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Fanfic Brittana "una isla para dos"
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iFannyGleek
micky morales
monica.santander
Caritovega
12 participantes
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Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
Igual a mi de hecho es la única que tienemonica.santander escribió:Me parece bien que San tenga una amiga!!!
Saludos
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
Te prometo que solo sera una amiga y bueno una historia sin drama no es historiamicky morales escribió:mientras sea solo una amiga esta bien, de verdad quisiera una historia sin tanto conflicto!!!!!
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
bueno si es verdad historia sin drama no es historia!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
CAPÍTULO 20
Los meses hasta la selectividad volaron y de
repente los exámenes ya habían pasado. La
fiesta de final de curso pasó ante mí como una
exhalación.
Yo había quedado con Brittany para
celebrarlo nosotras dos solas. Debía ser el
punto culminante, el broche de oro que lo
coronaría todo.
Cuando llegué a su casa todo estaba oscuro.
Sólo había luz en el comedor, pero era una luz
muy tenue. ¿Se habría quedado dormida sobre
su whisky? Ya había ocurrido en varias
ocasiones durante los últimos tiempos.
Llegaba a casa, bebía algo y, de repente, se
sentía tan cansada que no tenía más remedio
que dormirse. Trabajaba demasiado. Pero, si
se lo decía, ella lo negaba con vehemencia y
me prohibía seguir con el tema.
Intenté no hacer ruido mientras avanzaba
por el pasillo y me dirigía al comedor. No
quería despertarla en caso de que se hubiera
quedado dormida. Ya lo celebraríamos más
tarde. Al entrar en el comedor, me quedé
parada por un instante. Por todas partes, tanto
sobre la mesa como en el suelo, había velas
encendidas. Era un solo mar centelleante de
llamas de cálida luz.
De las sombras salió Brittany sonriente y se
me acercó.
—Espero que te guste —dijo.
—Oh…, sí —balbuceé. Brittany no solía
ser muy romántica, pero, si se lo proponía, lo
era, lo era de verdad.
—Pensé que un acontecimiento como éste
tenía que celebrarse de una forma muy
especial —afirmó—. De hecho, la selectividad
sólo se hace una vez en la vida y supone el
comienzo de una nueva etapa.
—Esto… esto es imponente —susurré,
sobrecogida aún por aquel mar de luces.
—Siéntate —dijo Brittany—. No sólo hay
cosas que ver.
Di un traspié al llegar a la mesa, que estaba
puesta para dos personas. Lo que de verdad
me fascinó fue la cantidad de cuchillos,
cucharas y tenedores que había junto a los
platos.
Brittany dio una palmada y se abrió la
puerta de la cocina. Salió un hombre vestido
de cocinero; llevaba dos platos de sopa y los
colocó de una forma muy elegante ante
nosotras dos.
—Bon appétit! —dijo, y desapareció de
nuevo.
Yo lo miré, perpleja.
—Es una excepción —dijo Brittany—. Hoy
he pedido ayuda para la cocina. Quería hacer
algo especial y yo sola hubiera tardado mucho
tiempo. —Cogió su cuchara e hizo un leve
gesto hacia mi plato—. Come o se quedará
fría. Sería una pena, después de todo lo que
nos hemos esforzado en prepararla.
Yo no podía entender muy bien todo
aquello, pero probé la sopa. Estaba deliciosa,
como todo lo que cocinaba Brittany, aunque
sólo acostumbraba a hacerlo en vacaciones.
—Esto…, no hacía falta —dije,
avergonzada.
—Al principio pensé que podríamos ir a un
restaurante —dijo Brittany—, porque no tenía
mucho tiempo para ponerme a cocinar, pero
luego me decidí por lo contrario. Por suerte,
se pueden contratar cocineros para casa y no
es necesario ir a un restaurante.
—Esto es… —Miré a mi alrededor, a las
pequeñas llamas luminosas que difundían una
atmósfera indescriptible—. Es increíble.
—Pues te lo puedes creer. —Brittany rió
por lo bajo—. Pero, sobre todo, debes
disfrutarlo. Es todo por ti y por tu esfuerzo.
Te has ganado la recompensa.
—Pero… pero la selectividad no ha sido tan
complicada —repuse, con timidez.
—Entonces tómalo como un tributo a tu
inteligencia —dijo Brittany—. Ella es la que te
ha permitido que la selectividad no te haya
resultado tan complicada como a los demás.
Tú sabes que aprecio mucho tu inteligencia.
Sobre todo porque hoy día parece estar
pasada de moda.
—Y como ejemplo tenemos a Bärbel —
dije, con una sonrisa—. Podrías tener razón.
—¿Ha aprobado? —preguntó Brittany.
—Sí, lo ha conseguido. —Suspiré—. Más
mal que bien, pero ha pasado. Y eso no dice
mucho a favor de la selectividad.
—Siempre ha sido así —dijo Brittany—.
En el internado en el que estuve, hubo gente
que hizo la selectividad y de la que uno se
podía preguntar si entre tanta alfalfa aún
quedaba espacio para una neurona. Desde
entonces, parece que las exigencias de la
selectividad han disminuido aún más. Llegará
un momento en que te aprobarán sin haber
tenido que pasar primero por el colegio.
—Espero que no —contesté—. Por
desgracia, la situación es tal como la has
descrito. En el colegio me he aburrido en
muchas ocasiones, porque tenían que repetirlo
todo, aunque no resultara nada complicado
entenderlo a la primera.
—No para ti —dijo Brittany—, pero sí para
los demás.
—Sí, es probable —respondí—. Ése ha
sido mi problema. Pero también existen
personas para las que merece la pena repetir
las cosas: Emily, por ejemplo. No tiene nada
de tonta, nada en absoluto, pero, a pesar de
todo, tiene dificultades para quedarse con las
cosas.
—Anita es la chica a la que tú das clases
particulares, ¿verdad? —preguntó Brittany.
—¿Te has enterado? —pregunté a mi vez.
A menudo tenía la sensación de que las cosas
que le contaba no eran bastante interesantes
como para que las retuviera.
—Yo me entero de muchas cosas —dijo
Brittany—. Pueden resultar interesantes. En
cuestiones de negocios, por ejemplo, resulta
útil darse cuenta de lo que dice el cliente en
una frase accesoria, sin que él mismo siquiera
se haya dado mucha cuenta de lo que ha
dicho. A partir de esos comentarios fuera de
contexto, he montado ofertas que han tenido
mucho éxito.
—Pero Emily y yo no tenemos nada que ver
con tus negocios —dije, con cierta desilusión.
Hasta el momento todo había sido muy bonito
y ahora volvía a aparecer de nuevo el trabajo.
Brittany no podía desengancharse; pensaba sin
cesar en lo mismo.
—Tu memoria puede ser un buen capital —
dijo. Pareció no darse cuenta de mi bajón de
ánimo—. Si la empleas de una forma
adecuada y tomas nota de las cosas
importantes, es muy… —De repente se agarró
la cabeza—. Muy… —repitió y luego dio una
palmada, que hizo reaparecer de inmediato al
cocinero—. Retire esto —indicó— y traiga el
segundo plato.
El cocinero asintió, recogió los platos vacíos
y desapareció en la cocina. No habían
transcurrido dos minutos cuando regresó con
lo siguiente, una creación que me recordó
mucho el pescado que Brittany había
preparado en nuestros tiempos por el Egeo.
—Han abierto una nueva tienda de
delikatessen en la ciudad y siempre tienen
pescado fresco de verdad —dijo Brittany—.
He pensado que podíamos volver a probarlo
aquí.
Lo probé.
—Seguro que la salsa es tuya —afirmé, con
una sonrisa—, porque está exquisita.
—Gracias —contestó—. Creo que me ha
salido muy bien.
—Cada vez me extraña más que te interese
tanto la cocina —dije, mientras saboreábamos
aquel maravilloso pescado.
—Me resulta muy útil para recuperar el
equilibrio —repuso Brittany—, aunque no
tengo tiempo para hacerlo todos los días. Pero
cocinar es…, tiene algo que ver con la calma.
Es justo lo contrario de lo que hago todo los
días en el trabajo, del ajetreo y el estrés.
—Pensé que eso también te gustaba. —Al
rememorar mis prácticas en la agencia,
recordé que era ella misma la que provocaba
aquellas situaciones de ajetreo y estrés.
—Quizá —dijo Brittany—. Puede que
alguna vez me gustara. —Parecía pensativa.
Luego me miró y en la comisura de sus labios
apareció una sonrisa de picardía—. De todas
formas, lo cierto es que sí existe una forma de
estrés a la que siempre me gusta volver. —Sus
ojos refulgieron.
Yo tragué saliva.
—¿Cuántos platos tiene el menú? —
pregunté, algo excitada.
—Uno más. Y ya está bien. Así
disfrutaremos del placer del postre de después
del postre.
Me sentí ardiente. Brittany me desnudaba
con la mirada y yo me alegraba de que la luz
de la habitación no fuera demasiado intensa.
No hubiera podido hacer frente a la mirada del
cocinero.
—Brittany… —murmuré.
—Estoy aquí —dijo, mostrando su
satisfacción—. Creo que ha llegado el
momento del siguiente plato —añadió, tras un
largo instante de silencio.
Brittany dirigía al cocinero como un director
a su orquesta y los platos llegaron uno tras
otro. Las porciones eran mínimas, pero, al
final, el conjunto de todas me procuró una
sensación de maravillosa y agradable saciedad
en el estómago. El menú estaba perfectamente
armonizado, ni mucho ni poco. El cocinero
nos sirvió café y vino de Oporto como remate,
y yo tuve la sensación de haber pasado una
tarde en la ópera. La comida había sido como
una sinfonía de la mejor calidad.
El cocinero recogió el servicio y abandonó
la casa.
—Lo que más me gustaría sería hacerlo
ahora mismo sobre la mesa —dijo Brittany,
con ojos chispeantes—. Como el último y el
más dulce plato. —Sonrió.
Nos sentamos en la mesa, una frente a la
otra, pero no nos tocamos.
—¿Por qué no lo haces? —Me fallaba la
voz.
—Porque quiero disfrutar un poco más de
esta ilusión anticipada —dijo Brittany.
—¿No hemos disfrutado ya durante la
cena? —Temblaba en mi interior, debido a mi
enorme deseo de que se decidiera a
acariciarme.
—Quisiera imaginar a qué te pareces ahora
—dijo Brittany—. La fantasía es lo más
importante.
—Pero ahora no sólo quieres fantasía… —
Yo no sabía lo que tenía planeado. Nunca
había hecho nada así. Siempre solía ir muy
directa al grano.
—No. —Brittany rió por lo bajo, se puso
de pie y se me acercó—. Quiero algo muy
concreto. —Sus ojos miraron mi rostro—.
Pero hoy es un día muy especial. Me gustaría
retenerlo en la memoria como algo notable.
Había algo raro e inexplicable en su
comportamiento.
—Yo también —dije en voz baja, e intenté
entender la expresión de su rostro. Sus ojos
estaban llenos de deseo, pero más allá de lo
evidente había algo encerrado.
Se inclinó hacia mí y me besó en la boca
con dulzura. Yo puse mi mano en su cuello y
quise retenerla, pero se soltó.
—No —dijo.
—¿No? —pregunté. Me levanté de la silla
para poder estar frente a ella—. ¿Por qué?
¿Qué pasa, Brittany? —Busqué sus ojos, pero
ella miraba hacia un lado.
—No puedo —respondió en voz baja—.
No puedo hacerlo. —Me dio la impresión de
que, más que conmigo, hablaba con ella
misma.
—No tenemos por qué hacerlo —dije—. La
noche ha sido maravillosa. Las velas tan
románticas, la comida, el ambiente en general,
todo ha quedado perfecto.
Ella se volvió.
—Sí —dijo.
—¿Qué pasa, Brittany? —Fui tras ella—.
¿No te encuentras bien? ¿Ha sido demasiado
para ti esto de los preparativos, la cocina,
todo? ¿Quieres descansar o dormir? —Podía
ser que se hubiera excedido y no quisiera
admitirlo. Era muy típico de ella. Incluso
aunque se desmoronara a causa del trabajo,
todo estaba bien, lo afirmaba y luego lo
conseguía, aunque estuviera hecha polvo.
Se volvió y me miró. Contempló mi rostro
durante un buen rato: primero los ojos, luego
paseó su mirada por mis mejillas. Buscaba
algo.
—No —murmuró con voz ronca—. No
quiero dormir. —Tiró de mí con violencia y
me besó fieramente. Se precipitó sobre mí en
el sentido más literal de la palabra y me
devoró con su boca, como sumida en un
estado de desesperación.
Yo dejé que todo ocurriera así y, por fin,
disfruté de sus caricias. Sus manos se
movieron a lo largo de mi espalda, se
apoderaron de mi trasero y se deslizaron entre
mis muslos.
—Desnúdate —susurró, con una voz aún
más ronca—. Vamos, date prisa… —Me dio
aquella orden mientras esperaba con ojos
refulgentes que yo siguiera sus instrucciones.
Me desabroché la camisa y los pantalones,
y los dejé caer al suelo, pero Brittany no
esperó a que estuviera lista. Me empujó contra
la mesa cuando yo aún tenía los pantalones en
los tobillos. Di un traspié y casi me caí, pero
Brittany me agarró y me colocó sobre el
tablero de la mesa. Me sacó los pantalones por
los pies y me separó los muslos. Se metió
entre mis piernas y me lamió.
Yo gemí. Me lo hizo sobre la mesa, tal y
como había dicho. Fue su postre más dulce.
Pero yo tampoco quería otra cosa. Su lengua
jugaba con mi perla y con cada caricia yo
sufría una convulsión. Quería llevarme al
orgasmo en cuestión de segundos; no tenía
tiempo ni paciencia. Antes había hablado la
lentitud y ahora aquello no iba bastante rápido
para ella. Yo no lo entendía, pero tampoco
tenía que entenderlo. Noté que mi vientre se
tensaba, que las manos de Brittany agarraban
mis muslos y que su lengua entraba en mi
interior y volvía de nuevo a mi perla, para
revolotear de un lado a otro.
Yo no podía más. Gemí, suspiré, susurré su
nombre, se contrajo mi vientre y se abrió a
ella una y otra vez. Me quedé tumbada sobre
la mesa, jadeando, y ella salió de la habitación.
Regresó al cabo de un minuto.
—Ven —dijo—. Quiero hacerlo con esto.
—Y puso un consolador delante de mis
narices.
Me erguí con expresión de perplejidad.
Brittany estaba desnuda y el consolador se
hallaba unido a una especie de cinturón.
—Átatelo alrededor de la cintura —dijo. Su
voz sonó tan excitada que llegó a quebrarse.
Me deslicé por la mesa y cogí aquel
aparato. Era la primera vez que lo usaba y
tampoco sabía que Brittany tuviera una cosa
así.
Brittany se inclinó sobre la mesa. Al parecer
lo quería por detrás.
—Ven —susurró—, hazlo rápido… —Su
trasero se movió, a la espera.
Rápido, rápido, rápido, hoy todo tenía que
ser muy rápido. Si se tardaba un poco, daba la
impresión de que iba a perderse algo. Me
sujeté el cinturón con el consolador e intenté
arreglármelas con él. Era poco habitual tener
un trasto como aquél bamboleándose delante
de mis muslos. Resultaba poco práctico. Cogí
la barra con la mano e intenté que se
mantuviera derecha.
—¡Vamos! —gimió Brittany. Separó las
piernas un poco más.
Yo observé su trasero delante de mí. Era
suave y redondeado, un regalo para la vista.
Y, en medio, algo oculto, un valle húmedo
que capturaba la luz y centelleaba. Me
coloqué detrás de ella y acaricié sus nalgas.
Desde la parte delantera de la mesa llegó un
sonido amortiguado, que pudiera haber sido
un «¡Sí!».
Seguí acariciándola y ella echó la mano
hacia atrás para coger el consolador, como si
quisiera introducírselo por sí misma, e hizo
que me arrimara más.
—Vamos, ya —murmuró, impaciente.
Otra vez con prisas hoy… Acaricié sus
labios vaginales, húmedos e hinchados, y
esperé a que me indicara el camino para
entrar. Entré en ella con un dedo. Brittany
gimió. En aquel mismo lugar, coloqué la punta
del consolador y luego retiré el dedo. Brittany
gimió aún más alto. Agarré con firmeza el
consolador y se lo introduje con un ligero
empuje de mis caderas. Brittany gimió sin
interrupción y se retorció. Intentó volverse
con aquel tronco entre las piernas.
—¡Sí, sí! —jadeó.
Me detuve en el momento en que el
consolador desapareció en su interior. En
realidad, no sabía con exactitud lo que tenía
que hacer.
—¡Empieza, por favor, empieza…! —
gimió. Golpeó su trasero contra mi regazo y
no tuve más que seguir su ritmo.
El consolador se salía por sí mismo y con
cada impulso que yo daba volvía a
introducirse. No era tan complicado. La
acompañé en sus movimientos e intensifiqué
las entradas y salidas del consolador.
Ella gemía con cada embate y arañaba la
mesa.
—Más fuerte…, más adentro… —
murmuró—. Más…
Una vez que hube encontrado el impulso
adecuado de mis caderas, pude atender a sus
ruegos. Tensé mis músculos y golpeé hacia
dentro; luego el consolador se volvió a salir y
en el siguiente empuje intenté que llegara más
dentro. Sonaba muy bien cada uno de los
golpes de mi regazo contra sus nalgas.
Sus gritos se hicieron profundos y roncos.
—¡Sí…, sí…, sí…! ¡Oh, sí…, más…, más
hondo, vamos…! ¡Oh…, oh…, oh…, sí…,
más fuerte…! ¡Tómame! —Era un único
gemido.
Engarfié sus caderas con mis manos,
porque cada vez se mostraba más agitada. Se
retorcía tanto que sus pechos bailaban sobre la
mesa. Se movía cada vez más deprisa y yo
me ajustaba a su ritmo, con unos impulsos
cada vez más frecuentes y más fuertes, hasta
que ya no pude ir más rápido.
Sus gemidos se hicieron tan poderosos y
profundos que pensé que iban a temblar las
paredes. Luego gritó, pero mantuvo la presión
contra mí, por lo que intenté continuar con
mis sacudidas. Mis músculos estaban en
tensión a causa del esfuerzo. Siguió con sus
gritos, más y más altos, hasta que por fin su
voz se extinguió. Se quedó como petrificada y
se desplomó debajo de mí.
—¡Dios mío…! —jadeaba por el esfuerzo
—. ¡Oh, Dios mío…!
Saqué el consolador y lo aparté a un lado.
Colgaba de mí, hacia abajo, y goteaba. ¡Por
Dios…!
Le miré el trasero, suspendido desde el
borde de la mesa. El acceso entre sus muslos
estaba inflamado. El consolador lo había
abierto mucho. Me acerqué a ella y acaricié
sus nalgas.
—¿Quieres más? —pregunté en voz baja.
—No. —Aún seguía jadeando—. De
momento no.
Me deshice con alivio de aquel chisme y lo
dejé sobre la mesa. Brittany se irguió y se dio
la vuelta. Sonreía.
—A ti no te gusta así, ¿no?
—No mucho —dije con timidez—. Lo
siento.
—No pasa nada —aseguró, con una extraña
tranquilidad—. Sólo pensé que teníamos que
probarlo, porque nunca lo habíamos hecho
así.
—A ti te gusta —afirmé—, así que cuando
quieras…
—Quiero… —Se acercó a mí y me miró
profundamente a los ojos—. Quiero hacer lo
mismo contigo.
—Yo… —Eché un vistazo al consolador y
me humedecí los labios con la lengua. La
mirada de Brittany había surtido sobre mi
cuerpo el mismo efecto que un escalofrío
ardiente, pero aquella cosa…
—No debes tener miedo —me aseguró—.
El grande es para mí. Tengo uno más pequeño
para ti…, arriba.
Debió de parecer que me habían rociado
con pintura roja. A pesar de que nos
conocíamos desde hacía tanto tiempo, aquello
me resultó un tanto excesivo.
—Utiliza tu fantasía —dijo en voz baja—.
Cierra los ojos e imagínate que entro muy
despacio en ti. Como siempre. No hay mucha
diferencia.
Cerré los ojos y me sentí a salvo en la
oscuridad. Noté que Brittany me acariciaba,
primero el vientre, luego los muslos y el
trasero. Cogió un pezón en su boca y lo lamió.
Yo suspiré. Se hizo con el otro pezón, dejó
que se irguiera, se deslizó a mi lado y se puso
de rodillas delante de mí. Su lengua lamió la
cara interna de mis muslos y comencé a
temblar. Los pezones me ardían. Unas cálidas
sendas se deslizaban hasta llegar a mi vientre y
enviaban señales a mi perla. Esperaba que
Brittany la tomara entre sus labios.
—Mantén los ojos cerrados —murmuró—.
Confía en mí. —Me tomó de la mano y me
hizo salir de la habitación y subir las escaleras.
Como no podía ver nada, me limité a
seguirla y a intuir sus movimientos. Podía
confiar en ella. Me llevó con cuidado escalón
a escalón, me besó en cada uno de ellos y
luego continuamos. Yo deseaba cada beso y lo
esperaba cada vez que se detenía. Por fin
llegamos arriba. Yo aún mantenía los ojos
cerrados. Al entrar, reconocí el dormitorio.
Me llevó a la cama y me senté.
—¿Quieres un pañuelo? —susurró—. Es
más sencillo si tienes siempre los ojos
cerrados.
«¿Qué tienes pensado ahora?», me
pregunté. Asentí con ciertas dudas.
Un momento después, sentí una tela sobre
los ojos. Me anudó el pañuelo por detrás de la
cabeza y, aunque abrí los ojos, todo estaba
negro.
—Túmbate —murmuró.
Palpé detrás de mí y me tumbé de espaldas.
Los pezones casi me rompían la piel. Mi
expectación ascendió hasta la inmensidad. No
sabía lo que iba a hacer conmigo y no podía
ver nada. Era muy singular. Debía confiar en
mi oído, en el sentido del olfato y en lo que
mis dedos pudieran tocar. Los ojos estaban
cerrados.
Escuché un par de ruidos indefinibles y
luego noté cómo se tumbaba a mi lado.
—¿Cómo te sientes? —preguntó en voz
baja—. ¿Estás bien?
—Sí —asentí—. Mis sentidos estaban
tensos al máximo e intenté imaginar lo que
Brittany hacía, lo que veía, lo que planeaba—.
Tengo un poco de miedo —añadí—, porque
no puedo ver nada.
—Es normal —dijo, en un tono
tranquilizador—. Puedes quitarte el pañuelo
cuando quieras, nada te obliga a llevarlo.
Negué con la cabeza.
—Es… interesante… —repuse.
—Bien. —La mano de Brittany se desplazó
hasta mi vientre y se apoyó en él. La mantuvo
allí—. ¿Sientes el calor y cómo pasa a tu
cuerpo? —murmuró.
—Sí —susurré. Era muy excitante, a pesar
de que habíamos hecho mil veces esas mismas
cosas, aunque siempre con los ojos abiertos.
Aquélla era la diferencia. ¡Menuda diferencia!
Su mano subió y acarició mis pechos, todo
de forma delicada y muy cariñosa.
—¿Notas esto también? —preguntó, con un
cuchicheo—. ¿Cómo lo notas?
—Como un cosquilleo —contesté y me
eché a reír—. Tengo muchas cosquillas.
—Lo sé. —Por el tono de su voz, me
pareció que sonreía. Su mano se deslizó hacia
el otro pecho, lo rodeó y otra vez me hizo
cosquillas.
Me volví, en un gesto de evasión.
—Brittany, ¡me haces muchas cosquillas!
—A pesar de que la situación me agobiaba,
tuve que reírme de nuevo.
Dejó de hacerlo y un instante después noté
sus labios sobre los míos. Me besó. Su lengua
entró con suavidad en mi boca, acarició el
interior de mis mejillas, investigó en lo más
profundo de mi garganta y regresó de nuevo a
los labios, para pasar por encima de ellos con
una suave caricia.
—Brittany… —murmuré. Quería cogerla
pero, como no veía, me resultaba imposible.
Había cambiado otra vez de sitio, separó mis
rodillas y se sentó entre ellas.
Se inclinó despacio hacia abajo y noté que
algo me tocaba entre las piernas. No era su
mano.
—¿Lo notas? —susurró Brittany.
—¿Es… el consolador? —pregunté, con un
cierto temor.
—Sí. —Brittany me acarició el muslo—. El
pequeño.
Por desgracia, sólo podía imaginar que
fuera el grande o el pequeño, porque no podía
verlo. Puede que fuera mejor así, pues aquel
tipo de artefactos no me agradaban en
absoluto.
Brittany me acarició desde el muslo hacia
arriba, hacia el centro. Me hizo unas ligeras
cosquillas en los labios y se cercioró de su
humedad.
—¿Lo quieres? —murmuró—. Estás muy
húmeda.
—Sí —susurré yo con un temblor—. Lo
quiero.
—No es grande —me aseguró otra vez—.
Ahora lo vas a notar. Cuidado. —Separó mis
muslos y los mantuvo abiertos. Sus dedos
separaron mi acceso y algo duro penetró en
mí de una forma muy lenta, centímetro a
centímetro.
—¿Va todo bien? —preguntó Brittany—. Si
no te gusta, dímelo.
—Todo va bien —respondí con un cierto
esfuerzo. No sabía qué podía esperar de todo
aquello. Hasta el momento, no era malo. El
consolador dilató mi interior, pero no resultaba
desagradable. Cuanto mayor era la
profundidad con que penetraba en mí, más
sentía sus cálidas caderas entre mis piernas.
Aquello era maravilloso. Quería entrelazar mis
piernas alrededor de ella y abarcarla toda para
mí.
—Vamos, Brittany —susurré—. Lo quiero.
—Alcé los muslos, coloqué los talones sobre
su trasero y presioné hacia abajo.
En aquel mismo momento sentí que, de un
golpe, todo el consolador me penetraba:
parecía haber alcanzado su objetivo.
—Está dentro del todo —murmuró
Brittany.
Aquella barra, que en un principio me había
parecido tan firme y algo fría, de repente se
volvió cálida y elástica. Parecía adaptarse a la
temperatura de mi interior. Elevé las caderas
para probarlo. Se movía dentro de mí y me
hacía cosquillas en un lugar en el que supuse
que estaba mi útero, muy profundo dentro de
mi vientre.
—¿Está bien? —preguntó Brittany.
—Muy bien —susurré. El calor de Brittany
pasaba desde sus caderas a las mías. Sentí una
unión con ella que nunca había percibido
antes. Estábamos tan cerca, vientre contra
vientre, vello contra vello… Su piel, suave y
delicada, acariciaba la mía, mientras comenzó
a moverse con lentitud.
Coloqué mis brazos en su espalda e intenté
atraerla hacia mí. Se detuvo un instante, me
besó con ternura y comenzó de nuevo a
mover las caderas. Era como un baile, un
balanceo asociado al ritmo de una canción que
sólo conocíamos nosotras dos. El resto del
mundo estaba excluido, no conocían la
melodía, sólo era nuestra.
Brittany aceleró sus movimientos y noté
cómo el consolador salía de mí y volvía a
entrar. Era como un paseo en trineo por la
profundidad del bosque. Un paseo muy
sosegado.
—¿Quieres más? —murmuró Brittany—.
Dime si quieres más.
Me agarré con fuerza a ella, con brazos y
piernas.
—Sí —dije en un susurro—, quiero más…
Danielle aceleró el ritmo. Sus sacudidas se
hicieron más fuertes, cada vez un poco más.
Aunque creía que el consolador ya había
alcanzado su destino, no parecía ser así.
Brittany penetró aún más profundamente en
mi interior, hasta que pensé que ya no era
posible entrar más. Pareció atravesarme,
partirme en dos, encontrar sendas que aún
estaban cerradas dentro de mí. Gemí.
Aquellos golpes me quitaban el aire; tan sólo
podía respirar cuando ella se echaba hacia
atrás y el consolador se salía. Sin embargo,
ella volvía a introducirlo de nuevo y
presionaba todo el aire de mis pulmones.
Me hubiera gustado mucho ver su rostro,
cómo estaba colocada sobre mí y cómo me
tomaba. Pero el pañuelo que me cubría los
ojos me mantenía en la oscuridad y me hacía
sumergirme en mis propias sensaciones. Sólo
la notaba a ella, a Brittany, dentro de mí,
cómo formaba una sola unidad conmigo,
cómo abría mi interior y me llenaba del todo.
—¡Sí…! —murmuré—. Brittany… Ven,
ven…, más profundo.
Ella notó mi deseo y empujó con mayor
fuerza, hasta que grité, gemí, suspiré, le arañé
la espalda y las caderas, que casi me
machacaban los muslos. Cada vez iba más
rápido, más hondo, más violento, hasta que yo
sólo pude jadear con toda intensidad.
—¡Sí…, sí…, sí!
Una y otra vez. Mi vientre estaba más
ardiente de lo habitual. No podía llegar al
orgasmo, a pesar de que deseaba hacerlo.
—Brittany…, no puedo…, no puedo… —
murmuré, desesperada. Tenía la sensación de
arder. La vara que llevaba dentro pareció
inflamarse como una hoguera, pero no me
llegaban las llamas. Era terrible. Yo estaba
sobre un trampolín, pero no podía saltar.
Brittany echó mano entre mis piernas y
tomó mi perla, la presionó y la limpió, pues mi
humedad interna ya hacía tiempo que había
fluido y lo cubría todo.
Experimenté una punzada caliente y
exploté. Había encontrado el detonador que
hizo estallar la bomba de mi interior. Grité y
retorcí la espalda, me noté traspasada por
Brittany, abierta, entregada y acoplada por
completo a ella. Quería entregarme, siempre,
siempre, siempre, miles de veces.
Mi vientre ardía, mis muslos temblaban y
mis brazos colgaban como muertos. Luchaba
por poder respirar. Ahora que la hoguera
había prendido dentro de mí, parecía que no
quería parar de arder. Las paredes de mi
vientre hacían unos bruscos movimientos: se
contraían alrededor de la vara que tenía en mi
interior y no la soltaban. Debía de estar hecha
de algún material ignífugo, porque, de lo
contrario, ya se habría fundido.
Brittany me besó y me quitó la venda de los
ojos.
—Ahora quiero volver a verte —afirmó,
con una sonrisa.
Yo casi no podía ordenar a mi cara que
hiciera ni siquiera una mueca; estaba sin
fuerzas y destrozada.
—Así…, ser satisfecha por ti mientras me
corro —jadeé— es indescriptible.
—Sí, yo también lo creo —dijo Brittany.
Sonrió de nuevo.
—¿Te ha gustado?
—Gustarme no es la expresión. —Contesté
despacio para poder coger aire—. Es
maravilloso. Primero pensé que no lo iba a
conseguir, pero luego…
—Luego todo va muy bien —dijo Brittany,
e hizo gala de su satisfacción. Se irguió y
luego me extrajo el consolador. Yo gemí—.
¿Te he hecho daño? —preguntó, con aire de
preocupación.
—No. —Negué con la cabeza—. En
absoluto. —Acaricié su rostro—. Pero de
repente me he sentido muy vacía por dentro.
Brittany se tumbó a mi lado y se apoyó
sobre los codos.
—Puedo llenar ese vacío tantas veces como
quieras. Sólo tienes que decirlo.
—Es lo que haré. —La miré. Tenía aspecto
de estar absolutamente agotada. Más cansada
que yo—. Pero creo que debes descansar.
Para lo demás tenemos mucho tiempo. Todo
el tiempo del mundo.
Danielle me miró con una expresión extraña
y luego se volvió y me dio la espalda.
—El tiempo es algo pasajero —afirmó—.
Tan pronto como llega vuelve a desaparecer.
De un segundo a otro.
—Es cierto —dije, acurrucándome en su
espalda—. Pero nosotras aún tenemos
muchos segundos, infinitos.
Brittany se dio la vuelta hacia mí con los
ojos brillantes.
—Puedo descansar más tarde —aseguró. Y
luego su boca cayó sobre la mía.
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Bueno aquí les dejo el cap de hoy, que esta re wanky por favor disfrútenlo
porque mis queridas Brittana Shippers se re contra viene el drama y ya se que es la parte mas fea de una historia pero sin drama no hay historia!! saludos
Los meses hasta la selectividad volaron y de
repente los exámenes ya habían pasado. La
fiesta de final de curso pasó ante mí como una
exhalación.
Yo había quedado con Brittany para
celebrarlo nosotras dos solas. Debía ser el
punto culminante, el broche de oro que lo
coronaría todo.
Cuando llegué a su casa todo estaba oscuro.
Sólo había luz en el comedor, pero era una luz
muy tenue. ¿Se habría quedado dormida sobre
su whisky? Ya había ocurrido en varias
ocasiones durante los últimos tiempos.
Llegaba a casa, bebía algo y, de repente, se
sentía tan cansada que no tenía más remedio
que dormirse. Trabajaba demasiado. Pero, si
se lo decía, ella lo negaba con vehemencia y
me prohibía seguir con el tema.
Intenté no hacer ruido mientras avanzaba
por el pasillo y me dirigía al comedor. No
quería despertarla en caso de que se hubiera
quedado dormida. Ya lo celebraríamos más
tarde. Al entrar en el comedor, me quedé
parada por un instante. Por todas partes, tanto
sobre la mesa como en el suelo, había velas
encendidas. Era un solo mar centelleante de
llamas de cálida luz.
De las sombras salió Brittany sonriente y se
me acercó.
—Espero que te guste —dijo.
—Oh…, sí —balbuceé. Brittany no solía
ser muy romántica, pero, si se lo proponía, lo
era, lo era de verdad.
—Pensé que un acontecimiento como éste
tenía que celebrarse de una forma muy
especial —afirmó—. De hecho, la selectividad
sólo se hace una vez en la vida y supone el
comienzo de una nueva etapa.
—Esto… esto es imponente —susurré,
sobrecogida aún por aquel mar de luces.
—Siéntate —dijo Brittany—. No sólo hay
cosas que ver.
Di un traspié al llegar a la mesa, que estaba
puesta para dos personas. Lo que de verdad
me fascinó fue la cantidad de cuchillos,
cucharas y tenedores que había junto a los
platos.
Brittany dio una palmada y se abrió la
puerta de la cocina. Salió un hombre vestido
de cocinero; llevaba dos platos de sopa y los
colocó de una forma muy elegante ante
nosotras dos.
—Bon appétit! —dijo, y desapareció de
nuevo.
Yo lo miré, perpleja.
—Es una excepción —dijo Brittany—. Hoy
he pedido ayuda para la cocina. Quería hacer
algo especial y yo sola hubiera tardado mucho
tiempo. —Cogió su cuchara e hizo un leve
gesto hacia mi plato—. Come o se quedará
fría. Sería una pena, después de todo lo que
nos hemos esforzado en prepararla.
Yo no podía entender muy bien todo
aquello, pero probé la sopa. Estaba deliciosa,
como todo lo que cocinaba Brittany, aunque
sólo acostumbraba a hacerlo en vacaciones.
—Esto…, no hacía falta —dije,
avergonzada.
—Al principio pensé que podríamos ir a un
restaurante —dijo Brittany—, porque no tenía
mucho tiempo para ponerme a cocinar, pero
luego me decidí por lo contrario. Por suerte,
se pueden contratar cocineros para casa y no
es necesario ir a un restaurante.
—Esto es… —Miré a mi alrededor, a las
pequeñas llamas luminosas que difundían una
atmósfera indescriptible—. Es increíble.
—Pues te lo puedes creer. —Brittany rió
por lo bajo—. Pero, sobre todo, debes
disfrutarlo. Es todo por ti y por tu esfuerzo.
Te has ganado la recompensa.
—Pero… pero la selectividad no ha sido tan
complicada —repuse, con timidez.
—Entonces tómalo como un tributo a tu
inteligencia —dijo Brittany—. Ella es la que te
ha permitido que la selectividad no te haya
resultado tan complicada como a los demás.
Tú sabes que aprecio mucho tu inteligencia.
Sobre todo porque hoy día parece estar
pasada de moda.
—Y como ejemplo tenemos a Bärbel —
dije, con una sonrisa—. Podrías tener razón.
—¿Ha aprobado? —preguntó Brittany.
—Sí, lo ha conseguido. —Suspiré—. Más
mal que bien, pero ha pasado. Y eso no dice
mucho a favor de la selectividad.
—Siempre ha sido así —dijo Brittany—.
En el internado en el que estuve, hubo gente
que hizo la selectividad y de la que uno se
podía preguntar si entre tanta alfalfa aún
quedaba espacio para una neurona. Desde
entonces, parece que las exigencias de la
selectividad han disminuido aún más. Llegará
un momento en que te aprobarán sin haber
tenido que pasar primero por el colegio.
—Espero que no —contesté—. Por
desgracia, la situación es tal como la has
descrito. En el colegio me he aburrido en
muchas ocasiones, porque tenían que repetirlo
todo, aunque no resultara nada complicado
entenderlo a la primera.
—No para ti —dijo Brittany—, pero sí para
los demás.
—Sí, es probable —respondí—. Ése ha
sido mi problema. Pero también existen
personas para las que merece la pena repetir
las cosas: Emily, por ejemplo. No tiene nada
de tonta, nada en absoluto, pero, a pesar de
todo, tiene dificultades para quedarse con las
cosas.
—Anita es la chica a la que tú das clases
particulares, ¿verdad? —preguntó Brittany.
—¿Te has enterado? —pregunté a mi vez.
A menudo tenía la sensación de que las cosas
que le contaba no eran bastante interesantes
como para que las retuviera.
—Yo me entero de muchas cosas —dijo
Brittany—. Pueden resultar interesantes. En
cuestiones de negocios, por ejemplo, resulta
útil darse cuenta de lo que dice el cliente en
una frase accesoria, sin que él mismo siquiera
se haya dado mucha cuenta de lo que ha
dicho. A partir de esos comentarios fuera de
contexto, he montado ofertas que han tenido
mucho éxito.
—Pero Emily y yo no tenemos nada que ver
con tus negocios —dije, con cierta desilusión.
Hasta el momento todo había sido muy bonito
y ahora volvía a aparecer de nuevo el trabajo.
Brittany no podía desengancharse; pensaba sin
cesar en lo mismo.
—Tu memoria puede ser un buen capital —
dijo. Pareció no darse cuenta de mi bajón de
ánimo—. Si la empleas de una forma
adecuada y tomas nota de las cosas
importantes, es muy… —De repente se agarró
la cabeza—. Muy… —repitió y luego dio una
palmada, que hizo reaparecer de inmediato al
cocinero—. Retire esto —indicó— y traiga el
segundo plato.
El cocinero asintió, recogió los platos vacíos
y desapareció en la cocina. No habían
transcurrido dos minutos cuando regresó con
lo siguiente, una creación que me recordó
mucho el pescado que Brittany había
preparado en nuestros tiempos por el Egeo.
—Han abierto una nueva tienda de
delikatessen en la ciudad y siempre tienen
pescado fresco de verdad —dijo Brittany—.
He pensado que podíamos volver a probarlo
aquí.
Lo probé.
—Seguro que la salsa es tuya —afirmé, con
una sonrisa—, porque está exquisita.
—Gracias —contestó—. Creo que me ha
salido muy bien.
—Cada vez me extraña más que te interese
tanto la cocina —dije, mientras saboreábamos
aquel maravilloso pescado.
—Me resulta muy útil para recuperar el
equilibrio —repuso Brittany—, aunque no
tengo tiempo para hacerlo todos los días. Pero
cocinar es…, tiene algo que ver con la calma.
Es justo lo contrario de lo que hago todo los
días en el trabajo, del ajetreo y el estrés.
—Pensé que eso también te gustaba. —Al
rememorar mis prácticas en la agencia,
recordé que era ella misma la que provocaba
aquellas situaciones de ajetreo y estrés.
—Quizá —dijo Brittany—. Puede que
alguna vez me gustara. —Parecía pensativa.
Luego me miró y en la comisura de sus labios
apareció una sonrisa de picardía—. De todas
formas, lo cierto es que sí existe una forma de
estrés a la que siempre me gusta volver. —Sus
ojos refulgieron.
Yo tragué saliva.
—¿Cuántos platos tiene el menú? —
pregunté, algo excitada.
—Uno más. Y ya está bien. Así
disfrutaremos del placer del postre de después
del postre.
Me sentí ardiente. Brittany me desnudaba
con la mirada y yo me alegraba de que la luz
de la habitación no fuera demasiado intensa.
No hubiera podido hacer frente a la mirada del
cocinero.
—Brittany… —murmuré.
—Estoy aquí —dijo, mostrando su
satisfacción—. Creo que ha llegado el
momento del siguiente plato —añadió, tras un
largo instante de silencio.
Brittany dirigía al cocinero como un director
a su orquesta y los platos llegaron uno tras
otro. Las porciones eran mínimas, pero, al
final, el conjunto de todas me procuró una
sensación de maravillosa y agradable saciedad
en el estómago. El menú estaba perfectamente
armonizado, ni mucho ni poco. El cocinero
nos sirvió café y vino de Oporto como remate,
y yo tuve la sensación de haber pasado una
tarde en la ópera. La comida había sido como
una sinfonía de la mejor calidad.
El cocinero recogió el servicio y abandonó
la casa.
—Lo que más me gustaría sería hacerlo
ahora mismo sobre la mesa —dijo Brittany,
con ojos chispeantes—. Como el último y el
más dulce plato. —Sonrió.
Nos sentamos en la mesa, una frente a la
otra, pero no nos tocamos.
—¿Por qué no lo haces? —Me fallaba la
voz.
—Porque quiero disfrutar un poco más de
esta ilusión anticipada —dijo Brittany.
—¿No hemos disfrutado ya durante la
cena? —Temblaba en mi interior, debido a mi
enorme deseo de que se decidiera a
acariciarme.
—Quisiera imaginar a qué te pareces ahora
—dijo Brittany—. La fantasía es lo más
importante.
—Pero ahora no sólo quieres fantasía… —
Yo no sabía lo que tenía planeado. Nunca
había hecho nada así. Siempre solía ir muy
directa al grano.
—No. —Brittany rió por lo bajo, se puso
de pie y se me acercó—. Quiero algo muy
concreto. —Sus ojos miraron mi rostro—.
Pero hoy es un día muy especial. Me gustaría
retenerlo en la memoria como algo notable.
Había algo raro e inexplicable en su
comportamiento.
—Yo también —dije en voz baja, e intenté
entender la expresión de su rostro. Sus ojos
estaban llenos de deseo, pero más allá de lo
evidente había algo encerrado.
Se inclinó hacia mí y me besó en la boca
con dulzura. Yo puse mi mano en su cuello y
quise retenerla, pero se soltó.
—No —dijo.
—¿No? —pregunté. Me levanté de la silla
para poder estar frente a ella—. ¿Por qué?
¿Qué pasa, Brittany? —Busqué sus ojos, pero
ella miraba hacia un lado.
—No puedo —respondió en voz baja—.
No puedo hacerlo. —Me dio la impresión de
que, más que conmigo, hablaba con ella
misma.
—No tenemos por qué hacerlo —dije—. La
noche ha sido maravillosa. Las velas tan
románticas, la comida, el ambiente en general,
todo ha quedado perfecto.
Ella se volvió.
—Sí —dijo.
—¿Qué pasa, Brittany? —Fui tras ella—.
¿No te encuentras bien? ¿Ha sido demasiado
para ti esto de los preparativos, la cocina,
todo? ¿Quieres descansar o dormir? —Podía
ser que se hubiera excedido y no quisiera
admitirlo. Era muy típico de ella. Incluso
aunque se desmoronara a causa del trabajo,
todo estaba bien, lo afirmaba y luego lo
conseguía, aunque estuviera hecha polvo.
Se volvió y me miró. Contempló mi rostro
durante un buen rato: primero los ojos, luego
paseó su mirada por mis mejillas. Buscaba
algo.
—No —murmuró con voz ronca—. No
quiero dormir. —Tiró de mí con violencia y
me besó fieramente. Se precipitó sobre mí en
el sentido más literal de la palabra y me
devoró con su boca, como sumida en un
estado de desesperación.
Yo dejé que todo ocurriera así y, por fin,
disfruté de sus caricias. Sus manos se
movieron a lo largo de mi espalda, se
apoderaron de mi trasero y se deslizaron entre
mis muslos.
—Desnúdate —susurró, con una voz aún
más ronca—. Vamos, date prisa… —Me dio
aquella orden mientras esperaba con ojos
refulgentes que yo siguiera sus instrucciones.
Me desabroché la camisa y los pantalones,
y los dejé caer al suelo, pero Brittany no
esperó a que estuviera lista. Me empujó contra
la mesa cuando yo aún tenía los pantalones en
los tobillos. Di un traspié y casi me caí, pero
Brittany me agarró y me colocó sobre el
tablero de la mesa. Me sacó los pantalones por
los pies y me separó los muslos. Se metió
entre mis piernas y me lamió.
Yo gemí. Me lo hizo sobre la mesa, tal y
como había dicho. Fue su postre más dulce.
Pero yo tampoco quería otra cosa. Su lengua
jugaba con mi perla y con cada caricia yo
sufría una convulsión. Quería llevarme al
orgasmo en cuestión de segundos; no tenía
tiempo ni paciencia. Antes había hablado la
lentitud y ahora aquello no iba bastante rápido
para ella. Yo no lo entendía, pero tampoco
tenía que entenderlo. Noté que mi vientre se
tensaba, que las manos de Brittany agarraban
mis muslos y que su lengua entraba en mi
interior y volvía de nuevo a mi perla, para
revolotear de un lado a otro.
Yo no podía más. Gemí, suspiré, susurré su
nombre, se contrajo mi vientre y se abrió a
ella una y otra vez. Me quedé tumbada sobre
la mesa, jadeando, y ella salió de la habitación.
Regresó al cabo de un minuto.
—Ven —dijo—. Quiero hacerlo con esto.
—Y puso un consolador delante de mis
narices.
Me erguí con expresión de perplejidad.
Brittany estaba desnuda y el consolador se
hallaba unido a una especie de cinturón.
—Átatelo alrededor de la cintura —dijo. Su
voz sonó tan excitada que llegó a quebrarse.
Me deslicé por la mesa y cogí aquel
aparato. Era la primera vez que lo usaba y
tampoco sabía que Brittany tuviera una cosa
así.
Brittany se inclinó sobre la mesa. Al parecer
lo quería por detrás.
—Ven —susurró—, hazlo rápido… —Su
trasero se movió, a la espera.
Rápido, rápido, rápido, hoy todo tenía que
ser muy rápido. Si se tardaba un poco, daba la
impresión de que iba a perderse algo. Me
sujeté el cinturón con el consolador e intenté
arreglármelas con él. Era poco habitual tener
un trasto como aquél bamboleándose delante
de mis muslos. Resultaba poco práctico. Cogí
la barra con la mano e intenté que se
mantuviera derecha.
—¡Vamos! —gimió Brittany. Separó las
piernas un poco más.
Yo observé su trasero delante de mí. Era
suave y redondeado, un regalo para la vista.
Y, en medio, algo oculto, un valle húmedo
que capturaba la luz y centelleaba. Me
coloqué detrás de ella y acaricié sus nalgas.
Desde la parte delantera de la mesa llegó un
sonido amortiguado, que pudiera haber sido
un «¡Sí!».
Seguí acariciándola y ella echó la mano
hacia atrás para coger el consolador, como si
quisiera introducírselo por sí misma, e hizo
que me arrimara más.
—Vamos, ya —murmuró, impaciente.
Otra vez con prisas hoy… Acaricié sus
labios vaginales, húmedos e hinchados, y
esperé a que me indicara el camino para
entrar. Entré en ella con un dedo. Brittany
gimió. En aquel mismo lugar, coloqué la punta
del consolador y luego retiré el dedo. Brittany
gimió aún más alto. Agarré con firmeza el
consolador y se lo introduje con un ligero
empuje de mis caderas. Brittany gimió sin
interrupción y se retorció. Intentó volverse
con aquel tronco entre las piernas.
—¡Sí, sí! —jadeó.
Me detuve en el momento en que el
consolador desapareció en su interior. En
realidad, no sabía con exactitud lo que tenía
que hacer.
—¡Empieza, por favor, empieza…! —
gimió. Golpeó su trasero contra mi regazo y
no tuve más que seguir su ritmo.
El consolador se salía por sí mismo y con
cada impulso que yo daba volvía a
introducirse. No era tan complicado. La
acompañé en sus movimientos e intensifiqué
las entradas y salidas del consolador.
Ella gemía con cada embate y arañaba la
mesa.
—Más fuerte…, más adentro… —
murmuró—. Más…
Una vez que hube encontrado el impulso
adecuado de mis caderas, pude atender a sus
ruegos. Tensé mis músculos y golpeé hacia
dentro; luego el consolador se volvió a salir y
en el siguiente empuje intenté que llegara más
dentro. Sonaba muy bien cada uno de los
golpes de mi regazo contra sus nalgas.
Sus gritos se hicieron profundos y roncos.
—¡Sí…, sí…, sí…! ¡Oh, sí…, más…, más
hondo, vamos…! ¡Oh…, oh…, oh…, sí…,
más fuerte…! ¡Tómame! —Era un único
gemido.
Engarfié sus caderas con mis manos,
porque cada vez se mostraba más agitada. Se
retorcía tanto que sus pechos bailaban sobre la
mesa. Se movía cada vez más deprisa y yo
me ajustaba a su ritmo, con unos impulsos
cada vez más frecuentes y más fuertes, hasta
que ya no pude ir más rápido.
Sus gemidos se hicieron tan poderosos y
profundos que pensé que iban a temblar las
paredes. Luego gritó, pero mantuvo la presión
contra mí, por lo que intenté continuar con
mis sacudidas. Mis músculos estaban en
tensión a causa del esfuerzo. Siguió con sus
gritos, más y más altos, hasta que por fin su
voz se extinguió. Se quedó como petrificada y
se desplomó debajo de mí.
—¡Dios mío…! —jadeaba por el esfuerzo
—. ¡Oh, Dios mío…!
Saqué el consolador y lo aparté a un lado.
Colgaba de mí, hacia abajo, y goteaba. ¡Por
Dios…!
Le miré el trasero, suspendido desde el
borde de la mesa. El acceso entre sus muslos
estaba inflamado. El consolador lo había
abierto mucho. Me acerqué a ella y acaricié
sus nalgas.
—¿Quieres más? —pregunté en voz baja.
—No. —Aún seguía jadeando—. De
momento no.
Me deshice con alivio de aquel chisme y lo
dejé sobre la mesa. Brittany se irguió y se dio
la vuelta. Sonreía.
—A ti no te gusta así, ¿no?
—No mucho —dije con timidez—. Lo
siento.
—No pasa nada —aseguró, con una extraña
tranquilidad—. Sólo pensé que teníamos que
probarlo, porque nunca lo habíamos hecho
así.
—A ti te gusta —afirmé—, así que cuando
quieras…
—Quiero… —Se acercó a mí y me miró
profundamente a los ojos—. Quiero hacer lo
mismo contigo.
—Yo… —Eché un vistazo al consolador y
me humedecí los labios con la lengua. La
mirada de Brittany había surtido sobre mi
cuerpo el mismo efecto que un escalofrío
ardiente, pero aquella cosa…
—No debes tener miedo —me aseguró—.
El grande es para mí. Tengo uno más pequeño
para ti…, arriba.
Debió de parecer que me habían rociado
con pintura roja. A pesar de que nos
conocíamos desde hacía tanto tiempo, aquello
me resultó un tanto excesivo.
—Utiliza tu fantasía —dijo en voz baja—.
Cierra los ojos e imagínate que entro muy
despacio en ti. Como siempre. No hay mucha
diferencia.
Cerré los ojos y me sentí a salvo en la
oscuridad. Noté que Brittany me acariciaba,
primero el vientre, luego los muslos y el
trasero. Cogió un pezón en su boca y lo lamió.
Yo suspiré. Se hizo con el otro pezón, dejó
que se irguiera, se deslizó a mi lado y se puso
de rodillas delante de mí. Su lengua lamió la
cara interna de mis muslos y comencé a
temblar. Los pezones me ardían. Unas cálidas
sendas se deslizaban hasta llegar a mi vientre y
enviaban señales a mi perla. Esperaba que
Brittany la tomara entre sus labios.
—Mantén los ojos cerrados —murmuró—.
Confía en mí. —Me tomó de la mano y me
hizo salir de la habitación y subir las escaleras.
Como no podía ver nada, me limité a
seguirla y a intuir sus movimientos. Podía
confiar en ella. Me llevó con cuidado escalón
a escalón, me besó en cada uno de ellos y
luego continuamos. Yo deseaba cada beso y lo
esperaba cada vez que se detenía. Por fin
llegamos arriba. Yo aún mantenía los ojos
cerrados. Al entrar, reconocí el dormitorio.
Me llevó a la cama y me senté.
—¿Quieres un pañuelo? —susurró—. Es
más sencillo si tienes siempre los ojos
cerrados.
«¿Qué tienes pensado ahora?», me
pregunté. Asentí con ciertas dudas.
Un momento después, sentí una tela sobre
los ojos. Me anudó el pañuelo por detrás de la
cabeza y, aunque abrí los ojos, todo estaba
negro.
—Túmbate —murmuró.
Palpé detrás de mí y me tumbé de espaldas.
Los pezones casi me rompían la piel. Mi
expectación ascendió hasta la inmensidad. No
sabía lo que iba a hacer conmigo y no podía
ver nada. Era muy singular. Debía confiar en
mi oído, en el sentido del olfato y en lo que
mis dedos pudieran tocar. Los ojos estaban
cerrados.
Escuché un par de ruidos indefinibles y
luego noté cómo se tumbaba a mi lado.
—¿Cómo te sientes? —preguntó en voz
baja—. ¿Estás bien?
—Sí —asentí—. Mis sentidos estaban
tensos al máximo e intenté imaginar lo que
Brittany hacía, lo que veía, lo que planeaba—.
Tengo un poco de miedo —añadí—, porque
no puedo ver nada.
—Es normal —dijo, en un tono
tranquilizador—. Puedes quitarte el pañuelo
cuando quieras, nada te obliga a llevarlo.
Negué con la cabeza.
—Es… interesante… —repuse.
—Bien. —La mano de Brittany se desplazó
hasta mi vientre y se apoyó en él. La mantuvo
allí—. ¿Sientes el calor y cómo pasa a tu
cuerpo? —murmuró.
—Sí —susurré. Era muy excitante, a pesar
de que habíamos hecho mil veces esas mismas
cosas, aunque siempre con los ojos abiertos.
Aquélla era la diferencia. ¡Menuda diferencia!
Su mano subió y acarició mis pechos, todo
de forma delicada y muy cariñosa.
—¿Notas esto también? —preguntó, con un
cuchicheo—. ¿Cómo lo notas?
—Como un cosquilleo —contesté y me
eché a reír—. Tengo muchas cosquillas.
—Lo sé. —Por el tono de su voz, me
pareció que sonreía. Su mano se deslizó hacia
el otro pecho, lo rodeó y otra vez me hizo
cosquillas.
Me volví, en un gesto de evasión.
—Brittany, ¡me haces muchas cosquillas!
—A pesar de que la situación me agobiaba,
tuve que reírme de nuevo.
Dejó de hacerlo y un instante después noté
sus labios sobre los míos. Me besó. Su lengua
entró con suavidad en mi boca, acarició el
interior de mis mejillas, investigó en lo más
profundo de mi garganta y regresó de nuevo a
los labios, para pasar por encima de ellos con
una suave caricia.
—Brittany… —murmuré. Quería cogerla
pero, como no veía, me resultaba imposible.
Había cambiado otra vez de sitio, separó mis
rodillas y se sentó entre ellas.
Se inclinó despacio hacia abajo y noté que
algo me tocaba entre las piernas. No era su
mano.
—¿Lo notas? —susurró Brittany.
—¿Es… el consolador? —pregunté, con un
cierto temor.
—Sí. —Brittany me acarició el muslo—. El
pequeño.
Por desgracia, sólo podía imaginar que
fuera el grande o el pequeño, porque no podía
verlo. Puede que fuera mejor así, pues aquel
tipo de artefactos no me agradaban en
absoluto.
Brittany me acarició desde el muslo hacia
arriba, hacia el centro. Me hizo unas ligeras
cosquillas en los labios y se cercioró de su
humedad.
—¿Lo quieres? —murmuró—. Estás muy
húmeda.
—Sí —susurré yo con un temblor—. Lo
quiero.
—No es grande —me aseguró otra vez—.
Ahora lo vas a notar. Cuidado. —Separó mis
muslos y los mantuvo abiertos. Sus dedos
separaron mi acceso y algo duro penetró en
mí de una forma muy lenta, centímetro a
centímetro.
—¿Va todo bien? —preguntó Brittany—. Si
no te gusta, dímelo.
—Todo va bien —respondí con un cierto
esfuerzo. No sabía qué podía esperar de todo
aquello. Hasta el momento, no era malo. El
consolador dilató mi interior, pero no resultaba
desagradable. Cuanto mayor era la
profundidad con que penetraba en mí, más
sentía sus cálidas caderas entre mis piernas.
Aquello era maravilloso. Quería entrelazar mis
piernas alrededor de ella y abarcarla toda para
mí.
—Vamos, Brittany —susurré—. Lo quiero.
—Alcé los muslos, coloqué los talones sobre
su trasero y presioné hacia abajo.
En aquel mismo momento sentí que, de un
golpe, todo el consolador me penetraba:
parecía haber alcanzado su objetivo.
—Está dentro del todo —murmuró
Brittany.
Aquella barra, que en un principio me había
parecido tan firme y algo fría, de repente se
volvió cálida y elástica. Parecía adaptarse a la
temperatura de mi interior. Elevé las caderas
para probarlo. Se movía dentro de mí y me
hacía cosquillas en un lugar en el que supuse
que estaba mi útero, muy profundo dentro de
mi vientre.
—¿Está bien? —preguntó Brittany.
—Muy bien —susurré. El calor de Brittany
pasaba desde sus caderas a las mías. Sentí una
unión con ella que nunca había percibido
antes. Estábamos tan cerca, vientre contra
vientre, vello contra vello… Su piel, suave y
delicada, acariciaba la mía, mientras comenzó
a moverse con lentitud.
Coloqué mis brazos en su espalda e intenté
atraerla hacia mí. Se detuvo un instante, me
besó con ternura y comenzó de nuevo a
mover las caderas. Era como un baile, un
balanceo asociado al ritmo de una canción que
sólo conocíamos nosotras dos. El resto del
mundo estaba excluido, no conocían la
melodía, sólo era nuestra.
Brittany aceleró sus movimientos y noté
cómo el consolador salía de mí y volvía a
entrar. Era como un paseo en trineo por la
profundidad del bosque. Un paseo muy
sosegado.
—¿Quieres más? —murmuró Brittany—.
Dime si quieres más.
Me agarré con fuerza a ella, con brazos y
piernas.
—Sí —dije en un susurro—, quiero más…
Danielle aceleró el ritmo. Sus sacudidas se
hicieron más fuertes, cada vez un poco más.
Aunque creía que el consolador ya había
alcanzado su destino, no parecía ser así.
Brittany penetró aún más profundamente en
mi interior, hasta que pensé que ya no era
posible entrar más. Pareció atravesarme,
partirme en dos, encontrar sendas que aún
estaban cerradas dentro de mí. Gemí.
Aquellos golpes me quitaban el aire; tan sólo
podía respirar cuando ella se echaba hacia
atrás y el consolador se salía. Sin embargo,
ella volvía a introducirlo de nuevo y
presionaba todo el aire de mis pulmones.
Me hubiera gustado mucho ver su rostro,
cómo estaba colocada sobre mí y cómo me
tomaba. Pero el pañuelo que me cubría los
ojos me mantenía en la oscuridad y me hacía
sumergirme en mis propias sensaciones. Sólo
la notaba a ella, a Brittany, dentro de mí,
cómo formaba una sola unidad conmigo,
cómo abría mi interior y me llenaba del todo.
—¡Sí…! —murmuré—. Brittany… Ven,
ven…, más profundo.
Ella notó mi deseo y empujó con mayor
fuerza, hasta que grité, gemí, suspiré, le arañé
la espalda y las caderas, que casi me
machacaban los muslos. Cada vez iba más
rápido, más hondo, más violento, hasta que yo
sólo pude jadear con toda intensidad.
—¡Sí…, sí…, sí!
Una y otra vez. Mi vientre estaba más
ardiente de lo habitual. No podía llegar al
orgasmo, a pesar de que deseaba hacerlo.
—Brittany…, no puedo…, no puedo… —
murmuré, desesperada. Tenía la sensación de
arder. La vara que llevaba dentro pareció
inflamarse como una hoguera, pero no me
llegaban las llamas. Era terrible. Yo estaba
sobre un trampolín, pero no podía saltar.
Brittany echó mano entre mis piernas y
tomó mi perla, la presionó y la limpió, pues mi
humedad interna ya hacía tiempo que había
fluido y lo cubría todo.
Experimenté una punzada caliente y
exploté. Había encontrado el detonador que
hizo estallar la bomba de mi interior. Grité y
retorcí la espalda, me noté traspasada por
Brittany, abierta, entregada y acoplada por
completo a ella. Quería entregarme, siempre,
siempre, siempre, miles de veces.
Mi vientre ardía, mis muslos temblaban y
mis brazos colgaban como muertos. Luchaba
por poder respirar. Ahora que la hoguera
había prendido dentro de mí, parecía que no
quería parar de arder. Las paredes de mi
vientre hacían unos bruscos movimientos: se
contraían alrededor de la vara que tenía en mi
interior y no la soltaban. Debía de estar hecha
de algún material ignífugo, porque, de lo
contrario, ya se habría fundido.
Brittany me besó y me quitó la venda de los
ojos.
—Ahora quiero volver a verte —afirmó,
con una sonrisa.
Yo casi no podía ordenar a mi cara que
hiciera ni siquiera una mueca; estaba sin
fuerzas y destrozada.
—Así…, ser satisfecha por ti mientras me
corro —jadeé— es indescriptible.
—Sí, yo también lo creo —dijo Brittany.
Sonrió de nuevo.
—¿Te ha gustado?
—Gustarme no es la expresión. —Contesté
despacio para poder coger aire—. Es
maravilloso. Primero pensé que no lo iba a
conseguir, pero luego…
—Luego todo va muy bien —dijo Brittany,
e hizo gala de su satisfacción. Se irguió y
luego me extrajo el consolador. Yo gemí—.
¿Te he hecho daño? —preguntó, con aire de
preocupación.
—No. —Negué con la cabeza—. En
absoluto. —Acaricié su rostro—. Pero de
repente me he sentido muy vacía por dentro.
Brittany se tumbó a mi lado y se apoyó
sobre los codos.
—Puedo llenar ese vacío tantas veces como
quieras. Sólo tienes que decirlo.
—Es lo que haré. —La miré. Tenía aspecto
de estar absolutamente agotada. Más cansada
que yo—. Pero creo que debes descansar.
Para lo demás tenemos mucho tiempo. Todo
el tiempo del mundo.
Danielle me miró con una expresión extraña
y luego se volvió y me dio la espalda.
—El tiempo es algo pasajero —afirmó—.
Tan pronto como llega vuelve a desaparecer.
De un segundo a otro.
—Es cierto —dije, acurrucándome en su
espalda—. Pero nosotras aún tenemos
muchos segundos, infinitos.
Brittany se dio la vuelta hacia mí con los
ojos brillantes.
—Puedo descansar más tarde —aseguró. Y
luego su boca cayó sobre la mía.
*********************************************************************
Bueno aquí les dejo el cap de hoy, que esta re wanky por favor disfrútenlo
porque mis queridas Brittana Shippers se re contra viene el drama y ya se que es la parte mas fea de una historia pero sin drama no hay historia!! saludos
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
Muy bien siempre debe haber un poquito de drama peeero tampoco taaantoooo!! jaja!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
que estara tramando brittany, la ira a dejar o que?
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
CAPÍTULO 21
—El desayuno… —susurró una voz en mi
oído.
Abrí los ojos, que aún estaban algo
pegados, y vi ante mi cara el burbujeante
contenido de una copa de champán.
Brittany sonrió.
—En realidad, lo había encargado para que
anoche hiciéramos un brindis por tu
selectividad —aseguró—, pero, como no
llegamos a esa fase, hoy vamos a desayunar
con champán.
Me erguí en la cama para sentarme.
—No tengo nada en contra —sonreí—. Es
una bonita forma de variar.
—Justo. —Brittany me dio una copa y
luego brindó conmigo—. Por la mejor del
curso.
—La segunda —corregí—. La
superempollona ha debido utilizar el tiempo
mejor que yo. —Sonreí. Ella sabía en qué
había utilizado una parte de mi tiempo, y
también sabía que no me arrepentía de
haberlo hecho—. Pero con eso me basta. Para
la escuela de periodismo también cuentan
otras cosas y no hay numerus clausus.
—Entonces podía haberte resultado aún
más fácil —replicó Brittany.
—Sí, puede ser. Ahora tengo que ver cómo
puedo ganar dinero. Primero puedo vivir en
casa, pero luego resulta más complicado. Lo
de las prácticas, las estancias en el extranjero,
todo eso es caro.
Ella me miró.
—Tú necesitas a alguien que te financie los
estudios y yo necesito a alguien, una mujer
que sea para mí como… —dijo—. ¿Sería
muy descabellado que las dos estuviéramos
juntas?
Me sentí feliz. ¡Por fin! Por fin se había
dado cuenta de que nos pertenecíamos, de
que yo la amaba y de que quería existir para
ella… Y al parecer, ella también lo deseaba:
estar ahí para mí, ocuparse de mí. No decía
nada de su amor hacia mí, pero sí lo
demostraba. Aquello era más de lo que yo
esperaba.
Me incliné hacia ella y le di un beso en los
labios.
—Quizá podría trabajar contigo de vez en
cuando, en la agencia. Eso me ayudaría
mucho.
—Lo puedes hacer, si lo deseas —
respondió, en un tono más serio de lo que
sería de esperar en aquella situación. ¿No se
sentía tan feliz como yo?—. Pero tengo una
propuesta mejor para ti. —Se separó un poco
de mis brazos y me pasó una hoja de papel—.
Esto te resultaría más cómodo —dijo,
manteniéndose aún seria.
Sonreí, cogí el papel, comencé a leer y me
quedé de piedra.
—¡Esto no puede ir en serio! —exclamé,
con voz áspera.
—Sí —respondió, en un tono distendido.
—Pensaba que ya habíamos terminado con
este tema. —Aún estaba afectada.
—¿No te gusta? —preguntó, como si no lo
supiera—. En realidad no difiere mucho del
acuerdo que ya establecimos una vez.
—Sí. —Tiré el papel al suelo—. Casi no se
diferencia en nada, en eso tienes razón.
Ella se agachó y lo cogió.
—¿Lo firmas? —preguntó.
Negué con la cabeza.
—No, nunca.
—Bien. —Dejó el papel sobre la cama—.
Es una pena. Me hubiera gustado ayudarte
con los estudios. Eres muy inteligente. Te lo
has ganado.
¿Y lo que me acababa de ofrecer también
me lo había ganado? Me levanté. Es probable
que ella no lo hiciera con mala intención. Mi
opinión era que ella no podía manifestar así
sus sentimientos, pero yo sí tenía que hacerlo.
Sonreí.
—Puedes estar contenta, porque te vas a
ahorrar un montón de pasta.
Quise abrazarla, pero ella se dio la vuelta.
—Sí, sí lo estoy —dijo con desinterés,
mientras me miraba con expresión de frialdad
—. Entonces nuestros caminos se separan
aquí.
—Pero, Brittany…, ¿por qué? —Yo no lo
podía entender. ¿Qué tenía que ver una cosa
con la otra?
—Sólo hay dos posibilidades —dijo ella—.
O lo suscribes y… seguimos como hasta
ahora, o no firmas y se acabó. No nos
volveremos a ver.
—Brittany —susurré, con expresión de
duda—, no puedes pensar así.
—Sí —dijo, impasible—. Así es como
pienso. Decídete. Está en tus manos. A mí me
da igual. Si no quieres, me buscaré a otra. Es
lo que siempre he hecho.
Me hubiera gustado ser tan fría como ella e
irme de inmediato. ¡Dios mío, yo la quería!
Ella no podía hacer…, pero sí lo hacía. La
miré. Yo la necesitaba, pero ella no precisaba
nada de mí. Yo no era más que una
compañera de juegos para su cama. Una de
las muchas a las que pagaba. ¿Qué más quería
yo?
—Trae —dije con voz ronca. La voz casi
no me salía—. Voy a firmar.
Luego ya no me pude quedar por mucho
más tiempo. Aquella noche…, aquella noche
había sido un sueño del que había despertado
para aterrizar en una pesadilla. Si sólo hubiera
sido eso, un sueño o incluso una pesadilla, aún
me quedaría alguna esperanza, pero en
realidad no lo había soñado. Brittany me había
hecho firmar como si no significara nada para
ella, como si sólo hubiera sido una transacción
de negocios. Luego abandonó el dormitorio.
Yo me vestí a toda prisa y me fui. No la volví
a ver.
Sin saber dónde dirigirme, seguí a lo largo
de la calle hasta internarme en el bosque. No
podía ir a casa, no podía ver a nadie, ni
siquiera a mi madre. Tenía que estar sola. Me
metí en el bosque hasta que encontré un
tronco de árbol en el que me pude sentar. Allí
permanecí un buen rato, mirando al vacío: no
veía, ni oía, ni sentía nada. Era lo peor, no
sentir nada, pero, a la vez, tener miedo de que
aquel estado se pasara y regresaran las
sensaciones y los sentimientos, el horror y el
shock.
Aquello no podía haber ocurrido, no me
había pasado. Brittany me había amado
durante toda la noche, había leído en mis ojos
todos mis deseos, se había ocupado de mí con
cariño. Pero no era esa Brittany la que…
No me lo podía creer. No podía ser verdad.
Yo había sido abducida a un universo paralelo
y allí existía otra Brittany, y era ésta la que lo
había hecho todo. O bien había surgido un
desplazamiento en el tiempo y Brittany había
vuelto a ser tan fría como al principio.
Habíamos ido unos meses hacia atrás y todo
lo que teníamos entre nosotras, el amor, el
cariño, nuestra unión, todo había
desaparecido. Lo otro pertenecía al futuro y
por eso Brittany…
Cerré los ojos. No tenía ningún sentido
buscar explicaciones, porque todas eran
absurdas e improbables. No había ninguna que
fuera posible o, al menos, que yo pudiera
entender. Brittany había decidido que quería
mantener conmigo un contrato y no una
relación de amor. Como siempre, eso estaba
claro. La tarde anterior, la noche, todo parecía
una obra de teatro y ahora ya había caído el
telón.
Me había cogido desprevenida, me había
hecho sentirme segura con todas sus caricias y
luego… Poco a poco se fue abriendo paso en
mi cabeza la idea de que había firmado un
contrato y de que no podía echarme atrás…
¡Claro que sí que podía! Bastaba con que
fuera a ella y…
¿Y…, y qué? Vi de nuevo sus ojos ante los
míos cuando me dijo que buscaría a otra
mujer, porque ya lo había hecho en diversas
ocasiones. No era una broma, era algo muy
serio. Muy serio.
¿Qué había pasado por su interior? ¿Había
hecho yo algo equivocado? ¿Había mostrado
en demasía lo mucho que yo la amaba? Me
había prohibido decirlo, pero mostrarlo… De
eso no había dicho nada. Y ella… ella
también…
¿Lo habría entendido todo mal, sus gestos
de amor, sus tiernas miradas? ¿Quizás
consideraba que nuestra relación era como un
negocio y ahora, en vista de que duraba más
tiempo, quería regularla con un contrato y fijar
por escrito lo que le parecía sobreentendido?
No me lo podía creer, pero ella lo había
hecho.
Tenía que abandonarla; no podía quedarme
junto a ella, porque yo misma sería incapaz de
soportarlo. No podría cumplir con el contrato.
En el Egeo, a pesar de resultarme difícil,
hubiera podido, pero ahora…, después de
todo este tiempo…, las dos ya no éramos…
Me resultaba imposible.
Pero la alternativa era no volvernos a ver.
Eso es lo que ella había dicho.
Y yo no podía, pura y simplemente no
podía.
Volví a su casa. Tenía que hablar con ella.
Me quedé ante la puerta cerrada, pero no me
abrió. Y la casa me miraba como un sátiro
perverso.
*********************************************************************
Problemas mode on! Confieso que aquí quería agarrar a Brittany a cachetadas después de una tan bonita y le sale con un contrato :( y luego San termina aceptando valla valla el drama se viene con toda. Saludos
—El desayuno… —susurró una voz en mi
oído.
Abrí los ojos, que aún estaban algo
pegados, y vi ante mi cara el burbujeante
contenido de una copa de champán.
Brittany sonrió.
—En realidad, lo había encargado para que
anoche hiciéramos un brindis por tu
selectividad —aseguró—, pero, como no
llegamos a esa fase, hoy vamos a desayunar
con champán.
Me erguí en la cama para sentarme.
—No tengo nada en contra —sonreí—. Es
una bonita forma de variar.
—Justo. —Brittany me dio una copa y
luego brindó conmigo—. Por la mejor del
curso.
—La segunda —corregí—. La
superempollona ha debido utilizar el tiempo
mejor que yo. —Sonreí. Ella sabía en qué
había utilizado una parte de mi tiempo, y
también sabía que no me arrepentía de
haberlo hecho—. Pero con eso me basta. Para
la escuela de periodismo también cuentan
otras cosas y no hay numerus clausus.
—Entonces podía haberte resultado aún
más fácil —replicó Brittany.
—Sí, puede ser. Ahora tengo que ver cómo
puedo ganar dinero. Primero puedo vivir en
casa, pero luego resulta más complicado. Lo
de las prácticas, las estancias en el extranjero,
todo eso es caro.
Ella me miró.
—Tú necesitas a alguien que te financie los
estudios y yo necesito a alguien, una mujer
que sea para mí como… —dijo—. ¿Sería
muy descabellado que las dos estuviéramos
juntas?
Me sentí feliz. ¡Por fin! Por fin se había
dado cuenta de que nos pertenecíamos, de
que yo la amaba y de que quería existir para
ella… Y al parecer, ella también lo deseaba:
estar ahí para mí, ocuparse de mí. No decía
nada de su amor hacia mí, pero sí lo
demostraba. Aquello era más de lo que yo
esperaba.
Me incliné hacia ella y le di un beso en los
labios.
—Quizá podría trabajar contigo de vez en
cuando, en la agencia. Eso me ayudaría
mucho.
—Lo puedes hacer, si lo deseas —
respondió, en un tono más serio de lo que
sería de esperar en aquella situación. ¿No se
sentía tan feliz como yo?—. Pero tengo una
propuesta mejor para ti. —Se separó un poco
de mis brazos y me pasó una hoja de papel—.
Esto te resultaría más cómodo —dijo,
manteniéndose aún seria.
Sonreí, cogí el papel, comencé a leer y me
quedé de piedra.
—¡Esto no puede ir en serio! —exclamé,
con voz áspera.
—Sí —respondió, en un tono distendido.
—Pensaba que ya habíamos terminado con
este tema. —Aún estaba afectada.
—¿No te gusta? —preguntó, como si no lo
supiera—. En realidad no difiere mucho del
acuerdo que ya establecimos una vez.
—Sí. —Tiré el papel al suelo—. Casi no se
diferencia en nada, en eso tienes razón.
Ella se agachó y lo cogió.
—¿Lo firmas? —preguntó.
Negué con la cabeza.
—No, nunca.
—Bien. —Dejó el papel sobre la cama—.
Es una pena. Me hubiera gustado ayudarte
con los estudios. Eres muy inteligente. Te lo
has ganado.
¿Y lo que me acababa de ofrecer también
me lo había ganado? Me levanté. Es probable
que ella no lo hiciera con mala intención. Mi
opinión era que ella no podía manifestar así
sus sentimientos, pero yo sí tenía que hacerlo.
Sonreí.
—Puedes estar contenta, porque te vas a
ahorrar un montón de pasta.
Quise abrazarla, pero ella se dio la vuelta.
—Sí, sí lo estoy —dijo con desinterés,
mientras me miraba con expresión de frialdad
—. Entonces nuestros caminos se separan
aquí.
—Pero, Brittany…, ¿por qué? —Yo no lo
podía entender. ¿Qué tenía que ver una cosa
con la otra?
—Sólo hay dos posibilidades —dijo ella—.
O lo suscribes y… seguimos como hasta
ahora, o no firmas y se acabó. No nos
volveremos a ver.
—Brittany —susurré, con expresión de
duda—, no puedes pensar así.
—Sí —dijo, impasible—. Así es como
pienso. Decídete. Está en tus manos. A mí me
da igual. Si no quieres, me buscaré a otra. Es
lo que siempre he hecho.
Me hubiera gustado ser tan fría como ella e
irme de inmediato. ¡Dios mío, yo la quería!
Ella no podía hacer…, pero sí lo hacía. La
miré. Yo la necesitaba, pero ella no precisaba
nada de mí. Yo no era más que una
compañera de juegos para su cama. Una de
las muchas a las que pagaba. ¿Qué más quería
yo?
—Trae —dije con voz ronca. La voz casi
no me salía—. Voy a firmar.
Luego ya no me pude quedar por mucho
más tiempo. Aquella noche…, aquella noche
había sido un sueño del que había despertado
para aterrizar en una pesadilla. Si sólo hubiera
sido eso, un sueño o incluso una pesadilla, aún
me quedaría alguna esperanza, pero en
realidad no lo había soñado. Brittany me había
hecho firmar como si no significara nada para
ella, como si sólo hubiera sido una transacción
de negocios. Luego abandonó el dormitorio.
Yo me vestí a toda prisa y me fui. No la volví
a ver.
Sin saber dónde dirigirme, seguí a lo largo
de la calle hasta internarme en el bosque. No
podía ir a casa, no podía ver a nadie, ni
siquiera a mi madre. Tenía que estar sola. Me
metí en el bosque hasta que encontré un
tronco de árbol en el que me pude sentar. Allí
permanecí un buen rato, mirando al vacío: no
veía, ni oía, ni sentía nada. Era lo peor, no
sentir nada, pero, a la vez, tener miedo de que
aquel estado se pasara y regresaran las
sensaciones y los sentimientos, el horror y el
shock.
Aquello no podía haber ocurrido, no me
había pasado. Brittany me había amado
durante toda la noche, había leído en mis ojos
todos mis deseos, se había ocupado de mí con
cariño. Pero no era esa Brittany la que…
No me lo podía creer. No podía ser verdad.
Yo había sido abducida a un universo paralelo
y allí existía otra Brittany, y era ésta la que lo
había hecho todo. O bien había surgido un
desplazamiento en el tiempo y Brittany había
vuelto a ser tan fría como al principio.
Habíamos ido unos meses hacia atrás y todo
lo que teníamos entre nosotras, el amor, el
cariño, nuestra unión, todo había
desaparecido. Lo otro pertenecía al futuro y
por eso Brittany…
Cerré los ojos. No tenía ningún sentido
buscar explicaciones, porque todas eran
absurdas e improbables. No había ninguna que
fuera posible o, al menos, que yo pudiera
entender. Brittany había decidido que quería
mantener conmigo un contrato y no una
relación de amor. Como siempre, eso estaba
claro. La tarde anterior, la noche, todo parecía
una obra de teatro y ahora ya había caído el
telón.
Me había cogido desprevenida, me había
hecho sentirme segura con todas sus caricias y
luego… Poco a poco se fue abriendo paso en
mi cabeza la idea de que había firmado un
contrato y de que no podía echarme atrás…
¡Claro que sí que podía! Bastaba con que
fuera a ella y…
¿Y…, y qué? Vi de nuevo sus ojos ante los
míos cuando me dijo que buscaría a otra
mujer, porque ya lo había hecho en diversas
ocasiones. No era una broma, era algo muy
serio. Muy serio.
¿Qué había pasado por su interior? ¿Había
hecho yo algo equivocado? ¿Había mostrado
en demasía lo mucho que yo la amaba? Me
había prohibido decirlo, pero mostrarlo… De
eso no había dicho nada. Y ella… ella
también…
¿Lo habría entendido todo mal, sus gestos
de amor, sus tiernas miradas? ¿Quizás
consideraba que nuestra relación era como un
negocio y ahora, en vista de que duraba más
tiempo, quería regularla con un contrato y fijar
por escrito lo que le parecía sobreentendido?
No me lo podía creer, pero ella lo había
hecho.
Tenía que abandonarla; no podía quedarme
junto a ella, porque yo misma sería incapaz de
soportarlo. No podría cumplir con el contrato.
En el Egeo, a pesar de resultarme difícil,
hubiera podido, pero ahora…, después de
todo este tiempo…, las dos ya no éramos…
Me resultaba imposible.
Pero la alternativa era no volvernos a ver.
Eso es lo que ella había dicho.
Y yo no podía, pura y simplemente no
podía.
Volví a su casa. Tenía que hablar con ella.
Me quedé ante la puerta cerrada, pero no me
abrió. Y la casa me miraba como un sátiro
perverso.
*********************************************************************
Problemas mode on! Confieso que aquí quería agarrar a Brittany a cachetadas después de una tan bonita y le sale con un contrato :( y luego San termina aceptando valla valla el drama se viene con toda. Saludos
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
que aburrimiento con brittany, quiere o no quiere a santana? y esta pq se deja utilizar, es joven, pde volverse a enamorar de alguien que si la valore y la respete, quisiera conocer algo de la perspectiva de brittany en cuanto a sus pensamientos sobre santana!!!!!! esta situacion me tiene harta!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
Si te entiendo así estaba yo cuando los estaba adaptando, pero tendras que soportar el drama para saber porque se comporta asi Brittany, prometo acabar rapido el fic para que no sufran tantomicky morales escribió:que aburrimiento con brittany, quiere o no quiere a santana? y esta pq se deja utilizar, es joven, pde volverse a enamorar de alguien que si la valore y la respete, quisiera conocer algo de la perspectiva de brittany en cuanto a sus pensamientos sobre santana!!!!!! esta situacion me tiene harta!
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
CAPÍTULO 22
El día siguiente lo pasé en mi habitación. Casi
no salí de ella. Pensaba en Brittany e intentaba
una y otra vez encontrar una explicación que
no existía. El dolor me laceraba el alma de una
forma cada vez más honda y angustiosa.
Oí que mi madre volvía del trabajo. En los
últimos días se había mostrado sorprendida al
comprobar que yo no salía de casa, aunque es
probable que también le agradara no estar
siempre sola por las noches. No me había
dicho nada, pero sí me había lanzado algunas
miradas de curiosidad. Me levanté y fui a la
cocina. No quería preocuparla.
—Has vuelto a no comer nada —dijo—.
No es saludable comer sólo por las noches.
—No tenía hambre —contesté.
Me echó una de aquellas miradas
maternales, cargadas de preocupación, de las
que resulta muy complicado evadirse.
—¿Qué pasa? —preguntó—. ¿No quieres
decírmelo?
Yo negué con la cabeza.
—No pasa nada. ¿Por qué?
—Estás todo el día encerrada aquí, no
haces nada, algo debe de ocurrir. ¿No te
encuentras bien? ¿Te sientes enferma? —Me
tocó la frente con la mano.
—No estoy enferma.
Mi frente estaba fría, pero eso no la
tranquilizó.
—Primero come algo —insistió— o te
quedarás en los huesos.
De hecho, ya me sobresalían un poco los
pómulos.
—Hay una carta para ti —dijo mi madre y
dejó ante mí un sobre blanco—. Lleva días en
el buzón. Tienes que mirarlo de vez en
cuando.
Yo no miré la carta.
—¿No quieres abrirla? —preguntó, al
regresar de la cocina, después de poner a
calentar la sopa.
—No espero correo —contesté.
Mi madre me puso la carta en la mano.
—Es de un despacho de abogados. ¿Has
contratado algo? —dijo, riéndose. No lo decía
en serio.
—¿De un despacho de abogados? —Me
sentí irritada.
—Sí, aquí. —Mi madre me mostró el
membrete de la carta—. ¿Has mandado un
curriculum para conseguir un trabajo hasta
que empieces a estudiar? No me habías dicho
nada.
Eso había ocurrido en mi otra vida.
—No, no conozco el nombre —contesté.
Ya empezaba a picarme la curiosidad. Abrí la
carta y saqué dos hojas escritas. En ese
mismo instante las dejé caer al suelo, como si
quemaran. Di un salto y escapé a la carrera
hacia mi habitación. No había pasado ni un
minuto cuando mi madre llegó junto a mí.
—¿Qué pasa? —preguntó. Tenía unos
papeles en la mano y pude imaginarme muy
bien cuáles eran.
—Nada —dije. Me acerqué con la intención
de quitarle los papeles. Ella se hizo a un lado y
mantuvo, firme, las hojas entre sus manos.
—¿Qué es esto? —preguntó, marcando
mucho las palabras.
—Un contrato entre Brittany y yo —
expliqué. Me sentía incómoda.
—Eso ya lo he visto —replicó—. Pero esto
no tiene nada que ver con un trabajo en su
agencia de publicidad.
Me senté en la cama y me agarré a ella con
tanta fuerza que los nudillos me
empalidecieron.
—No —repliqué.
Su voz sonó cortante y, de repente, exhaló
un suspiro contenido.
—¿Qué haces allí? —preguntó con un
susurro.
Levanté la cabeza y la miré, en busca de
comprensión.
—No es lo que piensas. En realidad no es lo
que parece —intenté explicar.
—¡Te acuestas con ella por dinero! —gritó
mi madre fuera de sí—. ¡Eso es lo que
parece! ¿O es que he entendido mal algo? —
Me miró y me di cuenta de que esperaba que
no fuera cierto. Esperaba que le diera una
explicación distinta a lo que estaba escrito en
las hojas que tenía en su mano. Sus ojos casi
me suplicaron que le quitara la razón.
—No —repliqué en voz baja—. No, no lo
has entendido mal.
Ella se volvió y se encaminó a la puerta.
Corrí desesperada detrás de ella. Ya estaba en
el vestíbulo y se había puesto el abrigo.
—¿Adónde vas? —pregunté, temerosa.
— A … su casa —dijo, y sus palabras
sonaron tan despectivas que me estremecí.
Nunca la había visto tan furiosa. Me asusté—.
¡Le voy a enseñar a ésa a hacer de mi hija
una… puta! —exclamó, con rabia—. ¡Porque
tú sigues siendo mi niña!
—¡No, por favor, mamá, no lo hagas! —le
rogué—. Ella no ha hecho nada. Es culpa mía,
sólo mía.
Mi madre me miró, muy irritada.
—¿Ah, sí? —preguntó en un tono frío, pero
aún muy enfadada—. ¿Es eso lo que quieres
ser? ¿Se me ha pasado por alto ese deseo en
tu lista de trabajos?
—No. —Me dejé resbalar por el rincón
cercano a la puerta, hasta que me quedé
agachada. Miré hacia arriba, pero apenas
podía distinguirla a causa de las lágrimas.
—Yo la quiero, mamá —murmuré—. Haría
cualquier cosa por ella. Y, puesto que me lo
pidió, no pude decir que no o, de lo contrario,
la hubiera perdido. Me hubiera echado. Ella
no me necesita, pero yo a ella sí, por eso lo
hice. Pero ella piensa… piensa que tiene que
pagar por todo y eso carece de significado
para mí. Yo no voy a coger el dinero. Ella lo
transferirá a una cuenta que está a mi nombre,
pero yo no lo voy a tocar nunca. Por mí
puede pudrirse allí.
Mi madre se puso en cuclillas a mi lado.
—Pero, a pesar de eso, ella piensa que tú lo
haces por dinero, porque te paga —dijo ahora,
con aquel tono dulce que yo le conocía—.
Debes decírselo. Debes cancelar esa cuenta y
todo se arreglará.
—Entonces me abandonará —repliqué, con
desesperación.
Mi madre suspiró.
—¿Qué deseas de esa mujer? —preguntó,
sin comprender—. ¿Y si ella no te ama? Tú
eres una chica joven y guapa. Seguro que
encontrarás una novia agradable. Y puede que
de tu misma edad —añadió.
—La quiero —repetí de nuevo—. Y ella se
tiene que enterar, seguro —le dije, con el
mismo tono de desesperación. ¡Tenía que
creerme a toda costa y de esa forma también
yo lo podría creer y se acabarían mis
esperanzas!
Mi madre me pasó la mano por el pelo para
consolarme, pero aún se mostraba dubitativa.
—Tiene casi mis mismos años —apuntó
con sensatez—. Créeme, a nuestra edad ya no
es tan fácil enterarse de esas cosas. De algo
tan importante. Si hasta la fecha no lo ha
hecho…
—Estoy segura de que puede hacerlo —
intenté dar a mis palabras un tono de
convicción, tanto para ella como para mí
misma—. Si se da cuenta de que la quiero, lo
entenderá…, lo comprenderá.
Mi madre se levantó.
—A veces me olvido de lo joven que eres
—suspiró— porque casi siempre actúas de
una forma muy inteligente. —Me miró de
arriba abajo—. La mayoría de las veces, pero
no siempre —añadió.
Sacó el contrato del bolsillo de su abrigo y
me lo dio.
—Tienes que romper este contrato. De
inmediato —ordenó. Me miró, observó la
expresión de espanto de mi rostro y suspiró—.
O seré yo misma la que vaya a verla y lo
haga. Esto no puede quedarse así.
Yo también lo creía necesario, pero… Me
levanté del suelo y miré a mi madre.
—No podría soportar perderla. Por favor,
no lo hagas.
—También podría matarla y con eso el
problema estaría resuelto —replicó mi madre
con toda tranquilidad—. No creas que estoy
tranquila, aunque ahora lo aparente. Aún estoy
muy, pero que muy, enfadada. Tú eres mi
niña, te he traído al mundo y te voy a proteger
todo el tiempo que pueda. Incluso en contra
de tus deseos. Por ahora tú no sabes con
certeza lo que es bueno para ti. Éste es tu
primer gran amor y lo entiendo. Pero, a pesar
de todo, no lo voy a permitir. Esto ya ha
llegado muy lejos. ¡Demasiado lejos! No, no
voy a hacer nada. —Me tranquilizó—. Al
menos por ahora. Pero debemos buscar una
solución y espero que seas tú quien la
encuentre.
—Sí. —Bajé la cabeza.
—Vamos —dijo—. Voy a preparar un café
y luego hablaremos. —Se quitó el abrigo y lo
colgó de nuevo en la percha.
—Tú sabes lo que pienso —dijo mi madre
cuando ya estábamos con el café—. Ella es
bastante mayor para ti y le da mucho valor al
dinero. Eso nunca ha ocurrido en nuestra
familia. No ha sido así porque no lo teníamos,
pero, aunque lo hubiéramos tenido…, no
quisiera que te hubieras comportado así. Que
tú llegaras a creer que todo se puede comprar.
Hay cosas que no se pueden pagar. El honor,
la dignidad, la confianza, el afecto. —Evitó
decir la palabra «amor», igual que yo hacía
siempre en presencia de Brittany.
—Lo sé —repliqué, incómoda—. Pero…
pero tú lo ves de una forma equivocada.
Ella…, ella no es como tú piensas. Ella es…,
ella es…
Mi madre se echó a reír.
—¡Es tan encantadora que ha conseguido
hacerte perder la cabeza! —dictaminó—. ¡Eso
ya lo he podido comprobar! ¡Es muy
atractiva, debo admitirlo!
Miré a mi madre con cierto aire de
desconfianza.
—¡Oh, no! —Hizo un gesto como de
rechazo—. ¡No pensaba en eso! —Se volvió a
reír—. Tan sólo quería destacar el hecho de
que te entiendo, no de que me haya pasado al
enemigo. —Yo debía de tener un aspecto muy
atormentado y mi madre me acarició con
suavidad la cabeza en un ademán
tranquilizador—. Estoy muy preocupada por ti
—dijo, con dulzura—. Eres demasiado joven
para permitir que te partan el corazón. ¡Y
menos aún una mujer que, a cambio de eso, te
paga!
Aquello le había irritado mucho. ¿Quién se
lo podía censurar? Desde luego, yo no. Sin
embargo, me vi obligada de nuevo a defender
a Brittany.
—En realidad ella no lo hace sólo por
dinero, al menos ésa es la impresión que yo
tengo —dije—. Lo único que ocurre es que
está tan acostumbrada a obtenerlo todo que ya
no tiene en cuenta… —me interrumpí, pues
no sabía cómo continuar.
—¿Y no sabe que de ese modo puede hacer
mucho daño a los demás? ¿Que los está
comprando? —Sacudió la cabeza, con una
expresión de duda—. No lo creo. No me
puedo creer algo así.
—Está tan rara últimamente —dije—. Pero,
en lo que respecta a los sentimientos, es
cerrada como una ostra. Siempre ha sido así.
—¡Bueno…, me cuentas unas cosas tan
bonitas! —exclamó, arqueando las cejas—.
Me lo tenías que haber dicho antes.
—No podía —repuse, en un tono contrito.
Si hubiera sabido todo lo que yo me había
callado…—. Y ella también ha cambiado
mucho, se ha vuelto más franca.
—Pues aquí no lo parece —dijo mi madre,
mientras señalaba el contrato—. A no ser que
te refieras a este tipo tan especial de
franqueza.
—Sí, no lo parece —respondí—. Pero
incluso así…
—¿Hace de ti una puta y todo está bien y
en orden? —preguntó mi madre, con ojos
brillantes. Percibí que regresaba su furia.
—No, no. —Alcé las manos—. Ella… me
cogió desprevenida por completo cuando llegó
con el papel. No supe por qué lo hacía.
—De todas formas, esto no ofrece ninguna
buena impresión acerca de su carácter —dijo
mi madre y se mordió los labios—. ¿Qué clase
de gente hace una cosa así? ¿Quién le exige
algo parecido a otra persona, ya sea a través
de un contrato o sólo con el pensamiento?
—Sí…, yo…, sí… —Yo ya no sabía cómo
replicar a sus cuestiones—. Ella…, ella no
piensa en el amor. Piensa que es una ilusión.
—Me sentía muy desgraciada.
—¿Cómo? —Las cejas de mi madre se
alzaron casi hasta el borde de su cráneo—. ¿Y
eso me lo dices ahora?
—Si…, si te lo hubiera dicho antes… —
tartamudeé.
—Te hubiera prohibido salir con ella —dijo
mi madre—. Todo esto es inadmisible. Incluso
tú misma deberías saberlo.
—Yo…, yo… —Sentí frío y calor a la vez.
—Tú la quieres. —Mi madre suspiró—.
Eso lo puedo comprender. Yo también quise a
tu padre, incluso aunque sabía que él no lo
merecía. No resulta tan fácil desactivar el
amor. Pero cuando uno espera el tiempo
suficiente
Yo elevé la mirada y la vi.
—Sí, sí. —Mi madre sacudió la cabeza—.
Ése no es un tema que te incumba. Tú crees
que puedes reeducarla, convencerla de que el
amor no es tan sólo una ilusión. Piensas que
tendrías amor suficiente para las dos. —
Respiró hondo—. Yo también lo pensé en
algunas ocasiones.
—Pero…, pero Brittany es… Era tan
distinta antes, hasta…
—¿Hasta que te humilló con el contrato,
señalándote cuál es tu lugar? —Mi madre se
levantó—. ¿No te das cuenta de adónde te
lleva esto? Puede hacer contigo lo que quiera
y tú obedecerás como un perrito. Eso no es
una relación equilibrada. De hecho, no es una
relación. Y no tiene nada que ver con el amor.
—Lo sé. Pero no creo que ella… que ella
piense así de verdad. —Yo no podía creerlo,
ni quería creerlo.
—Te ha hecho llegar el contrato a través de
un despacho de abogados —dijo mi madre—.
¿No te parece bastante serio?
Quise contestar, pero en ese momento
llamaron a la puerta. Di un salto. «¡Es
Brittany y viene a disculparse. A dejarlo todo
arreglado!» Una tontería, eso era. Sólo una
tontería. Abrí la puerta de golpe.
Emily pasó delante de mí sin decir una
palabra, se dirigió a la cocina y se sentó en el
banco. Sollozaba y su cara estaba anegada de
lágrimas.
Yo me quedé en la puerta de la cocina. Mi
madre nos miraba alternativamente. Por un
momento sólo se oyeron los gemidos de Anita.
—¿Emily? —dijo mi madre, con cautela.
Mi amiga levantó la cabeza y me miró a mí,
luego a mi madre.
—Alisson… —Sollozó de nuevo—. Alisson…
Fui hasta la mesa de la cocina y me senté.
Mi madre no nos envidiaba en absoluto.
Primero mi mal de amores y ahora el de
Emily, todo a la vez.
—¿Qué pasa con Alisson? —pregunté. Por
un momento me olvidé de Brittany.
—Alisson…, ella ha…, ha venido. —No
podía articular palabra. La congoja le había
formado un nudo en la garganta.
—¿Ha ido a tu casa? —pregunté. ¿Por qué
lo había hecho Alisson y no Brittany?
—Sí. —Emily levantó la cabeza. Mi madre,
sin decir nada, se hizo con un paquete de
pañuelos y se los dio. Emily cogió uno y se
enjugó las lágrimas—. Ha venido a mi casa y
quería…, quería que nosotras otra vez…
—¿Quería volver contigo? —Me acordé de
la conversación en la que Emily había
descartado por completo aquella posibilidad.
—Sí, sí, eso quería. —Un nuevo sollozo le
cortó la respiración—. Pero…, pero… —
Cogió otro pañuelo y se sonó con fuerza.
—¿Pero tú no querías? —Intenté ayudarla.
—¡Claro que no! —exclamó Emily,
espantada—. Ella…, ella piensa que nosotras
podríamos…, luego…, cuando ya esté
casada… Su prometido es un imbécil y no se
daría cuenta de nada. —Volvió a llorar.
Mi madre se rió por lo bajo.
—¡Bueno, las dos sois unos tesoritos! —
dijo—. Vuestra capacidad de juzgar a las
mujeres parece un poco menguada.
—¿Qué? ¿Por qué? —Emily suspiró y me
miró—. ¿Tú también…?
Asentí, turbada.
—Justo antes de que llegaras estábamos
manteniendo una charla madre-hija acerca de
ese tema —contestó mi madre.
—Yo… Ah… lo siento —tartamudeó mi
amiga—. No quería…
—Quizá podríamos montar una tertulia —
repuso mi madre—. Así no tendríamos que
contar las cosas dos veces. —Se levantó—.
Propongo que comamos algo juntas. Con el
estómago vacío el mal de amores se lleva
mucho peor. Y, aunque yo no padezca de mal
de amores —sonrió, satisfecha—, no me
gustaría tener que renunciar a la cena.
Emily se tranquilizó a lo largo de la cena y, a
pesar de que al principio había afirmado que
no podría pasar ni un bocado, al final su plato
estaba vacío. Incluso repitió. A mí me ocurrió
lo mismo. La presencia de mi madre y sus
artes culinarias contribuyeron a apaciguar todo
nuestro nerviosismo interior.
—Nosotras fregamos —le dije a mi madre
cuando acabamos de cenar—. No te
preocupes por eso.
Mi madre me echó una mirada significativa,
como diciendo: Aún tenemos que hablar entre
nosotras. Y no pienses que la cosa está
solucionada.
—Está bien. Me alegro de poder poner un
poco los pies en alto —respondió—. Ha sido
un día muy largo. —Nos miró a las dos y
luego se dirigió al salón.
—Lo siento…, por lo de Brittany —
comentó Emily, mientras ella fregaba y yo
secaba—. No lo sabía.
—Tampoco podías saberlo —respondí. De
repente me sacudió de nuevo la tristeza y mis
ojos se llenaron de lágrimas.
Me sequé las manos y cogí un pañuelo para
limpiarme los ojos.
—A mí ya me ha leído la cartilla —dije—.
Y puede que tenga razón, pero yo… amo a
Brittany. No me puedo imaginar estar sin ella.
—Eso me pasaba a mí con Alisson —repuso
Emily en voz baja—. Y así es como continúa
pasando. Pero… pero… ¿Piensas que debería
hacerlo?
—¿Qué es lo que deberías hacer? —La
miré—. ¿Aceptar su propuesta?
—Sí —dijo Emily—. En todo caso, podría
verla y estar con ella. Aun cuando nadie deba
enterarse. Eso siempre va a ser así.
—Yo no conozco a Alisson —dije,
procurando evitar su mirada.
—¿Tú no lo harías? —Emily me miró,
interrogante.
¿Debía hablarle del contrato? ¿Era algo
parecido o aún mucho peor?
—Yo… yo no sé lo que haría —dije, entre
titubeos—. En realidad, no te lo podría decir.
—Brittany y tú… —comenzó Emily, con
cautela—. ¿Os habéis separado?
—No, en realidad no —respondí, tensa—.
Más bien todo lo contrario. Ahora incluso
estamos ligadas por un contrato.
—Ah…, yo pensaba…, entonces lo he
entendido mal —dijo Emily. Parecía turbada.
Respiré hondo.
—Es algo parecido a lo que os pasa a Alisson
y a ti —expliqué—. Ella me ha hecho una
propuesta que…, que es complicada, dicho de
una forma delicada. Estos últimos días he
estado pensando si debía aceptarla o no. Mi
madre se ha enterado hoy y…, bueno, luego
llegaste tú.
—¿Tu madre está en contra? —preguntó
Emily.
—Absolutamente —respondí—. Pero ella
no… no conoce a Brittany.
—Sí, ése es el problema. —Anita Emily un
suspiro. Se sentó en el banco de la cocina—.
Nadie las conoce como nosotras, tú a Brittany
y yo a Alisson.
—Es… —Me senté a su lado en el banco y
apoyé la cabeza en las manos—. Amo a
Brittany desde el primer momento en el que la
vi. Ella es… única. Ninguna persona había
despertado en mí unos sentimientos como
ésos. Pero… —dije, mientras tragaba saliva—
sentimientos tanto buenos como malos.
—No son sólo sentimientos positivos —dijo
Emily—, eso es cierto. Alisson me ha llevado
tanto al cielo como al infierno. Y a pesar de
eso estoy apegada a ella. Y quiero volver a
verla. Cada vez creo más que no es así como
piensa, que cambiará, que lo reconocerá.
—¡Ja! ¡A quién le vas a decir eso! —añadí
—. Es lo mismo que yo creo.
—Me tranquiliza saber que no soy la única
tonta —dijo Emily, con una mueca forzada.
—Sí. —No tuve más remedio que darle la
razón—. Si utilizara la cabeza para tomar una
decisión, todo estaría muy claro. —Lancé un
suspiro.
—Pero ese tipo de decisiones no se suelen
tomar con la cabeza —dijo Emily—. Aquí tu
inteligencia no te sirve para nada.
—Por desgracia no —contesté—. Ni lo más
mínimo.
—Pero si vosotras…, si no os habéis
separado, la cosa se podría arreglar. Quizá
tengáis que volver a hablarlo.
—Ya lo he intentado —dije y tragué saliva
—, pero su casa estaba cerrada. No me ha
abierto.
—¡Oh! —Emily reflexionó un instante—.
¿Cuándo quedabais vosotras?
—Cada tarde —contesté—. Pero…, en los
últimos días no nos hemos vuelto a ver.
—Desde… ¿desde que te hizo esa
propuesta? —preguntó Emily.
—Sí —asentí.
—Ella tiene una agencia de publicidad —
dijo Emily—. ¿No puedes ir allí?
Yo torcí los labios con escepticismo.
—No le gustaría —repuse—. Prefiere
separar la vida laboral de la privada.
—Puede que no sea un buen arranque —
dijo Emily—, pero ¿tienes otra opción? Creo
que deberías hablar con ella.
Yo moví la cabeza en señal de
asentimiento.
—Quizá tengas razón.
Emily me miró.
—Tenía planeado asaltarte —indicó—.
¿Puedo dormir contigo esta noche?
Yo la miré, perpleja.
—Yo… yo no te lo he explicado todo —
dijo Emily, con expresión culpable—. Alisson le
ha contado un par de cosas a mis padres.
—¿Sobre vosotras? —pregunté.
—Sobre mí —respondió Emily—. Como es
natural, sobre sí misma no ha dicho nada,
porque eso la habría perjudicado. Se puso
furiosa al ver que yo no aceptaba de inmediato
su propuesta y, justo en ese instante, mi
madre llegó a casa, casualmente antes de lo
que es habitual.
—¿Y por eso piensas en aceptar su oferta?
—pregunté.
—¿Has dudado tú en aceptar el contrato de
Brittany? —replicó ella, a su vez.
Aquello me cayó como un mazazo.
—¿Cómo… cómo ha reaccionado tu
madre? —pregunté de nuevo.
—Ha llamado a mi padre y lo ha puesto al
corriente de las noticias frescas —dijo Emily
—. Además, mi madre me ha pedido que
abandone la casa.
—¿Qué? —Mi pregunta fue más bien un
grito—. No me lo puedo creer.
—Sí —aseguró Emily—. Ya te he contado
cómo son mis padres. Ellos no lo aceptan.
—Lo siento. Nunca lo hubiera dicho… Al
fin y al cabo son tus padres. —Yo no daba
crédito a mis oídos.
—Mis padres encargaron a sus hijos en un
catálogo de ventas por correo —dijo Emily con
amargura—. Pero, por desgracia, sólo les
sirvieron el producto adecuado en el caso de
mi hermano. Yo fui un error de entrega y ellos
no lo devolvieron.
—¡Oh, Emily! —La cogí del brazo.
Ella comenzó a temblar y se echó a llorar
otra vez.
—Pensaba que podría soportarlo —
murmuró ella—. Nunca se han preocupado
mucho de mí. Pero…, pero esto…
—Puedes dormir aquí —dije, impresionada
—. Tanto tiempo como quieras.
*********************************************************************
Valla valla se entero la madre de San del contrato y toda la cosa y esta echa una chimenea pobre mi San cuando se entere de que Brittany ( para saber que pasara tienen que leer el próximo capítulo :3 ) prometo acabar rápido la historia para que ya no sufran con el drama, tengan paciencia con el fic que al final tendran su recompensa.
El día siguiente lo pasé en mi habitación. Casi
no salí de ella. Pensaba en Brittany e intentaba
una y otra vez encontrar una explicación que
no existía. El dolor me laceraba el alma de una
forma cada vez más honda y angustiosa.
Oí que mi madre volvía del trabajo. En los
últimos días se había mostrado sorprendida al
comprobar que yo no salía de casa, aunque es
probable que también le agradara no estar
siempre sola por las noches. No me había
dicho nada, pero sí me había lanzado algunas
miradas de curiosidad. Me levanté y fui a la
cocina. No quería preocuparla.
—Has vuelto a no comer nada —dijo—.
No es saludable comer sólo por las noches.
—No tenía hambre —contesté.
Me echó una de aquellas miradas
maternales, cargadas de preocupación, de las
que resulta muy complicado evadirse.
—¿Qué pasa? —preguntó—. ¿No quieres
decírmelo?
Yo negué con la cabeza.
—No pasa nada. ¿Por qué?
—Estás todo el día encerrada aquí, no
haces nada, algo debe de ocurrir. ¿No te
encuentras bien? ¿Te sientes enferma? —Me
tocó la frente con la mano.
—No estoy enferma.
Mi frente estaba fría, pero eso no la
tranquilizó.
—Primero come algo —insistió— o te
quedarás en los huesos.
De hecho, ya me sobresalían un poco los
pómulos.
—Hay una carta para ti —dijo mi madre y
dejó ante mí un sobre blanco—. Lleva días en
el buzón. Tienes que mirarlo de vez en
cuando.
Yo no miré la carta.
—¿No quieres abrirla? —preguntó, al
regresar de la cocina, después de poner a
calentar la sopa.
—No espero correo —contesté.
Mi madre me puso la carta en la mano.
—Es de un despacho de abogados. ¿Has
contratado algo? —dijo, riéndose. No lo decía
en serio.
—¿De un despacho de abogados? —Me
sentí irritada.
—Sí, aquí. —Mi madre me mostró el
membrete de la carta—. ¿Has mandado un
curriculum para conseguir un trabajo hasta
que empieces a estudiar? No me habías dicho
nada.
Eso había ocurrido en mi otra vida.
—No, no conozco el nombre —contesté.
Ya empezaba a picarme la curiosidad. Abrí la
carta y saqué dos hojas escritas. En ese
mismo instante las dejé caer al suelo, como si
quemaran. Di un salto y escapé a la carrera
hacia mi habitación. No había pasado ni un
minuto cuando mi madre llegó junto a mí.
—¿Qué pasa? —preguntó. Tenía unos
papeles en la mano y pude imaginarme muy
bien cuáles eran.
—Nada —dije. Me acerqué con la intención
de quitarle los papeles. Ella se hizo a un lado y
mantuvo, firme, las hojas entre sus manos.
—¿Qué es esto? —preguntó, marcando
mucho las palabras.
—Un contrato entre Brittany y yo —
expliqué. Me sentía incómoda.
—Eso ya lo he visto —replicó—. Pero esto
no tiene nada que ver con un trabajo en su
agencia de publicidad.
Me senté en la cama y me agarré a ella con
tanta fuerza que los nudillos me
empalidecieron.
—No —repliqué.
Su voz sonó cortante y, de repente, exhaló
un suspiro contenido.
—¿Qué haces allí? —preguntó con un
susurro.
Levanté la cabeza y la miré, en busca de
comprensión.
—No es lo que piensas. En realidad no es lo
que parece —intenté explicar.
—¡Te acuestas con ella por dinero! —gritó
mi madre fuera de sí—. ¡Eso es lo que
parece! ¿O es que he entendido mal algo? —
Me miró y me di cuenta de que esperaba que
no fuera cierto. Esperaba que le diera una
explicación distinta a lo que estaba escrito en
las hojas que tenía en su mano. Sus ojos casi
me suplicaron que le quitara la razón.
—No —repliqué en voz baja—. No, no lo
has entendido mal.
Ella se volvió y se encaminó a la puerta.
Corrí desesperada detrás de ella. Ya estaba en
el vestíbulo y se había puesto el abrigo.
—¿Adónde vas? —pregunté, temerosa.
— A … su casa —dijo, y sus palabras
sonaron tan despectivas que me estremecí.
Nunca la había visto tan furiosa. Me asusté—.
¡Le voy a enseñar a ésa a hacer de mi hija
una… puta! —exclamó, con rabia—. ¡Porque
tú sigues siendo mi niña!
—¡No, por favor, mamá, no lo hagas! —le
rogué—. Ella no ha hecho nada. Es culpa mía,
sólo mía.
Mi madre me miró, muy irritada.
—¿Ah, sí? —preguntó en un tono frío, pero
aún muy enfadada—. ¿Es eso lo que quieres
ser? ¿Se me ha pasado por alto ese deseo en
tu lista de trabajos?
—No. —Me dejé resbalar por el rincón
cercano a la puerta, hasta que me quedé
agachada. Miré hacia arriba, pero apenas
podía distinguirla a causa de las lágrimas.
—Yo la quiero, mamá —murmuré—. Haría
cualquier cosa por ella. Y, puesto que me lo
pidió, no pude decir que no o, de lo contrario,
la hubiera perdido. Me hubiera echado. Ella
no me necesita, pero yo a ella sí, por eso lo
hice. Pero ella piensa… piensa que tiene que
pagar por todo y eso carece de significado
para mí. Yo no voy a coger el dinero. Ella lo
transferirá a una cuenta que está a mi nombre,
pero yo no lo voy a tocar nunca. Por mí
puede pudrirse allí.
Mi madre se puso en cuclillas a mi lado.
—Pero, a pesar de eso, ella piensa que tú lo
haces por dinero, porque te paga —dijo ahora,
con aquel tono dulce que yo le conocía—.
Debes decírselo. Debes cancelar esa cuenta y
todo se arreglará.
—Entonces me abandonará —repliqué, con
desesperación.
Mi madre suspiró.
—¿Qué deseas de esa mujer? —preguntó,
sin comprender—. ¿Y si ella no te ama? Tú
eres una chica joven y guapa. Seguro que
encontrarás una novia agradable. Y puede que
de tu misma edad —añadió.
—La quiero —repetí de nuevo—. Y ella se
tiene que enterar, seguro —le dije, con el
mismo tono de desesperación. ¡Tenía que
creerme a toda costa y de esa forma también
yo lo podría creer y se acabarían mis
esperanzas!
Mi madre me pasó la mano por el pelo para
consolarme, pero aún se mostraba dubitativa.
—Tiene casi mis mismos años —apuntó
con sensatez—. Créeme, a nuestra edad ya no
es tan fácil enterarse de esas cosas. De algo
tan importante. Si hasta la fecha no lo ha
hecho…
—Estoy segura de que puede hacerlo —
intenté dar a mis palabras un tono de
convicción, tanto para ella como para mí
misma—. Si se da cuenta de que la quiero, lo
entenderá…, lo comprenderá.
Mi madre se levantó.
—A veces me olvido de lo joven que eres
—suspiró— porque casi siempre actúas de
una forma muy inteligente. —Me miró de
arriba abajo—. La mayoría de las veces, pero
no siempre —añadió.
Sacó el contrato del bolsillo de su abrigo y
me lo dio.
—Tienes que romper este contrato. De
inmediato —ordenó. Me miró, observó la
expresión de espanto de mi rostro y suspiró—.
O seré yo misma la que vaya a verla y lo
haga. Esto no puede quedarse así.
Yo también lo creía necesario, pero… Me
levanté del suelo y miré a mi madre.
—No podría soportar perderla. Por favor,
no lo hagas.
—También podría matarla y con eso el
problema estaría resuelto —replicó mi madre
con toda tranquilidad—. No creas que estoy
tranquila, aunque ahora lo aparente. Aún estoy
muy, pero que muy, enfadada. Tú eres mi
niña, te he traído al mundo y te voy a proteger
todo el tiempo que pueda. Incluso en contra
de tus deseos. Por ahora tú no sabes con
certeza lo que es bueno para ti. Éste es tu
primer gran amor y lo entiendo. Pero, a pesar
de todo, no lo voy a permitir. Esto ya ha
llegado muy lejos. ¡Demasiado lejos! No, no
voy a hacer nada. —Me tranquilizó—. Al
menos por ahora. Pero debemos buscar una
solución y espero que seas tú quien la
encuentre.
—Sí. —Bajé la cabeza.
—Vamos —dijo—. Voy a preparar un café
y luego hablaremos. —Se quitó el abrigo y lo
colgó de nuevo en la percha.
—Tú sabes lo que pienso —dijo mi madre
cuando ya estábamos con el café—. Ella es
bastante mayor para ti y le da mucho valor al
dinero. Eso nunca ha ocurrido en nuestra
familia. No ha sido así porque no lo teníamos,
pero, aunque lo hubiéramos tenido…, no
quisiera que te hubieras comportado así. Que
tú llegaras a creer que todo se puede comprar.
Hay cosas que no se pueden pagar. El honor,
la dignidad, la confianza, el afecto. —Evitó
decir la palabra «amor», igual que yo hacía
siempre en presencia de Brittany.
—Lo sé —repliqué, incómoda—. Pero…
pero tú lo ves de una forma equivocada.
Ella…, ella no es como tú piensas. Ella es…,
ella es…
Mi madre se echó a reír.
—¡Es tan encantadora que ha conseguido
hacerte perder la cabeza! —dictaminó—. ¡Eso
ya lo he podido comprobar! ¡Es muy
atractiva, debo admitirlo!
Miré a mi madre con cierto aire de
desconfianza.
—¡Oh, no! —Hizo un gesto como de
rechazo—. ¡No pensaba en eso! —Se volvió a
reír—. Tan sólo quería destacar el hecho de
que te entiendo, no de que me haya pasado al
enemigo. —Yo debía de tener un aspecto muy
atormentado y mi madre me acarició con
suavidad la cabeza en un ademán
tranquilizador—. Estoy muy preocupada por ti
—dijo, con dulzura—. Eres demasiado joven
para permitir que te partan el corazón. ¡Y
menos aún una mujer que, a cambio de eso, te
paga!
Aquello le había irritado mucho. ¿Quién se
lo podía censurar? Desde luego, yo no. Sin
embargo, me vi obligada de nuevo a defender
a Brittany.
—En realidad ella no lo hace sólo por
dinero, al menos ésa es la impresión que yo
tengo —dije—. Lo único que ocurre es que
está tan acostumbrada a obtenerlo todo que ya
no tiene en cuenta… —me interrumpí, pues
no sabía cómo continuar.
—¿Y no sabe que de ese modo puede hacer
mucho daño a los demás? ¿Que los está
comprando? —Sacudió la cabeza, con una
expresión de duda—. No lo creo. No me
puedo creer algo así.
—Está tan rara últimamente —dije—. Pero,
en lo que respecta a los sentimientos, es
cerrada como una ostra. Siempre ha sido así.
—¡Bueno…, me cuentas unas cosas tan
bonitas! —exclamó, arqueando las cejas—.
Me lo tenías que haber dicho antes.
—No podía —repuse, en un tono contrito.
Si hubiera sabido todo lo que yo me había
callado…—. Y ella también ha cambiado
mucho, se ha vuelto más franca.
—Pues aquí no lo parece —dijo mi madre,
mientras señalaba el contrato—. A no ser que
te refieras a este tipo tan especial de
franqueza.
—Sí, no lo parece —respondí—. Pero
incluso así…
—¿Hace de ti una puta y todo está bien y
en orden? —preguntó mi madre, con ojos
brillantes. Percibí que regresaba su furia.
—No, no. —Alcé las manos—. Ella… me
cogió desprevenida por completo cuando llegó
con el papel. No supe por qué lo hacía.
—De todas formas, esto no ofrece ninguna
buena impresión acerca de su carácter —dijo
mi madre y se mordió los labios—. ¿Qué clase
de gente hace una cosa así? ¿Quién le exige
algo parecido a otra persona, ya sea a través
de un contrato o sólo con el pensamiento?
—Sí…, yo…, sí… —Yo ya no sabía cómo
replicar a sus cuestiones—. Ella…, ella no
piensa en el amor. Piensa que es una ilusión.
—Me sentía muy desgraciada.
—¿Cómo? —Las cejas de mi madre se
alzaron casi hasta el borde de su cráneo—. ¿Y
eso me lo dices ahora?
—Si…, si te lo hubiera dicho antes… —
tartamudeé.
—Te hubiera prohibido salir con ella —dijo
mi madre—. Todo esto es inadmisible. Incluso
tú misma deberías saberlo.
—Yo…, yo… —Sentí frío y calor a la vez.
—Tú la quieres. —Mi madre suspiró—.
Eso lo puedo comprender. Yo también quise a
tu padre, incluso aunque sabía que él no lo
merecía. No resulta tan fácil desactivar el
amor. Pero cuando uno espera el tiempo
suficiente
Yo elevé la mirada y la vi.
—Sí, sí. —Mi madre sacudió la cabeza—.
Ése no es un tema que te incumba. Tú crees
que puedes reeducarla, convencerla de que el
amor no es tan sólo una ilusión. Piensas que
tendrías amor suficiente para las dos. —
Respiró hondo—. Yo también lo pensé en
algunas ocasiones.
—Pero…, pero Brittany es… Era tan
distinta antes, hasta…
—¿Hasta que te humilló con el contrato,
señalándote cuál es tu lugar? —Mi madre se
levantó—. ¿No te das cuenta de adónde te
lleva esto? Puede hacer contigo lo que quiera
y tú obedecerás como un perrito. Eso no es
una relación equilibrada. De hecho, no es una
relación. Y no tiene nada que ver con el amor.
—Lo sé. Pero no creo que ella… que ella
piense así de verdad. —Yo no podía creerlo,
ni quería creerlo.
—Te ha hecho llegar el contrato a través de
un despacho de abogados —dijo mi madre—.
¿No te parece bastante serio?
Quise contestar, pero en ese momento
llamaron a la puerta. Di un salto. «¡Es
Brittany y viene a disculparse. A dejarlo todo
arreglado!» Una tontería, eso era. Sólo una
tontería. Abrí la puerta de golpe.
Emily pasó delante de mí sin decir una
palabra, se dirigió a la cocina y se sentó en el
banco. Sollozaba y su cara estaba anegada de
lágrimas.
Yo me quedé en la puerta de la cocina. Mi
madre nos miraba alternativamente. Por un
momento sólo se oyeron los gemidos de Anita.
—¿Emily? —dijo mi madre, con cautela.
Mi amiga levantó la cabeza y me miró a mí,
luego a mi madre.
—Alisson… —Sollozó de nuevo—. Alisson…
Fui hasta la mesa de la cocina y me senté.
Mi madre no nos envidiaba en absoluto.
Primero mi mal de amores y ahora el de
Emily, todo a la vez.
—¿Qué pasa con Alisson? —pregunté. Por
un momento me olvidé de Brittany.
—Alisson…, ella ha…, ha venido. —No
podía articular palabra. La congoja le había
formado un nudo en la garganta.
—¿Ha ido a tu casa? —pregunté. ¿Por qué
lo había hecho Alisson y no Brittany?
—Sí. —Emily levantó la cabeza. Mi madre,
sin decir nada, se hizo con un paquete de
pañuelos y se los dio. Emily cogió uno y se
enjugó las lágrimas—. Ha venido a mi casa y
quería…, quería que nosotras otra vez…
—¿Quería volver contigo? —Me acordé de
la conversación en la que Emily había
descartado por completo aquella posibilidad.
—Sí, sí, eso quería. —Un nuevo sollozo le
cortó la respiración—. Pero…, pero… —
Cogió otro pañuelo y se sonó con fuerza.
—¿Pero tú no querías? —Intenté ayudarla.
—¡Claro que no! —exclamó Emily,
espantada—. Ella…, ella piensa que nosotras
podríamos…, luego…, cuando ya esté
casada… Su prometido es un imbécil y no se
daría cuenta de nada. —Volvió a llorar.
Mi madre se rió por lo bajo.
—¡Bueno, las dos sois unos tesoritos! —
dijo—. Vuestra capacidad de juzgar a las
mujeres parece un poco menguada.
—¿Qué? ¿Por qué? —Emily suspiró y me
miró—. ¿Tú también…?
Asentí, turbada.
—Justo antes de que llegaras estábamos
manteniendo una charla madre-hija acerca de
ese tema —contestó mi madre.
—Yo… Ah… lo siento —tartamudeó mi
amiga—. No quería…
—Quizá podríamos montar una tertulia —
repuso mi madre—. Así no tendríamos que
contar las cosas dos veces. —Se levantó—.
Propongo que comamos algo juntas. Con el
estómago vacío el mal de amores se lleva
mucho peor. Y, aunque yo no padezca de mal
de amores —sonrió, satisfecha—, no me
gustaría tener que renunciar a la cena.
Emily se tranquilizó a lo largo de la cena y, a
pesar de que al principio había afirmado que
no podría pasar ni un bocado, al final su plato
estaba vacío. Incluso repitió. A mí me ocurrió
lo mismo. La presencia de mi madre y sus
artes culinarias contribuyeron a apaciguar todo
nuestro nerviosismo interior.
—Nosotras fregamos —le dije a mi madre
cuando acabamos de cenar—. No te
preocupes por eso.
Mi madre me echó una mirada significativa,
como diciendo: Aún tenemos que hablar entre
nosotras. Y no pienses que la cosa está
solucionada.
—Está bien. Me alegro de poder poner un
poco los pies en alto —respondió—. Ha sido
un día muy largo. —Nos miró a las dos y
luego se dirigió al salón.
—Lo siento…, por lo de Brittany —
comentó Emily, mientras ella fregaba y yo
secaba—. No lo sabía.
—Tampoco podías saberlo —respondí. De
repente me sacudió de nuevo la tristeza y mis
ojos se llenaron de lágrimas.
Me sequé las manos y cogí un pañuelo para
limpiarme los ojos.
—A mí ya me ha leído la cartilla —dije—.
Y puede que tenga razón, pero yo… amo a
Brittany. No me puedo imaginar estar sin ella.
—Eso me pasaba a mí con Alisson —repuso
Emily en voz baja—. Y así es como continúa
pasando. Pero… pero… ¿Piensas que debería
hacerlo?
—¿Qué es lo que deberías hacer? —La
miré—. ¿Aceptar su propuesta?
—Sí —dijo Emily—. En todo caso, podría
verla y estar con ella. Aun cuando nadie deba
enterarse. Eso siempre va a ser así.
—Yo no conozco a Alisson —dije,
procurando evitar su mirada.
—¿Tú no lo harías? —Emily me miró,
interrogante.
¿Debía hablarle del contrato? ¿Era algo
parecido o aún mucho peor?
—Yo… yo no sé lo que haría —dije, entre
titubeos—. En realidad, no te lo podría decir.
—Brittany y tú… —comenzó Emily, con
cautela—. ¿Os habéis separado?
—No, en realidad no —respondí, tensa—.
Más bien todo lo contrario. Ahora incluso
estamos ligadas por un contrato.
—Ah…, yo pensaba…, entonces lo he
entendido mal —dijo Emily. Parecía turbada.
Respiré hondo.
—Es algo parecido a lo que os pasa a Alisson
y a ti —expliqué—. Ella me ha hecho una
propuesta que…, que es complicada, dicho de
una forma delicada. Estos últimos días he
estado pensando si debía aceptarla o no. Mi
madre se ha enterado hoy y…, bueno, luego
llegaste tú.
—¿Tu madre está en contra? —preguntó
Emily.
—Absolutamente —respondí—. Pero ella
no… no conoce a Brittany.
—Sí, ése es el problema. —Anita Emily un
suspiro. Se sentó en el banco de la cocina—.
Nadie las conoce como nosotras, tú a Brittany
y yo a Alisson.
—Es… —Me senté a su lado en el banco y
apoyé la cabeza en las manos—. Amo a
Brittany desde el primer momento en el que la
vi. Ella es… única. Ninguna persona había
despertado en mí unos sentimientos como
ésos. Pero… —dije, mientras tragaba saliva—
sentimientos tanto buenos como malos.
—No son sólo sentimientos positivos —dijo
Emily—, eso es cierto. Alisson me ha llevado
tanto al cielo como al infierno. Y a pesar de
eso estoy apegada a ella. Y quiero volver a
verla. Cada vez creo más que no es así como
piensa, que cambiará, que lo reconocerá.
—¡Ja! ¡A quién le vas a decir eso! —añadí
—. Es lo mismo que yo creo.
—Me tranquiliza saber que no soy la única
tonta —dijo Emily, con una mueca forzada.
—Sí. —No tuve más remedio que darle la
razón—. Si utilizara la cabeza para tomar una
decisión, todo estaría muy claro. —Lancé un
suspiro.
—Pero ese tipo de decisiones no se suelen
tomar con la cabeza —dijo Emily—. Aquí tu
inteligencia no te sirve para nada.
—Por desgracia no —contesté—. Ni lo más
mínimo.
—Pero si vosotras…, si no os habéis
separado, la cosa se podría arreglar. Quizá
tengáis que volver a hablarlo.
—Ya lo he intentado —dije y tragué saliva
—, pero su casa estaba cerrada. No me ha
abierto.
—¡Oh! —Emily reflexionó un instante—.
¿Cuándo quedabais vosotras?
—Cada tarde —contesté—. Pero…, en los
últimos días no nos hemos vuelto a ver.
—Desde… ¿desde que te hizo esa
propuesta? —preguntó Emily.
—Sí —asentí.
—Ella tiene una agencia de publicidad —
dijo Emily—. ¿No puedes ir allí?
Yo torcí los labios con escepticismo.
—No le gustaría —repuse—. Prefiere
separar la vida laboral de la privada.
—Puede que no sea un buen arranque —
dijo Emily—, pero ¿tienes otra opción? Creo
que deberías hablar con ella.
Yo moví la cabeza en señal de
asentimiento.
—Quizá tengas razón.
Emily me miró.
—Tenía planeado asaltarte —indicó—.
¿Puedo dormir contigo esta noche?
Yo la miré, perpleja.
—Yo… yo no te lo he explicado todo —
dijo Emily, con expresión culpable—. Alisson le
ha contado un par de cosas a mis padres.
—¿Sobre vosotras? —pregunté.
—Sobre mí —respondió Emily—. Como es
natural, sobre sí misma no ha dicho nada,
porque eso la habría perjudicado. Se puso
furiosa al ver que yo no aceptaba de inmediato
su propuesta y, justo en ese instante, mi
madre llegó a casa, casualmente antes de lo
que es habitual.
—¿Y por eso piensas en aceptar su oferta?
—pregunté.
—¿Has dudado tú en aceptar el contrato de
Brittany? —replicó ella, a su vez.
Aquello me cayó como un mazazo.
—¿Cómo… cómo ha reaccionado tu
madre? —pregunté de nuevo.
—Ha llamado a mi padre y lo ha puesto al
corriente de las noticias frescas —dijo Emily
—. Además, mi madre me ha pedido que
abandone la casa.
—¿Qué? —Mi pregunta fue más bien un
grito—. No me lo puedo creer.
—Sí —aseguró Emily—. Ya te he contado
cómo son mis padres. Ellos no lo aceptan.
—Lo siento. Nunca lo hubiera dicho… Al
fin y al cabo son tus padres. —Yo no daba
crédito a mis oídos.
—Mis padres encargaron a sus hijos en un
catálogo de ventas por correo —dijo Emily con
amargura—. Pero, por desgracia, sólo les
sirvieron el producto adecuado en el caso de
mi hermano. Yo fui un error de entrega y ellos
no lo devolvieron.
—¡Oh, Emily! —La cogí del brazo.
Ella comenzó a temblar y se echó a llorar
otra vez.
—Pensaba que podría soportarlo —
murmuró ella—. Nunca se han preocupado
mucho de mí. Pero…, pero esto…
—Puedes dormir aquí —dije, impresionada
—. Tanto tiempo como quieras.
*********************************************************************
Valla valla se entero la madre de San del contrato y toda la cosa y esta echa una chimenea pobre mi San cuando se entere de que Brittany ( para saber que pasara tienen que leer el próximo capítulo :3 ) prometo acabar rápido la historia para que ya no sufran con el drama, tengan paciencia con el fic que al final tendran su recompensa.
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
esto es peor que un tormento chino para convertirte en ninja!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
CAPÍTULO 23
Mi madre ya se había ido de casa cuando, a la
mañana siguiente, Emily y yo nos sentamos a
desayunar en la mesa de la cocina.
—Tu colchoneta hinchable es muy cómoda.
He dormido en ella como un lirón —aseguró
Emily. Hoy tenía mucho mejor aspecto que
ayer; se había recuperado bien.
—Por desgracia, no tenemos habitación de
invitados —contesté—. La colchoneta es para
casos de emergencia.
—Sea como sea, me ha ido muy bien —
afirmó—. Hoy mismo voy a ver a un agente
inmobiliario y me buscaré un piso. Mis padres
pueden echarme, pero tienen que pagarme
uno.
—¿No quieres hablar con ellos otra vez? —
pregunté.
—Tiene muy poco sentido —respondió
Anita y su voz sonó opaca—. Pero, si tú
quieres, podemos ir juntas a la agencia de
publicidad de Brittany y yo te podría prestar
un poco de apoyo moral.
—Y a la recíproca —dije, con una
sensación de temor en el estómago, al pensar
que volvería a ver a Brittany—, yo también
podría darte mi respaldo moral con tus padres.
Emily me miró, indecisa.
—Me lo pensaré —contestó luego—.
¿Cuándo vamos a ver a Brittany? ¿Hoy? —
Sentí un sobresalto. Aquello iba muy rápido
—. Si tardas más tiempo te quedarás muy
atrasada —insistió—. Ella ha tenido un par de
días para pensárselo. Puede que lo sienta.
Quizá no lo soporta por más tiempo.
Yo dudaba, pero…
—Está bien —dije—. Hoy.
Llegamos ante aquel edificio que me
recordaba tiempos mejores. Emily lo miró.
—¿Entro contigo? —preguntó.
Yo podía imaginarme la reacción de
Brittany cuando me tropezara con ella, pero si
íbamos dos…
—Mejor voy sola. —Lancé un suspiro.
—¿Dejo el motor en marcha para que
podamos huir a toda pastilla? —preguntó
Emily, en un tono burlón. Luego se puso seria
—. Lo siento —se disculpó.
—Tienes razón. —Fruncí el entrecejo—.
Brittany es a veces un poco…, pero, a pesar
de todo, espérame. No dejes el motor en
marcha. —Hice una mueca y me bajé del
coche.
Me resultó penoso entrar en el edificio.
Nada había cambiado. Las paredes, la
entrada, incluso los carteles de colores que se
podían ver desde fuera, a través de las
ventanas. Todo estaba igual. Pero habían
ocurrido muchas cosas.
Me di ánimos y empujé la puerta de
entrada. Aquello era un hervidero de gente
que iba y venía, igual que antes, pero todos
los que deambulaban por allí me resultaban
desconocidos. ¿Habría cambiado Brittany a
todo el personal? La gente llevaba cosas y las
distribuía en cajas y cajones.
Busqué por allí. ¿Estaría Tina en algún
sitio? En aquellos momentos, hubiera
preferido no encontrármela, porque estaba
segura de que me haría preguntas a las que no
podría contestar.
La puerta del despacho de Brittany estaba
abierta, como siempre. La miré desde lejos y
luego me acerqué entre titubeos. Finalmente
acabé por dar el último paso y miré dentro de
la habitación.
No vi a Brittany, pero…
—¿Puedo ayudarle en algo? —La abogada
de pelo negro de Brittany me miró de forma
inquisitiva. Estaba de pie, detrás del escritorio
de Brittany, que aparecía extrañamente vacío.
No tenía las habituales montañas de papeles.
—Eh… —carraspeé—. ¿No está Brittany?
—No. —Se me acercó desde detrás de la
mesa—. Yo me he hecho cargo de la
liquidación.
—La… ¿Es usted quien dirige ahora la
agencia? —pregunté con perplejidad.
—La agencia ya no existe —dijo la abogada
—. Ha sido vendida. Yo sólo me encargo de
que todo se entregue en la debida forma a su
nuevo dueño.
—Pero… —Me quedé allí como si hubiera
sido alcanzada por un rayo. Luego me
recuperé—. Lo intentaré en casa de Brittany.
—No la va a encontrar allí —repuso la
abogada—. Está de viaje. —Me miró
fijamente—. ¿No nos conocemos? —
preguntó.
—Nosotras… —Tragué saliva—. Sí, nos
vimos un momento en casa de Brittany —dije,
haciendo un esfuerzo.
—Sí, es cierto, y además no hace mucho de
eso —respondió la morena con una sonrisa—.
Lamento no haberla reconocido a la primera.
—Oh, fue tan sólo… —Me sentí
sobrecogida. Volví a verla sentada en el sofá
de Brittany y volvieron a mí los mismos
pensamientos que tuve en aquel momento.
—Fue un encuentro muy corto —dijo ella y
su sonrisa se alteró. Ahora se parecía mucho
más a la que yo había visto aquella noche.
—¿Cuándo… cuándo regresa Brittany? —
pregunté.
Alzó los hombros.
—Ni idea. Puesto que aquí ya no tiene
obligaciones, es lógico que pueda demorarse
más tiempo. No me ha dicho nada.
—Pero…, pero… —La miré. Todo estaba
muy ordenado. Había desaparecido casi por
completo la atmósfera de caos y creatividad
que siempre rodeaba a Brittany.
—¿Por qué ha vendido la agencia? ¿Se ha
hecho con otra?
—No se lo puedo decir. No soy más que su
abogada. —Se rió—. Siempre ha sido inútil
preguntarle a Brittany el motivo de sus
decisiones. —Me miró con la cabeza algo
inclinada—. Usted es Santana, ¿verdad?
Yo la miré, sorprendida.
—Me ha hablado mucho de usted —dijo su
boca roja de carmín—. Larissa Fresenius. —
Me estrechó la mano.
Yo la miré, aún boquiabierta, y enseguida le
solté la mano.
—Usted… usted me ha mandado una carta
—dije, con voz apagada.
—Ha sido mi despacho —afirmó—. Yo no
envío cartas personales.
¡Oh, Dios mío! Aquello resultaba muy
embarazoso. Significaba que ella sabía lo que
ponía en el contrato, sabía que Brittany y
yo… Brittany había hablado con ella sobre el
tema. Quizá la señora Fresenius le había dado
algunos consejos a la hora de redactar el
contrato. Lo mejor hubiera sido irme de allí a
la carrera, pero no pude moverme. Estaba
como petrificada.
—¿Puedo darle un consejo? —dijo la
señora Fresenius—. Coja el dinero y olvídese
de Brittany.
Más que echarme a correr, hubiera deseado
que me tragara la tierra por un agujero que
llegara hasta Nueva Zelanda.
—Usted…, usted… Brittany… Pero… ella
no puede desaparecer —tartamudeé.
—Oh, sí, claro que puede. —Larissa
Fresenius se rió—. Usted es muy joven y hace
poco que la conoce. Pero, créame, ella puede
hacer todo lo que quiera. Nadie puede influir
en eso.
—Usted… —Me costó tragar saliva—. ¿Se
conocen desde hace mucho tiempo?
—Hace mucho —contestó—. Desde que
íbamos al colegio.
—¿En el internado? —pregunté yo.
—Ah, ¿le ha hablado del internado? —
Larissa arqueó las cejas—. Me sorprende. Por
regla general no le cuenta a sus…, bueno, ella
nunca cuenta nada. —Me miró con curiosidad
—. ¿Le ha comentado algo sobre mí?
Me quedé perpleja. ¿Qué quería decir con
eso?
—No —dije, con un gesto de cabeza.
—Está bien. —Echó un vistazo a la mesa
de despacho—. Tengo que seguir, porque aún
quedan muchas cosas pendientes. —Me miró
otra vez—. ¿O tiene más preguntas?
«Muchas. Miles, millones.» Respiré hondo.
—No sé por dónde empezar —respondí.
Ella me miró pensativa.
—Me lo puedo imaginar —dijo después.
—Usted sabe dónde está, ¿verdad? —
pregunté—. Pero no me lo quiere decir. ¿Se lo
ha prohibido Brittany?
—No. —Larissa sacudió la cabeza—. Le
aseguro que no sé dónde está. No le puedo
decir más de lo que ya le he comentado. Lo
siento.
—Tengo que hablar sin falta con ella —
dije, desesperada—. Por favor…, ayúdeme.
Larissa Fresenius me observó durante un
minuto.
—Eres tan joven —dijo en voz baja—.
Todavía tienes toda la vida por delante.
Brittany es… Olvídala. Es la mejor ayuda que
te puedo ofrecer. —Luego se volvió y regresó
al escritorio.
De repente, tuve una sospecha.
—¿Está usted ahora con ella? —pregunté,
con un estremecimiento—. ¿Es eso? ¿Brittany
le ha encargado el contrato para deshacerse de
mí y quedarse libre para usted? ¿Es tan
cobarde que no me lo puede decir a la cara?
—¡Ay, niña! —Larissa se sentó tras el
escritorio y se echó a reír—. Eres muy
ingenua.
—¿Es cierto entonces? —pregunté. Sentí
frío—. La vi sentada junto a ella en el sofá.
Percibí que allí había algo. ¿Lo va a negar?
Larissa Fresenius sonrió y agitó la cabeza.
—No, no lo voy a hacer. Brittany y yo
somos, ¿cómo se dice?…, viejas amigas.
—¿Qué tipo de amigas? —inquirí, con los
dientes apretados.
—¡Dios mío, sí! —respondió, furiosa—.
Nos hemos acostado alguna que otra vez. Si
es eso lo que te interesa.
¿Alguna que otra vez? ¿Alguna que otra
vez?
—¿Cuándo? —pregunté, con un
estremecimiento.
—¿Que cuándo? —Enarcó las cejas—.
¿Tengo que hacerte un listado? —dijo, con
expresión divertida.
Me tambaleé y mi mirada se nubló.
—¡Por el amor de Dios! —Oí aquella
exclamación como si hubiera tenido unos
algodones en mis oídos. En aquel momento
Larissa estaba a mi lado, sujetándome—.
Siéntate —sugirió—. Estás blanca como el
papel.
Obedecí y me recuperé en el sillón que
estaba detrás del escritorio. Una nueva
experiencia para mí. Nadie se habría atrevido
a sentarse en la silla de Brittany.
—No te lo tomes así —dijo la abogada—.
Brittany no era un alma cándida cuando tú la
conociste.
—No, yo… —Mi visión se aclaró poco a
poco—. Ni lo pensaba —dije, con voz casi
inaudible.
—Bien, ya lo ves. —Larissa se apoyó en el
borde de la mesa y me miró—. ¿De verdad
resulta tan difícil para ti?
—Yo… ¿Dónde está? —murmuré.
—¡Por Dios, no lo sé! —Larissa juntó las
manos—. ¡Créeme de una vez! Brittany y yo
no somos una pareja que nos lo contemos
todo. Aun cuando pudiera parecerlo.
—Pero…, ¿son… pareja? —me expresé
con dificultad.
—¡No, cielos! —Sacudió la cabeza
nerviosamente y su pelo se alborotó—.
¿Cuántas veces voy a tener que decírtelo? En
el internado fuimos algo parecido a eso, pero
hace ya mucho tiempo. —Me miró, pensativa
—. ¿Cuántos años tienes, pequeña?
—Casi veinte —dije con obstinación.
—¡Oh, casi veinte! —Intentó ocultar una
mueca.
—¿Qué tiene que ver mi edad con esto? —
pregunté, airada—. Se trata de Brittany.
—Sí, se trata de Brittany Sólo se trata de
eso, de Brittany. —Se levantó de la mesa y
dio unos cuantos pasos por la habitación—.
Estás muy colgada de ella, ¿no es cierto? —
preguntó.
—No estoy colgada de ella, yo… yo la amo
—dije, con desánimo—. No puedo vivir sin
ella.
—Pues debes aprender a vivir sin ella —
replicó Larissa Fresenius—. Siempre es así.
—Eso… no…, nunca. —Sentí cómo me
temblaban los labios—. Ella volverá…, y
entonces hablaré con ella y…
—Ella no va a volver tan pronto —aseguró
la abogada.
—Entonces esperaré. Esperaré hasta que
regrese, da igual lo que tarde. En algún
momento tendrá que volver. —Así de
sencillas eran las cosas. No podía desaparecer
para siempre. Era sólo cuestión de tiempo
—Brittany es una mujer adulta —dijo
Larissa—. Puede hacer y dejar de hacer lo
que desee y tú no sabes qué va a decidir. No
puedes predecirlo, ni tú ni nadie. ¿De verdad
quieres sentarte a esperarla?
—¿Usted no la va a esperar? —pregunté
con mordacidad.
Ella sonrió levemente.
—Piensas aún que Brittany y yo
mantenemos una relación amorosa, ¿no es
así? —Me miró como si tuviera que tomar
una decisión—. Puede que no lo entiendas —
dijo después—, pero Brittany y yo… éramos
una sociedad de intereses mutuos. Las únicas
chicas lesbianas del internado, eso era lo que
pensábamos entonces, aunque luego no fuera
así, de modo que tuvimos que asociarnos y
aliarnos. Yo luego atendí los aspectos
jurídicos de su empresa y ella hizo relaciones
públicas para mí y algunos clientes. Siempre
nos hemos complementado muy bien, pero el
amor… Eso no tuvo nada que ver con el
amor. Nos gustábamos y sabíamos que no nos
podíamos separar, y de vez en cuando…
Bueno, sí, de vez en cuando también
practicábamos sexo. Pero no había nada más.
—¿Cuándo… cuándo fue la última vez…?
—pregunté, atormentada.
Ella echó la cabeza hacia atrás y se rió.
—¡Por el amor de Dios! ¡Qué lindo debe de
ser el amor! —exclamó—. ¡No te ha
engañado! —continuó—. O al menos no
conmigo. Ha pasado mucho tiempo desde que
Brittany y yo… mucho antes de que te
conociera.
¿Podía creérmelo?
Me miró con una expresión de duda.
—¿Por qué iba a mentirte? —preguntó—.
¿Qué sacaría yo de eso? Brittany y yo nunca
hemos mantenido una relación estable.
Siempre hemos sido libres de irnos con otras
personas, si queríamos, pero eso no significa
que no nos abalanzáramos la una sobre la otra
en cuanto nos veíamos. Es una historieta
infantil. —Mostró su satisfacción—. ¿Lo
hicisteis vosotras?
Me puse colorada y ella se volvió a reír.
—¡Qué bien para vosotras! —exclamó—.
Pero una no puede quedarse pegada a la otra
para siempre. Brittany y yo, en los últimos
años, sólo manteníamos relaciones laborales,
no personales.
—¿Ella… avisará cuando vuelva? —
pregunté.
—Ella… —Larissa se interrumpió—. Será
la propia Brittany la que decida por sí misma a
quien va a avisar. Eso no lo puedo decidir yo.
—Me miró durante un instante—. Piensa que
tú tienes toda una vida por delante —dijo—.
No la malgastes esperando algo… o a alguien.
No merece la pena.
—¿Brittany tiene… —tragué saliva— …a
otra? Si no es usted…
—No lo soy —negó rotundamente—. Pero
no sé nada más. No creo que… ¡Dios mío, no
le des tantas vueltas! Existen otras muchas
mujeres en el mundo, además de Brittany.
—Para mí no —dije, mientras me levantaba
—. Muchas gracias por la información.
—Lo he hecho con mucho gusto —
respondió—. Siento no haberte podido servir
de más ayuda.
—Un poco sí que ha ayudado —contesté
—. Ya sé algo más sobre Brittany.
—No te va a servir de mucho, ahora que
Brittany está lejos. —Sacudió la cabeza—. No
pienses más en ella. Intenta olvidarla. Es lo
único que te puedo aconsejar.
Al parecer, nunca se había enamorado. De
lo contrario hubiera sabido que aquel consejo
no servía de nada. Asentí y me marché.
—Bueno, ¿qué ocurre? —Emily me recibió
delante de la puerta. Por lo visto, no había
aguantado mucho tiempo metida en el coche
—. ¿Qué ha dicho?
—No está aquí —dije, en un tono sombrío.
—¿Que no está aquí? —Emily me miró—.
Te has quedado ahí dentro durante una
eternidad. ¿Has estado mirando las
musarañas?
—Estaba su abogada —respondí—, y he
hablado con ella.
—¿Estaba su abogada? —Arrugó el
entrecejo.
—Dice que Brittany… ha salido de viaje —
repuse, con mucha dificultad—. Ha vendido la
agencia.
—¿Que ha hecho qué…? —No se lo podía
creer.
—Sí, ella… —Me pasé la mano por el pelo
—. Vámonos. No tiene ningún sentido
quedarse aquí.
—Pero…, pero… —Emily seguía sin poder
creerlo—. ¿Lo tenía previsto? ¿Te dijo en
algún momento que quisiera vender la
agencia?
—No —dije yo—. Nunca me habló de eso.
Pero no significa nada, porque ella nunca me
ha hablado de sus cosas.
Me subí al asiento del copiloto y Emily se
sentó al volante.
—¿Qué quieres hacer? —preguntó—. ¿Ha
dejado alguna dirección? ¿Puedes localizarla
en algún sitio?
—No —respondí—. No ha dejado ninguna
dirección. Su abogada tampoco sabe dónde
está. Seguro que no lo sabe nadie.
—A lo mejor es que le hacía falta una
escapadita —dijo Emily, mientras arrancaba el
coche—. Luego volverá y entonces podréis
hablar.
—Sí, eso espero —contesté y luego me
quedé en silencio.
—Tengo que buscarme un sitio donde vivir
—dijo Emily—. Si fuera posible, esta noche no
me gustaría volver a ser una carga para tu
colchoneta y para ti.
—Te puedes quedar todo el tiempo que
quieras —afirmé, con aire un tanto ausente.
—Tu oferta es muy amable, pero prefiero
tener mi propia casa —dijo Emily—. Incluso
he pensado en irme a Eifel. La casa de allí
está siempre vacía. Claro que luego es un
poco rollo lo de tener que volver a la ciudad,
porque el trayecto es un poco largo. ¿No te
parece?
—Oh…, yo…, sí…, pero hazlo —dije yo.
—No me has escuchado —repuso Emily—.
Tienes la mente puesta en Brittany.
Mis propios pensamientos me
sobresaltaron.
—Sí…, yo… lo siento.
—Es comprensible —replicó Emily—.
Mientras tú estabas ahí dentro, yo no he
parado de pensar en Alisson.
—Al menos tú sabes dónde está. —Suspiré.
—Si crees que eso es una ventaja… —
replicó Emily—. Preferiría ir a su casa y…
echar a su prometido de la cama. Para que se
enterara de cómo están las cosas.
—Hazlo. —Me vi forzada a sonreír—. A lo
mejor le sienta bien. Y a vosotras también.
—¿Lo piensas de verdad? —Me miró,
impresionada.
—Tú sabrás. —Encogí los hombros—. No
conozco a ninguno de los dos.
—¿Piensas… —Emily titubeó al
preguntarme—, piensas que Brittany se habrá
marchado sola?
Sentí que mi cuerpo se tensaba. Aun
cuando estaba descartado que su acompañante
pudiera ser Larissa Fresenius, existían otras
muchas posibilidades. Brittany era una mujer
atractiva y, si le gustaba una mujer, era capaz
de demostrarlo. Si la otra no tenía
inconveniente…
—No lo sé —dije con dificultad.
—¿Crees que sería capaz? ¿Sólo porque tú
no has dado señales de vida en un par de
días? —preguntó Emily.
—¡Pues con razón…! —contesté.
—Quizás esperaba un acercamiento por tu
parte —sugirió.
—¿Es eso lo que Alisson espera de ti? —
pregunté, para desviar el tema.
—Alisson irrumpe en mi vida siempre que le
da la gana —dijo Anita con amargura—. Yo
no tengo nada que hacer.
—Lo siento —repliqué—. No quería…
—No pasa nada. Como tú misma has
dicho, por lo menos yo sé dónde está. Y ahí
es donde ahora me dirijo. —Metió una
marcha, la caja de cambios crujió y salimos a
toda velocidad.
Me sentí un poco sorprendida por aquella
decisión tan rápida, pero, como en ese
momento yo no podía hacer nada con
respecto a Brittany, quizá fuera mucho mejor
concentrarme en otro tema.
—¿Qué quieres hacer? —pregunté.
—Aún no lo sé. —Al tomar una curva, se
oyó un chirrido de neumáticos—. Pero ya se
me ocurrirá algo.
Siempre me había parecido que la forma de
conducir de Anita era más sosegada. Nunca la
había conocido como piloto de Fórmula 1.
—Eso era un radar —le dije, con cautela.
—Me da lo mismo. El coche está
matriculado a nombre de mis padres y les
llegará la multa a ellos. —Emily dio un frenazo
ante un semáforo en rojo; llevaba ya tanto
tiempo en rojo que no se podía ignorar.
—¿Emily? —Volvió la cabeza hacia mí y yo
insistí—. ¿No sería mejor que antes te
tranquilizaras un poco? Creo que no
llegaremos tarde aunque vayamos por la
ciudad a cincuenta kilómetros por hora en
lugar de a doscientos.
—Este viejo cacharro no coge los
doscientos —respondió Emily.
—Y tú qué sabes… —contesté.
—Sí. —Asintió y se fijó en la carretera
como un tigre al acecho de su presa—. Ésta es
la primera vez que tengo la sensación de no
estar cegada por estrellitas de color rosa. No
sé cuánto tiempo voy a aguantar así y por eso
no quiero esperar mucho.
—¿Ochenta? —pregunté yo—. Emily, eso
es mucho más de lo permitido y si reduces
puede que sólo lleguemos dos segundos más
tarde. Pero al menos llegaremos.
—OK —dijo Emily—. No recordaba que
fueras tan gallina.
—Lo que pasa es que me aferro a la vida
—contesté—. A lo mejor resulta un poco
incomprensible, pero es así.
—Puede que tengas razón. —Redujo la
marcha y esta vez el cambio no crujió; luego
seguimos—. Si ahora me estrello contra un
árbol, Alisson nunca sabrá lo que tengo que
decirle. Y eso no lo voy a permitir.
Tardamos un poco en llegar a la entrada de
la señorial urbanización en la que vivía Alisson.
Una casa enorme al lado de otra, que apenas
se veían desde la calle, pues la mayoría
disponía de un extenso jardín enmarcado por
árboles muy añosos. La escena parecía
extraída de una película de Disney. Y yo era
Cenicienta.
Emily detuvo el coche y lo aparcó ante un
portón de hierro forjado.
—El castillo de Alisson —dijo—. Vamos a
ver si está en casa la princesa.
—¿Qué le vas a decir? —pregunté.
—Unas cosillas —respondió—. Ya se me
ocurrirá algo.
—Me quedo aquí si quieres, pero también
te puedo acompañar —me ofrecí.
—No conoces a Alisson. —Emily arrugó la
frente—. Si vienes pensará…
—¿Que tú y yo…? —Me eché a reír.
—Alisson siempre piensa en lo mismo —dijo
Emily—. En su cabeza existen tan sólo dos
ideas: sexo y dinero. Y las dos ideas van
siempre en la misma dirección: tratar de sacar
lo máximo posible del otro.
—¡Por Dios! Sí que estás enfadada con ella
—dije, sorprendida. Hace un tiempo no
hubiera podido imaginarme algo así. Y Emily
tampoco.
—Eso parece. —Emily se apeó del coche—.
Espero no tardar mucho —añadió. Abrió una
pequeña puerta incorporada en el gran portón.
Entró y ascendió por la rampa de acceso.
No mucho más allá pude vislumbrar la
entrada a la casa. Era una gran mansión
blanca, con contraventanas verdes. Parecía
inofensiva en todos sus aspectos, como si
estuviera dormida. Al contrario de lo que
ocurría en las demás construcciones, el jardín
y los árboles parecían estar detrás de la casa,
así que la fachada no quedaba oculta por las
magníficas copas de los árboles. Pude
contemplar muy bien cada uno de los motivos
decorativos. Me pareció divertido y comencé
a contarlos, mientras Emily llegaba a la entrada
de la casa. A pesar de que no pude oírlo,
había llamado a la puerta, decorada en verde y
oro, que se abrió para dejarle paso.
Detrás de mí sonó una bocina. Un
modernísimo Mercedes SLK casi se estampó
contra el parachoques del coche de Emily. El
conductor agitó los brazos con violencia. Lo
miré y alcé los hombros.
El conductor se bajó y se acercó a mí.
—¡Tiene bloqueada la entrada! —me
abroncó.
—Lo siento —contesté—. Espero a alguien.
Seguro que viene enseguida.
—¡Si no va a entrar, lárguese! —siguió con
la bronca—. ¿Qué busca aquí? ¿Es de la
familia?
—No de esta familia —dije, relajada.
Cuanto más nervioso se ponía él, más me
divertía yo. Era un fulano como para reírse de
él—. No es mi coche y no sé cómo… —
¿Emily había dejado puestas las llaves o se las
había llevado? No podía acordarme. Eché un
vistazo al contacto. Las llaves estaban ahí.
¿Por qué tenía que pelearme con aquel
pigmeo rencoroso? Me bajé del coche y me
coloqué en el asiento del conductor—. De
todas formas no puedo quitarlo si usted no
retira el suyo —repliqué.
El hombre me miró, subió a su coche y lo
hizo retroceder. Yo dejé a un lado el coche de
Emily y él presionó el mando a distancia que
llevaba en la mano. La gran puerta metálica se
abrió sin hacer ruido. Él aceleró a tope y el
coche se embaló, por lo que tuvo que frenar
de golpe. La gravilla del camino se esparció
por los aires. ¿Cómo podía ser tan
impaciente? La puerta se volvió a cerrar por sí
sola.
Yo salí del coche de Emily y observé que
aquel tipo tan jactancioso, un individuo
relativamente joven y vestido con un traje a la
medida, se bajaba de su Mercedes y se dirigía
con paso enérgico a la entrada. Estaba a punto
de llegar cuando se abrió la puerta, como si
hubiera accionado otro mando a distancia,
pero no era el caso, porque Emily y otra mujer
salieron de la casa.
El tipo se quedó perplejo y las dos mujeres
también. De repente, Emily abrazó a su
acompañante y le plantó un vehemente beso
en la boca. Yo no lo podía ver con claridad,
pero me pareció que el fulano se ponía rojo
como un cangrejo y miraba la escena sin dar
crédito a lo que veían sus ojos.
Emily soltó a la mujer, le dijo algo a él y
luego, con toda tranquilidad, se dirigió a la
salida en la que yo me encontraba. Cuando se
me acercó, pude ver que sonreía con ironía.
—Tuve que apartar tu coche a un lado, de
lo contrario me hubiera arrollado —dije,
mientras señalaba al auto.
—Me lo puedo imaginar. —Emily cerró con
cuidado la puerta, por la que cabía sólo una
persona y que parecía formar un todo con el
portón.
—Es el prometido de Alisson.
—Me lo suponía —contesté.
Emily hizo una mueca de satisfacción.
—Por lo menos ahora ya lo sabe. Ella
tendrá que explicarle lo que ha habido entre
nosotras. Yo ya se lo he insinuado.
—Seguro que ahora va a tener problemas
—dije, con aire compasivo.
—Eso espero —respondió—. He intentado
hablar con ella, pero no entiende cuál es mi
problema. —Rió, burlona—. ¡Mi problema!
Ella pensaba que sólo era problema mío.
Ahora todo ha cambiado. —Echó un último
vistazo a la casa y arrancó con lentitud—.
Ahora es su problema, ya no es el mío. Se
acabó.
—¿Qué le has dicho? —pregunté.
—Nada más que la verdad —dijo Emily con
aire satisfecho—. Que su futura mujer es muy
buena en la cama. —Su sonrisa se amplió—.
Eso no me lo podía negar.
Arqueé las cejas.
—Ahora ya no será tan moralista —dijo
Emily—. No tiene motivos para ello. Alisson no
es capaz ni de deletrear la palabra «amor».
—Pero eso es injusto —repuse,
haciéndome la seria—, sólo porque la pobre
chica no sepa leer ni escribir…
Emily me miró, perpleja, durante un instante
y luego las dos estallamos en una carcajada.
—Pensé que hablabas en serio —ironizó.
—Dulce es la venganza —dije, aún
entre risitas—. Hasta ahora no entendía del
todo el significado de esta frase, pero ahora
creo que ya lo he captado.
—Sí —dijo Emily—. Y yo hasta ahora no
pensaba que pudiera hacer algo así, pero
Alisson… Alisson se lo ha buscado.
—Después de todo lo que te ha hecho…
No tienes que pensar más en eso. Es más que
probable que Alisson nunca haya tenido que
cargar con las consecuencias de sus actos.
—Eso es cierto —respondió—. No sabe lo
que son las consecuencias. Siempre ha podido
hacer y deshacer a su antojo. Nadie le ha
impuesto límites. Su vida ha sido como la de
una princesa. —Agitó la cabeza—.
Comparados con los suyos, mis padres son
unos pobres peleles. La familia de Alisson tiene
dinero desde que el mundo es mundo.
—Yo pienso que por aquel entonces no
existía el dinero —repliqué, con cierta
sequedad—, pero entiendo lo que quieres
decir.
—El dinero rige el mundo —dijo Emily—.
Al menos eso es lo que cree Alisson. Y me
temo que, hasta hoy, yo no había pensado
mucho en si es eso cierto. Debería darme
vergüenza.
—Ahora exageras, Emily —contesté.
—No, no lo creo. Voy a irme a Eifel para
reflexionar sobre lo que quiero hacer de
verdad. La soledad de allí me sentará bien.
Yo…, yo no he hecho planes para después de
la selectividad. Pensaba que Alisson y yo nos
iríamos y… —se interrumpió—. Estoy muy
satisfecha de que ya haya pasado.
Vi que se estremecía a su pesar y, para
consolarla, acaricié su brazo.
—Puedes acudir a mí en todo momento. Lo
sabes.
Ella volvió su rostro hacia mí.
—Eres tan amable —contestó—. Quizá
deberíamos marcharnos las dos —dijo, con
una mueca.
—Yo… yo creo… —¿Cómo podía pensar
eso?
—No, no. —Emily se echó a reír—. No
tengas miedo. No me interesa exponerme a
una nueva aventura. Alisson me ha quitado las
ganas por mucho tiempo. Y, aunque fuera así,
no te agobiaría con esa exigencia —dijo,
satisfecha—. ¿A que ha quedado muy bien y
parece que es una frase que me he aprendido
de memoria? Nuestra profesora de lengua se
mostraría orgullosa de mí, y eso que le he
dado pocas oportunidades para estarlo.
—Sí, seguro —dije yo.
—Lo siento —se excusó Emily—. Hablo
todo el tiempo de Alisson y tú te preguntas
dónde estará Brittany.
—Sí, sí me lo pregunto. —Suspiré—. Pero
estoy convencida de que en un par de
semanas… —dejé de hablar. ¡¡Un par de
semanas!!—. Que volverá pronto —terminé la
frase con dificultad.
—Seguro —dijo Emily—. Lo más probable
es que piense en nuevas ideas para un
negocio. Ya sabes cómo son los empresarios.
Ya hace mucho tiempo que tenía la agencia y
ahora se ha aburrido. Querrá hacer algo
nuevo. No tiene nada de particular. Si alguien
es creativo…
—Creativa sí lo es, eso es cierto —dije,
pensativa. Emily me daba nuevas esperanzas.
Hasta ahora sólo podía verlo todo desde el
lado privado y personal, pero Brittany…
Brittany relegaba a segundo plano lo personal
cuando se trataba de negocios. ¿Habría
ocurrido así esta vez? La explicación de Emily
sonaba muy lógica. ¿Por qué no iba a ser así?
Aquello casi no explicaba todo lo demás…,
pero yo no quería pensar en eso. Brittany era
para mí como un enigma con siete sellos y yo
no podía entender su forma de actuar. Pero
nadie se esfuma de una forma tan sencilla.
Aparecería en algún momento y yo podría
hablar con ella.
*********************************************************************Bueno paso de rapidez a dejarles el capítulo saludos
Mi madre ya se había ido de casa cuando, a la
mañana siguiente, Emily y yo nos sentamos a
desayunar en la mesa de la cocina.
—Tu colchoneta hinchable es muy cómoda.
He dormido en ella como un lirón —aseguró
Emily. Hoy tenía mucho mejor aspecto que
ayer; se había recuperado bien.
—Por desgracia, no tenemos habitación de
invitados —contesté—. La colchoneta es para
casos de emergencia.
—Sea como sea, me ha ido muy bien —
afirmó—. Hoy mismo voy a ver a un agente
inmobiliario y me buscaré un piso. Mis padres
pueden echarme, pero tienen que pagarme
uno.
—¿No quieres hablar con ellos otra vez? —
pregunté.
—Tiene muy poco sentido —respondió
Anita y su voz sonó opaca—. Pero, si tú
quieres, podemos ir juntas a la agencia de
publicidad de Brittany y yo te podría prestar
un poco de apoyo moral.
—Y a la recíproca —dije, con una
sensación de temor en el estómago, al pensar
que volvería a ver a Brittany—, yo también
podría darte mi respaldo moral con tus padres.
Emily me miró, indecisa.
—Me lo pensaré —contestó luego—.
¿Cuándo vamos a ver a Brittany? ¿Hoy? —
Sentí un sobresalto. Aquello iba muy rápido
—. Si tardas más tiempo te quedarás muy
atrasada —insistió—. Ella ha tenido un par de
días para pensárselo. Puede que lo sienta.
Quizá no lo soporta por más tiempo.
Yo dudaba, pero…
—Está bien —dije—. Hoy.
Llegamos ante aquel edificio que me
recordaba tiempos mejores. Emily lo miró.
—¿Entro contigo? —preguntó.
Yo podía imaginarme la reacción de
Brittany cuando me tropezara con ella, pero si
íbamos dos…
—Mejor voy sola. —Lancé un suspiro.
—¿Dejo el motor en marcha para que
podamos huir a toda pastilla? —preguntó
Emily, en un tono burlón. Luego se puso seria
—. Lo siento —se disculpó.
—Tienes razón. —Fruncí el entrecejo—.
Brittany es a veces un poco…, pero, a pesar
de todo, espérame. No dejes el motor en
marcha. —Hice una mueca y me bajé del
coche.
Me resultó penoso entrar en el edificio.
Nada había cambiado. Las paredes, la
entrada, incluso los carteles de colores que se
podían ver desde fuera, a través de las
ventanas. Todo estaba igual. Pero habían
ocurrido muchas cosas.
Me di ánimos y empujé la puerta de
entrada. Aquello era un hervidero de gente
que iba y venía, igual que antes, pero todos
los que deambulaban por allí me resultaban
desconocidos. ¿Habría cambiado Brittany a
todo el personal? La gente llevaba cosas y las
distribuía en cajas y cajones.
Busqué por allí. ¿Estaría Tina en algún
sitio? En aquellos momentos, hubiera
preferido no encontrármela, porque estaba
segura de que me haría preguntas a las que no
podría contestar.
La puerta del despacho de Brittany estaba
abierta, como siempre. La miré desde lejos y
luego me acerqué entre titubeos. Finalmente
acabé por dar el último paso y miré dentro de
la habitación.
No vi a Brittany, pero…
—¿Puedo ayudarle en algo? —La abogada
de pelo negro de Brittany me miró de forma
inquisitiva. Estaba de pie, detrás del escritorio
de Brittany, que aparecía extrañamente vacío.
No tenía las habituales montañas de papeles.
—Eh… —carraspeé—. ¿No está Brittany?
—No. —Se me acercó desde detrás de la
mesa—. Yo me he hecho cargo de la
liquidación.
—La… ¿Es usted quien dirige ahora la
agencia? —pregunté con perplejidad.
—La agencia ya no existe —dijo la abogada
—. Ha sido vendida. Yo sólo me encargo de
que todo se entregue en la debida forma a su
nuevo dueño.
—Pero… —Me quedé allí como si hubiera
sido alcanzada por un rayo. Luego me
recuperé—. Lo intentaré en casa de Brittany.
—No la va a encontrar allí —repuso la
abogada—. Está de viaje. —Me miró
fijamente—. ¿No nos conocemos? —
preguntó.
—Nosotras… —Tragué saliva—. Sí, nos
vimos un momento en casa de Brittany —dije,
haciendo un esfuerzo.
—Sí, es cierto, y además no hace mucho de
eso —respondió la morena con una sonrisa—.
Lamento no haberla reconocido a la primera.
—Oh, fue tan sólo… —Me sentí
sobrecogida. Volví a verla sentada en el sofá
de Brittany y volvieron a mí los mismos
pensamientos que tuve en aquel momento.
—Fue un encuentro muy corto —dijo ella y
su sonrisa se alteró. Ahora se parecía mucho
más a la que yo había visto aquella noche.
—¿Cuándo… cuándo regresa Brittany? —
pregunté.
Alzó los hombros.
—Ni idea. Puesto que aquí ya no tiene
obligaciones, es lógico que pueda demorarse
más tiempo. No me ha dicho nada.
—Pero…, pero… —La miré. Todo estaba
muy ordenado. Había desaparecido casi por
completo la atmósfera de caos y creatividad
que siempre rodeaba a Brittany.
—¿Por qué ha vendido la agencia? ¿Se ha
hecho con otra?
—No se lo puedo decir. No soy más que su
abogada. —Se rió—. Siempre ha sido inútil
preguntarle a Brittany el motivo de sus
decisiones. —Me miró con la cabeza algo
inclinada—. Usted es Santana, ¿verdad?
Yo la miré, sorprendida.
—Me ha hablado mucho de usted —dijo su
boca roja de carmín—. Larissa Fresenius. —
Me estrechó la mano.
Yo la miré, aún boquiabierta, y enseguida le
solté la mano.
—Usted… usted me ha mandado una carta
—dije, con voz apagada.
—Ha sido mi despacho —afirmó—. Yo no
envío cartas personales.
¡Oh, Dios mío! Aquello resultaba muy
embarazoso. Significaba que ella sabía lo que
ponía en el contrato, sabía que Brittany y
yo… Brittany había hablado con ella sobre el
tema. Quizá la señora Fresenius le había dado
algunos consejos a la hora de redactar el
contrato. Lo mejor hubiera sido irme de allí a
la carrera, pero no pude moverme. Estaba
como petrificada.
—¿Puedo darle un consejo? —dijo la
señora Fresenius—. Coja el dinero y olvídese
de Brittany.
Más que echarme a correr, hubiera deseado
que me tragara la tierra por un agujero que
llegara hasta Nueva Zelanda.
—Usted…, usted… Brittany… Pero… ella
no puede desaparecer —tartamudeé.
—Oh, sí, claro que puede. —Larissa
Fresenius se rió—. Usted es muy joven y hace
poco que la conoce. Pero, créame, ella puede
hacer todo lo que quiera. Nadie puede influir
en eso.
—Usted… —Me costó tragar saliva—. ¿Se
conocen desde hace mucho tiempo?
—Hace mucho —contestó—. Desde que
íbamos al colegio.
—¿En el internado? —pregunté yo.
—Ah, ¿le ha hablado del internado? —
Larissa arqueó las cejas—. Me sorprende. Por
regla general no le cuenta a sus…, bueno, ella
nunca cuenta nada. —Me miró con curiosidad
—. ¿Le ha comentado algo sobre mí?
Me quedé perpleja. ¿Qué quería decir con
eso?
—No —dije, con un gesto de cabeza.
—Está bien. —Echó un vistazo a la mesa
de despacho—. Tengo que seguir, porque aún
quedan muchas cosas pendientes. —Me miró
otra vez—. ¿O tiene más preguntas?
«Muchas. Miles, millones.» Respiré hondo.
—No sé por dónde empezar —respondí.
Ella me miró pensativa.
—Me lo puedo imaginar —dijo después.
—Usted sabe dónde está, ¿verdad? —
pregunté—. Pero no me lo quiere decir. ¿Se lo
ha prohibido Brittany?
—No. —Larissa sacudió la cabeza—. Le
aseguro que no sé dónde está. No le puedo
decir más de lo que ya le he comentado. Lo
siento.
—Tengo que hablar sin falta con ella —
dije, desesperada—. Por favor…, ayúdeme.
Larissa Fresenius me observó durante un
minuto.
—Eres tan joven —dijo en voz baja—.
Todavía tienes toda la vida por delante.
Brittany es… Olvídala. Es la mejor ayuda que
te puedo ofrecer. —Luego se volvió y regresó
al escritorio.
De repente, tuve una sospecha.
—¿Está usted ahora con ella? —pregunté,
con un estremecimiento—. ¿Es eso? ¿Brittany
le ha encargado el contrato para deshacerse de
mí y quedarse libre para usted? ¿Es tan
cobarde que no me lo puede decir a la cara?
—¡Ay, niña! —Larissa se sentó tras el
escritorio y se echó a reír—. Eres muy
ingenua.
—¿Es cierto entonces? —pregunté. Sentí
frío—. La vi sentada junto a ella en el sofá.
Percibí que allí había algo. ¿Lo va a negar?
Larissa Fresenius sonrió y agitó la cabeza.
—No, no lo voy a hacer. Brittany y yo
somos, ¿cómo se dice?…, viejas amigas.
—¿Qué tipo de amigas? —inquirí, con los
dientes apretados.
—¡Dios mío, sí! —respondió, furiosa—.
Nos hemos acostado alguna que otra vez. Si
es eso lo que te interesa.
¿Alguna que otra vez? ¿Alguna que otra
vez?
—¿Cuándo? —pregunté, con un
estremecimiento.
—¿Que cuándo? —Enarcó las cejas—.
¿Tengo que hacerte un listado? —dijo, con
expresión divertida.
Me tambaleé y mi mirada se nubló.
—¡Por el amor de Dios! —Oí aquella
exclamación como si hubiera tenido unos
algodones en mis oídos. En aquel momento
Larissa estaba a mi lado, sujetándome—.
Siéntate —sugirió—. Estás blanca como el
papel.
Obedecí y me recuperé en el sillón que
estaba detrás del escritorio. Una nueva
experiencia para mí. Nadie se habría atrevido
a sentarse en la silla de Brittany.
—No te lo tomes así —dijo la abogada—.
Brittany no era un alma cándida cuando tú la
conociste.
—No, yo… —Mi visión se aclaró poco a
poco—. Ni lo pensaba —dije, con voz casi
inaudible.
—Bien, ya lo ves. —Larissa se apoyó en el
borde de la mesa y me miró—. ¿De verdad
resulta tan difícil para ti?
—Yo… ¿Dónde está? —murmuré.
—¡Por Dios, no lo sé! —Larissa juntó las
manos—. ¡Créeme de una vez! Brittany y yo
no somos una pareja que nos lo contemos
todo. Aun cuando pudiera parecerlo.
—Pero…, ¿son… pareja? —me expresé
con dificultad.
—¡No, cielos! —Sacudió la cabeza
nerviosamente y su pelo se alborotó—.
¿Cuántas veces voy a tener que decírtelo? En
el internado fuimos algo parecido a eso, pero
hace ya mucho tiempo. —Me miró, pensativa
—. ¿Cuántos años tienes, pequeña?
—Casi veinte —dije con obstinación.
—¡Oh, casi veinte! —Intentó ocultar una
mueca.
—¿Qué tiene que ver mi edad con esto? —
pregunté, airada—. Se trata de Brittany.
—Sí, se trata de Brittany Sólo se trata de
eso, de Brittany. —Se levantó de la mesa y
dio unos cuantos pasos por la habitación—.
Estás muy colgada de ella, ¿no es cierto? —
preguntó.
—No estoy colgada de ella, yo… yo la amo
—dije, con desánimo—. No puedo vivir sin
ella.
—Pues debes aprender a vivir sin ella —
replicó Larissa Fresenius—. Siempre es así.
—Eso… no…, nunca. —Sentí cómo me
temblaban los labios—. Ella volverá…, y
entonces hablaré con ella y…
—Ella no va a volver tan pronto —aseguró
la abogada.
—Entonces esperaré. Esperaré hasta que
regrese, da igual lo que tarde. En algún
momento tendrá que volver. —Así de
sencillas eran las cosas. No podía desaparecer
para siempre. Era sólo cuestión de tiempo
—Brittany es una mujer adulta —dijo
Larissa—. Puede hacer y dejar de hacer lo
que desee y tú no sabes qué va a decidir. No
puedes predecirlo, ni tú ni nadie. ¿De verdad
quieres sentarte a esperarla?
—¿Usted no la va a esperar? —pregunté
con mordacidad.
Ella sonrió levemente.
—Piensas aún que Brittany y yo
mantenemos una relación amorosa, ¿no es
así? —Me miró como si tuviera que tomar
una decisión—. Puede que no lo entiendas —
dijo después—, pero Brittany y yo… éramos
una sociedad de intereses mutuos. Las únicas
chicas lesbianas del internado, eso era lo que
pensábamos entonces, aunque luego no fuera
así, de modo que tuvimos que asociarnos y
aliarnos. Yo luego atendí los aspectos
jurídicos de su empresa y ella hizo relaciones
públicas para mí y algunos clientes. Siempre
nos hemos complementado muy bien, pero el
amor… Eso no tuvo nada que ver con el
amor. Nos gustábamos y sabíamos que no nos
podíamos separar, y de vez en cuando…
Bueno, sí, de vez en cuando también
practicábamos sexo. Pero no había nada más.
—¿Cuándo… cuándo fue la última vez…?
—pregunté, atormentada.
Ella echó la cabeza hacia atrás y se rió.
—¡Por el amor de Dios! ¡Qué lindo debe de
ser el amor! —exclamó—. ¡No te ha
engañado! —continuó—. O al menos no
conmigo. Ha pasado mucho tiempo desde que
Brittany y yo… mucho antes de que te
conociera.
¿Podía creérmelo?
Me miró con una expresión de duda.
—¿Por qué iba a mentirte? —preguntó—.
¿Qué sacaría yo de eso? Brittany y yo nunca
hemos mantenido una relación estable.
Siempre hemos sido libres de irnos con otras
personas, si queríamos, pero eso no significa
que no nos abalanzáramos la una sobre la otra
en cuanto nos veíamos. Es una historieta
infantil. —Mostró su satisfacción—. ¿Lo
hicisteis vosotras?
Me puse colorada y ella se volvió a reír.
—¡Qué bien para vosotras! —exclamó—.
Pero una no puede quedarse pegada a la otra
para siempre. Brittany y yo, en los últimos
años, sólo manteníamos relaciones laborales,
no personales.
—¿Ella… avisará cuando vuelva? —
pregunté.
—Ella… —Larissa se interrumpió—. Será
la propia Brittany la que decida por sí misma a
quien va a avisar. Eso no lo puedo decidir yo.
—Me miró durante un instante—. Piensa que
tú tienes toda una vida por delante —dijo—.
No la malgastes esperando algo… o a alguien.
No merece la pena.
—¿Brittany tiene… —tragué saliva— …a
otra? Si no es usted…
—No lo soy —negó rotundamente—. Pero
no sé nada más. No creo que… ¡Dios mío, no
le des tantas vueltas! Existen otras muchas
mujeres en el mundo, además de Brittany.
—Para mí no —dije, mientras me levantaba
—. Muchas gracias por la información.
—Lo he hecho con mucho gusto —
respondió—. Siento no haberte podido servir
de más ayuda.
—Un poco sí que ha ayudado —contesté
—. Ya sé algo más sobre Brittany.
—No te va a servir de mucho, ahora que
Brittany está lejos. —Sacudió la cabeza—. No
pienses más en ella. Intenta olvidarla. Es lo
único que te puedo aconsejar.
Al parecer, nunca se había enamorado. De
lo contrario hubiera sabido que aquel consejo
no servía de nada. Asentí y me marché.
—Bueno, ¿qué ocurre? —Emily me recibió
delante de la puerta. Por lo visto, no había
aguantado mucho tiempo metida en el coche
—. ¿Qué ha dicho?
—No está aquí —dije, en un tono sombrío.
—¿Que no está aquí? —Emily me miró—.
Te has quedado ahí dentro durante una
eternidad. ¿Has estado mirando las
musarañas?
—Estaba su abogada —respondí—, y he
hablado con ella.
—¿Estaba su abogada? —Arrugó el
entrecejo.
—Dice que Brittany… ha salido de viaje —
repuse, con mucha dificultad—. Ha vendido la
agencia.
—¿Que ha hecho qué…? —No se lo podía
creer.
—Sí, ella… —Me pasé la mano por el pelo
—. Vámonos. No tiene ningún sentido
quedarse aquí.
—Pero…, pero… —Emily seguía sin poder
creerlo—. ¿Lo tenía previsto? ¿Te dijo en
algún momento que quisiera vender la
agencia?
—No —dije yo—. Nunca me habló de eso.
Pero no significa nada, porque ella nunca me
ha hablado de sus cosas.
Me subí al asiento del copiloto y Emily se
sentó al volante.
—¿Qué quieres hacer? —preguntó—. ¿Ha
dejado alguna dirección? ¿Puedes localizarla
en algún sitio?
—No —respondí—. No ha dejado ninguna
dirección. Su abogada tampoco sabe dónde
está. Seguro que no lo sabe nadie.
—A lo mejor es que le hacía falta una
escapadita —dijo Emily, mientras arrancaba el
coche—. Luego volverá y entonces podréis
hablar.
—Sí, eso espero —contesté y luego me
quedé en silencio.
—Tengo que buscarme un sitio donde vivir
—dijo Emily—. Si fuera posible, esta noche no
me gustaría volver a ser una carga para tu
colchoneta y para ti.
—Te puedes quedar todo el tiempo que
quieras —afirmé, con aire un tanto ausente.
—Tu oferta es muy amable, pero prefiero
tener mi propia casa —dijo Emily—. Incluso
he pensado en irme a Eifel. La casa de allí
está siempre vacía. Claro que luego es un
poco rollo lo de tener que volver a la ciudad,
porque el trayecto es un poco largo. ¿No te
parece?
—Oh…, yo…, sí…, pero hazlo —dije yo.
—No me has escuchado —repuso Emily—.
Tienes la mente puesta en Brittany.
Mis propios pensamientos me
sobresaltaron.
—Sí…, yo… lo siento.
—Es comprensible —replicó Emily—.
Mientras tú estabas ahí dentro, yo no he
parado de pensar en Alisson.
—Al menos tú sabes dónde está. —Suspiré.
—Si crees que eso es una ventaja… —
replicó Emily—. Preferiría ir a su casa y…
echar a su prometido de la cama. Para que se
enterara de cómo están las cosas.
—Hazlo. —Me vi forzada a sonreír—. A lo
mejor le sienta bien. Y a vosotras también.
—¿Lo piensas de verdad? —Me miró,
impresionada.
—Tú sabrás. —Encogí los hombros—. No
conozco a ninguno de los dos.
—¿Piensas… —Emily titubeó al
preguntarme—, piensas que Brittany se habrá
marchado sola?
Sentí que mi cuerpo se tensaba. Aun
cuando estaba descartado que su acompañante
pudiera ser Larissa Fresenius, existían otras
muchas posibilidades. Brittany era una mujer
atractiva y, si le gustaba una mujer, era capaz
de demostrarlo. Si la otra no tenía
inconveniente…
—No lo sé —dije con dificultad.
—¿Crees que sería capaz? ¿Sólo porque tú
no has dado señales de vida en un par de
días? —preguntó Emily.
—¡Pues con razón…! —contesté.
—Quizás esperaba un acercamiento por tu
parte —sugirió.
—¿Es eso lo que Alisson espera de ti? —
pregunté, para desviar el tema.
—Alisson irrumpe en mi vida siempre que le
da la gana —dijo Anita con amargura—. Yo
no tengo nada que hacer.
—Lo siento —repliqué—. No quería…
—No pasa nada. Como tú misma has
dicho, por lo menos yo sé dónde está. Y ahí
es donde ahora me dirijo. —Metió una
marcha, la caja de cambios crujió y salimos a
toda velocidad.
Me sentí un poco sorprendida por aquella
decisión tan rápida, pero, como en ese
momento yo no podía hacer nada con
respecto a Brittany, quizá fuera mucho mejor
concentrarme en otro tema.
—¿Qué quieres hacer? —pregunté.
—Aún no lo sé. —Al tomar una curva, se
oyó un chirrido de neumáticos—. Pero ya se
me ocurrirá algo.
Siempre me había parecido que la forma de
conducir de Anita era más sosegada. Nunca la
había conocido como piloto de Fórmula 1.
—Eso era un radar —le dije, con cautela.
—Me da lo mismo. El coche está
matriculado a nombre de mis padres y les
llegará la multa a ellos. —Emily dio un frenazo
ante un semáforo en rojo; llevaba ya tanto
tiempo en rojo que no se podía ignorar.
—¿Emily? —Volvió la cabeza hacia mí y yo
insistí—. ¿No sería mejor que antes te
tranquilizaras un poco? Creo que no
llegaremos tarde aunque vayamos por la
ciudad a cincuenta kilómetros por hora en
lugar de a doscientos.
—Este viejo cacharro no coge los
doscientos —respondió Emily.
—Y tú qué sabes… —contesté.
—Sí. —Asintió y se fijó en la carretera
como un tigre al acecho de su presa—. Ésta es
la primera vez que tengo la sensación de no
estar cegada por estrellitas de color rosa. No
sé cuánto tiempo voy a aguantar así y por eso
no quiero esperar mucho.
—¿Ochenta? —pregunté yo—. Emily, eso
es mucho más de lo permitido y si reduces
puede que sólo lleguemos dos segundos más
tarde. Pero al menos llegaremos.
—OK —dijo Emily—. No recordaba que
fueras tan gallina.
—Lo que pasa es que me aferro a la vida
—contesté—. A lo mejor resulta un poco
incomprensible, pero es así.
—Puede que tengas razón. —Redujo la
marcha y esta vez el cambio no crujió; luego
seguimos—. Si ahora me estrello contra un
árbol, Alisson nunca sabrá lo que tengo que
decirle. Y eso no lo voy a permitir.
Tardamos un poco en llegar a la entrada de
la señorial urbanización en la que vivía Alisson.
Una casa enorme al lado de otra, que apenas
se veían desde la calle, pues la mayoría
disponía de un extenso jardín enmarcado por
árboles muy añosos. La escena parecía
extraída de una película de Disney. Y yo era
Cenicienta.
Emily detuvo el coche y lo aparcó ante un
portón de hierro forjado.
—El castillo de Alisson —dijo—. Vamos a
ver si está en casa la princesa.
—¿Qué le vas a decir? —pregunté.
—Unas cosillas —respondió—. Ya se me
ocurrirá algo.
—Me quedo aquí si quieres, pero también
te puedo acompañar —me ofrecí.
—No conoces a Alisson. —Emily arrugó la
frente—. Si vienes pensará…
—¿Que tú y yo…? —Me eché a reír.
—Alisson siempre piensa en lo mismo —dijo
Emily—. En su cabeza existen tan sólo dos
ideas: sexo y dinero. Y las dos ideas van
siempre en la misma dirección: tratar de sacar
lo máximo posible del otro.
—¡Por Dios! Sí que estás enfadada con ella
—dije, sorprendida. Hace un tiempo no
hubiera podido imaginarme algo así. Y Emily
tampoco.
—Eso parece. —Emily se apeó del coche—.
Espero no tardar mucho —añadió. Abrió una
pequeña puerta incorporada en el gran portón.
Entró y ascendió por la rampa de acceso.
No mucho más allá pude vislumbrar la
entrada a la casa. Era una gran mansión
blanca, con contraventanas verdes. Parecía
inofensiva en todos sus aspectos, como si
estuviera dormida. Al contrario de lo que
ocurría en las demás construcciones, el jardín
y los árboles parecían estar detrás de la casa,
así que la fachada no quedaba oculta por las
magníficas copas de los árboles. Pude
contemplar muy bien cada uno de los motivos
decorativos. Me pareció divertido y comencé
a contarlos, mientras Emily llegaba a la entrada
de la casa. A pesar de que no pude oírlo,
había llamado a la puerta, decorada en verde y
oro, que se abrió para dejarle paso.
Detrás de mí sonó una bocina. Un
modernísimo Mercedes SLK casi se estampó
contra el parachoques del coche de Emily. El
conductor agitó los brazos con violencia. Lo
miré y alcé los hombros.
El conductor se bajó y se acercó a mí.
—¡Tiene bloqueada la entrada! —me
abroncó.
—Lo siento —contesté—. Espero a alguien.
Seguro que viene enseguida.
—¡Si no va a entrar, lárguese! —siguió con
la bronca—. ¿Qué busca aquí? ¿Es de la
familia?
—No de esta familia —dije, relajada.
Cuanto más nervioso se ponía él, más me
divertía yo. Era un fulano como para reírse de
él—. No es mi coche y no sé cómo… —
¿Emily había dejado puestas las llaves o se las
había llevado? No podía acordarme. Eché un
vistazo al contacto. Las llaves estaban ahí.
¿Por qué tenía que pelearme con aquel
pigmeo rencoroso? Me bajé del coche y me
coloqué en el asiento del conductor—. De
todas formas no puedo quitarlo si usted no
retira el suyo —repliqué.
El hombre me miró, subió a su coche y lo
hizo retroceder. Yo dejé a un lado el coche de
Emily y él presionó el mando a distancia que
llevaba en la mano. La gran puerta metálica se
abrió sin hacer ruido. Él aceleró a tope y el
coche se embaló, por lo que tuvo que frenar
de golpe. La gravilla del camino se esparció
por los aires. ¿Cómo podía ser tan
impaciente? La puerta se volvió a cerrar por sí
sola.
Yo salí del coche de Emily y observé que
aquel tipo tan jactancioso, un individuo
relativamente joven y vestido con un traje a la
medida, se bajaba de su Mercedes y se dirigía
con paso enérgico a la entrada. Estaba a punto
de llegar cuando se abrió la puerta, como si
hubiera accionado otro mando a distancia,
pero no era el caso, porque Emily y otra mujer
salieron de la casa.
El tipo se quedó perplejo y las dos mujeres
también. De repente, Emily abrazó a su
acompañante y le plantó un vehemente beso
en la boca. Yo no lo podía ver con claridad,
pero me pareció que el fulano se ponía rojo
como un cangrejo y miraba la escena sin dar
crédito a lo que veían sus ojos.
Emily soltó a la mujer, le dijo algo a él y
luego, con toda tranquilidad, se dirigió a la
salida en la que yo me encontraba. Cuando se
me acercó, pude ver que sonreía con ironía.
—Tuve que apartar tu coche a un lado, de
lo contrario me hubiera arrollado —dije,
mientras señalaba al auto.
—Me lo puedo imaginar. —Emily cerró con
cuidado la puerta, por la que cabía sólo una
persona y que parecía formar un todo con el
portón.
—Es el prometido de Alisson.
—Me lo suponía —contesté.
Emily hizo una mueca de satisfacción.
—Por lo menos ahora ya lo sabe. Ella
tendrá que explicarle lo que ha habido entre
nosotras. Yo ya se lo he insinuado.
—Seguro que ahora va a tener problemas
—dije, con aire compasivo.
—Eso espero —respondió—. He intentado
hablar con ella, pero no entiende cuál es mi
problema. —Rió, burlona—. ¡Mi problema!
Ella pensaba que sólo era problema mío.
Ahora todo ha cambiado. —Echó un último
vistazo a la casa y arrancó con lentitud—.
Ahora es su problema, ya no es el mío. Se
acabó.
—¿Qué le has dicho? —pregunté.
—Nada más que la verdad —dijo Emily con
aire satisfecho—. Que su futura mujer es muy
buena en la cama. —Su sonrisa se amplió—.
Eso no me lo podía negar.
Arqueé las cejas.
—Ahora ya no será tan moralista —dijo
Emily—. No tiene motivos para ello. Alisson no
es capaz ni de deletrear la palabra «amor».
—Pero eso es injusto —repuse,
haciéndome la seria—, sólo porque la pobre
chica no sepa leer ni escribir…
Emily me miró, perpleja, durante un instante
y luego las dos estallamos en una carcajada.
—Pensé que hablabas en serio —ironizó.
—Dulce es la venganza —dije, aún
entre risitas—. Hasta ahora no entendía del
todo el significado de esta frase, pero ahora
creo que ya lo he captado.
—Sí —dijo Emily—. Y yo hasta ahora no
pensaba que pudiera hacer algo así, pero
Alisson… Alisson se lo ha buscado.
—Después de todo lo que te ha hecho…
No tienes que pensar más en eso. Es más que
probable que Alisson nunca haya tenido que
cargar con las consecuencias de sus actos.
—Eso es cierto —respondió—. No sabe lo
que son las consecuencias. Siempre ha podido
hacer y deshacer a su antojo. Nadie le ha
impuesto límites. Su vida ha sido como la de
una princesa. —Agitó la cabeza—.
Comparados con los suyos, mis padres son
unos pobres peleles. La familia de Alisson tiene
dinero desde que el mundo es mundo.
—Yo pienso que por aquel entonces no
existía el dinero —repliqué, con cierta
sequedad—, pero entiendo lo que quieres
decir.
—El dinero rige el mundo —dijo Emily—.
Al menos eso es lo que cree Alisson. Y me
temo que, hasta hoy, yo no había pensado
mucho en si es eso cierto. Debería darme
vergüenza.
—Ahora exageras, Emily —contesté.
—No, no lo creo. Voy a irme a Eifel para
reflexionar sobre lo que quiero hacer de
verdad. La soledad de allí me sentará bien.
Yo…, yo no he hecho planes para después de
la selectividad. Pensaba que Alisson y yo nos
iríamos y… —se interrumpió—. Estoy muy
satisfecha de que ya haya pasado.
Vi que se estremecía a su pesar y, para
consolarla, acaricié su brazo.
—Puedes acudir a mí en todo momento. Lo
sabes.
Ella volvió su rostro hacia mí.
—Eres tan amable —contestó—. Quizá
deberíamos marcharnos las dos —dijo, con
una mueca.
—Yo… yo creo… —¿Cómo podía pensar
eso?
—No, no. —Emily se echó a reír—. No
tengas miedo. No me interesa exponerme a
una nueva aventura. Alisson me ha quitado las
ganas por mucho tiempo. Y, aunque fuera así,
no te agobiaría con esa exigencia —dijo,
satisfecha—. ¿A que ha quedado muy bien y
parece que es una frase que me he aprendido
de memoria? Nuestra profesora de lengua se
mostraría orgullosa de mí, y eso que le he
dado pocas oportunidades para estarlo.
—Sí, seguro —dije yo.
—Lo siento —se excusó Emily—. Hablo
todo el tiempo de Alisson y tú te preguntas
dónde estará Brittany.
—Sí, sí me lo pregunto. —Suspiré—. Pero
estoy convencida de que en un par de
semanas… —dejé de hablar. ¡¡Un par de
semanas!!—. Que volverá pronto —terminé la
frase con dificultad.
—Seguro —dijo Emily—. Lo más probable
es que piense en nuevas ideas para un
negocio. Ya sabes cómo son los empresarios.
Ya hace mucho tiempo que tenía la agencia y
ahora se ha aburrido. Querrá hacer algo
nuevo. No tiene nada de particular. Si alguien
es creativo…
—Creativa sí lo es, eso es cierto —dije,
pensativa. Emily me daba nuevas esperanzas.
Hasta ahora sólo podía verlo todo desde el
lado privado y personal, pero Brittany…
Brittany relegaba a segundo plano lo personal
cuando se trataba de negocios. ¿Habría
ocurrido así esta vez? La explicación de Emily
sonaba muy lógica. ¿Por qué no iba a ser así?
Aquello casi no explicaba todo lo demás…,
pero yo no quería pensar en eso. Brittany era
para mí como un enigma con siete sellos y yo
no podía entender su forma de actuar. Pero
nadie se esfuma de una forma tan sencilla.
Aparecería en algún momento y yo podría
hablar con ella.
*********************************************************************Bueno paso de rapidez a dejarles el capítulo saludos
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
Hola para mi que Britt esta enferma!!
Veremos si vuelve!!!
Me encanto la venganza de Emily jajaja!1
Saludos
Veremos si vuelve!!!
Me encanto la venganza de Emily jajaja!1
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
yo ya no se que pensar con la misteriosa brittany, si aparece bien, sino pues que se vaya al c.... o se quede en el!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
CAPÍTULO 24
—¿Te han contestado ya de la escuela de
periodismo? —preguntó mi madre. Ya habían
pasado semanas desde que había enviado mi
solicitud a varias escuelas.
—Sí —contesté—. Quieren muestras de mi
trabajo. Es más complicado de lo que me
había imaginado. Debo escribir un reportaje y
otros artículos. No tengo ni idea de cómo
hacerlo.
—Ah, y por eso tienes la habitación
empapelada de periódicos —dijo, riéndose.
—Necesito modelos —repuse, turbada—.
Una va al colegio durante años y luego hace la
selectividad, pero nadie te cuenta nada de
esto.
—Lo vas a conseguir —respondió.
—Lo intentaré, pero somos muchos
aspirantes para muy pocas plazas. No tengo
muchas posibilidades.
—Siempre eres tan pesimista… —afirmó
mi madre—. ¿Por qué van a ser mejores los
demás? Tú siempre has sido muy buena.
—En el colegio sí. —Suspiré—. Pero esto
es otra cosa.
—Tú también eras buena con… —Se calló
y me echó una rápida mirada—. En la agencia
de publicidad —continuó, con aspecto
inocente.
Respiré hondo. Había conseguido mitigar
un poco los recuerdos de los últimos días a
causa de las muchas novedades que atraían mi
atención. Si mi madre no lo hubiera
nombrado, quizás hubiera tenido un momento
de sosiego, pero así…
—Sí —dije yo—. Puede que lo fuera. —Mi
madre pensaba sólo en los textos que yo había
escrito para Brittany; yo me refería a otras
muchas cosas, de las que mi madre no tenía ni
idea.
—Eso ya son muestras de tu trabajo —
insistió—. ¿No puedes incluirlas?
—¿Textos de publicidad? —Sacudí la
cabeza—. No, no se puede hacer. Esto es algo
muy distinto. —Sonreí—. Brittany diría que
no es cierto, de hecho ya me lo dijo en una
ocasión.
Mi madre me miró con expresión pensativa.
—¿Qué tal te encuentras cuando piensas en
ella? —preguntó—. ¿Mejor?
Sacudí la cabeza con un ademán de duda.
—No —respondí—. Intento no pensar
demasiado, pero no siempre lo consigo.
—¿Aún no ha vuelto? —preguntó.
—No, que yo sepa —contesté.
—¿No lo sabes?
—No. —Suspiré—. Fui a su casa y está
cerrada. Ha vendido la agencia. No tengo ni
idea de dónde puedo buscarla.
—Quizá debas dejar de buscar —sugirió.
—Ya lo sé. —Me levanté, retorciéndome
las manos—. Sé que lo mejor sería que no
volviera a pensar nunca más en ella, que la
olvidara.
—Sí, sería lo mejor —dijo mi madre—. Se
ha comportado de una forma…
—Ella ha… —tragué saliva—. Ella hizo
algo que no debió hacer. Pero sólo por eso no
se la puede condenar…
—Sigues queriéndola —dijo mi madre.
—¡Pues claro que sigo amándola! —Mi voz
reflejó duda, igual que yo me sentía en aquel
momento—. Ella es… ella es… Siempre que
pienso en ella la deseo. Cada día espero que
regrese para que podamos hablar, para poner
en claro todos los malentendidos y volver a
ser felices.
—¿Es eso lo que de verdad deseas? —
preguntó mi madre—. ¿Hablar con ella? ¿Y de
dónde vas a partir, de la misma base que
antes?
—Sí. —La miré con ojos que rogaban
comprensión.
Mi madre suspiró.
—¿Qué puedo hacer yo? —Me miró con
cara de preocupación—. Me gustaría que
frecuentaras a otra gente. ¿Qué hay de Emily?
—Emily nunca va a ser nada más que una
buena amiga —dije, algo nerviosa—. Ya
hemos hablado bastante de ese tema.
—¿Emily no tiene amigas que te resulten
simpáticas? —preguntó.
—Mamá… —Sacudí la cabeza.
—Lo sé, lo sé. —Alzó sus manos con
impotencia—. Yo sólo soy tu anciana madre y
de todos modos no sé muy bien lo que hay, tal
y como os gusta decir a vosotras, las jóvenes.
—¡Tú no eres vieja! —exclamé, riendo, y
la abracé—. Eres la madre más joven que
existe. Estoy segura de que la gente piensa que
somos hermanas.
—Seguro… —respondió, en un tono
irónico.
Sonó el teléfono y me dirigí a él para
contestar.
—Fresenius —dijo una voz, sin tan siquiera
una pizca de tono erótico.
Necesité un instante para recuperarme del
shock.
—Señora Fresenius —respondí después.
—Me falta su firma en algunos formularios
—dijo la abogada—. Mi bufete se los ha
enviado, pero no los ha devuelto.
—Es cierto —contesté, con los dientes
apretados. Se trataba de la cuenta corriente
que Brittany había abierto para mí—. Y no lo
voy a hacer.
Hubo unos segundos de silencio.
—¿Está usted segura? —preguntó.
—Muy segura —remaché la expresión.
—Bien. Entonces voy a tomar nota. —
Sonaba como si quisiera colgar.
—¿Usted ha… —inquirí a toda prisa—, ha
sabido algo de Brittany?
—No —contestó—. Ahora que ya ha
vendido la casa…
—¿Ha vendido la casa? —interrumpí,
perpleja—. ¿Además de la agencia?
—Y no sólo la agencia —respondió la
señora Fresenius—. Lo ha vendido todo.
—Pero… pero… —tartamudeé.
Desesperada, me apoyé en la pared—. ¿Eso
quiere decir que Brittany no va a regresar?
Larissa Fresenius dudó por un instante.
—Aquel día ya le comenté en la agencia
que no me parecía muy probable que
regresara —dijo, en un tono profesional.
—Sí…, sí…, pero… —A pesar de lo que
ella me comentó en su momento, yo contaba
con que Brittany volvería. ¿Qué sabía la
señora Fresenius?—. Pero…, tiene que estar
en algún sitio —tartamudeé.
—Es cierto, pero, como ya le he dicho, yo
lo ignoro.
—Usted…, usted sabe algo —afirmé. Yo
tenía la indudable sospecha de que me
ocultaba algo—. ¿Por qué no me lo dice?
—Lo siento, no le puedo decir nada —
repuso Larissa Fresenius y colgó.
Mi madre me miraba.
—¿Fresenius? —dijo, frunciendo el
entrecejo—. Ese nombre me resulta conocido.
—Es… —Mi boca estaba tan seca que tuve
que tragar saliva en varias ocasiones—, es la
abogada de Brittany —murmuré.
—¡Ah, sí! —exclamó—. ¿Brittany ha
vendido su casa?
—Sí. —La miré y me senté—. Me lo ha
dicho la señora Fresenius.
—Si es su abogada, será cierto.
—De verdad que aún no lo entiendo —
afirmé, todavía impresionada.
—Se ha mudado —sentenció mi madre—.
Y no va a volver.
—Pero ella no puede limitarse a… —Apoyé
la cabeza sobre las manos.
Mi madre se acercó a mí y me puso el
brazo sobre los hombros.
—Algunas personas son así —aseguró—.
Recogen sus cosas de un día para otro y se
van a otro sitio. No saben ser de otra forma.
—Pero…, pero Brittany es… No ha dicho
nada al respecto —balbuceé, desesperada.
—Ah, tesoro… —Mi madre me tocó el
pelo—. Ella se ha ido. Olvídala. Tienes que
olvidarla lo antes que puedas. Seguro que ella
ya no te recuerda desde hace mucho tiempo.
Vive en otro sitio, en una nueva casa, con
nuevas personas, tiene una nueva vida.
Entiéndelo de una vez. —Su voz sonó un
tanto desamparada y dudosa. No sabía qué
hacer.
—Pero…, mamá…, compréndelo… —
Levanté la cabeza para mirarla—. Brittany
es… Ella no es nada espontánea, no toma sus
decisiones así de improvisto. Piensa mucho las
cosas. Y si…, si ella lo tenía pensado, habría
hecho planes hace mucho tiempo y
entonces…
—Quizá los hizo —dijo mi madre—, pero
no lo supiste. Tú misma has dicho que no
hablaba de muchas cosas.
—De cosas personales no —contesté—. No
le gustaba hablar de temas privados, pero sí de
asuntos profesionales. Eran su razón de vivir.
—Pues esta vez no lo ha hecho —dijo mi
madre, con aspecto enervado—. Y tú no
puedes cambiar nada. Ha ocurrido y tienes
que aceptarlo, como todos hemos de aceptar
en esta vida muchas cosas que no nos gustan.
Eso también hay que aprenderlo.
—¡Pero yo no quiero aprenderlo! —Salté
—. ¡Quiero saber dónde está y quiero hablar
con ella!
Mi madre respiró hondo y suspiró.
—Primero tranquilízate —respondió—.
Luego ya pensaremos en lo que vamos a
hacer.
*********************************************************************
No pude actualizar ayer sorry, mañana actualizo si puedo
—¿Te han contestado ya de la escuela de
periodismo? —preguntó mi madre. Ya habían
pasado semanas desde que había enviado mi
solicitud a varias escuelas.
—Sí —contesté—. Quieren muestras de mi
trabajo. Es más complicado de lo que me
había imaginado. Debo escribir un reportaje y
otros artículos. No tengo ni idea de cómo
hacerlo.
—Ah, y por eso tienes la habitación
empapelada de periódicos —dijo, riéndose.
—Necesito modelos —repuse, turbada—.
Una va al colegio durante años y luego hace la
selectividad, pero nadie te cuenta nada de
esto.
—Lo vas a conseguir —respondió.
—Lo intentaré, pero somos muchos
aspirantes para muy pocas plazas. No tengo
muchas posibilidades.
—Siempre eres tan pesimista… —afirmó
mi madre—. ¿Por qué van a ser mejores los
demás? Tú siempre has sido muy buena.
—En el colegio sí. —Suspiré—. Pero esto
es otra cosa.
—Tú también eras buena con… —Se calló
y me echó una rápida mirada—. En la agencia
de publicidad —continuó, con aspecto
inocente.
Respiré hondo. Había conseguido mitigar
un poco los recuerdos de los últimos días a
causa de las muchas novedades que atraían mi
atención. Si mi madre no lo hubiera
nombrado, quizás hubiera tenido un momento
de sosiego, pero así…
—Sí —dije yo—. Puede que lo fuera. —Mi
madre pensaba sólo en los textos que yo había
escrito para Brittany; yo me refería a otras
muchas cosas, de las que mi madre no tenía ni
idea.
—Eso ya son muestras de tu trabajo —
insistió—. ¿No puedes incluirlas?
—¿Textos de publicidad? —Sacudí la
cabeza—. No, no se puede hacer. Esto es algo
muy distinto. —Sonreí—. Brittany diría que
no es cierto, de hecho ya me lo dijo en una
ocasión.
Mi madre me miró con expresión pensativa.
—¿Qué tal te encuentras cuando piensas en
ella? —preguntó—. ¿Mejor?
Sacudí la cabeza con un ademán de duda.
—No —respondí—. Intento no pensar
demasiado, pero no siempre lo consigo.
—¿Aún no ha vuelto? —preguntó.
—No, que yo sepa —contesté.
—¿No lo sabes?
—No. —Suspiré—. Fui a su casa y está
cerrada. Ha vendido la agencia. No tengo ni
idea de dónde puedo buscarla.
—Quizá debas dejar de buscar —sugirió.
—Ya lo sé. —Me levanté, retorciéndome
las manos—. Sé que lo mejor sería que no
volviera a pensar nunca más en ella, que la
olvidara.
—Sí, sería lo mejor —dijo mi madre—. Se
ha comportado de una forma…
—Ella ha… —tragué saliva—. Ella hizo
algo que no debió hacer. Pero sólo por eso no
se la puede condenar…
—Sigues queriéndola —dijo mi madre.
—¡Pues claro que sigo amándola! —Mi voz
reflejó duda, igual que yo me sentía en aquel
momento—. Ella es… ella es… Siempre que
pienso en ella la deseo. Cada día espero que
regrese para que podamos hablar, para poner
en claro todos los malentendidos y volver a
ser felices.
—¿Es eso lo que de verdad deseas? —
preguntó mi madre—. ¿Hablar con ella? ¿Y de
dónde vas a partir, de la misma base que
antes?
—Sí. —La miré con ojos que rogaban
comprensión.
Mi madre suspiró.
—¿Qué puedo hacer yo? —Me miró con
cara de preocupación—. Me gustaría que
frecuentaras a otra gente. ¿Qué hay de Emily?
—Emily nunca va a ser nada más que una
buena amiga —dije, algo nerviosa—. Ya
hemos hablado bastante de ese tema.
—¿Emily no tiene amigas que te resulten
simpáticas? —preguntó.
—Mamá… —Sacudí la cabeza.
—Lo sé, lo sé. —Alzó sus manos con
impotencia—. Yo sólo soy tu anciana madre y
de todos modos no sé muy bien lo que hay, tal
y como os gusta decir a vosotras, las jóvenes.
—¡Tú no eres vieja! —exclamé, riendo, y
la abracé—. Eres la madre más joven que
existe. Estoy segura de que la gente piensa que
somos hermanas.
—Seguro… —respondió, en un tono
irónico.
Sonó el teléfono y me dirigí a él para
contestar.
—Fresenius —dijo una voz, sin tan siquiera
una pizca de tono erótico.
Necesité un instante para recuperarme del
shock.
—Señora Fresenius —respondí después.
—Me falta su firma en algunos formularios
—dijo la abogada—. Mi bufete se los ha
enviado, pero no los ha devuelto.
—Es cierto —contesté, con los dientes
apretados. Se trataba de la cuenta corriente
que Brittany había abierto para mí—. Y no lo
voy a hacer.
Hubo unos segundos de silencio.
—¿Está usted segura? —preguntó.
—Muy segura —remaché la expresión.
—Bien. Entonces voy a tomar nota. —
Sonaba como si quisiera colgar.
—¿Usted ha… —inquirí a toda prisa—, ha
sabido algo de Brittany?
—No —contestó—. Ahora que ya ha
vendido la casa…
—¿Ha vendido la casa? —interrumpí,
perpleja—. ¿Además de la agencia?
—Y no sólo la agencia —respondió la
señora Fresenius—. Lo ha vendido todo.
—Pero… pero… —tartamudeé.
Desesperada, me apoyé en la pared—. ¿Eso
quiere decir que Brittany no va a regresar?
Larissa Fresenius dudó por un instante.
—Aquel día ya le comenté en la agencia
que no me parecía muy probable que
regresara —dijo, en un tono profesional.
—Sí…, sí…, pero… —A pesar de lo que
ella me comentó en su momento, yo contaba
con que Brittany volvería. ¿Qué sabía la
señora Fresenius?—. Pero…, tiene que estar
en algún sitio —tartamudeé.
—Es cierto, pero, como ya le he dicho, yo
lo ignoro.
—Usted…, usted sabe algo —afirmé. Yo
tenía la indudable sospecha de que me
ocultaba algo—. ¿Por qué no me lo dice?
—Lo siento, no le puedo decir nada —
repuso Larissa Fresenius y colgó.
Mi madre me miraba.
—¿Fresenius? —dijo, frunciendo el
entrecejo—. Ese nombre me resulta conocido.
—Es… —Mi boca estaba tan seca que tuve
que tragar saliva en varias ocasiones—, es la
abogada de Brittany —murmuré.
—¡Ah, sí! —exclamó—. ¿Brittany ha
vendido su casa?
—Sí. —La miré y me senté—. Me lo ha
dicho la señora Fresenius.
—Si es su abogada, será cierto.
—De verdad que aún no lo entiendo —
afirmé, todavía impresionada.
—Se ha mudado —sentenció mi madre—.
Y no va a volver.
—Pero ella no puede limitarse a… —Apoyé
la cabeza sobre las manos.
Mi madre se acercó a mí y me puso el
brazo sobre los hombros.
—Algunas personas son así —aseguró—.
Recogen sus cosas de un día para otro y se
van a otro sitio. No saben ser de otra forma.
—Pero…, pero Brittany es… No ha dicho
nada al respecto —balbuceé, desesperada.
—Ah, tesoro… —Mi madre me tocó el
pelo—. Ella se ha ido. Olvídala. Tienes que
olvidarla lo antes que puedas. Seguro que ella
ya no te recuerda desde hace mucho tiempo.
Vive en otro sitio, en una nueva casa, con
nuevas personas, tiene una nueva vida.
Entiéndelo de una vez. —Su voz sonó un
tanto desamparada y dudosa. No sabía qué
hacer.
—Pero…, mamá…, compréndelo… —
Levanté la cabeza para mirarla—. Brittany
es… Ella no es nada espontánea, no toma sus
decisiones así de improvisto. Piensa mucho las
cosas. Y si…, si ella lo tenía pensado, habría
hecho planes hace mucho tiempo y
entonces…
—Quizá los hizo —dijo mi madre—, pero
no lo supiste. Tú misma has dicho que no
hablaba de muchas cosas.
—De cosas personales no —contesté—. No
le gustaba hablar de temas privados, pero sí de
asuntos profesionales. Eran su razón de vivir.
—Pues esta vez no lo ha hecho —dijo mi
madre, con aspecto enervado—. Y tú no
puedes cambiar nada. Ha ocurrido y tienes
que aceptarlo, como todos hemos de aceptar
en esta vida muchas cosas que no nos gustan.
Eso también hay que aprenderlo.
—¡Pero yo no quiero aprenderlo! —Salté
—. ¡Quiero saber dónde está y quiero hablar
con ella!
Mi madre respiró hondo y suspiró.
—Primero tranquilízate —respondió—.
Luego ya pensaremos en lo que vamos a
hacer.
*********************************************************************
No pude actualizar ayer sorry, mañana actualizo si puedo
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
CAPITULO 25
—No hay ninguna persona que desaparezca
sin dejar huella —dijo Emily—. Eso lo puedes
leer en cualquier novela policíaca. Incluso
aunque los malos intenten borrar todos los
rastros, siempre queda algo.
—¡Pero Brittany no es una delincuente! —
protesté—. ¡Ella no es el doctor Kimble, el de
la serie El fugitivo!
—¿Quién sabe? —dijo Emily.
—Emily no va del todo desencaminada —
añadió mi madre. Estábamos sentadas otra
vez alrededor de la mesa de la cocina, después
de haber cenado. Emily parecía disfrutar con
nosotras, por lo que, a pesar de que ya tenía
un piso, se pasaba por nuestra casa con gran
regularidad—. Da un poco la impresión de que
Brittany ha huido. Como si no hubiera tenido
otra opción.
—Siempre ha sido correcta en todas sus
cosas —afirmé—. No me puedo imaginar que
haya hecho algo por lo que pueda ser
perseguida judicialmente. Eso no va con ella.
—Evasión de impuestos —dijo Emily—.
Todos los empresarios se quejan siempre de
que los impuestos son demasiado elevados.
Quizá se ha mudado a un paraíso fiscal.
—Nunca me dijo nada sobre los impuestos
—cavilé—. De que fueran o no muy elevados.
Jamás tuvo problemas con el dinero.
—Quizá vivía a base de créditos —comentó
—. Sé lo que es eso. Muchos empresarios
están en la ruina, pero intentan guardar las
apariencias. Gastan mucho más dinero que
antes para que nadie pueda sospechar que algo
no les va bien.
—Podría preguntarle a la abogada —
respondí—. Ella debe de saberlo, aunque no
me va a decir nada.
—Mejor que le preguntes a su asesor fiscal
—dijo Emily, a la que, desde su más tierna
infancia, le resultaban muy familiares los
temas de dinero—. Claro que tampoco te va a
decir nada. Están obligados a guardar silencio
sobre sus clientes.
—No es eso. —Dejé caer con violencia una
mano sobre la mesa—. Brittany no tiene
deudas y no se ha ido por eso. Nunca.
—Si estás tan segura… —dijo Emily, con
aire dubitativo.
—Sí, estoy segura —repliqué con firmeza
—. Brittany lo tenía todo arreglado en lo
referente a temas de dinero. No habría
vendido la agencia, porque eso le hubiera
supuesto privarse de las propias bases de su
existencia. Hubiera sido muy raro en ella. Si
sólo hubiera vendido la casa, pero no la
agencia…, podría aceptarse que había
utilizado el dinero para liquidar algunas
deudas, pero así…
—Entonces tiene que haber otro motivo —
afirmó mi madre—. Un motivo de mucho
peso. —Me miró.
Alcé los hombros.
—No tengo ni idea de lo que haya podido
ser.
Mi madre frunció el entrecejo.
—Si estuviera en edad de jubilarse,
podríamos suponer que se ha apartado del
mundo laboral para ir a algún sitio hermoso a
disfrutar de su retiro. Pero es demasiado joven
para ello.
—Sí, es muy joven para eso —dije,
pensativa.
—¿En qué piensas? —Emily me miró,
inquisitiva.
—Siempre he estado pensando en la
dirección equivocada —respondí—. Creo que
nos ha ocurrido a todas. Hemos supuesto que
se ha mudado a otra ciudad para montar allí
otra agencia o el negocio que sea. Pero, ¿y si
ella no quería? ¿Y si lo único que deseaba era
irse a un sitio bonito? —Miré a mi madre.
Mi madre suspiró.
—Habéis estado en tantos sitios
maravillosos que tendríamos que buscar
durante mucho tiempo.
—No —dije—. Sólo sé de un sitio
adecuado: su yate. —Sacudí la cabeza—. No
lo había pensado… Creo que Brittany sería
feliz en ese barco; un lugar donde se podía
sentir ella misma; un punto de escape en el
que podía olvidarse de todo lo que la
abrumaba. En cualquier otra circunstancia,
siempre se sentía controlada y se mantenía
distante y reservada, pero allí era bromista y
estaba feliz. Eso es, en su barco, ¡está en su
barco!
Mi madre y Emily no podían seguir mi
argumentación y me pareció que me miraban
con escepticismo.
—¡Claro! —exclamé—. Está allí. Seguro
que ha estado allí todo el tiempo.
—¿Y dónde está ese barco? —preguntó
Emily.
—En el mar Egeo —contesté. Me vinieron
a la mente un par de recuerdos que me
hicieron enmudecer.
—Pues eso no está aquí al lado —replicó
Emily con sequedad.
—No —dije—. Hay que ir en avión hasta
Atenas y luego tomar un vuelo más corto para
Astipalaia, la isla en la que suele tener
amarrado el yate.
—¡Humm! —exclamó Emily—. Sería una
excursión bastante costosa, si luego resultara
que no está.
—¿Quieres decir…, quieres decir que
debería ir allí? —La miré con fijeza y ella me
devolvió una mirada de perplejidad.
—Y, si no, ¿qué vas a hacer? ¿Puedes
llamar por teléfono?
Miré a la mesa con gesto turbado.
—Ya lo has intentado —dijo mi madre—,
¿verdad?
—Sí —asentí—. No lo coge. El móvil está
desconectado.
—Pues si estás tan segura de que se
encuentra allí, no te queda otra opción que ir a
verla en persona —insistió Emily.
Me quedé pensativa. Me superaba el
desarrollo de los acontecimientos y tenía que
pensar en varias cosas a la vez.
—Estoy bastante segura —afirmé—. Pero,
claro, no al cien por cien.
—¿No vas a volar hasta allí? —preguntó
Emily.
—Sí, sí. Claro. Pero tengo que pensar en
eso —respondí.
—Y también en el dinero —dijo mi madre
—. Voy a mirar lo que queda en la libreta de
ahorros. No hay mucho, pero espero que
llegue.
—No, no, no hace falta que lo haga —dijo
Emily—. Podemos ir de todas formas. Tengo
muchos puntos de vuelo acumulados gracias a
los viajes de negocios de mis padres.
—¿Nosotras? —pregunté.
Mi madre y yo miramos a Emily
simultáneamente.
—Sí, ¿acaso piensas que me lo voy a
perder? —dijo Emily, con expresión de
felicidad—. Una escapada al Egeo, buen
tiempo, sol, mar y playa. Y ahora que ya he
oído tantas cosas sobre Brittany, además me
gustaría conocerla.
—Eeeehh… —Me quedé sin palabras.
Todo iba demasiado rápido. Me imaginé como
si tuviera que saltar para salvarme de un
edificio que se desplomaba sobre mí.
—Tú, por supuesto, no tienes que hacerlo
si no quieres… —dijo Emily.
—Esto…, todo esto… ¿Puedo pensármelo
un segundo? —repuse, en un tono agotado.
—Pero que no sea mucho más tiempo. —
Emily hizo una mueca—. También podríamos
ir las tres —sugirió, mientras se volvía hacia
mi madre.
—No. —Mi madre sacudió la cabeza—. Yo
ahora no tengo vacaciones y las debería haber
pedido hace meses. Todo el trabajo está
programado de antemano para todo el año. Mi
jefe es muy poco flexible en ese sentido.
—Es una pena —dijo Emily.
—Sí, es una pena —corroboró mi madre.
—Entonces, Santana… —Emily se dirigió a mí
—, ¿cuándo cogemos el avión?
Fue como aquella primera vez que volé con
Brittany rumbo al Egeo. Ella casi me había
atropellado con la propuesta y yo no había
dispuesto de ninguna opción.
—No tengo ni idea de los vuelos que hay
—respondí con voz débil.
—¿A Grecia? Todos los días —afirmó
Emily muy convencida—. Sólo falta saber si el
otro vuelo a esa isla es diario.
—Yo… yo no me apaño muy bien con esas
cosas —dije, dudosa.
—Pues déjamelo a mí. Lo de Atenas lo
tengo claro, pero ¿cómo se llama la isla?
—Astipalaia —contesté. No olvidaría nunca
ese nombre. Sólo con aquel vuelo que hizo
precisa una aclimatación…
—Bien —repuso Emily—. Me voy a colgar
del teléfono. No creo que resulte tan
complicado.
*********************************************************************
Ustedes que piensas: Sera que Brittany se encuentra en el mar Egeo en su yate ?????????? Bueno les comento que ya quedan solo 11 caps para que termine esta historia! Saludos
—No hay ninguna persona que desaparezca
sin dejar huella —dijo Emily—. Eso lo puedes
leer en cualquier novela policíaca. Incluso
aunque los malos intenten borrar todos los
rastros, siempre queda algo.
—¡Pero Brittany no es una delincuente! —
protesté—. ¡Ella no es el doctor Kimble, el de
la serie El fugitivo!
—¿Quién sabe? —dijo Emily.
—Emily no va del todo desencaminada —
añadió mi madre. Estábamos sentadas otra
vez alrededor de la mesa de la cocina, después
de haber cenado. Emily parecía disfrutar con
nosotras, por lo que, a pesar de que ya tenía
un piso, se pasaba por nuestra casa con gran
regularidad—. Da un poco la impresión de que
Brittany ha huido. Como si no hubiera tenido
otra opción.
—Siempre ha sido correcta en todas sus
cosas —afirmé—. No me puedo imaginar que
haya hecho algo por lo que pueda ser
perseguida judicialmente. Eso no va con ella.
—Evasión de impuestos —dijo Emily—.
Todos los empresarios se quejan siempre de
que los impuestos son demasiado elevados.
Quizá se ha mudado a un paraíso fiscal.
—Nunca me dijo nada sobre los impuestos
—cavilé—. De que fueran o no muy elevados.
Jamás tuvo problemas con el dinero.
—Quizá vivía a base de créditos —comentó
—. Sé lo que es eso. Muchos empresarios
están en la ruina, pero intentan guardar las
apariencias. Gastan mucho más dinero que
antes para que nadie pueda sospechar que algo
no les va bien.
—Podría preguntarle a la abogada —
respondí—. Ella debe de saberlo, aunque no
me va a decir nada.
—Mejor que le preguntes a su asesor fiscal
—dijo Emily, a la que, desde su más tierna
infancia, le resultaban muy familiares los
temas de dinero—. Claro que tampoco te va a
decir nada. Están obligados a guardar silencio
sobre sus clientes.
—No es eso. —Dejé caer con violencia una
mano sobre la mesa—. Brittany no tiene
deudas y no se ha ido por eso. Nunca.
—Si estás tan segura… —dijo Emily, con
aire dubitativo.
—Sí, estoy segura —repliqué con firmeza
—. Brittany lo tenía todo arreglado en lo
referente a temas de dinero. No habría
vendido la agencia, porque eso le hubiera
supuesto privarse de las propias bases de su
existencia. Hubiera sido muy raro en ella. Si
sólo hubiera vendido la casa, pero no la
agencia…, podría aceptarse que había
utilizado el dinero para liquidar algunas
deudas, pero así…
—Entonces tiene que haber otro motivo —
afirmó mi madre—. Un motivo de mucho
peso. —Me miró.
Alcé los hombros.
—No tengo ni idea de lo que haya podido
ser.
Mi madre frunció el entrecejo.
—Si estuviera en edad de jubilarse,
podríamos suponer que se ha apartado del
mundo laboral para ir a algún sitio hermoso a
disfrutar de su retiro. Pero es demasiado joven
para ello.
—Sí, es muy joven para eso —dije,
pensativa.
—¿En qué piensas? —Emily me miró,
inquisitiva.
—Siempre he estado pensando en la
dirección equivocada —respondí—. Creo que
nos ha ocurrido a todas. Hemos supuesto que
se ha mudado a otra ciudad para montar allí
otra agencia o el negocio que sea. Pero, ¿y si
ella no quería? ¿Y si lo único que deseaba era
irse a un sitio bonito? —Miré a mi madre.
Mi madre suspiró.
—Habéis estado en tantos sitios
maravillosos que tendríamos que buscar
durante mucho tiempo.
—No —dije—. Sólo sé de un sitio
adecuado: su yate. —Sacudí la cabeza—. No
lo había pensado… Creo que Brittany sería
feliz en ese barco; un lugar donde se podía
sentir ella misma; un punto de escape en el
que podía olvidarse de todo lo que la
abrumaba. En cualquier otra circunstancia,
siempre se sentía controlada y se mantenía
distante y reservada, pero allí era bromista y
estaba feliz. Eso es, en su barco, ¡está en su
barco!
Mi madre y Emily no podían seguir mi
argumentación y me pareció que me miraban
con escepticismo.
—¡Claro! —exclamé—. Está allí. Seguro
que ha estado allí todo el tiempo.
—¿Y dónde está ese barco? —preguntó
Emily.
—En el mar Egeo —contesté. Me vinieron
a la mente un par de recuerdos que me
hicieron enmudecer.
—Pues eso no está aquí al lado —replicó
Emily con sequedad.
—No —dije—. Hay que ir en avión hasta
Atenas y luego tomar un vuelo más corto para
Astipalaia, la isla en la que suele tener
amarrado el yate.
—¡Humm! —exclamó Emily—. Sería una
excursión bastante costosa, si luego resultara
que no está.
—¿Quieres decir…, quieres decir que
debería ir allí? —La miré con fijeza y ella me
devolvió una mirada de perplejidad.
—Y, si no, ¿qué vas a hacer? ¿Puedes
llamar por teléfono?
Miré a la mesa con gesto turbado.
—Ya lo has intentado —dijo mi madre—,
¿verdad?
—Sí —asentí—. No lo coge. El móvil está
desconectado.
—Pues si estás tan segura de que se
encuentra allí, no te queda otra opción que ir a
verla en persona —insistió Emily.
Me quedé pensativa. Me superaba el
desarrollo de los acontecimientos y tenía que
pensar en varias cosas a la vez.
—Estoy bastante segura —afirmé—. Pero,
claro, no al cien por cien.
—¿No vas a volar hasta allí? —preguntó
Emily.
—Sí, sí. Claro. Pero tengo que pensar en
eso —respondí.
—Y también en el dinero —dijo mi madre
—. Voy a mirar lo que queda en la libreta de
ahorros. No hay mucho, pero espero que
llegue.
—No, no, no hace falta que lo haga —dijo
Emily—. Podemos ir de todas formas. Tengo
muchos puntos de vuelo acumulados gracias a
los viajes de negocios de mis padres.
—¿Nosotras? —pregunté.
Mi madre y yo miramos a Emily
simultáneamente.
—Sí, ¿acaso piensas que me lo voy a
perder? —dijo Emily, con expresión de
felicidad—. Una escapada al Egeo, buen
tiempo, sol, mar y playa. Y ahora que ya he
oído tantas cosas sobre Brittany, además me
gustaría conocerla.
—Eeeehh… —Me quedé sin palabras.
Todo iba demasiado rápido. Me imaginé como
si tuviera que saltar para salvarme de un
edificio que se desplomaba sobre mí.
—Tú, por supuesto, no tienes que hacerlo
si no quieres… —dijo Emily.
—Esto…, todo esto… ¿Puedo pensármelo
un segundo? —repuse, en un tono agotado.
—Pero que no sea mucho más tiempo. —
Emily hizo una mueca—. También podríamos
ir las tres —sugirió, mientras se volvía hacia
mi madre.
—No. —Mi madre sacudió la cabeza—. Yo
ahora no tengo vacaciones y las debería haber
pedido hace meses. Todo el trabajo está
programado de antemano para todo el año. Mi
jefe es muy poco flexible en ese sentido.
—Es una pena —dijo Emily.
—Sí, es una pena —corroboró mi madre.
—Entonces, Santana… —Emily se dirigió a mí
—, ¿cuándo cogemos el avión?
Fue como aquella primera vez que volé con
Brittany rumbo al Egeo. Ella casi me había
atropellado con la propuesta y yo no había
dispuesto de ninguna opción.
—No tengo ni idea de los vuelos que hay
—respondí con voz débil.
—¿A Grecia? Todos los días —afirmó
Emily muy convencida—. Sólo falta saber si el
otro vuelo a esa isla es diario.
—Yo… yo no me apaño muy bien con esas
cosas —dije, dudosa.
—Pues déjamelo a mí. Lo de Atenas lo
tengo claro, pero ¿cómo se llama la isla?
—Astipalaia —contesté. No olvidaría nunca
ese nombre. Sólo con aquel vuelo que hizo
precisa una aclimatación…
—Bien —repuso Emily—. Me voy a colgar
del teléfono. No creo que resulte tan
complicado.
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Ustedes que piensas: Sera que Brittany se encuentra en el mar Egeo en su yate ?????????? Bueno les comento que ya quedan solo 11 caps para que termine esta historia! Saludos
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
si creo que este en su yate, pero el porque es lo que quiero saber!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
CAPÍTULO 26
—No te mareas en el avión, ¿verdad? —me
preguntó Emily, preocupada—. Estás tan
pálida…
—Ayer estábamos en la cocina de mi casa
hablando de este tema y ahora en el
aeropuerto —contesté—. Casi no he podido
dormir por los nervios, por eso estoy pálida.
No tengo ningún problema con los aviones.
—Eso está bien —dijo Emily—. Ahora dime
tan sólo: ¿te entendí mal y no querías volar?
—Todo ha sido muy rápido —respondí, en
un tono de disculpa—. Casi no he tenido
tiempo ni de hacer la maleta.
—¿Qué se necesita bajo el sol meridional?
Estorba casi todo y si te falta algo lo podemos
comprar allí.
—Eso es lo que me dijo también Brittany
—recordé en voz muy baja.
—Seguro que está allí —dijo Emily—. Se te
veía tan segura.
—Pero pierdo la seguridad a medida que
pasan los segundos —afirmé—. Quizás ha
sido sólo una idea descabellada. Como no se
me ocurría otra cosa…
—Si es así, lo comprobaremos al llegar a
Grecia. Y puesto que estaremos allí,
podremos disfrutar de unas vacaciones.
—Si es así… —vacilé—. Si ella no está allí,
no sé dónde debería buscarla —murmuré.
—La encontraremos —afirmó mi amiga—.
A lo mejor regresa de motu propio.
—Eso ya no me lo creo —dije—. En tal
caso, ya hubiera regresado hace mucho
tiempo.
—Tú sabrás, porque yo no la conozco.
¿Fuisteis muchas veces al Egeo? —Se sentó
en un banco de la sala de embarque.
—Sólo una vez —dije en voz baja—. Al
principio de todo.
—Oh, entonces resultará muy romántico
para ti volver de nuevo —aseguró una Emily
sonriente—. Fue casi como vuestra luna de
miel.
Yo no contesté, debido a que todo lo que
me parecía muy lejano en el tiempo aparecía
de nuevo ante mí. Brittany y yo también
habíamos salido de aquel mismo aeropuerto y
yo no sabía lo que me esperaba, ni lo podía
sospechar.
Emily interpretó mal mi silencio.
—La vamos a encontrar —repitió para
consolarme.
—Pero…, ¿qué pasará después? —
tartamudeé, mientras me ponía la cabeza entre
las manos—. ¿Qué hago si ella no me quiere
ver? —murmuré.
—Entonces puedes hacer con ella lo mismo
que he hecho yo con Alisson —respondió,
tajante—. La tachas de tu vida.
La miré con desesperación.
—No puedo hacerlo —susurré.
—Eso también lo decía yo hasta hace poco.
¿Te acuerdas de aquella vez en Eifel, cuando
me consolaste? —dijo Emily—. ¿Y qué pasa
hoy? Ya casi no me acuerdo de cómo es
Alisson.
—Eso no es cierto, Anita. —A pesar de mis
incontenibles lágrimas, no tuve más remedio
que sonreír.
—Bien, no es del todo cierto —admitió
Emily—. Pero sí lo será en un futuro muy
próximo. Por ahora aún me acuerdo de cómo
es. —Su mirada estaba un poco perdida.
—Es muy atractiva —afirmé.
—¡Oh, sí! —Emily suspiró—. ¿No te
parece terrible que seamos tan superficiales y
sólo nos fijemos en el aspecto exterior?
Espero ser más inteligente la próxima vez.
Al menos, aunque sólo fuera en sus
pensamientos, podía imaginarse una próxima
vez, pero no era ese mi caso. Brittany era en
lo único en lo que deseaba pensar y no quería
hacer otra cosa.
*****************************************************
Bueno aqui les dejo el cap de hoy, mañana si puedo actualizo
saludos y gracias por leer esta adaptación =D
—No te mareas en el avión, ¿verdad? —me
preguntó Emily, preocupada—. Estás tan
pálida…
—Ayer estábamos en la cocina de mi casa
hablando de este tema y ahora en el
aeropuerto —contesté—. Casi no he podido
dormir por los nervios, por eso estoy pálida.
No tengo ningún problema con los aviones.
—Eso está bien —dijo Emily—. Ahora dime
tan sólo: ¿te entendí mal y no querías volar?
—Todo ha sido muy rápido —respondí, en
un tono de disculpa—. Casi no he tenido
tiempo ni de hacer la maleta.
—¿Qué se necesita bajo el sol meridional?
Estorba casi todo y si te falta algo lo podemos
comprar allí.
—Eso es lo que me dijo también Brittany
—recordé en voz muy baja.
—Seguro que está allí —dijo Emily—. Se te
veía tan segura.
—Pero pierdo la seguridad a medida que
pasan los segundos —afirmé—. Quizás ha
sido sólo una idea descabellada. Como no se
me ocurría otra cosa…
—Si es así, lo comprobaremos al llegar a
Grecia. Y puesto que estaremos allí,
podremos disfrutar de unas vacaciones.
—Si es así… —vacilé—. Si ella no está allí,
no sé dónde debería buscarla —murmuré.
—La encontraremos —afirmó mi amiga—.
A lo mejor regresa de motu propio.
—Eso ya no me lo creo —dije—. En tal
caso, ya hubiera regresado hace mucho
tiempo.
—Tú sabrás, porque yo no la conozco.
¿Fuisteis muchas veces al Egeo? —Se sentó
en un banco de la sala de embarque.
—Sólo una vez —dije en voz baja—. Al
principio de todo.
—Oh, entonces resultará muy romántico
para ti volver de nuevo —aseguró una Emily
sonriente—. Fue casi como vuestra luna de
miel.
Yo no contesté, debido a que todo lo que
me parecía muy lejano en el tiempo aparecía
de nuevo ante mí. Brittany y yo también
habíamos salido de aquel mismo aeropuerto y
yo no sabía lo que me esperaba, ni lo podía
sospechar.
Emily interpretó mal mi silencio.
—La vamos a encontrar —repitió para
consolarme.
—Pero…, ¿qué pasará después? —
tartamudeé, mientras me ponía la cabeza entre
las manos—. ¿Qué hago si ella no me quiere
ver? —murmuré.
—Entonces puedes hacer con ella lo mismo
que he hecho yo con Alisson —respondió,
tajante—. La tachas de tu vida.
La miré con desesperación.
—No puedo hacerlo —susurré.
—Eso también lo decía yo hasta hace poco.
¿Te acuerdas de aquella vez en Eifel, cuando
me consolaste? —dijo Emily—. ¿Y qué pasa
hoy? Ya casi no me acuerdo de cómo es
Alisson.
—Eso no es cierto, Anita. —A pesar de mis
incontenibles lágrimas, no tuve más remedio
que sonreír.
—Bien, no es del todo cierto —admitió
Emily—. Pero sí lo será en un futuro muy
próximo. Por ahora aún me acuerdo de cómo
es. —Su mirada estaba un poco perdida.
—Es muy atractiva —afirmé.
—¡Oh, sí! —Emily suspiró—. ¿No te
parece terrible que seamos tan superficiales y
sólo nos fijemos en el aspecto exterior?
Espero ser más inteligente la próxima vez.
Al menos, aunque sólo fuera en sus
pensamientos, podía imaginarse una próxima
vez, pero no era ese mi caso. Brittany era en
lo único en lo que deseaba pensar y no quería
hacer otra cosa.
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Bueno aqui les dejo el cap de hoy, mañana si puedo actualizo
saludos y gracias por leer esta adaptación =D
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
si actualizas y no comento es pq tal vez me dio algo!!!! esta busqueda me esta matando!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
Bueno esperemos que no te de nada :3micky morales escribió:si actualizas y no comento es pq tal vez me dio algo!!!! esta busqueda me esta matando!!!!
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
CAPÍTULO 27
Cuando llegamos a Atenas casi nos fulmina el
calor, lo mismo que ocurrió la primera vez que
aterricé allí.
—Tú ya has estado aquí —dijo Emily—.
¿De dónde sale el avión para Astipalaia?
—Tenemos que atravesar todo el
aeropuerto —respondí—. En el otro extremo.
—Me estremecí al recordar que en aquel
trayecto estaba la tienda duty-free en la que
Brittany me había comprado el reloj como
pago por los «servicios» que le había prestado
en los lavabos del vuelo a Atenas. No eran
buenos recuerdos. Sobre todo porque Brittany
había vuelto a sacar a la luz hacía poco el
tema del contrato.
Pero no tenía más remedio que hacerme a
la idea de que aquel viaje me iba a recordar en
todo momento al otro. Todo lo que había
pasado entre ambos viajes no tenía nada que
ver aquí. Aquél había sido el principio y…
¡No, no, eso no!… Esperaba que el de ahora
no fuera el final.
Facturamos en el pequeño avión que iba a
Astipalaia y aún nos dio tiempo de tomarnos
un café en el aeropuerto.
—¿Cuánto dura el vuelo? —preguntó Emily.
—No lo sé con exactitud. —Me encogí de
hombros—. No puedo acordarme, porque
aquél fue un viaje algo accidentado y se me
hizo más largo.
—Seguro que viene en el billete —dijo
Emily—. Pero da lo mismo, lo importante es
que lleguemos.
—Eso no está garantizado. —Torcí la boca
con una mueca.
—¡Vaya con la pesimista! —Emily se echó
a reír—. He volado en tantas ocasiones que se
me ha olvidado el número. Mis padres ya me
llevaban de niña. Y siempre llegamos a
nuestro destino.
—Yo viajé en avión por primera vez el año
pasado —dije—. Siendo yo pequeña, mi
madre nunca se pudo permitir hacer viajes en
avión. Y hoy día tampoco puede.
—Es mucho mejor si, por fin, se utilizan los
puntos de vuelo acumulados por mis padres
—manifestó Emily mientras sonreía con gesto
irónico. Luego escuchó lo que dijeron a través
de la megafonía—. Creo que ése es nuestro
vuelo —informó—, a pesar de que no he
entendido ni una sola palabra.
Fuimos a pie por la pista en la que nos
esperaba el pequeño avión. Como me ocurrió
en el anterior viaje, lo miré sin mucha
confianza. Sin embargo, me subí en él.
Emily pensaba que todo aquello era muy
emocionante.
—Debo admitir que nunca había volado en
un trasto tan pequeño. —Miró por la
ventanilla lateral—. ¿Te alegra ir a Astipalaia?
—Me alegraré cuando hayamos aterrizado
—dije—. En este momento me falta un poco
de tranquilidad —hice una mueca.
—Pero si aún no hemos despegado… —rió
Emily.
En aquel momento arrancaron los motores,
todo el fuselaje del avión se estremeció y
nosotras con él.
—Nos vamos —dijo Emily, abrochándose el
cinturón.
Yo ya me lo había abrochado, pero seguía
sintiéndome insegura. Miré hacia delante; allí
el avión se estrechaba y se podía ver
directamente la cabina del piloto. No había
puerta. Al alcanzar la velocidad suficiente, el
piloto hizo descender una palanca y el avión
se elevó. Pero no fue sólo él quien accionó
aquella palanca: el copiloto colocó las dos
manos sobre la suya y las movieron al
unísono. Aquello no incrementó en absoluto el
nivel de tranquilidad de mi sangre.
—¿Lo has visto? —le pregunté a Emily.
—¿Qué tenía que ver? —Emily tenía puesta
la vista en la superficie de la tierra, que se
alejaba.
—Han tenido que hacer despegar el avión
entre dos personas. ¿Será que hay algo
averiado?
—No lo creo. —Emily parecía totalmente
despreocupada—. Estamos en el aire sin
ningún problema.
Me hubiera gustado tener su valor…
El vuelo fue más tranquilo que la primera
vez, o al menos eso me pareció. En todo caso,
aterrizamos sin daños en Astipalaia, pero la
sensación de temor no desapareció del todo de
mi estómago hasta que no nos bajamos del
avión y nos alejamos de él.
—Bien, ¿dónde está el puerto? —preguntó
Emily y me miró.
—¡Humm!… Aquí no —dije, cohibida.
—¿Entonces dónde? —preguntó Emily y
me pareció que escudriñaba con la vista más
allá de las alas del avión.
—Tenemos… —carraspeé—. Tenemos
que conducir un poco para llegar hasta allí.
—¿Conducir? ¿Qué conducimos? —Emily
miró a su alrededor, esta vez en busca de algo
que se pudiera conducir.
Carraspeé de nuevo.
—Nos recogió un coche. Brittany lo había
organizado todo.
—¿Y no me lo podías haber dicho antes?
—Me miró, airada—. Si llego a saber que
íbamos a necesitar un coche de alquiler lo
hubiera reservado. —Mientras tanto ya
habíamos llegado al diminuto edificio del
aeropuerto. Emily dejó vagar la vista por el
interior—. ¿Dónde se pueden alquilar coches?
—preguntó.
—No tengo ni idea. —Miré por el
vestíbulo. No se veía ningún cartel de alquiler
de vehículos.
—¡Vaya, hombre! ¿No se puede ir a pie
hasta el puerto? —preguntó Emily.
—Creo que no. —Alcé los hombros. Me
sentía insignificante y tonta—. Fue un
recorrido bastante largo.
Emily lanzó un largo suspiro.
—¡Bueno, me estás resultando un pozo de
información! —exclamó.
—Yo… yo…, todo fue tan rápido. —Me
disculpé—. Casi no tuve tiempo de pensarlo.
—Por ahora disponemos de mucho tiempo
para eso —aseguró Emily.
—¿Quieren ir al puerto? —dijo detrás de
nosotras una voz agradable y cálida.
Me volví a toda prisa y Emily agitó la
cabeza.
—¿Conoce usted esto? —preguntó—.
¿Dónde podemos alquilar un coche?
—En ningún sitio. —La joven que nos
hablaba nos sonrió con sus ojos de color
gris azulado. Su pelo era rubio y su
rostro era de un singular tono oliváceo.
—¿En ningún sitio?
Nunca había visto a Emily tan
desconcertada.
—En ningún sitio —repitió la joven—. Aquí
no se pueden alquilar coches. Hay dos taxis,
pero hay que pedirlos con antelación, ya que
no sólo se usan para viajeros. Primero hay
que retirarlos de las faenas del campo.
Sí, recordé que el coche que por aquel
entonces nos recogió a Brittany y a mí tenía
ese aspecto.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Emily,
algo perpleja—. ¿No podemos pedir uno de
esos taxis?
—Sí pueden —dijo la joven—. Siempre
que dispongan de una semana para esperar
hasta que venga, eso en caso de que venga.
—Menuda mierda —se quejó Emily. Yo me
sentía culpable.
La joven dijo:
—Como mucho, les puedo ofrecer mi
coche. Yo también voy para el puerto.
La cara de Emily se iluminó.
—¿Y nos puede llevar?
—Sí, siempre que no tengan mucho
equipaje —respondió la joven—. Mi coche no
es demasiado grande.
—Esto es todo el equipaje que llevamos. —
Emily tenía su bolsa en la mano y señaló hacia
la mía—. No tenemos más.
—Entonces no hay problema —dijo la
joven.
—Ah, perdón. No nos hemos presentado
—Emily se dió un leve golpe en la frente. Dijo
su nombre y estrechó la mano de la
desconocida. Yo hice lo mismo.
—Hanna—dijo la desconocida, con un
leve acento extranjero.
—Bonito nombre —comentó Emily y, de
repente, su voz cambió de tono.
Yo estaba atenta y la miré. Si no me
equivocaba, la tal Hanna la había
impresionado. Tuve que hacer una mueca.
Dimos la vuelta al edificio acompañadas de
Hanna. Comparado con el aeropuerto de
Atenas, aquello no era muy grande y sólo
tardamos un minuto en llegar a un dos
caballos. A pesar de los cuarenta años que
debía de tener, el coche estaba muy bien
conservado.
Después de subirnos las tres, la carrocería
descendió, como es normal en este tipo de
coches, y casi llegó al suelo. Por un segundo,
tuve la sensación de que se repetía mi viaje
anterior: Emily, sin vacilar, se sentó en el
asiento delantero y yo me quedé atrás. Igual
que aquella vez.
La diferencia era que ahora se hablaba en
mi idioma, lo que me dio opción a participar
en la conversación.
—¿Está usted de vacaciones aquí? —
preguntó Emily.
—Tutéame —propuso Hanna—. Por esta
zona ya nadie usa eso del usted. No, no estoy
de vacaciones. Vivo aquí —continuó—. He
regresado hace un par de años.
—¿Regresado? —Emily parecía muy
interesada en la vida de Hanna.
—Mis padres se trasladaron a trabajar a
Alemania cuando yo aún era una niña —dijo
Hanna—, y allí crecí. Pero hace un par de
años ellos regresaron a Astipalaia y al curso
siguiente, al acabar los estudios, me volví.
Ahora trabajo aquí como traductora —sonrió
a Emily—, a veces como guía de viajes… ¡y
conductora! —Se echó a reír.
Emily parecía tan fascinada por aquella
sonrisa tan simpática que casi no podía dejar
de mirar el rostro de Hanna.
—Seguro que la mayoría de las personas
que llegan se habrán ocupado de conseguir un
medio de transporte previamente —dijo Emily
—. Nosotras hemos sido un poco ingenuas.
Yo nunca había estado aquí.
—¿En Astipalaia o en Grecia? —preguntó
Hanna.
—Hasta ayer no sabía ni que existiera
Astipalaia. —Emily me dirigió una mirada a
través del diminuto retrovisor interior, que
estaba lleno de polvo—. La verdad es que
tampoco había estado en Grecia. No sé hablar
griego.
—Oh, bueno, aquí cualquiera se hace
entender sin que sea necesario conocer el
idioma —dijo Hanna con una sonrisa—. En la
isla nadie habla idiomas, pero se apañan con
ayuda de manos y pies. La gente es muy
paciente y tiene tiempo.
—Muy distinto a lo que pasa en nuestro
país —replicó Emily.
—Sí, es totalmente distinto —dijo Hanna
—. Cuando regresé, tuve que acostumbrarme
a eso. No tenía problemas con el idioma pero,
si has crecido en Alemania, todo lo de aquí te
llega a parecer demasiado calmoso. En
Astipalaia no se trata de conseguir algo hoy o
mañana, sino la semana que viene, el mes que
viene o el año que viene. Hay ocasiones en
que las cosas ni siquiera llegan, da igual el
tiempo que haya transcurrido. Mis padres ya
me lo habían advertido, pero, aun así después
de pasar mis primeros días aquí estuve a
punto de volverme —dijo y se volvió a reír,
como si aún hoy no se lo pudiera creer.
—¿Regresar a Alemania? ¿Con este clima
tan maravilloso? —preguntó Emily.
—El clima no lo es todo —dijo Hanna—. A
pesar de que soy griega, tengo muy grabada
en mí la mentalidad alemana. Y aquí eso no
sirve de mucha ayuda.
—Pero ahora usted…, tú ya no regresarías
a Alemania, ¿verdad? —inquirí.
—No, nunca —replicó Hanna—. Ya he
aprendido que no siempre hay que ir a toda
velocidad para conseguir las cosas. Y,
sinceramente, cuando ahora voy de visita a
Alemania todo me parece demasiado
trepidante y frío. Luego me siento encantada
de volver a Astipalaia.
—Frío —dijo Emily—. Por lo tanto el clima
sí es importante —aseguró con ironía.
—No. —De pronto Hanna se puso seria—.
No me refiero al clima, sino a las personas —
corrigió, mientras miraba a Emily.
—¡Oh! —Emily inclinó la cabeza con
turbación.
Nunca la había visto tan cohibida y para mí
resultaba una auténtica novedad el
comportamiento que mostraba frente a
Hanna. No tenía nada que ver con las típicas
preguntas que hacían los turistas. Era
verdadero interés.
Comparado con el primer coche en el que,
en otros tiempos, yo había hecho aquel
trayecto, el dos caballos tenía la ventaja de
disponer de una buena amortiguación. Por ello
no se notaban tanto los socavones, pero claro
está que se acusaban. Y el polvo entraba por
todas las rendijas.
—¿Qué os trae por aquí? —preguntó
Hanna—. No hay hoteles. ¿Tenéis gente
conocida?
Emily me dejó a mí la respuesta.
—Yo… Nosotras buscamos a una persona
—contesté.
—¿Buscar? —Emily frunció el entrecejo
—. ¿Cómo se llama él? Quizás os pueda
ayudar, porque aquí nos conocemos todos.
—Ella… ella no vive aquí —dije yo—, pero
tiene un barco en el puerto, un yate.
—Ah, un yate —dijo Hanna—. Entonces
no son muchos los que responden a ese perfil.
Me acordé de que el puerto era muy
pequeño. Seguimos durante un rato más.
Hanna no parecía tener ninguna prisa, pero a
mí el viaje me resultó eterno, en cada curva
esperaba que apareciera el puerto ante
nosotras. Por fin llegamos.
Hanna fue directa al muelle.
—Aquí no veo ningún yate —dijo, mientras
miraba hacia el mar.
Tenía razón. No había ningún barco, blanco
y resplandeciente. Sólo algunas barquitas de
pescadores, que se movían por el puerto.
Hanna miró a su alrededor. Hizo una seña
y gritó algo en griego a un hombre que estaba
a un par de metros de distancia, sentado en el
muelle sobre una silla plegable. El hombre
respondió a la seña y contestó.
—Ese yate hace mucho que se marchó —
repuso Hanna—. Es lo que ha dicho él.
Intentaré descubrir cuánto tiempo ha
transcurrido. —Se acercó a aquel hombre y lo
saludó como si fuera un buen amigo. Seguro
que en la isla lo eran todos. Hanna se rió,
hablaron entre sí y luego se sentó en el suelo
al lado de aquel hombre y ambos miraron
hacia el mar en el más completo silencio.
Yo me puse nerviosa.
—¿Qué te ha dicho? Ven para acá de una
vez… —murmuré casi para mí misma.
Emily puso su mano en mi brazo.
—Ya oíste lo que dijo. Aquí las cosas no
van tan rápidas. Ten un poco de paciencia.
Yo no podía tenerla. Mi interior estaba a
punto de explotar. Que el yate de Brittany no
estuviera en el puerto, como yo esperaba, y
que desde hacía mucho no hubiera vuelto…
eso no me tranquilizaba en absoluto. Que el
yate se hubiera ido nos indicaba que Brittany
había estado aquí. ¿Quién, si no, se había
llevado el barco del puerto? ¿Dónde estaría
ahora?
Hanna se levantó, intercambió un par de
palabras con el hombre y regresó junto a
nosotras.
—Hace mucho que no ve ese barco —dijo
—. La propietaria llegó y se volvió a marchar
de inmediato. No dijo el lugar al que pensaba
ir. Desde entonces no se ha vuelto a saber de
ella. Él dice que no sería raro que regresara en
unas semanas. Tan sólo hay que esperar.
Yo miré al hombre, que no había variado su
postura. Él tenía tiempo…, pero yo no.
—¿No existe otra posibilidad de saber
dónde está ella? —pregunté.
Hanna sacudió la cabeza.
—No, mientras no dé señales de vida —
dijo—. Puede haber atracado en otro puerto.
Pero si ha anclado en el mar…
Eso era lo que siempre hacíamos nosotras
cuando íbamos por el Egeo. Brittany nunca
paraba en otro puerto, porque se sentía
demasiado observada. En el mar, allí
estábamos solas y… nadie nos molestaba.
—¡Tiene que haber algo! —exclamé para
expresar mis dudas. Habíamos llegado muy
lejos y ahora nos encontrábamos ante un
muro. Un muro de agua—. Helicópteros,
radio, policía náutica.
—¿Policía náutica? —Hanna me miró,
sorprendida, y se rió—. En tierra firme existen
esas cosas, pero aquí no las necesitamos. —
Frunció el entrecejo—. ¿Por qué es tan
importante que la encuentres? Ya regresará en
algún momento.
—En algún momento… —Me dejé caer a
plomo para sentarme sobre mi bolsa de viaje.
—Ella…, ella tiene que decirle algo
importante —respondió Emily por mí—. Sería
necesario que la encontráramos.
Hanna me dirigió una mirada de curiosidad
y luego otra a Emily.
—Quizá podamos encontrar una solución
—dijo después—. Pero no va a ser hoy. —
Miró a Emily—. ¿Conocéis a alguien más por
aquí?
—No. —Emily negó con la cabeza.
—Entonces debemos buscar un techo para
vosotras. A no ser que queráis dormir en el
muelle. —Rió.
—Me da igual —murmuré. El muelle no era
tan mala idea, porque si Brittany regresaba no
se me escaparía.
—Esto es muy bonito, pero yo preferiría
una cama —repuso Emily—, o por lo menos
una colchoneta.
—Ya encontraremos algo para vosotras —
dijo Hanna—. Siempre hay sitio para los
invitados. Venid —dijo, mientras nos hacía
una seña.
Emily me dio un pequeño empujón, en vista
de que yo seguía sentada en la bolsa como si
fuera un saco empapado de agua.
—Levántate. Hanna nos va a echar una
mano.
Emily me ayudó a levantarme y recogió las
pocas cosas que yo llevaba.
—No puede ayudarnos —comenté—. Ella
tampoco sabe dónde está Brittany.
—No me seas ahora tan pesimista —dijo
Emily, mientras intentaba que yo caminara
más deprisa, para poder alcanzar a Hanna—.
Nunca hay que perder la esperanza.
Yo la miré. Ella quería ir con Hanna, eso
era evidente, y yo deseaba hacer lo mismo
con Brittany. En aquel momento nuestros
intereses eran contrapuestos.
Llegamos a una casita blanca, delante de la
cual había una señora mayor sentada en una
silla. Hanna se inclinó hacia ella y la abrazó.
—Mi abuela —nos la presentó, luego nos
señaló y dijo nuestros nombres, que, por lo
menos entonces, sonaron muy griegos.
La abuela asintió con una sonrisa.
Melina dijo algo más y nos condujo al
interior de la casa.
—Aquí podéis dormir. —Nos señaló una
minúscula habitación con las paredes
blanqueadas—. Mi primo no está ahora
porque anda en busca de una novia. —Se
echó a reír—. Luego tendrá que construirse su
propia casa.
Emily dejó su bolsa en el suelo y la mía al
lado. Yo parecía una zombi.
—Muchas gracias —dijo—. Es muy amable
por tu parte y por la de tu familia.
—Bah, esto es lo normal —respondió
Hanna—. Voy a buscar a mi madre. Si sabe
que tenemos invitados estoy segura de que
cocinará algo especial.
—¿Lo va a hacer por nosotras? —pregunté
yo—. No es necesario que se moleste.
—¡Eso no se puede evitar! —dijo Hanna
entre risas—. Estáis en Grecia, en una familia
griega. No tenéis otra opción. —Salió de la
casa.
—Ahora no estés todo el rato con esa cara
de vinagre. —Emily se dejó caer sobre la
colchoneta que había en el suelo—. Ella
quiere ser amable y nosotras ya estamos en
Grecia. A lo mejor mañana mismo, cuando
nos despertemos, vemos que el barco de
Brittany está amarrado en el puerto.
—Me parece muy poco probable. —Me
senté en un rincón, al lado de Emily.
—Por favor…, déjalo, al menos por esta
noche —dijo Emily—. Sé un poco más alegre.
Hanna se ha tomado muchas molestias.
—Sí. —Suspiré—. Es muy amable. —Pero
ella no era Brittany.
—Menuda suerte que nos encontráramos
con ella —exclamó Emily con jovialidad—. Al
principio pensé que no podríamos salir del
aeropuerto y fíjate ahora dónde estamos. En
realidad ha resultado muy práctico que no
hayamos alquilado un coche. —Me hizo una
mueca—. Lo has hecho todo muy bien.
Yo arqueé las cejas.
—¡Sí, sí! —Emily se levantó—. Voy a
refrescarme un poco y quizá podamos ayudar
con la cena o algo parecido. Al fin y al cabo,
somos las invitadas.
Asentí con aspecto de mostrarme rendida
ante mi destino. Todo me daba igual.
Durante la cena vinieron a saludarnos unos
cincuenta vecinos y miembros de la familia.
Quizá fueran cien, pero no los pude contar. La
noticia de nuestra llegada había corrido como
la pólvora y, dado que en la isla no había
muchos entretenimientos, lo tomaron como
excusa para hacer una fiesta. Comieron,
bebieron, rieron y bailaron. Yo me encontraba
sentada en medio de aquel gentío y sólo
pensaba en Brittany.
—Este es mi primo Spyros. —Hanna se
inclinó sobre la mesa y lo gritó en mi oído
para que la pudiera oír por encima del sonido
del sirtaki.
—Pensaba que andaba en busca de una
novia —dije, irritada.
—¡Pero no es ese primo! —rió Hanna—.
Yo tengo muchos primos, aunque de hecho,
Spyros no lo es, en realidad… Bueno, eso
sería ahora muy largo de explicar. Spyros
llevó comida al barco de tu amiga antes de que
ella levara anclas.
¡Ah, ese Spyros! Lo miré.
—De eso hace ya mucho tiempo —dijo
Spyros. Al contrario que Hanna, él hablaba
con un ligero acento griego teñido de un matiz
suabo bastante pronunciado.
—Spyros vive en la isla vecina —me
informó Hanna—. No es de aquí, pero de vez
en cuando trabaja en el puerto.
—Siempre que me lo ha pedido le he
suministrado comida —dijo Spyros—. Pero
esta vez llegó por sorpresa.
—Habla usted muy bien mi idioma —dije,
sorprendida. No podía entender por completo
el contenido de sus palabras, pero me
concentré en lo más evidente.
—He trabajado quince años en la Mercedes
de Stuttgart —respondió, con orgullo.
Claro, de ahí el acento suabo.
—Ella… ¿dijo cuándo iba a volver? —
Tragué saliva.
—Quería irse sin nada de víveres —Spyros
sacudió la cabeza—, pero no se lo permití.
Siempre me he ocupado de que haya bastante
comida y bebida a bordo. —Al parecer
Brittany tenía la intención de no utilizar sus
servicios y eso le ofendió—. Le dije que
siempre podía ocurrir cualquier cosa. Los
motores se averían, lo digo porque yo estoy
familiarizado con los motores. —De nuevo
alzó con orgullo la cabeza—. Quince años en
la Mercedes de Stuttgart.
—¿Entonces llevaba consigo suficientes
provisiones como para poder aguantar hasta
ahora? —pregunté.
—No eran suficientes —respondió él, con
aire infeliz—. Pero no me dejó volver. Sólo
pude ir una vez al barco y luego se marchó.
—¿Le dijo adónde iba? —volví a preguntar.
—No estoy seguro —contestó—. Dijo algo
sobre tranquilidad y soledad, pero no pude
entenderlo del todo.
La tranquilidad y la soledad las podía
encontrar en cualquier lugar del Egeo: aquéllos
no eran unos datos muy concretos.
—¿Y no avisó de la fecha de su vuelta?
Él sacudió la cabeza.
—Ochi —dijo.
—Eso significa «no» —tradujo Hanna—.
De todas formas, Spyros me ha comentado
que el práctico del puerto le dijo que el yate
había ido en dirección norte. Pero no tiene por
qué haberse mantenido en ese rumbo. ¿Te
ayuda eso en algo?
—No mucho. —Suspiré—. Puede que lo
mejor sea quedarse aquí y esperar a que
vuelva.
—Pero tú no lo quieres hacer así —dijo
Hanna—. Eres demasiado intranquila como
para eso. —Se sentó a mi lado—. En otra
situación te hubiera dicho que sí, que dejaras a
un lado la típica impaciencia alemana y
esperaras con la serenidad griega. Pero ocurrió
algo raro el día de su marcha. Spyros lo dijo y
el práctico también. No estaba como siempre.
No tenía buen aspecto y parecía… como si
estuviera enferma. Todos los que la vieron lo
comentaron, por eso puedo entender tu
preocupación.
—¿Enferma? —Me levanté de un golpe—.
¿Cómo…? ¿qué… qué… ha pasado con ella?
—Por supuesto, no lo sabemos. Pero si
estaba enferma de verdad existe la posibilidad
de que permanezca en el barco y de que no
haya podido salir de él por sus propios
medios. Así que todos han decidido salir a
buscarla.
—¿Buscarla? —Me acordé de la
inmensidad del mar, de la multitud de islas, de
los días en que navegamos durante horas y
echamos el ancla muy lejos, donde sólo se
veía agua y en la lejanía no se vislumbraba ni
un barco ni la menor señal de seres humanos
—. ¿Cómo?
—Todos los de aquí son pescadores… o lo
fueron en algún momento de su vida —dijo
Hanna—. Conocen el mar como la palma de
su mano. Saben dónde buscar y conocen los
lugares con mejores posibilidades. Se pondrán
en marcha mañana con la salida del sol. ¡Pero
ahora hay una fiesta! —Ella rió, dio palmas,
se levantó y se puso en la cola de los que
bailaban sirtaki—. Ven. —Me agarró de la
mano—. Baila con nosotros y se te pasarán
las preocupaciones.
Yo la miré con escepticismo.
—¡Vamos, ven! —Emily se salió de la fila
de bailarines y me cogió de la mano—. ¿De
qué sirve estar ahí sentada como un
pasmarote? Eso no te va a traer a Brittany.
Mañana todos irán a buscarla y seguro que la
encontrarán enseguida.
Su confianza en todos los sentidos era digna
de elogio…, pero yo no tenía ninguna otra
oportunidad. Emily me levantó y entre ella y
Hanna me pusieron en el centro de la fila. No
pude hacer otra cosa que seguir los
movimientos del resto de bailarines. Primero
me sentí un tanto patosa, pero luego la cosa
fue mejor, porque, poco a poco, me
acostumbré al ritmo balanceante y a los
movimientos bruscos de las piernas. El baile
se hizo cada vez más rápido y, como todos
iban agarrados entre sí con firmeza, no pude
hacer más que seguirlos. Me tuve que
concentrar tanto que, por un momento, mis
pensamientos agoreros se borraron, tal y como
había dicho Emily. Tuve que reconocer que, a
veces, ella tenía razón.
Horas después caímos rendidas en las
colchonetas y nos quedamos dormidas al
instante.
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Bueno aquí les dejo el cap de hoy =D saludos y bueno esperemos que San encuentre a Britt pronto..... y a Emily le apareció su Hanna :3
Cuando llegamos a Atenas casi nos fulmina el
calor, lo mismo que ocurrió la primera vez que
aterricé allí.
—Tú ya has estado aquí —dijo Emily—.
¿De dónde sale el avión para Astipalaia?
—Tenemos que atravesar todo el
aeropuerto —respondí—. En el otro extremo.
—Me estremecí al recordar que en aquel
trayecto estaba la tienda duty-free en la que
Brittany me había comprado el reloj como
pago por los «servicios» que le había prestado
en los lavabos del vuelo a Atenas. No eran
buenos recuerdos. Sobre todo porque Brittany
había vuelto a sacar a la luz hacía poco el
tema del contrato.
Pero no tenía más remedio que hacerme a
la idea de que aquel viaje me iba a recordar en
todo momento al otro. Todo lo que había
pasado entre ambos viajes no tenía nada que
ver aquí. Aquél había sido el principio y…
¡No, no, eso no!… Esperaba que el de ahora
no fuera el final.
Facturamos en el pequeño avión que iba a
Astipalaia y aún nos dio tiempo de tomarnos
un café en el aeropuerto.
—¿Cuánto dura el vuelo? —preguntó Emily.
—No lo sé con exactitud. —Me encogí de
hombros—. No puedo acordarme, porque
aquél fue un viaje algo accidentado y se me
hizo más largo.
—Seguro que viene en el billete —dijo
Emily—. Pero da lo mismo, lo importante es
que lleguemos.
—Eso no está garantizado. —Torcí la boca
con una mueca.
—¡Vaya con la pesimista! —Emily se echó
a reír—. He volado en tantas ocasiones que se
me ha olvidado el número. Mis padres ya me
llevaban de niña. Y siempre llegamos a
nuestro destino.
—Yo viajé en avión por primera vez el año
pasado —dije—. Siendo yo pequeña, mi
madre nunca se pudo permitir hacer viajes en
avión. Y hoy día tampoco puede.
—Es mucho mejor si, por fin, se utilizan los
puntos de vuelo acumulados por mis padres
—manifestó Emily mientras sonreía con gesto
irónico. Luego escuchó lo que dijeron a través
de la megafonía—. Creo que ése es nuestro
vuelo —informó—, a pesar de que no he
entendido ni una sola palabra.
Fuimos a pie por la pista en la que nos
esperaba el pequeño avión. Como me ocurrió
en el anterior viaje, lo miré sin mucha
confianza. Sin embargo, me subí en él.
Emily pensaba que todo aquello era muy
emocionante.
—Debo admitir que nunca había volado en
un trasto tan pequeño. —Miró por la
ventanilla lateral—. ¿Te alegra ir a Astipalaia?
—Me alegraré cuando hayamos aterrizado
—dije—. En este momento me falta un poco
de tranquilidad —hice una mueca.
—Pero si aún no hemos despegado… —rió
Emily.
En aquel momento arrancaron los motores,
todo el fuselaje del avión se estremeció y
nosotras con él.
—Nos vamos —dijo Emily, abrochándose el
cinturón.
Yo ya me lo había abrochado, pero seguía
sintiéndome insegura. Miré hacia delante; allí
el avión se estrechaba y se podía ver
directamente la cabina del piloto. No había
puerta. Al alcanzar la velocidad suficiente, el
piloto hizo descender una palanca y el avión
se elevó. Pero no fue sólo él quien accionó
aquella palanca: el copiloto colocó las dos
manos sobre la suya y las movieron al
unísono. Aquello no incrementó en absoluto el
nivel de tranquilidad de mi sangre.
—¿Lo has visto? —le pregunté a Emily.
—¿Qué tenía que ver? —Emily tenía puesta
la vista en la superficie de la tierra, que se
alejaba.
—Han tenido que hacer despegar el avión
entre dos personas. ¿Será que hay algo
averiado?
—No lo creo. —Emily parecía totalmente
despreocupada—. Estamos en el aire sin
ningún problema.
Me hubiera gustado tener su valor…
El vuelo fue más tranquilo que la primera
vez, o al menos eso me pareció. En todo caso,
aterrizamos sin daños en Astipalaia, pero la
sensación de temor no desapareció del todo de
mi estómago hasta que no nos bajamos del
avión y nos alejamos de él.
—Bien, ¿dónde está el puerto? —preguntó
Emily y me miró.
—¡Humm!… Aquí no —dije, cohibida.
—¿Entonces dónde? —preguntó Emily y
me pareció que escudriñaba con la vista más
allá de las alas del avión.
—Tenemos… —carraspeé—. Tenemos
que conducir un poco para llegar hasta allí.
—¿Conducir? ¿Qué conducimos? —Emily
miró a su alrededor, esta vez en busca de algo
que se pudiera conducir.
Carraspeé de nuevo.
—Nos recogió un coche. Brittany lo había
organizado todo.
—¿Y no me lo podías haber dicho antes?
—Me miró, airada—. Si llego a saber que
íbamos a necesitar un coche de alquiler lo
hubiera reservado. —Mientras tanto ya
habíamos llegado al diminuto edificio del
aeropuerto. Emily dejó vagar la vista por el
interior—. ¿Dónde se pueden alquilar coches?
—preguntó.
—No tengo ni idea. —Miré por el
vestíbulo. No se veía ningún cartel de alquiler
de vehículos.
—¡Vaya, hombre! ¿No se puede ir a pie
hasta el puerto? —preguntó Emily.
—Creo que no. —Alcé los hombros. Me
sentía insignificante y tonta—. Fue un
recorrido bastante largo.
Emily lanzó un largo suspiro.
—¡Bueno, me estás resultando un pozo de
información! —exclamó.
—Yo… yo…, todo fue tan rápido. —Me
disculpé—. Casi no tuve tiempo de pensarlo.
—Por ahora disponemos de mucho tiempo
para eso —aseguró Emily.
—¿Quieren ir al puerto? —dijo detrás de
nosotras una voz agradable y cálida.
Me volví a toda prisa y Emily agitó la
cabeza.
—¿Conoce usted esto? —preguntó—.
¿Dónde podemos alquilar un coche?
—En ningún sitio. —La joven que nos
hablaba nos sonrió con sus ojos de color
gris azulado. Su pelo era rubio y su
rostro era de un singular tono oliváceo.
—¿En ningún sitio?
Nunca había visto a Emily tan
desconcertada.
—En ningún sitio —repitió la joven—. Aquí
no se pueden alquilar coches. Hay dos taxis,
pero hay que pedirlos con antelación, ya que
no sólo se usan para viajeros. Primero hay
que retirarlos de las faenas del campo.
Sí, recordé que el coche que por aquel
entonces nos recogió a Brittany y a mí tenía
ese aspecto.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Emily,
algo perpleja—. ¿No podemos pedir uno de
esos taxis?
—Sí pueden —dijo la joven—. Siempre
que dispongan de una semana para esperar
hasta que venga, eso en caso de que venga.
—Menuda mierda —se quejó Emily. Yo me
sentía culpable.
La joven dijo:
—Como mucho, les puedo ofrecer mi
coche. Yo también voy para el puerto.
La cara de Emily se iluminó.
—¿Y nos puede llevar?
—Sí, siempre que no tengan mucho
equipaje —respondió la joven—. Mi coche no
es demasiado grande.
—Esto es todo el equipaje que llevamos. —
Emily tenía su bolsa en la mano y señaló hacia
la mía—. No tenemos más.
—Entonces no hay problema —dijo la
joven.
—Ah, perdón. No nos hemos presentado
—Emily se dió un leve golpe en la frente. Dijo
su nombre y estrechó la mano de la
desconocida. Yo hice lo mismo.
—Hanna—dijo la desconocida, con un
leve acento extranjero.
—Bonito nombre —comentó Emily y, de
repente, su voz cambió de tono.
Yo estaba atenta y la miré. Si no me
equivocaba, la tal Hanna la había
impresionado. Tuve que hacer una mueca.
Dimos la vuelta al edificio acompañadas de
Hanna. Comparado con el aeropuerto de
Atenas, aquello no era muy grande y sólo
tardamos un minuto en llegar a un dos
caballos. A pesar de los cuarenta años que
debía de tener, el coche estaba muy bien
conservado.
Después de subirnos las tres, la carrocería
descendió, como es normal en este tipo de
coches, y casi llegó al suelo. Por un segundo,
tuve la sensación de que se repetía mi viaje
anterior: Emily, sin vacilar, se sentó en el
asiento delantero y yo me quedé atrás. Igual
que aquella vez.
La diferencia era que ahora se hablaba en
mi idioma, lo que me dio opción a participar
en la conversación.
—¿Está usted de vacaciones aquí? —
preguntó Emily.
—Tutéame —propuso Hanna—. Por esta
zona ya nadie usa eso del usted. No, no estoy
de vacaciones. Vivo aquí —continuó—. He
regresado hace un par de años.
—¿Regresado? —Emily parecía muy
interesada en la vida de Hanna.
—Mis padres se trasladaron a trabajar a
Alemania cuando yo aún era una niña —dijo
Hanna—, y allí crecí. Pero hace un par de
años ellos regresaron a Astipalaia y al curso
siguiente, al acabar los estudios, me volví.
Ahora trabajo aquí como traductora —sonrió
a Emily—, a veces como guía de viajes… ¡y
conductora! —Se echó a reír.
Emily parecía tan fascinada por aquella
sonrisa tan simpática que casi no podía dejar
de mirar el rostro de Hanna.
—Seguro que la mayoría de las personas
que llegan se habrán ocupado de conseguir un
medio de transporte previamente —dijo Emily
—. Nosotras hemos sido un poco ingenuas.
Yo nunca había estado aquí.
—¿En Astipalaia o en Grecia? —preguntó
Hanna.
—Hasta ayer no sabía ni que existiera
Astipalaia. —Emily me dirigió una mirada a
través del diminuto retrovisor interior, que
estaba lleno de polvo—. La verdad es que
tampoco había estado en Grecia. No sé hablar
griego.
—Oh, bueno, aquí cualquiera se hace
entender sin que sea necesario conocer el
idioma —dijo Hanna con una sonrisa—. En la
isla nadie habla idiomas, pero se apañan con
ayuda de manos y pies. La gente es muy
paciente y tiene tiempo.
—Muy distinto a lo que pasa en nuestro
país —replicó Emily.
—Sí, es totalmente distinto —dijo Hanna
—. Cuando regresé, tuve que acostumbrarme
a eso. No tenía problemas con el idioma pero,
si has crecido en Alemania, todo lo de aquí te
llega a parecer demasiado calmoso. En
Astipalaia no se trata de conseguir algo hoy o
mañana, sino la semana que viene, el mes que
viene o el año que viene. Hay ocasiones en
que las cosas ni siquiera llegan, da igual el
tiempo que haya transcurrido. Mis padres ya
me lo habían advertido, pero, aun así después
de pasar mis primeros días aquí estuve a
punto de volverme —dijo y se volvió a reír,
como si aún hoy no se lo pudiera creer.
—¿Regresar a Alemania? ¿Con este clima
tan maravilloso? —preguntó Emily.
—El clima no lo es todo —dijo Hanna—. A
pesar de que soy griega, tengo muy grabada
en mí la mentalidad alemana. Y aquí eso no
sirve de mucha ayuda.
—Pero ahora usted…, tú ya no regresarías
a Alemania, ¿verdad? —inquirí.
—No, nunca —replicó Hanna—. Ya he
aprendido que no siempre hay que ir a toda
velocidad para conseguir las cosas. Y,
sinceramente, cuando ahora voy de visita a
Alemania todo me parece demasiado
trepidante y frío. Luego me siento encantada
de volver a Astipalaia.
—Frío —dijo Emily—. Por lo tanto el clima
sí es importante —aseguró con ironía.
—No. —De pronto Hanna se puso seria—.
No me refiero al clima, sino a las personas —
corrigió, mientras miraba a Emily.
—¡Oh! —Emily inclinó la cabeza con
turbación.
Nunca la había visto tan cohibida y para mí
resultaba una auténtica novedad el
comportamiento que mostraba frente a
Hanna. No tenía nada que ver con las típicas
preguntas que hacían los turistas. Era
verdadero interés.
Comparado con el primer coche en el que,
en otros tiempos, yo había hecho aquel
trayecto, el dos caballos tenía la ventaja de
disponer de una buena amortiguación. Por ello
no se notaban tanto los socavones, pero claro
está que se acusaban. Y el polvo entraba por
todas las rendijas.
—¿Qué os trae por aquí? —preguntó
Hanna—. No hay hoteles. ¿Tenéis gente
conocida?
Emily me dejó a mí la respuesta.
—Yo… Nosotras buscamos a una persona
—contesté.
—¿Buscar? —Emily frunció el entrecejo
—. ¿Cómo se llama él? Quizás os pueda
ayudar, porque aquí nos conocemos todos.
—Ella… ella no vive aquí —dije yo—, pero
tiene un barco en el puerto, un yate.
—Ah, un yate —dijo Hanna—. Entonces
no son muchos los que responden a ese perfil.
Me acordé de que el puerto era muy
pequeño. Seguimos durante un rato más.
Hanna no parecía tener ninguna prisa, pero a
mí el viaje me resultó eterno, en cada curva
esperaba que apareciera el puerto ante
nosotras. Por fin llegamos.
Hanna fue directa al muelle.
—Aquí no veo ningún yate —dijo, mientras
miraba hacia el mar.
Tenía razón. No había ningún barco, blanco
y resplandeciente. Sólo algunas barquitas de
pescadores, que se movían por el puerto.
Hanna miró a su alrededor. Hizo una seña
y gritó algo en griego a un hombre que estaba
a un par de metros de distancia, sentado en el
muelle sobre una silla plegable. El hombre
respondió a la seña y contestó.
—Ese yate hace mucho que se marchó —
repuso Hanna—. Es lo que ha dicho él.
Intentaré descubrir cuánto tiempo ha
transcurrido. —Se acercó a aquel hombre y lo
saludó como si fuera un buen amigo. Seguro
que en la isla lo eran todos. Hanna se rió,
hablaron entre sí y luego se sentó en el suelo
al lado de aquel hombre y ambos miraron
hacia el mar en el más completo silencio.
Yo me puse nerviosa.
—¿Qué te ha dicho? Ven para acá de una
vez… —murmuré casi para mí misma.
Emily puso su mano en mi brazo.
—Ya oíste lo que dijo. Aquí las cosas no
van tan rápidas. Ten un poco de paciencia.
Yo no podía tenerla. Mi interior estaba a
punto de explotar. Que el yate de Brittany no
estuviera en el puerto, como yo esperaba, y
que desde hacía mucho no hubiera vuelto…
eso no me tranquilizaba en absoluto. Que el
yate se hubiera ido nos indicaba que Brittany
había estado aquí. ¿Quién, si no, se había
llevado el barco del puerto? ¿Dónde estaría
ahora?
Hanna se levantó, intercambió un par de
palabras con el hombre y regresó junto a
nosotras.
—Hace mucho que no ve ese barco —dijo
—. La propietaria llegó y se volvió a marchar
de inmediato. No dijo el lugar al que pensaba
ir. Desde entonces no se ha vuelto a saber de
ella. Él dice que no sería raro que regresara en
unas semanas. Tan sólo hay que esperar.
Yo miré al hombre, que no había variado su
postura. Él tenía tiempo…, pero yo no.
—¿No existe otra posibilidad de saber
dónde está ella? —pregunté.
Hanna sacudió la cabeza.
—No, mientras no dé señales de vida —
dijo—. Puede haber atracado en otro puerto.
Pero si ha anclado en el mar…
Eso era lo que siempre hacíamos nosotras
cuando íbamos por el Egeo. Brittany nunca
paraba en otro puerto, porque se sentía
demasiado observada. En el mar, allí
estábamos solas y… nadie nos molestaba.
—¡Tiene que haber algo! —exclamé para
expresar mis dudas. Habíamos llegado muy
lejos y ahora nos encontrábamos ante un
muro. Un muro de agua—. Helicópteros,
radio, policía náutica.
—¿Policía náutica? —Hanna me miró,
sorprendida, y se rió—. En tierra firme existen
esas cosas, pero aquí no las necesitamos. —
Frunció el entrecejo—. ¿Por qué es tan
importante que la encuentres? Ya regresará en
algún momento.
—En algún momento… —Me dejé caer a
plomo para sentarme sobre mi bolsa de viaje.
—Ella…, ella tiene que decirle algo
importante —respondió Emily por mí—. Sería
necesario que la encontráramos.
Hanna me dirigió una mirada de curiosidad
y luego otra a Emily.
—Quizá podamos encontrar una solución
—dijo después—. Pero no va a ser hoy. —
Miró a Emily—. ¿Conocéis a alguien más por
aquí?
—No. —Emily negó con la cabeza.
—Entonces debemos buscar un techo para
vosotras. A no ser que queráis dormir en el
muelle. —Rió.
—Me da igual —murmuré. El muelle no era
tan mala idea, porque si Brittany regresaba no
se me escaparía.
—Esto es muy bonito, pero yo preferiría
una cama —repuso Emily—, o por lo menos
una colchoneta.
—Ya encontraremos algo para vosotras —
dijo Hanna—. Siempre hay sitio para los
invitados. Venid —dijo, mientras nos hacía
una seña.
Emily me dio un pequeño empujón, en vista
de que yo seguía sentada en la bolsa como si
fuera un saco empapado de agua.
—Levántate. Hanna nos va a echar una
mano.
Emily me ayudó a levantarme y recogió las
pocas cosas que yo llevaba.
—No puede ayudarnos —comenté—. Ella
tampoco sabe dónde está Brittany.
—No me seas ahora tan pesimista —dijo
Emily, mientras intentaba que yo caminara
más deprisa, para poder alcanzar a Hanna—.
Nunca hay que perder la esperanza.
Yo la miré. Ella quería ir con Hanna, eso
era evidente, y yo deseaba hacer lo mismo
con Brittany. En aquel momento nuestros
intereses eran contrapuestos.
Llegamos a una casita blanca, delante de la
cual había una señora mayor sentada en una
silla. Hanna se inclinó hacia ella y la abrazó.
—Mi abuela —nos la presentó, luego nos
señaló y dijo nuestros nombres, que, por lo
menos entonces, sonaron muy griegos.
La abuela asintió con una sonrisa.
Melina dijo algo más y nos condujo al
interior de la casa.
—Aquí podéis dormir. —Nos señaló una
minúscula habitación con las paredes
blanqueadas—. Mi primo no está ahora
porque anda en busca de una novia. —Se
echó a reír—. Luego tendrá que construirse su
propia casa.
Emily dejó su bolsa en el suelo y la mía al
lado. Yo parecía una zombi.
—Muchas gracias —dijo—. Es muy amable
por tu parte y por la de tu familia.
—Bah, esto es lo normal —respondió
Hanna—. Voy a buscar a mi madre. Si sabe
que tenemos invitados estoy segura de que
cocinará algo especial.
—¿Lo va a hacer por nosotras? —pregunté
yo—. No es necesario que se moleste.
—¡Eso no se puede evitar! —dijo Hanna
entre risas—. Estáis en Grecia, en una familia
griega. No tenéis otra opción. —Salió de la
casa.
—Ahora no estés todo el rato con esa cara
de vinagre. —Emily se dejó caer sobre la
colchoneta que había en el suelo—. Ella
quiere ser amable y nosotras ya estamos en
Grecia. A lo mejor mañana mismo, cuando
nos despertemos, vemos que el barco de
Brittany está amarrado en el puerto.
—Me parece muy poco probable. —Me
senté en un rincón, al lado de Emily.
—Por favor…, déjalo, al menos por esta
noche —dijo Emily—. Sé un poco más alegre.
Hanna se ha tomado muchas molestias.
—Sí. —Suspiré—. Es muy amable. —Pero
ella no era Brittany.
—Menuda suerte que nos encontráramos
con ella —exclamó Emily con jovialidad—. Al
principio pensé que no podríamos salir del
aeropuerto y fíjate ahora dónde estamos. En
realidad ha resultado muy práctico que no
hayamos alquilado un coche. —Me hizo una
mueca—. Lo has hecho todo muy bien.
Yo arqueé las cejas.
—¡Sí, sí! —Emily se levantó—. Voy a
refrescarme un poco y quizá podamos ayudar
con la cena o algo parecido. Al fin y al cabo,
somos las invitadas.
Asentí con aspecto de mostrarme rendida
ante mi destino. Todo me daba igual.
Durante la cena vinieron a saludarnos unos
cincuenta vecinos y miembros de la familia.
Quizá fueran cien, pero no los pude contar. La
noticia de nuestra llegada había corrido como
la pólvora y, dado que en la isla no había
muchos entretenimientos, lo tomaron como
excusa para hacer una fiesta. Comieron,
bebieron, rieron y bailaron. Yo me encontraba
sentada en medio de aquel gentío y sólo
pensaba en Brittany.
—Este es mi primo Spyros. —Hanna se
inclinó sobre la mesa y lo gritó en mi oído
para que la pudiera oír por encima del sonido
del sirtaki.
—Pensaba que andaba en busca de una
novia —dije, irritada.
—¡Pero no es ese primo! —rió Hanna—.
Yo tengo muchos primos, aunque de hecho,
Spyros no lo es, en realidad… Bueno, eso
sería ahora muy largo de explicar. Spyros
llevó comida al barco de tu amiga antes de que
ella levara anclas.
¡Ah, ese Spyros! Lo miré.
—De eso hace ya mucho tiempo —dijo
Spyros. Al contrario que Hanna, él hablaba
con un ligero acento griego teñido de un matiz
suabo bastante pronunciado.
—Spyros vive en la isla vecina —me
informó Hanna—. No es de aquí, pero de vez
en cuando trabaja en el puerto.
—Siempre que me lo ha pedido le he
suministrado comida —dijo Spyros—. Pero
esta vez llegó por sorpresa.
—Habla usted muy bien mi idioma —dije,
sorprendida. No podía entender por completo
el contenido de sus palabras, pero me
concentré en lo más evidente.
—He trabajado quince años en la Mercedes
de Stuttgart —respondió, con orgullo.
Claro, de ahí el acento suabo.
—Ella… ¿dijo cuándo iba a volver? —
Tragué saliva.
—Quería irse sin nada de víveres —Spyros
sacudió la cabeza—, pero no se lo permití.
Siempre me he ocupado de que haya bastante
comida y bebida a bordo. —Al parecer
Brittany tenía la intención de no utilizar sus
servicios y eso le ofendió—. Le dije que
siempre podía ocurrir cualquier cosa. Los
motores se averían, lo digo porque yo estoy
familiarizado con los motores. —De nuevo
alzó con orgullo la cabeza—. Quince años en
la Mercedes de Stuttgart.
—¿Entonces llevaba consigo suficientes
provisiones como para poder aguantar hasta
ahora? —pregunté.
—No eran suficientes —respondió él, con
aire infeliz—. Pero no me dejó volver. Sólo
pude ir una vez al barco y luego se marchó.
—¿Le dijo adónde iba? —volví a preguntar.
—No estoy seguro —contestó—. Dijo algo
sobre tranquilidad y soledad, pero no pude
entenderlo del todo.
La tranquilidad y la soledad las podía
encontrar en cualquier lugar del Egeo: aquéllos
no eran unos datos muy concretos.
—¿Y no avisó de la fecha de su vuelta?
Él sacudió la cabeza.
—Ochi —dijo.
—Eso significa «no» —tradujo Hanna—.
De todas formas, Spyros me ha comentado
que el práctico del puerto le dijo que el yate
había ido en dirección norte. Pero no tiene por
qué haberse mantenido en ese rumbo. ¿Te
ayuda eso en algo?
—No mucho. —Suspiré—. Puede que lo
mejor sea quedarse aquí y esperar a que
vuelva.
—Pero tú no lo quieres hacer así —dijo
Hanna—. Eres demasiado intranquila como
para eso. —Se sentó a mi lado—. En otra
situación te hubiera dicho que sí, que dejaras a
un lado la típica impaciencia alemana y
esperaras con la serenidad griega. Pero ocurrió
algo raro el día de su marcha. Spyros lo dijo y
el práctico también. No estaba como siempre.
No tenía buen aspecto y parecía… como si
estuviera enferma. Todos los que la vieron lo
comentaron, por eso puedo entender tu
preocupación.
—¿Enferma? —Me levanté de un golpe—.
¿Cómo…? ¿qué… qué… ha pasado con ella?
—Por supuesto, no lo sabemos. Pero si
estaba enferma de verdad existe la posibilidad
de que permanezca en el barco y de que no
haya podido salir de él por sus propios
medios. Así que todos han decidido salir a
buscarla.
—¿Buscarla? —Me acordé de la
inmensidad del mar, de la multitud de islas, de
los días en que navegamos durante horas y
echamos el ancla muy lejos, donde sólo se
veía agua y en la lejanía no se vislumbraba ni
un barco ni la menor señal de seres humanos
—. ¿Cómo?
—Todos los de aquí son pescadores… o lo
fueron en algún momento de su vida —dijo
Hanna—. Conocen el mar como la palma de
su mano. Saben dónde buscar y conocen los
lugares con mejores posibilidades. Se pondrán
en marcha mañana con la salida del sol. ¡Pero
ahora hay una fiesta! —Ella rió, dio palmas,
se levantó y se puso en la cola de los que
bailaban sirtaki—. Ven. —Me agarró de la
mano—. Baila con nosotros y se te pasarán
las preocupaciones.
Yo la miré con escepticismo.
—¡Vamos, ven! —Emily se salió de la fila
de bailarines y me cogió de la mano—. ¿De
qué sirve estar ahí sentada como un
pasmarote? Eso no te va a traer a Brittany.
Mañana todos irán a buscarla y seguro que la
encontrarán enseguida.
Su confianza en todos los sentidos era digna
de elogio…, pero yo no tenía ninguna otra
oportunidad. Emily me levantó y entre ella y
Hanna me pusieron en el centro de la fila. No
pude hacer otra cosa que seguir los
movimientos del resto de bailarines. Primero
me sentí un tanto patosa, pero luego la cosa
fue mejor, porque, poco a poco, me
acostumbré al ritmo balanceante y a los
movimientos bruscos de las piernas. El baile
se hizo cada vez más rápido y, como todos
iban agarrados entre sí con firmeza, no pude
hacer más que seguirlos. Me tuve que
concentrar tanto que, por un momento, mis
pensamientos agoreros se borraron, tal y como
había dicho Emily. Tuve que reconocer que, a
veces, ella tenía razón.
Horas después caímos rendidas en las
colchonetas y nos quedamos dormidas al
instante.
*********************************************************************
Bueno aquí les dejo el cap de hoy =D saludos y bueno esperemos que San encuentre a Britt pronto..... y a Emily le apareció su Hanna :3
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
bueno ya emily consiguio pareja, ahora a encontrar a brittany!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
CAPÍTULO 28
Capítulo 28
—¡Arriba, arriba! —Hanna estaba en la
puerta y reía—. ¡El sol ya ha salido y
debemos partir de inmediato!
—Pero, ¿realmente hemos dormido? —
preguntó Emily con los ojos entrecerrados—.
Si casi acabamos de acostarnos.
—Ya hemos dormido lo suficiente —dijo
Hanna con jovialidad—. Cuando estemos ahí
fuera, el aire del mar se os llevará el cansancio
que os quede en el cuerpo.
—Sobre todo en los ojos —repuse, irritada.
—Eso también —asintió Hanna de buen
humor—. Pero no ocurrirá si os quedáis más
tiempo tumbadas. Daos un chapuzón en el
mar para espabilar u os tendréis que quedar en
casa.
Eso me obligó a levantarme de inmediato.
—¡De ninguna de las maneras! —exclamé.
—Entonces vamos. —Hanna estaba
contenta. Se dio la vuelta y nos dejó solas a
Emily y a mí.
—Levantarse con el sol —murmuró Emily
desde la cama—. Esto no me lo habías dicho.
—¿Y cómo lo iba a saber? —pregunté—.
Yo me voy a meter en el mar, como nos ha
recomendado Hanna. No quiero quedarme en
tierra.
—Bueno, bueno —gruñó una vez más
Emily, mientras se levantaba—. Yo también
voy. Eso de darse un baño en el mar a una
hora tan temprana debe de ser algo especial de
verdad.
A pesar de que todo estaba muy tranquilo y
no había nada de agitación, un instante
después zarpamos con una flotilla de barcos
de pesca. Una vez fuera del puerto, los
pesqueros se repartieron en todas las
direcciones y nosotras nos encontramos solas
en el mar con el barco de Spyros.
Yo sentí cierto miedo. Aquélla era en
verdad la inmensidad a la que yo temía.
¿Cómo se podía encontrar allí a un único
barco? En el puerto, el yate de Brittany
destacaba por ser muy grande, pero eso era
debido a que el propio puerto era diminuto.
Pero aquí fuera…, aquí fuera, por grande que
pareciera, no era mayor que una cáscara de
nuez.
—Ella me habló de algunas islas donde
siempre compraba pescado fresco —dijo
Spyros—. Vamos a ir allí.
Asentí. Habíamos comprado en muchas de
aquellas islas cuando hicimos nuestra
excursión, pero ya no me acordaba de los
nombres. Me alegré de que Spyros lo supiera.
Tardamos todo el día en recorrer tres islas
que casi no reconocí. Había pasado mucho
tiempo y todas me parecían iguales. En una de
ellas encontramos a un pescador que se
acordaba de haber vendido pescado a
Brittany. Todos se acordaban de ella y de su
barco, pero la compra había tenido lugar tres
días después de su salida y de eso ya hacía
mucho tiempo. Por lo menos ahora sabíamos
que había ido en ese rumbo.
Al llegar la tarde regresamos a puerto.
Fuimos los últimos y las demás barcas de
pesca ya estaban amarradas. Spyros y los
demás propietarios de los barcos
intercambiaron información y Melina nos
sirvió de traductora.
—Se ha podido seguir muy bien su ruta. Ha
sido vista en algunas islas, pero desde hace
unas semanas nadie ha vuelto a verla.
—A saber dónde puede estar —apuntó
Emily.
—Puede que sea cerca del último lugar en
el que fue vista —replicó Hanna—. La gente
de allí le desaconsejó que siguiera su camino,
porque parecía muy débil. Pero no quiso
escuchar a nadie.
«Muy típico de Brittany», pensé. ¿A quién
escuchaba ella?
—¿Y cuál fue ese último lugar? —pregunté.
—Iremos mañana allí con todos los
pesqueros y continuaremos la búsqueda —dijo
Hanna—. Eso será lo más sensato.
¡Mañana! Con cada día que pasaba me
parecía que la salud de Brittany empeoraba.
Por regla general, ella siempre había
descansado de una forma espléndida mientras
estaba en el Egeo: recargaba las pilas, estaba
sana, tostada por el sol y llena de energía para
el regreso. Pero esta vez parecía distinto. ¿Por
qué no había ido a un puerto, si se sentía
enferma? ¿Por qué no se había dirigido a una
ciudad mayor, a fin de poder visitar a un
médico? ¿O acaso lo había hecho y por eso
nadie la había visto?
—A lo mejor lleva algún tiempo en un
hospital en Atenas —dije, esperanzada.
—No. Hanna negó con un ademán de la
cabeza—. Los prácticos de los puertos se
mantienen siempre en contacto unos con
otros. Si hubiera llegado un barco a Atenas, lo
sabrían. —Me miró—. Han preguntado en
todos los puertos, incluso en los más
pequeños. Nadie tiene constancia de haber
visto un barco como el de Brittany.
El día siguiente comenzó como el anterior,
con la salida del sol. Partimos y esta vez la
flotilla iba reunida, pues todos llevaban el
mismo rumbo. ¡Si yo no hubiera sido un
marinero de agua dulce puede que hubiera
sido capaz de reconocer algo! Para los
pescadores, cada ola parecía tener su propio
nombre; en cambio para mí todo era agua, un
horizonte infinito y un eterno ir de un lado
para otro. Apenas pude disfrutar del sol.
Mientras Hanna y Spyros miraban al agua,
Emily se encontraba sentada a mi lado en un
pequeño banco del bote.
—El día de ayer fue muy prometedor —
dijo para consolarme—. Al menos ahora
sabemos dónde no está.
—¡Pero no dónde está! —interrumpí su
charla—. Emily, cuando vine aquí pensaba que
quería hablar con Brittany, pero ahora… ¿Qué
voy a hacer ahora? —Apoyé la cabeza en las
manos—. ¿Qué puedo hacer ahora? —Alcé la
vista—. ¡Aquí no hago nada! ¡Me limito a
estar sentada!
—Tan sólo llevamos un día de búsqueda —
respondió Emily—. Las cosas no van tan
rápidas. —Me tomó la mano—. Hanna dice
que la encontraremos a base de ir a todas las
islas. Yo creo lo que dice Hanna.
—Porque Hanna y tú… —me mordí la
lengua.
—Porque Hanna y yo, ¿qué? —Emily
mostró una cierta satisfacción—. ¿Porque me
gusta? ¿Piensas que lo digo por eso? —Me
acarició la mejilla—. Hanna me gusta mucho,
en eso tienes razón, pero no creo que eso
limite mi claridad de juicio. Los pescadores de
aquí conocen el mar. No podemos competir
con ellos, y por eso nos parece que muchas
cosas carecen de sentido. Pero yo creo que, si
se ha vivido toda la vida junto al mar y en el
mar, las cosas se ven de otra forma.
Alcé la vista y vi que Hanna nos miraba
desde la proa, estaba allí al lado de Spyros.
—¿Has…? —titubeé—. ¿Has hablado con
Hanna? —pregunté—. Quiero decir si le has
dicho…
—¿Que ella me gusta de la forma en la que
me gusta? —Emily suspiró—. Casi no nos
conocemos. Y… como voy a saber si… No,
no creo que sea una buena idea. —Se reclinó
contra la estrecha borda—. Voy a soñar con
ella cuando llegue a casa, me imaginaré su
negro pelo agitado por el viento mientras el
barco recorre el mar y recordaré cómo ríen
sus ojos cuando la miro. —Suspiró de nuevo
—. Va a ser un recuerdo maravilloso.
A lo mejor Brittany sólo era un recuerdo
para mí, pensé en ese momento. Quizá
tampoco la volvería a ver y a Emily y a mí
sólo nos quedaría el recuerdo común del
cabello, ondeante en el mar, de aquellas dos
mujeres a las que nunca volveríamos a ver.
—¡No! —dije con decisión.
—¿No, qué? —Emily me miró, interrogante
—. ¿Qué quieres decir con eso? ¿No va a ser
un recuerdo maravilloso?
—Sí, claro. Pero quizá sea un recuerdo de
algo más que lo que acabas de decir.
—Eso es una idiotez, Santana. —Emily miró al
frente, donde Hanna contemplaba el mar—.
Una idiotez maravillosa, pero a fin de cuentas
una idiotez.
—Nos ha mirado en el momento en que tú
me has cogido de la mano. Yo no diría que es
una idiotez lo que he visto en su mirada.
—¿Y qué es lo que has visto? —preguntó
Emily.
—Creo que conozco el significado de esa
mirada —respondí.
—Seguro que la has interpretado mal —dijo
Emily, como si rechazara aquel pensamiento.
—Yo creo que no. —Esta vez me mostré
testaruda. Si yo no podía ser feliz, al menos
que lo fuera ella.
Emily miró hacia delante procurando no ser
vista por Hanna, que no miraba en nuestra
dirección.
—¿Estás segura? —preguntó.
—Bastante —contesté—. Yo creo que
piensa que somos pareja y por eso se
mantiene alejada de ti. Si tú no tomas la
iniciativa…
—Bah…, tomar yo la iniciativa… Nunca lo
hago.
Hice un gesto con la boca y luego me
levanté.
—¡Hanna! —grité—. ¿Podemos cambiar
nuestros puestos?
Hanna se dio la vuelta y asintió. Vino hacia
nosotras mientras Emily me miraba con cara
de espanto.
—Aprovecha tu oportunidad —le dije y
pasé, sonriente, junto a Hanna en dirección a
la proa.
Spyros escudriñaba el mar con las cejas
muy arqueadas. Me coloqué a su lado e hice
lo mismo para tratar de descubrir algo, aunque
lo único que veía era una superficie infinita de
agua.
—Es inútil —murmuré.
—El mar es nuestro amigo —dijo Spyros
—. Él nos dirá dónde está.
—¿Y cómo puede ser? —pregunté, cansada
—. No lo podemos rastrear centímetro a
centímetro; tardaríamos años.
—Te preocupas mucho de tu amiga porque
puede estar enferma. —Spyros me miró—.
Eso es lo que hacemos todos.
—¿Por qué no me dijo que las cosas no le
iban bien? —me pregunté casi a mí misma—.
Yo podría haberla ayudado. Pero, en lugar de
eso, coge un avión hasta Grecia y se refugia
en el mar.
—¿No lo entiendes? —preguntó Spyros—.
Yo sí lo entiendo. Todo el que ama el mar
haría lo mismo. El mar nos cura si
enfermamos y nos consuela si nos sentimos
tristes. El mar lo es todo para nosotros.
Siempre está ahí cuando lo necesitamos.
—¡Pero el mar no es una persona! —
exclamé disgustada.
—No lo entiendes. —Me miró, sonriente—.
No lo puedes entender. —Dirigió de nuevo la
vista al frente, al mar infinito.
No, yo en realidad no lo entendía. Aquella
vez había sido muy bonito estar en el mar,
vivirlo por primera vez, pero, al parecer, no
había conseguido entablar una relación tan
estrecha como Brittany. Ella nadaba como un
pez y yo, en cambio, parecía un hipopótamo.
A lo mejor era ahí donde residía la diferencia.
—Ya hemos llegado —dijo Spyros y poco a
poco redujo la cadencia de los motores hasta
detenerlos del todo. Los demás barcos
hicieron lo mismo y todos juntos nos
quedamos parados, meciéndonos, en aquel
desierto de agua.
No se veía nada. Para mí resultaba un
misterio el hecho de que Spyros supiera que
ya habíamos llegado. ¿Qué significaba eso?
No se veía ni rastro de Brittany ni de su
barco.
Spyros se comunicó con los demás botes
mediante signos con las manos y luego se
dirigió otra vez a mí.
—A partir de este punto, vamos a empezar
a navegar en círculo. Estamos convencidos de
que está cerca. ¿Has estado alguna vez aquí?
Encogí los hombros.
—No veo nada más que agua, lo siento. No
puedo decir si he estado aquí o no.
Spyros sacudió la cabeza.
—Yo estuve quince años en Stuttgart, en la
Mercedes, pero nunca entenderé a la gente de
tierra adentro. —Hizo que su barco
comenzara a moverse en círculo.
Los barcos se alejaron unos de otros hasta
desaparecer en el horizonte. A pesar de que
aquella extensión de agua me parecía infinita,
al cabo de un momento Spyros exclamó:
—Ahí hay tierra. Vayamos allí.
—¿Tierra? ¿Dónde? —Me sentí incapaz de
reconocer nada.
Hanna llegó por detrás.
—Tierra —dijo, con el mismo tono
convencido que Spyros—. Al menos ya
tenemos un punto de referencia.
Emily también estaba de pie en la proa.
Mientras Spyros manejaba el timón, nosotras
mirábamos hacia delante.
—¿Ves allí al fondo? —Hanna señaló con
el brazo—. Es una isla.
Forcé los ojos todo lo que pude, pero lo
único que alcancé a ver fue una ligera
diferencia de color, a la que no di mucha
importancia.
—Yo tampoco veo nada —dijo Emily al
observar mis esfuerzos—. Pero Hanna y
Spyros saben lo que hacen.
En mi opinión, íbamos demasiado
tranquilos con el motor petardeando sobre el
agua, pero al cabo de un momento pude
reconocer una elevación que se dibujaba en la
monotonía de la superficie. Era como una
gaviota, pero, según nos acercábamos, perdió
su parecido con el ave y la imagen se
transformó en una especie de dinosaurio, con
el lomo de color amarillo verdoso. Al final
surgió una elevación de tierra, cuya cima
sobresalía en la lejanía, entre el mar que la
rodeaba.
Estábamos ya muy cerca de la orilla y, sin
embargo, no se veía ningún barco.
—No está aquí —dije, decepcionada.
Cuanto más nos acercábamos más nerviosa
me sentía y, de repente, caí en una profunda
sima negra de desesperación.
—Hay muchas islas iguales —dijo Hanna
para consolarme—. Sólo hemos llegado a la
primera.
Sin embargo, mi ánimo se hundía cada vez
más. Nunca encontraríamos a Brittany.
Quizás ella se riera para sí misma al
comprobar lo bien que se había escondido.
¿Por qué habría pensado que era necesario?
—Emily me ha comentado que ya estuviste
por aquí una vez con Brittany —dijo Hanna
—. ¿Llegasteis también a esta zona?
Yo alcé las manos en un ademán de duda.
—¡No tengo ni la más remota idea! ¡A mí
todo me parece igual!
Spyros rodeó la lengua de tierra del lado
oriental de la isla para continuar su camino
hacia el mar. Yo me sentía débil.
Agarrándome a ambos lados de la borda, me
dirigí hacia atrás para sentarme en un extremo
del barco. Miré el mar que quedaba tras de mí
y la isla que se alejaba.
—¡Para! —grité de repente—. ¡Spyros!
¡Para!
Spyros se volvió hacia mí, pero no se
detuvo. Hanna y Emily se me acercaron.
—¿Qué te pasa? —pregunto Emily.
—¡Ahí había algo! —dije, jadeante, a causa
de la emoción—. En el otro extremo de la isla.
¡Creo que era blanco!
—Es la playa —repuso Hanna—. Está tan
virgen que parece blanca.
—¡No en tierra, sino en el mar! —grité
porque no parecían querer entenderme.
Hanna se acercó a Spyros. Éste dio un giro
y de nuevo puso rumbo a la isla. A pesar de
que ambos pensaban que me equivocaba, lo
hicieron en atención a mí.
—Hay reflejos en el agua —dijo Emily—.
Como ocurre en los espejismos. Es a causa
del calor. Uno ve todo lo que quiere ver. A mí
me ha ocurrido antes lo mismo y Hanna me lo
ha explicado.
—¡No ha sido un reflejo del agua! —
repliqué.
—Vamos a ver lo que es. —Hanna se
había acercado a nosotras—. No tenemos
nada que perder.
Yo miré el agua y la lengua de tierra que se
acercaba despacio.
—En el otro extremo —grité, haciendo
gestos a Spyros—. ¡A la derecha!
Spyros corrigió el curso y bordeamos la isla.
Otra lengua de tierra nos impedía la visión. El
barco petardeaba en consonancia con el ligero
balanceo de las olas. Alcanzamos la punta de
la lengua de tierra.
—¡Ahí! —Casi me desmayo. ¡Ahí estaba el
barco de Brittany! En una pequeña cala. Se
mecía un poco sobre el agua y parecía muy
tranquilo.
Hanna asintió al reconocerlo.
—Lo has hecho muy bien —afirmó—.
Spyros dice que esta isla no está habitada y
que, por eso, no le prestamos mucha atención.
Aquí no se puede vivir.
—Sí, claro que se puede. —Mi pecho subía
y bajaba como si fuera una máquina de vapor
—. He estado aquí con Brittany. Incluso hay
una casa en la isla, aunque casi está en ruinas.
—Entonces seguro que ella está en el barco
—dijo Hanna. Miró al frente, por donde se
acercaba cada vez más al costado del barco.
—¡Eh! —gritó Spyros a aquel muro blanco
—. ¿Hay alguien a bordo?
No hubo respuesta. Spyros lo intentó una
vez más con el mismo resultado. Navegó
despacio alrededor del barco.
—No está la escalerilla —dijo—. La ha
debido recoger.
—El bote auxiliar —respondí—. No está.
—Señalé la popa del barco—. Estaba ahí.
—Entonces lo habrá cogido para llegar a
tierra —aventuró Hanna.
Spyros asintió.
—Con este barco no se puede llegar hasta
la orilla —afirmó—. Tenéis que nadar unos
metros.
—No hay problema. —Hanna se quitó la
ropa y debajo de su blusa y sus pantalones
cortos apareció un bañador.
—Por desgracia, yo no me he traído traje
de baño —dijo Emily con timidez—. No había
pensado en esto.
—Yo puedo ir sola hasta allí —dijo Hanna
—. No tenemos por qué ir todos…
—¡Claro que sí! —Yo estaba tan
impaciente que no podía esperar—. ¡Yo
también voy!
—¡Entonces vamos! —Hanna se apartó de
nosotras y se sumergió en el agua con un
airoso salto. Igual que Brittany…
Yo me dejé caer con poco garbo y comencé
a dar brazadas.
Hanna se echó a reír.
—¿No eres buena nadadora?
—No —gruñí y seguí con mi movimiento
de brazos.
—Voy a comprobar si está el bote —dijo
Hanna y empezó a nadar estilo crol a tal
velocidad que pensé que podía haberse
presentado a los Juegos Olímpicos.
Yo me pasé al estilo braza y comprobé que
me acercaba de forma lenta pero segura.
Estaba tan concentrada en mi estilo de nadar
que me sentí muy sorprendida cuando, poco
tiempo después, apareció a mi lado un remo.
Era de una barca y en esa barca estaba
sentada Hanna. Estiró un brazo y me ayudó a
subir a bordo.
—Estaba en la playa —dijo—, pero no se
ve a nadie.
No era el bote auxiliar de Brittany, sino una
sencilla barca de remos. Sus tablas no
parecían demasiado fuertes y había agua en el
interior. Jadeé sin respiración mientras me
recuperaba de aquel esfuerzo, poco habitual
en mí, y miré a mi alrededor con
escepticismo.
Hanna comenzó a remar tan pronto como
subí a la barca.
—Para un ratito es suficiente —afirmó—, a
pesar de que las tablas están un poco
podridas. ¡Es una típica barca griega! —dijo
entre risas.
Gracias a la fuerza de Hanna, la barca
avanzaba por el mar como si fuera sobre raíles
y al poco tiempo llegamos a la orilla. Varó la
barca en la playa, yo me bajé y avanzamos en
dirección al jardín.
Yo miré a mi alrededor.
—No ha cambiado nada —dije.
—Bien. —Hanna miraba las estatuas
griegas—. No sabía que esto estuviera aquí.
Mi interés por las estatuas era más bien
limitado y cuanto más nos acercábamos a la
casa más me invadía una sensación de
angustia. Brittany… ¿Dónde estaba Brittany…
y qué le ocurría?
Llegamos a la casa y nos rodeó su
inquietante sosiego, turbado tan sólo por algún
ruido que llegaba del mar o por el canto de un
pájaro.
—¡Es increíble! —exclamó Hanna—.
¡Nunca había visto una casa así!
Yo observé la fachada desconchada. Era
verdad que no había cambiado nada. Si
Brittany estaba allí, ni siquiera había sacado
una silla al jardín.
Hanna entró en la casa antes de que yo
llegara. La seguí.
—¡Ten cuidado con la escalera! —le grité.
Ella se volvió y me miró, interrogante.
—La escalera es de piedra, pero se ha
desmoronado un poco por la derecha y hace
mucho que no tiene barandilla —expliqué—.
Hay que permanecer siempre a la izquierda.
Hanna miró la escalera.
—Parece un tanto abandonada —dijo—.
No creo que haya nadie por aquí.
Para ser sinceros, yo tampoco lo creía.
—Podemos mirar arriba —dije. Era la
última esperanza—. Cuando estuve aquí sólo
se podía vivir en una de las habitaciones.
—¿Vivir aquí? —Hanna arqueó las cejas
—. ¿En esta casa?
Encogí los hombros.
—Todo es relativo.
Hanna asintió.
—Bueno, pues vamos a mirar.
Fuimos escaleras arriba, una detrás de la
otra. No podíamos ir juntas por si una de
nosotras se caía. Una vez arriba, entramos en
la habitación que ofrecía unas maravillosas
vistas sobre el mar.
—¡Por todos los santos! —Exclamó
Hanna, con expresión de sorpresa.
—Sí, es impresionante, ¿verdad? —Entré
detrás de ella—. Yo también lo pensé la
primera vez que lo vi.
—Yo creo que, aunque lo viera cien veces,
me volvería a sorprender —dijo, con respeto
—. Es como si la persona que construyó la
casa hubiera querido erigir un templo al mar y
adorarlo desde aquí.
Me callé, pues estaba muy de acuerdo con
Hanna. De repente me imaginé que estaba en
lo alto de una catedral, arriba del todo, en la
torre del campanario, con el mundo bajo mis
pies y el universo muy lejos.
Hanna se volvió.
—¡Hola! —gritó—. ¿Hay alguien?
No hubo respuesta.
Sentí que, a pesar del gran calor que
reinaba, un escalofrío me recorría la espalda.
—¿Brittany? —dije—. ¿Estás aquí?
—Nos habría tenido que oír —dijo Hanna
—. No puede estar aquí.
—Pero su barco… —Me mordí la lengua.
No quería imaginarme lo que significaba un
barco solitario en una cala desierta.
—No está el bote auxiliar —indicó Hanna
—. Eso puede significar que tuvo algún
problema con el motor del yate, o algo
parecido, y tuvo que salir con el bote para
pedir ayuda.
Sí podía significar eso, sí. Apreté los labios.
Tan cerca… el yate de Brittany…, pero ella…
Hanna se acercó a la habitación de al lado y
luego regresó.
—Todo está como si hiciera mucho tiempo
que no hubiera nadie por aquí. Tan sólo hay
un viejo y sucio colchón en un rincón. Debe
de estar ahí desde hace una eternidad.
Sin embargo, pasamos por todas las
habitaciones, si es que se les podía dar ese
nombre, y miramos en ellas. Mi ánimo se
hundía cada vez más. El yate era mi última
esperanza: yo había partido de la hipótesis de
que el yate y Brittany tenían que estar
próximos, pero habíamos encontrado el barco
y ni rastro de Brittany.
—No tiene sentido —dijo Hanna—. Puede
estar en cualquier sitio, pero aquí no.
Bajamos la escalera muy despacio, como si
descendiéramos por un glaciar, y nos
quedamos en el final, por donde habíamos
entrado.
—Podría ser una casa maravillosa si se
pudiera rehabilitar. —Hanna aún estaba bajo
el efecto que le había causado la mansión—.
¿Quería hacerlo Brittany?
—No lo sé. Al principio pensé que quería
edificar un hotel, pero me dijo que no —
respondí yo—. Tenía previsto venir de vez en
cuando, pero nunca tenía tiempo.
—Yo pienso… —Un sonido procedente del
lado izquierdo de la casa impidió que me
enterara de lo que Hanna pensaba. Las dos
nos dimos la vuelta—. Seguro que es un gato
—afirmó Hanna—. Hay muchos. —Luego
sintió un escalofrío—. O una rata…
—Vamos a ver —dije con resolución. Las
ratas no son mis mejores amigas, pero aquel
ruido había disparado a tal altura mi nivel de
adrenalina que me sentí crecida frente a
aquellos «simpáticos animalillos domésticos».
—Voy contigo —Hanna se estremeció—, a
pesar de que siento náuseas. No me puedo
imaginar que en esta isla abandonada haya
algún vagabundo…
Ah, eso pensaba. A mí no se me había
ocurrido. Pero me sentí feliz por el hecho de
que me acompañara a la parte posterior y más
oscura de la casa. Todas las ventanas estaban
cegadas con maderos y sólo podíamos ver
algo gracias a que, de vez en cuando, llegaba
al suelo un estrecho rayo de sol.
De nuevo se hizo el silencio y no fuimos
capaces de determinar de dónde había venido
el ruido.
—Voy a abrir una ventana —dijo Hanna—.
Así no se puede ver nada. —Se dirigió a la
línea de los rayos del sol y dio un golpe a uno
de los maderos; estaba tan podrido que, de
inmediato, cayó por la parte exterior de la
fachada.
Un ancho rayo solar resplandeció en la
habitación como si fuera un repentino regalo
de la diosa del sol para nosotras, los habitantes
de la Tierra.
—¡Miau! —Un gato saltó por la ventana
abierta sin dignarse a mirarnos; quizá lo
habíamos despertado de la siesta.
—Lo que dije, un gato —constató Hanna,
mientras respiraba hondo. Al parecer no
estaba muy sorprendida por su suposición.
—Sí, un gato. —Mi voz acusó un tono de
decepción.
—¿Tenemos también que ir abajo a…?
Hanna no pudo terminar la frase. Yo miré
alrededor. Esta vez el ruido era muy cercano.
Hanna miró hacia un rincón. ¿Otro gato?
Al parecer no estaba solo. Me dirigí a al
rincón objeto de la atención de Hanna, pero
fui incapaz de ver nada. Hanna se me acercó,
cautelosa.
—Ten cuidado —dijo—. A veces arañan o
muerden. Pueden ponerse violentos.
A pesar de lo que creía, allí no se movió
nada.
Hanna quitó otro madero del marco de la
ventana por la que acabábamos de pasar y por
fin pudimos ver un fardo en el rincón.
—Algunas mantas —dijo Hanna con alivio
—. Eso es que aquí ha dormido alguien.
Me dirigí hacia aquel bulto y, de repente,
algo se movió entre las mantas.
—¡Ratas! —chilló Hanna—. ¡Cuidado!
No supe el motivo por el que aquel grito no
me detuvo, pues levanté la manta y miré. No
fui capaz de emitir ni un solo sonido.
Hanna, impresionada por la rigidez de mi
postura, miró por encima de mi hombro.
—¡Dios…! —exclamó.
Durante más de un minuto fuimos
incapaces de movernos.
—¿Es Brittany? —murmuró Hanna,
horrorizada.
No pude contestar.
—Está… muerta —jadeó—. Debe de
estarlo desde hace mucho…
—¡No! —grité, mientras me arrojaba sobre
aquel fardo de ropa. La porquería acumulada
voló por el aire y los rayos del sol la hicieron
brillar como si fuera confeti.
—Brittany… —murmuré—. No puedes
estar muerta. ¡No debes estar muerta!
De nuevo se escuchó un ruido.
—¡No está muerta! —chillé tanto que mi
grito casi envió a Hanna al otro lado de la
habitación—. ¡Vive!
—¿Está viva? —dijo Hanna con
incredulidad.
—Sí, ¡está viva! —grité tan alto como pude
—. ¡Está viva! ¡Tenemos que sacarla de aquí
y llevarla a un hospital! —Intenté levantar el
cuerpo de Brittany, que estaba cubierto de
mantas. El polvo me hizo toser y se adhería a
mis ojos con tal fuerza que yo apenas veía
nada.
—Espera —dijo Hanna—, te voy a ayudar.
—Retiró las mantas hasta que sólo se vio el
cuerpo de Brittany…, mejor dicho, lo que
quedaba de él. No parecía ser una persona.
Hanna la sujetó por los pies y yo la agarré
por debajo de los hombros. La llevamos como
si fuera un saco. A pesar de su escaso peso,
su cuerpo inanimado dificultaba el transporte.
Cuando la sacamos de allí, la cosa mejoró.
Salimos del jardín y la colocamos sobre la
barca. Hanna y yo saltamos a bordo; yo
coloqué la cabeza de Brittany sobre mi regazo
y Hanna remó como si, en lugar de dos,
tuviera cuatro brazos.
—Brittany… —susurré, mientras las
lágrimas me brotaban sin cesar y limpiaban la
suciedad y el polvo de mis mejillas—.
Brittany…, ¿qué has hecho?
Al tocarla comprobé que respiraba, pero
con tanta dificultad que parecía que no podía
continuar haciéndolo. Hanna, a pesar del
esfuerzo que le exigían los remos, nos miraba
con preocupación, tanto a mí como al paquete
que yo llevaba entre los brazos.
Dejó de remar, se puso en pie y agitó con
fuerza los brazos.
—¡Spyros! ¡Spyros! ¡Ven! —Se sentó y
volvió a remar con todas sus fuerzas.
Oí cómo se encendía el motor del barco de
Spyros y lo vi acercarse a nosotras. Cuando
estuvimos próximos, nos arrojó una escala,
que Hanna amarró a la barca de remos.
Entonces le dijo algo en griego a Spyros, que
bajó por la escala. Los maderos mohosos
crujieron. Contempló a Brittany con mirada
horrorizada, pero sólo por un segundo; luego
soltó la maroma del barco y la ató por debajo
de las axilas de Brittany.
—Suéltala —me dijo, al ver que yo no la
quería dejar—. Tenemos que subirla.
La solté, aún titubeante.
—Emily, ¡tira! —gritó Hanna.
Emily cogió la soga y tiró. Pero ella sola no
podía. Spyros trepó rápido por la escala y
levantó con facilidad el cuerpo inerte de
Brittany. Luego lanzó otra escala para que
nosotras también pudiéramos subir al barco.
Cuando estuvimos arriba, Spyros se ocupó del
timón, arrancó el motor y nos pusimos en
movimiento. Volamos como si se tratara de
una carrera de lanchas rápidas; el agua
salpicaba el barco y la proa daba violentos
golpes cada vez que se encontraba con una
ola. Aquello no parecía afectar a Spyros, que
incluso trataba de ir más rápido.
Nosotras casi rodamos por la cubierta,
zarandeadas por los movimientos del barco,
por lo que tuvimos que sujetarnos con todas
nuestras fuerzas. Temí que Brittany, a la que
acabábamos de rescatar, se cayera por la
borda. Emily, Hanna y yo, reuniendo todas
nuestras fuerzas, sujetamos contra la borda el
cuerpo inerte de Brittany. No fue posible
llevarla al camarote, porque el más mínimo
paso nos hubiera hecho salir disparadas del
barco. Íbamos en cuclillas como conejos
asustados, nos agarrábamos con todas
nuestras fuerzas y confiábamos en poder
alcanzar tierra firme.
Por fin Spyros aflojó la marcha. Hanna se
soltó de la borda y se irguió, luego se dirigió
hacia delante.
—En la isla no hay hospital, pero sí un
médico —dijo Hanna, viniendo hacia nosotras
—. Puede examinar a Brittany y
proporcionarle los primeros auxilios. Luego
podemos llamar a un helicóptero y trasladarla
a Atenas.
Emily, que hasta el momento no había dicho
ni una palabra, miró el fardo gris que
llevábamos sujeto a la borda como si fuera un
cadáver.
—¿Brittany? —preguntó con voz ronca—.
¿Ésta es Brittany?
La liberé de las sogas que la sujetaban y su
cuerpo resbaló un poco por la cubierta.
—¿Está…? —El horror se dibujó en el
rostro de Emily. Seguro que no se había
imaginado así su primer encuentro con
Brittany.
—¡No! —protesté, indignada—. ¡No está
muerta! ¡Vive! Sólo hay que llevarla a un
hospital.
Resonaron unas voces cerca del barco, que
Spyros ya había amarrado al puerto. Spyros
dijo unas cuantas frases a gritos y vino hacia
nosotras.
—El médico está en camino. Llegará en un
momento.
Yo miré la cara gris y hundida de Brittany y
la acaricié. Noté un nudo en la garganta. No se
sentía su respiración. Quizás el agitado viaje…
No, ¡no quería ni pensarlo!
Se oyeron unas palabras en griego. Spyros
ayudó al médico y a dos o tres hombres más a
subir al barco. El médico echó una mirada a
Brittany y pareció que quisiera marcharse,
como si no tuviera ningún sentido aplicar a un
cadáver su ciencia médica.
—¡No está muerta! —grité—. ¡Ayúdela!
Me miró con sus ojos oscuros. Su pelo era
casi cano; era mayor, aunque no lo parecía
por sus ojos. De su boca salieron unas pocas
frases en griego; no las entendí, pero me
resultaron tranquilizadoras. Se arrodilló y abrió
su maletín. Dio una breve orden a uno de los
hombres que habían venido con él y éste
abandonó el barco.
El médico intentó encontrar los latidos del
corazón de Brittany ayudándose de un
estetoscopio, pero no le resultó nada fácil. Le
abrió la blusa y debajo de toda la mugre
apareció, como un curioso e inesperado
contraste, una porción de su blanca piel.
Separó con habilidosos dedos los párpados de
Brittany y los miró con preocupación; luego
colocó una goma elástica alrededor de su
brazo y le aplicó una inyección. El pinchazo
en el pliegue de la piel del codo no provocó la
menor reacción en ella; no respondía a ningún
estímulo.
El médico me dijo algo y Hanna tradujo.
—Dice que no sabe si lo conseguirá. Está
muy débil y totalmente agotada. Es muy
probable que no haya comido ni bebido
durante mucho tiempo.
El médico sacó otra jeringuilla y le inyectó
su contenido. Luego se levantó y dijo algo.
—No tiene muchas esperanzas. Puede que
exista alguna posibilidad, pero, para eso es
imprescindible que llegue a tiempo el
helicóptero —tradujo Hanna, con la frente
fruncida por la preocupación.
—¿Cuándo llegará el helicóptero? —
pregunté, en un tono inaudible. Mi voz se
quebraba.
—Si tenemos suerte, en una hora —dijo
Hanna—. Y luego tiene que soportar el vuelo,
que es otra hora más. —El timbre de su voz
indicaba su convicción de que Brittany no
sobreviviría tanto tiempo.
El médico le dijo a Hanna un par de
palabras y luego salió del barco. Yo le miré
espantada. ¿Había desahuciado a Brittany?
—Va a hacerle un transfusión de suero —
dijo Hanna en un tono tranquilizador—;
servirá para equilibrar la pérdida de líquidos.
Esperemos que eso la mantenga con vida.
Un momento después volvió el médico,
acompañado del hombre al que antes había
enviado a recoger algo. El acompañante
llevaba una caja de cartón con varias botellas
de plástico. Por el borde de la caja sobresalía
una especie de soporte. El médico desinfectó
la mano de Brittany y le abrió una vía en el
dorso, mientras su ayudante sacaba una de las
botellas de plástico de la caja y la conectaba a
un tubo. El médico conectó el tubo a la vía
abierta y su ayudante colocó la botella en el
soporte, que estaba situado por encima de la
cabeza de Brittany. El médico abrió el grifo y,
por goteo, intentó que penetrara en su cuerpo
el líquido que necesitaba.
—Sólo es una solución de sal común. —
Hanna tradujo la explicación del médico—.
Por el momento no puede hacer nada más por
ella, porque no está preparado para estos
casos. Por lo general, sólo se ocupa de huesos
rotos, quemaduras y poca cosa más. Lo que
suele ocurrir en tierra.
Yo casi no la oí, pues lo único que me
interesaba era el pecho de Brittany, que no
debía dejar de elevarse y descender, aunque
fuera de una forma tan débil. Me arrodillé a su
lado y volví a colocar su cabeza sobre mi
regazo. Le acaricié el rostro con todo cuidado,
intenté eliminar la suciedad que se había
acumulado allí y mojé sus labios con un
líquido que me habían traído. Renuncié a
comer nada, ni líquido ni sólido. No podía
pensar en eso mientras, en mis brazos,
Brittany pudiera…
Me quedé sentada y sólo me daba cuenta
de la forma en que transcurría el tiempo. Cada
segundo me parecía extraordinariamente largo.
Por fin escuchamos un zumbido en el aire.
—¡El helicóptero! —Emily corrió a proa, se
colocó la mano ante los ojos a modo de
pantalla y miró al cielo.
El ruido cada vez se acercaba más.
—No puede aterrizar aquí —gritó Hanna.
Su voz quedaba ahogada por el poderoso
rugido de los motores—. Van a bajarnos una
camilla. Debemos echar a Brittany en ella y
luego ellos la izarán.
Me di cuenta de que las aspas del
helicóptero agitaban las olas del puerto. El
barco comenzó a moverse.
Los hombres del barco gritaron algo y se
pusieron en comunicación con el helicóptero
por medio de señas. Bajaron una escalerilla y,
junto a ella, una soga con algo parecido a una
camilla. Uno de los hombres del helicóptero
bajó por la escalerilla. La primera mirada que
le dirigió a Brittany se tradujo en el mismo
sentido que la mirada del médico en su
primera actuación: todo aquel despliegue era
innecesario para una paciente casi muerta y
para la que había pocas esperanzas de que
pudiera sobrevivir al traslado.
Algunos hombres levantaron con cuidado a
Brittany y la colocaron en la camilla; luego la
cerraron y procedieron a atarla con firmeza.
Durante todo este proceso no se percibió
ninguna reacción por parte de Brittany.
Permaneció allí tumbada como muerta.
—¡Tengo que ir con ella! —grité en
dirección a Hanna—. ¡No puedo dejarla sola!
Hanna asintió. Tradujo mis palabras al
hombre del helicóptero, pero éste negó con la
cabeza e izó la escalerilla en la que Brittany
subía hacia él poco a poco.
—Pero yo debo… —Se me saltaban las
lágrimas. Quería estar junto a Brittany, quería
volar junto a ella por si…
—Lo sé —dijo Hanna e intentó consolarme
—. Pero aquí podemos coger un barco rápido.
Estamos muy cerca de tierra firme y hay un
transbordador. Tardaremos dos horas.
Lo único que yo podía ver era la cara gris
de Brittany. El resto de su cuerpo estaba
perdido en el interior de la camilla, que se
alejaba cada vez más en dirección al cielo,
oscilando por encima de mí hasta que ya casi
no pude ver su rostro. Luego desapareció por
la puerta lateral del helicóptero, que de
inmediato giró y se marchó
—¿Cuándo sale el ferry? —pregunté,
secándome las lágrimas.
—Nos esperan. —Hanna sonrió—.
Podemos salir de inmediato.
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Buen@s noches, este es el cap de hoy espero les guste, mañana
subiré dos caps
Capítulo 28
—¡Arriba, arriba! —Hanna estaba en la
puerta y reía—. ¡El sol ya ha salido y
debemos partir de inmediato!
—Pero, ¿realmente hemos dormido? —
preguntó Emily con los ojos entrecerrados—.
Si casi acabamos de acostarnos.
—Ya hemos dormido lo suficiente —dijo
Hanna con jovialidad—. Cuando estemos ahí
fuera, el aire del mar se os llevará el cansancio
que os quede en el cuerpo.
—Sobre todo en los ojos —repuse, irritada.
—Eso también —asintió Hanna de buen
humor—. Pero no ocurrirá si os quedáis más
tiempo tumbadas. Daos un chapuzón en el
mar para espabilar u os tendréis que quedar en
casa.
Eso me obligó a levantarme de inmediato.
—¡De ninguna de las maneras! —exclamé.
—Entonces vamos. —Hanna estaba
contenta. Se dio la vuelta y nos dejó solas a
Emily y a mí.
—Levantarse con el sol —murmuró Emily
desde la cama—. Esto no me lo habías dicho.
—¿Y cómo lo iba a saber? —pregunté—.
Yo me voy a meter en el mar, como nos ha
recomendado Hanna. No quiero quedarme en
tierra.
—Bueno, bueno —gruñó una vez más
Emily, mientras se levantaba—. Yo también
voy. Eso de darse un baño en el mar a una
hora tan temprana debe de ser algo especial de
verdad.
A pesar de que todo estaba muy tranquilo y
no había nada de agitación, un instante
después zarpamos con una flotilla de barcos
de pesca. Una vez fuera del puerto, los
pesqueros se repartieron en todas las
direcciones y nosotras nos encontramos solas
en el mar con el barco de Spyros.
Yo sentí cierto miedo. Aquélla era en
verdad la inmensidad a la que yo temía.
¿Cómo se podía encontrar allí a un único
barco? En el puerto, el yate de Brittany
destacaba por ser muy grande, pero eso era
debido a que el propio puerto era diminuto.
Pero aquí fuera…, aquí fuera, por grande que
pareciera, no era mayor que una cáscara de
nuez.
—Ella me habló de algunas islas donde
siempre compraba pescado fresco —dijo
Spyros—. Vamos a ir allí.
Asentí. Habíamos comprado en muchas de
aquellas islas cuando hicimos nuestra
excursión, pero ya no me acordaba de los
nombres. Me alegré de que Spyros lo supiera.
Tardamos todo el día en recorrer tres islas
que casi no reconocí. Había pasado mucho
tiempo y todas me parecían iguales. En una de
ellas encontramos a un pescador que se
acordaba de haber vendido pescado a
Brittany. Todos se acordaban de ella y de su
barco, pero la compra había tenido lugar tres
días después de su salida y de eso ya hacía
mucho tiempo. Por lo menos ahora sabíamos
que había ido en ese rumbo.
Al llegar la tarde regresamos a puerto.
Fuimos los últimos y las demás barcas de
pesca ya estaban amarradas. Spyros y los
demás propietarios de los barcos
intercambiaron información y Melina nos
sirvió de traductora.
—Se ha podido seguir muy bien su ruta. Ha
sido vista en algunas islas, pero desde hace
unas semanas nadie ha vuelto a verla.
—A saber dónde puede estar —apuntó
Emily.
—Puede que sea cerca del último lugar en
el que fue vista —replicó Hanna—. La gente
de allí le desaconsejó que siguiera su camino,
porque parecía muy débil. Pero no quiso
escuchar a nadie.
«Muy típico de Brittany», pensé. ¿A quién
escuchaba ella?
—¿Y cuál fue ese último lugar? —pregunté.
—Iremos mañana allí con todos los
pesqueros y continuaremos la búsqueda —dijo
Hanna—. Eso será lo más sensato.
¡Mañana! Con cada día que pasaba me
parecía que la salud de Brittany empeoraba.
Por regla general, ella siempre había
descansado de una forma espléndida mientras
estaba en el Egeo: recargaba las pilas, estaba
sana, tostada por el sol y llena de energía para
el regreso. Pero esta vez parecía distinto. ¿Por
qué no había ido a un puerto, si se sentía
enferma? ¿Por qué no se había dirigido a una
ciudad mayor, a fin de poder visitar a un
médico? ¿O acaso lo había hecho y por eso
nadie la había visto?
—A lo mejor lleva algún tiempo en un
hospital en Atenas —dije, esperanzada.
—No. Hanna negó con un ademán de la
cabeza—. Los prácticos de los puertos se
mantienen siempre en contacto unos con
otros. Si hubiera llegado un barco a Atenas, lo
sabrían. —Me miró—. Han preguntado en
todos los puertos, incluso en los más
pequeños. Nadie tiene constancia de haber
visto un barco como el de Brittany.
El día siguiente comenzó como el anterior,
con la salida del sol. Partimos y esta vez la
flotilla iba reunida, pues todos llevaban el
mismo rumbo. ¡Si yo no hubiera sido un
marinero de agua dulce puede que hubiera
sido capaz de reconocer algo! Para los
pescadores, cada ola parecía tener su propio
nombre; en cambio para mí todo era agua, un
horizonte infinito y un eterno ir de un lado
para otro. Apenas pude disfrutar del sol.
Mientras Hanna y Spyros miraban al agua,
Emily se encontraba sentada a mi lado en un
pequeño banco del bote.
—El día de ayer fue muy prometedor —
dijo para consolarme—. Al menos ahora
sabemos dónde no está.
—¡Pero no dónde está! —interrumpí su
charla—. Emily, cuando vine aquí pensaba que
quería hablar con Brittany, pero ahora… ¿Qué
voy a hacer ahora? —Apoyé la cabeza en las
manos—. ¿Qué puedo hacer ahora? —Alcé la
vista—. ¡Aquí no hago nada! ¡Me limito a
estar sentada!
—Tan sólo llevamos un día de búsqueda —
respondió Emily—. Las cosas no van tan
rápidas. —Me tomó la mano—. Hanna dice
que la encontraremos a base de ir a todas las
islas. Yo creo lo que dice Hanna.
—Porque Hanna y tú… —me mordí la
lengua.
—Porque Hanna y yo, ¿qué? —Emily
mostró una cierta satisfacción—. ¿Porque me
gusta? ¿Piensas que lo digo por eso? —Me
acarició la mejilla—. Hanna me gusta mucho,
en eso tienes razón, pero no creo que eso
limite mi claridad de juicio. Los pescadores de
aquí conocen el mar. No podemos competir
con ellos, y por eso nos parece que muchas
cosas carecen de sentido. Pero yo creo que, si
se ha vivido toda la vida junto al mar y en el
mar, las cosas se ven de otra forma.
Alcé la vista y vi que Hanna nos miraba
desde la proa, estaba allí al lado de Spyros.
—¿Has…? —titubeé—. ¿Has hablado con
Hanna? —pregunté—. Quiero decir si le has
dicho…
—¿Que ella me gusta de la forma en la que
me gusta? —Emily suspiró—. Casi no nos
conocemos. Y… como voy a saber si… No,
no creo que sea una buena idea. —Se reclinó
contra la estrecha borda—. Voy a soñar con
ella cuando llegue a casa, me imaginaré su
negro pelo agitado por el viento mientras el
barco recorre el mar y recordaré cómo ríen
sus ojos cuando la miro. —Suspiró de nuevo
—. Va a ser un recuerdo maravilloso.
A lo mejor Brittany sólo era un recuerdo
para mí, pensé en ese momento. Quizá
tampoco la volvería a ver y a Emily y a mí
sólo nos quedaría el recuerdo común del
cabello, ondeante en el mar, de aquellas dos
mujeres a las que nunca volveríamos a ver.
—¡No! —dije con decisión.
—¿No, qué? —Emily me miró, interrogante
—. ¿Qué quieres decir con eso? ¿No va a ser
un recuerdo maravilloso?
—Sí, claro. Pero quizá sea un recuerdo de
algo más que lo que acabas de decir.
—Eso es una idiotez, Santana. —Emily miró al
frente, donde Hanna contemplaba el mar—.
Una idiotez maravillosa, pero a fin de cuentas
una idiotez.
—Nos ha mirado en el momento en que tú
me has cogido de la mano. Yo no diría que es
una idiotez lo que he visto en su mirada.
—¿Y qué es lo que has visto? —preguntó
Emily.
—Creo que conozco el significado de esa
mirada —respondí.
—Seguro que la has interpretado mal —dijo
Emily, como si rechazara aquel pensamiento.
—Yo creo que no. —Esta vez me mostré
testaruda. Si yo no podía ser feliz, al menos
que lo fuera ella.
Emily miró hacia delante procurando no ser
vista por Hanna, que no miraba en nuestra
dirección.
—¿Estás segura? —preguntó.
—Bastante —contesté—. Yo creo que
piensa que somos pareja y por eso se
mantiene alejada de ti. Si tú no tomas la
iniciativa…
—Bah…, tomar yo la iniciativa… Nunca lo
hago.
Hice un gesto con la boca y luego me
levanté.
—¡Hanna! —grité—. ¿Podemos cambiar
nuestros puestos?
Hanna se dio la vuelta y asintió. Vino hacia
nosotras mientras Emily me miraba con cara
de espanto.
—Aprovecha tu oportunidad —le dije y
pasé, sonriente, junto a Hanna en dirección a
la proa.
Spyros escudriñaba el mar con las cejas
muy arqueadas. Me coloqué a su lado e hice
lo mismo para tratar de descubrir algo, aunque
lo único que veía era una superficie infinita de
agua.
—Es inútil —murmuré.
—El mar es nuestro amigo —dijo Spyros
—. Él nos dirá dónde está.
—¿Y cómo puede ser? —pregunté, cansada
—. No lo podemos rastrear centímetro a
centímetro; tardaríamos años.
—Te preocupas mucho de tu amiga porque
puede estar enferma. —Spyros me miró—.
Eso es lo que hacemos todos.
—¿Por qué no me dijo que las cosas no le
iban bien? —me pregunté casi a mí misma—.
Yo podría haberla ayudado. Pero, en lugar de
eso, coge un avión hasta Grecia y se refugia
en el mar.
—¿No lo entiendes? —preguntó Spyros—.
Yo sí lo entiendo. Todo el que ama el mar
haría lo mismo. El mar nos cura si
enfermamos y nos consuela si nos sentimos
tristes. El mar lo es todo para nosotros.
Siempre está ahí cuando lo necesitamos.
—¡Pero el mar no es una persona! —
exclamé disgustada.
—No lo entiendes. —Me miró, sonriente—.
No lo puedes entender. —Dirigió de nuevo la
vista al frente, al mar infinito.
No, yo en realidad no lo entendía. Aquella
vez había sido muy bonito estar en el mar,
vivirlo por primera vez, pero, al parecer, no
había conseguido entablar una relación tan
estrecha como Brittany. Ella nadaba como un
pez y yo, en cambio, parecía un hipopótamo.
A lo mejor era ahí donde residía la diferencia.
—Ya hemos llegado —dijo Spyros y poco a
poco redujo la cadencia de los motores hasta
detenerlos del todo. Los demás barcos
hicieron lo mismo y todos juntos nos
quedamos parados, meciéndonos, en aquel
desierto de agua.
No se veía nada. Para mí resultaba un
misterio el hecho de que Spyros supiera que
ya habíamos llegado. ¿Qué significaba eso?
No se veía ni rastro de Brittany ni de su
barco.
Spyros se comunicó con los demás botes
mediante signos con las manos y luego se
dirigió otra vez a mí.
—A partir de este punto, vamos a empezar
a navegar en círculo. Estamos convencidos de
que está cerca. ¿Has estado alguna vez aquí?
Encogí los hombros.
—No veo nada más que agua, lo siento. No
puedo decir si he estado aquí o no.
Spyros sacudió la cabeza.
—Yo estuve quince años en Stuttgart, en la
Mercedes, pero nunca entenderé a la gente de
tierra adentro. —Hizo que su barco
comenzara a moverse en círculo.
Los barcos se alejaron unos de otros hasta
desaparecer en el horizonte. A pesar de que
aquella extensión de agua me parecía infinita,
al cabo de un momento Spyros exclamó:
—Ahí hay tierra. Vayamos allí.
—¿Tierra? ¿Dónde? —Me sentí incapaz de
reconocer nada.
Hanna llegó por detrás.
—Tierra —dijo, con el mismo tono
convencido que Spyros—. Al menos ya
tenemos un punto de referencia.
Emily también estaba de pie en la proa.
Mientras Spyros manejaba el timón, nosotras
mirábamos hacia delante.
—¿Ves allí al fondo? —Hanna señaló con
el brazo—. Es una isla.
Forcé los ojos todo lo que pude, pero lo
único que alcancé a ver fue una ligera
diferencia de color, a la que no di mucha
importancia.
—Yo tampoco veo nada —dijo Emily al
observar mis esfuerzos—. Pero Hanna y
Spyros saben lo que hacen.
En mi opinión, íbamos demasiado
tranquilos con el motor petardeando sobre el
agua, pero al cabo de un momento pude
reconocer una elevación que se dibujaba en la
monotonía de la superficie. Era como una
gaviota, pero, según nos acercábamos, perdió
su parecido con el ave y la imagen se
transformó en una especie de dinosaurio, con
el lomo de color amarillo verdoso. Al final
surgió una elevación de tierra, cuya cima
sobresalía en la lejanía, entre el mar que la
rodeaba.
Estábamos ya muy cerca de la orilla y, sin
embargo, no se veía ningún barco.
—No está aquí —dije, decepcionada.
Cuanto más nos acercábamos más nerviosa
me sentía y, de repente, caí en una profunda
sima negra de desesperación.
—Hay muchas islas iguales —dijo Hanna
para consolarme—. Sólo hemos llegado a la
primera.
Sin embargo, mi ánimo se hundía cada vez
más. Nunca encontraríamos a Brittany.
Quizás ella se riera para sí misma al
comprobar lo bien que se había escondido.
¿Por qué habría pensado que era necesario?
—Emily me ha comentado que ya estuviste
por aquí una vez con Brittany —dijo Hanna
—. ¿Llegasteis también a esta zona?
Yo alcé las manos en un ademán de duda.
—¡No tengo ni la más remota idea! ¡A mí
todo me parece igual!
Spyros rodeó la lengua de tierra del lado
oriental de la isla para continuar su camino
hacia el mar. Yo me sentía débil.
Agarrándome a ambos lados de la borda, me
dirigí hacia atrás para sentarme en un extremo
del barco. Miré el mar que quedaba tras de mí
y la isla que se alejaba.
—¡Para! —grité de repente—. ¡Spyros!
¡Para!
Spyros se volvió hacia mí, pero no se
detuvo. Hanna y Emily se me acercaron.
—¿Qué te pasa? —pregunto Emily.
—¡Ahí había algo! —dije, jadeante, a causa
de la emoción—. En el otro extremo de la isla.
¡Creo que era blanco!
—Es la playa —repuso Hanna—. Está tan
virgen que parece blanca.
—¡No en tierra, sino en el mar! —grité
porque no parecían querer entenderme.
Hanna se acercó a Spyros. Éste dio un giro
y de nuevo puso rumbo a la isla. A pesar de
que ambos pensaban que me equivocaba, lo
hicieron en atención a mí.
—Hay reflejos en el agua —dijo Emily—.
Como ocurre en los espejismos. Es a causa
del calor. Uno ve todo lo que quiere ver. A mí
me ha ocurrido antes lo mismo y Hanna me lo
ha explicado.
—¡No ha sido un reflejo del agua! —
repliqué.
—Vamos a ver lo que es. —Hanna se
había acercado a nosotras—. No tenemos
nada que perder.
Yo miré el agua y la lengua de tierra que se
acercaba despacio.
—En el otro extremo —grité, haciendo
gestos a Spyros—. ¡A la derecha!
Spyros corrigió el curso y bordeamos la isla.
Otra lengua de tierra nos impedía la visión. El
barco petardeaba en consonancia con el ligero
balanceo de las olas. Alcanzamos la punta de
la lengua de tierra.
—¡Ahí! —Casi me desmayo. ¡Ahí estaba el
barco de Brittany! En una pequeña cala. Se
mecía un poco sobre el agua y parecía muy
tranquilo.
Hanna asintió al reconocerlo.
—Lo has hecho muy bien —afirmó—.
Spyros dice que esta isla no está habitada y
que, por eso, no le prestamos mucha atención.
Aquí no se puede vivir.
—Sí, claro que se puede. —Mi pecho subía
y bajaba como si fuera una máquina de vapor
—. He estado aquí con Brittany. Incluso hay
una casa en la isla, aunque casi está en ruinas.
—Entonces seguro que ella está en el barco
—dijo Hanna. Miró al frente, por donde se
acercaba cada vez más al costado del barco.
—¡Eh! —gritó Spyros a aquel muro blanco
—. ¿Hay alguien a bordo?
No hubo respuesta. Spyros lo intentó una
vez más con el mismo resultado. Navegó
despacio alrededor del barco.
—No está la escalerilla —dijo—. La ha
debido recoger.
—El bote auxiliar —respondí—. No está.
—Señalé la popa del barco—. Estaba ahí.
—Entonces lo habrá cogido para llegar a
tierra —aventuró Hanna.
Spyros asintió.
—Con este barco no se puede llegar hasta
la orilla —afirmó—. Tenéis que nadar unos
metros.
—No hay problema. —Hanna se quitó la
ropa y debajo de su blusa y sus pantalones
cortos apareció un bañador.
—Por desgracia, yo no me he traído traje
de baño —dijo Emily con timidez—. No había
pensado en esto.
—Yo puedo ir sola hasta allí —dijo Hanna
—. No tenemos por qué ir todos…
—¡Claro que sí! —Yo estaba tan
impaciente que no podía esperar—. ¡Yo
también voy!
—¡Entonces vamos! —Hanna se apartó de
nosotras y se sumergió en el agua con un
airoso salto. Igual que Brittany…
Yo me dejé caer con poco garbo y comencé
a dar brazadas.
Hanna se echó a reír.
—¿No eres buena nadadora?
—No —gruñí y seguí con mi movimiento
de brazos.
—Voy a comprobar si está el bote —dijo
Hanna y empezó a nadar estilo crol a tal
velocidad que pensé que podía haberse
presentado a los Juegos Olímpicos.
Yo me pasé al estilo braza y comprobé que
me acercaba de forma lenta pero segura.
Estaba tan concentrada en mi estilo de nadar
que me sentí muy sorprendida cuando, poco
tiempo después, apareció a mi lado un remo.
Era de una barca y en esa barca estaba
sentada Hanna. Estiró un brazo y me ayudó a
subir a bordo.
—Estaba en la playa —dijo—, pero no se
ve a nadie.
No era el bote auxiliar de Brittany, sino una
sencilla barca de remos. Sus tablas no
parecían demasiado fuertes y había agua en el
interior. Jadeé sin respiración mientras me
recuperaba de aquel esfuerzo, poco habitual
en mí, y miré a mi alrededor con
escepticismo.
Hanna comenzó a remar tan pronto como
subí a la barca.
—Para un ratito es suficiente —afirmó—, a
pesar de que las tablas están un poco
podridas. ¡Es una típica barca griega! —dijo
entre risas.
Gracias a la fuerza de Hanna, la barca
avanzaba por el mar como si fuera sobre raíles
y al poco tiempo llegamos a la orilla. Varó la
barca en la playa, yo me bajé y avanzamos en
dirección al jardín.
Yo miré a mi alrededor.
—No ha cambiado nada —dije.
—Bien. —Hanna miraba las estatuas
griegas—. No sabía que esto estuviera aquí.
Mi interés por las estatuas era más bien
limitado y cuanto más nos acercábamos a la
casa más me invadía una sensación de
angustia. Brittany… ¿Dónde estaba Brittany…
y qué le ocurría?
Llegamos a la casa y nos rodeó su
inquietante sosiego, turbado tan sólo por algún
ruido que llegaba del mar o por el canto de un
pájaro.
—¡Es increíble! —exclamó Hanna—.
¡Nunca había visto una casa así!
Yo observé la fachada desconchada. Era
verdad que no había cambiado nada. Si
Brittany estaba allí, ni siquiera había sacado
una silla al jardín.
Hanna entró en la casa antes de que yo
llegara. La seguí.
—¡Ten cuidado con la escalera! —le grité.
Ella se volvió y me miró, interrogante.
—La escalera es de piedra, pero se ha
desmoronado un poco por la derecha y hace
mucho que no tiene barandilla —expliqué—.
Hay que permanecer siempre a la izquierda.
Hanna miró la escalera.
—Parece un tanto abandonada —dijo—.
No creo que haya nadie por aquí.
Para ser sinceros, yo tampoco lo creía.
—Podemos mirar arriba —dije. Era la
última esperanza—. Cuando estuve aquí sólo
se podía vivir en una de las habitaciones.
—¿Vivir aquí? —Hanna arqueó las cejas
—. ¿En esta casa?
Encogí los hombros.
—Todo es relativo.
Hanna asintió.
—Bueno, pues vamos a mirar.
Fuimos escaleras arriba, una detrás de la
otra. No podíamos ir juntas por si una de
nosotras se caía. Una vez arriba, entramos en
la habitación que ofrecía unas maravillosas
vistas sobre el mar.
—¡Por todos los santos! —Exclamó
Hanna, con expresión de sorpresa.
—Sí, es impresionante, ¿verdad? —Entré
detrás de ella—. Yo también lo pensé la
primera vez que lo vi.
—Yo creo que, aunque lo viera cien veces,
me volvería a sorprender —dijo, con respeto
—. Es como si la persona que construyó la
casa hubiera querido erigir un templo al mar y
adorarlo desde aquí.
Me callé, pues estaba muy de acuerdo con
Hanna. De repente me imaginé que estaba en
lo alto de una catedral, arriba del todo, en la
torre del campanario, con el mundo bajo mis
pies y el universo muy lejos.
Hanna se volvió.
—¡Hola! —gritó—. ¿Hay alguien?
No hubo respuesta.
Sentí que, a pesar del gran calor que
reinaba, un escalofrío me recorría la espalda.
—¿Brittany? —dije—. ¿Estás aquí?
—Nos habría tenido que oír —dijo Hanna
—. No puede estar aquí.
—Pero su barco… —Me mordí la lengua.
No quería imaginarme lo que significaba un
barco solitario en una cala desierta.
—No está el bote auxiliar —indicó Hanna
—. Eso puede significar que tuvo algún
problema con el motor del yate, o algo
parecido, y tuvo que salir con el bote para
pedir ayuda.
Sí podía significar eso, sí. Apreté los labios.
Tan cerca… el yate de Brittany…, pero ella…
Hanna se acercó a la habitación de al lado y
luego regresó.
—Todo está como si hiciera mucho tiempo
que no hubiera nadie por aquí. Tan sólo hay
un viejo y sucio colchón en un rincón. Debe
de estar ahí desde hace una eternidad.
Sin embargo, pasamos por todas las
habitaciones, si es que se les podía dar ese
nombre, y miramos en ellas. Mi ánimo se
hundía cada vez más. El yate era mi última
esperanza: yo había partido de la hipótesis de
que el yate y Brittany tenían que estar
próximos, pero habíamos encontrado el barco
y ni rastro de Brittany.
—No tiene sentido —dijo Hanna—. Puede
estar en cualquier sitio, pero aquí no.
Bajamos la escalera muy despacio, como si
descendiéramos por un glaciar, y nos
quedamos en el final, por donde habíamos
entrado.
—Podría ser una casa maravillosa si se
pudiera rehabilitar. —Hanna aún estaba bajo
el efecto que le había causado la mansión—.
¿Quería hacerlo Brittany?
—No lo sé. Al principio pensé que quería
edificar un hotel, pero me dijo que no —
respondí yo—. Tenía previsto venir de vez en
cuando, pero nunca tenía tiempo.
—Yo pienso… —Un sonido procedente del
lado izquierdo de la casa impidió que me
enterara de lo que Hanna pensaba. Las dos
nos dimos la vuelta—. Seguro que es un gato
—afirmó Hanna—. Hay muchos. —Luego
sintió un escalofrío—. O una rata…
—Vamos a ver —dije con resolución. Las
ratas no son mis mejores amigas, pero aquel
ruido había disparado a tal altura mi nivel de
adrenalina que me sentí crecida frente a
aquellos «simpáticos animalillos domésticos».
—Voy contigo —Hanna se estremeció—, a
pesar de que siento náuseas. No me puedo
imaginar que en esta isla abandonada haya
algún vagabundo…
Ah, eso pensaba. A mí no se me había
ocurrido. Pero me sentí feliz por el hecho de
que me acompañara a la parte posterior y más
oscura de la casa. Todas las ventanas estaban
cegadas con maderos y sólo podíamos ver
algo gracias a que, de vez en cuando, llegaba
al suelo un estrecho rayo de sol.
De nuevo se hizo el silencio y no fuimos
capaces de determinar de dónde había venido
el ruido.
—Voy a abrir una ventana —dijo Hanna—.
Así no se puede ver nada. —Se dirigió a la
línea de los rayos del sol y dio un golpe a uno
de los maderos; estaba tan podrido que, de
inmediato, cayó por la parte exterior de la
fachada.
Un ancho rayo solar resplandeció en la
habitación como si fuera un repentino regalo
de la diosa del sol para nosotras, los habitantes
de la Tierra.
—¡Miau! —Un gato saltó por la ventana
abierta sin dignarse a mirarnos; quizá lo
habíamos despertado de la siesta.
—Lo que dije, un gato —constató Hanna,
mientras respiraba hondo. Al parecer no
estaba muy sorprendida por su suposición.
—Sí, un gato. —Mi voz acusó un tono de
decepción.
—¿Tenemos también que ir abajo a…?
Hanna no pudo terminar la frase. Yo miré
alrededor. Esta vez el ruido era muy cercano.
Hanna miró hacia un rincón. ¿Otro gato?
Al parecer no estaba solo. Me dirigí a al
rincón objeto de la atención de Hanna, pero
fui incapaz de ver nada. Hanna se me acercó,
cautelosa.
—Ten cuidado —dijo—. A veces arañan o
muerden. Pueden ponerse violentos.
A pesar de lo que creía, allí no se movió
nada.
Hanna quitó otro madero del marco de la
ventana por la que acabábamos de pasar y por
fin pudimos ver un fardo en el rincón.
—Algunas mantas —dijo Hanna con alivio
—. Eso es que aquí ha dormido alguien.
Me dirigí hacia aquel bulto y, de repente,
algo se movió entre las mantas.
—¡Ratas! —chilló Hanna—. ¡Cuidado!
No supe el motivo por el que aquel grito no
me detuvo, pues levanté la manta y miré. No
fui capaz de emitir ni un solo sonido.
Hanna, impresionada por la rigidez de mi
postura, miró por encima de mi hombro.
—¡Dios…! —exclamó.
Durante más de un minuto fuimos
incapaces de movernos.
—¿Es Brittany? —murmuró Hanna,
horrorizada.
No pude contestar.
—Está… muerta —jadeó—. Debe de
estarlo desde hace mucho…
—¡No! —grité, mientras me arrojaba sobre
aquel fardo de ropa. La porquería acumulada
voló por el aire y los rayos del sol la hicieron
brillar como si fuera confeti.
—Brittany… —murmuré—. No puedes
estar muerta. ¡No debes estar muerta!
De nuevo se escuchó un ruido.
—¡No está muerta! —chillé tanto que mi
grito casi envió a Hanna al otro lado de la
habitación—. ¡Vive!
—¿Está viva? —dijo Hanna con
incredulidad.
—Sí, ¡está viva! —grité tan alto como pude
—. ¡Está viva! ¡Tenemos que sacarla de aquí
y llevarla a un hospital! —Intenté levantar el
cuerpo de Brittany, que estaba cubierto de
mantas. El polvo me hizo toser y se adhería a
mis ojos con tal fuerza que yo apenas veía
nada.
—Espera —dijo Hanna—, te voy a ayudar.
—Retiró las mantas hasta que sólo se vio el
cuerpo de Brittany…, mejor dicho, lo que
quedaba de él. No parecía ser una persona.
Hanna la sujetó por los pies y yo la agarré
por debajo de los hombros. La llevamos como
si fuera un saco. A pesar de su escaso peso,
su cuerpo inanimado dificultaba el transporte.
Cuando la sacamos de allí, la cosa mejoró.
Salimos del jardín y la colocamos sobre la
barca. Hanna y yo saltamos a bordo; yo
coloqué la cabeza de Brittany sobre mi regazo
y Hanna remó como si, en lugar de dos,
tuviera cuatro brazos.
—Brittany… —susurré, mientras las
lágrimas me brotaban sin cesar y limpiaban la
suciedad y el polvo de mis mejillas—.
Brittany…, ¿qué has hecho?
Al tocarla comprobé que respiraba, pero
con tanta dificultad que parecía que no podía
continuar haciéndolo. Hanna, a pesar del
esfuerzo que le exigían los remos, nos miraba
con preocupación, tanto a mí como al paquete
que yo llevaba entre los brazos.
Dejó de remar, se puso en pie y agitó con
fuerza los brazos.
—¡Spyros! ¡Spyros! ¡Ven! —Se sentó y
volvió a remar con todas sus fuerzas.
Oí cómo se encendía el motor del barco de
Spyros y lo vi acercarse a nosotras. Cuando
estuvimos próximos, nos arrojó una escala,
que Hanna amarró a la barca de remos.
Entonces le dijo algo en griego a Spyros, que
bajó por la escala. Los maderos mohosos
crujieron. Contempló a Brittany con mirada
horrorizada, pero sólo por un segundo; luego
soltó la maroma del barco y la ató por debajo
de las axilas de Brittany.
—Suéltala —me dijo, al ver que yo no la
quería dejar—. Tenemos que subirla.
La solté, aún titubeante.
—Emily, ¡tira! —gritó Hanna.
Emily cogió la soga y tiró. Pero ella sola no
podía. Spyros trepó rápido por la escala y
levantó con facilidad el cuerpo inerte de
Brittany. Luego lanzó otra escala para que
nosotras también pudiéramos subir al barco.
Cuando estuvimos arriba, Spyros se ocupó del
timón, arrancó el motor y nos pusimos en
movimiento. Volamos como si se tratara de
una carrera de lanchas rápidas; el agua
salpicaba el barco y la proa daba violentos
golpes cada vez que se encontraba con una
ola. Aquello no parecía afectar a Spyros, que
incluso trataba de ir más rápido.
Nosotras casi rodamos por la cubierta,
zarandeadas por los movimientos del barco,
por lo que tuvimos que sujetarnos con todas
nuestras fuerzas. Temí que Brittany, a la que
acabábamos de rescatar, se cayera por la
borda. Emily, Hanna y yo, reuniendo todas
nuestras fuerzas, sujetamos contra la borda el
cuerpo inerte de Brittany. No fue posible
llevarla al camarote, porque el más mínimo
paso nos hubiera hecho salir disparadas del
barco. Íbamos en cuclillas como conejos
asustados, nos agarrábamos con todas
nuestras fuerzas y confiábamos en poder
alcanzar tierra firme.
Por fin Spyros aflojó la marcha. Hanna se
soltó de la borda y se irguió, luego se dirigió
hacia delante.
—En la isla no hay hospital, pero sí un
médico —dijo Hanna, viniendo hacia nosotras
—. Puede examinar a Brittany y
proporcionarle los primeros auxilios. Luego
podemos llamar a un helicóptero y trasladarla
a Atenas.
Emily, que hasta el momento no había dicho
ni una palabra, miró el fardo gris que
llevábamos sujeto a la borda como si fuera un
cadáver.
—¿Brittany? —preguntó con voz ronca—.
¿Ésta es Brittany?
La liberé de las sogas que la sujetaban y su
cuerpo resbaló un poco por la cubierta.
—¿Está…? —El horror se dibujó en el
rostro de Emily. Seguro que no se había
imaginado así su primer encuentro con
Brittany.
—¡No! —protesté, indignada—. ¡No está
muerta! ¡Vive! Sólo hay que llevarla a un
hospital.
Resonaron unas voces cerca del barco, que
Spyros ya había amarrado al puerto. Spyros
dijo unas cuantas frases a gritos y vino hacia
nosotras.
—El médico está en camino. Llegará en un
momento.
Yo miré la cara gris y hundida de Brittany y
la acaricié. Noté un nudo en la garganta. No se
sentía su respiración. Quizás el agitado viaje…
No, ¡no quería ni pensarlo!
Se oyeron unas palabras en griego. Spyros
ayudó al médico y a dos o tres hombres más a
subir al barco. El médico echó una mirada a
Brittany y pareció que quisiera marcharse,
como si no tuviera ningún sentido aplicar a un
cadáver su ciencia médica.
—¡No está muerta! —grité—. ¡Ayúdela!
Me miró con sus ojos oscuros. Su pelo era
casi cano; era mayor, aunque no lo parecía
por sus ojos. De su boca salieron unas pocas
frases en griego; no las entendí, pero me
resultaron tranquilizadoras. Se arrodilló y abrió
su maletín. Dio una breve orden a uno de los
hombres que habían venido con él y éste
abandonó el barco.
El médico intentó encontrar los latidos del
corazón de Brittany ayudándose de un
estetoscopio, pero no le resultó nada fácil. Le
abrió la blusa y debajo de toda la mugre
apareció, como un curioso e inesperado
contraste, una porción de su blanca piel.
Separó con habilidosos dedos los párpados de
Brittany y los miró con preocupación; luego
colocó una goma elástica alrededor de su
brazo y le aplicó una inyección. El pinchazo
en el pliegue de la piel del codo no provocó la
menor reacción en ella; no respondía a ningún
estímulo.
El médico me dijo algo y Hanna tradujo.
—Dice que no sabe si lo conseguirá. Está
muy débil y totalmente agotada. Es muy
probable que no haya comido ni bebido
durante mucho tiempo.
El médico sacó otra jeringuilla y le inyectó
su contenido. Luego se levantó y dijo algo.
—No tiene muchas esperanzas. Puede que
exista alguna posibilidad, pero, para eso es
imprescindible que llegue a tiempo el
helicóptero —tradujo Hanna, con la frente
fruncida por la preocupación.
—¿Cuándo llegará el helicóptero? —
pregunté, en un tono inaudible. Mi voz se
quebraba.
—Si tenemos suerte, en una hora —dijo
Hanna—. Y luego tiene que soportar el vuelo,
que es otra hora más. —El timbre de su voz
indicaba su convicción de que Brittany no
sobreviviría tanto tiempo.
El médico le dijo a Hanna un par de
palabras y luego salió del barco. Yo le miré
espantada. ¿Había desahuciado a Brittany?
—Va a hacerle un transfusión de suero —
dijo Hanna en un tono tranquilizador—;
servirá para equilibrar la pérdida de líquidos.
Esperemos que eso la mantenga con vida.
Un momento después volvió el médico,
acompañado del hombre al que antes había
enviado a recoger algo. El acompañante
llevaba una caja de cartón con varias botellas
de plástico. Por el borde de la caja sobresalía
una especie de soporte. El médico desinfectó
la mano de Brittany y le abrió una vía en el
dorso, mientras su ayudante sacaba una de las
botellas de plástico de la caja y la conectaba a
un tubo. El médico conectó el tubo a la vía
abierta y su ayudante colocó la botella en el
soporte, que estaba situado por encima de la
cabeza de Brittany. El médico abrió el grifo y,
por goteo, intentó que penetrara en su cuerpo
el líquido que necesitaba.
—Sólo es una solución de sal común. —
Hanna tradujo la explicación del médico—.
Por el momento no puede hacer nada más por
ella, porque no está preparado para estos
casos. Por lo general, sólo se ocupa de huesos
rotos, quemaduras y poca cosa más. Lo que
suele ocurrir en tierra.
Yo casi no la oí, pues lo único que me
interesaba era el pecho de Brittany, que no
debía dejar de elevarse y descender, aunque
fuera de una forma tan débil. Me arrodillé a su
lado y volví a colocar su cabeza sobre mi
regazo. Le acaricié el rostro con todo cuidado,
intenté eliminar la suciedad que se había
acumulado allí y mojé sus labios con un
líquido que me habían traído. Renuncié a
comer nada, ni líquido ni sólido. No podía
pensar en eso mientras, en mis brazos,
Brittany pudiera…
Me quedé sentada y sólo me daba cuenta
de la forma en que transcurría el tiempo. Cada
segundo me parecía extraordinariamente largo.
Por fin escuchamos un zumbido en el aire.
—¡El helicóptero! —Emily corrió a proa, se
colocó la mano ante los ojos a modo de
pantalla y miró al cielo.
El ruido cada vez se acercaba más.
—No puede aterrizar aquí —gritó Hanna.
Su voz quedaba ahogada por el poderoso
rugido de los motores—. Van a bajarnos una
camilla. Debemos echar a Brittany en ella y
luego ellos la izarán.
Me di cuenta de que las aspas del
helicóptero agitaban las olas del puerto. El
barco comenzó a moverse.
Los hombres del barco gritaron algo y se
pusieron en comunicación con el helicóptero
por medio de señas. Bajaron una escalerilla y,
junto a ella, una soga con algo parecido a una
camilla. Uno de los hombres del helicóptero
bajó por la escalerilla. La primera mirada que
le dirigió a Brittany se tradujo en el mismo
sentido que la mirada del médico en su
primera actuación: todo aquel despliegue era
innecesario para una paciente casi muerta y
para la que había pocas esperanzas de que
pudiera sobrevivir al traslado.
Algunos hombres levantaron con cuidado a
Brittany y la colocaron en la camilla; luego la
cerraron y procedieron a atarla con firmeza.
Durante todo este proceso no se percibió
ninguna reacción por parte de Brittany.
Permaneció allí tumbada como muerta.
—¡Tengo que ir con ella! —grité en
dirección a Hanna—. ¡No puedo dejarla sola!
Hanna asintió. Tradujo mis palabras al
hombre del helicóptero, pero éste negó con la
cabeza e izó la escalerilla en la que Brittany
subía hacia él poco a poco.
—Pero yo debo… —Se me saltaban las
lágrimas. Quería estar junto a Brittany, quería
volar junto a ella por si…
—Lo sé —dijo Hanna e intentó consolarme
—. Pero aquí podemos coger un barco rápido.
Estamos muy cerca de tierra firme y hay un
transbordador. Tardaremos dos horas.
Lo único que yo podía ver era la cara gris
de Brittany. El resto de su cuerpo estaba
perdido en el interior de la camilla, que se
alejaba cada vez más en dirección al cielo,
oscilando por encima de mí hasta que ya casi
no pude ver su rostro. Luego desapareció por
la puerta lateral del helicóptero, que de
inmediato giró y se marchó
—¿Cuándo sale el ferry? —pregunté,
secándome las lágrimas.
—Nos esperan. —Hanna sonrió—.
Podemos salir de inmediato.
***********************************************************
Buen@s noches, este es el cap de hoy espero les guste, mañana
subiré dos caps
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
Edad : 26
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
porque, que le paso, no entiendo nada, sera un suplicio esperar la actualizacion, que manera de mortificarla a una!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"
CAPÍTULO 29
Durante la travesía en el transbordador apenas
pude mantenerme quieta ni un minuto. Me
sentía agotada y, al mismo tiempo, tan
intranquila que me parecía ver un enemigo en
cada silla. Emily y Hanna se sentaron en
cubierta y charlaban como si fueran turistas
que no tuvieran mejor cosa que hacer. ¿Cómo
podían…?
Pero no. Me apoyé sobre la barandilla de la
borda para observar cómo el agua hendida por
la proa del ferry salpicaba de espuma ambos
lados del barco. ¿Qué podían hacer Emily y
Hanna? Ninguna de las dos conocía a
Britttany. Sólo habían visto a una persona
moribunda, apenas podía considerarse un ser
humano, y ahora la transportaban por aire
hacia un hospital y quizá no sobreviviría a
aquel viaje.
Cerré los ojos. ¡No podía ser! Todo lo que
yo había esperado…, que ella no me
recibiera…, que no la pudiera encontrar…,
que estuviera en la cama con otra mujer…,
incluso que… Pero no, estaba vegetando casi
medio muerta en un rincón, sucia y escuálida,
como si fuera una indigente que viviera en la
calle y no tuviera dinero para comprar comida
ni la oportunidad de darse un baño…, y eso
que tenía el mar a la puerta. Todo aquello
resultaba inexplicable.
Nos estaban esperando en el embarcadero
del ferry.
—Mi primo Stavros —dijo Hanna—.
Trabaja en el hospital y tiene un taxi.
Entre la enorme cantidad de primos y no
primos de Hanna yo ya me esperaba de todo,
pero eso de que uno fuera conductor de taxi y,
al mismo tiempo, cuidara enfermos me
pareció una combinación poco usual. Sin
embargo, aquella idea sólo se mantuvo en mí
durante unos pocos instantes, pues todos mis
pensamientos estaban dominados por la
preocupación que me causaba Brittany.
Hanna saludó a su primo con una sonrisa,
lo abrazó, y lo besó. Luego nos presentó y de
inmediato partimos a toda velocidad, entre una
nube de polvo, para recorrer el trayecto desde
el puerto hasta el hospital.
Yo apenas me atrevía a mirar por la
ventanilla, ante la que los coches y las paredes
de las casas pasaban a pocos centímetros de
distancia.
El tráfico ateniense parecía estar formado
por más coches y calles más estrechas de lo
que yo hubiera visto jamás en ninguna ciudad.
El primo de Hanna nos hizo bajar ante la
puerta del hospital y se despidió de nuevo. La
familia sólo lo había contratado para llevarnos
hasta allí. Era una familia muy práctica…
Entramos en una sala de espera que me dio
la sensación de estar abarrotada de gente.
—En Grecia, es corriente en muchas
familias que todos los parientes acompañen al
hospital a los enfermos —nos explicó Hanna
—. Por eso, no todos los que hay aquí son
pacientes. —Miró para arriba, donde colgaba
una multitud de carteles, cuyos caracteres me
dieron la sensación de estar contemplando un
jeroglífico—. Stavros ha dicho que debemos ir
a la unidad de cuidados intensivos. Allí es
donde probablemente habrán llevado a
Brittany.
«O al depósito de cadáveres», pensé,
aunque no dije nada a Hanna.
Emily y yo fuimos tras ella, pues sólo
Hanna era capaz de entender lo que decían
los carteles. En aquel momento comprendí lo
que debían de sentir los analfabetos al
contemplar los escritos en nuestro mundo:
letras que no decían nada, nombres de calles
que no podían leer, carteles de advertencia
que no les servían de nada y que no podían
protegerlo de ningún peligro. Sin Hanna
hubiéramos estado totalmente perdidas.
Llegamos hasta una puerta cerrada, a la que
había que llamar. Hanna lo hizo y un par de
segundos después la puerta se abrió. Hanna le
dirigió unas cuantas palabras a la enfermera
que nos había franqueado la entrada, quien
asintió con la cabeza y nos hizo una seña para
que la siguiéramos. Aquello resultó más fácil
de lo que yo había pensado. En cierta forma,
yo esperaba que nos hicieran alguna pregunta
acerca de nuestra relación con Brittany, para
ver si era cierto que teníamos derecho a
informarnos sobre su estado. Aunque puede
que aquella enfermera sí lo hubiera
preguntado y que la respuesta de Hanna le
pareciera adecuada. Eso no podía saberlo, ya
que no hablaba griego.
Llegamos a una especie de sala de espera y
la enfermera nos dejó solas durante unos
instantes.
—Brittany está sometida a tratamiento —
dijo Hanna—. Tenemos que esperar aquí.
—Pero, ¿está… viva? —susurré.
—Sí, está viva. Ha sido capaz de soportar
el vuelo —confirmó Hanna. Vino hacia mí y
me cogió del brazo—. No te preocupes —dijo
en voz baja y me apretó contra ella. Luego me
soltó de nuevo—. Va a comprobar si pueden
trasladarla a una habitación —continuó—.
Mientras tanto, debemos armarnos de
paciencia. —Miró a Emily—. ¿Vamos a tomar
un café griego para reponernos un poco?
Café griego. Fue lo primero que tomé
cuando subí al yate de Brittany. Me vino de
nuevo a la memoria. Me pareció volver a
aquellos tiempos y sentí en mi lengua el gusto
del café, como si acabara de dejar la taza.
—Creo que es lo mejor —respondió Emily
con una sonrisa y me miró—. Y Santana
necesita por lo menos dos cafés.
—No quiero nada. —Rechacé la invitación.
—Tú verás —dijo Emily—. No puedes
mantener con vida a Brittany a base de
morirte tú de hambre y de sed. No me parece
que eso sea ahora muy sensato.
—Puedes quedarte aquí si quieres. —
Hanna se dio cuenta de que yo no me iría de
aquella sala antes de ver a Brittany—. Te
traeremos algo.
No reaccioné y las dos salieron de la
habitación.
No ocurrió nada durante mucho tiempo. Me
limité a permanecer allí sentada, esperando.
El aire caliente, aunque no fuera
especialmente fresco, y el mar en el que tantas
horas habíamos pasado me recordaban el
último año. Me acordé de la primera vez que
me bañé en el mar junto a una Brittany que
nadaba a mi alrededor como si fuera un pez
resplandeciente. Había una enorme diferencia
con respecto a hoy…: su consumido rostro
con aspecto de máscara; su cuerpo, que
parecía una sombra, sin los enérgicos
movimientos de delfín con los que había
surcado el agua e intentaba entrar más en
contacto con ella.
Una enfermera entró en la sala y me dijo
algo que no pude entender. Al poco tiempo
llegaron Emily y Hanna con una pequeña
bandeja que contenía café y algo de comer.
—Ha estado aquí la enfermera… —empecé
a decir.
—Sí, nos hemos cruzado con ella. —
Hanna me interrumpió mientras colocaba
sobre la mesa la bandeja con la comida—.
Dice que están a punto de trasladar a Brittany.
Se me quitó un peso de encima. Aquello
significaba que vivía. Mientras yo estaba allí,
sentada y sola, se me había ocurrido pensar en
que lo más probable era que se diera la otra
posibilidad.
En aquel momento entró en la sala un
hombre vestido con la bata verde que se
utiliza en los quirófanos. Después de un
segundo vistazo comprobé que era Stavros, el
primo de Hanna. Pronunció unas palabras y
ella lo escuchó y asintió con la cabeza. Luego
se fue.
—Dice que todavía no ha pasado lo peor,
pero que tanto él como el resto de los médicos
están asombrados por el hecho de que aún
esté viva. Debe de tener una gran resistencia.
—¿Él y los otros médicos? —pregunté—.
¿Acaso es médico?
—Sí. —Hanna pareció sorprendida—. ¿No
te dije que trabajaba en el hospital?
Es decir, que no era conductor de taxi y
cuidador de enfermos, sino médico y
conductor de taxi. Al parecer, en lo referente
al tema económico, a los jóvenes médicos
griegos les iba igual de mal que a los nuestros,
así que tenían que ganarse el pan como
conductores de vehículos de alquiler.
Escuchamos un ruido chirriante en el
pasillo. Al poco tiempo vimos pasar ante la
puerta una camilla metálica cubierta con una
sábana blanca.
Di un salto y mis piernas temblaron. No fui
capaz de proferir el menor sonido.
Emily salió al pasillo.
—Ven —me dijo—. Están colocando la
camilla en la habitación de al lado.
Transcurrieron unos segundos hasta que
mis músculos se pusieron en movimiento para
responder a la orden de ir hacia la puerta.
Entonces pude seguir a Emily y Hanna, que ya
me esperaban. Entramos en una habitación y
vimos que las enfermeras se afanaban en
colocar la cama al lado de una ventana. Por
todas partes colgaban gran cantidad de tubos y
la enfermera de más edad le dijo algo a
Hanna.
—Todavía no podrá contestar cuando le
dirijamos la palabra —explicó Hanna—.
Debemos tener paciencia.
Una vez que salieron las enfermeras ya
pude moverme. El rostro de Brittany, más que
grisáceo, era blanco, de forma que se
confundía con la sábana. No observé ningún
movimiento respiratorio debajo de la sábana.
Me acerqué despacio a la cama y miré la
menguada figura que yacía en ella. Era muy
difícil ponerla en consonancia con la imagen
de Brittany que yo conservaba en mi
recuerdo.
—Está viva, y eso es lo importante —
afirmó Emily en voz baja, mientras ponía la
mano sobre mi brazo—. Debes estar contenta.
—Yo…, yo… —Tragué saliva—. Creo que
no me podré sentir satisfecha mientras no
pueda hablar con ella. Mientras…, mientras…
—Mientras tengas miedo de que vaya a
morir —Hanna acabó la frase—. Lo entiendo.
—Se acercó también a la cama—. Pero
Stavros dice que eso no va a ocurrir.
—Pero también ha dicho que todavía no ha
pasado lo peor.
—Sí, y tampoco sabe si su organismo ha
sufrido algún daño o si se va a recuperar
totalmente. Pero lo de morir… le parece
bastante improbable.
—Improbable —repetí con voz ronca. Eso
no quería decir que se pudiera descartar.
—Tenemos que esperar aquí —dijo Emily
—, hasta que despierte.
Hanna se rió por lo bajo.
—¡Me temo que el hospital no lo va a
consentir! Aunque se permita que el enfermo
venga aquí acompañado siempre por la mitad
de su familia, las reglas son muy estrictas. A
las seis de la tarde tenemos que salir.
—¿No…, no puedo quedarme? —susurré.
—No, no puedes —respondió Hanna—.
Pero Stavros ha puesto una de sus
habitaciones a nuestra disposición a fin de que
podamos pasar la noche. Vive muy cerca y así
podremos regresar aquí muy pronto por la
mañana.
—Vosotras, no hace falta que vosotras…
—dije—. Yo puedo venir sola.
—Tú no puedes ni siquiera leer los carteles
—repuso Hanna con una sonrisa—. Así que
te acompañaré en todo momento. Estoy
totalmente convencida de que mañana,
cuando lleguemos, Brittany estará despierta.
Emily le lanzó una mirada como si no
estuviera muy segura de lo que acababa de
escuchar.
—Quédate aquí un poco más —dijo—.
Nosotras vamos otra vez a la cafetería. —
Aunque Brittany no estuviera despierta, me
pareció que Emily quería que las dos
dispusiéramos de un poco de intimidad.
Acerqué mi silla a la cama y me senté a
esperar.
—Brittany, ¿qué has hecho contigo misma
o qué te han hecho? —murmuré, en un tono
contenido, mientras se me saltaban las
lágrimas—. ¿Qué te ha ocurrido?
Brittany se mantenía como una estatua de
su jardín, inmóvil, pálida y bella. Sí, era bella
incluso allí y en aquel estado. Los huesos se
marcaban bajo la piel de sus mejillas como
afiladas puntas de flecha, pero subrayaban la
atracción que aquel rostro siempre había
ejercido sobre mí. Puede que ahora esa
atracción incluso fuera aún mayor.
—Brittany, TE AMO—susurré, casi
ahogándome—. No te permito que mueras
porque te amo demasiado.
Permanecí sentada durante unos minutos,
muda e inundada por las lágrimas, hasta que
un aviso interrumpió mi silenciosa meditación.
No lo entendí, pero cuando Hanna apareció
por la puerta me figuré lo que significaba.
—Son casi las seis, tenemos que irnos —
dijo Hanna.
Asentí con la cabeza y, a pesar de que
apenas podía apartar mi mirada de Brittany,
salí de la habitación detrás de Hanna.
*********************************************************************
Estos caps son los mas duros lo se pero recuerden que después de la tormenta viene la calma
Durante la travesía en el transbordador apenas
pude mantenerme quieta ni un minuto. Me
sentía agotada y, al mismo tiempo, tan
intranquila que me parecía ver un enemigo en
cada silla. Emily y Hanna se sentaron en
cubierta y charlaban como si fueran turistas
que no tuvieran mejor cosa que hacer. ¿Cómo
podían…?
Pero no. Me apoyé sobre la barandilla de la
borda para observar cómo el agua hendida por
la proa del ferry salpicaba de espuma ambos
lados del barco. ¿Qué podían hacer Emily y
Hanna? Ninguna de las dos conocía a
Britttany. Sólo habían visto a una persona
moribunda, apenas podía considerarse un ser
humano, y ahora la transportaban por aire
hacia un hospital y quizá no sobreviviría a
aquel viaje.
Cerré los ojos. ¡No podía ser! Todo lo que
yo había esperado…, que ella no me
recibiera…, que no la pudiera encontrar…,
que estuviera en la cama con otra mujer…,
incluso que… Pero no, estaba vegetando casi
medio muerta en un rincón, sucia y escuálida,
como si fuera una indigente que viviera en la
calle y no tuviera dinero para comprar comida
ni la oportunidad de darse un baño…, y eso
que tenía el mar a la puerta. Todo aquello
resultaba inexplicable.
Nos estaban esperando en el embarcadero
del ferry.
—Mi primo Stavros —dijo Hanna—.
Trabaja en el hospital y tiene un taxi.
Entre la enorme cantidad de primos y no
primos de Hanna yo ya me esperaba de todo,
pero eso de que uno fuera conductor de taxi y,
al mismo tiempo, cuidara enfermos me
pareció una combinación poco usual. Sin
embargo, aquella idea sólo se mantuvo en mí
durante unos pocos instantes, pues todos mis
pensamientos estaban dominados por la
preocupación que me causaba Brittany.
Hanna saludó a su primo con una sonrisa,
lo abrazó, y lo besó. Luego nos presentó y de
inmediato partimos a toda velocidad, entre una
nube de polvo, para recorrer el trayecto desde
el puerto hasta el hospital.
Yo apenas me atrevía a mirar por la
ventanilla, ante la que los coches y las paredes
de las casas pasaban a pocos centímetros de
distancia.
El tráfico ateniense parecía estar formado
por más coches y calles más estrechas de lo
que yo hubiera visto jamás en ninguna ciudad.
El primo de Hanna nos hizo bajar ante la
puerta del hospital y se despidió de nuevo. La
familia sólo lo había contratado para llevarnos
hasta allí. Era una familia muy práctica…
Entramos en una sala de espera que me dio
la sensación de estar abarrotada de gente.
—En Grecia, es corriente en muchas
familias que todos los parientes acompañen al
hospital a los enfermos —nos explicó Hanna
—. Por eso, no todos los que hay aquí son
pacientes. —Miró para arriba, donde colgaba
una multitud de carteles, cuyos caracteres me
dieron la sensación de estar contemplando un
jeroglífico—. Stavros ha dicho que debemos ir
a la unidad de cuidados intensivos. Allí es
donde probablemente habrán llevado a
Brittany.
«O al depósito de cadáveres», pensé,
aunque no dije nada a Hanna.
Emily y yo fuimos tras ella, pues sólo
Hanna era capaz de entender lo que decían
los carteles. En aquel momento comprendí lo
que debían de sentir los analfabetos al
contemplar los escritos en nuestro mundo:
letras que no decían nada, nombres de calles
que no podían leer, carteles de advertencia
que no les servían de nada y que no podían
protegerlo de ningún peligro. Sin Hanna
hubiéramos estado totalmente perdidas.
Llegamos hasta una puerta cerrada, a la que
había que llamar. Hanna lo hizo y un par de
segundos después la puerta se abrió. Hanna le
dirigió unas cuantas palabras a la enfermera
que nos había franqueado la entrada, quien
asintió con la cabeza y nos hizo una seña para
que la siguiéramos. Aquello resultó más fácil
de lo que yo había pensado. En cierta forma,
yo esperaba que nos hicieran alguna pregunta
acerca de nuestra relación con Brittany, para
ver si era cierto que teníamos derecho a
informarnos sobre su estado. Aunque puede
que aquella enfermera sí lo hubiera
preguntado y que la respuesta de Hanna le
pareciera adecuada. Eso no podía saberlo, ya
que no hablaba griego.
Llegamos a una especie de sala de espera y
la enfermera nos dejó solas durante unos
instantes.
—Brittany está sometida a tratamiento —
dijo Hanna—. Tenemos que esperar aquí.
—Pero, ¿está… viva? —susurré.
—Sí, está viva. Ha sido capaz de soportar
el vuelo —confirmó Hanna. Vino hacia mí y
me cogió del brazo—. No te preocupes —dijo
en voz baja y me apretó contra ella. Luego me
soltó de nuevo—. Va a comprobar si pueden
trasladarla a una habitación —continuó—.
Mientras tanto, debemos armarnos de
paciencia. —Miró a Emily—. ¿Vamos a tomar
un café griego para reponernos un poco?
Café griego. Fue lo primero que tomé
cuando subí al yate de Brittany. Me vino de
nuevo a la memoria. Me pareció volver a
aquellos tiempos y sentí en mi lengua el gusto
del café, como si acabara de dejar la taza.
—Creo que es lo mejor —respondió Emily
con una sonrisa y me miró—. Y Santana
necesita por lo menos dos cafés.
—No quiero nada. —Rechacé la invitación.
—Tú verás —dijo Emily—. No puedes
mantener con vida a Brittany a base de
morirte tú de hambre y de sed. No me parece
que eso sea ahora muy sensato.
—Puedes quedarte aquí si quieres. —
Hanna se dio cuenta de que yo no me iría de
aquella sala antes de ver a Brittany—. Te
traeremos algo.
No reaccioné y las dos salieron de la
habitación.
No ocurrió nada durante mucho tiempo. Me
limité a permanecer allí sentada, esperando.
El aire caliente, aunque no fuera
especialmente fresco, y el mar en el que tantas
horas habíamos pasado me recordaban el
último año. Me acordé de la primera vez que
me bañé en el mar junto a una Brittany que
nadaba a mi alrededor como si fuera un pez
resplandeciente. Había una enorme diferencia
con respecto a hoy…: su consumido rostro
con aspecto de máscara; su cuerpo, que
parecía una sombra, sin los enérgicos
movimientos de delfín con los que había
surcado el agua e intentaba entrar más en
contacto con ella.
Una enfermera entró en la sala y me dijo
algo que no pude entender. Al poco tiempo
llegaron Emily y Hanna con una pequeña
bandeja que contenía café y algo de comer.
—Ha estado aquí la enfermera… —empecé
a decir.
—Sí, nos hemos cruzado con ella. —
Hanna me interrumpió mientras colocaba
sobre la mesa la bandeja con la comida—.
Dice que están a punto de trasladar a Brittany.
Se me quitó un peso de encima. Aquello
significaba que vivía. Mientras yo estaba allí,
sentada y sola, se me había ocurrido pensar en
que lo más probable era que se diera la otra
posibilidad.
En aquel momento entró en la sala un
hombre vestido con la bata verde que se
utiliza en los quirófanos. Después de un
segundo vistazo comprobé que era Stavros, el
primo de Hanna. Pronunció unas palabras y
ella lo escuchó y asintió con la cabeza. Luego
se fue.
—Dice que todavía no ha pasado lo peor,
pero que tanto él como el resto de los médicos
están asombrados por el hecho de que aún
esté viva. Debe de tener una gran resistencia.
—¿Él y los otros médicos? —pregunté—.
¿Acaso es médico?
—Sí. —Hanna pareció sorprendida—. ¿No
te dije que trabajaba en el hospital?
Es decir, que no era conductor de taxi y
cuidador de enfermos, sino médico y
conductor de taxi. Al parecer, en lo referente
al tema económico, a los jóvenes médicos
griegos les iba igual de mal que a los nuestros,
así que tenían que ganarse el pan como
conductores de vehículos de alquiler.
Escuchamos un ruido chirriante en el
pasillo. Al poco tiempo vimos pasar ante la
puerta una camilla metálica cubierta con una
sábana blanca.
Di un salto y mis piernas temblaron. No fui
capaz de proferir el menor sonido.
Emily salió al pasillo.
—Ven —me dijo—. Están colocando la
camilla en la habitación de al lado.
Transcurrieron unos segundos hasta que
mis músculos se pusieron en movimiento para
responder a la orden de ir hacia la puerta.
Entonces pude seguir a Emily y Hanna, que ya
me esperaban. Entramos en una habitación y
vimos que las enfermeras se afanaban en
colocar la cama al lado de una ventana. Por
todas partes colgaban gran cantidad de tubos y
la enfermera de más edad le dijo algo a
Hanna.
—Todavía no podrá contestar cuando le
dirijamos la palabra —explicó Hanna—.
Debemos tener paciencia.
Una vez que salieron las enfermeras ya
pude moverme. El rostro de Brittany, más que
grisáceo, era blanco, de forma que se
confundía con la sábana. No observé ningún
movimiento respiratorio debajo de la sábana.
Me acerqué despacio a la cama y miré la
menguada figura que yacía en ella. Era muy
difícil ponerla en consonancia con la imagen
de Brittany que yo conservaba en mi
recuerdo.
—Está viva, y eso es lo importante —
afirmó Emily en voz baja, mientras ponía la
mano sobre mi brazo—. Debes estar contenta.
—Yo…, yo… —Tragué saliva—. Creo que
no me podré sentir satisfecha mientras no
pueda hablar con ella. Mientras…, mientras…
—Mientras tengas miedo de que vaya a
morir —Hanna acabó la frase—. Lo entiendo.
—Se acercó también a la cama—. Pero
Stavros dice que eso no va a ocurrir.
—Pero también ha dicho que todavía no ha
pasado lo peor.
—Sí, y tampoco sabe si su organismo ha
sufrido algún daño o si se va a recuperar
totalmente. Pero lo de morir… le parece
bastante improbable.
—Improbable —repetí con voz ronca. Eso
no quería decir que se pudiera descartar.
—Tenemos que esperar aquí —dijo Emily
—, hasta que despierte.
Hanna se rió por lo bajo.
—¡Me temo que el hospital no lo va a
consentir! Aunque se permita que el enfermo
venga aquí acompañado siempre por la mitad
de su familia, las reglas son muy estrictas. A
las seis de la tarde tenemos que salir.
—¿No…, no puedo quedarme? —susurré.
—No, no puedes —respondió Hanna—.
Pero Stavros ha puesto una de sus
habitaciones a nuestra disposición a fin de que
podamos pasar la noche. Vive muy cerca y así
podremos regresar aquí muy pronto por la
mañana.
—Vosotras, no hace falta que vosotras…
—dije—. Yo puedo venir sola.
—Tú no puedes ni siquiera leer los carteles
—repuso Hanna con una sonrisa—. Así que
te acompañaré en todo momento. Estoy
totalmente convencida de que mañana,
cuando lleguemos, Brittany estará despierta.
Emily le lanzó una mirada como si no
estuviera muy segura de lo que acababa de
escuchar.
—Quédate aquí un poco más —dijo—.
Nosotras vamos otra vez a la cafetería. —
Aunque Brittany no estuviera despierta, me
pareció que Emily quería que las dos
dispusiéramos de un poco de intimidad.
Acerqué mi silla a la cama y me senté a
esperar.
—Brittany, ¿qué has hecho contigo misma
o qué te han hecho? —murmuré, en un tono
contenido, mientras se me saltaban las
lágrimas—. ¿Qué te ha ocurrido?
Brittany se mantenía como una estatua de
su jardín, inmóvil, pálida y bella. Sí, era bella
incluso allí y en aquel estado. Los huesos se
marcaban bajo la piel de sus mejillas como
afiladas puntas de flecha, pero subrayaban la
atracción que aquel rostro siempre había
ejercido sobre mí. Puede que ahora esa
atracción incluso fuera aún mayor.
—Brittany, TE AMO—susurré, casi
ahogándome—. No te permito que mueras
porque te amo demasiado.
Permanecí sentada durante unos minutos,
muda e inundada por las lágrimas, hasta que
un aviso interrumpió mi silenciosa meditación.
No lo entendí, pero cuando Hanna apareció
por la puerta me figuré lo que significaba.
—Son casi las seis, tenemos que irnos —
dijo Hanna.
Asentí con la cabeza y, a pesar de que
apenas podía apartar mi mirada de Brittany,
salí de la habitación detrás de Hanna.
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Estos caps son los mas duros lo se pero recuerden que después de la tormenta viene la calma
Caritovega****** - Mensajes : 338
Fecha de inscripción : 13/05/2015
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