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BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
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Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Que sepas que yo solo comento en tu fic, y aunq a veces no comente siempre estoy por aqui leyendo.
y sigo aqui, esperando la actu.
:D
y sigo aqui, esperando la actu.
:D
Beverly_87*** - Mensajes : 136
Fecha de inscripción : 28/07/2013
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Actualiza porfavor :( me encanta ese finc eres increíble
LunaHummel* - Mensajes : 4
Fecha de inscripción : 05/08/2012
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Actualizas pronto, si por favor? :$
Anddy Rivera Morris******* - Mensajes : 407
Fecha de inscripción : 16/05/2013
Edad : 27
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
regresaaaa :c
javavera** - Mensajes : 55
Fecha de inscripción : 13/05/2012
Edad : 34
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Actualiza pronto por fi :c
Anddy Rivera Morris******* - Mensajes : 407
Fecha de inscripción : 16/05/2013
Edad : 27
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Amo a la Santana tierna, aunque se que no siempre será así, entonces no me acostumbro jaja
Actualiza que me muero! Aunque con esto de la prepa no tengo tiempo, pero por favorr! Actualiza :(
PD. Amo tu fic con todo mi ser.
Actualiza que me muero! Aunque con esto de la prepa no tengo tiempo, pero por favorr! Actualiza :(
PD. Amo tu fic con todo mi ser.
LittleShipper* - Mensajes : 44
Fecha de inscripción : 11/07/2013
Edad : 33
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
yo solo tengo algo ke decir: hemos estado comentando, asi ke, donde esta el capiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii jaajaja este no es un trato justo jajaj
victoria555****** - Mensajes : 399
Fecha de inscripción : 28/10/2012
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Dime que estas estudiando que yo te hago las tareas de la universidad, asi actualizas mientras yo estudio por ti, vale? pero siempre y cuando no sea nada de fisica cuantica ni nada parecido XD
Beverly_87*** - Mensajes : 136
Fecha de inscripción : 28/07/2013
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Buenas noches a todas un millon de disculpas no he podido actualizar mas seguido por que no he parado con las obligaciones el trabajo y los estudios me tienen muy ocupada y lamento tenerlas tan abandonadas... cuando tenga tiempito prometo actualizar.
Lei todos sus comentarios de verdad gracias x escribir y disculpen la tardanza, les dejo un nuevo cap disfruten!!
Aterrizamos suavemente en el Sardy Field a las 12.25, hora local. Stephan detiene el avión un poco apartado de la terminal principal y por las ventanillas veo un monovolumen Volkswagen grande esperándonos.
— Muy buen aterrizaje. —Santana sonríe y le estrecha la mano a Stephan mientras los demás nos preparamos para salir del jet.
— Todo tiene que ver con la altitud de densidad, señora —le explica Stephan sonriéndole también.
— Mi compañera Beighley es muy buena con las matemáticas.
Santana le sonríe a la primera oficial de Stephan.
— Has dado en el clavo, Beighley. Un aterrizaje muy suave.
— Gracias, señora. —Ella sonríe orgullosa.
— Disfruten del fin de semana, señoras López. Las veremos mañana. —Stephan se aparta para que podamos desembarcar y Santana me coge la mano y me ayuda a bajar por la escalerilla del avión hasta donde ya está Taylor esperándonos junto al vehículo.
— ¿Un monovolumen? —le pregunta Santana sorprendida cuando Taylor desliza la puerta para abrirla.
Taylor la mira con una sonrisa tensa y arrepentida y se encoge un poco de hombros.
— Cosas del último minuto, lo sé —se responde a sí misma Santana, conforme.
Taylor vuelve al avión para sacar nuestro equipaje.
— ¿Quieres que nos metamos mano en la parte de atrás del monovolumen? —me pregunta Santana con un brillo travieso en los ojos.
Suelto una risita. ¿Quién es esta mujer y qué ha hecho con la señora No Puedo Estar Más Furiosa de los últimos dos días?
— Vamos, parejita. Adentro —dice Rachel desde detrás de nosotras. Se nota que está impaciente. Subimos, nos dirigimos como podemos al asiento doble de la parte de atrás y nos sentamos. Me acurruco contra Santana y ella me rodea con el brazo y lo apoya en el respaldo del asiento detrás de mí.
— ¿Cómoda? —me pregunta mientras Blaine y Rachel se sientan delante.
— Sí —le digo con una sonrisa y ella me da un beso en la frente. Por alguna razón que no logro entender, me siento tímida con ella hoy. ¿Por qué será? ¿Por lo de anoche? ¿Porque estamos con más gente? No consigo comprenderlo.
Sam y Quinn llegan los últimos, cuando Taylor ya ha abierto el maletero para cargar las maletas.
Cinco minutos después ya estamos en camino.
Miro por la ventanilla. Los árboles todavía están verdes, pero se nota que el otoño se acerca porque aquí y allá las puntas de las hojas han empezado a adquirir un tono dorado. El cielo es azul claro y cristalino, aunque se ven nubes oscuras que se acercan por el oeste. En la distancia y rodeándonos se ven las Rocosas, con su pico más alto justo delante de nosotros. Las montañas están frondosas y verdes y las cumbres cubiertas de nieve; parece un paisaje montañoso sacado de un dibujo infantil.
Estamos en lo que en invierno es el patio de recreo de los ricos y famosos. Y yo tengo una casa aquí. Casi no me lo puedo creer. Y de repente resurge en lo más profundo de mi mente esa incomodidad familiar que aparece siempre que intento acostumbrarme a lo rica que es Santana y que me provoca dudas y me hace sentir culpable. ¿Qué he hecho yo para merecer este estilo de vida? Yo no he hecho nada, aparte de enamorarme.
— ¿Has estado alguna vez en Aspen, Britt? —me pregunta Blaine girándose, y eso interrumpe mis pensamientos.
— No, es la primera vez. ¿Y tú?
— Quinn y yo veníamos a menudo cuando éramos adolescentes. A papá le gusta mucho esquiar, pero a mamá no tanto.
— Yo espero que mi esposa me enseñe a esquiar —digo mirándola.
— No pongas muchas esperanzas en ello —dice Santana entre dientes.
— ¡No soy tan patosa!
— Podrías caerte y partirte el cuello. —Su sonrisa ha desaparecido.
Oh. No quiero discutir ni estropearle el buen humor, así que cambio de tema.
— ¿Desde cuándo tienes esta casa?
— Desde hace unos dos años. Y ahora es suya también, señora López —me dice en voz baja.
— Lo sé —le respondo. Pero no estoy muy convencida de mis palabras. Me acerco y le doy un beso en la mandíbula y me recuesto a su lado escuchándola reírse y bromear con Blaine y con Sam. Rachel participa en la conversación a veces, pero Quinn está muy callada y me pregunto si estará examinando la información sobre Marley Rose o si será por alguna otra cosa. Entonces lo recuerdo. Aspen… La casa de Santana la rediseñó Gia Matteo y la reconstruyó Sam. Me pregunto si eso será lo que tiene a Quinn preocupada. No puedo preguntarle delante de Sam, dada su historia con Gia. Pero ¿conocerá Quinn la relación de Gia con esta casa? Frunzo el ceño, todavía sin saber qué le pasa, y decido que ya lo averiguaré cuando estemos solas. Cruzamos el centro de Aspen y mi humor mejora cuando veo la ciudad. Los edificios son bajos y casi todos son de ladrillo rojo, como casitas de estilo suizo, y hay muchas casas de principios del siglo XX pintadas de colores alegres. También se ven muchos bancos y tiendas de diseñadores, lo que da una idea del poder adquisitivo de la gente que vive allí. Santana encaja perfectamente en este ambiente.
— ¿Y por qué Aspen? —le pregunto.
— ¿Qué? —me mira extrañada.
— ¿Por qué decidiste comprar una casa aquí?
— Mi madre y mi padre nos traían aquí cuando éramos pequeños. Aprendí a esquiar aquí y me gustaba. Espero que también te guste a ti… Si no te gusta, vendemos la casa y compramos otra en otro sitio.
¡Tan fácil como eso!
Me coloca un mechón de pelo suelto detrás de la oreja.
— Estás preciosa hoy —me susurra.
Me sonrojo. Solo llevo ropa típica de viaje: vaqueros y una camiseta con una chaqueta cómoda azul marino. Demonios… ¿por qué me hace sentir tímida?
Me da un beso, uno tierno, dulce y con mucho amor.
Taylor sigue conduciendo hasta salir de la ciudad y después asciende por el otro lado del valle, por una carretera de montaña llena de curvas. Cuanto más subimos, más entusiasmada estoy. Pero noto que Santana se pone tensa a mi lado.
— ¿Qué te pasa? —le pregunto al girar una curva.
— Espero que te guste —me confiesa.
— Ya hemos llegado.
Taylor reduce la velocidad y cruza una puerta hecha de piedras grises, beis y rojas. Sigue por el camino de entrada y al final aparca delante de una casa impresionante. Tiene la fachada simétrica con tejados puntiagudos y está construida con madera oscura y esas piedras mezcladas que he visto en la entrada. Es espectacular: moderna y sobria, muy del estilo de Santana.
— Hogar, dulce hogar —me dice Santana mientras nuestros invitados empiezan a salir del coche.
— Es bonita.
— Ven a verla —me dice entusiasmada y nerviosa, como si estuviera a punto de enseñarme su proyecto de ciencia o algo así.
Rachel sube corriendo los escalones hasta donde está de pie una mujer en el umbral. Es diminuta y su pelo negro azabache está entreverado de canas. Rachel le rodea el cuello con los brazos y la abraza con fuerza.
— ¿Quién es? —le pregunto a Santana mientras me ayuda a salir del monovolumen.
— La señora Bentley. Vive aquí con su marido. Ellos cuidan la casa.
Madre mía, ¿más personal?
Rachel está haciendo las presentaciones, primero Blaine y después Quinn. Sam también abraza a la señora Bentley. Dejamos a Taylor descargando las maletas y Santana me da la mano y me lleva hasta la puerta principal.
— Bienvenida a casa, señora López —la saluda la señora Bentley sonriendo.
— Carmella, esta es mi esposa, Brittany —me presenta Santana llena de orgullo. Pronuncia mi nombre como una caricia, haciendo que casi se me pare el corazón.
— Señora López. —La señora Bentley me saluda respetuosamente con la cabeza. Le tiendo la mano y ella me la estrecha. No me sorprende que sea mucho más formal con Santana que con el resto de la familia.
— Espero que hayan tenido un buen vuelo. Se espera que el tiempo sea bueno todo el fin de semana, aunque no hay nada seguro —dice mirando las nubes grises cada vez más oscuras que hay detrás de nosotras.
— La comida está lista y puedo servirla cuando ustedes quieran. —Vuelve a sonreír y sus ojos oscuros brillan.
Me cae bien inmediatamente.
— Ven aquí. —Santana me coge en brazos.
— Pero ¿qué haces? —chillo.
— Cruzar otro umbral con usted en brazos, señora López.
Sonrío mientras me lleva en brazos hasta el amplio vestíbulo. Entonces me da un beso breve y me baja con cuidado al suelo de madera. La decoración interior es muy sobria y me recuerda al salón del ático del Escala: paredes blancas, madera oscura y arte abstracto contemporáneo. El vestíbulo da paso a una gran zona de estar con tres sofás de piel de color hueso alrededor de una chimenea de piedra que preside la habitación. La única nota de color la aportan unos cojines mullidos que hay desparramados por los sofás. Rachel le coge la mano a Blaine y tira de el hacia el interior de la casa. Santana mira con los ojos entornados a las dos figuras y frunce los labios. Niega con la cabeza y se vuelve hacia mí.
Quinn deja escapar un silbido.
— Bonito sitio.
Miro a mi alrededor y veo a Sam ayudando a Taylor con el equipaje. Vuelvo a preguntarme si Quinn sabrá que Gia ha colaborado en la reforma de este sitio.
— ¿Quieres una visita guiada? —me pregunta Santana. Lo que fuera que estuviera pensando acerca de Rachel y de Blaine ya no está; ahora irradia entusiasmo, ¿o será ansiedad? Es difícil saberlo.
— Claro. —Otra vez me quedo impresionada por lo rica que es. ¿Cuánto le habrá costado esta casa? Y yo no he contribuido con nada. Brevemente me veo transportada a la primera vez que me llevó al Escala.
Me quedé alucinada. Ya te acostumbrarás, me recuerda mi subconsciente.
Santana frunce el ceño pero me coge la mano y me va enseñando las habitaciones. La cocina modernísima tiene las encimeras de mármol de color claro y los armarios negros. Hay una bodega de vinos increíble y una enorme sala abajo con una gran tele de plasma, sofás comodísimos… y mesas de billar. Las observo boquiabierta y me ruborizo cuando Santana me mira.
— ¿Te apetece echar una partida? —me pregunta con un brillo malicioso en los ojos. Niego con la cabeza y ella vuelve a fruncir el ceño. Me coge la mano otra vez y me lleva hasta el primer piso. Arriba hay cuatro dormitorios, cada uno con su baño incorporado.
La suite principal es algo increíble. La cama es gigantesca, más grande que la que tenemos en casa, y está frente a un mirador desde el que se ve todo Aspen y a lo lejos las frondosas montañas.
— Esa es Ajax Mountain… o Aspen Mountain, si te gusta más —dice Santana mirándome cautelosa.
Está de pie en el umbral con los pulgares enganchados en las trabillas para el cinturón de sus vaqueros negros.
Yo asiento.
— Estás muy callada —murmura.
— Es preciosa, Santana. —De repente solo quiero volver al ático del Escala.
En solo cinco pasos está justo delante de mí, me agarra la barbilla y con el pulgar me libera el labio inferior que me estaba mordiendo.
— ¿Qué te ocurre? —me pregunta sin dejar de mirarme a los ojos, examinándolos.
— Tienes mucho dinero.
— Sí.
— A veces me sorprende darme cuenta de lo rica que eres.
— Que somos.
— Que somos —repito de forma automática.
— No te agobies por esto, Britt, por favor. No es más que una casa.
— ¿Y qué ha hecho Gia aquí, exactamente?
— ¿Gia? —Arquea ambas cejas sorprendida.
— Sí, ¿no fue ella quien remodeló esta casa?
— Sí. Diseñó el salón del sótano. Sam se ocupó de la construcción. —Se pasa la mano por el pelo y me mira con el ceño fruncido.
— ¿Por qué estamos hablando de Gia?
— ¿Sabías que Gia tuvo un lío con Sam?
Santana me mira durante un segundo con una expresión impenetrable.
— Sam se ha follado a más de medio Seattle, Britt.
Me quedo boquiabierta.
— Sobre todo mujeres, por lo que yo sé —bromea Santana. Creo que le divierte ver la cara que se me ha quedado.
— ¡No…!
Santana asiente.
— Eso no es asunto mío —dice levantando las manos.
— No creo que Quinn lo sepa.
— Supongo que Sam no va por ahí divulgando esa información. Aunque Quinn tampoco es ninguna inocente…
Me quedo alucinada. ¿El Sam dulce, sencillo, rubio y con ojos azules? La miro con incredulidad.
Santana ladea a cabeza y me examina.
— Pero lo que te pasa no tiene que ver con la promiscuidad de Sam o de Gia.
— Lo sé. Lo siento. Después de todo lo que ha pasado esta semana, es que… —Me encojo de hombros y me siento de nuevo al borde de las lágrimas.
Santana baja los hombros, aliviada. Me rodea con los brazos y me estrecha con fuerza, a la vez que entierra la nariz en mi cara.
— Lo sé. Yo también lo siento. Vamos a relajarnos y a pasárnoslo bien, ¿vale? Aquí puedes leer, ver alguna mierda en la televisión, ir de compras, hacer una excursión… pescar incluso. Lo que tú quieras. Y olvida lo que te he dicho de Sam. Ha sido una indiscreción por mi parte.
— Eso explica por qué siempre está bromeando contigo sobre eso.
— El no sabe nada de mi pasado. Ya te lo he dicho, mi familia sabía que era gay. Célibe, pero gay.
Suelto una risita y empiezo a relajarme en sus brazos.
— Yo también creía que eras célibe. Qué equivocada estaba. —La abrazo y rio.
— Señora López, ¿se está riendo de mí?
— Un poco —reconozco—. Lo que no entiendo es por qué tienes este sitio.
— ¿Qué quieres decir? —pregunta dándome un beso en el pelo.
— Tienes el barco, eso lo entiendo, y el piso en Nueva York por cosas de negocios, pero ¿por qué esta casa? Hasta ahora no tenías a nadie con quien compartirla.
Santana se queda quieta y en silencio unos segundos.
— Te estaba esperando a ti —dice en voz baja con los ojos luminosos.
— Que… Que bonito lo que acabas de decirme.
— Es cierto. Aunque cuando la compré no lo sabía. —Sonríe con timidez.
— Me alegro de que esperaras.
— Ha merecido la pena esperar por usted, señora López. —Me levanta la barbilla y me da un beso tierno.
— Y por ti también. —Sonrío.
— Pero me siento como si hubiera hecho trampas porque yo no he tenido que esperar mucho para encontrarte.
Sonríe.
— ¿Tan buena soy?
— Santana, tú eres como el gordo de la lotería, la cura para el cáncer y los tres deseos de la lámpara de Aladino, todo al mismo tiempo.
Levanta una ceja, incrédula.
— ¿Cuándo te vas a dar cuenta de eso? —la regaño
— Eras una soltera muy deseada. Y no lo digo por todo esto.
Agito la mano señalando todo el lujo que nos rodea.
— Yo hablo de esto. —Y coloco la mano sobre su corazón y sus ojos se abren mucho. Ha desaparecido mi esposa confiada y sexy y ahora tengo delante a la niña pérdida.
— Créeme, Santana, por favor —le susurro y le agarro la cara con las dos manos para acercar sus labios a los míos. Gime y no sé si es porque estaba escuchando lo que le he dicho o es su respuesta primitiva habitual. Profundizo el beso moviendo los labios sobre los suyos e invadiéndole la boca con la lengua.
Cuando ambas nos quedamos sin aliento, ella se aparta y me mira dubitativa.
— ¿Cuándo te va a entrar en esa cabeza tan dura que tienes el hecho de que te quiero? Le pregunto exasperada.
Ella traga saliva.
— Algún día —dice al fin.
Eso es un progreso. Sonrío y ella me recompensa con su sonrisa tímida en respuesta.
— Vamos. Comamos algo. Los demás se estarán preguntando dónde estamos. Luego hablamos de lo que queremos hacer.
— ¡Oh, no! —exclama Quinn de repente.
Todas las miradas se centran en ella.
— Miren —dice señalando el mirador. Fuera ha empezado a llover a cántaros. Estamos sentados alrededor de la mesa de madera oscura de la cocina después de haber comido un festín de entremeses italianos variados preparados por la señora Bentley y haber acabado con un par de botellas de Frascati.
Estoy más que llena y un poco achispada por el alcohol.
— Nos quedamos sin excursión —murmura Sam y suena ligeramente aliviado. Quinn lo mira con el ceño fruncido. Sin duda les pasa algo. Se han mostrado relajados con los demás, pero no el uno con el otro.
— Podríamos ir a la ciudad —sugiere Rachel. Blaine le sonríe.
— Hace un tiempo perfecto para pescar —aporta Santana.
— Yo me apunto a pescar —dice Blaine.
— Hagamos dos grupos —dice Rachel juntando las manos—. Las chicas nos vamos de compras y los chicos que salgan a la naturaleza a hacer esas cosas aburridas, y santana se que eres chica pero te gusta hacer cosas aburridas así que ve con los chicos.
Santana ríe y asiente.
Miro a Quinn, que observa a Rachel con indulgencia. ¿Pescar o ir de compras? Buf, vaya elección.
— Britt, ¿tú qué quieres hacer? —me pregunta Santana.
— Me da igual —miento. La mirada de Quinn se cruza con la mía y vocaliza la palabra «compras». Veo que quiere hablar.
— Me parece bien ir de compras —digo sonriéndoles a Quinn y a Rachel.
Santana sonríe burlona. Sabe que no me gusta nada ir de compras.
— Yo me quedo aquí contigo, si quieres —me dice y algo oscuro se despereza en mi interior al oír su tono.
— No, tú vete a pescar —le respondo. Santana necesita pasar un tiempo haciendo lo que le gusta.
— Parece que tenemos un plan —concluye Quinn levantándose de la mesa.
— Taylor las acompañará —dice Santana y es una orden que no admite discusión.
— No necesitamos niñera —le responde Quinn rotundamente, tan directa como siempre.
Yo le pongo la mano en el brazo a Quinn.
— Quinn, es mejor que venga Taylor.
Ella frunce el ceño, después se encoge de hombros y por una vez se muerde la lengua. Le sonrío tímidamente a Santana. Su expresión permanece impasible. Oh, no… Espero que no se haya enfadado con Quinn.
Sam frunce el ceño.
— Necesito ir a la ciudad a por una pila para mi reloj de pulsera. —Le lanza una mirada a Quinn y se ruboriza un poco, pero ella no se da cuenta porque lo está ignorando a propósito.
— Llévate el Audi, Sam. Nos iremos a pescar cuando vuelvas —le dice Santana.
— Sí —responde Sam, pero parece distraído.
— Buen plan.
— Aquí. —Rachel me agarra del brazo y me arrastra al interior de una boutique de diseño con seda rosa por todas partes y muebles rústicos envejecidos de aire francés.
Quinn nos sigue mientras Taylor espera fuera, refugiándose de la lluvia bajo el toldo. Se oye a Aretha Franklin cantar «Say a Little Prayer» en el hilo musical de la tienda. Me encanta esta canción. Tengo que grabársela a Santana en el iPod.
— Este vestido te quedaría genial, Britt. —Rachel me enseña una tela plateada.
— Toma, pruébatelo.
— Mmm… es un poco corto.
— Te va a quedar fantástico. Y a Santana le va a encantar.
— ¿Tú crees?
Rachel me sonríe.
— Britt, tienes unas piernas de muerte y si esta noche vamos a ir de discotecas —sonríe antes de dar el golpe de gracia.
— Con esto volverás loca a tu esposa.
La miro y parpadeo un poco, perpleja. ¿Vamos a ir de discotecas? Yo no voy a discotecas.
Quinn se ríe al ver mi expresión. Parece más relajada ahora que no está con Sam.
— Deberíamos salir a bailar esta noche, sí —apoya Quinn.
— Ve y pruébatelo —me ordena Rachel y yo me encamino al probador a regañadientes.
Mientras espero a que Quinn y Rachel salgan del probador, me acerco al escaparate y miro afuera, al otro lado de la calle principal, sin prestar mucha atención. Las canciones de soul continúan: ahora Dionne Warwick canta «Walk on By», otra canción fabulosa y una de las favoritas de mi madre. Miro el vestido que tengo en la mano, aunque «vestido» tal vez sea demasiado decir. No tiene espalda y es muy corto, pero Rachel ha decidido que es ideal y que es perfecto para bailar toda la noche. Por lo que se ve también necesito zapatos y un collar llamativo; ahora vamos en su busca. Pongo los ojos en blanco y me alegro una vez más de la suerte que tengo por contar con Caroline Acton, mi asesora personal de compras.
De repente veo a Sam a través del escaparate. Ha aparecido al otro lado de la arbolada calle principal y sale de un Audi grande. Entra en una tienda como para refugiarse de la lluvia. Parece una joyería… tal vez sea haya ido a comparar la pila para su reloj. Sale a los pocos minutos. Pero ya no va solo: va con una mujer.
¡Joder! Es Gia. ¡Está hablando con Gia! ¿Qué demonios está haciendo ella aquí?
Mientras les observo, se dan un abrazo breve y ella echa atrás la cabeza para reírse animadamente de algo que ella ha dicho. Sam le besa en la mejilla y después corre al coche que le espera. Ella se gira y baja por la calle. Yo me quedo mirándola con la boca abierta. ¿De qué va eso? Me giro nerviosa hacia los probadores, pero todavía no hay señales de Quinn ni de Rachel. Después me fijo en Taylor, que sigue esperando en el exterior de la tienda. Ve que le estoy mirando y se encoge de hombros. El también ha
presenciado ese breve encuentro. Me ruborizo, avergonzada porque me han pillado espiando. Me vuelvo y Quinn y Rachel emergen del probador, ambas riendo. Quinn me mira inquisitiva.
— ¿Qué pasa, Britt? —me pregunta.
— ¿Te has echado atrás con lo del vestido? Estás sensacional con el.
— Mmm… No.
— ¿Estás bien? —Quinn abre mucho los ojos.
— Estoy bien, ¿pagamos? —Me encamino a la caja, donde me uno a Rachel, que ha elegido dos faldas.
— Buenas tardes, señora. —La joven dependienta (que lleva más brillo en los labios del que yo he visto en mi vida reunido en un solo sitio) me sonríe.
— Son ochocientos cincuenta dólares.
¿Qué? ¿Por este trozo de tela? Parpadeo y le doy dócilmente mi American Express negra.
— Gracias, señora López —canturrea la señorita Brillo de Labios.
Durante las dos horas siguientes sigo a Quinn y a Rachel totalmente aturdida, manteniendo todo el tiempo una lucha conmigo misma. ¿Debería decírselo a Quinn? Mi subconsciente niega con la cabeza firmemente. Sí, debería decírselo. No, mejor no. Puede haber sido simplemente un encuentro fortuito.
Mierda. ¿Qué debo hacer?
— ¿Te gustan los zapatos, Britt? —Rachel tiene los brazos en jarras.
— Mmm… Sí, claro.
He acabado con un par de zapatos de Manolo Blahnik imposiblemente altos y con tiras que parecen hechas de cristal de espejo. Quedan perfectos con el vestido y solo le cuestan a Santana más de mil dólares. Tengo suerte con la larga cadena de plata que Quinn insiste en que me compre: solo vale ochenta y cuatro dólares de nada.
— ¿Empiezas a acostumbrarte a tener dinero? —me pregunta Quinn sin mala intención cuando vamos de camino al coche. Rachel se ha adelantado un poco.
— Ya sabes que yo no soy así, Quinn. Todo esto me hace sentir incómoda. Pero si no me han informado mal, va con el lote. —La miro con los labios fruncidos y ella me rodea con un brazo.
— Te acostumbrarás, Britt —me dice para animarme.
— Y vas a estar genial.
— Quinn, ¿qué tal te va a ti y a Sam? —le pregunto.
Sus ojos verdes se clavan en los míos. Oh, no… Niega con la cabeza.
— No quiero hablar de eso ahora —dice señalando a Rachel con la cabeza.
— Pero las cosas están… —Quinn deja la frase sin terminar.
Esto no es propio de la Quinn tenaz que yo conozco. Mierda. Sabía que estaba pasando algo. ¿Le digo lo que he visto? Pero ¿qué he visto? Sam y la señorita “Depredadora Sexual Bien Arreglada” hablando, dándose un abrazo y un beso en la mejilla. Seguro que no es más que un encuentro de viejos amigos. No, no se lo voy a decir. Al menos no ahora. Asiento con una expresión que dice «lo entiendo perfectamente y voy a respetar tu privacidad». Ella me coge la mano y le da un apretón agradecido. Veo un destello de sufrimiento y dolor en sus ojos, pero ella lo oculta rápidamente con un parpadeo. De repente me siento muy protectora con mi mejor amiga. ¿A qué demonios está jugando Sam, el gigoló, López?
Cuando volvemos a la casa, Quinn decide que nos merecemos unos cócteles después de nuestra tarde de compras y nos hace unos daiquiris de fresa. Nos acomodamos en los sofás del salón, delante del fuego encendido.
— Sam ha estado un poco distante últimamente —me susurra Quinn, mirando las llamas. Quinn y yo por fin hemos encontrado un momento para estar a solas mientras Rachel guarda sus compras.
— ¿Ah, sí?
— Creo que tengo problemas por haberte metido en problemas a ti.
— ¿Te has enterado de eso?
— Sí. Santana llamó a Sam y Sam a mí.
Pongo los ojos en blanco. Oh, Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta…
— Lo siento. Santana es muy… protectora. ¿No has visto a Sam desde el día que salimos a tomar cócteles?
— No.
— Oh.
— Me gusta mucho, Britt —me confiesa. Y durante un horrible momento pienso que va a llorar. Esto no es propio de Quinn. ¿Significará esto la vuelta del pijama rosa? Quinn me mira.
— Me he enamorado de él. Al principio creía que era solo el sexo, que es genial. Pero es encantador y amable y tierno y divertido. Nos veo envejeciendo juntos con, ya sabes… hijos, nietos… todo.
— El «fueron felices y comieron perdices» —le susurro.
Asiente con tristeza.
— Creo que deberías hablar con él. Busca un momento para estar solos y descubre qué le preocupa.
O quién, me recuerda mi subconsciente. La aparto de un manotazo, sorprendida de lo rebeldes que son mis propios pensamientos.
— ¿Por qué no van a dar un paseo mañana por la mañana?
— Ya veremos.
— Quinn, no me gusta nada verte así.
Me sonríe un poco y me acerco para abrazarla. Decido no contarle lo de Gia, aunque puede que le pregunte directamente al gigolo. ¿Cómo puede estar jugando con los sentimientos de mi amiga?
Rachel vuelve y pasamos a hablar de cosas menos comprometidas.
El fuego crepita y chisporrotea cuando le echo el último tronco. Casi nos hemos quedado sin leña.
Aunque es verano, el fuego se agradece en un día húmedo como este.
— Rachel, ¿sabes dónde se guarda la leña para el fuego? —le pregunto. Ella le da un sorbo al daiquiri.
— Creo que en el garaje.
— Voy a por unos cuantos troncos. Y así tengo oportunidad de explorar…
La lluvia ha parado cuando salgo y me encamino al garaje para tres coches que hay junto a la casa.
La puerta lateral no está cerrada con llave, así que entro y enciendo la luz. El fluorescente cobra vida con un zumbido.
Hay un coche en el garaje; es el Audi en el que he visto a Sam esta tarde. También hay dos motos de nieve. Pero lo que me llama la atención son dos motos de motocross, ambas de 125 cc. Los recuerdos de Blaine intentando valientemente enseñarme a conducir una el verano pasado me vienen a la mente. Me froto inconscientemente el brazo donde me hice un buen hematoma en una caída.
— ¿Sabes conducirlas? —oigo la voz de Sam detrás de mí.
Me vuelvo.
— Has vuelto.
— Eso parece. —Sonríe y me doy cuenta de que Santana me respondería con las mismas palabras, pero no con esa enorme sonrisa arrebatadora.
— ¿Sabes?
— Algo así.
— ¿Quieres que te dé una vuelta?
Río burlonamente.
— Mmm… no. No creo que a Santana le gustara nada que hiciera algo así.
— Santana no está aquí. —Sam muestra una media sonrisa (oh, parece que es un rasgo de familia) y señala a nuestro alrededor para indicar que estamos solos. Se acerca a la moto más cercana, pasa una pierna enfundada en un vaquero por encima del asiento, se acomoda y coge el manillar.
— Santana tiene… preocupaciones por mi seguridad. No debería.
— ¿Siempre haces lo que ella te dice? —Sam tiene una chispa traviesa en sus ojos y puedo ver un destello del chico malo… el chico malo del que se ha enamorado Quinn. El chico malo de Detroit.
— No. —Arqueo una ceja reprobatoria en su dirección.
— Pero intento no complicarle la vida. Ya tiene bastantes preocupaciones sin que yo le dé ninguna más. ¿Ha vuelto ya?
— No lo sé.
— ¿No has ido a pescar?
Sam niega con la cabeza.
— Tenía que resolver unos asuntos en la ciudad.
¡Asuntos! ¡Vaya! ¡Asuntos rubios y muy bien arreglados! Inspiro bruscamente y le miro con la boca abierta.
¡Gigolo!
— Si no quieres conducir, ¿qué haces en el garaje? —me pregunta Sam intrigado.
— He venido a buscar leña para el fuego.
— Oh, ahí estás… ¡Sam! Ya has vuelto. —Quinn nos interrumpe.
— Hola, cariño —la saluda con una amplia sonrisa.
— ¿Has pescado algo?
Me quedo pendiente de la reacción de Sam.
— No. Tenía que hacer unas cosas en la ciudad. —Y durante un breve momento veo un destello de inseguridad en su cara.
Oh, mierda.
— He salido a ver qué había entretenido a Britt. —Quinn nos mira confusa.
— Estábamos tomando el aire —dice Sam y se ven saltar chispas entre ellos.
Todos nos giramos al oír un coche aparcando fuera. ¡Oh! Santana ha vuelto. Gracias a Dios. El mecanismo que abre la puerta del garaje se pone en funcionamiento con un chirrido que nos sobresalta a todos y la puerta se levanta lentamente para revelar a Santana y a Blaine descargando una camioneta negra. Santana se queda parada cuando nos ve a todos allí de pie en el garaje.
— ¿Van a montar un grupo y están ensayando en el garaje para dar un concierto? —pregunta burlona cuando entra directa hacia donde estoy yo.
Le sonrío. Me siento aliviada de verla. Debajo del cortavientos lleva el mono que le vendí yo cuando trabajaba en Clayton’s.
— Hola —me dice mirándome inquisitivamente e ignorando a Quinn y a Sam.
— Hola. Me gusta tu mono.
— Tiene muchos bolsillos. Es muy útil para pescar —me dice con voz baja y sugerente, solo para mis oídos, y cuando me mira su expresión es seductora.
Me ruborizo y ella me sonríe con una sonrisa de oreja a oreja toda para mí.
— Estás mojada —murmuro.
— Estaba lloviendo. ¿Qué están haciendo todos aquí en el garaje? —Al fin habla teniendo en cuenta que no estamos solas.
— Britt ha venido a por leña —dice Sam arqueando una ceja. No sé cómo pero ha conseguido que eso suene como algo indecente.
— Yo he intentado tentarla para que monte. —Es un maestro de los dobles sentidos.
A Santana le cambia la cara y a mí se me para el corazón.
— Me ha dicho que no, que a ti no te iba a gustar —responde Sam amablemente y sin segundas.
Santana me mira.
— ¿Eso ha dicho? —pregunta.
— Vamos a ver, me parece bien que nos dediquemos a hablar de lo que Britt ha hecho o no ha hecho, pero ¿podemos hacerlo dentro? —interviene Quinn. Se agacha, coge dos troncos y se gira para encaminarse a la puerta. Oh, mierda. Quinn está enfadada, pero sé que no es conmigo.
Sam suspira y, sin decir una palabra, la sigue. Yo me quedo mirándolos, pero Santana me distrae.
— ¿Sabes llevar moto? —me pregunta incrédula.
— No muy bien. Blaine me enseñó.
Sus ojos se convierten en hielo.
— Entonces has tomado la decisión correcta —me dice con la voz mucho más fría.
— El suelo está muy duro y la lluvia lo hace resbaladizo y traicionero.
— ¿Dónde dejo los aparejos de pescar? —pregunta Blaine desde el exterior.
— Déjalos ahí, Blaine… Taylor se ocupará de ellos.
— ¿Y los peces? —vuelve a preguntar Blaine con voz divertida.
— ¿Han pescado algo? —pregunto sorprendida.
— Yo no. Blaine sí. —Y Santana hace un mohín encantador.
Suelto una carcajada.
— La señora Bentley se ocupará de ellos —responde.
Blaine sonríe y entra en la casa.
— ¿Le resulto divertida, señora López?
— Mucho. Estás mojada… Te voy a preparar un baño.
— Solo si te metes conmigo. —Se inclina y me da un beso.
Lleno la enorme bañera ovalada del lavabo de la habitación y echo un chorrito de aceite de baño del caro, que empieza a hacer espuma inmediatamente. El aroma es maravilloso… jazmín, creo. Vuelvo al dormitorio y me pongo a colgar el vestido mientras se acaba de llenar la bañera.
— ¿Lo han pasado bien? —me pregunta Santana cuando entra en la habitación. Solo lleva una camiseta y el pantalón del chándal y va descalza. Cierra la puerta detrás de ella.
— Sí —le respondo disfrutando de la vista. La he echado de menos. Es ridículo porque ¿cuánto ha pasado? ¿Unas cuantas horas…?
Ladea la cabeza y me mira.
— ¿Qué pasa?
— Estaba pensando en cuánto te he echado de menos.
— Suena como si hubiera sido mucho, señora López.
— Mucho, sí, señora López.
Se acerca hasta quedar de pie justo delante de mí.
— ¿Qué te has comprado? —me pregunta y sé que es para cambiar de tema.
— Un vestido, unos zapatos y un collar. Me he gastado un buen pellizco de tu dinero.
Confieso mirándola culpable.
Eso la divierte.
— Bien —dice y me coloca un mechón suelto detrás de las orejas.
— Y por enésima vez nuestro dinero.
Me coge la barbilla, libera mi labio del aprisionamiento de mis dientes y me roza con el dedo índice la parte delantera de la camiseta, bajando por el esternón entre mis pechos, después por el estómago y el vientre hasta llegar al dobladillo.
— Creo que no vas a necesitar esto en la bañera —susurra, agarra el dobladillo de la camiseta con ambas manos y me la va quitando lentamente.
— Levanta los brazos.
Obedezco sin apartar mis ojos de los suyos y ella deja caer mi camiseta al suelo.
— Creía que solo íbamos a darnos un baño. —El pulso se me acelera.
— Quiero ensuciarte bien primero. Yo también te he echado de menos. —Y se inclina para besarme.
— ¡Mierda! ¡El agua! —Intento sentarme, todavía aturdida después del orgasmo.
Santana no me suelta.
— ¡Santana, la bañera! —la miro.
Está acurrucada sobre mi pecho.
Ríe.
— Relájate. Hay desagües en el suelo. —Rueda sobre sí misma y me da un beso rápido.
— Voy a cerrar el grifo.
Baja de la cama y camina hasta el cuarto de baño. Mis ojos la siguen ávidamente durante todo el camino. Mmm… Mi esposa, desnuda y pronto muy mojada. Salgo de la cama de un salto.
Nos sentamos cada una en un extremo de la bañera, que está demasiado llena tanto que cada vez que nos movemos el agua se sale por un lado y cae al suelo. Esto es un placer. Y un placer mayor es tener a Santana lavándome los pies, masajeándome las plantas y tirando suavemente de mis dedos.
Después me los besa uno por uno y me da un mordisco en el meñique.
— ¡Aaaah! —Lo he sentido… justo ahí, en mi entrepierna.
— ¿Así? —murmura.
— Mmm… —digo incoherente.
Empieza a masajearme de nuevo. Oh, qué bien. Cierro los ojos.
— He visto a Gia en la ciudad —le digo.
— ¿Ah, sí? Creo que también tiene una casa aquí —me contesta sin darle importancia. No le interesa lo más mínimo.
— Estaba con Sam.
Santana deja el masaje; eso sí le ha llamado la atención. Cuando abro los ojos tiene la cabeza ladeada, como si no comprendiera.
— ¿Qué quieres decir con que estaba con Sam? —me pregunta más perpleja que preocupada.
Le cuento lo que vi.
— Britt, solo son amigos. Creo que Sam está bastante pillado con Quinn. —Hace una pausa y después añade en voz más baja.
— De hecho sé que está muy enamorado de Quinn —dice aunque pone una expresión de
«no puedo entender por qué».
— Quinn es guapísima —le respondo defendiendo a mi amiga.
Ella ríe.
— Me sigo alegrando de que fueras tú la que se cayó al entrar en mi despacho. —Me da un beso en el pulgar, me suelta el pie izquierdo y me coge el derecho para empezar el proceso de masaje otra vez. Sus dedos son tan delicados y flexibles… Me vuelvo a relajar. No quiero discutir sobre Quinn. Cierro los ojos y dejo que sus dedos vayan haciendo su magia en mis pies.
Me miro boquiabierta en el espejo de cuerpo entero sin reconocer a la belleza que me mira desde el cristal. Quinn se ha vuelto loca y se ha puesto a jugar a la Barbie conmigo esta noche, peinándome y maquillándome. Tengo el pelo liso y con volumen, los ojos perfilados y los labios rojo escarlata.
Estoy… buenísima. Soy todo piernas, sobre todo con los Manolos de tacón alto y el vestido indecentemente corto. Necesito que Santana me dé su aprobación, aunque tengo la sensación de que no le va a gustar que exponga tanta carne al aire. Como estamos en estamos apenas reconciliadas, decido que lo mejor será preguntarle. Cojo mi BlackBerry.
De: Brittany López
Fecha: 27 de agosto de 2011 18:53
Para: Santana López
Asunto: ¿Se me ve el culo gordo con este vestido?
Señora López:
Necesito su consejo con respecto a mi atuendo.
Suya
Señora L x
De: Santana López
Fecha: 27 de agosto de 2011 18:55
Para: Brittany López
Asunto: Como un melocotón
Señora López:
Lo dudo mucho.
Pero ahora voy y le hago una buena inspección a su culo para asegurarme.
Suya por adelantado
Señora L x
Santana López Presidenta e inspectora de culos de López Enterprises Holdings Inc.
Justo mientras estoy leyendo el correo, se abre la puerta del dormitorio y Santana se queda petrificada en el umbral. Se le abre la boca y los ojos casi se le salen de las órbitas.
Madre mía, eso podría significar algo bueno o algo malo…
— ¿Y bien? —pregunto en un susurro.
— Britt, estás… Uau.
— ¿Te gusta?
— Sí, supongo que sí. —Suena un poco ronca. Entra lentamente en la habitación y cierra la puerta.
Lleva un vestido blanco algo corto con una chaqueta negra y tacones altos negros, está un poco maquillada y lleva su pelo suelto con ondas pero peinado perfectamente. Ella también está fabulosa. Se acerca poco a poco a mí, pero en cuanto llega a mi altura, me pone las manos en los hombros y me gira hasta que quedo de frente al espejo con ella detrás de mí. Mi mirada se encuentra con la suya en el espejo y después la veo mirar hacia abajo, fascinada por mi espalda al aire. Me la acaricia con los dedos hasta que llega al borde del vestido, donde la carne pálida se encuentra con la tela plateada.
— Es muy atrevido — murmura.
Su mano desciende un poco más, siguiendo por mi culo y bajando por el muslo desnudo. Se detiene y sus ojos brillan. Lentamente sus dedos ascienden de nuevo hasta el dobladillo de mi vestido.
Observo sus dedos largos que me rozan levemente, acariciándome la piel y dejando un cosquilleo a su paso, y mi boca forma una O perfecta.
— No hay mucha distancia entre aquí… —dice tocando el dobladillo de mi vestido.
— Y aquí —susurra subiendo un poco el dedo. Doy un respingo cuando los dedos me acarician el sexo, moviéndose de forma provocativa sobre mis bragas, sintiéndome y excitándome.
— ¿Adónde quieres llegar? —le susurro.
— Quiero llegar a explicar que esto no está muy lejos… —Sus dedos se deslizan sobre mis bragas y en un segundo mete uno debajo, contra la carne suave y humedecida.
— De esto. —Introduce un dedo en mi interior.
Doy un respingo y gimo bajito.
— Esto es mío —me susurra al oído. Cierra los ojos y mete y saca el dedo rítmicamente de mi interior.
— Y no quiero que nadie más lo vea.
Mi respiración se vuelve entrecortada y mis jadeos se acompasan con el ritmo de su dedo. La estoy viendo en el espejo mientras me hace esto… y es algo más que erótico.
— Así que si eres buena y no te agachas, no habrá ningún problema
— ¿Lo apruebas? —le pregunto.
— No, pero no voy a prohibirte que lo lleves. Estás espectacular, Brittany. —Saca de repente el dedo, dejándome con ganas de más, pero ella se mueve para quedar frente a mí. Me coloca la punta de su dedo invasor en el labio inferior. Instintivamente frunzo los labios y le doy un beso. Ella me recompensa con una sonrisa maliciosa. Se mete el dedo en la boca y su expresión me informa de que le gusta mi sabor… mucho. ¿Siempre me va a impactar verla hacer eso?
Después me coge la mano.
— Ven —me ordena con voz suave y me tiende la mano para que vaya con ella. Quiero responderle que estaba a punto de conseguirlo con lo que me estaba haciendo, pero a la vista de lo que pasó ayer en el cuarto de juegos, prefiero callarme.
Estamos esperando el postre en un restaurante fino y exclusivo de la ciudad. Hasta ahora ha sido una cena animada y Rachel está decidida a que sigamos con la diversión y vayamos de discotecas. En este momento está sentada en silencio, escuchando con atención mientras Blaine y Santana charlan. Es evidente que Rachel está encaprichada con Blaine, y Blaine… es difícil saberlo. No sé si son solo amigos o hay algo más.
Santana parece relajada. Ha estado conversando animadamente con Blaine. Parece que han estrechado su amistad mientras pescaban. Hablan sobre todo de psicología. Irónicamente, Santana parece la que más sabe de los dos. Me río por lo bajo mientras escucho a medias la conversación, dándome cuenta con tristeza de que sus conocimientos son resultado de su experiencia con muchos psiquiatras.
«Tú eres la mejor terapia.» Esas palabras que me susurró una vez cuando hacíamos el amor resuenan en mi cabeza. ¿Lo soy? Oh, Santana, eso espero.
Miro a Quinn. Está guapísima, pero ella siempre lo está. Ella y Sam no están tan animados. El parece nervioso; cuenta los chistes demasiado alto y su risa es un poco tensa. ¿Habrán tenido una pelea?
¿Qué le estará preocupando? ¿Será esa mujer? Se me cae el alma a los pies al pensar que puede hacerle daño a mi mejor amiga. Miro a la entrada, casi esperando ver a Gia pavoneándose tranquilamente por el restaurante en dirección a nosotros. Mi mente me está jugando malas pasadas. Creo que es por el alcohol que he tomado. Empieza a dolerme la cabeza.
De repente Sam nos sobresalta a todos arrastrando la silla, que chirría contra el suelo de azulejo, para ponerse de pie de golpe. Todos nos quedamos mirándole. El mira a Quinn un segundo y de repente planta una rodilla en el suelo delante de ella.
Oh. Dios. Mío…
Sam le coge la mano a Quinn y el silencio se cierne sobre el restaurante; todo el mundo deja de comer y de hablar e incluso de andar y se queda mirando.
— Mi preciosa Quinn, te quiero. Tu gracia, tu belleza y tu espíritu ardiente no tienen igual y han atrapado mi corazón. Pasa el resto de tu vida conmigo. Cásate conmigo.
¡Madre mía!
Lei todos sus comentarios de verdad gracias x escribir y disculpen la tardanza, les dejo un nuevo cap disfruten!!
Parte III – Capítulo 13
Aterrizamos suavemente en el Sardy Field a las 12.25, hora local. Stephan detiene el avión un poco apartado de la terminal principal y por las ventanillas veo un monovolumen Volkswagen grande esperándonos.
— Muy buen aterrizaje. —Santana sonríe y le estrecha la mano a Stephan mientras los demás nos preparamos para salir del jet.
— Todo tiene que ver con la altitud de densidad, señora —le explica Stephan sonriéndole también.
— Mi compañera Beighley es muy buena con las matemáticas.
Santana le sonríe a la primera oficial de Stephan.
— Has dado en el clavo, Beighley. Un aterrizaje muy suave.
— Gracias, señora. —Ella sonríe orgullosa.
— Disfruten del fin de semana, señoras López. Las veremos mañana. —Stephan se aparta para que podamos desembarcar y Santana me coge la mano y me ayuda a bajar por la escalerilla del avión hasta donde ya está Taylor esperándonos junto al vehículo.
— ¿Un monovolumen? —le pregunta Santana sorprendida cuando Taylor desliza la puerta para abrirla.
Taylor la mira con una sonrisa tensa y arrepentida y se encoge un poco de hombros.
— Cosas del último minuto, lo sé —se responde a sí misma Santana, conforme.
Taylor vuelve al avión para sacar nuestro equipaje.
— ¿Quieres que nos metamos mano en la parte de atrás del monovolumen? —me pregunta Santana con un brillo travieso en los ojos.
Suelto una risita. ¿Quién es esta mujer y qué ha hecho con la señora No Puedo Estar Más Furiosa de los últimos dos días?
— Vamos, parejita. Adentro —dice Rachel desde detrás de nosotras. Se nota que está impaciente. Subimos, nos dirigimos como podemos al asiento doble de la parte de atrás y nos sentamos. Me acurruco contra Santana y ella me rodea con el brazo y lo apoya en el respaldo del asiento detrás de mí.
— ¿Cómoda? —me pregunta mientras Blaine y Rachel se sientan delante.
— Sí —le digo con una sonrisa y ella me da un beso en la frente. Por alguna razón que no logro entender, me siento tímida con ella hoy. ¿Por qué será? ¿Por lo de anoche? ¿Porque estamos con más gente? No consigo comprenderlo.
Sam y Quinn llegan los últimos, cuando Taylor ya ha abierto el maletero para cargar las maletas.
Cinco minutos después ya estamos en camino.
Miro por la ventanilla. Los árboles todavía están verdes, pero se nota que el otoño se acerca porque aquí y allá las puntas de las hojas han empezado a adquirir un tono dorado. El cielo es azul claro y cristalino, aunque se ven nubes oscuras que se acercan por el oeste. En la distancia y rodeándonos se ven las Rocosas, con su pico más alto justo delante de nosotros. Las montañas están frondosas y verdes y las cumbres cubiertas de nieve; parece un paisaje montañoso sacado de un dibujo infantil.
Estamos en lo que en invierno es el patio de recreo de los ricos y famosos. Y yo tengo una casa aquí. Casi no me lo puedo creer. Y de repente resurge en lo más profundo de mi mente esa incomodidad familiar que aparece siempre que intento acostumbrarme a lo rica que es Santana y que me provoca dudas y me hace sentir culpable. ¿Qué he hecho yo para merecer este estilo de vida? Yo no he hecho nada, aparte de enamorarme.
— ¿Has estado alguna vez en Aspen, Britt? —me pregunta Blaine girándose, y eso interrumpe mis pensamientos.
— No, es la primera vez. ¿Y tú?
— Quinn y yo veníamos a menudo cuando éramos adolescentes. A papá le gusta mucho esquiar, pero a mamá no tanto.
— Yo espero que mi esposa me enseñe a esquiar —digo mirándola.
— No pongas muchas esperanzas en ello —dice Santana entre dientes.
— ¡No soy tan patosa!
— Podrías caerte y partirte el cuello. —Su sonrisa ha desaparecido.
Oh. No quiero discutir ni estropearle el buen humor, así que cambio de tema.
— ¿Desde cuándo tienes esta casa?
— Desde hace unos dos años. Y ahora es suya también, señora López —me dice en voz baja.
— Lo sé —le respondo. Pero no estoy muy convencida de mis palabras. Me acerco y le doy un beso en la mandíbula y me recuesto a su lado escuchándola reírse y bromear con Blaine y con Sam. Rachel participa en la conversación a veces, pero Quinn está muy callada y me pregunto si estará examinando la información sobre Marley Rose o si será por alguna otra cosa. Entonces lo recuerdo. Aspen… La casa de Santana la rediseñó Gia Matteo y la reconstruyó Sam. Me pregunto si eso será lo que tiene a Quinn preocupada. No puedo preguntarle delante de Sam, dada su historia con Gia. Pero ¿conocerá Quinn la relación de Gia con esta casa? Frunzo el ceño, todavía sin saber qué le pasa, y decido que ya lo averiguaré cuando estemos solas. Cruzamos el centro de Aspen y mi humor mejora cuando veo la ciudad. Los edificios son bajos y casi todos son de ladrillo rojo, como casitas de estilo suizo, y hay muchas casas de principios del siglo XX pintadas de colores alegres. También se ven muchos bancos y tiendas de diseñadores, lo que da una idea del poder adquisitivo de la gente que vive allí. Santana encaja perfectamente en este ambiente.
— ¿Y por qué Aspen? —le pregunto.
— ¿Qué? —me mira extrañada.
— ¿Por qué decidiste comprar una casa aquí?
— Mi madre y mi padre nos traían aquí cuando éramos pequeños. Aprendí a esquiar aquí y me gustaba. Espero que también te guste a ti… Si no te gusta, vendemos la casa y compramos otra en otro sitio.
¡Tan fácil como eso!
Me coloca un mechón de pelo suelto detrás de la oreja.
— Estás preciosa hoy —me susurra.
Me sonrojo. Solo llevo ropa típica de viaje: vaqueros y una camiseta con una chaqueta cómoda azul marino. Demonios… ¿por qué me hace sentir tímida?
Me da un beso, uno tierno, dulce y con mucho amor.
Taylor sigue conduciendo hasta salir de la ciudad y después asciende por el otro lado del valle, por una carretera de montaña llena de curvas. Cuanto más subimos, más entusiasmada estoy. Pero noto que Santana se pone tensa a mi lado.
— ¿Qué te pasa? —le pregunto al girar una curva.
— Espero que te guste —me confiesa.
— Ya hemos llegado.
Taylor reduce la velocidad y cruza una puerta hecha de piedras grises, beis y rojas. Sigue por el camino de entrada y al final aparca delante de una casa impresionante. Tiene la fachada simétrica con tejados puntiagudos y está construida con madera oscura y esas piedras mezcladas que he visto en la entrada. Es espectacular: moderna y sobria, muy del estilo de Santana.
— Hogar, dulce hogar —me dice Santana mientras nuestros invitados empiezan a salir del coche.
— Es bonita.
— Ven a verla —me dice entusiasmada y nerviosa, como si estuviera a punto de enseñarme su proyecto de ciencia o algo así.
Rachel sube corriendo los escalones hasta donde está de pie una mujer en el umbral. Es diminuta y su pelo negro azabache está entreverado de canas. Rachel le rodea el cuello con los brazos y la abraza con fuerza.
— ¿Quién es? —le pregunto a Santana mientras me ayuda a salir del monovolumen.
— La señora Bentley. Vive aquí con su marido. Ellos cuidan la casa.
Madre mía, ¿más personal?
Rachel está haciendo las presentaciones, primero Blaine y después Quinn. Sam también abraza a la señora Bentley. Dejamos a Taylor descargando las maletas y Santana me da la mano y me lleva hasta la puerta principal.
— Bienvenida a casa, señora López —la saluda la señora Bentley sonriendo.
— Carmella, esta es mi esposa, Brittany —me presenta Santana llena de orgullo. Pronuncia mi nombre como una caricia, haciendo que casi se me pare el corazón.
— Señora López. —La señora Bentley me saluda respetuosamente con la cabeza. Le tiendo la mano y ella me la estrecha. No me sorprende que sea mucho más formal con Santana que con el resto de la familia.
— Espero que hayan tenido un buen vuelo. Se espera que el tiempo sea bueno todo el fin de semana, aunque no hay nada seguro —dice mirando las nubes grises cada vez más oscuras que hay detrás de nosotras.
— La comida está lista y puedo servirla cuando ustedes quieran. —Vuelve a sonreír y sus ojos oscuros brillan.
Me cae bien inmediatamente.
— Ven aquí. —Santana me coge en brazos.
— Pero ¿qué haces? —chillo.
— Cruzar otro umbral con usted en brazos, señora López.
Sonrío mientras me lleva en brazos hasta el amplio vestíbulo. Entonces me da un beso breve y me baja con cuidado al suelo de madera. La decoración interior es muy sobria y me recuerda al salón del ático del Escala: paredes blancas, madera oscura y arte abstracto contemporáneo. El vestíbulo da paso a una gran zona de estar con tres sofás de piel de color hueso alrededor de una chimenea de piedra que preside la habitación. La única nota de color la aportan unos cojines mullidos que hay desparramados por los sofás. Rachel le coge la mano a Blaine y tira de el hacia el interior de la casa. Santana mira con los ojos entornados a las dos figuras y frunce los labios. Niega con la cabeza y se vuelve hacia mí.
Quinn deja escapar un silbido.
— Bonito sitio.
Miro a mi alrededor y veo a Sam ayudando a Taylor con el equipaje. Vuelvo a preguntarme si Quinn sabrá que Gia ha colaborado en la reforma de este sitio.
— ¿Quieres una visita guiada? —me pregunta Santana. Lo que fuera que estuviera pensando acerca de Rachel y de Blaine ya no está; ahora irradia entusiasmo, ¿o será ansiedad? Es difícil saberlo.
— Claro. —Otra vez me quedo impresionada por lo rica que es. ¿Cuánto le habrá costado esta casa? Y yo no he contribuido con nada. Brevemente me veo transportada a la primera vez que me llevó al Escala.
Me quedé alucinada. Ya te acostumbrarás, me recuerda mi subconsciente.
Santana frunce el ceño pero me coge la mano y me va enseñando las habitaciones. La cocina modernísima tiene las encimeras de mármol de color claro y los armarios negros. Hay una bodega de vinos increíble y una enorme sala abajo con una gran tele de plasma, sofás comodísimos… y mesas de billar. Las observo boquiabierta y me ruborizo cuando Santana me mira.
— ¿Te apetece echar una partida? —me pregunta con un brillo malicioso en los ojos. Niego con la cabeza y ella vuelve a fruncir el ceño. Me coge la mano otra vez y me lleva hasta el primer piso. Arriba hay cuatro dormitorios, cada uno con su baño incorporado.
La suite principal es algo increíble. La cama es gigantesca, más grande que la que tenemos en casa, y está frente a un mirador desde el que se ve todo Aspen y a lo lejos las frondosas montañas.
— Esa es Ajax Mountain… o Aspen Mountain, si te gusta más —dice Santana mirándome cautelosa.
Está de pie en el umbral con los pulgares enganchados en las trabillas para el cinturón de sus vaqueros negros.
Yo asiento.
— Estás muy callada —murmura.
— Es preciosa, Santana. —De repente solo quiero volver al ático del Escala.
En solo cinco pasos está justo delante de mí, me agarra la barbilla y con el pulgar me libera el labio inferior que me estaba mordiendo.
— ¿Qué te ocurre? —me pregunta sin dejar de mirarme a los ojos, examinándolos.
— Tienes mucho dinero.
— Sí.
— A veces me sorprende darme cuenta de lo rica que eres.
— Que somos.
— Que somos —repito de forma automática.
— No te agobies por esto, Britt, por favor. No es más que una casa.
— ¿Y qué ha hecho Gia aquí, exactamente?
— ¿Gia? —Arquea ambas cejas sorprendida.
— Sí, ¿no fue ella quien remodeló esta casa?
— Sí. Diseñó el salón del sótano. Sam se ocupó de la construcción. —Se pasa la mano por el pelo y me mira con el ceño fruncido.
— ¿Por qué estamos hablando de Gia?
— ¿Sabías que Gia tuvo un lío con Sam?
Santana me mira durante un segundo con una expresión impenetrable.
— Sam se ha follado a más de medio Seattle, Britt.
Me quedo boquiabierta.
— Sobre todo mujeres, por lo que yo sé —bromea Santana. Creo que le divierte ver la cara que se me ha quedado.
— ¡No…!
Santana asiente.
— Eso no es asunto mío —dice levantando las manos.
— No creo que Quinn lo sepa.
— Supongo que Sam no va por ahí divulgando esa información. Aunque Quinn tampoco es ninguna inocente…
Me quedo alucinada. ¿El Sam dulce, sencillo, rubio y con ojos azules? La miro con incredulidad.
Santana ladea a cabeza y me examina.
— Pero lo que te pasa no tiene que ver con la promiscuidad de Sam o de Gia.
— Lo sé. Lo siento. Después de todo lo que ha pasado esta semana, es que… —Me encojo de hombros y me siento de nuevo al borde de las lágrimas.
Santana baja los hombros, aliviada. Me rodea con los brazos y me estrecha con fuerza, a la vez que entierra la nariz en mi cara.
— Lo sé. Yo también lo siento. Vamos a relajarnos y a pasárnoslo bien, ¿vale? Aquí puedes leer, ver alguna mierda en la televisión, ir de compras, hacer una excursión… pescar incluso. Lo que tú quieras. Y olvida lo que te he dicho de Sam. Ha sido una indiscreción por mi parte.
— Eso explica por qué siempre está bromeando contigo sobre eso.
— El no sabe nada de mi pasado. Ya te lo he dicho, mi familia sabía que era gay. Célibe, pero gay.
Suelto una risita y empiezo a relajarme en sus brazos.
— Yo también creía que eras célibe. Qué equivocada estaba. —La abrazo y rio.
— Señora López, ¿se está riendo de mí?
— Un poco —reconozco—. Lo que no entiendo es por qué tienes este sitio.
— ¿Qué quieres decir? —pregunta dándome un beso en el pelo.
— Tienes el barco, eso lo entiendo, y el piso en Nueva York por cosas de negocios, pero ¿por qué esta casa? Hasta ahora no tenías a nadie con quien compartirla.
Santana se queda quieta y en silencio unos segundos.
— Te estaba esperando a ti —dice en voz baja con los ojos luminosos.
— Que… Que bonito lo que acabas de decirme.
— Es cierto. Aunque cuando la compré no lo sabía. —Sonríe con timidez.
— Me alegro de que esperaras.
— Ha merecido la pena esperar por usted, señora López. —Me levanta la barbilla y me da un beso tierno.
— Y por ti también. —Sonrío.
— Pero me siento como si hubiera hecho trampas porque yo no he tenido que esperar mucho para encontrarte.
Sonríe.
— ¿Tan buena soy?
— Santana, tú eres como el gordo de la lotería, la cura para el cáncer y los tres deseos de la lámpara de Aladino, todo al mismo tiempo.
Levanta una ceja, incrédula.
— ¿Cuándo te vas a dar cuenta de eso? —la regaño
— Eras una soltera muy deseada. Y no lo digo por todo esto.
Agito la mano señalando todo el lujo que nos rodea.
— Yo hablo de esto. —Y coloco la mano sobre su corazón y sus ojos se abren mucho. Ha desaparecido mi esposa confiada y sexy y ahora tengo delante a la niña pérdida.
— Créeme, Santana, por favor —le susurro y le agarro la cara con las dos manos para acercar sus labios a los míos. Gime y no sé si es porque estaba escuchando lo que le he dicho o es su respuesta primitiva habitual. Profundizo el beso moviendo los labios sobre los suyos e invadiéndole la boca con la lengua.
Cuando ambas nos quedamos sin aliento, ella se aparta y me mira dubitativa.
— ¿Cuándo te va a entrar en esa cabeza tan dura que tienes el hecho de que te quiero? Le pregunto exasperada.
Ella traga saliva.
— Algún día —dice al fin.
Eso es un progreso. Sonrío y ella me recompensa con su sonrisa tímida en respuesta.
— Vamos. Comamos algo. Los demás se estarán preguntando dónde estamos. Luego hablamos de lo que queremos hacer.
— ¡Oh, no! —exclama Quinn de repente.
Todas las miradas se centran en ella.
— Miren —dice señalando el mirador. Fuera ha empezado a llover a cántaros. Estamos sentados alrededor de la mesa de madera oscura de la cocina después de haber comido un festín de entremeses italianos variados preparados por la señora Bentley y haber acabado con un par de botellas de Frascati.
Estoy más que llena y un poco achispada por el alcohol.
— Nos quedamos sin excursión —murmura Sam y suena ligeramente aliviado. Quinn lo mira con el ceño fruncido. Sin duda les pasa algo. Se han mostrado relajados con los demás, pero no el uno con el otro.
— Podríamos ir a la ciudad —sugiere Rachel. Blaine le sonríe.
— Hace un tiempo perfecto para pescar —aporta Santana.
— Yo me apunto a pescar —dice Blaine.
— Hagamos dos grupos —dice Rachel juntando las manos—. Las chicas nos vamos de compras y los chicos que salgan a la naturaleza a hacer esas cosas aburridas, y santana se que eres chica pero te gusta hacer cosas aburridas así que ve con los chicos.
Santana ríe y asiente.
Miro a Quinn, que observa a Rachel con indulgencia. ¿Pescar o ir de compras? Buf, vaya elección.
— Britt, ¿tú qué quieres hacer? —me pregunta Santana.
— Me da igual —miento. La mirada de Quinn se cruza con la mía y vocaliza la palabra «compras». Veo que quiere hablar.
— Me parece bien ir de compras —digo sonriéndoles a Quinn y a Rachel.
Santana sonríe burlona. Sabe que no me gusta nada ir de compras.
— Yo me quedo aquí contigo, si quieres —me dice y algo oscuro se despereza en mi interior al oír su tono.
— No, tú vete a pescar —le respondo. Santana necesita pasar un tiempo haciendo lo que le gusta.
— Parece que tenemos un plan —concluye Quinn levantándose de la mesa.
— Taylor las acompañará —dice Santana y es una orden que no admite discusión.
— No necesitamos niñera —le responde Quinn rotundamente, tan directa como siempre.
Yo le pongo la mano en el brazo a Quinn.
— Quinn, es mejor que venga Taylor.
Ella frunce el ceño, después se encoge de hombros y por una vez se muerde la lengua. Le sonrío tímidamente a Santana. Su expresión permanece impasible. Oh, no… Espero que no se haya enfadado con Quinn.
Sam frunce el ceño.
— Necesito ir a la ciudad a por una pila para mi reloj de pulsera. —Le lanza una mirada a Quinn y se ruboriza un poco, pero ella no se da cuenta porque lo está ignorando a propósito.
— Llévate el Audi, Sam. Nos iremos a pescar cuando vuelvas —le dice Santana.
— Sí —responde Sam, pero parece distraído.
— Buen plan.
— Aquí. —Rachel me agarra del brazo y me arrastra al interior de una boutique de diseño con seda rosa por todas partes y muebles rústicos envejecidos de aire francés.
Quinn nos sigue mientras Taylor espera fuera, refugiándose de la lluvia bajo el toldo. Se oye a Aretha Franklin cantar «Say a Little Prayer» en el hilo musical de la tienda. Me encanta esta canción. Tengo que grabársela a Santana en el iPod.
— Este vestido te quedaría genial, Britt. —Rachel me enseña una tela plateada.
— Toma, pruébatelo.
— Mmm… es un poco corto.
— Te va a quedar fantástico. Y a Santana le va a encantar.
— ¿Tú crees?
Rachel me sonríe.
— Britt, tienes unas piernas de muerte y si esta noche vamos a ir de discotecas —sonríe antes de dar el golpe de gracia.
— Con esto volverás loca a tu esposa.
La miro y parpadeo un poco, perpleja. ¿Vamos a ir de discotecas? Yo no voy a discotecas.
Quinn se ríe al ver mi expresión. Parece más relajada ahora que no está con Sam.
— Deberíamos salir a bailar esta noche, sí —apoya Quinn.
— Ve y pruébatelo —me ordena Rachel y yo me encamino al probador a regañadientes.
Mientras espero a que Quinn y Rachel salgan del probador, me acerco al escaparate y miro afuera, al otro lado de la calle principal, sin prestar mucha atención. Las canciones de soul continúan: ahora Dionne Warwick canta «Walk on By», otra canción fabulosa y una de las favoritas de mi madre. Miro el vestido que tengo en la mano, aunque «vestido» tal vez sea demasiado decir. No tiene espalda y es muy corto, pero Rachel ha decidido que es ideal y que es perfecto para bailar toda la noche. Por lo que se ve también necesito zapatos y un collar llamativo; ahora vamos en su busca. Pongo los ojos en blanco y me alegro una vez más de la suerte que tengo por contar con Caroline Acton, mi asesora personal de compras.
De repente veo a Sam a través del escaparate. Ha aparecido al otro lado de la arbolada calle principal y sale de un Audi grande. Entra en una tienda como para refugiarse de la lluvia. Parece una joyería… tal vez sea haya ido a comparar la pila para su reloj. Sale a los pocos minutos. Pero ya no va solo: va con una mujer.
¡Joder! Es Gia. ¡Está hablando con Gia! ¿Qué demonios está haciendo ella aquí?
Mientras les observo, se dan un abrazo breve y ella echa atrás la cabeza para reírse animadamente de algo que ella ha dicho. Sam le besa en la mejilla y después corre al coche que le espera. Ella se gira y baja por la calle. Yo me quedo mirándola con la boca abierta. ¿De qué va eso? Me giro nerviosa hacia los probadores, pero todavía no hay señales de Quinn ni de Rachel. Después me fijo en Taylor, que sigue esperando en el exterior de la tienda. Ve que le estoy mirando y se encoge de hombros. El también ha
presenciado ese breve encuentro. Me ruborizo, avergonzada porque me han pillado espiando. Me vuelvo y Quinn y Rachel emergen del probador, ambas riendo. Quinn me mira inquisitiva.
— ¿Qué pasa, Britt? —me pregunta.
— ¿Te has echado atrás con lo del vestido? Estás sensacional con el.
— Mmm… No.
— ¿Estás bien? —Quinn abre mucho los ojos.
— Estoy bien, ¿pagamos? —Me encamino a la caja, donde me uno a Rachel, que ha elegido dos faldas.
— Buenas tardes, señora. —La joven dependienta (que lleva más brillo en los labios del que yo he visto en mi vida reunido en un solo sitio) me sonríe.
— Son ochocientos cincuenta dólares.
¿Qué? ¿Por este trozo de tela? Parpadeo y le doy dócilmente mi American Express negra.
— Gracias, señora López —canturrea la señorita Brillo de Labios.
Durante las dos horas siguientes sigo a Quinn y a Rachel totalmente aturdida, manteniendo todo el tiempo una lucha conmigo misma. ¿Debería decírselo a Quinn? Mi subconsciente niega con la cabeza firmemente. Sí, debería decírselo. No, mejor no. Puede haber sido simplemente un encuentro fortuito.
Mierda. ¿Qué debo hacer?
— ¿Te gustan los zapatos, Britt? —Rachel tiene los brazos en jarras.
— Mmm… Sí, claro.
He acabado con un par de zapatos de Manolo Blahnik imposiblemente altos y con tiras que parecen hechas de cristal de espejo. Quedan perfectos con el vestido y solo le cuestan a Santana más de mil dólares. Tengo suerte con la larga cadena de plata que Quinn insiste en que me compre: solo vale ochenta y cuatro dólares de nada.
— ¿Empiezas a acostumbrarte a tener dinero? —me pregunta Quinn sin mala intención cuando vamos de camino al coche. Rachel se ha adelantado un poco.
— Ya sabes que yo no soy así, Quinn. Todo esto me hace sentir incómoda. Pero si no me han informado mal, va con el lote. —La miro con los labios fruncidos y ella me rodea con un brazo.
— Te acostumbrarás, Britt —me dice para animarme.
— Y vas a estar genial.
— Quinn, ¿qué tal te va a ti y a Sam? —le pregunto.
Sus ojos verdes se clavan en los míos. Oh, no… Niega con la cabeza.
— No quiero hablar de eso ahora —dice señalando a Rachel con la cabeza.
— Pero las cosas están… —Quinn deja la frase sin terminar.
Esto no es propio de la Quinn tenaz que yo conozco. Mierda. Sabía que estaba pasando algo. ¿Le digo lo que he visto? Pero ¿qué he visto? Sam y la señorita “Depredadora Sexual Bien Arreglada” hablando, dándose un abrazo y un beso en la mejilla. Seguro que no es más que un encuentro de viejos amigos. No, no se lo voy a decir. Al menos no ahora. Asiento con una expresión que dice «lo entiendo perfectamente y voy a respetar tu privacidad». Ella me coge la mano y le da un apretón agradecido. Veo un destello de sufrimiento y dolor en sus ojos, pero ella lo oculta rápidamente con un parpadeo. De repente me siento muy protectora con mi mejor amiga. ¿A qué demonios está jugando Sam, el gigoló, López?
Cuando volvemos a la casa, Quinn decide que nos merecemos unos cócteles después de nuestra tarde de compras y nos hace unos daiquiris de fresa. Nos acomodamos en los sofás del salón, delante del fuego encendido.
— Sam ha estado un poco distante últimamente —me susurra Quinn, mirando las llamas. Quinn y yo por fin hemos encontrado un momento para estar a solas mientras Rachel guarda sus compras.
— ¿Ah, sí?
— Creo que tengo problemas por haberte metido en problemas a ti.
— ¿Te has enterado de eso?
— Sí. Santana llamó a Sam y Sam a mí.
Pongo los ojos en blanco. Oh, Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta…
— Lo siento. Santana es muy… protectora. ¿No has visto a Sam desde el día que salimos a tomar cócteles?
— No.
— Oh.
— Me gusta mucho, Britt —me confiesa. Y durante un horrible momento pienso que va a llorar. Esto no es propio de Quinn. ¿Significará esto la vuelta del pijama rosa? Quinn me mira.
— Me he enamorado de él. Al principio creía que era solo el sexo, que es genial. Pero es encantador y amable y tierno y divertido. Nos veo envejeciendo juntos con, ya sabes… hijos, nietos… todo.
— El «fueron felices y comieron perdices» —le susurro.
Asiente con tristeza.
— Creo que deberías hablar con él. Busca un momento para estar solos y descubre qué le preocupa.
O quién, me recuerda mi subconsciente. La aparto de un manotazo, sorprendida de lo rebeldes que son mis propios pensamientos.
— ¿Por qué no van a dar un paseo mañana por la mañana?
— Ya veremos.
— Quinn, no me gusta nada verte así.
Me sonríe un poco y me acerco para abrazarla. Decido no contarle lo de Gia, aunque puede que le pregunte directamente al gigolo. ¿Cómo puede estar jugando con los sentimientos de mi amiga?
Rachel vuelve y pasamos a hablar de cosas menos comprometidas.
El fuego crepita y chisporrotea cuando le echo el último tronco. Casi nos hemos quedado sin leña.
Aunque es verano, el fuego se agradece en un día húmedo como este.
— Rachel, ¿sabes dónde se guarda la leña para el fuego? —le pregunto. Ella le da un sorbo al daiquiri.
— Creo que en el garaje.
— Voy a por unos cuantos troncos. Y así tengo oportunidad de explorar…
La lluvia ha parado cuando salgo y me encamino al garaje para tres coches que hay junto a la casa.
La puerta lateral no está cerrada con llave, así que entro y enciendo la luz. El fluorescente cobra vida con un zumbido.
Hay un coche en el garaje; es el Audi en el que he visto a Sam esta tarde. También hay dos motos de nieve. Pero lo que me llama la atención son dos motos de motocross, ambas de 125 cc. Los recuerdos de Blaine intentando valientemente enseñarme a conducir una el verano pasado me vienen a la mente. Me froto inconscientemente el brazo donde me hice un buen hematoma en una caída.
— ¿Sabes conducirlas? —oigo la voz de Sam detrás de mí.
Me vuelvo.
— Has vuelto.
— Eso parece. —Sonríe y me doy cuenta de que Santana me respondería con las mismas palabras, pero no con esa enorme sonrisa arrebatadora.
— ¿Sabes?
— Algo así.
— ¿Quieres que te dé una vuelta?
Río burlonamente.
— Mmm… no. No creo que a Santana le gustara nada que hiciera algo así.
— Santana no está aquí. —Sam muestra una media sonrisa (oh, parece que es un rasgo de familia) y señala a nuestro alrededor para indicar que estamos solos. Se acerca a la moto más cercana, pasa una pierna enfundada en un vaquero por encima del asiento, se acomoda y coge el manillar.
— Santana tiene… preocupaciones por mi seguridad. No debería.
— ¿Siempre haces lo que ella te dice? —Sam tiene una chispa traviesa en sus ojos y puedo ver un destello del chico malo… el chico malo del que se ha enamorado Quinn. El chico malo de Detroit.
— No. —Arqueo una ceja reprobatoria en su dirección.
— Pero intento no complicarle la vida. Ya tiene bastantes preocupaciones sin que yo le dé ninguna más. ¿Ha vuelto ya?
— No lo sé.
— ¿No has ido a pescar?
Sam niega con la cabeza.
— Tenía que resolver unos asuntos en la ciudad.
¡Asuntos! ¡Vaya! ¡Asuntos rubios y muy bien arreglados! Inspiro bruscamente y le miro con la boca abierta.
¡Gigolo!
— Si no quieres conducir, ¿qué haces en el garaje? —me pregunta Sam intrigado.
— He venido a buscar leña para el fuego.
— Oh, ahí estás… ¡Sam! Ya has vuelto. —Quinn nos interrumpe.
— Hola, cariño —la saluda con una amplia sonrisa.
— ¿Has pescado algo?
Me quedo pendiente de la reacción de Sam.
— No. Tenía que hacer unas cosas en la ciudad. —Y durante un breve momento veo un destello de inseguridad en su cara.
Oh, mierda.
— He salido a ver qué había entretenido a Britt. —Quinn nos mira confusa.
— Estábamos tomando el aire —dice Sam y se ven saltar chispas entre ellos.
Todos nos giramos al oír un coche aparcando fuera. ¡Oh! Santana ha vuelto. Gracias a Dios. El mecanismo que abre la puerta del garaje se pone en funcionamiento con un chirrido que nos sobresalta a todos y la puerta se levanta lentamente para revelar a Santana y a Blaine descargando una camioneta negra. Santana se queda parada cuando nos ve a todos allí de pie en el garaje.
— ¿Van a montar un grupo y están ensayando en el garaje para dar un concierto? —pregunta burlona cuando entra directa hacia donde estoy yo.
Le sonrío. Me siento aliviada de verla. Debajo del cortavientos lleva el mono que le vendí yo cuando trabajaba en Clayton’s.
— Hola —me dice mirándome inquisitivamente e ignorando a Quinn y a Sam.
— Hola. Me gusta tu mono.
— Tiene muchos bolsillos. Es muy útil para pescar —me dice con voz baja y sugerente, solo para mis oídos, y cuando me mira su expresión es seductora.
Me ruborizo y ella me sonríe con una sonrisa de oreja a oreja toda para mí.
— Estás mojada —murmuro.
— Estaba lloviendo. ¿Qué están haciendo todos aquí en el garaje? —Al fin habla teniendo en cuenta que no estamos solas.
— Britt ha venido a por leña —dice Sam arqueando una ceja. No sé cómo pero ha conseguido que eso suene como algo indecente.
— Yo he intentado tentarla para que monte. —Es un maestro de los dobles sentidos.
A Santana le cambia la cara y a mí se me para el corazón.
— Me ha dicho que no, que a ti no te iba a gustar —responde Sam amablemente y sin segundas.
Santana me mira.
— ¿Eso ha dicho? —pregunta.
— Vamos a ver, me parece bien que nos dediquemos a hablar de lo que Britt ha hecho o no ha hecho, pero ¿podemos hacerlo dentro? —interviene Quinn. Se agacha, coge dos troncos y se gira para encaminarse a la puerta. Oh, mierda. Quinn está enfadada, pero sé que no es conmigo.
Sam suspira y, sin decir una palabra, la sigue. Yo me quedo mirándolos, pero Santana me distrae.
— ¿Sabes llevar moto? —me pregunta incrédula.
— No muy bien. Blaine me enseñó.
Sus ojos se convierten en hielo.
— Entonces has tomado la decisión correcta —me dice con la voz mucho más fría.
— El suelo está muy duro y la lluvia lo hace resbaladizo y traicionero.
— ¿Dónde dejo los aparejos de pescar? —pregunta Blaine desde el exterior.
— Déjalos ahí, Blaine… Taylor se ocupará de ellos.
— ¿Y los peces? —vuelve a preguntar Blaine con voz divertida.
— ¿Han pescado algo? —pregunto sorprendida.
— Yo no. Blaine sí. —Y Santana hace un mohín encantador.
Suelto una carcajada.
— La señora Bentley se ocupará de ellos —responde.
Blaine sonríe y entra en la casa.
— ¿Le resulto divertida, señora López?
— Mucho. Estás mojada… Te voy a preparar un baño.
— Solo si te metes conmigo. —Se inclina y me da un beso.
Lleno la enorme bañera ovalada del lavabo de la habitación y echo un chorrito de aceite de baño del caro, que empieza a hacer espuma inmediatamente. El aroma es maravilloso… jazmín, creo. Vuelvo al dormitorio y me pongo a colgar el vestido mientras se acaba de llenar la bañera.
— ¿Lo han pasado bien? —me pregunta Santana cuando entra en la habitación. Solo lleva una camiseta y el pantalón del chándal y va descalza. Cierra la puerta detrás de ella.
— Sí —le respondo disfrutando de la vista. La he echado de menos. Es ridículo porque ¿cuánto ha pasado? ¿Unas cuantas horas…?
Ladea la cabeza y me mira.
— ¿Qué pasa?
— Estaba pensando en cuánto te he echado de menos.
— Suena como si hubiera sido mucho, señora López.
— Mucho, sí, señora López.
Se acerca hasta quedar de pie justo delante de mí.
— ¿Qué te has comprado? —me pregunta y sé que es para cambiar de tema.
— Un vestido, unos zapatos y un collar. Me he gastado un buen pellizco de tu dinero.
Confieso mirándola culpable.
Eso la divierte.
— Bien —dice y me coloca un mechón suelto detrás de las orejas.
— Y por enésima vez nuestro dinero.
Me coge la barbilla, libera mi labio del aprisionamiento de mis dientes y me roza con el dedo índice la parte delantera de la camiseta, bajando por el esternón entre mis pechos, después por el estómago y el vientre hasta llegar al dobladillo.
— Creo que no vas a necesitar esto en la bañera —susurra, agarra el dobladillo de la camiseta con ambas manos y me la va quitando lentamente.
— Levanta los brazos.
Obedezco sin apartar mis ojos de los suyos y ella deja caer mi camiseta al suelo.
— Creía que solo íbamos a darnos un baño. —El pulso se me acelera.
— Quiero ensuciarte bien primero. Yo también te he echado de menos. —Y se inclina para besarme.
— ¡Mierda! ¡El agua! —Intento sentarme, todavía aturdida después del orgasmo.
Santana no me suelta.
— ¡Santana, la bañera! —la miro.
Está acurrucada sobre mi pecho.
Ríe.
— Relájate. Hay desagües en el suelo. —Rueda sobre sí misma y me da un beso rápido.
— Voy a cerrar el grifo.
Baja de la cama y camina hasta el cuarto de baño. Mis ojos la siguen ávidamente durante todo el camino. Mmm… Mi esposa, desnuda y pronto muy mojada. Salgo de la cama de un salto.
Nos sentamos cada una en un extremo de la bañera, que está demasiado llena tanto que cada vez que nos movemos el agua se sale por un lado y cae al suelo. Esto es un placer. Y un placer mayor es tener a Santana lavándome los pies, masajeándome las plantas y tirando suavemente de mis dedos.
Después me los besa uno por uno y me da un mordisco en el meñique.
— ¡Aaaah! —Lo he sentido… justo ahí, en mi entrepierna.
— ¿Así? —murmura.
— Mmm… —digo incoherente.
Empieza a masajearme de nuevo. Oh, qué bien. Cierro los ojos.
— He visto a Gia en la ciudad —le digo.
— ¿Ah, sí? Creo que también tiene una casa aquí —me contesta sin darle importancia. No le interesa lo más mínimo.
— Estaba con Sam.
Santana deja el masaje; eso sí le ha llamado la atención. Cuando abro los ojos tiene la cabeza ladeada, como si no comprendiera.
— ¿Qué quieres decir con que estaba con Sam? —me pregunta más perpleja que preocupada.
Le cuento lo que vi.
— Britt, solo son amigos. Creo que Sam está bastante pillado con Quinn. —Hace una pausa y después añade en voz más baja.
— De hecho sé que está muy enamorado de Quinn —dice aunque pone una expresión de
«no puedo entender por qué».
— Quinn es guapísima —le respondo defendiendo a mi amiga.
Ella ríe.
— Me sigo alegrando de que fueras tú la que se cayó al entrar en mi despacho. —Me da un beso en el pulgar, me suelta el pie izquierdo y me coge el derecho para empezar el proceso de masaje otra vez. Sus dedos son tan delicados y flexibles… Me vuelvo a relajar. No quiero discutir sobre Quinn. Cierro los ojos y dejo que sus dedos vayan haciendo su magia en mis pies.
Me miro boquiabierta en el espejo de cuerpo entero sin reconocer a la belleza que me mira desde el cristal. Quinn se ha vuelto loca y se ha puesto a jugar a la Barbie conmigo esta noche, peinándome y maquillándome. Tengo el pelo liso y con volumen, los ojos perfilados y los labios rojo escarlata.
Estoy… buenísima. Soy todo piernas, sobre todo con los Manolos de tacón alto y el vestido indecentemente corto. Necesito que Santana me dé su aprobación, aunque tengo la sensación de que no le va a gustar que exponga tanta carne al aire. Como estamos en estamos apenas reconciliadas, decido que lo mejor será preguntarle. Cojo mi BlackBerry.
De: Brittany López
Fecha: 27 de agosto de 2011 18:53
Para: Santana López
Asunto: ¿Se me ve el culo gordo con este vestido?
Señora López:
Necesito su consejo con respecto a mi atuendo.
Suya
Señora L x
De: Santana López
Fecha: 27 de agosto de 2011 18:55
Para: Brittany López
Asunto: Como un melocotón
Señora López:
Lo dudo mucho.
Pero ahora voy y le hago una buena inspección a su culo para asegurarme.
Suya por adelantado
Señora L x
Santana López Presidenta e inspectora de culos de López Enterprises Holdings Inc.
Justo mientras estoy leyendo el correo, se abre la puerta del dormitorio y Santana se queda petrificada en el umbral. Se le abre la boca y los ojos casi se le salen de las órbitas.
Madre mía, eso podría significar algo bueno o algo malo…
— ¿Y bien? —pregunto en un susurro.
— Britt, estás… Uau.
— ¿Te gusta?
— Sí, supongo que sí. —Suena un poco ronca. Entra lentamente en la habitación y cierra la puerta.
Lleva un vestido blanco algo corto con una chaqueta negra y tacones altos negros, está un poco maquillada y lleva su pelo suelto con ondas pero peinado perfectamente. Ella también está fabulosa. Se acerca poco a poco a mí, pero en cuanto llega a mi altura, me pone las manos en los hombros y me gira hasta que quedo de frente al espejo con ella detrás de mí. Mi mirada se encuentra con la suya en el espejo y después la veo mirar hacia abajo, fascinada por mi espalda al aire. Me la acaricia con los dedos hasta que llega al borde del vestido, donde la carne pálida se encuentra con la tela plateada.
— Es muy atrevido — murmura.
Su mano desciende un poco más, siguiendo por mi culo y bajando por el muslo desnudo. Se detiene y sus ojos brillan. Lentamente sus dedos ascienden de nuevo hasta el dobladillo de mi vestido.
Observo sus dedos largos que me rozan levemente, acariciándome la piel y dejando un cosquilleo a su paso, y mi boca forma una O perfecta.
— No hay mucha distancia entre aquí… —dice tocando el dobladillo de mi vestido.
— Y aquí —susurra subiendo un poco el dedo. Doy un respingo cuando los dedos me acarician el sexo, moviéndose de forma provocativa sobre mis bragas, sintiéndome y excitándome.
— ¿Adónde quieres llegar? —le susurro.
— Quiero llegar a explicar que esto no está muy lejos… —Sus dedos se deslizan sobre mis bragas y en un segundo mete uno debajo, contra la carne suave y humedecida.
— De esto. —Introduce un dedo en mi interior.
Doy un respingo y gimo bajito.
— Esto es mío —me susurra al oído. Cierra los ojos y mete y saca el dedo rítmicamente de mi interior.
— Y no quiero que nadie más lo vea.
Mi respiración se vuelve entrecortada y mis jadeos se acompasan con el ritmo de su dedo. La estoy viendo en el espejo mientras me hace esto… y es algo más que erótico.
— Así que si eres buena y no te agachas, no habrá ningún problema
— ¿Lo apruebas? —le pregunto.
— No, pero no voy a prohibirte que lo lleves. Estás espectacular, Brittany. —Saca de repente el dedo, dejándome con ganas de más, pero ella se mueve para quedar frente a mí. Me coloca la punta de su dedo invasor en el labio inferior. Instintivamente frunzo los labios y le doy un beso. Ella me recompensa con una sonrisa maliciosa. Se mete el dedo en la boca y su expresión me informa de que le gusta mi sabor… mucho. ¿Siempre me va a impactar verla hacer eso?
Después me coge la mano.
— Ven —me ordena con voz suave y me tiende la mano para que vaya con ella. Quiero responderle que estaba a punto de conseguirlo con lo que me estaba haciendo, pero a la vista de lo que pasó ayer en el cuarto de juegos, prefiero callarme.
Estamos esperando el postre en un restaurante fino y exclusivo de la ciudad. Hasta ahora ha sido una cena animada y Rachel está decidida a que sigamos con la diversión y vayamos de discotecas. En este momento está sentada en silencio, escuchando con atención mientras Blaine y Santana charlan. Es evidente que Rachel está encaprichada con Blaine, y Blaine… es difícil saberlo. No sé si son solo amigos o hay algo más.
Santana parece relajada. Ha estado conversando animadamente con Blaine. Parece que han estrechado su amistad mientras pescaban. Hablan sobre todo de psicología. Irónicamente, Santana parece la que más sabe de los dos. Me río por lo bajo mientras escucho a medias la conversación, dándome cuenta con tristeza de que sus conocimientos son resultado de su experiencia con muchos psiquiatras.
«Tú eres la mejor terapia.» Esas palabras que me susurró una vez cuando hacíamos el amor resuenan en mi cabeza. ¿Lo soy? Oh, Santana, eso espero.
Miro a Quinn. Está guapísima, pero ella siempre lo está. Ella y Sam no están tan animados. El parece nervioso; cuenta los chistes demasiado alto y su risa es un poco tensa. ¿Habrán tenido una pelea?
¿Qué le estará preocupando? ¿Será esa mujer? Se me cae el alma a los pies al pensar que puede hacerle daño a mi mejor amiga. Miro a la entrada, casi esperando ver a Gia pavoneándose tranquilamente por el restaurante en dirección a nosotros. Mi mente me está jugando malas pasadas. Creo que es por el alcohol que he tomado. Empieza a dolerme la cabeza.
De repente Sam nos sobresalta a todos arrastrando la silla, que chirría contra el suelo de azulejo, para ponerse de pie de golpe. Todos nos quedamos mirándole. El mira a Quinn un segundo y de repente planta una rodilla en el suelo delante de ella.
Oh. Dios. Mío…
Sam le coge la mano a Quinn y el silencio se cierne sobre el restaurante; todo el mundo deja de comer y de hablar e incluso de andar y se queda mirando.
— Mi preciosa Quinn, te quiero. Tu gracia, tu belleza y tu espíritu ardiente no tienen igual y han atrapado mi corazón. Pasa el resto de tu vida conmigo. Cásate conmigo.
¡Madre mía!
O_o***** - Mensajes : 250
Fecha de inscripción : 05/05/2013
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Oh por dios!
A valido la pena la espera, pero me e quedado con ganas de mas!!
Muy buen capítulo!
Dios sam le propuso matrimonio a quinn! Owww que romantico
Bueno hasta la proxima actualizacion!
SaludosL
A valido la pena la espera, pero me e quedado con ganas de mas!!
Muy buen capítulo!
Dios sam le propuso matrimonio a quinn! Owww que romantico
Bueno hasta la proxima actualizacion!
SaludosL
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
al fin has actualizado!!!!1
pense que no avías abandonado!!!!!
actualiza actualiza!!!!!!
pense que no avías abandonado!!!!!
actualiza actualiza!!!!!!
Lorena_Glee** - Mensajes : 51
Fecha de inscripción : 02/08/2013
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Me encanto el capitulo !!!
lo ame! valio la pena la espera
:D
Por favor actualiza rapido , necesito leer mas de mi dosis
de fanfic favorito !
No nos abandones tanto tiempo,
lo ame! valio la pena la espera
:D
Por favor actualiza rapido , necesito leer mas de mi dosis
de fanfic favorito !
No nos abandones tanto tiempo,
Avrilita_LopezPierce*** - Mensajes : 102
Fecha de inscripción : 21/09/2012
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
MAdre mia!
Otra boda??? Genial, que lindo detalle de parte de Sam..
Mmmm estaba sospechando que por eso habia ido a la joyeria, a caso por eso estaba tan raro y nervioso????
Otra boda??? Genial, que lindo detalle de parte de Sam..
Mmmm estaba sospechando que por eso habia ido a la joyeria, a caso por eso estaba tan raro y nervioso????
aria- - Mensajes : 1105
Fecha de inscripción : 03/12/2012
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
madre mía! nos has echo esperar demasiado pero fue un buen capitulo, puedo decir lo de Quinn y Sam lo sospechaba, pero cuando leí que estaba Gia deje de creer en mi instinto ajjaa gracias por escribir. (espero no nos hagas sufrir mas con la espera)
Última edición por Camila18 el Miér Ago 28, 2013 1:03 pm, editado 1 vez
Camila18**** - Mensajes : 151
Fecha de inscripción : 28/05/2013
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
¡INCREIBLE!
Anddy Rivera Morris******* - Mensajes : 407
Fecha de inscripción : 16/05/2013
Edad : 27
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
¡Que descabellado! Así de la nada, le pide matrimonio ¿No habrá dobles intensiones en esto...no quiero pensar mal, pero Sam es algo...difícil de entender. A la pobre Quinn le va a dar algo. Ella que pensaba que Sam no quería nada serio, tan preocupada por su relación y él tenso porque quería dar el siguiente paso"Sentar cabeza". Aunque Rachel y Blaine no es mi pareja favorita (de todas las que he leído) creo que a ella le gusta, así que debería Blaine de darse una oportunidad con ella, después de todo es una Lopez y los Lopezson raros pero Sexis :3
Por cierto, una disculpa porque creo que no comente el capítulo anterior. Siento que te tengo muy abandonada y eso no me gusta T_T pero bueno, aquí estoy ya...para este y los demás capítulos. Espero leerte pronto, un abrazo Nina.
Por cierto, una disculpa porque creo que no comente el capítulo anterior. Siento que te tengo muy abandonada y eso no me gusta T_T pero bueno, aquí estoy ya...para este y los demás capítulos. Espero leerte pronto, un abrazo Nina.
Ali_Pearce- - Mensajes : 1107
Fecha de inscripción : 07/06/2012
Edad : 31
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Noooooo que buen capitulo!!!!
Propuesta de casamiento?? Halgo me olia jajaja!!!
Saludos
Propuesta de casamiento?? Halgo me olia jajaja!!!
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Hola
Hola aquí una nueva lectora me ha encantado tu adaptación. Te confieso que no me llamaba la atención los libros pero al ver el nombre de tu fic me he animado a leerlo y me encanta, es realmente bueno no podía parar de leer. Me gusto el cambio que hizo britt en santana, y sam pidiéndole matrimonio a quinn wow realmente esta enamorado. Rachel y blaine que son?? Espero y actualices pronto ok. Xoxo
adi-santybritt- ---
- Mensajes : 553
Fecha de inscripción : 27/07/2013
Edad : 30
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
yeaaaaaah ke bueno que regresaste, me parese muy mal que ya no actualices seguido. lo puedo llegar a entender, pero la dinamica que manejabas de actualizar varias veces por semana era la onda, si que molaba, no le permitias a uno perder el hilo de la historia y que se bajara la uforia del momento con el argumento del fic ... lamentable que ya no lo puedas hacer, pero de los males el menos, y mientras siguas actualizando esta muy bien.
Saludos
Saludos
victoria555****** - Mensajes : 399
Fecha de inscripción : 28/10/2012
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Hola.
empieso a amar a la Santana tierna, aaaaaa simplemente me encanta.
Britt. sin palabras.
en espera de tu próxima actualización.
empieso a amar a la Santana tierna, aaaaaa simplemente me encanta.
Britt. sin palabras.
en espera de tu próxima actualización.
Hemonay Rivera*** - Mensajes : 145
Fecha de inscripción : 24/02/2013
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
espectacular peticion!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
WOOOOOW!!!!!
ME ENCANTO!!!
CADA VEZ SE PONE MEJOR :)
ESPERO LA ACTU!!
SALUDOS!! NAT!
ME ENCANTO!!!
CADA VEZ SE PONE MEJOR :)
ESPERO LA ACTU!!
SALUDOS!! NAT!
naty_LOVE_GLEE- ---
- Mensajes : 594
Fecha de inscripción : 06/05/2013
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Estoy de vuelta!! cansada muerta de sueño aquí son las 12 y 35 am pero no quería hacerlas sufrir tanto, de verdad disculpen por la espera lo que pasa es que ahora tengo muchas obligaciones y no me da mucho tiempo de escribir.
Gracias por todos sus maravillosos comentarios un abrazo a todas
Ahora todo el mundo en el restaurante está concentrado en Quinn y Sam, esperando y conteniendo la respiración. Esta espera es insoportable. El silencio se está extendiendo demasiado, como una goma elástica ya demasiado tensa.
Quinn se queda mirando a Sam como si no entendiera lo que está pasando mientras el no aparta la vista con los ojos muy abiertos por la necesidad e incluso por el miedo. ¡Por Dios, Quinn, deja ya de hacerlo sufrir, por favor! La verdad es que podría habérselo pedido en privado…
Una sola lágrima empieza a caerle por la mejilla, aunque sigue mirándolo sin decir nada. ¡Oh, mierda! ¿Quinn llorando? Después sonríe, una sonrisa lenta de incredulidad, como si acabara de alcanzar el NirvBritt.
— Sí —le susurra en una aceptación dulce y casi sin aliento, nada propia de Quinn. Se produce una pausa de un nanosegundo cuando todo el restaurante suelta un suspiro colectivo de alivio y después llega el ruido ensordecedor. Un aplauso espontáneo, vítores, silbidos y aullidos, y de repente siento que me caen lágrimas por la cara y se me corre todo el maquillaje de Barbie gótica que llevo.
Ajenos a la conmoción que se está produciendo a su alrededor, los dos están encerrados en su propio mundo. Sam saca del bolsillo una cajita, la abre y se la enseña a Quinn. Un anillo. Por lo que veo desde aquí, es un anillo exquisito, pero tengo que verlo más de cerca. ¿Es eso lo que estaba haciendo con Gia? ¿Escoger un anillo? ¡Mierda! Cómo me alegro de no habérselo dicho a Quinn.
Quinn mira la sortija y después a Sam y por fin le rodea el cuello con los brazos. Se besan de una forma muy discreta para sus estándares y todos en el restaurante se vuelven locos. Sam se levanta y agradece los vítores con una reverencia sorprendentemente grácil y después, con una enorme sonrisa de satisfacción, vuelve a sentarse. No puedo apartar los ojos de ellos. Sam saca con cuidado el anillo de la caja, se lo pone a Quinn en el dedo y vuelven a besarse.
Santana me aprieta la mano. No me he dado cuenta de que se la estaba agarrando tan fuerte. La suelto, un poco avergonzada, y ella sacude la mano con una expresión de dolor fingido.
— Lo siento. ¿Tú lo sabías? —le pregunto en un susurro.
Santana sonríe y está claro que sí. Llama al camarero.
— Dos botellas de Cristal, por favor. Del 2002, si es posible.
La miro con una sonrisa burlona.
— ¿Qué?
— El del 2002 es mucho mejor que el del 2003, claro —bromeo.
Ella ríe.
— Para un paladar exigente, por supuesto, Brittany.
— Y usted tiene uno de los más exigentes, señora López, y unos gustos muy peculiares.
Le sonrío.
— Cierto, señora López. —Se acerca.
— Pero lo que mejor sabe de todo eres tú —me susurra y me da un beso en un punto detrás de la oreja que hace que un estremecimiento me recorra toda la espalda. Me ruborizo hasta ponerme escarlata y recuerdo su anterior demostración de los inconvenientes de la breve longitud de mi vestido.
Rachel es la primera que se levanta para abrazar a Quinn y a Sam y después todos vamos felicitando por turnos a la feliz pareja. Yo le doy a Quinn un abrazo bien fuerte.
— ¿Ves? Solo estaba preocupado porque iba a hacerte la proposición —le digo en un susurro.
— Oh, Britt… —dice medio riendo, medio llorando.
— Quinn, me alegro mucho por ti. Felicidades.
Santana está detrás de mí. Le estrecha la mano a Sam y después, para sorpresa de Sam y también mía, lo atrae hacia ella para darle un abrazo. Apenas consigo oír lo que le dice entre el ruido circundante.
— Felicitaciones, Sam —murmura.
Sam no dice nada, por una vez sin palabras; solo le devuelve cariñosamente el abrazo a su hermana.
— Gracias, Santana —dice Sam con la voz quebrada.
Santana le da a Quinn un breve y un poco incómodo abrazo manteniendo las distancias dentro de lo posible. Sé que Santana en el mejor de los casos solo soporta a Quinn y la mayor parte del tiempo simplemente le es indiferente, así que esto es un pequeño progreso. Al soltarla le dice en un susurro que solo podemos oír ella y yo:
— Espero que seas tan feliz en tu matrimonio como yo lo soy en el mío.
— Gracias, Santana. Yo también lo espero —le responde agradecida.
Ya ha vuelto el camarero con el champán, que abre con una floritura.
Santana levanta su copa.
— Por Quinn y mí querido hermano Sam. Felicitaciones a los dos.
Todos le damos un sorbo. Bueno, yo vacío mi copa de un trago. Mmm, el Cristal sabe muy bien y me acuerdo de la primera vez que lo tomé, en el club de Santana, y de nuestra excitante bajada en el ascensor hasta la primera planta.
Santana me mira con el ceño fruncido.
— ¿En qué estás pensando? —me susurra.
— En la primera vez que bebí este champán.
Su ceño se vuelve inquisitivo.
— Estábamos en tu club —lo recuerdo.
Sonríe.
— Oh, sí. Ya me acuerdo —dice y me guiña un ojo.
— ¿Ya han elegido fecha, Sam? —pregunta Rachel.
Sam lanza a su hermana una mirada exasperada.
— Se lo acabo de pedir a Quinn, así que no hemos tenido tiempo de hablar de eso todavía…
— Oh, que sea una boda en Navidad. Eso sería muy romántico y así nunca se te olvidarían el aniversario —sugiere Rachel juntando las manos.
— Tendré en cuenta tu consejo —dice Sam sonriendo burlonamente.
— Después del champán, ¿podemos ir de fiesta? —pregunta Rachel volviéndose hacia Santana y dedicándole una mirada de sus grandes ojos marrones.
— Creo que habría que preguntarles a Sam y a Quinn qué es lo que les apetece hacer.
Todos nos volvemos hacia ellos a la vez. Sam se encoge de hombros y Quinn se pone algo más que roja. Lo que estaba pensando hacer con su recién estrenado prometido está tan claro que por poco escupo el champán de cuatrocientos dólares por toda la mesa.
Zax es la discoteca más exclusiva de Aspen, o eso dice Rachel. Santana se dirige hacia el principio de la corta cola rodeándome la cintura con el brazo; nos dejan pasar inmediatamente. Me pregunto por un momento si también será la dueña de este local. Miro el reloj; las once y media de la noche y ya estoy un poco achispada. Las dos copas de champán y las varias de Pouilly Fumé que me he tomado en la cena están empezando a hacerme efecto y me alegro de que Santana me tenga agarrada con el brazo.
— Bienvenida de nuevo, señora López —le saluda una rubia atractiva con largas piernas, unos pantaloncitos de satén negros muy sexis, una blusa sin mangas a juego y una pequeña pajarita roja.
Muestra una amplia sonrisa que revela unos dientes perfectos entre sus labios de color escarlata, a juego con la pajarita.
— Max se ocupará de sus chaquetas.
Un hombre joven vestido todo de negro (no de satén esta vez, por suerte) me sonríe a la vez que se ofrece a llevarse nuestras chaquetas. Sus ojos oscuros son amables y atractivos. (Santana ha insistido en que me pusiera un trench de Rachel para taparme el trasero).
— Bonita chaqueta —me dice mirándome fijamente.
A mi lado Santana se pone tensa y atraviesa a Max con una mirada que dice a gritos: «Apártate de ella ahora mismo». El se sonroja y le da apresuradamente el tíquet de las chaquetas a Santana.
— Las llevaré hasta su mesa —dice la señorita Mini short de Satén a la vez que pestañea al mirar a mi esposa y mueve su larga melena rubia. Después se dirige a la entrada andando seductoramente. Yo agarro a Santana con más fuerza y ella me mira extrañada un momento y después sonríe burlona mientras sigue a la chica de los pantaloncitos hacia el interior del bar.
Las luces son tenues, las paredes negras y los muebles rojo oscuro. Hay reservados en dos de las paredes y una gran barra con forma de U en el centro. Hay bastantes personas, teniendo en cuenta que estamos fuera de temporada, pero no está muy lleno de la típica gente rica de Aspen que sale un sábado por la noche a pasárselo bien. La gente viste de manera informal y por primera vez me siento demasiado vestida… mejor dicho, demasiado poco vestida. El suelo y las paredes vibran por la música que llega desde la pista de baile que hay detrás de la barra y las luces giran y parpadean. Tal como siento mi cabeza ahora mismo, todo me parece la pesadilla de un epiléptico.
La señorita Mini short de Satén nos conduce hasta un reservado situado en una esquina que está cerrado con un cordón. Está cerca de la barra y tiene acceso a la pista de baile. Sin duda es el mejor sitio del local.
— Ahora mismo viene alguien a tomarles nota. —Nos dedica una sonrisa llena de megavatios y con una última sacudida de pestañas en dirección a mi esposa, se va pavoneándose por donde vino.
Rachel no hace más que cambiar el peso del cuerpo de un pie a otro, muriéndose por lanzarse a la pista de baile, y Blaine se apiada de ella.
— ¿Champán? —les pregunta Santana mientras se dirigen a la pista de baile cogidos de la mano.
Blaine levanta el pulgar y Rachel asiente con energía.
Quinn y Sam se acomodan en los asientos de suave terciopelo con las manos entrelazadas. Se les ve muy felices, con las caras relajadas y radiantes a la suave luz de las velas que hay en unos porta velas de cristal sobre la mesa baja. Santana me hace un gesto para que me siente y me sitúo al lado de Quinn. Ella se sienta a mi lado y examina ansiosa la sala.
— Enséñame el anillo. —Tengo que elevar la voz para que se me oiga por encima de la música. Voy a estar ronca cuando acabe la noche.
Quinn me sonríe y levanta la mano. El anillo es exquisito, un solitario con un engarce muy finamente trabajado y pequeños diamantes a ambos lados. Tiene cierto aire retro victoriano.
— Es precioso.
Ella asiente encantada y estira el brazo para darle un apretón al muslo de Sam. Ella se acerca y le da un beso.
— Busquen una habitación —les digo.
Sam sonríe.
Una mujer joven con el pelo corto y oscuro y una sonrisa traviesa, que lleva los mismos
pantaloncitos de satén sexis (debe de ser el uniforme), viene a tomarnos nota.
— ¿Qué quieren beber? —pregunta Santana.
— No se te ocurra pagar la cuenta aquí también —gruñe Sam.
— No empieces con esa mierda otra vez, Sam —dice Santana sin acritud.
A pesar de las protestas de Quinn, Sam y Blaine, Santana ha pagado la cena. Simplemente ha rechazado sus objeciones con un gesto de la mano y no ha dejado que nadie hablara de pagar. La miro con adoración. Mi Cincuenta Sombras… siempre ejerciendo el control.
Sam abre la boca para decir algo, pero vuelve a cerrarla, sabiamente creo.
— Yo quiero una cerveza —dice.
— ¿Quinn? —pregunta Santana.
— Más champán, por favor. El Cristal está delicioso. Pero estoy segura de que Blaine prefiere una cerveza. —Le sonríe a Santana con dulzura (sí, dulzura). Irradia felicidad por todos los poros. Puedo sentir su alegría y es un placer compartirla con ella.
— ¿Britt?
— Champán, por favor.
— Una botella de Cristal, tres Peronis y una botella de agua mineral fría. Seis copas —dice con su habitual tono autoritario y firme.
Me resulta tremendamente sexy.
— Sí, señora. Ahora mismo se lo traigo. —La señorita Mini shorts de Satén número dos le dedica una amplia sonrisa, pero esta vez no hay pestañeo, aunque se ruboriza un poco.
Niego con la cabeza, resignada. Es mía, guapa.
— ¿Qué? —me pregunta.
— Esta no ha agitado las pestañas. —Sonrío burlonamente.
— Oh, ¿se supone que tenía que hacerlo? —me pregunta intentando ocultar su sonrisa, pero sin conseguirlo.
— Las mujeres suelen hacerlo contigo hasta las heterosexuales. —Mi tono es irónico.
Sonríe.
— Señora López, ¿está celosa?
— Ni lo más mínimo —le digo con un mohín. Me doy cuenta justo en ese momento de que estoy empezando a tolerar que el resto de las mujeres se coman con los ojos a mi esposa. O casi. Santana me coge la mano y me da un beso en los nudillos.
— No tiene por qué estar celosa, señora López —me susurra cerca de la oreja. Su aliento me hace cosquillas.
— Lo sé.
— Bien.
La camarera vuelve y unos segundos después ya estoy bebiendo champán otra vez.
— Toma —dice Santana y me pasa un vaso de agua—. Bebe esto.
La miro con el ceño fruncido y veo, más que oigo, que suspira.
— Tres copas de vino blanco durante la cena y dos de champán, después de un daiquiri de fresa y dos copas de Frascati en el almuerzo. Bebe. Ahora, Britt.
¿Cómo sabe lo de los cócteles de esta tarde? Frunzo el ceño de nuevo. Pero la verdad es que tiene razón. Cojo el vaso de agua y lo vacío de un trago de una forma muy poco femenina para dejar claro que no me gusta que me diga lo que tengo que hacer… otra vez. Me limpio la boca con el dorso de la mano.
— Muy bien —me felicita sonriendo.
— Ya vomitaste encima de mí una vez y no tengo ganas de repetir la experiencia.
— No sé de qué te quejas. Conseguiste acostarte conmigo.
Sonríe y su mirada se suaviza.
— Sí, cierto.
Blaine y Rachel vuelven de la pista.
— Blaine ya ha tenido bastante por ahora. Arriba, chicas. Vamos a romper la pista, a mover el trasero y a dar unos cuantos pasos para bajar las calorías de la mousse de chocolate.
Quinn se pone de pie inmediatamente.
— ¿Vienes? —le pregunta a Sam.
— Prefiero verte desde aquí —dice, y yo tengo que mirar hacia otro lado rápidamente porque la mirada que le lanza hace que me sonroje hasta yo.
Ella sonríe mientras yo me pongo de pie.
— Voy a quemar unas cuantas calorías —digo y me agacho para susurrarle a Santana al oído.
— Tú puedes quedarte aquí y mirarme.
— No te agaches —gruñe.
— Vale —digo levantándome bruscamente. ¡Uau! La cabeza me da vueltas y tengo que agarrarme al hombro de Santana porque la sala gira e incluso se inclina un poco.
— Tal vez te vendría bien tomar más agua —murmura Santana con una clara nota de advertencia en su voz.
— Estoy bien. Es que los asientos son muy bajos y yo llevo tacones muy altos.
Quinn me coge la mano y yo inspiro hondo. Después sigo a Quinn y a Rachel, que abre la marcha, hasta la pista de baile.
La música retumba por todas partes, un ritmo tecno con el sonido repetitivo de un bajo. La pista de baile no está muy llena, así que tenemos un poco de espacio. Hay una mezcla ecléctica de gente, mayores y jóvenes por igual, bailando para consumir la noche. Yo nunca he bailado muy bien. De hecho he empezado a bailar desde que estoy con Santana. Quinn me abraza.
— ¡Estoy tan feliz! —grita por encima de la música y empieza a bailar.
Rachel está haciendo esas cosas que hace Rachel, sonriéndonos a las dos y lanzándose a bailar por todas partes. Vaya, está ocupando mucho espacio en la pista de baile. Miro hacia la mesa; nuestros nos están observando. Comienzo a moverme. Es un ritmo muy pegadizo. Cierro los ojos y me rindo al ritmo.
Abro los ojos y veo que la pista se está llenando. Quinn, Rachel y yo nos vemos obligadas a juntarnos un poco más. Y para mi sorpresa descubro que me lo estoy pasando bien. Empiezo a moverme un poco más, valientemente. Quinn me mira levantando los dos pulgares y yo le sonrío.
Cierro los ojos. ¿Por qué he pasado los primeros veinte años de mi vida sin hacer esto? Prefería leer a bailar. Jane Austen no tenía una música muy buena para bailar y Thomas Hardy… Madre mía, el se hubiera sentido tremendamente culpable por no haber bailado con su primera esposa. Me río al pensarlo. Es por Santana. Ella es quien me ha dado esta confianza en mi cuerpo y en que puedo moverlo.
De repente noto dos manos en mis caderas. Santana ha venido a unirse al baile. Me contoneo y las manos bajan hasta mi culo para darle un apretón y después vuelven a mis caderas.
Abro los ojos y veo que Rachel me mira con la boca abierta, horrorizada. Mierda, ¿tan mal lo hago?
Bajo las manos para coger las de Santana. Pero son peludas. ¡Joder! ¡No son sus manos! Me doy la vuelta y me encuentro a un gigante rubio con más dientes de los que es natural tener y una sonrisa lasciva que muestra todos y cada uno de ellos.
— ¡Quítame las manos de encima! —chillo por encima de la música altísima, a punto de sufrir una apoplejía por la furia.
— Vamos, cielo, solo nos lo estamos pasando bien. —Vuelve a sonreír, levanta sus manos peludas como las de un mono y sus ojos azules brillan por las luces ultravioleta que no dejan de parpadear.
Antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo, le doy una fuerte bofetada.
¡Ay! Mierda, mi mano… Ahora me escuece.
— ¡Apártate de mí! —le grito. Me mira cubriéndose la mejilla enrojecida con la mano. Le pongo la mano que no ha sufrido daños delante de la cara y extiendo los dedos para enseñarle los anillos.
— ¡Estoy casada, gilipollas!
El se encoge de hombros de una forma bastante arrogante y me mira con una sonrisa de disculpa a medias.
Echo un vistazo a mi alrededor, nerviosa. Rachel está a mi derecha, mirando fijamente al gigante rubio.
Quinn está perdida en el momento, a su rollo. Santana no está en la mesa. Oh, espero que haya ido al baño. Doy un paso atrás para adoptar una postura defensiva que conozco muy bien. Oh, mierda. Santana me rodea la cintura con el brazo y me acerca a su lado.
— Aparta tus jodidas manos de mi mujer —dice. No ha gritado, pero no sé cómo se le ha oído por encima de la música.
Madre mía…
— Creo que ella sabe cuidarse solita y tu mujer ¡Ja!
Suelta una risa burlona.
— ¡Son un par de jodidas lesbianas! —grita el gigante rubio mientras se toca la mejilla donde le he abofeteado. De repente, sin previo aviso, Santana le da un puñetazo. Es como si lo estuviera viendo todo a cámara lenta. Un puñetazo perfectamente dirigido a la barbilla y a tal velocidad (aunque con el gasto mínimo de energía) que el gigante rubio ni siquiera lo ve venir. Aterriza en el suelo como un saco de arena.
¡Joder!
— ¡Santana, no! —chillo asustada, poniéndome delante de ella para frenarle. Mierda, es capaz de matarlo.
— ¡Ya le he golpeado yo! —le grito por encima de la música.
Santana ni siquiera me mira; tiene la vista clavada en el hombre rubio con una maldad que nunca antes había visto en su mirada. Bueno, tal vez una vez: cuando Marley Rose se propasó conmigo.
Las otras personas de la pista de baile se apartan como las ondas de un estanque, abriendo un espacio a nuestro alrededor y manteniéndose a una distancia prudencial. El gigante rubio se pone de pie en el mismo momento en que llega Sam para reunirse con nosotros.
¡Oh, no! Quinn está a mi lado, mirándonos a todos con la boca abierta. Sam agarra a Santana del brazo y Blaine aparece también.
— Tranquilos, ¿vale? No tenía mala intención. —El gigante rubio levanta las manos derrotado y se retira apresuradamente. Santana lo sigue con la mirada hasta que sale de la pista de baile. Continúa sin mirarme.
La canción cambia: pasa de la letra explícita de «Sexy Bitch» a un tema de baile tecno y repetitivo, con una mujer que canta con una voz vehemente. Sam me mira a mí, después a Santana, y decide por fin soltarle el brazo y llevarse a Quinn para bailar con ella. Yo le rodeo el cuello con los brazos a Santana y ella por fin establece contacto visual conmigo, con los ojos todavía ardiendo de una forma primitiva y feroz. Un destello de adolescente con ganas de pelea. Madre mía…
Me examina la cara.
— ¿Estás bien? —pregunta por fin.
— Sí. —Me froto la palma intentando que desaparezca el escozor y le acaricio el pecho.
Me late la mano. Nunca antes le había dado una bofetada a nadie. ¿Qué mosca me habrá picado?
Que alguien me toque sin permiso no es un crimen contra la humanidad, ¿no?
Pero en el fondo sé por qué le he dado la bofetada; instintivamente he sabido cómo iba a reaccionar Santana al ver a un extraño poniéndome las manos encima. Sabía que eso le haría perder su valioso autocontrol. Y pensar que un don nadie cualquiera puede sacar de quicio a mi esposa, a mi amor, me ha puesto hecha una furia. Una verdadera furia.
— ¿Quieres sentarte? —me pregunta Santana por encima del ritmo machacón.
Oh, vuelve conmigo, por favor.
— No. Baila conmigo.
Me mira inescrutable y no dice nada.
Tócame… canta la mujer.
— Baila conmigo —repito
Sigue furiosa.
— Baila. Santana, por favor. —Le cojo las manos.
Santana vuelve a mirar al sitio por donde se ha ido ese tío, pero yo empiezo a moverme contra su cuerpo y a dar vueltas a su alrededor.
La multitud ha vuelto a rodearnos, aunque sigue habiendo una zona de exclusión de algo más medio metro a nuestro alrededor.
— ¿Tú le has pegado? —me pregunta Santana aún de pie e inmóvil. Le cojo las manos, que tiene cerradas en puños.
— Claro. Creía que eras tú, pero tenía pelo en las manos. Baila conmigo por favor.
Mientras me mira, el fuego de sus ojos va cambiando lentamente para convertirse en otra cosa, en algo más oscuro, más excitante. De repente me coge de la muñeca y tira de mí hasta pegarme contra ella, agarrándome las manos detrás de la espalda y apretando sus pechos con los míos.
— ¿Quieres bailar? Vamos a bailar —gruñe junto a mi oído y traza un círculo con las caderas contra mi cuerpo. Yo no puedo hacer otra cosa que seguirla. Sus manos agarran las mías justo sobre mi culo.
Oh… Santana sabe moverse, moverse de verdad. Me mantiene cerca sin soltarme, pero sus manos se van relajando y por fin me suelta. Voy subiendo las manos por sus brazos hasta los hombros, sintiendo sus músculos. Me aprieta contra ella y yo sigo sus movimientos cuando empieza a bailar conmigo de forma lenta y sensual, al ritmo cadencioso de la música de la discoteca.
Cuando me coge la mano y me hace girar, hacia un lado y después hacia otro, sé que por fin ha vuelto conmigo. Le sonrío y ella me responde con otra sonrisa.
Bailamos juntas. Es liberador… y divertido. Su furia ya está olvidada, o reprimida, y ahora se divierte haciéndome girar en el pequeño espacio que tenemos en la pista de baile, sin soltarme en ningún momento y con una habilidad consumada. Ella hace que yo parezca grácil, es una de sus habilidades. Hace que me sienta sexy, porque ella lo es. Consigue que me sienta querida, porque a pesar de sus cincuenta sombras, tiene un pozo inagotable de amor que dar. Al verla ahora, pasándolo bien, es fácil pensar que no tiene ninguna preocupación ni ningún problema en su vida… Sé que su amor a veces se ve empañado por sus problemas de sobreprotección y de exceso de control, pero eso no hace que yo la quiera ni una pizca menos.
Cuando la canción cambia para pasar a otra, ya estoy sin aliento.
— ¿Podemos sentarnos? —le digo jadeando.
— Claro. —Ella me saca de la pista de baile.
— Ahora mismo estoy caliente y sudorosa —le susurro cuando volvemos a la mesa.
Me atrae hacia sus brazos.
— Me gustas caliente y sudorosa. Aunque prefiero ponerte así en privado —dice en un susurro y aparece brevemente una sonrisa lasciva en los labios.
Cuando me siento, ya es como si el incidente en la pista de baile nunca hubiera ocurrido. Me sorprende vagamente que no nos hayan echado. Lanzo un vistazo al resto del local. Nadie nos mira y no veo al gigante rubio. Tal vez se haya ido o lo hayan echado. Quinn y Sam están siendo bastante indecentes en la pista de baile, Blaine y Rachel se muestran más comedidos. Le doy otro sorbo al champán.
— Bebe. —Santana me sirve otro vaso de agua y me mira fijamente con una expresión expectante que dice: «Bébetelo. Ahora».
Hago lo que me dice. Pero porque tengo sed.
Santana toma una copa se champán que hay en la mesa y le da un largo sorbo.
— ¿Y si hubiera habido prensa aquí? —le pregunto.
Santana sabe inmediatamente que me refiero al incidente que ha protagonizado al noquear al gigante rubio.
— Tengo unos abogados muy caros —me dice con frialdad; la arrogancia personificada.
Frunzo el ceño.
— Pero no estás por encima de la ley, Santana. Ya tenía la situación bajo control.
El marrón de sus ojos se congela.
— Nadie toca lo que es mío —me dice con una rotundidad gélida, como si no me estuviera dando cuenta de algo obvio.
Oh… Le doy otro sorbo al champán. De repente me siento abrumada. La música está muy alta, todo late, me duele la cabeza y los pies y me siento un poco obstinada.
Santana me coge la mano.
— Vámonos. Quiero llevarte a casa —me dice.
Quinn y Sam vienen a la mesa.
— ¿Se van? —pregunta Quinn con la voz esperanzada.
— Sí —responde Santana.
— Vale, pues nos vamos con ustedes.
Mientras esperamos en el ropero a que Santana recoja las chaquetas, Quinn me interroga.
— ¿Qué ha pasado con ese tío en la pista de baile?
— Que me estaba toqueteando.
— Cuando he abierto los ojos te he visto darle una bofetada.
Me encojo de hombros.
— Es que sabía que Santana se iba a poner como una central termonuclear y que eso podía estropearles la noche.
Todavía estoy procesando lo que siento acerca del comportamiento de Santana. En ese momento pensaba que su reacción iba a ser todavía peor.
— Estropear nuestra noche —especifica Quinn.
— Es un poco impetuoso, ¿no? —pregunta con sequedad mirando a Santana, que está recogiendo las chaquetas.
Río entre dientes y sonrío.
— Sí, algo así.
— Creo que la sabes manejar bastante bien.
— ¿Que la sé manejar? —Frunzo el ceño. ¿Yo sé manejar a Santana?
— Toma, póntela. —Santana me sujeta la chaqueta abierta para que pueda ponérmela.
— Despierta, Britt. —Santana me está sacudiendo con suavidad.
Ya hemos llegado a la casa. Abro los ojos, reticente, y salgo a trompicones del monovolumen. Quinn y Sam han desaparecido y Taylor está esperando pacientemente de pie junto al vehículo.
— ¿Tengo que llevarte en brazos? —me pregunta Santana.
Niego con la cabeza.
— Voy a recoger a la señorita López y al señor Fabray —dice Taylor.
Santana asiente y se dirige a la puerta principal llevándome de la mano. Me matan los pies, así que voy detrás de ella trastabillando. En la puerta principal ella se agacha, me coge el tobillo y suavemente me quita primero un zapato y después el otro. Oh, qué alivio.
Luego se quita los de ella.
Vuelve a erguirse y me mira con mis Manolos en la mano.
— ¿Mejor? —me pregunta divertida.
Asiento.
— Yo también estoy mejor los tacones me estaban matando. —Se ríe
— He estado viendo en mi mente imágenes deliciosas de estos zapatos junto a mis orejas. — murmura mirando nostálgicamente los zapatos. Niega con la cabeza y vuelve a cogerme la mano para guiarme por la casa a oscuras y después por las escaleras hasta nuestro dormitorio.
— Estás muerta de cansancio, ¿verdad? —me dice en voz baja mirándome fijamente.
Asiento. Ella empieza a desabrocharme la chaqueta.
— Ya lo hago yo —murmuro haciendo un intento poco entusiasta de apartarla.
— No, déjame.
Suspiro. No me había dado cuenta de que estaba tan cansada.
— Es la altitud. No estás acostumbrada. Y el alcohol, claro. —Sonríe, me quita la chaqueta y la tira sobre una de las sillas del dormitorio.
Me coge la mano y me lleva al baño. ¿Por qué vamos ahí?
— Siéntate —me dice.
Me siento en la silla y cierro los ojos. La oigo rebuscar entre los botes del lavabo. Estoy demasiado cansada para abrir los ojos y ver qué está haciendo. Un momento después me echa la cabeza hacia atrás y yo abro los ojos sorprendida.
— Cierra los ojos —me ordena Santana. Madre mía, tiene en la mano una bolita de algodón… Me la pasa suavemente sobre el ojo derecho. Yo permanezco sin moverme mientras me va quitando metódicamente el maquillaje.
— Ah… Ahí está la mujer con la que me casé —dice después de unas cuantas pasadas del algodón.
— ¿No te gusta el maquillaje?
— No me importa, pero prefiero lo que hay debajo. —Me da un beso en la frente.
— Tómate esto. —Me pone unas pastillas de ibuprofeno en la palma y me acerca un vaso de agua.
Miro las pastillas y hago un mohín.
— Tómatelas —me ordena.
Pongo los ojos en blanco pero hago lo que me dice.
— Bien. ¿Necesitas que te deje un momento en privado? —me pregunta sardónicamente.
Río entre dientes.
— Qué remilgada, señora López. Sí, tengo que hacer pis.
Ríe.
— ¿Y esperas que me vaya?
Suelto una risita.
— ¿Quieres quedarte?
Ladea la cabeza con expresión divertida.
— Eres una hija de puta pervertida. Vete. No quiero que me veas hacer pis. Eso es demasiado.
Me pongo de pie y la echo del baño.
Cuando salgo del baño ya se ha cambiado y solo lleva los pantalones del pijama y un sujetador de encaje fucsia. Mmm… Santana en pijama. Hipnotizada, le miro el abdomen, los músculos y sus perfectos pechos. Me distrae. Ella se acerca a mí.
— ¿Disfrutando de la vista? —me pregunta divertida.
— Siempre.
— Creo que está un poco borracha, señora López.
— Creo que, por una vez, tengo que estar de acuerdo con usted, señora López.
— Déjame ayudarte a salir de esa cosa tan pequeña que llamas vestido. Debería venir con una advertencia de seguridad…
Me da la vuelta y me desabrocha el único botón que tiene en el cuello.
— Estabas tan furiosa… —susurro.
— Sí, lo estaba.
— ¿Conmigo?
— No. Contigo no —me dice dándome un beso en el hombro.
— Por una vez.
Sonrío. No estaba furiosa conmigo. Eso es un progreso.
— Es un buen cambio.
— Sí, lo es.
Me da un beso en el otro hombro y tira del vestido para bajarlo por mi culo hasta que cae al suelo.
Me quita las bragas al mismo tiempo y me deja desnuda. Levanta la mano y me la tiende.
— Sal —me ordena y yo doy un paso para salir del vestido, agarrándole la mano para mantener el equilibrio.
Se agacha, recoge el vestido y lo tira junto con las bragas a la silla donde ya está la chaqueta de Rachel.
— Levanta los brazos —me dice en voz baja.
Me pone una camiseta grande por la cabeza y tira hacia abajo para cubrirme. Ya estoy lista para ir a la cama.
Me atrae hacia sus brazos y me da un beso. Su aliento mentolado se mezcla con el mío.
— Por mucho que me gustaría enterrarme en lo más profundo de usted, señora López… Ha bebido demasiado y estamos a casi dos mil quinientos metros. Además no dormiste bien anoche. Vamos. A la cama.
Retira la colcha para que pueda acostarme, luego me arropa y me da otro beso en la frente.
— Cierra los ojos. Cuando vuelva a la cama, espero que estés dormida.
Es una amenaza, una orden… es Santana.
— No te vayas —le suplico.
— Tengo que hacer unas llamadas, Britt.
— Es sábado y es tarde. Por favor.
Se pasa las manos por el pelo.
— Britt, si me meto en la cama contigo ahora, no vas a poder descansar nada. Duerme. Está siendo categórica. Cierro los ojos y sus labios vuelven a rozar mi frente.
— Buenas noches, bella —dice en un susurro.
Las imágenes del día pasan a toda velocidad por mi mente: Santana colgándome sobre su hombro en el avión. Su ansiedad por si me gustaría la casa. Haciendo el amor esta tarde. El baño. Su reacción ante mi vestido. Noqueando al gigante rubio… Me escuece otra vez la palma de la mano al recordarlo. Y ahora Santana preparándome para ir a la cama y arropándome.
¿Quién lo habría pensado? Sonrío de oreja a oreja y la palabra «progreso» resuena en mi cerebro mientras me voy dejando llevar por el sueño.
Gracias por todos sus maravillosos comentarios un abrazo a todas
Parte III – Capítulo 14
Ahora todo el mundo en el restaurante está concentrado en Quinn y Sam, esperando y conteniendo la respiración. Esta espera es insoportable. El silencio se está extendiendo demasiado, como una goma elástica ya demasiado tensa.
Quinn se queda mirando a Sam como si no entendiera lo que está pasando mientras el no aparta la vista con los ojos muy abiertos por la necesidad e incluso por el miedo. ¡Por Dios, Quinn, deja ya de hacerlo sufrir, por favor! La verdad es que podría habérselo pedido en privado…
Una sola lágrima empieza a caerle por la mejilla, aunque sigue mirándolo sin decir nada. ¡Oh, mierda! ¿Quinn llorando? Después sonríe, una sonrisa lenta de incredulidad, como si acabara de alcanzar el NirvBritt.
— Sí —le susurra en una aceptación dulce y casi sin aliento, nada propia de Quinn. Se produce una pausa de un nanosegundo cuando todo el restaurante suelta un suspiro colectivo de alivio y después llega el ruido ensordecedor. Un aplauso espontáneo, vítores, silbidos y aullidos, y de repente siento que me caen lágrimas por la cara y se me corre todo el maquillaje de Barbie gótica que llevo.
Ajenos a la conmoción que se está produciendo a su alrededor, los dos están encerrados en su propio mundo. Sam saca del bolsillo una cajita, la abre y se la enseña a Quinn. Un anillo. Por lo que veo desde aquí, es un anillo exquisito, pero tengo que verlo más de cerca. ¿Es eso lo que estaba haciendo con Gia? ¿Escoger un anillo? ¡Mierda! Cómo me alegro de no habérselo dicho a Quinn.
Quinn mira la sortija y después a Sam y por fin le rodea el cuello con los brazos. Se besan de una forma muy discreta para sus estándares y todos en el restaurante se vuelven locos. Sam se levanta y agradece los vítores con una reverencia sorprendentemente grácil y después, con una enorme sonrisa de satisfacción, vuelve a sentarse. No puedo apartar los ojos de ellos. Sam saca con cuidado el anillo de la caja, se lo pone a Quinn en el dedo y vuelven a besarse.
Santana me aprieta la mano. No me he dado cuenta de que se la estaba agarrando tan fuerte. La suelto, un poco avergonzada, y ella sacude la mano con una expresión de dolor fingido.
— Lo siento. ¿Tú lo sabías? —le pregunto en un susurro.
Santana sonríe y está claro que sí. Llama al camarero.
— Dos botellas de Cristal, por favor. Del 2002, si es posible.
La miro con una sonrisa burlona.
— ¿Qué?
— El del 2002 es mucho mejor que el del 2003, claro —bromeo.
Ella ríe.
— Para un paladar exigente, por supuesto, Brittany.
— Y usted tiene uno de los más exigentes, señora López, y unos gustos muy peculiares.
Le sonrío.
— Cierto, señora López. —Se acerca.
— Pero lo que mejor sabe de todo eres tú —me susurra y me da un beso en un punto detrás de la oreja que hace que un estremecimiento me recorra toda la espalda. Me ruborizo hasta ponerme escarlata y recuerdo su anterior demostración de los inconvenientes de la breve longitud de mi vestido.
Rachel es la primera que se levanta para abrazar a Quinn y a Sam y después todos vamos felicitando por turnos a la feliz pareja. Yo le doy a Quinn un abrazo bien fuerte.
— ¿Ves? Solo estaba preocupado porque iba a hacerte la proposición —le digo en un susurro.
— Oh, Britt… —dice medio riendo, medio llorando.
— Quinn, me alegro mucho por ti. Felicidades.
Santana está detrás de mí. Le estrecha la mano a Sam y después, para sorpresa de Sam y también mía, lo atrae hacia ella para darle un abrazo. Apenas consigo oír lo que le dice entre el ruido circundante.
— Felicitaciones, Sam —murmura.
Sam no dice nada, por una vez sin palabras; solo le devuelve cariñosamente el abrazo a su hermana.
— Gracias, Santana —dice Sam con la voz quebrada.
Santana le da a Quinn un breve y un poco incómodo abrazo manteniendo las distancias dentro de lo posible. Sé que Santana en el mejor de los casos solo soporta a Quinn y la mayor parte del tiempo simplemente le es indiferente, así que esto es un pequeño progreso. Al soltarla le dice en un susurro que solo podemos oír ella y yo:
— Espero que seas tan feliz en tu matrimonio como yo lo soy en el mío.
— Gracias, Santana. Yo también lo espero —le responde agradecida.
Ya ha vuelto el camarero con el champán, que abre con una floritura.
Santana levanta su copa.
— Por Quinn y mí querido hermano Sam. Felicitaciones a los dos.
Todos le damos un sorbo. Bueno, yo vacío mi copa de un trago. Mmm, el Cristal sabe muy bien y me acuerdo de la primera vez que lo tomé, en el club de Santana, y de nuestra excitante bajada en el ascensor hasta la primera planta.
Santana me mira con el ceño fruncido.
— ¿En qué estás pensando? —me susurra.
— En la primera vez que bebí este champán.
Su ceño se vuelve inquisitivo.
— Estábamos en tu club —lo recuerdo.
Sonríe.
— Oh, sí. Ya me acuerdo —dice y me guiña un ojo.
— ¿Ya han elegido fecha, Sam? —pregunta Rachel.
Sam lanza a su hermana una mirada exasperada.
— Se lo acabo de pedir a Quinn, así que no hemos tenido tiempo de hablar de eso todavía…
— Oh, que sea una boda en Navidad. Eso sería muy romántico y así nunca se te olvidarían el aniversario —sugiere Rachel juntando las manos.
— Tendré en cuenta tu consejo —dice Sam sonriendo burlonamente.
— Después del champán, ¿podemos ir de fiesta? —pregunta Rachel volviéndose hacia Santana y dedicándole una mirada de sus grandes ojos marrones.
— Creo que habría que preguntarles a Sam y a Quinn qué es lo que les apetece hacer.
Todos nos volvemos hacia ellos a la vez. Sam se encoge de hombros y Quinn se pone algo más que roja. Lo que estaba pensando hacer con su recién estrenado prometido está tan claro que por poco escupo el champán de cuatrocientos dólares por toda la mesa.
Zax es la discoteca más exclusiva de Aspen, o eso dice Rachel. Santana se dirige hacia el principio de la corta cola rodeándome la cintura con el brazo; nos dejan pasar inmediatamente. Me pregunto por un momento si también será la dueña de este local. Miro el reloj; las once y media de la noche y ya estoy un poco achispada. Las dos copas de champán y las varias de Pouilly Fumé que me he tomado en la cena están empezando a hacerme efecto y me alegro de que Santana me tenga agarrada con el brazo.
— Bienvenida de nuevo, señora López —le saluda una rubia atractiva con largas piernas, unos pantaloncitos de satén negros muy sexis, una blusa sin mangas a juego y una pequeña pajarita roja.
Muestra una amplia sonrisa que revela unos dientes perfectos entre sus labios de color escarlata, a juego con la pajarita.
— Max se ocupará de sus chaquetas.
Un hombre joven vestido todo de negro (no de satén esta vez, por suerte) me sonríe a la vez que se ofrece a llevarse nuestras chaquetas. Sus ojos oscuros son amables y atractivos. (Santana ha insistido en que me pusiera un trench de Rachel para taparme el trasero).
— Bonita chaqueta —me dice mirándome fijamente.
A mi lado Santana se pone tensa y atraviesa a Max con una mirada que dice a gritos: «Apártate de ella ahora mismo». El se sonroja y le da apresuradamente el tíquet de las chaquetas a Santana.
— Las llevaré hasta su mesa —dice la señorita Mini short de Satén a la vez que pestañea al mirar a mi esposa y mueve su larga melena rubia. Después se dirige a la entrada andando seductoramente. Yo agarro a Santana con más fuerza y ella me mira extrañada un momento y después sonríe burlona mientras sigue a la chica de los pantaloncitos hacia el interior del bar.
Las luces son tenues, las paredes negras y los muebles rojo oscuro. Hay reservados en dos de las paredes y una gran barra con forma de U en el centro. Hay bastantes personas, teniendo en cuenta que estamos fuera de temporada, pero no está muy lleno de la típica gente rica de Aspen que sale un sábado por la noche a pasárselo bien. La gente viste de manera informal y por primera vez me siento demasiado vestida… mejor dicho, demasiado poco vestida. El suelo y las paredes vibran por la música que llega desde la pista de baile que hay detrás de la barra y las luces giran y parpadean. Tal como siento mi cabeza ahora mismo, todo me parece la pesadilla de un epiléptico.
La señorita Mini short de Satén nos conduce hasta un reservado situado en una esquina que está cerrado con un cordón. Está cerca de la barra y tiene acceso a la pista de baile. Sin duda es el mejor sitio del local.
— Ahora mismo viene alguien a tomarles nota. —Nos dedica una sonrisa llena de megavatios y con una última sacudida de pestañas en dirección a mi esposa, se va pavoneándose por donde vino.
Rachel no hace más que cambiar el peso del cuerpo de un pie a otro, muriéndose por lanzarse a la pista de baile, y Blaine se apiada de ella.
— ¿Champán? —les pregunta Santana mientras se dirigen a la pista de baile cogidos de la mano.
Blaine levanta el pulgar y Rachel asiente con energía.
Quinn y Sam se acomodan en los asientos de suave terciopelo con las manos entrelazadas. Se les ve muy felices, con las caras relajadas y radiantes a la suave luz de las velas que hay en unos porta velas de cristal sobre la mesa baja. Santana me hace un gesto para que me siente y me sitúo al lado de Quinn. Ella se sienta a mi lado y examina ansiosa la sala.
— Enséñame el anillo. —Tengo que elevar la voz para que se me oiga por encima de la música. Voy a estar ronca cuando acabe la noche.
Quinn me sonríe y levanta la mano. El anillo es exquisito, un solitario con un engarce muy finamente trabajado y pequeños diamantes a ambos lados. Tiene cierto aire retro victoriano.
— Es precioso.
Ella asiente encantada y estira el brazo para darle un apretón al muslo de Sam. Ella se acerca y le da un beso.
— Busquen una habitación —les digo.
Sam sonríe.
Una mujer joven con el pelo corto y oscuro y una sonrisa traviesa, que lleva los mismos
pantaloncitos de satén sexis (debe de ser el uniforme), viene a tomarnos nota.
— ¿Qué quieren beber? —pregunta Santana.
— No se te ocurra pagar la cuenta aquí también —gruñe Sam.
— No empieces con esa mierda otra vez, Sam —dice Santana sin acritud.
A pesar de las protestas de Quinn, Sam y Blaine, Santana ha pagado la cena. Simplemente ha rechazado sus objeciones con un gesto de la mano y no ha dejado que nadie hablara de pagar. La miro con adoración. Mi Cincuenta Sombras… siempre ejerciendo el control.
Sam abre la boca para decir algo, pero vuelve a cerrarla, sabiamente creo.
— Yo quiero una cerveza —dice.
— ¿Quinn? —pregunta Santana.
— Más champán, por favor. El Cristal está delicioso. Pero estoy segura de que Blaine prefiere una cerveza. —Le sonríe a Santana con dulzura (sí, dulzura). Irradia felicidad por todos los poros. Puedo sentir su alegría y es un placer compartirla con ella.
— ¿Britt?
— Champán, por favor.
— Una botella de Cristal, tres Peronis y una botella de agua mineral fría. Seis copas —dice con su habitual tono autoritario y firme.
Me resulta tremendamente sexy.
— Sí, señora. Ahora mismo se lo traigo. —La señorita Mini shorts de Satén número dos le dedica una amplia sonrisa, pero esta vez no hay pestañeo, aunque se ruboriza un poco.
Niego con la cabeza, resignada. Es mía, guapa.
— ¿Qué? —me pregunta.
— Esta no ha agitado las pestañas. —Sonrío burlonamente.
— Oh, ¿se supone que tenía que hacerlo? —me pregunta intentando ocultar su sonrisa, pero sin conseguirlo.
— Las mujeres suelen hacerlo contigo hasta las heterosexuales. —Mi tono es irónico.
Sonríe.
— Señora López, ¿está celosa?
— Ni lo más mínimo —le digo con un mohín. Me doy cuenta justo en ese momento de que estoy empezando a tolerar que el resto de las mujeres se coman con los ojos a mi esposa. O casi. Santana me coge la mano y me da un beso en los nudillos.
— No tiene por qué estar celosa, señora López —me susurra cerca de la oreja. Su aliento me hace cosquillas.
— Lo sé.
— Bien.
La camarera vuelve y unos segundos después ya estoy bebiendo champán otra vez.
— Toma —dice Santana y me pasa un vaso de agua—. Bebe esto.
La miro con el ceño fruncido y veo, más que oigo, que suspira.
— Tres copas de vino blanco durante la cena y dos de champán, después de un daiquiri de fresa y dos copas de Frascati en el almuerzo. Bebe. Ahora, Britt.
¿Cómo sabe lo de los cócteles de esta tarde? Frunzo el ceño de nuevo. Pero la verdad es que tiene razón. Cojo el vaso de agua y lo vacío de un trago de una forma muy poco femenina para dejar claro que no me gusta que me diga lo que tengo que hacer… otra vez. Me limpio la boca con el dorso de la mano.
— Muy bien —me felicita sonriendo.
— Ya vomitaste encima de mí una vez y no tengo ganas de repetir la experiencia.
— No sé de qué te quejas. Conseguiste acostarte conmigo.
Sonríe y su mirada se suaviza.
— Sí, cierto.
Blaine y Rachel vuelven de la pista.
— Blaine ya ha tenido bastante por ahora. Arriba, chicas. Vamos a romper la pista, a mover el trasero y a dar unos cuantos pasos para bajar las calorías de la mousse de chocolate.
Quinn se pone de pie inmediatamente.
— ¿Vienes? —le pregunta a Sam.
— Prefiero verte desde aquí —dice, y yo tengo que mirar hacia otro lado rápidamente porque la mirada que le lanza hace que me sonroje hasta yo.
Ella sonríe mientras yo me pongo de pie.
— Voy a quemar unas cuantas calorías —digo y me agacho para susurrarle a Santana al oído.
— Tú puedes quedarte aquí y mirarme.
— No te agaches —gruñe.
— Vale —digo levantándome bruscamente. ¡Uau! La cabeza me da vueltas y tengo que agarrarme al hombro de Santana porque la sala gira e incluso se inclina un poco.
— Tal vez te vendría bien tomar más agua —murmura Santana con una clara nota de advertencia en su voz.
— Estoy bien. Es que los asientos son muy bajos y yo llevo tacones muy altos.
Quinn me coge la mano y yo inspiro hondo. Después sigo a Quinn y a Rachel, que abre la marcha, hasta la pista de baile.
La música retumba por todas partes, un ritmo tecno con el sonido repetitivo de un bajo. La pista de baile no está muy llena, así que tenemos un poco de espacio. Hay una mezcla ecléctica de gente, mayores y jóvenes por igual, bailando para consumir la noche. Yo nunca he bailado muy bien. De hecho he empezado a bailar desde que estoy con Santana. Quinn me abraza.
— ¡Estoy tan feliz! —grita por encima de la música y empieza a bailar.
Rachel está haciendo esas cosas que hace Rachel, sonriéndonos a las dos y lanzándose a bailar por todas partes. Vaya, está ocupando mucho espacio en la pista de baile. Miro hacia la mesa; nuestros nos están observando. Comienzo a moverme. Es un ritmo muy pegadizo. Cierro los ojos y me rindo al ritmo.
Abro los ojos y veo que la pista se está llenando. Quinn, Rachel y yo nos vemos obligadas a juntarnos un poco más. Y para mi sorpresa descubro que me lo estoy pasando bien. Empiezo a moverme un poco más, valientemente. Quinn me mira levantando los dos pulgares y yo le sonrío.
Cierro los ojos. ¿Por qué he pasado los primeros veinte años de mi vida sin hacer esto? Prefería leer a bailar. Jane Austen no tenía una música muy buena para bailar y Thomas Hardy… Madre mía, el se hubiera sentido tremendamente culpable por no haber bailado con su primera esposa. Me río al pensarlo. Es por Santana. Ella es quien me ha dado esta confianza en mi cuerpo y en que puedo moverlo.
De repente noto dos manos en mis caderas. Santana ha venido a unirse al baile. Me contoneo y las manos bajan hasta mi culo para darle un apretón y después vuelven a mis caderas.
Abro los ojos y veo que Rachel me mira con la boca abierta, horrorizada. Mierda, ¿tan mal lo hago?
Bajo las manos para coger las de Santana. Pero son peludas. ¡Joder! ¡No son sus manos! Me doy la vuelta y me encuentro a un gigante rubio con más dientes de los que es natural tener y una sonrisa lasciva que muestra todos y cada uno de ellos.
— ¡Quítame las manos de encima! —chillo por encima de la música altísima, a punto de sufrir una apoplejía por la furia.
— Vamos, cielo, solo nos lo estamos pasando bien. —Vuelve a sonreír, levanta sus manos peludas como las de un mono y sus ojos azules brillan por las luces ultravioleta que no dejan de parpadear.
Antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo, le doy una fuerte bofetada.
¡Ay! Mierda, mi mano… Ahora me escuece.
— ¡Apártate de mí! —le grito. Me mira cubriéndose la mejilla enrojecida con la mano. Le pongo la mano que no ha sufrido daños delante de la cara y extiendo los dedos para enseñarle los anillos.
— ¡Estoy casada, gilipollas!
El se encoge de hombros de una forma bastante arrogante y me mira con una sonrisa de disculpa a medias.
Echo un vistazo a mi alrededor, nerviosa. Rachel está a mi derecha, mirando fijamente al gigante rubio.
Quinn está perdida en el momento, a su rollo. Santana no está en la mesa. Oh, espero que haya ido al baño. Doy un paso atrás para adoptar una postura defensiva que conozco muy bien. Oh, mierda. Santana me rodea la cintura con el brazo y me acerca a su lado.
— Aparta tus jodidas manos de mi mujer —dice. No ha gritado, pero no sé cómo se le ha oído por encima de la música.
Madre mía…
— Creo que ella sabe cuidarse solita y tu mujer ¡Ja!
Suelta una risa burlona.
— ¡Son un par de jodidas lesbianas! —grita el gigante rubio mientras se toca la mejilla donde le he abofeteado. De repente, sin previo aviso, Santana le da un puñetazo. Es como si lo estuviera viendo todo a cámara lenta. Un puñetazo perfectamente dirigido a la barbilla y a tal velocidad (aunque con el gasto mínimo de energía) que el gigante rubio ni siquiera lo ve venir. Aterriza en el suelo como un saco de arena.
¡Joder!
— ¡Santana, no! —chillo asustada, poniéndome delante de ella para frenarle. Mierda, es capaz de matarlo.
— ¡Ya le he golpeado yo! —le grito por encima de la música.
Santana ni siquiera me mira; tiene la vista clavada en el hombre rubio con una maldad que nunca antes había visto en su mirada. Bueno, tal vez una vez: cuando Marley Rose se propasó conmigo.
Las otras personas de la pista de baile se apartan como las ondas de un estanque, abriendo un espacio a nuestro alrededor y manteniéndose a una distancia prudencial. El gigante rubio se pone de pie en el mismo momento en que llega Sam para reunirse con nosotros.
¡Oh, no! Quinn está a mi lado, mirándonos a todos con la boca abierta. Sam agarra a Santana del brazo y Blaine aparece también.
— Tranquilos, ¿vale? No tenía mala intención. —El gigante rubio levanta las manos derrotado y se retira apresuradamente. Santana lo sigue con la mirada hasta que sale de la pista de baile. Continúa sin mirarme.
La canción cambia: pasa de la letra explícita de «Sexy Bitch» a un tema de baile tecno y repetitivo, con una mujer que canta con una voz vehemente. Sam me mira a mí, después a Santana, y decide por fin soltarle el brazo y llevarse a Quinn para bailar con ella. Yo le rodeo el cuello con los brazos a Santana y ella por fin establece contacto visual conmigo, con los ojos todavía ardiendo de una forma primitiva y feroz. Un destello de adolescente con ganas de pelea. Madre mía…
Me examina la cara.
— ¿Estás bien? —pregunta por fin.
— Sí. —Me froto la palma intentando que desaparezca el escozor y le acaricio el pecho.
Me late la mano. Nunca antes le había dado una bofetada a nadie. ¿Qué mosca me habrá picado?
Que alguien me toque sin permiso no es un crimen contra la humanidad, ¿no?
Pero en el fondo sé por qué le he dado la bofetada; instintivamente he sabido cómo iba a reaccionar Santana al ver a un extraño poniéndome las manos encima. Sabía que eso le haría perder su valioso autocontrol. Y pensar que un don nadie cualquiera puede sacar de quicio a mi esposa, a mi amor, me ha puesto hecha una furia. Una verdadera furia.
— ¿Quieres sentarte? —me pregunta Santana por encima del ritmo machacón.
Oh, vuelve conmigo, por favor.
— No. Baila conmigo.
Me mira inescrutable y no dice nada.
Tócame… canta la mujer.
— Baila conmigo —repito
Sigue furiosa.
— Baila. Santana, por favor. —Le cojo las manos.
Santana vuelve a mirar al sitio por donde se ha ido ese tío, pero yo empiezo a moverme contra su cuerpo y a dar vueltas a su alrededor.
La multitud ha vuelto a rodearnos, aunque sigue habiendo una zona de exclusión de algo más medio metro a nuestro alrededor.
— ¿Tú le has pegado? —me pregunta Santana aún de pie e inmóvil. Le cojo las manos, que tiene cerradas en puños.
— Claro. Creía que eras tú, pero tenía pelo en las manos. Baila conmigo por favor.
Mientras me mira, el fuego de sus ojos va cambiando lentamente para convertirse en otra cosa, en algo más oscuro, más excitante. De repente me coge de la muñeca y tira de mí hasta pegarme contra ella, agarrándome las manos detrás de la espalda y apretando sus pechos con los míos.
— ¿Quieres bailar? Vamos a bailar —gruñe junto a mi oído y traza un círculo con las caderas contra mi cuerpo. Yo no puedo hacer otra cosa que seguirla. Sus manos agarran las mías justo sobre mi culo.
Oh… Santana sabe moverse, moverse de verdad. Me mantiene cerca sin soltarme, pero sus manos se van relajando y por fin me suelta. Voy subiendo las manos por sus brazos hasta los hombros, sintiendo sus músculos. Me aprieta contra ella y yo sigo sus movimientos cuando empieza a bailar conmigo de forma lenta y sensual, al ritmo cadencioso de la música de la discoteca.
Cuando me coge la mano y me hace girar, hacia un lado y después hacia otro, sé que por fin ha vuelto conmigo. Le sonrío y ella me responde con otra sonrisa.
Bailamos juntas. Es liberador… y divertido. Su furia ya está olvidada, o reprimida, y ahora se divierte haciéndome girar en el pequeño espacio que tenemos en la pista de baile, sin soltarme en ningún momento y con una habilidad consumada. Ella hace que yo parezca grácil, es una de sus habilidades. Hace que me sienta sexy, porque ella lo es. Consigue que me sienta querida, porque a pesar de sus cincuenta sombras, tiene un pozo inagotable de amor que dar. Al verla ahora, pasándolo bien, es fácil pensar que no tiene ninguna preocupación ni ningún problema en su vida… Sé que su amor a veces se ve empañado por sus problemas de sobreprotección y de exceso de control, pero eso no hace que yo la quiera ni una pizca menos.
Cuando la canción cambia para pasar a otra, ya estoy sin aliento.
— ¿Podemos sentarnos? —le digo jadeando.
— Claro. —Ella me saca de la pista de baile.
— Ahora mismo estoy caliente y sudorosa —le susurro cuando volvemos a la mesa.
Me atrae hacia sus brazos.
— Me gustas caliente y sudorosa. Aunque prefiero ponerte así en privado —dice en un susurro y aparece brevemente una sonrisa lasciva en los labios.
Cuando me siento, ya es como si el incidente en la pista de baile nunca hubiera ocurrido. Me sorprende vagamente que no nos hayan echado. Lanzo un vistazo al resto del local. Nadie nos mira y no veo al gigante rubio. Tal vez se haya ido o lo hayan echado. Quinn y Sam están siendo bastante indecentes en la pista de baile, Blaine y Rachel se muestran más comedidos. Le doy otro sorbo al champán.
— Bebe. —Santana me sirve otro vaso de agua y me mira fijamente con una expresión expectante que dice: «Bébetelo. Ahora».
Hago lo que me dice. Pero porque tengo sed.
Santana toma una copa se champán que hay en la mesa y le da un largo sorbo.
— ¿Y si hubiera habido prensa aquí? —le pregunto.
Santana sabe inmediatamente que me refiero al incidente que ha protagonizado al noquear al gigante rubio.
— Tengo unos abogados muy caros —me dice con frialdad; la arrogancia personificada.
Frunzo el ceño.
— Pero no estás por encima de la ley, Santana. Ya tenía la situación bajo control.
El marrón de sus ojos se congela.
— Nadie toca lo que es mío —me dice con una rotundidad gélida, como si no me estuviera dando cuenta de algo obvio.
Oh… Le doy otro sorbo al champán. De repente me siento abrumada. La música está muy alta, todo late, me duele la cabeza y los pies y me siento un poco obstinada.
Santana me coge la mano.
— Vámonos. Quiero llevarte a casa —me dice.
Quinn y Sam vienen a la mesa.
— ¿Se van? —pregunta Quinn con la voz esperanzada.
— Sí —responde Santana.
— Vale, pues nos vamos con ustedes.
Mientras esperamos en el ropero a que Santana recoja las chaquetas, Quinn me interroga.
— ¿Qué ha pasado con ese tío en la pista de baile?
— Que me estaba toqueteando.
— Cuando he abierto los ojos te he visto darle una bofetada.
Me encojo de hombros.
— Es que sabía que Santana se iba a poner como una central termonuclear y que eso podía estropearles la noche.
Todavía estoy procesando lo que siento acerca del comportamiento de Santana. En ese momento pensaba que su reacción iba a ser todavía peor.
— Estropear nuestra noche —especifica Quinn.
— Es un poco impetuoso, ¿no? —pregunta con sequedad mirando a Santana, que está recogiendo las chaquetas.
Río entre dientes y sonrío.
— Sí, algo así.
— Creo que la sabes manejar bastante bien.
— ¿Que la sé manejar? —Frunzo el ceño. ¿Yo sé manejar a Santana?
— Toma, póntela. —Santana me sujeta la chaqueta abierta para que pueda ponérmela.
— Despierta, Britt. —Santana me está sacudiendo con suavidad.
Ya hemos llegado a la casa. Abro los ojos, reticente, y salgo a trompicones del monovolumen. Quinn y Sam han desaparecido y Taylor está esperando pacientemente de pie junto al vehículo.
— ¿Tengo que llevarte en brazos? —me pregunta Santana.
Niego con la cabeza.
— Voy a recoger a la señorita López y al señor Fabray —dice Taylor.
Santana asiente y se dirige a la puerta principal llevándome de la mano. Me matan los pies, así que voy detrás de ella trastabillando. En la puerta principal ella se agacha, me coge el tobillo y suavemente me quita primero un zapato y después el otro. Oh, qué alivio.
Luego se quita los de ella.
Vuelve a erguirse y me mira con mis Manolos en la mano.
— ¿Mejor? —me pregunta divertida.
Asiento.
— Yo también estoy mejor los tacones me estaban matando. —Se ríe
— He estado viendo en mi mente imágenes deliciosas de estos zapatos junto a mis orejas. — murmura mirando nostálgicamente los zapatos. Niega con la cabeza y vuelve a cogerme la mano para guiarme por la casa a oscuras y después por las escaleras hasta nuestro dormitorio.
— Estás muerta de cansancio, ¿verdad? —me dice en voz baja mirándome fijamente.
Asiento. Ella empieza a desabrocharme la chaqueta.
— Ya lo hago yo —murmuro haciendo un intento poco entusiasta de apartarla.
— No, déjame.
Suspiro. No me había dado cuenta de que estaba tan cansada.
— Es la altitud. No estás acostumbrada. Y el alcohol, claro. —Sonríe, me quita la chaqueta y la tira sobre una de las sillas del dormitorio.
Me coge la mano y me lleva al baño. ¿Por qué vamos ahí?
— Siéntate —me dice.
Me siento en la silla y cierro los ojos. La oigo rebuscar entre los botes del lavabo. Estoy demasiado cansada para abrir los ojos y ver qué está haciendo. Un momento después me echa la cabeza hacia atrás y yo abro los ojos sorprendida.
— Cierra los ojos —me ordena Santana. Madre mía, tiene en la mano una bolita de algodón… Me la pasa suavemente sobre el ojo derecho. Yo permanezco sin moverme mientras me va quitando metódicamente el maquillaje.
— Ah… Ahí está la mujer con la que me casé —dice después de unas cuantas pasadas del algodón.
— ¿No te gusta el maquillaje?
— No me importa, pero prefiero lo que hay debajo. —Me da un beso en la frente.
— Tómate esto. —Me pone unas pastillas de ibuprofeno en la palma y me acerca un vaso de agua.
Miro las pastillas y hago un mohín.
— Tómatelas —me ordena.
Pongo los ojos en blanco pero hago lo que me dice.
— Bien. ¿Necesitas que te deje un momento en privado? —me pregunta sardónicamente.
Río entre dientes.
— Qué remilgada, señora López. Sí, tengo que hacer pis.
Ríe.
— ¿Y esperas que me vaya?
Suelto una risita.
— ¿Quieres quedarte?
Ladea la cabeza con expresión divertida.
— Eres una hija de puta pervertida. Vete. No quiero que me veas hacer pis. Eso es demasiado.
Me pongo de pie y la echo del baño.
Cuando salgo del baño ya se ha cambiado y solo lleva los pantalones del pijama y un sujetador de encaje fucsia. Mmm… Santana en pijama. Hipnotizada, le miro el abdomen, los músculos y sus perfectos pechos. Me distrae. Ella se acerca a mí.
— ¿Disfrutando de la vista? —me pregunta divertida.
— Siempre.
— Creo que está un poco borracha, señora López.
— Creo que, por una vez, tengo que estar de acuerdo con usted, señora López.
— Déjame ayudarte a salir de esa cosa tan pequeña que llamas vestido. Debería venir con una advertencia de seguridad…
Me da la vuelta y me desabrocha el único botón que tiene en el cuello.
— Estabas tan furiosa… —susurro.
— Sí, lo estaba.
— ¿Conmigo?
— No. Contigo no —me dice dándome un beso en el hombro.
— Por una vez.
Sonrío. No estaba furiosa conmigo. Eso es un progreso.
— Es un buen cambio.
— Sí, lo es.
Me da un beso en el otro hombro y tira del vestido para bajarlo por mi culo hasta que cae al suelo.
Me quita las bragas al mismo tiempo y me deja desnuda. Levanta la mano y me la tiende.
— Sal —me ordena y yo doy un paso para salir del vestido, agarrándole la mano para mantener el equilibrio.
Se agacha, recoge el vestido y lo tira junto con las bragas a la silla donde ya está la chaqueta de Rachel.
— Levanta los brazos —me dice en voz baja.
Me pone una camiseta grande por la cabeza y tira hacia abajo para cubrirme. Ya estoy lista para ir a la cama.
Me atrae hacia sus brazos y me da un beso. Su aliento mentolado se mezcla con el mío.
— Por mucho que me gustaría enterrarme en lo más profundo de usted, señora López… Ha bebido demasiado y estamos a casi dos mil quinientos metros. Además no dormiste bien anoche. Vamos. A la cama.
Retira la colcha para que pueda acostarme, luego me arropa y me da otro beso en la frente.
— Cierra los ojos. Cuando vuelva a la cama, espero que estés dormida.
Es una amenaza, una orden… es Santana.
— No te vayas —le suplico.
— Tengo que hacer unas llamadas, Britt.
— Es sábado y es tarde. Por favor.
Se pasa las manos por el pelo.
— Britt, si me meto en la cama contigo ahora, no vas a poder descansar nada. Duerme. Está siendo categórica. Cierro los ojos y sus labios vuelven a rozar mi frente.
— Buenas noches, bella —dice en un susurro.
Las imágenes del día pasan a toda velocidad por mi mente: Santana colgándome sobre su hombro en el avión. Su ansiedad por si me gustaría la casa. Haciendo el amor esta tarde. El baño. Su reacción ante mi vestido. Noqueando al gigante rubio… Me escuece otra vez la palma de la mano al recordarlo. Y ahora Santana preparándome para ir a la cama y arropándome.
¿Quién lo habría pensado? Sonrío de oreja a oreja y la palabra «progreso» resuena en mi cerebro mientras me voy dejando llevar por el sueño.
O_o***** - Mensajes : 250
Fecha de inscripción : 05/05/2013
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Estuvo de lo mejor, santana super tierna y protectora y Brittany dejandose querer!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: BRITTANA FanFic - 50 Sombras de López...
Oh que hermoso capítulo, me pareció de lo más tierno!! jiji :')
Anddy Rivera Morris******* - Mensajes : 407
Fecha de inscripción : 16/05/2013
Edad : 27
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