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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Sep 23, 2016 11:10 pm

3:) escribió:Estan abasando bien... pir ahora jajaja...
Es bueno que de a poco esten entrando en confiansa las dos....
Mmmmmm no me gusta sam.... a ver como van las cosas ahi???
 hola sip, vamos a ver la confianza que se desarrolla ahora mas, en caso que funcione lo de la libertad condicional de Santana. Ellas dos sin vigilancia, seran un peligro?????
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Sep 23, 2016 11:12 pm

micky morales escribió:A pesar de las circunstancias son tan lindas juntas, que tendran que ver sam y ryder con el encarcelamiento de santana??????

sip son un amor juntas,  ohhhh bueno ya lo medio podran descrubrir en los siguientes capitulos que aqui dejo..

Iba a actualizar ayer pero el sitio no estaba disponible pero aca les dejo cuatro cap.... bye
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Sep 23, 2016 11:14 pm

claudia1988 escribió:Que tierno el sobrenombre melocotones jajajaja
( ˘ ³˘)❤️

[Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO - Página 3 1206646864  sip muy tierno, super comico cuando Brittany le dice que le dira Kiwi a ella, jajajjaj....
bueno la siguiente actualizacion aca va
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Sep 23, 2016 11:19 pm

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CAPITULO 9

 
López estaba inquieta. Inquieta y nerviosa. Joder, ¿dónde coño estaba Melocotones?
 
Estaba en una sala más elegante de lo habitual, al lado de Will y del abogado cara de rata. Diane, la encargada de su caso, llegaría dentro de quince minutos y
Melocotones todavía no se había presentado. Sabía que podía contar con ella, Will se lo había confirmado cuando le había preguntado si sabía dónde estaba, tratando de aparentar indiferencia. No le había pasado desapercibida la mirada del psicólogo.
 
Pero es que todo aquel rollo de la condicional la ponía muy nerviosa.
La puerta se abrió y López dejó de mover la pierna cuando Britt entró por fin en la sala. Estaba impresionante, con su blusa azul cielo y falda tubo de color negro.
Llevaba el pelo recogido en un moño flojo y López sintió unas ganas casi irrefrenables de soltárselo y agarrarle un mechón para poder olerlo y comprobar si conservaba el dulce aroma a melocotones que no había podido olvidar desde niña.
 
—Siento llegar tarde —se excusó ella con Will, mirando a López.
 
Ella captó su mirada y sonrió. A su lado, Will se aclaró la garganta y López recobró la seriedad. ¡Mierda! Will se había dado cuenta de que había «algo» entre ellas. Ya
le había preguntado varias veces por Melocotones desde el día en que se desmayó como un panoli. Era sólo cuestión de tiempo que sumara dos y dos.
 
Iba a tener que andarse con cuidado. Cuando Melocotones estaba cerca, ella estaba mucho más sosegada. Ella lograba controlar su mal humor y, aunque en general eso
era muy positivo, también podía ser peligroso. Con esa idea en la cabeza, se echó hacia atrás en la silla y evitó mirarla concentrándose en las pieles de su pulgar.
 
La alcaide Sue entró entonces en la sala, seguida por Diane. Era una mujer impresionante, de treinta y pocos años, con grandes ojos oscuros y pelo castaño y
ondulado que llevaba por debajo de los hombros.
Sue empezó presentándole a Britt, que se ruborizó deliciosamente cuando Diane alabó el trabajo que estaba haciendo. Luego la supervisora se dirigió a la mesa
donde estaba sentada López y, sin mediar palabra, empezó a sacar todos los papeles que necesitaba. Se sentó enfrente de ella y empezó a escribir en la parte superior del formulario.
 
—¿Cómo estás? —le preguntó—. Tienes buen aspecto.
 
—Estoy de perlas —respondió López, con su habitual tono entre petulante e indiferente.
 
Diane la ignoró.
 
—La junta de libertad condicional se reúne dentro de seis semanas. Será entonces cuando discutamos tu caso, pero tengo unas cuantas dudas sobre unos aspectos
que podrían influir en la decisión.
 
López se puso alerta.
 
—Me han llegado pruebas —siguió diciendo ella, mostrándole un formulario— de que has mostrado un comportamiento agresivo hacia otros internos y también
hacia el personal del centro, incluidos la señora Sue y la señorita Pierce, y que has amenazado a guardias que estaban de servicio.
 
—Porque uno de ellos me atacó —contestó ella—. Casi me rompe la muñeca, la muy cabrona.
 
—San —le llamó la atención Will, negando con la cabeza de manera apenas perceptible.
 
—Me informaré sobre eso —le aseguró Diane a López, anotándolo en su agenda—. Pero —continuó, levantando la cabeza—, eso no quita para que, de momento,
tengas más puntos en contra que a favor. La cuestión es: ¿qué estás haciendo para compensar los puntos negativos?
 
—Como sabe —dijo Will tras unos momentos de tenso silencio, durante los cuales López se concentró en su zapato derecho como si éste fuera el objeto más
fascinante del pPierceta—, San ha estado trabajando con la señorita Pierce. Estudia Literatura inglesa tres veces a la semana.
 
—Sí, lo sé —replicó Diane—. ¿Cómo han ido las clases, señorita Pierce?
Melocotones sonrió.
 
—Estupendamente. López trabaja mucho. Se muestra interesada por la materia y aporta ideas muy perspicaces sobre los temas que discutimos.
Diane anotó algo rápidamente.
 
—Tengo entendido que ella y usted tuvieron un par de... llamémoslos desacuerdos durante las primeras clases.
Britt cruzó las piernas.
—Sí, es verdad.
 
—Pero no ha vuelto a pasar.
 
—No. López y yo llegamos a un acuerdo sobre su conducta y, desde ese momento, su actitud ha sido positiva y colaboradora. Es evidente que quiere aprender y
hacerlo bien.
 
—Eso está muy bien, López —comentó Diane, con una inclinación de cabeza.
 
—Pero... —dijeron Will y López a la vez.
 
—Pero los miembros de la junta no son tontos y saBlaine que tu asistencia a las clases puede ser una manera fácil de conseguir puntos.
 
—Con el debido respeto —la interrumpió Will—, ¿no es ése el objetivo de las clases?
 
—Sí, sí, por supuesto —corroboró Diane—, pero López debe demostrar que lo está haciendo porque quiere y que los conocimientos que está adquiriendo le
resultarán útiles a largo plazo. —Se volvió hacia ella para añadir—: Ése es el objetivo de la condicional, López, pensar en el largo plazo.
 
La miró fijamente.
 
—. Para ser sincera, me temo que los miembros de la junta puedan ver tu comportamiento como una rebelión contra las reglas de la institución.
López miró a Melocotones, transmitiéndole la decepción que estaba sintiendo.
 
—¿A qué se refiere cuando habla de largo plazo?
 
preguntó el abogado de López, que había estado tomando notas en una libreta amarilla.
 
—. ¿Cuánto duraría la libertad condicional?
Diane se echó hacia atrás en la silla.
 
—Si la comisión se la concediera, saldría quince meses antes de cumplir la condena.
 
—Es decir, duraría doce meses —concluyó el abogado.
 
—Supongo. Me extrañaría que se avinieran a un plazo menor. Durante los primeros nueve meses, yo misma me encargaría de su supervisión, como su agente de la
condicional, y Will también podría seguir reuniéndose con ella si quisiera.
 
—¿Y las clases particulares también continuarían durante la condicional? —preguntó Britt.
 
—Yo no lo descartaría —opinó Diane—. Así la junta vería que López se toma en serio su rehabilitación, pero eso deBlaine discutirlo entre ustedes antes de la reunión
de la junta. ¿Hay algo más que quieras preguntar o añadir, López?
Ella se aclaró la garganta.
 
—Si, ejem, si continúo con las clases particulares después de salir de aquí, ¿cuánto tiempo deberíamos seguir? ¿Tendría que seguir dando clases toda la vida?
Diane negó con la cabeza.
 
—Cuando pasan los nueve meses iniciales vuelve a haber reunión de la junta y se revisa el caso. Si la señorita Pierce está de acuerdo en seguir con las clases, tendrá
que tomar notas detalladas de todo lo que estudiéis y de los resultados, así como asistir a la reunión y explicárselo a la junta.
 
—No habría problema —replicó Britt con firmeza.
 
—Me alegro de oírlo.
 
Diane se volvió hacia López.
 
—. Pero ya sabes que habrá otras condiciones que cumplir, incluidos análisis de drogas y toque de queda.
 
Sí, la libertad condicional era una fiesta.
 
López parecía estar a punto de fumarse la ropa cuando Britt entró en la habitación.
 
—Por lo más sagrado, dime que llevas...
 
—Cigarrillos.
Britt sonrió al mostrarle un paquete de Marlboro.
 
—. Toma, campeona
añadió, lanzándoselo por el aire. Durante la última sesión, Santana le había dado
permiso para tutearla cuando estuvieran a solas. Santana  abrió la cajetilla y sacó uno.
 
Britt la observó mientras inhalaba el humo con los ojos cerrados. Repitió la acción dos veces antes de mirarla.
 
—Gracias
murmuró luego, a través de una nube de humo.
 
Britt se desplazó hasta su lado de la mesa, mirando al guardia, al que ya no parecía preocuparle que se acercara a la reclusa. Colocó un libro de El mercader de Venecia
frente a López y se sentó frente a su propio ejemplar.
 
—Hoy quiero que le echemos un vistazo a este discurso —le dijo, señalando la página—. Me interesa conocer tu interpretación de él.
 
—¿Este discurso? ¡Qué predecible!
Britt soltó el aire con impaciencia.
 
—Predecible o no, es una parte importante de la obra y quiero saber la opinión que te merece. Aunque tal vez tu respuesta sea tan predecible como mi elección de
texto. —Britt disfrutaba provocándola un poco.
López alzó una ceja.
 
—De acuerdo, Melocotones —dijo, mientras se sentaba—. Picaré el anzuelo. ¿Qué quieres saber?
 
—Sorpréndeme.
Ella  resopló, soltando el resto del humo del cigarrillo.
 
—Es un discurso que hace Shylock.
 
—¡Vaya! —replicó ella, abriendo los ojos como platos—. ¡Asombroso! Los expertos en Shakespeare de todo el mundo se estremecerán emocionados cuando se
enteren de tu increíble reflexión.
 
López se echó a reír.
 
—Vale, Melocotones —replicó—. «Soy judía...» —empezó.
 
Britt se quedó boquiabierta. La escuchó recitar el discurso entero de memoria, sin mirar la página que tenía abierta delante de ella ni una sola vez. En vez de mirar el
libro, tenía los ojos clavados en ella, oscuros y brillantes. Oírla declamar las palabras de Shakespeare era indescriptiblemente erótico. Sus ojos brillaban con la misma
pasión que sin duda Shylock había mostrado ante el tribunal al expresar su enfado por las ofensas que había sufrido.
Esforzándose por parecer serena, Britt dijo:
 
—Impresionante, pero aún no has respondido a mi pregunta.
 
López alzó las cejas.
 
—Trata sobre la venganza. Shylock está comprensiblemente enfadado por cómo lo han tratado a causa de su religión y se jura responder a esas fechorías con otra.
Pero la de Shylock resulta ser peor, porque es un cabrón.
—Entonces, ¿te parece que eso excusa cómo lo tratan Solanio y Salerio? Es un cabrón, así que probablemente se merece lo que le pasa.
 
López hizo un sonido despectivo con la boca.
 
—Lo tratan así porque son unos idiotas estrechos de miras, que no ven más allá de las etiquetas. Para ellos, «judío» significa lo mismo que «malvado». Pero ese
antisemitismo galopante no es lo más importante de la obra ni del discurso.
 
—¿Ah, no?
 
—No —replicó López, echándose hacia delante con decisión—. Shylock dice: «Si nos pinchan, ¿acaso no sangramos? Si nos hacen cosquillas, ¿acaso no reímos? Si
nos envenenan, ¿acaso no morimos?». A lo que se refiere es que no importa su religión o la etiqueta que le pongan, es tan humano como los cabrones que lo están
atacando. En todas partes del mundo, a todas horas, las personas juzgan a los demás por su color, religión, orígenes, raza, orientación sexual... o historial criminal.
 
Alzó la cabeza y miró a Britt a los ojos.
 
—El mundo es un lugar de mierda y Shylock es el único en toda la obra que tiene narices para reconocerlo. Es irónico que el supuestamente tonto, malo e inculto
judío tenga tanto valor. Eso es lo que le da tanto peso a toda la mierda en la que se ve envuelto. Que sea judío es solamente un recurso del autor. —Soltó un suspiro y se frotó la barbilla con la palma de la mano—. Shakespeare habría podido retratarlo como una reclusa de Arthur Kill si este sitio hubiera existido en su época.
 
Britt estaba pasmada. La vehemencia de su discurso hizo que se preguntara con qué fanáticos intolerantes habría tenido que enfrentarse para identificarse tanto con el personaje de Shylock. ¿La habrían marginado por haber estado en la cárcel?
Cuando López volvió a echarse hacia atrás en la silla, le rozó la rodilla con el dorso de la mano. Britt contuvo el aliento al notar su contacto.
 
—Los demás lo consideran una bestia cruel porque jura vengarse, pero ¿quién coño puede echárselo en cara? Si ya carga con la fama, ¿por qué no darle a la gente lo
que esperan de él?
 
—Podría haberlos sorprendido —respondió Britt, a quien no se le escapó que el tono de la conversación había cambiado—. Podría haberse comportado de otra
manera, con más calma, para demostrarles que era una buena persona.
 
López negó con la cabeza.
 
—Las cosas no funcionan así. Te cuelgan una etiqueta y, si te quejas, te dicen que te jodas.
Se señaló.
 
—. Delincuente. No hay nada que se pueda hacer para borrar
eso. Es mucho más fácil vivir cumpliendo las expectativas de la gente que tratar de cambiarlas. Así se evitan un montón de decepciones por ambos bandos.
 
Britt frunció el cejo.
 
—Entonces, ¿qué haces aquí? ¿Y por qué yo he aceptado ayudarte a conseguir la condicional, a cambio de tener que soportar tu mal humor durante doce meses más?
 
López le dedicó una breve sonrisa.
 
—No lo sé, Melocotones. ¿Por qué lo has hecho?
 
Britt le sostuvo la mirada unos instantes antes de bajar la vista al libro.
 
—Tengo mis razones.
 
—Tu propia libra de carne.
 
Ella levantó la cabeza bruscamente al oírla, pero Santana estaba ocupada jugando con la cajetilla.
 
López respiró hondo antes de decir:
 
—Y yo estoy aquí porque... tenía que hacerlo.
 
Confusa, Britt abrió la boca para hablar, pero Santana la interrumpió.
 
—¿Lo decías en serio?
 
—¿El qué?
 
—Que seguiremos dando clases cuando salga de aquí.
 
—Sí, quiero ayudarte en todo lo que pueda.
 
A López se le escapó una sonrisilla.
 
—¿Por qué?
 
Britt sonrió.
 
—Porque soy masoquista.
Ella se atragantó de risa por su respuesta.
 
—Me lo he ganado. Por un momento, he creído que te apetecía estar cerca de mi culito sexi sin guardias ni cámaras, pero vamos, lo que tú digas —le soltó.
 
Ella se llevó las manos a las mejillas.
 
—Dios mío, qué transparente soy.
 
Cuando López se echó a reír de nuevo, Britt se contagió.
 
—Venga, cállate ya y trabaja un poco.
 
Empujó una hoja de papel y un bolígrafo hacia Santana.
 
—Sí, señora —replicó López, con un guiño que hizo que algunas partes de Britt se volvieran histéricas.
 
«Sin guardias ni cámaras», se dijo, mientras Santana se ponía a trabajar. La observó a placer, desde el sexi corte de pelo hasta las mejillas levemente sonrojadas.
La sangre se le calentó cuando dejó vagar libremente la imaginación.
 
—¡Cabrona!
 
—¡Cabronazo!
 
—¡Hija de puta!
 
—¡Hija de las mil putas!
 
—¡Zorra!
 
López se detuvo en seco y se incorporó lentamente, deteniendo el juego al sostener en alto la pelota de baloncesto con su mano. Miró a Tina con la ceja alzada.
Ésta, que estaba jadeando por el esfuerzo, tenía los dientes apretados y las mejillas muy rojas. Se quedó mirando a López sin decir nada durante al menos veinte
segundos, hasta que su amiga le devolvió la mirada.
 
—¿A qué demonios estás esperando? —refunfuñó Tina, incorporándose un poco.
 
—¿Acabas de llamarme «zorra»?
 
Tina se incorporó todo lo que le dio de sí la espalda y le dirigió una mirada amenazadora. Inspiró hondo por la nariz y miró a las otras dos reclusas que estaban
jugando con ellas un partido vibrante, casi violento, durante los últimos cuarenta minutos. Las dos mujeres empezaron a moverse inquietas de un lado a otro. Tina se
volvió hacia López.
 
—Sí —respondió desafiante, alzando la barbilla—. Lo he hecho. ¿Qué pasa?
López frunció el cejo y sonrió.
—Nada, sólo quería asegurarme —replicó, antes de pasarle la pelota sobre la cabeza de Tina a su compañera, que la recibió y la lanzó como una auténtica
profesional.
 
El balón pasó limpiamente, sin rozar el aro, haciéndoles ganar el partido por dos puntos.
 
—¡VAMOS! —bramó López con los puños apretados. Se dirigió hacia su compañera de juego, la agarró bruscamente por el cuello y le frotó la cabeza con los nudillos con un poco más de vigor del necesario—. ¡ÉSTE ES MI MUJER!
 
—¡Eres una jodida tramposa! —le gritó Tina, apuntándolo con el dedo—. Tú... ¡has hecho trampas!
 
López se echó a reír y negó con la cabeza tras soltar a una reclusa que parecía aliviada.
 
—. Perder sin dignidad ni elegancia no es atractivo, Tina —comentó,
dirigiéndose hacia ella.
 
—¿Ah, no? —le preguntó Tina, con la lengua apoyada en la parte interior derecha de la boca—. Pues a lo mejor yo no tengo dignidad ni elegancia, pero lo que sí
tengo es un puño para tu cara y un pie para tu culo tramposo.
 
López se detuvo a media zancada, captó el brillo en los ojos de Tina e, instantes después, estaba corriendo por el patio como si la persiguiera el mismo demonio,
mientras su amiga la perseguía.
.
—¡Ven aquí, mariquita! —gritaba, persiguiendo a López bajo las miradas incrédulas de reclusas y guardias.
 
Ésta respiraba con dificultad mientras corría en zigzag para esquivar el ataque de la chimpancé loca que es su amiga, sin poder ocultar una enorme sonrisa. Pero la felicidad y la satisfacción que sentía se cortaron en seco al darse cuenta de que había llegado a un rincón sin salida y que se encontraba entre un muro de ladrillo y un gigantón que se acercaba. Se volvió hacia él para rendirse y pedirle clemencia, pero sintió que el aire la abandonaba en un grito estrangulado, cuando Tina se abalanzó sobre ella. Ésta le hizo una llave de lucha libre y, agarrándola por el cuello, tiró de Santana hasta el centro del patio.
 
López se resistía, gruñendo y clavando los talones en el suelo, lo que provocó las risas y gritos de todos, guardias incluidos, al ver a la rebelde presa que no paraba de
insultar y maldecir a través de una garganta casi aplastada.
 
—Tina —suplicó casi sin aliento, tratando de librarse del antebrazo que la ahogaba.
 
—¿Lo sientes, dices? —preguntó la otra en voz alta—. No hablo el idioma de las jodidas tramposas. Tendrás que hablar más claro.
 
A pesar de la situación, López no pudo aguantarse la risa.
 
—¡Tina! —La agarró por la muñeca—. ¡Tía, por favor! Yo... ¡Joder, Tina! ¡Lo siento!
Tina sonrió, le guiñó un ojo a la divertida multitud que se había reunido a su alrededor y le soltó al fin la cabeza.
 
—Cabrona —murmuró López, mientras las demás se dispersaban desencantadas al darse cuenta de que en realidad estaban jugando y que nadie iba a recibir una
paliza.
 
Tina rio por la nariz.
 
—Tramposa.
 
Touché —se rindió López con una sonrisa burlona.
 
—¡Hey, señorita P! —exclamó Tina entonces, sobresaltando a López.
Se volvió y vio a Melocotones que salía de su coche, medio oculta tras una enorme bolsa, y se dirigía a la entrada principal, saludando a Tina discretamente. López
dejó que la comisura derecha de su boca se elevara en una leve sonrisa, pero frunció el cejo al notar que ella bajaba la cabeza y se apresuraba.
 
López se frotó el estómago para librarse de la punzada de algo incómodo que se le enredó en las entrañas. De hecho, llevaba varios días molestándole.
Tina bajó los brazos.
 
—¿De qué va? —Se volvió hacia López buscando una explicación.
 
Santana se frotó la cara antes de volver a su asiento habitual y hacerse con un cigarrillo. Lo encendió, inhaló el humo, lo aguantó unos instantes y lo exhaló mientras negaba con la cabeza.
 
—No lo sé. Lleva rara un par de semanas —contestó, señalando el aparcamiento con la cabeza.
 
—¿La señorita Pierce? —preguntó Tina.
 
Ella asintió y le pasó el pitillo. Había tratado de ignorar el comportamiento de Melocotones, pero cada vez se le hacía más duro. Todo había empezado pocos días
después de la reunión con Diane para hablar de la libertad condicional.
 
Había entrado en la sala donde daban las clases particulares y casi no la había mirado ni le había dirigido la palabra durante toda la sesión. López no había comentado nada, pensando que tal vez le pasaba algo que en realidad no quería saber. Pero dos semanas más tarde, su paciencia se estaba agotando rápidamente.
 
—¿Crees que puede tener algo que ver con tu libertad condicional? —preguntó Tina, devolviéndole el cigarrillo.
 
López fingió indiferencia, aunque pensar que ésa podía ser la razón de su repentino distanciamiento la aterrorizaba. Tal vez se había arrepentido de haberse ofrecido
a darle clases fuera de la institución. Tal vez quería echarse atrás y no sabía cómo hacerlo.
 
Estaba acostumbrada a que la gente la dejara en la estacada, pero joder, ¿Melocotones también? Odiaba sentirse tan impotente cuando se trataba de ella. Lo peor no era que no le concedieran la condicional —aunque eso también la jodería y mucho—, lo peor sería que ya no tendría una excusa válida para ver a Melocotones fuera de Arthur Kill.
 
Soltó el humo por la nariz, enfadada, sabiendo que las vueltas y vueltas que esas ideas le daban en la cabeza no iban a parar hasta que hablara con ella.
 
—Pregúntaselo, López —comentó Tina, contemplando las canchas de la parte trasera de la institución.
Santana resopló.
 
—Sí, claro, Tina.
Ésta chasqueó la lengua.
 
—Marica.
 
 
—Lo que tú digas —replicó López, aspirando todo lo que el cigarrillo podía dar de sí, antes de soltar el humo en la cara de engreída de Tina—, perdedora.
 
La risa estruendosa de su amiga y la palmada que le dio en la espalda le dieron fuerzas a López para enfrentarse a Melocotones esa misma tarde.
 
Pero cuando, cinco horas más tarde, ella entró en la habitación donde hacían las clases, la determinación de López se diluyó un poco, ya que sólo tenía ojos para
fijarse en lo bien que le quedaban la falda gris y la blusa de color rosa pastel. Las ideas y la sangre que solía bombearlas hacia la cabeza, se dirigieron en tropel en una dirección muy concreta. Joder. López soltó el aire y murmuró algún que otro taco, mientras ella dejaba el material y los cigarrillos para él en la mesa.
 
—¿Te pasa algo? —le preguntó Britt, con una mirada apresurada.
López, que se había tapado la boca con las manos, se rio y negó con la cabeza.
 
—Nada en absoluto. Adelante.
Aquella mujer iba a acabar con Santana.
Apoyó la cara entre las manos y la observó mientras ella prácticamente desaparecía en su bolsa de Mary Poppins buscando más material.
 
—Melocotones —murmuró, sin quitarse el cigarrillo de la boca.
 
El nombre había prosperado y se sentía bastante cómodo usándolo, aunque seguía extrañándole que ella se lo permitiera, sin preguntarle el porqué de ese apodo.
 
—¿Mmm? —respondió Britt, desde las oscuras profundidades del bolso.
 
—¿Qué coño estás haciendo?
 
Melocotones se quedó inmóvil un instante antes de emerger de la monstruosa caverna y dirigirle una sonrisa avergonzada.
 
—Estaba... buscando una cosa.
López sonrió.
 
—¿Qué, la corbata de Jimmy Hoffa? —Alzó las cejas y miró al guardia, que disimuló la risa tapándose la boca con la mano.
 
Britt las miró a las dos y puso los ojos en blanco.
 
—No, listilla.
Desplazó la silla para sentarse a su lado, como hacía siempre, y dejó el trabajo de López sobre la mesa. Hizo una breve pausa antes de explicarle los comentarios que
le había hecho y de preguntarle alguna cosa relacionada con sus respuestas. Seguían inmersas en El mercader de Venecia.
 
—Aquí dices que el personaje de Portia es el más inteligente de toda la obra, pero no explicas por qué —comentó ella, inclinándose sobre el ejercicio. Santana la observó colocarse un mechón de pelo detrás de la oreja—. ¿Podrías ampliarlo? —le pidió y se echó hacia atrás para poner distancia entre ellas. No la miró a los ojos en ningún momento.
 
—¿Por qué haces eso? —le espetó López.
 
—¿Disculpa?
 
—Eso —repitió Santana, señalando su manera de sentarse.
 
—. ¿Por qué te apartas? —Abrió mucho los ojos cuando, pasados unos segundos, vio que Britt seguía sin responder—. Olvídalo —murmuró, acercándose la hoja de papel.
 
—No
Replicó ella con decisión, plantando la mano sobre el papel. Santana la miró a los ojos.
 
—. ¿A qué te referías, López?
 
Ésta murmuró algo entre dientes, mientras cogía la cajetilla de tabaco para juguetear con ella. Britt aguardó pacientemente.
 
—¿Te estás rajando de lo de la condicional? —soltó finalmente de sopetón.
 
La pregunta pareció dejarla de piedra, pero López no le dio tiempo a responder.
 
—Porque, francamente, preferiría que fueras de frente y me lo dijeras a la cara. Joder, no quiero ir esperanzada a la reunión con esa panda de perdedores
pretenciosos, y que tú te presentes ese día y sueltes que no vas a seguir con las clases por... lo que sea.
 
Britt parpadeó. Abrió la boca para hablar, pero no le salieron las palabras. ¿Cómo podía pensar que la dejaría en la estacada? ¿No le había demostrado su implicación
con todo el trabajo que estaba haciendo? Era verdad que su actitud hacia ella había cambiado un poco, pero no podía explicarle la razón. Antes preferiría morir.
 
Lo cierto era que, dos semanas atrás, las pesadillas de Britt se habían esfumado. Y ella se habría sentido eternamente agradecida, de no ser porque habían sido
sustituidas por los sueños más sensuales que había tenido nunca. Al principio eran bastante inofensivos, pero catorce noches más tarde, eran cada vez más ardientes.
 
Eso tampoco habría sido un gran problema —ya había tenido sueños picantes en otras ocasiones—, pero es que la protagonista de sus sesiones de porno nocturnas era nada más y nada menos que la señorita Santana López.
Y desde que había empezado a soñar con ella, su vida era un infierno.
¿Cómo podía tener unos sueños tan alucinantes con una mujer a la que apenas conocía? ¿Y cómo demonios iba a soportar esa situación sabiendo que tendría que
verla durante al menos doce meses más fuera del entorno protegido, seguro y controlado de Arthur Kill, donde nadie podía tocar a nadie sin que hubiera represalias?
 
Aunque no se le pasaría por la cabeza ponerse a ella ni poner a López en esa situación. Era impensable. Era su profesora y Santana su alumna. Tenía un trabajo de gran responsabilidad y no pensaba echar a perder lo que tanto le había costado conseguir. La política de no confraternización sin duda se aplicaría también durante el período de libertad condicional.
 
—¿Qué te ha hecho pensar eso? —le preguntó al fin—. ¿Qué he hecho para darte la impresión de que no quería seguir ayudándote a conseguir la condicional?
 
—No lo sé. Joder, es sólo que... estás distinta. Como si estuvieras preocupada por algo. O nerviosa. Y he pensado que igual era la idea de seguir con las clases fuera
de aquí lo que te asustaba.
 
López trató de disimular el dolor que le causaba aquello, pero aunque controló la voz, los ojos la traicionaron antes de que los bajara hacia la mesa.
 
Había notado que ella estaba marcando distancias. Britt no supo si sentirse halagada o asustada por el hecho de que Santana prestara tanta atención a su conducta. Se tragó el pánico y se acercó un poco, luchando contra el impulso casi irrefrenable de acariciarle la cara.
 
—No me voy a ninguna parte. Quiero ayudarte a conseguir la condicional y quiero que sigamos dando clases cuando estés fuera.
 
López alzó la mirada hacia ella.
 
—Siento haberte hecho dudar de mi compromiso. No te fallaré. Puedes contar conmigo al cien por cien —concluyó Britt.
 
La sorprendió la vehemencia de sus propias palabras, pero sabía que eran sinceras y que le habían salido del fondo del alma. Fuera o no fuera su propia libra de
carne, ayudaría a López, y nadie iba a impedirlo.
Santana  tardó unos instantes en reaccionar.
 
—De acuerdo —dijo al fin.
 
Permanecieron unos momentos más en silencio, pero ninguna de las dos estaba incómoda.
 
—¿Te pone muy nerviosa la reunión de la condicional? —le preguntó Britt, mientras ella apagaba el cigarrillo.
 
López negó con la cabeza.
 
—Shylock —murmuró ella—, siempre tan valiente.
 
—Eso dice Portia —replicó ella con una sonrisa.
 
—El personaje más inteligente de El mercader de Venecia —comentó Britt, coqueta.
 
—Bueno, salvó a Shylock.
 
A ella no le pasó por alto la metáfora. Sabía que López se sentía menospreciada por mucha gente a causa de las decisiones que había tomado en su vida, igual que
mucha gente menospreciaba a Shylock por su religión. La relación entre ambas cosas era tenue, pero Britt sabía que para Santana era muy real.
—Sí, lo hizo. —Bajó la vista hacia la hoja de papel—. Pero ya que hablamos de personajes literarios, no estoy segura de que Portia sea la más adecuada para mí.
 
—¿Ah, no? ¿Y con quién preferirías que te comparara? ¿Con la reina de corazones de Alicia en el País de las Maravillas? ¿Con la Hécate de MacMarley? —López hizo
chasquear los dedos al recibir la inspiración—. Ya lo tengo, con la bruja blanca de El león, la bruja y el armario.
 
Siguiéndole el juego, Britt cogió el bolígrafo y empezó a hacer una lista.
 
—No, pero gracias por recordarme lo que debo comprar cuando salga de aquí: un hacha, un caldero, delicias turcas...
 
—Vale —replicó Santana entre risas—. No, ahora en serio, ¿a quién elegirías?
 
—Muy fácil. Me gustaría ser Walter, de Walter, el ratón perezoso.
López la miró sorprendida.
 
—¿No prefieres ser el conejo de terciopelo ni la araña Carlota?
 
Ella negó con la cabeza.
 
—No. Las niñas de mi clase solían leer esos libros, pero yo siempre leía a Walter. —Se volvió hacia Santana—. ¿Conoces la historia?
 
—Cuéntamela.
 
—Walter era un ratón muy perezoso. Tan perezoso que no se levantaba para ir al colegio, ni para salir con su familia, ni para jugar con sus amigos y pronto todos se
olvidaron de él. Un día, su familia se mudó de casa mientras Walter dormía.
 
López se repantigó en la silla, escuchándola con atención.
 
—Walter decidió ir a buscar a su familia —siguió explicando Britt—. Por el camino se encontró a muchas criaturas, como unas ranas que no sabían leer ni escribir. Él
quería enseñarles a hacerlo, pero como había perdido tantas clases por culpa del sueño, no sabía cómo.
 
Durante un desgarrador instante, Britt oyó la voz de su padre contándole la historia.
 
—Melocotones... —susurró López.
 
Los hombros de Britt se habían hundido por el dolor de los recuerdos.
 
—Mi padre solía contarme este cuento cuando era pequeña. Hacía todas las voces.
López apoyó los brazos en la mesa.
 
—Parece... parece un buen tipo.
 
Ella le dirigió una sonrisa triste.
 
—Lo era. Siempre decía que no importaban los obstáculos, que si era decidida, como Walter, podría hacer todo lo que me propusiera.
 
—¿Y lo lograste? —le preguntó López, pillándola por sorpresa.
 
—¿El qué?
 
—Hacer lo que te propusiste, sin importar los obstáculos.
Britt sonrió con timidez.
 
—Estoy aquí, ¿no?
 
—Sí, aquí estás.
 
López se fijó en que los ojos de Britt se clavaban en un punto a su espalda y maldijo sabiendo que estaba mirando la hora.
 
Se había acabado el tiempo.
 
La observó mientras recogía sus cosas. Aunque fingía indiferencia, la volvía loca que tuviera que marcharse.
 
—Iré a la biblioteca esta tarde, a ver si encuentro ese libro —dijo en tono despreocupado—. ¿Crees que en la biblioteca de Arthur Kill tendrán cuentos infantiles o sería demasiado pervertido?
 
Melocotones trató sin éxito de disimular una sonrisa.
 
—Pero ¿qué digo? Seguro que Tina lo tiene escondido debajo de la almohada, para leerlo durante las frías noches solitarias. Ya se lo pediré.
 
Britt se echó a reír y López sonrió al oírla.
 
—Ahora en serio —dijo ella, cargándose la bolsa al hombro—, si lo encuentras, avísame. Yo he perdido el mío. —Y era evidente que lamentaba su pérdida.
 
—Sí, claro —respondió Santana con sinceridad.
 
—Eh, López —la llamó ella, mientras el guardia abría la puerta—, gracias por el día de hoy.
 
Santana sonrió mientras la puerta volvía a cerrarse.

—Siempre que quieras, Melocotones —susurró en la habitación vacía—, siempre que quieras.
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El mundo de Brittany

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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Sep 23, 2016 11:25 pm

[img][Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO - Página 3 2yozv2x[/img]

CAPITULO 10

 

Los que no conocían a Eva Pierce en persona la consideraban fría y arrogante. Pero nadie, ni siquiera quienes no la soportaban, podía negar que era una mujer fuerte. Cuando siete matones, drogados con lo que fuera que hubieran tomado aquella fatídica noche, habían asesinado despiadRyderente a su marido, el senador Daniel Pierce, ella había mantenido una fachada estoica siempre que estaba en público. Había recibido las condolencias de votantes, desconocidos y muchos de los colegas de su esposo con una sonrisa y un asentimiento de cabeza. Todo el mundo había quedado impresionado por su entereza.
 
Sin embargo, por dentro se estaba muriendo. Le habían arrancado el corazón, dejándole un hueco que ni las palabras de consuelo ni los abrazos de cariño podían llenar. Daniel era todo su mundo y cuando le comunicaron que había muerto a causa de una paliza tan violenta que le había causado una hemorragia cerebral, se planteó quitarse la vida para volver a estar con él. Habría sido una salida desesperada, fácil y egoísta, pero no entendía cómo podía seguir viviendo cuando el único hombre que había amado en su vida ya no estaba a su lado.
 
Tras su muerte, Eva se había quedado en la cama que compartía con su marido durante varias semanas, llorando. Había gritado, arrojado cosas contra la pared, golpeado muebles, incluso se había golpeado a sí misma, pero no servía de nada: el dolor no aminoraba. El hueco de su pecho era enorme, cavernoso, y no había nada que pudiera calmarlo cada vez que abría los ojos y se daba cuenta de que Daniel seguía muerto.
Nada excepto su hija.
 
La pequeña Brittany, que había sido testigo del asesinato de su adorado padre. Brittany, que estaba pálida, silenciosa y desesperada por que su madre le dijera algo que la liberara de la pena que la estaba consumiendo.
 
Eva sabía que estaba siendo egoísta al encerrarse en su propio dolor. Sabía que su pequeña la necesitaba y que ella necesitaba a su pequeña, pero no podía mirarla sin ver a su marido reflejado en su hija. Cada movimiento, cada gesto, cada mirada de Brittany le recordaba tanto a su marido que, durante mucho tiempo, Eva sólo pudo pasar breves ratos en su compañía.
 
El corazón de Eva se rompió todavía más y Brittany acabó de convencerse de que su madre la culpaba por la muerte de su venerado padre. Debería haber detenido a aquellos malvados, se decía entre lágrimas. Si la desconocida no se lo hubiera impedido, tal vez lo habría logrado. Ésos eran los angustiosos pensamientos de una niña de nueve años que lo único que quería era que su padre abriera la puerta y volviera a entrar en casa.
 
Durante la terapia, Eva empezó a darse cuenta de lo que le estaba haciendo a su hija. Se quedó destrozada al oír a Brittany decir que su madre la culpaba de lo sucedido. También se dio cuenta al fin de lo afortunada que era de tener a la pequeña a su lado; de lo cerca que había estado de perderla a ella también.
 
Siempre le estaría agradecida a la divina intervención que salvó la vida de Britt. Tenía un precioso ser vivo que era la mejor conexión posible con su adorado esposo. Juró amarla y protegerla durante el resto de sus días.
Por desgracia, además del aspecto físico, Brittany  había heredado la determinación de su padre. Era tozuda como una mula y, una vez que decidía hacer algo, nadie podía hacerla cambiar de opinión. Eva sabía que sus esfuerzos por mantener a su hija a salvo agobiaban a ésta, pero, maldita fuera, aquella chica no se daba cuenta del riesgo que estaba corriendo.
 
A Eva le dolía que su hija desdeñara sus preocupaciones. Había tratado de desviar la atención de Britthany del camino que había elegido, pero no había conseguido nada. Suspiró con sentimiento.
 
—Mamá, por tu cara cualquiera diría que tienes gases. ¿Qué te pasa?
 
Eva la fulminó con la mirada. Britthany se estaba arreglando el pelo en el otro extremo de la habitación del piso del Upper East Side. Estaba preciosa con su vestido nuevo, comprado para su cumpleaños.
 
—No hace falta ser vulgar; sólo estaba pensando —dijo Eva, con una copa de vino en la mano—. ¿Cómo está Blaine?
Brittany se encogió de hombros.
 
—Bien. Ocupado. Vendrá esta noche con Kurt.
Eva soltó un melancólico suspiro.
 
—Qué bien que haya sentado la cabeza. Ya está casado y tiene un trabajo respetable.
Brittany respiró hondo y dejó caer los brazos a los lados.
 
—Sé que te mueres de ganas de tener nietos, mamá, pero ¿puedes tener un poquito más de paciencia hasta que yo también decida sentar la cabeza? —Cogió su copa de vino y bebió un sorbo—. Además, mi trabajo es respetable. Soy profesora. Y de las buenas.
 
Sin hacer caso del comentario sobre el trabajo, Eva se echó a reír.
 
—Oh, cariño, es verdad que me gustaría tener nietos, pero lo que deseo más que nada en el mundo es que seas feliz al lado de alguien que te cuide y te quiera. No hay prisa, eres joven. —Hizo una pausa—. Pero ¿no hay nadie que te atraiga?
 
Britt evitó la mirada de su madre mientras cogía el bolso.
 
—No, soy feliz tal como estoy. En todos los aspectos de la vida.
 
Eva miró a su hija y suspiró, deseando saber expresar mejor sus miedos.
 
—Eso espero.
 
El restaurante español TriBeCa, que Britt había elegido para celebrar que cumplía veinticinco años, estaba abarrotado. Ella estaba sentada junto a su familia y amigos a una mesa circular, bebiendo vino y picoteando los deliciosos panecillos que había en el centro. Su madre estaba sentada a su izquierda, callada pero atenta, mientras Blaine, Kurt, Harrison, Marley y Ryder —que Dios los Blainedijera— trataban de aliviar la evidente tensión entre madre e hija.
 
—¿López ha conseguido la condicional? —preguntó Blaine, levantando la copa de champán en su dirección—. ¡Es fantástico, Britt!
 
Ella se echó a reír e hizo lo mismo con su copa, sin hacer caso de la mirada desdeñosa de su madre.
 
—Así pues, ¿cuándo empezáis las clases?
 
—¿Clases? —preguntó su madre, con los ojos muy brillantes—. ¿Qué clases?
 
—Britt se reunirá con la tal... López tres veces a la semana —respondió Marley, con la vista fija en su entrante—. Sin seguridad ni nada.
Eva palideció.
 
—¿Qué?
«Genial, Marley, muchas gracias.»
 
Britt inspiró hondo y contó en silencio para no perder los nervios.
 
—Formaba parte de los requisitos para que le dieran la condicional, mamá —dijo, mirando a Marley con el cejo fruncido—. Hay pocos profesores a los que se les permita hacerlo. Es importante. Deberías sentirte orgullosa de mí.
 
La mujer abrió tanto los ojos que casi se le salieron de las órbitas.
 
—Estaría más orgullosa si dieras clases a niños de clase media en un colegio de primaria. Es que de verdad, Brittany —dejó la copa en la mesa—, ¿qué hace pensar a esos funcionarios de prisiones que poner a mi hija en peligro hará que esos monstruos mejoren?
 
—No estoy en peligro —le aseguró Britt por enésima vez.
 
Su madre parpadeó.
 
—Eso es lo que pensaba tu padre. Siempre defendiendo y ayudando a los menos afortunados y mira cómo se lo pagaron.
 
El corazón de Britt empezó a latir desbocado.
 
—López no es así. Está tratando de mejorar.
 
—Nunca me haces caso, Brittany.
 
—Es normal que se preocupe, Britt. Todos lo hacemos —dijo Marley.
Ryder le puso una mano en el hombro.
 
Britt abrió la boca para preguntarle a su amiga a qué estaba jugando, cuando su madre la interrumpió.
 
—Por supuesto que estoy preocupada. Eres mi hija.
 
Las palabras de Eva reforzaron la determinación de Britt.
 
—Sí —replicó bruscamente— y hoy es el cumpleaños de tu hija, así que ¿podríamos tener la fiesta en paz por una noche? —Cerró los ojos, intentando contener el enfado—. Me he puesto en contacto con la biblioteca que hay entre la Quinta y la Cuarenta y dos y he reservado un saloncito de lectura. La sueltan el martes que viene
y daremos la primera clase una semana después.
 
—Eso está muy bien —comentó Harrison, antes de que Eva pudiera decir nada más. Miró a Britt y le dirigió una sonrisa de ánimo.
 
Ella le devolvió la mirada antes de volverse hacia Marley, que le estaba susurrando algo a Ryder.
¿Qué demonios estaba pasando? Marley siempre defendía a su madre y excusaba su comportamiento sobreprotector, pero aquello ya pasaba de castaño oscuro.
Ryder se aclaró la garganta.
 
—Ha llegado Sam —anunció, mientras su hermano se acercaba con un regalo muy bien envuelto, para vergüenza de Britt.
 
—Hola, chicos. —Sam le dio la mano a Ryder y bajó la voz—. Acabo de hablar por teléfono con Casari. Los tenemos. La expresión de Ryder se endureció.
 
—Hombre, Sam, ya te dije que tuvieras cuidado con...
 
—Luego —lo interrumpió su hermano. Tras abrazar a Marley, se volvió hacia Britt—. Feliz cumpleaños —dijo, poniéndole el regalo delante, antes de inclinarse para besarla en la mejilla.
 
—Sam, de verdad, no tenías que...
 
—Tonterías. No es nada. Lo vi en San Francisco y me acordé de ti. Anda, ábrelo.
 
—Claro. Sam, te presento a mi madre, Eva Pierce, y su pareja, Harrison Day. Mamá, él es Sam Evans.
La mujer abrió mucho los ojos cuando Sam le besó la mano.
 
—Es un placer —dijo él. Luego le estrechó la mano a Harrison y se sentó junto a Britt.
 
—Un auténtico placer. Un joven con buenos modales —murmuró Eva, mirando a su hija con intención—. Cuánto cuesta encontrar uno así hoy en día.
 
En el otro extremo de la mesa, Blaine se rio por la nariz, haciendo sonreír a Britt. Con todas las miradas clavadas en ella, empezó a romper el papel de color morado intenso. Dentro, en una caja transparente, había una preciosa bola de nieve. Pero en vez de copos de nieve, el Golden Gate en miniatura estaba envuelto en millones de estrellitas y pedacitos de cristal que giraban y brillaban al captar la luz. 
Marley contuvo el aliento.
 
—Sam, es precioso.
 
—Lo es —corroboró Britt—, gracias.
 
—De nada. —La besó en la mejilla, dejando sus labios contra la piel de ella un poco más de lo necesario.
Sam era una compañía muy agradable y a Britt no le desagradaba en absoluto cada vez que le rozaba el brazo o la espalda, o cuando se apoyaba en el respaldo de su silla. Le gustaba lo que sentía cuando sus miradas se cruzaban, el sonido de su risa o cómo pronunciaba su nombre. Pero algo no acababa de encajar. El tipo la atraía, sin embargo, más de una vez se había revuelto inquieta en la silla, por una sensación imposible de definir que le nacía en lo más hondo. Trataba de ignorarla, pero seguía allí.
 
Mientras se despedían en la acera de enfrente del restaurante, después de cenar, Blaine le dio a Britt un cálido abrazo.
 
—Feliz cumpleaños. Caray, tu madre estaba en forma esta noche. Esperemos que afloje.
Ella se echó a reír contra el hombro de su amigo.
 
—Es una pesadilla. Y Marley no se queda atrás.
 
—Sí, ¿de qué iba eso?
 
Britt se encogió de hombros.
 
—Ni idea...
 
—Creo que a tu madre le encanta tu amigo —la interrumpió Blaine, mirando a Sam, que estaba charlando amigablemente con Eva. La cara de Blaine se ensombreció—. Si necesitas información sobre ese tipo, llámame, ¿vale? Los secretillos turbios son mi especialidad. Además, así tengo excusa para entrar en Google y jugar un rato.

—Y se echó a reír cuando ella le dio un empujón alegremente.
Britt se volvió hacia Kurt.
 
—Anda, llévate a tu marido a casa y asfíxialo con una almohada.
Kurt se echó a reír y le dio la mano a Blaine.
 
—Venid a cenar pronto —les dijo Britt—. Os prepararé mis albóndigas especiales.
 
El abrazo que luego intercambió con su madre fue incómodo.
 
—Feliz cumpleaños, Brittany. Llámame. En cuanto acabes la clase que tienes con esa..., llámame.
Ella procuró no poner los ojos en blanco.
 
—Claro. Nos vemos pronto.
Abrazó y besó a Ryder y a Marley.
 
—¿Va todo bien? —les preguntó.
 
—Sí —respondió su amiga con una sonrisa no muy convencida.
 
Ryder asintió con la cabeza.
 
—Cansados, eso es todo.
 
Marley se volvió hacia Sam.
 
—Tal vez Sam podría llevarte a casa, ¿eh? —propuso con un guiño conspiratorio, señalando sin ninguna sutileza hacia su futuro cuñado, que se encontraba a poca distancia de ellas, y añadió un comentario picante sobre que él la ayudaría «a llegar». Sam se echó a reír y negó con la cabeza al ver que Britt se ruborizaba. Los dos se quedaron parados en la acera, sin saber qué hacer.
 
—¿Quieres que te lleve? —le preguntó él finalmente, señalando su coche.
 
—Claro —respondió ella.
El Range Rover era amplio y olía a cuero y a colonia.
 
—Tienes buen gusto musical —comentó Britt.
 
En el lector de CD iba sonando una canción tras otra, mientras avanzaban entre el tráfico.
 
—Gracias —replicó Sam—. No suelo tener tiempo para disfrutar de la música, sólo cuando voy en el coche. —Le dirigió una mirada rápida.
 
—¿Lo pasaste bien en San Francisco? —preguntó Britt.
Sam alzó una ceja.
 
—Era un viaje de negocios. No importa en qué parte del mundo estés. Si tienes que trabajar, nunca es divertido.
 
—Supongo, aunque tampoco se debe de sufrir mucho en un viaje a las Maldivas o al Caribe, digo yo.
Sam se echó a reír.
 
—No fue mal. Cerré un buen negocio. Pero también tuve tiempo para pensar en ti. Mucho.
 
Ella se miró las manos y guardó silencio. Habían intercambiado muchos mensajes de texto desde el día que se conocieron. Los de Sam eran siempre educados y Britt no se sentía presionada. Pero oírlo decir las palabras en voz alta era distinto.
 
—Lo siento. ¿Demasiado pronto?
Ella respondió negando lentamente con la cabeza.
 
—Estás preciosa esta noche, Britt. —Los ojos verdes de Sam la recorrieron de arriba abajo y se quedaron fijos en sus piernas—. Ese color te favorece.
 
Ella se pasó las manos por el vestido rojo drapeado; el piropo le había despertado emociones de varios tipos.
El resto del trayecto lo pasaron así, compartiendo un silencio que no resultó incómodo cuando la música acabó. Al llegar frente al edificio de Britt, Sam aparcó y apagó el motor. Ella se quitó el cinturón lentamente y se agachó para coger el bolso y las bolsas de regalos que tenía a los pies.
 
—Gracias —dijo, colocándose el pelo detrás de la oreja. Se notaba un peso en el estómago. Se aclaró la garganta, tratando de librarse de la sensación.
 
—De nada —replicó Sam—.Lo he pasado muy bien.
 
—Yo también. —Britt lo miró a los ojos y sonrió.
 
Él le devolvió la sonrisa.
 
—Sé que sólo nos hemos visto un par de veces, pero he disfrutado de cada segundo. —Como siempre, su mirada era profunda, con aquella pizca de intimidación tan habitual entre los directivos de empresa—. ¿Te apetecería que cenáramos un día de éstos?
 
Britt titubeó un instante.
 
—Suena... suena bien.
 
Sam sonrió, lo que le suavizó la expresión.
 
Britt se quedó sin aliento. Los verdes ojos de Sam brillaban con determinación. El único sonido, aparte de su corazón desbocado, era el cuero de los asientos que crujió cuando él se inclinó lentamente hacia ella. Britt no se movió. No estaba segura de poder hacerlo. La extraña sensación de querer salir huyendo, pero al mismo tiempo querer quedarse exactamente donde estaba hizo que se estremeciera.
 
Sam se detuvo a escasos centímetros de su cara.
 
—Britt —murmuró, antes de acabar de recorrer la distancia que los separaba.
Ella permaneció inmóvil mientras sus labios se fundían en un beso. Era una sensación... agradable.
 
Tras unos instantes, Sam le apoyó la mano en la mejilla y abrió la boca. Britt reaccionó abriendo la suya y empezó a perderse en las sensaciones que le provocaba aquel beso. Se sorprendió al oírse gemir cuando sus lenguas se encontraron. Agarró a Sam por la nuca y se acercó más a él. Sintió una punzada en el estómago, pero no hizo caso. Llevaba tanto tiempo sin besar a nadie...
 
¿Por qué iba a negarse? ¿Para quién se estaba reservando?
 
Él gimió cuando Britt frotó su lengua contra la suya, y le succionó la punta antes de que ella se apartara.
 
La mano de Sam fue descendiendo por el brazo de Britt, mientras los dos movían la cabeza de manera lenta y sincronizada de un lado a otro. Cuando él le apoyó la mano en la rodilla, ella emitió un gemido ronco que le nació en lo más profundo de la garganta. Le acarició la rodilla con delicadeza, antes de desplazarse a la parte externa del muslo y volver a ascender. Britt se tensó, pero volvió a gemir cuando sus dedos se colaron por debajo de la falda. Sam interrumpió el beso momentáneamente y apoyó la frente en la de ella.
 
—Britt, o paramos ahora o... ¡Dios!
 
Britt se echó hacia atrás al ver que la lujuria que transmitían sus palabras se reflejaba en su rostro. Parpadeó para aclararse las ideas. Aquello no era propio de ella.
 
Aunque Sam era guapo e innegablemente encantador, no tenía ninguna intención de perder la cabeza en una noche de sexo alocado.
 
—Creo que deberíamos echar el freno —dijo finalmente, apartándose un poco.
Sam soltó el aire y se frotó la cara con las manos mientras murmuraba una disculpa.
 
—No lo sientas —lo tranquilizó Britt—. Yo no lo siento. Es sólo... bueno, que deberíamos tomarnos las cosas con más calma.
 
Él sonrió y se llevó la mano de ella a los labios, dándole un suave beso en los nudillos.
 
—Me gusta hacer las cosas con calma.
 
—Bien. —Britt abrió la puerta—. Gracias por traerme. Buenas noches, Sam.
 
—Buenas noches, Britt.
 
Mientras cruzaba el vestíbulo del edificio, seguía en una nube y le costó oír a Fred, el conserje, que la llamaba desde el mostrador de la portería.
 
—¡Señorita Pierce! —El hombre la saludó con la mano para llamar su atención antes de que llegara a los ascensores—. ¡Señorita Pierce!
 
—¿Sí, Fred? —preguntó ella, acercándose.
 
—Buenas noches, señorita Pierce.
 
Al sonreír se le formaron dos adorables hoyuelos en las mejillas que hicieron que Britt se olvidara del hueco que tenía entre los dientes, entre las dos palas de arriba.
 
—. Tengo un paquete para usted. Lo han traído esta tarde.
 
De debajo del mostrador sacó un envoltorio rectangular de papel marrón.
 
—No entendí el nombre del hombre que lo trajo, pero insistió en que era muy importante que usted lo recibiera.
Britt miró el paquete con curiosidad.
 
—Gracias, Fred.
 
Al entrar en su apartamento, lo dejó todo encima del sofá, se puso un chándal y se sirvió un vaso de zumo de manzana antes de sentarse con las piernas cruzadas en el otro extremo del sofá. Cuando estaba a punto de abrir el misterioso paquete marrón, le llegó un mensaje al móvil. Era de Sam.
 
Lo he pasado muy bien esta noche.
 
Britt se echó hacia atrás en el sofá y se acarició los labios con la punta de los dedos.
 
Yo también. Gracias por el regalo. Es muy bonito.
 
Sam contestó:
 
Un bonito regalo para una hermosa mujer.
 
A Britt aún no se le había ocurrido una respuesta adecuada, cuando él le envió un nuevo mensaje.
 
Deseando que llegue la cena. Feliz cumpleaños, Britt. Dulces sueños. Besos.
 
Buenas noches
 
Dejó el teléfono sobre el sofá, a su lado. La inquietante sensación en el estómago que no la había abandonado en toda la noche se hizo más fuerte. Se lo apretó con una mano, tratando de hacerla desaparecer.
Qué ridículo.
 
Sam era genial. Era un buen tipo y una podía sentirse segura a su lado. No pensaba permitir que una absurda e inexplicable sensación la privara de disfrutar de algo que podría ser increíble. Había pasado demasiado tiempo desde su última relación —un rollo de tres meses con un mentiroso compulsivo que además la engañaba con otras mujeres— y se merecía un poco de felicidad. Cuando alargó la mano para coger el vaso de zumo, oyó un golpe seco entre los pies. Miró hacia el suelo y vio el paquete marrón que le había dado Fred.
 
—¿Qué eres?
Recogió el misterioso envío y lo empezó a abrir rompiendo el papel.
Ahogó una exclamación al darse cuenta de lo que contenía. Con los ojos llenos de lágrimas, vio que se trataba de una primera edición, de 1937, de Walter, el ratón perezoso.
 
—¿Cómo puede ser?
se preguntó, acariciando la cubierta con veneración.
 
—. Oh, Dios mío.
 
Al abrir la primera página, vio un breve texto escrito en tinta negra.
 
Melocotones:
Deseo que consigas todo lo que te propongas, sin importar los obstáculos.
Feliz cumpleaños,
S. López

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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Sep 23, 2016 11:30 pm

[img][Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO - Página 3 29wakcm[/img]  

CAPITULO 11

 
López apenas había pegado ojo. Estaba nerviosa, como una niña pequeño el día de Navidad. A las siete de la mañana del día en que iban a soltarla estaba en su celda, guardando con entusiasmo sus libros y otras pertenencias en una caja no muy grande. El papel en el que se le anunciaba oficialmente que le habían concedido la libertad condicional era su posesión más preciada. De vez en cuando lo abría y lo releía, sólo para asegurarse de que las cosas no habían cambiado. Todo seguía igual.
 
La única ropa de civil que tenía era la misma con la que entró en la institución. Se sintió muy orgullosa al ver que la camiseta gris de Los Ramones le quedaba justa en el pecho y los brazos, gracias a los vigorosos entrenos con Ross. Sonriendo, negó con la cabeza y tiró de las mangas para hacer un poco más de espacio para los bíceps.


—Joder —murmuró, antes de ponerse los vaqueros oscuros desteñidos y las botas negras. Nunca le había gustado tanto ponerse unos vaqueros y una camiseta de algodón.
 
Luego les llegó el turno a los anillos. Se puso el grueso aro de plata en el pulgar de la mano derecha, el de la cruz celta negra y plateada en el dedo medio y otro con la insignia de Harley Davidson en el índice de la mano izquierda.
 
—¿Estás lista?
López se volvió sonriente y vio que Will estaba apoyado en la puerta abierta de la celda.
 
—Casi —contestó, abrochándose el cinturón de cuero marrón—. ¿Cuándo podré salir?
Will miró el reloj.
 
—Las puertas se abren dentro de diez minutos, pero hemos de esperar a Sue.
 
—De puta madre —musitó López.
 
Echó un vistazo a su alrededor para asegurarse de que no se dejaba nada y luego cerró la caja.
 
—Entregué tu regalito —dijo Will, metiéndose las manos en los bolsillos.
 
López le rehuyó la mirada.
 
—Perfecto —replicó, como quitándole importancia—. ¿Te llegó el dinero?
 
—Me sobró. Y escribí exactamente lo que me pediste.
 
A ella le dio un vuelco el corazón al pensar en Melocotones recibiendo el libro. Se preguntó si le habría gustado o si lo habría considerado una cursilada. Y se preguntó también si le habría parecido demasiado atrevido por su parte.
 
—Tengo que preguntarte... —empezó a decir Will, mirándose la punta del zapato.
 
—¿Qué? —lo interrumpió ella de mala manera.
Will sonrió como si ya esperase aquella reacción de López antes de alzar la vista.
 
—Sólo quería saber cómo conseguiste encontrar un sitio donde vendieran el libro con tan poco tiempo —añadió, encogiéndose de hombros con fingida inocencia.
López se relajó visiblemente.
 
—Meloco... quiero decir, Britt, la señorita Pierce lo había... ejem, mierda... lo mencionó durante una de las clases, así que lo busqué en el ordenador de la biblioteca y lo encargué. Pensaba ir a recogerlo cuando saliera, pero cuando ella comentó que era su cumpleaños...
 
Alzó la vista, cambiando el peso de pie. Pocas veces se había sentido tan incómoda
 
—. No es tan importante, joder. Deja de mirarme así.
 
—Eh —dijo Will, aguantándose la risa—, yo no he dicho nada. Me pareció un regalo fantástico. Muy considerado.
López le dirigió una mirada cautelosa.
 
—¿De verdad?
 
—De verdad. —Will asintió con la cabeza, convencido—. Seguro que le encantó.
 
López volvió a notarse el estómago encogido. Eso esperaba. Era lo mínimo que podía hacer por ella, después de todas las molestias que se había tomado y de todo lo que le había aguantado.
 
—Reclusa cero ocho uno cero cinco seis —dijo Sue desde la puerta de la celda—, estoy aquí para escoltarte a la salida. —Se tiró de los puños de la camisa blanca que llevaba bajo una americana azul marino.
 
—Guay —murmuró López con una mirada sardónica, antes de seguir a la alcaide, un guardia y a Will hacia la puerta trasera de la institución, donde firmó un nuevo formulario y recibió otra copia de las normas que regían su período de libertad condicional.
 
—¿Cuántos de éstos necesito? —preguntó incrédula, metiendo la nueva hoja de papel en la caja.
 
—Bueno —respondió Sue, abriendo y cerrando su bolígrafo—, todos sabemos lo olvidadiza que eres cuando se trata de seguir las normas, López.
 
Santana recogió la caja.
 
—Era una pregunta retórica, idiota.
 
Sue entornó mucho los ojos, furiosa.
 
—¿Qué has...?
 
Will se interpuso entre las dos.
 
—Vamos, San, es hora de irnos. —Y le dio un empujón en el hombro a López, guiándola hacia la salida.
Santana mantuvo la vista clavada en la alcaide unos instantes antes de permitir que Will la condujera hacia la puerta. Una vez fuera, los alcanzó el sol de mediados de septiembre, bastante fuerte para la época. López cerró los ojos y alzó la cara, empapándose de aire libre.
 
—Sienta bien, ¿eh? —comentó Will, riéndose.
 
—Sí. —López abrió los ojos lentamente y empezó a rebuscar en la caja. Tras varios minutos de murmullos e insultos, encontró sus gafas Wayfarers y se las puso
 
—. Ya, ahora sí que estoy lista —dijo con una amplia sonrisa.
 
Will se echó a reír y se frotó la barbilla. En el extremo opuesto del aparcamiento vio a un tipo grande, moreno y de aspecto familiar, fumando un cigarrillo apoyado con chulería en la puerta del acompañante de un coche muy molón y potente.
 
—¿No es ése Puck?
 
—No empieces —le advirtió López alzando las cejas—. Ha venido a recogerme porque no tengo ninguna intención de irme a casa andando.
 
Will hizo una mueca.
 
—Pues que haya venido a buscarte nos causa un conflicto de intereses, porque...
 
—Mira —López detuvo el discurso del psicólogo antes de que éste tomara carrerilla—, hoy es el día de mi liberación. Por fin me libro de este sitio y ahora mismo estoy de buen humor. Así que, por favor, tengamos la fiesta en paz, W. Ya he aguantado bastante —le suplicó con decisión.
 
—Vale —claudicó Will—. Vale.
 
—Venga —dijo López, con un suspiro de alivio—. ¿Nos vemos el viernes que viene?
 
—Sí. En tu casa a las seis. No te olvides.
Santana negó con la cabeza.
 
—Como si fuera posible olvidarse, con las seis hojas de instrucciones que me han dado.
Will le dio unas palmaditas en el hombro.
 
—Cuídate.
 
—Descuida —replicó López—. Nos vemos —se despidió antes de dirigirse hacia Puck, que sonreía como una idiota, con sus gafas de aviador brillando a la luz del sol.
—¿Qué pasa? —saludó éste, sin quitarse el humeante cigarrillo de la boca.
 
López sonrió a pesar del aspecto desaliñado de su amigo. Llevaba la camiseta de AC/DC arrugada y parecía que hiciese una eternidad que los vaqueros no veían una lavadora.
 
—No gran cosa, me acaban de soltar de la cárcel y eso.
 
—Ajá, la misma mierda de siempre, pues.
 
—Ya ves. —López dejó la caja sobre el capó del coche y le estrechó la mano a Puck antes de darle un abrazo con palmada en la espalda incluida—. Me alegro de ver tu feo careto —dijo, aceptando el cigarrillo que su amigo le ofrecía.
 
Se quedó mirando a Puck mientras aspiraba el humo que tanta falta le hacía. Tenía el pelo más largo y parecía que llevara tiempo sin afeitarse.
 
—¿Cómo te va, tío?
 
El otro hizo una mueca.
 
—Bien.
 
López suspiró.
 
—¿Estás seguro?
 
—Sí, tío —insistió Puck con una leve sonrisa—. ¿Ése era Will?
 
López asintió y se apoyó en el coche.
 
—¡López!
Los dos  levantaron la cara y vieron que una rubia  de aspecto sofocado los saludaba con la mano, insegura, y se acercaba a ellos.
 
—¿Y ésa quién coño es?
Puck se bajó las gafas hasta dejárselas apoyadas en la punta de la nariz. López se fijó en el tamaño de sus pupilas y en las ojeras, que delataban que no dormía lo suficiente. Estaba drogado y aún no eran las ocho de la mañana. Joder.
 
—Nadie —respondió, negando con la cabeza con exasperación—. Aguántame esto un momento.
 
Le dio el cigarrillo y se acercó a Melocotones corriendo. No quería que Puck se la comiera con la vista mientras charlaban. Y si estaba colocado, el muy imbécil podía soltar cualquier cosa.
 
—Hola —la saludó, deteniéndose frente a ella.
 
—Hola —contestó Britt—. Lo siento —dijo, mirando hacia Puck—. Ya... ya me imagino que querrás marcharte cuanto antes, pero es que yo...
 
—No pasa nada —la interrumpió López—. Es sólo mi colega, Puck. Ha venido a recogerme. —Se quitó las gafas de sol y se las colgó del cuello de la camiseta
—.¿Qué pasa?
 
Ella la miró de arriba abajo de un modo que hizo que a Santana se le acelerara el corazón.
 
—Recibí tu regalo, el libro y yo... quería darte las gracias. Fue... —Britt se mordió el labio con fuerza.
 
—¿Te gustó? —le preguntó López, nerviosa, metiendo la punta de los dedos en los bolsillos de los vaqueros.
Ella abrió mucho los ojos.
 
—¿Si me gustó? Me encantó. Fue perfecto y muy considerado por tu parte. Gracias.
Santana se balanceó sobre los talones.
—Bueno, es que —se rascó la cabeza—, como dijiste que lo habías perdido y... bueno... pues ahora ya tienes otro.
 
—Sí —replicó Britt en voz baja—. Ya me lo he leído dos veces. Es maravilloso.
La sonrisa de López se hizo más amplia. Ella parecía tan feliz...
 
—Bien, me alegro mucho, Melocotones.
 
—También quería darte esto.
 
Se metió la mano en el bolsillo de los pantalones grises y sacó una tarjetita llena de números.
 
—. Tenemos la primera clase el martes a las cuatro, en la biblioteca de la calle Cuarenta y dos. Éste es mi número de móvil y... éste el de mi casa por si, bueno, por si no puedes ir a alguna clase, o si vas a llegar
tarde o lo que sea.
 
Hizo un gesto con la mano, quitándole importancia.
 
—. He pensado que te iría bien tener alguna manera de ponerte en contacto conmigo —añadió,
dándole la tarjeta.
 
¿Se estaba ruborizando?
 
—Muy bien pensado, gracias. —López se metió la tarjeta en el bolsillo trasero de los vaqueros.
 
—Entonces —añadió ella—, ¿nos vemos allí?
 
—Claro. —Verla tan aturullada le resultaba inquietante, pero estaba monísima.
 
—Bueno —Britt dio un paso atrás—, pues te dejo que te vayas. Cuídate.
Santana la saludó llevándose dos dedos a la sien.
 
—Tú también.
 
Ella sonrió con timidez, se volvió y se dirigió a la entrada de la institución penitenciaria.
Sólo cuando hubo desaparecido tras la puerta, López soltó el aire, incómoda.
 
—Joder.
Melocotones solía ser siempre tan segura y dueña de sus actos que López se había acostumbrado a apoyarse en su fortaleza para sentirse tranquila. Las clases no funcionarían si seguían comportándose de esa manera cuando estuvieran a solas. Tal vez las clases particulares acabaran resultando un completo fiasco. Se volvió a
poner las gafas y se dirigió hacia el coche. Puck se estaba partiendo de risa.
 
—¿Hay algo que quieras contarme? —se burló, moviendo las cejas.
 
—No —respondió López con brusquedad para acabar con el cachondeo, pero al darse cuenta de lo protectora que había sonado, trató de disimular.
 
—. Es la profesora de Literatura, eso es todo.
 
—Una profesora, ¿eh?
Repitió Puck, mirando hacia la puerta por la que Britt había desaparecido.
 
—. Joder, pues con ese culo puede ser mi maestra de lo que quiera.¡Menudo cuerpazo tiene!
 
López se mordió la lengua y se plantificó en la cara una sonrisa tensa, mirando fijamente el tirador de la puerta del coche.
—¿Ah, sí? No me había dado cuenta.
 
Puck se rio por la nariz y se sacó las llaves del bolsillo.
 
—Está claro que necesitas tirarte a alguien, hermana.
López se echó a reír. No podía estar más de acuerdo. Tenía que relajarse y quitarse de la cabeza todas aquellas mierdas. Era una mujer libre y pensaba disfrutar de cada segundo de libertad.López nunca había sido una tipa casera. Desde los nueve años había ido dando tumbos de un sitio a otro, cada uno peor que el anterior. A un internado le seguía otro igual de pretencioso. Y las pocas veces que estaba en casa, siempre acababa peleándose a puñetazos con su padre, lo que lo llevaba a instalarse en el sofá o en el suelo de alguno de sus amigos. Cada vez que pasaba demasiado tiempo seguido en un sitio, se ponía nerviosa. Y así era siempre su vida: inestable.
 
Por eso se sorprendió al notar una abrumadora sensación de alivio cuando metió la llave en la cerradura de su loft, en la esquina de las calles Greenwich y Jay, en el barrio de TriBeCa, en Manhattan. Tras abrir la puerta, permaneció unos instantes quieta, empapándose de los olores del lugar.
Puck le dio un empujón.
 
—¿Piensas entrar o no?
 
—Sí. —López dio un paso adelante y, después de que Puck entrara también con la caja, cerró la puerta.
 
Lanzó las llaves sobre una mesita y echó un vistazo a su alrededor. El loft tenía techos altos, suelos de madera y muebles en tonos marrones y crema. Su colección de guitarras vintage seguía colgada de la pared, igual que las fotografías en blanco y negro hechas por un artista local cuya obra López llevaba años coleccionando.
 
Había piezas decorativas de motos Harley y Triumph distribuidas por todo el piso, brillando al sol que entraba por las ventanas de más de tres metros de alto. Puck se había encargado de que alguien fuera a limpiarle el piso una vez a la semana mientras ella estaba en la cárcel, así que estaba impecable.
 
—No te quejarás, ¿no? —le preguntó Puck—.Todo está en su sitio.
López sonrió.
 
—Está perfecto, gracias.
 
—No hay de qué, morena.
Puck se acercó a la nevera de acero inoxidable de dos puertas y la abrió, dejando a la vista una gran cantidad de alcohol.
—. Sorpresa —dijo, riéndose—. Es todo para ti, amiga mía.
 
Abrió dos botellines de cerveza y le dio uno a López, que lo miraba divertida.
 
—Por tu libertad —brindó Puck solemnemente, mientras hacían chocar los botellines antes de beber un trago.
 
López dio las gracias por que el alcohol no estuviera entre las cosas prohibidas en período de libertad condicional, ni siquiera a las diez de la mañana.
Eructó sonoramente y sonrió.
 
—Lo necesitaba.
Puck le dio otra.
 
—Y bien, López, mujer libre como ninguna, ¿qué planes tienes para el resto del día?
Santana siguió bebiendo la cerveza, pensativa.
 
—Bueno, para empezar, necesito una jodida ducha. Y dormir de un tirón en mi propia cama.
 
Puck puso los ojos en blanco.
 
—Joder, López, ¿eso es lo único que se te ocurre?
 
—No, también quiero ver a mi nena.
Puck sonrió.
 
—¿Está bien? —preguntó López—. ¿Has cuidado de ella?
 
—Está preciosa y, sí, la he tratado como si fuera mía.
 
—Llévame a verla.
 
López siguió a Puck, que salió del loft y bajó la escalera a toda velocidad hacia el aparcamiento subterráneo privado del edificio. Encendió la luz y López ahogó una exclamación al ver a la niña de sus ojos con un aspecto tan espectacular que se quedó sin aliento.
 
—Hola, preciosa —susurró.
 
Alargó la mano y con la punta de los dedos acarició el inmaculado asiento de cuero de la Harley-Davidson Sportster de color negro. Kala. Al agarrarla por el manillar, tragó saliva con dificultad. Había pasado demasiado tiempo. Puck silbó y, cuando López se volvió hacia él, le lanzó las llaves de la Harley. López las cogió al
vuelo y las pegó contra su pecho.
 
—Está increíble, Puck, gracias.
 
—Le he cambiado el aceite y la he abrillantado. Personalmente, por supuesto. No permití que esos tipos del taller le pusieran encima sus zarpas grasientas, por mucho que lloriquearan.
 
López se agachó y rozó el motor bicilíndrico en forma de uve con reverencia. Hasta ese instante no se había dado cuenta de lo mucho que la había echado de menos. Una seductora imagen de Melocotones montada en la moto, agarrándose a ella con fuerza con las rodillas, mientras iban a la costa a toda velocidad, se abrió paso en su mente.
 
Se recolocó los pantalones con discreción y se incorporó, acariciando el exquisito metal del costado de Kala.
 
—Luego me ocuparé de ti, bonita —le dijo a la moto, antes de volver junto a Puck y subir de nuevo al apartamento.
 
—Bueno, me voy, que hay unas personas a las que tengo que... tirarme —bromeó Puck, apoyado en la puerta de la entrada.
 
López frunció el cejo. Su amigo había envejecido considerablemente durante los últimos meses y le habían salido arrugas nuevas en la cara.
 
—No te metas mierdas, ¿me oyes?
Puck hizo un sonido burlón.
 
—Todo va bien, chica —replicó, pero el brillo de sus ojos vidriosos no decía lo mismo. Se pasó una mano por el pelo, oscuro y despeinado, y sonrió despreocupado
 
—. Todo está en orden. No hay que ponerse nervioso, ¿vale? He aprendido que no puedo controlar nada —añadió y sorbió por la nariz.
 
—Puck...
Éste le apoyó una mano en el hombro.
 
—Volveré luego con comida y mujeres. Hacia las siete, ¿vale?
López suspiró y se mordió la lengua.
 
—Suena bien.
 
Se dieron la mano y se miraron unos segundos, comprendiéndose sin necesidad de decir nada.
 
—Me alegro de verte por casa, morena—murmuró Puck.
 
—Yo también me alegro de estar aquí.
Puck le apretó un poco más la mano.
 
—Lo que hiciste por mí y... que te encerraran cuando tú ni siquiera... Nunca te lo podré agradecer lo suficiente...
 
—Eh —lo interrumpió López—. Estamos en paz, tío. Te debía una.
 
Puck soltó el aire en un suspiro con el que intentaba librarse de la angustia y el dolor.
 
—Sí. Nos vemos luego.
 
Cuando se marchó, López cerró la puerta y se apoyó en ella con un hondo suspiro. Miró a su alrededor, preguntándose qué demonios iba a hacer durante todo el día. En Arthur Kill tenía una rutina, una agenda de actividades, gente que le decía cuándo y dónde tenía que estar. Pero ahora estaba libre. Podía hacer lo que quisiera, cuando quisiera. Dentro de lo razonable. Era una sensación extraña.
 
Con un nuevo suspiro de abatimiento, miró el reloj de pared y su mente voló inmediatamente hacia Melocotones. En esos momentos estaría en clase con Tina y compañía.
Unos celos inauditos le cerraron el estómago.
 
—Contrólate, idiota.
Murmuró. Cogió la cerveza que había dejado sobre la encimera y se dirigió al dormitorio.

Ya tendría a Melocotones para ella sola el martes siguiente, se dijo sonriendo mientras se desnudaba y se metía en la ducha. Necesitaba borrar de su cuerpo y de su mente todos los rastros de Kill.
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Sep 23, 2016 11:33 pm

[img][Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO - Página 3 243m22q[/img]

CAPITULO 12

 
Britt se subió un poco la bolsa que llevaba al hombro mientras entraba en la biblioteca. Se dirigió al impresionante mostrador de la entrada y sonrió a la señora Latham, que llevaba décadas trabajando allí. Ya estaba el día en que se inauguró la sala de lectura Daniel Pierce, después de la muerte de éste.
 
—Buenas tardes, Britt
la saludó la mujer, subiéndose las gafas con un dedo. Toda su cara, rodeada de pelo gris rizado, se arrugó cuando sonrió.
—Buenas tardes, señora Latham. Tiene buen aspecto.
 
—Gracias. ¿Has venido a usar la sala de lectura?
Le preguntó, revisando la agenda que tenía sobre su escritorio.
 
—Sí.
Britt le mostró el resguardo de la cita.
 
—. La he reservado indefinidamente para esta hora.
 
—Ah, sí, ya lo veo, cariño.
 
Le entregó la hoja de admisión, que estaba vacía. López aún no había llegado.
Britt firmó y dijo:
 
—Cuando llegue mi alumna, ¿podrá decirle que vaya directamente a la sala?
 
—Por supuesto.
 
Britt caminó por el inmaculado edificio hacia la sala de lectura construida según los deseos que su padre había manifestado en su testamento. A ella siempre le había encantado leer y él había querido crear un espacio donde no sólo su hija, sino también otras personas, pudieran perderse entre las páginas de los libros.
 
Su plan inicial había sido ver construida la sala en vida, antes de su cincuenta cumpleaños, pero nunca llegó a celebrarlo. Britt soltó las bolsas en una de las grandes mesas de madera de roble y se sentó. Sacó todo el material que había preparado que poder empezar la clase inmediatamente. No quería entretenerse con charla intrascendente cuando López llegara. Se ponía demasiado nerviosa en su presencia.
 
Lo cierto era que, tras verla tan... buena, sin el mono carcelario, cuando salió de Kill, había tenido que reconocer que taaaaal vez le gustaba un poquito. La visión de aquel pelo tan oscuro, los brillantes ojos café cambiantes a un oscuro de hambre, su cuerpo  que parecía cubierto del mas apetitoso chocolate, cubierta por una camiseta apretada que presionaba sus pechos y vaqueros bajos dejando mostrando unos envidiables abdominales, la asaltó a traición una vez más.
 
¿Por qué tenía que llevar precisamente una camiseta de Los Ramones? A Britt le encantaban. Y desde que había visto su nombre extendido sobre los generosos pechos de López aún le gustaban más. Y tampoco le había pasado por alto el tatuaje. Unas deliciosas llamas de tinta roja y negra le cubrían un brazo hasta el codo, y el otro hasta la muñeca. El diseño estaba formado por intrincados dibujos y palabras entremezcladas. Aunque no pudo distinguir lo que decían, el conjunto era asombroso. Y muy, muy sexi.
 
¡Menudo desastre! Su idea al ir a hablar con Santana había sido darle las gracias por su amable regalo, pero estaba tan nerviosa que había acabado tartamudeando como una idiota. Era absurdo, y no sólo porque ella fuera la profesora y Santana la alumna (qué típico). López pertenecía a otro mundo; era de otra especie, y no por culpa de su pasado criminal, aunque eso no ayudaba. Era violenta y cabezota, hostil y arrogante. Tenía todas las cosas de las que Britt huía siempre en una mujer. Debería alejarse de Santana corriendo, pero es que también era una tipa inteligente, sensible y divertida. ¡Dios, qué follón! ¿Por qué no podría ser una tipa normal, como Sam?
 
Echó un vistazo al teléfono. Sam le había enviado un par de mensajes esa mañana, para desearle buena suerte con López y decirle que se acordaba de ella. Aunque su comportamiento era muy dulce, Britt seguía sintiéndose muy incómoda cada vez que pensaba en él. Una súbita idea la alcanzó como si fuera un rayo y la dejó igual de pasmada. ¿Sería López la razón por la que se sentía tan incómoda cuando hablaba con Sam? ¿Era Santana la causante del peso en el estómago, de la incomodidad, de la voz que susurraba en su cabeza que desconfiara, de las palpitaciones?
 
Mierda. Se apartó el pelo de la cara. Tenía que madurar y dejar de comportarse como una adolescente. Era la primera clase que tenía con López fuera de Kill y por lo más sagrado que iba a comportarse como una profesional. Decidida, cruzó las piernas y esperó. A medida que pasaban los minutos, empezó a dar golpecitos con el pie en la pata de la mesa. Quince minutos más tarde, seguía sola. Y muy enfadada.
 
Miró el móvil por si la había llamado o enviado un mensaje para avisarla del retraso. Nada. Furiosa, se mordió la parte interna de la mejilla. Debería haberse imaginado que no se presentaría. Era una delincuente a la que acababan de soltar y seguro que estaría de juerga. ¿Por qué demonios iba a perder el tiempo con ella, aunque
fuera uno de los requisitos de su libertad condicional? Había sido una idiota creyéndolo cuando le había dicho que quería seguir dando clases fuera de la cárcel.
 
Tras otro cuarto de hora de espera, Britt empezó a recoger las cosas mientras murmuraba una retahíla de insultos y maldiciones. Que le dieran por saco. Si Santana no se lo tomaba en serio, ¿para qué iba a preocuparse ella?
 
Britt gritó al notar una mano en el hombro.
 
—¡Tranquila! —López levantó las manos en son de paz—. Joder, soy yo.
 
Britt se llevó una mano a la frente y respiró hondo.
 
—Madre mía, qué susto me has dado.
 
—No hace falta que lo jures, joder.
 
Repitió Santana, mirándola de arriba abajo de un modo que hizo que a Britt se le encogiera el estómago. López murmuró algo y se pasó la mano por el pelo. Una mano que estaba cubierta de grasa de motor.
De hecho, casi todo ella estaba cubierta de grasa de motor. Britt la examinó de pies a cabeza. Llevaba el pelo más corto; evidentemente había ido al salón. Su cara tenía aquella belleza épica habitual en Santana, pero esta vez estaba manchada de aceite en la mejilla. La camiseta, negra, de Los Strokes, le quedaba tan apretada como la de Los Ramones, y también estaba sucia de grasa. Los vaqueros probablemente habían sido azules algún día, pero costaba imaginárselo.
 
—¿Qué demonios te ha pasado?
Preguntó ella, tratando de contener el nudo de lujuria que se le había formado en las entrañas al ver que llevaba un casco de moto en la mano.
 
López sonrió con ironía.
 
—Me he peleado con un motor uve ocho y he perdido. Por eso he llegado tarde de cojones.
 
La mirada de chulita que le estaba dirigiendo le recordó a Britt que seguía enfadada. Se levantó y se echó el pelo por detrás del hombro
.
—Sí, llegas tarde —refunfuñó—, por eso se cancela la clase. —Britt se volvió y siguió guardando cosas en la bolsa.
 
López se echó a reír sin dar crédito a lo que veía.
 
—¿Me tomas el pelo?
 
—No —respondió ella bruscamente, sin darse la vuelta—. Has llegado tarde y yo no estoy para perder el tiempo mientras tú te entretienes con tus juguetes.
 
¡Podrías haber llamado o enviado un mensaje para avisarme!
López la agarró del brazo y le dio la vuelta hasta que quedaron cara a cara. Britt tragó saliva al ver lo enfadada que estaba.
 
—¡Eh! —exclamó, con la nariz casi pegada a la de ella—. Deja de comportarte como una histérica y cálmate de una jodida vez.
 
Britt captó su aroma con la nariz y con la punta de la lengua. Era un olor profundo, ahumado y metálico, que le provocó un cosquilleo en los pulmones.
 
—Suél-ta-me —le ordenó con los dientes apretados.
 
López bajó la vista hacia su brazo y la soltó inmediatamente.
 
—Lo siento —murmuró, aunque sus ojos aún brillaban de rabia—. Mira, por favor, no te vayas. Deja que te lo explique.
 
Ella se cruzó de brazos.
 
—Venga, hazlo.
 
López entornó los ojos.
 
—Tal como dice mi informe de libertad condicional —empezó a explicar, tenso—, trabajo en el taller de mi mejor amigo. —Se señaló la grasa que le manchaba la ropa—. Puck tenía problemas con el motor de un Corvette y me he ofrecido a ayudarlo cuando estaba a punto de salir. Las cosas se han complicado. Te habría llamado
o mandado un mensaje, pero estaba ocupada asegurándome de que a mis colegas no les cayeran noventa kilos de piezas en la cabeza.
 
Britt trató de pensar en lo que le había dicho, pero estaba tan ardiente y fuerte con aquella ropa ajustada  y sucia  que no era fácil. Aquella mujer rezumaba sexualidad. Cuando la agarró del brazo no le había hecho daño, por supuesto, pero el crepitar de sus manos sobre su piel era difícil de ignorar. La sensación seguía activa,
como un zumbido que resonaba en lugares que sólo Santana podía alcanzar.
Britt dejó caer los brazos y se encogió de hombros.
 
—Vale.
 
—Perdona, ¿cómo has dicho? —López se inclinó un poco para que sus ojos quedaran al mismo nivel.
 
—He dicho que vale. Pongámonos a trabajar —respondió ella con brusquedad, señalando con una mano una silla al otro lado de la mesa. «Menuda idiota condescendiente», se dijo.
 
López se dejó caer en la silla y rebuscó en su bolsa, mientras observaba a Britt de reojo. Sacó un paquete grande de galletas Oreo y las dejó sobre la mesa. Ella se las quedó mirando, sorprendida. Hacía años que no comía una Oreo. No se atrevía a hacerlo, ya que era una experiencia que solía compartir con su padre. Él
siempre se comía lo del medio y ella las galletas. Juntos daban cuenta de un paquete entero en minutos.
 
—Aquí dentro no se puede comer.
 
López miró a su alrededor. La sala de lectura estaba vacía.
 
—¿Vas a chivarte?
 
Britt se dejó caer ruidosamente en su silla.
 
—No lo ensucies todo.
 
—Descuida, Melocotones.
 
Cogió una galleta, la abrió por la mitad y lamió el corazón cremoso. Britt observó fascinada cómo su lengua iba de arriba abajo y también trazaba círculos. ¡Por el amor de Dios! ¿Cómo podía ser tan sensual comerse una galleta? Se aclaró la garganta y le acercó una hoja de papel deslizándola por encima de la mesa. Santana volvió a juntar las dos partes de la galleta y las dejó cuidadosamente encima de una servilleta.
Leyó el papel que tenía delante. Al levantar la mirada, vio que ella estaba mirando los restos de la Oreo.
 
—¿Quieres mi galleta?
 
—¿Tú... umm... tú sólo te comes lo de dentro?
 
—Sí —respondió—. Normalmente el resto lo dejo. Si quieres, puedes comerte la parte que no he chupado.
Britt se ruborizó intensamente.
 
—No, no tengo hambre, gracias.
 
—Bueno, la oferta sigue en pie. Y no te preocupes... yo tampoco me chivaré —añadió, bajando el tono de voz.
 
Ella logró mantenerse seria, pero le costó.
 
—Cuéntame qué sabes sobre este poema.
Santana bajó la vista hacia el papel.
 
—Vaya, vaya, menudo contraste con la «Elegía» de Tichborne. Me voy a poner colorada.
 
Britt hizo un gesto con la mano para que siguiera hablando.
 
—«La pulga» es un poema de Donne, que toma un tema aparentemente insignificante, como es matar una pulga, y lo convierte en una pervertida metáfora sexual.
 
—¿Una... metáfora sexual pervertida? —repitió Britt con la garganta seca. Los intensos ojos oscuros de López y su sonrisa irónica no eran lo que necesitaba para mantener su fachada de profesora seria y profesional. Santana bajó la barbilla.
 
—No te hagas la tímida conmigo, Melocotones. Sabes tan bien como yo que Donne escribió este poema porque quería follarse a su querida.
 
El modo en que su boca se curvó al pronunciar la «F» de follarse hizo que el pulso de Britt se disparara.
 
—¿Podrías explicarte un poco mejor?
 
—Cuando Donne habla de la sangre que la pulga ha succionado, tanto de su amante como de él, en realidad está hablando de sexo, de unir sus cuerpos.
 
—Mmm —murmuró ella, con la vista fija en la mesa para no perderse en las increíblemente largas pestañas que acariciaban las mejillas de López.
Santana movió la silla para acercarse más.
 
—¿Es un «mmm» de «Estoy de acuerdo con todo lo que has dicho, López» o de «No tienes ni puta idea de lo que estás hablando»? —le preguntó.
—No, no, tienes toda la razón del mundo —respondió Britt, sin apartar la vista de la mesa, mientras maldecía su elección de poema. ¿En qué demonios estaba pensando cuando lo escogió?
 
Con decisión, López le puso el pelo por detrás de la oreja y le alzó la barbilla para que la mirara. La sensación de sus dedos  contra su piel le despertó sensaciones que la recorrieron de arriba abajo a la velocidad de una bala.
 
—Melocotones —murmuró—, ¿dónde estás? Muy lejos de aquí, ¿verdad?
 
—Sólo... sólo estaba pensando que hay un libro que contiene una crítica a este poema. Está por aquí, en algún sitio. —Se libró de los dedos de López, que le sujetaban la barbilla, y se levantó—. Voy a buscarlo. ¿Por qué no tomas notas sobre el poema y las comentamos cuando vuelva?
 
Se dirigió a toda prisa hacia las estanterías con las obras de la literatura universal y tratados que las estudiaban. Tenía que apartarse de Santana como fuera.
 
López la observó alejarse y se repantigó en la silla. Cogió otra Oreo y empezó a chuparla. ¿Se habría pasado con lo del pelo y la barbilla? No tenía ni puta idea. No quería que ella pensara que se estaba aprovechando de que no había guardias ni cámaras vigilándolas, aunque de hecho no había podido pensar en otra cosa desde que se había despertado esa mañana. Joder, en realidad llevaba días pensando en ella casi todo el tiempo.
 
Tres Oreos más tarde, Britt aún no había regresado. Miró la hora en el móvil y soltó aire por la boca con impaciencia.
 
—A tomar por culo.
Refunfuñó, levantándose. Se metió las manos en los bolsillos y empezó a caminar hacia el lugar por donde ella había desaparecido.
 
—¿Melocotones? —susurraba cada vez que se asomaba a un pasillo.
 
A la cuarta fue la vencida. Al fondo del cuarto pasillo la vio subida a una alta escalera, tratando de alcanzar uno de los libros del último estante. Se acercó lentamente y en silencio, con la vista clavada en sus pantorrillas. No pudo evitar lamerse los labios ante la visión de su piel suave y delicada. Britt no se dio cuenta de que Santana estaba allí, con la espalda apoyada en la estantería, trazando la línea de sus piernas con la mirada. La mano se le movió sin pedirle permiso y, sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, le acarició la corva.
 
—¡López!
Santana dio un brinco al oírla gritar y alargó los brazos al ver que se tambaleaba y empezaba a caer, tratando de evitarlo aferrándose a los libros que tenía delante. López la sujetó por la cintura y, mientras impedía que se diera contra el suelo, aprovechó para rozar con la punta de los dedos la parte inferior de sus magníficos pechos.
Britt se estampó contra Santana y el impulso la hizo dar contra la estantería contraria.
 
—En serio, López, hoy ya me has pegado dos sustos de muerte —protestó, apartándose.
 
—Sí, no hace falta que me des las gracias —murmuró ella, frotándose la zona golpeada de la espalda—, sólo acabo de salvarte la vida.
 
—¡Eres tú la que me ha hecho caer! —señaló ella.
 
Britt había dado un paso atrás. ¿Qué coño le pasaba? Santana volvió a acercarse y apoyó la palma de la mano en los libros que quedaban a la altura de la cara de ella. Desde esa distancia podía olerle el pelo. Mierda, todavía olía a melocotones.
 
—¿Va todo bien, señorita Pierce?
 
Ambas se sobresaltaron al oír la voz de la señorita Latham. López parpadeó al darse cuenta de lo cerca que estaban la una de la otra.
 
—Sí, todo va bien
Respondió Britt a la mujer que estaba mirando a López fijamente. Santana sonrió.
 
—He oído un grito —insistió la señorita Latham, ajustándose las gafas.
—Sí —explicó López—. He sido yo. He visto una araña, una araña enorme. Me dan mucho miedo. Britt me ha salvado.
 
Y le dedicó su sonrisa marca de la casa para ablandarla, pero a la menuda bibliotecaria no pareció hacerle efecto.
 
—Bueno, mientras usted esté bien, señorita Pierce.
 
—Estoy bien, gracias, señorita Latham —le aseguró Melocotones.
 
La mujer fulminó una vez más a López con la mirada antes de volver a su escritorio. A Britt le dio un ataque de risa. Santana se contagió al ver que la naricilla se le arrugaba al reír y soltaba un ronquido.
 
—¿Arañas? —dijo ella, entre carcajadas.
 
—¿Qué pasa? —preguntó Santana, apoyándose en la estantería, a su lado—. Las odio.
 
Britt negó con la cabeza.
 
—Es usted de lo que no hay, señorita López.
Ella la miró radiante.
 
—Y que lo digas.
 
Permanecieron contemplándose la una a la otra en silencio, aparentemente perdidas en sus propios pensamientos, hasta que ella la golpeó en el estómago con el libro que había cogido del estante.
 
—¡Dios!
 
—Venga —dijo Britt, sonriendo—. Vamos a aprender más cosas sobre tu pervertida metáfora sexual.
 
López se echó a reír y le miró el culo mientras se alejaba.
 

—Pensaba que nunca me lo pedirías —contestó, siguiéndola a buen paso.
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Mensaje por micky morales Sáb Sep 24, 2016 9:57 am

Por supuesto que no me gusta la presencia de labios de mero en la ecuacion pero tengo la esperanza de que no pase a mayores, en cuanto a las chicas, lentas pero seguras, hay muchas cosas ocultas en esta historia, hasta pronto!!!!!
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Mensaje por JVM Sáb Sep 24, 2016 12:40 pm

Jajajaja por fin San libre!!
Puck no me gusta nada, siento que solo le traerá problemas a la morena :/
Y Sam haciendo mal tercio, le gusta a Britt pero no siente lo mismo que le provoca San, así que espero que no vaya muy lejos con él...
Bueno y su primer clase no empezó tan bien, pero San la ha sabido mejorar jajajaja, esperó que se sigan llevando bien y que San siga igual de coqueta con Britt jajajaja :D
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Mensaje por 3:) Sáb Sep 24, 2016 9:53 pm

Al fin san esta libre.... me gusto el regalo que le dio a britt por su cumple!!
Enserio detesto a sam... de por si, si esta serca de britt!!! Espero que no llegue a nada mas que ese beso!!!
Mmm la primer clase y ya san no llega a tiempo y para colmo casi mara a britt del susto dos veces jajaj
A ver que pasa con punk... a ver que pasa con el antes de especular algo...
A ver que pasa con san y britt.... ya que tienen muuuuucho tiempo libre ahora???
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Sep 27, 2016 7:54 pm

micky morales escribió:Por supuesto que no me gusta la presencia de labios de mero en la ecuacion pero tengo la esperanza de que no pase a mayores, en cuanto a las chicas, lentas pero seguras, hay muchas cosas ocultas en esta historia, hasta pronto!!!!!

Hola, lo se,  pero por algo esta en la historia y espero que te guste del todo por lo menos su papel en la historia jjaja hay que hacer sufrir un poco a boca de mero jajajajjajja, y tu esperanza no la pierdas,  y no pasara a mayores  por lo menos si esta en mis manos ajajja. Claro hay muchas cosas ocultas pero se van ir soltando poco a poco. slds.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Sep 27, 2016 7:55 pm

JVM escribió:Jajajaja por fin San libre!!
Puck no me gusta nada, siento que solo le traerá problemas a la morena :/
Y Sam haciendo mal tercio, le gusta a Britt pero no siente lo mismo que le provoca San, así que espero que no vaya muy lejos con él...
Bueno y su primer clase no empezó tan bien, pero San la ha sabido mejorar jajajaja, esperó que se sigan llevando bien y que San siga igual de coqueta con Britt jajajaja :D

Sip la tan ansiada libertad.  Sip Puck esta fuera de control.
Ojala Britt sepa poner a Sam Evans en su lugar.
Bueno el proximo cap es su segunda clase a ver que piensas de ella....
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Sep 27, 2016 7:57 pm

3:) escribió:Al fin san esta libre.... me gusto el regalo que le dio a britt por su cumple!!
Enserio detesto a sam... de por si, si esta serca de britt!!! Espero que no llegue a nada mas que ese beso!!!
Mmm la primer clase y ya san no llega a tiempo y para colmo casi mara a britt del susto dos veces jajaj
A ver que pasa con punk...  a ver que pasa con el antes de especular algo...
A ver que pasa con san y britt.... ya que tienen muuuuucho tiempo libre ahora???

O si muy detallista, aun cuando estaba bajo rejas y entre cuatro paredes pudo llegar hasta Brittany, muy cursi pero romantico y muy significativo  ya que confirmo la relacion Britt-Santana y su padre.

jajajaj ese tiempo libre creo que pronto va a ser bien empleado, no es lo que esperamos todas no????
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Sep 27, 2016 7:58 pm

3:) escribió:Al fin san esta libre.... me gusto el regalo que le dio a britt por su cumple!!
Enserio detesto a sam... de por si, si esta serca de britt!!! Espero que no llegue a nada mas que ese beso!!!
Mmm la primer clase y ya san no llega a tiempo y para colmo casi mara a britt del susto dos veces jajaj
A ver que pasa con punk...  a ver que pasa con el antes de especular algo...
A ver que pasa con san y britt.... ya que tienen muuuuucho tiempo libre ahora???

O si muy detallista, aun cuando estaba bajo rejas y entre cuatro paredes pudo llegar hasta Brittany, muy cursi pero romantico y muy significativo  ya que confirmo la relacion Britt-Santana y su padre.

jajajaj ese tiempo libre creo que pronto va a ser bien empleado, no es lo que esperamos todas no????
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Sep 27, 2016 8:06 pm

[img][Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO - Página 3 2dp386[/img]

 CAPITULO 13

 
—¡A la puta mierda!
 
Cuando López levantó la vista del carburador estropeado que tenía en la mano, vio que Puck estaba dándole patadas a la llanta del Pontiac GTO con motor V8 que llevaba una hora haciéndolo soltar tacos.
López se acercó a él, limpiándose la grasa de las manos con un trapo que llevaba en el bolsillo.
 
—Eh, eh, cálmate, hombre. Aquí nunca pegamos a las damas. ¿Qué pasa?
 
Puck se pasó las manos por el pelo.
 
—Es esta basura. ¡Es una mierda! —exclamó, señalando el coche.
 
López abrió mucho los ojos, como si estuviera escandaQuinnada. Apoyó las manos en la puerta del conductor del vehículo color naranja ahumado.
 
—No lo escuches, nena —le susurró al coche—. No lo dice en serio.
 
—Paso, morena. —Puck negó con la cabeza—. Me rindo.
 
López frunció el cejo y apoyó el antebrazo en el techo del coche.
 
—¿Pasas? —repitió en tono provocador—. ¿Vas a rendirte tan fácilmente?
 
—No —exclamó su amigo, poniéndose a la defensiva—. Es que no... no puedo bajar el ralentí; sigue disparado y... Joder, Cam, ¡quita esa mierda de música!
 
El tal Cam se acercó rápidamente al equipo de música y bajó la música de los Foo Fighters hasta que sólo fueron un murmullo de fondo. López siguió mirando fijamente a Puck, sabiendo que, detrás de su mal humor, había algo más que un ralentí demasiado acelerado.
 
Puck se volvió, esquivando la mirada escrutadora de López, abrió una lata de Coca-Cola y se la bebió a grandes tragos. Cuando se la hubo terminado, se acercó a la pared y apoyó la espalda en ella, dejándose resbalar hasta el suelo. Miró un instante a López a los ojos y luego dijo en voz baja:
 
—Tengo bajo el azúcar, morena.
 
A Puck le habían diagnosticado hipoglucemia cuando era niño. Normalmente lograba mantener los niveles de azúcar en sangre dentro de lo normal, pero cuando le bajaban se ponía insoportable. López se metió la mano en el bolsillo trasero, sacó una bolsita de mini Oreos y se la lanzó a su amigo. Puck se metió una en la boca y gimió de placer. Le ofreció la bolsa a López, que cogió un par.
 
—Bueno, ¿y qué más te pasa? —le preguntó López tras unos instantes de disfrutar de las Oreo en silencio. Puck rehuyó de nuevo su mirada y López se sentó en el
suelo, a su lado—. ¿Desde cuándo tenemos secretos, Puck?
 
—No tengo secretos —respondió él, negando con la cabeza. Parecía agotado—. Sabes todo lo que hay.
 
—¿Ah, sí? Pues si sé todo lo que hay, ¿por qué no me has contado que has vuelto a esnifar regularmente?
 
Puck siguió con la vista clavada en el suelo, entre sus pies.
 
—Es sólo en plan recreativo.
 
—Pensaba que ibas a dejar esa mierda —replicó López, exasperada.
 
—Lo sé. Lo intenté; sabes que lo hice. Pero es que me ayuda a sobrellevarlo, morena.
 
Se frotó la cara con gesto soñoliento—. No... no duermo bien. La verdad es que no he vuelto a dormir una noche entera desde... desde que ella... morena, esto me ayuda a seguir adelante.


A López se le encogió el estómago al ver a su amigo incapaz de hablar de la mujer que le había roto el corazón. Se lo veía tan perdido... Le dio un leve empujón con el
hombro.
 
—Ya sabes que puedes contar conmigo si quieres hablar de Quinn...


Puck levantó la cabeza bruscamente.
 
—No —la interrumpió bruscamente, con los ojos brillantes de rabia.
López suspiró.
 
—De acuerdo, pero quiero que seas sincero conmigo —le dijo, mirándolo fijamente, hasta que su amigo aceptó, asintiendo con la cabeza sin mucha convicción.
 
La sinceridad había sido básica en la relación que habían construido a lo largo de los años. Igual que la confianza.
 
—Tío, tienes un aspecto de mierda y saltas por nada. Tienes un vicio muy caro. Paul me ha dicho que las cuentas del taller no van bien. Si dejas esa mierda, te
ayudaré con el dinero...
 
Puck negó con la cabeza.
 
—No, López, no quiero tu dinero. Ya te lo he dicho.
 
—No es mi dinero —replicó ella—, es el dinero de Evans.
 
—Da igual. No pienso aceptarlo. Ya fuiste a Kill por mí y por Quinn...
 
Se interrumpió, ya que pronunciar ese nombre hizo que se le cerrara la garganta. Se echó a reír sin ganas antes de añadir—: ¡Qué tontería! Menuda pérdida de tiempo.
 
—¿Has vuelto a tener noticias suyas? —preguntó López con delicadeza.
 
Puck no solía hablar de la mujer que lo había abandonado seis meses después de que él entrara en la cárcel. Se había ido sin una palabra, ni siquiera un «jódete».
Puck negó con la cabeza antes de echarla hacia atrás para apoyarla en la pared.
 
—No, nada. Ni siquiera un puto mensaje de texto. No he sabido nada de ella desde que se fue.
 
López le apoyó una mano en el hombro y le dio un apretón. Odiaba lo que Quinn Fabray le había hecho a su amigo. Por su culpa, Puck estaba destrozado y caía cada  vez más profundamente en una adicción que podía hacer que acabara en la cárcel o algo peor.
 
—Mi oferta sigue en pie —dijo López en voz baja—. Sabes que conmigo tienes las espaldas cubiertas, pero no olvides que estoy en libertad condicional y que tengo
que andarme con mucho cuidado.
 
La condicional no era la única razón por la que mantenía la nariz limpia. Contrariamente a lo que muchos pensaban, había dejado las drogas un año antes de que la enviaran a Kill.
 
—No pasa nada —replicó Puck, cubriendo su dolor con la habitual máscara de indiferencia—. Lo tengo todo controlado, te lo prometo. He quedado con dos tipos la
semana que viene para un negocio que lo solucionará todo. ¿Te apuntas?
 
Al verla poner los ojos en blanco, enfadada, Puck se echó a reír.
 
—¡Capullo! —exclamó López—. Espera un momento que llamo a mi supervisor y le pregunto si le parece bien. —Le dio un golpe en el brazo—. Ten mucho cuidado, ¿me oyes?.
 
El móvil de López vibró en su pantalón. Se levantó y leyó el mensaje que le había entrado, alejándose de Puck. Sonrió al ver que era de Melocotones.
 
Intenta no llegar tarde.
 
—¿Es tu profesora? —le preguntó Puck con una sonrisa cómplice—. ¿Cuándo vas a entrarle, colega?
 
—Calla —refunfuñó López.
 
Puck se echó a reír otra vez, como si no hubiera pasado nada.
 
—¿Qué tienes con ella? ¿Os enrolláis?
 
Ella se aclaró la garganta.
 
—No —susurró—. No nos enrollamos. —Se pasó la lengua por los labios antes de volverse hacia su mejor amigo.
 
—Ya —se burló Puck—. Pues si aún no lo has hecho, no sé a qué esperas. Se nota que te mueres de ganas. Y no me extraña, joder.
 
López tuvo que contenerse para no gruñir por el sentimiento de posesión que se apoderó de ella.
 
—Es... complicado. —Hizo una pausa—. Ella... Ella es Melocotones.
 
Puck abrió mucho los ojos.
 
—¿Melocotones? ¿La chica del Bronx? ¿La que su padre...? ¡No me jodas, morena!
 
—Te jodo. —López alzó las cejas.
 
La noche en que López la salvó de aquellos violentos se lo había contado todo a
Puck. Sólo entonces, junto a su amigo, con la adrenalina corriéndole aún por las  venas y el sonido de los disparos resonando en su cabeza, se permitió llorar de miedo.
 
Puck se levantó del suelo.
 
—¿Lo sabe ella? Quiero decir, ¿le has comentado algo?
 
López se apretó el puente de la nariz.
 
—No, no le he dicho nada. No sabría por dónde coño empezar.
 
Puck se cruzó de brazos.
 
—Ya te digo. —Contuvo una sonrisa que luchaba por asomar—. Joder, hermana, tras todos estos años... la has encontrado.
 
López le dirigió una sonrisa discreta y se frotó la nuca.
 
—Sí.
 
Puck le dio una juguetona palmada en el bíceps.
 
—Pues tíratela. Esa chica ha crecido bien.
 
López resopló. En cualquier otro caso, su sugerencia no había hecho que se le borrara de la cara la incitadora sonrisa, pero con Melocotones le pareció demasiado... vulgar. Ella se merecía algo mejor. Miró la hora. Eran las tres y cuarto. Faltaba menos de una hora para que volviera a verla. Respondió a su mensaje:
 
No me atrevería.
 
Era broma, pero no del todo. La reacción de Melocotones cuando llegó tarde el primer día la sorprendió mucho. Estaba tan enfadada que parecía que quisiera cortarle la cabeza. Tenía razón, pero joder, menudo carácter tenía la chica. Vale, sí, a ella tampoco le faltaba temperamento, pero tras la bronca y la debacle de la escalera, el resto de la clase había ido bastante bien.
 
Era extraño lo rápido que pasaba el tiempo cuando estaba con ella. Todo fluía fácil, natural. Le gustaban sus comentarios descarados y su entusiasmo. Le hacía
recordar su amor por la literatura. Le encantaba cuando hablaban sobre la elección de palabras que hacía el autor y la complejidad del conjunto.
 
De hecho, le gustaba hablar con ella y punto. Hablar con ella... y ahora también tocarla. No podía evitar pensar en lo suave que era su pelo cuando se lo colocaba
detrás de la oreja, o en la sedosa piel de detrás de la rodilla. ¿Sería igual de sedosa en todas partes?
 
Se aclaró la garganta y sacudió la cabeza para librarse de la imagen de Melocotones rodeándola con sus piernas, mientras ella se clavaba en ella entre estanterías llenas
de libros. ¡Madre de Dios! Quería más. Y no se refería a ver cómo era desnuda. Por ejemplo, ¿cómo sería mantener una conversación cotidiana con ella? El día que habían hablado sobre su padre y sobre el cuento infantil que éste le leía había sido unos de los mejores días de la estancia de López en Kill. Se había asomado a la Britt Pierce que existía fuera de la prisión y ahora que ella también estaba fuera, quería ver mucho más. ¿Cómo reaccionaría si le hiciera preguntas más personales? Preguntas sobre lo que le gustaba y lo que no le gustaba, no sobre su talla de sujetador y cosas así, aunque también había pensado en eso más de una vez. De hecho, le daba la sensación de que sus pechos encajarían perfectamente en sus manos. Su cuerpo reaccionó inmediatamente a esa imagen, lo que le resultó bastante embarazoso, ya que estaba rodeado de un montón de tíos. Su cuerpo era incapaz de permanecer calmado cuando estaba a su lado o cuando pensaba en ella.
 
Pero a pesar de que nada le gustaría más que proponerle que se lo montaran en cualquier sitio, sabía que no era de ese tipo de chicas. De hecho, si se enteraba de que algún tío la trataba así, a alguien le iban a dar lo suyo. Y no sería a Melocotones. Ese sentimiento posesivo le iba a traer problemas, estaba segura.
 
—¿López?
Al alzar la cabeza vio que Cam señalaba hacia la entrada del taller.
 
—Ha venido alguien a verte.
 
—¿Quién es? —preguntó López, dejando el café.
Cam se encogió de hombros.
 
—Ni idea. Sólo ha dicho que necesitaba hablar contigo urgentemente.
 
—¿Y quién no?
 
López se detuvo a mitad de camino al darse cuenta de quién lo estaba esperando en la acera, vestido con un traje que debía de costar unos dos mil dólares. Maldijo y
se frotó la cara con las manos.
 
—Sam Evans.
Éste asintió a modo de saludo.
 
—López.
 
Hubo unos momentos de calma tensa, mientras los dos se examinaban en silencio. Impaciente como siempre, López fue la primera en romperlo.
 
—¿Qué haces aquí? —le preguntó, sacudiendo la cabeza con rabia.
 
—No has contestado a ninguna de nuestras llamadas —respondió Sam en tono calmado y engreído.
 
—¿Y como no podéis acosarme por teléfono, venís a hacerlo en persona?
 
—No te estamos acosando, López. Hay que firmar esos papeles.
 
Ella se sacó los cigarrillos del bolsillo trasero del pantalón, encendió uno y dio una profunda calada. Con el pitillo entre los dedos, señaló a Sam.
 
—Esos papeles se redactaron sin mi consentimiento, en un intento de borrarme del mapa. Y eso, amigo mío, es un jodido acoso laboral. Disimulado y arrogante, pero no deja de ser acoso laboral.
 
—López —Sam se frotó el puente de la nariz—, tú no quieres saber nada de la empresa, lo has repetido hasta la saciedad. Pero cuando te damos la oportunidad de retirarte, clavas los talones y te resistes.
 
—Y una mierda —replicó él bruscamente—. Los Evans queréis que me largue porque estáis cagados de miedo. Teméis que los accionistas de S.L. Inc se enteren de que la dueña de la empresa es una convicta. Lo que no deja de ser irónico, teniendo en cuenta el tipo de gente con la que hacéis negocios. ¿Te suena de algo el nombre de Casari?
 
Sam entornó los ojos muy levemente.
 
—López, dejemos los rumores de lado, somos familia.
 
Ella le dirigió una mirada furiosa.
 
—No me vengas ahora con el cuento de la familia. —Lanzó el cigarrillo, que estuvo a punto de alcanzar el brazo de Sam—. Cuando estaba en la cárcel no te
acordabas de que éramos familia, así que no finjas que te importo una mierda.
 
El otro alzó las manos en señal de rendición.
 
—Vale, vale, lo pillo.
 
—No —siguió diciendo López avanzando hacia él—. No lo pillas. Tal vez seamos parientes, pero eso no significa que no disfrutara pateándote el culo aquí y ahora,
así porque sí.
 
Sam no retrocedió, aunque López estaba casi pegada a su nariz.
 
—Pero eso no sería nada bueno para tu libertad condicional, ¿verdad?
 
—Que te jodan, santurrón hijo de puta —respondió ella, apretando los dientes—. No te quedes ahí, mirándome por encima del hombro como si estuvieras más limpio
que las sábanas de una monja. Si hiciera una llamada a los federales y les contara tus negocios con Casari, ya verías lo rápido que los tendrías pegados al culo.
 
—Claro, porque tienes muchas pruebas, ¿verdad?
 
Se quedaron mirándose fijamente. Ninguno de los dos parpadeó ni retrocedió.
 
—¿Va todo bien por aquí?
 
Sam desvió la mirada hacia Puck, que estaba apoyado en la pared con los brazos cruzados sobre su ancho torso.
 
—Sí —respondió López, sin apartar la vista de la cara de Sam—. Mi primo ya se iba.
 
El otro soltó el aire con resignación.
 
—Piensa en lo que te he dicho, López. Seguiremos en contacto —añadió, antes de dirigirse al coche que tenía aparcado en la acera de enfrente.
 
López no lo perdió de vista hasta que desapareció. Sólo entonces se volvió hacia Puck con expresión tormentosa.
 
—¿Qué coño estaba haciendo aquí? —le preguntó Puck, alzando las cejas.
 
López se acercó a él y se apoyó en la pared pesadamente.
 
—Quieren comprar mi salida de la empresa.
 
—¿Y qué le has dicho?
 
—Que se fuera a tomar por el culo —respondió López.
 
Puck le dio un golpe con el hombro.
 
—Ésta es mi chica.
 
Ella sonrió y se relajó un poco. ¿Familia? Joder, ¿qué coño sabía Sam de lo que significaba ser familia?
 
Todos los Evans eran iguales. Lo único que les preocupaba era quitarle su dinero para conseguir todavía más poder. Y aunque López odiaba cada céntimo que entraba cada mes en su cuenta bancaria de Suiza, no iba a renunciar a ese dinero sólo porque ellos pensaran que no se lo merecía por ser la oveja negra.
De repente, se puso de pie de un salto.
 
—¡Mierda! —Se palmeó el pecho y los bolsillos de los vaqueros como si estuviera buscando algo—. ¿Qué hora es?
 
—Las cuatro menos cuarto, morena, ¿por qué? ¿Dónde está el fuego?
 
—¡Maldita sea! —exclamó López, entrando a la carrera en el taller para coger la bolsa y las llaves—. ¡Llego tarde, joder!
 
Se puso la cazadora de cuero y las gafas de sol y volvió a salir corriendo en dirección a Kala.
 
—¡Tengo clase! —le gritó a Puck, antes de ponerse el casco y montarse en la moto—. Llego tarde y le prometí que sería puntual. ¡Se lo prometí!
 
—Ah, la profesora —replicó Puck, mientras López llevaba la moto hasta la calle impulsándose con los pies—.Oye, si no estás interesada en ella, dile que estaré encantado de hacerle pasar un buen rato. Siempre me han molado las rubias.
 
Se echó a reír cuando López le enseñó el dedo corazón antes de darle gas a la Harley y desaparecer calle abajo como un murciélago escapando del infierno.
 
Britt tamborileó con las uñas sobre la mesa de la biblioteca, enfadada, preguntándose por qué demonios había creído a López cuando ésta le dijo que llegaría puntual. Ah, sí, porque era idiota.
 
Era idiota por creer que cumpliría su palabra. Era idiota por esperar con tantas ganas la hora de volver a verla y todavía más por enfadarse con ella porque al llegar
tarde estarían menos tiempo juntas. Y se llevaba la palma como idiota del año por haberse tomado la molestia de ponerse brillo de labios antes de entrar en la biblioteca.
 
Sacó el ejemplar de Walter, el ratón perezoso que Santana le había regalado y releyó la nota que le había escrito: ... «sin importar los obstáculos».
 
«Bueno —pensó con ironía—, ahora mismo el mayor obstáculo es que esta tipa no llegaría puntual ni a su propio entierro.»
 
Cerró el libro y volvió a mirar la hora. Las cuatro y diez. El primer día la había esperado media hora. Esa vez la esperaría veinte minutos. Cogió el teléfono para
mirar que no tuviera ninguna llamada o mensaje. Nada. Sólo tenía uno de Sam deseándole un buen día y preguntándole si tenía planes para el sábado.
 
Suspiró, evitando mirar hacia las estanterías donde los brazos de López la habían sujetado de un modo tan delicioso.
 
—¡Maldita sea! —dejó caer la cabeza hacia delante hasta golpearse la frente con la mesa—. Es un enamoramiento absurdo. ¡Contrólate! Sólo porque sea guapa que
te cagas...
 
—¿Quién es guapa que te cagas?
 
«Madre-de-Dios.»
 
Britt se incorporó muy muy despacio.
 
—Mis... zapatos —respondió ella, alargando la pierna para que López viera los zapatos de tacón color gris metalizado, de Gucci, que llevaba—. ¿A que son
bonitos?
 
Mantuvo la mirada fija en los zapatos, tratando de calmarse. López alzó las cejas mientras le examinaba el pie, el tobillo y la pierna que le estaba mostrando.
 
—Mmm, no son de mi estilo, la verdad, pero sí, están bien. —Se quitó la cazadora y la colgó en el respaldo de su silla, haciendo una mueca—. Siento llegar tarde. Sé
que te dije que sería puntual.
 
—Cierto —replicó ella bruscamente, aferrándose al cambio de tema—. Por segunda vez. Sé que tienes que hacer muchas cosas, pero yo también. Y si llegas siempre
tarde, esto no va a salir bien. Ya hemos perdido quince minutos.
 
—No me machaques, Melocotones. Sólo es la segunda clase. Todavía estoy acostumbrándome a la vida fuera. Las cosas no serán siempre así. Estoy intentándolo en serio, ¿vale?
 
Britt se fijó que la expresión de su rostro era más suave, más vulnerable. Frunció el cejo.
 
—¿Qué ha pasado? —preguntó.
 
López se echó hacia atrás en la silla, sorprendida.
 
—¿Qué?
 
—¿Que qué ha pasado? —repitió ella—. ¿Por qué has llegado tarde?
 
Ella inspiró hondo y se frotó la nuca.
 
—Ha surgido un tema... familiar que he tenido que resolver y he perdido la noción del tiempo.
¿Familiar? Eso era lo último que Britt esperaba oír. No sabía nada de su familia.
 
—¿Va todo bien?
 
—Mmm, sí, todo va bien —respondió López, apartando la mirada—. ¿Podemos empezar?
 
Britt se fijó en que tenía la mandíbula muy tensa. Lo cierto era que apenas conocía a la  mujer que estaba sentada delante de ella y eso la preocupaba. López la
excitaba mucho, pero lo único que sabía de ella era que había estado en la cárcel, que tenía estudios y que trabajaba en un taller con su mejor amigo. Que consiguiera que el hecho de fumar resultara sexi y que estuviera matadora con vaqueros y gafas de sol eran detalles sin importancia.
Aunque...
Mierda.
 
—Veo que vienes directamente del trabajo —comentó, señalando con la cabeza la camiseta roja de los White Stripes manchada de aceite.
 
—Sí, voy llena de grasa. —La miró a través de sus largas pestañas. Su mirada era tan palpable como una caricia ardiente—. Lo siento. Y siento haber llegado tarde.
 
—Se frotó la cara con fuerza—. Dios, necesito un cigarrillo.
Britt se levantó, arrastrando la silla sobre el suelo de linóleo.
 
—Pues si necesitas un cigarrillo, vayamos fuera a fumarnos uno.
 
—Pero tú no fumas.
 
Britt se puso en jarras y luego dio dos pasos en dirección a la puerta.
 
—Me gusta mirar —replicó con descaro—. Venga, vamos.
 
López se la quedó mirando unos momentos antes de seguirla. Salieron de la biblioteca y se dirigieron hacia el área de fumadores, bajo el cálido sol.
 
Britt le hizo un gesto con la mano para que encendiera el cigarrillo. Santana sonrió y, tras hacerle caso, aspiró el tabaco con ansia. Se apoyó en la pared y, cuando le llegó el aroma del perfume de Britt, cerró los ojos para disfrutar de su dulzura.
La cabeza de ella le llegaba a la altura de los hombros. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Tal vez porque mostraba siempre tanta confianza en sí misma que
parecía más alta. La luz del sol se reflejó en su pelo, haciéndolo brillar con destellos dorados y cobrizos. Cada vez que la veía la deseaba más y más. Mientras la
observaba contemplar el tráfico, la conocida sensación se despertó en su vientre.
 
—¿Qué te llevó a ser profesora? —le preguntó, tratando de distraerse.
 
Ella se volvió hacia Santana bruscamente y la miró con desconfianza.
 
—Lo siento —murmuró López sin quitarse el cigarrillo de la boca—. No pretendía cotillear. No es asunto mío. —Permaneció en silencio, mirándose los pies hasta que Britt se decidió a hablar.
 
—Mi padre. Antes de que muriera le hice una promesa. —Alzó la cara hacia el cielo—. Él siempre me decía que era importante devolver a la sociedad lo que habíamos recibido. Que debíamos valorar las cosas. Me encanta leer y escribir y la idea de enseñar siempre me resultó  atractiva. —La miró—. Suena tope cursi,
¿verdad?
 
López negó con la cabeza.
 
—No hay nada malo en ser apasionado, Melocotones.
 
—¿Y tú? ¿Querías ser algo antes de entrar en la cárcel?
 
Ella cruzó las piernas a la altura de los tobillos.
 
—Hubo un tiempo en que quise ser médico. —Nunca se lo había contado a nadie.
 
—¿Médico?
 
—Sí, cirujana, de hecho. No me mires tan sorprendida. Soy buena haciendo cosas con las manos. —Meneó los dedos para demostrárselo.
 
—¿Por eso trabajas en un taller?
 
—No. Eso lo hago sobre todo para ayudar a Puck, pero también porque me encantan los motores. Me gusta desmontar todas las piezas, ver cómo funcionan y
volver a ensamblarlas. —Cerró los ojos—. Y el sonido que hacen al funcionar es asombroso.
 
La primera vez que había puesto a Kala a toda potencia durante un trayecto a Nueva Jersey, el motor había hecho tanto ruido que le habían vibrado hasta los huesos.
 
Abrió los ojos y vio que ella la estaba observando, inocente y llena de deseo. Era una jodida paradoja viviente. El cosquilleo que López sentía en el vientre aumentó y empezó a transformarse en otra cosa algo más grande.
 
Era más que deseo, era una necesidad imperiosa. No, era hambre. Estaba hambrienta de ella; quería devorarla de todas las maneras que Britt le permitiera.
Aspiró con fuerza para contener el impulso de besarla.
Ella parpadeó.
 
—¿Qué pasa?
 
Santana se aclaró la garganta. La necesidad de aplastarle la boca con la suya no dejaba de crecer, como si fuera un tsunami que le recorriera el cuerpo de abajo arriba.
 
—Nada.
 
Joder, todo ese rollo era nuevo para ella. López nunca besaba a las mujeres, siempre eran ellas las que la besaban. O las que le rogaban que las besara. A Melocotones había querido hacerle de todo desde que la conoció, pero... ¿besarla? Nunca se le había pasado por la cabeza.
Hasta ese momento.
 
—Bueno, ¿y qué te gusta hacer cuando no vas cubierta de grasa de motor? —preguntó ella con una sonrisa tímida pero adorable.
 
Quería chuparle el labio inferior. Tal vez succionarlo.
 
—Me gusta tocar la guitarra —respondió con voz ronca—. Ver la tele, beber, ir en moto. Nada interesante.
 
—Sí, ya vi tu casco.
 
—Sí, la moto es mi niña.
 
Britt se echó a reír.
 
—Las chicas y sus juguetes.
 
—Exacto.
 
Ella rozó el suelo con la punta del pie.
 
—Mi padre también iba en moto cuando yo era pequeña. Me encantan.
 
Por supuesto que le gustaban. Era una mujer perfecta, joder. Apagó el cigarrillo y lanzó la colilla.
 
—Deberíamos volver a entrar.
 
Britt asintió y se separó de la pared. López la siguió de cerca, observando el exuberante movimiento de sus caderas mientras entraban. De repente, un gilipollas
barbudo cargado con una enorme bolsa chocó contra ella y la hubiera hecho caer al suelo si López no la hubiera agarrado por la cintura para impedirlo.
 
—Mierda —exclamó Britt, aferrándose a su antebrazo.
—Cuidado, zorra cegata —dijo el gilipollas con una sonrisa despectiva.
 
López dio tres pasos hacia él, lo agarró por la muñeca y lo hizo girar bruscamente. El otro hizo una mueca de dolor cuando le apretó los puntos que más dolor
causaban.
 
—¿De qué vas, tía? —gritó, intentando liberarse.
 
—López. —Melocotones se acercó a Santana.
Ella la ignoró y le retorció el brazo con más fuerza.
 
—¡Me vas a romper la muñeca!
 
—No lo dudes —replicó López con un gruñido amenazador—. Te la romperé si no te disculpas con la dama.
 
El barbudo abrió la boca, pero no dijo nada.
 
—Discúlpate —le ordenó López.
 
—Lo siento —dijo entre gemidos, pero Santana no lo soltó.
 
—López, ya se ha disculpado —dijo Britt—, suéltalo.
 
Con una sonrisa irónica al ver el miedo en la cara del capullo, López le dio un último apretón en el brazo antes de soltarlo. Cuando lo hizo, el otro se tambaleó hacia
atrás, agarrándose la muñeca. Recuperó la bolsa que se le había caído al suelo y salió corriendo, mientras López le taladraba la espalda con la intensidad de su mirada.
 
Britt se volvió hacia Santana y la golpeó en los bíceps.
 
—¿A qué demonios ha venido eso?
 
Antes de que pudiera responderle, ella ya había salido disparada hacia la sala de lectura, taconeando con fuerza y moviendo los brazos con decisión. Cuando López
la alcanzó, ya estaba lanzando cosas sobre la mesa.
 
—¿Qué pasa? ¿Qué he hecho? —le preguntó en voz baja.
 
En vez de responder, Britt se dejó caer en la silla.
 
—¿Estás enfadada? —le preguntó Santana, incrédula.
 
—Tenemos trabajo que hacer —replicó ella, con una mirada furiosa.
 
A López no le gustó su reacción. Se cruzó de brazos.
 
—Eh, te he hecho una pregunta.
 
—Sí, estoy enfadada —respondió Britt al fin, con los dientes apretados.
 
—¿Por qué?
 
—¿Por qué?
 
—Sí. ¿Por qué coño estás enfadada? —Su ingratitud la irritaba, pero al mismo tiempo su enfado se la ponía más dura que el titanio.
Todavía con los dientes apretados, Britt dijo:
 
—Estoy enfadada porque casi le rompes la muñeca a un hombre en plena biblioteca; porque eres una idiota que parece haber olvidado que estás en libertad
condicional y porque no puedes controlar tu mal genio.
 
Sin darle tiempo a respirar, López se cernió sobre ella, apoyándose en los reposabrazos de la silla donde estaba sentada y atrapándola así contra el cuero del asiento.
 
Britt se echó hacia atrás y entornó los ojos, pero Santana se siguió aproximando.
 
—¿Has acabado? —le preguntó, fulminándola con la mirada—. Pues deja que te diga una cosa, señorita Pierce. Si no lo hubiera impedido, te habrías caído de culo. Y, además, ese cabronazo ahora se lo pensará dos veces antes de volver a tratar a una mujer de esa manera. Así que no me des la brasa sobre lo que debo y no debo hacer.
 
Eres mi profesora, no mi guardiana. Métetelo en la cabeza lo antes posible.


Se sobresaltó cuando la mirada de ella se posó en su boca. Joder, quería besarla, probarla, perderse en sus labios, lamerla, mordisquearla y robarle el aliento.


Respiró hondo.
 
—¿Me tienes miedo?
 
Britt negó con la cabeza. Qué obstinada era.
 
—Pues deberías —le advirtió—. No tienes ni idea de lo que soy capaz de hacer. —Las pupilas de ella se dilataron y se le erizó la piel de la nuca. López lo observó
todo, fascinada.


—Cuando hayas acabado —dijo Britt en voz baja—, tenemos trabajo que hacer.
 
López soltó lentamente los reposabrazos. Tras echarle un último vistazo al rubor de las mejillas de ella, se sentó en su silla y cogió el poema.
 
—Léelo —le ordenó Britt en tono autoritario—. Subraya los versos, las frases o palabras que más te gusten y luego las discutiremos.
 
Una hora más tarde, mientras ella guardaba sus cosas, el móvil de López empezó a sonar. Respondió refunfuñando.
 
—¿Qué pasa, J? —Puso los ojos en blanco, pero sonrió—. Sí, estoy con la señorita Pierce. Sí, ella es... quiero decir, todo va bien.
 
Britt siguió recogiendo y leyó por encima las notas que López había tomado. Madre mía, si es que hasta su caligrafía era bonita. Tenía unos trazos claros y
ligeramente inclinados, que fluían uniendo una letra con la siguiente, dejando a su paso un texto elegante y pausado. Qué irónico. La miró de reojo, recordando la
expresión asesina de su cara cuando había estado a punto de romperle el brazo a un hombre por chocar con ella.
 
Era evidente que bajo la apariencia de una mujer ingeniosa, guapa e inteligente se ocultaba un ser oscuro y traicionero. Y no podía permitirse olvidarlo ni un
momento. La descolocaba. Su inquietante actitud la preocupaba. ¿Cómo podía pasar de ser alguien encantadora y divertida a comportarse como una bestia en cuestión de segundos?
 
Britt se sentía confusa. Un deseo ardiente y salvaje le recorría las venas y cuanto más trataba de apagarlo, con más fuerza ardía. Le miró la boca y se quedó
contemplando la pequeña hendidura que tenía en mitad del labio superior. Durante una fracción de segundo, cuando la atrapó en la silla, pensó que la iba a besar, y lo
peor de todo era que ella se lo habría permitido.
 
—Sí, te llamaré —dijo López—. Hasta luego. —Colgó y se guardó el móvil en el bolsillo.
 
—¿Así que vuelvo a ser la señorita Pierce?
Santana se encogió de hombros.
 
—Melocotones es el nombre que uso para ti, pero sólo cuando estamos a solas.
 
—Ya me he dado cuenta —replicó ella, fingiendo no darse cuenta del tono posesivo que había adoptado su voz, a pesar del cosquilleo que le provocaba en el pecho.
 
—Una cosa —dijo López, poniéndose un fino gorro—. No voy a poder venir a la clase del viernes.
 
Britt notó que se le cerraba la garganta del disgusto.
 
—Tengo reunión con Diane. Es la primera reunión. Will también irá —le explicó—. Lo siento.
 
—No es culpa tuya. Y no pasa nada. Sólo tenemos que cambiar la fecha de la clase.
 
Sacó la agenda de la bolsa y pasó las páginas hasta llegar al día que buscaba.
López cogió el casco de la moto y se acercó a ella.
 
Britt gruñó frustrada.
 
—Mañana no puedo. A primera hora tengo reunión de trabajo y la biblioteca cierra a las seis. Y como no he pedido que nos permitan quedarnos más tarde... —dejó
la frase sin acabar, desanimada.
 
—No pasa nada.
 
—De hecho, sí pasa —replicó ella—. La condicional establece que tenemos que dar seis horas de clase a la semana.
 
López miró el suelo fijamente.
 
—Bien, y... ¿qué haces el sábado?
 
—¿El sábado?
 
Santana cambió el peso de pie varias veces.
 
—Ssss-sí.
 
—No he reservado la sala para el sábado.
 
López soltó el aire con impaciencia.
 
—¿Estás siendo obtusa expresamente? Si no tienes planes, podemos quedar el sábado. Podemos dar la clase en el parque o un sitio así. No sé.
 
—¿El parque?
 
—¡Joder, mujer! —Britt sonrió al ver que ella la miraba con desconfianza—. ¿Me estás tomando el pelo, Melocotones?
 
—Lo siento —respondió ella, riéndose—. Es que me has sorprendido. Pensaba que lo último que te apetecería sería dedicar el sábado a estudiar.
 
—Bueno, ya sabes, soy una alumna ejemplar. —Britt se echó a reír—. ¿Qué me dices? ¿Quedamos el sábado o no?
 
Ella la miró con inquietud. López la estaba contemplando con expresión ansiosa. En ese momento parecía tan joven... Britt no necesitaba consultar la agenda, ya sabía
que estaba libre. Recordó el mensaje de Sam.
 
—No tengo planes —respondió al fin, preguntándose si acabaría arrepintiéndose de las palabras que habían salido de su boca tan fácilmente.
 
La sonrisa con la que Santana recibió sus palabras podría calificarse de beatífica.
 
—Bien, muy bien. Pues entonces quedamos el sábado. ¿A qué hora?
 
—¿A la una?
 
—A la una me va perfecto. ¿En la entrada de la Quinta Avenida con la Cincuenta y nueve?
 
—Genial.
 
López se puso el casco bajo el brazo y le hizo un gesto a para que pasara delante.
Juntas recorrieron los pasillos de la biblioteca, que estaba prácticamente desierta, y salieron al fresco del anochecer neoyorquino. Bajaron la escalinata de la puerta
principal y llegaron a la acera.
 
—¿Es ésta tu moto? —le preguntó Britt, acercándose al espléndido ejemplar.
 
—La misma —respondió López con devoción—: ella es Kala.
 
—¿Kala?
 
—Significa «fuego». También significa arte, pero yo le puse ese nombre por lo de fuego.
 
—Es preciosa.
 
—Gracias.
 
—Siempre me ha gustado la Harley Sportster Forty-Eight de dos mil diez —siguió diciendo Britt—. Es mucho más esbelta que la Nightster. Y el motor es más rápido.
 
El sonido de la mandíbula de López desencajándose y de su coño palpitando probablemente se oyó hasta en Filadelfia.
 
¡Jo... der!
 
No se perdió detalle mientras ella pasaba su pequeña mano por el asiento de cuero de Kala. Era lo más sexi que había visto nunca. De repente le asaltaron imágenes
obscenas de Melocotones tumbada sobre su moto, desnuda.
De Melocotones montando en Kala.
De los muslos de Melocotones rodeándole la cintura con fuerza.
Se le escapó un gemido que nació en lo más profundo de su garganta.
Normalmente, si una mujer tocaba su moto se ponía frenética, pero en cambio verla a ella hacerlo le secaba la boca y le causaba un cosquilleo en la entrepierna.
 
—Entiendes de motos —comentó.
 
—No mucho —replicó Britt encogiéndose de hombros. Cuando acarició el manillar, López se pasó la lengua por los labios—. Solía montar con mi padre a veces,
cuando íbamos a la playa de vacaciones, dos veces al año. Era lo que más me gustaba hacer con él.
 
—Si alguna vez... —López señaló la moto, incapaz de acabar la frase—. Podríamos... La playa no está lejos.
 
Se frotó las manos, como si eso fuera a explicar lo que había tratado de proponerle de manera tan poco locuaz.
 
—Tal vez algún día —murmuró ella.
 
—Te tomo la palabra.
 
El móvil de Britt empezó a sonar, rompiendo la magia del momento.
 
—Nos vemos el sábado —dijo ella, alejándose de López caminando de espaldas.
 
Santana se frotó el pecho, donde una cálida sensación le llenaba los pulmones.
 
—No lo dudes.
 
Ese viernes por la tarde, Will y Diane llegaron a casa de López para divertirla con sus chorradas habituales sobre la rehabilitación y sobre el estado mental necesario
para realizar una contribución valiosa a la sociedad.
 
López tuvo que reconocer que Will no estuvo tan pesado como se había temido, pero igualmente les echaba silenciosamente en cara que le hubieran robado el tiempo que habría podido pasar con Melocotones. Se habían quedado en su casa, tomando café y charlando sobre su trabajo en el taller, el entrenamiento con Ross y la terapia para el control de la ira que aún tenía que empezar.
 
Will, que era un cabrón muy astuto, esperó casi una hora antes de sacar el tema de las clases en la biblioteca. López había respondido a sus preguntas, mientras esquivaba sus miradas desconfiadas.
 
—Y bien —empezó a decir Will, cuando Diane fue un momento al baño—, ¿qué tal van las cosas con la señorita Pierce?
 
—Bien —respondió López, encogiéndose de hombros—. Todo va bien. Estupendamente, de hecho. —Sonrió—. Las clases son... interesantes y avanzamos rápidamente.
 
Will agachó la cabeza.
 
—¿Te estás comportando?
 
—Por supuesto. ¿Por qué no iba a hacerlo?
 
Will dejó la taza de café sobre la mesa.
 
—No me refería a las clases, San. La señorita Pierce ya deja claro en sus informes que tu actitud en el aula ha mejorado mucho.
 
A López la sorprendió un poco, teniendo en cuenta lo que había pasado con el gilipollas que había chocado con ella.
 
Will inspiró hondo.
 
—San, me refiero a... —bajó la voz antes de continuar—: ¿tienes algún problema con las clases estando las dos a solas?
 
López trató de sostenerle la mirada, pero pronto se encontró mirándose los pies, que no paraba de mover nerviosamente.
 
¿Tenía algún problema estando con ella a solas? No.
 
¿La tensión que existía entre ellas podía cortarse con un cuchillo? Pues claro, joder.
Alzó la cabeza y miró a Will fijamente.
 
—No soy idiota, Will.
 
—Ya sé que no lo eres —reconoció el psicólogo—, pero quiero estar seguro de que entiendes las implicaciones de... ya sabes... si... si algo... —Dejó la frase a medias
—. La cláusula de no confraternización que ella firmó...
 
—Lo sé —lo interrumpió López, echándose hacia atrás en la silla.
 
Sabía que Will había percibido la química que existía entre Melocotones y ella. Lo miró, aceptando en silencio la línea que lo separaba de su profesora. Aunque cada
vez estaba más desdibujada, sabía que no podía cruzarla. No debía cruzarla.



Pero la cuestión que permanecía en el aire era si sería capaz de recordarlo en el futuro o si mandaría las reglas a la mierda y cruzaría la línea igualmente.
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO

Mensaje por 3:) Mar Sep 27, 2016 10:24 pm

Bueno... lo de punk y su auto destrucion por no poder superar lo de quinn tecnicamente se puede entender.. espero que se deje ayudar y no termine mal...
Mmmmm a ver como va la clase del sabado????... a ver cuanto aguantan sin llegar a un besito aunque sea jajajaj
Will ya vio lo que da vueltas en el aire a su alrededor...
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO

Mensaje por JVM Miér Sep 28, 2016 1:11 pm

:o .... Vaya sorpresa Sam familiar de San además de que no es la buena persona que finge ser yyyyyy lo mas importante los dos quieren conquistar a la misma persona.....
Estos capítulos fueron de varias sorpresas, no me hubiera imaginado que San era dueña de una empresa, que tiene dinero y una cosa desagradable que es pariente del boca de trucha.
Al menos las cosas con Britt van súper bien, además de que la rubia prefiere a San antes que a su primito jajajaja.
Haber que tal les va el sábado y hasta que tanto se puede resistir San de besar a Britt ;)
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO

Mensaje por micky morales Miér Sep 28, 2016 8:28 pm

No me gusta el revoloteo de la mosca falsa con labios de mero, en fin.... espero que no pase a mayores y en cuanto a las chicas ese coqueteo disimulado va a terminar mal !!!!! digo yo, no se.
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Oct 01, 2016 10:11 pm

HOLA CHICAS, bueno les pido una disculpa por no poder actualizar como quiero, tengo problemas con mi portátil y me ha sido imposible actualizar. Gracias por los comentarios que han dejado siempre los leo.... Actualizare hoy en el transcurso de la noche.....
Gracias.
Les cuento ayer por la noche mi hermano me dio una sorpresa me dio mi libro Sorry Not Sorry.... Normalmente me devoro los libros, pero con este estoy haciendo una excepción, lo voy leyendo lentamente.... realmente pareciera que Naya estuviera hablándote a ti, lastima que no puedo obtener el audio libro seria gradioso que escucharla viva voce.
Bueno comienzo a actualizar, si me pierdo un poco  ya saben el porque.. 

[img][Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO - Página 3 2wejj1k[/img]
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Oct 01, 2016 10:19 pm

CAPITULO 14

 
Tras pasar por la clínica para que le tomaran las muestras obligatorias de sangre y orina, López estaba muerta de hambre. Faltaba media hora para la clase con Melocotones en el parque y los arcos dorados del McDonalds la  llamaban sin piedad. Aparcó a Kala en un lugar seguro y se dirigió con su bolsa marrón en la mano hacia uno de los bancos situados frente a la juguetería FAO Schwarz, donde se dispuso a comerse el Big Mac que se había comprado, mientras observaba a la gente. Al dar el primer bocado, gruñó de satisfacción. No se había dado cuenta de lo
mucho que había echado de menos esa mierda mientras estaba encerrada.
 
Cuando se hubo zampado la hamburguesa, junto con la ración grande de patatas fritas y el Sprite también grande, se echó hacia atrás en el banco y trató de relajarse.
Era la primera vez que lo hacía de verdad desde que la soltaron. A pesar de que le gustaba mucho estar ocupada, de vez en cuando agradecía la posibilidad de disfrutar de unos momentos de tranquilidad. Antes de entrar en Kill, solía sentarse a menudo en Central Park o en Battery Park con un paquete de Marlboro y una botella de Jim Bean para disfrutar de no hacer nada.
 
Bajo el cálido sol de Nueva York, López observó caminar a la multitud por la Quinta Avenida. Sonrió cuando dos chicas de veinte pocos años le dirigieron miradas  seductoras y se rieron al pasar por su lado. Su actitud era tan descarada que López, acostumbrada a despertar ese tipo de reacciones en la mayoría de las mujeres, se bajó un poco las gafas y les devolvió la sonrisa.
 
Las consecuencias no se hicieron esperar. Las dos chicas tropezaron y se alejaron de ella tambaleándose. López se cubrió la boca con la mano para que no la vieran reírse y se volvió a colocar las gafas en su sitio. Demasiado fácil.
 
Se acomodó en el banco y se fijó en una pareja sentada cerca de ella, que se estaban besando como si el resto del mundo no existiera. El hombre le sujetaba la cara a ella, perdido en un beso suave y lento. López frunció el cejo, confusa. ¿Cómo podían disfrutar de algo así? Ella nunca había besado a una mujer de esa manera. Había besado muy poco, lo reconocía y, desde luego, nunca había «hecho el amor».
 
Aunque Puck había mencionado la expresión cuando hablaba de su relación con Quinn, López no estaba demasiado convencida de que tal cosa existiera. Antes de que todo se fuera a la mierda con ella, López había observado a su amigo con desconfianza cada vez que Puck abrazaba a su mujer con delicadeza, como si fuera lo más valioso del mundo. Era evidente que la adoraba. Sin embargo, eso no había impedido que Quinn se largara.
 
A López le gustaba el sexo. No, le gustaba follar, y cuando lo hacía sus actos no eran suaves ni delicados. Tal vez eso la convirtiera en una capulla, pero nunca se le habían quejado. Todas las mujeres que pasaban por su cama se marchaban satisfechas y muchas volvían a buscar una segunda ración.
«No —pensó, apartando la mirada de la pareja—, la delicadeza no es lo mío.»
Al mirar hacia la otra acera de la concurrida calle, vio un destello de pelo rubio. Alargó el cuello para mirar mejor por encima de las cabezas de la gente que tenía delante y sonrió. Era Melocotones, que llevaba... ¡La madre que la parió! Llevaba vaqueros negros y una camiseta blanca, holgada, que le dejaba al descubierto el cuello y los hombros. Como siempre, vestía con sencillez, pero con un toque sofisticado. Y rezumaba sensualidad por todos los poros sin siquiera proponérselo.


La extraña sensación que había notado en el estómago a la puerta de la biblioteca tres días atrás, volvió a abrirse camino en su vientre. Era una sensación extrañísima,
una especie de hambre, de anhelo, y no le gustaba nada. No era tanto aquello lo que la disgustaba, como la ansiedad, la abrumadora impresión de estar perdiendo el
control de la situación.
 
Sabía que, si no hubiera hecho caso de su sentido común, habría besado a Melocotones en la puerta de la biblioteca. A pesar de la conversación que había mantenido con Will, besarla habría sido... habría sido...
Se le quedó la mente en blanco.
¿Cómo se sentiría si la besara?
¿Cachonda y mojada? Desde luego.
¿Más desesperada que nunca por saber cómo sería estar junto y dentro de ella? Joder, pues claro.
¿Feliz?
López se frotó la cara con las manos. Maldita fuera, este hilo de pensamiento era demasiado profundo para un sábado al mediodía. Tenía que dejar de darle vueltas a
la cabeza y centrarse en el momento presente.
 
Miró la hora en el reloj de pulsera y alzó las cejas sorprendida. ¡Cómo era posible! Britt llegaba tarde. Casi quince minutos tarde.¡Ajá!, se dijo con una sonrisa traviesa, negando con la cabeza.
 
Se levantó del banco, cogió la cazadora y el casco y se dirigió hacia la rubia. Se le acercó por detrás, permitiendo que su mirada danzara sobre sus curvas. Britt estaba acabando de hablar por el móvil cuando Santana se acercó lo suficiente como para olerle el pelo. Se inclinó hacia ella y le dijo al oído:
 
—¿Qué horas son éstas, Melocotones?
 
Ella soltó un grito y se dio la vuelta, con un remolino de tela blanca y pelo rubio. Su cara era un espectáculo, con los ojos y la boca tan abiertos.
 
—¡López! —exclamó cuando recuperó el aliento—. ¿Por qué siempre me das estos sustos?
 
Ella no respondió. Le encantaba su energía. Se limitó a alzar una ceja y a cruzarse de brazos, esperando una explicación de su retraso.
Ella guardó el móvil en el bolso y rehuyó su mirada.
 
—Me han entretenido.
 
—Mmm —murmuró López—, y yo que pensaba que era la persona más importante de tu vida.
 
Le estaba tomando el pelo, pero para ser sincera, una parte de Santana desearía que así fuera. El sentimiento de posesión que aquella mujer le despertaba rayaba ya en el ridículo.
 
Ella resopló y se apoyó una mano en la cadera.
 
—Delirios de grandeza —replicó—. Además, no estaba con un hombre.
 
López aflojó la mandíbula, sintiendo un alivio inesperado y sin precedentes.
 
—Supongo que puedo pasar tu retraso por alto por esta vez —dijo con tanta decisión que movió algunos mechones de pelo de Britt. Se acercó a ella y, bajando el tono de voz, añadió—: Pero que no se repita.
 
Ella tragó saliva.
 
—¿Y qué pasa si eso sucede?
 
López se la quedó mirando, sorprendida y excitada al darse cuenta de que ella le estaba mirando los tatuajes que asomaban bajo las mangas tres cuartos de su camiseta de Los Beatles.
 
—Oh, Melocotones, te gustaría saberlo, ¿eh?
 
Algo brilló en los ojos de Britt, pero desapareció antes de que López pudiera identificar de qué emoción se trataba. Se echó la melena hacia atrás y se encogió de hombros.
 
—En realidad, no —respondió, frunciendo la nariz con indiferencia—. Venga, tenemos trabajo.
 
A Santana se le escapó la risa cuando ella echó a andar con decisión por el parque. Tuvo que correr un poco para alcanzarla. Cuando llegó a su lado, se metió la mano en el bolsillo de los vaqueros y la siguió.
 
—¿Qué? —preguntó, al ver que cruzaban las verjas del parque y que avanzaban por el camino empedrado—. ¿Dónde vamos a hacerlo?
 
Britt alzó la vista al cielo azul y sonrió. Hacía un día precioso, muy caluroso para esa época del año.
 
—He pensado que podríamos sentarnos junto al lago. Conozco un buen sitio.
—Genial.
 
Como todos los sábados calurosos, el parque estaba abarrotado. López se pasó el rato moviéndose a un lado y a otro para evitar chocar con niños o con perros.
 
Britt no pudo evitar fijarse en lo fuera de lugar que parecía López al lado de los neoyorquinos medios o de los turistas. Era una mujer impresionante, que llamaba la atención por su altura, por los tatuajes y por aquel pelo tan oscuro y ondulado.
 
 Tampoco se le escaparon las miradas de admiración que le dirigían las mujeres con las que se cruzaban.
 
Le daba miedo la idea de verse con López fuera de la biblioteca. Sabía que, técnicamente, no estaba haciendo nada malo reuniéndose con Santana en el parque, pero en el fondo era consciente de que estaba pisando terreno pantanoso. No se lo había contado a Marley, ni a su madre, ni a Blaine, porque sabía que alguno de ellos —probablemente todos— tratarían de hacerla cambiar de idea.
 
Aunque tampoco había tenido demasiadas oportunidades de hablar con Marley. Últimamente estaba muy silenciosa. Desde el cumpleaños de Britt habían intercambiado un par de mensajes de texto y nada más. A Blaine —con quien estaba hablando cuando López la había asustado— también le sorprendía la extraña conducta de su amiga común. Estaba claro que le pasaba algo.
 
—¿Estás bien, Melocotones? —La voz de López la devolvió a la realidad. Alzó la cara y vio que Santana la estaba mirando con el cejo fruncido de preocupación.
 
—Sí, estoy bien —respondió ella y señaló con el dedo—. El sitio que te decía está ahí mismo.
 
Se acercó a un trozo de césped y lo tocó con la mano para comprobar que no estuviera húmedo.
 
—Toma —le dijo Santana, colocando la cazadora sobre la hierba—. Siéntate aquí encima.
 
—No hace falta. La hierba está seca —replicó Britt.
 
Santana se encogió de hombros.
 
—Siéntate de una vez. No te morirás por sentarte en mi cazadora.
 
Ella dejó la bolsa en el suelo.
 
—Gracias.
 
López se dejó caer a su lado en la hierba, rozándole el brazo al hacerlo, y se echó hacia atrás. Apoyado en los codos, se encendió un cigarrillo y soltó el aire por la
nariz.
 
Britt la observó disimuladamente mientras Santana contemplaba el lago y a los niños que trepaban a la estatua de Alicia en el País de las Maravillas situada a su derecha.
Era irresistiblemente guapa.
 
—Yo, em... te he traído algo. —Britt rebuscó en su gran bolso.
 
López alzó las cejas, expectante. Al sacar la mano, dejó a la vista un paquete grande de Oreos que le lanzó al regazo y ella se echó a reír.
 
—No deberías haberte molestado —dijo, aún riendo.
 
Ella le quitó importancia con un gesto de la mano.
 
—Lo he hecho más por mí que por ti —murmuró. Al ver que levantaba una ceja, añadió—: Te pones insoportable cuando te faltan Oreos y yo no tengo ganas de aguantar tu mal humor. —Sonrió y volvió a meter la mano en el bolso—. Y no, no he traído leche.
 
López se sentó y abrió el paquete.
 
—Me encantan estas galletas.
 
—Sí, ya me había dado cuenta.
 
—¿Quieres? —le ofreció Santana, alargándole el paquete, mientras su lengua empezaba a hacerle cosas indecentes a la nata del centro de una de las galletas.
 
Ella la observó extasiada.
 
—Ejem, no. No, gracias.
 
¿Era posible estar celosa de una galleta?
 
Britt apartó la mirada y sacó el material para la clase. Le dio una copia a López y le pidió que le recordara lo que había aprendido sobre el sexualmente pervertido
poema de Donne. Santana no la defraudó. Al parecer, el aporte calórico de las deliciosas Oreo había desatado su lado más parlanchín. Y a Britt le encantaba escucharla. Su voz era aterciopelada, incluso cuando soltaba tacos y maldiciones. Al igual que su dueña, estaba llena de contradicciones. Era suave pero firme a la vez; fuerte pero tranquila; autoritaria y sumisa al mismo tiempo.
 
Detrás de las gafas de sol, Britt cerró los ojos y la escuchó. Su voz era como una nana, que calmaba algo escondido muy dentro de ella.
—Te gusta este poema —afirmó, cuando Santana acabó de hablar.
 
López fingió indiferencia. Seguía recostada sobre la hierba, al lado de ella, que estaba sentada con las piernas cruzadas.
 
—Me gustan las metáforas que usa, aunque no estoy de acuerdo con lo que expresan.
 
Britt esperó a que ella ampliara su respuesta. López respiró hondo, lo que hizo que la camiseta se levantara un poco, dejando al descubierto una franja negra de ropa
interior y una franja blanca de piel. Ella trató de no fijarse. En serio lo intentó.
 
—Es que no estoy de acuerdo con el rollo ese de que «el sexo es como el cielo y estoy rodeado de querubines mientras me corro» —dijo ella al fin.
 
Britt se revolvió sobre la cazadora vaquera. Debía tener presente que López hablaba sin tapujos sobre sexo.
Santana se apoyó en los antebrazos.
 
—El sexo es sexo sin más. Son dos personas que quieren lo mismo y que hacen lo que tienen que hacer —añadió, encogiéndose de hombros—. Es algo duro, visceral
y... no sé, para mí —se señaló—... cuando estoy en la cama con una mujer...
Se detuvo en seco y apartó la vista.
 
—¿López?
 
—¿Qué? —murmuró Santana, jugueteando con la hierba.
 
—Estabas diciendo algo —la animó Britt, con una inclinación de cabeza, buscando sus ojos.
 
—No importa. No estoy de acuerdo, pero da igual —replicó, arrancando un montón de hierba.
 
López no se podía creer todo lo que acababa de soltar por la boca. Comentar con Melocotones cómo era estar en la cama con otras mujeres era... raro. No es que se sintiera avergonzada, pero le resultaba muy incómodo. Lo que, teniendo en cuenta su reputación, era absurdo, joder. Seguro que Britt daba por hecho que su historial con las mujeres era tan limpio como su expediente criminal. Y, sin embargo, no encontraba las palabras adecuadas para hablar con ella de sus conquistas.
 
Por otra parte, no sabía si a ella le gustaría que le hablara de eso o no, pero no tenía ninguna intención de hacerlo. Igual que por nada del mundo le preguntaría sobre
los tipos con los que se había acostado. Apretó los puños sólo de pensarlo.
 
—¿Sabes qué? —dijo Britt, retirándose el pelo de los hombros y recogiéndoselo en un moño informal—. Mataría por un helado.


López asintió, sin apartar la vista de su pelo. Hablar de sexo no ayudaba en nada a sus intenciones de comportarse como una dama. La recorrió con la vista de arriba abajo. La curva de su cuello al unirse a sus hombros le pedía a gritos un beso. Estaba convencida de que su piel sería deliciosa.
 
—¿Quieres que te traiga algo? —le preguntó ella, colocándose las gafas en la cabeza.
 
—Otro helado para mí —respondió, echando mano a la bolsa que llevaba en el bolsillo trasero del pantalón—. Toma —le ofreció un billete de diez dólares—. Deja
que te invite.
 
Britt se quedó mirando el billete con la ceja levantada.
 
—¿Y por qué tienes que pagar tú?
 
López sonrió.
 
—Porque quiero. Y ahora, déjate de feminismos y coge el dichoso dinero. Te lo debo. Tú has pagado las Oreo.
 
Con una sonrisilla, Britt cogió el billete.
 
—Vale. ¿De qué lo quieres?
 
Ella se llevó la mano a las gafas de sol y se las bajó un poco. Se acercó a ella y susurró:
 
—De melocotón.
 
Britt compró un helado de melocotón y otro de frambuesa para ella y luego volvió a sentarse en la hierba junto a López, que se había tumbado de espaldas.
Permanecieron en silencio, disfrutando del cielo azul, la cálida brisa y el helado.
 
—Qué agradable —murmuró ella poco después.
 
López no dijo nada y lamió el zumo que resbalaba por el palito del helado.
Britt suspiró.
 
—Solía venir aquí con mis padres cuando estábamos en Nueva York. Jugábamos al escondite y mi padre siempre fingía no encontrarme, incluso cuando yo ya sabía
que me había visto. —Cerró los ojos—. Le gustaba venir, sobre todo en otoño. Le encantaba que nos sentáramos aquí, rodeados de hojas.
 
—Mi padre y yo también solíamos venir a jugar aquí —comentó López.


Ella abrió los ojos de golpe, claramente sorprendida por la aportación voluntaria de información por su parte.
Britt esquivó su mirada y ella aprovechó para acariciar los mechones de pelo rubio esparcidos sobre la hierba.
 
—Jugábamos junto al lago y luego íbamos a la estatua. —López señaló con la cabeza la pequeña escultura de bronce cubierta de niños—. Y mi madre... —Suspiró—. Mi madre venía más tarde a recogerme. Era el lugar donde hacían el intercambio. Terreno neutral.
 
Tras un largo silencio, Britt suspiró.
 
—Tal vez nos viéramos alguna vez. Al fin y al cabo, el mundo es un pañuelo. —La miró a los ojos—. A veces tengo la sensación de que te conozco desde hace
mucho tiempo. Qué raro, ¿no?
 
Santana se incorporó rápidamente y encendió un cigarrillo.
 
—Sí —logró decir con esfuerzo—, muy raro.
 
Melocotones la imitó y se sentó como ella, acercándose más el bolso y las rodillas al resto de su cuerpo.
 
—Bueno, tengo que hacerte una pregunta —dijo al fin, rebuscando una vez más en el bolso.
 
Santana soltó el humo y miró el suelo entre sus rodillas con desánimo.
 
—¿Cuál prefieres?
 
López frunció el cejo al ver que tenía un libro en cada mano y luego se echó a reír.
 
—No tengo ni puta idea. ¿Por qué?
 
Ella la reprendió con la mirada.
 
—Tenemos que estudiar un libro y quería saber tu opinión. Elige uno.
 
—No he leído ninguno de los dos —admitió ella—. He oído hablar de éste, pero no puedo decir que lo conozca.
 
—Me encanta esta historia —dijo Britt, señalando el libro que quedaba a la derecha de López, el que le sonaba—. Hace mucho tiempo que no lo releo, pero nunca lo
he olvidado.
 
López cogió el ejemplar y leyó el título, con el cigarrillo colgando de los labios.
 
Adiós a las armas, de Ernest Hemingway.
—Es una historia preciosa —dijo Britt—, pero debo advertirte que, aparte de las descripciones de la guerra, es básicamente una trágica historia de amor.
 
López hojeó el interior.
 
—Sí, lo sé —refunfuñó—, creo que sobreviviré.
 
Ella sacó un cuaderno y un bolígrafo del bolso y tomó unas cuantas notas.
 
—¿Quieres llevártelo a casa y leerlo allí? ¿Qué te parece si lees dos capítulos y los discutimos el próximo día? —Resopló al ver su cara—. ¿Qué pasa? Tenemos que
trabajar, López. No te lo digo para putearte.
 
—Ya lo sé —replicó ella, dándose golpecitos en la rodilla con el libro—, pero pensaba que ya había superado la etapa de los deberes en casa.
 
Ella sonrió.
 
—El próximo día comentaremos los dos primeros capítulos y luego leeremos un poco más juntas.
 
—Vale —murmuró ella, sacudiendo la mano—, da igual.
 
—Usas mucho esa muletilla —replicó Britt con una sonrisa irónica—, tal vez también tendríamos que trabajar tu vocabulario.
 
López la miró fijamente.
 
—¿Me estás tomando el pelo? —le preguntó, entornando los ojos.
 
A ella se le escapó la risa y Santana la pinchó en las costillas con un dedo. Britt soltó un grito agudo que las sorprendió a las dos.
 
—Melocotones —susurró López con malicia—, ¿tienes cosquillas? —La miró de arriba abajo, como calculando en cuantas más partes de su cuerpo podría tocarla para hacerla gritar.
 
Ella se recolocó la camiseta y recogió el material para guardarlo.
 
—No. En absoluto.
 
—Oh —dijo Santana, muy seria—, pues menos mal, porque odiaría tener que hacer esto. —Volvió a pincharla en el costado, haciéndola gritar una vez más—. No querría
hacerte chillar como una chica.
 
—Es que soy una chica —replicó ella, guardando el material en el bolso.
 
López se echó a reír y le acercó el resto de los papeles.
 
—Ya sabes lo que quiero decir. —Le clavó el dedo por tercera vez.
 
—¡Para! —gritó Melocotones con voz muy aguda, mientras le daba una palmada en la mano—. ¡Eres una cría!
 
—Como si no lo supiera —contestó Santana, antes de levantarse y sacudirse la hierba que se le había quedado pegada al pantalón.
 
Con el casco en la mano y la cazadora colgada del brazo, se dirigió a paso lento hacia la orilla del lago. A esa hora de la tarde, el parque era un hervidero de gente que corría, paseaba y jugaba.
 
Britt se acercó a Santana. Cuando López bajó la vista y la miró, ella se ruborizó y sonrió. Santana se metió la mano libre en el bolsillo para luchar contra el fuerte impulso de hacer algo indebido. Recordó la conversación que había mantenido con Will y maldijo en silencio. Era una imbécil si creía que iba a ser capaz de mantener esa relación a nivel de amistad y de coqueteo durante mucho tiempo.
 
Ya más de una vez había pensado en besarla y ahora quería... ¿qué? ¿Abrazarla? Sí, quería abrazarla y, joder, ella nunca había querido abrazar a las mujeres. Era un
acto demasiado íntimo, pero es que sabía que ella encajaría perfectamente entre sus brazos. ¡Mierda!
 
—Bueno —dijo con voz ronca—. No ha ido tan mal, ¿no?
 
—No, ha sido muy agradable, señorita López. Tu inteligencia literaria no deja de sorprenderme.
 
Ella apartó la vista.
 
—Tener una buena maestra siempre ayuda.
 
—Gr... gracias —titubeó Britt, sorprendida—, pero si estás tratando de ablandarme para que te traiga más Oreos, te estás equivocando.
 
Britt se echó a reír para disimular la incomodidad que le causaban sus halagos y apretó el paso. López la agarró por el codo para impedir que se alejara y ella alzó las
cejas, sorprendida al ver que se quitaba las gafas. Al verle los ojos, se quedó sin aliento. Nunca había visto unos ojos tan oscuros. La estaba mirando con tanta intensidad que le pareció que la acariciaba con la mirada.
 
—López —susurró, al ver que ella daba un paso hacia ella. Estar tan cerca la hacía sentir muy pequeña.
 
—Melocotones. —Santana paseó la mirada por la cara de Britt—. No lo he dicho para... es decir... lo digo en serio. Creo que eres...
 
El corazón de ella se desbocó. El tacto de su mano en su brazo era tan reconfortante que no fue capaz de decirle que la apartara, y cuando Santana clavó la mirada en su boca, Britt casi la sintió entre las piernas. Instintivamente se pasó la lengua por los labios. Ninguna mujer la había mirado nunca así.
 
—¿López? —repitió, apoyando la mano sobre la de ella—. ¿Estás bien?
 
Santana seguía mirándola de un modo que hacía que se le arqueara la espalda y se le contrajeran los pezones. López abría y cerraba la boca continuamente, como si
quisiera decir algo pero no pudiera. Al final, dejó caer la cabeza hacia delante, maldijo entre dientes y se quedó mirando el camino.
 
Luego enderezó la espalda bruscamente.
 
—Mierda —murmuró. La agarró de la muñeca y tiró de ella en la dirección por la que habían venido.
 
—¡López! —protestó Britt, mientras ella doblaba un recodo y la empotraba contra un árbol, tras dejar caer el casco y la chaqueta a sus pies.
 
Se inclinó hacia ella, apoyando las manos sobre su cabeza y agarrando la corteza, mientras Britt se ruborizaba vivamente. El enfado de ella se convirtió en preocupación al ver que Santana miraba a su alrededor cautelosamente, sin dejar de maldecir y murmurar.
 
—López, ¿qué pasa?
 
Ella no dejaba de mirar a derecha e izquierda, tratando de ocultarla con su cuerpo y negando con la cabeza.
 
—¡López, háblame! —Britt le apoyó una mano en el hombro para tranquilizarla—. ¿A quién has visto?
 
—A mi primo —respondió ella en una voz muy baja, que contrastaba con su enorme cuerpo.
 
Ella se sobresaltó cuando la vio golpear el tronco con las manos sobre su cabeza.
 
—¡Maldita sea! —López soltó el aire con fuerza y se apoyó en el árbol, atrapando a Britt entre sus brazos.
 
—Cálmate. —Le acarició el hombro, moviendo un poco la mano a lado y lado antes de descender. Era tan fuerte...
 
—Quiero verlo cuando yo quiera, ¿lo entiendes? Bajo mis condiciones. —López parecía implorarle comprensión con la mirada.
 
—No pasa nada —dijo Britt en un tono tranquilizador, acariciándola suavemente—. No tienes que hacer nada que no quieras hacer.
 
Gradualmente, López se relajó, pero siguió mirándola de un modo que hacía que le hormiguease la piel. Al darse cuenta de lo cerca que estaban, un anhelo se abrió
camino en el interior de Britt. Cada vez que respiraban, sus pechos entraban en contacto. La nariz de López le rozaba el pelo.
 
—Hueles muy bien —susurró Santana—. ¿Lo sabes?
 
Britt tragó saliva y dejó de acariciarla.
 
—Hueles muy bien —repitió López, inclinándose un poco más hacia ella—. ¡Joder, qué bien hueles!
 
—Gracias —replicó Britt, moviendo la espalda aprisionada contra el tronco del árbol.
 
Se sentía arder, incluso a pesar de la brisa que soplaba a su alrededor. Estaban tan cerca. Sabía que podía apartarla de un empujón, pero cada vez que pensaba en  ello, su mente quería hacer todo lo contrario. Quería acercarse aún más a ella.
 
—¿En qué piensas? —López dejó resbalar las manos por el tronco hasta que fueron a parar a los hombros de Britt.
 
Ella pensaba que sus ojos le recordaba al mar Caribe. Y en las ganas que tenía de lamerle la hendidura del labio superior. Y de tocarle una cicatriz que tenía
en la barbilla.
 
—Yo... creo que deberíamos... Tenemos que... Debo irme a casa —respondió titubeando, mientras Santana le acariciaba la sien con la nariz.
 
—¿Quieres irte a casa, Melocotones?
 
—Debería —respondió ella—. Tengo que irme.
 
López echó la cabeza hacia atrás y le dirigió una mirada muy sexi con los párpados entornados.
 
—¿Puedo decirte una cosa?
 
Britt sólo pudo asentir con la cabeza. La mirada de López fue descendiendo por su rostro hasta quedar fija en su boca.
 
—Tengo muchas, muchas ganas de besarte ahora mismo.
—Sant...
 
—Sé que no debería y, además, yo no suelo besar nunca a nadie, pero joder, quiero besarte. —Le acarició el labio inferior con el pulgar—. Quiero probar a qué sabe
tu labio superior. —Se lamió su propio labio—. Y luego compararlo con el sabor del labio inferior. —Soltó el aire—. Me muero de ganas de saber si tu lengua sabe a
melocotones.
 
A Britt se le cerraron los ojos al oír esas palabras.
 
—Nosotras... Yo... Por favor —murmuró—, no. —Aunque logró pronunciar la palabra, el estómago se le cerró al hacerlo. Se sorprendió al ver que había sido capaz de decirlo.
 
—¿Tan malo sería? —López movió la cara y su aliento se desplazó sobre el rostro de Britt como una neblina lujuriosa. Dios, era tan guapa...
 
Ella apenas podía controlar las ganas que tenía de abalanzarse sobre aquella chica. Su vientre ronroneaba, tenía las pupilas dilatadas y el corazón le latía sin control.
Sabía que estaban a punto de cruzar una frontera, una frontera peligrosa que podía poner en peligro su carrera.
 
—López —volvió a susurrar en un último intento por evitar lo que en el fondo de su corazón sabía que era inevitable—. No podemos.
 
—Lo sé —replicó Santana, apoyándole la cara en la mejilla, antes de ladearla y susurrar con los labios pegados a los suyos—: Probar tus labios. Sólo una vez. No pido más.Y entonces su boca cubrió la de ella.
 
¡Dios! Estaba besando a su alumna. Su guapísima, perdida y furiosa alumna, que le hacía cosquillas y la invitaba a un helado. Que la había llamado «guapa» y le había hecho un precioso regalo por su cumpleaños. Una mujer tan contradictoria que le daba vueltas la cabeza cada vez que estaba cerca de ella.
 
Sabía que era una tontería. Se había prometido no cometer ese error y, sin embargo, lo estaba haciendo. Estaba con... oh, mierda, le había metido la lengua en la boca.
 
La estaba probando. Su sabor era... oscuro, intenso... con un toque ahumado. Era sublime. Tuvo la sensación de que llevaba toda la vida buscándola. López la hacía
sentir pesada y ligera a la vez, emocionada y aterrorizada al mismo tiempo.


A pesar de que se le cerraban los muslos de deseo, la lujuria no lograba hacerle olvidar el pánico que se había apoderado de ella.
 
Apoyándole las manos en los hombros, le dio un empujón.
 
—Por favor —le suplicó, con los labios pegados a los suyos.
 
—Melocotones —gimió Santana, tomando su gesto y sus palabras en el sentido opuesto. La besó con más intensidad, hundiendo más la lengua en su boca y
presionándola más contra el árbol con sus caderas.
 
Britt negó con la cabeza, haciendo que sus labios se frotaran contra los de López.
 
—Por favor, para.
 
Pero esta vez las palabras no llegaron a sus oídos. Y ella lo sabía. Sabía que López estaba demasiado excitada.
 
—Por favor, ¡no puedo! —repitió ella, empujándola con más fuerza—. ¡Para, López!
Finalmente, Santana la oyó.
 
—¿Qué? —preguntó, aún aturdida por el deseo, sin apenas dejar de besarla.
 
—¡Que pares! —Britt volvió a empujarla y ella se apartó, aunque no demasiado—. Te estoy diciendo que pares.
 
La empujó con todas sus fuerzas y esta vez López se tambaleó y estuvo a punto de caerse de espaldas.
 
Confusa, López se quedó mirando sus perfectos labios rojos hasta que ella se los cubrió con la mano. Al recobrar poco a poco la razón, se dio cuenta horrorizada de
que Britt estaba llorando. El alma se le cayó a los pies.
 
—Melocotones —murmuró. Dio un paso hacia ella, pero se detuvo en seco al ver que alzaba la mano—. Yo... ¿qué...? Mierda, ¿te he hecho daño?
 
Britt negó con la cabeza.
 
—No, no me has hecho daño.
 
—Entonces, ¿qué te pasa? —Se arriesgó a dar otro paso hacia ella y respiró mejor al ver que no la detenía. El deseo de acercarse, ahora que la había probado, era
irresistible.
 
—Acabamos de... No puedo creerlo. —Britt alzó la vista al cielo—. ¿Te das cuenta de lo que podría suceder si alguien se enterara de lo que acaba de pasar?
 
Sí, se daba cuenta, pero segundos atrás, todo le había importado una mierda.
 
—Melocotones —dijo, alargando una mano, que ella no cogió—. Todo va bien.
 
Britt alzó la cara con brusquedad.
 
—¿Bien? —exclamó—. No, nada va bien, López. ¡Soy tu profesora!
 
—No me grites —replicó Santana, empezando a perder los nervios—. Sé perfectamente quién eres. Y también sé que has disfrutado del beso tanto como yo.
 
—No importa. No puede volver a pasar. No volverá a pasar.
 
López sintió un dolor agudo que le atravesaba el pecho y trató de neutralizarlo con furia.
 
—¡Lo que tú digas, joder! Como si me importara una mierda si vuelve a pasar o no.
 
Al mirarla a los ojos, vio en ellos el dolor que acababa de causarle y se tragó el orgullo.
 
—Melocotones... Yo... Mierda... Yo... —titubeó, sabiendo que decirle que lo sentía sería decir muy poco para arreglar lo que había hecho.
 
—Me voy a casa —dijo ella.
 
López se dio cuenta de lo cansada y pequeña que parecía. Sintió un impulso casi desesperada de cuidarla y protegerla.
 
Cuando Britt se volvió para marcharse, ella dio otro paso hacia ella.
 
—Melocot...
 
—No —le rogó Britt con los ojos cerrados—. Por favor, no. —La espalda se le encorvó—. López, yo... lo siento. No quería provocarte. El beso ha sido... Tengo que
irme a casa. —Abrió los ojos lentamente—. Nos vemos el martes. —Le sostuvo la mirada un instante antes de irse.
 
López permaneció en silencio y la observó alejarse, consciente de que se llevaba la mitad de su ser con ella.
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El mundo de Brittany

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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Oct 01, 2016 10:24 pm

CAPITULO 15

 
El piso de López tembló por la fuerza con que cerró la puerta. Arrojó las llaves y la cazadora contra la pared, el casco sobre el sofá y se apoyó pesadamente en la barra de la cocina. Llevaba intentando respirar con normalidad desde que Melocotones se había marchado. Se había marchado y la había dejado sola.
Y eso le dolía. Cuando la había besado, se había perdido en su boca. Aunque la sensación de notarla contra su cuerpo había sido increíble, la había tratado como si fuera un objeto frágil que pudiera romperse sólo con tocarlo. Nunca había besado así a una mujer. Ella había sido la primera sorprendida por su ternura. El apetito voraz que la devoraba por dentro le pedía que la tomara bruscamente contra el árbol, pero en cuanto la tocó supo que nunca podría hacerlo. Controló ese apetito salvaje y la abrazó tan delicadamente  como pudo.
 
Sus labios se habían unido lenta y cautelosamente, pero López deseaba mucho más. Había profundizado el beso, sintiendo el pulso de Melocotones bajo las yemas de los dedos, pero quería sentir mucho más. Quería que ella la tocara.
La había cagado. No debería haberla besado. Melocotones le había pedido que no lo hiciera, pero Santana no le había hecho caso. No había podido seguir resistiéndose. Y ahora que había experimentado su sabor en los labios, necesitaba volver a sentirlo. Aunque era imposible y ella se había encargado de recordárselo. Sin embargo, López sospechaba que su decidida promesa de que aquello no volvería a pasar no era más que una pantalla para ocultar sus propios deseos. Joder, le había devuelto el beso. Eso quería decir que también la deseaba, ¿no? López se frotó la frente, al darse cuenta de que la situación no estaba de su lado. No era idiota; sabía que Britt tenía mucho más que perder que ella. Si alguien se enteraba de lo del beso, ella se metería en un montón de líos. Aunque eso no significaba que por su parte tuviera que aceptar las cosas con serenidad. Su egoísmo y su  mal carácter se habían apoderado de ella.
 
Recordó lo que le había dicho: «¡Lo que tú digas, joder! Como si me importara una mierda si vuelve a pasar o no». Era una cabrona mentirosa. Pero es que sus palabras le habían hecho daño. No era la primera persona que la hería, pero Melocotones parecía saber cómo llegarle a lo más hondo. No era tan tonta como para no darse cuenta. Sabía que su enfado se debía a que ella le había hecho daño.
 
Empezaba a tener dolor de cabeza. Echó un vistazo al reloj, eran casi las cinco. Necesitaba hacer algo para relajarse. Tenía que dejar de pensar en la señorita Pierce, la de los labios suaves y lengua con sabor a melocotón.
 
Se sacó el móvil del bolsillo y buscó en la lista de contactos. En ese momento le entró una llamada.
 
—¡Eh, López! ¿Cómo ha ido la cita... quiero decir, la clase?
 
—Cómeme el rabo, Puck —replicó ella, malhumorada, dirigiéndose a su habitación.
 
—¡Bah, menuda agresividad! Ya veo que no ha ido muy bien.
 
López se quitó la camiseta y se sentó en una esquina de la cama.
 
—No, no ha ido bien. ¿Tenías pensado hacer algo esta noche?
 
—Nada especial. ¿Por qué? ¿Estabas pensando en algo en concreto?
 
López se pasó la mano por la cara.
 
—Tengo que emborracharme, y rápido. ¿Dónde podemos ir?

Puck se echó a reír.
 
—Conozco el sitio perfecto, amiga. Ven al taller dentro de una hora.
 
—Allí estaré.
 
«Muévete —le ordenó la chica desconocida que tenía la cara tapada por una capucha—. Tenemos que irnos de aquí. Te matarán. ¡Muévete!»
«¡No puedo! ¡Mi padre!»
 
Ella no se detuvo a escucharla. El sonido de disparos resonó en la noche. Britt gritó. Echó a correr hacia su padre, pero alguien la agarró y la hizo caer al suelo. Alguien que pesaba mucho y que olía a cigarrillos.
La acera estaba muy fría. «Quieta —le susurró contra el pelo, al ver que ella no paraba de resistirse—. No puedes volver. Él te ha dicho que corrieras, joder.»
 
Britt se sentó de golpe en la cama, jadeando por el esfuerzo y ronca por el grito que acababa de soltar. Tenía la cara húmeda, igual que la ropa, por el sudor que
brotaba de todo su cuerpo.
 
Se apoyó en el cabezal y respiró hondo, aliviada al comprobar que estaba en su cama. Hacía días que no tenía ese sueño, pero los efectos seguían siendo los mismos de siempre. Aturdida, se levantó de la cama y se dirigió al lavabo. Un baño con agua caliente era justo lo que necesitaba para relajar los músculos de la nuca y la espalda.
 
Tras pasar un buen rato en remojo y llorar durante una hora, se puso un chándal y encendió el DVD para ver Escuela de rock y entretenerse con Will Black. Al oír
que llamaban a la puerta, miró el reloj, extrañada de que alguien fuera a visitarla pasadas las ocho de un sábado por la noche.
 
El corazón se le desbocó cuando miró por la mirilla. Descorrió el cerrojo, abrió la puerta y se apoyó en ella con la cadera. Permaneció en silencio durante unos
momentos, sin saber qué decir.
 
—¿Puedo pasar? —preguntó Marley en voz baja pero firme.
 
—Claro —respondió Britt, echándose atrás para permitirle el paso.
 
Su amiga entró y se quedó de pie, incómoda, en medio del recibidor, mientras Britt volvía a cerrar la puerta.
 
—¿Te apetece algo de beber? —preguntó, mientras se colocaba el pelo, todavía húmedo, detrás de las orejas.
 
Marley asintió.
Britt se dirigió a la cocina. Cuando le hubo servido la bebida, se volvió al sofá sin decir una palabra y se sentó. Marley la siguió, se sentó en el otro extremo y empezó a beber a pequeños sorbos.
Britt puso la televisión en modo Pausa cuando Will Black empezaba a cantar y se volvió hacia su amiga.
 
—¿Cómo estás?
 
Marley sonrió con poca convicción.
 
—Bien. —Dejó el vaso sobre un posavasos en la mesita—. ¿Y tú?
 
Britt se cruzó de brazos. Sin saber por qué se sentía extrañamente a la defensiva.
 
—Estoy bien. Cansada.
 
Su amiga cruzó las manos sobre el regazo.
 
—Sam me ha dicho que no estabas bien, por eso he venido, por si puedo ayudarte en algo.
 
Britt suspiró al acordarse del mensaje que le había enviado a Sam. Le había mentido para no tener que ir de copas con él. No se había sentido capaz de verlo después de besar a López.
 
—No necesito nada. —Vio que su amiga se revolvía incómoda en el asiento y cambió de tema—. ¿Qué has estado haciendo últimamente? No respondes a mis
mensajes.
 
—Lo sé —reconoció—. Ryder y yo hemos estado ocupándonos de unos asuntos familiares. —Miró de reojo un montón de deberes de López apilados sobre la
mesita de Britt.
 
—¿Estás segura de que todo va bien? ¿Por qué no me has llamado antes? —Britt parpadeó, sin entender el hermetismo de su amiga—. ¿He hecho algo que te haya
molestado? Pareces... no sé, rara. Y la noche de mi cumpleaños actuaste de un modo muy extraño también.
 
Marley se acercó un poco a ella en el sofá, suspiró y apretó los labios.
 
—No. —Se aclaró la garganta—. No pasa nada. Es sólo que... que me preocupo por ti. Ya sabes, con eso de trabajar en Kill y de darle clases particulares a López
fuera de la cárcel. Sólo... sólo quería asegurarme de que estabas bien.
 
Britt se la quedó mirando unos instantes, preguntándose qué le estaba ocultando. Demasiado cansada para tratar de averiguarlo, buscó las palabras adecuadas.
 
—He tenido un día de mierda.
 
—¿Quieres hablar de ello?
 
Britt soltó una carcajada y negó con la cabeza, mientras hacía un ruido con la boca.
 
—Pues no, la verdad es que no —respondió, antes de que la garganta se le volviera a cerrar otra vez—. Soy una idiota; una idiota integral.
 
Marley se echó hacia atrás.
 
—Britt, ¿qué ha pasado? —Hizo una pausa antes de preguntarle—: ¿Te ha hecho daño?
 
Ella alzó la cara bruscamente.
 
—¿Qué? —preguntó sin entender—. ¿Por qué iba a...? ¿Quién?
 
—López —respondió Marley—. ¿Te ha hecho daño López? Estabas hablando de ella, ¿no?
 
Las lágrimas que Britt llevaba un rato tratando de contener se deslizaron finalmente por sus mejillas. La cara se le contrajo en una mueca de desesperación y empezó
a sollozar.
 
—Oh, Dios mío —Marley la abrazó—. Lo sabía. No llores, todo irá bien. Si te ha hecho daño, la volveremos a encerrar en Kill. Ryder y Sam pueden...
 
—¡No, Marley! —sollozó Britt—. He sido yo la que lo ha fastidiado. Yo. —Su amiga guardó silencio—. Ella no me ha hecho daño. Nunca me haría daño.
 
Britt no sabía por qué, pero desde el primer momento supo que López nunca le causaría dolor. Siempre se sentía segura a su lado, incluso cuando había lanzado una mesa a la otra punta de la clase. Algo en sus ojos y en su modo de moverse le decía que con ella podía estar tranquila y a salvo de todo mal.
 
En lo más profundo de su alma sabía que la protegería si lo necesitara.
 
—Britt, ¿qué demonios ha pasado entonces?
 
Ella sorbió por la nariz.
 

—Me ha besado. Y yo le he devuelto el beso.
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Oct 01, 2016 11:30 pm

[img][Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO - Página 3 B9do3k[/img]

CAPITULO 16

 
—¡Vaya, vaya, aféitame el culo y llámame Priscilla! Pero si esto es una jodida reunión de gente de Kill.
 
La estentórea voz de Tina golpeó a López y a Will como si les hubiera dado un golpe con un bate de béisbol, instantes antes de que su cuerpo  entrara en el apartamento de López y los abrazara a los dos a la vez como si quisiera dejarlos sin aliento.
 
—Oh, qué felicidad —exclamó Tina con sarcasmo, mientras López gruñía y trataba de apartar a su zafia amiga.
 
—Maldita sea, tía —dijo, estirando la espalda que Tina le había dejado machacada—. Cálmate, joder.
 
Tina le dirigió una sonrisa burlona.
 
—Ya veo que sigues igual de estirada fuera de chirona. Yo, en cambio, llevo cuarenta y ocho horas libre y todo me parece maravilloso. —Se volvió hacia Will antes de que López pudiera decir nada—. ¿Cómo la tienes, Will?
 
Éste se echó a reír y se estiró la americana.
 
—La tengo en su sitio, Tina. Me alegro de verte. Recuerda que el jueves tenemos reunión. —Se escabulló hacia la puerta y se despidió con la mano—. Hablamos pronto, Santana.
 
Ella asintió y cerró la puerta, mientras Tina entraba en el piso mirando a su alrededor como si pensara hacerle una oferta de compra.
López suspiró.
 
—¿Qué puedo hacer por ti, Tina?
Tina se palmeó el enorme pecho con las manos y sonrió.
 
—¿Tienes una cerveza? Estoy seca.
 
Con dos cervezas en la mano, Tina se dejó caer en el sofá mientras López comprobaba preocupada que seguía sin tener ningún mensaje en el móvil. Habían pasado dos días desde el beso en Central Park y no había vuelto a saber nada de Melocotones. No le extrañaba demasiado, pero no podía evitar sentirse muy inquieta. No sabía qué le diría cuando se vieran en la siguiente clase.
 
—¿Te molesto? ¿Tenías que hacer algo? —le preguntó Tina, bebiéndose la cerveza, despreocupada.
 
López negó con la cabeza, soltó el móvil tirándolo sobre el sofá y se encendió un cigarrillo.
—¿Qué tal? ¿Cómo te sienta estar fuera? ¿Cuarenta y ocho horas, dices? Me extraña que no te hayas pasado por aquí antes.
 
Tina sonrió.
 
—Ya me conoces, López. Tenía sitios que visitar, gente a la que tirarme...
 
Ella alzó las cejas y se echó a reír.
 
—No estoy diciendo que no seas importante para mí, eh, morena —Tina le guiñó un ojo—, pero tenía que supervisar unas movidas.
 
López hizo una pausa.
 
—¿Ya te estás volviendo a meter en líos?
 
Tina frunció el cejo.
 
—No, morena, no. Aquello fue un error que no se repetirá. Es que tenía que resolver unos asuntillos. Y Will ¿para qué ha venido? ¿Lo de siempre?
 
—Sí. Diane también ha estado aquí. Le habría encantado verte.
Las dos mujeres resoplaron.
 
Tina y Diane no siempre se habían llevado bien. Decir que la supervisora no entendía el humor procaz de Tina era quedarse corto.
 
—Es que la pongo cachonda —replicó ésta con chulería, echándose hacia atrás en el sofá y apoyando los pies en la mesita—. ¿Qué le voy a hacer?
 
—Claro, claro —replicó López entre risas, pero dejó de reír de golpe cuando le llegó un mensaje al móvil.
 
Era de Puck. Mierda.
 
—¿Es tu nuevo... juguetito? —Tina le guiñó un ojo.
 
—No, no es mi juguetito —respondió ella de mala gana, antes de volver a mirar la pantalla.
 
—¡Eh, eh! —Tina se encendió un cigarrillo—. Tranquilo, capulla. Sólo era una pregunta.
 
López soltó el aire y se frotó la frente con los dedos.
 
—Ya lo sé. Es que... las cosas no son así.
 
—Las cosas van bien con la señorita Pierce, supongo —comentó Tina como quien no quiere la cosa.
 
López apagó la colilla y soltó varios anillos de humo en dirección al techo.
 
—De puta madre.
 
Tina hizo un sonido de aprobación, como si estuviera imaginando algo agradable.
 
—Joder —dijo, con aquel murmullo ronco que reservaba para seducir y para hacer negocios turbios—, echo de menos ese culito prieto, embutido en aquellas faldas de tubo. —Se pasó la lengua por los labios—. ¿Y las piernas? Podría pasarme horas besuqueándolas.
 
—¡Quieres callarte de una puta vez, Tina! —gritó López—. Levantó un brazo y la señaló amenazadoramente. —Cuida esa boca cuando hables de ella.
 
Tina aguantó unos tres segundos antes de dedicarle una sonrisa del tamaño de la presa Hoover.
 
—Vaya, vaya, quién lo iba a pensar. —Levantó las manos y soltó una risita—. Con que tú y la señorita P., ¿eh? Qué bonito.
 
López bajó el brazo bruscamente y soltó un gruñido de frustración al darse cuenta de lo que había hecho. Se frotó la cara con las manos y murmuró:
 
—No es lo que piensas. Quiero decir... ya me gustaría. Me gustaría mucho que ella y yo... —Cogió la cerveza de la mesita y se echó hacia atrás en el sofá.
 
Tina se rio y se inclinó hacia delante, apoyando los codos en las rodillas.
 
—Mira, morena, no me importa el cómo, ni el por qué ni esas mierdas. Sólo me alegro de haber ganado la apuesta que tenía conmigo misma.
 
López entornó los ojos.
 
—¿Una apuesta?
 
—Sí, había apostado que no tardaríais mucho en follar cuando os vierais fuera de Kill. —Se golpeó el pecho con los puños—. Y ya veo que he ganado, ¿eh?
 
López parpadeó, atónito.
 
—Por el amor de Dios, Tina, ¿quién está hablando de follar? Si ni siquiera hemos... ¡joder!
 
—Ya, ya, vale, pero no iba muy desencaminada. —Sonrió y dejó el cigarrillo en el cenicero—. Y hablando de tirarse a tías buenas, esta noche salimos unos cuantos de bares, ¿te apuntas?
 
Ella negó con la cabeza.
 
—No, china. Tengo cosas que hacer.
 
Tina levantó las cejas varias veces.
 
—¿Ahora se le llama así?
 
Aunque no estaba de humor, López se echó a reír. Al acabar la clase del martes siguiente en Kill, Britt se dirigió a la oficina de Will. Los pies y las piernas le pesaban, como si no quisieran que llegara hasta allí. Pero tenía que hablar con él. Necesitaba que alguien la orientara. Y, francamente, aunque había tratado de hablar con Marley de la angustia que le producía pensar que le había hecho daño a López, su amiga no la entendía. Se dio ánimos mentalmente y llamó a la puerta.
 
—Adelante.
 
Will sonrió al ver que Britt asomaba la cabeza.
 
—Señorita Pierce —la saludó, levantándose de la silla—, me alegro de verla. ¿En qué puedo ayudarla?
 
Ella se mordió el labio y entró lentamente en la habitación. Luego cerró la puerta, agarrándose al pomo como si fuera un salvavidas.
 
Will le dirigió una mirada preocupada.
 
—¿Se encuentra bien?
 
Britt trató de devolverle la sonrisa para tranquilizarlo, pero no lo logró. Se aclaró la garganta y se frotó la nuca con la mano.
 
—Necesito hacerle una pregunta hipotética —murmuró.
 
Will frunció el cejo.
 
—¿Hipotética?
 
Ella asintió.
 
—Bueno —dijo Will—, haré lo que pueda.
 
Le indicó que se sentara antes de hacerlo él y guardó los papeles que había estado leyendo en una carpeta.
 
Britt se acercó a la silla casi furtivamente y tomó asiento. Se notaba que estaba muy preocupada. Apretó los puños sobre el regazo y evitó mirar a Will a los ojos.
Ella nunca se comportaba así. Normalmente era una mujer muy segura y directa.
 
—Señorita Pierce —dijo él, echándose hacia delante en la silla—, ¿seguro que se encuentra bien?
 
—Sí —repitió ella, con la garganta seca—. Es sólo que yo... yo...
 
—¿López ha hecho algo malo?
 
Britt negó con la cabeza.
No, todo lo que había hecho López era puñeteramente bueno.
 
—La vi ayer —siguió diciendo Will—. Me pareció que estaba inquieta por algo pero, claro, no me contó de qué se trataba.
 
—¿Con quién tendría que hablar para dejar de ser su profesora? —Las palabras salieron de la boca de Britt a tal velocidad que ella misma se sorprendió de que las
hubiera pronunciado en el orden correcto.
 
Cuando la frase quedó colgando entre ellos, lo único que sintió fue dolor. No dolor físico, sino emocional. Estaba furiosa consigo misma por haber hecho la pregunta que creyó que nunca haría. Empezó a ver borroso, pero se tragó las lágrimas. Había llorado tanto que ya no necesitaba volver a hacerlo en su vida.
 
—¿Por qué lo quiere saber? —preguntó Will en voz baja—. ¿Está segura de que ella no ha hecho nada malo?
 
Britt le dirigió una sonrisa breve pero tranquilizadora.
 
—Estoy segura —murmuró—. ¿Con quién tendría que hablar y cuál es el procedimiento a seguir?
 
—Britt, ¿por qué quiere dejarlo? —Will alzó una mano cuando ella empezó a responder—. Lo que quiero decir es que si López no ha hecho nada malo ni ha violado los términos de la condicional, ¿cómo va a justificarlo?
 
Britt cerró la boca y agachó la cabeza, sintiendo que la derrota se le deslizaba espalda abajo desde la nuca.
 
—El caso es que si quiere dejar de ser su profesora, y tiene todo el derecho, tendrá que alegar una buena razón ante la junta.
 
—¿De verdad? —preguntó ella en voz baja y derrotada.
 
Will apoyó los brazos en el escritorio.
 
—Le harán muchas preguntas y no estoy seguro de que quiera responderlas.
 
Pues sí, ya podía olvidarse del asunto.
 
—Britt, ¿puedo? —Will se levantó y señaló la silla que había al lado de ella.
 
—Claro —respondió.
 
En silencio, lo observó rodear la mesa y sentarse a su lado.
 
—No quiero disgustarla con lo que voy a decir.
 
—No pasa nada, Will. Y tutéame, por favor. En estos momentos, cualquier cosa que me digas me será de gran ayuda.
 
Él asintió y se aclaró la garganta mientras jugueteaba con el nudo de su corbata.
 
—Es evidente que las dos... os tenéis cariño. Pero si López y tú iniciáis una relación que vaya más allá de lo normal entre una profesora y una alumna, tengo que avisarte de las posibles consecuencias. Aunque ella no esté durmiendo en la institución, está bajo un régimen de libertad condicional. Y tú sigues siendo trabajadora del centro. Por lo tanto, cualquier relación con una alumna supondría una violación del código del profesorado del centro, incluida la cláusula de no confraternización que firmaste al entrar. Es decir, que correrías el riesgo de que te denunciaran.
 
Britt hizo una mueca horrorizada.
 
—Will, López y yo no...
 
—Pero —la interrumpió él, apoyándole una mano en el antebrazo— si estáis juntas cuando acabe el período de libertad condicional, no habrá ningún problema.
Eso ya lo sabía. Sabía que tenía que esperar a dejar de ser la profesora de López para poder estar con ella. Si era eso lo que quería.
¿Era eso lo que quería?
Le gustaría ver adónde podía llevarlas lo que estaba naciendo entre ellas, por supuesto. Pero ya sabía que, a la larga, sería inútil. Las cosas entre las dos estaban
sentenciadas antes de empezar.
 
—Me gustaría que quedara clara una cosa —añadió Will—: si López y tú estáis juntas y nadie se entera hasta que acabe la condicional, tampoco habrá ningún problema.

Britt alzó la cabeza y lo miró incrédula. ¿Estaba hablando en serio? Lo escrutó tratando de averiguar si le estaba tomando el pelo, pero no se lo pareció. Más bien le pareció que hablaba totalmente en serio.
 
—¿Me estás diciendo que...?
 
—Lo único que digo es que ojos que no ven, corazón que no siente.
 
Britt no lo entendía. ¿Por qué se mostraba tan dispuesto a hacer la vista gorda ante su relación con López? Él no sacaba nada a cambio.
 
—¿Por qué me dices esto?
 
Will le apretó la mano.
 
—Te necesita, Britt. Aunque aún no se haya dado cuenta, te necesita.
 
Ella negó con la cabeza.
 
—No, no puedo seguir con esto.
 
Will sonrió.
 
—Tú eres la única persona que puede hacerlo. Sabes cómo tratar con ella; no le tienes miedo y la pones en su sitio cuando lo necesita. Has conectado con San como nadie. Tómate tu tiempo. Procura no asustarte ni preocuparte demasiado. No puedes hacer nada más.
 
Britt le dio las gracias por su tiempo y su comprensión. Confiaba en que no le contara a nadie lo que habían hablado. A pesar del miedo que le daba la reacción de su familia y amigos cuando se enteraran de lo que tenía con López, se sentía más tranquila sabiendo que alguien veía su relación como algo positivo.
Era un buen momento para empezar a hacer lo mismo._
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Mensaje por 3:) Sáb Oct 01, 2016 11:49 pm

Ya es incontrolable lo que sienten.... ese beso ya era necesario...!!!
Me fastidia la actitud de marley que tiene ahora!!!...
Me gusta que will le de el visto bueno a "la relacion"...
A ver que pasa...??
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Oct 02, 2016 12:18 am

CAPITULO 17

 
Britt se revolvió en el asiento mientras López leía a Hemingway en la biblioteca esa tarde. Estaba sentada y tenía el tobillo apoyado en la rodilla. Llevaba vaqueros
negros, botas, una camiseta de AC/DC gris, tatuajes, y un gorro negro que le tapaba el pelo.
 
El momento de los saludos al principio de la clase había sido una tortura. Britt habría pagado por poder volver corriendo a su casa y tomarse un par de copas. Nunca
se había sentido tan perdida, tan fuera de control. No dejaba de darle vueltas al tema, y se hacía preguntas para las que no tenía respuesta, mientras recordaba trozos de sus conversaciones con Will y con Marley, antes de volver a pensar en el beso.
Oh, Dios, el beso.
Durante la clase, sus ojos no hacían más que buscar la boca de López descaradamente. Se aclaró la garganta cuando ella dejó de leer y alzó la vista como si notara que la estaba observando. Se ruborizó y volvió a mirar la página del libro.
 
López frunció el cejo antes de continuar leyendo en voz alta:
 
—«Casi no había pensado en Catherine. Me había emborrachado un poco y casi me había olvidado de venir, pero cuando no estaba con ella me sentía solo y hueco.»
 
—Vale, para ahí. —Britt dejó su ejemplar del libro boca abajo en la mesa, junto a las Oreo y a la lata de Coca-Cola que había traído López—. Según estas últimas páginas, ¿te ha llamado la atención algo sobre el cambio de actitud de Henry en relación con Catherine?
 
Ella se revolvió inquieta en la silla, mientras se rascaba la cabeza metiéndose los dedos por debajo del gorro de lana. La miró nerviosa.
 
—Él, ummm, está confundido por sus sentimientos. —Cogió la lata de Coca-Cola y bebió un gran sorbo.
 
—¿Cómo lo sabes? —preguntó ella, observando su garanta, que iba arriba y abajo mientras bebía.
 
—Porque la echa de menos, ya sabes, cuando, ummm, cuando ella no está.
 
Los ojos de López se encontraron con los de Britt un instante muy breve, pero suficiente como para atravesarla con una daga de deseo ardiente.
 
—Pero ¿cómo sabes que está confuso?
 
Ella levantó la comisura derecha de los labios y le dirigió una mirada de complicidad.
 
—Una corazonada. —Bajó la vista hacia el texto y se rascó la mejilla—. Se siente... hueco. Está vacío sin ella.
 
Sus ojos oscuros se apartaron de las palabras de Hemingway. Lo que Britt vio en ellos casi hizo que se le detuviera el corazón. Normalmente, cuando López la miraba, lo que ella veía en sus ojos era sexo descarnado y puro deseo. Era una emoción intensa que teñía sus iris de un negro limpio como una noche tan oscura. Eso no había variado, pero esta vez sus pupilas estaban rodeadas por una neblina de remordimiento. Éste era tan evidente, que Britt supo, sin que ella dijera ni una palabra, lo que estaba sintiendo. Se arrepentía de lo que había pasado. Y la entendía perfectamente, porque ella sentía lo mismo.
 
Britt no tenía ni idea de cuánto tiempo permanecieron así, mirándose, perdidas la una en la otra. Sólo volvió a la realidad cuando López la tocó. Su mano estaba cálida
y era muy agradable notarla encima de la suya, sobre todo porque siempre que se tocaban, una burbujeante corriente de energía corría entre ellas
.
Le pareció que hacía mil años que no se le acercaba.
López se echó hacia delante.
 
—Melocotones —dijo, acariciándola con el pulgar y sin apartar la vista del lugar de la mesa donde sus manos permanecían unidas.
 
Las sensaciones que le transmitía el tacto de López eran tan agradables que Britt no pudo evitar pensar en cómo sería sentirla en otras partes de su cuerpo.
Su atracción por ella se estaba convirtiendo paulatinamente en algo más, algo irrevocable, que le daba mucho miedo. Estaba harta de negarlo, por supuesto, pero tenía que ir con mucho cuidado.
 
López le apretó la mano.
 
—Sobre lo del sábado...
 
—No pasa nada.
 
—No es verdad —replicó ella con firmeza—. Pasó algo y fue... Quiero decir... —Alzó las cejas—. Mira, no sé lo que piensas de mí en estos momentos, pero te
aseguro que no te besé para hacer una gracia, de verdad.
 
—Lo sé, yo...
 
—El caso es que... —López hizo una pausa, con el cejo tan fruncido que las cejas casi se le unían en el centro—. Yo no sé decir palabras bonitas ni mierdas de ésas,
pero... lo que siento por ti va en serio.
 
Britt sintió un leve mareo y se agarró a la mano de Santana con más fuerza.
 
—Sé que la situación no es la ideal. —prosiguió López—. Yo sólo soy... y tú eres... pero joder, me sentiré feliz con lo que tú puedas darme. Sólo estar así, sentada
contigo, me basta.
 
Sus palabras sonaban tan sinceras que Britt estuvo tentada de arrojarse en sus brazos y no salir de allí nunca más. El corazón le latía con tanta fuerza que casi no podía hablar. Sólo fue capaz de decir:
 
—Vale.
Pero López pareció satisfecha con su respuesta.
 
—¿Vale? —repitió.
 
Ella respondió con una sonrisa.
 
—¿Está todo bien? —preguntó Santana con mucha cautela, mirándola fijamente.
 
Britt se aclaró la garganta.
 
—Todo está bien.
 
López soltó el aire, pero no parecía del todo relajada.
 
—Me alegro, pero necesito que entiendas una cosa, Melocotones. —Se pasó la lengua por los labios antes de seguir hablando—. No me arrepiento de lo que pasó y lo volvería a hacer ahora mismo.
 
«Oh, Dios mío.»
 
Al darse cuenta de que se la estaba comiendo con los ojos y que apenas podía respirar, Britt apartó la vista de Santana y rápidamente sacó una carpeta llena de papeles del bolso.
 
«Cambia de tema —se dijo—. Cambia de tema.»
 
—¿Quieres que te dé esto ahora? —le preguntó, dejando la carpeta sobre la mesa.
 
—¿Y esto qué es? —preguntó ella, frunciendo el cejo y acercándose la carpeta para mirar qué contenía.
 
—El material para la semana que viene.
 
López parpadeó, confusa.
 
—Estaré fuera de la ciudad —le aclaró ella—. Voy a ver a mi familia a Washington DC —Tamborileó con los dedos sobre la mesa—. Es el aniversario de... Hace
años que mi padre... Lo hacemos todos los años. Estaré fuera toda la semana, de domingo a domingo.
 
La expresión de López cambió de manera casi imperceptible. No parecía contenta. Tras rascarse la nuca, se metió las manos en los bolsillos.
 
—Umm, sí, vale —dijo, con el cejo igual de fruncido.
 
—Haz lo que puedas —la animó Britt—. Te he marcado más lectura y te he puesto unas preguntas. Además, tenemos que empezar a hablar sobre la prueba de
evaluación. —Guardó silencio cuando la sombría mirada de ella se dirigió hacia ella.
—Escríbeme cuando te haga falta —le propuso sin pensar—. O llámame si lo necesitas. No lo dudes. Yo... bueno, eso, que me llames.
 
—Lo haré.
 
Britt trató de sonreír, pero le resultó más difícil de lo que esperaba. Marcharse para ver a su familia era una cosa, pero dejar a López durante una semana entera era
otra. De repente se sintió muy vacía.
 
López estaba tensa. Tensa y muy abatida, para ser sinceras, a pesar de que era sábado por la noche, joder.
 
Dio un largo trago al quinto botellín de Corona que Puck le había puesto en la mano y se frotó la ceja con un dedo. Sólo eran siete días. No podía ser tan duro, ¿no?. Al fin y al cabo, sólo veía a Melocotones tres veces a la semana, así que, técnicamente, sólo se perdía estar con ella seis horas. No era para tanto, ¿no?
Pues sí. Era para tanto y más.
 
Sólo hacía un día desde la última clase y una incómoda sensación de deseo y de vacío ya se había apoderado de sus entrañas cada vez que se acordaba de que no iba a verla en una semana.
 
Mierda.
 
Paul, el mecánico jefe del taller, tocó el codo de López, que estaba apoyado en la barra.
 
—¿Qué te pasa? —le preguntó, alzando la voz para hacerse oír por encima de la música—. Parece que alguien se haya meado encima de Kala.
 
López enderezó un poco la espalda.
 
—Nada, estoy bien.
 
—No mientas. —Paul le sonrió—. Odias este club, ¿eh? A mí puedes decírmelo. A Puck le encanta, pero yo no le veo la gracia.
 
Dos rubias despampanantes pasaron por su lado, haciendo que ellos se volvieran a mirar su escasa ropa y sus sonrisas coquetas.
 
López se echó a reír y brindó con Paul, haciendo chocar los botellines.
 
—¿Dónde está Puck? —preguntó, entornando los ojos tratando de localizarlo en la pista de baile.
 
—Fuera, fumando —respondió Paul, sacudiendo la mano—, con su nueva amiga Laura. Ya está borracho y colocado de mala manera, gritando a los cuatro vientos
que esta noche tiene un negocio importante.
 
Frustrada, López puso los ojos en blanco. Por lo que había ido oyendo en el taller, desde que Quinn se marchó, Puck buscaba el olvido en los brazos de todas las mujeres que se le ponían por delante. Y aunque fingía estar disfrutando de tirarse a tantas, en realidad López sabía que lo hacía para librarse del dolor a polvos. Pero a juzgar por la cantidad de cocaína que estaba consumiendo, el remedio no era muy eficaz. El muy capullo estaba en una espiral muy peligrosa.
 
—Tiene que dejar esa mierda —murmuró López.
 
—Y que lo digas —Paul estuvo de acuerdo—, pero no nos hará caso a ninguno de los dos, ya lo sabes. Está metido hasta el cuello. Cuando aquella zorra se marchó, se llevó lo mejor de él.
 
López sabía que Puck había vuelto a meterse coca en cuanto Quinn se fue. Y le había resultado durísimo estar encerrada en Kill sin poder hacer nada por su amigo.
 
—¿Tan mal lo pasó?
 
Paul suspiró.
 
—Sí. Trató de disimular para que no notáramos que se estaba muriendo por dentro cuando ella lo dejó, poco después de haber perdido al bebé. Fingía encontrarse
bien mientras se metía esa mierda por la nariz. —Bebió un sorbo de cerveza—. Estoy temiendo que pase algo grave. Pienso que en cualquier momento las cosas se
descontrolarán y...
 
—No dejaré que le pase nada —lo interrumpió López.
 
Paul sonrió.
 
—Ya lo sé, morena. —Le dio una palmada en el hombro—. Lo sé. Pero tú y yo no podemos estar siempre detrás de él. Es un adulto y toma sus propias decisiones.
Me preocupa.
 
López sabía a qué se refería Paul. A pesar de su amistad de casi veinte años, Puck siempre hacía lo que quería sin pensar en las consecuencias. Su tozudez era la principal causa de disputas entre los amigos. Su amigo estaba destrozado, eso López ya lo sabía, pero no sabía cómo curarlo. Si es que eso aún era posible.
Paul y ella estuvieron un rato contemplando a la gente saltar y retorcerse en la pista de baile.
 
—Por cierto, ya iría siendo hora de que te encontráramos una mujer, López —comentó Paul, señalando con la cabeza hacia un grupo de mujeres que se movían al
ritmo de la música.
 
—Venga ya, tío —Suspiró—. Yo no necesito una mujer.
 
—¿Por qué no?
 
—Porque las mujeres dan muchos gastos y aún más problemas. Y para eso ya tengo a Puck.
 
Además, no le servía cualquier mujer. Quería a una muy concreta.
Paul se echó a reír y pidió dos copas. López cogió con ganas el Jack Daniel’s con Coca-Cola y vació medio vaso de un trago. Sí, justo lo que necesitaba. Tenía que dejar de pensar en Melocotones y echarle huevos. Tenía que dejar de obsesionarse, de preocuparse, de imaginársela...
 
Se detuvo con el vaso a centímetros de la boca y parpadeó. Dios, ya estaba alucinando otra vez. Casi se desnucó al alargar el cuello para ver —a través de los cuerpos de las mujeres que bailaban en la pista— a la rubia que estaba bailando también a unos diez metros de distancia.
 
Santa madre de Dios.
Era Melocotones.
 
Joder, y llevaba puesto el vestido más sexi que López había visto en toda su vida. Negro, de seda y con un escote tan pronunciado en la espalda que casi se le veían los hoyuelos de encima del culo. ¡Mierda! Verle la espalda entera sólo podía significar una cosa: no llevaba sujetador.
 
Su coño, que ya estaba palpitando, empezó a atacar a mordiscos la bragueta de los vaqueros para acercarse a ella, mientras su corazón latía con tanta fuerza que parecía un martillo.
 
Britt se movía como el agua, con gracia y sin esfuerzo aparente. Tenía el pelo recogido en un moño sexi y elegante y los zapatos de tacón que llevaba habrían quedado estupendos... sobre los hombros de López.
 
Santana tragó saliva y sonrió mientras Melocotones se agachaba y gesticulaba, siguiendo la letra de la canción. Tenía las manos en las caderas, lo que despertó los celos de López. Deberían ser sus manos las que estuvieran allí; sus dedos los que la agarraran con fuerza. Cuando logró apartar los ojos de ella, vio que iba acompañada por una chica rubia y menuda, pegada a un tipo que llevaba una cresta. La rubia era mona, pero Melocotones era puro sexo. No, quita eso. Era sexo caliente, descarnado, contra la pared; justo lo que López quería en ese momento.
Y, al parecer, justo lo que pretendía el tipo que estaba a dos metros de ella.
Un gruñido nació en algún rincón profundo y oscuro del pecho de López, mientras apretaba los puños con fuerza al ver que aquel gilipollas se acercaba a ella,
jugueteando con su pelo mientras caminaba.
 
Sin pensar lo que hacía, se apartó de la barra bruscamente, dejando a Paul solo, gritándole algo que ella no entendió. Se abrió paso a empujones en dirección a Melocotones y a aquel capullo que, evidentemente, no apreciaba lo suficiente su cabeza. López nunca se había sentido tan protectora en toda su vida. El chute de adrenalina que le corría por las venas era impresionante.
 
Justo cuando el mamón iba a coger a Melocotones por la cintura, López le agarró el brazo y se lo retorció. Con saña. Tropezó cuando ella lo empujó hacia atrás.
Luego, se inclinó sobre el hombre y le habló al oído para que no se perdiera ni una palabra.
 
—No se toca. Si le pones un dedo encima, te arrancaré el brazo, ¿capisce?
 
El otro ni siquiera protestó. López lo soltó y añadió:
 
—Largo de aquí. A tomar por culo.
 
El desconocido no se lo hizo repetir. López volvió a gruñir mientras se escabullía entre la multitud, antes de volverse hacia Melocotones. Por suerte, ella seguía bailando, ajena a lo que acababa de pasar. Perfecto.
 
Se colocó a su espalda y levantó las manos.
 
La rubia que acompañaba a Melocotones se fijó en ella. La miró de arriba abajo con curiosidad y lascivia, pero a López le importó una mierda. Lo único que le importaba era tocar al fin a la deliciosa criatura que tenía delante.
 
Al darse cuenta de que tenía a alguien detrás, Britt empezó a darse la vuelta, pero ella la sujetó por los hombros, impidiéndoselo. Con su espalda rozándole el pecho, le acercó la boca a la oreja, mientras empezaban a sonar las primeras notas de No Diggity, de Blackstreet y Dr. Dre, a todo volumen. Acercó la cara a su pelo e inspiró. Su olor era increíble.
 
—¿Sabes el efecto que causas en todos los hombres de este club, Melocotones?
 
Ella se tensó entre sus brazos. López la soltó y empezó a acariciarle los brazos desde los hombros hasta los codos. Al ver que se le ponía la piel de gallina, sonrió y la acercó más a su pecho.
 
—¿Sabes el efecto que causas en mí?
 
Las manos de López siguieron descendiendo por sus suaves antebrazos, pasando por las muñecas hasta llegar a las manos. Esperaba que ella le dijera que parara en
cualquier momento, pero le rezó a lo más sagrado para que no lo hiciera. Y no lo hizo. En vez de eso, volvió la cabeza hacia ella y le acarició la mejilla con la punta de la nariz.
     ¿Qué efecto causo en ti, López? —ronroneó, enlazando sus dedos con los suyos y acercándose las manos unidas de ambas al estómago.
 
—Haces que desee asesinar a todos los hombres que te miran y que piensan en tocarte.
 
Ella gimió, pero López vio que esbozaba una leve sonrisa con aquellos labios tan  brillantes.
 
—¿Estás celosa, López? —le preguntó, moviendo las caderas en círculos, muy despacio.
 
Santana tiró de ella, la pegó a su cuerpo y la oyó ahogar una exclamación cuando notó su cuerpo contra su delicioso trasero.
 
—Muy celosa. —Hundió la nariz en su pelo y se perdió en su asombroso aroma de melocotones dulces y jugosos—. ¿No lo notas? —Echó las caderas hacia
delante y soltó un gemido ronco cuando ella volvió a mover las suyas en círculo.
 
López le soltó las manos, pero dejó las suyas pegadas a las costillas cubiertas de seda de Britt. Desde allí, fue acariciándole el torso hasta llegar a las caderas. Tal
como se había imaginado, encajaban perfectamente en sus manos. Aferrándolas con fuerza, se dejó llevar por la música. Gruñó cuando ella se entregó al ritmo y bailó
pegada a ella, echando la cabeza hacia atrás hasta quedar con la nariz contra su mejilla.
 
Melocotones le buscó las manos, las unió a las suyas y empezó a moverse más deprisa.
 
—¿Qué haces?
 
—Bailo contigo, López. ¿Por qué? ¿Qué te parece que estoy haciendo?
 
—Maravillas. —Santana le acarició los costados de abajo arriba, hasta rozarle la parte inferior de los pechos con los pulgares.
 
Deseaba tanto acariciárselos... Sentir sus pezones endureciéndose bajo sus dedos. Probarlos con su boca. Tocar la piel de todo su cuerpo. Echando las caderas hacia delante con suavidad una vez más, agachó la cabeza para darle un beso en el hombro. Ella respondió inclinando la cabeza hacia atrás y elevando los brazos para rodearle el cuello con ellos.
 
López gruñó contra la piel de su cuello al sentir sus uñas en la nuca. Sus cuerpos se movían perfectamente sincronizados. El culo de Melocotones estaba encajado en
su entrepierna, mientras ella le acariciaba lánguidamente los costados. Cuando con una mano llegó al final del vestido, a la altura del muslo, se atrevió a acariciarle éste con la punta de los dedos. Ella le clavó las uñas en la nuca y gimió.

—Te deseo —le murmuró López al oído, antes de darle otro beso en el hueco de detrás de la oreja—. Dios, me da igual si nos saltamos las normas, te deseo tanto.

Ella se volvió, la miró a los ojos y sonrió como una auténtica zorrita.
 
—Yo también te deseo.
 
Santana la agarró de la mano y la llevó hacia un rincón oscuro del local. La empujó contra la pared, apoyó las palmas a lado y lado de su cara y se acercó hasta que sus narices quedaron pegadas.
 
—Dilo otra vez —le pidió.
 
—¿El qué? —preguntó ella con los ojos vidriosos por culpa del alcohol.
 
—Dime que me deseas —contestó—. Necesito oírlo. No sabes cuánto.
 
—Te deseo.
 
Sin darle tiempo a decir nada más, López le agarró la cara y cubrió sus labios con un beso, mientras dejaba que la deliciosa llama de su confesión le quemara los huesos y le abrasara el alma. Ella le llevó las manos al cuello y la acercó más, al tiempo que sus lenguas luchaban y pasaban de una boca a la otra. El sabor de Melocotones era increíble. Dios, casi lo había olvidado. Se frotó contra ella como una cabrona, pero no podía evitarlo. Necesitaba friccionarse contra sus caderas.
Necesitaba sentirla.
El beso fue largo, hambriento y húmedo.
López empujó y ella le devolvió los empujones. El roce hizo que su deseo alcanzara una intensidad que la dejó sin aliento. ¿Y su aroma? Joder. Su aroma la aturdía
tanto que casi no oyó que alguien la llamaba.
 
Tres veces.
 
Se apartó de ella muy lentamente, depositando suaves besos en su mejilla mientras se retiraba.
 
—¿Qué pasa, nena? —le preguntó, con la boca pegada a la suya.
 
—No he sido yo —respondió Britt, volviendo la cara en dirección a la voz.
 
Confusa, López se volvió y vio que Paul estaba allí y parecía muy alterado.
 
—¿Qué? —preguntó de mala gana, protegiendo a la mujer que tenía entre sus brazos.
 
—Lo si... lo siento, morena —titubeó Paul— . Es Puck. Se ha ido. No he podido impedirlo. Iba murmurando algo sobre un trato. Unos tipos lo han seguido y... no sé, nome han dado buena espina.
A López se le cayó el alma a los pies y se le secó la boca.
 
—Yo... Mierda. Dame un minuto.
 
Paul asintió y se fue.
López soltó la cintura de Melocotones y golpeó la pared con la palma de la mano.
 
—¡Joder!
 
Ella le agarró la cara.
 
—Eh, si tu amigo te necesita, ve —le dijo, mirándolo con calma pero con decisión.
 
—Pero es que yo te necesito a ti. —Nunca había sido tan sincera en su vida.
Britt sonrió con los labios pegados a su mejilla.
 
—Lo sé, pero...
 
López la besó en la boca.
 
—Sin «peros» —murmuró—. Por el amor de Dios, no quiero más «peros».
 
Ella se echó a reír y le acarició la mejilla con la mano. Sentir el contacto de su piel la consolaba tanto que no podía expresarlo con palabras.
 
—Lo que iba a decir es que igualmente esta noche no íbamos a poder hacer nada.
 
López se quedó hecha polvo.
 
—Me marcho mañana por la mañana y tú tienes que cuidar de tu amigo. No es buen momento.
 
López sabía que tenía razón. Sabía que Puck la necesitaba y que llevarse a Melocotones a su casa para follársela como si no hubiera un mañana no era lo ideal, pero ¿no podían dejarlas un rato tranquilas?
 
—¿Me... me llamarás algún día la semana que viene? —le preguntó, sin importarle una mierda si sonaba desesperada.
 
—Claro. —Melocotones la miró a la cara, como si quisiera memorizar sus rasgos antes de que se separaran. Le gustó—. Creo que tenemos mucho de qué hablar.
Sus palabras fueron como un jarro de agua fría.
 
—De acuerdo —dijo, antes de soltar un gruñido de frustración—. Tengo que irme, lo siento.
 
—Vete —la animó ella con una sonrisa—. Nos vemos pronto.

Santana la besó bruscamente, succionándole y mordisqueándole los labios con desesperación antes de apartarse de la pared.
 
—Ten cuidado —le ordenó, señalándola con el dedo—. Y envíame un mensaje cuando llegues a casa esta noche.
 
Britt se echó a reír y le hizo un saludo militar.
 
—Lo digo en serio —insistió Santana, muy solemne.
 
Ella dejó de sonreír.
 

—De acuerdo, lo haré. Ve a ocuparte de Puck.
marthagr81@yahoo.es
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Mensaje por JVM Dom Oct 02, 2016 12:51 am

Por fin el beso! Al menos provoco algo bueno Sam jajajaja.....
Y a Marley que le pasará?? Su esposo también estará .metido en los negocios de Sam, o porque ese cambió y la mala vibra con San ???
Bueno y Britt confundida a mas no poder, lo que no me gustó es que pensara en dejar a San :/, al menos sabe que cuenta con Will en lo que sea.
Haber como se comportan cuando se vuelvan a ver!
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