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Mensaje por O_o Miér Jun 12, 2013 2:05 am

Hola de new a todo el mundo que lee este adictivo fic Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 22 1206646864 hoy tarde en actualizar debido a q llegue tarde y ademas tarde un buen adaptando el cap, espero que les guste gracias x todos sus hermosos comentarios.

Vi que tengo nuevas lectoras verán que quedaran adictiva con este fic jeje hasta yo soy adicta!!.. vi otras que me leian pero no me comentaban, bueno gracias x animarse y comentar :).. y a los que solo me leen anímense y comenten q tal les parece la historia?

INFO==>> resulta que se esta considerando a la talentosa Dianna Agron para el papel de kate mejor amiga de anastasia en el libro, para la película que harán sobre el libro. Es decir el mismo personaje que interpreta en mi fic que les parece?



Esta es leila
http://static.quien.com//media/2010/04/28/14.jpg



Parte II – Capítulo 5



Greta, ¿con quién está hablando la señora López?
Mi rebelde cabellera empieza a picarme y quiere abandonar el edificio, mientras mi subconsciente me grita que le haga caso. Pero yo aparento bastante indiferencia.
—Ah, es la señora Lincoln. Es la propietaria, junto con la señora López.
Greta parece muy dispuesta a hablar.
— ¿La señora Lincoln?
Creía que la señora Robinson estaba divorciada. Quizá haya vuelto a casarse con algún pobre infeliz.
—Sí. No suele venir, pero hoy uno de nuestros especialistas está enfermo, y ella le sustituye.
— ¿Sabe usted el nombre de pila de la señora Lincoln?
Greta levanta la vista, me mira ceñuda y frunce esos labios rosa brillante, censurando mi curiosidad. Maldita sea, puede que haya ido demasiado lejos.
—Elena —dice de mala gana.
Al verificar que mi sexto sentido no me ha abandonado, me invade una extraña sensación de alivio.
¿Sexto sentido?, se burla mi subconsciente. ¡Sentido pedófilo!
Ellas siguen inmersas en la conversación. Santana le cuenta algo apresuradamente a Elena. Ella parece preocupada, asiente, hace muecas y menea la cabeza. Alarga la mano y le acaricia el brazo con dulzura mientras se muerde el labio.
Asiente de nuevo, me mira y me dedica una sonrisa tranquilizadora.
Yo solo soy capaz de mirarla con cara de palo. Creo que estoy escandalizada. ¿Cómo se le ha ocurrido traerme aquí?
Ella le susurra algo a Santana, que dirige la mirada brevemente hacia donde yo estoy, y luego se vuelve hacia Elena y contesta. Ella asiente y creo que le desea suerte, pero mi habilidad para leer los labios no es muy buena.
Cincuenta vuelve con paso firme y la ansiedad marcada en el rostro.
Maldita sea, claro. La señora Robinson vuelve a la trastienda y cierra la puerta.
Santana frunce el ceño.
— ¿Estás bien? —pregunta, tensa y cauta.
—La verdad es que no. ¿No has querido presentarme?
Mi voz suena fría, dura.
Ella se queda con la boca abierta, como si hubiera tirado de la alfombra debajo de sus pies.
—Pero yo creía…
—Para ser una mujer tan brillante, a veces… —Me fallan las palabras—.
Me gustaría marcharme, por favor.
— ¿Por qué?
—Ya sabes por qué —digo, poniendo los ojos en blanco.
Ella baja su mirada ardiente hacia mí.
—Lo siento, Britt. No sabía que ella estaría aquí. Nunca está. Ha abierto una sucursal nueva en el Bravern Center, y normalmente está allí. Hoy se ha puesto alguien enfermo.
Doy media vuelta y me dirijo hacia la puerta.
—Greta, no necesitaremos a Franco —espeta Santana cuando cruzamos el umbral.
Tengo que reprimir el impulso de salir corriendo. Quiero huir lejos de aquí.
Siento unas irresistibles ganas de llorar. Lo único que necesito es escapar de toda esta jodida situación.
Santana camina a mi lado sin decir palabra, mientras yo trato de aclararme la mente. Me abrazo el cuerpo como para protegerme y avanzo con la cabeza gacha, esquivando los árboles de la Segunda Avenida. Ella, prudente, no intenta tocarme. Mi mente hierve de preguntas sin respuesta. ¿Se dignará hablar la señora Evasivas?
— ¿Solías traer aquí a tus sumisas? —le increpo.
—A algunas sí, pero también vengo yo—dice en voz baja y crispada.
— ¿A Leila?
—Sí.
—El local parece muy nuevo.
—Lo han remodelado hace poco.
—Ya. O sea que la señora Robinson conocía a todas tus sumisas.
—Sí.
— ¿Y ellas conocían su historia?
—No. Ninguna. Solo tú.
—Pero yo no soy tu sumisa.
—No, está clarísimo que no lo eres.
Me paro y la miro. Tiene los ojos muy abiertos, temerosos, y aprieta los labios en una línea dura e inexpresiva.
— ¿No ves lo jodido que es esto? —digo en voz baja, fulminándola con la mirada.
—Sí. Lo siento.
Y tiene la deferencia de aparentar arrepentimiento.
—Quiero cortarme el pelo, a ser posible en algún sitio donde no te hayas tirado ni al personal ni a la clientela.
No rechista.
—Y ahora, si me perdonas…
—No te marchas, ¿verdad?
—No, solo quiero que me hagan un puñetero corte de pelo. En un sitio donde pueda cerrar los ojos, y que alguien me lave el pelo, y pueda olvidarme de esta carga tan pesada que va contigo.
Ella se pasa la mano por el cabello.
—Puedo hacer que Franco vaya a mi apartamento el siempre va cuando lo necesito, o al tuyo—sugiere.
—Es muy atractiva.
Parpadea, un tanto extrañada.
—Sí, mucho.
— ¿Sigue casada?
—No. Se divorció hace unos cinco años.
— ¿Por qué no estás con ella?
—Porque lo nuestro se acabó. Ya te lo he contado.
De repente arquea una ceja. Levanta un dedo y se saca la BlackBerry del bolsillo de la americana. Debe de estar en silencio, porque no la he oído sonar.
—Welch —dice sin más, y luego escucha.
Estamos paradas en plena Segunda Avenida y yo me pongo a contemplar el árbol joven que tengo delante, uno verde de hojas ternísimas.
La gente pasa con prisa a nuestro lado, absorta en sus obligaciones propias de un sábado por la mañana. Pensando en sus problemas personales, sin duda. Me pregunto si incluirán el acoso de ex sumisas, a ex amas despampanantes y a una mujer que no tiene ningún respeto por la ley sobre privacidad vigente en Estados Unidos.
— ¿Que murió en un accidente de coche? ¿Cuándo? Santana interrumpe mis ensoñaciones.
Oh, no. ¿Quién? Escucho con más atención.
—Es la segunda vez que ese cabrón no lo ha visto venir. Tiene que saberlo.
¿Es que no siente nada por ella? —Santana, disgustada, menea la cabeza—. Esto empieza a cuadrar… no… explica el porqué, pero no dónde.
Mira a nuestro alrededor como si buscara algo, y, sin darme cuenta, yo hago lo mismo. Nada me llama la atención. Solo hay transeúntes, tráfico y árboles.
—Ella está aquí —continúa Santana—. Nos está vigilando… Sí… No.
Dos o cuatro, las veinticuatro horas del día… Todavía no he abordado eso.
Santana me mira directamente.
¿Abordado qué? Frunzo el ceño y me mira con recelo.
—Qué… —murmura y palidece, con los ojos muy abiertos—. Ya veo.
¿Cuándo?… ¿Tan poco hace? Pero ¿cómo?… ¿Sin antecedentes?… Ya. Envíame un email con el nombre, la dirección y fotos si las tienes… las veinticuatro horas del día, a partir de esta tarde. Ponte en contacto con Taylor.
Cuelga.
— ¿Y bien? —pregunto, exasperada.
¿Va a explicármelo?
—Era Welch.
— ¿Quién es Welch?
—Mi asesor de seguridad.
—Vale. ¿Qué ha pasado?
—Leila dejó a su marido hace unos tres meses y se largó con un tipo que murió en un accidente de coche hace cuatro semanas.
—Oh.
—El imbécil del psiquiatra debería haberlo previsto —dice enfadada—. El dolor… ese es el problema. Vamos.
Me tiende la mano y yo le entrego la mía automáticamente, pero enseguida la retiro.
—Espera un momento. Estábamos en mitad de una conversación sobre
«nosotras». Sobre ella, tu señora Robinson.
Santana endurece el gesto.
—No es mi señora Robinson. Podemos hablar de esto en mi casa.
—No quiero ir a tu casa. ¡Quiero cortarme el pelo! —grito.
Si pudiera concentrarme solo en eso…
Ella vuelve a sacarse la BlackBerry del bolsillo y marca un número.
—Greta, Santana López. Quiero a Franco en mi casa dentro de una hora.
Consúltalo con la señora Lincoln… Bien. —Guarda el teléfono—. Vendrá a la una.
— ¡Santana…! —farfullo, exasperada.
—Brittany, es evidente que Leila sufre un brote psicótico. No sé si va detrás de mí o de ti, ni hasta dónde está dispuesta a llegar. Iremos a tu casa, recogeremos tus cosas, y puedes quedarte en la mía hasta que la hayamos localizado.
— ¿Por qué iba a querer yo hacer eso?
—Así podré protegerte.
—Pero…
Me mira fijamente.
—Vas a volver a mi apartamento aunque tenga que llevarte arrastrándote de los pelos.
La miro atónita… esto es alucinante. Cincuenta Sombras en glorioso tecnicolor.
—Creo que estás exagerando.
—No estoy exagerando. Vamos. Podemos seguir nuestra conversación en mi casa.
Me cruzo de brazos y me quedo mirándole. Esto ha ido demasiado lejos.
—No —proclamo tercamente.
Tengo que defender mi postura.
—Puedes ir por tu propio pie o puedo llevarte yo. Lo que tú prefieras, Brittany.
—No te atreverás —la desafío.
No me montará una escenita en plena Segunda Avenida…
Esboza media sonrisa, que sin embargo no alcanza a sus ojos.
—Ay, bella, las dos sabemos que, si me lanzas el guante, estaré encantada de recogerlo.
Nos miramos… y de repente se agacha, me coge por los muslos y me levanta. Y, sin darme cuenta, me carga sobre sus hombros.
— ¡Bájame! —chillo.
Oh, qué bien sienta chillar.
Ella empieza a recorrer la Segunda Avenida a grandes zancadas, sin hacerme el menor caso. Dios no sé de dónde saca tanta fuerza si es delgada, bueno yo soy mucho más delgada que ella.
Me sujeta fuerte con un brazo alrededor de los muslos y, con la mano libre, me va dando palmadas en el trasero.
— ¡Santana! —grito. La gente nos mira. ¿Puede haber algo más humillante?
—. ¡Iré andando! ¡Iré andando!
Me baja y, antes de que se incorpore, salgo disparada en dirección a mi apartamento, furiosa, sin hacerle caso. Naturalmente al cabo de un momento la tengo al lado, pero sigo ignorándola. ¿Qué voy a hacer? Estoy furiosa, aunque no estoy del todo segura de qué es lo que me enfurece… son tantas cosas.
Mientras camino muy decidida de vuelta a casa, pienso en la lista:

1. Cargarme a hombros: inaceptable para cualquiera mayor de seis años.
2. Llevarme al salón que comparte con su antigua amante: ¿cómo puede ser tan estúpida?
3. El mismo sitio al que llevaba a sus sumisas: de nuevo, tremendamente estúpida.
4. No darse cuenta siquiera de que no era buena idea: y se supone que es una mujer brillante.
5. Tener ex novias locas. ¿Puedo culparla por eso? Estoy tan furiosa… Sí, puedo.
6. Saber el número de mi cuenta corriente: eso es acoso, como mínimo.
7. Comprar SIP: tiene más dinero que sentido común.
8. Insistir en que me instale en su casa: la amenaza de Leila debe de ser peor de lo que ella temía… ayer no dijo nada de eso.

Y entonces caigo en la cuenta. Algo ha cambiado. ¿Qué puede ser? Me paró en seco, y Santana se detiene a mi lado.
— ¿Qué ha pasado? —pregunto.
Arquea una ceja.
— ¿Qué quieres decir?
—Con Leila.
—Ya te lo he contado.
—No, no me lo has contado. Hay algo más. Ayer no me insististe para que fuera a tu casa. Así que… ¿qué ha pasado?
Se remueve, incómoda.
— ¡Santana! ¡Dímelo! —exijo.
—Ayer consiguió que le dieran un permiso de armas.
Oh, Dios. La miro fijamente, parpadeo y, en cuanto asimilo la noticia, noto que la sangre deja de circular por mis mejillas. Siento que podría desmayarme. ¿Y si quiere matarle? ¡No!
—Eso solo significa que puede comprarse un arma —musito.
—Britt —dice con un tono de enorme preocupación. Apoya las manos en mis hombros y me atrae hacia ella—. No creo que haga ninguna tontería, pero… simplemente no quiero que corras el riesgo.
—Yo no… pero ¿y tú? —murmuro.
Me mira con el ceño fruncido. La rodeo con los brazos, la abrazo fuerte. No parece que le importe.
—Vamos a tu casa —susurra.
Me besa la frente, y ya está. Mi furia ha desaparecido por completo, pero no está olvidada. Se disipa ante la amenaza de que pueda pasarle algo a Santana. La sola idea me resulta insoportable.
Una vez en casa, preparo con cara seria una maleta pequeña, y meto en mi mochila el Mac, la BlackBerry, el iPad y el globo del Charlie Tango.
— ¿El Charlie Tango también viene? —pregunta Santana.
Asiento y me dedica una sonrisita indulgente.
—Blaine vuelve el martes —musito.
— ¿Blaine?
—El hermano de Quinn. Se quedará aquí hasta que encuentre algo en Seattle.
Santana me mira impasible, pero capto la frialdad que asoma en sus ojos.
—Bueno, entonces está bien que te vengas conmigo. Así el tendrá más espacio —dice tranquilamente.
—No sé si tiene llaves. Tendré que volver cuando llegue.
Santana no dice nada.
—Ya está todo.
Coge mi maleta y nos dirigimos hacia la puerta. Mientras nos encaminamos a la parte de atrás del edificio para acceder al aparcamiento, noto que no dejo de mirar por encima del hombro. No sé si me he vuelto paranoica o si realmente alguien me vigila. Santana abre la puerta del copiloto del Audi y me mira, expectante.
— ¿Vas a entrar? —pregunta.
—Creía que conduciría yo.
—No. Conduciré yo.
— ¿Le pasa algo a mi forma de conducir? No me digas que sabes qué nota me pusieron en el examen de conducir… no me sorprendería, vista tu tendencia al acoso.
A lo mejor sabe que pasé por los pelos la prueba teórica.
—Sube al coche, Brittany —espeta, furiosa.
—Vale.
Me apresuro a subir. Francamente, ¿quién no lo haría?
Quizá ella tenga la misma sensación inquietante de que alguien siniestro nos observa… bueno, una rubia pálida de ojos verdes que tiene un aspecto perturbadoramente parecido al mío, y que seguramente esconde un arma.
Santana se incorpora al tráfico.
— ¿Todas tus sumisas eran rubias?
Inmediatamente frunce el ceño y me mira.
—Sí —murmura.
Parece vacilar, y la imagino pensando: ¿A dónde quiere llegar con esto?
—Solo preguntaba.
—Ya te lo dije. Prefiero a las rubias.
Miro impasible por la ventanilla, en todas direcciones, buscando chicas rubias, pero ninguna es Leila.
Así que solo le gustan rubias… me pregunto por qué. ¿Acaso la extraordinariamente glamurosa (a pesar de ser mayor) señora Robinson realmente le dejó sin más ganas de morenas? Sacudo la cabeza… La paranoica Santana López.
—Cuéntame cosas de ella.
— ¿Qué quieres saber?
Tuerce el gesto, intentando advertirme con su tono de voz.
—Háblame de vuestro acuerdo empresarial.
Se relaja visiblemente, contento de hablar de trabajo.
—Yo soy la socia capitalista. No me interesa especialmente el negocio de la estética, pero ella ha convertido el proyecto en un éxito. Yo me limité a invertir y la ayudé a ponerlo en marcha.
— ¿Por qué?
—Se lo debía.
— ¿Ah?
—Cuando dejé Harvard, ella me prestó cien mil dólares para empezar mi negocio.
Vaya… Es rica, también.
— ¿La dejaste?
—No era para mí. Estuve dos años. Por desgracia, mis padres no fueron tan comprensivos.
Frunzo el ceño. El señor López y la doctora Grace en actitud reprobadora… soy incapaz de imaginarlo, debido a que aceptaron su orientación sexual.
—No parece que te haya ido demasiado mal haberla dejado. ¿Qué asignaturas escogiste?
—Ciencias políticas y Economía.
Mmm… claro.
— ¿Así que es rica? —murmuro.
—Era una esposa florero aburrida, Brittany. Su marido era un magnate…de la industria maderera. —Sonríe con aire desdeñoso—. No la dejaba trabajar. Ya sabes, era muy controlador. Algunos hombres son así.
Me lanza una rápida sonrisa de soslayo.
— ¿El dinero que te prestó era de su marido?
Asiente, y en sus labios aparece una sonrisita maliciosa.
—Eso es horrible.
—Ella también tenía sus líos —dice Santana misteriosamente, mientras entra en el aparcamiento subterráneo del Escala.
Ah…
— ¿Cuáles?
Santana mueve la cabeza, como si recordara algo especialmente amargo, y aparca al lado del Audi Quattro SUV.
—Vamos. Franco no tardará.
En el ascensor, Santana me observa.
— ¿Sigues enfadada conmigo? —pregunta con naturalidad.
—Mucho.
Asiente.
—Vale —dice, y mira al frente.
Cuando llegamos, Taylor nos está esperando en el vestíbulo. ¿Cómo consigue anticiparse siempre? Coge mi maleta.
— ¿Welch ha dicho algo? —pregunta Santana.
—Sí, señora.
— ¿Y?
—Todo está arreglado.
—Excelente. ¿Cómo está tu hija?
—Está bien, gracias, señora.
—Bien. El peluquero vendrá a la una: Franco De Luca.
—Señorita Pierce —me saluda Taylor haciendo un gesto con la cabeza.
—Hola, Taylor. ¿Tienes una hija?
—Sí, señora.
— ¿Cuántos años tiene?
—Siete años.
Santana me mira con impaciencia.
—Vive con su madre —explica Taylor.
—Ah, entiendo.
Taylor me sonríe. Esto es algo inesperado. ¿Taylor es padre? Sigo a Santana al gran salón, intrigada por la noticia.
Echo un vistazo alrededor. No había estado aquí desde que me marché.
— ¿Tienes hambre?
Niego con la cabeza. Santana me observa un momento y decide no discutir.
—Tengo que hacer unas llamadas. Ponte cómoda.
—De acuerdo.
Desaparece en su estudio, y me deja plantada en la inmensa galería de arte que ella considera su casa, preguntándome qué hacer.
¡Ropa! Cojo mi mochila, subo las escaleras hasta mi dormitorio y reviso el vestidor. Sigue lleno de ropa: toda por estrenar y todavía con las etiquetas de los precios. Tres vestidos largos de noche. Tres de cóctel, y tres más de diario. Todo esto debe de haber costado una fortuna.
Miro la etiqueta de uno de los vestidos de noche: 2.998 dólares. Madre mía. Me siento en el suelo.
Esta no soy yo. Me cojo la cabeza entre las manos e intento procesar todo lo ocurrido en las últimas horas. Es agotador. ¿Por qué, ay, por qué me he enamorado de alguien que está tan loca… guapísima, terriblemente sexy, más rica que Creso, pero que está como una cabra?
Saco la BlackBerry de la mochila y llamo a mi madre.
— ¡Britt, cariño! Hace mucho que no sabía nada de ti. ¿Cómo estás, cielo?
—Oh, ya sabes…
— ¿Qué pasa? ¿Sigue sin funcionar lo de Santana?
—Es complicado, mamá. Creo que está loca. Ese es el problema.
—Dímelo a mí. Mujeres… a veces no hay quién nos entienda. Bob está pensando ahora si ha sido buena idea que nos hayamos mudado a Georgia.
— ¿Qué?
—Sí, empieza a hablar de volver a Las Vegas.
Ah, hay alguien más que tiene problemas. No soy la única.
Santana aparece en el umbral.
—Estás aquí. Creí que te habías marchado.
Levanto la mano para indicarle que estoy al teléfono.
—Lo siento, mamá, tengo que colgar. Te volveré a llamar pronto.
—Muy bien, cariño… Cuídate. ¡Te quiero!
—Yo también te quiero, mamá.
Cuelgo y observo a Cincuenta, que tuerce el gesto, extrañamente incómoda.
— ¿Por qué te escondes aquí? —pregunta.
—No me escondo. Me desespero.
— ¿Te desesperas?
—Por todo esto, Santana.
Hago un gesto vago en dirección a toda esa ropa.
— ¿Puedo pasar?
—Es tu vestidor.
Vuelve a poner mala cara y se sienta, con las piernas cruzadas, frente a mí.
—Solo son vestidos. Si no te gustan, los devolveré.
—Es muy complicado tratar contigo, ¿sabes?
Ella parpadea y se rasca la barbilla… Mis dedos se mueren por tocarla.
—Lo sé. Me estoy esforzando —murmura.
—Eres muy difícil.
—Tú también, señorita Pierce.
— ¿Por qué haces esto?
Abre mucho los ojos y reaparece esa mirada de cautela.
—Ya sabes por qué.
—No, no lo sé.
Se pasa una mano por el pelo.
—Eres una mujer frustrante.
—Podrías tener a una preciosa sumisa rubia. Una que, si le pidieras que saltara, te preguntaría: «¿Desde qué altura?», suponiendo, claro, que tuviera permiso para hablar. Así que, ¿por qué yo, Santana? Simplemente no lo entiendo.
Me mira un momento, y no tengo ni idea de qué está pensando.
—Tú haces que mire el mundo de forma distinta, Brittany. No me quieres por mi dinero. Tú me das… esperanza —dice en voz baja.
¿Qué? El señora Críptica ha vuelto.
— ¿Esperanza de qué?
Se encoge de hombros.
—De más. —Habla con voz queda y tranquila—. Y tienes razón: estoy acostumbrada a que las mujeres hagan exactamente lo que yo digo, cuando yo lo digo, y estrictamente lo que yo quiero que hagan. Eso pierde interés enseguida. Tú tienes algo, Brittany, que me atrae a un nivel profundo que no entiendo. Es como el canto de sirena. No soy capaz de resistirme a ti y no quiero perderte. —Alarga la mano y toma la mía—. No te vayas, por favor… Ten un poco de fe en mí y un poco de paciencia. Por favor.
Parece tan vulnerable… Es perturbadora. Me arrodillo, me inclino y la beso suavemente en los labios.
—De acuerdo, fe y paciencia. Eso puedo soportarlo.
—Bien. Porque Franco ha llegado.
Franco es bajito, moreno y gay. Me encanta.
— ¡Qué pelo tan bonito! —exclama con un acento italiano escandaloso y probablemente falso.
Apuesto a que es de Baltimore o de un sitio parecido, pero su entusiasmo es contagioso. Santana nos conduce a ambos a su cuarto de baño, sale a toda prisa y vuelve a entrar con una silla de su habitación.
—Los dejo solos —masculla.
—Grazie, señora López. —Franco se vuelve hacia mí—. Bene, Brittany, ¿qué haremos contigo?
Santana está sentada en su sofá, revisando algo que parecen hojas de cálculo con mucha concentración. Una melodiosa pieza de música clásica suena de fondo en la habitación. Una mujer canta apasionadamente, vertiendo su alma en la canción. Es desgarrador. Santana levanta la mirada y sonríe, distrayéndome de la música.
— ¡Ves! Te dije que le gustaría —comenta Franco, entusiasmado.
—Estás preciosa, Britt —dice Santana, visiblemente complacida.
—Mi trabajo aquí ya ha acabado —exclama Franco.
Santana se levanta y se acerca a nosotros.
—Gracias, Franco.
Franco se gira, me da un abrazo exagerado y me besa en ambas mejillas.
— ¡No vuelvas a dejar que nadie más te corte el pelo, bellissima Britt!
Me echo a reír, ligeramente avergonzada por esa familiaridad. Santana le acompaña a la puerta del vestíbulo y vuelve al cabo de un momento.
—Me alegro de que te lo hayas dejado largo —dice mientras avanza hacia mí con una mirada centelleante.
Coge un mechón entre los dedos.
—Qué suave —murmura, y baja los ojos hacia mí—. ¿Sigues enfadada conmigo?
Asiento y sonríe.
— ¿Por qué estás enfadada, concretamente?
Pongo los ojos en blanco.
— ¿Quieres una lista?
— ¿Hay una lista?
—Una muy larga.
— ¿Podemos hablarlo en la cama?
—No —digo con un mohín infantil.
—Durante el almuerzo, pues. Tengo hambre, y no solo de comida —añade con una sonrisa lasciva.
—No voy a dejar que me encandiles con tu destreza sexual.
Ella reprime una sonrisa.
— ¿Qué te molesta concretamente, señorita Pierce? Suéltalo.
Muy bien.
— ¿Qué me molesta? Bueno, está tu flagrante invasión de mi vida privada, el hecho de que me llevaras a un sitio donde trabaja tu ex amante y donde solías llevar a todas tus amantes para que las depilaran, el que me cargaras a hombros en plena calle como si tuviera seis años… y, por encima de todo, ¡que dejaras que tu señora Robinson te tocara!
Mi voz ha ido subiendo en un crescendo.
Ella levanta las cejas, y su buen humor desaparece.
—Menuda lista. Pero te lo aclararé una vez más: ella no es mi señora Robinson.
—Ella puede tocarte —repito.
Tuerce los labios.
—Ella sabe dónde.
— ¿Eso qué quiere decir?
Se pasa ambas manos por el pelo y cierra un segundo los ojos, como si buscara algún tipo de consejo divino. Traga saliva.
—Tú y yo no tenemos ninguna norma. Yo nunca he tenido ninguna relación sin normas, y nunca sé cuándo vas a tocarme. Eso me pone nerviosa. Tus caricias son completamente… —Se para, buscando las palabras—. Significan más… mucho más.
¿Más? Su respuesta es absolutamente inesperada, me deja perpleja, y esa palabrita con un significado enorme queda suspendida entre las dos.
Mis caricias significan… más. Ay, Dios. ¿Cómo voy a resistirme si me dice esas cosas? Sus ojos marrones buscan los míos y me observan con aprensión.
Alargo la mano con cuidado y esa aprensión se convierte en alarma.
Santana da un paso atrás y yo bajo la mano.
—Límite infranqueable —murmura, con una expresión dolida y aterrorizada.
No puedo evitar sentir una decepción aplastante.
— ¿Cómo te sentirías tú si no pudieras tocarme?
—Destrozada y despojada —contesta inmediatamente.
Oh, mi Cincuenta Sombras. Sacudo la cabeza, le dedico una leve sonrisa tranquilizadora y se relaja.
—Algún día tendrás que contarme exactamente por qué esto es un límite infranqueable, por favor.
—Algún día —murmura, y se diría que en una milésima de segundo ha superado su vulnerabilidad.
¿Cómo puede cambiar tan deprisa? Es la persona más voluble que conozco.
—Veamos el resto de tu lista… Invadir tu privacidad. —Al considerar este tema, tuerce el gesto—. ¿Por qué sé tú número de cuenta?
—Sí, es indignante.
—Yo investigo el historial y los datos de todas mis sumisas. Te lo enseñaré.
Da media vuelta y se dirige a su estudio.
Yo la sigo obediente, aturdida. De un archivador cerrado con llave, saca una carpeta. Con una etiqueta impresa: BRITTANY SUSAN PIERCE.
Madre mía. La miro fijamente.
Ella se encoge de hombros a modo de disculpa.
—Puedes quedártelo —dice tranquilamente.
—Bueno, vaya, gracias —replico.
Hojeo el contenido. Tiene una copia de mi certificado de nacimiento, por Dios santo, mis límites infranqueables, el acuerdo de confidencialidad, el contrato —Dios…—, mi número de la seguridad social, mi currículo, informes laborales…
— ¿Así que sabías que trabajaba en Clayton’s?
—Sí.
—No fue una coincidencia. No pasabas por allí…
—No.
No sé si enfadarme o sentirme halagada.
—Esto es muy jodido. ¿Sabes?
—Yo no lo veo así. He de ser cuidadosa con lo que hago.
—Pero esto es privado.
—No hago un uso indebido de la información. Esto es algo que puede conseguir cualquiera que esté medianamente interesada, Brittany. Yo necesito información para tener el control. Siempre he actuado así.
Me mira inescrutable, con cierta cautela.
—Sí haces un uso indebido de la información. Ingresaste en mi cuenta veinticuatro mil dólares que yo no quería.
Sus labios se convierten en una fina línea.
—Ya te lo dije. Es lo que Taylor consiguió por tu coche. Increíble, ya lo sé, pero así es.
—Pero el Audi…
—Brittany, ¿tienes idea del dinero que gano?
Me ruborizo.
— ¿Por qué debería saberlo? No tengo por qué saber las cifras de tu cuenta bancaria, Santana.
Su mirada se dulcifica.
—Lo sé. Esa es una de las cosas que adoro de ti.
Me le quedo mirando, sorprendida. ¿Que adora de mí?
—Brittany, yo gano unos cien mil dólares a la hora.
Abro la boca. Eso es una cantidad de dinero obscena.
—Veinticuatro mil dólares no es nada. El coche, los libros de Tess, la ropa, no son nada.
Su tono es dulce.
La observo. Realmente no tiene ni idea. Es extraordinario.
—Si fueras yo, ¿cómo te sentirías si te obsequiaran con toda esta…generosidad?
Me mira inexpresiva y ahí está, en pocas palabras, la raíz de su problema: empatía o carencia de la misma. Entre nosotras se hace el silencio.
Al final, se encoge de hombros.
—No sé —dice, y parece sinceramente perpleja.
Se me encoge el corazón. Este es, seguramente, el quid de sus cincuenta sombras: no puede ponerse en mi lugar. Bien, ahora lo sé.
—Pues no es agradable. Quiero decir… que eres muy generosa, pero me incomoda. Ya te lo he dicho muchas veces.
Suspira.
—Yo quiero darte el mundo entero, Brittany.
—Yo solo te quiero a ti, Santana. Lo demás me sobra.
—Es parte del trato. Parte de lo que soy.
Ah, esto no va a ninguna parte.
— ¿Comemos? —pregunto.
La tensión entre las dos es agotadora.
Tuerce el gesto.
—Claro.
—Cocino yo.
—Bien. Si no, hay comida en la nevera.
— ¿La señora Jones libra los fines de semana? ¿O sea que la mayoría de los fines de semana comes platos fríos?
—No.
— ¿Ah, no?
Suspira.
—Mis sumisas cocinan, Brittany.
—Ah, claro. —Me sonrojo. ¿Cómo puedo ser tan tonta? Le sonrío con dulzura—. ¿Qué le gustaría comer a la señora?
—Lo que la señora encuentre —dice con malicia.
Inspecciono el impresionante contenido del frigorífico. Me decido por una tortilla española. Incluso hay patatas congeladas, perfecto. Es rápido y fácil. Santana sigue en su estudio, sin duda invadiendo la privacidad de algún pobre e ingenuo idiota y recopilando información. La idea es desagradable y me deja mal sabor de boca. La cabeza me da vueltas. Realmente no tiene límites.
Si voy a cocinar necesito música, ¡y voy a cocinar de forma insumisa! Me acerco al equipo que hay junto a la chimenea y cojo el iPod de Santana. Apuesto a que aquí hay más temas seleccionados por Leila, y me da terror pensarlo.
¿Dónde estará ella?, me pregunto. ¿Qué quiere?
Me estremezco. Menudo legado, no me cabe en la cabeza.
Repaso la larga lista. Quiero algo animado. Mmm. Beyoncé… no parece muy del gusto de Santana. «Crazy in Love.» ¡Oh, sí! Muy apropiado. Aprieto el botón y subo el volumen.
Vuelvo dando pasitos de baile hasta la cocina, encuentro un bol, abro la nevera y saco los huevos. Los casco y empiezo a batir, sin parar de bailar.
Vuelvo a repasar el contenido del frigorífico, cojo patatas, jamón y ¡sí! guisantes del congelador. Todo esto irá bien. Localizo una sartén, la pongo sobre el fuego, añado un poco de aceite de oliva y vuelvo a batir.
Empatía cero, medito. ¿Eso solo le pasa a Santana?
Ojalá Quinn estuviera en casa; ella lo sabría. Lleva demasiado tiempo en Barbados. Debería estar de vuelta el fin de semana próximo, después de esas vacaciones extra con Sam. Me pregunto si seguirán sintiendo la misma atracción sexual mutua.
«Una de las cosas que adoro de ti.»
Dejo de batir. Lo dijo. ¿Quiere decir eso que hay otras cosas? Sonrío por primera vez desde que vi a la señora Robinson… una sonrisa genuina, de corazón, de oreja a oreja.
Santana me rodea con sus brazos sigilosamente y doy un respingo.
—Interesante elección musical —ronronea, y me besa detrás de la oreja—.
Qué bien huele tu pelo.
Hunde la nariz e inspira profundamente.
El deseo se desata en mi vientre. No. Rechazo su abrazo.
—Sigo enfadada.
Frunce el ceño.
— ¿Cuánto más va a durar esto? —pregunta, pasándose una mano por el pelo.
Me encojo de hombros.
—Por lo menos hasta que comamos.
Un gesto risueño se dibuja en su boca. Se da la vuelta, coge el mando de la encimera y apaga la música.
— ¿Pusiste tú eso en tu iPod? —pregunto.
Niega con la cabeza, con expresión lúgubre, y entonces sé que fue ella: la Chica Fantasma.
— ¿No crees que en aquel momento intentaba decirte algo?
—Bueno, visto así, probablemente —dice en tono inexpresivo.
Lo cual demuestra mi teoría: empatía cero. Mi subconsciente cruza los brazos y chasquea los labios con gesto de disgusto.
— ¿Por qué la tienes todavía?
—Me gusta bastante la canción. Pero si te incomoda la borro.
—No, no pasa nada. Me gusta cocinar con música.
— ¿Qué te gustaría oír?
—Sorpréndeme.
Sonríe satisfecha y se dirige hacia el iPod mientras yo continúo batiendo.
Al cabo de un momento la voz dulce, celestial y conmovedora de Nina Simone inunda el salón. Es una de las preferidas de Ray: «I Put a Spell on You». Te he lanzado un hechizo…
Me ruborizo y me vuelvo a mirar a Santana. ¿Qué intenta decirme? Ella me lanzó un hechizo hace mucho tiempo. Oh, Dios… su mirada ha cambiado, la levedad del momento ha desaparecido, sus ojos son más oscuros, más intensos.
La miro, embelesada, mientras despacio, como la depredadora que es, me acecha al ritmo de la lenta y sensual cadencia de la música. Va descalza, solo lleva un vaquero ceñido y un top ajustado al cuerpo y corto puedo ver sus perfectos abdominales, tiene una actitud provocativa.
Nina canta «Tú eres mío» mientras ella se pone a mi lado, con intenciones claras.
—Santana, por favor —susurro, con el batidor ya inútil en mi mano.
— ¿Por favor qué?
—No hagas eso.
— ¿Hacer qué?
—Esto.
Se planta frente a mí y baja la vista para mirarme.
— ¿Estás segura?
Exhala y alarga la mano, me coge el batidor y lo vuelve a dejar en el bol con los huevos. Mi corazón da un vuelco. No quiero esto… Sí quiero esto… desesperadamente.
Resulta tan frustrante. Es tan atractivay deseable… Aparto la mirada de su embrujado aspecto.
—Te deseo, Brittany —musita—. Lo adoro y lo odio, discutir contigo. Esto es muy nuevo para mí. Necesito saber que estamos bien. Solo sé hacerlo de esta forma.
—Mis sentimientos por ti no han cambiado —murmuro.
Su proximidad es irresistible, excitante. Esa atracción familiar está ahí, todas mis terminaciones nerviosas me empujan hacia ella, la diosa que llevo dentro se siente de lo más libidinosa. Contemplo sus pechos que se realzan por top ajustado y me muerdo el labio, indefensa, dominada por el deseo… quiero saborearla, justo ahí.
Está muy cerca, pero no me toca. Su ardor calienta mi piel.
—No voy a tocarte hasta que me digas que sí, que lo haga —murmura—.
Pero ahora mismo, después de una mañana realmente espantosa, quiero fundirme en ti y olvidarme de todo excepto de nosotras.
Oh… Nosotras. Una combinación mágica, un pequeño y potente pronombre que zanja el asunto. Levanto la cabeza para contemplar su hermoso aunque grave semblante.
—Voy a tocarte tu rostro —suspiro.
Y veo la sorpresa reflejada brevemente en sus ojos antes de percibir que lo acepta.
Levanto la mano, le acaricio la mejilla, y paso los dedos por sus pómulos definidos.
Ella cierra los ojos, suspira y acerca la cara a mi caricia.
Se inclina despacio, y automáticamente mis labios ascienden para unirse a los suyos. Se cierne sobre mí.
—Sí o no, Brittany.
—Sí.
Su boca se cierra suavemente sobre la mía, logra separar mis labios mientras sus brazos me rodean y me atrae hacia sí. Me pasa la mano por la espalda, enreda los dedos en el cabello de mi nuca y tira con delicadeza, mientras pone la otra mano sobre mi trasero y me aprieta contra ella. Yo gimo bajito.
—Señora López.
Taylor tose y Santana me suelta inmediatamente.
—Taylor —dice con voz gélida.
Me doy la vuelta y veo a Taylor, incómodo, de pie en el umbral. Santana y Taylor se miran y se comunican de algún modo, sin palabras.
—En mi estudio —espeta Santana.
Y Taylor cruza con brío el salón.
—Lo dejaremos para otro momento —me susurra Santana, antes de salir detrás de Taylor.
Yo respiro profundamente para tranquilizarme. ¿Es que no soy capaz de resistirme a ella ni un minuto? Sacudo la cabeza, indignada conmigo misma, agradeciendo la interrupción de Taylor, y me avergüenza pensarlo.
Me pregunto qué haría Taylor para interrumpir en el pasado. ¿Qué habrá visto? No quiero pensar en eso. Comida. Haré la comida. Me dedico a cortar las patatas. ¿Qué querría Taylor? Mi mente se acelera… ¿tendrá que ver con Leila? Diez minutos después, reaparecen, justo cuando la tortilla está lista.
Santana me mira; parece preocupada.
—Les informaré en diez minutos —le dice a Taylor.
—Estaremos listos —contesta Taylor, y sale de la estancia.
Yo saco dos platos calientes y los coloco sobre la encimera de la isla de la cocina.
— ¿Comemos?
—Por favor —dice Santana, y se sienta en uno de los taburetes de la barra.
Ahora me observa detenidamente.
— ¿Problemas?
—No.
Tuerzo el gesto. No va a contarme. Sirvo la comida y me siento a su lado, resignada a seguir sin saberlo.
Santana da un mordisco y dice, complacida:
—Está muy buena. ¿Te apetece una copa de vino?
—No, gracias.
He de mantener la cabeza clara contigo, López.
La tortilla sabe bien, pero no tengo mucha hambre. Sin embargo, como, sabiendo que si no Santana me dará la lata. Al final ella interrumpe nuestro silencio reflexivo y pone la pieza clásica que oí antes.
— ¿Qué es? —pregunto.
—Canteloube, Canciones de la Auvernia. Esta se llama «Bailero».
—Es preciosa. ¿Qué idioma es?
—Francés antiguo; occitano, de hecho.
—Tú hablas francés. ¿Entiendes lo que dice?
Recuerdo el francés perfecto que habló durante la cena con sus padres…
—Algunas palabras, sí. —Santana sonríe, visiblemente relajada—. Mi madre tenía un mantra: «un instrumento musical, un idioma extranjero, un arte marcial».
Sam habla español; Rachel y yo, francés, Sam toca la guitarra, yo el piano, y Rachel el violonchelo.
—Uau. ¿Y las artes marciales?
—Sam hace yudo. Rachel se plantó a los doce años y se negó.
Sonríe al recordarlo.
—Ojalá mi madre hubiera sido tan organizada.
—La doctora Grace es formidable en lo que se refiere a los logros de sus hijos.
—Debe de estar muy orgullosa de ti. Yo lo estaría.
En la cara de Santana aparece un destello sombrío, y parece momentáneamente incómoda. Me mira recelosa, como si estuviera en un territorio ignoto.
— ¿Has decidido qué te pondrás esta noche? ¿O he de escoger yo algo por ti? —dice en un tono repentinamente brusco.
¡Uf! Parece enfadada. ¿Por qué? ¿Qué he dicho?
—Eh… aún no. ¿Tú escogiste toda esa ropa?
—No, Brittany, no. Le di una lista y tu talla a una asesora personal de compras de Neiman Marcus. Debería quedarte bien. Para tu información, he contratado seguridad adicional para esta noche y los próximos días. Leila anda deambulando por las calles de Seattle y es impredecible, así que lo más sensato es ser precavida. No quiero que salgas sola. ¿De acuerdo?
Pestañeo.
—De acuerdo.
¿Qué ha pasado con lo de «Tengo que poseerte ahora», López?
—Bien. Voy a informarles. No tardaré mucho.
— ¿Están aquí?
—Sí.
¿Dónde?
Recoge su plato, lo deja en el fregadero y sale de la estancia. ¿De qué demonios ha ido todo eso? Es como si hubiera varias personas distintas en un mismo cuerpo. ¿No es eso un síntoma de esquizofrenia? Tengo que buscarlo en Google.
Recojo mi plato, lo lavo rápidamente, y vuelvo a mi dormitorio llevando conmigo el dossier BRITTANY SUSAN PIERCE. Entro en el vestidor y saco los tres vestidos largos de noche. A ver… ¿cuál?
Tumbada en la cama, contemplo mi Mac, mi iPad y mi BlackBerry. Estoy abrumada con tanta tecnología. Empiezo a transferir la lista de temas de Santana del iPad al Mac, luego abro Google para navegar por la red.
Estoy echada sobre la cama enfrascada en la pantalla del Mac cuando entra Santana.
— ¿Qué estás haciendo? —inquiere con dulzura.
Paso un momento de pánico, preguntándome si debo dejarle ver la web que estoy consultando: «Trastorno de personalidad múltiple: los síntomas».
Se tumba a mi lado y echa un vistazo a la página, divertida.
— ¿Esta web es por algún motivo? —pregunta en tono despreocupado.
La brusca Santana ha desaparecido; la juguetona Santana ha vuelto.
¿Cómo voy a seguir este ritmo?
—Investigo. Sobre una personalidad difícil.
Le dedico mi mirada más inexpresiva.
Tuerce el labio reprimiendo una sonrisa.
— ¿Una personalidad difícil?
—Mi proyecto favorito.
—¿Ahora soy un proyecto? Una actividad suplementaria. Un experimento científico, quizá. Y yo que creía que lo era todo. Señorita Pierce, está hiriendo mis sentimientos.
— ¿Cómo sabes que eres tú?
—Mera suposición.
—Es verdad que tú eres la única jodida y volátil controladora obsesiva que conozco íntimamente.
—Creía que era la única persona que conocías íntimamente —dice arqueando una ceja.
Me ruborizo.
—Sí, eso también.
— ¿Has llegado ya a alguna conclusión?
Me giro y la miro. Está tumbada de lado junto a mí, con la cabeza apoyada en el codo, su pelo está recogido y con una expresión tierna, alegre.
—Creo que necesitas terapia intensiva.
Alarga la mano y me recoge cariñosamente un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Yo creo que te necesito a ti. Aquí.
Me entrega una barra de pintalabios.
Yo frunzo el ceño, perpleja. Es un rojo fulana que ella usa seguido, pero que no es mi color en absoluto.
— ¿Quieres que me ponga esto? —grito.
Se echa a reír.
—No, Brittany, si no quieres, no. No creo que te vaya este color, me va más a mí—añade con sequedad.
Se sienta en la cama con las piernas cruzadas y se quita el top y el sujetador. Oh, Dios sus pezones son morenos perfectos nunca los había visto…
—Me gusta tu idea de un mapa de ruta.
La miro desconcertada. ¿Mapa de ruta?
—De zonas restringidas —dice a modo de explicación.
—Oh. Lo dije en broma.
—Yo lo digo en serio.
— ¿Quieres que te las dibuje, con carmín?
—Luego se limpia. Al final.
Eso significa que puedo tocarla donde quiera. Una sonrisita maravillada asoma en mis labios.
— ¿Y con algo más permanente, como un rotulador?
—Podría hacerme un tatuaje.
Hay una chispa de ironía en sus ojos.
¿Santana López con un tatuaje? ¿Estropear su precioso cuerpo que ya tiene tantas marcas? ¡Ni hablar!
— ¡Nada de tatuajes! —digo riendo, para disimular mi horror.
—Pintalabios, pues.
Sonríe.
Apago el Mac, lo dejo a un lado. Esto puede ser divertido.
—Ven. —Me tiende la mano—. Siéntate encima de mí.
Me quito los zapatos, me siento y me arrastro hacia ella. Santana se tumba en la cama, pero mantiene las rodillas dobladas.
—Apóyate en mis piernas.
Me siento encima de ella a horcajadas, como me ha dicho. Tiene los ojos muy abiertos y cautos. Pero también divertidos.
—Pareces… entusiasmada con esto —comenta con ironía.
—Siempre me encanta obtener información, señora López, y más si eso significa que podrás relajarte, porque yo ya sabré dónde están los límites.
Menea la cabeza, como si no pudiera creer que está a punto de dejarme dibujar por todo su cuerpo.
—Destapa el pintalabios —ordena.
Oh, está en plan supermandóna, pero no me importa.
—Dame la mano.
Yo le doy la otra mano.
—La del pintalabios —dice poniendo los ojos en blanco.
— ¿Vas a ponerme esa cara?
—Sí.
—Eres muy maleducada, señora López. Yo sé de alguien que se pone muy violenta cuando le hacen eso.
— ¿Ah, sí? —replica irónica.
Le doy la mano con el pintalabios, y de repente se incorpora y estamos frente a frente.
— ¿Preparada? —pregunta con un murmullo quedo y ronco, que tensa y comprime todas mis entrañas.
Oh, Dios.
—Sí —musito.
Su proximidad es seductora, su cuerpo torneado tan cerca, sus pechos desnudos a centímetro de los míos, ese aroma Santana mezclado con perfume caro. Conduce mi mano hasta la curva de su hombro.
—Aprieta —susurra.
Me lleva desde el contorno de su hombro, alrededor del hueco del brazo y después hacia un lado de su torso, y a mí se me seca la boca. El pintalabios deja a su paso una franja ancha, de un rojo intenso. Santana se detiene bajo sus costillas y me conduce por encima del estómago. Se tensa y me mira a los ojos, aparentemente impasible, pero, bajo esa expresión pretendidamente neutra, detecto autocontrol.
Contiene su aversión, aprieta la mandíbula, y aparece tensión alrededor de sus ojos. En mitad del estómago murmura:
—Y sube por el otro lado.
Y me suelta la mano.
Yo copio la línea que he trazado sobre su costado izquierdo. La confianza que me está dando es embriagadora, pero la atempera el hecho de que llevo la cuenta de su dolor. Siete pequeñas marcas blancas y redondas salpican sus pechos, y es profundamente mortificador contemplar esa diabólica y odiosa profanación de su maravilloso cuerpo. ¿Quién le haría eso a una niña?
—Bueno, ya estoy —murmuro, reprimiendo la emoción.
—No, no estás —replica, y dibuja una línea con el dedo índice alrededor de la base de su cuello.
Yo resigo la línea del dedo con una franja escarlata. Al acabar, miro la inmensidad de sus ojos.
—Ahora la espalda —susurra.
Se remueve, de manera que he de bajarme de ella, luego se da la vuelta y se sienta en la cama con las piernas cruzadas, de espaldas a mí.
—Sigue la línea desde mi pecho, y da toda la vuelta hasta el otro lado — dice con voz baja y ronca.
Hago lo que dice hasta que una línea que divide su espalda por la mitad, y al hacerlo cuento más cicatrices que mancillan su precioso cuerpo. Nueve en total.
Santo cielo. Tengo que reprimir un abrumador impulso de besar cada una de ellas, y evitar que el llanto inunde mis ojos. ¿Qué clase de animal haría esto?
Mientras completo el circuito alrededor de su espalda, ella mantiene la cabeza gacha y el cuerpo rígido.
— ¿Alrededor del cuello también? —musito.
Asiente, y dibujo otra franja que converge con la primera que le rodea la base del cuello, por debajo del pelo.
—Ya está —susurro, y parece que lleve un peculiar chaleco de color piel con un ribete de rojo fulana.
Baja los hombros y se relaja, y se da la vuelta para mirarme otra vez.
—Estos son los límites —dice en voz baja.
Las pupilas de sus ojos oscuros se dilatan… ¿de miedo? ¿De lujuria? Yo quiero caer en sus brazos, pero me reprimo y le miro asombrada.
—Me parece muy bien. Ahora mismo quiero lanzarme en tus brazos — susurro.
Me sonríe con malicia y levanta las manos en un gesto de consentimiento.
—Bien, señorita Pierce, soy toda tuya.
Yo grito con placer infantil, me arrojo a sus brazos y la tumbo en la cama.
Se gira y suelta una carcajada juvenil llena de alivio, ahora que la pesadilla ha terminado. Y, sin saber cómo, acabo debajo de ella.
—Y ahora, lo que habíamos dejado para otro momento… —murmura, y su boca reclama la mía una vez más.

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Mensaje por monica.santander Miér Jun 12, 2013 3:23 am

woooooow que capitulo que maner de bajar barreras Britt!! y san cada ves mas vulnerable. Me encanto!! Espero que la loca no aparezca nunca con un arma!
Saludos espero leerte mañana
monica.santander
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Mensaje por betacool frex Miér Jun 12, 2013 8:55 am

:(y):NEW Lectora  Uau. Me super encanta tu fics . Me gusta las facetas q esta adquiriendo Santana 
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Mensaje por Maitehd Miér Jun 12, 2013 9:10 am

Hola! En el capítulo anterior fui una de las últimas en responder, y ahora una de las primeras. Sí, me envicié mucho con el fic, aunque estoy enviciada desde que comencé a leerlo, hace bastante. Por lo que siempre me fijo cuando actualizas, en realidad lo leí anoche, pero desde el cel no puedo responder xD 
Genial el capítulo! Me encantó! Simplemente perfecto! Ya quiero ver que sucede con Leila :3 Me encantan las peleas entre ellas xD Me agrada cómo se va notando el cambio de Santana y como se va abriendo a Britt, a su manera pero aún así lo hace. Esperaré ansiosa el próximo capítulo. Besos!
Maitehd
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Mensaje por aria Miér Jun 12, 2013 10:18 am

Woooow que cap... 
Esa tipa si que esta loca... espero que no intente nada, aunque con 50 sombras teniendola en la mira no creo que haga mucho..

Ok, un expediente?? en serio?? Vaya esa morena se las trae o.O

Tiene mas dinero que sentido comun jajjaja eso si que me mato Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 22 2414267551 Cada vez me encanta mas la actitud de san.. RUBIA TEN PACIENCIA, la morena lo esta intentando..

Me intriga saber acerca de esas marcas horribles, aunque ya me hago una idea... No es nada bueno y agradable! 

AMO este fiic.. es ta adictivo y akhfldkfjahldkjaljahljald Me encanta! Cada cap es mejor que el anterior...

Hasta la actu... Saludos
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Mensaje por Invitado Miér Jun 12, 2013 10:55 am

¡Tssss! Me gusta que Santana poco a poco vaya cambiando con Britt, pero no m gusta aveces como es....

Bueno equis equis equis de, espero tu próxima actualización. :)
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Mensaje por Ali_Pearce Miér Jun 12, 2013 1:18 pm

Hola! Wow, si era Elena...muy malo de parte de Santana llevarla donde ha llevado a las "Otras". Ahora empiezo a formar teorias sobre algo que leí pero no me adelantaré (Tiene que ver con Leila y un arma).

Yo como Britt, quiero saber porque Santana tiene tanto miedo de ser tocada y el ¿Por que? de las cicatrices, debe ser algo muy doloroso para que este en los "Limites infranqueables".

Muy buen capítulo, si tu estas atrapada...imaginate nosotras :D 
Un saludo y hasta el próximo!
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Mensaje por airin-SyB Miér Jun 12, 2013 4:29 pm

GENIALLLLLLL

actualiza hoy porfaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 22 3637566961
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Mensaje por Alisseth Miér Jun 12, 2013 5:14 pm

Woww me encantó ... Por fin se esta dejando tocar.... Que hermosas que son las dos juntas :) ... Me encanta que actualizes seguido ... Esperaré con ancias la proxima actualizacion... Hasta entonces t mando un besooote :) cuidate
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Mensaje por Camila18 Miér Jun 12, 2013 6:41 pm

ayer apenas subiste el capitulo lo leí, pero desde mi iphone no siempre puedo comentar, me tienes atrapada literal y figurativamente. espero ahora que los limites de santana esta claros, britt pueda disfrutar mas de ella, esperando con mas ansias un el nuevo cap. gracias por escribir
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Mensaje por lexis17 Miér Jun 12, 2013 6:55 pm

estoy encantada con el hecho de que santana se esta abriendo mas a britt
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Mensaje por Lebam_Snix Miér Jun 12, 2013 7:55 pm

Oraleeeeeee cada vez mejor esas dos son unas calientes y cachondas!!! jajaja pero en serio me gustaria saber de que son esas marcas que tiene san en el cuerpo???!!! que le paso que le hicieron??!! espero siga tratando asi de bien a Britt
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Mensaje por Anddy Rivera Morris Miér Jun 12, 2013 9:02 pm

Asombroso el capítulo como siempre! Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 22 918367557
Me encanta, y no veo la hora de volver a leer otro jiji

Besos, nos leemos en la sig. actualización. 
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Mensaje por Keiri Lopierce Miér Jun 12, 2013 10:34 pm

Se encontro con la señora Lincoln imaginar a Britt celosa es genial jajaja me rei cuando San la cargo, pero Santana poco a poco esta cediendo terreno a Britt lo cual me gusta mucho en realidad amo esta historia Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 22 1206646864 saludos espero tu proxima actualización
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Mensaje por micky morales Miér Jun 12, 2013 10:35 pm

no, no no no  vas a acabar con mi vida, esto ha sido sencillamente espectacular, seguro no eres una escritora famosa de incognito en estos fic?
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Mensaje por jas2602 Miér Jun 12, 2013 11:13 pm

hi!!! como estas....espero que bien...Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 22 1206646864

pense que iva a ver una pelea entre la senora robbinson y britt...hubiera sido interesante....jejeje.....no se me encantan los celos de britt, sere masoquista o que pero me gusta que demuestren su amor de esa manera...ufff q mal estoy...jejeje...bueno y tambien me preocupa lo que pueda hacerle leila a britt...espero de verdad que no le haga nada...aunque todavia me tiene intrigada la cancion de chasing cars que creo que todavia no ha salido...podria ser algo malo...ojala que no....
bueno saluditos espero estes bien...y actualiza el otro plissssssss....byeeee:8(:
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Mensaje por Invitado Miér Jun 12, 2013 11:29 pm

Ayyy actualiza... ;cccc'
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Mensaje por KikitaRivera Miér Jun 12, 2013 11:33 pm

waoooo me encanto este capitulo Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 22 1206646864 los celos de britt hacia la sra robinson  lo voluble que es santana :o.o:jajaj no cabe duda que soy una adicta a tu fic XD
ansio la nueva actualizon para leerla Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 22 2446003554 no tardes en actualizar plis
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Mensaje por laura.owens Miér Jun 12, 2013 11:42 pm

Asombroso! me declaro adicta a este FF, quiero saber más sobre la señora Robinson, la intriga me esta matando Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 22 1163780127 y me asusta un poco lo de Leila, pero en fin excelente capitulo, en cuanto a lo de Dianna Agron genial esas coincidencias pero seria aun más genial que le dieran el papel.
Cuidate, hasta la proxima actualizacion Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 22 1206646864
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Mensaje por itzel7 Jue Jun 13, 2013 4:29 am

aww me encanta tu fic  k san se valla abrindo cada vez mas kn brit literalmente jajaja 
k conste me kede despita  asta las 3:30  am i nunka apareciste :( mañana ire como zombi a la escuela :P  espero k actulaices pronto es tu culpa k estemos obsesionadas kn tu fic jeje
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Mensaje por Hemonay Rivera Jue Jun 13, 2013 4:27 pm

hola..........

woooooooooow...........................

actualiza por favor hoy!!!!!!

completamente adicta al fic............
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Mensaje por monica.santander Jue Jun 13, 2013 6:14 pm

Hola que tal AQUI ADICTA PIDEINDO POR SU DOSIS POR FAAVOORRR. ACTUALIZAS HOY??
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Mensaje por Anddy Rivera Morris Jue Jun 13, 2013 11:04 pm

Hola jiji :)
pues, ¿qué te digo que no sepas?
AMO EL FIC Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 22 918367557


En verdad espero que actualices hoy o bueno ya mañana, igual que  Itzel7 no pude dormir por querer seguir leyendo :$
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Mensaje por saibelli Jue Jun 13, 2013 11:12 pm

Estoy adicta al fic *-* amo cada capitulo gracias millones de gracias x tomarte el tiempo de adaptar la historia a esta pareja que tanto nos encanta :* Eres GENIAL <3
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Mensaje por O_o Jue Jun 13, 2013 11:52 pm

Holaa de nuevo aqui estoy actualizando :) yeah al fin jejeje ayer no puede por que estaba estudiando para un parcial y no me dio chance de escribir la actualizacion asi que mil disculpas por eso pero aqui estoy con un capitulo nuevo espero les guste, tuve que dividirlo en dos partes Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 22 1215408055


Parte II - Capítulo 6 parte 1
 

Mi mano se agarra al cabello de Santana, mientras mi boca se aferra febril a la suya, absorbiéndola, deleitándose al sentir su lengua contra la mía. Y ella me hace lo mismo, me devora. Es el paraíso.
De pronto me levanta un poco, coge el bajo de mi camiseta, me la quita de un tirón y la tira al suelo.
—Quiero sentirte —me dice con avidez junto a mi boca, mientras mueve las manos por mi espalda para desabrocharme el sujetador, hasta quitármelo con un imperceptible movimiento y tirarlo a un lado.
Me empuja de nuevo sobre la cama, me aprieta contra el colchón y lleva su boca y sus manos a mis pechos. Yo enredo los dedos en su cabello mientras ella coge uno de mis pezones entre los labios y tira fuerte.
Grito, y la sensación se apodera de todo mi cuerpo, y vigoriza y tensa los músculos alrededor de mis ingles.
—Sí, bella, déjame oírte —murmura junto a mi piel ardiente.
Dios, quiero tenerla dentro, ahora. Juega con mi pezón con la boca, tira, y hace que me retuerza y me contorsione y suspire por ella, siento sus pechos en mi abdomen tiene los pezones completamente erectos. Noto su deseo mezclado con… ¿qué? Veneración. Es como si me estuviera adorando.
Me provoca con los dedos, mi pezón se endurece y se yergue bajo sus expertas caricias. Busca con la mano mis vaqueros, desabrocha el botón con destreza, baja la cremallera, introduce la mano dentro de mis bragas y desliza los dedos sobre mi sexo.
Respira entre los dientes y deja que su dedo penetre suavemente en mi interior. Yo empujo la pelvis hacia arriba, hasta la base de su mano, y ella responde y me acaricia.
—Oh, bella —exhala y se cierne sobre mí, mirándome intensamente a los ojos—. Estás tan húmeda —dice con fascinación en la voz.
—Te deseo —musito.
Su boca busca de nuevo la mía, y siento su anhelante desesperación, su necesidad de mí.
Esto es nuevo —nunca había sido así, salvo quizá cuando volví de Georgia, y sus palabras de antes vuelven lentamente a mí… «Necesito saber que estamos bien. Solo sé hacerlo de esta forma.»
Pensar en eso me desarma. Saber que la afecto de ese modo, que puedo proporcionarle tanto consuelo haciendo esto… Ella se sienta, agarra mis vaqueros por los bajos y me los quita de un tirón, y luego las bragas.
Sin dejar de mirarme fijamente, se pone de pie,  se quita los pantalones y las bragas con un único y rápido movimiento.
Me agarra las dos manos y se tumba de espaldas.
—Tú encima —ordena, y me coloca a horcajadas de un tirón—. Quiero verte.
Oh…
Me conduce, y yo me dejo deslizar sobre ella con cierta indecisión.
Cierra los ojos y flexiona las caderas para encontrarse conmigo, uniendo nuestros sexos, y me siente, me dilata, y cuando exhala su boca dibuja una O perfecta.
Oh, es una sensación tan agradable… poseerla y que me posea.
Me coge las manos, y no sé si es para que mantenga el equilibrio o para impedir que la toque, aun cuando ya he trazado mi mapa.
—Me gusta mucho sentirte —murmura.
Yo arremeto de nuevo, embriagada por el poder que tengo sobre ella, viendo cómo Santana López se descontrola debajo de mí. Me suelta las manos y me sujeta las caderas, y yo apoyo las manos en sus brazos. Me penetra con los dedos bruscamente y me hace gritar.
—Eso es, bella, siénteme —dice con voz entrecortada.
Yo hecho la cabeza atrás y hago exactamente lo mismo. Eso que ella hace tan bien.
La penetro con mis dedos, acompasándome a su ritmo con perfecta simetría, ajena a cualquier pensamiento lógico. Solo soy sensación, perdida en este abismo de placer.
Adentro, afuera… una y otra vez… Oh, sí… Abro los ojos, bajo la vista hacia ella con la respiración jadeante, y veo que me está mirando con ardor.
—Mi Britt —musita.
—Sí —digo con la voz desgarrada—. Siempre.
Ella lanza un gemido, vuelve a cerrar los ojos y echa la cabeza hacia atrás.
Oh, Dios… Ver a Santana desatada basta para sellar mi destino, y alcanzo el clímax entre gritos, todo me da vueltas y, exhausta, pero sigo mis movimientos en la mano y los dedos, penetrándola una y otra vez mas rápido.
—Oh, bella —gime cuando se abandona  y  sin soltarme, se deja ir, me derrumbo sobre ella cuando ella alcanza el clímax.
Tengo la cabeza apoyada sobre su pecho, en la zona prohibida. Mi mejilla esta en su lado izquierdo cerca de su corazón.
Jadeo, radiante, y reprimo el impulso de juntar los labios y besarle sus suaves pechos redondos.
Estoy tumbada sobre ella, recuperando el aliento. Me acaricia el pelo y me pasa la mano por la espalda y me toca, mientras su respiración se va tranquilizando.
—Eres preciosa.
Levanto la cabeza para mirarla con semblante escéptico. Ella responde frunciendo el ceño e inmediatamente se sienta y, cogiéndome por sorpresa, me rodea con el brazo y me sujeta firmemente. Yo me aferro a sus brazos; estamos frente a frente y siento como nuestros pechos se unen.
—Eres… preciosa —repite enfática.
—Y tú eres a veces extraordinariamente dulce.
Y la beso con ternura.
Se inclina hacia delante y me besa con suavidad.
—No tienes ni idea de lo atractiva que eres, ¿verdad?
Me ruborizo. ¿Por qué sigue con eso?
—Todos esos chicos y chicas que van detrás de ti… ¿eso no te dice nada?
— ¿Chicos y chicas? ¿cuáles?
— ¿Quieres la lista? —dice con desagrado—. El fotógrafo está loco por ti; la loca de la ferretería; el hermano mayor de tu compañera de piso. Tu jefa —añade con amargura.
—Oh, Santana, eso no es verdad.
—Créeme. Te deFinn. Quieren lo que es mío.
Me acerca de golpe y yo levanto los brazos, colocándolos sobre sus hombros con las manos en su cabello suelto, y la miro con ironía.
—Mía —repite, con un destello de posesión en la mirada.
—Sí, tuya —la tranquilizo sonriendo.
Parece apaciguada, y yo me siento muy cómoda en su regazo, acostada en una cama a plena luz del día, un sábado por la tarde… ¿Quién lo hubiera dicho? Su exquisito cuerpo conserva las marcas de pintalabios. Veo que han quedado algunas manchas en la funda del edredón, y por un momento me pregunto qué hará la señora Jones con ellas.
—La línea sigue intacta —murmuro, y con el índice resigo osadamente la marca de su hombro. Ella parpadea y de pronto se pone rígida—. Quiero explorar.
Me mira suspicaz.
— ¿El apartamento?
—No. Estaba pensando en el mapa del tesoro que he dibujado en tu cuerpo.
Mis dedos arden por tocarla.
Arquea sus perfectas cejas depiladas, intrigada, y la incertidumbre la hace pestañear. Yo froto mi nariz contra la suya.
— ¿Y qué supondría eso exactamente, señorita Pierce?
Retiro la mano de su hombro y deslizo los dedos por su cara.
—Solo quiero tocarte por todas las partes que pueda.
Santana atrapa mi dedo con los dientes y me muerde suavemente.
—Ay —protesto, y ella sonríe y de su garganta brota un gemido sordo.
—De acuerdo —dice y me suelta el dedo, pero su voz revela aprensión—
Me recoge un mechón detrás de la oreja.
—. Franco te ha cortado muy bien el pelo. Me encanta este escalado.
¿Qué?
—Deja de cambiar de tema.
Me apoyo en sus piernas flexionadas, con los pies a ambos lados de sus caderas. Ella se recuesta sobre los brazos.
—Toca lo que quieras —dice muy seria.
Parece nerviosa, pero intenta disimularlo.
Sin dejar de mirarle a los ojos, me inclino y paso el dedo por debajo de la marca de pintalabios, sobre sus marcados abdominales. Se estremece y paro.
—No es necesario —susurro.
—No, está bien. Es que tengo que… adaptarme. Hace mucho tiempo que no me acaricia nadie —murmura.
— ¿La señora Robinson? —digo sin pensar, y curiosamente consigo hacerlo en un tono libre de amargura o rencor.
Ella asiente; es evidente que se siente incómoda.
—No quiero hablar de ella. Nos amargaría el día.
—Yo no tengo ningún problema.
—Sí lo tienes, Britt. Te sulfuras cada vez que la menciono. Mi pasado es mi pasado. Y eso es así. No puedo cambiarlo. Tengo suerte de que tú no tengas pasado, porque si no fuera así me volvería loca.
Yo frunzo el ceño, pero no quiero discutir.
— ¿Te volverías loca? ¿Más que ahora? —digo sonriendo, confiando en aliviar la tensión.
Tuerce la boca.
—Loca por ti.
La felicidad inunda mi corazón.
— ¿Debo telefonear al doctor Flynn?
—No creo que haga falta —dice secamente.
Se mueve otra vez y baja las piernas. Yo vuelvo a posar los dedos en su vientre y dejo que deambulen sobre su piel. De nuevo se estremece.
—Me gusta tocarte.
Mis dedos bajan hasta su ombligo. Ella separa los labios y su respiración se altera, sus ojos se oscurecen y noto debajo de mí cómo crece su humedad. Por Dios… Segundo asalto.
— ¿Otra vez? —musito.
Sonríe.
—Oh, sí, señorita Pierce, otra vez.
Qué forma tan deliciosa de pasar una tarde de sábado. Estoy bajo la ducha, lavándome distraídamente, con cuidado de no mojarme el pelo recogido y pensando en las dos últimas horas. Parece que Santana y la vainilla se llevan bien.
Hoy ha revelado mucho de sí misma. Tengo que hacer un gran esfuerzo para intentar asimilar toda la información y reflexionar sobre lo que he aprendido: la cantidad de dinero que gana, vaya, es obscenamente rica, algo sencillamente extraordinario en alguien tan joven, y los archivos que tiene sobre mí y todas sus rubias sumisas. Me pregunto si estarán todos en ese archivador.
Mi subconsciente me mira con gesto torvo y menea la cabeza: Ni se te ocurra. Frunzo el ceño. ¿Solo un pequeño vistazo?
Y luego está Leila: posiblemente armada por ahí, en alguna parte… amén de su lamentable gusto musical, todavía presente en el iPod de Santana. Y algo aún peor: la pedófila señora Robinson: es algo que no me cabe en la cabeza, y tampoco quiero. No quiero que ella sea un fantasma de resplandeciente cabellera dentro de nuestra relación. Ella tiene razón y me subo por las paredes cuando pienso en ella, así que quizá lo mejor sea no hacerlo.
Salgo de la ducha y me seco, y de pronto me invade una angustia inesperada.
Pero ¿quién no se subiría por las paredes? ¿Qué persona normal, cuerda, le haría eso a una chica de quince años? ¿Cuánto ha contribuido ella a su devastación? No puedo entender a esa mujer. Y lo que es peor: según ella, la señora fulana la ha ayudado. ¿Cómo?
Pienso en sus cicatrices, esa desgarradora manifestación física de una infancia terrorífica y un recordatorio espantoso de las cicatrices mentales que debe de tener. Mi dulce y triste Cincuenta Sombras. Ha dicho cosas tan cariñosas hoy… Está loca por mí.
Me miro al espejo. Sonrío al recordar sus palabras, mi corazón rebosa de nuevo, y mi cara se transforma con una sonrisa bobalicona. Quizá conseguiremos que esto funcione. Pero ¿cuánto más estará dispuesta a hacerlo sin querer golpearme porque he rebasado alguna línea arbitraria?
Mi sonrisa se desvanece. Esto es lo que no sé. Esta es la sombra que pende sobre nosotras. Sexo pervertido sí, eso puedo hacerlo, pero ¿qué más?
Mi subconsciente me mira de forma inexpresiva, y por una vez no me ofrece consejos sabios y sardónicos. Vuelvo a mi habitación para vestirme.
Santana está en el piso de abajo haciendo no sé bien qué, así que dispongo del dormitorio para mí sola. Aparte de todos los vestidos del armario, los cajones están llenos de ropa interior nueva. Escojo un sujetador negro todavía con la etiqueta del precio: quinientos cuarenta dólares. Está ribeteado con una filigrana de plata y lleva unas braguitas minúsculas a juego. También unas medias con ligueros de color carne, muy finas, de seda pura. Vaya, son… ajustadas y bastante…picantes…
Estoy sacando el vestido del armario cuando Santana entra sin llamar.
Se queda inmóvil, mirándome, sus ojos marrones resplandecientes, hambrienta. Noto que todo mi cuerpo se ruboriza. Lleva un pantalón de tela y una camiseta, ella no deja de mirarme.
— ¿Puedo ayudarla, señora López? Deduzco que su visita tiene otro objetivo, aparte de mirarme embobada…
—Estoy disfrutando bastante de la fascinante visión, señorita Pierce, gracias —comenta turbadoramente, y da un paso.
— Recuérdame que le mande una nota personal de agradecimiento a Caroline Acton.
Tuerzo el gesto. ¿Quién demonios es esa?
—La asesora personal de compras de Neiman —contesta como si me leyera el pensamiento.
—Ah.
—Estoy realmente anonadada.
—Ya lo veo. ¿Qué quieres, Santana? —pregunto, dedicándole mi mirada displicente.
Ella contra ataca con su media sonrisa y saca las bolas de plata del bolsillo de su pantalón, y me quedo petrificada. ¡Santo Dios! ¿Quiere azotarme? ¿Ahora? ¿Por qué?
—No es lo que piensas —dice enseguida.
—Acláramelo —musito.
—Pensé que podrías ponerte esto esta noche.
Y todas las implicaciones de la frase permanecen suspendidas entre nosotras mientras voy asimilando la idea.
— ¿A la gala benéfica?
Estoy atónita.
Ella asiente despacio y sus ojos se ensombrecen.
Oh, Dios.
— ¿Me pegarás después?
—No.
Por un momento siento una leve punzada de decepción.
Ella se ríe.
— ¿Es eso lo que quieres?
Trago saliva. No lo sé.
—Bueno, tranquila que no voy a tocarte de ese modo, aunque me supliques.
Oh. Esto es nuevo.
— ¿Quieres jugar a este juego?
Continúa, con las bolas en la mano
—Siempre puedes quitártelas si no aguantas más.
La fulmino con la mirada. Está tan increíblemente seductora, con  esos ojos oscuros que dejan traslucir pensamientos eróticos, esa boca maravillosamente esculpida, y esa sonrisa tan sexy y divertida en los labios.
—De acuerdo —acepto en voz baja.
¡Dios, sí! La diosa que llevo dentro ha recuperado la voz y grita por las esquinas.
—Buena chica. —Santana sonríe—. Ven aquí y te las colocaré, cuando te hayas puesto los zapatos.
¿Los zapatos? Me giro para mirar los zapatos de ante gris perla de tacón alto, que combinan con el vestido que he elegido.
¡Síguele la corriente!
Extiende la mano para ayudarme a mantener el equilibrio mientras me pongo los zapatos, Christian Louboutin, un robo de tres mil doscientos noventa y cinco dólares. Ahora quedo más alta porque ella esta descalza.
Me lleva junto a la cama pero no se sienta, sino que se dirige hacia la única silla de la habitación. La coge y la coloca delante de mí.
—Cuando yo haga una señal, te agachas y te apoyas en la silla. ¿Entendido?
—dice con voz grave.
—Sí.
—Bien. Ahora abre la boca —ordena, sin levantar la voz.
Hago lo que me dice, pensando que va a meterme las bolas en la boca otra vez para lubricarlas. Pero no, desliza su dedo índice entre mis labios.
Oh…
—Chupa —dice.
Me inclino hacia delante, le sujeto la mano y obedezco. Puedo ser muy obediente cuando quiero.
Sabe a jabón… mmm. Chupo con fuerza, y me reconforta ver que abre los ojos de par en par, separa los labios y aspira. Creo que ya no necesitaré ningún tipo de lubricante. Se mete las bolas en la boca mientras le rodeo el dedo con la lengua. Cuando intenta retirarlo, le clavo los dientes.
Sonríe y mueve la cabeza con gesto reprobatorio, de manera que la suelto.
Hace un gesto con la cabeza, y me inclino y me agarro a ambos lados de la silla.
Aparta mis bragas a un lado y me mete un dedo muy lentamente, haciéndolo girar despacio, de manera que la siento en todo mi cuerpo. No puedo evitar que se me escape un gemido.
Retira el dedo un momento y, con mucha suavidad, inserta las bolas una a una y empuja para meterlas hasta el fondo. En cuanto están en su sitio, vuelve a colocarme y ajustarme las bragas y me besa el trasero. Desliza las manos por mis piernas, del tobillo a la cadera, y besa con ternura la parte superior de ambos muslos, a la altura de las ligas.
—Tienes unas bonitas piernas, señorita Pierce —susurra.
Se yergue y, sujetándome las caderas, tira hacia ella.
—Puede que cuando volvamos a casa te posea así, Brittany. Ya puedes incorporarte.
Siento el peso de las bolas empujando y tirando dentro de mí, y me siento terriblemente excitada, mareada. Santana se acerca detrás de mí y me besa en el hombro.
—Compré esto para que los llevaras en la gala del sábado pasado.
Me rodea con su brazo y extiende la mano. En la palma hay una cajita roja con la palabra «Cartier» impresa en la tapa.
— Pero me dejaste, así que nunca tuve ocasión de dártelo.
¡Oh!
—Esta es mi segunda oportunidad —musita nerviosa, con la voz preñada de una emoción desconocida.
Cojo la caja y la abro, vacilante. Dentro resplandece un par de largos pendientes. Cada uno tiene cuatro diamantes, uno en la base, luego un fino hilo, y después tres diamantes perfectamente espaciados. Son preciosos, simples y clásicos.
Los que yo misma habría escogido si alguna vez tuviera la oportunidad de comprar en Cartier.
—Son maravillosos —musito, y los adoro porque son los pendientes que nos dan una segunda oportunidad.
— Gracias.
El cuerpo de Santana, pegado al mío, se destensa, se relaja, y vuelve a besarme en el hombro.
— ¿Te pondrás el vestido de satén plateado? —pregunta.
—Sí. ¿Te parece bien?
—Claro. Te dejo para que te arregles, yo hare lo mismo.
Y se encamina hacia la puerta sin mirar atrás.
He entrado en un universo alternativo. La joven que me devuelve la mirada desde el espejo parece digna de la alfombra roja. Su vestido de satén plateado, sin tirantes y largo hasta los pies, es sencillamente espectacular. Puede que yo misma escriba a Caroline Acton. Es entallado y realza las escasas curvas que tengo.
Mi pelo, suelto en delicadas ondas alrededor de la cara, cae por encima de mis hombros hasta los senos. Me lo recojo por detrás de la oreja para enseñar los pendientes de nuestra segunda oportunidad. Me he maquillado lo mínimo: lápiz de ojos, rímel, un toque de colorete y pintalabios rosa pálido.
La verdad es que no necesito el colorete. El constante movimiento de las bolas de plata me provoca un leve rubor. Sí, son la garantía de que esta noche tendré color en las mejillas. Meneo la cabeza pensando en las audaces ocurrencias eróticas de Santana, me inclino para recoger el chal de satén y el bolso de mano plateado, y voy a buscar a mi Cincuenta Sombras.
Está en el pasillo, hablando con Taylor y otros tres hombres, de espaldas a mí. Las expresiones de sorpresa y admiración de estos alertan a Santana de mi presencia. Se da la vuelta mientras yo me quedo ahí plantada, esperando incómoda.
Se me seca la boca. ¡Vaya, está impresionante! … lleva un vestido de noche completo cuello largo, que cubre su pecho pero la espalda descubierta, color rojo, tiene unos pendientes y una pulsera de diamantes negros. Esta perfectamente maquillada y peinada., y su semblante de asombro y admiración al verme. Camina hacia mí en sus tacones altos negros y me besa el pelo.
—Brittany. Estás deslumbrante.
Su cumplido delante de Taylor y los otros tres hombres hace que me ruborice.
— ¿Una copa de champán antes de salir?
—Por favor —musito, con celeridad excesiva.
Santana le hace una señal a Taylor, que se dirige al vestíbulo con sus tres acompañantes.
Santana saca una botella de champán de la nevera.
— ¿El equipo de seguridad? —pregunto.
—Protección personal. Están a las órdenes de Taylor, que también está entrenado para ello.
Santana me ofrece una copa de champán.
—Es muy versátil.
—Sí, lo es. —Santana sonríe—. Estás adorable, Brittany. Salud.
Levanta la copa y la entrechoca con la mía. El champán es de color rosa pálido. Tiene un delicioso sabor chispeante y ligero.
— ¿Cómo estás? —me pregunta con la mirada encendida.
—Bien, gracias.
Le sonrío con dulzura, sin expresar nada y sabiendo perfectamente que se refiere a las bolas de plata.
Hace un gesto de satisfacción.
—Toma, necesitarás esto. —Me tiende una bolsa de terciopelo que estaba sobre la encimera, en la isla de la cocina—. Ábrela —dice entre sorbos de champán.
Intrigada, cojo la bolsa y saco una elaborada máscara de disfraz plateada, coronada con un penacho de plumas azul cobalto.
—Es un baile de máscaras —dice con naturalidad.
—Ya veo.
Es preciosa. Ribeteada con un lazo de plata y una exquisita filigrana alrededor de los ojos.
—Esto realzará tus maravillosos ojos, Brittany.
Yo le sonrío con timidez.
— ¿Tú llevarás una?
—Naturalmente. Tienen una cualidad muy liberadora —añade, arqueando una ceja y sonriendo.
Oh. Esto va a ser divertido.
—Ven. Quiero enseñarte una cosa.
Me tiende la mano y me lleva hacia el pasillo, hasta una puerta junto a la escalera. La abre y me encuentro ante una habitación enorme, de un tamaño aproximado al de su cuarto de juegos, que debe de quedar justo encima de esta sala. Está llena de libros. Vaya, una biblioteca con todas las paredes atestadas, desde el suelo hasta el techo. En el centro hay una mesa de billar enorme, iluminada con una gran lámpara de Tiffany en forma de prisma triangular.
— ¡Tienes una biblioteca! —exclamo asombrada y abrumada por la emoción.
—Sí, Sam la llama «el salón de las bolas». El apartamento es muy espacioso. Hoy, cuando has mencionado lo de explorar, me he dado cuenta de que nunca te lo había enseñado. Ahora no tenemos tiempo, pero pensé que debía mostrarte esta sala, y puede que en un futuro no muy lejano te desafíe a una partida de billar.
Sonrío de oreja a oreja.
—Cuando quieras.
Siento un inmenso regocijo interior. A Noah y a mí nos encanta el billar.
Nos hemos pasado los últimos tres años jugando, y soy toda una experta. Noah ha sido un magnífico maestro.
— ¿Qué? —pregunta Santana, divertida.
¡Oh, no!, me reprocho. Realmente debería dejar de expresar cada emoción en el momento en que la siento.
—Nada —contesto enseguida.
Santana entorna los ojos.
—Bien, quizá el doctor Flynn pueda desentrañar tus secretos. Esta noche lo conocerás.
— ¿A ese charlatán tan caro?
—Oh, vaya.
—El mismo. Se muere por conocerte.
Mientras vamos en la parte de atrás del Audi en dirección norte, Santana me da la mano y  me acaricia los nudillos con el pulgar. Me estremezco, noto la sensación en mi entrepierna. Reprimo el impulso de gemir, ya que Taylor está delante sin los auriculares del iPod, junto a uno de esos agentes de seguridad que creo que se llama Sawyer.
Estoy empezando a notar un dolor sordo y placentero en el vientre, provocado por las bolas. Me pregunto cuánto podré resistir sin algún… ¿alivio? Cruzo las piernas. Al hacerlo, me paró en seco… las bolas.
Me muerdo el labio. Santana me mira risueña y con un brillo malicioso en los ojos. Sabe perfectamente lo que se hace, como la depredadora sexy que es.
—Relájate —musita—. Si te resulta excesivo…
Se le quiebra la voz y me besa con dulzura cada nudillo, por turnos, y luego me chupa la punta del meñique.
Ahora sé que lo hace a propósito. Cierro los ojos mientras un deseo oscuro se expande por mi cuerpo. Me rindo momentáneamente a esa sensación, y comprimo los músculos de las entrañas.
Cuando abro los ojos, Santana me está observando fijamente, como una princesa  tenebrosa. Debe de ser por el vestido, pero parece mayor, sofisticada, una libertina fascinantemente hermosa con intenciones silenciosas.
Sencillamente, me deja sin respiración. Estoy subyugada por su sexualidad, y, si tengo que darle crédito, ella es mía. Esa idea hace que brote una sonrisa en mi cara, y ella me responde con otra resplandeciente.
— ¿Y qué nos espera en esa gala?
—Ah, lo normal —dice Santana jovial.
—Para mí no es normal.
Sonríe cariñosamente y vuelve a besarme la mano
—Un montón de gente exhibiendo su dinero. Subasta, rifa, cena, baile… mi madre sabe cómo organizar una fiesta —dice complacida, y por primera vez en todo el día me permito sentir cierta ilusión ante la velada.
Una fila de lujosos coches sube por el sendero de la mansión López.
Grandes farolillos de papel rosa pálido cuelgan a lo largo del camino, y, mientras nos acercamos lentamente con el Audi, veo que están por todas partes. Bajo la temprana luz del anochecer parecen algo mágico, como si entráramos en un reino encantado.
Miro de reojo a Santana. Qué apropiado para mi princesa… y florece en mí una alegría infantil que eclipsa cualquier otro sentimiento.
—Pongámonos las máscaras.
Santana esboza una amplia sonrisa y se coloca su sencilla máscara negra, y mi princesa se transforma en alguien más oscuro, más sensual.
Lo único que veo de su cara es su preciosa boca carnosa y su enérgica barbilla. Mi corazón late desbocado al verla. Me pongo la máscara, ignorando el profundo anhelo que invade todo mi cuerpo.
Taylor aparca en el camino de la entrada, y un criado abre la puerta del lado de Santana. Sawyer se apresura a bajar para abrir la mía.
— ¿Lista? —pregunta Santana.
—Más que nunca.
—Estás radiante, Brittany.
Me besa la mano y sale del coche.
O_o
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