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Mensaje por Caritovega Miér Sep 16, 2015 6:16 pm

monica.santander escribió:En si San es la prostituta de Britt!!1 Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 3 4065562827 Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 3 2602412967
puede ser ha :3 Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 3 2145353087 saludos Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 3 1206646864
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Mensaje por Caritovega Miér Sep 16, 2015 6:18 pm

micky morales escribió:vaya es triste que santana solo sea eso para brittany!
es triste la manera en como la trata esa San es una TRIPOLAR! Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 3 2145353087
gracias por seguir la historia Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 3 1206646864 saludos
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Mensaje por Caritovega Miér Sep 16, 2015 6:19 pm

CAPÍTULO 11

Un rato después atracó una barca junto al
yate. Probablemente era Spyros. Sentí que
Brittany volvía a sonreír de una forma tan
seductora como el día anterior, cuando estaba
en tierra. Quizá lo del matrimonio no era una
broma y encontraba a los hombres atractivos.
El sexo que acababa de reclamarme también le
interesaba. Si era eso lo que quería, ¿por qué
no se acostaba con un hombre? ¿Por qué me
atormentaba a mí?
Los hombres revoloteaban a su
alrededor, eso estaba claro, y no tendría
ninguna dificultad en escoger a uno. Sólo
necesitaba ir a tierra para hacer sus compras.
Spyros le traía todo a bordo sólo por ver sus
lindos ojos, o todo lo demás.
Subí para observar el juego. No quería
perdérmelo. ¿Cuándo había reído y flirteado
conmigo de un modo tan seductor? No lo
hacía porque no lo necesitaba. A fin de
cuentas, me pagaba por eso.
Me apoyé en la pared y crucé los brazos.
Ella desplegó todos sus encantos para Spyros,
que ni siquiera sabía lo que ocurría. Mejor que
llevara puestos aquellos pantalones tan
anchos, porque estaba claro que aquello no le
dejaba indiferente.
De hecho, a mí tampoco. Su atractivo
era tan poderoso que incluso yo me sentí
afectada. Podía ser tan hechicera como le
diera la gana. Yo deseaba a aquella mujer. Era
la mujer de mis sueños, la que me hablaba en
ellos y no me hacía daño. Pero, si yo lo veía
así ahora, ¿por qué me daba siempre la
espalda? Podía hacerlo mejor de otra forma:
con risas y bromas, de una manera cariñosa y
agradable. ¿Por qué no lo hacía más a
menudo? ¿Por qué no conmigo?
Spyros se despidió y se fue, un poco
decepcionado por no haber conseguido con su
pedido algo más de lo que ella había solicitado
y por no haber podido flirtear con Brittany.
Brittany se acercó a mí con cosas
comestibles en la mano. Se reía y se mostraba
satisfecha por la charla que había mantenido.
—¿Te gustan los hombres? —le pregunté
cuando se acercó.
La sonrisa desapareció de su rostro.
—¿Tienes algo en contra? —preguntó,
fríamente.
—No. —Como continuó su marcha, aún
apoyada en la pared, me volví para poder
seguirla con la mirada. Luego se detuvo y dejó
la comida sobre la mesa.
—Sólo quería saberlo —dije muy
tranquila.
No me afectó. No debía sentirme
afectada. Gracias a Dios, en los últimos días
había aprendido a controlarme un poco. Antes
del viaje, lo más probable es que en una
situación como aquélla yo hubiera estallado en
lágrimas.
—¿Por qué? —me preguntó, mientras
clasificaba la compra. No me miraba—.
¿Acaso te importa? —Se dio la vuelta y me
contempló con mala cara.
Yo me encogí de hombros.
—Sólo me preguntaba el motivo por el
que estás aquí conmigo en lugar de con un
hombre. Parece que te llevas muy bien con
ellos. Tú eres tan... encantadora cuando estás
con ellos. Apenas te reconozco.
—Creo que no ha sido buena idea traerte
aquí conmigo —dijo, casi en un susurro,
como para sí misma.
Agarré su brazo con fuerza cuando quiso
pasar por delante de mí.
—¿Por qué, Brittany? —dije en voz baja
—. ¿Qué esperabas de mí?
Me acordé del primer día, cuando me
tomó entre sus brazos y me aseguró lo
maravilloso que sería cuando yo estuviera
aquí. Pero de eso ya hacía mucho tiempo.
¿Qué había cambiado? Por otro lado, ¿no
había recibido todo lo que quería, todo lo que
habíamos acordado? Le había dado mucha
importancia a eso.
Intentó soltarse.
—En todo caso, no me esperaba
preguntas de ese tipo —contestó de mala
gana.
La sujeté con más fuerza para impedir
que se marchara.
—Entonces, ¿qué es lo que ocurre,
Brittany? Por favor, dímelo. Me vas a volver
loca con tu... —me interrumpí. Quería decir
tu frialdad, pero ella no habría sabido de qué
le hablaba.
Ahora me miraba, cosa que había tratado
de evitar durante todo el tiempo.
—¿Con mi... qué? —preguntó, en un
tono ácido.
—Nada, déjalo. —La solté y me senté.
Me sentía tan agotada como lo había
estado después de nuestra relación física
anterior. No tenía ningún sentido. Ella no me
entendía. Y ahora, además, estaba también el
tema de los hombres. ¿Qué hacía yo allí? Le
devolvería su dinero y el reloj de oro, y
trabajaría hasta poder pagar el resto. Lo haría
en cualquier sitio, pero no con ella.
—¿Aún sigue en pie tu oferta? ¿Puedo
volverme? —pregunté, harta; si no era así,
tendría que aguantar las tres semanas. No
podía permitirme el lujo de pagarme un billete
de vuelta.
—¿Ahora? —preguntó ella en voz baja.
Por un momento me pareció que su voz
perdía el tono de enojo.
Me eché a reír.
—¡Sin mí estarás mucho mejor! Sólo
doy motivos para que te enfades, me largo a la
playa... ¿Acaso no supone eso la ruptura del
contrato? —La miré con expresión
interrogante, pero ella se mantuvo en silencio
—. Decídete por Spyros —exclamé—. Seguro
que con él todo te resulta mucho más sencillo.
Brittany regresó y se sentó en el sofá de
enfrente.
—A mí no me gustan los hombres —dijo
y luego se echó a reír, algo sorprendida—.
¡Ahora ya has conseguido que conteste a tu
pregunta! —determinó.
La miré con un movimiento de cabeza.
—¿Qué hay de malo en contestar
preguntas? —repuse yo—. En otro caso,
¿cómo se podría llegar a...?
—¿Conocerse? —acabó la frase al notar
mi titubeo—. ¿Es eso lo que quieres de
verdad? ¿Conocerme?
¡Por supuesto! ¿Qué se había pensado?
La miré sin entender nada.
—Sí. Claro.
—¿De verdad? —dijo, alzando las cejas.
—Sí, de verdad —confirmé una vez más
—. ¿Por qué crees que he venido aquí?
—Eso está muy claro —respondió en un
tono frío.
—Pues lo he hecho por ti —dije y me
levanté. Fui hacia la borda y me incliné hacia
delante. Ya no soportaba mirarla más. Me
había roto el corazón y ni siquiera se había
dado cuenta.
—¿Pero no lo has hecho por ti? —
preguntó.
«Sí, claro, por mí también. Estoy aquí
porque te quiero», eso es lo que me hubiera
gustado responder, pero era una respuesta
falsa. No podía contar con ella.
—No, no del todo —respondí y me volví
hacia ella.
Brittany se quedó mirándome. Era una
mirada que yo no había visto antes y no sabía
lo que significaba.
—No quiero hacerte daño —dijo, en un
tono que pretendía ser inexpresivo.
—¡Oh, gracias! —exclamé, sarcástica—.
¡Pues lo has hecho muy bien!
Vino hacia mí y me acarició el rostro.
—Lo siento —dijo en voz baja—, pero
ahora ya no puedo dar marcha atrás. Por
favor, no te vayas. Quédate. —Se inclinó un
poco hacia mí y me besó. Muy dulce.
La observé cuando se apartó de mí, miré
sus ojos y supe de inmediato que ya no quería
huir. Aunque me sentía muy insegura.
—¿Lo dices en serio? —pregunté yo.
—Sí —murmuró y me besó de nuevo
con igual delicadeza y cariño—. Estoy muy
contenta de que estés aquí y me gustaría que
te quedaras. —Se mantuvo a la espera de mi
respuesta.
—Bien —dije, sin saber todavía si había
tomado la decisión correcta.
—Bien. —Sonrió a su vez y cargó de
nuevo con la comida—. Ayúdame a llevar
todo esto a la cocina. —Cuando cogí el melón
bajo el brazo, ella sonrió de nuevo y me miró,
complaciente—. No tienes coche, ¿verdad? —
dijo—. ¿Cuál te gustaría?
Casi se me cae el melón al suelo. Lo
sabía hacer muy bien. La miré sin decir nada.
—¡Dios mío! —De nuevo pareció
disgustada—. ¡No me mires así! Ya sabes que
el dinero no es ningún problema para mí.
Tengo de sobra. Y a ti también te gusta
disfrutar de lo que se puede comprar con él.
—Hizo un movimiento y señaló hacia el mar
—. ¿O no es cierto?
Eso no lo podía negar. Sin embargo..., si
ahora volvía a hablar de nuestro acuerdo o,
para resarcirme del dolor y de sus maneras
frías y desconsideradas, quería regalarme un
coche, entonces me vería obligada a regresar.
Me recordó el principio de nuestra
relación, cuando decía que pensaba en el amor
como en una ilusión y hacía mucho hincapié
en la palabra, así que yo no podía echarle en
cara que fuera fiel a sus propias ideas. No me
había mentido en cuanto a sus intenciones, no
me había ocultado lo que me esperaba.
Al mismo tiempo yo sabía que la amaba,
pero me guardaba mucho de decirlo por temor
a su reacción. Yo deseaba de ella una cosa
concreta: amor. ¿Tenía algún sentido todo
aquello?
Me sentí mal al recordar el entusiasmo
que me embargó al recibir su oferta de volar a
Grecia en su compañía, cuando aún no sabía
el precio que debía pagar a cambio. E incluso
después de saberlo. Ella tenía razón: yo no era
tan inocente, pues había estado de acuerdo en
que ella me pagara.
Brittany recogió el melón y me apartó a
un lado.
—Ven aquí —me dijo en voz baja. Se
acercó a mí y me besó de nuevo, más dulce
que en las ocasiones anteriores.
—Yo... Lo cierto es que me gustas de
verdad —dijo—. Me gustas mucho. —Se rió
—. ¡Y eso no lo puedo decir de mucha gente!
Lo creí de inmediato. Me sentí
sorprendida por haber escuchado de sus labios
un cumplido de tal calibre. Seguro que era el
mayor que se pudiera escuchar de ella, algo
así como un «te quiero» dicho por otra
persona, pero me había gustado oírlo y sabía
que ella jamás lo habría dicho, y menos aún
en la forma que lo había hecho. Ya era un
milagro que se hubiera esforzado en utilizar
aquel tono tan dulce.
Me miró durante unos segundos. Luego
se inclinó hacia mí de nuevo y su beso fue un
poco más exigente. Todavía resultaba más
dulce que excitante. Su mano acarició mí
pecho y luego avanzó hacia mi entrepierna.
Yo me encogí y ella se detuvo de inmediato.
—¿Aún te duele? —preguntó y su voz
sonó preocupada de verdad, incluso solícita.
Yo no esperaba eso de ella.
—Sí —contesté, torciendo un poco el
gesto—, pero puedes seguir sin ningún
problema...
Lo aguantaría porque no podía ser
mucho peor que el día anterior. Y mientras
estuviera en aquel barco y disfrutara de su
hospitalidad, opción por la que me había
decidido una vez más, algo le daría a cambio.
Y no tenía otra cosa para darle.
Ella echó la mano hacia atrás y,
sonriente, me acarició la cara.
—No —dijo—. Entonces no. —Se echó
hacia atrás—. ¿Sabes cocinar? —preguntó de
repente.
Yo me quedé algo confusa por el
repentino cambio de tema.
—No... No, no mucho —respondí.
«¿Ahora voy a complacerte con mis artes
culinarias en lugar de hacerlo con sexo? Pues
has hecho un mal negocio conmigo.»
—Entonces te traeré un par de cosas
para hoy por la noche —me anunció con todo
dinamismo. Me puso algunos paquetes más en
los brazos, ella recogió otros y caminó delante
de mí en dirección a la cocina—. A mí me
gusta cocinar, pero no tengo tiempo, excepto
en vacaciones. —Me sonrió de una forma que
casi parecía maternal—. Y puesto que te has
sentido tan encantada con mis esfuerzos
culinarios, seguro que podrás aprender algo —
reflexionó, en plan ama de casa orgullosa.
Yo la miré y sonreí.
—¡Eres increíble! —exclamé.
Se dio la vuelta.
—¿Por qué? ¿Por qué sé cocinar? —
Luego se dedicó a guardar las cosas en los
armarios.
Yo miré su espalda flexionada cuando se
agachó ante la nevera y la acaricié. No podía
hacer otra cosa. Sentía tanta ternura en aquel
momento...
—No, sólo porque eres tú —dije en voz
baja.
Pareció que se quedaba petrificada; luego
se irguió de nuevo.
—¡Y ahora fuera de aquí! —Se dio la
vuelta en plan de broma—. ¡El sol nos sonríe!
¡Ya tendremos tiempo esta noche para
encerrarnos aquí!
Yo ya sabía que aquello no tenía nada
que ver con una declaración de amor, porque
ella no las hacía ni permitía que se las
hicieran. Ni siquiera una mínima alusión,
como la que acababa de hacer yo; ella las
declinaba y se negaba a comentar nada, o
reaccionaba cambiando de conversación. No
quería enfrentarse a eso, porque parecía
resultarle muy desagradable.
Estaba convencida de que ella sólo había
tolerado mis palabras porque yo no había
utilizado la palabra «amor». Y yo no deseaba
saber cómo podía reaccionar si lo hacía.
Seguro que de cualquier forma menos
tomándoselo en broma. Parecía que no podía
resistirlo.
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Saludos, besos y abrazos.... disfruten del cap Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 3 2145353087
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Mensaje por micky morales Miér Sep 16, 2015 7:58 pm

la actitud de brittany es tan contradictoria que en verdad me confunde!
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Mensaje por monica.santander Miér Sep 16, 2015 10:40 pm

Si yo tambien estoy confundida!!!
Saludos
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Mensaje por Caritovega Jue Sep 17, 2015 8:55 pm

micky morales escribió:la actitud de brittany es tan contradictoria que en verdad me confunde!
te entiendo... ella es así :3 Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 3 3718790499
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Mensaje por Caritovega Jue Sep 17, 2015 8:55 pm

monica.santander escribió:Si yo tambien estoy confundida!!!
Saludos
saludos, gracias por leer Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 3 2145353087
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Mensaje por Caritovega Jue Sep 17, 2015 8:57 pm

CAPÍTULO 12

Aquella tarde, por primera vez, nos
sentamos en cubierta sin que yo tuviera la
sensación de que debía protegerme
constantemente de su mirada o de que me
estaba observando como si yo fuera una pieza
de caza que ella quisiera matar.
Brittany estaba tranquila y relajada, y
alguna vez, y casi por casualidad, me rozaba
con suavidad el brazo o la cara, como si
quisiera comprobar que aún estaba allí, pero
nada más. Ella parecía mantener su promesa,
por lo que no debía temer ningún ataque
sexual.
Cuando el sol bajó algo más ella se
despojó de la camiseta y se dirigió hacia la
borda.
—¿Qué tal si nadamos un poco? —me
preguntó, con ojos relampagueantes.
Realmente eran unos ojos muy bellos, tenia unos ojos
Azules como el mar. Si
los pudiera contemplar más a menudo desde
aquella distancia sin sentirme acosada...
Instantes después Brittany se volvió y se
zambulló en el mar con un elegante salto, que
parecía dominar muy bien.
Yo miraba sus chapoteos allá abajo.
—¡Vamos! —gritó, haciéndome señas—.
¡El agua está fenomenal! —Se hizo a un lado
para que yo pudiera saltar.
Pero yo no pensaba hacerlo. Primero,
porque no sabía qué parte del cuerpo entraría
primero en contacto con el agua. Y segundo,
porque, además, no quería que se riera de mí
al verme caer en el agua como una bomba. Un
salto tan elegante como el suyo no lo podría
repetir ni por asomo. Me fui al otro extremo
del barco y subí al bote auxiliar para entrar
luego en el agua.
Brittany se deslizó hasta mí con
suavidad. Parecía nadar muy bien. Tenía
aspecto de sentirse muy cómoda en aquel
elemento, como pez en el agua.
—¿No te gusta saltar? —preguntó entre
risas. Hizo un remolino hacia atrás y nadó
estilo crol durante un rato.
Yo nadé un poco por los alrededores,
pero no me alejé mucho del barco. No podía
seguirla, porque era más rápida que yo. El
agua se pegaba a mi piel con una espléndida
calidez y me deslicé boca arriba, con la mirada
puesta en el cielo. Siempre me había gustado
aquella sensación de estar de espaldas en el
mar, mirando hacia arriba, sin nada que
pudiera estorbar a la vista, ni siquiera el gorro
de baño, obligatorio en las piscinas. Aquí, por
supuesto, resultaba más bello. Era como estar
sola en la inmensidad del universo.
De repente, algo saltó junto a mí. ¿Un
delfín? No. Era Brittany. Al parecer se había
acercado a toda velocidad, en eso sí parecía
un delfín, antes de saltar a mi lado y salir
fuera del agua.
—¿No nadas? —preguntó de nuevo con
ojos divertidos. Era la primera vez que le veía
aquella expresión. Parecía muy joven y
hermosa.
—Me temo que no soy una criatura
acuática como tú —dije, lamentándome—. No
sé nadar muy bien.
—¿Ah, no? —Nadaba a mi alrededor una
y otra vez, y yo miraba su cara sonriente.
Luego, de repente, se sumergió y desde abajo
me hizo cosquillas en el trasero.
Perdí el equilibrio y me fui para abajo.
Ella se colocó a mi lado y me ofreció el brazo,
para que pudiera agarrarme.
—Perdona —dijo, riéndose como una
niña—, pero resultaba muy tentador.
—¡Lo haces porque sabes que no puedo
alcanzarte! —repuse con algo de rencor. Se
me había metido agua en la nariz, lo que
resultaba muy desagradable.
—No tienes por qué hacerlo —dijo ella,
ahora algo más seria, y nadó hacia mí. Se
mantuvo a flote a mi lado y me sujetó por la
nuca. Luego me besó y, gracias a sus diestros
movimientos, nos mantuvimos quietas sobre el
agua. De repente, me abrazó con fuerza y nos
hundimos mientras nos besábamos.
Era como en la novela 20.000 leguas de
viaje submarino. Por un momento me sentí
en un mundo totalmente distinto. Pero me
faltó el aire y tuve que subir. Volví a respirar
mientras ella chapoteaba de nuevo a mi
alrededor.
—¿Ha sido tan malo? —preguntó,
sonriente. No suponía en serio que pudiera
haberlo sido.
—No, resulta fantástico. —Sacudí la
cabeza para quitarme el agua de las orejas y la
miré—. Fantástico de verdad —añadí, en otro
tono de voz.
Ella lo ignoró, como siempre.
—¡Entonces ya podemos ir a bucear! —
gritó, mientras salía de nuevo del agua.
La impresión que me causó el primer día,
cuando la comparé con una diosa griega del
mar, resultaba apropiada. ¿Podría provenir del
mar? Algo así como una sirena o una ninfa...
Brittany había desaparecido en la lejanía
y de repente surgió otra vez a mi lado. Había
nadado mucho tiempo por debajo del agua.
«Me gustaría poder hacerlo yo también»,
pensé, lanzando un suspiro.
—¿Te divierte esto? —me preguntó.
—¿Qué? —dije, turbada, porque mis
pensamientos se habían ido muy lejos—. Ah,
bucear. Claro, pero no sé si podré hacerlo.
De nuevo era algo que ella pagaría. No
obstante, debía desprenderme de aquel tipo de
pensamientos si quería disfrutar de mi estancia
allí. Y eso es lo que quería: disfrutar con ella.
—No te preocupes, seguro que puedes
—dijo para tranquilizarme—. Para hacerlo no
hay por qué saber nadar muy bien.
De nuevo se sumergió, se alejó de mí y,
sin tocarme, me pasó entre las piernas. Luego
lo volvió a hacer y me sumergió en el agua.
Yo chapoteé un poco y regresé a la
superficie. Estaba claro que ella armaba jaleo
como si fuera una niña.
—No, Brittany—dije—. Yo, de verdad,
no nado muy bien. Me da miedo.
—De acuerdo —dijo ella, de morros,
también como una niña. Luego hizo una
mueca—. ¿Esto también te da miedo? —Y
comenzó a salpicarme con el agua hasta que
tuve que taparme la cara con las manos.
Parecía ansiosa por jugar.
—¡Muy bien! ¡Espera! —gruñí, la
salpiqué y traté de perseguirla nadando crol.
Como no pude alcanzarla, volvió a ponerse
detrás de mí para seguir salpicándome. Me
volví—. ¡Espera y verás! —dije en plan de
aviso e hice ademán de alcanzarla, aunque
estaba convencida de que ya se habría
marchado.
Pero esta vez se quedó quieta en el agua.
Cuando llegué hasta ella busqué sus ojos
y miré en lo más profundo de ellos. Bueno, si
no era ternura lo que vi allí... Incluso habría
dicho que había un cierto atisbo de amor, pero
prefería callarme.
Esta vez fui yo quien la besó. Nos
sumergimos de nuevo y luego regresamos a la
superficie, en esta ocasión en menos tiempo,
por lo que no tuve que intentar atrapar algo de
aire. Había sido un buen entrenamiento.
Brittany se desprendió de mí, al menos
eso me pareció, se alejó algo, se escapó de
mis manos y luego se rió, dio voluptuosos
gritos de júbilo y comenzó de nuevo su ataque
a base de salpicaduras. Pero esta vez no me
dejé sorprender y se lo devolví todo.
Cualquiera hubiera podido pensar, por
nuestra forma de jugar, gritar y reír mientras
intentábamos atraparnos, que éramos dos
niñas de diez años.
Era magnífico.
Me pregunté qué dirían sus colegas de la
agencia si pudieran verla así. Parecía que, de
repente, se había esfumado toda la severidad
que, a veces, flotaba agobiante a su alrededor.
Cada vez la quería más. Era una mujer
maravillosa y me hubiera gustado verla con
más frecuencia juguetona y relajada, tal y
como estaba ahora.
Al cabo de un rato jadeábamos a causa
del cansancio, sobre todo yo, que no estoy
muy acostumbrada al agua. Me agarré a la
escalerilla del barco.
—Ya no puedo más —declaré, agotada,
pero sin dejar de reír—. Me voy a ahogar.
—Sería una pena —dijo ella, mientras
mostraba una sonrisa de satisfacción—. Ahora
tengo un poco de hambre —añadió—. Sube tú
y ahora iré yo.
Se dio la vuelta y con un poderoso
impulso, se sumergió de nuevo en el agua.
Después empezó a nadar estilo mariposa, o
algo parecido. ¿Tendría aletas en lugar de
abdomen? Entraba y salía del agua de una
forma elegante y en muy poco tiempo ya
estaba muy lejos.
Yo trepé hasta el barco y la observé
mientras ella regresó. Me parecía estar
enamorada de una verdadera diosa del mar.
Los intentos de Brittany para enseñarme
los secretos de la cocina del mar no tuvieron
demasiado éxito, pero fue muy divertido.
Parecía que su ánimo mejoraba al cocinar, y
eso que ya en el agua se la notaba con muy
buena predisposición. Para mí era algo inusual
el hecho de que pudiera estar tanto tiempo de
buen humor. No permitía que nada le
afectara.
Yo podía hacer lo que quisiera: ella se
reía por todo, me explicaba con paciencia
algún que otro proceso de la preparación de la
comida y si, un minuto más tarde y debido a
que yo no tenía las cosas muy claras en el
aspecto culinario, volvía a hacer la misma
pregunta, ella me lo repetía con mucho gusto.
Cuando la comida estuvo lista, cosa que
hubiera ocurrido antes si yo no hubiera
ayudado, la llevamos a cubierta y nos la
comimos allí. Aquel pescado sabía muy
distinto al primero que ella había preparado,
pero era igual de maravilloso.
—Tendrías que abrir un restaurante —le
propuse en plan de broma.
—Gracias, pero tengo bastante con la
agencia —dijo con una mueca—, aunque ya
he pensado en eso en alguna ocasión.
—¿Y por qué no lo has hecho? —Me
metí en la boca un trozo de aquel exquisito
pescado y luego cerré los ojos para saborearlo
—. ¡Hummm!
—Horarios de trabajo muy prolongados,
no hay vacaciones, siempre hay que estar de
pie —respondió. Cogió una cuchara y probó la
salsa.
—Suena muy parecido a lo que haces
ahora —dije.
—¿De veras? —Me miró—. Nunca lo
había pensado. Pero creo que tienes toda la
razón. —Se echó hacia atrás—. Pero la gran
diferencia es que lo de ahora está mejor
pagado.
Sí, si se trataba de dinero estaba claro el
motivo por el que se había decidido por la
agencia en lugar del restaurante. La miré y me
mantuve callada. Eso me recordaba mucho a
nuestro propio «acuerdo a cambio de dinero».
Cambié de tema.
—Tú siempre... —Tuve que detenerme
para tragar algo de saliva. No me resultaba
fácil de decir—. ¿Siempre te traes a alguien
aquí? ¿Siempre que vienes?
Ella volvió la cabeza y me miró de
nuevo. Enseguida me arrepentí de haberle
hecho aquella pregunta. Parecía que su buen
humor se había esfumado. Su mirada era
indefinible; parecía penetrarme aunque no era
agresiva, sino vulnerable y susceptible. Una
susceptibilidad que intentó esconder con un
frío distanciamiento.
—No —dijo con toda tranquilidad—, la
mayoría de las veces vengo sola.
¿La mayoría de las veces? ¿Qué
significaba eso? ¿Ya habían venido otras antes
de que yo llegara? ¿Otras a las que había
pagado? ¿Otras que habían tenido que
aguantar lo mismo que yo?
No me podía figurar nada distinto.
¿Habría venido aquí con alguien a quien no
hubiera pagado? Era tan improbable que
rechacé aquel pensamiento y... me negué a
creerlo. Tenía que haber otras cosas en la vida
de Brittany. Algo que no tuviera nada que ver
con el dinero, ni con la riqueza o el lujo. Ella
habría sido joven alguna vez, joven e idealista,
y con la cabeza repleta de sueños y de
romanticismo, como todas las chicas jóvenes.
¿Romanticismo? La miré e intenté
imaginármela romántica, con flores en el pelo
y una sonrisa angelical en los labios, sin saber
nada de dinero ni de negocios, nada de
apremiantes decisiones ni de contratos que
podían valer millones. No lo conseguí. Sólo
hubo un instante en el que relampagueó algo
que, de lejos, podía parecerse un poco a
aquella posibilidad. Pero ese instante fue muy
breve.
Sólo en aquel barco, en la cama, en sus
saltos de ninfa marina o en la cocina parecía
existir una oportunidad para Brittany. Por un
lado, yo me sentía satisfecha de haber hecho
ese viaje con ella, ya que de lo contrario no
hubiera descubierto esas otras facetas suyas...
Pero, por otro lado, hubiera preferido no
haber venido. Me hubiera ahorrado varias
cosas. Aunque, a decir verdad, aquella tarde
todo iba muy bien, todo estaba muy relajado.
Una situación muy nueva, casi como... Quizá
podía arriesgarme.
—¿Brittany? —pregunté—. ¿Has soñado
hoy? ¿Sueñas de vez en cuando? Y, si lo
haces, ¿se han cumplido tus sueños?
Ella se rió.
—¿Cómo se te ocurren esas preguntas?
—Se puso algo más seria y me miró—. Por
supuesto —dijo—. Todas las personas tienen
sueños. Sobre todo cuando son jóvenes. Yo
también los tuve. —Ya resultaba asombroso
que lo admitiera—. Pero, ¿para qué sirven los
sueños? —añadió—. En realidad nunca se
cumplen. Y, si lo hacen, es de forma muy
distinta a lo que uno esperaba.
—Yo creo que los sueños existen
sencillamente para soñarlos —dije. Aquel
razonamiento me llegó de forma espontánea.
No había pensado en él—. Así se tiene algo
que nos puede hacer avanzar durante toda la
vida. Algo a lo que cada uno aspira.
—¿Y qué pasa si alguien alcanza lo que
sueña? —preguntó Brittany, extrañamente
interesada en el tema—. ¿Entonces uno se
muere luego?
—Pues tú ya no deberías vivir mucho
tiempo. Seguro que ya has conseguido todo lo
que has soñado —dije sin pensarlo dos veces.
Me parecía evidente.
—¿Yo? —Brittany me miró con una
expresión burlona y alzó las cejas—. Mis
sueños no se han cumplido. Ni uno solo de
ellos. ¿Cómo se te ocurre pensar lo contrario?
—Tú... eres rica —dije, turbada—.
Puedes permitirte todo lo que desees.
—Sí, puedo permitírmelo todo, es cierto
—contestó, mientras bebía de su copa—.
Pero todo lo que se puede comprar con
dinero. —Me observó con la mirada de una
mujer sabia y anciana, que enseña a un niño
que no sabe nada de la vida—. Para ti puede
ser envidiable, puesto que no tienes dinero.
Pero tener dinero no es un sueño. Es más,
puede ser todo lo contrario a un sueño. Las
cosas valiosas de verdad son las que no se
pueden comprar, al menos no con dinero.
Quizá lo descubras algún día —dijo.
¿Yo? ¿Por quién me tomaba? Seguía con
la idea de que yo estaba allí por dinero, por su
dinero. Desde que era niña yo ya sabía que el
dinero no lo es todo. Al contrario que ella. Lo
que yo pensaba, en realidad era que ella podía
concentrarse en sus sueños porque no le hacía
falta ocuparse del día a día y de su sustento,
como sí teníamos que hacer mi madre y yo.
—Yo sé que hay cosas que no se pueden
comprar con dinero —dije.
—No muchas —replicó Brittany,
torciendo un poco la boca—, pero sí algunas.
—Eso no me lo digas a mí. —De repente
me di cuenta de que lo que hacía allí no se
ajustaba a mi papel. ¿No quería jugar a la
dama de compañía, ávida de dinero y curada
de espantos? Me dominé y sonreí—. Pero el
dinero puede facilitar mucho la vida. ¿No
estás de acuerdo?
—No, no lo estoy —dijo Brittany—,
pero si tú lo crees no seré yo quien te quite
esas ideas.
Ya habíamos llegado de nuevo donde ella
me quería tener. Yo sólo estaba allí por el
dinero que ella me daba, no había ningún otro
motivo. Y eso tras aquella maravillosa tarde
en la que no parecía que yo la hubiera
convencido. ¿Acaso pensaba que me reía
junto a ella sólo por dinero? ¿Pensaba que le
tocaba suavemente el pelo sólo por dinero? Sí,
eso era lo que pensaba..., al parecer.
Nos sentamos en el balancín, ya que
desde allí se tenía la mejor vista del mar.
Se inclinó hacia mí y yo retrocedí antes
de que pudiera darme cuenta.
—Perdona —dije de inmediato—. No lo
he hecho aposta. Si tú quieres...
Ella sonrió.
—No tengas miedo —murmuró—. No te
voy a tocar.
Me dio un ligero beso y luego se echó de
nuevo hacia atrás.
Nos quedamos sentadas, cogidas del
brazo, hasta que se puso el sol y luego
permanecimos allí durante mucho más tiempo.
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Disfruten del cap... saludos Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 3 2145353087
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Mensaje por monica.santander Jue Sep 17, 2015 11:22 pm

Es un capitulo mas tranqui!!!
De a poco creo que se van soltando.
Saludos
monica.santander
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Mensaje por micky morales Vie Sep 18, 2015 8:24 am

yo creo que brittany esta probando a santana!
micky morales
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Mensaje por Caritovega Vie Sep 18, 2015 2:24 pm

monica.santander escribió:Es un capitulo mas tranqui!!!
De a poco creo que se van soltando.
Saludos
Si puede que con el tiempo se suelte mas... saludos gracias por comentar Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 3 2145353087
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Mensaje por Caritovega Vie Sep 18, 2015 2:26 pm

micky morales escribió:yo creo que brittany esta probando a santana!
puede ser :3 Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 3 2145353087 saludos
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Finalizado Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"

Mensaje por Caritovega Vie Sep 18, 2015 2:28 pm

CAPÍTULO 13

Comenzó una temporada maravillosa. Al
día siguiente fuimos a una isla mayor, donde
daban cursos de buceo. Brittany no los
necesitaba, por supuesto, pero esperó durante
dos días hasta que yo hube avanzado lo
suficiente como para poder salir con ella.
Durante el curso apenas nos podíamos
ver y, por las noches, cuando nos íbamos a
nuestros camarotes, nunca hizo ninguna
alusión a su posible descontento. Dormíamos
separadas sin haberlo convenido.
Al tercer día de nuestra salida de buceo,
yo dije riendo, al llegar al barco:
—¡Nunca me hubiera imaginado lo
maravilloso que es!
Había pensado que aquel beso en el mar
que me había dado hacía unos días me había
trasladado al ambiente de 20.000 leguas de
viaje submarino, pero hoy lo había
experimentado tal y como era de verdad,
cuando una se sumergía en el silencio de aquel
mundo tan particular. Brittany ya había bajado
a más profundidad, pero para mí fue
suficiente con aquella primera impresión.
Los colores bajo el agua eran increíbles.
Los peces, las plantas, todo fluía y se mecía
de aquí para allá, como si hubiera una única
corriente que los agitara. La ingravidez con la
que nos movíamos en el agua fue, para mí,
una experiencia asombrosa. Era algo
indescriptible, sobre todo para una persona
que, como yo, siempre había tenido los pies
sujetos al efecto de la tierra firme y de la
gravedad, que te fija al suelo y que consideras
normal.
Brittany se rió ante mi entusiasmo y se
alegró por mí.
—Eres una colegiala con mucho talento
—alabó—. El profesor de buceo está muy
sorprendido de todo lo que has aprendido en
tan poco tiempo. —Se inclinó hacia mí y me
besó dulcemente en los labios; luego se echó
de nuevo hacia atrás y se quiso volver.
Yo la cogí y la besé con pasión.
Cuando la solté, me miró con una
expresión de sorpresa. Luego se inclinó una
vez más y me ofreció sus labios; yo puse los
míos encima y ella suspiró en voz baja—
Cerró los ojos y abrió la boca.
—¿Te sigue doliendo? —preguntó.
Yo negué con la cabeza.
—No.
Y aunque siguiera el dolor, yo lo
ignoraría. Me apetecía mucho tocarla y no
quería renunciar a eso por más tiempo.
Brittany se apoyó contra la pared y me
besó con fuerza.
¡Oh, aquellos dos días se le habían hecho
muy largos y, sin embargo, se había
dominado! Lo tuve muy en cuenta.
Sus manos levantaron mi camiseta y
tocaron mis pechos.
Las dos gemimos a la vez.
—Tendríamos que ir abajo —dijo,
jadeante—. Estamos muy cerca de la orilla.
Se dio la vuelta, me cogió de la mano y
tiró de mí por las escaleras rumbo al
camarote. Allí me besó de nuevo con pasión y
vehemencia; casi no se podía reprimir. Bajó
rápidamente y me esperó en el pasillo.
Pero en mí había todavía un pequeño y
último atisbo de juicio. Cuando la miré, antes
de bajar tras ella y quedarme casi paralizada
por el ansia que irradiaban sus ojos, por mi
cabeza cruzaron un par de pensamientos que
tenía que expresarle en primer lugar.
Me imaginaba que ella se enfurecería de
nuevo. Incluso en la oficina sentía miedo
porque podía desquiciarse en un instante...,
aunque la mayoría de las veces se recuperaba
con rapidez, porque la profesionalidad la
ayudaba en los temas de negocios; en la vida
privada no tenía ningún motivo para
contenerse. A pesar de todo, en el último
momento acababa por tranquilizarse y yo
esperaba que siguiera teniendo aquella
capacidad.
Al llegar, me puse a su lado, ella me
oprimió contra la pared y me besó con
violencia. Entró en mi boca como si la quisiera
perforar y casi no tuve la oportunidad de
devolverle el beso. Una especie de temor
creció en mí. ¿Aquélla era su actitud habitual
y lo que yo ya había vivido con ella no era
una excepción?
Sin embargo, me tranquilicé un poco
cuando...
—¿Brittany? —aproveché la oportunidad
de hablar cuando sus labios se desplazaron a
mi cuello y, por fin, me liberó la boca.
—¿Humm? —Reaccionó, distraída.
Estaba claro que ahora no quería hablar.
—¿Puedo... puedo pedirte algo?
«¡Y, por favor, por favor, no te
enfades!», pensé como en una súplica.
Hubiera preferido no decir nada, dejarlo todo
tal y como ella deseaba. Hubiera sido lo más
sencillo. No surgirían problemas y ella se
sentiría satisfecha, pero lo cierto es que yo lo
tenía que hacer. No podía soportarlo una vez
más.
—Claro —dijo, aún ausente. Ya casi me
había bajado los pantalones cortos y seguía
acariciándome el cuello con los labios.
Pensaba en otra cosa.
—Yo... yo no quiero... —continué,
turbada. Casi era incapaz de decirlo.
Ella levantó la cabeza y me miró a los
ojos, excitada aunque mantenía, como
siempre, el dominio de sus sentimientos.
—No voy a hacerte daño —prometió en
voz baja—, no tengas miedo. Ya ha pasado
todo.
Sonrió y me pasó la mano por la cara con
toda delicadeza. Luego quiso continuar con lo
que hacía, pero yo la interrumpí. Bajó de
nuevo la cabeza.
Su promesa me tranquilizó en parte, pero
yo no me refería a eso y tuve que empezar de
nuevo.
—Brittany, yo... yo no quiero... ¡Por
favor, no me des dinero! —dije, poniéndome
colorada como un tomate, en parte por su
actividad sobre mi cuerpo y en parte por la
vergüenza que me causaba aquella idea y por
el esfuerzo que me había costado decirlo a
pesar de mi timidez. ¿Cómo reaccionaría?
Aquél siempre sería un tema embarazoso para
las dos.
Me di cuenta de inmediato, porque
enseguida dejó de acariciarme. Una verdadera
lástima, porque cesó el hormigueo que había
empezado a apoderarse de mí. Ella levantó la
cabeza y me miró de nuevo.
«¡Por favor, por favor, no te enfades!»,
dije para mí, vacilante. No había nada que
pudiera resultar más frío que su ira. Yo casi
no podía soportarla. Pero ella era así y yo no
podía...
—Me pagas la estancia, el curso de
buceo, los regalos —intenté decir, de un modo
razonable, a pesar de que en mi interior
temblaba de miedo por lo que ella pudiera
responder—. ¿No basta con eso? —Me reí e
intenté parecer relajada, como si no me
supusiera ningún esfuerzo hablar del tema—.
¡No estoy acostumbrada a los lujos! —
exclamé, con una sonrisa en los labios—. No
hace falta que me des nada más.
«¡Por favor, por favor, no me des
dinero!», pensé. Si no le hubiera dicho nada,
ella lo habría hecho, de eso yo estaba muy
convencida.
Brittany alzó las cejas.
«¡Oh, Dios mío, no!» Si no hubiéramos
estado bajo cubierta, habría pensado que el
cielo se había encapotado.
—No me gusta tener deudas —dijo, en
un tono frío, muy apropiado para los
negocios, sin dejar traslucir ningún tipo de
sentimiento en su voz.
Pretendía controlar su ira y lo mejor que
yo podía hacer era dejar de irritarla.
—No debes nada —contesté, intentando
imitar su tono de voz, cosa que sólo conseguí
en parte. No era tan buena como ella. Yo no
tenía la sensación de estar manteniendo una
conversación de negocios, pero ella parecía
que sí—. Piénsalo, ya lo has pagado todo,
incluso demasiado... —Tragué saliva—. No
me merezco tanto. Soy yo la que tiene una
deuda contigo.
Intenté reír de nuevo de una forma
relajada; esperaba que aquello sonara bien y la
convenciera. ¡Me tenía que salir bien! Ya era
malo tener que hablar del tema como si las
dos estuviéramos haciendo tratos
comerciales...
—¿Está bien lo de los regalos? —
preguntó, en el mismo tono frío—. ¿Lo que
no quieres es dinero?
Pensé en el reloj. No, no estaba bien, en
absoluto. Había despertado en mí la misma
sensación que si me hubiera puesto en la
mano unos billetes. Pero había que hacer
concesiones y puede que así fuera más fácil
soportarlo.
—Sí —asentí—, los regalos están bien.
Si se sentía comprometida de alguna
manera y pensaba que ella había contraído
alguna deuda conmigo, su humor hubiera ido a
peor día a día. Seguro que yo no lo hubiera
podido soportar durante mucho tiempo. Por lo
tanto, debía darle la oportunidad de
compensar sus «deudas».
¡Bastaba con que no lo hiciera en dinero
contante y sonante! Sólo con eso ya se habría
conseguido un avance. Sentirse obligada con
alguien era una situación que, como parecía
evidente, ella no podía soportar e intentaba
evitarla desde un principio. Resultaba terrible
para ella.
—Bien —dijo, siempre con un tono muy
mercantil—. Estoy de acuerdo con eso.
Yo suspiré aliviada. Al menos no se
había subido a cubierta.
Se acercó de nuevo a mí y me miró a la
cara con una expresión extraña. ¿Qué vendría
ahora? ¿Qué querría de mí? Agarró mi
camiseta y me la sacó por la cabeza. Luego
me bajó los pantalones hasta los pies y me
quedé desnuda. Era la primera vez que tenía
que pagar mis deudas con ella. Así era como
yo lo había descrito.
Retrocedió un paso para poder verme
entera, para observar todo mi cuerpo, de
arriba abajo. A lo que no llegaba era a verme
la cara con claridad.
Tuve que contenerme para no echar a
correr, para quedarme allí de pie y permitir
otra vez que su mirada se posara sobre mi
cuerpo. Mis pezones se endurecieron en
contra de mi voluntad, pero me superaba la
tensión de mi cuerpo.
Dijera yo lo que dijera, ella lo iba a
reducir a un negocio y me daba la sensación
de ser un objeto comprado por ella. Pensé con
cinismo que Brittany podía haber sido una
tratante de esclavos del siglo XVIII. Mi
cinismo creció segundo a segundo, a medida
que ella me miraba y remiraba. Me trataba
como a una puta y yo me sentía como si lo
fuera. ¿Cómo podía soportarlo sin un poco de
cinismo?
Se acercó de nuevo a mí y se colocó
delante. Se inclinó con lentitud y cogió un
pezón con su boca.
Yo cerré los ojos. ¿No dicen que las
putas no sienten nada? Pues yo no lo podía
aguantar: y o sí sentía algo. Aquellos últimos
días la había añorado mucho y esperaba que
ella sintiera lo mismo por mí.
Pero la añoranza no es lo mismo que el
deseo. De eso ya me daba cuenta.
En ella se había acumulado el anhelo y el
deseo por mi cuerpo, debido a que se había
reprimido durante mucho tiempo y continuaba
haciéndolo. Yo no me lo podía explicar, pero
ella ahora quería satisfacerse. No era añoranza
ni anhelo por mí, por la mujer que vivía en
mí, por mi espíritu. Al parecer, eso le daba
igual.
Yo, por el contrario, sí sentía una gran
nostalgia por ella, por la auténtica Brittany,
por la mujer que había en su interior y a la
que no dejaba mostrarse, aunque yo estaba
convencida de que se hallaba allí. Lo había
visto durante un instante en sus ojos cuando
no prestaba atención, cuando estaba
demasiado excitada y no podía controlarse. O,
sencillamente, cuando hacía algo agradable
para mí. ¿Cómo se podría sacar al exterior a
aquella Brittany, a aquella maravillosa persona
que estaba retenida dentro de ella y sólo
asomaba en ocasiones?
Suspiré. Ella me había lamido y
acariciado los pezones, los había mimado con
su lengua, y ahora, sin poder evitarlo, estaban
erectos. En aquel momento se despertaron en
mí unas magníficas sensaciones que llegaban
de allí y me excitaban. Me apoyé con más
fuerza contra la pared. Si ella quería que
siguiéramos de pie, yo necesitaría un apoyo.
Noté su cuerpo al enderezarse y apoyarse
contra mí.
—Venga —murmuró—, mírame.
Pero sonaba como una orden y aquello
no podía ser. Podía haber sido mi
imaginación, porque yo lo hubiera hecho con
sumo gusto..., si me lo hubiera pedido con
amabilidad.
Abrí los ojos y miré su cara, muy
cercana a la mía. El pasillo estaba muy oscuro
y era difícil verle los ojos, aun cuando
estuviera muy cerca. Me hubiera gustado
averiguar si ella sentía algo que fuera más allá
del puro deseo sexual, pero no pude
descubrirlo.
Su mano se deslizó por mi cuerpo, lo
acariciaba y me excitaba. Llegó hasta mi
trasero, pasó sobre él con suavidad y luego
llegó a los muslos. Suspiré de nuevo. Intenté
llevar mi mano a sus pantalones para
acariciarla.
—No —rechazó—, primero tú. Quiero
verte.
Bajé la mano. ¡Y ahora esto! De pie, con
los ojos abiertos y sin poder distraerla. Pedía
mucho de mí. Pero estaba claro que no sabía
lo complicado que resultaba para mí, tan
cercano el momento de la pérdida de mi
virginidad, sin tener mucha experiencia sexual
en la que apoyarme y con la gran timidez que
me caracterizaba.
—Sí —dije, simplemente, pues no tenía
otra opción que obedecer sus órdenes.
Yo estaba allí de pie y esperaba, ella me
observaba muy de cerca y yo no podía desviar
su mirada. La poca luz que había allí abajo
daba directa contra mis ojos y no en los
suyos. Sus ojos estaban en la oscuridad, pero
en los míos se podía reconocer lo que me
sucedía, aunque yo esperaba que sólo se
pudiera apreciar un poco, por lo menos no
todo.
Me acarició el trasero, los muslos. Noté
su respiración en mi piel y en mi rostro. Se
excitaba al tocarme. Y yo también me
excitaba, y me hubiera gustado cerrar los ojos,
pero no debía hacerlo. Me pasó las manos por
los pechos y los apretó, luego usó los pulgares
para acariciarme los pezones hasta conseguir
que estuvieran totalmente erectos. Yo me
sentía como si estuviera atada a un aparato de
medidas y fuera a ser sometida a un test de
laboratorio.
Retiró sus manos como si el resultado de
la medida hubiera sido el adecuado y ahora
quisiera comenzar con el siguiente
experimento. Su mano se dirigió a la cara
interna de mis muslos.
—Sepáralos —pidió en voz baja—.
Piensa en lo que te he dicho.
Intenté pensar en que me había
prometido no hacerme daño y separé un poco
las piernas. Ya había sido bastante difícil.
Comencé a temblar cuando sus dedos
avanzaron hacia el centro. No obstante, la
forma en que me acariciaba me proporcionaba
una sensación maravillosa. Suspiré de nuevo.
—Bien —dijo ella—. Así está bien.
Sus dedos ascendieron hacia mi ingle,
luego bajaron de nuevo y, siguiendo la línea
del vello, llegaron hasta el centro.
Me retorcí ante sus caricias y separé un
poco el trasero de la pared. Era tan suave y
dulce... Quería olvidarme de la forma en que
había terminado la última vez. Yo ya no era
virgen y no me haría daño. Seguro que no.
Se movió de nuevo hacia el centro. Yo
noté que mi humedad impregnaba sus dedos y
que ella la recogía para extenderla. La frotaba
con mucha suavidad sobre mis labios
vaginales y yo comencé a respirar con más
fuerza. Ahora quería hacer que mi respiración
cayera sobre su rostro, como ella había hecho
antes, mientras seguía estimulándome. Yo
cada vez me sentía más excitada.
Suspiré. Mis pezones reaccionaron a las
insinuaciones que llegaban desde abajo y se
pusieron firmes, como soldaditos de plomo;
hormigueaban y me proporcionaban una
sensación muy placentera, que luego se
centraba entre mis piernas.
Los dedos de Brittany me acariciaron en
busca de algo más interior, hasta tocar en la
puerta de mi intimidad. Me estremecí.
—Piensa en lo que te he dicho —repitió
ella.
¿Estaría enfadada por mi reacción? Tenía
un tono muy indiferente. Usó dos dedos para
desplazarse por los labios y luego los separó
un poco. Volví a notar un tirón. ¿Podría haber
crecido todo de nuevo en los últimos dos días?
Una vez más, sentí miedo.
Sus dedos avanzaron un poco más y noté
cómo se abría mi entrada, aunque eso ya lo
había hecho antes. Siempre había estado muy
abierta. Uno de sus dedos profundizó un poco
más, muy poco, no podía ser más allá de la
longitud de una uña. Siguió hacia dentro: todo
parecía ser demasiado estrecho, porque yo
continuaba sintiendo la presión. De repente se
detuvo y empezó a mover el dedo una y otra
vez, con mucha lentitud, hacia delante y hacia
atrás. Su dedo oprimía la parte superior de la
entrada, en la pared de la vagina.
Yo respiré con dificultad. ¿Qué sensación
era aquella? La miré, sorprendida.
—¡Esto es fantástico! —exclamé, con un
balbuceo. No dolía y me proporcionaba una
sensación maravillosa.
—Ya lo sé —respondió.
No podía verla con claridad, pero me
pareció que sonreía. Cuando ella se dio cuenta
de que yo no tenía ningún problema, aceleró
su movimiento y lo hizo un poco más intenso.
Me apoyé en la pared con los hombros.
Lo demás no se podía quedar tranquilo. Me
pegué contra ella e intenté seguir su ritmo,
acompañarla. No tardé mucho en empezar a
gemir. Su presión se hizo más fuerte y luego
desplazó su pulgar hasta el vértice de mi
sensibilidad; no lo pude aguantar más y grité.
Por dentro y por fuera todo resultó ya
excesivo. Me mordí la lengua, los labios, todo
lo que pude encontrar. Luego se contrajo todo
mi cuerpo y mi estómago se endureció como
una tabla. No pude más y emití un sonoro y
prolongado gemido.
Me sujetó con fuerza al notar que mis
rodillas estaban a punto de fallarme y yo me
apoyé en ella. No cesaba la tensión en mi
estómago; por el contrario, se mantenía
gracias a la colaboración de su dedo, que
seguía acariciándome por dentro.
«No puedo más..., no puedo..., casi no lo
puedo soportar... ¿Qué hace? ¿Qué hace
conmigo?»
Noté una nueva oleada, esta vez mucho
más intensa. Mis rodillas no me mantenían en
pie. Me agarré a sus hombros, gemí y mordí:
ella jadeó. Le había hecho daño. Ahora ya
sabía lo que era eso del dolor. Pero no pude
alegrarme de mi venganza durante mucho
tiempo, porque ella no paraba. El siguiente
orgasmo fue aún más violento, mis gemidos
fueron más ruidosos y mis rodillas se
transformaron en un flan, en gelatina, en
agua...
No le iba a pedir que se detuviera, eso no
había servido de nada la última vez y ahora
resultaba magnífico, pero ¿durante cuánto
tiempo más iba a seguir torturándome?
Sus dedos parecían incansables. Brittany
debía de tener mucha fortaleza, porque me
sujetaba con fuerza a pesar de que mis propias
piernas hacía tiempo que habían dejado de
sostenerme. Y ahora ya no tenía un capricho
especial por mirarme a los ojos mientras me
corría. Entonces, ¿por qué no paraba?
Su pulgar tocó otra vez mi perla como si
quisiera prolongar la excitación que aún sentía,
y luego la acarició de nuevo, dentro y fuera;
yo exploté con más fuerza aún que la vez
anterior.
Respiré con mucha dificultad, jadeé y
con un gran esfuerzo me agarré a ella. Los
calambres eran tan potentes que alcanzaban
todo mi interior, todo mi cuerpo, todo parecía
obedecer a mis ganas, o más bien a las suyas,
a las de Brittany. Gemí una vez más y me
colgué de ella como si fuera un trapo mojado,
pero todavía tuve que entregarme un par de
veces más hasta que se dio por satisfecha.
Y se sintió muy satisfecha cuando, por
fin, me dejó en paz.
—Es fantástico eso de ser tan joven... —
dijo, y esta vez no tuve que mirarla: no podía
disimular la satisfacción de su voz.
—Has estado a punto de matarme —
protesté débilmente, antes de poder pensar
que no era oportuno contradecirla.
Pero ella parecía tan contenta que la
protesta no le afectó.
—Yo no —dijo—, sino tú misma.
Sonaba muy divertida y muy, muy
satisfecha. Una vez más había superado todas
las pruebas laborales y todas sus expectativas.
Era mejor que yo hubiera aclarado antes
el tema del dinero. ¿Quién podía saber la
forma en que valoraba lo que acababa de
pasar allí? ¿Un billete? ¿Dos? Yo prefería que
no surgiera aquella cuestión. Y me sentí
sorprendida por lo que ella había hecho.
Apenas había profundizado en mí, sólo por la
entrada y yo casi no me había enterado.
Yo me había esperado que, una vez que
ya había abierto el camino, quisiera disfrutarlo
usándolo tantas veces y tan profundo como
pudiera. Pero lo de ahora había sido algo muy
distinto. Parecía como si hubiera querido
hacer algo para reparar los daños.
Yo también había percibido su
excitación. No era yo sola la que había
disfrutado. A lo mejor lo había hecho por su
propio placer.
Me recuperé poco a poco y me enderecé.
—Perdona que te haya mordido —dije
con timidez—. No quería. Lo siento. Pero es
que era tan... fuerte.
—¡Hummm! —respondió ella, siempre
con aspecto satisfecho. Ahora también me
podía dar cuenta—. Me va a salir un moratón.
Hacía mucho tiempo que no tenía un
chupetón. —Estaba contenta—. En
comparación contigo, ya soy muy mayor para
hacerlo de pie. —Sonrió con picardía—.
Vamos. —Se volvió hacia el dormitorio, pero
dejó que yo fuera delante.
Cuando llegué, dudé entre ir a mi
camarote o al suyo. No quería entrar en el de
ella, porque me traía malos recuerdos, pero
los superaría.
Su mano pasó por delante de mí y agarró
el picaporte de mi camarote.
—Entremos aquí —dijo.
¿Qué significaba aquello? ¿Una súbita
sensibilidad? Me di la vuelta hacia ella, pero su
cara se mostraba inexpresiva e inmóvil. Quizás
hubiera sido tan sólo una casualidad el que
hubiera preferido aquel camarote en lugar del
otro. De todos modos, todo el barco, y ahí iba
yo incluida, era suyo.
Al entrar, esperé a que pasara delante de
mí para tumbarse en mi cama. Me miró. Yo
no sabía lo que esperaba. ¿Me lo iba a decir?
Al parecer tenía un concepto muy concreto de
lo que deseaba exactamente.
Me acerqué y me puse de rodillas al
borde de la cama. Intenté dar una apariencia
de tranquilidad.
—¿Cómo... cómo te apetece? —
pregunté, mientras trataba de mantener
durante otro instante su intensa e indefinida
mirada.
—Ya se te ocurrirá algo —respondió ella.
¿Qué expresión era aquella que tenía en
los labios? ¿Ironía? ¿Impaciencia? No fui
capaz de identificarla.
Alcé las cejas en plan dubitativo.
—¿Estás segura? Ya sabes...
Las comisuras de sus labios se dispararon
claramente hacia arriba.
—No soy tan exigente —dijo, divertida.
¿Ah, no? ¿Significaba eso que lo quería
otra vez rápido, violento y profundo, como
cuando estábamos en cubierta? ¿O volvía a
ser una prueba? Parecía que aquí iba a tener
lugar de nuevo un examen. Hubiera preferido
tener que hacer ese mismo día la prueba de
selectividad. Hubiera sido más sencillo. Sin
embargo, se me ocurrió algo.
—¿Tienes... tiempo? —pregunté con
prudencia.
Ella sonrió, sorprendida.
—¿Tiempo? ¿A qué te refieres?
Tenemos todo el tiempo del mundo, por lo
menos dos semanas.
—No, quería decir si tú...
«¿Por qué tengo que decir estas cosas
con palabras?», pensé.
—Ah, te refieres... —Rió de nuevo,
aunque se sentía un tanto perpleja, como si
también tuviera un atisbo de curiosidad—. Te
refieres a si estoy demasiado cachonda para
poder esperar.
Yo nunca hubiera llegado a decirlo de
una forma tan directa. Aquella era su
especialidad. Yo ya me había acostumbrado a
ponerme colorada en su presencia, pero, por
algún milagro, parecía que el color rojo se
había agotado en mí. No dije nada acerca de
que sí había captado la parte principal de mi
pregunta y que ahora yo esperaba tan sólo una
respuesta.
—¡Hummm! —exclamó, en un tono
afirmativo—. Podré dominarme, no faltaría
más.
¡Oh, ya lo creo que podría! De eso yo
estaba totalmente convencida.
Ahora ella me miró con curiosidad. Era
una mirada que casi nunca había percibido en
Brittany.
—¿Qué va a ser? —preguntó ella.
Yo me encogí de hombros.
—Ya veremos —respondí, imprecisa. No
podía decirlo con seguridad. ¿Acaso era una
experta en sexo? Ella me había metido en
aquel mundo casi sin aprendizaje, porque eso
es lo que yo hacía: aprender. Lo que yo
siempre había echado de menos en ella
intentaría dárselo ahora: caricias.
¿Las deseaba de verdad? Lo que
pretendía durante todo el tiempo era llegar lo
antes posible al orgasmo y cuantas más veces
mejor. Ella me había apremiado para que lo
hiciera con ella y así lo había hecho también
conmigo. Pero ahora lo que yo quería era
justo lo contrario. Quizá se negara, al darse
cuenta de lo que yo quería hacer, y me
exigiera una satisfacción rápida.
Me miró a la cara durante unos instantes.
—De acuerdo —dijo después.
Yo respiré aliviada en mi interior.
—¿Podrías... podrías darte la vuelta, por
favor, tenderte sobre el estómago? —pregunté
con inseguridad. Como nunca le había pedido
nada, era algo poco habitual.
En su mirada apareció algo así como la
desconfianza y el recelo. Seguro que aquella
no era su postura preferida, porque dejaba de
tenerlo todo bajo control.
—No tienes que... —dije yo rápida—. Si
no quieres.
—Bueno, bueno, está bien —respondió
ella, tumbándose.
Sin embargo, su mirada seguía
expresando desconfianza. Muy despacio, se
dio la vuelta. Me miró a los ojos tanto como
pudo antes de acabar de tumbarse boca abajo.
Al recordar lo que ella me había hecho
cuando yo me tumbé, me pareció normal que
sintiera algo de desconfianza. Era lógico que
estuviera preocupada. ¿Pero podría
devolvérselo? Al contrario de lo que me
ocurrió a mí, ya hacía mucho tiempo que ella
no era virgen.
Brittany estaba allí, tumbada y tensa. Se
podía ver con claridad que aquello no le
gustaba nada. Nada de nada. Entonces, ¿por
qué había aceptado? Hubiera podido negarse,
ya que era yo la que tenía que seguir sus
órdenes y no ella las mías. En todo caso,
aquellos pensamientos no eran necesarios. Yo
no iba a hacerle ningún mal. Sólo deseaba
acariciarla. Tan suave y durante tanto tiempo
como pudiera y ella permitiera.
Comencé a rozar su espalda con lentitud,
de un lado a otro, de arriba abajo. Y pude
reconocer mi éxito: de inmediato se le puso la
carne de gallina.
—Tienes un cuerpo maravilloso,
verdaderamente perfecto —susurré, admirada,
al cabo de un tiempo.
Ella se rió casi con desdén.
—¡Me cuesta lo mío! Tengo un gimnasio
en el sótano de mi casa y lo uso a diario.
¿Para qué lo hacía? Me pregunté. O,
mejor dicho, ¿para quién? ¿Para ella misma?
¿O para las mujeres a las que quería seducir y
ante las que deseaba presentar un aspecto
impresionante?
—Pronto dejaré de utilizarlo —murmuró
para sí misma, como si no me lo dijera a mí.
«¿Qué quiere decir con eso? ¿Tiene
miedo de la edad?», pensé para mis adentros.
Era aún bastante joven. Mayor que yo,
pero no tanto como para tener que
preocuparse.
Yo no la entendía. ¿Había conseguido
entenderla alguna vez? Era un enigma repleto
de preguntas por mi parte, pero las respuestas
podía contarlas con los dedos de una mano y
sobraban dedos.
Mis manos buscaron por sí mismas el
camino a través de los maravillosos rastros de
una piel que se estremecía y formaba finos
relieves. Se relajó y su respiración se
tranquilizó, hasta hacerse más regular. A veces
suspiraba.
Me incliné hacia delante y soplé un poco
de aire sobre su espalda. La besé con calma
en los omoplatos, pasé mis labios por su piel y
luego avancé por todo su cuerpo. Mis manos
acariciaron sus costados para pasar después a
sus pechos y poco a poco, al cabo de un
período de tiempo muy superior al que nunca
hubiera pasado con ella, comenzó a agitarse,
intranquila.
La acaricié tanto tiempo como nunca
hubiera podido imaginar. Las puntas de los
dedos me cosquilleaban y buscaban algo más.
Puede que a ella le ocurriera lo mismo. Me
desplacé con cuidado sobre su espalda, con
timidez, porque no sabía cómo iba a
reaccionar. Pero no intentó librarse de mí, así
que me armé de valor y continué.
Me tumbé sobre ella y coloqué mi mano
entre sus piernas para poder acariciarla
mientras seguía allí, tumbada, de espaldas.
Sus movimientos se hicieron cada vez más
inequívocos. Respiraba con fuerza, aunque
parecía dominarse, tal y como había
prometido. Pero no podría aguantarlo durante
mucho más tiempo.
Era maravilloso. Era la primera vez que
todo mi cuerpo estaba tumbado sobre el suyo
mientras se corría, mientras se movía, se
retorcía e intentaba empujar hacia arriba con
su trasero, aunque no lo conseguía, porque yo
estaba tumbada encima y la aprisionaba contra
el colchón.
Ella jadeaba y gemía. Intentaba conseguir
más sitio y tomar más aire, pero todo era en
vano. Yo la agarraba con fuerza y lo único
que ella podía hacer era o bien abandonarse
en aquella posición y permitir que yo la
controlara o bien dejarlo.
Estaba claro que no le gustaba ninguna
de las dos alternativas.
Bien, existía una tercera: podía haberme
ordenado que yo hiciera otra cosa. Pero no
parecía querer hacerlo y, de hecho, no lo hizo.
En un momento determinado noté cómo
se debatía y se arrimaba a mí, engarfiaba los
dedos en mi almohada y gemía muy hondo.
Su trasero se alzó una vez más; luego se
detuvo.
Era maravilloso estar tumbada encima de
ella, notarla, percibir su excitación, ahora
decreciente, su respiración dificultosa y el
sudor en su piel. La besé en los lóbulos de las
orejas.
—¿Te ha gustado? —pregunté, con un
susurro—. ¿Quieres que lo haga otra vez?
—No —respondió—. Así no.
Su voz sonaba casi indiferente. De nuevo
se mostraba tranquila y fría, como siempre.
¿Acaso no le había gustado? No lo parecía.
—¿Entonces cómo? —pregunté, con una
voz a la que procuré dar un tono de negocios.
Me sentí decepcionada. ¿Ni siquiera un
mínimo reconocimiento? Por fin ella había
dejado que se me ocurriera algo y yo pensaba
que, teniendo en cuenta mi falta de
experiencia, lo había hecho muy bien. Estaba
claro que ella esperaba mucho más. Quizá no
hubiera sido nada especial, un aprobado
justito. Tragué saliva.
—Quítate de encima de mí —dijo en un
tono brusco.
Aquello no había sonado bien. Puede que
no le apeteciera nada si no era ella la que
estaba encima o si no había ordenado
expresamente lo contrario. Además, yo casi la
había obligado a que no me comprara con
dinero y su reconocimiento siempre tenía algo
que ver con el pago. Por tanto, ¿qué es lo que
yo esperaba? Nada de dinero suponía que no
iba a obtener ningún reconocimiento. Eso era
todo. Me separé de ella y me puse en pie.
Brittany estaba furiosa y yo no quería
que lo estuviera. Despacio y con todo cuidado
pasé la mano por sus cejas, que estaban un
tanto alzadas. Ella asió mi muñeca con fuerza.
—No —dijo, aunque no sonó muy
airado.
—Yo sólo quería acariciarte —dije en
voz baja—. No te he hecho nada.
Pero la expresión de su rostro decía todo
lo contrario. Yo sí le había hecho algo que ella
no quería. Algo que yo no sabía con certeza lo
que era.
Bajó de nuevo su mano y dejó de sujetar
la mía, pero me mantuvo alejada para que no
pudiera rozarla.
—¿No ha sido bonito mientras te he
acariciado? —le pregunté, en voz muy baja.
Respondió con un largo silencio.
—Sí —contestó luego, como de mala
gana.
—Me gustaría hacerlo más veces —me
atreví a decir. Ojalá no le pareciera demasiado
osada—. ¿Estás... estás de acuerdo?
¿Formaría parte aquello del apartado
«sexo» y estaría incluido, por tanto, en
nuestro acuerdo, o para ella era una cosa
distinta, algo con lo que podría quedar en
«deuda» conmigo y eso no lo quería? Seguro
que en tal caso se negaría.
Tampoco contestó.
Aquello no tenía muy buen aspecto...
Pero, de repente y para mi sorpresa,
sonrió.
—Si no te limitas sólo a eso... —contestó
con sosiego.
Yo reí, aliviada y feliz al ver que
parecíamos estar de acuerdo en algo.
—No —respondí con una sonrisa—, no
tenía previsto sólo eso.
Yo seguí acariciándole las cejas; luego
bajé la mano y rocé su cara.
Ella cerró los ojos y se mantuvo inmóvil.
«Te quiero, Brittany», dije en mi interior;
claro está que no lo hice en voz alta.
En aquel momento parecía muy feliz,
pero podía cambiar de humor en el instante
siguiente.
Me incliné hacia ella y la besé con
ternura.
—Brittany... —susurré.
Ella se separó de mis labios con la misma
suavidad con que yo la había besado.
—Creo que ha sido suficiente por hoy —
dijo.
Sonó bajo y no muy imperativo, pero la
solté y dejé el paso libre para que pudiera salir
de mi camarote.
La miré. Lamenté no poder tenerla
mucho tiempo a mi lado, porque estaba segura
de que ella no querría. Me tumbé en la cama y
aspiré el olor que ella había dejado
impregnado allí. Su aroma, su risa y su
presencia, todo me hacía feliz. ¿Por qué no
podía ser siempre así?
Aunque, en realidad, no quería
dormirme, al cabo de un rato me venció el
sueño.
No supe cuánto tiempo estuve dormida,
pero, cuando me desperté, Brittany entró por
la puerta de mi camarote y me miró. ¿No
había dicho eso de «ha sido suficiente por
hoy»? Parecía habérselo pensado dos veces.
Me volví sin articular palabra y le hice sitio en
la cama.
Ella permaneció sin decir nada durante
unos segundos y me miró con una expresión
extraña. Luego se animó y dijo:
—No. Quiero otra cosa. Me gustaría
invitarte a dar un paseo.
¿Un paseo? ¿Por encima del agua? La
miré un tanto desconcertada.
Ella sonrió.
—Has dormido como un bebé —dijo—.
No te has dado cuenta de que llevamos un
rato navegando.
Me levanté y miré por el ojo de buey.
Era cierto.
—No, ni me había dado cuenta —dije,
sorprendida—. He debido dormir
profundamente.
—Es el curso de buceo —repuso ella—.
Cansa mucho.
¡Estaba como una cabra! ¡El curso de
buceo! Bueno, si así lo creía, no era yo quién
para contradecirla.
—Sí, es el curso de buceo —confirmé.
Nos dirigíamos a una isla más apartada,
más pequeña que las otras que conocíamos.
Ya de lejos parecía que allí no había nadie y,
al acercarnos con la barca, aquella impresión
se consolidó aún más. Parecía estar totalmente
desierta. Llegamos a una pequeña pasarela,
muy vieja.
Brittany se adentró en la isla y me miró.
Todo tenía un aspecto salvaje y como
encantado. La isla estaba cubierta de
vegetación, como el castillo del cuento de la
Bella Durmiente. Y, sin embargo, o quizá por
eso, tenía un encanto propio, un atractivo
mágico, como el de una mujer bellísima a la
que no se pudiera poner el menor reparo.
Nos abrimos paso hacia el interior de la
isla a través de una senda cubierta de maleza,
pero todavía reconocible.
De súbito, oculta entre arbustos y
árboles, apareció una casa, cuya fachada, que
ahora tenía una tonalidad gris, había sido
blanca en su momento. Delante había un
jardín, que en su época debió de estar bien
cuidado: tenía estatuas blancas que
representaban a personas desnudas colocadas
sobre pedestales; eran figuras masculinas y
femeninas, pero sobre todo masculinas.
Además, había una fuente muy bella.
Tuve que sonreír. ¡Aquellos griegos de la
Antigüedad...! Había oído hablar de eso en el
colegio. Entre ellos no predominaba el amor
heterosexual, que sólo era visto como un mal
necesario. Sin embargo, el verdadero amor, el
que merecía ese nombre, se asociaba a los
sentimientos homosexuales, entre hombres.
Las mujeres no significaban mucho. El
mayor ideal estético era el bello cuerpo de un
joven, que, tal y como lo apreciaban los
hombres, debía estar totalmente desnudo. Eso
se podía observar muy bien en el jardín, hoy
cubierto de maleza, pero que un día debió de
ser una obra maestra. Había estatuas de
desnudos masculinos una al lado de la otra,
aunque a veces, casi como si al principio se
hubieran olvidado de ellas y luego no se
encontraran motivos para hacerlo, se
agregaban un par de figuras de mujeres, que
debían de ser representaciones de diosas; sus
cuerpos estaban parcialmente cubiertos con
telas y vestiduras ondulantes hechas de piedra.
De hecho, no había mucha tela, porque allí
siempre hacía calor.
Reconocí, o pensé que reconocería, a
Afrodita. Era la más hermosa. Luego estaba
Artemisa, a la que los romanos llamaron
Diana, con su arco de diosa cazadora, y más
allá se situaba una Atenea algo espiritualizada.
Pero sólo eran unos añadidos
complementarios a los bellos jóvenes de
nombre y origen desconocido. También había
hermosas figuras de dioses, como Apolo, uno
de los muchos hijos de Zeus, y el hermano
gemelo de Artemisa, con una lira en el brazo
para distinguirse del arco de su hermana.
También estaba Adonis, que no fue un dios,
pero que se convirtió en el amante de
Afrodita, y Hermes, el pícaro mensajero de
los dioses.
Aquí parecía estar reunido todo: todo lo
que era joven, bello y excitante. El mármol
blanco no había perdido nada de su esplendor.
—¿Te gusta?
Cuando Brittany me habló, yo casi
desperté de un sueño, como si me hubiera
sumergido en el tiempo igual que lo había
hecho en el mar, como si la Antigua Grecia
aún existiera y yo estuviera de visita.
Me volví y miré a Brittany, que sonreía,
como si fuera ahora una de aquellas figuras,
una diosa de mármol, como si un escultor
hubiera conseguido plasmar en ella la imagen
perfecta de una mujer. Ella lo era por su
propia naturaleza.
—Sí, es impresionante —dije—. ¿Qué es
esto?
—Es... es una isla —titubeó Brittany.
—Mira, si no me lo llegas a decir... —
bromeé—. No me hubiera dado ni cuenta.
Ella también sonrió.
—La cultura de nuestro país se ha
echado a perder —dijo—. ¿Qué hay que
esperar de ella?
—Es fascinante —repuse—. ¿Quién lo
ha hecho?
—Un loco egocéntrico —respondió—.
Quería volver a crear la Antigua Grecia, pero
no duró mucho. Pronto perdió las ganas y
comenzó con otro proyecto. Ahora todo está
hecho polvo.
—¿Y se puede recorrer la isla sin
problemas? —pregunté—. ¿No hay visitas
guiadas o algo así?
—No, no hay nadie —respondió—. Los
turistas no llegan hasta aquí. Pueden llegar a
pasar meses o años sin que se vea a una sola
persona. Una vez me quedé tres días aquí,
pero la casa está muy mal y no se puede vivir
en ella.
—Bueno, con este tiempo no hace falta
casa —dije.
—No, porque se puede dormir fuera. O
también en el barco.
Miré una vez más a mi alrededor.
—Esto es para personas amantes de la
soledad —dije—. ¿Cómo lo encontraste?
—Así, sin más. Navegaba con el barco
por esta zona sin seguir un rumbo
determinado y me encontré con la isla delante.
Fue como una sorpresa. Es tan pequeña que
no viene señalizada en la mayoría de los
mapas; tampoco en los míos. Yo pensaba que
aquí sólo habría agua.
—Maravilloso —repuse—. Se podría
pensar en una propiedad privada. —Me reí.
Brittany dio un par de pasos hacia la
edificación y luego se volvió.
—Lo es —dijo, mientras continuaba su
marcha.
Yo la seguí, algo turbada. Cuando la
alcancé, casi estábamos en la casa.
—¿Qué quieres decir? —pregunté—.
¿Que esta isla es de alguien? ¿De quién?
Ella continuó su marcha.
—Mía —dijo sin mirarme.
¡Oh, cielos! ¿Y ella que decía que no
había cumplido sus sueños? ¿Mi casa, mi
barco, mi isla? Era peor que en un anuncio
publicitario que ella misma hubiera escrito
basado en su propia experiencia.
Me detuve un momento. No me lo podía
creer. Al volver a mirarla, Brittany había
desaparecido en el interior de la casa.
Yo la seguí y entré en el vestíbulo. Era
muy grande y casi estaba reducido a
escombros. Recordaba un templo griego. Las
piedras estaban allí, pero no en su
emplazamiento correcto. A izquierda y
derecha había figuras como las del jardín.
—¿Brittany? —grité, al no poder verla.
—Aquí —dijo ella desde lo alto.
Alcé los ojos y vi que estaba en la
barandilla de arriba, en lo que aún quedaba de
ella.
—¡Brittany! —grité, asustada—. ¡Ten
cuidado!
Ella rió.
—Ya la conozco. Sube sin miedo.
Yo miré con algo de escepticismo a la
torcida escalera de piedra que llevaba hacia
arriba.
—Tienes que ir por la izquierda —
Recomendó Brittany— y no te pasará nada.
Seguí su consejo y subí por la escalera
hasta llegar a su lado. Pero aquello no me
ofrecía mucha seguridad.
—No ha quedado mucho —dijo Brittany
—. Sólo una habitación en condiciones para
poder quedarse en ella.
Me llevó allí, a pesar de que el cristal de
la ventana había desaparecido hacía mucho
tiempo. La habitación tenía unas grandiosas
vistas sobre el mar.
—¿No es maravilloso? —preguntó en
voz baja.
Desde el mar nos llegaba una ligera brisa,
que hacía algo más soportable el sofocante
calor exterior.
—Sí, maravilloso —dije—. Es lo mismo
que en un cuento de hadas. —Me volví hacia
ella—. ¿Para qué te has comprado la isla?
¿Quieres construir un hotel aquí? —Si había
invertido su dinero es que allí había negocio.
No me pude imaginar otra cosa.
—No. —Se dirigió a la ventana y miró
hacia fuera—. Pensé que podría vivir aquí,
pero, como no tengo mucho tiempo, si vengo
duermo en el barco y no necesito la casa.
¡Menuda elección! ¡O duermo en mi yate
privado o en mi isla privada! No era un
milagro si pensaba que podía comprarlo todo.
No sabía que hubiera otra forma de vivir.
—Me alegro por ti —dije, algo
disgustada.
Yo no conseguiría jamás lo que ella
tenía. Pero, aun cuando me atraía el dinero,
nunca llegaría a ser como ella: carente de
sentimientos y centrada en una sola cosa.
¿Para qué me había traído aquí? Miré a
mi alrededor. No vi ninguna cama, aunque eso
no era un obstáculo. A lo mejor le gustaba el
sexo en lugares extraños y bajo condiciones
difíciles. Seguro que no me había enseñado la
isla sin un motivo...
Brittany seguía asomada a la ventana y
yo no veía su cara. ¿Estaría pensando en la
mejor forma de tumbarme? Aquella sería mi
cruz. Me había llevado tan lejos que a mí sólo
se me ocurría pensar, con seguridad, en una
cosa. Su presencia significaba que yo estaba
«de servicio» y que debía mantenerme
siempre dispuesta a cumplir sus deseos.
Incluso en un sitio tan maravilloso e idílico
como aquél. Justo en aquel sitio, que hubiera
resultado el más adecuado para un poco de
romanticismo. Pero yo ya me había dado
cuenta de que ella no era del tipo romántico.
Sólo quedaba una cosa...
Mis sentimientos fueron en contra de la
idea de considerar todo aquello como un
negocio, tal y como yo había imaginado en un
principio. Cuanto más tiempo se quedara en la
ventana sin moverse, más se despertaría en mí
el amor hacia ella, amor que Brittany no
deseaba. Me hubiera gustado tomarla entre
mis brazos, mantenernos así y sólo mirar al
mar.
Quizá me dejara hacerlo. Hoy mismo me
había permitido hacer cosas que hubiera
prohibido en otras circunstancias. Me acerqué
a ella y le besé la oreja.
Se sobresaltó, pero no se movió. Me
atreví a pasar el brazo a su alrededor y la
atraje un poco hacia mí. No me rechazó; se
mantuvo allí. Transcurrido un cierto tiempo,
pude percibir que cedía la tensión de su
cuerpo y que se relajaba en mis brazos; se
recostó contra mí.
Era como el primer día, cuando
estábamos de pie en la escalerilla del yate y
nos íbamos.
Me incliné hacia delante y la besé en el
cuello. Noté el temblor de la piel bajo mis
labios. Con toda calma, procedí a recorrer su
cuerpo con mis manos, desde el estómago
hasta los muslos y vuelta atrás; luego sus
pechos. Sentía ganas de ella, tan sólo ganas,
como me había ocurrido aquella mañana. Si
aquello no se agotaba, sería como si no
existiera el «acuerdo»: sencillamente, seríamos
como una pareja, una pareja en una isla
romántica del mar Egeo, acariciadas por el
cálido aire del Mediterráneo.
Al llegar a sus pechos, ella se estremeció
de nuevo, pero luego se puso tensa.
—No —dijo—. Aquí no.
Yo me sentí un poco decepcionada. Me
lo había demostrado una vez más. No podía
tenerla ni cuando, ni donde ni como yo
quisiera. Era ella quien lo estipulaba, porque
era la que pagaba. Si ella me deseaba, yo
debía obedecer, pero no había oportunidad de
que ocurriera a la inversa.
—Pensaba que estábamos en la única
habitación en condiciones —dije, cuando pude
volver a hablar—. ¿Quieres que vayamos a
otro sitio?
—No —repitió—. No en esta isla. —Se
soltó de mí y se alejó.
¿No en esta isla? ¿No quería que
tuviéramos sexo allí, a pesar de lo importante
que solía ser para Brittany? ¿Qué era tan
terrible? Era una isla maravillosa, estaba
situada en un enclave idílico, solitaria, con las
mejores condiciones para sus ruidosos
desahogos amorosos. Allí podía gritar tan alto
como quisiera, porque nadie la oiría.
¿Pero qué iba a hacer yo? Todo lo que
quisiera, mientras lo pagara. Y si ella no
quería, yo estaba obligada a aceptarlo.
—Entonces nada —dije, lanzando un
suspiro—. Es una pena.
—¿Pena? —Me miró—. ¿Piensas que es
una pena?
—Sí —dije—. Me gustaba aquí. Es
muy... agradable. —Hubiera querido decir
romántico, pero eso podía desencadenar un
ataque de ira por su parte.
Quizás sí hubiera tenido que decir
«romántico», porque la palabra «agradable»
no parecía de su gusto.
—Seguro que toda esa gente a la que
traes aquí piensa que esto es muy agradable
—dije, defendiéndome. Yo pensaba que
aquella isla le hubiera gustado a cualquiera y
estaba segura de no ser la primera persona que
lo decía.
Se volvió y se dirigió a la puerta, más
bien a lo que quedaba de ella.
—Nunca he traído aquí a nadie —dijo y
se marchó.
Por un momento me quedé consternada,
pero luego se me ocurrió que podía ser dueña
de la isla desde hacía poco tiempo. Quizá yo
era la primera persona que había llevado en su
yate después de comprarla. Eso lo explicaría
todo.
Fui detrás de ella. Podía estar dispuesta a
dejarme sola en la isla, sin barca. Todo porque
yo parecía haberla hecho enfadar, aunque
ignoraba cómo.
Regresamos al yate en silencio y ella
puso en marcha el motor. Fuimos a una isla
muy grande. No pude retener su nombre
porque ya eran demasiadas islas. Comimos en
un restaurante de la playa. Era como si
quisiera enseñarme que el romanticismo y la
soledad no significaban nada para ella.
Pensaba que aquella enseñanza era
importante.
—Podemos ir de compras —dijo,
después de una comida que fue buena, aunque
no tanto como la suya—. Me gustaría
comprar algo para ti. Un regalo.
¡Ah, sí, un regalo! ¡No me había
«remunerado» por lo de aquella tarde! Como
yo no parecía aceptar dinero, pero sí regalos...
—¿Te parece que podría comprar algo
para mi madre? —pregunté.
Me miró, perpleja.
—¿Para tu madre?
—Sí. Hace tiempo que quiere una
lámpara nueva, pero no tenemos bastante
dinero.
—¿No tenéis dinero para una lámpara?
—Aquello era una cosa muy extraña para ella.
—Paga mis estudios y no gana mucho —
dije yo. Me quedaba muy claro que Brittany
no podía imaginar el rendimiento que sacaba
mi madre a cada moneda.
—No lo sabía —me interrumpió, irritada
—. Claro que sí —continuó—. Por supuesto
que puedes comprar algo para tu madre.
Aquello me tranquilizó un poco y,
mientras hacíamos las compras, intenté olvidar
la forma en que había ganado aquella lámpara
para mi madre. Durante un rato resultó muy
bonito eso de ir de tiendas junto a Brittany, en
busca de una lámpara que fuera adecuada.
Encontramos una de muy buen gusto. Seguro
que a mi madre le encantaría. Brittany acordó
con el propietario que, para no tener que
cargar con ella, nos la entregara al día
siguiente en el barco. Era grande y pesada.
Al regresar al yate Brittany se sirvió un
whisky y se lo tomó apoyada en la borda.
Miraba al mar y parecía no querer darse
cuenta de que yo estaba allí.
«Tendríamos que haber acordado un
horario de trabajo», pensé con sarcasmo. No
sabía si podía retirarme o si querría algo más
de mí.
Tuve que preguntárselo.
—¿Brittany? —dije, con un carraspeo.
Ella se volvió un instante y me miró, casi
sorprendida.
—¿Me necesitas para algo?
La expresión de su rostro no cambió y
pareció sorprenderse ante mi pregunta.
—No —dijo después—. Puedes irte a la
cama con toda tranquilidad. —Luego se volvió
otra vez hacia el mar, bebió de su vaso y
pareció olvidarse de mi presencia.
¿Por qué tenían que ser tan complicadas
las mujeres? Antes de conocerla, me la había
imaginado de una forma muy distinta.
Suspiré y me fui a mi camarote.
*****************************************
Espero les guste este capítulo Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 3 2145353087 mas tarde subo dos más, saludos y gracias a los que leen esta adaptación.
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Mensaje por monica.santander Vie Sep 18, 2015 4:54 pm

Gracias. que bueno que vas a subir mas capítulos!!!!
Saludos
monica.santander
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Mensaje por Caritovega Vie Sep 18, 2015 7:36 pm

monica.santander escribió:Gracias. que bueno que vas a subir mas capítulos!!!!
Saludos
gracias a ti por leer
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Mensaje por Caritovega Vie Sep 18, 2015 7:38 pm

CAPÍTULO 14

Tras aquel acontecimiento, que de alguna
forma me había hecho sentir insegura, el
comportamiento de Brittany se normalizó. En
el barco, todos los días nos íbamos juntas a la
cama, incluso varias veces al día. Ella parecía
insaciable. Cuando nos bañábamos, cuando
saltábamos al agua, nunca estaba segura, por
más que ella sólo quisiera nadar. Se
comportaba como si yo le perteneciera y
careciera de voluntad propia.
Y yo no tenía aquella voluntad propia
porque disfrutaba de lo que hacía conmigo y
luego lo ansiaba y echaba de menos tan pronto
como había pasado.
Yo la amaba. Quería que estuviera
siempre a mi lado. Deseaba tocarla, escuchar
su risa, sus excitantes sonidos mientras se
corría o estaba a punto de hacerlo. Mirar sus
ojos, cuyo brillo delataba su excitación, y a
veces simplemente limitarme a observarla
mientras caminaba por cubierta, alta y
elegante como era ella. Aquello daba sentido a
mi vida.
Casi no me podía imaginar estar sin ella.
Día y noche junto a ella: era la realización de
un sueño mucho antes de haberlo podido
soñar; un sueño que aparecía en mis noches
antes de haber ocurrido.
Su sola presencia ya me hacía feliz y era
maravilloso poder mirar su rostro, observar su
belleza natural y preguntarme cómo podía
suponer que era demasiado mayor para mí.
Sólo había unas gotas de melancolía en
todo aquel asunto y era que ella no me amaba.
Nunca me lo decía; no era necesario, porque
de lo contrario mentiría.
En cambio, en mi caso, cuanto más
estaba con ella, más sentía que la amaba, y en
mi interior se abría paso el gran problema de
que aquel sentimiento era sólo mío.
Para ella parecía estar muy claro que lo
que allí ocurría sólo era una transacción
económica. Ella me pagaba para que me
mostrara amable, para que pasara el tiempo
con ella y para que nos acostáramos.
Y no se daba cuenta de que yo actuaba
de la forma en que lo hacía a causa de unos
motivos muy distintos a los que ella me
imponía. Que yo hubiera hecho lo mismo sin
necesidad de recibir dinero, con toda mi
voluntad.
Pero me obligaba a aceptar regalos y no
podía oponerme. De lo contrario, se ofendía,
se enfadaba y se ponía de mal humor. Parecía
que sentía la necesidad interior de darme lo
máximo posible, pero en el sentido más
material de la palabra.
Escatimaba sus sentimientos hacia mí,
por lo que, en realidad, no era tan generosa
como pretendía hacer ver.
«¿Cómo irán las cosas cuando volvamos
a casa?», me pregunté.
Las vacaciones tocaban a su fin y yo me
había acostumbrado tanto a estar con ella que
no sabía lo que pasaría una vez acabado el
viaje.
Renuncié a preguntárselo de nuevo, a
pesar de que era posible que ella, entre tanto,
sí hubiera hecho planes para el futuro. La
primera vez que indagué sobre el tema, no
tenía ni idea. ¿Por qué iba a ser diferente
ahora? ¿Porque se había acostumbrado a mí
tanto como yo a ella? Parecía poco probable.
—Podríamos dedicarnos a hacer una
excursión de despedida —dijo un día,
mientras comíamos—. Regresamos pasado
mañana. ¿Quieres ver algo del Egeo? ¿Te
gustaría ir a algún sitio? Podemos planearlo.
Yo la miré. Era uno de esos días en los
que era amable o pretendía serlo. Ya había
habido otros como aquel. Se me ocurrió una
idea.
—¿Vamos a Lesbos?
—¿Lesbos? —dijo, divertida—. No, yo
no voy a Lesbos. Esa isla tiene una forma
indecente.
—¿Una forma indecente? —repliqué,
perpleja. No lo entendía.
—Sí, mira aquí —dijo y me señaló el
mapa—. ¿Ves? —Me miró con cara picara.
—Ya veo —respondí, algo turbada.
Tenía razón. Su forma recordada algo la
ilustración anatómica de una vagina.
—Me he preguntado en varias ocasiones
si ésa fue la razón que movió a Safo a elegirla
como su lugar de residencia —divagó Brittany
en voz alta.
—Eso de que te moleste la forma... —
mencioné, sin pensarlo.
Ella alzó las cejas.
—¿Crees que estoy tan obsesionada por
el sexo? —Las comisuras de sus labios se
movieron con una expresión de indulgente
regocijo.
—Bueno..., sí —me atreví a decir—.
Nosotras... nosotras lo hemos hecho aquí
todos los días. Y varias veces. Eso es... —Me
interrumpí porque lo encontraba muy
embarazoso y no me sentaba bien hablar de
ese tema.
—¿Tan sólo porque yo quería? —
preguntó ella, en un tono reservado.
Nunca lo habíamos hablado de una
forma tan directa, porque, quizá ni se le había
ocurrido. Pero tenía que ser así porque era
ella la que había propuesto el acuerdo. Y
seguro que no lo hubiera hecho si no hubiera
tenido algo, aunque sólo fuera un poco, de
interés. Al parecer, tenía gran necesidad de
aquello.
—N... no —dije, titubeante—. No sólo
porque tú quisieras.
«¡Vaya! ¡Qué complicado resulta
formularlo así!», pensé.
—Pues todo arreglado —dijo, con una
sonrisa en los labios.
Era sorprendente lo rápido que era para
ella hacer que todo estuviera arreglado. Uno
podría pensar que tenía un gen especial. No
quería ocuparse de los detalles problemáticos,
ni siquiera admitía la insinuación de que
hubiera un problema. Lo rechazaba a base de
decir que todo estaba arreglado.
—Entonces no vamos —añadí yo.
—No —respondió—. No merece la
pena. Lesbos es una isla muy pedregosa y no
tiene ningún atractivo. Hay otros lugares
mucho más bellos. Te voy a enseñar unos
cuantos.
En realidad, yo ya había visto suficientes
islas, porque el Egeo está repleto de ellas.
Había sido suficiente para mí y hubiera
preferido que nos quedáramos en el barco.
Pero parecía querer hacer una excursión de
despedida antes de volar de regreso a casa.
—Está bien —dije yo—. Tú eres la que
mejor conoce la zona.
—Claro —repuso, y me miró.
Su mirada me señaló que ahora estaba
dispuesta para la sobremesa.
Fuimos abajo, al camarote. Era casi
como un ritual entre nosotras.
Al deslizarse junto a mí, quise expresarle
mis sentimientos.
—Te quiero —susurré sin pensarlo. Me
sentía muy cerca de ella.
Cuando nos acostábamos juntas siempre
era todo muy hermoso, exceptuando una sola
vez; yo lo percibía así y en ocasiones pensaba
que podía leer lo mismo en sus ojos, pero
siempre era un breve instante del que yo
apenas podía disfrutar. Al instante siguiente
volvía a construir un muro ante sus ojos,
echaba una cortina, levantaba una máscara
que se cerraba para mí.
Como ahora.
—¿Qué has dicho? —preguntó, mordaz.
—Yo... Perdona. —Bajé la cabeza—.
No quería decir... Es sólo que... ha sido todo
tan bonito.
—Eso no es motivo para mentir —dijo y
se levantó de golpe.
—¿Mentir? —Me quedé boquiabierta—.
Pero si no miento.
Ella me recorrió con la mirada.
—Ah, ¿entonces es la verdad? —Sus
labios se curvaron hacia abajo.
—Sí, por supuesto —respondí—. ¿Cómo
podría ser de otra forma? ¿Por qué iba a
decirte algo que no fuera cierto?
—Quizá sea porque tu madre necesita
otra lámpara —dijo.
—¡Brittany! —Ahora fui yo la que se
levantó—. Sabes que sólo he aceptado los
regalos porque tú lo has querido así. Nunca te
los he pedido.
—¿Ah, sí? ¿Has venido aquí sin ningún
compromiso y te lo habrías pagado todo tú?
—No hubiera podido hacerlo, Brittany, y
tú lo sabes —contesté.
—Bien —dijo y me miró de arriba abajo
—. ¿Cuánto quieres cobrar por cada Te amo?
¿Esto? —Sacó un billete de un cajón y me lo
lanzó—. Ése es el primer pago.
Cogí el billete y lo rompí ante sus
narices.
—Gracias —dije—, pero no lo necesito.
Te amo sin cobrar nada por hacerlo.
Sentía frío y su nuevo desplante casi me
hizo tiritar, pero me contuve. Debía de haber
una forma de quitarle aquella costumbre, pero
yo no sabía si tendría el vigor suficiente como
para aplicarla. Sus constantes ofensas me
agotaban, no en lo físico, pero sí en mi
interior. No sabía cuánto tiempo podría
aguantarlo.
Ella se volvió.
—¿Por qué no quieres saber la verdad?
—le pregunté—. ¿Por qué te niegas a ser
amada? ¿Acaso no quieres serlo? —Yo no
podía entender que rechazara lo que cualquier
persona deseaba.
Ella se irguió.
—No, no quiero —dijo, con cara
impasible—. No quiero que lo vuelvas a decir.
Nunca más. ¿Me has entendido? —Sus ojos
centelleaban.
Yo me sentí totalmente exhausta. No
sabía de dónde iba a sacar las fuerzas
necesarias para llevarle la contraria; desde
luego, ahora ya no podía más. No sólo porque
actuara así, como si yo lo hiciera todo por
dinero, sino porque, además, también me
echaba en cara que yo simulaba mi amor hacia
ella.
—Está bien,Brittany—dije en voz baja.
Durante los dos últimos días no volvimos
a hablar del tema. Dimos paseos, me enseñó
sitios maravillosos y nos acostamos juntas;
luego yo me mordía la lengua para no decir
nada que pudiera provocar su ira.
En el vuelo de vuelta volví a mirar hacia
abajo, al azul Mediterráneo, y ahora me
pareció distinto a como lo había visto en el
viaje de idea. Aquellas tres semanas me
habían cambiado mucho.
Yo no era la misma persona que había
ido allí con Brittany. Y ella no era del todo
inocente en ese cambio.
Pero yo no podía alterar nada. Ni
siquiera lo de seguir amándola, aun cuando no
debiera decirlo.
—Necesito dos o tres días para echarle
un vistazo a todo. Sé cómo van las cosas y
estoy segura de que en la agencia ya habrá
muchos asuntos acumulados —dijo Brittany
de repente—. Le pediré a Tina que reserve
una mesa para el miércoles. ¿Prefieres algún
restaurante en particular?
«¿Cómo? ¿Qué? ¿Qué dices?», pensé,
mientras mi mirada se desplazaba desde la
ventanilla hasta su rostro.
—¿Qué...? ¿A qué te refieres? —
pregunté, perpleja.
—Nada, que si quieres comer en un
griego o, después de estas tres semanas, has
acabado de ellos hasta las narices. Tenemos
que decidirnos por algún restaurante.
¿Decidir? Ella era la que siempre lo hacía
y no solía preguntarme. Pero lo que más me
sorprendió fue que, al parecer, ya había
decidido lo que iba a ocurrir entre nosotras
dos después de aquellas tres semanas. Eso era
nuevo para mí. ¿Lo acababa de decidir o le
había estado dando vueltas en la cabeza desde
hacía mucho tiempo? Por lo menos no había
hecho ninguna mención sobre el tema. ¿Qué
me quería decir?
—No tengo nada en contra de los griegos
—repliqué—, aunque cualquier otro también
me parecerá bien.
—De acuerdo —dijo—. Entonces iremos
a un griego.
Por aquello de la costumbre. Es lo que se
hace cuando se acaba de llegar de Grecia. La
próxima vez ya nos buscaremos otro.
«¿La próxima vez? ¿La próxima vez?»,
repetí para mis adentros como si fuera un eco,
pues mi cabeza reaccionaba antes que mi voz.
—Bueno, yo había pensado que una o
dos veces por semana —añadió Brittany—.
Seguro que podré y... —me miró—... espero
que tú también.
«¿Vamos a hacerlo una o dos veces a la
semana?», me pregunté.
—Ah, sí —dije, ya en voz alta—. Seguro
que puedo. Si no se me hace muy tarde. Por
las mañanas debo ir a clase y con los
exámenes tan cerca me lo tengo que tomar
muy en serio.
—Sí, debes hacerlo —asintió, con
expresión satisfecha—. Tienes que ir a clase.
Casi lo había olvidado.
—Sólo podré quedarme más tiempo los
sábados por la noche —dije de un modo
automático—. Los demás días me acostaré a
las diez.
—Entonces pongamos la noche del
sábado como fecha fija —propuso—. A mí
me va muy bien. —Yo esperaba que sacara su
agenda para anotar la cita, pero no lo hizo.
Parecía que podía acordarse—. Pues así lo
haremos —añadió—. Tina tendrá que hacer
la reserva de la mesa para el sábado en lugar
de para el miércoles. Te llamará para decirte la
hora y el lugar, y nos encontraremos allí.
¿Hacía siempre eso con sus... novias?
Parecía actuar con mucha confianza.
—Ah..., sí... Está bien —tartamudeé.
En todo caso, volvería a verla, cosa que
me había preocupado mucho en los últimos
días. Pero ahora ya todo estaba definido. Nos
veríamos una vez a la semana, los sábados,
iríamos a cenar y nos acostaríamos. Eso
último era lo que estaba más claro.
Casi me reí. Como un buen matrimonio
de cierta edad.
Siempre los sábados.
************************************************
Disfruten del capítulo, ya luego subo el otro cap =D
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Mensaje por micky morales Vie Sep 18, 2015 8:57 pm

brittany es insufrible y santana no creo que aguante mucho sin explotar y decirle sus cuantas cosas!
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Mensaje por Caritovega Vie Sep 18, 2015 9:18 pm

micky morales escribió:brittany es insufrible y santana no creo que aguante mucho sin explotar y decirle sus cuantas cosas!
haha si esa Britt aparte de insufrible, imposible, gili y mucho mas.... Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 3 2145353087 gracias por leer
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Mensaje por Caritovega Vie Sep 18, 2015 9:22 pm

CAPITULO 15

Mi madre agradeció mucho la lámpara
cuando se la entregaron al día siguiente.
Brittany se había ocupado de eso, igual que se
ocupaba de todo lo demás.
—Mi gratificación —le dije—. Ya te lo
comenté. —Y no me puse nada colorada
porque, en realidad, decía la verdad.
—Me parece maravillosa —dijo,
mientras daba vueltas alrededor de la lámpara,
admirándola—. Esto ha debido de costar muy
caro.
—En Grecia todo es más barato. —Me
sentí incómoda—. Tampoco ha sido tan cara.
—Es que, si no, no te lo hubieses podido
permitir —repuso mi madre, más calmada.
«Si supieras todo lo que me puedo
permitir», pensé con amargura.
En el fondo de la maleta había escondido
el dinero que me había dado Brittany y que no
había aceptado que le devolviera. Lo
guardaría en algún sitio para que mi madre no
lo pudiera ver, pues le extrañaría que yo
tuviera tal cantidad. Con el paso del tiempo, le
compraría cosas o se lo iría dando poco a
poco para los gastos de casa, pero no se lo
podía plantar de una sola vez en la mano
porque desconfiaría.
Un par de días después, Brittany se
encargó de desbaratar mi bonito concepto de
lo que era el ocultar y el esconder. Sonó el
timbre de la puerta cuando yo estaba sola en
casa, después de comer. Mi madre llegaría
más tarde del trabajo.
Un hombre de amable sonrisa estaba ante
la puerta. Un vendedor, pensé yo. Vienen
bastante por aquí.
—No compramos nada —dije, de forma
automática.
Él sonrió.
—De todos modos debe firmar, la
compra ya está hecha.
Me quedé boquiabierta y lo miré.
—¿Qué?
—Venga conmigo a la puerta, por favor,
y se lo enseñaré —me dijo, y siguió con su
sonrisa.
Cogí las llaves de casa y lo seguí.
Delante de la casa había un pequeño
coche deportivo.
—Firme aquí. —Me puso debajo de la
nariz una tablilla con papeles sujetos por una
pinza.
Yo estaba tan alucinada que firmé sin
mirar. Es una de mis especialidades.
Me dio unas llaves y luego me plantó un
papel en la mano.
—Que lo disfrute —dijo, sonrió y se
marchó.
Yo me quedé allí, inmóvil, durante más
de cinco minutos. ¡Aquello no podía ser! ¿No
me había declarado totalmente en contra de
una cosa así? ¿Acaso mi opinión no le
interesaba a Brittany? Yo no le había dicho el
coche que quería, así que se había limitado a
comprar uno, uno que seguro yo no habría
escogido. Yo habría pensado en algo así como
un coche japonés de segunda mano, pero éste
era... increíble.
Me acerqué despacio al coche y toqué su
suave carrocería lacada. Rojo. Un coche de
ensueño. Lo había visto anunciado algunas
veces y pensaba que sería fantástico poder
tener dinero para comprarlo.
Parecía como si Brittany lo hubiera
sabido sin que nunca hubiéramos hablado del
tema.
Me senté en su interior y miré el cuadro
de mandos. Se habían ceñido al diseño
antiguo, como en los viejos coches ingleses.
Busqué la llave de contacto y lo puse en
marcha. El sonido era ensordecedor y
enseguida lo volví a apagar.
Pero no podía dejar el coche allí
aparcado. Mi madre...
Lo arranqué de nuevo y esta vez no
permití que su deportivo sonido me detuviera.
Conduje a lo largo de un par de calles. Mejor
sería decir que eso es lo que pretendía hacer,
porque, cuando el coche se puso en marcha y
enfilé la calle principal, ya no pude detenerme.
Le di gas y luego quise frenar de nuevo. El
coche salió disparado hacia delante como si
dispusiera de cohetes. No podía conducir tan
rápido por la ciudad, así que me dirigí hacia la
autopista.
El tiempo pasó en un vuelo y me llevé un
buen susto cuando miré el reloj de diseño que
estaba instalado en el salpicadero. ¡Mi madre
no tardaría en llegar a casa! Tenía que dejar el
coche en algún sitio.
No es que mi madre esperara que yo
estuviera en casa a su llegada, pero si, por
algún motivo, me veía bajar de aquel
deportivo seguro que se iba a quedar de
piedra.
Regresé y aparqué el coche donde tenía
pensado. Luego me fui a pie hasta nuestro
piso. Mi madre no había llegado todavía a
casa y, si estaba haciendo horas
extraordinarias, yo dispondría de un poco más
de tiempo.
Llamé a Brittany.
—¿Te ha gustado? —preguntó como
saludo antes de que yo pudiera decir nada. Yo
no podía verla, pero me pareció que se reía.
—Es... es la bomba —dije—, pero esto
no puede ser,Brittany. ¿Cómo se lo voy a
explicar a mi madre?
—Sí, claro, tu madre —respondió. Al
parecer no había pensado en eso—. ¿No
puedes limitarte a contarle la verdad..., es
decir, que es un regalo mío? —preguntó.
—¿A cambio de qué? —repliqué yo,
mordaz—. ¿Has pensado en eso?
—No, si te digo la verdad, no —repuso
—. El coche me sonrió cuando llegué al
concesionario y no pude remediarlo.
—¿Que te sonrió? —Que Brittany se
entendiera con los coches era algo nuevo para
mí.
—Se parece a ti —dijo—. Enseguida me
dio la sensación de que estabais hechos el uno
para la otra.
—Oh, claro, encajamos muy bien —dije,
con los dientes apretados—. Si me pudiera
pagar un garaje y el seguro y los impuestos y
la gasolina...
—Eso está todo arreglado —replicó—.
Aquí tienes garaje y todo lo demás está
pagado por adelantado. Hay cheques de
gasolina en la guantera; al menos es lo que me
dijo el vendedor. Seguro que también está
todo lo demás.
Yo no lo había mirado.
—Y en cuanto al garaje —continuó, en
un tono indiferente—, entérate si hay uno
cerca de tu casa. Yo me hago cargo;
mándame la cuenta.
¡Ah, sí! La cuenta. ¿Qué podía hacer yo?
Ahora ya no podía convencerla para devolver
el coche. Y si se enfadaba conmigo, yo no
tendría nada que hacer. Tenía que aceptarlo
hasta ver si se me ocurría alguna otra
solución.
—Ah, por cierto, con respecto al sábado
—dijo—, ¿te ha llamado Tina?
—Sí lo ha hecho —dije yo.
—Entonces, está todo bien —dijo—. De
todas formas me gustaría otra cosa. ¿Me
recoges con tu nuevo bólido? Quisiera ver
cómo lo conduces.
«Lo mejor sería que me estampara
contra un árbol y todo habría terminado»,
pensé.
—Claro —repuse—. Lo que quieras. Te
iré a buscar.
—Una hora antes —dijo ella—.
Tampoco se trata de hacer una excursión muy
larga. Me recoges en mi casa. Hasta entonces.
—Colgó.
Ahora me había contratado como chófer.
Pronto me haría responsable de todo lo de su
casa y entonces ya no necesitaría tener más
empleados.
Oí que la llave giraba en la cerradura. Era
mi madre, que acababa de llegar.
—¿Estás en casa?
—Sí. —Me levanté y me guardé a toda
prisa las llaves del coche en el bolsillo del
pantalón. Tenía un llavero bastante aparatoso
—. Sí, estoy aquí.
Mi madre llegó a la puerta y me sonrió.
—¿Todo bien? ¿Algo especial?
—Nada. —Negué con la cabeza—. Todo
igual que siempre.
—Bueno, pues entonces podemos cenar
—dijo—. ¿Has hecho la compra?
—Sí, lo que ponía la lista. —La seguí
hasta la cocina.
—La verdad es que tú puedes hacerlo
casi todo. —Suspiró y se puso un delantal—.
Sería magnífico que te interesaras un poco
más por la cocina.
—Sí —dije, arrugando la frente—. Soy
un desastre con eso, lo he oído muchas veces
en los últimos tiempos.
***********************************************
Bueno este el ultimo capítulo del día de hoy, mañana si puedo
prometo subir 2 capítulos mas, pasen buena noche, besos, abrazos y bendiciones para tod@s.
Posdata: Y en cuanto a nuestros hermanos Chilenos bendiciones para todos ustedes., que Diosito los cuide. Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 3 2145353087
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Mensaje por monica.santander Vie Sep 18, 2015 10:58 pm

Gracias por los capítulos!!!!!
Que descanses también!!
Saludos
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Mensaje por Caritovega Vie Sep 18, 2015 11:10 pm

monica.santander escribió:Gracias por los capítulos!!!!!
Que descanses también!!
Saludos
Gracias e igualmente.. saludos Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 3 2145353087 Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 3 1206646864
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Mensaje por micky morales Sáb Sep 19, 2015 9:15 am

ahora brittany pretende tener algo mas pero no es facil ocultar las cosas por siempre, a ver que pasa!
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Mensaje por Caritovega Sáb Sep 19, 2015 3:54 pm

micky morales escribió:ahora brittany pretende tener algo mas pero no es facil ocultar las cosas por siempre, a ver que pasa!
De acuerdo contigo Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 3 2145353087 saludos Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 3 1206646864 Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 3 1206646864
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Finalizado Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"

Mensaje por Caritovega Sáb Sep 19, 2015 3:58 pm

CAPÍTULO 16

El sábado me dirigí a casa de Brittany.
Ella salió y se subió al coche.
—Parece maravilloso —dijo, cuando lo
puse en marcha—. Yo no lo he conducido;
sólo lo he visto parado.
—¿Dónde quieres ir? —pregunté. De
hecho, yo era el chófer y ella siempre decidía
nuestro destino.
—No hagas como si esto no te divirtiera
—dijo, con aspecto satisfecho—. Te
comportas como si te hubiera regalado un
potro de tortura o algo parecido.
«Pues, de verdad, algo así. Me torturo
cada día al tener que mentirle a mi madre
ocultándole el coche y al pensar en la forma
de explicarle cómo lo he conseguido», pensé.
—Si te tranquiliza, te diré que sí me
divierte. Va muy bien. ¿Pero qué voy a hacer
con un coche así? ¿Ir a clase?
—¿Por qué no? —preguntó ella—. ¿No
te facilitará la vida?
«Pues seguro que no, porque alguno de
mis compañeros de clase acabaría por
contárselo a mi madre», pensé, y agregué en
alto:
—Voy en autobús. Como cualquier
estudiante normal.
Brittany me miró.
—Eres muy conservadora —dijo, a
modo de reproche—. Deberías ser algo más
flexible.
¿Más flexible? Me había obligado a tener
flexibilidad en algunas cosas con las que yo ni
siquiera hubiera soñado.
—Es muy sencillo, Brittany. Un coche
así no me pega. Nunca me lo podría permitir.
—Ahora sí puedes —dijo, imperturbable
—. Alégrate de eso.
— Yo no me lo puedo permitir, eres tú la
que sí puedes —contesté.
—Bien. ¿Y cuál es la diferencia? ¿Crees
que eso me va a empobrecer?
«No, seguro que no», dije para mis
adentros. Se trataba de que no quería
entenderme.
—Bueno, bueno. —Lancé un suspiro—.
Ya está bien.
—No me gusta ese tono —dijo—. Deja
de usarlo conmigo.
La miré y en ese mismo instante la
hubiera estrangulado. Al parecer pensaba que
me había comprado y que yo estaba obligada
a acatar todas sus órdenes.
—Lo mismo digo —respondí.
La miré por el rabillo del ojo y comprobé
que se había quedado perpleja. Yo nunca
había sido tan descarada con ella, pero es que
me sentía molesta. Estaba muy ilusionada por
volver a verla después de aquella semana de
separación y ella se había limitado a subirse al
coche, ni siquiera me había saludado y se
había comportado como si yo fuera su chófer
y no me hubiera echado de menos. Bien,
puede que no lo hubiera hecho, pero ¿no
podía disimularlo al menos un poco?
No, claro que no podía. Gemí para mi
interior. Para eso hacían falta unas
condiciones previas, como por ejemplo el
amor. Ella no suspiraba por mí. Sólo era su
cita de los sábados.
Cuando me quedó claro, me dieron
escalofríos. Si ella no hubiera tenido tan poco
tiempo y no hubiera trabajado tanto, también
podía haber tenido una cita los viernes o los
miércoles, pero con otra mujer.
—Perdona, Brittany. No quería decirlo.
—Yo pensaba que íbamos a pasar una
noche agradable —dijo—. Si no va a ser así,
llévame a casa. Es mejor renunciar.
«¿Renunciar a qué? ¿A tu ración semanal
de sexo?»
Desde luego, habíamos sufrido un
cambio después de regresar del Egeo. En fin,
a lo mejor ni eso. Yo no sabía lo que había
hecho durante toda la semana.
—No, bueno, está bien —dije.
Quería tranquilizarla, mirarla, hablar con
ella y acostarme a su lado. La había echado
mucho de menos. Había soñado con ella todas
las noches, había oído su voz, había sentido
sus labios y percibido el roce de sus manos, y
me había despertado con una sonrisa feliz. Y
luego la había echado tanto de menos que la
añoranza por ella casi me había devorado.
—¿Estás segura? —preguntó—. Esta
noche no quiero discutir, ni por el coche, ni
por el dinero, ni por... —se interrumpió.
Me hubiera jugado el pescuezo a que
había evitado pronunciar la palabra amor.
Quedaba totalmente claro que sobre eso no
quería discutir.
—Quédate tranquila —dije. Me volví a
ella con una sonrisa—. Me alegro de volver a
verte —comencé a decir, tratando de empezar
la velada como tenía previsto hacerlo en un
principio—. Y me alegro de que vayamos a
cenar.
Aquel era un tema muy inofensivo, al
que me agarré de inmediato.
—Seguro que te desilusionará —
respondió—. A mí me ocurre lo mismo cada
vez que vuelvo. Hasta los mejores
restaurantes tienen los ingredientes
congelados. No hay casi nada fresco en lo que
te sirven. Y nada en absoluto que venga del
Mediterráneo y que tenga que ser transportado
desde allí.
«¿Algo más que no se puede comprar
con dinero?», pensé, pero no lo dije. La
palabra dinero era hoy tabú; ella lo había
dispuesto así.
Después de cenar no tuve más remedio
que darle la razón.
—No tiene nada que ver, en absoluto, y
menos aún con tu comida —dije, mientras
tomábamos el café.
Nada sabía como en Grecia, aunque
fueran cosas griegas. En la cubierta de su
barco, todo parecía tener otra calidad. El sol
por sí solo ya lo mejoraba todo. En nuestro
nublado país no se podía concebir una cosa
así.
Ella sonrió.
—¿La próxima vez a un italiano?
—Claro —dije—. Y también puedes
cocinar tú.
Brittany alzó las manos en ademán
negativo.
—¡Oh, no! Eso sólo en vacaciones.
—Creía que te gustaba cocinar —
repliqué.
—Sí, pero hay que hacer preparativos, la
compra, la elaboración de los platos, y no
tengo tiempo para eso.
—Yo puedo —dije de una forma
espontánea—. Siempre hago la compra para
mi madre.
—Lo podría hacer la mujer que me lleva
la casa —contestó Brittany—, pero no es lo
mismo. Para eso hay que tener tiempo y
hacerlo todo una misma. Sólo así resulta
divertido de verdad.
La mujer que le llevaba la casa. Algo en
lo que yo no había pensado. Como es lógico,
en mi visita nocturna a su casa no había visto
a nadie, pero podía haber imaginado que
Brittany tendría una persona así a su servicio.
Era verdad que vivía en un mundo distinto al
mío.
—¿Nos vamos? —preguntó, y al mirarla
a los ojos me di cuenta de que casi no podía
esperarse hasta llegar a casa.
Yo también lo deseaba. Durante la cena
la había mirado una y otra vez, ansiando un
beso suyo y después una caricia. Pero en
ningún momento me atreví siquiera a rozar su
mano.
Le hizo una seña al camarero, firmó la
cuenta y, sin más preámbulos, que a ella no le
hacían falta, abandonamos el local.
******************************************************
Aquí les dejo este capítulo, saludos, besos y abrazos....
mas tarde subo otro Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 3 2145353087 Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 3 1206646864
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Mensaje por monica.santander Sáb Sep 19, 2015 6:26 pm

No me gusta San como perrito faldero!!!! Esa niña no tiene un oquito de amor propio???
Saludos
monica.santander
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