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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 1:01 am



Capítulo 18



Era lunes por la noche. O martes por la mañana. Era tan tarde que era difícil de decir.
Kriss y yo habíamos trabajado todo el día buscando telas, haciendo que los mayordomos las colgaran, escogiendo nuestro vestuario y las joyas, la porcelana, creando un boceto del menú y escuchando a un profesor de italiano, que nos leía frases con la esperanza de que alguna se nos quedara en la mente. Por lo menos yo tenía la ventaja de que sabía español, lo que era una ventaja; el italiano y el español se parecían bastante. Por su parte, Kriss hacía lo que podía.
Tendría que estar exhausta, pero no podía dejar de pensar en las palabras de Brittany.
¿Qué había sucedido con Kriss? ¿Por qué estaban de pronto tan próximos una de a otra ? ¿Y por qué debería importarme?
Pero es que se trataba de Brittany.
Y por mucho que intentara distanciarme, aún me importaba. Todavía no estaba lista para desentenderme del todo de ella.
Debía de haber algún modo de aclararse. Mientras pensaba en todo lo que estaba sucediendo, intentando aislar los problemas, me pareció que todo se encuadraba en cuatro categorías: lo que yo sentía por Brittany; lo que ella sentía por mí; lo que sucedía entre Danni y yo; y lo que suponía para mí la posibilidad de convertirme en princesa.
De todas las cosas que me pasaban por la cabeza en aquel momento, tenía la sensación de que lo de convertirme en princesa quizá fuera lo más fácil de afrontar. En ese sentido contaba con algo con lo que las demás chicas no tenían: Gregory.
Fui hasta el taburete del piano, saqué su diario; esperaba que en aquellas páginas pudiera hallar alguna respuesta. Illéa no había nacido en la realeza; habría tenido que adaptarse. Por lo que había dicho en aquel texto sobre Halloween, en aquel momento ya se estaba preparando para un gran cambio en el futuro.
Levanté la cubierta, que separaba las palabras de Illéa del mundo, y me sumergí en el texto.
Quiero personificar el ideal americano clásico. Tengo una familia estupenda y mucho dinero; y ambas cosas se ajustan a esa imagen, porque no me las regalaron. Cualquiera que me vea ahora sabrá lo duro que he trabajado para tener lo que tengo.
Pero el hecho de que haya podido hacer uso de mi posición para dar tanto, a diferencia de otros que no han querido o no han podido, me ha cambiado, y he pasado de ser un millonario anónimo a un filántropo.
Aun así, no me puedo conformar con eso. Necesito hacer más, ser más. El que está al mando es Wallis, no yo, y yo tengo que pensar en cómo darle a la gente lo que necesita sin que se me vea como un usurpador. Puede que más adelante sí me llegue el tiempo de gobernar, y entonces ya haré lo que crea más conveniente. Pero de momento tengo que seguir las reglas y hacer todo lo que pueda ateniéndome a ellos.
Intenté sacar alguna conclusión válida de sus palabras. Hablaba de aprovechar su posición. De jugar respetando las reglas. De no tener miedo.
Quizás eso debería ser suficiente, pero no me bastaba. No me parecía que fuera ni siquiera útil. Y ya que Gregory me había fallado, solo quedaba una persona con el que pudiera contar. Me fui a mi escritorio, cogí papel y pluma y le escribí una breve carta a mi padre.
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Activo Re: Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/ LA ELEGIDA / TERMINADO

Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 1:02 am

Capítulo 19



El día siguiente se me pasó volando, y de pronto Kriss y yo nos encontramos en la recepción de las otras chicas, ataviadas con unos vestidos grises muy conservadores.
—¿Cuál es el plan? —preguntó ella, mientras recorríamos el pasillo.
Me lo quedé pensando un momento. Kitty no me gustaba, y no me importaría verla fracasar, pero no estaba segura de querer verla hundirse a lo grande.
—Seamos educadas, pero no solícitas. Observemos a Tina y a la reina, y sigamos su ejemplo.
Absorbamos todo lo que podamos…, y luego trabajemos toda la noche para hacer que la nuestra sea mejor.
—De acuerdo —dijo ella, con un suspiro—. Vamos.
Llegábamos puntuales, algo esencial para los alemanes, y las chicas ya tenían problemas. Era como si Kitty se estuviera saboteando a sí misma. Mientras Elise y Natalie iban de tonos azules oscuros, muy respetables, el vestido de Kitty era prácticamente blanco. Solo le faltaba un velo para ir de novia. Por no mencionar lo mucho que dejaba a la vista, sobre todo en contraste con los de cualquiera de las alemanas. La mayoría llevaban mangas hasta las muñecas, a pesar del buen tiempo que hacía.
Natalie estaba al cargo de las flores, pero se le había pasado el detalle de que los lirios se usaban tradicionalmente en los funerales, de modo que hubo que retirar todos los arreglos florales a última hora.
Elise, pese a estar mucho más nerviosa de lo que era habitual en ella, era un modelo de calma. De cara a nuestros invitados, seguro que parecería la estrella.
Era todo un desafío intentar comunicarse con las mujeres de la Federación Germánica, que hablaban un inglés muy limitado, especialmente con todas esas frases en italiano flotándome en la cabeza. Intenté ser amable. De hecho, a pesar de su aspecto severo, las señoras, en realidad, se mostraron muy agradables.
Muy pronto quedó claro que la verdadera amenaza era Tina y su cuaderno de notas. Mientras la reina ayudaba con la máxima naturalidad a las chicas en la recepción, ella se dedicaba a recorrer el perímetro de la sala, observándolo todo con su implacable mirada. Antes de que acabara la recepción, ya debía de tener páginas enteras de notas. Kriss y yo enseguida nos dimos cuenta de que nuestra única esperanza era que Tina quedara encantada con nuestro trabajo.
A la mañana siguiente, Kriss fue a mi habitación con sus doncellas, y nos preparamos juntas.
Queríamos procurar ir lo suficientemente conjuntadas como para que se notara que ambas estábamos al mando, pero no tanto que pareciéramos tontas. Fue hasta divertido tener a tantas chicas en mi habitación.
Las doncellas se conocían entre sí, y hablaban animadamente unas con otras mientras trabajaban. Me recordó la visita de May.
Solo unas horas antes de la llegada de nuestros invitados, Kriss y yo fuimos al salón para comprobarlo todo por última vez. A diferencia de la otra recepción, no íbamos a usar tarjetitas en la mesa; preferíamos dejar que nuestros invitados se sentaran donde quisieran. Llegó la banda, que se puso a ensayar, y tuvimos la suerte de que los tejidos que habíamos escogido crearan una acústica estupenda.
Mientras le alisaba el lazo a Kriss, practicamos nuestras frases en italiano una última vez. Kriss había conseguido pronunciarlas con cierta naturalidad.
—Gracias —dijo ella.
—Grazie —contesté yo.
—No, no —respondió, mirándome—. Quiero decir que… gracias de verdad. Has hecho un trabajo estupendo con todo esto y… no sé. Pensé que después de lo de Rachel te rendirías. Temía tener que afrontar todo esto yo sola, pero has trabajado durísimo. Has hecho un gran trabajo.
—Gracias. Tú también. No sé si habría sobrevivido si hubiera tenido que hacerlo con Kitty.
Contigo casi puedo decir que ha sido fácil —le aseguré, y era verdad. Kriss era incansable. Sonrió—. Y tienes razón: sin Rachel todo es más duro, pero no me voy a rendir. Esto va a salir estupendo. Kriss se mordió el labio y se quedó pensando un momento. De repente, como si perdiera los nervios, reaccionó:
—¿De modo que sigues en la competición? ¿Aún quieres conseguir a Brittany?
Todas sabíamos muy bien lo que nos jugábamos, pero era la primera vez que una de las chicas hablaba abiertamente de ello conmigo. Aquello me pilló a contrapié, sin saber muy bien si debía responder o no. Y si lo hacía, ¿qué le iba a decir?
—¡Chicas! —dijo Tina de pronto, con su habitual gorjeo, apareciendo por la puerta. Nunca antes había estado tan contenta de verla—. Ya es casi la hora. ¿Están listas?
Detrás de ella llegó la reina, con una tranquilidad que resultaba reconfortante tras el despliegue de energía de Tina. Estudió la estancia, admirando nuestro trabajo. Fue un gran alivio verla sonreír.
—Ya casi estamos —respondió Kriss—. Solo nos faltan unos detalles. Para uno de ellos las necesitamos a usted y a la reina.
—¿Ah, sí? —dijo Tina, intrigada.
La reina se acercó, con el orgullo reflejado en aquellos ojos oscuros.
—Está todo precioso. Y las dos estáis impresionantes.
—Gracias —respondimos a coro.
Los vestidos en azul pálido con toques dorados habían sido idea mía. Festivos y con encanto, pero no exagerados.
—Bueno, habrán observado nuestros collares —dijo Kriss—. Pensamos que, si eran similares, eso ayudaría a los invitados a identificarnos como anfitrionas.
—Excelente idea —observó Tina, apuntando algo en su cuaderno. Kriss y yo compartimos una sonrisa cómplice.
—Dado que la reina y usted también son anfitrionas, pensamos que también deberían llevarlos — dije, mientras Kriss les pasaba unos estuches.
—¡No me digas! —exclamó la reina.
—Para…, ¿para mí? —preguntó Tina.
—Claro —respondió Kriss, adoptando un tono dulce y entregándoles las joyas.
—Las dos nos han ayudado tanto que el proyecto también es suyo —añadí.
Era evidente que la reina estaba conmovida por nuestro gesto, pero Tina se había quedado sin habla. De pronto me pregunté si alguna vez había recibido algún tipo de atención por parte de alguien en el palacio. Sí, la idea se nos había ocurrido como recurso para poner a Tina de nuestra parte, pero me alegraba ver que servía para algo más que eso.
Aquella mujer, a veces, podía resultar insufrible, pero lo cierto es que todo lo que hacía era por nuestro bien. Me juré poner más de mi parte para agradecérselo.
En ese momento, un mayordomo vino a informarnos de que nuestros invitados estaban llegando. Kriss y yo nos situamos a los lados de las puertas dobles para darles la bienvenida a medida que entraran. La banda empezó a tocar una música suave de fondo y las doncellas comenzaron a circular con unos aperitivos. Estábamos listas.
Elise, Kitty y Natalie se acercaron, sorprendentemente puntuales. Cuando vieron la decoración — las ampulosas telas cubriendo las paredes, los relucientes centros de mesa en las mesas, los enormes ramos de flores—, un destello de rabia apareció en los ojos de Elise y Kitty. Natalie, por su parte, estaba demasiado emocionada como para molestarse.
—Huele como los jardines —observó, con un suspiro, entrando en el salón como si fuera a arrancar a bailar.
—Quizás hasta demasiado —precisó Kitty, especialista en encontrar defectos en las cosas bonitas
—. A la gente le va a dar dolor de cabeza.
—Intentad situaros en mesas diferentes —sugirió Kriss mientras entraban—. Los italianos han venido a hacer amigos.
Kitty chasqueó la lengua, como si aquello le fastidiara. Tenía ganas de decirle que se comportara: nosotras habíamos estado impecables en su recepción. Pero en aquel momento oí la animada conversación de las mujeres italianas que se acercaban por el pasillo, y me olvidé de ella por completo.
Aquellas damas eran, por decirlo así, como estatuas clásicas: altas, de piel dorada y guapísimas. Y por si eso fuera poco, eran de lo más agradables. Era como si llevaran el sol en el alma y lo iluminaran todo con su luz.
La monarquía italiana era aún más reciente que la de Illéa. Por el dosier supe que habían evitado relacionarse con nosotras durante décadas; esa era la primera vez que nos tendían la mano. Aquella reunión era el primer paso hacia una relación más estrecha con un Gobierno cada vez más fuerte. Hasta aquel momento aquello me tenía asustada, pero su amabilidad hizo que todas mis preocupaciones se desvanecieran. Nos dieron dos besos a Kriss y a mí, y saludaron con un sonoro «Salve!». Yo intenté responder con el mismo entusiasmo.
Intenté chapurrear alguna de mis frases en italiano, lo cual agradó mucho a nuestras invitadas, que se divirtieron con mis errores, pero me ayudaron a corregirlos. Hablaban un inglés estupendo, y todas comentamos nuestros respectivos peinados y vestidos. Parecía que habíamos causado buena impresión a primera vista, y aquello ayudó a que me relajara.
Acabé situándome junto a Orabella y Noemi, dos de las primas de la princesa, y allí me quedé la mayor parte de la fiesta.
—¡Este vino es delicioso! —exclamó Orabella, levantando su copa.
—Estamos encantadas de que le guste —respondí, preocupada de parecer demasiado tímida, dado el volumen tan alto con el que hablaban ellas.
—¡Tienes que probarlo! —insistió.
Yo no había tomado nada de alcohol desde Halloween, y tampoco es que me hiciera demasiada ilusión, pero no quería ser maleducada, así que cogí la copa que me ofreció y le di un sorbo.
Fue increíble. El champán era todo burbujas, pero aquel vino tinto, rojo y profundo, mostraba diferentes sabores superpuestos que adquirían protagonismo uno tras otro.
—¡Mmmm! —suspiré.
—Bueno, bueno… —dijo Noemi, reclamando mi atención—. Esta Brittany es muy guapa. ¿Cómo puedo entrar en la Selección?
—Con un montón de papeleo —bromeé.
—¿Eso es todo? ¿Quién tiene un bolígrafo?
—Yo también haré todo ese papeleo —intervino Orabella—. Me encantaría llevarme a ese Brittany a casa. Me reí.
—Creedme, aquí todo es un poco caótico.
—Tú necesitas más vino —insistió Noemi.
—¡Desde luego! —coincidió Orabella, y ambas llamaron a un criado para que me llenara la copa de nuevo.
—¿Has estado en Italia alguna vez? —preguntó Noemi.
Negué con la cabeza.
—Antes de la Selección, nunca había salido de mi provincia siquiera.
—¡Tienes que venir! —exclamó Orabella—. Puedes quedarte en mi casa cuando quieras.
—Siempre monopolizas a los invitados —se quejó Noemi—. Ella se queda conmigo.
Sentí el calor del vino que me llenaba por dentro. Aquella alegría contagiosa me estaba poniendo incluso demasiado alegre.
—Así pues…, ¿besa bien? —preguntó Noemi.
Me atraganté con el vino, y tuve que apartar la copa para reírme. No quería hablar de más, pero parecía que ellas ya lo sabían.
—¿Cómo de bien? —insistió Orabella. Al ver que yo no respondía, agitó la mano—. ¡Bebe más vino!
—exclamó.
Las señalé con un dedo acusador, consciente de lo que estaban haciendo:
—¡Vosotras dos sois un peligro!
Ellas echaron la cabeza atrás, riéndose, y no pude evitar reírme yo también. Desde luego, charlar con otras chicas resultaba mucho más agradable cuando no eran rivales, pero no podía dejarme llevar.
Me puse en pie y me dispuse a alejarme de allí para evitar acabar desmayada bajo la mesa.
—Es muy romántica. Cuando quiere —dije.
Ellas dieron palmas y se rieron, complacidas con su propia picardía.
Ya con algo de agua y comida en el estómago, toqué alguna de las canciones populares que había aprendido al violín, y la mayoría de los presentes cantaron. Por el rabillo del ojo distinguí a Tina tomando notas y siguiendo el ritmo con el pie al mismo tiempo.
Cuando Kriss se puso en pie y propuso un brindis por la reina y por Tina en agradecimiento por su ayuda, todos los presentes aplaudieron. Cuando alcé mi copa en honor a mis invitados, respondieron con alegría, vaciaron sus copas y las tiraron contra las paredes. Kriss y yo no nos lo esperábamos, pero nos encogimos de hombros e hicimos lo mismo.
Las pobres criadas se apresuraron a recoger los fragmentos mientras la banda volvía a tocar y todo el mundo salió a bailar. Quizá lo más destacado fue ver a Natalie en lo alto de la mesa, interpretando algún tipo de danza en la que se movía como un pulpo.
La reina Amberly se quedó sentada en un rincón, charlando alegremente con la reina italiana. Ver aquello me produjo la satisfacción del trabajo bien hecho, y estaba tan absorta que casi di un salto cuando Elise se dirigió a mí.
—La vuestra es mejor —dijo, a regañadientes pero sincera—. Entre las dos habéis montado una recepción increíble.
—Gracias. No las tenía todas conmigo; empezamos muy mal.
—Lo sé. Eso hace que sea aún más impresionante. Da la impresión de que habéis estado trabajando durante semanas en esto —paseó la mirada por la sala, admirando la vistosa decoración.
—Elise —dije, poniéndole una mano en el hombro—, tú sabes que cualquiera que haya visto lo de ayer sabrá que tú has sido la que más has trabajado de tu equipo. Estoy segura de que Tina se asegurará de que Brittany lo sepa.
—¿Tú crees?
—Claro que sí. Y te prometo que, si esto es algún tipo de concurso y perdéis, le hablaré a Brittany del buen trabajo que has hecho.
Ella entrecerró los ojos, ya pequeños de por sí.
—¿Harías eso por mí?
—Claro. ¿Por qué no? —dije, con una sonrisa.
Elise meneó la cabeza.
—De verdad, te admiro por cómo eres. Honesta, supongo. Pero tienes que darte cuenta de que esto es una competición, Santana —repuso. La sonrisa me desapareció de la cara—. Yo no mentiría, ni diría nada malo sobre ti, pero tampoco daría un paso para decirle a Brittany nada bueno. No puedo.
—Eso no tiene por qué ser así —dije yo, bajando la voz.
—Sí, es así —respondió ella—. No se trata de un premio. Se trata de un matrimonio, una corona, un futuro. Y probablemente tú seas la que más tiene que ganar o que perder.
Me quedé allí, de pie, petrificada. Pensaba que éramos amigas. Salvo en Kitty, confiaba de verdad en aquellas chicas. ¿Es que estaba tan ciega que no me había dado cuenta del ahínco con el que competían?
—Eso no significa que no me caigas bien —añadió—. Te tengo mucho aprecio. Pero no puedo apoyarte para que ganes.
Asentí, aunque aún estaba asimilando sus palabras. Era evidente que yo no estaba tan implicada. Otra cosa más que me hacía dudar de que aquello fuera para mí.
Elise sonrió mirando por encima de mi hombro; me giré y vi a la princesa italiana, que se acercaba.
—Perdóname —le dijo a Elise, con aquel acento encantador—. ¿Puedo llevarme a la anfitriona?
Elise esbozó una reverencia y se volvió al baile. Intenté sacarme de la cabeza la conversación que acabábamos de tener y concentrarme en la persona a la que debía impresionar.
—Princesa Nicoletta, siento que no hayamos tenido ocasión para hablar demasiado —me disculpé, insinuando también una reverencia.
—¡Oh, no! Has estado muy ocupada. ¡Mis primas te adoran!
Me reí.
—Son muy divertidas.
Nicoletta me cogió del brazo y me llevó a un rincón.
—Mi país ha dudado mucho en estrechar lazos con Illéa. Nuestra gente es mucho… más libre que la vuestra.
—Eso ya lo veo.
—No, no —dijo, muy seria—, hablo de la libertad personal. Disfrutan más de la vida que vosotros.
Aquí aún tenéis castas, ¿verdad?
Asentí, consciente de pronto de que aquello era algo más que una charla informal.
—Nosotras lo sabemos, por supuesto. Estamos al corriente de lo que ocurre aquí. Los alzamientos, los rebeldes… Parece que la gente no es feliz, ¿no?
No estaba segura de qué decir.
—Alteza, no sé si soy la persona más indicada para hablar de esto. En realidad no controlo nada de eso.
—Pero podrías —dijo Nicoletta, cogiéndome de las manos. Un escalofrío me recorrió la espalda.
¿Estaba diciendo lo que yo pensaba?—. Sabemos lo que le pasó a esa chica. La rubita… —susurró.
—Rachel —asentí—. Era mi mejor amiga.
—Y te hemos visto a ti. La grabación era corta, pero te vimos correr y oponer resistencia —sus ojos tenían la misma mirada que los de la reina Amberly aquella misma mañana. Mostraban un brillo inconfundible de orgullo—. Nos interesa mucho establecer relaciones con una nación poderosa, si esa nación puede cambiar. Entre tú y yo, si hay algo que podamos hacer para ayudarte a alcanzar la corona, dínoslo. Tienes todo nuestro apoyo.
Me puso un papel en la mano y se alejó. En el momento en que se daba la vuelta, gritó algo en italiano, y toda la sala respondió con unas risas. Yo no tenía bolsillos, así que me metí la nota bajo el sujetador rápidamente, rezando para que nadie se diera cuenta.
Nuestra recepción duró mucho más que la anterior; nuestros invitados parecía que se lo estaban pasando tan bien que no querían marcharse. Aun así, todo fue como un suspiro.
Horas más tarde volví a mi habitación, exhausta. Estaba demasiado llena como para pensar siquiera en cenar, y, aunque aún era pronto, la idea de irme directamente a la cama me resultaba tentadora.
No obstante, antes incluso de que pudiera mirar la cama, Anne se me acercó con una sorpresa. Di un respingo y enseguida le cogí la carta de la mano. Había que admitirlo: el servicio de correos de palacio era muy rápido.
Abrí el sobre y me fui al balcón a leer las palabras de mi padre con la misma avidez con que absorbía los últimos rayos de sol.



Querida Santana:
Tendrás que escribir una carta a May en cuanto puedas. Cuando ha visto que la última iba dirigida solo a mí se quedó muy decepcionada. Tengo que decir que me ha pillado algo desprevenido. No sé qué me esperaba, pero desde luego no lo que me preguntas.
En primer lugar, sí, es cierto. Cuando fuimos a verte hablé con Brittany, y me dejó muy claras sus intenciones hacia ti. No creo que sea en absoluto deshonesta, y me convenció (aún lo creo) de que siente un gran afecto por ti. Creo que, si el proceso fuera más simple, ya te habría elegido. Supongo que parte de la responsabilidad de que esto vaya tan lento es tuya. ¿Me equivoco?
La respuesta directa es sí, doy mi aprobación a Brittany y, si tú la quieres, te apoyo. Si no, también tienes mi apoyo. Te quiero, y quiero que seas feliz. A lo mejor eso significa que tendrás que vivir en nuestra mísera casita en lugar de en un palacio. A mí no me importa.
En cuanto a la otra pregunta, a eso también tengo que decir que sí. Santana, sé que tú no te valoras demasiado, pero tienes que empezar a hacerlo. Nos hemos pasado años diciéndote el talento que tienes, pero tú no te lo creíste hasta que te salieron clientes. Recuerdo el día en que viste que tenías la agenda llena y supiste que era por tu voz y por tu manera de tocar, y lo orgullosa que estabas. Era como si de pronto adquirieras conciencia de todo lo que podías hacer. Y, por lo que recuerdo, nosotros siempre te hemos dicho lo guapa que eres, pero no estoy seguro de que te hayas considerado guapa hasta que te escogieron para la Selección.
Posees dotes de mando, Santana. Tienes la cabeza sobre los hombros; estás dispuesta a aprender y, quizá lo más importante, eres humana. Eso es algo que la gente de este país aprecia más de lo que tú te crees. Si quieres la corona, Santana, tómala. Porque debería ser tuya.
Y, sin embargo…, si no quieres esa responsabilidad, nunca te culparé por ello; te daré la bienvenida a casa con los brazos abiertos. Te quiero.
PAPÁ



Las lágrimas iban cayendo lentamente. Mi padre creía de verdad que podía hacerlo. Era el único.
Bueno, ella y Nicoletta.
¡Nicoletta!
Había olvidado la nota por completo. Hurgué en el interior de mi vestido y la saqué. Era un número de teléfono. Ni siquiera había puesto su nombre.
No podía ni imaginarme lo mucho que estaría arriesgando al ofrecérseme de ese modo.
Me quedé con el minúsculo papelito y la carta de mi padre en las manos. Pensé en lo segura que estaba Danni de que yo no valía para ser princesa. Recordé la encuesta popular, en la que ocupaba el último lugar. Pensé en la promesa críptica de Brittany a principios de semana…
Cerré los ojos e intenté buscar en mi interior.
¿De verdad podía hacerlo? ¿Sería capaz de ser la futura princesa de Illéa?

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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 1:04 am



Capítulo 20



El día después de la recepción con los italianos nos reunimos en la Sala de las Mujeres tras el desayuno. La reina no estaba, y ninguna de nosotras sabía qué significaba aquello.
—Supongo que estará ayudando a Tina con el informe final —apuntó Elise.
—Yo no creo que ella influya mucho en la decisión —replicó Kriss.
—A lo mejor tiene resaca —sugirió Natalie, mientras se presionaba las sienes con los dedos.
—Que la tengas tú no quiere decir que la tenga ella —le espetó Kitty.
—Puede que no se encuentre bien —dije—. Últimamente se la ve enferma a menudo. Kriss asintió.
—Me pregunto por qué será.
—¿No se crio en el sur? —preguntó Elise—. He oído que el aire y el agua allí no están muy limpios.
A lo mejor es por eso.
—Yo he oído que por debajo de Sumner no hay nada bueno —apostilló Kitty.
—Lo más probable es que esté descansando, nada más —repliqué—. Esta noche hay Report, y simplemente querrá estar preparada. Es lista. Apenas son las diez, y a mí tampoco me iría mal una siesta.
—Sí, todas deberíamos ir a dormir una siesta —dijo Natalie, fatigada.
Una criada entró con una bandejita y atravesó la sala en silencio, tan sigilosa que casi pasaba desapercibida.
—Esperad —dijo Kriss—. No irán a hablar de lo de las recepciones en el Report, ¿no?
Kitty soltó un bufido.
—Vaya prueba más tonta. Santana y tú tuvisteis mucha suerte.
—Estás de broma, ¿no? ¿Tienes idea…?
Kriss se quedó a medias justo en el momento en que la criada se situaba a mi izquierda, dejando a la vista una pequeña nota doblada en dos sobre la bandeja.
Sentí que los ojos de todas se clavaban en mí en el momento en que recogía la carta y la leía.
—¿Es de Brittany? —preguntó Kriss, intentando disimular la emoción.
—Sí —respondí yo sin levantar la vista.
—¿Y qué dice?
—Que quiere verme un momento.
Kitty soltó una carcajada.
—Parece que tienes problemas.
Suspiré y me puse en pie para seguir a la criada.
—Supongo que solo hay una manera de saberlo.
—A lo mejor por fin la echa —murmuró Kitty, lo suficientemente alto como para que yo pudiera oírla.—
¿Tú crees? —respondió Natalie, quizás algo más emocionada de lo que era de esperar.
Un escalofrío me recorrió la espalda. ¡¿Me iba a echar?! Si quisiera hablar a solas o pasar un rato conmigo, ¿no me lo habría dicho de otro modo?
Brittany esperaba en el pasillo, y yo me acerqué tímidamente. No parecía enfadada, pero sí tenso. Me preparé para lo peor.
—¿Sí?
—Tenemos un cuarto de hora —dijo ella, cogiéndome del brazo—. Lo que te voy a enseñar no se lo puedes contar a nadie. ¿Lo entiendes?
Asentí.
—Muy bien.
Subimos las escaleras a la carrera hasta llegar al tercer piso. Con suavidad pero a toda prisa, me llevó por un pasillo hasta una doble puerta blanca.
—Quince minutos —me recordó.
Sacó una llave del bolsillo y abrió una de las puertas, sosteniéndola para que pudiera pasar antes que ella. La estancia era amplia y luminosa, con montones de ventanas y puertas que daban a un balcón. Había una cama, un armario enorme y una mesa con sillas, pero, por lo demás, la habitación estaba vacía. No había cuadros en las paredes ni figuras sobre los estantes empotrados. Incluso la pintura estaba algo vieja.—
Esta es la suite de la princesa —dijo Brittany en voz baja.
Abrí los ojos como platos.
—Ya sé que ahora mismo no tiene un aspecto estupendo. Se supone que es la princesa la que escoge la decoración, de modo que cuando mi madre se trasladó a la suite de la reina, la habitación quedó desnuda.
La reina Amberly había dormido allí. Había algo mágico en aquella habitación.
Brittany se situó a mis espaldas y fue indicándome:
—Esas puertas dan al balcón. Y ahí —dijo, señalando al otro extremo—, esas dan al estudio personal de la princesa. Esa —indicó una puerta a la derecha— da a mi habitación. No quiero que la princesa esté demasiado lejos.
Sentí que me ruborizaba al pensar en dormir allí, con Brittany tan cerca.
Se acercó al armario.
—Y esto… Tras este armario hay una vía de escape al refugio. También se puede llegar a otros puntos del palacio por aquí, pero su principal objetivo es ese —suspiró—. El uso que le he dado no es el que se supone que tiene, pero se me ha ocurrido que sería útil.
Brittany apoyó la mano en una palanca oculta, y el armario y el tabique de atrás se desplazaron hacia delante. Al ver el hueco que se abría sonrió.
—Justo a tiempo.
—No querría perdérmelo —dijo otra voz.
Me quedé sin aliento. No podía ser que aquella voz perteneciera a quien yo me pensaba. Di un paso para rodear aquel mueble enorme y a Brittany, aún sonriente. Allí detrás, vestida con ropas sencillas y con el cabello recogido en un moño, estaba Rachel.
—¿Rachel? —susurré, segura de que aquello era un sueño—. ¿Qué haces ahí?
—¡Te he echado mucho de menos! —gritó, y se me echó a los brazos.
Vi las llagas rojas que tenía en las palmas de las manos, que aún no habían cicatrizado del todo.
Desde luego que era ella.
Me envolvió en un abrazo. Ambas caímos al suelo. Aquello me superaba. No podía dejar de llorar y preguntar una y otra vez qué demonios hacía ella allí.
Cuando me calmé, Brittany se dirigió a mí:
—Diez minutos. Estaré esperando fuera. Rachel, tú puedes irte por dónde has venido.
Ella le dio su palabra. Brittany nos dejó solas.
—No lo entiendo —dije—. Se suponía que tenías que irte al sur. Se suponía que te convertías en una Ocho. ¿Dónde está Quinn?
Ella sonrió, comprensiva.
—Hemos estado aquí todo el tiempo. Acabo de empezar a trabajar en las cocinas; y Quinn aún está recuperándose, pero creo que pronto empezará a trabajar en los establos.
—¿Recuperándose? —las preguntas se me amontonaban; no estaba segura de por qué había preguntado precisamente eso.
—Sí, camina, puede sentarse y ponerse de pie, pero le cuesta hacer esfuerzos. Está ayudando en las cocinas mientras se cura del todo. Pero se recuperará. Y mírame a mí —dijo, extendiendo ambas manos
—. Nos han cuidado muy bien. No me han quedado bonitas, pero al menos ya no me duelen.
Toqué con delicadeza las líneas hinchadas que le recorrían las palmas de las manos; no podía ser que aquello no le doliera. Pero no hizo ni una mueca, y al momento deslicé mi mano sobre la suya. Resultaba raro, pero al mismo tiempo era algo completamente natural. Rachel estaba allí. Y yo le cogía la mano.
—¿Así que Brittany os ha dejado quedaros en el palacio todo este tiempo?
Ella asintió.
—Después de los azotes, tenía miedo de que nos hicieran daño si nos dejaba a nuestra suerte, así que nos acogió. En nuestro lugar enviaron a unos hermanos que tenían familia en Panamá. Nos han cambiado el nombre, y Quinn se está dejando el cabello, así que dentro de un tiempo pasaremos desapercibidos.
Además, no hay mucha gente que sepa que estamos en el palacio, solo algunas cocineras con las que trabajo, una de las enfermeras y Brittany. No creo siquiera que lo sepan los guardias, porque ellos rinden cuentas ante el rey, y al rey no le gustaría saberlo —meneó la cabeza antes de proseguir—. Nuestro apartamento es pequeño; en realidad apenas hay espacio para nuestra cama y unos cuantos estantes, pero por lo menos está limpio. Estoy intentando coser una nueva colcha, pero no se me da…
—Un momento. ¿«Nuestra cama»? O sea…, ¿compartís una sola cama?
Rachel sonrió.
—Nos casamos hace dos días. La mañana en que nos azotaron le dije a Brittany que quería a Quinn y que deseaba casarme con ella, y me disculpé por herir sus sentimientos. A ella no le importó, por supuesto.
Antes de ayer vino a verme y me dijo que había una gran celebración en palacio, y que si queríamos casarnos, era el mejor momento.
Dos días atrás habíamos celebrado la visita de la Federación Germánica. Todo el personal del palacio estaba sirviendo en la recepción o preparándose para la visita de los italianos.
—Brittany fue quien me entregó a Quinn. No sé ni si podré volver a ver a mis padres. Cuanto más lejos estén, mejor.
Era evidente que le dolía decir aquello, pero la entendía. Si se tratara de mí y, de pronto, me convirtiera en una Ocho, lo mejor que podía hacer por mi familia sería desaparecer. Llevaría tiempo, pero al final la gente se olvidaría. Con el tiempo, mis padres se recuperarían.
Para ahuyentar pensamientos negativos, agitó la mano izquierda y por primera vez observé la pequeña alianza que lucía en el dedo. Era un cordel atado con un nudo simple, pero suponía una declaración firme: «Estoy casada».
—Creo que voy a tener que decirle que me dé uno nuevo muy pronto; este ya se me está deshaciendo.
Supongo que, si trabaja en los establos, yo también tendré que hacerle uno nuevo a ella cada día —bromeó, encogiéndose de hombros—. No es que me importe.
Entonces no pudo evitar hacerle otra pregunta, tal vez un poco incómoda…, pero sabía que nunca podría mantener ese tipo de conversación con mi madre o con Kenna.
—¿Y ya habéis…? Ya sabes…
Tardó un momento en entenderlo, pero entonces se rió.
—¡Oh, sí! Sí que lo hemos hecho —dijo, y las dos soltamos una risita tonta.
—¿Y cómo es?
—¿La verdad? Al principio algo incómodo. La segunda vez fue mejor.
—Oh —no sabía qué más decir.
—Sí.
Se hizo una pausa.
—He estado muy sola sin ti. Te echo de menos —dije, jugando con el cordelito que le rodeaba el dedo.—
Yo también te echo de menos. A lo mejor, cuando seas princesa, puedo escaparme y venir por aquí de vez en cuando.
Resoplé.
—No estoy tan segura de que eso vaya a ocurrir.
—¿Qué quieres decir? —preguntó ella, poniéndose seria de pronto—. Aún eres su favorita, ¿no?
Me encogí de hombros.
—¿Qué ha pasado? —insistió, preocupada.
Yo no quería admitir que todo había empezado al perderla a ella. No era culpa suya.
—No sé…, cosas.
—Santana, ¿qué pasa?
—Después de que te azotaran, me enfadé con Brittany. Tardé un tiempo en darme cuenta de que no habría hecho algo así si hubiera podido evitarlo.
Rachel asintió.
—Lo intentó de verdad, Santana. Y cuando vio que no podía, hizo todo lo que pudo por aliviar nuestra situación. No te enfades con ella.
—Ya no estoy enfadada, pero tampoco estoy segura de que quiera ser princesa. No sé si podría hacer lo que ella hizo. Y luego está esa encuesta que han publicado en una revista que me enseñó Kitty. A la gente no le gusto, Rachel. Estoy la última. No sé si tengo lo que hace falta. Nunca fui una buena opción, y últimamente aún menos. Y ahora…, ahora…, creo que a Brittany le gusta Kriss.
—¿Kriss? ¿Cuándo ha ocurrido eso?
—No tengo ni idea, y no sé qué hacer. Por una parte, creo que es bueno. Ella será mejor princesa; y si de verdad le gusta, lo que quiero es que sea feliz. Se supone que tiene que eliminar a alguien más muy pronto. Cuando me ha llamado hace un rato, he pensado que sería para enviarme a casa.
Rachel se rió.
—Eso es ridículo. Si Brittany no sintiera nada por ti, te habría enviado a casa hace mucho tiempo. El motivo de que sigas aquí es que se niega a perder la esperanza.
De la garganta me salió una risa ahogada.
—Ojalá pudiéramos seguir hablando, pero tengo que irme —dijo—. Hemos aprovechado el cambio de la guardia para esto.
—No me importa que haya sido poco tiempo. Me alegro de saber que estás bien.
—No te rindas aún —insistió ella, tirando de mí para darme un abrazo—. ¿De acuerdo?
—No lo haré. ¿A lo mejor podrías enviarme alguna carta o algo de vez en cuando?
—Puede que sea buena idea. Ya veré si puedo —me soltó, y nos quedamos una frente a la otra—. Si me hubieran pedido mi opinión, habría votado por ti. Siempre pensé que debías ser tú.
Me sonrojé.
—Venga, va. Saluda a tu esposa de mi parte.
—Lo haré —respondió, sonriendo. Luego se dirigió al armario y encontró la palanca.
Por algún motivo pensaba que los azotes habrían acabado con ella, pero la habían hecho más fuerte.
Incluso se comportaba diferente. Se giró, me lanzó un beso y desapareció.
Salí de la habitación rápidamente y me encontré a Brittany esperando en el pasillo. Al oír la puerta levantó la vista de su libro, sonriendo, y yo me acerqué para sentarme a su lado.
—¿Por qué no me lo has dicho antes?
—Primero tenía que asegurarme de que no corrían peligro. Mi padre no sabe que he hecho esto; y hasta que no he estado seguro de que no los pondría en peligro, he tenido que mantenerlo en secreto.
Espero poder arreglármelas para que os veáis más veces, pero llevará tiempo.
Me sentí más liviana, como si, de pronto, la carga de preocupación que llevaba sobre los hombros se hubiera caído al suelo. La alegría de ver a Rachel, confirmar que Brittany era tan buena persona como pensaba y el alivio general por que no me hubiera enviado a casa me sobrecogían.
—Gracias —susurré.
—De nada.
No estaba segura de qué más podía decir. Al cabo de un momento, Brittany se aclaró la garganta.
—Sé que las partes más difíciles de este trabajo te cuestan, pero también presenta grandes oportunidades. Creo que podrías hacer grandes cosas. Ahora mismo me ves únicamente como la princesa, pero las cosas cambiarían si al final fueras mía de verdad.
—Lo sé —dije, mirándolo a los ojos.
—Ya no sé leer tus pensamientos. Al principio sí, cuando no te gustaba nada; y cuando las cosas entre nosotras cambiaron, me mirabas de otro modo. Ahora hay momentos en que creo que ahí hay algo, y otros en los que me da la impresión de que ya te has alejado.
Asentí.
—No te estoy pidiendo que me digas que me quieres. No te pido que de pronto decidas que quieres ser princesa. Simplemente necesito saber si quieres seguir aquí.
Esa era la cuestión, ¿no? Aún no sabía si sería capaz de afrontar el cargo, pero tampoco estaba segura de si quería abandonar. Y aquella demostración de humanidad por parte de Brittany hizo que me diera un vuelco el corazón. Aún había mucho que pensar, pero no podía retirarme. Ahora no.
Brittany tenía la mano apoyada sobre la pierna, y yo metí la mía bajo la suya. La acogió con un cálido apretón.
—Si aún quieres, me gustaría quedarme.
Brittany soltó un suspiro de alivio.
—Eso me encantaría.
Volví a la Sala de las Mujeres tras pasar brevemente por el baño. Nadie dijo nada hasta que me senté. Fue Kriss quien se atrevió a preguntar.
—¿Qué ha pasado?
La miré. Todas me observaban.
—Preferiría retirarme.
Entre los ojos hinchados y aquella respuesta, todas debieron pensar que no había podido salir nada bueno de mi reunión con Brittany; pero si eso era lo que tenía que decir para proteger a Rachel, que así fuera.
Lo que realmente me dolió fue ver a Kitty apretando los labios para ocultar su sonrisa, las cejas levantadas de Natalie mientras fingía leer una revista que ni siquiera era suya y la mirada esperanzada entre Kriss y Elise.
La competición iba más en serio de lo que había imaginado.
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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 1:05 am



Capítulo 21



Afortunadamente, en el Report nos evitaron la humillación de tener que afrontar las críticas a nuestras recepciones. Las visitas de nuestros amigos extranjeros se mencionaron de pasada, pero no se informó al público con detalle. Hasta la mañana siguiente Tina y la reina no vinieron a evaluar nuestra actuación.
—La tarea que os asignamos era imponente, y podría haber ido fatal. No obstante, me alegra deciros que ambos equipos lo hicieron muy bien —anunció Tina, evidentemente satisfecha.
Todas suspiramos. Kriss y yo nos cogimos de la mano. Por mucho que me confundiera la relación que pudiera tener con Brittany, sabía que no habría podido conseguirlo sin ella.
—Si tengo que ser honesta, una recepción fue algo mejor que la otra, pero todas deberíais estar orgullosas de vuestros logros. Hemos recibido cartas de agradecimiento de nuestros viejos amigos de la Federación Germánica por la atención recibida —señaló Tina, mirando a Kitty, Natalie y Elise—.
Hubo algunos problemillas menores, y no creo que ninguna de nosotras disfrute con esas cosas tan serias, pero desde luego ellos quedaron satisfechos.
»En cuanto a vosotras dos —prosiguió Tina, girándose hacia Kriss y hacia mí—, nuestras visitantes italianas disfrutaron enormemente. Quedaron impresionadas con la decoración y la comida, e hicieron mención especial al vino que servisteis, así que… ¡bravo! No me sorprendería que Illéa consiguiera un nuevo aliado gracias a esa recepción. Es de alabar.
Kriss soltó un gritito de alegría y a mí se me escapó una risa nerviosa al ver que todo había acabado y que, además, habíamos ganado.
Tina siguió hablando, diciéndonos que escribiría un informe oficial para el rey y para Brittany, pero nos dijo que ninguna teníamos por qué preocuparnos. Mientras hablaba, una doncella entró en la habitación y fue corriendo hacia donde estaba la reina para susurrarle algo al oído.
—Por supuesto, que pasen —dijo la reina, poniéndose de pie y acercándose rápidamente.
La doncella se retiró en silencio y abrió la puerta para que entraran el rey y Brittany. En teoría, los soberanos no podían acudir a aquella sala sin permiso de la reina, pero resultaba cómico ver la escena.
Cuando entraron nos pusimos en pie en señal de respeto, pero no parecían preocupados por las formalidades.
—Señoritas, lamentamos la intromisión, pero tenemos noticias urgentes —anunció el rey
—Me temo que la guerra en Nueva Asia ha entrado en una nueva fase —intervino Brittany con decisión—. La situación es tan complicada que mi padre y yo vamos a salir de inmediato para ver si podemos ayudar en algo.
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó la reina, llevándose una mano al pecho.
—No hay nada de qué preocuparse, amor mío —dijo el rey para reconfortarla.
Pero si tan urgente era que se pusieran en marcha…
Brittany se acercó a su madre. Tuvieron una breve conversación en voz baja y luego ella le besó en la frente. Ella la abrazó y se retiró. A continuación, el rey empezó a darle una serie de instrucciones a la reina, mientras Brittany se acercaba a despedirse de todas nosotras.
De Natalie se despidió tan rápidamente que casi ni lo vi. A ella no parecía que eso le importara, y yo no sabía qué pensar. ¿No le preocupaba la falta de afecto de Brittany, o es que estaba tan alterada que hacía un esfuerzo por mantener la calma?
Kitty se abrazó a Brittany y estalló en un despliegue de llanto en la peor interpretación que había visto en mi vida. Me recordó a May cuando era más niña y fingía que lloraba, pensando que así conseguiríamos más dinero para nuestras cosas. Cuando Brittany consiguió liberarse, ella le plantó un beso en los labios que ella, manteniendo la compostura todo lo que pudo, se apresuró a limpiarse nada más girarse.
Elise y Kriss estaban tan cerca que pude oír cómo se despedían.
—Llama a casa y diles que nos traten bien —le dijo a Elise.
Casi se me había olvidado que el principal motivo de que Elise siguiera allí era que tenía vínculos familiares con personalidades destacadas de Nueva Asia. Me pregunté si el devenir de aquella guerra le costaría su puesto en la competición.
De pronto me di cuenta de que no tenía ni idea de qué pasaría si Illéa perdía aquella guerra.
—Si me dejáis un teléfono, hablaré con mis padres —prometió ella.
Brittany asintió y besó a Elise en la mano. Luego pasó a Kriss, que inmediatamente entrecruzó los dedos con los suyos.
—¿Correrás peligro? —le preguntó en un susurro, con la voz casi quebrada.
—No lo sé. La última vez que fuimos a Nueva Asia la situación no era tan tensa. Esta vez no tengo ni idea —lo dijo con tal ternura en la voz que tuve la impresión de que era una conversación que debían haber tenido en privado.
Ella levantó la vista al techo y suspiró. En ese instante, Brittany me miró, pero yo aparté la mirada.
—Por favor, ten cuidado —susurró. Una lágrima le rodó por la mejilla.
—Por supuesto, querida —respondió Brittany, que la saludó con un gesto tonto que arrancó una sonrisa en Kriss. Luego la besó en la mejilla y acercó la boca a su oído—. Por favor, intenta tener entretenida a mi madre, para que no se preocupe tanto.
Echó atrás la cabeza para mirarla a los ojos. Kriss asintió una vez y le soltó las manos. Brittany vaciló un momento, como si fuera a abrazarla, pero luego se separó y se acercó a mí.
Como si las palabras de Brittany de la semana anterior no fueran suficiente, ahí estaba la prueba física de su relación. Por lo que parecía, había algo muy dulce y real entre ellas. Solo con mirar la cara y las manos de Kriss quedaba claro lo mucho que le importaba. O eso, o era una actriz increíble.
Cuando Brittany me miró intenté comparar su expresión con la que le había puesto a Kriss. ¿Era la misma? ¿Menos cálida, quizá?
—Intenta no meterte en ningún lío mientras yo esté fuera, ¿de acuerdo? —bromeó. Con Kriss no había bromeado. ¿Significaba eso algo?
Levanté la mano derecha.
—Prometo comportarme como una señorita.
Ella chasqueó la lengua.
—Excelente. Una cosa menos de la que preocuparme.
—¿Y nosotras, qué? ¿Debemos preocuparnos?
Brittany meneó la cabeza.
—Espero que podamos suavizar la situación, sea cual sea. Mi padre puede ser muy diplomático, y…
—A veces eres de lo más tonta —le dije, y ella frunció el ceño—. Quiero decir por ti. ¿Deberíamos preocuparnos por ti?
Se puso muy seris, y aquello no hizo más que alimentar mis temores.
—Será ir y volver. Si podemos aterrizar, claro… —Brittany tragó saliva, y vi lo asustado que estaba.
Me hubiera gustado preguntarle algo más, pero no sabía qué decir.
—Santana, antes de irme… —dijo, después de aclararse la garganta. Le miré a la cara y vi que a ella asomaban unas lágrimas—. Quiero que sepas que todo…
—Brittany —espetó el rey. Su hija levantó la cabeza y esperó las instrucciones de su padre—.
Tenemos que irnos.
Brittany asintió.
—Adiós, Santana —dijo en voz baja, y me cogió la mano, acercándosela a los labios. Al hacerlo, observó la pequeña pulsera que llevaba. Se la quedó mirando, aparentemente confusa, pero luego me besó la mano con ternura.
El leve roce de su beso me trajo a la mente un recuerdo que me parecía perdido en el pasado. Así era como me había besado la mano la primera noche de mi estancia en el palacio, cuando le grité, cuando, de todos modos, permitió que me quedara.
Las otras chicas no separaron la mirada del rey y de Brittany cuando se fueron, pero yo me quedé mirando a la reina. Tenía un aspecto muy frágil. ¿Cuántas veces tendría que ver a su marido y a su hija en peligro antes de venirse abajo?
En el momento en que la puerta se cerró tras ellos, la reina Amberly parpadeó unas veces, aspiró hondo y, sacando fuerzas de flaqueza, levantó la cabeza.
—Perdónenme, señoritas, pero esta noticia repentina conlleva mucho trabajo. Creo que lo mejor será que me retire a mi habitación —era evidente el esfuerzo que estaba haciendo por dentro—. ¿Qué les parece si hago que sirvan aquí el almuerzo, para que puedan comer a su aire, y nos reunimos esta noche para la cena?
Nosotras asentimos.
—Excelente —dijo ella.
Se dio media vuelta y se encaminó hacia la puerta. Sabía que era fuerte. Se había criado en un barrio pobre, en una provincia pobre, trabajando en una fábrica hasta que la eligieron para la Selección. Y luego, tras convertirse en reina, había sufrido un aborto tras otro hasta que por fin tuvo un hija.
Aguantaría el tipo hasta llegar a su habitación, como una dama, como exigía su cargo. Pero cuando estuviera sola seguro que se echaba a llorar. Cuando la reina se fue, Kitty también se marchó. Decidí que tampoco hacía falta que yo me quedara. Me fui a mi habitación. Quería estar sola y pensar.
No dejaba de hacerme preguntas sobre Kriss. ¿Cómo es que habían conectado tan de pronto ella y Brittany? No hacía tanto tiempo, ella me hacía promesas de futuro. No podía estar tan interesada en ella si al mismo tiempo me iba diciendo cosas tan íntimas. Debía de haber ocurrido después.
El día pasó muy rápido y, tras la cena, mientras mis doncellas me ayudaban a prepararme para la cama en silencio, una sola frase me sacó de mi mundo.
—¿Sabe a quién me he encontrado aquí esta mañana, señorita? —dijo Anne, mientras me pasaba el cepillo por el cabello con suavidad.
—¿A quién?
—Al soldado Leger.
Me quedé helada, pero solo por un instante.
—¿Ah, sí? —repuse, sin apartar los ojos del espejo.
—Sí, dijo que estaba haciendo un registro de su habitación. Algo de seguridad —añadió Lucy, algo confusa.
—Pero fue algo raro —prosiguió Anne, con la misma expresión que Lucy—. Iba vestido de calle, no de uniforme. No debería estar haciendo tareas de seguridad en su tiempo libre.
—Debe de estar muy entregado a su trabajo —contesté, quitándole importancia al asunto.
—Supongo —dijo Lucy, con admiración—. Cada vez que lo veo por el palacio, bueno, siempre hace observaciones. Es muy buen soldado.
—Cierto —confirmó Mary—. Algunos de los seleccionados que vienen por aquí no son muy aptos para el trabajo.
—Y en ropa de calle está muy guaps. La mayoría de los guardias están horrorosos en cuanto les quitas el uniforme —apuntó Lucy.
Mary soltó una risita nerviosa y se ruborizó, y hasta Anne esbozó una sonrisa. Hacía mucho tiempo que no las veía tan relajadas. En otro momento, otro día, habría sido divertido cotillear sobre los guardias. Pero aquel día no. Lo único en lo que podía pensar era en que habría una carta de Danni en mi habitación. Quería mirar por encima del hombro, en dirección a mi frasco, pero no me atrevía.
Tardaron una eternidad en dejarme sola. Hice un esfuerzo por ser paciente y esperé unos minutos para asegurarme de que no volvían. Por fin me lancé sobre la cama y agarré mi frasco. Por supuesto, allí había un papelito esperándome. Brittany se había ido. Eso lo cambiaba todo.
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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 1:05 am



Capítulo 22



—¿Hola? —susurré, siguiendo las instrucciones que me había dejado Danni el día anterior.
Entré con sigilo en una habitación iluminada únicamente por la tenue luz del atardecer, que se filtraba a través de las cortinas de gasa, pero que era suficiente para distinguir la expresión ilusionada en el rostro de Danni.
Cerré la puerta tras de mí, mientras ella corría a mi encuentro y me abrazaba.
—Te he echado de menos.
—Yo también. He estado tan ocupada con esa recepción que apenas he tenido tiempo ni de respirar.
—Me alegro de que se haya acabado. ¿Te ha costado llegar hasta aquí? —bromeó.
—En serio, Danni —respondí, con una risita—, hay que ver lo bien que se te da tu trabajo.
Era casi cómico lo simple que era la idea. La reina se tomaba la gestión del palacio algo más relajadamente. O quizás es que estaba distraída. En cualquier caso, había dejado abierta la opción de la cena: en la habitación o en el comedor. Mis doncellas me habían preparado para la cena, pero en lugar de dirigirme al comedor, yo me había limitado a atravesar el pasillo y meterme en la que había sido la habitación de Bariel. Resultaba tan fácil que parecía imposible.
Ella acogió los halagos con una sonrisa y me hizo sentar en un rincón apartado de la habitación, donde había amontonado unos cojines.
—¿Estás cómoda?
Asentí. Estaba esperando que ella también se sentara, pero no lo hizo. Empujó un gran sofá para que no se nos viera desde la puerta y luego acercó una mesa que nos rozaba la cabeza. Por último cogió un paquete que había dejado sobre la mesa —y que olía a comida— y se sentó a mi lado.
—Casi como en casa, ¿eh? —dijo, poniéndose detrás de mí, situándome entre sus piernas.
La posición me resultaba tan familiar y el espacio era tan pequeño que efectivamente me recordaba un poco nuestra casa del árbol. Era como si hubiera cogido algo que yo daba por perdido desde hacía tiempo y me lo hubiera puesto en las manos.
—Es aún mejor —suspiré, apoyándome en ella. Sentí el contacto de sus dedos entre el cabello. Me produjo escalofríos.
Nos quedamos allí sentadas un rato, en silencio, cerré los ojos y me concentré en el sonido de la respiración de Danni. No hacía tanto tiempo había hecho lo mismo con Brittany. Pero aquello era diferente. Podría distinguir la respiración de Danni entre una multitud. Lo conocía perfectamente. Y, por supuesto, ella también me conocía a mí. Aquel momento de paz era lo único que necesitaba, y Danni lo había hecho realidad.
—¿En qué piensas, Sann?
—En muchas cosas —suspiré—. En casa, en ti, en Brittany, en la Selección, en todo.
—¿Y qué piensas de todas esas cosas?
—Sobre todo, en lo que me confunden. Cuando me parece que empiezo a entender lo que me ocurre, algo cambia y me hace sentir de otro modo.
Danni se quedó callado un momento.
—¿Y tus sentimientos por mí cambian mucho? —preguntó, dolido.
—¡No! —dije, acercándome más aún a ella—. Tú eres la única constante, si es que hay alguna. Sé que si todo se viene abajo, tú seguirás ahí, exactamente en el mismo sitio. De vez en cuando las cosas aquí se alteran tanto que mi amor por ti pasa a un segundo plano, pero sé que siempre está ahí. No sé si tiene sentido lo que digo…
—Sí que lo tiene. Sé que hago que todo esto resulte aún más complicado de lo que es. No obstante, me alegra saber que no estoy fuera de la competición.
Danni me envolvió con sus brazos, como si pudiera tenerme así para siempre.
—No me he olvidado de nosotras —le prometí.
—A veces tengo la sensación de que Brittany y yo participamos en otro tipo de «Selección». Solo ella y yo. Y una de los dos te conseguirá al final del juego. Y la verdad es que no sé quién lo tiene peor.
Brittany, en realidad, no sabe que estamos compitiendo, así que quizá no ponga toda la carne en el asador.
Pero, por otra parte, yo tengo que esconderme, así que tampoco puedo darte lo que te da ella. En cualquier caso, no es una lucha justa.
—No deberías planteártelo así.
—No sé de qué otro modo podría verlo, Sann.
Suspiré.
—No hablemos de eso.
—De acuerdo. De todos modos, no me gusta hablar de ella. ¿Qué hay de las otras cosas que te confunden? ¿Qué es lo que pasa?
—¿A ti te gusta ser soldado? —le pregunté, girándome hacia ella.
Asintió con entusiasmo, estiró el brazo y abrió el paquete de la comida.
—Me encanta, Sann. Pensé que odiaría cada minuto, pero es fantástico —se metió un trozo de pan en la boca y siguió hablando—. Bueno, está lo básico, que es que me dan de comer constantemente. Quieren que estemos fuertes, así que nos dan mucha comida. Y también las inyecciones —dijo, pensándoselo mejor—, pero tampoco es tan grave. Y me dan un sueldo. Aunque tengo todo lo que necesito, me pagan
—se paró un momento, jugueteando con un gajo de naranja—. Ya sabes lo bien que te sientes cuando puedes enviar dinero a casa.
Estaba claro que pensaba en su madre y en sus seis hermanos. Ella había sido la figura paterna en casa;me preguntaba si eso le provocaría una nostalgia aún mayor que la mía.
Se aclaró la garganta y prosiguió:
—Pero hay otras cosas que no me esperaba. Me gusta mucho la disciplina que entraña, y la rutina. Me encanta saber que estoy haciendo algo útil. Me siento… satisfecha. He ido dando tumbos muchos años, haciendo inventarios y limpiando casas. Ahora tengo la sensación de estar haciendo lo que tenía que hacer.—
O sea, ¿que sí? ¿Que te encanta?
—Desde luego.
—Pero no te gusta Brittany. Y sé que no te gusta cómo gobiernan Illéa. En casa siempre hablábamos de ello, y de todo eso de la gente del sur que perdió su casta. Sé que eso también te molesta.
Asintió.
—Creo que es una crueldad.
—¿Y te parece bien proteger ese sistema? Luchas contra los rebeldes para proteger al rey y a Brittany. Y ellos son los responsables de todo, de lo que no te gusta. ¿Cómo es que te encanta tu trabajo?
Se quedó pensando mientras masticaba.
—No sé. Supongo que no tiene sentido, pero… Bueno, como te he dicho, tiene que ver con sentirse realizada. Con el desafío y el compromiso que supone, con la capacidad de hacer algo más con mi vida.
A lo mejor Illéa no es perfecta… De hecho, dista mucho de serlo. Pero tengo… esperanza —dijo, sin más. Lss dos nos quedamos callados un momento, mientras asimilábamos todo aquello.
—Tengo la sensación de que las cosas han mejorado, aunque la verdad es que no sé lo suficiente sobre nuestra historia como para demostrarlo. Y creo que todo mejorará aún más en el futuro. Creo que hay posibilidades. Y quizá suene tonto, pero es mi país. Ya entiendo que está fracturado, pero eso no significa que esos anarquistas puedan presentarse por las buenas y quedárselo para ellos. Sigue siendo mío. ¿Te parece una locura?
Le di un bocado a mi pan y medité sobre las palabras de Danni, que me devolvían a nuestra casa del árbol y a todas aquellas veces en que le había hecho preguntas sobre cualquier cosa. Aunque no opinara como ella, me ayudaba a comprenderlas mejor. No estaba del todo en desacuerdo con lo que me estaba diciendo. De hecho, me ayudó a ver lo que quizá yo llevaba escondido en mi corazón todo aquel tiempo.
—No me parece una locura en absoluto. Creo que es absolutamente razonable.
—¿Te ayuda en algo con todas esas dudas que tenías?
—Sí.
—¿Y me vas a explicar alguna?
—Todavía no —respondí, sonriendo. Aunque Danni era lista y podía adivinarlo. Por la mirada avispada que tenía en los ojos, probablemente ya lo habría hecho.
Apartó la vista un momento, pasándome la mano por el brazo, hasta acabar jugueteando con la pulsera del botón que llevaba en la muñeca.
—Somos un desastre, ¿no te parece?
—De los gordos.
—A veces tengo la sensación de que somos como un nudo, demasiado enredado como para que nos puedan separar.
—Es cierto —asentí—. Gran parte de mí está ligada a ti. Si no estás cerca, me siento perdida. Danni tiró de mí, me pasó una mano por la sien y la dejó caer por mi mejilla.
—Entonces tendremos que quedarnos así, enmarañadas.
Me besó con suavidad, como si temiera apretar demasiado, romper aquel momento y perderlo todo. Tal vez tuviera razón. Lentamente fue tendiéndome sobre el colchón de almohadones, abrazado a mí, trazando trayectorias curvas con sus besos sobre mi piel. Todo resultaba tan familiar, tan seguro…
Pasé los dedos por el pelo corto de Danni, recordando cuando le caía sobre la frente y me hacía cosquillas al besarme. Sentí sus brazos alrededor, mucho más voluminosos que antes, más fuertes.
Incluso el modo que tenía de abrazarme había cambiado. Denotaba una confianza antes inexistente, algo que había adquirido al convertirse en un Dos, en un soldado.
La hora de marcharse llegó antes de lo deseado. Danni me acompañó hasta la puerta. Me dio un beso largo que hizo que se me fuera la cabeza por un momento.
—Intentaré hacerte llegar otra nota en cuanto pueda —prometió.
—La estaré esperando —dije, aún apoyada en ella; no quería que nos separáramos.
Luego, para no complicar más las cosas, salí.
Mis doncellas me prepararon para la cama, y yo aceleré las cosas todo lo posible. Antes tenía la sensación de que la Selección implicaba elegir entre Brittany y Danni. Y, aquella decisión, que parecía depender solo de mi corazón, de pronto se complicaba. ¿Era una Cinco o una Tres? Y cuando esto acabara, ¿sería una Dos o una Uno? ¿Viviría mis días como la esposa de un soldado o como la de una reina?
¿Pasaría discretamente a un segundo plano en el que sentirme cómoda o me vería obligada a enfrentarme a la tan temida opinión pública? ¿Estaba preparada para cualquiera de las dos cosas? ¿No odiaría a la chica que acabara con Brittany si por fin me decidía por Danni? ¿No odiaría a la que escogiera Danni si me quedaba con Brittany?
Mientras me metía en la cama y apagaba la luz, recordé que era yo la que había decidido estar allí.
Danni me lo había pedido, y mi madre me había presionado, pero nadie me había obligado a rellenar el impreso de solicitud para la Selección. Pasara lo que pasara, lo afrontaría. Tenía que hacerlo.
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Activo Re: Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/ LA ELEGIDA / TERMINADO

Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 1:06 am



Capítulo 23



Al entrar en el comedor hice una reverencia a la reina, pero ella no me vio.
Miré a Elise, que era la única que ya había llegado, y ella se limitó a encogerse de hombros. Me senté en el momento en que Natalie y Kitty entraban, y también ellas pasaron desapercibidas; por fin llegó Kriss, que se sentó a mi lado, pero sin apartar la vista de la reina Amberly. Esta parecía perdida en su mundo, con la vista en el suelo o mirando de vez en cuando las sillas de Brittany y del rey, como si algo no fuera bien.
Los mayordomos comenzaron a servir la comida, y la mayoría de las chicas empezaron a comer; pero Kriss no dejaba de mirar a la cabecera de la mesa.
—¿Sabes qué es lo que pasa? —le susurré.
Kriss suspiró y se giró hacia mí.
—Elise llamó a su familia para informarse de lo que estaba ocurriendo y para que sus parientes fueran al encuentro de Brittany y del rey en cuanto llegaran a Nueva Asia. Pero la familia de Elise dice que no llegaron.
—¿No llegaron?
Kriss asintió.
—Lo raro es que el rey llamó cuando aterrizaron, y tanto ella como Brittany hablaron con la reina Amberly. Están bien, y le dijeron que ya habían llegado a Nueva Asia; pero la familia de Elise afirma que no han aparecido por allí.
Fruncí el ceño, intentando comprender.
—¿Y todo eso qué significa?
—No lo sé —confesó ella—. Dicen que están allí, así que ¿por qué no iban a estar? No tiene sentido.
—¡Boh! —dije yo, sin saber muy bien qué más añadir.
¿Por qué la familia de Elise no sabía que estaban allí? Y si en realidad no estaban en Nueva Asia,
¿dónde podían estar?
Kriss se inclinó hacia mí.
—Hay algo más de lo que querría hablar contigo —susurró—. ¿Podríamos ir a dar un paseo por los jardines después del desayuno?
—Claro —respondí, deseosa de oír lo que sabía.
Ambas comimos rápido. No estaba segura de qué habría descubierto, pero, si quería hablar fuera, estaba claro que era algo que había que mantener en secreto. La reina estaba tan distraída que apenas se dio cuenta de que salíamos.
Salir al jardín, bañado por la luz del sol, era una sensación magnífica.
—Hacía tiempo que no salía —apunté, cerrando los ojos y levantando la cara hacia el sol.
—Sueles venir con Brittany, ¿verdad?
—Ajá —respondí. Pero un segundo más tarde me pregunté cómo lo sabía. ¿Sería de dominio público? Me aclaré la garganta—. Bueno, ¿de qué querías hablar?
Ella se detuvo a la sombra de un árbol y se giró hacia mí.
—Creo que tú y yo deberíamos hablar sobre Brittany.
—¿Qué le pasa?
—Bueno, yo ya me había preparado para perder —dijo, jugueteando nerviosamente con los dedos—.
Creo que todas lo habíamos hecho, excepto Kitty, quizás. Era evidente, Santana. Te quería a ti. Pero entonces pasó todo aquello de Rachel, y la cosa cambió.
No sabía muy bien qué decir.
—¿De modo que quieres decirme que sientes haberme desbancado, o algo así?
—¡No! —exclamó—. Tengo claro que aún siente algo por ti. No estoy ciega. Solo digo que creo que, llegadas a este punto, tú y yo deberíamos ir de frente. Me gustas. Creo que eres una gran persona, y no quiero que las cosas se pongan feas, pase lo que pase.
—Entonces quieres…
Kriss juntó las manos, intentando encontrar las palabras adecuadas.
—Quiero ofrecerte ser completamente honesta acerca de mi relación con Brittany. Y espero que tú hagas lo mismo.
Me crucé de brazos y le planteé la pregunta que hacía tanto tiempo quería hacerle.
—¿Cuándo os volvisteis tan íntimos tú y ella?
Sus ojos brillaron al recordar algo, y se puso a retorcerse un largo mechón de su cabello, que era castaño claro.
—Supongo que justo después de lo que pasó con Rachel. Probablemente suene tonto, pero le hice una tarjeta. Eso es lo que siempre hacía en casa, cuando mis amigos estaban tristes. El caso es que le encantó.
Me dijo que era la primera vez que alguien le hacía un regalo.
¿Qué? Oh. Vaya. Después de todo lo que había hecho ella por mí, ¿no se me había ocurrido nunca regalarle nada a ella?
—Estaba tan contenta que me pidió que fuera un rato a sentarme con ella en su habitación y…
—¿Has visto su habitación? —pregunté, sorprendida.
—Sí. ¿Tú no?
Mi silencio hizo innecesaria la respuesta.
—Oh —dijo ella, algo incómoda—. Bueno, en realidad no te pierdes gran cosa. Es oscura, y hay un soporte con pistolas, y un montón de cuadros en la pared. No tiene nada de especial —añadió, quitándole importancia con un gesto de la mano—. El caso es que a partir de entonces empezó a visitarme prácticamente cada vez que tenía un momento libre —meneó la cabeza—. Ocurrió bastante rápido.
Suspiré.
—Supongo que me lo dijo —confesé—. Hizo un comentario, como diciendo que nos necesitaba aquí a las dos.
—De modo que… —se mordió el labio—. ¿Estás bastante segura de que le gustas?
¿Es que ella no lo sospechaba ya? ¿O es que necesitaba oírlo de mi boca?
—Kriss, ¿de verdad quieres oírlo?
—¡Sí! Quiero saber en qué posición me encuentro. Y yo también te contaré lo que quieras saber.
Nosotras no llevamos las riendas en esto, pero eso no significa que tengamos que estar siempre pendiente de los demás.
Di unos pasos trazando un pequeño círculo, intentando encontrarle el sentido a todo aquello. No estaba segura de si tendría valor de preguntarle a Brittany por Kriss. Apenas era capaz de hablarle sinceramente sobre mí misma. Pero continuaba sintiendo que había cosas de mi posición en aquel juego que me estaba perdiendo. Quizás aquella fuera mi única esperanza de sacar algo en claro.
—Estoy bastante segura de que quiere que me quede un tiempo más. Pero creo que también quiere que te quedes tú.
Ella asintió.
—Me lo imaginaba.
—¿Te ha besado? —le solté, sin más.
Ella sonrió tímidamente.
—No, pero creo que lo habría hecho si yo no le hubiera pedido que no lo hiciera. En mi familia tenemos esa especie de tradición: no nos besamos hasta que nos comprometemos. A veces se celebra una fiesta en la que la gente anuncia la fecha de la boda, y así todo el mundo puede ver el primer beso de la pareja. A mí también me gustaría tener una fiesta así.
—Pero ¿lo ha intentado?
—No, se lo expliqué antes de que pudiera llegar a hacerlo. Pero me besa mucho las manos, y a veces en la mejilla. Creo que es muy tierno —suspiró.
Asentí, con la mirada fija en la hierba.
—Espera —dijo ella, vacilante—. ¿A ti te ha besado?
Una parte de mí quería presumir de haber obtenido el primer beso de la vida de Brittany, decir que, cuando nos besamos, el tiempo se paró.
—Más o menos. Es algo difícil de explicar.
Ella puso una cara extraña.
—No, no lo es. ¿Te ha besado o no?
—Es complicado.
—Santana, si no vas a ser sincera, esto es una pérdida de tiempo. He venido aquí con la voluntad de abrirme a ti. Pensaba que a las dos nos haría bien.
Me quedé allí, de pie, retorciéndome las manos, intentando encontrar el modo de explicarme.
No es que Kriss no me cayera bien. Si acababa yéndome a casa, querría que ganara ella.
—Yo quiero que seamos amigas, Kriss. Pensaba que ya lo éramos.
—Yo también —dijo, con voz amable.
—Es solo que me cuesta compartir mis cosas. Y aprecio tu sinceridad, pero no estoy segura de que quiera saberlo todo. Aunque te lo haya preguntado —añadí enseguida, al ver las palabras asomando en sus labios—. Ya sabía que sentía algo por ti, lo veía. Creo que de momento prefiero que las cosas queden así, indefinidas.
Kriss sonrió.
—Bueno, respeto tu decisión. Pero ¿me harás un favor?
—Claro, si puedo.
Ella se mordió el labio y apartó la mirada un minuto. Cuando volvió a mirar, tenía los ojos húmedos.
—Si llega el momento en que estés segura de que no me quiere, ¿podrías avisarme? No sé qué es lo que sientes tú, pero yo la quiero. Y me gustaría que me lo dijeras. Si lo sabes con certeza, claro.
Le quería. Lo había dicho en voz alta, sin miedo. Kriss quería a Brittany.
—Si alguna vez me lo confiesa, te lo diré.
Ella asintió.
—Y a lo mejor podríamos hacernos otra promesa: la de no ponernos trabas la una a la otra voluntariamente. ¿Te parece? Yo no quiero ganar así, y creo que tú tampoco.
—Yo no soy Kitty —dije, poniendo cara de asco, y ella se rió—. Te prometo ser justa.
—De acuerdo, pues —se secó los ojos y se estiró el vestido. Me imaginaba perfectamente lo elegante que estaría con la corona en la cabeza.
—Tengo que irme —mentí—. Gracias por hablar conmigo.
—Gracias por venir. Lo siento, si he sido indiscreta.
—Está bien —dije, echando a andar—. Hasta luego.
—Hasta luego.
Me giré todo lo rápido que pude, intentando no ser maleducada, y me dirigí al palacio. Una vez dentro, aceleré el paso y subí las escaleras a la carrera. Necesitaba esconderme de todo.
Llegué al segundo piso y me dirigí a mi habitación. Observé que había un trozo de papel en el suelo, algo inhabitual en el palacio, donde todo lucía siempre inmaculado. Estaba en una esquina, junto a mi puerta, así que supuse que sería para mí. Para estar segura, le di la vuelta y lo leí:
Otro ataque rebelde esta mañana, esta vez en Paloma. El recuento actual es de más de trescientos muertos, y al menos cien heridos. Una vez más, la principal exigencia parece ser acabar con la Selección y poner fin a la dinastía real. Esperamos instrucciones.
El cuerpo se me quedó helado. Rebusqué por ambos lados del papel en busca de una fecha. ¿Otro ataque esta mañana? Aunque la nota tuviera unos días, al menos era el segundo. Y el motivo volvía a ser la Selección. ¿Era ese el motivo de los últimos ataques? ¿Estaban intentando librarse de nosotras? Y de ser así, ¿era ese el objetivo tanto de los norteños como de los sureños?
No sabía qué hacer. No debía haber visto aquello, así que no podía hablar de ello con nadie. Pero ¿tendrían esta información los que se suponía que tendrían que haberla recibido? Decidí volver a dejar el papel en el suelo. Con un poco de suerte, algún guardia aparecería por allí y se lo llevaría al lugar indicado.
De momento, mantendría el optimismo, a la espera de que alguien actuara.
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Activo Re: Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/ LA ELEGIDA / TERMINADO

Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 1:08 am


Capítulo 24



Los dos días siguientes comí en la habitación, y así conseguí evitar a Kriss hasta la cena del miércoles. Pensé que para entonces ya no me sentiría tan incómoda, pero estaba equivocada. Ambas nos sonreímos en silencio, pero no pude decirle nada. Casi habría deseado estar en el otro lado de la sala, sentada entre Kitty y Elise. Casi.
Justo antes de que sirvieran el postre, Tina vino todo lo rápido que le permitían sus zapatos de tacón. Su reverencia fue especialmente breve, y enseguida se dirigió a la reina y le susurró algo al oído.
La reina dio un respingo y salió corriendo de la sala con Tina, dejándonos solas.
Nos habían enseñado que en ningún caso debíamos elevar la voz, pero en aquel momento no pudimos contenernos.
—¿Alguien sabe lo que pasa? —dijo Kitty, inusualmente preocupada.
—¿Creéis que los habrán herido? —preguntó Elise.
—Oh, no —exclamó Kriss, y apoyó la cabeza en la mesa.
—No pasa nada, Kriss. Toma un trocito de tarta —intervino Natalie.
Me quedé sin habla, asustada con solo pensar en lo que podía significar aquello.
—¿Y si los han capturado? —soltó Kriss, preocupada.
—No creo que los de Nueva Asia hicieran eso —respondió Elise, aunque estaba claro que también parecía preocupada.
No sé si su preocupación era estrictamente por la seguridad de Brittany, o si porque cualquier agresión por parte de su gente podía acabar con sus posibilidades.
—¿Y si el avión se ha estrellado? —soltó Kitty, en voz baja.
Levanté la vista, y me sorprendió ver una expresión de temor real en su rostro. Aquello bastó para que nos quedáramos todas en silencio.
¿Y si Brittany estaba muerta?
La reina Amberly volvió, y Tina tras ella, y nosotras nos las quedamos mirando, ansiosas.
Para nuestro alivio, estaba radiante.
—Buenas noticias, señoritas. ¡El rey y la princesa volverán esta noche! —exclamó.
Natalie dio palmas, y Kriss y yo nos dejamos caer al mismo tiempo sobre el respaldo de nuestras sillas. No me había dado cuenta de lo tensa que estaba.
—Como han tenido unos días tan intensos —intervino Tina—, hemos decidido evitar cualquier celebración. Dependiendo de la hora a la que salgan de Nueva Asia, es posible que no los veamos hasta la noche.
—Gracias, Tina —dijo la reina, agradecida. En realidad, ¿a quién le importaban las celebraciones?
—. Perdónenme, señoritas, pero tengo trabajo que hacer. Disfruten de su postre y que pasen una buena noche —dijo, y acto seguido se dio la vuelta y salió por la puerta como si apenas tocara el suelo.
Kriss salió unos segundos después. A lo mejor estaba preparando una tarjeta de bienvenida.
Después de aquello, comí rápidamente y me volví arriba. Mientras recorría el pasillo en dirección a mi habitación, vi un brillo rubio bajo una gorra blanca y el movimiento de la falda negra del uniforme de una doncella corriendo hacia las escaleras del otro extremo del pasillo. Era Lucy, y daba la impresión de que estaba llorando. Parecía tan decidida a alejarse sin que la vieran que opté por no ir tras ella.
Al girar la esquina que daba a mi habitación, vi que mi puerta estaba abierta de par en par. Al otro lado discutían Anne y Mary, y sin la puerta de por medio sus voces llegaban al pasillo, desde donde pude escuchar lo que decían.
—… ¿Por qué tienes que ser siempre tan dura con ella? —protestaba Mary.
—¿Era mejor callar? ¿Y dejarle que se crea que puede conseguir siempre lo que quiera? —replicó Anne.—
¡Sí! ¿Qué daño le iba a hacer decirle simplemente que confiabas en ella?
¿Qué es lo que pasaba? ¿Por qué parecían tan distantes las tres últimamente?
—¡Pica demasiado alto! —exclamó Anne—. No está bien darle falsas esperanzas.
—¡Venga ya! —respondió Mary, sarcástica—. Sí, claro, y todo lo que le has dicho ha sido por su
bien. ¡Has sido cruel! —la acusó.
—¿Qué? —se defendió Anne.
—Que has sido cruel. No puedes soportar que ella tenga más posibilidades de conseguir lo que tú deseas —le gritó Mary—. Siempre has tratado a Lucy con condescendencia porque no se crio en palacio tantos años como tú, y siempre has tenido celos de mí porque yo nací aquí. ¿Por qué no puedes estar contenta con lo que eres en lugar de atacarla para sentirte mejor?
—¡Eso no es verdad! —dijo Anne, y la voz se le quebró.
El llanto reprimido de Anne bastó para silenciar a Mary. A mí también me habría hecho callar. Que Anne llorara parecía algo imposible.
—¿Tan malo es que desee algo más que esto? —preguntó, con la voz pastosa por efecto de las lágrimas—. Entiendo que ocupar esta posición es un honor, y estoy contenta con mi trabajo; pero no quiero hacer esto el resto de mi vida. Quiero más. Quiero un marido. Quiero… —y por fin se derrumbó.
El corazón se me rompió en pedazos. El único modo que tenía Anne de dejar su trabajo era casarse.
Y no es que por los pasillos del palacio fuera a pasar un desfile de Treses o Cuatros en busca de una doncella para tomarla como esposa. La verdad es que no tenía modo de cambiar de vida.
Suspiré, respiré hondo y entré en la habitación.
—Lady Santana —saludó Mary, con una reverencia.
Anne hizo lo propio. Por el rabillo del ojo vi cómo se limpiaba a toda prisa las lágrimas del rostro.
Teniendo en cuenta su orgullo, no me pareció que fuera buena idea hablar de aquello, así que pasé de largo y me dirigí al espejo.
—¿Cómo está? —me preguntó Mary.
—Muy cansada. Creo que me voy a ir a la cama enseguida —dije, mientras me dedicaba a quitarme horquillas del pelo—. ¿Sabéis qué? ¿Por qué no vais las dos a descansar? Yo ya me puedo arreglar sola.
—¿Está segura, señorita? —preguntó Anne, haciendo un gran esfuerzo por mantener la compostura.
—Sí, claro. Ya nos veremos mañana.
Por suerte, no hizo falta que insistiera. No quería que se ocuparan de mí en aquel momento, y probablemente ellas tampoco tendrían muchas ganas. Cuando conseguí quitarme el vestido, me tendí en la cama un buen rato, pensando en Brittany.
No estaba segura siquiera de qué pensaba de ella. Todo era algo vago y borroso, pero no podía dejar de pensar en la gran felicidad que había sentido al saber que estaba bien y que había emprendido el camino de regreso. En parte, me preguntaba si habría pensado en mí todo aquel tiempo que había estado fuera.
Di vueltas en la cama durante horas, muy inquieta. Hacia la una de la mañana pensé que, ya que no podía dormir, quizá podría leer. Encendí la lámpara y saqué el diario de Gregory. Me salté las anotaciones de otoño y pasé a una de febrero.
A veces casi me da por reír al pensar en lo sencillo que ha sido. Si existiera un manual sobre cómo derrocar gobiernos, yo sería la estrella. O quizá podría escribirlo yo misma. No estoy seguro de cuál sería el primer paso, ya que en realidad no puedes obligar a un país a que intente invadir a otro, ni poner a un hatajo de idiotas al mando de algo que ya existe, pero sin duda animaría a cualquier aspirante a líder a que se hiciera con enormes cantidades de dinero por cualquier medio.
No obstante, la fascinación por el dinero no basta. Tienes que poseerlo y estar en disposición de imponer tu voluntad sobre los demás. Mi falta de formación política no ha sido un problema a la hora de conseguir aliados. De hecho, diría que uno de mis principales méritos es el de haberlo evitado. Nadie confía en los políticos. ¿Por qué iban a hacerlo? Wallis se ha pasado años haciendo promesas vacías con la esperanza de que alguna de ellas se hiciera realidad, y no hay ninguna posibilidad de que eso ocurra. Yo, por mi parte, ofrezco la idea de algo más. Sin garantías, simplemente ese atisbo de esperanza de que el cambio puede llegar. En este momento ni siquiera importa en qué puede consistir el cambio. Están tan desesperados que no les importa. Ni siquiera se les ocurre preguntar.
Quizá la clave sea mantener la calma mientras los demás se dejan llevar por el pánico. Ahora odian tanto a Wallis que casi se podría decir que me ha cedido la presidencia, y nadie se queja. Yo no digo nada, no hago nada; simplemente exhibo una sonrisa amable mientras todo el mundo a mi alrededor se sume en la histeria. Con una mirada a ese cobarde que tengo al lado, no queda duda de que quedo mejor en lo alto de la tarima o dándole la mano a un primer ministro. Y Wallis está tan desesperado por tener a su lado a alguien que cuente con el favor de la gente que estoy seguro de que, con solo llegar a un par de acuerdos tácitos con el, tendré el control de todo.
Este país es mío. Me siento como un niño con un juego de ajedrez, jugando una partida que sabe que ganará. Soy más listo, más rico y estoy mucho más cualificado a los ojos de un país que me adora por motivos que nadie parece capaz de definir. Cuando alguien se pare a pensarlo, ya no importará. Puedo hacer lo que quiera, y no hay nadie que me pueda detener. Así pues, ¿ahora qué?
Creo que es hora de dejar que se hunda el sistema. Esta lastimosa República ya se ha venido abajo y apenas funciona. La cuestión, en el fondo, es… ¿con quién me debo aliar? ¿Cómo puedo hacer que esto se convierta en algo que me pida el pueblo?
Tengo una idea. A mi hija no le gustará, pero, en realidad, eso no me preocupa. Ya es hora de que demuestre su utilidad.
Cerré el libro de golpe, confundida y frustrada. ¿Me estaba perdiendo algo? ¿Dejar que el sistema se hunda? ¿Imponer su voluntad sobre los demás? ¿Es que la estructura de nuestro país no era fruto de una necesidad, sino un capricho?
Me planteé seguir buscando en el libro qué era lo que le había ocurrido a su hija, pero ya estaba tan desorientada que decidí no hacerlo. Preferí salir al balcón, con la esperanza de que el aire fresco me ayudara a asimilar lo que acababa de leer.
Miré al cielo, intentando procesar aquellas palabras, pero ni siquiera sabía por dónde empezar.
Suspiré y dejé vagar la mirada por los jardines, hasta que un brillo blanco me llamó la atención. Brittany estaba paseando a solas. Por fin estaba en casa. Llevaba la camisa por fuera, y no llevaba ni abrigo ni corbata. ¿Qué hacía ahí fuera tan tarde? Vi que tenía en la mano una de sus cámaras. Ella también debía de estar pasando una mala noche.
Dudé un momento, pero… ¿con quién más podía hablar de aquello?
—¡Chis!
Ella se giró de golpe, buscando el lugar de origen del siseo. Volví a hacerlo, agitando los brazos hasta que me vio. De pronto apareció una sonrisa en su rostro, y me devolvió el saludo. Me tiré de la oreja, esperando que pudiera verlo. Ella hizo lo mismo. Le señalé a ella, y luego a mi habitación. Ella asintió, y me mostró un dedo para indicarme que tardaría un minuto. Asentí de nuevo y volví a mi habitación, al tiempo que ella entraba en palacio.
Me puse una bata y me pasé los dedos por el cabello, intentando aparentar tranquilidad. No estaba segura del todo de cómo hablarle de aquello, porque se trataba, básicamente, de preguntarle a Brittany si su cargo se basaba en un montaje mucho menos altruista de lo que se hacía creer a la gente. Cuando ya empezaba a preguntarme por qué tardaría tanto, llamó a la puerta.
Corrí a abrirla y me encontré con el objetivo de su cámara, que hizo un clic y captó mi sonrisa sorprendida. Mi expresión se transformó en algo que expresaba lo poco que me gustaba ser víctima de aquellas bromitas, y ella también capturó aquella otra imagen, divertido.
—Eres una boba. Pasa —le ordené, agarrándole del brazo.
Ella se dejó.
—Lo siento, no he podido evitar la tentación.
—Te has tomado tu tiempo —le regañé, sentándome al borde de la cama.
Tomó asiento a mi lado, separándose un poco para que pudiéramos estar cara a cara.
—He tenido que pasar por mi habitación —dijo, dejando la cámara sobre mi mesita de noche y agitando mi frasquito con el céntimo dentro. Hizo un ruidito que era casi como una risa y se giró hacia mí de nuevo, sin explicarme el porqué del rodeo.
—Bueno. ¿Y qué tal tu viaje?
—Raro —confesó—. Acabamos yendo a las zonas rurales de Nueva Asia. Mi padre dijo que había alguna disputa localizada, pero cuando llegamos todo estaba bien —sacudió la cabeza—. La verdad es que no tiene sentido. Pasamos unos días paseando por viejas ciudades e intentando hablar con los nativos. Mi padre está bastante decepcionado con mi dominio del idioma e insiste en que estudie más.
Como si no tuviera bastante que hacer estos días —dijo, con un suspiro.
—Es algo raro.
—Supongo que sería algún tipo de prueba. Últimamente me va poniendo pruebas, y no siempre sé cuándo llegan. Quizá quería evaluar mis aptitudes para la toma de decisiones o para enfrentarme a lo inesperado. No estoy segura —añadió, encogiéndose de hombros—. En cualquier caso, si era una prueba, no la he superado —jugueteó con los dedos un instante—. También quería hablarme de la Selección. Supongo que le parecería que me iría bien distanciarme, para tomar perspectiva o algo así. La verdad es que estoy algo cansada de que todo el mundo decida por mí algo que se supone que depende de mí.
Estaba segura de que la idea de perspectiva que tenía el rey suponía hacer que Brittany se olvidara de mí. Había visto cómo les sonreía a las otras chicas en las comidas y cómo las saludaba por los pasillos.
Conmigo nunca lo había hecho. De pronto me sentí incómoda y no supe qué decir.
Y al parecer, Brittany tampoco.
Decidí que no era el momento de preguntarle por el diario. Hablaba de aquellas cosas con tanta humildad —de cómo gobernaba, del tipo de rey que quería ser— que no podía exigirle unas respuestas que quizá ni siquiera tuviera. En el fondo no podía dejar de pensar que sabía más de lo que me contaba, pero debía averiguar más antes de preguntarle.
Brittany se aclaró la garganta y se sacó una tira de cuentas del bolsillo.
—Como te decía, caminamos por una serie de pueblos y ciudades, y en la tienda de una anciana vi esto. Es azul —dijo, subrayando lo evidente—. Me parece que te gusta el azul.
—Me encanta el azul —susurré.
Me quedé mirando la pulserita. Unos días atrás, Brittany estaba paseando por el otro extremo del mundo, vio aquello en una tienda… y le hizo pensar en mí.
—No encontré nada para nadie más, así que me gustaría que no se lo dijeras a nadie —dijo. Asentí
—. De todos modos, tampoco eres de las que van por ahí presumiendo —añadió.
No podía dejar de mirar la pulsera. Era muy sencilla, de unas piedras pulidas que, en realidad, no eran ni semipreciosas. Alargué la mano y pasé un dedo por encima de una de aquellas cuentas ovaladas.
Brittany agitó la pulsera con la mano, para hacerme reír.
—¿Quieres que te ayude a ponértela?
Asentí y le ofrecí la muñeca en la que no tenía el botón de Danni. Brittany apoyó las frías piedras sobre mi piel y ató la cinta que las mantenía unidas.
—Preciosa —dijo.
Y ahí aparecía de nuevo la esperanza, abriéndose paso entre tantas preocupaciones.
De pronto todo lo que me pesaba en el corazón se tornaba liviano, y volvía a echarle de menos.
Quería borrarlo todo desde Halloween, volver a aquella noche, y quedarme con aquellas dos personas que bailaban en el salón. Y, por otra parte, al mismo tiempo, el corazón se me venía abajo. Si volviéramos a estar en Halloween, no tendría motivos para dudar de su regalo.
Aunque me creyera que era todo lo que mi padre decía que era, todo lo que Danni decía que no era…, no podía ser… Kriss era mejor.
Estaba tan agotada, tensa y confundida que me puse a llorar.
—¿Santana? —preguntó, vacilante—. ¿Qué te pasa?
—Es que no lo entiendo.
—¿Qué es lo que no entiendes? —preguntó, en voz baja, y se me ocurrió pensar que había aprendido mucho últimamente sobre cómo tratar a una chica que llora.
—A ti —confesé—. La verdad es que ahora mismo me tienes muy confundida —me sequé una lágrima de un lado del rostro y, muy suavemente, Brittany me acercó la mano y me secó las del otro lado.
De algún modo, resultaba extraño sentir su contacto de nuevo. Pero al mismo tiempo era algo tan familiar que habría sido raro que no lo hubiera hecho. Cuando ya no había lágrimas que limpiar, dejó la mano allí, envolviéndome la cara.
—Santana —dijo, decidido—, si alguna vez quieres saber algo sobre mí, sobre lo que me importa o lo que soy, lo único que tienes que hacer es preguntarme.
Parecía tan sincera que a punto estuve de preguntar, de rogarle que me lo dijera todo: si se había planteado la posibilidad de estar con Kriss desde el principio, si sabía lo de los diarios, o qué era lo que tenía aquella pulserita para que le hubiera hecho pensar en mí.
Pero ¿cómo podía saber que me decía la verdad? Y, ahora que me iba dando cuenta de que era la opción más firme, ¿qué pasaba con Danni?
—No sé si estoy preparada para eso.
Tras un momento de reflexión, Brittany me miró.
—Lo entiendo. Bueno, eso creo. Pero deberíamos hablar en serio de algunas cosas muy pronto. Y cuando estés lista, aquí me tienes.
No me presionó; se puso en pie y esbozó una mínima reverencia a modo de despedida antes de coger su cámara y dirigirse hacia la puerta. Se giró a mirarme una última vez antes de desaparecer por el pasillo. Me sorprendió lo mucho que me dolía verle marchar.
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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 1:09 am



Capítulo 25



—¿Clases particulares? —preguntó Tina—. ¿Quieres decir varias a la semana?
—Claro —respondí.
Por primera vez desde mi llegada, estaba profundamente agradecida a Tina. Sabía que no podría resistirse ante la idea de tener a alguien dispuesto a escuchar todo lo que tenía que decir, y si aquello me suponía un trabajo extra, me iría bien para estar ocupada.
Pensar en Brittany, en Danni, en el diario y en las chicas se me hacía demasiado pesado. El protocolo era algo que no tenía vuelta de hoja. Los pasos para presentar una proposición de ley eran invariables.
Ese tipo de cosas sí podía llegar a aprenderlas.
Tina me miró, aún algo sorprendida, y al momento me mostró una gran sonrisa. Me dio un abrazo y exclamó:
—Oh, esto es fantástico. Por fin una de vosotras entiende lo importante que es esto —se separó, pero siguió agarrándome con los brazos extendidos—. ¿Cuándo quieres empezar?
—¿Ahora?
—Déjame ir a buscar unos libros —respondió, pletórica.
Me impliqué de lleno en el estudio, agradecida por cada palabra, concepto y estadística que me metía en la cabeza. Cuando no estaba con Tina, estaba leyendo algún texto en las innumerables horas que pasaba en la Sala de las Mujeres; cualquier cosa menos pasar el rato con las otras chicas.
Trabajé mucho, y no veía la hora de que las cinco tuviéramos una nueva clase conjunta.
Cuando llegó, Tina empezó por preguntarnos qué era lo que más nos apasionaba. Yo escribí que mi familia, la música y, luego, como si fuera algo inevitable, la justicia.
—El motivo por el que os lo pregunto es porque la reina siempre suele presidir algún comité de algún tipo, algo en beneficio del país. La reina Amberly, por ejemplo, impulsó un programa para formar a las familias para que puedan hacerse cargo de cualquier miembro discapacitado físico o mental. Muchos acaban en la calle cuando las familias no saben qué hacer con ellos, y el número de Ochos va creciendo alarmantemente. Las estadísticas de estos últimos diez años han demostrado que su programa ha ayudado a reducir esa cifra, lo que ha contribuido a la seguridad de la población en general.
—¿Y nosotras tenemos que idear un programa de ese tipo? —preguntó Elise, algo nerviosa.
—Sí, ese será vuestro nuevo proyecto —respondió Tina—. En el Capital Report de dentro de dos semanas se os pedirá que presentéis vuestra idea y que propongáis cómo podría ponerse en marcha.
A Natalie se le escapó un gritito ahogado. Kitty puso la mirada en el cielo. Kriss tenía aspecto de estar pensando ya en algo. Su entusiasmo inmediato me puso algo nerviosa.
Recordé que Brittany había hablado de una eliminación inminente. Daba la impresión de que Kriss y yo teníamos una ligera ventaja, pero, aun así, era preocupante.
—¿De verdad servirá esto para algo? —preguntó Kitty—. La verdad es que preferiría aprender algo que realmente nos fuera útil.
Era evidente que aquel tono de preocupación escondía que la idea la aburría o la intimidaba.
Tina parecía consternada.
—¡Claro que os será útil! La que se convierta en princesa estará al cargo de un proyecto filantrópico.
Kitty murmuró algo y se puso a juguetear con un bolígrafo. No soportaba que deseara tanto el cargo pero ninguna de sus responsabilidades.
«Yo sería mejor princesa que ella», pensé. Y en aquel momento me di cuenta de que aquello no era falso del todo. No tenía sus contactos ni el saber estar de Kriss, pero al menos estaba más implicada. ¿O es que eso no importaba?
Por primera vez en mucho tiempo, me sentía entusiasmada. Ahí tenía un proyecto que me permitiría demostrar lo único que me distanciaba de las otras. Estaba decidida a volcarme en ello y, con un poco de suerte, crearía algo que valiera la pena. A lo mejor acabaría perdiendo la competición; quizá ni siquiera me interesara ganar. Pero si no llegaba a ser princesa, al menos me acercaría todo lo posible, y haría las paces con la Selección.
Imposible. Por mucho que lo intentara, no se me ocurría ni una idea para mi proyecto filantrópico.
Pensé, leí y volví a pensar. Les pregunté a mis doncellas, pero no me dieron ninguna idea. Le habría consultado a Danni, pero hacía días que no sabía de ella. Supuse que sería especialmente precavida, ahora que Brittany estaba en palacio.
Lo peor era que parecía claro que Kriss estaba ya enfrascada en su presentación. Se ausentaba mucho de la Sala de las Mujeres para ir a leer; y cuando estaba presente, permanecía absorta en alguna lectura o tomaba notas sin parar. Maldición.
Cuando llegó el viernes, sentí que me moría al darme cuenta de que solo me quedaba una semana y que seguía sin perspectivas en el horizonte. Durante el Report, Kurt explicó la estructura del programa siguiente, explicando que, tras unos anuncios breves, el resto de la noche se dedicaría a nuestras presentaciones.
Un sudor frío me cubrió la frente.
Pillé a Brittany mirándome. Levantó la mano y se tiró de la oreja, y yo no estaba segura de qué hacer. No es que quisiera decirle que sí, pero tampoco quería que pensara que me lo quitaba de encima. Me tiré del lóbulo, y ella pareció aliviada.
Nerviosa, esperé a que se presentara, retorciéndome el cabello entre los dedos y caminando por la habitación, arriba y abajo.
Brittany llamó suavemente y luego entró, como solía hacer. Le recibí de pie, con la sensación de que necesitaba un ambiente algo más formal de lo habitual. Tenía claro que aquello era ridículo, pero tampoco podía evitarlo.
—¿Cómo estás? —me preguntó, cruzando la habitación.
—¿La verdad? Nerviosa.
—Es por lo guapa que estoy, ¿verdad?
Puso una cara simpática y me reí.
—Debería apartar la mirada —dije, siguiéndole la broma—. De hecho, es más bien por ese proyecto filantrópico.
—Oh —soltó, sentándose en mi mesa—. Si quieres puedes practicar presentándomelo a mí primero.
Kriss lo ha hecho.
Sentí que me deshinchaba. Claro. Cómo no.
—Aún no tengo ni la idea —confesé, sentándome frente a ella.
—Ah. Bueno, imagino que eso es lo que te tiene tan nerviosa.
Le miré, dejando claro que no tenía ni idea de hasta qué punto.
—¿Qué es lo más importante para ti? Tiene que haber algo que realmente te toque la fibra y que a las demás se les pase por alto —dijo Brittany, acomodándose en la silla, con una mano sobre la mesa.
¿Cómo podía estar tan tranquila? ¿No veía lo nerviosa que estaba yo?
—Llevo toda la semana dándole vueltas y no se me ha ocurrido nada.
Soltó una risita.
—Pensaba que para ti sería más fácil que para las demás. Tú te has enfrentado a más dificultades que las otras cuatro juntas.
—Exactamente, pero nunca he sabido cómo cambiar nada de eso. Ese es el problema —me quedé con la mirada fija sobre la mesa, recordando Carolina con toda claridad—. Lo recuerdo todo… Los Sietes que se lesionan con esos trabajos por días tan duros y que de pronto son degradados a Ochos porque ya no pueden trabajar. Las chicas que recorren las calles al límite del toque de queda, metiéndose en las camas de tipos solitarios por cuatro chavos. Los niños que nunca tienen lo que necesitan (suficiente comida, calefacción, cariño) porque sus padres se pasan la vida trabajando. Recuerdo mis peores días perfectamente. Pero pensar en algo para ponerle remedio… —meneé la cabeza—. ¿Qué podría decir?
Le miré, esperando encontrar una respuesta en sus ojos. Pero no la había.
—Está muy bien expresado —dijo, y se calló.
Pensé en todo lo que le había dicho y en su respuesta. ¿Quería decir que sabía más de los planes de Gregory de lo que yo pensaba? ¿O que se sentía culpable por tener tanto mientras otros tenían tan poco?
Suspiró.
—En realidad no esperaba hablar de eso esta noche.
—¿Qué es lo que tenías in mente?
Brittany me miró como si estuviera loca.
—Hablar de ti, por supuesto.
—¿De mí? —dije, pasándome el pelo tras la oreja—. ¿De qué, exactamente?
Cambió de posición, ladeando la silla para que estuviéramos más cerca e inclinando el cuerpo hacia delante, como si fuera un secreto.
—Pensé que, una vez que vieras que Rachel estaba bien, las cosas cambiarían. Estaba segura de que podrías volver a sentir algo por mí. Pero no ha ocurrido. Incluso esta noche, que has accedido a verme, te muestras muy distante.
Así que se había dado cuenta.
Pasé los dedos por la mesa, sin mirarle a los ojos.
—No es exactamente que tenga un problema contigo. Es con la situación —me encogí de hombros—.
Pensé que lo sabías.
—Pero después de lo de Rachel…
Levanté la cabeza.
—Después de lo de Rachel han seguido pasando cosas. De pronto empiezo a entender lo que significaría ser princesa, y un minuto después dejo de entenderlo. No soy como las otras chicas. Soy la que procede de la casta más baja; y quizá Elise fuera una Cuatro, pero su familia es muy diferente a la mayoría de los Cuatros. Tienen tantas propiedades que me sorprende que aún no hayan pagado para ascender. Y tú te has criado en este entorno. Para mí es un gran cambio.
Asintió, sin perder aquella paciencia infinita que tenía.
—Eso lo entiendo, Santana. En parte ese es el motivo por el que he querido darte tiempo. Pero tú también tienes que pensar en mí.
—Lo hago.
—No, así no. No como parte de la ecuación. Ponte en mi lugar. No me queda mucho tiempo. El proyecto filantrópico será el detonante de otra eliminación. Supongo que eso ya te lo habrás imaginado.
Bajé la cabeza. Claro que lo había pensado.
—¿Y qué debo hacer cuando solo quedéis cuatro? ¿Darte más tiempo? Cuando solo queden tres, se supone que tengo que escoger. Si solo quedáis tres y tú sigues con tus dudas sobre si quieres aceptar o no la responsabilidad, el trabajo, si me quieres a mí… ¿Qué debo hacer entonces?
Me mordí el labio.
—No lo sé.
Brittany meneó la cabeza.
—Eso no puedo aceptarlo. Necesito una respuesta. Porque no puedo enviar a casa a alguien que desee realmente esto, que me quiera a mí, si al final tú te vas a echar atrás.
—Entonces —respondí, tras coger aire—, ¿tengo que darte una respuesta ahora mismo? Ni siquiera sé qué es a lo que tengo que responder. Si digo que deseo quedarme, ¿quiere decir eso que quiero ser la elegida? Porque eso no lo sé —sentí que se me tensaban los músculos, como si se prepararan para salir corriendo.
—No tienes que decir nada ahora, pero cuando llegue el día del Report tendrás que saber si quieres esto o no lo quieres. No me gusta tener que darte un ultimátum, pero yo tengo que jugármela, y no parece que te importe mucho —suspiró antes de proseguir—. La verdad es que no quería que la conversación fuera por ahí. Quizá debería irme —dijo, y su tono dejaba claro que esperaba que le pidiera que se quedara, que todo iba a arreglarse.
—Sí, creo que será mejor —susurré.
Agitó la cabeza, irritada, y se puso en pie.
—Muy bien —dijo, y atravesó la habitación con pasos rápidos y furiosos—. Iré a ver qué hace Kriss
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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 1:09 am



Capítulo 26



Bajé a desayunar más bien tarde. No quería arriesgarme a encontrar a Brittany ni a ninguna de las chicas a solas. Pero antes de que llegara a las escaleras, Danni se acercó por el pasillo. Resoplé de nervios, y ella miró alrededor antes de aproximarse.
—¿Dónde has estado? —le pregunté, en voz baja.
—Trabajando, Sann. Soy soldado. No puedo controlar cuándo me toca servicio. Ya no me ponen de guardia en tu habitación.
Quise preguntarle por qué, pero no era el momento.
—Necesito hablar contigo.
Se quedó pensando un momento.
—A las dos, ve hasta el final del pasillo de la planta baja, más allá del pabellón de la enfermería.
Puedo ir a verte allí, pero no mucho rato.
Asentí. Ella me hizo una rápida reverencia y siguió su camino antes de que alguien pudiera vernos hablar. Bajé las escaleras, pero no me sentía nada satisfecha.
Quería gritar. El sábado tocaba pasarse todo el día en la Sala de las Mujeres: una sentencia, una completa injusticia. Cuando llegaban visitas, querían ver a la reina, no a nosotras. Cuando una de nosotras se convirtiera en princesa, probablemente aquello cambiaría, pero de momento yo estaba allí, sin poder hacer nada, viendo cómo Kriss repasaba su presentación. Las otras también estaban leyendo cosas, notas o informes, y me estaba poniendo enferma, hasta el punto de la náusea. Necesitaba una idea, y rápido. Estaba segura de que Danni me ayudaría a encontrarla y tenía que empezar aquella misma noche, fuera como fuera.
Como si leyera mis pensamientos, Tina, que había estado recibiendo visitas con la reina, pasó a verme.
—¿Cómo está mi alumna estrella? —me preguntó, bajando la voz lo suficiente para que las otras no la oyeran.
—Genial.
—¿Cómo va tu proyecto? ¿Necesitas ayuda para perfilar algún detalle?
¿Perfilar? ¿Cómo iba a perfilar algo inexistente?
—Va estupendo. Le va a encantar, estoy segura —mentí.
Ella ladeó la cabeza.
—Lo llevas un poco en secreto, ¿no?
—Un poco —sonreí.
—Está bien. Últimamente has trabajado de una forma sensacional. Estoy segura de que será fantástico
—dijo, dándome una palmadita en el hombro antes de abandonar la sala.
Tenía un problema. Y grande.
Los minutos pasaban tan despacio que era como una tortura. Poco antes de las dos me excusé y recorrí el pasillo. En el extremo había un sofá tapizado bajo un enorme ventanal. Me senté a esperar. No vi ningún reloj, pero el tiempo no parecía avanzar. Por fin, por una esquina, apareció Danni.
—Ya era hora —suspiré.
—¿Qué pasa? —preguntó ella, que se situó junto al sofá, adoptando una pose formal.
«Mucho. Muchas cosas de las que no te puedo hablar».
—Nos han asignado una tarea, y no sé qué hacer. No se me ocurre nada, estoy nerviosísima y no puedo dormir —dije, a la carrera.
Ella chasqueó la lengua.
—¿De qué va la tarea? ¿Diseño de tiaras?
—No —repuse, lanzándole una mirada de frustración—. Tenemos que pensar en un proyecto, algo bueno para el país. Como el trabajo de la reina Amberly con los discapacitados.
—¿Es eso lo que tan nerviosa te tiene? —preguntó, sacudiendo la cabeza—. ¿Qué tiene eso de estresante? Parece divertido.
—Yo también pensaba que lo sería. Pero no se me ocurre nada. ¿Tú qué harías? Danni se quedó pensando un momento.
—¡Ya lo sé! Haría un programa de intercambio de castas —dijo, con un brillo de emoción en los ojos.—
¿Un qué?
—Un programa de intercambio de castas. La gente de las castas altas intercambian su sitio con los de las castas bajas, para que sepan lo que es.
—No creo que eso funcione, Danni, por lo menos no para este proyecto.
—Es una gran idea —insistió—. ¿Te imaginas a alguien como Kitty rompiéndose las uñas al hacer un inventario en un almacén? Le iría muy bien.
—¿Y a ti ahora qué te pasa? ¿No hay Doses de origen entre los guardias? ¿No son tus amigos?
—A mí no me pasa nada —replicó, a la defensiva—. Soy la mismo de siempre. Eres tú la que se ha olvidado de lo que es vivir en una casa sin calefacción.
—No se me ha olvidado —le contesté, levantando la cabeza—. Estoy intentando pensar en un proyecto que sirva para evitar cosas así. Aunque me echen, puede que al final alguien ponga en práctica mi idea, así que necesito que sea buena. Quiero ayudar a la gente.
—No te olvides, Sann —me imploró Danni, con un brillo de vehemencia en los ojos—. Este Gobierno no hizo nada cuando no teníais nada para comer. Dejaron que azotaran a mi hermano en la plaza. Toda la palabrería del mundo no podrá deshacer lo que somos. Nos dejaron en un rincón para que nunca pudiéramos salir por nosotras mismos, y no tienen ninguna prisa en sacarnos de allí. No les interesa, Sann.
Resoplé y me quedé callada.
—¿Adónde vas ahora?
—Me vuelvo a la Sala de las Mujeres —respondí, poniéndome en marcha. Danni me siguió.
—¿De verdad estamos discutiendo por una tontería de proyecto?
—No —dije, girándome hacia ella—. Estamos discutiendo porque tú tampoco lo pillas. Ahora yo soy una Tres. Y tú eres un Dos. En lugar de amargarnos la vida con lo que nos han dado, ¿por qué no ves la ocasión que tienes? Puedes cambiar la vida de tu familia. Probablemente podrías cambiar muchas vidas.
Y lo único que quieres es dejar claro tu enfado. Eso no va a llevarnos a ningún sitio.
Danni no dijo nada, y yo me fui. Intenté no enfadarme con ella por poner pasión en lo que quería. En cualquier caso, ¿no era esa una cualidad admirable? Pero me hizo pensar tanto en la inamovilidad de las castas que la situación empezó a ponerme furiosa.
No había nada que pudiera cambiar aquello. Así pues, ¿por qué molestarse?
Toqué el violín. Me di un baño. Intenté dormir una siesta. Me pasé parte de la tarde sentada en la habitación, en silencio. Me senté en el balcón.
Nada de todo aquello tenía importancia. Estaba acercándose peligrosamente la fecha de exposición del proyecto, y aún no tenía nada preparado.
Me pasé horas tendida en la cama, intentando dormir, aunque no lo logré. No dejaba de recordar las palabras de rabia de Danni, su enfrentamiento constante con lo que le había tocado vivir. Pensé en Brittany y en su ultimátum, en su lucha constante con la vida que le había tocado llevar. Y entonces me pregunté si todo aquello tenía alguna importancia, puesto que estaba claro que me iría a casa enseguida, en cuanto me presentara el viernes sin ningún proyecto que proponer.
Suspiré y eché atrás las mantas. Había estado evitando leer el diario de Gregory otra vez; me preocupaba que me aportara más preguntas que respuestas. Pero también podía ser que encontrara en ella algo que me orientara, algo de lo que pudiera hablar en el Report.
Además, aunque pudiera evitar leerlo, tenía que saber qué era lo que le había sucedido a su hija. Estaba bastante segura de que se llamaba Katherine, así que hojeé el libro en busca de cualquier mención, pasando por alto todo lo demás, hasta que encontré una fotografía de una chica junto a un hombre que parecía mucho mayor. A lo mejor eran imaginaciones mías, pero daba la impresión de haber llorado.
Por fin, hoy, Katherine se ha casado con Emil de Monpezat de Swendway. Ha lloriqueado durante todo el camino hasta la iglesia, hasta que le he dejado claro que, si no se recomponía para la ceremonia, tendría que vérselas conmigo después. Su madre no está contenta, y supongo que Spencer está disgustado ahora que se da cuenta de lo poco que le apetecía a su hermana pasar por esto. Pero Spencer es listo. Creo que entrará en razón enseguida, en cuanto vea las posibilidades que le he abierto. Y Damon siempre apoya cualquiera de mis decisiones; ojalá pudiera extraer lo que sea que lleva dentro e inyectárselo al resto de la población. Desde luego, los jóvenes tienen mérito. Es precisamente la generación de Spencer y de Damon la que más me ha ayudado a llegar hasta aquí. Su entusiasmo es inquebrantable, y a la gente le gusta mucho más escucharlos a ellos que a algún anciano vetusto que insiste en que nos hemos metido por el mal camino. No dejo de preguntarme si no habrá un medio para silenciarlos para siempre sin empañar mi nombre.
En cualquier caso, la coronación está prevista para mañana. Ahora que Swendway ha conseguido como aliada a la poderosa Unión Norteamericana, podré tener lo que deseo: una corona. Creo que es un trato justo. ¿Por qué conformarme con ser el presidente Illéa cuando puedo ser el rey Illéa? Por medio de mi hija he adquirido categoría de realeza.
Todo está en su sitio. Pasado mañana no habrá vuelta atrás.
La vendió. El muy cerdo vendió a su hija a un hombre al que ella aborrecía, solo para conseguir todo lo que quería.
Me venían ganas de cerrar el libro de nuevo, de acabar con aquello. Pero hice un esfuerzo por seguir hojeándolo, leyendo pasajes al azar. En un punto se trazaba un esquema del sistema de castas, originalmente pensado para que tuviera seis niveles en lugar de ocho. En otra página hacía planes para cambiar el apellido a la gente y distanciarlos así de su pasado. En un párrafo dejaba claro que tenía pensado castigar a sus enemigos situándolos en lo más bajo de la escala, y premiar a los leales colocándolos arriba.
Me pregunté si mis antepasados sencillamente no tendrían nada que ofrecer, o si habían opuesto resistencia. Esperaba que fuera lo segundo.
¿Cuál sería mi apellido real? ¿Lo sabría papá?
Toda la vida me habían hecho creer que Gregory Illéa era un héroe, la persona que había salvado el país cuando estábamos al borde del olvido. Estaba claro que no era más que un monstruo sediento de poder. ¿Cómo debía de ser, para manipular a la gente sin pensárselo lo más mínimo? ¿Qué tipo de hombre sería, si sacrificó a su hija en su propio beneficio?
Miré las anotaciones anteriores con una nueva perspectiva. En ninguna decía que quisiera ser un gran hombre de familia; solo afirmaba que quería parecerlo. De momento, le seguiría el juego a Wallis.
Estaba usando a los coetáneos de su hija para ganar apoyos. Estaba haciéndose su montaje desde el principio.
Me sentí asqueada. Me puse en pie y empecé a caminar arriba y abajo, intentando asimilar todo aquello.
¿Cómo habían conseguido que aquella historia quedara olvidada? ¿Cómo es que nadie hablaba de los antiguos países? ¿Dónde estaba toda esa información? ¿Por qué no la conocía nadie?
Abrí los ojos y levanté la mirada al techo. Me parecía imposible. Seguro que habría gente a quien no le pareciera bien, y ellos les habrían contado la verdad a sus hijos. Y a lo mejor sí que se la habían contado. A menudo me preguntaba por qué papá nunca me dejaba hablar del viejo libro de historia que tenía oculto en su habitación, por qué la historia que sí conocía sobre Illéa no aparecía impresa en ningún lado. Quizá fuera porque, si se hubiera puesto por escrito que Illéa había sido un héroe, la gente se hubiera rebelado. Pero si siempre había sido una cuestión de debate, en el que uno pensaba que las cosas eran de un modo y otro las negaba, ¿cómo iba a saber nunca nadie la verdad?
Me pregunté si Brittany conocía todo aquello.
De pronto me vino un recuerdo a la mente. No hacía tanto tiempo, Brittany y yo nos habíamos dado nuestro primer beso. Había sido tan inesperado que yo me había echado atrás, lo cual le hizo sentirse incómoda. Cuando me di cuenta de que quería que me besara, le sugerí que simplemente borráramos aquel recuerdo e introdujéramos uno nuevo.
«Santana, no creo que podamos cambiar la historia», me había dicho. A lo que yo respondí: «Claro que podemos. Además, ¿quién más va a saberlo, aparte de ti y de mí?».
Lo había dicho a modo de broma. Por supuesto, si hubiéramos acabado juntas, nos acordaríamos de lo que había ocurrido realmente, sin importarnos lo tonto que era. En realidad, nunca llegamos a reemplazar aquel recuerdo con una historia que sonara mejor.
Pero todo aquello de la Selección era un espectáculo. Si a Brittany y a mí nos preguntaran algún día por nuestro primer beso, ¿le diríamos la verdad a alguien? ¿O nos guardaríamos aquel pequeño detalle, aquel secreto entre los dos? Cuando muriéramos, nadie se enteraría, y aquel breve momento tan importante en nuestras vidas desaparecería con nosotras. ¿Podía ser tan simple? ¿Se trataba simplemente de contar una historia a una generación y repetirla hasta que la aceptaran como hecho probado? ¿Cuántas veces le había preguntado yo a alguien mayor que mamá o papá sobre lo que sabían o lo que habían visto sus padres? ¿Qué sabían los mayores? Había sido arrogante por mi parte no pensar siquiera en lo que pudieran explicar. Me sentí una tonta.
Pero lo importante no era cómo me sintiera yo. Lo importante era decidir qué iba a hacer al respecto. Había pasado toda mi vida atrapada en un agujero creado en nuestra sociedad; y como me encantaba la música, nunca me había quejado. Pero quería estar con Danni, y como ella era un Seis, las cosas se complicaban mucho. Si años atrás Gregory Illéa no hubiera diseñado con tanta frialdad las leyes de nuestro país, cómodamente sentado en su escritorio, Danni y yo no habríamos discutido, y yo nunca habría pensado en Brittany. Brittany no sería ni siquiera princesa. Rachel tendría las manos intactas, y ella y Quinn no vivirían en una habitación en la que apenas cabía su cama. Gerad, mi encantador hermanito pequeño, podría estudiar ciencias, si eso era lo que le gustaba, en lugar de verse abocado a dedicarse al mundo del arte, que no le apasionaba en absoluto.
Para conseguir una vida cómoda en una casa bonita, Gregory Illéa le había robado a la mayor parte del país la capacidad de siquiera intentar conseguir aquello mismo. Brittany decía que, si quería saber quién era, solo tenía que preguntarle. Antes me asustaba enfrentarme a la posibilidad de que ella también fuera así, pero tenía que saberlo. Si esperaba que tomara la decisión de si quería seguir en la Selección o volverme a casa, necesitaba saber de qué pasta estaba hecho.
Me puse las zapatillas y la bata, y salí de la habitación, dejando atrás a un guardia anónimo.
—¿Está bien, señorita? —preguntó.
—Sí. Volveré enseguida.
Daba la impresión de que quería decir algo más, pero me fui demasiado rápido como para darle opción. Subí las escaleras hasta el tercer piso. A diferencia de otras plantas, había guardias en el rellano que me impedían llegar siquiera a la puerta de Brittany.
—Necesito hablar con la princesa —dije, intentando mostrarme decidida.
—Es muy tarde, señorita —repuso el guardia de la izquierda.
—A Brittany no le importará —le aseguré.
El de la derecha se sonrió ligeramente.
—No creo que desee recibir ninguna visita ahora mismo, señorita.
Arrugué la frente, pensativa, mientras intentaba intuir a qué se refería.
Estaba con otra chica.
Era de suponer que sería Kriss, sentada en su habitación, hablando, riendo o quizás olvidando su norma de no besar.
Una doncella dobló la esquina con una bandeja en las manos y pasó a mi lado para bajar por las escaleras. Me eché a un lado, intentando decidir si debía dar un empujón a los guardias para abrirme paso o abandonar. En el momento en que iba a abrir la boca de nuevo, el guardia se me adelantó:
—Debe volver a la cama, señorita.
Habría querido gritarles o hacer algo, porque me sentía impotente. Pero eso no serviría de nada, así que me fui. Oí que uno de los guardias —el que hacía muecas— murmuraba algo cuando me alejé, y eso no hizo más que empeorar mi estado de ánimo. ¿Se estaba riendo de mí? ¿Le daba pena? No necesitaba su compasión. Ya me sentía suficientemente mal.
Cuando llegué de nuevo al segundo piso, me sorprendió ver allí a la doncella que había pasado a mi lado, arrodillada como si estuviera poniéndose bien el zapato, aunque era evidente que no era eso ni nada parecido. Cuando me acerqué levantó la cabeza, recogió la bandeja y se me acercó.
—No está en su habitación —susurró.
—¿Quién? ¿Brittany?
Asintió.
—Pruebe abajo.
Sonreí, y meneé la cabeza en un gesto de sorpresa.
—Gracias.
La doncella se encogió de hombros.
—No está en ningún sitio donde no pudiera encontrarle si le busca. Además —dijo, con una mirada de admiración—, a nosotras nos gusta usted.
Se alejó, dirigiéndose enseguida hacia el primer piso. Me pregunté a qué se refería exactamente con ese «nosotras», pero de momento me bastaba con aquella sencilla demostración de amabilidad. Me quedé allí un momento, dejando un espacio entre las dos, y luego me dirigí abajo.
El Gran Salón estaba abierto pero vacío, al igual que el comedor. Miré en la Sala de las Mujeres, pensando que sería un lugar extraño para una cita, pero tampoco estaban allí. Les pregunté a los guardias de la puerta, y estos me aseguraron que Brittany no había salido a los jardines, así que miré en algunas de las bibliotecas y salones hasta que por fin supuse que Kriss y ella debían de haberse separado ya, o que habrían vuelto a la habitación de ella.
Resignada, giré una esquina y me dirigí a la escalera de atrás, que estaba más cerca que la principal.
No vi nada, pero al acercarme oí claramente un susurro. Me aproximé más poco a poco; no quería molestar, y tampoco estaba del todo segura de dónde procedía aquel sonido.
Otro susurro.
Una risita traviesa.
Un cálido suspiro.
Los sonidos se hicieron más claros, y por fin no tuve dudas respecto de dónde procedían. Di un paso más adelante, miré a la derecha y vi a una pareja abrazándose entre las sombras. Cuando por fin los ojos se me adaptaron a la luz y conseguí distinguir lo que veía, me quedé impresionada.
El cabello rubio de Brittany era inconfundible, incluso en la oscuridad. ¿Cuántas veces la había visto así en la penumbra de los jardines? Pero lo que no había visto antes, ni había podido imaginarme, era el aspecto de aquel cabello entre los largos dedos de Kitty, con las uñas pintadas de rojo.
Brittany estaba aprisionada entre la pared y el cuerpo de Kitty. Ella tenía la mano contra el pecho de ella, y con la pierna lo rodeaba; la raja de su vestido la dejaba bien a la vista, teñida de un tono azul en la oscuridad del pasillo.
Ella se echó atrás un poco, para caer de nuevo lentamente sobre su cuerpo, jugando con ella.
Me quedé esperando a que ella le dijera que se apartara, que ella no era lo que ella quería. Pero no lo hizo. Al contrario, la besó. Ella se regodeó en el beso y volvió a soltar una risita. Brittany le susurró algo al oído, y Kitty se le acercó y volvió a besarle, con más fuerza, más profundamente que antes. Se le cayó el tirante del vestido, dejándole al descubierto el hombro y un trozo enorme de la piel de su espalda. Ninguno de las dos se molestó en recolocarlo en su sitio.
Yo estaba helada. Habría querido gritar, pero tenía un nudo en la garganta. De todas las chicas…,
¿por qué tenía que ser ella?
Los labios de Kitty se deslizaron desde la boca de Brittany hasta su cuello. Soltó otra risita repugnante y le besó otra vez. Brittany cerró los ojos y sonrió. Ahora que Kitty ya no lo tapaba, lo veía perfectamente. Quería salir corriendo de allí. Quería desaparecer, evaporarme, pero me quedé allí plantada.
Así que cuando Brittany abrió los ojos, me vio.
Mientras Kitty trazaba dibujos con sus besos en su cuello, ella y yo nos quedamos mirándonos. Su sonrisa había desaparecido, de pronto se había quedado petrificada. Aquella mirada de asombro me hizo por fin coger fuerzas para moverme. Kitty no se había dado cuenta, así que retrocedí en silencio, sin respirar siquiera.
Cuando ya no podían oírme, eché a correr, pasando a toda velocidad junto a todos los guardias y mayordomos que trabajaban hasta tarde. Las lágrimas empezaron a asomar antes de que pudiera llegar a la escalera principal.
Subí a toda prisa y me dirigí a mi habitación. Dejé atrás al guardia, que parecía preocupado, y entré. Me senté en la cama, de cara al balcón. En el silencio de mi habitación, sentí el dolor en mi interior. Qué tonta, Santana, qué tonta.
Me iría a casa. Olvidaría que todo aquello había ocurrido. Y me casaría con Danni.
Danni era la única con el que podía contar.
No pasó mucho rato hasta que llamaron a mi puerta. Brittany entró sin esperar respuesta. Cruzó la estancia como una exhalación, aparentemente tan furioso como yo.
Antes de que pudiera decirme una palabra, ataqué.
—Me has mentido.
—¿Qué? ¿Cuándo?
—¿Cuándo no? ¿Cómo puede ser que la misma persona que hablaba de proponerme matrimonio se ponga a hacer esas cosas en un pasillo con alguien como ella?
—Lo que yo haga con ella no tiene absolutamente nada que ver con lo que siento por ti.
—Estás de broma, ¿no? ¿O es que, al ser la futura reina, tengo que suponer que es aceptable que te dejes sobar por alguna chica semidesnuda cada vez que te apetezca?
Brittany parecía herida.
—No, eso no es así.
—¿Y por qué ella? —pregunté, levantando la vista al techo—. ¿Por qué, de todas las mujeres del planeta, ibas a quererla a ella?
Cuando le miré en busca de una respuesta, ella meneó la cabeza y paseó la mirada por la habitación.
—Brittany, Kitty es una actriz, un fraude. Deberías ver que debajo de todo ese maquillaje y de ese sujetador de realce que lleva no hay más que una chica que quiere manipularte para conseguir todo lo que desea.
Brittany reprimió una risa.
—De hecho, lo veo perfectamente.
Verla tan tranquila me sorprendió.
—Entonces, ¿por qué…?
Pero ya tenía mi respuesta.
Lo sabía. Claro que lo sabía. Había crecido en aquel ambiente. Probablemente los diarios de Gregory le servían de lectura de cabecera. Había sido una tonta por esperar otra cosa. ¡Qué simple había sido!
Yo, pensando todo el tiempo que si había alguien que se adaptara mejor al papel de princesa, sería Kriss. Era encantadora y paciente, y un millón de cosas que yo no era. Pero la veía junto a una Brittany diferente.
Para el que ella tendría que ser si quería seguir las huellas de Gregory Illéa, la única chica posible era Kitty. Nadie más disfrutaría tanto pisoteando a todo un país.
—Bueno, pues ya está —dije, haciendo borrón y cuenta nueva con un movimiento de las manos—.
Querías que tomara una decisión, y aquí la tienes: ya no puedo más. Dejo la Selección, dejo todas estas mentiras, y sobre todo te dejo a ti. Dios, no puedo creerme lo tonta que he sido.
—Tú no dejas nada, Santana —se apresuró a contradecirme, con una mirada que decía más que sus palabras—. Lo dejarás cuando yo diga que lo dejas. Ahora mismo estás contrariada, pero no lo dejas.
Me llevé las manos al cabello, sintiendo que, en cualquier momento, podía arrancármelo de raíz.
—Pero ¿qué te pasa? ¿Es que no lo quieres ver? ¿Qué te hace pensar que se me olvidará lo que acabo de ver? Odio a esa chica. Y tú la estabas besando. No quiero saber nada de ti.
—¡Por Dios, nunca me dejas decir ni una palabra!
—¿Qué podrías decir para explicar algo así? Envíame a casa. No quiero seguir aquí.
Nuestra conversación había ido tan rápida que su silencio de pronto resultó incómodo.
—No.
Estaba furiosa. ¿No era eso exactamente lo que quería de mí?
—Brittany S.Pearce, no eres más que un cría que tiene entre manos un juguete que no quiere pero que no puede soportar ceder a otro niño.
Brittany respondió en voz baja:
—Entiendo que estés enfadada, pero… Le di un empujón.
—¡Estoy más que enfadada!
Brittany mantuvo la calma.
—Santana, no me llames cría. Y no me empujes.
Volví a empujarle.
—¿Ah, no? ¿Y qué vas a hacer para evitarlo?
Brittany me agarró de las muñecas, torciéndome el brazo detrás de la espalda, y vi la rabia en sus ojos, lo cual me alegró. Quería que me provocara. Quería tener un motivo para hacerle daño. En aquel momento habría podido hacerle pedazos con mis propias manos.
Pero no estaba enfadada. En lugar del enfado, sentí aquella cálida corriente de electricidad que echaba tanto de menos. Su cara estaba a unos centímetros de la mía, y sus ojos buscaban los míos, quizá preguntándose cómo lo recibiría, o quizá sin importarle lo más mínimo. Aunque todo aquello era una locura, lo deseaba igualmente. Mis labios se abrieron antes de darme cuenta siquiera de lo que estaba sucediendo.
Agité la cabeza, confusa, y di un paso atrás en dirección al balcón. Ella no hizo ningún esfuerzo para retenerme. Respiré hondo un par de veces y luego me giré hacia ella.
—¿Me vas a enviar a casa? —le pregunté, en voz baja.
Brittany negó con la cabeza, sin poder o sin querer decir palabra.
Me arranqué su pulsera de la muñeca y la tiré al suelo.
—Entonces vete —murmuré.
Me giré hacia el balcón y esperé unos momentos hasta oír el clic de la puerta al cerrarse. En cuanto Brittany se hubo ido, me dejé caer al suelo y me eché a llorar.
Kitty y ella se parecían mucho. Toda su vida era una ficción. Y yo sabía que Brittany se pasaría el resto de la vida engatusanda a la opinión pública para que pensaran que era maravilloso, al tiempo que los tenía a todos atados de pies y manos. Igual que Gregory.
Me quedé sentada en el suelo, con las piernas cruzadas bajo la bata. Estaba muy disgustada con Brittany, pero más aún conmigo misma. Tendría que haber luchado más duro. Debía haber hecho más. No debería estar ahí, sentada, derrotada.
Me sequé las lágrimas y analicé la situación. Había acabado con Brittany, pero seguía allí. Había acabado con la competición, pero, aun así, tenía que hacer una presentación. Quizás Danni pensara que no era lo suficientemente fuerte como para ser princesa —y estaba en lo cierto—, pero tenía fe en mí.
Eso lo sabía. Y también mi padre. Y Nicoletta.
Ya no me interesaba ganar. Así pues, ¿qué podía hacer para salir de allí con un buen golpe de efecto?
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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 1:10 am



Capítulo 27



Cuando Tina me preguntó qué necesitaría para mi presentación, le dije que quería una mesita para poner unos libros y un caballete para un póster que estaba dibujando. Le hizo especial ilusión saber lo del póster. Era la única que tenía experiencia en trabajos de arte y diseño.
Me pasé horas escribiendo mi presentación en fichas, para que no se me olvidara nada, y puse puntos en algunos libros para sacar citas. Además, ensayé frente al espejo para aprenderme bien las partes que me preocupaban. Intenté no pensar demasiado en lo que estaba haciendo, pues entonces todo el cuerpo me empezaba a temblar.
Le pedí a Anne que me confeccionara un vestido que me diera aspecto inocente, lo cual le hizo levantar las cejas.
—Lo dice como si hasta ahora le hubiera hecho salir por ahí en lencería fina —bromeó.
Chasqueé la lengua.
—No, no quiero decir eso. Ya sabes que todos los vestidos que me habéis hecho me han encantado.
Solo quiero dar una imagen… angelical.
Ella sonrió.
—Supongo que ya se nos ocurrirá algo.
Debieron de trabajar como locas, porque el día del Report no vi ni a Anne, ni a Mary, ni a Lucy hasta una hora antes del inicio del programa, cuando llegaron a toda prisa con el vestido. Era blanco, vaporoso y ligero, y estaba decorado con una larga tira verde y un adorno de tul azul a la derecha. La parte inferior caía de tal modo que parecía una nube, y la cintura imperio le daba un toque de elegancia y formalidad.
Me venía perfecto. Era, con mucho, el que más me gustó de todos los que me habían diseñado, y estaba encantada de lucirlo aquel día precisamente. Quizá sería el último de sus vestidos que tendría ocasión de ponerme.
Me había costado mantener mi plan en secreto, pero lo había conseguido. Cuando las chicas me preguntaron qué estaba haciendo, simplemente les dije que era una sorpresa. Eso me valió más de una mirada escéptica, pero no me importó. Les pedí a mis doncellas que no tocaran las cosas de mi escritorio, ni siquiera para limpiar, y obedecieron, dejando mis notas boca abajo.
Nadie lo sabía.
La persona a la que más ganas tenía de contárselo era a Danni, pero me contuve. Por una parte tenía miedo de que me convenciera de no hacerlo; por otra, me temía que se mostrara demasiado entusiasta.
Mientras mis doncellas se esmeraban para ponerme guapa, me miré al espejo y supe que aquello era algo que tenía que hacer sola. Y mejor así. No quería que nadie —ni mis doncellas, ni las otras chicas, ni
Danni, sobre todo— se metieran en problemas por mi culpa.
Lo único que quedaba por hacer era poner las cosas en orden.
—Anne, Mary, ¿podríais ir a prepararme un té?
Ellas se miraron.
—¿Las dos? —preguntó Mary.
—Sí, por favor.
No parecían convencidas, pero hicieron una reverencia y se fueron. En cuanto salieron, me giré hacia Lucy.
—Siéntate conmigo —le pedí, llevándola al banquito acolchado en el que estaba sentada yo. Ella obedeció, y yo le pregunté, simplemente—: ¿Eres feliz?
—¿Señorita…?
—Últimamente pareces triste. Me preguntaba si te encuentras bien.
Ella bajó la cabeza.
—¿Tan obvio es? —un poquito —admití, pasándole el brazo por los hombros y acercándola a mí.
Ella suspiró y me apoyó la cabeza en el hombro. Me alegré muchísimo de que olvidara por un momento las barreras invisibles que había entre las dos.
—¿Alguna vez ha deseado algo que no pudiera conseguir?
Solté una risita sarcástica.
—Lucy, antes de llegar aquí era una Cinco. Hay tantas cosas que no podía tener que si hiciera una lista sería tan larga…
Una lágrima solitaria le rodó por la mejilla. Resultaba raro; normalmente me lo habría ocultado.
—No sé qué hacer. Estoy atrapada.
Erguí el cuerpo e hice que me mirara a la cara.
—Lucy, quiero que sepas que estoy segura de que puedes hacer lo que quieras, ser lo que seas. Creo que eres una chica asombrosa.
Ella sonrió tímidamente.
—Gracias, señorita.
Sabía que no teníamos mucho tiempo.
—Escucha, necesito que hagas algo por mí. No estaba segura de si podía contar con las otras, pero confío en ti.
Aunque parecía confusa, cuando respondió supe que lo decía de verdad:
—Lo que sea.
Fui a uno de los cajones y saqué una carta.
—¿Le podrías dar esto al soldado Leger?
—¿Al soldado Leger?
—Me gustaría darle las gracias por lo amable que ha sido, y he pensado que resultaría inapropiado darle una carta personalmente, ya sabes —era una excusa muy pobre, pero era el único modo de explicarle a Danni el porqué de lo que iba a hacer y de despedirme de ella. Suponía que no me quedaría mucho tiempo en el palacio tras aquella noche.
—Me encargaré de que le llegue antes de una hora —dijo, decidida.
—Gracias —respondí.
Las lágrimas amenazaban con aparecer, pero las contuve. Estaba asustada, pero había demasiados motivos para actuar como tenía previsto.
Todos nos merecíamos algo mejor. Mi familia, Rachel y Quinn, Danni, incluso mis doncellas; todos estábamos atrapados en nuestras vidas debido a los planes de Gregory Illéa. Pensaría en ellos.
Cuando entré en el plató del Report, tenía bajo el brazo un montón de libros marcados y una carpeta con mi póster. La estructura era la misma de siempre —los asientos del rey, la reina y Brittany a la derecha, cerca de la puerta, y los de las chicas de la Selección a la izquierda—, pero, en el centro, en el lugar en el que solía haber una tarima donde se subía a hablar el rey o unas sillas para las entrevistas, habían dejado un espacio para las presentaciones. Vi una mesita y mi caballete, pero también una pantalla en la que supuse que alguna haría un pase de diapositivas. Era impresionante. Me pregunté quién sería la que había logrado los recursos necesarios para montar todo aquello.
Me fui hasta la última silla —junto a la de Kitty, por desgracia— y coloqué mi carpeta al lado.
Apoyé los libros sobre las rodillas. Natalie también traía unos libros; y Elise estaba releyendo sus notas una y otra vez. Kriss miraba al techo y parecía estar recitando su presentación mentalmente. Kitty estaba comprobando su maquillaje.
Tina estaba allí, como solía ocurrir cuando teníamos que hablar de algo que nos hubiera encargado ella, y aquel día estaba con los nervios a flor de piel. Probablemente aquella fuera nuestra tarea más complicada, y el resultado diría mucho de ella.
Respiré hondo. No había pensado en Tina. Pero ahora ya era demasiado tarde.
—¡Están preciosas, señoritas, fantástico! —dijo, al acercarse—. Ahora que están todas aquí, quiero explicarles unas cuantas cosas. En primer lugar, el rey se pondrá en pie y hará unos cuantos anuncios; luego Kurt desarrollará el tema de la noche: la presentación de sus proyectos filantrópicos.
Tina, que era como una máquina inalterable y nunca perdía la calma, estaba agitada. De hecho, daba botecitos mientras hablaba.
—Bueno, ya sé que han estado practicando. Tienen ocho minutos; y si alguien les hace alguna pregunta después, Kurt les dará paso. Recuerden mantener la compostura. ¡El país las está mirando! Si se pierden, respiren hondo y sigan adelante. Van a estar estupendas. Ah, y saldrán en el orden en que están sentadas, así que, Lady Natalie, usted es la primera; y Lady Santana será la última. ¡Buena suerte, chicas!
Tina se alejó para hacer las últimas comprobaciones. Intenté calmarme. La última. Seguramente sería mejor así. Natalie debía de estar más nerviosa al ser la primera. La miré y vi que estaba sudando.
Intentar concentrarse con aquella presión sería una tortura. No pude evitarlo y miré también a Kitty. Ella no sabía si la había visto con Brittany, y no dejaba de preguntarme por qué no se lo había contado nunca a nadie. El hecho de que lo guardara en secreto me hacía pensar que no era la primera vez.
Aquello lo hacía aún peor.
—¿Nerviosa? —le pregunté, mientras ella se quitaba algo que se le había quedado pegado en una uña.
—No. Esto es una estupidez, y en realidad no le importa a nadie. No veo la hora de que acabe. Y yo soy modelo —dijo, mirándome por fin—. Se me da bien ponerme delante de las cámaras.
—Desde luego parece que eres una experta en posar —murmuré.
Era evidente que aquello le hizo pensar, intentando decidir si era un insulto o no. Acabó levantando la vista y girándose hacia el otro lado.
Justo en aquel momento entró el rey, con la reina al lado. Hablaban entre susurros, y parecía que se trataba de algo muy importante. Un momento más tarde entró Brittany, ajustándose los puños de la camisa mientras se dirigía a su sitio. Vestida con aquel traje tenía un aspecto inocente y limpio; tuve que recordarme a mí misma lo que sabía de ella.
Me miró. No iba a dejarme intimidar, así que le mantuve la mirada. Entonces, con timidez, Brittany levantó la mano y se tiró de la oreja. Negué lentamente con la cabeza, con una expresión que dejaba claro que, si dependía de mí, nunca más volveríamos a hablar.
Cuando empezaron las presentaciones, un sudor frío me recorrió todo el cuerpo. La propuesta de Natalie fue corta, y no estaba muy bien documentada.
Afirmaba que todo lo que hacían los rebeldes era deleznable y que habría que acabar con ellos para mantener la seguridad en las provincias de Illéa. Cuando acabó, todas la miramos sin decir nada. ¿Cómo es posible que no supiera que todo lo que hacían los rebeldes ya se consideraba ilegal?
La reina, en particular, puso una cara terriblemente triste cuando Natalie se sentó.
Elise propuso un programa para relacionar a los miembros de las castas más altas con gente de Nueva Asia, mediante una especie de intercambio de cartas. Sugería que aquello ayudaría a reforzar los vínculos entre los países y que ayudaría a poner fin a la guerra. Yo no tenía claro que aquello sirviera de algo, pero al menos servía para recordar por qué ella aún seguía en la Selección. La reina le preguntó si conocía a alguien en Nueva Asia que pudiera estar dispuesto a participar en el programa, y Elise le aseguró que sí.
La presentación de Kriss fue espectacular. Quería reformar el sistema de educación pública. Aquella era una idea que les gustaba tanto a Brittany como a la reina. Como esta era hija de un maestro, habría pensado en ello toda la vida. Usó la pantalla para mostrar imágenes del colegio de su provincia al que la habían enviado sus padres. En los rostros de los profesores se reflejaba el agotamiento, y en una fotografía se veía un aula en la que cuatro niños estaban sentados en el suelo, puesto que no había suficientes sillas. La reina hizo decenas de preguntas, y Kriss las respondió enseguida. Recurriendo a copias de viejos informes económicos que habíamos leído, incluso había encontrado una fuente a la que recurrir para pedir prestado el dinero necesario para poner el proyecto en marcha, y aportó ideas para la posterior financiación del sistema.
Cuando se sentó, vi que Brittany le sonreía y asentía. Ella respondió ruborizándose y se quedó mirando el encaje de su vestido. Me parecía una crueldad que jugara así con ella, teniendo en cuenta su relación íntima con Kitty. Pero ya no era asunto mío. Que hiciera lo que le diera la gana.
La presentación de Kitty fue interesante, aunque algo tendenciosa. Sugirió que se estableciera un salario mínimo para algunas de las castas más bajas. Sería en una escala progresiva, de acuerdo con la formación. No obstante, para obtener esa formación, los Cincos, Seises y Sietes tendrían que cursar estudios…, que tendrían que pagar…, lo que beneficiaría sobre todo a los Treses, que eran los únicos autorizados para dar clases. Como Kitty era una Dos, no tenía ni idea de lo que tendríamos que trabajar para conseguir pagar aquello. Nadie dispondría de tiempo suficiente para lograr los diplomas necesarios, con lo que nunca obtendrían esa prestación. A primera vista parecía una buena idea, pero era imposible que funcionara.
Kitty regresó a su sitio, y yo me eché a temblar al ponerme en pie. Por un momento me planteé fingir que me desmayaba. Pero tenía que hacerlo. Lo malo es que no quería afrontar lo que vendría después.
Coloqué mi póster —un diagrama de las castas— en el caballete, y puse mis libros en orden sobre la mesa. Cogí aire y agarré mis fichas con fuerza, aunque, una vez lanzada, observé con sorpresa que ni siquiera me hacían falta.
—Buenas noches, Illéa. Hoy me presento ante ustedes no como parte de la Élite, no como Tres ni como Cinco, sino como ciudadana, como una igual. Según la casta a la que cada cual pertenezca, la visión de cómo funciona nuestro país puede ser diferente. Desde luego, a mí me ha pasado. Pero hasta hace poco no he comprendido hasta dónde llegaba mi amor por Illéa.
»A pesar de haber crecido en un hogar en el que a veces faltaba la comida o la electricidad, a pesar de ver que a gente a la que yo amaba la forzaban a vivir en una situación que habían adquirido al nacer, con muy pocas esperanzas de que aquello cambiara, a pesar de ver la distancia que me separaba de otras personas debido a un simple número, aunque no fuéramos tan diferentes —miré a las chicas—, sigo queriendo a nuestro país.
Sabía que ahí venía el cambio de ficha, y lo hice automáticamente, sin mirarlas.
—Lo que propongo no sería sencillo. Podría ser incluso doloroso, pero de verdad creo que beneficiaría a todo nuestro reino —cogí aire—. Creo que deberíamos eliminar las castas.
Oí más de una respiración entrecortada. Decidí no hacer caso.
—Sé que hubo una época, cuando nuestro país acababa de nacer, en que la asignación de estos números ayudó a organizar algo que estaba a punto de desaparecer. Pero ya no somos ese país. Ahora somos mucho más. Permitir que personas sin talento tengan privilegios desmesurados y poner cortapisas a las que podrían ser algunas de las mentes más brillantes del mundo simplemente por mantener un sistema de organización arcaico es cruel, y lo único que hace es impedirnos sacar lo mejor de nosotras mismos.
Hice referencia a una encuesta de una de las viejas revistas de Kitty, que había consultado después de que hubiéramos hablado de crear un ejército de voluntarios, en la que el sesenta y cinco por ciento de la gente pensaba que era buena idea. ¿Por qué eliminar la posibilidad de algunos de labrarse un futuro?
También cité un viejo informe que habíamos estudiado sobre la estandarización de exámenes en las escuelas públicas. El artículo era tendencioso, y afirmaba que solo el tres por ciento de Seises y Sietes reflejaban coeficientes de inteligencia altos; y al tratarse de un porcentaje tan bajo, estaba claro que habían decidido dejarlos donde estaban. Defendí que debería darnos vergüenza que esas personas estuvieran obligadas a pasarse la vida cavando zanjas cuando podían estar haciendo operaciones de corazón.
Por fin llegó el final de aquella dura prueba:
—Quizá nuestro país tenga su riqueza mal repartida, pero no podemos negar su potencial. Lo que me da miedo es que, si no cambiamos algo, ese potencial se quede estancado. Y quiero demasiado a mi país como para permitir que eso ocurra. Tengo demasiadas esperanzas puestas en ella como para permitir que suceda —tragué saliva, aliviada al menos de haber llegado al final—. Gracias por su tiempo—añadí, y me giré ligeramente hacia la familia real.
La cosa iba mal. La expresión de Brittany volvía a ser pétrea, como el día en que habían azotado a Rachel. La reina apartó la vista, evidentemente decepcionada. El rey, en cambio, se me quedó mirando.
Sin parpadear siquiera, se dirigió a mí:
—¿Y cómo sugieres que eliminemos las castas? —me desafió—. ¿Así, de pronto, las quitamos y ya está?—
Oh…, no sé.
—¿Y no crees que eso provocaría altercados? ¿Un caos total? ¿Que permitiría que los rebeldes se aprovecharan de la confusión de la gente?
Aquello no lo había pensado a fondo. Lo único que tenía claro era lo injusto que era el sistema.
—Creo que la creación de las castas ya creó una confusión considerable, y aun así lo superamos. De hecho —dije, recurriendo a mi montón de libros—, aquí tengo una descripción.
Hojeé el diario de Gregory en busca de la página indicada.
—¿Ya hemos cortado? —rugió.
—Sí, majestad —respondió alguien.
Levanté la vista y vi que las luces que solían indicar el funcionamiento de las cámaras se habían apagado. Con algún gesto que me había pasado por alto, el rey había puesto punto final al Report. Se puso en pie.
—Poned las cámaras apuntando al suelo —ordenó, y los técnicos obedecieron. Se lanzó hacia mí y me arrancó el diario de las manos—. ¿De dónde has sacado esto? —me gritó.
—¡Padre, padre! —exclamó Brittany, agitado, mientras se acercaba.
—¿De dónde ha sacado esto? ¡Respóndeme!
—Se lo di yo —confesó Brittany—. Estábamos consultando lo que era eso de Halloween. Salía en los diarios de Gregory Illéa, y pensé que le gustaría leer algo más.
—Idiota —le espetó el rey—. Sabía que tenía que haberte hecho leer esto antes. Estás perdida. ¡No tienes ni idea de lo que te espera!
Oh, no. Oh, no, no, no.
—Ella se va esta noche —ordenó el rey Pearce—. Ya la he aguantado bastante.
Intenté echarme atrás, distanciarme todo lo que pudiera del rey sin que se diera cuenta. Incluso procuré no hacer demasiado ruido al respirar. Me giré hacia las chicas y, por algún motivo, miré a Kitty. Esperaba encontrarme con su sonrisa, pero estaba nerviosa. Nunca habíamos visto al rey tan alterado.
—No puedes enviarla a casa. Eso lo decido yo, y yo digo que se queda —respondió Brittany sin alterarse.
—Brittany Susan Pearce, yo soy el rey de Illéa, y yo digo…
—¿No podrías dejar de ser rey aunque solo sea cinco minutos, y ser simplemente mi padre? gritó
Brittany—. Eso me corresponde a mí. Tú tienes que tomar tus decisiones, y yo quiero tomar las mías. ¡De aquí no se va ninguna chica si yo no lo digo!
Vi que Natalie se agarraba a Elise. Ambas parecían estar temblando.
—Amberly, llévate esto y devuélvelo a su sitio —dijo el rey, poniéndole el libro en las manos a la reina. Ella se quedó allí, asintió, pero no se movió—. Brittany, quiero verte en mi despacho.
Miré a Brittany; y quizá solo me lo imaginara, pero me dio la impresión de ver una sombra de pánico en el fondo de sus ojos.
—O… —propuso el rey— podría hablar directamente con ella.
—No —protestó Brittany, levantando una mano—. Eso no será necesario. Señoritas —añadió, girándose hacia nosotras—, ¿por qué no van todas arriba? Hoy les enviaremos la cena a sus habitaciones
—hizo una pausa—. Santana, a lo mejor deberías prepararte y recoger tus cosas. Por si acaso.
El rey sonrió, y su sonrisa adquirió un aire siniestro, tras aquella explosión de rabia.
—Excelente idea. Tú primero, hija.
Miré a Brittany, que parecía derrotada. Me sentí avergonzada. Ella abrió la boca para decir algo, pero al final meneó la cabeza y emprendió la marcha.
Kriss se retorcía las manos de los nervios, mirando a Brittany. No podía culparla. Había algo amenazador en todo aquello.
—¿Pearce? —dijo la reina Amberly, sin levantar la voz—. ¿Qué hay de lo otro?
—¿El qué? —preguntó el, irritado.
—La noticia —le recordó ella.
—Ah, sí —dijo ella, y retrocedió hacia nosotras. Estaba tan cerca que decidí retirarme a mi silla, por miedo a quedarme sola en medio otra vez. El rey Pearce habló con voz firme y tranquila—: Natalie, no hemos querido decírtelo antes del Report, pero hemos recibido malas noticias.
—¿Malas noticias? —preguntó, agarrándose nerviosa el collar.
El rey se acercó.
—Sí, siento mucho tu pérdida, pero parece que los rebeldes se han llevado a tu hermana esta mañana.
—¿Qué? —dijo ella, en un susurro.
—Han encontrado sus restos esta tarde. Lo sentimos —añadió, y tuve que admitir que en su voz se detectaba algo próximo a la empatía, aunque más que una emoción genuina sonaba a una entonación bien ensayada.
Enseguida volvió junto a Brittany, apremiándolo a salir por la puerta mientras Natalie estallaba en un grito desesperado. La reina fue corriendo a su lado, acariciándole el cabello e intentando calmarla. Kitty, que nunca había sido demasiado cariñosa, abandonó el estudio en silencio, y Elise la siguió, anonadada. Kriss se quedó e intentó consolar a Natalie, pero en cuanto quedó claro que no podía hacer gran cosa, también se fue. La reina le dijo a Natalie que les habían puesto protección a sus padres, por lo que pudiera pasar, y que podría ir al funeral si quería, y no se separó de ella en ningún momento.
Todo se había quedado a oscuras tan rápido que me sentí paralizada en mi silla. Cuando apareció aquella mano frente a mi cara, me sobresalté tanto que eché la cabeza atrás.
—No te haré daño. Solo quiero ayudarte —dijo Kurt, y el broche de su solapa brilló, reflejando la luz.
Le di la mano, sorprendida de lo que me temblaban las piernas.
—Debe de quererte mucho —observó Kurt, en cuanto me puse en pie.
No podía mirarle a la cara.
—¿Qué te hace pensar eso?
Kurt suspiró.
—Conozco a Brittany desde que era una niña. Nunca le había plantado cara a su padre de ese modo.
Kurt se alejó para decirle al equipo de rodaje que no dijeran una palabra de todo lo que habían oído aquella noche.
Me acerqué a Natalie. No es que la conociera tanto, pero estaba segura de que amaba a su hermana como yo quería a May; y no podía imaginarme el dolor que estaría sintiendo.
—Natalie, lo siento muchísimo —susurré.
Ella asintió. Era lo máximo que podía hacer.
La reina me miró con simpatía, sin saber muy bien cómo expresar toda su tristeza.
—Y… perdóneme usted también, majestad. No quería… Yo solo…
—Lo sé, querida.
Con lo que estaba pasando Natalie, no podía esperar más despedidas, así que le hice una última reverencia a la reina y abandoné el estudio lentamente, intentando asimilar el desastre del que yo misma era la responsable.
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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 1:11 am

Capítulo 28



Lo último que me esperaba cuando atravesé el umbral de mi puerta eran los aplausos de mis doncellas.
Me quedé allí un momento, conmovida por su apoyo y reconfortada por las expresiones de orgullo de sus rostros. Cuando ya no podían hacerme sonrojar más, Anne me cogió de las manos.
—Bien dicho, señorita —dijo ella, apretándomelas suavemente, y en sus ojos vi tanta alegría que por un momento no me sentí tan mal.
—¡No me puedo creer que haya hecho eso! ¡Nunca hay nadie que nos defienda! —añadió Mary.
—¡Brittany tiene que escogerla! —gritó Lucy—. Es la única que me da esperanza.
Esperanza.
Necesitaba pensar, y el único lugar donde podía hacerlo a gusto eran los jardines. Aunque mis doncellas insistían en que me quedara, salí dando un rodeo, por una escalera trasera en el otro extremo del pasillo. Aparte de algún guardia, la planta baja estaba desierta y tranquila. Yo esperaba que el palacio estuviera bullendo de actividad, teniendo en cuenta todo lo que había ocurrido en la última media hora. Cuando pasé por el pabellón de la enfermería, la puerta se abrió de golpe y fui a chocar contra Brittany, que dejó caer una caja de metal cerrada. Murmuró algo tras nuestro choque, aunque no había sido tan fuerte.
—¿Qué estás haciendo fuera de tu habitación? —preguntó, mientras se agachaba lentamente a recoger la caja. Observé que llevaba su nombre en un lado. Me pregunté qué guardaría en la enfermería.
—Iba a los jardines. Estoy intentando decidir si he hecho una estupidez o no.
A Brittany parecía que le costaba mantenerse en pie.
—Oh, ya te puedo asegurar yo que sí; ha sido una estupidez.
—¿Necesitas ayuda?
—No —se apresuró a responder, evitando mirarme a los ojos—. Me voy a mi habitación. Y te sugiero que tú hagas lo mismo.
—Brittany —dije, con un tono de súplica que hizo que se viera obligada a mirarme—. Lo siento mucho. Estaba enfadadísima, y quería… Ya ni siquiera lo sé. Y tú eras la que decías que ser un Uno tenía sus privilegios, que podías cambiar las cosas.
Ella puso la mirada en el cielo.
—Tú no eres una Uno —dijo, y se hizo el silencio—. Y aunque lo fueras, ¿acaso no te das cuenta de cómo hago yo las cosas? Poco a poco y en silencio. Así es como tiene que ser de momento. No puedes plantarte en la televisión quejándote de cómo funcionan las cosas y esperar tener el apoyo de mi padre, ni el de nadie.
—¡Lo siento! —dije, llorando—. Lo siento mucho.
Ella se quedó en silencio un momento.
—No estoy segura de que…
Oímos los gritos al mismo tiempo. Brittany se giró y dio unos pasos, y yo le seguí, intentando entender de qué se trataba. ¿Alguien que se peleaba? Cuando llegamos más cerca de la intersección con el pasillo principal y las puertas que daban a los jardines, vimos a un grupo de guardias que llegaban a la carrera.
—¡Den la alarma! —gritó alguien—. ¡Han atravesado las puertas!
—¡Preparen armas! —exclamó otro guardia, imponiéndose al ruido general.
—¡Avisen al rey!
Y entonces, como un enjambre de abejas, una nube de algo rápido y pequeño atravesó el pasillo. Un guardia fue alcanzado y cayó de espaldas, y al caer contra el mármol la cabeza le hizo un ruido muy desagradable. La sangre que le manaba del pecho me hizo soltar un chillido.
Brittany me apartó instintivamente, pero no demasiado rápido. Quizás ella también estuviera en estado de shock.
—¡Alteza! —le gritó un guardia que llegó corriendo a nuestra altura—. ¡Tiene que bajar inmediatamente!
Cogió a Brittany con decisión, le dio la vuelta y la sacó de allí a empujones. Ella gritó y dejó caer la caja metálica otra vez. Miré hacia la mano del guardia y, por el grito que había emitido Brittany, pensé que encontraría en ella un cuchillo y que se lo habría clavado en la espalda. Pero lo único que vi fue un grueso anillo de peltre alrededor de su dedo pulgar. Recogí la caja por el asa que tenía a un lado, esperando no estropear lo que hubiera dentro, y corrí hacia el guardia que intentaba sacarnos de allí.
—No lo conseguiré —dijo Brittany.
Me giré y vi que estaba sudando. Le pasaba algo grave.
—Sí, alteza —dijo el guardia, muy serio—. Por aquí. Tiró de Brittany y rodeó una esquina que parecía llevar a un rincón sin salida. Me preguntaba si iba a dejarnos allí, pero entonces accionó algún mecanismo invisible en la pared, y se abrió otra de las misteriosas puertas del palacio. Allí dentro estaba tan oscuro que yo no veía adónde daba; pero Brittany entró, agachándose, sin pensarlo.
—Dígale a mi madre que Santana y yo estamos a salvo. Haga eso antes que ninguna otra cosa — ordenó.
—Por supuesto, . Volveré a buscarle yo mismo cuando todo esto acabe.
Sonó la sirena. Me pregunté si llegaría a tiempo para que se salvara todo el mundo.
Brittany asintió y la puerta se cerró, sumiéndonos en la más completa oscuridad. El refugio era tan hermético que ni siquiera se oía la sirena de la alarma. Oí que Brittany frotaba la pared con la mano, hasta que dio con un interruptor que encendió una luz tenue. Miré alrededor y examiné aquel espacio. Había unos estantes con un montón de paquetes de plástico oscuro y otro estante con unas cuantas mantas finas. En el centro del minúsculo espacio había un banco de madera en el que quizá podrían sentarse cuatro personas, y en la esquina contraria un pequeño lavabo y lo que parecía un váter muy espartano. En una pared había unos ganchos, pero no había nada colgado en ellos; y toda la salita olía al metal del que parecían estar hechas las paredes.
—Al menos este es uno de los buenos —dijo Brittany, tambaleándose hasta sentarse en el banco.
—¿Qué te pasa?
—Nada —dijo en voz baja, y apoyó la cabeza sobre sus brazos.
Me senté a su lado, dejando la caja de metal en el banco y paseando de nuevo la mirada por el refugio.
—Supongo que son rebeldes sureños, ¿no?
Brittany asintió. Intenté respirar más despacio y borrar de mi mente lo que acababa de ver.
¿Sobreviviría aquel guardia? ¿Podía sobrevivir alguien a algo así?
Me pregunté hasta dónde habrían podido penetrar los rebeldes en el tiempo que habíamos tardado en ocultarnos. ¿Habría sonado la alarma lo suficientemente rápido?
—¿Estamos seguras aquí?
—Sí. Este es uno de los refugios para los criados. Si un ataque los pilla en la cocina o en el almacén, allí están bastante seguros. Pero los que están por ahí haciendo sus tareas a veces no tienen tiempo de llegar hasta allí. Esto no es tan seguro como el gran refugio de la familia real, donde hay provisiones para vivir un tiempo, pero las de aquí también valen para un apuro.
—¿Y los rebeldes lo saben?
—Es posible —dijo, haciendo una mueca al erguir un poco el cuerpo—. Pero no pueden entrar en estos refugios una vez que están ocupados. Solo hay tres modos de salir: o alguien que tenga llave abre desde fuera, o se usa la llave desde dentro —Brittany se llevó la mano al bolsillo, dejando claro que podría sacarnos de allí en caso necesario—, o hay que esperar dos días. A las cuarenta y ocho horas las puertas se abren automáticamente. Los guardias comprueban todos los refugios una vez que ha pasado el peligro, pero siempre es posible que se dejen uno, y sin este mecanismo de apertura retardada alguien podría quedar atrapado aquí dentro para siempre.
Tardó un rato en decir todo aquello. Era evidente que algo le dolía, pero parecía que intentaba distraerse con las palabras. Se inclinó hacia delante y luego soltó un soplido de dolor.
—¿Brittany?
—Ya no…, ya no puedo aguantarlo más. Santana, ¿me ayudas con el abrigo?
Extendió el brazo, y yo le ayudé a quitarse el abrigo por una manga. Lo dejó caer tras ella y se puso a abrirse los botones. Quise ayudarle, pero me detuvo, cogiéndome las manos con las suyas.
—Por ahora has demostrado que se te da fatal guardar secretos. Pero este es uno que tienes que llevarte a la tumba. Y yo a la mía. ¿Lo entiendes?
Asentí, aunque no estaba muy segura de qué quería decir. Brittany me soltó la mano y, muy despacio, le desabroché la camisa. Me pregunté si alguna vez se habría imaginado que yo pudiera estar haciendo algo así. No tenía problema en admitir que yo sí. La noche de Halloween me había echado en la cama y había soñado con un momento así. Me lo había imaginado muy diferente, pero, aun así, sentí un escalofrío.
Había estudiado música desde pequeña, y además había vivido rodeada de artistas. Una vez había visto una escultura que tenía siglos de antigüedad y que mostraba a un atleta lanzando un disco. En aquel tiempo pensé que solo un artista podría haber hecho que el cuerpo de un hombre resultara tan bonito. El pecho de Brittany era tan escultural como cualquier obra de arte que hubiera visto antes.
Pero todo cambió cuando le quise quitar la camisa por la espalda. Se le quedó pegada, y se oyó un sonido pringoso y resbaladizo cuando intenté apartarla.
—Despacio —dijo.
Asentí, y me puse detrás de ella para intentarlo desde allí.
La parte trasera de la camisa de Brittany estaba empapada de sangre. Me sobresalté, y me quedé inmóvil un momento. Pero entonces, consciente de que si me quedaba mirando sería aún peor, seguí adelante. Cuando conseguí quitarle la camisa, la colgué de uno de los ganchos, concediéndome un momento para recobrar la compostura.
Me giré y eché un vistazo a la espalda de Brittany. Tenía un corte sangrante en el hombro que seguía hasta la cintura, y se cruzaba con otro que también sangraba, y que a su vez se cruzaba con otro ya cerrado; debajo de este había otro convertido en una antigua cicatriz. Parecía que tenía al menos seis cortes recientes en la espalda, por encima de otros demasiado numerosos como para contarlos.
¿Cómo podía haber ocurrido algo así? Brittany era la princesa. Era miembro de la familia real; estaba por encima de todos los demás, a veces incluso de la ley. ¿Cómo podía ser que hubiera acabado lleno de cicatrices?
Entonces recordé la mirada del rey aquella noche. Y el esfuerzo de Brittany por ocultar su miedo.
¿Cómo podía hacerle un hombre algo así a su hija?
Volví a girarme, buscando hasta que encontré un trapito. Me fui al lavabo y me alegré al ver que el grifo funcionaba, aunque el agua estaba helada.
Me recompuse y me acerqué, intentando mantener la calma por ella.
—Esto puede que te escueza un poco —le advertí.
—No pasa nada —murmuró—. Estoy acostumbrado.
Cogí el trapito mojado y fui limpiándole la herida desde el hombro, de arriba abajo. Ella se encogió un poco, pero aguantó en silencio. Cuando pasé a la segunda herida, Brittany empezó a hablar.
—Llevo años preparándome para esta noche, ¿sabes? Esperando el día en que tuviera la fuerza necesaria para plantarle cara.
Brittany calló un momento, y algunas cosas adquirieron por fin sentido: por qué alguien que trabajaba sentado a una mesa tenía aquellos músculos, por qué siempre parecía estar vestido y listo para ponerse en marcha, por qué le enfurecía que una chica le llamara niña y le diera empujones.
Me aclaré la garganta.
—¿Y por qué no lo has hecho?
Hizo una pausa.
—Tenía miedo de que, si me resistía, fuera a por ti.
Tuve que parar un momento; estaba demasiado sobrecogida como para hablar siquiera. Las lágrimas amenazaban con asomar, pero intenté mantener el tipo. Estaba segura de que llorando solo empeoraría las cosas.—
¿Lo sabe alguien?
—No.
—¿Ni el médico? ¿O tu madre?
—El médico lo sabe, pero no puede decir nada. Y yo nunca se lo diría a mi madre, ni le daría motivo para que sospechara. Sabe que mi padre es severo conmigo, pero no quiero que se preocupe. Y puedo soportarlo.
Seguí limpiándole las heridas.
—Con ella no es así —precisó enseguida—. Supongo que con mi madre se porta mal de otro modo, pero no así.
—Hmm —repliqué, no muy segura de qué decir.
Seguí limpiando, y Brittany reprimió un lamento.
—Vaya, eso pica.
Aparté el trapito un momento y ella recuperó la respiración normal. Al cabo de un momento hizo un gesto con la cabeza, y volví a la tarea.
—Entiendo a Quinn y a Rachel más de lo que te crees —dijo, intentando quitarle hierro al asunto—.
Estas cosas tardan mucho en curarse, especialmente si has decidido ocuparte tú solo de ellas. Me quedé inmóvil un momento, sorprendida. A Rachel la habían azotado quince veces seguidas.
Pensé que, de tener que escoger, preferiría eso a los azotes que había recibido Brittany, recibidos por sorpresa.
—¿Y los otros por qué te los dio? —pregunté, y al momento me mordí la lengua—. No me hagas caso. Soy una maleducada.
Ella encogió el hombro sano.
—Por cosas que hice o que dije. Por cosas que sé.
—Cosas que yo sé —añadí—. Brittany, lo siento… —me quedé sin respiración, y sentí que estaba al borde del llanto. Era como si le hubiera azotado yo misma.
No se giró, pero echó la mano atrás y me cogió la rodilla.
—¿Cómo vas a acabar de curarme si te pones a llorar? Solté una risita débil entre lágrimas y me limpié la cara. Acabé de limpiarle, intentando hacerle el mínimo daño posible.
—¿Crees que habrá vendas por ahí? —pregunté, paseando la mirada por la habitación.
—En la caja.
Mientras ella se reponía, abrí los cierres de la caja y observé la abundancia de material.
—¿Por qué no tienes las vendas en tu habitación?
—Por puro orgullo. Estaba decidida a no necesitarlas nunca más.
Suspiré en silencio. Leí las etiquetas y encontré una solución desinfectante, algo que parecía un analgésico y vendas.
Me coloqué a sus espaldas y me preparé para aplicárselas.
—Puede que esto te duela.
Asintió. Cuando el medicamento entró en contacto con su piel, soltó un gruñido y luego calló de nuevo. Intenté ir lo más rápidamente posible, para que le resultara lo menos incómodo posible.
Le apliqué el ungüento en las heridas, y estaba claro que le fue bien. La tensión de los hombros fue reduciéndose a medida que iba avanzando. Yo también me sentí mejor; de algún modo, era como si estuviera reparando, en parte, todo el mal que le había causado.
Soltó una breve risita socarrona.
—Sabía que al final se descubriría mi secreto. Llevo años intentando buscarme una buena excusa. Esperaba encontrar algo creíble antes de la boda, porque sabía que mi esposa las vería, pero aún no sé qué podría decir. ¿Alguna idea?
Me quedé pensando un momento.
—La verdad siempre funciona.
Asintió.
—No es mi opción preferida. Al menos no para esto.
—Creo que ya estoy.
Brittany se giró y arqueó la espalda un poco, y luego se giró hacia mí, con expresión de agradecimiento.
—Está perfecto, Santana. Mejor que todas las veces que me lo he hecho yo.
—Me alegro.
Se me quedó mirando un momento y se hizo el silencio. ¿Qué podíamos decirnos? Los ojos se me iban a su pecho, y tenía que dejar de mirarle.
—Voy a lavarte la camisa —decidí.
Me fui al rincón y me puse a frotarle la camisa; el agua se fue poniendo roja antes de escaparse por el desagüe. Sabía que no saldría toda, pero al menos así tenía algo que hacer.
Cuando acabé, la escurrí y la colgué de nuevo en un gancho. Me giré, y vi que Brittany me miraba.
—¿Por qué nunca me haces las preguntas que te quiero responder?
No pensé que pudiera tomar asiento a su lado en el banco sin sentir la tentación de tocarle. Así que me senté en el suelo, frente a ella.
—No sabía que fuera así.
—Así es.
—Bueno, ¿qué es lo que no te estoy preguntando y que quieres responderme?
Soltó un suspiro y se inclinó hacia delante, apoyando los codos sobre las rodillas.
—¿No quieres que te explique lo de Kriss y lo de Kitty? ¿No crees que te lo mereces?















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Activo Re: Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/ LA ELEGIDA / TERMINADO

Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 1:12 am



Capítulo 29


Me crucé de brazos.
—He oído la versión de Kriss sobre lo ocurrido, y no creo que exagere en nada. En cuanto a Kitty, preferiría no volver a hablar de ella nunca más.
Se rió.
—Qué tozuda. Eso lo echaré de menos. Me quedé callada un minuto.
—Así pues, ¿ya está? ¿Estoy fuera? Brittany se quedó pensando.
—Ahora ya no estoy segura de que pueda pararlo. ¿No es eso lo que querías?
—Estaba furiosa —dije, en un susurro, meneando la cabeza—. Estaba enfadadísima.
Aparté la mirada; no quería llorar. Aparentemente Brittany había decidido que debía escuchar lo que tenía que decirme, quisiera o no. Por fin me tenía atrapada, y tendría que oír todo lo que quería contarme.
—Pensé que eras mía —dijo. Levanté los ojos y me encontré con que ella tenía la vista puesta en el techo—. Si hubiera podido proponerte matrimonio en la fiesta de Halloween, lo habría hecho. Se supone que tengo que hacerlo en una ceremonia oficial, con mis padres, invitados y cámaras, pero pedí permiso para preguntártelo en privado cuando estuviéramos preparadas, y celebrar una recepción después. Eso nunca te lo conté, ¿verdad?
Brittany me miró, y yo sacudí la cabeza muy levemente. Ella esbozó una sonrisa amarga al recordarlo.
—Tenía mi discurso preparado, todas las promesas que quería hacerte. Probablemente se me habría olvidado todo y habría quedado como  idiota. Aunque… aún me acuerdo —suspiró—. Te lo ahorraré
—hizo una breve pausa—. Cuando me rechazaste a empujones, me entró el pánico. Pensaba que esta locura de concurso ya se había acabado, y de pronto me encontré como si estuviera de nuevo en el primer día de la Selección, solo que esta vez mis opciones eran más limitadas. Y solo una semana antes había estado viendo a todas esas chicas, buscando a alguna que te superara, que pudiera gustarme más, y no lo había conseguido. Estaba desesperada.
»Entonces apareció Kriss, tan humilde, cuyo único deseo era hacerme feliz, y me pregunté cómo es que se me había pasado eso por alto. Sabía que era agradable, y desde luego es muy atractiva; pero además tenía otras virtudes de las que no me había dado cuenta. Supongo que, sencillamente, no le había prestado atención. ¿Qué motivo tenía para hacerlo, si ya te tenía a ti?
Me rodeé el cuerpo con los brazos, como si intentara esconderme. Me tenía, pero ya no. Yo solita lo había estropeado todo.
—¿La quieres? —le pregunté, tímidamente. No quería verle la cara, pero el largo silencio me hizo comprender que había algo profundo entre ellas.
—Es diferente a lo que teníamos tú y yo. Es más tranquil…, más estable. Puedo ponerme en sus manos, y no tengo dudas de su entrega. Como puedes ver, en mi mundo hay muy pocas certezas. Por eso es agradable encontrar a alguien como ella.
Asentí, evitando el contacto visual. Lo único en que podía pensar era que hablaba de ella y de mí en pasado, y que no tenía más que elogios para Kriss. Ojalá tuviera algo malo que decir de ella, algo que la hiciera perder puntos; pero no lo tenía. Kriss era una dama. Desde el principio lo había hecho todo bien, y me sorprendía que, aun así, ella se hubiera decantado por mí. Kriss era la candidata perfecta.
—Y entonces, ¿por qué Kitty? —pregunté, mirándolo por fin—. Si Kriss es tan maravillosa… Brittany asintió, aparentemente avergonzada. Había sido ella quien había querido hablar de aquello, así que ya debía de tener algo pensado. Se puso en pie, estirando la espalda con timidez, y empezó a recorrer el pequeño espacio que nos separaba.
—Como sabes, mi vida está llena de tensiones que prefiero no compartir. Vivo en un estado de estrés constante. Estoy siendo observada y juzgada constantemente. Mis padres, nuestros asesores…; siempre estoy en el punto de mira, y ahora estáis vosotras aquí —dijo, señalándome—. Estoy seguro de que alguna vez te habrás sentido atrapada por culpa de tu casta, pero imagínate cómo me siento yo. He visto muchas cosas, Santana, y sé muchas cosas; y no creo que sea capaz de cambiarlas.
»Estoy segura de que sabes que se supone que mi padre debe retirarse dentro de unos años, cuando vea que estoy preparada para gobernar, pero ¿crees que alguna vez dejará de mover los hilos? Eso no va a ocurrir mientras viva. Y sé que es un hombre terrible, pero no quiero que muera… Es mi padre.
Asentí.
—Y hablando de eso, ha metido mano en la Selección desde el principio. Si te fijas en quién ha quedado, está muy claro —empezó a pasar lista a las chicas con los dedos—. Natalie es extremadamente maleable, y eso la convierte en la favorita de mi padre, ya que piensa que yo tengo demasiado carácter.
El hecho de que le guste tanto hace incluso que me cueste no aborrecerla.
»Elise tiene contactos en Nueva Asia, pero no estoy muy seguro de que eso sirva de nada. Esa guerra… —se quedó pensando y sacudió la cabeza. Había algo sobre aquella guerra que no quería compartir conmigo—. Y es tan… Ni siquiera sé cómo definirlo. Desde el principio sabía que no quería una chica que dijera que sí a todo, o que se limitara a mostrarme su adoración. Intento contradecirla, y ella me da la razón. ¡Siempre! Es exasperante. Es como si no tuviera sangre en las venas.
Respiró hondo. No me había dado cuenta de todo lo que suponía aquello para ella. Siempre se había mostrado muy paciente con nosotras. Por fin me miró a mí.
—Tú eras la que yo quería. La única que quería. A mí padre no le emocionaba la idea; pero, en aquel momento, aún no habías hecho nada para disgustarle. Mientras estuviste callada, no le importó que siguieras aquí. De hecho, no le habría importado que te eligiera, si mostrabas buenos modales. Pero ahora ha usado tus últimas acciones para dejar claro que no tengo criterio, e insiste en tomar la decisión final personalmente —meneó la cabeza—. Pero eso es otro asunto. Las otras (Rachel, Kriss y Kitty) las escogieron los asesores. Rachel era una de las favoritas, al igual que Kriss —suspiró—. Kriss sería una buena opción. Ojalá me hubiera dejado acercarme más a ella, aunque solo sea porque aún no sé si hay… química entre nosotras. Me gustaría hacerme una idea al menos. Y Kitty. Tiene muchas influencias y es famosa. Queda bien en pantalla. Parece que queda bien que la elegida sea alguien de un nivel parecido al mío. Me gusta, aunque solo sea por su tenacidad. Al menos tiene carácter. Pero ya sé que es una manipuladora y que está intentando sacar el máximo partido a esta situación.
Sé que, cuando me abraza, es la corona en lo que está pensando —cerró los ojos, como si estuviera a punto de decir lo peor de todo—. Ella me utiliza, así que no me siento culpable utilizándola. No me sorprendería que la hubieran animado a que se lanzara a mis brazos. Puedo entender las reservas de Kriss. Y desde luego preferiría estar entre tus brazos, pero apenas me hablas siquiera…
»¿Tan terrible es que desee disfrutar de un momento, de quince minutos de vida, sin que eso importe?
¿Sentirme bien? ¿Fingir por un rato que alguien me quiere? Puedes juzgarme si quieres, pero no me puedo disculpar por desear un poco de normalidad en mi vida.
Me miró profundamente a los ojos, aguardando mis reproches, pero esperando al mismo tiempo que no llegaran.
—Lo entiendo.
Pensé en Danni, abrazándome fuerte y haciéndome promesas. ¿No había hecho yo exactamente lo mismo? Vi que Brittany le daba vueltas a la cabeza, preguntándose hasta qué punto lo entendía. Pero no podía compartir con ella mi secreto. Aunque todo hubiera acabado para mí, no podía permitir que me viera con otros ojos.
—¿La escogerías? A Kitty, quiero decir.
Se sentó a mi lado, acercándose lentamente. No podía imaginarme lo mucho que le dolería la espalda.
—Si tuviera que hacerlo, la preferiría a ella antes que a Elise o a Natalie. Pero eso no ocurrirá a menos que Kriss decida que quiere marcharse.
Asentí.
—Kriss es una buena elección. Será mucho mejor princesa de lo que podría serlo yo.
Brittany chasqueó la lengua.
—Es menos peligrosa. Dios sabe qué podría pasarle al país contigo al mando.
Me reí, porque tenía razón.
—Probablemente lo llevaría a la ruina.
Brittany prosiguió, sin dejar de sonreír.
—Aunque quizá necesite que lo lleven a la ruina.
Nos quedamos allí sentadas, en silencio, un rato. Me pregunté cómo sería nuestro mundo en ruinas.
No podríamos liberarnos de la familia real —¿cómo íbamos a hacer nuestra transición?—, pero quizá pudiéramos cambiar la manera de gestionar algunas cosas. Los cargos podrían ser por elección, no heredados. Y las castas… La verdad es que me gustaría que nos libráramos de ellas.
—¿Me darás un capricho?
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, esta noche yo he compartido contigo muchas cosas que me cuestan mucho admitir. Me preguntaba si querrías responderme una pregunta.
Su expresión era tan sincera que no podía negarme. Esperaba no lamentarlo, pero se había mostrado más sincero conmigo de lo que me merecía.
—Claro. Lo que sea.
Tragó saliva.
—¿Alguna vez me has querido?
Brittany me miró a los ojos, y me pregunté si podía leer en mi mirada. Todas las emociones que había reprimido por no estar segura de ellas, todos los sentimientos a los que nunca había querido poner nombre. Bajé la cabeza.
—Sé que cuando pensé que eras responsable de lo que le hicieron a Rachel, me quedé destrozada.
No porque hubiera ocurrido, sino porque no quería pensar que tú eras de ese tipo de personas. Sé que cuando hablas de Kriss o cuando pienso en cómo besabas a Kitty… me pongo tan celosa que apenas puedo respirar. Y sé que cuando hablamos en Halloween, pensaba en nuestro futuro juntas. Y era feliz. Sé que, si me lo hubieras pedido, te habría dicho que sí —aquellas últimas palabras fueron solo un susurro, casi me costaba pronunciarlas—. También sé que nunca he sabido cómo te sentías al quedar con otras chicas, o por ser princesa. Incluso con todo lo que me has contado esta noche, creo que hay partes de ti que siempre te guardarás…
—Pero, con todo eso…
Asentí. No podía decirlo en voz alta. Si lo hacía, ¿cómo iba a poder irme de allí?
—Gracias —susurró—. Al menos ahora puedo estar segura de que, por un breve momento del tiempo que pasamos juntas, sentimos lo mismo.
Noté los ojos irritados, que amenazaban con llenarse de lágrimas. En realidad nunca me había dicho que me quería, ni tampoco lo estaba diciendo ahora. Pero aquellas palabras se acercaban mucho.
—He sido una tonta —dije, recuperando el aliento. Me había resistido mucho a llorar, pero ahora ya no podía—. He dejado que la corona me asustara y no me permitiera quererte. Me decía a mí misma que, en realidad, no me importabas. No dejaba de pensar que me habías mentido o que me habías engañado, que no confiabas en mí ni te importaba lo suficiente. Quise creer que no era importante para ti.
Me quedé mirando su atractivo rostro.
—Solo con mirarte la espalda queda claro que harías cualquier cosa por mí. Y yo lo he echado a perder. Lo he echado todo a perder…
Me abrió los brazos, y me dejé caer entre ellos. Brittany me abrazó en silencio, pasándome las manos por el cabello. Deseé poder borrar todo lo demás y aferrarme a aquel momento, a aquel breve instante en que ella y yo sabíamos lo mucho que significábamos para la otra.
—Por favor, no llores, querida. Si pudiera, haría lo que fuera para que no lloraras nunca más.
—No volveré a verte nunca —dije, respirando a trompicones—. Es todo culpa mía.
Me agarró con más fuerza.
—No, yo debería haber sido más abierta.
—Y yo más paciente.
—Yo debería haberte propuesto matrimonio aquella noche, en tu habitación.
—Y yo debería haberte dejado que lo hicieras.
Chasqueó la lengua. Levanté la mirada, sin saber muy bien cuántas sonrisas más me podría dedicar.
Brittany me limpió las lágrimas de las mejillas con los dedos, y se quedó ahí, mirándome a los ojos. Yo hice lo mismo; deseaba recordar aquel momento.
—Santana… No sé cuánto tiempo nos queda juntas, pero no quiero pasármelo lamentando las cosas que no hicimos.
—Yo tampoco —dije, y me giré hacia la palma de su mano y se la besé. Luego le besé las puntas de cada uno de sus dedos.
Ella coló la mano por entre mi pelo y acercó sus labios a los míos.
Echaba de menos aquellos besos, tan serenos, tan seguros. Sabía que, en toda mi vida, si me casaba con Danni o con cualquiera, nadie me haría sentir así. No es que yo hiciera que su mundo fuera mejor.
Es que yo era su mundo. No era una explosión; eran fuegos artificiales. Era una llamarada, ardiendo lentamente de dentro afuera.
Nos fuimos dejando caer, hasta que acabé en el suelo, con Brittany encima de mí. Me fue rozando con la nariz por el borde de la mandíbula, el cuello, el hombro, y recorrió el camino de vuelta cubriéndolo de besos hasta llegar otra vez a mis labios. Yo no dejaba de pasarle los dedos por entre el cabello. Era tan suave que casi me hacía cosquillas en las palmas de las manos.
Al cabo de un rato sacamos las mantas y nos hicimos una cama improvisada. Ella me abrazó prolongadamente, mirándome a los ojos. Podríamos habernos pasado años así; al menos yo.
Cuando la camisa de Brittany estuvo seca, se la puso, tapándose las manchas con el abrigo, y volvió a acurrucarse a mi lado. Cuando los dos nos cansamos, nos pusimos a hablar. No quería perder ni un minuto durmiendo, y tenía la impresión de que ella tampoco.
—¿Crees que volverás con ella? ¿Con tu ex?
No quería hablar de Danni en aquel momento, pero me lo pensé.
—Es una buena elección. Lista, valiente, y quizá la única persona del planeta más tozuda que yo. Brittany soltó una risita. Yo tenía los ojos cerrados, pero seguí hablando.
—No obstante, pasará un tiempo antes de que pueda pensar en eso.
—Mmm.
El silencio se prolongó. Brittany frotó el pulgar contra mi mano.
—¿Podré escribirte? —preguntó.
Me lo quedé pensando.
—A lo mejor deberías esperar unos meses. Quizá ni me eches de menos.
Ella reprimió una risa.
—Si me escribes…, tendrás que contárselo a Kriss.
—Tienes razón.
No dejó claro si con eso quería decir que se lo diría o que simplemente no me escribiría, pero la verdad era que en aquel momento no quería saberlo.
No podía creerme que todo aquello estuviera pasando por culpa de un libro. De pronto me sobresalté y abrí los ojos de golpe. ¡Un libro!
—Brittany, ¿y si los rebeldes norteños están buscando los diarios?
Ella cambió de posición, aún adormilada.
—¿Qué quieres decir?
—Aquel día en que hui del palacio y los vi pasar. A una chica se le cayó una bolsa llena de libros. El tipo que iba con ella también llevaba muchos. Están robando libros. ¿Y si andan buscando uno en particular?
Brittany abrió los ojos y frunció el ceño.
—Santana…, ¿qué había en ese diario?
—Muchas cosas. Explicaba básicamente cómo Gregory Illéa estafó al país, cómo impuso las castas a la gente. Era terrible, Brittany.
—Pero la emisión del Report se cortó —dijo ella—. Aunque fuera eso lo que buscan, es imposible que sepan lo que había o lo que hay en el diario. Créeme, después de tu numerito, mi padre se asegurará de que esas cosas estén aún más protegidas.
—Ya está —dije, tapándome la cara y reprimiendo un bostezo—. Ya lo sé…
—No —respondió ella—. No le des más vueltas. Por lo que sabemos, simplemente les gusta mucho mucho la lectura.
Hice una mueca ante aquel intento de chiste.
—Estaba convencida de que no podía empeorar aún más las cosas.
—Chis —dijo ella, acercándose aún más y cogiéndome con sus fuertes brazos—. Ahora no te preocupes de eso. Deberías dormir.
—Pero no quiero —murmuré, aunque al mismo tiempo me pegué un poco más a ella.
Brittany volvió a cerrar los ojos, sin soltarme.
—Yo tampoco. Incluso en los días buenos, dormir me pone nerviosa.
Aquello me dolía. No podía imaginarme su estado de constante preocupación, especialmente teniendo en cuenta que la persona que le provocaba aquella tensión era su propio padre.
Me soltó la mano y metió la suya en el bolsillo. Entreabrí los ojos, pero ella seguía teniéndolos cerrados. Los dos estábamos a punto de dormirnos. Volvió a encontrar mi mano y me puso algo en la muñeca. Reconocí el tacto de la pulsera que me había comprado en Nueva Asia.
—La llevo todo el rato en el bolsillo. Es de un romanticismo patético, ¿verdad? Iba a quedármela, pero quiero que conserves algo mío.
Me colocó la pulsera sobre la de Danni, y sentí que el cierre me presionaba contra la piel.
—Gracias. Me hace muy feliz.
—Entonces yo también soy feliz.
No dijimos nada más.
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Activo Re: Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/ LA ELEGIDA / TERMINADO

Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 1:13 am



Capítulo 30


El crujido de la puerta me despertó. La luz que entró del exterior era tan intensa que tuve que taparme los ojos.
—¿Alteza? —preguntó alguien—. ¡Oh, Dios mío, le he encontrado! —gritó—. ¡Está vivo!
Se creó un alboroto a nuestro alrededor, y empezaron a llegar guardias y criados.
—¿No pudo llegar al refugio de abajo, alteza? —preguntó uno de los guardias. Le miré la placa con el nombre. Markson. No estaba segura, pero parecía uno de los oficiales de la guardia.
—No. Un soldado dijo que avisaría a mis padres. Le ordené que lo hiciera enseguida —repuso Brittany, peinándose con la mano. Por un momento en su rostro se reflejó el dolor que le causaba aquel simple movimiento.
—¿Qué soldado?
Brittany suspiró.
—No me dijo su nombre —dijo, y me miró, buscando confirmación.
—A mí tampoco. Pero llevaba un anillo en el pulgar. Era gris, como de peltre, o algo así.
El soldado Markson asintió.
—Ese era Tanner. No ha sobrevivido. Hemos perdido a veinticinco guardias y a doce personas del servicio.
—¿Qué? —exclamé, tapándome la boca.
Danni.
Recé por que estuviera a salvo. La noche anterior estaba tan nerviosa que no se me había ocurrido siquiera preocuparme por ella.
—¿Y mis padres? ¿Y el resto de la Élite?
—Todos están bien, señor. Aunque su madre ha estado muy nerviosa.
—¿Ya ha salido? —nos dispusimos a marcharnos del refugio, con Brittany delante de mí.
—Todos han salido. Nos hemos dejado alguno de los refugios secundarios y estábamos haciendo un repaso; esperábamos encontrarles, a usted y a Lady Santana.
—Oh, Dios —exclamó Brittany—. Iré a verla enseguida —dijo, pero de pronto se quedó paralizada.
Seguí la trayectoria de su mirada y vi el panorama de destrucción. En la pared habían garabateado otra vez el mismo mensaje:
YA VENIMOS
Habían cubierto las paredes de los pasillos con aquella amenaza, una y otra vez, con todos los medios que habían podido encontrar. Aparte de eso, habían destrozado muchas cosas. Hasta entonces nunca había visto el efecto de los ataques sobre la planta baja; solo lo había podido comprobar en los pasillos próximos a mi habitación. Unas manchas enormes en las alfombras marcaban los lugares donde había muerto alguien, quizás alguna doncella indefensa, o un aguerrido guardia. Las ventanas estaban rotas, y en su lugar quedaban unos afilados dientes de cristal. Muchas lámparas estaban rotas, y otras parpadeaban, negándose a rendirse. En las paredes había enormes agujeros, y eso hizo que me preguntara si habrían visto a gente huyendo a los refugios, si habían ido de caza tras ellos. ¿Hasta qué punto habíamos estado cerca de la muerte Brittany y yo la noche anterior?
—¿Señorita? —dijo un guardia, devolviéndome a la realidad—. Nos hemos tomado la libertad de contactar con todas las familias. Parece que el ataque contra la familia de Lady Natalie ha sido un intento de poner fin a la Selección. Están atentando contra los familiares para obligarlas a abandonar.
—No —exclamé, llevándome las manos a la boca.
—Ya hemos enviado guardias de palacio para protegerlos. El rey ha ordenado explícitamente que ninguna de las chicas abandone el palacio.
—¿Y si quieren hacerlo? —le rebatió Brittany—. No podemos retenerlas aquí contra su voluntad.
—Por supuesto. Tendrá que hablar con el rey —el guardia parecía incómodo; no sabía cómo gestionar aquella diferencia de opiniones.
—No tendrán que proteger a mi familia mucho tiempo —dije yo, intentando reducir la tensión—. Háganles saber que volveré a casa muy pronto.
—Sí, señorita —repuso el guardia, con una reverencia.
—¿Mi madre está en su habitación? —preguntó Brittany.
—Sí, señor.
—Dígale que voy a verla. Y puede retirarse. Volvimos a quedarnos solos.
Brittany me cogió la mano.
—No te vayas enseguida. Despídete de tus doncellas y de las chicas, si quieres. Y come algo. Sé lo mucho que te gusta la comida de aquí.
—Lo haré —dije, sonriendo.
Brittany se humedeció los labios, casi sin saber qué hacer. Ya estaba. Aquello era una despedida.
—Me has cambiado para siempre. Y nunca te olvidaré.
Le pasé la mano por el pecho, alisándole el abrigo.
—No te tires de la oreja con ninguna otra. Eso es mío —respondí, con una sonrisa tensa.
—Hay un montón de cosas que son tuyas, Santana.
Tragué saliva.
—Tengo que irme.
Asintió.
Brittany me dio un beso rápido en los labios y se fue a toda prisa por el pasillo. Me quedé mirando hasta que desapareció de mi vista. Luego me volví a mi habitación. Cada paso de la escalera principal era una tortura, tanto por lo que había dejado atrás como por lo que me temía encontrarme. ¿Y si tocaba el timbre y Lucy no se presentaba? ¿O Mary? ¿O Anne? ¿Y si miraba a la cara a cada soldado y no encontraba ninguna que fuera la de Danni?
Llegué al segundo piso, dejando atrás el rastro de la destrucción. Aún era reconocible; el lugar más bonito que había visto nunca, incluso en ruinas. No podía imaginarme el tiempo y el dinero que costaría reparar aquello. Los rebeldes eran muy contundentes en sus acciones. Al acercarme a mi habitación, reconocí el sonido de un llanto. Lucy.
Suspiré, contenta de saber que estaba viva, pero aterrada al pensar en cuál podía ser la causa de su llanto. Respiré hondo y giré la esquina, entrando en mi habitación.
Con el rostro enrojecido y los ojos hinchados, Mary y Anne estaban recogiendo los fragmentos de cristal de las puertas balconeras. Vi a Mary, que contenía el llanto, intentando respirar hondo y calmarse.
En un rincón, Lucy lloraba sobre el pecho de Danni.
—Chis —decía ella, consolándola—. La encontraron, lo sé.
Estaba tan aliviada que me eché a llorar.
—Estáis bien. Estáis todos bien —exclamé.
Danni soltó un enorme suspiro y relajó los tensos hombros.
—¿Señorita? —dijo Lucy. Un segundo más tarde estaba corriendo hacia mí y, tras ella, Mary y Anne, que me envolvieron en abrazos.
—Oh, esto es absolutamente incorrecto —dijo Anne, sin soltarme.
—Por Dios bendito, deja eso ahora —replicó Mary.
Estábamos tan contentas de estar sanas y salvas, que nos dio la risa.
Tras ellas, Danni se puso en pie y nos observó en silencio con una sonrisa en los labios, evidentemente aliviada de verme allí.
—¿Dónde estaba? Han buscado por todas partes —dijo Mary, llevándome hasta la cama para que me sentara, aunque estaba hecha un lío, con el edredón hecho jirones, las almohadas rajadas y las plumas cayendo por todas partes.
—En uno de los refugios secundarios que habían pasado por alto. Brittany también está bien.
—Gracias a Dios —dijo Anne.
—Me ha salvado la vida. Yo iba de camino a los jardines cuando llegaron. Si hubiera estado fuera…
—Oh, señorita —exclamó Mary.
—No se preocupe por nada —intervino Anne—. Arreglaremos la habitación en un abrir y cerrar de ojos, y tenemos un fantástico vestido nuevo para cuando esté lista. Y podemos…
—Eso no será necesario. Me voy a casa hoy. Me pondré algo sencillo y me iré dentro de unas horas.
—¿Qué? —respondió Mary, sin aliento—. Pero ¿por qué?
Me encogí de hombros.
—No ha ido bien —miré a Danni, pero no supe leer en la expresión de su rostro. Lo único que podía ver en ella era el alivio que sentía al verme con vida.
—La verdad es que yo pensaba que ganaría usted —soltó Lucy—. Desde el principio. Y después de todo lo que dijo anoche… No puedo creerme que se vaya a casa.
—Te lo agradezco mucho, pero no pasa nada. A partir de ahora, haced lo que podáis para ayudar a Kriss. Por favor, hacedlo por mí.
—Claro —dijo Anne.
—Lo que usted diga —la secundó Mary.
Danni se aclaró la garganta.
—Señoritas, si me conceden un momento… Si Lady Santana se va hoy, necesito repasar algunas medidas de seguridad. Ya que hemos llegado hasta aquí, hay que cerciorarse de que no le sucede nada hasta su marcha. Anne, quizá podría ir a buscarle toallas limpias y otras cosas. Debería irse a casa como una dama. Mary, ¿algo de comida? —ambas asintieron—. Y Lucy, ¿necesita descansar?
—¡No! —protestó ella, muy tiesa—. Puedo trabajar.
Danni sonrió.
—Muy bien.
—Lucy, ve al taller y acaba ese vestido. Nosotras vendremos enseguida a ayudarte —ordenó Anne—.
No me importa lo que diga la gente, Lady Santana. Se va a ir de aquí con estilo.
—Sí, señora —respondí.
Se fueron, y cerraron la puerta tras de sí.
Danni se acercó. Me giré hacia ella.
—Pensé que estarías muerta. Creí que te había perdido.
—Hoy no —dije, sonriendo tímidamente. Ahora que sabía el alcance de todo aquello, el único modo de mantener la calma era bromear sobre el tema.
—Me llegó tu carta. No me puedo creer que no me contaras lo del diario.
—No podía.
Cubrió el espacio que nos separaba y me pasó la mano por el cabello.
—Sann, si no me lo podías enseñar a mí, no deberías haber intentado enseñárselo a todo el país. Y esa historia de las castas… Estás loca, ¿sabes?
—Oh, sí, lo sé —respondí. Bajé la mirada al suelo, pensando en la locura de las últimas veinticuatro horas.—
¿Así que Brittany te ha echado por eso?
Suspiré.
—No exactamente. Es el rey el que me manda a casa. Aunque Brittany se me declarara en este mismo momento, no cambiaría nada. El rey dice que no, así que me voy.
—Vaya. Va a ser raro estar aquí sin ti.
—Ya —dije, resignada.
—Te escribiré —prometió—. Y te puedo enviar dinero si quieres. Tengo mucho. Podemos casarnos cuando vuelva a casa. Sé que pasará un tiempo…
—Danni —dije, interrumpiéndole. No sabía cómo explicar que me acababan de romper el corazón
—. Cuando me vaya, quiero un poco de paz, ¿vale? Necesito recuperarme de todo esto.
Ella dio un paso atrás, ofendida.
—Entonces… ¿No quieres que te escriba o te llame?
—Quizá no enseguida —respondí, intentando que no sonara tan grave—. Solo quiero pasar un tiempo con mi familia y recuperar la normalidad. Después de todo lo que he vivido aquí, no puedo…
—Espera —me interrumpió, levantando una mano. Guardó silencio un momento, leyéndome la cara
—. Aún te gusta —dedujo—. Después de todo lo que ha hecho, lo de Rachel, e incluso ahora que no hay esperanza ninguna, sigues pensando en ella.
—Ella no hizo nada, Danni. Ojalá pudiera explicarte lo de Rachel, pero di mi palabra. No estoy
resentida con Brittany. Y sé que ha acabado. Es lo mismo que sentía cuando tú rompiste conmigo.
Resopló, incrédula, echando la cabeza atrás como si no pudiera creerse lo que estaba oyendo.
—Lo digo en serio. Cuando me dejaste, la Selección se convirtió en mi salvavidas, porque sabía que al menos me daría un tiempo para superar lo que sentía por ti. Y entonces te presentaste aquí, y todo cambió. Fuiste tú la que cambiaste las cosas cuando me dejaste en la casa del árbol; y seguías pensando que, si querías, podías conseguir que las cosas volvieran a como estaban antes. No funciona así. Dame la oportunidad de ser yo quien te escoja.
A medida que las palabras iban saliéndome por la boca, supe que aquello explicaba en parte por qué las cosas estaban tan mal. Había querido a Danni tanto tiempo que estábamos dando por supuestas muchas cosas. Pero ahora todo era diferente. No era como cuando aún éramos dos don nadie de Carolina.
Habíamos visto demasiadas cosas como para fingir que volveríamos a ser los de antes, sin más.
—¿Por qué no ibas a escogerme, Sann? ¿No soy tu única candidata? —preguntó, con un tono de voz cada vez más triste.
—Sí. ¿Eso no te molesta? No quiero ser la chica con la que acabas solo porque la única otra opción ya no está disponible y porque tú nunca has considerado a ninguna otra. ¿De verdad quieres que sea tuya solo por descarte?
—No me importa cómo sea, Sann —replicó, convencia.
De pronto se me echó encima y me cogió la cara con las manos. Me besó con pasión, intentando hacerme recordar lo que era para mí. Pero yo no pude devolverle el beso.
Cuando por fin se rindió, me echó la cabeza atrás, intentando escrutar mi rostro para averiguar qué es lo que sucedía.
—¿Qué está pasando, Santana?
—¡Que tengo el corazón roto! ¡Eso es lo que pasa! ¿Cómo crees que me siento? Ahora mismo estoy muy confundida, y tú eres la única que me queda, y no me quieres lo suficiente como para dejarme respirar.
Me eché a llorar. Ella pareció calmarse.
—Lo siento, Sann —murmuró—. Es que no paro de pensar que te he perdido por un motivo u otro, y el instinto me dice que luche por ti. Es lo único que sé hacer.
Miré al suelo, intentando recomponerme.
—Puedo esperar —decidió—. Cuando estés lista, escríbeme. Sí que te quiero lo suficiente como para dejarte respirar. Después de lo de anoche, me conformo con eso. Por favor, respira.
Me acerqué a ella y dejé que me abrazara, pero la sensación fue diferente. Yo siempre había pensado que Danni estaría presente en mi vida en todo momento, y por primera vez me pregunté si de verdad sería así.
—Gracias —susurré—. Ten cuidado, Danni. No te hagas el héroe. Cuídate mucho.
Ella dio un paso atrás, asintiendo, pero no dijo nada. Me besó en la frente y se dirigió a la puerta.
Me quedé allí un buen rato, sin saber muy bien qué hacer, esperando que mis doncellas, una vez más, vinieran a darme el empujón que necesitaba.
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Mensaje por awong_snix Miér Feb 18, 2015 1:19 am



Capítulo 31


Cogí el vestido y lo levanté por el extremo.
—¿No es demasiado formal para la ocasión?
—¡En absoluto! —exclamó Mary.
Era media tarde, pero me habían hecho un vestido de noche. Era morado y muy elegante. Las mangas me llegaban hasta los codos, ya que en Carolina hacía más frío; y sobre el brazo me pusieron una capa con capucha para cuando aterrizara. El cuello alto me protegería del viento, y me habían recogido el pelo con tanta gracia… Nunca me había sentido tan guapa. Me habría gustado ver a la reina Amberly; estaba segura de que a ella también le habría impresionado.
—No quiero alargar las cosas —dije—. Ya es suficientemente duro así. Solo quiero que sepáis que estoy muy agradecida por todo lo que habéis hecho por mí. No solo por ayudarme a acicalarme, a vestirme, sino por pasar tiempo conmigo y preocuparos por mí. Nunca os olvidaré.
—Nosotras tampoco, señorita —prometió Anne.
Asentí y empecé a darme aire con la mano.
—Bueno, ya hemos llorado bastante por hoy. ¿Podéis decirle al conductor que bajo enseguida? Voy a tomarme un momento.
—Por supuesto, señorita.
—¿Sigue siendo improcedente darnos un abrazo? —preguntó Mary, mirándome a mí y luego a Anne.
—¿A quién le importa? —dijo esta, y las tres me rodearon con sus brazos una vez más.
—Cuidaos.
—Usted también, señorita —respondió Mary.
—Siempre fue una dama —añadió Anne.
Se apartaron, pero Lucy no me soltó.
—Gracias —susurró, y observé que estaba llorando—. La echaré de menos.
—Yo también a ti.
Me soltó, y las tres se fueron a la puerta, donde se quedaron una junto a la otra. Me hicieron una última reverencia y se despidieron con la mano.
Tantas veces había deseado poder irme durante las últimas semanas… Y ahora que estaba ahí, a unos segundos de mi partida, tenía miedo de que llegara el momento. Me dirigí al balcón. Miré hacia los jardines, el banco, el lugar donde Brittany y yo nos habíamos encontrado. No sabía por qué, pero sospeché que estaría allí.
No estaba. Tenía cosas más importantes que hacer que quedarse sentado pensando en mí. Toqué la pulsera que llevaba en la muñeca. En cualquier caso, ella pensaría en mí de vez en cuando, y eso me reconfortaba. Pasara lo que pasara.
Retrocedí, cerré las puertas del balcón y me dirigí al pasillo. Iba despacio, admirando la belleza del palacio por última vez, aunque estaba ligeramente alterada, con algún espejo roto aquí, con algún marco astillado allá.
Recordaba cuando había bajado por la gran escalera el primer día, confundida y agradecida al mismo tiempo. Entonces éramos muchísimas chicas.
Cuando llegué a la puerta principal, me detuve un momento. Me había acostumbrado tanto a vivir tras aquellas enormes hojas de madera que casi me parecía raro atravesarlas.
Respiré hondo y cogí la manilla.
—¿Santana?
Me giré. Brittany estaba en el otro extremo del pasillo.
—Eh —dije, con la voz apagada. No pensaba que fuera a verle otra vez.
Ella se acercó enseguida.
—Estás absolutamente impresionante.
—Gracias —dije, tocando la tela de mi último vestido.
Se hizo un breve silencio y nos quedamos allí, mirándonos. Quizá fuera aquello nada más: una última ocasión para vernos.
De pronto se aclaró la voz, recordando lo que había venido a decirme.
—He hablado con mi padre.
—¿Ah, sí?
—Sí. Estaba bastante contento al ver que no me habían matado anoche. Como puedes imaginar, la sucesión de la línea dinástica es muy importante para el. Le expliqué que estuve a punto de morir por su arranque de furia, y le dije que había encontrado un refugio gracias a ti.
—Pero yo no…
—Ya lo sé. Pero no hace falta que el lo sepa.
Sonreí.
—Entonces le conté que te dejé las cosas claras en cuanto a algunos aspectos de conducta. Tampoco hace falta que sepa que eso no es cierto; pero podrías actuar como si así fuera, si quisieras.
No sabía por qué debía actuar de ningún modo en particular, ahora que iba a estar en el otro extremo del país, pero asentí.
—Teniendo en cuenta que, por lo que el sabe, te debo la vida, ahora considera que, de algún modo, mi deseo de tenerte aquí puede estar justificado, siempre que muestres una conducta irreprochable y aprendas a estar en tu sitio.
Me le quedé mirando. No estaba muy segura de estar entendiendo bien lo que decía.
—En realidad, lo justo es dejar que Natalie se vaya. Ella no está hecha para esto; y ahora que su familia está de duelo, el mejor sitio donde puede estar es en su casa. Ya hemos hablado.
Seguía sin creerme lo que estaba oyendo.
—¿Puedo explicártelo?
—Por favor.
Brittany me cogió la mano.
—Te quedarías como miembro de la Selección y seguirías en la competición, pero las cosas serían diferentes. Probablemente mi padre se muestre duro contigo y haga todo lo que pueda para que falles.
Creo que hay formas de contrarrestar eso, pero llevará tiempo. Ya sabes lo implacable que es. Tienes que prepararte.
Asentí.
—Creo que puedo hacerlo.
—Hay más —Brittany miró a la alfombra, intentando ordenar su pensamientos—. Santana, no hay duda de que te has ganado mi corazón desde el principio. A estas alturas tienes que saberlo.
Cuando levantó la vista y me miró, pude ver en su interior, donde me vi reflejada.
—Lo sé.
—Pero lo que ahora mismo no tienes es mi confianza.
—¿Qué? —dije, sorprendida.
—Te he mostrado muchos de mis secretos, te he defendido todo lo que he podido. Pero cuando no estás contenta conmigo, actúas con rabia. Me cierras la puerta, me culpas o intentas cambiar todo el país, nada menos.
Vaya. Eso era duro de oír.
—Necesito saber que me puedo fiar de ti. Necesito saber que puedes guardarme los secretos, confiar en mis decisiones y no esconderme cosas. Necesito que seas completamente sincera conmigo y que dejes de cuestionar cada decisión que tomo. Necesito que tengas fe en mí, Santana.
Me dolió oír todo aquello, pero tenía razón. ¿Qué había hecho yo para demostrarle que podía confiar en mí? Todo el mundo a su alrededor le presionaba para que hiciera cosas. ¿No podía darle mi apoyo, sin más?
Me cogí una mano con la otra, algo incómoda.
—Tengo fe en ti. Y espero que veas que quiero seguir contigo. Pero tú también podrías haber sido más honesto conmigo.
Ella asintió.
—Quizás. Y hay cosas que quiero decirte, pero muchas de las cosas que sé son de tal importancia que no puedo compartirlas, si es que hay la mínima posibilidad de que las hagas públicas. Necesito saber que puedes hacerlo. Y necesito que te muestres completamente abierta conmigo.
Cogí aire para responder, pero la respuesta no salió de mi boca.
—Brittany, ahí estás —exclamó Kriss, apareciendo tras una esquina—. Antes no he podido preguntarte si seguía en pie lo de la cena de esta noche.
Brittany no apartó la vista de mí.
—Claro. Cenaremos en tu habitación.
—¡Estupendo!
Eso me dolió.
—¿Santana? ¿De verdad te vas? —preguntó ella, acercándose. Distinguí un brillo de esperanza en sus ojos.
Miré a Brittany, que parecía decir con su cara: «A esto es a lo que me refiero. Necesito que aceptes las consecuencias de tus acciones, o que confíes en mis decisiones».
—No, Kriss, hoy no.
—Qué bien —dijo ella, con un suspiro, y vino a darme un abrazo.
Me pregunté hasta qué punto ese abrazo me lo daba por estar Brittany delante; pero, en realidad, no importaba. Kriss era mi rival más dura, pero también era la mejor amiga que tenía allí dentro.
—Anoche me preocupé muchísimo por ti. Me alegro de que estés bien.
—Gracias, tuve suerte… —estuve a punto de añadir «porque Brittany me hizo compañía», pero presumir de algo así probablemente habría arruinado la poca confianza que me había ganado en los últimos diez segundos. Me aclaré la garganta—. Tuve suerte de que los guardias llegaran tan rápido.
—Gracias a Dios. Bueno, te veré más tarde —se giró hacia Brittany—. Y a ti te veré esta noche.
La chica se fue por el pasillo, más contenta de lo que la había visto nunca. Supongo que si yo viera a la mujer que amaba poniéndome por delante de su antigua favorita, estaría igual de contenta.
—Sé que no te gusta, pero la necesito. Si tú me dejas tirada, ella es mi mejor opción.
—No importa —respondí, encogiéndome de hombros—. No te dejaré tirada.
Le di un beso rápido en la mejilla y subí las escaleras sin mirar atrás. Unas horas antes pensaba que había perdido a Brittany definitivamente, pero, ahora que sabía lo que significaba para mí, iba a luchar por ella. Las otras chicas se quedarían con un palmo de narices.
Mientras subía la gran escalera, me sentí más animada. Probablemente tendría que preocuparme algo más por el desafío que se me presentaba, pero lo único en lo que podía pensar era en cómo lo superaría.
Quizás el rey detectara mi alegría, o quizá simplemente estuviera esperándome, pero lo cierto es que, en cuanto llegué a la segunda planta, me lo encontré en el rellano.
Se me acercó con parsimonia, haciendo alarde de su autoridad. Cuando lo tuve delante, le hice una reverencia.
—Majestad —saludé.
—Lady Santana. Parece que sigues con nosotros.
—Eso parece.
Un grupo de guardias pasó a nuestro lado, y saludaron sin pararse.
—Hablemos de negocios —dijo, con expresión severa—. ¿Qué te parece mi esposa?
Fruncí la frente, sorprendida del rumbo que tomaba la conversación. Aun así, respondí sinceramente:
—Creo que la reina es admirable. No tengo palabras para decir lo maravillosa que es.
Asintió.
—Es una mujer única. Bella, evidentemente, pero también humilde. Tímida, pero no hasta el punto de la cobardía. Obediente, afable y una gran conversadora. Da la impresión de que, aunque nació en la pobreza, estaba destinada a ser reina —hizo una pausa y me miró, observando mi expresión de admiración—. No se puede decir lo mismo de ti.
Intenté mantener la calma.
—No eres más guapa que la mayoría. Pelirroja, algo pálida y supongo que no tienes mal tipo; pero desde luego nada que ver con Kitty. En cuanto a tu carácter… —cogió aire—. Eres maleducada, tosca; y la única vez que se te ocurre hacer algo en serio, atacas la esencia de nuestro país. Absolutamente irresponsable. Y eso por no hablar de tu porte descuidado. Kriss es mucho más encantadora y agradable.
Apreté los labios, decidida a no llorar. Me recordé a mí misma que todo eso ya lo sabía.
—Y, por supuesto, tenerte en la familia no supone ningún beneficio político. No eres de una casta tan baja que inspire admiración, ni tampoco tienes contactos. Elise, en cambio, resultó muy útil para nuestro viaje a Nueva Asia.
Me pregunté hasta dónde sería verdad eso, si en realidad no llegaron a contactar con su familia. Quizás había algo más que yo no sabía. O tal vez todo aquello fuera una exageración para hacerme sentir poca cosa. Si ese había sido su objetivo, había hecho un gran trabajo.
Sus ojos se plantaron en los míos.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Tragué saliva.
—Supongo que tendría que preguntárselo a Brittany.
—Te lo pregunto a ti.
—Ella quiere que me quede —dije, con decisión—. Y yo quiero quedarme. Mientras coincidan esas dos cosas, me quedo.
El rey hizo una mueca.
—¿Cuántos años tienes? ¿Dieciséis? ¿Diecisiete?
—Diecisiete.
—Supongo que no sabes mucho sobre la vida; de hecho no deberías, si estás aquí. Déjame que te diga que pueden ser muy inconstantes. No querrás poner en ella todo tu afecto, cuando, en cualquier momento, puede pasar algo que lo aparte de ti para siempre.
Hice una mueca de extrañeza; no estaba muy segura de qué quería decir.
—Yo tengo ojos por todo el palacio. Sé que hay chicas que le ofrecen mucho más de lo que te puedes imaginar. ¿Crees que alguien tan vulgar como tú tiene alguna oportunidad, comparada con ellas?
¿Chicas? ¿En plural? ¿Quería decir que había pasado algo más que lo que yo había visto en el pasillo entre Brittany y Kitty? ¿Tan inocentes eran nuestros besos de la noche anterior, comparados con las otras experiencias que estaba teniendo?
Brittany me había dicho que quería ser honesta conmigo. ¿Acaso me ocultaba algo?
Tenía que confiar en ella.
—Si eso es cierto, Brittany dejará que me vaya cuando llegue el momento, y, en ese caso, usted no tiene nada de que preocuparse.
—¡Claro que me preocupo! —rugió, y luego bajó la voz—. Si en un arranque de estupidez Brittany acaba escogiéndote a ti, tus tonterías nos pueden costar muy caras. ¡Décadas, generaciones de trabajo perdidas solo porque se te ocurrió hacerte la heroína!
Acercó su rostro al mío hasta tal punto que tuve que dar un paso atrás, pero ella se volvió a aproximar, dejando muy poco espacio entre nosotras. Hablaba en voz baja pero con dureza, y daba aún más miedo que cuando gritaba.
—Vas a tener que aprender a controlar esa lengua. Si no, tú y yo seremos enemigos. Y créeme: no te conviene tenerme como enemigo.
Con un dedo cargado de rabia me señalaba la mejilla. Sería capaz de hacerme trizas en aquel mismo momento. Y aunque hubiera alguien cerca, ¿qué iban a hacer? Nadie se atrevería a protegerme del rey.
—Lo entiendo —respondí, intentando mantener un tono sereno.
—Excelente —dijo. De pronto, adoptó una voz alegre—. Entonces te dejaré para que te vuelvas a instalar. Buenas tardes.
Me quedé allí, y hasta que se alejó no me di cuenta de que estaba temblando. Cuando me decía que mantuviera la boca cerrada, supuse que se refería incluso a no mencionarle esa conversación a Brittany.
Así que de momento no lo haría. Estaba segura de que aquello era una prueba para saber hasta dónde podía presionarme, y decidí mostrarme inquebrantable.
Mientras le daba vueltas en la cabeza, algo cambió en mi interior. Estaba nerviosa, sí, pero también furiosa.
¿Quién era ese hombre para darme órdenes? Sí, era el rey; pero, en realidad, no era más que un tirano. De algún modo se había convencido de que, manteniendo a todo el mundo a su alrededor oprimido y silenciado, nos hacía un favor a todos. ¿Qué podía tener de bueno verse obligado a vivir en un rincón de la sociedad? ¿Qué podía tener de bueno que todo el mundo en Illéa tuviera límites, todos menos ella?
Pensé en Brittany, escondiendo a Rachel en las profundidades de las cocinas. Aunque yo no durara mucho más tiempo allí, sabía que ella haría mucho mejor papel que su padre. Al menos era capaz de sentir compasión.
Seguí respirando lentamente y, cuando recuperé la compostura, me puse de nuevo en marcha. Llegué a mi habitación y me apresuré a apretar el botón de llamada de mis doncellas. Antes de lo que me imaginaba, Anne, Mary y Lucy se presentaron a la carrera, casi sin aliento.
—¿Señorita? —preguntó Anne—. ¿Pasa algo malo?
—No —dije, sonriendo—, a menos que consideres que es malo que me quede.
Lucy soltó un chillido de alegría.
—¿De verdad?
—De verdad.
—Pero ¿cómo? —preguntó Anne—. Pensé que había dicho…
—Lo sé, lo sé. Es difícil de explicar. Lo único que puedo deciros es que me han dado una segunda oportunidad. Brittany me importa, y voy a luchar por ella.
—¡Qué romántico! —exclamó Mary.
Lucy se puso a dar palmas.
—¡Chis! —exclamó Anne, para hacer que se callaran.
Había esperado que se alegrara por la noticia, así que no entendía aquella mirada tan seria.
—Si queremos que gane, necesitamos un plan —dijo, con una sonrisa diabólica, y yo la imité.
Nunca había conocido a nadie tan organizado como aquellas chicas. Con ellas de mi lado, sentí que perder era algo imposible.

____________________________________________________________________________

Aqui termina el segundo libro de la serie ya solo falta uno


Dejen sus comentarios como siempre y gracias

PD: Para los que siguen mis otras historias

Existence solo falta el final lo subire el viernes

La seleccion (libro 1, 1.5, y 2 terminado, tercero en proceso, viernes final )

Amor accidental (terminar)

Ven a buscarme (terminar)

Buenos negocios (terminar)

Entre sabanas (libro 1 terminado el segundo y tercero los subiré juntos )

Primero contestare sus comentarios y después subiré las historias hasta llegar a los finales que estarán el viernes después del capitulo y si prometo que los subiré minutos después del final del capitulo 6x08
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Mensaje por minerva ortiz Miér Feb 18, 2015 3:53 am

Exelente.....ya quiero que santana se de cuenta de que a quien quiere es a brittany.
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Mensaje por 3:) Miér Feb 18, 2015 1:14 pm

holap,...

me gusto que volvieras,..
uff lo que le pide britt a san es confianza "ciega" a lo que va a pasar o hacer,... ese es un gran paso,...
espero que san no tarde mucho en darse cuenta de que de verdad quiere a birtt!!!

nos vemos!!!
3:)
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Mensaje por bslyforever27 Miér Feb 18, 2015 1:53 pm

Hooli:)

espero que todo vaya bien entre las Brittana y que San se de cuenta lo antes posible de lo que siente por Brit porque si no al final la va a perder....

esperando con ansias la actualizacion!! Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/  LA ELEGIDA / TERMINADO  - Página 7 2145353087
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Mensaje por micky morales Miér Feb 18, 2015 9:48 pm

me molesta que brittany tenga que recurrir a las otras chicas por si san le falla, tardaste bastante pero al haber terminado el segundo libro eso se olvido por completo asi que hasta pronto!
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Mensaje por awong_snix Jue Feb 19, 2015 1:05 am

minerva ortiz escribió:Exelente.....ya quiero que santana se de cuenta de que a quien quiere es a brittany.

Hola pues aqui viene la respuesta pero deberan esperar al viernes para saber que es lo que ocurrira. A continuacion el libro numero 3
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Activo Re: Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/ LA ELEGIDA / TERMINADO

Mensaje por awong_snix Jue Feb 19, 2015 1:06 am

3:) escribió:holap,...

me gusto que volvieras,..
uff lo que le pide britt a san es confianza "ciega" a lo que va a pasar o hacer,...  ese es un gran paso,...
espero que san no tarde mucho en darse cuenta de que de verdad quiere a birtt!!!

nos vemos!!!

Ya veras que nos depara el final de este libro... no te lo pierdas
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Mensaje por awong_snix Jue Feb 19, 2015 1:07 am

bslyforever27 escribió:Hooli:)

espero que todo vaya bien entre las Brittana y que San se de cuenta lo antes posible de lo que siente por Brit porque si no al final la va a perder....

esperando con ansias la actualizacion!! Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/  LA ELEGIDA / TERMINADO  - Página 7 2145353087


A continuacion el libro #3 y final de la serie pero recuerda el final sera el dia viernes en cuanto termine el capitulo de glee
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Mensaje por awong_snix Jue Feb 19, 2015 1:09 am

micky morales escribió:me molesta que brittany tenga que recurrir a las otras chicas por si san le falla, tardaste bastante pero al haber terminado el segundo libro eso se olvido por completo asi que hasta pronto!


Como dije antes una disculpa, al final tal vez pueda decirlo, pero por el momento como prometi terminar la historia lo are. Por que es cierto tal vez este sea el ultimo capitulo de Glee para muchos pero sera con final feliz para quien quiere Brittana.
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Mensaje por awong_snix Jue Feb 19, 2015 1:12 am



LA ELEGIDA




La situación en palacio es cada vez más peligrosa. Los rebeldes atacan tanto por el norte como por el sur y Santana, las chicas que siguen en la Selección y
Brittany se encuentran en verdadero peligro. Mientras esta situación se vuelve cada vez más aluciante, la disyuntiva en la que se encuentra Santana tampoco es mucho mejor: debe escoger entre su primer amor, Danni, y la princesa Brittany, quien poco a poco ha ido conquistándola. Eso sin tener en cuenta que la princesa debe escogerla a ella también de entre las seleccionadas que podrían convertirse en su esposa y que aún permanecen en palacio.
Luchas políticas, amor, violencia, dudas… Santana deberá tomar decisiones que cambiarán el curso no solo de su vida, sino de todo aquel que la rodea.
La elegida es el trepidante desenlace de la trilogía La Selección.
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Mensaje por awong_snix Jue Feb 19, 2015 1:13 am


Capítulo 1



Estábamos en el Gran Salón, soportando una nueva lección de protocolo, cuando unos ladrillos atravesaron la ventana. Elise se lanzó al suelo y se arrastró en dirección a la puerta lateral, sollozando. Kitty soltó un chillido y corrió a toda prisa hacia la parte de atrás, librándose por poco de una lluvia de cristales. Kriss me agarró del brazo y tiró de mí, y yo salí corriendo tras ella en dirección a la puerta.
—¡Rápido, señoritas! —gritó Tina.
Apenas unos segundos después, los guardias ya se habían apostado junto a las ventanas y habían empezado a disparar; el ruido resonaba en mis oídos como un eco.
Fuera con armas de fuego o con piedras, cualquier ataque en las proximidades del palacio significaba la muerte para los agresores. No había clemencia para ellos.—
Odio correr con estos zapatos —murmuró Kriss, con el vestido recogido sobre el brazo y la mirada puesta en el otro extremo del salón.
—Pues una de nosotras va a tener que acostumbrarse a hacerlo —dijo Kitty con la voz entrecortada.
Levanté la mirada al cielo.
—Si soy yo, pienso llevar zapatillas deportivas todos los días. Ya estoy harta.
—¡Menos charlar! ¡Muévanse! —nos ordenó Tina.
—¿Cómo vamos a bajar desde aquí? —preguntó Elise.—
¿Y Brittany? —añadió Kriss, jadeando.
Tina no respondió. La seguimos por un laberinto de pasillos, buscando un pasaje al sótano, observando a los guardias que nos cruzábamos y que corrían en sentido contrario. No pude evitar admirarlos, asombrada por su valor. Corrían hacia el peligro para proteger a otras personas.
Los guardias que pasaban a nuestro lado me parecían todos iguales, hasta que un par de ojos verdes se cruzaron con los míos. Danni no parecía asustada ni nerviosa. Había un problema y se disponía a ponerle solución. Así era ella, sin más.
El cruce de miradas fue rápido, pero bastó. Con Danni era así. En una décima de segundo, sin una palabra de por medio, podía decirle: «Ten cuidado y no te pongas en peligro». Y, sin decir nada, ella respondía:
«Lo sé. Tú preocúpate de ponerte a salvo».
Aunque no tenía grandes problemas con las cosas que no hacía falta que nos dijéramos, no me iba tan bien con las cosas que sí nos decíamos en voz alta. Nuestra última conversación no había sido precisamente agradable. Yo había estado a punto de abandonar el palacio y le había pedido que me diera algo de espacio para superar lo de la Selección. Sin embargo, al final me había quedado y no le había dado explicación alguna.
Quizá se le estuviera acabando la paciencia conmigo, esa habilidad que tenía para ver solo lo mejor de mí. Y yo tenía que hacer algo para arreglarlo. No podía imaginarme una vida sin Danni. Incluso ahora, que esperaba que Brittany me eligiera a mí, un mundo sin ella me resultaba inimaginable.
—¡Aquí está! —exclamó Tina, empujando un panel oculto en una pared.
Emprendimos el descenso por las escaleras, con Elise y Tina a la cabeza.
—¡Por Dios, Elise, aligera! —gritó Kitty.
Me habría gustado poder enfadarme con ella por su mal carácter, pero sabía que todas estábamos pensando lo mismo.
A medida que nos sumergíamos en la oscuridad, intentaba hacerme a la idea de las horas que perderíamos, ocultas como ratones. Seguimos bajando.
El ruido de nuestras pisadas cubría el de los disparos, hasta que una voz de hombre sonó en lo alto de las escaleras.
—¡Alto!
Kriss y yo nos giramos a la vez, a la expectativa, hasta que distinguimos el uniforme.
—¡Parad! —dijo ella—. ¡Es un guardia!
Nos detuvimos, respirando con fuerza. Por fin llegó a nuestra altura, jadeando ella también.
—Lo siento, señoritas. Los rebeldes han salido corriendo en cuanto han oído los primeros disparos.
Supongo que hoy no tendrían ganas de guerra.
Tina se pasó las manos por el vestido para alisárselo y habló por nosotras:
—¿Ha decidido el rey que es seguro? Si no, está poniendo usted a estas chicas en peligro.
—El jefe de la guardia ha dado la orden. Estoy seguro de que su majestad…
—Usted no habla por el rey. Venga, señoritas, sigan adelante.
—¿En serio? —pregunté—. ¿Vamos a bajar ahí para nada?
Me echó una mirada que habría bastado para dejar helados a los rebeldes, por lo que decidí cerrar la boca. Entre Tina y yo se había creado cierta amistad, ya que ella, sin saberlo, me había ayudado a distraerme de Brittany y Danni con sus clases extra. Pero después de mi pequeño tropiezo en el Report unos días antes, parecía que aquello había quedado en nada. Se giró hacia el guardia:
—Tráigame una orden oficial del rey. Entonces volveremos. Sigan caminando, señoritas.
El guardia y yo intercambiamos una mirada exasperada y cada uno se fue por su lado.
Tina no se mostró en absoluto arrepentida cuando, veinte minutos más tarde, vino otro guardia y nos anunció que podíamos subir cuando quisiéramos.
Estaba tan furiosa con toda aquella situación que no esperé a Tina ni a las demás. Subí las escaleras, salí a la planta baja por la primera puerta que encontré y seguí hasta mi habitación, con los zapatos aún en la mano. Mis doncellas no estaban, pero había una bandejita de plata sobre la cama, con un sobre encima.
Reconocí inmediatamente la escritura de May y rompí el sobre para abrirlo enseguida, devorando sus palabras:


Sann:
¡Somos tías! Astra está perfectamente. Ojalá estuvieras aquí para verla en persona, pero todos entendemos que ahora mismo tienes que quedarte en palacio. ¿Crees que podremos vernos en Navidad? ¡Ya no falta tanto! Tengo que volver para ayudar a
Kenna y James.
¡La niña es monísima! Aquí tienes una foto. ¡Te queremos!
MAY



La fotografía estaba detrás de la nota. Era una imagen satinada en la que aparecía toda la familia, salvo Kota y yo. James, el marido de Kenna, parecía eufórico, junto a su esposa y a su hija, con los ojos hinchados. Kenna estaba sentada en la cama, con aquel bultito rosa en los brazos, encantada y al mismo tiempo exhausta. Papá y mamá estaban radiantes de orgullo, y el entusiasmo de May y de Gerad también resultaba evidente. Por supuesto, Kota no se había presentado; no tenía nada que ganar. Pero yo debería haber estado allí.
Y no estaba.
Estaba aquí. Y a veces no entendía por qué. Brittany seguía viéndose con Kriss, a pesar de todo lo que había hecho para que me quedara. Los rebeldes no dejaban de lanzar ataques desde el exterior, poniendo en riesgo nuestra seguridad, y allí dentro el trato gélido que me dispensaba el rey mermaba mi confianza tanto o más que los ataques. Además estaba Danni, siempre presente, algo que tenía que mantener en secreto. Y todas aquellas cámaras por todas partes, robándonos pedacitos de vida para entretener al pueblo. Me veía presionada por todos lados, y me estaba perdiendo todo lo que siempre me había importado.
Reprimí unas lágrimas de rabia. Estaba cansada de llorar. Lo que había que hacer era tomar medidas. El único modo de arreglar las cosas era que la Selección llegara a su fin.
Aunque de vez en cuando aún me preguntaba si realmente quería ser la princesa, no tenía ninguna duda de que quería estar con Brittany. Así pues, no podía quedarme sentada a esperar que ocurriera. Me puse a caminar arriba y abajo, recordando mi última conversación con el rey, esperando a que llegaran mis doncellas.
Apenas podía respirar, así que sabía que la comida no me entraría. Pero valía la pena el sacrificio.
Necesitaba avanzar y tenía que hacerlo rápido. Según el rey, las otras chicas estaban acercándose cada vez a Brittany —físicamente—, y me había dejado claro que yo era demasiado vulgar como para poder competir en ese terreno.
Como si mi relación con Brittany no fuera lo bastante complicada, se presentaba un nuevo problema: el de recuperar su confianza. Y no estaba segura de si eso significaba que no debía hacer preguntas. Aunque estaba bastante segura de que no era cierto que hubiera llegado muy lejos físicamente con las otras chicas, no podía evitar preguntármelo. Nunca había intentado usar mis armas de seducción —prácticamente todos los momentos de intimidad que había tenido con Brittany habían surgido sin proponérnoslo—, pero tenía la esperanza de que, si lo hacía a propósito, dejaría claro que tenía, cuando menos, el mismo interés en ella que las demás.
Respiré hondo, levanté la barbilla y, decidida, me dirigí al comedor. Llegué uno o dos minutos tarde, deliberadamente, con la esperanza de que todos estuvieran ya sentados. Calculé bien. Y obtuve una reacción mejor de la esperada.
Saludé con una reverencia, echando la pierna atrás, de modo que se abriera la raja del vestido, dejando a la vista casi todo el muslo. El vestido era de un rojo intenso, sin tirantes y prácticamente con toda la espalda al descubierto. Estaba segura de que mis doncellas habían usado poderes mágicos para conseguir que no se cayera con tan pocos apoyos. Levanté la cabeza y crucé la mirada con Brittany, que —observé— había dejado de masticar. A alguien se le cayó el tenedor.
Bajé la vista y me dirigí a mi asiento, junto a Kriss.
—¿Y eso, Santana? —me susurró ella.
—¿Perdón? —respondí, inclinando la cabeza en su dirección, fingiendo no entender.
Dejó los cubiertos sobre el plato y ambas nos miramos a los ojos.
—Estás muy ordinaria.
—Bueno, pues tú estás celosa.
Debí de dar casi en el blanco, porque se ruborizó un poco antes de volver a su plato. Le di algunos bocaditos al mío, sin poder tragar mucho por la presión del vestido. Cuando me colocaron el postre delante, decidí dejar de evitar a Brittany, que, tal como esperaba, tenía los ojos puestos en mí. Miré por un momento al rey Pierce e intenté no sonreír. Estaba furioso; había vuelto a conseguirlo.
Fui la primera en excusarme y abandonar la sala; así Brittany podría admirar la parte trasera de mi vestido. Me dirigí enseguida a mi habitación. Cerré la puerta tras de mí y, de inmediato, me bajé la cremallera del vestido, desesperada por respirar.
—¿Cómo ha ido? —preguntó Mary, acercándose a toda prisa.
—Parecía impresionada. Todos lo parecían.
Lucy reprimió un chillidito de alegría. Anne acudió a ayudar a Mary.
—Nosotras lo sostenemos. Usted dé un paso adelante
—me indicó. Hice lo que me dijo—. ¿Va a venir esta noche?
—Sí. No estoy segura de cuándo, pero sin duda vendrá —respondí, sentada en el borde de la cama, con los brazos cruzados sobre el vientre para evitar que se me cayera el vestido de las manos. Anne puso cara de tristeza.
—Siento que tenga que estar incómoda unas horas más. Pero estoy segura de que valdrá la pena.
Sonreí, intentando dar la impresión de que soportaba bien el dolor. Les había dicho a mis doncellas que quería llamar la atención de Brittany. Lo que no les había contado es que, con un poco de suerte, esperaba que aquel vestido acabara en el suelo.
—¿Quiere que nos quedemos hasta que llegue? — preguntó Lucy, con un entusiasmo desbordante.
—No, solo necesito que me ayudéis a enfundarme de nuevo esto. Tengo que pensar unas cuantas cosas a fondo
—respondí, poniéndome de pie para que pudieran ayudarme.
Mary agarró la cremallera.
—Coja aire, señorita.
Obedecí. Sentir de nuevo la presión del vestido me hizo pensar en un soldado que se preparara para la guerra. Diferente armadura, pero el mismo fin.
Y, esa noche, el enemigo al que debía derrotar era una sola.

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Mensaje por awong_snix Jue Feb 19, 2015 1:14 am


Capítulo 2



Abrí las puertas del balcón para que el aire entrara en mi cuarto y limpiara el ambiente. Aunque era diciembre, soplaba una suave brisa que me hacía cosquillas en la piel. Ya no se nos permitía salir, ni siquiera acompañadas de guardias, así que tendría que conformarme con aquello.
Me paseé nerviosa por la habitación, encendiendo velas, intentando crear un ambiente acogedor. Porfin llamaron a la puerta. Apagué la cerilla. Salté a la cama, cogí un libro y extendí mi vestido. Porque claro, Brittany, así era como me ponía yo siempre para leer.
—Adelante —dije, levantando la voz lo mínimo como para que me oyera.
Brittany entró y yo levanté la cabeza ligeramente, observando su gesto de sorpresa al pasear la mirada por la habitación en penumbra. Por fin me miró y sus ojos fueron subiendo desde la pierna que tenía a la vista.
—¡Hola! —dije yo, cerrando el libro y poniéndome en pie para saludarle.
Ella cerró la puerta y entró, sin poder apartar la mirada de mis curvas.
—Solo quería decirte que hoy tienes un aspecto fantástico.
Me eché el pelo atrás con un gesto despreocupado.
—Oh, ¿esto? Estaba en el fondo del armario; no sabía ni que lo tenía.
—Pues me alegro de que lo hayas sacado.
Le cogí de la mano y nuestros dedos se entrecruzaron.
—Ven a sentarte. Últimamente no nos hemos visto mucho.
—Sí, lo siento —dijo ella con un suspiro, siguiéndome—. La situación se ha complicado un poco al perder a tanta gente en el último ataque rebelde, y ya sabes cómo es mi padre. Hemos enviado bastantes guardias a proteger a vuestras familias, y no tenemos suficientes hombres, así que está de peor humor que nunca. Y me presiona para que pongafin a la Selección, pero yo no quiero ceder. Necesito tiempo para pensármelo bien.
Nos sentamos en el borde de la cama. Me acerqué a ella.
—Claro. Deberías ser tú quien lo decidiera.
—Exacto —asintió—. Sé que lo he dicho mil veces, pero, cuando me presionan, me pongo de los nervios.
—Ya —dije, frunciendo los labios.
Ella hizo una pausa y puso una cara que no supe interpretar. Estaba intentando decidir cómo acelerar las cosas sin que tuviera la impresión de que le presionaba, pero no estaba segura de cómo crear una situación romántica, por así decirlo.
—Sé que es una tontería, pero hoy mis doncellas me han puesto un nuevo perfume. ¿Te parece demasiado intenso? —pregunté, ladeando el cuello para que pudiera acercarse y aspirarlo.
Ella se acercó. Su nariz rozó un trocito de mi piel.
—No, cariño; es estupendo —dijo, con la boca aún en la curva entre el cuello y el hombro. Entonces me besó allí mismo.
Tragué saliva, intentando no perder la concentración.
No podía distraerme.
—Me alegro de que te guste. Te he echado mucho de menos.
Sentí su mano recorriéndome la espalda y bajé la cara. Ahí estaba, mirándome a los ojos; nuestros labios estaban apenas a unos milímetros de distancia entre sí.
—¿Cuánto me has echado de menos? —susurró. Aquella mirada y el susurro de su voz hicieron que mi corazón diera un respingo.
—Mucho —le susurré—. Mucho, mucho.
Me eché adelante, deseando que me besara. Brittany parecía segura de sí misma, acercándome a ella con la mano que tenía en mi espalda y acariciándome el cabello con la otra. Mi cuerpo quería fundirse en un beso, pero el vestido me lo impedía. Entonces, de pronto nerviosa otra vez, recordé mi plan.
Deslizando las manos por los brazos de Brittany, guie sus dedos hasta la cremallera en la parte trasera de mi vestido, esperando que con eso bastara.
Sus manos se quedaron allí un momento; sin embargo, cuando estaba a punto de decirle que bajara la cremallera, soltó una carcajada.
Aquella risa me hizo reaccionar de pronto.
—¿Qué es tan divertido? —pregunté, horrorizada, intentando buscar la manera de recuperar el aliento sin que se notara.
—¡De todo lo que has hecho en palacio, esto es sin duda lo más divertido! —respondió Brittany, encogiéndose y dándose una palmada en la rodilla, como si no pudiera dominar la risa.
—¿Cómo dices?
Me dio un beso en la frente, con fuerza.
—Siempre me había preguntado cómo sería cuando lo intentaras —dijo, y se echó a reír de nuevo—. Lo siento, tengo que irme. —Hasta su postura denotaba lo bien que se lo estaba pasando—. Te veré por la mañana.
Y entonces se fue. ¡Se fue, sin más! Me quedé allí sentada, mortificada. ¿Qué me había hecho pensar que podía conseguirlo? Vale, Brittany no lo sabía todo de mí, pero por lo menos conocía mi forma de ser… y desde luego que yo no era así.
Me quedé mirando aquel vestido ridículo. Era muy exagerado. Ni siquiera Kitty habría llegado tan lejos. Llevaba el cabello demasiado arreglado, un maquillaje excesivo. Brittany había sabido lo que yo intentaba hacer desde el momento en que había entrado por la puerta.
Suspirando, me paseé por la habitación, apagando velas y preguntándome qué cara poner al día siguiente, cuando le viera.

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