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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 12:35 am

LA PRINCESA



Antes de que treinta y cinco chicas fueran escogidas para la selección...
Antes de que Aspen rompiera el corazón de América...
Había otra chica en la vida del princesa Brittany..
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Activo Re: Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/ LA ELEGIDA / TERMINADO

Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 12:37 am

CAPITULO 1



Paseaba por el piso, tratando de sacar la ansiedad fuera de mi cuerpo. Cuando la selección era algo en la distancia, una posibilidad para mi futuro, sonaba emocionante ¿pero ahora? Bueno, no estaba tan segura.
El censo había sido complicado, las cifras habían sido revisadas varias veces. El personal del palacio estaba siendo reasignado, los preparativos de los vestuarios estaban hechos, y las habitaciones estaban siendo preparadas para nuestros nuevos invitados. El monumento estaba en construcción, excitante y aterrador, todo en un solo golpe.
Para las chicas, el proceso comenzó una vez que llenaron el formulario, un millar deben de haberlo hecho hasta este punto. Para mi, empieza esta noche. Yo tenía diecinueve años. Ahora yo era elegible. Me paro frente el espejo y checo mi corbata de nuevo. Esta noche abra más ojos observando de lo usual, y necesito lucir como la princesa segura de si misma que todos esperan. Al no encontrar ninguna falta, abandono el estudio de mi padre.
Asentí con la cabeza a los asesores y los guardias personales a lo largo del camino. Era difícil imaginar que en menos de dos semanas, estos salones estarían inundados de chicas. Mi golpe era firme, una petición hecha por mi padre en persona. Parecía que siempre había una lección que aprender.
"Golpea con autoridad, Brittany"
"Deja de pasearte todo el tiempo, Brittany“
"Se más rápida, más inteligente, se la mejor, Brittany"
-Adelante.
Entré en el estudio, y mi padre movió los ojos brevemente para reconocerme.
-Ah, ahí estas. Tu madre estará con nosotros dentro de poco. ¿Estás lista?
-Por supuesto. -No había otra respuesta aceptable.
Alargo la mano y cogió una pequeña caja. La coloco delante de mí sobre el escritorio.
-Feliz cumpleaños.
Retiré el papel plateado, rebelando una caja negra. Dentro había un par de gemelos nuevos. Probablemente estaba demasiado ocupado para recordar que él me había dado un par de gemelos para navidad. Tal vez esto era parte del trabajo. Tal vez yo accidentalmente tenga para mi hija el mismo obsequio dos veces cuando yo sea coronada. Por supuesto, para llegar tan lejos primero necesito una esposa.
Esposa. Dejé la palabra jugar en mis labios sin decirlo en voz alta. Se sentía muy extraño.
-Gracias, señor. Voy a usarlos ahora.
-Debes estar lo mejor esta noche,- dijo colocándose a si mismo frente al espejo-. La selección estará en las mentes de todos.
Le di una sonrisa tensa-. En la mía incluida.
Me debatí en decirle lo ansiosa que estaba. Después de todo, él había pasado por todo esto. Debió haber tenido sus dudas en tu tiempo. Evidentemente, mis nervios se podían leer en mi rostro.
-Se positiva, Brittany Se supone que esto sea emocionante-, exhortó.
-Lo es. Estoy un poco sorprendida con la rapidez con que todo está pasando.- Me enfoque en que el metal atravesara los agujeros de las mangas.
El se echó a reír.
-Parece rápido para ti, pero han sido años tomando decisiones para mi final.
Entrecerré los ojos, levantando la vista de mi tarea.
-¿Que quieres decir?
La puerta se abrió en ese momento, y mi madre entró, en su estilo propio, padre se iluminó al verla.
-Amberly, luces maravillosa,-dijo al ir a saludarla.
Ella sonrió de la manera que siempre lo hacía, como si no pudiera creer que alguien se fijara en ella, y abrazó a mi padre.
-No demasiado maravillosa, espero. No quiero robar la atención.
Dejó ir a mi padre, vino y me abrazó fuertemente.
-Feliz cumpleaños, hijo.
-Gracias, mamá.
-Tu regalo está llegando-, susurró, luego se volvió hacia padre.- ¿Estamos todos listos entonces?
-En efecto, estamos listos.- Le tendió su brazo, ella lo tomó alegremente, y yo camine en sus sombras. Como siempre.
-Aproximadamente ¿Cuanto falta, majestad? -, preguntó un reportero. La luz caliente de la cámara de vídeo en mi cara.
-Los nombre se revelarán este viernes, y las chicas llegarán el siguiente viernes después de este-, le contesté.
-¿Está nerviosa, alteza?-. Preguntó una nueva voz.
-¿Acerca de casarme con una chica a la que nunca que nunca he conocido? Todo en un día trabajo-. Le guiñé el ojo. El público que estaba observando se echó a reír.
-¿No está para nada asustada, su majestad?
Trate de no hacer una mueca por la pregunta. Acababa de responder en dirección general así como vienen, con la esperanza de hacerlo bien.
-Por el contrario, estoy muy emocionada.
Casi.
-Todos sabemos que usted va a hacer una excelente elección, alteza.- Un flash de la cámara me cegó.
-¡Cierto!- Otros dijeron.
Me encogí de hombros.
-No lo sé. Cualquier chica interesada en mi no puede ser una mujer sana. Ellos se rieron de nuevo, y yo tomé eso como un buen punto para terminar. -Si me disculpan, tengo visitas familiares, y no quiero ser grosera. Dando la espalda a los reporteros y fotógrafos, tomé una respiración profunda. ¿Iba a ase así toda la noche? Miré alrededor del gran salón, las mesas estaban cubiertas con manteles azul oscuro, la luces encendidas brillantemente para mostrar el esplendor, y vi que no había mucho de un escape para mí. Dignatarios en una esquina, reporteros en otra, no había un lugar en el que pudiera estar quieto y callado. Considerando el hecho que yo era la persona festejada, una pensaría que yo había escogido la manera en como celebrarlo. Parece que nunca funciona de esa manera. Apenas había escapado de la multitud cuando el brazo de mi padre arremetió por la espalda y me agarró el hombro. La presión y la atención repentina hicieron que me tensara. -Sonríe.- Ordenó en voz baja, y yo obedecí mientras el movía su cabeza en dirección a algunos invitados especiales. Daphne llamó mi atención, venía desde Francia. Era una suerte que la fiesta coincidiera, cuando nuestros padres necesitaban discutir el acuerdo comercial en curso. Como hija del rey de Francés, nuestros caminos se han cruzado de vez en cuando, y ella era quizás la única persona a parte de mi familia que conocía con cierto grado de consistencia. Era agradable tener una cara familiar en la habitación. Le di un movimiento de cabeza y ella levantó su copa de champán. -No puedes responder a todo tan sarcásticamente. Tú eres la princesa de la corona. Ellos necesitan que tú los guíes. -Su mano sobre mi hombro estaba más apretada de lo necesario. -Lo siento, señor. Es una fiesta, pensé...
-Pues pensaste mal. En el reporte, espero ver que tomes esto seriamente. Se detuvo y me miró con sus ojos grises y firmes. Sonreí de nuevo, sabiendo que es lo que el quería por el bien de los invitados. -Por supuesto, señor. Un lapso temporal en mi juicio. Dejó caer su brazo y llevó su copa de champán a los labios. -Tú tienes un montón de esos. Me arriesgué a echar un vistazo a Daphne y rodé los ojos, ella se echó a reír, sabiendo muy bien lo que yo estaba pasando. Padre siguió mi mirada a través del salón. -Esa chica siempre ha sido bonita. Qué lástima que ella no pueda estar en la lotería. Me encogí de hombros.- Ella es linda. Sin embargo, nunca he tenido sentimientos hacia ella. -Bien. Eso habría sido extraordinariamente estúpido de tu parte. Ignoré el comentario.- Además, estoy deseando conocer a mis verdaderas opciones. Saltó sobre la idea, conduciéndome hacia adelante una vez más. -Es tiempo que tomes algunas verdaderas decisiones en tu vida, Brittany Unas buenas. Estoy seguro que piensas que mis métodos son demasiado duros, pero necesito que veas la importancia de tu posición. Contuve un suspiro: He tratado de tomar decisiones. Tu realmente no confías en mi. -No se preocupe. Tomo seriamente la tarea de elegir esposa.- le respondí esperando que mi tono le diera cierta seguridad de lo mucho que significaba. -Es mucho más que encontrar a alguien con quien llevarse bien. Por ejemplo, tú y Daphne. Muy sociable, pero ella es un completo desperdicio.- Tomo un trago, saludando a alguien detrás de mí. De nuevo controlé mi rostro. Incomoda con la dirección de la¿ conversación, puse las manos en mis bolsillos y escanee el salón. -Probablemente debería hacer mi ronda. El me despidió con un gesto, volviendo su atención a su copa, y me fui rápidamente. Por mucho que lo intente, no entendí el significado de la conversación. No había razón para que él fuera grosero sobre Daphne cuando ni siquiera era una opción. El gran salón bullía de excitación. Las personas me decían que toda Illéa había estado esperando este momento; la emoción de la nueva princesa, la emoción hacia mí como su próxima monarca. Por primera vez, sentí que toda esa energía y preocupación me aplastaban. Les di la mano, acepte gentilmente obsequios que no necesitaba. Pregunte amablemente a uno de los fotógrafos sobre sus tomas, y bese mejillas de familia y amigos y mi parte justa de completos extraños. Finalmente me encontré solo por un momento. Analice la multitud seguro que había un sitio donde debería estar. Mis ojos se encontraron con Daphne y comencé a caminar hacia ella. Esperaba tener unos minutos de genuina conversación, pero tendría que esperar. -¿Te estás divirtiendo? -, preguntó mamá, entrando en mi camino. -¿Te parece que lo esté? Pasó la mano sobre mi ya crespo traje. -Sí. Sonreí.-Eso es todo lo que realmente importa. Inclinó la cabeza con una sonrisa suave en el rostro. -Ven conmigo por un momento. Sostuve un brazo hacia ella, que ella felizmente tomo, y salimos del pasillo con el sonido del clic de las cámaras. -¿Podemos hacer algo un poco más pequeño el próximo año?-, le pregunté. -No lo creo. Es casi seguro que estarás casada para entonces. Tu esposa puede querer una elaborada celebración en su primer año juntas. Fruncí el ceño, algo con lo que podía salirme con la mía, frente a ella. -Tal vez a ella le gusten las cosas tranquilas también. Ella se rió en voz baja. -Lo siento, cariño. Cualquier chica que pone su nombre en la selección está buscando una manera de salir del silencio. -¿Lo estabas tú?-, pregunte. Nunca hablábamos sobre su venida aquí. Era una extraña brecha entre nosotras pero una que yo apreciaba: fui criada en el palacio, pero ella eligió venir. se detuvo y me miró con una expresión cálida. -Yo estaba enamorada del rostro que vi en televisión. Yo soñaba despierta sobre tu padre de la misma manera en que cientos de chicas sueñan contigo. Me la imaginaba como una joven chica en Honduragua, con su pelo trenzado en su espalda mientras miraba con nostalgia a la televisión. La pude ver suspirando cada vez que él tenía que hablar. -Todas las chicas sueñan en cómo sería ser una princesa-, agregó.- Para barrer sus pies y usar la corona... era todo lo que podía pensar la semana antes que los nombres fueran anunciados. No me daba cuenta que era mucho más que eso.-Su rostro se puso un poco triste-. No podía imaginar bajo la presión que estaría o la poca privacidad que tendría. Sin embargo, estar casada con tu padre, tenerte a ti.- Posó su mano sobre mi mejilla.- Esto es todos esos sueños hechos realidad. Ella sostuvo mi mirada, sonriendo pero pude ver las lágrimas en las esquinas de sus ojos. -¿Así que no tienes remordimientos entonces? Ella sacudió su cabeza. -Ni siquiera uno. La selección cambió mi vida, y me refiero a la mejor manera posible. Que es de lo que tengo que hablarte. Entrecerré los ojos.- No estoy segura de entender.
Ella suspiró.- Yo era una cuatro. Trabajaba en una fábrica.- Ella extendió sus manos.- Mis manos estaban secas y agrietadas, y había tierra bajo mis uñas. No tenía alianzas, ni estatus, nada digno para hacerme princesa... y sin embargo, aquí estoy.
La miré fijamente. Aun no estaba segura de su punto.
-Brittany, este es mi obsequio para ti. Te prometo que haré todo lo posible para ver a estas chicas a través de tus ojos. No con los ojos de una reina, o como los de tu madre, si no los tuyos. Incluso si la chica que escojas es de una casta muy baja, incluso si los otros piensan que ella no tiene valor, siempre escucharé tus razones para quererla. Yo haré todo lo posible para apoyar tu elección.
Después de una pausa, lo comprendí.
-¿Padre no tenia eso? ¿Cierto?
Ella se detuvo.- Cada chica vendrá con sus pros y contras. Algunas personas se enfocarán e lo peor de tus opciones y otras en lo mejor, y eso no tendrá sentido para ti, porque ellos son estrechos de mente. Pero yo estaré aquí para ti, sea cual sea tu elección.
-Siempre lo has estado.
-Cierto,-dijo tomando mi brazo.- Y se que también estoy a punto de tener el segundo lugar por otra mujer en tu vida, como debe ser. Pero mi amor por ti nunca cambiará, Brittany
-Tampoco el mío por ti.- Tenia la esperanza que pudiera escuchar la sinceridad en mi voz. No podía imaginar ninguna circunstancia en la que no tuviera absoluta adoración hacia ella.
-Lo sé.-Con un codazo suave, nos condujo de nuevo a la fiesta.
Cuando entramos al salón con sonrisas y aplausos, consideré las palabras de mi madre. Ella era, mucho más que cualquiera que yo conociera, increíblemente generosa. Es un rasgo que trato de adoptar para mi misma. Así que si este era su obsequio, debe de ser más necesario de lo que yo podía entender en el presente. Mi madre nunca da un obsequio sin pensar.
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Activo Re: Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/ LA ELEGIDA / TERMINADO

Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 12:39 am

CAPITULO 2


Los invitados demoraron mucho más de lo que yo pensaba que era apropiado. Eso era otro sacrificio que viene con el privilegio. Supuse que nadie quiere que una fiesta en el palacio termine. Incluso si el palacio quería que terminara.
Puse al borracho dignatario de la Federación Alemana al cuidado de un guardia, agradecí a todos los consejeros reales por sus obsequios, y besé las manos de casi todas las damas que cruzaron las puertas del palacio. A mis ojos, mi deber estaba hecho, y solo quería tener unas horas de paz. Pero cuando trataba de escapar de algunos invitados persistentes, fui felizmente detenido por par de ojos azul oscuro.
-Me has estado evitando,- dijo Daphne, su tono alegre y la cadencia de su acento cosquilleo en mis oídos. Siempre había algo musical en su forma de hablar.
-Para nada. Está un poco más concurrido de lo que esperaba.- Observé que habían algunas personas empeñadas en ver la salida del sol por las ventanas del palacio.
-Tu padre, disfruta haciendo un espectáculo.
Me eché a reír. Daphne parecía entender tantas cosas de mí sin necesidad de expresarlas en voz alta. A veces eso me ponía nerviosa. ¿Cuánto de mí podía ver ella sin que yo lo supiera?
-Creo, que se superó a sí mismo.
Ella se encogió de hombros.- Sólo hasta la próxima vez.
Nos quedamos en silencio, aunque sentía que ella quería decir algo más. Se mordió el labio y me habló al oído.
-¿Puedo hablar contigo en privado?
Asentí con la cabeza, dándole el brazo y escoltándola hacia uno de los salones del pasillo. Ella se mantuvo en silencio guardando sus palabras hasta que las puertas se cerraron detrás de nosotros. Aunque a menudo hablábamos en privado, su forma de actuar me hacía sentir incomoda. -Tú no has bailado conmigo,- dijo sonando herida. -Yo no he bailado en absoluto-, padre insistió sobre música clásica para el evento. El quinteto era muy talentoso y la música que tocaban era para bailes lentos. Tal vez si yo hubiera querido bailar, hubiera elegido bailar con ella. Simplemente no se sentía correcto hacerlo con todo el mundo haciéndome preguntas sobre mi futura misteriosa esposa. Dejó salir un suspiro entrecortado y se paseó por la habitación. -Se supone que al llegar a casa debo tener una cita,-dijo.- Frederick, ese es su nombre. Lo he visto antes por supuesto. Es un excelente piloto, y muy guapo también. Él es cuatro años mayor que yo, y creo que esa es una de las razones por la cual le agrada a papa. Me miró por encima de su hombro con una pequeña sonrisa en su rostro, le di una sarcástica a cambio. -¿Y dónde estaríamos si la aprobación de nuestros padres? Ella se rió.- Perdidas, desde luego. No tendríamos ni idea de cómo vivir. Me reí, agradecida por las bromas al respecto. Era la única manera de tratar con eso algunas veces. -Pero sí, papa lo aprueba. Aun así, me pregunto... -Ella bajó la mirada al suelo, tímida de repente. - Te preguntas ¿qué? Se quedó allí un momento todavía centrada en la alfombra. Finalmente sus ojos azul profundo se enfocaron en mí. -¿Lo apruebas? -¿El qué? -Frederick. Me eché a reír.- Realmente no lo puedo decir ¿cierto? Nunca lo he conocido.
-No,-dijo con su voz cayendo.- No acerca de la persona, sino de la idea. ¿Apruebas que yo salga con este hombre? ¿Y que posiblemente me case con él?
Su rostro era de piedra, tratando de cubrir algo que yo no entendía. Me encogí de hombros desconcertado.
-No es mi lugar aprobarlo, y difícilmente el tuyo,- añadí sintiéndome un poco triste por ambas.
Daphne retorció sus manos, como si estuviera nerviosa o lastimada.
¿Qué está pasando aquí?
-¿Así que no te molesta en absoluto entonces? Porque si no es Frederick, será Antoine. Si no es Antoine, será Garron. Hay una serie de hombres esperando por mí, y ninguno es la mitad de agradable para mí como lo eres tú. Pero, eventualmente, tengo que tomar un esposo, ¿y a ti no te importa?
Eso era ciertamente triste. Nosotros apenas nos encontrábamos más de tres veces al año. Y yo debía decir que era mi amiga más cercana. ¿Qué tan patéticos éramos?
Tragué saliva, buscando algo correcto que decirle.
-Estoy segura que todo saldrá bien.
Sin advertencia alguna las lágrimas comenzaron a fluir por su rostro. Miré por la habitación tratando de encontrar una explicación o una solución, sintiéndome cada vez más incomoda.
-Por favor, dime que no vas a seguir adelante con esto, Brittany. No puedes,- suplicó.
-¿De qué estás hablando? -pregunté desesperado.
-¡La Selección! Por favor, no te cases con una desconocida. No me obligues a mí a casarme con un desconocido.
-Tengo que hacerlo. Así es como funciona para los príncipes y princesas de Illéa. Nos casamos con plebeyos.
Daphne se precipitó hacia delante tomando mis manos.
-Pero yo te amo. Siempre te he amado. Por favor no te cases con otra chica sin antes preguntarle a tu padre si yo podría ser una opción.
¿Amarme? ¿Siempre?
Me atraganté con las palabras tratando de encontrar la manera correcta de empezar.
-Daphne. Cómo... No sé qué decir.
-Di que le preguntarás a tu padre .- dijo enjuagándose las lágrimas con esperanza.- Pospón La Selección lo suficiente para al menos ver si vale la pena intentarlo. O déjame entrar también. Renunciaré a la corona.
-Por favor, deja de llorar,- le susurré.
-¡No puedo! No cuando estoy a punto de perderte para siempre.- Dijo enterrando su rostro entre sus manos, llorando en silencio.
Me quedé allí. Como una piedra, aterrada de hacer algo que pudiera empeorarlo.
Después de un momento lleno de tensión, levantó la cabeza y empezó a hablar mirando hacia la nada.
-Tú eres la única persona que realmente me conoce. La única persona que realmente conozco.
-El conocimiento no es amor,- contradije.
-Eso no es cierto Brittany. Nosotras tenemos una historia juntas, y está a punto de romperse. Todo por el bien de la tradición.
Ella mantuvo los ojos en un espacio invisible en el centro de la habitación, y yo no podía adivinar lo que estaba pensado ahora. Claramente yo no era consciente de sus pensamientos en general.
Finalmente Daphne volvió su rostro a mí.
-Brittany, te lo ruego pregúntale a tu padre. Incluso si él dice que no, al menos habré hecho todo lo que pude.
Positivamente sabía que eso era cierto, le dije lo que debía.
-Ya has hecho todo lo que podías, Daphne. Esto es todo.- Abrí mis brazos por un momento, y luego los deje caer.- Esto es todo lo que Podrías haber hecho.
Sostuvo mi mirada durante mucho tiempo, sabiendo que al pedirle a mi padre semejante petición era indignan te para ella, además estaba más allá de lo que yo pudiera hacer. La vi buscar en su mente un camino alternativo, pero pronto vio que no lo había. Ella era un sirviente de su corona, y yo de la mía, y nuestros caminos nunca se cruzarían. Asintió, su rostro lleno de lágrimas e nuevo. Se acerco al sofá y se sentó sosteniéndose a sí misma. Me quede quieta con la esperanza de no causarle más dolor. Tenía ganas de reír aunque no había nada de gracioso en esto. Yo no sabía que era capaz de romper un corazón. Y ciertamente no me agradó. Es ese mismo momento me di cuenta que esto iba a convertirse en algo común en mi vida. Tendría que despedir a Treinta y cuatro mujeres durante los próximos meses. ¿Qué si todas tenían esta misma reacción? Resoplé, exhausta ante la idea. Por el resoplido, Daphne mi miró. La expresión de su rostro cambió poco a poco. -¿Esto no te lastima para nada?,-exigió.- No eres tan buen actriz Brittany. -Por supuesto que me molesta. Se puso de pie evaluando me en silencio. -Pero no por las misma razones que a mí me molestan,- susurró, camino por la habitación hacia mí con ojos suplicantes.- Brittany, Tu me amas. Me quedé quieta. -Brittany,- dijo con más fuerza.- Me amas. Lo sientes. Tuve que mirar hacia otro lado, intensidad de sus ojos era demasiado brillante para mí. Me pasé una mano por el pelo, tratando de expulsar lo que sus palabras me hicieron sentir. -Nunca he visto a nadie expresar sus sentimientos como tú lo acabas de hacer. No pongo en duda ni una sola de tus palabras, pero yo no puedo decir eso, Daphne.
-Eso no quiere decir que no sabes cómo se siente. Solo que no tienes ni idea de cómo expresarlo. Tu padre puede ser tan frío como el hielo, y tu madre se esconde dentro de sí misma. Nunca te he visto amar a alguien libremente, por eso no sabes cómo demostrarlo. Pero lo sientes; yo lo sé. Tú me amas tanto como yo te amo.
Despacio, sacudí mi cabeza, temiendo que si otra sílaba salía de mi boca empezaríamos de nuevo.
-Bésame,- exigió.
-¿Qué?
-Bésame, si después de besarme aún piensas que no me amas, no volveré a mencionar esto nunca más.
Me aparté.- No. Lo siento, no puedo.
No quería confesar como de literal era la respuesta. No estaba segura de cuantos chicos había besado Daphne, pero estaba seguro que eran más que cero. Ella había mencionado hace algunos veranos cuando estaba en Francia que se había besado con alguien. Así que ella llevaba la ventaja en la materia, no había manera que hiciera el mayor tonto de mismo en este momento.
Su tristeza pasó a enojo mientras se alejaba de mi. Se rió y no había humor en sus ojos.
-¿Entonces, está es tu respuesta? ¿Estás diciendo que no? ¿Eliges que me vaya?
Me encogí de hombros.
-Eres un idiota, Brittany S. Pierce de Iliea Tus padres te sabotearon por completo. Podrías tener cientos de chicas delante de ti, y eso no importaría. Eres demasiado estúpida para reconocer el amor aun cuando se encuentra delante de ti.
Se secó los ojos y se enderezó el vestido.
-Espero en Dios nunca verte de nuevo.
El miedo en mi pecho cambió, agarré su brazo cuando se alejaba. No quería que se fuera para siempre.
-Daphne, lo siento.
-No lo sientas por mí,- dijo fríamente.- Siente lástima por ti misma. Encontrarás esposa porque tienes que hacerlo, pero tú ya habías encontrado el amor y lo dejaste ir. Se soltó y me dejó sola en la habitación.
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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 12:40 am

CAPITULO 3


Daphne olía como corteza de cerezo y almendras. Ella había estado usando la misma esencia desde cumplió trece años. La tenía anoche, y la podía oler incluso cuando ella estaba deseando no verme de nuevo. Tenía una cicatriz en su muñeca, la obtuvo trepando un árbol cuando tenía once. Fue mi culpa. Ella era menos como una dama en ese entonces, y la convencí, bien, la desafié, a hacer una carrera hasta el tope de los arboles del jardín. Yo gané. Daphne tiene un miedo paralizante a la oscuridad, y ya que yo tenía mis propios temores nunca la molestaba por ello. En todo caso en nada en lo que realmente importara de todas manera. Ella es alérgica al pescado. Su color favorito es el amarillo. Y por mucho que ella tratara, no puede cantar aunque su vida dependiera de ello. Aunque puede bailar, por lo que probablemente fue incluso más decepcionante que no se lo pidiera durante la fiesta. Para la navidad cuando tenía dieciséis, me envió una bolsa nueva para mi cámara. A pesar de que nunca había dado una señal de querer deshacerme de la que tenía, significó mucho para mí que ella fuera consciente de mis gustos, de todos modos las cambié. Aún la utilizo. Me estiré bajo mis sabanas, volviendo la cabeza hacia el lugar donde la bolsa descansaba. Me pregunté cuanto tiempo había gastado escogiendo la correcta. Tal vez Daphne tenía razón. Nosotros teníamos más historias juntas de lo que yo reconocía. Habíamos vivido nuestra relación a través de visitas dispersas y esporádicas llamadas telefónicas, por lo que nunca imaginé que significara tanto que como realmente lo era. Ahora ella estaba en un avión de regreso a Francia, donde Frederick esperaba por ella.
Salí de la cama, aparté la camisa y pantalones arrugados, y me dirigí a la ducha. Mientras el agua lavaba los restos de mi cumpleaños, traté de descartar esos pensamientos. Pero su acusación persistió en mi corazón. ¿Y si no sé cómo amar en absoluto? ¿Y si ya tenía el amor en mis manos y lo dejé ir? Y si es así ¿Cómo se supone que voy a atravesar La Selección?
Un asesor corría por el palacio con una pila de formularios de La Selección, me sonrió como si él supiera algo que yo no. De vez en cuando, alguien palmeaba mi espalda o susurraban frases alentadoras, como si tuvieran la sensación que de repente yo estaba dudando de la única cosa con que había en mi vida, la única cosa por la había estado esperando.
-El lote de ahora es muy prometedor,- dijo uno.
-Eres una chica afortunada,- comentó otro.
Pero a medida que las entradas se acumulaban, en lo único que podía pensar eran las palabras cortantes de Daphne.
Debería haber estado estudiando las cifras del informe financiero frente a mí, pero en su lugar estudiaba a mi padre. ¿Me habría saboteado de alguna manera? ¿Lo hizo para que me faltara el conocimiento fundamental de lo que significa estar en una relación romántica? Lo he visto con mi madre. Había afecto entre ellos, pero no pasión ¿no es eso suficiente? ¿Era eso lo que debería buscar? miré fijamente a la nada, debatiendo. Tal vez él pensó que si yo buscaba algo más tendría momentos terribles en la selección. O Tal vez yo me decepcionaría si no encontraba algo que me cambiara la vida. Probablemente fue lo mejor nunca mencionar que yo esperaba precisamente eso.
Pero tal vez mi padre no tiene semejantes planes. Simplemente las personas eran lo que era. Padre era estricto, una espada afilada bajo la presión de dirigir un país que estaba sobreviviendo a constantes guerras y ataques rebeldes. Madre era una manta, suavizada por crecer de la nada, y siempre buscando proteger y consolar. Sabía en mi corazón que yo era más parecido a ella que a él. No era algo que me importara. Pero a mi padre sí. Así que tal vez hacerme lento sobre expresarme era intencional, parte del proceso de tratar de endurecerme.
"Eres demasiado estúpido para ver el amor cuando se encuentra delante de ti"
-Despierta, Brittany.- Sacudí la cabeza hacía la voz de mi padre.
-¿Señor?
Su rostro estaba cansado.
-¿Cuántas veces tengo que decírtelo? La Selección se trata sobre tomar una sólida y racional decisión, no otra oportunidad para que sueñes despierta.
Un asesor entró en la habitación, entregando una carta a padre mientras yo ordenaba la pila de papeles colocándolos contra el escritorio.
-Sí, señor.
Él leyó el papel, y lo miré una última vez.
Quizás.
No.
Al final del día, no.
Él quería hacerme un gobernante, no una máquina.
Con un gruñido, arrugó el papel y lo tiró a la basura.
-Malditos rebeldes.
Pasé la mayor parte de siguiente mañana trabajando en mi habitación, lejos de miradas indiscretas. Me sentía más productiva cuando estaba sola, y si no era productivo, al menos no era perseguida. Imaginaba que eso no duraría todo el día, basado en la invitación que recibí.
-¿Usted me llamó?,- le pregunté, dando un paso dentro a la oficina privada de mi padre.
-Ahí está,- padre dijo, con los ojos muy abiertos, se frotó las manos.- Mañana es el día.
Tomé aire.- Sí. ¿Necesitamos revisar el formato del Reporte?
-No, no.-Me puso una mano en la espalda empujándome hacia adelante. Me enderecé al instante.- Va a ser bastante simple. Introducción, una pequeña charla con Kurt, y luego revelaremos los nombres y los rostros de las chicas.
Asentí con la cabeza.- Suena... fácil.
Cuando llegamos al borde del escritorio, colocó su mano sobre una gruesa pila de folders.
-Estas son ellas.
Miré hacia abajo. Miré fijamente. Tragué.
-Bueno, unas veinticinco más o menos tienen cualidades obvias para ser una princesa. Excelentes familias, lazos con otros países que podrían ser muy valiosos. Otras de ellas son simplemente extraordinariamente hermosas.
Extrañamente, me dio un codazo juguetón en las costillas, me hice a un lado. Nada de esto era un juego.
-Lamentablemente, no todas las provincias ofrecieron a alguien digno de notar. Así que para hacerlo parecer un poco más al azar utilizamos un poco esas áreas para agregar algo de diversidad. Verás que hay algunas cinco en la mezcla. Sin embargo, a nadie abajo de eso. Necesitamos tener algunos estándares.
Repetí sus palabras de nuevo en mi cabeza. Todo este tiempo, pensé que sería la suerte o el destino... pero era sólo él.
Pasó el pulgar hacia abajo de la pila, y los bordes de los papeles golpearon juntos.
-¿Quieres echar un vistazo?- preguntó.
Miré le montón de nuevo. Nombres, fotos, y listas de logros. Todos los detalles esenciales estaban allí. Sin embargo, sabía a ciencia cierta que no había nada sobre algo que las hiciera reír, o instarlas a contar sus más oscuros secretos. Aquí había una recopilación de atributos, no personas. Y basados es esas estadísticas esas eran mis únicas opciones.
-¿Tú las elegiste?- moví mis ojos de la pila de papeles hacia él.
-Sí. -¿Todas ellas? -Esencialmente,- dijo con una sonrisa.- Como dije, hay unas cuantas por el bien del espectáculo, pero creo que tienes un grupo muy prometedor. Mucho mejor que el mío. -¿Tú padre eligió por usted? -Algunas. Pero era diferente entonces. ¿Por qué preguntas? Recordé algo que había dicho:- A esto te referías ¿cierto? cuando dijiste que estabas trabajado todos estos años para tu final. -Bueno, teníamos que estar seguros que ciertas chicas tuvieran la edad, y en algunas provincias tuvimos varias opciones. Pero, confía en mí, vas a amarlas. -¿En serio? ¿Amarlas? Como si le importara. Como si todo esto no fuera otra manera de impulsar la corona, el palacio, y él mismo al frente. De repente, su comentario casual sobre Daphne siendo un desperdicio tenía sentido. A él no le importaba que yo fuera cercana a ella, porque ella era encantadora, o buena compañía; a él le importaba porque ella era Francia. Ni siquiera como una persona. Y desde que básicamente él tenía todo lo que necesitaba de Francia, ella era inútil ante sus ojos. Si ella hubiera demostrado que ella era de utilidad, no me cabe la menor duda que él habría lanzado su preciada tradición por la ventana. Él suspiró. -No te deprimas. Pensé que estarías emocionada. ¿No quieres mirar? Enderecé mi chaqueta.- Como usted ha dicho antes. No es nada para soñar despierto. Las veré cuando todo el mundo lo haga. Si me disculpa, tengo que terminar de leer la encomienda que redactó. Salí sin esperar su aprobación, pero sabía que mi respuesta sería excusa suficiente como dejarme ir. Tal vez no era exactamente sabotaje, pero sin duda me sentía como una trampa. ¿Encontraría una chica que me guste entre las docenas que él había elegido? ¿Cómo se supone que lo haga? Tenía que calmarme, después de todo el escogió a mamá, y ella era una persona maravillosa, hermosa, inteligente. Pero parece que todo eso sucedió sin este nivel de interferencia. Y las cosas eran diferentes ahora, o eso fue lo que dijo. Entre las palabras de Daphne, la intrusión de mi padre, y mis propios temores, estaba aterrada por La Selección como nunca antes lo había estado.
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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 12:41 am

CAPITULO 4



A tan solo cinco minutos antes que mi futuro fuera desplegado delante de mí, me encontré a mi mismo dispuesta a vomitar en cualquier momento. Una muy amable maquilladora secaba el sudor de mi frente. -¿Se encuentra bien, alteza?,- preguntó ella moviendo el paño. -Simplemente lamentaba que con todos esos labiales que tienes allí, ni uno parece ser mi tono,- es lo que decía mamá a veces: no es mi tono. No estoy segura de lo que significa. Ella se rió al igual que mamá y su maquilladora. -Creo que estoy bien,- le dije a la chica mirándome en los espejos instalados en la parte de atrás del estudio. -Gracias. -Yo, también, -dijo mamá, y las dos mujeres se alejaron. Jugué con un contenedor, tratando de no pensar en los segundos que pasaban. -Brittany, dulce, ¿realmente estas bien?,- preguntó mamá, no me miraba a mí, sino al reflejo en el espejo, y yo miré el suyo. -Es solo... esto... -Lo sé. Es estresante para todos los involucrados, pero al fin y al cabo, se trata sobre escuchar los nombres de algunas chicas. Eso es todo. Inhalé lentamente y asentí. Esa era una manera de verlo. Nombres. Eso era todo lo que estaba pasando. Solo una lista de nombres, nada más. Tome aliento de nuevo. Era algo bueno que no hubiese comido mucho hoy. Me volví y me dirigí a mi asiento en el set, donde mi padre ya estaba esperando.
-Ten compostura. Luces como el infierno. -¿Como hiciste todo esto? -, supliqué. -Lo enfrenté con confianza, porque yo era el príncipe, como tú lo eres ahora. ¿Necesito recordarte que tú eres el premio?,- su rostro lucia cansado de nuevo, diciendo que ya debía de haber analizado todo esto.- Ellas están compitiendo por ti, no al contrario. Tu vida no va a cambiar para nada, a excepción que tendrás que lidiar con un par de chicas demasiado excitadas por algunas semanas. -¿Que si no me agrada ninguna de estas chicas? -Entonces escoge la que odies menos. Preferiblemente una que sea útil. Aunque no te preocupes por eso, yo te voy a ayudar. Si pensaba que eso fuera un pensamiento tranquilizador, fracasó. -Diez segundos.- llamó alguien, y mi madre vino a tomar su asiento, y me dio un guiño tranquilizador. -Recuerda sonreír,- ordenó padre, y se volvió hacia las cámaras con confianza. De repente, el himno estaba sonando y las personas hablando. Me di cuenta que debía de prestar atención, pero toda mi concentración estaba dirigida en mantener la expresión de mi rostro en calma y feliz. No registre mucho hasta que escuché la voz familiar de Kurt. -Buenas noches, su majestad,-dijo, y me atraganté en miedo antes de darme cuenta que él se dirigía mi padre. -Kurt, siempre es bueno verte. -¿Esperando por el anuncio? -Ah, sí. Ayer estuve en la habitación y pude ver algunas; todas las chicas son muy adorables.- Él era tan suave, tan natural. -¿Entonces ya sabe quiénes son?,- preguntó Kurt emocionado. -Sólo unas pocas, sólo unas pocas.- Una completa fabricación, y se la quitó con una facilidad increíble. -¿Pasó él a compartir información con usted, señor?- Kurt ahora me estaba hablando a mí, el pin en su solapa destellaba bajo la luces cada vez que se movía. Padre giró hacia mí, recordándome con sus ojos que debía sonreír, hice eso en respuesta.
-Para nada. Las veré cuando todos los demás lo hagan. -Ugh, debí haber dicho "Damas" no "Las". Ellas eran nuestras invitadas, no mascotas. Discretamente seque las palmas de mis manos sudadas en mis pantalones.
-Su majestad,- dijo Kurt pasando a mi madre.- Algún consejo a las seleccionadas.
La miré. ¿Cuándo tiempo le había tomado para estar tan serena, tan perfecta? o ¿Siempre era de esa manera? Con una tímida inclinación de cabeza derritió incluso a Kurt.
-Disfruten su último día como una chica normal. Mañana, sin importar qué, sus vidas serán diferentes para siempre.-Si, damas, las suyas y la mía, ambas.- Y este es un viejo consejo, pero es uno bueno: Se tu misma.
-Sabias palabras, mi reina, sabias palabras.- Se dio vuelta hacia la cámara con una amplia extensión de brazos.- Y con eso, vamos a revelar a las treinta y cinco señoritas elegidas para la selección. Señoras y señores, por favor únanse a mí para felicitar a las siguientes Hijas de Illéa.
Vi los monitores cuando el emblema nacional apareció, dejando un pequeño cuando en la esquina para mostrar mi cara. ¿Qué? ¿Iban a verme todo el tiempo?
Mamá puso su mano sobre la mía, justo fuera de la vista de las cámaras. Respiré dentro. Luego fuera. Luego dentro de nuevo, solo un puñado de nombre. No es gran cosa, no es como si estuvieran anunciado a una, y allí estaba una.
-Señorita Elayna Stoles de Hansport. Tres,- Kurt leyó la tarjeta Trabajé duro para sonreír un poco más brillante.- Señorita Tuesday Keeper de Wacerly. Cuatro,- continuó.
Sin dejar de lucir emocionado me incliné hacia padre.
-Me siento enferma,- susurré.
-Solo respira, -respondió a través de sus dientes.- Debiste haberla visto ayer; lo sabía.
-Señorita Fiona Castley de Paloma. Tres.
Miré a mamá, ella sonrió. -Muy linda.
-Señorita Santana López de Carolina. Cinco.
Escuche la palabra cinco, y me di cuenta que ella debió haber sido una de las seleccionadas de usar y tirar de padre. Ni siquiera vi la imagen de la chica, ya que mi nuevo plan era mirar arriba de los monitores y sonreír.
-Señorita Mia Blue de Ottaro. Tres.
Era mucho para absorber, aprendería sus nombres y rostros luego, cuando la nación no estuviera observando.
-Señorita Kitty Newsome de Clermont. Dos.- Levante mis cejas, ni siquiera vi su rostro. Si era una dos, ella debía ser una importante, así que mejor lucir impresionado.
-Clarissa Kelly de Belcourt. Dos.
Y la lista continuó, sonreí hasta el punto que mis mejillas dolían. En todo lo que podía pensar era en lo mucho que todo esto significaba para mí, como una gran parte de mi vida estaba cayendo en su lugar ahora mismo, y ni siquiera podía regocijarme por ello. Si yo las hubiera escogido por mí misma, sacando los nombres de un tazón en una habitación en privado, ver los rostros por mí misma, antes que los demás, cómo eso habría cambiado este momento.
Estas chicas eran mías, la única cosa en el mundo que debería realmente sentir de esa manera.
Y entonces no lo eran.
-Y ahí las tienen,- anunció Kurt.- Esas son nuestras hermosas candidatas para La Selección. Durante la próxima semana estarán preparándose para su viaje al palacio, y esperamos con impaciencia sus llegadas. Sintonicen el próximo viernes la emisión especial del Reporte dedicado exclusivamente para conocer a estas espectaculares mujeres. Princesa Brittany,- dijo moviéndose en mi dirección.- La felicito alteza. Es un grupo de jóvenes damas impresionantes.
-Estoy sin palabras.- le conteste, sin mentir en lo más mínimo.
-No se preocupe, alteza, estoy seguro que las chicas harán la mayor parte de la conversación una vez que lleguen el próximo viernes. Y a ti, -le habló a la cámara.- No te olvides de permanecer sintonizado para las más recientes actualizaciones de La Selección aquí en Canal Acceso Público. Buenas noches Illéa. El himno terminó. Las luces se apagaron, y finalmente dejé relajar mi postura. Padre se pudo de pie y me dio una firme y sorprendente palmadita en la espalda. -Bien hecho. Eso fue mucho mejor de lo que pensé que te podría ir. -No tengo ni idea de lo que acaba de pasar. Se echó a reír junto con un puñado de asesores que persistían en el set. -Te lo dije, hija, tú eres el premio. No hay necesidad de estresarse. ¿No estás de acuerdo, Amberly? -Te aseguro, Brittany, las chicas tiene mucho más sobre qué preocuparse que tú. -Confirmó ella, frotando mi brazo. -Exactamente,- dijo padre.- Ahora, Me estoy muriendo de hambre, que tal si disfrutamos una de nuestras últimas comidas en paz. Me quedé caminando lentamente, y mamá mantuvo mi ritmo. -Todo fue como un borrón-, susurré. -Vamos a conseguir las fotos y las aplicaciones para que las puedas ver en tu tiempo libre. Es como llegar a conocer a alguien. Trata las como cuando pasas el tiempo con uno de tus amigos. -No tengo muchos amigos, mamá. Ella me dio una sonrisa de complicidad. -Sí, estas limitada aquí,-ella estuvo de acuerdo.- Bien, piensa en Daphne. -¿Qué pasa con ella?- pregunté un poco borde. Mamá no se dio cuenta. -Ella es una chica, y ustedes dos siempre han sido amigables. Pretende que es algo parecido. Sin darse cuenta, mamá calmó un miedo enorme en mi corazón mientras alimentaba otro.
Desde nuestra pelea, siempre que pensaba en Daphne, no era de como se estaría llevando con Frederick en ese momento, o lo mucho que extrañaba su compañía. En todo lo que pensaba era en sus acusaciones. Si estuviera enamorada de ella, ciertamente serían sus atributos los que llenarían mi cabeza. O esta noche mientras las chicas de la Selección eran reveladas, hubiera deseado que su nombre hubiera estado en la lista.
Tal vez Daphne tenía razón, y no sabía cómo mostrar amor apropiadamente. Pero incluso si ese era el caso, sabía con una creciente certeza que no la amaba. Una parte de mi alma se regocijó con el conocimiento que no había perdido algo. Podía entrar en La Selección sin restricciones en mi afecto. Pero por otra parte me lamente. Al menos si hubiera mal entendido mis emociones, yo hubiera podido jactarme que en otro tiempo, había estado enamorada, que yo sabía lo que se siente. Pero todavía no tenía ni idea. Supuse que estaba destinado a ser siempre así.
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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 12:41 am



CAPITULO 5



Al final no vi las aplicaciones. Tenía muchas razones para no hacerlo pero la principal, es que me había convencido a mi misma que una vez que fuéramos presentadas, lo mejor era hacer un borrón y cuenta nueva con todas. Además, si padre había estudiado a las candidatas a detalle, yo no quería ver las aplicaciones. Mantuve una confortable distancia entre La Selección y yo... hasta que el evento se me atravesó.
El viernes por la mañana caminaba por el pasillo del tercer piso y escuché la risa musical de dos chicas en el hueco abierto de la escalera del segundo piso.
-¿Puedes creer que estemos aquí?-y se echó a reír de nuevo.
Maldije en voz baja, y entré en la habitación más cercana, porque me habían estado recordando una y otra vez que no iba a conocer a todas las chicas hasta el sábado. Nadie me dijo porque eso era tan importante, pero yo pensaba que tenía algo que ver con sus cambios de imagen. Si una Cinco entraba al concurso sin ningún tipo de ayuda, bueno, no puedo decir que ella hubiera tenido muchas oportunidades, a lo mejor era para hacer todo justo. Salí de la habitación discretamente para volver a la mía, tratando de olvidarme del incidente por completo. Pero hubo una segunda vez mientras caminaba a dejar algo a la oficina de padre, oí voces de chica desconocidas flotando y envió una ola de ansiedad a todo mi ser. Regresé a mi habitación y limpie todos los lentes de mi cámara meticulosamente y reorganicé todo mi equipo. Estuve ocupada hasta la noche, cuando sabía que las chicas estarían en sus dormitorios, y podría caminar. Era uno de esos hábitos que molestaban a padre. Él decía que lo ponía nervioso que me moviera mucho alrededor. ¿Qué puedo decir? pienso mejor en mis pies. El palacio estaba en silencio. Si no lo hubiera sabido, nunca habría adivinado que teníamos compañía. Tal vez las cosas no serían tan malas si no me enfocaba en el cambio. Mientras hacia mi camino al final del pasillo, me di cuenta que mi mente estaba plagada de " y si" ¿Y si no podía amar a ninguna de estas chicas? ¿Y si ninguna de estas chicas puede amarme? ¿Y si mi alma gemela fue descartada por alguien más valioso de su provincia? Me senté en la parte superior de las escaleras y puse mi cabeza entre mis manos. ¿Cómo se supone que haga esto? ¿Cómo voy a encontrar a alguien a quien amar, que me ame, a quien mis padres aprueben, y las personas adoren? sin mencionar alguien que sea inteligente, atractiva y perfecta, alguien a quien pueda presentar a todos los presidentes y embajadores que vengan en nuestro camino. Me dije que tenía que tranquilizarme para pensar positivo con esos " y si" ¿Y si pasaba un tiempo espectacular conociendo a todas estas chicas? ¿Y si todas ellas eran encantadoras y divertidas? ¿Y si la chica que más me importaba sobrepasaba cualquier expectativa de padre o cualquiera que tuviéramos? ¿Y si mi pareja perfecta estaba acostada en su cama ahora mismo, esperando lo mejor de mí? Quizás... quizás esto podría ser todo lo que había imaginado que sería, antes de que todo fuera tan real. Esta era mi oportunidad de encontrar compañera. Por mucho tiempo Daphne era a la única persona en la que podía confiar; nadie más entendía nuestras vidas. Pero ahora, podría dar la bienvenida a alguien en mi mundo, y sería mucho mejor que cualquier cosa antes haya tenido porque... porque ella sería mía. Y yo sería suya. Estaríamos ahí para la otra. Ella sería para mí lo que mi madre es para mi padre: una fuente de consuelo, la calma que lo conecta a tierra. Y yo podía ser su guía, su protectora.
Me levanté y bajé las escaleras, sintiéndome confiada. Me dije que esto era lo que La Selección sería realmente para mí. Era esperanza.
Para cuando llegué al primer piso, estaba sonriendo. No estaba relajada exactamente, pero estaba determinada.
-... afuera,-exclamó alguien, la frágil voz hizo eco por el pasillo. ¿Qué estaba pasando?
-Señorita, necesita regresar a su dormitorio ahora.- Mire por el pasillo y vi en un poco de luz de luna que los guardias estaban bloqueando el paso a una chica, ¡una chica! Estaba oscuro así que no pude ver mucho de su rostro, pero ella tenía un brillante cabello negro, como la noche y las estrellas todas juntas.
-Por favor.- Ella lucia más y más angustiada se quedó allí temblando. Me acerqué tratando de decidir qué hacer. Un guardia dijo algo que no pude entender. Seguí caminando, tratando de dar sentido a la escena.
-Yo... no puedo respirar.- dijo ella, cayendo en los brazos de un guardia mientras este tiró sus cosas para atraparla. El parecía un poco irritado al respecto.
-¡Déjenla ir! -Ordené, finalmente llegando donde estaban ellos. A la basura las reglas, no podía dejar que lastimaran a esta chica.
-Ella colapsó, su majestad,- explicó el otro guardia.- Ella quiere salir.
Sabía que los guardias simplemente trataban de mantenernos a salvo, pero ¿qué podía hacer?
-Abre las puertas,- ordené.
-Pero... su majestad...
Lo callé con una mirada seria.
-Abre las puertas y déjala ir. ¡Ahora!
-En seguida, su alteza.
Mientras otro guardia trabajaba en la cerradura de las puertas, vi a la chica balancearse en los brazos del guardia tratando de mantenerse de pie. En el momento que las puertas dobles se abrieron, una ráfaga cálida, dulce viento de los ángeles, nos envolvió. Tan pronto como ella lo sintió en sus brazos desnudos, estaba moviéndose. La vi tambalearse por el jardín con los pies descalzos haciendo ruidos sordos en la grava suavizada. Nunca había visto a una chica en camisón antes, y mientras esta joven dama en particular no era exactamente grácil por el momento, todavía era extrañamente atractiva. Me di cuenta que el guardia también la estaba mirando, y eso me molesto. -Mientras tú.- le dije en voz baja. El aclaró su garganta y volvió su rostro al pasillo.
- quédate aquí a menos que yo te llame,- ordené y caminé al jardín. Me costó mucho verla, pero pude oírla. Ella respiraba con dificultad y sonaba como si estuviera llorando. Tenía la esperanza que no fuera el caso. Finalmente la vi colapsar en la hierba, con los brazos y la cabeza descansando sobre un banco de piedra. Parecía que no se había dado cuenta que me había acercado, así que me quedé allí un momento esperando a que levantara la vista. Después de un momento empecé a sentirme incomoda. Imaginé que al menos querría darme las gracias, así que hablé. -¿Está todo bien, querida? -Yo no soy "tu querida".- dijo enojada cuando giró la cabeza para mirarme. Ella todavía estaba oculta en la sombras, pero su cabello brilló en la franja de luz de luna que se abría paso entre las nubes. Aun con su rostro oculto o iluminado, entendía toda la intención de sus palabras. ¿Dónde estaba la gratitud? -¿Que he hecho para ofenderte? ¿No te he dado todo lo que has pedido? Ella no respondió, pero se dio vuelta, regresando a su llanto. ¿Porque todas las mujeres tienen inclinación a las lágrimas? No quería ser grosera, pero tenía que preguntar. -Disculpa, querida, ¿Vas a seguir llorando? -¡No me llames asi! No soy más querida para ti que las otras treinta y cuatro extrañas que tienes aquí en tu jaula.
Sonreí para mí misma. Una de mis muchas preocupaciones era que estas chicas estarían en constante estado de presentación de sus mejores partes de ellas mismas, tratando de impresionarme. Seguía temiendo que pasaría semanas conociendo a alguien, pensando que era la indicada, y luego después de la boda, alguien nuevo saldría a la superficie, alguien a quien no podría soportar. Y aquí había una a la que no le importaba quien era yo. ¡Ella estaba regañándome! La rodee mientras pensaba en lo que me dijo. Me pregunté si mi hábito de caminar alrededor la molestaba, si así era, ¿por qué no lo dijo? -Esa afirmación es injusta. Todas son queridas para mí,- dije. Sí, he estado evadiendo tener algo que ver con La Selección, pero eso no significa que no fueran preciosas a mis ojos.- Se solo de descubrir quién debe ser la más querida. -¿Realmente acabas de usa las palabras "debe ser"?-preguntó con incredulidad. -Me temo que lo hice,- respondí con una sonrisa.- Perdóname, es producto de mi educación.- Murmuro algo que no entendí.- ¿Disculpa? -¡Es ridículo! -Gritó. Vaya. Tenía temperamento. Padre no debe saber mucho acerca de esta chica. Ciertamente, ninguna chica con esta disposición habría llegado hasta acá si él lo supiera. Ha tenido suerte que haya sido yo quien la encontrara en su momento de angustia y no él. La hubiera mandado a casa a los cinco minutos después. -¿Que es ridículo?,- le pregunté, aunque estaba segura que se refería a este momento. Nunca había experimentado nada como esto. -Este concurso ¡Todo este asunto! ¿Nunca has querido a nadie en absoluto? ¿Así es como realmente quieres escoger esposa? ¿Realmente eres tan superficial? Eso picó. ¿Superficial? Fui a sentarme en el banquillo, así sería más fácil hablar. Quería que esta chica, quien quiera que fuera, entendiera de dónde provenía yo, de cómo eran las cosas desde mi lado. Traté de no distraerme con las curvas de su cintura y su cadera y sus piernas, incluso de aspecto de sus pies descalzos.
-Puedo ver que luce de esa manera, de como toda esta cosa parece nada más que un entretenimiento barato.- dije, asintiendo.- Pero en mi mundo estoy limitada. No conozco muchísimas mujeres. Las únicas que conozco son hijas de diplomáticos, y generalmente tenemos muy poco de que hablar. Y eso cuando hablamos el mismo idioma.
Sonreí, recordando los momentos embarazosos que había pasado cuando tenía que sentarme durante estas largas cenas en silencio al lado de jóvenes mujeres a quienes tenía que entretener, y fallado estrepitosamente porque los traductores estaban ocupados hablando de política. Miré a la chica a mi lado esperando a que se riera conmigo por mi dilema. Cuando sus labios se negaron a sonreír, aclaré mi garganta.
-Esas son las circunstancias.- dije, jugueteando con mis manos,- no he tenido la oportunidad de enamorarme.- Parece que ella había olvidado que no lo tenía permitido hasta ahora. Tenía curiosidad, esperando no estar solo expresé mi más intima pregunta.- ¿Y tú?
-Sí,- dijo ella. Sonaba orgullosa y triste en una sola palabra.
-Entonces has sido afortunada.
Miré la hierba por un momento. Seguí no quería que mi falta de experiencia fuera embarazosa.
-Mi padre y mi madre se casaron de esta manera y son muy felices. Espero encontrar la felicidad también. Encontrar una mujer que todo Illéa ame, alguien para que sea mi compañera y para que me ayude a entretener a los líderes de otras naciones. Alguien que sea amiga de mis amigos y sea mi confidente. Estoy lista para buscar mi esposa.
Incluso yo podía escuchar la desesperación, la esperanza, el anhelo. La duda se arrastró dentro de mí ¿y si nadie de aquí puede amarme?
No, me dije, esto será algo bueno. Observé a esta chica, quien lucía desesperada a su propia manera.
-¿De verdad sientes que esto es una jaula?
-Sí, -suspiró. Luego un segundo más tarde.-Su majestad.
Me eché a reír.- También yo me he sentido así más de una vez. Pero hay que admitir que es una jaula muy hermosa.
-Para ti,- replicó con escepticismo.- Llena tu hermosa jaula con otros treinta y cuatro mujeres todas peleando por lo mismo, verás que linda es.
-¿Realmente ha habido peleas por mi? ¿No se dan cuenta que soy quien escoge?- no sabía si sentirme emocionada o preocupada, pero era interesante pensar sobre eso. Quizás si alguien realmente me quería tanto, yo la quería también.
-En realidad, eso fue injusto,- añadió.- Ellas pelean por dos cosas. Algunas pelean por ti, otras luchan por la corona. Y todas ellas piensan que ya han descubierto que decir o hacer así que tu elección será obvia.
-Ah, sí. La mujer o la corona. Me temo que algunos no saben la diferencia.- Negué con la cabeza y miré al pasto
-Buena suerte con eso,- dijo cómicamente.
Pero no había nada cómico en esto. Aquí estaba otro de mis mayores temores siendo confirmado. Una vez más la curiosidad me invadió, además estaba seguro que ella no me mentiría.
-¿Por cuál peleas tu?
-De hecho, estoy aquí por error.
-¿Por error?- ¿Cómo puede ser eso posible? si ella inscribió su nombre, y su nombre estaba en la lista, y ella vino voluntariamente aquí...
-Sí. Más o menos, bien, es una larga historia,- dijo. Descubriría de que se trataba eventualmente.- Y ahora... Estoy aquí. Y no estoy peleando. Mi plan es disfrutar la comida hasta que me eches.
No lo pude evitar. Me eché a reír. Esta chica era la antítesis de todo lo que había estado esperando. ¿Esperando para ser echada? ¿Aquí por la comida? Yo estaba, sorprendentemente, disfrutando esto. Tal vez todo sería tan simple como mamá dijo que sería, y yo podría llegar a conocer a las candidatas con el tiempo, como lo hice con Daphne.
-¿Que eres tú? -pregunté. No podía ser más que una cuatro si estaba tan emocionada por la comida.
-¿Disculpa? -preguntó, no entendió el significado de la pregunta.
No quería ser grosero, así que empecé alto.
-¿Una dos? ¿Una tres?
-Cinco.
Entonces esta era una de las cinco. Sabía que a padre no le agradaría, que fuera amigable con ella, pero después de todo él fue uno de los que la dejo entrar.
-Ah, sí, entonces, probablemente la comida sería una buena motivación para quedarse.- Reí de nuevo, y traté de buscar el nombre de esta entretenida dama.- Lo siento, no puedo ver tu pin en la oscuridad.
Ella dio un ligero movimiento de cabeza. Si ella preguntaba porque no sabía su nombre aún me preguntaba que sonaría mejor para contestar: una mentira, que había estado demasiado ocupada con trabajo como para memorizar los nombre, o la verdad, que estaba tan nerviosa sobre todo esto, que lo había estado posponiendo hasta el último momento.
De repente me di cuenta que había pasado.
-Soy Santana.
-Bueno, eso es perfecto,- dije, con una sonrisa. Basado simplemente en su nombre, no podía creer que hubiera pasado el recorte. Ese nombre era del antiguo gobierno, una obstinada e imperfecta tierra que nosotros reconstruimos en algo fuerte. Por otro lado, tal vez por eso padre la dejo entrar: para demostrar que no tiene miedo o preocupaciones sobre nuestro pasado, incluso si los rebeldes se aferraban tontamente a ella. Por mi parte había algo musical sobre la palabra.
-Santana, mi querida, espero que encuentres algo en esta jaula por lo que luchar. Después de todo esto, solo puedo imaginar cómo sería verte realmente intentarlo. Salí del banco y me arrodillé a su lado, tomándole la mano. Ella estaba mirando nuestros dedos y no a mis ojos, y gracias a Dios por eso. Si lo hubiera hecho se habría dado cuenta como de anonadada estaba cuando por fin la vi verdaderamente. Las nubes se movieron en el momento justo iluminando completamente su rostro por la luna. Como si no fuera suficiente que ella estaba dispuesta a hacerme frente y claramente sin temor de ser ella misma, ella era absolutamente hermosa. Bajo las espesas pestañas había unos ojos azules como el hielo, algo fresco para equilibrar las llamas de su cabello. Sus mejillas eran suaves y un poco ruborizadas por el llanto. Y sus labios, suaves y rosados, ligeramente separados mientras estudiaba nuestras manos. Sentí un extraño aleteo en mi pecho, como el resplandor de una chimenea, o la calidez de la tarde. Se quedó allí por un momento, jugando con mi pulso. Me regañé mentalmente. Que típico encapricharme tanto con la primera chica a la que tenía permitido tener cualquier clase de sentimientos. Era absurdo, demasiado rápido como para ser real, aleje esa calidez. De todas maneras, no la quería descartar. El tiempo probaría que ella era alguien digno en la competencia. Santana claramente era alguien a quien necesitaba ganar, y eso tomaría tiempo. Pero podía empezar ahora. -Si esto te hace feliz le pude decir al personal que prefieres el jardín. Así puedes salir por las noches si ser maltratada por los guardias. Aunque yo preferiría que tuvieras uno cerca. No había necesidad de preocuparle con la frecuencia en que éramos atacados. Siempre y cuando un guardia estuviera cerca, ella debería estar bien. -Yo no... no creo que quiera algo de ti.- Gentilmente alejó su mano y miró la hierba. -Como desees.- Estaba un poco decepcionada ¿qué cosa tan horrible había hecho para que me quiera lejos? quizás esta chica es imposible de ganar. -¿Volverás a entrar pronto? -Sí,- susurró. -Te dejo entonces. Habrá un guardia cerca de la puerta esperando por ti.- Quería que tomara su tiempo, pero temía que algún asalto inesperado pudiera lastimarla, aunque esta chica quien parecía haber desarrollado un serio disgusto hacia mí. -Gracias, eh, su majestad.- Escuché algo de vulnerabilidad en su voz, y me di cuenta que quizás no era yo. Tal vez simplemente estaba abrumada por todo lo que le estaba pasando. ¿Cómo podría culparla? Decidí arriesgarme de nuevo a su rechazo. -Santana, querida, ¿me harías un favor? -Tomé su mano de nuevo, y ella me miró escéptica. Había algo sobre sus ojos en mí, como si buscara por la verdad en los míos y la obtendría toda costa. -Quizás. Su tono me dio esperanzas y sonreí. -No menciones esto a las demás. Técnicamente, se supone que no las conoceré hasta mañana, y no quiero que nadie se moleste. -Di un ligero resoplido, e inmediatamente desee no haberlo hecho. A veces tenía la peor risa.- Aunque no creo que gritarme sea algo cercano a una cita romántica ¿cierto? Finalmente Santana me dio una sonrisa juguetona.- ¡Para nada!- hizo una pausa y suspiró.- No diré nada. -Gracias.- Debería haber estado conforme con su sonrisa, debería haberme alejado con eso. Pero algo en mi, probablemente ser criada para seguir adelante, y para tener éxito, me impulsó a dar un paso más. Llevé su mano a mis labios y la besé.- Buenas noches. Me alejé antes de que tuviera la oportunidad de castigarme o que yo hiciera algo más estúpido. Quería mirar atrás y ver su expresión, pero si había algo de disgusto, no creo que pudiera soportarlo. Si padre pudiera leer mis pensamientos ahora mismo, estaría menos que complacida. A estas alturas, después de todo, yo debería ser más dura que esto. Cuando llegué a las puertas me volví hacia el guardia. -Ella necesita un momento. Si no regresa en media hora, amablemente incítala a regresar.- Lo miré a los ojos, asegurándome que había que entendido el concepto.- También te refrenarás de mencionar eso a alguien, ¿Entendido? El asintió, y me dirigí a la escalera principal. Mientras caminaba escuché el susurro del guardia. -¿Que es refrenar? Rodé mis ojos y continué subiendo las escaleras. Una vez que llegué a la tercera planta, prácticamente corría a mi habitación. Tenía un enorme balcón con vista a los jardines. No iba a salir y hacerle saber que la observaba, pero si fui a la ventana y aparte las cortinas. Se quedó unos diez minutos más o menos. Parecía calmarse mientras los minutos pasaban. La vi mientras limpiaba su rostro y cepillaba su camisón, y se dirigió al interior. Me debatí en ir al pasillo del segundo piso y así accidentalmente podríamos encontrarnos de nuevo. Pero pensé que sería mejor de esta manera, esta noche estaba molesta. Y si iba a tener alguna oportunidad tendría que esperar hasta mañana. Mañana cuando otras treinta y cuatro chicas estuvieran colocadas frente a mí. Oh, era un idiota por esperar tanto tiempo. Fui a mi escritorio y saqué los archivos sobre las chicas, estudié sus fotografías, no sé de quién fue la idea de poner los nombres al reverso, porque eso era de lejos útil. Tome un bolígrafo y escribí los nombre al frente. Hannah, Anna... ¿Cómo se supone que aprendería todo esto? Jenna, Janelle, y Camille... ¿en serio? esto iba a ser un desastre. Tenía que aprender algunos al menos. Confiaría en los pines hasta que haya aprendido los nombres. Porque yo podía hacer esto. Podía hacerlo bien. Tenía que. Tenía que probar que finalmente, yo podía dirigir, tomar decisiones. ¿Cómo alguien más podría confiar en mí como soberana? ¿Cómo confiaría en mí el mismo rey? Me enfoqué en las destacadas. Kitty... recordé el nombre. Uno de mis consejeros había mencionado que ella era modelo, y me había mostrado una fotografía de ella en traje de baño de una de esas brillantes páginas de una revista. Ella era probablemente la candidata más sexy, y ciertamente no pondría eso en su contra. Lyssa llamó mi atención y no de buena manera. A menos que tuviera una personalidad ganadora, ella ni siquiera era competencia. Tal vez era algo superficial, pero ¿era tan malo que quisiera a una chica atractiva? Ah, Elise basado en la exótica inclinación de sus ojos, ella la chica que padre había mencionado con familia en Nueva Asia. Ella era competencia solo por ese hecho. Santana. Estudie su foto. Su sonrisa era absolutamente radiante ¿Que la había sonreír de ese modo entonces? ¿Era yo? ¿Lo que ella había sentido por mí ese día había pasado? No parecía muy feliz de verme. Pero... al final había sonreído. Mañana empezaría de nuevo con ella. Y por muy correcto que pareciera era a mí a quien sonreía en la foto. Quizás era su voluntad o su honestidad, tal vez era la suavidad de la piel de sus manos o su perfume... pero sabía con singular claridad, que yo quería gustarle. ¿Cómo exactamente se supone que iba a hacer eso?
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Activo Re: Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/ LA ELEGIDA / TERMINADO

Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 12:44 am



CAPITULO 6



Sostuve la corbata azul arriba. No. ¿Tostado? No. ¿Iba a tener tantos problemas para vestirme todos los días? Quería dar una buena primera impresión a las chicas, y una buena segunda impresión a una. Y aparentemente yo estaba convencida que todo se trataba de escoger la corbata correcta. Suspiré. Estas chicas ya me estaban convirtiendo en un charco de estupidez. Traté de seguir el consejo de mamá y ser yo misma, con defectos y todo. Iba con la primera corbata que había escogido, termine de vestirme y alisar mi cabello, Cuando salí, encontré a mis padres discutiendo en voz baja por las escaleras, pensé en alejarme, pero mi madre me saludó. Una vez que llegué a ellos, ella comenzó a tirar de mis mangas, luego se movió a mi espalada para alisar la chaqueta.
-Recuerda,-dijo.- Ellas son un enjambre de nervios, y lo correcto por hacer ahora es hacerlas sentir como en casa.
-Actúa como un príncipe,- instó padre.- Recuerda quién eres.
-No hay prisa por tomar una decisión.- mamá toco mi corbata.- Esta es linda.
-Pero no mantengas a nadie alrededor si sabes que no la quieres. Mientras más pronto tengamos a las verdaderas candidatas mejor.
-Se cortés.
-Ten confianza.
-Solo habla.
Padre suspiró.- Esto no es una broma. Recuerda eso.
Mamá me sujetaba con brazos extendidos.- Vas a estar fantástico,- me jaló para darme un gran abrazo, y luego retrocedió para enderezar todo.
-Bien hija, adelante,- dijo padre, haciendo un gesto hacia las escaleras.- Estaremos esperando en el comedor.
Me sentí mareada.- Um, si. Gracias.
Me detuve por un momento para tomar aire. Sabía que solo trataban de ayudar pero se las habían arreglado para tirar cualquier sensación de calma que había construido. Me recordé que esto era simplemente yo saludando, que las chicas esperaban a que esto funcionara tanto como yo lo hacía. Luego que iba a hablar con Santana de nuevo. Al final esto sería entretenido. Con eso en mente bajé las escaleras para ir al primer piso e hice mi camino al gran salón. Tome una respiración profunda y toque la puerta antes de empujarla y abrirla.
Allí, delante de los guardias, esperaba la colección de chicas, cámaras brillaron, capturando tanto mi reacción como las de ellas. Sonreí a sus rostros esperanzados, sintiéndome tranquila solo porque todas ellas parecían tan complacidas de estar aquí.
-Su majestad.- Me volví y atrape a Tina haciendo reverencia. Casi había olvidado que ella estaría aquí, instruyéndolas en el protocolo de la misma manera que ella me enseñó cuando era joven.
-Hola, Tina. Si no te importa, me gustaría presentarme a estas jóvenes damas.
-Por supuesto,- dijo si aliento, inclinándose de nuevo. Ella podía ser tan dramática a veces. Examiné los rostros, buscando el cabello de noche. Me tomo un momento, ya que estaba un poco distraída por la luz reflejada por casi todas las muñecas, orejas, y cuellos en la habitación. Finalmente la encontré algunas filas al final, mirándome con una expresión diferente a las demás. Sonreí, pero en lugar de devolverme la sonrisa, parecía confundida.
-Damas, si no les importa,- comencé.- Voy a llamar una a la vez para que se reúna conmigo. Estoy segura que todas están ansiosas por comer, como yo. Así que no les quitaré mucho tiempo. Discúlpenme si soy lento con los nombres; son bastantes. Algunas de las chicas rieron, y yo estaba contenta de darme cuenta que podía identificar más de ellas de lo que pensé que haría. Fui a la joven dama en la esquina frontal, y extendí mi mano. Ella la tomo con entusiasmo, y caminamos hacia los sofás que yo sabía que estaban específicamente para este propósito. Tristemente, Lyssa no era más atractiva en persona que como en su fotografía. Aún así, ella merecía el beneficio de la duda, así tratamos de hablar. -Buenos días, Lyssa. -Buenos días, su majestad. Ella sonrió tan ampliamente, que parecía doloroso. -¿Cómo has encontrado el palacio? -Es hermoso. Nunca había visto nada tan hermoso. Es hermoso aquí. Vaya, ya dije eso ¿cierto? Le respondí con una sonrisa. - Esta muy bien. Me alegra que estés tan complacida. ¿Qué haces en casa? -Soy una cinco. Toda mi familia trabaja exclusivamente en la escultura. Usted tiene algunas piezas increíbles aquí. Realmente hermoso. Traté de lucir interesada, pero ella no me atrajo en lo más mínimo. Sin embargo, ¿y si descartaba a alguien sin motivo? -Gracias. Um, ¿cuántos hermanos tienes? Después de algunos minutos de conversación en la cual ella usó la palabra "hermoso" no menos de veinte veces, sabía que no había nada más que yo quisiera saber sobre esta chica. Era tiempo de continuar, además parecía cruel mantenerla sabiendo que no había una oportunidad para nosotros. Decidí empezar a hacer recorte aquí y ahora. Sería lo más amable para las chicas, y tal vez también impresionaría a padre. Después de todo, fue él quien dijo que debía empezar a tomar decisiones reales en mi vida.
-Muchas gracias por tu tiempo, Lyssa. Una vez que haya terminado con todas ¿te importaría quedarte un poco más así podría hablar contigo?
Ella se sonrojó.- Absolutamente.
Nos levantamos, y me sentí muy mal porque ella había asumido algo que no era.- ¿Podrías enviar a la siguiente chica?
Asintió e hizo una reverencia antes de ir a buscar a la chica a su lado, a quién reconocí inmediatamente como Kitty Wilde. Ciertamente sólo un hombre débil olvidaría ese rostro.
-Buenos días, señorita Kitty.
-Buenos días, su majestad.- dijo e hizo una reverencia. Su voz era dulce y enseguida me di cuenta que muchas de estas chicas podrían atraerme. Tal vez toda esta preocupación sobre no siendo capaz de amar a ninguna de estas chicas no sea el verdadero problema. Probablemente me enamoraría de todas ellas y nunca sea capaz de escoger. Hice un gesto para que se sentara frente mí.
-Entiendo que eres modelo.
-Así es.- Respondió alegremente, encantada de ver que ya sabía acerca de ella.- Principalmente ropa. Me han dicho que tengo buena figura para hacerlo.
Desde luego, con esas palabras, me vi obligada a ver dicha figura, y no se podía negar que era impresionante.
-¿Disfrutas de tu trabajo?
-Oh, sí. Es increíble cómo la fotografía puede capturar en tan solo una fracción de segundo algo exquisito.
Me iluminé.- Absolutamente. No sé si sabes, pero a mí me encanta la fotografía.
-¿En serio? deberíamos de tener una sesión en algún momento.
-Eso sería maravilloso.- ¡Ah! esto iba mejor de lo que pensé. Con diez minutos ya había eliminado a un rotundo no, y encontrado a alguien con un interés común. Podría haber seguido por otra hora con Kitty, pero si íbamos a comer, era mejor apurarse.
-Querida, perdona por hacer esto tan corto, pero tengo que conocer a todas esta mañana, -me disculpé.
-Por su puesto.- Se levantó.- Espero con ganas terminar nuestra conversación. Espero que sea pronto.
La forma en que me miró... no tenía palabras adecuadas para ello. Envió un rubor a mi rostro, y asentí inclinando la cabeza para cubrirlo. Tomé varias respiraciones profundas, enfocándome en la siguiente chica.
Bariel, Emmica, Tiny, y varias otras pasaron. Hasta ahora, la mayoría de ellas eran agradables y serenas. Pero yo esperaba por mucho más que eso. Tomó cinco chicas más hasta que algo realmente interesante pasó. Me levanté para saludar a la delgada rubia, quien extendía su mano hacia mí.
-Hola, Soy Kriss.
Miré su palma abierta dispuesta a agitarla antes de que la apartara.
-Oh ¡Rayos! quería hacer una reverencia.- dijo sacudiendo la cabeza. Me reí.- Me siento tan tonta. La primera cosa, y me equivoco,- pero ella sonreía, y era de echo encantadora.
-No te preocupes, querida, ha habido peores.
-¿En serio?- susurró, emocionada por la noticia.
-No voy a entrar en detalles, pero sí. Al menos tú intentabas ser amable.
Sus ojos se abrieron, y miró a las chicas, preguntándose quién podría haber sido grosero conmigo. Me alegre el haber alegado ser discreto, ya que la noche pasada alguien me había superficial, y eso era un secreto.
-Entonces, Kriss, háblame sobre tu familia,- comencé.
Se encogió de hombros.- Típica, supongo. Vivo con mi mamá y papá, y ambos son profesores. Creo que me gustaría enseñar también, aunque estoy metida en la escritura. Soy hija única y por fin estoy conforme con eso. Rogué por años a mis padres por un hermano. Nunca cedieron.
Sonreí. Era duro estar sola.
-Estoy segura que era porque ellos querían enfocar todo su amor en tí. Ella se rió.- ¿Eso es lo que tus padres te dijeron? Me congelé; nadie había hecho una pregunta sobre mi aún. -Bueno, no exactamente, pero entiendo cómo te sientes,- contesté. Estaba a punto de hacer una de mis preguntas ensayadas, pero ella se me adelanto. -¿Cómo se siente hoy? -Bien. Es un poco abrumador.- Solté, siendo un demasiado honesta. -Al menos tú no tienes que usar vestidos, -comentó. -Pero piensa que divertido sería se tuviera que hacerlo. Hice eco a la risa que salió de su boca. Me imaginé a Kriss junto a Kitty, pensé que ellas eran opuestas. Había algo enteramente saludable sobre ellas. Terminé nuestro tiempo juntos sin una impresión completa de ella, ya que ella mantuvo la conversación en mí, pero reconozco que ella era buena, en el buen sentido de la palabra. Pasó casi una hora antes de llegar a Santana. Durante el tiempo entre la primera chica y ella, ya había reunido tres sólidos sobresalientes, incluyendo Kitty y Kriss, quienes sabía serían las favoritas con el público. Sin embargo, la chica anterior, Ashley, era tan abismalmente incorrecta para mí, lavó todos estos buenos pensamientos de mi cabeza. Cuando Santana se levantó y se acercó a mí, Ella era la única persona en mi mente. Había malicia en sus ojos ya sea si lo intentaba o no. Pensé en cómo había actuado la noche anterior, y me di cuenta de andar rebelde. -Santana, ¿cierto? -Bromeé mientras se acercaba. -Sí, así es, Y sé que he escuchado su nombre antes ¿Podría recordarme? Me reí y la invité a sentarse. Inclinándome susurré -¿Has dormido bien, querida? Sus ojos decían que estaba jugando con fuego, pero sus labios tenían una sonrisa.
-Todavía no soy tu "querida". Pero sí. Una vez calmada, dormí muy bien. Mis doncellas tuvieron que sacarme de la cama. Estaba tan cómoda.- Confesó lo último como si fuera un secreto.
-Me alegra que estés cómoda, mi... -Ah, iba a romper este habito con ella.- Santana
Pude decir que ella apreció mi esfuerzo.
-Gracias.
La sonrisa en su rostro desapareció de su rostro, y pensativamente mordió su labio distraídamente buscando palabras en su cabeza.
-Lo siento mucho fui grosera contigo,- dijo finalmente.- Me di cuenta cuando estaba tratando de dormir que aunque esto sea una situación extraña para mí, no debería culparte. No eres la razón por la que fui arrastrada en todo esto, y toda esta cosa de La Selección incluso no es cosa tuya,- me alegro que lo note.- Y luego, cuando me sentía miserable, no fuiste nada más que amable conmigo, y yo fui, bueno, horrible.- Sacudió la cabeza, y noté que mi corazón parecía latir un poco más rápido.- Podrías haberme echado anoche, y no lo hiciste.- concluyó.- Gracias.
Estaba conmovida por su gratitud, porque yo ya sabía que ella estaba lejos de ser hipócrita. Lo que me llevó al tema que tenía que abordar si quería seguir adelante. Me incliné más cerca, con los codos en mis rodillas, más casual e íntimo que como había sido con las otras.
-Santana, tú has sido clara conmigo hasta ahora. Esa es una cualidad que admiro profundamente, y voy a pedirte que seas lo suficientemente amable para responderme una pregunta.
Asintió dudosa.
-Dices que estas aquí por error, así que asumo que no quieres estar aquí ¿Hay alguna posibilidad que llegaras a tener alguna clase de... de sentimientos por mi?
Sentí como si hubiera jugado con los volantes del vestido por horas mientras esperaba por su respuesta, y me senté allí convenciéndome que era solo porque ella no quería parecer ansiosa. -Eres muy amable, su majestad.- Sí.- Y muy atractiva.- ¡Sí! y atenta. Estaba sonriendo, luciendo como un idiota, estoy segura. Estaba tan complacido que haya podido ver algo positivo en mí después de anoche. Su voz era baja cuando continuó. -Pero por razones muy validas, no creo que pueda. Por primera vez, estaba agradecida que padre me había entrenado tan bien en disimular. Soné muy razonable cuando le pregunté. -¿Podrías explicármelo? Dudó de nuevo. -Me... me temo que mi corazón está en otro lugar. Y luego las lágrimas aparecieron en sus ojos. -Oh ¡Por favor no llores!,-rogué susurrando.- ¡Nunca sé qué hacer cuando las mujeres llora! Rió ante mi deficiencia, y limpió las esquinas de sus ojos. Estaba feliz solo de verla tan, alegre y genuina. Por supuesto que había alguien esperando por ella. Una chica tan real como ella tendría que haber sido rápidamente arrebatada por algún joven hombre muy inteligente. No podía imaginar cómo fue que ella termino aquí, pero realmente ése no era mi asunto. Todo lo que sabía era que incluso si ella no era mía, quería dejarla con una sonrisa. -¿Te gustaría que te enviara a casa hoy? -Ofrecí. Me dio una sonrisa que más bien era una mueca. -Esa es la cosa... No quiero ir a casa. -¿En serio?- Me incliné hacia atrás, pasando la mano por mi cabello, ella se rió de mí de nuevo. Si no me quería, y no lo quería a él, entonces ¿Qué diablos quiere? -¿Puedo ser absolutamente honesta contigo? En todo sentido, asentí. -Yo necesito estar aquí. Mi familia me necesita aquí. Incluso si me dejaras quedarme por una semana, sería una bendición para ellos.
Entonces no peleaba por la corona, pero aún así había algo que ella quería. -¿Quieres decir que necesitas el dinero? -Sí,- al menos tuvo la decencia de parecer apenada.- Y hay... cierta persona,- dijo con una mirada significativa.- En casa a quién no soportaría ver ahora mismo. Me tomó un segundo para entender todo. Ya no estaban juntos. Ella aún se preocupaba por él, pero ella ya no le pertenecía. Asentí al ver su predicamento. Si pudiera alejarme de la presión de mi mundo por una semana, lo haría. -Si estás dispuesta a dejar que me quede aunque sea por poco tiempo. Yo estaría dispuesta a hacer un trato. Ahora eso era interesante. -¿Un trato?- ¿Que en el mundo podría ofrecer? Se mordió el labio. -Si dejas que me quede...- suspiró.- Bien, mírate. Eres la princesa. Estas ocupada todo el día dirigiendo el país y todo, y ¿se supone que reduzcas de treinta y cinco, bien, treinta y cuatro chicas a una? Eso es demasiado pedir ¿no te parece? Mientras que lo hacía sonar como una broma, la verdad es que resumió mis ansiedades con absoluta claridad. Asentí a sus palabras. -¿No sería mucho mejor para ti, si tienes a alguien dentro? ¿Alguien para ayudar? Como, ya sabes, Una amiga. -¿Una amiga? -Sí, déjame quedarme, y te ayudaré. Seré tu amiga. No tienes que preocuparte por perseguirme. Sabes que no estoy enamorada de ti. Pero puedes hablar conmigo cuando quieras, y trataré de ayudarte. Anoche dijiste que buscabas una confidente. Bueno, hasta que encuentres a la indicada, yo podría ser esa persona. Si tú quieres. Si yo quería... Esa no era una opción, parecía que al menos podía ayudarla. Y quizás disfrutar de su compañía un poco más. Desde luego, padre estaría lívida si se enteraba que estaba usando a una chica para tales propósitos... Lo cual hacía que me gustara mucho, mucho más.
-He conocido a casi todas las chicas en esta habitación, y no puedo pensar en alguien mejor para ser una mejor amiga. Estaría encantada de que te quedaras.
Vi la tensión abandonar su cuerpo. A pesar de saber que sus afectos eran inalcanzables, no pude evitar la urgencia de intentarlo.
-¿Crees que podría seguir llamándote "querida"?- pregunté en broma.
-Para nada,- susurró. Ya sea con intención o no, sonaba como un desafío.
-Seguiré intentando. Yo no soy de las que se rinden.
Hizo una mueca, como fastidiada pero no del todo.
-¿Las llamas a todas así? -preguntó señalando con su cabeza hacia el resto de las chicas.
-Sí, y parece gustarles.- Bromeando petulante.
El desafío en su sonrisa estaba aún allí cuando habló.
-Y esa es exactamente la razón porque no me gusta.
Se levantó, poniendo fin a nuestra entrevista, y no pude evitar divertirme con ella. Ninguna de las otras estaba dispuesta a acortar nuestro tiempo. Le di una pequeña reverencia, y respondió con otra refinada, y se alejó. Sonreí pensando en Santana, comparándola con las otras. Era bonita, y, sí, un poco filosa en los bordes. Ella era un tipo de belleza poco común, y tampoco se era consciente de ello. Había cierto... aire de realeza que parecía poseer, aunque allí estaba, quizás algo real en su orgullo. Y desde luego que no me deseaba en absoluto, pero aún así, no pude sacudirme la urgencia de perseguirla.

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Aquí termina este pequeño corto que nos cuenta la historia de Britt antes de la selección y cuando conoció a Santana. A continuación el Libro dos que se titula La Elite
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Activo Re: Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/ LA ELEGIDA / TERMINADO

Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 12:46 am




LA ELITE




Treinta y cinco chicas llegaron a Palacio. Ahora, solo quedan seis. De las treinta y cinco chicas
que llegaron a Palacio para competir en la Selección, todas menos seis han sido devueltas a sus hogares. Y solo una conseguirá casarse con la princesa Brittany y ser coronada princesa de Illéa.
Santana todavía no está segura de hacia dónde se inclina su corazón. Cuando está con Brittany, se ve envuelta en un romance nuevo y que la deja sin aliento y ni siquiera puede imaginar estar con nadie más. Pero cuando ve a Danni en los alrededores de Palacio, los recuerdos de la vida que planeaban tener juntas se agolpan en su memoria. El grupo de chicas que llegaron a Palacio se ha visto reducido a la Élite de seis, y cada una de ellas va a hacer todo lo posible por ganarse a Brittany. El tiempo se acaba y Santana tiene que tomar una decisión.
Sin embargo, cuando ya cree que ha llegado a la conclusión definitiva, un suceso devastador hace que se lo vuelva a plantear todo de nuevo. Y mientras lucha por averiguar dónde está su futuro, los rebeldes violentos que quieren derrocar la monarquía se hacen cada vez más fuertes y sus planes podrían acabar con cualquier aspiración que Santana pudiera tener de un final feliz…
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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 12:48 am


CAPITULO 1

No soplaba el aire en los Angeles, y me quedé un rato allí tendida, inmóvil, escuchando el sonido de la respiración de Brittany. Cada vez era más difícil pasar con ella un momento realmente tranquilo y plácido.
Intentaba aprovechar al máximo esos ratos, y me alegraba comprobar que cuando ella parecía estar más a gusto era cuando nos encontrábamos a solas.
Desde que el número de chicas de la Selección se había reducido a seis, se mostraba más ansiosa que al principio, cuando éramos treinta y cinco. Me imaginé que pensaría que tendría más tiempo para hacer su elección. Y aunque me sentía culpable al pensarlo, sabía que yo era el motivo por el que deseaba ese tiempo de más.
La princesa Brittany, heredera al trono de Illéa, le gustaba. Una semana atrás me había confesado que, si yo admitía que sentía lo mismo, sin reservas, acabaría con el concurso. Y a veces yo acariciaba la idea, preguntándome cómo sería estar con Brittany, sin nadie más, solo nosotras dos.
Sin embargo, el caso era que no era solo mía. Había otras cinco chicas allí, chicas con las que salía y a las que susurraba al oído, y yo no sabía cómo tomarme aquello. Y además estaba el hecho de que aceptar a la princesa implicaba asumir también una corona, idea que solía pasar por alto, aunque solo fuera porque no estaba segura de qué podía significar para mí.
Y luego, por supuesto, estaba Danni.
Técnicamente ya no era mi novia —había roto conmigo antes incluso de que escogieran mi nombre para la Selección—, pero cuando se presentó en el palacio como soldado de la guardia, todos los sentimientos que había intentado borrar invadieron de nuevo mi corazón. Danni había sido mi primer amor; cuando le miraba… era suya.
Brittany no sabía que Danni estaba en el palacio, pero sí sabía que había dejado atrás una historia con alguien, algo que intentaba superar, y había accedido a darme tiempo para pasar página mientras ella intentaba encontrar a otra persona con quien pudiera ser feliz, si es que yo no me decidía.
Mientras movía la cabeza, tomando aire justo por encima de mi cabello, me lo planteé: ¿cómo sería querer a Brittany, sin más?
—¿Sabes cuánto tiempo hace que no miraba las estrellas? —preguntó.
Me acerqué un poco más sobre la manta para protegerme del frío: la noche era fresca.
—Ni idea.
—Hace unos años un tutor me hizo estudiar astronomía. Si te fijas, verás que las estrellas, en realidad, tienen colores diferentes.
—Espera. ¿Quieres decir que la última vez que miraste las estrellas fue para estudiarlas? ¿Y por diversión?
Chasqueó la lengua.
—Por diversión… Tendré que hacerle un hueco a eso entre las consultas presupuestarias y las reuniones del Comité de Infraestructuras. Oh, y las de estrategia para la guerra, que, por cierto, se me da fatal.—
¿Qué más se te da fatal? —pregunté, pasándole la mano por la camisa almidonada. Animada por el contacto, Brittany trazó círculos sobre mi hombro con la mano con la que me rodeaba la espalda.
—¿Por qué quieres saber eso? —respondió, fingiéndose importunado.
—Porque aún sé poquísimo de ti. Y da la impresión de que eres perfecta en todo. Resulta agradable comprobar que no es así.
Ella se apoyó en un codo y se quedó mirándome.
—Tú sabes que no lo soy.
—Te acercas bastante —repliqué. Sentía los pequeños puntos de contacto entre nosotras. Rodillas, brazos, dedos.
Ella sacudió la cabeza y esbozó una sonrisa.
—De acuerdo. No sé planear guerras. Se me da fatal. Y supongo que sería un cocinero terrible.
Nunca he intentado cocinar, así que…
—¿Nunca?
—Quizás hayas observado el montón de gente que te atiborra de pastelillos a diario, ¿no? Pues resulta que a mí también me dan de comer.
Se me escapó una risita tonta. En mi casa yo ayudaba a preparar casi todas las comidas.
—Más —exigí—. ¿Qué más se te da mal?
Ella me agarró y se colocó muy cerca, con un brillo en sus ojos marrones que indicaba que escondían un secreto.
—Hace poco he descubierto otra cosa…
—Cuéntame.
—Resulta que se me da terriblemente mal estar lejos de ti. Es un problema muy grave.
Sonreí.
—¿Lo has intentado?
Ella fingió que se lo pensaba.
—Bueno…, no. Y no esperes que empiece a hacerlo ahora.
Nos reímos sin levantar la voz, agarradas una a la otra. En aquellos momentos, me resultaba facilísimo imaginarme que el resto de mi vida podía ser así.
El ruido de pisadas sobre la hierba y las hojas secas anunciaba que alguien se acercaba. Aunque nuestra cita era algo completamente aceptable, me sentí algo violenta, y erguí la espalda de inmediato, para quedarme sentada sobre la manta. Brittany también lo hizo. Un guardia se acercaba a nosotras rodeando el seto.
—Alteza —dijo, con una reverencia—. Siento importunarle, pero no es conveniente permanecer aquí fuera tanto tiempo. Los rebeldes podrían…
—Comprendido —replicó Brittany, con un suspiro—. Entraremos ahora mismo.
El guardia nos dejó solos.
Brittany se volvió hacia mí:
—Otra cosa que se me da mal: estoy perdiendo la paciencia con los rebeldes. Estoy cansada de enfrentarme a ellos.
Se puso en pie y me tendió la mano. Se la cogí y observé la frustración en sus ojos. Los rebeldes nos habían atacado dos veces desde el inicio de la Selección: una vez los norteños (simples perturbadores), y otra vez los sureños (cuyos ataques eran más letales). Y no tenía mucha experiencia al respecto, pero entendía muy bien que estuviera agotada.
Brittany estaba recogiendo la manta y sacudiéndola, descontento por que nos hubieran interrumpido de aquel modo.
—Eh —dije, llamando su atención—. Ha sido divertido.
Ella asintió.
—No, de verdad —insistí, dando un paso adelante. Ella cogió la manta con una mano para tener el otro brazo libre y rodearme con ella—. Deberíamos repetirlo algún otro día. Puedes contarme de qué color es cada estrella, porque la verdad es que yo no lo veo.
—Ojalá las cosas fueran más fáciles, más normales —repuso ella, con una sonrisa triste.
Me acerqué para poder rodearla con los brazos. Brittany dejó caer la manta para abrazarme.
—Siento ser yo quien desvele el secreto, alteza, pero, incluso sin guardias, no tiene usted nada de normal.
Relajó algo el gesto, pero seguía serio.
—Te gustaría más si lo fuera.
—Sé que te resultará difícil de creer, pero a mí me gustas tal como eres. Lo único que necesito es más…
—Tiempo. Ya sé. Y estoy dispuesta a dártelo. Lo que me gustaría saber es si al final querrás quedarte conmigo, cuando pase ese tiempo.
Aparté la mirada. Eso no podía prometérselo. Había sopesado lo que significaban Brittany y Danni para mí, de corazón, una y otra vez, pero no estaba segura… Salvo, quizá, cuando estaba a solas con una de las dos. En ese momento, estaba tentada de prometerle a Brittany que seguiría a su lado para siempre.
Pero no podía.
—Brittany —susurré, viendo lo desanimado que parecía al no obtener una respuesta—. Aún no te puedo decir eso. Pero lo que sí puedo decirte es que quiero estar aquí. Quiero saber si tenemos… —dije, y me quedé cortada, sin saber cómo plantearlo.
—¿Posibilidades?
Sonreí, contenta al ver lo bien que me entendía.
—Sí. Quiero saber si tenemos posibilidades de que lo nuestro funcione. Ella me apartó un mechón de pelo y me lo puso detrás del hombro.
—Creo que sí, que hay muchas posibilidades —contestó, con toda naturalidad.
—Estoy de acuerdo, pero, solo… dame tiempo, ¿vale?
Asintió. Parecía más contenta. Así era como yo quería que acabara nuestra noche juntas, con cierta esperanza. Bueno, y quizás algo más. Me mordí el labio y me acerqué a Brittany, diciéndolo todo con la mirada.
Sin dudarlo un segundo, se inclinó y me besó. Fue un beso cálido y suave. Hizo que me sintiera deseada. De hecho, quise más. Podría haberme quedado allí horas, pidiendo más. Sin embargo, Brittany enseguida se echó atrás.
—Vámonos —dijo, sonriente, tirando de mí en dirección al palacio—. Más vale que entremos antes de que lleguen los guardias a caballo, con las lanzas en ristre.
Cuando me dejó en las escaleras, sentí el cansancio de golpe, como si me cayera un muro encima.
Prácticamente me arrastré hasta la segunda planta, pero, al rodear la esquina para llegar a mi habitación, de pronto me desperté de nuevo.
—¡Oh! —exclamó Danni, sorprendido ella también al verme—. Debo de ser el peor guardia del mundo; todo este rato he supuesto que estarías dentro de tu habitación.
Solté una risita. Se suponía que las chicas de la Élite teníamos que dormir al menos con una doncella en la habitación, para que velara nuestro sueño. Pero a mí eso no me gustaba nada, de modo que Brittany había insistido en ponerme un soldado de guardia en la puerta, por si surgía una emergencia. El caso es que, la mayoría de las veces, el soldado de guardia era Danni. Saber que se pasaba las noches al otro lado de mi puerta me producía una extraña mezcla de alegría y horror.
El aire desenfadado de nuestra charla cambió de pronto cuando ella cayó en la cuenta de lo que significaba que no estuviera acostada en mi cama. Se aclaró la garganta, incómoda.
—¿Te lo has pasado bien?
—Danni —susurré, mirando para asegurarme de que no hubiera nadie por allí—. No te enfades.
Formo parte de la Selección. Así son las cosas.
—¿Cómo voy a tener alguna posibilidad, Sann? ¿Cómo voy a competir cuando tú solo hablas con una de las dos?
Tenía razón, pero ¿qué podía hacerle?
—Por favor, no te enfades conmigo, Danni. Estoy intentando aclararme.
—No, Sann —dijo, de nuevo con un tono amable en la voz—. No estoy enfadada contigo. Te echo de menos —añadió. Y no se atrevió a decirlo en voz alta, pero articuló las palabras «Te quiero».
Sentí que me iba a fundir allí mismo.
—Lo sé —respondí, poniéndole una mano en el pecho, olvidando por un momento todo lo que arriesgábamos—. Pero eso no cambia la situación en la que estamos, ni el hecho de que ahora sea de la Élite. Necesito tiempo, Danni.
Levantó la mano para coger la mía y asintió.
—Eso te lo puedo dar. Pero… intenta encontrar tiempo para mí también.
No quería ni pensar en lo complicado que sería eso, así que esbocé una mínima sonrisa y aparté la mano.—
Tengo que irme.
Ella se me quedó mirando mientras entraba en la habitación y cerraba la puerta tras de mí.
Tiempo. Últimamente no hacía más que pedirlo. Y, precisamente, esperaba que, con el tiempo suficiente, todo acabaría encajando.
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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 12:49 am



Capítulo 2


—No, no —respondió la reina Amberly, entre risas—. Solo tuve tres damas de honor, aunque la madre de Pearce sugirió que debería tener más. Yo solo quería a mis dos hermanas y a mi mejor amiga, que, casualmente, había conocido durante la Selección.
Eché un vistazo a Rachel, y me alegré al ver que ella también me estaba mirando. Antes de llegar al palacio, suponía que aquello sería una competición tan dura que no habría ocasión para trabar amistades.
Sin embargo, ella se me abrió desde el primer momento, y desde entonces nos habíamos apoyado mutuamente en todo. Salvo en una única ocasión, no habíamos discutido por nada.
Unas semanas atrás, Rachel había mencionado que le parecía que en el fondo no deseaba quedarse con Brittany. Y al presionarla para que me lo explicara, se había cerrado en banda. No estaba enfadada conmigo, yo lo sabía, pero aquellos días de silencio, hasta que dejamos el asunto, me había sentido muy sola.—
Yo quiero siete damas de honor —dijo Kriss—. O sea, en el caso de que Brittany me escoja y pueda celebrar una gran boda.
—Pues yo no. No quiero damas de honor —apuntó Kitty, por su parte—. No hacen más que distraer la atención. Y como la ceremonia va a ser televisada, quiero que todas las miradas se centren en mí.
Yo estaba que echaba humo. No teníamos muchas ocasiones de sentarnos a hablar con la reina Amberly, y ahí estaba Kitty, comportándose como una niña malcriada y arruinando el momento.
—A mí me gustaría incorporar alguna de las tradiciones de mi cultura en mi boda —añadió Elise, en voz baja—. Las chicas de Nueva Asia usan mucho el rojo en sus ceremonias, y la novia tiene que hacer regalos a las amigas de la novia para darles las gracias por permitir que se case con ella.
Kriss reaccionó al momento:
—Cuenta conmigo para tu boda. ¡Me encantan los regalos!
—¡Y a mí también! —exclamó Rachel.
—Lady Santana, has estado muy callada todo el rato —intervino la reina Amberly—. ¿Cómo te gustaría que fuera tu boda?
Me ruboricé, porque aquello me pilló completamente a contrapié.
Solo me había imaginado un tipo de boda, e iba a tener lugar en la Oficina Provincial de Servicios de Carolina, tras rellenar una ingente cantidad de agotador papeleo.
—Bueno, una de las cosas que he pensado es que sea mi padre quien me entregue a la novia. Ya sabéis, cuando te lleva del brazo y te pone la mano en la de tu futura compañera. Eso es lo único que he deseado siempre —confesé. Y por incómodo que resultara decirlo, era cierto.
—Pero eso lo hace todo el mundo —protestó Kitty—. No es ni siquiera original.
Aquel comentario debería haberme molestado, pero me limité a encogerme de hombros.
—Quiero estar segura de que mi padre está de acuerdo con mi decisión el día más importante de todos.—
Eso es muy bonito —observó Natalie, dando un sorbo al té y mirando por la ventana.
La reina Amberly soltó una risa desenfadada.
—Desde luego, yo también espero que esté de acuerdo. Ella o quienquiera que sea el padre de la novia elegida —rectificó, al darse cuenta de que podía parecer que era yo quien estaba eligiendo a Brittany, y no al revés.
Me pregunté si lo pensaba de verdad, si su hija le había hablado de lo nuestro.
Poco después pusimos fin a la charla sobre la boda y la reina se fue a trabajar a su despacho. Kitty se situó frente al gran televisor empotrado en la pared, y las otras comenzaron a jugar a las cartas.
—Ha sido divertido —apuntó Rachel cuando nos sentamos juntas en una de las mesas—. Diría que nunca había oído hablar tanto a la reina.
—Supongo que estará cada vez más ilusionada con la idea —repliqué aparte. No le había mencionado a nadie lo que me había dicho la hermana de la reina Amberly sobre las veces que había intentado tener otro hijo, sin conseguirlo. Adele había predicho que su hermana se abriría más a nosotras cuando el grupo se redujera, y tenía razón.
—Bueno, tienes que contármelo: ¿de verdad no tienes otros planes para tu boda, o es que no has querido contárselo a las demás?
—La verdad es que no. Me cuesta mucho imaginarme una gran boda, ¿sabes? Soy una Cinco. Rachel meneó la cabeza.
—Eras una Cinco. Ahora eres una Tres.
—Es verdad —dije, recordando mi nueva categoría.
Yo había nacido en una familia de Cincos —artistas y músicos, generalmente mal pagados— y, aunque odiaba el sistema de castas, me gustaba cómo me ganaba la vida. Me resultaba extraño pensar en mí misma como una Tres, plantearme dar clases o escribir.
—Tampoco le des muchas vueltas —repuso Rachel, leyendo la expresión de mi rostro—. Aún es pronto para preocuparse por nada de eso.
Estaba a punto de protestar, pero nos interrumpió un grito de Kitty.
—¡Venga ya! —gritó, golpeando el mando a distancia contra el sofá y volviendo a enfocarlo hacia el televisor—. ¡Agh!
—¿Es una impresión mía o está cada vez peor? —le susurré a Rachel, viendo como Kitty golpeaba el mando a distancia una y otra vez hasta que se rindió y se decidió a cambiar el canal manualmente. Me pregunté si eso sería algo innato en una Dos, algo que corregir.
—Es la tensión, supongo —dijo Rachel—. ¿Has observado que Natalie está como, no sé…, más distante?
Asentí, y nos quedamos mirando al trío de chicas que jugaban a las cartas. Kriss sonreía mientras barajaba, pero Natalie estaba examinándose las puntas del cabello; de vez en cuando, se arrancaba alguno que no le gustaba.
Parecía distraída.
—Creo que todas empezamos a notarlo —confesé—. Cuesta más relajarse y disfrutar del palacio ahora que el grupo es tan pequeño.
Kitty soltó un gruñido; nosotras la miramos un momento, pero enseguida apartamos la mirada cuando se dio cuenta.
—Perdona un momento —dijo Rachel, levantándose—. Creo que tengo que ir al baño.
—Yo estaba pensando exactamente lo mismo. ¿Quieres que vayamos juntas?
Ella sonrió y meneó la cabeza.
—Ve tú primero. Yo me acabaré el té antes.
—Vale. Vuelvo enseguida.
Salí de la Sala de las Mujeres y recorrí el espléndido pasillo tomándome mi tiempo. Aún no me hacía a la idea de lo espectacular que era todo aquello. Estaba tan distraída que fui a darme de bruces contra un guardia al girar la esquina.
—¡Oh! —exclamé.
—Perdóneme, señorita. Espero no haberla asustado —se disculpó. Me cogió de los codos y me ayudó a recuperar el equilibrio.
—No —dije yo, soltando una risita—. No pasa nada. Debería haber mirado por dónde iba. Gracias por sujetarme, soldado…
—Fabrey —respondió, con una rápida reverencia.
—Yo soy Santana.
—Lo sé.
Ella sonrió. Levanté la mirada al techo; claro que lo sabía.
—Bueno, espero no atropellarle la próxima vez que nos encontremos —bromeé.
Volvió a sonreír.
—De acuerdo. Que tenga un buen día, señorita.
—Usted también.
Cuando volví le conté a Rachel mi incómodo topetazo contra el soldado Fabrey y le advertí de que mirara por dónde iba. Ella se rió de mí y meneó la cabeza.
Pasamos el resto de la tarde sentadas junto a las ventanas, charlando sobre nuestros lugares de origen y acerca de las otras chicas mientras disfrutábamos del sol.
Se me hacía triste pensar en el futuro. Un día u otro la Selección acabaría, y aunque sabía que Rachel y yo seguiríamos siendo amigas, echaría de menos hablar con ella a diario. Era mi primera amiga de verdad y me habría gustado tenerla a mi lado para siempre.
Intenté disfrutar del momento, mientras ella miraba por la ventana con la mente en otra parte. Me pregunté qué estaría pensando, pero el momento era tan plácido que preferí no romper el silencio.


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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 12:49 am



Capítulo 3



Las anchas puertas de mi balcón estaban abiertas, al igual que las que daban al pasillo, y la habitación se llenó del cálido y dulce aire procedente de los jardines. Esperaba que la suave brisa me animara, ante la gran cantidad de trabajo que tenía por delante. Pero solo me sirvió para distraerme y hacerme desear estar en cualquier otro sitio que no fuera allí, anclada a mi escritorio.
Suspiré y me apoyé en el respaldo de la silla, dejando caer la cabeza hacia atrás.
—Anne.
—¿Sí, señorita? —respondió mi primera doncella, desde el rincón donde estaba cosiendo. Sin mirar, supe que Mary y Lucy, mis otras dos doncellas, habían levantado la vista, esperando la ocasión de poder atenderme.
—Te ordeno que me digas qué te parece que puede significar este informe —dije, señalando con desgana un listado detallado de datos estadísticos militares que tenía delante. Era una tarea pensada como prueba para todas las chicas de la Élite, pero yo no podía concentrarme.
Mis tres sirvientas se rieron, probablemente por lo ridículo de mi orden, y por el simple hecho de que accediera a darles órdenes por fin. Desde luego, las dotes de mando no eran uno de mis puntos fuertes.
—Lo siento, señorita, pero creo que eso se escapa a mis competencias —respondió Anne.
Aunque yo lo había dicho a modo de broma y su respuesta tenía el mismo tono jocoso, pude detectar un matiz de disculpa en su voz por no poder ayudarme.
—Está bien —dije, resignada, irguiendo la espalda—. Tendré que hacerlo yo sola. Sois un puñado de inútiles —bromeé—. Mañana pediré nuevas sirvientas. Y esta vez va en serio.
Todas soltaron unas risitas de nuevo, y me concentré de nuevo en los números. Tenía la impresión de que era un mal informe, pero no podía estar segura. Releí párrafos y gráficas, frunciendo el ceño y mordiendo el lápiz mientras intentaba concentrarme.
Oí que Lucy se reía disimuladamente, y levanté la cabeza para ver qué era lo que tanto le divertía.
Seguí sus ojos hasta la puerta y, allí, apoyada contra el marco, estaba Brittany.
—¡Me has delatado! —se quejó, dirigiéndose a Lucy, que seguía con su risita traviesa.
Eché la silla atrás y me lancé a sus brazos.
—¡Me has leído la mente!
—¿Ah, sí?
—Por favor, dime que podemos salir. Aunque solo sea un ratito.
Ella sonrió.
—Tengo veinte minutos. Luego debo volver.
Tiré de ella hacia el pasillo, entre el parloteo excitado de mis doncellas. Estaba claro que los jardines se habían convertido en nuestro lugar de encuentro preferido. Prácticamente cada vez que teníamos ocasión de estar solas, íbamos allí. Era todo lo contrario a mis encuentros con Danni, escondidas en la minúscula casita del árbol de mi patio trasero, el único lugar donde podíamos estar juntas sin que nos vieran. De pronto me pregunté si estaría por ahí, oculta entre los numerosos guardias del palacio, observando mientras Brittany me cogía de la mano.
—¿Qué es esto? —preguntó ella, acariciándome la punta de los dedos al caminar.
—Callos. Son de presionar las cuerdas del violín durante cuatro horas al día.
—No me había dado cuenta hasta ahora.
—¿Te molestan? —de las seis chicas que quedaban yo era la de la casta más baja, y dudaba que ninguna de ellas tuviera unas manos como las mías.
Brittany se detuvo y se llevó mi mano a la boca, besándome las puntas de los dedos.
—Al contrario. Me parecen hasta bonitos —dijo. Sentí que me ruborizaba—. He visto el mundo (es cierto, en su mayor parte a través de un cristal antibalas, o desde la torre de algún castillo antiguo), pero lo he visto. Y tengo acceso a las respuestas de mil preguntas. Pero esta manita… —me miró a los ojos—.
Esta manita crea sonidos que no se pueden comparar con nada de lo que haya oído antes. A veces creo que el día que tocaste el violín no fue más que un sueño; fue precioso. Estos callos son la prueba de que fue de verdad.
En ocasiones me hablaba de un modo tan romántico, tan conmovedor, que resultaba difícil de creer.
Pero aunque aquellas palabras me llegaban al corazón, nunca estaba completamente segura de poder confiar en ellas. ¿Cómo podía saber que no les decía esas cosas tan dulces también a las otras chicas?
Tuve que cambiar de tema.
—¿De verdad tienes la respuesta a mil preguntas?
—Por supuesto. Pregúntame lo que quieras. Si no sé la respuesta, sabré dónde encontrarla.
—¿Cualquier cosa?
—Cualquier cosa.
Era difícil pensar en alguna pregunta allí mismo, y mucho más en algo que le pillara desprevenida, que era lo que yo pretendía. Tardé un momento en pensar en las cosas que más curiosidad me suscitaban cuando era niña. En cómo volaban los aviones. En cómo era Estados Unidos. En cómo funcionaban los pequeños reproductores de música que usaban las castas más altas.
Y entonces se me ocurrió.
—¿Qué es Halloween?
—¿Halloween?
Era evidente que nunca había oído hablar de ello. No me sorprendía. Yo solo había visto aquella palabra en un viejo libro de historia de mis padres. El libro estaba desgastado hasta el punto de que tenía partes ilegibles, páginas arrancadas o destruidas. Aun así, siempre me había fascinado que mencionara una fiesta de la que no sabíamos nada.
—Ya no estás tan segura, ¿eh, su «listeza real»? —le pinché.
Puso una cara que dejaba claro que su malhumor era fingido. Miró el reloj y tomó aliento.
—Ven conmigo. Tenemos que darnos prisa —dijo, agarrándome de la mano y echando a correr.
Trastabillé un poco con mis zapatos, que eran de tacón bajo, pero conseguí seguirle. Me llevaba a la parte trasera del palacio. Sonreía con ganas. Me encantaba ver aquella versión despreocupada de Brittany; con demasiada frecuencia se ponía muy seria.
—Caballeros —saludó, cuando pasamos corriendo junto a los guardias de la puerta.
Conseguí llegar a mitad del pasillo, pero ya no podía más con aquellos zapatos.
—¡Brittany, para! —dije, jadeando—. ¡No puedo seguirte!
—Venga, venga, esto te va a encantar —insistió, tirándome del brazo mientras yo bajaba el ritmo. Por fin paró ella también, pero estaba claro que deseaba ir más rápido.
Nos dirigimos hacia el pasillo norte, cerca de la zona donde se grababa el Report de cada semana, pero antes de llegar allí nos metimos en una escalera. Subimos y subimos. No podía contener más mi curiosidad.
—¿Dónde vamos?
Se giró y me miró, poniéndose serio de pronto.
—Tienes que jurarme que nunca revelarás la existencia de esta salita. Solo unos cuantos miembros de la familia y un puñado de guardias saben que existe.
—Por supuesto —prometí, más que intrigada.
Llegamos al final de las escaleras. Brittany me abrió la puerta. Volvió a cogerme de la mano y me llevó por el pasillo. Se detuvo frente a una pared que estaba cubierta en su mayor parte por un cuadro imponente. Miró hacia atrás para asegurarse de que no había nadie y luego metió la mano tras el marco, por el extremo más alejado. Oí un ruidito y la pintura giró hacia nosotras.
Me quedé sin aliento. Brittany sonrió.
Tras la pintura había una puerta que no llegaba al suelo y que tenía un pequeño teclado, como el de un teléfono. Brittany marcó unos números y se oyó un leve pitido. Giró la manilla y se volvió hacia mí.
—Déjame que te ayude. El escalón es bastante alto —dijo. Me dio la mano y me hizo pasar delante.
Me quedé de piedra.
La sala, sin ventanas, estaba cubierta de estanterías llenas de lo que parecían ser libros antiguos. Dos de los estantes contenían libros con curiosas líneas diagonales rojas en los lomos, y vi un enorme atlas apoyado en una pared, abierto por una página que mostraba el contorno de un país desconocido para mí.
En el centro había una mesa con unos cuantos libros que parecían haberse usado recientemente, y que habían dejado allí para tenerlos más a mano. Y por fin, empotrada en una de las paredes, había una gran pantalla que parecía un televisor.
—¿Qué significan las bandas diagonales? —pregunté, intrigada.
—Son libros prohibidos. Por lo que yo sé, deben de ser los únicos ejemplares que quedan en Illéa.
Me giré hacia ella, preguntando con la mirada lo que no me atrevía a decir en voz alta.
—Sí, puedes mirarlos —dijo, con un tono que dejaba claro que no le gustaba la idea, pero que tenía claro que se lo iba a pedir.
Cogí uno de los libros con cuidado, aterrada ante la posibilidad de que pudiera destruir sin querer un tesoro único. Hojeé las páginas, pero acabé dejándolo en su sitio inmediatamente. Estaba demasiado impresionada.
Me giré y me encontré a Brittany tecleando en algo que parecía una máquina de escribir plana unida a una pantalla.
—¿Qué es eso? —pregunté
—Un ordenador. ¿Nunca has visto uno?
Sacudí al cabeza. Brittany no se mostró demasiado sorprendido.
—Ya no queda mucha gente que los tenga. Este está programado específicamente para la información contenida en esta sala. Si hay algo sobre Halloween, nos dirá dónde está.
No estaba muy segura de entender lo que me decía, pero no le pedí explicaciones. Al cabo de unos segundos, su búsqueda produjo una lista de tres puntos en la pantalla.
—Oh, excelente —exclamó—. Espera aquí.
Me quedé junto a la mesa, mientras Brittany buscaba los tres libros que nos revelarían lo que era Halloween. Esperaba que no fuera alguna estupidez y que el esfuerzo no fuera en balde.
El primer libro definía Halloween como una fiesta celta que marcaba el final del verano. Para no demorar más la búsqueda, no quise mencionar que no tenía ni idea de lo que significaba «celta». Decía que creían que en Halloween los espíritus entraban y salían de este mundo, y que la gente se disfrazaba para ahuyentar a los malos. Más tarde se convirtió en una fiesta secular, sobre todo para niños, que se disfrazaban e iban por sus pueblos cantando canciones y recibiendo dulces como recompensa, lo que dio pie a la frase «truco o trato», ya que hacían un truco para conseguir el trato y llevarse los dulces.
El segundo libro lo definía como algo similar, solo que mencionaba las calabazas y el cristianismo.
—Este será el más interesante —afirmó Brittany, hojeando un libro mucho más fino que los otros y escrito a mano.
—¿Y eso? —pregunté, acercándome para ver mejor.
—Este, Lady Santana, es uno de los volúmenes de los diarios personales de Gregory Illéa.
—¿Qué? —exclamé—. ¿Puedo tocarlo?
—Primero déjame que encuentre la página que estamos buscando. ¡Mira, incluso hay una foto! Y allí, como un espejismo, vi una imagen de un pasado desconocido que mostraba a Gregory Illéa con expresión seria, un traje impecable y una postura rígida. Era curioso, pero su pose me recordaba mucho al rey y a Brittany. A su lado, una mujer esbozaba una sonrisa a la cámara. Había algo en su rostro que daba a entender que en otro tiempo debía de haber sido preciosa, pero sus ojos habían perdido el brillo. Parecía cansada. A los lados de la pareja había tres personas más. La primera era una chica adolescente, guapa y llena de vida, que sonreía con ganas, con un vestido ampuloso y una corona. ¡Qué gracia! Iba disfrazada de princesa. Y luego había dos chicos, uno algo más alto que el otro, y ambos vestidos de personajes que no reconocí. Parecían estar a punto de hacer alguna travesura. Bajo la imagen había un comentario sorprendente, escrito de puño y letra del propio Gregory Illéa:
Este año los niños han celebrado Halloween con una fiesta. Supongo que es una forma de olvidar lo que pasa a su alrededor, pero a mí me parece frívolo. Somos una de las pocas familias que quedan que tienen dinero para hacer algo festivo, pero este juego de niños me parece tirar el dinero.
—¿Crees que ese es el motivo de que ya no lo celebremos? ¿Porque es tirar el dinero? —le pregunté.
—Podría ser. Por la fecha, esto fue justo después de que los Estados Americanos de China empezaran a contraatacar, justo antes de la Cuarta Guerra Mundial. En aquella época, la mayoría de la gente no tenía nada. Imagínate todo un país de Sietes y un puñado de Doses.
—Vaya —dije, intentando imaginar cómo sería un país así, destrozado por la guerra, intentando recomponerse. Era increíble.
—¿Cuántos diarios como ese hay?
Brittany señaló en dirección a un estante con una serie de volúmenes similares al que teníamos en las manos.
—Una docena, más o menos.
No podía creérmelo. ¡Toda esa historia en una sola sala!
—Gracias —dije—. Es algo que nunca habría soñado ver. No me puedo creer que exista todo esto.
Ella estaba pletórica.
—¿Te gustaría leer el resto? —ofreció, indicando el diario.
—¡Sí, claro! —exclamé, casi gritando de la emoción—. Pero no me puedo quedar; tengo que acabar de repasar ese rollo de informe. Y tú tienes que volver al trabajo.
—Es verdad. Bueno, a ver qué te parece esto: te llevas el libro y me lo devuelves dentro de unos días.—
¿Eso se puede hacer? —pregunté, anonadada.
—No —respondió ella, sonriendo.
Vacilé, asustada al pensar en el valor de lo que tenía en las manos. ¿Y si lo perdía? ¿Y si lo estropeaba? Seguro que ella estaba pensando lo mismo. Pero nunca más tendría una oportunidad como aquella. Podía hacer un esfuerzo especial por ser cuidadosa. Aquello lo merecía.
—Vale. Solo un día o dos, y luego te lo devuelvo.
—Escóndelo bien.
Y eso hice. Era más que un libro lo que me jugaba; era la confianza de Brittany. Lo metí en el hueco del taburete de mi piano, bajo un montón de partituras. Era un sitio donde mis doncellas no limpiaban nunca. Las únicas manos que lo tocarían serían las mías.

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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 12:50 am



Capítulo 4



—¡Soy un caso perdido! —se lamentó Rachel.
—No, no, lo estás haciendo muy bien —mentí.
Llevaba más de una semana dándole clases de piano a diario, y lo cierto es que daba la impresión de que lo hacía cada vez peor. ¡Por Dios, si aún estábamos practicando escalas! Falló una nota más, y yo no pude evitar hacer una mueca.
—¡Pero si no hay más que verme! —exclamó—. Lo hago fatal. Lo mismo daría que tocara con los codos.
—Deberíamos probarlo. A lo mejor con los codos funciona mejor.
—Me rindo —dijo con un suspiro—. Lo siento, Santana, has tenido mucha paciencia conmigo, pero odio oírme tocar así. Suena como si el piano estuviera enfermo.
—De hecho, suena más bien como si estuviera agonizando.
Rachel se echó a reír, y yo con ella. Cuando me había pedido que le diera clases, poco podía imaginarme que supondría aquella tortura para los oídos. Dolorosa, pero, eso sí, divertida.
—¿No se te dará mejor el violín? El violín tiene un sonido precioso —sugerí.
—No lo creo. Con la suerte que tengo, lo destrozaría —dijo. Se puso en pie y se dirigió hacia mi escritorio, donde estaban los papeles que se suponía que teníamos que leer, apartados en un extremo. Mis doncellas, siempre tan detallistas, nos habían traído té y galletitas.
—Bueno, tampoco pasaría nada. Ese violín es de palacio. Podrías tirárselo a Kitty a la cabeza, si quisieras.
—No me tientes —repuso ella, sirviendo el té—. Voy a echarte de menos, Santana; no sé lo que haré cuando no podamos vernos cada día.
—Bueno, Brittany está muy indecisa, así que de momento no tienes que preocuparte por eso.
—No lo sé —contestó, poniéndose seria de pronto—. No es que lo haya dicho directamente, pero yo sé que estoy aquí porque le gusto al público. Ahora que la mayoría de las chicas se han ido, la opinión pública no tardará mucho en cambiar, y cuando tengan otra favorita, me mandará a casa.
Tenía que medir mis palabras, aunque esperaba que me explicara el motivo de la distancia que había puesto entre ellas dos, pero no quería que se cerrara de nuevo en banda.
—¿Y tú lo llevas bien? Lo de renunciar a Brittany, quiero decir.
Ella se encogió de hombros.
—No estamos hechas la una para la otra. No me importa quedarme fuera del concurso, pero la verdad es que no quiero marcharme. Además, no querría acabar con una mujer que está enamorada de otra persona.
Me puse tensa de pronto.
—¿Y de quién…?
La mirada que tenía Rachel en los ojos era de triunfo, y la sonrisa que ocultaba tras su taza de té decía: «¡Te pillé!».
Y me había pillado.
De pronto me di cuenta de que la idea de que Brittany pudiera estar enamorada de otra me ponía tan celosa que no podía soportarlo. Y al momento, al comprender que Rachel estaba hablando de mí, me sentí infinitamente más tranquila.
Había levantado un muro tras otro, burlándome de Brittany y alabando los méritos de las otras chicas, pero era evidente que Rachel había sabido leer entre líneas.
—¿Por qué no has acabado ya con esto, Santana? —me preguntó, con dulzura—. Sabes que te quiere.
—Eso nunca lo ha dicho —le aseguré, y era cierto.
—Claro que no —constató, como si fuera tan obvio—. Está intentando conquistarte con todas sus fuerzas, y cada vez que se te acerca tú te la quitas de encima. ¿Por qué?
¿Cómo iba a decírselo? ¿Cómo iba a confesarle que, aunque mis sentimientos por Brittany iban volviéndose cada vez más profundos (más de lo que yo pensaba, parecía), había alguien más a quien no podía quitarme de la cabeza?
—Supongo… que no estoy segura —dije. Confiaba en Rachel; de verdad. Pero era más seguro para las dos que no lo supiera.
Ella asintió. Daba la impresión de que se daba cuenta de que había algo más, pero no me presionó.
Fue casi reconfortante, esa aceptación mutua de nuestros secretos.
—Encuentra el modo de decidirte. El hecho de que no esté hecha para mí no quiere decir que Brittany no sea estupenda. Odiaría que la perdieras por puro miedo.
Una vez más tenía razón. Tenía miedo. Miedo de que los sentimientos de Brittany no fueran todo lo genuinos que parecían, miedo de lo que significaría para mí ser princesa, miedo de perder a Danni.
—Hablando de algo más banal —dijo Rachel por fin, dejando la taza de té en el plato—, toda esa charla de ayer sobre bodas me hizo pensar en algo.
—¿Sí?
—¿Querrías ser…, bueno, ya sabes…, mi dama de honor? Quiero decir, si me caso algún día.
—Oh, Rachel, claro, me encantaría. ¿Y tú serías la mía? —le pregunté, tendiéndole las manos, que ella me cogió, feliz.
—Pero tú tienes hermanas. ¿No les sentaría mal?
—Lo entenderán. ¿Lo harás? ¡Por favor!
—¡Claro que sí! No me perdería tu boda por nada del mundo —dijo, dando por sentado que mi boda sería el acontecimiento del siglo.
—Prométeme que, aunque me case con un Ocho miserable en un callejón perdido, estarás ahí.
Ella me miró con incredulidad, como si estuviera segura de que eso no pasaría nunca.
—Aunque sea así. Lo prometo.
No me pidió que le hiciera una promesa del mismo estilo, por lo que, una vez más, me pregunté si no habría otro Cuatro esperándola en su casa. Pero no quería presionarla. Estaba claro que las dos guardábamos secretos; pero Rachel era mi mejor amiga, y habría hecho cualquier cosa por ella.
Aquella noche esperaba pasar un rato con Brittany. Rachel había hecho que me cuestionara muchas de mis acciones. Y de mis pensamientos. Y de mis sentimientos.
Tras la cena, cuando nos pusimos en pie para salir del comedor, crucé una mirada con Brittany y me tiré de la oreja. Era nuestra señal secreta para indicar que queríamos vernos, y raramente nos negábamos. Pero esa noche ella respondió con un gesto de disculpa y articuló la palabra «trabajo». Puse mi cara de decepción y me despedí con un mínimo movimiento de la mano.
Quizá fuera lo mejor. La verdad era que necesitaba pensar unas cuantas cosas con respecto a ella.
Cuando giré la esquina y llegué a mi habitación, Danni estaba allí de nuevo, de guardia. Me miró de arriba abajo, admirando el ceñido vestido verde que resaltaba de un modo asombroso mis pocas curvas.
Sin decir palabra, pasé por delante de ella. Antes de que pudiera poner la mano en el pomo de la puerta, me rozó suavemente la piel del brazo.
Fue un contacto breve, y sentí aquella necesidad, el anhelo que Danni solía despertar en mí. Solo con mirar sus ojos, color esmeralda, ansiosos y profundos, las rodillas empezaron a temblarme.
Entré en mi habitación lo más rápido que pude, torturada por aquella sensación. Afortunadamente, apenas tuve tiempo de pensar en los sentimientos que me despertaba, porque en el momento en que se cerró la puerta aparecieron mis doncellas, dispuestas a prepararme para ir a dormir. Mientras parloteaban y me cepillaban el pelo, intenté vaciar la mente de cualquier pensamiento.
Era imposible. Tenía que escoger. Danni o Brittany.
Pero ¡¿cómo iba a decidirme entre las dos posibilidades?! ¿Cómo iba a tomar una decisión que, en cualquier caso, en parte me destrozaría? Me consolé pensando que aún tenía tiempo. Aún tenía tiempo.













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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 12:51 am



Capítulo 5



—Bueno, Lady Kitty, ¿dice usted que la tropa no basta, y que debería aumentarse el número de reclutamientos? —preguntó Kurt Humel, moderador de los debates que se organizaban en el Illéa Capital Report y la única persona que entrevistaba a la familia real.
Nuestros debates del Report eran pruebas, y nosotras lo sabíamos. Aunque Brittany no tenía un plazo límite, el público no veía la hora de que el grupo fuera reduciéndose, y yo notaba que también el rey, la reina y sus asesores sentían lo mismo. Si queríamos quedarnos, teníamos que cumplir con nuestro papel, cuando y dondequiera que nos lo pidieran. Yo estaba encantada de haberme quitado de encima aquel informe tan pesado sobre la tropa. Recordaba parte de las estadísticas, así que tenía buenas posibilidades de dar una buena impresión aquella noche.
—Exactamente, Kurt. La guerra en Nueva Asia dura ya años. Creo que si en un par de reemplazos aumentáramos la cantidad de soldados reclutados, contaríamos con el número suficiente para ponerle fin.
No soportaba a Kitty. Había conseguido que echaran a una de las chicas, había arruinado el cumpleaños de Kriss el mes anterior y en una ocasión me había intentado destrozar el vestido, literalmente. Como era una Dos, se consideraba superior al resto de nosotras. La verdad es que yo no sabía cuántos soldados había en Illéa, pero ahora que sabía qué opinaba Kitty, tenía claro que mi postura era la contraria.
—No estoy de acuerdo —dije, con la máxima elegancia que pude.
Kitty se giró hacia mí, agitando su larga melena sobre los hombros. De espaldas a la cámara no tenía ningún problema en soltarme aquella mirada desafiante.
—Ah, Lady Santana, ¿cree usted que aumentar el número de soldados es mala idea? —preguntó Kurt.
Sentí que me sonrojaba y el calor en las mejillas.
—Los Doses se pueden permitir pagar para evitar el reclutamiento, así que estoy segura de que Lady Kitty nunca ha visto lo que supone para algunas familias perder a sus únicos hijos varones. Reclutar a más de esos chicos podría ser desastroso, especialmente para las castas más bajas, que suelen tener familias más numerosas y que, para sobrevivir, necesitan a todos los miembros que puedan trabajar.
Rachel, a mi lado, me hizo un gesto cómplice. Kitty contraatacó.
—Bueno, entonces, ¿qué vamos a hacer? No estarás sugiriendo que nos sentemos a esperar mientras estas guerras se alargan interminablemente.
—No, no. Por supuesto que quiero que la guerra acabe en Illéa —respondí. Hice una pausa para ordenar las ideas y miré a Brittany en busca de apoyo. El rey, a su lado, parecía molesto. Necesitaba cambiar de argumento, así que solté lo primero que me vino a la mente—. ¿Y si fuera voluntario?
—¿Voluntario? —preguntó Kurt.
Kitty y Natalie hicieron un ruidito despreciativo con la boca, lo que empeoró aún más las cosas. Pero entonces me lo pensé mejor. ¿Tan mala idea era?
—Sí, claro que habría que exigir ciertos requisitos, pero quizá le sacaríamos más partido a un ejército de hombres que deseen realmente ser soldados que a un grupo de chicos que solo hacen lo que pueden para sobrevivir y poder volver a la vida que han dejado atrás.
En el estudio se hizo el silencio mientras la gente se planteaba lo que acababa de decir.
Aparentemente no era ninguna tontería.
—Eso es buena idea —intervino Elise—. Y podríamos ir enviando nuevos soldados cada mes o cada dos meses, según se fueran alistando. Eso animaría a los hombres que llevan sirviendo un tiempo.
—Estoy de acuerdo —añadió Rachel, que no solía extenderse mucho más en sus comentarios. Estaba claro que el debate no le resultaba cómodo.
—Bueno, ya sé que quizás esto suene un poco moderno, pero ¿y si el reclutamiento también estuviera abierto a las mujeres? —comentó Kriss.
Kitty se rió en voz alta.
—¿Quién crees que se apuntaría? ¿Querrías ir tú al campo de batalla? —replicó, con un tono que dejaba patente su incredulidad.
Pero Kriss no se vino abajo:
—No, yo no tengo madera de militar. Pero si he aprendido algo en la Selección —prosiguió, dirigiéndose a Kurt—, es que algunas chicas tienen un tremendo instinto asesino. Que los vestidos de gala no engañen a nadie —apostilló, con una sonrisa.
Ya en mi habitación, dejé que mis doncellas se quedaran conmigo un poco más de lo habitual para que me ayudaran a quitarme aquel montón de horquillas del pelo.
—Me gustó su idea de que el reclutamiento fuera voluntario —dijo Mary, mientras sus hábiles dedos trabajaban sin parar.
—A mí también —añadió Lucy—. Recuerdo lo mal que lo pasaban mis vecinos cuando se llevaban a sus hijos mayores. Y ver que había tantos que no volvían era una pesadilla —dijo, y estaba claro que los recuerdos volvían a hacérsele presentes.
Yo también tenía los míos.
Miriam Carrier era una joven viuda; pero ella y su hija, Aiden, se defendían, los dos juntas. Cuando los soldados se presentaron a su puerta con una carta y una bandera para darle un pésame que no significaba nada para ellos, la mujer se hundió. No podía seguir adelante. Y aunque hubiera podido, no tenía fuerzas para intentarlo siquiera.
Era una Ocho, y a veces la vi pidiendo limosna en la misma plaza donde yo me despedí de Carolina.
Pero yo no tenía nada para darle.
—Lo sé —dije, para consolar a Lucy.
—Creo que Kriss se ha pasado un poco —comentó Anne—. A mí eso de enviar mujeres al frente me parece una idea terrible.
Sonreí al ver su gesto remilgado mientras ella se concentraba en mi cabello.
—Según mi padre, antes las mujeres…
Un repiqueteo en la puerta nos hizo dar un respingo a las cuatro.
—Se me ha ocurrido una cosa —anunció Brittany, entrando sin esperar respuesta. Daba la impresión de que los viernes por la noche tuviéramos una cita fija, tras el Report.
—Alteza —saludaron las doncellas, todas a la vez. A Mary se le cayeron las horquillas, al inclinarse para hacer una reverencia.
—Déjame que te ayude —se ofreció Brittany, acudiendo en ayuda de Mary.
—No hace falta —insistió ella, que se sonrojó y se retiró enseguida. Con menos discreción de la que deseaba, seguramente, miró a Lucy y a Anne con los ojos bien abiertos, indicándoles que salieran de la habitación con ella.
—Ah, eh, buenas noches, señorita —dijo Lucy, tirando del borde del uniforme de Anne para que esta la siguiera.
Una vez solas, Brittany y yo nos echamos a reír. Me giré hacia el espejo y seguí quitándome horquillas del pelo.
—Son muy graciosas —comentó Brittany.
—Es que te admiran mucho.
Ella quitó importancia al comentario con un gesto de modestia.
—Siento haberos interrumpido —dijo, dirigiéndose a mi reflejo en el espejo.
—No pasa nada —respondí, tirando de la última horquilla. Me pasé los dedos por la melena y me la coloqué sobre los hombros—. ¿Estoy bien?
Brittany asintió, haciendo una pausa algo más larga de lo necesario. Luego recuperó la concentración y prosiguió:
—Lo que te decía de esa idea…
—Dime.
—¿Te acuerdas de eso del Halloween?
—Sí. Oh, aún no he leído el diario. Pero está bien escondido —prometí.
—Está bien. Nadie lo echa de menos. Lo que estaba pensando es que… Todos esos libros decían que caía en octubre, ¿no?
—Sí —respondí, sin pensar.
—Pues estamos en octubre. ¿Por qué no celebramos una fiesta de Halloween?
Yo me di media vuelta.
—¿De verdad? Oh, Brittany… ¿Podríamos?
—¿Te gustaría?
—¡Me encantaría!
—He pensado que podríamos encargar que os confeccionaran disfraces a todas las chicas de la Selección. Los guardias que no estén de servicio podrían hacer de bailarines, ya que yo soy uno solo, y no sería justo teneros a todas esperando vuestro turno para bailar. Y podríamos organizar clases de baile la próxima semana, o durante un par de semanas. Tú misma has dicho que a veces no tenéis mucho que hacer durante el día. ¡Y golosinas! Tendremos las mejores golosinas, hechas para la ocasión e importadas. Cuando acabe la noche, querida mía, estarás hinchada como un pavo. Tendremos que sacarte de la pista rodando.
Estaba fascinada.
—Y lo anunciaremos, le diremos a todo el país que lo celebre. Que los niños se disfracen y vayan de puerta en puerta pidiendo golosinas, como antes. A tu hermana eso le encantará, ¿no?
—¡Claro que sí! ¡A todo el mundo!
Ella se quedó pensando un momento, frunciendo los labios.
—¿Tú crees que le gustaría venir a celebrarlo aquí, al palacio?
No me lo podía creer.
—¿Qué?
—En algún momento del concurso se supone que tengo que conocer a los padres de las chicas de la Élite. También podría hacer que vinieran los hermanos y hermanas, coincidiendo con una fiesta como esta, en lugar de esperar…
Aquellas palabras hicieron que me lanzara a sus brazos. Estaba tan contenta con la posibilidad de ver a May y a mis padres que no podía contener mi entusiasmo. Ella me rodeó la cintura con los brazos y se me quedó mirando fijamente a los ojos, entusiasmado. ¿Cómo podía ser que esa persona, alguien que siempre había considerado absolutamente opuesta a mí, diera siempre con todo lo que más ilusión me podía hacer?
—¿Lo dices de verdad? ¿Pueden venir?
—Claro —respondió—. Hace tiempo que tengo ganas de conocerlos, y forma parte del concurso. En cualquier caso, creo que a todas os irá bien ver a vuestras familias.
Cuando estuve segura de que no iba a echarme a llorar, respondí:
—Gracias.
—No hay de qué… Sé que los quieres mucho.
—Es verdad.
Brittany chasqueó la lengua.
—Y está claro que harías prácticamente cualquier cosa por ellos. Al fin y al cabo, participaste en la Selección por ellos.
Di un paso atrás, para dejar un espacio entre nosotras, para verle bien los ojos. No analizó mi reacción; parecía confundida por aquel gesto inconsciente. Yo no podía dejarla así. Tenía que ser absolutamente clara.
—Brittany, ellos son uno de los motivos por los que me quedé al principio, pero no son la razón por la que sigo aquí ahora. Eso lo sabes, ¿verdad? Estoy aquí porque…
—Porque…
Me lo quedé mirando, con su expresión esperanzada. «Díselo, Santana. Díselo ya».
—Porque… —insistió, esta vez con una sonrisa traviesa en los labios, que me hizo ablandarme aún más. Pensé en la conversación que había tenido con Rachel y en cómo me había sentido el otro día, cuando hablamos de la Selección. Me costaba imaginarme a Brittany como mi novia cuando estaba saliendo con otras chicas, pero era algo más que un amigo. Volvió a invadirme aquella sensación ilusionada, aquella esperanza ante la posibilidad de que pudiéramos ser algo especial. Brittany para mí era más de lo que yo me permitía creer. Esbocé una sonrisa pícara y me dirigí hacia la puerta.
—Santana López, vuelve aquí —dijo, y echó a correr hasta ponerse delante de mí, rodeándome la cintura con el brazo, de pie, uno frente al otro—. Dímelo —susurró.
Apreté los labios en un mohín.
—Bueno, pues tendré que recurrir a otro medio de comunicación.
Sin previo aviso, me besó. Me dejé caer un poco hacia atrás sin darme cuenta, apoyando todo el peso en sus brazos. Coloqué las manos sobre su cuello, deseando abrazarla… y de pronto algo cambió en mi mente.
En general, cuando estábamos juntas, todo lo demás desaparecía de mi mente. Pero aquella noche pensé en la posibilidad de que pudiera haber otra persona en mi lugar. Solo de imaginarlo, otra chica en los brazos de Brittany, haciéndole reír, casándose con ella… se me rompía el corazón. No pude evitarlo: me eché a llorar.
—Cariño, ¿qué pasa?
«¿Cariño?» Aquella palabra, tan dulce y personal, me llegó al alma. En aquel momento, todas mis resistencias cedieron. Quería ser su novia, su «cariño». Deseaba ser solo de Brittany.
Aquello podía significar abrir las puertas a un futuro que nunca me había planteado y decir adiós a cosas que nunca había pensado dejar, pero en aquel momento la idea de separarme de ella me parecía insufrible. También era cierto que yo no era la mejor candidata a la corona, pero tampoco sería merecedora de estar en el concurso si no era ni capaz de confesar mis sentimientos.
Suspiré, intentando mantener la compostura.
—No quiero dejar todo esto.
—Si mal no recuerdo, la primera vez que nos vimos dijiste que era como una jaula —sonrió—. Uno se va acostumbrando, ¿eh?
Meneé la cabeza.
—A veces te pones de lo más tonto —dije, y solté una risita ahogada.
Brittany dejó que me echara atrás, lo mínimo para que pudiera mirarle a los ojos.
—No es el palacio, Brittany. No me importan lo más mínimo los vestidos, la cama ni, aunque no te lo creas, la comida.
Brittany se rió. No era ningún secreto que los elaborados manjares que preparaban en el palacio me volvían loca.
—Eres tú —dije—. No quiero dejarte a ti.
—¿A mí?
Asentí.
—¿Me quieres a mí?
Solté una risita nerviosa al ver su expresión de asombro.
—Eso es lo que estoy diciendo.
Por un momento no reaccionó.
—¿Cómo…? Pero… ¿Qué es lo que he hecho?
—No lo sé —repuse, encogiéndome de hombros—. Solo creo que podría funcionar.
Ella sonrió gradualmente.
—Funcionaría de maravilla.
Brittany tiró de mí, más bruscamente de lo que era habitual en ella, y volvió a besarme.
—¿Estás segura? —me preguntó, separándome de nuevo para verme mejor y mirándome con ganas—.
¿Estás segura?
—Si tú estás segura, yo estoy segura.
Por una fracción de segundo, algo cambió en su expresión. Pero pasó tan rápido que incluso me pregunté si, fuera lo que fuera, había sido real o no.
Un instante después me llevó hasta la cama y las dos nos sentamos en el borde, cogiéndonos de las manos mientras yo apoyaba la cabeza en su hombro. Esperaba que dijera algo. Al fin y al cabo, ¿no era eso lo que ella esperaba? Pero no hubo palabras. De vez en cuando soltaba un largo suspiro, y solo con ese suspiro yo ya notaba lo feliz que era. Aquello me ayudó a relajarme un poco.
Al cabo de un rato —quizá porque ninguno de los dos sabía qué decir— levantó la cabeza y se decidió:
—Quizá debería irme. Si vamos a incluir a todas las familias en la fiesta, tendré que hacer planes.
Me separé y sonreí, aún aturdida ante la idea de poder abrazar a mi madre, a mi padre y a May.
—Gracias otra vez.
Nos pusimos en pie y nos dirigimos a la puerta. Yo no le soltaba la mano. Por algún motivo, me asustaba dejarle marchar. Tenía la sensación de que toda aquella situación era muy frágil, de que si me movía demasiado bruscamente podía romperse.
—Te veré mañana —prometió, en un susurro, con la nariz solo a unos milímetros de la mía. Me miró con tal entrega que me sentí tonta por preocuparme—. Eres increíble.
Cuando se fue, cerré los ojos y me puse a recordar cada momento de nuestro breve encuentro: el modo en que me miraba, las sonrisas traviesas, los dulces besos. Pensé en todo ello una y otra vez mientras me preparaba para meterme en la cama, preguntándome si Brittany estaría haciendo lo mismo.
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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 12:52 am



Capítulo 6



—Estupendo, señorita. Siga señalando los diseños, y el resto de ustedes intenten no mirarme —dijo el fotógrafo.
Era sábado, y todas las chicas de la Élite habíamos sido excusadas de pasar el día en la Sala de las Mujeres. A la hora de desayunar, Brittany había hecho su anuncio sobre la fiesta de Halloween; y por la tarde nuestras doncellas habían empezado a trabajar en el diseño de los disfraces, y habían venido fotógrafos para documentar todo el proceso.
Yo intentaba estar natural mientras repasaba los dibujos de Anne, y mis otras doncellas esperaban al otro lado de la mesa con trozos de tela, cajitas de alfileres y una cantidad absurda de plumas.
El flash de la cámara nos iluminó mientras intentábamos dar diferentes opiniones. Justo mientras yo posaba sosteniendo un tejido dorado junto a la cara, llegó una visita.
—Buenos días, señoritas —dijo Brittany, atravesando el umbral.
No pude evitar levantar la cabeza un poco, y sentí que una sonrisa afloraba en mi rostro. El fotógrafo captó ese momento justo antes de girarse hacia Brittany.
—Alteza, siempre es un honor. ¿Le importaría posar con la señorita?
—Será un placer.
Mis doncellas se echaron atrás, Brittany cogió unos bocetos y se situó detrás de mí, con los papeles en una mano, por delante de las dos, y la otra rodeando mi cintura. Aquel contacto significaba mucho para mí. Parecía decir: «¿Lo ves? Muy pronto podré tocarte así delante de todo el mundo. No tienes que preocuparte por nada».
El fotógrafo tomó unas cuantas fotos y luego pasó a la siguiente chica de su lista. Entonces me di cuenta de que mis doncellas se habían retirado sigilosamente y ya no estaban allí.
—Tus doncellas tienen talento —observó Brittany—. Estos diseños son estupendos.
Intenté actuar como siempre hacía con Brittany, pero ahora las cosas eran diferentes, mejores y peores a la vez.
—Lo sé. No podría estar en mejores manos.
—¿Ya te has decidido por alguno? —preguntó, extendiendo los papeles sobre la mesa.
—A todas nos gusta la idea del pájaro. Supongo que es una referencia a mi collar —dije, tocándome la fina cadena de plata. El colgante en forma de ruiseñor era un regalo de mi padre, y yo lo prefería a las ostentosas joyas que nos ofrecían en palacio.
—Siento tener que decírtelo, pero creo que Kitty también ha escogido algo que tiene que ver con pájaros. Parecía muy decidida.
—No pasa nada —respondí, encogiéndome de hombros—. Las plumas tampoco me vuelven loca — de pronto la sonrisa desapareció de mi rostro—. Espera. ¿Has ido a ver a Kitty?
Ella asintió.
—Sí, he pasado un momento a charlar. Y me temo que tampoco me puedo quedar mucho rato aquí. A mi padre no le hace mucha gracia todo esto, pero entiende que mientras dure la Selección hay que organizar fiestas así, para que sea más agradable. Y ha estado de acuerdo en que será un modo mucho mejor de conocer a las familias, teniendo en cuenta las circunstancias.
—¿Qué circunstancias?
—Está deseando que haya alguna eliminación más, y se supone que tendré que descartar a una de las chicas después de conocer a los padres de todas. Por eso a el le parece que, cuanto antes vengan, mejor.
Hasta ese momento no había caído en que parte del plan de la fiesta de Halloween era enviar a alguien a casa. Pensaba que simplemente era una fiesta.
Aquello me puso nerviosa, aunque en mi interior sabía que no había motivo para estarlo. Al menos después de nuestra conversación de la noche anterior. De todos los momentos que había compartido con Brittany, ninguno me había parecido tan auténtico como aquel.
Sin dejar de repasar los bocetos, añadió:
—Bueno, supongo que tendré que acabar la ronda.
—¿Ya te vas?
—No te preocupes, cariño. Te veré en la cena.
«Sí, pero en la cena nos verás a todas», pensé.
—¿Va todo bien? —pregunté.
—Claro —respondió, acercándose para darme un beso rápido. En la mejilla—. Tengo que irme corriendo. Nos vemos pronto.
Y con la misma rapidez que había aparecido, desapareció.
El domingo, cuando apenas faltaba una semana para la fiesta de Halloween, el palacio era un torbellino de actividad.
Las chicas de la Élite pasamos la mañana del lunes con la reina Amberly, probando platos y decidiendo el menú para la fiesta de Halloween. Desde luego, aquella era la tarea más agradable que había tenido que hacer hasta el momento. No obstante, después del almuerzo, Kitty se ausentó unas horas de la Sala de las Mujeres. Cuando volvió, hacia las cuatro, nos anunció a todas:
—Brittany os envía recuerdos.
El martes por la tarde dimos la bienvenida a los parientes de la familia real que acudían a la ciudad para las fiestas. Pero la mañana la habíamos pasado mirando por la ventana, mientras Brittany le daba clases de tiro con arco a Kriss en los jardines.
En las comidas había muchos invitados que habían acudido con antelación, pero muchas veces Brittany faltaba, al igual que Rachel y Natalie.
Me sentí cada vez más incómoda. Había cometido un error confesándole mis sentimientos. Por mucho que dijera, no podía estar tan interesado en mí si su primer instinto era pasar el rato con todas las demás.
El viernes ya había perdido toda esperanza. Tras el Report me encontré sentada ante el piano, en mi habitación, deseando que Brittany apareciera.
No vino.
El sábado intenté no pensar en ello. Por la mañana todas las chicas de la Élite teníamos que salir a recibir a las señoras que iban llegando a palacio, y entretenerlas en la Sala de las Mujeres, y después del almuerzo teníamos práctica de baile.
Yo daba gracias de que en mi familia nos hubiéramos dedicado a la música y al arte en lugar de al baile, porque, a pesar de ser una Cinco, se me daba fatal bailar. La única que lo hacía peor que yo en toda la sala era Natalie. Curiosamente, Kitty era un modelo de gracia y elegancia. Más de una vez los instructores le habían pedido que ayudara a alguna otra chica, lo que había provocado que Natalie casi se torciera el tobillo, gracias a un descuido intencionado de Kitty.
Ella, taimada como una víbora, achacó los problemas de Natalie a su descoordinación. Los profesores la creyeron, y Natalie se lo tomó a broma. Me pareció admirable no dejarse afectar por lo que hiciera Kitty.
Danni había estado allí durante todas las clases. Las primeras veces le había evitado, al no estar muy segura de que quisiera verme con ella. Había oído rumores de que los guardias habían estado cambiándose los horarios con tanta premura que resultaba mareante. Algunos deseaban con desesperación ir a la fiesta, mientras que otros, que tenían novias esperándolos en casa, se encontrarían en una situación muy difícil si se los veía bailando con otras chicas, especialmente porque cinco de nosotras volveríamos a estar libres de compromiso muy pronto y seríamos un muy buen partido.
Pero aquello para mí no era más que un ensayo final, así que cuando Danni se acercó y me ofreció bailar no me negué.
—¿Estás bien? —me preguntó—. Últimamente parece que estás en baja forma.
—Solo estaba cansada —mentí. No podía hablar con ella de mis asuntos con Brittany.
—¿De verdad? —preguntó, escéptica—. Estaba convencida de que eso significaba que se avecinaban malas noticias.
—¿Qué quieres decir? —respondí. ¿Sabría ella algo que yo no sabía?
Ella suspiró.
—Si te estás preparando para decirme que deje de luchar por ti, es algo de lo que no querría ni hablar.
Lo cierto es que no había pensado siquiera en Danni en la última semana. Estaba tan preocupada por mis comentarios fuera de lugar y mis presuposiciones que no había tenido tiempo de pensar en nada más.
Y resultaba que, mientras yo me preocupaba de que Brittany se alejara de mí, Danni estaba preocupada porque yo le hiciera lo mismo a ella.
—No es eso —respondí, ambigua; me sentí culpable.
Ella asintió, satisfecho de momento con aquella respuesta.
—¡Ay!
—¡Ups! —dije yo. Le había pisado sin querer. Tenía que concentrarme un poco más en el baile.
—Lo siento, Sann, pero esto se te da fatal —bromeó, aunque el pisotón que le había dado con el tacón del zapato tenía que haberle dolido.
—Lo sé, lo sé —dije, casi sin aliento—. Hago lo que puedo, te lo prometo.
Fui revoloteando por la sala como un alce ciego, pero lo que me faltaba en elegancia lo compensaba con esfuerzo. Danni hacía lo que podía por ayudarme a dar buena impresión, retrasándose un poco en el paso para sincronizarse conmigo. Era algo típico en ella, se pasaba la vida intentando ser mi héroe.
Cuando acabó la última clase al menos ya conocía todos los pasos. No podía prometer que no le diera una enérgica patada a algún diplomático de visita, pero había hecho todo lo que podía. Cuando me lo imaginé, me di cuenta de que era lógico que Brittany se lo pensara. Sería todo un engorro para ella llevarme a otro país, y mucho más recibir a un invitado. Sencillamente, no tenía madera de princesa.
Suspiré y me fui a buscar un vaso de agua. El resto de las chicas se marcharon, pero Danni me siguió.
—Bueno —dijo. Rastreé toda la sala con los ojos para asegurarme de que no había nadie mirando—.
Si no estás preocupada por mí, debo suponer que estarás preocupada por ella.
Bajé la vista y me sonrojé. Me conocía muy bien.
—No es que quiera darle ánimos, ni nada por el estilo, pero, si no se da cuenta de lo increíble que eres, es que es una idiota.
Sonreí, sin apartar la vista del suelo.
—Y si no consigues ser la princesa, ¿qué? Eso no te hace menos increíble. Y ya sabes…, ya sabes…
No conseguía decir lo que quería decir, así que me arriesgué a mirarle a la cara.
En los ojos de Danni encontré mil finales diferentes para aquella frase, y en todos ellos estábamos los dos: que aún me estaba esperando; que me conocía mejor que nadie; que éramos una sola cosa; que unos meses en aquel palacio no podían borrar dos años. Pasara lo que pasara, Danni siempre estaría ahí, a mi lado.
—Lo sé, Danni. Lo sé.
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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 12:52 am


Capítulo 7



Todas las chicas estábamos en línea, en el enorme vestíbulo del palacio, y yo no paraba de dar botecitos sobre las puntas de los pies.
—Lady Santana —susurró Tina, y no hizo falta más para que me diera cuenta de que mi comportamiento era inaceptable. Como tutora principal de la Selección, ella se tomaba todas nuestras acciones muy personalmente.
Intenté controlarme. Envidiaba a Tina y al personal de palacio, incluido el puñado de guardias que se movían por aquel espacio, aunque solo fuera porque a ellos se les permitía caminar. Si hubiera podido hacerlo yo también, estaría mucho más tranquila.
A lo mejor si Brittany estuviera allí la situación sería más soportable. O quizá me habría puesto aún más nerviosa. Seguía sin poder entender por qué; después de todo, no había podido encontrar tiempo para pasarlo conmigo últimamente.
—¡Aquí están! —dijo alguien al otro lado de las puertas de palacio. Yo no era la única que no podía contener mi alegría.
—Muy bien, señoritas —anunció Tina—, ¡quiero un comportamiento exquisito! Criados y doncellas contra la pared, por favor.
Intentábamos ser las jovencitas encantadoras y graciosas que Tina quería que fuéramos, pero en el momento en que entraron los padres de Kriss y Rachel por la puerta, todo se vino abajo. Sabía que ambas eran todavía unas niñas, y era evidente que sus padres las echaban demasiado de menos como para mantener las formas. Entraron corriendo y gritando, y Rachel abandonó la formación sin pensárselo un momento.
Los padres de Kitty mantenían mejor la compostura, aunque resultaba evidente que estaban encantados de ver a su hija. Ella también rompió filas, pero de un modo mucho más civilizado que Rachel. A los padres de Natalie y de Elise ni siquiera los vi, porque de pronto apareció como un rayo una figura bajita con una melena pelirroja y mirada ansiosa.
—¡May!
Ella me oyó, vio que agitaba el brazo y vino corriendo a mi encuentro, con papá y mamá tras ella. Me arrodillé en el suelo y la abracé.
—¡Sann! ¡No me lo puedo creer! —exclamó, con un tono entre la admiración y la envidia—. ¡Estás preciosa!
Yo no podía ni hablar. Casi no podía ni verla, por la cantidad de lágrimas que me cubrían los ojos.
Un momento más tarde sentí el abrazo firme de mi padre envolviéndonos a las dos. Luego mamá, abandonando su habitual recato, se unió a nosotras, y nos cerramos en una piña sobre el suelo de palacio.
Oí un suspiro. Seguro que era de Tina, pero en aquel momento no me importaba.
—Estoy tan contenta de que hayáis venido… —dije por fin cuando recobré el aliento.
—Nosotras también, pequeña. No te imaginas lo mucho que te hemos echado de menos —dijo papá, y sentí el beso que me dio en la cabeza.
Me giré para poder abrazarlo mejor. Hasta aquel momento no me había dado cuenta de lo mucho que necesitaba verlos. Abracé a mi madre. Me sorprendía que estuviera tan callada. No me podía creer que aún no me hubiera pedido un informe detallado de mis progresos con Brittany. Pero cuando la solté, vi las lágrimas en sus ojos.
—Estás preciosa, cariño. Pareces una princesa.
Sonreí. Era un alivio que por una vez no me cuestionara ni me diera instrucciones. En aquel momento, simplemente estaba contenta, y eso me llenaba de felicidad. Porque yo también lo estaba.
Observé que los ojos de May se posaban en algo a mis espaldas.
—Ahí está —dijo ella, en un susurro.
—¿Eh? —pregunté, mirándola. Me giré y vi a Brittany, que nos observaba desde detrás de la gran escalera. Sonreía, divertida, mientras se acercaba a nosotras, aún apiñados en el suelo.
Mi padre se puso en pie inmediatamente.
—Alteza —le saludó, con un tono de admiración en la voz.
Brittany se le acercó con la mano tendida.
—Señor López, es un honor. He oído hablar mucho de usted. Y de usted también, señora López — dijo, acercándose a mi madre, que también se había puesto en pie y se había alisado el pelo.
—Alteza —reaccionó ella, algo azorada—. Discúlpenos por la escena —añadió, señalando al suelo, donde aún estábamos May y yo, abrazándonos con fuerza.
Brittany chasqueó la lengua y sonrió.
—No tienen que disculparse. No esperaba menos entusiasmo, teniendo en cuenta que son la familia de Lady Santana —dijo. Yo estaba segura de que mamá me exigiría que le explicara aquello más tarde
—. Y tú debes de ser May.
May se sonrojó y le tendió la mano, esperando que ella se la estrechara, pero Brittany se la besó.
—Al final no tuve ocasión de darte las gracias por no llorar.
—¿Cómo? —preguntó mi hermana, ruborizándose aún más de vergüenza.
—¿No te lo dijeron? —respondió Brittany, con tono desenfadado—. Gracias a ti conseguí mi primera cita con tu encantadora hermana. Siempre estaré en deuda contigo.
May soltó una risita nerviosa.
—Bueno, pues… de nada, supongo.
Brittany puso las manos tras la espalda y recuperó la compostura.
—Me temo que debo dejarles para ir a ver a los demás, pero, por favor, quédense aquí un momento.
Voy a hacer un breve anuncio al grupo. Y espero tener ocasión de hablar un poco más con ustedes muy pronto. Estoy encantada de que hayan venido.
—¡Es aún más guapa en persona! —susurró May en voz alta, y por el ligero movimiento que hizo con la cabeza Brittany, estaba claro que lo había oído.
Ella se fue a saludar a la familia de Elise, que sin duda era la más refinada de todas. Sus hermanos mayores estaban rígidos como los guardias, y sus padres le hicieron una reverencia cuando la vieron acercarse. Me pregunté si Elise les habría dicho que lo hicieran o si simplemente eran así. Todos tenían una complexión fina, estaban impecables e iban vestidos perfectamente. Hasta el cabello de todos ellos, parecía ir conjuntado.
A su lado, Natalie y su hermana menor, que era guapísima, hablaban entre susurros con Kriss, mientras los padres de ambas se saludaban. Una energía cálida invadía toda la estancia.
—¿Qué quiere decir con eso de que esperaba entusiasmo por nuestra parte? —me preguntó mamá en voz baja—. ¿Es porque le gritaste la primera vez que le viste? Eso no lo has vuelto a hacer, ¿verdad?
Suspiré.
—En realidad, mamá, discutimos bastante a menudo.
—¿Qué? —replicó, y se quedó con la boca abierta—. ¡Bueno, pues deja de hacerlo!
—Ah, y una vez le di un golpe en el abdomen.
Tras un instante de silencio, May soltó una carcajada. Se tapó la boca e intentó contenerse, pero la risa se abría paso en una serie de ruidos raros e incontenibles. Papá apretaba los labios, pero era evidente que también estaba a punto de escapársele la risa.
Mamá estaba más pálida que la nieve.
—Santana, dime que es una broma. Dime que no agrediste a la princesa.
No podría decir por qué, pero la palabra «agredir» fue la gota que colmó el vaso, y May, papá y yo estallamos hasta quedar doblados de la risa.
—Lo siento, mamá —fue todo lo que pude decir.
—Por Dios bendito… —soltó ella. De pronto parecía que tenía mucho interés en conocer a los padres de Rachel, y yo no la detuve.
—Así que le gustan las chicas que le plantan cara —apuntó papá una vez recuperada la calma—.
Ahora me gusta más.
Pasó la mirada por la sala, observando el palacio, y yo me quedé allí, intentando asimilar todo lo que decía. ¿Cuántas veces, en los años en que habíamos salido en secreto Danni y yo, habían coincidido mi padre y ella en la misma estancia? Al menos una docena. Quizá más. Y nunca me había preocupado que Danni le gustara o no. Sabía que le costaría darme su consentimiento para que me casara con alguien de una casta inferior, pero siempre supuse que al final me daría permiso.
Por algún motivo, esto resultaba mil veces más tenso. Aunque Brittany fuera un Uno, aunque pudiera mantenernos a todos, de pronto caí en la cuenta de que cabía la posibilidad de que a mi padre no le gustara.
Papá no era un rebelde, de los que van por ahí quemando casas, ni nada por el estilo. Pero yo sabía que no le gustaba cómo llevaban el país. ¿Y si hacía extensiva sus objeciones políticas a Brittany? ¿Y si decidía que no era la persona ideal para mí?
Antes de que pudiera seguir dándole vueltas a la cabeza, Brittany subió unos escalones para tenernos a todos a la vista.
—Quiero darles las gracias a todos de nuevo por haber venido. Estamos encantados de que estén en palacio, no solo para celebrar el primer Halloween de Illéa desde hace décadas, sino también para que les podamos conocer a todos. Lamento que mis padres no hayan podido venir a recibirles, pero los conocerán muy pronto.
»Las madres, las hermanas y las señoritas de la Élite están invitadas a tomar el té con mi madre esta tarde en la Sala de las Mujeres. Sus hijas las llevarán hasta allí. Y los caballeros pueden venir a fumarse un puro con mi padre y conmigo. Un mayordomo irá a buscarles, así que no teman; no se perderán.
»Las doncellas les acompañarán a las habitaciones que ocuparán durante su visita, y les proporcionarán todo lo que necesiten para su estancia, así como para la celebración de esta noche.
Nos saludó a todos con la mano y se fue. Casi inmediatamente apareció una doncella a nuestro lado.
—¿Señor y señora López? He venido a acompañarles a usted y a su hija a sus aposentos.
—¡Pero yo quiero quedarme con Santana! —protestó May.
—Cariño, estoy segura de que el rey nos habrá asignado una habitación tan bonita como la de
Santana. ¿No quieres verla? —la animó mi madre.
May se giró hacia mí.
—Yo quiero vivir exactamente igual que tú. Aunque solo sea unos días. ¿No me puedo quedar contigo?
Suspiré. De modo que tendría que renunciar a un poco de intimidad durante unos días. Bueno, ¿qué le iba a hacer? Con aquella carita delante, no podía decir que no.
—Está bien. A lo mejor así, con las dos en la habitación, mis doncellas tendrán por fin algo que hacer
—accedí.
Ella me abrazó tan fuerte que al momento me alegré de haber cedido.
—¿Qué más has aprendido? —preguntó papá.
Le cogí del brazo; no me acostumbraba a verlo con traje. Si no lo hubiera visto mil veces con su bata sucia de pintor, habría dicho que había nacido para ser un Uno. Con aquel traje estaba guapísimo, y parecía más joven. Incluso parecía más alto.
—Creo que ya te dije todo lo que nos enseñaron sobre nuestra historia, que el presidente Wallis fue el último líder de lo que era Estados Unidos, y que luego presidió los Estados Americanos de China. Yo no sabía nada de el. ¿Tú sí?
Papá asintió.
—Tu abuelo me habló de el. Creo que era un buen tipo, pero no pudo hacer gran cosa cuando la situación se puso mal.
Yo no había podido conocer la verdad sobre la historia de Illéa hasta que llegué al palacio. Por algún motivo, la historia del origen de nuestro país era algo que se transmitía oralmente. Había oído versiones diferentes, y ninguna era tan completa como la que me habían explicado en los últimos meses.
Estados Unidos fue invadido a principios de la Tercera Guerra Mundial, después de que no pudiera pagar la enorme deuda contraída con China. Como Estados Unidos no tenía el dinero necesario, China instauró un Gobierno en el país, y creó los Estados Americanos de China, y usó a los estadounidenses como mano de obra. Al final estos se rebelaron (no solo contra China, sino también contra Rusia, que intentaba hacerse con la mano de obra creada por China) y se unió a Canadá, México y muchos otros países latinoamericanos para formar un país. Eso dio pie a la Cuarta Guerra Mundial y, aunque sobrevivimos a ella y fue el origen de un nuevo estado, las consecuencias económicas fueron devastadoras.
—Brittany me dijo que justo antes de la Cuarta Guerra Mundial la gente prácticamente no tenía de nada.—
Así es. En parte, por eso es tan injusto el sistema de castas. La mayoría no tenía gran cosa que ofrecer, y eso hizo que muchos acabaran en las castas más bajas.
En realidad no quería seguir hablando de eso con papá, porque sabía que podía acabar de muy mal humor. No es que no tuviera razón —el sistema de castas era injusto—, pero aquella visita era un motivo de alegría, y no quería estropearlo hablando de cosas que no podíamos cambiar.
—Aparte de alguna clase de historia, la mayoría son clases de etiqueta. Ahora nos están introduciendo un poco en la diplomacia. Creo que dentro de poco tendremos que aplicar esos conocimientos, por eso nos están apretando tanto. Bueno, las chicas que se queden tendrán que hacerlo.
—¿Las que se queden?
—Parece que una de nosotras se volverá a casa con su familia. Brittany tiene que eliminar a una después de conoceros a todos.
—No pareces muy contenta. ¿Crees que te mandará a casa?
Me encogí de hombros.
—Venga… A estas alturas ya debes de saber si le gustas o no. Si le gustas, no tienes que preocuparte.
Si no, ¿por qué ibas a querer quedarte?
—Supongo que tienes razón.
Papá se detuvo.
—¿Y cuál de las dos cosas es?
Hablar de aquello con mi padre resultaba incómodo, pero tampoco me habría gustado hacerlo con mi madre. Y May seguro que entendía aún menos a Brittany que yo misma.
—Creo que le gusto. Eso dice.
Papá se rió.
—Bueno, entonces estoy seguro de que irá bien.
—Pero la última semana ha estado un poco… distante.
—Santana, cariño, es el princesa. Habrá estado ocupada aprobando leyes, o cosas así.
No sabía cómo explicarle que me daba la impresión de que Brittany buscaba tiempo para estar con las demás. Era demasiado humillante.
—Supongo.
—Y hablando de leyes, ¿ya has aprendido todo lo que hay que saber de eso? ¿Ya sabes redactar proposiciones de ley?
Aquel tema tampoco me parecía fascinante, pero al menos no suponía hablar de chicos.
—No, aún no. Pero hemos estado leyendo muchas. A veces me cuesta entenderlas. Tina, la mujer de abajo, es una especie de guía, de tutora. Intenta explicarnos las cosas. Y Brittany se muestra muy amable si le hago preguntas.
—¿Ah, sí? —dijo papá, aparentemente contento de oír aquello.
—Oh, sí. Creo que para ella es importante que todas sintamos que podemos ser personas de éxito, ¿sabes? Así que nos lo explica todo muy bien. Incluso… —me quedé pensando. Se suponía que no tenía que hablar de la sala de los libros. Pero se trataba de mi padre—. Escucha, tienes que prometerme que no dirás nada de lo que te voy a contar.
El chasqueó la lengua.
—La única persona con la que hablo es con tu madre, y los dos sabemos que no sabe guardar secretos, así que te prometo que no se lo diré. Solté una risita. Me resultaba imposible imaginarme a mi madre guardándose algo para sí misma.
—Puedes confiar en mí, pequeña —dijo, rodeándome con un brazo.
—¡Hay una habitación, una sala secreta, y está llena de libros, papá! —le confesé en voz baja, comprobando que no hubiera nadie alrededor—. Están los libros prohibidos y esos mapas del mundo, los viejos, con todos los países como eran antes. ¡Papá, yo no sabía que antes había tantos! Y también hay un ordenador. ¿Alguna vez has visto uno de verdad?
El meneó la cabeza, impresionado.
—Es asombroso. Escribes lo que quieres, y el ordenador busca por todos los libros de la sala y lo encuentra.
—¿Cómo?
—No lo sé, pero así es como Brittany descubrió lo que era Halloween. Incluso… —volví a levantar la mirada y a escrutar toda la sala. Estaba segura de que papá no hablaría a nadie de la biblioteca, pero me pareció que decirle que tenía uno de esos libros secretos en mi habitación era demasiado.
—¿Incluso qué?
—Una vez me dejó sacar uno, solo para mirarlo.
—¡Vaya, qué interesante! ¿Y qué leíste? ¿Me lo puedes contar?
Me mordí el labio.
—Era uno de los diarios personales de Gregory Illéa.
Papá se quedó con la boca abierta y tardó un momento en recuperarse.
—Santana, eso es increíble. ¿Qué decía?
—Bueno, no lo he acabado. Sobre todo me interesaba descubrir qué era lo de Halloween.
El se quedó pensando un momento en mis palabras y luego meneó la cabeza.
—¿Por qué estás tan preocupada, Santana? Es evidente que Brittany confía en ti.
Suspiré; me sentía como una tonta.
—Supongo que tienes razón.
—Sorprendente —murmuró—. ¿Así que hay una sala secreta por aquí, en algún lugar? —dijo, mirando las paredes de un modo completamente diferente.
—Papá, este lugar es una locura. Hay puertas y paneles por todas partes. No me extrañaría que, si giráramos ese jarrón, se abriera una trampilla bajo nuestros pies.
—Hmmm —respondió, divertido—. Entonces iré con mucho cuidado al volver a mi habitación.—Pues, hablando de eso, creo que no deberías tardar. Tengo que llevarme a May para que se prepare para el té con la reina.
—Ah, sí, tú siempre con tus tés y tu reina… —bromeó—. Muy bien, cariño. Te veré en la cena.
Bueno…, ¿por donde tendré que ir para no acabar en alguna guarida secreta? —se preguntó en voz alta, extendiendo los brazos a modo de escudo protector mientras se alejaba. Cuando llegó a la escalera, tanteó primero la barandilla—. Es para asegurarme, ya sabes.
—Gracias, papá —dije, sacudiendo la cabeza, y me volví a mi habitación.
Me costaba no ir corriendo por los pasillos. Estaba tan contenta de que mi familia hubiera venido que casi no podía contenerme. Si Brittany no me expulsaba, iba a ser más duro que nunca separarme de ellos.
Giré la esquina de mi habitación y vi que la puerta estaba abierta.
—¿Cómo era? —oí que preguntaba May, al acercarme.
—Muy guapa. Al menos a mí me lo parecía. Tenía el cabello un poco ondulado, y siempre se le descontrolaba —dijo Lucy. Las dos soltaron una risita—. Unas cuantas veces pude pasarle incluso los dedos entre su cabello. A veces pienso en eso. Aunque ahora no tanto como antes.
Me acerqué de puntillas. No quería molestarlas.
—¿Aún le echas de menos? —preguntó May, con su habitual curiosidad por los chicos.
—Cada vez menos —admitió Lucy, con una pequeña chispa de esperanza en la voz—. Cuando llegué aquí, pensé que me moriría del dolor. No dejaba de pensar en cómo huir del palacio y volver con ella, pero eso no iba a ocurrir. Yo no podía dejar a mi padre, y aunque consiguiera rebasar los muros, no tenía modo de encontrar el camino.
Sabía algo del pasado de Lucy, que su familia se había ofrecido como servicio a una familia de
Treses a cambio del dinero que necesitaban para pagar una operación que debían hacerle a la madre de Lucy, que acabó muriendo. Cuando la señora de la casa descubrió que su hijo estaba enamorado de Lucy, la vendió a ella y a su padre a la casa real.
Eché un vistazo por la rendija de la puerta y vi a May y a Lucy sobre la cama. Las puertas del balcón estaban abiertas, y el delicioso aire de Angeles entraba por ellas. Mi hermanita encajaba en el palacio a la perfección, con aquel vestido de día que le sentaba estupendamente, mientras estaba ahí, haciéndole trencitas a Lucy, que llevaba la melena suelta. Era la primera vez que la veía sin su moño de siempre. Así estaba preciosa, joven y desenfadada.
—¿Cómo es estar enamorada? —preguntó May.
Eso me dolió. ¿Por qué no me lo había preguntado nunca a mí? Luego recordé que nunca le había contado que estuviera enamorada.
Lucy esbozó una sonrisa triste.
—Es lo más maravilloso y lo más terrible que te puede suceder —dijo, simplemente—. Sabes que has encontrado algo sorprendente, y quieres que te dure toda la vida; y a partir de entonces, te pasas cada segundo temiendo el momento en que puedas llegar a perderlo.
Suspiré en silencio. Tenía toda la razón.
El amor es un miedo precioso.
Yo no quería dejarme llevar y pensar demasiado en pérdidas, así que entré.
—¡Lucy! ¡Qué cambio!
—¿Le gusta? —preguntó, tocándose las finas trenzas.
—Es estupendo. May también me solía hacer trenzas. Se le da muy bien.
—¿Qué otra cosa podía hacer? —objetó mi hermana, encogiéndose de hombros—. No podíamos permitirnos tener muñecas, así que tenía que usar a Ames.
—Bueno —dijo Lucy, girándose hacia ella—, mientras estés aquí, tú serás nuestra muñequita. Anne,
Mary yo te vamos a poner más guapa que la reina.
May ladeó la cabeza.
—Nadie es más guapa que la reina —replicó. Luego se giró rápidamente hacia mí—. No le digas a mamá que he dicho eso.
—No lo haré —respondí, con una risita—. Pero ahora tenemos que prepararnos. Es casi la hora del té.
May se puso a dar palmas de la emoción y se colocó delante del espejo. Lucy se recogió el pelo en su moño habitual, pero sin deshacer las trenzas, y se puso la cofia encima, para taparlo. Seguro que le habría gustado dejarse el pelo como estaba un ratito más.
—Oh, ha llegado una carta para usted, señorita —dijo Lucy, entregándome un sobre con toda delicadeza.
—Gracias —respondí, sin poder disimular la sorpresa. Casi todas las personas de las que podía esperar noticias estaban ya conmigo. Abrí el sobre y leí la breve nota, escrita con una caligrafía que me era muy familiar.
Santana:
Aunque tarde, me ha llegado la noticia de que las familias de la Élite
han sido invitadas al palacio, y de que papá, mamá y May han ido a verte.
Sé que Kenna está en una fase demasiado avanzada del embarazo como
para viajar, y que Gerard es demasiado pequeño, pero no consigo entender
por qué no se me ha hecho extensiva la invitación. Soy tu hermano,
Santana.
Lo único que se me ocurre es que papá haya decidido excluirme. Desde luego, espero que no fueras tú. Tú y yo podemos conseguir grandes cosas. Nuestras posiciones pueden resultarnos muy útiles mutuamente. Si alguna vez vuelven a ofrecerte algún otro privilegio especial para la familia, no te olvides de mí, Santana. Podemos ayudarnos el uno al otro. ¿No le habrás hablado de mí a la princesa? Es simple curiosidad.
Espero tus noticias,
KOTA

Me planteé hacer una bola con la carta y tirarla a la papelera. Pensaba que Kota ya habría superado su obsesión por ascender de casta y que se conformaría con el éxito que tenía. Pero parecía que no. Metí la carta en el fondo de un cajón y decidí olvidarme de ella por completo. Sus celos no iban a estropearme la visita familiar.
Lucy llamó a Anne y a Mary, y todas nos lo pasamos estupendamente bien con los preparativos. La vitalidad de May nos ponía de buen humor, y hasta me sorprendí a mí misma cantando mientras nos cambiábamos. Poco después apareció mamá para preguntarnos qué tal estaba.
Pues estupenda, por supuesto. Era más bajita y tenía más curvas que la reina, pero así vestida estaba igual de elegante. Cuando bajamos, May me agarró del brazo. Parecía triste.
—¿Qué te pasa? ¿No te hace ilusión ir a ver a la reina?
—Sí. Es solo que…
—¿Qué?
Soltó un suspiro.
—¿Cómo se supone que voy a volver a ponerme pantalones de trabajo después de esto?
El ambiente estaba muy animado, y todas las chicas irradiaban energía. La hermana de Natalie, Lacey, tenía más o menos la edad de May, y ambas se sentaron a charlar en un rincón. La verdad es que Lacey se parecía mucho a su hermana. Físicamente, ambas eran delgadas, rubias y preciosas. Pero mientras que May y yo éramos polos opuestos, Natalie y Lacey también se parecían en el carácter.
Aunque diría que esta era un poquito menos voluble que su hermana, menos alocada.
La reina fue pasando ante todas, hablando con las madres, haciendo preguntas con su habitual dulzura. Como si la vida de alguna de nosotras pudiera ser tan interesante como la suya. Yo estaba en un grupito, escuchando como la madre de Elise hablaba de su familia, en Nueva Asia; entonces May reclamó mi atención tirándome del vestido.
—¡May! —le susurré—. ¿Qué estás haciendo? ¡No puedes hacer eso, especialmente con la reina delante!
—¡Tienes que ver esto! —insistió.
Gracias a Dios, Tina no estaba allí. Tendría toda la razón de censurar a May un comportamiento como aquel, aunque ella no tenía por qué saberlo.
Me llevó hasta la ventana y señaló al exterior.
—¡Mira!
Miré más allá de los arbustos y las fuentes, y vi dos siluetas. La primera era la de mi padre, que explicaba o preguntaba algo, moviendo las manos para expresarse mejor. La segunda era la de Brittany, que se detenía a pensar antes de responder. Caminaban lentamente, y a veces mi padre se metía las manos en los bolsillos, o Brittany se llevaba las manos a la espalda. Hablaran de lo que hablaran, la conversación parecía importante.
Me giré. Las mujeres aún seguían enfrascadas en su charla con la reina, y no parecía que nadie nos hubiera visto. Brittany se detuvo, se situó frente a mi padre y le habló con decisión. No parecía que lo hiciera en un tono agresivo o rabioso, pero sí decidido. Papá hizo una pausa y le tendió la mano. Brittany sonrió y se la estrechó con ganas. Un momento después ambos parecían aliviados, y papá le dio una palmadita en el hombro. Aquello hizo que la chica se pusiera algo rígida. No estaba acostumbrado a que le tocaran. Pero luego papá le rodeó los hombros con el brazo, como solía hacer conmigo y con Kota, con todos sus hijos.
Y me dio la impresión de que a Brittany aquello le gustó mucho.
—¿De qué iba eso? —pregunté en voz alta.
May se encogió de hombros.
—No sé, pero parecía importante.
—Pues sí.
Esperamos a ver si Brittany mantenía una conversación similar con el padre de alguna otra de las chicas; pero, si lo hizo, no fue en los jardines.
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Activo Re: Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/ LA ELEGIDA / TERMINADO

Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 12:53 am


Capítulo 8



La fiesta de Halloween fue tan maravillosa como había prometido Brittany. Cuando entré en el Gran Salón con May al lado, me quedé impresionada ante la belleza de lo que tenía delante. Todo era dorado.
Los elementos decorativos de las paredes, los brillantes cristales de las lámparas de araña, las copas, los platos y hasta la comida. Era imponente.
Por el equipo de música sonaban melodías populares, pero en un rincón había una pequeña banda esperando el momento de tocar las canciones con las que bailaríamos las danzas tradicionales que habíamos aprendido. Por toda la sala había cámaras (fotográficas y de vídeo). Sin duda aquello centraría la programación de todos los canales de Illéa al día siguiente. Aquella fiesta no tenía parangón. Por un momento me pregunté cómo sería en Navidad, si es que yo aún seguía en palacio para entonces.
Todo el mundo llevaba unos disfraces espléndidos. Rachel iba vestida de ángel y bailaba con la soldado Fabrey. Incluso lucía unas alas que flotaban a su espalda; parecían hechas de papel iridiscente. Kitty llevaba un vestido corto hecho de plumas, con un gran penacho en la cabeza que dejaba claro que era un pavo real.
Kriss estaba junto a Natalie, y parecía que se habían puesto de acuerdo. El cuerpo del vestido de
Natalie estaba cubierto de flores, y la falda era vaporosa, de tul azul. El vestido de Kriss era dorado, como la sala, y estaba cubierto de hojas, formando una cascada. Supuse que representaban la primavera y el otoño. La idea era original.
Elise había recurrido a la tradición asiática de su tierra. Su vestido de seda era una versión aumentada de los modelos que solía llevar, más sobrios. Las mangas, drapeadas, creaban un efecto muy llamativo, y me impresionó lo bien que caminaba con el elaborado tocado que llevaba. Elise no solía destacar, pero esa noche tenía un aspecto magnífico, casi regio.
Por toda la sala había familiares y amigos, también disfrazados, al igual que los guardias. Vi un jugador de béisbol, un vaquero, uno con traje y una placa que decía KURT HUMEL , y uno que hasta se había atrevido a vestirse de mujer. Unas cuantas chicas lo rodearon, sin poder contener la risa. Pero muchos de los guardias llevaban simplemente su uniforme de gala, que consistía en unos pantalones blancos impecables y una chaqueta azul. Llevaban guantes pero no gorro, detalle que permitía distinguirlos de los guardias que estaban de servicio, y que permanecían distribuidos por todo el perímetro de la sala.
—Bueno, ¿qué te parece? —le dije a May, pero cuando me giré vi que ya se había ido a explorar entre la multitud.
Me reí para mis adentros mientras escrutaba la sala, intentando descubrir su vaporoso vestido.
Cuando me dijo que quería ir a la fiesta disfrazada de novia («como las que vemos en la tele»), yo había pensado que sería una broma. Pero estaba absolutamente adorable con su velo y todo.
—Hola, Lady Santana —me susurró alguien al oído.
Di un respingo y me giré, y vi a Danni vestida de uniforme, a mi lado.
—¡Me has asustado! —exclamé, llevándome la mano al corazón, como si así pudiera hacer que fuera más lento.
Danni chasqueó la lengua.
—Me gusta tu disfraz —dijo, sonriente.
—Gracias. A mí también —Anne me había convertido en una mariposa. Mi vestido iba ceñido por delante, y por atrás se abría en un tejido vaporoso negro que flotaba a mi alrededor. Un antifaz en forma de alas me tapaba los ojos, lo que me otorgaba un aire misterioso.
—¿Por qué no te has disfrazado? —le pregunté—. ¿No podías haber pensado en algo?
—Prefiero el uniforme —dijo ella, encogiéndose de hombros.
—Oh.
Me parecía un desperdicio no aprovechar aquella ocasión tan buena para hacer una extravagancia.
Danni tenía aún menos ocasiones que yo para eso. ¿Por qué no sacarles partido?
—Solo quería saludarte y ver cómo estabas.
—Estoy bien —me apresuré a responder. Me sentía muy incómoda.
—Ah —contestó ella, aunque no parecía satisfecha—. Pues entonces estupendo.
Quizá tras el pequeño discurso que me había soltado el otro día esperaba otro tipo de respuesta, pero aún no estaba preparada para decir nada. Me saludó con una reverencia y se fue junto a otro guardia, que la abrazó como a un hermano. Me pregunté si entre los guardias se crearían los vínculos de familiaridad que yo había trabado con las chicas de la Selección.
Un momento más tarde, Rachel y Elise vinieron a mi encuentro y me arrastraron hasta la pista de baile. Mientras bailaba, intentando no golpear a nadie, vi que Danni estaba al borde de la pista, hablando con mamá y con May. Mamá le pasaba la mano sobre la manga, como si quisiera alisársela, y May estaba radiante. Me imaginaba que le estarían diciendo lo guapa que estaba con el uniforme, lo orgullosa que estaría su madre si hubiera podido verle. Ella sonrió; era evidente que también estaba encantada. Danni y yo éramos una rareza: una Cinco y un Seis que habían abandonado sus monótonas vidas por la vida de palacio. La Selección me había cambiado tanto la vida que a veces se me olvidaba la suerte que tenía.
Bailé en un corro con algunas de las otras chicas y con los guardias hasta que la música se apagó.
Entonces el DJ dijo:
—¡Señoritas de la Selección, caballeros de la guardia, amigos y familiares de la familia real, den la bienvenida al rey Pearce, a la reina Amberly y al princesa Brittany S.Pearce!
La banda se puso a tocar enérgicamente, y todos recibimos a los reyes y a la princesa con una reverencia. El rey iba vestido de rey, solo que de otro país. Yo no entendía muy bien el significado del disfraz. La reina lucía un vestido de un azul tan profundo que casi parecía negro, cubierto con pedrería que brillaba intensamente. Parecía un cielo nocturno. Y Brittany llevaba un disfraz de pirata casi cómico: jirones en los pantalones, una camisa amplia y un pañuelo atado sobre la cabeza. Para crear un mayor efecto, no se había afeitado desde hacía uno o dos días, y una sombra de vello rubio le cubría la parte inferior del rostro, como una sonrisa.
El DJ nos pidió que hiciéramos sitio en la pista, y el rey y la reina inauguraron el baile. Brittany se quedó a un lado, junto a Kriss y Natalie, susurrándoles algo a una y luego a la otra, y haciéndolas reír.
Por fin vi que recorría la sala con la mirada. Yo no podía saber si me buscaba con la vista o no, pero tampoco quería que me pillara mirándola. Me coloqué bien la falda del vestido y dirigí la vista a mis padres. Parecían encantados.
Pensé en la Selección: parecía una locura, pero desde luego su éxito era indiscutible; el rey Pearce y la reina Amberly estaban hechos el uno para el otro. Ella parecía enérgico, y ella lo compensaba con aquella personalidad suya, tan calmada. Era de esa clase de personas que escuchan, y daba la impresión de que ella siempre tenía algo que decir. Aunque todo aquel montaje pudiera parecer arcaico y falso, funcionaba.
¿Se habrían distanciado alguna vez durante la Selección del mismo modo que yo sentía que Brittany se estaba separando de mí? ¿Por qué no había hecho ni un intento de verme entre tantas citas con el resto de las chicas? Quizá por eso había estado hablando con papá, para explicarle por qué había tenido que olvidarse de mí. Brittany era una persona educada, así que eso sería algo muy propio de ella.
Escruté con la mirada a los presentes, buscando a Danni. Mientras tanto, vi que papá había llegado, por fin, y que mamá y ella estaban cogidos del brazo, en el otro extremo de la sala. May estaba junto a Rachel, justo delante de ella. Rachel le pasaba los brazos por encima del pecho desde atrás, en un gesto fraternal, y los vestidos blancos de ambas brillaban a la luz de las lámparas. No me sorprendió en absoluto que las dos hubieran congeniado tan bien en un solo día. Suspiré. ¿Dónde estaba Danni?
Como último recurso, miré hacia atrás. Ahí estaba, justo detrás de mi hombro, a la espera de mi reacción, como siempre. Cuando nuestras miradas se cruzaron, me lanzó un guiño rápido, y aquello me puso de pronto de mejor humor.
Cuando el rey y la reina acabaron su baile, todos ocupamos la pista. Los guardias se entremezclaron con las chicas y enseguida se formaron parejas de baile. Brittany aún seguía a un lado de la pista, con Kriss y Natalie. Yo aún albergaba la esperanza de que viniera a pedirme un baile. Desde luego, yo no quería pedírselo.
Haciendo un esfuerzo por mantener la compostura, me alisé el vestido y me acerqué a ella. Decidí que al menos le daría la ocasión de pedírmelo. Crucé la pista para integrarme en su conversación. Cuando por fin estuve lo suficientemente cerca como para hacerlo, Brittany se giró hacia Natalie.
—¿Querrías bailar conmigo? —le preguntó.
Ella soltó una risita y se echó la rubia melena hacia un lado como si aquello fuera lo más obvio del mundo, y yo pasé a su lado sin detenerme, con la mirada fija en una mesa cubierta de bombones, como si aquel hubiera sido mi destino en todo momento. Me quedé de espaldas a la sala mientras probaba el delicioso chocolate, esperando que nadie se fijara en el rojo intenso que cubría mis mejillas.
Media docena de canciones más tarde, el soldado Fabrey apareció a mi lado. Al igual que Danni, había optado por vestirse de uniforme.
—Lady Santana —me dijo, con una reverencia—, ¿me concedería este baile?
Tenía una voz cálida y enérgica, y su entusiasmo me pilló desprevenida. Cogí su mano casi sin pensarlo.
—Por supuesto, soldado —respondí—. Aunque debo advertirle que no se me da muy bien.
—No pasa nada. Iremos con calma —respondió, con una sonrisa tan sincera que de pronto dejé de preocuparme por mi falta de destreza y le seguí a la pista encantada.
La pieza que nos tocó era animada, en consonancia con su estado de ánimo. Ella no dejó de hablar, y me costó seguirle el paso. Y eso que íbamos a tomárnoslo con calma.
—Parece que ya se ha recuperado del susto después de que la atropellara de ese modo —bromeó.
—Lástima que el atropello no me dejara ninguna lesión —le contesté—. Con una pierna entablillada al menos no tendría que bailar.
Ella se rió.
—Me alegro de que sea tan divertida como dicen. He oído que también es una de las favoritas del princesa —dijo, como si aquello fuera de dominio público.
—Eso no lo sé —me defendí. En parte me fastidiaba que la gente dijera esas cosas. Aunque, por otro lado, estaba deseando que fuera cierto.
Por encima del hombro del soldado Fabrey vi que Danni bailaba con Kitty; se me hizo un nudo en el estómago.
—Parece que tiene buena relación con casi todo el mundo. Me han dicho incluso que durante el último ataque se llevó a sus doncellas al refugio de la familia real. ¿Es eso cierto? —parecía atónita. En aquel momento a mí me había parecido absolutamente lógico proteger a las chicas a las que tanto quería, pero los demás lo vieron como una excentricidad, incluso como un gesto irresponsable.
—No podía abandonarlas —me justifiqué.
Ella meneó la cabeza, admirada.
—Desde luego es usted una verdadera dama, señorita.
—Gracias —dije, ruborizándome.
Al acabar la canción estaba sin aliento, así que me senté a una de las muchas mesas que había repartidas por la sala. Bebí un poco de ponche de naranja y me di aire con una servilleta, mirando cómo bailaban los demás. Encontré a Brittany con Elise. Iban trazando círculos y parecían muy contentas. Ya había bailado con Elise dos veces, y a mí aún no me había venido a buscar.
Tardé un rato en encontrar a Danni en la pista, entre tantos soldados de uniforme, pero por fin la localicé en una esquina, hablando con Kitty, y vi cómo ella se despedía con un guiño y una sonrisa pícara.
¿Quién se pensaba que era? Me puse en pie, dispuesta a pararle los pies, pero entonces me di cuenta de lo que eso significaría para Danni y para mí, así que volví a sentarme y seguí dando sorbitos al ponche. No obstante, cuando acabó aquella canción, me puse en marcha y me situé lo bastante cerca de Danni como para que pudiera sacarme a bailar.
Y lo hizo, lo cual estuvo bien, porque la verdad es que no habría podido esperar mucho más.
—¿Y eso a qué venía? —le pregunté, sin levantar la voz pero con un tono que dejaba claro mi enfado.
—¿A qué venía el qué?
—¡Kitty te ha sobado de arriba abajo!
—Alguien está celosa… —dijo, canturreándome al oído.
—¡Venga ya! Se supone que eso no puede hacerlo: ¡va contra las normas!
Miré alrededor para asegurarme de que nadie detectara la confianza con la que estábamos hablando, en especial mis padres. Vi a mamá sentada, charlando con la madre de Natalie. Papá había desaparecido.
—Tiene gracia que lo digas tú —me respondió, alzando la mirada al techo—. Si no estamos juntas, no puedes decirme con quién puedo hablar y con quién no.
Hice una mueca.
—Tú sabes que eso no es así.
—¿Y cómo es? —susurró ella—. No sé si se supone que tengo que esperar a que te decidas o si debo dejarte —sacudió la cabeza—. Yo no quiero rendirme, pero si no hay motivo para la esperanza, dímelo.
Era evidente el esfuerzo que hacía para mantener la calma, y la tristeza que reflejaba su voz. A mí también me dolía. Hablar de poner fin a lo nuestro me provocaba un dolor lacerante en el pecho.
Suspiré y confesé:
—Me está evitando. Sí, me saluda, pero últimamente se dedica mucho a quedar con las otras chicas.
A lo mejor ni le gustaba; debo de habérmelo imaginado.
Ella paró de bailar un momento, asombrada ante lo que estaba oyendo. Enseguida volvió a coger el paso y me escrutó el rostro un momento.
—No me había dado cuenta de lo que estaba pasando —dijo en voz baja—. Quiero decir… que tú sabes que quiero estar contigo, pero no quiero que lo pases mal.
—Gracias —respondí, y me encogí de hombros—. Más que nada, me siento tonta.
Danni tiró un poco de mí, manteniendo, de todos modos, una distancia respetuosa, aunque fuera contra su voluntad.
—Créeme, Sann, cualquier hombre que deje pasar la ocasión de estar contigo es un estúpido.
—Tú querías dejarme —le recordé.
—Por eso lo sé —respondió, con una sonrisa. Era todo un alivio que pudiéramos bromear sobre aquello.
Miré por encima del hombro de Danni y vi a Brittany bailando con Kriss. Otra vez. ¿Es que no iba a sacarme a bailar ni una sola vez?
—¿Sabes qué me recuerda este baile? —dijo Danni de pronto.
—No. Dime.
—El decimosexto cumpleaños de Fern Tally.
Lo miré como si estuviera loco. Recordaba muy bien aquel aniversario de Fern. Era una Seis, y a veces nos ayudaba cuando la madre de Danni estaba demasiado ocupada para hacernos un hueco. Aquel cumpleaños fue unos siete meses después de que Danni y yo hubiéramos empezado a salir.
Las dos estábamos invitados, y en realidad no fue una fiesta. Pastel y agua, con la radio encendida porque no tenía discos, y unas luces tenues en el sótano donde vivía precariamente. Pero lo importante es que se trataba de la primera fiesta a la que asistía que no fuera una celebración «familiar». Éramos un grupo de chicos del barrio, metidos en una habitación, y era emocionante. No obstante, no se podía comparar con el esplendor del ambiente en el que nos encontrábamos en aquel momento.
—¿En qué iba a parecerse esta fiesta a aquella? —pregunté, incrédula.
Danni tragó saliva y contestó:
—Bailamos. ¿Te acuerdas? Yo estaba orgullosísima de tenerte allí, entre mis brazos, delante de otras personas. Aunque parecía como si te hubiera dado una parálisis —dijo, y me guiñó el ojo.
Aquellas palabras me llegaron al alma. Me acordaba de aquello. La emoción de aquel momento me había durado semanas.
En un instante, mil secretos invadieron mi mente; mil secretos que Danni y yo habíamos creado y protegido todo aquel tiempo: los nombres que habíamos escogido para nuestros hijos imaginarios, nuestra casa en el árbol, aquel punto donde solía hacerle cosquillas, en la nuca, las notas que nos escribíamos y escondíamos, mis infructuosos intentos por hacer jabón casero, las partidas de tres en raya que jugábamos con los dedos sobre su vientre…, partidas en las que al final no nos acordábamos de nuestros movimientos invisibles…, partidas en las que siempre me dejaba ganar.
—Dime que me esperarás. Si me esperas, Sann, lo demás se puede arreglar —dijo, susurrándome al oído. La música cambió, y sonó una canción tradicional. Un soldado que estaba allí cerca me pidió que bailara con el. Y me dejé llevar, y Danni y yo nos quedamos sin respuestas.
La noche fue pasando, y no podía evitar lanzar miradas a Danni de vez en cuando. Aunque intentaba que no pareciera algo intencionado, estaba segura de que si alguien se hubiera fijado lo habría descubierto, en particular mi padre, si es que seguía en la sala. Pero me daba la impresión de que le interesaba más visitar el palacio que bailar.
Intenté distraerme con la fiesta; es probable que hubiera bailado ya con todo el mundo salvo con Brittany. Estaba sentada, dando un respiro a mis agotados pies, cuando oí su voz a mi lado.
—¿Milady? —dijo. Yo me giré—. ¿Me concede este baile?
Aquella sensación, aquella sensación indescriptible, me atravesó. Pese a sentirme abandonada, pese a lo mal que lo había pasado, cuando me lo ofreció tuve que decir que sí.
—Claro.
Me cogió de la mano y me sacó a la pista. La banda empezaba a tocar una lenta. De pronto me sentí eufórica. Ella no parecía disgustada ni incómoda. Al contrario, Brittany me abrazó situándose tan cerca de mí que hasta podía oler su colonia y sentir el roce de su barba corta contra la mejilla.
—Ya me estaba preguntando si íbamos a bailar o no —le solté, adoptando un tono desenfadado.
—Estaba esperando esta canción —dijo Brittany, acercándose aún más a mí—. He estado dedicándome a las otras chicas para cumplir, así que ya he acabado con mis obligaciones y puedo disfrutar del resto de la velada contigo.
Me ruboricé, como cada vez que me decía algo así. A veces sus palabras eran como versos de una poesía. Después de lo que había pasado la semana anterior, no pensé que volviera a hablarme así. Ellapulso se me aceleró.
—Estás preciosa, Santana. Demasiada guapa para ir del brazo de un pirata desaliñado.
Solté una risita tonta.
—¿Y de qué ibas a vestirte tú para que hiciera juego con mi disfraz? ¿De árbol?
—Por lo menos, de alguna clase de arbusto.
Volví a reírme.
—¡Pagaría por verte disfrazada de arbusto!
—El año que viene —prometió.
—¿El año que viene? —dije, mirándole a los ojos.
—¿Te gustaría? ¿Qué celebráramos otra fiesta de Halloween el año que viene?
—¿Y yo estaré aquí el año que viene?
Brittany dejó de bailar.
—¿Por qué no ibas a estar?
Me encogí de hombros.
—Llevas evitándome toda la semana, quedando con las otras chicas. Y… te he visto hablar con mi padre. Pensé que le estarías exponiendo las razones por las que tendrías que expulsar a su hija —tragué saliva. No estaba dispuesta a llorar en medio de la pista.
—Santana.
—Ya lo pillo. Alguna tiene que irse, yo soy una Cinco, y Rachel es la favorita del público…
—Santana, para —dijo ella, con suavidad—. He sido uns idiota. No tenía ni idea de que te lo tomarías así. Pensé que te sentías segura en tu posición.
¿Me estaba perdiendo algo? Brittany suspiró.
—La verdad es que estaba intentando darles una oportunidad a las otras chicas, para ser justa. Desde el principio solo he tenido ojos para ti, te quería a ti —afirmó. Yo me ruboricé—. Cuando me dijiste lo que sentías, me invadió tal alivio que no acababa de creérmelo. Aún me cuesta aceptar que fue real. Te sorprenderías de las pocas veces que consigo lo que quiero de verdad —sus ojos ocultaban algo, una tristeza que no estaba dispuesta a compartir. Pero se la quitó de encima y siguió explicándose, moviéndose de nuevo al ritmo de la música—. Tenía miedo de haberme equivocado, de que pudieras cambiar de opinión en cualquier momento. He estado buscando alguna alternativa aceptable, pero lo cierto es que… —Brittany me miró a los ojos, sin titubear—. Lo cierto es que eres la única que me interesa. A lo mejor es que no estoy prestando la atención necesaria, o quizás es que no son las chicas indicadas para mí. Eso no importa. Solo sé que te quiero a ti. Y eso me aterra. He estado esperando que tú te echaras atrás, que solicitaras dejar el concurso.
Tardé un rato en recuperar el aliento. De pronto, veía todo lo ocurrido los últimos días de otro color.
Comprendía la sensación que tenía Brittany: la de que todo aquello era demasiado bueno como para ser verdad, como para poder confiar en ello. Era la misma que tenía yo a diario con ella.
—Brittany, eso no va a suceder —le susurré, con los labios pegados a su cuello—. En todo caso, puede ser que tú te des cuenta de que no soy lo suficientemente buena para ti.
Ella tenía los labios pegados a mi oreja.
—Cariño, eres perfecta.
Con el brazo que tenía detrás de su espalda le empujé hacia mí, y ella hizo lo mismo, hasta que estuvimos más cerca la una de la otra de lo que habíamos estado nunca. En el fondo me daba cuenta de que estábamos en una sala llena de gente, que en algún rincón estaría mi madre, probablemente a punto de desmayarse ante aquella imagen, pero no me importaba. En aquel momento, me sentía como si fuéramos las dos únicas personas en el mundo.
Eché la cabeza atrás para mirar a Brittany, y me di cuenta de que tendría que limpiarme los ojos, ya que los tenía cubiertos de lágrimas. Pero eran unas lágrimas que me gustaban.
Brittany me lo explicó todo:
—Quiero que nos tomemos nuestro tiempo. Cuando anuncie la expulsión, mañana, el público y mi padre se quedarán más tranquilos, pero no quiero presionarte en absoluto. Quiero que veas la suite de la princesa. De hecho, está al lado de la mía —dijo, bajando la voz. Por algún extraño motivo, la idea de tenerla tan cerca me hizo sentir cierta debilidad—. Creo que deberías empezar por decidir qué es lo que quieres meter en ella. Quiero que te sientas perfectamente cómoda. También tendrás que escoger algunas doncellas más, y si querrás que tu familia se instale en el palacio, o en algún sitio próximo.
De pronto, de lo más profundo de mi corazón me llegó un susurro: «¿Y Danni, qué?». Pero estaba tan absorta por lo que decía Brittany que apenas lo oí.
—Muy pronto, cuando convenga poner fin a la Selección, cuando te proponga matrimonio, quiero que no te suponga ningún problema decir «sí». Te prometo que haré todo lo que esté en mi mano desde hoy y hasta ese momento para que así sea. Todo lo que necesites, todo lo que quieras… Tú solo tienes que decirlo, y yo haré todo lo que pueda por ti.
Estaba sobrecogida. Me entendía perfectamente, lo nerviosa que me ponía aquel compromiso, lo mucho que me asustaba convertirme en princesa. Iba a concederme todo el tiempo que pudiera y, mientras tanto, me iba a agasajar en todo lo posible. Otra vez no podía creer que aquello me estuviera sucediendo justo a mí.
—Eso no es justo, Brittany —murmuré—. ¿Y yo? ¿Qué se supone que voy a darte a cambio?
Ella sonrió.
—Lo único que quiero es que me prometas que te quedarás conmigo, que serás mía. A veces me da la impresión de que no puedes ser de verdad. Prométeme que no me dejarás.
—Claro. Te lo prometo.
Apoyé la cabeza en su hombro y seguimos bailando, lentamente, canción tras canción. En un momento dado, mis ojos se cruzaron con los de May, y daba la impresión de que se fuera a morir de felicidad al vernos juntas. Mamá y papá no dejaron de mirarnos. Ella meneó la cabeza, como diciendo: «Y tú que te pensabas que te iba a echar…».
De pronto se me ocurrió algo.
—¿Brittany? —dije, girándome hacia ella.
—¿Sí, cariño?
Sonreí al oír eso de «cariño».
—¿Por qué estabas hablando con mi padre?
Brittany sonrió.
—Le he comunicado mis intenciones. Y deberías saber que lo aprueba plenamente, siempre que tú seas feliz. Al parecer, esa era su única preocupación. Le he asegurado que haré todo lo que pueda para que lo seas, y le he dicho que me parecía que ya eras feliz.
—Y lo soy.
Sentí que Brittany hinchaba el pecho.
—Entonces, tanto tu padre como yo tenemos todo lo que necesitamos.
Desplazó la mano ligeramente y la apoyó sobre la parte baja de mi espalda, para que no me separara. Aquel contacto me hizo comprender muchas cosas. Sabía que aquello era de verdad, que estaba sucediendo, que podía creérmelo. Sabía que podía perder las amistades que tenía en palacio, aunque estaba segura de que a Rachel no le importaría lo más mínimo no ganar el concurso. Y sabía que tendría que dejar que el fuego que mantenía vivo por Danni se apagara. Sería un proceso lento, y tendría que contárselo a Brittany.
Porque ahora era suya. Lo sabía. Nunca había estado tan segura.
Por primera vez lo veía claro. Vi el pasillo, los invitados esperando, y Brittany de pie, al final. Con aquel contacto, todo de pronto adquiría sentido.
La fiesta siguió hasta entrada la noche, cuando Brittany nos llevó a las seis al balcón del palacio para que viéramos mejor los fuegos artificiales. Kitty subió los escalones de mármol tambaleándose.
Natalie llevaba puesta la gorra de algún pobre guardia. El champán corría por todas partes, y Brittany estaba celebrando nuestro compromiso de forma prematura con una botella que había cogido para su uso personal.
Cuando los fuegos artificiales iluminaron el cielo, levantó su botella al aire.
—¡Un brindis!
Todas levantamos nuestras copas y esperamos, expectantes. Observé que la copa de Elise estaba manchada del pintalabios oscuro que llevaba, e incluso Rachel tenía una copa en la mano, aunque ella solo le daba sorbitos, sin beber apenas.
—Por todas estas bellas damas. ¡Y por mi futura esposa! —exclamó Brittany.
Las chicas brindaron sonoramente, pensando cada una que aquel brindis sería para ella, pero yo sabía que no era así. Cuando todas retiraron sus copas, me quedé mirando a Brittany —mi casi prometida—, y ella me guiñó un ojo antes de tomar otro sorbo de champán. La emoción y la alegría de la velada eran sobrecogedoras, como si me engullera una llamarada feliz.
No podía imaginar que hubiera nada en el mundo que pudiera arrancarme aquella felicidad.
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Activo Re: Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/ LA ELEGIDA / TERMINADO

Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 12:53 am



Capítulo 9



Apenas dormí. Entre que me había ido a la cama tan tarde y toda la emoción de lo que se avecinaba, era imposible. Me acurruqué junto a May, y su calidez me reconfortó. La echaría muchísimo de menos cuando se fuera, pero al menos la perspectiva de que en un futuro viniera a vivir allí, conmigo, me hacía sentir ilusionada.
Me pregunté quién se iría aquel mismo día. No me parecía de buena educación preguntarlo, así que no lo hice, pero yo habría dicho que sería Natalie. Rachel y Kriss eran muy populares entre el público — más que yo— y Kitty y Elise tenían contactos. Yo contaba con el afecto de Brittany, y eso dejaba a Natalie en clara desventaja.
Me sentí mal, porque en realidad no tenía nada en contra de ella. En cualquier caso, si tuviera que decidir yo, sería Kitty la expulsada. Brittany me había dicho que deseaba que me sintiera cómoda, así que tal vez la echara, sabiendo lo poco que me gustaba.
Suspiré, pensando en todo lo que había dicho la noche anterior. Nunca me habría imaginado que aquello fuera posible. ¿Cómo podía ser que yo, Santana López —una Cinco, una chica del montón—, me convirtiera en la pareja de Brittany S.Pearce, un Uno, el Uno? ¿Cómo había podido llegar a tal situación, después de dos años resignada a vivir convertida en una Seis?
Sentí una sacudida en el fondo de mi corazón. ¿Cómo se lo explicaría a Danni? ¿Cómo le iba a decir que Brittany me había escogido y que quería quedarme con ella? ¿Me odiaría? Solo de pensarlo me entraban ganas de llorar. Pasara lo que pasara, no quería perder su amistad. No podía.
Mis doncellas no llamaron a la puerta para entrar, lo cual era algo habitual. Siempre intentaban que descansara todo lo posible, y después de la fiesta lo necesitaba. Pero en lugar de ponerse a arreglar mis cosas, Mary rodeó la cama, fue hacia May y la despertó con una suave caricia en el hombro.
Me di la vuelta y vi que Anne y Lucy llevaban algo colgado de una percha, con una funda por encima.
¿Un vestido nuevo?
—Señorita May —susurró Mary—, es hora de levantarse.
May se despertó poco a poco.
—¿No puedo seguir durmiendo?
—No —respondió Mary, con tono de disculpa—. Esta mañana hay un asunto importante. Tiene que ir enseguida con sus padres.
—¿Un asunto importante? —pregunté—. ¿Qué pasa?
Mary miró a Anne, y yo seguí su mirada con los ojos. Anne sacudió la cabeza, poniendo fin a la conversación.
Confusa pero esperanzada, me levanté de la cama y animé a May a que también se levantara. Antes de que se fuera a la habitación de papá y mamá le di un gran abrazo.
Cuando se hubo ido, me giré hacia mis doncellas.
—¿Me lo podéis explicar, ahora que se ha ido? —le pregunté a Anne. Ella meneó la cabeza. Frustrada, solté un bufido—. ¿Y si os ordeno que me lo contéis?
Ella me miró con aire solemne.
—Nuestras órdenes proceden de mucho más arriba. Tendrá que esperar. Me quedé allí de pie, junto a la puerta del baño, observándolas mientras se movían. A Lucy le temblaban las manos mientras echaba puñados de pétalos de rosa en la bañera. Mary tenía el ceño fruncido mientras iba colocando las cosas para maquillarme y las horquillas para el pelo sobre la mesa.
Lucy a veces temblaba sin motivo, y Mary solía hacer aquella mueca cuando estaba concentrada. Fue la mirada de Anne la que me asustó.
Ella siempre mantenía la compostura, incluso en las situaciones más duras o temibles, pero esta vez tenía la mirada perdida y los hombros caídos, como si estuviera realmente preocupada. De vez en cuando se paraba y se frotaba la frente, como si así pudiera aliviar la tensión de su rostro.
La miré mientras sacaba mi vestido de la bolsa. Era sobrio, sencillo… y negro. Me quedé mirando el vestido y supe que solo podía significar una cosa. Me puse a llorar antes incluso de saber por quién era el luto.
—¿Señorita? —Mary se acercó a ayudarme.
—¿Quién ha muerto? —pregunté—. ¿Quién ha muerto?
Anne, inalterable como siempre, me puso en pie y me limpió las lágrimas de debajo de los ojos.
—No ha muerto nadie —dijo. Pero su tono de voz no era reconfortante, sino imperioso—. Dé gracias cuando todo esto haya acabado. Hoy no ha muerto nadie.
No me dio más explicaciones y me envió directamente al baño. Lucy procuraba mantener el control, pero, cuando por fin se echó a llorar, Anne le pidió que se fuera a buscarme un desayuno ligero. Ella obedeció sin chistar. Ni siquiera hizo una reverencia antes de salir.
Lucy volvió al cabo de un rato con unos cruasanes y unas rodajas de manzana. Yo quería sentarme a comer con calma, tomándome mi tiempo, pero al primer bocado me di cuenta de que no me iba a sentar bien nada que comiera.
Por fin Anne me colocó el broche con mi nombre en el pecho; el color plateado brillaba en contraste con el negro de mi vestido. No me quedaba nada más que hacer que afrontar aquel destino inimaginable.
Abrí la puerta, pero de pronto me quedé paralizada. Me giré hacia mis doncellas y les expuse mis temores:
—Tengo miedo.
Anne me puso las manos sobre los hombros:
—Ahora es usted una dama, señorita. Debe afrontar esto como tal.
Asentí y ella me soltó, levanté la mano del pomo de la puerta y me puse en marcha. Ojalá pudiera decir que iba con la cabeza alta, pero lo cierto es que, por muy dama que fuera, estaba aterrada.
Cuando llegué al vestíbulo me sorprendió enormemente encontrar al resto de las chicas esperando, todas con vestidos y expresiones similares a los míos. Aquello me alivió. No era cosa mía. En cualquier caso, lo era de todas, así que al menos no tendría que afrontar lo que fuera a solas.
—Ahí está la quinta —dijo un guardia a su colega—. Sígannos, señoritas.
¿Quinta? No, aquello no estaba bien. Éramos seis. Cuando bajamos las escaleras, escruté a las chicas con la mirada. El guardia tenía razón. Solo éramos cinco. Rachel no estaba allí.
Lo primero que pensé era que Brittany había enviado a Rachel a casa, pero en ese caso…, ¿no habría venido a despedirse a mi habitación? Intenté pensar en qué tendría que ver todo aquel secretismo con la ausencia de Rachel, pero no se me ocurrió nada que tuviera sentido.
Al pie de las escaleras nos esperaba un grupo de guardias, junto a nuestras familias. Mamá, papá y May parecían nerviosos, como todos los demás. Los miré en busca de alguna pista, pero mamá meneó la cabeza, y papá se encogió de hombros. Busqué entre los guardias, a ver si veía a Danni. No estaba allí.
Vi a un par de guardias escoltando a los padres de Rachel, que se acercaban por detrás. Su madre estaba cabizbaja, con aspecto preocupado, y se apoyaba en su marido, que mantenía una expresión adusta, como si hubiera envejecido varios años en una sola noche.
Un momento. Si Rachel se había ido, ¿qué hacían ellos allí?
De pronto la luz entró a raudales en el vestíbulo y me giré. Por primera vez desde mi llegada al palacio habían abierto las puertas principales de par en par, y salimos todos al exterior en perfecta formación. Cruzamos la vía de acceso circular y nos dirigimos al gran muro que daba paso al recinto exterior. Al abrirse las puertas, el ruido ensordecedor de una multitud nos dio la bienvenida.
Habían montado una gran tarima en la calle. Cientos de personas, o quizá miles, se apretujaban; algunos padres llevaban a sus hijos sobre los hombros. Había cámaras alrededor de la tarima, y operadores corriendo por delante de la multitud, grabando la escena. Nos llevaron a una pequeña grada, y la gente nos vitoreó a medida que íbamos saliendo. Vi como las chicas que tenía delante iban relajando los hombros a medida que la gente de la calle nos llamaba por nuestro nombre y nos tiraba flores.
Levanté la mano para saludar cuando oí mi nombre, y me sentí tonta por haberme preocupado tanto.
Si la gente estaba así de contenta, no podía ser que hubiera pasado nada malo. El personal del palacio debía replantearse el modo en que trataban a la Élite. Todos aquellos nervios para nada…
May soltó una risita nerviosa, contenta de formar parte de aquella escena tan emocionante, y para mí fue un alivio comprobar que volvía a ser ella. Intenté animarme con todas aquellas muestras de cariño, pero me llamaron la atención dos estructuras extrañas colocadas sobre la plataforma. La primera era una especie de escalera en forma de A; la segunda era un gran bloque de madera con aros en ambos extremos.
Acompañada por un guardia, subí y ocupé mi asiento en el centro de la primera fila, sin saber muy bien qué estaba pasando allí.
La multitud volvió a emocionarse cuando aparecieron el rey, la reina y Brittany. Ellos también ibanvestidos con ropas oscuras y parecían muy serios. Yo estaba cerca de Brittany, así que me giré en su dirección. Fuera lo que fuera lo que estaba pasando, si se giraba hacia mí y me sonreía, sabría que todo iba bien. No dejaba de mirarle, a la espera de que se volviera, de que me tranquilizara. Pero permanecía impasible.
Un momento más tarde, los vítores de la gente se convirtieron en abucheos, y cuando me giré pude ver qué era lo que les molestaba tanto.
Cuando vi aquello, el estómago me dio un vuelco y el mundo se me vino abajo. El soldado Fabrey avanzaba, encadenado, con el labio sangrando y la ropa tan sucia que parecía que se hubiera pasado la noche revolcándose en el fango. Tras ella, Rachel —con su bonito disfraz de ángel cubierto de suciedad y sin las alas— también estaba encadenada. Una guerrera le cubría los hombros, y fruncía los ojos para protegerse de la luz. Se quedó mirando a la multitud, y luego cruzamos nuestras miradas por una fracción de segundo, pero enseguida tiraron de ella y tuvo que seguir adelante.
Seguía buscando con la mirada, y yo sabía a quién. A mi izquierda, vi a sus padres, agarrados el uno al otro con fuerza. Estaban devastados, idos, como si les hubieran arrancado el corazón.
Volví a mirar a Rachel y al soldado Fabrey. La angustia era patente en sus miradas, pero aun así caminaban con cierto orgullo. Solo una vez, cuando ella se pisó el borde del vestido y tropezó, se resquebrajó aquella pátina de orgullo, y por debajo asomó el miedo.
No. No, no, no, no, no.
Les hicieron subir a la plataforma y un hombre enmascarado se puso a hablar. La multitud fue guardando silencio. Aparentemente, aquello —fuera lo que fuera— ya había ocurrido antes, y la gente sabía cómo responder. Pero yo no; el estómago se me revolvió y sentí náuseas. Gracias a Dios, no había comido nada.
—Rachel Barry—dijo el hombre—, miembro de la Selección, hija de Illéa, fue hallada anoche en un momento íntimo con esta mujer, Quinn Fabrey, miembro de confianza de la Guardia Real.
Aquel hombre hablaba con una prepotencia fuera de lugar, como si estuviera anunciando la cura de alguna enfermedad mortal. Al oír la acusación, la gente volvió a abuchear.
—¡La señorita Berry ha roto su juramento de lealtad a nuestra princesa Brittany! ¡Y el señor Fabrey ha robado una propiedad de la familia real al tener relaciones con la señorita Berry! ¡Estos actos suponen una traición contra la familia real!
El voceador pronunciaba aquellas acusaciones a voz en grito, a la espera de la aprobación por parte de los asistentes, y desde luego la obtuvo. Pero ¿cómo podían? ¿No se daban cuenta de que se trataba de Rachel? ¿La dulce, bella, fiel y generosa Rachel? Quizás hubiera cometido un error, pero nada que mereciera todo aquel odio.
Un hombre enmascarado ató a Quinn a la estructura en forma de A; le abrieron las piernas y le colocaron los brazos en una posición que se adaptaba a la estructura. Le fijaron las cadenas alrededor de la cintura, y las piernas con candados, tan fuerte que resultaba incómodo hasta mirar. A Rachel la obligaron a arrodillarse frente al gran bloque negro de madera, y el hombre le quitó la guerrera que llevaba sobre los hombros de un manotazo. Le ataron las muñecas a los aros que había a los lados, con las palmas hacia arriba.
Estaba llorando.
—¡Este delito se castiga con la muerte! Pero la princesa Brittany ha tenido piedad y va a perdonarles la vida a estos dos traidores. ¡Larga vida a la princesa Brittany!
La multitud vitoreó a la princesa. De haber tenido la cabeza clara, yo también habría gritado, o al menos se suponía que tenía que aplaudir. Las otras chicas lo hicieron, y también nuestros padres, aunque aún parecían impresionados. Pero yo no podía prestar atención a esas cosas. Lo único que veía eran los rostros de Rachel y de Quinn.
Nos habían dado un asiento de primera fila por un motivo bien claro: para que viéramos qué nos pasaría si cometíamos un error estúpido. Pero desde allí, a apenas seis metros de la plataforma, yo podía ver y oír todo lo que pasaba.
Rachel miraba fijamente a Quinn, y ella la miraba a ella, estirando el cuello. Era innegable que tenían miedo, pero en la mirada de ella también había una expresión que parecía querer tranquilizar a Quinn; dejarle claro que pese a todo no se arrepentía.
—Te quiero, Rachel —gritó ella. Con el ruido de la multitud apenas se oyó, pero lo dijo—.
Superaremos esto. Todo se arreglará, te lo prometo.
Rachel tenía tanto miedo que no podía hablar, pero asintió. En aquel momento, yo solo podía pensar en lo guapa que estaba. Tenía la dorada melena enmarañada y su vestido estaba hecho un desastre, y por el camino había perdido los zapatos, pero desde luego estaba radiante.
—Rachel Berryy Quinn Fabrey, quedáis despojados de vuestras castas. Sois lo más bajo de lo más bajo. ¡Sois Ochos!
La multitud gritó y aplaudió. No podía creérmelo. ¿No había entre ellos ningún Ocho que se sintiera ofendido por que se hablara así de ellos?
—Y para corresponderos con la misma vergüenza y dolor que habéis hecho pasar a su alteza real, recibiréis quince golpes de vara en público. ¡Que vuestras cicatrices os recuerden vuestros pecados!
¿Vara? ¿Qué era eso de la vara?
La respuesta me llegó un segundo más tarde. Los dos hombres enmascarados que habían atado a Quinn y a Rachel sacaron unos palos largos de un cubo de agua. Los agitaron varias veces, probando su flexibilidad; oí cómo silbaban al cortar el aire. La multitud aplaudió aquel ejercicio de calentamiento con la misma pasión y devoción que había mostrado poco antes frente a las chicas de la Selección.
Quinn recibiría unos humillantes azotes en la espalda, y las preciosas manos de Rachel…
—¡No! —grité—. ¡No!
—Creo que voy a vomitar —susurró Natalie, mientras Elise soltaba un gritito apagado resguardándose en el hombro del guardia que tenía al lado. Pero aquello no se detuvo.
Me puse en pie y me lancé hacia la posición de Brittany, pero caí sobre el regazo de mi padre.
—¡Brittany! ¡Brittany, para esto!
—Tiene que sentarse, señorita —dijo mi guardia, intentando hacerme sentar de nuevo.
—¡Brittany, te lo ruego, por favor!
—¡Señorita, puede hacerse daño, por favor!
—¡Déjame! —le grité a mi guardia, golpeándole con todas mis fuerzas. Pero por mucho que lo intentara, no me soltaba.
—¡Santana, por favor, siéntate! —me exhortó mi madre.
—¡Uno! —gritó el hombre sobre la tarima, y vi cómo la vara caía sobre las manos de Rachel.
Ella soltó un gemido de dolor, como un perro que hubiera recibido una patada. Quinn no emitió sonido alguno.
—¡Brittany! ¡Brittany! —grité—. ¡Para, para, por favor!
Me oyó; sabía que me había oído. Vi que cerraba lentamente los ojos y tragaba saliva, como si así pudiera borrar aquel sonido de sus oídos.
—¡Dos!
El grito de Rachel era angustioso. No podía ni imaginarme el dolor que estaba sufriendo, y aún quedaban trece golpes.
—¡Santana, siéntate! —insistió mi madre.
May estaba entre ella y papá, con el rostro girado, y soltaba unos gritos casi tan angustiosos como los de Rachel.
—¡Tres!
Miré a los padres de Rachel. Su madre tenía la cabeza hundida entre las manos, y su padre la rodeaba con el brazo, como si así pudiera protegerla de todo lo que estaban perdiendo en aquel momento.
—¡Suéltame! —le grité a mi guardia, pero en vano—. ¡¡¡Brittany!!! —grité. Las lágrimas me nublaban la vista, pero lo veía con la suficiente claridad como para saber que me había oído.
Miré a las otras chicas. ¿No íbamos a hacer nada? Algunas parecían estar llorando. Elise estaba doblada en dos, con una mano en la frente, y daba la impresión de estar a punto de desmayarse. Pero ninguna parecía enfadada. ¿Es que no había motivo para estarlo?
—¡Cinco!
Estaba segura de que el sonido de los gemidos de Rachel me perseguiría el resto de mi vida. Nunca había oído nada igual. Por no hablar de la algarabía de la multitud, que animaba el espectáculo, como si no fuera más que un entretenimiento. Por no hablar del silencio de Brittany, que permitía que sucediera todo aquello. Por no hablar de los lloros de las chicas a mi lado, que lo aceptaban.
Lo único que me daba alguna esperanza era Quinn. Aunque estaba sudando de la tensión y temblaba de dolor, no dejaba de animar a Rachel entre jadeos.
—Se acabará… enseguida —consiguió decir.
—¡Seis!
—Te… quiero —balbució.
Yo no podía soportarlo. Intenté clavarle las uñas a mi guardia, pero las gruesas mangas de su guerrera le protegían. Me agarró con más fuerza y yo grité.
—¡Quite las manos de encima a mi hija! —exclamó mi padre, tirando del brazo del guardia.
Aproveché el hueco que quedó para zafarme y ponerme delante de ella, y le solté un rodillazo con todas mis fuerzas.
El soltó un grito ahogado y cayó de espaldas, agarrado por mi padre. Salté la valla con dificultades; el vestido y los zapatos de tacón me impedían moverme con agilidad.
—¡Rachel! —grité, corriendo todo lo rápido que pude. Casi llegué hasta los escalones, pero dos guardias salieron a mi paso, y aquella era una lucha que no podía ganar.
Desde la esquina, por detrás de la tarima, vi que la espalda de Quinn estaba a la vista, y que tenía la piel abierta, con trozos que caían creando una imagen escalofriante. La sangre bajaba a goterones, manchándole los pantalones de gala. No podía imaginarme cómo estarían las manos de Rachel.
Pensar en aquello hizo que se apoderara de mí una histeria aún mayor. Grité y pataleé, revolviéndome ante los guardias, pero lo único que conseguí fue perder un zapato.
Se me llevaron a rastras en dirección al palacio mientras el hombre anunciaba el siguiente azote, y no sabía si sentirme agradecida o avergonzada. Por una parte, no tendría que ver aquello; por otra, era como si estuviera abandonando a Rachel en el peor momento de su vida.
Si hubiera sido una amiga de verdad, ¿no habría hecho algo más?
—¡Rachel! —grité—. ¡Rachel, lo siento!
Pero la multitud estaba tan enloquecida y gritaba de tal manera que no creo que me oyera
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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 12:54 am



Capítulo 10


Me revolví y grité durante todo el trayecto de vuelta. Los guardias tuvieron que agarrarme con tal fuerza que sabía que quedaría cubierta de cardenales, pero no me importaba. Tenía que luchar.
—¿Dónde está su habitación? —oí que preguntaba uno, y al girarme vi una doncella que caminaba por el pasillo.
No la reconocí, pero era evidente que ella a mí sí. Indicó a los guardias el camino a mi cuarto. Oí que mis doncellas protestaban todo el rato por cómo me estaban tratando.
—Cálmese, señorita; esos no son modos para una dama —protestó un guardia mientras me tiraban sobre la cama.
—¡Salid de mi habitación ahora mismo! —grité.
Mis doncellas, todas ellas con los ojos llenos de lágrimas, acudieron corriendo.
Mary intentó limpiarme el vestido, que se había llenado de tierra al caerme, pero yo me la quité de encima de un manotazo. Ellas lo sabían. Lo sabían, y no me habían advertido.
—¡Vosotras también! —les grité—. ¡Quiero que salgáis de aquí! ¡Ahora mismo!
Ellas se echaron atrás al oír aquello, y los temblores que agitaban a Lucy de la cabeza a los pies me hicieron lamentar haber sido tan brusca. Pero necesitaba estar sola.
—Lo sentimos, señorita —dijo Anne, al tiempo que se llevaba a las otras dos. Ellas sabían lo mucho que me importaba Rachel.
Rachel…
—Marchaos —murmuré, dándome media vuelta y hundiendo la cara en la almohada.
Cuando oí que se cerraba la puerta, me quité el zapato que me quedaba y me acomodé en la cama. Por fin tenían sentido tantas y tantas cosas. De modo que aquel era el secreto que tanto le costaba compartir conmigo. No quería quedarse porque no estaba enamorada de Brittany, pero no quería irse y alejarse de Quinn.
Todo encajaba: por qué había decidido situarse en determinados lugares o por qué se quedaba mirando hacia las puertas. Era por Quinn, que estaba allí. El día en que vinieron el rey y la reina de Swendway, y ella se había negado a apartarse del sol… Quinn. Era a Rachel a la que esperaba cuando me topé con ella al salir del baño. Siempre ella, manteniéndose cerca en silencio, quizá buscando un beso furtivo aquí y allá, esperando la ocasión de estar juntas.
¿Hasta qué punto debía de quererle ella, para dejarse llevar así, para arriesgarse tanto?
¿Cómo podía ser que pasara algo así? Parecía imposible. Sabía que debía ser castigado, pero que le ocurriera a Rachel…, quedarme sin ella de esa manera… No podía entenderlo.
Sentí un nudo en el estómago. Podría haberme pasado a mí. Si Danni y yo no hubiéramos tenido cuidado, si alguien hubiera oído nuestra conversación en la pista de baile la noche anterior, aquello podría estar pasándonos a nosotras.
¿Volvería a ver a Rachel? ¿Adónde la enviarían? ¿Podrían seguir viéndola sus padres? No sabía de qué casta era Quinn antes de convertirse en un Dos al ingresar en la guardia, pero supuse que sería un Siete. La vida de un Siete era dura, pero desde luego la de un Ocho era mucho peor.
No podía creerme que ahora Rachel fuera una Ocho. Aquello no podía ser.
¿Podría volver a usar las manos? ¿Cuánto tardarían en curarse las heridas? ¿Y Quinn? ¿Podría incluso volver a caminar después de aquello?
Podría haber sido Danni.
Podría haber sido yo.
Me sentía fatal. Por una parte, me embargaba una cruel sensación de alivio por no ser yo la afectada; sin embargo, por otra, aquello me hacía sentir tan culpable que me costaba respirar. Era una persona odiosa, una amiga terrible. Estaba avergonzada.
Lo único que podía hacer era llorar.
Me pasé la mañana y gran parte de la tarde hecha un ovillo en mi cama. Mis doncellas me trajeron el almuerzo, pero yo no podía ni tocarlo. Afortunadamente no insistieron en quedarse, y me dejaron sola con mi tristeza.
No encontraba consuelo. Cuanto más pensaba en lo sucedido, peor me sentía. No podía sacarme de la cabeza el sonido de los gritos de Rachel. Me pregunté si conseguiría olvidarlo algún día.
Unos golpecitos vacilantes resonaron en la puerta. Mis doncellas no estaban para abrir, y yo no me sentía con ánimo para ir hasta allí, así que tampoco lo hice. No obstante, al cabo de un momento, el visitante entró.
—¿Santana? —dijo Brittany en voz baja.
No respondí.
Cerró la puerta y cruzó la habitación, situándose junto a mi cama.
—Lo siento. No podía hacer nada.
Me quedé inmóvil, qué iba a decirle.
—Era eso, o matarlos. Las cámaras los pillaron anoche, y la filmación circuló sin que nosotras nos enteráramos —insistió.
Se pasó un rato sin hablar, quizá pensando que si se quedaba allí lo suficiente, yo encontraría algo que decirle. Al final se arrodilló a mi lado.
—¿Santana? Mírame, cariño.
Aquella palabra hizo que se me revolvieran las tripas. Pero le miré.
—Tenía que hacerlo. Tenía que hacerlo.
—¿Y cómo te has podido quedar ahí, impasible? —le pregunté, con un tono extraño en la voz.
—Ya te he dicho alguna vez que parte de este trabajo consiste en mantener una imagen de calma, aunque no sea así como te sientes. Es algo que he tenido que aprender a hacer. Tú también lo harás.
Fruncí el ceño. ¡No seguiría pensando que yo seguía interesada! Daba la impresión de que sí. Pero poco a poco fue interpretando mi expresión y la sorpresa se reflejó en su rostro.
—Santana, sé que estás disgustada, pero… ¿No pensarás…? Ya te lo dije; tú eres la única. Por favor, no me hagas esto.
—Brittany —dije, lentamente—, lo siento, pero no creo que pueda hacer esto. Nunca podría soportar tener que ver cómo le hacen daño de esa manera a alguien, sabiendo que he sido yo quien lo ha decidido.
No puedo ser princesa.
Ella soltó aire en un soplido entrecortado, probablemente lo más próximo a una sincera expresión de tristeza que le había visto nunca.
—Santana, no decidas cómo será el resto de tu vida por lo que le ha pasado durante apenas cinco minutos a otra persona. Una cosa así no ocurre casi nunca. No deberías hacerlo.
Erguí la espalda, con la esperanza de poder pensar más claramente.
—Yo… ahora mismo no puedo ni pensar en ello.
—Pues no lo hagas —respondió—. No tomes una decisión tan importante para los dos ahora que estás tan disgustada.
De algún modo, tuve la sensación de que aquellas palabras eran un truco.
—Por favor —susurró, con fuerza, agarrándome las manos. La desesperación en su voz provocó que le mirara—. Me prometiste que no me dejarías. No te rindas, no me abandones así. Por favor.
Solté aire y asentí.
—Gracias —dijo, aliviado.
Brittany se quedó allí sentada, agarrado a mi mano como si fuera un salvavidas. Pero para mí la sensación era muy diferente a la del día anterior.
—Ya sé… —dijo—. Sé que el puesto te hace dudar. Siempre he sabido que sería duro. Y estoy segura de que esto lo hace aún más duro. Pero… ¿y yo? ¿Aún estás segura de mí?
Vacilé. No sabía qué decir.
—Ya te he dicho que no puedo pensar.
—Oh —parecía decepcionada—. Está bien, te dejo sola. Pero hablaremos pronto.
Acercó la cabeza, como si quisiera besarme. Yo bajé la mirada, y ella se aclaró la garganta.
—Adiós, Santana.
Se fue.
Y me vine abajo otra vez.
Unos minutos más tarde, o quizás unas horas, mis doncellas entraron y me encontraron llorando a gritos y dando vueltas sobre la cama. Era imposible que no vieran la expresión de tristeza en mis ojos.
—Oh, señorita —exclamó Mary, que se acercó para abrazarme—. Vamos a prepararla para la cama. Lucy y Anne se pusieron a desabrocharme los botones del vestido mientras Mary me limpiaba la cara y me desenredaba el pelo.
Mis doncellas se sentaron a mi alrededor, consolándome mientras lloraba. Quería explicarles que no era solo lo de Rachel, que también era aquel dolor insufrible por Brittany; pero resultaba embarazoso admitir lo mucho que me importaba, lo equivocada que había estado.
Mi dolor se multiplicó cuando pregunté por mis padres, y Anne me dijo que todas las familias se habían marchado enseguida. Ni siquiera había tenido ocasión de despedirme.
Anne me cepilló el cabello, consolándome. Mary estaba a mis pies, dándome una friega en las piernas. Lucy simplemente tenía las manos sobre el pecho, como si sufriera por mí.
—Gracias —susurré, entre suspiros—. Siento lo de antes.
Las tres se miraron.
—No hay nada de que disculparse, señorita —dijo Anne.
Quería corregirla, porque desde luego me había excedido tratándolas así, pero de pronto volvieron a llamar a la puerta. Intenté pensar en cómo podría decir educadamente que no me apetecía ver a Brittany, pero, cuando Lucy fue a abrir la puerta, al otro lado apareció el rostro de Danni.
—Siento molestarlas, señoritas, pero he oído los lloros y quería asegurarme de que estaban bien.
Cruzó la habitación en dirección a mi cama en un movimiento arriesgado, teniendo en cuenta el día que habíamos tenido todos.
—Lady Santana, siento mucho lo de su amiga. He oído que era especial para usted. Si necesita algo, aquí me tiene —la mirada de Danni decía mucho: que estaba dispuesto a sacrificar cualquier cosa para ayudarme, que llegaría hasta donde fuera.
Qué idiota había sido. Había estado a punto de dejar de lado a la única persona que me conocía de verdad, que me quería de verdad. Danni y yo habíamos planeado una vida juntas, y la Selección casi la había destruido por completo.
Ella era como estar en casa, me hacía sentir segura.
—Gracias —respondí, en voz baja—. Este gesto significa mucho para mí.
Esbozó una sonrisa casi imperceptible. Era evidente que habría querido quedarse (y a mí habría encantado), pero con mis doncellas dando vueltas por ahí resultaba imposible. Recordé aquel día, poco antes, cuando había pensado que Danni siempre estaría allí. Me gustó constatar que estaba en lo cierto.
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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 12:55 am



Capítulo 11


Hola, pequeña:
Siento que no pudiéramos despedirnos. Al parecer el rey decidió que
sería más seguro que las familias se fueran lo antes posible. Intenté hablar
contigo, te lo prometo, pero fue imposible.
Quería que supieras que hemos llegado bien a casa. El rey dejó que nos
quedáramos la ropa, y May se pone sus vestidos cada vez que tiene un rato.
Sospecho que alberga la esperanza inconfesable de no crecer ni un
centímetro más para poder usar el vestido de la fiesta en su boda. Supongo
que le pone de buen humor. Yo no estoy muy seguro de si alguna vez le
perdonaré a la familia real el que dos de mis hijas hayan visto tanto lujo de
primera mano, pero tú ya sabes lo fuerte que es May. Eres tú la que me
preocupa. Escríbenos pronto. A lo mejor esto que te voy a decir no es lo
correcto, pero quiero que lo sepas: cuando saliste corriendo hacia el
estrado, sentí que nunca en la vida me he sentido más orgulloso de ti.
Siempre has sido guapa; siempre has tenido talento. Y ahora sé que tu talla
moral está a la misma altura, que ves claramente cuando algo no está bien y
que haces todo lo que puedes por combatirlo. Como padre, no puedo pedir
más. Te quiero, Santana. Y estoy muy muy orgulloso.
PAPÁ



No sabía cómo lo hacía, pero mi padre siempre sabía lo que tenía que decir. Me habría gustado poder mover las estrellas para escribir con ellas aquellas palabras en el cielo. Necesitaba verlas en grande, tenerlas bien visibles para poder leerlas de nuevo cuando las cosas pintaran mal: «Te quiero, Santana. Y estoy muy muy orgulloso».
A las chicas de la Élite nos dieron la opción de desayunar en nuestro cuarto, y yo dije que sí. Aún no estaba lista para ver a Brittany. Por la tarde ya me sentí más entera y decidí bajar un rato a la Sala de las Mujeres. Por lo menos había un televisor, y me iría bien distraerme.
Las chicas parecían sorprendidas al verme entrar, lo cual tampoco me parecía que fuera motivo de sorpresa. Solía esconderme de vez en cuando, y si había un momento en que estaba justificado que lo hiciera, era aquel. Kitty estaba echada en un sofá, ojeando una revista. En Illéa no había periódicos como en otros países. Nosotras teníamos el Report. Las revistas eran lo más parecido a la prensa escrita, y la gente como yo no nos podíamos permitir comprarlas. Kitty siempre encontraba el modo de tener una en la mano y, por algún motivo, aquel día aquello me irritó.
Kriss y Elise estaban en una mesa, bebiendo té y charlando, mientras Natalie, algo más atrás, miraba por la ventana.
—Anda, mira —dijo Kitty, sin dirigirse a nadie en particular—. Aquí sale otro de mis anuncios.
Kitty era modelo. La idea de que estuviera mirando la revista solo para encontrar fotos suyas me irritó aún más.
—¿Lady Santana? —dijo alguien.
Me giré y vi a la reina, acompañada de alguna de sus asistentes, en una esquina. Parecía ocupada con alguna labor.
Hice una reverencia, y ella me indicó con un gesto que me acercara. Sentí un nudo en el estómago al pensar en mi comportamiento del día anterior. No había querido ofenderla, y de pronto me temí que fuera aquello precisamente lo que había hecho. Sentí que las miradas de las otras chicas se posaban en mí. La reina solía hablarnos en grupo, raramente de una en una.
Me acerqué y repetí la reverencia.
—Majestad.
—Siéntate, por favor, Santana —dijo, amablemente, señalando una silla vacía que tenía delante.
Obedecí, aún muy nerviosa.
—Ayer planteaste bastante resistencia —soltó.
—Sí, majestad —repuse, tras tragar saliva.
—¿Erais muy amigas?
Volví a tragar, para contener mi tristeza.
—Sí, majestad.
Ella suspiró.
—Una dama no debe comportarse de ese modo. Las cámaras estaban tan pendientes del acto que no recogieron tu conducta. Pero, aun así, eso no es aceptable.
No era la censura de una reina. Era la regañina de una madre. Aquello lo hacía mil veces peor. Era como si ella se sintiera responsable de mí, y como si yo la hubiera dejado en mal lugar.
Bajé la cabeza. Por primera vez, me sentí realmente mal por haber reaccionado de aquella manera.
Ella estiró la mano y la apoyó en mi rodilla. Levanté la cara y la miré, sorprendida por aquel contacto.
—En cualquier caso, me alegro de que lo hicieras —susurró, y me sonrió.
—Era mi mejor amiga.
—Eso no cambiará porque se haya ido, querida —dijo la reina Amberly, dándome una palmadita cariñosa en la pierna.
Eso era exactamente lo que necesitaba: cariño materno.
Las lágrimas asomaron por las comisuras de mis ojos.
—No sé qué hacer —susurré. Estuve a punto de explicárselo todo, cómo me sentía, pero era consciente de que las otras chicas tendrían los ojos puestos en mí.
—Me prometí no implicarme en esto —dijo, y suspiró—. Y aunque quisiera, no estoy segura de que haya mucho que decir.
Tenía razón. Nada de lo que dijéramos podría cambiar lo sucedido.
La reina se me acercó y me habló con dulzura:
—En cualquier caso, no seas dura con ella.
Sabía que lo decía con buena intención, pero yo no quería hablar de su hija con ella. Asentí y me puse en pie. Ella me sonrió amablemente y me indicó con un gesto que podía irme. Me alejé y me senté con Elise y Kriss.
—¿Cómo te encuentras? —me preguntó Elise, muy atenta.
—Estoy bien. La que me preocupa es Rachel.
—Por lo menos están juntas. Saldrán adelante mientras se tengan —apuntó Kriss.
—¿Cómo sabes que Rachel y Quinn están juntas?
—Me lo ha dicho Brittany —respondió, como si fuera algo de dominio público.
—Oh —dije yo, decepcionada.
—No puedo creerme que no te lo haya dicho a ti, precisamente. Rachel y tú estabais muy unidas. Y además, tú eres su favorita, ¿no?
Miré a Kriss y luego a Elise. Ambas parecían preocupadas, pero también aliviadas. Kitty se rió.
—Está claro que ya no lo es —murmuró, sin molestarse en levantar la vista de la revista. Esperaba que aquello supusiera el fin para mí.
Pero no quise hablar de aquello y volví a Rachel:
—Aún no me puedo creer que Brittany les haya hecho pasar por eso. Es increíble lo impasible que se mantuvo.
—Pero lo que ella hizo no estaba bien —observó Natalie. No lo decía con tono de crítica, simplemente reconocía la situación, como si siguiera instrucciones.
—Podría haber hecho que las mataran —intervino Elise—. Tenía la ley de su parte. La verdad es que tuvo piedad de ellas.
—¿Piedad? —protesté—. ¿Qué te arranquen la piel a tiras en público te parece un acto de piedad?
—Sí; teniendo en cuenta la situación, sí. Estoy segura de que, si le preguntáramos a Rachel, ella habría escogido los azotes antes que la muerte.
—Elise tiene razón —intervino Kriss—. Estoy de acuerdo en que fue terrible, pero yo preferiría eso a que me mataran.
—Por favor —rebatí, con una rabia cada vez mayor—. Eres una Tres. Todo el mundo sabe que tu padre es un profesor famoso, y tú has vivido toda tu vida entre bibliotecas, cómodamente. Nunca sobrevivirías a esa paliza, y mucho menos a la vida que te esperaría después, la de un Ocho. Estarías suplicando que te mataran.
Kriss se me quedó mirando.
—No tienes ni idea de lo que puedo y lo que no puedo soportar. Solo porque eres una Cinco, ¿te crees que eres la única que ha sufrido?
—No, pero estoy segura de que he vivido cosas mucho peores que las que has pasado tú —dije, aún más airada—, y no creo que pudiera soportar lo que sufrió Rachel. Y lo que digo es que dudo que tú lo llevaras mucho mejor.
—Soy más valiente de lo que te crees, Santana. No tienes ni idea de las cosas que he tenido que sacrificar a lo largo de los años. Y si cometo un error, asumo las consecuencias.
—¿Y por qué tendría que haber consecuencias? —pregunté—. Brittany no deja de decir lo difícil que le resulta la Selección, lo duro que es escoger, y resulta que una de nosotras se enamora de otro. ¿No debería darle las gracias por hacerle la decisión más fácil?
Natalie, que parecía tensa con la discusión, intentó intervenir:
—¡Ayer oí una cosa graciosísima…!
—Pero la ley… —se impuso Kriss.
—Lo que dice Santana tiene sentido —contraatacó Elise enseguida, y la conversación se convirtió en un caos.
Estábamos hablando todas a la vez, intentando hacer valer nuestras opiniones, explicando por qué considerábamos que lo ocurrido estaba bien o mal. Era la primera vez que ocurría, pero yo me lo esperaba desde el primer día. Con tantas chicas juntas, compitiendo una contra otra, estaba cantado que algún día acabaríamos discutiendo.
Entonces, mientras nosotras discutíamos, como si aquello no fuera con ella y sin separar la vista de la revista, Kitty murmuró:
—Recibió su merecido. Por zorra.
El silencio que se hizo de pronto era tan tenso como nuestra discusión. Kitty levantó la vista justo a tiempo para ver cómo me lanzaba contra ella. Soltó un chillido cuando aterricé sobre su cuerpo. Ambas caímos sobre una mesita. Oí algo que se rompía, probablemente una taza de té que impactó contra el suelo.
Había cerrado los ojos a medio salto; cuando volví a abrirlos, tenía a Kitty debajo, intentando agarrarme por las muñecas. Eché atrás el brazo derecho y le crucé la cara de un bofetón. La sensación de ardor en la mano fue tremenda, pero me sentí recompensada al oír el impacto contra su mejilla.
Kitty reaccionó inmediatamente con un grito y me clavó las uñas. Por primera vez lamenté no habérmelas dejado yo también largas, como las otras chicas. Me hizo unos cortes en el brazo, que solo consiguieron enfadarme aún más, y volví a golpearla. Esta vez le abrí el labio. Al sentir el dolor, alargó el brazo, cogió lo primero que encontró —el platillo de una taza de té— y me lo estrelló contra la cabeza.
Descolocada, intenté volver a agarrarla, pero la gente ya había acudido a separarnos. Me sentía tan obcecada que no me había dado cuenta de que alguien había llamado a los guardias. A uno de ellos también le solté un puñetazo. Estaba harta de que me agarraran.
—¿Habéis visto lo que me ha hecho? —gritó Kitty.
—¡Tú cierra esa bocaza! —grité—. ¡Y no te atrevas a volver a hablar de Rachel!
—¡Está loca! ¿No la oís? ¿Habéis visto lo que ha hecho?
—¡Soltadme! —exclamé, intentando quitarme al guardia de encima.
—¡Estás paranoica! Voy a contárselo a Brittany ahora mismo. ¡Ya puedes despedirte del palacio! — amenazó.
—Nadie va a ver a Brittany ahora mismo —dijo la reina, muy seria. Miró a Kitty a los ojos, y luego a mí. Era evidente que estaba decepcionada. Bajé la cabeza—. Las dos os vais a ir a la enfermería.
El pabellón de la enfermería era un largo pasillo inmaculado con camas contra las paredes. Colgada de lo alto del cabezal de cada una había una cortina que se podía correr para lograr una mayor intimidad.
Como no podía ser de otro modo, a Kitty y a mí nos colocaron en extremos opuestos del pabellón, a ella cerca de la entrada y a mí al lado de una ventana en la parte más alejada. Ella corrió un poco la cortina que rodeaba su cama, casi de inmediato, para no tener que verme. Normal. No querría ver mi cara de satisfacción. Ni siquiera cuando la enfermera me tocó el punto de la cabeza donde me había golpeado
Kitty, que aún me dolía mucho, se me borró la sonrisa del rostro.
—Sostenga esta bolsa de hielo aquí, para que baje la inflamación —me dijo.
—Gracias.
La enfermera echó la vista al otro extremo del pabellón, como si quisiera asegurarse de que nadie nos oía.
—Ha tenido suerte —me susurró—. Todo el mundo sabía que antes o después pasaría algo así.
—¿De verdad? —pregunté, bajando la voz igual que ella. Quizá no debía de haberme mostrado tan sonriente.
—No sabe la cantidad de historias horribles que he oído sobre esa —prosiguió, señalando con un gesto de la cabeza en dirección a la cama de Kitty.
—¿Cómo que horribles?
—Bueno, fue ella quien provocó a la chica que le pegó.
—¿Anna? ¿Cómo lo sabes?
—Brittany es un buena —dijo, sin más—. Se aseguró de que la interrogaran antes de mandarla a casa. Nos dijo lo que había dicho Kitty sobre sus padres. Era algo tan rastrero que no puedo ni repetirlo —añadió, y su cara dejaba patente su desagrado.
—Pobre Anna. Sabía que tenía que ser algo así.
—Una de las chicas vino con sangre en los pies después de que alguien le metiera un cristal en los zapatos por la noche. No podemos demostrar que fuera Kitty, pero ¿quién haría algo tan ruin?
—Eso no lo sabía —respondí, asombrada.
—Parecía estar aterrada ante la posibilidad de que la cosa fuera a peor. Supongo que decidió mantener la boca cerrada. Y Kitty pega a sus doncellas. No es que use otra cosa que las manos, pero, de vez en cuando, vienen aquí en busca de hielo.
—¡No! —todas las doncellas que había conocido eran unas personas encantadoras. Me resultaba imposible imaginar que alguna hiciera algo para provocar que les pegaran, y mucho menos de forma habitual.
—Por supuesto, sus hazañas ya son de dominio público. Por aquí se la considera a usted una heroína, señorita —dijo la enfermera, guiñándome un ojo.
Pero yo no me sentía así.
—Espere —se me ocurrió, de pronto—: ¿dice que Brittany se encargó de que reconocieran a Anna antes de mandarla a casa?
—Sí. Se preocupa mucho de que todas ustedes reciban la máxima atención.
—¿Y Rachel? ¿Pasó por aquí? ¿Cómo estaba cuando se fue?
Antes de que la enfermera pudiera responder, oí la voz impostada de Kitty al otro lado de la sala.
—¡Brittany, cariño! —dijo, al entrar ella por la puerta.
Nuestras miradas se cruzaron brevemente antes de que ella se dirigiera a la cama de Kitty. La enfermera se fue, dejándome sola y con ganas de saber si había visto a Rachel o no.
El sonido de la voz quejosa de Kitty era tan irritante que resultaba insoportable. Oí que Brittany se interesaba por ella y la consolaba, hasta que por fin se libró y se alejó. Rodeó la cortina y se me quedó mirando. Cruzó el pabellón, aparentemente exhausta.
—Tienes suerte de que mi padre prohibió el uso de cámaras en el palacio, o tendrías que pagar tus acciones muy caras —dijo, pasándose una mano por el cabello, exasperada—. ¿Cómo se supone que voy a defenderte de esto, Santana?
—¿Me vas a expulsar, entonces? —respondí, jugueteando con el borde de mi vestido mientras esperaba su respuesta.
—Por supuesto que no.
—¿Y a ella? —pregunté, señalando en dirección a la cama de Kitty con la cabeza.
—No. Todas estáis muy tensas tras lo que pasó ayer, y no os lo puedo reprochar. No estoy segura de que mi padre acepte esa excusa, pero eso es lo que voy a esgrimir.
—A lo mejor deberías decirle que fue culpa mía —dije, después de una pausa—. A lo mejor deberías mandarme a casa.
—Santana, estás sacando las cosas de quicio.
—Mírame, Brittany —dije. Sentía un nudo en la garganta y me costaba hablar—. Desde el principio he sabido que no tengo lo que hace falta para esto, y pensé que podría…, no sé…, cambiar, o algo, para que esto funcionara. Pero no me puedo quedar. No puedo.
Brittany se acercó y se sentó al borde de mi cama.
—Santana, puede que odies la Selección, y seguro que estás enfadadísima con lo que le ha pasado a Rachel; pero sé que te importo lo suficiente como para que no me abandones así.
Le cogí la mano.
—También me importas lo suficiente como para poder decirte que estás cometiendo un error. Veía el dolor en el rostro de Brittany, que me apretaba la mano con fuerza, como si así pudiera retenerme y evitar que desapareciera ante sus ojos. Vacilante, se acercó y me susurró:
—No siempre es tan difícil. Y quiero demostrártelo, pero tienes que darme tiempo. Puedo demostrarte que en esto hay cosas buenas, pero debes tener paciencia.
Cogí aire para rebatirle, pero no me dejó.
—Durante semanas, Santana, me has pedido tiempo, y yo te lo he dado sin cuestionarme nada, porque tenía fe en ti. Por favor, ahora soy yo quien necesita que tengas fe.
No sabía qué podría hacer Brittany para que cambiara de opinión, pero ¿cómo no iba a darle tiempo cuando ella me lo había dado a mí? Suspiré.
—De acuerdo.
—Gracias —el alivio en su voz era evidente—. Tengo que volver, pero vendré a verte pronto.
Asentí. Brittany se puso en pie y se marchó, aunque antes se detuvo brevemente junto a la cama de Kitty para despedirse. Me lo quedé mirando y me pregunté si no era una mala idea confiar en ella.

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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 12:56 am


Capítulo 12



Tanto las heridas de Kitty como las mías eran de poca importancia, así que al cabo de una hora ya estábamos de vuelta en nuestras habitaciones. Nos dieron el alta con unos minutos de diferencia, para que no tuviéramos que salir juntas, cosa que agradecí enormemente.
Cuando doblé la esquina, en lo alto de las escaleras, vi que un guardia venía en mi dirección. Danni.
Aunque ahora estaba más fuerte y robusta, a causa del entrenamiento, reconocí su forma de caminar y su silueta, y otras mil cosas que llevaba muy dentro de mí.
Cuando se acercó, se detuvo para hacerme una reverencia innecesaria.
—El frasco —susurró, y en cuanto volvió a erguirse reemprendió su camino.
Abrí la puerta y me encontré, entre la sorpresa y el alivio, con que ninguna de mis tres doncellas estaba allí. Me dirigí al frasco que tenía en mi mesita de noche y vi que el céntimo que había dentro tenía compañía. Abrí la tapa y saqué de su interior una hoja de papel doblada. Qué inteligente por su parte.
Mis doncellas probablemente no lo habrían visto; y si lo hubieran visto, nunca se les habría ocurrido invadir mi intimidad.
Desplegué la nota y leí una lista de instrucciones muy claras. Al parecer, aquella noche Danni y yo teníamos una cita.
Las indicaciones eran complicadas. Di un rodeo para llegar a la primera planta, donde tenía que buscar una puerta junto a un jarrón de metro y medio de altura. Recordaba aquel jarrón de algún paseo anterior por el palacio. ¿Qué flor había en el mundo que pudiera necesitar un recipiente tan grande?
Encontré la puerta y miré alrededor para comprobar que nadie me viera. Nunca me había encontrado tan libre de la vigilancia de los guardias. No había nadie a la vista. Abrí la puerta lentamente y me colé dentro. La luna brillaba a través de la ventana, llenando la estancia de una suave luz. Aquello me ponía un poco nerviosa.
—¿Danni? —susurré en la oscuridad, sintiéndome tonta y asustada a la vez.
—Como en los viejos tiempos, ¿eh? —dijo su voz, aunque a ella no lo veía.
—¿Dónde estás? —pregunté, achinando los ojos para intentar distinguir su silueta. Entonces, a la luz de la luna, la sombra de una gruesa cortina se movió y ella apareció tras ella—. Me has asustado —me quejé, medio en broma.
—No sería la primera vez, y no será la última —contestó, y por su voz supe que sonreía.
Me acerqué a ella, tropezando con todos los obstáculos posibles.
—¡Chis! Todo el mundo se enterará de que estamos aquí si no dejas de tirar cosas —protestó, pero estaba claro que bromeaba.
—Lo siento —dije, reprimiendo una risita—. ¿No podemos encender una luz?
—No. Si alguien ve una luz por debajo de la puerta, podrían descubrirnos. No pasan mucho por este pasillo, pero prefiero ir con cuidado.
—¿Cómo has sabido de la existencia de esta habitación? —pregunté, acercándome y estableciendo contacto por fin con los brazos de Danni.
Ella tiró de mí, abrazándome, y me llevó hacia la esquina más alejada.
—Soy guardia —dijo, simplemente—. Y se me da muy bien mi trabajo. Conozco todo el recinto del palacio, por dentro y por fuera. Hasta el último pasaje, todos los escondrijos y hasta la mayoría de las habitaciones secretas. También sé los turnos de los guardias que hay, qué zonas son las menos vigiladas y los momentos del día en que hay menos personal. Si alguna vez quieres moverte a escondidas por el palacio con alguien, soy la persona ideal.
—Increíble —murmuré.
Nos sentamos tras el amplio respaldo de un sofá, sobre una alfombra hecha de luz de luna. Por fin pude verle la cara.
—¿Estás segura de que no corremos peligro? —a poco que dudara, estaba dispuesta a salir corriendo de allí. Por el bien de ambos.
—Confía en mí, Sann. Tendrían que pasar un número extraordinario de cosas para que alguien nos encontrara aquí. Estamos a salvo.
Yo seguía preocupada, pero necesitaba tanto que me reconfortaran que me dejé llevar.
Ella me rodeó con el brazo y me sujetó.
—¿Cómo estás?
Suspiré.
—Bien, supongo. He estado muy triste, y muy enfadada. Me gustaría retroceder dos días en el tiempo y recuperar a Rachel. Y también a Quinn; ni siquiera pude conocerla.
—Yo sí —dijo ella, con un suspiro—. Es una gran chica. He oído que durante el tiempo que duró el castigo no dejó de decirle a Rachel que la quería, para ayudarla a soportarlo.
—Es verdad. Al menos al principio. A mí me echaron antes de que acabara.
Danni me besó en la cabeza.
—Sí, eso también lo he oído. Estoy orgulloso de que te rebelaras de aquella manera. Esa es mi chica.
—Mi padre también estaba orgulloso. La reina me dijo que no debía haber actuado de ese modo, pero que estaba contenta de que lo hubiera hecho. No sé qué pensar. Es como si hubiera estado bien y mal a la vez, y además no sirvió para nada.
—Sí sirvió —dijo Danni, abrazándome con más fuerza—. Significó mucho para mí.
—¿Para ti?
Suspiró.
—A menudo me pregunto si la Selección te habrá cambiado. Te están cuidando constantemente, y tienes todos esos lujos… No dejo de pensar si aún seguirás siendo la misma Santana. Eso me hizo ver que sí, que todo esto no te ha afectado.
—Bueno, sí que me ha afectado, pero no en ese sentido. En realidad, este lugar me hace pensar que yo no nací para esto.
Hundí la cabeza en el pecho de Danni, allí donde solía resguardarme cuando las cosas iban mal.
—Escucha, Sann, lo que tiene Brittany es que es un gran actriz. Siempre pone esa cara perfecta, como si estuviera por encima de todo. Pero no es más que una persona, y tiene los mismos problemas que cualquiera. Sé que le aprecias, porque, si no, no seguirías aquí. Pero tienes que saber que no es real.
Asentí. Brittany siempre sabía lo que tenía que decir, y mantenía la compostura en todo momento.
¿Sería así siempre? ¿Actuaba también cuando estaba conmigo? ¿Cómo iba a saberlo?
—Es mejor que lo sepas ahora —prosiguió Danni—. ¿Y si te casas y luego descubres que era así?
—Tienes razón. Yo también lo he estado pensando.
Las palabras de Brittany en la pista de baile resonaban sin parar en mi cabeza. Parecía segurísima de nuestro futuro, dispuesta a darme tanto… Me había hecho creer que lo único que deseaba era mi felicidad. ¿No se daba cuenta acaso de lo infeliz que era en aquellos momentos?
—Tú tienes un gran corazón, Sann. Sé que hay cosas que no puedes cambiar, pero me gusta que aun así quieras hacerlo. Eso es todo.
—Me siento tan tonta… —susurré. De pronto tuve ganas de echarme a llorar.
—Tú no eres tonta.
—Sí que lo soy.
—Sann, ¿tú crees que yo soy lista?
—Claro.
—Eso es porque lo soy. Y soy demasiado lista como para enamorarme de una tonta. Así que ya puedes dejar de decir esas tonterías.
Solté una risita y dejé que Danni me abrazara.
—Tengo la impresión de que te he hecho mucho daño. No entiendo cómo puedes seguir enamorada de mí —confesé.
Ella se encogió de hombros.
—Así son las cosas. El cielo es azul, el sol brilla y Danni está irremediablemente enamorada de Santana. Así es como diseñaron el mundo. Ahora en serio, Sann: eres la única chica a la que he amado.
No puedo imaginarme con ninguna otra. He estado intentando prepararme para eso, por si acaso, y… no puedo.
Nos quedamos allí sentadas un momento, abrazándonos. Cada roce de sus dedos, la calidez de su aliento en mi cabello… era como una medicina para mi corazón.
—No deberíamos quedarnos aquí mucho más —dijo por fin—. Confío bastante en mis cálculos, pero no quisiera arriesgar más de lo debido.
Suspiré. Era como si acabáramos de llegar allí, pero probablemente tenía razón. Hice ademán de ponerme en pie, y Danni se levantó de un salto para ayudarme. Tiró de mí y me dio un último abrazo.
—Sé que es difícil de creer, pero siento mucho que Brittany resultara ser tan mala. Yo quería que volvieras, pero no que lo pasaras mal. Y sobre todo no de este modo.
—Gracias.
—Lo digo de verdad.
—Lo sé —Danni tenía sus defectos, pero no era un mentirosa—. Pero esto no ha acabado. No mientras siga aquí.
—Sí, pero te conozco. Lo sobrellevarás para que tu familia siga cobrando su dinero y para poder verme, pero ella tendría que deshacer el pasado para arreglar esto.
Solté un suspiro. Así era. Mi desapego hacia Brittany crecía y crecía; era como si me estuviera escurriendo de entre sus manos.
—No te preocupes, Sann. Yo cuidaré de ti.
Danni no tenía forma de demostrar eso en aquel momento, pero le creí. Haría lo que fuera por sus seres queridos, y yo no tenía ninguna duda de que yo era la persona que ella más quería.
La mañana siguiente estuve como en las nubes, con la mente puesta en Danni durante todos los preparativos, el desayuno y mis horas en la Sala de las Mujeres. Estaba en mi mundo, lejos de todo, hasta que un montón de papeles sobre la mesa me hicieron volver al mundo real.
Levanté la vista y vi a Kitty, que me miraba con una mueca de satisfacción. Señaló una de las revistas de cotilleos, abierta por una página doble. No tardé ni un segundo en reconocer el rostro de Rachel, aunque estaba desfigurado por el dolor de los azotes.
—Pensé que debías ver esto —dijo ella, y se alejó.
No estaba muy segura de qué quería decir, pero tenía tantas ganas de saber algo sobre Rachel que me lancé a leer la revista:
De todas las grandes tradiciones de nuestro país, quizá ninguna despierte tanta expectación y resulte tan emocionante como la Selección, creada específicamente para traer alegría a un país sumido en la tristeza.
Parece que todo el mundo disfruta presenciando la gran historia de amor de una princesa y su futura compañera. Cuando Gregory Illéa ascendió al trono, hace más de ochenta años, y su hija, Spencer, murió repentinamente, todo el país se puso de luto por la pérdida de un joven tan enigmático y prometedor.
Cuando se decidió que su hija menor, Damon, heredaría el trono, muchos se preguntaron si, a sus dieciocho años, estaría preparado. Pero Damon sabía que estaba listo para entrar en la vida adulta, y se decidió a demostrarlo con el mayor compromiso de la vida: el matrimonio. A los pocos meses nació la Selección, y todo el país se animó ante la posibilidad de que una chica del pueblo se convirtiera en la primera princesa de Illéa.
No obstante, desde entonces, la efectividad de la competición no ha cesado de sorprendernos. Aunque en el fondo se base en una idea romántica, hay quien dice que es injusto obligar a los príncipes a casarse con mujeres de una posición inferior, aunque nadie puede negar las aptitudes y la belleza de nuestra reina actual, Amberly Station S.Pearce. Algunos aún recuerdan los rumores sobre Abby Tamblin Illéa, de quien se dice que envenenó a su marido, el príncipe Justin Illéa, solo unos años después de casarse, para después contraer matrimonio con el primo de este, Porter S.Pearce, y mantener así la línea familiar de la dinastía intacta.
Aunque aquel rumor nunca se confirmó, lo que está claro es que esta vez la conducta de las mujeres en el palacio también ha dado lugar a escándalos. Rachel Berry, ahora convertida en una Ocho, fue sorprendida en un vestidor con un guardia que la desnudaba, el lunes por la noche, tras el baile de Halloween que se había organizado como acto destacado de la programación de la Selección. El esplendor de la fiesta quedó eclipsado del todo por la irrespetuosa conducta de la señorita Berry, que sumió el palacio en el caos a la mañana siguiente.
Pero aparte de las acciones inexcusables de la señorita Berry, se dice que quizá las chicas que queden en palacio tampoco sean dignas de la corona. Una fuente sin identificar informa de que algunas de las jóvenes de la Élite están discutiendo constantemente, y que no hacen casi ningún esfuerzo por cumplir con sus obligaciones. Todo el mundo recuerda la expulsión de Anna Farmer a principios de septiembre, después de atacar deliberadamente a la encantadora Kitty Wilde, modelo de Clermont. Y nuestra fuente confirma que ese no ha sido el único encontronazo físico surgido en el seno de la Élite, lo que obliga a este reportero a cuestionar la valía del grupo de chicas elegido para Brittany.
Cuando preguntamos al rey Pearce por estos rumores, el monarca se limitó a decir: «Algunas de las chicas proceden de castas menos refinadas y no están acostumbradas a la conducta que se espera en el palacio. Está claro que la señorita Berry no estaba preparada para convertirse en una Uno. Mi esposa tiene unas cualidades especialmente brillantes y es una de las raras excepciones a la norma de las castas bajas. Siempre se ha esmerado para alcanzar el nivel que corresponde a una reina, y sería difícil encontrar a alguien más apta para el trono. Pero en el caso de algunas de las chicas de las castas más bajas que quedan en la actual Selección, lo cierto es que no podemos decir que esperemos tanto de ellas».
Aunque Natalie Luca y Elise Whisks son Cuatros, siempre han estado a la altura y han mostrado una conducta exquisita de cara al público, en particular Lady Elise, que es una joven bastante sofisticada.
Tenemos que suponer que nuestro rey se refiere a Santana López, la única Cinco que queda desde el inicio de la Selección. Es guapa, pero quizá no lo que espera Illéa de su nueva princesa. De vez en cuando nos divierte con sus entrevistas en el Capital Report, pero lo que necesitamos es una nueva líder, no una cómica.
También resulta inquietante la noticia de que la señorita López intentó liberar a la señorita Berry durante la ejecución de su castigo, lo que a la vista de este reportero la convierte en cómplice de los actos de traición perpetrados por su amiga, al serle infiel a nuestro princesa.
Con todo ello (y ahora que la señorita Berry ya no es la favorita del público), cabe plantearse una pregunta: ¿quién debería ser la nueva princesa?
Una encuesta rápida entre nuestros lectores nos ha confirmado lo que ya sospechábamos: felicitamos a las señoritas Kitty Wilde y Kriss Ambers por su empate en la primera posición de nuestra encuesta.
Elise Whisks está en tercer lugar, y Natalie Luca la sigue de cerca. En quinta posición, a mucha distancia de la cuarta, aparece (como no podía ser de otro modo) Santana López.
Creo que hablo por toda Illéa al animar a la princesa Brittany a que se tome su tiempo para encontrar una buena princesa para el país. Hemos evitado por poco una opción desastrosa al descubrir la verdadera naturaleza de la señorita Berry antes de que tuviera ocasión de ponerse la corona. Quienquiera que sea la escogida, princesa Brittany, asegúrese de que se merece el puesto. ¡Que también se gane el amor del pueblo!



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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 12:57 am



Capítulo 13



Salí corriendo de la sala. Estaba claro que Kitty no lo había hecho con buena intención. Quería mostrarme cuál era mi lugar. ¿Por qué me molestaba en seguir con aquello? El rey esperaba que fracasara, el público no me quería y yo estaba segura de que no estaba hecha para ser princesa.
Subí las escaleras a toda prisa y en silencio, intentando no llamar la atención. No había modo de saber cuál era la fuente anónima de la revista.
—Señorita —dijo Anne, cuando atravesé el umbral—, pensé que estaría abajo hasta la hora del almuerzo.
—¿Podéis dejarme sola, por favor?
—¿Perdón?
Resoplé, intentando controlarme.
—Necesito estar sola. Por favor.
Sin decir palabra, hicieron una reverencia y salieron. Me dirigí al piano. Quería distraerme, dejar de pensar en aquello. Toqué unas cuantas canciones que me sabía de memoria, pero aquello resultaba demasiado fácil. Necesitaba algo que requiriera mi atención.
Me puse en pie y hurgué bajo la banqueta en busca de algo más difícil. Hojeé unas cuantas partituras hasta que apareció el borde de un libro. ¡El diario de Gregory Illéa! Me había olvidado completamente de que estaba allí. Aquello sería una gran distracción.
Me llevé el libro a la cama y lo abrí, pasando las viejas páginas y examinándolas. Reparé en la página con la fotografía de Halloween, aquel retrato forzado que ya había visto antes, y volví a leer el fragmento:
Este año los niños han celebrado Halloween con una fiesta. Supongo que es una forma de olvidar lo que pasa a su alrededor, pero a mí me parece frívolo. Somos una de las pocas familias que quedan que tienen dinero para hacer algo festivo, pero este juego de niños me parece tirar el dinero.
Volví a mirar la foto, preguntándome por la niña. ¿Qué edad tendría? ¿Cuál sería su ocupación? ¿Le gustaría ser la hija de Gregory Illéa? ¿La haría eso muy popular?
Pasé la página y me encontré con que no hablaba de otro tema, sino que seguía la entrada sobre Halloween.
Supongo que después de la invasión china pensé que nos daríamos cuenta de nuestros errores. Para mí era evidente lo vagos que nos habíamos vuelto, sobre todo en los últimos tiempos. No es de extrañar que China pudiera invadirnos tan fácilmente, ni tampoco que nos costara tanto plantear resistencia. Hemos perdido ese espíritu que hacía que la gente se lanzara a cruzar océanos y a afrontar duros inviernos y guerras civiles. Nos hemos vuelto vagos. Y mientras nosotras estábamos ahí, sin hacer nada, China cogió las riendas.
En los últimos meses en particular, he sentido la necesidad de aportar algo más que dinero a nuestra campaña bélica. Quiero tomar el mando. Tengo ideas, y ya que he hecho donaciones tan generosas, quizá sea el momento de aumentar la apuesta. Lo que necesitamos es un cambio. No puedo evitar preguntarme si seré la única persona que puede llevarlo a cabo.
Me estremecí. No podía evitar comparar a Brittany con su predecesor. Gregory parecía tener una gran inspiración. Estaba intentando coger algo roto y recomponerlo. Me pregunté qué diría de la monarquía si estuviera ahí en aquel momento.
Cuando Danni abrió la puerta de mi habitación por la noche, estuve a punto de contarle lo que había leído. Pero recordé que ya le había mencionado a mi padre la existencia de aquel diario, y solo con eso ya había roto mi promesa.
—¿Cómo ha ido el día? —me preguntó, arrodillándose junto a mi cama.
—Bien, supongo. Kitty me ha enseñado un artículo… —sacudí al cabeza—. Ni siquiera sé si quiero hablar de ello. Me tiene harta.
—Supongo que ahora que se ha ido Rachel, Brittany no enviará a nadie a casa hasta dentro de un tiempo, ¿eh?
Me encogí de hombros. Sabía que el público estaba aguardando una eliminación, y lo sucedido con Rachel les había dado un espectáculo muy superior al que se esperaban.
—Venga… —dijo ella, arriesgándose a tocarme a la luz de la puerta, abierta de par en par—. Todo saldrá bien.
—Lo sé. Pero es que la echo de menos. Y me siento confusa.
—¿Confusa por qué?
—Por todo. Sobre lo que hago aquí, lo que soy. Pensé que lo sabía… Ni siquiera sé explicarlo —
Últimamente parecía que el problema era justo ese. Los pensamientos se me entremezclaban. No tenía las ideas claras.
—Tú sabes quién eres, Sann. No dejes que te cambien —parecía tan sincera que por un momento me sentí segura. No porque tuviera respuestas, sino porque contaba con Danni. Si alguna vez volvía a perder la noción de mí misma, sabía que ella estaría ahí para guiarme.
—Danni, ¿te puedo preguntar una cosa?
Asintió.
—Sé que es algo raro, pero si ser princesa no supusiera casarse con alguien, si no fuera más que un trabajo para el que pudieran seleccionarme, ¿crees que sería capaz de hacerlo?
Sus ojos verdes se abrieron aún más por un segundo, mientras asimilaba la pregunta. Debo decir en su favor que estaba claro que se planteaba la posibilidad.
—Lo siento, Sann, pero creo que no. Tú no eres tan calculadora como ellos —dijo.
Su tono era de disculpa, pero no me ofendía que pensara que no pudiera hacerlo. Era su razonamiento lo que me sorprendió un poco.
—¿Calculadora? ¿Y eso?
Ella suspiró.
—Yo estoy por todas partes, Sann. Oigo cosas. Hay grandes altercados en el sur, en las zonas con mayor concentración de castas bajas. Por lo que dicen los guardias más veteranos, esa gente nunca estuvo especialmente de acuerdo con los métodos de Gregory Illéa, y los altercados se suceden desde hace mucho tiempo. Según dicen, ese fue uno de los motivos por los que la reina resultaba tan atractiva para el rey. Procedía del sur, y eso los aplacó un tiempo. Aunque ahora parece que ya no tanto.
Volví a plantearme hablarle del diario, pero no lo hice.
—Eso no explica qué querías decir con lo de «calculadora».
Ella dudó por un momento.
—El otro día estaba en uno de los despachos, antes de todo el jaleo de Halloween. Hablaban de los simpatizantes de los rebeldes del sur. Me ordenaron que llevara unas cartas al Departamento de Correos.
Eran más de trescientas cartas, Santana. Trescientas familias a las que iban a degradar, a bajarles una casta por no informar de algo o por colaborar con alguien considerado una amenaza para el palacio.
Di un respingo.
—Ya. ¿Te lo puedes imaginar? ¿Y si fueras tú, y lo único que supieras hacer fuera tocar el piano? De pronto se supone que tendrías que trabajar de empleada. ¿Sabrías siquiera dónde ir a buscar ese tipo de trabajo? El mensaje está bastante claro.
Asentí.
—¿Y tú…? ¿Brittany lo sabe?
—Supongo. No falta tanto para que ella misma gobierne el país.
En el fondo de mi corazón no quería creer que ella hubiera podido estar de acuerdo con aquello, pero lo más probable es que supiera lo que estaba pasando. Se esperaba de ella que aceptara todas aquellas cosas. ¿Podría hacerlo yo?
—No se lo digas a nadie, ¿vale? Una filtración podría costarme el empleo —me advirtió Danni.
—Claro. Ya está olvidado.
Me sonrió.
—Echo de menos el tiempo que pasaba contigo, lejos de todo esto. Añoro nuestros problemas de antes. Me reí.
—Sé lo que quieres decir. Escaparme por la ventana era mucho mejor que escabullirme por un palacio.
—E ir mendigando un céntimo para poder dártelo a ti era mejor que no tener nada que darte en absoluto —dijo, dando un golpecito al frasco junto a la cama, en el que antes había cientos de monedas de céntimo que me había ido dando por cantarle en la casa del árbol de mi casa, un pago que ella consideraba que me merecía—. No tenía ni idea de que los habías ido ahorrando hasta el día antes de que te fueras.
—¡Claro que sí! Cuando tú no estabas, eran lo único a lo que me podía agarrar. A veces me los echaba sobre la mano, encima de la cama, solo para agarrarlos y volver a meterlos en el frasco. Era agradable tener algo que habías tocado tú antes —nuestros ojos se encontraron, y al momento todo lo demás quedó muy lejos. Resultaba reconfortante encontrarme de nuevo en aquella burbuja, en el lugar que habíamos creado años atrás—. ¿Qué hiciste con ellos? —me enfadé tanto con ella cuando me marché que se los había devuelto. Todos, salvo el que se había quedado pegado al fondo del frasco.
Ella sonrió.
—Están en casa, esperando.
—¿El qué?
Los ojos le brillaron.
—Eso no lo sé.
Suspiré y sonreí.
—Muy bien, guárdate tus secretos. Y no te preocupes por no poder darme nada. Estoy contenta solo con que estés aquí, que al menos tú y yo podamos arreglar las cosas, aunque no sea como antes.
Pero estaba claro que para Danni aquello no bastaba. Acercó la mano al puño de la otra manga y se arrancó uno de los botones dorados.
—No tengo nada más que darte, literalmente, pero puedes guardar esto, algo que he tocado yo, y pensar en mí en cualquier momento. Y sabrás que yo también estoy pensando en ti.
Por tonto que pareciera, me entraron ganas de llorar. Era inevitable, el instinto natural que me hacía comparar a Danni con Brittany. Incluso en aquel mismo instante, cuando la idea de tener que elegir entre loa dos quedaba muy lejos, los comparé mentalmente.
Daba la impresión de que a Brittany no le costaba nada darme cosas —recuperar una fiesta, asegurarse de que tuviera todo lo mejor— porque tenía el mundo entero a su disposición. Y, sin embargo, ahí estaba Danni, dándome sus preciosos momentos robados y un recuerdo minúsculo para mantener el vínculo, y daba la impresión de que era mucho más que todo lo otro.
De pronto recordé que Danni siempre había sido así. Sacrificaba el sueño por mí, se arriesgaba a que la pillaran tras el toque de queda por mí, iba reuniendo céntimo tras céntimo por mí. Su generosidad era más difícil de ver porque no podía hacer grandes regalos como Brittany, pero ponía mucho más corazón en lo que daba.
Reprimí las ganas de llorar.
—Ahora no sé cómo hacerlo. Tengo la sensación de que no sé hacer nada bien… Yo… no te he olvidado, ¿vale? Sigue aquí —me llevé la mano al pecho, en parte para mostrarle a Danni lo que quería decir y en parte para aliviar la extraña nostalgia que sentía.
Ella lo entendió.
—Me basta con eso
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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 12:57 am



Capítulo 14



A la mañana siguiente, a la hora del desayuno, observé a Brittany con disimulo. Me preguntaba qué sabría de la gente que había perdido su casta en el sur. Ella solo miró una vez en mi dirección, pero no parecía que me estuviera mirando a mí, sino a algo que tuviera cerca. Cada vez que me sentía incómoda, bajaba la mano y tocaba el botón de Danni, que me había atado a una fina cinta a modo de pulsera.
Aquello me ayudaría a soportar aquella situación.
Hacia el final de la comida, el rey se puso en pie y todas nos giramos hacia el.
—Como ya sois tan pocas, pensé que sería agradable tomar el té mañana todos juntos, antes del Report. Dado que una de vosotras será nuestra nuera, la reina y yo querríamos tener más ocasiones de hablar con vosotras, saber lo que os interesa, y cosas así.
Aquello me puso un poco nerviosa. Tratar con la reina era una cosa, pero no sabía muy bien qué pensar del rey.
Mientras las otras chicas atendían con ilusión, yo le di un sorbito a mi zumo.
—Por favor, venid una hora antes del Report al salón de la planta baja. Si no lo conocéis, no os preocupéis. Las puertas estarán abiertas, y habrá música. Nos oiréis antes de vernos —dijo, con una risita.
Las otras chicas sonrieron.
Al poco rato, todas fuimos a la Sala de las Mujeres. Suspiré. A veces aquella sala, por enorme que fuera, me daba claustrofobia. Normalmente intentaba relacionarme con las demás, o aprovechaba para leer. Pero aquel sería «un día Kitty». Decidí colocarme frente al televisor y evadirme.
Pero no fue tan fácil, pues las chicas parecían estar especialmente parlanchinas.
—Me pregunto qué querrá saber el rey de nosotras —dijo Kriss.
—Tendremos que acordarnos de todo lo que nos ha enseñado Tina para mantener el porte y la elegancia —apuntó Elise.
—Espero que mis doncellas tengan preparado un buen vestido para mañana por la noche. No quiero pasar otra vez por lo de Halloween. A veces están como en la Luna —soltó Kitty, aparentemente molesta.
—Ojalá el rey se dejara barba —dijo Natalie, dejando volar la imaginación. Me giré y, por encima del hombro, la vi acariciándose una barba imaginaria en la barbilla—. Creo que le quedaría bien.
—Sí, ya lo veo —bromeó Kriss, antes de cambiar de tema.
Meneé la cabeza e intenté concentrarme en el ridículo espectáculo que tenía delante, pero me resultó imposible.
A la hora del almuerzo estaba hecha un manojo de nervios. ¿Qué querría decirme a mí, la chica de la casta más baja de todo el concurso? ¿De qué querría hablar con alguien de quien esperaba tan poco?
El rey Pearce tenía razón. Oí la suave melodía del piano mucho antes de encontrar el salón. El músico era bueno. Mejor que yo, eso estaba claro. Vacilé antes de entrar. Decidí hacer una pausa antes de hablar, sopesar bien mis palabras. Me di cuenta de que lo que quería era demostrarle que estaba errado. Y deseaba demostrar que el reportero de la revista también se equivocaba. Aunque perdiera, no quería irme a casa como una perdedora. Me sorprendió lo mucho que significaba para mí.
Atravesé el umbral y lo primero que vi fue a Brittany de pie, junto a la pared trasera del salón, hablando con Kurt Humel. El hombre estaba bebiendo vino, no té, y de pronto se dio cuenta de que Brittany no le prestaba atención. Los ojos de Brittany se plantaron en mí, y juraría que con los labios articuló un «¡Uau!».
Volví la cabeza, me ruboricé y me aparté de allí. Corrí el riesgo de volver a mirarla y observé que me seguía con la mirada. Me costaba pensar racionalmente cuando me miraba así.
El rey Pearce estaba hablando con Natalie en una esquina, y la reina Amberly departía con Kitty en otra. Elise daba sorbitos a su té, y Kriss estaba paseando por la sala. Me la quedé mirando mientras pasaba junto a Brittany y Kurt, a quien dedicó una sonrisa. Kriss dijo algo, y ambos soltaron una risita, sin perder de vista a Brittany.
Al cabo de un rato se me acercó.
—Llegas tarde —me regañó, en tono de broma.
—Estaba un poco nerviosa.
—Bueno, no hay de qué preocuparse. En realidad ha sido hasta divertido.
—¿Tú ya has acabado? —si el rey ya había terminado de hablar al menos con dos de las chicas, quería decir que tenía menos tiempo del que me pensaba para prepararme.
—Sí. Siéntate conmigo. Podemos tomar un poco de té mientras esperas. Kriss me llevó a una mesita, y una doncella se nos acercó inmediatamente y nos puso el té, la leche y el azúcar delante.
—¿Qué te ha preguntado?
—En realidad ha sido una conversación informal. No creo que su intención sea obtener ninguna información; es más bien como si quisiera hacerse una idea de nuestra personalidad. ¡En una ocasión le he hecho reír! —dijo, encantada—. Ha ido muy bien. Y tú eres divertida por naturaleza, así que háblale como le hablarías a cualquier otra persona. Te irá bien.
Asentí y levanté mi taza de té. Tal como lo presentaba, sonaba bien. A lo mejor el rey no era igual siempre. A la hora de enfrentarse a amenazas para el país podía ser frío y decidido, actuar con rapidez y determinación. Pero esto no era más que un té con un puñado de chicas. No necesitaba actuar igual con nosotras.
La reina ya había dejado a Kitty y estaba hablando en voz baja con Natalie, cuya mirada era adorable. Durante un tiempo me había llegado a molestar aquella expresión de soñadora inocente; pero era una persona sencilla, y resultaba reconfortante.
Le di un sorbito a mi té. El rey Pearce se acercó a Kitty, y ella le dedicó una sonrisa seductora.
Aquello me resultó un poco incómodo. ¿Dónde estaban sus límites? Kriss se inclinó para tocar mi vestido.
—Este tejido es precioso. Con tu cabello, recuerdas una puesta de sol.
—Gracias —respondí, parpadeando. La luz le daba en el collar, que le cubría la garganta con una explosión de plata, y el brillo me cegó por un momento—. Mis doncellas son unas artistas.
—Desde luego. ¡Las mías me gustan, pero, si llego a ser princesa, te robo las tuyas! Se rió, quizá para dejar claro que era una broma, aunque quizá no lo fuera. En cualquier caso, la idea de que mis doncellas le hicieran sus vestidos me incomodó. Aun así, sonreí.
—¿Qué es lo que es tan divertido? —preguntó Brittany, que se había acercado.
—Cosas de chicas —respondió Kriss, haciéndose la interesante. Realmente tenía su tarde—. Estaba intentando tranquilizar a Santana. Está nerviosa por tener que hablar con tu padre.
«Qué bien. Gracias por ponerme en evidencia, Kriss».
—No tienes que preocuparte por nada. Sé natural. Estás fantástica —dijo Brittany, con una sonrisa franca. Estaba claro que intentaba restablecer la comunicación conmigo.
—¡Eso es lo que le he dicho! —exclamó Kriss.
Ambos se miraron, y dio la impresión de que estaban en el mismo equipo. Era algo extraño.
—Bueno, os dejo con vuestras cosas de chicas. Hasta otro rato —Brittany esbozó una reverencia y se fue con su madre.
Kriss suspiró y se lo quedó mirando mientras se alejaba.
—Es todo un personaje —dijo, sonriéndome un instante, y luego se fue a hablar con Kurt.
Me quedé observando los elaborados movimientos de la gente por el salón, parejas que se formaban para hablar, que se separaban y buscaban nuevos interlocutores. Incluso me gustó que Elise viniera a hacerme compañía al rincón, aunque no dijo gran cosa.
—Bueno, señoritas, se nos ha hecho tarde —anunció el rey—. Tenemos que ir bajando.
Miré el reloj: estaba en lo cierto. Teníamos unos diez minutos para llegar al plató y prepararnos.
No parecía que importara mucho lo que yo pensara de ser princesa, o cuáles fueran mis sentimientos por Brittany, o lo que sintiera en general. Era evidente que el rey tenía tan claro que no era una candidata al triunfo que ni siquiera le valía la pena molestarse en hablar conmigo. Había sido excluida, quizás incluso a propósito, y nadie se había dado cuenta siquiera.
Aguanté el tipo a lo largo del Report. Incluso mantuve la compostura hasta que mis doncellas se fueron. Pero en cuanto me quedé sola me vine abajo.
No estaba segura de qué le diría a Brittany cuando se presentara, pero al final aquello tampoco importó. No vino. Y no pude evitar preguntarme quién estaría disfrutando de su compañía.
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Activo Re: Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/ LA ELEGIDA / TERMINADO

Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 12:58 am



Capítulo 15



Mis doncellas fueron un encanto. No me preguntaron por mis ojos hinchados ni por las almohadas manchadas de lágrimas. Simplemente me ayudaron a recomponerme. Yo me dejé mimar, agradecida por sus atenciones. Se portaron de maravilla conmigo. ¿Serían igual de encantadoras con Kriss si al final ella ganaba y las incluía en su servicio?
Me les quedé mirando mientras pensaba en aquello, y me sorprendí al observar la tensión que se respiraba entre ellas. Mary parecía estar más o menos bien, quizás algo preocupada. Pero daba la impresión de que Anne y Lucy evitaban mirarse deliberadamente y que no hablaban, a menos que fuera necesario.
No entendía en absoluto qué era lo que sucedía, y no sabía si debía preguntar. Ellas nunca se inmiscuían en mi tristeza o mi rabia. Quizá lo correcto por mi parte fuera no meterme en sus cosas.
Intenté que el silencio no me afectara mientras ellas me peinaban y me vestían para pasar un largo día en la Sala de las Mujeres. No veía el momento de ponerme uno de aquellos pantalones que Brittany me había regalado para los sábados, pero no parecía que fuera el momento. Si aquello era mi declive, quería plantar cara como una dama. Al menos, haría un esfuerzo.
Mientras me disponía a afrontar otro día de té y libros, vi que las otras charlaban de la noche anterior. Bueno, todas menos Kitty, que tenía unas cuantas revistas de cotilleos esperando para leer.
Me pregunté si la que tenía entre las manos decía algo de mí.
Estaba planteándome si debía cogérsela cuando Tina entró con unos gruesos pliegos de papeles bajo los brazos. Genial. Más trabajo.
—¡Buenos días, señoritas! —canturreó—. Se que están acostumbradas a recibir visitas los sábados, pero hoy la reina y yo tenemos un encargo especial que hacerles.
—Sí —dijo la reina, acercándose—. Sé que es algo precipitado, pero la semana que viene tendremos unas visitas. Van a hacer un recorrido por el país, y pasarán por el palacio para conocerlas a todas.
—Como ya saben, la reina suele encargarse de recibir a los invitados importantes. Ya vieron con qué elegancia atendió a nuestros amigos de Swendway —afirmó Tina, haciendo un gesto hacia la reina, que a su vez sonrió con recato—. No obstante, los visitantes que recibiremos, de la Federación Germánica y de Italia, son aún más importantes que la familia real de Swendway. Y hemos pensado que esta visita será un excelente ejercicio para todas ustedes, ya que últimamente hemos dedicado una especial atención a la diplomacia. Trabajarán en equipos para preparar una recepción para los invitados que se les asignen, incluida una comida, algunos entretenimientos, regalos… —explicó Tina.
Tragué saliva.
—Es muy importante mantener las relaciones que ya tenemos, pero también forjar nuevas alianzas con otros países. Contamos con normas de protocolo para relacionarnos con estos invitados, así como guías sobre lo que se debe evitar a la hora de organizarles algunos actos. No obstante, los detalles quedan de la mano de ustedes.
—Queríamos que el ejercicio fuera lo más justo posible —intervino la reina—. Y creo que lo hemos sabido compensar. Kitty, Natalie y Elise organizarán una recepción. Kriss y Santana se encargarán de la otra. Y como tenéis una persona menos, dispondréis de un día más. Nuestros visitantes de la
Federación Germánica llegarán el miércoles, y los italianos lo harán el jueves.
—¿Quiere decir que tenemos cuatro días? —protestó Kitty.
—Sí —respondió Tina—. Pero una reina tiene que hacer todo ese trabajo sola, y a veces con menos tiempo.
Una sensación de pánico se adueñó del ambiente.
—¿Nos da la documentación, por favor? —pidió Kriss, tendiendo la mano.
Instintivamente, yo también tendí la mía. A los pocos segundos ya estábamos devorando toda aquella información.
—Esto va a ser duro —dijo Kriss—, incluso con el día de más.
—No te preocupes —la tranquilicé—. Vamos a ganar.
Ella soltó una risita nerviosa.
—¿Cómo puedes estar tan segura?
—Porque de ningún modo voy a permitir que Kitty lo haga mejor que yo —respondí, decidida.
Tardamos dos horas en leer todo aquel tocho, y una más en asimilar lo que decía. Había muchísimas cosas diferentes que tener en cuenta, muchísimos detalles que planear. Tina dijo que estaría a nuestra disposición, pero yo tenía la sensación de que pedirle ayuda sería admitir que no podíamos hacerlo solas, así que lo descartamos.
La creación del entorno adecuado iba a ser todo un reto. No se nos permitía usar flores rojas, pues se asociaban con el secretismo. Tampoco podíamos emplear las amarillas, pues se relacionaban con la envidia. Ni tampoco podíamos utilizar las de color violeta, pues se suponía que daban mala suerte.
Tanto los vinos como la comida debían ser cuantiosos. El lujo no se consideraba una muestra de presunción, sino una manifestación normal del ambiente palaciego. Si no estaba a la altura y no se impresionaba a los invitados, estos podrían decidir no volver nunca más. Además de todo eso, las cosas que se suponía que teníamos que haber aprendido —es decir, las normas de etiqueta en la mesa y cosas así— debían adaptarse a una cultura de la que ni Kriss ni yo teníamos ningún conocimiento, más allá de la información impresa que nos habían entregado.
Era algo increíblemente intimidatorio.
Nos pasamos el día tomando notas y poniendo ideas en común, mientras las otras hacían lo mismo en una mesa cercana. Al ir pasando la tarde, ambos grupos nos íbamos quejando de quién tenía la peor situación, y al cabo de un rato resultó hasta divertido.
—Al menos vosotras dos tenéis un día más para prepararlo —dijo Elise.
—Pero Illéa y la Federación Germánica ya son aliados. ¡Puede que a los italianos les parezca fatal todo lo que hagamos! —adujo Kriss, preocupada.
—¿Sabéis que nosotras tenemos que vestirnos con colores oscuros? —se quejó Kitty—. Va a ser una recepción muy… rígida.
—Tampoco nosotras querríamos ir demasiado ostentosas —observó Natalie, agitándose un poco en la silla. Se rió de su propia broma, y yo sonreí antes de volver a lo nuestro.
—Bueno, la nuestra se supone que tiene que ser de lo más festiva. Y todas tenéis que llevar vuestras mejores joyas —indiqué—. Debemos dar una primera impresión espléndida, y el aspecto es muy importante.
—Menos mal que podré lucir un poco en uno de estos dos actos tan estúpidos —suspiró Kitty, meneando la cabeza.
Estaba claro que aquello suponía un gran esfuerzo para todas. Después de lo ocurrido con Rachel y de sentirme descartada por el rey, ver que aquello nos hacía sufrir a todas, de algún modo, me reconfortaba. Pero eso no evitó que viviera algún episodio de paranoia antes de que acabara el día: estaba convencida de que alguna de las otras chicas —Kitty, en particular— podría intentar sabotear nuestra recepción.
—¿Confías completamente en tus doncellas? —le pregunté a Kriss a la hora de cenar.
—Sí. ¿Por qué?
—Me pregunto si no deberíamos guardar algunas de estas cosas en nuestras habitaciones en lugar de dejarlas en el salón. Ya sabes, para que las otras no intenten robarnos las ideas —dije. Era mentira, pero no del todo.
—Me parece bien —respondió ella—. Especialmente porque nosotras vamos detrás, y podría parecer que nos hemos copiado.
—Exacto.
—Qué lista eres, Santana. No es de extrañar que a Brittany le gustaras tanto —dijo, y siguió comiendo.
No se me pasó por alto aquel modo de usar el pasado como quien no quiere la cosa. A lo mejor mientras yo me pasaba los días preocupada por ser lo suficientemente buena como para convertirme en princesa, sin saber al mismo tiempo si deseaba serlo, Brittany se estaba olvidando completamente de mí.
Me convencí de que no era más que un recurso de Kriss para aumentar su confianza. Además, no habían pasado más que unos días desde lo de Rachel. ¿Qué podía saber ella?
El penetrante alarido de una sirena me despertó de golpe. Aquel sonido estaba tan fuera de lugar que no podía ni procesar lo que era. Lo único que sabía era que el corazón me golpeaba con fuerza en el pecho. Noté el subidón de adrenalina.
Al cabo de un instante, la puerta de mi habitación se abrió de golpe y un guardia entró a la carrera.
—Maldición, maldición, maldición —repetía.
—¿Eh? —dije yo, aún adormilada.
—¡Levanta, Sann! —me apremió, y yo obedecí—. ¿Dónde tienes los zapatos?
Zapatos. Así que iba a algún sitio. Hasta entonces no lo entendí. Brittany me había hablado de que se disparaba una alarma cuando se presentaban los rebeldes, pero que en un ataque reciente la habían desmantelado. Debían de haberla reparado.
—Aquí —dije, cuando por fin los encontré, calzándome—. Necesito la bata —señalé a los pies de la cama, y Danni la agarró, intentando abrirla para que me la pusiera.
—No te preocupes. La llevo en la mano.
—Tienes que darte prisa. No sé a qué distancia están.
Asentí y me dirigí hacia la puerta, con la mano de Danni en la espalda. Pero antes de llegar al pasillo me hizo retroceder de un tirón, y me plantó un beso profundo e intenso en la boca. Tenía su mano tras la cabeza, y se quedó pegado a mis labios un buen rato. Luego, como si de pronto hubiera olvidado el peligro que corríamos, con la otra mano me agarró de la cintura y el beso se hizo más apasionado. Hacía mucho tiempo que no me besaba así: entre mis vacilaciones y el miedo a que nos pillaran, no había habido motivo para hacerlo. Pero aquella noche sentía la urgencia. Quizás algo saliera mal, y aquel podía ser nuestro último beso.
Quería que fuera importante.
Nos separamos, concediéndonos apenas un segundo para mirarnos de nuevo. Esta vez me pasó la mano alrededor del brazo y me empujó hacia la puerta.
—Ve, corre.
Salí corriendo en dirección al pasaje secreto que había al final del pasillo. Antes de empujar el tabique, miré atrás y vi la espalda de Danni, que giraba la esquina a la carrera.
No podía hacer nada más que correr, y eso es lo que hice. Bajé por la escarpada y oscura escalinata todo lo rápido que pude, hasta llegar al refugio reservado para la familia real.
Brittany me había contado una vez que había dos tipos de rebeldes: los norteños y los sureños. Los norteños eran problemáticos, pero los sureños eran letales. Esperaba que, quienesquiera que fueran, estuvieran más interesados en alterar la paz del palacio que en matarnos.
A medida que fui bajando las escaleras empecé a sentir el frío. Quería ponerme la bata, pero tenía miedo de tropezar y caerme. Me sentí más segura cuando vi la luz de la cámara de seguridad. Salté del último escalón, y vi una figura que destacaba entre las siluetas de los guardias. Brittany. Aunque era tarde, iba vestida con pantalones de vestir y una camisa, algo arrugada pero presentable.
—¿Soy la última? —pregunté, poniéndome la bata mientras me acercaba.
—No —respondió ella—. Kriss aún sigue ahí fuera. Y Elise también.
Miré tras de mí, hacia el oscuro pasillo que parecía no tener fin. A los lados distinguí el perfil de tres o cuatro escaleras que ascendían hasta diferentes puertas secretas del palacio. Estaban vacías. Si Brittany no me había engañado, no sentía una devoción especial por Kriss y Elise, pero la preocupación en sus ojos era innegable. Se frotó la sien y estiró el cuello, como si aquello pudiera ayudarle. Ambas mirábamos a lo lejos, en dirección a las escaleras, mientras los guardias se acercaban a la puerta, evidentemente ansiosos por cerrarla.
De pronto suspiró y se llevó las manos a las caderas. Luego, sin previo aviso, me abrazó. No pude evitar agarrarla con fuerza.
—Sé que probablemente seguirás disgustada, y lo entiendo. Pero me alegro de que estés a salvo. Brittany no me había tocado desde Halloween. No había pasado ni una semana, pero, por algún motivo, me parecía una eternidad. Quizá por todo lo que había pasado aquella noche, y no solo eso, sino por todo lo que había ocurrido en los días previos.
—Yo también estoy contenta de que estés a salvo.
Me agarró más fuerte. De pronto soltó un grito ahogado.
—Elise.
Me giré y vi una fina silueta bajando las escaleras. ¿Dónde estaba Kriss?
—Deberíais entrar —nos apremió Brittany—. Tina os espera.
—Luego hablamos.
Me dedicó una sonrisa tenue y esperanzada, y asintió. Entré en la sala, con Elise pegada a mis talones. Vi que estaba llorando. Le pasé un brazo alrededor del hombro, y ella hizo lo mismo, reconfortada.
—¿Dónde estabas? —le pregunté.
—Creo que mi doncella está enferma. Tardó un poco en venir a ayudarme. Y luego me asusté tanto con la alarma que me confundí y no recordaba adónde tenía que ir. Apreté cuatro paredes diferentes antes de encontrar la buena —dijo, sacudiendo la cabeza a modo de reproche hacia sí misma.
—No te preocupes —la tranquilicé, abrazándola—. Ahora ya estás a salvo.
Ella asintió, intentando controlar la respiración. De las cinco que quedábamos, era sin duda la más sensible.
Al avanzar hacia el interior, vi al rey y a la reina sentados uno junto al otro, ambos en bata y zapatillas. El rey tenía un montoncito de papeles sobre el regazo, como si quisiera aprovechar el tiempo allí abajo para trabajar. Una doncella le masajeaba la mano a la reina. Ambos tenían el gesto serio.
—¿Qué? ¿Esta vez no trae compañía? —bromeó Tina, desviando mi atención.
—No estaban conmigo —dije, preocupada de pronto por la seguridad de mis doncellas. Ella sonrió amablemente.
—Estoy segura de que estarán bien. Por aquí.
La seguimos hasta una hilera de camas colocadas junto a una pared irregular. La última vez que había bajado a aquel lugar había quedado claro que los encargados del mantenimiento de aquella sala no estaban preparados para el caos que suponía acoger a todas las chicas de la Selección. Desde entonces habían hecho progresos, pero aún no estaba en estado óptimo. Había seis camas. Kitty estaba hecha un ovillo en la más próxima a los reyes, aunque todas las camas quedaban a cierta distancia de ellos. Natalie se había colocado en la de al lado y se estaba retorciendo mechones de pelo con los dedos.
—Me gustaría que durmierais. Todas tenéis una semana de mucho trabajo por delante, y no vais a poder organizar nada si estáis agotadas —dijo Tina, y luego se fue, probablemente en busca de Kriss. Elise y yo suspiramos. No podía creer que nos hicieran pasar por todo aquel jaleo de las recepciones. ¿No era ya de por sí aquello suficientemente tenso? Nos separamos y nos dirigimos a nuestras camas, una junto a la otra. Elise enseguida se metió bajo las mantas, agotada.
—¿Elise? —dije, en voz baja. Ella se giró y me miró—. Si necesitas algo dímelo, ¿vale?
—Gracias —respondió ella con una sonrisa.
—De nada.
Se dio media vuelta; al cabo de unos segundos parecía que se había quedado dormida. Y así fue, pues no se giró, pese al estruendo que llegó desde la puerta. Miré atrás y vi a Brittany, que llevaba a Kriss en brazos, con Tina a su lado. En cuanto pasaron, volvieron a cerrar la puerta herméticamente.
—Me he caído —explicó Kriss a Tina, que parecía muy agitada—. No creo que me haya roto el tobillo, pero me duele mucho.
—Hay vendas atrás. Al menos podemos inmovilizarlo —propuso Brittany.
Tina se puso en marcha enseguida, y pasó a nuestro lado en busca de las vendas.
—¡A dormir! ¡Venga! —nos ordenó.
Suspiré, y no fui la única. Natalie lo llevaba bien, pero Kitty parecía muy irritada. Y eso me hizo examinarme a mí misma: si mi comportamiento se parecía en algo al de aquella chica, tenía que cambiarlo. Aunque no tenía ganas, me metí en mi cama y me puse de cara a la pared.
Procuré no pensar en Danni, luchando por allí arriba, ni en mis doncellas, que quizá no llegaran a su refugio a tiempo. Intenté no preocuparme por la semana siguiente ni por la posibilidad de que los rebeldes fueran sureños y que quisieran perpetrar una matanza en el palacio mientras nosotras dormíamos.
Pero no pude evitarlo y pensé en todo aquello. Y resultó tan agotador que al final acabé durmiéndome en aquel catre frío y duro.
Cuando me desperté, no sabía qué hora era, pero debían de haber pasado horas. Me di la vuelta y vi a Elise, que seguía durmiendo tranquilamente. El rey estaba leyendo sus papeles, hojeándolos tan rápidamente que parecía estar furioso con ellos. La reina tenía la cabeza apoyada en el respaldo de su silla. Cuando dormía aún estaba más guapa.
Natalie seguía dormida, o al menos eso parecía. Pero Kitty estaba despierta, apoyada en un brazo y mirando al otro extremo de la cámara. En sus ojos había un fuego que solía reservar para mí. Seguí la dirección de su mirada y vi que estaba fija en la pared opuesta, donde vi a Kriss y a Brittany.
Estaban sentadas, una junto a la otra; ella la rodeaba con el brazo por encima del hombro. La chica tenía las piernas cogidas con las manos, frente al pecho, como si tuviera frío, aunque llevaba una bata.
Tenía el tobillo izquierdo vendado, pero no parecía que le molestara demasiado. Las dos hablaban en voz baja, con una sonrisa en el rostro.
No quería quedarme mirando, así que me di la vuelta. Cuando Tina me dio un golpecito en el hombro para despertarme, Brittany ya se había ido. Y Kriss también.
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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 12:59 am



Capítulo 16



Cuando emergí de la escalera que me había conducido a la salvación la noche anterior, se me hizo más que evidente que los sureños habían pasado por allí. En el corto tramo de pasillo que llevaba a mi habitación había un montón de escombros por los que tuve que trepar para llegar hasta mi puerta.
Normalmente ya habían reparado la mayor parte de los destrozos cuando salíamos del refugio, pero esta vez parecía que eran tantos que no había dado tiempo, y tampoco iban a tenernos encerrados todo el día hasta tenerlo todo limpio. Aun así, habría deseado que hubieran limpiado más. En una pared, a lo lejos, vi a un grupo de doncellas que se afanaban en borrar una pintada enorme:
YA VENIMOS

Aquella inscripción aparecía repetidamente más allá, en algunas ocasiones escrita con barro, y en otras con pintura; una de ellas parecía hecha con sangre. Me recorrió un escalofrío. ¿Qué significaba aquello?
Mientras estaba ahí, inmóvil, mis doncellas vinieron a mi encuentro a toda prisa.
—Señorita, ¿está bien? —preguntó Anne.
Al verlas aparecer así, de golpe, me sobresalté.
—Ah, sí. Estoy bien —y volví a mirar aquellas palabras de la pared.
—Venga aquí, señorita. La ayudaremos a vestirse —me apremió Mary.
Las seguí, obediente, algo aturdida por todo lo que había visto y demasiado confundida como para hacer cualquier otra cosa. Se pusieron manos a la obra, con el empeño que mostraban cuando intentaban distraerme con la rutina de vestirme. Había algo en la seguridad de sus movimientos —incluso en los de
Lucy— que me tranquilizó.
Cuando estuve preparada, vino una doncella que me acompañó al exterior, donde íbamos a trabajar aquella mañana. Los cristales rotos y las terroríficas inscripciones resultaron más fáciles de olvidar al sol de Angeles. Incluso Brittany y el rey estaban allí, en una mesa, con sus asesores, revisando montones de documentos y tomando decisiones.
Bajo una carpa, la reina repasaba unos papeles, señalando detalles a una doncella que tenía al lado.
Cerca de ella estaban Elise, Kitty y Natalie, sentadas en otra mesa, haciendo planes para su recepción.
Estaban tan enfrascadas en aquello que daba la impresión de que se habían olvidado por completo de la pasada noche.
Kriss y yo nos sentamos en el otro extremo del jardín, bajo una carpa similar, pero nuestro trabajo avanzaba muy despacio. Me costaba mucho hablar con ella, ya que no podía quitarme de la cabeza la imagen de Brittany y ella charlando en el refugio. Me quedé mirando mientras ella subrayaba partes de los documentos que nos había dado Tina y garabateaba notas al margen.
—Creo que se me ha ocurrido cómo podemos arreglar lo de las flores —apuntó, sin levantar la cabeza.
—Ah, muy bien.
Dejé vagar la mirada y acabé con los ojos puestos en Brittany, que parecía querer dar la impresión de estar más atareada que nadie. Cualquiera que se fijara un poco se habría dado cuenta de que el rey fingía no oír sus comentarios. Eso no lo entendía. Si al rey le preocupaba que su hija pudiera llegar a ser una buena líder, lo que tenía que hacer era instruirle, no apartarle de todo por temor a que cometiera un error.
Brittany hojeó unos papeles y levantó la mirada, que se cruzó con la mía; saludó con la mano. Cuando me disponía a levantar la mía, vi por el rabillo del ojo que Kriss respondía saludando a su vez con gran entusiasmo. Bajé la mirada de nuevo y la fijé en los papeles, haciendo un esfuerzo por no ruborizarme.
—Qué guapa es, ¿no? —dijo Kriss.
—Sí, claro.
—No dejo de pensar cómo serían nuestros hijos, con su cabello y mis ojos.
—¿Cómo tienes el tobillo?
—Oh —respondió, suspirando—. Me duele un poco, pero el doctor Ashlar dice que estaré bien para la recepción.
—Me alegro —dije, levantando por fin la vista—. No querría que fueras cojeando por ahí cuando lleguen los italianos —intenté que sonara como un comentario amistoso, pero era evidente que mi tono la hizo dudar.
Abrió la boca para decir algo, pero enseguida apartó la mirada. La seguí y vi que Brittany se dirigía a la mesa de refrescos que nos habían preparado los criados.
—Ahora vuelvo —dijo, de pronto, y salió corriendo hacia Brittany a una velocidad casi imposible.
No pude evitar quedarme mirando. Kitty también se había acercado, y ahí estaban charlando las tres, mientras se servían agua o cogían algún sándwich. Kitty dijo algo, y Brittany se rió. Parecía que Kriss sonreía, pero era evidente que le molestaba que la otra le hubiera quitado aquel momento de privacidad.
Casi me sentí agradecida con Kitty. Me sacaba de quicio por mil motivos, pero también resultaba absolutamente imposible de intimidar. En el fondo, sentí que no me importaría ser un poco así.
El rey le gritó algo a uno de sus asesores y la vista se me fue en aquella dirección. No oí bien lo que había dicho, pero parecía enfadado. Por un momento vi a Danni, que hacía su ronda.
Ella me miró y me lanzó un guiño furtivo. Sabía que era para que me tranquilizara, y en parte lo consiguió. Aun así, no podía evitar preguntarme qué le habría pasado aquella noche para que ahora cojeara ligeramente y tuviera una herida, tapada, junto al ojo.
Mientras me debatía pensando en si habría algún modo discreto de pedirle que viniera a verme por la noche, sonó la voz de alarma desde el interior del palacio.
—¡Rebeldes! —gritó uno de los guardias—. ¡Corran!
—¿Qué? —respondió otro de los guardias, extrañado.
—¡Rebeldes! ¡Dentro del palacio! ¡Vienen hacia aquí!
La amenaza que había visto en la pared resonó en mi mente: YA VENIMOS.
Todo se aceleró de pronto. Las doncellas se llevaron a la reina al extremo del palacio, algunas de ellas tirándole de la mano para que fuera más rápido, mientras otras corrían tras ella, bloqueando el paso a un posible ataque.
El vestido rojo de Kitty brillaba como una estela tras la reina, a la que seguía, convencida de que aquello era lo más seguro. Brittany cogió en brazos a Kriss, que no podía correr, y la dejó en los del guardia que tenía más cerca, que resultó ser Danni.
—¡Corre! —le gritó a Danni—. ¡Corre!
Danni, siempre leal, salió disparada, llevándose a Kriss como si no pesara nada.
—¡Brittany, no! —gritó ella por encima del hombro de Danni.
Oí un ruido procedente del interior de las puertas abiertas del palacio y solté un grito. Varios de los guardias echaron mano de las pistolas que llevaban bajo el oscuro uniforme y comprendí que aquel estruendo había sido un disparo. Se oyeron dos más. Me quedé paralizada, observando el torbellino de cuerpos que se movían a mi alrededor. Los guardias empujaban a la gente, apartándola del palacio y apremiándola para que se alejara, mientras un enjambre de personas con pantalones andrajosos y burdas chaquetas salió a la carrera, cargados con mochilas o zurrones llenos hasta los topes. Se oyó otro disparo.
Tenía que ponerme en marcha, salir corriendo.
Lo más lógico era alejarse de los rebeldes. Pero eso suponía dirigirse hacia el bosque, perseguida por una bandada de tipos despiadados. Corrí y resbalé varias veces, y me planteé quitarme los zapatos planos que llevaba. Al final, decidí que más valía llevar unos zapatos que resbalaran que ir descalza.
—¡Santana! —me llamó Brittany—. ¡No! ¡Vuelve!
Me giré para mirar y vi que el rey agarraba a Brittany por el cuello de su chaqueta y tiraba de ella. Pude ver el horror en sus ojos, clavados en mí. Se oyó otro disparo.
—¡Agáchate! —gritó Brittany—. ¡Vais a darle a ella! ¡Alto el fuego!
Se oyeron más disparos, y Brittany siguió gritando órdenes hasta que estuvo tan lejos que ya no las distinguí. Corrí a campo abierto y me di cuenta de que estaba sola. Brittany estaba retenida por su padre y Danni estaba cumpliendo con su deber. Cualquier guardia que quisiera venir en mi busca tendría que atravesar el frente de los rebeldes. Lo único que podía hacer era correr para salvar la vida.
El miedo me dio alas, y me sorprendió la habilidad con la que acabé esquivando las ramas bajas al llegar al bosque. El suelo estaba seco, parcheado por los meses de sequía, y sólido. Sentí arañazos en las piernas, pero no me detuve a comprobar si eran profundos o no.
Estaba sudando; el vestido se me pegaba al pecho. Entre los árboles hacía más fresco, y cada vez estaba más oscuro, pero yo tenía calor. En casa a veces corría por diversión, jugando con Gerad o simplemente para agotarme. Pero llevaba meses en el palacio, sin hacer nada, comiendo de forma generosa por primera vez en mi vida, y ahora lo notaba. Los pulmones me ardían y sentía pesadez en las piernas.
Aun así, seguí corriendo.
Cuando ya estaba suficientemente lejos, miré atrás para ver a qué distancia estaban los rebeldes. No les podía oír, con la sangre latiéndome en los oídos; cuando miré, tampoco los vi. Decidí que era el mejor momento para ocultarme, antes de que localizaran mi llamativo vestido en la oscuridad del bosque. No paré hasta que vi un árbol lo bastante ancho como para ocultarme. Me situé detrás y observé que había una rama lo suficientemente baja como para trepar. Me quité los zapatos y los tiré, con la esperanza de que no descubrieran mi posición a los rebeldes. Subí, aunque no muy arriba, y me coloqué de espaldas al tronco, acurrucándome todo lo que pude.
Me concentré en mi respiración, intentando ralentizarla. Temía que el ruido de mis jadeos me delatara. Y cuando lo conseguí, se hizo el silencio. Me imaginé que los habría perdido. No me moví; quería estar segura. Unos segundos más tarde oí un fuerte murmullo de hojas.
—Deberíamos haber venido de noche —susurró alguien, una chica—.
Yo me pegué aún más al árbol, rezando para que no crujiera ninguna rama.
—De noche no habrían estado fuera —respondió un hombre. Aún corrían, o eso intentaban, y por su respiración parecía que estaban agotados.
—Déjame que lo lleve yo un rato —se ofreció ella. Daba la impresión de que se estaban acercando mucho.
—Ya puedo yo.
Aguanté la respiración y vi que pasaban justo por debajo de mi árbol. Justo cuando pensé que ya habría pasado el peligro, la bolsa de la chica se rompió y un montón de libros cayeron sobre el lecho del bosque. ¿Qué estaba haciendo con tantos libros?
—Maldita sea —exclamó, arrodillándose. Llevaba una chaqueta vaquera con un bordado que representaba una flor y que se repetía una y otra vez. Aquello debía de darle un calor tremendo.
—Ya te he dicho que me dejaras ayudarte.
—¡Calla! —soltó ella, que le dio un empujón al chica en las piernas. En aquel gesto familiar, vi que se tenían mucho afecto.
Alguien silbó a lo lejos.
—¿Es Jeremy? —preguntó ella.
—Parece que sí —Ella se agachó y recogió unos cuantos libros.
—Ve a buscarle. Yo te sigo.
La chica no parecía muy convencido, pero accedió. Le dio un beso en la frente y salió corriendo. La chica recogió el resto de los libros y cortó con un cuchillo la correa de la bolsa, que usó para hacer un hatillo.
Cuando se puso en pie sentí un gran alivio; suponía que se pondría en marcha. Pero se apartó el flequillo del rostro y levantó la mirada al cielo.
Y me vio.
Ni el silencio ni la inmovilidad me podían ayudar en aquel momento. Si gritaba, ¿vendrían los guardias? ¿O estaban demasiado cerca el resto de los rebeldes?
Nos quedamos mirándonos la una a la otra. Yo esperaba que ella llamara a los otros y que, fuera lo que fuera lo que tenían pensado hacerme, no me resultara demasiado doloroso.
Pero no emitió más sonido que una carcajada contenida, divertida.
Se oyó otro silbido, algo diferente al anterior, y ambas miramos en dirección al lugar de donde procedía, para luego volver a mirarnos a los ojos.
Y entonces hizo lo que menos podía imaginarme: echó una pierna atrás, bajó la cabeza y me hizo una ostentosa reverencia. Me quedé mirando, absolutamente anonadada. Se levantó, sonriendo, y salió a la carrera en dirección al silbido. La seguí con la mirada y vi cien florecillas bordadas que desaparecían entre el sotobosque.
Cuando tuve la sensación de que ya habría pasado más de una hora, decidí que podía bajar. Me quedé a los pies del árbol. ¿Dónde había dejado los zapatos? Rodeé la base del tronco, intentando localizar mis manoletinas blancas, pero fue en vano. Al final me rendí y decidí que lo mejor era emprender el camino de regreso al palacio.
Miré alrededor. Entonces me di cuenta de que no iba a ser tan fácil: me había perdido.
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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 1:01 am



Capítulo 17



Me senté contra la base del árbol, con las piernas recogidas frente al pecho, esperando. Mamá siempre decía que eso es lo que teníamos que hacer cuando nos perdiéramos. Me dio tiempo a pensar en lo sucedido. ¿Cómo habían podido entrar los rebeldes en el palacio dos días seguidos? ¡Dos días seguidos! ¿Habían empeorado tanto las cosas en el exterior desde el inicio de la Selección? Por lo que yo había visto en mi casa, en Carolina, y por lo experimentado en el palacio, aquello era algo sin precedentes.
Tenía un montón de arañazos en las piernas, y ahora que ya no tenía que esconderme por fin sentía cómo me picaban. En el muslo tenía un pequeño cardenal que no sabía cómo me había hecho. Estaba sedienta; y al ir calmándome sentí el agotamiento provocado por la tensión emocional, mental y física del día. Apoyé la cabeza contra el árbol y cerré los ojos. No pensaba dormirme. Pero lo hice.
Algo más tarde oí el ruido inequívoco de unos pasos. Abrí los ojos de golpe; el bosque estaba más oscuro de lo que yo recordaba. ¿Cuánto tiempo habría dormido?
Mi primera reacción fue trepar de nuevo al árbol, y corrí hacia el otro lado, pisando los restos de la bolsa de la chica rebelde. Pero entonces oí que me llamaban.
—¡Lady Santana! —dijo alguien—. ¿Dónde está?
Y al cabo de un momento, otra vez:
—¿Lady Santana?
Pasados unos instantes, una voz autoritaria ordenó:
—Aseguraos de mirar por todas partes. Si la han matado, pueden haberla colgado o haber intentado enterrarla. Prestad mucha atención.
—Sí, señor —respondió un coro de voces.
Miré desde detrás del árbol, concentrándome en aquellos ruidos, forzando la vista para intentar reconocer las siluetas que avanzaban por entre las sombras, sin tener muy claro si de verdad estaban allí para rescatarme. La luz del atardecer, colándose por entre los árboles, cayó sobre el rostro de Danni.
Corrí a su encuentro:
—¡Estoy aquí! —grité—. ¡Por aquí!
Avancé directamente a los brazos de Danni, esta vez sin preocuparme de quien pudiera verme.
—Gracias a Dios —me susurró al oído. Luego se giró, dirigiéndose hacia los demás—. ¡La tengo!
¡Está viva!
Danni se agachó y me cogió en brazos.
—Estaba aterrada, pensando que encontraríamos tu cadáver en algún sitio. ¿Estás herida?
—Solo tengo rasguños en las piernas.
Un segundo más tarde varios guardias nos rodeaban y felicitaban a Danni.
—Lady Santana —dijo el que estaba al mando—. ¿Se encuentra bien?
Asentí con la cabeza.
—Solo tengo unos rasguños en las piernas.
—¿Han intentado hacerle daño?
—No. No llegaron a pillarme.
Parecía algo extrañado.
—Ninguna de las otras chicas podría haber escapado corriendo, supongo.
Sonreí, por fin más tranquila.
—Ninguna de las otras chicas es una Cinco.
Varios de los guardias se sonrieron, incluido Danni.
—Ahí tiene razón. Volvamos a palacio —concluyó el jefe. Se adelantó y se dirigió a los otros guardias—: No bajéis la guardia. Aún podrían estar por la zona.
En cuanto nos pusimos en marcha, Danni me habló en voz baja:
—Sé que eres lista y que corres mucho, pero me has dado un susto de muerte.
—Le he mentido al oficial —le susurré.
—¿Qué quieres decir?
—Que si llegaron a alcanzarme.
Danni me miró, horrorizado.
—No me hicieron nada, pero una chica me vio. Me dedicó una reverencia y salió corriendo.
—¿Una reverencia?
—A mí también me sorprendió. No parecía enfadada ni se mostró amenazante. De hecho, parecía una chica normal.
Pensé en lo que me había contado Brittany acerca de los dos grupos de rebeldes; supuse que aquella chica debía de ser del norte. No se había mostrado nada agresiva; simplemente quería cumplir con su misión. Y no había duda de que el ataque de la noche anterior era obra de los sureños. ¿Significaría algo que los ataques se hubieran producido uno tras otro, pero que fueran de grupos diferentes? ¿Estarían observándonos los norteños, esperando un momento de debilidad? Pensar que podían tener espías dentro del palacio era inquietante.
Al mismo tiempo, los ataques resultaban casi tontos. ¿Se limitaban a presentarse y a entrar por la puerta principal? ¿Cuántas horas se pasaban en el palacio, recogiendo su botín? Eso me hizo pensar en algo.—
Llevaba libros, muchos —recordé.
Danni asintió.
—Parece que eso ocurre a menudo. No tenemos ni idea de qué hacen con ellos. Tal vez los usen para hacer fuego. Supongo que donde viven pasan frío.
No supe qué responder. Se me ocurrían muchos sitios mejores donde conseguir algo así. Además, la chica parecía desesperada por recuperar esos libros. Estaba segura de que había algo más.
Tardamos más de una hora, caminando lentamente, hasta llegar de nuevo al palacio. Aunque estaba herida, Danni no me soltó ni un momento. De hecho, daba la impresión de estar disfrutando de la excursión, a pesar del esfuerzo suplementario. A mí también me gustó.
—Los próximos días puede que esté muy ocupada, pero intentaré ir a verte pronto —me susurró mientras cruzábamos el gran jardín que llevaba al palacio.
—De acuerdo —respondí en voz baja.
Ella esbozó una sonrisa sin dejar de mirar al frente, y yo le imité, contemplando el palacio, que brillaba al sol del atardecer. En todos los pisos había luces encendidas. Nunca lo había visto así. Era precioso.
Por algún motivo pensé que Brittany estaría esperándome en las puertas de atrás. No estaba. No había nadie. Danni recibió instrucciones de llevarme a la enfermería para que el doctor Ashlar pudiera curarme las heridas, mientras otro guardia iba a anunciar a la familia real que me habían encontrado con vida. Mi vuelta a casa no fue un gran acontecimiento. Estaba sola en una cama de la enfermería, con las piernas vendadas, y así me quedé hasta que me dormí.
Oí que alguien estornudaba.
Abrí los ojos, confundida, hasta que pasaron unos segundos y recordé dónde estaba. Parpadeé y paseé la mirada por el pabellón.
—No quería despertarte —dijo Brittany, susurrando—. Deberías seguir durmiendo.
Estaba sentado en una silla junto a la cama, tan cerca que habría podido apoyar la cabeza junto a mi codo si hubiera querido.
—¿Qué hora es? —me froté los ojos.
—Casi las dos.
—¿De la madrugada?
Brittany asintió. Me miró atentamente, y de pronto pensé en el mal aspecto que tendría. Me había lavado la cara y me había recogido el pelo al volver, pero estaba bastante segura de que debía de tener las marcas de la almohada en la mejilla.
—¿Tú nunca duermes? —le pregunté.
—Claro que sí. Pero es que siempre tengo algo de lo que preocuparme.
—Supongo que es algo inherente al trabajo —erguí un poco la espalda.
Ella esbozó una sonrisa.
—Algo así.
Se produjo una larga pausa; ninguno de las dos sabíamos qué decir.
—Hoy he pensado algo, mientras estaba en el bosque —dije, de pronto. Brittany sonrió de nuevo, al ver cómo quitaba importancia al incidente.
—¿De verdad?
—Era sobre ti.
Ella se acercó un poco, fijando sus ojos marrones en los míos.
—Cuéntame.
—Bueno… Estaba pensando en lo preocupada que estabas anoche, cuando Elise y Kriss no habían llegado al refugio. Y hoy te vi intentando correr tras de mí cuando llegaron los rebeldes.
—Lo intenté. Lo siento mucho —se disculpó, sacudiendo la cabeza, avergonzada por no haber podido hacer más.
—No estoy disgustada —me expliqué—. De eso se trata. Cuando estuve ahí fuera, sola, pensé en lo preocupada que debías de estar, en lo preocupado que estás por todas. Y no puedo pretender saber lo que sientes exactamente, pero sí sé que ahora mismo nuestra relación no es una prioridad.
Ella chasqueó la lengua.
—Hemos tenido días mejores.
—Pero, aun así, corriste tras de mí. Pusiste a Kriss en manos de un guardia porque no podía correr.
Intentas mantenernos a todas a salvo. Así que ¿por qué ibas a querer hacernos daño a ninguna?
Se quedó allí, en silencio, sin saber muy bien adónde quería llegar.
—Ahora lo entiendo. Si te preocupa tanto nuestra seguridad, es imposible que quisieras hacerle aquello a Rachel. Estoy segura de que lo habrías impedido si hubieras podido.
—Sin pensarlo —contestó tras lanzar un suspiro.
—Ya lo sé.
Brittany alargó la mano, vacilante, y la pasó por encima de la cama en busca de la mía. Yo dejé que me la cogiera.
—¿Recuerdas que te dije que tenía algo que quería enseñarte?
—Sí.
—No lo olvides, ¿vale? Será pronto. Mi posición me obliga a muchas cosas, y no siempre son agradables. Pero a veces…, a veces puedes hacer cosas estupendas.
No entendí qué quería decir, pero asentí.
—Aunque supongo que tendré que esperar hasta que acabes con ese proyecto. Vas un poco retrasada.
—¡Agh! —exclamé, retirando la mano de la de Brittany para taparme los ojos. Se me había olvidado completamente lo de la recepción. Le miré—. ¿Aún querrán que hagamos eso? Hemos sufrido dos ataques rebeldes, y yo me he pasado la mayor parte del día en el bosque. Seguro que lo estropeamos todo. Brittany me sonrió, confiada.
—Tendrás que hacer un esfuerzo.
—Va a ser un desastre —dije, dejando caer la cabeza en la almohada.
—No te preocupes —repuso, con una risita—. Aunque no lo hagáis tan bien como las otras, no te echaré por ello.
Aquello me sonó raro. Volví a levantar la cabeza.
—¿Quieres decir que si las otras lo hacen peor, una de ellas podría ser expulsada?
Vaciló un momento; era evidente que no sabía qué responder.
—¿Brittany?
—Esperan que elimine a otra dentro de unas dos semanas —contestó, tras lanzar otro suspiro—. Y esto se supone que debe influir mucho en la elección. Kriss y tú tenéis la situación más difícil: se trata del país con el que no tenemos relaciones, y sois una menos; y aunque tengan una cultura muy festiva, los italianos se ofenden fácilmente. Si a eso le sumamos que apenas habéis tenido tiempo de trabajar en ello… —me dio la impresión de que cada vez estaba más pálido—. Yo no debería ayudaros, pero si necesitáis algo, dímelo. No puedo enviaros a casa a ninguna de las dos.
La primera vez que habíamos discutido, por una tontería relacionada con Kitty, sentí que Brittany me había roto un poco el corazón. Y cuando Rachel se había ido de pronto, volví a pensarlo. Estaba segura de que cada vez que surgía algún obstáculo, iba desmigajándose algo en mi interior. Pero no era así.
En aquella cama, en la enfermería del palacio, Brittany S.Pearce me rompió el corazón por primera vez, de verdad. Y el dolor fue inimaginable. Hasta entonces había podido convencerme de que todo lo que había visto entre ella y Kriss eran imaginaciones mías, pero ahora estaba segura.
Le gustaba Kriss. Quizá tanto como yo.
Asentí en agradecimiento por su oferta para ayudarnos, incapaz de articular palabra.
Me dije que debía proteger mi corazón, que no podía ponerlo en sus manos. Brittany y yo habíamos empezado como amigas, y quizás eso fuera lo que debíamos ser: bueno¿as amigas. Pero estaba desolada.
—Tengo que irme —dijo—. Y tú necesitas dormir. Has tenido un día muy largo.
Puse los ojos en blanco. «Muy largo» era poco.
Brittany se levantó y se alisó el traje.
—En realidad quería decirte muchas más cosas. Por un momento pensé que te habría perdido.
Me encogí de hombros.
—Estoy bien. De verdad.
—Ahora ya lo veo, pero durante varias horas pensé que ya podía prepararme para lo peor —hizo una pausa, midiendo sus palabras—. Normalmente, de todas las chicas, contigo es con la que más fácil me resulta hablar de lo que hay entre nosotras. Pero quizás ahora no sea el mejor momento para hacerlo.
Asentí y bajé la cabeza. No podía hablar de mis sentimientos por alguien que estaba enamorada de otra persona.
—Mírame, Santana —me pidió, con suavidad.
Lo hice.
—No pasa nada. Puedo esperar. Solo quería que supieras… No encuentro palabras para expresar el alivio que siento de que estés aquí, de una pieza. Nunca he estado tan agradecida al mundo por nada.
Me quedé muda, como siempre me pasaba cuando me tocaba la fibra sensible. Lo cierto es que era preocupante lo fácil que me resultaba confiar en sus palabras.
—Buenas noches, Santana.
awong_snix
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