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Mensaje por JVM Dom Oct 02, 2016 1:13 am

:O !!!!!
Que decir me encanto que San se abriera con Britt y le dijera todo lo que siente.....
Y luego el que se encontraran en el club fue cosa del destino jajajaja, además la forma en que San protegió a Britt, lo mejor! Sobretodo porque Britt de dejó llevar y ambas hicieron a un lado los peros..... Pero Puck tenia que arruinar el momento -.-
Al menos han dado un gran paso entre ellas, así que ahora veremos a San mas celosa, protectora posesiva ;) y tierna porque Britt esta sacando cosas que para ella no tenían sentido.
Lastima que Britt se va por una semana pero no dudo que hablen por teléfono o se manden mensajes :3 haber que tal les va :3 !!!
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Oct 02, 2016 3:49 am

3:) escribió:Ya es incontrolable lo que sienten.... ese beso ya era necesario...!!!
Me fastidia la actitud de marley que tiene ahora!!!...
Me gusta que will le de el visto bueno a "la relacion"...
A ver que pasa...??

HOla!!!!!! sip ya era muy necesario...
Marley juega a dos bandos la desgraciada.......
Will siempre haciendo lo mejor por sus chicos.....
Sip ya veremos como avanza por cierto  tienes que leer el cap .17 lo subi casi casi despues de tu comentario y bueno los siguientes que actualice luego. 
Bye saludos..
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Oct 02, 2016 3:52 am

JVM escribió::O !!!!!
Que decir me encanto que San se abriera con Britt y le dijera todo lo que siente.....
Y luego el que se encontraran en el club fue cosa del destino jajajaja, además la forma en que San protegió a Britt, lo mejor! Sobretodo porque Britt de dejó llevar y ambas hicieron a un lado los peros.....  Pero Puck tenia que arruinar el momento -.-
Al menos han dado un gran paso entre ellas, así que ahora veremos a San mas celosa, protectora  posesiva ;) y tierna porque Britt esta sacando cosas que para ella no tenían sentido.
Lastima que Britt se va por una semana pero no dudo que hablen por teléfono o se manden mensajes :3 haber que tal les va :3 !!!

No hay mejor cosa que comiencen a poner las cartas sobre la mesa......
Ohh Puck esta mal mal, espero que no le joda  la libertad a Santana!!!!! ya ha hecho mucho por el, y ella debe de darse cuenta  de eso, por que si lo continua ayudando posiblemente vuelva a la carcel... esperemos que no sea ese el camino verdad.....

Oh Santana es una dulzura con Brittany, pero ella practicamente  la ha cuidado desde hace años y no creo que eso vaya a cambiar....
vamos a ver si pasa realmente la semana alejada de Santana........
Saludos .
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Oct 02, 2016 3:58 am

Capitulo 18

 
López oyó a Puck antes de verlo. Estaba pidiéndole a alguien a gritos que lo dejara en paz. Oyó forcejeos y un gemido. López entró en el salón de su amigo, pasó junto a Paul, que parecía furioso, y encontró a Puck echado en el sofá. Estaba borracho como una cuba, tenía la nariz rota y un ojo morado que apenas podía abrir.
 
—¡Me cago en la hostia! —murmuró López.
 
—¡López! —exclamó Puck, dedicándole una amplia sonrisa de borracho—. ¡Mira esto! —Se levantó la camiseta y le mostró varios cardenales y un corte en las
costillas.
 
López volvió la cabeza bruscamente hacia Paul y Cam, el segundo de los cuales estaba sentado en un rincón de la sala, con un porro en la mano y una puta en el regazo.
 
—¿Dónde coño estabais cuando le han hecho esto?
 
Paul levantó las manos y negó con la cabeza.
 
—A nosotros no nos eches las culpas, morena —le advirtió—. El muy capullo se ha largado y nos ha dicho que no lo siguiéramos. ¡He hecho lo que he podido!
 
—Seguro —admitió López—. ¿Se ha presentado la poli?
 
Paul negó con la cabeza.
 
—Los cabrones se han largado antes de que llegara la pasma.
 
López se sentó junto a Puck, que se había calmado un poco cuando su amigo Al encendió un pitillo y se lo dio. Puck gimió de placer al inspirar y al soltar el humo,
pero se quejó otra vez cuando trató de cambiar de postura. Aquellos cabrones le habían dado una buena paliza.
 
—¿Cuántos eran? —le preguntó López a Paul.
 
—No lo sé. Cuando he llegado había dos, pero igual eran más.
 
Pues sí, joder. Parecía que le hubiera caído encima un regimiento entero de la Guardia Nacional. Laura, el último juguete de Puck, apareció en la puerta de la cocina, con un bol de agua y una toalla. Aún iba con la misma ropa que llevaba en el club. Tras dirigirle una sonrisa tensa a López, se arrodilló junto a Puck y trató de lavarlo un poco. No tuvo mucho éxito, ya que él no paraba de insultarla y de apartarla con la mano.
 
—¡Para, Puckerman —protestó ella—, o te voy a poner el culo como la cara!
 
Puck le sonrió con el cigarrillo colgando de sus labios ensangrentados y le guiñó el ojo bueno.
 
—Cómo me pones cuando me hablas así.
 
Laura puso los ojos en blanco y siguió lavándole la cara hecha un mapa.
 
—Tenemos que llevarte al hospital —le dijo López a su amigo, cuando Laura le abrió la camisa y todos vieron el alcance de los golpes que había recibido.
 
Apretó los dientes al ver retorcerse a Puck cuando Laura le pasó la toalla por las costillas.
 
—Estoy bien —replicó él—. Además, en el hospital me harán demasiadas preguntas.
 
—Puck —insistió López—. Tenemos que...
 
—No pienso ir —dijo su amigo en un tono que no admitía réplica—. Los médicos llamarán a la pasma y eso no me conviene. Aunque no iban a encontrarme nada.
Esos cabrones se han llevado mi coca.
 
López se pasó la mano por la cara y soltó el aire, frustrada.
 
—¿Cuánta?
 
—La suficiente. —Puck la miró con curiosidad—. Pensaba que estabas en el bar, pero Paul me ha dicho que habías desaparecido.
 
Ella apartó la mirada y sacó la cajetilla de tabaco del pantalón.
 
—Sí —murmuró—, he ido a dar una vuelta.
Puck se echó a reír y se encogió de dolor al mismo tiempo.
 
—¿Una vuelta? ¿Cómo se llama esa... vuelta?
 
Sin responderle, López encendió el mechero. Cuando Laura trató de ponerle una bolsa de hielo en la cara, negó con la cabeza.
 
—¿En qué demonios estabas pensando?
 
—No te preocupes —trató de tranquilizarlo Puck, moviendo la mano en un gesto de borracho—. Recuperaré la coca, lo juro por Dios. Tú me cubrirás las espaldas,
¿verdad?
 
López suspiró antes de dar una calada larga.
 
—Claro, Puck.
 
Se levantó al notar que le vibraba el móvil en el bolsillo de los vaqueros. Era un mensaje de texto de Melocotones:
 
B: Estoy en casa, sana y salva.
 
López sonrió. Se pasó un dedo por el labio inferior, recordando la sensación de su boca sobre la de ella y lo maravilloso que había sido tenerla entre sus brazos. Una
parte de ella —una parte dormida, desconocida, inexplorada— le ordenaba que pusiera nombre a los sentimientos que ella le despertaba. Pero de momento ignoraba los molestos murmullos y seguía deseando su cuerpo y su mente. Pasaba de etiquetas, joder. Sólo quería a aquella mujer de todas las maneras posibles.
 
Echó un vistazo a su perjudicado amigo y trató de no escuchar la voz que le advertía del peligro de ser arrestada por culpa de la imbecilidad de Puck. Si las cosas
seguían así, estaría de vuelta en Kill antes de Navidad.
 
El mensaje de texto de su chica brillaba con claridad. Recordó la sensación de su cuerpo bajo sus manos; cómo ese cuerpo se había frotado contra el suyo, haciéndole mudas promesas.
 
No, se dijo López. No iba a permitir que volviera a encerrarla. No pensaba perder a Melocotones.
 
El cielo de Washington DC era gris y tormentoso. El tiempo era tan melancólico como las caras de las dos mujeres que caminaban por el espacioso cementerio. Britt
avanzaba lentamente del brazo de su madre, en dirección a la tumba que apenas había cambiado en dieciséis años. Eva la agarró con más fuerza cuando al fin la vieron.
 
Britt apoyó la mano sobre la de ella.
—¿Estás bien?
 
Su madre asintió.
 
—Volver a verla después de tanto tiempo siempre es lo más duro.
 
Siguieron avanzando por el camino, cada vez más cerca de la tumba. Britt siempre dejaba que primero su madre hablara a solas con su difunto marido. Mientras
depositaba una rosa roja sobre el mármol negro, Britt se dio la vuelta y se alejó un poco para darle unos instantes de intimidad.
 
Mientras deambulaba por el camino, dejó que su mente volviera a Nueva York.
Lo del sábado había sido algo totalmente imprevisto y aún no se había recuperado del todo de la sorpresa. Lo que había empezado siendo una celebración de despedida de soltera de su vecina, había tomado un rumbo inesperado, pero muy excitante. Una ola de calor nació en su vientre al recordar a López bailando y frotándose contra ella.
 
Las palabras y los mensajes de texto que habían intercambiado desde ese momento le confirmaban lo que Britt llevaba tratando de ignorar desde el primer día: deseaba a López y quería estar con ella. Esa mujer estaba derribando las barreras tras las que llevaba tanto tiempo ocultándose, y le gustaba. Aunque le daba miedo, también la excitaba. Era peligrosa, pero estaba dispuesta a hacer lo que hiciera falta para volver a estar con ella.
 
Las barreras que había levantado el primer día se habían ido desdibujando y se disolvían a los pies de Britt. Más que nunca, estaba dispuesta a cruzarlas, segura de que López la estaría esperando al otro lado.
 
Cuando volvió junto a su madre, vio que ésta tenía las mejillas cubiertas de lágrimas.
 
—¿Estás bien?
 
Eva la miró serena.
 
—Sí, ahora sí, estoy bien —respondió alejándose—. Tómate tu tiempo, Brittany.
Ella miró las letras y números dorados que indicaban la fecha de la muerte de su padre. Parecía que hubiese sido ayer. Se arrebujó en el abrigo y se agachó para quedar cara a cara con el nombre.
 
—Hola, papá —susurró—. Siento haber tardado tanto en venir a visitarte. Mi vida ahora mismo es una locura. —Sonrió mientras recorría la D de su nombre con el
dedo índice—. El trabajo me va muy bien; las alumnas son geniales —le contó con una sonrisa orgullosa—. Me escuchan, me hacen caso y creo que mi trabajo va a
dejarles huella. Papá, yo —alzó la cara hacia el cielo tormentoso y cerró los ojos—... he pensado mucho en lo que me dijiste aquella noche, sobre dejar huella en la vida
y devolver un poco de lo que hemos recibido. Y quiero que sepas que estoy esforzándome mucho en hacerlo. —Respiró hondo—. Y también quería contarte que... que siento algo especial por alguien y que tengo mucho miedo de que tú no la aprobaras. —Se volvió y miró a su madre por encima del hombro—. Sé que mamá no lo hará.
 
Britt recordó todos los comentarios y las miradas reprobatorias que su madre le había dirigido durante los últimos meses, cada vez que salía el tema de su trabajo.
 
—No entiende por qué lo hago y a veces... a veces me siento como si fuera a romperme. Me siento atrapada. Siento que tú tiras de un lado y mamá del otro, cuando en realidad debería estar haciendo lo que a mí me parece correcto. Eso es lo que me enseñaste y... ella, ella me hace sentir bien conmigo misma. Ella... ha cometido errores, como todos, pero... —Britt se aferró a la parte superior de la lápida de mármol—, pero quiero que sepas que es una buena chica. Ha tomado decisiones equivocadas en la vida y a veces me vuelve loca, pero sé que tiene buen fondo. Lo sé.
 
Desvió la mirada hacia la tumba de su abuela, situada al lado de la de su padre y sonrió.
 
—Sé que dondequiera que estés, eres feliz y me cuidas. Te siento en mi corazón todos los días. —Britt tenía el rostro lleno de lágrimas—. Te quiero tanto, papi, y te echo tanto de menos... Por favor, entiéndeme. Me estoy enamorando de ella.
 
Cuando hubo acabado de decir esto, el viento dejó de soplar durante unos instantes y las nubes se abrieron sobre su cabeza, permitiendo el paso de un rayo de sol.
El calor que desprendió, aunque breve, le calentó la espalda, permitiéndole relajarse un poco. Miró hacia arriba y, mientras parpadeaba, en lo más recóndito de su alma
supo que su padre acababa de darle su bendición.
 
El viaje en avión entre Washington y Chicago fue cómodo y Britt sonrió cuando Harrison fue a recibirlas al aeropuerto. Eva le dio un abrazo fuerte, mientras él le
murmuraba palabras cariñosas al oído. Britt siempre había agradecido la infinita comprensión que Harrison mostraba ante el dolor de Eva por la muerte de su difundo marido. Siempre parecía saber lo que su madre necesitaba y nunca se mostraba dolido cuando hacía aquel viaje anual a la tumba de Daniel. Harrison y su padre llevaban muchos años siendo buenos amigos cuando él murió y, aunque la madre de Britt se había resistido, la verdad era que tenía mucho sentido que hubieran acabado juntos. Verlos reunidos tras tres días de separación, compartiendo besos y sonrisas, hizo que a ella se le retorciera un poco el corazón.
 
Se abrazó a sí misma, tratando de engañar a su cuerpo para que pensara que sus brazos eran en realidad los de una exconvicta de ojos oscuros.
 
No funcionó.
 
Harrison había llegado a Chicago el día anterior y había alquilado un coche en el que subieron los tres. La madre de Eva, a la que Britt llamaba cariñosamente Nana
Boo, siempre organizaba una reunión familiar por esas fechas en su gran finca situada a las afueras de Chicago. Solía decir que era una bonita manera de celebrar la vida de un hombre que le había dado tanta felicidad a su hija, además de una preciosa nieta a ella.
 
Mientras atravesaban la ciudad, camino de la casa, Britt sacó el móvil. Llevaba unos días sin saber nada de López y era absurdo negar que la echaba de menos. En cuanto conectó el teléfono, le entró un mensaje de Sam.
 
Espero que disfrutes en Chicago. Envíame un mensaje cuando llegues para que sepa que estás bien. Siento no haber podido acompañarte.
 
Britt tragó saliva, resignada. A Marley le había parecido buena idea invitar a Sam a la reunión de Chicago. Ella no estaba de acuerdo y se sintió aliviada cuando él tuvo
que cancelar el viaje a última hora por motivos laborales. Una cosa era intercambiar mensajes, poniéndole excusas para no ir con él a cenar o a tomar copas y otra muy
distinta tener que verlo cara a cara. Habría preferido ver a López. Miró a su madre y se imaginó el escándalo que causaría la presencia de ésta.
Soltó el aire con fuerza y empezó a escribirle a López:
 
B: Sólo quería asegurarme de que el trabajo no te parece demasiado difícil.
 
Britt se rio en silencio. Sabía que ella era capaz de hacer el trabajo que le había puesto atada a la silla y con los ojos vendados. Se ruborizó ante esa imagen de López, porque su mente, además, se la había mostrado desnuda. El móvil vibró, pegado a su muslo. Su corazón reaccionó dando un doble salto mortal.
 
S: El trabajo va bien, aunque hacerlo sola es un muermo. Me echas de menos, ¿ eh?
 
Britt sonrió y negó con la cabeza ante su arrogancia. El hecho de que tuviera razón era irrelevante.
 
B:, sí, López. Te echo terriblemente de menos. (sarcasmo). Acabo de llegar a Chicago.
 
S: Pensaba que estabas en Washington DC. Me echas de menos. Lo noto.
 
Britt se echó a reír, lo que le valió una mirada de curiosidad de su madre.
 
—¿Con quién hablas? ¿Es Sam?
 
La sonrisa de Britt desapareció de golpe.
 
—Ummm, no. Con una amiga.
Eva asintió, no muy convencida.
 
—Bueno, espero que no sea una de esas tipas de la cárcel o esa criatura con la que pasas ratos en la biblioteca. Aún no me creo que te permitan estar a solas con alguien tan peligrosa.
 
—Mamá.
 
Su madre suspiró.
 
—Al menos podrían dejarte en paz esta semana.
 
Hemos estado en Washington tres días. Ahora vamos a visitar a mi abuela en Chicago. Y puedes negarlo si quieres, pero sé que tú me echas muchísimo de menos.
 
S:Te echo de menos. Ahí lo tienes. ¿ Contenta?
 
El pulso de Britt se aceleró tanto que era innegable que sí, que estaba contenta. Sonrió y se mordió el labio inferior.
 
B:Vale, López. Yo también te echo de menos.
 
S: Aún tengo tu sabor en la lengua.
 
A Britt se le escapó un gemido. Los latidos que se habían despertado en su vientre se convirtieron en un furioso redoble de tambor. Esta morena era implacable. Le dio permiso a su mente para adentrarse en lugares oscuros y traviesos donde López y ella podían hacer cosas que sólo había leído en los libros.
 
Britt no era una florecilla delicada. Había tenido cuatro amantes, con los que había pasado sus buenos ratos. Sin embargo, cada vez que se imaginaba haciéndolo con
López, no podía evitar pensar que, a su lado, el resto de las experiencias palidecerían. Era tan autoritaria y apasionada que estaba segura de que sería igual en el dormitorio.
 
Deseaba que Santana le diera órdenes, que la hiciera suya, que la follara...
Se tapó la boca con la mano, sorprendida por el curso tan indecente que habían tomado sus pensamientos.
 
López la deseaba; se lo había dicho. Pero ¿era eso todo? ¿Para ella no era más que un polvo apasionado? Britt necesitaba saberlo.
 
Por la ley de probabilidades, sabía que no era del tipo de mujer que se comprometía en una relación a largo plazo. Más bien parecía de esas que salían corriendo en
dirección contraria al oír la palabra «monogamia».
 
Britt parpadeó al verse reflejada en la ventanilla del Lexus.
¿De verdad estaba pensando en una relación a largo plazo con López?
Sí. Eso era exactamente lo que estaba haciendo.
 
B:¿ Puedo llamarte mañana, López?
 
S: Cuando quieras.
 
—Ya hemos llegado, Brittany.
 
La voz de su madre la devolvió a la realidad. Cuando miró por la ventana, vio que, en efecto, estaban aparcados en el camino pavimentado que llevaba a la casa de Nana Boo.
 
Seguía siendo una construcción tan bonita e impresionante como Britt la recordaba. Sonrió ampliamente al ver abrirse la enorme puerta de roble por la que apareció Nana Boo, acompañada por su perro blanco y negro, Reggie, que empujaba para salir antes que ella.
 
Britt bajó del coche de un salto, se golpeó los muslos con las manos y silbó. Reggie se dirigió a ella a la carrera, ladrando felizmente y meneando la cola como si fuera
un látigo. Se incorporó sobre las patas traseras para saludarla con su lengua llena de babas.
 
—¡Reggie! —lo reprendió Nana Boo—. ¡Baja de ahí!
 
El perro la obedeció inmediatamente y le dirigió una mirada avergonzada a su ama. Britt se echó a reír y se acercó corriendo a su abuela, que la abrazó con fuerza. Olía a menta y a lavanda.
 
—Oh, mi niña querida —dijo en voz baja. Al oírla, Britt apretó más el abrazo.
Nana agarró la cara de su nieta con sus manos pequeñas y arrugadas. Los brillantes ojos verdes de la anciana la miraban con calidez y amor y Britt se sintió inmediatamente más tranquila, más segura. Nana Boo siempre la hacía sentir mejor.
Era un don que tenía.
 
Eva abrazó a su madre y luego entraron todos en la casa. Nana Boo había organizado una cena para la noche siguiente, a la que asistirían unas treinta personas. Blaine estaría allí con su pareja, Kurt, y también irían su madre
y su padre. Habría colegas del padre de Britt y varios miembros de entidades benéficas con las que éste había colaborado. Y además estarían Marley y Ryder.
 
Britt seguía sospechando que a su amiga le pasaba algo. Aunque ella lo negaba, pensaba que había hecho alguna cosa que la había molestado.
 

Dejó las maletas sobre la cama donde había dormido desde que era una niña y trató de olvidar la corazonada de que algo iba mal.
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Oct 02, 2016 4:06 am

CAPITULO 19

 
Al día siguiente por la tarde, la casa estaba abarrotada. Los camareros contratados para la ocasión ofrecían entrantes y champán. Britt observaba a su madre, que se movía con soltura entre los invitados, con una sonrisa en la cara y aparentemente cómoda. Se había criado en una familia de políticos y se había casado con uno de los senadores más jóvenes que había tenido el país, así que no era de extrañar que se sintiera a gusto en ese tipo de actos.
 
Blaine, Kurt, Marley y Ryder habían llegado y se habían fundido en un torbellino de besos y abrazos con ella y con Nana Boo. Mientras Britt los veía intercambiar frases de cortesía con el resto de los invitados, le llamó la atención lo cercanas que parecían estar su madre y Marley. Ya se había fijado durante su cena de cumpleaños, pero ahora, al ver cómo se abrazaban e intercambiaban susurros, le pareció que en algún momento se habían hecho amigas.
 
—¿Cómo estás? —preguntó Britt, besando a Marley en la mejilla.
 
—Bien —respondió ella, mirando de reojo a su prometido, que parecía encontrarse francamente a disgusto—. ¿Y tú? ¿Alguna novedad?
 
—Nada interesante. —Britt se miró el pie y lo movió de lado a lado, mientras se ruborizaba bajo la mirada escrutadora de su amiga.
 
—¿Hay algo que quieras contarme? —le preguntó Marley, ladeando la cabeza.
 
—Ahora mismo, no —respondió ella con firmeza, aunque luego suavizó sus palabras con una sonrisilla, para no parecer tan a la defensiva.
 
No estaba segura de haberlo conseguido. Le apetecía mucho compartir sus novedades con Marley, pero algo —algo que la dejaba helada por dentro— se lo impedía.
 
Nana Boo era la única persona en la que confiaba lo suficiente como para hablarle de sus sentimientos por López. La tranquila conversación que había tenido a
escondidas con su abuela la noche anterior, cuando Eva y Harrison se fueron a dormir, no había tenido nada que ver con las charlas que mantenía con Marley o con su madre. Había sido una conversación fácil, abierta y llena de risas. Nana le había contado los últimos cotilleos del club de bridge y le había hablado de Roger, un guapo nuevo socio del mismo que era su actual pareja de golf.
 
—Es un tanto rudimentario —confesó la abuela, riéndose—, pero me gusta.
 
Britt se había sentado en el sofá, con las piernas dobladas y una taza de infusión en las manos, y se había dejado arrullar por las palabras amables y el tono de voz
suave de su abuela. Nana Boo siempre sabía qué decir para hacerla sonreír y el entusiasmo que desprendía hizo que, poco a poco, la ansiedad que la había acompañado desde que empezó el viaje se desvaneciera.
 
Britt se echó a reír con ganas al oír a su abuela criticar a la nueva alumna que se había apuntado a las clases de salsa.
 
—Una fulana, cariño, simple y llanamente —dijo, sin cortarse ni un pelo, para describir a la señora Harper, que había enviudado hacía poco—. Y tú ¿qué me cuentas? ¿Qué novedades tienes? —le preguntó con una sonrisa—. Te he echado de menos.
 
Britt había suspirado mientras tiraba de un hilo suelto de su pantalón de chándal.
 
—Yo también te he echado mucho de menos, Nana. Estoy bien. Muy ocupada.
La abuela había suspirado.
 
—Britt, sé cuándo mi nieta no está bien.
 
Ella se había echado a reír sin mucha convicción y se había rodeado la cintura con el brazo que le quedaba libre.
 
—Es complicado.
 
—¿Y qué parte de la vida no lo es? —replicó Nana con una sonrisa comprensiva—. Cariño, te quiero mucho, y me gustaría ayudarte si está en mi mano.
 
—Gracias.
 
—Sé que tu madre se preocupa mucho por ti. Y es normal. Es su papel como madre.
 
—Lo sé —admitió Britt, con un suspiro exasperado—, pero se pasa. Se preocupa demasiado. Soy una mujer adulta, Nana. Tomo mis propias decisiones y sé cuidar
de mí misma.
 
—No lo dudo, cariño. Siempre has sido muy fuerte. Como tu padre.
 
—¿Y tozuda como mi madre? —preguntó ella con ironía.
 
Nana se echó a reír.
 
—Sin duda. —Guardó silencio unos instantes—. Sé que Eva está muy preocupada por tu nuevo trabajo, pero yo me siento muy orgullosa de ti. Espero que sepas
que puedes hablar conmigo de lo que quieras. Confío en ti plenamente, mi ángel.
Britt había cerrado los ojos y había apoyado la cabeza en el respaldo. Sabía que estaba diciendo la verdad.
—Yo... yo estoy... —Britt se había llevado la mano a la frente, tratando de calmar el dolor de cabeza que sentía detrás de los ojos—. Dios, ni siquiera sé por dónde
empezar.
 
—Empieza por el principio —la había animado Nana.
 
Y eso había hecho. Su abuela se había mostrado entusiasmada cuando le había hablado de Arthur Kill y de las clases particulares con López. Se había sorprendido
muchísimo cuando se enteró de que esa mujer se estaba colando lentamente en su corazón, pero como buena romántica que era, le había prometido que la apoyaría en
todas las decisiones que tomara. Llegó incluso a prometerle que la invitaría a Chicago para Acción de Gracias.
 
—Quiero conocer a la chica que le ha devuelto la sonrisa a mi nieta —le había dicho, con lágrimas en los ojos.
 
Britt no tenía nada claro que López y ella estuvieran listas para dar el paso de conocer a la familia, pero le había asegurado que lo pensaría. No podía expresar lo
importantes que eran para ella el apoyo y la confianza de su abuela. Las palabras se quedaban cortas.
 
—Prométeme que intentarás hablar con tu madre, Britt —le pidió Nana—. No hace falta que se lo cuentes todo, sólo que hables con ella.
 
—Te lo prometo.
 
Pero cuando esa mañana había salido a la conversación el tema del trabajo, su madre había reaccionado resoplando y tamborileando con los dedos sobre la mesa, mientras le lanzaba comentarios hirientes y venenosos. Su tono de voz era condescendiente y cortante y la paciencia de Britt se había agotado rápidamente. Estaba harta de oír lo peligroso que era lo que hacía. Por una vez en la vida, le gustaría que la trataran como a una adulta. Quería que la entendieran, no que la juzgaran.
 
Mientras seguía la celebración, Marley, Ryder y Eva se enfrascaron en una conversación. Britt se quedó a un lado, sonriendo con educación a todos los que se acercaban a hablarle respetuosamente de su padre. Le habría gustado ser más sociable, pero no le salía. La inexplicable distancia que se había instalado entre Marley y ella, acompañada de las miradas exasperadas de su madre, le encogían el corazón.
 
—... fuera de la cárcel, con esa cretina de López —le llegó el final de una frase de su madre, que pronunció el nombre de López como si fuera algo sucio y despreciable.
Britt se puso en guardia y se acercó a ellos para participar en la conversación.
 
—Mamá, no es ninguna.. —empezó a decir, pero se detuvo en seco cuando tres pares de ojos la miraron con desaprobación.
 
El nudo que tenía en el estómago se apretó un poco más y se preguntó por qué se sentía tan sola estando rodeada de su familia y de sus amigos. Lo único que le apetecía oír en esos momentos era la voz de López. Necesitaba hablar con ella y que la animara con su honestidad, para convencerse de que lo que estaba dispuesta a arriesgar merecía la pena.
 
—No importa —dijo entre dientes, antes de excusarse y subir al cuarto de baño del piso de arriba, con Reggie pegado a sus talones.
 
Dejó al perro en el pasillo, cerró la puerta y apoyó la frente en ella.
Dios, le faltaba el aire. Echaba tanto de menos a su padre. Necesitaba verle la cara, oír su voz tranquila y paciente y oler su aroma cálido que le recordaba a las cerezas. Él siempre sabía qué decir para hacerla sentir mejor. Y si no sabía qué decir, le daba un abrazo tan fuerte que Britt se olvidaba de todas sus preocupaciones.
 
Estaba a punto de echarse a llorar, pero no era un buen momento.
Buscó el móvil y le escribió un mensaje a López. Los pulgares de Britt volaban sobre la pantalla.
 
B: ¿ Estás ocupada? ¿ Quieres hablar?
 
El sonido de alguien que llamaba a la puerta sonó al mismo tiempo que Britt presionaba el botón de Enviar. Al abrir lentamente, no le extrañó ver a Marley al otro lado.
 
—Eh.
 
—Eh —replicó su amiga—. ¿Estás bien?
 
Se habían acabado las tonterías. Era hora de poner las cartas sobre la mesa.
 
—No.
 
Marley bajó la vista.
 
—Ya me lo parecía.
 
—¿Qué está pasando, Marley? Noto que hay algo que se me escapa. Cuando empecé a trabajar en Kill apoyaste mi decisión. Y después fui sincera contigo; te lo conté todo sobre López. Y ahora... no sé.
 
—Es... es difícil de explicar.
 
—¿Dónde está la dificultad? Pensaba que estabas de mi lado. ¿Es por Sam?
 
Marley levantó la cabeza bruscamente.
 
Britt cerró los ojos, arrepentida.
 
—Siento haberle dado esperanzas, pero sólo nos besamos una vez y le dejé claro que quería tomarme las cosas con calma. No le aseguré nada. Estoy hecha un lío.
Yo no...
 
Su amiga hizo una mueca de incredulidad.
 
—¿Te estás... te estás acostando con López?
 
A Britt la pregunta le sentó como una patada en el estómago.
 
—No es asunto tuyo, que lo sepas, pero no, no me he acostado con ella.
 
—Esto se te está yendo de las manos, Britt. A ver, ¿de qué la conoces? —preguntó Marley con vehemencia—. Quiero decir, ¿te ha contado cuántas veces ha estado en
la cárcel? Y los motivos, ¿sabes los motivos?
 
—Pero ¿qué...?
 
—Tu madre tiene razón, Britt. Estás poniendo la vida en peligro por ese trabajo, esa...
 
—Tú no la conoces. Ella es distinta.
 
—Oh, Brittany, por favor. —Marley se cruzó de brazos—. Es la lujuria la que te hace decir eso, nada más.
 
—No me hables como si fuera una cría, Marley. —Britt se le acercó—. Ya tengo bastante con mi madre. No necesito que mi amiga repita todo lo que ella dice.
 
—Te hablo como a una cría porque te estás comportando como si lo fueras. Porque te aprecio y quiero lo mejor para ti. Y porque ya me he hartado de callar. ¡Es tu
alumna, Britt! ¡Y una delincuente! Estás poniendo tu carrera en peligro por un estúpido calentón que no va a llegar a ninguna parte.
 
—¿Y tú qué demonios sabes? —exclamó ella en voz más alta de lo que pretendía.
 
—Sé mucho más que tú —no pudo evitar decir Marley.
 
—Pues por qué no me iluminas, ¿eh?
 
—¿Va todo bien por aquí? —preguntó Ryder subiendo la escalera.
 
—No —respondió Britt.
Él dirigió una mirada de preocupación a su prometida, que lo miró y negó discretamente con la cabeza.
 
Britt se llevó las manos a las caderas con decisión y los miró a ambos alternativamente.
 
—Parece que no estoy en el ajo. ¿Alguien me va a contar de qué demonios va todo esto?
 
Ryder le dio la mano a Marley. Y luego, resuelto pero al mismo tiempo con cautela, inspiró hondo y dijo:
 
—Es mi prima.
 
Marley bajó la vista hacia el suelo.
 
—¿Quién es tu prima? —preguntó Britt con impaciencia.
 
Mientras Ryder abría la boca para responder, el teléfono de ella empezó a sonar en su mano. Con una mueca, miró la pantalla.

Era López.
 
Ryder alargó la mano y le dio un golpecito a la pantalla con el dedo.
 
—Ella es mi prima.
 
Lentamente, Britt apretó la tecla de rechazar la llamada, mientras las palabras de Ryder resonaban en su mente. Su cerebro estaba tratando de procesarlas, de
comprenderlas.

López era prima de Ryder.

Eran parientes.

Y eso significaba...

Sam.

Marley alargó la mano hacia ella, pero Britt se apartó bruscamente. Su amiga parecía arrepentida.
 
—Quería contártelo, pero...
 
—Lo sabías —susurró Britt. El pulso le latía con tanta fuerza en la cabeza que casi no podía mantenerse en pie—. Cuando te conté que había besado a López, lo
sabías.
 
Ryder estuvo a punto de atragantarse.
 
—¿La has besado?
 
—Sí —replicó Marley. Apoyó una mano en el pecho de Ryder, pero miraba a Britt a los ojos—. Lo sabía. Ryder me lo dijo. Pero yo no era quién para contártelo.
 
—¡Y una mierda! —Britt golpeó la puerta del lavabo.
 
Las piezas habían encajado de golpe: la distancia emocional entre Marley y ella, las miradas de complicidad entre Ryder y Sam cuando les contó dónde trabajaba y
les habló de López. El engaño le retorcía las entrañas.
 
—Podrías habérmelo contado en cualquier momento —le recriminó, furiosa—. ¡Y Sam también! Pero ninguno de vosotros lo hizo, porque, como todas las personas que hay en mi vida, me tratáis como a una niña que no sabe cuidar de sí misma.
 
—Pensaba que se te pasaría —replicó Marley—, que te olvidarías de ella antes de que las cosas llegaran demasiado lejos. Pensamos que si le dabas una oportunidad a Sam...
 
—¿Pensamos? ¿Quiénes?
 
—Ryder me contó que López estaba metida en temas serios. Esa tipa es un peligro y, además, es tu alumna, Britt. ¿No te das cuenta de las posibles consecuencias?
¡Has besado a tu alumna!
 
—Sí, lo he hecho, dos veces —explotó Britt—. ¡Y no veas cómo lo disfruté, joder!
 
—¡Brittany!
 
Los tres se volvieron a la vez y vieron que Eva acababa de subir la escalera y estaba mirando a su hija sin poder ocultar la repugnancia que sentía.
 
—¿Has... has besado a... esa mujer? —le preguntó con voz peligrosamente calmada.
 
Sin aliento, y tratando de sofocar la vergüenza que le provocaba lo que estaba a punto de hacer, Britt dio un empujón a Marley y a Ryder y se dirigió hacia su cuarto.
 
La sensación de asfixia estaba alcanzando proporciones épicas y el martilleo en su cerebro la estaba volviendo loca. ¡Todos! Todos estaban compinchados para alejarla de López. Al menos, comprendía al fin la razón de la nueva amistad entre su madre y Marley. Y la causa de la insistencia de Sam. Todo encajaba. Sintió ganas de vomitar.
 
—Tengo que irme de aquí —murmuró, abriendo la puerta de la habitación de golpe.
 
Cogió la bolsa de viaje, metió sus cosas dentro de cualquier manera y se la colgó al hombro. Al salir casi se cayó sobre su madre, que estaba en el pasillo, al otro lado
de la puerta.
 
—¿Adónde vas? —le preguntó ésta, mirando la bolsa que Britt sujetaba con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.
 
—Lo siento, pero tengo que... Tengo que salir de aquí, mamá —respondió ella, sin mirarla a los ojos. Sabía que la mirada de su madre la haría sentir diminuta y fatal
al mismo tiempo—. Lo siento.
 
—¿Lo sientes? —repitió Eva—. No vas a ir a ningún sitio. ¡Te vas a quedar donde estás y me vas a explicar qué demonios está pasando aquí!
 
Pero Britt sabía que en esos momentos no iba a ser capaz de explicarle nada. No soportaba la idea de estar con gente y mucho menos con gente que se negaba a entenderla. Que la engañaba y la trataba como si fuera idiota. Tenía demasiadas cosas que procesar y digerir. Y todavía quedaban muchas preguntas sin respuesta.
Necesitaba estar sola.
 
—No puedo, mamá. Tengo que irme. Sólo esta noche.
 
Estaba mintiendo. Britt se dio cuenta en cuanto las palabras salieron de su boca. Iba a subirse a un coche y no se detendría hasta que se le acabara la gasolina.
 
—No lo permitiré, Brittany. Suelta esa bolsa, cálmate y pídele disculpas a Marley. ¿Cómo te atreves a comportarte de esta manera?
 
Britt se echó a reír, pero su risa era sarcástica.
 
—¿Que me disculpe? ¿Yo? Yo no tengo que disculparme por nada.
 
—¡Ya basta! Por lo que he oído esta noche —dijo su madre en voz baja—, hay un montón de cosas por las que tienes que disculparte. —Abrió los ojos, escandalizada—. ¡Por el amor de Dios, Brittany!, ¿en qué demonios estabas pensado? Esa mujer es peligrosa.
 
Ella se llevó las manos a las sienes.
 
—¡Dios mío!
 
—Es igual que esos que mataron a tu padre: malvada, sin corazón. ¿Quieres estar con alguien así? ¿Sabes el daño que me estás haciendo? ¿Comprendes el daño que le harías a tu padre si estuviera hoy aquí?
 
Britt se quedó sin respiración. Miró a su madre, desesperada, y los ojos se le llenaron de lágrimas.
 
—Siento haberte decepcionado. —La rodeó, conteniendo los sollozos—. Tengo que salir de aquí.
 
Eva la agarró del brazo.
 
—¡No te vas a ningún sitio! ¡Has venido por tu padre!
 
Esas palabras acabaron de sacarla de quicio.
 
—¡Ya sé por qué estoy aquí, mamá! —gritó—. Yo estaba con él el día que esos jodidos hombres lo asesinaron, ¿te acuerdas?
 
El shock de la bofetada que le dio su madre le dolió más que el impacto en sí. Era la primera vez que le levantaba la mano. En el fondo, Britt sabía que se lo merecía.
 
Oyó que Eva contenía el aliento, pero no se quedó el tiempo suficiente como para oír lo que iba a decirle. Se soltó de su mano, pasó de largo junto a Marley y Ryder y
bajó la escalera a toda velocidad.
 
Blaine estaba al pie de la misma, perplejo.
 
—¿Qué diablos está pasando? —le preguntó, siguiéndola al armario de los abrigos.
 
—¿Me de... dejas las llaves de tu coche? —balbuceó Britt, cogiendo su abrigo.
 
Las voces de Marley y de su madre sonaban cada vez más fuerte, mientras bajaban la escalera.
Blaine negó con la cabeza.
 
—No puedo; es de alquiler. —Le acarició los brazos, tratando de calmarla—. Quédate y arregla las cosas.
 
Por encima del hombro de Britt apareció una mano menuda y pálida de la que colgaban unas llaves.
 
—Usa el mío, cariño —le ofreció Nana Boo. Britt se volvió hacia ella, sorprendida—. Así tendrás un motivo para volver.
 
—Nana —sollozó Britt, cogiendo las llaves—. Lo siento, lo siento mucho. No puedo explicártelo ahora. Oh, Dios mío, tengo que irm...
 
—Lo sé —la interrumpió su abuela, con una leve sonrisa comprensiva. Le puso una mano en la mejilla y se la acarició con el pulgar—. Vete. Yo me ocupo de tu
madre.
 
—Gracias —susurró Britt.
 
Con las llaves en la mano, echó a correr hacia el Jaguar XJ que había aparcado fuera y abrió las puertas con el mando a distancia.
 
Lanzó la bolsa dentro, metió la llave en el contacto y aceleró a fondo para marcharse de allí cuanto antes, alejándose de su familia y de sus amigos. Trató de no darle
demasiada importancia al enorme alivio que sentía a medida que aumentaban los kilómetros que la separaban de todos ellos. Le parecía preferible sentirse culpable.
Pero no lo logró.
 
López había pasado una semana de mierda. Y como era una cabrona, se lo había hecho pagar a los que estaban con ella.
 
Sabía que había perdido la paciencia con demasiada facilidad en el trabajo y que en las sesiones y visitas domiciliarias de su psicólogo había respondido con gruñidos y gestos de indiferencia, porque todo le daba igual. El único buen momento de toda la semana había sido el entrenamiento con Ross. Se había liado a patadas y
puñetazos con todo el material que podía soportarlo y, aunque había salido mucho más relajada, seguía cabreada como una mona.
 
Se estaba volviendo loca. Por eso había decidido quedarse en casa un sábado por la noche, mientras Puck y los chicos salían por ahí. No estaba de humor para aguantar las tonterías de su amigo. Éste seguía teniendo la cara hecha un mapa, pero el muy idiota había salido igualmente a emborracharse y a follarse a cualquiera que respirara, en vez de quedarse en casa a lidiar con su dolor. Una vez más.

López encendió otro cigarrillo y empezó a tocar a la guitarra las primeras notas de Fans, de Kings of Leon, para relajarse. Le echó otro vistazo al teléfono.
Nada. Ni un mensaje, joder.
La razón de que se encontrara en ese estado de nervios tenía un nombre: Melocotones. Esa mujer iba a ser responsable de que le diera un infarto mucho antes de que los Marlboros y el alcohol se lo causaran. Aguantar su ausencia durante una semana ya era duro, pero lo que era francamente insoportable era que la ignorara después de haber estado enviándole mensajes tres días atrás.
Por más vueltas que le daba, no podía entenderlo.
 
Lo último que le había llegado había sido un mensaje en el que le preguntaba si podía hablar. Le había gustado recibir ese mensaje y todavía le había gustado más que quisiera hablar con ella. Las conversaciones telefónicas nunca habían formado parte de sus relaciones con las mujeres, pero la idea de hablar con Melocotones la había entusiasmado.
 
Lanzó el teléfono al otro lado del sofá. No pensaba llamarla más. Las otras cuatro veces que lo había hecho le había saltado el buzón de voz y ella no había respondido a ninguno de sus siete mensajes de texto.
 
Se frotó el esternón con el puño, tratando de calmar el ardor de estómago que llevaba días castigándola, y siguió tarareando y tocando la guitarra.
Alguien eligió ese momento tan inesperado como poco adecuado para llamar a la puerta. Si Puck pensaba que podía presentarse en su casa y convencerla para que
saliera, se iba a llevar un chasco.
 
—Que le den. Yo paso —murmuró, dejando la colilla en el cenicero, que estaba lleno a rebosar.
 
Pero volvieron a llamar y esta vez de una manera bastante más frenética.

López dejó la guitarra con rabia sobre el sofá y se dirigió descalza a la puerta. Descorrió los cerrojos sin dejar de soltar insultos y abrió la puerta, dispuesta a darle
un puñetazo al hijo de puta que se hubiera atrevido a venir a chafarle su festival de autocompasión.
 
Detuvo la hoja de madera un instante antes de que golpeara contra la pared y la expresión de furia le desapareció de la cara al momento al darse cuenta de quién había llamado.
 
—¿Melocotones?
 
Estaba allí, vestida con unos vaqueros negros ajustados y una sudadera roja con capucha, y no tenía buena cara. Lo más raro era que llevaba chancletas. Se había recogido el pelo en una coleta hecha de cualquier manera. Tenía los ojos enrojecidos y manchados de rímel, como si llevara días llorando, o —como su manera de tambalearse hacía pensar— bebiendo.
 
—¿Qué estás haciendo aquí?
 
Ella se apoyó en el marco de la puerta y le dirigió una sonrisa, pero era forzada y pronto desapareció. Tenía los ojos apagados, sin brillo.
 
—He venido a verte —contestó, dándole un golpecito juguetón con el dedo en la punta de la nariz.
 
López frunció el cejo.
 
—¿Puedo pasar?
 
—Ummm, sí, sí, claro.
 
La vio entrar como si fuera un animalillo tímido y cerró la puerta tras ella. Sin soltar el pomo, cerró los ojos, tratando de calmarse. Respiró hondo y, cuando se volvió lentamente, se la encontró mirándola con una expresión que hizo que se le acelerara el pulso.
 
—Melocotones, ¿cómo has sabido dónde...?
 
La pregunta de López desapareció devorada por la boca de ella, que se abalanzó sobre Santana con tanto ímpetu que la espalda de López golpeó con fuerza contra la puerta. Y empezó a tocarla por todas partes: el pelo, la cara, el pecho, el culo.

Era muy agradable notarla pegada a su cuerpo, ansiosa por tenerla, deseándola de aquella manera. Se preguntó si estaría húmeda y gimió dentro de su boca cuando la
lengua de Britt chocó con la suya. Ella gruñó como respuesta y echó las caderas hacia delante, rogando. López quería darle lo que estaba pidiendo. Quería tirársela allí mismo, contra la puerta, pero todo le resultaba un poco... raro.
 
La estaba besando con una desesperación que no era sexi. Parecía muy necesitada y, sobre todo, asustada.
 
López, que hasta ese momento la había estado sujetando por la cintura, le tomó la cara entre las manos y la apartó. Britt jadeó con la cara pegada a su mejilla. Tenía
los ojos cerrados y sus labios carnosos formaban un precioso mohín.
 
—Melocotones —dijo ella con la voz entrecortada—. Por favor, espera un momento.
 
—No —replicó ella, dirigiéndole una mirada ardiente—. Te deseo. Te deseo ahora.
 
—Le lamió el cuello—. Te quiero dentro de mí; quiero que me folles ahora.
 
—Jooooder —gimió López, haciendo girar las caderas contra las de Britt y apretando pelvis con pelvis.
 
—¡Sí! —exclamó ella, mordiéndole el labio inferior—. Noto lo excitada que estás, López. Dime que me deseas. Dime que deseas esto tanto como yo.
 
—¿Si lo deseo? —Gruñó incrédula y, agachándose, la agarró por los muslos y la levantó.
 
Ella se aferró a su cintura; notaba su calor pegado a su ombligo. Las chancletas se le cayeron al suelo.
 
—Melocotones, no lo deseo. —Le hundió la cara en el cuello, aspirando su pelo, que olía a esa fruta y le mordió la piel, haciendo que ella ahogara un grito—. Santo
Dios —alzó la cara y apoyó la nariz junto a la de ella—, lo necesito.
 
Sus labios volvieron a encontrarse en un beso apasionado, descarnado. López nunca había experimentado una necesidad igual. La consumía, la intoxicaba, crecía en su interior como si se estuviera preparando para estallar como un volcán; para entrar en erupción dentro de ella.
 
Britt le sujetó la nuca mientras ella avanzaba tambaleándose por el salón y chocaba contra el sofá. Se apoyó en el mueble durante unos instantes, que aprovechó para deslizarle las manos bajo la sudadera y acariciar su suave piel.
 
 
Cuando Britt empezó a mordisquearla resiguiendo la línea de la mandíbula de un modo muy sensual, ella se alejó del sofá y siguió su camino hacia el dormitorio, deseando que la cama se moviera hacia ellas para llegar antes.
 
López no había estado tan excitada en toda su vida. Cuando finalmente llegaron a la cama, Melocotones interrumpió el beso y tiró de ella, haciendo que perdiera el
equilibrio y cayera sobre ella. Notar sus piernas rodeándole la cintura mientras la presionaba con su cuerpo era increíble. Le echó la cabeza hacia atrás y empezó a
besarla, a lamerle el cuello y a mordisquearla desde la barbilla hasta la clavícula.
 
Había caído presa de una necesidad frenética de consumirla por completo.
No había palabras para describir su sabor. Las fantasías ni se le acercaban. Ni siquiera la palabra «perfección» resultaba acertada.
 
López gruñó, empujándola con las caderas, deseosa de obtener cualquier tipo de fricción y la contempló maravillada cuando ella arqueó la espalda de placer.
Tenía que penetrarla; tenía que hundir sus dedos en ella.
 
Apoyándose en los antebrazos, escrutó su cara buscando alguna señal de que se hubiera arrepentido. Encontrarla la destrozaría, pero tenía que estar segura. Notaba el dulce aroma del Amaretto en su aliento, lo que significaba que no estaba tan sobria como le habría gustado, pero su modo de responder a sus caricias indicaba que estaba tan dispuesta como ella.
 
Sus ojos se encontraron y un destello de algo desgarrador cruzó los iris azules de Britt. López se apartó un poco, preocupada.
 
—Melocotones —murmuró, pero ella le cubrió los labios con los dedos.
 
—No —susurró—. No pienses, por favor. Necesito que no pienses y que estés conmigo. —Volvió a atraer su rostro hacia el suyo y la llenó de besos largos y lánguidos que le encendieron los huesos.
 
López intentó escuchar a su instinto y a la parte sensata de su cerebro, pero las manos y la boca de Britt eran una distracción demasiado grande. Tragándose la conciencia de golpe, le bajó la cremallera de la sudadera con un fluido movimiento.
Dios.
No llevaba sujetador.
 
—Mierda. —López se pasó la lengua por los labios y se quedó atontada mirándola. Sus pezones rosados y erectos le estaban rogando que los atacara con sus labios
y su lengua—. Eres... Dios, eres perfecta.
 
Sin darle tiempo a decir nada, la boca de López cayó sobre su pezón derecho, que succionó con todas sus fuerzas. Frutas maduras. Sus pechos tenían el peso y la consistencia perfecta bajo sus manos. Con un gemido gutural, ella le rodeó con más fuerza la cintura con las piernas y le arañó la espalda por encima de la camiseta.
Jadeó y gimió con la cara contra su pelo.
 
—Necesito sentirte —le pidió Britt, gimiendo y tirando de su camiseta—. Déjame sentir tu piel contra la mía.
 
Sin pensárselo, López le soltó el pezón, se agarró el cuello de la camiseta y se la sacó de un tirón. Luego volvió a arrojarse sobre ella, gruñendo al notar su piel desnuda contra la de ella.
 
Mientras, Britt se liberó de las mangas de la sudadera y, en cuanto se hubo librado de ella, López le cogió las manos y se las levantó por encima de la cabeza, sujetándoselas contra el colchón.
 
Sus lenguas volvieron a encontrarse entre sus bocas abiertas, donde danzaron y se retorcieron entre gemidos y confesiones silenciosas de sentimientos demasiado
intensos y aterradores para pronunciarlos en voz alta. Melocotones enlazó los dedos con los de Santana y levantó la cabeza de la cama, buscando algo que López estaba deseando darle. Santana quería dárselo todo, cualquier cosa que le pidiera.

Mierda, ya se lo había entregado. En lo más profundo de su corazón, sabía que ella ya era su dueña.
 
—Dilo —le ordenó Britt, jadeando contra su mejilla antes de lamérsela—. Di que me deseas. Nece... necesito oírlo. Necesito oírlo.
 
López gruñó con la cara enterrada entre sus pechos.
 
—Te deseo. —Le rozó el esternón con los dientes—. Siempre te he deseado.
 
«Toda la vida.»
 
—Otra vez —le ordenó ella con voz temblorosa—. Dime que esto está bien. Dime que lo nuestro es correcto.
 
Sorprendida por sus palabras, López buscó su mirada.
 
Lo que vio le robó el aliento. Britt tenía los ojos cerrados y el rostro contraído en una mueca de dolor. En la comisura de los ojos, una lágrima brillaba a la luz. Estaba llorando.
 
—Melocotones —susurró y se incorporó un poco, aterrorizada ante la posibilidad de haber hecho algo contra su voluntad—. ¿Qué pasa? ¿He sido demasiado brusca?
 
Joder, y eso que había tratado de ser delicada.
 
Ella negó con la cabeza con decisión, pero no abrió los ojos.
 
—Tú nunca me harías daño —murmuró—. ¿Me equivoco, López? Sé que nunca me harías daño y que nunca me mentirías, ¿no es así?
 
—Nunca —replicó ella, pero la garganta se le cerró. Estaba confusa. Le daba miedo verla así—. Por favor, mírame.
 
Ella permaneció inmóvil, con los ojos cerrados, pero la lágrima solitaria que se le deslizaba por su mejilla era muy reveladora.
 
—Por Dios, Brittany —le rogó con una voz que le costó reconocer como propia—. Por favor, dime algo. Me estás asustando mucho.
 
Al oírla, Britt abrió los ojos de golpe y le dirigió una mirada tan intensa que por un momento López no supo reaccionar.
 
—¿Cómo me has llamado?
 
Santana la miró, perpleja y se encogió de hombros.
 
—Te he llamado Brittany —respondió en voz baja—. ¿Por qué?
 
—Tú nunca me llamas así —dijo ella con recelo.
 
—Lo sé, es que... me ha salido así.
 
—¡Fuera! ¡Sal de aquí!
 
—¿Cómo?
 
—¡Que te quites de encima! —Britt le pegó un puñetazo en el pecho con tanta fuerza que López cayó de espaldas en la cama.
 
—Pero ¿qué coño...?
 
Ella no respondió. En vez de eso, buscó la sudadera con manos temblorosas y la cara contraída con furia. López la observó impotente.
 
—¡Melocotones! —exclamó ella—. ¡Tú siempre, siempre me llamas Melocotones!
 
—Ya lo sé, pero...
 
—¡Sólo mi madre me llama Brittany! Mi madre. Por qué justamente esta noche me llamas así, ¿eh?
 
Se estaba peleando con la cremallera de la sudadera y no la miraba a los ojos. Parecía a punto de perder los nervios por completo.
 
—¡No lo sé! —gritó Santana, frotándose la cara de pura frustración—. ¡Joder, ¿puedes calmarte un momento y contarme qué coño está pasando?!
 
Ella la miró con los ojos muy abiertos y llenos de rabia.
 
—¿Qué está pasando? Yo te diré lo que está pasando. He venido buscando un buen polvo, pensando que lo tenía hecho, y lo único que consigo son palabras. ¡Eso
es lo que pasa, López!
 
Aunque sus palabras le hicieron daño, la furia que sentía era más fuerte que el dolor. Se levantó de la cama a toda prisa y se dirigió a la puerta para impedir que se marchara.
 
—¡Aparta! —le exigió ella, echándose a un lado y tratando de colarse por debajo de su brazo.
 
Pero, a pesar de que Britt era fuerte, López no le permitió pasar.
 
—No hasta que me expliques cuál es el problema —replicó él intentando calmarse, consciente de que si gritaba temblarían hasta las paredes.
 
—Tú eres el problema. —Britt le dio otro empujón.
 
López se mantuvo firme y, por primera vez desde que ella entró en el piso, le pareció ver un rayo de luz en su mirada. La había sorprendido.
 
—Háblame.
 
Britt se desplazó al otro lado y trató de pasar por allí.
 
—¡Abre esa puta boca y habla!
 
 
—¡No!
 
López la miró a la cara y vio en ella lágrimas, enfado y una gran tristeza.
 
—¿Por qué has venido? —le preguntó, negando con la cabeza—. ¿Por qué estás en mi apartamento con pinta de moribunda, después de dos días pasando de mí?
 
Britt dejó de empujar y empezó a clavarle las uñas en la piel. Le hacía daño, pero López no cedió ni un centímetro.
 
—¿Por qué has venido? Porque quieres que te folle, ¿eh? ¿Es un juego? ¿Formo parte de alguna broma enfermiza entre rehabilitadores?
 
Ella enderezó la espalda y la miró con dureza.
 
—¿Una broma? —repitió—. Por Dios, López. ¿Te parece que me estoy divirtiendo?
 
—¡Y yo qué coño sé! —replicó ella—. ¿Cómo voy a saberlo si no me cuentas nada?
—Frustrada, golpeó el marco de la puerta con las dos manos—. O me ignoras, o me cuentas medias verdades, o me envías mensajes contradictorios.
 
Britt inspiró hondo, temblorosa, y dio un paso atrás, tirando de las mangas de la sudadera para taparse las manos. Su cara era la viva imagen del dolor y la desolación, aunque López estaba segura de que ella estaba sintiendo el mismo dolor que ella, si no más.
 
—¿Qué demonios te ha pasado esta semana?
 
Se imaginó que alguien le había hecho daño. Y si era así, el cabrón culpable de sus lágrimas ya podía ir rezando sus últimas oraciones.
 
Britt empezó a caminar de un lado a otro, murmurando incoherencias. A López no le gustaba esa actitud tan poco propia de ella y dio un paso, alejándose lentamente
de la puerta.
 
Al momento deseó no haberlo hecho. En cuanto Britt vio una posible salida, se lanzó a lo loco hacia la libertad. López trató de impedirlo y, al hacer un movimiento
brusco para esquivarla, ella resbaló en el suelo de madera y fue a parar a sus brazos, dejándola sin respiración.
 
—Melocotones, por favor —le rogó Santana, mientras ambas caían al suelo.
 
Ella seguía resistiéndose, pidiéndole que la dejara marchar, pero López no cedía.
 
—No puedo —sollozó Britt—. Tienes que... dejarme marchar. —Seguía empujando su torso desnudo con las manos, pero a medida que sus sollozos ganaban intensidad, ella perdía fuerza.
 
—No pienso hacerlo. Me da igual lo que hagas. —López le sujetó las muñecas para que dejara de golpearla y la miró fijamente a los ojos, rebosantes de lágrimas.
 
—No puedo... Tengo que irme. Todos. Todos odian... Me duele... Yo... López.
 
Santana le apoyó la barbilla en la cabeza y le acarició el pelo, tratando de calmarla.
 
—Chis, estoy aquí. No te dejaré. Nunca voy a dejarte.
 
 
Britt sacudió los hombros y, cuando López le soltó las muñecas, le echó los brazos al cuello y la abrazó con todas sus fuerzas. A ella le gustó que lo hiciera. Quería que la abrazara. Quería aliviar su dolor y luego ir a buscar al culpable y hacérselo pagar.
 
—Quiero a mi padre —sollozó ella, con la cara pegada a su cuello, que pronto quedó empapado por sus lágrimas.
 
López se quedó inmóvil por la sorpresa.
 
—¿Qué?
 
—Mi padre. Lo echo tanto de menos... —respondió ella con la voz ronca, casi en un susurro, pero la desesperación que teñía sus palabras se hacía oír como una sirena entre la niebla.
 
—Lo sé. —López cerró los ojos y le dio un suave beso en la cabeza—. Lo sé, cariño.
 
—Lo siento, lo siento mucho —repitió Britt, con las palabras entrecortadas por el hipo.
 
Santana siguió acariciándole el pelo y dándole besos en la cabeza.
 
—¿Qué es lo que sientes?
 
—No pude ayudarlo. No pude detenerlos. Lo que le hicieron... no pude impedirlo. —Se aferró con más fuerza a su cuello—. Él me dijo que corriera, pero no tenía que haberlo hecho.
 
El corazón de López le latía desbocado en el pecho. ¿Se acordaba? ¿Sabría que era ella quien la había apartado de allí, quien la había salvado?
 
—Hoy —susurró Britt—, hoy hace dieciséis años y sigo añorándolo tanto..., López.
 
Por fuera, ella permanecía inmóvil, pero por dentro su cerebro iba a un millón de kilómetros por segundo. ¿Era posible que hubieran pasado ya dieciséis años desde que se habían conocido en aquellas violentas y horribles circunstancias?
 
—¿Era hoy?
 
Ella se aferró con más fuerza a Santana y le acarició la mejilla con la nariz.
 
López cerró los ojos con fuerza. Mierda. La abrazó aún más y hundió la cara en el punto donde su cuello se juntaba con su hombro. Britt, tan suave y delicada,
encajaba perfectamente entre sus brazos. Imágenes y sonidos de la noche en cuestión la asaltaron, cegándola y retumbando con fuerza en sus oídos: los gritos de Britt, sus sollozos, los disparos de la policía, el color de su vestido y la palidez de su piel.
 
—Te he echado mucho de menos —dijo ella entre sollozos—. Te he echado mucho de menos esta semana, López. No podía dejar de pensar en ti. —La besó en el hombro—. Tenía a toda mi familia alrededor, pero sólo quería estar contigo.
 
Santana cerró los ojos al oír esas palabras y sentir sus labios sobre su piel.
 
—Chis, ahora estás aquí —dijo—. Yo te cuidaré.
 
Tras unos instantes de silencio, le pasó una mano por debajo de las rodillas y la agarró con fuerza. Tras un par de intentos fallidos, logró levantarse del suelo con ella en brazos. Se dirigió a la cama lentamente, con la nariz pegada a su mejilla, mientras le susurraba palabras de consuelo.
 
—Estoy aquí. Todo irá bien. Agárrate a mí.
 
Sin soltarla, se tumbó en la cama y siguió abrazándola en esa nueva postura.
Y, tal como había hecho dieciséis años atrás en un frío portal del Bronx, abrazó a Melocotones con todas sus fuerzas mientras ella lloraba por el padre que le habían
arrebatado con tanta crueldad.
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO

Mensaje por micky morales Dom Oct 02, 2016 8:34 am

Esa familia son una cuerda de metiches y conspiradores de lo peor, marley no es amiga de nadie y la unica que vale la pena es la nana boo, bueno a ver como siguen las cosas entre ellas ahora que ambas se guardan secretos!!!!!
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Mensaje por 3:) Dom Oct 02, 2016 12:36 pm

La jodieron todos por omitirle que san es parte de la familia... y marley no le dijo nada... y no se me aria que la madre de britt este sabiendo todo.. lo unico bueno hasta ahora es que la abu la apolla en la relacion!!!
San es el especie cable a tierra para britt mas ahora...
San tiene que contar su parte de la historia en todo esto y sobre todo lo que paso con se papa esa noche!!!
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Oct 02, 2016 7:45 pm

micky morales escribió:Esa familia son una cuerda de metiches y conspiradores de lo peor, marley no es amiga de nadie y la unica que vale la pena es la nana boo, bueno a ver como siguen las cosas entre ellas ahora que ambas se guardan secretos!!!!!

O si la madre de Britt no entiende que su hija ya puede tomar decisiones por si solas.
Marley es una hipocrita, de esas que dicen ser amigas y mas bien si pueden hacerte daño lo hacen, te soba la espalda pero para prepararte para una puñalada trapera eso pienso yo....
Nana Boo va a ser un personaje decisivo en la relacion que aun no ha empezado entre Brittany y Santana.

O los Benditos secretos a ver si  pueden  de una vez comenzar a descubrirse o revelarse , creo que muy pronto....
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Oct 02, 2016 7:47 pm

3:) escribió:La jodieron todos por omitirle que san es parte de la familia... y marley no le dijo nada... y no se me aria que la madre de britt este sabiendo todo.. lo unico bueno hasta ahora es que la abu la apolla en la relacion!!!
San es el especie cable a tierra para britt mas ahora...
San tiene que contar su parte de la historia en todo esto y sobre todo lo que paso con se papa esa noche!!!

Si lo jodieron todos, menos Santana que no tiene puta idea de que esta frecuentando a personas conocidas por sus dos primos.
Bueno marley es una hipocrita hecha y derecha creo yo.
La Abuela de Britt es de lo que no hay creo yo.....
Sip Santana es quien pone orden en la vida de Brittany.
O sip ya estamos cerca de esa parte en la que Santana tendra que pensarlo bien, por que no puede serguir ocultando  esa parte.


GRACIAS CHICAS POR LEER Y COMENTAR AQUI EL SIG CAP.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Oct 02, 2016 7:53 pm

CAPITULO 20

 
Cuando Britt abrió los ojos, inmediatamente tuvo claras dos cosas. La primera, que no estaba en su cama. Aquella cama era demasiado cómoda y grande para ser la suya.
 
Y la segunda, que no estaba sola. Alguien la estaba abrazando por detrás. Alguien con un cuerpo muy agradable a su tacto, con forma femenina y que desprendía mucho calor.
 
Britt bajó la vista hacia el  antebrazo que la sujetaba con firmeza por la cintura y la paseó lentamente por los tatuajes de color negro, gris y rojo que decoraban la piel. Distinguió un águila, llamas y otros dibujos que se entremezclaban sobre los músculos. Cerró los ojos con fuerza cuando le vinieron a la mente imágenes de la noche anterior.
 
Se había comportado como una loca. Se había puesto en ridículo y había tratado a López como si fuera una punchingball. ¿Había perdido la chaveta? Joder, ¿en qué momento le pareció que sería buena idea meterse en un taxi e ir a su casa estando borracha como una cuba?
Y ya que sacaba el tema, tenía la boca como si hubiera estado masticando papel de lija con sabor a almendras toda la noche. Y después de haberse pasado llorando
casi tres días, le costaba abrir los ojos. ¿Cómo se le ocurría presentarse ante López en ese estado? Santana gruñó suavemente con la cara pegada a su pelo, haciendo que la entrepierna de Britt se calentara instantáneamente al recordarla tumbada sobre ella, empotrándola contra la cama, lamiéndola, succionándola y susurrándole palabras deliciosamente lamentables.
¡Madre de Dios, casi lo habían hecho!
Sí, claro, ése había sido el plan desde el momento en que había llamado a Will y le había pedido la dirección de López, pero eso era lo de menos. El alcohol le había impedido pensar con claridad. Se frotó la cara con la mano y se movió un poco. Agarró la muñeca de López con toda la delicadeza que pudo y se la apartó de la cintura.
 
Su respuesta fue rápida e inmediata: volvió a agarrarla con más fuerza y la acercó más a su pecho. Britt notó que su pelvis  se instalaba cómodamente entre sus nalgas y se mordió el labio para no gemir de sorpresa.
Estaba muy excitada.
López murmuró una maldición contra la nuca de ella antes de preguntarle:
 
—¿Adónde vas?
 
Su aliento era cálido y tenía la voz ronca por el sueño.
 
—Ummm, ¿al baño?
 
Santana  no la soltó inmediatamente. En vez de eso, le olió el pelo y murmuró algo indescifrable antes de levantar el brazo y volverse, quedando tumbada de espaldas.
Britt trató de no pensar en la sensación de vacío que notó en la espalda cuando le llegó el aire frío, y apartó el edredón con un suspiro.
 
Se levantó de la cama con las piernas un poco temblorosas y se dirigió, soñolienta, al baño de la habitación, sin atreverse a mirar a la morena que dejaba en la cama.
 
Cerró la puerta con delicadeza y apoyó la frente en la madera. ¿Qué demonios estaba haciendo?
 
Bueno, la respuesta era bastante evidente. Había usado a López como muro de las lamentaciones y como potencial polvo de emergencia para librarse del dolor y la rabia que se habían adueñado de ella desde que se fue de casa de su abuela en Chicago. Había conducido quince horas sin parar hasta llegar a Nueva York, después de romper en pedazos el móvil estrellándolo contra la acera para que dejara de sonar.
 
¿Qué demonios les hacía pensar a Marley o a su madre que querría hablar con ellas?
Britt se apartó de la puerta y miró a su alrededor. El suelo de mármol era muy bonito y la ducha espectacular. Arrastrando los pies, se dirigió hacia el enorme espejo rectangular que colgaba de la pared.
 
¡Joder, parecía una muerta! Cogió un poco de papel higiénico, lo mojó y se lo pasó vigorosamente por la cara para borrar los rastros de rímel que le habían dejado la cara hecha un mapa. Su expresión mostraba exactamente cómo se sentía: cansada, enfadada y sola.
 
Tiró el papel al retrete y se apoyó en el mármol del lavabo.
 
No, las cosas no eran así. No estaba sola, como demostraba el hecho de que estuviera en casa de López. Santana era la única persona que parecía comprenderla; siempre sabía lo que quería y lo que necesitaba. La conocía de un modo muy íntimo, como nadie más en el mundo, y eso la entusiasmaba, pero al mismo tiempo la asustaba.
 
Ojalá hubiera pensado un poco más en las consecuencias antes de plantarse ante su puerta y pedirle que la follara.
 
Pero sólo había pensado en llegar hasta López lo antes posible. Era la única persona en el mundo a la que le apetecía ver. Sus brazos eran los únicos que quería que la abrazaran. Su pecho era el único donde quería enterrar la cara. Su boca, la única que quería notar contra sus labios, y su aroma el único que le apetecía respirar.
 
Usó el retrete y luego se lavó las manos y se enjuagó la boca. Volvió a la puerta y pegó la oreja a la madera. Todo seguía en silencio. Sin hacer ruido, abrió y asomó la cabeza.
 
—Hola —le llegó la voz de López, suave y profunda.
 
Estaba sentada en la cama, apoyado en el cabecero, despeinada, con el pecho descubierto usando solo su sosten, pero con los vaqueros puestos y las piernas cruzadas a la altura de los tobillos. Por encima de la cintura.
 
Se fijó en un montón de tatuajes que no había visto mientras estaba refregándose contra él el día anterior. Paseó la vista por sus hombros, que estaban cubiertos con dibujos parecidos a los que le había visto en el brazo. Desde el cuello, los tatuajes descendían por las clavículas y llegaban hasta su pecho. Toda ella era una  obra de arte. Estaba muy musculada, por supuesto, pero su torso no proclamaba su culto al cuerpo, sino que transmitía fuerza y seguridad.
 
Britt se aclaró la garganta y entró en el dormitorio. Se detuvo a medio metro de la cama, sin saber qué decir ni qué hacer. Se retorció las manos a la altura del
estómago. Cuando se atrevió a mirarla a los ojos, vio que Santana le dirigía una mirada franca, amable, sin esperar nada. Respiró un poco más tranquila y le sonrió.
 
—¿Cómo estás? —preguntó López.
 
—Bien.
 
Ella alzó una ceja.
 
—Como mentirosa no te ganarías la vida. —Negando con la cabeza, dio unas palmaditas en la cama—. Ven aquí.
 
A Britt le subió la temperatura de todo el cuerpo.
 
—¿Qué?
 
López se limitó a dar más palmaditas en la cama.
Tenía un aspecto travieso, muy atractiva, pero también había algo tierno en su mirada que hacía que ella confiara en ella.
 
Britt avanzó otro paso, mientras López apartaba el edredón, invitándola a entrar. Se detuvo, planteándose si sería sensato volver a meterse en la cama.
 
—López, yo...
 
—Melocotones —la interrumpió ella, bajando la barbilla—, ya son las seis, pero no me importaría dormir unas horas más.
 
Se echó a reír al verle la cara. Ella también estaba muy cansada. No le quedaba ni un músculo que no sintiera exhausto.
 
—Vale —murmuró.
 
Se arrodilló en la cama y se metió sin gracia bajo las sábanas. López la tapó.
Britt se quedó inmóvil unos momentos, disfrutando de lo mullido que era el colchón y las almohadas, antes de volverse hacia Santana.
 
López la estaba observando apoyado en el antebrazo. La ternura con que la había mirado antes se había transformado en otra cosa; en algo que hizo que a Britt se le secara la boca. La estaba mirando con hambre.
 
—Pensaba que querías dormir —le susurró, señalando el colchón con una inclinación de cabeza.
 
López pareció salir de un trance y frunció el cejo, obviamente confusa.
 
—Sí, eso haré.
 
—¿Y por qué te quedas fuera de las sábanas?
Ella se ruborizó y se apartó un poco de ella. El movimiento hizo que se le contrajeran los músculos del pecho.
 
—Ya —murmuró, bajando la vista hacia su entrepierna—, es que no quería que te sintieras incómoda. Me quedaré aquí un rato. Estoy bien.
 
Tras mirarla a la cara unos segundos, a Britt se le escapó la risa. Aquella mujer había estado entre sus piernas, con sus pezones en la boca, hacía unas cuantas horas.
 
Y ella había llorado y gritado con la cara enterrada en su cuello, diciéndole que la añoraba y la necesitaba, mientras Santana le aseguraba que nunca la dejaría sola.
Con una risa cansada, frotó la mejilla contra la almohada y le dijo:
 
—López, calla y métete en la cama.
 
Santana se quedó un rato donde estaba y Britt notó que el colchón se movía, como si estuviera sacudiendo el pie o algo así. ¿Estaba nerviosa? Cuando estaba a punto de volverse hacia su lado para decirle que parara, las sábanas se levantaron y López se coló ágilmente entre ellas. Estaba lo bastante cerca como sentir el calor que irradiaba su cuerpo. Instintivamente, Britt se echó hacia atrás.
 
—¿Tienes frío? —le preguntó Santana.
 
—Un poco.
 
Se subió el edredón hasta el cuello. Tras unos instantes de incómodo silencio, sintió que la mano de López se deslizaba vacilante sobre su cintura. Le rozó la cadera
con el meñique un instante antes de agarrarla con fuerza y pegarla a su cuerpo hasta que quedaron unidas como cuando se había despertado.
 
Al principio, Britt se tensó, pero se ordenó en silencio mantener la calma. Le daba vergüenza admitir lo mucho que la afectaba su contacto. El corazón le iba a la carrera, la piel se le erizaba y el sexo le latía de un modo doloroso. Pero al cabo de unos momentos la sensación de solidez y calor que le proporcionaba López hizo que se relajara.
 
—¿Te molesta que haga esto? —le susurró Santana, acariciándole la piel del cuello con su aliento.
 
—No —respondió ella—, no me molesta.
 
Con una sonrisa satisfecha, apoyó la mano sobre la de López —que a su vez estaba contra su estómago— y fue empujando los dedos lentamente para que quedaran entrelazados con los suyos.
 
No le extrañó comprobar que encajaban perfectamente.
Poco antes de las once, López volvió a abrir los ojos.
Durante un momento se preguntó dónde coño estaba, hasta que se dio cuenta de que el pelo que le cubría la cara como una manta con aroma a melocotones era el de Britt. Echó la cabeza hacia atrás. Sintió una gran satisfacción al darse cuenta de que no se habían movido de su postura original y que sus manos seguían entrelazadas.
 
Como una mirona, la observó dormir hasta que ella empezó a desperezarse.
Tras tomarse juntos una taza de café e intercambiar miradas furtivas y sonrisas tímidas, López se ofreció a acompañarla a su casa. De camino al aparcamiento, Britt parecía nerviosa.
 
—Me dijiste que habías montado en moto antes, ¿verdad? —le preguntó, tratando de contener la excitación.
 
—Sí —respondió ella, mientras se acercaban a Kala—, pero hacerlo contigo no es lo mismo.
 
—¿Y se puede saber por qué? —dijo López, pasándole un casco.
 
Ella hizo un gesto con la mano, señalándolo de arriba abajo. Santana bajó la vista hacia sus botas negras, vaqueros azul oscuro, camiseta de Led-Zeppelin del mismo color y cazadora de cuero.
 
Al levantar la cabeza, vio que Britt la estaba mirando de un modo que hizo que los vaqueros le quedaran demasiado ajustados.
 
Que ella llevara puesto uno de sus jerséis no lo ayudó en nada. Alzó una ceja y se aclaró la garganta para atraer su atención. Britt se sobresaltó y López ocultó una sonrisilla detrás de la mano.
 
—Melocotones —dijo en tono ronco, tirándose del cuello de la camiseta—, ¿crees que soy sexi?
 
Ella se ruborizó.
 
—¡Oh, cállate! —murmuró, antes de ponerse el casco.
 
Santana se echó a reír con la boca cerrada.
 
—Eres muy transparente. —Levantó la pierna para montar en Kala y, una vez sentada, se puso las gafas de sol. Levantó la cabeza y le sonrió—. ¿Vienes?
 
Britt subió a la moto ágilmente y quedó sentada detrás, con Santana entre sus muslos. López sacudió la cabeza para librarse de la imagen explícita que le había aparecido en la mente y soltó varios tacos mientras ponía el motor en marcha. La notaba pegada a su espalda y no pudo evitar imaginarse cómo sería darse la vuelta y tomarla allí mismo.
 
—¿Estás lista? —le preguntó sobre el ruido del motor.
 
—No lo estaré más por mucho que esperes.
 
López sonrió cuando le dio potencia al motor y notó que Britt la apretaba con brazos y piernas. El calor de su sexo pegado a Santana, el intenso olor de la gasolina y el rugido del motor de Kala lo hacían sentir en el paraíso.
 
Tras mirar a un lado y otro de la ventosa calle donde vivía, López soltó el embrague y salieron a toda velocidad, en dirección al apartamento de Melocotones.
López era probablemente la tipa más sexi que Britt había conocido, y la que le daba menos importancia al hecho de serlo. Destilaba sensualidad sin siquiera
proponérselo, ya fuera vestido con el mono de la cárcel o con una camiseta de Led-Zeppelin que resaltaba el color oscuro de sus ojos. Cuando iba en moto, esa sensualidad se multiplicaba por mil millones, y se servía acompañada por sexo ardiente y orgasmos de esos que duran horas.
 
Estaba impresionante montado a lomos de aquel monstruo y Britt tuvo que hacer un gran esfuerzo para no perder la cabeza. El deseo que sentía por Santana había crecido de nuevo hasta alcanzar cotas que rozaban el ridículo. Cuando llegaron a la puerta de su casa, se sorprendió a sí misma invitándola a subir.
 
Abrió la puerta del piso e hizo un gesto con la mano para que Santana pasara primero. López sonrió, tensa, y entró. Britt la siguió y no le quitó la vista de encima mientras ella dejaba los cascos en la mesita. El silencio era atronador y la tensión entre ellas pasaba de lo sexual a la ansiedad cada pocos segundos, mientras se miraban fijamente.
 
—¿Te apetece beber algo? —le ofreció ella al fin.
 
—Sí. ¿Tienes zumo de naranja? —preguntó López con la voz ronca.
 
La siguió a la cocina y se quedó quieta, llenando la estancia con su altura y sus hombros, mientras le servía un vaso de zumo. Notaba su mirada clavada en
ella, igual que ella la había observado en su cocina esa misma mañana. Era curioso lo pendiente que estaba de ella. Todo su ser parecía gravitar a su alrededor. Aunque en realidad siempre había sido así. La diferencia era que al principio había estado demasiado ocupada tratando de ocultarse tras una fachada profesional y no se había dado cuenta.
 
—¿Tienes hambre? —preguntó, mientras López paseaba por el salón y se fijaba en la colección de acuarelas.
 
Santana se echó a reír.
 
—Me muero de hambre —admitió, frotándose el estómago.
 
Britt dejó el vaso en la encimera y se acercó a la nevera.
 
—Veamos qué tengo por aquí.
 
No había gran cosa, pero sí lo suficiente como para preparar unas tortillas de beicon y tomate. López no pareció muy entusiasmada cuando se lo ofreció, pero ella le aseguró que era una experta en cocinar los huevos de todas las maneras posibles.
Colocó todos los ingredientes en la encimera.
 
—Eh, López, ¿sabes preparar el beicon?
 
Sanata puso los ojos en blanco.
 
—Por supuesto. ¿Por qué?
 
—Necesito que se vaya friendo mientras me ducho. —Se volvió y la miró con una sonrisa—. ¿Te ves capaz de hacerlo?
 
—Venga, va —dijo Santana, cogiendo el paquete de beicon—, ve a ducharte y déjame esto a mí. —La agarró por los hombros y la empujó para que saliera de la cocina.
 
Mientras se alejaba, la despidió con la mano y una sonrisa ladeada.
Britt contuvo las patéticas ganas que tenía de suspirar como una niña y se metió en el dormitorio. Se quitó el jersey que López le había dejado y, tras echar un
vistazo a la puerta para asegurarse de que la había cerrado bien, se llevó el jersey a la cara y aspiró el aroma de su colonia. Era rico y embriagador. Se apartó la prenda de la cara, la dobló y la dejó sobre la cama.
 
Tras ducharse, se puso unos vaqueros negros y una camiseta de Blondie. Con el pelo húmedo recogido en un moño bajo, volvió a la cocina, donde encontró a López apoyada en la encimera, leyendo Walter, el ratón perezoso. La observó mientras volvía la página, totalmente absorta.
 
—¿Qué tal va ese beicon?
 
—Chis —respondió Santana, llevándose un dedo a los labios sin dejar de leer—. Walter está durmiendo.
 
Britt se echó a reír. Cogió un bol, una sartén y un cuchillo para cortar los tomates.
López la rodeó y dejó el libro cuidadosamente cerca del tiesto donde había pasado los dos últimos días, desde que ella lo dejó allí. Al volver de Chicago, se lo había leído en voz alta a un público embelesado, compuesto por una foto de su padre y una botella de Amaretto.
A la salud de los buenos tiempos.
La sorprendió ver lo bien que López se movía por su cocina. Tenía un aspecto domesticado, lo que le resultaba tremendamente sexi.
 
—Es de mala educación mirar fijamente —comentó Santana, mientras ella lo observaba batir los huevos.
 
—Lo siento.
 
Ni siquiera se había dado cuenta de que lo estuviese haciendo, pero su modo de mover el brazo y la manera en que los músculos de su antebrazo se tensaban y
flexionaban la había fascinado. Si a eso se le sumaban los tatuajes, el resultado era algo digno de verse. Se frotó la nuca con la mano sudorosa, se aclaró la garganta y se puso a cortar tomates.
 
—Se te ve sofocada. —La voz de López le llegó desde atrás pegada al oído.
Britt enderezó la espalda bruscamente. Santana dejó el bol al lado de la madera de cortar y se apoyó en la encimera, aprisionándola entre sus brazos.
 
—¿Quieres contarme en qué estás pensando? —le preguntó en una voz tan grave que le retumbó en el pecho y traspasó hasta la espalda de Britt.
 
Ella inclinó la cabeza hacia atrás y la apoyó en su hombro.
 
—No.
 
López se echó a reír en silencio y con la nariz le acarició la línea de la mandíbula hasta llegar a la oreja.
 
—Por el color de tu piel —le susurró—, diría que se trata de algo jodidamente delicioso.
 
—Ummm.
 
Santana volvió a reír en silencio.
 
—Melocotones —dijo, acariciándole los costados hasta llegar a la cintura.
 
—¿Sí?
 
—El beicon se está quemando.
 
Britt abrió los ojos y el olor le alcanzó la nariz al instante. Apartó de un golpe al risueño López y retiró la sartén del fuego. La carne estaba un poco chamuscada y salía mucho humo de la sartén, pero aún estaba comestible. Fulminó con la mirada a López, que trataba de adoptar una actitud inocente sin lograrlo.
Durante los siguientes diez minutos, mientras ella preparaba las tortillas, Santana le preguntó cosas sobre Arthur Kill. Hablaron sobre las clases y López le contó la visita que le había hecho Tina tras conseguir la condicional. Parecía claro que el amor que ambas chicas  sentían por los coches y por todo tipo de cacharros metálicos y veloces era lo que hacía que se entendieran tan bien.
 
Britt le preguntó de dónde le venía la afición por las motos. Le gustaba ver cómo se le iluminaba la cara al hablar de Kala. López le contó que el padre de Puck era mecánico y que ellos prácticamente habían vivido en el taller desde los nueve años, sin perderse ni un detalle de los coches y las motos que llevaban a reparar. A López le encantaba ver cómo las desmontaban y las volvían a montar una y otra vez. Allí había aprendido todo lo que sabía sobre motores.
 
A pesar de sus protestas iniciales, devoró la tortilla entre gruñidos y palabras de reconocimiento. A Britt le resultaba curiosamente familiar tenerla sentada a su mesa.
Cuando hubieron acabado de comer, y mientras discutían con los platos vacíos aún en la mesa, sobre quiénes eran mejores, si Los Beatles o Los Rolling, el teléfono fijo empezó a sonar. El sonido hizo que a Britt le diera un vuelco el corazón.
López se volvió y contempló el aparato, que seguía sonando. Ella se dio cuenta de que le llamaba la atención que no respondiera, pero no hizo ningún comentario, lo que le hizo ganar puntos a sus ojos. Britt apretó los puños con fuerza cuando saltó el contestador.
 
—Brittany, soy tu madre. Sé que estás en casa, Nana me lo ha dicho. Tenemos que hablar. Hay cosas que debemos resolver. Y la manera en que te fuiste... Marley está fuera de sí, muy disgustada. No te entiendo. Llámame.
 
El pitido que indicaba el final del mensaje resonó por toda la casa y sacudió las entrañas de Britt. Si su madre pensaba que iba a pedirle disculpas a alguien, estaba muy equivocada. Ella no había hecho nada malo. Ninguno de ellos sabía lo que sentía. Ninguno.
 
López apoyó los antebrazos en la mesa. Parecía preocupada y un poco enfadada.
 
—¿Estás bien?
 
Britt asintió, pero no se atrevió a decir nada por si se le rompía la voz.
 
—¿Quieres hablar de ello?
 
Ella negó con la cabeza bruscamente, pero le pidió comprensión con una sonrisa. López se echó hacia atrás, sin dejar de mirarla. Britt se abrazó a sí misma y soltó el aire a través de los labios apretados, tratando de calmarse. Le daba vergüenza que López hubiera oído a su madre, pero al mismo tiempo notarla tan protectora la hacía sentir bien. En el fondo se alegraba de que estuviera con ella en esos momentos.
 
—¿Melocotones? —Oír a López pronunciar su apodo con tanto cariño hizo que le cayeran dos lagrimones sobre el brazo—. ¿Quieres salir de aquí? ¿Te llevo a
algún sitio?
 
Ella se secó la cara.
 
—¿Adónde?
 
Santana sonrió, encogiéndose de hombros.
 
—No lo sé.
 
Britt le devolvió la sonrisa.
 
—¿Te apetece? —insistió Santana—. ¿Tú y yo solas?
 
Ella asintió sin dudarlo. Nada le apetecía tanto como estar con López lejos de toda la mierda que la rodeaba.
 
—Bien.
 
Santana  se levantó con decisión, empujando la silla, y se dirigió hacia Britt. Le ofreció la mano y, con expresión paciente, esperó a que se levantara.
En cuanto rozó la palma de la mano con la de López, se sintió instantáneamente mejor, más tranquila, más libre. Era una sensación muy rara. Le vinieron muchas
ganas de decírselo; de contarle que, a su lado, se sentía como en casa, de hacerle saber que cualquiera de sus gestos, por pequeño que fuera, tenía una gran repercusión en su corazón.
 
Santana la ayudó a levantarse tirando de ella y le tomó la cara entre las manos.
 
—Tú y yo solas —repitió en un suave murmullo. Le recorrió la cara con la vista mientras le acariciaba el pelo—. Durante un día. Olvidémonos de todo esto y
seamos nosotras mismos.
 
La expresión sincera de López le dijo todo lo que ella deseaba oír:
«Te deseo.
»Quiero estar contigo.
»Te necesito tanto...
Creo que te quiero.»
Cerró los ojos ante el calor que la recorrió al recibir su mensaje mudo. Apoyó la cara en su mano y sonrió.
—Tú y yo.__
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Mensaje por 3:) Dom Oct 02, 2016 11:15 pm

Britt necesita despejarse de todo.. y san la esta ayudando..
Pero tiene que hablar sino va a ser peor!!!...
A ver como va la salida!!!
3:)
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Mensaje por JVM Lun Oct 03, 2016 12:24 am

La mamá de Britt todo un caso, no la apoya en lo que es importante para ella. Marley ni se que decir, pero no es su amiga, entendería que estuviera preocupada por el lugar donde conoció a San, pero la forma en que se comporta con ella no es el correcto y que feo porque para Britt era una persona importante :/
Y que decir de la nana lo máximo!!! Jajajaja, escuchando y apoyando a Britt en todo.
Esperó que San hable con Britt pronto de como se conocieron realmente, va a ser complicado pero es necesario, la rubia ya no necesita mas mentiras a su alrededor.
Y bueno que decir de la parejita :3 San cuidando a Melocotones, tratando de hacerla sentir mejor y apoyándola sin presionarla para que le cuente que paso. Ahora a disfrutar y olvidarse del mundo entero solo ellas dos !!
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Oct 03, 2016 7:00 am

3:) escribió:Britt necesita despejarse de todo.. y san la esta ayudando..
Pero tiene que hablar sino va a ser peor!!!...
A ver como va la salida!!!

OH YA VEREMOS.

LES DESEO FELIZ INICIO DE SEMANA, AUNQUE YO NO HE DORMIDO NADA, PORQUE VOY A ACTUALIZAR PORQUE  TAL VEZ VUELVA A ACTUALIZAR EL MIERCOLES SINO SERA POSIBLEMENTE EL VIERNES OK.. [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO - Página 4 918367557 [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO - Página 4 918367557 [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO - Página 4 918367557
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Oct 03, 2016 7:03 am

JVM escribió:La mamá de Britt todo un caso, no la apoya en lo que es importante para ella. Marley ni se que decir, pero no es su amiga, entendería que estuviera preocupada por el lugar donde conoció a San, pero la forma en que se comporta con ella no es el correcto y que feo porque para Britt era una persona importante :/
Y que decir de la nana lo máximo!!! Jajajaja, escuchando y apoyando a Britt en todo.
Esperó que San hable con Britt pronto de como se conocieron realmente, va a ser complicado pero es necesario, la rubia ya no necesita mas mentiras a su alrededor.
Y bueno que decir de la parejita :3 San cuidando a Melocotones, tratando de hacerla sentir mejor y apoyándola sin presionarla para que le cuente que paso. Ahora a disfrutar y olvidarse del mundo entero solo ellas dos !!

OH  la mama de Brittany es de esas de las que no quisieras tener o bueno esperemos que  no pierda a su hija por ese comportamiento....
Marley es la antagonista por mojigata, eso no es ser amigo......
Siiiiiii espero que ya pronto se de esa platica también...... 


Mis mejores deseos para todas,,,  hoy lunes que inicien con muy buen pie  su semana. ante la adversidad la mejor sonrisa......
Saludos a todas. besos  [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO - Página 4 918367557 [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO - Página 4 918367557 [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO - Página 4 918367557 [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO - Página 4 918367557 [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO - Página 4 918367557 [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO - Página 4 918367557
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Lun Oct 03, 2016 7:38 am

CAPITULO 21

 
No tenía ni idea de adónde llevar a Melocotones, pero a ella no parecía importarle, lo cual era un alivio. López no sabía nada de gestos íntimos ni de actos románticos, lo único que quería era devolverle la sonrisa. Iba a tener que improvisar sobre la marcha y rezar para que lo que a ella le parecía molón y perfecto se lo pareciera también a Brittany.
 
Condujo kilómetros y kilómetros. Cruzó el puente de Brooklyn al lado de un Porsche que trató de adelantarlo, pero López dio gas a fondo, haciendo que Kala volara y dejara al cabrón atrás. Sonrió al oír a Melocotones reír a su espalda.
 
Se dirigieron al East New York cruzando por Cypress Hills atravesando el parque y volvieron a Manhattan bordeando Broadway. Era la primera vez que López
hacía estirar las piernas a Kala de verdad desde que salió de la cárcel y fue fantástico. Disfrutó de la sensación de llevar a Melocotones pegada a su espalda, rodeándola, sobre todo cuando el viento las azotaba mientras circulaban sobre el agua, de regreso a la isla. No podían hablar, pero López se imaginó que a ella no le apetecía demasiado hacerlo. Se había reído como una loca cuando gritó y se echó a reír a su espalda, al notar que Santana aceleraba al entrar en la Cuarenta y siete y se deslizaba entre el tráfico como una bala.
 
Notó sus manos por encima de la cazadora y —en dos ocasiones— apoyó la suya encima, apretándoselas y acariciándola. Quería animarla, hacer que se sintiera
segura y saber que estaba bien. Las dos veces, ella respondió estrechándole los dedos.
 
Eran ya casi las seis de la tarde cuando López enfiló la Quinta Avenida, cerca de Central Park. Había empezado a llover débilmente, pero a ninguna de las dos parecía importarle. De hecho, si eso significaba que habría menos gente, López lo prefería. Paró la moto y se quedó quieto unos momentos, con Melocotones aún pegada a su espalda, mientras Kala emitía unos chasquidos que indicaban que el motor empezaba a enfriarse.
 
—¿Estás bien? —le preguntó, desabrochándose el casco.
 
—Sí —murmuró ella—. Estoy tan relajada que casi me he dormido.
 
Santana le acarició las manos, que seguían rodeándola, y volvió la cabeza hacia atrás.
 
—¿Quieres que te lleve a casa?
 
Para alivio de López, Britt negó con la cabeza.
 
—No, todavía no quiero irme a casa.
 
—Bien —replicó Santana con una sonrisa—, porque yo tampoco quiero.
 
La ayudó a bajar de la moto dándole la mano. Cuando ya estuvo de pie en la acera, fue a soltarla, pero ella entrelazó los dedos con los suyos. López abrió los ojos, sorprendida.
 
Britt alzó la vista, mordiéndose el labio inferior.
 
—¿Te parece bien?
 
Santana sonrió.
Le parecía mucho más que bien.
Caminar relajadamente por Central Park de la mano de Melocotones era una experiencia curiosa. López se sentía una gigante, pero al mismo tiempo pequeña y
vulnerable. El caos que le recorría las venas la hacían sentir eufórica, y a la vez muerta de miedo. Era una sensación muy intensa.
 
—¿Sigues ahí? —le preguntó Melocotones, mientras se dirigían a la estatua de Alicia en el País de las Maravillas, que se había convertido en su sitio, aunque sólo habían estado allí una vez.
 
—Sí. ¿Por qué?
 
—No lo sé. Es que pareces... nerviosa.
 
López soltó una risa rara, como medio ahogada.
 
—No, estoy bien.
 
Ella la miró no muy convencida, pero no insistió.
 
La lluvia había dejado de caer. Se quitaron las chaquetas y se sentaron sobre ellas.
 
López contempló la estatua de Alicia. Era hermosa pero inquietante.
 
—Toma.
 
López soltó el aire de golpe cuando Melocotones le dio un golpe en el pecho con un libro.
 
—Pero ¿qué...?
 
—Hace una semana que no te oigo leer —la interrumpió ella, con una mano en la cadera—, así que... hazlo.
 
Santana reconoció el ejemplar de Adiós a las armas y se echó a reír.
 
—Sí, señorita.
 
Mientras buscaba la página donde se habían quedado en la última clase, ella se puso cómoda, con la cabeza apoyada en su hombro y una mano en su muslo. López
se animó y le rodeó la cintura con un brazo para pegarla aún más a ella. Mientras leía en voz alta las palabras de Hemingway, Britt se acurrucó todavía más a su lado, relajándose y fundiéndose con Santana. Su calidez contrastaba con el aire frío. López le apoyó la mejilla en el pelo mientras le acariciaba el brazo.
 
—Me encanta oírte leer —susurró ella cuando llegó al final del capítulo—. Tu voz es...
 
López dejó el libro sobre la hierba mojada.
 
—¿Qué?
 
—Me resulta familiar. Es como si la conociera mejor que mi propia voz.
 
A López le dio un vuelco el corazón. Por supuesto que conocía su voz. Era la única herramienta que había podido usar para calmarla la noche de la muerte de su
padre.
 
—¿Y eso es bueno?
 
—Sí, eso es bueno.
 
La sonrisa de ella era amplia y sincera. López la abrazó por la cintura usando los dos brazos esta vez y le apoyó la barbilla en el hombro, aspirando su aroma.
 
—¿Me cuentas algo más sobre la estatua y tus padres?
 
Santana se revolvió y gruñó, no muy convencida.
 
—Ummm, no sé...
 
—Si no quieres, no pasa nada. Sólo era curiosidad.
 
López volvió a mirar la estatua. Quería compartir cosas con ella. La única manera de que su relación funcionara era conocerse a fondo. Y, bueno, hablarle de su familia era una buena manera de empezar.
 
La miró a los ojos, llena de angustia, y Britt le respondió con una mirada de afecto y de ánimo. No vio en sus ojos condescendencia, ni tampoco ganas de juzgarla ni de jugar con sus sentimientos.
 
—Mis padres se conocieron cuando tenían dieciocho años —empezó a contar, después de respirar hondo—. Eran jóvenes, idiotas y procedían de zonas muy
distintas de la ciudad. Ella venía de una familia muy rica. Su padre, mi abuelo, William Evans, era el dueño de una de las principales compañías de comunicación del país, la SLE Inc. En cambio, James López, mi padre, no tenía un céntimo y, el poco dinero de que disponía lo ganaba pintando o tocando en clubs.
 
López puso los ojos en blanco, burlándose de lo ridículamente romántico de la situación.
 
—Así se conocieron. Ella lo oyó tocar el piano una noche y se acercó a él. —López chasqueó los dedos—. No hizo falta más.
 
Melocotones estaba jugueteando distraída con el borde de su camiseta. Su silencio la animó a seguir hablando, a contárselo todo.
 
—Para la familia de mi madre, mi padre no estaba a la altura. Decían que era un hombre problemático, un holgazán, un inútil, pero ella se rebeló y siguió con él. Se mudaron a un apartamento de mierda después de que mi abuelo dejara de pasarle dinero a mi madre y, al cabo de un año, estaba embarazada de mí. —Se apretó el puente de la nariz, tratando de mantener a raya el dolor de cabeza que amenazaba con atacarla—. Durante bastante tiempo, ocultó el embarazo. —López se echó a reír sin ganas y bajó la mano—. Me ocultó.
 
Melocotones le sujetó la barbilla con los dedos y le levantó la cara.
 
—Eh, todo va bien.
 
Agotada por el cúmulo de emociones que la asaltaban, López apoyó la frente en la de ella. Britt se apoyó en ella con decisión. Era un asidero firme y sólido.
 
—Mi madre volvió a casa de su familia —siguió contando—. Mi padre no tenía dinero y ella regresó como una cobarde. Mi abuelo le ordenó que se librara de mí y ella, joder, llegó a planteárselo. Lo único que lo impidió fue la llegada de mi padre, que se presentó gritando y exigiendo sus derechos. Mi abuelo no quería que se montara ningún número que provocara habladurías.
 
—López...
 
—En resumen, mi abuela, la madre de mi madre, se disgustó mucho con la actitud de su hija. Luchó por mí y le dijo a mi madre que tenía que afrontar su
responsabilidad. Abrió un fondo de inversiones a mi nombre y le concedió derechos parentales a mi padre. —López hizo un ruido de burla. Luego añadió en voz baja—:
La zorra de mi madre ni siquiera batalló por mí. »A espaldas de mi abuelo —añadió con una sonrisa satisfecha—, mi abuela puso sus acciones de SLE Inc. a mi nombre el día que nací. Hizo que sus abogados redactaran un contrato secreto y vinculante que nadie ha sido capaz de anular. Mis primos siguen intentándolo para echarme de la empresa.
 
—Melocotones se puso tensa—. Se enteraron de que existía cuando murió mi abuela, y de eso hace dieciséis años. Ya en aquel momento, las acciones de ese fondo valían casi cincuenta millones de dólares.
López guardó silencio y Britt parpadeó.
 
—¿Cincuenta?
 
Santana asintió con la cabeza.
 
—¿Millones? —insistió ella—. ¡Joder! —exclamó, negando con la cabeza, asombrada—. López, ¿qué estás haciendo aquí? Con todo ese dinero podrías estar
haciendo lo que quisieras. Podrías irte a cualquier parte del mundo, empezar de cero...
 
Santana se encogió de hombros.
 
—No tengo acceso al dinero. Casi todo el capital está en acciones y... no importa. Ese dinero me la suda mucho. No necesito su pasta. Los Evans —más concretamente su primo Sam— habían conseguido bloquear el capital cuando entró en la cárcel. Cabrón.
 
Al parecer, incluso de adulto López seguía siendo la oveja negra de la familia.
 
—¿Ves a tu madre alguna vez?
 
Santana negó con la cabeza.
 
—Murió de cáncer cuando yo tenía ocho años.
 
—Oh, Dios, López, yo...
 
—No lo sientas por ella —la interrumpió Santana—. No se lo merece.
 
—No lo dices en serio.
 
—¿Ah, no? —Respiró hondo—. Se pasó la vida renegando de mí. No me quería. La única razón por la que venía a buscarme cada dos semanas era porque mi abuela se lo ordenó en su testamento. Se lo «ordenó». Simplemente le gustaba hacer rabiar a su padre. Pasó por una etapa rebelde y acabó preñada.
 
—¿Y tu padre?
 
López apretó los dientes.
 
—Vive en Connecticut con su nueva esposa. No me hablo con él. ¿Podríamos... podríamos cambiar de tema? —Inclinó bruscamente la cabeza hacia el hombro y gruñó cuando se oyó un chasquido—. Necesito moverme.
 
Se levantó y sacudió los brazos. Tenía un montón de energía acumulada que necesitaba descargar. Se sacó la cajetilla de tabaco del bolsillo y encendió un pitillo. Tras dar una profunda calada, se volvió hacia Britt, que estaba sentada, observándola con la barbilla apoyada en las rodillas y agarrándose los tobillos con las manos. Tenía que pensar alguna distracción. Nunca se había sentido cómoda siendo el centro de atención y, aunque sabía que ella no pretendía ser cotilla, le costaba mucho contarle cosas tan personales.
 
—¿Y tú vas a contarme qué ha pasado mientras estabas fuera?
 
«Donde las dan las toman», como suele decirse.
Melocotones se retorció las manos, incómoda, y frunció los labios. López aguardó, vagamente consciente de que empezaba a llover otra vez.
 
—Mi madre es una mujer difícil —susurró.
 
López se imaginaba que a ésta no le habría hecho ninguna gracia el trabajo que su hija había elegido. Se preguntó cómo reaccionaría al enterarse de su elección de pareja.
 
—Sigue viéndome como si tuviera nueve años en vez de veinticinco. Cree que todo el mundo que tiene antecedentes es un ser malvado, como los que asesinaron a mi padre.
 
López se echó hacia atrás para apoyar la espalda en un árbol y dio una calada en silencio.
Bueno, ahí tenía la respuesta a su pregunta.
 
—Nunca le parece bien nada de lo que hago. Cree que soy incapaz de tomar mis propias decisiones y que, cada vez que decido algo, me equivoco. Y eso incluye las clases.
 
—Eres una profesora extraordinaria, Melocotones.
 
—Gracias. —Agachó la cabeza y añadió—: Es lo que mi padre quería que hiciera.
 
López no podía apartar la vista de la chica callada y asombrosa que se recortaba contra la luz del crepúsculo. Durante las últimas horas habían compartido muchas cosas. Era consciente de que todavía tenía que contarle muchas más, pero no tenía ni idea de cómo hacerlo.
 
De algún modo tenía que reconectar con ella; encontrar la complicidad que habían sentido en la cocina, mientras preparaban las tortillas. Con decisión, tiró la colilla, se apartó del árbol, se acercó a ella y le ofreció la mano.
 
—¿Qué? —Britt ladeó la cabeza.
 
—Ven —respondió Santana con una sonrisa.
 
Sin dudarlo, ella le dio la mano. El contacto de su piel le hormigueó a lo largo del brazo, como si fuera un relámpago. López tiró para ayudarla a levantarse y la llevó hacia la estatua de Alicia. Le rodeó la cintura con una mano y le cogió la otra, mientras empezaba a moverse de lado a lado.
 
Britt la miró confusa.
 
—¿Qué haces?
 
López levantó un brazo y le hizo dar una vuelta lenta.
 
—Estoy bailando contigo.
 
Le apoyó la mano con más fuerza en la parte baja de la espalda y la inclinó hacia atrás hasta que ella soltó un grito y se aferró a sus hombros. Las dos se echaron a
reír cuando Santana le devolvió la verticalidad y López dio un silencioso grito de alegría cuando ella apoyó la mejilla en su pecho.
 
—¿Eso... eso que tarareas es Otis Redding?
 
Santana se ruborizó.
 
—Ejem, sí, eso creo. Me parece que es These Arms of Mine. No estoy segura. ¿por qué?
 
Britt se echó a reír.
 
—Nunca me habría imaginado que te gustara Otis —respondió, bajando la vista hacia la camiseta de Led-Zeppelin.
 
—Oh, cállate —la riñó Santana y le hundió la cara contra su pecho, sonriendo al oír su risa amortiguada por la ropa.
 
Mientras López seguía tarareando, se movieron lentamente al ritmo de la música, hasta dar una vuelta completa bajo la suave lluvia.
 
—A mi padre le encantaba Otis Redding —susurró Britt—. Ponía Sitting at the Dock of the Bay constantemente. Nos volvía locas a mi madre y a mí.
 
—Tenía buen gusto.
 
—Era la música que sonaba en el coche la noche que...
 
Instintivamente, López la abrazó con más fuerza.
Ella carraspeó.
 
—Qué curioso las cosas que uno recuerda, ¿verdad?
 
A Santana se le hizo un nudo en la garganta. ¿Era ése el momento que había estado esperando? ¿Había llegado la hora de revelarle quién era y qué papel había desempeñado en esa historia? ¿Había llegado el momento de poner todo lo que habían conseguido en el puto borde del precipicio y de esperar la inevitable caída? Si realmente quería que aquella mujer fuera suya, sabía que la respuesta era un sí.
Cerró los ojos y dejó salir las palabras.
 
—¿Qué recuerdas de la noche en que él... ya sabes... murió?
 
Britt alzó la vista hacia el cielo del atardecer.
 
—Lo recuerdo todo.
 
A López se le cayó el alma a los pies.
 
—¿Ah, sí?
 
—Sí, todo —murmuró ella, volviendo a apoyar la mejilla en su pecho—. Recuerdo el viaje en coche desde Washington, el hotel, la visita al centro de rehabilitación, la parada para tomarnos un sándwich, el momento en que lo golpearon con el bate de béisbol...
 
Santana le dio un beso en la cabeza.
 
—Lo siento mucho —murmuró.
 
Odiaba que le hubieran hecho daño. Odiaba no haber sido lo bastante fuerte para impedir que aquellos bastardos mataran a su padre. Y odiaba saber, en lo más profundo de su alma, que Melocotones también la odiaría cuando se enterara.
 
—No lo sientas —dijo Britt—. Nadie podría haberlo evitado. Ni siquiera yo, aunque te juro que lo intenté.
 
—Tenías nueve años. —López sabía que ella la habría salvado si hubiera podido.
 
Habría luchado con todas sus fuerzas para evitar que le hicieran daño a su padre.
 
—Salí corriendo —susurró—. Salí corriendo cuando él más me necesitaba.
 
El rostro de López se ensombreció.
 
—No te hagas eso. —Hizo una pausa y respiró hondo—. Él te dijo que corrieras, Britt.
 
Ella se quedó paralizada. López cerró los ojos y la aprisionó entre sus brazos. La idea de que pudiera salir disparada la aterrorizaba. No podía permitir que volviera a marcharse de su vida. No podía perderla.
 
—¿Qué?
 
López contuvo el aliento.
 
—Él te dijo que corrieras.
 
Britt echó la cabeza hacia atrás y en sus ojos López vio que las piezas empezaban a encajar, lentamente pero de manera inexorable. Sólo podía esperar que la
escuchara y tratara de comprenderla.
 
—López—dijo con voz temblorosa—. ¿Cómo... cómo lo sabes?
 
Santana se la quedó mirando en silencio, rezando por no tener que pronunciar las palabras, aunque estaba segura de que iba a tener que hacerlo. Tenía que decírselo.
 
—Me lo contaste tú, anoche.
 
Ella le dirigió una mirada dubitativa. Alzó la barbilla para escrutar su rostro con atención. López casi podía ver cómo giraban los engranajes de su cerebro tras sus
ojos del color de las esmeraldas; ojos que brillaron de sorpresa y de dolor al tiempo que Britt ahogaba una exclamación y le daba un fuerte empujón que la libró de su abrazo. Luego se tambaleó hacia atrás.
El corazón de López se hizo pedazos.
 
—Quiero saber qué recuerdas. —Dejó caer los brazos a los costados. No le servían de nada si no podía abrazarla.
 
—¿Por qué? —preguntó ella, enfadada—. ¿Por qué quieres saberlo? ¿Por qué, López?
 
Cuando Santana dio un paso hacia delante, instintivamente Britt dio uno hacia atrás. López apretó los dientes.
 
—Porque —empezó a decir, pasándose las manos por el gorro de lana, aterrorizada—. Porque yo... porque... Melocotones...
 
—¡Maldita sea! —gritó ella—, ¿POR QUÉ?
 
Su gritó resonó a su alrededor, mientras las nubes cargadas de lluvia se abrían sobre ellas. Pero no importaba. López estaba insensible. Se quedó contemplándola y levantó los brazos unos centímetros antes de volver a dejarlos caer, derrotada. Agachó la cabeza y trató de calmarse y de controlar el miedo que la atenazaba.
 
—Porque yo estaba allí.
 
La mirada que ella le dirigió la abrió en canal e hizo que le temblaran las piernas. Dios, Britt parecía estar a punto de vomitar. Empezó a temblar y a tratar de respirar a grandes bocanadas, mientras murmuraba palabras que López no fue capaz de descifrar. Cerró los ojos con fuerza al tiempo que seguía pronunciando incoherencias.
 
—No, no, no —repetía—. No eras... No puedo...
 
López sintió que la lluvia la golpeaba.
 
—Era yo —susurró—. Era yo, Britt.
 
Ella se quedó muda, observándola como si fuera una desconocida. Abrió la boca, pero Santana no la dejó hablar.
 
—Estaba cerca del centro de rehabilitación. Había ido con Puck, pero habíamos discutido y... él se había quedado con unos amigos. Mientras me fumaba un cigarrillo, oí un grito, así que me acerqué a ver qué pasaba y... los vi. Te vi. Los vi golpearlo con el bate.
 
—Para —le pidió ella con voz ronca.
 
—Vi que un tipo te pegaba a ti también.
 
—Para, López.
 
—Tu padre te dijo que corrieras y no le hiciste caso. ¿Por qué no corriste?
 
—¡Que pares, joder!
 
—¡NO!
 
Dio tres pasos hacia ella y la abrazó. Britt se resistió. Tenía la piel resbaladiza por culpa de la lluvia, por lo que no era fácil agarrarla bien. Ella le golpeó el pecho y los brazos mientras le gritaba que la soltara, pero López no lo hizo. No podía.
 
—Fui yo quien te agarró —dijo, mientras Britt seguía protestando—. Te agarré y salí huyendo contigo. Nunca había pasado tanto miedo. Te resistías con tanta
fuerza que tuve que apartarte de allí a rastras. Te resistías igual que ahora; igual que ayer por la noche. Pero no podía soltarte. No podía. Te habrían matado igual que lo mataron a él.
 
Britt sollozó entre sus brazos y le fallaron las rodillas.
 
—Tú y yo fuimos a parar al suelo y tu pelo... Britt, joder, tu pelo olía a melocotones. Eres mi Melocotones.
 
Ella alzó la cabeza bruscamente y le gritó a la cara:
 
—¡SUÉL-TA-ME!
 
Al sentir tan directamente su furia, López la soltó y dio un paso atrás, lo que no le evitó recibir un fuerte bofetón.
 
Durante unos instantes, el único sonido que se oyó a su alrededor fue el de la lluvia golpeando las hojas de los árboles. López no soportaba su mirada cargada de
odio. Estaba paralizada, desolada, pero no podía parar de hablar. Tenía que acabar de contárselo todo.
 
—Te abracé —murmuró—, durante dos jodidas horas, te abracé en un portal congelado, hablándote todo el rato.
 
—Tú —la acusó Britt—, tú fuiste quien me impidió... —Respiraba tan entrecortadamente que casi no podía hablar—. Podría haber... Podría haberlo... ¡Era mi padre!
 
López se volvió hacia ella llorando. Sus lágrimas de furia y de dolor se mezclaron con la lluvia que le caía por la cara.
 
—Él te dijo que huyeras. Y yo no podía quedarme allí y ver cómo te mataban.
 
—¡No tenías ningún derecho!
 
—¿Ningún derecho? —replicó, alzando el tono de voz hasta igualarlo con el suyo—. Tu padre quería que te salvaras, Britt. Y yo... ¡yo te salvé!
 
—¡No, no lo hiciste, López! No lo hiciste, porque esa noche, ¡yo también morí, joder!
 
Santana se la quedó mirando con los ojos muy abiertos, como si acabara de darle un puñetazo en el estómago. ¿Cómo podía pensar eso?
Una calma peligrosa la envolvió como un sudario. Britt desvió la vista y miró alrededor.
 
—Yo... yo tengo que... Yo...
 
De repente, de un empujón la apartó de su camino y se dirigió hasta donde habían dejado las chaquetas y el bolso, pisando los charcos que se habían formado con la lluvia.


— Britt —le imploró López—, ¡por favor, no! —La agarró del brazo, pero ella se liberó de una palmada y la apartó de un empellón.
 
—¡No! —exclamó, apuntándolo con el dedo—. ¡Eres una mentirosa! ¡Eres igual que los demás, así que no me toques!
 
Santana la miró parpadeando asombrada.
 
—¡Nunca te he mentido! —le gritó, cada vez más furiosa—. ¿De qué coño hablas?
 
—No me lo habías dicho. —Britt le dio otro empujón—. ¿Desde cuándo lo sabes? Lo sabías y no me dijiste nada. Eso te convierte en una jodida mentirosa.
 
López hundió los hombros, derrotada.
 
Ella se frotó las sienes.
 
—No... no puedo quedarme a tu lado... Tengo que...
 
Se volvió, cogió el bolso y salió corriendo a toda velocidad.


López la siguió, gritándole que la esperara, pidiéndole que no fuera sola por Central Park a oscuras, pero no le hizo caso. Podría haberla alcanzado con facilidad.
Podría haberle hecho un placaje, igual que el que le había hecho dieciséis años atrás, pero ¿de qué demonios habría servido?
Britt la odiaba y no quería estar con ella.
La había llamado mentirosa.
¿Lo era?
López se detuvo en seco cuando la idea apareció en su cabeza y observó a Britt impotente mientras ella se alejaba más y más.
 
Le faltaba el aliento; se sentía como si la hubieran despellejado viva. Se llevó la mano al pecho en un fútil intento de detener el dolor abrasador que le retorcía el corazón. Incapaz de respirar, echó la cabeza hacia atrás y con un rugido soltó la rabia y la frustración que le llegaba hasta los huesos. Le dio una patada a un árbol cercano, seguida de otra y de otra más. Gritaba palabras y emitía sonidos que no habían salido nunca antes de su boca, mientras les rogaba a todos los demonios que el dolor desapareciera.
Exhausta, dejó caer las manos sobre las rodillas, mientras reseguía con la vista el camino que Britt había tomado.
Cuando dejó de verla, y casi sin voz, regresó tambaleándose por la chaqueta y los cascos de la moto, antes de ir a buscar a Kala.
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO

Mensaje por 3:) Lun Oct 03, 2016 10:58 am

En algun momento tenia que hablar san... y aunque le duela a britt tenia que saber la verdad de lo que paso... y lo que hizo san!!!!
Lo bueno es que ya no ahi secretos entre las dos...
Era normal que britt haya reaccionado de esa forma... a ver a donde fue??? Y si vuelve a buscar a san???
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Mensaje por micky morales Lun Oct 03, 2016 9:28 pm

No entiendo pq brittany culpa a santana y pq no piensa que ella tampoco le ha dicho a santana que conoce a las viboras de sus primos y que hasta uno de ellos la pretende, tambien oculta cosas!!!!!!! [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO - Página 4 2414267551 [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO - Página 4 2414267551 [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO - Página 4 2414267551
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Mensaje por JVM Lun Oct 03, 2016 11:41 pm

Bueno por fin San se sincero con Britt, que mal que haya tomado así las cosas, pero debe reflexionar y darse cuenta que San hizo todo lo que pudo, porque si se hubieran quedado o la hubiera dejado regresar, mas de una persona hubiera muerto ese día.
Y bueno San. Sufriendo el rechazó de su rubia. Pero debe darle tiempo y espero que las cosas vuelvan a la normalidad!!
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Mensaje por monica.santander Mar Oct 04, 2016 12:46 am

Hola!!! Ahora esperemos para ver como Britt procesa toda esta información!!!
Saludos
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Mar Oct 04, 2016 10:59 pm

Hola chicas, les traigo un capitulo super Wanky, espero les guste, por que estos me cuestan mas, gracias por comentar, saludos a todas.....


Capitulo 22


 
López no sabía cuánto rato había pasado dando vueltas por la ciudad. Lo único que sabía era que estaba calada hasta los huesos y que tenía una botella de Jack Daniel’s en la mano a la que le faltaba un cuarto de su contenido.
 
Llegó al garaje y aparcó a Kala. López se apoyó en ella y acarició la parte del asiento que Britt había ocupado a su espalda, a su alrededor, con ella. La mano le temblaba de manera incomprensible, así que se tomó otro sorbo de whisky, resoplando al notar que le ardía la garganta. Se consoló pensando que eso significaba que aún era capaz de sentir algo.
 
Se burló de sí misma, soltando el aire por la nariz, y bebió otro trago.
Sucia y jodida mentirosa. Sucia y jodida mentirosa.
Con cuidado y sintiéndose extrañamente vacía, López subió los seis pisos que la separaban de su apartamento por la escalera. No le importaba el tiempo que tardara. Habría sido más fácil subir en ascensor, pero le daba igual. Lo único que quería era meterse en la cama con la botella y rezar por no despertarse durante varios días. Con el hombro, empujó la puerta de la escalera, tambaleándose ligeramente y se quedó petrificada.
 
Sentada hecha un ovillo a la puerta de su casa —empapada y temblando— estaba Britt.
 
López se apoyó en la pared. Sintió un gran alivio que se le deslizaba por la espalda como si fuera agua caliente. Joder, a pesar del rímel que le manchaba media cara y del pelo que le goteaba por todas partes, nunca le había parecido tan hermosa.
Se quedaron mirándose en silencio durante una eternidad, intercambiando palabras sin hablar. Lo que tenían que decirse era demasiado grande para un pasillo como aquél. Finalmente, sacando fuerzas que López no sabía que tuviera, se separó de la pared y se aproximó a ella —despacio y con cautela—, como si se estuviera acercando a un animal salvaje.
 
Cuando estaba ya a pocos centímetros de distancia, Britt se levantó con dificultad y se apoyó pesadamente en la puerta. Parecía tan cansada como ella misma.
Con los ojos clavados en ella y sin decir una palabra, López se sacó las llaves del bolsillo y la rodeó con el brazo para abrir la puerta. No estaba segura, pero le
pareció que Britt inspiraba hondo para llenarse de su olor. No le importó; al contrario. Quería todo lo que estuviera dispuesta a darle.
Si era una sucia y jodida mentirosa, quería ser su sucia y jodida mentirosa.
Britt entró en el piso sin demasiada convicción. López dejó la botella de whisky en la encimera de la cocina, cerca de las tazas del café que se habían tomado esa mañana, cuando entre ellas todo seguían siendo unicornios y jodidos arcos iris, y se volvió hacia ella sacudiendo la chaqueta. Britt estaba empapada y temblando de frío.
 
—Mierda —murmuró Santana—. Necesitas una toalla.
 
 
Trató de pasar a su lado en dirección al cuarto de baño, pero Britt se lo impidió agarrándola con fuerza por la cintura y apoyándole la frente en el pecho. López soltó el aire entrecortadamente al notar su contacto. No podía moverse. No sabía qué tenía que hacer. La última vez que había tratado de tocarla, ella había gritado y había salido huyendo. No podía volver a enfrentarse a esa mierda.
 
Permanecieron inmóviles. Los hombros de Britt temblaban por los sollozos que empezaban a brotar de su pecho. López quería acariciarle la espalda y tocarle el pelo, pero, joder, no se atrevía.
 
—Lo siento —susurró ella, abrazándola con tanta fuerza que el agua de su camiseta le mojó los nudillos.
 
A Santana se le hizo un nudo en la garganta.
 
Gradualmente, Britt fue levantando las manos hasta su cuello, recorriéndole todo el pecho. Por último, alzó la cara.
 
—Lo siento —repitió. —Le agarró la camiseta con sus manos menudas y Santana sintió su aliento en la clavícula—. Yo, oh, Dios, López, lo siento mucho.
 
Santana trató de aclararse la garganta para librarse del gran nudo de emociones que se le había formado al oír sus disculpas. Con cada nueva palabra que murmuraba, un ladrillo del sólido muro que López había ido construyendo alrededor de su corazón caía al suelo.
 
—No necesito una toalla, te necesito a ti —le dijo temblorosa—. Te necesito tanto...
 
López apoyó la cabeza en la de ella.
 
—Melocotones. —La abrazó con fuerza—. Me tienes. —Le retorció la parte baja de la camiseta—. Siempre me has tenido.
 
Ella se mordió el labio y le acarició con delicadeza la mejilla que antes le había golpeado.
 
—Igual que tú a mí.
 
Se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla, repitiéndole lo arrepentida que estaba, rogándole que la perdonara y confesándole lo importante que era para ella.

Con sus labios perfectos le besó la cara, lentamente y con ternura. Empezó por un ojo, la ceja y luego hizo lo mismo con la otra mejilla, hasta alcanzar la comisura de los labios.
 
López se quedó inmóvil al notar que le rozaba el labio inferior con la lengua. Se agarró con más fuerza a su cintura para que no se le doblaran las rodillas. La deseaba tanto... Dios, ¿sabría ella alguna vez cuánto la deseaba? ¿Sabría hasta qué punto le hacía perder el juicio?
 
López se inclinó, desesperada por tocarla, y sus labios se unieron en un beso suave, lento y muy sensual. Abrió la boca y respiró entrecortadamente cuando su lengua volvió a encontrarse con la de Britt. Cerró los labios, atrapándola, y la succionó dulcemente, mientras sus manos ascendían, acariciándola por debajo de la camiseta.
 
Sus palmas se deslizaban fácilmente por su piel mojada y el beso se hizo más profundo, acompañado por un gruñido que salió de la boca de las dos. López se tragaba el aliento de Melocotones cada vez que respiraba, apoderándose de ella, adueñándose del aire que respiraba, y la acercó más a ella para que notara lo excitada que estaba y cuánto deseaba estar en su interior.
 
Necesitaba estar dentro de ella y junto a ella, necesitaba que ella la consumiera.

Britt le agarró el borde inferior de la camiseta y tiró un poco, como pidiéndole permiso. López dio un paso atrás, permitiéndole que se la quitara por encima de la cabeza. Ella no perdió ni un segundo en pegarse a sus pechos, que lamió y besó, mordisqueándola y volviéndola loca.
Perfectos. Sus labios eran jodidamente perfectos.
 
—Lo siento —murmuró Britt una vez más, pegada a su piel.
 
De repente, López sintió la necesidad irrefrenable de poseer su boca más intensamente y le cubrió los labios con un beso, obligándola a aceptar su lengua en su interior. Ella gimió y se aferró a Santana, que tiró también de su camiseta y se la quitó por encima de la cabeza, lamentando los segundos que sus labios estaban separados de los suyos.
 
El sujetador azul cielo fue la siguiente pieza de ropa que desapareció. López gruñó cuando volvió a ver los pezones que tan bien había llegado a conocer la noche anterior. Estaban erectos, impresionantes, y reaccionaron instantáneamente cuando los acarició con los pulgares.
 
—Oh, Dios mío —murmuró ella.
 
López lo volvió a hacer. Britt echó la cabeza hacia atrás, elegante y preciosa.
 
—¿Te gusta que te haga esto? —Volvió a besarla.
 
Como respuesta, ella la agarró por los hombros y le clavó las uñas. Santana gruñó de placer. Le atrapó los dos pechos generosos y se los acarició sin delicadeza, mientras sus pezones se endurecían aún más bajo sus palmas.
 
—Sí —respondió Britt, casi sin aliento—. Por favor, por favor. Lo siento, lo siento tanto...
López la interrumpió, besándola en la boca.
 
—Deja de disculparte. Ahora estás aquí. —Le apartó el pelo de la cara para que dejara de gotearle en la nariz—. Estamos aquí. Tú y yo solas.
 
Le tomó la cara entre las manos, secándole la piel de las mejillas con los pulgares antes de besarla. Ella se aferraba con fuerza a sus antebrazos, permitiéndole marcar el ritmo.
 
López trató de refrenar su deseo —joder, lo intentó de verdad—, pero demasiado pronto el fuego que ardía entre ellas se avivó y la pasión que sentían encendió otras llamas.
 
Con un rugido salvaje, López se agachó y la cogió para levantarla, sonriendo con la boca pegada a la de ella al ver que Britt la rodeaba con brazos y piernas. La agarró con fuerza por las nalgas y gruñó cuando sus senos desnudos se frotaron contra  los suyos. El agua de lluvia actuaba como un lubricante natural.

Sin tambalearse esta vez, López la llevó al dormitorio. Al llegar a la cama, se arrodilló, la dejó encima y la cubrió con su cuerpo. La acarició de arriba abajo y de abajo arriba. Le acarició los costados, los pechos, el cuello y el vientre, mientras ella gemía y jadeaba con los labios fruncidos.
 
Incapaz de continuar resistiendo, López recorrió con la boca el camino que había seguido antes con sus manos. Necesitaba más. Gruñó cuando Britt arqueó la espalda, y echó las caderas firmemente hacia delante cuando ella la agarró del culo.

Cuando López le mordisqueó la parte inferior de un pecho, Britt ahogó un grito de sorpresa antes de gemir de placer.
 
—Más —lloriqueó, con la cara contra la cabeza de ella—. Por favor, más.
 
—Lo que quieras. —Bajó la mano rápidamente hasta el botón de sus vaqueros y se lo desabrochó.
 
Le bajó luego la cremallera y deslizó los dedos. Esperó, súbitamente nerviosa. Necesitaba asegurarse de que ella estaba bien, de que aquello era realmente lo que quería. Alzó la vista y la miró fijamente.
 
«Dime que lo deseas. Dime que lo deseas tanto como yo.»
 
Britt le devolvió la mirada y le acarició la mejilla.
 
—No pares.
 
Cuando alzó las caderas, López le bajó los vaqueros, acariciándole los muslos y las pantorrillas con los nudillos. Se echó a reír cuando, al llegar a los tobillos, se dio cuenta de que aún llevaba las botas puestas.
 
—Perdón —dijo ella, también riendo.
 
Santana se las desabrochó.
 
—No pasa nada —la tranquilizó, besándole el tobillo mientras le quitaba las botas y los calcetines.
 
Libre al fin de obstáculos, acabó de quitarle los pantalones y se arrodilló a los pies de la cama, contemplándola. Era impresionante. Quitaba el aliento. Era femenina, sexi, preciosa. Tenía la piel pálida e inmaculada, tan suave al tacto como parecía a la vista. Soltó un gemido ronco, incapaz de moverse. Tenía bastante sólo con mirarla.
 
—López—murmuró Britt, preocupada, apoyándose en los antebrazos y agachando la barbilla para que sus ojos quedaran al mismo nivel—. Si no quieres seguir, lo entiendo. Después de todo lo que te he dicho y hecho...
 
Santana se abalanzó sobre ella y devoró su boca con la suya, hambrienta.
 
—Claro que quiero —dijo entre jadeos—. Joder, si quiero. —La mano que la sujetaba por la cintura descendió hasta sus caderas y jugueteó con la goma de sus bragas, indecisa—. ¿Puedo? ¿Puedo tocarte?
 
—Quiero que me toques. No hay nada que desee más.
 
—Dios. —López metió la mano debajo de las bragas y acarició los labios de su sexo, suaves y desnudos, con los nudillos—. Estás húmeda —gruñó, mientras movía los nudillos arriba y abajo.
 
Britt se dejó caer de espaldas en la cama, haciendo caer a López con ella y canturreó:
 
—Por ti.
 
Sus palabras tuvieron el efecto del keroseno sobre una llama. López movió los dedos buscándole el clítoris. Cuando lo encontró con el pulgar, gruñó de nuevo.

Ambas gimieron a la vez ante el contacto. Santana levantó el índice, que se deslizó con facilidad por la carne sedosa y húmeda.
 
Con los ojos cerrados, le mordisqueó el hombro y respiró con la boca pegada a la suave piel de ella. Mientras tanto, rodeaba la entrada de su sexo con la punta del dedo, lo que la hizo suspirar. Los fluidos movimientos de sus caderas, unidos a los sonidos roncos que salían de su garganta, la tenían hipnotizada. No podía esperar más. Y metió el dedo hasta el fondo.
 
Cálida. Húmeda. Extraordinaria.
Britt gritó cuando Santana empezó a mover el dedo lentamente dentro y fuera, hasta el nudillo.
 
Luego agachó la cabeza y trazó círculos con la lengua alrededor del pezón.

Gimiendo, Britt se aferró con fuerza a sus hombros. Ahogó una exclamación mientras movía las caderas bruscamente, con desesperación, arqueándose una y otra vez.
 
—Más.
 
Santana metió otro dedo en su interior y aumentó la velocidad. Ella gritó y le apretó los hombros con fuerza. Con los ojos cerrados, Santana escuchó los sonidos que llenaban la habitación mientras la penetraba con sus dedos y se daba un banquete con su delicioso cuerpo. Era la sinfonía más sexi que había oído nunca.

Volvió a encontrarle el clítoris con el pulgar, al tiempo que un tercer dedo se unía a los otros. No quería hacerle daño, pero, joder, tenía tantas ganas de estar dentro de ella que no podía parar. Mirándola fijamente a la cara, empujó.
Suavemente, con cuidado.
Britt arqueó la espalda y un gemido largo y gutural surgió de su garganta cuando Santana empezó a bombear con los dedos doblados.

Dios, verla retorciéndose de placer era impresionante.
Más.
Los bíceps de Santana estaban cada vez más tensos.
Más duro, más deprisa.
Quería que llegara al orgasmo. Quería oírla.
Probarla. Olerla. Ser su dueña.
 
—Santana. —La agarró con más fuerza—. Oh, yo...
 
—Eso es, nena —la animó Santana, jadeando. Le lamió el cuello, notando el sabor salado de su sudor—, dámelo. Lo quiero. —Le mordisqueó el lóbulo de la oreja, que sabía a albaricoques y a caramelo—. Me encanta notarte alrededor de mis dedos. —Le lamió la mandíbula: miel—. Joder, qué bien sabes. —Le succionó el pezón con fuerza: vainilla.
 
Desesperada por que alcanzara el orgasmo, siguió clavándole los dedos, frotando, flexionando y dándole golpecitos en el clítoris. Britt aumentó la fuerza con que la agarraba y Santana gimió con ella cuando se corrió, latiendo, sacudiéndose y retorciéndose bajo su cuerpo.
 
—Hostia puta —exclamó Santana, al notar cómo los músculos de Britt le apretaban los dedos.
 
Ella pegó los labios a los de Santana, gimiendo en su boca.
 
—Joder —murmuró López.
Siguió moviendo la mano, acariciándola y provocándola mientras Britt jadeaba y susurraba en su cuello. Sus palabras eran demasiado inconexas, pero el temblor de su cuerpo le daba toda la información que necesitaba: le había dado un orgasmo de los buenos.
 
Britt resplandecía beatíficamente bajo su cuerpo y Santana redujo el ritmo y la besó en el pecho, ascendiendo hasta su cuello. Tenía el pulso disparado. Estaba radiante.
 
—¿Estás bien? —le preguntó, dándole un suave beso en la boca entreabierta.

Ella se echó a reír y se llevó la mano al cuello. Tenía los ojos cerrados, pero se le movían bajo los párpados.
 
Soltó el aire y abrió un ojo para mirarla mientras decía:
 
—López, tus manos son geniales.
 
Al oírla, se rio. Retiró la mano de dentro de sus bragas y meneó los dedos ante sus ojos. Sus fluidos brillaban a la luz. Era la imagen más sexi que había visto nunca.

Bueno, hasta que Britt le cogió la mano y empezó a succionarle los dedos como si fuera una aspiradora. Las caderas de Santana se echaron hacia delante sin que pudiera evitarlo, mientras de su boca escapaba un gemido obscenamente alto.
 
—Oh, Dios. —La lengua de Britt le rodeó cada uno de los dedos y Santana se frotó contra la cama, desesperada por aliviarse.
 
Britt se sacó el último dedo de la boca con un sonido que le recordó al descorchar de una botella y la besó en los labios, sujetándole la cara con sus manos menudas.
 
—¿Qué demonios estás haciendo conmigo? —refunfuñó López.
 
Ella le llenó la cara de besos.
 
—Quiero hacerte sentir bien —susurró—. Hace mucho tiempo que te deseo, López.

Santana la abrazó, mientras sus besos y caricias pasaban de ser suaves y anhelantes a desesperados y apresurados. Sus gemidos se transformaron pronto en sollozos.
 
—Eras tú —murmuró en su hombro, entre mordisquitos y lametones—. Oh, Dios, López, eras tú.
 
—Ya está —la calmó Santana—. Todo va bien, Britt. Todo está bien.
 
—Tú me salvaste —añadió, llorándole en el hombro—. Sabía que eras real. Todo el mundo me decía que me lo había imaginado, que no existías. —Le recorrió el labio inferior con el dedo—. Pero existes.
 
López sintió que se le disolvían los huesos de alivio al oírla. Por fin lo entendía. No sabía qué había hecho ni adónde había ido después de salir corriendo del parque, pero al fin se había dado cuenta de que le había dicho la verdad. Santana la había salvado.
 
Britt la rodeó con las piernas y siguió llorando, con la cara enterrada en su hombro.
 
—Siento haberte pegado. —Le llenó la mejilla de besos—. ¿Me perdonas, por favor?
 
Siguió acariciándola sin dejar de pronunciar disculpas y palabras de agradecimiento. López no la detuvo. Necesitaba escuchar todo lo que quisiera decirle.
Necesitaban ese momento a solas. Britt le dio un empujón en los hombros haciéndola caer de espaldas sobre la cama y se puso a horcajadas sobre ella, que permaneció con los ojos cerrados, las manos en sus caderas generosas, dejando que los demás sentidos tomaran el control. Notó el calor entre sus piernas, el sonido de su respiración, la fuerza de sus manos y el aroma de su perfume.
 
—Me abrazaste —dijo ella, acariciándole el torso—. Recuerdo tu olor. —Le hundió la cara en el hueco entre el cuello y el hombro y aspiró hondo—. Eras tú. Me susurrabas al oído, diciéndome que estaba a salvo. Ahora lo sé. Ahora sé por qué tu voz me hace sentir protegida. —Dejó caer la cabeza y apoyó la frente en la suya, rozándole los labios en un suave beso.
 
Aquella fatídica noche, López le había hablado, con la cara hundida en su pelo, hasta quedarse ronca y hasta que oyeron acercarse las sirenas de la policía.
Notó un escozor en los ojos y los cerró con fuerza. Ella le acarició el torso arriba y abajo, por el centro y por los costados, como si quisiera memorizarla.
 
—Britt —susurró Santana, deshaciéndose entre sus manos—, tócame. Tócame por todas partes. —La agarró por la cintura y le acarició las costillas—. Por Dios, no pares.
 
Ella negó con la cabeza y la rodeó con su melena.
 
—Nunca.
 
Sus labios volvieron a unirse, suavemente, pero con una pasión que la derrotó.
 
—Tus brazos —murmuró Britt, con la boca pegada a su cuello, acariciándole los brazos—. Siento que los conozco perfectamente. —López sintió sus uñas trazando un sendero en su piel, mientras descendían hacia sus antebrazos y más tarde hasta sus manos, para enlazar los dedos con los suyos—. Son fuertes y protectores. —Le besó el hueco de un codo y después el otro—. Mi lugar está entre tus brazos, López—le dijo apasionadamente—. Los echaba de menos. Y a ti también —le susurró al oído—. Te he echado de menos toda la vida.
 
Con la nariz, Santana le acarició el cuello, y lamió luego la delicada columna hasta llegar a la mandíbula.
 
—Yo también te he echado de menos, Melocotones.
 
Ella sonrió sin apartar la cara.
 
—Para siempre.
 
Santana soltó el aire con fuerza, expectante, cuando Britt bajó las manos muy lentamente por su cuerpo, resiguiendo su musculado torso hasta alla abajo, su ombligo. Cuando al fin llegó a los botones del vaquero, apoyó la mano y le frotó el coño  por encima de los pantalones, despacio pero con firmeza.
López elevó las caderas con impaciencia en busca de la palma de su mano. Era tremendamente erótico que la acariciara como lo estaba haciendo. No llevaba ropa interior debajo de los vaqueros y su mano podría entrar en contacto con su coño en segundos, acariciándola y haciéndola suplicar.
Joder, si suplicaría. Suplicaría todo lo que hiciera falta.
 
Britt siguió acariciándola, arriba y abajo, agarrando y frotando, ronroneando, suspirando y llenándole los pechos de besos.
 
El vientre de López empezó a tensarse.
 
—Vas a hacer que me corra si... si sigues con esa mierda.
 
Ella sonrió y la agarró con más fuerza.
 
—¿Y eso es malo?
 
López le tomó la cara entre las manos y la atrajo hacia ella, dándole un beso caliente y hambriento.
 
—Cuando eso pase, preferiría estar unida a ti. Junto a ti.
 
—Sí, por favor. —Britt movió su delicioso trasero hasta dejarlo reposando sobre sus muslos.
 
Con los ojos muy abiertos, bajó la vista hacia su bragueta y empezó a desabrocharle los botones uno a uno, lentamente, con cautela. Santana aguardó el contacto de su mano agarrando las sábanas con fuerza. Sabía que notar la suavidad de su palma sería increíble. Alzó las caderas con impaciencia.
 
En ese momento la miró a los ojos y lo que vio en ellos activó todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo. Britt le estaba mirando el coño, que  brillaba por la excitación por la bragueta entreabierta. Y, joder, la estaba mirando con mucho apetito. Como si fuera una fiera hambrienta. Como si quisiera devorarla.
Y Santana quería que la devorara, que la tomara desesperadamente. Pero antes tenía que estar segura.
 
Se sentó, sorprendiéndola, y la rodeó con sus brazos.
 
—No tenemos por qué hacerlo —murmuró, frotándole la nariz con la suya en una caricia que pretendía calmarla. Le tomó la cara entre las manos y le apartó el pelo, aún húmedo, de la cara—. Te deseo. Siempre te he deseado. Pero quiero hacer las cosas bien. Quiero que todo sea perfecto.
 
Ella le dedicó una mirada tierna.
 
—Estamos destinadas a estar juntas, ¿no lo sientes?
 
—Britt —respondió Santana, sin poderse creer lo que estaba oyendo—, lo he sabido desde el mismo momento en que nos volvimos a encontrar.
 
Ella le cogió la cara entre las manos.
 
—No tengas miedo —susurró—. No pienses en nada. Sólo en estar conmigo.
 
Se besaron y López se perdió en ella. Todo su ser se perdió en ella.
Se tumbó de espaldas en la cama, arrastrándola con ella, y le hundió las manos en el pelo, para tenerla tan cerca como fuera posible. Ella se fundió con Santana, adaptándose perfectamente a las formas de su cuerpo. Lentamente, sin separar la boca de la de Britt, López se dio la vuelta, volviendo a cubrirla. La envolvía por completo, de la cabeza a los pies. Todos sus miembros estaban perfectamente alineados.
 
Tras apartar los labios, le dio un rápido lametón y un cariñoso beso en la barbilla. Luego se apoyó en las manos y se incorporó, quedando de pie frente a ella a los pies de la cama. Sin dejar de mirarla a los ojos, se quitó las botas y los calcetines. Tenía las manos en la cintura del pantalón cuando vio que Britt se llevaba los dedos a las caderas.
 
Sin decir nada, las dos se bajaron la ropa al mismo tiempo y se vieron desnudas del todo por primera vez.
 
López la contempló de arriba abajo, mientras Britt hacía lo mismo con ella. Era perfecta. Todas sus curvas y huecos eran perfectos. Su rosada piel desnuda pedía a gritos que la recorriera con la lengua. López inspiró hondo, temblorosa, al darse cuenta de que estaba igual de fascinada que ella por lo que veía.
Britt le dirigió una sonrisa seductora.
 
—Eres muy sexi.
López se echó a reír, lo que alivió la tensión que se había instalado en el dormitorio. Luego se arrodilló en la cama entre sus piernas, mientras se ordenaba mantener la calma. Estaba tan excitada que su coño le dolía y latía cada vez que respiraba.
Nunca había estado tan desquiciada por una mujer.
La deseaba toda al mismo tiempo. Cada una de sus partes. Quería hacerla suya. Marcarla. Correrse junto a ella, con ella. Correrse sobre ella. Quería follarla, lamerla, darse un festín con su cuerpo. Quería oírla jadear, gemir, correrse a gritos. Quería follarla duro y rápido; suave y lentamente. Quería tenerla encima, debajo, por delante, de lado...
 
Se pasó las manos por la cabeza. Tenía miedo de abrazarla con demasiada fuerza si ella se lo permitía. Dejó caer los brazos a los lados, impotente, y contuvo el aliento.
 
—Britt, yo... yo quiero...
 
Ella la interrumpió tomándole la mano y llevándosela a la boca, haciendo que a López le diera vueltas la cabeza. Le dio besos suaves en la punta de los dedos y en los nudillos, acariciándole la palma de la mano con la nariz y aspirando el aroma de su muñeca antes de acercársela a la mejilla. Entonces la miró a los ojos y Santana sintió que todo el aire que tenía en los pulmones la abandonaba. Su corazón empezó a martillear y tenía las rodillas tan temblorosas que si hubiera estado de pie se habría caído al suelo.
Estaba en sus redes. Había aprisionado su corazón.
Ella alzó la cara, cegándolo con su belleza.
 
—Tú y yo.
 
Santana  asintió con la mandíbula floja y el corazón desbocado.
 
—Tú y yo —replicó, acariciándole la mejilla con el pulgar.
 
Cuando Britt volvió a tumbarse, López se colocó de rodillas entre sus muslos.
Le cogió un tobillo, se lo acercó a los labios y se lo llenó de besos suaves con la boca abierta, hasta llegar al pie. Le pasó la lengua por el empeine antes de volver a ascender por la pantorrilla hasta alcanzar la corva. Britt se rio cuando llegó a la delicada piel de esa zona, detrás de la rodilla, pero soltó un gemido y se estremeció cuando Santana pasó las manos delicadamente por allí.
 
Tomándoselo con mucha calma, López trepó por su cuerpo, besando cada trocito de piel que encontró en su camino. Sus muslos eran exuberantes y se entretuvo un buen rato besando esa deliciosa parte de ella, mientras le empujaba la entrepierna con la nariz. Inspiró, pero no se dio permiso para probarla. Quería reservarse esa exquisitez para disfrutarla más adelante.
 
Britt gimió y le agarró la cabeza. Cuando Santana alcanzó su vientre y le metió la lengua en el ombligo, ella se retorció bajo su cuerpo. Tiró de ella para besarla en la boca.
—López—protestó, al ver que se resistía a sus manos impacientes—, deja de provocarme.
 
Santana se echó a reír con la cara pegada a su pecho derecho, mientras le apretaba el izquierdo. Se desplazó hacia arriba y le lamió los labios. Ella la agarró por las nalgas, clavándole las uñas en la piel.
 
—Joder, me gusta —murmuró López, con la cara enterrada en su cuello.
 
Ella lo hizo otra vez, levantó las piernas y cruzó los talones sobre la espalda de Santana. López soltó el aire entre los dientes apretados y echó la cabeza hacia atrás cuando su clítoris rozó su humedad. Desprendía un calor extraordinario. Le sujetó la cara entre las manos y deslizó los labios sobre los suyos, lánguidamente, adorándolos.
 
Mierda, no podía esperar más para unida a ella, deslizándose sobre ella. Avanzó las caderas lo más despacio que pudo.
Sí, al fin. Allí estaba: húmeda, exquisita, palpitante, mojada,  y...
¡Joder!
López dejó caer la cara pesadamente sobre el hombro de Britt y gritó con fuerza, mientras echaba las caderas hacia atrás, retirándose. Su coño reposó sobre el muslo de ella.
 
—¿López? —preguntó Britt, nerviosa, acariciándole la espalda.
 
Santana golpeó el colchón con la palma de la mano a la altura de la cara de ella, con ganas de plantarse delante de un autobús, o de un taxi, o de las dos cosas, y luego levantó la cabeza, pero rehuyó su mirada, que clavó en la almohada.
 
Tras unos segundos de silencio, dijo:
 
—Yo... mierda, tengo que ser cuidadosa, no puedo esperar . —¿Y por qué iba a  hacerlo?. Llevaba casi dos años en la cárcel y allí no tenían demasiada salida—. ¿Britt? —le preguntó confusa, al ver que ella parecía nerviosa y se estaba ruborizando vivamente—. ¿Qué te pasa?
 
—Bueno, es que yo... —Se aclaró la garganta y dibujó pequeños círculos en el hombro de Santana—. Yo tengo el tema resuelto. Quiero decir... Ya sabes. Y estoy limpia.
 
—¿Resuelto? ¿El qué?
 
—Umm. Y a ti te controlan regularmente, ¿no? —preguntó Britt, a lo que López respondió asintiendo como una idiota muda—. Así que sabemos que estás limpia. Y yo confío en ti. ¿Tú confías en mí?
 
Estaba adorablemente incómoda mientras le decía eso. Cuando acabó, ya no sabía dónde mirar. Volvía la vista a todas partes menos a la cara de López. Santana le levantó la barbilla con un dedo y la besó.
 
—Estoy limpia —le aseguró, mirándola fijamente a los ojos—, y confío en ti. —La besó en las dos mejillas—. Te confiaría mi vida —añadió en voz baja—. Pero sólo lo haré si estás segura.
 
Le pareció que ella suspiraba aliviada antes de volver a clavarle los talones en el culo y de echar las caderas hacia delante.
 
—Estoy muy muy segura.
 
López gimió y regresó a la postura original, con lo que volvia a estar en contacto, centro con centro, y se deslizó arriba y abajo por fuera de su sexo.
Britt gimió en su boca.
 
—Quiero sentirte. Quiero sentir cada centímetro de ti.
 
Con un gruñido, López movió los brazos y le rodeó los hombros, anclándola a ella. Necesitaba aferrarse a algo porque tenía miedo a perder la cabeza cuando se clavara en ella.
 
—¿Estás lista para mí? —le preguntó, acariciándole la cara.
 
—Siempre lo he estado —replicó Britt, dándole un beso.
 
—Joder, qué guapa eres —susurró Santana, cuando sus frentes se unieron.
 
Sabía que debería haberle dicho algo más profundo, pero le faltaban las palabras. Aguardó sin dejar de mirarla. Britt la cogió con la mano y la guio hacia su calor.
Cuando la soltó con una sonrisa, Santana echó las caderas hacia delante y se deslizó sobre ella.
 
Jadearon a la vez y las caderas de Britt se movieron espasmódicamente. López la sujetó con más fuerza por los hombros. Tenían la boca abierta, unida a la de la otra, compartiendo aliento cálido y labios húmedos. Britt maulló y cerró los ojos. López apretó un poco más y le gruñó con la boca pegada a su mejilla.
 
Britt se arqueó cuando Santana —incapaz de contenerse— empujó con más fuerza, deslizándose más profundamente, hasta que sus caderas quedaron pegadas a las de ella y ya no pudo hundirse más. Britt gritó y le apretó la cintura con los muslos, mientras le rodeaba el cuello con los brazos.
 
—San —gimió y le besó el cuello cuando ella dejó caer la cabeza hacia atrás de puro éxtasis—. Es... —dijo, poniendo los ojos en blanco—, esto es... perfecto.
 
Sí, lo era, y López no pudo hacer otra cosa que disfrutar de las sensaciones.
 
—Muévete —le pidió Britt.
 
López inclinó la cabeza y la miró fijamente, para ver su cara contorsionarse mientras ella se retiraba centímetro a centímetro y volvía a deslizarse arriba y abajo y unirse, sentirse clítoris con clitoris. Un gemido tembloroso la recorrió por el esfuerzo de concentración que le suponía no dejarse llevar. Volvió a retirarse al tiempo que ella la agarraba y acariciaba de una forma muy íntima. Era algo magnífico.
 
López le acarició la espalda, bajando la mano del hombro a la cadera, sin dejar poseerla  con movimientos lentos, deliberados y pacientes, al tiempo que su boca empezaba a devorarla. Ella, que estaba igual de hambrienta, le succionó los labios mientras Santana se movía sobre ella.
 
Al gemir, Britt levantó el pecho y sus pezones se frotaron contra los de López. El rostro de ella cuando Santana se clavó con fuerza era espectacular. Mantenía la frente arrugada, sus ojos oscurecidos por la pasión la miraban con lujuria y tenía los labios fruncidos. A la luz que entraba por la rendija de la puerta, López vio que el sudor había empezado a humedecer sus mejillas.
 
Jadeó. Le lamió el cuello hasta alcanzar la oreja y volvió a embestir. Britt se mordió el labio y alzó las caderas, haciéndola gemir. Hasta ese día, nunca había sido tan ruidosa durante el sexo, pero, joder, es que hasta ese momento nunca había disfrutado tanto.
 
Britt echó la cabeza hacia atrás y la agarró, exigente, por la cintura. —Me gusta tanto sentirte en mí, López...
 
—Mierda. —Santana le cubrió la boca con un beso—. No —murmuró, negando con la cabeza. Si seguía diciéndole esas cosas, no iba a poder aguantar más.
 
—¿Podrías ir más deprisa?
 
Santana respondió con una brusca embestida que hizo que ella contuviera el aliento y alzara la pelvis.
 
—Podría. Pero si lo hago ya no podré parar. —López bajó la vista para ver el lugar donde sus cuerpos se unían. Su coño palpitó ante el espectáculo—. Estoy disfrutando demasiado.
 
Apartó la mano de la cadera de ella y la llevó a su muslo, que le levantó hasta que su rodilla le quedó cerca del hombro. El ángulo conseguido debió de ser bueno, porque el gruñido que salió del pecho de Britt fue asombroso.
 
—¿Ahí? —preguntó Santana, jadeando—. ¿Me quieres justo ahí?
La acaricio y rozo más duro y los ojos casi se le salieron de las jodidas órbitas al notar que la sentía más. Empezó a embestirla a más velocidad.
 
—No pares —gritó ella.
 
López estaba segura de que ni una grúa podría haberla apartado de allí.
 
—¿Te gusta? —le preguntó con la boca pegada a su cuello, antes de lamérselo y succionarlo.
 
—Sí, sí.
 
López gimió y la embistió dos veces seguidas, con decisión y firmeza, haciendo que Britt levantara la espalda de la cama. Ella la abrazó fuerte, dejándole profundas marcas en los hombros. Santana deseaba que la marcara. Quería llevar su señal.
Con cada dura embestida, le golpeaba la parte trasera de los muslos con las piernas.
 
—Qui... quiero...
 
Sentirla rodeándola, los sonidos, los olores... era demasiado. Estaba empezando a perder el control y no sabía si sentirse eufórica o muerta de miedo.
 
—Lo que sea —le concedió ella, mordiéndole la oreja, notando su pánico—. Puedes hacerlo.
 
—Más duro. —López le soltó el otro hombro y plantó la mano en el colchón, junto a su cabeza—. Quiero hacértelo más duro.
 
Britt le pasó la mano por el pelo.
 
—¿Quieres follarme, López?
 
Santana maldijo en voz alta como respuesta.
Hizo girar las caderas y empujó. Ella gritó y Santana sintió que su cuerpo empezaba a encenderse de dentro hacia fuera, mientras sus embestidas se volvían firmes y seguras. Los ojos se le cerraron sin haberles dado permiso.
Su cuerpo ya no le pertenecía. Le pertenecía a ella. Inspiraba el aire entre los dientes apretados. Todos los músculos de su cuerpo exigían que los liberara. Las sábanas estaban a punto de rasgarse de la fuerza con que las agarraba y el cabecero de la cama había empezado a golpear rítmicamente contra la pared.
 
—Por favor. —Britt le agarró la cara con las dos manos y le dijo al oído—: Quiero que me folles.
 
López se puso de rodillas de un salto, arrastrándola con ella. La abrazó, aplastándole los pechos, y empezó a bombear en su interior con estocadas poderosas que la hicieron gritar. Ella le clavó las uñas mientras Santana la llenaba de besos y mordiscos. Gritos de «joder», «más duro» y «Britt» llenaron la habitación, hasta que las paredes apenas pudieron contenerlos.
 
López no podía parar de follar a la preciosa mujer que tenía entre sus brazos. No quería parar. Quería que aquello durara para siempre. La quería a ella para siempre.
Quería revivir ese momento en bucle durante el resto de su vida. Quería notar su sabor, su olor, oír sus gritos de placer. Quería oírla pedir más y el sonido que hacían sus cuerpos al chocar.
 
Contuvo el aliento cuando sus bocas volvieron a encontrarse. Había lenguas y dientes por todas partes.
De pronto lo notó.
Lo notó en lo más hondo de su vientre, cuando sus entrañas se apretaron y volvió a perder el control de sus muslos.
Estaba a punto de correrse.
Trató de avisarla, pero Britt estaba concentrada agarrándose a ella y devolviendo sus embestidas. López enterró la cara en su pelo y gruñó siguiendo el ritmo de sus topetazos. De repente, el cuerpo de ella cambió y se puso rígido.
Abrió mucho los ojos, sorprendida.
 
—Oh, Dios, Está aquí... aquí mismo...
 
López apretó los dientes, tratando de contener su orgasmo. Había soñado con eso infinidad de veces: Britt entre sus brazos, corriéndose. Y no tenía intención de perderse ni un detalle.
 
Ella echó la cabeza hacia atrás e hizo girar las caderas, buscando aumentar la fricción. Santana le apoyó  también el pulgar en el clítoris, frotándolo, dándole golpecitos y pellizcándolo. Estaba muy húmeda. López pronunció su nombre, jadeando.
 
—Por favor —le rogó, mordiéndole un hombro—. Por favor, ¿qué puedo hacer? —Sus embestidas empezaron a perder ritmo—. Joder, Britt, dímelo.
Ella alzó la cabeza y la miró con los ojos oscuros, entornados y llenos de pasión.
 
—Bésame.
 
Y eso hizo. Aplastándole la nariz contra la cara, López estampó la boca contra la suya, deslizándole la lengua dentro y fuera y follándola de todas las maneras posibles. Britt respondió casi de inmediato. Le abrazó el cuello con más fuerza y le rodeó la cintura con los muslos en un abrazo demoledor.
 
—Sí, sí —gruñó López, tratando con un esfuerzo titánico de mantener el ritmo.
 
Britt echó la cabeza hacia atrás. Ella la observó mientras inspiraba hondo y soltaba el aire gritando a todo pulmón mientras alcanzaba el orgasmo:
 
—¡SAN TA NAAA! AHH…..
 
Al oír su nombre saliendo de su garganta, López notó una sacudida en la espalda y explotó encima de ella con tanta intensidad que cayó hacia delante, aterrizando sobre su cuerpo. El orgasmo la recorrió oleada tras oleada. Gruñó y gritó el nombre de Melocotones hasta quedarse sin aliento, mientras ella murmuraba palabras incoherentes, con la cara hundida en su cuello cubierto de sudor.
 
Nunca había experimentado nada parecido. Y nunca volvería a encontrar nada que se le acercara ni remotamente. Mientras aún disfrutaba del mejor orgasmo de su vida y la asaltaba una extraña sensación de satisfacción, López se dio cuenta de que Britt acababa de quitarle la gracia al sexo con cualquier otra persona. Y lo más grave fue que eso la hizo sentir muy feliz.
 
—Dios, Dios, no puedo.
 
Regresó progresivamente a la Tierra, no del todo segura de tener todos los miembros en su sitio. También se dio cuenta de que estaba aplastándola con su cuerpo y eso era intolerable. Con brazos y piernas temblorosos, trató de incorporarse, pero Britt se lo impidió, estrujándola contra ella.
 
—Aún no —murmuró—. No me dejes aún. Quédate un poco más.
 
A López no le quedaban fuerzas para discutir.
 
Mmmcuerdo —logró decir, con la cara hundida en la almohada.
 
Britt se echó a reír, con su voz dulce y cristalina.
Le acarició la espalda con la punta de los dedos. López trató de resistirse al sueño. Suspiró y le dio un beso en el cuello antes de retirarse un poco. Aunque seguía encima de ella, se sintió abandonada.
 
—Joder. Ha sido... —Lópezse detuvo a media frase, con la boca abierta, buscando inspiración.
 
—Lo ha sido —concluyó Britt, con un precioso brillo en los ojos y las mejillas.
 
López volvió a besarla.
 
—¿Sabes? —dijo, soltándole los labios—, tal vez Donne tenía razón. —Le tocó la punta de la nariz y, desde allí, hizo descender el dedo hasta sus labios hinchados por sus besos.
 
Britt intentó disimular la risa, sin duda recordando la clase que habían dado en Central Park.
 
—¿Ah, sí? ¿Sobre qué?
Santana le colocó un mechón detrás de la oreja y le recorrió el lóbulo con el pulgar.
 
—Sobre lo de estar con alguien —murmuró—. Sobre lo de que es como estar en el cielo.
 
Britt cerró los ojos al oírla.
 
—¿Me he pasado? —le preguntó Santana con cautela.
 
Ella negó con la cabeza.
 
—No —replicó—. Ha sido exactamente así. —Abrió los ojos.
 
López le pasó la vista desde la frente hasta la barbilla, guardándose las imágenes: cada hendidura y cada pequeña arruguita que le hicieron darse cuenta de que la sonrisa de Britt se había hecho más amplia.
 
—Es de mala educación mirar fijamente —bromeó ella.
 
Santana se echó a reír al darse cuenta de que le estaba devolviendo las palabras que ella le había dicho esa mañana y le frotó la punta de la nariz con la suya.
 
—Pues no me arrepiento. —La observó, buscando alguna señal de arrepentimiento—. ¿Estás bien? Me refiero a lo que te he contado.
 
—Estoy mucho más que bien. —Britt la atrajo hacia ella y la besó.
 
López cerró los ojos y soltó el aire, satisfecha. Sus lenguas se rozaron levemente, con delicadeza, y sus labios seguían moviéndose cuando Britt se apartó. Cuando abrió los ojos, vio que ella la estaba mirando con adoración. Su corazón se saltó un latido.
 
Exhausta tanto física como emocionalmente, se deslizó hacia abajo sobre el cuerpo de Britt hasta posar la oreja en su pecho húmedo de sudor y sonrió al oír el latido de su corazón bajo las costillas. Los dedos de ella dejaron de acariciarle el hombro para desplazarse a su pelo. Estaba casi dormida cuando la oyó susurrar:
 
—¿Santana?
 
—¿Sí?
 
—Gracias —dijo Britt, dejando de acariciarla.
 
Ella frunció el cejo.
 
—¿Por qué?
 
Ella permaneció inmóvil y en silencio.
 
López levantó la cabeza y le apoyó la barbilla en el esternón.
 
—Cariño, ¿por qué me das las gracias?
 
Una lágrima solitaria se deslizó por la sien de Britt, que tragó saliva antes de responderle:
 

—Por salvarme la vida.__


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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO

Mensaje por JVM Miér Oct 05, 2016 12:00 am

Lo que necesitaba Britt era un poco de espacio y tiempo, y lo mejor es que regreso a San para disculparse y mucho más jajajaja.
Me encanto la forma tan cuidadosa de San al momento de hacer el amor con Britt, el que cada momento lo disfrutaran al máximo y sin nada entre ellas :3.
Ahora espero que su relación vaya mejor que nunca y que no dejen que nadie se interponga!!
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Mensaje por monica.santander Miér Oct 05, 2016 1:01 am

Wanky?????? jajajaja me parece que te quedaste corta!!!!!
Saludos
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Oct 05, 2016 3:00 am

JVM escribió:Lo que necesitaba Britt era un poco de espacio y tiempo, y lo mejor es que regreso a San para disculparse y mucho más jajajaja.
Me encanto la forma tan cuidadosa de San al momento de hacer el amor con Britt, el que cada momento lo disfrutaran al máximo y sin nada entre ellas :3.
Ahora espero que su relación vaya mejor que nunca y que no dejen que nadie se interponga!!

Que bien que les gusto el Capitulo, ajjaja no era para menos o si???
saludos
Aca otro cap. mas

Tambien chequen mi otra adaptacion......... [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO - Página 4 210293833
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Finalizado Re: [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Oct 05, 2016 3:01 am

monica.santander escribió:Wanky?????? jajajaja me parece que te quedaste corta!!!!!
Saludos

[Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO - Página 4 1215408055 [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO - Página 4 1215408055 [Resuelto]Brittana Una Libra de Carne (adaptación) FINALIZADO - Página 4 1215408055   pero quedo genial no????? 
Saludos......
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Miér Oct 05, 2016 3:11 am

CAPITULO 23

 
Santana se quedó paralizada, con la barbilla apoyada en su piel suave. Sus labios se movieron, queriendo responder, pero no tenía ni idea de qué decir. Suspiró, volvió a ascender por su cuerpo y le tomó la cara entre las manos, apoyando el peso en los antebrazos a ambos lados de su cabeza.
 
—Britt —susurró, con la nariz casi pegada a la suya y esperó a que ella la mirara—. Estás aquí. —Le acarició la mejilla rosada con el pulgar y observó que el color se
acentuaba con su contacto—. Eso es lo único que importa.
 
En la mirada de ella batallaban varias emociones: miedo, afecto, dolor. Santana sintió que se le encogía el estómago. Sabía que no se arrepentía de lo que acababan de hacer. Tal como la había abrazado, cabalgándola y susurrándole deliciosas palabras al oído, estaba convencida de ello. Pero era plenamente consciente de los peligros que la acechaban por culpa de sus actos.
 
Sus sentimientos por Britt no alterarían la opinión que la gente —y más específicamente la madre de ella— tenía de ella. Era una expresidiaria y, como tal, un ser rastrero, indigno de confianza. Ni las palabras ni las declaraciones sinceras podrían cambiarlo. Esa mujer nunca la vería como otra cosa. Su miedo y su estrechez de miras la volverían ciega a todo lo que Santana sentía por su hija.
Se le encogió el corazón. Rezó para que lo que habían encontrado juntas fuera suficiente para retener a Britt a su lado el máximo tiempo posible. Quería más. Más de ella, más con ella, y estaba dispuesta a progresar para conseguirlo. Por Britt estaba dispuesta a enfrentarse a toda la mierda que le iba a caer encima. Y estaría al lado de ella en todo momento para protegerla lo mejor que pudiera.
 
Britt fue al cuarto de baño y luego volvió a la cama. Se tumbó junto a Santana, que la abrazó por los hombros y la atrajo hacia sí. Ella le devolvió el abrazo, agarrándola con fuerza por la cintura. Santana le acarició la espalda formando círculos, mientras Britt jugueteaba con uno de los pezones de ella. Aunque Santana nunca se quedaba en la cama después de echar un polvo, la familiaridad que existía entre las dos era tan reconfortante como el edredón que las cubría.
 
La besó en la coronilla.
 
—¿Adónde has ido antes?
 
No quería que se disgustara, pero se moría de curiosidad por saber cómo había ido a parar a su casa después de haberle gritado con tanto odio. ¿Cómo había pasado
de pensar que le había impedido salvar a su padre a darse cuenta de que en realidad le había salvado la vida?
 
—He caminado mucho rato —respondió, sujetándose con más fuerza a la cintura de ella—. No sabía qué hacer. Estaba... Me dolía. Me dolía todo.
 
Santana la abrazó más fuerte.
 
—Al final he llegado a mi casa. —Hizo una pausa—. En taxi. —Siguió hablando con la boca pegada a su piel—: He llamado a mi madre.
 
Santana detuvo en seco la mano que le acariciaba los hombros.
 
—¿Qué?
 
Britt resopló.
 
—Sí, ya lo sé. Menuda estupidez.
 
—Melocot...
 
—Cuando ha visto que era yo la que llamaba, ha empezado a decirme lo decepcionada que está por lo que pasó en casa de mi abuela. Me ha dicho que soy una desagradecida. Que no valoro a la gente que tengo alrededor. Que ella sólo quiere lo mejor para mí, pero que yo soy demasiado egoísta y estoy demasiado obsesionada contigo para darme cuenta.
 
López tragó saliva.
 
—¿Sabe quién soy?
 
Britt levantó la cabeza para mirarla a los ojos. Estaban tan cerca que ella tuvo que apoyar la cabeza en la almohada para verla bien.
 
—Sabe que eres importante para mí. —Le acarició el labio inferior—. Sabe que nos besamos.
 
Santana sintió un escalofrío en la espalda cuando al fin las piezas de la última semana empezaron a encajar.
 
—Por eso dejaste a tu familia y amigos y volviste antes de tiempo de Chicago —dijo con una sonrisa irónica—. Porque lo saben.
 
Britt negó con la cabeza.
 
—Creen que saben lo que está pasando, pero no es verdad. No tienen ni puta idea —dijo muy enfadada—. López, tienes que entender cómo funcionan las cosas con
mi madre. Ella cree que todas mis decisiones son erróneas. Cree que sigo siendo una cría que no sabe nada de la vida. No sabe lo mucho que me gusta mi trabajo, lo que hago cada día, lo mucho que disfruto... —Sus ojos brillaban de furia—. Tú eres la única persona que me acepta como soy; que me hace sentir que lo que hago está bien y tiene sentido. Contigo no puedo esconderme, no puedo ocultarte nada.
 
Sus labios se tensaron, aunque no llegó a sonreír. Y luego prosiguió:
 
—Y empiezo a darme cuenta de lo duro que tiene que haber sido contarme quién eres. —Le acarició la mejilla—. López, sé que la única razón por la que no me lo
contaste antes fue por miedo. Eres la única persona en el mundo que sabe por lo que pasé. ¿Y quieres que te explique una cosa muy irónica? —Sus ojos centelleaban—. Mi familia, mis amigos, la poli, el cabrón del psiquiatra... todos dicen que no existes, que te inventé; que eres producto del estrés postraumático. —Le acarició la mejilla con la nariz—. Sin embargo, eres lo más real que hay en mi vida.
 
Santana no pudo responder. Se había quedado sin habla, pero se moría de ganas de tocarla.
 
—Britt —fue lo único que pudo decir, antes de unir sus bocas de nuevo.
 
Dos palabras no dejaban de repetirse en la mente de López, burbujeando furiosamente y robándole el aliento. Tragándoselas junto con el miedo que siempre las acompañaba, tumbó a Britt de espaldas y se acomodó a su lado. Le levantó una pierna y se la colocó sobre la cadera. Aunque ella gimió, su intención al hacer ese gesto no había sido sexual. La deseaba, eso era innegable, pero sobre todo quería convencerla de que era real y de que las cosas entre ellas siempre serían así.
 
—Quédate conmigo esta noche. —Le apartó el pelo de la cara para vérsela bien—. Por favor, Britt. Sólo... sólo esta noche. —Buscó la respuesta en sus ojos—. Pero únicamente si es lo que quieres hacer. No te quedes porque estás disgustada con tu madre.
 
López no sabía de dónde habían salido esas palabras, pero eran muy sentidas y necesitaba oírla decir que sí.
 
La sonrisa que apareció en los ojos de Britt podría haber iluminado todo Broadway.
 
—No me voy a ningún sitio.
 
El vestíbulo de la empresa de comunicaciones S.L.E. Inc era tal como López lo recordaba: pretencioso y repugnante. Apestaba a dinero. Incluso los jodidos muebles parecían incómodos, como si los hubieran sacado de una cámara de torturas. Se rio por dentro al darse cuenta de lo irónico que era ese pensamiento. Ya sólo estar en ese edificio le resultaba una tortura. Joder, estaba a punto de explotar.
 
Respiró hondo y se dirigió a la recepcionista, una joven morena. Le daba rabia lo fuerte que sonaban sus botas contra el reluciente suelo de madera. Al llegar al
mostrador, esperó a que ella acabara de hablar por teléfono.
 
—Tengo una cita a las dos con Sam —dijo, pasándose una mano por la mandíbula.
 
—Con el señor Evans.
 
López parpadeó.
 
—¿Disculpa?
 
—El señor Evans —repitió ella—. Tiene una cita a las dos con el señor Evans, no con Sam —le aclaró con una sonrisa despectiva.
 
—Lo que sea. Tú haz tu trabajo y avisa a ese capullo de que ha llegado López, ¿vale? —La boca de la recepcionista se abrió de golpe.—. Gracias, nena.
 
Se volvió hacia el horroroso sofá color crema situado a tres metros del mostrador y se dejó caer ruidosamente. Se movió tratando de encontrar una postura cómoda, pero los cojines tenían el tamaño aproximado de un sello de correos, por lo que le habría resultado más cómodo meterse un trozo de cristal por el culo. El edificio entero parecía construido para que sus habitantes se sintieran incómodos y con ella lo estaba consiguiendo. No le extrañaba que la recepcionista fuera tan estirada.
 
—Santana.
 
A López se le puso el vello de la nuca de punta y el labio se le levantó en una mueca, como si fuera un animal salvaje, al oír la voz de su primo. El muy cabrón sabía que López odiaba su nombre de pila, por eso insistía en usarlo siempre que se encontraban.
 
—Te estamos esperando —dijo Sam, con su mejor cara de póquer.
 
López lo siguió a su despacho y sintió ganas de vomitar ante lo ostentoso de la estancia. De las paredes colgaban elaboradas obras de arte, el escritorio era espantosamente fastuoso y la vista sobre el distrito financiero de Nueva York ridículamente increíble.
 
Estaba claro que aquel capullo trataba de compensar alguna carencia.
En la habitación lo aguardaban otros tres hombres: Ryder, que lo saludó con cordialidad con la cabeza cuando entró, y otros dos que no conocía.
 
—Siéntate —le dijo Sam, señalando una butaca de cuero situada junto al descomunal escritorio.
 
López se sentó de cualquier manera y cruzo sus piernas.
 
Soltó el aire con impaciencia y tamborileó con los dedos sobre sus muslos.
 
—¿Y bien? —dijo, mirando a su alrededor—. ¿Quiénes sois? —preguntó, señalando a los dos hombres trajeados que estaban de pie junto al ventanal.
 
—Éste es Steve Fields, el abogado jefe de S.L.E INC, y él es David Fall, el jefe de los departamentos de contabilidad y finanzas —los presentó Sam.
 
—¿Qué hay, Dave, tronco? —Sonrió al no obtener respuesta—. Yo soy López—dijo, señalándose, antes de añadir con un susurro escénico—: Tu jefa.
 
Sam carraspeó.
 
—Bueno, de hecho, San...
 
—¡Ahórrate esas mierdas y deja de llamarme Santana, Sam! —exclamó, perdiendo la paciencia—. Sólo dime por qué coño me has hecho venir, para que pueda largarme de aquí cuanto antes. No tengo paciencia para chorradas ni para comeduras de polla.
 
Los ojos de su primo brillaron furiosos.
 
—Muy bien. Estás aquí para que discutamos el inmediato traspaso de tus acciones de  SLE Inc.
 
—¿Ah, sí? —preguntó López, echando la cabeza hacia atrás. Sam respondió alzando las cejas y rodeó el escritorio para sentarse en su trono de madera y cuero—. ¿Y cómo piensas hacer volar esa cometa de mierda, Sam? —siguió diciendo López—. Las acciones están a mi nombre. Me las dio nuestra abuela. El contrato que redactó está tan blindado que ni siquiera tu patético equipo de abogados ha sido capaz de cambiarlo. —Sacudió la mano despectivamente en dirección a los presentes—. No puedes traspasarlas ni hacer nada con ellas por las disposiciones que se establecieron. El abuelito lo intentó durante años. No lo lograrás.
 
Sam miró a Steve y a David. Los dos hombres se sentaron a la derecha de López. Ryder  permaneció de pie, a su izquierda. La estaban acorralando. Estaban usando tácticas intimidatorias de manera descarada.
 
—Para eso estás aquí. —Sam le dirigió una sonrisa tensa—. Para poder discutir esas disposiciones en detalle.
 
La sonrisa que López le devolvió era irónica.
 
—Tú lo que quieres es saber cuánto te va a costar librarte de mí, ¿no, capullo? No se puede tolerar que una exconvicta sea la dueña de una empresa valorada en mil
millones de dólares, claro. ¿Qué diría la prensa si se enterara?
 
López negó con la cabeza y se volvió a mirar por la ventana.
 
—Tiene que tocarte mucho los cojones que yo tenga la mayor parte de las acciones de la empresa de la que pensabas apropiarte, ¿eh?
 
—No más de lo que tiene que tocártelos a ti que nosotros controlemos tu dinero cada mes.
 
López se volvió a mirar a Sam, que se echó hacia delante en la silla con la cara seria y contraída en una mueca.
 
—Recuerda eso antes de volver a soltarnos uno de tus sermones, López. Te libré de la cárcel una vez, pero puedo hacer que vuelvan a meterte, no lo dudes.
 
Ella  permaneció muy quieta.
 
—¿Me estás amenazando, Evans?
 
—No —respondió Sam—. Sólo te estoy recordando que no eres la única que tiene cartas con las que jugar.
 
López se quedó en silencio un tiempo considerable antes de decir en voz baja y calmada.
 
—Tengo derecho a recibir todo el dinero que me dais. Es mío. De hecho, debería recibir más.
 
—Y lo recibirías si no tuvieras antecedentes.
 
López escondió la punzada de rabia que sintió en la garganta cuando su primo la interrumpió. De hecho, el dinero le importaba una mierda. Nunca le había importado. Lo que le molestaba era que quisieran quitarle unas acciones que eran legalmente suyas.
 
Ryder rompió el duelo de miradas entre López y Sam colocando un documento de aspecto formal entre ambos.
 
—No has traído representante legal —señaló—. Sería mejor que...
 
—Sé leer, Ryder. Sólo explícame de qué va esto y ve al grano —lo interrumpió López, haciendo que su primo se encogiera—. Mi abogado ya se mirará esta mierda
con calma luego.
 
Ryder se estiró los puños de la camisa y suspiró irritado.
 
—Tras el traspaso de tus actuales acciones, el dinero que recibirás mensualmente se triplicará. De por vida —le explicó—. Y en vez de pagarte por la adquisición, te
ofreceremos nuevas acciones de la firma. Acciones por valor de cinco millones...
 
López resopló burlona.
 
—¿Cinco millones? ¿Me estás tomando el pelo?
 
Miró a Ryder y a Sam alternativamente, con los ojos muy abiertos. Los dos permanecieron callados. López se frotó la cara sin dar crédito a lo que oía. Se moría de ganas de fumarse un cigarrillo.
 
—Todos sabemos que mis acciones valen más de quinientos millones. Pensaba que ibais a impresionarme con vuestra oferta, no que fuerais a insultarme. —Empujó
los papeles en dirección a Sam y volvió a echarse hacia atrás en la silla—. Vuelve a intentarlo.
 
Su primo se tensó visiblemente y respiró tan hondo que los hombros se le levantaron varios centímetros.
 
—Para ser alguien que asegura que no le importa una mierda el negocio, se te ve muy enterada.
 
—Sam —refunfuñó López—, hay una gran diferencia entre que una cosa me importe una mierda y que no quiera que me manipule un capullo que cree que es un  regalo de Dios para la humanidad porque lleva un traje caro. He estado en la cárcel, no en una escuela para alumnas retrasadas, joder. Tu oferta es una puta mierda. Tú lo sabes y yo lo sé. Así que, te lo repito, vuelve a intentarlo.
 
El silencio se volvió ensordecedor.
 
—Bien —murmuró Sam—, ordenaré al equipo financiero y al legal que hagan una nueva evaluación y nos pondremos en contacto contigo.
 
—Esperaré ansiosa— replicó López—. Ahora, si me disculpáis... —añadió, apoyando las manos en los brazos de la silla.
 
Sam no respondió, pero hizo una leve inclinación con la cabeza mientras la miraba enfadado.
 
—Gracias a Dios, joder —murmuró López—. Tengo que ir a clase de Literatura.
 
Mientras se levantaba, notó que sus dos primos reaccionaban instantáneamente a sus últimas palabras. Ryder, que seguía de pie a la izquierda de ella, se movió
nervioso, mientras que Sam se frotaba las manos.
 
—Oh, sí —dijo éste, mientras López se dirigía hacia la salida—. ¿Cómo está Britt?
 
Santana se quedó inmóvil, con la mano en la puerta, agarrando el frío metal con fuerza. La pregunta quedó colgando en el aire como el olor a podredumbre. Para cualquiera que la hubiera oído, era una pregunta sencilla, de cortesía, pero López percibió en ella un tono posesivo al que nadie excepto ella tenía derecho. ¿De qué coño conocía Sam a Britt?
 
Sintió una punzada en el corazón. Se volvió con lentitud tratando de mantener una expresión neutra. Sin embargo, en cuanto sus ojos se encontraron con los de su primo, supo que estaba caminando sobre hielo muy fino. Aquel gilipollas sabía algo. No estaba claro qué exactamente, pero algo sabía.
 
López se volvió entonces hacia Ryder, que parecía fascinado mirándose los zapatos.
 
López inspiró hondo.
 
—Britt está perfectamente —respondió, con un nudo en la garganta.
 
Como si fuera una serpiente lista para atacar, Sam sonrió.
 
—Oh, qué bien —replicó sin entusiasmo—. No esperaba menos.
 
—¿Ah, sí? —López estaba perdiendo la paciencia rápidamente. Se le ensancharon las ventanas de la nariz y notó un tic en el ojo derecho.
 
—Por supuesto —respondió Sam, levantándose de la silla y rodeando el escritorio—. Ah, no lo sabías. Ryder está prometido a Marley, que es amiga de Britt desde hace años y Britt y yo somos amigos. Sé que fue a visitar a su familia en Washington DC y en Chicago, por eso no la he visto desde su fiesta de cumpleaños.
 
López tragó saliva y se mordió la lengua con tanta fuerza que casi se hizo sangre.
 
—¿Fiesta de cumpleaños?
 
En ese momento, López se dio cuenta de que Sam no llevaba anillo de casado.
 
—Oh, sí —respondió éste—. Fuimos a cenar y luego la llevé a casa. Lo pasamos muy bien. —El cabrón se echó a reír—. Le encantó mi regalo. Es una gran chica.
Muy guapa. Aunque supongo... que ya te has dado cuenta.
 
López temblaba, presa de una furia tremenda.
¿Sam y Britt habían ido a cenar juntos? ¿Ella había estado con él? ¿En su coche? ¿Lo habría invitado a subir a su apartamento? ¿Quería decir eso que...?
Notó que le subía bilis por la garganta al mismo tiempo que un dolor agónico se alojaba en su pecho.
Sam siguió hablando.
 
—Pienso volver a invitarla, ya sabes, una cita para que se olvide un poco del trabajo y de esas tonterías. —Señalándola, añadió—: Como sus estudiantes.
A través del filtro rojo que la furia le había puesto delante de los ojos, López se dio cuenta de que aquel hijo de puta la estaba provocando, como si fuera una niña metiendo un palo entre los barrotes de la jaula del león. Quería que reaccionara, que cayera en su trampa y fuera a parar a sus ambiciosas zarpas.
 
Y, desde luego, la cuerda a la que López se estaba agarrando para no perder la cordura estaba deshilachándose rápidamente, y la mano con la que se sujetaba a ella le estaba resbalando. Se moría de ganas de coger a Sam por el cuello, arrancarle las pelotas con las manos y tirarlo por la ventana de su despacho.
 
Pero entonces, ¿qué futuro le esperaría? ¿Y qué le esperaría a Britt? Ella acabaría en la cárcel en menos tiempo del que tardaría en enviar a Sam a la mierda. Tendría que despedirse de la condicional. Y, peor aún, tendría que despedirse de Britt.
Con un esfuerzo titánico, y con la imagen de Melocotones la noche anterior en su cama, retorciéndose y rogándole que la follara, López inspiró hondo.
 
—Bien, Sam —dijo, apretando los dientes—. No te preocupes. Le diré a Britt que me has preguntado por ella.
 
Su primo se quedó perplejo.
 
López se volvió de nuevo hacia la puerta.
 
—Pero yo no pondría muchas esperanzas en esa llamada telefónica —añadió, fulminándolo con la mirada por encima del hombro.
 
—¿Ah, no? —preguntó Sam, sin poder ocultar los celos ni la agresividad—. ¿Y se puede saber por qué?
 
—Bueno, como tú mismo has dicho, está muy liada con sus alumnas. Y conmigo —bajó la vista hasta su entrepierna  antes de volver a mirarlo con una sonrisita de
suficiencia— tiene siempre las manos llenas.
 
Sin esperar respuesta, abrió la puerta de la oficina con tanta fuerza que las bisagras protestaron. El ruido de la hoja golpeando contra la pared fue lo único que oyó
mientras se alejaba pasillo abajo. Cruzó frente a la zorra morena de la recepción y se encendió un cigarrillo. Al pasar junto al letrero de «No fumar» que había sobre la
puerta de la SLE. INC, levantó el dedo corazón, haciendo una peineta.
 
Cuando el reloj marcó las cuatro y cinco, Britt seguía sola en la sala de lectura de la biblioteca, jugueteando con su iPhone recién comprado. Como tenía un par de horas libres después de salir de Arthur Kill, había pasado por casa para cargarlo y meterle los datos que necesitaba. Sobre todo la música. No podía estar sin música ni
un día más.
 
Había dudado un poco antes de colocar la tarjeta SIM de su antiguo móvil. Cuando al fin lo hizo, el teléfono empezó a sonar incesantemente con llamadas perdidas,
mensajes de voz, correos electrónicos y mensajes de texto. Al revisar quién se los enviaba, entendió la razón. Había mensajes de Marley, de su madre, de Blaine, de Ryder, de Sam y de López. Tras escuchar el quinto mensaje de voz de su madre, borró los seis restantes. No necesitaba ni quería seguir escuchando sus palabras de odio.
 
A los de Santana les prestó más atención. Vio que le había enviado un montón durante los días que había pasado conduciendo entre Chicago y Nueva York. En cada uno de ellos sonaba más frenética. Los de Marley, sin embargo, eran breves e iban al grano.
 Marley: Llámame.

Marley: Tenemos que hablar.

Marley: Lo siento mucho.
 
Britt no quería enfadarse. No valía la pena que se disgustase por culpa de Marley. Además, cualquier cosa que le dijera a esas alturas ya no valía nada. Los mensajes de Sam, como siempre, eran muy educados y mostraban preocupación.
 
Sam: Hola, Britt. Espero que estés bien. Llámame.
 
Sam: Britt, me ha llamado Ryder. Marley y él están preocupados por ti. Yo también lo estoy. A pesar de lo que me han contado, estoy aquí por si necesitas un amigo. Besos.
 
Sam: Pensando en ti. Besos.
 
—Mierda —murmuró Britt, eliminándolos todos antes de guardarse el móvil en el bolso.
 
A pesar de que le había ocultado su relación con López, Sam era un tipo educado, guapo y carismático. Había disfrutado de su compañía y el beso que se habían
dado había sido... agradable.
 
Al pensar en ello, se dio cuenta de que en ningún momento había sentido con él la pasión arrebatadora que sentía cada vez que estaba en presencia de Santana. Los
pequeños destellos de atracción que Sam le despertaba no tenían nada que ver con el infierno que se desataba cuando Santana la tocaba, la besaba, la follaba.
 
Las entrañas se le retorcieron al recordar su cuerpo, moreno y sólido, entre sus piernas; cómo jadeaba y gemía exigiéndole más al oído; cómo la agarraba por las caderas como si no fuera a soltarla nunca; su exquisito rostro cada vez que buscaba y alcanzaba un nuevo orgasmo. Dios, esa mujer era gloriosa. Había borrado de su mente a sus amantes anteriores, dejándola enfebrecida y ansiosa. Los dolorcillos que le había dejado de recuerdo en músculos que ni siquiera sabía que tenía eran
deliciosos.
 
Se ruborizó al recordar las rozaduras que le había dejado en los muslos, igual que los anillos de plata que se le clavaban en las caderas cada vez que Santana la embestía con fuerza, dejándole marcas rojas que luego le había lamido mientras le pedía perdón. Joder.
 
Miró la puerta vacía de la sala de lectura. ¿Dónde demonios se había metido? Britt sabía que López tenía «rollos» de los que ocuparse, y también que ella no sabía que ya volvía a tener móvil, lo que explicaba que no la hubiera llamado para avisarla del retraso.
 
Sin embargo, no pudo evitar preocuparse. ¿Se tomaría las clases menos en serio ahora que habían intimado? ¿Pensaría que se iba a librar de la bronca por llegar tarde sólo por haberle dado unos cuantos —bueno, bastantes— orgasmos?
 
Britt empezó a mover la pierna a medida que su enfado iba aumentando. Si ése era el caso, se iba a llevar una buena sorpresa. Molesta, se levantó y empezó a pasear por la sala de lectura, en dirección a su sección favorita, la de poesía.
Con la punta del dedo índice, fue rozando los lomos de los libros mientras recorría uno de los pasillos, entre dos enormes estanterías de caoba. El olor del cuero, de la tinta y de la madera era intenso y reconfortante. Le recordaba a la librería de la casa que su familia tenía en Westchester. Su padre le leía a Rossetti y Blake cuando ella era pequeña, sobre todo cuando estaba disgustada o triste. Se detuvo al llegar a la zona de los poetas románticos, en concreto delante de las obras de Wordsworth.
Necesitaba refugiarse en las imágenes que el poeta creaba de la campiña inglesa, llena de narcisos meciéndose al viento, para tranquilizarse.
 
Tras leer tres de sus poemas, se sentía mucho más calmada, pero también más nostálgica. Dejó el libro de Wordsworth en su sitio y lo reemplazó por un librito
negro con caligrafía en pan de oro, lleno de sonetos, poemas y declaraciones de amor. Con el libro en una mano, estaba hojeando las páginas amarillentas con la otra, cuando de repente el vello de la nuca se le erizó.
 
Tenía a alguien pegado a su espalda.
 
Antes de poder pensar quién era y qué pretendía, una mano la agarró por el hombro, la obligó a darse la vuelta y la empotró contra la estantería. El libro que había estado leyendo se le cayó al suelo y el golpe resonó por toda la sala.
 
Aturdida por la velocidad con que la había hecho girar, Britt tardó un momento en reaccionar y en enfocar bien la cara que tenía enfrente. Cuando lo hizo, deseó no haberlo hecho.
 
Tenía la nariz de López a escasos centímetros. Su aliento le acariciaba la cara con bocanadas ardientes. Su pecho, solido y firme, la presionaba contra los libros.
 
Pero no fue eso lo que hizo que la garganta de Britt se contrajera de pánico. Fue la expresión de su cara. Tenía las pupilas tan dilatadas que casi no se distinguía el color caramelo y los bordes de su boca perfecta estaban apretados en una mueca de furia. Tenía un aspecto salvaje. Britt abrió la boca para hablar, pero ella se la cubrió con la mano, impidiendo que las palabras salieran con su palma, que olía a humo y a menta.
 
—No —dijo con voz ronca. Cerró los ojos y negó con la cabeza. La agarró con más fuerza, mientras se le dilataban las ventanas de la nariz—. No digas nada.
 
Britt abrió mucho los ojos, pero asintió con la cabeza, haciendo que el metal de los anillos de López le rozara la piel. La observó fascinada. Apretaba la mandíbula con tanta fuerza que le temblaba y tenía la frente y las sienes cubiertas por gotitas de sudor. Ella conocía el sabor de aquel sudor.
 
Santana soltó el aire entre los labios que apretaba con fuerza, antes de empezar a hablar.
 
—Acabo de tener una reunión muy... interesante —dijo en voz muy baja, mirándose las botas.
 
Tapándole la boca con una mano y agarrándola por la cadera con la otra, López fue levantando la cara gradualmente y la contempló. Sus ojos reflejaban todas las
emociones imaginables. Britt tuvo que luchar contra el impulso casi irrefrenable de abrazarla para librarlo del dolor que destilaban sus palabras.
 
—¿Sabes con quién me he reunido?
 
Ella frunció el cejo y negó con la cabeza. López le dirigió una sonrisa triste. Se echó hacia delante, deteniéndose cuando sus labios le rozaron la mejilla.
 
—Con mi primo —susurró. Retrocedió para verle la cara—: Sam Evans.
 
Un escalofrío la recorrió de arriba abajo cuando la furia de sus ojos se reavivó al pronunciar esas palabras. Palideció y sintió náuseas. ¿Qué demonios le habría contado Sam? La respuesta de López fue inmediata. La mandíbula se le aflojó, al mismo tiempo que le apartaba la mano de la boca. Pero la otra mano permaneció fija en su cadera y le clavó los dedos más profundamente en la carne.
 
—¿Es verdad? —murmuró ella, casi sin mover los labios. Se le formó una pequeña uve entre las cejas mientras le examinaba la cara.
 
Britt respiró hondo. Aunque su comportamiento la había pillado por sorpresa, tenía que mantener la calma por las dos.
 
—¿El qué?
 
El sonido que hizo el puño de López al chocar contra la estantería de caoba resonó como una bomba nuclear por toda la sala.
 
—¡No juegues conmigo, Britt! —gritó—. ¡No te atrevas a jugar conmigo, joder!
 
—No estoy jugando —replicó ella, calmada, aunque parpadeando para contener las lágrimas.
 
—Un sí o un no —insistió ella, sombría—. Es lo único que pido.
 
A Britt se le cayó el alma a los pies, mientras una sensación de inquietud le ascendía por la espalda.
 
—No lo sé, López. No sé qué me estás preguntando.
 
—Sam. El cabrón... —López soltó el aire y trató de calmarse, pegando el cuerpo al de ella—. Ha dicho que... que tú... ¿es verdad?
 
—¿El qué? —susurró Britt.
 
Los ojos de López se encendieron y apagaron varias veces.
 
—¿Te lo tiraste?
 
Britt abrió la boca por la sorpresa.
 
—Cariño...
 
—¡NO! —exclamó ella—. No hagas eso. Ahora no. Sólo sí o no.
 
Le dio una patada al estante inferior antes de dejar caer la frente en el hombro de Britt y murmurar:
 
—¿Te lo has follado?
 
Ella se quedó casi paralizada, notando el aliento de López junto al cuello.
 
—¿Lo has hecho, Britt? —insistió, con una voz casi derrotada—. Por favor, respóndeme.
 
Con mucha lentitud, para no alarmarla, ella levantó la mano de donde había estado colgando sin vida, a su costado, y le acarició la cara. López se encogió, pero Britt
perseveró y finalmente le rozó la mejilla con la punta de los dedos.
 
Santana  le dirigió una mirada furiosa.
 
—No —murmuró ella, moviendo la mano desde la mejilla hasta su cuello—. No, no lo hice. No lo hicimos. —Siguió acariciándola, formando círculos, rezando para que se calmara.
 
El alivio de López se hizo evidente sólo en que dejó de apretarle la cadera. En su cara se seguían leyendo mil emociones y preguntas. Se pasó la lengua por los labios y cambió el peso de pie.
 
—¿No lo hicisteis?
 
—No, López, nunca.
 
Santana la miró de arriba abajo. No era la mirada sexual a la que Britt empezaba a acostumbrarse. Era como si la estuviera viendo por primera vez desde que la había
arrinconado contra la estantería.
 
—No lo hicisteis —susurró de nuevo, reaccionando al fin.
 
Dando un inseguro paso atrás, soltó a Britt y la miró de un modo que a ella le provocó ganas de echarse a reír y a llorar al mismo tiempo. Se le veía agotada, todo lo contrario de la criatura poderosa que solía ser. Britt se apartó de la estantería y dio un paso hacia Santana.
 
López alzó la mano para detenerla y volvió a mirar al suelo.
 
—No —dijo, frunciendo el cejo—. Yo... sólo... quédate donde estás.
 
Aunque ella sintió que se le rompía el corazón, hizo lo que le decía. Permaneció quieta, observando cómo volvía a ser la mujer que conocía. Poco a poco, la mandíbula se le fue aflojando, igual que la tensión en los hombros, pero la tristeza que mostraban sus ojos no desapareció.
 
—No lo sabía —murmuró—. No sabía que lo conocías. Que tú...
 
—No es nadie importante.
 
—Cenaste con él. —López alzó la barbilla, como desafiándola a negarlo.
 
Britt apretó mucho los labios.
 
—Fue una cena de grupo. Por mi cumpleaños. No fue una cita ni nada parecido.
 
—Pero te llevó a casa —añadió Santana. Cuando ella asintió con la cabeza, la cara de López se contrajo como si estuviera sufriendo una horrible jaqueca—. Estuviste a
solas con él.
 
Britt se mordió el labio y se llevó las manos a la cintura. Había sido una idiota al no contárselo. Se había enfadado con su familia por ocultarle información, pero ella le había hecho exactamente lo mismo a la persona más importante de su vida. No era mejor que ellos.
 
—Lo siento —se disculpó—. Siento no habértelo contado, pero me enteré de que erais parientes la semana pasada, en casa de mi abuela.
 
Santana  alzó la vista hacia el techo.
 
—¿Pasó algo?
 
Britt soltó el aire y ese sonido fue la única confirmación que ofreció.
 
—¿Lo besaste?
 
Sus ojos se encontraron brevemente.
 
—Sí —susurró ella.
 
López echó la cabeza hacia atrás, golpeándola contra los grandes volúmenes que había a su espalda.
 
—¡Mierda! —exclamó.
 
—López—Britt volvió a dar un paso hacia Santana—, por favor, habla conmigo.
 
—No hay nada de qué hablar —replicó Santana, mirando por encima del hombro de ella.
 
—Hay mucho de qué hablar —dijo Britt con convicción—. Estás disgustada y quiero hacerte sentir mejor. Tienes que dejar que te lo explique.
 
—¿Explicarme qué? —exclamó ella, furiosa—. ¿Explicarme que mientras yo estaba en la cárcel, deseándote más de lo que he deseado a nadie en toda mi vida, tú permitías que mi primo te metiera su asquerosa lengua hasta la campanilla?
 
—¡Eh, tú! —Ella avanzó otro paso y le señaló la cara con un dedo acusador—. Eso no es justo. No tenía ni idea de que era tu primo, ¡y tampoco sabía que tú me deseabas! Me tratabas como el culo cada vez que nos veíamos. ¿Cómo demonios iba a saberlo?
 
López rehuyó su mirada y movió el pie de lado a lado, irritada.
 
Britt bajó el dedo al darse cuenta de lo que acababa de decir... «deseándote más de lo que he deseado a nadie en toda mi vida»... ¿La deseaba tanto ya entonces? Se acercó un poco más a Santana y le apoyó las manos tímidamente en el pecho.
 
—López. —Levantó las manos hasta sus hombros—. Mírame.
 
Santana la ignoró. Apretaba los puños con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos. Britt siguió deslizándole las manos desde los hombros hasta el cuello, que tenía rojo de rabia. Luego le acarició la mandíbula afilada que le había dejado a ella unas marcas tan deliciosas.
 
—López, mírame. —Le agarró la cara entre las manos para obligarla, pero Santana clavó la vista en su barbilla—. Por favor.
 
López se inclinó. Alzó la vista lentamente hasta sus ojos y se la quedó mirando sin hablar. Muy despacio, le llevó las manos a la cintura y la sujetó antes de cerrar los ojos.
 
—No soporto que te haya tocado —susurró.
 
—No lo ha hecho.
 
Santana la miró extrañada. Britt le acarició la sien.
 
—Nadie me ha tocado como tú. —Le acarició la barbilla con la nariz, aspirando su intenso aroma—. Nadie me ha besado como tú.
 
—Britt —gimió Santana, apoyando la frente en la suya.
 
—Nunca lo he deseado.
 
—Melocotones.
 
—López, escúchame —insistió ella, cogiéndole las manos—. Sam me gustó, me pareció encantador. — Santana trató de apartarse, pero ella la agarró con fuerza—. Y sí, nos besamos. Pero ¿sabes por qué no hicimos nada más? ¿Por qué fui incapaz de seguir adelante? ¿Por qué cada vez que me llamaba para invitarme a salir no le respondía?
 
López permaneció con la vista fija en el suelo.
 
—¿Pregúntame por qué?
 
Santana emitió un gruñido antes de preguntar:
 
—¿Por qué?
 
—Porque cada vez que estaba con él, cada vez que me rozaba, me acordaba de ti.
 
Britt leyó en sus ojos que deseaba desesperadamente creerla, pero su modo de fruncir los labios y de alzar la ceja le dijo que tenía dudas.
 
—Es verdad. Te lo prometo. Yo también te deseaba. Hacía tiempo. Y sigo deseándote, mucho. Yo...
 
—¿Qué?
 
—Siento mucho que tu primo te haya disgustado y haya hecho que me odies.
 
—No te odio. No podría hacerlo. Es a él a quien odio. Odio todo lo que representa. Odio su avaricia, su pretenciosa arrogancia, y odio que, desde que éramos niños, siempre haya querido cosas mías que no tenía ningún derecho a querer, joder.
 
A Britt se le hizo un nudo en la garganta ante el doble sentido de sus palabras y de aquel «mías».

López le contó lo que había pasado en la reunión y le explicó la intención de Sam de echarla de una empresa que era legalmente suya.
 
—Sam y yo nunca nos hemos llevado bien —dijo—. Ryder y yo tenemos casi la misma edad, así que, cuando nos veíamos, solíamos jugar. Sam era el mayor, el que se suponía que iba a heredar la empresa de nuestro abuelo. Lo educaron para ello y se volvió chulo y arrogante. Ya a los quince años era un capullo de mucho cuidado. »Recuerdo un fin de semana en que mi madre fue a buscarme a casa de mi padre. Fuimos a casa de mis abuelos, lo que siempre era una pesadilla, porque mi abuelo no soportaba verme. —López negó con la cabeza—. Mi abuela, en cambio, era todo lo contrario. Molaba mucho. Preparaba galletas para mí y me compraba una pasada de regalos en Navidad y para mi cumpleaños. Era por ella por la que íbamos tanto a su casa. Mi madre solía dejarme allí y yo pasaba el fin de semana con mi abuela. — Se rascó la cabeza.
 
»Creo que era Acción de Gracias. Sam empezó en cuanto llegó. El hijo de puta es listo. Nunca era demasiado obvio con sus comentarios sobre lo poco bienvenida que era mi presencia, pero eran incesantes. Por ejemplo, me soltaba que había oído decir a mi tía que era una decepción para la familia, cosas así. Ryder nunca decía nada. Cuando nos quedábamos a solas, se disculpaba por la actitud de su hermano, pero nunca lo hacía delante de él. López sonrió con ironía y calló un momento antes de continuar.
—No ha cambiado nada. Cuando éramos pequeños, Sam se pasaba el fin de semana haciendo comentarios sobre mi padre y diciendo que yo era la vergüenza de la familia. Al final no pude aguantar más y le di un puñetazo. Lo tiré al suelo, pero no pude parar. Le di golpes, puñetazos, patadas y, durante todo ese rato, lo único que pensaba era que quería que sufriera tanto como yo. »Mi abuelo me apartó de él y se llevó también un par de bofetadas mías. Hasta que me devolvió los golpes. Entonces paré. Me dijo que deberían haberme dado en adopción, que había traído vergüenza a la familia desde el día en que nací y que nunca cambiaría.
 
—Oh, López—susurró Britt, apoyándole la mano en el cuello.
 
—Mi abuela se enfadó muchísimo. —Se echó a reír en voz baja—. Creo que he sacado su carácter. —Britt sonrió—. Me apartó de mi abuelo y me llevó a la casa de la playa. —Hizo una pausa, perdida en sus recuerdos—. Lloró. Recuerdo que lloró y que me pidió perdón. Yo no entendía por qué se disculpaba, porque ella no había hecho nada malo. —López bajó la vista hacia sus manos y negó con la cabeza—. No me gustaba nada verla llorar.
 
—¿Cuántos años tenías?
 
—Seis. —Se aclaró la garganta—. Dos años más tarde, mi madre murió. Entonces me internaron en un colegio, siguiendo sus instrucciones, que había dejado recogidas en su testamento. Mi padre no hizo nada por evitarlo —añadió, claramente incómoda. »Me expulsaron de la mayoría de los colegios a los que fui. Odiaba estar allí. Si no lograba que me expulsaran, era yo la que me escapaba. A medida que iba creciendo, me fui dando cuenta de que, cuanto más ruido hacía y más me metía en follones, más posibilidades tenía de obligar a los Evans a ocuparse de mí. Si no hacía nada, me enviaban lejos con la esperanza de no volver a verme.
 
Britt le acarició los hombros. Se le rompía el corazón al pensar en la niña pequeña que aún vivía dentro de la mujer  que tenía delante.
 
—No sé cómo se comportó contigo, Britt —dijo López—, pero Sam Evans es un tipo peligroso. Es egoísta y avaricioso. —Los ojos se le llenaron de odio—. Y me
vuelvo loca de pensar que ha estado cerca de ti.
 
—Lo siento —dijo ella. ¿Qué otra cosa podía decir?
 
Sin importarle dónde estaban, López la abrazó por la cintura.
 
—Yo también lo siento. Siento haberte asustado.
 
—No lo has hecho.
 
—Sí lo he hecho. —López le acarició la parte baja de la espalda—. Y lo siento. Yo...
 
—Lo sé. —Britt sabía lo mucho que a ella le dolería si la situación fuera al revés.
 
López frunció los labios.
 
—Sólo imaginarme que estás con otra persona me hace venir ganas de destrozar la ciudad —confesó—. Pero ¿con él? —Negó con la cabeza lentamente—. Imaginarte con él casi acaba conmigo, joder.
 
Britt sintió el latido desbocado del corazón de Santana bajo la palma de su mano.
 
—Estoy contigo —susurró ella—. No quiero estar con nadie más.
 
Santana  le dirigió una mirada ardiente.
 
—Yo tampoco quiero estar con nadie más. Cuando estamos solas, lejos de toda la mierda, todo es perfecto.
 
A través de la nebulosa de euforia que le despertaron sus palabras, Britt logró pensar algo.
 
—Tengo un amigo... Blaine.
 
López frunció el cejo con una expresión amenazadora.
 
—¿Blaine? Así que un amigo, ¿eh? ¿Hay algo de lo que deba preocuparme?
 
Britt puso los ojos en blanco, quitándole importancia a la ansiedad que ella trataba de disimular.
 
—No. Es abogado... entre otras cosas. —Se mordió la mejilla por dentro—. Podría ayudarte con Sam.
 
—¿Cómo podría hacerlo?
 
Britt se echó a reír.
 
—Blaine es experto en descubrir los trapos sucios de cualquiera. Se dedica a eso. —Se encogió de hombros—. No sé. Tal vez podría encontrar algo que pudieras usar
contra él.
 
—Atacar el fuego con fuego, ¿eh?
 
—Vale la pena intentarlo, ¿no?
 
López se lo planteó.
 
—Sé que Sam ha hecho negocios con tipos chungos. Ryder  siempre ha tenido que ir detrás de él, poniendo orden en sus asuntos turbios.
 
Britt sonrió.
 
—Ese tipo de cosas son el fuerte de Blaine.
 
López la miró cautelosamente.
 
—¿Harías eso por mí?
 
—Quiero que tengas lo que te corresponde por derecho. Te lo mereces.
 
Santana soltó el aire, temblorosa.
 
—Eres única, ¿sabes? —Le acarició el labio inferior con el pulgar—.Gracias. Estoy en deuda contigo. —Tras una pausa, añadió—: Tal vez podría hacer algo por ti.
—Le mordisqueó el labio, tentativamente—. Podríamos... Podría... Quiero decir, ¿quieres...? Lo que quiero decir es... Yo... ¡Joder! —Se frotó la cara con las dos manos. —. Esto se me da de pena.
 
Britt trató de dar un paso atrás para dejarle más espacio, pero Santana se lo impidió, echándole mano a la cintura.
 
López cerró los ojos y soltó de un tirón, casi sin respirar.
 
—¿Tienes planes para el fin de semana? Porque si no los tienes, me gustaría llevarte a un sitio. Si no quieres, lo entenderé, pero me apetecería muchísimo que
vinieras conmigo. Quiero que pasemos tiempo juntas. Quiero decir, no sé... —Soltó unos cuantos tacos antes de meterse las manos en los bolsillos de los vaqueros.
 
Britt se frotó las manos, nerviosa.
 
—¿Nosotras dos solas?
 
López la miró con sus ojos oscuros llenos de esperanza.
 
—Sí.
 
Ella le apoyó la mano a la mejilla y le dirigió una cálida mirada.
 
—Me encantaría.
 
Santana parpadeó y no se molestó en tratar de ocultar su sorpresa.
 
—¿De verdad?
 
Britt se echó a reír.
 
—Eso he dicho.
 
El pecho de López retumbó de risa, burlándose de sí misma. Miró hacia la puerta de la desierta sala de lectura y le dio la mano, sujetándola con delicadeza entre sus dedos. Ladeando la cabeza, le dijo:
 
—Sé que va contra las normas de las clases, pero me muero de ganas de besarte.
 
Britt se pasó la lengua por los labios.
 
—Sólo un besito. —López deslizó un dedo bajo la blusa de ella, rozándole el vientre y encendiendo las brasas que le hicieron hervir la sangre—. Un aperitivo.
 
Britt gimió desde lo más profundo de la garganta, recordando un momento parecido, el de la primera vez que la besó. Cuando sus labios se encontraron, notó que toda
ella se relajaba. Se olvidó de reglas y riesgos. Se olvidó de Sam, de Marley, de su madre...
 
Lo único que importaba eran sus manos que le sujetaban la cara, la fuerza de su cuerpo y el modo en que su lengua se apoderaba de cada centímetro de su boca.
La agarró por el cinturón y la atrajo hacia ella, sin importarle un pimiento si alguien las veía.__
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