[Resuelto]FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal II: Pasión (Adaptada) Epílogo

Capitulo 27

Aquélla iba a ser su primera noche en casa con los niños.

Al final, habían decidido poner ambas cunas en el dormitorio principal hasta que fueran un poquito más grandes, ya que como había que atenderlos cada tres horas, era más cómodo y facilitaba las cosas tenerlos cerca.

Ya habría tiempo de sobra más adelante para que cada uno ocupara su dormitorio.

Santana cambió los pañales de Samantha, que justo había terminado de tomar el pecho, mientras Brittany amamantaba a Santiago.

—Uy, uy, sí, mi princesa. Ya sé que no te gusta que te moleste, pero te has hecho cacona y mamá debe limpiarte, para que esa piel tan tersa no se resienta—le hablaba Santana con una voz ñoña, mientras le levantaba las piernitas para limpiarla.

Brittany las miraba embelesada.

Santana se desenvolvía con sus hijos de manera extraordinaria, parecía toda una experta en el cuidado de bebés.

Después de cambiarla y de arroparla bien, se sentó en el borde de la cama para darle el suplemento de leche que le habían indicado como refuerzo para su alimentación, ya que, como eran dos, la leche de Brittany no era suficiente para que se alimentaran como correspondía.

—Despacio, princesita de mamá, te vas a atragantar.

De repente, Brittany se quejó.

—¿Qué pasa?

—Es que Santy me hace ver las estrellas cuando succiona. ¡Este bandido es muy tragón!

—Estás hermosa amamantando a nuestro hijo. Sinceramente, no puedo creer cómo han cambiado nuestras vidas.

—¡Son tan bonitos, Sanny...! Y no es porque sean nuestros hijos, pero son unos bebés realmente bellos.

—Sí, lo son.

—Me siento feliz de que ambos hayan salido con los mismos hoyuelos que tú—Brittany se estiró y le acarició la mejilla—Ahora tengo tres hoyuelitos en casa.

—Y ambos con el color de ojos de mi mami.

—Me hubiera gustado que también tuvieran tu color de ojos.

—A mi me gusta el color de los tuyos, Britt.

—Pero, Sanny, azules hay muchos, pero así oscuros como los tuyos no

Santana se movió y la besó en los labios.





El período de cuarentena pasó y ellas ya habían aprendido a organizarse bastante bien con los niños.

Todo estaba establecido al dedillo: los horarios de la comida, los del baño, los de los cambios de pañales.

Los dos pequeños eran adorables y descansaban bastante bien por las noches. Pero a pesar de lo tranquilos que eran, tanto Santana como Brittany estaban bastante agotadas y tenían la sensación de no disfrutar de tiempo para ellos. Así que, después de hablar largo y tendido sobre ello, y aconsejados por el pediatra y también por Jake y Bree, decidieron buscar ayuda para comenzar a gozar más de la maternidad y también de su relación de pareja.

Al final, optaron por contratar a una niñera para que las ayudara durante el día.

—Me siento angustiada por haber sacado las cunas de nuestro dormitorio.

—¡Hey, mi amor! Tenemos los monitores instalados correctamente. Mirá, desde acá podemos verlos y oírlos: están perfectamente dormidos.

—Lo sé, sin embargo me preocupa que ya no estén acá con nosotras, ya me había acostumbrado.

—Pero ¡con tan hermosos dormitorios que hiciste decorar! Lo lógico es que los usen, ¿no?

—Tenés razón.

Se abrazaron.

—Además, señora López-Pierce—le dijo Santana con voz melosa, la cogió de la cintura y la oprimió contra su pecho—, Su esposa la extraña demasiado.

—Lo sé, yo también te echo de menos, mi amor.

Santana la besó con intensidad.

—En ese caso, déjeme decirle, que hoy usted está irresistible con ese pantalón que lleva puesto—su mirada se oscureció—Tu culo me volvió loca durante todo el día, me muero de ganas de hacerte el amor, Britt.

Brittany cogió su rostro entre las manos y le lamió los labios.

—Yo también quiero que retomemos nuestra actividad sexual y que sea tan intensa como antes de saber que estaba embarazada. Deseo que hagamos el amor de todas las formas en que se nos ocurra hacerlo.

Santana la besó con urgencia, con sumo apremio, moviendo su lengua por toda su boca. Sin abandonar sus labios, la llevó hacia atrás, hasta que finalmente chocaron con la cama, entonces la tendió sobre ella y se recostó sobre su cuerpo, metió una de sus manos bajo el suéter de hilo y le acarició los senos sobre el sostén.

—Estoy realmente desesperada por hacer el amor.

Brittany alzó los brazos sobre su cabeza y Santana levantó el suéter para quitárselo con la palma extendida le recorrió las formas, le acarició su tersa piel y admiró aquellas curvas tan conocidas para ella, pero que ese día parecían nuevas, diferentes.

Había pasado un mes y medio desde que Brittany había dado a luz a los mellizos, pero su cuerpo lucía escultural otra vez, idéntico a como había sido antes, sólo que ahora tenía la huella de la maternidad, algo que Santana conocía muy bien porque la había acompañado en todo el proceso.

La deseó como nunca, se estremeció acariciándola mientras la recorría una y otra vez con sus manos, la atrapó de la cintura y volvió a dominar el néctar de su jugosa boca, se adueñó de sus labios de terciopelo y los arrulló con su lengua mullida y sedosa.

Santana restregaba sus caderas contra la de Brittany. Llevó sus manos a la cremallera del vaquero, los desabrocho y se los bajo. De pie junto a Brittany, se quitó el jersey por encima de la cabeza, desabotonó su pantalón y se deshizo de él.

Ambas estaban en ropa interior.

Brittany se sentó en la cama con los pies apoyados en el suelo y le recorrió los brazos hasta la espalda y le desabrocho el sujetador, luego le recorrió los pechos hasta los huesos de la cadera con las manos y, cogiendo el elástico de las bragas, se lo bajó para liberar su sexo. Le atrapó el clítoris con la mano y lo apresó con los dientes. Entonces se dio cuenta de que Santana, estaba desarmada, entregada a la caricia que su boca le proporcionaba.

Santana se inclinó y la cogió por los hombros, mientras emitía un sonido gutural. Hizo reptar sus manos de los hombros hasta la espalda y le desabrochó el sostén, la ayudó a recostarse y, con las palmas extendidas, le acarició el vientre. Acto seguido, enganchó sus dedos en las tiras de su tanga para deslizarlas por sus muslos y Brittany la ayudó levantando sus caderas.

Santana la miró obnubilada, la admiró desnuda, tentado por la exquisitez de su cuerpo, le acarició la pelvis con la palma de su mano, descendió lentamente y hundió un dedo en su vulva, mientras con el pulgar le rodeaba el clítoris y la hizo gritar.

Presuntuosa disfrutó de verla retorcerse de placer, sonrió con lascivia y la deseó con lujuria. La cogió por la cintura con habilidad y la hizo girar sobre la cama, la dejó boca abajo y arrodillada se inclinó para apoderarse de su espalda, le pasó su lengua por toda su extensión, lamiéndola, mordiéndola y dándole chupetoncitos sobre la piel.

La sentía más suya que nunca, Santana era su única dueña, Brittany le pertenecía en todos los sentidos.

Sin poder resistirse más, le separó las nalgas y se hundió en su vagina, introdujo dos dedos y comenzó con la fricción. Brittany había estirado su mano hacia atrás y también la penetro, ambas seguían con el intenso vaivén de su cuerpo. Se embistieron, mientras gemían con desenfreno.

—Te amo, San—dijo Brittany con voz entrecortada.

—Yo también, Britt, tenerte así es glorioso.

—Te extrañaba más de lo que creía.

—Hum, sos exquisita, Britt.

Santana, embriagada con el aroma de su cuello, no dejaba de moverse. La pasión los consumía sin mesura.

Brittany, salió de Santana y  reptó sobre la cama, la hizo poner de espaldas y se subió sobre ella a horcajadas. Ambas se acomodaron para que sus sexos encajaran y se rosaran. Brittany trotó sobre Santana, la cabalgó desbocada y Santana movía su pelvis para encontrarla en cada movimiento.

Ambas habían fijado su mirada en la otra y sus ojos decían mucho más de lo que sus labios podían pronunciar. Se deseaban de forma irresistible, sus cuerpos necesitaban calmar su sed de pasión.

Se cogieron de las manos, Brittany inclinó su cuerpo para besarla y  le habló sobre la boca:

—No aguanto más.

—Tranquila, Britt-Britt, tranquila.

Santana detuvo sus movimientos dejándola con ansiedad. La colocó bajo su cuerpo y se metió despacio en el hueco que sus piernas le dejaban. Con sus sexos unidos, la miró, le acarició los muslos y dejó escapar un quejido audible. Después, comenzó a moverse de nuevo, a arremeter contra Brittany con más furia que antes, todas sus pretensiones de autocontrol se habían disparado.

Tenía una mano en sus caderas y con la otra le acariciaba el vientre.

—¡Voy a correrme, San!

—Lo sé, mi amor, lo estoy sintiendo.

Ambas consiguieron el alivio a la vez.


Brittany apretó las sábanas y Santana se aferró a sus nalgas, le clavó los dedos en los muslos y también se dejó llevar. Delirantes, agitadas aún, se quedaron de costado mirándose a los ojos.

Brittany le recorría el puente de la nariz con un dedo y Santana le acariciaba la espalda desnuda, estaban extenuadas, la pasión había acabado con sus fuerzas.

—No puedo creer que nuestra vida sea tan perfecta.

—Hum, es que nuestro amor es inmenso, Britt, por eso es posible.

Miraron los monitores para cerciorarse de que ambos bebés dormían y, entonces, Santana cogió el cobertor y las tapó, entrelazaron sus brazos y sus piernas para entregarse también a un sueño reparador.

Capitulo 28 - Final

Esa mañana, le costó alejarse de la casa.

Los pequeños acababan de cumplir tres meses y Santana debía retomar su actividad en la empresa, reintegrarse al trabajo ahí, ya que durante todo ese tiempo lo había hecho desde casa.

—La jornada va a parecerme interminable, Britt-Britt.

—A mí también, pero acá estaremos esperando a que regreses.

Brittany estaba en la terraza con los niños, el verano estaba a punto de llegar y el día era diáfano e inmejorable. La brisa que llegaba de la costa acariciaba el rostro de los bebés, que permanecían en sus cochecitos mientras Santana los llenaba de besos para despedirse. Santiago se desternillaba de risa con los besuqueos que su mamá le daba en el cuello.

Eran dos niños muy alegres y sanos.

Cuando fue el momento de decirle adiós a la pequeña Samantha, Santana no pudo resistir la tentación de coger en brazos a su princesa y lanzarla, jugando, al aire.

—¡San, acaban de comer!—protestó Brittany, pero su advertencia llegó demasiado tarde.

La pequeña ya le había vomitado, así que se la dio a Brittany y volvió al dormitorio con urgencia, para cambiarse.


Brittany dejó unos instantes a los pequeños con la niñera y acompañó a su esposa hasta el garaje. Santana ya se había montado en su deportivo y ella se inclinó para despedirse con un beso apasionado.

—Si me desocupo al mediodía, prometo venir a almorzar con ustedes.

—No te preocupes, mi amor, conducí con cuidado. Llamame, eso sí, porque creo que te extrañaré mucho, ya me había acostumbrado a tenerte acá con nosotros.

—Yo también los echaré de menos, porque amo esta rutina, pero poco a poco debemos retomar nuestras actividades en Mindland. De todos modos, quiero decirte que si prefirieras quedarte en casa para criar a nuestros hijos y abandonar toda actividad, juro que no me molestaría.

—Sabés que deseo ese plan de vida, San. Me tomaré un par de meses más y regresaré a la empresa, me encanta mi carrera, San.

—Está bien, ya lo hemos hablado mucho y lo he entendido, no tenés que explicarme nada más.

—Quizá por la tarde vaya a hacer algunas compras, anoche te lo comenté, ¿te acordás? Y le pediré a Sugar que me acompañe, porque Jane hoy se va temprano. Es que me apetece comprar ropa nueva para los bebés. ¡Crecieron tanto que todo les está quedando pequeño! Te lo recuerdo por si no lo tenías en mente.

—Sí, me acordaba, mi amor. Bueno, Britt-Britt, intentaré venir al mediodía.

Volvieron a besarse, Santana puso el coche en marcha y maniobró para salir. Brittany se quedó mirando cómo se iba. Santana tocó el claxon y contempló por el retrovisor la imagen de su hermosa esposa, que poco a poco se alejaba de su campo visual.

En el trayecto hasta la Interestatal, un coche de vidrios tintados siguió su recorrido muy de cerca y ella entonces recordó al Chevrolet Cruze de aquella mañana lejana, en que también le había parecido que lo seguían. Intentó memorizar la matrícula para pasársela a Artie y que averiguara.

Cuando estaba a punto de entrar en el túnel Queens Mindtown, se dio cuenta de que el automóvil había desaparecido.


Con su reincorporación en la empresa, eran muchos los asuntos pendientes que se le habían acumulado y tenía la sensación de que la solicitaban en todas las secciones, así que le fue imposible ir a almorzar a casa.

—No te preocupes, mi amor, ya me imaginé que estarías muy solicitada hoy y no me hice ilusiones de que vinieras.

—Estoy comiendo un bocado, Britt, esto es un caos.

—Me lo imagino. Mejor no me lo cuentes, porque ya empiezo a sospechar lo que será a mi regreso. En un rato saldré para el centro con Sugar y los niños, quizá si no se me hace muy tarde, decida pasar por la empresa para visitarte, el día está hermoso.

—Hum, me encantaría, además si me traés a los niños, podría babearlos un ratito. ¡No te imaginás cómo los extraño a los tres! A ratos, me cuesta concentrarme porque me quedo embobada pensando en ustedes.

—Hum, me estás haciendo hinchar de orgullo, haré todo lo posible, mi Sanny, pero no quiero regresar tarde.

—Perfecto, te amo.


Después de almorzar, prepararon a los niños y salieron con Sugar hacia el centro de la ciudad. Los bebés ya estaban acomodados en sus sillitas de transporte en la parte trasera y ellas ya estaban sentadas en el interior con los cinturones puestos.

Artie les abrió el portón para que se fueran.

Brittany decidió ir primero a Mindland, porque Santana estaba desesperada por ver a sus hijos, nunca creyó que le costaría tanto reintegrarse al trabajo y apartarse de su familia.

En cuanto llegaron todos se abalanzaron sobre ellos para conocer a los mellizos.

Santana, que estaba al teléfono, oyó el bullicio y se apresuró a terminar la comunicación para salir a su encuentro. Embriagada de orgullo, le arrebató los niños a Alison y a Finn, que en ese momento los tenían en brazos. Después de auparlos, apresó los labios de su esposa para saludarla.

—¡Qué hermosos están, Tana!—le dijo su hermano.

—¿Viste? Y mirá cómo reconocen mi voz y se ríen cuando me oyen, ¿verdad que sí? ¿Verdad que saben que soy su mamá?

—Cuñada, necesitás un babero gigante. Te veo así tan maternal y me cuesta creerlo.

—Está embobada, Ali, te aseguro que yo tampoco doy crédito.

Los cuatro se metieron en la oficina de Santana para tomarse un café, mientras le hablaban de manera ñoña a los niños.

Santana le besó la barriguita a Santiago y el pequeñín empezó a carcajearse con sus mimos, Samantha, por el contrario, estaba empezando a dormirse.

—Mi amor, me parece que Santy necesita un cambio de pañal—sugirió Santana.

—Sugar tiene el bolso, dejame ir a buscarlo.

Mientras Santana cambiaba los pañales de su hijo, llamaron a la puerta, Mandy le traía unos formularios para que firmara, así que Brittany terminó de vestir a Santiago y ella se ocupó de lo que su secretaria le pedía.

—Bueno, San, nos vamos, así no llego tarde a casa.

—Está bien, mi amor, gracias por pasarte un ratito para que los viera.

—Dejame que les dé unos cuantos besos a mis sobrinos antes de que se vayan—le pidió Finn.

—Y ustedes, ¿para cuándo?—preguntó Brittany.

—Queremos disfrutar solos de todo este año y para el próximo encargaremos un bebé, ¿verdad, mi amor?—explicó Alison.

—Sí, así es—corroboró Finn.

—No saben lo que les va a cambiar la vida. Les aseguro que tener un hijo es lo más sublime que a una persona le pueda pasar.

Finn le apretó la mejilla a su hermana.

Le encantaba verla tan feliz.



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Brittany y Sugar recorrieron las tiendas de Saks junto a los niños. Entraron en D&G, y Brittany se enamoró de inmediato de un hermoso vestido para Astrid y, aunque Sugar se negaba a que le comprara algo a su hija, lo hizo de todos modos.

Cuando salieron, fueron hasta la tienda de Óscar de la Renta y ahí encontró unos modelos increíbles para Samantha, luego, en Ralph Lauren, compraron prendas para Santiago.

Brittany le envió fotos a Santana para que viera lo guapo que su hijo estaría con esa ropa.

Al salir de ese local, y como última parada, entraron en Burberry y ahí también adquirió cosas bellísimas para ambos bebés.

Al final, cuando ya se marchaban, pasaron por la tienda de Michel Kors y ella no pudo resistir la tentación y se compró algunas prendas para ella, también bolsos, zapatos y algunas camisetas para Sugar.

Cuando salieron de Saks, caminaron hasta el aparcamiento donde habían dejado el coche, salieron de ahí y buscaron un estacionamiento cercano a Gucci.

Al entrar, Kurt reconoció a Brittany de inmediato y entonces, atendiendo a su demanda, le buscó rápidamente los últimos modelos de vestidos, camisas que habían llegado, también se llevó unos jersey y unas camisetas de la nueva colección.

Santiago estaba ya bastante molesto, con hambre y empezaba a reclamar la teta, así que volvieron raudas hacia el aparcamiento.

—¡Aaaaaah, señora, me olvidé mi bolso sobre el mostrador! Siga caminando que yo vuelvo a buscarlo.

—Bueno, tranquila, Sugar, seguro que Kurt lo guardó. Camina despacio con la chiquitina. Yo me adelantaré y así le doy un poco el pecho a este tragón antes de salir, a ver si se calma.

—De acuerdo, señora.

Brittany estaba guardando los paquetes en el maletero, mientras intentaba calmar a su hijo, que no paraba de llorar.

Cuando acabó, lo cerró y se dio la vuelta. Casi se muere del susto, se quedó paralizada y sintió que las piernas le fallaban.

—Hola, Brittany.

Ella estaba diferente.

Su fisonomía había cambiado, se le había oscurecido el pelo y su aspecto era desaliñado. Aunque vestía con ropa modesta, Brittany la reconoció de inmediato, sobre todo cuando le habló.

Ella temblaba frente a Elaine, el miedo la había invadido, pero aquella mujer no la miraba, sus ojos estaban clavados en el pequeño. En un primer momento, Brittany creyó que se trataba de una visión, pero cuando oyó su voz, todas sus dudas se disiparon.

Elaine estiró su mano y quiso tocar al bebé. Como un acto reflejo y temiendo que pudiera hacerle daño, Brittany se apartó. En ese momento, recordó que la última llamada que había hecho había sido a Santana, así que metió la mano en el bolso con disimulo y apretó el botón de rellamada, no sabía a ciencia cierta si lo había logrado, pero al menos lo intentó.

—No nos hagas nada, Elaine, por favor—le rogó—, Séjame que ponga al bebé en su silla.

Brittany intentaba hablar alto para que Santana la oyera.


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Santana había atendido la llamada, pero Brittany no podía contestar. Con el teléfono en la oreja y sin entender nada, Santana se disponía a cortar y volver a llamarla para ver lo que ocurría, pero en ese instante la oyó con claridad. Casi se muere del susto cuando escuchó en boca de Brittany el nombre de Elaine y salió despedida de su oficina hacia la de Finn.

—Llamá a la policía, Finn, Elaine está con Britt, la tengo en línea. ¡Date prisa, hermano!

—¡Mierda, no es posible!

—Sí lo es, Britt me llamó hábilmente para que pudiera oírlas. Mandá a la policía, yo salgo para allá.

—Pero ¿dónde están, Tana?

—¡Mierda, mierda! ¿Dónde están? ¡No sé dónde están!—Santana se puso pálida.

Los dos hermanos corrían de un lado al otro sin saber qué hacer. Santana estaba desencajada, al otro lado de la línea no se oía nada y ella se cogía la cabeza mientras intentaba encontrar una solución.

—¡Hace más de media hora me envió fotos desde Saks!—dijo desesperada.

Salió de la oficina, bajó en el ascensor, corrió hasta el estacionamiento y se montó en su deportivo, le faltaba el aire, conectó el teléfono al sistema de manos libres y rogaba que Brittany volviera a hablar. De pronto, la oyó gritar y creyó que iba a morirse de la desesperación.

—¡Britt! ¡Britt! ¡Mi amor, contestame...! ¡Por favor, contestame! ¡Decime que están bien, me estoy muriendo!—le gritaba al teléfono, pero al otro lado nadie le respondía.

Santana pensó en llamar Sugar, pero no quería cortar la comunicación. Además, el tráfico a esa hora estaba terrible, había atascos por todos lados.

Seguía hablando, pero ya se había dado cuenta de que no tenía sentido. Llegó a Saks, dejó el automóvil aparcado en cualquier parte y bajó como un rayo de él. Cortó y, cuando se disponía a marcar el número de Sugar, entró una llamada precisamente de ella.

—¿Dónde está Britt?

—¡Estamos en el aparcamiento contiguo a Gucci, señora! ¡La han atacado! ¡Venga pronto, está desmayada con un golpe en la cabeza! ¡Ya he llamado al 112!

—¿Y los niños?

—¡Perdóneme, señora!

La empleada lloraba, gritaba y le hablaba entre sollozos, pudo oír que la pequeña Samantha también berreaba.

—¡Perdón por dejarlos solos, perdón, señora! ¡El bebé no está, Santy ha desaparecido!

Santana se sintió ahogada, se arqueó apoyándose en sus piernas y la invadieron las náuseas, no podía dar crédito a lo que estaba pasando.

—Voy para allá—le dijo y cortó.

Se subió de nuevo a su coche y salió conduciendo enloquecida, se saltó varios stops pero nada le importaba.

En el trayecto, llamó a Finn para contárselo.

—¡No te entiendo, Tana, calmate por favor!

—Se ha llevado a Santy—volvió a repetirle—¡Britt está inconsciente con un golpe en la cabeza en el estacionamiento contiguo a Gucci!

Santana cortó sin más explicaciones y condujo a ciegas por las calles de Manhattan. Llegó al aparcamiento y dejó el coche en la entrada.

El empleado del lugar empezó a gritarle que lo apartara, pero ella no escuchaba nada.

Las sirenas de la policía se estaban acercando y Santana corría desesperada por las rampas sin poder dar con Brittany ni con Sugar.

Finalmente las encontró.

Brittany estaba en el suelo, recostada contra el cuerpo de la empleada, con la cabeza ensangrentada y llorando sin parar. Había vuelto en sí hacía un instante.

Santana se desplomó a su lado para contenerla.

—¡Se lo ha llevado, se ha llevado a mi bebé!

La pequeña Samantha lloraba en los brazos de Sugar, que intentaba calmarla en vano.

De pronto, llegó Finn con la policía y, tras ellos, una ambulancia, cuyos doctores querían llevar a Brittany, a toda costa, al hospital para hacerle pruebas. Sin embargo, Brittany sólo permitió que le suturaran la herida y se negó rotundamente a que la trasladaran.

Santana la abrazó contra su pecho y Brittany empezó a relatarles lo ocurrido.

—¿Cómo mierda es posible que esa perra esté en la calle? ¿Con qué te golpeó?

—No sé con qué fue. Yo estaba de espaldas, dejando a Santy en su silla, cuando me pegó. ¡Aaaaaah!—gritó desconsolada—¡Por favor!—rogaba y lloraba Brittany—¡Quiero a mi bebé, San, lo quiero acá conmigo! ¡Por favor, encuéntrenlo!

—Chis, mi amor, calmate, te prometo que lo vamos a encontrar.

—¡Por favor, San! ¡Por favor, mi amor! ¡Voy a morirme si le pasa algo!

Brittany estaba fuera de sí y hablaba de forma inconexa.

—Se ha cambiado el color del cabello, lo tiene oscuro—recordó de repente—Llevaba una camiseta negra y unas mallas negras o grises, no recuerdo—Brittany se puso de pie y la cogió de la camisa—¡Buscalo, San, buscalo y traelo de vuelta con nosotras!

De pronto, estalló en un ataque de nervios y le pegó una bofetada a Santana, mientras le gritaba descontrolada.

—¡Es culpa tuya! ¡Todo esto es culpa tuya! ¡Vos la enloqueciste y ahora se ha llevado a mi hijo!

Santana la abrazó con fuerza contra su pecho intentando darle contención, sabía que Brittany no pensaba eso, pero era tanta su desesperación que Santana también estaba empezando a creerlo.

Tuvieron que dejar la camioneta en el estacionamiento para que la policía hiciera las pruebas periciales, en busca de huellas que verificaran que, efectivamente, la autora del rapto había sido Elaine, aunque ya se sabía que no estaba en la clínica.



Todos los López se reunieron en la casa de Great Neck para hacerles compañía.

Alfonso y Maribel habían venido desde Los Hamptons en cuanto se enteraron de lo ocurrido.

La familia, tanto en Nueva York como en Mendoza, estaba consternada, su vivienda había sido invadida por detectives y personal policial, que se habían instalado en la villa para intervenir todos los teléfonos.

Santana los insultaba a todos sin distinción: a Smythe, que le había garantizado que les informaría de cualquier cambio, a los jueces, al hospital psiquiátrico y a la vida misma.

El detective que estaba a cargo de la investigación hizo su entrada en escena en ese momento.

—¡Parece que se estén burlando de nosotros, detective St. James! ¿Cómo es posible que esa mujer, con lo peligrosa que es, haya logrado salir de donde se suponía que estaba confinada en régimen de aislamiento?

—Lo sé, señora López-Pierce, créame que el responsable lo va a pagar caro.

—No se trata de eso, sino de que se suponía que mi familia estaba segura con ella encerrada, ¡y mire lo que ha ocurrido hoy! Mi mujer está viva de milagro, ¡es la segunda vez que ella atenta contra su vida y, por si fuera poco, se ha llevado a nuestro hijo!

—La comprendo perfectamente y le aseguro que mis hombres están moviéndose de manera incansable para encontrarlo. Están todos los agentes en la calle, rastreando Nueva York, para dar con el paradero de Elaine Looper.

—Tranquila, Tana, la policía está actuando para encontrar a tu hijo.

—¡Papá! ¡Cómo puedes decirme que me quede tranquila! ¡Mierda! ¡No sé dónde está mi hijo! ¡Y lo único que tengo claro es que está en manos de una loca!

—¿Qué explicación han dado en el Columbia Psychiatry?—le preguntó Finn al detective Jesse St. James.

—¡No hay mucho que explicar, lo que puedan decir no justifica que ella esté en la calle cuando no debería ser así!—contestó Santana con furia.

—La clínica está intervenida, señora López-Pierce, y mi personal está investigando. Nos enteraremos de quién es el responsable de facilitarle las salidas a Elaine Looper, pero no podemos garantizarle que eso nos indique el lugar adonde iba cuando lo hacía.

—¡Dios, esto es una pesadilla!—Santana extendió los brazos al cielo y luego se cogió la cabeza—Mi casa está invadida de gente, nos atosigan a preguntas hasta el punto de agobiar a mi esposa y poner en duda sus afirmaciones. ¡Hasta han sugerido que ella le entregó nuestro hijo a alguien! ¡Ya han pasado seis horas desde que Santiago desapareció y usted no puede darnos ni una respuesta!

—Créame, señora López-Pierce, tengo a todo mi personal buscando a su hijo, le garantizo que la ciudad está cerrada, no hay manera de que pueda sacarlo de Nueva York. Lo encontraremos, sólo es cuestión de tiempo. Lamento las molestias que podamos causar a su familia, pero es inevitable, debemos descartar todas las posibilidades.

—¡Sí y pierden tiempo interrogando a mi esposa, en vez de buscar a esa zorra!

—Entiendo su nerviosismo, pero no es exactamente así, la búsqueda no se ha detenido en ningún momento. Le pido un poco de tiempo y que se tranquilice.

—Tiempo... tiempo... ¡Mierda! ¡Mi hijo no tiene tiempo en manos de esa loca!

—¿Dónde están buscando en este momento?—quiso saber Jake, mientras se arremangaba las mangas de la camisa y se desabrochaba uno de los botones del cuello.

—Mi personal está analizando las cámaras que hay repartidas por la ciudad para ver si logramos dar con ella. Muy pronto daremos con el paradero de esa mujer. Además, hay que considerar que no cuenta con medios suficientes como para moverse por la ciudad con soltura. La encontraremos, se lo prometo. Les doy mi palabra de que para mí este caso es prioritario, como pide la señora López-Pierce.

El detective St. James miró fijamente a Santana a los ojos y prosiguió.

—La ciudad tiene una deuda con ustedes, esto no debió ocurrir nunca. Yo me comprometo a hacer todo lo que esté en mi mano para volver a poner a su hijo en los brazos de su esposa, le pido que confíe en mí.


La información reunida a priori indicaba que Elaine sobornaba a los empleados de la clínica y lograba salir durante algunas horas de ahí. Sin embargo, Santana sabía que era el dinero de Bob Looper el que conseguía esas salidas.

El detective, antes de ir hacia la casa de Great Neck, se había presentado personalmente en casa de los Looper para interrogarlos, pero no había obtenido nada.

Había pasado la medianoche y Brittany dormía. Le habían tenido que administrar un sedante porque había estallado en un brote de histeria otra vez y no había forma de calmarla.

Santana se quedó de pie en el resquicio de la puerta y la miró durante un rato, se sentía abatida, no le quedaban más fuerzas. Salió de ahí, fue hacia el cuarto de Samantha y se acercó a la cuna para verla dormir.

La pequeña estaba serena y parecía inocente, ajena a todo el calvario que se vivía en la casa. La arropó bien, la besó en la frente y salió, pero cuando pasó por el dormitorio de Santiago no pudo evitar escurrirse dentro.

Se aproximó con temor a la cuna vacía y, de pie frente a ella, sacudió la cabeza mientras suspiraba con fuerza, ansiaba con fervor que todo fuera una pesadilla, pero no lo era. Cerró los ojos, pero cuando los abrió nada había cambiado. Por más que deseara con toda su alma encontrar a su hijo ahí, nada de eso iba a ocurrir.

La cruda realidad que les tocaba vivir era otra.

Cogió la almohada y la olisqueó, en busca del perfume de su bebé. Aspiró su olorcito como una verdadera posesa y volvió a cerrar los ojos. En su intento por evadirse del mundo real, hasta tuvo la sensación de oír esos ruiditos que Santiago siempre emitía cuando ella se acercaba a mirarlo. Y fue entonces cuando su aplomo cedió, su contención se quebró y se largó a llorar desconsolada, abrazada al cojín.

No podía, ni quería, contener los clamores agudos y los sonidos guturales que brotaban de su garganta. De rodillas, aferrada a la almohada y a los barrotes de la cuna, lloraba desconsoladamente para desahogarse.

Santana necesitaba sacar de su pecho toda aquella angustia a la que no podía dar rienda suelta delante de Brittany. Ante ella, debía mostrarse entera e incorruptible, para infundirle confianza y fe en que su hijo aparecería.

Una mano se posó sobre su hombro, su tacto le era familiar. Eran los dedos de la persona que siempre la había acompañado en los peores momentos de su vida.

Maribel se había acercado a ofrecerle contención y Santana se aferró con fuerza a su ella, buscando el alivio necesario a todos sus temores en el abrazo de su mamá.

—¿Por qué, mamá? ¿Por qué tuvo que pasar esto ahora que estábamos tan bien? ¿Cuándo se va a terminar esta pesadilla?

—Tranquila, hija, lo encontraremos. Llorá en mis brazos, mi tesoro, y sacá toda tu angustia. Siempre estaré cuando me necesites. Desahogate bien, para poder levantarte después y usar tu inteligencia para pensar y tu fuerza para brindarle contención a Britt.

—¿Y si a esa loca le da un brote psicótico y le hace daño?—lloraba Santana—No puedo pensar, mamá, si le pasara algo así a mis hijos o a Britt, el dolor me paralizaría.

—Tranquil, Tana, sos muy fuerte, mi amor. Debés confiar en Dios y plantarte frente a la vida como siempre has hecho.

Rachel apareció, en ese momento, en busca de Santana.

—¿Qué pasa?

—Britt se ha despertado y pregunta por vos, llora desconsolada otra vez.

Santana se secó las lágrimas, sorbió su nariz, salió de ahí y fue hasta el dormitorio donde Bree y Alison intentaban calmarla sin éxito. Cuando Brittany la vio aparecer, se dio cuenta de que había estado llorando y le preguntó desesperada:

—¿Por qué estabas llorando? ¿Qué ocurre? ¿Acaso pasó algo que no me querés contar?

—Nada, Britt, podés calmarte, no pasó nada, te lo juro. Yo estoy tan devastada como vos, pero tranquilicémonos. Vení acá conmigo.

Santana se sentó a su lado, con la espalda apoyada en el respaldo y la abrazó.

—Chis, mi vida, calmate—le susurraba mientras le acariciaba la espalda para relajarla—Ya no pueden darte más sedantes, Britt, me estás asustando.

—¡Quiero a mi bebé, San, lo quiero acá con nosotros!

—Yo también lo quiero acá, mi vida. Lo vamos a tener nuevamente en nuestros brazos, no lo dudes. Dios no va a permitir que le pase algo, lo están buscando por toda la ciudad.

—Debe de estar llorando, cuando esa loca se lo llevó estaba llorando porque tenía hambre, me pedía teta y por eso yo me adelanté, para poder darle de comer. San, por favor...—le pedía entre sollozos—, San, hacé algo.

—No te atormentes más, mi amor, tenés que calmarte. Sammy también te necesita y, si seguís tan nerviosa, se te puede retirar la leche y no podrás seguir dándole la teta.

Brittany la cogía por la nuca y lloraba mientras Santana le hablaba y la besaba.

Después de un rato, logró apaciguarla y Brittany volvió a dormirse. Se había recostado a su lado para mirarla descansar, cuando de pronto recordó el coche de vidrios tintados que había intuido que lo seguía aquella misma mañana.

Se levantó con sigilo para no despertarla, fue a buscar a Artie y le pidió que investigara la matrícula que guardaba muy bien en su memoria. Su empleado le trajo novedades en seguida.

Artie se asomó discretamente al salón y apenas Santana lo advirtió se puso de pie, para guiarlo hacia la terraza.

—¿Qué pudiste averiguar, Artie?

—Se trata de un automóvil de alquiler y, al parecer, lo alquiló una tal Alanis Morissette. Aún no lo han devuelto, pero, si quiere, puedo ir a esperar a que lo devuelvan para ver de quién se trata.

Santana sonrió.

—No es necesario, Artie, podría casi asegurar que se trata de Elaine, ése es el nombre de su cantante preferida.

—En ese caso, deberíamos decírselo al detective.

—Aún no, dejame intentar algo.

—Santana, no hagas nada estúpido, deja a la policía.

Los nervios y la necesidad de proteger a su jefa hicieron que Artie empezara a tutearla.

—¿Qué ha hecho la policía hasta ahora?—exclamó Santana iracunda—¡Sólo dejarnos desprotegidos y expuestos! Sacá el coche, dejalo en la salida y abrí el portón.

—¿Adónde vas? Los lugares que Elaine frecuentaba ya han sido registrados por la policía.

—No sé adónde, pero no me voy a quedar aquí de brazos cruzados.

—Voy contigo, entonces.

—No, Artie, quedate aquí con la familia. Si averiguo algo, prometo avisarte para que se lo transmitas a la policía.

—No hagas nada que debamos lamentar, Santana. Piensa en Britt y en Sammy.

—Anda a hacer lo que te dije. Prepárame el coche. Se supone que trabajas para mí y debes obedecerme.

Santana no sabía a ciencia cierta qué iba a hacer y tampoco tenía idea de dónde buscar, pero estaba decidida a desentrañar el misterio de la desaparición de Santiago.

Sin que nadie lo advirtiera salió de la casa, él único que la vio partir fue Artie que le abrió el portón para que se fuera.

Decidió ir directamente al domicilio de los Looper, en Sands Point, y, cuando llegó, comenzó a golpear y a tocar el timbre del portón frenéticamente. Las luces del interior se encendieron pero nadie salió a recibirle.

Desquiciada y dispuesto a todo, se subió de nuevo al coche y derribó el portón de entrada de la vivienda con su deportivo. Entró en la propiedad como una lunática y sólo entonces el matrimonio Looper se atrevió a salir en bata a la explanada de la mansión.

Santana derribó a Bob de un puñetazo y siguió golpeándolo en el suelo mientras le exigía que le dijera el paradero de Elaine.

Estaba furiosa y arremetía con ira contra él porque lo consideraba responsable directo de la situación, después de todo, él era quien le entregaba el dinero a su hija.

—¡Basta, Santana, lo vas a matar, por favor!—le rogó Serena Looper tironeando de ella.

Santana paró, se puso de pie y tropezó mirándolo desquiciada.

—Ve a su casa de playa, puede que esté ahí. ¡No sabemos dónde está, te lo juro, pero debes frenarla! ¡Mi hija ya no puede hacerle más daño a nadie, por Dios!

Santana sacudió la mano, dolorida por los puñetazos y con los nudillos lastimados, pero nada le importaba.

Se subió a su magullado coche y emprendió viaje hacia Jamesport. No recordaba muy bien el camino a la finca, sólo había ido una vez a ese lugar y no le había prestado demasiada atención a la ruta.

Finalmente, después de dar varias vueltas, lo encontró. En el garaje, estaba estacionado el automóvil de alquiler que lo había seguido durante la mañana. Bajó de su vehículo con discreción e intentó espiar a través de la ventana, pero las cortinas estaban cerradas.

Buscó alrededor de la casa y, al final, encontró una rendija por donde mirar. Ahí estaba Elaine, recostada en uno de los sofás, con su hijo dormido sobre su cuerpo. Creyó que el corazón se le iba a escapar del pecho por lo fuerte que le latía.

Tomó una bocanada de aire y pensó qué hacer, no sabía cómo actuar.

Siguió espiando durante un rato más mientras decidía cómo proceder. De repente, Santiago se despertó y empezó a llorar, Santana se desesperó, pero Elaine parecía tratarlo con cariño, lo acunó en sus brazos y se levantó, quedando fuera de su campo visual.

La desesperación de Santana iba in crescendo porque no podía ver lo que aquella desquiciada mujer estaba haciendo con su hijo, pero Elaine no tardó en regresar al sofá. Se sentó con el pequeño en su regazo y se dispuso a alimentarlo con un biberón.

Ese gesto le demostró que, al menos, no tenía intenciones de hacer daño a su pequeño. No obstante, aun así debía actuar con prudencia, ya que la mente de Elaine era inestable y nada le garantizaba que en determinado momento decidiera ensañarse con el niño y lastimarlo.

Cogió otra bocanada de aire, fue hacia la puerta de entrada y golpeó, sin saber si estaba haciendo bien.

—¡Elaine, soy San, he llegado!

Pasaron unos instantes hasta que ella finalmente contestó.

—¿A qué has venido? ¡Vete, no queremos verte!—le gritó desde adentro.

—¿Cómo que a qué he venido? He venido a estar contigo y con mi hijo.

—¡Vete, Santana, nos abandonaste para irte con esa golfa, ya no te necesitamos, estamos bien sin ti!

—¡Ábreme, Elaine, quiero verlos, quiero estar con ustedes!

Después de unos cuantos intentos y de seguir probando frases que la convencieran, oyó que quitaba el cerrojo y vio que Elaine, lentamente, abría la puerta.

Santana estiró los brazos de inmediato para coger al pequeño, necesitaba resguardarlo contra su pecho, pero Elaine se lo negó, se apartó y sacó un arma de atrás de la cintura de su pantalón.

—¡Entra!—le ordenó, mientras manipulaba el revólver.

—¿Por qué el arma? No es necesaria, Elaine, nadie va a venir a hacernos daño aquí. No me parece seguro para nuestro hijo que la manipules tan cerca de él—Santana intentaba hablarle con calma.

—Sé que quieren venir a llevárselo y debo protegerlo—le espetó Elaine y la miró con desconfianza—¡No te lo vas a llevar!—levantó el arma y la apuntó.

—¡Hey, hey, Elaine! No sé quién te hizo creer eso, pero te aseguro que lo único que anhelo es estar con ustedes—Santana intentó engatusarla y dio un paso al frente para acercarse, pero frenó en seguida porque ella volvió a apuntarle.

Entonces, Santana respiró hondo y consideró apropiado darse la vuelta para ir a cerrar la puerta. Cuando se volvió a mirarla, le sonrió con dulzura, necesitaba que confiara en ella.

—Te he echado de menos, San, te hemos echado mucho de menos.

—Yo también los he echado de menos, Elaine—Santana miró hacia la mesita baja—¿Estabas dándole el biberón? ¿Por qué no nos sentamos y lo sigues alimentando?

Elaine asintió con la cabeza, Santana se sentó en el sofá, cogió el biberón y se lo alcanzó, pero Elaine todavía no estaba del todo relajada y lo rechazó. En ese preciso momento, ella vio sus nudillos ensangrentados.

—¿Qué te ha pasado?—le preguntó Elaine en un tono que delataba una profunda preocupación.

—Nada, no es nada—le contestó Santana quitándole hierro al asunto, no te preocupes.

—Iré a buscar algo para curarte.

—Después, Elaine, demosle de comer al bebé primero y más tarde buscas algo para vendarme. Ven, siéntate a mi lado.

Elaine negó con la cabeza.

—¿No me dejas darle el biberón?—siguió probando Santana, pero Elaine no aceptaba.

—No, es mi hijo.

—Ya lo sé, Elaine, lo sé. Es nuestro bebé.

—¿Te quedarás con nosotros?

—Por supuesto, a eso vine. ¿Me dejas cogerlo?

—No—le contestó rotundamente y movió el arma que aún tenía en la otra mano.

—Tranquila, Elaine, no quiero que te pase nada.

Elaine la miraba con desconfianza y analizaba sus palabras. El niño comenzó a llorar y Santana se puso nerviosa.

—Déjame que lo coja, Elaine, por favor.

Santana siguió insistiendo con paciencia y suavidad hasta que, finalmente, Elaine le entregó al bebé, aunque no abandonó el arma. En cuanto lo tuvo entre sus brazos, Santana lo apretó contra su cuerpo y lo besó, Santiago pareció reconocerla de inmediato porque emitió unos ruiditos y le sonrió, mientras Santana le besuqueaba la mejilla.

—Todo va a salir bien, hijo, mamá está con vos—le susurró con ternura.

Santana cogió el biberón y se lo dio para que tomara la leche. Elaine no les quitaba el ojo de encima a ninguno de los dos, atenta con la pistola en la mano.

Santana entonces hizo una mueca de dolor.

—¿Qué te ocurre?—le preguntó Elaine con aflicción.

—Me duele mucho la mano, Elaine, ¿por qué no buscas eso que me ofreciste antes para curarme? Te esperamos aquí. Ven a darme un beso antes de irte—le pidió Santana, probando cómo engatusarla.

No quería poner en peligro a Santiago actuando de una forma demasiado heroica, así que pensó que si Elaine se alejaba, correría con su bebé en brazos para sacarlo de ahí.

Elaine se animó mucho con la petición de Santana y se acercó para besarla, pero Santana sólo permitió que le rozara los labios, en seguida volvió a quejarse.

—¿Te duele?

—Sí, muchísimo, ve a buscar algo para vendarme la mano, por favor.

Elaine accedió, se levantó llevándose consigo el arma y subió la escalera. Santana había logrado que Elaine se alejara. Sin perder más tiempo, se puso en pie para salir, se movió con rapidez, quitó el cerrojo de la puerta intentando no hacer ruido y, en el mismo instante en que se disponía a traspasar la puerta, sintió el estallido de un disparo y notó que algo impactaba en su brazo derecho y la hacía tambalearse.

El balazo le quemó la carne y empezó a ensangrentar su bíceps, pero no tenía tiempo para nada más que cubrir con su cuerpo al pequeño Santiago y convertirse en su escudo humano.

Con los ojos cerrados, esperó que Elaine siguiera vaciando la carga en ella, pero entonces, en una ráfaga de segundos, un uniformado con máscara y chaleco antibalas abatió la puerta y se abalanzó sobre ella. Después, se oyó otro disparo, que impactó sobre la pared, y acto seguido, una última detonación.

Fueron tan sólo segundos, interminables segundos.

Se oyó el crujido de la barandilla de la escalera, Santana volvió la cabeza y, en ese preciso instante, vio cómo Elaine se desplomaba por el balcón interno de la planta superior.

El detective Jesse St. James se había apostado en medio de la sala, con su chaleco antibalas y el arma en alto. Alejó de un puntapié la pistola de Elaine, se acercó a ella, le buscó el pulso en la carótida e hizo un gesto con sus manos indicando que todo había terminado.

Elaine yacía abatida en el suelo y la casa se había llenado de policías. Multitud de hombres uniformados con chalecos a prueba de balas habían irrumpido en la propiedad para hacerse cargo de la situación.

Santana ya no sentía su hombro, del que no paraba de brotar sangre.

El detective que horas antes había estado en su casa guardó el arma en la cartuchera de su axila y se acercó para ayudarla, la sentó en el suelo apoyándola contra la pared a la espera de que llegara personal médico para auxiliarla.

—Ha sido muy estúpido lo que ha hecho, señora López-Pierce. Dé gracias a que su empleado nos llamó informándonos sobre el coche de alquiler y pudimos rastrearlo por el sistema de recuperación vía satélite que poseen estos vehículos.



—La trasladaremos al hospital, para curarla—le informó el médico de la ambulancia que ya la estaba atendiendo—De todas formas, todo parece indicar que la bala no ha impactado de lleno.

Santana no se apartó ni por un instante de su hijo, no había manera de que pudieran arrancarlo de sus brazos, sólo pedía que avisaran a Brittany de que Santiago estaba con ella y de que estaba bien.



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Maribel se sentó en el borde de la cama junto a su nuera y la despertó muy tiernamente para explicarle todo.

—¿De verdad los dos están bien?

—Sí, tesoro, eso nos dijeron. Nos explicaron que llevaban a Tana al hospital para curarle el brazo y ya está.

Se abrazaron.

Apenas Brittany se enteró de lo ocurrido, se levantó, arropó a su hija, cogió las llaves de una de las camionetas y salió despedida hacia el garaje.

Nadie pudo detenerla.

Con impaciencia, colocó a Samantha en la sillita de viaje y salió como un ciclón hacia el hospital donde estaban su esposa y su hijo.

Condujo casi a ciegas.

La familia salió a la desbandada tras ellas, pero Brittany llegó antes que nadie.

Estacionó el vehículo en una zona reservada para ambulancias, desesperada por ver a su hijo y a su esposa y constatar que ambos estaban bien.

Bajó con la niña en brazos y, en la entrada de urgencias, el detective St. James la reconoció de inmediato. Las enfermeras quisieron detenerla, pero el mismo oficial, viéndola tan atormentada, le flanqueó la entrada:

—Adelante, señora López-Pierce, pase.

Santana estaba sentada en la camilla con su hijo en brazos, la estaban suturando.

Brittany se cubrió la boca y se acercó corriendo hasta ellos, sollozando embargada por la emoción. Los atrapó en un abrazo y los cuatro se quedaron así, fundidos en un emotivo instante.

—Estamos bien, mi amor, ya pasó todo. Todo terminó, Britt, tranquila, acá está tu hijo, como te prometí.

Se besaron.

Brittany, entonces, separándose de su mujer, besó a Santiago y se sentó en la camilla junto a ellos.

Como un torbellino, Maribel y Alfonso también irrumpieron en la sala de urgencias.

Nadie habría podido detenerlos.

Los encontraron y abrazaron a su hija y a su nieto interminablemente, entonces, el médico que intentaba atender a Santana se encolerizó. Intentando poner un poco de orden, mandó que todos se retiraran para poder terminar de suturarla, pero Santana no pensaba permitir que sus hijos y su esposa se apartasen de ella.

—Mi mujer y los niños no se mueven de mi lado. Haga lo que tenga que hacerme con ellos aquí.

—Es usted insoportable. Si no fuera porque me acaban de explicar por todo lo que han pasado, los hacía irse de esta sala bajo su responsabilidad. ¡Dé gracias a que hoy tengo un buen día!


Cuando terminaron de coserla, salieron los cuatro de urgencias. Santana llevaba el brazo en cabestrillo y parecía bastante fatigada.

Sus hermanos se acercaron a abrazarla, felices de verlos bien a ella y a Santiago.

Pero Santana y Brittany se despidieron con premura y les informaron de que se alejarían de la ciudad para evitar a los periodistas que ya estaban como aves de rapiña en la puerta del hospital, intentado obtener información sobre lo ocurrido.

En el aparcamiento, Brittany colocó a los niños en las sillitas, ayudó a Santana a subir a la camioneta y le abrochó el cinturón.

No iban a quedarse ahí ni un minuto más, ya habían planeado todo.

Por el camino, sonó el teléfono.

—Sí, Artie, vamos en camino, ¿has reunido todo?

—Sí, señora, como me ordenó.

—Perfecto, nos vemos dentro de un rato.

—¿Te sentís bien, Sanny? ¿Estás segura de que no querés ir a casa?

—No, mi amor, necesito que nos vayamos lejos los cuatro, lejos de toda esta basura.

—Pero vas a tener que declarar.

—¡Me importa una mierda, Britt! Si ella hubiera estado en una cárcel, como correspondía, todo esto no hubiera ocurrido. ¡Ahora que no me jodan con nada!

Brittany le acarició los labios y Santana le besó la mano.


Llegaron al aeropuerto, donde Artie los aguardaba con las maletas y con toda la documentación de ellas y de los niños.

El jet privado de la empresa ya estaba en la pista esperándolos y, en menos de dos horas, aterrizaron en Miami. Salieron del aeropuerto después de hacer los trámites de rutina y fueron a buscar el coche que Artie les había alquilado por teléfono.

Brittany se puso al volante y encendió la radio con el fin de distenderse un poco. En la emisora local de música latina, empezó a sonar un tema de Beyoncé a dúo con Alejandro Fernández:


Anda, dime lo que sientes, quítate el pudor
y deja de sufrir, escapa con mi amor.
Y después te llevaré hasta donde quieras
sin temor y sin fronteras, hasta donde sale el sol.
Contigo soy capaz de lo que sea,
no me importa lo que venga
porque ya sé adónde voy.
Soy tu gitano, tu peregrino, la única llave de tu destino,
el que te cuida más que a su vida,
soy tu ladrón.
Soy tu gitana, tu compañera,
la que te sigue, la que te espera.
Voy a quererte aunque me saquen el corazón.
y aunque nos cueste la vida
y aunque duela lo que duela,
esta guerra la ha ganado nuestro amor.
Esta guerra la ha ganado nuestro amor.
Yo nací para tus ojos, para nadie más.
Siempre voy a estar en tu camino.
Alma de mi alma, corazón de tempestad
dime por dónde ir
y después te llevaré hasta donde quieras
sin temor y sin fronteras, hasta donde sale el sol.
Contigo soy capaz de lo que sea,
no me importa lo que venga
porque ya sé adónde voy.


Se miraron en silencio mientras escuchaban la letra, que les había llegado al alma.

Brittany le acarició la nuca y Santana cogió su mano y se la besó. La miró con deseo y se llevó uno de sus dedos a su boca, se lo lamió y le demostró cuánto la deseaba.


Llegaron al departamento, Santana bajó las maletas y las cargó en uno de los cochecitos de los bebés.

Brittany se hizo cargo de los niños y subieron hasta el ático. Los acostaron en seguida y, sin demora, fueron hacia el dormitorio principal. Brittany la desvistió con cuidado, tomando todas las precauciones para no hacerle daño en el brazo y luego se desvistió ella.

Se acercó despacio hasta donde estaba Santana, le olisqueó el cuello. Santana la atrapó por la nuca para apoderarse de su boca, con el brazo que tenía sano, y la besó desesperadamente, mordió sus labios y le habló sobre ellos.

—Sólo nos espera felicidad, Britt. Toda esta pesadilla ha terminado, mi vida. Te prometo que, de ahora en adelante, sólo viviré para hacerlos felices a los tres.

—Te amo, San. Vos y mis hijos son mi vida, perdón por haberte culpado de todo en el estacionamiento.

—Chis—la hizo callar con un beso.

Luego hicieron el amor con ternura y se entregaron a las caricias sanadoras de sus cuerpos, a la pasión que los devoraba.

El tiempo se detuvo en ese instante,

Nada más les importaba, sólo ellas y la conjunción perfecta de sus almas y sus cuerpos. Después de alcanzar el éxtasis, se quedaron de lado, mirándose mientras los tintes rosados teñían el ambiente en el amanecer de Miami.

Santana no tenía mucha movilidad, pero Brittany le delimitaba el rostro con ternura mientras se adoraban con los ojos. Tomándola por sorpresa, Brittany se movió para besarle el pecho en el lado del corazón y luego volvió a mirarla embobada.

—Hoy están celestes—le dijo Santana con una calma inmutable y la magia del silencio se rompió, como en aquel primer despertar juntas en el Faena.

Brittany frunció el entrecejo, igual que ese día, fingiendo no entender a lo que se refería y Santana comprendió el juego de inmediato y lo siguió, regalándole una de esas sonrisas que nublaban la razón.

—Tus ojos, hoy están celestes—volvió a afirmar Santana—Anoche los tenías mucho más azules—continuó.

Brittany sintió correr mariposas por su cuerpo como aquella primera vez en que Santana se lo había dicho en el hotel en Buenos Aires. Pero esta vez no se calló como ese día, esta vez, se lo dijo a la cara y mirándola fijamente a los ojos.

—¡Dios! ¿Cómo es posible que me seduzcas sólo con decirme que cambió el color de mis ojos? ¿Cómo es posible que sigas desatando en mí las mismas sensaciones que aquel día?

—Son los ojos azules más hermosos que he visto nunca—siguió diciendo Santana.

Brittany sonrió y le recorrió el puente de la nariz con los dedos, tan perfecta y hermosa como aquella vez.

—No creía que recordaras las palabras que habías empleado ese día.

—¡Qué poca fe en su esposa, señora López-Pierce!

—¿Sabés lo que pensé cuando desperté a tu lado aquella mañana y me estabas mirando?

—No, nunca me lo contaste.

—Dije para mis adentros: «¿Qué me ha visto esta morena tan perfecta para llevarme a la cama con ella?».

Santana le guiñó un ojo y le besó la punta de la nariz con una sonrisa un tanto vanidosa.

Brittany se colocó sobre Santana.

—Pero hoy todo es diferente. No te diré «adiós, Hoyuelitos», porque no hay nada que pueda alejarme de tu lado.

—Así es, mi amor, no hay nada sobre esta Tierra que pueda separarnos, nuestro amor es para toda la eternidad.

—Te infinito, mi Sanny.

—Te infinito, mi Britt-Britt.

Epílogo

—¿No hay nadie en esta casa que venga a recibir a una esposa y a una mamá deseosa de besos?

Santana, de pronto, dejaba su maletín, vio unas flechas de color rojo pegadas en el suelo y supuso que debía seguirlas. Llegó hasta el dormitorio guiada por ellas y, entonces, del vestidor salieron Samantha y Santiago sosteniendo un paquete.

—¡Pelí pumpeanos, mamá!—le dijeron los dos a la vez.

Entonces Santana los levantó a ambos, los besuqueó y se sentaron en la cama.

—¿Y mami dónde está?—les preguntó mientras abría el paquete que sus hijos le habían entregado.

Los pequeños señalaron hacia el vestidor, pero Santana siguió abriendo el regalo. Justo en el mismo instante en que ella terminaba de retirar el envoltorio, una música invadió el ambiente, Rosana comenzaba a cantar Respiras y yo.


Contracciones de amor, van y vienen de ti.
Por dentro y por fuera, de repente los latidos se aceleran.
Empiezo a sentir que es algo especial.
La bolsa parece papel celofán, se rompe a la vez que veo
escapar el mar que en tu vientre me hacía flotar.
No sé si será esta vez, la última o la primera,
sólo sé que hay olor a primavera.
Me acerco a luz,
me alejo de ti,
te cambio por eso que llaman vivir.
Me acerco a la luz, tú abres la salida.
que me lleva a eso, a lo que llaman vida.


Santana sacó una prueba de embarazo del paquete, que sostuvo temblorosa entre sus manos. Levantó la vista y allá estaba Brittany, de pie en el resquicio de la puerta, mirándola mientras se mordía un dedo expectante a su reacción.

—¿Es lo que creo?—preguntó Santana, abrió los ojos como platos y se quedó con la boca abierta.

Brittany asintió con un movimiento de cabeza, sin decir ni mu.

Estaba muy emocionada.

Tenía un nudo en la garganta.

Santana bajó a los niños de la cama, y luego, de dos zancadas, se apoderó de la cintura de su esposa, la besó con urgencia y luego la apartó para recorrerla con los ojos, se inclinó y le besó la barriga.

—¿Estamos embarazadas nuevamente?

—Sí, mi vida. ¿Estás feliz?

—Estoy flipando en colores, Britt-Britt.

Volvió a besarla y luego se apartó de su boca por unos instantes.

—¡Vengan acá!

Santana llamó a los niños que saltaban alrededor de ellas.

—¿Saben lo que tiene mami acá adentro?—les preguntó mientras señalaba la barriga de Brittany.

Santiago le levantó el suéter a su mamá y, entonces, Samantha dijo:

—Un bebé.

—¿Vos lo sabías?—le preguntó Santana a su hija un tanto extrañada, y entonces la niña asintió con su cabecita.

—Sho tamien—dijo Santiago mientras le besaba la panza a su mamá.

Brittany estaba desternillada de risa por la complicidad con sus hijos.

Los cuatro se sentaron en el suelo.

—¿Y cómo es que yo no me había enterado?—exclamó Santana atónita.

—Porque era tu sorpresa de cumpleaños, mi amor, y debíamos guardar muy bien el secreto hasta este día.

Brittany le cogió el rostro con ambas manos, le retiró el pelo de la frente y luego lo besó.

—Te amo, Sanny.

—Yo más, Britt-Britt.

—Es imposible amar más de lo que yo te amo.

—Te amo igual, entonces.

Se quedaron mirándose con verdadero sentimiento, pero los niños ya se habían puesto de pie y colgado de sus cuellos interrumpiendo sus deseos. Entonces, Santana, sabiendo que para lo que realmente tenía ganas debía esperar, dijo:

—¡Se han ganado una sobredosis de cosquillas! ¿A quién atrapo primeroooooo?

Los tres corrieron por el dormitorio, perseguidos por Santana que los amenazaba abriendo y cerrando sus manos.

Atrapó a los niños y les mordió el cuello haciéndolos carcajear.

Brittany se cogió de su cintura y Santana buscó los labios de su esposa para besarlos con mucho mimo.

—Te amo. Gracias, mi amor, gracias por esta maravillosa vida—le dijo conmovida.

—Yo también te amo, Hoyuelitos. Gracias a vos por hacer que mis días sean los más bellos.

Hola, bueno aquí el epílogo de esta linda historia. MUCHAS GRACIAS! a todas las personas que se dieron el tiempo de comentar y leer la historia.

Ya subo el prólogo de la siguiente! GRACIAS! Saludos =D