veo que me está sacando de la pista de baile. Podría intentar detenerla pero no lo hago. La sigo, me lleva por el pasillo que conduce a los baños. Todo parece moverse a cámara lenta, borroso.
Lo único que veo con claridad es su espalda.
Nos acercamos al final del pasillo, echo la vista atrás y veo que Jay nos está mirando. Luego Santana se vuelve y asiente antes de abrir la puerta de un baño para discapacitados y empujarme adentro. La puerta se cierra rápidamente. Echa el pestillo en un segundo y con su cuerpo me empuja contra la pared. La música resuena con fuerza. Hay unos altavoces integrados en el techo pero me obliga a bajar la cabeza.
Nuestras miradas se cruzan.
Sus ojos son más oscuro, completamente turbios, y tiene la boca entreabierta. Jadeo, me coge por las muñecas, me levanta los brazos y los clava a ambos lados de mi cabeza antes de morderme el labio inferior y apartarse sin soltarlo.
He perdido el control sobre mi cuerpo.
El estómago se me revuelve y envía las punzadas que martillean dentro de mí hacia abajo, hacia mi sexo. La necesito con desesperación pero, con las manos clavadas en la pared y su cuerpo contra el mío, lo único que puedo mover es la cabeza. Así que intento atrapar su boca pero me esquiva.
Va a poner condiciones.
Cuando acerca los labios a pocos milímetros de los míos, confirma mis sospechas. Su aliento, ardiente y mentolado, me llega a la cara pero entonces se aparta. Está jugando conmigo. Espero a que me pregunte si la deseo. Tengo mi respuesta más que preparada. Una voz ronca escapa entonces de mi garganta:
—Bésame.
Se lo estoy suplicando, lo sé, pero no me importa. La deseo y la necesito dentro de mí. Su rostro sigue impasible pero me sujeta las muñecas con más fuerza y su cuerpo se aprieta más contra el mío. Me acerca la cara, despacio. Sus ojos oscuros me penetran por completo y me hace cosquillas con los labios. Gimo e intento besarla pero se aparta otra vez, todavía con cara de póquer, todavía bajo control. Yo ya he perdido el mío y estoy a punto de enloquecer de desesperación.
—Bésame—le ordeno con brusquedad.
No me hace ni caso y junta mis muñecas para poder sujetarlas por encima de mi cabeza con una sola mano. La otra desciende y me pone un dedo en la rodilla. Lentamente, comienza la tortura de ir subiéndolo por mi muslo, la cadera, por las costillas, mi pecho, arriba, arriba, hasta que me tiene agarrada del cuello, con el pulgar en la nuez y los otros dedos en la nuca.
Se me ha acelerado el pulso, el corazón se me va a salir del pecho y mis rodillas van a ceder en cualquier momento. Y durante todo este tiempo me ha estado taladrando con sus adictivos ojos oscuros.
Quiero gritar de frustración.
Seguro que eso es lo que quiere.
Trato de capturar de nuevo su boca pero esquiva mis labios sin inmutarse y me hunde la cara en el pecho. Baja el escote del vestido con la barbilla y me muerde una teta.
Está repasando su marca.
Recuesto la cabeza contra la pared con los ojos cerrados, indefensa. La sensación punzante que siento entre las piernas es insoportable, y tengo miedo de que me deje así.
Ya lo ha hecho otras veces.
Está pasando por encima de mí.
No tiene ningún derecho, pero yo tampoco se lo impido. Me muero por sus caricias, por tocarla, y ahora que ha empezado no quiero que pare. La música es atronadora, tanto que uno pensaría que ahoga cualquier ruido, pero no. Mi respiración febril es densa y jadeante. La de Santana, en cambio, es lenta, superficial y controlada.
Sus tácticas la mantienen tranquila y bajo control.
Sabe lo que se hace. Estoy a punto de gritar de frustración, pero entonces hace que me dé la vuelta y me empotra contra la pared. Mi cuerpo choca contra los azulejos. Ladeo la cara y apoyo la mejilla en la superficie fría. Con la rodilla, me abre de piernas. Coge mis manos y las pone contra la pared brillante. No necesita ordenarme que no las mueva. La firmeza con que las ha colocado en su sitio y lo despacio que me ha soltado me dicen lo que se espera de mí. Eso, y que me ha pegado los labios al oído. Cuando sus manos se posan en mis muslos y cogen el bajo del vestido, se me acelera aún más la respiración. Impaciente, saco el culo, invitándola. Me da un azote en las nalgas y dejo escapar un grito de dolor.
—¡Joder!—jadeo, y me gano otro azote—¡Santana!
Apoyo la frente contra los azulejos y mi aliento empaña de vaho la superficie negra y brillante.
¿Cuánto tiempo se va a pasar así?
¿Cuánto tiempo va a hacerme sufrir?
Entonces tira de mis caderas, me arranca las bragas y me penetra con tres dedos. Grito, sorprendida ante la repentina invasión, pero ella permanece en silencio, ni siquiera jadea, ni siquiera tiembla un poco.
Los aparta despacio y se queda quieta un instante antes de embestirme de nuevo. Se me tensa el estómago, la cabeza me da vueltas y mi frente va de un lado a otro por los azulejos.
No sé qué hacer.
Vuelve a penetrarme, rápido y sin piedad, y grito pero la música ahoga los sonidos que salen de mi boca. Los retira, despacio, y su mano libre abandona mi cadera y se desliza por mi cuerpo hasta que me coge por la nuca. Me gira el cuello para que vuelva la cabeza y entonces arremete contra mi boca. Gimo aceptando el beso y deleitándome con la familiaridad.
No me da ni la mitad de lo que necesito.
Sólo era una muestra de lo que me he estado perdiendo. Me deja con ganas de mucho más.
Deja quedo los dedos durante un par de segundos, luego mueve los pies y se prepara para perder el control. Tira de mí para que vaya a su encuentro una y otra vez, cada estocada fuerte y castigadora acercándome un poco más a mi objetivo.
La gran explosión.
Y justo cuando puedo tocarla con la punta de los dedos, Santana saca sus dedos de mí y me da la vuelta. Se desabrocha los pantalones y se los baja junto con las bragas. Me levanta para que le rodee la cintura con las piernas. Juntas nuestros sexos y me penetra otra vez directamente y me abrazo a ella mientras carga hacia adelante, rescatando así mi orgasmo en ebullición. Echo la cabeza atrás y el calor de su boca me acaricia la garganta.
Me muerde, me lame y me chupa.
Me echo a temblar cuando las oleadas que se expanden por mi cuerpo se abren paso hacia mi clítoris, todas a la vez. Empiezo a gritar antes incluso de llegar al clímax. Luego la presión se dispara y me catapulta a un abismo de placer embriagador y me hago añicos, gritando a pleno pulmón, y sé que ella también se ha corrido, aunque permanece en silencio.
Mi cabeza cae sobre el pecho y veo que su cara está empapada en sudor. Los ojos oscuros miran al frente, inmóviles, carentes de emoción.
Me desconcierta.
Enredo las manos en su pelo y tiro de ella, pero se resiste. Lleva las manos a mis piernas y me baja. Estoy de pie, relativamente estable gracias a que puedo apoyarme contra la pared. Desliza la mano por su sexo y luego dentro de mis bragas, recogiendo nuestros fluidos, y luego me la pasa por el pecho. Se enjuga la frente, se sube los pantalones y las bragas, se abrocha los pantalones y se va.
Y estoy furiosa por sentirme así.
El no haberme hecho la ecografía aún también me está volviendo loca. Es viernes, el cuarto día sin Santana. Mi semana ha sido una tortura, y sé que la cosa no va a mejorar nunca.
Se me está partiendo lentamente el corazón.
Las grietas son más profundas cada día que pasa, y sé que probablemente dejaré de ser funcional.
Estoy a punto.
Aunque lo que más me duele es la falta de contacto, el no saber si ella se está ahogando en vodka, lo que significa también que se está ahogando en mujeres.
Salto de mi mesa y corro al cuarto de baño. Vomito al instante pero no creo que sean náuseas matutinas o náuseas a cualquier hora del día. Es la pena.
—Britt, deberías irte a casa. Llevas mala toda la semana.
La voz preocupada de Tina me llega desde el otro lado de la puerta del baño. Me levanto con un suspiro, tiro de la cadena, salgo y me lavo la cara y las manos.
—Un maldito virus anda suelto—murmuro.
Contemplo la falda lápiz de color gris y la blusa negra de Tina. Se ha transformado por completo. Las faldas rectas sosas y las camisetas de cuello alto son un recuerdo lejano. No se lo he preguntado pero, a juzgar por el nuevo vestuario, su vida amorosa va viento en popa.
—¿Sigues saliendo con aquel chico que conociste en internet?—pregunto.
No sé su nombre, así que no sé cómo llamarlo.
—¿Mick?—se ríe—Sí.
—¿Y marcha bien?
Me vuelvo y me apoyo en el lavabo. Se pone como un tomate, baja la vista y se arregla la coleta.
—¡Sí!—chilla, y me da tal susto que doy un brinco—Es el hombre perfecto, Brittany.
Sonrío.
—¿A qué se dedica?
—No sé, a un rollo profesional. Ni siquiera intento entenderlo.
Me echo a reír.
—Me alegro—iba a añadir que fuera ella misma, pero creo que es un poco tarde. Desde luego, ya no es la Tina de antes. Mi teléfono grita entonces desde mi nueva mesa—Disculpa, Tina—digo, y la dejo delante del espejo retocándose el carmín.
Me acerco a mi mesa nueva de madera en forma de ele y procuro ignorar la decepción que siento porque no es Angel. Lo que no consigo ignorar es la exasperación que me entra cuando veo que la que llama es Danielle Ruth, mi clienta entusiasta a la que le he dedicado demasiado tiempo esta semana.
—Hola, Dani.
—Brittany, parece que todavía te encuentras mal.
Lo sé. Probablemente también tenga un aspecto horrible.
—Me encuentro mucho mejor, Dani.
Eso es porque acabo de vaciar el contenido de mi estómago otra vez.
—Me alegro; ¿podemos reunirnos?
De pronto, ya no parece estar muy preocupada por mí.
—¿Es que hay algún problema?—pregunto esperando que no lo haya.
Estoy intentando que este proyecto vaya como la seda porque, aunque Dani parece muy maja, sé reconocer a un cliente quisquilloso cuando lo veo.
—No, sólo quiero aclarar unas cosas.
—Eso podemos hacerlo por teléfono—propongo.
—Preferiría que nos viéramos—insiste.
Me encojo en mi silla. Era de esperar. Siempre prefiere que nos veamos. Le va a llegar una factura astronómica. Una hora por aquí, dos horas por allá, se va a gastar más dinero en verme que en pagar las obras.
—Hoy—añade.
Me encojo aún más con un gruñido. No voy a terminar mi semana de mierda con Danielle Ruth. Prácticamente la empecé con Dani el martes y tuvimos un encuentro a media semana el miércoles.
¿Acaso se cree que es mi única clienta?
No me importaría, pero es que se pasa diez minutos aclarando cosas que ya habíamos aclarado y luego se tira una hora sirviéndome tazas de té y tratando de convencerme de que salgamos de copas.
—Dani, de verdad que hoy no puedo.
—¿No puedes?—parece molesta.
—¿El lunes?
¿Por qué habré dicho eso?
Voy a empezar la semana con Danielle Ruth otra vez.
—El lunes, pues. ¿A las once?
—Vale.
Paso las páginas de mi agenda y anoto la cita.
—Estupendo—responde. Ya vuelve a ser la Dani animada de siempre—¿Tienes planes para el fin de semana?
Dejo de escribir. De repente estoy muy incómoda. No tengo planes para el fin de semana, salvo pasarlo con mi corazón roto, pero antes de que pueda pensar en una respuesta, abro la boca y digo:
—No gran cosa.
—Yo tampoco—va a hacerlo otra vez, lo sé—¡Deberíamos salir a tomar unas copas!
Mi frente golpea la superficie de la mesa. O no puede o no quiere captar la indirecta. Levanto la cabeza, que pesa como el plomo.
—Dani, la verdad es que voy a pasar el fin de semana con mis padres en Cornualles. No es gran cosa.
Se ríe.
—¡Que no te oigan tus padres!
Me obligo a reírme con ella.
—No lo harán.
—Disfruta del fin de semana, aunque lo pases con tus padres y no sea gran cosa. Nos vemos el lunes.
—Gracias, Dani
Cuelgo y miro el reloj. Dentro de una hora podré irme.
********************************************************************************************
Estoy molida cuando llego al apartamento de Rachel. Subo por la escalera y me meto en la cocina. Abro la nevera y me encuentro con una botella de vino. Me quedo mirándola. No sé cuánto tiempo me paso así. Cuando oigo una voz conocida aparto la vista. Me vuelvo y veo a mi amiga, pero ésa no es la voz que ha llamado mi atención. Entonces entra Sam. Los dos parecen más culpables que el pecado.
—¿Qué pasa?—pregunto cerrando la puerta de la nevera.
Rachel parpadea pero no dice nada. Mi hermano no se corta.
—No es asunto tuyo—me espeta.
Rodea la cintura de Rachel con el brazo y le da un beso en la mejilla. Es la primera vez que lo veo o hablo con él desde la boda, y no parece que vaya a ser un feliz reencuentro. Frunce el ceño.
—¿Qué tal si te pregunto a ti lo que pasa? ¿Qué haces aquí?
Me quedo petrificada y miro a Rachel con unos ojos como platos. Ella niega con la cabeza de forma imperceptible. No se lo ha contado.
—Quería pasarme por aquí un rato después del trabajo—digo volviendo a mirar a Sam—¿Cuándo regresas a Australia?
—No lo sé—se encoge de hombros y pasa de mi pregunta—Me voy.
—Adiós—siseo dando media vuelta y abriendo la nevera para coger la botella de vino.
No debería hacerlo, dado el estado de mis propios asuntos, pero no puedo evitar meterme. Rachel se está buscando problemas y mi hermano me cae cada día peor.
Nunca pensé que me gustaría verlo desaparecer.
Ignoro el intercambio de adioses que se está produciendo detrás de mí y me centro en servirme un vaso de vino. Para cuando me he bebido la mitad, oigo pasos en la escalera y me vuelvo hacia mi estúpida amiga.
—¿Es que se te ha ido la olla?—le espeto agitando el vaso en su dirección.
—Probablemente—masculla sentándose en una silla y haciéndome un gesto para que le sirva vino—¿Qué tal te encuentras?
—¡Bien!—cojo otro vaso, le sirvo y se lo dejo en la mesa.
—Te estás metiendo en una buena.
Se mofa y le da un trago rápido.
—Britt, ¿no deberíamos plantear bien la situación? Tú eres la que lleva casada menos de una semana, ha dejado a su esposa y está preñada.
Me achico ante su crudeza y entonces ella mira el vaso que tengo en la mano. Me pongo a la defensiva.
—Sólo estoy de unas semanas. Algunas mujeres no lo saben hasta que están de tres meses.
Intento mitigar la culpa que me reconcome por dentro. Se levanta, se sienta en la encimera y enciende un pitillo.
—Un par de copas no te harán daño, y tampoco importa—dice abriendo la ventana de la cocina y apoyándose en el borde.
—¿Tampoco importa?—frunzo el ceño y bebo, un poco reticente.
—Bueno, te vas a deshacer de él, ¿no?—me espeta mirándome con las cejas enarcadas.
Sus palabras son tan insensibles que me hieren, pero sigo bebiendo. Creo que estoy más en negación que nunca.
—Sí—farfullo dejándome caer en una silla.
Tengo la cabeza en otra parte.
—¡Venga!—el tono asertivo de Rachel me saca de mi ensimismamiento—¡Vamos a salir!
—¿En serio?—es lo último que me apetece hacer.
—Sí. No voy a dejar que te quedes aquí lloriqueando ni un segundo más. ¿Te ha llamado?
Le da una calada al cigarrillo y me mira expectante. Ojalá pudiera decir que sí.
—No.
Aprieta los labios y sé que ella también piensa que es extraño.
—Date una ducha. Nos vamos de copas, en plan tranquilo. Pero sólo una o dos—mira mi vaso—Aunque imagino que tampoco importa.
—No creo.
Niego con la cabeza. Lo que acaba de decir es la puntilla.
Suspira y apaga el cigarrillo en la ventana antes de cerrarla y bajarse de la encimera.
—Venga, Britt. Hace semanas que no salimos juntas. Nos tomamos una copa, charlamos un rato de otra cosa que no sea ni Santana, ni Quinn, ni Sam. Solas las dos, como en los viejos tiempos, antes de que las relaciones se interpusieran entre nosotras.
Se refiere al período entre Elaine y Santana. Nos lo pasamos muy bien durante esas cuatro semanas, antes de que la señora de La Mansión del Sexo pusiera mi vida patas arriba.
—Vale—me levanto de la silla—Tienes toda la razón. Lo único que consigo quedándome en casa es llenarme la cabeza de tonterías. Iré a arreglarme.
—¡Fabuloso!
—Gracias por no contarle a Sam por qué estoy aquí.
Me sonríe y vamos a arreglarnos para salir a tomar una copa y charlar. No se me va de la cabeza.
Estoy haciendo lo posible por ponerlo en segundo plano, pero cuando entramos en el Baroque y la primera persona a la que veo es Jay, el portero, me rindo. Me frunce el ceño al pasar y deja de hablar con el otro portero, pero yo me dirijo al bar sin decirle nada al cabeza rapada, que evidentemente siente curiosidad.
—¿Vino?—pregunta Rachel abriéndose paso hacia la barra.
—Sí, por favor.
Escaneo nuestro garito preferido y no tardo en ver a Kurt y a Mercedes. Ni siquiera me siento mal por la decepción que me invade al verlos aquí. Le doy a Rachel un golpecito en el hombro y ella se vuelve.
—¿Sabías que iban a estar aquí?
—¿Quiénes?—me pregunta.
Señalo con la cabeza a mi amigo gay y a mi colega insolente y un poco tonta. Están bailando. No tienen ni idea de lo que está ocurriendo en mi vida.
—Barbie y Kent—respondo secamente.
Ella pone los ojos en blanco, no los había visto.
—¡Me encanta ese vestido!—canturrea Kurt acariciándome la cintura.
Miro el vestido ajustado de punto que me ha prestado Rachel.
—Gracias—digo aceptando la copa que me pasan por encima del hombro de Rachel—¿Estás bien?—le pregunto a Mercedes.
Se atusa el pelo y se lo recoge sobre un hombro.
—Fantástica.
Anda. Ni genial, ni bien. Está fantástica.
—¿Tanto?—pregunto deseando que me pase un poco.
—Sí, tanto—se echa a reír.
—Está enamorada de nuevo—Kurt le da un codazo y la morena le lanza una mirada asesina.
—No es verdad, y mira quién fue a hablar, ¡el adicto a los hombres!
Kurt parece sorprendido y, por primera vez en días, me estoy riendo. Qué bien sienta. Rachel se une a nosotros y, al no haber mesas libres, nos quedamos de pie cerca de la barra, charlando. Sigo teniéndola en mente, pero mi astuta amiga sabe cómo distraerme.
Hasta que la veo.
No es que se me acelere el pulso..., es que se me para el corazón. No la he visto desde el lunes, y está más irresistible que nunca, si es que eso es posible. Estoy segura de que Jay la ha llamado y sé que, probablemente, me sacará a rastras del bar, pero eso no me impide recorrer con la mirada sus vaqueros, ascender a su camiseta blanca ceñida y seguir con su cuello y su cara, esa que me vuelve loca de placer incluso cuando estoy cabreada con ella.
No parece estar enfadada y tampoco parece que haya estado bebiendo. Se lo ve descansada, sana y tan espectacular como siempre. Y lo mismo opinan todas las personas que hay en el bar. Se han percatado de la presencia de ese espécimen arrebatador que se pasea por el local.
Algunas incluso la siguen.
Está acentuando los andares. Sus ojos oscuros se posan en mí un instante y mi corazón vuelve a latir... muy, muy de prisa. Tiene el rostro impasible y me mira unos segundos antes de apartar la vista sin siquiera saludarme. Luego sigue andando, seguido por un grupo de mujeres, como siempre a los hombres ni los mira.
Estoy destrozada.
La cabeza me da vueltas y busco una explicación para su ausencia de cuatro días.
¿Dónde ha estado?
¿Qué ha estado haciendo?
Salta a la vista que no está llorando la pérdida. Se la ve arrogante, segura de sí misma y guapa hasta dar asco, igual que el día que la conocí. Son rasgos familiares pero, ahora mismo, acentuados. Sabe el efecto que tiene en mí y en todas las personas que le lamen los talones.
La incertidumbre y los celos me están matando, y sigo sin poder dejar de mirarla, observando cómo noquea a las personas que la rodean con esa puta cara.
Se deshacen a sus pies.
Sí, ahí está.
Mi esposa.
Parece como si acabara de aterrizar del planeta de las mujeres perfectas.
Entorno los ojos al ver a una mujer morena vestida de rojo acariciándole el brazo, y tengo que contenerme para no ir a arrancárselo.
Lo dejo estar.
Es evidente que no le molestan. Me río para mis adentros.
¿Qué me necesita?
Sí, ya lo veo.
Soy consciente del silencio que reina en nuestro grupo. Desvío la mirada de la bastarda de mi esposa y veo que Rachel no me quita los ojos de encima. Kurt y Mercedes también la miran.
Es un silencio incómodo.
Niego con la cabeza, me río y bebo un buen trago de vino. Llevaba toda la noche dándole sorbitos. Miro de reojo en su dirección. Sabe que la estoy observando. Si quiere jugar, que se prepare.
—Vamos a bailar—digo.
Me bebo lo que queda de mi vino, dejo la copa sobre la barra con estruendo y me abro paso entre los pequeños grupos hasta que estoy en la pista de baile. Cuando me vuelvo, compruebo que mis tres leales amigos se han unido a mí.
Rachel está nerviosa. Intento cogerle la copa pero se la bebe.
—No seas tonta, Britt—me advierte, muy seria—Sé que todavía estás embarazada.
Intento encontrar algo con lo que contraatacar, pero no se me ocurre nada. Así que, por hacer una estupidez como una casa, me vuelvo cabreada al bar. Sé que Santana me está mirando. Y Rachel, también. Pero eso no me impide pedir otra copa y bebérmela de un trago antes de volver a la pista de baile.
—¡¿Qué intentas demostrar?!—me grita mi amiga—Si quieres que piense que eres imbécil, lo estás consiguiendo.
Si no hubiera bebido, sus palabras me habrían tocado la fibra sensible. Me da igual. Kurt suelta entonces un chillido que hace que me olvide de mi cabreada amiga. Le brillan los ojos cuando el DJ pincha Clubbed to Death de Rob D. Se me abalanza.
—¡Dame un silbato, unos pantalones cortos y súbeme a la tarima! ¡Ibiza!
Pongo la mente en blanco y dejo de pensar en mi latina imposible. La música se apodera de mí, mi cuerpo se mueve al ritmo de la canción. Levanto los brazos por encima de la cabeza y cierro los ojos.
Estoy en mi mundo.
Sólo soy consciente de la música a todo volumen.
Estoy perdida.
Atontada.
Destrozada.
Pero ella está cerca.
Puedo sentirla.
Puedo oler su perfume y luego me toca. Mis brazos caen cuando su mano se desliza por mi vientre, su entrepierna contra mi culo, su aliento en mi oreja. Me rodea y, aunque sé que debería rechazarla, no puedo hacerlo. Mi mente sigue en blanco y empiezo a moverme con ella cuando me besa el cuello. Estoy indefensa, no puedo evitar ladear la cabeza para que me bese. Tengo el cuello tenso, hipersensible a su lengua implacable, que sigue su trayectoria hasta el oído. Su respiración es ardiente, lenta y controlada.
No puedo contenerme.
Gimo y me aprieto contra su cuerpo. La música parece sonar más alto ahora. Me sujeta con más fuerza que antes y, cuando abro los ojos, veo que me está sacando de la pista de baile. Podría intentar detenerla pero no lo hago. La sigo, me lleva por el pasillo que conduce a los baños. Todo parece moverse a cámara lenta, borroso.
Lo único que veo con claridad es su espalda.
Nos acercamos al final del pasillo, echo la vista atrás y veo que Jay nos está mirando. Luego Santana se vuelve y asiente antes de abrir la puerta de un baño para discapacitados y empujarme adentro. La puerta se cierra rápidamente. Echa el pestillo en un segundo y con su cuerpo me empuja contra la pared. La música resuena con fuerza. Hay unos altavoces integrados en el techo pero me obliga a bajar la cabeza.
Nuestras miradas se cruzan.
Sus ojos son más oscuro, completamente turbios, y tiene la boca entreabierta. Jadeo, me coge por las muñecas, me levanta los brazos y los clava a ambos lados de mi cabeza antes de morderme el labio inferior y apartarse sin soltarlo.
He perdido el control sobre mi cuerpo.
El estómago se me revuelve y envía las punzadas que martillean dentro de mí hacia abajo, hacia mi sexo. La necesito con desesperación pero, con las manos clavadas en la pared y su cuerpo contra el mío, lo único que puedo mover es la cabeza. Así que intento atrapar su boca pero me esquiva.
Va a poner condiciones.
Cuando acerca los labios a pocos milímetros de los míos, confirma mis sospechas. Su aliento, ardiente y mentolado, me llega a la cara pero entonces se aparta. Está jugando conmigo. Espero a que me pregunte si la deseo. Tengo mi respuesta más que preparada. Una voz ronca escapa entonces de mi garganta:
—Bésame.
Se lo estoy suplicando, lo sé, pero no me importa. La deseo y la necesito dentro de mí. Su rostro sigue impasible pero me sujeta las muñecas con más fuerza y su cuerpo se aprieta más contra el mío. Me acerca la cara, despacio. Sus ojos oscuros me penetran por completo y me hace cosquillas con los labios. Gimo e intento besarla pero se aparta otra vez, todavía con cara de póquer, todavía bajo control. Yo ya he perdido el mío y estoy a punto de enloquecer de desesperación.
—Bésame—le ordeno con brusquedad.
No me hace ni caso y junta mis muñecas para poder sujetarlas por encima de mi cabeza con una sola mano. La otra desciende y me pone un dedo en la rodilla. Lentamente, comienza la tortura de ir subiéndolo por mi muslo, la cadera, por las costillas, mi pecho, arriba, arriba, hasta que me tiene agarrada del cuello, con el pulgar en la nuez y los otros dedos en la nuca.
Se me ha acelerado el pulso, el corazón se me va a salir del pecho y mis rodillas van a ceder en cualquier momento. Y durante todo este tiempo me ha estado taladrando con sus adictivos ojos oscuros.
Quiero gritar de frustración.
Seguro que eso es lo que quiere.
Trato de capturar de nuevo su boca pero esquiva mis labios sin inmutarse y me hunde la cara en el pecho. Baja el escote del vestido con la barbilla y me muerde una teta.
Está repasando su marca.
Recuesto la cabeza contra la pared con los ojos cerrados, indefensa. La sensación punzante que siento entre las piernas es insoportable, y tengo miedo de que me deje así.
Ya lo ha hecho otras veces.
Está pasando por encima de mí.
No tiene ningún derecho, pero yo tampoco se lo impido. Me muero por sus caricias, por tocarla, y ahora que ha empezado no quiero que pare. La música es atronadora, tanto que uno pensaría que ahoga cualquier ruido, pero no. Mi respiración febril es densa y jadeante. La de Santana, en cambio, es lenta, superficial y controlada.
Sus tácticas la mantienen tranquila y bajo control.
Sabe lo que se hace. Estoy a punto de gritar de frustración, pero entonces hace que me dé la vuelta y me empotra contra la pared. Mi cuerpo choca contra los azulejos. Ladeo la cara y apoyo la mejilla en la superficie fría. Con la rodilla, me abre de piernas. Coge mis manos y las pone contra la pared brillante. No necesita ordenarme que no las mueva. La firmeza con que las ha colocado en su sitio y lo despacio que me ha soltado me dicen lo que se espera de mí. Eso, y que me ha pegado los labios al oído. Cuando sus manos se posan en mis muslos y cogen el bajo del vestido, se me acelera aún más la respiración. Impaciente, saco el culo, invitándola. Me da un azote en las nalgas y dejo escapar un grito de dolor.
—¡Joder!—jadeo, y me gano otro azote—¡Santana!
Apoyo la frente contra los azulejos y mi aliento empaña de vaho la superficie negra y brillante.
¿Cuánto tiempo se va a pasar así?
¿Cuánto tiempo va a hacerme sufrir?
Entonces tira de mis caderas, me arranca las bragas y me penetra con tres dedos. Grito, sorprendida ante la repentina invasión, pero ella permanece en silencio, ni siquiera jadea, ni siquiera tiembla un poco.
Los aparta despacio y se queda quieta un instante antes de embestirme de nuevo. Se me tensa el estómago, la cabeza me da vueltas y mi frente va de un lado a otro por los azulejos.
No sé qué hacer.
Vuelve a penetrarme, rápido y sin piedad, y grito pero la música ahoga los sonidos que salen de mi boca. Los retira, despacio, y su mano libre abandona mi cadera y se desliza por mi cuerpo hasta que me coge por la nuca. Me gira el cuello para que vuelva la cabeza y entonces arremete contra mi boca. Gimo aceptando el beso y deleitándome con la familiaridad.
No me da ni la mitad de lo que necesito.
Sólo era una muestra de lo que me he estado perdiendo. Me deja con ganas de mucho más.
Deja quedo los dedos durante un par de segundos, luego mueve los pies y se prepara para perder el control. Tira de mí para que vaya a su encuentro una y otra vez, cada estocada fuerte y castigadora acercándome un poco más a mi objetivo.
La gran explosión.
Y justo cuando puedo tocarla con la punta de los dedos, Santana saca sus dedos de mí y me da la vuelta. Se desabrocha los pantalones y se los baja junto con las bragas. Me levanta para que le rodee la cintura con las piernas. Juntas nuestros sexos y me penetra otra vez directamente y me abrazo a ella mientras carga hacia adelante, rescatando así mi orgasmo en ebullición. Echo la cabeza atrás y el calor de su boca me acaricia la garganta.
Me muerde, me lame y me chupa.
Me echo a temblar cuando las oleadas que se expanden por mi cuerpo se abren paso hacia mi clítoris, todas a la vez. Empiezo a gritar antes incluso de llegar al clímax. Luego la presión se dispara y me catapulta a un abismo de placer embriagador y me hago añicos, gritando a pleno pulmón, y sé que ella también se ha corrido, aunque permanece en silencio.
Mi cabeza cae sobre el pecho y veo que su cara está empapada en sudor. Los ojos oscuros miran al frente, inmóviles, carentes de emoción.
Me desconcierta.
Enredo las manos en su pelo y tiro de ella, pero se resiste. Lleva las manos a mis piernas y me baja. Estoy de pie, relativamente estable gracias a que puedo apoyarme contra la pared. Desliza la mano por su sexo y luego dentro de mis bragas, recogiendo nuestros fluidos, y luego me la pasa por el pecho. Se enjuga la frente, se sube los pantalones y las bragas, se abrocha los pantalones y se va.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
san también sabe jugar,.. a ver como queda britt???
britt esta jugando y puede que pierda,...
nos vemos!!!!
san también sabe jugar,.. a ver como queda britt???
britt esta jugando y puede que pierda,...
nos vemos!!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Britt me parece tan estupida por momentos!! Que le de una patada a San y listo!!!!
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
3:) escribió:holap morra,...
san también sabe jugar,.. a ver como queda britt???
britt esta jugando y puede que pierda,...
nos vemos!!!!
Hola lu, uf como no, vrdd¿? jajaajajajajaja, mmm britt tiene que aprender un poco de ella no jajaajajajajaj. Saludos =D
monica.santander escribió:Britt me parece tan estupida por momentos!! Que le de una patada a San y listo!!!!
Hola, jaajjaajaj es lo que hace el amor... o las locuras del amor no¿? jajajaajajaj, veremos que pasa, aunk no creo que san deje tan fácil a britt xD jaajajaja. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
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