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Finalizado Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"

Mensaje por micky morales Vie Sep 11, 2015 9:11 am

podria brittany sentir algo mas por la inocente santana? tal vez no ahora pero abra que esperar que esten en el Egeo a ver como van las cosas!
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Finalizado Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"

Mensaje por Caritovega Vie Sep 11, 2015 9:28 pm

CAPÍTULO 5 PARTE II

Pero eso no parecía molestar en absoluto
a Brittany. Me volvió a mirar con ojos
brillantes.
—Esta mañana ya hubiera podido
acostarme contigo —murmuró, excitada—.
Estabas tan dulce, tan tímida e insegura,
irresistible del todo. Incluso lo habría hecho
alguna vez en la oficina —dejó de hablar
porque comenzó a besarme.
Esta vez fue a lo suyo con más vigor.
Sus manos buscaron mis pechos y
comenzaron a darles un masaje, a estimular
los pezones y a excitarme a mí. El hormigueo
que sentía me hacía enloquecer. Por supuesto,
no nos podíamos desnudar en aquella
estrechez y me preguntaba qué iba a pasar.
Pero enseguida hubo cosas que me dejaron de
interesar. Brittany me estimulaba y excitaba
con tal intensidad que llegó un momento en
que todo me daba igual. Sólo la quería a ella y
me embriagaba la idea de que ella me quería a
mí.
El calor de mi cuerpo se extendió por
todos los rincones, mi cabeza iba a toda
velocidad y casi no me di cuenta de que
bajaba las manos y me desabrochaba los
pantalones. Cuando ella se deslizó en mi
interior y me rozó, gemí, sorprendida, y me
separé de su boca.
—Brittany —susurré en voz baja e
inundada por una ternura hacia ella que
parecía englobar cada fibra de mi cuerpo—.
Oh, Brittany —suspiré de nuevo, llena de
ansia. Resultó casi como una descarga
eléctrica y mi piel ardió. Noté la humedad que
me había provocado Brittany. Sus dedos me
acariciaban muy profundamente y hacían que
me estremeciera con violencia. Yo estaba
ardiendo y ella me apretaba contra su cuerpo,
con la mano entre mis piernas.
Se deslizó un poco hacia delante y separó
sus muslos, mientras apoyaba un pie en el
pestillo de la puerta. Busqué con las manos el
dobladillo de su falda y la levanté. Sus
diminutas braguitas no me supusieron ningún
impedimento y, mientras ella no paraba ni un
instante conmigo, excitándome y
acariciándome entre las piernas, me deslicé en
su interior. Al tomar y apretar su entumecido
botón central entre mis dedos, percibí que
trataba de coger aire e intentaba sofocar un
fuerte gemido.
—¡Oh, Dios! —murmuró, respirando
entrecortadamente. Cuando quise seguir
excitándola, me deslicé un poco más hacia
dentro y penetré en ella sin haber pensado en
hacerlo. Mi dedo pasó por la entrada como si
estuviera sobre una pista de hielo plana como
un cristal, en la que ya nada me podía detener;
una pista de un hielo muy caliente. La sentía
lisa, húmeda y resbaladiza, y muy, muy
abierta. Era muy distinta a mí.
—¡Sí! ¡Oh, sí! —gimió en voz baja y se
me acercó más.
Hice que mi dedo se desplazara hacia
dentro y hacia fuera, porque suponía que eso
era lo que quería. Tenía un tacto fantástico.
Entre sus piernas parecía haber terciopelo y
por dentro la cosa resultaba maravillosa.
Indescriptiblemente hermosa. Me hubiera
gustado saber lo que ella sentía y cómo lo
sentía. Aquel pensamiento me hizo estremecer
nuevamente, como si ella lo hubiera
provocado en mí. Supuse que, muy pronto, se
encargaría de enseñármelo.
Enseguida sentí que las oleadas se
acercaban a mí. Brittany no me había dejado
de tocar ni un momento cuando yo penetré en
ella y pronto me invadirían nuevas
sensaciones.
Mi estómago se contrajo y ella también
respiraba con más fuerza, al tiempo que yo
me deslizaba en su interior.
Nuestras respiraciones estaban
sincronizadas. Nos acercamos la una a la otra,
tanto que tuve la sensación de que nunca
habíamos estado tan próximas y, una después
de la otra, reprimimos un gemido.
Nos mantuvimos abrazadas. Las dos
temblábamos. ¿O sólo era yo la que temblaba?
No lo podría haber dicho con seguridad. Las
rodillas casi no me sostenían. Suerte a que el
lavabo era muy estrecho y me apoyé en
Brittany, si no hubiera rodado por los suelos.
Ella se recuperó primero, seguro que
porque tenía más práctica que yo.
—¡Guau! —exclamó—. ¡Me siento
obligada a decirte que tienes mucho talento!
—Sus ojos brillaban, alegres, y, aun cuando
mi propio placer no fue tan indescriptible, me
alegré de su mirada. Era probable que ya
estuviera ahora con humor de vacaciones. Ya
estaba de vacaciones. Nunca la había visto
así. Parecía una mujer muy distinta,
exactamente la mujer de mis sueños, a la que
yo quería amar y a la que desde el primer
instante había amado.
Me incliné hacia delante y besé su boca
con mucha suavidad. Te quiero, eso es lo que
deseaba decirle, pero me contuve. En mi
interior se encendió un pequeño piloto rojo y
me avisó de lo que yo no podía entender de
una forma directa.
—Tú sales primero y luego ya iré yo —
dijo ella, en un tono ya más frío. Se inclinó
otra vez hacia mí y me besó con delicadeza—.
Ha sido muy bonito —dijo, y sonrió.
Me miró y yo noté en mí unos lazos con
ella, una cercanía, un cariñoso afecto; amor,
eso es lo que pensé yo. Así era como siempre
me había imaginado aquel sentimiento, aun
cuando no conocía a ningún ser humano con
el que pudiera relacionarlo. ¿Habría sentido
ella lo mismo? De todos modos, no me lo iba
a decir.
Dio un paso atrás y, cuando quise
volverme, me di cuenta de que tenía la falda
subida y ahora podía ver muy bien sus piernas
abiertas delante de mí. Miré entre ellas sin
poder llegar a percibirlo de verdad.
Resultaba... fascinante.
Se bajó la falda al darse cuenta de mi
reacción. ¿Se sentía también como turbada?
Hasta el momento no me lo había parecido.
—Vete —dijo, e hizo un movimiento
brusco con la comisura de los labios—. No
tardará en llamar la atención el tiempo que
hemos estado aquí dentro.
Cerré la puerta, regresé a mi asiento y,
un par de minutos más tarde, ella se dejó caer
en el suyo. Ya no leía, sino que me miraba,
pensativa. A lo mejor luchaba contra las
consecuencias de la actividad común que
acabábamos de concluir; a mí me ocurría lo
mismo.
Tras un instante, volvió su cabeza hacia
mí y miró por la ventana. En aquel momento
el paisaje tan sólo estaba constituido por unas
nubes blancas abajo y un cielo azul arriba;
luego me miró de nuevo y sonrió.
—Eres buena de verdad —dijo en voz
baja, a modo de reconocimiento, mientras me
miraba a la cara, y yo me sentí como...,
bueno, como si lo fuera. Me sorprendió que
en aquel momento no me pusiera un par de
billetes en la mano, como había hecho la
última vez, pues aquella era la forma que tenía
de conseguir que su reconocimiento resultara
un poco más expresivo.
Aquello hubiera sido demasiado llamativo
y su sonrisa fue una especie de sucedáneo. No
era un gesto de cariño, sino más bien algo
interesante desde un punto de vista comercial.
Como si hubiera tenido que calificarme y se
alegrara porque yo había superado la nota
media que ella esperaba. Y como si pensara
en el premio que me iba a entregar por
aquello.
«¡Dios mío! ¿Por qué la querré así?» Si
no hubiera sido por eso, aquella mirada no
habría desatado tantas cosas dentro de mí.
Tuve que mirar por la ventana para ocultar
unas lágrimas que casi no podía contener, por
mucho que me esforzara. Estaban agarradas a
mi garganta, tanto que casi no podía respirar.
Brittany se reclinó de nuevo en su asiento
cuando me volví.
—No te gusta, ¿verdad? —me preguntó
con voz fría, como la que había utilizado en
una reunión en la oficina.
Tragué saliva e intenté contener las
lágrimas para poder mirarla de nuevo. Seguro
que era lo que esperaba de mí.
—Sí —dije, mientras miraba por la
ventana para que no esperara mucho tiempo
mi respuesta, y me fijé en las nubes, que,
como si fueran monumentos de algodón
inmóviles, parecían estar quietas debajo de
nosotros. Lo conseguí: mis ojos se tragaron las
lágrimas y pude darme la vuelta—. Sí, claro
que me gusta —corroboré, obligando a mi voz
a que adoptara un tono indiferente—. Todo
está bien.
Movió ligeramente los labios con algo de
escepticismo.
—A mí me parece que no —suspiró algo
nerviosa—. Atiéndeme —continuó—. Yo
nunca he obligado a nadie, ni a ti. Yo odio
eso. Odio los problemas. Si al llegar a Atenas
quieres coger un vuelo de vuelta, lo puedes
hacer. Tienes el billete y basta con que te
cambien la fecha.
La miré y reaccioné un tanto
sorprendida. Aquello no me lo esperaba. Me
pensé su propuesta muy en serio, pero no era
eso lo que yo quería. No quería regresar y
volver a quedarme sola, sin ella. Quería estar
junto a ella, amarla y que me amara.
Eso último me parecía poco menos que
inalcanzable, pero debía intentarlo. Tenía que
respetar nuestro acuerdo y no tomarlo como
amor, sino sólo como sexo por dinero. Eso era
lo que ella esperaba de mí y así debía actuar
yo.
Sonreí de la forma más superficial que
pude.
—¿Piensas que voy a renunciar a
alojarme en tu barco? —pregunté, como si de
verdad fuera eso lo que me importara—. Me
lo prometiste y lo quiero. Y a cambio te daré
lo pactado. Sin problemas. Vamos a dejar de
hablar del tema. Todo está en regla y me gusta
mucho tal y como está, créeme.
Seguro que había encontrado el tono de
voz adecuado. Aquél con el que ella podía
empezar a hacer algo. Me miró de arriba abajo
como si fuera mercancía y sonrió de un modo
que me pareció pícaro.
—Conforme —dijo al poco rato—. Así
lo veo yo también. Las dos nos lo hemos
ganado. De esa forma cada una obtiene lo que
desea. —Se reclinó, con apariencia satisfecha,
y cerró los ojos.
Yo la miré un instante más y luego volví
la vista hacia la ventana. Las lágrimas aún
persistían y la visión de su bello rostro hizo
que el amor creciera de nuevo en mí. Pero ella
no lo quería así. Eso es lo que mostraba su
reacción. Ella se sentiría satisfecha si yo me
comportaba como una mujerzuela joven,
ávida de dinero. Eso era lo que se ajustaba a
sus expectativas. Ella no exigía más ni quería
otra cosa. En ella no contaban los sentimientos
y, por tanto, yo también debía desterrar los
míos. Entonces podría sentirme satisfecha con
aquel arreglo. Incluso feliz.
Detrás de aquellos pensamientos puse un
punto final, negro y grueso. No quería pensar
más en eso y, ocurriera lo que ocurriera, no
iba a plantearle preguntas a mi entendimiento.
Nunca más. En aquel momento noté que mis
lágrimas ya no intentaban brotar. Se habían
limitado a desaparecer.
************************************************
Santana ya esta bien enganchada, colada, en las nubes por Brittany ....... espero les guste este cap Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 2145353087
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Mensaje por Caritovega Sáb Sep 12, 2015 9:54 pm

CAPÍTULO 6

A nuestra llegada a Atenas, los rayos
solares de Grecia quemaban como si alguien
les hubiera pagado para que lo hicieran.
Quizás había sido Brittany quien lo había
hecho, porque pagaba por todo.
Intenté mantener mi sarcasmo bajo
control, porque aquí no resultaba oportuno. Al
fin y al cabo, yo permitía que ella me pagara.
En estos tratos siempre están implicadas dos
personas y yo era tan poco inocente como
pudiera serlo ella. No podía cargarle el
mochuelo sólo a ella: yo misma debía aguantar
lo mío.
—Desde aquí debemos volar de nuevo
hasta Astipalaia —explicó Brittany, mientras
atravesábamos el aeropuerto—. Allí es donde
está mi barco.
Yo la miré con una cara de estar tan en la
inopia que ella se rió.
—Es una isla del Egeo bastante pequeña.
Me parece que no prestaste mucha atención
en el colegio. ¿Y tú quieres hacer la
selectividad el año que viene? —Se mostró
muy satisfecha con su broma, aunque a mí no
me pareció nada divertida. Sin embargo, me
contuve, pues no quería enfadarme otra vez.
—Sólo me fijo en las cosas que me
aportan algún provecho —dije. Después de
todo, era ella la que pensaba que todo se
reducía a una cuestión de dinero, así que yo
iba a hacer lo mismo o, por lo menos, iba a
intentar dar esa sensación. De esa forma nos
entenderíamos bien.
Me miró con una expresión no definida.
—Ésa es una postura adecuada —dijo—.
Parece que ya estás aprendiendo algo.
¡Oh, sí! Eso lo podía confirmar. Ella me
había obligado a hacerlo. Y yo había sido una
buena estudiante.
Desde el primer día de colegio, en mis
notas siempre aparecía la coletilla: Rápida
capacidad de comprensión. De todas formas,
nunca hubiera dicho que eso pudiera aplicarse
a una situación como aquélla.
—Aún tenemos tiempo —dijo, mientras
pasábamos por delante de algunos comercios
del edificio del aeropuerto. Se rió—. ¡Los
duty-free ya no son lo que eran!
A pesar de eso, entró en una tienda y yo
la seguí como un perrito bueno y tonto, que ni
siquiera necesitaba correa. Parecía querer una
determinada marca de whisky y compró
algunas botellas. Luego toqueteó algunas cosas
de los escaparates, como si pensara decidirse a
comprar algo más. Se volvió hacia mí.
—Busca algo para ti —dijo—. No
importa lo que cueste.
Luego se volvió otra vez para ver el resto
de las ofertas y pasé de ser un perrito tonto
para convertirme en un meón perro de lanas.
En el avión no me había dado dinero, pero
aquí sí.
Estaba claro. Yo misma podía buscar
algo como pago por el «servicio» llevado a
cabo en los lavabos del avión. Y, una vez
más, no ponía ningún límite. ¡Qué
desprendida! Si estaba dispuesta a pagar tanto,
era señal de que debía haberle gustado mucho.
Me embargó una sensación de malestar por
todo el cuerpo.
Cerré los ojos para olvidar la ofensa que
me había infligido. No podía hacer otra cosa,
porque ella era así. Y desde que salimos del
avión yo debía esperar algo de ese tipo.
Toqué el billete que estaba en mi bolsillo.
Me vino a la cabeza su oferta de coger un
vuelo de vuelta. ¿Lo que acababa de hacerme
no era motivo suficiente para que yo
regresara? Al parecer no, pues seguí allí y no
me moví hasta que acabó con sus compras.
—¿No traes nada? —dijo, arqueando las
cejas—. ¿No te ha gustado ninguna de estas
cosas? —Me miró un momento como si no se
lo pudiera creer. Su oferta había sido bastante
generosa.
—No —dije en un tono frío—. No hay
nada de mi estilo. —Lo único que yo no
quería era que ella me pagara. Por mucho que
me esforzara no podía resignarme a eso. Ya
era suficiente con que me financiara toda mi
estancia. ¿No pensaba que eso ya era
bastante?
Para mi sorpresa, no insistió. Pagó su
compra y nos fuimos de la tienda. Yo respiré.
¡Por una vez lo había conseguido!
Una hora después estábamos sentadas en
un avión con destino a Astipalaia, aunque
debería decir que el nombre de avión era
demasiado exagerado para ese caso. Era un
aparato mucho más pequeño que el que nos
había traído a Atenas. Tenía unos doce
asientos. Cuando cargaron las maletas de
Brittany pensé que no habría espacio para
todas ellas. Sin embargo, no todas las plazas
estaban ocupadas y teníamos toda una fila
para nosotras solas.
El avión despegó y esta vez las
«mariposas en el estómago» resultaron más
desagradables. Primero dimos unas sacudidas
por la pista y luego, a base de mucho
esfuerzo, conseguimos superar las copas de
los árboles.
Me asusté al pensar que la mayor parte
del vuelo iba a transcurrir sobre el agua. Pero
el Mediterráneo era cálido y, por tanto, no se
daría el efecto Titanic, es decir que, aunque
nos estrelláramos, podríamos permanecer
durante horas en las aguas del templado mar.
No había que temer congelaciones.
Brittany rió al ver mi expresión pensativa,
que yo no me había esforzado en ocultar.
—¡Hasta ahora siempre he llegado! —
afirmó—. No te preocupes. Parece peor de lo
que es en realidad. Te acostumbrarás.
Parecía más afable y se esforzaba en
mantenerme de buen humor. Sonrió y se
inclinó hacia mí. Como a nuestro lado no
había nadie que nos pudiera ver, me dio un
suave beso en la mejilla. Al mismo tiempo
sentí un ligero contacto en la muñeca.
—Te lo quería dar ahora —murmuró—.
Como no has elegido ningún regalo, lo he
hecho yo por ti. —Se reclinó hacia atrás y me
miró, expectante—. Espero que te guste.
Miré hacia abajo y vi un pequeño reloj de
oro con diamantes donde antes no había nada.
Intenté no cambiar la expresión de mi cara.
No quería mostrar ninguna reacción, aunque
hubiera podido echarme a llorar.
—Muy bonito —dije, como si el regalo
hubiera sido menos de lo que esperaba.
Me esforcé en recordar dónde tenía los
músculos que activaban la sonrisa, para poder
ponerlos en marcha.
Lo conseguí y le sonreí.
—Gracias —dije.
Brittany sonrió, más amable que antes.
—Te lo has ganado con toda honradez
—respondió, y me miró un instante antes de
estirar las piernas en su asiento y adoptar una
posición cómoda.
¿Podría una dirigirse, sin más, a la puerta
de salida de aquel pequeño avión, luego abrirla
y, por último, saltar desde ella? Entonces todo
se habría acabado. Me hubiera gustado
llevarlo a la práctica o, tanta era mi vergüenza,
que me tragara la tierra, cosa que aquí era
imposible de verdad, o hacer lo que fuera y
que pudiera expresar mis sentimientos de una
forma adecuada.
¿Pegar a alguien? Miré a Brittany, que
parecía dormitar en su asiento. ¿A ella?
¿Podría utilizarla para quitarme de encima
aquellas ideas tan atroces? Mi madre no me
reconocería, pensé. ¿Qué le había pasado a su
tímida hijita en tan corto espacio de tiempo?
Me incliné hacia Brittany y la besé sin
previo aviso. Separé sus labios con mi lengua
y entré en ella antes de que pudiera
defenderse. Abrió los ojos de golpe e intentó
apartarme, pero yo la sujeté con fuerza y no
se lo permití. La besé hasta que gimió. Luego
la solté.
—Esto corre a cuenta de la casa —dije,
mientras la miraba a los ojos con toda frialdad.
Ella me miró con una frialdad análoga.
—Aquí no —susurró—. No puedo
consentirlo. ¡No lo vuelvas a hacer! —Luego
me dirigió una mirada de desdén y, tensa,
volvió a reclinarse en su asiento. No cerró los
ojos.
*******************************************************************o disfruten del Cap Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 2145353087 Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 1206646864
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Finalizado Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"

Mensaje por MAYLU Sáb Sep 12, 2015 11:04 pm

interesante....
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Finalizado Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"

Mensaje por iFannyGleek Dom Sep 13, 2015 1:55 am

Eso es lo que verdaderamente nunca comprendí de Brittany, ósea el echo de que no le guste exhibirse en público, lo de los regalos y el echo de que hagan un trato si, pero su actitud con Santana no, es amable con todo mundo menos con ella.

En fin, saludos.
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Mensaje por micky morales Dom Sep 13, 2015 5:39 pm

totalmente de acuerdo con el comentario anterior, que se cree brittany, a santana la trata como m.... supongo que ella pensara que lo aguanta por el dinero!
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Mensaje por Caritovega Dom Sep 13, 2015 10:25 pm

MAYLU escribió:interesante....
y con el tiempo se pone mejor Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 1206646864
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Mensaje por Caritovega Dom Sep 13, 2015 10:28 pm

iFannyGleek escribió:Eso es lo que verdaderamente nunca comprendí de Brittany, ósea el echo de que no le guste exhibirse en público, lo de los regalos y el echo de que hagan un trato si, pero su actitud con Santana no, es amable con todo mundo menos con ella.

En fin, saludos.
de acuerdo contigo... pero con el tiempo se van a dar de cuenta del porque es así Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 2145353087 saludos y gracias por leer Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 2145353087
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Finalizado Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"

Mensaje por Caritovega Dom Sep 13, 2015 10:36 pm

micky morales escribió:totalmente de acuerdo con el comentario anterior, que se cree brittany, a santana la trata como m.... supongo que ella pensara que lo aguanta por el dinero!
concuerdo con vos, aparte San no merece que Britt la trate de esa manera.... Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 4065562827 es una gilip...... la Britt :3
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Finalizado Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"

Mensaje por Caritovega Dom Sep 13, 2015 10:44 pm

CAPÍTULO 7

Al parecer, en la isla sólo había un taxi
viejo y destartalado, que parecía haber sido
fabricado incluso antes de la Segunda Guerra
Mundial. Nos recogió donde habíamos
aterrizado.Brittany saludó al conductor como si
fuera un viejo amigo. Rió y bromeó con él en
griego, por lo que no pude entender lo que
decían. Él parecía muy, pero que muy
impresionado con ella. Seguro que nunca
habían tenido ningún rollo, pues, de lo
contrario, tal vez él hubiera reaccionado de
otra forma.
Se sentó delante, a su lado —¿lo tendría
planeado desde un principio o sólo cabía
atribuirlo a la casualidad?— y yo tomé asiento
en la parte de atrás, desde donde podía
observarlos muy bien a los dos, en especial a
Brittany. Me fijé en la forma que tenía de
volverse hacia el chófer para charlar con él.
Sólo me miró un instante y enseguida, y
durante todo el resto del viaje, Se concentró en
aquel hombre.
Seguro que la distancia en kilómetros no
era muy grande, pero la carretera era tan mala
que necesitamos bastante tiempo para llegar
hasta allí. No me atreví a mirar el reloj nuevo
que llevaba en la muñeca, pues me volvería a
recordar la ofensa que me había supuesto, así
que no pude calcular con exactitud el tiempo
que tardamos, pero fue mucho.
Pero ni Brittany ni el chófer parecían
darse cuenta de los baches, que él conocía con
toda seguridad, aunque no intentaba
esquivarlos, ni del aire caliente y seco, ni del
polvillo arenoso que hacían que el tiempo se
hiciera más largo.
Si no me hubiera agarrado con fuerza
hubiera dado tumbos en el asiento de atrás,
aunque, cuando me sujetaba, me cortaba los
dedos con los delgados agarraderos. Ansiaba
llegar al final del trayecto.
Sin embargo, a pesar de la mirada
inquisitiva que me lanzó al principio, Brittany
parecía estar muy relajada. Su sonrisa parecía
tan auténtica como nunca antes había visto. Y
todo para aquel encantador griego, que, con su
barba gris y su pelo desmelenado, no se
correspondía con ningún modelo de ideal de
belleza, aunque eso no parecía molestarle en
absoluto. Estaba convencido al cien por cien
del carisma que tenía para las mujeres. Estaba
claro que intentaba fascinar a Brittany, y ella
actuó como si se sintiera rendida ante sus
encantos. Era como un juego entre dos, con el
que ambos disfrutaban.
Mi diversión se mantenía dentro de
ciertos límites, pues el estómago me daba
vueltas a causa del ajetreo, pero a mí Brittany
también me caía muy bien. Casi olvidé el
incidente que nos acababa de ocurrir en el
avión. Ella era tan hermosa, tan deseable,
tan... encantadora. ¿Por qué no podía ser
siempre así?
La amabilidad que mostraba en su trato
al conductor parecía auténtica y se originaba,
como todo lo que hacía, en su carácter. No
daba la sensación de estar jugando. En verdad
se alegraba y saboreaba el mero hecho de
estar allí, por fin.
Parecía haberlo deseado mucho, florecía
a ojos vista. Todo a su alrededor era sencillo,
resplandeciente; no parecían existir las
preocupaciones.
«¿Se va a portar así en el yate o esto es
sólo un show en honor al conductor? ¿Puede
dominarse tanto para que no se trasluzca que
todo es una simulación?», pensé. Ella era así,
también así...
El chófer se despidió de nosotras de muy
mala gana, es decir, se despidió de Brittany de
muy mala gana, y llevó las maletas desde su
coche hasta el barco. En el aeropuerto había
cargado con dos o tres maletas cada vez y
ahora casi no podía con una sola e iba muy
lento.
Brittany parecía conocerlo ya, por lo que
le dedicó una sonrisa de paciencia. El trabajo
siempre se veía interrumpido por la
conversación y de repente las maletas se
volvieron tan pesadas que el buen hombre
tuvo que hacer varias paradas de descanso
antes de dar el paso siguiente. Todo parecía
muy tranquilo. El tiempo carecía de todo
significado. Fluía muy despacio, como una
tabla en un cauce casi seco.
A mí me daba igual el tiempo que
tardara, pues estaba sobrecogida ante el bote,
tal y como lo había llamado Brittany. En mi
opinión, llamarlo así era subvalorarlo, pues se
trataba de un yate.
Aquel barco, brillante y blanco sobre el
mar azul, también resplandeciente, constituía
una visión arrebatadoramente bella. Me quedé
de piedra junto al muelle, incluso después de
que el chófer se despidiera y se alejara con su
coche, que dejó tras de sí una nube de polvo.
Brittany se rió. Parecía haber olvidado
todo lo ocurrido en el avión.
—Por dentro también es muy bonito —
dijo. Avanzó por la escalerilla hasta el barco.
Se detuvo por un momento, yo sólo veía
su espalda, y echó la cabeza hacia atrás.
Hubiera jurado que tenía los ojos cerrados y
que saboreaba aquel primer minuto en su
barco como un regalo deseado desde hacía
mucho tiempo.
—¿Vienes con frecuencia? —dije, tras
ella, mientras me balanceaba, insegura, sobre
la escalerilla.
—En raras ocasiones —respondió en voz
baja, casi para sí misma, antes de volverse
hacia mí. Me cogió de la mano, al ver mis
poco seguros movimientos y se rió de nuevo
—. ¡Bueno, tenemos que bautizarte, marinero
de agua dulce! —Caminaba muy segura por la
balanceante cubierta del barco y me ayudó.
—Mientras no me pases por la quilla
—dije yo con una sonrisa insegura.
Ella sonrió.
—Ya veremos —replicó, en un tono
vago e impreciso.
Al cabo de un rato de estar sobre el barco
me acostumbré a su ligero balanceo.
—Deberías doblar un poco las rodillas —
Recomendó Brittany—. Para equilibrar las
oscilaciones. Aún estamos en puerto y aquí
casi no se nota. En mar abierto puede ser más
fuerte.
«¿Aún más fuerte? Pero si ya lo
encuentro bastante violento», pensé.
—Te acostumbrarás —prometió Brittany
—. Vámonos. —Se volvió y descendió por
una escalerilla.
Yo la miré un tanto perpleja.
—Hummm, ¿estamos solas? —pregunté.
—Sí —gritó desde abajo, entre risas.
Parecía caminar muy segura, cosa que no se
podía decir de mí.
—Éste es el barco más grande que puede
pilotar una sola persona.
—¿Y lo haces tú? —pregunté, más
desconcertada que nunca.
—Sí —confirmó, aún entre risas—. ¿No
confías en mí?
Pues claro. ¡Claro que sí! ¡Confiaba en
ella! Pero aquello había sido una sorpresa para
mí. La seguí e intenté no mirar hacia abajo,
hacia el agua oscilante.
Ella movió un par de palancas y apretó
un botón de la consola situada junto al
volante. El motor arrancó con un rugido.
—¡Fantástico! —exclamó, y me miró a
los ojos con una expresión tan radiante que
casi no pude reconocerla—. ¡Agárrate! —
gritó, mientras apretaba una de mis manos
sobre el timón y saltaba de nuevo por la
escalerilla.
Me asusté. Estaba sola. ¿Qué iba a hacer
si ahora pasaba algo? No tenía ni idea. Noté
que me sobrecogía el pánico. ¿Y si el barco se
ponía en marcha, sin más? El motor ya estaba
arrancado.
Vi que Brittany retiraba la pasarela que
estaba adosada a la parte delantera del casco.
Era muy hábil, como si lo hiciera todos los
días. Luego corrió hacia la parte de atrás y
también desamarró el barco por allí.
Al cabo de un momento estaba de nuevo
a mi lado.
—¿Ha sido horrible? —preguntó, riendo.
Yo negué con una leve sacudida de
cabeza.
—Entonces, ya podemos izar el ancla —
anunció, mientras presionaba un botón. El
barco se vio inmerso en un estrépito de ruidos
metálicos.
Yo miré alrededor, pero no fui capaz de
definir el origen de aquellos ruidos.
—El ancla está delante —explicó de buen
humor—. Desde aquí no se puede ver.
Después de que hubiera cesado el último
golpe metálico, adelantó levemente una
palanca y movió un poco el timón. El motor
sonó con mayor fuerza. Maniobró con lentitud
y, con todo cuidado, sacó el barco del puerto.
Yo la miraba con admiración. Pasó muy
concentrada por la estrecha salida, que no era
mucho más ancha que el propio barco. Luego
adelantó un poco más la palanca y el barco se
movió más rápido.
Brittany me sonrió.
—¿No es hermoso? —preguntó,
entusiasmada.
«Tú sí que eres hermosa», pensé para
mis adentros.
Era una vista magnífica: ella allí al mando
del barco, con el pelo al viento y una sonrisa
en el rostro. Podría formar parte de un folleto
de vacaciones. Y ya estábamos de vacaciones.
El mar azul, el cielo azul, las olas que
rompían, envueltas en espuma blanca, contra
la proa del barco: ¡era todo tan embriagador!
Y ella también lo era. Tenía el aspecto
de una diosa griega del mar, con una mano en
el timón, patroneando el barco con toda
suavidad, como si lo hiciera desde que nació.
Me hubiera gustado decirle lo maravillosa que
era, lo mucho que yo la amaba, y también que
había olvidado todo lo demás... Lo del avión
eran tonterías y yo ya no pensaba en lo que
había ocurrido allí. Ahora estábamos en el
barco y todo era distinto.
Ella también sería distinta, ya lo era
ahora, y de esa forma se esfumarían todos mis
problemas. No tendría ni uno más en esas tres
semanas. Nos limitaríamos a disfrutar de estar
juntas y no pensaríamos en nada que fuera
distinto a nosotras dos. ¿Qué podría pasar
ahora?
Fui hacia ella y pasé un brazo a su
alrededor. Ella me miró, sonrió y dirigió de
nuevo la vista hacia delante, para controlar el
rumbo sobre el agua. Así debe de ser el cielo,
pensé yo, feliz. Verano, sol, viento, mar y una
mujer amada entre los brazos.
—¿Quieres probar? —preguntó,
echándose a un lado.
Perdí el contacto con ella, cosa que me
hubiera gustado mantener.
«¿No puedes permanecer ni cinco
minutos en la misma postura? ¿Debes estar
siempre en movimiento?», pensé, mientras
sacudía la cabeza para declinar su invitación.
—No, no sé hacerlo.
—Claro que sí —insistió—. Es muy
sencillo. Yo te enseño. —Colocó mis manos
sobre el timón y se puso detrás de mí—. ¿Lo
ves? —explicó—. Sólo tienes que mirar al
frente, igual que cuando conduces un coche.
Lo único es que, al conducirlo, el coche
siempre tiene debajo un suelo firme y aquí
sólo había agua. Si hacía algo mal...
Me abrazó por detrás y se estrechó
contra mí.
—Me alegro de que estés aquí —me
susurró al oído, mientras me daba un beso.
No hizo nada más y así estuvimos
durante un rato. Yo llegué a acostumbrarme a
llevar el timón sin tambalearme. ¿Por qué, de
repente, se había vuelto tan maravillosa, dulce
y cariñosa? En el avión había actuado de otra
forma, pero hasta aquel momento nunca la
había visto comportarse de aquel modo.
Noté su cuerpo contra mi espalda y me
excité, pero de una manera nueva, de una
forma no tan encaminada a un objetivo como
antes, algo que nos hubiera permitido estar allí
durante horas, sin movernos y sin querer nada
más.
Tragué saliva. Estaba prohibido decirle lo
que yo sentía, porque ella lo notaba de un
modo instintivo, pero lo hubiera hecho con
mucho gusto. Así pues, permanecí callada y
esperé que ante nosotras se abriera un largo
camino que no pudiera perturbar aquella
tranquilidad y que nos permitiera disfrutarla
durante un tiempo.
El camino fue largo. Por la tarde, ya
lejos, echamos el ancla. A nuestro alrededor
sólo había agua; no se veía nada de tierra por
ningún sitio. Era una experiencia totalmente
nueva para mí y me sentí insegura.
Brittany había estado en la pequeña
cocina, preparando algo de comer. Luego lo
subió a cubierta. Cuando quise ayudar, me
espantó entre risas y me indicó que pusiera la
mesa. Sólo sirvió dos platos y me pidió que
abriera el vino que había traído.
—Calamares y vino Retsina. Espero que
te gusten —murmuró, en un tono
interrogativo.
—Pues no estoy muy segura —respondí
con precaución. No me gusta mucho la
comida griega ni tampoco el vino Retsina,
pero no quería ofenderla. A decir verdad, no
había probado muchos platos griegos, pues
para salir a comer hace falta dinero y eso era
algo que siempre nos faltaba a mi madre y a
mí.
—Los calamares son muy frescos —dijo
Brittany para tentarme—. Spyros los ha
pescado esta misma mañana y los has traído
directos a la nevera.
Lo que hubiera hecho ese Spyros, fuera
quien fuera, me parecía muy bien, pero,
incluso así, me senté en la mesa con cierta
dosis de escepticismo. Brittany sirvió el vino y
luego me miró. Su mirada era... algo extraña.
Yo no sabía cómo tomármela.
Cogió uno de los anillos de calamar,
mordió un trozo y me puso el resto bajo la
nariz. Luego comenzó a rozarme los labios
con el borde del calamar.
—¿No quieres probarlo? —preguntó en
voz baja.
El roce con los labios me provocó unas
terribles cosquillas y tuve que abrirlos.
Entonces, con toda calma, Brittany depositó el
trozo de calamar en mi boca y sonrió. Parecía
ser el comienzo de una seducción, pero ¿me
quería incitar hacia ella o hacia los calamares?
Cerré los labios de nuevo y el fuerte picor casi
me impidió notar el sabor del trozo que tenía
en la boca. Cuando finalmente lo percibí, la
sorpresa me obligó a abrir los ojos.
—¡Cielos, esto está buenísimo! —
exclamé de forma espontánea.
Ella se rió un poco ante mi ignorancia.
—Donde vivimos nunca son frescos. No
hay punto de comparación —repuso, y
empezó a comer de forma normal, con
cuchillo y tenedor.
Poco después probé el vino y también
me gustó. Parecía estar impregnado de sol. Le
ocurría lo mismo que a todo lo de aquí: el
mar, el aire..., ella.
Después de la comida nos sentamos en la
cubierta, en una especie de balancín. Todavía
teníamos los vasos en la mano y disfrutamos
del aire cálido y de la tarde que, sin nada de
viento y con una calma inigualable, se
extendía sobre nosotras.
Hasta ahora la luz del día iluminaba parte
de la cubierta, pero luego Brittany me señaló
con un brazo hacia el oeste. Tenía que ser el
oeste, porque era allí donde se ponía el sol.
Era una vista increíble. Romanticismo
puro. El barco casi no se movía sobre el agua
y los rayos rojos del sol en el horizonte se
aproximaban al mar, sumergiéndolo todo en
una luz intensísima. Parecía como si el sol
ardiera, como si hubiera abandonado su
camino y se hubiera desplomado. No me
hubiera sorprendido nada oírlo chisporrotear
cuando tocara el horizonte y se hundiera en el
mar.
Yo estaba fascinada hasta el límite por
aquel espectáculo increíble y miraba con
atención los últimos rayos rojos, aunque, en
realidad, ya habían desaparecido.
—Es maravilloso, ¿verdad? —me dijo
Brittany.
Casi no pude contestar, pero me dominé
y respondí con un sencillo:
—Sí.
Noté que el balancín se movía y Brittany
se inclinaba hacia mí. Me quitó el vaso de la
mano y lo colocó en una mesita que había
delante de nosotras. Sonrió al inclinarse otra
vez sobre mí y poner sus labios sobre mi
cuello. Sentí la lengua que asomaba entre sus
labios y que me acariciaba levemente; colocó
la mano sobre mi pecho y comenzó a darle un
suave masaje. Yo no debía decir nada, estaba
claro que era lo que ella quería y yo también
lo deseaba. Pero aquél era el fondo, el
propósito y la meta: era nuestro acuerdo.
Yo debía olvidarlo. En mi fuero interno
sabía que no lo hacía por nuestro acuerdo,
pero, si ella sí lo creía, no lograría hacer que
cambiara de opinión. Yo tenía bastante con
entregarme a ella y disfrutarlo. Y quizá
pudiera conseguir que ella se entregara a mí
sin que tuviera la sensación de ver en mis ojos
el signo del dólar y sin que cada sacudida mía
le sonara como el ruido de una máquina
registradora.
Se separó un poco y, sin más
ceremonias, me quitó la camiseta.
—Los diecinueve años son una edad
maravillosa —dijo, mientras mantenía la
mirada fija en mis pechos—. Todo está tan
firme y erguido... No hay señales de caída por
ningún sitio. —Sonriente, me miró a la cara.
No lo decía enfadada, tan sólo se trataba de
un cumplido.
Intenté mostrar una expresión que ya
había tenido éxito en otras ocasiones y
dominar la repugnancia que me producía el
sentirme como un trozo de carne joven y
firme que ella había comprado para su
disfrute.
—Adelante, utilízalo —dije, sonriendo—.
Puede que esto no se mantenga así durante
mucho más tiempo.
Ella rió. Sus dedos se acercaron con
timidez a uno de mis pezones, como si le diera
miedo tocarlo, y cuando por fin lo rozó tuve
que morderme la lengua para no suspirar en
voz alta. Yo podía hacer lo que quisiera y ella
podía tratarme como le diera la gana, pero en
cuanto me acarició me dejé llevar de
inmediato por la pasión y el deseo. Quizás era
debido a que se trataba de la primera mujer
que había provocado eso en mí, pero yo no lo
creía, porque ella era la mujer que yo había
anhelado, a la que había esperado y a la que
deseaba amar.
Brittany colocó sus dedos entre los labios
y la lengua, y aquello le provocó una
sensación casi inaguantable a mi hinchado
pezón. Era algo que me subía por todos los
lados, por la cabeza y entre las piernas; como
siempre, intenté reprimir un gemido. Pero
tenía muy claro que no podría aguantar
durante mucho más tiempo. ¿Qué ocurriría
ahora si ella continuaba? Y eso que estaba en
un pecho, sólo en uno. No sabía si podría
contenerme.
El vino Retsina, el aire cálido, la puesta
de sol, la soledad en el mar, el ligero balanceo
del barco: todo contribuyó a que mis sentidos
se agudizaran como nunca lo habían hecho.
Percibí el olor de Brittany, el calor de sus
labios, el cosquilleo de su lengua y el roce de
su mano en mi muslo. Era maravilloso y, al
mismo tiempo, inquietante, pues yo no sabía
hasta donde querría llegar ahora. ¿Exigiría hoy
el resto?
Tenía derecho a eso y había pagado por
ello, pero yo sentía miedo del dolor que me
pudiera causar. Yo quería disfrutar de aquella
primera tarde con ella allí fuera, y mejor sin
angustiosas restricciones. Pero era ella, y no
yo, quien debía decidirlo. Había comprado mi
juventud y yo se la debía entregar cuando le
apeteciera.
Ella se irguió y me miró. Sus ojos
brillaban a causa del deseo y la excitación.
—Desnúdame —ordenó.
Vaya. Al parecer tenía un plazo de
gracia. Ella quería primero. Contuve mis
propios deseos tanto como pude y me
concentré en ella.
Se había cambiado para la cena y ahora
llevaba un traje marinero blanco. Una variante
femenina. La parte de arriba era ancha y
bajaba recta desde los hombros hasta el talle,
y al parecer no llevaba nada debajo. Una
impresión que confirmé cuando le quité la
camisa. Me pregunté por qué le habrían
causado tanta admiración mis pechos, pues
consideraba que los suyos eran más bonitos.
Seguro, eran algo más llenos que los míos y la
hacían muy atractiva.
Me hubiera gustado besarla de inmediato,
pero deduje por su mirada que lo primero que
quería era estar desnuda y por lo visto no le
apetecía realizar ese trabajo. «¿Por qué va a
hacerlo?», pensé con sarcasmo. Había pagado
para que lo llevara a cabo otra persona: yo.
Los pantalones de su traje eran muy
estrechos por arriba y se ensanchaban por las
piernas. Solté los botones laterales —era como
un auténtico traje marinero— y bajé la parte
delantera. Contuve la respiración. Tampoco
llevaba nada debajo. No se había molestado
más que en ponerse algo por encima. Claro
que no. Ya lo tenía pensado y ella siempre era
muy eficiente.
Pasé mi mano por su estómago y noté el
fino vello cuando bajé un poco más. Se echó
hacia atrás en el balancín y gimió por lo bajo.
La miré durante unos segundos, tumbada
allí y con los ojos cerrados, como si no
hubiera roto un plato en su vida. Tenía el
aspecto de una niña, una muchachita pequeña,
dulce y desamparada. Alguna vez debió de
serlo, hacía ya mucho, mucho tiempo.
Seguí acariciándola y luego llevé mis
manos por debajo de su trasero. Ella lo alzó
un poco y al instante siguiente los pantalones
cayeron, casi por sí mismos, sobre cubierta.
¡Los botones laterales resultaban muy
prácticos!
Le acaricié el estómago y los muslos, y,
como si fuera una revelación, me sentí
sobrecogida de nuevo por la suavidad de su
piel. Yo no quería hacer nada más que lo que
debía. Bueno, quizás un poco más... Miré
entre sus piernas, que estaban algo separadas,
y en aquel momento me acordé de su reacción
en el avión, cuando ella se había tapado al
notar que yo la observaba. ¿Qué significaba
aquello? ¿Tocar pero no mirar? ¿No había
sido siempre al contrario?
De todas formas ahora ya conocía el
aspecto de lo que me había fascinado en aquel
momento, exceptuando el hecho de que, sin
más, siempre era fascinante, y quería ir al
centro, entre sus muslos. Quería contemplarla
con todo detalle, deseaba investigar lo que
veía, o tocarlo, observar el aspecto preciso de
lo que había allí abajo. Sin poder evitarlo, mi
lengua salió disparada de entre mis labios. De
nuevo quería algo distinto.
Nunca lo había hecho, porque, como es
lógico, hubiera necesitado una mujer.
¡Deseaba tanto notar con mi lengua y en mi
boca el tacto de lo que había entre sus
piernas! Debía de ser un plato muy dulce el
que estaba servido allí, tanto que se me hizo la
boca agua.
No había dejado de tocarla mientras la
miraba y ella había comenzado a retorcerse, a
gemir y a arrimarse a mí. Luego me deslicé
entre sus rodillas y le separé un poco más las
piernas.
Ella abrió los ojos.
—¿Qué haces ahí? —preguntó,
desconfiada.
—Algo que deseo poner en práctica
desde hace mucho tiempo —contesté. A lo
mejor no se lo esperaba de mí. Sí, yo era una
joven virgen sin mucha experiencia, pero están
los libros y... el talento. Acaricié con los dedos
el interior de sus muslos y ella volvió a cerrar
los ojos.
—Humm —dijo con fruición y su
respiración me hizo saber que aquello iba bien.
Continué mi subida por el interior, y la
toqué entre las piernas, allí donde yo ya había
estado en otras ocasiones, aunque nunca había
podido observar con tanta precisión.
Ella se movía, inquieta, y su culo se
deslizó un poco hacia delante, luego hacia un
lado y de nuevo hacia atrás, según donde yo
palpara. Mi dedo era como un magnífico
instrumento para mí. Me moví alrededor de su
maravilloso punto central y ella se alzó un
poco contra mí: era probable que quisiera ser
acariciada en otro sitio, pero no lo hice.
A continuación desplacé mis dedos desde
la parte externa de su sexo hacia el interior y
observé su reacción. Me había deslizado allí
como sin querer y ahora pude ver el motivo.
Sus labios exteriores se abrieron como las
hojas de una rosa, cada vez más, se hincharon
a medida que tocaba su superficie y
enrojecieron con un tono que hubiera hecho
palidecer de envidia a la puesta de sol. Cada
vez estaban más y más húmedos, y finalmente
acabaron de abrirse, amplios y apetitosos.
Era como la grabación a cámara rápida
de una yema que se desarrolla hasta alcanzar
el estadio pleno de la floración. Algo
maravilloso se abría ante mí y me presentaba
un mundo nuevo y fascinante en su conjunto.
Toqué con cuidado la piel brillante y
húmeda de la parte interna y noté que latía
con suavidad, mientras Brittany exhalaba un
fuerte suspiro.
—Por favor... —oí que decía.
Estaba suplicando. ¿Había olvidado
cómo exigir, reclamar, ordenar? Me gustaba
tenerla entre mis manos. La deseaba y quería
alcanzar las sensaciones más hermosas que
ella pudiera anhelar; y era porque la amaba y
no porque me pagara por eso.
Yo había vivido aquel momento dos
veces, pero en ninguna de ellas había
dispuesto de tanto poder como el que parecía
tener ahora. Aquellas dos situaciones se
habían producido sin que yo influyera sobre
ellas: la primera porque, de hecho, había sido
mi primera vez y yo casi desconocía lo que
tenía que hacer; y en la segunda ocasión, la
del avión, Brittany me había cogido
desprevenida con su avidez y me había
llevado donde ella quería.
Ella, por supuesto, también lo hacía
ahora, pero parecía ser de otra forma. Se
encontraba a la espera de lo que yo hiciera.
No me daba instrucciones. Me pedía que la
satisficiera y la liberara, y eso, por supuesto,
era algo que yo ya tenía previsto y lo hacía
con sumo gusto.
Deslicé mi dedo en su interior y de
inmediato ella se alzó y gimió una vez más.
—Sí... —Era la misma sensación, suave
y aterciopelada, que había experimentado en
el avión y de nuevo Brittaby comenzó a
removerse, a levantarse y a gemir, inquieta.
Su respiración iba a golpes, parecía
entrecortada y, una vez más, se abandonó.
Estaba toda ella a mi merced. Pero me
resultó curioso el hecho de no sentir ninguna
satisfacción porque, por fin, se sometiera a
mí. Por el contrario, aquello hizo que creciera
el amor que sentía por ella. Sólo deseaba que
fuera feliz.
Estaba tan abierta que un solo dedo casi
se perdía en su interior, así que decidí utilizar
dos. Obtuve un largo y gimiente «¡Ahhh!» a
modo de recompensa. Bien, eso era lo que ella
quería. Dudé si resultaría igual conmigo, pues
yo ya tenía dificultades con los tampones del
tamaño más pequeño, pero enseguida dejé a
un lado aquellos pensamientos. Ahora le
tocaba a Brittany. Cuando introduje en ella un
tercer dedo, el gemido se transformó en un
sonido animal. Sonó profundo y ronco, casi
inhumano.
Bajé mi boca hacia su perla, tan rígida y
sobresaliente que casi parecía un órgano
independiente, muy alejado del resto del
centro. La lamí con mis labios y mi lengua, y
por un momento cerré los ojos. Era tan
embriagador y grandioso notar cómo se movía
en mi boca aquel duro y suave brote.
Al parecer también Brittany lo sintió así,
pues tan pronto como mi lengua la rozó
comenzó a empujar contra mí, a apretarme
con todas sus fuerzas, y noté que sus dedos,
enredados en mi pelo, me presionaban e
indicaban a las claras que no debía dejarlo.
Gimió cada vez con más fuerza.
—¡Oh, sí, sí, por favor...!
Ya no podía resistirme por más tiempo a
sus deseos. Lamí deprisa su prominente perla
mientras deslizaba mi dedo hacia dentro y
hacia fuera; Brittany se retorció de tal forma
que pensé en sujetarla para que no se cayera,
pero no me quedaban manos libres para
hacerlo. La agarré e intenté apretarla contra la
colchoneta, pero aquello no tenía ningún
sentido. Bramaba.
A medida que se iba excitando, se alzaba
y luego se recostaba de nuevo. Parecía como
si no quisiera entregarse a mí, como si se
resistiera, pero no tenía otra elección. De
repente mis dedos se comprimieron e hicieron
un movimiento brusco alrededor de ella. Sentí
una intensa palpitación y me quedé paralizada,
porque pensé que podía haberle causado una
herida y que ahora iba a sangrar, pero desde
luego no fue así. El terrible grito que emitió no
tenía ninguna relación con el dolor.
Después de que la tensión la hubiera
hecho alzarse sobre la colchoneta, Brittany se
volvió a tumbar y, cuando apoyó de nuevo su
espalda, yo empecé otra vez a lamer su
vagina. Era una sensación muy hermosa.
—¡No, no, por favor! —rogó sin
respiración, mientras sus dedos en mi pelo
intentaban detenerme—. Ya no puedo más.
Yo no quise atormentarla y respeté sus
deseos. Seguro que tendría más oportunidades
de profundizar en mis conocimientos de
aquella zona íntima. De hecho había venido
aquí justo para eso. Coloqué mi mejilla en su
muslo y ella me acarició el pelo con suavidad
y cariño, tanto que me estremecí. Era tan
hermoso sentirme así con ella. ¿Qué más
necesitaba?
Segundos después, ella se rió.
—Ahora tengo que recuperarme. —
Escuché su voz sobre mí, mucho más suave
de la que yo conocía—. Ha estado bien. —Se
irguió un poco y me miró—. Veo que ahí
abajo te sientes cómoda —dijo, en tono de
broma—, pero ¿serías tan amable de traerme
ahora un whisky?
Yo sonreí y me levanté.
—Por supuesto —dije—. Tus deseos son
órdenes para mí.
Cuando me volví, sonriente, tuve que
reconocer que eso era muy cierto. Yo atendía
sus instrucciones. Primero en el campo sexual
y luego traía la bebida que le apetecía.
«¡Oh Dios! Esto no resulta nada
sencillo», pensé. «Todo lo que pueda parecer
tan evidente, lo que se hace con gusto por otra
persona, sobre todo por la mujer amada, se
convierte de repente en la prestación de un
servicio, de un servicio pagado, por el que no
hay que esperar ni que te den las gracias.»
Mi sonrisa se esfumó mientras me dirigía
a la cocina para servirle el whisky. Cuando
regresé, ella ya estaba vestida y se hallaba de
pie, en la borda; tenía la mirada pensativa,
como si tuviera que resolver un problema
importante. Quizá tenía que hacerlo. Yo no
sabía qué podía preocuparla, ni cómo era su
vida ni en qué podía pensar. Hasta el
momento no me lo había revelado y yo temía
que nunca fuera a hacerlo. La observé durante
unos instantes antes de dirigirme a ella.
—¿Estás bien? —pregunté, acercándole
el vaso de whisky, mientras intentaba no
sentirme como si fuera una criada.
Ella me miró y me acarició el rostro, sólo
un poco, mientras se volvía.
—Sí, estoy bien —confirmó—. Muy
bien —dijo, con una sonrisa inescrutable.
Yo esperaba que, al menos, renunciara a
confirmarme otra vez lo bien que me había
salido mi «prestación de servicios», o algo por
el estilo. Por el momento parecía que no iba a
hacerlo. Daba la impresión de tener otras
cosas en la cabeza. A lo mejor eran temas que
no tenían nada que ver conmigo.
—¿Quieres que te deje sola? —pregunté.
Parecía improbable que allí y en aquel
momento fueran a tener lugar más actividades
sexuales. No parecía que fuera a ocurrir. Y
me sentí verdaderamente contenta por eso,
aunque me hubiera gustado llegar a percibir
una cierta sensación, una que ella ya había
experimentado.
Pero quizás era algo más que eso, algo
más desagradable, y yo me hubiera sentido
muy satisfecha si ella no se veía obligada
conmigo. Me hubiera gustado que, si se sentía
presionada por sus propias exigencias, las
compartiera conmigo, igual que yo hacía con
ella.
A lo mejor lo normal era que Brittany,
después de aquello, quisiera estar sola. Yo
conocía muy poco sus costumbres para poder
juzgarlas. De todas formas, no quería que ella
me considerara cargante ni que me pidiera que
me retirara como si yo fuera un lacayo. Eso
habría sido demasiado.
—No, no —contestó, aún mantenía su
aire ausente—. Quédate aquí tranquila. Haz lo
que quieras. —Me miró con calma—. Si no te
gusta el whisky..., también hay Campari y
otras cosas. Tómate algo.
Sí, eso iba incluido en el precio, pensé
con un suspiro. No se daba cuenta de lo que
decía.
Me serví un Campari con naranja y
regresé a cubierta para saborear el ambiente.
«¿Ha escogido este lugar tan apartado
para poder gritar a su gusto?», me pregunté,
pero acabé por despreocuparme del tema.
Finalmente, me dediqué tan sólo a mirar.
Al faltar la luz, el mar estaba negro y no se
podía ver a más de dos metros.
Allí reinaba una tranquilidad inconcebible
para una persona que, como yo, venía de una
ciudad plagada de ruidos. Unas leves olas
rompían contra el casco del barco, un sonido
monótono y tranquilizador que acabó por
adormilarme.
—Es hora de irse a la cama.
Escuché una suave voz. Brittany estaba
de pie a mi lado y sonreía. Seguramente me
había quitado el vaso de la mano, pues mi
recuerdo del último momento era que yo lo
tenía sujeto y ahora lo veía sobre la mesa.
¿Qué significaba aquel último momento?
—¿Quieres quedarte a dormir aquí? —
Continuó Brittany, en un tono apacible—.
Parece que te gusta.
—¿Me he quedado dormida? —pregunté,
turbada.
—Sí —dijo con una ligera sonrisa—.
Hace ya más de una hora y por eso te he
despertado. La cama es más cómoda.
Yo la miré.
«¿Quieres decir para dormir de verdad o
pretendes otra cosa?»
—Te digo dónde es —propuso—. Luego
puedes decidir si te quedas aquí o si prefieres
ir bajo cubierta. —Sonrió, comprensiva—. Al
principio yo también dormía aquí en muchas
ocasiones. Me parecía fantástico.
—Sí, sí. Esto es maravilloso —respondí,
aún turbada.
¿Quería que fuera yo quien eligiera? Su
voz volvía a tener un tono distinto.
Me hizo una seña para que la siguiera y
yo, tambaleante, me levanté y fui tras ella. Me
mostró un camarote vacío, mejor dicho, no
estaba vacío del todo, porque yo tenía allí mi
maleta.
—He aquí tu reino —dijo, complaciente
—. El mío está justo enfrente. No es muy
grande, pero tiene de todo.
¡Hummm! Yo me sentí muy sorprendida
y no pude articular ni una sola palabra.
Aquello no era, desde luego, lo que me
esperaba. Disponer de mi propio camarote...
Yo suponía que tendríamos sólo una
cama, a fin de que ella, si lo deseaba, pudiera
tener acceso a mí en cualquier momento.
Bien, de todos modos era un barco pequeño y
yo no podía escaparme. Sin embargo, aquí
todo se veía como un ambiente privado.
«¿También sería privado esa noche?»,
me pregunté.
Ella se volvió.
—Ahora me voy a dormir —dijo—. Tú
puedes elegir lo que prefieras hacer, dormir
arriba o aquí.
Abrió la puerta de su camarote.
Me aventuré a decir una cosa, pues todo
aquello me parecía raro, muy raro:
—¿O contigo? —pregunté con curiosidad
y manteniéndome en tensión por lo que ella
pudiera contestar.
Ni siquiera se volvió. Tenía rígida la
espalda.
—No, conmigo no —dijo. Se encaminó
hacia la puerta y desapareció sin mirarme.
Todo estaba muy claro. Hoy ya no
quería nada más de mí. Por un lado me
parecía bien, pero por el otro... Yo la había
satisfecho y había permanecido durante un
rato apoyada en su muslo, pero eso era todo a
lo que iba a llegar en el conjunto de sus
caricias. ¿Qué es lo que entendía ella por estar
acurrucadas y hacerse arrumacos? ¿Sólo eso?
Hasta el momento no habíamos tenido
ninguna oportunidad y yo lo deseaba de
verdad.
Seguro que la próxima vez me tocaba a
mí. Yo no sabía si ella lo había pensado así,
pero estábamos en una situación especial. Y lo
ocurrido en el avión no se podía considerar ni
«estar acurrucadas ni hacerse arrumacos».
Por lo tanto, era aquí, en el barco, donde
tendríamos nuestra primera oportunidad. Y
ella no la había aprovechado. ¿No era eso lo
que quería? ¿Sólo deseaba sexo, puro y duro?
¿Se pasaría el resto del tiempo prácticamente
sin mí, excepto en los momentos en que yo
tuviera que satisfacer sus deseos?
Eso lo descubriría en las próximas tres
semanas.
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Saludossssss Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 1206646864 un capítulo super wanky Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 1206646864 espero lo disfruten Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 2145353087
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Mensaje por micky morales Lun Sep 14, 2015 8:28 am

yo creo que brittany oculta algo, y santana lamentablemente para ella ya cayo en los encantos de la inalcanzable pierce!
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Mensaje por Caritovega Lun Sep 14, 2015 1:07 pm

micky morales escribió:yo creo que brittany oculta algo, y santana lamentablemente para ella ya cayo en los encantos de la inalcanzable pierce!
siiiiiii, como dije en un cap anterior San esta re enganchada con Britt... no es por defender a Britt pero si ella es así sera por algo Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 2145353087 saludos y gracias por leer el Fic Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 1206646864
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Mensaje por Caritovega Lun Sep 14, 2015 5:06 pm

CAPÍTULO 8

El despertar de la mañana siguiente
resultó espléndido. Aunque finalmente decidí
dormir en el camarote, dejé abierto el ojo de
buey y las olas me arrullaron con su suave
murmullo.
Permanecí tumbada durante unos
minutos, mirando fijamente al cielo, al
pequeño y redondo fragmento que podía ver
de él. Me sentía bien.
Después de levantarme, probé la
minúscula ducha y luego fui a cubierta, en la
que ya estaba sentada Brittany tomándose un
café.
Me saludó sonriente.
—¿Has dormido bien?
Asentí, mientras le preguntaba:
—Pero, ¿qué hora es?
Ella señaló al sol.
—Nos regimos sólo por él. Aquí el
tiempo no tiene mucho significado. —Luego
se rió—. ¡De todas formas, ya casi es
mediodía!
—¿He dormido durante tanto tiempo? —
pregunté, maravillada.
—Sí. —Sonrió una vez más. Seguía
mostrándose muy amable—. Debías de estar
muy cansada. También me suele ocurrir a mí.
Es algo relacionado con el cambio de aires.
Alcé las cejas. ¿El cambio de clima? De
hecho ayer también había estado trabajando...
Pero no debía referirse a eso.
—¿Tú también acabas de levantarte?
—No —contestó—. Yo ya llevo mucho
tiempo aquí.
Aquel comentario sobre el cambio de
clima. Ella, lo mismo que yo, llevaba a sus
espaldas el pesado viaje, el vuelo, el viaje en
taxi... y, bueno, además de las consecuencias
de mi trabajo. En ese sentido a ella le debía
de ir igual que a mí. Me maravillé.
—¿Quieres? —preguntó, mientras
señalaba la cafetera—. Es griego —explicó—,
y no sé si te gustará.
—Yo tampoco lo sé —dije, jovial al
sentir que el sol me animaba—. No lo he
probado nunca.
Miré a mi alrededor. No me cansaba de
mirar el mar azul que nos rodeaba, los rayos
del sol que se reflejaban y el espléndido cielo
azul, que irradiaba más calidez de lo que yo
hubiera podido imaginar allá lejos, en mi casa.
Brittany me pasó su café.
—Pruébalo —me ofreció— y sabrás si
merece la pena ir a buscar más.
Me puso la taza de forma tal que el lado
por el que ella había bebido quedó alejado de
mí. Yo la miré, giré el recipiente y bebí
exactamente por el mismo sitio que ella había
utilizado. Me observó con gesto impasible.
—Está bueno —dije—. Voy a tomar
uno. —Le devolví su café y fui abajo para
hacerme con uno para mí. No pude interpretar
el gesto de su cara. Parecía algo turbada.
Cuando regresé, ella siguió sin decir
nada. Estuvimos sentadas un rato en cubierta,
balanceándonos ligeramente mientras
tomábamos el café. Yo pensaba que aquello
no podía ser verdad: estar sentada junto a ella
en un barco, mecidas por la ligera brisa del
Egeo en un hermoso día de verano y libre de
todas las preocupaciones del día a día. Seguro
que luego llegarían algunas de aquellas
preocupaciones, pero ése era un tema que no
me afectaba para nada en aquel momento.
De repente caí en algo.
—¡Tengo que llamar a mi madre! —grité
—. ¡Ella no sabe si he llegado bien! ¿Hay un
teléfono aquí? —pregunté, mientras miraba a
mi alrededor.
—¿Aquí en el barco? —Brittany hizo un
gesto de satisfacción y luego lo borró de su
cara—. Puedes coge mi móvil. A lo mejor
aquí todavía funciona.
La miré para ver dónde podía tenerlo
guardado, pero la verdad es que no llevaba
mucha ropa donde meterlo, sólo un bikini y
una holgada camiseta.
Rió.
—Está en mi camarote —dijo—. Entra y
utilízalo sin problemas. Está en mi bolso.
Di un salto y salí a la carrera.
—¡Ten cuidado no vayas a tropezar! —
exclamó entre risas.
Estuve a punto de caerme, porque
todavía no me había acostumbrado al
balanceo del barco, pero conseguí llegar
indemne hasta el camarote de Brittany. Abrí la
puerta y, de repente, me quedé parada. Creía
que su camarote tendría el mismo aspecto que
el mío, pero no era así. Era igual de grande,
pero muy distinto.
Por lo que parecía, iba allí con mucha
frecuencia y lo hacía con mucho gusto. Casi
como si viviera allí. En las paredes tenía
colgados cuadros y había muchos objetos
personales, que lo más seguro era que
estuvieran siempre allí. Al menos así parecía:
estaban adaptados a aquel barco. No
encajarían en absoluto en la inmensa casa de
Brittany.
En una pequeña estantería sobre la cama
había algunos libros, pero resistí la tentación
de curiosearlos. En realidad, lo único que
quería era llamar a mi madre.
Miré en busca del bolso de Brittany.
Estaba encima de una silla y sobre él había
una camiseta grande, que ella debía de utilizar
como camisón. Sólo tenía que retirarla y
ponerla sobre la cama para poder coger el
bolso, pero, cuando la tuve en mis manos, me
llegó a la nariz un olor penetrante.
Alcé la camiseta para olería. Cerré los
ojos. Era ella.
La deseaba. Me había sentado frente a
ella, pero aquello era algo que aún no había
podido hacer: olerla y decirle lo mucho que la
deseaba. Seguro que no permitiría que yo lo
hiciera.
Disfruté durante un momento de la
sensación de tenerla toda para mí, no sólo su
olor, pero aquello sólo era una fantasía que
me había forjado. Luego, con un suspiro, dejé
la camiseta sobre la cama y abrí el bolso.
Arriba había dos billeteros repletos de
dinero.
¿Lo había hecho con intención o ni
siquiera lo había pensado? Yo no sabía qué
tenía que hacer. ¿Esperaba algo de mí? ¿Era
aquello una prueba?
Cogí el móvil y cerré de nuevo el bolso.
Primero llamaría a mi madre, porque, al
menos, a ella sí sabía lo que le quería decir.
Mi madre se puso muy contenta al
escuchar mi voz y, al cabo de unos minutos,
me deseó unas buenas vacaciones. Incluso le
envió saludos a su desconocida Brittany.
Colgué y, pensativa, me senté sobre la
cama de Brittany. ¿Qué pasaba con el dinero?
¿Por qué me había permitido tener un acceso
tan directo a él?
La noche anterior tuve la sensación de
que nunca me permitiría entrar en su
camarote. Ahora se limitaba a decirme que
entrara en él y yo tenía que enfrentarme a
todo aquello. No entendía nada de nada. Volví
a meter el móvil en el bolso y regresé despacio
a cubierta.
—Mi madre envía sus saludos a la
desconocida —aquello fue de lo primero que
informé a Brittany, porque me pareció lo más
inocente.
—¿Ah, sí? Pues gracias —contestó,
sorprendida.
Apoyé los brazos sobre la mesa y la miré.
—¿Has contado tu dinero? —pregunté
—. ¿Sabes cuánto tienes en las dos carteras?
Ella me miró con una expresión vaga.
—Sí —replicó—, con toda exactitud.
—Pues eso está bien —dije con frialdad
—. Entonces podrás darte cuenta de que no
falta nada. —Yo me sentía aliviada, aunque
no se lo demostré. Era un problema menos y
sólo quedaba una cosa que yo aún ignoraba:
¿Lo había hecho para ponerme a prueba?
Ella me miró un instante y luego se
levantó.
—Ven —dijo. Fue por delante de mí
hasta su camarote y me hizo entrar. Luego
abrió su billetera, sacó un billete grande y lo
tiró sobre la cama.
—Bien —dijo—. Y ahora quiero tener
algo a cambio de mi dinero.
Yo no sabía si debía quedarme allí de
pie, tan tranquila, sin mostrar ninguna
emoción, pero estaba claro que tenía que
haber un modo de acabar con aquello.
—¿Qué? —musité, casi sin voz.
—Eso que me he reservado para más
tarde —respondió, sin poner ninguna emoción
en la voz. Como si hablara de un trozo de
tarta. Puede que, para ella, yo no fuera más
que eso.
La miré sin expresión y no dije nada.
¿Qué podía decir? Era parte de nuestro
acuerdo. Pero, ¿no me lo podía poner un poco
más fácil, que la iniciación fuera un poco más
tierna? En cualquier caso, ella sabía lo que
aquello significaba para mí. Alguna vez ella
misma, de joven, debió encontrarse en la
misma situación. ¿Trató entonces el tema con
la misma falta de emoción?
De nuevo me miró de arriba abajo.
—Desnúdate —dijo— y luego túmbate.
«¡ Brittany, por favor, bésame!
Prepárame, tómame en tus brazos, sé cariñosa
conmigo. No me trates como si fuera un trozo
de carne, como a una puta. Por favor...» Algo
gritó dentro de mí aquellas palabras, pero no
dije nada, aunque esperé que ella lo leyera en
mis ojos. No quería que lo supiera. Era un
negocio y nada más, y ella no debía pensar en
otra cosa. Hice lo que me pidió, me quité la
ropa y, desnuda, me tumbé en la cama.
Me miró un momento desde arriba y
luego también se desnudó y se tumbó a mi
lado. ¿Dónde está el «no tengas miedo», o
algo parecido, de la primera vez? No parecía
que lo considerara oportuno. Me propuse no
gritar aun cuando me hiciera daño. Lo
aguantaría, lo soportaría todo y haría como si
eso no me supusiera nada. No debía llorar a
cambio de su dinero, sino dar gritos de deseo,
aunque fueran falsos.
Comenzó a acariciarme e intentó relajar
la rigidez que había invadido mi cuerpo. Sentí
miedo. Ella había llegado tan lejos, era tan
poco humana, se notaba tan falta de
sentimientos. ¿Quién sabe lo que esperaría de
mí? Quizás aún tenía escondidas algunas
sorpresas, sorpresas que me dolerían. ¿Quién
podía saberlo?
En realidad yo no la conocía, al menos
en su aspecto más privado. Y ella parecía
siempre tan hermética e inaccesible como una
fortaleza. No dejaba traslucir nada, ni siquiera
el más mínimo sentimiento. Yo no era tan
presuntuosa como para pensar que eso era lo
que había hecho la noche anterior, cuando se
retorcía debajo de mí acosada por mi lengua.
Sólo había sido sexo, pero no había sido nada
personal.
Al acariciarme con sus manos propició
que, al poco rato, me sintiera más tranquila.
Era muy agradable, a pesar de que una y otra
vez un escalofrío intentaba salir a la superficie
desde lo más profundo de mi interior y en
aquellos momentos me echaba a temblar. Pero
Brittany podía interpretarlo como un efecto
del deseo, como una tensión y excitación
plenas de impaciencia.
Ella no era insensible, como no lo había
sido tampoco la primera vez. Se daba cuenta y
percibía muchas cosas que funcionaban bien
conmigo. Pero no habló ni me tranquilizó, ni
me explicó nada. Me acarició sin articular
palabra y comenzó a besarme.
«¡Al menos esto!», pensé con alivio.
Noté su cuerpo contra el mío y el calor fue
ascendiendo por mí, expulsando despacio el
angustioso frío que sentía. Me apreté un poco
contra ella para sentir algo más su maravilloso
cuerpo, la suavidad de su piel y a ella misma...
A ella, a la que yo deseaba y que en ese
momento se hallaba tan alejada.
— Brittany —murmuré, porque me sentía
tan atraída por ella que quería olvidar cómo
habíamos llegado hasta allí.
No contestó. Se apretó contra mí y me
hizo alzar los brazos sujetándome por las
muñecas. Luego las soltó y enlazó mis dedos
con los suyos por encima de mi cabeza, sin
dejar de besarme, cada vez más
apasionadamente. Su lengua entró y salió de
mi boca a un ritmo regular, como si quisiera
prepararme para algo. Quizá también ella
quería prepararse, aunque yo no supiera para
qué.
Su peso me oprimía contra el áspero
colchón y disfruté cuando se tumbó encima de
mí. Era una sensación maravillosa. Me
hubiera encantado entregarme a ella de esa
forma. Mientras yo permanecía allí tumbada,
casi sin poder respirar, sujetó mi cuerpo con el
suyo, de modo que no tenía ninguna
posibilidad de moverme.
Estar tan sometida a ella tenía un
componente voluptuoso que, en un principio,
no sospeché. Su beso me inflamaba cuanto
más se prolongaba e intenté alzar mi cuerpo
por debajo del suyo para pegarme más a ella,
para poder sentirla mejor, para demostrarle mi
excitación.
Y ella lo notó.
—Sí, venga —murmuró, muy pegada a
mi boca—, venga.
¡Estaba habiéndome! Hubiera podido
gritar a causa del alivio que sentí al percibir
que ella por fin estaba allí conmigo, que ya no
existía la distancia que se había abierto entre
nosotras y que no me dejaba sola con mis
sentimientos.
Me moví con fuerza debajo de ella, tanto
como podía, y ella soltó mis manos, acabó de
besarme y se deslizó hacia abajo con todo su
cuerpo. A continuación besó mis pechos hasta
que yo gemí, suspiré y me abandoné.
Brittany me lamió los pezones hasta que
se pusieron erectos, provocándome unas
sensaciones maravillosas, que hacían arder
todo mi cuerpo, que lo recorrían como si
fueran columnas de hormigas y lo agitaban
hasta en lo más profundo de su ser.
¿Por qué no me lo había dicho
enseguida? Era muy cariñosa y considerada,
pero al principio me había dado la sensación
de que eso no iba nada con ella. ¿Por qué?
Me pregunté si quizá la avergonzaría oírme
decir que era amable y atenta. ¿Sería ofensivo
para ella? Pero es que ella era así. En aquel
momento no existía ninguna mujer que
hubiera podido ser más cariñosa conmigo.
Sus labios se mostraban implacables
sobre mis pechos, lo mismo que sus manos,
cuando avanzaban hacia abajo sobre mi
cuerpo. Su respiración se hizo más fuerte,
agitada e impaciente. Algo tenía previsto. Sus
pezones penetraban en mi piel mientras se
mantenía tumbada sobre mí. Yo disfrutaba
mucho con lo que hacía, fuera lo que fuera.
Me pegué más contra ella. Deseaba que
me poseyera, quería que extinguiera la
ardiente sensación que sentía en el pecho, en
la piel y entre las piernas, que casi me hacía
morir de deseo. Pensé que no podría
soportarlo ni un segundo más.
Pero los segundos transcurrieron y luego
también los minutos, y Brittany ahora se
movía despacio hacia abajo, haciéndome
esperar, dejándome abrasar, haciendo que
ardiera trozo a trozo. De nuevo gemí y
pronuncié su nombre, rogué, supliqué en
silencio que me liberara de una vez.
Ahora sus labios se dirigieron a mi
estómago. Sus dedos acariciaron mis inglés y
luego los muslos de arriba abajo, mientras ella
se deslizaba hasta colocarse entre mis piernas.
Yo temblaba, porque no sabía lo que iba a
hacer. De repente grité cuando me hizo justo
lo mismo que yo le había hecho a ella la noche
anterior: metió la lengua entre mis piernas, tiró
de mis labios vaginales, los acarició, buscó mi
perla.
Fue una sensación maravillosa, tan tierna
y delicada que casi no se podía soportar.
Ahora pude mover aquellas partes de mi
cuerpo donde ella no se apretaba contra mí y
pude escurrirme como una serpiente, mientras
intentaba escapar de su lengua para arrimarme
de nuevo a ella.
— Brittany, Brittany —gemí. No podía
hacer otra cosa.
Ella agarró mis muslos y los sujetó con
fuerza, presionó su boca contra mi clítoris,
que la aceptó lleno de anhelo, y me obligó a
tranquilizarme.
¡No era nada extraño que Brittany se
hubiera alborotado de la forma en que lo hizo
el día anterior! Si sintió lo mismo que yo
estaba notando ahora mismo... no había nada
comparable al ya conocido roce de su mano.
Era... era sencillamente maravilloso.
Acarició con toda su lengua el sensible
valle situado entre mis piernas; ahora parecía
estar constituido tan sólo por terminaciones
nerviosas que transmitían unas sensaciones
maravillosas. Era como un avión a punto de
despegar, como si aún estuviera en tierra pero
dispusiera de toda la potencia y el empuje
necesarios para elevarse y desaparecer por las
nubes. Así era como yo me sentía realmente.
Quería elevarme, volar...
—Córrete —oí que murmuraba Brittany
—, córrete. —Su lengua entró un poco entre
mis hinchados pliegues, aunque no mucho;
luego la retiró y la deslizó por encima, hacia
arriba; cuando llegó sobre mi perla tuve que
volver a gritar.
Intenté buscar un apoyo en el camarote,
algo que estuviera alrededor de la cama, pero
no lo encontré y me sujeté en el pelo de
Brittany, pues necesitaba algo que me
mantuviera en tierra al notar que estaba a
punto de abandonarla.
—Córrete —dijo de nuevo, y esta vez su
lengua describió círculos alrededor del clítoris,
mientras dirigía rápidos toques hacia mi
centro: yo ya no podía soportarlo más.
Mi cuerpo se tensó y alzó de tal forma
que Brittany ya no pudo sujetarlo. Soltó mis
muslos y permitió que me corriera.
Yo gemí.
—¡Sí...! ¡Sí...! ¡Sí...! —exclamé con
cada oleada ardiente que me arrastraba y me
satisfacía en toda su plenitud; luego ya no tuve
fuerzas para añadir nada más y me dejé caer
de nuevo. Mi cuerpo estaba dominado por una
sensación única, como de un hormigueo total.
Jadeé, intentando coger algo de aire. Hacía
calor en el camarote y pensé que me iba a
asfixiar.
Había sido tan impresionante, tan
nuevo... ¡Y yo que pensaba que ya había
vivido una gran cantidad de momentos
culminantes! Me pareció que aquel había sido
el primero auténtico de verdad. El primero que
me había arrastrado y no había dejado sin
afectar a una sola fibra de mi cuerpo. Todo mi
ser se había concentrado en mi punto más
central y había explotado allí. Cogí aire
despacio y cerré los ojos.
Brittany aún seguía sentada entre mis
piernas y me miraba. Me sonrió con dulzura.
—Ha sido maravilloso, Brittany —
susurré.
—Lo sé —respondió, seria—, pero esto
sólo ha sido el principio. Ahora viene la parte
importante.
Me tensé un poco al oír sus palabras. Yo
ya sabía que ella quería más, pero casi lo
había olvidado.
—Date la vuelta —me requirió.
Yo cerré los ojos. ¿No podía hacerlo
mientras me tenía entre sus brazos? ¿Tenía
que ser así? Pues así tenía que ser. Ella lo
decidía. Me volví despacio y me quedé
tumbada boca abajo. Mi respiración era muy
superficial y casi no podía forzarla para que
absorbiera más oxígeno. ¿Podría perder el
conocimiento y no enterarme de nada?
Noté a Brittany detrás de mí. Se desplazó
de nuevo entre mis piernas y apretó una
contra la otra. Me hubiera gustado poder ver,
poder mirarla a los ojos esta primera vez. Pero
ella no quería. Me cogió por las caderas y me
obligó a alzarme un poco.
—¡Quédate así! —dijo.
«¡Dios mío! ¡Aún más!», me dije. Yo no
podía verlo, pero ella se colocó detrás de mi
trasero. Poco a poco me fui dando cuenta de
lo que quería de mí. Por lo menos esta vez
podía cerrar los ojos. A lo mejor merecía la
pena.
Brittany pasó un dedo por mi hendidura
y, a pesar de lo incómodo de la postura,
comencé a sentir un cosquilleo de inmediato.
Hubiera preferido empezar a moverme desde
un principio, pero me contuve. Sólo haría lo
que ella dijera. Si ella lo quería así, así sería
como iba a comportarme. Sólo obtendría lo
que pidiera.
Luego acarició la zona con su lengua, allí
donde había estado su dedo. Lo hizo un par
de veces y luego intentó penetrar. La punta de
su lengua se abrió camino, pero no llegó
mucho más allá. Noté una leve tensión. Su
dedo se deslizó hacia delante y acarició mi
perla.
—¡Ohm! —gemí y me mordí un poco
los labios. ¡Ella no tenía que oír nada!
Anduvo con su dedo hacia delante y
hacia atrás, y quitó la lengua de donde la
tenía. Me separó los labios de la vagina y la
tensión se hizo mayor. Su dedo se deslizó
hacia mi centro de sensaciones y penetró,
como había hecho al principio con la lengua,
pero esta vez no se detuvo. Lo que había sido
una ligera tensión procedió a intensificarse.
Era lo que yo siempre había notado cuando
luchaba con mis tampones mini. Pero me
estremecí al darme cuenta de que sus dedos
eran bastante más largos que los tampones.
Llevó su dedo por un lateral, sin insistir
en la penetración.
—Tranquila —murmuró de repente, en
un tono de voz que hubiera podido calificarse
como cariñoso si..., bueno, si su forma
anterior de actuar no hubiera sido tan curiosa.
Su dedo se colocó de nuevo en mi centro
álgido y apretó contra mí.
Hice una mueca de dolor. Ella no podía
verla y no se detuvo. Siguió presionando, lo
que hizo que la tensión resultara cada vez más
intensa. Me mordí los labios. ¡No, no podía
gritar, tenía que ser valiente! Noté su mano en
mi espalda. Me acariciaba de una forma
tranquilizadora.
—Piensa en algo bonito —murmuró en el
mismo instante en que intensificó tanto la
presión que tuve que gritar.
—¡No, no, por favor, Brittany!
El dolor me desgarraba, pero aún no
había pasado todo. Empujó con toda su fuerza
y tuve la sensación de que me iba a partir en
pedazos. Me vi obligada a gemir. ¿Cómo
podía hacerme eso? Dolía. Apretó de nuevo
dentro de mí y algo se rasgó, lo que me causó
un dolor penetrante e insoportable. Grité de
nuevo.
—¡ Brittany, por favor, acaba! Por
favor..., por favor, acaba ya... Déjame... —
supliqué entre susurros.
Salió de mí y eso también me dolió e
hizo que me estremeciera.
—Ya ha pasado —dijo con calma—.
Ahora ya todo está bien.
¿Yo sentía entre mis piernas unas
palpitaciones que me atormentaban y a ella le
parecía que todo estaba bien? ¡No iba a dejar
que me tocara nunca más! ¡Nunca más!
Se tumbó sobre mí y me calentó con su
cuerpo, pero el mío continuó frío. ¡Ahora al
menos no podría quejarse de que yo no
respetaba nuestro acuerdo! Le iba a tirar
nuestro acuerdo a la cara. Sólo tenía ventajas
para ella, porque para mí había sido un
martirio.
—Mañana irá mejor —me cuchicheó al
oído—. Casi lo habrás olvidado.
Yo lo dudaba. El dolor continuaba, casi
como si siguiera en mi interior. Necesitaría
mucho tiempo para curarme.
—¿Me puedo levantar? —pregunté en un
tono frío—. Me gustaría lavarme.
—Claro.
Ella se deslizó hacia abajo y luego se
echó a un lado para que yo pudiera salir del
camarote. Yo no la miré, pero ella me detuvo
y alzó mi barbilla, de modo que no tuve más
remedio que mirarla a la cara. Brittany buscó
mis ojos.
—¿Ha sido tan malo? —preguntó en voz
baja.
La miré con ganas de asesinarla.
—No, claro que no —respondí, en un
tono mesurado y frío. De mí no iba a obtener
ni el menor pestañeo—. ¿Me puedo ir ya?
—Sí —dijo, me dejó el camino libre y
pude salir de su camarote para entrar en el
mío.
Cuando me duché, por segunda vez
aquel día, pude darme cuenta de la sangre que
corría por mis piernas. No me pude lavar bien,
porque lo hubiera tenido que hacer justo
donde más me dolía.
Sentí que las lágrimas querían correr por
mi rostro, pero las contuve. Si las hubiera
dejado brotar, puede que nunca hubiera
podido pararlas.
Brittany me había decepcionado. Yo le
había hecho ver mi sufrimiento y le había
rogado que se detuviera, pero no lo había
hecho. Había seguido entrando en mí y me
había desgarrado, como si yo no le hubiera
dicho nada o como si ella no hubiera
escuchado mis súplicas. ¿Me había hecho
daño con toda la intención? ¿Se lo había
pasado bien? ¿Le gustaban estas cosas? En tal
caso, yo tenía que estar preparada.
Fuera como fuese, ya no confiaría más
en ella, lo mismo que Brittany no confiaba en
mí. Ahora estaba convencida de que la historia
del dinero en su bolso no había sido más que
una prueba.
Ella había supuesto que yo cogería parte
del dinero pensando que no se daría cuenta,
por eso lo había contado antes. Y luego lo
habría contado otra vez con la esperanza de
que faltara algo.
¿Qué tipo de persona era? ¿Tenía algo de
humano o sólo se trataba de una máquina de
hacer dinero, que todo lo podía comprar
porque todo tenía un precio? Para ella, no
había nada que no pudiera pagar y que, por
tanto, no fuera posible comprarlo. Ésa era la
razón por la que no daba valor a los
sentimientos: era algo que no se podía
comprar.
¿Por qué pensaba yo en eso? Ya había
pasado todo, tal y como ella había dicho.
Hablaba de mi virginidad, que ella me había
arrebatado, pero para mí significaba que todos
mis sentimientos hacia ella se habían acabado,
estaban extinguidos, perdidos. Ella los había
destrozado.
A partir de ahora sólo seríamos «socias
en el negocio» y ella me podría tener cuantas
veces deseara, pero siempre que pagara por
ello. ¡Y yo dejaría que me pagara! Me lo
prometí a mí misma. Pagaría a cambio de mi
cuerpo, pero no obtendría nada más.
*****************************************
Que capítulo :O Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 304001509 espero lo disfruten Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 1202786940 saludosssss =D
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Mensaje por 23l1 Lun Sep 14, 2015 7:11 pm

Hola, que bueno que pudieras volver y publicando así mantenemos vivo el foro! si tienes algún conocido del foto avísale del cambio de nombre y que pronto harán la redirección! Saludos =D

Pd: mas caps, cada vez mejor! jajaajajaj.
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Finalizado Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"

Mensaje por Caritovega Lun Sep 14, 2015 8:27 pm

23l1 escribió:Hola, que bueno que pudieras volver y publicando así mantenemos vivo el foro! si tienes algún conocido del foto avísale del cambio de nombre y que pronto harán la redirección! Saludos =D

Pd: mas caps, cada vez mejor! jajaajajaj.
ohhh lo del foro ya publique en mi pagina brittana, en twitter y en wattpad =D jaja eso si el fic cada cap se pone re bueno Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 2145353087 saludos Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 1206646864
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Mensaje por Caritovega Mar Sep 15, 2015 7:32 pm

CAPÍTULO 9

Me quedé un rato más en mi camarote.
No quería verla ni hablar con ella. ¡Dios mío,
y estábamos en un barco encadenadas la una a
la otra! No podíamos permanecer separadas
durante mucho tiempo. ¿Qué debía hacer
ahora? ¿Saltar al agua?
Mientras yo seguía allí, sentada en la
cama y sumida en mis cavilaciones, oí de
repente que el motor arrancaba. Lo había
puesto en marcha. ¿Dónde iríamos? Miré por
el ojo de buey. Sólo vi agua, pero estaba claro
que apenas nos habíamos movido.
Transcurrió más de media hora hasta que
por el ojo de buey divisé, muy a lo lejos, algo
de tierra. Para que no dispusiera de facilidades
para hacerme lo que ya había puesto en
práctica aquella mañana, antes de subir a
cubierta me vestí los vaqueros más estrechos
y ajustados que tenía. ¿Por qué iba a
renunciar al sol y quedarme allí abajo? Ya
había hecho lo suficiente para ganarme aquella
recompensa.
Brittany estaba frente al timón y miraba
hacia delante, a la isla a la que nos dirigíamos.
Cuando me vio llegar, me miró de arriba
abajo, con expresión seria, pero no dijo nada.
Yo fui a la cubierta de proa e intenté averiguar
dónde estábamos, cosa que, por supuesto, no
pude hacer. Como no quería preguntarle a
Brittany, tuve que renunciar a aquella
información, que, por otro lado, me resultaba
indiferente. Allí había muchas islas y cada una
de ellas sería muy parecida a las demás.
Nos acercamos bastante a una de las
islas, pero me di cuenta de que no tenía
puerto, por lo que Brittany lanzó el ancla un
poco apartada de la costa. Apagó el motor y
se dirigió a mí.
—Iremos en el bote pequeño —dijo, sin
emplear ningún tono especial—. Tenemos que
hacer la compra. —Me miró—. ¿O prefieres
quedarte aquí?
Yo le lancé una mirada igual de
inexpresiva.
—Como quieras —contesté—. Haré lo
que tú me digas. —Aquél era nuestro acuerdo
y a partir de ahora yo iba a cumplirlo al pie de
la letra.
—Bien —repuso—, pues entonces
vamos.
No parecía preocuparle cómo me
encontraba yo, a pesar de ser ella la
responsable. Me miró por un momento.
—¿No quieres ponerte algo más ligero?
—preguntó—. Hace calor. —Ella misma
llevaba un vestido amplio y vaporoso con
motivos griegos, muy adecuado para aquel
clima.
—Si quieres, me cambio —dije—. ¿Qué
debo ponerme? —Puede que quisiera algo
más fácil de quitar que los pantalones que yo
llevaba.
Yo ya sudaba y sabía que ella tenía
razón. La ropa que me había puesto iba a
matarme con ese calor, pero me daba igual.
—Si no quieres no lo hagas —dijo, en un
tono reticente—. Sólo era una sugerencia.
«Mira, de repente la dama se muestra así
de considerada. ¿Acaso ya no me va a dar
órdenes?», pensé.
—Entonces me quedo así —repliqué,
con una obstinación que, por otra parte, yo
sabía que iba a ir en perjuicio mío, pero no
quería hacer ninguna concesión. Sólo lo
acordado.
Ella asintió y fue hacia abajo, puede que
a recoger su billetero. Al regresar la seguí
hasta el extremo del barco donde estaba
amarrado el bote auxiliar. Nos subimos en él y
lo manejó con la misma seguridad con la que
había sacado el yate del puerto.
Nos dirigimos a tierra hasta rozar la orilla
y bajamos allí. Brittany tiró de la barca para
vararla un poco más en la tierra e impedir que
la arrastrara el agua. La isla parecía más
pequeña que Astipalaia; no se veía a nadie.
—Tenemos que ver lo que queda todavía
—dijo—. El mercado se celebra por las
mañanas, a la llegada de los pescadores.
Ahora ya es un poco tarde. —Fue delante y
yo la seguí como si fuera un perrito obediente.
Se dirigió a una mujer y preguntó algo en
griego. No lo pude entender, ni tampoco la
respuesta. La única palabra que me resultó
conocida era Spyros.
La mujer señaló con el brazo en una
determinada dirección y Brittany le dio las
gracias antes de darse la vuelta e informarme:
—Parece que a Spyros aún le queda algo
de pescado. Vamos para allá.
—¿Spyros? —pregunté—. ¿Vive aquí?
Ella arrugó la frente, sin entender, y
luego, al darse cuenta de lo que yo había
querido decir, se rió.
—¡No, no ese Spyros! Aquí son muchos
los que se llaman así. El Spyros al que tú te
refieres es el primo del conductor del taxi que
nos llevó al barco. Toda la familia trabaja para
mí.
Sí, estaba claro, y seguro que también les
pagaba bien. No me iba a impresionar con
eso. Por lo menos hoy no.
Pero, a pesar de que intenté alejarme de
todo tipo de sentimientos, aquella isla griega
comenzó a hechizarme. Brittany buscó a
Spyros y le compró el pescado. Rió y bromeó
igual que había hecho con el conductor del
taxi, y este Spyros estaba tan fascinado por
ella como el otro: se pasaba la mano por la
barba y comenzó a hacer alarde de su
masculinidad.
Brittany podía ofrecer un aspecto muy
femenino cuando lo deseaba, y lo tenía de
verdad, excepto cuando jugaba a ser la jefa. Y
eso no ocurría aquí. Aquel hombre estaba
seguro de que era la mujer ideal. Y ella
parecía haber olvidado todo lo que había
ocurrido aquella mañana. Para ella no había
pasado nada. ¿Por qué iba a tener que
acordarse de aquel momento?
La miré durante unos segundos y traté de
observarla de una manera fría, como si fuera
un insecto, pero no lo conseguí. No podía
sustraerme a la fascinación que ejercía sobre
mí: era lo mismo que le pasaba al pescador.
¡Pero es que, además, yo no quería!
Me di la vuelta y miré al mar, a la blanca
playa que no parecía estar empañada por la
presencia de ningún turista. Aquella isla estaba
casi desierta.
Nunca había estado en aquel lugar, todo
el viaje resultaba una experiencia maravillosa
para mí y me alegraba mucho de haberlo
hecho. Intenté olvidar lo que había ocurrido
hacía unas horas y saboreé el aire cálido y el
magnífico sol.
Tenía calor. Cada vez sudaba más. ¿Por
qué habría sido tan cabezota? ¿Para hacerme
daño a mí misma? Debería haberle pedido
prestado a Brittany uno de esos vestidos
vaporosos, aunque no me hubiera sentado tan
bien como a ella, a fin de poder rendirle
tributo al verano griego.
Me dirigí a la playa y metí los pies en el
agua, que, por desgracia, tenía la misma
temperatura que la de una bañera. No
resultaba demasiado refrescante.
De repente, desde detrás cayó una
sombra sobre mi cabeza: no era una sombra
sino un sombrero.
—¡Vas a coger una insolación si te
sientas ahí! —rió Brittany. Ella se había traído
del barco un sombrero de paja, ligero y
veraniego, con alas muy amplias.
Y ahora había comprado uno similar para
mí. ¿Hoy no me iba a regalar un reloj de oro?
Claro, seguro que no los había en la isla.
¿Acaso no me lo había ganado? La última vez,
por un trabajito menor me hizo mejor
obsequio. ¿Dónde se había quedado la
proporcionalidad?
De inmediato floreció en mí el pudor que
yo creía tener dominado y pude sentir en mi
rostro un rubor increíblemente ardiente, que
allí, al sol, no se notaba tanto. ¡El billete que
echó sobre la cama en el camarote! ¡Casi se
me había olvidado que no me lo dio después!
¿Acaso mi sacrificio había sido tan poco
valioso que no me merecía mi «salario»?
Me estremecí, a pesar del calor que
hacía. Un par de días antes no hubiera podido
imaginar ni por un momento que fuera a
pensar en cosas así.
—Puedes quedarte aquí si quieres, pero
yo debo llevar el pescado a bordo —dijo
Brittany, sin mucha alegría en el tono de su
voz—. Luego, si te apetece, te puedo recoger
con la barca.
Hubiera aceptado con gusto su
propuesta, pero tenía un calor tan atroz que
temí que pudiera desmayarme.
—Si me dices cómo se hace yo podría
regresar sola con la barca, más tarde —
propuse a cambio.
Entonces podría cambiarme de ropa y
luego alejarme un poco de ella. La idea me
pareció muy atractiva. ¿Por qué no podría
irme ahora mismo a mi casa a bordo de
aquella barca?
—Sí —dijo ella con indiferencia—. No
es complicado, seguro que puedes hacerlo.
Regresamos a la barca y ella se sentó en
la proa, mientras me cedía el timón. Metí la
barca en el agua y puse mi brazo sobre la
barra de control.
—Ahora debes encender el motor —dijo,
sonriente.
Apenas se puso a mi lado se alborotó
todo mi cuerpo. Me levanté y tiré del mando
que ponía en marcha el motor. No estaba
acostumbrada a hacerlo y perdí el equilibrio.
¡Splas! Me caí al agua.
Brittany se reía sin parar. Yo me sentía
rabiosa y hubiera querido gritarle que se
callara y que dejara de burlarse así, entre otras
cosas por todo lo que me había hecho hoy.
Me contuve en el último momento e intenté
ver lo positivo de aquella circunstancia. Por lo
menos ahora ya no tenía tanto calor.
Brittany se levantó y arrancó el motor.
Luego me dio la mano para que pudiera
subirme otra vez a la barca, pero yo la rechacé
y subí como pude. Ella se dio la vuelta y me
hizo un sitio junto al timón. Luego me explicó
en breves palabras lo que tenía que hacer.
Regresó a la proa del bote y me dejó pilotar a
mí.
Primero lo hice en la dirección
equivocada, hasta que ella me corrigió. Luego
le di demasiado gas. La barca saltó de una
forma repentina y estuvo a punto de hacer
caer a Brittany al agua; me asusté tanto que
casi se caló el motor. Pero no tardé en
acostumbrarme a las exigencias del timón y a
la potencia que debía darle. Conseguí
mantener la barca bajo control hasta llegar al
yate.
Salté con rapidez y la amarré, luego subí
a bordo y me fui al camarote a cambiarme de
ropa. Quería alejarme de Brittany lo antes
posible. Escuché sus pasos mientras se dirigía
a la cocina para guardar el pescado. Esperé a
que estuviera de nuevo en cubierta y entonces
salí de mi camarote y me dirigí a la barca.
Seguro que se había sentado en la proa. Me
subí, arranqué el motor, esta vez sin
problemas, me puse en marcha y me dirigí a la
isla.
Rodeé un poco más el islote, hasta llegar
a una zona en la que no se veía a nadie.
Luego me bajé para sentarme en la playa.
Desde allí todavía podía distinguir muy bien el
yate. Al cabo de un rato noté un movimiento
sobre cubierta. Brittany apareció, se acercó a
la borda y se sumergió en el agua con un
elegante salto. Estaba claro que había venido
para disfrutar.
Noté el dolor entre mis piernas. Ahora
era más fuerte y parecía llegarme hasta el
corazón. Todavía la amaba. Quería borrar eso
de mí, pero no lo conseguía. ¿Por qué? Ella
me había hecho daño: primero por la forma de
tratarme y hoy físicamente. Me había
desgarrado hasta Conseguir que sangrara.
¿Cómo podía haber hecho eso si tuviera
sentimientos?
Estaba claro que no los tenía. Me había
comprado y hoy, por fin, había hecho uso de
sus derechos como propietaria. Había tomado
lo que le pertenecía. Le resultaba indiferente
cómo me encontrara yo, si lo soportaba o si
me dolía. Seguro que para ella había supuesto
una diversión. Y vendría una y otra vez a mí
durante todo el tiempo que permaneciéramos
aquí para hacer uso de esa distracción.
Supuse que ya no sangraría más después
de aquella primera vez, aunque seguiría
sufriendo algún dolor, por lo menos interno.
¿Por qué no podía odiarla? ¿Por qué no
distanciarme de ella y mirarla como la clienta
que, al fin y al cabo, era?
Pero no podía hacerlo. No podía. Quería
amarla, de hecho ya lo hacía sin poder
evitarlo, y quería ser amada por ella. Si sólo
hubiera dependido de lo físico podía llegar a
resignarme. Y esperaba que en algún
momento ella entendiera que yo no lo hacía
por dinero sino por ella, porque la quería. Si
es que me llegaba a dar la oportunidad.
Me acordé de su reacción cuando le
pregunté por sus planes después de nuestras
vacaciones. Había confesado que no tenía
ningún plan, aunque yo imaginé que sí tenía
algunos, justo los que yo me temía: aquéllos
en los que yo no estaba incluida. Ella pasaría
tres semanas conmigo y luego se habría
terminado todo. Quizá ya no nos volveríamos
a ver, puesto que ya habría recibido todo por
lo que había pagado.
Me tumbé sobre la cálida y suave arena,
y noté su agradable sensación en mi espalda.
Se estaba muy bien allí. Durante toda mi vida
había deseado con vehemencia poder disfrutar
de unas vacaciones bajo el cálido sol
meridional, con el leve murmullo del mar a
mis pies y con un aire tan cálido que casi no
podía resistir su roce en mi cara.
Miré al cielo y vi una nube, blanca y
diminuta, que pasaba sobre mí. Me quedaría
dormida si seguía allí más tiempo, entre
aquella paz y aquel sosiego. Pero eso me
hubiera acarreado quemaduras solares y no
quería correr riesgos.
Me retiré a la sombra de un árbol y
esperé a la caída del sol. El estómago me
rugía. Seguro que Brittany, con sus buenas
manos para la cocina, habría preparado
pescado, pero hoy yo me sentía dispuesta a
renunciar a eso. No deseaba volver. No quería
verla de nuevo.
Me adormilé un poco y no pude ver la
puesta de sol sobre el mar. Cuando volví a
darme cuenta de dónde estaba, ya era de
noche.
Miré en dirección al barco. Estaba allí,
con una ligera iluminación. ¿Estaría Brittany
sentada en cubierta? No creía que pudiera
llegar hasta el yate en medio de la oscuridad.
Me quedaría a dormir allí, en la playa.
Además, eso sería más seguro. Suponía
que Brittany me dejaría en paz, pero, ¿y si no
fuera así? Si tenía algún deseo, yo estaba
obligada a satisfacerlo, aunque, desde luego,
no tenía ni las más mínimas ganas de hacerlo.
Que me lo suprimiera del sueldo. Un orgasmo
menos. Estuve a punto de echarme a reír.
A pesar de ser casi de noche, la arena
seguía caliente. No se enfriaba. Era la mejor
cama que una podía imaginarse.
Miré al claro cielo estrellado e intenté
contar los pequeños y refulgentes diamantes;
claro está que me resultó imposible. El
firmamento estaba sobre mí y me protegía
como si fuera un techo de terciopelo. Me
sentía cálidamente envuelta por él. Estaba tan
lejos y a la vez tan cerca que incluso podía
llegar a coger alguna estrella.
Despacio, mientras yo miraba hacia las
estrellas, el cansancio se apoderó de mí y
pronto desapareció la dorada mancha del sol y
ya sólo quedó la oscuridad.
En mis sueños, Brittany se inclinaba
sobre mí y murmuraba: No voy a hacerte
nada. Nunca te haré daño. Te quiero. Por un
momento me sentí desconcertada, pero en
sueños aquello no tenía nada de especial.
Luego vi su cara cuando me caí al agua
y, de repente, yo también me eché a reír.
¡Qué tonta me sentí! Tendría que haberme
reído, porque había resultado muy cómico.
Las piezas del puzzle se desplazaron
poco a poco de su sitio y se ordenaron en
favor de Brittany. Era tan hermosa cuando se
reía... Y, de pronto, supe de nuevo el motivo
por el que la amaba. Era una mujer
maravillosa, la mujer de mis sueños, pero en
un sueño.
De nuevo sentí un dolor, pero se pasó
rápido. Me recuperaría. No había sido tan
grave. ¿Por qué me comportaba así? Todas
las mujeres pasan por eso, yo no era la única.
Y era preferible que hubiera ocurrido con
Brittany que con cualquier otro fulano
insensible.
Mi vivencia se modificó en mi sueño. El
dolor seguía allí, pero Brittany me acunaba
con suavidad entre sus brazos y me
consolaba. Decía: Calla, calla..., no llores y
besaba mis lágrimas. Cuanto más lo hacía
menos sentía yo el tormento y la quemazón
entre mis piernas y mis gritos atormentados se
extinguían poco a poco. ¿Había ocurrido de
verdad?
Tenía mucho calor, pero esta vez no era
entre las piernas sino sobre los hombros. Me
levanté despacio. El sol ya estaba alto en el
cielo y sus primeros rayos me habían
alcanzado a través de las sombras de los
árboles.
Me erguí. El barco aún seguía allí, donde
yo lo recordaba, y ahora brillaba con toda su
blancura a plena luz del día. Me levanté, me
desperecé y sonreí. Comencé a correr y, tal
como iba, me zambullí en el agua. Hoy no
podía renunciar a una buena ducha.
De repente, me pareció que la vida era
increíblemente hermosa. ¡Dios mío!
Levantarse y poder bañarse sin cumplidos en
el Mediterráneo, con el resplandor del sol que
me daba los buenos días: ¿Iba a perderme
aquella maravilla?
Durante un rato chapoteé y di gritos de
alegría como si fuera una niña. El agua me
salpicaba a mí y a la barca, buceé y busqué
posibles tesoros escondidos en el fondo del
mar. Luego me tumbé de espaldas, flotando
sobre el mar, para poder descansar un poco.
El sol calentaba cada vez más. En el
barco estaba dispuesto un toldo sobre la
cubierta delantera. Allí era donde yo debía
regresar. ¿Qué le diría a Brittany?
¿Sencillamente que no había vuelto la noche
anterior? Sentí un poco de miedo.
**************************************************
Disfruten del Cap ..... saludos Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 2145353087 y gracias a los poquill@s
que leen la historia Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 918367557
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Mensaje por 23l1 Mar Sep 15, 2015 7:58 pm

Hola, más más jajaajajajaj. Que bueno que sigas actualizando y sigamos manteniendo vivo el foro! Saludos =D
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Mensaje por micky morales Mar Sep 15, 2015 9:07 pm

disculpen pero brittany no tiene sentimientos!
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Mensaje por Caritovega Mar Sep 15, 2015 11:16 pm

23l1 escribió:Hola, más más jajaajajajaj. Que bueno que sigas actualizando y sigamos manteniendo vivo el foro! Saludos =D
holaaaaaa! claro hay que mantener activo el foro Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 2145353087
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Mensaje por Caritovega Mar Sep 15, 2015 11:19 pm

micky morales escribió:disculpen pero brittany no tiene sentimientos!
ohhhh si los tiene bien pero bien en el fondooooo ! :3 Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 2145353087 gracias por leer Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 1206646864
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Mensaje por monica.santander Mar Sep 15, 2015 11:22 pm

Nos merecemos un maratón!!!!
Saludos
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Finalizado Re: Fanfic Brittana "una isla para dos"

Mensaje por Caritovega Mar Sep 15, 2015 11:33 pm

monica.santander escribió:Nos merecemos un maratón!!!!
Saludos
ohhh claro, prometo hacer una maratón este viernes Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 2145353087 gracias por leer Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 1206646864
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Mensaje por Caritovega Mar Sep 15, 2015 11:37 pm

CAPÍTULO 10

Regresé, subí al barco y encontré a
Brittany igual que el día anterior, es decir, en
cubierta, sentada y tomando café.
—¿Te has duchado en el mar? —me
preguntó, con una sonrisa de satisfacción.
«¿Me habrá visto desde el barco?»,
pensé.
—Sí, yo... yo he dormido en la playa —
contesté, algo turbada. ¿Acaso tenía que
disculparme? Lo habría hecho con gusto, pero
¿por qué?
Ella colocó los brazos detrás de la cabeza
y se estiró un poco.
—Es hermoso, ¿no es cierto? A mí
siempre me ha gustado.
Miré sus pechos. Se destacaban debajo
de su camiseta, que hoy no era tan holgada
como otros días. Se le marcaban los pezones.
¿Estaría excitada y me esperaba para...? Me
volví a toda velocidad.
—De todas formas tengo que quitarme la
arena. —Me reí de una forma un tanto
artificial y me dirigí a mi camarote.
—Espera —dijo y oí que se levantaba de
la silla para seguirme. Me detuve y se acercó
—. Buenos días —añadió con dulzura, y acto
seguido me dio un suave beso en la boca.
Luego se rió—. Y ahora vete a la ducha —
dijo, quitándose de la boca un par de granos
de arena—. ¡Esto es tremendo! —Me dio un
ligero cachete en el culo y proseguí mi
camino, esta vez con una auténtica sonrisa.
Cuando regresé, me trajo algo de la
cocina. Era un poco de pescado de la noche
anterior.
—Tengo un hambre terrible —dije a
modo de disculpa, mientras me servía—. ¿Me
lo puedo comer todo?
Ella rió.
—Claro. Hoy llegarán las provisiones que
encargué ayer.
El pescado nadaba sobre una salsa de
aspecto rojizo y probé las dos cosas
mezcladas.
—¡Cielos! —exclamé—. ¡Cocinas como
una diosa! —Me salió así de espontáneo. No
hubiera querido decirlo tan alto, pero es que
verdaderamente estaba exquisito.
Las comisuras de sus labios se
contrajeron en un gesto divertido.
—Gracias —dijo—. Ya tengo más
posibilidades de casarme.
Yo la miré.
—Si tú lo deseas —comenté con
irritación. Hasta el momento sólo sabía de ella
que era lesbiana, pero ¿conocía algo más?
Quizás iba en serio eso que acababa de decir.
Puede que también supiera comportarse como
heterosexual.
—Nunca se sabe —replicó y se estiró
una vez más.
Esta vez yo estaba más cerca y me fijé
directamente en sus pechos, en sus erguidos
pezones, que parecieron endurecerse aún más.
¿Lo hacía adrede? No necesitaba seducirme;
le bastaba con ordenarlo.
—¿Pero no tenías tanta hambre? —dijo
de repente y en su voz sonó claro el regocijo.
Yo había dejado de comer para mirarle
los pechos. Desvié la vista a toda velocidad.
—Sí —contesté con timidez. No la miré.
Estaba segura de que me observaba, divertida,
al darse cuenta de mi reacción.
—¿Tienes ganas? —preguntó en voz
baja.
—No... Sí, sí. Claro.
En realidad yo sí tenía ganas. Me pagaba
por eso y a ella también le apetecía. Su voz
sonaba ronca. Mi espontánea negativa inicial
se había referido a la tensión que existía entre
mis piernas. Noté que me seguía doliendo e
intenté reprimir cualquier señal de deseo. Pero
a ella eso no le interesaba y, de hecho, no
sería tan malo como el día anterior. Ella me lo
había prometido y era una mujer de palabra.
Debía de saberlo.
—Entonces, vamos —dijo. Se dirigió al
otro lado de la cubierta, el que estaba más
alejado de la isla y que daba a mar abierto.
Allí se volvió—. Debería haber ido contigo a
la playa —dijo con indiferencia—. Ahí fuera
es mucho más hermoso, pero aquí también
está bien. —Se quitó las braguitas del bikini,
pero se dejó puesta la camiseta—. Quiero que
sea rápido, violento y profundo. Sin rodeos.
¿Crees que lo lograrás? —Era como
preguntarle a un camarero si le recomendaba
el solomillo: su tono de voz era idéntico.
Sin rodeos, eso quería decir sin caricias,
sin juegos previos, sin roces, sólo un puro
dentro-fuera. Y que ella se hubiera dejado
puesta la camiseta debía de significar que no
se dejaría tocar los pechos. No le interesaba.
Parecía que hoy no estaba muy exigente.
No esperó ninguna respuesta por mi parte
y se limitó a tumbarse en cubierta. ¿Qué
debería haber contestado yo? Estaba obligada
a hacer todo lo que me pidiera.
Ahora estaba allí boca arriba y estiró las
piernas para colocarlas en la posición más
adecuada a fin de que yo pudiera acceder.
—Empieza ya —dijo, impaciente. Casi
no podía esperar.
Me arrodillé ante ella y coloqué mis
dedos en su entrada. Estaba húmeda, muy
húmeda. Había estado muy bien que yo me
hubiera quedado en la playa, porque seguro
que aquello no venía sólo de los últimos cinco
minutos. Si me hubiera quedado allí, en el
barco, ella habría exigido sus derechos.
Hizo un gesto de impaciencia, pero no
dijo nada. Entrar en ella, húmeda como
estaba, no supuso ningún problema. Cerré los
ojos por un momento, como siempre lo hacía,
y noté una presión en mi centro, señalándome
que el dolor seguía allí. Yo no sabía si podría
hacerlo. Lo cierto es que yo a ella no le hacía
daño: lo que quería exactamente era lo que a
mí me había causado tanto dolor. Titubeé y
retrocedí un poco.
Brittany se alzó y se arrimó a mí para
acabar con mi indecisión. Suspiraba. Yo
empujé de nuevo, como nunca lo había
hecho, y noté por un momento mi propio
dolor interno.
—¡Más violento! —gimió—. ¡Más
profundo! —Me esforcé en cumplir sus
deseos. Introduje todos mis dedos y empujé
tanto como pude, hasta que me dolió el brazo.
Ella gemía cada vez más alto y, para
poder elevar mejor las caderas, se agarró a la
borda que tenía tras ella y sólo tardó unos
pocos minutos en estallar. Sofocó el grito que
parecía subir de su garganta y lo transformó
en un hondo gemido, lleno de placer. La isla
estaba demasiado cerca.
Se mantuvo tumbada durante un minuto
más, hasta que yo saqué los dedos, y luego se
levantó como si no hubiera pasado nada, y
puso rumbo a su camarote. Ya en la escalera,
se volvió y, como si hubiera olvidado
comentarlo, dijo:
—Ha estado bien. —Luego bajó y me
dejó allí.
¿Cómo iba a soportar eso durante tres
semanas? Ella siempre tan fría. Cuando me
daba por pensar que su carácter había
cambiado, que parecía más delicada o que
mostraba un poco más sus sentimientos,
volvía otra vez a sacudirme en la cabeza.
Estaba claro que no quería que yo la amara.
Eso se notaba con toda claridad. Quería
limitar nuestra relación a lo que había ocurrido
allí: a nuestro acuerdo.
Yo también bajé a mi camarote y me
tumbé en la cama. Al poner los brazos detrás
de la cabeza, noté que algo hacía ruido debajo
de la almohada. Me levanté y miré. Era otro
billete grande. No, lo miré mejor: eran dos
billetes. Había subido el precio por mi
virginidad. ¿O era un anticipo por lo que
acababa de suceder y que ella ya tenía
pensado desde el día anterior? ¿Sería para
calmar el dolor?
Hubiera tirado el dinero por el ojo de
buey, pero me contuve. Mi madre trabajaba
muy duro para lo poco que ganaba. Le
compraría un regalo, algo que deseara desde
hacía tiempo, y aquel dinero ya no olería más
a... puta. Y mi madre nunca se enteraría.
***************************************************
Esa Brittany es una gilip....... de dulce a fría..... pobre San

tiene que tolerar eso.... lo que hace el amors Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 2824147739
saludos lectores Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 2145353087
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Mensaje por monica.santander Miér Sep 16, 2015 1:02 am

En si San es la prostituta de Britt!!1 Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 4065562827 Fanfic Brittana "una isla para dos" - Página 2 2602412967
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Mensaje por micky morales Miér Sep 16, 2015 8:24 am

vaya es triste que santana solo sea eso para brittany!
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