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Mensaje por O_o Jue Jun 13, 2013 11:58 pm

Parte II - Capítulo 6 parte 2

Una alfombra verde oscuro se extiende sobre el césped por un lateral de la mansión hasta los impresionantes terrenos de la parte de atrás. Santana me rodea con el brazo en ademán protector, apoyando la mano en mi cintura, y, bajo la luz de los farolillos que iluminan el camino, recorremos la alfombra verde junto con un nutrido reguero de gente formado por la elite más granada de Seattle, ataviados con sus mejores galas y luciendo máscaras de todo tipo. Dos fotógrafos piden a los invitados que posen para las fotos con el emparrado de hiedra al fondo.
— ¡Señora López! —grita uno de ellos.
Santana asiente, me atrae hacia sí y posamos rápidamente para una foto.
¿Cómo saben que es ella? Por su color de piel exquisito, sin duda.
— ¿Dos fotógrafos? —le pregunto.
—Uno es del Seattle Times; el otro es para tener un recuerdo. Luego podremos comprar una copia.
Oh, mi foto en la prensa otra vez. Leila acude fugazmente a mi mente. Así es como me descubrió, por un posado con Santana. La idea resulta inquietante, aunque me consuela saber que estoy irreconocible gracias a la máscara.
Al final de la fila de invitados, sirvientes con uniformes blancos portan bandejas con resplandecientes copas de champán, y agradezco a Santana que me pase una para distraerme de mis sombríos pensamientos.
Nos acercamos a una gran pérgola blanca, donde cuelgan versiones más pequeñas de los mismos farolillos de papel. Bajo ella, brilla una pista de baile con suelo ajedrezado en blanco y negro, rodeada por una valla baja con entradas por tres lados. En cada una hay dos elaboradas esculturas de unos cisnes de hielo. El cuarto lado de la pérgola está ocupado por un escenario, en el que un cuarteto de cuerda interpreta una pieza suave, hechizante, etérea, que no reconozco. El escenario parece dispuesto para una gran banda, pero de momento no se ve rastro de los músicos, así que imagino que la actuación será más tarde. Santana me coge de la mano y me lleva entre los cisnes hasta la pista, donde los demás invitados se están congregando, charlando y bebiendo copas de champán.
Más allá, hacia la orilla, se alza una inmensa carpa, abierta por el lado más cercano a nosotras, de modo que puedo vislumbrar las mesas y las sillas formalmente dispuestas. ¡Hay muchísimas!
— ¿Cuánta gente vendrá? —le pregunto a Santana, impresionada por el tamaño de la carpa.
—Creo que unos trescientos. Tendrás que preguntárselo a mi madre —me dice sonriendo.
— ¡Santana!
Una mujer joven aparece entre la multitud y le echa los brazos al cuello, e inmediatamente sé que es Rachel. Lleva un elegante traje largo de gasa color rosa pálido, con una máscara veneciana exquisitamente trabajada a juego. Está deslumbrante. Y, por un momento, me siento más agradecida que nunca por el vestido que Santana me ha proporcionado.
— ¡Britt! ¡Oh, querida, estás guapísima! —Me da un breve abrazo—. Tienes que venir a conocer a mis amigos. Ninguno se cree que Santana tenga por fin novia.
Aterrada, miro a Santana, que se encoge de hombros como diciendo «Ya sé que es imposible, yo tuve que convivir con ella durante años», y deja que Rachel me conduzca hasta un grupo de mujeres jóvenes, todas con trajes caros e impecablemente acicaladas.
Rachel hace rápidamente las presentaciones. Tres de ellas se muestran dulces y agradables, pero Kitty, creo que se llama, me mira con expresión agria bajo su máscara roja.
—Naturalmente todas pensábamos que Santana no era gay, aunque se había declarado gay —dice con sarcasmo, disimulando su rencor con una gran sonrisa falsa.
Rachel le hace un mohín.
—Kitty… compórtate. Está claro que Santana tiene un gusto excelente para las mujeres, pero estaba esperando a que apareciera la adecuada, ¡y esa no eras tú! Kitty se pone del color de su máscara, y yo también. ¿Puede haber una situación más incómoda?
—Señoritas, ¿podría recuperar a mi acompañante, por favor?
Santana desliza el brazo alrededor de mi cintura y me atrae hacia ella. Kitty se ruboriza y sonríen nerviosa: el invariable efecto de su perturbadora sonrisa. Rachel me mira, pone los ojos en blanco, y no me queda otro remedio que echarme a reír.
—Encantada de conocerlas —digo mientras Santana tira de mí—. Gracias le susurro, cuando estamos ya a cierta distancia.
—He visto que Kitty estaba con Rachel. Es una persona horrible.
—Le gustas —digo secamente.
Ella se estremece.
—Pues el sentimiento no es mutuo. Ven, te voy a presentar a algunas personas.
Paso la siguiente media hora inmersa en un torbellino de presentaciones.
Conozco a dos actores de Hollywood, a otros dos presidentes ejecutivos y a varias eminencias médicas. Por Dios… es imposible que me acuerde de tantos nombres.
Santana no se separa de mí, y se lo agradezco. Francamente, la riqueza, el glamour y el nivel de puro derroche del evento me intimidan. Nunca he asistido a un acto parecido en mi vida.
Los camareros vestidos de blanco circulan grácilmente con más botellas de champán entre la multitud creciente de invitados, y me llenan la copa con una regularidad preocupante. No debo beber demasiado. No debo beber demasiado, me repito a mí misma, pero empiezo a sentirme algo aturdida, y no sé si es por el champán, por la atmósfera cargada de misterio y excitación que crean las máscaras, o por las bolas de plata que llevo en secreto. Resulta cada vez más difícil ignorar el dolor sordo que se extiende bajo mi cintura.
— ¿Así que trabaja en SIP? —me pregunta un caballero calvo con una máscara de oso que le cubre la mitad de la cara… ¿o es de perro?—. He oído rumores acerca de una OPA hostil.
Me ruborizo. Una OPA hostil lanzada por una mujer que tiene más dinero que sentido común, y que es una acosadora nata.
—Yo solo soy una humilde ayudante, señor Eccles. No sé nada de esas cosas.
Santana no dice nada y sonríe beatíficamente a Eccles.
— ¡Damas y caballeros! —El maestro de ceremonias, con una impresionante máscara de arlequín blanca y negra, nos interrumpe—. Por favor, vayan ocupando sus asientos. La cena está servida.
Santana me da la mano y seguimos al bullicioso gentío hasta la inmensa carpa.
El interior es impresionante. Tres enormes lámparas de araña lanzan destellos irisados sobre las telas de seda marfileña que conforman el techo y las paredes. Debe de haber unas treinta mesas como mínimo, que me recuerdan al salón privado del hotel Heathman: copas de cristal, lino blanco y almidonado cubriendo las sillas y las mesas, y en el centro, un exquisito arreglo de peonías rosa pálido alrededor de un candelabro de plata. Al lado hay una cesta de exquisiteces envueltas en hilo de seda.
Santana consulta el plano de la distribución y me lleva a una mesa del centro. Rachel y Grace Trevelyan—López ya están sentadas, enfrascadas en una conversación con un joven al que no conozco. Grace lleva un deslumbrante vestido verde menta con una máscara veneciana a juego. Está radiante, se la ve muy relajada, y me saluda con afecto.
— ¡Britt, qué gusto volver a verte! Y además tan espléndida.
—Madre —la saluda Santana con formalidad, y la besa en ambas mejillas.
— ¡Ay, Santana, qué protocolaria! —le reprocha ella en broma.
Los padres de Grace, el señor y la señora Trevelyan, vienen a sentarse a nuestra mesa. Tienen un aspecto exuberante y juvenil, aunque resulte difícil asegurarlo bajo sus máscaras de bronce a juego. Se muestran encantados de ver a Santana.
—Abuela, abuelo, me gustaría presentarles a Brittany Pierce.
La señora Trevelyan me acapara de inmediato.
— ¡Oh, por fin ha encontrado a alguien, qué encantadora, y qué linda, aunque yo tenía esperanzas de que no fuera gay!
Bueno, espero que le conviertas en una mujer decente —comenta efusivamente mientras me da la mano.
Qué vergüenza… Doy gracias al cielo por la máscara.
Grace acude en mi rescate.
—Madre, no incomodes a Britt.
—No hagas caso a esta vieja tonta, querida. —El señor Trevelyan me estrecha la mano.
— Se cree que, como es tan mayor, tiene el derecho divino a decir cualquier tontería que se le pase por esa cabecita loca.
—Britt, este es mi acompañante, Finn.
Rachel presenta tímidamente al joven. Al darme la mano, me dedica una sonrisa traviesa y un brillo divertido baila en sus ojos castaños.
—Encantado de conocerte, Finn.
Santana estrecha la mano de Finn y le observa con suspicacia. No me digas que la pobre Rachel tiene que sufrir también a su sobreprotectora hermana. Sonrío a Rachel con expresión compasiva.
Lance y Janine, unos amigos de Grace, son la última pareja en sentarse a nuestra mesa, pero el señor Carrick López sigue sin aparecer.
De pronto, se oye el zumbido de un micrófono, y la voz del señor López retumba por encima del sistema de megafonía, logrando acallar el murmullo de voces.
Carrick, de pie sobre un pequeño escenario en un extremo de la carpa, luce una impresionante máscara dorada de Polichinela.
—Damas y caballeros, quiero darles la bienvenida a nuestro baile benéfico anual. Espero que disfruten de lo que hemos preparado para ustedes esta noche, y que se rasquen los bolsillos para apoyar el fantástico trabajo que hace nuestro equipo de Afrontarlo Juntos. Como saben, esta es una causa a la que estamos muy vinculados y que tanto mi esposa como yo apoyamos de todo corazón.
Nerviosa, observo de reojo a Santana, que mira impasible, creo, hacia el escenario. Se da cuenta y me sonríe.
—Ahora les dejo con el maestro de ceremonias. Por favor, tomen asiento y disfruten —concluye Carrick.
Después de un aplauso cortés, regresa el bullicio a la carpa. Estoy sentada entre Santana y su abuelo. Contemplo admirada la tarjetita blanca en la que aparece mi nombre escrito con elegante caligrafía plateada, mientras un camarero enciende el candelabro con una vela larga. Carrick se une a nosotros, y me sorprende besándome en ambas mejillas.
—Me alegro de volver a verte, Britt —murmura.
Está realmente magnífico con su extraordinaria máscara dorada.
—Damas y caballeros, escojan por favor quién presidirá su mesa —dice el maestro de ceremonias.
— ¡Oh… yo, yo! —dice Rachel inmediatamente, dando saltitos entusiasmados en su asiento.
—En el centro de sus mesas encontrarán un sobre —continúa el maestro de ceremonias—. ¿Serían todos ustedes tan amables de sacar, pedir, tomar prestado o si es preciso robar un billete de la suma más alta posible, escribir su nombre en ella y meterlo dentro del sobre? Presidentes de mesa, por favor, vigilen atentamente los sobres. Más tarde los necesitaremos.
Maldición… He venido sin dinero. ¡Qué tonta… es una gala benéfica!
Santana saca dos billetes de cien dólares de su bolso de mano.
—Toma —dice.
¿Qué?
—Luego te lo devuelvo —susurro.
Ella tuerce levemente la boca. Sé que no le ha gustado, pero no dice nada.
Escribo mi nombre con su pluma, es negra, con una flor blanca en el capuchón, y
Rachel va pasando el sobre.
Encuentro delante de mí otro tarjetón con el menú impreso en letras plateadas.
 
BAILE DE MÁSCARAS A BENEFICIO DE «COPING TOGETHER»
MENÚ
TARTAR DE SALMÓN CON NATA LÍQUIDA Y PEPINOS SOBRE
TOSTADA DE BRIOCHE
ALBAN ESTATE ROUSSANNE 2006
MAGRET DE PATO DE MUSCOVY ASADO
PURÉ CREMOSO DE ALCACHOFAS DE JERUSALÉN
CEREZAS PICOTAS ASADAS CON TOMILLO, FOIE GRAS
CHÂTEAUNEF-DU-PAPE VIEILLES VIGNES 2006
DOMAINE DE LA JBRITTSSE
MOUSSE CARAMELIZADA DE NUECES
HIGOS CONFITADOS, SABAYON, HELADO DE ARCE
VIN DE CONSTANCE 2004 KLEIN CONSTANTIA
SURTIDO DE QUESOS Y PANES LOCALES
ALBAN ESTATE GRENACHE 2006
CAFÉ Y PETITS FOURS
 
Bueno, eso justifica la cantidad de copas de cristal de todos los tamaños que atiborran el espacio que tengo asignado en la mesa. Nuestro camarero ha vuelto, y nos ofrece vino y agua. A mis espaldas, están cerrando los faldones de la carpa por donde hemos entrado, mientras que, en la parte delantera, dos miembros del servicio retiran la lona para revelar antes nuestros ojos la puesta de sol sobre Seattle y la bahía Meydenbauer.
La vista es absolutamente impresionante, con las luces centelleantes de
Seattle a lo lejos y la calma anaranjada y crepuscular de la bahía reflejando el cielo opalino. Qué maravilla. Resulta tan tranquilo y relajante…
Diez camareros, llevando cada uno una bandeja, se colocan de pie entre los asientos. Acto seguido, cada uno va sirviendo los entrantes en silencio y con una sincronización total, y luego desaparece. El salmón tiene un aspecto delicioso, y me doy cuenta de que estoy hambrienta.
— ¿Tienes hambre? —musita Santana para que solo pueda oírle yo.
Sé que no se refiere a la comida, y los músculos del fondo de mi vientre responden.
—Mucha —susurro, y la miro desafiante.
Santana separa los labios e inspira.
¡Ja! ¿Lo ves? Yo también sé jugar a este juego.
El abuelo de Santana enseguida me da conversación. Es un anciano encantador, muy orgulloso de su hija y de sus tres nietos.
Me resulta extraño pensar en Santana de niña. El recuerdo de las cicatrices de sus quemaduras me viene repentinamente a la mente, pero lo desecho de inmediato. Ahora no quiero pensar en eso, aunque sea el auténtico motivo de esta velada, por irónico que resulte.
Ojalá Quinn estuviera aquí con Sam. Ella encajaría muy bien: si Quinn tuviera delante esta gran cantidad de tenedores y cuchillos no se amilanaría… y además, tomaría el mando de la mesa. Me la imagino discutiendo con Rachel sobre quién debería presidir la mesa, y esa imagen me hace sonreír.
La conversación fluye agradablemente entre los comensales. Rachel se muestra muy amena, como siempre, eclipsando bastante al pobre Finn, que básicamente se limita a permanecer callado, como yo. La abuela de Santana es la más locuaz. También tiene un sentido del humor mordaz, normalmente a costa de su marido.
Empiezo a sentir un poco de lástima por el señor Trevelyan.
Santana y Lance charlan animadamente sobre un dispositivo que la empresa de Santana está desarrollando, inspirado en el principio de E. F. Schumacher de «Lo pequeño es hermoso». Es difícil seguir lo que dicen. Por lo visto Santana pretende impulsar el desarrollo de las comunidades más pobres del planeta por medio de la tecnología eólica: mediante dispositivos que no necesitan electricidad, ni pilas, y cuyo mantenimiento es mínimo.
Verla tan implicada es algo fascinante. Está apasionadamente comprometida en mejorar la vida de los más desfavorecidos. A través de su empresa de telecomunicaciones, pretende ser la primera en sacar al mercado un teléfono móvil eólico.
Vaya… No tenía ni idea. Quiero decir que conocía su pasión por querer alimentar al mundo, pero esto…
Lance parece incapaz de comprender esa idea de Santana de ceder tecnología sin patentarla. Me pregunto vagamente cómo ha conseguido ganar Santana tanto dinero, si está tan dispuesta a cederlo todo.
A lo largo de la cena, un flujo constante de hombres con elegantes esmóquines y máscaras oscuras se acerca a la mesa, deseosos de conocer a Santana.
Le estrechan la mano e intercambian amables comentarios. Ella me presenta a algunos, pero no a otros. Me intriga saber el cómo y el porqué de tal distinción.
Durante una de esas conversaciones, Rachel se inclina hacia delante y me sonríe.
—Britt, ¿colaborarás en la subasta?
—Por supuesto —le contesto con excesiva prontitud.
Cuando llega el momento de los postres, ya se ha hecho de noche y yo me siento francamente incómoda. Tengo que librarme de las bolas. El maestro de ceremonias se acerca a nuestra mesa antes de que pueda retirarme, y con ella, si no me equivoco, viene miss Coletitas Europeas.
¿Cómo se llamaba? Hansel, Gretel… Gretchen.
Va enmascarada, naturalmente, pero sé que es ella porque no le quita la vista de encima a Santana. Se ruboriza, y yo, egoístamente, estoy más que encantada de que ella no la reconozca en absoluto.
El maestro de ceremonias nos pide el sobre y, con una floritura elocuente y experta, le pide a Grace que saque el billete ganador. Es el de Finn, y lo premian con la cesta envuelta en seda.
Yo aplaudo educadamente, pero me resulta imposible seguir concentrándome en el ritual.
—Si me perdonas —susurro a Santana.
Me mira atentamente.
— ¿Tienes que ir al tocador?
Yo asiento.
—Te acompañaré —dice con aire misterioso.
Cuando me pongo de pie, todos los demás hombres de la mesa se levantan también. Oh, cuánto ceremonial.
— ¡No, Santana!, tú no. Yo acompañaré a Britt.
Rachel se pone de pie antes de que Santana pueda protestar. Ella tensa la mandíbula y sé que está contrariada. Y, francamente, yo también. Tengo… necesidades. Me encojo de hombros a modo de disculpa y ella se sienta enseguida, resignada.
Cuando volvemos me siento un poco mejor, aunque el alivio de quitarme las bolas no ha sido tan inmediato como esperaba. Ahora las tengo perfectamente guardadas en mi bolso de mano.
¿Por qué creí que podría soportarlas toda la noche? Sigo anhelante… quizá pueda convencer a Santana para que me acompañe más tarde a la casita del embarcadero. Al pensarlo me ruborizo, y cuando me siento la observo de reojo. Ella me mira de frente, y la sombra de una sonrisa brota en sus labios.
Uf… ya no está enfadada por haber perdido la oportunidad; aunque quizá yo sí lo esté. Me siento frustrada; irritada incluso. Santana me aprieta la mano y ambas escuchamos atentos a Carrick, que está de nuevo en el escenario hablando sobre Afrontarlo Juntos. Santana me pasa otra tarjeta: una lista con los precios de la subasta. La repaso rápidamente.
 
 REGALOS SUBASTADOS, Y SUS GENEROSOS
DONANTES, A BENEFICIO DE «COPING TOGETHER»
 BATE DE BÉISBOL FIRMADO POR LOS MARINERS
-Dr. Emily Mainwaring
BOLSO, CARTERA Y LLAVERO GUCCI
-Andrea Washington
VALE PARA DOS PERSONAS POR UN DÍA EN EL ESCLAVA DE «BRAVERN CENTER»
-Elena Lincoln
DISEÑO DE PAISAJE Y JARDÍN
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ESTUCHE DE SELECCIÓN DE PRODUCTOS DE BELLEZA COCO DE MER
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ESPEJO VENECIANO
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DOS CAJAS DE VINO DE ALBAN ESTATES A ESCOGER
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2 TICKETS VIP PARA XTY EN CONCIERTO
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PRIMERA EDICIÓN DE «ORGULLO Y PREJUICIO» DE JANE AUSTEN
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CONDUCIR UN ASTON MARTIN DB7 DURANTE UN DÍA
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ÓLEO, «EN EL AZUL» DE J. TROUTON
-Kelly Trouton
CLASE DE VUELO SIN MOTOR
-Escuela de vuelo Soaring Seattle
FIN DE SEMANA PARA DOS EN EL HOTEL HEATHMAN DE PORTLAND
-Hotel Heathman
ESTANCIA DE FIN DE SEMANA EN ASPEN, COLORADO (6 PLAZAS)
-Sra. S. López
ESTANCIA DE UNA SEMANA A BORDO DEL YATE «SUSIECUE» (6 PLAZAS), AMARRADO EN STA. LUCÍA
Dc y Sra. Larin
UNA SEMANA EN EL LAGO ADRIANA, MONTANA (8, PLAZAS)
-Sr. y Dra. López
 
Madre mía… Miro a Santana con expresión atónita.
— ¿Tú tienes una propiedad en Aspen? —siseo.
La subasta está en marcha y tengo que hablar en voz baja.
Ella asiente, sorprendida e irritada por mi salida de tono, creo. Se lleva un dedo a los labios para hacerme callar.
—¿Tienes propiedades en algún otro sitio?
Ella asiente e inclina la cabeza en señal de advertencia.
La sala entera irrumpe en aplausos y vítores: uno de los regalos ha sido adjudicado por doce mil dólares.
—Te lo contaré luego —dice Santana en voz baja. Y añade, malhumorada
— Yo quería ir contigo.
Bueno, pero no has venido. Hago un mohín y me doy cuenta de que sigo quejosa, y es sin duda por el frustrante efecto de las bolas. Y cuando veo el nombre de la señora Robinson en la lista de generosos donantes, me pongo aún de más mal humor.
Echo un vistazo alrededor de la carpa para ver si la localizo, pero no consigo ver su deslumbrante cabello. Seguramente Santana me habría avisado si ella estuviera invitada esta noche. Permanezco sentada, dándole vueltas a la cabeza y aplaudiendo cuando corresponde, a medida que los lotes se van vendiendo por cantidades de dinero astronómicas.
Le toca el turno a la estancia en la propiedad de Santana en Aspen, que alcanza los veinte mil dólares.
—A la una, a las dos… —anuncia el maestro de ceremonias.
Y en ese momento no sé qué es lo que se apodera de mí, pero de repente oigo mi propia voz resonando claramente sobre el gentío.
— ¡Veinticuatro mil dólares!
Todas las máscaras de la mesa se vuelven hacia mí, sorprendidas, maravilladas, pero la mayor reacción de todas se produce a mi lado. Noto que da un respingo y siento cómo su cólera me inunda como las olas de una gran marea.
—Veinticuatro mil dólares, ofrecidos por la encantadora dama de plata, a la una, a las dos… ¡Adjudicado!
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Mensaje por monica.santander Vie Jun 14, 2013 1:16 am

wowwwwww gracias que buena dosis!!!jaja! espero leerte mañana??? Por favor-w-
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Mensaje por jas2602 Vie Jun 14, 2013 1:19 am

ooooh britt la que te espera....Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 23 2414267551
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Mensaje por Invitado Vie Jun 14, 2013 1:24 am

^^ Compro la propiedad Britt LOL y Elena no fue al baile....?' Pues no se, no te tardes mucho en actualizar. *O*
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Mensaje por Elisika-sama Vie Jun 14, 2013 4:03 am

Jajajajajajaja un final espectacular! Santana se habrá quedado en shock totalmente. Que lista Britt, pagando el mismo precio que le dio Santana por el Escarabajo... Santana se mosqueara... Jajaja ya tengo ganas de leer el próximo capítulo!
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Mensaje por Anddy Rivera Morris Vie Jun 14, 2013 8:36 am

¡Dios mío! Lo que le esperará a Brittany... Ya me imagino a Santana jajaja *_*


Espero que actualices pronto, un beso
hasta la próxima. Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 23 918367557
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Mensaje por LilianaM. Vie Jun 14, 2013 1:24 pm

HOOOOOO por dios.! Haay algo mas adictivo que tu FIC.? no no lo creo.

Soy nueva y solamente me cree una cuenta para poder decirte que tu FIC esta genial Chica tienes un don por estas ideas tan ocurrentes que tienes Felicidades y espero y sigas Actualizando así de continuo. Soy adicta. Saludos ;)
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Mensaje por Ali_Pearce Vie Jun 14, 2013 3:11 pm

Un shot de dos capítulos! Vaya capítulos...Oh Britt, lo que le espera ahora, creo que dejo en Shock a Santana, yo digo es el efecto de las malditas bolas XD

Una pregunta ¿Te gusta Melissa como Anastacia? ¿Crees que ella este bien para el papel? ¿Quien te gustaría para Christian Gray? Yo antes pensaba en Matt, pero...ahora creo que el no está disponible para el papel. 

Bueno, un saludo y hasta el próximo. 
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Mensaje por O_o Vie Jun 14, 2013 3:37 pm

Ali_Pearce escribió:
Un shot de dos capítulos! Vaya capítulos...Oh Britt, lo que le espera ahora, creo que dejo en Shock a Santana, yo digo es el efecto de las malditas bolas XD

Una pregunta ¿Te gusta Melissa como Anastacia? ¿Crees que ella este bien para el papel? ¿Quien te gustaría para Christian Gray? Yo antes pensaba en Matt, pero...ahora creo que el no está disponible para el papel. 

Bueno, un saludo y hasta el próximo. 



holaaa ali la verdad no me gusta melissa xq la veo muy inocente para el papel, ok si tiene las caracteristicas fisicas pero creo que ella no encaja en la personalidad del personaje!!.. y como christian grey me gustaria que fuera Henry Cavill creo que lo tiene todo para el papel!! 
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Mensaje por Filomena! Vie Jun 14, 2013 3:46 pm

jajjajajajaja muuuuuuuuuuyyyy bueno!el final fue genial.Me pregunte....de donde va a sacar Britt 24mil?....hasta que me acorde del escarabajo...ajja genial!!espero tu actu mañññññ o pasado o pasado de 'asado mañana....jajaj
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Mensaje por Invitado Vie Jun 14, 2013 3:51 pm

excelente como siempre..
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Mensaje por micky morales Vie Jun 14, 2013 7:14 pm

Esa es mi britt 24.000 dolares jajajajajajajajaja me imagino a santana, y ahora como la castigara!!!!
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Mensaje por airin-SyB Vie Jun 14, 2013 7:16 pm

jajajaja muy bueno de vdd

esperando actu

y espero q valla bn el problema q allas tenido
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Mensaje por aria Vie Jun 14, 2013 9:55 pm

Wow mejor de ahi creo que no podrian ser *-* me han encantado los dos caps... me fascina ver que las chicas esta cada vez mas unidas 
Excelente como siempre
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Mensaje por Alisseth Vie Jun 14, 2013 10:40 pm

jajaja pobre britt la que le espera... me encanto el capitulo... muy bueno.. espero actualices pronto... t mando un besoo :)
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Mensaje por itzel7 Vie Jun 14, 2013 11:04 pm

Jajajaja. Britt kn las bolas me preginto que habria pasado si es santana la.k acompana a brit al banoo??? Jajaj sta genial tu fic ja kmo siempreee me kedo todas las noches esperando la actualizacion :D
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Mensaje por laura.owens Sáb Jun 15, 2013 12:28 am

jajajaja Santana ha de estar furiosa con Britt, excelente capitulo, me rei mucho con lo de las bolas Santana como siempre toda una picara jajaja
2 capitulos!! genial!! el que actualices tan seguido me hace amar aun mas esta historia, asi que... gracias! Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 23 2013958314
Hasta la proxima actualizacion, cuidate Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 23 1206646864
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Mensaje por yo_mera Sáb Jun 15, 2013 1:30 am

hola. Excelentes capítulos, me perdí de comentar el anterior, 
pero fue igual de bueno
a comos nos tienes acostumbradas y acostumbrados. 
Gracias por darte el tiempo de escribir y seguir
siendo fiel a la lógica de los personajes, lo aprecio mucho en
esta historia. saludos
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Mensaje por O_o Sáb Jun 15, 2013 2:43 am

Buenas madrugadas jeje... Bueno aqui les traigo otro capitulo tarde pero seguro espero sus opiniones Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 23 918367557


Parte II – Capítulo 7
 

Maldita sea… ¿realmente acabo de hacer eso? Debe de ser el alcohol. He bebido bastante champán, más cuatro copas de cuatro vinos distintos. Levanto la vista hacia Santana, que está aplaudiendo.
Dios… va a enfadarse mucho, ahora que estábamos tan bien. Mi subconsciente ha decidido finalmente hacer acto de presencia, y luce la cara de El grito de Edvard Munch.
Santana se inclina hacia mí, con una falsa sonrisa estampada en la cara.
Me besa en la mejilla y después se acerca más para susurrarme al oído, con una voz muy fría y controlada:
—No sé si adorarte, puesto de rodillas o si darte unos azotes que te dejen sin aliento.
Oh, yo sé lo que quiero ahora mismo. Levanto los ojos parpadeantes para mirarla a través de la máscara. Ojalá pudiera interpretar su expresión.
—Prefiero la segunda opción, gracias —susurro desesperada, mientras el aplauso se va apagando.
Ella separa los labios e inspira bruscamente. Oh, esa boca escultural… la quiero sobre mí, ahora. Muero por ella. Me obsequia con una radiante sonrisa que me deja sin respiración.
—Estás sufriendo, ¿eh? Veremos qué podemos hacer para solucionar eso. Insinúa, mientras desliza el índice por mi barbilla.
Su caricia resuena en el fondo de mis entrañas, allí donde el dolor ha germinado y se ha extendido. Quiero abalanzarme sobre ella aquí, ahora mismo, pero volvemos a sentarnos para ver cómo subastan el siguiente lote.
Me cuesta mucho permanecer quieta. Santana me rodea el hombro con el brazo y me acaricia la espalda continuamente con el pulgar, provocando deliciosos hormigueos que bajan por mi espina dorsal. Sujeta mi mano con la que tiene libre, se la lleva a los labios y luego la deja sobre su regazo.
Lenta y furtivamente, de manera que no me doy cuenta de su juego hasta que ya es demasiado tarde, va subiendo mi mano por su pierna hasta llegar a su sexo.
Ahogo un grito, y con el pánico impreso en los ojos miro alrededor de la mesa, pero todo el mundo está concentrado en el escenario. Gracias a Dios que llevo máscara.
Aprovecho la ocasión y la acaricio despacio sobre el vestido, dejando que mis dedos exploren. Santana mantiene su mano sobre la mía, ocultando mis audaces dedos, mientras su pulgar se desliza suavemente sobre mi nuca. Abre la boca y jadea imperceptiblemente, y esa es la única reacción que capto a mi inexperta caricia. Pero significa mucho. Me desea. Mi cuerpo se contrae por debajo de la cintura. Empieza a ser insoportable.
El último lote de la subasta es una semana en el lago Adriana.
Naturalmente, el señor y la doctora López tienen una casa en aquel hermoso paraje de
Montana, y la puja sube rápidamente, pero yo apenas soy consciente de ello. Noto el palpitar de su sexo crecer bajo mis dedos y eso hace que me sienta muy poderosa.
— ¡Adjudicado por ciento diez mil dólares! —proclama triunfalmente el maestro de ceremonias.
Toda la sala prorrumpe en aplausos, y yo me sumo a ellos de mala gana, igual que Santana, poniendo fin a nuestra diversión.
Se vuelve hacia mí con una expresión sugerente en los labios.
— ¿Lista? —musita sobre la efusiva ovación.
—Sí —respondo en voz queda.
— ¡Britt! —grita Rachel.
— ¡Ha llegado el momento!
¿Qué? No. Otra vez no.
— ¿El momento de qué?
—La Subasta del Baile Inaugural. ¡Vamos!
Se levanta y me tiende la mano.
Yo miro de reojo a Santana, que está, creo, frunciéndole el ceño a Rachel, y no sé si reír o llorar, pero al final opto por la primera opción. Rompo a reír en un estallido catártico de colegiala nerviosa, al vernos frustradas nuevamente por ese torbellino de energía rosa que es Rachel López. Santana me observa fijamente y, al cabo de un momento, aparece la sombra de una sonrisa en sus labios.
—El primer baile será conmigo, ¿de acuerdo? Y no será en la pista, me dice lasciva al oído.
Mi risita remite en cuanto la expectativa aviva las llamas del deseo. ¡Oh, sí! La diosa que llevo dentro ejecuta una perfecta pirueta en el aire con sus patines sobre hielo.
—Me apetece mucho.
Me inclino y la beso castamente en los labios. Echo un vistazo alrededor y me doy cuenta de que el resto de los comensales de la mesa están atónitos.
Naturalmente, nunca habían visto a Santana acompañada de alguien o nunca habían visto dos mujeres besándose.
Ella esboza una amplia sonrisa y parece… feliz.
—Vamos, Britt —insiste Rachel.
Acepto la mano que me tiende y la sigo al escenario, donde se han congregado otras diez jóvenes más, y veo con cierta inquietud que Kitty es una de ellas.
— ¡Caballeros, el momento cumbre de la velada!.
Grita el maestro de ceremonias por encima del bullicio—. ¡El momento que todos estaban esperando!
— ¡Estas doce encantadoras damas han aceptado subastar su primer baile al mejor postor!
Oh, no. Enrojezco de la cabeza a los pies. No me había dado cuenta de qué iba todo esto. ¡Qué humillante!
—Es por una buena causa —sisea Rachel al notar mi incomodidad.
—Además, ganará Santana —añade poniendo los ojos en blanco, aunque la subasta es solo para hombres —. Me resulta inconcebible que permita que alguien puje más que ella. No te ha quitado los ojos de encima en toda la noche.
Eso es… Tú concéntrate solo en que es para una buena causa, y en que
Santana ganará. Después de todo, no le viene de unos pocos dólares.
¡Pero eso implica que se gaste más dinero en ti!, me gruñe mi subconsciente. Pero yo no quiero bailar con ningún otro… no podría bailar con ningún otro, y además, no se va a gastar el dinero en mí, va a donarlo a la beneficencia.
¿Como los veinticuatro mil dólares que ya se ha gastado en ti?, prosigue mi subconsciente, entornando los ojos.
Maldita sea. Parece que me he dejado llevar con esa puja impulsiva. ¿Y por qué estoy discutiendo conmigo misma?
—Ahora, caballeros, acérquense por favor y echen un buen vistazo a quien podría acompañarles en su primer baile. Doce muchachas hermosas y complacientes.
¡Santo Dios! Me siento como si estuviera en un mercado de carne.
Contemplo horrorizada a la veintena de hombres, como mínimo, que se aproxima a la zona del escenario, y Santana. Se paFinn con despreocupada elegancia entre las mesas, deteniéndose a saludar una o dos veces por el camino. En cuanto los interesados están reunidos alrededor del escenario, el maestro de ceremonias procede.
—Damas y caballeros, de acuerdo con la tradición del baile de máscaras, mantendremos el misterio oculto tras las mismas y utilizaremos únicamente los nombres de pila. En primer lugar tenemos a la encantadora Jada.
Jada también se ríe nerviosamente como una colegiala. Tal vez yo no esté tan fuera de lugar. Va vestida de pies a la cabeza de tafetán azul marino con una máscara a juego. Dos jóvenes dan un paso al frente, expectantes. Qué afortunada, Jada…
—Jada habla japonés con fluidez, tiene el título de piloto de combate y es gimnasta olímpica… mmm. —El maestro de ceremonias guiña un ojo—. Caballeros, ¿cuál es la oferta inicial?
Jada se queda boquiabierta ante las palabras del maestro de ceremonias: obviamente, todo lo que ha dicho en su presentación no son más que bobadas graciosas. Sonríe con timidez a los dos postores.
— ¡Mil dólares! —grita uno.
La puja alcanza rápidamente los cinco mil dólares.
—A la una… a las dos… adjudicada… —proclama a voz en grito el maestro de ceremonias—… ¡al caballero de la máscara!
Y naturalmente, como todos los caballeros llevan máscara, estallan las carcajadas y los aplausos jocosos. Jada sonríe radiante a su comprador y abandona a toda prisa el escenario.
— ¿Lo ves…? ¡Es divertido! —murmura Rachel, y añade.
— Espero que Santana consiga tu primer baile, porque… no quiero que haya pelea.
— ¿Pelea? —replico horrorizada.
—Oh, sí. Cuando era más joven era muy temperamental —dice con un ligero estremecimiento.
¿Santana metida en una pelea? ¿La refinada y sofisticada Santana, aficionada a la música coral del periodo Tudor? No me entra en la cabeza. El maestro de ceremonias me distrae de mis pensamientos con la siguiente presentación: una joven vestida de rojo, con una larga melena azabache.
—Caballeros, permitan que les presente ahora a la maravillosa Mariah.
Ah… ¿qué podemos decir de Mariah? Es una experta espadachina, toca el violonchelo como una auténtica concertista y es campeona de salto con pértiga… ¿Qué les parece, caballeros? ¿Cuánto estarían dispuestos a ofrecer por un baile con la deliciosa Mariah?
Mariah se queda mirando al maestro de ceremonias, y entonces alguien grita, muy fuerte:
— ¡Tres mil dólares!
Es un hombre enmascarado con cabello rubio y barba.
Se produce una contraoferta, y Mariah acaba siendo adjudicada por cuatro mil dólares.
Santana no me quita los ojos de encima. La busca pleito López… ¿quién lo habría dicho?
— ¿Cuánto hace de eso? —le pregunto a Rachel.
Me mira, desconcertada.
— ¿Cuántos años tenía Santana cuando se metía en peleas?
—Al principio de la adolescencia. Solía volver a casa con el labio partido y los ojos morados, y mis padres estaban desesperados. La expulsaron de dos colegios.
Llegó a causar serios daños a algunos de sus oponentes.
La miro boquiabierta.
— ¿Ella no te lo había contado? —Suspira—. Tenía bastante mala fama entre mis amigos. Durante años fue considerada una auténtica persona no grata. Pero a los quince o dieciséis años se le pasó.
Y se encoge de hombros.
Santo Dios… Otra pieza del rompecabezas que encaja en su sitio.
—Entonces, ¿cuánto ofrecen por la despampanante Jill?
—Cuatro mil dólares —dice una voz ronca desde el lado izquierdo de la multitud.
Jill suelta un gritito, encantada.
Yo dejo de prestar atención a la subasta. Así que Santana era una chica problemática en el colegio, que se metía en peleas. Me pregunto por qué. La miro fijamente. Kitty nos vigila atentamente.
—Y ahora, permítanme que les presente a la preciosa Britt.
Oh, no… esa soy yo. Nerviosa, miro de reojo a Rachel, que me empuja al centro de escenario. Afortunadamente no me caigo, pero quedo expuesta a la vista de todo el mundo, terriblemente avergonzada. Cuando miro a Santana, me sonríe satisfecha. Gilipollas…
—La preciosa Britt toca seis instrumentos musicales, habla mandarín con fluidez y le encanta el yoga… Bien, caballeros…
Y antes de que termine la frase, Santana interrumpe al maestro de ceremonias fulminándolo con la mirada:
—Diez mil dólares.
Oigo el grito entrecortado y atónito de Kitty a mis espaldas.
Oh, no…
—Quince mil.
¿Qué? Todos nos volvemos a la vez hacia un hombre alto e impecablemente vestido, situado a la izquierda del escenario. Yo miro perpleja a Cincuenta. Madre mía, ¿qué hará ante esto? Pero ella se rasca el pelo y obsequia al desconocido con una sonrisa irónica. Es obvio que Santana le conoce. El hombre le responde con una cortés inclinación de cabeza.
— ¡Bien, caballeros y dama! Por lo visto esta noche saltaremos el protocolo y contamos en la sala con dos contendientes de altura.
El maestro de ceremonias se gira para sonreír a Santana y la emoción emana través de su máscara. Se trata de un gran espectáculo, aunque en realidad sea a costa mía. Tengo ganas de llorar.
—Veinte mil —contraataca Santana tranquilamente.
El bullicio del gentío ha enmudecido. Todo el mundo nos mira a mí, a Santana y al misterioso hombre situado junto al escenario.
—Veinticinco mil —dice el desconocido.
¿Puede haber una situación más bochornosa?
Santana le observa impasible, pero se está divirtiendo. Todos los ojos están fijos en ella. ¿Qué va a hacer? Tengo un nudo en la garganta. Me siento mareada.
—Cien mil dólares —dice, y su voz resuena alta y clara por toda la carpa.
— ¿Qué diablos…? —masculla perceptiblemente Kitty detrás de mí, y un murmullo general de asombro jubiloso se alza entre la multitud.
El desconocido levanta las manos en señal de derrota, riendo, y Santana le dirige una amplia sonrisa. Por el rabillo del ojo, veo a Rachel dando saltitos de regocijo.
— ¡Cien mil dólares por la encantadora Britt! A la una… a las dos…
El maestro de ceremonias mira al desconocido, que niega con la cabeza con fingido reproche, pero se inclina caballerosamente.
— ¡Adjudicada! —grita triunfante.
Entre un ensordecedor clamor de vítores y aplausos, Santana avanza, me da la mano y me ayuda a bajar del escenario. Me mira con semblante irónico mientras yo bajo, me besa el dorso de la mano, la coloca alrededor de su brazo y me conduce fuera de la carpa.
— ¿Quién era ese? —pregunto.
Me mira.
—Alguien a quien conocerás más tarde. Ahora quiero enseñarte una cosa.
Disponemos de treinta minutos antes de que termine la subasta. Después tenemos que regresar para poder disfrutar de ese baile por el que he pagado.
—Un baile muy caro —musito en tono reprobatorio.
—Estoy seguro de que valdrá la pena, hasta el último centavo.
Me sonríe maliciosamente. Oh, tiene una sonrisa maravillosa, y vuelvo a sentir ese dolor que florece con plenitud en mis entrañas.
Estamos en el jardín. Yo creía que iríamos a la casita del embarcadero, y siento una punzada de decepción al ver que nos dirigimos hacia la gran pérgola, donde ahora se está instalando la banda. Hay por lo menos veinte músicos, y unos cuantos invitados merodeando por el lugar, fumando a hurtadillas. Pero como toda la acción está teniendo lugar en la carpa, nadie se fija mucho en nosotras.
Santana me lleva a la parte de atrás de la casa y abre una puerta acristalada que da a un salón enorme y confortable que yo no había visto antes. Ella atraviesa la sala desierta hacia una gran escalera con una elegante barandilla de madera pulida. Me toma de la mano que tenía enlazada en su brazo y me conduce al segundo piso, y luego por el siguiente tramo de escaleras hasta el tercero. Abre una puerta blanca y me hace pasar a un dormitorio.
—Esta era mi habitación —dice en voz baja, quedándose junto a la puerta y cerrándola a sus espaldas.
Es amplia, austera, con muy poco mobiliario. Las paredes son blancas, al igual que los muebles; hay una espaciosa cama doble, una mesa y una silla, y estantes abarrotados de libros y diversos trofeos, al parecer de kickboxing. De las paredes cuelgan carteles de cine: Titanic, El club de la luch, El show de Truman, y dos pósters de Madonna.
Lo que más llama mi atención es un panel de corcho sobre el escritorio, cubierto con miles de fotos, banderines de los Mariners y entradas de conciertos. Es un fragmento de la vida de la joven Santana. Dirijo de nuevo la mirada hacia el impresionante y hermosa mujer que ahora está en el centro de la habitación. Ella me mira con aire misterioso, pensativa y sexy.
—Nunca había traído a una chica aquí —murmura.
— ¿Nunca? —susurro.
Niega con la cabeza.
Trago saliva convulsamente, y el dolor que ha estado molestándome las dos últimas horas ruge ahora, salvaje y anhelante. Verla ahí plantada con esa máscara… supera lo erótico. La deseo. Ahora. De la forma que sea. He de reprimirme para no lanzarme sobre ella y desgarrarle el vestido. Ella se acerca a mí lenta y cadenciosa.
—No tenemos mucho tiempo, Brittany, y tal como me siento ahora mismo, no necesitaremos mucho. Date la vuelta. Deja que te quite el vestido.
Yo me giro, mirando hacia la puerta, y agradezco que haya echado el pestillo. Ella se inclina y me susurra al oído.
— Déjate la máscara.
Yo respondo con un gemido, y mi cuerpo se tensa.
Ella sujeta la parte de arriba de mi vestido, desliza los dedos sobre mi piel y su caricia resuena en todo mi cuerpo. Con movimiento rápido abre la cremallera.
Sosteniendo el vestido, me ayuda a quitármelo, luego se da la vuelta y lo deja con destreza sobre el respaldo de la silla. Se quita los tacones, y los coloca en el piso al lado de la silla. Se detiene y me observa un momento, embebiéndose de mí. Yo me quedo en ropa interior y medias a juego, deleitándome en su mirada sensual.
— ¿Sabes, Brittany? —dice en voz baja mientras avanza hacia mí y se desata la cremallera del vestido, sacándoselo poco a poco y que dándose en las mismas condiciones que yo.
— Estaba tan enfadada cuando compraste mi lote en la subasta que me vinieron a la cabeza ideas de todo tipo. Tuve que recordarme a mí misma que el castigo no forma parte de las opciones. Pero luego te ofreciste.
Baja la vista hacia mí a través de la máscara
— ¿Por qué hiciste eso? musita.
— ¿Ofrecerme? No lo sé. Frustración… demasiado alcohol… una buena causa —musito sumisa, y me encojo de hombros.
¿Quizá para llamar su atención?
En aquel momento la necesitaba. Ahora la necesito más. El dolor ha empeorado y sé que ella puede aliviarlo, calmar su rugido, y la bestia que hay en mí saliva por la bestia que hay en ella. Santana aprieta los labios, ahora no son más que una fina línea, y se lame despacio el labio superior. Quiero esa lengua en mi interior.
—Me juré a mí misma que no volvería a pegarte, aunque me lo suplicaras.
—Por favor —suplico.
—Pero luego me di cuenta de que en este momento probablemente estés muy incómoda, y eso no es algo a lo que estas acostumbrada.
Me sonríe con complicidad, esa estúpida arrogante, pero no me importa porque tiene toda la razón.
—Sí —musito.
—Así que puede que haya cierta… flexibilidad. Si lo hago, has de prometerme una cosa.
—Lo que sea.
—Utilizarás las palabras de seguridad si las necesitas, y yo simplemente te haré el amor, ¿de acuerdo?
—Sí.
Estoy jadeando. Quiero sus manos sobre mí.
Ella traga saliva, luego me da la mano y se dirige hacia la cama. Aparta el cobertor, se sienta, coge una almohada y la coloca a un lado. Levanta la vista para verme de pie a su lado, y de pronto tira fuerte de mi mano, de manera que caigo sobre su regazo. Se mueve un poco hasta que mi cuerpo queda apoyado sobre la cama y mi pecho está encima de la almohada. Se inclina hacia delante, me aparta el pelo del hombro y pasa los dedos por el penacho de plumas de mi máscara.
—Pon las manos detrás de la espalda —murmura.
¡Oh…! Agarra una trenza que está en una mesita y la utiliza para atarme rápidamente las muñecas, de modo que mis manos quedan atadas sobre la parte baja de la espalda.
— ¿Realmente deseas esto, Brittany?
Cierro los ojos. Es la primera vez desde que la conozco que realmente quiero esto. La necesito.
—Sí —susurro.
— ¿Por qué? —pregunta en voz baja mientras me acaricia el trasero con la palma de la mano.
Yo gimo en cuanto su mano entra en contacto con mi piel. No sé por qué…
Tú me dijiste que no pensara demasiado. Después de un día como hoy… con la discusión sobre el dinero, Leila, la señora Robinson, el mapa de zonas prohibidas, poder verte los pechos detalladamente, esta espléndida fiesta, las máscaras, el alcohol, las bolas de plata, la subasta… deseo esto.
— ¿He de tener un motivo?
—No, bella, no hace falta —dice—. Solo intento entenderte.
Su mano izquierda se curva sobre mi cintura, sujetándome sobre su regazo, y entonces levanta la palma derecha de mi trasero y golpea con fuerza, justo donde se unen mis muslos. Ese dolor conecta directamente con el de mi vientre.
Oh, Dios… gimo con fuerza. Ella vuelve a pegarme, exactamente en el mismo sitio. Suelto otro gemido.
—Dos —susurra— Con doce bastará.
¡Oh…! Tengo una sensación muy distinta a la de la última vez: tan carnal, tan… necesaria. Santana me acaricia el culo con los largos dedos de sus manos, y mientras tanto yo estoy indefensa, atada y sujeta contra el colchón, a su merced, y por mi propia voluntad. Me azota otra vez, ligeramente hacia el costado, y otra, en el otro lado, luego se detiene, me baja las bragas y las medias lentamente y me las quita. Desliza suavemente otra vez la palma de la mano sobre mi trasero antes de seguir golpeando… cada escozor del azote alivia mi anhelo, o lo acrecienta… no lo sé. Me someto al ritmo de los golpes, absorbiendo cada uno de ellos, saboreando cada uno de ellos.
—Doce —murmura en voz baja y ronca.
Vuelve a acariciarme el trasero, baja la mano hasta mi sexo y hunde lentamente dos dedos en mi interior, y los mueve en círculo, una y otra y otra vez, torturándome.
Lanzo un gruñido cuando siento que mi cuerpo me domina, y llego al clímax, y luego otra vez, convulsionándome alrededor de sus dedos. Es tan intenso, inesperado y rápido…
—Muy bien, bella —musita satisfecha.
Me desata las muñecas, aun con los dedos dentro de mí mientras sigo tumbada sobre ella, jadeando, agotada.
—Aún no he acabado contigo, Brittany —dice, se mueve y retira los dedos.
Desliza mis rodillas hasta el suelo, de manera que ahora estoy inclinada y apoyada sobre la cama. Se quita sus bragas se arrodilla en el suelo detrás de mí. Abre la gaveta que está al lado de la cama en una mesita y observo que saca un pene de juguete, me fijo bien y es un arnés.
Siento que se lo coloca.
—Abre las piernas —gruñe, y yo obedezco.
Y, de un golpe, me penetra por detrás.
—Esto va a ser rápido, bella —murmura, y, sujetándome las caderas, sale de mi interior y vuelve a entrar con ímpetu.
—Ah —grito, pero la plenitud es celestial.
Impacta directamente contra el vientre dolorido, una y otra vez, y lo alivia con cada embestida dura y dulce. La sensación es alucinante, justo lo que necesito. Y me echo hacia atrás para unirme a ella en cada embate.
La deseo tanto que me acoplo a ella en cada embestida.
—Mierda, Britt —sisea cuando se corre, y el atormentado sonido me lanza de nuevo a una espiral de orgasmo sanador, que sigue y sigue, haciendo que me retuerza y dejándome exhausta y sin respiración.
Santana se inclina, me besa el hombro y luego saca el arnés de mí. Me rodea con sus brazos, apoya la cabeza en mitad de mi espalda, y nos quedamos así, las dos arrodilladas junto a la cama. ¿Cuánto? ¿Segundos? Minutos incluso, hasta que se calma nuestra respiración. El dolor en el vientre ha desaparecido, y lo que siento es una serenidad satisfecha y placentera.
Santana se mueve y me besa la espalda.
—Creo que me debe usted un baile, señorita Pierce —musita.
—Mmm —contesto, saboreando la ausencia de dolor y regodeándome en esa sensación.
Ella se sienta sobre los talones y tira de mí para colocarme en su regazo.
—No tenemos mucho tiempo. Vamos.
Me besa el pelo y me obliga a ponerme de pie.
Yo protesto, pero vuelvo a sentarme en la cama, recojo las medias y las bragas del suelo y me las pongo. Me acerco doliente a la silla para recuperar mi vestido. Caigo en la cuenta distraídamente de que no me he quitado los zapatos durante nuestro ilícito encuentro. Santana puso las bragas se está subiendo el vestido, después de haberse, arreglado un poco ella y también la cama, guardo el arnés en la gaveta de la mesita.
Y mientras vuelvo a ponerme el vestido, miro las fotografías del panel.
Santana cuando era una adolescente problematica, pero aun así igual de guapa que ahora: con Sam y Rachel en las pistas de esquí; sola en París, con el Arco de Triunfo de fondo; en Londres; en Nueva York; en el Gran Cañón; en la ópera de Sidney; incluso en la
Muralla China. La ama López ha viajado mucho desde muy joven.
Hay entradas de varios conciertos: U2, Madonna, The Verve, Sheryl Crow; la Filarmónica de Nueva York interpretando Romeo y Julieta de Prokofiev… ¡qué mezcla tan ecléctica! Y en una esquina, una foto tamaño carnet de una joven. En blanco y negro. Me suena, pero que me aspen si la identifico. No es la señora Robinson, gracias a Dios.
— ¿Quién es? —pregunto.
—Nadie importante —contesta mientras se pone los tacones.
— ¿Te subo la cremallera?
—Por favor. Entonces, ¿por qué la tienes en el panel?
—Un descuido por mi parte. ¿Qué tal el vestido?
Me muestra como una niña pequeña, y yo sonrío y se lo arreglo.
—Ahora estás perfecta.
—Como tú —murmura, me atrae hacia ella y me besa apasionadamente.
—¿Estás mejor?
—Mucho mejor, gracias, señora López.
—El placer ha sido mío, señorita Pierce.
Los invitados se están congregando en la gran pérgola. Santana me mira complacida, hemos llegado justo a tiempo, y me conduce a la pista de baile.
—Y ahora, damas y caballeros, ha llegado el momento del primer baile.
Señor y doctora López, ¿están listos? Carrick asiente y rodea con sus brazos a Grace.
—Damas y caballeros de la Subasta del Baile Inaugural, ¿están preparados?
Todos asentimos. Rachel está con alguien que no conozco. Me pregunto qué ha pasado con Finn.
—Pues empecemos. ¡Adelante Zack!
Un joven aparece en el escenario en medio de un cálido aplauso, se vuelve hacia la banda que está a sus espaldas y chasquea los dedos. Los conocidos acordes de «I’ve Got You Under My Skin» inundan el aire.
Santana me mira sonriendo, me toma en sus brazos y empieza a moverse.
Oh, baila tan bien que es muy fácil seguirla. Nos sonreímos mutuamente como tontas, mientras me hace girar alrededor de la pista.
—Me encanta esta canción —murmura Santana, y baja los ojos hacia mí
—Resulta muy apropiada.
Ya no sonríe, está seria.
—Yo también te tengo bajo la piel —respondo—. Al menos te tenía en tu dormitorio.
Frunce los labios, pero es incapaz de disimular su regocijo.
—Señorita Pierce —me reprocha en tono de broma—, no tenía ni idea de que pudiera ser tan grosera.
—Señora López, yo tampoco. Creo que es a causa de todas mis experiencias recientes. Han sido muy educativas.
—Para ambas.
Santana vuelve a estar seria, y se diría que estamos las dos solas con la banda. En nuestra burbuja privada.
Cuando termina la canción, las dos aplaudimos. Zack, el cantante, saluda con elegancia y presenta a su banda.
— ¿Puedo interrumpir?
Reconozco al hombre que pujó por mí en la subasta. Santana me suelta de
mala gana, pero parece también divertida.
—Adelante. Brittany, el es John Flynn. John, Brittany.
¡Oh, no!
Santana sonríe y se aleja con paso tranquilo hacia un lateral de la pista de baile.
— ¿Cómo estás, Brittany? —dice el doctor Flynn en tono afable, y me doy cuenta de que es inglés.
—Hola —balbuceo.
La banda inicia otra canción, y el doctor Flynn me toma entre sus brazos. Es mucho más joven de lo que imaginaba, aunque no puedo verle la cara. Lleva una máscara. Es alto y no se mueve con la gracia natural de Santana.
¿Qué le digo? ¿Por qué Santana está tan jodida? ¿Por qué ha apostado por mí? Eso es lo único que quiero preguntarle, pero me parece una grosería en cierto sentido.
—Estoy encantado de conocerte por fin, Brittany. ¿Lo estás pasando bien?
—pregunta.
—Lo estaba —murmuro.
—Oh, espero no ser el responsable de tu cambio de humor.
Me obsequia con una sonrisa breve y afectuosa que hace que me sienta algo más a gusto.
—Usted es el psiquiatra, doctor Flynn. Dígamelo usted.
Sonríe.
—Ese es el problema, ¿verdad? ¿Que soy psiquiatra?
Se me escapa una risita.
—Me siento un poco intimidada y avergonzada, porque me preocupa lo que pueda revelarme. Y la verdad es que lo único que quiero hacer es preguntarle acerca de Santana.
Sonríe.
—En primer lugar, estamos en una fiesta, de manera que no estoy de servicio —musita con aire cómplice—. Y, en segundo, lo cierto es que no puedo hablar contigo sobre Santana. Además —bromea—, la necesitamos al menos hasta Navidad.
Doy un respingo, atónita.
—Es una broma de médicos, Brittany.
Me ruborizo, incómoda, y me siento un poco ofendida. Está bromeando a costa de Santana.
—Acaba de confirmar lo que le he estado diciéndole a Santana… que no es usted más que un charlatán carísimo —le reprocho.
El doctor Flynn reprime una carcajada.
—Puede que tengas parte de razón.
— ¿Es usted inglés?
—Sí. Nacido en Londres.
— ¿Y cómo acabó usted aquí?
—Por una feliz circunstancia.
—No es muy extrovertido, ¿verdad?
—No tengo mucho que contar. La verdad es que soy una persona muy aburrida.
—Eso es ser muy autocrítico.
—Típico de los británicos. Forma parte de nuestro carácter nacional.
—Ah.
—Y podría acusarte a ti de lo mismo, Brittany.
— ¿De ser también una persona aburrida, doctor Flynn?
Suelta un bufido.
—No, Brittany, de no ser extrovertida.
—No tengo mucho que contar —replico sonriendo.
—Lo dudo, sinceramente.
Y, de forma inesperada, frunce el ceño.
Me ruborizo, pero entonces la música cesa y Santana vuelve a aparecer a mi lado. El doctor Flynn me suelta.
—Ha sido un placer conocerte, Brittany.
Vuelve a sonreírme afectuosamente, y tengo la sensación de haber pasado una especie de prueba encubierta.
—John —le saluda Santana con un gesto de la cabeza.
—Santana —le devuelve el saludo el doctor Flynn, luego gira sobre sus talones y desaparece entre la multitud.
Santana me coge entre sus brazos para el siguiente baile.
—Es mucho más joven de lo que esperaba —le digo en un murmullo—. Y tremendamente indiscreto.
— ¿Indiscreto? —pregunta Santana, ladeando la cabeza.
—Ah, sí, me lo ha contado todo.
Santana se pone rígida.
—Bien, en ese caso iré a buscar tu bolso. Estoy seguro de que ya no querrás tener nada que ver conmigo —añade en voz baja.
Me paró en seco.
— ¡No me ha contado nada!
Mi voz rezuma pánico.
Santana parpadea y el alivio inunda su cara. Me acoge de nuevo en sus brazos.
—Entonces disfrutemos del baile.
Me dedica una sonrisa radiante, me hace girar al compás de la música, y yo me tranquilizo.
¿Por qué ha pensado que querría dejarla? No tiene sentido.
Bailamos dos temas más, y me doy cuenta de que tengo que ir al baño.
—No tardaré.
Al dirigirme hacia el tocador, recuerdo que me he dejado el bolso sobre la mesa de la cena, así que vuelvo a la carpa. Al entrar veo que sigue iluminada pero prácticamente desierta, salvo por una pareja al fondo… ¡que debería buscarse una habitación! Recojo mi bolso.
— ¿Brittany?
Una voz suave me sobresalta, me doy la vuelta y veo a una mujer con un vestido de terciopelo negro, largo y ceñido. Lleva una máscara singular. Le cubre la cara hasta la nariz, pero también el cabello. Está hecha de elaboradas filigranas de oro, algo realmente extraordinario.
—Me alegro mucho de encontrarte a solas —dice en voz baja—. Me he pasado toda la velada queriendo hablar contigo.
—Perdone, pero no sé quién es.
Se aparta la máscara de la cara y se suelta el pelo.
¡Oh, no! Es la señora Robinson.
—Lamento haberte sobresaltado.
La miro boquiabierta. Madre mía… ¿qué diablos querrá esta mujer de mí?
No sé qué dicta el protocolo acerca de relacionarse socialmente con pedófilas. Ella me sonríe con dulzura y me indica con un gesto que me siente a su mesa. Y, dado que carezco de todo punto de referencia y estoy anonadada, hago lo que me pide por educación, agradeciendo no haberme quitado la máscara.
—Seré breve, Brittany. Sé lo que piensas de mí… Santana me lo contó.
La observo impasible, sin expresar nada, pero me alegro de que lo sepa.
Así me ahorro tener que decírselo y ella puede ir al grano. Hay una parte de mí que se muere por saber qué tendrá que decirme.
Hace una pequeña pausa y echa un vistazo por encima de mi hombro.
—Taylor nos está vigilando.
Echo un vistazo de reojo y le veo examinando la carpa desde el umbral. Sawyer le acompaña. Miran a todas partes salvo a nosotras.
—No tenemos mucho tiempo —dice apresuradamente—. Ya debes tener claro que Santana está enamorada de ti. Nunca la había visto así, nunca —añade, enfatizando la última palabra.
¿Qué? ¿Qué me quiere? No. ¿Por qué me dice ella esto? ¿Para tranquilizarme? No entiendo nada.
—Ella no te lo dirá porque probablemente ni siquiera sea consciente de ello, a pesar de que se lo he dicho, pero Santana es así. No acepta con facilidad ningún tipo de emoción o sentimiento positivo que pueda experimentar. Se maneja mucho mejor con lo negativo. Aunque seguramente eso ya lo has comprobado por ti misma.
No se valora en absoluto.
Todo me da vueltas. ¿Santana me quiere? ¿Ella no me lo ha dicho, y esta mujer tiene que explicarle qué es lo que siente? Todo esto me supera.
Un aluvión de imágenes acude a mi mente: el iPad, el planeador, coger un avión privado para ir a verme, todos sus actos, su posesividad, cien mil dólares por un baile… ¿Es eso amor?
Y oírlo de boca de esta mujer, que ella tenga que confirmármelo, es, francamente, desagradable. Preferiría oírselo a ella.
Se me encoge el corazón. Santana cree que no vale nada. ¿Por qué?
—Yo nunca la he visto tan feliz, y es evidente que tú también sientes algo por ella. —Una sonrisa fugaz brota en sus labios—. Eso es estupendo, y les deseo lo mejor a las dos. Pero lo que quería decir es que, si vuelves a hacerle daño, iré a por ti, señorita, y eso no te gustará nada.
Me mira fijamente, perforándome el cerebro con sus gélidos ojos azules que intentan llegar más allá de la máscara. Su amenaza es tan sorprendente, tan descabellada, que se me escapa sin querer una risita incrédula. De todas las cosas que podía decirme, esta era la que menos esperaba de ella.
— ¿Te parece gracioso, Brittany? —masculla consternada—. Tú no la viste el sábado pasado.
Palidezco y me pongo seria. No es agradable imaginar a Santana infeliz, y el sábado pasado la abandoné. Tuvo que recurrir a ella. Esa idea me descompone. ¿Por qué estoy aquí sentada escuchando toda esta basura, y de ella, nada menos? Me levanto despacio, sin dejar de mirarla.
—Me sorprende su desfachatez, señora Lincoln. Santana y yo no tenemos nada que ver con usted. Y si la abandono y usted viene a por mí, la estaré esperando, no tenga ninguna duda de ello. Y quizá le pague con su misma moneda, para resarcir a la pobre chica de quince años de la que usted abusó y a la que probablemente destrozó aún más de lo que ya estaba.
Se queda estupefacta.
—Y ahora, si me perdona, tengo mejores cosas que hacer en vez de perder el tiempo con usted.
Me doy la vuelta, sintiendo una descarga de rabia y adrenalina por todo el cuerpo, y me dirijo hacia la entrada de la carpa, donde están Taylor y Santana, que acaba de llegar, con aspecto nervioso y preocupado.
—Estás aquí —musita, y frunce el ceño al ver a Elena.
Yo paso por su lado sin detenerme, sin decir nada, dándole la oportunidad de escoger entre ella y yo. Elige bien.
—Britt —me llama. Me paro y la miro mientras ella acude a mi lado—. ¿Qué ha pasado?
Y baja los ojos para observarme, con la inquietud grabada en la cara.
— ¿Por qué no se lo preguntas a tu ex? —replico con acidez.
Ella tuerce la boca y su mirada se torna gélida.
—Te lo estoy preguntando a ti.
No levanta la voz, pero el tono resulta mucho más amenazador.
Nos fulminamos mutuamente con la mirada.
Muy bien, ya veo que esto acabará en una pelea si no se lo digo.
—Me ha amenazado con ir a por mí si vuelvo a hacerte daño… armada con un látigo, seguramente —le suelto.
El alivio se refleja en su cara y dulcifica el gesto con expresión divertida.
—Seguro que no se te ha pasado por alto la ironía de la situación —dice, y noto que hace esfuerzos para que no se le escape la risa.
— ¡Esto no tiene gracia, Santana!
—No, tienes razón. Hablaré con ella —dice, adoptando un semblante serio, pero sonriendo aún para sí.
—Eso ni pensarlo —replico cruzando los brazos, nuevamente indignada.
Parpadea, sorprendida ante mi arrebato.
—Mira, ya sé que estás atada a ella financieramente, si me permites el juego de palabras, pero…
Me callo. ¿Qué le estoy pidiendo que haga? ¿Abandonarla? ¿Dejar de verla? ¿Puedo hacer eso?
—Tengo que ir al baño —digo al fin con gesto adusto.
Ella suspira e inclina la cabeza a un lado. ¿Se puede ser más sensual? ¿Es la máscara, o simplemente ella?
—Por favor, no te enfades. Yo no sabía que ella estaría aquí. Dijo que no vendría. Emplea un tono apaciguador, como si hablara con una niña. Alarga la mano y resigue con el pulgar el mohín que dibuja mi labio inferior.
— No dejes que Elena nos estropee la noche, por favor, Brittany. Solo es una vieja amiga.
«Vieja», esa es la palabra clave, pienso con crueldad mientras ella me levanta la barbilla y sus labios rozan mi boca con dulzura. Yo suspiro y pestañeo, rendida. Ella se yergue y me sujeta del codo.
—Te acompañaré al tocador y así no volverán a interrumpirte.
Me conduce a través del jardín hasta los lujosos baños portátiles. Rachel me dijo que los habían instalado para la gala, pero no sabía que hubiera modelos de lujo.
—Te espero aquí, bella —murmura.
Cuando salgo, estoy de mejor humor. He decidido no dejar que la señora Robinson me arruine la noche, porque seguramente eso es lo que ella quiere. Santana se ha alejado un poco y habla por teléfono, apartado de un reducido grupo que está charlando y riendo. A medida que me acerco, oigo lo que dice.
— ¿Por qué cambiaste de opinión? Creía que estábamos de acuerdo. Bien, pues déjala en paz —dice muy seca—. Esta es la primera relación que he tenido en mi vida, y no quiero que la pongas en peligro basándote en una preocupación por mí totalmente infundada. Déjala… en… paz. Lo digo en serio, Elena. —Se calla y escucha —. No, claro que no. —Y frunce ostensiblemente el ceño al decirlo. Levanta la vista y me ve mirándola—. Tengo que dejarte. Buenas noches.
Aprieta el botón y cuelga.
Yo inclino la cabeza a un lado y arqueo una ceja. ¿Por qué la ha telefoneado?
— ¿Cómo está la vieja amiga?
—De mal humor —responde mordaz—. ¿Te apetece volver a bailar? ¿O quieres irte? Consulta su reloj—. Los fuegos artificiales empiezan dentro de cinco minutos.
—Me encantan los fuegos artificiales.
—Pues nos quedaremos a verlos. —Me pasa un brazo alrededor del hombro y me atrae hacia ella—. No dejes que ella se interponga entre nosotras, por favor.
—Se preocupa por ti —musito.
—Sí, y yo por ella… como amiga.
—Creo que para ella es más que una amistad.
Tuerce el gesto.
—Brittany, Elena y yo… es complicado. Compartimos una historia. Pero solo es eso, historia. Como ya te he dicho muchas veces, es una buena amiga. Nada más. Por favor, olvídate de ella.
Me besa el cabello, y, para no estropear nuestra noche, decido dejarlo correr. Tan solo intento entender.
Caminamos de la mano hacia la pista de baile. La banda sigue en plena actuación.
—Brittany.
Me doy la vuelta y ahí está Carrick.
—Me preguntaba si me harías el honor de concederme el próximo baile.
Me tiende la mano. Santana se encoge de hombros, sonríe y me suelta, yo dejo que Carrick me lleve a la pista de baile. Zack, el líder de la banda, empieza a cantar «Come Fly with Me», y Carrick me pasa el brazo por la cintura y me conduce girando suavemente hacia el gentío.
—Quería agradecerte tu generosa contribución a nuestra obra benéfica, Brittany.
Por el tono, sospecho que está dando un rodeo para preguntarme si puedo permitírmelo.
—Señor López…
—Llámame Carrick, por favor, Britt.
—Estoy encantada de poder contribuir. Recibí un dinero que no esperaba, y no lo necesito. Y la causa lo vale.
El me sonríe, y yo sopeso la conveniencia de hacerle un par de preguntas inocentes. Carpe diem, sisea mi subconsciente, ahuecando la mano en torno a su boca.
—Santana me ha hablado un poco de su pasado, así que considero muy apropiado apoyar este proyecto —añado, esperando que eso anime a Carrick a desvelarme algo del misterio que rodea a su hija.
El se muestra sorprendido.
— ¿Te lo ha contado? Eso es realmente insólito. Está claro que ejerces un efecto positivo en ella, Brittany. No creo haberla visto nunca tan… tan… optimista.
Me ruborizo.
—Lo siento, no pretendía incomodarte.
—Bueno, según mi limitada experiencia, ella es una mujer muy peculiar — apunto.
—Sí —corrobora Carrick.
—Por lo que me ha contado Santana, los primeros años de su infancia fueron espantosamente traumáticos.
Carrick frunce el ceño, y me preocupa haber ido demasiado lejos.
—Mi esposa era la doctora de guardia cuando la trajo la policía. Estaba en los huesos, y seriamente deshidratada. No hablaba. —Carrick, sumido en ese terrible recuerdo, ajeno al alegre compás de la música que nos rodea, tuerce otra vez el gesto —. De hecho, estuvo casi dos años sin hablar. Lo que finalmente le sacó de su mutismo fue tocar el piano. Ah, y la llegada de Rachel, naturalmente.
Me sonríe con cariño.
—Toca maravillosamente bien. Y ha conseguido tantas cosas en la vida que debe de estar muy orgulloso de ella —digo con la voz casi quebrada.
¡Dios santo! Estuvo dos años sin hablar.
—Inmensamente. Es una joven muy decidida, muy capaz, muy brillante.
Pero, entre tú y yo, Brittany, verla cómo está esta noche… relajada, comportándose como alguien de su edad… eso es lo que realmente nos emociona a su madre y a mí.
Eso es lo que estábamos comentando hoy mismo. Y creo que debemos darte las gracias por ello.
Una sensación de rubor me invade de la cabeza a los pies. ¿Qué debo decir ahora?
—Siempre ha sido una chica muy solitaria. Ella nos confeso su inclinación sexual y nosotros la apoyamos al 100% pero nunca creímos que la veríamos con alguien. Sea lo que sea lo que estás haciendo con ella, por favor, sigue haciéndolo.
Nos gusta verla feliz. De pronto se calla, como si fuera el quién hubiera ido demasiado lejos.
—Lo siento, no pretendía incomodarte.
Niego con la cabeza.
—A mí también me gusta verla feliz —musito, sin saber qué más decir.
—Bien, estoy encantado de que hayas venido esta noche. Ha sido un auténtico placer verlas a las dos juntas.
Mientras los últimos acordes de «Come Fly with Me» se apagan, Carrick me suelta y se inclina educadamente, y yo hago una reverencia, imitando su cortesía.
—Ya está bien de bailar con ancianos.
Santana ha vuelto a aparecer. Carrick se echa a reír.
—No tan «anciano», hija. Todo el mundo sabe que he tenido mis momentos. Carrick me guiña un ojo con aire pícaro, y se aleja con paso tranquilo y elegante.
—Me parece que le gustas a mi padre —susurra Santana mientras observa a Carrick mezclándose entre el gentío.
— ¿Cómo no voy a gustarle? —comento, coqueta, aleteando las pestañas.
—Bien dicho, señorita Pierce. —Y me arrastra a sus brazos en cuanto la banda empieza a tocar «It Had to Be You»—. Baila conmigo —susurra, seductora.
—Con mucho gusto, señora López —le respondo sonriendo, y ella me lleva de nuevo en volandas a través de la pista.
A medianoche bajamos paseando hasta la orilla, entre la carpa y el embarcadero, donde los demás asistentes a la fiesta se han reunido para contemplar los fuegos artificiales. El maestro de ceremonias, de nuevo al mando, ha permitido que nos quitáramos las máscaras para poder ver mejor el espectáculo. Santana me rodea con el brazo, pero soy muy consciente de que Taylor y Sawyer están cerca, probablemente porque ahora estamos en medio de una multitud. Miran hacia todas partes excepto al embarcadero, donde dos pirotécnicos vestidos de negro están haciendo los últimos preparativos. Al ver a Taylor, pienso en Leila. Quizá esté aquí. Oh, Dios… La idea me provoca escalofríos, y me acurruco junto a Santana. Ella baja la mirada y me abraza más fuerte.
— ¿Estás bien, bella? ¿Tienes frío?
—Estoy bien.
Echo un vistazo hacia atrás y veo, cerca de nosotras, a los otros dos guardaespaldas, cuyos nombres he olvidado. Santana me coloca delante de ella y me rodea los hombros con los brazos.
De repente, los compases de una pieza clásica retumban en el embarcadero y dos cohetes se elevan en el aire, estallando con una detonación ensordecedora sobre la bahía e iluminándola por entero con una deslumbrante panoplia de chispas naranjas y blancas, que se reflejan como una fastuosa lluvia luminosa sobre las tranquilas aguas de la bahía. Contemplo con la boca abierta cómo se elevan varios cohetes más, que estallan en el aire en un caleidoscopio de colores.
No recuerdo haber visto nunca una exhibición pirotécnica tan impresionante, excepto quizá en televisión, y allí nunca se ven tan bien. Está todo perfectamente acompasado con la música. Una salva tras otra, una explosión tras otra, y luces incesantes que despiertan las exclamaciones admiradas de la multitud. Es algo realmente sobrecogedor.
Sobre el puente de la bahía, varias fuentes de luz plateada se alzan unos seis metros en el aire, cambiando de color: del azul al rojo, luego al naranja y de nuevo al gris plata… y cuando la música alcanza el crescendo, estallan aún más cohetes.
Empieza a dolerme la mandíbula por culpa de la bobalicona sonrisa de asombro que tengo grabada en la cara. Miro de reojo a Cincuenta, y ella está igual, maravillada como una niña ante el sensacional espectáculo. Para acabar, una andanada de seis cohetes surca el aire y explotan simultáneamente bañándonos en una espléndida luz dorada, mientras la multitud irrumpe en un aplauso frenético y entusiasta.
—Damas y caballeros —proclama el maestro de ceremonias cuando los vítores decrecen—. Solo un apunte más que añadir a esta extraordinaria velada: su generosidad ha alcanzado la cifra total de ¡un millón ochocientos cincuenta y tres mil dólares!
Un aplauso espontáneo brota de nuevo, y sobre el puente aparece un mensaje con las palabras «Gracias de parte de Afrontarlo Juntos», formadas por líneas centellanes de luz plateada que brillan y refulgen sobre el agua.
—Oh, Santana… esto es maravilloso.
Levanto la vista, fascinada, y ella se inclina para besarme.
—Es hora de irse —murmura, y una enorme sonrisa se dibuja en su hermoso rostro al pronunciar esas palabras tan prometedoras.
De repente, me siento muy cansada.
Alza de nuevo la vista, buscando entre la multitud que empieza a dispersarse, y ahí está Taylor. Se dicen algo sin pronunciar palabra.
—Quedémonos por aquí un momento. Taylor quiere que esperemos hasta que la gente se vaya.
Ah.
—Creo que ha envejecido cien años por culpa de los fuegos artificiales — añade.
— ¿No le gustan los fuegos artificiales?
Santana me mira con cariño y niega con la cabeza, pero no aclara nada.
—Así que Aspen, ¿eh? —dice, y sé que intenta distraerme de algo.
Funciona.
—Oh… no he pagado la puja —digo apurada.
—Puedes mandar el talón. Tengo la dirección.
—Estabas realmente enfadada.
—Sí, lo estaba.
Sonrío.
—La culpa es tuya y de tus juguetitos.
—Te sentías bastante abrumada por toda la situación, señorita Pierce. Y el resultado ha sido de lo más satisfactorio, si no recuerdo mal. —Sonríe lasciva—. Por cierto, ¿dónde están?
— ¿Las bolas de plata? En mi bolso.
—Me gustaría recuperarlas. —Me mira risueña—. Son un artilugio demasiado potente para dejarlo en tus inocentes manos.
— ¿Tienes miedo de que vuelva a sentirme abrumada, con otra persona quizá?
Sus ojos brillan peligrosamente.
—Espero que eso no pase —dice con un deje de frialdad en la voz—. Pero no, Britt. Solo deseo tu placer.
Uau.
— ¿No te fías de mí?
—Se sobreentiende. Y bien, ¿vas a devolvérmelas?
—Me lo pensaré.
Me mira con los ojos entornados.
Vuelve a sonar música en la pista de baile, pero ahora es un disc-jockey el que ha puesto un tema disco, con un bajo que marca un ritmo implacable.
— ¿Quieres bailar?
—Estoy muy cansada, Santana. Me gustaría irme, si no te importa.
Santana mira a Taylor, este asiente, y nos encaminamos hacia la casa siguiendo a un grupo de invitados bastante ebrios. Agradezco que Santana me dé la mano; me duelen los pies por culpa de estos zapatos tan prietos y con unos tacones tan altos aunque sé que ella anda igual.
Rachel se acerca dando saltitos.
—No se irán ya, ¿verdad? Ahora empieza la música auténtica. Vamos, Britt. Me dice, cogiéndome de la mano.
—Rachel —la reprende Santana—, Brittany está muy cansada. Nos vamos
a casa. Además, mañana tenemos un día importante.
¿Ah, sí?
Rachel hace un mohín, pero sorprendentemente no presiona a Santana.
—Tenéis que venir algún día de la próxima semana. Britt, tal vez podríamos ir juntas de compras.
—Claro, Rachel.
Sonrío, aunque en el fondo de mi mente me preguntó cómo, porque yo tengo que trabajar para vivir.
Me da un beso fugaz y luego abraza fuerte a Santana, para sorpresa de ambas. Y algo todavía más extraordinario y ella, indulgente, se limita a bajar la vista hacia ella.
—Me gusta verte tan feliz —le dice Rachel con dulzura y le besa en la mejilla
—. Adiós, que se diviertan.
Y corre a reunirse con sus amigos que la esperan, entre ellos Kitty, quien, despojada de la máscara, tiene una expresión aún más amarga si cabe.
Me pregunto vagamente dónde estará Finn.
—Les diremos buenas noches a mis padres antes de irnos. Ven.
Santana me lleva a través de un grupo de invitados hasta donde están
Grace y Carrick, que se despiden de nosotras con simpatía y cariño.
—Por favor, vuelve cuando quieras, Brittany, ha sido un placer tenerte aquí —dice Grace afectuosamente.
Me siento un poco superada tanto por su reacción como por la de Carrick.
Por suerte, los padres de Grace ya se han ido, así que al menos me he ahorrado su efusividad.
Santana y yo vamos tranquilamente de la mano hasta la entrada de la mansión, donde una fila interminable de coches espera para recoger a los invitados.
Miro a Cincuenta. Parece feliz y relajada. Es un auténtico placer verla así, aunque sospecho que no tiene nada de extraño después de un día tan extraordinario.
— ¿Vas bien abrigada? —me pregunta.
—Sí, gracias —respondo, envolviéndome en mi chal de satén.
—He disfrutado mucho de la velada, Brittany. Gracias.
—Yo también. De unas partes más que de otras —digo sonriendo.
Ella también sonríe y asiente, y luego arquea una ceja.
—No te muerdas el labio —me advierte de un modo que me altera la sangre.
— ¿Qué querías decir con que mañana es un día importante? —pregunto, para distraer mi mente.
—Tienes una cita con la doctora Greene para hacerte la revisión profunda. Además, tengo una sorpresa para ti.
— ¡La doctora Greene! Me paró en seco.
—Sí.
— ¿Por qué?
—Para ver si estás bien y sana, te hara una citología un examen más a fondo —dice tranquilamente.
Sus ojos, que brillan bajo la suave luz de los farolillos de papel, escrutan mi reacción.
—Es mi cuerpo —murmuro, molesta porque no me lo haya consultado.
—También es mío —susurra.
La miro fijamente mientras varios invitados pasan por nuestro lado sin hacernos caso. Su expresión es muy seria. Sí, mi cuerpo es suyo… ella lo sabe mejor que yo.
Alargo la mano y ella parpadea levemente, pero se queda quieta. La cojo por la cintura y tiro de ella.
—Así estás muy sensual —susurro.
De hecho, siempre está sensual, pero así aún más.
Sonríe.
—Tengo que llevarte a casa. Ven.
Cuando llegamos al coche, Sawyer le entrega un sobre a Santana. Frunce el ceño y me mira cuando Taylor me abre la puerta para que suba. Por alguna razón, Taylor parece aliviado. Santana entra en el coche y me da el sobre, sin abrir, mientras Taylor y Sawyer ocupan sus asientos delante.
—Va dirigido a ti. Alguien del servicio se lo dio a Sawyer. Sin duda, de parte de otro corazón cautivo.
Santana hace una mueca. Es obvio que la idea le desagrada.
Miro la nota. ¿De quién será? La abro y me apresuro a leerla bajo la escasa luz. Oh, no… ¡es de ella! ¿Por qué no me deja en paz?
 
Puede que te haya juzgado mal. Y está claro que tú me has juzgado mal a mí. Llámame si necesitas llenar alguno de los espacios en blanco; podríamos quedar para comer. Santana no quiere que hable contigo, pero estaría encantada de poder ayudar. No me malinterpretes, apruebo su relación, créeme… pero si le haces daño, no sé lo que haría… Ya le han hecho bastante daño.
Llámame: (206) 279-6261.
Sra. Robinson
 
¡Maldita sea, ha firmado como «Sra. Robinson»! Ella se lo contó. Estúpida…
— ¿Se lo dijiste?
— ¿Decirle qué?
—Que yo la llamo señora Robinson —replico.
— ¿Es de Elena? —Santana se queda estupefacta, esto es ridículo.
Exclama. Se pasa una mano por el cabello y la noto indignada
—Mañana hablaré con ella. O el lunes —masculla malhumorado.
Y aunque me avergüenza admitirlo, una parte muy pequeña de mí se alegra.
Mi subconsciente asiente sagazmente. Elena la está irritando, y eso solo puede ser bueno… seguro. Decido no decir nada más de momento, pero me guardo la nota en el bolso y, para asegurarme de que recupere el buen humor, le devuelvo las bolas.
—Hasta la próxima —murmuro.
Ella me mira; es difícil ver su cara en la oscuridad, pero creo que está complacida. Me coge la mano y la aprieta.
Contemplo la noche a través de la ventanilla, pensando en este día tan largo. He aprendido mucho sobre ella, he recopilado muchos detalles que faltaban, los salones, el mapa corporal, su infancia, pero todavía queda mucho por descubrir. ¿Y qué hay de la señora R? Sí, se preocupa por ella, y además mucho, se diría. Eso lo veo claro, y también que ella se preocupa por Elena… pero no del mismo modo. Ya no sé qué pensar. Tanta información me empieza a dar dolor de cabeza.
Santana me despierta justo cuando paramos frente al Escala.
— ¿Tengo que llevarte en brazos? —pregunta, cariñosa.
Yo meneo la cabeza medio dormida. Ni hablar.
Al entrar en el ascensor, me apoyo en ella y recuesto la cabeza en su hombro. Sawyer está delante de nosotras y no deja de removerse, incómodo.
—Ha sido un día largo, ¿eh, Brittany?
Asiento.
— ¿Cansada?
Asiento.
—No estás muy habladora.
Asiento y sonríe.
—Ven. Te llevaré a la cama.
Me da la mano y salimos del ascensor, pero cuando Sawyer levanta la mano nos paramos en el vestíbulo. Y basta esa fracción de segundo para despertarme totalmente. Sawyer le habla a la manga de su chaqueta. No tenía ni idea de que llevara una radio.
—Entendido, T. —dice, y se vuelve hacia nosotros—. Señora López, han rajado los neumáticos y han embadurnado de pintura el Audi de la señorita Pierce. Qué horror… ¡Mi coche! ¿Quién habrá sido? Y en cuanto me formulo la pregunta mentalmente, sé la respuesta: Leila. Levanto la vista hacia Santana, que está pálida.
—A Taylor le preocupa que quien lo haya hecho pueda haber entrado en el apartamento y que aún siga ahí. Quiere asegurarse.
—Entiendo. —Santana suspira—. ¿Y qué piensa hacer?
—Está subiendo en el ascensor de servicio con Ryan y Reynolds. Lo registrarán todo y luego nos darán luz verde. Yo esperaré con ustedes, señora.
—Gracias, Sawyer. —Santana tensa el brazo que me rodea el hombro—.
El día de hoy no para de mejorar. —Suspira amargamente, con la boca pegada a mi cabello—. Escucha, yo no soporto quedarme aquí esperando. Sawyer, ocúpate de la señorita Pierce. No dejes que entre hasta que esté todo controlado. Estoy segura de que
Taylor exagera. Ella no puede haber entrado en el apartamento. ¿Qué?
—No, Santana… tienes que quedarte aquí conmigo —le ruego.
Santana me suelta.
—Haz lo que dicen, Brittany. Espera aquí.
¡No!
—¿Sawyer? —dice Santana.
Sawyer abre la puerta del vestíbulo para dejar que Santana entre en el apartamento, y después cierra la puerta y se coloca delante de ella, mirándome impasible.

Oh, no… ¡Santana! Imágenes terribles de todo tipo acuden a mi mente, pero lo único que puedo hacer es quedarme a esperar.
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Mensaje por itzel7 Sáb Jun 15, 2013 3:45 am

Jajaaj mis desveladas valen la pena mee encanta tuu fic jajaja. Ufff k no le pase nada ni a briit ni. A san
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Mensaje por monica.santander Sáb Jun 15, 2013 5:06 am

wwwowww no dejas de sorprenderme!!!! y eso me alegra mucho!!!
Maldita loca ojala no pase nada y les arruine el dia a las chicas!!
Saludos espero leerte el finde!!
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Mensaje por Invitado Sáb Jun 15, 2013 10:04 am

No creo que este ahí Leila, y por fin ¡lo que tanto esperaba! Britt y la Sra. Robinson han hablado... Me gusto mucho... Actualiza pronto por favor. :)
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Mensaje por Anddy Rivera Morris Sáb Jun 15, 2013 10:08 am

¡Oh por Dios! Espero que esa loca no le haga daño a ninguna de las chicas!! tan linda que fue su noche...
Muero por el encuentro de Britt y la Señora RobinsonFan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 23 1202786940


Y bueno, nos leemos en tu próxima actualización :3
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Mensaje por laura.owens Sáb Jun 15, 2013 2:00 pm

Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 23 3287304868 nooooooo! si ya se tal vez estoy exagerando porque puede que Leila ni siquiera este ahí pero al fin y al cabo yo que se verdad? jajaja Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 23 1163780127, pero es que tengo tantas dudas y ya no se que pensar de Leila y si odiar o no a la señora Robinson.... Fan Fic - 50 Sombras de López... (Parte III - Capítulo 13) - Página 23 2824147739
El capitulo estuvo excelente, tengo 2 preguntas, ¿mostraras algun dia la imagen de Flynn asi como hiciste con Leila? y la otra ¿y Finn, que paso con él?
Hasta la proxima actualización, cuidate ;)
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Mensaje por Fatiiu Sáb Jun 15, 2013 2:12 pm

No había leído este fic pero bueno creo que es algo genial que hayas adaptado la trilogía-w-  estaré siguiéndote aunque no comente pues se me hace difícil hacerlo cuando tengo tantos proyectos...pero ten por seguro que leeré cada capitulo...






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