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Mensaje por awong_snix Vie Jun 20, 2014 9:42 pm

CAPÍTULO 5
La semana siguiente llegué antes que Danniel a la casa del árbol.
Me costó un poco subir en silencio con todo lo que quería llevar, pero lo conseguí. Estaba recolocando los platos una vez más cuando oí que alguien trepaba por el árbol.
—¡Buh!
Danniel se sobresaltó y se rio. Encendí la vela nueva que había comprado para la ocasión. Ella cruzó la casa del árbol para darme un beso y, al momento, me puse a contarle todo lo que había sucedido durante la semana.
—No te he contado lo de las inscripciones —le solté, muy animada.
—¿Cómo fue? Mamá me dijo que estaba hasta los topes.
—Fue una locura, Danniel. ¡Deberías haber visto cómo iban vestidas algunas! Y ya sabrás que de sorteo no tiene nada. Así que tenía razón. Hay gente mucho más interesante que yo en Carolina para elegir, de modo que todo esto se queda en nada.
—De todos modos te agradezco que lo hicieras. Significa mucho para mí —dijo, sin apartar su mirada. Ni siquiera se había molestado en echar un vistazo a la casa del árbol. Se me comía con los ojos, como siempre.
—Bueno, lo mejor es que, como mi madre no tenía ni idea de que ya te lo había prometido a ti, me sobornó para que firmara.
No pude contener una sonrisa. Aquella semana, las familias ya habían empezado a celebrar fiestas en honor de sus hijas, convencidas de que la suya sería la elegida para la Selección. Había cantado en nada menos que siete celebraciones. Incluso una noche había actuado un par de veces. Y mamá había cumplido con su palabra. Tener dinero propio era una sensación liberadora.
—¿Te sobornó? ¿Con qué? —preguntó Danniel, con el rostro iluminado.
—Con dinero, por supuesto. ¡Mira, te he preparado un festín!
Me separé de ella y empecé a sacar platos. Había preparado cena de más con la intención de que sobrara para ella, y llevaba días horneando pastitas. De todos modos, May y yo sufríamos de una terrible adicción a los dulces, así que ella estaba encantada de que yo me dedicara a gastar mi dinero en eso.
—¿Qué es todo esto?
—Comida. La he hecho yo misma —dije, henchida de orgullo.
Por fin, aquella misma noche, Danniel podría irse a la cama con el estómago lleno. Pero su sonrisa se desvaneció al ir descubriendo un plato tras otro.
—Danniel, ¿pasa algo?
—Esto no está bien. —Sacudió la cabeza y apartó la mirada de la comida.
—¿Qué quieres decir?
—Santana, se supone que soy yo quien tiene que cuidarte. Me resulta humillante venir aquí y que tú tengas que hacer todo esto.
—Pero si siempre te traigo comida…
—Unos cuantos restos. ¿Te crees que no me doy cuenta? No pasa nada por que me quede con algo que tú no quieres. Pero que seas tú… Se supone que soy…
—Danniel, tú me das cosas constantemente. Tengo todos mis céntimos…
—¿Los céntimos? ¿De verdad crees que sacar eso, precisamente ahora, es una buena idea? En serio, Santana, ¿no te das cuenta? Odio la idea de no poder pagar por escuchar tus canciones, como los demás.
—¡Tú no tendrías que pagarme nada en absoluto! Es un regalo. ¡Todo lo mío es tuyo! —Sabía que teníamos que ir con cuidado, no levantar la voz. Pero en aquel momento no me importaba.
—No quiero caridad, Santana. Soy la mujer que cuidara a su familia. Se supone que soy yo quien debe mantenerte.
Danniel se llevó las manos a la cabeza. Respiraba aceleradamente. Como siempre, estaba reconsiderando su postura. Pero esta vez había algo diferente en su mirada. En lugar de irse centrando, se le veía más y más confundida. Mi rabia fue desvaneciéndose al verla ahí, tan perdida. Me sentí culpable. Mi intención era darle un capricho, no humillarle.
—Yo te quiero —susurré.
Ella meneó la cabeza.
—Yo también te quiero, Santana. —Pero no me miraba a la cara.
Recogí un poco del pan que había hecho y se lo puse en la mano. Tenía demasiada hambre como para no darle un bocado.
—No quería herir tu orgullo. Pensé que te gustaría.
—No es eso, Sann; me encanta. No me puedo creer que hayas hecho todo esto por mí. Es solo que… no sabes cuánto me molesta que yo no pueda hacerlo por ti. Te mereces algo más.
Gracias a Dios, siguió comiendo mientras hablaba.
—Tienes que dejar de pensar en mí de ese modo. Cuando estamos juntas, yo no soy una Cinco y tú no eres un Seis. Somos simplemente Danniel y Santana. No quiero nada más, solo estar contigo.
—Pero es que no puedo cambiar mi modo de pensar. —Me miró—. Así es como me educaron. Desde que era pequeña, aprendí que «los Seises han nacido para servir» y que «los Seises deben pasar desapercibidos». Toda mi vida, he aprendido a ser invisible. —Me agarró la mano con la fuerza de una tenaza—. Si estás conmigo, Sann, tú también tendrás que aprender a ser invisible. Y no quiero eso para ti.
—Danniel, ya hemos hablado de eso. Sé que las cosas serán de otro modo, y estoy preparada. No sé cómo decírtelo más claro. —Le puse la mano sobre el corazón—. Estoy preparada para darte el sí en el momento en que me lo pidas.
Resultaba aterrador exponerse de aquel modo, dejar absolutamente claro hasta dónde llegaban mis sentimientos. Ella sabía lo que le estaba diciendo. Pero si ponerme en una posición vulnerable le ayudaba a encontrar el valor, lo soportaría. Sus ojos buscaron los míos. Si buscaba la sombra de una duda, estaba perdiendo el tiempo. Danniel era lo único de lo que estaba segura en la vida.
—No.
—¿Qué?
—No —repitió, y aquella palabra me cayó como una bofetada.
—¿Danniel?
—No sé cómo he podido engañarme y pensar que esto podría funcionar. —Se pasó los dedos por entre el cabello otra vez, como si estuviera intentando recopilar todos los pensamientos que tenía sobre mí en la cabeza.
—Pero si acabas de decirme que me quieres…
—Y te quiero, Sann. De eso se trata. No puedo convertirte en alguien como yo. No soporto la idea de que llegue a verte pasar hambre, frío o miedo. No puedo convertirte en una Seis.
Sentí que estaba a punto de llorar. No querría decir eso. No podía ser. Pero antes de que pudiera pedirle que lo retirara, se encaminó hacia la salida de la casa del árbol.
—¿Adónde…, adónde vas?
—Me voy. Me voy a casa. Siento haberte hecho esto, Santana. Hemos acabado.
—¿Qué?
—Hemos acabado. No volveré por aquí nunca más. No de este modo.
—Danniel, por favor —insistí, con lágrimas en los ojos—. Hablemos del tema. Sé que estás confusa.
—Estoy más confuso de lo que te imaginas, pero no estoy enfadado contigo. Es simplemente que no puedo hacerlo, Sann. No puedo.
—Danniel, por favor…
Me agarró con fuerza y me besó —un beso de verdad— por última vez. Luego desapareció entre la oscuridad. Y como vivíamos en el país en el que vivíamos, con todas esas reglas que hacían que nos tuviéramos que ocultar, no pude siquiera llamarle, no pude gritarle, aunque fuera por última vez, que le amaba.
Pasaron los días. Estaba claro que mi familia se daba cuenta de que sucedía algo, pero debían de suponer que estaba nerviosa por la Selección. Quise llorar mil veces, pero me contuve. Solo tenía ganas de que llegara el viernes, para que emitieran el Capital Report y para que, tras hacerse públicos los nombres de las elegidas, todo volviera a ser como antes.
Me imaginé la escena: cómo anunciarían el nombre de Celia o Kamber, y la cara de mi madre, decepcionada, pero no tanto como si hubieran elegido a una desconocida. Papá y May estarían contentos por las chicas; toda la familia tenía una relación próxima con la suya. Sabía que Danniel estaría pensando en mí igual que yo pensaba en ella. Estaba segura de que se presentaría por allí antes de que acabara el programa, para rogar que le perdonara y pedir mi mano. Sería algo prematuro, ya que las chicas no tendrían nada seguro, pero podría aprovechar la emoción general del día. Probablemente aquello suavizaría mucho las cosas.
En mi imaginación, todo salía perfectamente. En mi imaginación, todo el mundo era feliz…
Faltaban diez minutos para que empezara el Report, y ya estábamos todos preparados. Estaba segura de que no éramos los únicos que no queríamos perdernos ni un segundo del anuncio.
—¡Recuerdo cuando eligieron a la reina Amberly! Sabía desde el principio que iba a conseguirlo —dijo mamá, que estaba haciendo palomitas, como si aquello fuera una película.
—¿Tú participaste en el sorteo, mamá? —preguntó Gerad.
—No, cariño. A mamá le faltaban dos años para la edad mínima. Pero tuve mucha suerte, porque encontré a tu padre.
Sonrió y le guiñó el ojo a papá. Vaya. Debía de estar de muy buen humor. No recordaba la última vez que había tenido un gesto de afecto similar hacia papá.
—La reina Amberly es la mejor reina de la historia. Es tan guapa, y tan lista… Cada vez que la veo en la tele, me dan ganas de ser como ella —dijo May, suspirando.
—Es una buena reina —me limité a añadir yo.
Por fin llegaron las ocho. El escudo nacional apareció en la pantalla, acompañado de la versión instrumental del himno. ¿Podía ser que estuviera temblando? Tenía unas ganas terribles de que aquello se acabara.
Apareció el rey, que puso al país al corriente de la guerra, con pocas palabras. El resto de los comunicados también fueron cortos. Daba la impresión de que todo el mundo estaba de buen humor. Supuse que para ellos también debía de ser emocionante.
Por fin apareció el coordinador de Eventos y presentó a Kurt, que se dirigió directamente a la familia real.
—Buenas noches, majestad —le dijo al rey.
—Kurt, siempre es un placer —repuso el rey, que parecía casi mareado.
—¿Esperando el anuncio?
—Sí, claro. Ayer estuve en la sala mientras se extraían algunos de los nombres; todas ellas, chicas preciosas.
—Así pues, ¿ya sabe quiénes son?
—Solo algunas, solo algunas.
—¿Ha compartido su padre esa información con usted, alteza? —preguntó Kurt, dirigiéndose a Brittany.
—En absoluto. Yo las veré al mismo tiempo que todos los demás —respondió la princesa. Se notaba que intentaba ocultar los nervios.
Me di cuenta de que me sudaban las manos.
—Majestad —prosiguió Kurt, dirigiéndose esta vez a la reina—, ¿algún consejo para las elegidas?
Ella mostró su habitual sonrisa serena. No sé qué aspecto tendrían las otras chicas de su Selección, pero no podía imaginarme que ninguna fuera tan graciosa y adorable como ella.
—Que disfruten de su última noche como una chica más. Mañana, pase lo que pase, su vida cambiará para siempre. Y un consejo clásico, pero aun así válido: que sean ellas mismas.
—Sabias palabras, mi reina, sabias palabras. Y ahora pasemos a revelar los nombres de las treinta y cinco jóvenes elegidas para la Selección. ¡Damas y caballeros, compartan conmigo la felicitación para las siguientes hijas de Illéa!
En la pantalla volvió a aparecer el escudo nacional. En la esquina superior derecha había una pequeña ventana con la cara de Brittany, para ver sus reacciones a medida que aparecían las caras en el monitor. Ella ya estaría haciéndose una idea sobre ellas, como todos los demás.
Kurt tenía un juego de tarjetas en las manos y se dispuso a leer los nombres de las chicas cuyo mundo, tal como había dicho la reina, estaba a punto de cambiar para siempre. La Selección empezaba en aquel mismo instante.
—La señorita Elayna Stoles, de Hansport, Tres.
En la pantalla apareció la foto de una chica menuda con rostro de porcelana. Parecía toda una dama. A Brittany se le iluminó el rostro.
—La señorita Fiona Castley, de Paloma, Tres.
Esta vez era una morenita con unos ojos provocadores. Quizá de mi edad, pero parecía más… experimentada.
Me giré hacia mamá y May, que estaban en el sofá.
—¿No os parece que es muy…?
—La señorita Santana López, de Carolina, Cinco.
Giré la cabeza como un resorte, y ahí estaba: la fotografía que me habían tomado Sann después de enterarme de que Danniel estaba ahorrando para casarse conmigo. Estaba radiante, esperanzada, hermosa. Tenía el aspecto de una chica enamorada. Y algún idiota debía de haber pensado que mi amor era por la princesa Brittany.
Mamá me gritó al oído y May dio un gran salto, llenándolo todo de palomitas. Gerad también se emocionó y se puso a bailar. Papá…, es difícil de decir, pero creo que sonreía en secreto tras su libro.
Me perdí la expresión de Brittany.
Sonó el teléfono.
Y no dejó de sonar durante varios días.

____________________________________________________________________________

Y bueno al parecer ya sabemos como ha sido seleccionada Santana que pasara con Danni creen que se hara a un lado...???

Y bueno creo que a todos alguna vez nos paso que nos dicen el nombre de alguien y se nos ilumina la vista o le vemos y no paramos de sonreir,

Que opinan no dejen de comentar, los siguientes capítulos el domingo en la tarde cuídense
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Mensaje por micky morales Vie Jun 20, 2014 10:37 pm

conociendo a danielle creo que se hara a un lado, es una gran oportunidad para santana, ahora describes a santana como es pero a brittany de cabello miel y ojos marrones?
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Mensaje por awong_snix Sáb Jun 21, 2014 1:06 am

micky morales escribió:conociendo a danielle creo que se hara a un lado, es una gran oportunidad para santana, ahora describes a santana como es pero a brittany de cabello miel y ojos marrones?


Hola

Hay algo que no hago no tiendo a cambiar las historias para que sean 100% a los personajes que conocemos, por que no es mi estilo ademas esto hace ver de diferente forma la historia ya que se tienen ideas previas las cuales coarcionan en extremo la idea original.
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Mensaje por 3:) Sáb Jun 21, 2014 10:41 pm

holap,..

me gusto!!!
entiendo el lado de dani quiere lo mejor para san,...
espero que dani no se arrepienta de la decisión que tomo!!!
quiero ver a las chavas cuando estén con britt!!!

nos vemos!!!
3:)
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Mensaje por Elita Dom Jun 22, 2014 12:11 am

San parece muy segura de lo que siente por Danielle & me da pena por ella.. de verdad se quieren :/ Dani hizo lo "mejor" pero... sinceramente espero que tenga mas apariciones porque asi seria mas interesante la historia :) igual termine con Dani o Britt seré feliz ♡♡
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Mensaje por awong_snix Dom Jun 22, 2014 6:27 pm

Elita escribió:San parece muy segura de lo que siente por Danielle & me da pena por ella.. de verdad se quieren :/ Dani hizo lo "mejor" pero... sinceramente espero que tenga mas apariciones porque asi seria mas interesante la historia :) igual termine con Dani o Britt seré feliz ♡♡

En eso estoy de acuerdo, y si las tendrá ya lo veras si has visto mis otras adaptaciones sabras que mi palabra preferida es pasiencia en todas mis adaptaciones y al final vale la pena
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Mensaje por Dolomiti Dom Jun 22, 2014 10:31 pm

Awong hola! Wow increíble la selección jajaja quiero leer más! Saludines!
P.d. En cuanto al libro de Sam aún no lo he leído :( he estado con poco tiempo y pues ahora que me enganché de tus historias el tiempo libre lo aplico a leer tus actus! Jeje q aún me falta leer la actu de existence yaa pronto lo haré! En eso estoy!
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Mensaje por awong_snix Jue Jun 26, 2014 4:49 pm



CAPÍTULO 6


La semana siguiente no pararon de entrar y salir de casa funcionarios llegados para prepararme para la Selección. Vino una mujer odiosa que aparentemente pensaba que había mentido en la mitad de las cosas de mi solicitud, seguida de un guardia de palacio que repasaba las medidas de seguridad con los soldados que nos destinaron y que le dieron un buen repaso a la casa. Daba la impresión de que, para preocuparse por posibles ataques rebeldes, no hacía falta esperar a llegar a palacio. Estupendo.
Recibimos dos llamadas de una mujer llamada Tina —que parecía muy desenfadada, pero metódica al mismo tiempo— que quería saber si necesitábamos alguna cosa. De entre las visitas que tuvimos, mi favorito fue un hombre con una perilla que vino a tomarme medidas para el vestuario. Yo no estaba segura de cómo me sentaría llevar constantemente vestidos tan formales como los de la reina, pero esperaba con impaciencia mi cambio de vestuario.
El último de nuestros visitantes vino el miércoles por la tarde, dos días antes de mi partida. Tenía la misión de repasar toda la normativa oficial conmigo. Era increíblemente flaco, tenía el cabello negro y graso peinado hacia atrás y no paraba de sudar. Al entrar en casa, preguntó si había algún lugar donde pudiéramos hablar en privado. Aquello fue el primer indicio de que pasaba algo.
—Bueno, podemos sentarnos en la cocina, si le parece —sugirió mamá.
Ella se secó la frente con un pañuelo y miró a May.
—De hecho, cualquier lugar irá bien. Pero creo que deberían pedirle a su hija menor que espere fuera.
¿Qué podía tener que decirnos que May no pudiera oír?
—¿Mamá? —protestó ella, triste por quedarse al margen.
—May, cariño, ve a practicar con tu pintura. Esta última semana has dejado el trabajo un poco de lado.
—Pero…
—Déjame que te acompañe, May —me ofrecí, al ver las lágrimas que asomaban en sus ojos.
Ya en el otro extremo del pasillo, donde nadie nos podía oír, la cogí entre mis brazos y la abracé.
—No te preocupes —le susurré—. Te lo contaré todo esta noche. Te lo prometo.
Hay que reconocer que se controló y no descubrió nuestro acuerdo dando saltitos de alegría como era habitual en ella. Se limitó a asentir en silencio y se fue a su rincón en el estudio de papá.
Mamá preparó té para el flacucho y nos sentamos a la mesa de la cocina para hablar. El hombre colocó un montón de papeles y una pluma junto a otra carpeta que llevaba mi nombre. Dispuso todas sus cosas ordenadamente y dijo:
—Siento ser tan reservado, pero hay algunas cosas que tenemos que tratar y que quizá no sean aptas para los oídos de los niños.
Mamá y yo cruzamos una mirada fugaz.
—Señorita López, esto puede sonar algo duro, pero, desde el viernes pasado, se la considera a usted propiedad de Illéa. A partir de ahora tiene la obligación de cuidar su cuerpo. Traigo varios informes para que los firme mientras la voy informando. Debo decirle que cualquier incumplimiento de los requisitos por su parte supondrá su eliminación inmediata de la Selección. ¿Lo comprende?
—Sí —respondí, recelosa.
—Muy bien. Empecemos con lo fácil. Esto son vitaminas. Como es usted una Cinco, supongo que no siempre ha tenido acceso a la nutrición necesaria. Debe tomarse una de estas al día. Ahora tiene que hacerlo por su cuenta, pero en palacio tendrá a alguien que la ayudará.
Me pasó un gran frasco por encima de la mesa, junto a un impreso que tuve que firmar a modo de recibo. Tuve que contenerme la risa. ¿Quién necesita ayuda para tomarse una píldora?
—Aquí tengo el informe de su médico. No hay nada de lo que preocuparse. Parece que está usted en perfecto estado de salud, aunque me dice que no ha dormido bien últimamente. ¿Es así?
—Bueno…, es de la emoción. Me ha costado un poco dormir —alegué.
Y no era mentira del todo. Los días eran un torbellino de preparativos para el palacio, pero de noche, cuando estaba tranquila, pensaba en Danniel. En aquellos momentos no podía evitar que su recuerdo me invadiera, y lo cierto es que me costaba mucho pensar en otra cosa.
—Ya veo. Bueno, puedo hacer que le traigan algo para ayudarla a dormir esta misma noche, si lo desea. Queremos que esté bien descansada.
—No, yo…
—Sí —me interrumpió mamá—. Lo siento, cariño, pero pareces agotada. Por favor, consígale esos somníferos.
—Sí, señora —concedió el flacucho, que hizo otra anotación en mi informe—. Vamos a otra cosa. Bueno, sé que es algo personal, pero tengo que hablar del tema con todas las participantes, así que le ruego que no sea tímida. —Hizo una pausa—. Necesito que me confirme que es usted virgen.
Mamá puso unos ojos como platos. Así que ese era el motivo por el que May no podía estar presente.
—¿Lo dice en serio?
No podía creerme que hubieran enviado a alguien para eso. Al menos podrían haber enviado a una mujer…
—Me temo que sí. Si no lo es, tenemos que saberlo inmediatamente.
Increíble. Y con mi madre ahí delante.
—Conozco la ley, señor. No soy tonta. Claro que soy virgen.
—Piénselo bien, por favor. Si se descubre que miente…
—¡Por amor de Dios, Santana nunca ha tenido siquiera novio! —exclamó mamá.
—Así es —añadí, esperando así poner fin al tema.
—Muy bien. Pues necesito que firme este impreso para confirmar su declaración.
Puse los ojos en blanco, pero obedecí. Estaba orgullosa de mi país, Illéa, más aún teniendo en cuenta que aquel mismo territorio había quedado prácticamente reducido a escombros, pero tantas normas empezaban a sofocarme, como si fueran cadenas invisibles que me ataran. Leyes sobre a quién podías querer, papeles que certificaran tu virginidad… Era exasperante.
—Tenemos que repasar una serie de normas. Son bastante sencillas, y no deberían suponerle ningún esfuerzo. Si tiene alguna pregunta, no dude en hacerla.
Levantó la vista de su montón de documentos y estableció contacto visual conmigo.
—Lo haré —murmuré.
—No puede abandonar el palacio por voluntad propia. Tiene que ser la princesa quien la descarte. Ni siquiera el rey o la reina pueden despedirla. Ellos pueden decirle a laprincesa que no es de su agrado, pero es ella quien toma la última decisión sobre quién se queda y quién se va.
»No hay un tiempo límite para la Selección. Puede ser cuestión de días o de años.
—¿Años? —reaccioné, consternada. La idea de estar lejos tanto tiempo me horrorizaba.
—No hay de qué preocuparse. Es improbable que la princesa alargue mucho el proceso. En este momento se espera que se muestre decidida, y alargar la Selección no le daría buena imagen. Pero si decidiera hacerlo, se le exigirá que se quede todo el tiempo que necesite la princesa para hacer su elección.
El miedo debió de reflejárseme en el rostro, porque mamá alargó la mano y cogió la mía. El flacucho, en cambio, permaneció impasible.
—Usted no decide cuándo se encontrará con la princesa. Será ella quien la busque para sus encuentros a solas si lo desea. Si se encuentra en un evento social y ella está presente, es diferente. Pero usted no debe presentarse ante ella sin ser invitada.
»Aunque nadie espera que usted se lleve bien con las otras treinta y cuatro participantes, no debe pelearse con ellas ni sabotearlas. Si se descubre que le ha puesto la mano encima a otra participante, que le ha provocado alguna tensión, que le ha robado algo o que ha hecho cualquier cosa que pueda afectar a su relación personal con la princesa, estará en sus manos el echarla al momento.
»Su única relación romántica será con la princesa Brittany. Si se la descubre escribiendo notas de amor a otra persona del exterior o manteniendo una relación con alguna otra persona en palacio, se considerará un acto de traición, castigable con la muerte.
Mamá puso cara de que aquello era una gran tontería, pero a mí era la única norma que me preocupaba de verdad.
—Si se descubre que ha infringido alguna de las leyes nacionales, recibirá el castigo correspondiente a la ofensa. Su estatus como seleccionada no la sitúa por encima de la ley.
»No debe llevar prenda alguna ni comer nada que no se le proporcione en palacio. Esa es una norma de seguridad y se aplicará estrictamente.
»Los viernes estará presente en todas las emisiones del Capital Report. Para la ocasión, pero siempre con aviso previo, puede haber cámaras o fotógrafos en palacio, y usted se mostrará amable y les hará partícipes de su estilo de vida y su relación con la princesa.
»Por cada semana que permanezca en palacio, su familia recibirá una compensación. Yo le daré su primer talón hoy mismo. Por otra parte, si tuviera que abandonar el palacio, nuestros ayudantes la ayudarán a encarrilar su vida tras la Selección. Su ayudante personal la asistirá en los preparativos finales antes de dejar el palacio, y la ayudará a buscar una nueva vivienda y un empleo posteriormente.
»Si llegara a situarse entre las diez últimas finalistas, se la considerará miembro de la élite. Una vez que alcance ese estatus, tendrá que aprender el funcionamiento interno de la vida y de las obligaciones que podría tener como princesa. No se le permitirá acceder a esa información hasta entonces.
»Desde este momento, es usted una Tres.
—¿Una Tres? —exclamamos mamá y yo a la vez.
—Sí. Tras la Selección, a las chicas les cuesta volver a su antigua vida. Las Doses y las Treses lo llevan bien, pero las Cuatros o inferiores suelen tener dificultades. Ahora es usted una Tres, pero el resto de los miembros de su familia siguen siendo Cincos. Si ganara, usted y todos los miembros de su familia se convertirían en Unos, como parte de la familia real.
—Unos —dijo mamá, pero la palabra apenas fue un murmullo.
—Y si llegara al final, se casará con la princesa Brittany y se convertirá en la princesa de Illéa, con lo que adquiriría todos los derechos y responsabilidades que conlleva el título. ¿Lo entiende?
—Sí. —Esa parte, por muy grandilocuente que sonara, era la más fácil de soportar.
—Muy bien. Si tiene la bondad, firme este documento justificante de que ha oído todas las normas oficiales, y usted, señora López, firme este recibo conforme le ha sido entregado el talón, por favor.
No vi la cantidad, pero sus ojos reaccionaron positivamente. Me entristecía la idea de marcharme, pero estaba segura de que, aunque me echaran al día siguiente, aquel talón nos proporcionaría suficiente dinero para vivir de un modo desahogado todo un año. Y cuando volviera, todo el mundo querría oírme cantar. Tendría mucho trabajo. Pero ¿se me permitiría cantar siendo una Tres? Si tuviera que escoger una de las profesiones propias de una Tres…, quizá me gustaría ser profesora. Al menos así podría enseñar música a otros.
El flacucho recogió todos sus papeles y se puso en pie para marcharse. Nos dio las gracias por nuestro tiempo y por el té. Ya solo tendría que encontrarme con un funcionario más antes de mi partida, y sería mi asistente personal, la persona que me ayudaría a prepararme hasta el momento de salir hacia el aeropuerto. Y luego…, luego estaría sola.
Nuestro invitado me pidió que le acompañara a la puerta, y mamá accedió, ya que ella quería empezar a preparar la cena. A mí no me gustaba estar a solas con ella, pero solo era un momento.
—Una cosa más —dijo el flacucho, con la mano en el pomo de la puerta—. Esto no es exactamente una norma, pero haría bien en tenerlo en cuenta: cuando se le invite a hacer algo con la princesa Brittany, no se niegue, sea lo que sea. Cenas, salidas, besos (más que besos), lo que sea. No le diga que no.
—¿Disculpe?
¿El mismo hombre que me había hecho firmar para certificar mi pureza estaba sugiriéndome que dejara que Brittany me la arrebatara si lo deseaba?
—Sé que suena… indecoroso. Pero no le conviene rechazar a la princesa bajo ninguna circunstancia. Buenas noches, señorita López.
Me sentí asqueada. La ley, la ley de Illéa, dictaba que había que esperar hasta el matrimonio. Era un modo efectivo de controlar las enfermedades, y ayudaba a mantener el sistema de castas. Los ilegítimos acababan en la calle, convertidos en Ochos; si te descubrían, fuera porque alguien se chivara o por el propio embarazo, te condenaban a la cárcel. Solo con que alguien sospechara, podías pasarte unas noches en el calabozo. Sí, aquello había limitado mi intimidad con la persona a la que amaba, y no me había resultado fácil. Pero ahora que Danniel y yo habíamos roto, estaba contenta de haberme visto obligada a reservarme.
Estaba furiosa. ¿Acaso no me habían hecho firmar una declaración aceptando que se me castigaría si infringía la ley de Illéa? Yo no estaba por encima de la ley; eso es lo que había dicho aquel hombre. Pero aparentemente el princesa sí. Me sentía sucia, más inmunda que una Ocho.
—Santana, cariño, es para ti —anunció mamá, con voz alegre.
Yo ya había oído el timbre de la puerta, pero no tenía ninguna prisa por responder. Si era otra persona pidiendo un autógrafo, no podría soportarlo.
Recorrí el pasillo y giré la esquina. Y allí estaba Danniel, con un ramo de flores silvestres.
—Hola, Santana —saludó, con un tono comedido, casi profesional.
—Hola, Danniel —repuse, apenas sin voz.
—Esto te lo envían Kamber y Celia. Querían desearte buena suerte. —Se acercó y me dio las flores. Flores de sus hermanas, no suyas.
—¡Qué encantos! —exclamó mamá.
Casi me había olvidado de que estaba en la sala.
—Danniel, me alegro de que hayas venido —dije, intentando poner una voz tan neutra como la suya—. Haciendo las maletas he dejado la habitación hecha un asco. ¿Me quieres ayudar a limpiar?
Con mi madre allí mismo, no pudo negarse. Como norma general, los Seises no rechazaban ningún trabajo. En eso éramos iguales.
Danniel exhaló por la nariz y asintió.
Me siguió a cierta distancia hasta la habitación. Pensé en la de veces que había deseado aquello: que Danniel se presentara en la puerta de casa y entrara hasta mi habitación. Pero las circunstancias no podían ser peores.
Abrí la puerta de mi cuarto y me quedé en el umbral. Danniel soltó una carcajada.
—¿Quién te ha hecho las maletas? ¿Un perro?
—¡Cállate! Me ha costado un poco encontrar lo que buscaba —protesté. Y sonreí a mi pesar.
Ella se puso manos a la obra, poniendo las cosas en su sitio y doblando ropa. Yo le ayudé, por supuesto.
—¿No te vas a llevar nada de toda esta ropa? —susurró.
—No. A partir de ahora me visten ellos.
—Oh, vaya.
—¿Están decepcionadas tus hermanas?
—En realidad no —dijo, meneando la cabeza—. En cuanto vieron tu cara en la tele, toda la casa se volvió una fiesta. Siempre les has encantado. A mi madre en particular.
—Adoro a tu madre. Siempre se ha portado estupendamente conmigo.
Pasaron unos minutos en silencio, mientras mi habitación volvía a su estado normal.
—Tu foto… Estabas absolutamente preciosa.
Me dolió que me dijera que estaba guapa. No era Sann. No después de todo lo que había hecho.
—Fue por ti —susurré.
—¿Cómo?
—Pues que… pensaba que ibas a declararte muy pronto —dije, con la voz rota.
Danniel se quedó en silencio un momento, buscando las palabras.
—Me lo había planteado, pero ahora ya no importa.
—Sí que importa. ¿Por qué no me lo dijiste?
Se frotó el cuello, indecisa.
—Estaba esperando.
—¿El qué?
No me imaginaba qué podía estar esperando.
—El Sorteo.
Aquello sí lo entendía. No estaba claro qué era mejor: si ser llamado a filas o no. En Illéa, todos los que estaban debajo o seis de diecinueve años entraban en el Sorteo. Se escogía un nuevo reemplazo por sorteo dos veces al año, de modo que todos los reclutas llegaran como máximo con diecinueve años y medio. Y el servicio obligatorio iba desde los diecinueve años a los veintitrés. La fecha se acercaba.
Habíamos hablado del tema, pero no de un modo realista. Supongo que ambas esperábamos que, si no pensábamos en ello, el Sorteo también nos pasaría por alto a nosotras.
Lo bueno de ser un soldado es que se pasaba automáticamente a ser un Dos. El Gobierno te entrenaba y te pagaba el resto de tu vida. Lo malo era que nunca sabías dónde podías ir a parar. Lo que estaba claro era que te enviaban fuera de tu provincia. Suponían que los soldados se volverían más indulgentes rodeados de los conocidos, tratando con ellos. Podías acabar en palacio o en el cuerpo de policía de otra provincia. O podías terminar en el Ejército, y podían enviarte al frente. No muchos de los que iban a la guerra regresaban a casa.
Los que no se habían casado antes del sorteo casi siempre se esperaban al resultado. Si te tocaba, en el mejor de los casos suponía separarte de tu esposa cuatro años. Y en el peor, dejar una viuda muy joven.
—Yo… No quería hacerte eso —susurró.
—Lo entiendo.
Se puso en pie, intentando cambiar de tema.
—Bueno, ¿y qué te llevas?
—Una muda para ponerme cuando me echen. Unas cuantas fotos y libros. Me han dicho que no necesitaré mis instrumentos. Todo lo que quiera lo tendré allí. Así que solo llevo esa mochila, nada más.
Ahora la habitación estaba ordenada, y por algún motivo la pequeña mochila parecía enorme. Las flores que había traído, colocadas sobre el escritorio, presentaban un gran colorido en comparación con mis cosas, todas de tonos apagados. O quizá fuera que todo me parecía más triste ahora…, ahora que todo había acabado.
—No es mucho —observó.
—Nunca he necesitado demasiado para ser feliz. Pensé que lo sabías.
Ella cerró los ojos.
—No sigas, Santana. Hice lo correcto.
—¿Lo correcto? Danniel, me hiciste creer que podíamos hacerlo. Hiciste que te quisiera. Y luego me convenciste para que me presentara a este maldito concurso. ¿Sabes que prácticamente me han convertido en un juguete de Brittany?
Ella se giró de golpe y me observó.
—¿Qué?
—No se me permite decirle que no… a «nada».
Danniel parecía asqueado, furioso. Apretó los puños.
—Incluso…, incluso si decide no casarse contigo… ¿Podría…?
—Sí.
—Lo siento. No lo sabía —dijo, y respiró intensamente unas cuantas veces—. Pero si te elige…, eso estaría bien. Te mereces ser feliz.
Aquello fue demasiado. Le di una bofetada.
—¡Idiota! —le espeté, entre gritando y susurrando—. ¡Le odio! ¡Yo te quería a ti! ¡Quería estar contigo! ¡Todo lo que he deseado en mi vida eres tú!
Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero no me importaba. Ya me había hecho bastante daño, y ahora le tocaba a ella.
—Debería irme —dijo, y se dispuso a salir.
—Espera. No te he pagado.
—Santana, no tienes que pagarme.
Y reemprendió el camino hacia la puerta.
—¡Danniel Leger, no te atrevas a dar un paso más! —solté, con furia.
Se detuvo y por fin me prestó atención.
—Veo que ya estás practicando para cuando seas una Uno. —Si no hubiera sido por sus ojos, habría pensado que aquello era una broma, no un insulto.
Sacudí la cabeza y me dirigí a mi escritorio. Saqué todo el dinero que había ganado yo sola, y puse hasta el último céntimo en sus manos.
—Santana, no voy a aceptar esto.
—Y un cuerno. Claro que vas a aceptarlo. Yo no lo necesito, y tú sí. Si alguna vez me has querido lo más mínimo, lo aceptarás. Tu orgullo ya nos ha hecho bastante daño a las dos.
Sentí que algo en su interior se apagaba. Dejó de resistirse.
—Vale.
—Y toma. —Metí una mano detrás de la cama, saqué mi frasquito de céntimos y se lo vacié en la mano. Un céntimo rebelde que debía de estar pegajoso se quedó pegado al fondo—. Estas monedas siempre han sido tuyas. Deberías usarlas.
Ahora ya no tenía nada suyo. Y cuando la desesperación le hiciera gastarse aquellos céntimos, ella tampoco tendría nada mío. Sentí que, de pronto, afloraba el dolor. Los ojos se me llenaron de lágrimas. Tuve que respirar hondo para contener el llanto.
—Lo siento, Sann. Buena suerte —dijo. Se metió los billetes y los céntimos en los bolsillos y salió a toda prisa.
No era así como pensaba que lloraría. Me esperaba grandes sollozos desesperados, no lágrimas lentas y minúsculas.
Quise dejar el frasquito en el estante, pero volví a ver aquel céntimo dentro. Metí el dedo en el frasco y lo despegué. Repiqueteó contra el vidrio. Era un sonido hueco, y sentí el eco en el interior de mi pecho. Sabía que, para bien o para mal, no me habría librado del todo de Danniel; todavía no. Quizá no lo hiciera nunca. Abrí la mochila, metí el frasquito y la cerré de nuevo.
May asomó la cabeza por la puerta. Decidí tomarme una de aquellas estúpidas píldoras. Me dormí con ella en brazos. Por fin pude olvidarme de todo por un rato.

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Que opinan de la decisión de Danni???
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Activo Re: Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/ LA ELEGIDA / TERMINADO

Mensaje por awong_snix Jue Jun 26, 2014 4:50 pm



CAPÍTULO 7



La mañana siguiente me vestí con el uniforme de las seleccionadas: pantalones negros, camisa blanca y la flor de mi provincia —un lirio— en el pelo. Los zapatos los pude escoger. Me decanté por unos rojos bajos desgastados. Pensé que más valía dejar claro desde el principio que no tenía madera de princesa.
Estábamos ya a punto para salir en dirección a la plaza. Cada una de las seleccionadas iba a tener una ceremonia de despedida en su provincia de origen, y a mí la mía no me hacía ninguna ilusión. Toda aquella gente allí mirándome, y yo de pie como una tonta. La escena en conjunto era ridícula, ya que tenía que recorrer los tres kilómetros de trayecto en coche, por motivos de seguridad.
El día fue incómodo desde el principio. Kenna vino con James para despedirme, lo cual fue todo un detalle, teniendo en cuenta que estaba embarazada y cansada. Kota también vino, aunque su presencia no hizo más que añadir tensión. En el camino de casa hasta el coche que nos habían dejado, Kota fue con mucho el más lento, de modo que los fotógrafos y curiosos pudieran verle bien. Papá se limitó a menear la cabeza, y en el coche nadie dijo nada.
May era mi único consuelo. Me cogió de la mano e intentó transmitirme parte de su entusiasmo. Cuando llegamos a la atestada plaza aún íbamos de la mano. Daba la impresión de que toda la provincia de Carolina había acudido a despedirme. O a ver qué tenía yo de especial. Desde la tarima en la que me encontraba, vi la masa de gente que me observaba.
Allí de pie pude comprobar las diferencias entre las castas. Margareta Stines era una Tres, y ella y sus padres me perforaron con la mirada. Tenile Digger era una Siete, y me lanzaba besos. La gente de las castas superiores me miraba como si les hubiera robado algo que les perteneciera. Las Cuatros y la gente de castas inferiores me animaban, veían en mí a una chica del montón que había triunfado. Me di cuenta de lo que significaba para aquellas personas, como si representara algo para cada una de ellas.
Intenté concentrarme en aquellas caras, levantando la cabeza. Estaba decidida a hacerlo bien. Sería la mejor de mi grupo: la heroína de la plebe. Aquello me dio una razón de ser. Santana López: la campeona de las castas bajas.
El alcalde hizo un discurso lleno de florituras:
—¡… y Carolina animará a la bella hija de Magda y de Shalom López, Lady Santana López!
La multitud aplaudió y me vitoreó. Algunos lanzaron flores.
Registré aquel sonido por un momento, sonriendo y saludando con la mano, y luego volví a escrutar a la multitud, pero esta vez con un objetivo diferente.
Quería ver su rostro una vez más si podía. No sabía si habría venido. El día anterior me había dicho que estaba preciosa, pero se había mostrado aún más distante y reservado que en la casa del árbol. Habíamos acabado, y lo sabía. Pero no puedes amar a una persona casi dos años y luego olvidarlo de la noche a la mañana.
Tuve que pasear la vista varias veces por entre la gente, pero por fin la encontré, y de inmediato deseé no haberlo hecho. Danniel estaba allí de pie, con Brenna Butler delante de ella, agarrándola por la cintura desenfadadamente y sonriendo.
Quizá sí había gente que podía olvidar de la noche a la mañana.
Brenna era una Seis y debía de tener mi edad. Era bastante guapa, supongo, aunque no se parecía en nada a mí. Tal vez ella se quedara con la boda y la vida que antes iba a ser para mí. Y, al parecer, a Danniel la posibilidad de ser reclutada no le importaba ya tanto. Ella le sonrió y luego fue a reunirse con su familia.
¿Acaso ya le gustaba Brenna desde antes? A lo mejor se veían cada día, mientras que yo solo le daba de comer y le cubría de besos una vez por semana. Tal vez todo el resto del tiempo del que no me hablaba durante nuestras conversaciones furtivas no se correspondía simplemente con largas horas de tediosos inventarios.
Estaba demasiado furiosa como para llorar.
Además, tenía admiradores que reclamaban mi atención. Y Danniel ni siquiera se había dado cuenta de que la había visto. Me volqué con aquellos rostros entregados. Volví a lucir mi mejor sonrisa y me puse a saludar. No le iba a dar a Danniel la satisfacción de romperme el corazón una vez más. Estaba allí por su culpa, e iba a aprovecharlo.
—¡Damas y caballeros, despidamos como se merece a Santana López, nuestra hija de Illéa predilecta! —jaleó el alcalde.
Detrás de mí, una pequeña banda tocó el himno nacional.
Más vítores, más flores. De pronto me encontré al alcalde hablándome al oído.
—¿Querrías decir algo, querida?
No sabía cómo decir que no sin parecer maleducada.
—Gracias, pero estoy tan impresionada que no creo que pueda.
—Por supuesto, pequeña —dijo ella, cogiéndome las manos entre las suyas—. No te preocupes. Yo me ocuparé de todo. Ya te prepararán para estas cosas en palacio. Lo necesitarás.
Entonces el alcalde procedió a ensalzar mis virtudes ante la audiencia, mencionando solapadamente que era muy inteligente y atractiva, para ser una Cinco. No parecía un mal tipo, pero a veces hasta los miembros más agradables de las castas superiores se mostraban condescendientes.
Al pasar la vista por la multitud, una vez más vi el rostro de Danniel. Parecía que lo estaba pasando mal. Su expresión era el extremo opuesto a la que le había visto cuando estaba con Brenna, unos minutos antes. ¿Otro jueguecito? Aparté la mirada.
El alcalde acabó su discurso. Sonreí y todo el mundo aplaudió, como si aquel hombre hubiera soltado un discurso legendario.
Y de pronto llegó el momento de decir adiós. Mitsy, mi asistente personal, me indicó que me despidiera con calma pero sin extenderme, y que luego ella me acompañaría hasta el coche que me conduciría al aeropuerto.
Kota me abrazó y me dijo que estaba orgulloso de mí. Luego, con menos sutilidad, me pidió que le hablara de sus creaciones a la princesa Brittany. Me libré de su abrazo con la máxima elegancia posible.
Kenna estaba llorando.
—Apenas te veo ya. ¿Qué voy a hacer cuando no estés?
—No te preocupes. Volveré pronto.
—¡Sí, ya! Eres la chica más guapa de toda Illéa. ¡Se enamorará de ti!
¿Por qué todo el mundo pensaba que todo dependía de la belleza? A lo mejor era así. Tal vez la princesa Brittany no necesitaba una esposa con la que hablar, sino solo una que fuera guapa. Me estremecí, considerando la posibilidad de que mi futuro se redujera a eso. Pero había un montón de chicas mucho más guapas que yo en la Selección.
Resultó difícil abrazar a Kenna con aquella barriga, pero lo conseguimos. James, al que en realidad tampoco conocía tanto, también me abrazó. Entonces llegó Gerad.
—Sé bueno, ¿de acuerdo? Prueba con el piano. Estoy segura de que se te dará de fábula. Quiero oírte cuando vuelva, ¿vale?
Gerad se limitó a asentir, de pronto embargado por la tristeza, y se lanzó hacia mí abriendo sus pequeños bracitos.
—Te quiero, Santana.
—Yo también te quiero. No estés triste. Volveré pronto.
Ella volvió a asentir, pero se cruzó de brazos e hizo morritos. No tenía ni idea de que se lo fuese a tomar así. Era Sann lo contrario que May, que estaba dando saltitos, de puntillas, emocionadísima.
—¡Oh, Santana, vas a ser la princesa! ¡Lo sé!
—¡Venga ya! Preferiría ser una Ocho y quedarme con vosotros. Tú sé buena y trabaja duro, ¿eh?
May asintió y dio unos saltitos más, y luego le llegó el turno a papá, que estaba al borde de las lágrimas.
—¡Papá! No llores —dije, y me dejé caer entre sus brazos.
—Escucha, gatita: ganes o pierdas, para mí siempre serás una princesa.
—Oh, papá… —Aquello hizo que me echara a llorar yo también y sacara al exterior todo mi miedo, mi tristeza, la preocupación, los nervios… Precisamente aquella frase de papá, que dejaba claro que nada de todo aquello importaba.
Si después de aprovecharse de mí me descartaban y tenía que volver a casa, ella seguiría estando orgulloso de mí.
Tanto amor era difícil de sobrellevar. En palacio estaría rodeada de un ejército de guardias, pero no podía imaginar un lugar más seguro que los brazos de mi padre. Me separé de ella y me giré para abrazar a mamá.
—Haz todo lo que te digan. Intenta no protestar y sé feliz. Pórtate bien. Sonríe. Mantennos informados. ¡Hija mía! Sabía que acabarías demostrándonos que eres especial.
Lo dijo como un halago, pero no era eso lo que necesitaba oír. Me habría gustado que me hubiera dicho que para ella ya era especial, como lo era para mi padre. Pero supuse que ella nunca dejaría de desear algo más para mí, algo más de mí. Quizá fuera algo típico de las madres.
—Lady Santana, ¿está lista? —preguntó Mitsy.
Yo estaba de espaldas a la multitud, y enseguida me limpié las lágrimas.
—Sí, estoy lista.
Mi bolsa esperaba en el reluciente coche blanco. Ya estaba. Eché a caminar hacia las escaleras al borde de la tarima.
—¡Sann!
Me giré. Habría reconocido aquella voz en cualquier parte.
—¡Santana!
Miré y vi a Danniel agitando los brazos. Iba apartando a la multitud. La gente protestaba ante sus empujones, no demasiado considerados.
Nuestros ojos se encontraron.
Se detuvo y se me quedó mirando. No pude leerle el rostro. ¿Preocupación? ¿Arrepentimiento? Fuera lo que fuera, era demasiado tarde. Negué con la cabeza. Ya tenía bastante de los juegos de Danniel.
—Por aquí, Lady Santana —me indicó Mitsy, al pie de las escaleras.
Me detuve un segundo para asimilar que me iban a llamar así a partir de entonces.
—Adiós, cariño —dijo mi madre.
Y me llevaron de allí.

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Hay un dicho en México que dice "haa arepentirse a su pueblo? que opinan

Esta a punto de conocer a Britt????
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Activo Re: Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/ LA ELEGIDA / TERMINADO

Mensaje por awong_snix Jue Jun 26, 2014 4:52 pm



CAPÍTULO 8


Era la primera vez que iba al aeropuerto, y estaba aterrada. La mareante emoción del encuentro con la multitud había quedado atrás, y ahora me enfrentaba a la terrible experiencia de volar. Viajaría con otras tres chicas seleccionadas, así que intenté controlar los nervios. No quería sufrir un ataque de pánico delante de ellas.
Ya había memorizado los nombres, las caras y las castas de todas las seleccionadas. Empecé a hacerlo como ejercicio terapéutico, como rutina para calmarme. Había puesto en práctica esa técnica otras veces, memorizando escalas y curiosidades. Al principio buscaba rostros amables, chicas con las que pudiera compartir el tiempo mientras estuviera allí. Nunca había tenido una amiga de verdad. Me había pasado la mayor parte de la infancia jugando con Kenna y Kota.
Mamá se había encargado de mi educación, y era la única persona con la que trabajaba. Y al irse mis hermanos mayores, yo me había dedicado a May y a Gerad. Y a Danniel…
Pero Danniel y yo nunca habíamos sido solo amigss. Desde el momento en que fui consciente de su presencia, me enamoré de ella.
Ahora iba por ahí cogiendo a otra chica de la mano.
Gracias a Dios que estaba sola. No habría podido soportar llorar delante de las otras chicas. Me dolía. Muchísimo. Y no había nada que pudiera hacer.
¿Cómo me había metido en aquello? Un mes atrás me sentía segura de todo lo que pasaba en mi vida, y ahora no quedaba nada familiar en ella. Un nuevo hogar, una nueva casta, una nueva vida. Y todo por un estúpido papel y una foto. Tenía ganas de sentarme a llorar por todo lo que había perdido.
Me pregunté si alguna de las otras chicas estaría triste en aquel momento. Supuse que todas se sentirían pletóricas. Y al menos tenía que disimular y fingir que yo también lo estaba, porque todo el mundo me estaría mirando.
Hice acopio de valor para enfrentarme con todo lo que se me venía encima. Afrontaría todo lo que se pusiera en mi camino. Y en cuanto a todo lo que dejaba atrás, decidí que haría exactamente eso: dejarlo atrás. El palacio sería mi santuario. No volvería a pensar ni a pronunciar su nombre. No tenía derecho a acompañarme en aquel viaje: aquella sería mi propia norma para aquella pequeña aventura.
Se acabó.
Adiós, Danniel.
Una media hora más tarde, dos chicas vestidas con una camisa blanca y unos pantalones negros como los míos atravesaron las puertas con sus asistentes, que les llevaban las bolsas. Ambas sonreían, lo que confirmaba mi sospecha de que yo era la única de las seleccionadas que estaba deprimida.
Era el momento de cumplir mi promesa. Respiré hondo y me puse en pie para darles la mano.
—¡Hola! —saludé, animada—. Yo soy Santana.
—¡Ya lo sé! —respondió la chica de la derecha. Era una rubia con ojos marrones. La reconocí inmediatamente como Rachel Berry, de Kent. Una Cuatro. No hizo caso de mi mano tendida; se echó adelante y me dio un abrazo sin pensárselo dos veces.
—¡Oh! —dije.
Aquello sí que no me lo esperaba. Aunque Rachel era una de las chicas que tenía cara de buena persona, mamá llevaba toda la semana advirtiéndome de que considerara a todas aquellas chicas enemigas, y su pensamiento agresivo había ido penetrando en mi mente. Así que ahí estaba, esperando como mucho un saludo cordial por parte de unas chicas dispuestas a luchar a muerte por alguien a quien yo no quería. Y lo que recibí fue un abrazo.
—Yo soy Rachel. Esta es Ashley.
Sí, Ashley Brouillette de Allens, una Tres. Ella también tenía el cabello rubio, pero mucho más claro que el de Rachel, y unos ojos azules de aspecto delicado que le daban a la cara una imagen serena. En comparación con Rachel, parecía frágil.
Ambas eran del norte; supuse que por eso habían venido juntas. Ashley me hizo un gesto con la mano y sonrió, pero eso fue todo. Yo no estaba segura de si era porque era tímida o porque ya estaban analizándonos. Tal vez es que era una Tres de nacimiento y sabía comportarse mejor en público.
—¡Me encanta tu pelo! —exclamó Rachel—. Ojalá yo hubiera sido pelirroja de nacimiento. Te da mucha vida. He oído que los pelirrojos tienen mal carácter. ¿Es cierto?
A pesar del día asqueroso que llevaba, Rachel hablaba con tal desparpajo que no puede evitar sonreír.
—No creo. Quiero decir que yo puedo ponerme de muy mal humor a veces, pero mi hermana también es pelirroja y es la criatura más dulce del mundo.
De ahí pasamos a una conversación distendida sobre lo que nos hacía enfadar y lo que siempre nos hacía recuperar la calma. A Rachel le gustaban las películas, y a mí también, aunque raramente tenía ocasión de ir al cine. Hablamos de actores guapísimos, algo que resultaba extraño, ya que nos disponíamos a integrarnos en el grupo de novias de Brittany.
Ashley soltaba alguna risita tímida de vez en cuando, pero nada más. Si le hacíamos alguna pregunta directa, daba una respuesta breve y volvía a su sonrisa comedida.
Rachel y yo nos llevábamos bien, y aquello me dio esperanzas de que al final de la aventura al menos hubiera ganado una amiga. Aunque probablemente hablamos más de media hora, el tiempo se nos pasó volando. No habríamos dejado de hablar de no haber sido por el claro sonido de unos tacones altos repiqueteando contra el suelo. Las tres nos giramos al mismo tiempo. Rachel abrió la boca tan de golpe que oí el ruido de sus labios.
Una morena con gafas de sol se dirigía hacia nosotras. Llevaba una margarita en el pelo, pero teñida de rojo para que hiciera juego con su pintalabios. Contoneaba las caderas al andar, y sus tacones de siete centímetros acentuaban su paso decidido. A diferencia de Rachel y de Ashley, no sonreía.
Pero no era porque no estuviera contenta. No, es que estaba concentrada. Había estudiado su entrada para intimidarnos. Y funcionó con la educada Ashley, que murmuró un «Oh, no» apenas audible.
La nueva chica, a la que reconocí como Kitty Wilde, de Clermont, una Dos, no me preocupaba. Ella suponía que luchábamos por el mismo objetivo. Pero no pueden quitarte algo si en realidad no lo quieres.
Cuando llegó a nuestra altura, Rachel la saludó alegremente, intentando mostrarse amistosa, pese a aquella puesta en escena. Kitty se limitó a mirarla brevemente y suspiró.
—¿Cuándo nos vamos? —preguntó.
—No lo sabemos —respondí, sin el más mínimo miedo—. Te has hecho esperar un poco.
Aquello no le gustó nada, y me dio un repaso con la mirada. Lo que vio no le impresionó nada.
—Lo siento, había bastante gente que quería despedirse de mí. No pude evitarlo —dijo, mostrando una gran sonrisa, como si fuera evidente que todo el mundo debía adorarla.
Y yo iba a verme rodeada de chicas como aquella. Genial.
Como si estuviera esperando su momento, por una puerta a nuestra izquierda apareció un hombre.
—Me han dicho que las cuatro chicas seleccionadas están aquí. ¿Es cierto?
—Desde luego —respondió Kitty con una voz dulce.
El hombre se quedó algo azorado, se le veía en los ojos. Vaya. Así que aquel era su juego.
El capitán hizo una breve pausa y luego reaccionó:
—Bueno, señoritas, si me quieren seguir, las llevaremos al avión y a su nuevo hogar.
El vuelo, que en realidad no resultó tan terrible, salvo por el despegue y el aterrizaje, duró unas horas. Nos ofrecieron películas y comida, pero lo único que yo quería era mirar por la ventanilla. Observé el país desde lo alto, impresionada ante lo grande que era todo.
Kitty decidió pasarse el vuelo durmiendo, lo cual agradecimos. A Ashley le instalaron un escritorio plegable y ya estaba escribiendo cartas sobre su aventura. Bien pensado, lo de llevar papel. Estaba segura de que a May le habría encantado que le contara aquella parte del viaje, aunque no incluyera al princesa.
—¡Es tan elegante! —me susurró Rachel, indicando con la cabeza a Ashley. Estábamos sentadas una frente a la otra, en las cómodas butacas de la parte delantera del pequeño avión—. Desde el primer momento, ha sido educadísima conmigo. Va a ser una dura rival —dijo, con un suspiro.
—No puedes planteártelo así —respondí—. Sí, tienes que intentar llegar al final, pero no derrotando a las demás. Simplemente has de ser tú misma. ¿Quién sabe? A lo mejor Brittany prefiere a alguien más informal.
Rachel se lo quedó pensando.
—Supongo que es un buen planteamiento. Pero es difícil que no le guste a alguien. Es de lo más amable. Y también guapa. —Asentí, y Rachel bajó el volumen de voz hasta hablar en un murmullo—: Kitty, en cambio…
Abrí bien los ojos y meneé la cabeza.
—Ya. Solo llevamos juntas una hora y ya estoy deseando que se vaya a casa.
Rachel se tapó la boca para ocultar su risa.
—No quiero hablar mal de nadie, pero es muy agresiva. Y eso que aún no hemos visto siquiera a Brittany. Me pone un poco nerviosa.
—No hagas caso —la tranquilicé—. Las chicas así se eliminan ellas solas de la competición.
—Eso espero —dijo Rachel, con un suspiro—. A veces desearía…
—¿Qué?
—Bueno, a veces desearía que los Doses tuvieran una idea de lo que se siente cuando te tratan como ellos nos tratan a nosotros.
Asentí. Nunca me había planteado estar al mismo nivel que una Cuatro, pero supongo que nuestra situación era similar. Si no eras una Dos o una Tres, lo único que variaba en tu vida era el nivel de las dificultades a las que te enfrentabas.
—Gracias por hablar conmigo. Me preocupaba pensar que cada una fuera a lo suyo, pero Ashley y tú habéis sido muy amables. A lo mejor al final esto resulta divertido y todo —dijo, y la voz se le llenó de esperanza.
Yo no estaba tan segura, pero le devolví la sonrisa. No tenía motivo para rechazar a Rachel ni para ser maleducada con Ashley. Quizá las otras chicas no fueran tan llanas.
Cuando aterrizamos, todo estaba en silencio. Recorrimos el trecho entre el avión y la terminal flanqueadas por unos guardias. Pero cuando se abrieron las puertas, nos encontramos con un estrépito de gritos que rompían los tímpanos.
La terminal estaba llena de gente que gritaba y nos jaleaba. Nos habían abierto un camino con una alfombra dorada flanqueada de postes y una cuerda a juego. Por la alfombra, a intervalos regulares, había guardias que echaban nerviosas miradas a su alrededor, preparados para golpear al primer indicio de peligro. ¿Es que no tenían cosas más importantes que hacer?
Por fortuna, Kitty iba por delante y se puso a saludar. Enseguida supe que aquella era la respuesta correcta, no la de encogerse. Y como las cámaras estaban ahí para captar todos nuestros movimientos, agradecí doblemente no ir en primera fila del grupo.
La multitud estaba extasiada. Aquella sería la gente que tendríamos más cerca, y todos estaban impacientes por ver a las chicas que llegaban a la ciudad. Una de nosotras sería algún día su reina.
Me giré una docena de veces en cuestión de segundos al oír mi nombre por toda la terminal. También había carteles con mi nombre. Estaba atónita. Allí ya había gente —gente que no era ni de mi casta ni de mi provincia— que esperaba que fuera yo la escogida. Sentí una punzada de culpabilidad en el estómago al pensar en la decepción que les causaría.
Bajé la cabeza un momento y vi a una niña apretujada contra la barrera. No podía tener más de doce años. En las manos llevaba un cartel que decía: «¡Las pelirrojas molan!». Yo sabía que era la única pelirroja de la competición, y observé que tenía el pelo casi del mismo tono que el mío.
La niña quería un autógrafo. A su lado, alguien pedía una fotografía, y más allá alguien deseaba darme la mano, y así fue todo el camino; también tuve que girarme un par de veces para hablar con la gente al otro lado de la alfombra.
Fui la última en salir, y las otras chicas tuvieron que esperarme al menos veinte minutos. Sinceramente, es probable que me hubiera entretenido aún más si no fuera porque estaba a punto de llegar el siguiente avión con chicas seleccionadas, y me pareció de mala educación quitarles protagonismo.
Al subir al coche vi la cara de hastío de Kitty, pero no me importó. Aún estaba impresionada de ver lo rápido que me había adaptado a algo que tanto me asustaba solo un momento antes. Había superado las despedidas, había conocido a las primeras chicas, había tomado mi primer vuelo y me había relacionado con las fans. Y todo sin hacer nada que me dejara en mal lugar.
Pensé en las cámaras que me seguían por la terminal y me imaginé a mi familia viendo por televisión mi llegada. Esperaba que estuvieran orgullosos de mí.

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Comenzamos a ver a mas seleccionadas que opinan
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Activo Re: Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/ LA ELEGIDA / TERMINADO

Mensaje por awong_snix Jue Jun 26, 2014 4:53 pm



CAPÍTULO 9



Pese a que en el aeropuerto ya habíamos tenido una recepción sonada, las calles que llevaban a palacio estaban flanqueadas de masas de gente que nos hacían llegar sus buenos deseos. La lástima era que no nos dejaban bajar las ventanillas para responderles. El guardia del asiento delantero nos dijo que pensáramos que éramos una extensión de la familia real. Muchos nos adoraban, pero había gente ahí afuera a quien no le importaría atacarnos para hacerle daño a la princesa. O a la propia monarquía.
En el coche, un modelo especial que tenía dos asientos enfrentados en la parte trasera y ventanillas oscuras, me encontré junto a Kitty, y teníamos a Ashley y Rachel enfrente. Rachel estaba pletórica, mirando a través de la ventanilla, y el motivo era evidente. Su nombre figuraba en muchos de los carteles. Era imposible contar la cantidad de admiradores que tenía.
El nombre de Ashley también se veía aquí y allá, casi tanto como el de Kitty, y mucho más que el mío. Ashley, siempre elegante, se tomó muy bien no ser la favorita. Kitty —era obvio— estaba molesta.
—¿Qué crees que habrá hecho? —me susurró al oído, mientras Rachel y Ashley hablaban entre sí de su casa.
—¿Qué quieres decir? —susurré.
—Para ser tan popular. ¿Crees que habrá sobornado a alguien? —dijo, mirando fríamente a Rachel, como si estuviera sopesando a su rival.
—Es una Cuatro —respondí, escéptica—. No tendría los medios necesarios para sobornar a nadie.
Kitty chasqueó la lengua.
—Por favor. Una chica tiene más de un modo de pagar por lo que desea —dijo, y se puso a mirar de nuevo por el cristal.
Tardé un momento en entender lo que sugería, y no me gustó nada. No porque fuera evidente que a alguien tan inocente como Rachel nunca se le ocurriría irse a la cama con alguien —o siquiera infringir la ley— para conseguir ventaja, sino porque cada vez tenía más claro que la vida en palacio podía llegar a ser una lucha despiadada.
Desde mi posición no pude ver muy bien la llegada al palacio, pero sí vi los muros. Estaban cubiertos de yeso amarillo pálido y eran muy muy altos. Había guardias apostados en lo alto, a ambos lados de la gran puerta que se abrió al acercarnos. Tras cruzarla, nos encontramos en un largo camino de grava que rodeaba una fuente y que llevaba a la puerta principal, donde nos esperaba un grupo de funcionarios.
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Con apenas un «hola», dos mujeres me cogieron de los brazos y me hicieron entrar.
—Lamentamos mucho apremiarla, señorita, pero su grupo llega tarde —dijo una.
—Vaya, me temo que es culpa mía. Me puse a hablar un poco en el aeropuerto.
—¿A hablar con la multitud? —preguntó la otra, sorprendida.
Intercambiaron una mirada que no entendí y a continuación procedieron a anunciar las estancias por las que íbamos pasando.
El comedor estaba a la derecha, me dijeron; el Gran Salón, a la izquierda. A través de las puertas de vidrio pude entrever unos enormes jardines. Me habría gustado parar, pero, antes incluso de poder procesar dónde nos encontrábamos, me empujaron a una enorme sala llena de gente muy ajetreada.
La multitud nos hizo espacio y vi una fila de espejos con gente que trabajaba en el peinado de las chicas y les pintaba las uñas. Había unos colgadores llenos de ropa, y se oían gritos como «¡Ya he encontrado el tinte!» o «¡Eso la hace gorda!».
—¡Ahí están! —exclamó una mujer acercándosenos. Estaba claro que era la que mandaba—. Soy Tina. Hemos hablado por teléfono —dijo, como presentación, e inmediatamente pasó al trabajo—. Lo primero es lo primero: necesitamos fotos del «antes». Venid aquí —ordenó, indicándonos una silla en una esquina, con un fondo artificial detrás—. No hagáis caso de las cámaras, chicas. Vamos a hacer un programa especial sobre vuestra transformación, ya que todas las chicas de Illéa querrán parecerse a vosotras cuando hayamos acabado.
Efectivamente, había un montón de gente con cámaras paseándose por la sala, haciendo primeros planos de los zapatos de las chicas y entrevistándolas. Cuando acabaron con las fotos, Tina empezó a lanzar órdenes.
—Llevaos a Lady Kitty a la estación cuatro, a Lady Ashley a la cinco…, y parece que en la diez ya han acabado: llevad allí a Lady Rachel, y a Lady Santana a la seis.
—Bueno, esto es lo que tenemos —dijo un hombre bajito y moreno, muy expeditivo, haciéndome sentar en una silla con un seis en el dorso—. Tenemos que hablar de tu imagen.
—¿Mi imagen?
¿Así que no se trataba de mí, tal cual? ¿No era eso lo que me había llevado hasta allí?
—¿Qué aspecto queremos darte? Con esa mata pelirroja, podemos hacerte toda una seductora, pero, si quieres un aire más tranquilo, también podemos dártelo —afirmó, con total naturalidad.
—No voy a cambiar radicalmente para satisfacer a un tipo al que ni siquiera conozco —dije. «Y que ni siquiera me gusta», añadí solo para mí.
—Vaya por Dios. La niña tiene personalidad —me regañó, como si fuera una cría.
—¿No la tenemos todos?
El hombre me sonrió.
—Bueno, está bien. No te cambiaremos la imagen; solo la potenciaremos. Necesito pulirte un poco, pero quizás esa aversión que tienes hacia todo lo postizo sea tu mayor activo. No pierdas eso, cariño. —Me dio una palmadita en la espalda y se alejó, dando instrucciones a un grupo de mujeres que me rodearon en un momento.
No me había dado cuenta de que cuando decía «pulir» lo decía de un modo literal. Me encontré con que aquellas mujeres me frotaban el cuerpo porque, al parecer, no debían de confiar en que supiera lavarme sola. Luego cubrieron cada pedacito de piel que quedaba a la vista con lociones y aceites que me dejaron un olor a vainilla, que, según la chica que me las aplicaba, era uno de los olores favoritos de Brittany.
Cuando acabaron de dejarme tersa y suave, pasaron a fijar su atención en las uñas. Me las cortaron, me las limaron y las pequeñas durezas de la piel quedaron suavizadas milagrosamente. Les dije que prefería que no me pintaran las uñas, pero se quedaron tan decepcionadas que tuve que consentir en que me hicieran las de los pies. La que se encargó escogió un agradable tono neutro, así que tampoco fue tan grave.
El equipo de manicuras se fue y llegó otra chica. Yo me quedé allí, sentada en mi silla, esperando la siguiente ronda de embellecimiento. Una cámara pasó a mi lado e hizo un primer plano de mis manos.
—No te muevas —ordenó una mujer, que se fijó en mi mano—. ¿No te han puesto nada en las manos?
—No.
Suspiró, tomó el plano que buscaba y pasó de largo.
Yo también lancé un profundo suspiro. De refilón vi un movimiento repetitivo a mi derecha. Me giré y me topé con una chica con la mirada perdida y que agitaba la pierna arriba y abajo bajo una gran capa de peluquero.
—¿Estás bien?
Mi voz la despertó de su trance. Suspiró.
—Quieren teñirme de rubio. Dicen que quedará mejor con mi tono de piel. Estoy algo inquieta, supongo.
Esbozó una sonrisa nerviosa, y yo se la devolví.
—Eres Sosie, ¿verdad?
—Sí —dijo, sonriendo más abiertamente—. Y tú, Santana, ¿no? —Asentí—. He oído que has llegado con esa tal Kitty. ¡Es terrible!
Puse la mirada en el cielo. Desde que habíamos llegado, cada pocos minutos todos los presentes en la sala podían oír a Kitty gritándole a alguna sirvienta que le trajera algo o que se apartara de su vista.
—No te lo puedes ni imaginar —murmuré, y ambas soltamos unas risitas nerviosas—. Oye, en mi opinión, tienes un cabello precioso. —Y lo era, ni demasiado oscuro ni demasiado claro, y con mucho cuerpo.
—Gracias.
—Si no quieres teñírtelo, no deberías hacerlo.
Sosie sonrió, pero noté que no estaba completamente segura de si se lo decía como amiga o para dejarla en desventaja. Antes de que pudiera responder, un montón de gente nos rodeó y se puso a trabajar, hablando entre ellos tan alto que no pudimos acabar nuestra conversación.
Me lavaron el cabello con champú, acondicionador, hidratante y suavizante. Yo lo llevaba largo e igualado —solía cortármelo mi madre, y no sabía hacer más—, pero, cuando acabaron conmigo, lo tenía bastante más corto y escalado. Me gustó; hacía que se crearan interesantes reflejos con la luz. A algunas chicas les hicieron una cosa que llamaban «mechas»; a otras, como Sosie, les cambiaron el color del pelo completamente. Pero mis peluqueros y yo estábamos de acuerdo en que no había que tocar el color del mío.
Una chica muy guapa me maquilló. Le dije que no se pasara, y se mostró muy amable. Muchas otras de las chicas parecían mayores o más jóvenes, o simplemente más guapas, tras el maquillaje. Yo seguía siendo yo. Por supuesto, Kitty también seguía siendo ella misma, ya que insistió en que le dieran una buena capa de pintura.
Había pasado la mayor parte del proceso vestida con una bata, y cuando acabaron de arreglarme me llevaron hacia donde estaban los colgadores con ropa. Mi nombre estaba sobre una barra en la que habría vestidos para toda la semana. Supuse que las aspirantes a princesa no llevaban pantalones.
El vestido que acabó tocándome era de color crema. Me dejaba los hombros al descubierto, se ajustaba perfectamente en la cintura y acababa Sann a la altura de las rodillas. La chica que me ayudó a ponérmelo lo llamó «vestido de día». Me dijo que todos mis vestidos de noche ya estaban en mi habitación, y que ya llevarían el resto. Luego me puso un broche plateado en la parte alta del vestido. Llevaba mi nombre en letras brillantes. Por fin me colocó unos zapatos con «tacones chupete», como los llamó ella, y me envió de nuevo al rincón para que pudieran hacerme la fotografía del «después». De allí me mandaron a la primera de una serie de cuatro pequeñas estaciones que había junto a la pared. En cada una había una silla frente a un falso fondo; enfrente, una cámara sobre su trípode.
Tomé asiento, como me indicaron, y esperé. Una mujer con una carpeta en la mano se sentó a mi lado y me dijo que esperara un momento a que encontrara mis papeles.
—¿Para qué es esto? —pregunté.
—Para el especial sobre vuestra transformación. Hoy emitiremos vuestra llegada; el miércoles, la transformación; y el viernes haréis vuestro primer Report. La gente ha visto vuestras fotos y ya saben un poco de lo que dijisteis en vuestras solicitudes —afirmó, mientras localizaba los papeles y los ponía en lo alto del montón. Luego cruzó los dedos y prosiguió—. Pero queremos que tomen partido por vosotras, y eso no ocurrirá a menos que puedan conoceros. Así que te haremos una pequeña entrevista, y tú da tu mejor cara en los Reports, y no seas tímida cuando nos veas rondando por el palacio. No estamos aquí todos los días, pero estaremos por ahí.
—De acuerdo —dije, dócilmente. En realidad no tenía ningunas ganas de hablar con equipos de televisión. Me parecía una pérdida de intimidad tremenda.
—Así que te llamas Santana López, ¿verdad? —preguntó, a los pocos segundos de que se encendiera una luz roja en lo alto de la cámara.
—Sí —respondí, intentando mantener los nervios a raya.
—A decir verdad, no me parece que te hayan cambiado mucho. ¿Nos puedes contar qué es lo que te han hecho en la sesión de transformación de hoy?
Me lo pensé un momento.
—Me han escalado el pelo. Eso me gusta. —Me pasé los dedos por entre la melena pelirroja, sintiendo la suavidad de mi cabello tras los cuidados recibidos—. Y me han cubierto de una crema con olor a vainilla. Huelo como si fuera un postre —dije, olisqueándome el brazo.
Ella se rio.
—Eso es fantástico. Y ese vestido te queda realmente bien.
—Gracias —respondí, echando un vistazo a mi vestido nuevo—. No suelo ponerme muchos vestidos, así que voy a tardar un poco en acostumbrarme.
—Es cierto —apuntó mi entrevistadora—. Solo sois tres Cincos en la Selección. ¿Cómo describirías la experiencia hasta el momento?
Intenté pensar algo que describiera la sensación que me producía todo lo vivido durante el día. Desde mi decepción en la plaza a la sensación de volar o a la reconfortante compañía de Rachel.
—Sorprendente —dije.
—Imagino que habrá más sorpresas de camino —intervino ella.
—Espero que al menos sean más tranquilas que las de hoy —dije, suspirando.
—¿Qué te parece la competición hasta ahora?
Tragué saliva.
—Las chicas son muy agradables. —Con una clara excepción.
—Mm-hmm —soltó ella, interpretando mi respuesta—. ¿Y qué te parece cómo te han transformado? ¿Te preocupa el aspecto de alguna otra chica?
Me planteé la respuesta. Decir que no sonaría a altanería; decir que sí sonaría a inseguridad.
—Creo que el equipo ha hecho un gran trabajo sacando lo mejor de cada chica.
Ella sonrió.
—Muy bien, creo que eso es todo.
—¿Es todo?
—Tenemos que meteros a las treinta y cinco en hora y media, así que tengo de sobra.
—Vale. —No había ido tan mal.
—Gracias por tu tiempo. Puedes esperar en ese sofá de ahí, y ya vendrán a buscarte.
Fui a sentarme en el gran sofá circular de la esquina. Allí estaban dos chicas que aún no conocía, charlando tranquilamente. Eché un vistazo a la sala y vi que alguien anunciaba la llegada del último grupo. Se volvió a montar un gran revuelo. Estaba tan absorta en todo aquello que casi no me di cuenta de que Rachel se sentaba a mi lado.
—¡Rachel! ¡Qué pelo más bonito!
—¿Verdad? Me han puesto extensiones. ¿Crees que a Brittany le gustará? —Parecía que le preocupaba de verdad.
—¡Claro! ¿Qué chica puede resistirse a una rubia despampanante? —dije, con una sonrisa divertida.
—Santana, eres un encanto. Toda aquella gente del aeropuerto se quedó prendada de ti.
—Bueno, solo quise ser amable. Tú también hablaste con mucha gente.
—Sí, pero ni la mitad que tú.
Bajé la cabeza, algo avergonzada porque me felicitaran por algo que me parecía tan obvio. Cuando levanté la vista, me giré hacia las otras dos chicas que estaban sentadas a nuestro lado: Emmica Brass y Samantha Lowell. No nos habían presentado, pero yo sabía quiénes eran. Al principio no reaccioné. Me estaban mirando como si me pasara algo. Antes de que pudiera siquiera preguntarme por qué, Tina, la mujer de antes, se nos acercó.
—Muy bien, chicas. ¿Estamos listas? —Echó un vistazo al reloj y nos miró a todas, expectante—. Voy a enseñaros un poco el lugar y os llevaré a las habitaciones que se os han asignado.
Rachel dio una palmada y las cuatro nos pusimos en pie. Tina nos dijo que el lugar en el que nos habían peinado y maquillado era la Sala de las Mujeres. Normalmente la usaban la reina, sus doncellas y las otras mujeres de la familia real.
—Acostumbraos a esta sala: pasaréis mucho tiempo en ella. De camino hacia aquí habéis pasado por el Gran Salón, que suele usarse para fiestas y banquetes. Si fuerais muchas más, allí es donde comeríais. Pero el comedor principal es lo suficientemente grande para vosotras. Vamos a verlo un momento.
Nos enseñaron dónde comía la familia real, en una mesa independiente. Nosotras nos sentaríamos a unas mesas largas a los lados, de modo que el conjunto tenía una forma de U. Ya teníamos nuestros asientos asignados, con elegantes etiquetas. Yo tendría al lado a Ashley y a Tiny Lee, a la que había visto en la Sala de las Mujeres antes; enfrente estaría Kriss Ambers.
Dejamos el comedor y bajamos una escaleras hasta la sala desde donde se emitía el Illéa Capital Report. Volvimos a subir y nuestra guía nos indicó un salón donde se pasaban la mayor parte del tiempo trabajando el rey y Brittany. Teníamos prohibida la entrada.
—Otro lugar al que no podéis acceder: la tercera planta. Allí es donde tiene sus aposentos la familia real, y no se tolerará ningún tipo de intrusión. Vuestras habitaciones están en la segunda planta. Ocuparéis una gran parte de las habitaciones de invitados, pero no hay que preocuparse: aún nos queda espacio para cualquier visita que se presente. Estas puertas de ahí dan al jardín trasero. Hola, Hector, Markson.
Los dos guardias apostados en la puerta asintieron con un gesto decidido. Tardé un momento en darme cuenta de que el gran arco que teníamos a la derecha era una puerta lateral del Gran Salón, lo que quería decir que la Sala de las Mujeres estaba a la vuelta de la esquina. Me sentí orgullosa de mí misma por haberlo descubierto. El palacio era como un opulento laberinto.
—No debéis salir al exterior bajo ninguna circunstancia —prosiguió Tina—. Durante el día, habrá momentos en que podréis pasear por el jardín, pero no sin permiso. Es una simple norma de seguridad. Por mucha vigilancia que pongamos, los rebeldes ya han conseguido introducirse en el recinto anteriormente.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo.
Doblamos una esquina y subimos las enormes escaleras que llevaban a la segunda planta. Bajo los pies sentía las alfombras mullidas, como si me hundiera un par de centímetros cada vez que daba un paso. La luz se colaba por unos altos ventanales, y olía a flores y a aire libre. De las paredes colgaban grandes pinturas de reyes del pasado, así como unos cuantos retratos de líderes estadounidenses y canadienses. Al menos, eso supuse que serían. No llevaban ninguna corona.
—Vuestras cosas ya están en las habitaciones. Si la decoración no os parece apropiada, decídselo a vuestras doncellas. Cada una tenéis tres, y también os esperan en vuestras habitaciones. Os ayudarán a deshacer las maletas y a vestiros para la cena.
»Esta noche, antes de la cena, os reuniréis en la Sala de las Mujeres para asistir a la emisión especial del Illéa Capital Report. ¡La semana que viene seréis vosotras las que aparezcáis en el programa! Hoy podréis ver parte de las grabaciones realizadas cuando dejasteis vuestras casas y de vuestra llegada aquí. Promete ser algo muy especial. Tenéis que saber que la princesa Brittany aún no ha visto nada de eso. Esta noche ella verá lo mismo que toda Illéa. Será mañana cuando os presentaréis ante ella oficialmente.
»Todas cenaréis en grupo, para que podáis ir conociéndoos, ¡y mañana empieza el juego!
Tragué saliva. Demasiadas normas, demasiada estructura, demasiada gente. Me habría gustado estar sola con un violín.
Fuimos recorriendo la segunda planta, dejando a cada una de las seleccionadas en su habitación por el camino. La mía estaba en un rincón, junto a un pequeño pasillo, con la de Bariel, la de Tiny y la de Jenna. Agradecí que no estuviera en pleno meollo, como la de Rachel. Quizás así pudiera disfrutar de cierta intimidad.
Cuando nuestra guía se fue, abrí la puerta y me encontré con los grititos ahogados de tres mujeres muy excitadas. Una estaba en un rincón, cosiendo, y las otras dos estaban limpiando una habitación ya impecable. Se acercaron corriendo y se presentaron como Lucy, Anne y Mary, pero inmediatamente se me olvidó quién era quién. Me costó un poco convencerlas de que se fueran. No quería ser maleducada, puesto que parecían deseosas de servirme, pero necesitaba estar un rato sola.
—Solo necesito echar una cabezadita. Estoy segura de que vosotras también habréis tenido un día muy largo, preparándolo todo. Lo mejor que podríais hacer es dejarme descansar, y descansar un poco vosotras. Os agradeceré que vengáis a despertarme cuando sea la hora de bajar.
Pese a mi oposición, se deshicieron en una sucesión de agradecimientos y reverencias interminables, y por fin me quedé sola. No sirvió de nada. Necesitaba echarme en la cama, pero tenía todo el cuerpo en tensión, lo que me impedía ponerme cómoda en un lugar que, estaba claro, no estaba hecho para mí.
Había un violín en el rincón, así como una guitarra y un piano espléndido, pero no me sentía con fuerzas de tocar. Mi mochila estaba perfectamente cerrada, esperando a los pies de la cama, pero aquello también me parecía demasiado trabajo. Sabía que me habrían dejado cosas especiales en el armario, en los cajones y en el baño, pero no me apetecía explorar.
Me quedé allí tumbada, inmóvil. Era consciente de que eran horas, pero me pareció que solo habían pasado unos momentos cuando mis doncellas llamaron suavemente a la puerta. Las hice entrar y, pese a lo extraño que me resultaba, dejé que me vistieran. Estaban tan encantadas de ser útiles que no podía pedirles que se fueran.
Me recogieron el cabello hacia atrás con toda delicadeza y me retocaron el maquillaje. El vestido —al igual que el resto de mi vestuario, obra suya— era de un verde intenso y llegaba hasta el suelo. Sin aquellos minúsculos tacones me lo habría pisado todo. Tina llamó a mi puerta y a la de mis tres vecinas a las seis en punto, para que saliéramos, y nos condujo por el pasillo hasta el rellano de la escalera, donde esperamos a que llegaran todas. A continuación nos dirigimos a la Sala de las Mujeres. Rachel salió a mi encuentro y fuimos juntas.
El sonido de treinta y cinco pares de zapatos de tacón por las escaleras de mármol era como la música de una elegante estampida. Se oyeron algunos murmullos, pero la mayoría de nosotras mantuvimos silencio. Al pasar junto al comedor observé que las puertas estaban cerradas. ¿Estaría dentro la familia real? Quizás estarían tomando su última comida los tres solos.
Me parecía extraño que fuéramos sus invitadas pero que aún no hubiéramos visto a ninguno de ellos.
La Sala de las Mujeres había cambiado desde nuestra visita. Los espejos y los colgadores habían desaparecido, y había mesas y sillas repartidas por la estancia, así como algunos sofás de aspecto muy cómodo. Rachel me miró e indicó con la cabeza uno de los sofás, y nos sentamos juntas.
Cuando estuvimos todas instaladas, encendieron la pantalla de televisión y vimos el Report. Incluía las mismas noticias de siempre —actualizaciones sobre el presupuesto de los diferentes proyectos, el progreso de las guerras, otro ataque rebelde en el este— y luego, la última media hora, aparecieron las grabaciones que nos habían hecho durante el día, comentadas por Kurt.
—Aquí, la señorita Kitty Wilde se despide de sus numerosos admiradores en Clermont. Esta encantadora jovencita necesitó más de una hora para separarse de sus fans.
Kitty sonrió complacida cuando se vio en la pantalla. Estaba sentada junto a Bariel Pratt, que llevaba el cabello liso como una tabla y hasta la cintura, y de un rubio tan pálido que parecía blanco. No había otro modo de decirlo: tenía unos pechos enormes. Se le salían del vestido sin tirantes, desafiando a cualquiera a que apartara la vista.
Bariel era guapa, pero de una belleza típica. Tenía un estilo similar al de Kitty. Sin saber muy bien por qué, al verlas juntas no pude evitar pensar aquello de «Los enemigos, mejor cuanto más cerca». Supuse que ambas se habían identificado mutuamente como las rivales más duras.
—Las otras seleccionadas del Medio-Este también han disfrutado de un gran seguimiento. La actitud tranquila y elegante de Ashley Brouillette la distingue inmediatamente como una dama. Mientras se abre paso entre la multitud, muestra una expresión humilde y un bello rostro que recuerdan a la propia reina.
»Y Rachel Berry, de Kent, que se ha mostrado de lo más participativa en su despedida de hoy, llegando incluso a cantar el himno nacional con la banda. —En la pantalla aparecieron imágenes de Rachel sonriendo y abrazando a la gente de su provincia—. Enseguida se ha convertido en la favorita de muchas de las personas que hemos entrevistado hoy mismo.
Rachel me tendió la mano y apretó la mía. Estaba decidido: era mi favorita.
—Con la señorita Berry también viajaba Santana López, una de las tres Cincos que han superado la Selección.
Dieron una imagen de mí mejor de la que me esperaba. Lo único que recordaba era mi tristeza al escrutar a la multitud. Pero las escenas que habían elegido, mirando al público, daban una imagen de madurez y proximidad. La imagen del abrazo con mi padre fue conmovedora, preciosa.
Aun así, aquello no fue nada comparado con las imágenes en las que aparecía en el aeropuerto.
—Pero ya sabemos que las castas no significan nada en la Selección, y parece que Lady Santana es una participante que habrá que tener en cuenta. En el aeropuerto de Angeles, Lady López se convirtió en la protagonista, y se detuvo a tomarse fotos, a firmar autógrafos y a hablar con todo el mundo. A la señorita Santana López no le importa nada ensuciarse las manos, cualidad que muchos consideran necesaria para ser nuestra futura princesa.
Casi todas se giraron a mirarme. Lo vi en sus ojos, la misma mirada que me habían echado Emmica y Samantha. De pronto aquellas miradas cobraron sentido. No importaban mis intenciones. Ellas no sabían que yo no quería aquello. A sus ojos, era una amenaza. Y estaba claro que deseaban librarse de mí.

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Creo que una sala llena de mujeres que buscan un mismo objetivo es un poco preocupante no creen????
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Mensaje por awong_snix Jue Jun 26, 2014 4:55 pm

CAPÍTULO 10
Me pasé la cena con la cabeza gacha. En la Sala de las Mujeres había podido mostrarme valiente porque tenía a Rachel al lado, y a ella le caía bien. Pero allí, rodeada de personas cuyo odio podía sentir casi físicamente, me acobardé. Solo levanté la vista del plato una vez; entonces me encontré con Kriss Ambers, que le daba vueltas al tenedor con gesto amenazador. Y Ashley, siempre tan elegante, no dejó de hacer morritos, sin dirigirme la palabra. De lo único que tenía ganas era de huir a mi habitación.
No entendía por qué era todo tan importante. Vale, parecía ser que le gustaba a la gente. ¿Y qué? Allí dentro aquello no tenía ninguna importancia; sus gestos de cariño no valían para nada.
Después de todo, no sabía si sentirme honrada o molesta.
Centré mis energías en la comida. La última vez que había comido filete había sido unas Navidades, años atrás. Sabía que mamá se había esmerado todo lo posible, pero no tenía nada que ver con aquel, tan jugoso, tan tierno, tan sabroso. Me daban ganas de preguntarle a alguien si no era el mejor filete que había probado nunca. Si Rachel hubiera estado allí cerca, lo habría hecho. La busqué con la mirada. Estaba charlando tranquilamente con las chicas que tenía alrededor.
¿Cómo lo conseguía? ¿Acaso no había salido en la misma grabación que decía que era una de las favoritas? ¿Cómo lo hacía para que la gente le hablara?
El postre fue un surtido de frutas con helado de vainilla. Era como si estuviera descubriendo el placer de comer. Si aquello era comida, ¿qué era lo que me había estado metiendo en la boca hasta entonces? Pensé en May y en lo golosa que era. Aquello le habría encantado. Estaba segura de que ella habría triunfado.
No podíamos abandonar la mesa hasta que todas hubieran acabado, y luego teníamos órdenes estrictas de irnos directamente a la cama.
—Al fin y al cabo, por la mañana conoceréis a la princesa Brittany, y todas querréis dar vuestra mejor imagen —recordó Tina—. De hecho, es el futuro marido de una de vosotras.
Unas cuantas chicas suspiraron ante la idea.
El repiqueteo de los zapatos al subir las escaleras esta vez fue menos sonoro. No veía el momento de quitarme los míos. Y aquel vestido. Tenía una muda mía de verdad en la mochila y no sabía si ponérmela, aunque solo fuera por sentirme yo misma por un momento.
Tras subir las escaleras, mientras las chicas se dirigían a sus habitaciones, Rachel me cogió del brazo.
—¿Estás bien?
—Sí. Es solo que algunas de las chicas me miraban mal durante la cena —dije, intentando no parecer una llorica.
—Solo están un poco nerviosas porque le has gustado mucho a la gente —respondió, quitándole hierro al asunto.
—Pero tú también le has gustado a la gente. He visto los carteles. ¿Por qué no te hacen lo mismo a ti?
—No has pasado mucho tiempo con grupos de chicas, ¿verdad? —me preguntó, con una sonrisa pícara, como si yo supiera lo que estaba pasando.
—No. Sobre todo con mis hermanas —confesé.
—¿Te educaron en casa?
—Sí.
—Bueno, yo estudié con un grupito de otras Cuatros en casa, todas chicas, y cada una tiene su método para influir en las demás. Fíjate: todo consiste en conocer a la persona, en pensar qué es lo que le molestará más. Muchas de las chicas me hacen cumplidos ambiguos, o pequeñas observaciones, cosas así. Sé que me ven como una persona superficial y extrovertida pero que, en realidad, es tímida, y creen que pueden ir mellando mi autoestima con palabras.
Fruncí el ceño. ¿Lo hacían aposta?
—Para ti, como te ven reservada y misteriosa…
—Yo no soy misteriosa —la interrumpí.
—Un poquito sí. Y a veces la gente no sabe si interpretar el silencio como confianza en ti misma o como miedo. Te miran todo el rato como si fueras un bicho raro, a ver si al final consiguen que te sientas como tal.
—¡Vaya! —Eso tenía cierto sentido. Me pregunté qué era lo que estaba haciendo, si de algún modo estaba recordándoles a las otras sus propias inseguridades—. ¿Y tú qué haces? Cuando quieres que te traten bien, quiero decir.
—No hago ni caso —respondió, sonriendo—. Tengo una conocida que se pone tan furiosa cuando no consigue fastidiarte que acaba hundiéndose. Así que no te preocupes —dijo—. Lo único que tienes que hacer es dejarles claro que no te afecta lo que hagan.
—Y no me afecta.
—Te creo…, pero no del todo. —Soltó una risita, un sonido cálido que se evaporó en el silencio del pasillo—. ¿Te puedes creer que vayamos a conocerle por la mañana? —preguntó, pasando a temas, a su modo de ver, más importantes.
—No, en realidad no.
Brittany parecía una suerte de fantasma que deambulara por el palacio, siempre presente pero intangible.
—En fin, buena suerte mañana —dijo, y estaba claro que era sincera.
—Mejor suerte aún para ti, Rachel. Estoy segura de que la princesa Brittany estará más que contenta de conocerte. —Le apreté la mano una vez más.
Ella me sonrió denotando excitación y timidez a la vez, y se fue a su cuarto.
Cuando llegué al mío, la puerta de Bariel seguía abierta, y le oí dar órdenes a su doncella, refunfuñando. Me vio y me cerró la puerta en las narices. Mejor.
Mis doncellas estaban allí, por supuesto, esperándome para ayudarme a lavarme y desvestirme. Mi camisón, una prenda verde, ligera y vaporosa, estaba tendido sobre la cama. Ninguna de las tres había tocado mi bolsa.
Eran eficientes pero resueltas. Evidentemente se sabían bien la rutina de la noche, pero obraron con calma. Supuse que pretendían que su actuación tuviera un efecto relajante, pero yo no veía el momento de que se fueran. No podía meterles prisa mientras me lavaban las manos, me desabrochaban el vestido y prendían el broche con mi nombre en mi bata de seda. Y mientras hacían todas aquellas cosas que me ponían tan incómoda, iban haciendo preguntas. Intenté responderlas sin ser maleducada.
Sí, por fin había visto a las otras chicas. No, no hablaban mucho. Sí, la cena había sido estupenda. No, no conocería a la princesa hasta el día siguiente. Sí, estaba muy cansada.
—Y de verdad me ayudaría mucho a relajarme poder pasar un rato sola —añadí, tras aquella última respuesta, esperando que pillaran la indirecta.
Parecían decepcionadas. Intenté arreglarlo.
—Las tres me ayudáis muchísimo, pero es que estoy acostumbrada a pasar tiempo sola. Y hoy he estado rodeada de muchísima gente todo el día.
—Pero, Lady López, se supone que tenemos que ayudarla. Es nuestro trabajo —dijo la que mandaba.
Me imaginé que sería Anne. Anne parecía estar al tanto de todo, Mary era de muy buen trato, y Lucy… supongo que era tímida.
—Os lo agradezco mucho, de verdad, y desde luego necesitaré que me ayudéis mañana para ponerme en marcha. Pero esta noche necesito desconectar. Si queréis serme útiles, me iría muy bien disponer de un tiempo para mí. Y si todas descansáis bien, seguro que por la mañana las cosas saldrán mejor, ¿no os parece?
Se miraron entre sí.
—Bueno, supongo que sí —accedió Anne.
—Se supone que una de nosotras tiene que quedarse aquí mientras usted duerme. Por si necesita algo —dijo Lucy, nerviosa, como si tuviera miedo de mis decisiones. Daba la impresión de que temblaba de vez en cuando, lo cual atribuí a su timidez.
—Si necesito algo, tocaré el timbre. Estaré bien. Además, no podría descansar si sé que hay alguien observándome.
Volvieron a mirarse entre sí, aún algo escépticas. Sabía que había un modo de acabar con aquello, pero odiaba tener que usarlo.
—Se supone que tenéis que obedecer todas mis órdenes, ¿verdad?
Asintieron, esperanzadas.
—Entonces os ordeno a las tres que os vayáis a la cama. Y que vengáis a ayudarme por la mañana. Por favor.
Anne sonrió. Estaba claro que empezaba a entenderme.
—Sí, Lady López. Hasta mañana.
Hicieron una reverencia y abandonaron la habitación. Anne me echó una última mirada. Supongo que no era exactamente lo que se esperaban, pero no parecían muy molestas.
Una vez sola, me quité las elegantes zapatillas y estiré los dedos de los pies. Ir descalza me daba una sensación agradable, natural. Me dispuse a sacar mis cosas de la bolsa, lo cual no llevó mucho tiempo. Al mismo tiempo eché un vistazo a los vestidos. Solo había unos cuantos, pero bastarían para vestirme durante una semana más o menos. Supuse que las demás tendrían la misma cantidad. ¿Por qué habrían confeccionado una docena de vestidos para una chica que quizá se marchara al día siguiente?
Saqué las pocas fotografías que tenía de mi familia y las prendí del borde de mi espejo, que era altísimo y enorme. Así podría ver las fotos sin tener que apartar la vista de mí misma. Tenía una cajita de abalorios personales —pendientes, cintas y diademas que me encantaban—. Es probable que en aquel entorno quedaran increíblemente sencillos, pero eran tan personales que no había podido evitar traérmelos. Los pocos libros que había traído encontraron su espacio en el práctico estante que había junto a las puertas que daban a mi balcón privado.
Asomé la nariz al balcón y vi el jardín. Había un laberinto de senderos con fuentes y bancos. Por todas partes se veían flores, y cada seto estaba podado a la perfección. Tras aquel recinto cuidado hasta el mínimo detalle se abría un pequeño campo abierto y, más allá, un bosque enorme que se extendía hasta tan lejos que no podía saber siquiera si quedaba completamente rodeado por los muros del palacio. Por un momento me pregunté los motivos de su existencia, pero luego fijé la atención en el último recuerdo de casa, que aún llevaba en la mano.
Mi frasquito con el céntimo. Lo hice rodar por la mano unas cuantas veces, escuchando cómo la moneda se deslizaba por los bordes del cristal. ¿Por qué me habría llevado aquello? ¿Para recordarme algo que no podría tener nunca?
Aquel pensamiento fugaz —el de que aquel amor que había ido construyendo durante años en un lugar tranquilo y secreto estaba ahora fuera de mi alcance— me llenó los ojos de lágrimas. Aquello, sumado a toda la tensión y la excitación del día, era demasiado. No sabía dónde guardar aquel frasco, así que de momento lo dejé sobre la mesilla de noche.
Atenué las luces, me eché sobre las lujosas sábanas y me quedé mirando mi frasquito. Me permití estar triste. Me permití pensar en «ella».
¿Cómo podía haber perdido tanto en tan poco tiempo? Tener que abandonar a la familia, trasladarse a un lugar extraño, separarse de la persona a la que amas… Todo aquello debía de sucederte poco a poco, a lo largo de años, no en un solo día.
Me pregunté qué sería exactamente lo que quería decirme antes de irme. Lo único que pude deducir era que sería algo que no le resultaba cómodo decir en voz alta. ¿Sería sobre «ella»?
Fijé la vista en el frasco.
¿Estaría intentando decirme que lo sentía? Le había soltado una enorme reprimenda la noche anterior. Así que a lo mejor era aquello.
¿Que había pasado página? Bueno, eso ya lo había visto claro, gracias por la información.
¿Que «no» había pasado página? ¿Que aún me quería?
Intenté pensar en otra cosa. No podía permitir que aquella esperanza arraigara. Ahora mismo necesitaba odiarle. Aquella rabia me ayudaría a seguir adelante. El principal motivo por el que estaba allí era para alejarme de ella todo lo que pudiera y el máximo tiempo posible. Pero la esperanza resultaba dolorosa. Y con la esperanza llegó la nostalgia, y el deseo de que May se colara en mi cama, como a veces hacía. Y luego el miedo de que las otras chicas quisieran echarme, que pudieran seguir intentando empequeñecerme. Y luego los nervios al presentarme ante todo el país por televisión durante mi estancia en aquel lugar. Y el pánico de que alguien intentara matarme simplemente para reivindicar una posición política. Todo aquello me había caído encima demasiado de golpe como para que mi ya aturdido cerebro lo pudiera procesar tras un día tan largo.
La visión se me nubló. Ni siquiera me di cuenta de que había empezado a llorar. No podía respirar. Estaba temblando. Me puse en pie de un salto y salí al balcón a la carrera. Estaba tan nerviosa que tardé un momento en abrir el seguro, pero por fin lo conseguí. Pensé que el aire fresco me haría sentir mejor, pero no fue así. Aún respiraba entrecortadamente y tenía frío.
Aquello no tenía nada de libertad. Los barrotes de mi balcón me hacían sentir enjaulada. Y aún veía los muros que rodeaban el palacio, con vigilantes en los puestos de guardia. Necesitaba salir del palacio, y nadie iba a ayudarme a conseguirlo. La desesperación me hizo sentir aún más débil. Miré hacia el bosque. Estaba segura de que desde allí solo se vería vegetación.
Me giré y eché a correr. Me sentía un poco insegura, con los ojos llenos de lágrimas, pero conseguí abrir la puerta. Corrí por el pasillo que conocía, sin fijarme en los elaborados tapices ni en los ribetes dorados. Apenas vi a los guardias. No sabía orientarme por el castillo, pero sabía que, si bajaba las escaleras y tomaba la dirección correcta, encontraría las enormes puertas de vidrio que daban al jardín. Necesitaba abrir aquellas puertas.
Bajé corriendo la majestuosa escalera, apenas haciendo ruido al pisar el mármol con mis pies descalzos. Había más guardias por el camino, pero nadie me detuvo…, hasta que encontré lo que buscaba.
Al igual que antes, había dos hombres montando guardia a los lados de las puertas, y, cuando intenté correr hacia ellos, uno se interpuso en mi camino, bloqueándome el paso hacia la salida con su vara a modo de lanza.
—Perdone, señorita, pero tiene que volver a su habitación —dijo, con autoridad. Aunque no hablaba alto, daba la impresión de que su voz retumbaba en el silencio del elegante vestíbulo.
—No…, no. Necesito… salir. —Se me trababa la lengua; me costaba respirar.
—Señorita, debe volver a su habitación ahora mismo.
Se acercó el segundo guardia, con paso decidido.
—Por favor —pedí, jadeando. Tenía la sensación de que me iba a desmayar.
—Lo siento… Lady Santana, ¿verdad? —respondió, observando mi broche—. Tiene que volver a su habitación.
—Yo… no puedo respirar —balbucí, cayendo entre los brazos del guardia, que se me echaba encima para apartarme. Su bastón cayó el suelo. Me agarré a ella casi sin fuerzas, mareada del esfuerzo.
—¡Soltadla!
Aquella era una voz nueva, joven pero autoritaria. Me giré, o más bien se me cayó la cabeza hacia un lado, y la vi. Ahí estaba la princesa Brittany. Tenía un aspecto algo raro, visto desde aquel ángulo en que me colgaba la cabeza, pero reconocí su pelo y la rigidez de su postura.
—Se ha desplomado, alteza. Quería salir —se excusó el primer guardia, azorado. Se metería en graves problemas si me hacía algún daño. Ahora yo era propiedad de Illéa.
—Abrid las puertas.
—Pero…, alteza…
—Abrid las puertas y dejadla salir. ¡Ya!
—Enseguida, alteza. —El primer guardia se puso manos a la obra, sacando una llave.
Con la cabeza aún en aquella extraña postura, oí el ruido de las llaves entrechocando y luego una que se introducía en la cerradura. La princesa me observó con preocupación mientras intentaba mantenerme en pie. Y luego me llegó el dulce olor del aire fresco, que me dio toda la energía que necesitaba. Me liberé de los brazos del guardia y corrí al jardín como si estuviera ebria.
Me tambaleaba un poco, pero no me importaba si mi aspecto no era de lo más elegante.
Necesitaba respirar el aire libre. Noté su calidez sobre la piel, la hierba bajo los pies. De algún modo, incluso las cosas de la naturaleza parecían más lujosas en aquel lugar. Quería llegar hasta los árboles, pero las piernas no me llevaron tan lejos. Me vine abajo frente a un banquito de piedra y me quedé allí sentada, con mi bonita bata verde tirada por el suelo y la cabeza apoyada sobre los brazos, en el asiento.
No tenía fuerzas ni para llorar, así que las lágrimas que brotaron lo hicieron en silencio. Aun así, me hicieron reaccionar. ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Cómo había permitido que sucediera aquello? ¿Qué sería de mí en aquel lugar? ¿Podría volver algún día a la vida que tenía antes? No lo sabía. Y nada de aquello dependía de mí ni en lo más mínimo.
Estaba tan absorta en mis pensamientos que no me di cuenta de que no me encontraba sola hasta que el princesa Brittany habló.
—¿Estás bien, querida?
—Yo no soy «tu querida» —dije, mirándole fijamente. Mi mirada de asco no dejaba lugar a dudas.
—¿Qué he hecho para ofenderte? ¿No te he dado todo lo que has pedido? —preguntó, realmente confundida por mi respuesta. Supongo que esperaba que todas le adoráramos y diéramos gracias por su existencia.
Le miré sin ningún miedo, aunque estoy segura de que el efecto quedó algo matizado por mis mejillas surcadas de lágrimas.
—Deja de llorar, querida. ¿Quieres? —preguntó, aparentemente preocupado.
—¡No me llames esi! No me quieres más de lo que puedes querer a las otras treinta y cuatro extrañas que tienes aquí, encerradas en tu jaula.
Se acercó más. No parecía en absoluto ofendida por mi verborrea descontrolada. Al parecer solo estaba… meditando. Tenía una expresión interesante en la cara.
Caminaba con gran elegancia para ser un chica, y se le veía sorprendentemente cómodo mientras me rodeaba. Mi demostración de coraje se vino un poco abajo ante lo extraño de la situación. Ella iba vestida con un elegante traje, perfecto, y yo estaba encogida y medio desnuda. Y si su rango no era suficiente amenaza, su actitud sí lo era. Debía de tener una gran experiencia en el trato con gente infeliz; su respuesta fue excepcionalmente serena.
—Ese planteamiento es injusto. Todas sois importantes para mí. Solo se trata de dirimir a cuál podré llegar a querer más.
—¿De verdad has dicho «dirimir»?
Chasqueó la lengua.
—Me temo que sí. Perdóname. Es producto de mi educación.
—Educación —murmuré, levantando los ojos al cielo—. Ridículo.
—¿Disculpa?
—¡Es ridículo! —grité, recuperando de nuevo el valor.
—¿Qué es lo que es ridículo?
—¡Este concurso! ¡Todo este asunto! ¿Es que nunca has querido a nadie? ¿Así es como quieres escoger esposa? ¿De verdad eres tan superficial? —solté, girándome un poco hacia ella.
Para hacer las cosas más fáciles, se sentó en el banco, de modo que yo no tuviera que torcer el cuello. Estaba demasiado contrariada como para agradecérselo.
—Entiendo que quizá pueda parecerlo, que todo esto pueda parecer poco más que un entretenimiento barato. Pero en el mundo en el que vivo estoy muy limitada. No tengo ocasión de conocer a muchas mujeres. Las que conozco son hijas de diplomáticos, y generalmente tenemos muy poco de lo que hablar. Y eso si es que hablamos el mismo idioma.
A Brittany aquello le pareció divertido y soltó una risita. A mí no me hizo gracia. Se aclaró la garganta.
—En esas circunstancias, no he tenido ocasión de enamorarme. ¿Tú sí?
—Sí —respondí con naturalidad. Y en cuanto la palabra salió de mis labios deseé haberme mordido la lengua. Aquello era algo privado; no era asunto suyo.
—Entonces has tenido bastante suerte —dijo, con una punta de envidia.
Aquello sí que tenía gracia. Lo único que tenía yo que pudiera envidiar el princesa de Illéa era precisamente lo que quería olvidar.
—Mi madre y mi padre se casaron así y son bastante felices. Yo también espero hallar la felicidad. Encontrar a una mujer que toda Illéa pueda querer, alguien que pueda ser mi compañera y que me acompañe cuando reciba a los líderes de otros países. Alguien que se haga amiga de mis amigos y que se convierta en mi confidente. Estoy lista para encontrar a mi futura esposa.
Algo en su voz me sorprendió. No había ni rastro de sarcasmo. Lo que a mis ojos parecía poco más que un concurso de la tele era para ella su única ocasión de encontrar la felicidad. No podría intentarlo con una segunda ronda de chicas. Bueno, quizá sí pudiera, pero sería muy embarazoso. Estaba desesperada, y a la vez esperanzada. Sentí que la rabia que me despertaba disminuía. Solo un poco.
—¿De verdad te parece que esto es una jaula? —En sus ojos se reflejaba la preocupación.
—Sí —dije, ya más serena. Y enseguida añadí—: Alteza.
Ella se rio.
—La verdad es que yo me he sentido enjaulado más de una vez. Pero tienes que admitir que es una jaula muy bonita.
—Para ti. Llena tu bonita jaula con otros treinta y cuatro hombres, todos luchando por lo mismo y verás lo bonita que es entonces.
Ella levantó las cejas.
—¿De verdad ha habido peleas por mí? ¿No sabéis todas que soy yo la que escoge? —dijo, riéndose.
—En realidad no es eso. Se disputan dos cosas. Unas luchan por ti; otras luchan por la corona. Y todas creen saber qué decir y qué hacer para desequilibrar la balanza.
—Ah, sí. La mujer e o la corona. Me temo que hay gente que no distingue una cosa de la otra.
—Buena suerte con eso —repuse, mordaz.
Tras mi comentario socarrón me quedé un momento en silencio. La miré por el rabillo del ojo, esperando que dijera algo. Ella fijó la mirada en un punto indefinido del césped, con expresión preocupada. Daba la impresión de que aquello le inquietaba desde siempre. Respiró hondo y volvió a mirarme.
—¿Y tú por qué luchas?
—En realidad, yo estoy aquí por error.
—¿Por error?
—Sí. Algo así. Bueno, es una larga historia. Y ahora… estoy aquí. Y no voy a luchar. Mi plan es disfrutar de la comida hasta que me des la patada.
Al oír aquello soltó una carcajada. De hecho se dobló en dos de la risa y se dio una palmada en la rodilla. Era una extraña mezcla de rigidez y calma.
—¿Tú qué eres? —preguntó.
—¿Perdón?
—¿Una Dos? ¿Una Tres?
¿Es que no se enteraba?
—Una Cinco.
—Ah, ya. Bueno, en ese caso la comida quizá pudiera ser una buena motivación para quedarse. —Volvió a reírse—. Lo siento, no veo bien tu broche con la oscuridad.
—Me llamo Santana.
—Bueno, me parece perfecto. —Brittany plantó la vista en la profundidad de la noche y sonrió. Parecía que todo aquello le divertía—. Santana, querida, espero que encuentres algo en esta jaula por lo que valga la pena pelear. Después de esto, no me imagino cómo será verte luchar por algo que quieras de verdad.
Bajó del banco y se agachó, poniéndose a mi lado. Estaba demasiado cerca. Yo no podía pensar con claridad. Quizá fuera que me impresionaba la situación, o que aún estaba algo temblorosa tras mi crisis de llanto. En cualquier caso, me pilló tan por sorpresa que me cogiera la mano que no fui capaz de protestar.
—Si esto te hace feliz, puedo decirle al servicio que te gusta el jardín. Así podrás salir por las noches sin tener que ir de la mano del guardia. Aunque preferiría que tuvieras uno cerca.
Eso me interesaba. Cualquier tipo de libertad me sonaba de maravilla, pero quería dejarle perfectamente claros mis sentimientos.
—Yo no… No quiero nada de ti —dije, apartando los dedos de su mano.
Aquello le pilló desprevenida, y pareció algo dolida.
—Como desees.
Me sentía arrepentida. Solo porque no me gustara aquel tipo no tenía por qué hacerle daño.
—¿Volverás a entrar pronto?
—Sí —respondí, soltando aire y mirando al suelo.
—Pues te dejo, que querrás estar sola. Habrá un guardia junto a la puerta, esperándote.
—Gracias…, esto…, alteza. —Sacudí la cabeza. ¿Cuántas veces me había dirigido a ella erróneamente en aquella conversación?
—Santana, querida… ¿Me harás un favor? —dijo, cogiéndome la mano de nuevo. No se rendía.
Me le quedé mirando, sin saber muy bien qué decir.
—Quizá.
Volvió a sonreír.
—No menciones esto a las otras. En teoría se supone que no tengo que conoceros hasta mañana, y no quiero que nadie se moleste. Aunque no creo que la bronca que me has soltado se pueda considerar una cita romántica, ¿no?
Esta vez fui yo quien sonrió.
—¡Desde luego! —Respiré hondo—. No lo diré.
—Gracias —dijo. Me levantó la mano y se la llevó a los labios. Tras besarla, la posó suavemente sobre mi regazo—. Buenas noches.
Me quedé mirando el punto de mi mano donde me había besado, atónita por un momento. Luego me giré y vi que Brittany se alejaba, para dejarme la intimidad que tanto había deseado.


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Y por fin después de 10 cap conocimos a Britt, bueno hasta a qui por favor comenten las preguntas e intentare actualizar pronto el domingo sin falta en todas mis adaptaciones.

sinceramente creo qeu Britt hizo lo correcto que hubieran hecho ustedes yo no dejo que toquen a mi morena no creen
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Mensaje por awong_snix Jue Jun 26, 2014 11:17 pm

Patri_glee escribió:ya quiero leer el primer capitulo
nos  vemos  Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/  LA ELEGIDA / TERMINADO  - Página 2 1206646864 Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/  LA ELEGIDA / TERMINADO  - Página 2 1206646864 


hola ya estoy de vuelta en todas las adaptaciones disculpen la tardanza
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Mensaje por awong_snix Jue Jun 26, 2014 11:17 pm

Stariv escribió:Me apunto yo tambien quiero leerlo :)

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Mensaje por awong_snix Jue Jun 26, 2014 11:18 pm

3:) escribió:se ve interesante!!!
quiero el primer capitulo!!!


hola ya estoy de vuelta en todas las adaptaciones disculpen la tardanza en todas las historias
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Mensaje por awong_snix Jue Jun 26, 2014 11:18 pm

Dolomiti escribió:Sip! Interesante! Cuando el primer cap?! ^_^


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Mensaje por awong_snix Jue Jun 26, 2014 11:19 pm

iFannyGleek escribió:Esa saga siempre me ah interesado mucho, espero la próxima actualización, saludos. ;)


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Mensaje por awong_snix Jue Jun 26, 2014 11:20 pm

fanybeaHEYA escribió:Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/  LA ELEGIDA / TERMINADO  - Página 2 2145353087 Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/  LA ELEGIDA / TERMINADO  - Página 2 2145353087 Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/  LA ELEGIDA / TERMINADO  - Página 2 2145353087 Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/  LA ELEGIDA / TERMINADO  - Página 2 2145353087 
no sabes lo feliz q me has exo jejej .. ya lei los libros pero leerlos con Brittana es un mejor ...gracias gracias gracias .sube el primer cap rapido plisss
una fiel lectora!!


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Mensaje por awong_snix Jue Jun 26, 2014 11:20 pm

micky morales escribió:es super interesante asi que hasta muy pronto!

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Mensaje por 3:) Vie Jun 27, 2014 9:11 pm

holap,...

me encanto,..
mmm me gusta britt!!! a ver como va la presentación de britt ante todas,....
y como va a reaccionar san y britt cuando se vena de nuevo

nos vemos!!!
3:)
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-*-*-*
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Mensaje por dani_lcastrejon Dom Jun 29, 2014 11:07 am

Hola :3 soy tu nueva lectora o/
Me ha gustado la historia pero a veces me de tristeza como se siente Santana, aunque Brittany parece muy buena persona :D espero que continúes con capítulos largos porque me encantan.
Saludos y hasta luego ;)
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Mensaje por Dolomiti Lun Jun 30, 2014 12:23 pm

Wow! Interesante presentación... Quiero saber que pasará después... Saludos
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Activo Re: Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/ LA ELEGIDA / TERMINADO

Mensaje por awong_snix Jue Jul 03, 2014 11:17 am

3:) escribió:holap,...

me encanto,..
mmm me gusta britt!!! a ver como va la presentación  de britt ante todas,....
y como va a reaccionar san y britt cuando se vena de nuevo

nos vemos!!!

Lo mejor esta por venir y de nuevo disculpas ya estoy subiendo los capitulos en cuanto a la presentacion digamos que sera la palabra de esta historia elección
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Activo Re: Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/ LA ELEGIDA / TERMINADO

Mensaje por awong_snix Jue Jul 03, 2014 11:19 am

dani_lcastrejon escribió:Hola :3 soy tu nueva lectora o/
Me ha gustado la historia pero a veces me de tristeza como se siente Santana, aunque Brittany parece muy buena persona :D espero que continúes con capítulos largos porque me encantan.
Saludos y hasta luego ;)



Hola claro que continuo con la historia y regularmente hago actualizaciones de 3 a 4 capítulos en este tiempo por trabajo no he podido actualizar cada 3 día pero sigo con todas las historias

saludos y no dejen de comentar

PD ya estoy actualizando
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Mensaje por awong_snix Jue Jul 03, 2014 11:20 am

Dolomiti escribió:Wow! Interesante presentación... Quiero saber que pasará después... Saludos


Una de mis seguidoras jajaja  Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/  LA ELEGIDA / TERMINADO  - Página 2 4061796348 Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/  LA ELEGIDA / TERMINADO  - Página 2 4061796348 disculpa por no actualizar en esta actualizacion la palabra es elección. que opinas de lo que has leido crees que es la palabra o no
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