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Mensaje por awong_snix Jue Jul 03, 2014 11:21 am



CAPÍTULO 11




Por la mañana no me desperté con el ruido de las doncellas al entrar —aunque ya habían entrado— ni con la preparación del baño —aunque ya estaba preparado—. Me desperté con la luz que se coló por mi ventana cuando Anne retiró suavemente las pesadas y elaboradas cortinas, tarareando con dulzura alguna canción, encantada con su trabajo.
Yo aún no estaba lista para ponerme en marcha. Había tardado mucho en relajarme después de tanta tensión, y aún más tiempo en dormirme al darme cuenta de lo que significaría exactamente aquella conversación en el jardín. Si tenía ocasión, le pediría disculpas a Brittany. Sería un milagro si me daba incluso ocasión de hacerlo.
—¿Señorita? ¿Está despierta?
—Noooo —gimoteé, con la cara contra la almohada.
Pero Anne, Mary y Lucy se rieron ante mis lamentos, y eso bastó para hacerme sonreír y para que me decidiera a ponerme en marcha.
Es probable que con aquellas chicas fuera con las que más fácilmente podía llevarme bien de todo el palacio. Me pregunté si podrían llegar a convertirse en confidentes de algún tipo, o si la disciplina y el protocolo las habrían hecho completamente incapaces de compartir incluso una taza de té conmigo. Aunque fuera una Cinco de nacimiento, ahora mismo tenía todos los atributos de una Tres. Y si eran criadas, tenían que ser Seises. Pero a mí aquello no me importaba. Me encontraba bien en compañía de Seises.
Entré muy despacio en el monstruoso baño; cada paso que daba resonaba en aquel enorme espacio de azulejo y cristal. A través de los grandes espejos vi que Lucy se fijaba en las manchas de tierra de mi bata. Luego los ojos atentos de Anne cayeron en ellas. Y después los de Mary. Por suerte, ninguna de las dos hizo comentarios. Uno de mis temores era que me acribillaran a preguntas, pero estaba equivocada. Evidentemente les preocupaba muchísimo que me sintiera cómoda. Si me preguntaban qué había estado haciendo fuera de mi habitación —o, peor aún, fuera del palacio—, resultaría muy embarazoso.
Se limitaron a quitarme la bata con cuidado y a llevarme al baño. No estaba acostumbrada a desnudarme en presencia de otras personas —ni siquiera de mamá o de May—, pero no parecía que hubiera otra opción. Aquellas tres mujeres me ayudarían a cambiarme de ropa durante todo el tiempo que pasara allí, así que tendría que aguantarlo hasta el día de mi partida. Me preguntaba qué sería de ellas cuando yo me fuera. ¿Las asignarían a otras chicas que necesitaran más cuidados a medida que avanzara la competición? ¿O ya tenían otros trabajos en el palacio de los que habían sido excusadas temporalmente? Me pareció maleducado preguntarles qué era lo que hacían antes o insinuar que no estaría mucho tiempo allí, así que no lo hice.
Tras el baño, Anne me secó el cabello, levantándome la mitad de la melena con cintas que me había traído de casa. Eran azules, así que casualmente resaltaban las flores de uno de los vestidos de día que mis doncellas habían hecho para mí, y ese fue el que escogí. Mary me maquilló con tonos tan suaves como el día anterior, y Lucy me extendió una loción por los brazos y las piernas.
Había una gran variedad de joyas entre las que escoger, pero yo les pedí mi cajita. Allí dentro tenía un minúsculo collarcito con un ruiseñor que me había regalado mi padre, y era plateado, así que hacía juego con el broche con mi nombre. Sí me puse un par de pendientes de la colección de palacio, pero probablemente fueran los más pequeños que había.
Anne, Mary y Lucy me supervisaron con la mirada y sonrieron, satisfechas. Me tomé aquello como un indicador de que mi aspecto era correcto para el desayuno. Me despidieron con sonrisas, reverencias y buenos deseos, y me puse en marcha. A Lucy le temblaban las manos de nuevo.
Subí al vestíbulo de arriba, donde nos habíamos encontrado todas el día anterior. Era la primera, así que me senté a descansar en un pequeño sofá. Poco a poco empezaron a llegar las otras. Enseguida observé una constante: todas las chicas tenían un aspecto fenomenal. Lucían el cabello recogido en elaboradas trenzas o tirabuzones, dejando la cara despejada. Llevaban un maquillaje cuidado a la perfección y unos vestidos planchados inmejorablemente.
Yo había escogido el vestido más sencillo que tenía para el primer día; los vestidos de todas las demás tenían algún detalle brillante. Hubo dos chicas que, al llegar al vestíbulo, cayeron en la cuenta de que llevaban unos vestidos casi idénticos. Ambas dieron media vuelta y fueron a cambiarse. Todas querían destacar, y cada una lo hacía a su manera. Incluso yo.
Todas querían parecer Unos. Por mi parte, tenía el aspecto de una Cinco con un bonito vestido.
Pensé que había tardado mucho en prepararme, pero las otras chicas se retrasaron mucho más. Incluso después de que llegara Tina para acompañarnos abajo, aún tuvimos que esperar a Kitty y a Tiny, que había necesitado que le encogieran el vestido.
Cuando estuvimos todas, nos dirigimos hacia las escaleras. Había un espejo dorado en la pared, y todas nos giramos para echar un último vistazo mientras bajábamos. En una imagen fugaz, me vi junto a Rachel y Tiny. Desde luego se me veía sencilla.
Pero al menos era yo misma, y aquello suponía todo un consuelo.
Bajamos, esperando que nos llevaran al comedor, donde nos habían dicho que comeríamos. Sin embargo, nos condujeron al Gran Salón, donde habían puesto mesas y sillas individuales en filas, todas con sus platos, sus copas y su cubertería de plata. No obstante, de la comida no había ni rastro. Ni siquiera un olor que prometiera. Más allá, en una esquina, observé un grupito de sofás. Unos cuantos cámaras, apostados en diferentes puntos, grababan nuestra llegada.
Fuimos entrando y nos sentamos donde quisimos, ya que allí no había cartelitos con nuestros nombres. Rachel estaba en la fila de delante de la mía, y Ashley se sentó a mi derecha. No me molesté en mirar dónde estaban las demás. Daba la impresión de que muchas habían hecho al menos una amiga, igual que yo tenía mi aliada en Rachel. Ashley había elegido sitio a mi lado, así que supuse que desearía mi compañía. Aun así, no decía nada. A lo mejor estaba contrariada por el informe de la noche anterior. Por otra parte, el día anterior también había estado muy callada. Quizá fuera su carácter. Pensé que lo peor que podía pasarme es que no me respondiera, así que decidí al menos saludarla.
—Ashley, estás preciosa.
—Oh, gracias —dijo, en voz baja. Ambas comprobamos que las cámaras estaban lejos. No es que la conversación fuera privada, pero no nos hacían ninguna falta—. ¿No es divertido llevar todas estas joyas? ¿Y las tuyas?
—Humm, a mí me pesaban demasiado. He preferido ir más ligera.
—¡Sí que pesan! Me da la impresión de que llevo diez kilos en la cabeza. Pero no podía dejar pasar la ocasión. ¿Quién sabe cuánto tiempo nos quedaremos?
Aquello tenía gracia. Ashley parecía bastante segura de sí misma desde el principio. Con aquel aspecto y aquella compostura, era ideal como princesa. Me parecía raro que dudara de sí misma.
—Pero ¿no crees que ganarás? —pregunté.
—Por supuesto —susurró—. ¡Pero es de mala educación admitirlo! —contestó, y me guiñó un ojo, lo que me hizo soltar una risita.
Otro error por mi parte. Aquella risita llamó la atención de Tina, que estaba entrando en aquel momento.
—Chis, chis. Una dama nunca levanta la voz más allá de un leve murmullo.
Se hizo el silencio. Me pregunté si las cámaras habían registrado mi error, y me noté las mejillas calientes.
—Buenos días, señoritas. Espero que todas descansarais bien en vuestra primera noche en palacio, porque ahora empieza el trabajo. Hoy empezaremos las clases de conducta y protocolo, proceso que continuará durante toda vuestra estancia. Sabed que informaré de cualquier falta de comportamiento a vuestra parte a la familia real.
»Sé que puede sonar duro, pero esto no es un juego que podáis tomaros a la ligera. Una de las presentes en esta sala será la próxima princesa de Illéa, lo cual no es poco. Debéis esmeraros en mejorar, cualquiera que fuera vuestro origen. Os convertiréis en damas de la cabeza a los pies. Esta misma mañana recibiréis vuestra primera clase.
»Las buenas maneras en la mesa son muy importantes, y antes de que podáis comer frente a la familia real debéis tener en cuenta unas mínimas normas de etiqueta. Cuanto antes acabemos con esta clase, antes iréis a desayunar, así que mirad todas aquí, por favor.
Empezó a explicar que se nos serviría por la derecha, qué copa era para qué bebida y que nunca jamás debíamos coger una pastita con las manos. Había que usar siempre las pinzas. Las manos debíamos tenerlas sobre el regazo siempre que no las estuviéramos usando, con la servilleta debajo. No debíamos hablar, a menos que se nos preguntara. Por supuesto, podíamos hablar en voz baja con nuestros vecinos de mesa, pero siempre a un nivel adecuado para el palacio. Cuando dijo aquella última frase se me quedó mirando.
Tina siguió, con su tono elegante. Noté que mi estómago empezaba a perder la paciencia. Aunque no fueran copiosas, estaba acostumbrada a mis tres comidas diarias. Necesitaba comer. Ya estaba empezando a ponerme de mal humor cuando oímos que llamaban a la puerta. Dos guardias se hicieron a un lado y entró la princesa Brittany.
—Buenos días, señoritas —saludó.
La reacción en la sala fue tangible. Unas enderezaron la espalda, otras se echaron atrás el cabello, y alguna que otra se colocó bien el vestido. Yo no miré a Brittany, sino a Ashley, que respiraba agitadamente. Se lo quedó mirando de un modo que me hizo sentir incómoda solo de verla.
—Alteza —saludó Tina, con una reverencia.
—Hola, Tina. Si no te importa, me gustaría presentarme ante estas jóvenes.
—Por supuesto —dijo ella, con una nueva reverencia.
La princesa Brittany paseó la mirada por la sala y me localizó. Nuestros ojos se cruzaron un momento y sonrió. Aquello no me lo esperaba. Pensaba que habría cambiado de opinión sobre el trato que iba a dispensarme tras la noche pasada y que me llamaría al orden delante de todas. Pero quizá no estuviera enfadada. Tal vez le hubiera parecido divertido. Debía de aburrirse tremendamente en aquel lugar. Cualquiera que fuera el motivo, aquella breve sonrisa me hizo pensar que a fin de cuentas tal vez aquello no resultara ser una experiencia tan terrible. Tomé la decisión que no pude tomar la noche anterior y confié en que la princesa Brittany quisiera aceptar mis disculpas.
—Señoritas, si no les importa, las iré llamando una por una para hablar con ustedes. Estoy seguro de que todas están deseosas de desayunar, como yo, así que no les quitaré demasiado tiempo. Les ruego que me disculpen si me cuesta aprender los nombres; son ustedes bastantes.
Se oyeron unas risitas apagadas. Rápidamente se dirigió a la chica del extremo derecho de la primera fila y se la llevó a los sofás. Hablaron unos minutos y luego ambas se levantaron. Ella le hizo una reverencia, y ella hizo lo propio. Se dirigió a la mesa, habló con su compañera y se repitió el proceso. Las conversaciones solo duraron unos minutos y se desarrollaron en voz baja. Intentaba hacerse una idea de cómo era cada chica en solo cinco minutos.
—Me pregunto qué querrá saber —dijo Rachel, girándose.
—A lo mejor quiere saber qué actores te parecen más guapos. Ten la lista preparada en la mente —le susurré.
Rachel y Ashley contuvieron una risita.
No éramos las únicas que hablábamos. Por toda la sala se elevó un suave murmullo mientras esperábamos nuestro turno. Por otra parte, las cámaras iban moviéndose por todas partes, preguntándoles a las chicas por su primer día en palacio, si les gustaban sus doncellas, y cosas así. Cuando se pararon donde estábamos Ashley y yo, dejé que fuera ella la que hablara.
Seguí mirando hacia el sofá mientras entrevistaban a cada una de las seleccionadas. Algunas se mostraban tranquilas y elegantes; otras se agitaban de los nervios. Rachel se ruborizó cuando se acercó a la princesa Brittany, y el rostro se le iluminó cuando volvió. Ashley se alisó el vestido varias veces, como si tuviera un tic nervioso en las manos.
Yo estaba casi sudando cuando volvió. Era mi turno. Respiré hondo y procuré calmarme. Estaba a punto de pedirle un favor monumental.
Ella se puso en pie y leyó mi broche cuando me acerqué.
—Santana, ¿verdad? —dijo, con una sonrisa en los labios.
—Sí. Y sé que he oído su nombre en algún sitio, pero… ¿me lo puede recordar? —Me pregunté si arrancar con una broma sería una buena idea, pero Brittany se rio y me indicó que me sentara.
—¿Has dormido bien, querida? —preguntó, inclinándose hacia mí.
No sé qué diría la expresión de mi cara al oír aquel calificativo, pero los ojos de Brittany brillaron, divertidos.
—Sigo sin ser su querida —respondí, pero esta vez con una sonrisa—. Pero sí. Una vez que conseguí calmarme, he dormido muy bien. Mis doncellas han tenido que sacarme de la cama. Estaba muy a gusto.
—Me alegro de que estuvieras a gusto, querida…, Santana —se corrigió.
—Gracias —repuse. Jugueteé un momento con el vestido, intentando pensar en cómo decir lo que quería decir—. Siento mucho haberme portado así. Cuando me acosté me di cuenta de que, aunque sea una situación extraña para mí, no debería culparle a usted. No es usted el motivo de que yo me vea envuelta en esto, y todo el montaje de la Selección ni siquiera es idea suya. Además, estaba hundida y usted fue de lo más amable conmigo, aunque yo estuve…, bueno, odiosa. Podía haberme echado anoche, y no lo hizo. Gracias.
Los ojos de Brittany reflejaban ternura. Apuesto a que todas las chicas que habían pasado por allí antes de mí se habían fundido al verlos. También a mí podía haberme afectado que me mirara así, pero estaba claro que era parte de su naturaleza. Apartó la vista un momento. Cuando volvió a mirarme, se echó adelante, apoyando los codos sobre las rodillas como si quisiera que entendiera la importancia de lo que iba a decir.
—Santana, me has hablado muy claro desde el principio. Eso es una cualidad que admiro profundamente, y voy a pedirte que tengas la amabilidad de responderme una pregunta.
Asentí, algo asustada pensando en qué querría saber. Se acercó aún más y me susurró:
—Dices que estás aquí por error, así que supongo que no quieres estar aquí. ¿Hay alguna posibilidad de que llegues a… sentir algo por mí?
No pude evitar agitarme un poco. No quería herirle en sus sentimientos, pero aquello era algo en lo que no podía engañarle.
—Es usted muy amable, alteza, y atractiva…, y detallista —respondí.
Ella sonrió.
—Pero hay motivos de peso por los que no creo que podría —añadí.
—¿Quieres explicármelo?
Lo disimuló muy bien, pero en su voz noté cierta decepción. Supongo que no estaría acostumbrada a algo así.
No era algo que deseara compartir con ella, pero me pareció que no había otro modo de hacerle entender qué sucedía. Con una voz aún más baja que antes, le confesé la verdad.
—Me… temo que mi corazón está en otro lugar. —Sentí que los ojos se me empañaban.
—¡Oh, por favor, no llores! —dijo Brittany, con un susurro que denotaba una preocupación real—. ¡Nunca sé qué hacer cuando las mujeres lloran!
Aquello me hizo reír, y la amenaza del llanto desapareció momentáneamente. La expresión de alivio en su rostro era innegable.
—¿Querrías que te dejara irte con tu amado…a hoy mismo? —preguntó. Era evidente que mi preferencia por otra persona le molestaba, pero, en lugar de enfadarse, había decidido mostrar compasión. Aquel gesto me hizo confiar en ella.
—Ese es el problema… No quiero ir a casa.
—¿De verdad? —Se pasó los dedos por el pelo, y no pude evitar reírme de nuevo al verla tan perdida.
—¿Puedo ser absolutamente honesta con usted?
Asintió.
—Necesito estar aquí. Mi familia necesita que esté aquí. Aunque solo me dejara quedarme una semana, para ellos sería una bendición.
—¿Quieres decir que necesitáis el dinero?
—Sí —admití, a mi pesar. Debía de parecer que la estaba utilizando. Y quizá fuera así. Pero había más—. Y además hay alguien… —añadí, levantando la mirada— a quien no soportaría ver ahora mismo.
Brittany asintió en señal de que comprendía, pero no dijo nada.
Me quedé sin saber qué hacer. Supuse que lo peor que me podía pasar sería que me enviara a casa, así que seguí:
—Si tiene la bondad de dejar que me quede, aunque sea un poco, podría ofrecerle algo a cambio —dije.
Las cejas se le dispararon hacia arriba.
—¿A cambio?
Me mordí el labio.
—Si deja que me quede… —Aquello iba a sonar muy tonto—. Bueno, a ver, hay que ser realistas: usted es la princesa. Está ocupada todo el día, gobernando el país y todo eso. ¿Y se supone que va a encontrar tiempo suficiente para reducir la búsqueda entre treinta y cinco…, bueno, entre treinta y cuatro chicas, a una sola? Eso es mucho pedir, ¿no le parece?
Ella asintió. Por su expresión estaba claro que le parecía una labor agotadora.
—¿No sería mucho mejor para usted si tuviera a alguien dentro? ¿A alguien que le ayudara? Como… ¿una amiga?
—¿Una amiga?
—Sí. Déjeme quedarme y le ayudaré. Seré su amiga —dije, y aquello le hizo sonreír—. No tiene que preocuparse por mí. Ya sabe que no estoy enamorada de usted. Pero puede hablar conmigo en cualquier momento, e intentaré ayudarle. Anoche dijo que le gustaría tener una confidente. Bueno, hasta que encuentre una definitiva, yo podría ser esa persona. Si quiere.
Su expresión era afectuosa pero comedida.
—He hablado con casi todas las chicas de esta sala y no se me ocurre ninguna que pudiera ser mejor como amiga. Estaré encantada de que te quedes.
El alivio que sentí era indescriptible.
—¿Tú crees —preguntó Brittany— que podría seguir llamándote «querida»?
—Ni hablar —le susurré.
—Seguiré intentándolo. No tengo costumbre de rendirme —respondió, y le creí. No me apetecía nada que siguiera por ahí, pero no había nada que hacer.
—¿Las ha llamado así a todas? —pregunté, indicando con un gesto de la cabeza a las otras.
—Sí, y parece que les gusta.
—Ese es precisamente el motivo por el que no me gusta a mí —dije, y me puse en pie.
Brittany también se levantó, con gesto divertido. Yo podría haber reaccionado frunciendo el ceño, pero en realidad era gracioso. Hizo una reverencia, yo también, y volví a mi sitio.
Tenía tanta hambre que me pareció una eternidad el tiempo que tardó en llegar hasta la última fila. Pero por fin regresó a su sitio la última chica. A mí ya se me hacía la boca agua pensando en mi primer desayuno en palacio.
Brittany se dirigió hacia el centro de la sala.
—A las que os he pedido que os quedéis, por favor, permaneced en vuestros sitios. Las demás, por favor, pasad con Tina al comedor. Enseguida me reuniré con vosotras.
¿Que se quedaran? ¿Eso era buena señal?
Me puse en pie, con la mayoría de las chicas, y nos pusimos en marcha. Sería que deseaba pasar un rato más con las otras. Vi que Ashley era una de ellas. Sin duda era una chica especial, tenía todo el aspecto de una princesa. El resto eran chicas a las que no había llegado a conocer. Tampoco es que ellas tuvieran ningunas ganas de conocerme a mí. Las cámaras se quedaron atrás para capturar cualquier momento especial que pudiera producirse, y las demás salimos de allí.
Entramos en el salón de banquetes y allí, con un aspecto más majestuoso del que me habría podido llegar a imaginar, estaban el rey Pierce y la reina Amberly. También había otros equipos de televisión pululando por la sala para captar nuestro primer encuentro. Dudé, preguntándome si deberíamos volver a la puerta y esperar a que nos hicieran pasar. Pero casi todas las demás, aunque vacilantes, siguieron adelante. Me dirigí rápidamente a mi silla, intentando no llamar mucho la atención.
Tina entró apenas dos segundos más tarde y tomó las riendas de la situación.
—Señoritas, me temo que esto aún no se lo hemos enseñado —dijo—. Cada vez que entren en una estancia en la que estén el rey o la reina, o si ellos entran en el lugar donde están ustedes, lo correcto es hacer una reverencia. Luego, cuando se dirijan a ustedes, pueden volver a levantarse y tomar su asiento. Todas juntas, ¿de acuerdo? —Y todas hicimos una reverencia en dirección a la cabecera de la mesa.
—Bienvenidas, chicas —saludó la reina—. Por favor, tomad asiento, y bienvenidas a palacio. Estamos muy contentos de que estéis aquí. —Había algo agradable en su voz. Era tranquila, al igual que su expresión, pero al mismo tiempo tenía personalidad.
Tal como había dicho Tina, los criados acudieron a servirnos el zumo de naranja por la derecha. Nuestros platos llegaron cubiertos en grandes bandejas, y los criados los destaparon cuando los teníamos delante. Una deliciosa ráfaga de olor procedente de mis tortitas me impactó en la cara. Afortunadamente, los murmullos de admiración de toda la sala taparon los ruidos de mi estómago.
El rey Pierce bendijo la mesa y empezamos a comer. Unos minutos más tarde entró la princesa Brittany, pero antes de que tuviéramos tiempo de levantarnos se dirigió a nosotras:
—Por favor, no se levanten, señoritas. Disfruten de su desayuno.
Se dirigió a la cabeza de la mesa, le dio un beso a su madre en la mejilla, una palmadita a su padre en el hombro y se sentó, a la izquierda del rey. Hizo unos comentarios al mayordomo que tenía más cerca, que soltó una risita silenciosa, y se puso a comer.
Ashley no apareció. Ni ninguna de las otras chicas. Miré a mi alrededor, confusa, contando cuántas faltaban. Ocho. Ocho de las chicas no estaban allí.
Fue Kriss, que estaba sentada delante de mí, quien respondió la pregunta que había en mis ojos.
—Se han ido.
¿Ido? Oh. Se habían ido…
No conseguía imaginar qué podrían haber hecho en apenas cinco minutos que desagradara tanto a Brittany, pero de pronto me alegré de haber decidido ser sincera.
Así, de repente, solo quedábamos veintisiete.

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Esto me recuerda mucho a los reality show pero mas entretenido no creen
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Mensaje por awong_snix Jue Jul 03, 2014 11:23 am



CAPÍTULO 12



Las cámaras dieron una vuelta por el perímetro de la sala y luego dejaron que disfrutáramos del desayuno en paz, tras tomar un último plano de la princesa.
Me sentía algo descolocada por aquellas repentinas eliminaciones, pero Brittany no parecía demasiado afectada. Se comió su desayuno sin alterarse y, mientras le miraba, caí en que debía comerme el mío antes de que se enfriara. Al igual que la cena, era casi demasiado delicioso. El zumo de naranja era tan puro que tuve que beberlo a sorbos cortos. Los huevos y el beicon eran una maravilla, y las tortitas estaban hechas a la perfección, tan finas como las que yo hacía en casa.
Oí numerosos suspiros por la mesa y supe que no era la única que estaba disfrutando con la comida. Sin olvidar que tenía que usar las pinzas, cogí una tartaleta de fresas de la cesta que había en el centro de la mesa. Al mismo tiempo, eché un vistazo por la sala para ver cómo les iba a las otras Cinco. Fue entonces cuando me di cuenta de que era la única Cinco que quedaba.
No sabría decir si Brittany era consciente de aquello —daba la impresión de que lo único que sabía era nuestros nombres—, pero me pareció extraño que ambas se hubieran ido. Si hubiera sido una simple extraña al entrar en aquella sala, ¿también me habría echado a mí? Reflexioné sobre aquello mientras le daba un mordisco a la tartaleta de fresas. Era tan dulce y la masa era tan suave que hasta la última de mis papilas gustativas se activó, imponiéndose de inmediato al resto de mis sentidos. Se me escapó un gemidito involuntario, pero es que aquello era, con mucho, lo mejor que había probado nunca. Le di un segundo bocado antes incluso de haber tragado el primero.
—¿Lady Santana? —dijo una voz.
Las cabezas de las otras chicas se giraron al oír la voz, que pertenecía a la princesa Brittany. Me quedé de piedra al ver que se dirigía a mí —o a cualquiera de nosotras— con aquella naturalidad y delante de las demás.
Peor aún que la sorpresa era el tener la boca llena de comida. Me la tapé con la mano y mastiqué todo lo rápido que pude. No pudieron ser más que unos segundos, pero, con tantos ojos puestos sobre mí, me pareció una eternidad. Noté el gesto de suficiencia en la cara de Kitty mientras intentaba tragar. Debía de parecerle una presa fácil.
—¿Sí, alteza? —respondí, en cuanto hube tragado la mayor parte del bocado.
—¿Está disfrutando de la comida? —Brittany parecía estar a punto de echarse a reír, fuera por mi expresión de sorpresa, fuera al recordar algún detalle de nuestra primera conversación clandestina.
Intenté mantener la calma.
—Es excelente, alteza. Esta tartaleta de fresas…, bueno, tengo una hermana aún más golosa que yo. Creo que lloraría de emoción si la pudiera probar. Es perfecta.
Brittany tragó un bocado de su desayuno y se recostó en la silla.
—¿De verdad cree que lloraría? —dijo, aparentemente divertido ante la idea. Parecía que lo del llanto y las mujeres le provocaba extrañas reacciones.
Me lo quedé pensando.
—Pues sí, creo que sí. Lo cierto es que no es muy moderada con las emociones.
—¿Apostaría por ello? —respondió al instante.
Observé que las cabezas de las otras chicas iban de un lado al otro, mirándonos, como si estuvieran en un partido de tenis.
—Si tuviera dinero sí, desde luego. —Sonreí ante la idea de apostar por las lágrimas de alegría de alguien.
—¿Qué estaría dispuesta a apostar en lugar de dinero, entonces? Diría que se le da muy bien hacer tratos. —Estaba claro que estaba disfrutando con aquel jueguecito. Muy bien. Pues a jugar.
—Bueno, ¿qué quiere usted? —le planteé, preguntándome qué podría ofrecerle a alguien que lo tenía todo.
—¿Y usted? ¿Qué quiere usted? —contraatacó.
Aquello sí que era una pregunta fascinante, casi tan interesante como pensar en lo que podría ofrecerle yo a Brittany era reflexionar acerca de lo que ella podía ofrecerme a mí. Tenía el mundo a su disposición. Así pues, ¿qué quería yo?
Yo no era una Uno, pero vivía como si lo fuera. Disponía de más comida de la que podía comer y la cama más cómoda que podía imaginarme. La gente me servía constantemente, quisiera o no. Y si necesitaba algo, solo tenía que pedirlo.
Lo único que deseaba de verdad era algo que hiciera que aquel lugar se pareciera menos a un palacio. Como que mi familia estuviera por allí, o no ir tan emperifollada. No podía pedir que me viniera a visitar mi familia. Solo llevaba allí un día.
—Si llora, quiero poder llevar pantalones toda una semana —propuse.
Todo el mundo se rio, pero de un modo tranquilo y educado. Parecía que hasta el rey y la reina habían encontrado divertida mi petición. Me gustaba el modo en que me miraba la reina, como si ya no fuera tanto una extraña para ella.
—Hecho, pues —dijo Brittany—. Y si no llora, me deberá un paseo por los jardines mañana por la tarde.
¿Un paseo por los jardines? ¿Y ya está? No me parecía nada especial. Recordé lo que había dicho Brittany la noche anterior, que siempre tenía algún guardia cerca. Quizá no supiera cómo pedir algo de tiempo para estar a solas con alguien. A lo mejor aquel era su modo de gestionar algo que le resultaba muy raro.
Alguien a mi lado emitió un sonido de desaprobación. Oh. Me di cuenta de que, si perdía, sería la primera de las chicas en disponer de un tiempo a solas con la princesa. Algo dentro de mí me decía que negociara, pero, si iba a ayudarle —como le había prometido—, no podía poner trabas al primer intento de quedar a solas.
—Es un buen negociador, señor, pero acepto.
—¿Justin? —El mayordomo con el que había hablado antes se acercó de nuevo—. Prepare un paquete de tartaletas de fresa y envíeselo a la familia de la señorita. Mande a alguien y ordénele que espere a que su hermana las pruebe, y que nos informe de si realmente llora o no. Tengo una gran curiosidad.
Justin asintió y desapareció.
—Debería escribir una nota y aprovechar el envío para decirle a su familia que está bien. De hecho, todas ustedes deberían hacerlo. Tras el desayuno, escriban una carta a sus familias, y nos aseguraremos de que llegan hoy mismo.
Todas sonrieron y suspiraron, contentas de formar parte por fin de todo aquello. Nos acabamos el desayuno y nos fuimos a escribir nuestras cartas. Anne me trajo papel, y le escribí una breve nota a mi familia. Aunque las cosas habían empezado de un modo algo raro, lo último que quería era que se preocuparan. Intenté darle un tono desenfadado.


Queridos mamá, papá, May y Gerad:
¡Ya os echo tanto de menos! la princesa quería que escribiéramos a casa y les contáramos a nuestras familias cómo estamos. Yo estoy bien. El viaje en avión daba un poco de miedo, pero a su modo también fue divertido. ¡El mundo se ve tan pequeño desde allí arriba!
Me han dado un montón de vestidos preciosos y otras cosas, y tengo tres doncellas encantadoras que me ayudan a vestirme, que me lo limpian todo y me dicen dónde tengo que ir. Aun así, si en algún momento estoy completamente perdida, siempre saben lo que me toca hacer y me ayudan a llegar a tiempo.
Casi todas las chicas son tímidas, pero creo que he hecho una amiga. ¿Os acordáis de Rachel, de Kent? La conocí en el viaje a Angeles. Es muy ocurrente y amable. Si vuelvo pronto a casa, espero que ella llegue hasta el final.
He conocido a la princesa. También al rey y a la reina. En persona tienen un aspecto aún más regio. Aún no he hablado con ellos, pero sí con la princesa Brittany. Es una persona sorprendentemente generosa…, creo.
Tengo que dejaros, pero os quiero y os echo de menos. Volveré a escribiros en cuanto pueda.
Con cariño,
SANTANA


No me parecía que hubiera nada que pudiera dar mala espina en aquellas palabras, pero quizá me equivocara. Me imaginaba a May leyendo la carta una y otra vez en busca de detalles ocultos entre líneas sobre mi vida. Me pregunté si la leería antes de probar las tartaletas.
P. S. May, ¿no se te salgan las lágrimas de lo buenas que están estas tartaletas?
Listo. No podía hacer nada más.
Aparentemente, aquello no bastó. Un mayordomo llamó a mi puerta aquella tarde para entregarme una carta de mi familia y darme una noticia:
—No lloró, señorita. Dijo que estaban tan buenas que podría haber llorado (como usted sugirió), pero lo cierto es que no lo hizo. Su alteza vendrá a buscarla a su habitación mañana sobre las cinco. Por favor, esté lista.
No lamentaba mucho haber perdido, aunque lo cierto es que me habría gustado poder llevar pantalones. Por lo menos, a falta de pantalones, tenía cartas. Me di cuenta de que en realidad era la primera vez que me separaba de mi familia más de unas horas. No teníamos dinero suficiente para hacer viajes, y como no tuve amigos durante la infancia, nunca había pasado la noche en su casa. Ojalá pudiera recibir cartas a diario. Supuse que se podría hacer, pero debía de ser carísimo.
Leí primero la de papá: no paraba de decirme lo guapa que estaba en televisión y lo orgulloso que se sentía de mí. Me decía que no debía de haber enviado tres cajas de tartaletas, que May iba a volverse una consentida. ¡Tres cajas! ¡Por Dios!
También decía que Danniel había estado en casa ayudándole con el papeleo, así que le había dado una caja para que se la llevara a su casa. No sabía cómo sentirme al respecto. Por una parte, me alegraba de que pudieran comer algo tan exquisito. Por otra, me lo imaginaba dándoselas a probar a su nueva novia. A alguien a quien pudiera mimar. Me pregunté si tendría celos de Brittany por el regalo, o si estaba encantado de haberse librado de mí.
Me quedé dándole vueltas a aquellas líneas más de lo que me habría gustado.
Papá se despedía diciendo que estaba contento de que hubiera hecho una amiga, que era algo que siempre me había costado. Doblé la carta y pasé un dedo por encima de su firma, en el exterior. Nunca había caído en lo curiosa que era.
La carta de Gerad era breve y concisa: me echaba de menos, me quería y me pedía que, por favor, le enviara más comida. Hizo que se me escapara la risa.
Mamá estaba mandona. Incluso por escrito notaba su tono, felicitándome veladamente por haberme ganado el afecto de la princesa —Justin la había informado de que yo era la única a la que le habían hecho un regalo para enviar a casa— y diciéndome que siguiera haciéndolo como hasta entonces.
«Sí, mamá. Le seguiré diciendo al princesa que no tiene ninguna posibilidad conmigo y seguiré ofendiéndole tanto como pueda.» Un plan estupendo.
Me alegré de haber guardado la carta de May para el final.
Estaba absolutamente alucinada. Admitía la envidia que le daba que yo pudiera comer cosas tan buenas todo el rato. También se quejaba de que mamá estaba más gruñona. La entendía muy bien. El resto era una salva de preguntas. ¿Era Brittany tan guapa como en la tele? ¿Qué llevaba yo puesto ahora mismo? ¿Podría venir a visitarme a palacio? ¿No tendría Brittany un hermano secreto que quisiera casarse con ella algún día?
Me reí y me llevé mi colección de cartas al pecho. Tendría que encontrar el momento de escribirles otra vez lo antes posible. Debía de haber algún teléfono por ahí, en algún sitio, pero hasta el momento nadie nos lo había mencionado. Aunque tuviera uno en mi habitación, probablemente sería exagerado llamar cada día. Además, sería divertido seguir con las cartas. Podían ser una prueba de mi estancia en aquel lugar cuando todo aquello no fuera más que un recuerdo.
Me fui a la cama reconfortada al saber que a mi familia le iba bien y aquel pensamiento me acompañó en un sueño profundo, a pesar de los nervios que me producía la expectativa de volver a estar a solas con Brittany. No sabía muy bien el motivo, pero esperaba que mis temores fueran infundados.
—Para guardar las apariencias, ¿te importaría cogerte de mi brazo? —me preguntó, tras presentarse en mi habitación al día siguiente.
Yo no estaba muy segura, pero lo hice. Mis doncellas ya me habían puesto un vestido de noche: un modelito azul con cintura imperio y las mangas cortas sobre los hombros. Tenía los brazos al descubierto, y sentía la tela almidonada del traje de Brittany contra mi piel. Había algo en todo aquello que me hacía sentir incómoda. Ella debió de darse cuenta, porque intentó distraerme.
—Siento que no llorara.
—No, no lo sientes…, siente. —Mi tono jocoso dejaba claro que a mí tampoco me disgustaba tanto haber perdido.
—Es la primera vez que apuesto. Ha estado bien ganar —dijo, con un tono casi de disculpa.
—La suerte del principiante.
—Quizá. —Sonrió—. La próxima vez intentaremos hacer que se ría.
Al instante empecé a imaginarme posibles situaciones. ¿Qué podrían llevarle a May de aquel palacio que le hiciera morirse de risa?
Brittany se dio cuenta de que estaba pensando en ella.
—¿Cómo es tu familia?
—¿Qué quiere decir?
—¿Quiere? Si vamos a ser amigos, en privado podrías hablarme de tú, ¿no?
—Bueno, pues… ¿Qué… quieres decir?
—Pues eso. Que tu familia debe de ser muy diferente a la mía.
—Yo diría que sí. —Me reí—. Para empezar, nadie se pone una tiara para desayunar.
Brittany sonrió.
—En casa de los López se usa más a la hora de la cena, ¿no?
—Por supuesto.
Chasqueó la lengua, divertido. Empezaba a pensar que quizá Brittany no fuera tan remilgada como sospechaba.
—Bueno, soy la tercera de cinco hermanos.
—¡Cinco!
—Sí, cinco. Ahí fuera la mayoría de las familias tienen muchos hijos. Yo misma tendría muchos, si pudiera.
—¿De verdad? —respondió, levantando las cejas.
—Sí —respondí, bajando la voz. No sabía muy bien por qué, pero me pareció que aquello era un detalle muy íntimo de mi vida. Solo había otra persona en el mundo a quien se lo hubiera dicho.
Sentí que la tristeza se apoderaba de mí, pero me sobrepuse.
—Bueno, mi hermana mayor, Kenna, se casó con un Cuatro. Ahora trabaja en una fábrica. Mi madre quiere que me case al menos con un Cuatro, pero yo no quiero tener que dejar de cantar. Me gusta demasiado. Aunque supongo que ahora soy una Tres. Eso es de lo más raro. Creo que no abandonaré la música, si puedo.
»Luego viene Kota. Es artista. Últimamente no lo vemos mucho. Vino a despedirme, pero nada más.
»Luego voy yo.
Brittany sonrió con naturalidad.
—Santana López —anunció—, mi mejor amiga.
—Eso mismo.
Eché la mirada al cielo. Era imposible que pudiera ser su mejor amiga. Al menos de momento. Pero tenía que admitir que Brittany era la única persona con la que me había sincerado, aparte de mi familia o de Danniel. Bueno, aunque también estaba Rachel. ¿Sentiría ella lo mismo?
Poco a poco fuimos llegando al final del pasillo y nos dirigimos a las escaleras. No parecía que tuviera ninguna prisa.
—Después de mí viene May. Es la que me vendió y no lloró. Sinceramente, creo que me han timado. ¡No me puedo creer que no llorara! Pero sí, es una artista. Yo… la adoro.
Brittany me escrutó el rostro. Hablar de May me había ablandado un poco. Brittany me caía bien, pero no sabía hasta qué punto quería que penetrara en mi vida.
—Y luego está Gerad. Es el niño de la casa; tiene siete años. Aún no tiene muy claro si le gusta más el arte o la música. Lo que le encanta es jugar a la pelota y estudiar bichos, lo cual está muy bien, salvo que así no se ganará la vida. Estamos intentando que experimente más. Bueno, y ya estamos todos.
—¿Y tus padres?
—¿Y «tus» padres?
—Ya conoces a mis padres.
—No, no los conozco. Conozco su imagen pública. ¿Cómo son en realidad? —pregunté, tirándole del brazo, aunque me costó un poco. Brittany tenía unos brazos enormes. Incluso bajo las capas de tela de su traje, sentía la presencia de unos músculos fuertes y firmes.
Suspiró, pero estaba claro que no le exasperaba lo más mínimo. Daba la impresión de que le gustaba tener a alguien incordiándole. Debía de ser duro haberse criado en aquel lugar como hija única.
Empezó a pensar en lo que iba a decir cuando saliéramos al jardín. Todos los guardias lucían una sonrisa pícara a nuestro paso. Y más allá nos esperaba un equipo de televisión. Por supuesto, querían estar presentes en la primera cita de la princesa. Brittany les hizo que no con la cabeza, y ellos se retiraron de inmediato. Oí que alguien protestaba. No me apetecía nada que las cámaras me siguieran a todas partes, pero me parecía raro que se las quitara de encima.
—¿Estás bien? Pareces tensa —observó Brittany.
—A ti te descoloca ver llorar a una mujer; a mí me descoloca salir a pasear con una princesa —respondí, encogiéndome de hombros.
Brittany se rio discretamente, pero no dijo nada más. A medida que avanzábamos hacia el oeste, el sol iba quedando tapado por el enorme bosque de palacio, aunque aún faltaba mucho para que anocheciera. La sombra nos engulló y quedamos ocultas por la oscuridad. Aquello es lo que habría deseado la otra noche, cuando buscaba alejarme de todo. Allí sí que daba la impresión de que estábamos solos. Seguimos caminando, alejándonos del palacio y de la atención de los guardias.
—¿Qué es lo que te resulta tan confuso de mí?
Vacilé, pero le dije lo que sentía.
—Tu carácter. Tus intenciones. No estoy segura de qué debo esperar de este paseo.
—Ah. —Se detuvo y se me puso delante. Estábamos muy cerca una de la otra, y, a pesar del cálido aire estival, sentí un escalofrío en la espalda—. Creo que a estas alturas ya te habrás dado cuenta de que no soy de los que van con rodeos. Te diré exactamente qué quiero de ti.
Brittany se acercó un paso más.
Se me hizo un nudo en la garganta. Me había metido yo solita en la situación que más quería evitar. Sin guardias, sin cámaras, sin nadie que le impidiera hacer lo que quisiera.
El puño cerrado y con fuerza apunte al abdomn. Literalmente. Y le di un rodillazo a su alteza real e. Con fuerza.
Brittany soltó un alarido y se encogió, llevándose las manos a la zona dolorida mientras yo daba un paso atrás.
—¿Y eso a qué ha venido?
—¡Si me pones un solo dedo encima, será mucho peor!
—¿Qué?
—He dicho que si…
—¡Estás loca! Eso no, ya te he oído la primera vez —dijo, con una mueca—. Pero ¿qué narices quieres decir con eso?
Sentí un calor que me invadía todo el cuerpo. Había sacado la peor conclusión posible y me había puesto en guardia ante algo que evidentemente no iba a suceder.
Los guardias se acercaron a la carrera, alertados por nuestra discusión. Brittany los alejó con la mano, aún en una posición extraña, medio curvado.
Nos quedamos un momento en silencio, y, cuando ella empezó a recuperarse del dolor, se me puso delante.
—¿Qué creías que quería?
Agaché la cabeza y me sonrojé.
—Santana, ¿qué te creías que quería? —insistió, evidentemente contrariada. Más que contrariada. Ofendida. Estaba claro que había adivinado lo que me había pasado por la mente, y no le gustaba lo más mínimo—. ¿En público? ¿Has pensado…? ¡Por el amor de Dios, soy un caballero por así decirlo!
Dio media vuelta y se dispuso a volver, pero se giró.
—¿Por qué te has ofrecido siquiera a ayudarme si tienes ese concepto tan bajo de mí?
No podía ni siquiera mirarle a los ojos. No sabía cómo explicar que me habían preparado para que me esperara cualquier cosa, que aquel lugar oscuro y aislado me había hecho sentirme extraña, que solo había una chica con la que hubiera estado alguna vez a solas y que aquella era mi reacción lógica.
—Hoy cenarás en tu habitación. Ya decidiré qué hago por la mañana.
Me quedé esperando en el jardín hasta estar segura de que todas las demás estarían ya en el comedor, y luego estuve un rato paseando arriba y abajo por el pasillo antes de decidirme a entrar en la habitación. Cuando entré, Anne, Mary y Lucy estaban nerviosísimas. No tuve el valor de decirles que no había estado todo aquel tiempo con la princesa.
Ya me habían traído la cena, que estaba sobre la mesa, en el balcón. Tenía hambre, ahora que había digerido mi momento de humillación. Pero el motivo de que mis doncellas estuvieran tan agitadas no era mi larga ausencia. Había una caja enorme sobre la cama, esperando a que la abriera.
—¿Podemos verlo? —preguntó Lucy.
—¡Lucy, eso es de mala educación! —la regañó Anne.
—¡Lo dejaron aquí en cuanto se fue! ¡Desde entonces estamos preguntándonos qué puede ser! —exclamó Mary.
—¡Mary! ¡Esos modales! —la riñó Anne.
—No, no os preocupéis, chicas. No tengo secretos. —Cuando vinieran a echarme al día siguiente, les diría a mis doncellas el motivo.
Les sonreí sin muchas ganas mientras deshacía el gran lazo que envolvía la caja. En el interior había tres pares de pantalones: unos de lino, otros que parecían más formales pero suaves al tacto y unos vaqueros estupendos. Encima había una tarjeta con el escudo de Illéa.
Pides unas cosas tan sencillas que no puedo negártelas. Pero hazme el favor de ponértelos solo los sábados, por favor. Gracias por tu compañía.
Tú amiga,
BRITTANY


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Las apuestas no hay mejor forma para romper el hielo y por que no poco a poco hacer ver que no somos mosutrso despiadados, que opoiinana dejen sus comentarios
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Activo Re: Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/ LA ELEGIDA / TERMINADO

Mensaje por awong_snix Jue Jul 03, 2014 11:25 am


CAPÍTULO 13


En realidad no tuve mucho tiempo de avergonzarme o de preocuparme. Cuando a la mañana siguiente mis doncellas me vistieron con toda normalidad, supuse que podía presentarme al desayuno. El simple hecho de permitirme asistir era un gesto de amabilidad inesperada por parte de Brittany: me ofrecía una última comida, un último momento como una de las seleccionadas.
Cuando estábamos a medio desayuno, Kriss reunió el valor para preguntarme por nuestra cita.
—¿Qué tal fue? —preguntó en voz baja, tal como se suponía que teníamos que hablar durante las comidas. Pero aquellas tres breves palabras provocaron una reacción inmediata, y todas las que estaban lo suficientemente cerca como para oír aguzaron el oído.
Respiré hondo.
—Indescriptible.
Las chicas se miraron unas a otras, a la espera de más.
—¿Cómo se comportó? —preguntó Tiny.
—Humm. —Intenté escoger las palabras con cuidado—. Muy diferente de cómo me esperaba.
Esta vez los murmullos se extendieron por toda la mesa.
—¿Lo haces aposta? —protestó Zoe—. Si es así, es de lo más rastrero.
Negué con la cabeza. ¿Cómo podía explicarlo?
—No, es que…
Pero una serie de ruidos confusos procedentes del otro lado del pasillo me interrumpieron, lo que evitó que tuviera que buscar una respuesta.
Los gritos eran raros. En mi breve estancia en palacio, no había oído ni un sonido que se acercara siquiera a aquel volumen. Acto seguido se oyeron los pasos rítmicos de los guardias en el suelo, las enormes puertas al abrirse y el tintineo de los cubiertos contra los platos. Aquello era un caos absoluto.
La familia real entendió lo que sucedía antes que nosotras.
—¡Al fondo de la sala, señoritas! —gritó el rey Pierce, que corrió hacia una ventana.
Estábamos confundidas, pero no queríamos desobedecer, y nos trasladamos lentamente hacia la cabecera de la mesa. El rey bajó una persiana, pero no era de las usadas para tapar la luz.
Era metálica, y se ajustó en su posición definitiva con un chirrido. Brittany acudió a su lado y bajó otra. Y, a su lado, la encantadora y delicada reina se apresuró a bajar la siguiente.
Entonces llegó una oleada de guardias a la sala. Vi una serie de ellos en formación tras las puertas, que cerraron con llave y aseguraron con barras.
—Han atravesado los muros, majestad, pero los estamos conteniendo. Las señoritas deberían marcharse, pero estamos tan cerca de la puerta…
—Entendido, Markson —respondió el rey, zanjando la cuestión.
Estaba claro lo que había pasado: los rebeldes habían penetrado en el recinto.
Ya me imaginaba que podía pasar algo así, con tantos invitados en palacio y tantos preparativos. Cualquiera podía cometer algún desliz que comprometiera nuestra seguridad. Y aunque no fuera fácil entrar, era un momento ideal para organizar una protesta. Cuando menos, la Selección podía resultar molesta. Estaba segura de que los rebeldes la odiaban, al igual que tanta gente de Illéa.
Comoquiera que fuera, yo no iba a quedarme de brazos cruzados.
Eché la silla atrás tan rápido que se cayó, y corrí hacia la ventana más próxima para bajar la persiana de metal. Algunas otras de las chicas, conscientes del peligro en que nos encontrábamos, hicieron lo mismo.
Tardé solo un momento en bajarla, pero ajustarla era algo más difícil. Apenas había puesto el cierre en posición cuando algo impactó contra la protección metálica desde el exterior, cosa que me hizo retroceder con un grito hasta tropezar con mi silla y caer al suelo.
Brittany apareció inmediatamente.
—¿Te has hecho daño?
Hice una evaluación rápida. Era probable que me saliera un moretón en la cadera, y estaba asustada, pero nada más.
—No, estoy bien.
—Al fondo de la habitación. ¡Venga! —ordenó, mientras me ayudaba a ponerme en pie.
Ella atravesó la sala, agarrando a algunas chicas que se habían quedado paralizadas del miedo y conduciéndolas a la esquina más alejada.
Obedecí y corrí al fondo de la estancia, donde estaban todas las chicas, amontonadas. Algunas lloraban en silencio; otras tenían la mirada perdida. Tiny se había desmayado. Lo más tranquilizador fue ver al rey Pierce hablando animadamente con un guardia en la pared contraria, lo bastante lejos como para que las chicas no le oyeran. Rodeaba a la reina con el brazo en un gesto protector, y ella se mostraba tranquila y confiada a su lado.
¿A cuántos ataques habría sobrevivido? Había oído que se producían varias veces al año. Aquello debía de ser exasperante. Las probabilidades de sobrevivir eran cada vez menores para ella… y para su marido… y para su única hija. Con el tiempo, los rebeldes descubrirían cómo aprovechar las circunstancias a su favor y conseguir lo que querían. Y sin embargo, allí estaba, con la cabeza alta, la mirada clara y el rostro sereno.
Eché un vistazo a las chicas. ¿Alguna de ellas tendría la fuerza necesaria para ser reina? Tiny seguía inconsciente en los brazos de alguien. Bariel y Kitty charlaban. Esta última parecía estar tranquila, aunque yo sabía que no era cierto. Aun así, en comparación con otras, ocultaba sus emociones muy bien. Algunas chicas estaban al borde de la histeria, de rodillas y lloriqueando. Otras se habían bloqueado, evadiéndose de aquella pesadilla, y se retorcían las manos con aire ausente, esperando a que acabara.
Rachel estaba llorando un poco, pero no daba la impresión de estar deshecha. La agarré del brazo e hice que se irguiera.
—Sécate los ojos y levanta la cabeza —le grité al oído.
—¿Qué?
—Confía en mí, hazlo.
Rachel se secó la cara con el borde del vestido e irguió un poco el cuerpo. Se tocó la cara en varios sitios, comprobando que no se le hubiera corrido el maquillaje, supuse. Luego se giró y me miró en busca de mi aprobación.
—Buen trabajo. Perdona que me ponga tan mandona, pero confía en mí esta vez, ¿vale? —No me gustaba tener que darle órdenes en medio de aquella situación angustiosa, pero debía mantener el aspecto sereno de la reina Amberly. Sin duda, Brittany apreciaría aquello en una reina, y Rachel tenía que ganar.
Ella asintió.
—No, tienes razón. Quiero decir que de momento todo el mundo está a salvo. No debería estar tan preocupada.
Asentí, aunque sin duda estaba equivocada. «Todo el mundo» no estaba a salvo.
Los guardias montaron guardia junto a las enormes puertas mientras los rebeldes seguían tirando cosas contra la fachada y las ventanas. Allí no había reloj. Yo no tenía ni idea de cuánto tiempo iba a durar el ataque, y aquello no hacía más que aumentar mi ansiedad. ¿Cómo sabríamos si entraban? ¿No nos enteraríamos hasta que empezaran a golpear las puertas? ¿Estarían ya dentro, y no lo sabíamos?
No podía soportar los nervios. Me quedé mirando un jarrón con flores de diverso tipo —cuyos nombres no conocía, por supuesto— y me mordí una de mis uñas de manicura perfecta, concentrándome en aquellas flores como si fueran lo único importante en el mundo.
Al final Brittany vino a interesarse por mí, igual que había hecho con las demás. Se puso a mi lado y también se quedó mirando las flores. Ninguno de las dos sabía bien qué decir.
—¿Estás bien? —preguntó por fin.
—Sí —susurré.
—Pareces alterada —insistió ella, tras una breve pausa.
—¿Qué les ocurrirá a mis doncellas? —dije, poniendo en palabras mi mayor preocupación. Yo sabía que estaba a salvo, pero ¿dónde estarían ellas? ¿Y si la incursión de los rebeldes había pillado a alguna de ellas por los pasillos?
—¿Tus doncellas? —preguntó ella, con un tono que me dejaba como una idiota.
—Sí, mis doncellas. —Le miré a los ojos, para que se diera cuenta de que en realidad solo una minoría escogida de la multitud de personas que vivían en el palacio estaban a salvo. Estaba a punto de echarme a llorar. No quería hacerlo, y respiraba a gran velocidad para intentar controlar mis emociones.
Me miró a los ojos y pareció entender que en realidad estaba a apenas un paso de ser una sirvienta. Aquel no era el motivo de mi preocupación, pero me parecía extraño que un sorteo marcara la diferencia entre alguien como Anne y como yo.
—Ahora mismo deben de estar escondidas. El servicio tiene sus propios lugares donde ocultarse. Los guardias saben muy bien cómo tomar posiciones rápidamente y alertar a todo el mundo. Deberían estar bien. Tenemos un sistema de alarma, pero, la última vez que entraron, los rebeldes lo desbarataron por completo. Están trabajando para arreglarlo, pero… —Brittany suspiró.
Fijé la mirada en el suelo, intentando aplacar todas mis preocupaciones.
—Santana, por favor…
Me giré hacia Brittany.
—Están bien. Los rebeldes han sido lentos, y todo el mundo en palacio sabe qué hacer en caso de emergencia.
Asentí. Nos quedamos allí, de pie, un minuto, hasta que noté que se disponía a marcharse.
—Brittany —susurré.
Ella se giró, algo sorprendida de que alguien se dirigiera a ella de un modo tan informal.
—Sobre lo de anoche… Deja que te explique. Cuando vinieron a casa, a prepararnos para venir aquí, un hombre me dijo que yo nunca debía decirte que no. Pidieras lo que pidieras. En ningún caso.
—¿Qué? —respondió ella, atónita.
—Lo dijo de un modo que hacía pensar que podrías pedir ciertas cosas. Y tú me habías dicho que no habías tratado con muchas mujeres. Después de dieciocho años…, y luego pediste a los cámaras que se alejaran. Me asusté cuando te acercaste tanto.
Brittany sacudió la cabeza, intentando procesar todo aquello. La humillación, la rabia y la incredulidad se reflejaban en su rostro, habitualmente sereno.
—¿Eso se lo han dicho a todas? —dijo, horrorizada.
—No lo sé. Supongo que a muchas de las chicas no les hacía falta que se lo advirtieran. Probablemente «ya estén» deseando abalanzarse sobre ti —observé, señalando con un gesto de la cabeza a las demás.
Ella chasqueó la lengua, molesto.
—Pero tú no, así que no tuviste ningún reparo en darme un golpe en el abdomen, ¿es eso?
—¡Te di en la panza!
—Por favor… Una persona no tarda tanto en recuperarse de eso—respondió, dejando claro su escepticismo.
Se me escapó la risa. Afortunadamente, Brittany también se rio. Pero Sann entonces otro proyectil golpeó contra las ventanas, y nos detuvimos en seco. Por un momento se me había olvidado dónde estaba. Era algo que no me sucedía mucho, y que me iría muy bien para conservar la cordura.
—¿Y cómo te vas a enfrentar a una habitación llena de mujeres llorando? —pregunté.
Su expresión de asombro tenía algo de cómico.
—¡No hay nada en el mundo que me descoloque más! —susurró, desesperado—. No tengo ni la más mínima idea de cómo pararlo.
Aquella era la mujer que iba a gobernar nuestro país: se venía abajo ante las lágrimas. Divertidísimo.
—Dales unas palmaditas en el hombro o en la espalda y diles que todo irá bien. La mayoría de las veces, cuando las chicas lloran, no esperan que les resuelvas el problema; solo quieren que las consueles.
—¿De verdad?
—Más bien.
—No puede ser tan sencillo —dijo, intrigado.
—He dicho la mayoría de las veces, no siempre. Pero probablemente en esta ocasión a muchas de las chicas les bastaría.
Resopló.
—No estoy segura. Dos ya me han preguntado si las dejaré marcharse cuando acabe esto.
—Pensaba que eso no nos estaba permitido —dije, aunque no debería haberme sorprendido. Si había accedido a dejar que me quedara como amiga, no debían de importarle mucho los aspectos técnicos—. ¿Qué vas a hacer?
—¿Qué otra cosa puedo hacer? No voy a retener a nadie contra su voluntad.
—A lo mejor luego cambian de opinión.
—Quizá. —Hizo una pausa—. ¿Y tú? ¿También estás asustada y dispuesta a marcharte? —preguntó, casi como en broma.
—La verdad es que estaba convencida de que, en cualquier caso, me enviarías a casa después del desayuno —admití.
—La verdad es que yo también me lo había planteado.
Se produjo un silencio entre nosotras, y los dos sonreímos. Nuestra amistad —si es que podía llamarse así— desde luego era rara e imperfecta, pero al menos era honesta.
—No me has respondido. ¿Quieres marcharte?
Otro proyectil impactó contra la pared, y la idea iba ganando atractivo. El peor ataque que había sufrido en casa había sido el de Gerad, cuando intentó quitarme comida del plato. Aquí las chicas no me apreciaban, los vestidos eran encorsetados, la gente intentaba herir mis sentimientos y la experiencia en conjunto resultaba incómoda. Pero era positiva para mi familia y se comía bien. Brittany parecía un poco perdida, y quizá podría seguir manteniéndolo a raya un poco más. Y, quién sabe, a lo mejor podría ayudarle a escoger a la próxima princesa.
Le miré a los ojos.
—Si tú no me echas, yo no me voy.
—Bien. —Sonrió—. Tendrás que explicarme más trucos, como ese de las palmaditas en la espalda.
Yo también le sonreí. Sí, todo iba mal, pero quizá saliera algo bueno de todo aquello.
—Santana, ¿podrías hacerme un favor?
Asentí.
—Por lo que sabe la gente, anoche pasamos mucho rato juntas. Si alguien te pregunta, ¿podrías decirles que yo no soy…, que yo nunca haría…?
—Por supuesto. Y siento muchísimo lo que pasó.
—Debería haberme imaginado que, si alguna de vosotras iba a desobedecer una orden, serías tú.
Unos cuantos proyectiles dieron contra la pared, lo cual provocó los chillidos entre las chicas.
—¿Quiénes son? ¿Qué es lo que quieren? —pregunté.
—¿Quiénes? ¿Los rebeldes?
Asentí.
—Depende de a quién se lo preguntes. Y de qué grupo estés hablando —respondió.
—¿Quieres decir que hay más de uno?
Aquello empeoraba mucho las cosas. Si aquello era un solo grupo, ¿qué podrían hacer dos o más juntos? Me parecía increíblemente injusto que nos mantuvieran oculto todo aquello. Por lo que yo sabía, todos los rebeldes eran iguales, pero Brittany hacía que sonara como si los hubiera mejores y peores.
—¿Cuántos hay? —insistí.
—Básicamente dos, los norteños y los sureños. Los norteños atacan con mucha más frecuencia. Están más cerca. Viven en la zona húmeda de Likely, cerca de Bellingham, al norte. Es un lugar en el que nadie quiere vivir (prácticamente está en ruinas), así que lo han convertido en su base, aunque supongo que viajan. Lo de los viajes es una teoría mía a la que nadie hace mucho caso. Pero es mucho menos probable que consigan entrar, y, cuando entran, los ataques son… casi tímidos. Supongo que esto es un ataque de los norteños —dijo, levantando la voz entre el estruendo.
—¿Por qué? ¿Qué los hace tan diferentes de los sureños?
Brittany se lo pensó, como si dudara de si debía contármelo. Miró alrededor para ver si alguien podía oírnos. Yo también miré, y vi que había varias personas que nos observaban. En particular, Kitty parecía querer fundirme con la mirada. No mantuve el contacto visual con ella mucho rato. Aun así, pese a todas las mironas, no había nadie lo suficientemente cerca como para oírnos. Cuando Brittany llegó a la misma conclusión, se acercó y me susurró al oído:
—Sus ataques son mucho más… letales.
—¿Letales? —Me estremecí.
Ella asintió.
—Solo vienen una o dos veces al año, por lo que parece. Creo que todos intentan esconderme las estadísticas, pero no soy tonto. Cuando vienen, muere gente. El problema es que a nosotros ambos grupos nos parecen iguales (son tipos desaliñados; la mayoría, hombres, delgados pero fuertes, y sin emblemas reconocibles), así que no sabemos a qué nos enfrentamos hasta que ha acabado.
Recorrí la sala con la mirada. Si Brittany se equivocaba y resultaba que eran sureños, había mucha gente en peligro. Pensé de nuevo en mis pobres doncellas.
—Pero sigo sin entenderlo. ¿Qué es lo que quieren?
Brittany se encogió de hombros.
—Parece que los sureños quieren acabar con nosotros. No sé por qué, pero supongo que porque están hartos de vivir al margen de la sociedad. Técnicamente ni siquiera son Ochos, ya que no participan del tejido social. Pero los norteños son un misterio. Padre dice que solo quieren molestarnos, alterar nuestra labor de gobierno, pero yo no lo creo —dijo, adoptando un aspecto muy digno por un momento—. Sobre eso también tengo otra teoría.
—¿Y me la vas a contar?
Brittany vaciló de nuevo. Supuse que esa vez no se trataba tanto del miedo a asustarme, sino de que se temía que no me lo tomara en serio.
Se me acercó de nuevo y me susurró:
—Creo que están buscando algo.
—¿El qué?
—Eso no lo sé. Pero cada vez que vienen los norteños, siempre es lo mismo: los guardias están fuera de combate, heridos o atados, pero nunca los matan. Es como si no quisieran que los siguieran. Aunque suelen llevarse algún rehén, y eso nos crea muchos problemas. Y luego, las habitaciones (bueno, las habitaciones a las que llegan) están patas arriba: todos los cajones sacados, los estantes revueltos, la alfombra del revés… Rompen muchas cosas. No te creerías la de cámaras que he perdido a lo largo de los años.
—¿Cámaras?
—Sí, bueno —repuso, tímidamente—. Me gusta la fotografía. A pesar de todo, nunca acaban llevándose gran cosa. Padre piensa que mi idea es una tontería, por supuesto. ¿Qué podrían andar buscando un puñado de bárbaros analfabetos? Aun así, creo que debe de haber algo.
Aquello era un misterio. Si yo no tuviera un céntimo y supiera cómo entrar en el palacio, supongo que me llevaría todas las joyas que pudiera, cualquier cosa que lograra vender. Aquellos rebeldes debían de tener algo en la mente cuando llegaban allí, más allá de la reivindicación política o su supervivencia.
—¿Te parece un razonamiento tonto? —preguntó Brittany, sacándome de mis cábalas.
—No, tonto no. Perturbador, pero no tonto.
Intercambiamos una breve sonrisa. Me di cuenta de que si Brittany fuera Brittany S. Pierce, sin más, y no Brittany, el futura reina de Illéa, sería el tipo de persona que me gustaría tener como vecina, alguien con quien poder hablar.
Se aclaró la garganta.
—Supongo que tendré que completar mi ronda.
—Sí, imagino que habrá unas cuantas señoritas preguntándose por qué te demoras tanto.
—Bueno, «amiga», ¿alguna sugerencia de con quién debería hablar ahora?
Sonreí y miré hacia atrás, para asegurarme de que mi candidata a princesa seguía manteniendo el tipo. Así era.
—¿Ves a la chica rubia de allí, vestida de rosa? Es Rachel. Es un encanto, muy amable; le encanta el cine. Anda, ve.
Brittany soltó una risita y se fue hacia ella.
El tiempo que pasamos en el comedor nos pareció una eternidad, pero el ataque solo había durado poco más de una hora. Más tarde descubrimos que no habían penetrado en el palacio; solo en el recinto. Los guardias no habían disparado a los rebeldes hasta que estos habían intentado dirigirse a la puerta principal, lo que explicaba lo de los ladrillos —que habían arrancado de la muralla exterior— y la fruta podrida que habían estado lanzando contra la ventana tanto rato. Al final, dos hombres acabaron por acercarse demasiado a las puertas, les dispararon y todos salieron huyendo. Si la distinción hecha por Brittany era correcta, aquellos debían de ser de los norteños.
Nos tuvieron encerradas un poquito más, mientras rastreaban el perímetro del palacio. Cuando se convencieron de que todo estaba como correspondía, dejaron que nos dirigiéramos a nuestras habitaciones. Rachel y yo fuimos cogidas del brazo. A pesar de haber mantenido la calma, la tensión del ataque me había dejado agotada, y estaba encantada de tener a alguien que me distrajera.
—¿Entonces te ha dejado que te pongas pantalones igualmente? —me preguntó.
Yo me había puesto a hablar de Brittany a las primeras de cambio, deseosa de saber cómo había ido su conversación.
—Sí, se mostró muy generosa.
—Es un detalle por su parte, después de haber ganado.
—Es un buen ganadora. Incluso es gracioso cuando se le lleva a ciertos extremos. —«Como cuando se le da un puñetazo a la fábrica de la corona, por ejemplo», pensé.
—¿Qué quieres decir?
—Nada. —Aquello no quería explicárselo—. ¿De qué habéis hablado antes?
—Bueno, me ha preguntado si me gustaría quedar con ella esta semana —contestó, ruborizándose.
—¡Rachel! ¡Eso es estupendo!
—¡Calla! —dijo, mirando alrededor, aunque el resto de las chicas ya había subido las escaleras—. Intento no hacerme demasiadas ilusiones.
Nos quedamos calladas un minuto hasta que por fin estalló:
—¿A quién quiero engañar? ¡Estoy tan nerviosa que casi no lo soporto! Espero que no tarde mucho en llamarme.
—Si ya te lo ha pedido, estoy segura de que no dejará pasar mucho tiempo. Quiero decir, en cuanto haya acabado con sus labores de gobierno del día, supongo.
Ella se rio.
—¡No me lo puedo creer! Quiero decir… que sabía que era guapa, pero nunca sabes cómo puede comportarse. Me preocupaba que fuera…, no sé, pomposa, o algo así.
—A mí también. Pero en realidad es… —¿Qué era Brittany, en realidad? Sí, era algo pomposa, pero no tanto que resultara cortante, como me había imaginado. Era innegable que se portaba como una princesa, pero, aun así, era muy…, muy…—… Es normal —dije por fin.
Rachel ya no estaba mirando. Se había perdido en sus ensoñaciones mientras caminábamos. Esperaba que Brittany estuviera a la altura de la imagen que se estaba haciendo mi amiga de ella, y que ella fuera el tipo de chica que ella quería. La dejé en su puerta, me despedí con un gesto y me dirigí a mi habitación.
La imagen de Rachel y Brittany desapareció de mi mente en cuanto abrí la puerta. Anne y Mary estaban inclinadas sobre Lucy, que parecía muy agitada. Estaba congestionada, y tenía las mejillas cubiertas de lágrimas; el ligero temblor habitual en ella se había convertido en una gran agitación, y le sacudía todo el cuerpo.
—Cálmate, Lucy, todo va bien —le susurraba Anne, mientras le acariciaba el cabello alborotado.
—Ya ha acabado todo. Nadie ha resultado herido. Estás a salvo, cariño —le decía Mary, sosteniéndole la mano.
Yo estaba tan impresionada que no podía hablar. El difícil momento por el que pasaba Lucy era algo privado; no debería haberlo visto. Di media vuelta, pero Lucy me detuvo antes de que pudiera salir de la habitación.
—Lo…, lo… siento… Lady… Lady… —balbució.
Las otras contemplaron la escena con cara de preocupación.
—No te angusties. ¿Estás bien? —pregunté, cerrando la puerta para que nadie más pudiera vernos.
Lucy intentó seguir hablando, pero no le salían las palabras. Las lágrimas y el temblor tenían dominado aquel cuerpecito tan pequeño.
—Estará bien, señorita —intercedió Anne—. Tardará unas horas, pero, cuando la cosa acaba, siempre se calma. Si sigue mal, podemos llevarla al ala de la enfermería —dijo, y luego bajó la voz—. Solo que Lucy no quiere. Si consideran que no eres apta para el servicio, te mandan a la lavandería o a la cocina. Y a Lucy le gusta ser doncella.
Yo no sabía de quién pensaba Anne que teníamos que ocultarnos. Todas estábamos alrededor de Lucy, y ella podía oírnos claramente, incluso en aquel estado.
—Por…, por… favor, señorita. Yo no…, yo no…
—Chis. Nadie va a delatarte —le aseguré. Miré a Anne y a Mary—. Ayudadme a meterla en la cama.
Entre las tres no debería habernos costado un gran esfuerzo, pero Lucy se retorcía tanto que sus brazos y sus piernas se nos escapaban de las manos. Tuvimos que emplearnos a fondo para conseguirlo. Una vez instalada entre las sábanas, la comodidad de la cama surtió un efecto mayor que todas nuestras palabras. Los espasmos de Lucy fueron remitiendo y ella fijó la mirada en el dosel que había por encima de la cama.
Mary se sentó al borde y empezó a tararear una cancioncilla, que me recordó a cómo solía arrullar yo a May cuando estaba enferma. Me llevé a Anne a un rincón, lejos del alcance de los oídos de Lucy.
—¿Qué ha pasado? ¿Ha entrado alguien? —le pregunté. Si algo así hubiera ocurrido, esperaba que me lo dijeran.
—No, no —aseguró Anne—. Lucy siempre se pone así cuando vienen los rebeldes. El mero hecho de hablar de ellos hace que se ponga a llorar. Ella…
Anne bajó la mirada y la posó en sus brillantes zapatos negros, intentando decidir si debía decirme algo. Yo no quería hurgar en la vida de Lucy, pero sí deseaba entender. Respiró hondo y me explicó:
—Algunas de nosotras hemos nacido aquí. Mary nació en el castillo, y sus padres siguen aquí. Yo era huérfana, y me trajeron porque el palacio necesitaba personal. —Se alisó el vestido, como si así pudiera quitarse de encima aquel pedazo de su historia que parecía pesarle—. Lucy fue vendida al palacio.
—¿Vendida? ¿Cómo puede ser? Aquí no hay esclavos.
—No, legalmente no, pero eso no quiere decir que no pueda pasar. La familia de Lucy necesitaba dinero para una operación que tenía que hacerse su madre. Ofrecieron sus servicios a una familia de Treses a cambio del dinero necesario. Su madre no mejoró y no consiguieron quitarse la deuda de encima, de modo que Lucy y su padre llevaban muchísimo tiempo viviendo con aquella familia. Por lo que yo sé de cómo los trataban, no era mucho mejor que vivir en un granero.
»El hijo de la familia se fijó en Lucy, y ya sé que a veces no importa la diferencia de castas, pero de una Seis a un Tres la distancia es muy grande. Cuando su madre descubrió las intenciones de su hijo, vendió a Lucy y a su padre al palacio. Recuerdo cuando llegó. Se pasó días llorando. Debían de estar terriblemente enamorados.
Miré a Lucy. Por lo menos en mi caso uno de los dos pudo decidir. En el suyo, no tuvo ninguna opción y perdió al hombre al que amaba.
—El padre de Lucy trabaja en los establos. No es muy rápido ni muy fuerte, pero muestra una dedicación increíble. Y Lucy es doncella. Sé que puede parecerle tonto, pero ser una doncella en palacio es un honor. Somos la primera línea. Somos las que han considerado suficientemente preparadas, listas y atractivas como para poder presentarnos ante cualquiera. Nos tomamos nuestro trabajo muy en serio, y con motivo. Si la fastidias, te meten en la cocina, donde te pasas el día trabajando, mal vestida. O te mandan a cortar leña, o a rastrillar el jardín. Se puede servir de muchas formas diferentes.
Me sentía tonta. Para mí, todas eran Seises. Sin embargo, dentro de aquella categoría había clases, distinciones que no alcanzaba a comprender.
—Hace dos años el palacio sufrió un ataque en plena noche. Les quitaron los uniformes a los guardias y se creó una gran confusión. Fue tal el barullo que nadie sabía a quién atacar o defender, y la gente se coló por todas partes… Fue terrible.
Me estremecí solo de pensarlo. La oscuridad, la confusión, las dimensiones del palacio. En comparación con lo de la mañana, parecía obra de los sureños.
—Uno de los rebeldes atrapó a Lucy. —Anne bajó la vista un minuto y luego añadió en voz baja—: No creo que tengan muchas mujeres en sus grupos, no sé si me entiende.
—¡Oh!
—Eso no lo vi personalmente, pero Lucy me contó que el tipo estaba cubierto de suciedad. Me dijo que no paraba de lamerle la cara.
Anne se estremeció solo de pensarlo. A mí se me encogió el estómago, y temí que pudiera devolver el desayuno. Era asqueroso, y entendía perfectamente que alguien que había pasado tanto miedo se viniera abajo ante un ataque similar.
—El tipo se la llevaba a rastras, y ella gritó con todas sus fuerzas. Con el tumulto reinante era difícil oírla. Pero apareció otro guardia, este de verdad. Apuntó y disparó al hombre en la cabeza. El rebelde cayó al suelo, con Lucy aún agarrada. Quedó cubierta de sangre.
Me tapé la boca. No podía imaginarme que alguien tan delicado como aquella chica hubiera tenido que pasar por todo aquello. No era de extrañar que hubiera reaccionado así.
—Le curaron unas cuantas heridas, pero nadie se preocupó de su estado emocional. Ahora se pone nerviosa a la mínima, pero intenta ocultarlo lo mejor que puede. Y no solo lo hace por ella, sino también por su padre. Ella está orgullosísimo de que su hija se haya ganado el puesto de doncella, y ella no quiere decepcionarle. Intentamos evitar que se angustie, pero cada vez que vienen los rebeldes se pone en lo peor y cree que alguien va a llevársela, a hacerle daño o a matarla.
»Hace lo que puede, señorita, pero no sé hasta cuándo va a poder aguantarlo.
Asentí y miré hacia Lucy, que estaba postrada en la cama. Había cerrado los ojos y se había dormido, aunque aún era bastante temprano.
Me pasé el resto del día leyendo. Anne y Mary limpiaron la habitación, aunque no estaba sucia. Todas mantuvimos silencio mientras Lucy descansaba.
Me prometí a mí misma que, si podía evitarlo, Lucy no volvería a pasar por aquello.

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Activo Re: Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/ LA ELEGIDA / TERMINADO

Mensaje por awong_snix Jue Jul 03, 2014 11:29 am


CAPÍTULO 14


Tal como me había imaginado, las chicas que habían solicitado irse a casa cambiaron de opinión cuando las aguas volvieron a su cauce. Ninguna de nosotras sabía exactamente quiénes habían sido las que lo habían pedido, pero había algunas —Kitty en particular— que estaban decididas a descubrirlo. De momento, seguíamos siendo veintisiete.
Según el rey, el ataque registró tan pocos daños que apenas merecía que se hablara de el. No obstante, como aquella mañana estaban llegando a palacio algunos equipos de televisión, parte del ataque se emitió en directo, y por lo visto aquello no le gustó nada al monarca, lo que hizo que me preguntara cuántos ataques habría recibido el palacio de los que nunca nos habíamos enterado. ¿Sería un lugar menos seguro de lo que yo me pensaba?
Tina nos explicó que, si el ataque hubiera sido mucho peor, nos habrían dejado llamar a nuestras familias para decirles que estábamos bien. Pero tal como habían ido las cosas nos dijeron que era mejor que les mandásemos una carta.
Escribí para decirles que estaba bien y que, tal vez, el ataque había parecido más grave de lo que realmente era. Y que el rey nos había protegido a todas. Les pedí que no se preocuparan por mí, les conté que les echaba de menos y le di la carta a una doncella.
El día posterior al ataque pasó sin incidentes. Pensaba ir a la Sala de las Mujeres para hablar sobre Brittany con las demás, pero, después de ver a Lucy tan agitada, decidí quedarme en mi habitación.
No sé en qué se ocupaban mis tres doncellas mientras yo estaba fuera, pero el tiempo que pasé en la habitación se dedicaron a jugar a las cartas y a charlar, introduciendo algún cotilleo en la conversación.
Me enteré de que por cada docena de personas que yo veía en palacio había un centenar más: los cocineros y las lavanderas de las que ya tenía constancia, pero también gente cuyo único trabajo era el de mantener limpias las ventanas. La brigada de limpiacristales tardaba toda una semana en limpiarlas todas, y para entonces el polvo ya se había colado por las paredes, pegándose a los cristales de nuevo, por lo que tenían que volver a empezar. También había joyeros que elaboraban piezas para la familia y regalos para los visitantes, y equipos de modistas y de compradoras que mantenían elegantemente vestidos a los miembros de la familia real, y ahora también a nosotras.
Asimismo, me enteré de otras cosas: de los guardias que ellas consideraban más guapos y del horrible diseño del nuevo vestido que la jefa del servicio les hacía llevar en las fiestas; de que había gente en palacio que hacía apuestas sobre la chica que saldría seleccionada, y de que yo estaba entre las diez mejor situadas; de que el bebé de una de las cocineras estaba tan enfermo que lo habían desahuciado, lo que le hizo soltar alguna lágrima a Anne. Resultaba que la cocinera en cuestión era muy amiga suya, y que la pareja había estado esperando aquel hijo mucho tiempo.
Mientras las escuchaba, participando en la conversación solo cuando se me ocurría algo que valiera la pena decir, me alegré de haberme quedado con ellas: no se me ocurría que abajo pudieran estar pasándoselo mejor. El ambiente en la habitación era alegre y distendido.
Me lo había pasado tan bien que el día siguiente también me lo pasé allí. Esta vez abrimos la puerta que daba al pasillo y la balconera, y el aire cálido entraba y nos envolvía. Aquello parecía tener un efecto especialmente positivo sobre Lucy, y me pregunté con qué frecuencia debía de salir al exterior.
Anne comentó lo inapropiado de aquella situación—yo, sentada con ellas, jugando a las cartas y con las puertas abiertas—, pero se rindió casi de inmediato. Ya se iba haciendo a la idea de que no podría convertirme en la dama que todos esperaban que fuera.
Estábamos en plena partida de cartas cuando detecté una presencia por el rabillo del ojo. Era Brittany, de pie, en el umbral de la puerta, que nos miraba con gesto divertido. Cuando nuestros ojos se encontraron, vi clara en su rostro la pregunta: ¿qué narices estaba haciendo? Yo me puse en pie, sonreí y me acerqué a ella.
—¡Oh, Dios mío! —murmuró Anne, cuando se dio cuenta de que el princesa estaba en la puerta. Inmediatamente tiró las cartas dentro del costurero y se puso en pie. Mary y Lucy la siguieron.
—Señoritas —se presentó Brittany.
—Alteza —dijo Anne, con una reverencia—. Es un honor.
—El honor es mío —respondió ella, sonriendo.
Las doncellas se miraron unas a otras, halagadas. Todas nos quedamos en silencio un momento, sin saber muy bien qué hacer. De pronto Mary reaccionó:
—Nosotras ya nos íbamos.
—¡Sí, eso! —añadió Lucy—. Íbamos…, esto… —soltó, y miró a Anne en busca de ayuda.
—A acabar el vestido de Lady Santana para el viernes —apostilló Anne.
—Eso es —asintió Mary—. Solo quedan dos días.
Pasaron a nuestro lado y se dirigieron a la puerta, con unas sonrisas enormes en el rostro.
—No querría entretenerlas —dijo Brittany, siguiéndolas con la mirada, absolutamente fascinado con su reacción.
Una vez que estuvieron en el pasillo, hicieron una serie de reverencias mal sincronizadas y se alejaron a paso ligero. En cuanto doblaron la esquina, las risitas de Lucy resonaron por todo el pasillo, y después se oyó a Anne haciéndola callar.
—Menudo grupito de doncellas tienes —observó Brittany, entrando en la habitación y escrutándola con la mirada.
—Se encargan de que siempre esté a punto —respondí, con una sonrisa.
—Es evidente que te tienen afecto. Eso es difícil de encontrar. —Dejó de observar la habitación y me miró a la cara—. No me imaginaba así tu habitación.
Levanté un brazo y lo dejé caer.
—En realidad no es mi habitación, ¿no? Te pertenece a ti; yo solo la ocupo.
Ella hizo una mueca.
—Te habrán dicho que puedes hacer cambios, ¿no? Si quieres otra cama, o que la pinten de otro color…
—Una capa de pintura no la haría mía —dije, encogiéndome de hombros—. Las chicas como yo no viven en casas con suelos de mármol —bromeé.
Brittany sonrió.
—¿Cómo es tu habitación, en casa de tus padres?
—Hum… ¿Para qué has venido exactamente?
—¡Oh! Es que he tenido una idea.
—¿Sobre qué?
—Bueno —empezó, poniéndose a caminar por la habitación—, he pensado que, ya que tú y yo no tenemos la típica relación que sí tengo con las otras chicas, quizá deberíamos compartir… medios de comunicación alternativos. —Se detuvo frente a mi espejo y miró las fotografías de mi familia—. Tu hermana es idéntica a ti —observó, divertido.
Me acerqué.
—Nos lo dicen mucho. ¿Qué es eso de los medios de comunicación alternativos?
Brittany acabó de repasar las fotos y se acercó al piano, al fondo de la habitación.
—Dado que se supone que tienes que ayudarme, ser mi amiga y todo eso —prosiguió, mirándome a los ojos—, quizá no deberíamos confiar en las notas de siempre a través de las doncellas y en las invitaciones formales para vernos. Estaba pensando en algo menos ceremonioso. —Cogió una de las partituras que había encima del piano—. ¿Las has traído tú?
—No, esas estaban aquí. Si quiero tocar algo que me apetezca de verdad, me lo sé de memoria.
—Impresionante —dijo, levantando las cejas, y retrocedió, acercándose a mí, sin completar su explicación.
—¿Podrías dejar de curiosear y acabar de explicarme tu idea, por favor?
Brittany suspiró.
—Bueno. Lo que había pensado es que tú y yo podríamos tener una señal, o algo así, algún modo de decirnos que necesitamos hablar sin que nadie más lo sepa. ¿Qué tal frotarnos la nariz? —Y se pasó un dedo adelante y atrás Sann por encima del labio.
—Parecerá que estás resfriada. No queda muy bonito.
Se me quedó mirando, algo sorprendida, y asintió.
—Muy bien. ¿Qué tal si nos pasamos los dedos por entre el cabello?
Sacudí la cabeza casi al instante.
—Yo casi siempre llevo el pelo recogido con horquillas. Es prácticamente imposible que pueda pasarme los dedos por en medio. Además, ¿qué pasará si llevas la corona puesta? Se te caería al suelo.
Levantó el dedo y me señaló con el, considerando mi respuesta.
—Muy bien pensado. Hmmm…
Pasó a mi lado, concentrado, y se detuvo cerca de la mesilla de noche.
—¿Qué tal si te tiras suavemente de la oreja?
—Me gusta —respondí, después de pensármelo un momento—. Es lo bastante sencillo como para que se pase por alto, pero no tan frecuente como para que podamos confundirlo con cualquier otra cosa. Nos quedamos con lo del tirón de la oreja.
Brittany estaba mirando algo fijamente, pero se giró y me sonrió.
—Me alegra de que estés de acuerdo. La próxima vez que quieras verme, tírate con suavidad del lóbulo y yo vendré en cuanto pueda. Probablemente después de la cena —concluyó, encogiéndose de hombros.
Antes de que pudiera preguntarle cómo tenía que acudir yo si ella me llamaba, Brittany atravesó la habitación con mi frasco en la mano.
—¿Qué diantres es esto?
Suspiré.
—Me temo que es algo imposible de explicar.
Llegó el primer viernes, y con ella nuestro debut en el Illéa Capital Report. Era algo a lo que estábamos obligadas, pero al menos esa semana lo único que debíamos hacer era estar sentadas. Con la diferencia horaria saldríamos en antena a las cinco, estaríamos allí sentadas una hora y luego podríamos ir a cenar.
Anne, Mary y Lucy se esmeraron especialmente en vestirme. El vestido era de un azul intenso que se acercaba al morado. Me ajustaba por la cadera y luego se abría en unas suaves ondas satinadas por detrás. No podía creerme que pudiera tocar siquiera algo tan bonito. Mis doncellas me abrocharon botón tras botón por la espalda, me pusieron horquillas con perlas en el cabello, unos minúsculos pendientes con perlas y un collar con un cordoncito tan fino y más perlas tan separadas que parecían flotar sobre mi piel.
Miré al espejo. Seguía siendo yo. Era la versión más bonita de mí misma que había visto nunca, pero reconocía aquella cara. Desde que habían seleccionado mi nombre, mi gran temor era convertirme en una persona irreconocible —cubierta en capas de maquillaje y tan cargada de joyas que tuviera que escarbar durante semanas para encontrarme de nuevo—. Pero de momento seguía siendo Santana.
Y, como era habitual en mí, me encontré cubierta de una pátina de sudor en el momento en que me dirigía a la sala donde grababan los mensajes de palacio. Nos dijeron que llegáramos diez minutos antes de la hora. En mi caso, diez minutos significaban más bien quince. En el caso de Kitty, más bien significaban tres. Así que el grupo fue llegando a trompicones.
Había un enjambre de personas revoloteando a nuestro alrededor, dando los últimos toques al plató —en el que habían instalado unas gradas con asientos para las seleccionadas—. Los presentadores, que reconocía de haber visto el Report durante años, estaban ahí, leyendo sus guiones y ajustándose las corbatas. Algunas de las seleccionadas se examinaban en los espejos y se alisaban sus vistosos vestidos con la mano. La actividad era frenética.
Me giré y pillé a Brittany en un momento íntimo. Su madre, la bella reina Amberly, le estaba colocando unos cabellos rebeldes en su sitio. Ella se alisó la chaqueta y le dijo algo. Ella asintió y Brittany sonrió. Habría seguido mirándolas un rato, pero apareció Tina y, con su habitual dinamismo, me llevó a mi sitio.
—Suba a la fila superior, Lady Santana —me ordenó—. Puede sentarse donde quiera. Es que la mayoría de las chicas han solicitado la fila de delante. —Me lo dijo con voz apenada, como si me estuviera dando una mala noticia.
—Oh, gracias —respondí, y me fui tan contenta a sentarme en la fila de atrás.
No me hacía gracia la idea de subir aquellos escalones tan pequeños con un vestido tan ajustado y aquellos zapatos de tiras. (¿De verdad eran necesarios? ¡Nadie iba a verme los pies!) Pero lo conseguí. Vi entrar a Rachel, que me sonrió y me saludó, y se vino a sentar a mi lado. Para mí significaba mucho que hubiera escogido un lugar a mi lado en lugar de situarse en la segunda fila. Era una amiga fiel. Sería una gran reina.
Su vestido era de un amarillo intenso. Con su cabello rubio y su piel suavemente bronceada, parecía irradiar luz.
—Rachel, me encanta tu vestido. ¡Estás fantástica!
—Oh, gracias. —Se ruborizó un poco—. Tenía miedo de que fuera algo excesivo.
—¡En absoluto! Créeme, te queda perfecto.
—Quería hablar contigo, pero habías desaparecido. ¿Crees que podríamos hablar mañana? —me preguntó, en un susurro.
—Claro. En la Sala de las Mujeres, ¿verdad? Es sábado —respondí usando el mismo tono.
—De acuerdo —respondió, excitada. delante de nosotras estaba Amy, que se giró:
—Tengo la sensación de que se me salen las horquillas. ¿Podéis echarles un vistazo, chicas?
Sin decir palabra, Rachel metió sus finos dedos entre los rizos de Amy y tanteó en busca de horquillas sueltas.
—¿Mejor?
Amy suspiró.
—Sí, gracias.
—Santana, ¿tengo pintalabios en los dientes? —me preguntó Zoe.
Me giré a la izquierda y me la encontré con una sonrisa forzada, mostrándome unos dientes de un blanco perla.
—No, estás bien —respondí, comprobando por el rabillo del ojo que Rachel asentía en señal de confirmación.
—Gracias. ¿Cómo puede estar tan tranquila? —preguntó Zoe, señalando a Brittany, que estaba hablando con un miembro del equipo. Entonces se inclinó hacia delante, metió la cabeza entre las piernas y se puso a hacer ejercicios de respiración controlada.
Rachel y yo nos miramos, desconcertadas, e intentamos no reírnos. Era difícil si seguíamos mirándola, así que echamos un vistazo a la sala y charlamos sobre lo que llevaban puestas las demás. Varias de las chicas llevaban vestidos de un rojo seductor y de alegres tonos verdes, pero ninguna iba de azul. Olivia se había atrevido a vestirse de naranja. Yo, desde luego, no sabía mucho sobre moda, pero Rachel y yo coincidimos en que alguien tendría que haberla advertido. Aquel color le daba a su piel un tono verdoso.
Dos minutos antes de que encendieran las cámaras nos dimos cuenta de que no era el vestido lo que le daba aquel color verde. Olivia vomitó estentóreamente en la papelera más cercana y cayó al suelo. Tina acudió al momento y aparecieron varias personas para limpiarle el sudor y ayudarla a sentarse. La situaron en la fila de atrás, con un pequeño recipiente a sus pies, por si acaso.
Bariel estaba sentada delante de ella. No oí lo que le dijo desde mi posición, pero daba la impresión de que aquella chica estaba dispuesta a lanzarse sobre la pobre Olivia si volvía a tener vómitos cerca de ella.
Supuse que Brittany había visto u oído parte de la escena, y miré en su dirección para ver si reaccionaba de algún modo. Pero ella no estaba mirando hacia el lugar del suceso; me observaba a mí. Rápidamente —tanto que cualquier otra persona habría pensado que se estaba rascando Brittany levantó la mano y se tiró de la oreja. Yo repetí la acción, y ambas nos giramos.
Estaba nerviosa pensando que aquella noche, tras la cena, se pasaría por mi habitación.
De pronto sonó el himno y vi el escudo nacional en unas pequeñas pantallas repartidas por la sala. Levanté la cabeza y erguí el cuerpo. Lo único en lo que podía pensar era en que mi familia iba a verme aquella noche, y quería que estuvieran orgullosos de mí.
El rey Pierce estaba en el estrado hablando del «breve e infructuoso» ataque al palacio. Yo no lo habría llamado infructuoso, ya que consiguió asustarnos a casi todos. Fueron dando las noticias una tras otra. Intenté prestar atención a todo lo que se decía, pero me costaba. Estaba acostumbrada a ver todo aquello desde la comodidad de mi sofá, con un cuenco de palomitas y entre los comentarios de mi familia.
Muchas de las noticias tenían que ver con los rebeldes, a los que se culpaba de diversos actos sin dejar margen de duda. Las obras de las carreteras que se estaban construyendo en Sumner iban con retraso a causa de los rebeldes, y el número de policías locales en Atlin había disminuido porque se había enviado un grupo de refuerzo para contener los disturbios provocados por los rebeldes en Saint George. Yo no tenía ni idea de que hubiera sucedido ninguna de aquellas dos cosas. Entre todo lo que había visto y oído durante mi infancia y lo que había aprendido desde mi llegada al palacio, empecé a preguntarme cuánto sabíamos exactamente sobre los rebeldes. Quizás estuviera equivocada, pero no me parecía que se les pudiera culpar de todo lo que ocurría en Illéa.
Y de pronto, como si hubiera salido de la nada, apareció Kurt en el plató, presentado por el coordinador de Eventos.
—Buenas noches a todos. Hoy tengo un anuncio especial que hacer. Se cumple una semana de Selección y ocho señoritas ya se han vuelto a casa, dejando atrás a veintisiete bellas jóvenes entre las que tendrá que escoger la princesa Brittany. La semana que viene, pase lo que pase, dedicaremos la mayor parte del Illéa Capital Report a conocer a estas asombrosas jóvenes.
Sentí el sudor en las sienes. Estar ahí sentada y poner buena cara…, eso podía hacerlo, pero ¿responder preguntas? Sabía que no iba a ganar aquel jueguecito; aquella no era la cuestión. Sin embargo, desde luego, no quería quedar como una tonta delante de todo el país.
—Antes de pasar a las señoritas, hablemos un momento con la ´persona de moda. ¿Cómo está, princesa Brittany? —dijo Kurt, cruzando el plató.
Aquello era una emboscada. Brittany no tenía micrófono ni se había preparado la respuesta.
entonces crucé una mirada con ella y le guiñé el ojo. Aquella tontería bastó para que sonriera.
—Estoy muy bien, Kurt, gracias.
—¿Está disfrutando de la compañía hasta el momento?
—¡Sí, claro! Ha sido un placer conocer a estas señoritas.
—¿Son todas ellas tan dulces y amables como parecen? —preguntó Kurt. Y antes de que Brittany respondiera, la respuesta me hizo sonreír. Porque sabía que sería un sí…, más o menos.
—Hummm… —Brittany miró más allá de Kurt, en mi dirección—. Casi.
—¿Casi? —preguntó Kurt, sorprendido. Y se giró hacia nosotras—. ¿Alguna de ellas ha hecho alguna travesura?
Por fortuna, todas las chicas soltaron unas risitas, de modo que yo me uní a ellas. ¡La muy traidora! —¿Qué es lo que han hecho exactamente estas chicas para portarse mal?
—Bueno, te diré. —Brittany cruzó las piernas y se puso cómodo. Probablemente era la vez que más relajada la veía, ahí sentado, divirtiéndose a mi costa. Me gustaba esa faceta suya. Me habría gustado verla más a menudo—. Una de ellas tuvo el valor de gritarme bastante la primera vez que nos vimos. ¡Me gané una dura regañina!
Por detrás de Brittany, el rey y la reina intercambiaron una mirada. Daba la impresión de que era la primera vez que oían aquella historia. A mi lado, las chicas se miraban unas a otras, asombradas. No lo entendí hasta que Rachel dijo algo.
—Yo no recuerdo que nadie le gritara en el Gran Salón, ¿no?
Brittany parecía haber olvidado que nuestro primer encuentro debía permanecer en secreto.
—Supongo que está diciendo eso para gastar una broma. Yo le dije algunas cosas muy en serio. Puede que se refiera a mí.
—¿Una regañina, dice? ¿Por qué? —prosiguió Kurt.
—La verdad es que no estoy muy segura. Creo que fue un arranque de nostalgia, motivo por el que se lo perdoné, por supuesto —dijo Brittany. Se le veía muy suelta, hablando con Kurt como si fuera la única persona de la sala. Se me ocurrió que tendría que decirle más tarde lo bien que lo había hecho.
—¿Así que es una de las chicas que sigue entre nosotros? —Kurt miró en nuestra dirección con una gran sonrisa en el rostro, y luego volvió a mirar a su princesa.
—Oh, sí, continúa aquí —respondió Brittany, sin apartar la mirada de Kurt—. Y espero que nos acompañe un tiempo.

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Bueno la primera imprecion al mundo debe ser complicada pero conociendo a Santana crren que se comporte como debe de ser o pronto veremos una forma de Snix que les parece

Bueno hasta a qui no puedo decir ya sin falta con promesa de Snix prometo actualizar ya todos los miércoles y are maratones de capítulos de 4 o 5 en esta historia.

Por favor dejen sus comentarios y para todos lo que leen y me siguen de existence por favor tenganme un poco de paciencia

GRACIAS  Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/  LA ELEGIDA / TERMINADO  - Página 3 3750214905 

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Mensaje por dani_lcastrejon Jue Jul 03, 2014 8:56 pm

Hola, buenas tardes o noches días o/
los capítulos me encantaron *-*
Santana no le contará sobre Dani a Brittany? Pensé que lo haría cuando encontró el frasco.
Esperaré paciente el miércoles :)
Hasta luego ;*
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Mensaje por micky morales Jue Jul 03, 2014 9:15 pm

me encantaron los capitulos, ojala santana pda sentir algo mas por brittany!
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Mensaje por Dolomiti Sáb Jul 05, 2014 1:09 am

Si!! maratones!! Eso suena asombroso :D
Saludines!! Nos leemos el miércoles (será dura la espera)
PD. Adoro la adaptación ;) jaja
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Mensaje por jas2602 Sáb Jul 05, 2014 2:10 am

hola que adaptacion tan interesante me gusta mucho...espero y actualices pronto cuidate byeeee  Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/  LA ELEGIDA / TERMINADO  - Página 3 2145353087 
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Mensaje por 3:) Lun Jul 07, 2014 8:23 pm

holap,...

me encanta,..
definitivamente san podría ser una buena reina!!! jajajaja
me gusta la amistad de san y britt y su nueva complicidad!!!
esa entrevista va a estar genial jajaj

nos vemos!!!
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Mensaje por dani_lcastrejon Miér Jul 09, 2014 10:13 pm

Hoy es miércoles, hoy actulizarías, lo harás?:c si? Porfa :*
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Mensaje por awong_snix Miér Jul 09, 2014 10:16 pm

dani_lcastrejon escribió:Hola, buenas tardes o noches días o/
los capítulos me encantaron *-*
Santana no le contará sobre Dani a Brittany? Pensé que lo haría cuando encontró el frasco.
Esperaré paciente el miércoles :)
Hasta luego ;*

Hola eso es algo que pronto averiguaras asi que deberas leer un poquito mas  Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/  LA ELEGIDA / TERMINADO  - Página 3 2145353087 y ya estoy actualizando como prometi, no dejes de comentar
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Mensaje por awong_snix Miér Jul 09, 2014 10:18 pm

micky morales escribió:me encantaron los capitulos, ojala santana pda sentir algo mas por brittany!

Por eso no te preocupes si no hubiera final feliz yo lo acomodo jajaja con eso de que casi no va a aparecer en la ultima temporada pues habra que hacer nuestro final feliz no crees Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/  LA ELEGIDA / TERMINADO  - Página 3 1206646864

PD. ya estoy actualizando


Última edición por awong_snix el Miér Jul 09, 2014 10:19 pm, editado 1 vez
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Mensaje por awong_snix Miér Jul 09, 2014 10:19 pm

Dolomiti escribió:Si!! maratones!! Eso suena asombroso :D
Saludines!! Nos leemos el miércoles (será dura la espera)
PD. Adoro la adaptación  ;) jaja

Garacias no desepcionare y ya estoy actualizando no te preocupes cuando lees aesto ya estara esta actualizacion  Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/  LA ELEGIDA / TERMINADO  - Página 3 918367557 
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Mensaje por awong_snix Miér Jul 09, 2014 10:19 pm

jas2602 escribió:hola que adaptacion tan interesante me gusta mucho...espero y actualices pronto cuidate byeeee  Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/  LA ELEGIDA / TERMINADO  - Página 3 2145353087 

Gracias y si cuando leas esto ya estara  Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/  LA ELEGIDA / TERMINADO  - Página 3 2145353087 
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Mensaje por awong_snix Miér Jul 09, 2014 10:20 pm

3:) escribió:holap,...

me encanta,..
definitivamente san podría ser una buena reina!!! jajajaja
me gusta la amistad de san y britt y su nueva complicidad!!!
esa entrevista va a estar genial jajaj

nos vemos!!!

La entrevista hay un dicho en mexico que dice si ya me conoces para que me invitas... Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/  LA ELEGIDA / TERMINADO  - Página 3 918367557 
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Mensaje por awong_snix Miér Jul 09, 2014 10:21 pm

dani_lcastrejon escribió:Hoy es miércoles, hoy actulizarías, lo harás?:c si? Porfa :*

Sip como prometí ya estoy actualizando lo prometí pero no dije la hora pido disculpas pero es en mis descansos cuando lo hago
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Mensaje por awong_snix Miér Jul 09, 2014 10:25 pm



CAPÍTULO 15



La cena fue decepcionante. Me propuse decirles a mis doncellas que la semana siguiente me dejaran algo de espacio en el vestido para poder comer.
Ya en la habitación, Anne, Mary y Lucy querían ayudarme a desvestirme, pero les expliqué que aún no, que tenían que esperar un poco. Anne fue la primera en imaginarse el motivo —que Brittany iba a venir a verme—, pues yo siempre estaba deseando quitarme aquellas ropas tan apretadas.
—¿Quiere que nos quedemos hasta más tarde? Por nosotras no hay problema —se ofreció Mary, quizás ilusionada ante la perspectiva.
Tras el alboroto provocado con la anterior visita de Brittany, decidí hacer que se fueran lo antes posible. Además, no podía soportar la idea de tenerlas allí, mirándome, hasta que ella llegara.
—No, no, estoy bien. Si tengo algún problema con el vestido más tarde, ya llamaré.
Se fueron a regañadientes y me dejaron esperando a Brittany. Yo no sabía cuánto tardaría, y no quería empezar un libro y tener que dejarlo a medias, o sentarme en el piano y que me diera un sobresalto. Acabé por echarme en la cama, esperando. Dejé vagar la mente. Pensé en Rachel y su amabilidad. Me di cuenta de que, salvo por algunos detalles, sabía muy poco de ella. Sin embargo, tenía la certeza de que su modo de actuar conmigo era sincero. Y luego pensé en las chicas que no lo eran en absoluto. Me pregunté si Brittany distinguiría a unas de las otras.
La experiencia que tenía Brittany con las mujeres daba la impresión de ser enorme y muy reducida a la vez. Era todo un caballero, pero cuando llegaba a las distancias cortas se venía abajo. Daba la impresión de que sabía cómo tratar a una dama, pero no si era la chica con la que tenía que salir.
Todo lo contrario que Danniel.
Danniel.
Su nombre, su rostro y su recuerdo me golpearon de repente. Danniel. ¿Qué sería de ella en aquel momento? En Carolina estaría a punto de empezar el toque de queda. Aún estaría trabajando, si es que tenía trabajo. O quizás estuviera con Brenna, o con quienquiera con que hubiera decidido salir después de romper conmigo. Una parte de mí se moría por saberlo…, pero otra se entristecía con solo pensar en ello.
Miré mi frasco. Lo cogí y vi cómo se deslizaba el céntimo por la pared de vidrio, tan solo en el mundo.
—Como yo —murmuré—. Como yo.
¿Era una tonta por guardar aquello? Le había devuelto todo lo demás, así que… ¿de qué servía conservar un céntimo? ¿Era eso lo único que me iba a quedar? ¿Un céntimo en un frasco, para que pudiera enseñárselo a mi hija un día y hablarle de mi primera novia, de la que nadie supo nada?
No tuve tiempo de regodearme con mis preocupaciones. Solo unos minutos más tardes Brittany llamó a la puerta con decisión y fui corriendo hacia allí.
Abrí la puerta con gran ímpetu. Brittany se me quedó mirando, sorprendida.
—¿Dónde están tus doncellas? —preguntó, mirando al interior de la habitación.
—No están. Les mando que se vayan cuando vuelvo de la cena.
—¿Cada día?
—Sí, claro. Puedo quitarme la ropa sola, gracias.
Brittany levantó las cejas y sonrió. Yo me ruboricé. No pretendía decirlo de aquel modo.
—Coge algo de abrigo. Fuera hace fresco.
Recorrimos el pasillo. Aún estaba algo ausente, perdida en mis pensamientos, y ya sabía que Brittany no era experta en iniciar conversaciones. Eso sí, le pasé la mano por el brazo inmediatamente. Me gustaba que se hubiera creado cierta familiaridad entre nosotras.
—Si insistes en no tener doncellas cerca, voy a tener que ponerte un guardia en la puerta —dijo.
—¡No! No quiero que me vigilen como a una niña.
Ella chasqueó la lengua.
—Estaría fuera de la puerta. Ni siquiera te enterarías de que está ahí.
—Sí que me enteraría. Sentiría su presencia.
Brittany soltó un suspiro en señal de agotamiento, pero sonreía. Yo estaba tan enfrascada en la discusión que no oí los susurros hasta que prácticamente las tuve delante: Kitty, Emmica y Tiny se cruzaron con nosotros en dirección a sus habitaciones.
—Señoritas —saludó Brittany, con una leve inclinación de la cabeza.
Quizás había sido una ingenua pensando que nadie nos vería. Sentí un calor que se me subía a la cabeza, pero no sabía muy bien por qué. Todas las chicas hicieron una reverencia y siguieron adelante. Miré por encima del hombre mientras nos dirigíamos a las escaleras. Emmica y Tiny parecían curiosas. Al cabo de unos minutos ya se lo habrían contado a las demás. Al día siguiente seguro que se me echaban todas encima. Kitty me atravesó con la mirada. No cabía duda de que se lo iba a tomar como una afrenta personal.
Me giré y dije lo primero que se me pasó por la cabeza.
—Ya te dije que las chicas que se pusieron tan nerviosas durante el ataque acabarían quedándose.
No sabía exactamente quiénes habían pedido marcharse, pero, según los rumores, Tiny era una de ellas. Se había desmayado. Alguien había señalado a Bariel, pero sabía que eso era mentira. Antes habría que arrancarle la corona de las manos.
—No te puedes imaginar qué alivio —repuso ella. Parecía sincera.
Tardé un momento en saber qué responder, como si aquello no fuera exactamente lo que me esperaba, y además estaba muy concentrada en no caerme. No sabía muy bien cómo bajar escaleras cogida del brazo de alguien. Los tacones no ayudaban nada. Por lo menos, si me resbalaba, alguien me agarraría.
—Yo diría que habría resultado útil —dije, cuando llegamos al primer piso y recuperé la estabilidad—. Quiero decir que tiene que ser complicado escoger a una chica de entre tantas. Si las circunstancias eliminaran a algunas de la criba, ¿no haría eso más fácil la elección?
Brittany se encogió de hombros.
—Supongo que sí. Pero yo no lo vi así, te lo aseguro. —De algún modo, parecía dolida—. Buenas noches, caballeros —saludó a los guardas, que abrieron las puertas del jardín sin vacilar.
Quizá tuviera que replantearme la oferta de Brittany de decirles que me gustaba salir. La idea de poder escapar con aquella facilidad resultaba de lo más atractiva.
—No lo entiendo —dijo, mientras me conducía a un banco (a nuestro banco) y me hacía sentar de cara a las luces del palacio.
Ella se sentó con el cuerpo orientado en dirección contraria, de modo que estábamos prácticamente encaradas. Así era fácil hablar.
No parecía muy seguro de compartir sus pensamientos, pero tomó aire y habló:
—A lo mejor he pecado de orgullosa, pero se me ha ocurrido pensar que quizá valga la pena correr algún riesgo para estar conmigo. No es que se lo desee a nadie, claro —precisó—. No quiero decir eso. Pero… no sé. ¿No veis todas el riesgo que corro yo?
—Hmmm, no. Tú tienes aquí a tu familia para pedirle consejo, y todas nosotras vivimos siguiendo tus horarios. En tu vida no ha cambiado nada, y la nuestra cambia constantemente de la noche a la mañana. ¿Qué riesgo podrías estar corriendo?
Brittany parecía estupefacta.
—Santana, yo tendré a mi familia, pero imagínate lo embarazoso que puede ser tener a tus padres observándote mientras tú intentas empezar a salir con una chica. Y no solo a tus padres: ¡todo el país! Peor aún, ni siquiera se trata de salir con alguien de un modo normal.
»¿Y lo de vivir siguiendo mis horarios? Cuando no estoy con vosotras, estoy organizando a las tropas, legislando, ajustando presupuestos…, y últimamente eso lo hago sola, mientras mi padre observa cómo voy dando palos de ciego, como una idiota, porque no tengo su experiencia.
Y cuando hago algo diferente de cómo lo haría el, algo que parece inevitable, me corrige. Y todo eso con la mente puesta en vosotras, que sois lo único en lo que puedo pensar: ¡me tenéis emocionada pero a la vez aterrada!
Movía las manos al hablar, más que nunca, agitándolas y pasándoselas por el pelo.
—¿Y tú crees que mi vida no está cambiando? ¿Qué oportunidades crees que tengo de encontrar a mi alma gemela entre vuestro grupo? Tendré suerte si encuentro a alguien capaz de soportarme toda la vida. ¿Y si es una de las que ya he enviado a casa pensando que debía de haber una química que no sentía? ¿Y si resulta que la elegida me deja a la primera adversidad? ¿Y si no aparece la persona ideal? ¿Qué hago entonces, Santana?
Había empezado a hablar con rabia y con pasión, pero al final sus preguntas habían perdido toda su retórica. En realidad lo que quería saber era una sola cosa: ¿qué iba a hacer si entre las chicas no había ninguna que pudiera llegar a despertar en ella, aunque solo fuera, el amor más pequeño? Aunque parecía que su principal preocupación no era esa; lo que más le preocupaba era que ninguna pudiera llegar a quererle.
—En realidad, Brittany, creo que sí encontrarás aquí a tu alma gemela. De verdad.
—¿De verdad? —En contra de lo que pensaba, reaccionó con cierta esperanza.
—Seguro. —Le puse una mano en el hombro. Daba la impresión de que aquel simple contacto le reconfortaba. Me pregunté cuántas veces habría sentido ese simple contacto humano—. Si tu vida es tan caótica como dices, tendrá que estar en algún sitio. Por lo que yo sé, el amor verdadero suele aparecer siempre donde menos te lo esperas —dije, esbozando una sonrisa.
Aquellas palabras parecieron tener un efecto positivo en ella, y a mí también me consolaban. Porque creía en lo que decía. Y si no podía encontrar el amor, lo mejor que podía hacer era ayudar a Brittany a encontrar el suyo.
—Espero que te vaya bien con Rachel. Es encantadora.
Brittany hizo una mueca rara.
—Sí, lo parece.
—¿Cómo? ¿Tiene algo de malo ser encantadora?
—No, no. Está bien —dijo, sin ir más allá—. ¿Qué es lo que andas buscando? —me preguntó de pronto.
—¿Cómo?
—Da la impresión de que no puedes mantener la mirada fija en un punto. Me escuchas, pero parece como si estuvieras buscando algo.
Me di cuenta de que tenía razón. Todo el tiempo que había durado su exposición, había estado escrutando el jardín y las ventanas, e incluso las torretas de la muralla. Me estaba volviendo paranoica.
—La gente…, las cámaras… —me excusé, negando con la cabeza y fijando la vista en la oscuridad.
—Estamos solas. Solo está el guardia junto a la puerta —me aseguró, señalando a la solitaria figura a la luz del farol, junto al palacio.
Tenía razón: no nos habían seguido; en todas las ventanas había luz, pero no parecía haber nadie. Me tranquilizó que me lo confirmara.
Sentí que mi cuerpo adoptaba una postura algo más relajada.
—No te gusta que te mire la gente, ¿eh? —preguntó.
—En realidad no. Prefiero pasar desapercibida. Es a lo que estoy acostumbrada, ¿sabes? —dije, siguiendo con la vista los surcos tallados en el bloque de piedra que tenía bajo los pies para evitar su mirada.
—Tendrás que acostumbrarte. Cuando salgas de aquí, la gente te mirará el resto de tu vida. Mi madre aún tiene contacto con algunas de las mujeres con las que estuvo durante la Selección. A todas se las considera mujeres importantes. Aún hoy.
—¡Genial! —refunfuñé—. Una cosa más que me animará cuando vuelva a casa.
Brittany se disculpó con la mirada, pero yo tuve que apartar la vista. Me acababa de recordar lo mucho que me iba a costar aquella estúpida competición, que nunca recuperaría lo que era para mí una vida normal. No me parecía Sann…
Sin embargo, me lo pensé mejor. No debía culpar a Brittany. En aquella situación, ella era tan víctima como el resto de nosotras, aunque de un modo muy diferente. Suspiré y volví a mirarle. Por su expresión, supe que había tomado una decisión.
—Santana, ¿puedo preguntarte algo personal?
—Quizá —respondí, a la defensiva.
Ella me miró, sonriente.
—Es que…, bueno, está claro que esto no te gusta. Odias las normas y la competición, y el tener siempre a alguien encima, y la ropa, y la…, bueno, no, la comida te gusta. —Sonrió. Yo también—. Echas de menos tu casa y a tu familia…, y sospecho que a alguien más. Mucho. Tus sentimientos están a flor de piel.
—Sí, lo sé —concedí, levantando la vista al cielo.
—Pero prefieres sufrir la nostalgia y pasarlo mal «aquí» en lugar de volver a casa. ¿Por qué?
Sentí que se me hacía un nudo en la garganta, pero tragué saliva.
—No lo paso mal…, y tú sabes por qué.
—Bueno, a veces parece que estás bien. Cuando hablas con alguna de las chicas te veo sonreír, y pareces estar muy a gusto durante las comidas, eso sí. Pero hay otras ocasiones en las que se te ve muy triste. ¿No quieres contarme por qué? ¿Toda la historia?
—No es más que otra historia de amor fracasada. Nada espectacular ni interesante, de verdad —respondí, pero lo que pensé fue otra cosa: «Por favor, no me presiones. No quiero llorar».
—Sea como sea, me gustaría conocer alguna otra historia de amor de verdad, aparte de la de mis padres, una que se haya desarrollado fuera de estos muros y de estas normas… Por favor.
Lo cierto era que había cargado con el secreto durante tanto tiempo que no podía imaginarme contarlo en voz alta. Y me dolía muchísimo pensar en Danniel. ¿Podría siquiera pronunciar su nombre? Respiré hondo. Brittany era mi amigo. Hacía todo lo posible para que me sintiera bien. Y había sido tan sincero conmigo…
—Ahí fuera —dije, señalando al otro lado de las murallas— las castas se cuidan unas a otras. A veces. Por ejemplo, mi padre tiene tres familias que le compran al menos un cuadro cada año, y yo tengo familias que siempre me llaman para que cante en sus fiestas de Navidad. Son como nuestros patrones, ¿entiendes?
»Bueno, pues nosotros somos como patrones de su familia. Ellos son Seises. Cuando podemos permitirnos contratar a alguien para que limpie, o si necesitamos ayuda con el inventario, siempre llamamos a su madre. A ella la conocí cuando éramos niñas, aunque ella es mayor que yo, de la edad de mi hermano. Eran un poco brutos jugando, así que no solía ir con ellos.
»Mi hermano mayor, Kota, es un artista, como mi padre. Hace unos años vendió una escultura de metal en la que llevaba trabajando años por una cantidad enorme de dinero. Puede que hayas oído hablar de ella.
—Kota López —dijo Brittany.
Pasaron algunos segundos, y de pronto vi que establecía la conexión cerebral.
Me aparté el cabello de los hombros y crucé los brazos.
—Estábamos todos muy contentos por Kota; había trabajado enormemente en esa pieza. Y en aquella época necesitábamos mucho el dinero, así que toda la familia estaba encantada. Pero Kota se quedó casi todo el dinero. Aquella escultura lo catapultó a la fama; la gente empezó a pedirle obras constantemente. Ahora tiene una lista de espera interminable y cobra precios astronómicos, porque puede. Creo que se ha vuelto adicto a la fama. Los Cincos raramente destacamos tanto.
Nuestras miradas se cruzaron por un momento, y yo sabía que, a sus ojos, ya no podría pasar desapercibida nunca más.
—En cualquier caso, en cuanto empezó a recibir pedidos, Kota decidió alejarse de la familia. Mi hermana mayor se acababa de casar, así que perdimos los ingresos que nos reportaba. Y cuando Kota empieza a ganar dinero de verdad, va y nos deja. —Apoyé las manos en el pecho de Brittany para subrayar la importancia de aquello—. Eso no se hace. Uno no deja a su familia así como así. Mantenerse unidos… es el único modo de sobrevivir.
En su mirada vi que me entendía.
—¿Se lo quedó todo el? ¿Quiso usar el dinero para ascender de casta?
Asentí.
—Se ha propuesto llegar a ser un Dos. Si le bastara con ser un Tres o un Cuatro, podía haber comprado el título y ayudarnos, pero está obsesionado. En realidad es estúpido. Vive muy cómodamente, pero lo que quiere es esa estúpida etiqueta. No parará hasta que la consiga.
Brittany sacudió la cabeza.
—Podría tardar toda la vida.
—Mientras consiga que en su lápida pongan que era un Dos, supongo que no le importa.
—Imagino que ya no tenéis tanto contacto…
—Ahora no —suspiré—. Al principio pensaba que se me había pasado algo por alto. Tal vez lo que estaba haciendo Kota era independizarse, no separarse de nosotros. Al principio, estaba de su lado. Así que, cuando consiguió su apartamento y su estudio, fui a ayudarle. Y el llamó a la misma familia de Seises a la que siempre recurríamos; el hijo mayor estaba disponible y encantado de trabajar con Kota unos días, ayudándole a instalarse.
Hice una pausa, recordando aquello.
—Así que ahí estaba yo, sacando cosas de las cajas…, y ahí estaba ella. Nuestras miradas se cruzaron, y ya no me pareció tan mayor ni tan bruta. Hacía mucho que no nos habíamos visto. Ya no éramos críos.
»Todo aquel día íbamos tocándonos «accidentalmente» al mover las cosas de un lado al otro. Ella me miraba y me sonreía, y yo me sentía viva por primera vez. Yo estaba…, estaba loca por ella.
Por fin se me quebró la voz, y empezaron a salir las lágrimas que tanto tiempo había retenido.
—Vivíamos bastante cerca una de la otra, así que a veces me iba de paseo solo para ver si me lo encontraba. Cuando su madre venía a ayudarnos, a veces ella la acompañaba. Y nos limitábamos a mirarnos: era todo lo que podíamos hacer. —Se me escapó un sollozo imperceptible—. Ella es un Seis, y yo una Cinco, y hay leyes… ¡Y mi madre! Ella se habría puesto furiosa. No podía saberlo nadie.
Las manos se me movían como espasmódicamente, con la tensión de haber mantenido aquel secreto durante tanto tiempo.
—Muy pronto empezaron a aparecer notas anónimas en mi ventana, que me decían lo guapa que era, o que cantaba como un ángel. Y yo sabía que eran suyas. La noche de mi decimoquinto cumpleaños mi madre dio una fiesta; su familia estaba invitada. Ella vino a mi encuentro en un rincón y me dio una felicitación; me dijo que la leyera cuando estuviera sola. Cuando por fin pude hacerlo, vi que no llevaba su nombre, ni siquiera un «Feliz cumpleaños». Solo decía: «Casa del árbol. Medianoche».
Brittany abrió bien los ojos.
—¿Medianoche? Pero…
—Deberías saber que yo violo el toque de queda de Illéa con bastante frecuencia.
—Podías haber acabado en la cárcel, Santana —exclamó, agitando la cabeza.
Me encogí de hombros.
—En aquel momento, aquello no me pareció importante. La primera vez me sentí como si volara. Conocía su caligrafía por todas las otras notas, y me alegraba de haber sido lo suficientemente lista como para mantenerlo todo en secreto. Y ella, por su parte, había estado buscando un modo para que nos pudiéramos ver. No podía creerme que quisiera estar a solas conmigo.
»Aquella noche esperé en mi habitación, mirando hacia la casa del árbol del patio. Hacia la medianoche, vi que alguien trepaba y se metía dentro. Recuerdo que fui a cepillarme los dientes de nuevo, por si acaso. Me escabullí por la puerta de atrás y fui hasta el árbol. Y ahí estaba ella. No… podía creérmelo.
»No recuerdo cómo empezó, pero muy pronto las dos nos habíamos confesado nuestros sentimientos, y no lográbamos dejar de reír de lo contentos que estábamos de que nuestro sentimiento fuera correspondido. Ni siquiera podía pensar en lo que suponía violar el toque de queda o mentir a mis padres. Me daba igual ser una Cinco y que ella fuera un Seis. No me preocupaba el futuro. Porque lo único que me importaba era que me quisiera…
»Y me quería, Brittany, me quería…
Más lágrimas. Me eché una mano al pecho, sintiendo la ausencia de Danniel como nunca antes. Hablar de ella la volvía más real. Ahora ya no podía hacer otra cosa más que acabar el relato.
—Nos vimos en secreto durante dos años. Éramos felices, pero a ella siempre le preocupaba que tuviéramos que vernos a escondidas, así como no poder darme lo que consideraba que me merecía. Cuando nos enteramos de lo de la Selección, insistió en que me apuntara.
Brittany se quedó boquiabierta.
—Lo sé. Fue una tontería. Pero ella se habría sentido culpable toda la vida si no lo intentaba. Y yo pensaba, la verdad, que no me escogerían. ¿Cómo iban a elegirme?
Levanté las manos al aire y las dejé caer. Aún estaba anonadada por todo lo sucedido.
—Por su madre me enteré de que había estado ahorrando para casarse con una chica misteriosa. Me emocioné. Le preparé una cena sorpresa, pensando que así conseguiría que se me declarara. Estaba esperándola.
»Pero cuando vio todo el dinero que me había gastado en la cena, se disgustó. Es muy orgullosa. Quería ser ella quien me diera todos los caprichos, no al revés, y supongo que entonces vio que nunca podría hacerlo. Así que decidió romper conmigo… Una semana más tarde, hicieron público mi nombre como una de las seleccionadas.
Oí que Brittany murmuraba algo ininteligible.
—La última vez que la vi fue en mi despedida —recordé, con la voz entrecortada—. Iba con otra chica.
—¡¿Cómo?! —exclamó Brittany.
Hundí la cara entre las manos.
—Lo que me saca de mis casillas es que sé que hay otras chicas que le van detrás, siempre las ha habido, y que ahora no tiene ningún motivo para decirles que no. Puede que incluso siga aún con aquella del día de mi despedida. No lo sé. Y no puedo hacer nada al respecto. Pero la idea de volver a casa y encontrarme cara a cara con eso… No puedo, Brittany, no puedo…
Lloré y lloré, y ella no me apremió para que dejara de hacerlo. Cuando por fin las lágrimas empezaron a desaparecer, proseguí:
—Brittany, espero que encuentres alguien que te haga sentir que no puedes vivir sin ella. De verdad. Y espero que nunca experimentes lo que puede ser vivir sin esa persona, todo el esfuerzo que conlleva.
El rostro de Brittany era como un reflejo de mi propio dolor. Parecía completamente desolado. Es más, furioso.
—Lo siento, Santana. Yo no… —Ladeó un poco la cabeza—. ¿Es buena ocasión para darte unas palmaditas en el hombro?
Su inseguridad me hizo sonreír.
—Sí. Es una ocasión perfecta.
Parecía igual de vacilante que el otro día, pero esta vez, en lugar de limitarse a darme unas palmaditas en el hombro, se acercó y, sin saber muy bien cómo, me abrazó.
—En realidad la única persona a la que he abrazado en mi vida es a mi madre. ¿Lo hago bien? —preguntó.
Me reí.
—Es difícil dar un abrazo y hacerlo mal. —Pasado un rato, añadí—: Sé lo que quieres decir. En realidad, yo tampoco suelo abrazar a nadie, salvo a mi familia.
Me sentí agotada tras aquel día tan largo, con aquel vestido, el Report, la cena y la charla. Era agradable sentir el abrazo de Brittany, e incluso sus palmaditas. No estaba tan perdida como parecía. Esperó pacientemente a que me calmara y entonces se separó y me miró a los ojos.
—Santana, te prometo que te mantendré aquí todo lo que pueda. Sé que quieren que reduzca las opciones a tres chicas y que luego elija. Pero te juro que reduciré la elección a dos y que te mantendré hasta entonces. No te obligaré a marcharte hasta que no me resulte inevitable. O hasta que tú estés lista. Lo que llegue antes.
Asentí.
—Sé que nos acabamos de conocer, pero creo que eres maravillosa. Y me duele verte herida. Si esa tipa estuviera aquí, yo…, yo… —Brittany se agitó, frustrada, y luego suspiró—. Lo siento muchísimo, Santana.
Volvió a abrazarme, y apoyé la cabeza en su hombro. Sabía que Brittany cumpliría su promesa. Así que me dispuse a acomodarme en el último sitio en el que jamás habría pensado que hubiera podido encontrarme cómoda de verdad.


___________________________________________________________________________

Comensamos con estos capitulos.

Para quien me pregunto por si se lo diria o no creo que ya encontramos la respuesta, y bueno estamos acostumbrándonos a que Britt sea la dama en peligro pero esta vez creo que veremos como Santana se deja consentir talo vez.

Que opinan prefieren a Britt o a Santana en esta historia, pero recuerden no todo es lo que parece.
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Activo Re: Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/ LA ELEGIDA / TERMINADO

Mensaje por awong_snix Miér Jul 09, 2014 10:28 pm



CAPÍTULO 16



Cuando me desperté, a la mañana siguiente, me pesaban los párpados. En el momento en que me los frotaba para desentumecerlos, me alegré de haberle contado todo aquello a Brittany. Se me hacía raro que el palacio —aquella jaula de oro— fuera precisamente el lugar donde pudiera abrirme y comunicar todo lo que sentía.
La promesa de Brittany se había ido afianzando en mi interior, y ahora me sentía segura. Todo aquel proceso de eliminación que tenía que hacer, partiendo de treinta y cinco hasta dejar solo una, le llevaría semanas, o quizá meses. Y tiempo era Brittany lo que yo necesitaba. No estaba segura de superar nunca lo de Danniel. Había oído decir a mi madre que el primer amor es el que llevas contigo toda la vida. Aunque tal vez, con el paso de los días, antes o después conseguiría que no me afectara. Mis doncellas no me preguntaron por mis ojos hinchados; se limitaron a disimular la hinchazón. No dijeron nada sobre mi cabello enmarañado; simplemente lo desenredaron y lo suavizaron. Y eso me gustó. No era como en casa, donde todo el mundo se daba cuenta de cuándo estaba triste, aunque no hacían nada al respecto. Aquí tenía la sensación de que todos se preocupaban por mí y de lo que me pasaba. Y respondían tratándome con sumo cuidado.
A media mañana ya estaba lista para empezar el día. Era sábado, así que no había rutinas ni horarios, pero era el día de la semana en el que todas teníamos que estar en la Sala de las Mujeres. El palacio recibía invitados los sábados, y se nos había advertido de que alguien podía querer conocernos. A mí aquello no me hacía demasiada gracia, pero por lo menos me dejaron ponerme mis vaqueros nuevos por primera vez. Por supuesto, nunca unos pantalones me habían quedado tan bien. Esperaba que, con la buena relación que tenía con Brittany, me permitiera quedármelos cuando me fuera.
Bajé despacio, algo cansada tras la noche anterior. Antes de llegar siquiera a la Sala de las Mujeres oí el murmullo de sus conversaciones y, cuando entré, Rachel me agarró y se me llevó hacia un par de sillas en la parte trasera de la sala.
—¡Por fin! ¡Te estaba esperando! —exclamó.
—Lo siento, Rachel. Me acosté tarde y tenía sueño.
Ella se me quedó mirando, probablemente consciente del rastro de tristeza que quedaba en mi voz, pero decidida a dirigir la conversación hacia mis vaqueros.
—¡Son fantásticos!
—¿Verdad? Nunca me he puesto nada tan cómodo —dije, algo más animada. Había decidido volver a mi máxima de antes: Danniel tenía prohibida la entrada en aquel lugar. La aparté de mi mente y me centré en mi segunda persona favorita del palacio—. Siento haberte hecho esperar. ¿De qué querías hablar?
Rachel dudó. Se mordió el labio y se sentó. No había nadie alrededor. Debía de ser un secreto.
—En realidad, ahora que lo pienso, quizá no debería decírtelo. A veces se me olvida que aquí estamos compitiendo las unas contra las otras.
Oh. Tenía secretos relacionados con Brittany. Eso me interesaba.
—Sé cómo te sientes, Rachel. Creo que podríamos ser muy buenas amigas. No puedo verte como una rival, ¿sabes?
—Sí. Eres un encanto. Y a la gente le gustas. Quiero decir, que es muy posible que ganes… —dijo, algo desanimada.
Tuve que hacer un esfuerzo para no hacer una mueca o reírme al oír aquello.
—Rachel, ¿te puedo contar un secreto? —le pregunté, con voz suave y sincera. Esperaba que me creyera.
—Claro que sí, Santana. Lo que sea.
—No sé quién ganará esto. En realidad, podría ser cualquiera de las que estamos en esta sala. Supongo que cada una piensa que puede ser ella misma, pero sé que, si no puedo ser yo, quiero que seas tú. Pareces generosa y justa. Creo que serías una gran princesa. De verdad. —De hecho, prácticamente todo aquello era verdad.
—Y yo creo que tú eres inteligente y un encanto —susurró ella—. También serías una princesa estupenda.
Incliné la cabeza. Le agradecía que tuviera tan alto concepto de mí. Pero me sentía algo incómoda cuando la gente me decía cosas así…, mamá, May, Mary… Era difícil de creer que tanta gente pensara que yo pudiera ser una buena princesa. ¿Acaso era la única que veía mis defectos? No era una persona refinada. No sabía dar órdenes ni era muy organizada. Era egoísta y tenía un carácter terrible, y no me gustaba aparecer en público. Y no era valiente. Había que ser valiente para ocupar aquel cargo. Y de eso se trataba. No de un matrimonio, sino de un cargo.
—Pienso cosas así de muchas de las chicas —confesó—. Como si todas tuvieran alguna cualidad de la que yo careciera y que las hiciera mejores.
—De eso se trata, Rachel. Es probable que encontraras algo especial en cada una de las chicas de esta sala. Pero ¿quién sabe qué es lo que busca exactamente Brittany?
Ella meneó la cabeza.
—Pues no nos preocupemos de eso. Puedes contarme todo lo que quieras. Yo te guardaré los secretos si tú guardas los míos. Yo te apoyaré y, si tú quieres, tú me puedes apoyar a mí. Estará bien tener una amiga aquí dentro.
Ella sonrió; luego recorrió la sala con la mirada, asegurándose de que nadie nos oyera.
—Brittany y yo hemos tenido una cita —susurró.
—¿De verdad? —pregunté. Sabía que mi reacción sonaba demasiado ilusionada, pero no pude evitarlo. Quería saber si había conseguido mostrarse algo menos tieso con ella, y si Rachel le había gustado.
—Envió una carta a una de mis doncellas preguntando si podía verme el jueves. —Sonreí mientras Rachel me iba contando aquello y pensé en que el día anterior había hecho lo mismo conmigo. Brittany y yo habíamos decidido eliminar aquellas formalidades—. Yo le envié otra nota diciendo que sí, por supuesto. ¡Como si pudiera decirle que no! Ella vino a buscarme y fuimos a dar un paseo por el palacio. Empezamos a hablar de cine, y resulta que hay muchas películas que nos gustan a las dos. Así que nos fuimos al sótano. ¿Has visto el cine que tienen allí?
—No. —De hecho, nunca había estado en ningún cine, y estaba impaciente por que me lo describiera.
—¡Oh, pues es perfecto! Las butacas son anchas y se reclinan, e incluso puedes hacerte tus propias palomitas: tienen una máquina. ¡Brittany preparó unas cuantas para nosotros! Fue monísimo, Santana. Midió mal el aceite y las primeras salieron quemadas. Llamó a alguien para que lo limpiara y tuvo que volver a hacerlas de nuevo.
Puse los ojos en blanco. Genial, Brittany, genial. Por lo menos a Rachel aquello le parecía encantador.
—Así que vimos la película, y, cuando llegamos a la parte romántica, hacia el final, ¡me cogió la mano! Yo pensaba que me desmayaba. Bueno, le había cogido del brazo durante el paseo, pero se supone que eso tienes que hacerlo. Pero eso de cogerme la mano… —Suspiró y se dejó caer contra el respaldo de la silla.
Solté una risita. Rachel parecía entusiasmada. ¡Sí, sí, sí!
—No veo el momento de que vuelva a visitarme. ¡Es tan atractiva! ¿No te parece?
Me lo pensé un momento.
—Sí, es mono.
—¡Venga ya, Santana! ¿No te has fijado en esos ojos, y en esa voz…?
—¡Salvo cuando se ríe! —Solo de recordar la carcajada de Brittany, me daba a mí la risa. Era graciosa, pero rara. Iba soltando aire entre risas, y luego hacía un ruido entrecortado al aspirar que era como otra carcajada en sí misma.
—Sí, vale. Tiene una risa un poco rara, pero es mona.
—Sí, claro, si te gusta oír el ruido de un ataque de asma al oído cada vez que le cuentas un chiste.
Rachel se partía de la risa.
—De acuerdo, vale —concedió, recuperando el aliento—. Pero seguro que tendrá algo que te guste.
Abrí la boca y la cerré dos o tres veces. Me sentí tentada de lanzar otro ataque contra Brittany, pero no quería que Rachel le encontrara nuevos defectos. Así que me lo pensé.
¿Qué tenía Brittany de atractiva?
—Bueno, cuando baja la guardia está bien. Quiero decir, cuando habla sin rebuscar las palabras o cuando lo pillas con la mirada perdida en algo, como si…, como si estuviera buscando la belleza en ello.
Rachel sonrió, y supe que ella también había notado aquello.
—Y me gusta porque parece que se implica de verdad cuando te escucha, ¿sabes? Aunque tenga que dirigir un país y gestionar mil cosas… Es como si se olvidara de todo eso cuando está contigo. Se dedica de lleno a lo que tiene entre manos. Eso me gusta.
»Y… bueno, no se lo digas a nadie, pero sus brazos…, me gustan sus brazos.
Al final me ruboricé. Idiota… ¿Por qué no me había limitado a hablar de los detalles positivos sobre su personalidad? Por suerte, Rachel no tuvo ningún problema en hacer suyo el comentario.
—¡Es verdad! Se le notan los brazos bajo esos trajes tan gruesos, ¿verdad? Debe de ser increíblemente fuerte —suspiró Rachel.
—Me pregunto por qué. Quiero decir…, ¿por qué tendría que ser tan fuerte? Trabaja sentada tras una mesa. Es raro.
—A lo mejor le gusta hacer posturitas delante del espejo —propuso Rachel, haciendo una mueca y flexionando sus bracitos.
—¡Ja, ja! Seguro que es eso. ¿A que no se lo preguntas?
—¡Ni hablar!
Parecía ser que Rachel se lo había pasado estupendamente. Me pregunté por qué no me lo había mencionado Brittany la noche anterior. Por su reacción, daba la impresión de que no la había visto siquiera. ¿Sería por timidez?
Miré por la sala y vi que más de la mitad de las chicas parecían tensas o de mal humor. Janelle, Emmica y Zoe escuchaban atentamente algo que les estaba contando Kriss. Esta sonreía y parecía animada, pero Janelle estaba nerviosa y preocupada, y Zoe se mordía las uñas. Emmica estaba hurgándose un granito por debajo de la oreja, con la cabeza en otra parte y con una expresión de cierto dolor en el rostro. A su lado, Kitty y Anna, muy diferentes entre sí, mantenían una charla intensa. Como era típico en ella, Kitty hablaba con petulancia. Rachel se dio cuenta de qué estaba mirando y me aclaró lo que sucedía.
—Las que están malhumoradas son las que no han salido aún con ella. Me dijo que yo era su segunda cita del jueves. Parece que está intentando salir con todas.
—¿De verdad? ¿Tú crees?
—Sí. Bueno, míranos a nosotras. Estamos bien, y es porque ha quedado con ambas a solas. Sabemos que le hemos gustado lo suficiente como para quedar con nosotras y no darnos la patada después. Se va sabiendo con quién ha salido y con quién no. Algunas están preocupadas al ver que se toma tanto tiempo, y piensan que quizá sea por desinterés, y que, cuando por fin quede con ellas, las echará.
¿Por qué no me había contado a mí todo eso? ¿No éramos amigas? Una amiga hablaría de esas cosas. Había quedado al menos con una docena de chicas, y las había elegido basándose en su sonrisa. Habíamos pasado mucho tiempo juntos la noche anterior, y se había limitado a verme llorar. ¿Qué amiga es el que se guarda esos secretos y hace que tú se lo cuentes todo?
Tuesday, que había estado escuchando a Camille con gesto tenso, se levantó de su asiento y paseó la mirada por la sala. Dio con Rachel y conmigo, en la esquina, y se acercó a paso ligero.
—¿Qué habéis hecho vosotras en vuestras citas? —preguntó, sin más.
—¡Hola, Tuesday! —la saludó Rachel alegremente.
—¡Venga, va! —nos apremió, y se giró hacia mí—. Di, Santana, cuenta.
—Ya te lo conté.
—No. ¡La de anoche! —Una doncella se acercó y nos ofreció té, que yo habría aceptado, pero Tuesday se la quitó de encima.
—¿Cómo…?
—Tiny os vio juntas y nos lo ha contado —dijo Rachel, intentando justificar los nervios de Tuesday—. Eres la única que ha estado con ella a solas dos veces. Muchas de las chicas que aún no han quedado con ella se han quejado. Creen que es injusto. Pero no es culpa tuya que le gustes.
—Pero es completamente injusto —protestó Tuesday—. Yo aún no le he visto fuera de las comidas, ni siquiera de paso. ¿Qué es lo que hiciste mientras estabas con ella?
—Nosotras…, eh…, volvimos al jardín. Sabe que me gusta estar al aire libre. Y solo hablamos —dije, nerviosa, como si tuviera que defenderme.
Tuesday me miraba con tanto interés que aparté la mirada. Y al hacerlo vi que unas cuantas chicas nos escuchaban desde las mesas cercanas.
—¿Solo hablasteis? —preguntó, escéptica.
Me encogí de hombros.
—Pues sí.
Tuesday soltó un resoplido y se fue hasta la mesa de Kriss para pedirle, con bastante vehemencia, que esta volviera a contarle su historia. Yo, por mi parte, estaba estupefacta.
—¿Estás bien, Santana? —preguntó Rachel, haciendo que volviera a la realidad.
—Sí. ¿Por qué?
—Pareces contrariada —dijo ella, frunciendo el ceño, con preocupación.
—No. No estoy contrariada. Todo va bien.
De pronto, con un movimiento tan rápido que me lo habría perdido de no haber estado tan cerca, Anna Farmer —una Cuatro que se ganaba la vida trabajando la tierra— se puso en pie y le soltó una bofetada a Kitty.
Varias de las chicas exclamaron de la impresión, yo entre ellas. Las que se lo habían perdido se giraron y preguntaron qué había pasado, en particular Tiny, cuya voz aguda atravesó el silencio reinante.
—Oh, Anna, no —exclamó Emmica, con un suspiro.
Al momento Anna entendió las consecuencias de lo que había hecho. La enviarían a casa; asiento y paseó la mirada por la sala. Dio con Rachel y conmigo, en la esquina, y se acercó a paso ligero.
Al momento Anna entendió las consecuencias de lo que había hecho. La enviarían a casa; no podíamos agredir físicamente a ninguna otra de las seleccionadas. A Emmica se le escaparon las lágrimas, mientras Anna se sentaba de nuevo, absorta. Ambas eran chicas de campo y habían conectado desde el principio. Pensé en cómo me sentiría si Rachel tuviera que irse de pronto.
No había tenido un trato personal con Anna, pero siempre me había sorprendido su carácter efervescente. Sabía que no era una persona que pudiera querer hacer daño a nadie. Se había pasado gran parte del ataque de los rebeldes de rodillas, rezando.
Sin duda había caído en una provocación, pero no había nadie lo suficientemente cerca como para oír la conversación y testificar en su favor. Sería su palabra contra la de Kitty. Además, por otra parte, todas las presentes podían constatar que la había golpeado. Quizás hasta apremiaran a Brittany para que enviara a Anna a casa, como ejemplo para las demás.
Anna, con lágrimas en los ojos, tuvo que oír a Kitty, que le susurró algo al oído y se apresuró a salir de la sala.
A la hora de la cena, Anna ya no estaba.

____________________________________________________________________________

Levante la mano quien no ha sufrido por celos de otras personas que dicen que nos gusta alguien quien no nos gusta (claro en ese momento )  Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/  LA ELEGIDA / TERMINADO  - Página 3 3750214905  .

Pero uno es inocente hasta que demuestre lo contrario.

Como dato que creen que paso con Anna ????? Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/  LA ELEGIDA / TERMINADO  - Página 3 597186406 
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Mensaje por awong_snix Miér Jul 09, 2014 10:34 pm

CAPÍTULO 17



—¿Quién fue el presidente de Estados Unidos durante la Tercera Guerra Mundial? —preguntó Tina.
Esa no me la sabía, y aparté la mirada, esperando que no me señalara. Afortunadamente, Amy levantó la mano y respondió.
—El presidente Wallis.
Estábamos de nuevo en el Gran Salón, empezando la semana con una clase de historia. Bueno, era más bien un examen. Esa era una de las materias en las que siempre daba la impresión de que los conocimientos que tenía la gente eran muy variados, en cuanto a la cantidad de datos y a la veracidad de la información. Mamá siempre nos había enseñado historia, ella misma, de viva voz. Teníamos libros y fichas para aprender lengua y matemáticas, pero en lo referente a la historia que componía nuestro pasado había muy poco de lo que pudiera estar segura al cien por cien.
—Correcto. El presidente Wallis era presidente antes de la invasión china y siguió dirigiendo Estados Unidos durante toda la guerra —confirmó Tina.
Me repetí el nombre: «Wallis, Wallis, Wallis». Quería memorizarlo para contárselo a May y a Gerad cuando volviera a casa, pero estábamos aprendiendo tanto que era difícil recordarlo todo.
—¿Cuál fue el motivo de la invasión? ¿Kitty?
Kitty sonrió.
—El dinero. Estados Unidos les debía un montón de dinero que no podía pagar.
—Excelente, Kitty —respondió Tina, con una sonrisa de aprobación. ¿Cómo hacía Kitty para engatusar a todo el mundo? Era irritante—. Cuando Estados Unidos se vio incapaz de pagar la enorme deuda, los chinos lanzaron la invasión. Por desgracia para ellos, así no recuperaron el dinero, ya que Estados Unidos estaba en la bancarrota. Eso sí, consiguieron mano de obra americana. Y cuando invadieron Estados Unidos, ¿qué nombre pusieron los chinos al país?
Levanté la mano, pero no fui la única.
—¿Jenna?
—Estados Americanos de China.
—Sí. Los Estados Americanos de China conservaron la misma imagen, pero no era más que una fachada. Los chinos tiraban de los hilos, haciendo valer su influencia en los grandes actos políticos y condicionando la aprobación de leyes en su favor.
Tina pasó por entre los pupitres a paso lento. Me sentía como un ratón a la vista del halcón que va trazando círculos cada vez más cerca.
Eché un vistazo por la sala. Unas cuantas chicas parecían confundidas. Yo pensaba que aquello, en particular, lo sabía todo el mundo.
—¿Alguien más tiene algo que añadir? —preguntó Tina.
—La invasión china hizo que varios países, en particular en Europa, se alinearan y establecieran alianzas —reaccionó Bariel.
—Sí —respondió Tina—. No obstante, los Estados Americanos de China no tenían tantos amigos en aquella época. Habían tardado cinco años en reagruparse, y aquello ya había sido suficiente trabajo; no habían tenido ocasión de establecer alianzas —explicó; puso cara de agotamiento para expresar la dureza de aquel proceso—. Los E. A. C. pensaban devolver el golpe a China, pero entonces se encontraron con que tenían que afrontar otra invasión. ¿Qué país intentó ocupar los E. A. C. entonces?
Esta vez se levantaron muchas manos.
—Rusia —respondió alguien, sin esperar a que le dieran la palabra.
Tina se giró en busca de la infractora, pero no pudo localizar la fuente.
—Correcto —dijo, algo molesta—. Rusia intentó expandirse en ambas direcciones y fracasó miserablemente, pero su falta de éxito dio a los E. A. C. la ocasión de contraatacar. ¿Cómo?
Kriss levantó la mano y respondió:
—Toda Norteamérica se unió para combatir contra Rusia, ya que parecía evidente que tenía los ojos puestos más allá de los E. A. C. Y combatir contra Rusia resultaba más fácil, ya que China también los estaba atacando por intentar invadir su territorio.
Tina sonrió, orgullosa.
—Bien. ¿Y quién encabezó el ataque contra Rusia?
Todas las voces se unieron en una respuesta:
—¡Gregory Illéa!
Algunas de las chicas incluso aplaudieron.
Tina asintió.
—Y aquello llevó a la fundación del país. Los aliados que componían los E. A. C. hicieron un frente común, y la reputación de Estados Unidos estaba tan dañada que nadie quería volver a adoptar ese nombre. Así que se formó una nueva nación bajo el liderazgo de Gregory Illéa, y adoptó su nombre. El salvó este país.
Emmica levantó la mano. Tina le dio la palabra.
—En cierto modo, somos un poco como ella. Quiero decir, que tenemos ocasión de servir a nuestro país. El era un simple ciudadano que donó su dinero y sus conocimientos. Y lo cambió todo —dijo, efusiva.
—Ese es un bonito planteamiento —concedió Tina—. Y, al igual que ella, una de vosotras alcanzará la realeza. En el caso de Gregory Illéa, se convirtió en rey por decirlo  por matrimonio con una familia real, y en el vuestro, será por matrimonio con esta. —Tina se había dejado llevar por la emoción, de modo que, cuando Tuesday levantó la mano, tardó un momento en darse cuenta.
—Humm… ¿Por qué no nos dan todo esto en un libro, para que podamos estudiarlo? —dijo, dejando entrever un leve rastro de irritación.
Tina sacudió la cabeza.
—Queridas niñas, la historia no es algo que debáis estudiar. Es algo que simplemente deberíais saber.
—Y que, evidentemente, no sabemos —me susurró Rachel, girándose hacia mí. Se sonrió ante su propia broma y luego volvió a prestar atención a Tina.
Me quedé pensando en aquello, en que todas sabíamos cosas diferentes, o que teníamos que hacer cábalas sobre la verdad. ¿Por qué no nos daban libros de historia?
Recordé una vez, años atrás, cuando entré en la habitación de mis padres, porque mamá me había dicho que podía elegir lo que quería leer para mi clase de lengua. Mientras contemplaba mis opciones, descubrí un libro grueso y raído en un rincón y lo cogí. Trataba sobre la historia de Estados Unidos. Papá entró unos minutos más tarde, vio lo que estaba leyendo y me dijo que le parecía bien, siempre que no se lo contara a nadie.
Cuando ella me pedía que mantuviera un secreto, yo lo hacía sin preguntar, y me encantó curiosear por todas aquellas páginas. Bueno, las que aún estaban legibles. Muchas estaban arrancadas, y parecía como si hubieran quemado el lomo del libro, pero fue allí donde vi una imagen de la antigua Casa Blanca y me enteré de cómo solían ser las vacaciones.
Nunca pensé en cuestionar la verdad oficial sobres las cosas hasta que me las encontré de frente. ¿Por qué permitía el rey que no paráramos de elucubrar?
Las luces se apagaron de nuevo, dejando a la vista a Brittany y a Natalie, que lucían una gran sonrisa.
—Natalie, baja un poquito la barbilla, por favor. Así. —El fotógrafo tomó otra instantánea, con lo que llenó la sala de luz—. Creo que ya basta. ¿Quién va ahora?
Apareció Kitty por un lado, con un grupo de doncellas revoloteando a su alrededor, y el fotógrafo volvió al ataque. Natalie, que aún estaba junto a Brittany, dijo algo y echó el pie atrás en un gesto pícaro. Ella respondió en voz baja, y ella se alejó conteniendo una risita.
El día anterior, tras la clase de historia, ya nos habían dicho que aquella sesión fotográfica no era más que para entretener al público, pero no podía evitar pensar que tendría cierta importancia. Alguien había escrito un editorial en una revista sobre el aspecto que debía tener una princesa. No había leído el artículo personalmente, pero Emmica y algunas otras sí. Según decía, hablaba de que Brittany necesitaba a una chica que tuviera un aspecto regio y que diera bien con ella cuando los fotografiaran juntas, alguien que quedara bien en un sello.
Y ahí estábamos nosotras, en fila, ataviadas con vestidos idénticos, de color crema, con mangas cortas sobre los hombros y cintura baja, con una gran banda roja sobre el hombro, tomándonos fotos con Brittany. Las fotos se imprimirían en la misma revista, y el personal de la publicación haría su elección. Todo aquello me resultaba incómodo. Era lo que me había molestado más desde el principio, que Brittany no buscara más que una cara bonita. Ahora que lo conocía estaba segura de que no era el caso, pero me daba rabia que hubiera gente que pensara que ella era así.
Suspiré. Algunas de las chicas caminaban arriba y abajo, picoteando algún tentempié y charlando, pero la mayoría de nosotras esperábamos de pie por el perímetro del estudio montado en el Gran Salón. Una enorme cortina dorada —que me recordaba las telas que usaba papá para proteger el suelo cuando pintaba— colgaba de una pared y se extendía por el suelo. En un lado había un pequeño sofá; en el otro, una columna. Y en el centro se veía el escudo de Illéa, que le daba a todo el tinglado un aire patriótico. Nosotras íbamos mirando cómo pasaban las seleccionadas para que las fotografiaran, y entre las que esperaban se oían susurros de lo que les gustaba o lo que no, o de sus planes personales.
Kitty se acercó a Brittany con un brillo en los ojos, y ella le sonrió. En el momento en que llegó a su altura, situó sus labios junto al oído de ella y le susurró algo. No sé qué sería, pero Brittany echó la cabeza atrás, soltó una carcajada y asintió, aceptando así su pequeño secreto. Resultaba raro verlas así. ¿Cómo podía ser que alguien que se llevaba tan bien conmigo se llevara bien también con alguien como ella?
—Muy bien, señorita, gírese hacia la cámara y sonría, por favor —dijo el fotógrafo.
Kitty obedeció al instante.
Se volvió hacia Brittany y apoyó una mano en su pecho, inclinó la cabeza un poco y mostró una sonrisa bien ensayada. Parecía saber cómo sacar el máximo partido a las luces y al set, e iba variando la posición de Brittany unos centímetros aquí y allá, o insistía en que cambiaran de pose. Mientras otras se tomaban su tiempo e intentaban simplemente alargar el momento, para estar más con Brittany —en particular las que aún no habían quedado con ella en privado—, Kitty parecía querer demostrar su dominio de la situación.
Cuando acabó, el fotógrafo llamó a la siguiente. Yo estaba tan absorta viendo cómo Kitty recorría el brazo de Brittany con la punta de los dedos al marcharse que una de las doncellas tuvo que recordarme que era mi turno.
Sacudí un poco la cabeza y me centré en la tarea que tenía por delante. Recogí el vestido con las manos y me acerqué a Brittany. Apartó la mirada de Kitty y me miró, y, quizá fueron imaginaciones mías, pero me pareció que se le iluminaba un poco la cara.
—Hola, querida —dijo, con voz cantarina.
—¡No empieces! —le advertí, pero ella se limitó a chasquear la lengua y extendió las manos.
—Espera un momento. Tienes la banda torcida.
—No es de extrañar. —Aquella cosa pesaba tanto que sentía que se me movía a cada paso que daba.
—Creo que ya está —dijo ella, bromeando.
—A ti, por tu parte, podrían colgarte con las lámparas de araña —contraataqué, señalando la ristra de relucientes medallas que llevaba en el pecho. Su uniforme, que recordaba al de los guardias, solo que mucho más elegante, también tenía unas cosas doradas en los hombros y llevaba una espada colgada del cinto. Era excesivo.
—Miren a la cámara, por favor —advirtió el fotógrafo.
Levanté la vista y vi no solo sus ojos, sino también el rostro de las chicas que nos miraban, y me puse de los nervios.
Me sequé el sudor de las manos en el vestido y resoplé.
—No te pongas nerviosa —susurró Brittany.
—No me gusta que me mire todo el mundo.
Ella tiró de mí y me rodeó la cintura con la mano. Quise dar un paso atrás, pero el brazo de Brittany me retuvo con fuerza.
—Tú mírame como si no pudieras resistirte a mis encantos —dijo, poniendo morritos y forzando una mueca, lo cual hizo que se me escapara la risa.
La cámara disparó  en aquel momento, y nos pilló a las dos riéndonos.
—¿Lo ves? —dijo Brittany—. No es para tanto.
—Supongo —contesté. Seguí tensa unos minutos, mientras el fotógrafo nos daba instrucciones y Brittany iba pasando de una postura a otra, soltándome un poco, o girándome, situando mi espalda contra su pecho.
—Excelente —intervino el fotógrafo—. ¿Podemos hacer unas más en el sofá?
Me sentía mejor ahora que ya quedaba poco; tomé asiento junto a Brittany con la mejor postura que pude adoptar. De vez en cuando, ella me hacía cosquillas, haciéndome sonreír hasta casi provocarme la risa. Yo esperaba que el fotógrafo disparara  en el momento previo a mis ataques de risa, o todo aquello sería un desastre.
Por el rabillo del ojo vi una mano que se agitaba, y un momento más tarde Brittany también se giró. Era un hombre vestido de traje, que evidentemente necesitaba hablar con la princesa. Brittany asintió, pero el tipo dudó, mirándole a ella y luego a mí, como si cuestionara mi presencia.
—No pasa nada —dijo Brittany, y el hombre se acercó y se arrodilló ante ella.
—Ataque rebelde en Midston, alteza —informó. Brittany suspiró y dejó caer la cabeza en un gesto de preocupación—. Han quemado hectáreas de cosechas y han matado a una docena de personas.
—¿En qué parte de Midston?
—En el oeste, alteza, cerca de la frontera.
Brittany asintió lentamente y se quedó pensando, como si estuviera juntando aquella información a otras que ya tenía en la cabeza.
—¿Qué dice mi padre?
—En realidad, alteza, quiere saber qué piensa usted.
Brittany se mostró sorprendida por un instante:
—Sitúen las tropas al sureste de Sota y por todo Tammins. No las lleven más al sur, hasta Midston; no valdría de nada. Veamos si podemos interceptarlos.
El hombre se puso en pie e hizo una reverencia.
—Excelente, alteza.
Y tan rápido como había aparecido, desapareció.
Yo sabía que, supuestamente, debíamos volver a las fotos, pero Brittany ya no parecía tan interesada.
—¿Estás bien? —le pregunté.
Ella asintió, apagada.
—Sí. Es por toda esa gente.
—Quizá debiéramos dejarlo —sugerí.
Ella sacudió la cabeza, irguió el cuerpo y sonrió, apoyando su mano sobre la mía.
—Una cosa que debes aprender en esta profesión es a parecer tranquila cuando no lo estás. Sonríe, Santana, por favor.
Levanté la cabeza y sonreí tímidamente a la cámara mientras el fotógrafo iba haciendo su trabajo. Cuando tomaba aquellas últimas instantáneas, Brittany me apretó la mano, y yo apreté la suya. En aquel momento sentí que había una conexión entre nosotras, algo profundo y verdadero.
—Muchas gracias. La siguiente, por favor —dijo el fotógrafo.
Nos pusimos en pie, y me cogió la mano.
—Por favor, no digas nada. Es imprescindible que seas discreta.
—Por supuesto.
El sonido de un par de tacones acercándose me recordó que no estábamos a solas, pero me habría gustado quedarme. Ella me apretó la mano por última vez y me soltó y, mientras me alejaba, me planteé varias cosas. Resultaba agradable que Brittany confiara en mí lo suficiente como para compartir conmigo su secreto, y por un momento me había sentido como si estuviéramos solas. Luego pensé en los rebeldes, y en cómo solía hablar el rey de su traición, pero me había comprometido a no decirle nada a nadie. No tenía mucho sentido.
—Janelle, querida —dijo Brittany, al acercarse la siguiente. Sonreí para mis adentros al oír aquel saludo tan manido. Brittany bajó la voz, pero yo seguía oyéndola—. Antes de que se me olvide, ¿estás libre esta tarde?
Sentí una especie de nudo en el estómago. Supuse que aún sería efecto de los nervios.
—Debe de haber hecho algo terrible —insistió Amy.
—No es eso lo que dijo ella —rebatió Kriss.
Tuesday tiró a Kriss del brazo.
—¿Qué es lo que dijo?
Janelle había sido expulsada.
Comprender por qué había sido eliminada era crucial para nosotras, porque había sido la primera expulsión que se había producido de forma individual y sin haber roto ninguna regla. No había sucedido debido a una primera impresión, ni había sido un abandono a causa del miedo. Había hecho algo mal, y todas queríamos saber de qué se trataba.
Kriss, que ocupaba la habitación  enfrente de la de Janelle, la había visto entrar; era la única persona con la que había hablado antes de marcharse. Suspiró y volvió a contar la historia por tercera vez.
—Brittany y ella habían salido de caza, pero eso ya lo sabéis —dijo, agitando la mano como si intentara aclararse las ideas.
La cita de Janelle era vox populi. Tras la sesión de fotos del día anterior, se lo había estado contando a todo el que la quisiera escuchar.
—Era su segunda cita con Brittany. Es la única que ha salido dos veces con ella —señaló Bariel.
—No, no lo es —murmuré.
Unas cuantas cabezas se giraron hacía mí, pero ¡es que era cierto! Pero, bueno, Janelle era la única chica que había salido dos veces con Brittany, sin contarme a mí. Aunque no es que yo contara, claro.
—Cuando volvió, estaba llorando —prosiguió Kriss—. Le pregunté qué le pasaba, y me respondió que se iba, que Brittany le había dicho que se fuera. La abracé, porque la vi muy abatida, y le pregunté qué había sucedido. Me dijo que no me lo podía contar. No lo entendí. ¿Será que no podemos hablar de los motivos de nuestra expulsión?
—Eso no estaba en las normas, ¿no? —preguntó Tuesday.
—A mí nadie me dijo nada de eso —respondió Amy, y muchas otras sacudieron la cabeza, confirmándolo.
—Pero ¿qué te dijo? —insistió Kitty.
Kriss suspiró de nuevo.
—Dijo que más me valía ir con cuidado con lo que decía. Luego se echó atrás y cerró la puerta de un portazo.
Se hizo un silencio generalizado, mientras todas pensábamos.
—Debe de haberle insultado —intervino Elayna.
—Bueno, si ese es el motivo por el que se fue, no es, puesto que Brittany ya dijo que «alguna» de las que estamos aquí le insultó la primera vez que se vieron —protestó Kitty.
Todas empezaron a mirar alrededor, intentando descubrir a la culpable, quizá para hacer que también la expulsaran —me expulsaran—. Eché una mirada nerviosa a Rachel, y ella reaccionó de inmediato.
—¿No diría algo sobre el país? ¿De política, o algo así?
Bariel chasqueó la lengua.
—Por favor… Tendría que ser muy aburrida la cita para que se pusieran a hablar de política. ¿Es que alguna de vosotras ha hablado con Brittany sobre algo que tenga que ver con el gobierno del país?
Nadie respondió.
—Claro que no —confirmó Bariel—. Brittany no busca a una colega de trabajo; busca una esposa.
—¿No crees que lo estás infravalorando? —objetó Kriss—. ¿No crees que quizá Brittany pueda querer a alguien con ideas y opiniones propias?
Kitty echó la cabeza atrás y se rio.
—Brittany puede gobernar el país solita perfectamente. Ha sido educada para hacerlo. Además, tiene montones de personas a su alrededor para ayudarle a tomar decisiones. ¿Para qué iba a querer que alguien más le dijera qué hacer? Yo, en tu lugar, aprendería a mantener la boca cerrada. Al menos, hasta que te cases con ella.
Bariel unió filas con Kitty:
—Lo cual no ocurrirá.
—Exactamente —ratificó Kitty con una sonrisa—. ¿Por qué iba a fijarse Brittany en una Tres paranoica cuando puede escoger a una Dos?
—¡Eh! —exclamó Tuesday—. A Brittany no le importan los números.
—Claro que sí —replicó Kitty, con un tono que bien podría haber usado con una niña pequeña—. ¿Por qué te crees que todas las que estaban por debajo del Cuatro han sido eliminadas?
—Yo sigo aquí —dije, levantando la mano—. Así que si te crees que sabes cómo funciona esto, vas muy equivocada.
—¡Oh, es la chica que nunca sabe cuándo callarse! —me rebatió Kitty, fingiendo divertirse.
Apreté el puño, intentando decidir si valía la pena atizarle. ¿Sería parte de su plan? Pero antes de que tuviera ocasión de moverme, la puerta se abrió de pronto y apareció Tina.
—¡Correo, señoritas! —anunció, y la tensión desapareció de la sala.
Todas nos quedamos inmóviles, deseosas de echar mano a las cartas que traía consigo. Llevábamos en el palacio casi dos semanas, y, salvo por las noticias que habíamos tenido de nuestras familias el segundo día, era nuestro primer contacto real con nuestras casas.
—Veamos —dijo Tina, echando un vistazo a los montones de cartas, completamente ajena al conato de discusión que había tenido lugar apenas unos segundos antes—. ¿Lady Tiny? —llamó, buscando con la vista por la sala.
Tiny levantó la mano y se adelantó.
—¿Lady Elizabeth? ¿Lady Santana?
Prácticamente corrí hacia ella y le arranqué la carta de la mano. Estaba ansiosa por tener noticias de mi familia. En cuanto la tuve en mi poder, me retiré a un rincón para estar un momento a solas.

Querida Santana:
Espero con impaciencia que llegue el viernes. ¡No puedo creerme que vayas a hablar con Kurt Humel! Qué suerte tienes.
Yo, desde luego, no me sentía afortunada. Al día siguiente, Kurt nos iba a bombardear a preguntas, y no tenía ni idea de qué podía preguntarnos. Estaba segura de que quedaría como una idiota.
Nos gustará mucho volver a oír tu voz. Echo de menos oírte cantando por casa. Mamá no lo hace, y desde que tú te has ido aquí reina el silencio. ¿Me mandarás un saludo por televisión?
¿Cómo va la competición? ¿Tienes muchas amigas? ¿Has hablado con alguna de las chicas que se han marchado? Mamá ahora no para de decir que tampoco pasa nada si pierdes. La mitad de las chicas que han vuelto a casa ya están prometidas con hijos de alcaldes o de famosos. Dice que seguro que habrá alguien que te quiera, si es que Brittany no se decide. Gerad espera que te cases con un jugador de baloncesto y no con una aburrida princesa. Pero a mí no me importa lo que digan los demás. ¡Brittany es guapísima!
¿Ya le has besado?



¿Besarle? ¡Acabábamos de conocernos! Y Brittany tampoco tenía ningún motivo para besarme.
Estoy segura de que besa mejor que nadie en el mundo. ¡Yo creo que, si eres princesa, tienes que besar de maravilla!
Tengo muchas más cosas que contarte, pero mamá quiere que me ponga a pintar. Escríbeme una carta de verdad en cuanto puedas. ¡Una bien larga! ¡Con muchos detalles!
Te quiero. Todos te queremos.
MAY
Así que las chicas eliminadas iban cayendo en manos de tipos ricos. No había pensado que ser la descartada de una futura Reina te pudiera convertir en un artículo de valor. Recorrí la sala, pensando en las palabras de May.
Quería saber qué estaba pasando. Me pregunté qué era lo que había sucedido exactamente con Janelle y sentía curiosidad por saber si Brittany tenía alguna otra cita aquella noche. Tenía muchas ganas de verle.
El cerebro me iba a cien por hora, intentando buscar un modo para hablar con ella. Mientras pensaba, fijé la vista en el papel que sujetaba entre las manos.
La segunda página de la carta de May estaba casi en blanco. Arranqué un trozo mientras seguía andando sin rumbo fijo. Algunas de las chicas estaban absortas en páginas y más páginas de cartas de sus familias, y otras comentaban las noticias. Tras una vuelta entera, me detuve junto al libro de visitas de la Sala de las Mujeres y cogí la pluma.
En el pedazo de papel que llevaba, garabateé rápidamente una nota.

Alteza:
Me tiro de la oreja. Cuando sea.


Salí de la sala como si fuera al baño y miré a ambos lados del pasillo. Estaba vacío. Me quedé allí, de pie, esperando, hasta que una doncella giró la esquina con una bandeja de té en las manos.
—Perdone —la llamé, en voz baja. En aquellos pasillos enormes cualquier voz resonaba.
La chica se detuvo frente a mí con una leve reverencia.
—¿Sí, señorita?
—¿No irá por casualidad a llevar eso a la princesa?
—Sí, señorita —dijo ella, sonriendo.
—¿Podría llevarle esto de mi parte? —pregunté, entregándole mi nota plegada.
—¡Por supuesto, señorita!
La cogió y se fue, más sonriente aún que antes. Sin duda la abriría en cuanto no la viera, pero me sentía segura con aquel lenguaje en clave.
Aquellos pasillos eran fascinantes; cada uno de ellos tenía más elementos decorativos que toda mi casa. El papel de las paredes, los espejos dorados, los gigantescos jarrones con flores frescas, todo era precioso. Las alfombras eran lujosas y estaban inmaculadas, las ventanas estaban relucientes y los cuadros de las paredes eran encantadores.
Vi algunos cuadros de pintores que conocía —Van Gogh, Picasso—, pero otros no sabía quiénes eran. Había fotografías de edificios que había visto antes, incluida una de la legendaria Casa Blanca. Comparado con las fotos y con lo que yo había leído en mi viejo libro de historia, el palacio era infinitamente mayor y más lujoso, pero, aun así, me habría gustado que continuara en pie para verla.
Seguí por el pasillo y llegué hasta un retrato de la familia real. Parecía antiguo; en aquella imagen, Brittany era más baja que su madre. Ahora, en cambio, era mucho más alta.
En el tiempo que llevaba en palacio, solo los había visto juntos en las cenas y durante la emisión del Illéa Capital Report. ¿Serían muy reservados? A lo mejor no les gustaba tener a tantas chicas en su casa, y lo aguantaban solo porque no les quedaba otro remedio. Yo no sabía qué pensar de aquella familia invisible.
—¿Santana?
Al oír mi nombre me giré. Brittany se me acercaba a paso ligero por el pasillo.
Me sentí como si la viera por primera vez.
Se había quitado la casaca, y llevaba la camisa blanca arremangada. La corbata, que era azul la llevaba floja, y el cabello, siempre tan engominado y sugetado, se le movía un poco con cada movimiento. A diferencia de la imagen de uniforme del día anterior, tenía un aspecto más joven, más real.
Me quedé inmóvil. Brittany se me acercó y me cogió de las muñecas.
—¿Estás bien? ¿Qué te pasa?
—Nada, estoy bien —respondí.
Brittany resopló. No me había dado cuenta de que estaba conteniendo la respiración.
—Gracias a Dios. Al recibir tu nota, he pensado que estarías enferma o que le habría pasado algo a tu familia.
—¡Oh! Oh, no, Brittany, lo siento. Ya sabía que era una tontería. Es solo que no sabía si estarías a la hora de la cena, y quería verte.
—Bueno, ¿para qué? —preguntó. Aún me miraba con el ceño fruncido, como si quisiera asegurarse de que no hubiera roto nada.
—Solo quería verte.
Brittany dejó de moverse. Me miró a los ojos, como maravillada.
—¿Solo querías verme? —respondió, agradablemente sorprendida.
—No te sorprendas tanto. Los amigos suelen pasar tiempo juntos —dije, y con el tono de mi voz se sobreentendía el «por supuesto».
—Ah, estás enfadada conmigo porque he estado ocupada toda la semana, ¿no? No pretendía descuidar nuestra amistad, Santana. —Ahora ya volvía a ser el Brittany correcta y diplomática.
—No, no estoy enfadada. Solo me estaba explicando. Pareces ocupada. Vuelve a tu trabajo, y ya te veré cuando estés libre. —Me di cuenta de que aún me tenía cogida por las muñecas.
—Bueno, ¿te importa si me quedo unos minutos? Arriba están celebrando una reunión sobre presupuestos, y detesto esas cosas —dijo. Y sin esperar respuesta me arrastró hacia un pequeño y mullido sofá hacia la mitad del pasillo, bajo una ventana, y yo solté una risita al sentarnos—. ¿Qué es tan divertido?
—Tú —respondí, sonriendo—. Es gracioso ver cómo te escaqueas del trabajo. ¿Qué tienen de malo esas reuniones?
—¡Oh, Santana! —repuso, mirándome de nuevo a la cara—. No paran de dar vueltas a las cosas. A papá se le da bien apaciguar a los asesores, pero es muy duro orientar a cada comisión en una dirección determinada. Mamá siempre le insiste para que dedique más recursos a educación (considera que cuanto más educado estés, menos probable será que te conviertas en un delincuente, y yo estoy de acuerdo), pero papá nunca consigue que se retire financiación de otras áreas que podrían pasar perfectamente con menos presupuesto. ¡Es frustrante! Y yo desde luego no mando, así que mi opinión suele pasarse por alto. —Brittany apoyó los codos en las rodillas, y la cabeza en las manos. Parecía cansado.
Ahora comprendía un poco de su mundo, aunque, en el fondo, me resultaba igual de inimaginable que antes. ¿Cómo podían no hacerle caso al futuro soberano?
—Lo siento. Lo bueno es que en el futuro tendrás más influencia —dije, frotándole la espalda para intentar darle ánimos.
—Ya. Siempre me lo digo a mí misma. Pero es frustrante saber que podríamos cambiar cosas solo con que nos escucharan —se lamentó.
Me costaba un poco oír su voz cuando la dirigía hacia la alfombra.
—Bueno, no te desanimes. Tu madre va por el buen camino, pero la educación por sí sola no arreglará nada. Brittany levantó la cabeza.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, casi como acusándome. Y tenía razón. Me acababa de exponer una idea que había estado madurando, y yo se la había echado por tierra. Intenté dar marcha atrás.
—Bueno, en comparación con los elegantes tutores que tiene alguien como tú, el sistema educativo para los Seises y los Sietes es terrible. Creo que darles mejores profesores o mejores instalaciones les haría un bien enorme. Pero ¿y los Ochos? ¿No es esa casta la responsable de la mayoría de los delitos? Ellos no reciben ninguna educación. Creo que si tuvieran la sensación de que se les da algo, lo que fuera, quizá sería un estímulo para ellos.
»Además… —Hice una pausa. No sabía si una chica que lo había tenido todo en la vida podría entender aquello—. ¿Alguna vez has pasado hambre, Brittany? No quiero decir que tengas ganas de que llegue la cena. Quiero decir «morirte de hambre». Si no tuvierais nada de comida, ni para tu madre ni para tu padre, y supieras que si le quitaras algo a alguien que dispone de más comida al día de la que tú tendrías en toda tu vida podrías comer… En fin, ¿qué harías entonces? Si tu familia dependiera de ti, ¿qué no harías por tus seres queridos?
Se quedó en silencio un momento. Ya había habido una ocasión —cuando habíamos hablado sobre mis doncellas, durante el ataque— en el que habíamos constatado la enorme distancia que nos separaba. Aquel tema era mucho más polémico, y estaba claro que ella quería evitarlo.
—Santana, no estoy diciendo que algunos no tengan una vida difícil, pero robar es…
—Cierra los ojos, Brittany.
—¿Qué?
—Cierra los ojos.
Ella frunció el ceño, pero obedeció. Esperé a que a que se le relajara el rostro antes de empezar:
—En algún lugar, en este palacio, hay una mujer que se convertirá en tu esposa.
Vi que le temblaba la boca, esbozando una sonrisa esperanzada.
—A lo mejor aún no sabes qué cara tiene, pero piensa en las chicas que están en esa sala. Imagínate la que más te quiere de todas. Imagina a tu «querida».
Tenía las manos apoyadas en el asiento, junto a las mías, y sus dedos rozaron los míos por un segundo. Aparté la mano.
—Lo siento —murmuró, mirándome.
—¡Los ojos cerrados!
Tragó saliva y recuperó la postura.
—Esa chica… Imagina que depende de ti. Necesita que la cuides y que le hagas sentir que la Selección ni siquiera tuvo lugar. Que la habrías encontrado aunque te hubieras hallado en medio del país y hubieras tenido que irla buscando puerta por puerta. Que desde el principio era la persona destinada para ti.
La sonrisa esperanzada empezó a transformarse en una expresión seria.
—Necesita que la cuides y la protejas. Y si llegara un momento en que no hubiera absolutamente nada que comer, y ni siquiera pudieras dormir por la noche oyendo el ruido de sus tripas…
—¡Para! —Brittany se puso en pie. Cruzó el pasillo y se quedó allí, de pie, de cara a la pared.
Me sentí algo incómoda. No me había imaginado que aquello pudiera contrariarle tanto.
—Lo siento —susurré.
Ella asintió, pero siguió mirando a la pared. Al cabo de un momento se giró. Sus ojos buscaron los míos, tristes e inquisitivos.
—¿De verdad es así? —preguntó.
—¿El qué?
—Ahí afuera… ¿Ocurre? ¿La gente pasa tanta hambre?
—Brittany, yo…
—Dime la verdad. —Su boca trazaba una línea recta y firme.
—Sí. Ocurre. Conozco a familias en las que los mayores dejan de comer para que puedan hacerlo sus hijos o sus hermanos pequeños. Sé de un chico al que azotaron en la plaza del pueblo por robar comida. A veces, cuando estás desesperado, cometes locuras.
—¿Un chico? ¿De qué edad?
—De nueve años. —Me estremecí. Aún recordaba las cicatrices sobre la pequeña espalda de Jemmy.
Brittany estiró su propia espalda, como si sintiera el dolor.
—¿Tú…? —Se aclaró la garganta—. ¿Alguna vez has estado así?
—¿Si he pasado hambre?
Bajé la cabeza, evitando responder. En realidad no quería hablarle de aquello.
—¿Hasta qué punto?
—Brittany, eso solo te hará sentir peor.
—Probablemente —repuso, con gravedad—. Pero hasta ahora no me había dado cuenta de todo lo que no sé de mi propio país. Por favor.
Suspiré.
—Lo hemos pasado bastante mal. La mayoría de las veces, cuando tenemos que escoger, nos quedamos con la comida y prescindimos de la electricidad. Recuerdo en especial una vez, era casi en Navidad. Hacía mucho frío, así que teníamos que ponernos un montón de ropa y quedarnos en casa. May no entendía por qué no había regalos. Como norma general, en mi casa nunca sobra nada. Siempre hay alguien que quiere más.
Vi que se ponía pálido. No quería verlo contrariado. Necesitaba darle la vuelta a aquello, hablar de algo positivo.
—Sé que los cheques que hemos recibido durante las últimas semanas han sido de gran ayuda, y mi familia sabe administrarse muy bien el dinero. Estoy segura de que lo habrán guardado bien para que dure mucho tiempo. Has hecho muchísimo por nosotros, Brittany. —Intenté sonreírle de nuevo, pero su expresión no cambió.
—Cielo santo. Cuando me dijiste que lo que más te interesaba de estar aquí era la comida, no estabas de broma, ¿verdad? —preguntó ella, meneando la cabeza.
—La verdad, Brittany, últimamente nos hemos defendido bastante bien. Yo… —Pero no pude acabar la frase.
Brittany se me acercó y me besó en la frente.
—Te veré en la cena.
Se marchó, arreglándose la corbata mientras caminaba.
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Que decir de este capitulo haber sinceramente quien no brilla y se siente tan bien como en el cielo cuando esta con la persona que ama cualquier cosa parece la eternidad no creen.

Claro que la situación de la educación es importante pero creen que eso afecte
que opinan ustedes

Bueno hasta a qui y nos vemos el miercoles se daran cuanta que cuando actualizo contesto sus comentarios para de una forma avisarles que ya estamos de vuelta y para quien me comento que actulizara cuando pudiera pero no las dejara solo digo "lo que Awong, promete hacer lo hace y nadie puede evitarlo"
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Mensaje por micky morales Jue Jul 10, 2014 1:04 am

buenisimos capitulos, hay tantas cosas que la princesa brittany no sabe que ocurren tras los muros de ese castillo donde habita!
micky morales
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Activo Re: Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/ LA ELEGIDA / TERMINADO

Mensaje por jas2602 Jue Jul 10, 2014 11:48 am

OMG!!! empiezo a notar algo san empieza a sentir cositas por mi britt...jejeje...muy buenos cap...gracias
actualiza pronto nos vemos  Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/  LA ELEGIDA / TERMINADO  - Página 3 2145353087   Adaptación Brittana La Selección/ La Princesa intermedio/ La Elite/  LA ELEGIDA / TERMINADO  - Página 3 918367557 
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Mensaje por Invitado Jue Jul 10, 2014 4:50 pm

Me encanta la histori es excelente la lees y te atrapa en seguida :) a ya quiero que allá brittana :c nos leemos pronto.
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Mensaje por 3:) Jue Jul 10, 2014 10:18 pm

holap,...

me gusta que san le diga la verdad a britt,...
a ver como reacciona la respecto,..
me encanta como se matan todos por saber quien sale con britt o con quien mas habla,. jajaj y san en el medio sin decir nada!!!

nos vemos!!!
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Mensaje por Dolomiti Vie Jul 11, 2014 2:00 pm

Es que acaso San empieza a sentir algo por britt?? Espero que así sea! Y bueno me pregunto como reaccionará San a ese pequeño pero significativo beso en su frente, digo... A Rach le tomó la mano,pero a san la ha abrazado y ahora un tierno beso en su frente!! Dios!! Muero por leer más, lS próxima también será maratón,??? Di que siii!!
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Mensaje por dani_lcastrejon Dom Jul 13, 2014 12:16 am

Buenas noches ._. o tardes.
Perdón por insistir en ver si ibas a actualizar e.e es que ya era de noche y pensé que no lo harías :3 lo lamento.
Me han gustado muuucho los capítulos, lol y Santana ya empieza a sentir algo por Brittany, ya siente celos, es un avance *3*
Hasta el próximo miércoles o/
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