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Fanfic Brittana "una isla para dos"
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Fanfic Brittana "una isla para dos"
Hola a todos los Gleeks , me presento soy Karoll de Colombia ,
soy nuevísima en esto, este año por casualidad me enganche con este maravillosa serie llamada GLEE, me fascina, me encanta, amo esta serie y cada uno de sus personajes y enseñanzas. Soy una fiel seguidora de la pareja Brittana/Heya así que sin más ni menos les dejo a disposición esta adaptación que he realizado con mucho cariño, espero les guste. Como ya dije soy nueva en el foro ya he leído varias historias y debo decir que son geniales.
Posdata: Les aclaro que esto es una adaptación esta novela UNA ISLA PARA DOS ha sido escrita por la autora de ‘Taxi a París‘, la novela lésbica más leída en Alemania y se ha convertido en un referente de la literatura homoerótica femenina en Europa.
*********************************************************************
Sinopsis:
UNA ISLA PARA DOS
Brittany Susan Pierce, una alta ejecutiva madura, rubia de ojos azules como el mar e experimentada para quien el amor es sólo un juego, consigue seducir a Santana López, una mujer más joven que ella, ingenua, sencilla y trabajadora pero sexy como el infierno.
Un viaje por el Mar Egeo es el principio de una estrategia de seducción, en la que competirán la experiencia de Brittany y la inocencia de Santana.
*********************************************************************
Primer capítulo
El bar estaba oscuro, muy oscuro.
Cuando entré no se veía nada. Luego
descubrí una mesa de billar a la izquierda y un
poco más allá una barra hecha de madera
oscura. En la parte de atrás de la barra había
gran cantidad de botellas colocadas en
estanterías, que casi llegaban hasta el techo;
estaban a la espera de los clientes, como en
cualquier otro local.
Sin embargo, el punto fuerte estaba a la
derecha, en la ventana: unas cristaleras
decoradas con mujeres desnudas. Algunas
solas, otras de dos en dos, o en tríos o en
grandes grupos, y todas en posiciones
inequívocas.
Yo era una estudiante de diecinueve años
y era la primera vez que acudía a un bar de
mujeres en Colonia.
Había algunas chicas de pie en la barra y
otras en la mesa de billar, como pude
comprobar cuando mis ojos se acostumbraron
a la escasa luz. Detrás del mostrador y
mientras sacaba brillo a los vasos, una mujer
miró hacia mí.
Acababa de traspasar la puerta de entrada
y no me atrevía a seguir. El camino hasta la
barra me pareció muy largo.
No me gusta mucho el alcohol, pero aquí
era muy habitual su consumo, de modo que
me animé y me acerqué a la barra sin mirar a
derecha o izquierda.
Debía de parecer que me había tragado
un sable.
Llegué ante la chica de la barra, que me
observaba con mirada severa, me quedé
parada y no me salió ni una palabra.
—¿Una cerveza? —preguntó, sonriente,
y aquel gesto la hizo cambiar de una forma
radical. De repente me pareció maternal,
incluso un poco preocupada.
Asentí. Mientras me servía la cerveza
eché un nuevo vistazo sin llamar mucho la
atención, como si estuviera en la parada del
autobús y no tuviera otra cosa que hacer sino
mirar al vacío.
—Tu cerveza.
La mujer hizo deslizar el estrecho y
elegante vaso de Kolsch
[1] por encima de la
barra.
Lo cogí y bebí un pequeño trago, luego
lo dejé de nuevo sobre la barra. Miré a mi
alrededor. Las pocas mujeres presentes
parecían examinarme de una forma casual.
Totalmente turbada, tal y como yo
estaba, me permití dar otro sorbo a la cerveza,
esta vez más largo. ¿Qué debía hacer? Era
muy tímida para acercarme a cualquiera y lo
que hubiera deseado de verdad es que alguien
se dirigiera a mí. Pero no parecía que nadie
tuviera previsto hacerlo.
Bueno, me bebería mi cerveza y me
marcharía. Le di otro gran trago y dejé el vaso
vacío sobre la barra. Me llevé la mano al
bolsillo de mis vaqueros y palpé en busca de
un billete que llevaba escondido por allí. Era
complicado, pues los pantalones eran muy
estrechos, de modo que necesité un poco de
tiempo.
—¿Otra más? —preguntó una voz detrás
de mí.
Me volví, asustada. En realidad no quería
otra cerveza, pero mi gran debilidad es que no
puedo decir que no.
Como no decía nada, ella lo tomó como
una confirmación y pidió a la chica de la barra
una cerveza para ella y otra para mí. De
nuevo fluyó el líquido dorado desde la espita
hasta el vaso, en esta ocasión dos vasos, y
mientras tanto comprobé que al entrar no
había visto a aquella mujer. Debió llegar en
silencio y se situó justo detrás de mí cuando
yo ya estaba en la barra.
En caso de haberla visto antes, estoy
segura de que me hubiera llamado la atención.
Era muy distinta a las otras mujeres que había
por allí. Llevaba una media melena, que caía
en ligeras ondas sobre sus hombros. Vestía un
buen traje de chaqueta, un look de empresaria
que parecía poco apropiado para salir por la
noche. Pero aún era pronto y seguro que
acababa de salir de la oficina. Al menos de eso
tenía pinta.
¿Quizás era una secretaria? Traté de
atrapar al vuelo, sin parecer impertinente, una
mirada de sus ojos. No me suelo atrever a
levantar la vista, pero, una vez que me decidí
a hacerlo, comprobé que no, no era una
secretaria. Ésas miran de otra forma. Ésta
tenía un aspecto tan... influyente.
En la barra ya estaban servidas las dos
cervezas. Ella cogió la suya y me acercó la
otra.
Levantó el vaso y lo hizo chocar con el
mío.
—Brittany—dijo.
Tuve que carraspear antes de poder
pronunciar mi propio nombre.
—San... Santana. —Luego di un sorbo para
tranquilizarme.
Ella me miró.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó.
—Diecinueve —contesté de un modo
automático.
—Muy joven —comentó y se llevó de
nuevo el vaso a los labios.
Al seguir el vaso con la mirada,
comprobé que tenía una boca muy bonita.
—¿Cuántos años tiene... tienes tú? —
pregunté, después de bajar de nuevo la vista
cuando su mirada se cruzó con la mía.
Era de la misma edad que muchas de mis
profesoras, estaba seguro por encima de los
treinta, y por eso se me hacía difícil tutearla.
Inclinó un poco la cabeza hacia atrás, lo
que hizo que su pelo se agitara, y se echó a
reír.
—¡Eso no se le pregunta a una mujer de
mi edad! ¿No lo sabías?
—Pero si no eres tan mayor... —
respondí con ingenuidad.
Ella sonrió.
—Es muy amable por tu parte —dijo y
luego me miró durante unos segundos—. No
te había visto nunca por aquí —continuó.
Noté un sofoco embarazoso, y un
hormigueo, también bastante embarazoso, me
recorrió el cuerpo. De alguna forma me estaba
poniendo en un aprieto, pero no era capaz de
saber ni cómo ni por qué.
—Nunca había estado aquí —dije y volví
a hacerme con el vaso, que aún estaba sobre
el mostrador.
Mientras bebía, ella me miró y se
mantuvo callada durante unos instantes.
—Ya —dijo después, fuera lo que fuera
lo que quisiera decir con eso.
Tuve la sensación de que las mujeres de
alrededor nos miraban y luego pareció que
todas las conversaciones habían cesado. De
repente todo el ruido de fondo se amortiguó.
Eso me pareció mucho más molesto que las
incisivas preguntas de Brittany hubiera
preferido marcharme, pero había algo que me
retenía allí.
—Y, ¿qué haces? —siguió con su
interrogatorio—. Me refiero al trabajo.
—Yo... yo no tengo trabajo. Aún estoy
estudiando. El año que viene me presentaré a
la selectividad —respondí con desasosiego.
—Oh —dijo. Luego sonrió de nuevo y su
sonrisa pareció ser más amistosa y compasiva
que antes—. ¿Y qué quieres estudiar cuando
apruebes la selectividad? —Se sentó en uno
de los taburetes de la barra y señaló el otro a
modo de invitación.
Me subí a él y nuestras rodillas casi se
rozaron. Hubiera preferido echarlo un poco
para atrás pero no pude, porque aquellos
chismes eran muy pesados y poco manejables.
Luego la miré.
—Aún no lo sé —contesté—. Puede que
periodismo.
—Entonces estaríamos en el mismo
gremio —dijo en voz baja, en un tono algo
burlón—. Yo tengo una agencia de publicidad.
—¿Tú crees? —dije yo sin entenderlo—.
¿No son dos cosas muy distintas?
Se rió de nuevo.
—Eso lo piensas ahora porque eres muy
joven y seguro que muy idealista. —Me miró
y, por un instante, me di cuenta de que estaba
convencida de eso—. Si te apetece puedes
hacer prácticas en la agencia y enseguida
llegarás a comprender por qué te lo digo.
¡Era una oferta que no hubiera esperado
aquella noche!
—Sí, encantada —respondí con alegría
—, estoy segura de que será muy interesante
para mí.
Se echó la mano al bolsillo de la chaqueta
y sacó una tarjeta de visita.
—Pásate a verme cuando quieras.
Seguro que pronto te darán las vacaciones.
—Sí —afirmé—, dentro de una semana.
—Bien —dijo. Se bajó del taburete—.
Ahora tengo que irme, pero quizá nos veamos
en otra ocasión. —Sonrió de una forma vaga,
puso un billete sobre la barra y se marchó.
Después de que se hubiera marchado me
pareció que el resto de las mujeres presentes
me resultaba aún menos interesante que antes.
—¿Qué valen las dos cervezas? —
pregunté a la mujer del bar y rebusqué de
nuevo mi billete de veinte en el bolsillo de los
pantalones.
Me sonrió de una manera extraña.
—Ella ha pagado lo tuyo —dijo,
haciendo un gesto en dirección a la puerta por
la que acababa de desaparecer Brittany.
En fin, mi dinero para gastos personales
y mis ingresos eran muy limitados, así que
agradecí la invitación. Sonreí a la mujer de la
barra y me marché.
*********************************************************************
Espero que esta historia sea de su agrado, puede que actualice cada día =)
soy nuevísima en esto, este año por casualidad me enganche con este maravillosa serie llamada GLEE, me fascina, me encanta, amo esta serie y cada uno de sus personajes y enseñanzas. Soy una fiel seguidora de la pareja Brittana/Heya así que sin más ni menos les dejo a disposición esta adaptación que he realizado con mucho cariño, espero les guste. Como ya dije soy nueva en el foro ya he leído varias historias y debo decir que son geniales.
Posdata: Les aclaro que esto es una adaptación esta novela UNA ISLA PARA DOS ha sido escrita por la autora de ‘Taxi a París‘, la novela lésbica más leída en Alemania y se ha convertido en un referente de la literatura homoerótica femenina en Europa.
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Sinopsis:
UNA ISLA PARA DOS
Brittany Susan Pierce, una alta ejecutiva madura, rubia de ojos azules como el mar e experimentada para quien el amor es sólo un juego, consigue seducir a Santana López, una mujer más joven que ella, ingenua, sencilla y trabajadora pero sexy como el infierno.
Un viaje por el Mar Egeo es el principio de una estrategia de seducción, en la que competirán la experiencia de Brittany y la inocencia de Santana.
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Primer capítulo
El bar estaba oscuro, muy oscuro.
Cuando entré no se veía nada. Luego
descubrí una mesa de billar a la izquierda y un
poco más allá una barra hecha de madera
oscura. En la parte de atrás de la barra había
gran cantidad de botellas colocadas en
estanterías, que casi llegaban hasta el techo;
estaban a la espera de los clientes, como en
cualquier otro local.
Sin embargo, el punto fuerte estaba a la
derecha, en la ventana: unas cristaleras
decoradas con mujeres desnudas. Algunas
solas, otras de dos en dos, o en tríos o en
grandes grupos, y todas en posiciones
inequívocas.
Yo era una estudiante de diecinueve años
y era la primera vez que acudía a un bar de
mujeres en Colonia.
Había algunas chicas de pie en la barra y
otras en la mesa de billar, como pude
comprobar cuando mis ojos se acostumbraron
a la escasa luz. Detrás del mostrador y
mientras sacaba brillo a los vasos, una mujer
miró hacia mí.
Acababa de traspasar la puerta de entrada
y no me atrevía a seguir. El camino hasta la
barra me pareció muy largo.
No me gusta mucho el alcohol, pero aquí
era muy habitual su consumo, de modo que
me animé y me acerqué a la barra sin mirar a
derecha o izquierda.
Debía de parecer que me había tragado
un sable.
Llegué ante la chica de la barra, que me
observaba con mirada severa, me quedé
parada y no me salió ni una palabra.
—¿Una cerveza? —preguntó, sonriente,
y aquel gesto la hizo cambiar de una forma
radical. De repente me pareció maternal,
incluso un poco preocupada.
Asentí. Mientras me servía la cerveza
eché un nuevo vistazo sin llamar mucho la
atención, como si estuviera en la parada del
autobús y no tuviera otra cosa que hacer sino
mirar al vacío.
—Tu cerveza.
La mujer hizo deslizar el estrecho y
elegante vaso de Kolsch
[1] por encima de la
barra.
Lo cogí y bebí un pequeño trago, luego
lo dejé de nuevo sobre la barra. Miré a mi
alrededor. Las pocas mujeres presentes
parecían examinarme de una forma casual.
Totalmente turbada, tal y como yo
estaba, me permití dar otro sorbo a la cerveza,
esta vez más largo. ¿Qué debía hacer? Era
muy tímida para acercarme a cualquiera y lo
que hubiera deseado de verdad es que alguien
se dirigiera a mí. Pero no parecía que nadie
tuviera previsto hacerlo.
Bueno, me bebería mi cerveza y me
marcharía. Le di otro gran trago y dejé el vaso
vacío sobre la barra. Me llevé la mano al
bolsillo de mis vaqueros y palpé en busca de
un billete que llevaba escondido por allí. Era
complicado, pues los pantalones eran muy
estrechos, de modo que necesité un poco de
tiempo.
—¿Otra más? —preguntó una voz detrás
de mí.
Me volví, asustada. En realidad no quería
otra cerveza, pero mi gran debilidad es que no
puedo decir que no.
Como no decía nada, ella lo tomó como
una confirmación y pidió a la chica de la barra
una cerveza para ella y otra para mí. De
nuevo fluyó el líquido dorado desde la espita
hasta el vaso, en esta ocasión dos vasos, y
mientras tanto comprobé que al entrar no
había visto a aquella mujer. Debió llegar en
silencio y se situó justo detrás de mí cuando
yo ya estaba en la barra.
En caso de haberla visto antes, estoy
segura de que me hubiera llamado la atención.
Era muy distinta a las otras mujeres que había
por allí. Llevaba una media melena, que caía
en ligeras ondas sobre sus hombros. Vestía un
buen traje de chaqueta, un look de empresaria
que parecía poco apropiado para salir por la
noche. Pero aún era pronto y seguro que
acababa de salir de la oficina. Al menos de eso
tenía pinta.
¿Quizás era una secretaria? Traté de
atrapar al vuelo, sin parecer impertinente, una
mirada de sus ojos. No me suelo atrever a
levantar la vista, pero, una vez que me decidí
a hacerlo, comprobé que no, no era una
secretaria. Ésas miran de otra forma. Ésta
tenía un aspecto tan... influyente.
En la barra ya estaban servidas las dos
cervezas. Ella cogió la suya y me acercó la
otra.
Levantó el vaso y lo hizo chocar con el
mío.
—Brittany—dijo.
Tuve que carraspear antes de poder
pronunciar mi propio nombre.
—San... Santana. —Luego di un sorbo para
tranquilizarme.
Ella me miró.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó.
—Diecinueve —contesté de un modo
automático.
—Muy joven —comentó y se llevó de
nuevo el vaso a los labios.
Al seguir el vaso con la mirada,
comprobé que tenía una boca muy bonita.
—¿Cuántos años tiene... tienes tú? —
pregunté, después de bajar de nuevo la vista
cuando su mirada se cruzó con la mía.
Era de la misma edad que muchas de mis
profesoras, estaba seguro por encima de los
treinta, y por eso se me hacía difícil tutearla.
Inclinó un poco la cabeza hacia atrás, lo
que hizo que su pelo se agitara, y se echó a
reír.
—¡Eso no se le pregunta a una mujer de
mi edad! ¿No lo sabías?
—Pero si no eres tan mayor... —
respondí con ingenuidad.
Ella sonrió.
—Es muy amable por tu parte —dijo y
luego me miró durante unos segundos—. No
te había visto nunca por aquí —continuó.
Noté un sofoco embarazoso, y un
hormigueo, también bastante embarazoso, me
recorrió el cuerpo. De alguna forma me estaba
poniendo en un aprieto, pero no era capaz de
saber ni cómo ni por qué.
—Nunca había estado aquí —dije y volví
a hacerme con el vaso, que aún estaba sobre
el mostrador.
Mientras bebía, ella me miró y se
mantuvo callada durante unos instantes.
—Ya —dijo después, fuera lo que fuera
lo que quisiera decir con eso.
Tuve la sensación de que las mujeres de
alrededor nos miraban y luego pareció que
todas las conversaciones habían cesado. De
repente todo el ruido de fondo se amortiguó.
Eso me pareció mucho más molesto que las
incisivas preguntas de Brittany hubiera
preferido marcharme, pero había algo que me
retenía allí.
—Y, ¿qué haces? —siguió con su
interrogatorio—. Me refiero al trabajo.
—Yo... yo no tengo trabajo. Aún estoy
estudiando. El año que viene me presentaré a
la selectividad —respondí con desasosiego.
—Oh —dijo. Luego sonrió de nuevo y su
sonrisa pareció ser más amistosa y compasiva
que antes—. ¿Y qué quieres estudiar cuando
apruebes la selectividad? —Se sentó en uno
de los taburetes de la barra y señaló el otro a
modo de invitación.
Me subí a él y nuestras rodillas casi se
rozaron. Hubiera preferido echarlo un poco
para atrás pero no pude, porque aquellos
chismes eran muy pesados y poco manejables.
Luego la miré.
—Aún no lo sé —contesté—. Puede que
periodismo.
—Entonces estaríamos en el mismo
gremio —dijo en voz baja, en un tono algo
burlón—. Yo tengo una agencia de publicidad.
—¿Tú crees? —dije yo sin entenderlo—.
¿No son dos cosas muy distintas?
Se rió de nuevo.
—Eso lo piensas ahora porque eres muy
joven y seguro que muy idealista. —Me miró
y, por un instante, me di cuenta de que estaba
convencida de eso—. Si te apetece puedes
hacer prácticas en la agencia y enseguida
llegarás a comprender por qué te lo digo.
¡Era una oferta que no hubiera esperado
aquella noche!
—Sí, encantada —respondí con alegría
—, estoy segura de que será muy interesante
para mí.
Se echó la mano al bolsillo de la chaqueta
y sacó una tarjeta de visita.
—Pásate a verme cuando quieras.
Seguro que pronto te darán las vacaciones.
—Sí —afirmé—, dentro de una semana.
—Bien —dijo. Se bajó del taburete—.
Ahora tengo que irme, pero quizá nos veamos
en otra ocasión. —Sonrió de una forma vaga,
puso un billete sobre la barra y se marchó.
Después de que se hubiera marchado me
pareció que el resto de las mujeres presentes
me resultaba aún menos interesante que antes.
—¿Qué valen las dos cervezas? —
pregunté a la mujer del bar y rebusqué de
nuevo mi billete de veinte en el bolsillo de los
pantalones.
Me sonrió de una manera extraña.
—Ella ha pagado lo tuyo —dijo,
haciendo un gesto en dirección a la puerta por
la que acababa de desaparecer Brittany.
En fin, mi dinero para gastos personales
y mis ingresos eran muy limitados, así que
agradecí la invitación. Sonreí a la mujer de la
barra y me marché.
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Espero que esta historia sea de su agrado, puede que actualice cada día =)
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
Hola bienvenida al foro!!!
Creo que esta historia la comenzaron a publicar y la abandonaron asi que feliz de que vos la adaptes!!!!
Te voy a seguir leyendo.
Saludos!!!
Creo que esta historia la comenzaron a publicar y la abandonaron asi que feliz de que vos la adaptes!!!!
Te voy a seguir leyendo.
Saludos!!!
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
Pregunta:actualizaras seguido??
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
asi es, esta historia la comenzaron y nunca la terminaron, gracias por adaptarla, y bienvenida, espero que tus actualizaciones sean seguidas, bye!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
Yo ya he leído la historia e igual la segunda parte pero la leí con Camren, así que me encantaría leerla con Brittana pero que está si la terminen.
iFannyGleek****** - Mensajes : 335
Fecha de inscripción : 03/10/2013
Edad : 27
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
Hola gracias, si la verdad vi que la historia la abandonaron entonces me decidí a terminarla.monica.santander escribió:Hola bienvenida al foro!!!
Creo que esta historia la comenzaron a publicar y la abandonaron asi que feliz de que vos la adaptes!!!!
Te voy a seguir leyendo.
Saludos!!!
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
descuida claro que si la voy a terminar, es mas ya tengo la primera parte del libro adaptadaiFannyGleek escribió:Yo ya he leído la historia e igual la segunda parte pero la leí con Camren, así que me encantaría leerla con Brittana pero que está si la terminen.
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
puede que si, puede que no..... la verdad no se pero prometo no tardar en actualizarmonica.santander escribió:Pregunta:actualizaras seguido??
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
Capitulo 2 parte I
Al día siguiente no me podía quitar a
Brittany de la cabeza, sobre todo por su oferta
de un empleo en prácticas. Era mucho más de
lo que había soñado. En realidad yo no tenía
muy claras las ideas sobre lo que quería ser,
pero supe de inmediato que la actividad de
una agencia de publicidad me iba a resultar
muy interesante.
Me sentí inquieta cuando se me pasó por
la cabeza la idea de que la oferta no hubiera
ido en serio. ¿Y si no se acordaba de mí
cuando fuera a verla? Quizá debía llamar para
asegurarme.
Lo hice después de comer, pero no
estaba. Su secretaria me dijo que ya no podría
hablar con ella hasta el día siguiente.
—Pásese sin más —dijo, en un tono
neutro pero amistoso—. Siempre necesitamos
gente de prácticas.
No me sentía muy segura pero, a pesar
de todo, la tarde del día siguiente, el último de
clase antes de las vacaciones de verano, me
planté en la dirección que figuraba en la
tarjeta.
Era un edificio bajo, parecía tener un
solo piso, amplio y cuadrado, de techo plano.
Una nave industrial totalmente funcional, con
un acogedor y alegre tono gris—hormigón. No
era lo que uno podría imaginarse como un
agradable centro de trabajo.
Sin embargo, dentro resultaba distinto.
Había una gran variedad de colores.
Abundaban los carteles publicitarios, algunos
los conocía, otros no, y sobre todo me
llamaron la atención aquellos hombres y
mujeres, jóvenes y joviales, que intentaban
venderme un producto.
¿Qué había dicho ella? ¿Qué era lo
mismo que el periodismo? A mí no me lo
parecía.
Tuve que preguntar a algunas personas
que andaban por allí ocupadas y que me
mandaron a diferentes direcciones antes de
que, por fin, encontrara a la secretaria con la
que había hablado por teléfono. También
parecía estar muy ocupada y sólo me miró un
instante.
—Brittany está en su despacho —dijo,
mientras intentaba poner los papeles de su
mesa en un orden incomprensible para mí—.
Entra por ahí. —Señaló hacia atrás de forma
imprecisa con un montón de papeles que
llevaba en la mano.
Lo más probable es que aquél fuera el
despacho de Brittany. Al parecer, allí no había
apellidos.
Pasé por delante de la secretaria y me
quedé en el umbral de la puerta que había
detrás de ella. Estaba abierta del todo, por lo
que pensé que no estaría. Busqué entre el
desorden que veía, pero me pareció que allí
no había nadie.
Intenté golpear con los nudillos en el
marco de la puerta, pero sólo se oyó un tenue
ruido. No era de madera.
Mi timidez me retuvo por un momento
en el sitio, pero luego me atreví y entré.
—¿Hola? —pregunté, apocada.
De repente, entre la montaña de papeles
apareció una cabeza.
—¿Sí? —preguntó Brittany, al parecer
sin reconocerme.
—Yo... yo vengo por lo de las prácticas
—balbuceé.
Brittany no parecía muy afable. Frunció
el entrecejo.
—¿Prácticas?
Ya lo sabía yo: lo de la oferta no había
ido en serio. Se había olvidado de lo que me
había dicho.
—De acuerdo —dije y me volví hacia la
puerta—. Ya me voy. Sólo quería preguntar...
—No, espera. —Salió de detrás de los
papeles y entonces me di cuenta de que
aquello debía de ser su escritorio. Me miró
con más atención—. Nos encontramos en
Chariot la otra noche, ¿no es cierto?
—Sí —asentí.
Miró hacia atrás y encontró un trozo de
escritorio sobre el que se pudo apoyar sin tirar
al suelo todos los papeles.
—¿De verdad quieres hacer las
prácticas? —preguntó de nuevo, ahora con
una sonrisa un tanto indiferente, igual que la
semana anterior.
—Sí me gustaría, sí —contesté—. Ahora
estoy de vacaciones y..., bueno... —Me paré
antes de decir que en realidad no me podía
permitir dejar de ganar algún dinero en ese
período, pero ahora no hablábamos de eso.
Además, no me atreví a preguntar.
—Seis semanas, ¿no? —dijo ella con
toda precisión. La pérdida de tiempo no
encajaba en su estilo. Me maravilló el hecho
de que pudiera estar sentada detrás de un
escritorio tan desordenado. Me sentí algo
confundida.
—Sí —asentí de nuevo—. Puedo
empezar mañana mismo.
—De acuerdo. —Se levantó y regresó a
su atestada mesa—. Pregúntale a Tina. Ella
te dará un contrato. Y mañana te vienes a eso
de las diez.
«¿Y quién es Tina ?», dije para mí
misma, pero Brittany había desaparecido
detrás de su escritorio y renuncié a molestarla
de nuevo con esa pregunta.
Abandoné su despacho y me sentí un
tanto despistada cuando, de repente, una
secretaria pasó por delante de mí.
—Esto... ¿Tina? —dije tan rápido como
pude, para ver si ella me podía indicar a quién
dirigirme.
—¿Sí? —respondió algo impaciente.
Parecía que era Tina. Señalé hacia la puerta
por la que yo acababa de salir—. Ella me ha
dicho que debo dirigirme a usted por lo del
contrato de prácticas —dije, haciendo un
esfuerzo.
—Está bien —respondió, y se deslizó
detrás de su escritorio, que también parecía
estar oculto bajo una montaña de papeles,
aunque, comparado con el de su jefa, estaba
limpio como los chorros del oro.
Tina sacó una hoja de un cajón.
—Lee esto y, si estás de acuerdo, lo
firmas —me explicó sin ningún interés y,
cuando vio que no me movía porque todo
parecía ir demasiado rápido para mí, continuó
hablando—. Aquí nos tuteamos todos. Si
quieres, te lo puedes llevar a casa y mañana, o
cuando vayas a venir, lo traes.
Me resultó algo violento, tanto que me
puse colorada. Cogí un bolígrafo y firmé
deprisa y corriendo sobre la línea de puntos
que pude descubrir. No sabía lo que firmaba,
pero esperé que no me causara ningún
perjuicio. En cierto modo me daba igual. Tan
sólo quería salir de allí para tratar de asimilar
todo aquello, que me parecía una locura.
¿Cómo le iba a explicar a mi madre que
me habían contratado para hacer unas
prácticas durante las vacaciones, pero que no
me iban a pagar? Y si era así... Los
pensamientos me sacudían la cabeza mientras
iba en el autobús de vuelta a casa. Todo había
ocurrido muy rápido y aquella mujer, Brittany,
me desconcertaba.
Mi madre confiaba en que durante las
vacaciones yo aportara algo a la economía
familiar. Teníamos muy poco dinero y, dado
que yo iba al instituto, no disponía de muchas
oportunidades para reducir esa escasez. El
dinero de mis estudios salía casi en su
totalidad de la comida y nunca supe cómo se
las apañaba mi madre con su menguado
sueldo. Por ello, yo estaba obligada a
conseguir una actividad remunerada durante
las vacaciones. ¿La había logrado ahora o no?
Fue la misma pregunta que me formuló
mi madre durante la cena y yo me justifiqué
diciéndole que trabajaría tres días en la
agencia, pues era toda una oportunidad el
hecho de haber conseguido hacer prácticas
allí.
Mañana, cuando viera a Tina, leería
otra vez el contrato y entonces se lo podría
decir. Pero, ¿qué pasaría si en la casilla del
salario para estudiantes aparecía escrito un
cero? Tendría que buscarme otra cosa y
dejaría claro que no era lo que yo quería.
Aunque no hubiera sabido explicar muy bien
el motivo.
**********************************************
Bueno pues aqui les dejo el 2 cap, disfrútenlo
Al día siguiente no me podía quitar a
Brittany de la cabeza, sobre todo por su oferta
de un empleo en prácticas. Era mucho más de
lo que había soñado. En realidad yo no tenía
muy claras las ideas sobre lo que quería ser,
pero supe de inmediato que la actividad de
una agencia de publicidad me iba a resultar
muy interesante.
Me sentí inquieta cuando se me pasó por
la cabeza la idea de que la oferta no hubiera
ido en serio. ¿Y si no se acordaba de mí
cuando fuera a verla? Quizá debía llamar para
asegurarme.
Lo hice después de comer, pero no
estaba. Su secretaria me dijo que ya no podría
hablar con ella hasta el día siguiente.
—Pásese sin más —dijo, en un tono
neutro pero amistoso—. Siempre necesitamos
gente de prácticas.
No me sentía muy segura pero, a pesar
de todo, la tarde del día siguiente, el último de
clase antes de las vacaciones de verano, me
planté en la dirección que figuraba en la
tarjeta.
Era un edificio bajo, parecía tener un
solo piso, amplio y cuadrado, de techo plano.
Una nave industrial totalmente funcional, con
un acogedor y alegre tono gris—hormigón. No
era lo que uno podría imaginarse como un
agradable centro de trabajo.
Sin embargo, dentro resultaba distinto.
Había una gran variedad de colores.
Abundaban los carteles publicitarios, algunos
los conocía, otros no, y sobre todo me
llamaron la atención aquellos hombres y
mujeres, jóvenes y joviales, que intentaban
venderme un producto.
¿Qué había dicho ella? ¿Qué era lo
mismo que el periodismo? A mí no me lo
parecía.
Tuve que preguntar a algunas personas
que andaban por allí ocupadas y que me
mandaron a diferentes direcciones antes de
que, por fin, encontrara a la secretaria con la
que había hablado por teléfono. También
parecía estar muy ocupada y sólo me miró un
instante.
—Brittany está en su despacho —dijo,
mientras intentaba poner los papeles de su
mesa en un orden incomprensible para mí—.
Entra por ahí. —Señaló hacia atrás de forma
imprecisa con un montón de papeles que
llevaba en la mano.
Lo más probable es que aquél fuera el
despacho de Brittany. Al parecer, allí no había
apellidos.
Pasé por delante de la secretaria y me
quedé en el umbral de la puerta que había
detrás de ella. Estaba abierta del todo, por lo
que pensé que no estaría. Busqué entre el
desorden que veía, pero me pareció que allí
no había nadie.
Intenté golpear con los nudillos en el
marco de la puerta, pero sólo se oyó un tenue
ruido. No era de madera.
Mi timidez me retuvo por un momento
en el sitio, pero luego me atreví y entré.
—¿Hola? —pregunté, apocada.
De repente, entre la montaña de papeles
apareció una cabeza.
—¿Sí? —preguntó Brittany, al parecer
sin reconocerme.
—Yo... yo vengo por lo de las prácticas
—balbuceé.
Brittany no parecía muy afable. Frunció
el entrecejo.
—¿Prácticas?
Ya lo sabía yo: lo de la oferta no había
ido en serio. Se había olvidado de lo que me
había dicho.
—De acuerdo —dije y me volví hacia la
puerta—. Ya me voy. Sólo quería preguntar...
—No, espera. —Salió de detrás de los
papeles y entonces me di cuenta de que
aquello debía de ser su escritorio. Me miró
con más atención—. Nos encontramos en
Chariot la otra noche, ¿no es cierto?
—Sí —asentí.
Miró hacia atrás y encontró un trozo de
escritorio sobre el que se pudo apoyar sin tirar
al suelo todos los papeles.
—¿De verdad quieres hacer las
prácticas? —preguntó de nuevo, ahora con
una sonrisa un tanto indiferente, igual que la
semana anterior.
—Sí me gustaría, sí —contesté—. Ahora
estoy de vacaciones y..., bueno... —Me paré
antes de decir que en realidad no me podía
permitir dejar de ganar algún dinero en ese
período, pero ahora no hablábamos de eso.
Además, no me atreví a preguntar.
—Seis semanas, ¿no? —dijo ella con
toda precisión. La pérdida de tiempo no
encajaba en su estilo. Me maravilló el hecho
de que pudiera estar sentada detrás de un
escritorio tan desordenado. Me sentí algo
confundida.
—Sí —asentí de nuevo—. Puedo
empezar mañana mismo.
—De acuerdo. —Se levantó y regresó a
su atestada mesa—. Pregúntale a Tina. Ella
te dará un contrato. Y mañana te vienes a eso
de las diez.
«¿Y quién es Tina ?», dije para mí
misma, pero Brittany había desaparecido
detrás de su escritorio y renuncié a molestarla
de nuevo con esa pregunta.
Abandoné su despacho y me sentí un
tanto despistada cuando, de repente, una
secretaria pasó por delante de mí.
—Esto... ¿Tina? —dije tan rápido como
pude, para ver si ella me podía indicar a quién
dirigirme.
—¿Sí? —respondió algo impaciente.
Parecía que era Tina. Señalé hacia la puerta
por la que yo acababa de salir—. Ella me ha
dicho que debo dirigirme a usted por lo del
contrato de prácticas —dije, haciendo un
esfuerzo.
—Está bien —respondió, y se deslizó
detrás de su escritorio, que también parecía
estar oculto bajo una montaña de papeles,
aunque, comparado con el de su jefa, estaba
limpio como los chorros del oro.
Tina sacó una hoja de un cajón.
—Lee esto y, si estás de acuerdo, lo
firmas —me explicó sin ningún interés y,
cuando vio que no me movía porque todo
parecía ir demasiado rápido para mí, continuó
hablando—. Aquí nos tuteamos todos. Si
quieres, te lo puedes llevar a casa y mañana, o
cuando vayas a venir, lo traes.
Me resultó algo violento, tanto que me
puse colorada. Cogí un bolígrafo y firmé
deprisa y corriendo sobre la línea de puntos
que pude descubrir. No sabía lo que firmaba,
pero esperé que no me causara ningún
perjuicio. En cierto modo me daba igual. Tan
sólo quería salir de allí para tratar de asimilar
todo aquello, que me parecía una locura.
¿Cómo le iba a explicar a mi madre que
me habían contratado para hacer unas
prácticas durante las vacaciones, pero que no
me iban a pagar? Y si era así... Los
pensamientos me sacudían la cabeza mientras
iba en el autobús de vuelta a casa. Todo había
ocurrido muy rápido y aquella mujer, Brittany,
me desconcertaba.
Mi madre confiaba en que durante las
vacaciones yo aportara algo a la economía
familiar. Teníamos muy poco dinero y, dado
que yo iba al instituto, no disponía de muchas
oportunidades para reducir esa escasez. El
dinero de mis estudios salía casi en su
totalidad de la comida y nunca supe cómo se
las apañaba mi madre con su menguado
sueldo. Por ello, yo estaba obligada a
conseguir una actividad remunerada durante
las vacaciones. ¿La había logrado ahora o no?
Fue la misma pregunta que me formuló
mi madre durante la cena y yo me justifiqué
diciéndole que trabajaría tres días en la
agencia, pues era toda una oportunidad el
hecho de haber conseguido hacer prácticas
allí.
Mañana, cuando viera a Tina, leería
otra vez el contrato y entonces se lo podría
decir. Pero, ¿qué pasaría si en la casilla del
salario para estudiantes aparecía escrito un
cero? Tendría que buscarme otra cosa y
dejaría claro que no era lo que yo quería.
Aunque no hubiera sabido explicar muy bien
el motivo.
**********************************************
Bueno pues aqui les dejo el 2 cap, disfrútenlo
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
Bueno he aquí la actualización, tratare de no tardar en actualizar
saludosssss =D
******************************************************
Capítulo 2 parte II
A la mañana siguiente llegué con toda
puntualidad a la entrada. Me pareció que era
la primera. Luego, diez minutos más tarde,
llegó Tina y abrió.
Era un buen horario de trabajo. Mi
madre se iba de casa todos los días a las seis
de la mañana para llegar a tiempo.
Antes de que Tina pudiera escapar, le
pregunté por mi contrato. Lo puso delante de
mí y comprobé que no debía preocuparme. El
sueldo era más elevado de lo que pensaba. Mi
madre se pondría muy contenta.
Sin embargo, quise asegurarme.
—¿Está bien esta cifra? —le pregunté,
mientras señalaba la línea de honorarios.
Ella asintió y en aquel momento entró
Brittany
Tina se dio la vuelta, disgustada.
—¿Otra vez te has pasado toda la noche
trabajando, Brittany? —le recriminó a su jefa.
«Vaya camaradería que hay por aquí...»,
pensé.
Se veía que Brittany tenía un aspecto
algo ajado, lo que confirmaba la sospecha de
Tina, pero no dijo nada.
—¿Existe algún problema con tu
contrato? —dijo, al ver que yo lo tenía aún en
la mano.
Yo quise contestar y darle las gracias,
pero Tina añadió:
—Creo que no está muy de acuerdo con
el sueldo.
—Cogió unos papeles y desapareció en
las profundidades de la habitación.
Brittany me quitó el contrato de las
manos y lo miró.
—Esto es muy poco —dijo con energía,
tomó un bolígrafo y dobló la cifra. Firmó la
corrección que había hecho y me devolvió el
papel—. ¿Satisfecha? —dijo, con una sonrisa
de cansancio.
—Mi madre y yo tenemos muy poco
dinero —comencé a decir, para explicarle que
la primera cifra me había parecido suficiente y
que ahora me sentía más contenta y
agradecida, pero ella no me dejó continuar.
Negó con un gesto y quiso irse.
—Eso me lo cuentas en otro momento.
—Parecía agotada.
—Gracias —dije deprisa, antes de que
pudiera pasar alguna otra cosa—. Es más de
lo que esperaba.
Se volvió de nuevo.
—¿Ah, sí? —preguntó, incrédula, y luego
desapareció en su oficina.
Ese día no la volví a ver más. Se fue con
algunas de sus colaboradoras a una
presentación en una gran empresa, una clienta
importante, como me dijo Tina.
Tina me enseñó un par de cosas y
enseguida me puse a hacer las tareas más
habituales que ya conocía de otros trabajos:
copiar, clasificar, guardar unas cosas y
eliminar otras.
Todo eso era algo que hacía falta en
aquella agencia. Había un caos que podría
definirse como creativo, pero que se
propagaba por todas partes.
—Y cuando tengas que hacer algo en el
despacho de Brittany —me advirtió Tina—,
no toques nada. No le gusta. Puede llegar a
ponerse muy desagradable.
—¿Ni siquiera ordenar? —pregunté. Era
algo que le hacía mucha falta a aquella mesa
del despacho.
—¡En absoluto! —gritó Tina, que ya
estaba dedicada a otras actividades—. ¡Te
podría asesinar!
saludosssss =D
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Capítulo 2 parte II
A la mañana siguiente llegué con toda
puntualidad a la entrada. Me pareció que era
la primera. Luego, diez minutos más tarde,
llegó Tina y abrió.
Era un buen horario de trabajo. Mi
madre se iba de casa todos los días a las seis
de la mañana para llegar a tiempo.
Antes de que Tina pudiera escapar, le
pregunté por mi contrato. Lo puso delante de
mí y comprobé que no debía preocuparme. El
sueldo era más elevado de lo que pensaba. Mi
madre se pondría muy contenta.
Sin embargo, quise asegurarme.
—¿Está bien esta cifra? —le pregunté,
mientras señalaba la línea de honorarios.
Ella asintió y en aquel momento entró
Brittany
Tina se dio la vuelta, disgustada.
—¿Otra vez te has pasado toda la noche
trabajando, Brittany? —le recriminó a su jefa.
«Vaya camaradería que hay por aquí...»,
pensé.
Se veía que Brittany tenía un aspecto
algo ajado, lo que confirmaba la sospecha de
Tina, pero no dijo nada.
—¿Existe algún problema con tu
contrato? —dijo, al ver que yo lo tenía aún en
la mano.
Yo quise contestar y darle las gracias,
pero Tina añadió:
—Creo que no está muy de acuerdo con
el sueldo.
—Cogió unos papeles y desapareció en
las profundidades de la habitación.
Brittany me quitó el contrato de las
manos y lo miró.
—Esto es muy poco —dijo con energía,
tomó un bolígrafo y dobló la cifra. Firmó la
corrección que había hecho y me devolvió el
papel—. ¿Satisfecha? —dijo, con una sonrisa
de cansancio.
—Mi madre y yo tenemos muy poco
dinero —comencé a decir, para explicarle que
la primera cifra me había parecido suficiente y
que ahora me sentía más contenta y
agradecida, pero ella no me dejó continuar.
Negó con un gesto y quiso irse.
—Eso me lo cuentas en otro momento.
—Parecía agotada.
—Gracias —dije deprisa, antes de que
pudiera pasar alguna otra cosa—. Es más de
lo que esperaba.
Se volvió de nuevo.
—¿Ah, sí? —preguntó, incrédula, y luego
desapareció en su oficina.
Ese día no la volví a ver más. Se fue con
algunas de sus colaboradoras a una
presentación en una gran empresa, una clienta
importante, como me dijo Tina.
Tina me enseñó un par de cosas y
enseguida me puse a hacer las tareas más
habituales que ya conocía de otros trabajos:
copiar, clasificar, guardar unas cosas y
eliminar otras.
Todo eso era algo que hacía falta en
aquella agencia. Había un caos que podría
definirse como creativo, pero que se
propagaba por todas partes.
—Y cuando tengas que hacer algo en el
despacho de Brittany —me advirtió Tina—,
no toques nada. No le gusta. Puede llegar a
ponerse muy desagradable.
—¿Ni siquiera ordenar? —pregunté. Era
algo que le hacía mucha falta a aquella mesa
del despacho.
—¡En absoluto! —gritó Tina, que ya
estaba dedicada a otras actividades—. ¡Te
podría asesinar!
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
interesante, brittany una mujer muy ocupada y santana inexperta e ingenua aparentemente.
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
Esta historia es muy interesante!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
Siiiii vamos a ver que pasara con el tiempo.....micky morales escribió:interesante, brittany una mujer muy ocupada y santana inexperta e ingenua aparentemente.
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
demasiado diría yo.....monica.santander escribió:Esta historia es muy interesante!!!
Saludos
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
Capítulo 3 parte I
Los días siguientes me resultaron muy
agradables. Cuando que me hube
acostumbrado al ajetreo y al estrés, ya lo tuve
todo bajo control.
Al cabo de una semana me llamó
Brittany.
—Tú quieres estudiar periodismo, según
me dijiste —comenzó a decir, mientras daba
vueltas por el despacho y cambiaba papeles de
una montaña que parecía que iba a caerse a
otra un poco más estable.
Sí se acordaba...
—Sí —respondí.
—Bien —replicó Brittany —. Entonces
escribe un texto para mí. Aquí. —Me puso
algo en la mano.
Yo lo miré y no pude sacar nada en
claro.
—¿Qué tipo de texto? —pregunté.
—¿No está claro? —se volvió, enojada,
aunque luego se tranquilizó—. Sí, seguro que
nunca lo has hecho. Coge una silla y te lo
aclararé.
Se sentó a mi lado y me explicó con más
exactitud lo que significaban las palabras clave
que había escritas en el papel que me había
dado. Sólo tardó cinco minutos. Era muy
eficiente.
Pero yo me quedé muy sorprendida. La
forma tan estructurada con la que se explicaba
no se correspondía en absoluto con el aspecto
de su despacho.
Yo asentí y formulé una pregunta, pues
me había venido a la cabeza una idea sobre el
texto publicitario que quería que preparase.
Me miró, sorprendida.
—Eres muy inteligente, de verdad —dijo,
como si no se lo esperara de mí.
¿Debía sentirme ofendida? Hasta la fecha
nadie había dudado de mi inteligencia de una
forma tan descarada. Me contuve.
—¿Podrías tenerlo para pasado mañana
o te hace falta tiempo?
—No sé el tiempo que voy a necesitar,
pero intentaré tenerlo para pasado mañana —
le prometí.
Ella pareció satisfecha.
—Bien —dijo y desapareció de nuevo
tras la montaña de papel blanco y de color que
cubría su mesa.
Trabajé casi día y noche para conseguir
tener listo el texto. No era sencillo. Yo no
tenía ninguna experiencia y lo que Brittany me
había explicado era pura teoría, pero, cuando,
en el plazo previsto, le puse delante el
resultado de mi trabajo, asintió apreciativa.
—Esto no está nada mal para ser la
primera vez —dijo, pensativa. Me miró como
distraída—. Recibirás una gratificación —
decidió—. Dile a Tina lo siguiente: F2.
Yo ya había advertido que era dada a
usar abreviaturas y Tina ya sabría lo que eso
significaba, pero seguro que no me iba a decir
nada.
—Gracias —respondí, pues lo que yo sí
tenía claro era que Brittany era muy
espléndida en cuanto a sueldos, primas y
resultados financieros especiales. Para ella,
cualquier logro se valoraba con un elogio en
forma de dinero contante y sonante. A veces
hubiera deseado que junto con la recompensa
dijera algo más personal. Me hubiera gustado
conocerla más de cerca, saber más de ella,
pero no dejaba que nadie entrara en su yo
íntimo. Así que tuve que contentarme con el
exterior, que tampoco estaba mal, pues tenía
un magnífico aspecto, aunque a veces, cuando
la miraba un momento a los ojos mientras me
explicaba algo, me hubiera gustado que fuera
algo más que sólo una cara bonita.
Puesto que ella nunca revelaba nada
personal, me quedé sorprendida cuando, una
semana más tarde, me llamó a su despacho
para invitarme por la noche al Chariot. No es
que me invitara de una forma directa, sino que
casi me lo ordenó.
—Has trabajado muy bien desde que
estás aquí —explicó, para justificar la
invitación—. Creo que debemos celebrarlo.
Como ya la conocía, aquello era más
bien una reunión de trabajo. Pero, entonces,
¿por qué en Chariot? ¿En el sitio donde nos
conocimos y donde el ambiente no era el más
adecuado para trabajar? Estaba segura de que
ella sabía todo eso mejor que yo, pero nunca
había puesto en tela de juicio sus órdenes y
tampoco lo iba a hacer ahora.
Era tarde cuando salimos de la agencia y
llegamos al Chariot a eso de las diez. Esta vez
era más tarde que cuando estuve en mi última
visita y el local estaba muy lleno, porque,
además, se acercaba el fin de semana.
Brittany pidió cerveza para las dos y nos
sentamos a una mesa.
—Por los buenos textos que escribes —
dijo Brittany y elevó su vaso con una sonrisa.
—Gracias —dije—. Me alegra que te
hayan gustado. —Sonreí con algo de
inseguridad.
Brindamos.
—Seguro que te preguntas el motivo por
el que te he invitado —dijo Brittany, de
acuerdo con su costumbre de no andarse con
rodeos. Era su estilo y no perdía el tiempo.
Lo admití y esperaba que me hiciera
algún otro encargo.
—¿Has estado alguna vez en el mar
Egeo? —continuó.
Yo la miré, sorprendida.
—No tengo dinero para viajes caros —le
contesté, algo desconcertada, porque ella ya lo
sabía—. Mi madre gana muy poco y nunca
vamos de vacaciones.
—Pero seguro que te gustaría ir, ¿no es
cierto? —dijo ella en un tono algo enigmático.
Yo me encogí de hombros.
—Por supuesto, pero ese no es el tema
de la discusión. Nosotras no tenemos dinero y,
dado que tengo que trabajar durante las
vacaciones, tampoco tengo tiempo para hacer
viajes —dije, sonriendo algo avergonzada—.
Tengo que esperar hasta que encuentre un
trabajo en condiciones, que me aporte unos
ingresos fijos, y entonces podré viajar.
Ella me miró.
—Si tuvieras las dos cosas, dinero y
tiempo, ¿lo harías?
Solté una carcajada.
—¡Eso sería un sueño! Pero lo mío es
provisional. ¿Cómo podría hacerlo?
—Conmigo —dijo ella.
Yo la miré.
«¿Qué quiere decir con eso? ¿Ir conmigo
de vacaciones?», pensé. No podía ser así.
Pero yo ya sabía que Brittany tardaba muy
poco en enfurecerse si alguien no entendía de
inmediato lo que quería, por lo que no me
atreví a preguntárselo.
¿Era algo que yo no había captado?
¿Algo que no hubiera oído bien? Si ella quería
darme otro incentivo, lo aceptaría con mucho
gusto, pero no lo iba a gastar en unas
vacaciones en el Egeo. Seguro que mi madre
tendría otras prioridades y yo le daría el dinero
para ellas.
—Tengo un barco en el Egeo —continuó
Brittany —.
Y aún dispongo de tres semanas de
vacaciones. Podríamos ir allí, si te apetece.
Yo me quedé muda, total y
temporalmente muda. No fui capaz de emitir
ni el más mínimo sonido. ¿Quería llevarme de
viaje por el Egeo? ¿De qué tamaño sería el
barco? Seguro que no era un bote de remos.
—Gracias —acabé por decir cuando me
lo permitió la voz—. Sería maravilloso, pero...
—No me des las gracias tan pronto —me
interrumpió—. No tienes que pagar nada...,
incluso recibirías dinero por ello. Ya sabes
que, en ese sentido, soy muy espléndida. Pero
yo también exijo algo a cambio. —Terminó de
hablar, mientras me miraba con tal intensidad
que me hizo estremecer.
—Oh, no te preocupes —le aseguré. Yo
me sentía muy entusiasmada. ¡Tres semanas
en el Egeo! ¡Y gratis! Aun cuando tuviera que
trabajar, como acababa de dejarme claro, no
iba a rechazar esa oferta, porque me hacía
mucha ilusión.
—Nos podemos llevar el trabajo que
tuviéramos que hacer aquí, incluso más. Por
eso que no quede —continué, entusiasmada
como no lo había estado hasta la fecha. ¡Era
algo que había deseado desde hacía años!
Incluso me liberé de mi timidez.
—No es eso lo que exijo de ti —
respondió ella en un tono serio—. Quiero otra
cosa.
****************************************************
buen día #BrittanaShippers
¿Qué será lo que quiere Brittany de Santana ?
Los días siguientes me resultaron muy
agradables. Cuando que me hube
acostumbrado al ajetreo y al estrés, ya lo tuve
todo bajo control.
Al cabo de una semana me llamó
Brittany.
—Tú quieres estudiar periodismo, según
me dijiste —comenzó a decir, mientras daba
vueltas por el despacho y cambiaba papeles de
una montaña que parecía que iba a caerse a
otra un poco más estable.
Sí se acordaba...
—Sí —respondí.
—Bien —replicó Brittany —. Entonces
escribe un texto para mí. Aquí. —Me puso
algo en la mano.
Yo lo miré y no pude sacar nada en
claro.
—¿Qué tipo de texto? —pregunté.
—¿No está claro? —se volvió, enojada,
aunque luego se tranquilizó—. Sí, seguro que
nunca lo has hecho. Coge una silla y te lo
aclararé.
Se sentó a mi lado y me explicó con más
exactitud lo que significaban las palabras clave
que había escritas en el papel que me había
dado. Sólo tardó cinco minutos. Era muy
eficiente.
Pero yo me quedé muy sorprendida. La
forma tan estructurada con la que se explicaba
no se correspondía en absoluto con el aspecto
de su despacho.
Yo asentí y formulé una pregunta, pues
me había venido a la cabeza una idea sobre el
texto publicitario que quería que preparase.
Me miró, sorprendida.
—Eres muy inteligente, de verdad —dijo,
como si no se lo esperara de mí.
¿Debía sentirme ofendida? Hasta la fecha
nadie había dudado de mi inteligencia de una
forma tan descarada. Me contuve.
—¿Podrías tenerlo para pasado mañana
o te hace falta tiempo?
—No sé el tiempo que voy a necesitar,
pero intentaré tenerlo para pasado mañana —
le prometí.
Ella pareció satisfecha.
—Bien —dijo y desapareció de nuevo
tras la montaña de papel blanco y de color que
cubría su mesa.
Trabajé casi día y noche para conseguir
tener listo el texto. No era sencillo. Yo no
tenía ninguna experiencia y lo que Brittany me
había explicado era pura teoría, pero, cuando,
en el plazo previsto, le puse delante el
resultado de mi trabajo, asintió apreciativa.
—Esto no está nada mal para ser la
primera vez —dijo, pensativa. Me miró como
distraída—. Recibirás una gratificación —
decidió—. Dile a Tina lo siguiente: F2.
Yo ya había advertido que era dada a
usar abreviaturas y Tina ya sabría lo que eso
significaba, pero seguro que no me iba a decir
nada.
—Gracias —respondí, pues lo que yo sí
tenía claro era que Brittany era muy
espléndida en cuanto a sueldos, primas y
resultados financieros especiales. Para ella,
cualquier logro se valoraba con un elogio en
forma de dinero contante y sonante. A veces
hubiera deseado que junto con la recompensa
dijera algo más personal. Me hubiera gustado
conocerla más de cerca, saber más de ella,
pero no dejaba que nadie entrara en su yo
íntimo. Así que tuve que contentarme con el
exterior, que tampoco estaba mal, pues tenía
un magnífico aspecto, aunque a veces, cuando
la miraba un momento a los ojos mientras me
explicaba algo, me hubiera gustado que fuera
algo más que sólo una cara bonita.
Puesto que ella nunca revelaba nada
personal, me quedé sorprendida cuando, una
semana más tarde, me llamó a su despacho
para invitarme por la noche al Chariot. No es
que me invitara de una forma directa, sino que
casi me lo ordenó.
—Has trabajado muy bien desde que
estás aquí —explicó, para justificar la
invitación—. Creo que debemos celebrarlo.
Como ya la conocía, aquello era más
bien una reunión de trabajo. Pero, entonces,
¿por qué en Chariot? ¿En el sitio donde nos
conocimos y donde el ambiente no era el más
adecuado para trabajar? Estaba segura de que
ella sabía todo eso mejor que yo, pero nunca
había puesto en tela de juicio sus órdenes y
tampoco lo iba a hacer ahora.
Era tarde cuando salimos de la agencia y
llegamos al Chariot a eso de las diez. Esta vez
era más tarde que cuando estuve en mi última
visita y el local estaba muy lleno, porque,
además, se acercaba el fin de semana.
Brittany pidió cerveza para las dos y nos
sentamos a una mesa.
—Por los buenos textos que escribes —
dijo Brittany y elevó su vaso con una sonrisa.
—Gracias —dije—. Me alegra que te
hayan gustado. —Sonreí con algo de
inseguridad.
Brindamos.
—Seguro que te preguntas el motivo por
el que te he invitado —dijo Brittany, de
acuerdo con su costumbre de no andarse con
rodeos. Era su estilo y no perdía el tiempo.
Lo admití y esperaba que me hiciera
algún otro encargo.
—¿Has estado alguna vez en el mar
Egeo? —continuó.
Yo la miré, sorprendida.
—No tengo dinero para viajes caros —le
contesté, algo desconcertada, porque ella ya lo
sabía—. Mi madre gana muy poco y nunca
vamos de vacaciones.
—Pero seguro que te gustaría ir, ¿no es
cierto? —dijo ella en un tono algo enigmático.
Yo me encogí de hombros.
—Por supuesto, pero ese no es el tema
de la discusión. Nosotras no tenemos dinero y,
dado que tengo que trabajar durante las
vacaciones, tampoco tengo tiempo para hacer
viajes —dije, sonriendo algo avergonzada—.
Tengo que esperar hasta que encuentre un
trabajo en condiciones, que me aporte unos
ingresos fijos, y entonces podré viajar.
Ella me miró.
—Si tuvieras las dos cosas, dinero y
tiempo, ¿lo harías?
Solté una carcajada.
—¡Eso sería un sueño! Pero lo mío es
provisional. ¿Cómo podría hacerlo?
—Conmigo —dijo ella.
Yo la miré.
«¿Qué quiere decir con eso? ¿Ir conmigo
de vacaciones?», pensé. No podía ser así.
Pero yo ya sabía que Brittany tardaba muy
poco en enfurecerse si alguien no entendía de
inmediato lo que quería, por lo que no me
atreví a preguntárselo.
¿Era algo que yo no había captado?
¿Algo que no hubiera oído bien? Si ella quería
darme otro incentivo, lo aceptaría con mucho
gusto, pero no lo iba a gastar en unas
vacaciones en el Egeo. Seguro que mi madre
tendría otras prioridades y yo le daría el dinero
para ellas.
—Tengo un barco en el Egeo —continuó
Brittany —.
Y aún dispongo de tres semanas de
vacaciones. Podríamos ir allí, si te apetece.
Yo me quedé muda, total y
temporalmente muda. No fui capaz de emitir
ni el más mínimo sonido. ¿Quería llevarme de
viaje por el Egeo? ¿De qué tamaño sería el
barco? Seguro que no era un bote de remos.
—Gracias —acabé por decir cuando me
lo permitió la voz—. Sería maravilloso, pero...
—No me des las gracias tan pronto —me
interrumpió—. No tienes que pagar nada...,
incluso recibirías dinero por ello. Ya sabes
que, en ese sentido, soy muy espléndida. Pero
yo también exijo algo a cambio. —Terminó de
hablar, mientras me miraba con tal intensidad
que me hizo estremecer.
—Oh, no te preocupes —le aseguré. Yo
me sentía muy entusiasmada. ¡Tres semanas
en el Egeo! ¡Y gratis! Aun cuando tuviera que
trabajar, como acababa de dejarme claro, no
iba a rechazar esa oferta, porque me hacía
mucha ilusión.
—Nos podemos llevar el trabajo que
tuviéramos que hacer aquí, incluso más. Por
eso que no quede —continué, entusiasmada
como no lo había estado hasta la fecha. ¡Era
algo que había deseado desde hacía años!
Incluso me liberé de mi timidez.
—No es eso lo que exijo de ti —
respondió ella en un tono serio—. Quiero otra
cosa.
****************************************************
buen día #BrittanaShippers
¿Qué será lo que quiere Brittany de Santana ?
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
Hola!!!!
Pervertida Britt jajaja!!!!
Saludos
Pervertida Britt jajaja!!!!
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
jajajaja jumm que se traera brittany
maraj* - Mensajes : 46
Fecha de inscripción : 14/08/2015
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
jajaja si :3monica.santander escribió:Hola!!!!
Pervertida Britt jajaja!!!!
Saludos
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
hahaha esa Brittanymaraj escribió:jajajaja jumm que se traera brittany
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
CAPÍTULO 3 II
La miré, radiante, pero al fijarme en sus
ojos encontré en ellos algo más. No había
visto en muchas ocasiones aquella mirada,
pero la conocía, aunque nunca había
provenido de una mujer sino de algunos
chicos que deseaban algo muy especial de mí.
Ahora sabía por fin lo que quería. Me
sobresalté. Se acababa de desmoronar mi
bonito castillo de naipes. Eso era lo que
deseaba. ¡Y pagando!
Ella se dio cuenta de que yo lo había
entendido y continuó:
—Me gustaste desde el primer momento.
Desde la primera vez que te vi aquí. Pero yo
no soy una mujer de... grandes amores ni de
relaciones. No tengo ganas ni tiempo para eso.
Me parece que todo es una ilusión. Pero tengo
la sensación de que las dos nos gustamos
desde el principio, es algo mutuo. Y durante
estas tres semanas de prácticas me he dado
cuenta de que tienes una inteligencia por
encima de lo normal. Te aprecio mucho y,
además, tienes muy buen aspecto. Tu tipo es
justo lo que me gusta. Y podría concederte
algunas ventajas para compensarte por lo que
me ofrezcas. Si quieres. —¡Iba directa al
grano! Durante las últimas tres semanas me
había impresionado mucho, pero en este caso
hubiera deseado algo más de romanticismo, un
poco más de compromiso. Por lo menos una
leve insinuación de que sentía algo por mí y
no sólo el reconocimiento de mi inteligencia y
el afán por mi cuerpo. Porque, en esencia, eso
era lo que acababa de esbozar.
Debería de haberme sentido muy
ofendida, pensé para mí misma, pero me di
cuenta de que no era así. Lo que acababa de
decir hizo que de nuevo surgiera en mí lo que
yo ya había sentido en nuestro primer
encuentro: no sólo era ella la que me deseaba
a mí, sino que la atracción era mutua. De
todas formas, si lo había entendido bien, en mi
interior yo lo sentía de una forma distinta a la
suya. Porque lo que yo deseaba era... amarla.
Al parecer, yo me había enamorado
desde el primer momento y sentí una
sensación extraña y difícil de identificar, que
había ido creciendo durante las últimas tres
semanas. Mi madre se extrañaba de que yo
siempre anduviera con cara radiante y le había
tenido que explicar que el trabajo me gustaba
mucho, pero su mirada reflexiva me tenía
escamada. Sabía que me ocurría algo.
Y en caso de que no me hubiera
ocurrido, me podía haber limitado, ofendida, a
negarme, aunque me resultara muy
complicado y fuera en perjuicio mío, pues ella
tenía la posibilidad de echar por tierra mis
prácticas. Y puesto que era la empresaria que
me había importunado, hubiera tenido que
pagarme el resto de la suma acordada. Estoy
segura de que no habría dudado en hacerlo.
Era lo que hacía siempre, pagar, y eso era, al
fin y al cabo, lo que quería hacer ahora.
—¿Necesitas tiempo para pensártelo? —
dijo, al ver que ni me movía ni contestaba.
¡Tiempo para pensármelo! ¡Oh, sí, claro
que lo necesitaba, después de haberme
arrollado de aquella forma! Pero no me lo
tomé, sino que comencé a hablar en contra de
mis propias convicciones.
—Te has forjado un concepto
equivocado de mí —dije en voz baja—. Yo
soy... No tengo mucha experiencia en cuanto
a eso. De hecho, no tengo ninguna.
A lo mejor ahora se retiraba. ¿O tendría
muchísimo gusto en poder enseñarle todo a
una virgen? Quizás se pensaba otra vez su
propuesta y la anulaba.
—Oh —dijo ella, como si se sintiera
sorprendida—. Es verdad, sólo tienes
diecinueve años —añadió después.
—Y además soy tímida —dije con
pudor. Si hubiera sentido algún interés por los
chicos estaba segura de que hubiera dejado de
ser virgen hacía años, pero abordar a una
mujer, como Brittany acababa de hacer
conmigo, era algo para lo que no estaba
preparada.
No resultaba tan sencillo. Hacía cuatro
semanas, en el Chariot, hice mi primer
intento, vacilante y tímido, aunque, si se
miraba con cuidado, ahora parecía haber sido
coronado por el éxito. En todo caso, era muy
distinto a lo que yo tenía pensado.
Brittany sonrió.
—Sí, me gustaste tanto como yo a ti —
observó, casi amable—. No me gustan esas
chicas jóvenes y enérgicas que andan por ahí.
Tú eres una excepción.
Sí, como ella era enérgica, buscaba todo
lo contrario, eso me lo podía figurar sin ningún
problema.
—No tienes que decidirlo de inmediato
—dijo en voz baja, mientras me acariciaba la
cara—. Mi oferta sigue en pie. Piénsatelo.
¿Entonces no le molestaba que no tuviera
ninguna experiencia? Bien..., yo había llegado
hasta aquí hacía cuatro semanas e iba a acabar
por perder mi virginidad, ¿por qué no con
ella?
Separé un poco mi cara de la mano que
me acariciaba. Era tan maravilloso que alguien
te rozara así... Sentí un ardor en las mejillas
que, poco a poco, se extendió por todo mi
cuerpo. ¿Querría que sucediera hoy mismo?
No sabía lo que diría mi madre si no
volvía a casa por la noche. No estaba
acostumbrada a que ocurriera más que por
motivo de alguna fiesta de la que le hubiera
hablado con anterioridad. También podía
llamarla por teléfono para que no se
preocupara. Ese problema lo podría
solucionar.
—En realidad, ya me he decidido —
contesté en voz baja
**********************************************
Aceptará Santana la propuesta que le Ha hecho Brittany ?
Ustedes que opinan
SALUDOSSSSS =D
La miré, radiante, pero al fijarme en sus
ojos encontré en ellos algo más. No había
visto en muchas ocasiones aquella mirada,
pero la conocía, aunque nunca había
provenido de una mujer sino de algunos
chicos que deseaban algo muy especial de mí.
Ahora sabía por fin lo que quería. Me
sobresalté. Se acababa de desmoronar mi
bonito castillo de naipes. Eso era lo que
deseaba. ¡Y pagando!
Ella se dio cuenta de que yo lo había
entendido y continuó:
—Me gustaste desde el primer momento.
Desde la primera vez que te vi aquí. Pero yo
no soy una mujer de... grandes amores ni de
relaciones. No tengo ganas ni tiempo para eso.
Me parece que todo es una ilusión. Pero tengo
la sensación de que las dos nos gustamos
desde el principio, es algo mutuo. Y durante
estas tres semanas de prácticas me he dado
cuenta de que tienes una inteligencia por
encima de lo normal. Te aprecio mucho y,
además, tienes muy buen aspecto. Tu tipo es
justo lo que me gusta. Y podría concederte
algunas ventajas para compensarte por lo que
me ofrezcas. Si quieres. —¡Iba directa al
grano! Durante las últimas tres semanas me
había impresionado mucho, pero en este caso
hubiera deseado algo más de romanticismo, un
poco más de compromiso. Por lo menos una
leve insinuación de que sentía algo por mí y
no sólo el reconocimiento de mi inteligencia y
el afán por mi cuerpo. Porque, en esencia, eso
era lo que acababa de esbozar.
Debería de haberme sentido muy
ofendida, pensé para mí misma, pero me di
cuenta de que no era así. Lo que acababa de
decir hizo que de nuevo surgiera en mí lo que
yo ya había sentido en nuestro primer
encuentro: no sólo era ella la que me deseaba
a mí, sino que la atracción era mutua. De
todas formas, si lo había entendido bien, en mi
interior yo lo sentía de una forma distinta a la
suya. Porque lo que yo deseaba era... amarla.
Al parecer, yo me había enamorado
desde el primer momento y sentí una
sensación extraña y difícil de identificar, que
había ido creciendo durante las últimas tres
semanas. Mi madre se extrañaba de que yo
siempre anduviera con cara radiante y le había
tenido que explicar que el trabajo me gustaba
mucho, pero su mirada reflexiva me tenía
escamada. Sabía que me ocurría algo.
Y en caso de que no me hubiera
ocurrido, me podía haber limitado, ofendida, a
negarme, aunque me resultara muy
complicado y fuera en perjuicio mío, pues ella
tenía la posibilidad de echar por tierra mis
prácticas. Y puesto que era la empresaria que
me había importunado, hubiera tenido que
pagarme el resto de la suma acordada. Estoy
segura de que no habría dudado en hacerlo.
Era lo que hacía siempre, pagar, y eso era, al
fin y al cabo, lo que quería hacer ahora.
—¿Necesitas tiempo para pensártelo? —
dijo, al ver que ni me movía ni contestaba.
¡Tiempo para pensármelo! ¡Oh, sí, claro
que lo necesitaba, después de haberme
arrollado de aquella forma! Pero no me lo
tomé, sino que comencé a hablar en contra de
mis propias convicciones.
—Te has forjado un concepto
equivocado de mí —dije en voz baja—. Yo
soy... No tengo mucha experiencia en cuanto
a eso. De hecho, no tengo ninguna.
A lo mejor ahora se retiraba. ¿O tendría
muchísimo gusto en poder enseñarle todo a
una virgen? Quizás se pensaba otra vez su
propuesta y la anulaba.
—Oh —dijo ella, como si se sintiera
sorprendida—. Es verdad, sólo tienes
diecinueve años —añadió después.
—Y además soy tímida —dije con
pudor. Si hubiera sentido algún interés por los
chicos estaba segura de que hubiera dejado de
ser virgen hacía años, pero abordar a una
mujer, como Brittany acababa de hacer
conmigo, era algo para lo que no estaba
preparada.
No resultaba tan sencillo. Hacía cuatro
semanas, en el Chariot, hice mi primer
intento, vacilante y tímido, aunque, si se
miraba con cuidado, ahora parecía haber sido
coronado por el éxito. En todo caso, era muy
distinto a lo que yo tenía pensado.
Brittany sonrió.
—Sí, me gustaste tanto como yo a ti —
observó, casi amable—. No me gustan esas
chicas jóvenes y enérgicas que andan por ahí.
Tú eres una excepción.
Sí, como ella era enérgica, buscaba todo
lo contrario, eso me lo podía figurar sin ningún
problema.
—No tienes que decidirlo de inmediato
—dijo en voz baja, mientras me acariciaba la
cara—. Mi oferta sigue en pie. Piénsatelo.
¿Entonces no le molestaba que no tuviera
ninguna experiencia? Bien..., yo había llegado
hasta aquí hacía cuatro semanas e iba a acabar
por perder mi virginidad, ¿por qué no con
ella?
Separé un poco mi cara de la mano que
me acariciaba. Era tan maravilloso que alguien
te rozara así... Sentí un ardor en las mejillas
que, poco a poco, se extendió por todo mi
cuerpo. ¿Querría que sucediera hoy mismo?
No sabía lo que diría mi madre si no
volvía a casa por la noche. No estaba
acostumbrada a que ocurriera más que por
motivo de alguna fiesta de la que le hubiera
hablado con anterioridad. También podía
llamarla por teléfono para que no se
preocupara. Ese problema lo podría
solucionar.
—En realidad, ya me he decidido —
contesté en voz baja
**********************************************
Aceptará Santana la propuesta que le Ha hecho Brittany ?
Ustedes que opinan
SALUDOSSSSS =D
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
estoy segura que aceptara, solo una tonta no lo haria!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
CAPITULO 3 PARTE III
—. Me gustaría mucho.
Lo dije con ambigüedad, para que ella
pudiera decidir si me refería a lo del mar Egeo
o a lo otro.
Se inclinó sobre la mesa y me besó con
suavidad en los labios.
—Vámonos —dijo.
Vaya, entonces era ahora mismo. Me
estremecí levemente. La cosa iba rápida.
Pensaba tener más tiempo para prepararme.
Pero, ¿cuánto tiempo más iba a necesitar?
¿No era suficiente con diecinueve años?
Durante todo el trayecto en su
confortable coche automático fuimos en
silencio y Brittany mantuvo plantada la mano
sobre mi rodilla. Yo sentía calor, mientras ella
avanzaba hacia arriba, hasta otros sitios. Eran
zonas que yo ya había explorado por mí
misma, pero que nunca las había compartido
con extrañas. Conocía aquella sensación, pero
también noté que ahora era muy distinta al
proporcionármela Brittany. Parecía más
intensa, la tensión era mayor y, por supuesto,
iba a ser más prolongada.
Cuando acabó el viaje y nos paramos
justo delante de su casa, me estremecí
nuevamente. Ya no quedaba mucho.
Aparcó el Jaguar y se inclinó hacia mí.
Su cara estaba muy cerca de la mía y
comenzó a besarme. Su mano se movió por el
costado y me acarició el pecho.
Me sobresalté. ¡Menuda sensación! Todo
en mí era un hormigueo a causa de la
excitación. Pero deseaba mucho más. Deseaba
que me acariciara, allí y en todos los sitios,
igual que me había acariciado la cara en
Chariot. De una forma tan suave y cariñosa.
Tan afectiva.
Su lengua me hacía cosquillas en los
labios, que yo no había separado. Por el
contrario, los mantenía cerrados por la
sorpresa que sentí cuando se acercaron a mí.
Era algo muy poco habitual, pero me dejó
claro lo que deseaba. Introdujo un poco más
la lengua, de un modo delicadamente violento,
y automáticamente cedí a la presión para
dejarla entrar.
Al separar los labios, su lengua buscó la
mía con suavidad y noté la tremenda
sensación que se desencadenó en mí al tocarse
y juguetear. Mis pechos seguían sintiendo
aquel hormigueo y entre mis piernas ascendió
un ramalazo de placer.
Yo la quería, eso lo notaba, y no menos
que ella a mí, pero aun así me pregunté
adónde nos iba a llevar todo aquello. En
realidad me había imaginado de otra forma mi
primer encuentro sexual con una mujer.
Precedido de más juramentos de amor y
quizás a la romántica luz de unas velas...
En aquel momento dejó de besarme.
—Vamos dentro —dijo en voz baja. Se
bajó del coche y se dirigió a la puerta.
Mientras abría, yo permanecía a su lado
y pensaba que aún podía irme, incluso que ella
me podría llevar a casa o pedir un taxi. Podía
darle final a todo aquello, olvidar su oferta y
volver al trabajo el lunes como si nada hubiera
pasado. De ese modo se hubiera evitado
cualquier situación embarazosa para ambas.
Pero, ¿qué hubiera conseguido con eso?
Seguro que algo: tener la conciencia
moralmente limpia. Porque de lo que aquí se
trataba, eso me lo tuve que confesar a mí
misma, era del comienzo de algo que en
nuestra sociedad era tachado de inmoral, el
intercambio de sexo por dinero. El aquí
formaba parte de nuestra «transacción».
Seguí a Brittany por el vestíbulo, que me
pareció más grande que el piso en que
vivíamos mi madre y yo. Miré a mi alrededor
mientras ella subía por una gran escalera que
salía del hall e iba hacia el primer piso. Se
volvió y me miró. No hizo falta que
pronunciara ninguna palabra y esperó en
silencio a que yo la siguiera.
Siguió su camino hacia arriba y yo me
detuve antes de llegar a ella, mientras mi
corazón latía como si se me fuera a escapar
por la boca. Cuanto más ascendía, más
intensos eran sus latidos. ¿Qué me esperaba
arriba? Aquélla era la gran pregunta a la que
yo ansiaba poder responder. ¿Por qué no me
acaricia, ni siquiera de una forma superficial?
¿Por qué todo sucede así, tan... organizado?
¿No resultaba todo, en cierto modo, absurdo?
Una vez arriba, Brittany me precedió
hasta una habitación. Parecía ser su
dormitorio, pues en el centro había una gran
cama. Se dio la vuelta.
—Ya estamos aquí —dijo.
—Sí —respondí con voz temblorosa y
ella se me acercó.
Sus manos tomaron mi cara con suavidad
y la atrajeron hacia ella. Me besó de nuevo y,
cuando me acarició, esta vez mis labios se
separaron en el momento oportuno.
Ella rió en voz baja.
—No tanto —dijo.
Yo estaba desconcertada y, para evitar
dar un paso en falso, no hice nada más.
Su beso fue de una dulzura increíble. Se
tomó mucho tiempo para explorar mi boca y
la reacción de mi cuerpo resultaba más intensa
cada vez. Noté cómo se endurecían mis
pezones y me pareció embarazoso que ella se
pudiera dar cuenta, aunque enseguida me
llamé a mí misma al orden. ¿No habíamos
venido a eso?
Sus labios avanzaron desde la boca hasta
el cuello y luego siguieron hacia abajo. Tuve
que respirar profundamente, pues la sensación
de cosquillas en el pliegue de mi cuello fue
superior a mis fuerzas. Al mismo tiempo, sus
manos buscaron los botones de mi camisa y
comenzaron a desabrocharlos.
Va a ver mis pechos, me di cuenta,
asustada. ¿Le gustarán? No sabía lo que ella
se esperaba. Había hablado de mi tipo como si
ya lo conociera, pero estaba claro que hasta el
momento no había visto de verdad cómo era
por allí, pues yo suelo llevar la ropa bastante
holgada por arriba.
Quería gustarle a ella y quería que ella...
me gustara a mí. Renuncié a pensar en otras
cosas. ¿Qué pasaría si se sentía decepcionada
por esperar más de lo que yo le podía ofrecer?
Todavía puede volverse atrás en su oferta,
pensé con sarcasmo. No la obligaría a que me
pagase, aunque ella lo haría con sumo gusto.
De todas formas, no me hubiera hecho falta
eso para irme con ella. Y confiaba en que ella
lo supiera.
Ya me había desabotonado toda la blusa
y estaba deslizando sus manos por debajo. Me
estremecí y vibré cuando rozó mi piel; ya no
pude moverme ni siquiera un poquito.
Ella aspiró, sorprendida, cuando durante
su recorrido acabó por llegar a mis pechos y
comprobó que estaban desnudos. Era verano
y me gusta ir sin sujetador. Sólo lo llevo en
caso de urgencia, si es inevitable.
—Hummm —murmuró con fruición.
Al menos era evidente que a sus manos
les había gustado lo que encontraron. Se
mantuvo un rato allí, en el lugar en que la
sorpresa la había retenido, y sus pulgares se
movieron con lentitud desde el centro a
izquierda y derecha, donde percibía que su
actividad no me dejaba indiferente.
Yo apreté los labios y me los mordí un
poco para no lanzar un fuerte suspiro en el
momento en que ella intensificó la presión.
Luego pasó las uñas de sus dedos por los
desiguales vértices que se habían formado y
ya no pude más.
Expulsé todo el aire que había acumulado
en los pulmones y gemí. Sentí un cosquilleo y
una excitación, y pude percibir un calambre
directo que iba desde ahí arriba hasta abajo,
entre las piernas. También hacía algo por ahí
abajo.
Se rió de nuevo en voz baja, como al
principio.
—Esto te gusta, ¿eh? —preguntó, sin
esperar una respuesta.
Yo no sabía si me resultaba más
embarazoso que ella se diera cuenta de que
me gustaba o que yo sintiera vergüenza por
ello. Ambas posibilidades resultaban igual de
inconvenientes, pues, de hecho, habíamos ido
allí para hacer eso, lo que nos gustaba a
ambas, no era nada por lo que tuviéramos que
avergonzarnos.
Es probable que fuera mi timidez lo que
me inspiró. Nunca antes había estado así
delante de nadie, no me había desnudado ante
ningún extraño y lo primero que tenía que
hacer era acostumbrarme, incluso aunque eso
fuera lo que ella esperaba de mí y no hubiera
otra cosa que más deseara hacer yo.
Brittany me deslizó la blusa por los
hombros con mucha suavidad y, aunque en la
habitación no hacía frío, me estremecí como
si soplara un viento polar.
Me miró mientras dejaba caer la blusa al
suelo y se inclinó hacia mis pechos.
No pude hacer otra cosa: me sentí
obligada a gemir. Los suspiros ya no servían
de nada.
De una forma casi espontánea mi cabeza
se echó hacia atrás, pues la excitación que
provocó su lengua sobre mis pezones apenas
me permitía sujetarla. Tenía la sensación de
que ella había inflado aquellos dos guijarros,
de tan hinchados como los sentía. Casi
parecían ser mayores que el resto del pecho.
Mi vientre también reaccionó con
violencia ante las caricias. Se tensaba, me
picaba y se calentaba cada vez más. También
quería ser acariciado.
Como si hubiera podido leer mis
pensamientos, sus manos se deslizaron hacia
la pretina de mis pantalones y soltaron el
botón. Quiso meter la mano por allí, pero los
vaqueros eran demasiado ajustados.
—¡Eres una virgen de hierro! —dijo en
plan de broma y yo me puse colorada.
¿Cómo podía tomarme el pelo de esa
manera? Buscó la cremallera y suspiró con
algo de impaciencia.
—Vaya, ¡llevas botones!
Yo bajé la mano y desabroché los
botones con un solo gesto, mientras me bajaba
los pantalones por los costados. Los botones
de los vaqueros no eran nada débiles y
aguantaban en su sitio.
—Aquí lo tienes —dije en plan
respondón, una vez que hube terminado.
Ella rió de nuevo.
—Eres muy dulce —repuso.
Se inclinó hacia delante y me besó otra
vez. Dejó que mi lengua sintiera su excitación
y que su ardiente respiración me quemara la
cara. Penetró profundamente en mi boca,
como la última vez, y mientras lo hacía noté
cómo se aceleraba su respiración y su mano
avanzaba de nuevo hacia mis pantalones, con
una ligera parada intermedia en mis pechos,
aunque esta vez no se entretuvo tanto tiempo
en ellos.
Cuando se apoyó en mí me molestó el
contacto de su ropa sobre mi piel desnuda.
Los fríos botones se apretaron contra mi
pecho, que estaba muy caliente. Aquellos
pequeños objetos redondos me dieron la
impresión de ser como cubitos de hielo y
hubiera preferido que ella no los tuviera allí.
¿Cómo serían sus pechos?
Deslizó su mano por el interior de mi
pantalón y yo jadeé en busca de aire. Era
excitante hasta la exageración. Mis ingles se
estremecieron con sus caricias y se me
aflojaron las rodillas. Me tambaleé un poco.
Me sujetó y no continuó su avance.
—¿Puedes mantenerte de pie? —
preguntó, y su voz sonó como si estuviera un
poco preocupada. Un tono que nunca le había
oído antes en la oficina.
—Justo ahora, no —sonreí con
turbación. ¿Querría que continuáramos de
pie? Porque entonces lo más probable es que
nos desplomáramos al suelo.
Sacó la mano de dentro del pantalón para
luego colocarme las dos sobre las caderas.
Apretó contra la tela y luego la bajó por el
trasero hasta los muslos. Los pantalones eran
tan estrechos que la cosa no resultó muy
sencilla.
—Lo mejor es que hagas tú el resto —
dijo entre risas.
Tal como estaba yo allí delante de ella,
medio vestida y medio desnuda, no me
apetecía nada que mirara hacia abajo. Me
resultaba tan embarazoso que decidí
contemplarla a ella mientras yo me desnudaba
del todo.
Ella hizo lo mismo. Se quitó los zapatos y
me observó. Se desabrochó los puños y casi
con el mismo movimiento se despojó de la
blusa y el sujetador. Los pantalones se los
quitó a la misma velocidad. Había tardado
menos que yo en estar frente a mí, desnuda.
—Vamos —dijo, y se volvió para
dirigirse hacia la cama.
Yo la seguí con la mirada, pero en aquel
momento mi cuerpo fue incapaz de hacer
ningún movimiento. Era... hermosa de verdad.
Quizá no fuera esa la expresión adecuada.
Todo su cuerpo era de una perfección
armónica. Estaba proporcionada, sin ningún
fallo, como si hubiera sido modelada por una
escultora. ¿Por qué debía pagar para conseguir
sexo? En mi opinión, lo hubiera podido
obtener de cualquier mujer, así de fácil.
Brittany ya se había echado sobre la
cama y me miraba, con el entrecejo algo
fruncido.
—¿No vienes? —preguntó con cierta
irritación.
—Sí. —Me forcé a ponerme en
movimiento—. No estoy... muy acostumbrada
—me disculpé, roja de vergüenza.
Ella sonrió, no dijo nada al respecto y
esperó a que me tumbara a su lado.
Me fui deslizando con lentitud por la
inmensa cama, mientras temblaba como un
flan. Ahora ocurriría...
No sabía cómo debía moverme. Por
primera vez me encontraba en la cama con
una mujer extraña. ¿No sería que se había
aprovechado de mí? Para ella todo aquello no
era tan nuevo y, en cambio, a mí me resultaba
complicado de verdad echarme a su lado.
Cuando lo hice, me quedé muy separada de
ella.
—¿Me tienes miedo? —preguntó,
satisfecha.
Ella no lo entendería, pero...
—Sí, un poco —respondí.
Con aquella respuesta se sintió incluso un
poco más satisfecha.
—No tienes por qué tenerlo —dijo con
delicadeza. Se acercó un poco más y se
inclinó hacia mí. Buscó mis ojos con los suyos
y me sonrió.
—No va a ocurrir nada malo. Sólo cosas
bellas. Te lo prometo.
Como es lógico, confié en ella. Aunque
también era eso lo que esperaba, pero todas
aquellas cosas bellas me producían miedo ante
lo desconocido. Al menos, desconocido hasta
el punto en que estábamos ahora. Hacerlo una
por sí sola era algo muy distinto, pero estar
tumbada a su lado, desnuda, soportar su
mirada..., y ella también desnuda del todo...
Casi no me atrevía ni a mirarla, porque, al fin
y al cabo, era mi jefa.
Asentí con algo de crispación.
Ella buscó mi boca y comenzó a
besarme. Sus manos se apoyaron en mi pecho
y lo acariciaron con suavidad. Buscó los
pezones, los estimuló a la espera de mi
reacción y luego lo hizo con más fuerza.
Yo intentaba respirar con dificultad,
mientras ella empleaba su lengua en mi boca,
pero fracasé lastimosamente.
Brittany se dio cuenta y, riendo, me dejó
libre la boca.
—Despacio —dijo—. Muy despacio.
¡Ya estaba bien! Yo me sentía
desbordada por miles de sensaciones
simultáneas, no sabía cómo debía actuar, tenía
miedo de hacer algo mal y esperaba sentir
más, llegar hasta el final, experimentar lo que
había que experimentar. ¿Debía, además,
prestarle atención a la velocidad? ¡Al menos
esa tarea debía de estar a cargo de ella!
Porque yo no me sentía capacitada para
hacerlo. Ella tenía experiencia; seguro que ya
se había acostado con docenas de mujeres.
Ella podía hacerlo, pero yo no.
Quizá para darme la oportunidad de
respirar, Brittany empleó sus labios para hacer
una incursión por todo mi cuerpo, lo que hizo
que me excitara por todas partes. Allí donde
rozaba ardía toda mi piel y aquello iba a peor
a medida que bajaba. De nuevo se detuvo por
un instante en mis pechos y se elevó el tono
de su respiración, mientras yo casi no podía
soportar la comezón.
A mi cabeza subió un calor igual de
insoportable; cerré los ojos y me concentré en
las sensaciones que ella me proporcionaba,
que me excitaban más y más, y que exigían
toda mi fuerza de voluntad para no gemir en
voz alta de una forma constante. Eso hubiera
resultado muy embarazoso delante de ella.
Sin embargo, poco a poco me fue
consumiendo la excitación y empezó a
desmoronarse mi resistencia. Comencé a
suspirar en voz baja, luego a gemir, a
moverme, a retorcerme bajo sus manos y sus
labios: ya no aguantaba más.
Se detuvo un instante y noté que sus
manos continuaban con sus suaves caricias.
Era como si me observara. Y lo más probable
es que fuera eso lo que hacía.
—Hermosa —dijo en voz baja, más bien
para sí misma, y su boca descendió de nuevo
hacia mí, primero a mi pecho, luego continuó
hacia abajo, igual que su mano, que ahora casi
había llegado hasta mis piernas.
Yo ya no sabía lo que tenía que hacer. Si
hubiera estado sola, en aquel momento ya
haría tiempo que habrían comenzado los
acordes finales. Nunca había aguantado tanto
tiempo como el que ella llevaba
atormentándome. De todas formas, mis
sensaciones anteriores siempre habían sido
más... débiles, o al menos distintas.
Me acarició las ingles y yo me sentí a
punto de explotar. Aquel punto, aquella
pequeña zona entre la tripa y los muslos, me
pareció muy sensible, como nunca lo había
sido, como si todos mis nervios afluyeran allí.
Gemí de nuevo y la oí reír en voz baja.
—Sí —murmuró, satisfecha—, todo va
bien, ¿no es verdad?
No esperaba ninguna respuesta a aquella
pregunta retórica y yo no se la di. Estaba muy
ocupada para eso.
Sus labios avanzaron aún más por las
ingles, pero sus manos fueron al centro, entre
las piernas. Durante unos segundos se
deslizaron por el interior de mis muslos. Luego
me agarró con ambas manos y me apretó las
piernas sin articular palabra. Ella partía del
hecho de que yo debía obedecer sin ofrecer
resistencia.
Yo lo hice y la tensión alcanzó de nuevo
el punto culminante que había tenido antes.
No sabía cómo se podía haber elevado, pero
estaba segura de que aquello no era el final. Al
menos aquella experiencia sí que la tenía.
Avanzó con los dedos entre mis mulos
separados. ¡Cielos! Qué distinto era a lo que
yo conocía. Mucho más hermoso, una
sensación indescriptible. Quería entregarme a
ella, enroscarme en ella; mis piernas, por
voluntad propia, se abrieron aún más.
Volví a gemir cuando me acarició de
nuevo y mi espalda se arqueó un poco,
buscándola. No podía resistir más. Tuve que
levantarme, aunque me hubiera gustaría
imponerme a ella.
«¿Por qué no hace algo de una vez?»
Pasó de nuevo, otra vez, por la turgencia
que sentía entre mis piernas. ¡Cómo estaba de
hinchado todo lo de allí abajo! Y entonces
sacó los dedos. Se mantuvo inmóvil. ¿Lo
estaba observando?
—Ya estás húmeda —dijo de repente.
Mi cabeza estaba sumergida en acero
fundido, en un alto horno, en el sol. Dios mío,
¡aquello resultaba tan violento! ¿Por qué lo
había dicho? ¿No le bastaba con haberse dado
cuenta? Lo más probable es que no se
imaginara lo que suponía aquello para mí ya
que las personas tímidas, como yo, no
solemos sentirnos cómodas al ser el centro de
atención. ¡Y menos en un caso como aquél!
Brittany deslizó de nuevo sus manos
entre mis piernas y luego se tumbó a mi lado,
de modo que pude notar junto a mi cuerpo
todo el suyo, cálido, suave, su pecho casi
sobre el mío. Aquello era maravilloso.
Me invadió una sensación de seguridad,
que en parte era también de tranquilidad.
Comenzó a acariciarme entre las piernas
con lentitud: primero por la parte de fuera,
luego de nuevo por el interior. Seguro que era
una excursión de reconocimiento con carácter
de investigación. Evitó tocar el punto que me
hubiera proporcionado el alivio total.
—Abre los ojos —dijo, muy cerca de mí,
en voz baja pero categórica.
Acaté su exigencia y la miré
directamente. Su rostro estaba tan cerca de él
que casi no pude distinguir su contorno.
—Quiero verte cuando te corras —dijo
sin la menor sonrisa, sin la más ligera
insinuación—. Así que, por favor, abre los
ojos.
Mi primera reacción ante aquella
petición, que era más bien una orden, fue
hacer lo contrario: la turbación que sentí me
obligó a cerrar los ojos, pero luego hice lo que
ella deseaba y los abrí de nuevo.
—Sí —susurré con docilidad.
Me sorprendió que pudiera salir un solo
sonido de mi boca. En realidad lo que ella
quería de mí no era nada malo, pero la
vergüenza que aún me embargaba no me
permitía liberar lo más íntimo de mi ser. Ni
siquiera podía ocultarme en la oscuridad.
Aunque hubiera estado bien.
Me miró muy seria mientras sus manos
se movían entre mis piernas, ahora ya con un
objetivo. Ahora encontró el punto, y lo
acarició...
Cerré los ojos, pero al acordarme de su
enérgico requerimiento los abrí a toda
velocidad.
Iba cada vez más deprisa y, al mismo
tiempo, me miraba.
Yo quería volver la cabeza y escapar de
su mirada, pero, como estaba segura de que
eso le desagradaría, aguanté.
Sus ojos no se apartaban de los míos, me
miraban con fijeza, y cuando empecé a
respirar con más intensidad, a gemir y a
retorcerme entre sus manos, Brittany comenzó a sonreír. Si no se hubiera tratado de
ella, lo más probable es que yo hubiera
pensado que aquello era una expresión de
afecto. Pero seguro que sólo se trataba de una
muestra de su propia excitación, que
aumentaba al mismo tiempo que la mía, pues
ella también respiraba a toda velocidad.
Empleó sus manos de una forma
extraordinaria, a veces con toda la palma
sobre mi sexo, luego de nuevo uno o dos
dedos en un punto muy específico. Controlaba
mi orgasmo como si fuera un piloto de
Fórmula 1. Yo estaba a su merced.
—Córrete —dijo de repente, e hizo
danzar a toda velocidad sus dedos entre mis
piernas por todas partes al mismo tiempo. Al
menos eso fue lo que me pareció.
Las ondas de calor que crecían en mí, mi
pecho hinchado que aún me dolía, todo
pareció alcanzar los objetivos previstos y
convertirse en espasmos y explosiones que me
arrollaban y hacían que sintiera como si me
faltara el suelo bajo los pies.
Gemí en voz alta y un «¡Sí!... ¡Sí!...
¡Sí!» salió de mi garganta sin que pudiera
contenerlo. Arqueé la espalda hasta que se
despegó de la cama y sentí que la tensión
crecía en mi interior, luego el hormigueo de
sus dedos entre mis piernas y, por fin, la
liberación. Aspiré con esfuerzo, me dejé caer
otra vez hacia atrás y jadeé, agotada del todo.
Tenía la sensación de que cuando respiraba no
era capaz de absorber el oxígeno suficiente.
En aquel preciso instante Brittany sonrió
de verdad y, cuando pude verla a través del
velo que empañaba mis ojos, casi me pareció
cariñosa.
—Lo siento —dije, avergonzada—. No
he podido contenerme más tiempo. Perdona.
—No pasa nada —respondió y se inclinó
hacia mí para besarme los labios con mucha
suavidad—. Ha sido fenomenal.
Yo esperaba que ella se sintiera
satisfecha de verdad conmigo y que no lo
dijera sólo por hablar. Pero no podía
ocuparme demasiado de ese tema, ya que de
momento tenía que seguir mi pelea contra la
tensión que, aunque rebajada, todavía
persistía en mi cuerpo y no parecía haber
desaparecido del todo, pues lanzaba pequeñas
olas sobre mi playa íntima y me hacía sentir
cosas que nunca antes había experimentado.
Ella pareció darse cuenta. Me cogió entre
sus brazos y me meció durante unos
segundos. Yo no imaginaba que fuera capaz
de eso. Como jefa era siempre tan... decidida,
tan dominante y, sobre todo, tan poco
afectiva. Pero ahora sentí algo más, algo que
ella me transmitió. Le importaba que yo me
sintiera bien y parecía hacerlo de una forma
muy desinteresada.
Cuando me recuperé de nuevo, la miré y
sonreí un tanto insegura. Me hubiera gustado
agradecerle aquella experiencia maravillosa,
pero algo dentro de mí me gritó que no lo
hiciera.
—El resto me lo guardo para el Egeo —
dijo, sonriente, mientras me miraba de arriba
abajo.
«¿El resto? ¿Qué resto? ¿No había sido
suficiente con eso? ¿Aquello no era todo?»
Pero yo sabía cuál era el resto al que ella se
refería. El escalofrío que recorrió mi cuerpo se
formó por una expectativa llena de temor que
me puso la carne de gallina. Yo lo quería.
Quería que ella... entrara en mí, pero ¿cómo
lo iba a hacer? ¿Me haría daño? En cierta
forma ya no era virgen, pero por otro lado sí
lo era. ¿No había podido hacerlo todo de una
vez? ¿Por qué estaba ahora tumbada detrás de
mí?
Pero Brittany tenía ahora otros deseos.
Se puso de espaldas y me miró con un gesto
de requerimiento.
—Échate sobre mí —dijo.
Coloqué mi mano sobre su estómago. El
contacto con su piel, suave como la seda, me
transmitió una maravillosa sensación. Su
respiración ascendía y descendía como un
mecanismo de relojería. Parecía muy
tranquila, pero de todas formas debía darme
prisa en satisfacer sus deseos, o al menos ésa
fue la impresión que tuve.
Me tumbé despacio sobre ella y abrió las
piernas para que me colocara entre ellas. Miré
su cara, sus ojos. Estaba tumbada sobre ella,
sobre mi jefa, sobre una mujer que, de hecho,
era algo mayor que yo, aun cuando tenía un
aspecto muy juvenil; la tenía debajo de mí y
podía decidir sobre ella, sobre su excitación y
sobre cómo satisfacerla. Era una sensación
muy extraña. Hasta el presente era ella la que
había llevado las riendas y el control, y la que
había dado las órdenes, tanto en la oficina
como en la cama, pero ahora, de repente,
ocurría todo lo contrario.
Me incliné hacia ella para besarla, pero
fue ella la que me besó a mí antes de que yo
pudiera evitarlo y comenzara con mi tarea.
Pero, de todos modos, fue bonito. Me sujetó
por la nuca, acercó mi cabeza a la suya y me
oprimió con su estómago. Pensé que no debía
hacerla esperar tanto como ella había hecho
conmigo. A lo mejor no le gustaba el aspecto
que cobraba todo ni cómo se sentía.
Suspiró y gimió en mi boca, y casi me
ahoga con su lengua, a pesar de que era ella la
que estaba tumbada y se retorcía cada vez con
mayor intensidad debajo de mí. Dejé que mi
mano avanzara hacia su pecho y le acaricié el
pezón con los dedos. Ella gimió con mayor
intensidad. Agarré todo el pecho y saboreé
una maravillosa sensación de redondez en mi
mano; luego seguí con caricias y masajes, para
acabar volviendo a excitar su pezón. Hice lo
mismo con el otro pecho, hasta que, por fin,
Brittany acabó por separarse de mi boca en
busca de aire.
—Rápido —jadeó—, vete abajo.
Yo no tenía muy claro lo que podía
significar aquello.
Copié lo que había hecho antes conmigo,
busqué con mi mano la abertura que había
entre sus muslos y me deslicé entre ellos.
Brittany abrió las piernas aún más. ¡Dios mío!
¿Había estado yo igual de húmeda? Allí casi
se podía nadar. Había tenido que controlarse
mucho mientras me masturbaba. ¿Podría
hacerlo también yo? No estaba muy segura,
porque, al fin y al cabo, no lo había hecho
nunca. No sabía lo que le podía gustar y lo
que no, y tampoco tenía la experiencia de ella
para podérmelo pensar. Por tanto, tuve que
ceñirme a sus reacciones y sus indicaciones.
Noté las convulsiones que experimentó
cuando, entre sus piernas, toqué su sexo
hinchado. Sin duda aquél era el lugar
adecuado. Busqué la pequeña elevación sobre
la prominencia y la estimulé un poco con el
dedo. Lanzó un suspiro tan fuerte que casi me
asusté.
—¡Sí! ¡Ahora!
Yo ya no podía hacer mucho más.
Brittany alzó el trasero, de modo que el roce
se hizo más firme, la acaricié un par de veces
más y luego ella gritó, se corrió y se retorció
contra mí, antes de dejarse caer sobre la
almohada. Todo fue muy rápido.
Quise retirar mi mano, pero ella protestó.
—No, no —dijo—. Quédate ahí, no te
vayas, ahora mismo seguimos.
Hice lo que me dijo y no tardó mucho en
volver a moverse y acercarse a mí. La acaricié
lo mejor que pude, hasta que ella se corrió una
vez más, pero esta vez gimió en lugar de
gritar; luego, un poco después, hubo una
tercera vez, acompañada de un suspiro. Al
acabar me miró y sonrió, casi feliz. Nunca la
había visto así, tan relajada. En la oficina
parecía que siempre estaba peleando, siempre
en tensión.
—Lo haces muy bien —dijo, con
palabras de reconocimiento.
Sí, pensé yo de repente.
«Y siempre, cuando quieres expresar tu
reconocimiento, lo haces con dinero, pagas
por ello. ¿Cuál de esos tres orgasmos es el de
mayor valor? ¿También vas a pagar por el
mío? Porque has trabajado más que yo»,
medité.
Ella se irguió.
—¿Te apetece otra vez? —dijo, solícita.
Negué con la cabeza. Se me habían
pasado las ganas al pensar en el dinero y en
las vacaciones en el Egeo. Todavía podía
decir que no. Pero yo... estaba enamorada de
ella. No podía negarme.
¿Por qué yo no podía pagarle con mi
amor y ella si podía pagarme a mí? ¿Por qué
tenía que ser precisamente con dinero? Eso lo
hace todo tan... primitivo. Incluso la
experiencia que acababa de tener con ella y
que había resultado maravillosa.
Pensé en el roce de su piel, en la
suavidad y en el calor que emitía, que eran
como seda y terciopelo reunidos en uno solo.
Una sensación indescriptible. Me hubiera
encantado acurrucarme a su lado, intercambiar
caricias, quedarme dormida junto a ella y
luego despertarme. Puede que ella tuviera algo
en contra de eso, pero a mí no me pasaba lo
mismo.
Me levanté y fui hacia mis cosas, que
estaban esparcidas por el suelo. Comencé a
vestirme.
—Mi madre —reí en plan de disculpa.
¡Menos mal que la tenía a ella!—. Se
preocupará. Me tengo que ir a casa. —Estaba
claro que hubiera podido llamar por teléfono y
con eso hubiera bastado, pero no se lo quería
decir a Brittany—Mañana mismo podemos volar a
Grecia, si quieres. ¿O mejor pasado mañana?
—preguntó, casi en un tono de negocios.
¿No le gustaba que me fuera o no le
importaba nada? ¿Ahora que ya había
conseguido lo que deseaba?
—Mejor pasado mañana —respondí,
mientras intentaba dominarme—. Necesito un
poco de tiempo para hacer la maleta..., y está
mi madre.
«¡Mi pobre madre! ¿Por qué la tengo que
usar para todo?»
—No hace falta que lleves muchas cosas
—explicó, mostrándose agradable—. Sólo lo
personal. En el barco no necesitaremos
muchas cosas y lo que precisemos lo podemos
comprar en tierra.
Yo quería decirle otra vez que no tenía
dinero, pero volví a mantener la boca cerrada.
No necesitaba ningún dinero. Ella lo pagaría
todo. Todo.
Yo ya me había vestido y estaba
preparada para irme.
—¿Puedo llamar a un taxi? —pregunté.
—Claro que sí —me respondió, mientras
señalaba el teléfono, al tiempo que se
levantaba de la cama.
Se dirigió a un pequeño escritorio, una
minúscula antigüedad que había junto a la
ventana, y sacó una cosa del cajón. Cuando
colgué el teléfono se acercó a mí, aún
desnuda, y me puso algo en la mano.
—Esto te servirá para pagar el taxi —
dijo, como de paso.
Luego se dirigió al armario y se puso por
encima algo parecido a un poncho, de tela
brillante y suelta: parecía una mezcla de
camisón y bata. Tenía un aspecto muy
seductor.
—Te acompaño —dijo.
La seguí y, al llegar abajo, vi los faros de
un coche que se acercaba a la casa. Debía de
ser mi taxi.
—Entonces, hasta pasado mañana. —Se
mostraba tan indiferente como si estuviera
ante una cita de negocios—. Te recojo a las
diez. Así llegaremos a tiempo al aeropuerto.
Me estrechó la mano a modo de
despedida y ni siquiera me dio un beso. Ni una
mínima caricia.
Después de mi primera vez me lo había
imaginado todo de otra forma, pero tuve que
aceptarlo tal y como ocurrió. Abrí la puerta de
la casa y salí a la oscuridad, que estaba
iluminada por los faros del coche, mientras
ella dejaba que la puerta se cerrara de golpe
detrás de mí.
Al sentarme en el taxi, abrí la mano y
miré los billetes. Eran de bastante valor y
había seis. Demasiado dinero para una virgen
inexperta, pensé. ****************************************************
Súper movidito y wanky este capítulo ehhh . Que les pareció el capítulo?
—. Me gustaría mucho.
Lo dije con ambigüedad, para que ella
pudiera decidir si me refería a lo del mar Egeo
o a lo otro.
Se inclinó sobre la mesa y me besó con
suavidad en los labios.
—Vámonos —dijo.
Vaya, entonces era ahora mismo. Me
estremecí levemente. La cosa iba rápida.
Pensaba tener más tiempo para prepararme.
Pero, ¿cuánto tiempo más iba a necesitar?
¿No era suficiente con diecinueve años?
Durante todo el trayecto en su
confortable coche automático fuimos en
silencio y Brittany mantuvo plantada la mano
sobre mi rodilla. Yo sentía calor, mientras ella
avanzaba hacia arriba, hasta otros sitios. Eran
zonas que yo ya había explorado por mí
misma, pero que nunca las había compartido
con extrañas. Conocía aquella sensación, pero
también noté que ahora era muy distinta al
proporcionármela Brittany. Parecía más
intensa, la tensión era mayor y, por supuesto,
iba a ser más prolongada.
Cuando acabó el viaje y nos paramos
justo delante de su casa, me estremecí
nuevamente. Ya no quedaba mucho.
Aparcó el Jaguar y se inclinó hacia mí.
Su cara estaba muy cerca de la mía y
comenzó a besarme. Su mano se movió por el
costado y me acarició el pecho.
Me sobresalté. ¡Menuda sensación! Todo
en mí era un hormigueo a causa de la
excitación. Pero deseaba mucho más. Deseaba
que me acariciara, allí y en todos los sitios,
igual que me había acariciado la cara en
Chariot. De una forma tan suave y cariñosa.
Tan afectiva.
Su lengua me hacía cosquillas en los
labios, que yo no había separado. Por el
contrario, los mantenía cerrados por la
sorpresa que sentí cuando se acercaron a mí.
Era algo muy poco habitual, pero me dejó
claro lo que deseaba. Introdujo un poco más
la lengua, de un modo delicadamente violento,
y automáticamente cedí a la presión para
dejarla entrar.
Al separar los labios, su lengua buscó la
mía con suavidad y noté la tremenda
sensación que se desencadenó en mí al tocarse
y juguetear. Mis pechos seguían sintiendo
aquel hormigueo y entre mis piernas ascendió
un ramalazo de placer.
Yo la quería, eso lo notaba, y no menos
que ella a mí, pero aun así me pregunté
adónde nos iba a llevar todo aquello. En
realidad me había imaginado de otra forma mi
primer encuentro sexual con una mujer.
Precedido de más juramentos de amor y
quizás a la romántica luz de unas velas...
En aquel momento dejó de besarme.
—Vamos dentro —dijo en voz baja. Se
bajó del coche y se dirigió a la puerta.
Mientras abría, yo permanecía a su lado
y pensaba que aún podía irme, incluso que ella
me podría llevar a casa o pedir un taxi. Podía
darle final a todo aquello, olvidar su oferta y
volver al trabajo el lunes como si nada hubiera
pasado. De ese modo se hubiera evitado
cualquier situación embarazosa para ambas.
Pero, ¿qué hubiera conseguido con eso?
Seguro que algo: tener la conciencia
moralmente limpia. Porque de lo que aquí se
trataba, eso me lo tuve que confesar a mí
misma, era del comienzo de algo que en
nuestra sociedad era tachado de inmoral, el
intercambio de sexo por dinero. El aquí
formaba parte de nuestra «transacción».
Seguí a Brittany por el vestíbulo, que me
pareció más grande que el piso en que
vivíamos mi madre y yo. Miré a mi alrededor
mientras ella subía por una gran escalera que
salía del hall e iba hacia el primer piso. Se
volvió y me miró. No hizo falta que
pronunciara ninguna palabra y esperó en
silencio a que yo la siguiera.
Siguió su camino hacia arriba y yo me
detuve antes de llegar a ella, mientras mi
corazón latía como si se me fuera a escapar
por la boca. Cuanto más ascendía, más
intensos eran sus latidos. ¿Qué me esperaba
arriba? Aquélla era la gran pregunta a la que
yo ansiaba poder responder. ¿Por qué no me
acaricia, ni siquiera de una forma superficial?
¿Por qué todo sucede así, tan... organizado?
¿No resultaba todo, en cierto modo, absurdo?
Una vez arriba, Brittany me precedió
hasta una habitación. Parecía ser su
dormitorio, pues en el centro había una gran
cama. Se dio la vuelta.
—Ya estamos aquí —dijo.
—Sí —respondí con voz temblorosa y
ella se me acercó.
Sus manos tomaron mi cara con suavidad
y la atrajeron hacia ella. Me besó de nuevo y,
cuando me acarició, esta vez mis labios se
separaron en el momento oportuno.
Ella rió en voz baja.
—No tanto —dijo.
Yo estaba desconcertada y, para evitar
dar un paso en falso, no hice nada más.
Su beso fue de una dulzura increíble. Se
tomó mucho tiempo para explorar mi boca y
la reacción de mi cuerpo resultaba más intensa
cada vez. Noté cómo se endurecían mis
pezones y me pareció embarazoso que ella se
pudiera dar cuenta, aunque enseguida me
llamé a mí misma al orden. ¿No habíamos
venido a eso?
Sus labios avanzaron desde la boca hasta
el cuello y luego siguieron hacia abajo. Tuve
que respirar profundamente, pues la sensación
de cosquillas en el pliegue de mi cuello fue
superior a mis fuerzas. Al mismo tiempo, sus
manos buscaron los botones de mi camisa y
comenzaron a desabrocharlos.
Va a ver mis pechos, me di cuenta,
asustada. ¿Le gustarán? No sabía lo que ella
se esperaba. Había hablado de mi tipo como si
ya lo conociera, pero estaba claro que hasta el
momento no había visto de verdad cómo era
por allí, pues yo suelo llevar la ropa bastante
holgada por arriba.
Quería gustarle a ella y quería que ella...
me gustara a mí. Renuncié a pensar en otras
cosas. ¿Qué pasaría si se sentía decepcionada
por esperar más de lo que yo le podía ofrecer?
Todavía puede volverse atrás en su oferta,
pensé con sarcasmo. No la obligaría a que me
pagase, aunque ella lo haría con sumo gusto.
De todas formas, no me hubiera hecho falta
eso para irme con ella. Y confiaba en que ella
lo supiera.
Ya me había desabotonado toda la blusa
y estaba deslizando sus manos por debajo. Me
estremecí y vibré cuando rozó mi piel; ya no
pude moverme ni siquiera un poquito.
Ella aspiró, sorprendida, cuando durante
su recorrido acabó por llegar a mis pechos y
comprobó que estaban desnudos. Era verano
y me gusta ir sin sujetador. Sólo lo llevo en
caso de urgencia, si es inevitable.
—Hummm —murmuró con fruición.
Al menos era evidente que a sus manos
les había gustado lo que encontraron. Se
mantuvo un rato allí, en el lugar en que la
sorpresa la había retenido, y sus pulgares se
movieron con lentitud desde el centro a
izquierda y derecha, donde percibía que su
actividad no me dejaba indiferente.
Yo apreté los labios y me los mordí un
poco para no lanzar un fuerte suspiro en el
momento en que ella intensificó la presión.
Luego pasó las uñas de sus dedos por los
desiguales vértices que se habían formado y
ya no pude más.
Expulsé todo el aire que había acumulado
en los pulmones y gemí. Sentí un cosquilleo y
una excitación, y pude percibir un calambre
directo que iba desde ahí arriba hasta abajo,
entre las piernas. También hacía algo por ahí
abajo.
Se rió de nuevo en voz baja, como al
principio.
—Esto te gusta, ¿eh? —preguntó, sin
esperar una respuesta.
Yo no sabía si me resultaba más
embarazoso que ella se diera cuenta de que
me gustaba o que yo sintiera vergüenza por
ello. Ambas posibilidades resultaban igual de
inconvenientes, pues, de hecho, habíamos ido
allí para hacer eso, lo que nos gustaba a
ambas, no era nada por lo que tuviéramos que
avergonzarnos.
Es probable que fuera mi timidez lo que
me inspiró. Nunca antes había estado así
delante de nadie, no me había desnudado ante
ningún extraño y lo primero que tenía que
hacer era acostumbrarme, incluso aunque eso
fuera lo que ella esperaba de mí y no hubiera
otra cosa que más deseara hacer yo.
Brittany me deslizó la blusa por los
hombros con mucha suavidad y, aunque en la
habitación no hacía frío, me estremecí como
si soplara un viento polar.
Me miró mientras dejaba caer la blusa al
suelo y se inclinó hacia mis pechos.
No pude hacer otra cosa: me sentí
obligada a gemir. Los suspiros ya no servían
de nada.
De una forma casi espontánea mi cabeza
se echó hacia atrás, pues la excitación que
provocó su lengua sobre mis pezones apenas
me permitía sujetarla. Tenía la sensación de
que ella había inflado aquellos dos guijarros,
de tan hinchados como los sentía. Casi
parecían ser mayores que el resto del pecho.
Mi vientre también reaccionó con
violencia ante las caricias. Se tensaba, me
picaba y se calentaba cada vez más. También
quería ser acariciado.
Como si hubiera podido leer mis
pensamientos, sus manos se deslizaron hacia
la pretina de mis pantalones y soltaron el
botón. Quiso meter la mano por allí, pero los
vaqueros eran demasiado ajustados.
—¡Eres una virgen de hierro! —dijo en
plan de broma y yo me puse colorada.
¿Cómo podía tomarme el pelo de esa
manera? Buscó la cremallera y suspiró con
algo de impaciencia.
—Vaya, ¡llevas botones!
Yo bajé la mano y desabroché los
botones con un solo gesto, mientras me bajaba
los pantalones por los costados. Los botones
de los vaqueros no eran nada débiles y
aguantaban en su sitio.
—Aquí lo tienes —dije en plan
respondón, una vez que hube terminado.
Ella rió de nuevo.
—Eres muy dulce —repuso.
Se inclinó hacia delante y me besó otra
vez. Dejó que mi lengua sintiera su excitación
y que su ardiente respiración me quemara la
cara. Penetró profundamente en mi boca,
como la última vez, y mientras lo hacía noté
cómo se aceleraba su respiración y su mano
avanzaba de nuevo hacia mis pantalones, con
una ligera parada intermedia en mis pechos,
aunque esta vez no se entretuvo tanto tiempo
en ellos.
Cuando se apoyó en mí me molestó el
contacto de su ropa sobre mi piel desnuda.
Los fríos botones se apretaron contra mi
pecho, que estaba muy caliente. Aquellos
pequeños objetos redondos me dieron la
impresión de ser como cubitos de hielo y
hubiera preferido que ella no los tuviera allí.
¿Cómo serían sus pechos?
Deslizó su mano por el interior de mi
pantalón y yo jadeé en busca de aire. Era
excitante hasta la exageración. Mis ingles se
estremecieron con sus caricias y se me
aflojaron las rodillas. Me tambaleé un poco.
Me sujetó y no continuó su avance.
—¿Puedes mantenerte de pie? —
preguntó, y su voz sonó como si estuviera un
poco preocupada. Un tono que nunca le había
oído antes en la oficina.
—Justo ahora, no —sonreí con
turbación. ¿Querría que continuáramos de
pie? Porque entonces lo más probable es que
nos desplomáramos al suelo.
Sacó la mano de dentro del pantalón para
luego colocarme las dos sobre las caderas.
Apretó contra la tela y luego la bajó por el
trasero hasta los muslos. Los pantalones eran
tan estrechos que la cosa no resultó muy
sencilla.
—Lo mejor es que hagas tú el resto —
dijo entre risas.
Tal como estaba yo allí delante de ella,
medio vestida y medio desnuda, no me
apetecía nada que mirara hacia abajo. Me
resultaba tan embarazoso que decidí
contemplarla a ella mientras yo me desnudaba
del todo.
Ella hizo lo mismo. Se quitó los zapatos y
me observó. Se desabrochó los puños y casi
con el mismo movimiento se despojó de la
blusa y el sujetador. Los pantalones se los
quitó a la misma velocidad. Había tardado
menos que yo en estar frente a mí, desnuda.
—Vamos —dijo, y se volvió para
dirigirse hacia la cama.
Yo la seguí con la mirada, pero en aquel
momento mi cuerpo fue incapaz de hacer
ningún movimiento. Era... hermosa de verdad.
Quizá no fuera esa la expresión adecuada.
Todo su cuerpo era de una perfección
armónica. Estaba proporcionada, sin ningún
fallo, como si hubiera sido modelada por una
escultora. ¿Por qué debía pagar para conseguir
sexo? En mi opinión, lo hubiera podido
obtener de cualquier mujer, así de fácil.
Brittany ya se había echado sobre la
cama y me miraba, con el entrecejo algo
fruncido.
—¿No vienes? —preguntó con cierta
irritación.
—Sí. —Me forcé a ponerme en
movimiento—. No estoy... muy acostumbrada
—me disculpé, roja de vergüenza.
Ella sonrió, no dijo nada al respecto y
esperó a que me tumbara a su lado.
Me fui deslizando con lentitud por la
inmensa cama, mientras temblaba como un
flan. Ahora ocurriría...
No sabía cómo debía moverme. Por
primera vez me encontraba en la cama con
una mujer extraña. ¿No sería que se había
aprovechado de mí? Para ella todo aquello no
era tan nuevo y, en cambio, a mí me resultaba
complicado de verdad echarme a su lado.
Cuando lo hice, me quedé muy separada de
ella.
—¿Me tienes miedo? —preguntó,
satisfecha.
Ella no lo entendería, pero...
—Sí, un poco —respondí.
Con aquella respuesta se sintió incluso un
poco más satisfecha.
—No tienes por qué tenerlo —dijo con
delicadeza. Se acercó un poco más y se
inclinó hacia mí. Buscó mis ojos con los suyos
y me sonrió.
—No va a ocurrir nada malo. Sólo cosas
bellas. Te lo prometo.
Como es lógico, confié en ella. Aunque
también era eso lo que esperaba, pero todas
aquellas cosas bellas me producían miedo ante
lo desconocido. Al menos, desconocido hasta
el punto en que estábamos ahora. Hacerlo una
por sí sola era algo muy distinto, pero estar
tumbada a su lado, desnuda, soportar su
mirada..., y ella también desnuda del todo...
Casi no me atrevía ni a mirarla, porque, al fin
y al cabo, era mi jefa.
Asentí con algo de crispación.
Ella buscó mi boca y comenzó a
besarme. Sus manos se apoyaron en mi pecho
y lo acariciaron con suavidad. Buscó los
pezones, los estimuló a la espera de mi
reacción y luego lo hizo con más fuerza.
Yo intentaba respirar con dificultad,
mientras ella empleaba su lengua en mi boca,
pero fracasé lastimosamente.
Brittany se dio cuenta y, riendo, me dejó
libre la boca.
—Despacio —dijo—. Muy despacio.
¡Ya estaba bien! Yo me sentía
desbordada por miles de sensaciones
simultáneas, no sabía cómo debía actuar, tenía
miedo de hacer algo mal y esperaba sentir
más, llegar hasta el final, experimentar lo que
había que experimentar. ¿Debía, además,
prestarle atención a la velocidad? ¡Al menos
esa tarea debía de estar a cargo de ella!
Porque yo no me sentía capacitada para
hacerlo. Ella tenía experiencia; seguro que ya
se había acostado con docenas de mujeres.
Ella podía hacerlo, pero yo no.
Quizá para darme la oportunidad de
respirar, Brittany empleó sus labios para hacer
una incursión por todo mi cuerpo, lo que hizo
que me excitara por todas partes. Allí donde
rozaba ardía toda mi piel y aquello iba a peor
a medida que bajaba. De nuevo se detuvo por
un instante en mis pechos y se elevó el tono
de su respiración, mientras yo casi no podía
soportar la comezón.
A mi cabeza subió un calor igual de
insoportable; cerré los ojos y me concentré en
las sensaciones que ella me proporcionaba,
que me excitaban más y más, y que exigían
toda mi fuerza de voluntad para no gemir en
voz alta de una forma constante. Eso hubiera
resultado muy embarazoso delante de ella.
Sin embargo, poco a poco me fue
consumiendo la excitación y empezó a
desmoronarse mi resistencia. Comencé a
suspirar en voz baja, luego a gemir, a
moverme, a retorcerme bajo sus manos y sus
labios: ya no aguantaba más.
Se detuvo un instante y noté que sus
manos continuaban con sus suaves caricias.
Era como si me observara. Y lo más probable
es que fuera eso lo que hacía.
—Hermosa —dijo en voz baja, más bien
para sí misma, y su boca descendió de nuevo
hacia mí, primero a mi pecho, luego continuó
hacia abajo, igual que su mano, que ahora casi
había llegado hasta mis piernas.
Yo ya no sabía lo que tenía que hacer. Si
hubiera estado sola, en aquel momento ya
haría tiempo que habrían comenzado los
acordes finales. Nunca había aguantado tanto
tiempo como el que ella llevaba
atormentándome. De todas formas, mis
sensaciones anteriores siempre habían sido
más... débiles, o al menos distintas.
Me acarició las ingles y yo me sentí a
punto de explotar. Aquel punto, aquella
pequeña zona entre la tripa y los muslos, me
pareció muy sensible, como nunca lo había
sido, como si todos mis nervios afluyeran allí.
Gemí de nuevo y la oí reír en voz baja.
—Sí —murmuró, satisfecha—, todo va
bien, ¿no es verdad?
No esperaba ninguna respuesta a aquella
pregunta retórica y yo no se la di. Estaba muy
ocupada para eso.
Sus labios avanzaron aún más por las
ingles, pero sus manos fueron al centro, entre
las piernas. Durante unos segundos se
deslizaron por el interior de mis muslos. Luego
me agarró con ambas manos y me apretó las
piernas sin articular palabra. Ella partía del
hecho de que yo debía obedecer sin ofrecer
resistencia.
Yo lo hice y la tensión alcanzó de nuevo
el punto culminante que había tenido antes.
No sabía cómo se podía haber elevado, pero
estaba segura de que aquello no era el final. Al
menos aquella experiencia sí que la tenía.
Avanzó con los dedos entre mis mulos
separados. ¡Cielos! Qué distinto era a lo que
yo conocía. Mucho más hermoso, una
sensación indescriptible. Quería entregarme a
ella, enroscarme en ella; mis piernas, por
voluntad propia, se abrieron aún más.
Volví a gemir cuando me acarició de
nuevo y mi espalda se arqueó un poco,
buscándola. No podía resistir más. Tuve que
levantarme, aunque me hubiera gustaría
imponerme a ella.
«¿Por qué no hace algo de una vez?»
Pasó de nuevo, otra vez, por la turgencia
que sentía entre mis piernas. ¡Cómo estaba de
hinchado todo lo de allí abajo! Y entonces
sacó los dedos. Se mantuvo inmóvil. ¿Lo
estaba observando?
—Ya estás húmeda —dijo de repente.
Mi cabeza estaba sumergida en acero
fundido, en un alto horno, en el sol. Dios mío,
¡aquello resultaba tan violento! ¿Por qué lo
había dicho? ¿No le bastaba con haberse dado
cuenta? Lo más probable es que no se
imaginara lo que suponía aquello para mí ya
que las personas tímidas, como yo, no
solemos sentirnos cómodas al ser el centro de
atención. ¡Y menos en un caso como aquél!
Brittany deslizó de nuevo sus manos
entre mis piernas y luego se tumbó a mi lado,
de modo que pude notar junto a mi cuerpo
todo el suyo, cálido, suave, su pecho casi
sobre el mío. Aquello era maravilloso.
Me invadió una sensación de seguridad,
que en parte era también de tranquilidad.
Comenzó a acariciarme entre las piernas
con lentitud: primero por la parte de fuera,
luego de nuevo por el interior. Seguro que era
una excursión de reconocimiento con carácter
de investigación. Evitó tocar el punto que me
hubiera proporcionado el alivio total.
—Abre los ojos —dijo, muy cerca de mí,
en voz baja pero categórica.
Acaté su exigencia y la miré
directamente. Su rostro estaba tan cerca de él
que casi no pude distinguir su contorno.
—Quiero verte cuando te corras —dijo
sin la menor sonrisa, sin la más ligera
insinuación—. Así que, por favor, abre los
ojos.
Mi primera reacción ante aquella
petición, que era más bien una orden, fue
hacer lo contrario: la turbación que sentí me
obligó a cerrar los ojos, pero luego hice lo que
ella deseaba y los abrí de nuevo.
—Sí —susurré con docilidad.
Me sorprendió que pudiera salir un solo
sonido de mi boca. En realidad lo que ella
quería de mí no era nada malo, pero la
vergüenza que aún me embargaba no me
permitía liberar lo más íntimo de mi ser. Ni
siquiera podía ocultarme en la oscuridad.
Aunque hubiera estado bien.
Me miró muy seria mientras sus manos
se movían entre mis piernas, ahora ya con un
objetivo. Ahora encontró el punto, y lo
acarició...
Cerré los ojos, pero al acordarme de su
enérgico requerimiento los abrí a toda
velocidad.
Iba cada vez más deprisa y, al mismo
tiempo, me miraba.
Yo quería volver la cabeza y escapar de
su mirada, pero, como estaba segura de que
eso le desagradaría, aguanté.
Sus ojos no se apartaban de los míos, me
miraban con fijeza, y cuando empecé a
respirar con más intensidad, a gemir y a
retorcerme entre sus manos, Brittany comenzó a sonreír. Si no se hubiera tratado de
ella, lo más probable es que yo hubiera
pensado que aquello era una expresión de
afecto. Pero seguro que sólo se trataba de una
muestra de su propia excitación, que
aumentaba al mismo tiempo que la mía, pues
ella también respiraba a toda velocidad.
Empleó sus manos de una forma
extraordinaria, a veces con toda la palma
sobre mi sexo, luego de nuevo uno o dos
dedos en un punto muy específico. Controlaba
mi orgasmo como si fuera un piloto de
Fórmula 1. Yo estaba a su merced.
—Córrete —dijo de repente, e hizo
danzar a toda velocidad sus dedos entre mis
piernas por todas partes al mismo tiempo. Al
menos eso fue lo que me pareció.
Las ondas de calor que crecían en mí, mi
pecho hinchado que aún me dolía, todo
pareció alcanzar los objetivos previstos y
convertirse en espasmos y explosiones que me
arrollaban y hacían que sintiera como si me
faltara el suelo bajo los pies.
Gemí en voz alta y un «¡Sí!... ¡Sí!...
¡Sí!» salió de mi garganta sin que pudiera
contenerlo. Arqueé la espalda hasta que se
despegó de la cama y sentí que la tensión
crecía en mi interior, luego el hormigueo de
sus dedos entre mis piernas y, por fin, la
liberación. Aspiré con esfuerzo, me dejé caer
otra vez hacia atrás y jadeé, agotada del todo.
Tenía la sensación de que cuando respiraba no
era capaz de absorber el oxígeno suficiente.
En aquel preciso instante Brittany sonrió
de verdad y, cuando pude verla a través del
velo que empañaba mis ojos, casi me pareció
cariñosa.
—Lo siento —dije, avergonzada—. No
he podido contenerme más tiempo. Perdona.
—No pasa nada —respondió y se inclinó
hacia mí para besarme los labios con mucha
suavidad—. Ha sido fenomenal.
Yo esperaba que ella se sintiera
satisfecha de verdad conmigo y que no lo
dijera sólo por hablar. Pero no podía
ocuparme demasiado de ese tema, ya que de
momento tenía que seguir mi pelea contra la
tensión que, aunque rebajada, todavía
persistía en mi cuerpo y no parecía haber
desaparecido del todo, pues lanzaba pequeñas
olas sobre mi playa íntima y me hacía sentir
cosas que nunca antes había experimentado.
Ella pareció darse cuenta. Me cogió entre
sus brazos y me meció durante unos
segundos. Yo no imaginaba que fuera capaz
de eso. Como jefa era siempre tan... decidida,
tan dominante y, sobre todo, tan poco
afectiva. Pero ahora sentí algo más, algo que
ella me transmitió. Le importaba que yo me
sintiera bien y parecía hacerlo de una forma
muy desinteresada.
Cuando me recuperé de nuevo, la miré y
sonreí un tanto insegura. Me hubiera gustado
agradecerle aquella experiencia maravillosa,
pero algo dentro de mí me gritó que no lo
hiciera.
—El resto me lo guardo para el Egeo —
dijo, sonriente, mientras me miraba de arriba
abajo.
«¿El resto? ¿Qué resto? ¿No había sido
suficiente con eso? ¿Aquello no era todo?»
Pero yo sabía cuál era el resto al que ella se
refería. El escalofrío que recorrió mi cuerpo se
formó por una expectativa llena de temor que
me puso la carne de gallina. Yo lo quería.
Quería que ella... entrara en mí, pero ¿cómo
lo iba a hacer? ¿Me haría daño? En cierta
forma ya no era virgen, pero por otro lado sí
lo era. ¿No había podido hacerlo todo de una
vez? ¿Por qué estaba ahora tumbada detrás de
mí?
Pero Brittany tenía ahora otros deseos.
Se puso de espaldas y me miró con un gesto
de requerimiento.
—Échate sobre mí —dijo.
Coloqué mi mano sobre su estómago. El
contacto con su piel, suave como la seda, me
transmitió una maravillosa sensación. Su
respiración ascendía y descendía como un
mecanismo de relojería. Parecía muy
tranquila, pero de todas formas debía darme
prisa en satisfacer sus deseos, o al menos ésa
fue la impresión que tuve.
Me tumbé despacio sobre ella y abrió las
piernas para que me colocara entre ellas. Miré
su cara, sus ojos. Estaba tumbada sobre ella,
sobre mi jefa, sobre una mujer que, de hecho,
era algo mayor que yo, aun cuando tenía un
aspecto muy juvenil; la tenía debajo de mí y
podía decidir sobre ella, sobre su excitación y
sobre cómo satisfacerla. Era una sensación
muy extraña. Hasta el presente era ella la que
había llevado las riendas y el control, y la que
había dado las órdenes, tanto en la oficina
como en la cama, pero ahora, de repente,
ocurría todo lo contrario.
Me incliné hacia ella para besarla, pero
fue ella la que me besó a mí antes de que yo
pudiera evitarlo y comenzara con mi tarea.
Pero, de todos modos, fue bonito. Me sujetó
por la nuca, acercó mi cabeza a la suya y me
oprimió con su estómago. Pensé que no debía
hacerla esperar tanto como ella había hecho
conmigo. A lo mejor no le gustaba el aspecto
que cobraba todo ni cómo se sentía.
Suspiró y gimió en mi boca, y casi me
ahoga con su lengua, a pesar de que era ella la
que estaba tumbada y se retorcía cada vez con
mayor intensidad debajo de mí. Dejé que mi
mano avanzara hacia su pecho y le acaricié el
pezón con los dedos. Ella gimió con mayor
intensidad. Agarré todo el pecho y saboreé
una maravillosa sensación de redondez en mi
mano; luego seguí con caricias y masajes, para
acabar volviendo a excitar su pezón. Hice lo
mismo con el otro pecho, hasta que, por fin,
Brittany acabó por separarse de mi boca en
busca de aire.
—Rápido —jadeó—, vete abajo.
Yo no tenía muy claro lo que podía
significar aquello.
Copié lo que había hecho antes conmigo,
busqué con mi mano la abertura que había
entre sus muslos y me deslicé entre ellos.
Brittany abrió las piernas aún más. ¡Dios mío!
¿Había estado yo igual de húmeda? Allí casi
se podía nadar. Había tenido que controlarse
mucho mientras me masturbaba. ¿Podría
hacerlo también yo? No estaba muy segura,
porque, al fin y al cabo, no lo había hecho
nunca. No sabía lo que le podía gustar y lo
que no, y tampoco tenía la experiencia de ella
para podérmelo pensar. Por tanto, tuve que
ceñirme a sus reacciones y sus indicaciones.
Noté las convulsiones que experimentó
cuando, entre sus piernas, toqué su sexo
hinchado. Sin duda aquél era el lugar
adecuado. Busqué la pequeña elevación sobre
la prominencia y la estimulé un poco con el
dedo. Lanzó un suspiro tan fuerte que casi me
asusté.
—¡Sí! ¡Ahora!
Yo ya no podía hacer mucho más.
Brittany alzó el trasero, de modo que el roce
se hizo más firme, la acaricié un par de veces
más y luego ella gritó, se corrió y se retorció
contra mí, antes de dejarse caer sobre la
almohada. Todo fue muy rápido.
Quise retirar mi mano, pero ella protestó.
—No, no —dijo—. Quédate ahí, no te
vayas, ahora mismo seguimos.
Hice lo que me dijo y no tardó mucho en
volver a moverse y acercarse a mí. La acaricié
lo mejor que pude, hasta que ella se corrió una
vez más, pero esta vez gimió en lugar de
gritar; luego, un poco después, hubo una
tercera vez, acompañada de un suspiro. Al
acabar me miró y sonrió, casi feliz. Nunca la
había visto así, tan relajada. En la oficina
parecía que siempre estaba peleando, siempre
en tensión.
—Lo haces muy bien —dijo, con
palabras de reconocimiento.
Sí, pensé yo de repente.
«Y siempre, cuando quieres expresar tu
reconocimiento, lo haces con dinero, pagas
por ello. ¿Cuál de esos tres orgasmos es el de
mayor valor? ¿También vas a pagar por el
mío? Porque has trabajado más que yo»,
medité.
Ella se irguió.
—¿Te apetece otra vez? —dijo, solícita.
Negué con la cabeza. Se me habían
pasado las ganas al pensar en el dinero y en
las vacaciones en el Egeo. Todavía podía
decir que no. Pero yo... estaba enamorada de
ella. No podía negarme.
¿Por qué yo no podía pagarle con mi
amor y ella si podía pagarme a mí? ¿Por qué
tenía que ser precisamente con dinero? Eso lo
hace todo tan... primitivo. Incluso la
experiencia que acababa de tener con ella y
que había resultado maravillosa.
Pensé en el roce de su piel, en la
suavidad y en el calor que emitía, que eran
como seda y terciopelo reunidos en uno solo.
Una sensación indescriptible. Me hubiera
encantado acurrucarme a su lado, intercambiar
caricias, quedarme dormida junto a ella y
luego despertarme. Puede que ella tuviera algo
en contra de eso, pero a mí no me pasaba lo
mismo.
Me levanté y fui hacia mis cosas, que
estaban esparcidas por el suelo. Comencé a
vestirme.
—Mi madre —reí en plan de disculpa.
¡Menos mal que la tenía a ella!—. Se
preocupará. Me tengo que ir a casa. —Estaba
claro que hubiera podido llamar por teléfono y
con eso hubiera bastado, pero no se lo quería
decir a Brittany—Mañana mismo podemos volar a
Grecia, si quieres. ¿O mejor pasado mañana?
—preguntó, casi en un tono de negocios.
¿No le gustaba que me fuera o no le
importaba nada? ¿Ahora que ya había
conseguido lo que deseaba?
—Mejor pasado mañana —respondí,
mientras intentaba dominarme—. Necesito un
poco de tiempo para hacer la maleta..., y está
mi madre.
«¡Mi pobre madre! ¿Por qué la tengo que
usar para todo?»
—No hace falta que lleves muchas cosas
—explicó, mostrándose agradable—. Sólo lo
personal. En el barco no necesitaremos
muchas cosas y lo que precisemos lo podemos
comprar en tierra.
Yo quería decirle otra vez que no tenía
dinero, pero volví a mantener la boca cerrada.
No necesitaba ningún dinero. Ella lo pagaría
todo. Todo.
Yo ya me había vestido y estaba
preparada para irme.
—¿Puedo llamar a un taxi? —pregunté.
—Claro que sí —me respondió, mientras
señalaba el teléfono, al tiempo que se
levantaba de la cama.
Se dirigió a un pequeño escritorio, una
minúscula antigüedad que había junto a la
ventana, y sacó una cosa del cajón. Cuando
colgué el teléfono se acercó a mí, aún
desnuda, y me puso algo en la mano.
—Esto te servirá para pagar el taxi —
dijo, como de paso.
Luego se dirigió al armario y se puso por
encima algo parecido a un poncho, de tela
brillante y suelta: parecía una mezcla de
camisón y bata. Tenía un aspecto muy
seductor.
—Te acompaño —dijo.
La seguí y, al llegar abajo, vi los faros de
un coche que se acercaba a la casa. Debía de
ser mi taxi.
—Entonces, hasta pasado mañana. —Se
mostraba tan indiferente como si estuviera
ante una cita de negocios—. Te recojo a las
diez. Así llegaremos a tiempo al aeropuerto.
Me estrechó la mano a modo de
despedida y ni siquiera me dio un beso. Ni una
mínima caricia.
Después de mi primera vez me lo había
imaginado todo de otra forma, pero tuve que
aceptarlo tal y como ocurrió. Abrí la puerta de
la casa y salí a la oscuridad, que estaba
iluminada por los faros del coche, mientras
ella dejaba que la puerta se cerrara de golpe
detrás de mí.
Al sentarme en el taxi, abrí la mano y
miré los billetes. Eran de bastante valor y
había seis. Demasiado dinero para una virgen
inexperta, pensé. ****************************************************
Súper movidito y wanky este capítulo ehhh . Que les pareció el capítulo?
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
CAPITULO 4
Hubiera tenido que decir «mañana» en
lugar de «pasado mañana», pensé al día
siguiente. Cuando llegué a casa la noche
anterior, vi que en la habitación de mi madre
aún había luz. La apagó al oírme entrar. Me
había estado esperando.
Sentí que mi cargo de conciencia era casi
una sanción justa. ¿Por qué no la había
llamado antes de ir a casa de Brittany? Seguro
que se había preocupado mucho.
Se lo explicaría y yo estaba segura de que
no se enfadaría cuando supiera que no me
había ocurrido nada. Pero yo me sentía
molesta conmigo misma. ¿Qué había hecho?
Había ansiado algo desde hacía mucho tiempo
y había recibido parte de ello. Eso había
estado bien. Pero, ¿qué pasaba con el resto,
con la parte que faltaba? ¿Qué ocurría con el
amor?
Y o estaba enamorada de una forma
indudable. No me podía quitar de la cabeza a
Brittany. La veía debajo de mí, veía sus ojos,
que por un momento habían perdido su
expresión habitual y, aunque siempre
mantenían la mirada, por un mínimo instante
habían sido sinceros y vulnerables, se habían
nublado cuanto más se excitaba, cuando se
corrió.
Había sentido tanto amor hacia ella en
ese momento, la había deseado y hubiera
querido protegerla, todo eso de una forma y
en un contexto de sentimientos que eran
nuevos para mí. ¿Cómo podía sentir eso por
ella? Pues lo había sentido y no lo podía
evitar.
Lo que ella sentía por mí era harina de
otro costal. No me atreví a imaginar lo que
pensó de mí cuando me fui. Después de que
me hubiera puesto en la mano tanto dinero y
yo lo aceptara.
Si nuestro «negocio» no hubiera estado
ya sellado y yo pudiera dar marcha atrás...,
pero ahora ya no podía hacerlo. Había
firmado el contrato y había dado mi
conformidad con un apretón de manos.
Estuve sin dormir más de la mitad de la
noche. Me hubiera gustado que me acariciara
de nuevo, ver su sonrisa en aquel pequeño
instante de felicidad.
Ella estaba embriagada, turbada, me
satisfacía totalmente. Había dado al traste con
toda mi vida sentimental. Yo sólo pensaba en
ella, la veía delante de mí, me acordaba de sus
manos sobre mi cuerpo. ¡Uff! Era mejor dejar
de pensar en eso.
Acabé por quedarme dormida sólo
porque el cansancio me pasó factura, pero,
cuando me desperté a la mañana siguiente,
Brittant volvía a estar ahí. Dominaba todos
mis pensamientos. ¿Por qué tenía que esperar
un día más? ¿No hubiera sido más sencillo
subir ese mismo día en un avión, de golpe y
porrazo, para ir a Grecia? Por lo visto no.
Mi madre me miró con mucha atención
durante el desayuno y yo me sentía cada vez
más intranquila, pero no preguntó nada. Hasta
que por fin hice de tripas corazón.
—Yo... me voy mañana a Grecia, tres
semanas —dije en voz baja y con la vista fija
en mi taza de café.
—Ya —dijo ella, y untó un poco de
mantequilla en el pan.
¿No le había sorprendido?
Me negué a mirarla.
—¿No estás de acuerdo? —pregunté.
Era mi última esperanza. Si tenía algo en
contra, aún podría decirle a Brittany que no
iba.
—Eres mayor de edad —dijo—. No
puedo prohibirte nada. Ya eres adulta.
¡Mierda! ¿Por qué era tan terriblemente
tolerante?
—¿Pero no quieres saber por qué me
voy así, tan deprisa? —pregunté, algo
consternada.
—¡Oh, sí! —replicó ella, me miró y
sonrió levemente—. Pero, como te conozco,
sé que me lo vas a contar en breve.
¡Ella sí que me conocía bien! No era de
extrañar: me conocía desde que nací.
—Yo... me voy con Brittany —dije en
voz baja.
—Hummm. —Mi madre me miró,
pensativa, durante unos instantes, para
continuar después—: Lo había imaginado.
La miré con los ojos como platos.
—¿Ya te lo habías imaginado?
¿Cómo lo podía saber? De hecho, yo
misma no supe nada hasta el día anterior,
cuando Brittany me hizo la propuesta.
—Sí —asintió—. Es por tu forma de
comportarte durante las últimas semanas.
Desde que haces las prácticas con ella. Estás
enamorada.
—¿Y, de verdad, no tienes nada en
contra de eso? —agregué, un tanto incrédula.
Mi madre sonrió y me miró con cariño.
—¿En contra de qué? ¿De que estés
enamorada? ¿Cómo voy a tener algo en
contra? Es el mejor sentimiento que existe.
Sobre todo a tu edad.
Hablamos durante un buen rato sobre mi
idea de que las chicas eran más atractivas que
los chicos y de que eso no había constituido
una sorpresa para ella. Lo supo antes que yo.
Tenía una madre muy inteligente.
—Sí —dije yo, algo turbada. Si sólo
hubiera sido eso...
Me observó de nuevo. Sabía que había
algo más, pero nunca me obligaría a contarlo.
—Esta noche has llegado muy tarde a
casa —repuso, casi de pasada, mientras
mordía un pedazo pan.
Me sobresalté y me sentí turbada.
—Sí, lo sé. Me esperaste y no llamé —
me disculpé, algo cortada.
—No pasa nada —dijo ella con expresión
bondadosa.
De nuevo me miró durante un instante y
yo, de pura vergüenza, sólo pude fijar la vista
en el suelo. ¡Resultaba todo tan embarazoso!
—¿Tú... estabas en su casa? —me
preguntó, con una sonrisa.
—Sí —murmuré.
Esperaba que no me fuera a preguntar lo
que estuve haciendo, a pesar de que, por la
forma en que sonreía, lo sabía o por lo menos
lo imaginaba.
¿Por qué las madres siempre tienen que
saberlo todo? Si ahora me hubiera preguntado
si me gustó, hubiera dado un salto y hubiera
salido corriendo.
Pero no lo hizo.
—Está bien —dijo, con expresión
considerada, y dio un sorbo a su café.
—Yo... yo no puedo hablar de eso —me
disculpé, ruborizada.
Mi madre se mostró satisfecha.
—No es necesario que lo hagas —dijo—,
porque nadie te lo está pidiendo. Y yo aún
menos. También he tenido tu edad y sé cómo
van estas cosas.
—A mi edad ya casi estabas a punto de
quedarte embarazada. —Suspiré al pensar
que, al menos, ése no era mi caso.
—Sí —dijo, riendo—. Mi madre no tuvo
tanta suerte conmigo como yo contigo. —Me
cogió de la mano y la apretó con fuerza—. Me
alegro por ti —dijo en voz baja. Se levantó y
se sirvió otro café—. ¿Cómo es ella, Brittany?
—preguntó, como si no le interesara
demasiado—. Debe de ser muy agradable.
¿Agradable? Aquella no era la primera
característica que me venía a la cabeza al
pensar en Brittany. En absoluto. ¿No debía
ocurrir así cuando una se siente enamorada?
—Sí... —respondí con un titubeo.
Mi madre alzó las cejas. No era la
respuesta adecuada. Se sentó de nuevo en la
mesa, a mi lado.
—¿Hay algún problema? —preguntó.
¿Qué iba a decirle? ¿Debía hablar del
dinero y del «negocio» que había cerrado con
Brittany? No podía hacerlo, porque seguro
que me hubiera prohibido volar a Grecia.
Pero, ¿no hubiera sido lo mejor? ¿No era casi
lo que yo deseaba?
—No —respondí—. No hay ningún
problema. Sólo que estoy un poco nerviosa.
Mañana vuelo a Grecia y voy a estar con ella
durante tres semanas. No estoy acostumbrada.
—¡Te creo! —rió mi madre. Parecía
tranquila.
—Ella es..., ella es... No te puedo
describir cómo es —intenté decir, para
contestar a la pregunta que me había
formulado antes, pero no pude hacerlo—. Yo
estoy...
—Estás enamorada de ella —dijo mi
madre, satisfecha—. Es la mujer más
hermosa, más excitante y más encantadora
que existe. Es incomparable. Me lo puedo
imaginar muy bien.
Miré a mi madre con toda seriedad.
—Sí, ella es así —dije, sincera.
Me tomó de nuevo la mano y me miró,
sonriente.
—Entonces disfrútala —dijo.
Si pudiera... Ahora tenía que volver a la
otra cuestión. Era sencillo, mi madre confiaba
en mí...
—No debes preocuparte —comencé a
decir con timidez—. En la agencia me han
dado una gratificación. Y allí también voy a...
—tragué saliva— trabajar. Puedo darte el
dinero con el que habíamos contado. Nada va
a cambiar.
Mi madre había hecho planes para gastar
aquel dinero y yo quería que se sintiera
tranquila en ese aspecto.
Me miró durante unos segundos.
—Eso está muy bien —dijo. Luego
sonrió con amabilidad—. Pero no hacía falta,
al menos no en este caso. —Se inclinó hacia
delante y me acarició la cara—. Yo sólo
quiero que mi niña sea feliz. —Rió—. Las
madres somos así, ¿sabes? —Me miró una
vez más—. Tengo una hija maravillosa. —De
repente se puso seria—. Soy una madre digna
de envidia. —Se puso de pie y me besó en la
frente—. ¿Recoges tú la mesa? —preguntó,
mientras se alejaba; yo asentí.
Me quedé un rato más sentada mientras
oía cómo abría la tabla de planchar. Era fin de
semana y tenía que acabar con todas las tareas
domésticas que no había podido hacer el resto
de los días. Normalmente nos repartíamos el
trabajo, pero hoy yo no me encontraba en
condiciones.
Pensaba en Brittany, pensaba en lo que
había ocurrido la noche anterior y en lo que
pasaría en el Egeo, y pensaba en que, por
primera vez en mi vida, en cierto modo había
mentido a mi madre. Le había dicho lo del
dinero, pero no era toda la verdad. Me había
callado la parte más importante, la que hubiera
hecho que se sintiera un tanto espantada.
Ahora por fin había perdido la virginidad.
Más aún, la había perdido por lo que hice la
noche anterior o por lo que iba a hacer en el
Egeo. Pero no era una sensación agradable.
¿Por qué todo tenía que resultar tan
complicado?
—¿No vas a hacer la maleta? —me gritó
mi madre desde la sala de estar.
Me levanté.
—Claro —respondí con un grito, guardé
las cosas en el armario deprisa y corriendo, y
subí al desván a coger mi maleta.
************************************************
Espero les guste =D
Hubiera tenido que decir «mañana» en
lugar de «pasado mañana», pensé al día
siguiente. Cuando llegué a casa la noche
anterior, vi que en la habitación de mi madre
aún había luz. La apagó al oírme entrar. Me
había estado esperando.
Sentí que mi cargo de conciencia era casi
una sanción justa. ¿Por qué no la había
llamado antes de ir a casa de Brittany? Seguro
que se había preocupado mucho.
Se lo explicaría y yo estaba segura de que
no se enfadaría cuando supiera que no me
había ocurrido nada. Pero yo me sentía
molesta conmigo misma. ¿Qué había hecho?
Había ansiado algo desde hacía mucho tiempo
y había recibido parte de ello. Eso había
estado bien. Pero, ¿qué pasaba con el resto,
con la parte que faltaba? ¿Qué ocurría con el
amor?
Y o estaba enamorada de una forma
indudable. No me podía quitar de la cabeza a
Brittany. La veía debajo de mí, veía sus ojos,
que por un momento habían perdido su
expresión habitual y, aunque siempre
mantenían la mirada, por un mínimo instante
habían sido sinceros y vulnerables, se habían
nublado cuanto más se excitaba, cuando se
corrió.
Había sentido tanto amor hacia ella en
ese momento, la había deseado y hubiera
querido protegerla, todo eso de una forma y
en un contexto de sentimientos que eran
nuevos para mí. ¿Cómo podía sentir eso por
ella? Pues lo había sentido y no lo podía
evitar.
Lo que ella sentía por mí era harina de
otro costal. No me atreví a imaginar lo que
pensó de mí cuando me fui. Después de que
me hubiera puesto en la mano tanto dinero y
yo lo aceptara.
Si nuestro «negocio» no hubiera estado
ya sellado y yo pudiera dar marcha atrás...,
pero ahora ya no podía hacerlo. Había
firmado el contrato y había dado mi
conformidad con un apretón de manos.
Estuve sin dormir más de la mitad de la
noche. Me hubiera gustado que me acariciara
de nuevo, ver su sonrisa en aquel pequeño
instante de felicidad.
Ella estaba embriagada, turbada, me
satisfacía totalmente. Había dado al traste con
toda mi vida sentimental. Yo sólo pensaba en
ella, la veía delante de mí, me acordaba de sus
manos sobre mi cuerpo. ¡Uff! Era mejor dejar
de pensar en eso.
Acabé por quedarme dormida sólo
porque el cansancio me pasó factura, pero,
cuando me desperté a la mañana siguiente,
Brittant volvía a estar ahí. Dominaba todos
mis pensamientos. ¿Por qué tenía que esperar
un día más? ¿No hubiera sido más sencillo
subir ese mismo día en un avión, de golpe y
porrazo, para ir a Grecia? Por lo visto no.
Mi madre me miró con mucha atención
durante el desayuno y yo me sentía cada vez
más intranquila, pero no preguntó nada. Hasta
que por fin hice de tripas corazón.
—Yo... me voy mañana a Grecia, tres
semanas —dije en voz baja y con la vista fija
en mi taza de café.
—Ya —dijo ella, y untó un poco de
mantequilla en el pan.
¿No le había sorprendido?
Me negué a mirarla.
—¿No estás de acuerdo? —pregunté.
Era mi última esperanza. Si tenía algo en
contra, aún podría decirle a Brittany que no
iba.
—Eres mayor de edad —dijo—. No
puedo prohibirte nada. Ya eres adulta.
¡Mierda! ¿Por qué era tan terriblemente
tolerante?
—¿Pero no quieres saber por qué me
voy así, tan deprisa? —pregunté, algo
consternada.
—¡Oh, sí! —replicó ella, me miró y
sonrió levemente—. Pero, como te conozco,
sé que me lo vas a contar en breve.
¡Ella sí que me conocía bien! No era de
extrañar: me conocía desde que nací.
—Yo... me voy con Brittany —dije en
voz baja.
—Hummm. —Mi madre me miró,
pensativa, durante unos instantes, para
continuar después—: Lo había imaginado.
La miré con los ojos como platos.
—¿Ya te lo habías imaginado?
¿Cómo lo podía saber? De hecho, yo
misma no supe nada hasta el día anterior,
cuando Brittany me hizo la propuesta.
—Sí —asintió—. Es por tu forma de
comportarte durante las últimas semanas.
Desde que haces las prácticas con ella. Estás
enamorada.
—¿Y, de verdad, no tienes nada en
contra de eso? —agregué, un tanto incrédula.
Mi madre sonrió y me miró con cariño.
—¿En contra de qué? ¿De que estés
enamorada? ¿Cómo voy a tener algo en
contra? Es el mejor sentimiento que existe.
Sobre todo a tu edad.
Hablamos durante un buen rato sobre mi
idea de que las chicas eran más atractivas que
los chicos y de que eso no había constituido
una sorpresa para ella. Lo supo antes que yo.
Tenía una madre muy inteligente.
—Sí —dije yo, algo turbada. Si sólo
hubiera sido eso...
Me observó de nuevo. Sabía que había
algo más, pero nunca me obligaría a contarlo.
—Esta noche has llegado muy tarde a
casa —repuso, casi de pasada, mientras
mordía un pedazo pan.
Me sobresalté y me sentí turbada.
—Sí, lo sé. Me esperaste y no llamé —
me disculpé, algo cortada.
—No pasa nada —dijo ella con expresión
bondadosa.
De nuevo me miró durante un instante y
yo, de pura vergüenza, sólo pude fijar la vista
en el suelo. ¡Resultaba todo tan embarazoso!
—¿Tú... estabas en su casa? —me
preguntó, con una sonrisa.
—Sí —murmuré.
Esperaba que no me fuera a preguntar lo
que estuve haciendo, a pesar de que, por la
forma en que sonreía, lo sabía o por lo menos
lo imaginaba.
¿Por qué las madres siempre tienen que
saberlo todo? Si ahora me hubiera preguntado
si me gustó, hubiera dado un salto y hubiera
salido corriendo.
Pero no lo hizo.
—Está bien —dijo, con expresión
considerada, y dio un sorbo a su café.
—Yo... yo no puedo hablar de eso —me
disculpé, ruborizada.
Mi madre se mostró satisfecha.
—No es necesario que lo hagas —dijo—,
porque nadie te lo está pidiendo. Y yo aún
menos. También he tenido tu edad y sé cómo
van estas cosas.
—A mi edad ya casi estabas a punto de
quedarte embarazada. —Suspiré al pensar
que, al menos, ése no era mi caso.
—Sí —dijo, riendo—. Mi madre no tuvo
tanta suerte conmigo como yo contigo. —Me
cogió de la mano y la apretó con fuerza—. Me
alegro por ti —dijo en voz baja. Se levantó y
se sirvió otro café—. ¿Cómo es ella, Brittany?
—preguntó, como si no le interesara
demasiado—. Debe de ser muy agradable.
¿Agradable? Aquella no era la primera
característica que me venía a la cabeza al
pensar en Brittany. En absoluto. ¿No debía
ocurrir así cuando una se siente enamorada?
—Sí... —respondí con un titubeo.
Mi madre alzó las cejas. No era la
respuesta adecuada. Se sentó de nuevo en la
mesa, a mi lado.
—¿Hay algún problema? —preguntó.
¿Qué iba a decirle? ¿Debía hablar del
dinero y del «negocio» que había cerrado con
Brittany? No podía hacerlo, porque seguro
que me hubiera prohibido volar a Grecia.
Pero, ¿no hubiera sido lo mejor? ¿No era casi
lo que yo deseaba?
—No —respondí—. No hay ningún
problema. Sólo que estoy un poco nerviosa.
Mañana vuelo a Grecia y voy a estar con ella
durante tres semanas. No estoy acostumbrada.
—¡Te creo! —rió mi madre. Parecía
tranquila.
—Ella es..., ella es... No te puedo
describir cómo es —intenté decir, para
contestar a la pregunta que me había
formulado antes, pero no pude hacerlo—. Yo
estoy...
—Estás enamorada de ella —dijo mi
madre, satisfecha—. Es la mujer más
hermosa, más excitante y más encantadora
que existe. Es incomparable. Me lo puedo
imaginar muy bien.
Miré a mi madre con toda seriedad.
—Sí, ella es así —dije, sincera.
Me tomó de nuevo la mano y me miró,
sonriente.
—Entonces disfrútala —dijo.
Si pudiera... Ahora tenía que volver a la
otra cuestión. Era sencillo, mi madre confiaba
en mí...
—No debes preocuparte —comencé a
decir con timidez—. En la agencia me han
dado una gratificación. Y allí también voy a...
—tragué saliva— trabajar. Puedo darte el
dinero con el que habíamos contado. Nada va
a cambiar.
Mi madre había hecho planes para gastar
aquel dinero y yo quería que se sintiera
tranquila en ese aspecto.
Me miró durante unos segundos.
—Eso está muy bien —dijo. Luego
sonrió con amabilidad—. Pero no hacía falta,
al menos no en este caso. —Se inclinó hacia
delante y me acarició la cara—. Yo sólo
quiero que mi niña sea feliz. —Rió—. Las
madres somos así, ¿sabes? —Me miró una
vez más—. Tengo una hija maravillosa. —De
repente se puso seria—. Soy una madre digna
de envidia. —Se puso de pie y me besó en la
frente—. ¿Recoges tú la mesa? —preguntó,
mientras se alejaba; yo asentí.
Me quedé un rato más sentada mientras
oía cómo abría la tabla de planchar. Era fin de
semana y tenía que acabar con todas las tareas
domésticas que no había podido hacer el resto
de los días. Normalmente nos repartíamos el
trabajo, pero hoy yo no me encontraba en
condiciones.
Pensaba en Brittany, pensaba en lo que
había ocurrido la noche anterior y en lo que
pasaría en el Egeo, y pensaba en que, por
primera vez en mi vida, en cierto modo había
mentido a mi madre. Le había dicho lo del
dinero, pero no era toda la verdad. Me había
callado la parte más importante, la que hubiera
hecho que se sintiera un tanto espantada.
Ahora por fin había perdido la virginidad.
Más aún, la había perdido por lo que hice la
noche anterior o por lo que iba a hacer en el
Egeo. Pero no era una sensación agradable.
¿Por qué todo tenía que resultar tan
complicado?
—¿No vas a hacer la maleta? —me gritó
mi madre desde la sala de estar.
Me levanté.
—Claro —respondí con un grito, guardé
las cosas en el armario deprisa y corriendo, y
subí al desván a coger mi maleta.
************************************************
Espero les guste =D
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
CAPÍTULO 5
A la mañana siguiente llamé a Brittany y
le pedí que me recogiera un par de calles más
allá y no justo delante de mi casa. No quería
que mi madre y ella se encontraran.
Me había quedado claro que Brittany
sólo era unos pocos años más joven que mi
madre. Ellas dos hubieran hecho mejor pareja
que Brittany y yo. Y aunque mi madre lo
sabía, porque yo sabía con toda seguridad,
aquello resultaba muy embarazoso para mí.
No quería que ella lo pudiera confirmar al ver
a Brittany.
Eso no impedía, por supuesto, que mi
madre estuviera muy intrigada. Le hubiera
gustado ver cara a cara a la persona con la que
su hija se iba de vacaciones, pero respetó mis
reservas y no dijo nada cuando le informé de
que ya nos íbamos al sitio que habíamos
acordado.
Me abrazó en la puerta, apretándome
fuerte contra ella. Nos habíamos separado en
muy raras ocasiones, en realidad casi nunca.
—Te deseo unas vacaciones maravillosas
—dijo con una sonrisa, y no creí equivocarme
cuando me pareció ver alguna pequeña
lágrima en sus ojos—. Llámame alguna vez,
¿de acuerdo? Por favor. Ya sé que las madres
somos terribles, pero vas a estar tan lejos
durante estas tres semanas —me miró, como
disculpándose.
Yo la abracé.
—Claro que lo haré —prometí—. Todos
los días.
Ella se rió.
—No es necesario —dijo—. Seguro que
vas a tener cosas mejores que hacer. —Guiñó
un poco los ojos, pero seguro que era por las
lágrimas y no por otra cosa.
Ya sentía su falta. La iba a echar de
menos, pero, a la vez, deseaba estar con
Brittany. Calmé mi mala conciencia con una
promesa más.
—Te escribiré un par de bonitas postales
con un sol resplandeciente —reí con una
ingenuidad calculada.
¡Si hubiera dicho toda la verdad en lugar
de engañarla...! Claro que entonces no me
hubiera dejado hacer el viaje. De eso estaba
totalmente convencida.
Y yo quería viajar. Yo quería a Brittany.
Yo quería estar con ella...
Me estremecí levemente y cogí la maleta
con firmeza.
—En tres semanas estaré de vuelta —
dije, a modo de consuelo—. Ya sabes lo
rápido que pasa el tiempo.
—¡Para ti seguro! —exclamó, riendo—.
Cuando uno hace algo hermoso, el tiempo
pasa más rápido de lo que se quisiera. Para mí
pasará más lento. Venga, márchate de una vez
que te estará esperando. —Casi me empujó
hasta la puerta.
Me volví una vez para mirarla. Sonrió
para animarme y agitó ligeramente la mano.
Hubiera preferido darme la vuelta, contarle
toda la verdad y esperar sus consejos, porque
siempre había sido mi mejor consejera durante
todos estos años. Siempre sabía lo que había
que hacer.
Pero ahora era yo la que tenía que
saberlo por mí misma. Era una mujer adulta,
como ya me había dicho. No le podía dejar
siempre la responsabilidad a mi madre. Tenía
que aceptarla yo misma.
Enderecé los hombros y caminé calle
abajo, sin darme la vuelta para mirarla.
Al poco de llegar a nuestro punto de
encuentro, Brittany llegó con su Jaguar, casi
en completo silencio. Me abrió desde dentro el
maletero para que pudiera guardar mi
equipaje.
¿No había dicho que sólo lleváramos las
cosas personales? El maletero estaba lleno
hasta los topes y sólo pude encontrar un
pequeño hueco en una esquina.
Después de subir al coche, me habría
inclinado hacia ella con sumo gusto para darle
un beso de saludo. Tenía muchas ganas de
hacerlo y, una vez más, mi corazón parecía
estar a punto de salirme por la boca. Pero ella
se mantuvo tan fría y esquiva que pronto me
olvidé de aquel deseo.
—Ha sido una buena idea por tu parte —
dijo, utilizando aquel tono de negocios que yo
ya conocía y que siempre utilizaba en la
oficina para dirigirse a mí—. No estoy
acostumbrada a que las madres de mis... —Se
detuvo un momento y luego continuó,
mientras miraba por el espejo retrovisor y
arrancaba—. Me encuentro extraña entre las
madres.
—Mi madre es muy agradable. —Me
puse a la defensiva. Yo había tenido la misma
idea porque no quería que mi madre viera a
Brittany y, en este caso, era Brittany la que no
deseaba verla. Eso me molestó hasta cierto
punto.
Brittany me miró.
—Seguro que lo es —dijo y luego se
mantuvo callada. En la radio del coche sonaba
de fondo un CD de música clásica.
—¿Puedo ponerlo más alto? —pregunté.
Decidí no intentar hablar con ella, ya que
parecía imposible en aquel momento. A lo
mejor hubiera debido bajarme del coche.
—Claro —dijo y, antes de que yo
pudiera hacer nada, activó un pequeño botón
en el volante—. ¿Mejor así? —preguntó,
mientras la música fluía en el interior del
coche como si fuera una sala de conciertos.
—Sí, gracias —repuse, y permanecimos
calladas durante todo el viaje hasta el
aeropuerto. Ninguna de las dos dijo nada,
como si lo hubiéramos convenido.
Nunca había volado y el aeropuerto me
fascinó en cuanto llegamos a él. Me pareció
enorme, inmenso, y en cierto modo me
infundió angustia. Brittany se sentía muy bien
allí. Dejó su coche en un sitio muy
determinado, que ya parecía conocer de antes,
y nada más hacerlo apareció un hombre con
un carro para recoger nuestras maletas.
Seguro que lo había organizado todo, igual
que en la oficina. El caos que al principio me
había irritado tanto era, si se miraba con
atención, un orden predeterminado, su orden.
Y aquí ocurría lo mismo.
Brittany no habló. Parecía esperar que yo
la siguiera, cosa que hice, por supuesto. Sin
ella me hubiera sentido perdida. Se dirigió
hacia el mostrador adecuado, nos hicimos con
nuestros billetes y luego fuimos a la Gate 11,
donde nos dieron nuestras tarjetas de
embarque y facturamos.
Ya sin equipaje nos pudimos mover
mejor y fue la primera vez que se dirigió a mí.
—¿Tomamos algo? Todavía nos queda
un poco hasta la hora de embarcar.
Asentí, sobrecogida, pues todo aquel
escenario me resultaba algo inquietante. Y ella
también me inquietaba. Era muy práctica,
carecía de sentimientos, como si fuéramos a
hacer un viaje de negocios. Me estremecí.
¿No había ocurrido siempre así? ¿No había
actuado siempre de la misma manera?
¿Siempre quizás a excepción de un instante la
noche anterior?
Fuimos a una pequeña sala y,
excepcionalmente, en lugar de pedir cerveza
tomamos cava, o puede que fuera champán,
porque yo no sabía distinguirlos muy bien.
La primera vez que me sonrió en todo el
día fue en el momento de brindar conmigo.
—Por nuestras vacaciones —dijo.
—Sí. —No pude sonreír de la forma
adecuada, pues me sentía nerviosa e incluso
algo intimidada por sus frías formas y por
todo lo que ocurría a mi alrededor.
—¿Te da miedo volar? —preguntó, en
plan distraído y como por decir algo. No
parecía interesarle lo más mínimo.
—Yo... no lo sé. Nunca he volado —
respondí con algo de timidez.
Ella sonrió. Parecía que yo le gustaba
cuando me sentía tímida y desamparada.
—¿Nunca has ido en avión? —preguntó
—. Bueno, pues ya era hora. Te va a gustar.
Al despegar el avión experimentas una
sensación maravillosa. Es como tener
mariposas en el estómago. —Me miró de una
forma un tanto extraña—. Como ocurre en la
cama —añadió más tarde, en un tono neutro
y, una vez más, con una sonrisa mecánica.
Ya habíamos llegado al tema, al objetivo
de nuestro viaje. Recuerdo que en una ocasión
leí un libro que se titulaba Miedo a volar. Era
un libro muy curioso, puesto que no tenía
nada que ver con el vuelo. De hecho la figura
protagonista se encontraba en un aeropuerto,
aunque en realidad no trataba de volar.
Cuando leí aquel libro tuve la sensación
de no entenderlo muy bien. Puede que yo
fuera muy joven e inexperta para ciertas
cosas, pero de repente lo entendí todo a la
perfección: el libro, el título, todo... El miedo a
volar significaba en ese contexto miedo ante el
sexo, miedo a la libertad, a la propia
responsabilidad. De hecho, no era un libro de
amor entre lesbianas, pero ahora podía
comprenderlo.
Sin embargo, no pensé que Brittany me
lo preguntara de esa forma, porque seguro que
no había caído en eso. No podía dejar de
pensar que aquel tema había quedado
liquidado, resuelto después de lo ocurrido
hacía dos noches.
No pude contestar nada a su comentario,
pues no tenía ninguna base para comparar, y
tampoco sabía si ella esperaba que yo
reaccionara. Agarré la copa y me sentí
desplazada. En realidad, ¿qué hacía yo allí?
Con una mujer como ella, a mi edad y sin
haber tenido siquiera la experiencia de volar.
—¿Te gusta el Mediterráneo? —preguntó
ella de repente. Cuando alcé la vista, me
observaba con una expresión seria. Su sonrisa
había desaparecido.
—Sí, sí, claro. —Era cierto. Me gustaba.
Pero no era sólo del Mediterráneo de lo que
aquí se trataba. Me sentía violenta—. Lo
siento. Te prometo que allí abajo seré... más
agradable. Lo que pasa es que todo esto es
nuevo para mí. No sé nada en absoluto... —
me disculpé.
Ella me interrumpió.
—Está bien. —Luego se mostró
satisfecha—. ¿Puedes ser más «más
agradable»? ¿Qué entiendes tú por «allí
abajo»? —Ahora parecía más relajada que
nunca. Parecía que le gustaba mi
planteamiento, o quizá sólo fuera que
disfrutaba por el mero hecho de verme
turbada por la vergüenza.
—Sí. Yo... me refiero a que tenemos un
acuerdo y lo voy a cumplir —balbuceé y me
esforcé para que mi cara se mantuviera fresca
e impasible, para impedir el rubor que
intentaba teñirla. Mi tono de voz me
traicionaba.
—Ya contaba con eso —contestó,
impasible, y bebió de su copa de champán.
¿Por qué era así? ¿Y por qué, a pesar de
todo, yo la quería? Porque la amaba, eso lo
sabía bien. Me sentía atraída por ella, era
como un imán para mí.
Me hubiera encantado acariciarla, tocar
su rostro, disfrutar de nuevo de la sensación
suave y cálida de su piel. Pero me convencí
de que allí, en aquel momento y en aquel
lugar, debía renunciar a eso. Ella era ahora la
mujer que yo conocía en la oficina: fría y
eficiente, distante hasta no poder más. Y yo
también debía comportarme así, pues de lo
contrario se cansaría enseguida de mí.
Aquello me recordó que en realidad no
habíamos hablado de lo que ocurriría cuando
hubieran transcurrido las tres semanas. Las
vacaciones se acabarían y con ellas mis
prácticas. Yo empezaría a estudiar otra vez
para preparar la selectividad y ella se limitaría
a seguir con la dirección de su agencia como
antes, sin mí. ¿Eso significaría que iba a ser
del todo sin mí? ¿En el campo laboral y en el
aspecto personal?
—¿Brittany? —pregunté en voz baja.
Debía haberme dominado para no
hacerlo. Ella me miró interrogante, alzó las
cejas y esperó a que continuara.
—¿Has... has pensado... algo para
después? —Formulé la pregunta que me
corroía el espíritu y que ya me hacía sentir
una presión en el estómago—. Para dentro de
tres semanas —completé la frase—. Cuando
regresemos.
—No —contestó ella sin ningún interés
—. No lo he hecho. ¿Debería hacerlo?
En aquel momento anunciaron nuestro
vuelo. Ella bebió el último trago de su copa y
se puso en pie.
—Vamos —dijo—. Debemos irnos.
Me levanté y la seguí con cierto
estremecimiento. Ahora ya me quedaba claro
lo que significaban aquellas tres semanas para
ella y para mí: eran dos cosas totalmente
distintas.
Después de que el avión se elevara, me
recliné en mi asiento. Disimulé un suspiro. Ella
tenía razón: la sensación del despegue tenía
mucho que ver con el sexo.
Hasta ese momento tenía unas cuantas
cosas que asimilar. Brittany, con toda
amabilidad, me había cedido el lado de la
ventanilla para que yo, como nunca había
volado, pudiera contemplar de cerca las nubes
durante el ascenso. Ahora tuve, de nuevo, la
oportunidad de mirarla. Hojeaba unos papeles
de la agencia de publicidad. Tal y como
parecía, las vacaciones aún no habían
comenzado. ¿O a ella le bastaba con sentarse
en un avión rumbo a Grecia?
Apenas despegamos nos sirvieron la
comida. Todo venía envuelto en plástico y
listo para comer. El vuelo no iba a durar
mucho tiempo y todo debía hacerse muy
rápido. Comprobé que la comida era muy
buena, pero no pude decírselo a Brittany
porque ella seguía con sus papeles, como si yo
no estuviera allí. Había visto eso en las
películas de matrimonios. Los hombres solían
comportarse así. Pero ella no era un hombre.
Tras la comida, las azafatas lo recogieron
todo y sólo nos quedamos con las bebidas que
pidió Brittany. Todavía no habían terminado
de retirar las bandejas cuando la azafata
regresó de nuevo y se inclinó hacia nosotras
dos.
—¿Quiere usted ir a la cabina del piloto?
—me invitó, solícita—. Creo haber escuchado
que usted nunca ha volado antes.
Brittany me miró y sonrió. Creo que se lo
había dicho ella.
Yo me sentí perpleja.
—Sí —respondí, sorprendida—, con
mucho gusto.
Miré a Brittany y su sonrisa borró todo lo
que había ocurrido antes. Lo había arreglado
todo en mi honor, sólo para mí, y eso que yo
la había tomado por una persona de
sentimientos fríos por el mero hecho de que
siempre los mantenía bajo control, porque no
los exhibía continuamente y no importunaba a
nadie con ellos, casi como había ocurrido hoy.
¡Yo la amaba, la amaba, la amaba!
Brittany sacudió la cabeza con una
sonrisa.
—Yo no, gracias —dijo—. Ya he estado.
La azafata asintió, esperó a que yo me
levantara de mi asiento y se situó delante de
mí. En la cabina todo era acristalado, de modo
que se podía mirar hacia fuera por todas
partes. ¡Menos mal que el suelo no era
transparente, porque me hubiera mareado!
Después de que me saludaran el
comandante y el segundo, procedieron a
explicarme el funcionamiento de algunos de
los instrumentos y me señalaron en el mapa el
lugar exacto sobre el que volábamos. El piloto
automático trabajaba por sí solo y ellos, de
vez en cuando, tenían que comprobar los
instrumentos para ver si todo iba bien. Parecía
que volar sólo era una diversión para ellos,
pues se los veía muy relajados en su asiento y
sin hacer nada.
Cuando uno va sentado atrás, entre los
pasajeros, piensa, o al menos es lo que yo
imaginaba, que los pilotos están siempre
atentos a los mandos del avión, pero no es así.
Hablaron y se rieron conmigo, giraron sus
asientos hacia atrás, tomaron café y, de vez en
cuando y como sin ningún interés, echaban un
vistazo a los instrumentos. Sin embargo, yo
estaba convencida en mi interior de que no
perdían la concentración en ningún momento.
Todo aquello me parecía demasiado informal.
Volábamos tan alto que al mirar desde la
cabina casi fui incapaz de reconocer nada allí
abajo, en la tierra. Sólo un par de minúsculas
manchas en el paisaje, que debían de ser
ciudades. Después de saborear por completo
mi visita al centro de mando del avión, regresé
a mi asiento. Todavía me sentía aturdida por
las impresiones que estaba recibiendo.
Brittany ya no estaba allí. Su revista
estaba sobre el asiento, pero ella había
desaparecido. Quería contarle mis experiencias
en la cabina y miré alrededor. No podía estar
muy lejos. Seguí hacia atrás para buscarla.
Estaba casi a la altura de la puerta de salida,
con un vaso de whisky en la mano. Seguro
que se lo había hecho servir por la azafata,
aunque ésta se lo habría llevado a su asiento...
Fruncí el entrecejo.
Brittany sonrió al verme llegar.
—¿Quieres uno? —preguntó.
Sacudí la cabeza en señal de negación.
—¿Whisky? ¡Puaj, no!
Ella se rió.
—Tal vez fuera mejor —dijo.
La miré sin entender nada. ¿Qué le
pasaba ahora?
Brittany miró a su alrededor y me
empujó por detrás. Se abrió una puerta y dio
un paso hacia atrás, mientras me cogía por la
muñeca y me metía con ella en los lavabos.
Hasta ese momento no me había dado cuenta
de que estaba justo delante de ellos. Soltó su
vaso de whisky, me abrazó y echó el pestillo a
la puerta.
Si el baño del avión ya era muy estrecho
para una sola persona, para dos era..., bueno,
pues estrechísimo... Brittany y yo estábamos
de pie, muy juntas y apretadas una contra la
otra.
—¿Entiendes ahora lo que te quiero
decir? —me preguntó, sonriente, y con un
fulgor de malicia en los ojos.
Podía imaginármelo, pero no lo entendía
del todo. El lavabo era muy estrecho para lo
que ella parecía desear.
Pero Brittany no pensaba igual. ¿Lo
tendría planeado? Durante todo el tiempo yo
me había preguntado, cuando tenía un
momento para pensar, el motivo por el que
hoy llevaba falda. Ella solía ir siempre con
pantalones. Desde que la conocía sólo la había
visto con falda en dos ocasiones, en
presentaciones comerciales para alguna
empresa.
Las faldas suelen formar parte, por lo
general, de un traje y, en fin, acostumbran a
ser bastante cortas y estrechas. Elementos de
ayuda para pescar contratos, así es como las
denominaba Tina. La mayoría de las
decisiones empresariales eran tomadas por
hombres y, al parecer, ninguno podía resistirse
ante una mujer hermosa, con piernas largas y
semidesnudas, y un buen trasero que
destacara bajo una falda estrecha.
Cuando Tina me lo explicó, me pareció
algo ridículo por parte de los hombres, pero al
observarlo ahora en Brittany, que se echaba
hacia atrás apoyándose en el lavabo y
separaba ligeramente las piernas, podía llegar a
entender a esos tipos. Hoy la falda de Brittany
no era demasiado estrecha. Más bien era
ancha y cómoda para ir de viaje y para el
clima cálido que nos esperaba, había pensado
yo. Era ropa de vacaciones, pero a lo mejor
me había equivocado en mi pensamiento.
Brittany se agarró a mí y me atrajo entre
sus muslos. Sus besos sabían a whisky y
también a ella, y olía tan bien... De eso ya me
había dado cuenta al principio, en el coche,
justo cuando me recogió. Todos los días
usaba un perfume, pero no era exagerado y
siempre parecía exhalar una especie de aroma
comercial. Hoy olía de una forma más
femenina y seductora. Y parecía que se había
puesto más, porque el olor era más intenso
que al principio.
Perdí el juicio en el momento en que su
lengua se apoderó de mi boca. Serpenteaba de
un lado a otro y entraba y volvía a entrar en
lugares inesperados. Ella sabía besar tan bien
como yo había imaginado en mis sueños, o
puede que nunca hubiera sido capaz de
imaginar lo bien que lo hacía.
Escuché su respiración, cada vez más
agitada, aunque también podía ser la mía,
bastante dificultosa. Brittany se apretaba
contra mí, cada vez más excitada, hasta que
por fin gimió.
Luego dio por terminado el beso.
—¿Estuvo bien lo de la cabina del
comandante? —me preguntó de forma
inesperada, mientras respiraba con dificultad;
sonreía como una niña pequeña, a pesar de
que no se parecía mucho a una niña.
—Sí —dije, un tanto irritada—. Muy
interesante. Te lo quería contar antes de...
Ella siguió sonriendo.
—¿Antes de llegar aquí? —terminó la
frase, porque yo me había interrumpido,
avergonzada.
No contesté. Me había puesto en un
nuevo aprieto y yo estaba segura de que lo
había hecho con toda la intención.
Se rió para sus adentros. Yo no la
conocía ni poco ni mucho. De repente parecía
estar mucho más relajada. ¿Sería el whisky?
—Eso sólo lo suelen hacer con los niños
que vuelan por primera vez —dijo—. Incluso
les llegan a dar un sombrerito y un juguete.
¿Te lo han dado a ti también?
Me atrajo hacia ella y sus picaros ojos la
delató. Aunque me sentaba mal que hiciera
aquellas constantes alusiones a mi edad, me
caía muy bien. Ahora era una... una mujer
normal. Una mujer con la que se podía
bromear y reír, que no estaba siempre seria ni
pendiente de una meta. Bueno, ahora sí tenía
una meta. Al fin y al cabo, quería algo muy
determinado de mí.
Y yo también lo había entendido con
toda claridad. Decidí no sentirme ofendida y
disfrutar de su desenvoltura. Sonreí con
ironía.
—No tenían ninguno de mi tamaño —
dije—. Soy un poco grande para mi edad.
Echó la cabeza hacia atrás y se rió. En
aquel mismo instante alguien llamó a la puerta.
—Hay un lavabo al otro lado —murmuró
—. No tenemos por qué darnos prisa.
Al escuchar aquel ruido a mi espalda, por
un instante me recorrió el cuerpo una
sensación de miedo. Sentí frío y calor. No iba
conmigo eso de ser desconsiderada con los
demás, sobre todo cuando era consciente de
que estábamos utilizando el lavabo para algo
muy distinto de aquello para lo que estaba
previsto.
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Saludos... espero les guste
A la mañana siguiente llamé a Brittany y
le pedí que me recogiera un par de calles más
allá y no justo delante de mi casa. No quería
que mi madre y ella se encontraran.
Me había quedado claro que Brittany
sólo era unos pocos años más joven que mi
madre. Ellas dos hubieran hecho mejor pareja
que Brittany y yo. Y aunque mi madre lo
sabía, porque yo sabía con toda seguridad,
aquello resultaba muy embarazoso para mí.
No quería que ella lo pudiera confirmar al ver
a Brittany.
Eso no impedía, por supuesto, que mi
madre estuviera muy intrigada. Le hubiera
gustado ver cara a cara a la persona con la que
su hija se iba de vacaciones, pero respetó mis
reservas y no dijo nada cuando le informé de
que ya nos íbamos al sitio que habíamos
acordado.
Me abrazó en la puerta, apretándome
fuerte contra ella. Nos habíamos separado en
muy raras ocasiones, en realidad casi nunca.
—Te deseo unas vacaciones maravillosas
—dijo con una sonrisa, y no creí equivocarme
cuando me pareció ver alguna pequeña
lágrima en sus ojos—. Llámame alguna vez,
¿de acuerdo? Por favor. Ya sé que las madres
somos terribles, pero vas a estar tan lejos
durante estas tres semanas —me miró, como
disculpándose.
Yo la abracé.
—Claro que lo haré —prometí—. Todos
los días.
Ella se rió.
—No es necesario —dijo—. Seguro que
vas a tener cosas mejores que hacer. —Guiñó
un poco los ojos, pero seguro que era por las
lágrimas y no por otra cosa.
Ya sentía su falta. La iba a echar de
menos, pero, a la vez, deseaba estar con
Brittany. Calmé mi mala conciencia con una
promesa más.
—Te escribiré un par de bonitas postales
con un sol resplandeciente —reí con una
ingenuidad calculada.
¡Si hubiera dicho toda la verdad en lugar
de engañarla...! Claro que entonces no me
hubiera dejado hacer el viaje. De eso estaba
totalmente convencida.
Y yo quería viajar. Yo quería a Brittany.
Yo quería estar con ella...
Me estremecí levemente y cogí la maleta
con firmeza.
—En tres semanas estaré de vuelta —
dije, a modo de consuelo—. Ya sabes lo
rápido que pasa el tiempo.
—¡Para ti seguro! —exclamó, riendo—.
Cuando uno hace algo hermoso, el tiempo
pasa más rápido de lo que se quisiera. Para mí
pasará más lento. Venga, márchate de una vez
que te estará esperando. —Casi me empujó
hasta la puerta.
Me volví una vez para mirarla. Sonrió
para animarme y agitó ligeramente la mano.
Hubiera preferido darme la vuelta, contarle
toda la verdad y esperar sus consejos, porque
siempre había sido mi mejor consejera durante
todos estos años. Siempre sabía lo que había
que hacer.
Pero ahora era yo la que tenía que
saberlo por mí misma. Era una mujer adulta,
como ya me había dicho. No le podía dejar
siempre la responsabilidad a mi madre. Tenía
que aceptarla yo misma.
Enderecé los hombros y caminé calle
abajo, sin darme la vuelta para mirarla.
Al poco de llegar a nuestro punto de
encuentro, Brittany llegó con su Jaguar, casi
en completo silencio. Me abrió desde dentro el
maletero para que pudiera guardar mi
equipaje.
¿No había dicho que sólo lleváramos las
cosas personales? El maletero estaba lleno
hasta los topes y sólo pude encontrar un
pequeño hueco en una esquina.
Después de subir al coche, me habría
inclinado hacia ella con sumo gusto para darle
un beso de saludo. Tenía muchas ganas de
hacerlo y, una vez más, mi corazón parecía
estar a punto de salirme por la boca. Pero ella
se mantuvo tan fría y esquiva que pronto me
olvidé de aquel deseo.
—Ha sido una buena idea por tu parte —
dijo, utilizando aquel tono de negocios que yo
ya conocía y que siempre utilizaba en la
oficina para dirigirse a mí—. No estoy
acostumbrada a que las madres de mis... —Se
detuvo un momento y luego continuó,
mientras miraba por el espejo retrovisor y
arrancaba—. Me encuentro extraña entre las
madres.
—Mi madre es muy agradable. —Me
puse a la defensiva. Yo había tenido la misma
idea porque no quería que mi madre viera a
Brittany y, en este caso, era Brittany la que no
deseaba verla. Eso me molestó hasta cierto
punto.
Brittany me miró.
—Seguro que lo es —dijo y luego se
mantuvo callada. En la radio del coche sonaba
de fondo un CD de música clásica.
—¿Puedo ponerlo más alto? —pregunté.
Decidí no intentar hablar con ella, ya que
parecía imposible en aquel momento. A lo
mejor hubiera debido bajarme del coche.
—Claro —dijo y, antes de que yo
pudiera hacer nada, activó un pequeño botón
en el volante—. ¿Mejor así? —preguntó,
mientras la música fluía en el interior del
coche como si fuera una sala de conciertos.
—Sí, gracias —repuse, y permanecimos
calladas durante todo el viaje hasta el
aeropuerto. Ninguna de las dos dijo nada,
como si lo hubiéramos convenido.
Nunca había volado y el aeropuerto me
fascinó en cuanto llegamos a él. Me pareció
enorme, inmenso, y en cierto modo me
infundió angustia. Brittany se sentía muy bien
allí. Dejó su coche en un sitio muy
determinado, que ya parecía conocer de antes,
y nada más hacerlo apareció un hombre con
un carro para recoger nuestras maletas.
Seguro que lo había organizado todo, igual
que en la oficina. El caos que al principio me
había irritado tanto era, si se miraba con
atención, un orden predeterminado, su orden.
Y aquí ocurría lo mismo.
Brittany no habló. Parecía esperar que yo
la siguiera, cosa que hice, por supuesto. Sin
ella me hubiera sentido perdida. Se dirigió
hacia el mostrador adecuado, nos hicimos con
nuestros billetes y luego fuimos a la Gate 11,
donde nos dieron nuestras tarjetas de
embarque y facturamos.
Ya sin equipaje nos pudimos mover
mejor y fue la primera vez que se dirigió a mí.
—¿Tomamos algo? Todavía nos queda
un poco hasta la hora de embarcar.
Asentí, sobrecogida, pues todo aquel
escenario me resultaba algo inquietante. Y ella
también me inquietaba. Era muy práctica,
carecía de sentimientos, como si fuéramos a
hacer un viaje de negocios. Me estremecí.
¿No había ocurrido siempre así? ¿No había
actuado siempre de la misma manera?
¿Siempre quizás a excepción de un instante la
noche anterior?
Fuimos a una pequeña sala y,
excepcionalmente, en lugar de pedir cerveza
tomamos cava, o puede que fuera champán,
porque yo no sabía distinguirlos muy bien.
La primera vez que me sonrió en todo el
día fue en el momento de brindar conmigo.
—Por nuestras vacaciones —dijo.
—Sí. —No pude sonreír de la forma
adecuada, pues me sentía nerviosa e incluso
algo intimidada por sus frías formas y por
todo lo que ocurría a mi alrededor.
—¿Te da miedo volar? —preguntó, en
plan distraído y como por decir algo. No
parecía interesarle lo más mínimo.
—Yo... no lo sé. Nunca he volado —
respondí con algo de timidez.
Ella sonrió. Parecía que yo le gustaba
cuando me sentía tímida y desamparada.
—¿Nunca has ido en avión? —preguntó
—. Bueno, pues ya era hora. Te va a gustar.
Al despegar el avión experimentas una
sensación maravillosa. Es como tener
mariposas en el estómago. —Me miró de una
forma un tanto extraña—. Como ocurre en la
cama —añadió más tarde, en un tono neutro
y, una vez más, con una sonrisa mecánica.
Ya habíamos llegado al tema, al objetivo
de nuestro viaje. Recuerdo que en una ocasión
leí un libro que se titulaba Miedo a volar. Era
un libro muy curioso, puesto que no tenía
nada que ver con el vuelo. De hecho la figura
protagonista se encontraba en un aeropuerto,
aunque en realidad no trataba de volar.
Cuando leí aquel libro tuve la sensación
de no entenderlo muy bien. Puede que yo
fuera muy joven e inexperta para ciertas
cosas, pero de repente lo entendí todo a la
perfección: el libro, el título, todo... El miedo a
volar significaba en ese contexto miedo ante el
sexo, miedo a la libertad, a la propia
responsabilidad. De hecho, no era un libro de
amor entre lesbianas, pero ahora podía
comprenderlo.
Sin embargo, no pensé que Brittany me
lo preguntara de esa forma, porque seguro que
no había caído en eso. No podía dejar de
pensar que aquel tema había quedado
liquidado, resuelto después de lo ocurrido
hacía dos noches.
No pude contestar nada a su comentario,
pues no tenía ninguna base para comparar, y
tampoco sabía si ella esperaba que yo
reaccionara. Agarré la copa y me sentí
desplazada. En realidad, ¿qué hacía yo allí?
Con una mujer como ella, a mi edad y sin
haber tenido siquiera la experiencia de volar.
—¿Te gusta el Mediterráneo? —preguntó
ella de repente. Cuando alcé la vista, me
observaba con una expresión seria. Su sonrisa
había desaparecido.
—Sí, sí, claro. —Era cierto. Me gustaba.
Pero no era sólo del Mediterráneo de lo que
aquí se trataba. Me sentía violenta—. Lo
siento. Te prometo que allí abajo seré... más
agradable. Lo que pasa es que todo esto es
nuevo para mí. No sé nada en absoluto... —
me disculpé.
Ella me interrumpió.
—Está bien. —Luego se mostró
satisfecha—. ¿Puedes ser más «más
agradable»? ¿Qué entiendes tú por «allí
abajo»? —Ahora parecía más relajada que
nunca. Parecía que le gustaba mi
planteamiento, o quizá sólo fuera que
disfrutaba por el mero hecho de verme
turbada por la vergüenza.
—Sí. Yo... me refiero a que tenemos un
acuerdo y lo voy a cumplir —balbuceé y me
esforcé para que mi cara se mantuviera fresca
e impasible, para impedir el rubor que
intentaba teñirla. Mi tono de voz me
traicionaba.
—Ya contaba con eso —contestó,
impasible, y bebió de su copa de champán.
¿Por qué era así? ¿Y por qué, a pesar de
todo, yo la quería? Porque la amaba, eso lo
sabía bien. Me sentía atraída por ella, era
como un imán para mí.
Me hubiera encantado acariciarla, tocar
su rostro, disfrutar de nuevo de la sensación
suave y cálida de su piel. Pero me convencí
de que allí, en aquel momento y en aquel
lugar, debía renunciar a eso. Ella era ahora la
mujer que yo conocía en la oficina: fría y
eficiente, distante hasta no poder más. Y yo
también debía comportarme así, pues de lo
contrario se cansaría enseguida de mí.
Aquello me recordó que en realidad no
habíamos hablado de lo que ocurriría cuando
hubieran transcurrido las tres semanas. Las
vacaciones se acabarían y con ellas mis
prácticas. Yo empezaría a estudiar otra vez
para preparar la selectividad y ella se limitaría
a seguir con la dirección de su agencia como
antes, sin mí. ¿Eso significaría que iba a ser
del todo sin mí? ¿En el campo laboral y en el
aspecto personal?
—¿Brittany? —pregunté en voz baja.
Debía haberme dominado para no
hacerlo. Ella me miró interrogante, alzó las
cejas y esperó a que continuara.
—¿Has... has pensado... algo para
después? —Formulé la pregunta que me
corroía el espíritu y que ya me hacía sentir
una presión en el estómago—. Para dentro de
tres semanas —completé la frase—. Cuando
regresemos.
—No —contestó ella sin ningún interés
—. No lo he hecho. ¿Debería hacerlo?
En aquel momento anunciaron nuestro
vuelo. Ella bebió el último trago de su copa y
se puso en pie.
—Vamos —dijo—. Debemos irnos.
Me levanté y la seguí con cierto
estremecimiento. Ahora ya me quedaba claro
lo que significaban aquellas tres semanas para
ella y para mí: eran dos cosas totalmente
distintas.
Después de que el avión se elevara, me
recliné en mi asiento. Disimulé un suspiro. Ella
tenía razón: la sensación del despegue tenía
mucho que ver con el sexo.
Hasta ese momento tenía unas cuantas
cosas que asimilar. Brittany, con toda
amabilidad, me había cedido el lado de la
ventanilla para que yo, como nunca había
volado, pudiera contemplar de cerca las nubes
durante el ascenso. Ahora tuve, de nuevo, la
oportunidad de mirarla. Hojeaba unos papeles
de la agencia de publicidad. Tal y como
parecía, las vacaciones aún no habían
comenzado. ¿O a ella le bastaba con sentarse
en un avión rumbo a Grecia?
Apenas despegamos nos sirvieron la
comida. Todo venía envuelto en plástico y
listo para comer. El vuelo no iba a durar
mucho tiempo y todo debía hacerse muy
rápido. Comprobé que la comida era muy
buena, pero no pude decírselo a Brittany
porque ella seguía con sus papeles, como si yo
no estuviera allí. Había visto eso en las
películas de matrimonios. Los hombres solían
comportarse así. Pero ella no era un hombre.
Tras la comida, las azafatas lo recogieron
todo y sólo nos quedamos con las bebidas que
pidió Brittany. Todavía no habían terminado
de retirar las bandejas cuando la azafata
regresó de nuevo y se inclinó hacia nosotras
dos.
—¿Quiere usted ir a la cabina del piloto?
—me invitó, solícita—. Creo haber escuchado
que usted nunca ha volado antes.
Brittany me miró y sonrió. Creo que se lo
había dicho ella.
Yo me sentí perpleja.
—Sí —respondí, sorprendida—, con
mucho gusto.
Miré a Brittany y su sonrisa borró todo lo
que había ocurrido antes. Lo había arreglado
todo en mi honor, sólo para mí, y eso que yo
la había tomado por una persona de
sentimientos fríos por el mero hecho de que
siempre los mantenía bajo control, porque no
los exhibía continuamente y no importunaba a
nadie con ellos, casi como había ocurrido hoy.
¡Yo la amaba, la amaba, la amaba!
Brittany sacudió la cabeza con una
sonrisa.
—Yo no, gracias —dijo—. Ya he estado.
La azafata asintió, esperó a que yo me
levantara de mi asiento y se situó delante de
mí. En la cabina todo era acristalado, de modo
que se podía mirar hacia fuera por todas
partes. ¡Menos mal que el suelo no era
transparente, porque me hubiera mareado!
Después de que me saludaran el
comandante y el segundo, procedieron a
explicarme el funcionamiento de algunos de
los instrumentos y me señalaron en el mapa el
lugar exacto sobre el que volábamos. El piloto
automático trabajaba por sí solo y ellos, de
vez en cuando, tenían que comprobar los
instrumentos para ver si todo iba bien. Parecía
que volar sólo era una diversión para ellos,
pues se los veía muy relajados en su asiento y
sin hacer nada.
Cuando uno va sentado atrás, entre los
pasajeros, piensa, o al menos es lo que yo
imaginaba, que los pilotos están siempre
atentos a los mandos del avión, pero no es así.
Hablaron y se rieron conmigo, giraron sus
asientos hacia atrás, tomaron café y, de vez en
cuando y como sin ningún interés, echaban un
vistazo a los instrumentos. Sin embargo, yo
estaba convencida en mi interior de que no
perdían la concentración en ningún momento.
Todo aquello me parecía demasiado informal.
Volábamos tan alto que al mirar desde la
cabina casi fui incapaz de reconocer nada allí
abajo, en la tierra. Sólo un par de minúsculas
manchas en el paisaje, que debían de ser
ciudades. Después de saborear por completo
mi visita al centro de mando del avión, regresé
a mi asiento. Todavía me sentía aturdida por
las impresiones que estaba recibiendo.
Brittany ya no estaba allí. Su revista
estaba sobre el asiento, pero ella había
desaparecido. Quería contarle mis experiencias
en la cabina y miré alrededor. No podía estar
muy lejos. Seguí hacia atrás para buscarla.
Estaba casi a la altura de la puerta de salida,
con un vaso de whisky en la mano. Seguro
que se lo había hecho servir por la azafata,
aunque ésta se lo habría llevado a su asiento...
Fruncí el entrecejo.
Brittany sonrió al verme llegar.
—¿Quieres uno? —preguntó.
Sacudí la cabeza en señal de negación.
—¿Whisky? ¡Puaj, no!
Ella se rió.
—Tal vez fuera mejor —dijo.
La miré sin entender nada. ¿Qué le
pasaba ahora?
Brittany miró a su alrededor y me
empujó por detrás. Se abrió una puerta y dio
un paso hacia atrás, mientras me cogía por la
muñeca y me metía con ella en los lavabos.
Hasta ese momento no me había dado cuenta
de que estaba justo delante de ellos. Soltó su
vaso de whisky, me abrazó y echó el pestillo a
la puerta.
Si el baño del avión ya era muy estrecho
para una sola persona, para dos era..., bueno,
pues estrechísimo... Brittany y yo estábamos
de pie, muy juntas y apretadas una contra la
otra.
—¿Entiendes ahora lo que te quiero
decir? —me preguntó, sonriente, y con un
fulgor de malicia en los ojos.
Podía imaginármelo, pero no lo entendía
del todo. El lavabo era muy estrecho para lo
que ella parecía desear.
Pero Brittany no pensaba igual. ¿Lo
tendría planeado? Durante todo el tiempo yo
me había preguntado, cuando tenía un
momento para pensar, el motivo por el que
hoy llevaba falda. Ella solía ir siempre con
pantalones. Desde que la conocía sólo la había
visto con falda en dos ocasiones, en
presentaciones comerciales para alguna
empresa.
Las faldas suelen formar parte, por lo
general, de un traje y, en fin, acostumbran a
ser bastante cortas y estrechas. Elementos de
ayuda para pescar contratos, así es como las
denominaba Tina. La mayoría de las
decisiones empresariales eran tomadas por
hombres y, al parecer, ninguno podía resistirse
ante una mujer hermosa, con piernas largas y
semidesnudas, y un buen trasero que
destacara bajo una falda estrecha.
Cuando Tina me lo explicó, me pareció
algo ridículo por parte de los hombres, pero al
observarlo ahora en Brittany, que se echaba
hacia atrás apoyándose en el lavabo y
separaba ligeramente las piernas, podía llegar a
entender a esos tipos. Hoy la falda de Brittany
no era demasiado estrecha. Más bien era
ancha y cómoda para ir de viaje y para el
clima cálido que nos esperaba, había pensado
yo. Era ropa de vacaciones, pero a lo mejor
me había equivocado en mi pensamiento.
Brittany se agarró a mí y me atrajo entre
sus muslos. Sus besos sabían a whisky y
también a ella, y olía tan bien... De eso ya me
había dado cuenta al principio, en el coche,
justo cuando me recogió. Todos los días
usaba un perfume, pero no era exagerado y
siempre parecía exhalar una especie de aroma
comercial. Hoy olía de una forma más
femenina y seductora. Y parecía que se había
puesto más, porque el olor era más intenso
que al principio.
Perdí el juicio en el momento en que su
lengua se apoderó de mi boca. Serpenteaba de
un lado a otro y entraba y volvía a entrar en
lugares inesperados. Ella sabía besar tan bien
como yo había imaginado en mis sueños, o
puede que nunca hubiera sido capaz de
imaginar lo bien que lo hacía.
Escuché su respiración, cada vez más
agitada, aunque también podía ser la mía,
bastante dificultosa. Brittany se apretaba
contra mí, cada vez más excitada, hasta que
por fin gimió.
Luego dio por terminado el beso.
—¿Estuvo bien lo de la cabina del
comandante? —me preguntó de forma
inesperada, mientras respiraba con dificultad;
sonreía como una niña pequeña, a pesar de
que no se parecía mucho a una niña.
—Sí —dije, un tanto irritada—. Muy
interesante. Te lo quería contar antes de...
Ella siguió sonriendo.
—¿Antes de llegar aquí? —terminó la
frase, porque yo me había interrumpido,
avergonzada.
No contesté. Me había puesto en un
nuevo aprieto y yo estaba segura de que lo
había hecho con toda la intención.
Se rió para sus adentros. Yo no la
conocía ni poco ni mucho. De repente parecía
estar mucho más relajada. ¿Sería el whisky?
—Eso sólo lo suelen hacer con los niños
que vuelan por primera vez —dijo—. Incluso
les llegan a dar un sombrerito y un juguete.
¿Te lo han dado a ti también?
Me atrajo hacia ella y sus picaros ojos la
delató. Aunque me sentaba mal que hiciera
aquellas constantes alusiones a mi edad, me
caía muy bien. Ahora era una... una mujer
normal. Una mujer con la que se podía
bromear y reír, que no estaba siempre seria ni
pendiente de una meta. Bueno, ahora sí tenía
una meta. Al fin y al cabo, quería algo muy
determinado de mí.
Y yo también lo había entendido con
toda claridad. Decidí no sentirme ofendida y
disfrutar de su desenvoltura. Sonreí con
ironía.
—No tenían ninguno de mi tamaño —
dije—. Soy un poco grande para mi edad.
Echó la cabeza hacia atrás y se rió. En
aquel mismo instante alguien llamó a la puerta.
—Hay un lavabo al otro lado —murmuró
—. No tenemos por qué darnos prisa.
Al escuchar aquel ruido a mi espalda, por
un instante me recorrió el cuerpo una
sensación de miedo. Sentí frío y calor. No iba
conmigo eso de ser desconsiderada con los
demás, sobre todo cuando era consciente de
que estábamos utilizando el lavabo para algo
muy distinto de aquello para lo que estaba
previsto.
*******************************************
Saludos... espero les guste
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
Have mucho tiempo lei esta saga pero es mejor adaptada a las brittana actualiza pronto
andrenina89* - Mensajes : 41
Fecha de inscripción : 20/03/2013
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Lun Mar 14, 2022 3:20 pm por Laidy T
» Busco fanfic brittana
Lun Feb 28, 2022 10:01 pm por lana66
» Busco fanfic
Sáb Nov 21, 2020 2:14 pm por LaChicken
» [Resuelto]Brittana: (Adaptación) El Oscuro Juego de SATANÁS... (Gp Santana) Cap. 7 Cont. Cap. 8
Jue Sep 17, 2020 12:07 am por gaby1604
» [Resuelto]FanFic Brittana: La Esposa del Vecino (Adaptada) Epílogo
Mar Sep 08, 2020 9:19 am por Isabella28
» Brittana: Destino o Accidente (GP Santana) Actualizado 17-07-2017
Dom Sep 06, 2020 10:27 am por Isabella28
» [Resuelto]Mándame al Infierno pero Besame (adaptación) Gp Santana Cap. 18 y Epilogo
Vie Sep 04, 2020 12:54 am por gaby1604
» Fic Brittana----Más aya de lo normal----(segunda parte)
Mar Ago 25, 2020 7:50 pm por atrizz1
» [Resuelto]FanFic Brittana: Wallbanger 3 Last Call (Adaptada) Epílogo
Lun Ago 03, 2020 5:10 pm por marthagr81@yahoo.es
» Que pasó con Naya?
Miér Jul 22, 2020 6:54 pm por marthagr81@yahoo.es
» [Resuelto]FanFic Brittana: Medianoche V (Adaptada) Cap 31
Jue Jul 16, 2020 7:16 am por marthagr81@yahoo.es
» No abandonen
Miér Jun 17, 2020 3:17 pm por Faith2303
» FanFic Brittana: " Glimpse " Epilogo
Vie Abr 17, 2020 12:26 am por Faith2303
» FanFic Brittana: Pídeme lo que Quieras 4: Y Yo te lo Daré (Adaptada) Epílogo
Lun Ene 20, 2020 1:47 pm por thalia danyeli
» Brittana, cafe para dos- Capitulo 16
Dom Oct 06, 2019 8:40 am por mystic
» brittana. amor y hierro capitulo 10
Miér Sep 25, 2019 9:29 am por mystic
» holaaa,he vuelto
Jue Ago 08, 2019 4:33 am por monica.santander
» [Resuelto]FanFic Brittana: Wallbanger 3 Last Call (Adaptada) Epílogo
Miér Mayo 08, 2019 9:25 pm por 23l1
» [Resuelto]FanFic Brittana: Comportamiento (Adaptada) Epílogo
Miér Abr 10, 2019 9:29 pm por 23l1
» [Resuelto]FanFic Brittana: Justicia V (Adaptada) Epílogo
Lun Abr 08, 2019 8:29 pm por 23l1