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FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
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FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 27
Capitulo 27
—San, relájate. Sólo se ha tomado tres copas de vino. No estaba borracha.
Mi mirada se ve atraída por una luz fluorescente y brillante que se encuentra por todas partes. Me siento como si me hubieran golpeado la cabeza con una barra de hierro varias veces.
¿Dónde coño estoy?
Cierro los ojos de nuevo y levanto los brazos para apartarme un mechón de pelo que me hace cosquillas en la mejilla. El suave contacto de mi mano sobre mi cabeza me provoca agudas puñaladas en el cerebro.
—¿Britt?—dice con voz tranquila agarrándome las manos con fuerza—Britt, Britt-Britt, abre los ojos.
Hago todo lo que puedo, pero me resulta tremendamente doloroso.
¡Joder!
¿Qué coño me pasa?
¿Tengo la peor resaca de mi vida?
No recuerdo haber bebido tanto.
—¡¿Quiere alguien contarme qué COÑO está pasando aquí?!—ruge.
Abro los ojos de nuevo y miro el extraño espacio que me rodea. Lo único que me resulta familiar es esa voz iracunda que percibo curiosamente reconfortante, aunque me está haciendo polvo la cabeza.
Levanto la mano y me agarro el cráneo dolorido.
—¿Britt, Britt-Britt?
Entorno los ojos intentando centrarme y me encuentro con los suyos, oscuros y llenos de preocupación. El calor de su palma acariciándome la cabeza me hace gruñir.
Me hace daño.
—Hola—chirrío.
Tengo la garganta seca y rasposa.
—¡Joder, menos mal!
Me llena la cara de besos y yo la aparto. No puedo respirar.
—Britt, rubia, ¿estás bien?
Sigo el sonido de la otra voz familiar y veo a Quinn inclinándose sobre mí, más seria que nunca.
¿Qué está pasando?
—¡¿A ti te parece que está bien?!—le grita Santana—¡Joder!
—¡Tranquilízate!
También reconozco esa voz. Desplazo mis ojos sensibles por la habitación y veo a Rachel sentada en una silla enfrente de mí.
—¿Dónde estoy?—pregunto a pesar de la sequedad en mi garganta.
Necesito beber agua.
—Estás en el hospital, Britt-Britt.
Me acaricia la cara y me besa la frente de nuevo.
¿Qué coño hago en el hospital?
Intento incorporarme, pero Santana me lo impide presionándome contra la cama con todas sus fuerzas.
—Necesito ir al servicio—gruño tratando de zafarme de ella.
Aparto sus persistentes brazos de un golpe y me siento, levantando al instante las manos para agarrarme la cabeza cuando toda la fuerza de la gravedad recae sobre mi cerebro.
¡Joder!
Sí que es la peor resaca de mi vida. Gruño y cruzo las piernas delante de mí, apoyo los codos sobre las rodillas y la cabeza en las manos.
—Yo la acompaño—se ofrece Rachel—Vamos, Britt.
—¡De eso, ni hablar!
Pongo los ojos en blanco al oír esa voz irracional que tanto amo y espero a que Rachel le replique, pero no lo hace.
—Estoy bien—digo, irritada.
Puedo ir al puto cuarto de baño sola.
Me vuelvo hacia un lado de la cama y bajo los pies al suelo. Los tacones han desaparecido.
—A mí no me lo parece, Britt—Santana me coge en brazos desde el borde de la cama—¿Qué ha sido de los baños en las habitaciones?—masculla, y me saca al pasillo.
Aquí la luz es aún más brillante. Entorno los ojos ante la cegadora invasión.
—¡Vaya! ¿Ya ha vuelto en sí?—oigo que dice una enfermera.
—Voy a llevarla al servicio—ladra Santana, y continúa avanzando hacia los aseos más cercanos.
—Dama, por favor, necesitamos una muestra de orina.
Santana se detiene momentáneamente antes de continuar su camino. Una vez en el baño, me deja de pie y me sostiene mientras que con la otra mano coge un poco de papel, lo rocía de spray antibacteriano y limpia el asiento mascullando improperios sobre la salud pública y el servicio de limpieza. Me levanta el vestido, me baja las bragas y me ayuda a sentarme en el váter mientras aguanta un recipiente de plástico debajo de mí.
No siento vergüenza ni pudor.
Relajo los músculos de la vejiga y suspiro de alivio conforme disminuye la presión. No puedo creer que esté sentada sobre su brazo mientras ella sujeta un orinal debajo de mí.
—¿No tienes miedo escénico?—pregunta con voz suave.
Abro los ojos y veo que está en cuclillas delante de mí, sosteniendo mi muslo con la palma libre. Parece preocupada y cansada.
—Me has follado por el culo. Esto no es nada en comparación.
—Britt, ¿quieres hacer el favor de vigilar tu puto lenguaje?—suspira, aunque su voz destila alivio.
Estoy tentada de decirle que coja el spray antibacteriano y me rocíe la boca con él, pero me encuentro demasiado ocupada devanándome los sesos intentando entender cómo he acabado en el hospital. Lo último que recuerdo es a Santana de pie en la puerta del bar, con cara de pocos amigos. Sé que me preocupó su expresión cuando corría hacia mí, y que me cabreó que fuera incapaz de no dejarme tranquila ni por una noche.
Cojo un poco de papel rasposo y me limpio.
—Ya he terminado. ¿Te he meado encima?—pregunto sin que me importe mucho mientras me pongo de pie y le doy a Santana el tiempo suficiente para que saque el orinal antes de volver a caer sobre el asiento.
Deja el cuenco sobre la cisterna del váter.
—No, dame las manos.
Las extiendo y me las frota con el spray antibacteriano. Me levanta, me sube las bragas, me baja el vestido y vuelve a cogerme en brazos para llevarme de vuelta a la cama del hospital.
—Está en la cisterna del váter—espeta cuando pasamos junto al puesto de enfermeras.
La suelto a regañadientes cuando me deja de nuevo sobre la cama dura e incómoda.
—Britt, ¿qué te ha pasado?—la voz de Rachel está cargada de preocupación, algo extraño en ella.
—No lo sé—contesto, y apoyo la espalda contra la cabecera.
Tengo mucho sueño otra vez.
—¡Yo sí!—exclama Santana mirándome con ojos acusadores.
Reúno todas mis escasas energías para lanzarle una mirada asesina.
—¡No estaba borracha!
—¡Claro, te desmayaste porque estabas sobria, ¿no?!—grita.
Su berrido atraviesa mis sensibles tímpanos y hago una mueca de dolor. Cuando abro los ojos veo que al menos tiene la decencia de parecer arrepentida.
—¡No le grites!—me defiende Rachel, cosa que agradezco.
Le lanza una mirada asesina, se mete las manos en los bolsillos de los vaqueros y empieza a pasearse por la habitación. Quinn se aparta de su camino. Está demasiado callada tratándose de ella.
—Sólo bebió un par de copas de vino. Se ha bebido dos botellas en otras ocasiones y no ha perdido el conocimiento—Rachel se sienta a mi lado y me acaricia el brazo—¿Habías comido algo antes?
Pienso.
—Sí—contesto.
Santana me estuvo dando de comer todo el día, entre que llevábamos la ropa arriba y me marcaba. Ella deja de pasearse y empieza a morderse el labio con ímpetu.
—¿Estás embarazada?—pregunta mirándome atentamente y volviendo a morderse el labio de nuevo.
¿Qué?
—¡No! Por Dios Santana, tu no me puedes embarazar—exclamo atónita ante su atrevimiento.
Ella me observa con recelo.
—¿Estás segura? Bueno a veces ocurren errores o accidentes cuando se practican algunos exámenes—dice, pero no me mira.
¿Enserio quiere ponerme más nerviosa?
—¿Qué?—pero entonces me quedo helada.
¡Ay, Dios mío!
Los exámenes rutinarios.
¡No he ido a por ellos!
Entonces me acuerdo de algunos comentarios de Santana y su interés por dicho exámenes y que me los practicara su doctora.
Britt, fuiste a practicarte los exámenes.
Anda a mi doctora.
Si te puedo embarazar, pero no de la forma convencional.
Siento que voy a desmayarme de nuevo. Y de repente tengo mucho calor.
¡Pero qué estúpida soy!
He estado recibiendo indirectas y lo que me pudo haber hecho, pero nuevamente no preste atención.
¿Cómo ha podido pasar?
Bien, si se cómo ha podido pasar.
Miro a Santana e intento ordenar mis pensamientos, y que no sea cierto lo que estoy pensando.
Estoy muerta de miedo.
—Sólo era una pregunta—dice, y empieza a pasearse de nuevo.
—¿Qué recuerdas?—pregunta Rachel mientras sigue acariciándome el brazo.
Reflexiono sobre toda la noche, pero me cuesta hacer memoria. En lo único que puedo pensar es en lo que Santana puedo haber hecho y en las probabilidades que hay de que esté preñada. Intento dejar a un lado la preocupación e investigar sobre el tema. Y ahora pienso en recordar algo, lo que sea, de lo que sucedió anoche.
Recuerdo lo de Elaine, pero no pienso contárselo. Entonces me viene a la mente el musculitos baboso de la coleta, pero eso tampoco voy a contárselo.
Me encojo de hombros. No hay mucho que pueda decir sin que Santana se ponga hecha una furia.
Por favor, no, no puedo estar embarazada. Santana no me pudo hacer esto.
—Venga, rubia—Quinn me coge de la otra mano y empieza a acariciarme la palma con el pulgar—Intenta hacer memoria.
—No recuerdo nada raro—digo de manera clara y concisa, resistiendo todavía la tentación de juguetear con mi pelo—¿Por qué están haciendo una montaña de esto?
Apoyo la cabeza de nuevo sobre la almohada y me arrepiento al instante. Siento como si tuviera un rodamiento de hierro traqueteando dentro. Santana se acerca al lado de la cama donde se encuentra Quinn y le gruñe, la aparta y me agarra de la mano. Me mira con los ojos entornados de furia.
—¡Britt, son las cuatro de la mañana!—cierra los ojos para recobrar la compostura (como si la hubiera tenido en algún momento)—¡Has estado inconsciente casi siete horas, así que no me digas que no haga una montaña de esto!
¿Siete horas?
¡Joder!
Me he desmayado otras veces, pero sólo durante unos minutos. Siete horas es como toda una noche de descanso.
Todas las cabezas de la habitación se vuelven hacia la puerta al oír llegar a la enfermera.
¿Siete horas?
Nos dirige una mirada de desaprobación.
—Sólo se permite un acompañante en la habitación. Tienen que marcharse.
Miro a Rachel y ella mira a Santana, quien la ignora por completo. Es evidente que no piensa moverse de aquí. Le dirijo a mi amiga una mirada de disculpa de parte de doña Controladora y ella sacude la cabeza y esboza una pequeña sonrisa indicando que no pasa nada.
—Vamos a por algo de comer.
Mira a Quinn y ella asiente ante su sugerencia. Me siento fatal.
¿Llevan toda la noche aquí sólo porque a mí me ha dado un jamacuco?
La enfermera acompaña a Rachel y a Quinn a la salida y se acerca de nuevo a la cama para realizar sus observaciones.
—¿Quieres una taza de té?
—Sí, por favor—respondo, agradecida.
Estoy seca.
Luego mira a Santana, pero ella niega con la cabeza. Creo que preferiría un coñac. Apoya los codos en el borde de la cama, atrapa mi mano entre las suyas y descansa la frente sobre los dedos.
No digo nada.
Me ha entrado mucho sueño otra vez, y no tengo fuerzas para lidiar con los interrogatorios de Santana. Apoyo la cabeza y me duermo. Podría estar embarazada, y la idea me aterra.
Si es así voy a ponerme hecho una furia contra Santana.
—Me han dicho que ya se había despertado.
Abro los ojos y me encuentro a un hombre indio vestido con una bata blanca delante de la cama.
—Hola—grazno.
—Soy el doctor Figgins. ¿Cómo se encuentra, Brittany?
—Bien—suspiro, cansada—Me duele mucho la cabeza, pero aparte de eso estoy bien.
Santana gruñe a mi lado, y la miro con exasperación. Quiero irme a casa.
—Me alegro—el doctor Figgins me inspecciona los dos ojos con una luz y vuelve a guardarse la especie de linterna en el bolsillo—Brittany, ¿qué recuerdas de anoche?
¡Otro con la maldita preguntita!
—No mucho.
Santana me aprieta la mano con más fuerza y me vuelvo hacia ella. Su ira sigue siendo evidente.
Me encuentro fatal.
Esto es lo que menos necesito en estos momentos.
El doctor mira a Santana.
—¿Quién es usted?
—Su esposa—responde ella de manera tajante sin apartar la mirada de mí.
Abro los ojos de par en par pero Santana ni se inmuta, del todo tranquila ante mi evidente regaño silencioso. Se ha olvidado de añadir lo de «futura».
—Vaya—el médico repasa mi historial—Aquí solo dice «señorita Pierce».
—Nos casamos el mes que viene.
Me atraviesa con la mirada, incitándome a desafiarla, pero no tengo energías. Apoyo la cabeza amargamente sobre la cama.
—Ah, de acuerdo—el doctor Figgins parece satisfecho con la explicación de Santana. No puede importarme menos—Hemos realizado un análisis de orina rutinario—coge una silla y la arrastra por el suelo de goma, lo que me arranca otro gesto de dolor—¿Cuándo tuvo el último período?
El hombre me mira con ojos compasivos, y yo siento ganas de arrastrarme por la habitación y meterme en el contenedor de residuos sanitarios.
—Hace una semana, más o menos—respondo tranquilamente mirando al techo.
No me hace falta mirar a Santana para saber que está crispada.
—Bien, de acuerdo, solemos realizar de manera rutinaria un test de embarazo para determinar qué provocó el desvanecimiento—hace una pausa, y yo me preparo para los estragos que va a causar en la habitación el huracán Brittany, si eso es así—No está embarazada.
Levanto la cabeza.
—Claro que no, mi pareja no me puede embarazar, y no me he practicado ningún tratamiento para estarlo—digo lo último mirando a Santana, pero ella evita mi mirada.
—Bueno, es bueno que me lo aclare. Pero para descartar preguntas, ya que al menos eso parece, pero si sólo hace una semana desde su último período, podría ser demasiado pronto para saberlo con certeza—sonríe amablemente, aunque eso no me tranquiliza en absoluto—¿Entonces, no se ha practicado el tratamiento de inseminación?
—No—respondo prácticamente chillando.
—Entonces podemos decir con total seguridad que no está embarazada.
¡Mierda!
Vuelvo a mirar a Santana, pero ella sigue evitando mi mirada.
—Brittany, es importante que intente recordar algo de lo que sucedió anoche, con quién habló, con quién estuvo.
Santana me transmite su hostilidad a través de las manos, increpándome.
—¿Qué?—interviene—¿Qué está intentando decir?
Ni siquiera me molesto en reprenderlo por su falta de respeto, y el doctor Figgins continúa, haciendo la vista gorda.
—Hemos realizado un test más exhaustivo, teniendo en cuenta sus síntomas.
—¿Síntomas? ¿Qué síntomas?—pregunto, totalmente confundida.
El médico inspira hondo y cambia de postura en la silla.
—Hemos hallado restos de Rohypnol en su orina—anuncia con pesar.
—¿QUÉ?—ruge Santana.
Abro los ojos de par en par y el corazón empieza a palpitarme con fuerza.
¿Ésa no es la droga de los violadores?
¡Joder!
Santana se pone de pie bruscamente soltándome la mano. Nerviosa, alzo la vista y veo que está temblando y sudando, transpirando ira.
—¿Ésa no es la droga de los violadores?—le grita al pobre médico.
—Sí.
El doctor Figgins confirma nuestros temores. El pánico me invade ante el diagnóstico del médico.
Esto es terrible.
Santana empieza a pasearse por la habitación y echa la cabeza hacia atrás.
—¡Me cago en la puta!—grita.
Veo cómo su camisa negra ceñida se infla y se desinfla con violencia cuando se agarra a un mueble de metal cercano.
—Brittany, le aconsejo que lo notifique usted a la policía. Tiene que contarles todo lo que recuerde—se vuelve hacia Santana—Dama, ¿podría confirmar si estuvo sola en algún momento?
Mi mente empieza a repasar la noche. Creo que no lo estuve.
Santana se lleva las puntas de los dedos a la sien y comienza a pasearse de nuevo. Va a estallar. Va a ser como un tornado que asolará el hospital. De repente, acusarla de tener un plan para embarazarme me parece mejor que esto.
El médico vuelve a mirarme al no obtener respuesta por su parte.
—Tenemos que examinarla para determinar si la violaron.
—¿Qué?—espeto.
¡Joder!
—No estuvo sola—responde Santana, más tranquila de lo que yo esperaba—Vi cómo perdía la conciencia y fui corriendo.
Se vuelve hacia mí con ojos atormentados. Me siento vacía de emociones. Creo que estoy en shock.
—¿Está segura de esto?
—Sí—gruñe Santana.
—Dama, aun así me gustaría examinarla, por si tiene algún cardenal o algún arañazo.
—La he mirado de arriba abajo. No tiene ninguna marca—Santana se dirige con pasos pesados al otro extremo de la habitación y abre la puerta—Rach—llama.
Oigo un breve intercambio de palabras abruptas y amortiguadas al otro lado de la puerta. No me cabe duda de que Santana está exigiendo respuestas. El médico me mira confuso, y después mira a Santana, mientras yo continúo intentando acordarme de algo. Vuelve de nuevo a mi lado.
—Britt, Rach dice que salió a fumar, pero que Kurt estaba contigo. ¿Te acuerdas de eso?
—Sí—respondo rápidamente. Me acuerdo perfectamente—Pero Kurt se fue al servicio mientras Rach estaba fumando—añado.
—Vale, ¿y recuerdas qué sucedió durante el tiempo que estuviste sola?—insiste.
—Sí—no voy a decirle por qué lo recuerdo. Joder, mencionar a Elaine sería un tremendo error—¿Por qué?—pregunto.
—Porque, Britt, no quiero que nadie te toque si no es necesario, así que, por favor, haz memoria—me aprieta las manos—Antes de que yo llegara, ¿estabas bien? ¿Te acuerdas de todo?
—Sí.
—Bien—interviene el doctor Figgins—Pero, señorita, aun así me quedaría más tranquilo sin accediera a que la examinásemos.
—No, sé que no pasó nada. No tengo ninguna magulladura ni ningún corte.
—Si está completamente segura, no puedo forzarla.
—¡Por supuesto que no puede forzarla!—silba Santana.
Joder, quiero salir de inmediato de aquí.
—No pasó nada. Lo recuerdo todo hasta que Santana llegó—Miro a Santana—Me acuerdo de todo—repito con voz temblorosa.
Estoy temblando.
Me acaricia la mejilla con la palma de su mano.
—Lo sé. Te creo.
—De acuerdo. Sus constantes vitales están bien—me informa el doctor Figgins—Le dolerá la cabeza un rato, pero eso es todo, se recuperará. En cuanto tenga lista el alta podrá irse.
—¿Cuánto tiempo tardará?—pregunta Santana, furiosa de nuevo.
—Señora, estamos en el centro de Londres y es sábado por la noche. No tengo ni idea.
—Voy a llevármela a casa ahora mismo—dice Santana con absoluta determinación.
La miro y al instante sé que es inútil discutir, no si uno desea seguir viviendo. El doctor Figgins me mira y yo asiento. Se levanta de la silla.
—Está bien—dice prácticamente suspirando.
Es obvio que no está conforme. Me dejo caer en trance mientras el médico habla con Santana. No oigo nada. Parece todo muy distante.
¿Cómo ha podido pasar esto?
No perdí mi bebida de vista ni un instante. Tampoco acepté la copa que me ofrecieron. Tuve mucho cuidado.
Joder, ¿qué habría pasado si llego a irme al servicio unos segundos antes y no hubiera visto a Santana en la puerta?
Podría haberme quedado inconsciente y ajena a todo lo que me rodeaba. Me podrían haber violado. De repente empiezo a sollozar sin esperarlo y finalmente rompo a llorar.
—Britt-Britt, no llores, por favor—siento cómo su calidez me atrapa y me estrecha con fuerza mientras mi cuerpo se agita debajo de ella—Britt, me volveré loca si lloras.
Sollozo sin parar mientras me reconforta mascullando maldiciones y ruegos sobre mi cabeza.
—Lo siento mucho—exclamo entre sollozos.
No sé qué es lo que siento, tal vez haberla desafiado y haber salido de todos modos. La verdad es que no lo sé, pero siento remordimientos.
—Britt, cállate, por favor—me suplica mientras me sostiene con fuerza y me acaricia el pelo.
Percibo el frenético ritmo de sus latidos bajo mi oreja. Cuando por fin me recompongo un poco, me seco las lágrimas y me sorbo los mocos.
Debo de estar hecha un asco.
—Estoy bien—digo. Respiro profundamente unas cuantas veces para tranquilizarme y la aparto—Quiero irme a casa, San—parezco una niña malcriada.
Empiezo a bajarme de la cama, pero de repente me detiene un muro feroz, morena, fuerte y de ojos oscuros. Me coge en brazos y se dirige hacia la puerta, topándose con Rachel por el camino.
—Coge sus cosas, Rach—le ordena al pasar por su lado.
—¿Qué ha ocurrido?—Quinn se levanta de la silla del pasillo.
—La han drogado—informa Santana tajantemente.
No se detiene a dar más explicaciones.
—¡Joder!—dice Quinn, consternada.
Oigo los tacones de Rachel siguiéndonos.
—¿Qué? ¿Para violarla?
—Sí, ¡para violarla!—grita Santana mientras continúa avanzando por el pasillo conmigo en brazos—Voy a llevármela a casa.
Cuando salimos del edificio ya es de día. La invasión de luz natural me obliga a entornar los ojos. Me mete en el DBS y me abrocha el cinturón. Hago una mueca de dolor cuando la puerta se cierra y percibo un murmullo de voces fuera del vehículo. Oigo unos golpecitos suaves en la ventanilla y, cuando me vuelvo, veo a Rachel haciéndome un gesto para que la llame. Asiento y apoyo la cabeza contra el cristal mientras Santana sube al coche y deja mis zapatos y mi bolso a mis pies.
Cierro los ojos de nuevo y me quedo dormida.
—Arriba, Britt.
Abro los ojos y veo que Santana me saca del coche y me lleva en brazos a través del vestíbulo del Lusso.
—¿Señora López?—el conserje aparece junto a nosotras mientras Santana se dirige al ascensor que sube hasta el ático—¿Va todo bien?—pregunta, preocupado.
No es raro verme siendo transportada en sus brazos, así que imagino que debo de tener un aspecto espantoso, y sé que Santana también.
—Estoy bien, Clive.
La puerta del ascensor se cierra y el hombre se queda perplejo y preocupado al otro lado.
Apoyo la cabeza contra Santana y, lo siguiente que sé es que me está metiendo en su inmensa cama. Tengo vagos recuerdos de que me quita el vestido mientras gruñe con desaprobación. Me doy la vuelta al verme libre de ropa y dejo escapar un suspiro de alivio cuando percibo el olor que más me gusta en este mundo: un olor a su perfume.
Sé que estoy de vuelta en el lugar al que pertenezco.
Mi mirada se ve atraída por una luz fluorescente y brillante que se encuentra por todas partes. Me siento como si me hubieran golpeado la cabeza con una barra de hierro varias veces.
¿Dónde coño estoy?
Cierro los ojos de nuevo y levanto los brazos para apartarme un mechón de pelo que me hace cosquillas en la mejilla. El suave contacto de mi mano sobre mi cabeza me provoca agudas puñaladas en el cerebro.
—¿Britt?—dice con voz tranquila agarrándome las manos con fuerza—Britt, Britt-Britt, abre los ojos.
Hago todo lo que puedo, pero me resulta tremendamente doloroso.
¡Joder!
¿Qué coño me pasa?
¿Tengo la peor resaca de mi vida?
No recuerdo haber bebido tanto.
—¡¿Quiere alguien contarme qué COÑO está pasando aquí?!—ruge.
Abro los ojos de nuevo y miro el extraño espacio que me rodea. Lo único que me resulta familiar es esa voz iracunda que percibo curiosamente reconfortante, aunque me está haciendo polvo la cabeza.
Levanto la mano y me agarro el cráneo dolorido.
—¿Britt, Britt-Britt?
Entorno los ojos intentando centrarme y me encuentro con los suyos, oscuros y llenos de preocupación. El calor de su palma acariciándome la cabeza me hace gruñir.
Me hace daño.
—Hola—chirrío.
Tengo la garganta seca y rasposa.
—¡Joder, menos mal!
Me llena la cara de besos y yo la aparto. No puedo respirar.
—Britt, rubia, ¿estás bien?
Sigo el sonido de la otra voz familiar y veo a Quinn inclinándose sobre mí, más seria que nunca.
¿Qué está pasando?
—¡¿A ti te parece que está bien?!—le grita Santana—¡Joder!
—¡Tranquilízate!
También reconozco esa voz. Desplazo mis ojos sensibles por la habitación y veo a Rachel sentada en una silla enfrente de mí.
—¿Dónde estoy?—pregunto a pesar de la sequedad en mi garganta.
Necesito beber agua.
—Estás en el hospital, Britt-Britt.
Me acaricia la cara y me besa la frente de nuevo.
¿Qué coño hago en el hospital?
Intento incorporarme, pero Santana me lo impide presionándome contra la cama con todas sus fuerzas.
—Necesito ir al servicio—gruño tratando de zafarme de ella.
Aparto sus persistentes brazos de un golpe y me siento, levantando al instante las manos para agarrarme la cabeza cuando toda la fuerza de la gravedad recae sobre mi cerebro.
¡Joder!
Sí que es la peor resaca de mi vida. Gruño y cruzo las piernas delante de mí, apoyo los codos sobre las rodillas y la cabeza en las manos.
—Yo la acompaño—se ofrece Rachel—Vamos, Britt.
—¡De eso, ni hablar!
Pongo los ojos en blanco al oír esa voz irracional que tanto amo y espero a que Rachel le replique, pero no lo hace.
—Estoy bien—digo, irritada.
Puedo ir al puto cuarto de baño sola.
Me vuelvo hacia un lado de la cama y bajo los pies al suelo. Los tacones han desaparecido.
—A mí no me lo parece, Britt—Santana me coge en brazos desde el borde de la cama—¿Qué ha sido de los baños en las habitaciones?—masculla, y me saca al pasillo.
Aquí la luz es aún más brillante. Entorno los ojos ante la cegadora invasión.
—¡Vaya! ¿Ya ha vuelto en sí?—oigo que dice una enfermera.
—Voy a llevarla al servicio—ladra Santana, y continúa avanzando hacia los aseos más cercanos.
—Dama, por favor, necesitamos una muestra de orina.
Santana se detiene momentáneamente antes de continuar su camino. Una vez en el baño, me deja de pie y me sostiene mientras que con la otra mano coge un poco de papel, lo rocía de spray antibacteriano y limpia el asiento mascullando improperios sobre la salud pública y el servicio de limpieza. Me levanta el vestido, me baja las bragas y me ayuda a sentarme en el váter mientras aguanta un recipiente de plástico debajo de mí.
No siento vergüenza ni pudor.
Relajo los músculos de la vejiga y suspiro de alivio conforme disminuye la presión. No puedo creer que esté sentada sobre su brazo mientras ella sujeta un orinal debajo de mí.
—¿No tienes miedo escénico?—pregunta con voz suave.
Abro los ojos y veo que está en cuclillas delante de mí, sosteniendo mi muslo con la palma libre. Parece preocupada y cansada.
—Me has follado por el culo. Esto no es nada en comparación.
—Britt, ¿quieres hacer el favor de vigilar tu puto lenguaje?—suspira, aunque su voz destila alivio.
Estoy tentada de decirle que coja el spray antibacteriano y me rocíe la boca con él, pero me encuentro demasiado ocupada devanándome los sesos intentando entender cómo he acabado en el hospital. Lo último que recuerdo es a Santana de pie en la puerta del bar, con cara de pocos amigos. Sé que me preocupó su expresión cuando corría hacia mí, y que me cabreó que fuera incapaz de no dejarme tranquila ni por una noche.
Cojo un poco de papel rasposo y me limpio.
—Ya he terminado. ¿Te he meado encima?—pregunto sin que me importe mucho mientras me pongo de pie y le doy a Santana el tiempo suficiente para que saque el orinal antes de volver a caer sobre el asiento.
Deja el cuenco sobre la cisterna del váter.
—No, dame las manos.
Las extiendo y me las frota con el spray antibacteriano. Me levanta, me sube las bragas, me baja el vestido y vuelve a cogerme en brazos para llevarme de vuelta a la cama del hospital.
—Está en la cisterna del váter—espeta cuando pasamos junto al puesto de enfermeras.
La suelto a regañadientes cuando me deja de nuevo sobre la cama dura e incómoda.
—Britt, ¿qué te ha pasado?—la voz de Rachel está cargada de preocupación, algo extraño en ella.
—No lo sé—contesto, y apoyo la espalda contra la cabecera.
Tengo mucho sueño otra vez.
—¡Yo sí!—exclama Santana mirándome con ojos acusadores.
Reúno todas mis escasas energías para lanzarle una mirada asesina.
—¡No estaba borracha!
—¡Claro, te desmayaste porque estabas sobria, ¿no?!—grita.
Su berrido atraviesa mis sensibles tímpanos y hago una mueca de dolor. Cuando abro los ojos veo que al menos tiene la decencia de parecer arrepentida.
—¡No le grites!—me defiende Rachel, cosa que agradezco.
Le lanza una mirada asesina, se mete las manos en los bolsillos de los vaqueros y empieza a pasearse por la habitación. Quinn se aparta de su camino. Está demasiado callada tratándose de ella.
—Sólo bebió un par de copas de vino. Se ha bebido dos botellas en otras ocasiones y no ha perdido el conocimiento—Rachel se sienta a mi lado y me acaricia el brazo—¿Habías comido algo antes?
Pienso.
—Sí—contesto.
Santana me estuvo dando de comer todo el día, entre que llevábamos la ropa arriba y me marcaba. Ella deja de pasearse y empieza a morderse el labio con ímpetu.
—¿Estás embarazada?—pregunta mirándome atentamente y volviendo a morderse el labio de nuevo.
¿Qué?
—¡No! Por Dios Santana, tu no me puedes embarazar—exclamo atónita ante su atrevimiento.
Ella me observa con recelo.
—¿Estás segura? Bueno a veces ocurren errores o accidentes cuando se practican algunos exámenes—dice, pero no me mira.
¿Enserio quiere ponerme más nerviosa?
—¿Qué?—pero entonces me quedo helada.
¡Ay, Dios mío!
Los exámenes rutinarios.
¡No he ido a por ellos!
Entonces me acuerdo de algunos comentarios de Santana y su interés por dicho exámenes y que me los practicara su doctora.
Britt, fuiste a practicarte los exámenes.
Anda a mi doctora.
Si te puedo embarazar, pero no de la forma convencional.
Siento que voy a desmayarme de nuevo. Y de repente tengo mucho calor.
¡Pero qué estúpida soy!
He estado recibiendo indirectas y lo que me pudo haber hecho, pero nuevamente no preste atención.
¿Cómo ha podido pasar?
Bien, si se cómo ha podido pasar.
Miro a Santana e intento ordenar mis pensamientos, y que no sea cierto lo que estoy pensando.
Estoy muerta de miedo.
—Sólo era una pregunta—dice, y empieza a pasearse de nuevo.
—¿Qué recuerdas?—pregunta Rachel mientras sigue acariciándome el brazo.
Reflexiono sobre toda la noche, pero me cuesta hacer memoria. En lo único que puedo pensar es en lo que Santana puedo haber hecho y en las probabilidades que hay de que esté preñada. Intento dejar a un lado la preocupación e investigar sobre el tema. Y ahora pienso en recordar algo, lo que sea, de lo que sucedió anoche.
Recuerdo lo de Elaine, pero no pienso contárselo. Entonces me viene a la mente el musculitos baboso de la coleta, pero eso tampoco voy a contárselo.
Me encojo de hombros. No hay mucho que pueda decir sin que Santana se ponga hecha una furia.
Por favor, no, no puedo estar embarazada. Santana no me pudo hacer esto.
—Venga, rubia—Quinn me coge de la otra mano y empieza a acariciarme la palma con el pulgar—Intenta hacer memoria.
—No recuerdo nada raro—digo de manera clara y concisa, resistiendo todavía la tentación de juguetear con mi pelo—¿Por qué están haciendo una montaña de esto?
Apoyo la cabeza de nuevo sobre la almohada y me arrepiento al instante. Siento como si tuviera un rodamiento de hierro traqueteando dentro. Santana se acerca al lado de la cama donde se encuentra Quinn y le gruñe, la aparta y me agarra de la mano. Me mira con los ojos entornados de furia.
—¡Britt, son las cuatro de la mañana!—cierra los ojos para recobrar la compostura (como si la hubiera tenido en algún momento)—¡Has estado inconsciente casi siete horas, así que no me digas que no haga una montaña de esto!
¿Siete horas?
¡Joder!
Me he desmayado otras veces, pero sólo durante unos minutos. Siete horas es como toda una noche de descanso.
Todas las cabezas de la habitación se vuelven hacia la puerta al oír llegar a la enfermera.
¿Siete horas?
Nos dirige una mirada de desaprobación.
—Sólo se permite un acompañante en la habitación. Tienen que marcharse.
Miro a Rachel y ella mira a Santana, quien la ignora por completo. Es evidente que no piensa moverse de aquí. Le dirijo a mi amiga una mirada de disculpa de parte de doña Controladora y ella sacude la cabeza y esboza una pequeña sonrisa indicando que no pasa nada.
—Vamos a por algo de comer.
Mira a Quinn y ella asiente ante su sugerencia. Me siento fatal.
¿Llevan toda la noche aquí sólo porque a mí me ha dado un jamacuco?
La enfermera acompaña a Rachel y a Quinn a la salida y se acerca de nuevo a la cama para realizar sus observaciones.
—¿Quieres una taza de té?
—Sí, por favor—respondo, agradecida.
Estoy seca.
Luego mira a Santana, pero ella niega con la cabeza. Creo que preferiría un coñac. Apoya los codos en el borde de la cama, atrapa mi mano entre las suyas y descansa la frente sobre los dedos.
No digo nada.
Me ha entrado mucho sueño otra vez, y no tengo fuerzas para lidiar con los interrogatorios de Santana. Apoyo la cabeza y me duermo. Podría estar embarazada, y la idea me aterra.
Si es así voy a ponerme hecho una furia contra Santana.
—Me han dicho que ya se había despertado.
Abro los ojos y me encuentro a un hombre indio vestido con una bata blanca delante de la cama.
—Hola—grazno.
—Soy el doctor Figgins. ¿Cómo se encuentra, Brittany?
—Bien—suspiro, cansada—Me duele mucho la cabeza, pero aparte de eso estoy bien.
Santana gruñe a mi lado, y la miro con exasperación. Quiero irme a casa.
—Me alegro—el doctor Figgins me inspecciona los dos ojos con una luz y vuelve a guardarse la especie de linterna en el bolsillo—Brittany, ¿qué recuerdas de anoche?
¡Otro con la maldita preguntita!
—No mucho.
Santana me aprieta la mano con más fuerza y me vuelvo hacia ella. Su ira sigue siendo evidente.
Me encuentro fatal.
Esto es lo que menos necesito en estos momentos.
El doctor mira a Santana.
—¿Quién es usted?
—Su esposa—responde ella de manera tajante sin apartar la mirada de mí.
Abro los ojos de par en par pero Santana ni se inmuta, del todo tranquila ante mi evidente regaño silencioso. Se ha olvidado de añadir lo de «futura».
—Vaya—el médico repasa mi historial—Aquí solo dice «señorita Pierce».
—Nos casamos el mes que viene.
Me atraviesa con la mirada, incitándome a desafiarla, pero no tengo energías. Apoyo la cabeza amargamente sobre la cama.
—Ah, de acuerdo—el doctor Figgins parece satisfecho con la explicación de Santana. No puede importarme menos—Hemos realizado un análisis de orina rutinario—coge una silla y la arrastra por el suelo de goma, lo que me arranca otro gesto de dolor—¿Cuándo tuvo el último período?
El hombre me mira con ojos compasivos, y yo siento ganas de arrastrarme por la habitación y meterme en el contenedor de residuos sanitarios.
—Hace una semana, más o menos—respondo tranquilamente mirando al techo.
No me hace falta mirar a Santana para saber que está crispada.
—Bien, de acuerdo, solemos realizar de manera rutinaria un test de embarazo para determinar qué provocó el desvanecimiento—hace una pausa, y yo me preparo para los estragos que va a causar en la habitación el huracán Brittany, si eso es así—No está embarazada.
Levanto la cabeza.
—Claro que no, mi pareja no me puede embarazar, y no me he practicado ningún tratamiento para estarlo—digo lo último mirando a Santana, pero ella evita mi mirada.
—Bueno, es bueno que me lo aclare. Pero para descartar preguntas, ya que al menos eso parece, pero si sólo hace una semana desde su último período, podría ser demasiado pronto para saberlo con certeza—sonríe amablemente, aunque eso no me tranquiliza en absoluto—¿Entonces, no se ha practicado el tratamiento de inseminación?
—No—respondo prácticamente chillando.
—Entonces podemos decir con total seguridad que no está embarazada.
¡Mierda!
Vuelvo a mirar a Santana, pero ella sigue evitando mi mirada.
—Brittany, es importante que intente recordar algo de lo que sucedió anoche, con quién habló, con quién estuvo.
Santana me transmite su hostilidad a través de las manos, increpándome.
—¿Qué?—interviene—¿Qué está intentando decir?
Ni siquiera me molesto en reprenderlo por su falta de respeto, y el doctor Figgins continúa, haciendo la vista gorda.
—Hemos realizado un test más exhaustivo, teniendo en cuenta sus síntomas.
—¿Síntomas? ¿Qué síntomas?—pregunto, totalmente confundida.
El médico inspira hondo y cambia de postura en la silla.
—Hemos hallado restos de Rohypnol en su orina—anuncia con pesar.
—¿QUÉ?—ruge Santana.
Abro los ojos de par en par y el corazón empieza a palpitarme con fuerza.
¿Ésa no es la droga de los violadores?
¡Joder!
Santana se pone de pie bruscamente soltándome la mano. Nerviosa, alzo la vista y veo que está temblando y sudando, transpirando ira.
—¿Ésa no es la droga de los violadores?—le grita al pobre médico.
—Sí.
El doctor Figgins confirma nuestros temores. El pánico me invade ante el diagnóstico del médico.
Esto es terrible.
Santana empieza a pasearse por la habitación y echa la cabeza hacia atrás.
—¡Me cago en la puta!—grita.
Veo cómo su camisa negra ceñida se infla y se desinfla con violencia cuando se agarra a un mueble de metal cercano.
—Brittany, le aconsejo que lo notifique usted a la policía. Tiene que contarles todo lo que recuerde—se vuelve hacia Santana—Dama, ¿podría confirmar si estuvo sola en algún momento?
Mi mente empieza a repasar la noche. Creo que no lo estuve.
Santana se lleva las puntas de los dedos a la sien y comienza a pasearse de nuevo. Va a estallar. Va a ser como un tornado que asolará el hospital. De repente, acusarla de tener un plan para embarazarme me parece mejor que esto.
El médico vuelve a mirarme al no obtener respuesta por su parte.
—Tenemos que examinarla para determinar si la violaron.
—¿Qué?—espeto.
¡Joder!
—No estuvo sola—responde Santana, más tranquila de lo que yo esperaba—Vi cómo perdía la conciencia y fui corriendo.
Se vuelve hacia mí con ojos atormentados. Me siento vacía de emociones. Creo que estoy en shock.
—¿Está segura de esto?
—Sí—gruñe Santana.
—Dama, aun así me gustaría examinarla, por si tiene algún cardenal o algún arañazo.
—La he mirado de arriba abajo. No tiene ninguna marca—Santana se dirige con pasos pesados al otro extremo de la habitación y abre la puerta—Rach—llama.
Oigo un breve intercambio de palabras abruptas y amortiguadas al otro lado de la puerta. No me cabe duda de que Santana está exigiendo respuestas. El médico me mira confuso, y después mira a Santana, mientras yo continúo intentando acordarme de algo. Vuelve de nuevo a mi lado.
—Britt, Rach dice que salió a fumar, pero que Kurt estaba contigo. ¿Te acuerdas de eso?
—Sí—respondo rápidamente. Me acuerdo perfectamente—Pero Kurt se fue al servicio mientras Rach estaba fumando—añado.
—Vale, ¿y recuerdas qué sucedió durante el tiempo que estuviste sola?—insiste.
—Sí—no voy a decirle por qué lo recuerdo. Joder, mencionar a Elaine sería un tremendo error—¿Por qué?—pregunto.
—Porque, Britt, no quiero que nadie te toque si no es necesario, así que, por favor, haz memoria—me aprieta las manos—Antes de que yo llegara, ¿estabas bien? ¿Te acuerdas de todo?
—Sí.
—Bien—interviene el doctor Figgins—Pero, señorita, aun así me quedaría más tranquilo sin accediera a que la examinásemos.
—No, sé que no pasó nada. No tengo ninguna magulladura ni ningún corte.
—Si está completamente segura, no puedo forzarla.
—¡Por supuesto que no puede forzarla!—silba Santana.
Joder, quiero salir de inmediato de aquí.
—No pasó nada. Lo recuerdo todo hasta que Santana llegó—Miro a Santana—Me acuerdo de todo—repito con voz temblorosa.
Estoy temblando.
Me acaricia la mejilla con la palma de su mano.
—Lo sé. Te creo.
—De acuerdo. Sus constantes vitales están bien—me informa el doctor Figgins—Le dolerá la cabeza un rato, pero eso es todo, se recuperará. En cuanto tenga lista el alta podrá irse.
—¿Cuánto tiempo tardará?—pregunta Santana, furiosa de nuevo.
—Señora, estamos en el centro de Londres y es sábado por la noche. No tengo ni idea.
—Voy a llevármela a casa ahora mismo—dice Santana con absoluta determinación.
La miro y al instante sé que es inútil discutir, no si uno desea seguir viviendo. El doctor Figgins me mira y yo asiento. Se levanta de la silla.
—Está bien—dice prácticamente suspirando.
Es obvio que no está conforme. Me dejo caer en trance mientras el médico habla con Santana. No oigo nada. Parece todo muy distante.
¿Cómo ha podido pasar esto?
No perdí mi bebida de vista ni un instante. Tampoco acepté la copa que me ofrecieron. Tuve mucho cuidado.
Joder, ¿qué habría pasado si llego a irme al servicio unos segundos antes y no hubiera visto a Santana en la puerta?
Podría haberme quedado inconsciente y ajena a todo lo que me rodeaba. Me podrían haber violado. De repente empiezo a sollozar sin esperarlo y finalmente rompo a llorar.
—Britt-Britt, no llores, por favor—siento cómo su calidez me atrapa y me estrecha con fuerza mientras mi cuerpo se agita debajo de ella—Britt, me volveré loca si lloras.
Sollozo sin parar mientras me reconforta mascullando maldiciones y ruegos sobre mi cabeza.
—Lo siento mucho—exclamo entre sollozos.
No sé qué es lo que siento, tal vez haberla desafiado y haber salido de todos modos. La verdad es que no lo sé, pero siento remordimientos.
—Britt, cállate, por favor—me suplica mientras me sostiene con fuerza y me acaricia el pelo.
Percibo el frenético ritmo de sus latidos bajo mi oreja. Cuando por fin me recompongo un poco, me seco las lágrimas y me sorbo los mocos.
Debo de estar hecha un asco.
—Estoy bien—digo. Respiro profundamente unas cuantas veces para tranquilizarme y la aparto—Quiero irme a casa, San—parezco una niña malcriada.
Empiezo a bajarme de la cama, pero de repente me detiene un muro feroz, morena, fuerte y de ojos oscuros. Me coge en brazos y se dirige hacia la puerta, topándose con Rachel por el camino.
—Coge sus cosas, Rach—le ordena al pasar por su lado.
—¿Qué ha ocurrido?—Quinn se levanta de la silla del pasillo.
—La han drogado—informa Santana tajantemente.
No se detiene a dar más explicaciones.
—¡Joder!—dice Quinn, consternada.
Oigo los tacones de Rachel siguiéndonos.
—¿Qué? ¿Para violarla?
—Sí, ¡para violarla!—grita Santana mientras continúa avanzando por el pasillo conmigo en brazos—Voy a llevármela a casa.
Cuando salimos del edificio ya es de día. La invasión de luz natural me obliga a entornar los ojos. Me mete en el DBS y me abrocha el cinturón. Hago una mueca de dolor cuando la puerta se cierra y percibo un murmullo de voces fuera del vehículo. Oigo unos golpecitos suaves en la ventanilla y, cuando me vuelvo, veo a Rachel haciéndome un gesto para que la llame. Asiento y apoyo la cabeza contra el cristal mientras Santana sube al coche y deja mis zapatos y mi bolso a mis pies.
Cierro los ojos de nuevo y me quedo dormida.
—Arriba, Britt.
Abro los ojos y veo que Santana me saca del coche y me lleva en brazos a través del vestíbulo del Lusso.
—¿Señora López?—el conserje aparece junto a nosotras mientras Santana se dirige al ascensor que sube hasta el ático—¿Va todo bien?—pregunta, preocupado.
No es raro verme siendo transportada en sus brazos, así que imagino que debo de tener un aspecto espantoso, y sé que Santana también.
—Estoy bien, Clive.
La puerta del ascensor se cierra y el hombre se queda perplejo y preocupado al otro lado.
Apoyo la cabeza contra Santana y, lo siguiente que sé es que me está metiendo en su inmensa cama. Tengo vagos recuerdos de que me quita el vestido mientras gruñe con desaprobación. Me doy la vuelta al verme libre de ropa y dejo escapar un suspiro de alivio cuando percibo el olor que más me gusta en este mundo: un olor a su perfume.
Sé que estoy de vuelta en el lugar al que pertenezco.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
meta san iba matar al HDP que drogo a britt,..
san y su idea de de el embarazo de britt,... la tercera es la vencida???
nos vemos!!!
PD;tarde en comentar por que estaba viendo las Devious Maids ,.. y sus locuras hablando por twitt y las fotos de nay en IG!!
meta san iba matar al HDP que drogo a britt,..
san y su idea de de el embarazo de britt,... la tercera es la vencida???
nos vemos!!!
PD;tarde en comentar por que estaba viendo las Devious Maids ,.. y sus locuras hablando por twitt y las fotos de nay en IG!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Fue el baboso que se le acerco en la barra>:c
Santana la embarazo?:o
Saludines :D
Santana la embarazo?:o
Saludines :D
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Pobre Britt no pega una!!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
3:) escribió:holap morra,...
meta san iba matar al HDP que drogo a britt,..
san y su idea de de el embarazo de britt,... la tercera es la vencida???
nos vemos!!!
PD;tarde en comentar por que estaba viendo las Devious Maids ,.. y sus locuras hablando por twitt y las fotos de nay en IG!!
Hola lu, lo mas probable no¿? osea san es super sensata para ver las cosas... vrdd¿? Uf y todo a escondidas no =/ Saludos =D
Pd: =O y como estuvo el cap¿? Jjajajajaja eso estaba viendo recién xD jajaajja buen elenco ai! jajaja.
Susii escribió:Fue el baboso que se le acerco en la barra>:c
Santana la embarazo?:o
Saludines :D
Hola, si, toy segura... aunk se mareo antes de eso mmmm. Q! no, osea como, si san piensa con cautela las cosa... jajajajajajajaajajaj. Saludos =D
monica.santander escribió:Pobre Britt no pega una!!!!
Saludos
Hola, jajajajaajaj XD osea de vrdd me da pena xD pero me dio risa tu comentario jajaajajajajja. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 28
Capitulo 28
—¡Jodeeeeeer!—me desperezo, y es el estiramiento más placentero que jamás haya realizado.
Me encuentro mejor, mucho mejor.
Ruedo hasta el otro lado de la cama y la encuentro fría. Me incorporo y estiro el cuello para inspeccionar la habitación. No hay nadie, así que me acerco de mala gana al borde del colchón, apoyo los pies descalzos en la moqueta de color crema y me preparo para marearme en cuanto me levante, pero no sucede nada de eso. Me siento sorprendentemente estable.
Atravieso el dormitorio y me asomo al descansillo. Santana está abajo, sentada en uno de los enormes sillones hablando en voz baja por el móvil. Ya se ha duchado y lleva puestos unos vaqueros azul claro y un top.
Me agacho silenciosamente hasta el primer escalón y la espío a través del cristal curvo que da al gran espacio diáfano. Parece despejada pero preocupada.
—No lo sé—dice en voz baja mientras pellizca la tela del reposabrazos del sillón—Pero juro por Dios que les voy a arrancar la cabeza—levanta la mano del sofá y se frota los ojos con ella—Estoy cerca, Finn. De verdad que lo necesito. Joder, qué puta mierda.
¿Va a volver a beber por mi culpa otra vez?
Como si hubiera oído mi pregunta silenciosa, levanta la vista y me ve. Me revuelvo avergonzada en lo alto de la escalera mientras me observa.
—Intenta averiguar algo, Finn. Yo no iré hasta dentro de unos cuantos días... Sí, gracias, grandulón.
El teléfono se desliza por la palma de su mano, pero la mano permanece pegada a su oreja y el codo apoyado en el reposabrazos.
Me siento como una auténtica intrusa.
Se retrepa en el sillón y yo me siento en el escalón superior y permanecemos así un buen rato, mirándonos la una a la otra a través del cristal.
No sé qué decirle.
Parece como si cargara con todo el peso del mundo sobre los hombros.
¿Debería marcharme?
Sé que quienquiera que me pusiera esa mierda en la bebida ha hecho que mi vida sea un millón de veces más difícil. Quería demostrarle a Santana que no tenía motivos para ser tan sobreprotectora, pero sólo he conseguido empeorarlo todo.
Ahora jamás me perderá de vista.
Mientras reflexiono sobre mi próximo movimiento, se levanta de la butaca y se aproxima al pie de la escalera. Observo cómo asciende lentamente hasta que se encuentra a tan sólo unos pasos por debajo de mí, mirándome.
¿En qué estará pensando?
Su expresión oscila entre la ira y la tristeza, y la arruga de su frente parece llevar ahí marcada un buen rato.
—Si vas a gritarme, creo que será mejor que me vaya—digo con la garganta seca.
Lo que menos necesito en estos momentos es aguantar a doña Neurótica. Sólo quiero olvidarme de todo esto y dar gracias de que la cosa quedara en un susto. Podría haber sido mucho peor.
—Ya he gritado suficiente—responde, también ella con voz ronca—¿Cómo estás?
—Bien.
Aparto la vista de sus dos imanes y miro mis pies descalzos. No llevo nada puesto más que la ropa interior negra de encaje, y me siento pequeña teniéndola delante cerniéndose sobre mí de esta manera.
Estoy incómoda.
—¿Más o menos?—pregunta.
—No, bien del todo—respondo con insolencia.
Se pone de rodillas, sigue mirándome. Apoya las manos en el escalón superior a ambos lados de mi cuerpo y yo levanto la vista y la miro a ella.
—Estoy furiosa, Britt—dice con voz suave.
—No estaba borracha—afirmo rotundamente.
¡Joder!
No estaba borracha ni de lejos.
—Te dije que no bebieras nada. Sabía que no debería haberte dejado salir.
—Siento curiosidad por saber qué te hace pensar que puedes decidir qué hago o qué dejo de hacer—respondo, desafiante—Ya soy mayorcita. ¿De verdad esperas que viva una vida contigo en la que controles cada uno de mis movimientos?—añado con voz tranquila pero firme a través de la aspereza de mi garganta.
Necesito que entienda lo que le digo. Sus labios forman una línea recta y sé que está cavilando.
—Eres mía, Brittany—dice entre dientes—Tengo que asegurarme de que estés a salvo.
Bajo la vista suspirando. Sí, soy suya, pero sus objetivos con respecto a mantenerme fuera de peligro son demasiado ambiciosos.
—Antes has dicho que estás cerca. ¿Cerca de qué?
Vuelvo a levantar la vista. Me mira a los ojos. Debe de saber que la he oído.
—De nada—responde.
—¿De nada?—digo con tono de incredulidad—Quieres beber, ¿verdad? Eso es lo que necesitas para superar esta puta mierda.
Abre unos ojos como platos.
—¡Vigila... ese... puto... lenguaje!—dice deteniéndose tras cada palabra—Esta puta mierda ha sucedido porque anoche saliste y me desobedeciste—acerca la cara a la mía—Si me hubieras hecho caso ahora no estaríamos en esta situación.
—¡Lo siento!—espeto, enfadada—¡Siento no haberte hecho caso!—me levanto y la dejo ahí arrodillada en la escalera—¿Siento que tengas la necesidad de ahogarte en vodka por mi culpa! Está claro que soy perjudicial para tu salud. Pero tranquila, que por mí ya no vas a sufrir más.
Doy media vuelta y me dirijo al dormitorio, temblando literalmente de ira. He oído cómo se lo confesaba a Finn. Si me marcho, probablemente acabe bebiendo, y si me quedo, tal vez lo haga también.
Estoy entre la espada y la pared.
¿Por qué no ve que son precisamente sus irracionales expectativas las que la llevan a beber, y no yo?
—Estoy furiosa, Britt.
Me vuelvo y veo que me sigue con el rostro descompuesto de rabia. Retrocedo un poco y me reprendo mentalmente por no mantenerme firme. Se detiene delante de mí, con el pecho agitado, exhalando su fresco aliento sobre mí.
—Bésame, Britt.
¿Qué?
—¡No!—chillo, incrédula.
¿Está loca o qué le pasa?
Me acaba de echar una bronca monumental por desobedecerla y continúa exigiéndome más tonterías.
No pienso besarla.
Sus ojos se entornan y se vuelven más oscuros.
—Tres.
Tiene que ser una broma.
—¿Estás loca?
—Loca de rabia, Britt. Dos.
Va totalmente en serio.
¡Joder!
—Uno—susurra.
Inspecciono la entrada de la habitación que tiene detrás y descarto esa opción por completo. No lograría esquivarla de ninguna manera.
—Cero.
¡Mierda!
Corro por la habitación y salto encima de la cama. Tal y como esperaba, me atrapa y me aprisiona debajo de ella en un santiamén. Estoy boca arriba. Me sujeta los dos brazos por encima de la cabeza con una mano y me mete una de sus piernas entre los muslos.
Estoy inmovilizada y cansada de intentar liberarme.
Debería haber aprendido ya la lección.
Jadeo en su cara mientras ella respira sobre mí y me recorre la línea del estómago con el dedo, asciende hasta el centro de mi torso y sigue hasta mi boca. Me acaricia el labio inferior y vuelve a descender por mi cuerpo. La muy cabrona está obligándome a desearla otra vez.
No permitirá que me vaya.
Recorro sus pechos cubiertos con la mirada hasta su mano libre, con la que traza círculos suaves en el hueco de mi cadera.
—Voy a dar por hecho que tu insubordinación se debe al efecto de las drogas, Britt—dice tranquilamente—Voy a concederte tres segundos más para que tomes la decisión correcta—baja la cabeza hasta que sus labios planean sobre los míos sin llegar a tocarse—Tres—dice, pegada a mi boca.
Me retuerzo tratando de liberarme y de combatir la traicionera respuesta de mi cuerpo frente a sus estímulos.
Soy tremendamente débil y estoy desesperada.
Abro los ojos y veo esos dos pozos oscuros inmutables y cargados de deseo coronados por sus gloriosas pestañas.
—Dos—susurra, y desvía la mirada hacia mis labios.
No llega más allá.
Levanto la cabeza para capturar su boca. Mis ansias de ella son demasiado poderosas como para seguir resistiéndome.
Me empuja obligándome a apoyar la cabeza sobre la cama mientras me pasa las manos por el vientre.
—Por favor, no bebas, San—le ruego pegada a su boca.
Jamás me lo perdonaría si volviera a someter a su cuerpo a ese estado por mi culpa.
—No voy a beber, Britt—responde con una voz poco convincente que hace que me sienta incómoda. Se pone de rodillas y tira de mí hasta colocarme a horcajadas sobre su regazo. Me aparta el pelo de la cara y me agarra las mejillas con las manos—Anoche, en el hospital, cuando estabas inconsciente, sentí que el corazón se me paraba a cada minuto que pasaba. No tienes ni la menor idea de cuánto te quiero. Si desaparecieras de mi vida, no sobreviviría, Brittany. Quiero arrancarme la cabeza por haberte dado espacio para desobedecerme.
Abro los ojos de par en par ante esa confesión. Su expresión me indica que habla totalmente en serio, lo cual es preocupante.
Acaba de darme a entender que se suicidaría, ¿no?
Eso es una estupidez, pero no creo que sea el momento de señalarlo.
—Estoy bien, San—digo en un vano intento de hacer que se tranquilice.
Parece agobiada.
—Pero ¿y si no lo estuvieras? ¿Y si no hubiera llegado cuando lo hice?—aprieta los ojos con fuerza—Sólo fui al bar a comprobar que estabas bien, no iba a quedarme. ¿Te haces la menor idea de cómo me sentí cuando vi que te desmayabas?
Abre los ojos y veo que los tiene húmedos y atormentados. Y ahora sé, sin lugar a dudas, que jamás volverá a dejarme sola.
Esto no es sano..., ni para ella ni para mí.
—¡Sólo fue un incidente aislado, algún capullo que hacía el gilipollas! Estaba en el lugar equivocado en el momento inadecuado, eso es todo—le cojo las manos de mi cara y se las coloco entre nuestros cuerpos—Si sigues así, acabarás en un coma inducido por el estrés, ¿y qué haré yo entonces?—pregunto tranquilamente.
Sé que yo tampoco podría vivir sin ella, pero no me vuelvo loca ni intento controlarla. Sacude la cabeza y empieza a morderse el labio.
¿Qué estará pensando?
—Parecías aliviada cuando el médico dijo que no estabas embarazada—me dice con expresión inquisitiva.
¡Ay, no! ¡Ay, no, no, no!
—Sanny, entiende tu no me puedes embarazar, tus dedos no son mágicos—le digo mientras le acaricio la cara.
Ella vuelve e esquivar mi mirada y se sigue mordiendo el labio inferior. Y si lo que estoy pensando es cierto, podría estar embarazada.
Sí, el test salió negativo, pero sólo hace una semana desde que tuve la regla, y es demasiado pronto para detectarlo, ya que esos tratamientos suelen demorarse, y no siempre funcionan.
Joder, pensar que ella me puedo haber embarazado a escondidas, me está matando.
—Y yo no me he practicado ningún tratamiento para quedar embarazada.
Siento que mueve la mano y la cierra alrededor de la mía. La miro con cautela y veo que me observa el estómago y se muerde más fuerte el labio
—¿Has ido a buscar los exámenes?—dice si dejar de mirar mi estómago.
Ya estamos otra vez con el temita de los exámenes.
—No—digo encogiéndome de hombros como la endeble fracasada que soy.
Me observa por unos instantes y me siento como si estuviera bajo la lente de un microscopio diseñado para identificar a idiotas.
—¿Y cuándo los iras a buscar?
—Pronto o podría realizarme otros con mi doctora—respondo con voz tranquila.
—Pero, también podrías ir a la mía otra vez, ¿no? Ella ya sabe lo que tiene que hacer.
Una expresión extraña se dibuja efímeramente en su rostro. Parece remordimiento.
Vale, ya he desestimado ese pensamiento antes, pero esa mirada acaba de ponerme en alerta máxima otra vez. No quiero seguir pensando que sería capaz de hacer algo así, pero tampoco lo descartaría.
No descartaría nada viniendo de ella.
Y menos ahora.
—San…—me detengo, no sé cómo expresar lo que estoy a punto de insinuar.
—¿Qué?—pregunta con voz cautelosa y ligeramente culpable.
Sabe lo que estoy pensando, sé que lo sabe, y ahora estoy muy recelosa. No puede ser que haya intentado dejarme embarazada aposta. Pero si ha sido verdad que ella me ha sometido al tratamiento para quedar embarazada, no sé qué podría pasar.
—Nada—digo, y sacudo la cabeza.
Sé que no lo admitirá, así que estoy perdiendo el tiempo, pero pienso registrar cada milímetro de este ático en cuanto se me presente la ocasión y también llamare a su doctora.
—Ha llamado tu hermano—dice como si tal cosa en un claro intento de distraerme de mis pensamientos.
Me pongo tensa. Ha funcionado.
—¿Sam?
—Sí.
—¿Has hablado con él?
Me mira con expresión dubitativa.
—No podía dejarlo sonar todo el tiempo, habría acabado preocupándose. ¿Y por qué has bloqueado el teléfono?
Me río para mis adentros. Me pregunto cuántas combinaciones habrá probado para desbloquearlo.
—¿Qué más da? Eso no te ha impedido contestar a la llamada, ¿verdad? ¿Qué ha dicho mi hermano?—mi voz suena nerviosa, y lo estoy.
Sam llamará inmediatamente a mi mamá, y por nada del mundo quiero tener que explicar esto.
—No le he contado nada de lo que ha pasado. No quiero que tu familia piense que no sé cuidar de ti. Ha dicho que se suponía que ibais a quedar.
Me mira como si hubiera cometido un terrible pecado por no haberle comentado mis planes, aunque todavía no habíamos concretado nada.
—Le has dicho que estoy viviendo contigo, ¿verdad?—digo, muy seria.
—Sí—no parece en absoluto arrepentida.
¡La mato!
—¡¿Y por qué has hecho eso?!—apoyo la cabeza sobre su hombro desesperada.
—Oye, mírame, Britt—parece enfadada otra vez.
Me obligo a levantar la cabeza y la miro con toda la impotencia que siento. Su arruga de la frente se ha unido a la discusión.
—¿No crees que se habría preocupado al ver que no paraba de llamar y no contestabas?
Esto es una pesadilla horrible. Seguro que Sam ha llamado ya a mis padres. Me apoya contra su pecho y noto el ritmo frenético de su corazón.
—Voy a salir a correr. Dúchate. Te traeré algo de comer cuando vuelva.
¿Ahora se va a correr?
Eso es culpa mía.
—Quédate—digo contra su pecho.
No quiero que se vaya.
—No—me levanta y me lleva hasta el cuarto de baño—A la ducha.
Abre el grifo del agua caliente y me deja en el baño, ofendida y preocupada: ella nunca quiere apartarse de mí.
Me encuentro mejor, mucho mejor.
Ruedo hasta el otro lado de la cama y la encuentro fría. Me incorporo y estiro el cuello para inspeccionar la habitación. No hay nadie, así que me acerco de mala gana al borde del colchón, apoyo los pies descalzos en la moqueta de color crema y me preparo para marearme en cuanto me levante, pero no sucede nada de eso. Me siento sorprendentemente estable.
Atravieso el dormitorio y me asomo al descansillo. Santana está abajo, sentada en uno de los enormes sillones hablando en voz baja por el móvil. Ya se ha duchado y lleva puestos unos vaqueros azul claro y un top.
Me agacho silenciosamente hasta el primer escalón y la espío a través del cristal curvo que da al gran espacio diáfano. Parece despejada pero preocupada.
—No lo sé—dice en voz baja mientras pellizca la tela del reposabrazos del sillón—Pero juro por Dios que les voy a arrancar la cabeza—levanta la mano del sofá y se frota los ojos con ella—Estoy cerca, Finn. De verdad que lo necesito. Joder, qué puta mierda.
¿Va a volver a beber por mi culpa otra vez?
Como si hubiera oído mi pregunta silenciosa, levanta la vista y me ve. Me revuelvo avergonzada en lo alto de la escalera mientras me observa.
—Intenta averiguar algo, Finn. Yo no iré hasta dentro de unos cuantos días... Sí, gracias, grandulón.
El teléfono se desliza por la palma de su mano, pero la mano permanece pegada a su oreja y el codo apoyado en el reposabrazos.
Me siento como una auténtica intrusa.
Se retrepa en el sillón y yo me siento en el escalón superior y permanecemos así un buen rato, mirándonos la una a la otra a través del cristal.
No sé qué decirle.
Parece como si cargara con todo el peso del mundo sobre los hombros.
¿Debería marcharme?
Sé que quienquiera que me pusiera esa mierda en la bebida ha hecho que mi vida sea un millón de veces más difícil. Quería demostrarle a Santana que no tenía motivos para ser tan sobreprotectora, pero sólo he conseguido empeorarlo todo.
Ahora jamás me perderá de vista.
Mientras reflexiono sobre mi próximo movimiento, se levanta de la butaca y se aproxima al pie de la escalera. Observo cómo asciende lentamente hasta que se encuentra a tan sólo unos pasos por debajo de mí, mirándome.
¿En qué estará pensando?
Su expresión oscila entre la ira y la tristeza, y la arruga de su frente parece llevar ahí marcada un buen rato.
—Si vas a gritarme, creo que será mejor que me vaya—digo con la garganta seca.
Lo que menos necesito en estos momentos es aguantar a doña Neurótica. Sólo quiero olvidarme de todo esto y dar gracias de que la cosa quedara en un susto. Podría haber sido mucho peor.
—Ya he gritado suficiente—responde, también ella con voz ronca—¿Cómo estás?
—Bien.
Aparto la vista de sus dos imanes y miro mis pies descalzos. No llevo nada puesto más que la ropa interior negra de encaje, y me siento pequeña teniéndola delante cerniéndose sobre mí de esta manera.
Estoy incómoda.
—¿Más o menos?—pregunta.
—No, bien del todo—respondo con insolencia.
Se pone de rodillas, sigue mirándome. Apoya las manos en el escalón superior a ambos lados de mi cuerpo y yo levanto la vista y la miro a ella.
—Estoy furiosa, Britt—dice con voz suave.
—No estaba borracha—afirmo rotundamente.
¡Joder!
No estaba borracha ni de lejos.
—Te dije que no bebieras nada. Sabía que no debería haberte dejado salir.
—Siento curiosidad por saber qué te hace pensar que puedes decidir qué hago o qué dejo de hacer—respondo, desafiante—Ya soy mayorcita. ¿De verdad esperas que viva una vida contigo en la que controles cada uno de mis movimientos?—añado con voz tranquila pero firme a través de la aspereza de mi garganta.
Necesito que entienda lo que le digo. Sus labios forman una línea recta y sé que está cavilando.
—Eres mía, Brittany—dice entre dientes—Tengo que asegurarme de que estés a salvo.
Bajo la vista suspirando. Sí, soy suya, pero sus objetivos con respecto a mantenerme fuera de peligro son demasiado ambiciosos.
—Antes has dicho que estás cerca. ¿Cerca de qué?
Vuelvo a levantar la vista. Me mira a los ojos. Debe de saber que la he oído.
—De nada—responde.
—¿De nada?—digo con tono de incredulidad—Quieres beber, ¿verdad? Eso es lo que necesitas para superar esta puta mierda.
Abre unos ojos como platos.
—¡Vigila... ese... puto... lenguaje!—dice deteniéndose tras cada palabra—Esta puta mierda ha sucedido porque anoche saliste y me desobedeciste—acerca la cara a la mía—Si me hubieras hecho caso ahora no estaríamos en esta situación.
—¡Lo siento!—espeto, enfadada—¡Siento no haberte hecho caso!—me levanto y la dejo ahí arrodillada en la escalera—¿Siento que tengas la necesidad de ahogarte en vodka por mi culpa! Está claro que soy perjudicial para tu salud. Pero tranquila, que por mí ya no vas a sufrir más.
Doy media vuelta y me dirijo al dormitorio, temblando literalmente de ira. He oído cómo se lo confesaba a Finn. Si me marcho, probablemente acabe bebiendo, y si me quedo, tal vez lo haga también.
Estoy entre la espada y la pared.
¿Por qué no ve que son precisamente sus irracionales expectativas las que la llevan a beber, y no yo?
—Estoy furiosa, Britt.
Me vuelvo y veo que me sigue con el rostro descompuesto de rabia. Retrocedo un poco y me reprendo mentalmente por no mantenerme firme. Se detiene delante de mí, con el pecho agitado, exhalando su fresco aliento sobre mí.
—Bésame, Britt.
¿Qué?
—¡No!—chillo, incrédula.
¿Está loca o qué le pasa?
Me acaba de echar una bronca monumental por desobedecerla y continúa exigiéndome más tonterías.
No pienso besarla.
Sus ojos se entornan y se vuelven más oscuros.
—Tres.
Tiene que ser una broma.
—¿Estás loca?
—Loca de rabia, Britt. Dos.
Va totalmente en serio.
¡Joder!
—Uno—susurra.
Inspecciono la entrada de la habitación que tiene detrás y descarto esa opción por completo. No lograría esquivarla de ninguna manera.
—Cero.
¡Mierda!
Corro por la habitación y salto encima de la cama. Tal y como esperaba, me atrapa y me aprisiona debajo de ella en un santiamén. Estoy boca arriba. Me sujeta los dos brazos por encima de la cabeza con una mano y me mete una de sus piernas entre los muslos.
Estoy inmovilizada y cansada de intentar liberarme.
Debería haber aprendido ya la lección.
Jadeo en su cara mientras ella respira sobre mí y me recorre la línea del estómago con el dedo, asciende hasta el centro de mi torso y sigue hasta mi boca. Me acaricia el labio inferior y vuelve a descender por mi cuerpo. La muy cabrona está obligándome a desearla otra vez.
No permitirá que me vaya.
Recorro sus pechos cubiertos con la mirada hasta su mano libre, con la que traza círculos suaves en el hueco de mi cadera.
—Voy a dar por hecho que tu insubordinación se debe al efecto de las drogas, Britt—dice tranquilamente—Voy a concederte tres segundos más para que tomes la decisión correcta—baja la cabeza hasta que sus labios planean sobre los míos sin llegar a tocarse—Tres—dice, pegada a mi boca.
Me retuerzo tratando de liberarme y de combatir la traicionera respuesta de mi cuerpo frente a sus estímulos.
Soy tremendamente débil y estoy desesperada.
Abro los ojos y veo esos dos pozos oscuros inmutables y cargados de deseo coronados por sus gloriosas pestañas.
—Dos—susurra, y desvía la mirada hacia mis labios.
No llega más allá.
Levanto la cabeza para capturar su boca. Mis ansias de ella son demasiado poderosas como para seguir resistiéndome.
Me empuja obligándome a apoyar la cabeza sobre la cama mientras me pasa las manos por el vientre.
—Por favor, no bebas, San—le ruego pegada a su boca.
Jamás me lo perdonaría si volviera a someter a su cuerpo a ese estado por mi culpa.
—No voy a beber, Britt—responde con una voz poco convincente que hace que me sienta incómoda. Se pone de rodillas y tira de mí hasta colocarme a horcajadas sobre su regazo. Me aparta el pelo de la cara y me agarra las mejillas con las manos—Anoche, en el hospital, cuando estabas inconsciente, sentí que el corazón se me paraba a cada minuto que pasaba. No tienes ni la menor idea de cuánto te quiero. Si desaparecieras de mi vida, no sobreviviría, Brittany. Quiero arrancarme la cabeza por haberte dado espacio para desobedecerme.
Abro los ojos de par en par ante esa confesión. Su expresión me indica que habla totalmente en serio, lo cual es preocupante.
Acaba de darme a entender que se suicidaría, ¿no?
Eso es una estupidez, pero no creo que sea el momento de señalarlo.
—Estoy bien, San—digo en un vano intento de hacer que se tranquilice.
Parece agobiada.
—Pero ¿y si no lo estuvieras? ¿Y si no hubiera llegado cuando lo hice?—aprieta los ojos con fuerza—Sólo fui al bar a comprobar que estabas bien, no iba a quedarme. ¿Te haces la menor idea de cómo me sentí cuando vi que te desmayabas?
Abre los ojos y veo que los tiene húmedos y atormentados. Y ahora sé, sin lugar a dudas, que jamás volverá a dejarme sola.
Esto no es sano..., ni para ella ni para mí.
—¡Sólo fue un incidente aislado, algún capullo que hacía el gilipollas! Estaba en el lugar equivocado en el momento inadecuado, eso es todo—le cojo las manos de mi cara y se las coloco entre nuestros cuerpos—Si sigues así, acabarás en un coma inducido por el estrés, ¿y qué haré yo entonces?—pregunto tranquilamente.
Sé que yo tampoco podría vivir sin ella, pero no me vuelvo loca ni intento controlarla. Sacude la cabeza y empieza a morderse el labio.
¿Qué estará pensando?
—Parecías aliviada cuando el médico dijo que no estabas embarazada—me dice con expresión inquisitiva.
¡Ay, no! ¡Ay, no, no, no!
—Sanny, entiende tu no me puedes embarazar, tus dedos no son mágicos—le digo mientras le acaricio la cara.
Ella vuelve e esquivar mi mirada y se sigue mordiendo el labio inferior. Y si lo que estoy pensando es cierto, podría estar embarazada.
Sí, el test salió negativo, pero sólo hace una semana desde que tuve la regla, y es demasiado pronto para detectarlo, ya que esos tratamientos suelen demorarse, y no siempre funcionan.
Joder, pensar que ella me puedo haber embarazado a escondidas, me está matando.
—Y yo no me he practicado ningún tratamiento para quedar embarazada.
Siento que mueve la mano y la cierra alrededor de la mía. La miro con cautela y veo que me observa el estómago y se muerde más fuerte el labio
—¿Has ido a buscar los exámenes?—dice si dejar de mirar mi estómago.
Ya estamos otra vez con el temita de los exámenes.
—No—digo encogiéndome de hombros como la endeble fracasada que soy.
Me observa por unos instantes y me siento como si estuviera bajo la lente de un microscopio diseñado para identificar a idiotas.
—¿Y cuándo los iras a buscar?
—Pronto o podría realizarme otros con mi doctora—respondo con voz tranquila.
—Pero, también podrías ir a la mía otra vez, ¿no? Ella ya sabe lo que tiene que hacer.
Una expresión extraña se dibuja efímeramente en su rostro. Parece remordimiento.
Vale, ya he desestimado ese pensamiento antes, pero esa mirada acaba de ponerme en alerta máxima otra vez. No quiero seguir pensando que sería capaz de hacer algo así, pero tampoco lo descartaría.
No descartaría nada viniendo de ella.
Y menos ahora.
—San…—me detengo, no sé cómo expresar lo que estoy a punto de insinuar.
—¿Qué?—pregunta con voz cautelosa y ligeramente culpable.
Sabe lo que estoy pensando, sé que lo sabe, y ahora estoy muy recelosa. No puede ser que haya intentado dejarme embarazada aposta. Pero si ha sido verdad que ella me ha sometido al tratamiento para quedar embarazada, no sé qué podría pasar.
—Nada—digo, y sacudo la cabeza.
Sé que no lo admitirá, así que estoy perdiendo el tiempo, pero pienso registrar cada milímetro de este ático en cuanto se me presente la ocasión y también llamare a su doctora.
—Ha llamado tu hermano—dice como si tal cosa en un claro intento de distraerme de mis pensamientos.
Me pongo tensa. Ha funcionado.
—¿Sam?
—Sí.
—¿Has hablado con él?
Me mira con expresión dubitativa.
—No podía dejarlo sonar todo el tiempo, habría acabado preocupándose. ¿Y por qué has bloqueado el teléfono?
Me río para mis adentros. Me pregunto cuántas combinaciones habrá probado para desbloquearlo.
—¿Qué más da? Eso no te ha impedido contestar a la llamada, ¿verdad? ¿Qué ha dicho mi hermano?—mi voz suena nerviosa, y lo estoy.
Sam llamará inmediatamente a mi mamá, y por nada del mundo quiero tener que explicar esto.
—No le he contado nada de lo que ha pasado. No quiero que tu familia piense que no sé cuidar de ti. Ha dicho que se suponía que ibais a quedar.
Me mira como si hubiera cometido un terrible pecado por no haberle comentado mis planes, aunque todavía no habíamos concretado nada.
—Le has dicho que estoy viviendo contigo, ¿verdad?—digo, muy seria.
—Sí—no parece en absoluto arrepentida.
¡La mato!
—¡¿Y por qué has hecho eso?!—apoyo la cabeza sobre su hombro desesperada.
—Oye, mírame, Britt—parece enfadada otra vez.
Me obligo a levantar la cabeza y la miro con toda la impotencia que siento. Su arruga de la frente se ha unido a la discusión.
—¿No crees que se habría preocupado al ver que no paraba de llamar y no contestabas?
Esto es una pesadilla horrible. Seguro que Sam ha llamado ya a mis padres. Me apoya contra su pecho y noto el ritmo frenético de su corazón.
—Voy a salir a correr. Dúchate. Te traeré algo de comer cuando vuelva.
¿Ahora se va a correr?
Eso es culpa mía.
—Quédate—digo contra su pecho.
No quiero que se vaya.
—No—me levanta y me lleva hasta el cuarto de baño—A la ducha.
Abre el grifo del agua caliente y me deja en el baño, ofendida y preocupada: ella nunca quiere apartarse de mí.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Ooooo... quizas fue Elaine la que puso la droga? D:
Santana es capaz de embarazarla-.-' porque ella es taaaan... asi? Jshdkd xd
Santana es capaz de embarazarla-.-' porque ella es taaaan... asi? Jshdkd xd
Susii********-*- - Mensajes : 902
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Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
san al webon le va a arrancar la cabeza cuando lo encuentre,...!!!
san y su dedos mágicos para embarazar a britt,... jajajajaj
nos vemos!!!
PD; estuvo genial,.. yo me divertí entre drama y alegría era jajajaja
san al webon le va a arrancar la cabeza cuando lo encuentre,...!!!
san y su dedos mágicos para embarazar a britt,... jajajajaj
nos vemos!!!
PD; estuvo genial,.. yo me divertí entre drama y alegría era jajajaja
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Susii escribió:Ooooo... quizas fue Elaine la que puso la droga? D:
Santana es capaz de embarazarla-.-' porque ella es taaaan... asi? Jshdkd xd
Hola, =o xq no, con lo pica que esta con britt y san no me sorprendería nada ¬¬ Ja! san, no como crees si ella es tan razonable... conversarían sobre el tema como mujeres adultas... vrdd¿? Jjaajajajajaj no se, no se XD jajaajaj. Saludos =D
3:) escribió:holap morra,...
san al webon le va a arrancar la cabeza cuando lo encuentre,...!!!
san y su dedos mágicos para embarazar a britt,... jajajajaj
nos vemos!!!
PD; estuvo genial,.. yo me divertí entre drama y alegría era jajajaja
Hola lu, jajajaajajaj (modismo chileno¿?) jajaajajajaj a no, si no jajajajajaajaj y mas no¿? jajajajaajaj. XD jajajajaajja pobre san cree en milagro no¿? jajajajaajaj. Saludos =D
Pd: jajajajajjaajaj y obvio naya estuvo super osea, todos los papeles los hace tan bn jajajajaj
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 29
Capitulo 29
Un par de horas después, entro en la cocina y veo a Santana, todavía en chándal y una camiseta, con un dedo dentro del tarro de mantequilla de cacahuete. Cuando me mira, pongo cara de asco y ella me regala una sonrisa que no llega a iluminar sus ojos. Parece inquieta.
—Capuchino doble sin chocolate—me acerca una taza de Starbucks y yo la acepto agradecida—Te he traído de todo—dice encogiéndose de hombros—No tenían salmón.
—Gracias—sonrío y me siento a su lado.
—Espero que lleves algo de encaje debajo de esa camisa tan ancha—dice indicando mi cuerpo con la cabeza mientras se mete el dedo en la boca.
Echo un vistazo a mis vaqueros rotos y a la camiseta corta de Jimmy Hendrix y sonrío.
—Bueno sí—me levanto la camiseta y le enseño mi lencería de color crema; ella asiente con aprobación—Creía que ibas a traer algo para cenar.
Cojo la bolsa de papel que tengo más cerca, saco un croissant y le hinco el diente con ganas.
—Cómo has estado durmiendo todo el día, técnicamente ahora es la hora del desayuno—me pone el dedo debajo de la nariz y yo me aparto en mi taburete negando violentamente con la cabeza. Ella sonríe un poco y se lo mete en la boca—¿Qué quieres que hagamos esta noche?
—¿Puedo elegir?—digo con la boca llena.
Me mira e inclina la cabeza hacia un lado.
—Ya te dije que de vez en cuando tengo que dejar que te salgas con la tuya, Britt—alarga el brazo y me limpia una miga de la comisura de los labios—Tengo que dar para recibir y toda esa mierda.
Una carcajada escapa de mis labios y casi escupo el croissant a medio masticar al atragantarme. Toso y me doy unos golpecitos con la mano sobre la boca.
¿Dar para recibir?
Esta mujer está loca.
—¿He dicho algo gracioso, Britt?—pregunta.
Levanto la vista y veo que está muy seria.
¡Joder!
—No, nada, es que se me ha ido por donde no debía.
Toso un poco más y la pobre empieza a darme palmaditas en la espalda. Cuando me recompongo, el video-portero empieza a sonar y Santana se levanta para contestar.
—Sí, Clive, que suba—cuelga y deja el teléfono en su sitio—Es Jay—dice sin mirarme.
—¿Jay? ¿Quién es Jay?
Dejo el croissant de nuevo en la bolsa de papel.
—El portero del bar. Tiene las grabaciones de las cámaras de seguridad.
Guarda la mantequilla de cacahuete en la nevera y sale de la cocina.
¡Mierda, mierda!
¿Las grabaciones de las cámaras de seguridad?
¿Grabaciones en las que apareceré hablando con Elaine?
Creo que voy a vomitar.
Oigo los saludos en la distancia y, momentos después, Santana vuelve a entrar en la cocina acompañado de Jay. El portero me sonríe con aire malicioso, como si ya hubiera visto las imágenes y supiera lo que se avecina.
Sí, voy a vomitar.
Me levanto del taburete y me dispongo a salir de la cocina.
—¿Adónde vas?—me pregunta Santana.
No me vuelvo. Debo de tener una expresión de auténtico pánico.
—Al baño—respondo dejando a las dos personas en la cocina.
En cuanto desaparezco de su vista, corro por la escalera y me encierro en el lavabo, donde me encuentro a salvo del huracán que está por llegar. Debería haber imaginado que no iba a dejar estar las cosas. Debería haber imaginado que intentaría dar caza al criminal.
Joder, qué mal.
Me siento sobre la tapa del retrete, me levanto, me paseo en círculos por el cuarto de baño y de repente oigo la manija de la puerta.
—¿Britt?
Me vuelvo.
—¿Qué?—digo con nerviosismo.
Estoy histérica.
—¿Qué pasa, Britt-Britt? ¿Estás bien?
Tal vez debería decir que no y fingir que sigo enferma para poder quedarme tranquila en el cuarto de baño.
—Sí, estoy bien. ¡Bajo dentro de un minuto!—grito.
Decir que estoy enferma sería absurdo. Derribaría la puerta para atenderme.
—¿Por qué has cerrado con el pestillo?
—No me he dado cuenta. Estoy haciendo pis.
Qué horror. Menos mal que nos separa un bloque de madera enorme, porque tengo el dedo enredado en un mechón de pelo. Debería salir por la ventana del baño.
—Vale, no tardes.
—No.
Oigo cómo se dirige al dormitorio con pasos largos y regulares. Estoy muerta de miedo, y ni siquiera sé por qué. Yo no había quedado en reunirme con Elaine. Sólo fue un encuentro fortuito.
¡JODER!
¿Por qué narices tiene que ser tan persistente?
¿Por qué no puede dejarlo estar en lugar de pedirle al portero la grabación de las cámaras de seguridad?
Debería bajar y darle una patada a esa mierda.
Abro la puerta y salgo con paso firme del baño en dirección a la habitación y después al descansillo.
Está llevando esto demasiado lejos.
Al ver la inmensa pantalla plana detengo la marcha en seco. Es como una pantalla de cine, lo resalta todo y hace que todo parezca enorme. Aunque no en este caso. La imagen es bastante borrosa, los movimientos parecen entrecortados y la pantalla no deja de saltar. Jay pasa rápido la grabación y toda la actividad, la gente yendo y viniendo y las luces aquí y allá se ven aún más desordenadas. Pero entonces aparezco yo sentándome a una mesa con los demás.
—Más despacio—ordena Santana, y Jay reproduce la grabación a una velocidad normal—Eso es, déjalo así.
Me agacho en el escalón superior y veo la televisión a través del cristal mientras mi noche se reproduce delante de mí. No sucede nada interesante durante un buen rato. Veo cómo Kurt se lanza sobre la mesa y me agarra la mano. Veo cómo Mercedes se marcha para reunirse con su cita y cómo Rachel se levanta de la mesa, y sé perfectamente lo que viene a continuación. Ruego para mis adentros para que el televisor estalle en llamas de repente, pero no lo hace. Kurt se marcha, y Elaine se acerca. Me pongo tensa de los pies a la cabeza y veo cómo Santana levanta los hombros hasta tocarse los lóbulos de las orejas. Elaine está de espaldas a la cámara, pero no hay duda de que es ella. Sería imposible intentar convencer a Santana de que era otra persona.
—Páralo—ordena secamente, y se acerca al televisor para verlo todo bien. Empieza a asentir pensativamente—Continúa.
Jay pulsa «play» y ella da unos pasos atrás.
Esto es horrible.
Estoy pegada al escalón, recordando la última vez que Santana descubrió que había visto a Elaine. No quiero que la escena se repita.
¿Cómo puede ser que no previera esto?
Veo cómo me bajo del taburete y me agacho para recoger mis posesiones desperdigadas con Kurt.
—Necesito verlo desde otro ángulo—dice Santana.
—Hay otra cámara—se apresura a contestar Jay.
—Tráemela. ¿La viste hablando con ella?
—López, hago lo que puedo, pero si me llaman para encargarme de algún gilipollas borracho o de alguna pelea de niñatas, no puedo estar encima de ella.
Sacudo la cabeza.
Lo próximo va a ser que me ponga un guardaespaldas.
Esto es ridículo.
—No necesito que nadie me vigile—mascullo entre dientes.
Estoy furiosa.
Ambos se vuelven para mirarme. De repente Jay parece incómodo y Santana está tensa y agitada. Durante unos instantes nos mantenemos en silencio. Es embarazoso y, de manera inconsciente, me cruzo de brazos mientras me siento. Santana escudriña cada uno de mis movimientos.
—¿Dejaste tu bebida desatendida en algún momento?—pregunta Jay.
La pregunta me deja atónita.
—No.
—¿Cuándo empezaste a sentirte rara?—pregunta Santana cruzando los brazos sobre sus pechos.
—Me tambaleé un poco en la barra, pero pensaba que había sido cosa de los tacones.
—¿Hablaste con alguien en la barra?
¡Mierda!
¿Debería mentir?
He visto cómo reacciona Santana cuando se me acerca alguna persona y no es agradable.
¡Mierda, mierda, mierda!
La miro nerviosa. Sabe que estoy cavilando.
Me mira con ojos oscuros y admonitorios. Su pecho se hincha y se deshincha agitado, con los brazos cruzados todavía sobre el pecho.
—Responde a la pregunta, Britt—dice, más calmada de lo que sé que se siente.
—Había un tipo en la barra que se ofreció a invitarme a una copa. Pero me negué.
Escupo las palabras rápidamente. Es obvio que me siento incómoda, pero lo descubriría de todas formas cuando continuara viendo la grabación, así que será mejor que sea sincera. Santana parece haberse quedado paralizada, y mi corazón bombea a gran velocidad en mi pecho.
Bajo la mirada hasta los pies.
—No pasó nada. Me fui de la barra y volví con Rach—intento quitarle importancia antes de que a Santana le dé algo.
—¡Deja de decir que no pasó nada, Britt!—grita.
Doy un brinco, la miro sin querer y veo que tiene las venas del cuello hinchadas y la mandíbula tensa. Y entonces algo atrae mi atención en la pantalla. Ojalá no lo hubiera hecho. Debería haber hecho caso omiso, y tal vez así habría pasado sin que Santana lo hubiera visto.
Se me hiela la sangre.
En la barra hay un hombre alto y trajeado. Es demasiado tarde para hacer como si nada. Santana se vuelve hacia la pantalla plana y ve, al igual que Jay, lo que acaba de llamar mi atención. Vuelve a hacerse el silencio mientras vemos cómo el hombre desaparece de la pantalla cuando me levanto para ir a la barra. Después aparece el baboso musculoso de la coleta acercándose demasiado. Se me caen las monedas y me agacho a recogerlas. Me tambaleo y vuelvo a mi mesa. Entonces, el hombre alto vuelve a aparecer en pantalla. Entorno los ojos para intentar enfocarlo mejor.
¿Será él?
Desde luego lo parece, pero en su mensaje decía que estaba en Irlanda.
Veo a Santana echando chispas con el rabillo del ojo, lo que indica que está pensando lo mismo que yo. Observo la grabación totalmente estupefacta. Oigo su respiración agitada, pero estoy demasiado pasmada como para confirmar lo que ya sé.
Debe de estar colérica.
De repente el tiempo pasa muy de prisa, pero entonces Quinn entra en el bar y la grabación se ralentiza de nuevo. Me levanto de la mesa y dejo a Quinn babeando sobre Rachel. Entonces Santana aparece en la esquina inferior de la pantalla y veo cómo me desmayo, me doy contra el suelo con fuerza y la gente se arremolina alrededor de mi cuerpo desplomado hasta taparme por completo ante la lente de las cámaras.
Nadie dice nada durante un rato largo e incómodo. Miro a Santana y veo que me está observando. No me gusta nada la negrura de sus ojos, y siento cómo los míos se inundan de lágrimas.
¿Debería contarle lo del mensaje?
Ya está bastante iracunda.
¿Debería añadir más leña a su evidente ira?
Jay carraspea y desvío la mirada hacia él.
—¿Ya han visto suficiente?—pregunta.
—Sí—responde Santana sin apartar los ojos de mí.
Está claro que su llegada repentina fue lo mejor que podría haberme pasado.
—Entonces me marcho—Jay se levanta y extrae el disco del reproductor—Sé dónde está la salida.
Santana no dice nada, y Jay se va, cerrando la puerta tranquilamente al salir. Me siento en lo alto de la escalera con la mirada en el suelo.
Estoy en trance.
Esto podría haber acabado muchísimo peor. No me cabe duda de que Santana tendrá algo que decir acerca de mi falta de honestidad con respecto a la presencia de Elaine, pero debería entenderlo.
¿Por qué iba a contárselo?
No soy tan idiota. Bueno, por lo visto sí que lo soy. No se me ocurrió pensar que habría cámaras de seguridad, y desde luego no esperaba que Santana empezara a comportarse como Hércules Poirot.
—No me habías dicho nada de Elaine.
Su tono calmado no me engaña.
Pero ¿por qué se centra en eso en lugar de en el asunto más importante que tenemos entre manos..., el tipo trajeado de la barra?
Sé que Santana también piensa que es él.
Elevo los hombros con ansiedad pero no levanto la mirada; ya sé que está furiosa. No necesito confirmarlo visualmente, y creo que es bastante obvio por qué no mencioné lo de Elaine.
—No quería que te enfadaras.
—¿Enfadarme yo?—dice, sorprendida.
—Vale, no quería que te cabrearas.
La miro y me encuentro con una expresión totalmente impertérrita. Estoy extrañada. Esperaba que estuviera roja por la furia.
—Nos encontramos por casualidad.
—Pero estuvieron charlando durante unos minutos. ¿De qué hablaban?
—Ella se disculpó.
—¿Durante todo ese tiempo?—dice con las cejas enarcadas. Tiene razón, para disculparse sólo se necesitan un par de segundos, pero no recuerdo cada detalle de la conversación—Te dije que no volvieras a verla.
La miro con la boca abierta.
—San, no lo planeé. Ya te he dicho que fue una coincidencia.
¿Qué pretendía que hiciera?
¿Qué me fuera del bar?
—Quería saber cómo se había enterado de lo tuyo.
—¿Tanto te importa?—sé que está intentando controlar su temperamento.
—No, la verdad es que no.
Empieza a morderse el labio inferior mientras me observa. Me siento culpable y no sé por qué: yo no he hecho nada malo.
No me está gritando, pero es evidente que está disgustada.
¿Qué quiere que haga?
Sé que está pensando lo mismo que yo con respecto a Rory, pero no puede cabrearse conmigo por eso porque yo ni siquiera sabía que estaba ahí, si es que era él.
¿Era él?
—Entonces olvídalo—atraviesa el espacio diáfano del ático y sube la escalera—Voy a ducharme.
Pasa por mi lado dejándome atónita ante su aparente calma. Creo que preferiría que estallara. Al menos, así sabría en qué posición me encuentro.
¿Y ahora, qué?
Me levanto del escalón y me encamino al dormitorio. No soporto este punto muerto. Necesito saber qué está pasando exactamente por esa mente compleja.
Sé que se siente furiosa, así que, ¿por qué está controlando su temperamento?
No es agradable, aunque preferiría que montara en cólera para que liberara un poco la tensión. Tengo la sensación de encontrarme junto a una bomba de relojería.
Entro en la habitación y oigo que el agua empieza a correr. Entro en el baño y la veo bajo la ducha. Incluso en estos momentos me siento tremendamente atraída por la belleza que tengo delante, cargada de ira. Le está costando, pero sigue dominándola.
—¿Quieres hacer el favor de echarme la bronca para que podamos zanjar esto?
Me siento en el mueble del lavabo y dejo las manos sobre el regazo. Entonces me doy cuenta por primera vez desde que me he levantado de que no llevo puesto el anillo de compromiso.
¿Me lo quitó ella?
La idea me atraviesa el alma. Esto no me gusta, no me gusta un pelo. No dice ni una palabra.
Continúa enjabonándose y finalmente sale y coge una toalla para secarse. Me deja ahí plantada, mirando el suelo del baño.
Esta incertidumbre me está matando.
Bajo al suelo y me dirijo nerviosa al dormitorio.
—¿San?
Hace como que no me oye, va hasta el vestidor y aparece instantes después con unos vaqueros desgastados y un sujetador de encaje. Le tiembla la mandíbula sin parar, y sé que está haciendo todo lo posible por controlar sus emociones. Jamás habría pensado que desearía que perdiera los papeles.
¿Adónde va?
Se mete una camiseta gris por la cabeza y regresa al baño mientras yo me quedo de pie en medio de la habitación sin saber qué coño hacer. La sigo de nuevo y veo que se está cepillando los dientes. Me mira a los ojos a través del espejo.
Me siento nerviosa..., violenta.
—Habla conmigo, por favor—le ruego.
No puedo soportar esto.
Termina de lavarse los dientes, se echa agua en la cara, se agarra al borde del lavabo y respira hondo unas cuantas veces. Me preparo para la tormenta, pero no estalla. Pasa por mi lado y vuelve al dormitorio. La sigo como una desesperada.
—¿Adónde vas?—pregunto a sus espaldas conforme se dirige a la puerta.
Se detiene en seco y tarda unos instantes en volver sus ojos oscuros y atribulados hacia mí.
—Tengo asuntos que solucionar en La Mansión.
Su voz suena totalmente carente de emoción, mientras que yo estoy a punto de echarme a llorar. Estoy petrificada.
—Creía que íbamos a hacer algo juntas esta noche—le recuerdo con desesperación.
—Ha surgido algo—masculla, y se vuelve para marcharse.
No me cabe duda de que ese «algo» soy yo. Va a beber.
—¡Estás furiosa conmigo!—grito, histérica.
No quiero que se vaya. Normalmente insistiría en que fuera con ella y yo me negaría, pero ahora quiero ir con ella.
Sacude la cabeza pero no me mira.
Necesito verle la cara.
Sale de la habitación y yo me dejo caer al suelo llorando. Me siento impotente e incompleta. Y todo este dolor es porque yo quería tener la última palabra, todo esto es porque insistí en salir y en demostrarle que no pasaba nada. Y lo único que he demostrado es que estoy perdida sin ella.
Me obligo a levantarme y recorro la habitación. Me dejo caer sobre la cama y me acurruco en el lado que más huele a ella. Es un triste sustituto de la realidad. Sólo ella puede hacer que me sienta mejor y borrar todo este dolor. Y lo peor de todo es que sé adónde ha ido, quién estará ahí y qué estará haciendo.
¿Qué debo hacer?
Estoy hecha un asco, tengo la cara hinchada, me escuece a causa de las lágrimas, y me duele la cabeza de tanto pensar en cosas horribles.
¿Abrirá una botella de vodka?
Sé que si lo hace no la veré durante algún tiempo, no quiero volver a verla así. Preferiría no verla en absoluto antes que ver a esa bestia en la que se transforma con unas cuantas botellas en el organismo. No me apetece verla nunca más así en toda mi vida.
Me incorporo en la cama y de repente me acuerdo de algo.
Ella no está aquí, y yo estoy... sola.
Me levanto y corro al vestidor, meto las manos en todos los bolsillos de sus chaquetas, vuelco todos sus zapatos y registro los montones de camisetas dobladas con esmero.
Ni rastro.
Pero no pienso rendirme.
Si me sometió a un tratamiento para quedar embarazada debe de haber algún papel o algo que lo confirme.
¿A qué está jugando?
No puede ser que esté tratando de dejarme embarazada. Si es así, tal vez ya se haya salido con la suya, aunque sé que esos tratamientos cuestan para que funcionen.
No puedo creerlo.
Me dejo caer sobre el suelo del vestidor y me seco las lágrimas que brotan de mis ojos todavía.
¿Está intentando atraparme?
Empiezo a registrar los bolsillos de sus vaqueros, revolviendo todo el armario con violencia al no encontrar nada. De repente, encuentro un sobre con el nombre de la clínica y de la doctora de Santana que caen al suelo al sacar una chaqueta de la percha y su contenido se desparrama por el suelo, los recojo y es como una especie de carta que explica que me practicaron un tratamiento para quedar embarazada con los óvulos de Santana. Además de la eficiencia, duración y probabilidad del tratamiento y de que quede embarazada la primera vez. También dice que Santana en mi pareja, entre otras cosas más.
Está intentando que me quede embarazada.
¡Joder!
Me pongo de pie y corro al piso de abajo, a su despacho. Abro todos los cajones, y encuentro los datos de la doctora Wilde, los anoto y los guardo. Tengo una seria conversación con ella. Y espero que el tratamiento no funcione.
Una hora después la casa está hecha un desastre. Me detengo cuando oigo sonar mi teléfono en la distancia, rastreo el sonido hasta que se detiene y me quedo en medio del inmenso espacio diáfano mientras miro a mi alrededor desesperada.
—¡Joder!
Me maldigo a mí misma, pero entonces el tono de alerta de mensaje de texto empieza a sonar y sigo el sonido hasta el sillón donde estaba sentado Santana antes. Meto la mano por un lado y encuentro el móvil. La llamada pérdida era de mi mamá.
Joder, ¿habrá hablado Sam con ella ya?
No puedo llamarla en estos momentos. Sé que suena un poco cruel por mi parte, pero ni siquiera sé en qué punto estamos como para poder decírselo.
El corazón me da un vuelco cuando veo que el mensaje de texto es de Finn.
Está bien, pero creo que deberías venir.
Me tranquilizo un poco a leer la primera parte del mensaje, pero me hundo de nuevo al leer el resto.
¿Debería ir?
¿Estará Finn jugando a tirar de la cuerda con Santana y una botella de vodka?
Subo corriendo la escalera, me meto en el baño. Me lavo la cara en un vano intento de que parezca que no me pasa nada, pero no funciona. Se ve a la legua que he estado llorando sin parar, y ningún lavado de cara ni ningún maquillaje podrían disimular mis ojos enrojecidos y vidriosos.
Cojo las llaves y corro hacia el coche, haciendo caso omiso de los gritos de Clive.
—Capuchino doble sin chocolate—me acerca una taza de Starbucks y yo la acepto agradecida—Te he traído de todo—dice encogiéndose de hombros—No tenían salmón.
—Gracias—sonrío y me siento a su lado.
—Espero que lleves algo de encaje debajo de esa camisa tan ancha—dice indicando mi cuerpo con la cabeza mientras se mete el dedo en la boca.
Echo un vistazo a mis vaqueros rotos y a la camiseta corta de Jimmy Hendrix y sonrío.
—Bueno sí—me levanto la camiseta y le enseño mi lencería de color crema; ella asiente con aprobación—Creía que ibas a traer algo para cenar.
Cojo la bolsa de papel que tengo más cerca, saco un croissant y le hinco el diente con ganas.
—Cómo has estado durmiendo todo el día, técnicamente ahora es la hora del desayuno—me pone el dedo debajo de la nariz y yo me aparto en mi taburete negando violentamente con la cabeza. Ella sonríe un poco y se lo mete en la boca—¿Qué quieres que hagamos esta noche?
—¿Puedo elegir?—digo con la boca llena.
Me mira e inclina la cabeza hacia un lado.
—Ya te dije que de vez en cuando tengo que dejar que te salgas con la tuya, Britt—alarga el brazo y me limpia una miga de la comisura de los labios—Tengo que dar para recibir y toda esa mierda.
Una carcajada escapa de mis labios y casi escupo el croissant a medio masticar al atragantarme. Toso y me doy unos golpecitos con la mano sobre la boca.
¿Dar para recibir?
Esta mujer está loca.
—¿He dicho algo gracioso, Britt?—pregunta.
Levanto la vista y veo que está muy seria.
¡Joder!
—No, nada, es que se me ha ido por donde no debía.
Toso un poco más y la pobre empieza a darme palmaditas en la espalda. Cuando me recompongo, el video-portero empieza a sonar y Santana se levanta para contestar.
—Sí, Clive, que suba—cuelga y deja el teléfono en su sitio—Es Jay—dice sin mirarme.
—¿Jay? ¿Quién es Jay?
Dejo el croissant de nuevo en la bolsa de papel.
—El portero del bar. Tiene las grabaciones de las cámaras de seguridad.
Guarda la mantequilla de cacahuete en la nevera y sale de la cocina.
¡Mierda, mierda!
¿Las grabaciones de las cámaras de seguridad?
¿Grabaciones en las que apareceré hablando con Elaine?
Creo que voy a vomitar.
Oigo los saludos en la distancia y, momentos después, Santana vuelve a entrar en la cocina acompañado de Jay. El portero me sonríe con aire malicioso, como si ya hubiera visto las imágenes y supiera lo que se avecina.
Sí, voy a vomitar.
Me levanto del taburete y me dispongo a salir de la cocina.
—¿Adónde vas?—me pregunta Santana.
No me vuelvo. Debo de tener una expresión de auténtico pánico.
—Al baño—respondo dejando a las dos personas en la cocina.
En cuanto desaparezco de su vista, corro por la escalera y me encierro en el lavabo, donde me encuentro a salvo del huracán que está por llegar. Debería haber imaginado que no iba a dejar estar las cosas. Debería haber imaginado que intentaría dar caza al criminal.
Joder, qué mal.
Me siento sobre la tapa del retrete, me levanto, me paseo en círculos por el cuarto de baño y de repente oigo la manija de la puerta.
—¿Britt?
Me vuelvo.
—¿Qué?—digo con nerviosismo.
Estoy histérica.
—¿Qué pasa, Britt-Britt? ¿Estás bien?
Tal vez debería decir que no y fingir que sigo enferma para poder quedarme tranquila en el cuarto de baño.
—Sí, estoy bien. ¡Bajo dentro de un minuto!—grito.
Decir que estoy enferma sería absurdo. Derribaría la puerta para atenderme.
—¿Por qué has cerrado con el pestillo?
—No me he dado cuenta. Estoy haciendo pis.
Qué horror. Menos mal que nos separa un bloque de madera enorme, porque tengo el dedo enredado en un mechón de pelo. Debería salir por la ventana del baño.
—Vale, no tardes.
—No.
Oigo cómo se dirige al dormitorio con pasos largos y regulares. Estoy muerta de miedo, y ni siquiera sé por qué. Yo no había quedado en reunirme con Elaine. Sólo fue un encuentro fortuito.
¡JODER!
¿Por qué narices tiene que ser tan persistente?
¿Por qué no puede dejarlo estar en lugar de pedirle al portero la grabación de las cámaras de seguridad?
Debería bajar y darle una patada a esa mierda.
Abro la puerta y salgo con paso firme del baño en dirección a la habitación y después al descansillo.
Está llevando esto demasiado lejos.
Al ver la inmensa pantalla plana detengo la marcha en seco. Es como una pantalla de cine, lo resalta todo y hace que todo parezca enorme. Aunque no en este caso. La imagen es bastante borrosa, los movimientos parecen entrecortados y la pantalla no deja de saltar. Jay pasa rápido la grabación y toda la actividad, la gente yendo y viniendo y las luces aquí y allá se ven aún más desordenadas. Pero entonces aparezco yo sentándome a una mesa con los demás.
—Más despacio—ordena Santana, y Jay reproduce la grabación a una velocidad normal—Eso es, déjalo así.
Me agacho en el escalón superior y veo la televisión a través del cristal mientras mi noche se reproduce delante de mí. No sucede nada interesante durante un buen rato. Veo cómo Kurt se lanza sobre la mesa y me agarra la mano. Veo cómo Mercedes se marcha para reunirse con su cita y cómo Rachel se levanta de la mesa, y sé perfectamente lo que viene a continuación. Ruego para mis adentros para que el televisor estalle en llamas de repente, pero no lo hace. Kurt se marcha, y Elaine se acerca. Me pongo tensa de los pies a la cabeza y veo cómo Santana levanta los hombros hasta tocarse los lóbulos de las orejas. Elaine está de espaldas a la cámara, pero no hay duda de que es ella. Sería imposible intentar convencer a Santana de que era otra persona.
—Páralo—ordena secamente, y se acerca al televisor para verlo todo bien. Empieza a asentir pensativamente—Continúa.
Jay pulsa «play» y ella da unos pasos atrás.
Esto es horrible.
Estoy pegada al escalón, recordando la última vez que Santana descubrió que había visto a Elaine. No quiero que la escena se repita.
¿Cómo puede ser que no previera esto?
Veo cómo me bajo del taburete y me agacho para recoger mis posesiones desperdigadas con Kurt.
—Necesito verlo desde otro ángulo—dice Santana.
—Hay otra cámara—se apresura a contestar Jay.
—Tráemela. ¿La viste hablando con ella?
—López, hago lo que puedo, pero si me llaman para encargarme de algún gilipollas borracho o de alguna pelea de niñatas, no puedo estar encima de ella.
Sacudo la cabeza.
Lo próximo va a ser que me ponga un guardaespaldas.
Esto es ridículo.
—No necesito que nadie me vigile—mascullo entre dientes.
Estoy furiosa.
Ambos se vuelven para mirarme. De repente Jay parece incómodo y Santana está tensa y agitada. Durante unos instantes nos mantenemos en silencio. Es embarazoso y, de manera inconsciente, me cruzo de brazos mientras me siento. Santana escudriña cada uno de mis movimientos.
—¿Dejaste tu bebida desatendida en algún momento?—pregunta Jay.
La pregunta me deja atónita.
—No.
—¿Cuándo empezaste a sentirte rara?—pregunta Santana cruzando los brazos sobre sus pechos.
—Me tambaleé un poco en la barra, pero pensaba que había sido cosa de los tacones.
—¿Hablaste con alguien en la barra?
¡Mierda!
¿Debería mentir?
He visto cómo reacciona Santana cuando se me acerca alguna persona y no es agradable.
¡Mierda, mierda, mierda!
La miro nerviosa. Sabe que estoy cavilando.
Me mira con ojos oscuros y admonitorios. Su pecho se hincha y se deshincha agitado, con los brazos cruzados todavía sobre el pecho.
—Responde a la pregunta, Britt—dice, más calmada de lo que sé que se siente.
—Había un tipo en la barra que se ofreció a invitarme a una copa. Pero me negué.
Escupo las palabras rápidamente. Es obvio que me siento incómoda, pero lo descubriría de todas formas cuando continuara viendo la grabación, así que será mejor que sea sincera. Santana parece haberse quedado paralizada, y mi corazón bombea a gran velocidad en mi pecho.
Bajo la mirada hasta los pies.
—No pasó nada. Me fui de la barra y volví con Rach—intento quitarle importancia antes de que a Santana le dé algo.
—¡Deja de decir que no pasó nada, Britt!—grita.
Doy un brinco, la miro sin querer y veo que tiene las venas del cuello hinchadas y la mandíbula tensa. Y entonces algo atrae mi atención en la pantalla. Ojalá no lo hubiera hecho. Debería haber hecho caso omiso, y tal vez así habría pasado sin que Santana lo hubiera visto.
Se me hiela la sangre.
En la barra hay un hombre alto y trajeado. Es demasiado tarde para hacer como si nada. Santana se vuelve hacia la pantalla plana y ve, al igual que Jay, lo que acaba de llamar mi atención. Vuelve a hacerse el silencio mientras vemos cómo el hombre desaparece de la pantalla cuando me levanto para ir a la barra. Después aparece el baboso musculoso de la coleta acercándose demasiado. Se me caen las monedas y me agacho a recogerlas. Me tambaleo y vuelvo a mi mesa. Entonces, el hombre alto vuelve a aparecer en pantalla. Entorno los ojos para intentar enfocarlo mejor.
¿Será él?
Desde luego lo parece, pero en su mensaje decía que estaba en Irlanda.
Veo a Santana echando chispas con el rabillo del ojo, lo que indica que está pensando lo mismo que yo. Observo la grabación totalmente estupefacta. Oigo su respiración agitada, pero estoy demasiado pasmada como para confirmar lo que ya sé.
Debe de estar colérica.
De repente el tiempo pasa muy de prisa, pero entonces Quinn entra en el bar y la grabación se ralentiza de nuevo. Me levanto de la mesa y dejo a Quinn babeando sobre Rachel. Entonces Santana aparece en la esquina inferior de la pantalla y veo cómo me desmayo, me doy contra el suelo con fuerza y la gente se arremolina alrededor de mi cuerpo desplomado hasta taparme por completo ante la lente de las cámaras.
Nadie dice nada durante un rato largo e incómodo. Miro a Santana y veo que me está observando. No me gusta nada la negrura de sus ojos, y siento cómo los míos se inundan de lágrimas.
¿Debería contarle lo del mensaje?
Ya está bastante iracunda.
¿Debería añadir más leña a su evidente ira?
Jay carraspea y desvío la mirada hacia él.
—¿Ya han visto suficiente?—pregunta.
—Sí—responde Santana sin apartar los ojos de mí.
Está claro que su llegada repentina fue lo mejor que podría haberme pasado.
—Entonces me marcho—Jay se levanta y extrae el disco del reproductor—Sé dónde está la salida.
Santana no dice nada, y Jay se va, cerrando la puerta tranquilamente al salir. Me siento en lo alto de la escalera con la mirada en el suelo.
Estoy en trance.
Esto podría haber acabado muchísimo peor. No me cabe duda de que Santana tendrá algo que decir acerca de mi falta de honestidad con respecto a la presencia de Elaine, pero debería entenderlo.
¿Por qué iba a contárselo?
No soy tan idiota. Bueno, por lo visto sí que lo soy. No se me ocurrió pensar que habría cámaras de seguridad, y desde luego no esperaba que Santana empezara a comportarse como Hércules Poirot.
—No me habías dicho nada de Elaine.
Su tono calmado no me engaña.
Pero ¿por qué se centra en eso en lugar de en el asunto más importante que tenemos entre manos..., el tipo trajeado de la barra?
Sé que Santana también piensa que es él.
Elevo los hombros con ansiedad pero no levanto la mirada; ya sé que está furiosa. No necesito confirmarlo visualmente, y creo que es bastante obvio por qué no mencioné lo de Elaine.
—No quería que te enfadaras.
—¿Enfadarme yo?—dice, sorprendida.
—Vale, no quería que te cabrearas.
La miro y me encuentro con una expresión totalmente impertérrita. Estoy extrañada. Esperaba que estuviera roja por la furia.
—Nos encontramos por casualidad.
—Pero estuvieron charlando durante unos minutos. ¿De qué hablaban?
—Ella se disculpó.
—¿Durante todo ese tiempo?—dice con las cejas enarcadas. Tiene razón, para disculparse sólo se necesitan un par de segundos, pero no recuerdo cada detalle de la conversación—Te dije que no volvieras a verla.
La miro con la boca abierta.
—San, no lo planeé. Ya te he dicho que fue una coincidencia.
¿Qué pretendía que hiciera?
¿Qué me fuera del bar?
—Quería saber cómo se había enterado de lo tuyo.
—¿Tanto te importa?—sé que está intentando controlar su temperamento.
—No, la verdad es que no.
Empieza a morderse el labio inferior mientras me observa. Me siento culpable y no sé por qué: yo no he hecho nada malo.
No me está gritando, pero es evidente que está disgustada.
¿Qué quiere que haga?
Sé que está pensando lo mismo que yo con respecto a Rory, pero no puede cabrearse conmigo por eso porque yo ni siquiera sabía que estaba ahí, si es que era él.
¿Era él?
—Entonces olvídalo—atraviesa el espacio diáfano del ático y sube la escalera—Voy a ducharme.
Pasa por mi lado dejándome atónita ante su aparente calma. Creo que preferiría que estallara. Al menos, así sabría en qué posición me encuentro.
¿Y ahora, qué?
Me levanto del escalón y me encamino al dormitorio. No soporto este punto muerto. Necesito saber qué está pasando exactamente por esa mente compleja.
Sé que se siente furiosa, así que, ¿por qué está controlando su temperamento?
No es agradable, aunque preferiría que montara en cólera para que liberara un poco la tensión. Tengo la sensación de encontrarme junto a una bomba de relojería.
Entro en la habitación y oigo que el agua empieza a correr. Entro en el baño y la veo bajo la ducha. Incluso en estos momentos me siento tremendamente atraída por la belleza que tengo delante, cargada de ira. Le está costando, pero sigue dominándola.
—¿Quieres hacer el favor de echarme la bronca para que podamos zanjar esto?
Me siento en el mueble del lavabo y dejo las manos sobre el regazo. Entonces me doy cuenta por primera vez desde que me he levantado de que no llevo puesto el anillo de compromiso.
¿Me lo quitó ella?
La idea me atraviesa el alma. Esto no me gusta, no me gusta un pelo. No dice ni una palabra.
Continúa enjabonándose y finalmente sale y coge una toalla para secarse. Me deja ahí plantada, mirando el suelo del baño.
Esta incertidumbre me está matando.
Bajo al suelo y me dirijo nerviosa al dormitorio.
—¿San?
Hace como que no me oye, va hasta el vestidor y aparece instantes después con unos vaqueros desgastados y un sujetador de encaje. Le tiembla la mandíbula sin parar, y sé que está haciendo todo lo posible por controlar sus emociones. Jamás habría pensado que desearía que perdiera los papeles.
¿Adónde va?
Se mete una camiseta gris por la cabeza y regresa al baño mientras yo me quedo de pie en medio de la habitación sin saber qué coño hacer. La sigo de nuevo y veo que se está cepillando los dientes. Me mira a los ojos a través del espejo.
Me siento nerviosa..., violenta.
—Habla conmigo, por favor—le ruego.
No puedo soportar esto.
Termina de lavarse los dientes, se echa agua en la cara, se agarra al borde del lavabo y respira hondo unas cuantas veces. Me preparo para la tormenta, pero no estalla. Pasa por mi lado y vuelve al dormitorio. La sigo como una desesperada.
—¿Adónde vas?—pregunto a sus espaldas conforme se dirige a la puerta.
Se detiene en seco y tarda unos instantes en volver sus ojos oscuros y atribulados hacia mí.
—Tengo asuntos que solucionar en La Mansión.
Su voz suena totalmente carente de emoción, mientras que yo estoy a punto de echarme a llorar. Estoy petrificada.
—Creía que íbamos a hacer algo juntas esta noche—le recuerdo con desesperación.
—Ha surgido algo—masculla, y se vuelve para marcharse.
No me cabe duda de que ese «algo» soy yo. Va a beber.
—¡Estás furiosa conmigo!—grito, histérica.
No quiero que se vaya. Normalmente insistiría en que fuera con ella y yo me negaría, pero ahora quiero ir con ella.
Sacude la cabeza pero no me mira.
Necesito verle la cara.
Sale de la habitación y yo me dejo caer al suelo llorando. Me siento impotente e incompleta. Y todo este dolor es porque yo quería tener la última palabra, todo esto es porque insistí en salir y en demostrarle que no pasaba nada. Y lo único que he demostrado es que estoy perdida sin ella.
Me obligo a levantarme y recorro la habitación. Me dejo caer sobre la cama y me acurruco en el lado que más huele a ella. Es un triste sustituto de la realidad. Sólo ella puede hacer que me sienta mejor y borrar todo este dolor. Y lo peor de todo es que sé adónde ha ido, quién estará ahí y qué estará haciendo.
¿Qué debo hacer?
Estoy hecha un asco, tengo la cara hinchada, me escuece a causa de las lágrimas, y me duele la cabeza de tanto pensar en cosas horribles.
¿Abrirá una botella de vodka?
Sé que si lo hace no la veré durante algún tiempo, no quiero volver a verla así. Preferiría no verla en absoluto antes que ver a esa bestia en la que se transforma con unas cuantas botellas en el organismo. No me apetece verla nunca más así en toda mi vida.
Me incorporo en la cama y de repente me acuerdo de algo.
Ella no está aquí, y yo estoy... sola.
Me levanto y corro al vestidor, meto las manos en todos los bolsillos de sus chaquetas, vuelco todos sus zapatos y registro los montones de camisetas dobladas con esmero.
Ni rastro.
Pero no pienso rendirme.
Si me sometió a un tratamiento para quedar embarazada debe de haber algún papel o algo que lo confirme.
¿A qué está jugando?
No puede ser que esté tratando de dejarme embarazada. Si es así, tal vez ya se haya salido con la suya, aunque sé que esos tratamientos cuestan para que funcionen.
No puedo creerlo.
Me dejo caer sobre el suelo del vestidor y me seco las lágrimas que brotan de mis ojos todavía.
¿Está intentando atraparme?
Empiezo a registrar los bolsillos de sus vaqueros, revolviendo todo el armario con violencia al no encontrar nada. De repente, encuentro un sobre con el nombre de la clínica y de la doctora de Santana que caen al suelo al sacar una chaqueta de la percha y su contenido se desparrama por el suelo, los recojo y es como una especie de carta que explica que me practicaron un tratamiento para quedar embarazada con los óvulos de Santana. Además de la eficiencia, duración y probabilidad del tratamiento y de que quede embarazada la primera vez. También dice que Santana en mi pareja, entre otras cosas más.
Está intentando que me quede embarazada.
¡Joder!
Me pongo de pie y corro al piso de abajo, a su despacho. Abro todos los cajones, y encuentro los datos de la doctora Wilde, los anoto y los guardo. Tengo una seria conversación con ella. Y espero que el tratamiento no funcione.
Una hora después la casa está hecha un desastre. Me detengo cuando oigo sonar mi teléfono en la distancia, rastreo el sonido hasta que se detiene y me quedo en medio del inmenso espacio diáfano mientras miro a mi alrededor desesperada.
—¡Joder!
Me maldigo a mí misma, pero entonces el tono de alerta de mensaje de texto empieza a sonar y sigo el sonido hasta el sillón donde estaba sentado Santana antes. Meto la mano por un lado y encuentro el móvil. La llamada pérdida era de mi mamá.
Joder, ¿habrá hablado Sam con ella ya?
No puedo llamarla en estos momentos. Sé que suena un poco cruel por mi parte, pero ni siquiera sé en qué punto estamos como para poder decírselo.
El corazón me da un vuelco cuando veo que el mensaje de texto es de Finn.
Está bien, pero creo que deberías venir.
Me tranquilizo un poco a leer la primera parte del mensaje, pero me hundo de nuevo al leer el resto.
¿Debería ir?
¿Estará Finn jugando a tirar de la cuerda con Santana y una botella de vodka?
Subo corriendo la escalera, me meto en el baño. Me lavo la cara en un vano intento de que parezca que no me pasa nada, pero no funciona. Se ve a la legua que he estado llorando sin parar, y ningún lavado de cara ni ningún maquillaje podrían disimular mis ojos enrojecidos y vidriosos.
Cojo las llaves y corro hacia el coche, haciendo caso omiso de los gritos de Clive.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
creo que fue elaine, tal vez santana si quiere a britt embarazada y por otro lado entiendo a san, britt todo el tiempo quiere esconderla, es que se averguenza de ella?
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,...
es peor cuando san no dice nada,...
britt ya sabe el plan B de san para el bebe!!!!
que paso con san en la mansión????
nos vemos!!!
PD; a nay la sientan en una silla delante de una cámara sin decir nada,.. seria interesante igual jajajaja
es peor cuando san no dice nada,...
britt ya sabe el plan B de san para el bebe!!!!
que paso con san en la mansión????
nos vemos!!!
PD; a nay la sientan en una silla delante de una cámara sin decir nada,.. seria interesante igual jajajaja
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Es peor cuando San no dice nada!
Asi que la embarazo... joder._. yo le grito, me voy y la dejo por unas semanas xd dsajf despues vuelvo con ella sdkjfhj
Por que no tiene puesto el anillo?._.
Que paso en La Mansion?._.
Las dos se esconden cosas y nunca hablan como adultas>:c me dan ganas de golpearlas o meterme en la historia y decirles a cada una lo que esta haciendo la otra a sus espaldas >:c
Saluuuuuudos!
Asi que la embarazo... joder._. yo le grito, me voy y la dejo por unas semanas xd dsajf despues vuelvo con ella sdkjfhj
Por que no tiene puesto el anillo?._.
Que paso en La Mansion?._.
Las dos se esconden cosas y nunca hablan como adultas>:c me dan ganas de golpearlas o meterme en la historia y decirles a cada una lo que esta haciendo la otra a sus espaldas >:c
Saluuuuuudos!
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Mamita que lío tiene en la cabeza San!!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
micky morales escribió:creo que fue elaine, tal vez santana si quiere a britt embarazada y por otro lado entiendo a san, britt todo el tiempo quiere esconderla, es que se averguenza de ella?
Hola, esa elaine no entiende un no vrdd¿? ¬¬ =O tu crees¿? jajajajaajajajajjajajajajajaaj puede jajaajajajajja, no yo creo esk es donde todo esta pasando muy rapido jajajaja no¿? jajaaja. Saludos =D
3:) escribió:holap morra,...
es peor cuando san no dice nada,...
britt ya sabe el plan B de san para el bebe!!!!
que paso con san en la mansión????
nos vemos!!!
PD; a nay la sientan en una silla delante de una cámara sin decir nada,.. seria interesante igual jajajaja
Hola lu, uf o no¿?! Oooo si! jajajajajaaj. Ahora lo sabremos mi querida lu! Saludos =D
Pd: jajajajaaj toda, pero TODA la razón ai! jajajaajajaj.
Susii escribió:Es peor cuando San no dice nada!
Asi que la embarazo... joder._. yo le grito, me voy y la dejo por unas semanas xd dsajf despues vuelvo con ella sdkjfhj
Por que no tiene puesto el anillo?._.
Que paso en La Mansion?._.
Las dos se esconden cosas y nunca hablan como adultas>:c me dan ganas de golpearlas o meterme en la historia y decirles a cada una lo que esta haciendo la otra a sus espaldas >:c
Saluuuuuudos!
Hola, sip, si que lo es, pero parece que ella no entiende no¿? jajajajajaajaj. Parece =/ jajajajaaj quizas y britt te haga caso no¿? xq no¿? jajaajajajajaj. Ya no ai matrimonio¿? Ahora lo sabremos. Jjajaajajjajajaajajaj dan ganas de hacer eso no¿? jajaajaj a ver si entienden jajajajajaja. Saludos =D
monica.santander escribió:Mamita que lío tiene en la cabeza San!!!!
Saludos
Hola, jajajaajaj pobre san xD osea es su culpa en parte, pero pobre san jajajaajajaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 30
Capitulo 30
El trayecto hasta La Mansión es un borrón de visiones y de recuerdos. Visiones de Santana tambaleándose y arrastrando las palabras, y recuerdos de cuando la encontramos inconsciente en la terraza. No es algo que piense voluntariamente, pero con toda probabilidad se estará repitiendo.
No quiero volver a pasar por eso.
No quiero ver cómo se hace otra vez eso a sí misma, no por mi culpa.
Puede que no sea capaz de controlar su irracionalidad, pero puedo evitar que se mate lentamente.
Cuando llego a la entrada, no me extraña ver que las puertas se abren de inmediato. Finn debe de estar esperándome. Recorro el camino hasta la casa a una velocidad frenética, desesperada por llegar hasta ella y detener lo inevitable.
La puerta de La Mansión está abierta, y entro corriendo en el vestíbulo, haciendo caso omiso del barullo que procede del bar y del restaurante. El salón de verano ha vuelto a convertirse en el espacio de esparcimiento que era anteriormente, con sofás y sillones dispersos por la inmensa estancia. Muchos socios están ahí reunidos, charlando y tomando algo.
Cuando entro, todas las conversaciones cesan y se hace el silencio. Sé que si me fijo veré muchas caras agrias dirigidas hacia mi persona, pero no tengo tiempo ni intención de detenerme para absorber ese resentimiento.
No necesito mirar.
Se palpa claramente en el aire.
Cuando me acerco a la puerta del despacho de Santana, oigo un tremendo golpe que me hace saltar.
¿Qué coño ha sido eso?
Agarro la manija de la puerta y miro detrás de mí pero no hay nadie en el pasillo.
Abro.
—¡Brittany!—el rugido atronador del grandulón de Finn atraviesa el pasillo y detiene mi progreso, pero no lo veo—¡Capullo de mierda! ¡Brittany, espera!
Por fin aparece, avanzando mucho más rápido de lo que creía posible para un hombre de su tamaño, con las gafas de sol puestas, corriendo hacia mí como un tren de vapor.
—¡Joder, mujer, no entres ahí!
Miro a la bestia frenética que se acerca como un cohete a cámara lenta y salto al oír otro impacto ensordecedor que me obliga a apartar la atención de la voz atronadora de Finn y a centrarla en el despacho de Santana.
¿Qué ha sido eso?
Abro la puerta un poco más hasta que veo toda la habitación.
¡Ay, joder!
Me tambaleo hacia adelante después de que el corazón se me haya detenido unos instantes.
¿Qué coño está pasando aquí?
—¡No!—Finn llega hasta mí y me agarra de la cintura—Brittany, rubia, no entres ahí.
Pierdo todos los sentidos al ver el horror que tengo ante mí, y después intento combatir la tremenda fuerza de Finn, que está tratando de sacarme de la estancia. No sé cómo, tal vez gracias a la adrenalina, pero consigo liberarme y entro de golpe. Y entonces veo cómo Holly levanta el horrible látigo que sostiene y golpea con él a Santana en la espalda. El corazón me da un vuelco y siento que la palma cálida de Finn me rodea el brazo.
—Brittany, querida—dice Finn con la voz más suave que jamás le he oído—No tienes por qué ver esto.
Me lo quito de encima e intento recomponer la escena que tengo ante mí. Es difícil, incluso aunque el tiempo se haya detenido, y todos los pequeños detalles me resultan perfectamente claros.
Santana tiene puesto solo el sujetador de encaje y está de rodillas en el suelo, con la cabeza caída hacia adelante. No ha levantado la vista. Holly se encuentra de pie, detrás de ella, vestida con unos pantalones y un corsé de látex y unas botas de cuero que le llegan hasta los muslos; su aspecto es tan horrible como el del látigo que sostiene.
No puedo moverme.
Estoy completamente petrificada. Me tiemblan las piernas, el corazón me late con tanta fuerza que creo que se me va a salir del pecho, y soy incapaz de abrir la boca.
¿Qué está pasando aquí?
Holly me mira con una expresión de satisfacción en el rostro mientras levanta el látigo de nuevo. Quiero gritar, decirle que se detenga, pero mi boca seca no responde a las órdenes de mi cerebro. Su cara recauchutada refleja que siente un gran placer sometiendo a Santana a su tortura, sin duda aumentado sabiendo que yo lo estoy presenciando. Golpea su piel desnuda de nuevo y Santana arquea la espalda. Echa la cabeza hacia atrás pero no emite sonido alguno. El fuerte alarido que resuena por la habitación es el mío. En cuanto mi grito alcanza sus tímpanos, levanta la cabeza. Yo forcejeo de nuevo con Finn, que ha vuelto a agarrarme.
—¡Suéltame!—digo revolviéndome con más ímpetu, clavándole las uñas y golpeándolo.
—¿Britt?
La voz de Santana me paraliza. Es débil y rota. Su cabeza gira en mi dirección. Un grito de desesperación escapa de mis labios cuando nuestros ojos se cruzan y descubro dos agujeros vacíos y vidriosos. No parece estar del todo sobria. Parece drogada y demacrada. Intenta levantarse pero se tambalea ligeramente hacia adelante, desorientado por completo.
Miro su espalda y veo al menos diez verdugones diseminados de un lado a otro. Algunos están superpuestos y de ellos manan gotas de sangre.
Creo que voy a vomitar. Empiezo a tener arcadas y, cuando Holly levanta el látigo de nuevo, oigo a Finn en la distancia bramando su nombre. Mis rodillas ceden y me caigo al suelo a los pies del grandulón.
—¿Britt?—Santana intenta levantarse de nuevo, pero no tiene estabilidad. Sacude la cabeza como si intentara centrarse y su expresión confundida se torna afligida al asimilar mi presencia—¡Joder, no!—el pánico inunda sus atractivos rasgos. Incluso su voz es inestable. Se dispone a caminar, pero Holly la detiene agarrándola del brazo—¡Suéltame!—ruge, y la empuja hacia atrás—Britt, Britt-Britt. ¿Qué estás haciendo aquí?
Corre hacia adelante y se postra de rodillas delante de mí, cogiéndome la cara y buscando mi mirada. La veo como un borrón a través de las lágrimas.
No puedo hablar.
Me limito a sacudir la cabeza frenéticamente, intentando eliminar de mi cerebro lo que acabo de presenciar.
¿Es una pesadilla?
No trataba de detenerla en absoluto. Estaba ahí arrodillada, esperando los golpes en puro trance. Empiezo a golpearla y me pongo de pie.
—¡Britt, por favor!—suplica mientras le aparto las manos de mí.
Tengo que salir de este maldito lugar.
Me vuelvo, empujo a Finn para pasar y corro totalmente consternada hacia el inmenso salón de verano. Mientras lo atravieso, oigo algunas exclamaciones de sorpresa. Me doy la vuelta y veo que Santana y Finn me persiguen. Me llevo la mano a la boca al sentir que la bilis asciende por mi garganta.
Joder, voy a vomitar.
Cruzo la puerta del baño y entro en el servicio. Cierro de golpe, me asomo a la taza y empiezo a evacuar el contenido de mi estómago con unas arcadas fuertes y sonoras y el rostro cubierto de sudor y lágrimas. Me encuentro en el peor de los infiernos y, una vez más, atrapada en un aseo sin ningún sitio adonde ir.
La puerta de los lavabos impacta contra la pared de baldosas y el sonido resuena por todo el servicio de mujeres.
—¡Britt!—Santana golpea la puerta del escusado, y yo me agacho al sentir que se avecina otra oleada de violentas arcadas—¡Britt, abre la puerta!
Aunque quisiera, no podría contestarle mientras vomito sin parar.
¿Qué coño quiere que le diga?
Acabo de ver cómo aceptaba el maltrato de una mujer a la que detesto, una mujer que sé que la desea y que me odia. Mi imaginación no alcanza a entender ese tipo de crueldad.
Vomito de nuevo y busco a tientas un poco de papel higiénico para limpiarme la boca mientras ella sigue golpeando la puerta detrás de mí.
—¡Por favor!—me ruega, y un fuerte golpe seco impacta contra la puerta. Sé que es su frente—Britt, abre, por favor.
Más lágrimas brotan de nuevo con fuerza de mis ojos al oírla suplicar. No puedo mirar a la mujer a la que amo a la cara sabiendo lo que se ha hecho a sí misma.
—¿Quién la ha dejado entrar?—su tono se vuelve agresivo, y golpea la puerta—¡Joder! ¿Quién coño la ha dejado entrar?
—Santana, yo no la dejé entrar. Jamás haría eso.
El tono grave de Finn me reconforta. Quiero saltar en su defensa. Él no me dejó entrar.
De repente, su voz inquieta y sus intentos por evitar que entrara en el despacho de Santana me llevan a una conclusión: no ha sido él quien me ha mandado el mensaje. No ha sido él quien ha abierto las puertas. Ha sido ella otra vez. Para que viera cómo golpeaba a mi mujer fuerte y dominante.
He subestimado su odio hacia mí.
He pisado sobre su precioso terreno. Y ha conseguido destrozarme, pero todo esto no quita el hecho de que Santana estaba participando activa y voluntariamente en esa espantosa representación.
¿Por qué?
—¿Qué está pasando?—la voz familiar de Rachel me da esperanzas de escapar de este horror—¡Joder! Santana, ¿qué cojones le ha pasado a tu espalda?
—¡Nada!—brama Santana.
—A mí no me hables así. ¿Dónde está Britt? ¿Qué coño está pasando? ¡¿Britt?!—grita mi nombre, y yo quiero contestarle, pero sé que si abro la puerta Santana entrará, y no quiero verla.
—Está ahí dentro y no quiere salir. ¿Britt?—dice—Rach, por favor, hazla salir.
Golpea la puerta de nuevo. Su voz es desesperada y agitada.
—Vale, pero explícame qué hace ahí encerrada y por qué estás sangrando por todas partes—le exige Rachel con furia.
—Britt ha visto algo que no debería haber visto. Está fuera de sí. Tengo que verla—le cuesta respirar.
Quiero gritar por qué estoy fuera de mí, pero nuevas arcadas me impiden decir nada.
—¡Ay de ti como le hayas hecho algo, Santana!—grita Rachel—¿Britt?
Me ha hecho algo, pero nada de lo que ella cree.
Es peor.
Mucho peor.
—¡No!—exclama Santana, a la defensiva—¡No es nada de eso!
—¿Qué ha sido entonces? Está ahí dentro vomitando. ¿Britt?—el puño de Rachel empieza a golpear suavemente la puerta—Britty, vamos. Abre la puerta.
—¡Britt!—grita Santana, histérica.
—Santana, vete de aquí—le espeta Rachel.
—¡No!
—No va a salir contigo aquí. Eh, grandullón, llévatela de aquí.
—¿Santana?—ruge Finn, y rezo para que le haga caso y se marche. No pienso ir a ninguna parte si ella está ahí fuera—Vamos a ver si te espabilas un poco, pedazo de gilipollas.
Me siento con la cabeza entre las manos y oigo cómo intentan convencer a Santana de que salga del servicio. Por fin oigo que la puerta se abre y vuelve a cerrarse, y Rachel golpea suavemente la puerta.
—Britt, ya se ha ido—me asegura desde el otro lado.
Me levanto, abro el pestillo y dejo que mi amiga entre en el escusado conmigo. Se hace hueco en el pequeño espacio y arruga la nariz al ver mi vómito por toda la taza.
—¿Qué coño ha pasado?
Se agacha al otro lado del cubículo hasta que estamos rodilla con rodilla. Gimoteo y me sueno la nariz con un poco de papel. Tengo un sabor horrible en la boca.
Respiro pausadamente unas cuantas veces entre sollozos e intento estabilizar mis cuerdas vocales.
—Ha dejado que la azoten—explico.
El sonido de las palabras me obliga a dirigir la cabeza de nuevo hacia la taza, pero lo único que consigo es ahogarme con unas arcadas secas. Rachel me acaricia la espalda.
—¿Qué?
Me aparto del retrete y veo que Rachel tiene la boca abierta de incredulidad.
¿Quién podría creerlo?
Pero ha visto las marcas por toda su espalda.
—Entré en su despacho y Holly estaba azotándola con un látigo.
Abre unos ojos como platos.
—¿Holly, la megazorra?—inquiere, muerta de asombro.
—Sí—digo, y asiento con la cabeza por si la palabra no logra salir de mi boca—Ella estaba arrodillada, Rach, como una especie de esclava sumisa.
Rompo a llorar de nuevo; el horrible recuerdo de mi mujer fuerte y segura de sí misma postrada de rodillas y dejándose golpear invade mi mente.
¿Por qué ha hecho tal cosa?
—Joder—apoya la mano sobre mi rodilla—Britt, tiene la espalda hecha un asco.
—¡Ya lo sé!—grito—¡La he visto!
No había nada de sexual en eso. No había ningún elemento placentero. Al menos no por parte de Santana. Lo de Holly ya es otra historia. Santana quería que le hiciera daño.
El estómago se me revuelve otra vez.
—Rach, necesito salir de aquí, pero Santana no va a permitirlo. Sé que no va a dejar que me vaya.
Un aire de determinación se instala en su hermoso rostro y se pone de pie.
—Espera aquí.
—¿Adónde vas?—pregunto, alarmada.
Santana entrará como una bala en cuanto Rachel salga por esa puerta. Sé que lo hará.
—Finn se la ha llevado a su despacho. Sólo voy a comprobarlo.
Abre la puerta y pasa por encima de mi cuerpo desparramado. Contengo la respiración a la espera de oír más gritos, pero no sucede nada. La puerta se abre y se cierra y entonces se hace el silencio.
Estoy sola.
Me levanto, con las piernas débiles y temblorosas, y cojo un poco de papel higiénico y lo paso por el asiento. Me cubro la boca con la mano. Mientras limpio el retrete, nuevas y violentas arcadas amenazan con invadirme.
La puerta de los aseos se abre. Me quedo helada y aguanto la respiración.
—Britt—susurra Rachel dando unos golpecitos en la puerta—Santana está en su despacho con Finn. Quinn nos dejará salir.
Abro la puerta y me veo por un instante en el espejo antes de que mi amiga me saque del baño y me arrastre hasta la salida.
Joder, estoy hecha un asco.
—Espera, necesito un poco de agua.
Me suelto de la mano de Rachel, me acerco al lavabo y me inclino para lavarme la cara y enjuagarme la boca.
—Toma un chicle—me mete una tira en la boca.
Ahora me replanteo las virtudes del alcohol.
¿Habría preferido encontrármela borracha?
Sí, sin lugar a dudas. Habría preferido encontrarme con esa pobre criatura antes que ver cómo lo golpeaban.
Es autodestructiva.
El dolor se torna ira cuando recuerdo cómo reaccionó al ver los cardenales que me hice cuando acompañé a Rachel a repartir la tarta en la parte trasera de la antigua Margo, y la cara que puso cuando vio las magulladuras que tenía en el brazo después de mi encontronazo con el calvorota agresivo, lo violenta que se puso.
Antes de que me dé tiempo a declarar mis intenciones de ir a buscar a Santana para pedirle explicaciones, ella entra en los servicios como un toro presa del pánico. En cuanto me ve me doy cuenta de que su mirada perdida ha desaparecido. Su pecho está húmedo, y el cabello negro pegado a la cara por el sudor.
La mirada de Rachel oscila entre ambas mientras evalúa la situación.
Santana se acerca a mí, y no hago ningún intento por evitar que haga lo que sé que va a hacer. Se agacha, me coge en brazos y sale del servicio en dirección a su despacho. Mantiene la mirada fija hacia adelante mientras avanza con determinación. Atraviesa de nuevo el salón de verano bajo la atenta mirada de algunos de los socios, que siguen revoloteando y disfrutando del espectáculo. Soy consciente de los cuchicheos y de cómo nos señalan, y las lágrimas invaden mis ojos y empiezan a descender por mis mejillas.
Estoy rota de dolor, siento angustia y tengo el corazón hecho pedazos.
Cierra la puerta de su despacho de una patada y continúa directo hacia el sillón. Se agacha para dejarme y hace una mueca de dolor.
El estómago se me revuelve.
Me abraza con fuerza y hunde la cabeza en mi cuello. No dice nada, me sostiene lo más cerca que puede y yo intento controlarme para evitar los temblores que asaltan mi cuerpo, pero es una batalla perdida.
Mi hermosa mujer tiene problemas graves, y justo cuando creía que empezaba a entenderla, me encuentro con el peor toque de atención posible. No la conozco en absoluto, y desde luego no la comprendo.
—Por favor, no llores—su voz amortiguada alcanza mis tímpanos—Me está matando.
—¿Por qué?—pregunto. Es lo único que puedo decir. Es todo cuanto quiero saber—¿Por qué has hecho eso?
—Te prometí que no bebería.
¿Qué?
¿Ha preferido que la azotaran en vez de beber porque me prometió que no lo haría?
Justo cuando pensaba que no podía quedarme más alucinada...
—¿Querías beber?
—Quería evitarlo.
—Mírame—le ordeno, pero no hace ademán de levantar la cabeza—¡Maldita sea, Santana, mírame!—me revuelvo para intentar agarrarla de la cabeza y levantársela, pero ella silba de dolor y me detengo inmediatamente—Tres—digo tranquilamente. No puedo creer que le esté haciendo la cuenta atrás, pero no sé qué otra cosa hacer. Siento que se tensa debajo de mí, pero sigue sin mirarme—Dos.
—¿Qué pasa si llegas a cero?—pregunta tranquilamente.
—Que me largo—respondo con calma.
Levanta la cabeza y gimo al verla con los párpados caídos y cargados de dolor y la barbilla temblorosa. Me mira directamente a los ojos. Me están rogando en silencio.
—Por favor, no lo hagas.
Las pocas fuerzas que me quedaban se desmoronan al verla y oírla. Me derrumbo por completo, le agarro la cara entre las manos y acerco los labios a los suyos, pero todavía no me siento lo bastante cerca. Me revuelvo con rabia hasta quedar sentada a horcajadas sobre su regazo, y después la pego a mí todo lo posible sin hacerle daño.
—¿Qué querías evitar?
—Herirte.
—No lo entiendo—estoy totalmente confundida. ¿Cree que así no me hiere?—Habría preferido que hubieras bebido.
—No, no lo habrías preferido.
Lo dice con una pequeña carcajada que me pone los nervios de punta. Me aparto y busco su mirada.
—Preferiría verte con media destilería de vodka en el cuerpo a presenciar lo que acabo de ver.
Agacha la cabeza avergonzada.
—Créeme, Britt, no lo habrías preferido.
—Te digo que sí—insisto. Esto no es ningún concurso—¿Cómo quieres que confíe en ti de este modo? Santana, me siento traicionada.
Ni siquiera he pensado todavía qué voy a hacer con Holly en cuanto le ponga las manos encima. No me conformaré con aplastarla. Ha marcado a mi diosa neurótica y, cuanto más lo asimilo, más cabreada me siento.
Me levanto de su regazo y la rechazo cuando intenta agarrarme.
—No voy a marcharme—digo con frialdad.
Su expresión de pánico hace que me cabree todavía más. Empiezo a pasearme por el despacho golpeteándome el diente con la uña bajo la mirada tensa y angustiada de mi mujer imposible, que no deja de someterme a malditos retos cada vez más complicados.
Pero esto ha sido el colmo.
Era algo sádico.
Me siento en el sofá que está delante de ella y apoyo mi dolorida cabeza sobre las palmas. Oigo cómo toma aire varias veces, como si quisiera decir algo. Yo exhalo agotada y me masajeo las sienes.
—¿Hay algo que deba saber?
—¿Cómo qué?—pregunta, a la defensiva.
No me gusta ese tono, y ¿cómo coño voy a saber yo qué?
Detesto este lugar. Primero lo de la bebida, y ahora que se haya dejado azotar.
¿Qué otra cosa podría sorprenderme o cabrearme más que eso?
—No lo sé, dímelo tú. Dijiste que no habría más secretos, Santana—levanto los brazos, enfadada. Quiero consolarla desesperadamente. Mantenerme alejada de ella me duele casi tanto como ver cómo la golpean—¿Por qué iba a preferir esto a verte borracha?
Se inclina despacio hacia adelante con la mandíbula apretada y apoya los codos sobre las rodillas mientras se frota las sienes pensativa.
—Para mí, la bebida y el sexo van de la mano.
—¿Y eso qué quiere decir?—digo con voz aguda y nerviosa.
—Britt, heredé La Mansión con veintiún años. ¿Te imaginas lo que siente una joven lesbiana recién salida del closet frente a todos y que de pronto se ve con este lugar y con un montón de mujeres dispuestas a satisfacerla?—parece avergonzada.
Empiezo a planteármelo. Me lo imagino perfectamente, y no me extraña que las mujeres estuvieran dispuestas a satisfacerla. Siguen estándolo.
¡Sólo hay que verla!
—¿Te refieres a las incursiones sexuales?—susurro.
¿De verdad quiero saber esto?
Suspira.
—Sí, a las incursiones, pero todo eso ha quedado atrás—se inclina hacia adelante con una mueca de dolor—Ahora en mi vida sólo estás tú.
—¿Bebías y follabas?
—Sí, como te he dicho, la bebida y el sexo van de la mano. Ven aquí, por favor.
Extiende el brazo sobre la gran mesa que separa los dos sofás, pero yo me aparto. Deja caer la mano y mira al suelo.
Continúo sin entenderla.
Eso sigue sin explicar por qué ha aceptado que Holly lo azote.
—Entonces ¿no has bebido porque habrías querido follar?
Debo de tener la frente como un mapa de carreteras, porque estoy totalmente confundida.
—No me fío de mí misma cuando bebo, Britt.
—¿Porque crees que saltarás sobre la mujer que tengas más a mano?
Ríe nerviosa y se pasa las manos por el pelo.
—No lo creo. No te haría algo así.
—¿No lo crees?—estoy estupefacta.
—Es un riesgo que no voy a correr. Britt. Bebo demasiado. Pierdo la razón y las mujeres se abalanzan sobre mí dispuestas a todo. Ya lo has visto—me sonríe avergonzada.
Me burlo.
—¡No parecías estar en condiciones de hacer nada el viernes de la semana pasada!
Estaba inconsciente, y sí, he visto cómo las mujeres se abalanzan sobre ella.
¡Es humillante!
—Sí, ése no es mi nivel normal de embriaguez, Britt. Quería olvidar—responde, incómoda.
De repente me siento fatal.
—¿Así que normalmente mantienes un nivel de embriaguez estable y después te follas a un montón de mujeres dispuestas a todo?—creo que estoy empezando a entenderla—¿Nunca has bebido cuando te has acostado conmigo?
Se levanta, aparta la mesa para arrodillarse delante de mí y apoya las manos sobre mis muslos. Me mira directamente a los ojos.
—No, Britt. Nunca me he hallado bajo los efectos del alcohol cuando he estado contigo. No lo necesito. El alcohol me hacía bloquear cosas, me ayudaba a olvidar lo vacía que era mi existencia. Todas esas mujeres me importaban una mierda. Y entonces apareciste tú, y todo cambió. Me devolviste a la vida. No quiero volver a beber porque, si empiezo, puede que no pare, y no quiero perderme ni un segundo contigo.
Su confusión hace que se me llenen los ojos de lágrimas. Era una mujeriega que se tiraba a todo lo que se movía. Eso ya lo sabía.
—¿Has echado un polvo soñoliento con alguien más?
Contengo la respiración.
¿De todas las cosas que podría haberle preguntado, voy y le pregunto eso?
Suspira con pesar.
—No.
La miro con recelo.
—¿Y te has follado a alguien para hacerla entrar en razón?
—¡No, Britt! Nunca me había importado nadie lo suficiente como para necesitar o querer hacerla entrar en razón respecto a nada—me aprieta los muslos—Sólo tú.
Vale, por extraño que parezca, eso ayuda bastante, pero sigue insistiendo en que no es una alcohólica, lo cual es absurdo. Si no bebes porque no te fías de ti mismo, tienes un problema, y podría haber estado bajo esos efectos todo este tiempo. Dicen que un buen alcohólico sabe disimularlo muy bien.
¿Cómo iba a saber yo si bebe?
Pienso en el jueves por la noche, cuando la descubrí aquí en su despacho, con una botella de vodka y en compañía de otra mujer.
Esto es horrible.
Ahora, además de preocuparme por si bebe o no, voy a tener que preocuparme de qué hace una vez que ha bebido.
¡Genial!
Ni siquiera puedo reunirme con clientes sin que se ponga hecho una furia, aunque el cabreo de Santana con respecto a Rory parece que tenía su razón de ser. No obstante, sé perfectamente que también aplastaría a mis demás clientes.
Le aparto las manos de mis muslos y me levanto, dejándola acuclillada junto al sofá, totalmente perdida.
—Entonces el jueves, en tu despacho, ¿me estás diciendo que si te hubieras bebido el vodka te habría encontrado tirándote a Holly sobre la mesa en lugar de verte acurrucadita con ella?—esto es espantoso.
Se levanta, se acerca a mí, me agarra de las caderas para inmovilizarme y me da la vuelta para mirarme a los ojos.
—¡No! ¡No seas idiota!
—No estoy siendo idiota—replico—Bastante tengo ya con preocuparme por si bebes o no. ¡No sé si podré soportar las complicaciones adicionales de que te emborraches y te apetezca follarte a otras mujeres!
Estoy chillando, pero no lo puedo evitar.
Retrocede.
—¿Quieres hacer el favor de cuidar tu puto lenguaje? No hace que me apetezca follarme a otras mujeres. ¡Hace que me apetezca follar!
—Entonces más me vale estar contigo cuando bebas, ¿no?
—¡No voy a volver a beber! ¡¿Es que no me escuchas?!—grita—No necesito beber—me suelta fríamente, y se dirige dando fuertes pisotones hacia la ventana para volver al instante. Me apunta con un dedo y espeta—¡Te necesito a ti, Britt!
Ya estamos otra vez con eso.
¿Cómo coño lo sabe?
Le aparto la mano de delante de mi cara.
—Me necesitas como sustituta del alcohol y del sexo.
Voy a llorar.
Sólo me necesita para alejarse de un estilo de vida que acabará matándola como siga así mucho más tiempo. Soy un medio para escapar de una muerte prematura por intoxicación etílica.
Creo que voy a vomitar otra vez.
Le aterra que la deje, pero eso no tiene nada que ver con el amor que siente por mí. Es porque teme volver a una vida vacía.
—Me manipulas.
—¡No te manipulo!—repone, y parece ofendida de verdad.
—¡Claro que lo haces! ¡Con el sexo! Para hacerme entrar en razón y para recordar. Todo es manipulación. ¡Yo te necesito y tú lo utilizas contra mí!
—¡No!—ruge, y de pronto pasa los brazos por todo el estante de las bebidas y tira decenas de botellas de licor y de vasos al suelo.
El estrépito de cristales rotos resuena a nuestro alrededor. Doy un brinco y retrocedo, pero ella se acerca y me agarra de los hombros.
—Necesito que me necesites, Britt. Es así de simple. ¿Cuántas veces he de decírtelo? Si tú me necesitas, yo cuido de mí misma..., así de simple.
—¿Y dejar que te azoten te parece que es cuidar de ti misma?—le grito a la cara.
Me suelta y comienza a tirarse del pelo.
—¡No lo sé, joder!
Miro al techo. Esto es inútil.
—Te necesito, pero no así.
Me coge de las manos.
—Mírame, Britt—me ordena fríamente. Bajo la vista de nuevo para mirarla a la cara otra vez—¿Cómo te hago sentir? Yo sé cómo me haces sentir tú. Sí, he estado con muchas mujeres, pero sólo era sexo. Sexo sin compromiso. No sentía nada. Britt, te necesito a ti.
Observo cómo mi mujer atractiva, atribulada, neurótica y canalla me mira directamente a los ojos y quiero gritarle y aplastarle la cabeza contra la pared para hacerle entender cuál es la manera normal de actuar.
Nos volvemos locas la una a la otra. Ésa es la verdad. No nos hacemos bien, y ella me manipula. El problema es que me gusta. El animal sexual que hay en mí aflora cada vez que lo hace. La necesito, igual que ella me necesita a mí, pero por motivos diferentes. Ha conseguido ser parte de mí. Se ha incrustado en mi mente y en mi alma. Sin ella, me siento vacía. Estoy vacía.
—¿Cómo puede ser que me necesites si yo consigo que te hagas esto a ti misma?—pregunto, cansada—Te has vuelto más autodestructiva ahora que antes de conocerme. Hago que necesites beber, no que quieras hacerlo. Te he convertido en una loca irracional, y desde luego yo tampoco estoy ya muy cuerda, que digamos. ¿No ves lo que nos estamos haciendo la una a la otra?
—Britt—me dice con tono de advertencia.
Sabe adónde quiero ir a parar.
—Y, para que lo sepas, detesto el hecho de que la hayas metido en todas partes—necesito que lo sepa, pero entonces unas imágenes horribles inundan mi cabeza.
Dejo escapar un grito ahogado—Cuando desapareciste durante cuatro días...
Ni siquiera soy capaz de terminar. El corazón se me ha subido a la garganta y ha estallado.
Abre unos ojos como platos ante mi evidente conclusión, aprieta los dientes y los músculos de su barbilla empiezan a temblar.
—No significaron nada en absoluto. Te quiero. Te necesito.
—¡Joder!—me caigo de rodillas. No lo ha negado—Te estuviste follando a otras mujeres.
Me llevo las manos a la cara y las lágrimas empiezan a brotar de nuevo. Me siento como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago.
Se agacha a mi lado en el suelo, me agarra de los brazos y me sacude.
—Britt, escúchame. No significaron nada. Me estaba enamorando de ti. Sabía que te dolería. No quería hacerte daño.
—Dijiste que no podrías hacerme eso. Olvidaste añadir «otra vez». Deberías haber dicho que no podrías hacérmelo «otra vez».
—No quería hacerte daño—susurra.
Levanto mi rostro derrotado.
—¿Y para remediarlo te tiraste a otras mujeres?—tengo el estómago revuelto. No puedo respirar—¿A cuántas?
—Britt, no hagas esto, por favor. Me doy asco.
—¡A mí también me das asco!—grito, temblando y sollozando incesantemente—¿Cómo pudiste hacerlo?
—Britt, ¿no me estás escuchando?
—¡Claro que sí, y no me gusta lo que oigo!
Me pongo de pie, pero me agarra de la cintura para evitar que me marche. Apoya la frente en mi estómago y veo a través de mis ojos nublados cómo empieza a sollozar ella también.
—Lo siento. Te quiero, Britt-Britt. Por favor, te lo suplico, no me dejes. Cásate conmigo.
—¡¿Qué?!—grito.
Ni siquiera hemos hablado sobre el tema que tenemos entre manos todavía y ya me encuentro al borde de un ataque de nervios.
Es demasiada información.
Éste es el golpe letal.
—No puedo casarme con alguien a quien no entiendo.
Pronuncio las palabras lentamente entre jadeos y siento que se hunde ante mí respirando profundamente. Veo los verdugones y las gotas de sangre de su espalda. No se cómo puede llevar puesto el sujetador.
—Creía que empezaba a comprenderte—añado con voz temblorosa—Pero has vuelto a destruirme, Santana.
—Britt, por favor. Estaba hecha polvo, perdí el control. Creía que así podría olvidarte.
—¿Emborrachándote y tirándote a otras mujeres?
—No sabía qué hacer—dice con un hilo de voz.
—Podrías haber hablado conmigo.
—Britt, habrías huido de mí otra vez.
—Todas las veces que has estado disculpándote conmigo eran porque te remordía la conciencia, y no por haberte emborrachado, ni por lo de La Mansión. Era porque me engañaste con otras. Dijiste que habías dejado tus correrías mucho antes de conocerme. Me mentiste. Cada vez que creo que damos un paso hacia adelante, estalla una nueva bomba. No puedo seguir con esto. No sé quién eres, Santana.
—Britt, claro que lo sabes—me mira con ojos suplicantes—La he jodido. La he jodido bien, pero nadie me conoce mejor que tú. Nadie.
—Puede que Holly sí. Parece que ella te conoce muy bien—digo sin mostrar emoción alguna—¿Por qué?
Se deja caer sobre los talones y agacha la cabeza.
—Te he decepcionado. Quería beber, pero te prometí que no lo haría, y sé lo que puede pasar si lo hago.
Hago un mohín al oír su confesión.
—¿Así que le pediste que te azotara?
—Sí.
Se me revuelve el estómago.
—No lo entiendo.
Mantiene la cabeza gacha.
—Britt, sabes que he sido una vividora—dice en voz baja. Está avergonzada—He roto matrimonios, he tratado a las mujeres como si fueran objetos y he tomado lo que no me pertenecía. He hecho daño a algunas personas, y siento que todo esto es mi penitencia. Contigo encontré la gloria, y tengo constantemente la sensación de que alguien va a venir a arrebatármela.
El nudo que tengo en la garganta se intensifica.
—TÚ eres la única que va a joder esto. Tú y sólo tú. Bebiendo, siendo tan controladora y tirándote a otras mujeres. ¡TÚ!
—Podría haber detenido todo esto. No me creo que seas mía. Me aterra que alguien te aparte de mi lado.
—¿Y por eso le pediste a una mujer que detesto, a una mujer que quiere alejarte de mí, que te azotara?
Frunce el ceño y me mira.
—Holly no quiere alejarme de ti.
Sacudo la cabeza, frustrada.
—¡Sí, Santana, claro que quiere! Haciéndote esto me haces daño a mí. Me estás castigando a mí, no a ti—necesito desesperadamente que lo entienda—Te amo, a pesar de toda la mierda que voy descubriendo de ti, pero no puedo ver cómo te haces esto a ti misma.
—No me dejes—dice con los dientes apretados, levantando los brazos y agarrándome de las manos—Me moriré sin ti, Britt-Britt.
—¡No digas eso!—le grito—Es una estupidez.
Tira de mí hasta ponerme de rodillas.
—No es ninguna estupidez. No sabes por lo que pasé cuando desapareciste sin más. Me hizo ver lo que sería mi vida sin ti—está muy nerviosa—Britt, era insoportable.
Esto explica lo de sus repetidas disculpas en sueños.
Yo la dejaba porque había descubierto lo de las otras mujeres.
—Si te dejara, sería porque no puedo soportar que te hagas daño a ti misma, no puedo ver cómo te torturas.
—Jamás te harás una idea de cuánto te quiero—me agarra de la cara y yo me aparto. Esa afirmación me pone furiosa—Deja que te toque, Britt—ordena, intentando cogerme.
Está frenética y aterrada, y eso me está devorando por dentro.
—¡Me hago una idea, Santana, porque yo siento lo mismo!—grito—Aunque me has destrozado por completo, sigo amándote y, joder, me odio por ello. ¡Así que no te atrevas a decirme que no me hago una idea!
—Es imposible—me agarra de los brazos y tira de mí hacia adelante con un silbido de furia—¡Es imposible!—dice con voz grave.
Lo cree realmente.
Dejo que me estreche contra su pecho, pero soy incapaz de rodearla con los brazos.
Estoy emocionalmente agotada y bloqueada por completo.
Mi mujeriega fuerte y dominante se ha reducido a un alma asustada y desesperada.
Quiero recuperar a la Santana feroz.
—Voy a buscar algo para limpiarte las heridas—forcejeo para liberarme de sus brazos—Santana, tengo que limpiarte eso.
—No me dejes sola, Britt.
Me suelto y me pongo de pie.
—Cuando dije que jamás te dejaría, lo decía en serio.
Giro sobre mis talones y salgo del despacho totalmente abstraída dejándola de rodillas.
No voy a buscar nada para limpiarle la espalda. Curarle las heridas no va a demostrar nada. Sólo hay un modo de hacerle entender que sé cómo se siente.
Y si eso es lo que tengo que hacer, lo haré.
No quiero volver a pasar por eso.
No quiero ver cómo se hace otra vez eso a sí misma, no por mi culpa.
Puede que no sea capaz de controlar su irracionalidad, pero puedo evitar que se mate lentamente.
Cuando llego a la entrada, no me extraña ver que las puertas se abren de inmediato. Finn debe de estar esperándome. Recorro el camino hasta la casa a una velocidad frenética, desesperada por llegar hasta ella y detener lo inevitable.
La puerta de La Mansión está abierta, y entro corriendo en el vestíbulo, haciendo caso omiso del barullo que procede del bar y del restaurante. El salón de verano ha vuelto a convertirse en el espacio de esparcimiento que era anteriormente, con sofás y sillones dispersos por la inmensa estancia. Muchos socios están ahí reunidos, charlando y tomando algo.
Cuando entro, todas las conversaciones cesan y se hace el silencio. Sé que si me fijo veré muchas caras agrias dirigidas hacia mi persona, pero no tengo tiempo ni intención de detenerme para absorber ese resentimiento.
No necesito mirar.
Se palpa claramente en el aire.
Cuando me acerco a la puerta del despacho de Santana, oigo un tremendo golpe que me hace saltar.
¿Qué coño ha sido eso?
Agarro la manija de la puerta y miro detrás de mí pero no hay nadie en el pasillo.
Abro.
—¡Brittany!—el rugido atronador del grandulón de Finn atraviesa el pasillo y detiene mi progreso, pero no lo veo—¡Capullo de mierda! ¡Brittany, espera!
Por fin aparece, avanzando mucho más rápido de lo que creía posible para un hombre de su tamaño, con las gafas de sol puestas, corriendo hacia mí como un tren de vapor.
—¡Joder, mujer, no entres ahí!
Miro a la bestia frenética que se acerca como un cohete a cámara lenta y salto al oír otro impacto ensordecedor que me obliga a apartar la atención de la voz atronadora de Finn y a centrarla en el despacho de Santana.
¿Qué ha sido eso?
Abro la puerta un poco más hasta que veo toda la habitación.
¡Ay, joder!
Me tambaleo hacia adelante después de que el corazón se me haya detenido unos instantes.
¿Qué coño está pasando aquí?
—¡No!—Finn llega hasta mí y me agarra de la cintura—Brittany, rubia, no entres ahí.
Pierdo todos los sentidos al ver el horror que tengo ante mí, y después intento combatir la tremenda fuerza de Finn, que está tratando de sacarme de la estancia. No sé cómo, tal vez gracias a la adrenalina, pero consigo liberarme y entro de golpe. Y entonces veo cómo Holly levanta el horrible látigo que sostiene y golpea con él a Santana en la espalda. El corazón me da un vuelco y siento que la palma cálida de Finn me rodea el brazo.
—Brittany, querida—dice Finn con la voz más suave que jamás le he oído—No tienes por qué ver esto.
Me lo quito de encima e intento recomponer la escena que tengo ante mí. Es difícil, incluso aunque el tiempo se haya detenido, y todos los pequeños detalles me resultan perfectamente claros.
Santana tiene puesto solo el sujetador de encaje y está de rodillas en el suelo, con la cabeza caída hacia adelante. No ha levantado la vista. Holly se encuentra de pie, detrás de ella, vestida con unos pantalones y un corsé de látex y unas botas de cuero que le llegan hasta los muslos; su aspecto es tan horrible como el del látigo que sostiene.
No puedo moverme.
Estoy completamente petrificada. Me tiemblan las piernas, el corazón me late con tanta fuerza que creo que se me va a salir del pecho, y soy incapaz de abrir la boca.
¿Qué está pasando aquí?
Holly me mira con una expresión de satisfacción en el rostro mientras levanta el látigo de nuevo. Quiero gritar, decirle que se detenga, pero mi boca seca no responde a las órdenes de mi cerebro. Su cara recauchutada refleja que siente un gran placer sometiendo a Santana a su tortura, sin duda aumentado sabiendo que yo lo estoy presenciando. Golpea su piel desnuda de nuevo y Santana arquea la espalda. Echa la cabeza hacia atrás pero no emite sonido alguno. El fuerte alarido que resuena por la habitación es el mío. En cuanto mi grito alcanza sus tímpanos, levanta la cabeza. Yo forcejeo de nuevo con Finn, que ha vuelto a agarrarme.
—¡Suéltame!—digo revolviéndome con más ímpetu, clavándole las uñas y golpeándolo.
—¿Britt?
La voz de Santana me paraliza. Es débil y rota. Su cabeza gira en mi dirección. Un grito de desesperación escapa de mis labios cuando nuestros ojos se cruzan y descubro dos agujeros vacíos y vidriosos. No parece estar del todo sobria. Parece drogada y demacrada. Intenta levantarse pero se tambalea ligeramente hacia adelante, desorientado por completo.
Miro su espalda y veo al menos diez verdugones diseminados de un lado a otro. Algunos están superpuestos y de ellos manan gotas de sangre.
Creo que voy a vomitar. Empiezo a tener arcadas y, cuando Holly levanta el látigo de nuevo, oigo a Finn en la distancia bramando su nombre. Mis rodillas ceden y me caigo al suelo a los pies del grandulón.
—¿Britt?—Santana intenta levantarse de nuevo, pero no tiene estabilidad. Sacude la cabeza como si intentara centrarse y su expresión confundida se torna afligida al asimilar mi presencia—¡Joder, no!—el pánico inunda sus atractivos rasgos. Incluso su voz es inestable. Se dispone a caminar, pero Holly la detiene agarrándola del brazo—¡Suéltame!—ruge, y la empuja hacia atrás—Britt, Britt-Britt. ¿Qué estás haciendo aquí?
Corre hacia adelante y se postra de rodillas delante de mí, cogiéndome la cara y buscando mi mirada. La veo como un borrón a través de las lágrimas.
No puedo hablar.
Me limito a sacudir la cabeza frenéticamente, intentando eliminar de mi cerebro lo que acabo de presenciar.
¿Es una pesadilla?
No trataba de detenerla en absoluto. Estaba ahí arrodillada, esperando los golpes en puro trance. Empiezo a golpearla y me pongo de pie.
—¡Britt, por favor!—suplica mientras le aparto las manos de mí.
Tengo que salir de este maldito lugar.
Me vuelvo, empujo a Finn para pasar y corro totalmente consternada hacia el inmenso salón de verano. Mientras lo atravieso, oigo algunas exclamaciones de sorpresa. Me doy la vuelta y veo que Santana y Finn me persiguen. Me llevo la mano a la boca al sentir que la bilis asciende por mi garganta.
Joder, voy a vomitar.
Cruzo la puerta del baño y entro en el servicio. Cierro de golpe, me asomo a la taza y empiezo a evacuar el contenido de mi estómago con unas arcadas fuertes y sonoras y el rostro cubierto de sudor y lágrimas. Me encuentro en el peor de los infiernos y, una vez más, atrapada en un aseo sin ningún sitio adonde ir.
La puerta de los lavabos impacta contra la pared de baldosas y el sonido resuena por todo el servicio de mujeres.
—¡Britt!—Santana golpea la puerta del escusado, y yo me agacho al sentir que se avecina otra oleada de violentas arcadas—¡Britt, abre la puerta!
Aunque quisiera, no podría contestarle mientras vomito sin parar.
¿Qué coño quiere que le diga?
Acabo de ver cómo aceptaba el maltrato de una mujer a la que detesto, una mujer que sé que la desea y que me odia. Mi imaginación no alcanza a entender ese tipo de crueldad.
Vomito de nuevo y busco a tientas un poco de papel higiénico para limpiarme la boca mientras ella sigue golpeando la puerta detrás de mí.
—¡Por favor!—me ruega, y un fuerte golpe seco impacta contra la puerta. Sé que es su frente—Britt, abre, por favor.
Más lágrimas brotan de nuevo con fuerza de mis ojos al oírla suplicar. No puedo mirar a la mujer a la que amo a la cara sabiendo lo que se ha hecho a sí misma.
—¿Quién la ha dejado entrar?—su tono se vuelve agresivo, y golpea la puerta—¡Joder! ¿Quién coño la ha dejado entrar?
—Santana, yo no la dejé entrar. Jamás haría eso.
El tono grave de Finn me reconforta. Quiero saltar en su defensa. Él no me dejó entrar.
De repente, su voz inquieta y sus intentos por evitar que entrara en el despacho de Santana me llevan a una conclusión: no ha sido él quien me ha mandado el mensaje. No ha sido él quien ha abierto las puertas. Ha sido ella otra vez. Para que viera cómo golpeaba a mi mujer fuerte y dominante.
He subestimado su odio hacia mí.
He pisado sobre su precioso terreno. Y ha conseguido destrozarme, pero todo esto no quita el hecho de que Santana estaba participando activa y voluntariamente en esa espantosa representación.
¿Por qué?
—¿Qué está pasando?—la voz familiar de Rachel me da esperanzas de escapar de este horror—¡Joder! Santana, ¿qué cojones le ha pasado a tu espalda?
—¡Nada!—brama Santana.
—A mí no me hables así. ¿Dónde está Britt? ¿Qué coño está pasando? ¡¿Britt?!—grita mi nombre, y yo quiero contestarle, pero sé que si abro la puerta Santana entrará, y no quiero verla.
—Está ahí dentro y no quiere salir. ¿Britt?—dice—Rach, por favor, hazla salir.
Golpea la puerta de nuevo. Su voz es desesperada y agitada.
—Vale, pero explícame qué hace ahí encerrada y por qué estás sangrando por todas partes—le exige Rachel con furia.
—Britt ha visto algo que no debería haber visto. Está fuera de sí. Tengo que verla—le cuesta respirar.
Quiero gritar por qué estoy fuera de mí, pero nuevas arcadas me impiden decir nada.
—¡Ay de ti como le hayas hecho algo, Santana!—grita Rachel—¿Britt?
Me ha hecho algo, pero nada de lo que ella cree.
Es peor.
Mucho peor.
—¡No!—exclama Santana, a la defensiva—¡No es nada de eso!
—¿Qué ha sido entonces? Está ahí dentro vomitando. ¿Britt?—el puño de Rachel empieza a golpear suavemente la puerta—Britty, vamos. Abre la puerta.
—¡Britt!—grita Santana, histérica.
—Santana, vete de aquí—le espeta Rachel.
—¡No!
—No va a salir contigo aquí. Eh, grandullón, llévatela de aquí.
—¿Santana?—ruge Finn, y rezo para que le haga caso y se marche. No pienso ir a ninguna parte si ella está ahí fuera—Vamos a ver si te espabilas un poco, pedazo de gilipollas.
Me siento con la cabeza entre las manos y oigo cómo intentan convencer a Santana de que salga del servicio. Por fin oigo que la puerta se abre y vuelve a cerrarse, y Rachel golpea suavemente la puerta.
—Britt, ya se ha ido—me asegura desde el otro lado.
Me levanto, abro el pestillo y dejo que mi amiga entre en el escusado conmigo. Se hace hueco en el pequeño espacio y arruga la nariz al ver mi vómito por toda la taza.
—¿Qué coño ha pasado?
Se agacha al otro lado del cubículo hasta que estamos rodilla con rodilla. Gimoteo y me sueno la nariz con un poco de papel. Tengo un sabor horrible en la boca.
Respiro pausadamente unas cuantas veces entre sollozos e intento estabilizar mis cuerdas vocales.
—Ha dejado que la azoten—explico.
El sonido de las palabras me obliga a dirigir la cabeza de nuevo hacia la taza, pero lo único que consigo es ahogarme con unas arcadas secas. Rachel me acaricia la espalda.
—¿Qué?
Me aparto del retrete y veo que Rachel tiene la boca abierta de incredulidad.
¿Quién podría creerlo?
Pero ha visto las marcas por toda su espalda.
—Entré en su despacho y Holly estaba azotándola con un látigo.
Abre unos ojos como platos.
—¿Holly, la megazorra?—inquiere, muerta de asombro.
—Sí—digo, y asiento con la cabeza por si la palabra no logra salir de mi boca—Ella estaba arrodillada, Rach, como una especie de esclava sumisa.
Rompo a llorar de nuevo; el horrible recuerdo de mi mujer fuerte y segura de sí misma postrada de rodillas y dejándose golpear invade mi mente.
¿Por qué ha hecho tal cosa?
—Joder—apoya la mano sobre mi rodilla—Britt, tiene la espalda hecha un asco.
—¡Ya lo sé!—grito—¡La he visto!
No había nada de sexual en eso. No había ningún elemento placentero. Al menos no por parte de Santana. Lo de Holly ya es otra historia. Santana quería que le hiciera daño.
El estómago se me revuelve otra vez.
—Rach, necesito salir de aquí, pero Santana no va a permitirlo. Sé que no va a dejar que me vaya.
Un aire de determinación se instala en su hermoso rostro y se pone de pie.
—Espera aquí.
—¿Adónde vas?—pregunto, alarmada.
Santana entrará como una bala en cuanto Rachel salga por esa puerta. Sé que lo hará.
—Finn se la ha llevado a su despacho. Sólo voy a comprobarlo.
Abre la puerta y pasa por encima de mi cuerpo desparramado. Contengo la respiración a la espera de oír más gritos, pero no sucede nada. La puerta se abre y se cierra y entonces se hace el silencio.
Estoy sola.
Me levanto, con las piernas débiles y temblorosas, y cojo un poco de papel higiénico y lo paso por el asiento. Me cubro la boca con la mano. Mientras limpio el retrete, nuevas y violentas arcadas amenazan con invadirme.
La puerta de los aseos se abre. Me quedo helada y aguanto la respiración.
—Britt—susurra Rachel dando unos golpecitos en la puerta—Santana está en su despacho con Finn. Quinn nos dejará salir.
Abro la puerta y me veo por un instante en el espejo antes de que mi amiga me saque del baño y me arrastre hasta la salida.
Joder, estoy hecha un asco.
—Espera, necesito un poco de agua.
Me suelto de la mano de Rachel, me acerco al lavabo y me inclino para lavarme la cara y enjuagarme la boca.
—Toma un chicle—me mete una tira en la boca.
Ahora me replanteo las virtudes del alcohol.
¿Habría preferido encontrármela borracha?
Sí, sin lugar a dudas. Habría preferido encontrarme con esa pobre criatura antes que ver cómo lo golpeaban.
Es autodestructiva.
El dolor se torna ira cuando recuerdo cómo reaccionó al ver los cardenales que me hice cuando acompañé a Rachel a repartir la tarta en la parte trasera de la antigua Margo, y la cara que puso cuando vio las magulladuras que tenía en el brazo después de mi encontronazo con el calvorota agresivo, lo violenta que se puso.
Antes de que me dé tiempo a declarar mis intenciones de ir a buscar a Santana para pedirle explicaciones, ella entra en los servicios como un toro presa del pánico. En cuanto me ve me doy cuenta de que su mirada perdida ha desaparecido. Su pecho está húmedo, y el cabello negro pegado a la cara por el sudor.
La mirada de Rachel oscila entre ambas mientras evalúa la situación.
Santana se acerca a mí, y no hago ningún intento por evitar que haga lo que sé que va a hacer. Se agacha, me coge en brazos y sale del servicio en dirección a su despacho. Mantiene la mirada fija hacia adelante mientras avanza con determinación. Atraviesa de nuevo el salón de verano bajo la atenta mirada de algunos de los socios, que siguen revoloteando y disfrutando del espectáculo. Soy consciente de los cuchicheos y de cómo nos señalan, y las lágrimas invaden mis ojos y empiezan a descender por mis mejillas.
Estoy rota de dolor, siento angustia y tengo el corazón hecho pedazos.
Cierra la puerta de su despacho de una patada y continúa directo hacia el sillón. Se agacha para dejarme y hace una mueca de dolor.
El estómago se me revuelve.
Me abraza con fuerza y hunde la cabeza en mi cuello. No dice nada, me sostiene lo más cerca que puede y yo intento controlarme para evitar los temblores que asaltan mi cuerpo, pero es una batalla perdida.
Mi hermosa mujer tiene problemas graves, y justo cuando creía que empezaba a entenderla, me encuentro con el peor toque de atención posible. No la conozco en absoluto, y desde luego no la comprendo.
—Por favor, no llores—su voz amortiguada alcanza mis tímpanos—Me está matando.
—¿Por qué?—pregunto. Es lo único que puedo decir. Es todo cuanto quiero saber—¿Por qué has hecho eso?
—Te prometí que no bebería.
¿Qué?
¿Ha preferido que la azotaran en vez de beber porque me prometió que no lo haría?
Justo cuando pensaba que no podía quedarme más alucinada...
—¿Querías beber?
—Quería evitarlo.
—Mírame—le ordeno, pero no hace ademán de levantar la cabeza—¡Maldita sea, Santana, mírame!—me revuelvo para intentar agarrarla de la cabeza y levantársela, pero ella silba de dolor y me detengo inmediatamente—Tres—digo tranquilamente. No puedo creer que le esté haciendo la cuenta atrás, pero no sé qué otra cosa hacer. Siento que se tensa debajo de mí, pero sigue sin mirarme—Dos.
—¿Qué pasa si llegas a cero?—pregunta tranquilamente.
—Que me largo—respondo con calma.
Levanta la cabeza y gimo al verla con los párpados caídos y cargados de dolor y la barbilla temblorosa. Me mira directamente a los ojos. Me están rogando en silencio.
—Por favor, no lo hagas.
Las pocas fuerzas que me quedaban se desmoronan al verla y oírla. Me derrumbo por completo, le agarro la cara entre las manos y acerco los labios a los suyos, pero todavía no me siento lo bastante cerca. Me revuelvo con rabia hasta quedar sentada a horcajadas sobre su regazo, y después la pego a mí todo lo posible sin hacerle daño.
—¿Qué querías evitar?
—Herirte.
—No lo entiendo—estoy totalmente confundida. ¿Cree que así no me hiere?—Habría preferido que hubieras bebido.
—No, no lo habrías preferido.
Lo dice con una pequeña carcajada que me pone los nervios de punta. Me aparto y busco su mirada.
—Preferiría verte con media destilería de vodka en el cuerpo a presenciar lo que acabo de ver.
Agacha la cabeza avergonzada.
—Créeme, Britt, no lo habrías preferido.
—Te digo que sí—insisto. Esto no es ningún concurso—¿Cómo quieres que confíe en ti de este modo? Santana, me siento traicionada.
Ni siquiera he pensado todavía qué voy a hacer con Holly en cuanto le ponga las manos encima. No me conformaré con aplastarla. Ha marcado a mi diosa neurótica y, cuanto más lo asimilo, más cabreada me siento.
Me levanto de su regazo y la rechazo cuando intenta agarrarme.
—No voy a marcharme—digo con frialdad.
Su expresión de pánico hace que me cabree todavía más. Empiezo a pasearme por el despacho golpeteándome el diente con la uña bajo la mirada tensa y angustiada de mi mujer imposible, que no deja de someterme a malditos retos cada vez más complicados.
Pero esto ha sido el colmo.
Era algo sádico.
Me siento en el sofá que está delante de ella y apoyo mi dolorida cabeza sobre las palmas. Oigo cómo toma aire varias veces, como si quisiera decir algo. Yo exhalo agotada y me masajeo las sienes.
—¿Hay algo que deba saber?
—¿Cómo qué?—pregunta, a la defensiva.
No me gusta ese tono, y ¿cómo coño voy a saber yo qué?
Detesto este lugar. Primero lo de la bebida, y ahora que se haya dejado azotar.
¿Qué otra cosa podría sorprenderme o cabrearme más que eso?
—No lo sé, dímelo tú. Dijiste que no habría más secretos, Santana—levanto los brazos, enfadada. Quiero consolarla desesperadamente. Mantenerme alejada de ella me duele casi tanto como ver cómo la golpean—¿Por qué iba a preferir esto a verte borracha?
Se inclina despacio hacia adelante con la mandíbula apretada y apoya los codos sobre las rodillas mientras se frota las sienes pensativa.
—Para mí, la bebida y el sexo van de la mano.
—¿Y eso qué quiere decir?—digo con voz aguda y nerviosa.
—Britt, heredé La Mansión con veintiún años. ¿Te imaginas lo que siente una joven lesbiana recién salida del closet frente a todos y que de pronto se ve con este lugar y con un montón de mujeres dispuestas a satisfacerla?—parece avergonzada.
Empiezo a planteármelo. Me lo imagino perfectamente, y no me extraña que las mujeres estuvieran dispuestas a satisfacerla. Siguen estándolo.
¡Sólo hay que verla!
—¿Te refieres a las incursiones sexuales?—susurro.
¿De verdad quiero saber esto?
Suspira.
—Sí, a las incursiones, pero todo eso ha quedado atrás—se inclina hacia adelante con una mueca de dolor—Ahora en mi vida sólo estás tú.
—¿Bebías y follabas?
—Sí, como te he dicho, la bebida y el sexo van de la mano. Ven aquí, por favor.
Extiende el brazo sobre la gran mesa que separa los dos sofás, pero yo me aparto. Deja caer la mano y mira al suelo.
Continúo sin entenderla.
Eso sigue sin explicar por qué ha aceptado que Holly lo azote.
—Entonces ¿no has bebido porque habrías querido follar?
Debo de tener la frente como un mapa de carreteras, porque estoy totalmente confundida.
—No me fío de mí misma cuando bebo, Britt.
—¿Porque crees que saltarás sobre la mujer que tengas más a mano?
Ríe nerviosa y se pasa las manos por el pelo.
—No lo creo. No te haría algo así.
—¿No lo crees?—estoy estupefacta.
—Es un riesgo que no voy a correr. Britt. Bebo demasiado. Pierdo la razón y las mujeres se abalanzan sobre mí dispuestas a todo. Ya lo has visto—me sonríe avergonzada.
Me burlo.
—¡No parecías estar en condiciones de hacer nada el viernes de la semana pasada!
Estaba inconsciente, y sí, he visto cómo las mujeres se abalanzan sobre ella.
¡Es humillante!
—Sí, ése no es mi nivel normal de embriaguez, Britt. Quería olvidar—responde, incómoda.
De repente me siento fatal.
—¿Así que normalmente mantienes un nivel de embriaguez estable y después te follas a un montón de mujeres dispuestas a todo?—creo que estoy empezando a entenderla—¿Nunca has bebido cuando te has acostado conmigo?
Se levanta, aparta la mesa para arrodillarse delante de mí y apoya las manos sobre mis muslos. Me mira directamente a los ojos.
—No, Britt. Nunca me he hallado bajo los efectos del alcohol cuando he estado contigo. No lo necesito. El alcohol me hacía bloquear cosas, me ayudaba a olvidar lo vacía que era mi existencia. Todas esas mujeres me importaban una mierda. Y entonces apareciste tú, y todo cambió. Me devolviste a la vida. No quiero volver a beber porque, si empiezo, puede que no pare, y no quiero perderme ni un segundo contigo.
Su confusión hace que se me llenen los ojos de lágrimas. Era una mujeriega que se tiraba a todo lo que se movía. Eso ya lo sabía.
—¿Has echado un polvo soñoliento con alguien más?
Contengo la respiración.
¿De todas las cosas que podría haberle preguntado, voy y le pregunto eso?
Suspira con pesar.
—No.
La miro con recelo.
—¿Y te has follado a alguien para hacerla entrar en razón?
—¡No, Britt! Nunca me había importado nadie lo suficiente como para necesitar o querer hacerla entrar en razón respecto a nada—me aprieta los muslos—Sólo tú.
Vale, por extraño que parezca, eso ayuda bastante, pero sigue insistiendo en que no es una alcohólica, lo cual es absurdo. Si no bebes porque no te fías de ti mismo, tienes un problema, y podría haber estado bajo esos efectos todo este tiempo. Dicen que un buen alcohólico sabe disimularlo muy bien.
¿Cómo iba a saber yo si bebe?
Pienso en el jueves por la noche, cuando la descubrí aquí en su despacho, con una botella de vodka y en compañía de otra mujer.
Esto es horrible.
Ahora, además de preocuparme por si bebe o no, voy a tener que preocuparme de qué hace una vez que ha bebido.
¡Genial!
Ni siquiera puedo reunirme con clientes sin que se ponga hecho una furia, aunque el cabreo de Santana con respecto a Rory parece que tenía su razón de ser. No obstante, sé perfectamente que también aplastaría a mis demás clientes.
Le aparto las manos de mis muslos y me levanto, dejándola acuclillada junto al sofá, totalmente perdida.
—Entonces el jueves, en tu despacho, ¿me estás diciendo que si te hubieras bebido el vodka te habría encontrado tirándote a Holly sobre la mesa en lugar de verte acurrucadita con ella?—esto es espantoso.
Se levanta, se acerca a mí, me agarra de las caderas para inmovilizarme y me da la vuelta para mirarme a los ojos.
—¡No! ¡No seas idiota!
—No estoy siendo idiota—replico—Bastante tengo ya con preocuparme por si bebes o no. ¡No sé si podré soportar las complicaciones adicionales de que te emborraches y te apetezca follarte a otras mujeres!
Estoy chillando, pero no lo puedo evitar.
Retrocede.
—¿Quieres hacer el favor de cuidar tu puto lenguaje? No hace que me apetezca follarme a otras mujeres. ¡Hace que me apetezca follar!
—Entonces más me vale estar contigo cuando bebas, ¿no?
—¡No voy a volver a beber! ¡¿Es que no me escuchas?!—grita—No necesito beber—me suelta fríamente, y se dirige dando fuertes pisotones hacia la ventana para volver al instante. Me apunta con un dedo y espeta—¡Te necesito a ti, Britt!
Ya estamos otra vez con eso.
¿Cómo coño lo sabe?
Le aparto la mano de delante de mi cara.
—Me necesitas como sustituta del alcohol y del sexo.
Voy a llorar.
Sólo me necesita para alejarse de un estilo de vida que acabará matándola como siga así mucho más tiempo. Soy un medio para escapar de una muerte prematura por intoxicación etílica.
Creo que voy a vomitar otra vez.
Le aterra que la deje, pero eso no tiene nada que ver con el amor que siente por mí. Es porque teme volver a una vida vacía.
—Me manipulas.
—¡No te manipulo!—repone, y parece ofendida de verdad.
—¡Claro que lo haces! ¡Con el sexo! Para hacerme entrar en razón y para recordar. Todo es manipulación. ¡Yo te necesito y tú lo utilizas contra mí!
—¡No!—ruge, y de pronto pasa los brazos por todo el estante de las bebidas y tira decenas de botellas de licor y de vasos al suelo.
El estrépito de cristales rotos resuena a nuestro alrededor. Doy un brinco y retrocedo, pero ella se acerca y me agarra de los hombros.
—Necesito que me necesites, Britt. Es así de simple. ¿Cuántas veces he de decírtelo? Si tú me necesitas, yo cuido de mí misma..., así de simple.
—¿Y dejar que te azoten te parece que es cuidar de ti misma?—le grito a la cara.
Me suelta y comienza a tirarse del pelo.
—¡No lo sé, joder!
Miro al techo. Esto es inútil.
—Te necesito, pero no así.
Me coge de las manos.
—Mírame, Britt—me ordena fríamente. Bajo la vista de nuevo para mirarla a la cara otra vez—¿Cómo te hago sentir? Yo sé cómo me haces sentir tú. Sí, he estado con muchas mujeres, pero sólo era sexo. Sexo sin compromiso. No sentía nada. Britt, te necesito a ti.
Observo cómo mi mujer atractiva, atribulada, neurótica y canalla me mira directamente a los ojos y quiero gritarle y aplastarle la cabeza contra la pared para hacerle entender cuál es la manera normal de actuar.
Nos volvemos locas la una a la otra. Ésa es la verdad. No nos hacemos bien, y ella me manipula. El problema es que me gusta. El animal sexual que hay en mí aflora cada vez que lo hace. La necesito, igual que ella me necesita a mí, pero por motivos diferentes. Ha conseguido ser parte de mí. Se ha incrustado en mi mente y en mi alma. Sin ella, me siento vacía. Estoy vacía.
—¿Cómo puede ser que me necesites si yo consigo que te hagas esto a ti misma?—pregunto, cansada—Te has vuelto más autodestructiva ahora que antes de conocerme. Hago que necesites beber, no que quieras hacerlo. Te he convertido en una loca irracional, y desde luego yo tampoco estoy ya muy cuerda, que digamos. ¿No ves lo que nos estamos haciendo la una a la otra?
—Britt—me dice con tono de advertencia.
Sabe adónde quiero ir a parar.
—Y, para que lo sepas, detesto el hecho de que la hayas metido en todas partes—necesito que lo sepa, pero entonces unas imágenes horribles inundan mi cabeza.
Dejo escapar un grito ahogado—Cuando desapareciste durante cuatro días...
Ni siquiera soy capaz de terminar. El corazón se me ha subido a la garganta y ha estallado.
Abre unos ojos como platos ante mi evidente conclusión, aprieta los dientes y los músculos de su barbilla empiezan a temblar.
—No significaron nada en absoluto. Te quiero. Te necesito.
—¡Joder!—me caigo de rodillas. No lo ha negado—Te estuviste follando a otras mujeres.
Me llevo las manos a la cara y las lágrimas empiezan a brotar de nuevo. Me siento como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago.
Se agacha a mi lado en el suelo, me agarra de los brazos y me sacude.
—Britt, escúchame. No significaron nada. Me estaba enamorando de ti. Sabía que te dolería. No quería hacerte daño.
—Dijiste que no podrías hacerme eso. Olvidaste añadir «otra vez». Deberías haber dicho que no podrías hacérmelo «otra vez».
—No quería hacerte daño—susurra.
Levanto mi rostro derrotado.
—¿Y para remediarlo te tiraste a otras mujeres?—tengo el estómago revuelto. No puedo respirar—¿A cuántas?
—Britt, no hagas esto, por favor. Me doy asco.
—¡A mí también me das asco!—grito, temblando y sollozando incesantemente—¿Cómo pudiste hacerlo?
—Britt, ¿no me estás escuchando?
—¡Claro que sí, y no me gusta lo que oigo!
Me pongo de pie, pero me agarra de la cintura para evitar que me marche. Apoya la frente en mi estómago y veo a través de mis ojos nublados cómo empieza a sollozar ella también.
—Lo siento. Te quiero, Britt-Britt. Por favor, te lo suplico, no me dejes. Cásate conmigo.
—¡¿Qué?!—grito.
Ni siquiera hemos hablado sobre el tema que tenemos entre manos todavía y ya me encuentro al borde de un ataque de nervios.
Es demasiada información.
Éste es el golpe letal.
—No puedo casarme con alguien a quien no entiendo.
Pronuncio las palabras lentamente entre jadeos y siento que se hunde ante mí respirando profundamente. Veo los verdugones y las gotas de sangre de su espalda. No se cómo puede llevar puesto el sujetador.
—Creía que empezaba a comprenderte—añado con voz temblorosa—Pero has vuelto a destruirme, Santana.
—Britt, por favor. Estaba hecha polvo, perdí el control. Creía que así podría olvidarte.
—¿Emborrachándote y tirándote a otras mujeres?
—No sabía qué hacer—dice con un hilo de voz.
—Podrías haber hablado conmigo.
—Britt, habrías huido de mí otra vez.
—Todas las veces que has estado disculpándote conmigo eran porque te remordía la conciencia, y no por haberte emborrachado, ni por lo de La Mansión. Era porque me engañaste con otras. Dijiste que habías dejado tus correrías mucho antes de conocerme. Me mentiste. Cada vez que creo que damos un paso hacia adelante, estalla una nueva bomba. No puedo seguir con esto. No sé quién eres, Santana.
—Britt, claro que lo sabes—me mira con ojos suplicantes—La he jodido. La he jodido bien, pero nadie me conoce mejor que tú. Nadie.
—Puede que Holly sí. Parece que ella te conoce muy bien—digo sin mostrar emoción alguna—¿Por qué?
Se deja caer sobre los talones y agacha la cabeza.
—Te he decepcionado. Quería beber, pero te prometí que no lo haría, y sé lo que puede pasar si lo hago.
Hago un mohín al oír su confesión.
—¿Así que le pediste que te azotara?
—Sí.
Se me revuelve el estómago.
—No lo entiendo.
Mantiene la cabeza gacha.
—Britt, sabes que he sido una vividora—dice en voz baja. Está avergonzada—He roto matrimonios, he tratado a las mujeres como si fueran objetos y he tomado lo que no me pertenecía. He hecho daño a algunas personas, y siento que todo esto es mi penitencia. Contigo encontré la gloria, y tengo constantemente la sensación de que alguien va a venir a arrebatármela.
El nudo que tengo en la garganta se intensifica.
—TÚ eres la única que va a joder esto. Tú y sólo tú. Bebiendo, siendo tan controladora y tirándote a otras mujeres. ¡TÚ!
—Podría haber detenido todo esto. No me creo que seas mía. Me aterra que alguien te aparte de mi lado.
—¿Y por eso le pediste a una mujer que detesto, a una mujer que quiere alejarte de mí, que te azotara?
Frunce el ceño y me mira.
—Holly no quiere alejarme de ti.
Sacudo la cabeza, frustrada.
—¡Sí, Santana, claro que quiere! Haciéndote esto me haces daño a mí. Me estás castigando a mí, no a ti—necesito desesperadamente que lo entienda—Te amo, a pesar de toda la mierda que voy descubriendo de ti, pero no puedo ver cómo te haces esto a ti misma.
—No me dejes—dice con los dientes apretados, levantando los brazos y agarrándome de las manos—Me moriré sin ti, Britt-Britt.
—¡No digas eso!—le grito—Es una estupidez.
Tira de mí hasta ponerme de rodillas.
—No es ninguna estupidez. No sabes por lo que pasé cuando desapareciste sin más. Me hizo ver lo que sería mi vida sin ti—está muy nerviosa—Britt, era insoportable.
Esto explica lo de sus repetidas disculpas en sueños.
Yo la dejaba porque había descubierto lo de las otras mujeres.
—Si te dejara, sería porque no puedo soportar que te hagas daño a ti misma, no puedo ver cómo te torturas.
—Jamás te harás una idea de cuánto te quiero—me agarra de la cara y yo me aparto. Esa afirmación me pone furiosa—Deja que te toque, Britt—ordena, intentando cogerme.
Está frenética y aterrada, y eso me está devorando por dentro.
—¡Me hago una idea, Santana, porque yo siento lo mismo!—grito—Aunque me has destrozado por completo, sigo amándote y, joder, me odio por ello. ¡Así que no te atrevas a decirme que no me hago una idea!
—Es imposible—me agarra de los brazos y tira de mí hacia adelante con un silbido de furia—¡Es imposible!—dice con voz grave.
Lo cree realmente.
Dejo que me estreche contra su pecho, pero soy incapaz de rodearla con los brazos.
Estoy emocionalmente agotada y bloqueada por completo.
Mi mujeriega fuerte y dominante se ha reducido a un alma asustada y desesperada.
Quiero recuperar a la Santana feroz.
—Voy a buscar algo para limpiarte las heridas—forcejeo para liberarme de sus brazos—Santana, tengo que limpiarte eso.
—No me dejes sola, Britt.
Me suelto y me pongo de pie.
—Cuando dije que jamás te dejaría, lo decía en serio.
Giro sobre mis talones y salgo del despacho totalmente abstraída dejándola de rodillas.
No voy a buscar nada para limpiarle la espalda. Curarle las heridas no va a demostrar nada. Sólo hay un modo de hacerle entender que sé cómo se siente.
Y si eso es lo que tengo que hacer, lo haré.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Queremos maraton.. Queremos maraton...
Saludos
Saludos
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Joder, solo joder. D:
Que Britt la deje y era. FIN! No puede estar con alguien asi>:cc
Quiero maraton:c
Que Britt la deje y era. FIN! No puede estar con alguien asi>:cc
Quiero maraton:c
Susii********-*- - Mensajes : 902
Fecha de inscripción : 06/01/2015
Edad : 26
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Maraton uuuuurrrrrgenteeeeee!!!!!!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
ok que britt busque a alguien que la azote y listo, estan a mano!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
Jane0_o escribió:Queremos maraton.. Queremos maraton...
Saludos
Hola, jajajaajajj bn, bn tengo capítulos adelantados, asik maratón. Saludos =D
Susii escribió:Joder, solo joder. D:
Que Britt la deje y era. FIN! No puede estar con alguien asi>:cc
Quiero maraton:c
Hola, jajajaajajajaja difícil no¿? =O así de radical no¿? Bn como dije tengo capítulos adelantados. Saludos =D
monica.santander escribió:Maraton uuuuurrrrrgenteeeeee!!!!!!!!
Saludos
Hola, jajajajajaa ustedes lo piden, ustedes lo tienen! Si esk tengo caps, como ahora jajajaja. Saludos =D
micky morales escribió:ok que britt busque a alguien que la azote y listo, estan a mano!
Hola, jajajajajaja xq no¿?... kizas y te hace caso no¿? jajajaja. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 31
Capitulo 31
Paso por delante de los aseos, por el bar atestado y por el restaurante rápidamente. No quiero ver ni a Rachel ni a ninguno de los demás. Como vea a Holly lo más probable es que acabe en la cárcel, porque no pienso dejar de sacudirla con ese látigo hasta dejarla hecha puré. De todas formas, Santana no tardará en venir en mi busca, así que he de darme prisa.
Llego hasta el vestíbulo y subo los escalones de dos en dos, recorro el descansillo apresuradamente e ignoro a las mujeres y sus frías miradas.
Pero entonces la veo.
Sé que debería continuar. Sé que debería resistir la tentación de estrangularla, pero es superior a mis fuerzas.
Me aproximo.
Está charlando con algunas socias, probablemente informándolas sobre lo sucedido durante la última hora. Sigue vestida de látex con el látigo en la mano.
Me detengo detrás de ella y las otras mujeres guardan silencio de inmediato. Con evidente curiosidad por saber qué es lo que las ha hecho callar, se vuelve para mirarme. Su expresión es de superioridad con un tinte de ligera satisfacción. Me hierve la sangre al tenerla ahí delante de mí, tan relajada, haciendo girar el látigo en la mano.
—Me has mandado un mensaje de texto desde el teléfono de Finn—la acuso con calma.
Casi se echa a reír.
—No sé de qué me estás hablando.
—Claro que no—no me lo puedo creer—También fuiste tú quien me dejó entrar en La Mansión el día que descubrí el salón comunitario.
—¿Y por qué iba a hacer yo eso?—pregunta con tono arrogante.
—Porque la deseas.
Mantengo el tono sorprendentemente pausado teniendo en cuenta que me hierve la sangre y que estoy temblando físicamente.
Las demás mujeres me atraviesan con los ojos. Las miro a todas ellas.
—Todas la desean.
Ninguna de ellas dice ni una palabra. Permanecen ahí, observándome, probablemente anticipando mi próximo movimiento. Holly, en cambio, es incapaz de mantener la boca cerrada.
—No, pequeña, todas la hemos tenido.
Salto.
Cierro el puño y lo lanzo contra su rostro hinchado de bótox. El impacto la empuja hacia atrás, se tambalea y cae de culo al suelo. No me detengo. La agarro de los pelos en un gesto muy poco femenino y la arrastro. La empotro contra la pared y la sostengo de la garganta. Gritos ahogados de estupefacción inundan el aire. Se hace de nuevo el silencio y lo único que se oye es el sonido de la respiración entrecortada de Holly.
—Como vuelvas a ponerle un dedo encima, te lo pida ella o no, no pararé hasta romperte todos los putos huesos del cuerpo. ¿Entendido?—abre los ojos de par en par. Intenta asentir bajo mi mano—¡¿ENTENDIDO?!—le grito en toda la cara. He perdido los estribos.
—Sí—rechina como puede a través de su garganta estrangulada.
Apenas la dejo respirar.
La suelto y cae al suelo hecha un guiñapo, jadeando y agarrándose la garganta.
Temblando de ira, me vuelvo y absorbo la expresión de estupefacción de los muchos testigos, que observan pasmados y en absoluto silencio.
No necesito decir nada más.
Le he dejado las cosas bastante claras a Holly y a todas las demás personas que han presenciado mi ataque de ira. Los dejo ahí plantados y continúo hacia mi destino original, temblando y respirando violentamente.
Cuando llego al pie de la escalera que conduce al salón comunitario, vacilo unos segundos, pero en cuanto recuerdo las palabras de Santana, corro hacia arriba sin nada más que adrenalina y determinación en las venas.
Entro en la sala de tenue iluminación y hago caso omiso de las escenas que se están desarrollando delante de mí al tiempo que trato de bloquear la música erótica que invade mis oídos.
No he venido a excitarme.
Pongo rumbo a la derecha y llego a donde quería llegar. Dos hombres a los que no conozco charlan tranquilamente mientras una mujer vuelve a ponerse la ropa interior. Me acerco a la escena y todos se dan la vuelta para mirarme. La conversación cesa cuando me aproximo. Uno de los hombres me mira con cautela mientras que el otro lo hace con aprobación y en su rostro se dibuja una oscura sonrisa.
Me desprendo de los zapatos, me quito la camiseta por la cabeza, la tiro al suelo y me desabrocho los vaqueros.
—¿Has venido a jugar, guapa?—pregunta uno de los hombres caminando hacia mí.
—Steve, déjala—le advierte el otro tipo. Sin duda sabe quién soy. Le lanzo una mirada asesina y él sacude la cabeza—Steve, tienes que dejarla estar.
—Pero ella quiere jugar, ¿verdad, guapa?—su mirada es oscura pero centellea al mirarme.
—Es la chica de Santana, Steve. No merece la pena.
Su amigo intenta razonar con él, pero parece que Steve tiene un objetivo y no le gusta que le digan lo que debe hacer, que es justo lo que necesito en estos momentos.
—En La Mansión y en el sexo todo vale—responde Steve con una sonrisa maliciosa—¿Qué puedo ofrecerte, guapa?
—En serio, Steve, ella es especial para Santana.
—¿Sí, eh? Bueno, puede ser especial para mí también. López nunca ha tenido problemas en compartir a nadie.
Sus palabras revuelven la bilis que me cubre la garganta, y observo cómo el hombre sensato agarra a la mujer del brazo y se la lleva de ahí con una expresión de cautela en el rostro. Steve, en cambio, es presuntuoso y parece estar muy seguro de sí mismo, aunque no de una manera que me resulte atractiva. Sin embargo, eso da igual: no tengo intención de besarlo.
Me acerco al estante que hay junto a la pared y escojo el látigo que me parece más atroz. Me vuelvo y se lo entrego con manos firmes. La más mínima vacilación delatará mis planes, y ésta es la única manera que tengo de demostrarle a Santana lo absurda que es toda esta mierda.
En su rostro se forma una amplia sonrisa. Acepta el látigo y repasa con la mirada mi cuerpo semidesnudo.
Me quito los vaqueros y me acerco para colocarme bajo la estructura dorada que está suspendida al tiempo que coloco las manos sobre mi cabeza.
—Nada de contacto físico. Sólo el látigo. Fuerte—digo con voz clara y totalmente decidida.
Estoy decidida. No tengo miedo ni dudas.
—¿Fuerte?—pregunta.
—Muy fuerte.
—¿Y el sujetador?—dice con la mirada fija en mi pecho.
—El sujetador se queda puesto.
—Como quieras.
Asiente y se acerca metiéndose el mango del látigo en el bolsillo trasero. Luego estira los brazos para encadenarme a los grilletes de la estructura dorada suspendida.
—Steve, déjalo.
—Esto no es asunto tuyo—mascullo entre dientes.
—Ya la has oído, quiere hacerlo.
Steve me mira con los ojos cargados de lujuria y empieza a pasearse por detrás de mí. Mi corazón se acelera y palpita con fuerza en mi pecho, y cierro los ojos repitiendo las palabras de Santana mentalmente: «Es imposible. Es imposible. Es imposible. Es imposible.» Dejo la mente en blanco a excepción de esa frase. La música desaparece y me preparo para mi propio castigo: mi castigo por haber reducido a Santana a un despojo de mujer, por haber hecho que necesitara el alcohol, no sólo querer tomarlo, por haber hecho que se convirtiera en una neurótica histérica... y por haberla llevado a hacerse esto a sí misma.
Lo oigo antes de que llegue. Un latigazo rápido atraviesa el aire antes de impactar contra mi espalda.
Lanzo un alarido.
¡Joder!
El azote me provoca una continua punzada de dolor que hace que me tiemblen el cuerpo y las piernas.
¿La gente se presta voluntaria para hacer esto?
¿Yo me he prestado voluntaria para hacerlo?
Mantengo los ojos cerrados con fuerza. Entonces me doy cuenta de que no hemos pactado ningún número de golpes. Contengo la respiración y aprieto los dientes y en seguida un segundo latigazo azota mi espalda. Rezo para mis adentros para conseguir mantenerme callada y aceptar la paliza.
Me pongo tensa y espero a que llegue el siguiente impacto y, cuando lo hace, dejo caer el cuerpo y me quedo colgando con impotencia de la estructura.
Estoy a merced de este extraño.
Los siguientes tres golpes se suceden a intervalos regulares hasta que sé cuándo esperarlos y se me ha olvidado qué estoy haciendo.
Estoy completamente loca.
Soy ajena a todo lo que me rodea, la música es un zumbido distante y apenas oigo las voces a mi alrededor. De lo único que soy consciente es del tiempo que transcurre entre cada latigazo y del silbido en el aire que se genera antes de que el cuero impacte contra mi piel. Puede que esté inconsciente, no estoy segura. Ni siquiera me tenso ya.
Recibo otro impacto y vuelvo a sacudirme. Arqueo la espalda y lanzo la cabeza hacia atrás.
—¡NOOOOOOOOO!
Conozco tan bien ese rugido que me devuelve al instante a la realidad justo cuando otra ardiente mordedura me golpea la espalda. Me sacudo, atónita. Los grilletes de metal suenan con fuerza encima de mí. Soy incapaz de abrir los ojos. Me pesa la cabeza, mi cuerpo cae exánime y apenas siento los brazos.
—¡Joder! ¡Britt, no!—grita con la voz rota. Empiezo a balancearme ligeramente y siento sus cálidas manos por todo mi cuerpo—¡Finn, suéltale las manos! ¡Joder! ¡No, no, no, no, no, no!
—¡Hijo de puta!
—¡Finn, joder, bájala de ahí!—exclama, aterrada.
Me agarran y me acarician todo el cuerpo, al tiempo que siento la seguridad de unas manos grandes y torpes sobre las mías atadas por encima de mi cabeza. Mis brazos caen pesados y me desplomo en los suyos.
—¿Britt? ¡No, por favor! ¿Britt?
Soy vagamente consciente de que me están moviendo. Y entonces comienzo a sentir el dolor.
¡Joder!
La piel me arde y el sufrimiento emana desde todas y cada una de las terminaciones nerviosas de mi espalda y del resto del cuerpo. Me está arrastrando y ni siquiera puedo hablar para decirle que pare.
Jamás había sentido tanto dolor.
—¡No lo dejes salir de aquí!
Oigo la voz de Santana amortiguada pero, a pesar de mi aturdimiento, sé a quién se refiere, y entonces soy consciente de que probablemente acabe de sentenciar a Steve a muerte. Tengo que detener esto. Yo le he pedido que lo hiciera, aunque ahora mismo me pregunto por qué. Estoy completamente loca, pero entonces recuerdo mis motivos. Puede que ya no esté tan dispuesta a hacerse esto a sí misma si sabe que yo lo haré después.
Pero ¿será capaz de beber o de hacerse azotar de nuevo de todos modos?
Joder, espero que no.
No creo que yo pueda volver a pasar por esto. A través de mi ensimismamiento, soy consciente de que acabo de iniciar un tremendo círculo vicioso de castigos.
¿He hecho bien?
Mi parte perturbada y mi parte cuerda discuten en mi cerebro, y entonces oigo las fuertes y rápidas pisadas de Santana y muchos gritos ahogados de sorpresa conforme me acarrea por La Mansión.
—Pero ¿qué coño...?—oigo decir a Rachel en la distancia—¿Santana?
Ella no contesta. Lo único que oigo son los graves rugidos de Finn, que se funden con el murmullo de fondo debido a la conmoción que he causado.
Me da igual.
Una puerta se cierra de golpe y, unos momentos después, siento el sofá debajo de sus muslos y que ella me acuna en su regazo.
—Eres una estúpida, Britt—solloza con la voz rota. Hunde la cabeza en mi cuello y absorbe el olor de mi cabello mientras me acaricia la cabeza frenéticamente—Estás loca.
Me obligo a abrir los ojos y miro al vacío a través de su pecho. Siento mucho dolor, pero no tengo intención de moverme o de expresar mi amargura. Estoy como sedada, como si flotara y observando esta escena desde fuera.
¿Y si mis intentos de hacer que Santana me entienda fracasan?
¿Y si vuelve a castigarse?
No podría soportar pasar por eso otra vez, y tampoco por el tremendo sufrimiento físico. No podría soportar ver a Santana arrodillada, aceptando los latigazos de Holly o de quien fuera. Jamás podré borrar esa imagen de mi mente. Se quedará grabada en mi cerebro durante el resto de mi vida.
Nada conseguirá eliminarla.
Nada.
No sé cuánto tiempo permanecemos sentadas en silencio; yo mirando a la distancia, totalmente ajena a las circunstancias, y Santana sollozando contra mi pelo. Parecen horas, puede que más. He perdido la noción del tiempo y de la realidad.
Alguien llama a la puerta.
—¿Qué?—pregunta Santana con la voz rota.
Después sorbe unas cuantas veces. La puerta se abre, pero no sé quién es. Llevo tanto tiempo mirando al vacío que creo que se me han bloqueado los ojos. Oigo movimiento cerca y que dejan algo en la mesa que tenemos delante, pero quienquiera que sea no dice nada. Nos deja igual de silenciosamente y la puerta del despacho se cierra casi sin hacer ruido también.
Santana se mueve ligeramente debajo de mí, y yo inhalo con un silbido de dolor agudo.
Se detiene.
—Joder—dice, azorada—Britt-Britt, tengo que moverte, tengo que verte la espalda.
Niego suavemente con la cabeza y hundo el rostro entre sus pechos. Me va a doler una barbaridad cuando me mueva.
Quiero retrasarlo todo lo posible.
Soy consciente de que su propia espalda está hecha polvo, y está recostada sobre el sofá, conmigo encima haciendo presión. Ella también debe de estar pasando un tormento.
Menuda par de gilipollas chaladas estamos hechas.
Suspira y apoya la barbilla sobre mi cabeza.
—¿Por qué?—grazna, y me besa la cabeza—No lo entiendo, Britt.
Si pudiera hablar, le haría la misma pregunta.
¿Por qué exactamente?
—Britt, tengo que verte la espalda.
Hace ademán de moverme de nuevo y el dolor vuelve a atravesarme. Aprieto los ojos con fuerza y dejo que me mueva hasta que estoy sentada sobre sus piernas. La gravedad azota mi estómago y de repente siento angustia, el estómago se me revuelve y empiezo a tener arcadas, lo que no hace sino aumentar todavía más el dolor.
Me inclino sobre su regazo.
—¡Joder!
Por acto reflejo, me coloca la mano sobre la espalda para aliviarme mientras mi estómago decide si le queda algo por vomitar. El ardiente contacto me obliga a saltar hacia adelante lanzando un alarido, y entonces mi estómago decide que sí, que aún me queda algo dentro.
Vomito en el suelo.
—¡Mierda! Britt, lo siento. ¡Joder!—me aparta el pelo de la cara y se mueve con cuidado para poder acceder mejor a mí—¡Joder! Joder, joder, joder. Britt, ¿qué has hecho?—su voz traumatizada me indica que acaba de echarle un vistazo a mi espalda. Debe de tener muy mal aspecto. Intento desesperadamente controlar la angustia para minimizar el dolor—Voy a moverte ahora, ¿vale?—me agarra por debajo de los brazos y se pone de pie. Lanzo un grito—No puedo levantarte sin tocarte, Britt...
Maldice repetidas veces con frustración e intenta llevarme hasta el otro sillón sin rozarme la espalda. Todavía me tiemblan las piernas. No me extrañaría que no quisiera volver a verme por mi debilidad.
Jamás lo habría imaginado, pero no ha habido ninguna conversación cuando le he entregado el látigo a Steve. Sólo le he dicho que no quería contacto físico con él y que me azotara con fuerza. Prácticamente le he dado carta blanca.
—Ponte boca abajo—me deja en el sofá y me coloca los brazos debajo de la cabeza a modo de almohada—Britt, no me puedo creer que hayas hecho esto.
Se arrodilla junto al sofá y coge un cuenco de cristal lleno de agua y una botella con un líquido morado en el interior. Aprieta la botella, vierte un poco de líquido en el agua y coge el rollo de algodón. Arranca un trozo, lo sumerge en la disolución y escurre el exceso de agua
—Esto te va a doler, Britt-Britt. Tendré cuidado, ¿vale?—acerca la cara a mi campo de visión. Levanto la vista con esfuerzo y veo dos pozos oscuros cargados de angustia. La miro sin expresión. Todos mis músculos se niegan a funcionar—Estoy furiosa contigo—dice suavemente.
Se inclina y me besa con ternura, y es la primera vez que no tengo que esforzarme por replicarle, y no porque no quiera hacerlo.
Sacude la cabeza y vuelve a atender mi espalda. Contengo la respiración cuando me desabrocha despacio el sujetador y deja caer los tirantes hacia los lados. Entonces siento los leves toques del suave algodón sobre mi piel. Es como si me estuviera pasando un alambre de espino por toda la espalda.
Sollozo.
—Lo siento—dice—Lo siento mucho, Britt.
Hundo el rostro entre los brazos y aprieto los dientes mientras intenta limpiar mis heridas con la disolución, mojando varias veces el algodón en la cálida mezcla y escurriéndolo después para volver a pasarlo.
Maldice cada vez que me encojo.
Cuando oigo que empuja el cuenco sobre la mesa, dejo escapar una larga exhalación de alivio. Me vuelvo otra vez y veo que el agua teñida de morado se ha tornado roja, y que todas las bolas de algodón usadas están amontonadas dentro, absorbiendo el líquido.
Santana se levanta, se aparta de mi lado y regresa al instante con una botella de agua. Se agacha delante de mí.
—¿Puedes sentarte?
Asiento e inicio el doloroso proceso de incorporarme para sentarme en el sofá. Ella revolotea a mi alrededor sin dejar de maldecir. El sujetador se me cae sobre las piernas e intento con poco entusiasmo volver a colocármelo en su sitio.
—Déjalo—me aparta las manos y me da el agua—Abre la boca—ordena con suavidad. Obedezco sin pensar. Dejo caer la mandíbula y acepto las dos pastillas que me coloca en la lengua—Bebe.
La botella me parece una mancuerna de hierro cuando la levanto para acercármela a la boca. Santana apoya la mano en el culo para aligerar un poco el peso.
Agradezco el agua fría en la boca.
Se acerca a su mesa y coge sus llaves, el teléfono y la camiseta. Se mete los objetos en distintos bolsillos, se pone la camiseta y vuelve junto a mí.
¿A ella no le duele la espalda?
¿Me estoy comportando como una niña mimada?
Recoge mi ropa del respaldo del sofá y luego se acuclilla delante de mí.
—Voy a llevarte a casa, Britt—dice.
Me mete los vaqueros por los pies, me da un golpecito en el tobillo y lo levanto. Después repite el proceso con el otro pie y me ayuda a incorporarme para subirme los pantalones por las piernas. Mira la camiseta, después mis senos descubiertos y después a mí con el ceño ligeramente fruncido.
La idea de que algo descanse sobre mi piel me produce ganas de vomitar otra vez, pero no puedo salir de aquí y llegar al Lusso desnuda de cintura para arriba.
—¿Lo intentamos, Britt?
Estira el cuello de mi camiseta y retira el sujetador que tengo colgando en los brazos antes de pasármela por la cabeza. Trato de levantar los brazos para facilitarle la faena, pero las dolorosas punzadas hacen que las lágrimas empiecen a inundar mis ojos. Sacudo la cabeza frenéticamente. Me va a doler demasiado.
—Britt, no sé qué hacer—sostiene la camiseta en el aire para que no toque mi cuerpo—No puedes salir de aquí desnuda—se inclina y me mira—No llores, por favor, Britt-Britt—me besa la frente y torrentes de lágrimas descienden por mi rostro—¡A la mierda!—vuelve a sacarme la camiseta por la cabeza y la tira sobre el sofá—Ven aquí—se inclina, me pasa un brazo por debajo del culo y me levanta—Cógete a mi cintura con las piernas y a mi cuello con los brazos. Ten cuidado—obedezco lentamente—¿Estás bien?—pregunta.
Asiento contra su hombro y cruzo los tobillos alrededor de sus lumbares. Me coloca el pelo por encima del hombro y apoya la mano en mi cuello para sostenerme todo lo posible sin hacerme más daño. Mis tetas quedan aplastadas contra las suyas y tengo la espalda totalmente descubierta, pero me da igual.
Se dirige a la puerta, me suelta el cuello para abrirla y vuelve a cogérmelo.
—¿Estás bien, Britt?—pregunta mientras avanza por el pasillo en dirección al salón de verano. Asiento contra su cuello. No estoy nada bien. Me siento como si me hubiera quedado dormida al sol con toda la piel quemada—¡Finn!—grita.
Oigo una sucesión de exclamaciones de estupefacción ahogadas. Parecen aún más alarmados que cuando me llevaban hacia el despacho.
—¿Cómo está la rubia?—la voz grave de Finn está cerca.
—¿A ti qué coño te parece? Coge una sábana de algodón del cuarto de la limpieza.
Finn no responde a la brusquedad de Santana.
—Santana, ¿hay algo que pueda hacer?
Es una voz femenina muy asustada, y sus tacones golpean el suelo del salón de verano mientras intenta seguir el ritmo apresurado de Santana.
—No, Natasha—responde secamente.
Ni siquiera tengo fuerzas para levantar la cabeza y mirarla mal.
¿Cómo que si hay algo que pueda hacer?
¿Cómo qué?
¿Follársela otra vez?
—¿Britt?—el tono asustado de Rachel inunda mis oídos—¡Joder! Pero ¿qué has hecho, inconsciente?
—Voy a llevarla a casa—Santana no se detiene por nadie, ni siquiera por Rachel—Está bien. Te llamaré.
—¡Santana, está sangrando!
—¡Joder, Rachel, ya lo sé!—siento que su pecho se eleva debajo de mí—Te llamaré—la tranquiliza, y ya no vuelvo a oírla, pero sí que oigo cómo Quinn intenta calmarla con su tono alegre de siempre teñido de preocupación.
Sé que estamos cerca del vestíbulo porque el aire fresco empieza a rozarme la espalda. Es agradable.
—Santana, tía, no lo sabía.
Santana se detiene de golpe y se hace el silencio. Todos los susurros de preocupación se detienen cuando oigo la voz de Steve.
Aprieto el cuerpo de Santana con las pocas fuerzas que me quedan y ella me acaricia el cuello.
—Steve, ya puedes dar gracias a todos los santos de que tenga a mi chica en brazos porque, de no ser así, el servicio de limpieza tendría que pasarse un año entero recogiendo tus putos restos—la amenaza Santana con voz ácida.
Su corazón bombea a un ritmo frenético.
—Yo... yo...—tartamudea—No lo sabía.
—¿Nadie te dijo que era mía?—pregunta Santana, claramente sorprendida.
—Yo... creía que...
—¡Es MÍA!—ruge, y me sacude entre sus brazos. Gimoteo ante las punzadas de dolor abrasador que me instigan sus movimientos y ella se pone tensa. Hunde el rostro en el hueco de mi cuello—Lo siento, Britt-Britt—susurra. Noto cómo le tiembla la mandíbula—Eres hombre muerto, Steve—añade.
Se queda quieta durante unos instantes más y sé que está mirando al tipo con cara de querer matarlo.
Me siento responsable.
—¿Santana?—el rugido de Finn interrumpe el ensordecedor silencio—Relájate. Lo primero es lo primero, ¿de acuerdo?
—Sí.
Santana echa a andar de nuevo y el suave aire fresco del edificio de repente se torna intenso y me golpea la espalda.
Baja lentamente los escalones.
—Les abro la puerta—dice Rachel, y oigo cómo sus tacones descienden por la escalera.
—Tranquila, Rach, no es necesario.
—¡Santana, deja de comportarte como una estúpida testaruda y acepta la puta ayuda! ¡No eres la única que se preocupa por ella!
Me aprieta contra sí.
—Las llaves están en mi bolsillo.
Rachel me roza los pantalones mientras intenta sacar las llaves del bolsillo de Santana, y yo sonrío para mis adentros al ver a mi fogosa amiga haciendo honor a su reputación.
Abro los ojos y la miro.
—Ay, Britty.
Sacude la cabeza y pulsa el botón del mando para abrir la puerta del coche de Santana. Ella se vuelve entonces hacia La Mansión.
—Regresen todos adentro.
No quiere que nadie me vea.
Oigo el crujido de la gravilla bajo las pisadas mientras Santana aguarda conmigo en brazos. Cuando comprueba que todo el mundo se ha marchado, me aparta de su cuerpo.
—Britt, voy a meterte en el coche, tienes que ponerte de lado, de cara al asiento del conductor, ¿podrás hacerlo?—pregunta con dulzura. Aflojo las manos en su cuello para indicarle que estoy preparada y empieza a introducirme muy despacio en el vehículo—No te apoyes hacia atrás.
Me vuelvo lentamente hasta que mi hombro descansa contra la piel suave y estoy de cara al asiento del conductor.
Joder, qué dolor.
Después me coloca una sábana por encima y cierra la puerta despacio sin intentar siquiera ponerme el cinturón. Apoyo la cabeza contra el respaldo con los ojos cerrados y, en un santiamén, la puerta del conductor se cierra y la esencia de Santana inunda mis fosas nasales. Abro los ojos y adapto la visión hasta que veo los suyos, oscuros y compasivos.
Siento que soy una lastimera, una debilucha desesperada que ha provocado todo este caos, dolor y sufrimiento porque intentaba demostrar algo, algo que espero que haya conseguido demostrar, porque como haya pasado por todo este calvario y haya hecho que Santana pase también por ella para que ahora siga sin entenderlo, esta relación se habrá acabado. No podemos continuar haciéndonos daño la una a la otra. La sola idea hace que se me detenga el corazón.
Acerca la mano y me acaricia la mejilla con los nudillos.
—Para, Britt—ordena mientras me seca otra lágrima.
Pero ya no lloro de dolor, sino de desesperación.
Arranca el motor y conduce lentamente por el camino. En lugar del rugido de la velocidad al que ya me he acostumbrado, ahora lo que oigo es el ronroneo sensato del motor del DBS. Toma las curvas con cuidado, acelera y frena con suavidad y me mira a intervalos regulares.
No llevo cinturón, estoy medio desnuda y con un montón de heridas feas en la espalda. Si la policía nos para, no sé cómo vamos a explicar esto.
Permanezco quieta y observo con la mirada perdida el perfil de mi mujer atractiva y conflictiva y me pregunto si se me puede calificar a mí de conflictiva también ahora. Mi cordura es, sin duda, cuestionable, pero estoy lo bastante cuerda como para admitirlo.
Era una chica normal y sensata.
Pero ya no.
Sólo el ronroneo del coche y Run, de Snow Patrol, sonando de fondo interrumpen el silencio del viaje de regreso a casa. Santana detiene el Aston Martin al llegar al Lusso y se acerca a mi lado del coche. Me ayuda a salir mientras intenta mantenerme tapada.
—A saber lo que va a pensar Clive—masculla mientras me coloca contra su pecho de nuevo. De repente me entra el pánico—Britt, lo siento, pero a menos que me dejes cubrirte la espalda con la sábana no puedo hacer otra cosa.
Mete la sábana entre ambas y hace todo lo posible por sostenerla por un lado, protegiéndome de las miradas antes de entrar en el vestíbulo.
—¿Señora López?—Clive está perplejo.
El pobre hombre ha visto cómo me llevaba borracha, cómo me llevaba mientras me resistía, cómo me llevaba enferma y también cómo me llevaba agotada. Debe de resultar evidente que ahora no estoy de ninguna de esas formas.
—Tranquilo, Clive.
Santana hace todo lo posible por sonar relajado, pero no estoy segura de que haya colado.
Entramos en el ascensor y los espejos que nos rodean reflejan nuestra imagen en todas las direcciones. Allá adonde miro, veo el rostro pesaroso de Santana y mi cuerpo frágil que la envuelve.
Cierro los ojos y apoyo la cabeza con fuerza sobre su hombro. Siento los movimientos de sus pisadas mientras me saca del ascensor en dirección al ático y a la suite principal.
—Despacito.
Me coloca sobre la cama boca abajo. Deslizo los brazos bajo la almohada y hundo la cabeza en su suavidad, reconfortándome ligeramente mientras respiro la esencia de Santana. Noto que me quita los vaqueros y, unos instantes después, está tumbado a mi lado, en la misma postura que yo. Estira la mano libre y me pasa la palma por la mejilla, sin duda para obtener el contacto que siempre necesita.
Es lo único que puede hacer.
No podrá ponerme boca arriba ni empotrarme contra la pared durante una buena temporada.
Permanecemos así mucho tiempo, mirándonos la una a la otra.
Es agradable.
No es necesario decir nada.
Dejo que me acaricie la cara y me resisto contra la pesadez de mis párpados durante un rato hasta que me pasa los pulgares por ellos y ya no vuelven a abrirse.
Llego hasta el vestíbulo y subo los escalones de dos en dos, recorro el descansillo apresuradamente e ignoro a las mujeres y sus frías miradas.
Pero entonces la veo.
Sé que debería continuar. Sé que debería resistir la tentación de estrangularla, pero es superior a mis fuerzas.
Me aproximo.
Está charlando con algunas socias, probablemente informándolas sobre lo sucedido durante la última hora. Sigue vestida de látex con el látigo en la mano.
Me detengo detrás de ella y las otras mujeres guardan silencio de inmediato. Con evidente curiosidad por saber qué es lo que las ha hecho callar, se vuelve para mirarme. Su expresión es de superioridad con un tinte de ligera satisfacción. Me hierve la sangre al tenerla ahí delante de mí, tan relajada, haciendo girar el látigo en la mano.
—Me has mandado un mensaje de texto desde el teléfono de Finn—la acuso con calma.
Casi se echa a reír.
—No sé de qué me estás hablando.
—Claro que no—no me lo puedo creer—También fuiste tú quien me dejó entrar en La Mansión el día que descubrí el salón comunitario.
—¿Y por qué iba a hacer yo eso?—pregunta con tono arrogante.
—Porque la deseas.
Mantengo el tono sorprendentemente pausado teniendo en cuenta que me hierve la sangre y que estoy temblando físicamente.
Las demás mujeres me atraviesan con los ojos. Las miro a todas ellas.
—Todas la desean.
Ninguna de ellas dice ni una palabra. Permanecen ahí, observándome, probablemente anticipando mi próximo movimiento. Holly, en cambio, es incapaz de mantener la boca cerrada.
—No, pequeña, todas la hemos tenido.
Salto.
Cierro el puño y lo lanzo contra su rostro hinchado de bótox. El impacto la empuja hacia atrás, se tambalea y cae de culo al suelo. No me detengo. La agarro de los pelos en un gesto muy poco femenino y la arrastro. La empotro contra la pared y la sostengo de la garganta. Gritos ahogados de estupefacción inundan el aire. Se hace de nuevo el silencio y lo único que se oye es el sonido de la respiración entrecortada de Holly.
—Como vuelvas a ponerle un dedo encima, te lo pida ella o no, no pararé hasta romperte todos los putos huesos del cuerpo. ¿Entendido?—abre los ojos de par en par. Intenta asentir bajo mi mano—¡¿ENTENDIDO?!—le grito en toda la cara. He perdido los estribos.
—Sí—rechina como puede a través de su garganta estrangulada.
Apenas la dejo respirar.
La suelto y cae al suelo hecha un guiñapo, jadeando y agarrándose la garganta.
Temblando de ira, me vuelvo y absorbo la expresión de estupefacción de los muchos testigos, que observan pasmados y en absoluto silencio.
No necesito decir nada más.
Le he dejado las cosas bastante claras a Holly y a todas las demás personas que han presenciado mi ataque de ira. Los dejo ahí plantados y continúo hacia mi destino original, temblando y respirando violentamente.
Cuando llego al pie de la escalera que conduce al salón comunitario, vacilo unos segundos, pero en cuanto recuerdo las palabras de Santana, corro hacia arriba sin nada más que adrenalina y determinación en las venas.
Entro en la sala de tenue iluminación y hago caso omiso de las escenas que se están desarrollando delante de mí al tiempo que trato de bloquear la música erótica que invade mis oídos.
No he venido a excitarme.
Pongo rumbo a la derecha y llego a donde quería llegar. Dos hombres a los que no conozco charlan tranquilamente mientras una mujer vuelve a ponerse la ropa interior. Me acerco a la escena y todos se dan la vuelta para mirarme. La conversación cesa cuando me aproximo. Uno de los hombres me mira con cautela mientras que el otro lo hace con aprobación y en su rostro se dibuja una oscura sonrisa.
Me desprendo de los zapatos, me quito la camiseta por la cabeza, la tiro al suelo y me desabrocho los vaqueros.
—¿Has venido a jugar, guapa?—pregunta uno de los hombres caminando hacia mí.
—Steve, déjala—le advierte el otro tipo. Sin duda sabe quién soy. Le lanzo una mirada asesina y él sacude la cabeza—Steve, tienes que dejarla estar.
—Pero ella quiere jugar, ¿verdad, guapa?—su mirada es oscura pero centellea al mirarme.
—Es la chica de Santana, Steve. No merece la pena.
Su amigo intenta razonar con él, pero parece que Steve tiene un objetivo y no le gusta que le digan lo que debe hacer, que es justo lo que necesito en estos momentos.
—En La Mansión y en el sexo todo vale—responde Steve con una sonrisa maliciosa—¿Qué puedo ofrecerte, guapa?
—En serio, Steve, ella es especial para Santana.
—¿Sí, eh? Bueno, puede ser especial para mí también. López nunca ha tenido problemas en compartir a nadie.
Sus palabras revuelven la bilis que me cubre la garganta, y observo cómo el hombre sensato agarra a la mujer del brazo y se la lleva de ahí con una expresión de cautela en el rostro. Steve, en cambio, es presuntuoso y parece estar muy seguro de sí mismo, aunque no de una manera que me resulte atractiva. Sin embargo, eso da igual: no tengo intención de besarlo.
Me acerco al estante que hay junto a la pared y escojo el látigo que me parece más atroz. Me vuelvo y se lo entrego con manos firmes. La más mínima vacilación delatará mis planes, y ésta es la única manera que tengo de demostrarle a Santana lo absurda que es toda esta mierda.
En su rostro se forma una amplia sonrisa. Acepta el látigo y repasa con la mirada mi cuerpo semidesnudo.
Me quito los vaqueros y me acerco para colocarme bajo la estructura dorada que está suspendida al tiempo que coloco las manos sobre mi cabeza.
—Nada de contacto físico. Sólo el látigo. Fuerte—digo con voz clara y totalmente decidida.
Estoy decidida. No tengo miedo ni dudas.
—¿Fuerte?—pregunta.
—Muy fuerte.
—¿Y el sujetador?—dice con la mirada fija en mi pecho.
—El sujetador se queda puesto.
—Como quieras.
Asiente y se acerca metiéndose el mango del látigo en el bolsillo trasero. Luego estira los brazos para encadenarme a los grilletes de la estructura dorada suspendida.
—Steve, déjalo.
—Esto no es asunto tuyo—mascullo entre dientes.
—Ya la has oído, quiere hacerlo.
Steve me mira con los ojos cargados de lujuria y empieza a pasearse por detrás de mí. Mi corazón se acelera y palpita con fuerza en mi pecho, y cierro los ojos repitiendo las palabras de Santana mentalmente: «Es imposible. Es imposible. Es imposible. Es imposible.» Dejo la mente en blanco a excepción de esa frase. La música desaparece y me preparo para mi propio castigo: mi castigo por haber reducido a Santana a un despojo de mujer, por haber hecho que necesitara el alcohol, no sólo querer tomarlo, por haber hecho que se convirtiera en una neurótica histérica... y por haberla llevado a hacerse esto a sí misma.
Lo oigo antes de que llegue. Un latigazo rápido atraviesa el aire antes de impactar contra mi espalda.
Lanzo un alarido.
¡Joder!
El azote me provoca una continua punzada de dolor que hace que me tiemblen el cuerpo y las piernas.
¿La gente se presta voluntaria para hacer esto?
¿Yo me he prestado voluntaria para hacerlo?
Mantengo los ojos cerrados con fuerza. Entonces me doy cuenta de que no hemos pactado ningún número de golpes. Contengo la respiración y aprieto los dientes y en seguida un segundo latigazo azota mi espalda. Rezo para mis adentros para conseguir mantenerme callada y aceptar la paliza.
Me pongo tensa y espero a que llegue el siguiente impacto y, cuando lo hace, dejo caer el cuerpo y me quedo colgando con impotencia de la estructura.
Estoy a merced de este extraño.
Los siguientes tres golpes se suceden a intervalos regulares hasta que sé cuándo esperarlos y se me ha olvidado qué estoy haciendo.
Estoy completamente loca.
Soy ajena a todo lo que me rodea, la música es un zumbido distante y apenas oigo las voces a mi alrededor. De lo único que soy consciente es del tiempo que transcurre entre cada latigazo y del silbido en el aire que se genera antes de que el cuero impacte contra mi piel. Puede que esté inconsciente, no estoy segura. Ni siquiera me tenso ya.
Recibo otro impacto y vuelvo a sacudirme. Arqueo la espalda y lanzo la cabeza hacia atrás.
—¡NOOOOOOOOO!
Conozco tan bien ese rugido que me devuelve al instante a la realidad justo cuando otra ardiente mordedura me golpea la espalda. Me sacudo, atónita. Los grilletes de metal suenan con fuerza encima de mí. Soy incapaz de abrir los ojos. Me pesa la cabeza, mi cuerpo cae exánime y apenas siento los brazos.
—¡Joder! ¡Britt, no!—grita con la voz rota. Empiezo a balancearme ligeramente y siento sus cálidas manos por todo mi cuerpo—¡Finn, suéltale las manos! ¡Joder! ¡No, no, no, no, no, no!
—¡Hijo de puta!
—¡Finn, joder, bájala de ahí!—exclama, aterrada.
Me agarran y me acarician todo el cuerpo, al tiempo que siento la seguridad de unas manos grandes y torpes sobre las mías atadas por encima de mi cabeza. Mis brazos caen pesados y me desplomo en los suyos.
—¿Britt? ¡No, por favor! ¿Britt?
Soy vagamente consciente de que me están moviendo. Y entonces comienzo a sentir el dolor.
¡Joder!
La piel me arde y el sufrimiento emana desde todas y cada una de las terminaciones nerviosas de mi espalda y del resto del cuerpo. Me está arrastrando y ni siquiera puedo hablar para decirle que pare.
Jamás había sentido tanto dolor.
—¡No lo dejes salir de aquí!
Oigo la voz de Santana amortiguada pero, a pesar de mi aturdimiento, sé a quién se refiere, y entonces soy consciente de que probablemente acabe de sentenciar a Steve a muerte. Tengo que detener esto. Yo le he pedido que lo hiciera, aunque ahora mismo me pregunto por qué. Estoy completamente loca, pero entonces recuerdo mis motivos. Puede que ya no esté tan dispuesta a hacerse esto a sí misma si sabe que yo lo haré después.
Pero ¿será capaz de beber o de hacerse azotar de nuevo de todos modos?
Joder, espero que no.
No creo que yo pueda volver a pasar por esto. A través de mi ensimismamiento, soy consciente de que acabo de iniciar un tremendo círculo vicioso de castigos.
¿He hecho bien?
Mi parte perturbada y mi parte cuerda discuten en mi cerebro, y entonces oigo las fuertes y rápidas pisadas de Santana y muchos gritos ahogados de sorpresa conforme me acarrea por La Mansión.
—Pero ¿qué coño...?—oigo decir a Rachel en la distancia—¿Santana?
Ella no contesta. Lo único que oigo son los graves rugidos de Finn, que se funden con el murmullo de fondo debido a la conmoción que he causado.
Me da igual.
Una puerta se cierra de golpe y, unos momentos después, siento el sofá debajo de sus muslos y que ella me acuna en su regazo.
—Eres una estúpida, Britt—solloza con la voz rota. Hunde la cabeza en mi cuello y absorbe el olor de mi cabello mientras me acaricia la cabeza frenéticamente—Estás loca.
Me obligo a abrir los ojos y miro al vacío a través de su pecho. Siento mucho dolor, pero no tengo intención de moverme o de expresar mi amargura. Estoy como sedada, como si flotara y observando esta escena desde fuera.
¿Y si mis intentos de hacer que Santana me entienda fracasan?
¿Y si vuelve a castigarse?
No podría soportar pasar por eso otra vez, y tampoco por el tremendo sufrimiento físico. No podría soportar ver a Santana arrodillada, aceptando los latigazos de Holly o de quien fuera. Jamás podré borrar esa imagen de mi mente. Se quedará grabada en mi cerebro durante el resto de mi vida.
Nada conseguirá eliminarla.
Nada.
No sé cuánto tiempo permanecemos sentadas en silencio; yo mirando a la distancia, totalmente ajena a las circunstancias, y Santana sollozando contra mi pelo. Parecen horas, puede que más. He perdido la noción del tiempo y de la realidad.
Alguien llama a la puerta.
—¿Qué?—pregunta Santana con la voz rota.
Después sorbe unas cuantas veces. La puerta se abre, pero no sé quién es. Llevo tanto tiempo mirando al vacío que creo que se me han bloqueado los ojos. Oigo movimiento cerca y que dejan algo en la mesa que tenemos delante, pero quienquiera que sea no dice nada. Nos deja igual de silenciosamente y la puerta del despacho se cierra casi sin hacer ruido también.
Santana se mueve ligeramente debajo de mí, y yo inhalo con un silbido de dolor agudo.
Se detiene.
—Joder—dice, azorada—Britt-Britt, tengo que moverte, tengo que verte la espalda.
Niego suavemente con la cabeza y hundo el rostro entre sus pechos. Me va a doler una barbaridad cuando me mueva.
Quiero retrasarlo todo lo posible.
Soy consciente de que su propia espalda está hecha polvo, y está recostada sobre el sofá, conmigo encima haciendo presión. Ella también debe de estar pasando un tormento.
Menuda par de gilipollas chaladas estamos hechas.
Suspira y apoya la barbilla sobre mi cabeza.
—¿Por qué?—grazna, y me besa la cabeza—No lo entiendo, Britt.
Si pudiera hablar, le haría la misma pregunta.
¿Por qué exactamente?
—Britt, tengo que verte la espalda.
Hace ademán de moverme de nuevo y el dolor vuelve a atravesarme. Aprieto los ojos con fuerza y dejo que me mueva hasta que estoy sentada sobre sus piernas. La gravedad azota mi estómago y de repente siento angustia, el estómago se me revuelve y empiezo a tener arcadas, lo que no hace sino aumentar todavía más el dolor.
Me inclino sobre su regazo.
—¡Joder!
Por acto reflejo, me coloca la mano sobre la espalda para aliviarme mientras mi estómago decide si le queda algo por vomitar. El ardiente contacto me obliga a saltar hacia adelante lanzando un alarido, y entonces mi estómago decide que sí, que aún me queda algo dentro.
Vomito en el suelo.
—¡Mierda! Britt, lo siento. ¡Joder!—me aparta el pelo de la cara y se mueve con cuidado para poder acceder mejor a mí—¡Joder! Joder, joder, joder. Britt, ¿qué has hecho?—su voz traumatizada me indica que acaba de echarle un vistazo a mi espalda. Debe de tener muy mal aspecto. Intento desesperadamente controlar la angustia para minimizar el dolor—Voy a moverte ahora, ¿vale?—me agarra por debajo de los brazos y se pone de pie. Lanzo un grito—No puedo levantarte sin tocarte, Britt...
Maldice repetidas veces con frustración e intenta llevarme hasta el otro sillón sin rozarme la espalda. Todavía me tiemblan las piernas. No me extrañaría que no quisiera volver a verme por mi debilidad.
Jamás lo habría imaginado, pero no ha habido ninguna conversación cuando le he entregado el látigo a Steve. Sólo le he dicho que no quería contacto físico con él y que me azotara con fuerza. Prácticamente le he dado carta blanca.
—Ponte boca abajo—me deja en el sofá y me coloca los brazos debajo de la cabeza a modo de almohada—Britt, no me puedo creer que hayas hecho esto.
Se arrodilla junto al sofá y coge un cuenco de cristal lleno de agua y una botella con un líquido morado en el interior. Aprieta la botella, vierte un poco de líquido en el agua y coge el rollo de algodón. Arranca un trozo, lo sumerge en la disolución y escurre el exceso de agua
—Esto te va a doler, Britt-Britt. Tendré cuidado, ¿vale?—acerca la cara a mi campo de visión. Levanto la vista con esfuerzo y veo dos pozos oscuros cargados de angustia. La miro sin expresión. Todos mis músculos se niegan a funcionar—Estoy furiosa contigo—dice suavemente.
Se inclina y me besa con ternura, y es la primera vez que no tengo que esforzarme por replicarle, y no porque no quiera hacerlo.
Sacude la cabeza y vuelve a atender mi espalda. Contengo la respiración cuando me desabrocha despacio el sujetador y deja caer los tirantes hacia los lados. Entonces siento los leves toques del suave algodón sobre mi piel. Es como si me estuviera pasando un alambre de espino por toda la espalda.
Sollozo.
—Lo siento—dice—Lo siento mucho, Britt.
Hundo el rostro entre los brazos y aprieto los dientes mientras intenta limpiar mis heridas con la disolución, mojando varias veces el algodón en la cálida mezcla y escurriéndolo después para volver a pasarlo.
Maldice cada vez que me encojo.
Cuando oigo que empuja el cuenco sobre la mesa, dejo escapar una larga exhalación de alivio. Me vuelvo otra vez y veo que el agua teñida de morado se ha tornado roja, y que todas las bolas de algodón usadas están amontonadas dentro, absorbiendo el líquido.
Santana se levanta, se aparta de mi lado y regresa al instante con una botella de agua. Se agacha delante de mí.
—¿Puedes sentarte?
Asiento e inicio el doloroso proceso de incorporarme para sentarme en el sofá. Ella revolotea a mi alrededor sin dejar de maldecir. El sujetador se me cae sobre las piernas e intento con poco entusiasmo volver a colocármelo en su sitio.
—Déjalo—me aparta las manos y me da el agua—Abre la boca—ordena con suavidad. Obedezco sin pensar. Dejo caer la mandíbula y acepto las dos pastillas que me coloca en la lengua—Bebe.
La botella me parece una mancuerna de hierro cuando la levanto para acercármela a la boca. Santana apoya la mano en el culo para aligerar un poco el peso.
Agradezco el agua fría en la boca.
Se acerca a su mesa y coge sus llaves, el teléfono y la camiseta. Se mete los objetos en distintos bolsillos, se pone la camiseta y vuelve junto a mí.
¿A ella no le duele la espalda?
¿Me estoy comportando como una niña mimada?
Recoge mi ropa del respaldo del sofá y luego se acuclilla delante de mí.
—Voy a llevarte a casa, Britt—dice.
Me mete los vaqueros por los pies, me da un golpecito en el tobillo y lo levanto. Después repite el proceso con el otro pie y me ayuda a incorporarme para subirme los pantalones por las piernas. Mira la camiseta, después mis senos descubiertos y después a mí con el ceño ligeramente fruncido.
La idea de que algo descanse sobre mi piel me produce ganas de vomitar otra vez, pero no puedo salir de aquí y llegar al Lusso desnuda de cintura para arriba.
—¿Lo intentamos, Britt?
Estira el cuello de mi camiseta y retira el sujetador que tengo colgando en los brazos antes de pasármela por la cabeza. Trato de levantar los brazos para facilitarle la faena, pero las dolorosas punzadas hacen que las lágrimas empiecen a inundar mis ojos. Sacudo la cabeza frenéticamente. Me va a doler demasiado.
—Britt, no sé qué hacer—sostiene la camiseta en el aire para que no toque mi cuerpo—No puedes salir de aquí desnuda—se inclina y me mira—No llores, por favor, Britt-Britt—me besa la frente y torrentes de lágrimas descienden por mi rostro—¡A la mierda!—vuelve a sacarme la camiseta por la cabeza y la tira sobre el sofá—Ven aquí—se inclina, me pasa un brazo por debajo del culo y me levanta—Cógete a mi cintura con las piernas y a mi cuello con los brazos. Ten cuidado—obedezco lentamente—¿Estás bien?—pregunta.
Asiento contra su hombro y cruzo los tobillos alrededor de sus lumbares. Me coloca el pelo por encima del hombro y apoya la mano en mi cuello para sostenerme todo lo posible sin hacerme más daño. Mis tetas quedan aplastadas contra las suyas y tengo la espalda totalmente descubierta, pero me da igual.
Se dirige a la puerta, me suelta el cuello para abrirla y vuelve a cogérmelo.
—¿Estás bien, Britt?—pregunta mientras avanza por el pasillo en dirección al salón de verano. Asiento contra su cuello. No estoy nada bien. Me siento como si me hubiera quedado dormida al sol con toda la piel quemada—¡Finn!—grita.
Oigo una sucesión de exclamaciones de estupefacción ahogadas. Parecen aún más alarmados que cuando me llevaban hacia el despacho.
—¿Cómo está la rubia?—la voz grave de Finn está cerca.
—¿A ti qué coño te parece? Coge una sábana de algodón del cuarto de la limpieza.
Finn no responde a la brusquedad de Santana.
—Santana, ¿hay algo que pueda hacer?
Es una voz femenina muy asustada, y sus tacones golpean el suelo del salón de verano mientras intenta seguir el ritmo apresurado de Santana.
—No, Natasha—responde secamente.
Ni siquiera tengo fuerzas para levantar la cabeza y mirarla mal.
¿Cómo que si hay algo que pueda hacer?
¿Cómo qué?
¿Follársela otra vez?
—¿Britt?—el tono asustado de Rachel inunda mis oídos—¡Joder! Pero ¿qué has hecho, inconsciente?
—Voy a llevarla a casa—Santana no se detiene por nadie, ni siquiera por Rachel—Está bien. Te llamaré.
—¡Santana, está sangrando!
—¡Joder, Rachel, ya lo sé!—siento que su pecho se eleva debajo de mí—Te llamaré—la tranquiliza, y ya no vuelvo a oírla, pero sí que oigo cómo Quinn intenta calmarla con su tono alegre de siempre teñido de preocupación.
Sé que estamos cerca del vestíbulo porque el aire fresco empieza a rozarme la espalda. Es agradable.
—Santana, tía, no lo sabía.
Santana se detiene de golpe y se hace el silencio. Todos los susurros de preocupación se detienen cuando oigo la voz de Steve.
Aprieto el cuerpo de Santana con las pocas fuerzas que me quedan y ella me acaricia el cuello.
—Steve, ya puedes dar gracias a todos los santos de que tenga a mi chica en brazos porque, de no ser así, el servicio de limpieza tendría que pasarse un año entero recogiendo tus putos restos—la amenaza Santana con voz ácida.
Su corazón bombea a un ritmo frenético.
—Yo... yo...—tartamudea—No lo sabía.
—¿Nadie te dijo que era mía?—pregunta Santana, claramente sorprendida.
—Yo... creía que...
—¡Es MÍA!—ruge, y me sacude entre sus brazos. Gimoteo ante las punzadas de dolor abrasador que me instigan sus movimientos y ella se pone tensa. Hunde el rostro en el hueco de mi cuello—Lo siento, Britt-Britt—susurra. Noto cómo le tiembla la mandíbula—Eres hombre muerto, Steve—añade.
Se queda quieta durante unos instantes más y sé que está mirando al tipo con cara de querer matarlo.
Me siento responsable.
—¿Santana?—el rugido de Finn interrumpe el ensordecedor silencio—Relájate. Lo primero es lo primero, ¿de acuerdo?
—Sí.
Santana echa a andar de nuevo y el suave aire fresco del edificio de repente se torna intenso y me golpea la espalda.
Baja lentamente los escalones.
—Les abro la puerta—dice Rachel, y oigo cómo sus tacones descienden por la escalera.
—Tranquila, Rach, no es necesario.
—¡Santana, deja de comportarte como una estúpida testaruda y acepta la puta ayuda! ¡No eres la única que se preocupa por ella!
Me aprieta contra sí.
—Las llaves están en mi bolsillo.
Rachel me roza los pantalones mientras intenta sacar las llaves del bolsillo de Santana, y yo sonrío para mis adentros al ver a mi fogosa amiga haciendo honor a su reputación.
Abro los ojos y la miro.
—Ay, Britty.
Sacude la cabeza y pulsa el botón del mando para abrir la puerta del coche de Santana. Ella se vuelve entonces hacia La Mansión.
—Regresen todos adentro.
No quiere que nadie me vea.
Oigo el crujido de la gravilla bajo las pisadas mientras Santana aguarda conmigo en brazos. Cuando comprueba que todo el mundo se ha marchado, me aparta de su cuerpo.
—Britt, voy a meterte en el coche, tienes que ponerte de lado, de cara al asiento del conductor, ¿podrás hacerlo?—pregunta con dulzura. Aflojo las manos en su cuello para indicarle que estoy preparada y empieza a introducirme muy despacio en el vehículo—No te apoyes hacia atrás.
Me vuelvo lentamente hasta que mi hombro descansa contra la piel suave y estoy de cara al asiento del conductor.
Joder, qué dolor.
Después me coloca una sábana por encima y cierra la puerta despacio sin intentar siquiera ponerme el cinturón. Apoyo la cabeza contra el respaldo con los ojos cerrados y, en un santiamén, la puerta del conductor se cierra y la esencia de Santana inunda mis fosas nasales. Abro los ojos y adapto la visión hasta que veo los suyos, oscuros y compasivos.
Siento que soy una lastimera, una debilucha desesperada que ha provocado todo este caos, dolor y sufrimiento porque intentaba demostrar algo, algo que espero que haya conseguido demostrar, porque como haya pasado por todo este calvario y haya hecho que Santana pase también por ella para que ahora siga sin entenderlo, esta relación se habrá acabado. No podemos continuar haciéndonos daño la una a la otra. La sola idea hace que se me detenga el corazón.
Acerca la mano y me acaricia la mejilla con los nudillos.
—Para, Britt—ordena mientras me seca otra lágrima.
Pero ya no lloro de dolor, sino de desesperación.
Arranca el motor y conduce lentamente por el camino. En lugar del rugido de la velocidad al que ya me he acostumbrado, ahora lo que oigo es el ronroneo sensato del motor del DBS. Toma las curvas con cuidado, acelera y frena con suavidad y me mira a intervalos regulares.
No llevo cinturón, estoy medio desnuda y con un montón de heridas feas en la espalda. Si la policía nos para, no sé cómo vamos a explicar esto.
Permanezco quieta y observo con la mirada perdida el perfil de mi mujer atractiva y conflictiva y me pregunto si se me puede calificar a mí de conflictiva también ahora. Mi cordura es, sin duda, cuestionable, pero estoy lo bastante cuerda como para admitirlo.
Era una chica normal y sensata.
Pero ya no.
Sólo el ronroneo del coche y Run, de Snow Patrol, sonando de fondo interrumpen el silencio del viaje de regreso a casa. Santana detiene el Aston Martin al llegar al Lusso y se acerca a mi lado del coche. Me ayuda a salir mientras intenta mantenerme tapada.
—A saber lo que va a pensar Clive—masculla mientras me coloca contra su pecho de nuevo. De repente me entra el pánico—Britt, lo siento, pero a menos que me dejes cubrirte la espalda con la sábana no puedo hacer otra cosa.
Mete la sábana entre ambas y hace todo lo posible por sostenerla por un lado, protegiéndome de las miradas antes de entrar en el vestíbulo.
—¿Señora López?—Clive está perplejo.
El pobre hombre ha visto cómo me llevaba borracha, cómo me llevaba mientras me resistía, cómo me llevaba enferma y también cómo me llevaba agotada. Debe de resultar evidente que ahora no estoy de ninguna de esas formas.
—Tranquilo, Clive.
Santana hace todo lo posible por sonar relajado, pero no estoy segura de que haya colado.
Entramos en el ascensor y los espejos que nos rodean reflejan nuestra imagen en todas las direcciones. Allá adonde miro, veo el rostro pesaroso de Santana y mi cuerpo frágil que la envuelve.
Cierro los ojos y apoyo la cabeza con fuerza sobre su hombro. Siento los movimientos de sus pisadas mientras me saca del ascensor en dirección al ático y a la suite principal.
—Despacito.
Me coloca sobre la cama boca abajo. Deslizo los brazos bajo la almohada y hundo la cabeza en su suavidad, reconfortándome ligeramente mientras respiro la esencia de Santana. Noto que me quita los vaqueros y, unos instantes después, está tumbado a mi lado, en la misma postura que yo. Estira la mano libre y me pasa la palma por la mejilla, sin duda para obtener el contacto que siempre necesita.
Es lo único que puede hacer.
No podrá ponerme boca arriba ni empotrarme contra la pared durante una buena temporada.
Permanecemos así mucho tiempo, mirándonos la una a la otra.
Es agradable.
No es necesario decir nada.
Dejo que me acaricie la cara y me resisto contra la pesadez de mis párpados durante un rato hasta que me pasa los pulgares por ellos y ya no vuelven a abrirse.
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Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 32
Capitulo 32
Sé que si me estiro soltaré un alarido. La tremenda necesidad de moverme lucha contra mi instinto natural de permanecer quieta para evitar los pinchazos.
Los acontecimientos del día anterior me vienen a la cabeza en cuanto abro los ojos: todo aquel horror, los sonidos de los látigos, los estallidos de dolor, la angustia y el tormento. Y todo ello ha aparecido de golpe en mi cerebro, sin la más mínima cortesía matutina.
Abro los ojos y veo que Santana está profundamente dormida en la misma posición en la que recuerdo haberla visto por última vez, con la mano sobre mi mejilla y el rostro pegado al mío, los labios separados y respirando de manera tranquila y sosegada sobre mi cara.
Parece tan serena, con las largas pestañas adornando su rostro y el pelo negro revuelto como todas las mañanas. Los rasgos atractivos y despreocupados tan cerca de mí hacen que esboce una pequeña sonrisa.
Detrás de su manera de ser imposible e irritante se esconde una mujer destrozada que bebe y folla sin control y que hace que la azoten para castigarse a sí misma. Y yo he contribuido en gran medida a ese estado de lamentación, pero si las cosas son como ella dice y se ha castigado porque cree que lo merece, porque dice que todo lo que sucede es a causa de su pasado, entonces será mejor que me encierre en una urna de cristal para el resto de mi vida.
Observo cómo sus ojos se mueven y comienzan a abrirse lentamente. Parpadea unas cuantas veces más y me mira. Veo que su mente adormilada empieza a inundarse con la información y los recordatorios que la llevarán rápidamente a asimilar dónde estamos y por qué. Se demora unos silenciosos instantes, pero finalmente suspira y se acerca unos centímetros más hasta que estamos nariz con nariz, ella de costado y yo todavía boca abajo.
Me parece que está demasiado lejos.
Saco los brazos de debajo de la almohada y me vuelvo ligeramente con unas cuantas muecas de dolor hasta que estoy de lado frente a ella. Apoya las manos en mi cadera y se acerca todavía más, hasta que nuestros cuerpos quedan pegados y nuestras narices se tocan de nuevo.
—Sí que es posible, San—susurro con la garganta tremendamente seca—Sí que es posible entender lo que sientes por mí.
—¿Has hecho esto para demostrar que me quieres?
—No, ya sabes que te quiero. Lo he hecho para que sepas lo que se siente.
Arruga la frente.
—No lo entiendo. Ya sé lo que se siente cuando te azotan.
—No me refiero a eso. Me refiero a la angustia de ver a la mujer a la que amo haciéndose daño a sí misma—levanto la mano, le acaricio la cara y veo que de repente lo capta—Nada podría dolerme más que ver cómo te haces eso a ti misma. Es lo único que podría matarme. Si vuelves a castigarte, yo también lo haré, San—la voz me tiembla ligeramente al pensar en tener que volver a enfrentarme a otro día como el de ayer.
Acabo de amenazarla y, si me quiere tanto como dice, debería concederme mi petición.
Se apresura a apartar la mirada y comienza a morderse el labio mientras sacude ligeramente la cabeza.
Vuelve a mirarme.
—Me amas.
—Te necesito. Te necesito fuerte y sana. Necesito que entiendas cuánto te quiero. Necesito que sepas que yo tampoco puedo vivir sin ti. Que yo también me moriría si te perdiera, Sanny.
Niega con la cabeza.
—No te merezco, Britt. No con la vida que he llevado. Nunca había tenido nada que apreciara o que quisiera proteger. Y ahora que lo tengo siento una mezcla extraña de felicidad total y de pánico absoluto—sus ojos repasan cada milímetro de mi cara—Llenaba mi existencia con alcohol y con mujeres. Y me daba igual. Le he hecho daño a lo más valioso que tengo, y no puedo soportarlo.
—Yo te he hecho ser así.
Arruga la frente pero no me rebate. Yo he hecho que sea así.
—Necesito controlarte, Britt. No puedo evitarlo. Te lo juro.
—Ya lo sé—suspiro—Ya sé que no puedes evitarlo.
Me acerco a su pecho y me deleito con su calor. Por una vez, siento que la entiendo perfectamente. Ha tenido una existencia irreprimible, una vida de despreocupación, de insensibilidad, un auténtico desastre. Y ahora no sabe qué hacer con todas estas emociones nuevas.
—Estás sufriendo por mi culpa, Britt—dice pegada a mi cabello.
—Y tú por la mía—afirmo secamente—Pero superaremos el pasado. Mientras estés conmigo y te sientas fuerte, lo superaremos. No es tu pasado lo que me hace daño. Eres tú. Las cosas que estás haciendo ahora.
Sé que mi mente me está recordando que me ha costado digerir lo del pasado de Santana, pero eso sólo me provocaba unos celos tremendos, no un dolor insoportable.
Tengo que aprender a superarlo.
Me aparta de su pecho. Tiene los ojos húmedos y le tiembla la barbilla.
—Estás loca de atar, Britt—dice con voz tierna antes de besarme—Loca de remate.
Recibo alegremente sus labios sobre los míos. Creo que es la única parte de mi cuerpo que puedo mover sin morirme de dolor.
—Estoy locamente enamorada de ti, Sanny. Por favor, no vuelvas a hacerte eso a ti misma. Me duele la espalda.
Se aparta con el ceño medio fruncido.
—Todavía estoy furiosa contigo, Britt.
—Yo contigo tampoco es que esté muy contenta—le contesto tranquilamente.
—No puedo tocarte—gruñe, y me besa de nuevo por toda la cara.
—Ya lo sé. ¿Qué tal tu espalda?
Resopla y continúa cubriéndome el rostro con los labios.
—Bien. Sólo estoy cabreada contigo. Tienes que empezar a moverte o te quedarás inválida.
—No me importaría—respondo.
No me importaría quedarme aquí tumbada eternamente y dejar que me besara de la cabeza a los pies.
—De eso, nada, Britt-Britt. Necesitas un baño de lavanda y que te eche un poco de crema en la espalda. No puedo creer que de todos los socios fueras a escoger al más chiflado.
—¿Eso hice?—pregunto.
¿Cómo iba a saberlo?
Sólo le entregué el látigo al primero que lo aceptó.
—Pues sí—aparta la boca de mi cara y me mira con ojos recelosos—Finn y yo íbamos a reunirnos hoy para discutir si anulábamos su suscripción. Llevamos tiempo vigilándolo. Su comportamiento se ha vuelto algo errático últimamente y, aunque algunas mujeres disfrutan del lado salvaje de sus hazañas sexuales, otras no tanto. Hace que algunas se sientan incómodas, y eso es un problema—una expresión de arrepentimiento se dibuja en su rostro y sé que está pensando que debería haber echado antes a Steve—Pero todavía no había hecho nada que nos diera motivos reales para echarlo hasta anoche.
—Se lo pedí yo, San.
Intento aliviar su culpa. No quiero que todo esto se repita.
—Tenemos reglas, Britt—me besa y me muerde el labio inferior ligeramente—¿Estableciste unos límites previamente?
—No—ahora me doy cuenta de lo estúpida que fui.
—Su lista de ofensas sigue aumentando. Ha incumplido muchas normas. Tiene que irse.
—No lo recuerdo. No estaba en la fiesta de aniversario—me habría acordado de esa cara de gallito.
—No, estaba de guardia.
—¿De guardia?
Santana sonríe, y yo me deleito con su sonrisa.
—Es de la pasma.
Me atraganto y, acto seguido, hago una mueca de dolor.
—¿Qué?
—Que es un poli.
Levanta las cejas como diciendo «Sí, me has oído bien».
¿Steve es policía?
—¿Has amenazado de muerte a un policía?
—Estaba cabreada—me aparta el pelo de la cara y me mira atentamente—He estado pensando.
No me gusta cómo suena eso. Y creo que a ella tampoco.
—¿Acerca de qué?
—De muchas cosas. Pero lo primero es que tengo que hablar con Will sobre Flanagan.
Sabía que no me iba a gustar lo que iba a decir, pero no veo la solución a este asunto. Rory supone probablemente la pensión de jubilación de Will, y sé que le va a dar algo cuando le diga que no voy a seguir trabajando con él. No puedo hacerlo, y ni siquiera le he contado a Santana lo del mensaje de texto. No obstante, acaba de confirmarme que ella también cree que es él quien aparece en las grabaciones del bar.
Joder.
—¡Es lunes!—exclamo, y me revuelvo un poco en un intento de levantarme de la cama.
Al instante me agarra de los hombros y me obliga a echarme de nuevo.
—¿En serio crees que voy a dejar que te muevas de aquí, Britt-Britt?—sacude la cabeza—También he estado pensando en otras cosas—empieza a morderse el labio.
Oh, oh.
¿En qué?
—¿Qué otras cosas?—pregunto.
Ni siquiera ha desarrollado sus pensamientos con respecto a lo de Rory, aunque sé exactamente a dónde quiere ir a parar con ello.
Se aprieta todavía más contra mí.
—No puedo estar sin ti, Britt.
—Eso ya lo sé.
—Pero no porque me preocupe volver a mis viejas costumbres. Te quiero porque haces que tenga una razón de ser. Has llenado un inmenso vacío con tu belleza y con tu espíritu, y aunque puede que te complique un poco más la vida con mi manera de ser imposible...—levanta una ceja con sarcasmo—Por cierto, que sepas que tú también eres bastante imposible.
Me echo a reír con ganas y hago una mueca de dolor al instante, pero Santana no se une a mis carcajadas. Frunce los labios y me agarra con más fuerza de la cadera.
—Yo no soy imposible, Santana López—enarca las cejas todavía más. Es evidente que no está de acuerdo, pero le pongo la mano en la boca para acallar su contraataque—Acabas de decir que he llenado un inmenso vacío con mi espíritu...
—Y con tu belleza—murmura en mi mano.
Pongo los ojos en blanco.
—Bueno, pues mi incesante necesidad de desafiar a tu manera de ser imposible forma parte de ese espíritu. Jamás te librarás de esa pequeña parte de mí que se rebela contra ti, y tampoco querrás hacerlo. Eso es lo que me diferencia de todas las mujeres de La Mansión, que llevan lamiéndote el culo demasiado tiempo.
Esta vez soy yo la que enarca una ceja sarcástica y ella me mira con recelo. Le estoy diciendo estas palabras a una mujer tan pagada de sí misma y tan irracional que no me sorprendería que se echara a reír en mi cara, pero continúo de todos modos.
—Me he entregado a ti por completo. Soy toda tuya. Nadie me apartará de tu lado. Jamás. Y sé que parte de tu problema es mantenerme lo más alejada posible de lo que las demás mujeres de tu vida representan.
—¡No ha habido ninguna otra mujer en mi vida, Britt!—protesta a pesar de mi mano.
Le aprieto los labios con más fuerza.
—Hay algo que necesito saber—levanta las cejas. No puede contestar porque tengo la mano muy pegada a su boca—Quieres diferenciarme todo lo posible de las mujeres de La Mansión, pero ¿qué hay del sexo?
Siento que sonríe contra la palma de mi mano.
¿Le hace gracia la pregunta?
Aparto la mano de su boca.
Sí, está sonriendo con esa sonrisa malévola suya.
Me deleito en ella, aunque no me hace gracia que le divierta mi pregunta. Está obsesionada con vestirme adecuadamente según su punto de vista, me obliga a llevar lencería de encaje (y de repente entiendo por qué), y no quiere que beba.
¡Joder!
De pronto, los motivos por los que no quiere que beba golpean mi cerebro como una enorme losa.
—No te gusta que beba porque crees que voy a hacer lo que tú solías hacer cuando estabas borracha. ¡Crees que voy a querer follarme todo lo que se mueve!—digo prácticamente chillando, y su sonrisa pronto desaparece.
Antes de darle tiempo a contestar a mi pregunta anterior, ya le estoy lanzando otra.
Bueno, más que una pregunta es una conclusión.
—¿Quieres hacer el puto favor de hablar bien?—se deja caer boca arriba en la cama y silba de dolor.
Oh, oh.
Me incorporo, haciendo caso omiso de mi propio dolor, y me pongo a horcajadas encima de ella.
—Es eso ¿verdad? Ése es el motivo.
Veo cómo asimila las palabras. No puede negarlo, sé que la he pillado.
Inspira profundamente y abre la boca para hablar, pero no dice nada. Vuelve a hacerlo pero sigue sin decir nada. Lo hace tres veces hasta que por fin habla:
—No es sólo eso, Britt. Eres vulnerable cuando bebes.
—Pero es parte del motivo, ¿verdad?
Ya sé que la otra parte es que teme que las personas den por hecho que soy presa fácil.
—Sí, supongo que sí—confiesa.
—Vale, ¿y qué hay del sexo?
Necesito saber eso. Quiere que sea todo lo contrario a todo lo relacionado con La Mansión, pero luego me folla como un loco.
Vuelve a sonreír.
—Ya te lo he explicado. Nunca me parece tenerte lo bastante cerca.
—Cuando follamos adormiladas, sí—respondo.
No voy a insistir mucho en este asunto. Me encanta el Santana dominante.
—Ya, pero entre nosotras hay una química increíble. Jamás la había sentido.
Mi corazón se acelera y, por primera vez en casi un día entero, es de felicidad.
¿Jamás había sentido eso?
Pero se ha acostado con decenas de mujeres, ¿o son cientos?
Mi sonrisa desaparece al instante.
—¿El qué?
Apoya las manos sobre mis muslos.
—Es pura dicha, Britt-Britt. Una satisfacción absoluta. Un amor absoluto capaz de mover la tierra y de hacer temblar el universo.
Vuelvo a sonreír.
—¿En serio?
—Sí. Es como estar en el cielo.
Me dejo caer sobre su pecho.
—¡Ay!
—Cuidado—me ayuda a incorporarme—¿Te duele mucho?
La ira se refleja en sus ojos mientras espera mi respuesta, y yo rezo para que Finn haya echado a Steve antes de que Santana le ponga las manos encima. Aún no puedo creer que sea policía.
—Tranquila—me revuelvo—¿Qué voy a hacer con el trabajo?—pregunto.
¿Cómo ha podido transcurrir tan de prisa el fin de semana?
Me río para mis adentros. Lo he pasado despilfarrando el dinero en compras, comida, joyas, vestidos, encajes, fiestas, en una propuesta de matrimonio muy peculiar, en un montón de sexo fabuloso, en que me drogaran para violarme, en azotes... Gruño.
Menudo fin de semana.
—No te preocupes. Ya he hablado con Will.
Santana se incorpora y me arrastra consigo al borde de la cama.
¿En serio?
—¿Hay alguien de mi entorno a quien no hayas importunado?—pregunto secamente.
Se levanta y me deja de pie, mostrando su magnífica desnudez delante de mí.
—No seas impertinente—me advierte, circunspecta—No tienes ninguna marca de latigazos en el culo, Britt. Y, cambiando de tema, ¿por qué está todo revuelto como si hubieran entrado a robar?
Ay... No sé cómo, pero me había olvidado de eso.
—Estaba buscando algo.
Frunce el ceño.
—¿El qué?—pregunta con un leve tono de cautela.
La observo y analizo su expresión y su lenguaje corporal. No me dice nada.
—Nada.
Me pone de espaldas a ella y me lleva hasta el cuarto de baño cogiéndome del codo con una mano y empujándome del culo con la otra. Su falta de curiosidad respecto a lo que estaba buscando no hace sino aumentar mis sospechas. Normalmente jamás aceptaría una respuesta tan imprecisa a una de sus preguntas.
—¿Qué le has dicho a Will?—pregunto mientras me sienta sobre el mueble del lavabo.
—Le he dicho que te desmayaste el sábado y que no te encuentras bien.
Vaya. Bien pensado.
—¿No se extrañó de que la llamaras tú?
—Ni lo sé ni me importa—empieza a preparar un baño y regresa a mi lado—Mira lo que le has hecho a tu precioso cuerpo, Britt—dice con voz suave observando mi espalda desnuda en el espejo—No voy a poder hacerte el amor de espaldas en una buena temporada.
Una oleada de decepción recorre mi cuerpo y me miro por encima del hombro.
—¿Sólo eso?—espeto con incredulidad.
Me siento como si me hubiera desollado viva, y el único recuerdo visible que tengo de mi tortura son unos cuantos verdugones rojos y uno con una especie de corte con sangre seca.
—¿Cómo que si sólo eso?—dice, cabreada.
Aparto la mirada de mis dolorosas heridas y observo con el ceño fruncido a Santana, que me devuelve la mirada con una expresión similar a la mía aunque probablemente más feroz.
La agarro de las caderas.
—Date la vuelta—le ordeno mientras la empujo con las manos para conseguir que su cuerpo reacio a obedecer se vuelva.
Cuando le veo la espalda no puedo evitar lanzar un grito ahogado. A esto es justo a lo que me refería. Tiene el doble de marcas que yo, mucha más sangre y muchos más recuerdos del aciago día de ayer.
—¿Lo ves? Las tuyas son mejores que las mías.
¿Qué estoy diciendo?
Se vuelve de nuevo y apenas me da tiempo a soltarla de la cintura cuando me baja del mueble y me deja en el suelo. Me petrifica con una mirada furiosa, me agarra de los brazos y me sacude ligeramente.
—¡Britt, no digas tonterías!
—¡Lo siento!—exclamo al instante.
¿Por qué estoy diciendo estas chorradas?
—Es que me duele tanto que creía que tendría peor aspecto.
—¡Bastante malo es ya!
Me suelta y regresa a la bañera, vierte un poco de aceite de lavanda y remueve el agua con la mano. No sé cómo he podido decir esa estupidez. Me lo tengo merecido.
—He dicho que lo siento—refunfuño, pero hace como que no me oye.
Inclino la cabeza hacia un lado y admiro su firme desnudez mientras muevo las piernas y giro los hombros para intentar recuperar un poco de flexibilidad. Necesito relajarme. Siento cómo mis músculos se agarrotan entre mis hombros.
Permanezco sentada pacientemente en el mueble mientras Santana prepara las toallas, el champú y el acondicionador y lo dispone todo a un lado de la bañera antes de ordenar el desastre que organicé ayer. Lo hace todo en absoluto silencio, sin mirarme ni una sola vez. Sabe perfectamente qué he estado buscando.
—Abajo.
Me ofrece la mano y me mira con expectación, pero yo la rechazo y me dejo caer al suelo con cuidado, me quito las bragas y me dirijo hacia la bañera. Me meto y empiezo a descender a regañadientes al sentir el escozor del agua. Hago caso omiso del gruñido de desaprobación de Santana ante mi rechazo. Estoy demasiado ocupada apretando los dientes y concentrándome en meterme bajo el agua, que pronto empieza a aliviarme en lugar de apuñalarme. Me recuesto y cierro los ojos con un suspiro de alivio.
Siento que me observa.
Abro un ojo y veo que tiene las cejas levantadas hasta el nacimiento del pelo y mueve la cabeza para indicarme que me aparte. Hago todo lo posible por demostrar las molestias que me causa hacerlo tomándome mi tiempo y resoplando sin parar mientras me desplazo hacia adelante para hacerle un sitio.
No sé por qué me estoy comportando de esta manera tan insolente. Bueno, sí. Me cabrea que mis heridas de guerra sean una nimiedad en comparación con las suyas y que sea yo la que no para de quejarse, de hacer gestos de dolor y de comportarse como si me hubieran lapidado.
Se mete en la bañera y se sienta detrás de mí. Apenas da muestras de sentir molestias cuando el agua le cubre la espalda. Coloca las manos sobre mis hombros y tira de mí hasta que mi espalda queda pegada a su cuerpo.
—No te resistas, Britt.
Me muerde la oreja y yo me retuerzo. Dobla las piernas y me rodea el cuello con los brazos, de manera que me envuelve completamente.
Vale.
Ahora toca conversar en la bañera. Apoyo la cabeza contra su hombro y disfruto del roce de su piel contra la mía.
—Entonces, ¿Steve está fuera?—pregunto con frialdad.
—No lo dudes.
—¿Y no vas a preguntarle nada?
—Sólo si prefiere que lo incineren o que lo entierren—responde sarcásticamente, y lo creo. Su respuesta, aunque brusca y un poco exagerada, es justo la que esperaba oír—¿Te hago daño?
—No, estoy bien—la tranquilizo. Me aprieta un poco más fuerte, pero nuestros cuerpos mojados hacen que nos deslicemos sin que duela—¿Y qué pasa con Holly?
¡PUM!
Se queda parada y yo continúo trazando suaves círculos en sus muslos con mis dedos índices como si no hubiera dicho lo que acabo de soltar. Lo que es bueno para uno... Además, Steve no tiene ningún interés sexual en mí. Holly, por el contrario, tienen un evidente interés en Santana, y como ella parece empeñarse en seguir ajena a la situación, soy yo quien debe imponer unas medidas de control de riesgos.
—¿Qué tiene que ver Holly con todo esto?—pregunta totalmente perpleja.
Si pudiera verme el rostro descubriría mi cara de incredulidad. No puede estar hablando en serio. Tengo que mantenerme serena.
—Te hizo daño.
—Yo se lo pedí.
—Y yo se lo pedí a Steve—repongo tranquilamente.
—Ya, pero Steve sabía que no debía tocarte porque eres mía. Cruzó la línea, y no me refiero sólo a la persona con la que lo hizo, sino por cómo lo hizo, aunque, claro está, lo primero es mi manzana de la discordia.
Me muerde el lóbulo de la oreja para asegurarse de que sepa que se refiere a mí.
¿A quién, si no?
—Aceptó el látigo de alguien a quien no conocía y ni siquiera estableció unos límites previamente. Podrías haber sido cualquier tarada.
—Supongo que lo era en esos momentos—mascullo—Pero bueno, tú eres mía. Tú también eres zona prohibida, ¿sabes?
—Lo sé—responde suavemente—Lo sé, Britt-Britt. No volverá a pasar, pero creo que ya le has dejado bastante clara a Holly tu postura—añade sarcásticamente.
Sonrío con suficiencia. Sí, es verdad, pero quiero que la eche.
—Entonces ¿no vas a echarla?—pregunto, aunque, muy a mi pesar, ya sé la respuesta.
—Es una empleada y una buena amiga. No puedo despedirla por haber hecho algo que yo le pedí que hiciera, Britt.
Suspiro pesadamente para dejarle bien claro que no me hace ninguna gracia.
¿Una «amiga»?
¿Una «buena amiga»?
—Ella lo planeó todo, San.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Recibí un mensaje de Finn.
—¿Qué mensaje?
—El que ella envió desde su teléfono diciendo que debía ir a La Mansión—sé que esto no va a llevarme a ninguna parte.
—¿Crees que Holly cogió a hurtadillas el teléfono de Finn para mandarte un mensaje?
—¡Sí!
—¡No seas tonta, Britt!
—¡No soy tonta!—chillo—Lo tengo en mi móvil. Te lo enseñaré.
—Britt, Holly jamás haría algo así.
¡Venga ya!
Y se supone que es amiga suya... Pues está claro que no la conoce muy bien. Yo he tenido el placer de conocerla sólo durante un mes y la calé desde el primer segundo en que la vi.
Santana no se entera de nada.
—¿Crees que me lo he inventado?
—No, creo que te drogaron el sábado por la noche, y que puede que aún estés algo confusa—responde intentando apaciguarme.
No me hace ninguna gracia.
¡No me lo he imaginado!
—Te lo enseñaré—digo como una adolescente ultrajada—Ella te desea, San.
—Pues no puede tenerme, y lo sabe. Te pertenezco a ti—aprieta los labios contra mi cara.
—Sí—resoplo, apretando la mejilla contra su beso.
Esto es complicado. Santana tiene razón; no puede echarla de su trabajo por hacer algo que ella le pidió que hiciera, lo cual es una mierda porque estoy segura de que ella no opinaría lo mismo si la situación fuera al revés. Lo único que me consuela es saber que Santana no tiene el más mínimo interés en ella, y de eso estoy completamente segura. No voy a hacerle cargar con mi pataleta. Me la reservaré para Holly cuando se presente la ocasión, y para todas esas otras mujeres irrespetuosas. Llevar a cabo las medidas de control de riesgos será complicado con todas esas sanguijuelas. Me cabrea que sea incapaz de ver cómo es en realidad.
—Inclínate para que te lave la espalda—me empuja hacia adelante por los hombros y yo obedezco a regañadientes—Tendré cuidado.
—Me gusta cuando no lo tienes—espeto con descaro.
—Britt, no digas cosas de ese tipo cuando no puedo violarte—me reprende, y escurre con cuidado la esponja sobre mi espalda.
Me besa con suavidad donde puede entre delicadas caricias y cierro los ojos como si estuviera soñando. Resulta tan sencillo olvidar los desafíos cuando se comporta de esta manera.
—Voy a lavarte el pelo.
Permito que me bañe, que me lave el pelo y que me asee en general antes de envolverme en una toalla y de dejarme en la cama.
—Igual está un poco fría—dice, sube a horcajadas sobre mi culo y vierte un poco de crema sobre mi espalda. Mis omoplatos se elevan y se tensan—Chsss. No vas a volver a hacer esto, ¿verdad, Britt?—me provoca, y empieza a aplicarme la crema suavemente.
—Si tú lo haces, yo también lo haré—gruño, y hundo la cara en la almohada, rogando a Dios para que no vuelva a hacerlo nunca más.
Comienza a acariciarme despacio la espalda hasta que me acostumbro a la fricción y, cuando me he relajado un poco, me aplica la crema también en los verdugones.
No está nada mal.
La calidez de sus manos deslizándose por mi piel no tarda en tornarse hipnotizadora. Sonrío para mis adentros. No tardará en ponerme las manos encima, y espero que así sea. Me masajea hasta que la tensión ha desaparecido por completo y mi espalda parece haber vuelto a la normalidad.
—¿Hola?
Ambas levantamos la cabeza al oír la voz de Sue.
—¡Mierda!—exclama Santana, levantándose a toda prisa—He olvidado llamar a Sue—desaparece en el vestidor y reaparece con unos vaqueros y una camiseta azul claro ancha—Arriba—me agarra de la cintura y me levanta del colchón—Tienes que comer algo, Britt.
—No tengo hambre.
—Tienes que comer. Debes de tener el estómago completamente vacío después de que arrojaras todo su contenido sobre el suelo de mi despacho.
Me encojo al pensarlo.
—Lo siento.
Me pregunto quién habrá tenido el placer de limpiarlo. Espero que haya sido Holly.
—No te preocupes. Vístete. Te espero en la cocina.
Me da un beso inocente, se marcha y me deja para que me arregle. Giro los hombros. Sus mágicas manos obran auténticos milagros.
Me siento muchísimo mejor.
Me seco el pelo, me pongo unos vaqueros rotos viejos y una camiseta blanca muy ancha para que no me roce mucho la espalda y me dirijo al piso inferior.
—Buenos días, Britt—Sue alza la vista del lavavajillas que está llenando y me sonríe amablemente.
Me siento sobre el taburete junto a Santana y ella se inclina para oler la fragancia de mi pelo recién lavado.
—Hola, Sue, ¿qué tal?
La aparto con un empujoncito. Ella gruñe y a continuación me planta un pegote de mantequilla de cacahuete en el labio inferior. Mi lengua se dispone a limpiarlo por acto reflejo.
—¡Joder!
Pongo cara de asco y ella se echa a reír, tira de mí y me lame la boca.
—Mmm.
Sonríe y me da un beso húmedo con sabor a esa pasta asquerosa. Me limpio y vuelvo a centrar la atención en Sue, que observa nuestra escena con una sonrisa en los labios.
Me pongo como un tomate.
—Estoy muy bien, Britt, gracias. ¿Quieres desayunar? ¿Salmón?
—Sí, por favor—respondo, agradecida, y ella asiente, se seca las manos en su mandil blanco e impoluto y se acerca a la nevera.
Miro a mí alrededor y veo que ya han recogido el desastre que formé.
—Tenemos noticias que darte, Sue—canturrea Santana.
¿Ah, sí?
No creo que vaya a ponerla al corriente sobre los acontecimientos de los últimos días.
La miro con el ceño fruncido pero hace como que no me ve.
—Britt pronto se convertirá en la señora López-Pierce.
Me quedo boquiabierta, pero ella sigue haciendo como si no estuviera.
¡Joder!
Había olvidado ese asunto.
¿Cómo es posible?
—¿En serio? ¡Eso es estupendo!—Sue deja los huevos y el salmón en la isla y se acerca para darme un gran abrazo—¡Ay, cuánto me alegro!—canturrea en mi oído. Aprieto los dientes con fuerza cuando me frota la espalda mientras sigo sentada en el taburete. Se aparta y me envuelve la cara con las manos—No sabes cuánto me alegro. Es un buena chica—me besa en la mejilla y me suelta—Ven aquí tú también.
Abraza a Santana con el mismo entusiasmo y ella la recibe de buena gana, sin el menor gesto de dolor. Me mira por encima del hombro de Sue y yo la contemplo asombrada. Después de lo que pasó anoche, había dado por hecho que nos replantearíamos el asunto. Pero parece ser que me equivocaba. El anillo ha desaparecido de mi dedo, y cuando me preguntó si todavía quería casarme con ella le dije que no podía hacerlo.
¿No deberíamos hablar sobre toda la mierda que ha pasado este fin de semana?
De nuestras inseguridades, de Holly, de Sugar, de Rory... No ha tenido para nada en cuenta mi opinión. Ni siquiera se lo he dicho a mis padres aún. Si voy a casarme con esta latina loca e imposible deberían ser los primeros en saberlo.
—Mi chica por fin va sentar la cabeza—Sue le pellizca las mejillas y le planta un beso igual que a mí.
Se está comportando como una mamá orgullosa, y hace que me pregunte cuál será la historia de su relación. Es mucho más cercana que la habitual entre un jefe y una empleada.
Sus manos ligeramente arrugadas liberan a Santana y coge el mandil para secarse los ojos mientras solloza.
¿Está llorando?
—¡Sue, ya vale!—la reprende Santana.
—Lo siento—recobra la compostura y se aleja para seguir preparando el desayuno con una amplia sonrisa en la cara—¿Y dónde y cuándo será?
Estiro el brazo para coger la cafetera. Ahora es cuando deberían empezar a estallar las chispas.
—El mes que viene, en La Mansión—le informa Santana, muy segura de sí misma.
Dejo caer la cafetera de golpe junto a la taza y la miro, sorprendida.
—¿En serio?
¡No pienso casarme en La Mansión!
¿Está de coña?
Joder, me acaban de entrar todos los sudores al imaginarme a mis padres vagando por el edificio y sus terrenos.
¿Se darían cuenta de lo que es?
—En serio—responde fríamente.
La gilipollas imposible que me vuelve loca no ha tardado en regresar.
—Qué bonito—gorjea Sue.
Miro a Santana fijamente.
¿Sabe ella lo que es La Mansión en realidad?
Me siento como si estuviera en una dimensión desconocida.
—Lo será—confirma Santana.
Le pone la tapa al tarro de mantequilla de cacahuete y empieza a despegar la etiqueta, haciendo caso omiso de mi cara de estupefacción y de mi mirada fija en ella. Veo cómo me mira con el rabillo del ojo. Empieza a morderse el labio y lanza el papelito que se ha enrollado con el dedo sobre la encimera. Exhalo lentamente para no perder la paciencia y cojo el papel de la superficie.
¿Qué ha pasado con aquello de que discutiríamos juntas todo lo relativo a nuestra boda?
Me bajo del taburete y decido ir hasta el cubo de la basura para no propinarle una patada en la espinilla. Me detengo detrás de ella y acerco la boca a su oreja.
—¿Con quién vas a casarte?—pregunto en voz baja antes de seguir caminando.
—En compensación—gruñe—La fastidiaré, Britt.
—¿Cómo?—Sue se vuelve desde los fogones.
—Nada—respondemos al unísono, y nuestros ceños fruncidos se encuentran al mirarnos.
La hostilidad que emana de su cuerpo es palpable.
Este fin de semana ha demostrado que tenemos que centrar nuestra atención en otros asuntos más importantes, como en infundirnos la una a la otra la seguridad que sin duda necesitamos.
Piso el pedal del cubo y tiro el minúsculo trozo de papel dentro. Entonces veo algo que brilla desde las oscuras profundidades. Me agacho a cogerlo extrañada y saco media tarjeta blanca y plateada. Es una invitación de boda. Le doy la vuelta, inclino la cabeza y vuelvo a mirar en la basura. Saco la otra mitad y las sostengo unidas.
EL SR. Y LA SRA. LÓPEZ TIENEN EL PLACER DE INVITARLOS A LA BODA DE SU HIJA, BREE LÓPEZ, CON EL DR. JAKE GARCÍA.
¡Joder!
De repente, Santana me quita la invitación de las manos, vuelve a tirarla a la basura y me arrastra de nuevo hacia la isla de la cocina.
—Siéntate, Britt—ordena con ese tono que sé que no debo desobedecer.
Me sienta sobre el taburete y yo alzo la vista y veo que le tiembla la mandíbula y que tiene los músculos del cuello hinchados.
—¿Es tu hermana?—pregunto en voz baja.
—Olvídalo, Britt—me advierte sin siquiera mirarme.
Mi mente empieza a dar vueltas. No hemos hablado mucho sobre sus padres, pero sé que hace años que no los ve.
¿Son ellos quienes no quieren, o es Santana?
Si le han enviado una invitación a la boda de su hermana supongo que debe de ser cosa de Santana.
Observo su perfil pero no me atrevo a decir nada.
—Aquí tienen—Sue nos sirve el desayuno y se mete un plumero en la parte delantera del mandil—Las dejo que coman tranquilas.
—Gracias, Sue—responde Santana sin un ápice de gratitud.
Soy incapaz de hablar. Empiezo a picotear los bordes de mi sándwich de salmón en un incómodo silencio y, tras lo que me parece una eternidad, por fin me rindo y me bajo del taburete.
—¿Adónde vas?—pregunta.
—Arriba.
Salgo de la cocina dejando mi desayuno intacto. Santana y los constantes misterios que la rodean están causando estragos en mi apetito.
—Britt, no me dejes así—me advierte. Hago como que no lo oigo—¡Britt!
Me vuelvo.
—Estás más loca de lo que pensaba si crees que voy a casarme contigo, Santana—digo tranquilamente antes de dejarla ahí plantada en la cocina, compungida.
Espero que se abalance sobre mí y me tire al suelo pero, para mi sorpresa (y preocupación), me permite abandonar la estancia y llegar a la suite principal sin una cuenta atrás y sin follarme para hacerme entrar en razón. Sabe que me duele la espalda, así que no puede forzarme físicamente.
Eso debe de estar matándola.
Sue está en mi habitación de invitados preferida, quitando el polvo alegremente mientras canturrea Valarie. Verla me hace sonreír. Cierro la puerta del dormitorio despacio detrás de mí y me dispongo a cepillarme los dientes.
Iré a trabajar.
No voy a quedarme aquí todo el día como un pasmarote, y tengo la espalda bien si no hago movimientos bruscos. Aquí molestaré a Sue, y prefiero ir a hablar con Will y enfrentarme a su interrogatorio respecto a mi relación con Santana.
Busco entre mis vestidos y me pongo uno de los viejos. Me cambio, me coloco los tacones y me acerco al espejo para maquillarme.
La puerta del dormitorio se abre.
—¿Adónde vas?—pregunta Santana con tono aprensivo.
Me temo que estoy rompiendo su regla de que sólo puedo apartarme de su lado cuando ella lo diga.
—A trabajar.
—De eso, nada, Britt.
—Claro que sí—replico, y sigo aplicándome el maquillaje, haciendo caso omiso de su cuerpo imponente detrás de mí.
No poder tocarme la está matando, sobre todo ahora que quiere retenerme aquí.
—¿Cómo llevas la espalda?
La miro un instante.
—Me duele—contesto a modo de advertencia.
Vuelvo a centrar la atención en el espejo y compadezco para mis adentros a la mujer que tengo detrás sin saber qué hacer.
Esta vez se ha pasado.
La ha cagado pero bien.
Termino de maquillarme y empiezo a organizarme el bolso.
—¿Y mi teléfono?—pregunto mientras sigue detrás de mí.
—Está cargándose en mi despacho.
Me sorprende que me lo diga sin tener que insistir.
—Gracias.
Cojo el bolso y salgo por la puerta, pero doy un brinco cuando Santana aterriza delante de mí y me corta el paso.
—Hablemos—escupe la palabra como si tuviera basura en la boca—Por favor, no te vayas. Vamos a hablar.
—¿Ahora quieres hablar?
Se encoge de hombros, avergonzada.
—Bueno, no puedo follarte para hacerte entrar en razón, así que supongo que tendré que hablar contigo para conseguir eso mismo—gruñe.
—Así es como suelen hacerse las cosas, Santana.
—Ya, pero mi manera es mucho más divertida—me dedica su sonrisa maliciosa y yo intento eliminar la que amenaza con formarse en mis labios. Necesito mantenerme seria. Me coge de la mano y se acerca a mí—Nunca he tenido que dar explicaciones sobre mi vida a nadie, Britt. No es algo que me apetezca hacer. Y dime San.
—No voy a casarme con alguien que se niega a abrirse a mí. Sigues ocultándome información, y luego todo acaba en un tremendo desastre.
—No te he contado ciertas cosas porque temía que salieras huyendo, Britt.
—Santana, he descubierto algunas cosas bastante impactantes y aún sigo aquí.
—Lo sé. Dime San—suspira—Britt, sabes más sobre mí que nadie. Nunca había estado tan cerca de otra persona como de ti. Cuando sólo te estás follando a alguien no sueles entablar conversaciones y contarte la vida.
Me encojo al recordar sus días de correrías sexuales que acaban de terminar.
—No digas ese tipo de cosas—le advierto.
Tira de mí hacia la cama.
—Siéntate—me ordena. Después suspira profundamente—El último encuentro que tuve con mis padres no fue muy bien. Mi hermana nos tendió una emboscada e hizo que nos reuniéramos. Mi papá empezó a despotricar, mi mamá se enfadó y yo me emborraché mucho; supongo que puedes imaginarte cómo acabó la cosa.
Vaya.
¿Santana borracha?
No envidio a nadie que haya tenido que soportar al Santana ebria.
—Entonces tu hermana quiere que lo solucionen—musito con esperanza.
—Bree es un poco testaruda—suspira, y yo me río para mis adentros. ¡No pueden negar que son hermanas!—No acepta que han pasado demasiadas cosas, que nos hemos dicho demasiadas cosas durante muchos años—me mira y veo dolor en sus ojos—Esto no tiene solución, Britt.
—Pero son tus padres—yo no podría vivir sin hablarme con mis padres—Eres su hija.
Me ofrece una media sonrisa, una sonrisa que indica que no la entiendo, y lo cierto es que no la entiendo en absoluto. Todo tiene solución.
Suspira.
—Sólo he recibido la invitación porque la envió mi hermana a espaldas de ellos. Mis padres no quieren que vaya. Bree borró la dirección de ellos y la cambió por la suya.
—Pero ella sí quiere que vayas. ¿No te gustaría ver cómo se casa?
—Me encantaría ver cómo se casa mi hermana pequeña, pero no quiero arruinarle la boda. Si voy, la cosa sólo puede acabar de una manera. Créeme.
—¿Qué pasó para llegar a esto?
Deja caer los hombros completamente y empieza a trazar círculos en mis manos con los pulgares. Sé que esto le resulta doloroso, y eso hace que me sienta aún más frustrada porque se empeña en hacer como que no le importa.
—Ya te conté que Alejandro me dejó La Mansión al morir. Aunque, cuando te lo dije, creías que era un hotel.
Enarca las cejas con un gesto algo divertido. Pongo los ojos en blanco. Vale, sí, estaba ciega. Quiero señalar que si iba por ahí totalmente ajena a la realidad era por culpa suya, pero no lo hago. Dejo que continúe.
—Las cosas ya se pusieron bastante tensas cuando se mudaron a España y yo decidí quedarme con Alejandro. Tenía dieciocho años, y entiendo que para mis padres el hecho de que viviera en La Mansión era una pesadilla—se ríe ligeramente. Yo también lo entiendo—Me convertí en una mujeriega y las cosas fueron a peor cuando Alejandro murió. De no ser por Finn, probablemente La Mansión ya no existiría. Prácticamente la dirigió él mientras yo estaba ocupado emborrachándome y follando.
—Vaya—susurro.
—Después me calmé, pero mis padres me dieron un ultimátum: o La Mansión o ellos. Y elegí La Mansión. Alejandro era mi héroe, no podía venderla—añade terminando su discurso con absoluta rotundidad.
—Tus padres sabían que seguías...—me aclaro la garganta seca—Bueno, haciendo lo que hacías—soy incapaz de decirlo, me revuelve las tripas.
—Sí, y se habían imaginado que acabaría así. Tenían razón, y siempre me lo echan en cara. He llevado un estilo de vida despreciable, lo admito. Alejandro era la oveja negra de la familia. No se hablaba con nadie y todos renegaban y se avergonzaban de él. Y, cuando murió, yo pasé a ser esa oveja negra. Mis padres se avergüenzan de mí. Eso es todo.
Me estremezco al oír esa última parte.
—Por ser lesbiana.
—No, ellos lo aceptaron muy bien cuando se los dije, pero no entendieron lo demás.
—No deberían avergonzarse de ti—eso me pone furiosa.
—Pues así es—se encoge de hombros.
—Entonces ¿hace mucho que conoces a Finn?
Si la ayudó a dirigir La Mansión cuando empezó, estamos hablando de unos dieciséis años.
—Sí, hace mucho tiempo—sonríe con cariño—Él y Alejandro eran buenos amigos.
—¿Cuántos años tiene?
Levanta la vista y arruga la frente.
—Unos cincuenta, creo.
—¿Y cuántos años tenía Alejandro?—pregunto.
—¿Cuando murió? Treinta y uno.
—¿Tan joven?—espeto.
Me lo imaginaba con el pelo largo y cano, moreno y adulador.
Se ríe al ver mi expresión de perplejidad.
—Mi papá y él se llevaban diez años. Mis abuelos lo tuvieron tarde.
—Vaya—hago un cálculo mental—Entonces tú sólo te llevabas diez años con Alejandro también.
—Para mí era como un hermano.
—¿Cómo murió?
Seguramente esté tensando la cuerda, pero me siento intrigada. Estoy empezando a hacerme una idea de la historia de Santana, y ahora soy como un perro con un hueso.
La tristeza se dibuja en su rostro.
—En un accidente de tráfico.
—Vaya—susurro, y de repente caigo en la cuenta.
Dirijo la mirada a su estómago y la dejo fija en el área donde tiene la cicatriz. Santana iba en el coche con Alejandro.
Joder.
Todo este tiempo que he estado preguntándole e importunándola al respecto me decía que le resultaba demasiado doloroso hablar de ello, y es verdad.
Las miles de piezas del puzle de Santana empiezan a encajar.
Sus padres se mudaron a otro país, ella se negó a ir porque quería quedarse con su tío, que era más como un hermano (voy a pasar por alto el tema del sexo), y tres años después pierde a Alejandro en un trágico accidente en el que también sale herida. No me extraña que acabara dándose al alcohol y al sexo después de aquello.
Ahora lo entiendo todo.
Siento como si me acabaran de quitar un peso tremendo de encima. Todo esto explica por qué es como es.
—No vayas a trabajar, Britt—me coloca sobre su regazo con cuidado y me acaricia la nariz con la suya—Quédate en casa y deja que te ame. Quiero llevarte a cenar esta noche. Te debo un rato especial.
Me derrito. Después de todo lo que me ha contado y de lo razonable que está siendo no puedo negarme.
—Pero mañana iré a trabajar—digo con firmeza.
Tengo asuntos importantes que solucionar en el trabajo. Como, por ejemplo..., el de Rory Flanagan. No quiero ni imaginarme lo que va a decir Will.
—De acuerdo—pone los ojos en blanco—Bueno, voy a correr un poco para aliviar la tensión a la que me ha sometido mi seductora imposible. Cuando vuelva nos pasaremos toda la tarde acurrucadas y luego saldremos a cenar. ¿Vale?
—Vale, pero eso que has dicho de «seductora imposible» lo supero yo con «diosa engreída».
Me dedica una de esas sonrisas que reserva exclusivamente para mí y se deja caer de espaldas sobre la cama con cuidado.
—Bésame, ahora, Britt-Britt—exige, y yo me inclino y la beso con agradecimiento.
Se ha abierto a mí, y me siento mucho mejor.
Vuelvo a estar en el séptimo cielo de Santana.
Los acontecimientos del día anterior me vienen a la cabeza en cuanto abro los ojos: todo aquel horror, los sonidos de los látigos, los estallidos de dolor, la angustia y el tormento. Y todo ello ha aparecido de golpe en mi cerebro, sin la más mínima cortesía matutina.
Abro los ojos y veo que Santana está profundamente dormida en la misma posición en la que recuerdo haberla visto por última vez, con la mano sobre mi mejilla y el rostro pegado al mío, los labios separados y respirando de manera tranquila y sosegada sobre mi cara.
Parece tan serena, con las largas pestañas adornando su rostro y el pelo negro revuelto como todas las mañanas. Los rasgos atractivos y despreocupados tan cerca de mí hacen que esboce una pequeña sonrisa.
Detrás de su manera de ser imposible e irritante se esconde una mujer destrozada que bebe y folla sin control y que hace que la azoten para castigarse a sí misma. Y yo he contribuido en gran medida a ese estado de lamentación, pero si las cosas son como ella dice y se ha castigado porque cree que lo merece, porque dice que todo lo que sucede es a causa de su pasado, entonces será mejor que me encierre en una urna de cristal para el resto de mi vida.
Observo cómo sus ojos se mueven y comienzan a abrirse lentamente. Parpadea unas cuantas veces más y me mira. Veo que su mente adormilada empieza a inundarse con la información y los recordatorios que la llevarán rápidamente a asimilar dónde estamos y por qué. Se demora unos silenciosos instantes, pero finalmente suspira y se acerca unos centímetros más hasta que estamos nariz con nariz, ella de costado y yo todavía boca abajo.
Me parece que está demasiado lejos.
Saco los brazos de debajo de la almohada y me vuelvo ligeramente con unas cuantas muecas de dolor hasta que estoy de lado frente a ella. Apoya las manos en mi cadera y se acerca todavía más, hasta que nuestros cuerpos quedan pegados y nuestras narices se tocan de nuevo.
—Sí que es posible, San—susurro con la garganta tremendamente seca—Sí que es posible entender lo que sientes por mí.
—¿Has hecho esto para demostrar que me quieres?
—No, ya sabes que te quiero. Lo he hecho para que sepas lo que se siente.
Arruga la frente.
—No lo entiendo. Ya sé lo que se siente cuando te azotan.
—No me refiero a eso. Me refiero a la angustia de ver a la mujer a la que amo haciéndose daño a sí misma—levanto la mano, le acaricio la cara y veo que de repente lo capta—Nada podría dolerme más que ver cómo te haces eso a ti misma. Es lo único que podría matarme. Si vuelves a castigarte, yo también lo haré, San—la voz me tiembla ligeramente al pensar en tener que volver a enfrentarme a otro día como el de ayer.
Acabo de amenazarla y, si me quiere tanto como dice, debería concederme mi petición.
Se apresura a apartar la mirada y comienza a morderse el labio mientras sacude ligeramente la cabeza.
Vuelve a mirarme.
—Me amas.
—Te necesito. Te necesito fuerte y sana. Necesito que entiendas cuánto te quiero. Necesito que sepas que yo tampoco puedo vivir sin ti. Que yo también me moriría si te perdiera, Sanny.
Niega con la cabeza.
—No te merezco, Britt. No con la vida que he llevado. Nunca había tenido nada que apreciara o que quisiera proteger. Y ahora que lo tengo siento una mezcla extraña de felicidad total y de pánico absoluto—sus ojos repasan cada milímetro de mi cara—Llenaba mi existencia con alcohol y con mujeres. Y me daba igual. Le he hecho daño a lo más valioso que tengo, y no puedo soportarlo.
—Yo te he hecho ser así.
Arruga la frente pero no me rebate. Yo he hecho que sea así.
—Necesito controlarte, Britt. No puedo evitarlo. Te lo juro.
—Ya lo sé—suspiro—Ya sé que no puedes evitarlo.
Me acerco a su pecho y me deleito con su calor. Por una vez, siento que la entiendo perfectamente. Ha tenido una existencia irreprimible, una vida de despreocupación, de insensibilidad, un auténtico desastre. Y ahora no sabe qué hacer con todas estas emociones nuevas.
—Estás sufriendo por mi culpa, Britt—dice pegada a mi cabello.
—Y tú por la mía—afirmo secamente—Pero superaremos el pasado. Mientras estés conmigo y te sientas fuerte, lo superaremos. No es tu pasado lo que me hace daño. Eres tú. Las cosas que estás haciendo ahora.
Sé que mi mente me está recordando que me ha costado digerir lo del pasado de Santana, pero eso sólo me provocaba unos celos tremendos, no un dolor insoportable.
Tengo que aprender a superarlo.
Me aparta de su pecho. Tiene los ojos húmedos y le tiembla la barbilla.
—Estás loca de atar, Britt—dice con voz tierna antes de besarme—Loca de remate.
Recibo alegremente sus labios sobre los míos. Creo que es la única parte de mi cuerpo que puedo mover sin morirme de dolor.
—Estoy locamente enamorada de ti, Sanny. Por favor, no vuelvas a hacerte eso a ti misma. Me duele la espalda.
Se aparta con el ceño medio fruncido.
—Todavía estoy furiosa contigo, Britt.
—Yo contigo tampoco es que esté muy contenta—le contesto tranquilamente.
—No puedo tocarte—gruñe, y me besa de nuevo por toda la cara.
—Ya lo sé. ¿Qué tal tu espalda?
Resopla y continúa cubriéndome el rostro con los labios.
—Bien. Sólo estoy cabreada contigo. Tienes que empezar a moverte o te quedarás inválida.
—No me importaría—respondo.
No me importaría quedarme aquí tumbada eternamente y dejar que me besara de la cabeza a los pies.
—De eso, nada, Britt-Britt. Necesitas un baño de lavanda y que te eche un poco de crema en la espalda. No puedo creer que de todos los socios fueras a escoger al más chiflado.
—¿Eso hice?—pregunto.
¿Cómo iba a saberlo?
Sólo le entregué el látigo al primero que lo aceptó.
—Pues sí—aparta la boca de mi cara y me mira con ojos recelosos—Finn y yo íbamos a reunirnos hoy para discutir si anulábamos su suscripción. Llevamos tiempo vigilándolo. Su comportamiento se ha vuelto algo errático últimamente y, aunque algunas mujeres disfrutan del lado salvaje de sus hazañas sexuales, otras no tanto. Hace que algunas se sientan incómodas, y eso es un problema—una expresión de arrepentimiento se dibuja en su rostro y sé que está pensando que debería haber echado antes a Steve—Pero todavía no había hecho nada que nos diera motivos reales para echarlo hasta anoche.
—Se lo pedí yo, San.
Intento aliviar su culpa. No quiero que todo esto se repita.
—Tenemos reglas, Britt—me besa y me muerde el labio inferior ligeramente—¿Estableciste unos límites previamente?
—No—ahora me doy cuenta de lo estúpida que fui.
—Su lista de ofensas sigue aumentando. Ha incumplido muchas normas. Tiene que irse.
—No lo recuerdo. No estaba en la fiesta de aniversario—me habría acordado de esa cara de gallito.
—No, estaba de guardia.
—¿De guardia?
Santana sonríe, y yo me deleito con su sonrisa.
—Es de la pasma.
Me atraganto y, acto seguido, hago una mueca de dolor.
—¿Qué?
—Que es un poli.
Levanta las cejas como diciendo «Sí, me has oído bien».
¿Steve es policía?
—¿Has amenazado de muerte a un policía?
—Estaba cabreada—me aparta el pelo de la cara y me mira atentamente—He estado pensando.
No me gusta cómo suena eso. Y creo que a ella tampoco.
—¿Acerca de qué?
—De muchas cosas. Pero lo primero es que tengo que hablar con Will sobre Flanagan.
Sabía que no me iba a gustar lo que iba a decir, pero no veo la solución a este asunto. Rory supone probablemente la pensión de jubilación de Will, y sé que le va a dar algo cuando le diga que no voy a seguir trabajando con él. No puedo hacerlo, y ni siquiera le he contado a Santana lo del mensaje de texto. No obstante, acaba de confirmarme que ella también cree que es él quien aparece en las grabaciones del bar.
Joder.
—¡Es lunes!—exclamo, y me revuelvo un poco en un intento de levantarme de la cama.
Al instante me agarra de los hombros y me obliga a echarme de nuevo.
—¿En serio crees que voy a dejar que te muevas de aquí, Britt-Britt?—sacude la cabeza—También he estado pensando en otras cosas—empieza a morderse el labio.
Oh, oh.
¿En qué?
—¿Qué otras cosas?—pregunto.
Ni siquiera ha desarrollado sus pensamientos con respecto a lo de Rory, aunque sé exactamente a dónde quiere ir a parar con ello.
Se aprieta todavía más contra mí.
—No puedo estar sin ti, Britt.
—Eso ya lo sé.
—Pero no porque me preocupe volver a mis viejas costumbres. Te quiero porque haces que tenga una razón de ser. Has llenado un inmenso vacío con tu belleza y con tu espíritu, y aunque puede que te complique un poco más la vida con mi manera de ser imposible...—levanta una ceja con sarcasmo—Por cierto, que sepas que tú también eres bastante imposible.
Me echo a reír con ganas y hago una mueca de dolor al instante, pero Santana no se une a mis carcajadas. Frunce los labios y me agarra con más fuerza de la cadera.
—Yo no soy imposible, Santana López—enarca las cejas todavía más. Es evidente que no está de acuerdo, pero le pongo la mano en la boca para acallar su contraataque—Acabas de decir que he llenado un inmenso vacío con mi espíritu...
—Y con tu belleza—murmura en mi mano.
Pongo los ojos en blanco.
—Bueno, pues mi incesante necesidad de desafiar a tu manera de ser imposible forma parte de ese espíritu. Jamás te librarás de esa pequeña parte de mí que se rebela contra ti, y tampoco querrás hacerlo. Eso es lo que me diferencia de todas las mujeres de La Mansión, que llevan lamiéndote el culo demasiado tiempo.
Esta vez soy yo la que enarca una ceja sarcástica y ella me mira con recelo. Le estoy diciendo estas palabras a una mujer tan pagada de sí misma y tan irracional que no me sorprendería que se echara a reír en mi cara, pero continúo de todos modos.
—Me he entregado a ti por completo. Soy toda tuya. Nadie me apartará de tu lado. Jamás. Y sé que parte de tu problema es mantenerme lo más alejada posible de lo que las demás mujeres de tu vida representan.
—¡No ha habido ninguna otra mujer en mi vida, Britt!—protesta a pesar de mi mano.
Le aprieto los labios con más fuerza.
—Hay algo que necesito saber—levanta las cejas. No puede contestar porque tengo la mano muy pegada a su boca—Quieres diferenciarme todo lo posible de las mujeres de La Mansión, pero ¿qué hay del sexo?
Siento que sonríe contra la palma de mi mano.
¿Le hace gracia la pregunta?
Aparto la mano de su boca.
Sí, está sonriendo con esa sonrisa malévola suya.
Me deleito en ella, aunque no me hace gracia que le divierta mi pregunta. Está obsesionada con vestirme adecuadamente según su punto de vista, me obliga a llevar lencería de encaje (y de repente entiendo por qué), y no quiere que beba.
¡Joder!
De pronto, los motivos por los que no quiere que beba golpean mi cerebro como una enorme losa.
—No te gusta que beba porque crees que voy a hacer lo que tú solías hacer cuando estabas borracha. ¡Crees que voy a querer follarme todo lo que se mueve!—digo prácticamente chillando, y su sonrisa pronto desaparece.
Antes de darle tiempo a contestar a mi pregunta anterior, ya le estoy lanzando otra.
Bueno, más que una pregunta es una conclusión.
—¿Quieres hacer el puto favor de hablar bien?—se deja caer boca arriba en la cama y silba de dolor.
Oh, oh.
Me incorporo, haciendo caso omiso de mi propio dolor, y me pongo a horcajadas encima de ella.
—Es eso ¿verdad? Ése es el motivo.
Veo cómo asimila las palabras. No puede negarlo, sé que la he pillado.
Inspira profundamente y abre la boca para hablar, pero no dice nada. Vuelve a hacerlo pero sigue sin decir nada. Lo hace tres veces hasta que por fin habla:
—No es sólo eso, Britt. Eres vulnerable cuando bebes.
—Pero es parte del motivo, ¿verdad?
Ya sé que la otra parte es que teme que las personas den por hecho que soy presa fácil.
—Sí, supongo que sí—confiesa.
—Vale, ¿y qué hay del sexo?
Necesito saber eso. Quiere que sea todo lo contrario a todo lo relacionado con La Mansión, pero luego me folla como un loco.
Vuelve a sonreír.
—Ya te lo he explicado. Nunca me parece tenerte lo bastante cerca.
—Cuando follamos adormiladas, sí—respondo.
No voy a insistir mucho en este asunto. Me encanta el Santana dominante.
—Ya, pero entre nosotras hay una química increíble. Jamás la había sentido.
Mi corazón se acelera y, por primera vez en casi un día entero, es de felicidad.
¿Jamás había sentido eso?
Pero se ha acostado con decenas de mujeres, ¿o son cientos?
Mi sonrisa desaparece al instante.
—¿El qué?
Apoya las manos sobre mis muslos.
—Es pura dicha, Britt-Britt. Una satisfacción absoluta. Un amor absoluto capaz de mover la tierra y de hacer temblar el universo.
Vuelvo a sonreír.
—¿En serio?
—Sí. Es como estar en el cielo.
Me dejo caer sobre su pecho.
—¡Ay!
—Cuidado—me ayuda a incorporarme—¿Te duele mucho?
La ira se refleja en sus ojos mientras espera mi respuesta, y yo rezo para que Finn haya echado a Steve antes de que Santana le ponga las manos encima. Aún no puedo creer que sea policía.
—Tranquila—me revuelvo—¿Qué voy a hacer con el trabajo?—pregunto.
¿Cómo ha podido transcurrir tan de prisa el fin de semana?
Me río para mis adentros. Lo he pasado despilfarrando el dinero en compras, comida, joyas, vestidos, encajes, fiestas, en una propuesta de matrimonio muy peculiar, en un montón de sexo fabuloso, en que me drogaran para violarme, en azotes... Gruño.
Menudo fin de semana.
—No te preocupes. Ya he hablado con Will.
Santana se incorpora y me arrastra consigo al borde de la cama.
¿En serio?
—¿Hay alguien de mi entorno a quien no hayas importunado?—pregunto secamente.
Se levanta y me deja de pie, mostrando su magnífica desnudez delante de mí.
—No seas impertinente—me advierte, circunspecta—No tienes ninguna marca de latigazos en el culo, Britt. Y, cambiando de tema, ¿por qué está todo revuelto como si hubieran entrado a robar?
Ay... No sé cómo, pero me había olvidado de eso.
—Estaba buscando algo.
Frunce el ceño.
—¿El qué?—pregunta con un leve tono de cautela.
La observo y analizo su expresión y su lenguaje corporal. No me dice nada.
—Nada.
Me pone de espaldas a ella y me lleva hasta el cuarto de baño cogiéndome del codo con una mano y empujándome del culo con la otra. Su falta de curiosidad respecto a lo que estaba buscando no hace sino aumentar mis sospechas. Normalmente jamás aceptaría una respuesta tan imprecisa a una de sus preguntas.
—¿Qué le has dicho a Will?—pregunto mientras me sienta sobre el mueble del lavabo.
—Le he dicho que te desmayaste el sábado y que no te encuentras bien.
Vaya. Bien pensado.
—¿No se extrañó de que la llamaras tú?
—Ni lo sé ni me importa—empieza a preparar un baño y regresa a mi lado—Mira lo que le has hecho a tu precioso cuerpo, Britt—dice con voz suave observando mi espalda desnuda en el espejo—No voy a poder hacerte el amor de espaldas en una buena temporada.
Una oleada de decepción recorre mi cuerpo y me miro por encima del hombro.
—¿Sólo eso?—espeto con incredulidad.
Me siento como si me hubiera desollado viva, y el único recuerdo visible que tengo de mi tortura son unos cuantos verdugones rojos y uno con una especie de corte con sangre seca.
—¿Cómo que si sólo eso?—dice, cabreada.
Aparto la mirada de mis dolorosas heridas y observo con el ceño fruncido a Santana, que me devuelve la mirada con una expresión similar a la mía aunque probablemente más feroz.
La agarro de las caderas.
—Date la vuelta—le ordeno mientras la empujo con las manos para conseguir que su cuerpo reacio a obedecer se vuelva.
Cuando le veo la espalda no puedo evitar lanzar un grito ahogado. A esto es justo a lo que me refería. Tiene el doble de marcas que yo, mucha más sangre y muchos más recuerdos del aciago día de ayer.
—¿Lo ves? Las tuyas son mejores que las mías.
¿Qué estoy diciendo?
Se vuelve de nuevo y apenas me da tiempo a soltarla de la cintura cuando me baja del mueble y me deja en el suelo. Me petrifica con una mirada furiosa, me agarra de los brazos y me sacude ligeramente.
—¡Britt, no digas tonterías!
—¡Lo siento!—exclamo al instante.
¿Por qué estoy diciendo estas chorradas?
—Es que me duele tanto que creía que tendría peor aspecto.
—¡Bastante malo es ya!
Me suelta y regresa a la bañera, vierte un poco de aceite de lavanda y remueve el agua con la mano. No sé cómo he podido decir esa estupidez. Me lo tengo merecido.
—He dicho que lo siento—refunfuño, pero hace como que no me oye.
Inclino la cabeza hacia un lado y admiro su firme desnudez mientras muevo las piernas y giro los hombros para intentar recuperar un poco de flexibilidad. Necesito relajarme. Siento cómo mis músculos se agarrotan entre mis hombros.
Permanezco sentada pacientemente en el mueble mientras Santana prepara las toallas, el champú y el acondicionador y lo dispone todo a un lado de la bañera antes de ordenar el desastre que organicé ayer. Lo hace todo en absoluto silencio, sin mirarme ni una sola vez. Sabe perfectamente qué he estado buscando.
—Abajo.
Me ofrece la mano y me mira con expectación, pero yo la rechazo y me dejo caer al suelo con cuidado, me quito las bragas y me dirijo hacia la bañera. Me meto y empiezo a descender a regañadientes al sentir el escozor del agua. Hago caso omiso del gruñido de desaprobación de Santana ante mi rechazo. Estoy demasiado ocupada apretando los dientes y concentrándome en meterme bajo el agua, que pronto empieza a aliviarme en lugar de apuñalarme. Me recuesto y cierro los ojos con un suspiro de alivio.
Siento que me observa.
Abro un ojo y veo que tiene las cejas levantadas hasta el nacimiento del pelo y mueve la cabeza para indicarme que me aparte. Hago todo lo posible por demostrar las molestias que me causa hacerlo tomándome mi tiempo y resoplando sin parar mientras me desplazo hacia adelante para hacerle un sitio.
No sé por qué me estoy comportando de esta manera tan insolente. Bueno, sí. Me cabrea que mis heridas de guerra sean una nimiedad en comparación con las suyas y que sea yo la que no para de quejarse, de hacer gestos de dolor y de comportarse como si me hubieran lapidado.
Se mete en la bañera y se sienta detrás de mí. Apenas da muestras de sentir molestias cuando el agua le cubre la espalda. Coloca las manos sobre mis hombros y tira de mí hasta que mi espalda queda pegada a su cuerpo.
—No te resistas, Britt.
Me muerde la oreja y yo me retuerzo. Dobla las piernas y me rodea el cuello con los brazos, de manera que me envuelve completamente.
Vale.
Ahora toca conversar en la bañera. Apoyo la cabeza contra su hombro y disfruto del roce de su piel contra la mía.
—Entonces, ¿Steve está fuera?—pregunto con frialdad.
—No lo dudes.
—¿Y no vas a preguntarle nada?
—Sólo si prefiere que lo incineren o que lo entierren—responde sarcásticamente, y lo creo. Su respuesta, aunque brusca y un poco exagerada, es justo la que esperaba oír—¿Te hago daño?
—No, estoy bien—la tranquilizo. Me aprieta un poco más fuerte, pero nuestros cuerpos mojados hacen que nos deslicemos sin que duela—¿Y qué pasa con Holly?
¡PUM!
Se queda parada y yo continúo trazando suaves círculos en sus muslos con mis dedos índices como si no hubiera dicho lo que acabo de soltar. Lo que es bueno para uno... Además, Steve no tiene ningún interés sexual en mí. Holly, por el contrario, tienen un evidente interés en Santana, y como ella parece empeñarse en seguir ajena a la situación, soy yo quien debe imponer unas medidas de control de riesgos.
—¿Qué tiene que ver Holly con todo esto?—pregunta totalmente perpleja.
Si pudiera verme el rostro descubriría mi cara de incredulidad. No puede estar hablando en serio. Tengo que mantenerme serena.
—Te hizo daño.
—Yo se lo pedí.
—Y yo se lo pedí a Steve—repongo tranquilamente.
—Ya, pero Steve sabía que no debía tocarte porque eres mía. Cruzó la línea, y no me refiero sólo a la persona con la que lo hizo, sino por cómo lo hizo, aunque, claro está, lo primero es mi manzana de la discordia.
Me muerde el lóbulo de la oreja para asegurarse de que sepa que se refiere a mí.
¿A quién, si no?
—Aceptó el látigo de alguien a quien no conocía y ni siquiera estableció unos límites previamente. Podrías haber sido cualquier tarada.
—Supongo que lo era en esos momentos—mascullo—Pero bueno, tú eres mía. Tú también eres zona prohibida, ¿sabes?
—Lo sé—responde suavemente—Lo sé, Britt-Britt. No volverá a pasar, pero creo que ya le has dejado bastante clara a Holly tu postura—añade sarcásticamente.
Sonrío con suficiencia. Sí, es verdad, pero quiero que la eche.
—Entonces ¿no vas a echarla?—pregunto, aunque, muy a mi pesar, ya sé la respuesta.
—Es una empleada y una buena amiga. No puedo despedirla por haber hecho algo que yo le pedí que hiciera, Britt.
Suspiro pesadamente para dejarle bien claro que no me hace ninguna gracia.
¿Una «amiga»?
¿Una «buena amiga»?
—Ella lo planeó todo, San.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Recibí un mensaje de Finn.
—¿Qué mensaje?
—El que ella envió desde su teléfono diciendo que debía ir a La Mansión—sé que esto no va a llevarme a ninguna parte.
—¿Crees que Holly cogió a hurtadillas el teléfono de Finn para mandarte un mensaje?
—¡Sí!
—¡No seas tonta, Britt!
—¡No soy tonta!—chillo—Lo tengo en mi móvil. Te lo enseñaré.
—Britt, Holly jamás haría algo así.
¡Venga ya!
Y se supone que es amiga suya... Pues está claro que no la conoce muy bien. Yo he tenido el placer de conocerla sólo durante un mes y la calé desde el primer segundo en que la vi.
Santana no se entera de nada.
—¿Crees que me lo he inventado?
—No, creo que te drogaron el sábado por la noche, y que puede que aún estés algo confusa—responde intentando apaciguarme.
No me hace ninguna gracia.
¡No me lo he imaginado!
—Te lo enseñaré—digo como una adolescente ultrajada—Ella te desea, San.
—Pues no puede tenerme, y lo sabe. Te pertenezco a ti—aprieta los labios contra mi cara.
—Sí—resoplo, apretando la mejilla contra su beso.
Esto es complicado. Santana tiene razón; no puede echarla de su trabajo por hacer algo que ella le pidió que hiciera, lo cual es una mierda porque estoy segura de que ella no opinaría lo mismo si la situación fuera al revés. Lo único que me consuela es saber que Santana no tiene el más mínimo interés en ella, y de eso estoy completamente segura. No voy a hacerle cargar con mi pataleta. Me la reservaré para Holly cuando se presente la ocasión, y para todas esas otras mujeres irrespetuosas. Llevar a cabo las medidas de control de riesgos será complicado con todas esas sanguijuelas. Me cabrea que sea incapaz de ver cómo es en realidad.
—Inclínate para que te lave la espalda—me empuja hacia adelante por los hombros y yo obedezco a regañadientes—Tendré cuidado.
—Me gusta cuando no lo tienes—espeto con descaro.
—Britt, no digas cosas de ese tipo cuando no puedo violarte—me reprende, y escurre con cuidado la esponja sobre mi espalda.
Me besa con suavidad donde puede entre delicadas caricias y cierro los ojos como si estuviera soñando. Resulta tan sencillo olvidar los desafíos cuando se comporta de esta manera.
—Voy a lavarte el pelo.
Permito que me bañe, que me lave el pelo y que me asee en general antes de envolverme en una toalla y de dejarme en la cama.
—Igual está un poco fría—dice, sube a horcajadas sobre mi culo y vierte un poco de crema sobre mi espalda. Mis omoplatos se elevan y se tensan—Chsss. No vas a volver a hacer esto, ¿verdad, Britt?—me provoca, y empieza a aplicarme la crema suavemente.
—Si tú lo haces, yo también lo haré—gruño, y hundo la cara en la almohada, rogando a Dios para que no vuelva a hacerlo nunca más.
Comienza a acariciarme despacio la espalda hasta que me acostumbro a la fricción y, cuando me he relajado un poco, me aplica la crema también en los verdugones.
No está nada mal.
La calidez de sus manos deslizándose por mi piel no tarda en tornarse hipnotizadora. Sonrío para mis adentros. No tardará en ponerme las manos encima, y espero que así sea. Me masajea hasta que la tensión ha desaparecido por completo y mi espalda parece haber vuelto a la normalidad.
—¿Hola?
Ambas levantamos la cabeza al oír la voz de Sue.
—¡Mierda!—exclama Santana, levantándose a toda prisa—He olvidado llamar a Sue—desaparece en el vestidor y reaparece con unos vaqueros y una camiseta azul claro ancha—Arriba—me agarra de la cintura y me levanta del colchón—Tienes que comer algo, Britt.
—No tengo hambre.
—Tienes que comer. Debes de tener el estómago completamente vacío después de que arrojaras todo su contenido sobre el suelo de mi despacho.
Me encojo al pensarlo.
—Lo siento.
Me pregunto quién habrá tenido el placer de limpiarlo. Espero que haya sido Holly.
—No te preocupes. Vístete. Te espero en la cocina.
Me da un beso inocente, se marcha y me deja para que me arregle. Giro los hombros. Sus mágicas manos obran auténticos milagros.
Me siento muchísimo mejor.
Me seco el pelo, me pongo unos vaqueros rotos viejos y una camiseta blanca muy ancha para que no me roce mucho la espalda y me dirijo al piso inferior.
—Buenos días, Britt—Sue alza la vista del lavavajillas que está llenando y me sonríe amablemente.
Me siento sobre el taburete junto a Santana y ella se inclina para oler la fragancia de mi pelo recién lavado.
—Hola, Sue, ¿qué tal?
La aparto con un empujoncito. Ella gruñe y a continuación me planta un pegote de mantequilla de cacahuete en el labio inferior. Mi lengua se dispone a limpiarlo por acto reflejo.
—¡Joder!
Pongo cara de asco y ella se echa a reír, tira de mí y me lame la boca.
—Mmm.
Sonríe y me da un beso húmedo con sabor a esa pasta asquerosa. Me limpio y vuelvo a centrar la atención en Sue, que observa nuestra escena con una sonrisa en los labios.
Me pongo como un tomate.
—Estoy muy bien, Britt, gracias. ¿Quieres desayunar? ¿Salmón?
—Sí, por favor—respondo, agradecida, y ella asiente, se seca las manos en su mandil blanco e impoluto y se acerca a la nevera.
Miro a mí alrededor y veo que ya han recogido el desastre que formé.
—Tenemos noticias que darte, Sue—canturrea Santana.
¿Ah, sí?
No creo que vaya a ponerla al corriente sobre los acontecimientos de los últimos días.
La miro con el ceño fruncido pero hace como que no me ve.
—Britt pronto se convertirá en la señora López-Pierce.
Me quedo boquiabierta, pero ella sigue haciendo como si no estuviera.
¡Joder!
Había olvidado ese asunto.
¿Cómo es posible?
—¿En serio? ¡Eso es estupendo!—Sue deja los huevos y el salmón en la isla y se acerca para darme un gran abrazo—¡Ay, cuánto me alegro!—canturrea en mi oído. Aprieto los dientes con fuerza cuando me frota la espalda mientras sigo sentada en el taburete. Se aparta y me envuelve la cara con las manos—No sabes cuánto me alegro. Es un buena chica—me besa en la mejilla y me suelta—Ven aquí tú también.
Abraza a Santana con el mismo entusiasmo y ella la recibe de buena gana, sin el menor gesto de dolor. Me mira por encima del hombro de Sue y yo la contemplo asombrada. Después de lo que pasó anoche, había dado por hecho que nos replantearíamos el asunto. Pero parece ser que me equivocaba. El anillo ha desaparecido de mi dedo, y cuando me preguntó si todavía quería casarme con ella le dije que no podía hacerlo.
¿No deberíamos hablar sobre toda la mierda que ha pasado este fin de semana?
De nuestras inseguridades, de Holly, de Sugar, de Rory... No ha tenido para nada en cuenta mi opinión. Ni siquiera se lo he dicho a mis padres aún. Si voy a casarme con esta latina loca e imposible deberían ser los primeros en saberlo.
—Mi chica por fin va sentar la cabeza—Sue le pellizca las mejillas y le planta un beso igual que a mí.
Se está comportando como una mamá orgullosa, y hace que me pregunte cuál será la historia de su relación. Es mucho más cercana que la habitual entre un jefe y una empleada.
Sus manos ligeramente arrugadas liberan a Santana y coge el mandil para secarse los ojos mientras solloza.
¿Está llorando?
—¡Sue, ya vale!—la reprende Santana.
—Lo siento—recobra la compostura y se aleja para seguir preparando el desayuno con una amplia sonrisa en la cara—¿Y dónde y cuándo será?
Estiro el brazo para coger la cafetera. Ahora es cuando deberían empezar a estallar las chispas.
—El mes que viene, en La Mansión—le informa Santana, muy segura de sí misma.
Dejo caer la cafetera de golpe junto a la taza y la miro, sorprendida.
—¿En serio?
¡No pienso casarme en La Mansión!
¿Está de coña?
Joder, me acaban de entrar todos los sudores al imaginarme a mis padres vagando por el edificio y sus terrenos.
¿Se darían cuenta de lo que es?
—En serio—responde fríamente.
La gilipollas imposible que me vuelve loca no ha tardado en regresar.
—Qué bonito—gorjea Sue.
Miro a Santana fijamente.
¿Sabe ella lo que es La Mansión en realidad?
Me siento como si estuviera en una dimensión desconocida.
—Lo será—confirma Santana.
Le pone la tapa al tarro de mantequilla de cacahuete y empieza a despegar la etiqueta, haciendo caso omiso de mi cara de estupefacción y de mi mirada fija en ella. Veo cómo me mira con el rabillo del ojo. Empieza a morderse el labio y lanza el papelito que se ha enrollado con el dedo sobre la encimera. Exhalo lentamente para no perder la paciencia y cojo el papel de la superficie.
¿Qué ha pasado con aquello de que discutiríamos juntas todo lo relativo a nuestra boda?
Me bajo del taburete y decido ir hasta el cubo de la basura para no propinarle una patada en la espinilla. Me detengo detrás de ella y acerco la boca a su oreja.
—¿Con quién vas a casarte?—pregunto en voz baja antes de seguir caminando.
—En compensación—gruñe—La fastidiaré, Britt.
—¿Cómo?—Sue se vuelve desde los fogones.
—Nada—respondemos al unísono, y nuestros ceños fruncidos se encuentran al mirarnos.
La hostilidad que emana de su cuerpo es palpable.
Este fin de semana ha demostrado que tenemos que centrar nuestra atención en otros asuntos más importantes, como en infundirnos la una a la otra la seguridad que sin duda necesitamos.
Piso el pedal del cubo y tiro el minúsculo trozo de papel dentro. Entonces veo algo que brilla desde las oscuras profundidades. Me agacho a cogerlo extrañada y saco media tarjeta blanca y plateada. Es una invitación de boda. Le doy la vuelta, inclino la cabeza y vuelvo a mirar en la basura. Saco la otra mitad y las sostengo unidas.
EL SR. Y LA SRA. LÓPEZ TIENEN EL PLACER DE INVITARLOS A LA BODA DE SU HIJA, BREE LÓPEZ, CON EL DR. JAKE GARCÍA.
¡Joder!
De repente, Santana me quita la invitación de las manos, vuelve a tirarla a la basura y me arrastra de nuevo hacia la isla de la cocina.
—Siéntate, Britt—ordena con ese tono que sé que no debo desobedecer.
Me sienta sobre el taburete y yo alzo la vista y veo que le tiembla la mandíbula y que tiene los músculos del cuello hinchados.
—¿Es tu hermana?—pregunto en voz baja.
—Olvídalo, Britt—me advierte sin siquiera mirarme.
Mi mente empieza a dar vueltas. No hemos hablado mucho sobre sus padres, pero sé que hace años que no los ve.
¿Son ellos quienes no quieren, o es Santana?
Si le han enviado una invitación a la boda de su hermana supongo que debe de ser cosa de Santana.
Observo su perfil pero no me atrevo a decir nada.
—Aquí tienen—Sue nos sirve el desayuno y se mete un plumero en la parte delantera del mandil—Las dejo que coman tranquilas.
—Gracias, Sue—responde Santana sin un ápice de gratitud.
Soy incapaz de hablar. Empiezo a picotear los bordes de mi sándwich de salmón en un incómodo silencio y, tras lo que me parece una eternidad, por fin me rindo y me bajo del taburete.
—¿Adónde vas?—pregunta.
—Arriba.
Salgo de la cocina dejando mi desayuno intacto. Santana y los constantes misterios que la rodean están causando estragos en mi apetito.
—Britt, no me dejes así—me advierte. Hago como que no lo oigo—¡Britt!
Me vuelvo.
—Estás más loca de lo que pensaba si crees que voy a casarme contigo, Santana—digo tranquilamente antes de dejarla ahí plantada en la cocina, compungida.
Espero que se abalance sobre mí y me tire al suelo pero, para mi sorpresa (y preocupación), me permite abandonar la estancia y llegar a la suite principal sin una cuenta atrás y sin follarme para hacerme entrar en razón. Sabe que me duele la espalda, así que no puede forzarme físicamente.
Eso debe de estar matándola.
Sue está en mi habitación de invitados preferida, quitando el polvo alegremente mientras canturrea Valarie. Verla me hace sonreír. Cierro la puerta del dormitorio despacio detrás de mí y me dispongo a cepillarme los dientes.
Iré a trabajar.
No voy a quedarme aquí todo el día como un pasmarote, y tengo la espalda bien si no hago movimientos bruscos. Aquí molestaré a Sue, y prefiero ir a hablar con Will y enfrentarme a su interrogatorio respecto a mi relación con Santana.
Busco entre mis vestidos y me pongo uno de los viejos. Me cambio, me coloco los tacones y me acerco al espejo para maquillarme.
La puerta del dormitorio se abre.
—¿Adónde vas?—pregunta Santana con tono aprensivo.
Me temo que estoy rompiendo su regla de que sólo puedo apartarme de su lado cuando ella lo diga.
—A trabajar.
—De eso, nada, Britt.
—Claro que sí—replico, y sigo aplicándome el maquillaje, haciendo caso omiso de su cuerpo imponente detrás de mí.
No poder tocarme la está matando, sobre todo ahora que quiere retenerme aquí.
—¿Cómo llevas la espalda?
La miro un instante.
—Me duele—contesto a modo de advertencia.
Vuelvo a centrar la atención en el espejo y compadezco para mis adentros a la mujer que tengo detrás sin saber qué hacer.
Esta vez se ha pasado.
La ha cagado pero bien.
Termino de maquillarme y empiezo a organizarme el bolso.
—¿Y mi teléfono?—pregunto mientras sigue detrás de mí.
—Está cargándose en mi despacho.
Me sorprende que me lo diga sin tener que insistir.
—Gracias.
Cojo el bolso y salgo por la puerta, pero doy un brinco cuando Santana aterriza delante de mí y me corta el paso.
—Hablemos—escupe la palabra como si tuviera basura en la boca—Por favor, no te vayas. Vamos a hablar.
—¿Ahora quieres hablar?
Se encoge de hombros, avergonzada.
—Bueno, no puedo follarte para hacerte entrar en razón, así que supongo que tendré que hablar contigo para conseguir eso mismo—gruñe.
—Así es como suelen hacerse las cosas, Santana.
—Ya, pero mi manera es mucho más divertida—me dedica su sonrisa maliciosa y yo intento eliminar la que amenaza con formarse en mis labios. Necesito mantenerme seria. Me coge de la mano y se acerca a mí—Nunca he tenido que dar explicaciones sobre mi vida a nadie, Britt. No es algo que me apetezca hacer. Y dime San.
—No voy a casarme con alguien que se niega a abrirse a mí. Sigues ocultándome información, y luego todo acaba en un tremendo desastre.
—No te he contado ciertas cosas porque temía que salieras huyendo, Britt.
—Santana, he descubierto algunas cosas bastante impactantes y aún sigo aquí.
—Lo sé. Dime San—suspira—Britt, sabes más sobre mí que nadie. Nunca había estado tan cerca de otra persona como de ti. Cuando sólo te estás follando a alguien no sueles entablar conversaciones y contarte la vida.
Me encojo al recordar sus días de correrías sexuales que acaban de terminar.
—No digas ese tipo de cosas—le advierto.
Tira de mí hacia la cama.
—Siéntate—me ordena. Después suspira profundamente—El último encuentro que tuve con mis padres no fue muy bien. Mi hermana nos tendió una emboscada e hizo que nos reuniéramos. Mi papá empezó a despotricar, mi mamá se enfadó y yo me emborraché mucho; supongo que puedes imaginarte cómo acabó la cosa.
Vaya.
¿Santana borracha?
No envidio a nadie que haya tenido que soportar al Santana ebria.
—Entonces tu hermana quiere que lo solucionen—musito con esperanza.
—Bree es un poco testaruda—suspira, y yo me río para mis adentros. ¡No pueden negar que son hermanas!—No acepta que han pasado demasiadas cosas, que nos hemos dicho demasiadas cosas durante muchos años—me mira y veo dolor en sus ojos—Esto no tiene solución, Britt.
—Pero son tus padres—yo no podría vivir sin hablarme con mis padres—Eres su hija.
Me ofrece una media sonrisa, una sonrisa que indica que no la entiendo, y lo cierto es que no la entiendo en absoluto. Todo tiene solución.
Suspira.
—Sólo he recibido la invitación porque la envió mi hermana a espaldas de ellos. Mis padres no quieren que vaya. Bree borró la dirección de ellos y la cambió por la suya.
—Pero ella sí quiere que vayas. ¿No te gustaría ver cómo se casa?
—Me encantaría ver cómo se casa mi hermana pequeña, pero no quiero arruinarle la boda. Si voy, la cosa sólo puede acabar de una manera. Créeme.
—¿Qué pasó para llegar a esto?
Deja caer los hombros completamente y empieza a trazar círculos en mis manos con los pulgares. Sé que esto le resulta doloroso, y eso hace que me sienta aún más frustrada porque se empeña en hacer como que no le importa.
—Ya te conté que Alejandro me dejó La Mansión al morir. Aunque, cuando te lo dije, creías que era un hotel.
Enarca las cejas con un gesto algo divertido. Pongo los ojos en blanco. Vale, sí, estaba ciega. Quiero señalar que si iba por ahí totalmente ajena a la realidad era por culpa suya, pero no lo hago. Dejo que continúe.
—Las cosas ya se pusieron bastante tensas cuando se mudaron a España y yo decidí quedarme con Alejandro. Tenía dieciocho años, y entiendo que para mis padres el hecho de que viviera en La Mansión era una pesadilla—se ríe ligeramente. Yo también lo entiendo—Me convertí en una mujeriega y las cosas fueron a peor cuando Alejandro murió. De no ser por Finn, probablemente La Mansión ya no existiría. Prácticamente la dirigió él mientras yo estaba ocupado emborrachándome y follando.
—Vaya—susurro.
—Después me calmé, pero mis padres me dieron un ultimátum: o La Mansión o ellos. Y elegí La Mansión. Alejandro era mi héroe, no podía venderla—añade terminando su discurso con absoluta rotundidad.
—Tus padres sabían que seguías...—me aclaro la garganta seca—Bueno, haciendo lo que hacías—soy incapaz de decirlo, me revuelve las tripas.
—Sí, y se habían imaginado que acabaría así. Tenían razón, y siempre me lo echan en cara. He llevado un estilo de vida despreciable, lo admito. Alejandro era la oveja negra de la familia. No se hablaba con nadie y todos renegaban y se avergonzaban de él. Y, cuando murió, yo pasé a ser esa oveja negra. Mis padres se avergüenzan de mí. Eso es todo.
Me estremezco al oír esa última parte.
—Por ser lesbiana.
—No, ellos lo aceptaron muy bien cuando se los dije, pero no entendieron lo demás.
—No deberían avergonzarse de ti—eso me pone furiosa.
—Pues así es—se encoge de hombros.
—Entonces ¿hace mucho que conoces a Finn?
Si la ayudó a dirigir La Mansión cuando empezó, estamos hablando de unos dieciséis años.
—Sí, hace mucho tiempo—sonríe con cariño—Él y Alejandro eran buenos amigos.
—¿Cuántos años tiene?
Levanta la vista y arruga la frente.
—Unos cincuenta, creo.
—¿Y cuántos años tenía Alejandro?—pregunto.
—¿Cuando murió? Treinta y uno.
—¿Tan joven?—espeto.
Me lo imaginaba con el pelo largo y cano, moreno y adulador.
Se ríe al ver mi expresión de perplejidad.
—Mi papá y él se llevaban diez años. Mis abuelos lo tuvieron tarde.
—Vaya—hago un cálculo mental—Entonces tú sólo te llevabas diez años con Alejandro también.
—Para mí era como un hermano.
—¿Cómo murió?
Seguramente esté tensando la cuerda, pero me siento intrigada. Estoy empezando a hacerme una idea de la historia de Santana, y ahora soy como un perro con un hueso.
La tristeza se dibuja en su rostro.
—En un accidente de tráfico.
—Vaya—susurro, y de repente caigo en la cuenta.
Dirijo la mirada a su estómago y la dejo fija en el área donde tiene la cicatriz. Santana iba en el coche con Alejandro.
Joder.
Todo este tiempo que he estado preguntándole e importunándola al respecto me decía que le resultaba demasiado doloroso hablar de ello, y es verdad.
Las miles de piezas del puzle de Santana empiezan a encajar.
Sus padres se mudaron a otro país, ella se negó a ir porque quería quedarse con su tío, que era más como un hermano (voy a pasar por alto el tema del sexo), y tres años después pierde a Alejandro en un trágico accidente en el que también sale herida. No me extraña que acabara dándose al alcohol y al sexo después de aquello.
Ahora lo entiendo todo.
Siento como si me acabaran de quitar un peso tremendo de encima. Todo esto explica por qué es como es.
—No vayas a trabajar, Britt—me coloca sobre su regazo con cuidado y me acaricia la nariz con la suya—Quédate en casa y deja que te ame. Quiero llevarte a cenar esta noche. Te debo un rato especial.
Me derrito. Después de todo lo que me ha contado y de lo razonable que está siendo no puedo negarme.
—Pero mañana iré a trabajar—digo con firmeza.
Tengo asuntos importantes que solucionar en el trabajo. Como, por ejemplo..., el de Rory Flanagan. No quiero ni imaginarme lo que va a decir Will.
—De acuerdo—pone los ojos en blanco—Bueno, voy a correr un poco para aliviar la tensión a la que me ha sometido mi seductora imposible. Cuando vuelva nos pasaremos toda la tarde acurrucadas y luego saldremos a cenar. ¿Vale?
—Vale, pero eso que has dicho de «seductora imposible» lo supero yo con «diosa engreída».
Me dedica una de esas sonrisas que reserva exclusivamente para mí y se deja caer de espaldas sobre la cama con cuidado.
—Bésame, ahora, Britt-Britt—exige, y yo me inclino y la beso con agradecimiento.
Se ha abierto a mí, y me siento mucho mejor.
Vuelvo a estar en el séptimo cielo de Santana.
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Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: Mi Mujer 2: Obsesión (Adaptada) Cap 33
Capitulo 33
—Buenos días, Britt-Britt.
Abro los ojos, alarmada.
¿Días?
—No puede ser, ¿verdad?
—No, son las cinco en punto. Llevas toda la tarde durmiendo. ¿Qué tal la espalda?
Gatea sobre la cama, totalmente desnuda, hasta tumbarse a mi lado. Me quedo mirando atontada las gotas de agua que relucen sobre sus pechos y sus hombros firmes.
Me retuerzo un poco.
—Creo que bien—no me duele en exceso, pero sigo sin querer repetir—Soy una vaga absoluta. Me he pasado todo un día laboral en la cama.
Me vuelvo hacia su pecho y obtengo mi dosis de aroma a Santana.
—Si dejaras de trabajar podrías hacer esto a diario. ¿A que sería perfecto?
—Para ti—gruño—Sería perfecto para ti porque así sabrías dónde estoy en cada momento.
Le beso el pecho mientras pienso que puede que se salga con la suya. Conozco bien a Will, pero no lo suficiente como para dar por hecho que mandará a Rory a freír espárragos cuando le cuente lo que está pasando.
—Exacto—me pasa los dedos por el pelo—Deberías venir a trabajar conmigo, así no tendríamos que separarnos nunca.
—Te cansarías de mí.
—Eso es imposible. ¿Vas a dejar que te lleve a cenar por ahí?
—También podríamos quedarnos aquí.
Deslizo la mano sobre su estómago y le acaricio la cicatriz.
—Nada me gustaría más, pero quiero llevarte a cenar. ¿Te importa?—me pregunta.
Se está comportando de una manera bastante razonable y ella no es así en absoluto. Además, que rechace la oportunidad de retenerme en la cama me resulta sospechoso.
—Aunque, bien pensado—susurra—, hace demasiado tiempo que no estoy junto y dentro de ti, y eso no puede ser—empieza a masajearme suavemente la espalda—Britt-Britt, no vamos a poder hacer el amor adormiladas durante algún tiempo, así que simplemente voy a hacer el amor. ¿Alguna objeción?
Se recuesta sobre la mitad de mi cuerpo y sus ojos empiezan a cargarse de deseo. Eso, unido a las morbosas palabras que acaba de pronunciar, ha despertado en mí un lujurioso frenesí. Sin embargo, acaba de preguntarme si me importa que me tome. Evidentemente no me importa, pero prefiero a la Santana dominante que siempre coge lo que quiere.
—¿Me estás preguntando si puedes follarme?
Sospecho que aquí pasa algo, y se me nota. Me mira con picardía y me besa junto a los labios.
—Esa boca. Sólo intento ser razonable, Britt.
Mueve la entrepierna y me da justo en el punto adecuado.
—¡Bueno no lo seas!—espeto.
Se aparta con la frente arrugada y medita sobre mi petición unos instantes.
—¿No quieres que sea razonable?
—No.
Empieza a faltarme el aire. Sabe exactamente lo que se hace.
—Aclárame eso. Estoy un poco confundida—menea las caderas contra mí y despierta un persistente palpitar entre las piernas—¿De verdad que no quieres que sea razonable, Britt?—pregunta.
—¡No!
—Vaya—mete un dedo por debajo del elástico de las bragas, acaricia mi pequeño manojito de nervios y me envía al cielo—¿Carta blanca?—pregunta.
—¡Sí!
—Me estás dando señales contradictorias—dice tranquilamente mientras me acaricia—Me encanta que te mojes conmigo.
—¡Por favor, San!
Arqueo la espalda y la anticipación sexual ha sustituido por completo al dolor.
Estoy ardiendo.
Me mete un dedo y después empuja hacia la pared frontal de mi entrada.
—Suave, caliente y hecha especialmente para mí—me aparta la copa del sujetador de un tirón con la otra mano y empieza a retorcerme el pezón, que ya tengo duro como una bala—Se está borrando el chupetón—murmura para sí mientras se abalanza sobre mi pecho para morderlo y chuparlo—No queremos que se te olvide a quién perteneces, ¿verdad?
Gimo cuando sustituye un dedo por dos.
—¡Ahhhhh!
—¿Verdad, Britt-Britt?
—No—suspiro.
Se aferra a mi pezón y tira de él con los dientes, lo que me provoca oleadas de placer que van directas a mi sexo.
—Me encanta lo receptiva que eres a mi tacto. Me da el poder—los dos dedos se transforman en tres y, como tiene la espalda hecha un cristo, me agarro de las sábanas—¿Te gusta?
Me mete y me saca los dedos, traza círculos con ellos y los empuja mientras observa cómo me retuerzo.
—Mucho—respondo con voz temblorosa.
Necesito esto.
—Abre los ojos, Britt. Deja que los vea cuando te corras para mí.
Obedezco y la miro mientras continúa masturbándome hasta la desesperación.
—Bésame, San—le pido mientras recibo con las caderas los empujones de su mano.
Voy a estallar y necesito su boca sobre la mía.
—¿Quién está al mando, Britt?—pregunta con los ojos cargados de deseo—Dime quién está al mando.
—Tú.
—Buena chica.
Se acerca y pega sus labios a los míos mientras rodea con el pulgar mi manojito de nervios, obligándome a agarrarlo del pelo y a aferrarme a ella como si mi vida dependiera de ello mientras me besa con fuerza y me masturba hasta el clímax. Su lengua se enrosca en mi boca, despacio pero con firmeza, con dureza pero con adoración.
Me está haciendo recordar.
Al sentir sus pechos pegados a mi costado, su maravillosa boca contra la mía y sus dedos largos y hábiles acariciándome, mi cuerpo se tensa, mi mente se queda en blanco y mi alma vuelve a su sitio.
Pierdo la razón.
Una larga oleada de placer me atraviesa. Gimo contra su boca mientras mi cuerpo se agita de manera incontrolable y alcanzo el clímax.
—Sólo para mí—gruñe, y sé que lo dice en serio. Su posesión carnal de mi cuerpo hace que me vuelva débil de deseo—Sólo para mí, siempre, ¿entendido, Britt?
—Sí—suspiro, y me relajo debajo de ella.
El rugido de la sangre corriendo empieza a disiparse en mis oídos.
—Arriba—me coloca los brazos alrededor de su cuello—Rodéame la cintura con esas piernas tan fabulosas.
Hago lo que me pide y me agarro de su cintura con las piernas para dejar que me levante de la cama. Se dirige hacia la puerta de la habitación.
—¿Adónde vamos?—pregunto ruborizándome al esperar una sucesión de polvos como marca su estilo.
—A mi despacho.
¿Qué?
—¡Espera!—grito bruscamente.
Se detiene al instante.
—¿Qué pasa?
—¿Dónde está Sue?
—Hoy no viene.
—Bueno, oye recuerda que me tienes que dar el teléfono de la doctora Wilde.
—¿Cómo?—dice, estupefacta.
—Para ir a buscar los exámenes.
—No es necesario, sabemos que estamos bien—escupe con asco.
No quiere que vaya por me enterare de la verdad. No me cabe duda de que es culpable.
—Claro que sí. En tu despacho.
Debería bajarme. De repente se pone tensa. Parece que ha intuido lo que pensaba hacer.
Sabe que lo sé.
—Tienes razón, después te lo paso. Podemos hablar de eso después.
Se aparta y me lanza una mirada de disgusto. Me mantengo seria cuando debería estar furiosa de que me haya sometido a un tratamiento para quedar embarazada, pero no puedo.
Es un puto enigma, y creo que jamás lograré resolverlo.
Quiere dejarme embarazada.
Pienso mantenerme muy firme con ese tema, aunque puede que ya sea demasiado tarde.
¿Qué haré si lo estoy?
No quiero ni pensarlo. Lo único que puedo hacer es rezar en silencio, y que el tratamiento no funcione.
—¿Sabes? Mi marca también se está borrando—digo mirándole el pecho mientras salimos del dormitorio.
Su cara de enfado desaparece y me sonríe con picardía.
—¿Ah, sí?
—Tendré que volver a marcarte.
Levanto las cejas y veo con deliciosa lujuria que sus ojos se han oscurecido todavía más.
—Mi chica es posesiva. Sírvete, Britt-Britt.
Sonrío y clavo los dientes en su pecho. Un pequeño gemido escapa de sus labios mientras desciende la escalera en dirección a su despacho.
—Quiero tomarte aquí para que siempre que esté trabajando te recuerde tirada desnuda sobre mi mesa.
Me coloca sobre la enorme mesa de madera y se sienta en su sillón de piel. Esta habitación también está ordenada. Sue debe de haberse preguntado qué coño ha pasado.
Está totalmente desnuda y me quedo extasiada al ver su esplendoroso cuerpo. Me coge los bordes de las bragas y yo me agarro a la mesa y levanto el culo para que pueda deslizarlas por mis piernas. Abre el primer cajón, las mete ahí, vuelve a cerrarlo y me mira.
—Acabas de correrte en ellas—apoya las palmas en mis muslos—Quiero poder olerte también. Abre las piernas.
¡Ay, Señor!
Me abro de piernas todo lo que puedo, exponiéndome a ella por completo. No es nada que no haya visto antes, un millón de veces, pero así, de esta manera, me siento totalmente desnuda. Se acerca en la silla y me echa la mano atrás para desabrocharme con suavidad el sujetador y deslizarlo por mis brazos. Mi respiración se acelera y estoy dispuesta a dejarme llevar otra vez, pero por su forma de actuar detecto que vamos a hacerlo a su manera. Ella tiene el mando y, sentado en esa silla, totalmente desnuda, con sus magníficos pechos, con los abdominales firmes y su sexo húmedo, posee un aspecto tremendamente poderoso.
—Échate hacia atrás y apóyate en las manos.
Mete el sujetador a juego en el cajón junto a mis bragas y se acomoda de nuevo en la silla.
Me inclino hacia atrás y mi pecho también queda expuesto. Estoy nerviosa y no sé por qué. Me ha tomado de mil maneras y posturas diferentes, y con mil estados temperamentales distintos, pero hoy me siento algo intranquila.
Aparta la mirada de la mía y la hace descender lentamente por mi cuerpo hasta fijarla en mi sexo. Sus ojos permanecen ahí clavados y se apoya todavía más contra el respaldo de la silla hasta que el mecanismo para reclinarla cede ante su peso.
Se está poniendo muy cómoda.
Yo, no tanto.
Estoy aquí sentada, igual de desnuda que ella, y el corazón se me sale del pecho mientras la veo mirar mi hendidura.
Está totalmente extasiada.
—¿Por qué estás nerviosa, Britt?—pregunta sin apartar los ojos de entre mis piernas.
Su voz grave y agitada no hace que me tranquilice.
—No lo estoy—miento lánguidamente.
Pero sí lo estoy. Me siento expuesta y observada, lo cual es ridículo. No hay ni un solo milímetro de mi cuerpo que no la haya tenido encima o dentro.
Soy toda suya.
Levanta la vista y su dureza se suaviza inmediatamente.
—Te quiero.
Todo mi ser se relaja al oír esas dos palabras.
—Yo también te quiero.
—No lo dudes nunca.
—No lo haré. ¿Has acabado con tus observaciones?—pregunto levantando una ceja sardónica.
—No—se inclina hacia adelante y vuelve a separarme las piernas. No me había dado cuenta de que las había cerrado un poco—Estoy evaluando mis posesiones.
Se apoya en el respaldo y continúa mirando mi parte más íntima.
—¿Soy una posesión?
—No, eres mi posesión, Britt—mantiene la vista fija donde está, y decido que ya que estoy debería disfrutar un poco también de mi propia posesión. Todavía salivo al ver lo perfecta que es—¿Quieres escuchar mi veredicto?—pregunta.
—Claro.
Me mira a los ojos y una de las comisuras de sus labios se eleva.
—Soy una mujer muy rica—se acerca sobre la silla, me agarra las piernas por los tobillos y me coloca las plantas de los pies sobre sus hombros. Si antes estaba desnuda, no sé cómo estoy ahora—No sientas pudor conmigo, Britt—me reprende con el ceño ligeramente fruncido.
Apoya las palmas de las manos sobre mis empeines y empieza a besarme el tobillo. El calor de sus labios activa una vibración en mi pierna que va directa a mi intimidad. Dejo escapar unos débiles gemidos.
—Apártate el pelo de la cara—ordena tranquilamente. Me apoyo sobre una mano, me recojo el pelo con la otra y lo dejo caer sobre mi espalda—Mejor. Ahora puedo ver todas mis posesiones—me da un mordisquito en el tobillo y noto una sacudida—Ver que estás excitada y saber que soy yo la que te hace estar así es la sensación más gratificante del mundo.
Extiende la mano, me pasa un dedo por la vulva y aplica una ligera presión en la parte superior de mi clítoris. Separo los labios y unos suaves jadeos escapan de mi boca repetidas veces. Me retuerzo con la tremenda necesidad de cerrar las piernas de golpe.
—Déjalas abiertas, Britt. Quiero ver cómo palpita tu carne en mi mano cuando te corras para mí.
Su tono gutural acelera mi deseo de explotar bajo sus caricias y su intensa mirada. Cambia un dedo por dos y me atrapa el clítoris entre ellos apretando despacio. Echo la cabeza atrás.
—¡Ahhhhhhhh!—gimo.
Sé que estoy cometiendo una falta grave.
—Mírame, Britt-Britt. No apartes los ojos de mí.
—Estoy cerca, San—jadeo.
—Lo sé, pero pararé si no me miras. Escúchame, Britt. Mírame con esos preciosos ojos que tienes.
Me obligo a levantar la cabeza con un esfuerzo inmenso y tiemblo bajo su tacto. Cuando nuestras miradas se cruzan, aumenta el ritmo de sus caricias. La visión de sus ojos oscuros y lujuriosos, sus carnosos labios entreabiertos y su cuerpo relajado aumenta mi placer.
Ella está quieto, pero totalmente excitada. Sus únicos movimientos son los de sus dedos en mi sexo deslizándose arriba y abajo, el de las sacudidas de sus pechos. Entonces acerca los labios a mi tobillo y hunde los dientes en la superficie de mi piel.
Pierdo la razón.
Contengo un grito y aprieto los pies contra los hombros de Santana mientras una descarga de presión estalla y me invade por todos los ángulos de mi cuerpo hasta que quedo reducida a una masa de nervios palpitantes.
—Eso es—jadea mientras me besa el pie y desliza el dedo por mi hendidura—Britt, estás palpitando. Es perfecto.
Mis pechos agitados ascienden y descienden, estoy toda sudorosa y mis músculos se contraen con violencia. Ella sigue sentada, observando mi clímax, con la mirada fija en mi abertura. La excitación en sus ojos es algo que no se puede describir con palabras. Lo que no sé es cómo consigue refrenar el impulso de llevarse las manos a su sexo húmedo.
—Ven aquí.
Extiende las manos y yo las acepto. Bajo los pies de sus hombros y doblo las piernas mientras me coloco a horcajadas sobre su regazo y me sujeto al respaldo de la silla.
Aún me ronda en la cabeza que quiera embarazarme, y tengo que pedirle el teléfono de la doctora Wilde. Tengo que mantenerme firme con este asunto.
Es una locura.
¿Añadir un niño a nuestra relación?
Eso sería una auténtica estupidez, y ya tenemos bastantes asuntos de los que ocuparnos, como de su comportamiento neurótico e imposible, sólo que ahora supongo que a ambas se nos podría calificar de neuróticas.
Sacudo la cabeza y tira de mí hacia abajo, me elevo inclinándome hacia adelante para que mis pechos queden cerca de su boca. Ella acepta el ofrecimiento, me lanza una sonrisa cómplice y luego enrosca la lengua alrededor de cada uno de mis pezones y los atrapa entre sus dientes. Acabo de tener dos orgasmos muy intensos, y si sigue mordisqueándome de esta manera pronto llegará el tercero.
¿Cómo consigue hacerme esto?
Siento su mano bajo mis lumbares y se coloca debajo de mí.
—Acomódate, Britt—me ordena con innegable voz de mando. Obedezco y hago descender los muslos, me acomodo y junto nuestros sexos. Apoya la cabeza contra el respaldo y yo la mía en su frente, con los ojos cerrados—No te muevas aún.
Su aliento fresco invade mis fosas nasales mientras me habla a la cara y me envuelve la cintura con sus manos.
Me quedo quieta.
—Me encanta que estemos así de unidas. ¿Cuánto crees que puedes permanecer así sin moverte?—me da un pico en la boca y me pasa la lengua por el labio inferior. Sé que no aguantaré. Aprieto la boca contra la suya, pero ella me detiene y aparta la cara—Veo que no mucho.
Echo la cabeza atrás y ella me mira otra vez.
—Me estás rechazando—digo suavemente.
A veces me sorprende que haga esas cosas, teniendo en cuenta lo mal que reacciona ella cuando no puede tocarme a mí.
—Es un desafío.
—Tú eres un desafío—respondo, y bajo la cabeza para intentar reclamarla de nuevo, pero vuelve a apartarme la cara.
Intento provocarla moviendo las caderas, pero ella me agarra la cintura. No necesita hacer mucha fuerza para mantenerme inmóvil. Aparto la cabeza y ella vuelve a mirar al frente.
—Me necesitas—dice con una voz tan áspera y sexy que apenas puedo controlar la respiración.
—Te necesito.
Sé que para ella estas palabras significan más que «Te quiero». Su expresión de deleite lo confirma. Me inclino hacia adelante para atrapar sus labios pero vuelve a apartarme la cara.
—¿Cómo te sentirías si alguien impidiera que me besaras?—pregunto.
—Querría matarlo—afirma con un rugido mirándome de nuevo.
Afloja las manos sobre mi cintura y yo aprovecho la falta de sujeción para bajar lanzando un gemido. Sus ojos cerrados con fuerza vuelven a abrirse.
—Yo también—digo con firmeza, y me aprieto contra sus caderas.
Resopla y me agarra de la cadera para detener mi táctica.
—¿Quién está al mando, Britt?
—Tú.
Sus ojos centellean.
—¿Quieres que te haga el amor?
—Sí.
—Buena respuesta.
Levanta las caderas y empuja hacia arriba, mientras tira de mí hacia abajo con un gruñido gutural. Grito y me agarro al respaldo de la silla.
—¿Así?—pregunta mientras se mueve otra vez.
—¡Joder, sí!—echo la cabeza atrás y cierro los ojos.
—¡Mírame!—ladra con otro golpe de la pelvis—Lo notas, Britt. ¿Lo notas?
Abro los ojos con la vista borrosa. La expresión carnal y posesiva de su rostro hace que me sienta como la criatura más deseada sobre la faz de la tierra.
—Lo siento.
Gruñe y empuja hacia arriba una y otra vez, elevándome y tirando de mí hacia abajo para recibir cada uno de sus embates. Una capa de sudor empieza a brillar en su frente. Los músculos de su mentón se tensan y la vena de su cuello sobresale. Me agarro con tanta fuerza al respaldo que los nudillos se me ponen blancos. Quiero besarla pero, primero, no ha dicho que pueda hacerlo y, segundo, nuestras bocas no podrían permanecer unidas.
Mi sexo tiembla y mi saturado montículo de nervios protesta ante tanta intensidad, pero necesito uno más, sólo uno más.
—Estoy cerca—expreso de manera entrecortada y difícil de descifrar—¡San, estoy cerca!
—¡Espera!—gruñe entre dientes, y aprieta hacia arriba. Me agarra las caderas con tanta fuerza que casi me hace daño—¡Aguántate!
—¡No puedo!—grito, y ella para al instante.
La falta de fricción y de ritmo detienen mi orgasmo.
—He dicho que esperes—jadea. ¿Cómo lo hace? Su respiración es agitada e irregular—Contrólalo, Britt.
—Contigo no puedo controlar nada.
Apoyo la cabeza en su hombro mientras el ardor en mi entrepierna se enfría ligeramente.
—Ya lo sé—vuelve la cara hacia mi pelo y me besa—Eres mía, así que yo lo controlaré.
Empieza a girar las caderas suavemente para reactivar mi orgasmo abandonado.
No puedo discutirle eso.
Le pertenezco por completo y sé perfectamente que no se refiere sólo a mi orgasmo inminente.
—Te quiero—murmuro contra su húmedo hombro.
Suspira.
—Yo también te quiero, Britt-Britt. ¿Nos corremos a la vez?
—Por favor.
—Dame esos labios.
Deslizo los labios por su cuello hasta la mandíbula y hasta su boca y ella empieza a mover las caderas ociosamente, hacia adelante y hacia atrás, mientras me derrito con sus besos.
Ésta es la Santana dulce; es como si estuviera saliendo con una decena de mujeres diferentes.
—Mmm. Eres deliciosa—dice. Gimo en su boca y noto que sonríe—Siento cómo te contraes, y me encanta que lo hagas—guía mis caderas y me coge con fuerza.
—A mí también me encanta sentirte junto a mí
Aprieto los muslos y la agarro del pelo para acercarla más aún.
—Córrete para mí—dice, y empieza a moverse trazando círculos estudiados seguidos de un pequeño empujón de las caderas.
Yo me retuerzo un poco y termino emitiendo un largo gruñido de satisfacción en su boca. Mi tercer orgasmo no ha sido tan intenso, pero sí igualmente gratificante.
—Joder—susurra, y su cuerpo se pone rígido. Me sostiene quieta en sus brazos—Eres increíble.
Me aferro a ella, es el placer encarnado. Ella es el placer encarnado.
—Ha sido fantástico—digo devorándole la boca.
—Arréglate o llegaremos tarde, Britt.
Continúo cubriéndola de besos.
—¿Adónde vamos?—no me importaría nada quedarme donde estoy—Estoy cómoda aquí.
—A cenar. He hecho una reserva—se ríe ligeramente, me sujeta de las mejillas y me aparta la cara—Ducha.
—Deja que te quiera.
Me aproximo y le mordisqueo suavemente la oreja.
—Britt...—me advierte tirando de mí. Le brillan los ojos con malicia cuando estira la mano y pasa un dedo por el borde del chupetón que me ha hecho en la teta—Siempre tendrás esto—me mira—Siempre.
Yo hago lo propio y recorro mi propia marca en su pecho.
—Deberías hacer que me tatúen tu nombre en la frente—sonrío—Así no habría ninguna duda de a quién pertenezco.
Enarca las cejas y parece sopesarlo por unos instantes.
—No es mala idea—dice finalmente, muy seria—Me gusta.
Se levanta conmigo en brazos y yo me aferro a ella como un mono, como de costumbre. Subimos al piso de arriba manteniendo la conexión hasta que llegamos a la cama, donde me coloca suavemente sobre las sábanas.
—Ponte boca abajo para que te eche más crema.
Me insta a volverme y me apoya las manos sobre las nalgas. Ahora sí que no me apetece nada salir. Quiero quedarme aquí toda la noche con Santana montada en mi espalda frotándome todo el cuerpo con sus maravillosas manos.
—Tengo que ducharme primero.
—Volveré a hacerlo después.
Sonrío.
—Tú también necesitas crema.
—Yo estoy bien. Lo importante eres tú.
Se coloca sobre mi trasero y vierte un poco de crema en mi espalda. Está fría y me hace saltar.
—¿Por qué no me has avisado?—refunfuño.
—Lo siento, puede que esté algo fría—ríe.
Giro el cuello y me deslumbra con esa sonrisa reservada exclusivamente para mí. Vuelvo a apoyar la cabeza sobre los antebrazos.
—Eres muy atractiva—susurro ensoñadoramente mientras me aplica la crema por cada centímetro de mi espalda—Creo que voy a quedarme contigo para siempre.
—Vale—accede riendo de nuevo.
—¿Sabes algo sobre tratamientos de inseminación?—suelto como si tal cosa.
Sus manos se detienen de repente y sé que estoy en lo cierto.
—¿De qué estás hablando?
—Estoy hablando del hecho de que la doctora Wilde practica el tratamiento de inseminación, y ella es tu doctora.
—Ya, ¿cuál es el problema?—pregunta, y empieza a mover las manos lentamente y en círculos sobre mi espalda.
¿Cuál es el problema?
No lo sé.
¿Por qué sabe y hace muchas de las cosas que hace?
Es un maldito misterio, con su manera de ser imposible y sus exigencias irracionales.
—No entiendo porque no me lo dijiste antes. No voy a desaparecer, si es lo que te preocupa.
—Ya sé que no—se ríe.
—Bien. Iré a mi médico para realizarme nuevos exámenes—digo tranquilamente.
No tengo ni idea de qué voy a hacer si estoy embarazada. Creo que moriré en el acto.
Sus manos se vuelven más firmes, lo que no hace sino alimentar mis sospechas
—No veo el problema de que vayas a la mía—protesta.
—Tengo más confianza con la mía—respondo con suficiencia.
No hay duda de lo que ha hecho.
—¡La mía también! Ya te atendió ella antes, y sabe lo que tiene que hacer.
Me echo a reír, aunque no sé por qué. Debería estar furiosa, asustada y preocupada. No quiero ni imaginarme cómo se comportaría conmigo si estuviera embarazada de su hijo.
Joder, sería insoportable.
Me envolvería en algodón y me encerraría en una celda acolchada durante nueve meses.
Joder.
Espero no estar preñada. Mi vida se acabaría.
¿Y cómo sería con sus hijos si es así conmigo?
La espera de mi próxima regla se me va a hacer eterna.
—¿Estás bien?—pregunta.
—Sí—me apresuro a contestar—¿Cuánto tiempo lleva Sue trabajando para ti?—pregunto desviando la conversación.
La que está en curso no nos lleva a ninguna parte. Jamás lo admitirá.
—Casi diez años.
—Te quiere mucho.
—Sí—responde tranquilamente, y sé que el sentimiento es mutuo.
Incluso admitió que no podría vivir sin ella.
—¿Sabe lo de La Mansión? ¡Ay!
—¡Perdona, Britt-Britt!—dice con temor, y me besa la espalda para curarme—Lo siento, lo siento.
—Tranquila, estoy bien. Pero que no se repita—se levanta ligeramente y entonces siento el breve y doloroso contacto de su manotazo en mi culo—¡Oye!
—No te hagas la lista conmigo—me reprende, y me acaricia la mejilla.
—¿Y bien?—insisto.
—¿Y bien, qué?
—Sue. ¿Sabe lo de La Mansión?
Me vierte un poco de crema en la nalga y me la extiende justo donde me ha dado la palmada.
—Sí, lo sabe. No es ninguna sociedad secreta, Britt. No encierra ningún misterio. Ya está. Arriba.
—A mí me lo ocultaste—mascullo indignada mientras me siento en el borde de la cama.
—Porque me estaba enamorando perdidamente de ti y me aterraba que huyeras de mí si lo descubrías—enarca una ceja acusadora y sé lo que va a añadir—Y lo hiciste—concluye.
—Estaba perpleja—intento defenderme.
Lo sucedido después de mi descubrimiento todavía me hace temblar, y quiero señalar que a pesar de todo regresé junto a ella. Fue lo de la bebida lo que me llevó a huir.
—Sabía que tenías experiencia, pero no me imaginaba que fuera porque regentabas un club sexual que utilizabas en exceso—le recuerdo, muy a mi pesar.
—¡Eh!—se acerca a mí y me tumba sobre la cama para darme un beso en los labios—Dejemos atrás el pasado. Centrémonos en nosotras, en el presente, en el mañana, en el día siguiente y en el resto de nuestras vidas.
—Vale. Bésame—sonrío.
—Perdona, ¿quién está al mando?—sus labios se curvan y aparta la mirada de mis ojos a mi boca.
—Tú.
—Buena chica—me ahoga con la suya y me da justo lo que quiero, aunque se aparta demasiado pronto. Expreso mi frustración con un gruñido sonoro y ella me mira con recelo—Me da igual que refunfuñes. Ponte el vestido nuevo de color crema.
Se levanta y me deja para que me duche y me prepare para salir a cenar.
Entro en la cocina sintiéndome muy especial con mi nuevo vestido, un cinturón dorado y unos tacones de color crema también nuevos. Tengo el pelo suelto sobre la espalda y me he maquillado de manera sencilla. Me detengo de repente en cuanto veo a Santana. Está al teléfono, escuchando con atención, y babeo al verla con su vestido azul marino. La repaso con la mirada de arriba abajo, desde sus tacones negros hasta su rostro arrebatador, pasando por sus piernas, sus pechos y su linda cara.
Tiene el ceño fruncido. Arrugo la frente con curiosidad y sus ojos se suavizan. Está sobre un taburete dándose golpecitos en el muslo. Me acerco y me apoyo en sus piernas mientras busco el brillo de labios en el bolso. Hunde el rostro en mi pelo para inhalarlo y me pasa el brazo por la cintura para acercarme más a ella.
—¿Y qué más puedes decirme?
Habla con poca cortesía. Me vuelvo y la miro con curiosidad de nuevo mientras me aplico el gloss. Ella hace caso omiso de mi mirada y me besa suavemente en la mejilla.
—Qué puta casualidad que la otra cámara estuviera rota—dice secamente—¿Has comprobado las grabaciones del exterior del bar?
Oh, oh...
Entonces respira hondo. Le aprieto el muslo y ella me mira y me besa en la frente.
—Vale, ya me dirás algo—tira el teléfono sobre la encimera y éste se desliza unos cuantos centímetros—No me lo puedo creer—masculla.
—Crees que es Rory el de la grabación, ¿verdad?
—Sí.
No sé de qué me sorprendo, ya sabía que lo pensaba, pero la confirmación hace que me ponga más nerviosa.
—¿Crees que fue él quien me drogó?—espeto.
—No lo sé, Britt—parece totalmente desmoralizada.
—Sería un poco exagerado, ¿no?
—Me odia, Britt. Sabe que eres mi talón de Aquiles. Estaba esperando esta oportunidad.
Me aparto y me vuelvo para mirarla.
—¿Y si vamos a la policía?—pregunto.
Su preocupación empieza a agobiarme de verdad a mí también.
—No—sacude la cabeza—Yo me encargaré de esto.
—De acuerdo—digo tranquilamente.
No pienso discutir con ella por este tema.
Suspira.
—Debería alejarme de ti, Britt. Si fuera capaz de soportarlo, lo haría.
—¿Qué?
Me encojo, presa del pánico, por el hecho de que haya llegado a sugerirlo siquiera.
—He hecho daño a mucha gente, Britt.
—¡Cállate!—me estoy cabreando—No digas esas cosas.
—Britt, la bebida, las mujeres...
—¡Que te calles, Santana!—grito—No hace falta que me recuerdes que ha habido otras mujeres desde que te conocí—ahora sí que estoy furiosa.
—Lo siento. Ojalá pudiera cambiarlo todo menos a ti. Eres lo único bueno que me ha pasado en la vida, y hasta eso lo estoy haciendo mal.
Agacha la cabeza. Las lágrimas empiezan a inundar mis ojos. Sé que tiene remordimientos, sé que se arrepiente de cosas.
Joder, sé todo esto.
La agarro de la cintura y acerco su cara a la mía.
—Basta, San—digo con firmeza.
Ella suspira y me mira.
—No sé qué he hecho para merecerte.
—Tú me lo recordaste.
Sonríe suavemente y después me mira con picardía.
—Me gusta tu vestido.
Mete la mano por el interior de mi muslo y la desliza por dentro de mis bragas.
—A mí también me gusta, el tuyo.
Joder, ya estoy jadeando otra vez.
Dejo caer el bolso al suelo de la cocina y la agarro de los hombros descubiertos. Saca el dedo, me lo acerca a la boca y extiende mi humedad por mis labios recién pintados con brillo.
—Soy una mujer muy afortunada.
Me coloca sobre su regazo y me inclina hacia atrás con los labios pegados a los míos en un largo beso sensual. Cuando ya tiene lo que quiere, se retira y me ofrece esa sonrisa reservada sólo para mí. Yo se la devuelvo y le paso el pulgar por el labio inferior.
—Ese color no te sienta bien—le digo, y le limpio el gloss nude mezclado con mi propia esencia.
—¿No?—hace pucheros y yo me río. Me levanta y coge el mando a distancia del equipo de sonido—Quiero bailar contigo.
—¿Ah, sí?
—Sí.
Sonrío cuando Pumped up kicks de Foster the People suena muy alto a través de los altavoces. Sin duda quiere bailar. Me aprieta contra su pecho y me sujeta con una mano la zona lumbar y con la otra agarra mi mano. Apoyo mi otro brazo en su hombro y la miro con una sonrisa.
—Me haces muy feliz, Sanny.
Sus ojos resplandecen y sus exquisitos labios empiezan a curvarse hacia arriba.
—Voy a hacerte feliz durante el resto de mi vida, Britt-Britt. Bailemos.
Sale de la cocina dando pasos hacia atrás y pronto estamos en el inmenso espacio diáfano del ático. Me da una vuelta y me atrae de nuevo hacia sí. Después me guía por toda la habitación. Me río y miro sus brillantes pozos oscruos cargados de dicha mientras me lleva entre los muebles, me hace girar y me sonríe. Me guía de un extremo del piso al otro, hasta la terraza. Danzamos por el entarimado y volvemos adentro.
—¿Qué baile es éste?—pregunto cuando pasamos junto al sofá de nuevo.
—No lo sé. Algo a medio camino entre el vals y el baile ligero, creo—me sonríe y yo dejo que me siga guiando. Sus ojos parecen a punto de estallar de felicidad—Creo que bailar contigo me gusta tanto como estar junto a ti.
—¿En serio?—pregunto totalmente estupefacta.
—No—frunce el ceño—Me parece que es lo más absurdo que he dicho en mi vida.
Echo la cabeza hacia atrás y ella se inclina y me besa la garganta mientras me dirige de nuevo hacia la cocina. Me levanta. Yo me agarro con las piernas a sus firmes caderas y hundo las manos en su cabello. Nos quedamos mirándonos y ella detiene sus movimientos, observándome detenidamente antes de colocarme suavemente sobre la encimera. Me coge de las mejillas y me mira directamente a los ojos. No hace falta que diga nada, pero sé que va a hacerlo. Es como si quisiera demostrar lo bien que se le da su talento recién descubierto.
Ahora habla conmigo.
Me acaricia con los pulgares.
—¿Quién está al mando, Britt?
Pongo los ojos en blanco.
—Tú.
—Te equivocas.
—¿Ah, sí?—digo, sorprendida.
Ella está al mando. Lo ha dejado bastante claro.
—Tú lo estás—sonríe y yo frunzo el ceño—Tú eres quien está al mando, Britt-Britt.
—Pero siempre insistes en que eres tú quien está al mando.
Se encoge de hombros.
—Me gusta que alimentes mi ego.
Me echo a reír.
—¿Estás de coña?
—No.
Dejo de reírme al ver que ella no lo hace, aunque esto es bastante gracioso. No hay duda de que manda ella.
¿Qué le pasa ahora?
Me atraviesa los ojos con su magnífica mirada.
—Yo tengo el mando de tu cuerpo, Britt. Cuando esos preciosos ojos están cargados de lujuria por mí, ahí es cuando tengo el poder.
Me suelta las mejillas y desliza las palmas de las manos por el interior de mis muslos. Me pongo tensa, separo los labios y la agarro de los hombros. Santana sonríe, se inclina y me besa suavemente.
—¿Lo ves?—susurra, y aparta las manos de mis muslos y me quita las manos de sus hombros—Y ahora el mando vuelve a ser tuyo.
La observo con una media sonrisa y entiendo perfectamente lo que quiere decir.
—Por eso me follas hasta perder la razón, me haces la cuenta atrás y me obligas a besarte cuando estoy furiosa.
Sonríe.
—Esa boca.
—¡Ahora que me has revelado tu secreto jamás dejaré que vuelvas a tocarme!
Se echa a reír con ganas. Su pecho se hincha y echa la cabeza hacia atrás. Creo que eso ya lo sabía. Por eso comienzo a correr conforme empieza la cuenta atrás. Sé de lo que es capaz en cuanto me pone las manos encima.
Baja la cabeza de nuevo y observa mi rostro.
—Bueno, López. Después de todo el sexo que hemos practicado, yo diría que usted posee la mayoría de las acciones de mando de esta relación.
Sonrío cuando rompe a reír de nuevo.
Da gusto verla.
Unas pequeñas arrugas se forman alrededor de sus ojos oscuros y hacen que brillen más aún.
—Britt-Britt, nunca nos cansaremos de practicar sexo.
—Y eso te convierte en una mujer muy poderosa.
—Joder, Britt—me aparta el pelo de la cara y me agarra de las mejillas de nuevo—Te quiero tanto, tanto. Bésame.
—¿Te sientes débil?
Se inclina.
—Sí.
Sus labios rozan los míos suavemente y yo le cedo el control que necesita y dejo que su lengua sature mis sentidos mientras ronronea en mi boca y absorbe todo mi poder.
—¿Mejor?—le pregunto pegada a sus labios.
—Mucho mejor. Venga, Britt-Britt, tenemos un compromiso—me baja de la encimera, apaga la música y recoge mi bolso del suelo—¿Lista?
—Ah, espera que te enseñe el mensaje.
Cojo el bolso y saco el móvil. Casi lo había olvidado.
—¿Qué mensaje?—dice con el ceño fruncido.
Es evidente que ella también.
—El que recibí desde el teléfono de Finn.
Busco en mi teléfono y mi corazón empieza a latir de manera agitada. Eso es. Ahora es el momento de sacarme esto de dentro. No da pie a confusión, así que no puede negármelo. Finn jamás haría algo así.
—Mira.
Le muestro el teléfono y ella lo coge. Mientras lee el mensaje, su arruga de siempre se va formando y una expresión pensativa invade su rostro. Me mira un momento y vuelve a centrarse en la pantalla. Está cavilando al respecto. Después de lo que parece una eternidad, yo expectante y ella mirando la pantalla, por fin empieza a asentir ligeramente.
—Me encargaré de esto.
Tira mi teléfono sobre la encimera. Parece muy cabreada. Me relajo, un poco aliviada.
Creo que esperaba que defendiera a Holly o que dijera que debía de haber sido otra persona, pero ¿quién iba a hacer algo así?
No necesito decir nada más. Por fin lo sabe, y siento un alivio inmenso.
Mi teléfono empieza a sonar en ese momento, lo recojo de la encimera y veo que el nombre de Danielle Ruth parpadea en la pantalla. Exhalo un suspiro de agobio y rechazo la llamada. Pronto telefoneará a la oficina y le dirán que hoy no trabajo.
—¿Quién era?—pregunta.
—Una nueva clienta. Una nueva clienta muy pesada.
Me quita el teléfono de las manos y vuelve a dejarlo sobre la encimera. Después me estrecha contra sus pechos.
—Hoy nada de trabajo. ¿Estás lista para nuestra cita?
Asiento contra ellos y les dejo un besito.
—Sí.
Me besa la cabeza, me libera y me ofrece el brazo. Sonrío, y entrelazo mi brazo con el suyo. Me guiña un ojo y me guía afuera del ático en dirección al ascensor.
Nos reflejamos en todos los espejos que nos rodean. Allá adonde miro, la veo en todo su esplendor. Me abrazo a ella y le paso la mano por la espalda descubierta.
No quiero soltarla jamás.
Entonces me observa con el rabillo del ojo.
—Debería obligarte a echarme un polvo de disculpa aquí y ahora—dice en voz baja.
—¿Te debo una disculpa?
—Sí.
Vuelve a dirigir la vista hacia adelante y yo la miro a los ojos en el reflejo de las puertas.
—¿Por qué?
Repaso en mi mente a qué puede estar refiriéndose, y encuentro demasiadas cosas que, en la cabeza de Santana, pueden tomarse como ofensas. Pero esta mañana me he comportado de un modo bastante dócil, y ella ha sido bastante razonable.
—Me debes una disculpa por haberme hecho esperar demasiado tiempo a que aparecieras en mi vida—dice, muy seria.
Sonrío y me pego a su lado. La verdad es que yo no he tenido que esperar mucho a que ella apareciera, dejando a un lado mis dos relaciones de mierda anteriores. Mientras que ella se enfrentaba a demasiados demonios, yo estaba tan tranquila, llevando la vida de cualquier joven normal.
Es curioso.
Las puertas del ascensor se abren y me rodea los hombros con el brazo mientras atravesamos el vestíbulo del Lusso.
—Clive.
Santana saluda al conserje, que asiente bruscamente en respuesta y continúa centrado en sus asuntos. Ni siquiera me ha mirado ni me ha preguntado cómo estoy. Anoche oí su voz de preocupación cuando Santana me llevaba en brazos.
¿He vuelto a molestarlo?
Salimos al exterior y Santana pulsa el botón del mando para abrir la puerta del DBS.
—Ah, ha llamado Rach. Deberías devolverle la llamada—dice.
—¿Has vuelto a coger mi teléfono?—pregunto, pero ella se encoge de hombros ante mi acusación.
Suspiro y abro el bolso para sacar el móvil pero, después de rebuscar un poco, me doy cuenta de que no está.
—San, me he dejado el teléfono arriba.
Deja escapar un suspiro largo y exagerado para demostrarme las molestias que le estoy causando.
—Toma—me da las llaves—Date prisa o llegaremos tarde a cenar.
—Vale.
Vuelvo a atravesar el vestíbulo del Lusso a la carrera, miro mal a Clive, que sigue ignorándome, y pulso el código del ascensor.
¿Cómo es que no continúa en la planta baja?
Espero con impaciencia a que baje de nuevo y entro corriendo cuando lo hace. Salgo antes de que las puertas se hayan abierto del todo, meto la llave en la cerradura y la dejo ahí mientras corro a la cocina.
Me detengo súbitamente y dejo escapar un grito ahogado al ver a dos personas sentadas en los taburetes, ambas con un aspecto bastante amenazador.
Abro los ojos, alarmada.
¿Días?
—No puede ser, ¿verdad?
—No, son las cinco en punto. Llevas toda la tarde durmiendo. ¿Qué tal la espalda?
Gatea sobre la cama, totalmente desnuda, hasta tumbarse a mi lado. Me quedo mirando atontada las gotas de agua que relucen sobre sus pechos y sus hombros firmes.
Me retuerzo un poco.
—Creo que bien—no me duele en exceso, pero sigo sin querer repetir—Soy una vaga absoluta. Me he pasado todo un día laboral en la cama.
Me vuelvo hacia su pecho y obtengo mi dosis de aroma a Santana.
—Si dejaras de trabajar podrías hacer esto a diario. ¿A que sería perfecto?
—Para ti—gruño—Sería perfecto para ti porque así sabrías dónde estoy en cada momento.
Le beso el pecho mientras pienso que puede que se salga con la suya. Conozco bien a Will, pero no lo suficiente como para dar por hecho que mandará a Rory a freír espárragos cuando le cuente lo que está pasando.
—Exacto—me pasa los dedos por el pelo—Deberías venir a trabajar conmigo, así no tendríamos que separarnos nunca.
—Te cansarías de mí.
—Eso es imposible. ¿Vas a dejar que te lleve a cenar por ahí?
—También podríamos quedarnos aquí.
Deslizo la mano sobre su estómago y le acaricio la cicatriz.
—Nada me gustaría más, pero quiero llevarte a cenar. ¿Te importa?—me pregunta.
Se está comportando de una manera bastante razonable y ella no es así en absoluto. Además, que rechace la oportunidad de retenerme en la cama me resulta sospechoso.
—Aunque, bien pensado—susurra—, hace demasiado tiempo que no estoy junto y dentro de ti, y eso no puede ser—empieza a masajearme suavemente la espalda—Britt-Britt, no vamos a poder hacer el amor adormiladas durante algún tiempo, así que simplemente voy a hacer el amor. ¿Alguna objeción?
Se recuesta sobre la mitad de mi cuerpo y sus ojos empiezan a cargarse de deseo. Eso, unido a las morbosas palabras que acaba de pronunciar, ha despertado en mí un lujurioso frenesí. Sin embargo, acaba de preguntarme si me importa que me tome. Evidentemente no me importa, pero prefiero a la Santana dominante que siempre coge lo que quiere.
—¿Me estás preguntando si puedes follarme?
Sospecho que aquí pasa algo, y se me nota. Me mira con picardía y me besa junto a los labios.
—Esa boca. Sólo intento ser razonable, Britt.
Mueve la entrepierna y me da justo en el punto adecuado.
—¡Bueno no lo seas!—espeto.
Se aparta con la frente arrugada y medita sobre mi petición unos instantes.
—¿No quieres que sea razonable?
—No.
Empieza a faltarme el aire. Sabe exactamente lo que se hace.
—Aclárame eso. Estoy un poco confundida—menea las caderas contra mí y despierta un persistente palpitar entre las piernas—¿De verdad que no quieres que sea razonable, Britt?—pregunta.
—¡No!
—Vaya—mete un dedo por debajo del elástico de las bragas, acaricia mi pequeño manojito de nervios y me envía al cielo—¿Carta blanca?—pregunta.
—¡Sí!
—Me estás dando señales contradictorias—dice tranquilamente mientras me acaricia—Me encanta que te mojes conmigo.
—¡Por favor, San!
Arqueo la espalda y la anticipación sexual ha sustituido por completo al dolor.
Estoy ardiendo.
Me mete un dedo y después empuja hacia la pared frontal de mi entrada.
—Suave, caliente y hecha especialmente para mí—me aparta la copa del sujetador de un tirón con la otra mano y empieza a retorcerme el pezón, que ya tengo duro como una bala—Se está borrando el chupetón—murmura para sí mientras se abalanza sobre mi pecho para morderlo y chuparlo—No queremos que se te olvide a quién perteneces, ¿verdad?
Gimo cuando sustituye un dedo por dos.
—¡Ahhhhh!
—¿Verdad, Britt-Britt?
—No—suspiro.
Se aferra a mi pezón y tira de él con los dientes, lo que me provoca oleadas de placer que van directas a mi sexo.
—Me encanta lo receptiva que eres a mi tacto. Me da el poder—los dos dedos se transforman en tres y, como tiene la espalda hecha un cristo, me agarro de las sábanas—¿Te gusta?
Me mete y me saca los dedos, traza círculos con ellos y los empuja mientras observa cómo me retuerzo.
—Mucho—respondo con voz temblorosa.
Necesito esto.
—Abre los ojos, Britt. Deja que los vea cuando te corras para mí.
Obedezco y la miro mientras continúa masturbándome hasta la desesperación.
—Bésame, San—le pido mientras recibo con las caderas los empujones de su mano.
Voy a estallar y necesito su boca sobre la mía.
—¿Quién está al mando, Britt?—pregunta con los ojos cargados de deseo—Dime quién está al mando.
—Tú.
—Buena chica.
Se acerca y pega sus labios a los míos mientras rodea con el pulgar mi manojito de nervios, obligándome a agarrarlo del pelo y a aferrarme a ella como si mi vida dependiera de ello mientras me besa con fuerza y me masturba hasta el clímax. Su lengua se enrosca en mi boca, despacio pero con firmeza, con dureza pero con adoración.
Me está haciendo recordar.
Al sentir sus pechos pegados a mi costado, su maravillosa boca contra la mía y sus dedos largos y hábiles acariciándome, mi cuerpo se tensa, mi mente se queda en blanco y mi alma vuelve a su sitio.
Pierdo la razón.
Una larga oleada de placer me atraviesa. Gimo contra su boca mientras mi cuerpo se agita de manera incontrolable y alcanzo el clímax.
—Sólo para mí—gruñe, y sé que lo dice en serio. Su posesión carnal de mi cuerpo hace que me vuelva débil de deseo—Sólo para mí, siempre, ¿entendido, Britt?
—Sí—suspiro, y me relajo debajo de ella.
El rugido de la sangre corriendo empieza a disiparse en mis oídos.
—Arriba—me coloca los brazos alrededor de su cuello—Rodéame la cintura con esas piernas tan fabulosas.
Hago lo que me pide y me agarro de su cintura con las piernas para dejar que me levante de la cama. Se dirige hacia la puerta de la habitación.
—¿Adónde vamos?—pregunto ruborizándome al esperar una sucesión de polvos como marca su estilo.
—A mi despacho.
¿Qué?
—¡Espera!—grito bruscamente.
Se detiene al instante.
—¿Qué pasa?
—¿Dónde está Sue?
—Hoy no viene.
—Bueno, oye recuerda que me tienes que dar el teléfono de la doctora Wilde.
—¿Cómo?—dice, estupefacta.
—Para ir a buscar los exámenes.
—No es necesario, sabemos que estamos bien—escupe con asco.
No quiere que vaya por me enterare de la verdad. No me cabe duda de que es culpable.
—Claro que sí. En tu despacho.
Debería bajarme. De repente se pone tensa. Parece que ha intuido lo que pensaba hacer.
Sabe que lo sé.
—Tienes razón, después te lo paso. Podemos hablar de eso después.
Se aparta y me lanza una mirada de disgusto. Me mantengo seria cuando debería estar furiosa de que me haya sometido a un tratamiento para quedar embarazada, pero no puedo.
Es un puto enigma, y creo que jamás lograré resolverlo.
Quiere dejarme embarazada.
Pienso mantenerme muy firme con ese tema, aunque puede que ya sea demasiado tarde.
¿Qué haré si lo estoy?
No quiero ni pensarlo. Lo único que puedo hacer es rezar en silencio, y que el tratamiento no funcione.
—¿Sabes? Mi marca también se está borrando—digo mirándole el pecho mientras salimos del dormitorio.
Su cara de enfado desaparece y me sonríe con picardía.
—¿Ah, sí?
—Tendré que volver a marcarte.
Levanto las cejas y veo con deliciosa lujuria que sus ojos se han oscurecido todavía más.
—Mi chica es posesiva. Sírvete, Britt-Britt.
Sonrío y clavo los dientes en su pecho. Un pequeño gemido escapa de sus labios mientras desciende la escalera en dirección a su despacho.
—Quiero tomarte aquí para que siempre que esté trabajando te recuerde tirada desnuda sobre mi mesa.
Me coloca sobre la enorme mesa de madera y se sienta en su sillón de piel. Esta habitación también está ordenada. Sue debe de haberse preguntado qué coño ha pasado.
Está totalmente desnuda y me quedo extasiada al ver su esplendoroso cuerpo. Me coge los bordes de las bragas y yo me agarro a la mesa y levanto el culo para que pueda deslizarlas por mis piernas. Abre el primer cajón, las mete ahí, vuelve a cerrarlo y me mira.
—Acabas de correrte en ellas—apoya las palmas en mis muslos—Quiero poder olerte también. Abre las piernas.
¡Ay, Señor!
Me abro de piernas todo lo que puedo, exponiéndome a ella por completo. No es nada que no haya visto antes, un millón de veces, pero así, de esta manera, me siento totalmente desnuda. Se acerca en la silla y me echa la mano atrás para desabrocharme con suavidad el sujetador y deslizarlo por mis brazos. Mi respiración se acelera y estoy dispuesta a dejarme llevar otra vez, pero por su forma de actuar detecto que vamos a hacerlo a su manera. Ella tiene el mando y, sentado en esa silla, totalmente desnuda, con sus magníficos pechos, con los abdominales firmes y su sexo húmedo, posee un aspecto tremendamente poderoso.
—Échate hacia atrás y apóyate en las manos.
Mete el sujetador a juego en el cajón junto a mis bragas y se acomoda de nuevo en la silla.
Me inclino hacia atrás y mi pecho también queda expuesto. Estoy nerviosa y no sé por qué. Me ha tomado de mil maneras y posturas diferentes, y con mil estados temperamentales distintos, pero hoy me siento algo intranquila.
Aparta la mirada de la mía y la hace descender lentamente por mi cuerpo hasta fijarla en mi sexo. Sus ojos permanecen ahí clavados y se apoya todavía más contra el respaldo de la silla hasta que el mecanismo para reclinarla cede ante su peso.
Se está poniendo muy cómoda.
Yo, no tanto.
Estoy aquí sentada, igual de desnuda que ella, y el corazón se me sale del pecho mientras la veo mirar mi hendidura.
Está totalmente extasiada.
—¿Por qué estás nerviosa, Britt?—pregunta sin apartar los ojos de entre mis piernas.
Su voz grave y agitada no hace que me tranquilice.
—No lo estoy—miento lánguidamente.
Pero sí lo estoy. Me siento expuesta y observada, lo cual es ridículo. No hay ni un solo milímetro de mi cuerpo que no la haya tenido encima o dentro.
Soy toda suya.
Levanta la vista y su dureza se suaviza inmediatamente.
—Te quiero.
Todo mi ser se relaja al oír esas dos palabras.
—Yo también te quiero.
—No lo dudes nunca.
—No lo haré. ¿Has acabado con tus observaciones?—pregunto levantando una ceja sardónica.
—No—se inclina hacia adelante y vuelve a separarme las piernas. No me había dado cuenta de que las había cerrado un poco—Estoy evaluando mis posesiones.
Se apoya en el respaldo y continúa mirando mi parte más íntima.
—¿Soy una posesión?
—No, eres mi posesión, Britt—mantiene la vista fija donde está, y decido que ya que estoy debería disfrutar un poco también de mi propia posesión. Todavía salivo al ver lo perfecta que es—¿Quieres escuchar mi veredicto?—pregunta.
—Claro.
Me mira a los ojos y una de las comisuras de sus labios se eleva.
—Soy una mujer muy rica—se acerca sobre la silla, me agarra las piernas por los tobillos y me coloca las plantas de los pies sobre sus hombros. Si antes estaba desnuda, no sé cómo estoy ahora—No sientas pudor conmigo, Britt—me reprende con el ceño ligeramente fruncido.
Apoya las palmas de las manos sobre mis empeines y empieza a besarme el tobillo. El calor de sus labios activa una vibración en mi pierna que va directa a mi intimidad. Dejo escapar unos débiles gemidos.
—Apártate el pelo de la cara—ordena tranquilamente. Me apoyo sobre una mano, me recojo el pelo con la otra y lo dejo caer sobre mi espalda—Mejor. Ahora puedo ver todas mis posesiones—me da un mordisquito en el tobillo y noto una sacudida—Ver que estás excitada y saber que soy yo la que te hace estar así es la sensación más gratificante del mundo.
Extiende la mano, me pasa un dedo por la vulva y aplica una ligera presión en la parte superior de mi clítoris. Separo los labios y unos suaves jadeos escapan de mi boca repetidas veces. Me retuerzo con la tremenda necesidad de cerrar las piernas de golpe.
—Déjalas abiertas, Britt. Quiero ver cómo palpita tu carne en mi mano cuando te corras para mí.
Su tono gutural acelera mi deseo de explotar bajo sus caricias y su intensa mirada. Cambia un dedo por dos y me atrapa el clítoris entre ellos apretando despacio. Echo la cabeza atrás.
—¡Ahhhhhhhh!—gimo.
Sé que estoy cometiendo una falta grave.
—Mírame, Britt-Britt. No apartes los ojos de mí.
—Estoy cerca, San—jadeo.
—Lo sé, pero pararé si no me miras. Escúchame, Britt. Mírame con esos preciosos ojos que tienes.
Me obligo a levantar la cabeza con un esfuerzo inmenso y tiemblo bajo su tacto. Cuando nuestras miradas se cruzan, aumenta el ritmo de sus caricias. La visión de sus ojos oscuros y lujuriosos, sus carnosos labios entreabiertos y su cuerpo relajado aumenta mi placer.
Ella está quieto, pero totalmente excitada. Sus únicos movimientos son los de sus dedos en mi sexo deslizándose arriba y abajo, el de las sacudidas de sus pechos. Entonces acerca los labios a mi tobillo y hunde los dientes en la superficie de mi piel.
Pierdo la razón.
Contengo un grito y aprieto los pies contra los hombros de Santana mientras una descarga de presión estalla y me invade por todos los ángulos de mi cuerpo hasta que quedo reducida a una masa de nervios palpitantes.
—Eso es—jadea mientras me besa el pie y desliza el dedo por mi hendidura—Britt, estás palpitando. Es perfecto.
Mis pechos agitados ascienden y descienden, estoy toda sudorosa y mis músculos se contraen con violencia. Ella sigue sentada, observando mi clímax, con la mirada fija en mi abertura. La excitación en sus ojos es algo que no se puede describir con palabras. Lo que no sé es cómo consigue refrenar el impulso de llevarse las manos a su sexo húmedo.
—Ven aquí.
Extiende las manos y yo las acepto. Bajo los pies de sus hombros y doblo las piernas mientras me coloco a horcajadas sobre su regazo y me sujeto al respaldo de la silla.
Aún me ronda en la cabeza que quiera embarazarme, y tengo que pedirle el teléfono de la doctora Wilde. Tengo que mantenerme firme con este asunto.
Es una locura.
¿Añadir un niño a nuestra relación?
Eso sería una auténtica estupidez, y ya tenemos bastantes asuntos de los que ocuparnos, como de su comportamiento neurótico e imposible, sólo que ahora supongo que a ambas se nos podría calificar de neuróticas.
Sacudo la cabeza y tira de mí hacia abajo, me elevo inclinándome hacia adelante para que mis pechos queden cerca de su boca. Ella acepta el ofrecimiento, me lanza una sonrisa cómplice y luego enrosca la lengua alrededor de cada uno de mis pezones y los atrapa entre sus dientes. Acabo de tener dos orgasmos muy intensos, y si sigue mordisqueándome de esta manera pronto llegará el tercero.
¿Cómo consigue hacerme esto?
Siento su mano bajo mis lumbares y se coloca debajo de mí.
—Acomódate, Britt—me ordena con innegable voz de mando. Obedezco y hago descender los muslos, me acomodo y junto nuestros sexos. Apoya la cabeza contra el respaldo y yo la mía en su frente, con los ojos cerrados—No te muevas aún.
Su aliento fresco invade mis fosas nasales mientras me habla a la cara y me envuelve la cintura con sus manos.
Me quedo quieta.
—Me encanta que estemos así de unidas. ¿Cuánto crees que puedes permanecer así sin moverte?—me da un pico en la boca y me pasa la lengua por el labio inferior. Sé que no aguantaré. Aprieto la boca contra la suya, pero ella me detiene y aparta la cara—Veo que no mucho.
Echo la cabeza atrás y ella me mira otra vez.
—Me estás rechazando—digo suavemente.
A veces me sorprende que haga esas cosas, teniendo en cuenta lo mal que reacciona ella cuando no puede tocarme a mí.
—Es un desafío.
—Tú eres un desafío—respondo, y bajo la cabeza para intentar reclamarla de nuevo, pero vuelve a apartarme la cara.
Intento provocarla moviendo las caderas, pero ella me agarra la cintura. No necesita hacer mucha fuerza para mantenerme inmóvil. Aparto la cabeza y ella vuelve a mirar al frente.
—Me necesitas—dice con una voz tan áspera y sexy que apenas puedo controlar la respiración.
—Te necesito.
Sé que para ella estas palabras significan más que «Te quiero». Su expresión de deleite lo confirma. Me inclino hacia adelante para atrapar sus labios pero vuelve a apartarme la cara.
—¿Cómo te sentirías si alguien impidiera que me besaras?—pregunto.
—Querría matarlo—afirma con un rugido mirándome de nuevo.
Afloja las manos sobre mi cintura y yo aprovecho la falta de sujeción para bajar lanzando un gemido. Sus ojos cerrados con fuerza vuelven a abrirse.
—Yo también—digo con firmeza, y me aprieto contra sus caderas.
Resopla y me agarra de la cadera para detener mi táctica.
—¿Quién está al mando, Britt?
—Tú.
Sus ojos centellean.
—¿Quieres que te haga el amor?
—Sí.
—Buena respuesta.
Levanta las caderas y empuja hacia arriba, mientras tira de mí hacia abajo con un gruñido gutural. Grito y me agarro al respaldo de la silla.
—¿Así?—pregunta mientras se mueve otra vez.
—¡Joder, sí!—echo la cabeza atrás y cierro los ojos.
—¡Mírame!—ladra con otro golpe de la pelvis—Lo notas, Britt. ¿Lo notas?
Abro los ojos con la vista borrosa. La expresión carnal y posesiva de su rostro hace que me sienta como la criatura más deseada sobre la faz de la tierra.
—Lo siento.
Gruñe y empuja hacia arriba una y otra vez, elevándome y tirando de mí hacia abajo para recibir cada uno de sus embates. Una capa de sudor empieza a brillar en su frente. Los músculos de su mentón se tensan y la vena de su cuello sobresale. Me agarro con tanta fuerza al respaldo que los nudillos se me ponen blancos. Quiero besarla pero, primero, no ha dicho que pueda hacerlo y, segundo, nuestras bocas no podrían permanecer unidas.
Mi sexo tiembla y mi saturado montículo de nervios protesta ante tanta intensidad, pero necesito uno más, sólo uno más.
—Estoy cerca—expreso de manera entrecortada y difícil de descifrar—¡San, estoy cerca!
—¡Espera!—gruñe entre dientes, y aprieta hacia arriba. Me agarra las caderas con tanta fuerza que casi me hace daño—¡Aguántate!
—¡No puedo!—grito, y ella para al instante.
La falta de fricción y de ritmo detienen mi orgasmo.
—He dicho que esperes—jadea. ¿Cómo lo hace? Su respiración es agitada e irregular—Contrólalo, Britt.
—Contigo no puedo controlar nada.
Apoyo la cabeza en su hombro mientras el ardor en mi entrepierna se enfría ligeramente.
—Ya lo sé—vuelve la cara hacia mi pelo y me besa—Eres mía, así que yo lo controlaré.
Empieza a girar las caderas suavemente para reactivar mi orgasmo abandonado.
No puedo discutirle eso.
Le pertenezco por completo y sé perfectamente que no se refiere sólo a mi orgasmo inminente.
—Te quiero—murmuro contra su húmedo hombro.
Suspira.
—Yo también te quiero, Britt-Britt. ¿Nos corremos a la vez?
—Por favor.
—Dame esos labios.
Deslizo los labios por su cuello hasta la mandíbula y hasta su boca y ella empieza a mover las caderas ociosamente, hacia adelante y hacia atrás, mientras me derrito con sus besos.
Ésta es la Santana dulce; es como si estuviera saliendo con una decena de mujeres diferentes.
—Mmm. Eres deliciosa—dice. Gimo en su boca y noto que sonríe—Siento cómo te contraes, y me encanta que lo hagas—guía mis caderas y me coge con fuerza.
—A mí también me encanta sentirte junto a mí
Aprieto los muslos y la agarro del pelo para acercarla más aún.
—Córrete para mí—dice, y empieza a moverse trazando círculos estudiados seguidos de un pequeño empujón de las caderas.
Yo me retuerzo un poco y termino emitiendo un largo gruñido de satisfacción en su boca. Mi tercer orgasmo no ha sido tan intenso, pero sí igualmente gratificante.
—Joder—susurra, y su cuerpo se pone rígido. Me sostiene quieta en sus brazos—Eres increíble.
Me aferro a ella, es el placer encarnado. Ella es el placer encarnado.
—Ha sido fantástico—digo devorándole la boca.
—Arréglate o llegaremos tarde, Britt.
Continúo cubriéndola de besos.
—¿Adónde vamos?—no me importaría nada quedarme donde estoy—Estoy cómoda aquí.
—A cenar. He hecho una reserva—se ríe ligeramente, me sujeta de las mejillas y me aparta la cara—Ducha.
—Deja que te quiera.
Me aproximo y le mordisqueo suavemente la oreja.
—Britt...—me advierte tirando de mí. Le brillan los ojos con malicia cuando estira la mano y pasa un dedo por el borde del chupetón que me ha hecho en la teta—Siempre tendrás esto—me mira—Siempre.
Yo hago lo propio y recorro mi propia marca en su pecho.
—Deberías hacer que me tatúen tu nombre en la frente—sonrío—Así no habría ninguna duda de a quién pertenezco.
Enarca las cejas y parece sopesarlo por unos instantes.
—No es mala idea—dice finalmente, muy seria—Me gusta.
Se levanta conmigo en brazos y yo me aferro a ella como un mono, como de costumbre. Subimos al piso de arriba manteniendo la conexión hasta que llegamos a la cama, donde me coloca suavemente sobre las sábanas.
—Ponte boca abajo para que te eche más crema.
Me insta a volverme y me apoya las manos sobre las nalgas. Ahora sí que no me apetece nada salir. Quiero quedarme aquí toda la noche con Santana montada en mi espalda frotándome todo el cuerpo con sus maravillosas manos.
—Tengo que ducharme primero.
—Volveré a hacerlo después.
Sonrío.
—Tú también necesitas crema.
—Yo estoy bien. Lo importante eres tú.
Se coloca sobre mi trasero y vierte un poco de crema en mi espalda. Está fría y me hace saltar.
—¿Por qué no me has avisado?—refunfuño.
—Lo siento, puede que esté algo fría—ríe.
Giro el cuello y me deslumbra con esa sonrisa reservada exclusivamente para mí. Vuelvo a apoyar la cabeza sobre los antebrazos.
—Eres muy atractiva—susurro ensoñadoramente mientras me aplica la crema por cada centímetro de mi espalda—Creo que voy a quedarme contigo para siempre.
—Vale—accede riendo de nuevo.
—¿Sabes algo sobre tratamientos de inseminación?—suelto como si tal cosa.
Sus manos se detienen de repente y sé que estoy en lo cierto.
—¿De qué estás hablando?
—Estoy hablando del hecho de que la doctora Wilde practica el tratamiento de inseminación, y ella es tu doctora.
—Ya, ¿cuál es el problema?—pregunta, y empieza a mover las manos lentamente y en círculos sobre mi espalda.
¿Cuál es el problema?
No lo sé.
¿Por qué sabe y hace muchas de las cosas que hace?
Es un maldito misterio, con su manera de ser imposible y sus exigencias irracionales.
—No entiendo porque no me lo dijiste antes. No voy a desaparecer, si es lo que te preocupa.
—Ya sé que no—se ríe.
—Bien. Iré a mi médico para realizarme nuevos exámenes—digo tranquilamente.
No tengo ni idea de qué voy a hacer si estoy embarazada. Creo que moriré en el acto.
Sus manos se vuelven más firmes, lo que no hace sino alimentar mis sospechas
—No veo el problema de que vayas a la mía—protesta.
—Tengo más confianza con la mía—respondo con suficiencia.
No hay duda de lo que ha hecho.
—¡La mía también! Ya te atendió ella antes, y sabe lo que tiene que hacer.
Me echo a reír, aunque no sé por qué. Debería estar furiosa, asustada y preocupada. No quiero ni imaginarme cómo se comportaría conmigo si estuviera embarazada de su hijo.
Joder, sería insoportable.
Me envolvería en algodón y me encerraría en una celda acolchada durante nueve meses.
Joder.
Espero no estar preñada. Mi vida se acabaría.
¿Y cómo sería con sus hijos si es así conmigo?
La espera de mi próxima regla se me va a hacer eterna.
—¿Estás bien?—pregunta.
—Sí—me apresuro a contestar—¿Cuánto tiempo lleva Sue trabajando para ti?—pregunto desviando la conversación.
La que está en curso no nos lleva a ninguna parte. Jamás lo admitirá.
—Casi diez años.
—Te quiere mucho.
—Sí—responde tranquilamente, y sé que el sentimiento es mutuo.
Incluso admitió que no podría vivir sin ella.
—¿Sabe lo de La Mansión? ¡Ay!
—¡Perdona, Britt-Britt!—dice con temor, y me besa la espalda para curarme—Lo siento, lo siento.
—Tranquila, estoy bien. Pero que no se repita—se levanta ligeramente y entonces siento el breve y doloroso contacto de su manotazo en mi culo—¡Oye!
—No te hagas la lista conmigo—me reprende, y me acaricia la mejilla.
—¿Y bien?—insisto.
—¿Y bien, qué?
—Sue. ¿Sabe lo de La Mansión?
Me vierte un poco de crema en la nalga y me la extiende justo donde me ha dado la palmada.
—Sí, lo sabe. No es ninguna sociedad secreta, Britt. No encierra ningún misterio. Ya está. Arriba.
—A mí me lo ocultaste—mascullo indignada mientras me siento en el borde de la cama.
—Porque me estaba enamorando perdidamente de ti y me aterraba que huyeras de mí si lo descubrías—enarca una ceja acusadora y sé lo que va a añadir—Y lo hiciste—concluye.
—Estaba perpleja—intento defenderme.
Lo sucedido después de mi descubrimiento todavía me hace temblar, y quiero señalar que a pesar de todo regresé junto a ella. Fue lo de la bebida lo que me llevó a huir.
—Sabía que tenías experiencia, pero no me imaginaba que fuera porque regentabas un club sexual que utilizabas en exceso—le recuerdo, muy a mi pesar.
—¡Eh!—se acerca a mí y me tumba sobre la cama para darme un beso en los labios—Dejemos atrás el pasado. Centrémonos en nosotras, en el presente, en el mañana, en el día siguiente y en el resto de nuestras vidas.
—Vale. Bésame—sonrío.
—Perdona, ¿quién está al mando?—sus labios se curvan y aparta la mirada de mis ojos a mi boca.
—Tú.
—Buena chica—me ahoga con la suya y me da justo lo que quiero, aunque se aparta demasiado pronto. Expreso mi frustración con un gruñido sonoro y ella me mira con recelo—Me da igual que refunfuñes. Ponte el vestido nuevo de color crema.
Se levanta y me deja para que me duche y me prepare para salir a cenar.
Entro en la cocina sintiéndome muy especial con mi nuevo vestido, un cinturón dorado y unos tacones de color crema también nuevos. Tengo el pelo suelto sobre la espalda y me he maquillado de manera sencilla. Me detengo de repente en cuanto veo a Santana. Está al teléfono, escuchando con atención, y babeo al verla con su vestido azul marino. La repaso con la mirada de arriba abajo, desde sus tacones negros hasta su rostro arrebatador, pasando por sus piernas, sus pechos y su linda cara.
Tiene el ceño fruncido. Arrugo la frente con curiosidad y sus ojos se suavizan. Está sobre un taburete dándose golpecitos en el muslo. Me acerco y me apoyo en sus piernas mientras busco el brillo de labios en el bolso. Hunde el rostro en mi pelo para inhalarlo y me pasa el brazo por la cintura para acercarme más a ella.
—¿Y qué más puedes decirme?
Habla con poca cortesía. Me vuelvo y la miro con curiosidad de nuevo mientras me aplico el gloss. Ella hace caso omiso de mi mirada y me besa suavemente en la mejilla.
—Qué puta casualidad que la otra cámara estuviera rota—dice secamente—¿Has comprobado las grabaciones del exterior del bar?
Oh, oh...
Entonces respira hondo. Le aprieto el muslo y ella me mira y me besa en la frente.
—Vale, ya me dirás algo—tira el teléfono sobre la encimera y éste se desliza unos cuantos centímetros—No me lo puedo creer—masculla.
—Crees que es Rory el de la grabación, ¿verdad?
—Sí.
No sé de qué me sorprendo, ya sabía que lo pensaba, pero la confirmación hace que me ponga más nerviosa.
—¿Crees que fue él quien me drogó?—espeto.
—No lo sé, Britt—parece totalmente desmoralizada.
—Sería un poco exagerado, ¿no?
—Me odia, Britt. Sabe que eres mi talón de Aquiles. Estaba esperando esta oportunidad.
Me aparto y me vuelvo para mirarla.
—¿Y si vamos a la policía?—pregunto.
Su preocupación empieza a agobiarme de verdad a mí también.
—No—sacude la cabeza—Yo me encargaré de esto.
—De acuerdo—digo tranquilamente.
No pienso discutir con ella por este tema.
Suspira.
—Debería alejarme de ti, Britt. Si fuera capaz de soportarlo, lo haría.
—¿Qué?
Me encojo, presa del pánico, por el hecho de que haya llegado a sugerirlo siquiera.
—He hecho daño a mucha gente, Britt.
—¡Cállate!—me estoy cabreando—No digas esas cosas.
—Britt, la bebida, las mujeres...
—¡Que te calles, Santana!—grito—No hace falta que me recuerdes que ha habido otras mujeres desde que te conocí—ahora sí que estoy furiosa.
—Lo siento. Ojalá pudiera cambiarlo todo menos a ti. Eres lo único bueno que me ha pasado en la vida, y hasta eso lo estoy haciendo mal.
Agacha la cabeza. Las lágrimas empiezan a inundar mis ojos. Sé que tiene remordimientos, sé que se arrepiente de cosas.
Joder, sé todo esto.
La agarro de la cintura y acerco su cara a la mía.
—Basta, San—digo con firmeza.
Ella suspira y me mira.
—No sé qué he hecho para merecerte.
—Tú me lo recordaste.
Sonríe suavemente y después me mira con picardía.
—Me gusta tu vestido.
Mete la mano por el interior de mi muslo y la desliza por dentro de mis bragas.
—A mí también me gusta, el tuyo.
Joder, ya estoy jadeando otra vez.
Dejo caer el bolso al suelo de la cocina y la agarro de los hombros descubiertos. Saca el dedo, me lo acerca a la boca y extiende mi humedad por mis labios recién pintados con brillo.
—Soy una mujer muy afortunada.
Me coloca sobre su regazo y me inclina hacia atrás con los labios pegados a los míos en un largo beso sensual. Cuando ya tiene lo que quiere, se retira y me ofrece esa sonrisa reservada sólo para mí. Yo se la devuelvo y le paso el pulgar por el labio inferior.
—Ese color no te sienta bien—le digo, y le limpio el gloss nude mezclado con mi propia esencia.
—¿No?—hace pucheros y yo me río. Me levanta y coge el mando a distancia del equipo de sonido—Quiero bailar contigo.
—¿Ah, sí?
—Sí.
Sonrío cuando Pumped up kicks de Foster the People suena muy alto a través de los altavoces. Sin duda quiere bailar. Me aprieta contra su pecho y me sujeta con una mano la zona lumbar y con la otra agarra mi mano. Apoyo mi otro brazo en su hombro y la miro con una sonrisa.
—Me haces muy feliz, Sanny.
Sus ojos resplandecen y sus exquisitos labios empiezan a curvarse hacia arriba.
—Voy a hacerte feliz durante el resto de mi vida, Britt-Britt. Bailemos.
Sale de la cocina dando pasos hacia atrás y pronto estamos en el inmenso espacio diáfano del ático. Me da una vuelta y me atrae de nuevo hacia sí. Después me guía por toda la habitación. Me río y miro sus brillantes pozos oscruos cargados de dicha mientras me lleva entre los muebles, me hace girar y me sonríe. Me guía de un extremo del piso al otro, hasta la terraza. Danzamos por el entarimado y volvemos adentro.
—¿Qué baile es éste?—pregunto cuando pasamos junto al sofá de nuevo.
—No lo sé. Algo a medio camino entre el vals y el baile ligero, creo—me sonríe y yo dejo que me siga guiando. Sus ojos parecen a punto de estallar de felicidad—Creo que bailar contigo me gusta tanto como estar junto a ti.
—¿En serio?—pregunto totalmente estupefacta.
—No—frunce el ceño—Me parece que es lo más absurdo que he dicho en mi vida.
Echo la cabeza hacia atrás y ella se inclina y me besa la garganta mientras me dirige de nuevo hacia la cocina. Me levanta. Yo me agarro con las piernas a sus firmes caderas y hundo las manos en su cabello. Nos quedamos mirándonos y ella detiene sus movimientos, observándome detenidamente antes de colocarme suavemente sobre la encimera. Me coge de las mejillas y me mira directamente a los ojos. No hace falta que diga nada, pero sé que va a hacerlo. Es como si quisiera demostrar lo bien que se le da su talento recién descubierto.
Ahora habla conmigo.
Me acaricia con los pulgares.
—¿Quién está al mando, Britt?
Pongo los ojos en blanco.
—Tú.
—Te equivocas.
—¿Ah, sí?—digo, sorprendida.
Ella está al mando. Lo ha dejado bastante claro.
—Tú lo estás—sonríe y yo frunzo el ceño—Tú eres quien está al mando, Britt-Britt.
—Pero siempre insistes en que eres tú quien está al mando.
Se encoge de hombros.
—Me gusta que alimentes mi ego.
Me echo a reír.
—¿Estás de coña?
—No.
Dejo de reírme al ver que ella no lo hace, aunque esto es bastante gracioso. No hay duda de que manda ella.
¿Qué le pasa ahora?
Me atraviesa los ojos con su magnífica mirada.
—Yo tengo el mando de tu cuerpo, Britt. Cuando esos preciosos ojos están cargados de lujuria por mí, ahí es cuando tengo el poder.
Me suelta las mejillas y desliza las palmas de las manos por el interior de mis muslos. Me pongo tensa, separo los labios y la agarro de los hombros. Santana sonríe, se inclina y me besa suavemente.
—¿Lo ves?—susurra, y aparta las manos de mis muslos y me quita las manos de sus hombros—Y ahora el mando vuelve a ser tuyo.
La observo con una media sonrisa y entiendo perfectamente lo que quiere decir.
—Por eso me follas hasta perder la razón, me haces la cuenta atrás y me obligas a besarte cuando estoy furiosa.
Sonríe.
—Esa boca.
—¡Ahora que me has revelado tu secreto jamás dejaré que vuelvas a tocarme!
Se echa a reír con ganas. Su pecho se hincha y echa la cabeza hacia atrás. Creo que eso ya lo sabía. Por eso comienzo a correr conforme empieza la cuenta atrás. Sé de lo que es capaz en cuanto me pone las manos encima.
Baja la cabeza de nuevo y observa mi rostro.
—Bueno, López. Después de todo el sexo que hemos practicado, yo diría que usted posee la mayoría de las acciones de mando de esta relación.
Sonrío cuando rompe a reír de nuevo.
Da gusto verla.
Unas pequeñas arrugas se forman alrededor de sus ojos oscuros y hacen que brillen más aún.
—Britt-Britt, nunca nos cansaremos de practicar sexo.
—Y eso te convierte en una mujer muy poderosa.
—Joder, Britt—me aparta el pelo de la cara y me agarra de las mejillas de nuevo—Te quiero tanto, tanto. Bésame.
—¿Te sientes débil?
Se inclina.
—Sí.
Sus labios rozan los míos suavemente y yo le cedo el control que necesita y dejo que su lengua sature mis sentidos mientras ronronea en mi boca y absorbe todo mi poder.
—¿Mejor?—le pregunto pegada a sus labios.
—Mucho mejor. Venga, Britt-Britt, tenemos un compromiso—me baja de la encimera, apaga la música y recoge mi bolso del suelo—¿Lista?
—Ah, espera que te enseñe el mensaje.
Cojo el bolso y saco el móvil. Casi lo había olvidado.
—¿Qué mensaje?—dice con el ceño fruncido.
Es evidente que ella también.
—El que recibí desde el teléfono de Finn.
Busco en mi teléfono y mi corazón empieza a latir de manera agitada. Eso es. Ahora es el momento de sacarme esto de dentro. No da pie a confusión, así que no puede negármelo. Finn jamás haría algo así.
—Mira.
Le muestro el teléfono y ella lo coge. Mientras lee el mensaje, su arruga de siempre se va formando y una expresión pensativa invade su rostro. Me mira un momento y vuelve a centrarse en la pantalla. Está cavilando al respecto. Después de lo que parece una eternidad, yo expectante y ella mirando la pantalla, por fin empieza a asentir ligeramente.
—Me encargaré de esto.
Tira mi teléfono sobre la encimera. Parece muy cabreada. Me relajo, un poco aliviada.
Creo que esperaba que defendiera a Holly o que dijera que debía de haber sido otra persona, pero ¿quién iba a hacer algo así?
No necesito decir nada más. Por fin lo sabe, y siento un alivio inmenso.
Mi teléfono empieza a sonar en ese momento, lo recojo de la encimera y veo que el nombre de Danielle Ruth parpadea en la pantalla. Exhalo un suspiro de agobio y rechazo la llamada. Pronto telefoneará a la oficina y le dirán que hoy no trabajo.
—¿Quién era?—pregunta.
—Una nueva clienta. Una nueva clienta muy pesada.
Me quita el teléfono de las manos y vuelve a dejarlo sobre la encimera. Después me estrecha contra sus pechos.
—Hoy nada de trabajo. ¿Estás lista para nuestra cita?
Asiento contra ellos y les dejo un besito.
—Sí.
Me besa la cabeza, me libera y me ofrece el brazo. Sonrío, y entrelazo mi brazo con el suyo. Me guiña un ojo y me guía afuera del ático en dirección al ascensor.
Nos reflejamos en todos los espejos que nos rodean. Allá adonde miro, la veo en todo su esplendor. Me abrazo a ella y le paso la mano por la espalda descubierta.
No quiero soltarla jamás.
Entonces me observa con el rabillo del ojo.
—Debería obligarte a echarme un polvo de disculpa aquí y ahora—dice en voz baja.
—¿Te debo una disculpa?
—Sí.
Vuelve a dirigir la vista hacia adelante y yo la miro a los ojos en el reflejo de las puertas.
—¿Por qué?
Repaso en mi mente a qué puede estar refiriéndose, y encuentro demasiadas cosas que, en la cabeza de Santana, pueden tomarse como ofensas. Pero esta mañana me he comportado de un modo bastante dócil, y ella ha sido bastante razonable.
—Me debes una disculpa por haberme hecho esperar demasiado tiempo a que aparecieras en mi vida—dice, muy seria.
Sonrío y me pego a su lado. La verdad es que yo no he tenido que esperar mucho a que ella apareciera, dejando a un lado mis dos relaciones de mierda anteriores. Mientras que ella se enfrentaba a demasiados demonios, yo estaba tan tranquila, llevando la vida de cualquier joven normal.
Es curioso.
Las puertas del ascensor se abren y me rodea los hombros con el brazo mientras atravesamos el vestíbulo del Lusso.
—Clive.
Santana saluda al conserje, que asiente bruscamente en respuesta y continúa centrado en sus asuntos. Ni siquiera me ha mirado ni me ha preguntado cómo estoy. Anoche oí su voz de preocupación cuando Santana me llevaba en brazos.
¿He vuelto a molestarlo?
Salimos al exterior y Santana pulsa el botón del mando para abrir la puerta del DBS.
—Ah, ha llamado Rach. Deberías devolverle la llamada—dice.
—¿Has vuelto a coger mi teléfono?—pregunto, pero ella se encoge de hombros ante mi acusación.
Suspiro y abro el bolso para sacar el móvil pero, después de rebuscar un poco, me doy cuenta de que no está.
—San, me he dejado el teléfono arriba.
Deja escapar un suspiro largo y exagerado para demostrarme las molestias que le estoy causando.
—Toma—me da las llaves—Date prisa o llegaremos tarde a cenar.
—Vale.
Vuelvo a atravesar el vestíbulo del Lusso a la carrera, miro mal a Clive, que sigue ignorándome, y pulso el código del ascensor.
¿Cómo es que no continúa en la planta baja?
Espero con impaciencia a que baje de nuevo y entro corriendo cuando lo hace. Salgo antes de que las puertas se hayan abierto del todo, meto la llave en la cerradura y la dejo ahí mientras corro a la cocina.
Me detengo súbitamente y dejo escapar un grito ahogado al ver a dos personas sentadas en los taburetes, ambas con un aspecto bastante amenazador.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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Re: FanFic Brittana: Mi Mujer 3: Confesión (Adaptada) Epilogo
holap morra,..
birtt si que sabe como poner en jacke a san,...y lo entendió!!!!
a ver que puede llegar a hacer san con respecto a holly????
a ver como termina la cena??? o lo que vio britt???
nos vemos!!!
birtt si que sabe como poner en jacke a san,...y lo entendió!!!!
a ver que puede llegar a hacer san con respecto a holly????
a ver como termina la cena??? o lo que vio britt???
nos vemos!!!
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