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Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
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lovebrittana95
micky morales
marthagr81@yahoo.es
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Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
CAPITULO 18
Le quito el periódico de las manos y comienzo a leer.
- Ayer en la gala del Metropolitan tuvimos la oportunidad de presenciar un raro acontecimiento que de vez en cuando nuestra fascinante ciudad nos ofrece. Hacía años que no se veía algo así por lo que les pido que permitan a este viejo reportero tomarse un
par de licencias. En primer lugar les pondré en antecedentes. Están los ricos de Manhattan, los ricos del Estado, los ricos de la Costa Este y después está Santana Lopez a la cabeza de una de las grandes fortunas familiares del país. Brillante, determinado,
inteligente. Al otro lado tenemos a una chica de procedencia desconocida que hasta hace poco trabajaba como ayudante de editor dentro del vasto imperio de los Lopez. Santana: 0
Cazafortunas: 1. El posicionamiento es importante.
Resoplo sorprendida, indignada y furiosa. Automáticamente miro el nombre del autor del artículo: Lucas McCallan. Uno de los periodistas más reputados de la sección de sociedad. Es
normal encontrarlo rodeado de personalidades de la jet set y debo haberlo visto como una docena de veces en televisión vanagloriándose de su amistad con Jackie Kennedy.
- La chica cumple todas las normas. Muy joven. Aparentemente tímida. Aparentemente dulce. Nunca resaltado por encima de su presa. Vestía un Valentino. Una prenda que sin duda alguna no está acostumbrada a llevar y aunque habrá a quién eso le resulte de lo más adorable, a mí solo me parece una pose. Aparentemente desvalida.
No aguanto más.
- ¡Será gilipollas! – estallo.
Sugar me mira sin saber qué decir. Creo que es la primera vez que eso pasa.
Decido ir directa al final del artículo.
- Las chicas de la alta sociedad neoyorkinas lloran desconsoladas en sus áticos de Park Avenue. No es para menos. La partida se la ha ganado una don nadie con un bonita
sonrisa. Van a casarse y servidor espera poder ir a la boda para contaros de primera mano como por fin la cazadora le da el bocado definitivo a su adinerada presa.
Lazo furiosa el periódico contra la encimera.
- No me lo puedo creer. ¡No me lo puedo creer!
- Es un capullo. Probablemente él sea la chica que más llora de todas – comenta Sugar convencidísima.
Sin quererlo, sonrío.
- No me hagas reír – protesto aún con la sonrisa en los labios -. Estoy muy cabreada.
Todo lo que ha dicho es mentira.
Sencillamente no me lo puedo creer. Se ha dedicado a decir un montón de estupideces y estereotipos sobre mí y ni siquiera se ha molestado en contrastar una maldita palabra.
Ahora entiendo porque Santana me ha quitado el periódico de las manos esta mañana.
- ¿Qué piensas hacer?
- No lo sé. ¿Asesinar a Lucas McCallan?
- Aún tengo el teléfono de los sicarios que me dio Arthur Salt – responde Sugar.
Yo vuelvo a sonreír involuntariamente.
- Me preocupa que tengas teléfonos de sicarios.
- Olvídate de los sicarios. Presentémosle a mi tía Dina.
Ya no tengo más remedio y rompo a reír.
Santana sale de su estudio y camina hacia nosotras. Me mira divertida viéndome reír mientras se guarda el teléfono en el bolsillo, aún así sé que es perfectamente consciente de que no estoy teniendo mi mejor mañana.
- Señorita Motta.
Ese Señorita Motta es un educado sal de mi cocina, quiero hablar con mi chica.
Ella asiente.
- Os espero en el piso de abajo – dice dirigiéndose a la puerta.
Santana camina hacia mí y yo lo hago hacía ella.
- Ese artículo es una estupidez – sentencia deteniéndose a unos pasos de mí.
Yo resoplo. Es muy fácil decirlo cuando no es a ti a quien han llamado cazafortunas aparentemente desvalida.
Santana da el paso definitivo que nos separa y colocando su mano en mi cadera me atrae hacia ella.
- Todo lo que dije en casa de mis padres sigue en pie. Nadie va a apartarte de mí –susurra colocándome un mechón de pelo tras la oreja. Sus palabras, su voz y su contacto me relajan automáticamente -. Y si quieres, el jet está preparado para llevarnos a Las Vegas ahora mismo.
Sonrío.
- Estoy a punto de decirte que sí a eso – bromeo.
Santana también sonríe aunque la suya está llena de ternura. Se inclina sobre mí y me da un beso.
- Ahora a trabajar.
Toma mi mano y nos dirigimos a las escaleras. Sugar nos espera en el vestíbulo con la vista perdida en el maravilloso Monet. Camino del coche Finn se acerca a Santana y le comenta algo que no logro escuchar. Santana asiente le devuelve el comentario y finalmente se gira hacia nosotras.
- Señorita Motta, Finn la llevará a la oficina.
Sugar y yo nos miramos confusas ante la impaciente expresión de Santana. Finalmente mi amiga asiente y sigue a Finn hasta el A8.
Antes de que pueda decir nada Santana tira de mí y me conduce por el lado opuesto del garaje hasta su BMW.
- ¿Por qué no hemos ido con ellos?
Me mira pero no dice nada y me abre la puerta del coche. Sigo sin comprender qué pasa pero me monto todos modos. Santana también lo hace pero no salimos disparadas como normalmente suele ocurrir si no que espera paciente a que el Finn lo haga primero.
No entiendo nada pero entonces subimos la rampa del garaje y veo una nube de fotógrafos cernirse sobre el Audi justo antes de que Santana rápidamente tome el camino opuesto.
- ¿Qué hacen ahí tantos periodistas? – pregunto perpleja.
Nunca había visto un solo fotógrafo en la puerta de casa de Santana.
- Parece que somos la noticia del día.
Resoplo. No imagine que las cosas serían así. No soy ninguna estúpida. Sabía que el hecho de que Santana anunciara nuestro compromiso traería cola pero no este aluvión. Espero que no estén también en las puertas del Lopez Group. Suspiro con fuerza otra vez.
Afortunadamente no hay rastro de ningún periodista a las puertas de la oficina. Santana entra en el parking y se detiene junto a la oficina de control. George aparece a paso ligero y me abre la puerta.
- Hola, George.
- Señorita Pierce – me saluda profesional.
Lo observo extrañada rodeando el coche y abriendo la puerta a Santana. Está claro que en el puesto de control leen el New York Times.
Santana me toma de la mano y atravesamos el garaje.
- ¿No va a resultarte un poco extraño? – pregunto.
- ¿El qué? – inquiere Santana a su vez.
- Esto – digo alzando nuestras manos entrelazadas -, que todo el mundo lo sepa en la oficina.
- Britt, no voy a follarte en mitad de la sala de reuniones – me aclara.
Las puertas del ascensor se abren.
- O sí – añade socarróna a la vez que entramos.
El elevador está vacío. Nos pegamos a la pared trasera. El iphone de Santana suena de nuevo. Me suelta la mano y lo coge del bolsillo interior de su chaqueta.
Las puertas vuelven a abrirse en el vestíbulo y una nube de ejecutivos entra.
- Señorita Lopez – la saludan casi al unísono.
Ella asiente imperceptiblemente como respuesta mientras sigue hablando por teléfono.
Automáticamente todas sus miradas se centran en mí.
- Señorita Pierce - me saludan.
Sonrío incomoda.
Es oficial. Todo el mundo lee el maldito New York Times y yo voy a tener que asesinar a Lucas McCallan.
Gracias a Dios, el ascensor no hace muchas paradas y en seguida llega a la planta veinte. Los ejecutivos se apartan para permitirnos salir, juraría que colocándose unos sobre otros, y Santana y yo abandonamos el elevador.
Me acaricia discretamente el reverso de la mano con los dedos y atraviesa la redacción hacia su despacho. Yo hago lo mismo en dirección opuesta rezando para que nadie se fije en mí.
Afortunadamente el bullicio de la revista me hace pasar completamente desapercibida.
Entro en la oficina y dejo mi bolso sobre la mesa.
- Joder, ¿qué tal hablar conmigo?
Es la voz de Quinn.
Me giro sorprendida y doy un paso hacia su despacho. Está al teléfono.
- Tuve que enterarme que no dormías en casa por Santana… Claro que estoy muy cabreada.
¿Cómo demonios quieres que esté?... A lo mejor la que tiene algo que contarme eres tú.
Hace unos días que estás rarísima… Perfecto, joder, ¡Perfecto!
Cuelga con tanta fuerza que el auricular resuena contra la base dando la sensación de que si no se ha roto, ha estado a punto.
Frunzo los labios. Sabía que habían discutido pero no imaginaba hasta que punto. Voy a llamar a la puerta del despacho cuando mi teléfono comienza a sonar. Miro la pantalla. No reconozco el número.
- ¿Brittany S Pierce? – preguntan al otro lado de la línea.
- Sí, soy yo.
- Buenos días, soy Samantha Stinson. Le llamo del departamento de recursos humanos de
la revista The New Yorker.
Me quedo en blanco y automáticamente un sonrisa inunda mis labios.
- Tenemos la solicitud de trabajo que nos envió por internet y queríamos concertar una entrevista con usted.
¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!
- ¿Para qué puesto sería? – pregunto haciéndome la interesante, aguantándome las ganas de saltar.
- Ayudante del editor.
Cierro los ojos y comienzo a patalear contra el suelo feliz y acelerada. ¡No me lo puedo creer!
- Sí, me interesa. ¿Cuándo es la entrevista?
- A última hora de esta mañana, sobre la una, en el número cuatro de Times Square.
- Perfecto.
Mi sonrisa se ensancha, cuelgo y comienzo a dar saltos y vueltas. ¡Tengo una entrevista para el New Yorker!
En ese momento Quinn sale de su despacho y rápidamente disimulo toda mi felicidad.
- Hola – me saluda confusa.
Creo que ha sido testigo de mis últimas muestras de alegría.
- Hola – respondo como si no pasara nada.
- ¿Todo bien?
- Sí. Acaban de llamarme para una entrevista de trabajo y me ha alegrado mucho.
Quinn asiente y entonces recuerdo la conversación que he oído.
- ¿Y tú estás bien?
- Sí.
Ese ha sido el sí más falso que he oído en toda mi vida.
- Pongámonos a trabajar – me apremia antes de que pueda hacerle cualquier otra pegunta.
Yo asiento y cuadro los hombros profesional. Sin embargo no puedo evitar preguntarme cómo estará Sugar . La discusión a este lado del teléfono no sonaba muy amable.
- Baja a maquetación y recoge los nuevos borradores a color. Revisa el material fotográfico para el artículo central. Y busca a Lewis. Dile textualmente que estoy muy cabreada y que le quiero en mi despacho a las once en punto.
Asiento de nuevo.
- Quinn, necesito marcharme a las doce y media. – Frunce el ceño -. La entrevista, ya sabes – añado con mi mejor voz de pena -, pero volveré después de comer.
- Está bien – responde fingidamente desdeñosa -, pero podrías decirme dónde es la entrevista para que yo se lo diga a Santana y te la boicotee. Te quiero como ayudante.
Yo sonrío e instintivamente se transforma en una sonrisa nerviosa. Es más que probable que si Santana se entera haga algo para que no me contraten. O quizás no. Ella sabe que trabajar en el New Yorker es mi sueño.
La mañana se pasa volando. Trabajar para Quinn es fantástico. Hago todo lo que me pide y juntos revisamos la nueva maqueta y reorganizamos algunos artículos. La reunión con Lewis es una
muestra más del genial editor que es. El último artículo del redactor dejó mucho que desear pero Quinn le presiona lo justo y le reprende lo necesario para motivarlo y hacerle entender que ese trabajo no está a la altura ni de él como redactor ni de la revista. Camino de correcciones tengo la oportunidad de leer el borrador del editorial de Quinn para este número sobre por qué es necesario que la ONU ponga veto a las construcciones faraónicas en países en vías de desarrollados. Es sencillamente genial.
De vuelta en mi mesa mientras reviso que lo lleve todo en mi bolso para marcharme a la entrevista, sopeso si ir o no a ver a Santana antes de irme. Si le digo que tengo una entrevista, querrá saber dónde y yo no quiero que lo sepa. Si me marcho sin decirle nada, se enfadará.
Suspiro hondo y me llevo el índice a los labios pensativa. Podría marcharme, hacer la entrevista y volver antes de que se diese cuenta de que no estoy. Muy arriesgado. Podría pedirle a Quinn que me encubriese pero sé que está afectada por haber discutido con Sugar y no quiero meterle en un lio
con Santana. Resoplo. Tendré que echarle valor y sobre todo concentrarme en una única idea: no puede saber donde es la entrevista.
Llego al despacho de Santana y camino hasta colocarme frente a la mesa de Blaine.
- Buenos días.
- Buenos días, Britt.
- ¿Podría ver a la señorita Santana?
- Un segundo.
Parece que algunas cosas no han cambiado. Me alegro. pulsa el botón del intercomunicador.
- Señorita Lopez, la señorita Pierce está aquí.
- Que pase.
Me indica la puerta con una sonrisa y yo se la devuelvo.
Llamo suavemente y espero a que me dé paso. Cuando lo hace, abro lentamente y cierro tras de mí. Antes de girarme suspiro una vez más. Tienes una misión, Pierce, que esos ojos no te
despisten.
Santana se levanta y sale a mi encuentro.
- ¿Puedo ayudarla en algo, señorita Pierce?
Sonrío.
- Solo venía a informarle de que me marcho, señorita Lopez.
Santana me mira confusa y da un paso más hacia mí.
- ¿No es un poco pronto?
- Tengo unos asuntos que resolver.
Su confusión se transforma en perspicacia. Se está poniendo en guardia, sopesando opciones.
- ¿Todo bien? – pregunta dando otro peligroso paso hacia mí.
- Sí, sí, sí.
Demasiados síes.
- Britt, ¿dónde vas? – vuelve a preguntar a la vez que coloca su mano en mi cadera y me estrecha contra su cuerpo. Su mejor suero de la verdad.
Suspiro. Se le da demasiado bien.
- A una entrevista – respondo - pero no pienso decirte donde – añado casi en un tartamudeo. Está aún más cerca.
- ¿Por? – pregunta con sus labios peligrosamente cerca de los míos.
- Porque no quiero que intervengas y consigas que me despidan incluso antes de empezar
– respondo en un golpe de voz.
- ¿Qué te hace pensar que haría eso?
Está a punto de besarme pero vuelve a separarse, solo unos centímetros. Mis labios entre abiertos dejan escapar un suspiro y ella sonríe .Que seas una loca arrogante y controladora que piensa que puede hacer conmigo lo que quiera.
- Puedo hacer contigo lo que quiera – sentencia con una sonrisa aún más presuntuosa.
Sin quererlo un nuevo suspiro se escapa de mis labios.
Santana desliza sus manos por la curva de mi trasero.
- No voy a decírtelo.
Mi voz es un patético hilo inundado de deseo. Tengo que conseguir que deje de afectarme de esta manera.
- Está bien – dice separándose sin más.
Yo la miro confusa y sorprendida y excitada. ¿No va a seguir tratando de convencerme?
“¿No te escuchas, Pierce? No lo necesita”.
- Que me ocultes información equivale a que huyas de mí – me advierte con sus ojos brillando con fuerza -. Suplicarás – concluye con la sensualidad hecha voz.
Yo trago saliva. Ahora no puedo echarme atrás. Resoplo ante su amenazadora sonrisa y giro sobre mis talones agarrándome la correa del bolso con fuerza.
Salgo del despacho, me despido de Blaine y cruzo la redacción hasta llegar a los ascensores.
Suspiro con fuerza otra vez. Mi cuerpo está excitado y absolutamente soliviantado y todo por su culpa. Es una bastarda arrogante. Una presuntuosa que cree que no tengo un gramo de fuerza de voluntad. Pero, ¿quién se cree que es?
“la que te hará suplicar, rectifico, la que te ha hecho suplicar cada vez que ha querido”.
Me pongo los ojos en blanco. Mi voz de la conciencia es una hija de puta.
Voy en metro hasta la parada de Port Authority con la cuarenta y dos. Cuando subo los escalones y miro a mi alrededor, sonrío como una idiota. Times Square nunca deja de sorprenderme. Da igual que ya lleve viviendo aquí seis años. Lo letreros de neón, las luces. Me siento como en una postal de la ciudad más increíble del mundo.
Camino hasta el número cuatro y suspiro nerviosa al comprobar cómo el edificio del New Yorker se levanta sobre mí. Llevo soñando con esto desde los diez años. No puedo permitirme fallar. Entro con el paso decidido y la sonrisa más grande del mundo. Un guardia de seguridad muy
amable que me recuerda a Noah al instante, me indica dónde puedo encontrar a la señorita Stinson.
En el ascensor tengo la tentación de escaparme y da una vuelta por la redacción. Me muero de ganas por ver cómo es pero finalmente me contengo. Estoy decidida a dar la mejor de las
impresiones y que me descubran deambulando embobada con cada cosa que encuentre no creo que sume muchos puntos.
En la planta de recursos humanos todo es muy aséptico, como en cualquier departamento de este tipo en cualquier empresa. Una chica muy simpática me conduce hasta un despacho y me pide que tome asiento en una, como no, aséptica antesala. Siempre he pensado que los directivos de recursos
humanos no quieren que haya ningún dato mínimamente personal en sus despachos o sus plantas para
que ningún empleado pueda utilizarlos como pista para averiguar dónde viven.
Miro la placa de la puerta y frunzo el ceño sorprendida al leer Samantha Stinson, Directora de Recursos Humanos. Normalmente los altos ejecutivos no se encargan de las entrevistas y mucho menos las conciertan por teléfono.
- ¿Brittany Pierce? – pregunta una mujer de unos cuarenta años rubia y alta saliendo del despacho y acercándose a mí.
Me levanto y asiento.
- Sí, puede llamarme Britt – respondo tendiéndole la mano.
- Samantha Stinson – me la estrecha con una sonrisa -, Sam – me aclara -. Pasa, por favor
– añade señalándome la puerta por la que acaba de salir.
Entramos en un despacho enorme. Samantha Stinson me señala un amplio sofá blanco en un extremo de la estancia para que tome asiento y ella lo hace junto a mí. Sonrío pero todo me resulta muy extraño, demasiado distendido para una entrevista de trabajo.
- ¿Quieres tomar algo?
- No, gracias.
Ella sonríe y coge un dosier de la pequeña mesa de centro toda metal y carísimo diseño escandinavo.
- Fuiste a Columbia y tienes un máster en la universidad de Nueva York – comenta revisando diferentes hojas de la carpeta -. Trabajaste para Quinn Fabray – continúa
satisfecha -. Supongo que aprenderías mucho de ella.
- Sí, la verdad es que sí. Es una editora increíble.
Vuelve a sonreír, cierra la carpeta de un golpe y la deja sobre la mesa.
- Si me disculpas, tengo que salir un momento.
- Por supuesto.
La mujer se levanta y sale del despacho dejando la puerta abierta. Todo esto es de lo más raro.
Lo lógico sería haberme encontrado a una decena de chicos y chicas luchando por el puesto y a un par de ejecutivos malhumorados con una lista interminable de preguntas.
La escucho hablar con otra persona a unos pasos de la puerta. Aunque agudizo el oído, no consigo entender lo que dicen.
La mujer regresa a los minutos con una nueva sonrisa y se detiene a unos pasos de mí. Al ver que no se sienta, yo me levanto.
- Muchas gracias por venir hasta aquí – me dice tendiéndome la mano -. Te llamaremos.
No entiendo qué es lo que ocurre pero aún así estrecho su mano y le devuelvo la sonrisa.
- Muchas gracias por su tiempo – me despido.
La misma chica que me indicó donde debía sentarme me espera junto a la puerta para acompañarme a los ascensores. Definitivamente creo que se ha equivocado de candidata y la persona con la que ha hablado en la puerta le ha avisado. Si no, no comprendo toda la amabilidad que me ha mostrado para solo hacerme dos preguntas y no concretar nada sobre el trabajo.
Me llevo la uña del pulgar a los dientes y la muerdo sin llegar a romperla. Es la entrevista más extraña que he tenido en mi vida. En mitad del vestíbulo valoro seriamente la posibilidad de darme la vuelta y volver a subir para pedirle que me explique lo que ha pasado. Me freno al instante. Puede que sea la manera en la que el departamento de recursos humanos trabaja aquí. Una innovadora técnica de entrevistas de algún país
europeo. O quizás Santana haya averiguado dónde era la entrevista. Suspiro con fuerza. Eso sí que no me extrañaría nada pero es imposible que supiese donde venía. Además ella nunca me arruinaría la oportunidad de trabajar en el New Yorker . Sabe que es mi sueño. Supongo que no me queda más
remedio que esperar a ese Te llamaremos.
Regreso al Lopez Group a tiempo de comer con Sugar en el Marchisio’s. Intento preguntarle un par de veces por Quinn pero no quiere hablar del tema.
Soy plenamente consciente de como me miran todos pero decido fingir que es por mis bonitas sandalias y no porque acaben de enterarse de que estreno prometida.
- Si alguien te mira mal, devuélvele la mirada impasible y dile: tu futuro laboral está en mis manos, gusano así que no me cabrees – pronuncia Sugar apuntando con el índice al
aire.
Yo me echo a reír.
- Sí, definitivamente eso les demostraría a todos que sigo siendo la misma.
El ascensor se abre en la planta veinte. Aún con la sonrisa en los labios me despido de Sugar, que se dirige malhumorada a su departamento, y regreso a mi oficina. Dejo el bolso en mi mesa y me asomo al despacho de Quinn. No hay rastro de ella. Imagino que aún estará comiendo. Voy hasta la estantería roja, cojo la caja llena de documentos administrativos por archivar y la
llevo hasta mi mesa. Debe haber casi un centenar de carpetas. Supongo que es lo primero que empezó a acumularse. También es lo más aburrido. Mi iphone suena. Miro la pantalla. Sonrío feliz. Es Santana.
- Hola, prometida – le saludo divertida.
La escucho sonreír al otro lado. Mi apelativo le ha cogido por sorpresa.
- Hola, prometida. ¿Qué tal la entrevista?
- No lo sé. Rara.
Sostengo el teléfono entre la mejilla y el hombro, meto las manos en la caja, saco el primer montón de carpetas y lo dejo sobre mi escritorio.
- ¿Rara? – pregunta algo confusa.
- Sí. De todas formas da igual. No creo que me llamen.
No sé por qué sé que está sonriendo al otro lado.
- Una buena prometida no se alegraría de los fracasos laborales de su prometida.
Saco el resto de carpetas y también las dejo caer sobre la mesa.
- No son fracasos. Son pequeños pasos para que te des cuenta de que ya estás donde tienes que estar.
- Qué suerte tengo de tenerte – comento socarrona abriendo el primer dosier.
- No lo sabes bien – responde presuntuosa –. Y si estuviera en la oficina, te haría ir a mi despacho para demostrártelo.
Cierro la carpeta y vuelvo a coger el teléfono con la mano.
- ¿Dónde estás?
- En una reunión fuera de la ciudad. No llegaré hasta esta noche.
Frunzo los labios. Parezco una niña malcriada pero quiero estar con ella cada segundo de cada día.
- Te esperaré despierta.
- Y desnuda – añade.
Su voz se ha vuelto más ronca y mi deseo se ha despertado.
- En tu cama.
- Nuestra cama – me corrige rápidamente -. Y no sabes las ganas que tengo.
Y yo. Suspiro. Va a ser una tarde muy larga.
- Adiós, señorita Pierce.
- Adiós, señorita Lopez.
Cuelgo y vuelvo a concentrarme en los dosieres administrativos. El esfuerzo que tengo que hacer es grande, más ahora que no dejo de imaginarme a Santana desnuda. Cuando falta poco para que den las cinco, al fin estoy en el archivo guardando todas las carpetas
perfectamente ordenadas y revisadas. No llevo ni la mitad cuando Sugar entra y cierra la puerta tras de sí.
- Estoy aburridísima y es sábado, Brittany Pierce – comenta indignadísima sentándose sobre uno de los archivadores -. Debería ser delito que no estemos bebiendo ya.
Sonrío.
- No podría estar más de acuerdo – respondo.
Sugar se baja de un salto como si acabara de descubrir la formula de la relatividad y me sonríe de oreja a oreja.
- Montemos una fiesta – me propone.
- ¿Para celebrar qué exactamente? Porque te recuerdo que soy una cazafortunas interesada que no se mueve si no es por un buen motivo – bromeo.
- Para celebrar eso exactamente.
Alzo la cabeza y le dedico una mirada entre perpleja y absolutamente perpleja.
- Me refiero a ese artículo – me explica -. Riámonos de toda esta absurda situación donde de repente hasta George te llama señorita Pierce.
Lo pienso un instante y sonrío encantada. Es justo lo que necesito.
- Me encanta.
- Genial – responde entusiasmada -. Llamaré a los Berry. Nos vemos en el vestíbulo en quince minutos.
Da unas palmaditas y sale de la pequeña habitación. Yo termino de archivar las carpetas y vuelvo a mi mesa canturreando. Pienso beber y reírme hasta que no pueda más. Me despido de Quinn. Parece un poco inquieta. Mientras cojo el bolso, pienso que es más que
probable que se sienta así por haber discutido con Sugar. Quizás necesite hablar. Sé que ellas no lo han hecho, al menos no desde que les oí discutir por teléfono.
Me cuelgo el bolso cruzado y me dispongo a llamar a la puerta de su despacho cuando unos pasos a mi espalda me distraen.
- ¡Futura señora Lopez! – grita Ryder con una sonrisa.
Antes de darme la oportunidad de responder, me coge en brazos y me levanta del suelo sin dificultad.
- Adoro a esta chica – le dice a Max –. Ha conseguido que mi hermana pase de carácter de mierda a carácter difícil.
Ha sonado tan convencido y tan agradecido que no tengo más remedio que sonreír.
- Enhorabuena – dice Max con una sincera sonrisa cuando mis pies tocan de nuevo el suelo.
- Gracias – respondo algo tímida.
- Veníamos a ver al imbécil de Sandford – comenta Ryder.
- Está en su despacho – respondo.
Los dos entran como dos torbellinos y apenas unos segundos después la risa de Ryder ya retumba por toda la oficina. Me alegro. A Quinn le vendrá bien estar con los chicos. Ya desde el rellano puede escucharse la música a todo volumen en casa de los Berry. Sugar
y yo nos miramos y sonreímos. Está sonando Calvin Harris, Alesso y Hurts con Under Control. La noche promete.
Con cada Martini Royale brindamos por cada una de las palabras de Lucas McCallan y cuando ya vamos por la tercera ronda, ideamos un plan para secuestrarlo y torturarlo, por si fuera necesario.
El móvil de Sugar no para de sonar. Ella mira la pantalla y cuelga sistemáticamente sin decir una palabra. Sospecho que es Quinn.
- ¿No piensas cogerlo? – le pregunto.
- No.
- ¿Qué demonios os ha pasado?
- No nos ha pasado nada – contesta convencida -, pero no quiero hablar con ella.
En ese momento el smartphone vuelve a sonar, Sugar lo apaga y lo deja sobre la mesita de centro junto al mío.
- Los que nunca queréis hablar me caéis muy mal – digo dándole un trago a mi Martini Royale.
Ahora mismo entiendo perfectamente a Quinn.
- A lo mejor ya hablé y no me gustó lo que oí – sentencia misteriosa.
Pero antes de que pueda preguntar a qué demonios se refiere coge el teléfono, camina decida hasta la cocina, abre el congelador y lo mete dentro.
- A eso le llamo yo enfriar las negociaciones – comenta Joe que había sido testigo de toda la conversación.
Alza su copa, ella le devuelve el gesto y yo acabo uniéndome aunque no voy a negar que me ha dejado de lo más intrigada.
Alrededor de las once mi iphone comienza a sonar. Voy a cogerlo pero el alcohol no mejora mucho mi coordinación y acabo dejándolo caer debajo de la pequeña mesa de centro. La llamada se corta pero a los segundos vuelven a llamar. Me arrodillo para rescatarlo pero Sugar desde el otro lado lo alcanza antes que yo.
- Teléfono de la cazafortunas – contesta ceremoniosa. Sonrío -. Amiga de la cazafortunas al habla.
La expresión de su cara cambia en un segundo y automáticamente mi sonrisa se esfuma más aún, cuando me tiende el teléfono y gesticula con los labios Santana.
Trago saliva y me llevo el móvil a la oreja.
- Santana
- Llevo llamándote más una hora – me interrumpe furiosa -. ¿Dónde demonios estás?
- En casa de los Berry – musito.
- Estaré allí en diez minutos.
Sin darme oportunidad a contestar cuelga.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
vaya todo ha sido muy intenso, que se cree el papa de santana para estarle amargando la vida un dia si y otro tambien???? que raro es eso de quinn y sugar, y que abra pasado y finalmente que se le viene a britt con la visita de santana a la casa berry?????
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
holap,...
mmmm intenso es poco,..
ahora se están poniendo en contra,..
a ver que paso ahora con san???
nos vemos!!!
mmmm intenso es poco,..
ahora se están poniendo en contra,..
a ver que paso ahora con san???
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Hola gracias por leer y seguir comentando no puedo contestar sus comentarios por que hay serios problemas con internet solo me da tiempo de subir el capitulo. Gracias.
******************************************
Compruebo el teléfono. No tengo ninguna llamada perdida, pero entonces miro el fondo de pantalla y me doy cuenta de que no es mi teléfono, es el de Sugar.
- Es tu móvil – digo devolviéndoselo -. ¿Dónde está el mío? – pregunto confusa.
Todos comenzamos a mirar por el suelo, el sofá hasta que lo veo claro. Voy hasta la cocina, abro el congelador y saco mi iphone helado. Asesino a Sugar con la mirada y ella se encoge de hombros
con una sonrisa culpable.
- No lo chupes o se te quedará la lengua pegada – musita.
Joe, Rody y Rachel se aguantan el ataque de risa que están a punto de tener.
- ¿Por qué iba a querer chuparlo? – pregunto mitad enfadada mitad a punto de echarme a reír con ellos.
- No lo sé. ¿Curiosidad?
Ya no puedo más y acabamos riendo.
El telefonillo de la puerta suena. Rachel va a abrir. Habla apenas unos segundos y regresa al salón.
- Britt es Santana. Dice que bajes.
Suspiro. Tiene que estar cabreadísima. Seco el móvil, recojo mis cosas y salgo del apartamento.
Supongo que he tardado más de lo que pensaba porque apenas he dado un par de pasos cuando Santana aparece al otro lado del rellano.
Inmediatamente su mirada atrapa la mía. Está furiosa pero por un breve instante también parece aliviada.
- ¿Te haces una idea de lo preocupada que estaba? – masculla furiosa
La observo en silencio. Pienso en explicarle que no ha sido a propósito, que mi iphone estaba en el congelador pero creo que eso solo serviría para enfadarla aún más.
Antes de que pueda pensarlo con claridad me llevo las manos al vestido y comienzo a desabrochar los primeros botones, muy despacio, a la vez que camino hacia ella. Si puede despistarme
con el sexo, yo a ella también.
Santana suspira brusca.
Me detengo tan cerca de Santana que nuestros cuerpos ya se tocan. Me pongo de puntillas y la beso pero ella se mantiene firme. No entra en el juego. Tampoco me rindo. Vuelvo a acariciar sus labios con
los míos y gimo bajito. Me separo solo un poco y vuelvo a besarle. Santana masculla un juramento ininteligible y me besa con fuerza. Me lleva contra la pared y hunde sus manos en mi pelo.
Suspiro con fuerza mientras disfruto de su boca conquistando la mía.
Santana apoya sus brazos a ambos lados de mi cabeza y se separa
- ¿Qué te crees que estás haciendo? – pregunta clavando sus ojos en los míos.
Sigue furiosa pero su tono de voz se ha agravado y su mirada se ha oscurecido cargada de deseo.
Yo le miro a través de mis pestañas. Otra vez dejándole que vea mi lado más dulce y sumiso.
- Me estoy haciendo perdonar – respondo a la vez que llevo las manos a su cinturón y lo desabrocho.
Santana, sin separase de mí, mira a ambos lados del rellano y sonríe con malicia. Me acaricia el labio inferior con el pulgar y sus ojos bailan de los míos a mi boca. Chupo su dedo con fuerza
y Santana gruñe. Se inclina sobre mí y retira lentamente su pulgar.
- Pues deberías saber que ahora mismo estoy muy enfadada contigo– me advierte amenazadora en un susurro antes de besarme llena de intensidad y pasión una sola vez.
Expectante y excitada me arrodillo frente a Santana y le brindo el mayor que puedo darle con mi boca
Santana me toma por los hombros, me levanta y me besa con fuerza, estrechando mi cuerpo entre el suyo y la pared.
- Perdonada pero la próxima vez más te vale cogerme el teléfono.
Sonrío. Santana también lo hace y me da un rápido e intenso beso.
- Vámonos de aquí – dice a la vez que tira de mí.
Yo suspiro como una niña malcriada. Quiero estar pegada a ella hasta que salga el sol. Santana sonríe. Es perfectamente consciente de ello.
Sin embargo no me lleva en dirección a las escaleras sino hacia la puerta de mi apartamento. Se gira y me empuja suavemente contra la pared otra vez.
- Aún no he acabado contigo – dice contra mis labios justo antes de besarme de nuevo. Suspiro encantada. Cojo la llave de emergencia que tengo escondida en el marco y abro ante su atenta y lujuriosa mirada.
Santana se abalanza sobre mí y nos lleva hacia el interior del apartamento. Sin dejar de besarme cierra la puerta de una patada y me tumba sobre el suelo de mi salón dispuesto a conseguir que
llenemos de pasión cada centímetro de parqué.
- Tenemos que hablar sobre tu regalo – comenta Santana con la mirada clavada en el techo.
¡Por fin!
- ¿Qué regalo? – pregunto fingiendo que no tengo la más remota idea.
Tomándome por sorpresa Santana se revuelve, se coloca sobre mí y mantiene mis muñecas contra el suelo a ambos lados de mi cabeza.
- No te hagas la inocente conmigo – pronuncia amenazadora -. Hicimos un trato.
- Se me ha olvidado – respondo pícara.
- Puedo hacer que lo recuerdes.
Sonrío. Me apunto a eso.
- El apartamento – dice con sus ojos dominándome desde arriba –. Es tuyo.
Me observa cautelosa. Está esperando mi reacción.
- ¿Qué? – musito.
No puede estar hablando en serio.
- El lunes mi abogado irá a Chelsea con todo el papeleo para que lo firmes.
Está loca. No puede comprarme un apartamento.
- Santana, no voy a aceptarlo.
- Entonces es una suerte que ya lo hicieras.
Sonríe presuntuosa, me da un rápido e intenso beso y se levanta. Yo hago lo mismo y de prisa me pongo el vestido. No quiero estar desnuda para tener esta conversación le pondría las cosas
demasiado fáciles.
“Lo que anula cualquier posibilidad de negociación es que ella siga desnuda”.
Gracias a Dios, coge sus bragas y el resto de su ropa. No puedo evitar quedarme embobada.
Reacciona, Pierce.
- No puedo – me reafirmo intentado ignorar lo sexy que le caen los pantalones sobre las caderas.
No pierdas el hilo ahora.
- ¿Por qué no? – inquiere.
Está comenzando a cansarse.
- Porque es un apartamento – contesto exasperada.
¿Por qué no es capaz de entenderlo?
- Lo compré para ti – responde como si eso zanjara cualquier discusión.
- ¿Y qué hubieras hecho si no hubiéramos vuelto?
Santana se toma unos segundos para recapacitar sobre mis palabras. Parece que sencillamente esa idea nunca se le pasó por la cabeza.
- Hubiéramos vuelto – sentencia completamente convencida –. Y tú vas a aceptar el apartamento.
Me llevo las manos a la cabeza. Ahora mismo me siento un poco superada por el huracán Santana Lopez. Esto es demasiado. ¡Es un maldito apartamento!
Santana me observa un segundo, suspira exhalando todo el aire y sin previo aviso me sienta en la isla de la cocina. Se hace hueco entre mis piernas y apoya sus manos en la encimera a la vez que se
inclina buscando mi mirada.
- Nena, quiero hacerte feliz.
- Ya me haces feliz. No necesito esto – respondo señalando vagamente a mi alrededor.
Santana sonríe, se yergue obligándome a alzar la mirada y me mete un mechón de pelo tras la oreja.
- Ahora mismo te compraría el edificio entero.
Sus ojos me hechizan. ¿Qué puedo hacer? No me gusta, ni quiero, ni necesito que se gaste dinero en mí pero tampoco puedo pasarme toda la vida negándome a aceptar cada regalo que me haga. Suspiro tan resignada como divertida. Santana sonríe. Sabe que ha vuelto a salirse con la suya. Yo también lo hago. ¿Qué puedo hacer? Me tiene ganada.
- Acepto – le confirmo – pero estará a nombre de las dos.
Santana me besa con fuerza hasta casi tumbarme sobre la encimera. Cuando estoy a punto de caer, se separa unos centímetros, me da un dulce beso y se retira definitivamente.
- Solo a tu nombre. Es tuyo. Ahora vámonos a casa.
Me deja sentada de nuevo, se agacha para coger la camisa y se la pone.
- ¿Nunca vas a ceder en nada? – pregunto aunque no sé por qué lo hago, a estas alturas debería tener clara la respuesta.
Santana finge no oírme mientras se ajusta la camisa.
- Por lo menos, ¿sabes cómo hacerlo?
Pretende seguir ignorándome pero una indisimulable sonrisa se dibuja en sus labios.
- Creo que sí – responde al fin burlón acercándose de nuevo a mí -. Tengo que hacerme la digna, asegurar que jamás lo haría y después dejarme convencer.
Sonrío escandalizada. Claramente se está riéndome de mí, pero antes de que pueda protestar Santana me besa acallando cada palabra que intento decir hasta que al final me rindo.
- Me encanta convencerte – susurra contra mis labios.
Y ya solo puedo derretirme.
El A8 nos espera frente a la puerta. Nos acomodamos en la parte trasera y Finn se incorpora rápidamente al tráfico.
Estoy cansadísima. El día ha sido muy largo y la sesión con la diosa del sexo muy intensa. No hemos avanzado más de un par de manzanas cuando noto como los ojos se me cierran sistemáticamente.
- Nena, hemos llegado.
La voz de Santana me despierta. Tengo que esforzarme en abrir los ojos. Ya estamos en Chelsea.
- ¿Necesitas que te lleve en brazos?
Niego con la cabeza. No tengo seis años. Puedo andar.
Mientras esperamos el ascensor, me apoyo en el pecho de Santana e involuntariamente lanzo un suspiro mientras me acomodo contra ella. Estoy muerta de sueño. La noto sonreír justo antes de
empujarme suavemente sin separarme de ella para hacerme entrar en el ascensor. Estoy a punto de quedarme dormida otra vez.
Cuando las puertas vuelven a abrirse, Santana no me da opción y me coge en brazos. Yo quiero protestar pero estoy demasiado cómoda.
Me deja a los pies de la cama e inmediatamente me dejo caer contra su pecho de nuevo. Santana toma mi vestido por el bajo y me lo saca por la cabeza.
- A la cama – me ordena suavemente en un susurro.
No pienso discutir. Me encanta la idea.
Me acomodo entre la decena de almohadones. Santana me cubre con la fina colcha y me besa suavemente.
- Ven a la cama – susurro contra sus labios.
- Tengo que trabajar.
- Creí que me querías desnuda en tu cama.
Sonríe.
- Eso siempre.
Quiero seguir discutiendo pero el sueño me vence. Lo último que noto son sus labios sobre mi frente.
Me despiertan los rayos de sol entrando por la ventana. Santana está dormida a mi espalda. Su pecho sube y baja relajado al ritmo de su respiración. Nuestras piernas están enredadas y su mano
descansa posesiva sobre mi cintura.
Me alegra que esté aquí durmiendo y no trabajando en su estudio. Necesita descansar.
Me estrecho contra su cuerpo y Santana reacciona aún dormida abrazándome con más fuerza. Estoy en el paraíso.
Sin embargo mi iphone tiene otros planes para mí y comienza a sonar. Alargo rápidamente la mano y silencio la llamada. No quiero que se despierte.
No reconozco el número pero me resulta familiar. Me separo despacio de Santana y me siento al borde la cama. Ella refunfuña pero no se despierta. Sonrío como una idiota mirándola y por un momento me pierdo en ella.
El móvil vibra de nuevo y me saca de mi burbuja. Había olvidado la llamada.
- ¿Diga? – respondo bajito.
- Brittany, soy Samantha Stinson de New Yorker.
Abro la boca sorprendida. No puede ser.
- Me complace comunicarle que reúne las cualidades que buscamos para trabajar en nuestra revista – continúa -. ¿Cuándo podría empezar?
Todas mis neuronas se han desmayado de la emoción. ¡Voy a trabajar en New Yorker ! ¡Seré la ayudante de Robert Sterling!
- Cuando quiera – respondo feliz, conmocionada y absolutamente entusiasmada.
- Perfecto. La esperaremos a la largo de la mañana. Aunque sea domingo, habrá mucha actividad. En el mostrador de recepción le entregaran sus credenciales.
- Muchas gracias.
Cuelgo y pataleo en el suelo. Es increíble, absoluta y totalmente increíble.
- Nena, ¿qué ocurre? – pregunta con la voz ronca por el sueño.
Me giro con la sonrisa en los labios. Santana se incorpora adormilada hasta apoyarse en el cabecero de diseño y se pasa las manos por la cara intentando despertarse del todo. Antes de decir o hacer nada más me coge por la cintura y me sienta a horcajadas sobre ella. Sonrío sin poder dejar de mirarla. Adoro que su primera reacción sea acomodarme en su regazo. Es el mejor lugar del mundo.
Está bella al despertar. Levanto mi mano y la paso por toda su cara de arriba a bajo. Santana gruñe encantada y cierra los ojos un instante. Cuando los abre, su espectacular mirada atrapa la mía. Me observa esperando a que responda.
- Eran los de la entrevista de ayer. Tengo el empleo – contesto sin poder ocultar mi sonrisa.
La expresión de Santana cambia, se tensa. Está enfadada.
- ¿Y vas a decirme dónde es?
- En el New Yorker – musito.
Intento leer en sus ojos cómo reaccionará. Lo último que quiero es que se ponga como una loca.
Es el trabajo de mi vida.
Finalmente como si ya no pudiera disimularlo más, una incipiente sonrisa se asoma en sus labios.
- Estoy muy orgullosa de ti.
Yo sonrío como una idiota y me tiro en sus brazos . Unos segundos después Santana me obliga a separarme para que su boca encuentre la mía.
- Vamos a ducharnos – comenta tras darme un espectacular e intenso beso -. El primer día es importante llegar relajada.
Sonrío de nuevo. Me apunto a eso.
Después de una ducha de lo más interesante corro hacia el vestidor envuelta en una toalla mientras Santana se afeita sus piernas. La visión era tentadora pero estoy muy nerviosa. Quiero estar perfecta. Elijo mi vestido skater azul marino y lo adorno con un delgado cinturón rojo de charol. Me seco el pelo con la toalla y regreso al cuarto de baño. Afortunadamente Santana ya ha terminado. Suspirar cada vez que la veo pasarse la cuchilla por esas largas y morenas piernas que me quitan demasiado tiempo.
Al verme lanza un fugaz suspiro, casi imperceptible. Yo comienzo a peinarme. Santana se inclina hasta apoyar los codos en el mueble del lavabo y entrelaza sus dedos a la vez que me observa a
través del espejo. Me recojo el pelo y comienzo a maquillarme. Primero un poco de base, después polvos compactos. Santana continúa contemplándome. Parece fascinada. Sonrío. Me siento un poco tímida ahora mismo pero me gusta. Me pongo la sombra de ojos con los dedos. Sonrío de nuevo.
¿Por qué no dice una palabra? Cojo el colorete y me aplico una pizca. Por último el pintalabios.
- ¿Qué color? – pregunta amenazadoramente sensual colocándose a mi espalda. Suspiro con fuerza. Coloca sus manos sobre el mármol a ambos lados de mi cintura. Su cuerpo roza el mío. Nuestras miradas se encuentran a través del espejo. Sus ojos brillan con fuerza.
Mi respiración se acelera. ¿Cómo ha conseguido que pintarme los labios se haya convertido en algo tan sensual?
“Porque es Santana Lopez. Conseguiría que hacer cola en un supermercado fuese algo sensual”.
Miro las barras de labios y las acaricio suavemente con los dedos. Mis dedos casi se detienen perezosos en el rojo pin up.
- Ese es solo para mí – pronuncia en un susurro ronco a mi espalda.
Muevo los dedos y cojo uno grosella. Lo abro despacio y me humedezco los labios. Santana desliza su mano hasta el centro de mi vientre y me estrecha contra su cuerpo. Lentamente baja la otra y llega
hasta el final de mi vestido.
Me pinto los labios despacio. Santana sube su mano acariciando mi piel y llega hasta la tela de mis bragas. Pongo un labio sobre y otro y los chasqueo para que el carmín quede uniforme. Santana suspira
y desliza sus dedos en mi interior. Me penetra con ellos mientras me acaricia con la palma de la mano, incitando mi clítoris.
Gimo. Cierro los ojos. Me dejo caer contra ella y pierdo mi cara en su cuello. Es delicioso. Entra y sale de mí. Me solivianta. Me llena de placer.
- San – susurro.
Me aprieta aún más contra ella
Continúa moviéndose. Fuerte, precisa, perfecta. Sus dedos son mágicos.
Gimo. Grito.
Concentro todas mis fuerzas en abrir los ojos. Nos observo a través del espejo. Es casi hipnótico. Todo mi cuerpo está rendido a ella, a sus manos.
Santana me penetra con sus dedos y los gira extendiendo el placer a cada rincón de mi sexo.
Gimo.
Me embiste de nuevo. Sus caricias se aceleran. Vuelve a hacer su delirante círculo.
Grito.
No puedo mantener los ojos abiertos.
Mi cuerpo se tensa. Me embiste. Estallo. Y me lleva a un clímax maravilloso sin ni siquiera despeinarse.
- Feliz primer día de trabajo – susurra sexy a mi oído.
Se separa lentamente y cuando se asegura de que puedo mantenerme en pie, sale triunfal del baño. Yo la observo con la respiración exhausta. No me importaría que todas las mañanas fueran así.
Termino de arreglarme sin poder dejar de sonreír por culpa de la dicha postcoital y bajo al salón.
No veo a Santana en la cocina así que imagino que estará en su estudio.
- ¿Podemos irnos ya? – pregunto bajo el marco de la puerta.
Santana sonríe con la vista aún fija en los documentos que revisa. Ya se ha puesto uno de sus trajes de CEO sexy y no podría hacerle más justicia a ese apelativo.
- Tienes muchas ganas de empezar a trabajar – comenta
Sonrío como respuesta.
Santana finalmente se apiada de mí, deja los papales sobre la mesa y sale a mi encuentro. Justo antes de girarme para marcharnos veo el Times en la mesa.
- ¿Han publicado algo más? – pregunto sin tener muy claro si quiero saber o no la respuesta.
- Nada que nos importe – sentencia, tomándome de la mano y obligándome a empezar a caminar.
Suspiro mentalmente. Eso es un sí. Nunca pensé que diría esto pero odio el New York Times.
“Como si el Times fuera el único que habla de ti”.
Suspiro de nuevo. Estoy a punto de empezar a martirizarme pero me freno en seco. Santana y yo vamos a casarnos y hoy es mi primer día en mi trabajo soñado. Nada va a arruinármelo. Asiento
reafirmando cada uno de mis pensamientos. Hoy no pienso a dejar de sonreír.
El Audi A8 se detiene en la esquina de Broadway con Times Square. Santana me despide con un beso de película y yo me bajo del coche con la sonrisa preparada.
Me acerco al mostrador de recepción, recojo mis credenciales y con la sonrisa aún de oreja a oreja me monto en los ascensores. No puedo dejar de mirar mi nombre en la identificación. ¡Trabajo en el New Yorker! Al poner un pie en la redacción, las mariposas revoletean desbocadas en mi estómago. Atravieso la inmensa sala y me detengo frente a la puerta de la oficina del editor. Suspiro hondo, cuadro los
hombros y entro. Me sorprende ver a una secretaria. Está sentada a una elegante mesa de cristal. Todo está impecable. Una gran obra de arte abstracta preside la pared principal y en la opuesta hay varios
sillones para esperar. Parece la antesala del despacho de un alto ejecutivo no del de un editor.
- Buenos días – digo colocándome frente a ella -. Me llamo Brittany S. Pierce. Soy la nueva ayudante del editor.
La secretaria me dedica una sonrisa de puro trámite y me indica los sillones. Descuelga el teléfono y marca una tecla con la parte de atrás del lápiz.
- Henderson, Pierce está aquí.
Espera la contestación y cuelga.
- Enseguida vendrán a buscarla – me comunica justo antes de volver su vista a la pantalla del ordenador.
Asiento sin perder la sonrisa. Estoy impaciente. No veo la hora de empezar. Media hora después sigo sentada Le he preguntado un par de veces a la secretaria pero todo lo que he obtenido es que me repita mecánicamente la misma respuesta que ya me dio.
Otra media hora después estoy desesperada. Me levanto y me acerco hasta la mesa de la secretaria. Estoy mentalizada para mandarla al cuerno si vuelve a decirme que enseguida vendrán a
buscarme, pero entonces la puerta que llevo mirando una hora se abre y salen el editor Robert Sterling y un joven de treinta pocos años que imagino será su ayudante.
Vuelvo a poner mi mejor sonrisa y me dirijo hacia ellos.
- Hola, señor Sterling soy…
- El cuarenta por ciento me parece muy poco – le dice al chico que le acompaña ignorándome por completo -. La tirada debería aumentar en más de un millón.
Giro sobre mis pasos y les sigo pero antes de que pueda hablar otra vez, Robert Sterling se vuelve hacia mí.
- Prepara café – me pide sin ni siquiera mirarme y continúa hablando con el chico.
Los observo desaparecer entre las mesas con el ceño fruncido. Ya no sonrío. Ni siquiera ha dejado que me presente. Suspiro discretamente, la secretaria me está mirando, y vuelvo a cuadrar los
hombros. Solo ha sido el primer impacto. Probablemente esté hasta arriba de trabajo y llegue tarde a una reunión. Me obligo a sonreír otra vez y salgo de la oficina en busca de la sala de descanso a
preparar ese café.
Dado que la secretaria no me va a ser de mucha ayuda, cuando regreso con los cafés, la ignoro por completo y entro con paso decidido por la puerta por la que el señor Sterling salió. Accedo a
otra sala algo más pequeña que la anterior. Hay una mesa con decenas de dosieres apilados en una esquina y una lata de Doctor Pepper llena de bolígrafos, rotuladores rojos y lápices. La pantalla del
ordenador tiene uno de los laterales cubierto de post-its con números de teléfono. Tras el escritorio hay una estantería con ejemplares de la revista y al menos una treintena de gruesas carpetas. Sonrío.
Esto sí es lo que me esperaba. Debe ser la mesa del chico que vi con Sterling.
Frente a ella hay otra, vacía salvo por un ordenador que parece recién desembalado. Está reluciente. Ni la mesa ni la silla conjuntan con el resto del mobiliario y sobre la pared y en la moqueta se ve la sombra de varios muebles archivadores como si se hubiesen llevado años justo ahí y los hubieran quitado hace apenas unas horas.
Dejo los cafés sobre la mesa y miro a mi alrededor. Está claro que voy a estrenar el puesto.
Guardo mi bolso en un cajón y enciendo el ordenador. Como lo sospechaba es nuevo y no tiene instalado ninguno de los programas básicos para este trabajo. No tengo acceso a la agenda de
Sterling ni tampoco a los archivos informatizados.
Estoy intentando encontrar alguna manera de instalar todo lo que necesito cuando el señor Sterling y el otro chico regresan.
- Ve a maquetación – le ordena - Quiero esas malditas páginas redistribuidas.
El chico asiente. Yo me levanto y les sigo el paso. No pienso quedarme atrás otra vez. Entramos en el despacho de Sterling y si la antesala me dio la sensación de ser la de un alto ejecutivo, su
propia oficina no me deja dudas. Es inmensa.
Robert Sterling rodea su mesa y sienta mientras continúa dándole instrucciones al chico. Al fin repara en mí. Me mira con cara de pocos amigos y vuelve la vista al joven de treinta y tantos.
- ¿Quién es? – le pregunta.
- Soy Brittany S Pierce – me adelanto -. Su nueva ayudante.
Sterling me mira confuso. ¿Acaso no sabía que venía?
- La manda la señorita Stinson – añade el chico.
Me parece notar perspicacia en la manera en que lo dice o quizás simplemente es que empiezo a estar un poco picajosa con semejante bienvenida.
Sterling asiente varias veces con una sonrisa de lo más dura en los labios y vuelve a centrar su atención en mí.
- De acuerdo – dice levantándose -. Soy Robert Sterling. Él es Ashton. Tu trabajo aquí es ayudarme en lo que te pida cuando te lo pida. El resto del tiempo no me molestes a no ser que sea importante. Tu mesa allí – continúa señalándola aunque prácticamente desde aquí no
pueda verse -. El archivo por allí – añade señalando más lejos vagamente. Asiento.
- Ashton te pondrá al día cuando terminemos aquí. ¿Cuántos años tienes? – se interrumpe a sí mismo.
- Veinticuatro.
Sterling resopla y asiente como si cayese en la cuenta de algo. No sé qué es pero hay algo que no me gusta en ese gesto.
- Lo dicho, Aston te pondrá al día cuando terminemos aquí.
Se lleva las manos a las caderas y me observa. Yo entorno los ojos confusa. ¿Está esperando a que me marche? Señalo la puerta torpemente y él asiente displicente. Definitivamente me está
echando.
Giro sobre mis talones y empiezo a caminar.
- Cierra la puerta cuando salgas – me pide.
Sonrío absolutamente atónita y hecha un lío con toda la situación y salgo del despacho. Sé que prometí no dejar de sonreír pero me lo están poniendo complicado.
Más o menos otra hora después la puerta vuelve a abrirse. Ashton sale, o mejor dicho lo intenta, con una docena de tubos portaplanos y una caja enorme.
- Espera. Te ayudo – le digo levantándome de mi mesa y corriendo hacia él. Llego tarde y cuando estoy a unos pasos, se le caen todos los portaplanos y la caja, que le da en un pie.
- Joder, qué daño – casi grita agarrándose el pie.
- ¿Estás bien? – pregunto a la vez que me agacho a recoger los portaplanos, aguantándome la risa.
La verdad es que todo ha sido bastante cómico.
- Sí, gracias.
Presto me quita los tubos, los deja sobre su mesa, se limpia las manos en sus vaqueros y me tiende una.
- Soy Ashton.
Yo me sacudo la mía y se la estrecho.
- Soy Brittany – contesto.
Por fin alguien amable.
- No le hagas caso a Sterling – dice cogiendo la caja y dejándola también sobre la mesa.
Parece pesada -. Es un gilipollas pero también un genio. Trabajabas para Quinn Fabray, ¿verdad?
- Sí.
Y como la echo de menos.
- Quinn es genial. Si has aprendido con ella, no tardarás en hacerte con todo esto.
- ¡Ashton! – grita Sterling desde su despacho.
Mi nuevo amigo se inclina sobre la mesa, abre el primer cajón, saca un ipad y sale disparado de vuelta al despacho.
Yo suspiro al tiempo que echo un nuevo vistazo a mi alrededor. No quiero estar de brazos cruzados. Cojo todos los tubos portaplanos y los llevo a la estantería. Abro la caja. Está llena de carpetas. Las saco, las abro y las ordeno. Todas tiene viejos artículos, material de archivo e interminables datos administrativos.
Cuando vuelvo a mirar el reloj, ya es casi la hora de comer. Sin darme cuenta llevo más de dos horas haciendo esto. Es aburridísimo pero por lo menos no estoy sentada a mi mesa sin hacer nada.
Me quedan unos dos dosieres para acabar cuando la puerta al fin vuelve a abrirse. Sterling sale con el paso decidido y se marcha. Ashton lo hace detrás revisando la pantalla de su tablet.
Al recordar que sigo allí, alza la mirada y me dedica una fugaz sonrisa.
- Puedes marcharte a comer - comenta.
- En cuanto termine de ordenar estás carpetas.
- ¿Qué carpetas? – pregunta confuso alzando la mirada de nuevo.
Al ver lo que estoy haciendo, deja el ipad sobre su mesa y se acerca a la mía.
- Esas carpetas son para llevarlas a la trituradora.
¿Qué?
- Llevo dos horas con esto – me lamento tirando la carpeta que leía de nuevo en la caja.
- Lo siento - se disculpa.
Cojo el montón que ya había ordenado y malhumorada la tiro también en la caja.
- Mira – me pide –, de momento lo mejor será que hagas solo lo que te diga.
Asiento. El primer día me está yendo de maravilla.
- ¿Dónde está la trituradora? – pregunto.
- En archivos, al fondo del pasillo pero puedo hacerlo yo.
Niego con la cabeza a la vez que cierro la inmensa caja.
- Me hace ilusión hacer algo – sin quererlo he sonado más impertinente de lo que pretendía.
Ashton asiente intentando disimular una sonrisa.
Cojo la caja y voy hasta los archivos. Es una sala inmensa con las paredes de cristal. Dejo la caja sobre uno de los muebles y comienzo a destruir carpetas. Me siento como una imbécil. Miro a
través del cristal y la redacción se despliega ante mí. Deben trabajar más de un centenar de personas.
Todas atareadas, corriendo de un lado para otro. Observando el bullicio mi humor mejora y antes de que me dé cuenta estoy sonriendo. Puede que las cosas no hayan salido como esperaba pero solo es
el primer día y esto sigue siendo el New Yorker . Sonrío otra vez y destruyo otra carpeta. Además habré perdido dos horas pero he aprendido un montón de cosas sobre la revista.
Bajo a comer. No conozco ningún restaurante por aquí así que me meto en la primera cafetería que encuentro. Me pido un sándwich y un refresco y para animarme decido llamar a Santana pero no me
coge el teléfono. Debe estar en alguna reunión. Suspiro con fuerza. Quería oír su voz.
Pruebo con Sugar, con Rachel y con Joe quienes parecen haberse puesto de acuerdo porque tampoco me cogen el teléfono.
Opto por regresar a la oficina. Con un poco de suerte Ashton podrá ponerme al día y conseguiré hacer algo de provecho.
Sin embargo cuando llego, no hay rastro ni de él ni de Sterling. Le pregunto a la amable secretaria, de la que aún no sé ni su nombre, y ella me explica que se han ido a una reunión en el
Lower Manhattan y que estarán allí toda la tarde.
Resoplo. Genial, me digo toda ironía. Regreso a mi mesa. Consigo el teléfono del departamento de informática. Me explican que no han tenido tiempo de instalarme los programas necesarios pero
que enseguida mandarán a alguien. Cuando pasa una hora y sigo sentada delante de un ordenador cuya mayor hazaña es dejarme entrar en internet, me levanto decidida y me planto en el departamento de informática, después de que me explicarán dónde está.
Mi padre me llama varias veces pero ahora no puedo hablar con él. Tengo que resolver esto.
Me hago amiga de Katy, una de las técnicas, que me graba en una tarjeta de memoria todos los programas que necesito. Me advierte que no se me ocurra volver a comer en la cafetería donde lo he
hecho hoy y quedamos para almorzar juntas la semana que viene. Parece simpática.
De vuelta en mi ordenador consigo instalar la mayoría de los programas sin problemas pero no me sirven de nada. Para poder acceder a los archivos de la revista necesito una clave. Vuelvo a
llamar al departamento de informática pero su jornada laboral termina antes y ya no hay nadie.
A las cinco ni el señor Sterling ni Ashton han regresado. Me resulta extraño así que me acerco a preguntar a la secretaria que ya está metiendo las cosas en su bolso y poniéndose la chaqueta.
- ¿Sabes cuándo volverá el señor Sterling? – pregunto.
- Mañana.
Resoplo. No me lo puedo creer. La tarde ha sido aún más desastrosa que la mañana.
- Cuando tiene reuniones en la ciudad por la tarde, nunca suele regresar – me explica apiadándose de mí -. Y mucho menos un domingo.
- Gracias – respondo con una sonrisa que no me llega a los ojos. Al menos está vez ha sido capaz de contestarme con más de tres palabras -. Me llamo Brittany – me presento probando suerte de nuevo.
- Yo soy Tina – y al fin sonríe -. Lo mejor será que te marches ya a casa. Asiento. Está claro que sí. Justo antes de salir por la puerta, se para en seco, como si hubiese recordado algo, y se gira de
nuevo hacia mí.
- Se me olvidaba – comenta -. Sterling me pidió que te dijera que mañana puedes tomarte el día libre por haber tenido que venir en domingo.
La miro confusa. Sterling no parece esa clase de jefe.
- ¿Suele hacer eso?
Tina resopla sin saber que contestar pero hace memoria y tras unos segundos frunce los labios algo molesta.
- La verdad es que no así que aprovéchalo.
La secretaria se marcha definitivamente y yo me quedo algo pensativa. No termino de entender la actitud de mi nuevo jefe.
Finalmente decido no darle más vueltas, recojo mis cosas y me marcho. Justo cuando voy a poner un pie en el primer escalón de la parada de metro de Port Authority con la cuarenta y dos, mi móvil
comienza a sonar. Miro la pantalla. Es mi padre. Por un momento pienso en dejarlo sonar y hablar con él cuando ya esté en casa y me haya bebido por lo menos una copa, él día bien lo ha merecido,
pero es la cuarta vez que me llama. Quizás sea importante.
- Hola, papá.
Hago todo lo posible por sonar animada. No quiero que se preocupe.
- Hola, pequeñaja.
Aunque solo han sido dos palabras, lo noto diferente.
- Papá, ¿ocurre algo? – pregunto alejándome unos pasos del bullicio de la boca de metro.
- ¿No lo sabes? – inquiere a su vez.
Definitivamente está enfadado.
- Santana Lopez ha estado aquí – me anuncia.
¡¿Qué?!
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Capitulo 19
Compruebo el teléfono. No tengo ninguna llamada perdida, pero entonces miro el fondo de pantalla y me doy cuenta de que no es mi teléfono, es el de Sugar.
- Es tu móvil – digo devolviéndoselo -. ¿Dónde está el mío? – pregunto confusa.
Todos comenzamos a mirar por el suelo, el sofá hasta que lo veo claro. Voy hasta la cocina, abro el congelador y saco mi iphone helado. Asesino a Sugar con la mirada y ella se encoge de hombros
con una sonrisa culpable.
- No lo chupes o se te quedará la lengua pegada – musita.
Joe, Rody y Rachel se aguantan el ataque de risa que están a punto de tener.
- ¿Por qué iba a querer chuparlo? – pregunto mitad enfadada mitad a punto de echarme a reír con ellos.
- No lo sé. ¿Curiosidad?
Ya no puedo más y acabamos riendo.
El telefonillo de la puerta suena. Rachel va a abrir. Habla apenas unos segundos y regresa al salón.
- Britt es Santana. Dice que bajes.
Suspiro. Tiene que estar cabreadísima. Seco el móvil, recojo mis cosas y salgo del apartamento.
Supongo que he tardado más de lo que pensaba porque apenas he dado un par de pasos cuando Santana aparece al otro lado del rellano.
Inmediatamente su mirada atrapa la mía. Está furiosa pero por un breve instante también parece aliviada.
- ¿Te haces una idea de lo preocupada que estaba? – masculla furiosa
La observo en silencio. Pienso en explicarle que no ha sido a propósito, que mi iphone estaba en el congelador pero creo que eso solo serviría para enfadarla aún más.
Antes de que pueda pensarlo con claridad me llevo las manos al vestido y comienzo a desabrochar los primeros botones, muy despacio, a la vez que camino hacia ella. Si puede despistarme
con el sexo, yo a ella también.
Santana suspira brusca.
Me detengo tan cerca de Santana que nuestros cuerpos ya se tocan. Me pongo de puntillas y la beso pero ella se mantiene firme. No entra en el juego. Tampoco me rindo. Vuelvo a acariciar sus labios con
los míos y gimo bajito. Me separo solo un poco y vuelvo a besarle. Santana masculla un juramento ininteligible y me besa con fuerza. Me lleva contra la pared y hunde sus manos en mi pelo.
Suspiro con fuerza mientras disfruto de su boca conquistando la mía.
Santana apoya sus brazos a ambos lados de mi cabeza y se separa
- ¿Qué te crees que estás haciendo? – pregunta clavando sus ojos en los míos.
Sigue furiosa pero su tono de voz se ha agravado y su mirada se ha oscurecido cargada de deseo.
Yo le miro a través de mis pestañas. Otra vez dejándole que vea mi lado más dulce y sumiso.
- Me estoy haciendo perdonar – respondo a la vez que llevo las manos a su cinturón y lo desabrocho.
Santana, sin separase de mí, mira a ambos lados del rellano y sonríe con malicia. Me acaricia el labio inferior con el pulgar y sus ojos bailan de los míos a mi boca. Chupo su dedo con fuerza
y Santana gruñe. Se inclina sobre mí y retira lentamente su pulgar.
- Pues deberías saber que ahora mismo estoy muy enfadada contigo– me advierte amenazadora en un susurro antes de besarme llena de intensidad y pasión una sola vez.
Expectante y excitada me arrodillo frente a Santana y le brindo el mayor que puedo darle con mi boca
Santana me toma por los hombros, me levanta y me besa con fuerza, estrechando mi cuerpo entre el suyo y la pared.
- Perdonada pero la próxima vez más te vale cogerme el teléfono.
Sonrío. Santana también lo hace y me da un rápido e intenso beso.
- Vámonos de aquí – dice a la vez que tira de mí.
Yo suspiro como una niña malcriada. Quiero estar pegada a ella hasta que salga el sol. Santana sonríe. Es perfectamente consciente de ello.
Sin embargo no me lleva en dirección a las escaleras sino hacia la puerta de mi apartamento. Se gira y me empuja suavemente contra la pared otra vez.
- Aún no he acabado contigo – dice contra mis labios justo antes de besarme de nuevo. Suspiro encantada. Cojo la llave de emergencia que tengo escondida en el marco y abro ante su atenta y lujuriosa mirada.
Santana se abalanza sobre mí y nos lleva hacia el interior del apartamento. Sin dejar de besarme cierra la puerta de una patada y me tumba sobre el suelo de mi salón dispuesto a conseguir que
llenemos de pasión cada centímetro de parqué.
- Tenemos que hablar sobre tu regalo – comenta Santana con la mirada clavada en el techo.
¡Por fin!
- ¿Qué regalo? – pregunto fingiendo que no tengo la más remota idea.
Tomándome por sorpresa Santana se revuelve, se coloca sobre mí y mantiene mis muñecas contra el suelo a ambos lados de mi cabeza.
- No te hagas la inocente conmigo – pronuncia amenazadora -. Hicimos un trato.
- Se me ha olvidado – respondo pícara.
- Puedo hacer que lo recuerdes.
Sonrío. Me apunto a eso.
- El apartamento – dice con sus ojos dominándome desde arriba –. Es tuyo.
Me observa cautelosa. Está esperando mi reacción.
- ¿Qué? – musito.
No puede estar hablando en serio.
- El lunes mi abogado irá a Chelsea con todo el papeleo para que lo firmes.
Está loca. No puede comprarme un apartamento.
- Santana, no voy a aceptarlo.
- Entonces es una suerte que ya lo hicieras.
Sonríe presuntuosa, me da un rápido e intenso beso y se levanta. Yo hago lo mismo y de prisa me pongo el vestido. No quiero estar desnuda para tener esta conversación le pondría las cosas
demasiado fáciles.
“Lo que anula cualquier posibilidad de negociación es que ella siga desnuda”.
Gracias a Dios, coge sus bragas y el resto de su ropa. No puedo evitar quedarme embobada.
Reacciona, Pierce.
- No puedo – me reafirmo intentado ignorar lo sexy que le caen los pantalones sobre las caderas.
No pierdas el hilo ahora.
- ¿Por qué no? – inquiere.
Está comenzando a cansarse.
- Porque es un apartamento – contesto exasperada.
¿Por qué no es capaz de entenderlo?
- Lo compré para ti – responde como si eso zanjara cualquier discusión.
- ¿Y qué hubieras hecho si no hubiéramos vuelto?
Santana se toma unos segundos para recapacitar sobre mis palabras. Parece que sencillamente esa idea nunca se le pasó por la cabeza.
- Hubiéramos vuelto – sentencia completamente convencida –. Y tú vas a aceptar el apartamento.
Me llevo las manos a la cabeza. Ahora mismo me siento un poco superada por el huracán Santana Lopez. Esto es demasiado. ¡Es un maldito apartamento!
Santana me observa un segundo, suspira exhalando todo el aire y sin previo aviso me sienta en la isla de la cocina. Se hace hueco entre mis piernas y apoya sus manos en la encimera a la vez que se
inclina buscando mi mirada.
- Nena, quiero hacerte feliz.
- Ya me haces feliz. No necesito esto – respondo señalando vagamente a mi alrededor.
Santana sonríe, se yergue obligándome a alzar la mirada y me mete un mechón de pelo tras la oreja.
- Ahora mismo te compraría el edificio entero.
Sus ojos me hechizan. ¿Qué puedo hacer? No me gusta, ni quiero, ni necesito que se gaste dinero en mí pero tampoco puedo pasarme toda la vida negándome a aceptar cada regalo que me haga. Suspiro tan resignada como divertida. Santana sonríe. Sabe que ha vuelto a salirse con la suya. Yo también lo hago. ¿Qué puedo hacer? Me tiene ganada.
- Acepto – le confirmo – pero estará a nombre de las dos.
Santana me besa con fuerza hasta casi tumbarme sobre la encimera. Cuando estoy a punto de caer, se separa unos centímetros, me da un dulce beso y se retira definitivamente.
- Solo a tu nombre. Es tuyo. Ahora vámonos a casa.
Me deja sentada de nuevo, se agacha para coger la camisa y se la pone.
- ¿Nunca vas a ceder en nada? – pregunto aunque no sé por qué lo hago, a estas alturas debería tener clara la respuesta.
Santana finge no oírme mientras se ajusta la camisa.
- Por lo menos, ¿sabes cómo hacerlo?
Pretende seguir ignorándome pero una indisimulable sonrisa se dibuja en sus labios.
- Creo que sí – responde al fin burlón acercándose de nuevo a mí -. Tengo que hacerme la digna, asegurar que jamás lo haría y después dejarme convencer.
Sonrío escandalizada. Claramente se está riéndome de mí, pero antes de que pueda protestar Santana me besa acallando cada palabra que intento decir hasta que al final me rindo.
- Me encanta convencerte – susurra contra mis labios.
Y ya solo puedo derretirme.
El A8 nos espera frente a la puerta. Nos acomodamos en la parte trasera y Finn se incorpora rápidamente al tráfico.
Estoy cansadísima. El día ha sido muy largo y la sesión con la diosa del sexo muy intensa. No hemos avanzado más de un par de manzanas cuando noto como los ojos se me cierran sistemáticamente.
- Nena, hemos llegado.
La voz de Santana me despierta. Tengo que esforzarme en abrir los ojos. Ya estamos en Chelsea.
- ¿Necesitas que te lleve en brazos?
Niego con la cabeza. No tengo seis años. Puedo andar.
Mientras esperamos el ascensor, me apoyo en el pecho de Santana e involuntariamente lanzo un suspiro mientras me acomodo contra ella. Estoy muerta de sueño. La noto sonreír justo antes de
empujarme suavemente sin separarme de ella para hacerme entrar en el ascensor. Estoy a punto de quedarme dormida otra vez.
Cuando las puertas vuelven a abrirse, Santana no me da opción y me coge en brazos. Yo quiero protestar pero estoy demasiado cómoda.
Me deja a los pies de la cama e inmediatamente me dejo caer contra su pecho de nuevo. Santana toma mi vestido por el bajo y me lo saca por la cabeza.
- A la cama – me ordena suavemente en un susurro.
No pienso discutir. Me encanta la idea.
Me acomodo entre la decena de almohadones. Santana me cubre con la fina colcha y me besa suavemente.
- Ven a la cama – susurro contra sus labios.
- Tengo que trabajar.
- Creí que me querías desnuda en tu cama.
Sonríe.
- Eso siempre.
Quiero seguir discutiendo pero el sueño me vence. Lo último que noto son sus labios sobre mi frente.
Me despiertan los rayos de sol entrando por la ventana. Santana está dormida a mi espalda. Su pecho sube y baja relajado al ritmo de su respiración. Nuestras piernas están enredadas y su mano
descansa posesiva sobre mi cintura.
Me alegra que esté aquí durmiendo y no trabajando en su estudio. Necesita descansar.
Me estrecho contra su cuerpo y Santana reacciona aún dormida abrazándome con más fuerza. Estoy en el paraíso.
Sin embargo mi iphone tiene otros planes para mí y comienza a sonar. Alargo rápidamente la mano y silencio la llamada. No quiero que se despierte.
No reconozco el número pero me resulta familiar. Me separo despacio de Santana y me siento al borde la cama. Ella refunfuña pero no se despierta. Sonrío como una idiota mirándola y por un momento me pierdo en ella.
El móvil vibra de nuevo y me saca de mi burbuja. Había olvidado la llamada.
- ¿Diga? – respondo bajito.
- Brittany, soy Samantha Stinson de New Yorker.
Abro la boca sorprendida. No puede ser.
- Me complace comunicarle que reúne las cualidades que buscamos para trabajar en nuestra revista – continúa -. ¿Cuándo podría empezar?
Todas mis neuronas se han desmayado de la emoción. ¡Voy a trabajar en New Yorker ! ¡Seré la ayudante de Robert Sterling!
- Cuando quiera – respondo feliz, conmocionada y absolutamente entusiasmada.
- Perfecto. La esperaremos a la largo de la mañana. Aunque sea domingo, habrá mucha actividad. En el mostrador de recepción le entregaran sus credenciales.
- Muchas gracias.
Cuelgo y pataleo en el suelo. Es increíble, absoluta y totalmente increíble.
- Nena, ¿qué ocurre? – pregunta con la voz ronca por el sueño.
Me giro con la sonrisa en los labios. Santana se incorpora adormilada hasta apoyarse en el cabecero de diseño y se pasa las manos por la cara intentando despertarse del todo. Antes de decir o hacer nada más me coge por la cintura y me sienta a horcajadas sobre ella. Sonrío sin poder dejar de mirarla. Adoro que su primera reacción sea acomodarme en su regazo. Es el mejor lugar del mundo.
Está bella al despertar. Levanto mi mano y la paso por toda su cara de arriba a bajo. Santana gruñe encantada y cierra los ojos un instante. Cuando los abre, su espectacular mirada atrapa la mía. Me observa esperando a que responda.
- Eran los de la entrevista de ayer. Tengo el empleo – contesto sin poder ocultar mi sonrisa.
La expresión de Santana cambia, se tensa. Está enfadada.
- ¿Y vas a decirme dónde es?
- En el New Yorker – musito.
Intento leer en sus ojos cómo reaccionará. Lo último que quiero es que se ponga como una loca.
Es el trabajo de mi vida.
Finalmente como si ya no pudiera disimularlo más, una incipiente sonrisa se asoma en sus labios.
- Estoy muy orgullosa de ti.
Yo sonrío como una idiota y me tiro en sus brazos . Unos segundos después Santana me obliga a separarme para que su boca encuentre la mía.
- Vamos a ducharnos – comenta tras darme un espectacular e intenso beso -. El primer día es importante llegar relajada.
Sonrío de nuevo. Me apunto a eso.
Después de una ducha de lo más interesante corro hacia el vestidor envuelta en una toalla mientras Santana se afeita sus piernas. La visión era tentadora pero estoy muy nerviosa. Quiero estar perfecta. Elijo mi vestido skater azul marino y lo adorno con un delgado cinturón rojo de charol. Me seco el pelo con la toalla y regreso al cuarto de baño. Afortunadamente Santana ya ha terminado. Suspirar cada vez que la veo pasarse la cuchilla por esas largas y morenas piernas que me quitan demasiado tiempo.
Al verme lanza un fugaz suspiro, casi imperceptible. Yo comienzo a peinarme. Santana se inclina hasta apoyar los codos en el mueble del lavabo y entrelaza sus dedos a la vez que me observa a
través del espejo. Me recojo el pelo y comienzo a maquillarme. Primero un poco de base, después polvos compactos. Santana continúa contemplándome. Parece fascinada. Sonrío. Me siento un poco tímida ahora mismo pero me gusta. Me pongo la sombra de ojos con los dedos. Sonrío de nuevo.
¿Por qué no dice una palabra? Cojo el colorete y me aplico una pizca. Por último el pintalabios.
- ¿Qué color? – pregunta amenazadoramente sensual colocándose a mi espalda. Suspiro con fuerza. Coloca sus manos sobre el mármol a ambos lados de mi cintura. Su cuerpo roza el mío. Nuestras miradas se encuentran a través del espejo. Sus ojos brillan con fuerza.
Mi respiración se acelera. ¿Cómo ha conseguido que pintarme los labios se haya convertido en algo tan sensual?
“Porque es Santana Lopez. Conseguiría que hacer cola en un supermercado fuese algo sensual”.
Miro las barras de labios y las acaricio suavemente con los dedos. Mis dedos casi se detienen perezosos en el rojo pin up.
- Ese es solo para mí – pronuncia en un susurro ronco a mi espalda.
Muevo los dedos y cojo uno grosella. Lo abro despacio y me humedezco los labios. Santana desliza su mano hasta el centro de mi vientre y me estrecha contra su cuerpo. Lentamente baja la otra y llega
hasta el final de mi vestido.
Me pinto los labios despacio. Santana sube su mano acariciando mi piel y llega hasta la tela de mis bragas. Pongo un labio sobre y otro y los chasqueo para que el carmín quede uniforme. Santana suspira
y desliza sus dedos en mi interior. Me penetra con ellos mientras me acaricia con la palma de la mano, incitando mi clítoris.
Gimo. Cierro los ojos. Me dejo caer contra ella y pierdo mi cara en su cuello. Es delicioso. Entra y sale de mí. Me solivianta. Me llena de placer.
- San – susurro.
Me aprieta aún más contra ella
Continúa moviéndose. Fuerte, precisa, perfecta. Sus dedos son mágicos.
Gimo. Grito.
Concentro todas mis fuerzas en abrir los ojos. Nos observo a través del espejo. Es casi hipnótico. Todo mi cuerpo está rendido a ella, a sus manos.
Santana me penetra con sus dedos y los gira extendiendo el placer a cada rincón de mi sexo.
Gimo.
Me embiste de nuevo. Sus caricias se aceleran. Vuelve a hacer su delirante círculo.
Grito.
No puedo mantener los ojos abiertos.
Mi cuerpo se tensa. Me embiste. Estallo. Y me lleva a un clímax maravilloso sin ni siquiera despeinarse.
- Feliz primer día de trabajo – susurra sexy a mi oído.
Se separa lentamente y cuando se asegura de que puedo mantenerme en pie, sale triunfal del baño. Yo la observo con la respiración exhausta. No me importaría que todas las mañanas fueran así.
Termino de arreglarme sin poder dejar de sonreír por culpa de la dicha postcoital y bajo al salón.
No veo a Santana en la cocina así que imagino que estará en su estudio.
- ¿Podemos irnos ya? – pregunto bajo el marco de la puerta.
Santana sonríe con la vista aún fija en los documentos que revisa. Ya se ha puesto uno de sus trajes de CEO sexy y no podría hacerle más justicia a ese apelativo.
- Tienes muchas ganas de empezar a trabajar – comenta
Sonrío como respuesta.
Santana finalmente se apiada de mí, deja los papales sobre la mesa y sale a mi encuentro. Justo antes de girarme para marcharnos veo el Times en la mesa.
- ¿Han publicado algo más? – pregunto sin tener muy claro si quiero saber o no la respuesta.
- Nada que nos importe – sentencia, tomándome de la mano y obligándome a empezar a caminar.
Suspiro mentalmente. Eso es un sí. Nunca pensé que diría esto pero odio el New York Times.
“Como si el Times fuera el único que habla de ti”.
Suspiro de nuevo. Estoy a punto de empezar a martirizarme pero me freno en seco. Santana y yo vamos a casarnos y hoy es mi primer día en mi trabajo soñado. Nada va a arruinármelo. Asiento
reafirmando cada uno de mis pensamientos. Hoy no pienso a dejar de sonreír.
El Audi A8 se detiene en la esquina de Broadway con Times Square. Santana me despide con un beso de película y yo me bajo del coche con la sonrisa preparada.
Me acerco al mostrador de recepción, recojo mis credenciales y con la sonrisa aún de oreja a oreja me monto en los ascensores. No puedo dejar de mirar mi nombre en la identificación. ¡Trabajo en el New Yorker! Al poner un pie en la redacción, las mariposas revoletean desbocadas en mi estómago. Atravieso la inmensa sala y me detengo frente a la puerta de la oficina del editor. Suspiro hondo, cuadro los
hombros y entro. Me sorprende ver a una secretaria. Está sentada a una elegante mesa de cristal. Todo está impecable. Una gran obra de arte abstracta preside la pared principal y en la opuesta hay varios
sillones para esperar. Parece la antesala del despacho de un alto ejecutivo no del de un editor.
- Buenos días – digo colocándome frente a ella -. Me llamo Brittany S. Pierce. Soy la nueva ayudante del editor.
La secretaria me dedica una sonrisa de puro trámite y me indica los sillones. Descuelga el teléfono y marca una tecla con la parte de atrás del lápiz.
- Henderson, Pierce está aquí.
Espera la contestación y cuelga.
- Enseguida vendrán a buscarla – me comunica justo antes de volver su vista a la pantalla del ordenador.
Asiento sin perder la sonrisa. Estoy impaciente. No veo la hora de empezar. Media hora después sigo sentada Le he preguntado un par de veces a la secretaria pero todo lo que he obtenido es que me repita mecánicamente la misma respuesta que ya me dio.
Otra media hora después estoy desesperada. Me levanto y me acerco hasta la mesa de la secretaria. Estoy mentalizada para mandarla al cuerno si vuelve a decirme que enseguida vendrán a
buscarme, pero entonces la puerta que llevo mirando una hora se abre y salen el editor Robert Sterling y un joven de treinta pocos años que imagino será su ayudante.
Vuelvo a poner mi mejor sonrisa y me dirijo hacia ellos.
- Hola, señor Sterling soy…
- El cuarenta por ciento me parece muy poco – le dice al chico que le acompaña ignorándome por completo -. La tirada debería aumentar en más de un millón.
Giro sobre mis pasos y les sigo pero antes de que pueda hablar otra vez, Robert Sterling se vuelve hacia mí.
- Prepara café – me pide sin ni siquiera mirarme y continúa hablando con el chico.
Los observo desaparecer entre las mesas con el ceño fruncido. Ya no sonrío. Ni siquiera ha dejado que me presente. Suspiro discretamente, la secretaria me está mirando, y vuelvo a cuadrar los
hombros. Solo ha sido el primer impacto. Probablemente esté hasta arriba de trabajo y llegue tarde a una reunión. Me obligo a sonreír otra vez y salgo de la oficina en busca de la sala de descanso a
preparar ese café.
Dado que la secretaria no me va a ser de mucha ayuda, cuando regreso con los cafés, la ignoro por completo y entro con paso decidido por la puerta por la que el señor Sterling salió. Accedo a
otra sala algo más pequeña que la anterior. Hay una mesa con decenas de dosieres apilados en una esquina y una lata de Doctor Pepper llena de bolígrafos, rotuladores rojos y lápices. La pantalla del
ordenador tiene uno de los laterales cubierto de post-its con números de teléfono. Tras el escritorio hay una estantería con ejemplares de la revista y al menos una treintena de gruesas carpetas. Sonrío.
Esto sí es lo que me esperaba. Debe ser la mesa del chico que vi con Sterling.
Frente a ella hay otra, vacía salvo por un ordenador que parece recién desembalado. Está reluciente. Ni la mesa ni la silla conjuntan con el resto del mobiliario y sobre la pared y en la moqueta se ve la sombra de varios muebles archivadores como si se hubiesen llevado años justo ahí y los hubieran quitado hace apenas unas horas.
Dejo los cafés sobre la mesa y miro a mi alrededor. Está claro que voy a estrenar el puesto.
Guardo mi bolso en un cajón y enciendo el ordenador. Como lo sospechaba es nuevo y no tiene instalado ninguno de los programas básicos para este trabajo. No tengo acceso a la agenda de
Sterling ni tampoco a los archivos informatizados.
Estoy intentando encontrar alguna manera de instalar todo lo que necesito cuando el señor Sterling y el otro chico regresan.
- Ve a maquetación – le ordena - Quiero esas malditas páginas redistribuidas.
El chico asiente. Yo me levanto y les sigo el paso. No pienso quedarme atrás otra vez. Entramos en el despacho de Sterling y si la antesala me dio la sensación de ser la de un alto ejecutivo, su
propia oficina no me deja dudas. Es inmensa.
Robert Sterling rodea su mesa y sienta mientras continúa dándole instrucciones al chico. Al fin repara en mí. Me mira con cara de pocos amigos y vuelve la vista al joven de treinta y tantos.
- ¿Quién es? – le pregunta.
- Soy Brittany S Pierce – me adelanto -. Su nueva ayudante.
Sterling me mira confuso. ¿Acaso no sabía que venía?
- La manda la señorita Stinson – añade el chico.
Me parece notar perspicacia en la manera en que lo dice o quizás simplemente es que empiezo a estar un poco picajosa con semejante bienvenida.
Sterling asiente varias veces con una sonrisa de lo más dura en los labios y vuelve a centrar su atención en mí.
- De acuerdo – dice levantándose -. Soy Robert Sterling. Él es Ashton. Tu trabajo aquí es ayudarme en lo que te pida cuando te lo pida. El resto del tiempo no me molestes a no ser que sea importante. Tu mesa allí – continúa señalándola aunque prácticamente desde aquí no
pueda verse -. El archivo por allí – añade señalando más lejos vagamente. Asiento.
- Ashton te pondrá al día cuando terminemos aquí. ¿Cuántos años tienes? – se interrumpe a sí mismo.
- Veinticuatro.
Sterling resopla y asiente como si cayese en la cuenta de algo. No sé qué es pero hay algo que no me gusta en ese gesto.
- Lo dicho, Aston te pondrá al día cuando terminemos aquí.
Se lleva las manos a las caderas y me observa. Yo entorno los ojos confusa. ¿Está esperando a que me marche? Señalo la puerta torpemente y él asiente displicente. Definitivamente me está
echando.
Giro sobre mis talones y empiezo a caminar.
- Cierra la puerta cuando salgas – me pide.
Sonrío absolutamente atónita y hecha un lío con toda la situación y salgo del despacho. Sé que prometí no dejar de sonreír pero me lo están poniendo complicado.
Más o menos otra hora después la puerta vuelve a abrirse. Ashton sale, o mejor dicho lo intenta, con una docena de tubos portaplanos y una caja enorme.
- Espera. Te ayudo – le digo levantándome de mi mesa y corriendo hacia él. Llego tarde y cuando estoy a unos pasos, se le caen todos los portaplanos y la caja, que le da en un pie.
- Joder, qué daño – casi grita agarrándose el pie.
- ¿Estás bien? – pregunto a la vez que me agacho a recoger los portaplanos, aguantándome la risa.
La verdad es que todo ha sido bastante cómico.
- Sí, gracias.
Presto me quita los tubos, los deja sobre su mesa, se limpia las manos en sus vaqueros y me tiende una.
- Soy Ashton.
Yo me sacudo la mía y se la estrecho.
- Soy Brittany – contesto.
Por fin alguien amable.
- No le hagas caso a Sterling – dice cogiendo la caja y dejándola también sobre la mesa.
Parece pesada -. Es un gilipollas pero también un genio. Trabajabas para Quinn Fabray, ¿verdad?
- Sí.
Y como la echo de menos.
- Quinn es genial. Si has aprendido con ella, no tardarás en hacerte con todo esto.
- ¡Ashton! – grita Sterling desde su despacho.
Mi nuevo amigo se inclina sobre la mesa, abre el primer cajón, saca un ipad y sale disparado de vuelta al despacho.
Yo suspiro al tiempo que echo un nuevo vistazo a mi alrededor. No quiero estar de brazos cruzados. Cojo todos los tubos portaplanos y los llevo a la estantería. Abro la caja. Está llena de carpetas. Las saco, las abro y las ordeno. Todas tiene viejos artículos, material de archivo e interminables datos administrativos.
Cuando vuelvo a mirar el reloj, ya es casi la hora de comer. Sin darme cuenta llevo más de dos horas haciendo esto. Es aburridísimo pero por lo menos no estoy sentada a mi mesa sin hacer nada.
Me quedan unos dos dosieres para acabar cuando la puerta al fin vuelve a abrirse. Sterling sale con el paso decidido y se marcha. Ashton lo hace detrás revisando la pantalla de su tablet.
Al recordar que sigo allí, alza la mirada y me dedica una fugaz sonrisa.
- Puedes marcharte a comer - comenta.
- En cuanto termine de ordenar estás carpetas.
- ¿Qué carpetas? – pregunta confuso alzando la mirada de nuevo.
Al ver lo que estoy haciendo, deja el ipad sobre su mesa y se acerca a la mía.
- Esas carpetas son para llevarlas a la trituradora.
¿Qué?
- Llevo dos horas con esto – me lamento tirando la carpeta que leía de nuevo en la caja.
- Lo siento - se disculpa.
Cojo el montón que ya había ordenado y malhumorada la tiro también en la caja.
- Mira – me pide –, de momento lo mejor será que hagas solo lo que te diga.
Asiento. El primer día me está yendo de maravilla.
- ¿Dónde está la trituradora? – pregunto.
- En archivos, al fondo del pasillo pero puedo hacerlo yo.
Niego con la cabeza a la vez que cierro la inmensa caja.
- Me hace ilusión hacer algo – sin quererlo he sonado más impertinente de lo que pretendía.
Ashton asiente intentando disimular una sonrisa.
Cojo la caja y voy hasta los archivos. Es una sala inmensa con las paredes de cristal. Dejo la caja sobre uno de los muebles y comienzo a destruir carpetas. Me siento como una imbécil. Miro a
través del cristal y la redacción se despliega ante mí. Deben trabajar más de un centenar de personas.
Todas atareadas, corriendo de un lado para otro. Observando el bullicio mi humor mejora y antes de que me dé cuenta estoy sonriendo. Puede que las cosas no hayan salido como esperaba pero solo es
el primer día y esto sigue siendo el New Yorker . Sonrío otra vez y destruyo otra carpeta. Además habré perdido dos horas pero he aprendido un montón de cosas sobre la revista.
Bajo a comer. No conozco ningún restaurante por aquí así que me meto en la primera cafetería que encuentro. Me pido un sándwich y un refresco y para animarme decido llamar a Santana pero no me
coge el teléfono. Debe estar en alguna reunión. Suspiro con fuerza. Quería oír su voz.
Pruebo con Sugar, con Rachel y con Joe quienes parecen haberse puesto de acuerdo porque tampoco me cogen el teléfono.
Opto por regresar a la oficina. Con un poco de suerte Ashton podrá ponerme al día y conseguiré hacer algo de provecho.
Sin embargo cuando llego, no hay rastro ni de él ni de Sterling. Le pregunto a la amable secretaria, de la que aún no sé ni su nombre, y ella me explica que se han ido a una reunión en el
Lower Manhattan y que estarán allí toda la tarde.
Resoplo. Genial, me digo toda ironía. Regreso a mi mesa. Consigo el teléfono del departamento de informática. Me explican que no han tenido tiempo de instalarme los programas necesarios pero
que enseguida mandarán a alguien. Cuando pasa una hora y sigo sentada delante de un ordenador cuya mayor hazaña es dejarme entrar en internet, me levanto decidida y me planto en el departamento de informática, después de que me explicarán dónde está.
Mi padre me llama varias veces pero ahora no puedo hablar con él. Tengo que resolver esto.
Me hago amiga de Katy, una de las técnicas, que me graba en una tarjeta de memoria todos los programas que necesito. Me advierte que no se me ocurra volver a comer en la cafetería donde lo he
hecho hoy y quedamos para almorzar juntas la semana que viene. Parece simpática.
De vuelta en mi ordenador consigo instalar la mayoría de los programas sin problemas pero no me sirven de nada. Para poder acceder a los archivos de la revista necesito una clave. Vuelvo a
llamar al departamento de informática pero su jornada laboral termina antes y ya no hay nadie.
A las cinco ni el señor Sterling ni Ashton han regresado. Me resulta extraño así que me acerco a preguntar a la secretaria que ya está metiendo las cosas en su bolso y poniéndose la chaqueta.
- ¿Sabes cuándo volverá el señor Sterling? – pregunto.
- Mañana.
Resoplo. No me lo puedo creer. La tarde ha sido aún más desastrosa que la mañana.
- Cuando tiene reuniones en la ciudad por la tarde, nunca suele regresar – me explica apiadándose de mí -. Y mucho menos un domingo.
- Gracias – respondo con una sonrisa que no me llega a los ojos. Al menos está vez ha sido capaz de contestarme con más de tres palabras -. Me llamo Brittany – me presento probando suerte de nuevo.
- Yo soy Tina – y al fin sonríe -. Lo mejor será que te marches ya a casa. Asiento. Está claro que sí. Justo antes de salir por la puerta, se para en seco, como si hubiese recordado algo, y se gira de
nuevo hacia mí.
- Se me olvidaba – comenta -. Sterling me pidió que te dijera que mañana puedes tomarte el día libre por haber tenido que venir en domingo.
La miro confusa. Sterling no parece esa clase de jefe.
- ¿Suele hacer eso?
Tina resopla sin saber que contestar pero hace memoria y tras unos segundos frunce los labios algo molesta.
- La verdad es que no así que aprovéchalo.
La secretaria se marcha definitivamente y yo me quedo algo pensativa. No termino de entender la actitud de mi nuevo jefe.
Finalmente decido no darle más vueltas, recojo mis cosas y me marcho. Justo cuando voy a poner un pie en el primer escalón de la parada de metro de Port Authority con la cuarenta y dos, mi móvil
comienza a sonar. Miro la pantalla. Es mi padre. Por un momento pienso en dejarlo sonar y hablar con él cuando ya esté en casa y me haya bebido por lo menos una copa, él día bien lo ha merecido,
pero es la cuarta vez que me llama. Quizás sea importante.
- Hola, papá.
Hago todo lo posible por sonar animada. No quiero que se preocupe.
- Hola, pequeñaja.
Aunque solo han sido dos palabras, lo noto diferente.
- Papá, ¿ocurre algo? – pregunto alejándome unos pasos del bullicio de la boca de metro.
- ¿No lo sabes? – inquiere a su vez.
Definitivamente está enfadado.
- Santana Lopez ha estado aquí – me anuncia.
¡¿Qué?!
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Capitulo 20
Entro en un auténtico y genuino estado de shock y ante mi silencio mi padre continúa.
- Ha venido a pedirme tu mano.
No, no, no. No quería que se enterara así.
- Britt, sois muy jóvenes, eres muy joven – rectifica rápidamente -. Ya no me gustaba cuando era una simple neoyorkina mucho menos ahora que sé que es uno de las mujeres más ricas del país.
- Papá… – intento interceder por Santana.
- ¿Cuánto tiempo hace que os conocéis?
Presiento que la respuesta a esa pregunta no le va a gustar nada.
- Dos meses.
Mi padre resopla.
- Se lo he dicho a ella y te lo digo a ti. Eres muy joven y sois muy diferentes y encima apenas os conocéis. Lo siento, hija pero no puedo estar de acuerdo. Esto es lo último que necesito.
- Santana me hace feliz, papá.
Trato de sonar todo lo segura que puedo. Quiero que lo entienda.
- Santana acabará cansándote de ti – sentencia.
Sus palabras me caen como un jarro de agua fría. Ha sido muy duro.
- Siento ser yo quien te lo diga – continúa –, pero, ¿qué va a pasar cuando os deis cuenta de que no tenéis nada en común? ¿cuando pesé que os llevéis siete años?
- Uno no elige de quien se enamora – intento defenderme. La verdad es que ahora mismo me siento dolida – y tú deberías saberlo.
- Eso es cierto, pero soy tu padre y si está en mi mano impedir que sufras, voy a hacerlo.
- Así que no lo apruebas.
- No, no lo hago.
Asiento nerviosa consciente de que él no puede verme porque en realidad lo hago para mí, para asimilar de cada palabra que acabo de escuchar.
- Papá, tengo que coger el metro – continúo acelerando la despedida.
No quiero hablar más. Además dudo que el nudo que tengo en la garganta dejara pasar palabra alguna.
- Está bien. – Hace una pequeña pausa -. Te quiero, pequeñaja – añade intentando compensarme por todo lo que ha dicho antes.
- Yo también te quiero.
Cuelgo y suspiro con fuerza intentando contener el aluvión de lágrimas que amenaza con inundar mis ojos. No solo no quiere que me case con Santana si no que tiene clarísimo que se acabará cansando
de mí. ¿Y por qué demonios Santana ha hecho algo así sin consultarme? Si hubiéramos ido las dos , quizás podría haberle explicado a mi padre mejor las cosas. Ahora además de triste me siento furiosa.
¿Alguna vez piensa contar conmigo para algo?
En el metro no paro de darle vueltas a la conversación con mi padre e involuntariamente recuerdo las palabras del padre de Santana si te casas con ella te arrepentirás. No podrían estar más
de acuerdo.
Llego a Chelsea y llamo a la puerta. Santana debe haberme repito el código una decena de veces pero siempre lo olvido.
- Buenas tardes, Brittany.
- Hola, Finn.
Me dedica su sonrisa más profesional y yo se la devuelvo aunque no me sienta contenta en absoluto.
- Si no es mucha indiscreción, ¿qué tal su primer día?
Me vio salir del coche entusiasmada. Es lógico que pregunte.
- No ha estado mal, Finn.
Miento. Ahora mismo no me apetece hablar de ello.
- Me alegro.
Vuelvo a sonreír y otra vez no me llega a los ojos. Solo quiero meterme en la cama y no salir en dos días.
- ¿Santana ha llegado?
Finn asiente.
- Está en el salón.
- Gracias.
Sonrío de nuevo y subo las escaleras. A penas he atravesado el umbral del salón cuando la veo de pie mirando por el inmenso ventanal, absolutamente absorta en el atardecer de Manhattan. Tiene
el pelo húmedo y se ha cambiado de ropa. Ahora lleva una camiseta de mangas cortas azul claro y unos vaqueros. Descalza. Tiene un vaso de bourbon en la mano. Sujeta el cristal con sus dedos justo
en el borde y el vaso cae perezoso junto a su costado. No has tenido un buen día, ¿verdad, Lopez?
Doy un par de pasos más y Santana repara en mi presencia. Se gira pero no se acerca. En lugar de eso, deja el vaso de bourbon en el suelo y se apoya lentamente contra la cristalera. Sabe que lo sé. Es
obvio que mi padre me llamaría.
- ¿Por qué has ido a Santa Helena sin mí? – le pregunto esforzándome por sonar tranquila a pesar de lo furiosa que estoy.
- No era asunto tuyo – me espeta.
Su voz está endurecida y toda su expresión luce tensa.
- Es mi padre. ¿Cómo puede decir que no era asunto mío?
- Era algo que yo tenía que arreglar con tu padre, no tú. Nuestro compromiso está saliendo en la prensa y no quería que pensara que le estaba faltando el respeto por no hablar con él.
- ¿Y ahora que piensas hacer? – inquiero prácticamente en un susurro.
Estoy asustada. Asustada de que Santana haya decidido que nuestros padres tienen razón. Y lo estoy tanto que no había podido asimilarlo hasta este instante.
- Voy a casarme contigo – sentencia sin asomo de duda clavando sus increíbles ojos en los míos.
Todo mi cuerpo suspira aliviado. Corro hacia ella y me lanzo en sus brazos. Santana me estrecha contra su cuerpo y por primera siento que el día no está siendo un completo desastre.
Se separa lo suficiente para verme la cara. Sonríe y me contagia su gesto.
- Cuándo estaba esperando a que tu padre regresara del trabajo, Evelyn me enseñó tu habitación y cogí una cosa prestada.
Entorno los ojos divertida y la miro sorprendida. ¿A qué se refiere? Santana me hace un gesto para que espere, va hasta la gran mesa del salón y regresa con algo a la espalda. Sonríe divertida y yo
vuelvo a imitar su gesto. Cuando está a unos pasos, saca la mano y con ella un marco de madera oscura y un poco raído. Lo reconozco al instante. Es una fotografía de mi madre y mía cuando tenía
cinco años. Estamos en el balancín del porche que en aquellos tiempos ya era viejo. No sé como aún sobrevive.
- Pensé que te gustaría tener una foto de ella aquí.
Sonrío de nuevo y siento como los ojos se me llenan de lágrimas a la vez paso los dedos con suavidad sobre la fotografía.
- Adoro esta foto. Nunca me la llevé porque siempre creí que mi padre la necesitaba más que yo.
Santana me enjuga una solitaria lágrima con el pulgar y mi sonrisa se ensancha.
- Estoy segura de que le gustará saber que tienes una foto de ella.
Asiento.
- Podemos ponerla en la chimenea – me propone.
Asiento de nuevo. Me parece un sitio perfecto. Voy hasta la chimenea y con cuidado pongo la foto justo debajo de las dos en blanco y negro de Santana cuando era pequeño con Ryder y Quinn.
Miro el conjunto que forman las tres. Me encanta.
- Deberías poner más fotos.
- Puedes poner todas las fotos que quieras – responde recuperando su vaso de bourbon y caminando hacia la cocina.
Le sigo y me quedo al otro lado de la isla.
Toma la botella y rellena el vaso pero mientras la cierra, se lo robo y me lo bebo prácticamente de un trago ante su atenta mirada.
- Lo necesitaba – confieso en un hilo de voz tras toser. Desde luego el bourbon no es para cobardes.
Santana sonríe. Coge otro vaso y se sirve otra copa.
- Queda claro que no soy la única que ha tenido un día duro – comenta justo antes de dar un trago breve y elegante. No como el mío.
- Dejémoslo en que mi nuevo trabajo no es como creí que sería.
- ¿Ya me echas de menos? – pregunta presuntuosa, tratando de ocultar una sexy y descarada sonrisa.
Yo le hago un mohín y su gesto se ensancha. Aunque nunca lo admitiría, la verdad es que un polvo a mitad de mañana me habría subido mucho los ánimos.
- Y mañana tengo el día libre – comento irónica con una falsa sonrisa de oreja a oreja, fingiéndome contentísima aunque está claro que no lo estoy. Suspiro a la vez que hago girar el vaso entre mis manos. No pienso martirizarme -. De todas formas solo ha sido el primer
día. Mejorará – sentencio y de veras lo creo.
Santana le da un nuevo trago a su bourbon y se inclina sobre el mármol.
- No soy una experta en estos temas pero hace casi una semana que nos prometimos, no deberías estar corriendo por ahí con tus amigas y un montón de revistas de novia sobre el brazo planeando nuestra boda.
Sonrío. Quiere animarme.
- ¿Esa boda que nadie quiere que se celebre? – bromeo.
- Justamente esa – responde con una sonrisa.
Bebo un sorbo de mi copa, está vez mucho más juicioso, y mientras lo saboreo, noto que Santana continúa mirándome. Está esperando una respuesta. Me encojo de hombros.
- No lo sé. Supongo que ya habrá tiempo.
- No quiero casarme contigo el año que viene.
- Pero tampoco la semana que viene, ¿verdad? – vuelvo a bromear.
Entonces Santana me dedica su media sonrisa y sus ojos brillan con fuerza. Quiere justamente eso.
- No podemos casarnos la semana que viene – le aclaro.
- ¿Por qué no? – responde incorporándose.
- Porque no daría tiempo a organizar nada – contesto como si fuera obvio. ¡Y es obvio!
- Ves como tendrías que estar corriendo con las revistas de novia sobre el brazo – replica rodeando la isla de la cocina y colocándose frente a mí.
- Se razonable.
- Odio que me pidas eso – replica inclinándose sobre mí. Su voz se agrava -, contigo no puedo serlo.
Sus labios están muy cerca de los míos. Mi respiración se acelera.
- Necesito un par meses.
- No – responde sin ninguna duda justo antes de besarme.
Yo la recibo encantada. Santana me estrecha contra su cuerpo y el calor que desprende me inunda.
- Un mes – pronuncio contra sus labios.
- Una semana – replica a la vez que me sienta en el taburete y se hace hueco entre mis piernas.
Eso es una locura.
- Tres semanas.
Pierde su boca en mi cuello. Gimo. Santana coloca sus manos en los borde del taburete, flanqueando mis piernas y me mira desde mi misma altura.
- Tienes dos semanas y ni un solo día más. Quiero ese papel para que le quede claro a todo el mundo que eres mía.
Sonrío y me pierdo en sus ojos. Suena tan segura de si misma, tan convencida que solo puedo dejarme llevar.
- Dos semanas – repito.
- Dos semanas – repite con una arrogante sonrisa.
Se ha salido con la suya y lo sabe pero yo he conseguido que ceda aunque sea muy poco.
“Di más bien muy muy muy poco”.
Me besa de nuevo y yo rodeo su cuello con mis brazos. Ella es todo lo que necesito para sentirme mejor.
Me pongo uno de mis pantalones cortos de pijama y una camiseta de tirantes. No me molesto en buscar las chanclas. Lo cierto es que ni siquiera sé si las traje.
Regreso al salón. Santana está sentada en uno de los taburetes de la cocina, que gracias a ella no volveré a mirar con los mismos ojos, charlando con la señora Aldrin. Ella dice algo en francés, ella
responde en el mismo idioma y ambos se echan a reír. Nunca me canso de oír esa risa. Es tan sincera, tan bonita. No esconde nada y eso me encanta.
- Buenas noches, señora Aldrin – la saludo con una sonrisa caminando hacia ellas.
- Buenas noches, ma petite.
Me quedo de pie junto a Santana que me observa de arriba abajo.
- Estoy preparando mini quiches de verdura – me comenta la cocinera -. ¿Quiere probarlas?
Asiento. La señora Aldrin me tiende un plato y yo me estiro sobre la encimera para coger una.
Santana aprovecha para mirarme el culo sin ninguna discreción.
Doy un bocado. Sabe de maravilla.
- Está deliciosa.
La señora Aldrin sonríe y se dirige al horno. Imagino que para controlar el resto de las mini quiches.
Santana alza la mano y suavemente pasea su dedo índice por las marcas de mi antebrazo. Sonríe y yo también lo hago.
En ese momento mi iphone comienza a sonar. Miro a mi alrededor intentando averiguar dónde está. Siguiendo el sonido voy hasta el sofá y veo mi bolso. Deprisa lo abro y saco el smartphone. Es
Sugar.
- Hola – le saludo.
- Estás saliendo en el canal uno.
Sin decir nada más cuelga y yo camino acelerada hasta la sala de la televisión. Enciendo la tele, busco el canal uno y me veo allí, en las escaleras del Museo Metropolitano, a cincuenta pulgadas, en
un horrible programa de cotilleos: Saints, Sinners & Celebs. La tertulia se divide entre los que opinan que Santana me dejará tirada en cuanto deje de resultarle divertida en la cama y los que creen que soy una cazafortunas con un plan muy elaborado y que me quedaré embarazada antes de que eso pase.
Boquiabierta y absolutamente atónita me siento en la pequeña mesa de centro. No me lo puedo creer. Automáticamente hago memoria intentando recordar que alcance tiene el canal uno. Es local.
Canturreo la sintonía de los avances informativos. Tu canal local en Nueva York . Suspiro aliviada.
Es imposible que mi padre lo esté viendo.
“Pero Carson Riley sí”.
Resoplo. Actualmente tengo demasiados frentes abiertos.
Me levanto de un salto y apago la tele. No voy a martirizarme. Salgo de la habitación y camino de nuevo hacia el salón. Es solo un estúpido programa más del corazón. Con un poco de suerte
mañana una de las Kardashian cambiará de novio y nadie se acordará de mí.
- ¿Todo bien? – pregunta Santana al verme acercarme de nuevo hasta ella. Asiento y me preparo para decir que sí, que todo va bien.
- Claro. Todo bien.
Me mira perspicaz. He tardado unos segundos más de lo estrictamente necesario y obviamente ese pequeño detalle no le ha resultado indiferente.
- Nena – me apremia tirando de mí hasta dejarme entre sus piernas.
Suspiro. No quiero darle importancia.
- Un estúpido programa de cotilleos – digo en un golpe de voz.
Santana resopla y observa sus propios dedos meterme un mechón de pelo tras la oreja.
- Britt, se cansarán.
Ahora mismo está preocupada por cómo me siento y eso es lo último que quiero. Ya está demasiado presionada con demasiadas cosas.
- Lo sé – digo obligándome a sonreír -. De veras que estoy bien. Solo ha sido el primer impacto.
Santana me dedica su media sonrisa. Es plenamente consciente de que no estoy tan bien pero también sabe que no quiero darle más vueltas.
Cenamos las deliciosas quiches de la señora Aldrin. Tengo que obligarme varias veces a dejar de pensar en lo que ha ocurrido hoy. Por suerte Santan está de lo más encantadora. Está claro que quiere
mantenerme entretenida e incluso me cuenta un par de anécdotas de su infancia sin que tenga que insistirle. Entre eso y el vino consigo relajarme.
- Tengo que trabajar – me anuncia Santana -. Tengo que ponerme al día. Con el viaje de hoy apenas estuve una hora en la oficina.
Le miro y asiento sin protestar lo que le hace fruncir el ceño al tiempo que me observa bastante sorprendida.
- Tengo que planear una boda, ¿recuerdas? Una loca controladora me ha dado solo dos semanas – añado impertinente a modo de explicación. Santana sonríe. Diría que incluso se siente orgullosa.
- Pues no la entretengo más.
- ¿Alguna petición en especial? No sé, los centros de mesas, los ramos de las damas de honor.
- Que el vestido de la novia tenga muchos broches y botones y encaje y gasa. Cuando te desnude la noche de bodas – continúa amenazadoramente sensual con sus ojos hipnotizándome –, quiero sentir que estoy desenvolviendo mi regalo de navidad.
Uau. Eso ha sido demasiado.
Sonríe para asegurarse de que me quedaré inmóvil babeando por ella al menos cinco minutos y se marcha a su estudio.
Estoy empezando a pensar que tengo que aprender a devolvérselas. No estaría mal ser la que se marcha triunfal alguna vez.
Me instalo en la habitación y cojo mi portátil. Comenzaré por buscar las cosas más básicas: la iglesia y un lugar donde celebrarlo. Tendré que ser increíblemente eficiente. Dos semanas es muy poco tiempo. Intento encender el ordenador y me doy cuenta de que está sin batería. Busco el cargador por toda la habitación y no hay rastro de él. Probablemente lo haya olvidado en mi apartamento.
Me pongo los ojos en blanco por ser tan despistada y me dirijo al estudio para pedirle a Santana su MacBook.
- Está en la estantería – responde desde su mesa.
Me acerco hasta la enorme librería al fondo de la estancia y lo cojo. Entonces me doy cuenta de que necesito un dato básico que aún no tengo.
- ¿Cuál es el presupuesto? – pregunto colocándome frente a ella.
Santana sonríe y yo me siento como la imbécil más imbécil del mundo. Acabo de preguntarle cuál el presupuesto para una boda a alguien que hoy mismo ha volado a Carolina del Sur en su jet privado.
- Gástate lo que quieras – añade.
Yo le hago un mohín y su sonrisa se ensancha. Con esas cuatro palabras acaba de reírse de mí.
De vuelta a la habitación me siento en la cama con la espalda apoyada en el sofisticado cabecero. Abro el portátil y la pantalla inmediatamente se ilumina. Parece que Santana lo había estado usando y no llego a apagarlo.
Voy cerrando todos los archivos que dejó abiertos y sin darme cuenta acabo delante de la bandeja de entrada de su email, la última página de internet que tenía abierta. Involuntariamente echo un fugaz vistazo. No quería mirar y me arrepiento de haberlo hecho porque he visto al menos diez correos con Marisa Borow como remitente.
Rápidamente cierro la página e incluso el ordenador. No quiero tener la oportunidad siquiera de poder plantearme si leerlos o no. Sin embargo no puedo evitar pensar que son demasiados correos en
una cuenta personal de alguien a quien solo le unen negocios.
Resoplo y me dejo caer en el colchón. Me cubro con la sábana y apago la luz de un manotazo malhumorada. Ahora mismo me gustaría estar en mi cama. Cada centímetro de ésta me recuerda a
sexo maravilloso y pervertido y eso no me ayuda a poder regodearme en mis desgracias y son muchas. Me lo merezco.
Unas tres horas después sigo sin poder dormir. No paro de darle vueltas al horrendo día de trabajo, a la llamada de mi padre, al programa de televisión y por si fuera poco, están todos esos
emails de esa estúpida arpía.
Trabajo, Pierce. Es solo trabajo, no paro de repetirme.
Decido que mañana iré a la revista de todos modos. Necesito hacerme con mi puesto y, por ejemplo, conseguir que mi ordenador empiece a funcionar como es debido. No quiero días libres y mucho menos cuando ni siquiera entiendo por qué los tengo.
Escucho pasos en el pasillo. Es Santana. Sin saber muy bien por qué me hago la dormida. No quiero hablar con ella. Si lo hago, sé que acabaremos discutiendo por los emails y en realidad, no tengo nada
que reprocharle. Además le prometí que confiaría en ella.
Oigo como se acerca a la cómoda, saca todo lo que lleva en los bolsillos y lo deja sobre el mueble. Se desabrocha los botones de sus Levi’s y el sonido llena toda la habitación. Estoy muy
tentada de mirar pero me contengo.
Camina hasta la cama. Siento el peso de su cuerpo al tumbarse. Inmediatamente me rodea con sus brazos, tira de mí y me estrecha contra ella. Da una bocanada de aire y siento su pecho relajarse contra
mi espalda.
Su contacto, su olor, su calor hacen que esté a punto de rendirme pero no quiero hablar, no quiero discutir, solo quiero sentirla cerca. Una iluminación atraviesa mi mente como un ciclón: ¿Será eso lo
que siente Santana cuando se encierra en si misma?
El despertador suena tempranísimo o por lo menos esa es la sensación que tengo. Miro el reloj. Son las siete. A penas he dormido y cuando lo he hecho, ha sido un sueño intranquilo por lo que no
he conseguido descansar mucho.
Me levanto despacio para no despertar a Santana y me meto en la ducha. Empiezo a arrepentirme de haber decidido ir a trabajar. Estoy cansadísima y muerta de sueño.
Salgo envuelta en la toalla y voy hasta el vestidor. No sé qué ponerme. Mi cerebro está enmarañado por todo lo que pasó ayer y ni siquiera la ducha me ha ayudado a poner la mente en blanco. Necesito dejar de pensar urgentemente.
- ¿Dónde vas? – pregunta.
Su voz suena ronca y a pesar de ser por el sueño resulta de lo más sexy.
Alzo la cabeza y veo a Santana apoyada en el marco de la puerta, Está gloriosamente desnuda y por un momento me limito a disfrutar de cada centímetro de su cuerpo.
Sí, esto es justo lo que necesitaba. Deberían recetarlo los médicos para el estrés. San- prozac,consúmase desnuda. “Ni que lo digas”.
- Britt, ¿dónde vas? – vuelve a preguntarme.
- A trabajar – respondo saliendo de mi ensoñación.
Santana asiente. Tira de los primeros vaqueros que ve y prácticamente se los pone a la vez que una camiseta de mangas largas. Se la remanga y se desabrocha los primeros botones del cuello.
Suspiro. Está para comérsela lo que es sumamente injusto, no ha tardado ni dos minutos en arreglarse.
Se sienta sobre una de las baldas del vestidor y se calza sus viejas deportivas.
- Vístete. Te llevo a desayunar – me informa.
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Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
La miro esperando a que se levante y se vaya pero no se mueve. De pronto una sonrisa de lo más presuntuosa asoma en sus labios.
- Márchate – le pido fingidamente indignada.
- No – responde tan divertida como arrogante.
Resoplo contagiada de su humor. No quiero vestirme delante de ella porque sé que acabará apañándoselas para que no salgamos de aquí en toda la mañana y aunque la idea me parece muy
sugerente, de lo más sugerente en realidad, no puedo dejar que lo haga. Tengo que ir a la revista. Seguimos mirándonos. Se está divirtiendo y no va a irse por nada del mundo. Sopeso mis
opciones y finalmente una sonrisa se dibuja en mis labios. Este sería un bueno momento para practicar eso de dejarla embobada y robarle la reacción. Es exactamente lo mismo que ella hace conmigo. Por suerte para mí ella ya está vestida.
- Como quiera, señorita Santana.
Me giro con una sonrisa, voy hasta la cómoda y elijo un conjunto de ropa interior. Sí, uno de los que me compró en La Perla será perfecto. Está lleno de encaje por todas partes. Me giro de nuevo y
dejo que la toalla caiga al suelo. Santana entre abre los labios sin perder esa sonrisa tan sexy y presuntuosa y me recorre el cuerpo
con el deseo brillando en el fondo de sus ojos.
Yo cojo las bragas y me las pongo despacio, dejando que imagine que son sus dedos los que están subiendo por mis muslos. Al terminar, alzo la mirada y sonrío todo lo sensual que puedo. Santana suspira brusca y la lujuria centellea en su mirada.
Tomo el sujetador y me lo pongo. Me acomodo el pelo en el hombro e inocentemente paso el dedo por el borde del sujetador siguiendo su contorno sobre uno de mis pechos.
Vuelve a suspirar, casi gime. Sí, lo estoy consiguiendo.
Paso a su lado sin que nuestros cuerpos se rocen lo más mínimo. Tiro de uno de los vestidos que me compró en Tommy Hilfiger y me lo pongo igual de despacio, haciendo que no pierda detalle. Me
calzo mis botas de media caña camel con tachas y me recojo el pelo en una cola de caballo.
Cuando estoy lista, camino una par de pasos hasta el espejo y doy una vuelta para ver cómo me queda el vestido. Después me inclino un poco sobre el cristal y deslizo la yema del dedo corazón
sobre mi labio inferior como si me retocase el carmín. Ese simple gesto ha tenido un eco directo en Santana.
Paso de nuevo por su lado y al ver que no me sigue, giro sobre mis talones y le miro directamente a los ojos.
- Vas a llevarme a desayunar ¿o qué, Lopez?
Santana sonríe, resopla a la vez que se pasa la mano por el pelo y finalmente se levanta.
¡Misión cumplida! Ahora mismo me siento muy orgullosa de mí misma.
Vamos a una pequeña cafetería especializada en cupcakes a unas manzanas de casa de Santana.
Me siento en una de las mesas de la terraza mientras ella entra a pedir. A los minutos regresa con una pequeña bandeja de plástico con dos cafés y un platito lleno de mini cupcakes de diferentes
sabores.
Sonrío encantada. La mañana está mejorando. Voy a desayunar con ella, hace una temperatura de lo más agradable y pienso atiborrarme de magdalenas.
- No te olvides que el abogado vendrá a casa a última hora de la tarde
Asiento y le doy un bocado a la primera cupcake. Es de fresa y nata. Riquísima.
- ¿Vas a ir a la oficina? – pregunto sin soltar la magdalena. Acabo de encontrar mi cafetería preferida.
Santana asiente tras darle un sorbo a su café con la mirada perdida tras sus wayfarer en las calles de Manhattan.
- Qué remedio – se queja -. Has decidido ser una buena chica y no aprovechar tu día libre.
Me has dejado sin diversión.
- ¿Por qué? ¿Tenías algo pensado?
- Pensaba pasarme toda la mañana revolcándome contigo – contesta con total naturalidad.
Le miro boquiabierta. Otra vez ha conseguido que mi cerebro solo pueda suspirar. Santana se cruza de brazos sobre la mesa y se inclina discretamente hacia mí.
- Y no te creas que no me he dado cuenta de lo que has hecho antes en el vestidor.
- No he hecho nada – me defiendo fingidamente inocente.
- Me has provocado así que me debes una y sabes que yo siempre me las cobro. Trago saliva. Los latidos de mi corazón se desbocan.
- ¿Ahora? – musito con la mirada llena de expectación.
Santana sonríe sexy.
- Cuando quiera.
Otra vez esa voz de jefa exigente y tirana.
- Pero hay como veinte personas aquí – musito nerviosa.
- Britt – me llama sensual.
Solo necesita pronunciar mi nombre una vez para recordarme quién lleva el control.
- Pon tu mano en tu rodilla – me ordena en un susurro.
Asiento.
- Quiero que la subas lentamente, muy despacio, Britt.
Hago lo que me dice. Mi respiración se acelera.
- Sigue por debajo del vestido.
Toco la piel y la tela toca mi mano.
- Aráñate suavemente en el interior del muslo cuando subas por él.
Lo hago y ahogo un suspiro. Santana sonríe. Estoy a punto de llegar a mis bragas.
- Habla, Brittany. Dime lo que sientes.
Trago saliva. Es demasiado complicado concentrarme en no suspirar y hablar al mismo tiempo.
- Encaje – musito con la voz entrecortada. No soy capaz de decir nada más.
- Acaríciate – susurra salvaje.
Abro los ojos como platos y Santana sonríe más sexy que nunca con sus ojos posados en los míos.
¡Habla completamente en serio! El corazón va a escapárseme del pecho. Suspiro intentando
controlarme. Deslizo los dedos. Estoy húmeda, preparada y eso me excita aún más.
Me muerdo el labio inferior para evitar gemir y los ojos de Santana se clavan automáticamente en mi boca. Deja escapar un levísimo, casi inaudible, gemido.
- No pares - me ordena
Yo obedezco y por Dios, eso es lo más excitante de todo.
- Separa las piernas.
Lo hago y mis dedos se deslizan casi hasta mi abertura. Estoy a punto de gemir. Sin darme cuenta cierro los ojos.
- Britt – me llama.
Y la urgencia y el deseo de su voz me hacen volver a abrirlos inmediatamente.
- No dejes de mirarme – me exige.
Asiento. Dejo que mis dedos entren y milagrosamente aguanto el grito que quiero dar. Bajo mi otra mano y me agarro con fuerza al bajo de mis vestido, retorciéndolo. Esto es demasiado.
- Para – me ordena.
Le miro confusa y Santana sonríe.
- ¿Por qué? – pregunto con la respiración entrecortada.
Está claro que no quería parar.
- Porque quiero que lo hagas – responde arrogante.
Se levanta y me tiende la mano. Es evidente que quiere que me levante y vaya con ella pero no sé si mis piernas van a responderme. Finalmente cojo su mano.
Sin decir nada me lleva hacia el interior del restaurante. Me siento revolucionada por dentro y cada paso sin quererlo me excita aún más.
Santana atraviesa el pequeño local con paso seguro. Accedemos a un pasillo aún más pequeño. Pienso que va a llevarme a los lavabos pero a unos metros de distancia de ellos nos hace girar y alcanzamos una escaleras que imagino que dan a la azotea o algún almacén.
La cristalera entre tramos llena de penumbra el lugar donde estamos. Puedo oír el trasiego de camareros, el murmuro de los clientes.
En mitad de las escaleras me empuja suavemente y sin mediar palabra me besa desbocada, acelerada, liberando todo el deseo que ha contenido en la mesa, haciendo que el mío explote.
Baja sus manos apremiantes y las enreda en mis bragas para romperlas de un acertado tirón.
Gimo.
Me muerde el labio inferior y tira de él como yo hice hace unos minutos. No es posible que hayamos saciado nuestra hambre de sexo es este lugar.
Finalmente Santana se separa despacio y me da un beso suave y muy dulce.
- Eres increíble, señorita Pierce – susurra con sus ojos posados en lo míos. A esta distancia tan corta no tengo ninguna posibilidad de escapar de ellos - y jamás podría cansarme de ti.
Soy plenamente consciente de que no ha elegido esas palabras arbitrariamente. Probablemente mi padre las usara con ella como las uso conmigo o quizás haya sido alguno de esos artículos. Yo le miro
sin saber qué contestar. Era exactamente lo que necesitaba oír para poder dejarlo todo atrás.
Antes de que pueda responder toma mi mano y comenzamos a bajar las escaleras. Tras unos peldaños se detiene y recoge la tela de mis bragas destrozadas. Menos mal, yo ya las había olvidado.
Salimos de la cafetería. Finn nos espera a menos de una manzana con el coche. El chófer me abre la puerta y entro pero justo cuando va a hacerlo Santana, Finn le comenta algo al oído y charlan durante
un par de minutos.
Santana se saca el móvil del bolsillo de atrás de los vaqueros y al fin entra en el coche con la mirada centrada en la pequeña pantalla.
Nos incorporamos al tráfico que hoy rueda demasiado lento y tedioso. Sin previo aviso comienza a llover. Nadie lo habría dicho con la temperatura tan buena que disfrutábamos hace menos de una
hora.
Santana sigue concentrada en el teléfono. Empiezo a aburrirme, sobre todo porque no tengo ningunas ganas de ir a trabajar.
- Finn, ¿puedes poner algo de música? – le pregunto.
El chófer asiente e inmediatamente comienza a sonar una canción. Sing de Ed Sheeran. De reojo puedo ver como Santana sonríe.
Sí, le he pedido algo. No seas infantil, protesto mentalmente.
Santana sigue pendiente de su teléfono y yo sigo con la mirada perdida en la ciudad. Llueve aún más fuerte.
El coche se detiene en la esquina de Broadway con Times Square.
- Te recogeré a las cinco. El abogado estará en Chelsea sobre las seis y media.
Asiento pero la verdad es que ya había olvidado lo del abogado y lo prefería. Sigue sin hacerme ninguna gracia que me regale el apartamento.
Voy a salir pero Santana me coge por la cintura y me sienta en su regazo. Toma su cara entre mis manos y me besa rindiéndome a ella por completo.
- Hoy irá mejor – sentencia completamente convencida.
- Lo sé – respondo contagiada de su seguridad.
Ambas sonreímos de nuevo. Me besa otra vez y me muerde el labio inferior. Yo gimo contra su boca y ella sonríe justo antes besarme de nuevo.
- No vayas a trabajar – susurra contra mis labios -. Deja que te lleve al primer hotel que nos encontremos y te folle hasta que se vaya el sol.
Suspiro. La cabeza me da vueltas. Deja que lo haga, Pierce, suplica todo mi cuerpo. No podría ser más tentador.
- No puedo – respondo e incluso yo misma me sorprendo.
Santana se separa de mí, me observa con detenimiento y finalmente sonríe.
- Bájate antes de que arrepienta.
Le devuelvo la sonrisa y me salgo del coche. Corro hasta la entrada para no mojarme y me giro para ver como el A8 desaparece calle arriba. Todavía no me puedo creer que no me haya ido con ella.
El karma me debe una jornada laboral extraordinaria.
Me sacudo el agua de mi vestido y giro sobre mis talones. Saludo al guardia de seguridad, que hoy tiene cara de pocos amigos, y cojo el ascensor.
Menos de un minuto después estoy cruzando la redacción. Hay exactamente el mismo bullicio que había ayer. Está claro que fui la única a la que le dieron la posibilidad de tener el día libre y eso no
hace sino escamarme más.
Entro en el despacho. Saludo a Tina y voy hasta mi mesa. Enciendo el ordenador e inmediatamente del primer cajón saco las dos tarjetas de memoria que me dieron en el departamento de informática. Hoy tengo un objetivo claro: hacerme con el control de este maldito chisme.
Estoy peleándome con el programa MySQL para gestionar bases de datos cuando la puerta del despacho de Robert Sterling se abre y sale Ashton. Al darse cuenta de mi presencia sonríe y me saludo fugazmente con la mano.
- ¿Qué haces aquí? - inquiere dejando la carpeta que lleva sobre su mesa y buscando otra entre las demás que tiene apiladas en el escritorio.
- Quería venir para ponerme al día.
Él sonríe.
- Ashton – le llama Sterling desde el despacho -, avisa a Phillip y tráeme esos artículos corregidos.
Ashton pone los ojos en blanco, me sonríe y se marcha. Yo le devuelvo la sonrisa aunque no me llega a los ojos. Cuando me quedo de nuevo sola, resoplo y me dejo caer sobre mi silla. Tengo que
ponerle solución a esto ya.
Con esa única idea en la cabeza me levanto como un resorte y decidida voy hasta el despacho de Sterling. Llamo suavemente a la puerta entreabierta y espero a que me dé paso.
- Señor Sterling… – digo caminando hasta colocarme frente a su mesa.
- Ah, eres tú – me interrumpe algo sorprendido, volviendo toda su atención a los documentos que está revisando.
Échale valor, Pierce.
- Es obvio que no confía en mí – me sincero.
Mis palabras hacen que deje lo que está haciendo y me mire de nuevo
- Probablemente piense que soy muy joven para el puesto – continúo – o que no tengo la experiencia necesaria. Pero soy buena en esto. Se me da bien y me esfuerzo mucho así que si me da una oportunidad, creo que podría resultarle muy útil.
Sterling me observa en silencio.
- ¿Quieres resultarme útil? – contesta al fin –. Pues prepárame café y no vuelvas a interrumpirme – sentencia.
Suspiro fugaz y llena de rabia y niego con la cabeza una sola vez.
- Claro, señor Sterling.
Giro sobre mis talones y me encamino hacia la puerta. En ese momento entran Ashton y un chico que no conozco con varios dosieres en la mano.
- Vamos, tenemos mucho trabajo que hacer – les apremia Sterling.
Cierro la puerta tras de mí e irradiando un enfado monumental voy hasta la sala de descanso y preparo café. No comprendo su actitud. Si solo necesitaba alguien que le llenara la taza, ¿por qué me
ha contratado?
Regreso al despacho y dejo el café sobre su mesa. Está observando la maqueta de este número de la revista. Involuntariamente me quedo unos segundos mirándola yo también. Hay algo que no me
cuadra.
- Cierra la puerta al salir – me pide Sterling extrañado de que siga de pie a su lado.
Asiento y salgo de su oficina. Definitivamente debí aceptar la proposición de Santana e irme al hotel con ella.
El resto de la mañana intento sin ningún éxito que el ordenador me obedezca. A la hora de comer voy hasta la cafetería que Katy, la chica de informática, me recomendó pero lo cierto es que apenas
tengo hambre.
Sentada en uno de los taburetes de la barra pienso seriamente en llamar a Santana e irme con ella.
Suspiro bruscamente. Yo no soy así. No me rindo por el amor de Dios. De pronto recuerdo las palabras de Sugar cuando bromeando me dijo que ya no tenía que preocuparme por trabajar, pero es que a mí me gusta mi trabajo. Algún día quiero llegar a ser editora. No quiero convertirme en otra esposa de mujer de negocios aburrida y desdeñosa, centrada en la carrera de su pareja y en lo que
hace o deja de hacer el servicio porque no tiene una vida propia. Vuelvo a resoplar con más fuerza.
Y encima hoy va a regalarme un maldito apartamento. Me llevo la mano a la frente y suspiro por tercera vez. No puedo aceptarlo. Es más, necesito que entienda que tengo que seguir pagando el
alquiler.
“Eso nunca sucederá. Asúmelo, Pierce”
La tarde es aún peor que la mañana. Sterling se marcha a varias reuniones a las que por supuesto solo se lleva a Ashton. Tengo la tentación de volver a hablar con él pero no creo que sirviera de
mucho. Por lo menos consigo las claves para acceder a los archivos y puedo familiarizarme con el sistema de maquetación de Sterling.
A las cinco despejo mi mesa, cojo mi bolso y salgo del despacho. En el vestíbulo me cruzo con Ashton y Sterling. Imagino que regresan de su última reunión.
- Señor Sterling – me despido de mi jefe -. Hasta mañana, Ashton.
- Hasta mañana, Brittany.
Abro la inmensa puerta de cristal. Ha dejado de llover pero se ha levantado un intenso viento haciendo que estemos en perfecta calma y un segundo después una bocanada de aire mueva las hojas
de los árboles como si fuera un huracán. Por suerte veo el Audi A8 a unos pasos de mí. Finn me saluda con una sonrisa que le devuelvo y me abre la puerta. No sé por qué me giro otra vez hacia el
edificio. Creo que es porque una parte de mí espera no tener que volver jamás. Al hacerlo me sorprendo al ver a Sterling y Ashton observándome.
Decido no darle importancia y me meto en el coche.
- Señorita Pierce – me saluda santana guardándose el iphone en el bolsillo interno de su chaqueta.
- Señorita Lopez – respondo de igual forma.
Lleva uno de sus trajes de corte italiano, camisa blanca lo que significa que ha pasado el día en la oficina.
Finn ocupa su asiento y nos incorporamos al tráfico al instante.
- ¿Qué tal tú día? – me pregunta.
- Digamos que me arrepiento mucho de no haber aceptado tu proposición de llevarme al hotel.
Santana sonríe, se inclina sobre mí y me besa. Ya me siento mucho mejor.
Su móvil comienza a sonar.
- Lopez… - contesta separándose de mí -… ¿Cuándo?
Casi al mismo tiempo, a unas manzanas de casa, Finn reduce la velocidad hasta detener el coche por completo.
- Señorita Lopez, los fotógrafos han vuelto – le informa su hombre para todo -. ¿Qué quiere que haga?
Santana resopla. Sin separase el teléfono de la oreja, ladea la cabeza y mira por el cristal frontal.
- Vamos a casa.
Finn asiente y reanuda la marcha.
- … Te llamo luego.
Cuelga sin esperar respuesta, toma mi mano y la aprieta con fuerza. Está furiosa.
- No te preocupes los cristales están tintados – me dice.
Yo asiento y un segundo después nos vemos inundados por una nube de flashes y voces que nos llaman por nuestro nombre como si nos conociesen de toda la vida. Finn los esquiva hábil y veloz y
entramos en el parking.
Santana y Finn se bajan al mismo tiempo. Me tiende la mano para que yo también lo haga y salgo deprisa.
- Asegúrate de que ninguno de ellos pone un pie dentro – masculla.
Finn asiente y Santana nos Bguía rápido hacia el interior. Si n soltarme la mano saca su iphone y desliza el pulgar por la pantalla.
- Mackenzie – pronuncia arisco -, no quiero verlos en la puerta de mi casa ni un puto segundo más.
Cuelga, se guarda el teléfono y se pasa la mano por el pelo. Pulsa el código del ascensor malhumorada y las puertas se abren de inmediato.
En cuanto entramos se desabrocha los primeros botones. Su expresión está tensa Realmente está muy enfadada y yo comienzo a pensar que tiene que haber algo más. No es la primera vez que nos encontramos con una decena de fotógrafos.
- San, ¿qué ocurre?
Frunce el ceño y me mira confusa.
- Quiero decir, es obvio que pasa algo más.
- No pasa nada, Britt.
Suspiro. ¿Por qué tiene que ser testaruda?
Salimos del ascensor. Santana atraviesa el salón destilando rabia, va hasta la cocina y sirve dos vasos de bourbon. Yo la observo desde el otro lado de la isla de la cocina.
- Sé que no te gusta hablar, Santana.
- Joder, Britt – me interrumpe -. No empieces. No quiero hablar así que esta conversación se acaba a aquí.
Le da un trago a su copa. No pienso rendirme.
- ¿Es por la empresa? ¿Algo va mal?
Sonríe fugaz y arisca.
- ¿Tu padre? – pregunto y lo hago de forma más tímida.
Santana alza la mirada y clava sus ojos metálicos e intimidantes sobre los míos. En este instante siento que podría atravesarme con ellos.
- No es asunto tuyo – masculla.
- Maldita sea, Santana. Sí que lo es. Tu padre no quiere que nos casemos y seguro que te ha estado presionando con eso – casi grito furiosa.
¿Cómo puede pretender que eso no me afecte?
- No es asunto tuyo – repite.
Sonrío nerviosa, breve, fugaz.
- ¿Sabes? Empiezo a pensar que todo el mundo tiene razón sobre nosotras porque qué futuro nos espera si tú eres incapaz de hablar conmigo.
Giro sobre mis talones y subo las escaleras ante su atenta mirada.
Entro en el dormitorio y me siento en el borde la cama. Odio esta situación. Odio que nunca quiera hablar. Lo hace todo demasiado complicado.
Miro a mi alrededor sin ningún motivo en especial y frunzo el ceño al ver un caja envuelta sobre la cómoda. Me levanto y voy hasta el mueble. Sobre el paquete hay una nota. La observo e
involuntariamente sonrío al reconocer la letra de Santana.
Para que puedas planear nuestra boda
Rasgo el papel de regalo despacio y abro la boca sorprendida cuando descubro que se trata de un ipad retina.
Cojo la caja y vuelvo a sentarme en la cama. No quiero ser una maldita desagradecida pero tiene que dejar de comprarme cosas urgentemente.
“¿Te preocupa un ipad el mismo día que va a poner un apartamento en el Village a tu nombre?”.
Suspiro de nuevo y me dejo caer sobre el colchón. Definitivamente tendría que haber aceptado su proposición y pasar todo el día con ella en el hotel. Por lo menos ahora estaría mucho más relajada
y probablemente demasiado cansada para pensar.
Oigo pasos acercarse a la habitación. Pienso que es Santana y me preparo mentalmente para seguir con la pelea.
- Disculpe, Brittany - es la señora Aldrin.
Me incorporo y la miro esperando a que continúe.
- Santana quiere saber si está preparada para bajar. El abogado está aquí.
Suspiro mentalmente.
- Dígale que enseguida voy. La cocinera sonríe, asiente y se marcha y yo me permito suspirar casi resoplar. Soy plenamente
consciente de que sin haber resuelto la primera discusión estoy a punto de crear otra, pero no puedo aceptar ese apartamento.
Entro en el vestidor, busco el sobre que Santana me dio con los cheques que le reenvió el señor Stabros, cojo uno y me lo meto en el bolsillo. No puedo ceder en esto. Bajo al salón y camino con paso titubeante hacia el estudio. Me detengo bajo el marco de la
puerta y al fin alzo la mirada. Santana y un hombre, que reconozco del Lopez Group, están de pie junto al sofá revisando unos documentos. Suspiro una última vez. Me va a hacer falta.
Santana se da cuenta de mi presencia e inmediatamente busca mi mirada con la suya aunque no dejo que la atrape. Me observa unos segundos más y suspira cansada. Todo esto tampoco es fácil para ella.
- ¿Querías verme? – pregunto tratando de sonar indiferente.
Sigo enfadada y tengo que concentrarme en estarlo, por la discusión que aún no ha terminado y por la que estoy segura de que está a punto de empezar.
- Ven aquí – me pide.
Asiento y camino hasta colocarme a su lado.
- Él es Wyatt Lawson. Ha traído toda la documentación que tienes que firmar para que las escrituras del apartamento queden a tu nombre.
Es el momento de echarle valor, Pierce.
Abro la boca dispuesta a empezar mi discurso pero alguien llamando a la puerta me interrumpe.
Santana y nos volvemos a la vez y vemos a Finn bajo el umbral.
- Señorita Lopez, su padre está aquí.
Casi en el mismo instante el Mayor de los Lopez entra en la habitación. La expresión de Santana cambia en un microsegundo. Ahora está claramente en guardia. Ninguno de los dos habla y la situación se
vuelve muy incómoda, violenta.
- Buenas noches, señor Lopez – le saludo tratando de sonar conciliadora.
- Buenas noches, Britt – me responde amable.
- ¿Qué quieres, papá? – pregunta arisca.
De pronto reparo en la carpeta que el mayor de los Lopez lleva en la mano.
- ¿Podemos hablar en privado?
Sé que ese en privado se refiere a mí así que sin dudarlo me encamino hacia la puerta
- Iré a ver a Lucky – me disculpo.
- Tú no vas a ninguna parte – dice Santana y sus palabras pero sobre todo, el tono que ha usado al pronunciarlas me mantienen clavada en el suelo.
Sin embargo cuando me giro para mirarla, me doy cuenta que toda la dureza de esa frase no era para mí sino para su padre.
- Santana, no importa – intento mediar pero creo que ni siquiera me escucha.
- Lo que tengas que decirme ella puede oírlo.
Tengo la sensación de que Santana ya conoce el tema que su padre quiere discutir con ella.
- He traído el acuerdo prenupcial. Tiene que firmarlo – dice el mayor de los lopez sin más.
¿Qué? Ahora mismo siento como si hubieran tirado de la alfombra bajo mis pies.
- No va firmar nada. Te lo dije en la oficina y te lo repito ahora.
Por eso estaba tan enfadada.
- Tu abogado puede revisarlo - replica su padre muy sereno. Se acerca hasta el sofá y le entrega el dosier a Lawson -. Es necesario.
- No, no lo es – sentencia sin asomo de duda -. Yo no lo necesito. Confío en ella.
El abogado se sienta en el sofá y abre la carpeta sobre la pequeña mesita de centro.
- No se trata de eso, Santana.
- Me da igual de lo que creas que se trate – le interrumpe furiosa -. Ella no va a firmar nada. Va a ser mi esposa no la tuya. Tú no tienes nada que decir aquí.
- Pero tú eres mi hija.
- No voy a discutirlo más – sentencia con su voz amenazadoramente calmada. Esa que es mil veces peor que un grito.
Santana está verdaderamente enfadada. Por un momento me temo lo peor y me siento increíblemente culpable. Al fin y al cabo es su padre y solo quiere protegerle.
Antes de que pueda pensarlo con claridad, me arrodillo frente a la pequeña mesa de centro bajo la atenta y sorprendida mirada de las tres personas. Cojo la pluma de Lawson y le apremio con la
mirada para que me diga dónde tengo que firmar el acuerdo prematrimonial
- Márchate – le pido fingidamente indignada.
- No – responde tan divertida como arrogante.
Resoplo contagiada de su humor. No quiero vestirme delante de ella porque sé que acabará apañándoselas para que no salgamos de aquí en toda la mañana y aunque la idea me parece muy
sugerente, de lo más sugerente en realidad, no puedo dejar que lo haga. Tengo que ir a la revista. Seguimos mirándonos. Se está divirtiendo y no va a irse por nada del mundo. Sopeso mis
opciones y finalmente una sonrisa se dibuja en mis labios. Este sería un bueno momento para practicar eso de dejarla embobada y robarle la reacción. Es exactamente lo mismo que ella hace conmigo. Por suerte para mí ella ya está vestida.
- Como quiera, señorita Santana.
Me giro con una sonrisa, voy hasta la cómoda y elijo un conjunto de ropa interior. Sí, uno de los que me compró en La Perla será perfecto. Está lleno de encaje por todas partes. Me giro de nuevo y
dejo que la toalla caiga al suelo. Santana entre abre los labios sin perder esa sonrisa tan sexy y presuntuosa y me recorre el cuerpo
con el deseo brillando en el fondo de sus ojos.
Yo cojo las bragas y me las pongo despacio, dejando que imagine que son sus dedos los que están subiendo por mis muslos. Al terminar, alzo la mirada y sonrío todo lo sensual que puedo. Santana suspira brusca y la lujuria centellea en su mirada.
Tomo el sujetador y me lo pongo. Me acomodo el pelo en el hombro e inocentemente paso el dedo por el borde del sujetador siguiendo su contorno sobre uno de mis pechos.
Vuelve a suspirar, casi gime. Sí, lo estoy consiguiendo.
Paso a su lado sin que nuestros cuerpos se rocen lo más mínimo. Tiro de uno de los vestidos que me compró en Tommy Hilfiger y me lo pongo igual de despacio, haciendo que no pierda detalle. Me
calzo mis botas de media caña camel con tachas y me recojo el pelo en una cola de caballo.
Cuando estoy lista, camino una par de pasos hasta el espejo y doy una vuelta para ver cómo me queda el vestido. Después me inclino un poco sobre el cristal y deslizo la yema del dedo corazón
sobre mi labio inferior como si me retocase el carmín. Ese simple gesto ha tenido un eco directo en Santana.
Paso de nuevo por su lado y al ver que no me sigue, giro sobre mis talones y le miro directamente a los ojos.
- Vas a llevarme a desayunar ¿o qué, Lopez?
Santana sonríe, resopla a la vez que se pasa la mano por el pelo y finalmente se levanta.
¡Misión cumplida! Ahora mismo me siento muy orgullosa de mí misma.
Vamos a una pequeña cafetería especializada en cupcakes a unas manzanas de casa de Santana.
Me siento en una de las mesas de la terraza mientras ella entra a pedir. A los minutos regresa con una pequeña bandeja de plástico con dos cafés y un platito lleno de mini cupcakes de diferentes
sabores.
Sonrío encantada. La mañana está mejorando. Voy a desayunar con ella, hace una temperatura de lo más agradable y pienso atiborrarme de magdalenas.
- No te olvides que el abogado vendrá a casa a última hora de la tarde
Asiento y le doy un bocado a la primera cupcake. Es de fresa y nata. Riquísima.
- ¿Vas a ir a la oficina? – pregunto sin soltar la magdalena. Acabo de encontrar mi cafetería preferida.
Santana asiente tras darle un sorbo a su café con la mirada perdida tras sus wayfarer en las calles de Manhattan.
- Qué remedio – se queja -. Has decidido ser una buena chica y no aprovechar tu día libre.
Me has dejado sin diversión.
- ¿Por qué? ¿Tenías algo pensado?
- Pensaba pasarme toda la mañana revolcándome contigo – contesta con total naturalidad.
Le miro boquiabierta. Otra vez ha conseguido que mi cerebro solo pueda suspirar. Santana se cruza de brazos sobre la mesa y se inclina discretamente hacia mí.
- Y no te creas que no me he dado cuenta de lo que has hecho antes en el vestidor.
- No he hecho nada – me defiendo fingidamente inocente.
- Me has provocado así que me debes una y sabes que yo siempre me las cobro. Trago saliva. Los latidos de mi corazón se desbocan.
- ¿Ahora? – musito con la mirada llena de expectación.
Santana sonríe sexy.
- Cuando quiera.
Otra vez esa voz de jefa exigente y tirana.
- Pero hay como veinte personas aquí – musito nerviosa.
- Britt – me llama sensual.
Solo necesita pronunciar mi nombre una vez para recordarme quién lleva el control.
- Pon tu mano en tu rodilla – me ordena en un susurro.
Asiento.
- Quiero que la subas lentamente, muy despacio, Britt.
Hago lo que me dice. Mi respiración se acelera.
- Sigue por debajo del vestido.
Toco la piel y la tela toca mi mano.
- Aráñate suavemente en el interior del muslo cuando subas por él.
Lo hago y ahogo un suspiro. Santana sonríe. Estoy a punto de llegar a mis bragas.
- Habla, Brittany. Dime lo que sientes.
Trago saliva. Es demasiado complicado concentrarme en no suspirar y hablar al mismo tiempo.
- Encaje – musito con la voz entrecortada. No soy capaz de decir nada más.
- Acaríciate – susurra salvaje.
Abro los ojos como platos y Santana sonríe más sexy que nunca con sus ojos posados en los míos.
¡Habla completamente en serio! El corazón va a escapárseme del pecho. Suspiro intentando
controlarme. Deslizo los dedos. Estoy húmeda, preparada y eso me excita aún más.
Me muerdo el labio inferior para evitar gemir y los ojos de Santana se clavan automáticamente en mi boca. Deja escapar un levísimo, casi inaudible, gemido.
- No pares - me ordena
Yo obedezco y por Dios, eso es lo más excitante de todo.
- Separa las piernas.
Lo hago y mis dedos se deslizan casi hasta mi abertura. Estoy a punto de gemir. Sin darme cuenta cierro los ojos.
- Britt – me llama.
Y la urgencia y el deseo de su voz me hacen volver a abrirlos inmediatamente.
- No dejes de mirarme – me exige.
Asiento. Dejo que mis dedos entren y milagrosamente aguanto el grito que quiero dar. Bajo mi otra mano y me agarro con fuerza al bajo de mis vestido, retorciéndolo. Esto es demasiado.
- Para – me ordena.
Le miro confusa y Santana sonríe.
- ¿Por qué? – pregunto con la respiración entrecortada.
Está claro que no quería parar.
- Porque quiero que lo hagas – responde arrogante.
Se levanta y me tiende la mano. Es evidente que quiere que me levante y vaya con ella pero no sé si mis piernas van a responderme. Finalmente cojo su mano.
Sin decir nada me lleva hacia el interior del restaurante. Me siento revolucionada por dentro y cada paso sin quererlo me excita aún más.
Santana atraviesa el pequeño local con paso seguro. Accedemos a un pasillo aún más pequeño. Pienso que va a llevarme a los lavabos pero a unos metros de distancia de ellos nos hace girar y alcanzamos una escaleras que imagino que dan a la azotea o algún almacén.
La cristalera entre tramos llena de penumbra el lugar donde estamos. Puedo oír el trasiego de camareros, el murmuro de los clientes.
En mitad de las escaleras me empuja suavemente y sin mediar palabra me besa desbocada, acelerada, liberando todo el deseo que ha contenido en la mesa, haciendo que el mío explote.
Baja sus manos apremiantes y las enreda en mis bragas para romperlas de un acertado tirón.
Gimo.
Me muerde el labio inferior y tira de él como yo hice hace unos minutos. No es posible que hayamos saciado nuestra hambre de sexo es este lugar.
Finalmente Santana se separa despacio y me da un beso suave y muy dulce.
- Eres increíble, señorita Pierce – susurra con sus ojos posados en lo míos. A esta distancia tan corta no tengo ninguna posibilidad de escapar de ellos - y jamás podría cansarme de ti.
Soy plenamente consciente de que no ha elegido esas palabras arbitrariamente. Probablemente mi padre las usara con ella como las uso conmigo o quizás haya sido alguno de esos artículos. Yo le miro
sin saber qué contestar. Era exactamente lo que necesitaba oír para poder dejarlo todo atrás.
Antes de que pueda responder toma mi mano y comenzamos a bajar las escaleras. Tras unos peldaños se detiene y recoge la tela de mis bragas destrozadas. Menos mal, yo ya las había olvidado.
Salimos de la cafetería. Finn nos espera a menos de una manzana con el coche. El chófer me abre la puerta y entro pero justo cuando va a hacerlo Santana, Finn le comenta algo al oído y charlan durante
un par de minutos.
Santana se saca el móvil del bolsillo de atrás de los vaqueros y al fin entra en el coche con la mirada centrada en la pequeña pantalla.
Nos incorporamos al tráfico que hoy rueda demasiado lento y tedioso. Sin previo aviso comienza a llover. Nadie lo habría dicho con la temperatura tan buena que disfrutábamos hace menos de una
hora.
Santana sigue concentrada en el teléfono. Empiezo a aburrirme, sobre todo porque no tengo ningunas ganas de ir a trabajar.
- Finn, ¿puedes poner algo de música? – le pregunto.
El chófer asiente e inmediatamente comienza a sonar una canción. Sing de Ed Sheeran. De reojo puedo ver como Santana sonríe.
Sí, le he pedido algo. No seas infantil, protesto mentalmente.
Santana sigue pendiente de su teléfono y yo sigo con la mirada perdida en la ciudad. Llueve aún más fuerte.
El coche se detiene en la esquina de Broadway con Times Square.
- Te recogeré a las cinco. El abogado estará en Chelsea sobre las seis y media.
Asiento pero la verdad es que ya había olvidado lo del abogado y lo prefería. Sigue sin hacerme ninguna gracia que me regale el apartamento.
Voy a salir pero Santana me coge por la cintura y me sienta en su regazo. Toma su cara entre mis manos y me besa rindiéndome a ella por completo.
- Hoy irá mejor – sentencia completamente convencida.
- Lo sé – respondo contagiada de su seguridad.
Ambas sonreímos de nuevo. Me besa otra vez y me muerde el labio inferior. Yo gimo contra su boca y ella sonríe justo antes besarme de nuevo.
- No vayas a trabajar – susurra contra mis labios -. Deja que te lleve al primer hotel que nos encontremos y te folle hasta que se vaya el sol.
Suspiro. La cabeza me da vueltas. Deja que lo haga, Pierce, suplica todo mi cuerpo. No podría ser más tentador.
- No puedo – respondo e incluso yo misma me sorprendo.
Santana se separa de mí, me observa con detenimiento y finalmente sonríe.
- Bájate antes de que arrepienta.
Le devuelvo la sonrisa y me salgo del coche. Corro hasta la entrada para no mojarme y me giro para ver como el A8 desaparece calle arriba. Todavía no me puedo creer que no me haya ido con ella.
El karma me debe una jornada laboral extraordinaria.
Me sacudo el agua de mi vestido y giro sobre mis talones. Saludo al guardia de seguridad, que hoy tiene cara de pocos amigos, y cojo el ascensor.
Menos de un minuto después estoy cruzando la redacción. Hay exactamente el mismo bullicio que había ayer. Está claro que fui la única a la que le dieron la posibilidad de tener el día libre y eso no
hace sino escamarme más.
Entro en el despacho. Saludo a Tina y voy hasta mi mesa. Enciendo el ordenador e inmediatamente del primer cajón saco las dos tarjetas de memoria que me dieron en el departamento de informática. Hoy tengo un objetivo claro: hacerme con el control de este maldito chisme.
Estoy peleándome con el programa MySQL para gestionar bases de datos cuando la puerta del despacho de Robert Sterling se abre y sale Ashton. Al darse cuenta de mi presencia sonríe y me saludo fugazmente con la mano.
- ¿Qué haces aquí? - inquiere dejando la carpeta que lleva sobre su mesa y buscando otra entre las demás que tiene apiladas en el escritorio.
- Quería venir para ponerme al día.
Él sonríe.
- Ashton – le llama Sterling desde el despacho -, avisa a Phillip y tráeme esos artículos corregidos.
Ashton pone los ojos en blanco, me sonríe y se marcha. Yo le devuelvo la sonrisa aunque no me llega a los ojos. Cuando me quedo de nuevo sola, resoplo y me dejo caer sobre mi silla. Tengo que
ponerle solución a esto ya.
Con esa única idea en la cabeza me levanto como un resorte y decidida voy hasta el despacho de Sterling. Llamo suavemente a la puerta entreabierta y espero a que me dé paso.
- Señor Sterling… – digo caminando hasta colocarme frente a su mesa.
- Ah, eres tú – me interrumpe algo sorprendido, volviendo toda su atención a los documentos que está revisando.
Échale valor, Pierce.
- Es obvio que no confía en mí – me sincero.
Mis palabras hacen que deje lo que está haciendo y me mire de nuevo
- Probablemente piense que soy muy joven para el puesto – continúo – o que no tengo la experiencia necesaria. Pero soy buena en esto. Se me da bien y me esfuerzo mucho así que si me da una oportunidad, creo que podría resultarle muy útil.
Sterling me observa en silencio.
- ¿Quieres resultarme útil? – contesta al fin –. Pues prepárame café y no vuelvas a interrumpirme – sentencia.
Suspiro fugaz y llena de rabia y niego con la cabeza una sola vez.
- Claro, señor Sterling.
Giro sobre mis talones y me encamino hacia la puerta. En ese momento entran Ashton y un chico que no conozco con varios dosieres en la mano.
- Vamos, tenemos mucho trabajo que hacer – les apremia Sterling.
Cierro la puerta tras de mí e irradiando un enfado monumental voy hasta la sala de descanso y preparo café. No comprendo su actitud. Si solo necesitaba alguien que le llenara la taza, ¿por qué me
ha contratado?
Regreso al despacho y dejo el café sobre su mesa. Está observando la maqueta de este número de la revista. Involuntariamente me quedo unos segundos mirándola yo también. Hay algo que no me
cuadra.
- Cierra la puerta al salir – me pide Sterling extrañado de que siga de pie a su lado.
Asiento y salgo de su oficina. Definitivamente debí aceptar la proposición de Santana e irme al hotel con ella.
El resto de la mañana intento sin ningún éxito que el ordenador me obedezca. A la hora de comer voy hasta la cafetería que Katy, la chica de informática, me recomendó pero lo cierto es que apenas
tengo hambre.
Sentada en uno de los taburetes de la barra pienso seriamente en llamar a Santana e irme con ella.
Suspiro bruscamente. Yo no soy así. No me rindo por el amor de Dios. De pronto recuerdo las palabras de Sugar cuando bromeando me dijo que ya no tenía que preocuparme por trabajar, pero es que a mí me gusta mi trabajo. Algún día quiero llegar a ser editora. No quiero convertirme en otra esposa de mujer de negocios aburrida y desdeñosa, centrada en la carrera de su pareja y en lo que
hace o deja de hacer el servicio porque no tiene una vida propia. Vuelvo a resoplar con más fuerza.
Y encima hoy va a regalarme un maldito apartamento. Me llevo la mano a la frente y suspiro por tercera vez. No puedo aceptarlo. Es más, necesito que entienda que tengo que seguir pagando el
alquiler.
“Eso nunca sucederá. Asúmelo, Pierce”
La tarde es aún peor que la mañana. Sterling se marcha a varias reuniones a las que por supuesto solo se lleva a Ashton. Tengo la tentación de volver a hablar con él pero no creo que sirviera de
mucho. Por lo menos consigo las claves para acceder a los archivos y puedo familiarizarme con el sistema de maquetación de Sterling.
A las cinco despejo mi mesa, cojo mi bolso y salgo del despacho. En el vestíbulo me cruzo con Ashton y Sterling. Imagino que regresan de su última reunión.
- Señor Sterling – me despido de mi jefe -. Hasta mañana, Ashton.
- Hasta mañana, Brittany.
Abro la inmensa puerta de cristal. Ha dejado de llover pero se ha levantado un intenso viento haciendo que estemos en perfecta calma y un segundo después una bocanada de aire mueva las hojas
de los árboles como si fuera un huracán. Por suerte veo el Audi A8 a unos pasos de mí. Finn me saluda con una sonrisa que le devuelvo y me abre la puerta. No sé por qué me giro otra vez hacia el
edificio. Creo que es porque una parte de mí espera no tener que volver jamás. Al hacerlo me sorprendo al ver a Sterling y Ashton observándome.
Decido no darle importancia y me meto en el coche.
- Señorita Pierce – me saluda santana guardándose el iphone en el bolsillo interno de su chaqueta.
- Señorita Lopez – respondo de igual forma.
Lleva uno de sus trajes de corte italiano, camisa blanca lo que significa que ha pasado el día en la oficina.
Finn ocupa su asiento y nos incorporamos al tráfico al instante.
- ¿Qué tal tú día? – me pregunta.
- Digamos que me arrepiento mucho de no haber aceptado tu proposición de llevarme al hotel.
Santana sonríe, se inclina sobre mí y me besa. Ya me siento mucho mejor.
Su móvil comienza a sonar.
- Lopez… - contesta separándose de mí -… ¿Cuándo?
Casi al mismo tiempo, a unas manzanas de casa, Finn reduce la velocidad hasta detener el coche por completo.
- Señorita Lopez, los fotógrafos han vuelto – le informa su hombre para todo -. ¿Qué quiere que haga?
Santana resopla. Sin separase el teléfono de la oreja, ladea la cabeza y mira por el cristal frontal.
- Vamos a casa.
Finn asiente y reanuda la marcha.
- … Te llamo luego.
Cuelga sin esperar respuesta, toma mi mano y la aprieta con fuerza. Está furiosa.
- No te preocupes los cristales están tintados – me dice.
Yo asiento y un segundo después nos vemos inundados por una nube de flashes y voces que nos llaman por nuestro nombre como si nos conociesen de toda la vida. Finn los esquiva hábil y veloz y
entramos en el parking.
Santana y Finn se bajan al mismo tiempo. Me tiende la mano para que yo también lo haga y salgo deprisa.
- Asegúrate de que ninguno de ellos pone un pie dentro – masculla.
Finn asiente y Santana nos Bguía rápido hacia el interior. Si n soltarme la mano saca su iphone y desliza el pulgar por la pantalla.
- Mackenzie – pronuncia arisco -, no quiero verlos en la puerta de mi casa ni un puto segundo más.
Cuelga, se guarda el teléfono y se pasa la mano por el pelo. Pulsa el código del ascensor malhumorada y las puertas se abren de inmediato.
En cuanto entramos se desabrocha los primeros botones. Su expresión está tensa Realmente está muy enfadada y yo comienzo a pensar que tiene que haber algo más. No es la primera vez que nos encontramos con una decena de fotógrafos.
- San, ¿qué ocurre?
Frunce el ceño y me mira confusa.
- Quiero decir, es obvio que pasa algo más.
- No pasa nada, Britt.
Suspiro. ¿Por qué tiene que ser testaruda?
Salimos del ascensor. Santana atraviesa el salón destilando rabia, va hasta la cocina y sirve dos vasos de bourbon. Yo la observo desde el otro lado de la isla de la cocina.
- Sé que no te gusta hablar, Santana.
- Joder, Britt – me interrumpe -. No empieces. No quiero hablar así que esta conversación se acaba a aquí.
Le da un trago a su copa. No pienso rendirme.
- ¿Es por la empresa? ¿Algo va mal?
Sonríe fugaz y arisca.
- ¿Tu padre? – pregunto y lo hago de forma más tímida.
Santana alza la mirada y clava sus ojos metálicos e intimidantes sobre los míos. En este instante siento que podría atravesarme con ellos.
- No es asunto tuyo – masculla.
- Maldita sea, Santana. Sí que lo es. Tu padre no quiere que nos casemos y seguro que te ha estado presionando con eso – casi grito furiosa.
¿Cómo puede pretender que eso no me afecte?
- No es asunto tuyo – repite.
Sonrío nerviosa, breve, fugaz.
- ¿Sabes? Empiezo a pensar que todo el mundo tiene razón sobre nosotras porque qué futuro nos espera si tú eres incapaz de hablar conmigo.
Giro sobre mis talones y subo las escaleras ante su atenta mirada.
Entro en el dormitorio y me siento en el borde la cama. Odio esta situación. Odio que nunca quiera hablar. Lo hace todo demasiado complicado.
Miro a mi alrededor sin ningún motivo en especial y frunzo el ceño al ver un caja envuelta sobre la cómoda. Me levanto y voy hasta el mueble. Sobre el paquete hay una nota. La observo e
involuntariamente sonrío al reconocer la letra de Santana.
Para que puedas planear nuestra boda
Rasgo el papel de regalo despacio y abro la boca sorprendida cuando descubro que se trata de un ipad retina.
Cojo la caja y vuelvo a sentarme en la cama. No quiero ser una maldita desagradecida pero tiene que dejar de comprarme cosas urgentemente.
“¿Te preocupa un ipad el mismo día que va a poner un apartamento en el Village a tu nombre?”.
Suspiro de nuevo y me dejo caer sobre el colchón. Definitivamente tendría que haber aceptado su proposición y pasar todo el día con ella en el hotel. Por lo menos ahora estaría mucho más relajada
y probablemente demasiado cansada para pensar.
Oigo pasos acercarse a la habitación. Pienso que es Santana y me preparo mentalmente para seguir con la pelea.
- Disculpe, Brittany - es la señora Aldrin.
Me incorporo y la miro esperando a que continúe.
- Santana quiere saber si está preparada para bajar. El abogado está aquí.
Suspiro mentalmente.
- Dígale que enseguida voy. La cocinera sonríe, asiente y se marcha y yo me permito suspirar casi resoplar. Soy plenamente
consciente de que sin haber resuelto la primera discusión estoy a punto de crear otra, pero no puedo aceptar ese apartamento.
Entro en el vestidor, busco el sobre que Santana me dio con los cheques que le reenvió el señor Stabros, cojo uno y me lo meto en el bolsillo. No puedo ceder en esto. Bajo al salón y camino con paso titubeante hacia el estudio. Me detengo bajo el marco de la
puerta y al fin alzo la mirada. Santana y un hombre, que reconozco del Lopez Group, están de pie junto al sofá revisando unos documentos. Suspiro una última vez. Me va a hacer falta.
Santana se da cuenta de mi presencia e inmediatamente busca mi mirada con la suya aunque no dejo que la atrape. Me observa unos segundos más y suspira cansada. Todo esto tampoco es fácil para ella.
- ¿Querías verme? – pregunto tratando de sonar indiferente.
Sigo enfadada y tengo que concentrarme en estarlo, por la discusión que aún no ha terminado y por la que estoy segura de que está a punto de empezar.
- Ven aquí – me pide.
Asiento y camino hasta colocarme a su lado.
- Él es Wyatt Lawson. Ha traído toda la documentación que tienes que firmar para que las escrituras del apartamento queden a tu nombre.
Es el momento de echarle valor, Pierce.
Abro la boca dispuesta a empezar mi discurso pero alguien llamando a la puerta me interrumpe.
Santana y nos volvemos a la vez y vemos a Finn bajo el umbral.
- Señorita Lopez, su padre está aquí.
Casi en el mismo instante el Mayor de los Lopez entra en la habitación. La expresión de Santana cambia en un microsegundo. Ahora está claramente en guardia. Ninguno de los dos habla y la situación se
vuelve muy incómoda, violenta.
- Buenas noches, señor Lopez – le saludo tratando de sonar conciliadora.
- Buenas noches, Britt – me responde amable.
- ¿Qué quieres, papá? – pregunta arisca.
De pronto reparo en la carpeta que el mayor de los Lopez lleva en la mano.
- ¿Podemos hablar en privado?
Sé que ese en privado se refiere a mí así que sin dudarlo me encamino hacia la puerta
- Iré a ver a Lucky – me disculpo.
- Tú no vas a ninguna parte – dice Santana y sus palabras pero sobre todo, el tono que ha usado al pronunciarlas me mantienen clavada en el suelo.
Sin embargo cuando me giro para mirarla, me doy cuenta que toda la dureza de esa frase no era para mí sino para su padre.
- Santana, no importa – intento mediar pero creo que ni siquiera me escucha.
- Lo que tengas que decirme ella puede oírlo.
Tengo la sensación de que Santana ya conoce el tema que su padre quiere discutir con ella.
- He traído el acuerdo prenupcial. Tiene que firmarlo – dice el mayor de los lopez sin más.
¿Qué? Ahora mismo siento como si hubieran tirado de la alfombra bajo mis pies.
- No va firmar nada. Te lo dije en la oficina y te lo repito ahora.
Por eso estaba tan enfadada.
- Tu abogado puede revisarlo - replica su padre muy sereno. Se acerca hasta el sofá y le entrega el dosier a Lawson -. Es necesario.
- No, no lo es – sentencia sin asomo de duda -. Yo no lo necesito. Confío en ella.
El abogado se sienta en el sofá y abre la carpeta sobre la pequeña mesita de centro.
- No se trata de eso, Santana.
- Me da igual de lo que creas que se trate – le interrumpe furiosa -. Ella no va a firmar nada. Va a ser mi esposa no la tuya. Tú no tienes nada que decir aquí.
- Pero tú eres mi hija.
- No voy a discutirlo más – sentencia con su voz amenazadoramente calmada. Esa que es mil veces peor que un grito.
Santana está verdaderamente enfadada. Por un momento me temo lo peor y me siento increíblemente culpable. Al fin y al cabo es su padre y solo quiere protegerle.
Antes de que pueda pensarlo con claridad, me arrodillo frente a la pequeña mesa de centro bajo la atenta y sorprendida mirada de las tres personas. Cojo la pluma de Lawson y le apremio con la
mirada para que me diga dónde tengo que firmar el acuerdo prematrimonial
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
holap,...
worale!!!
intenso,.. boda en dos semanas,.. era mejor las vegas jajajja
todo en contra ahora,...
dejara de molestar el padre de san cuando firmo el contrato britt??
nos vemos!!!
worale!!!
intenso,.. boda en dos semanas,.. era mejor las vegas jajajja
todo en contra ahora,...
dejara de molestar el padre de san cuando firmo el contrato britt??
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
si lo firma santana explotara, cual sera el misterio con ese aburrido trabajo de britt???????
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Edad : 54
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
3:) holap,... worale!!! intenso,.. boda en dos semanas,.. era mejor las vegas jajajja todo en contra ahora,... dejara de molestar el padre de san cuando firmo el contrato britt?? nos vemos!!! escribió:
si mucho boda boda pero ni una ni la otra hace nada, santana no le ha dado el anillo a como se debe, siento que la historia se esta volviendo contra mi jajajjajaj
Micky Morales si lo firma santana explotara, cual sera el misterio con ese aburrido trabajo de britt??????? escribió:
Hay muchos misterio, britt ya firmo para convercerlo que no quiere el dinero y tenemos que descrubrir si el rechazo en el trabajo de britt es por que alguien ha metido mano para que ella entrara ahi..
Bueno Gracias por leer siii hay algun error les pido disculpen pero estoy bajo medicacion pero aun asi quiero actualizar diaro.
Gracias por leeer y comentar.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
CAPITULO 21
- Brittany, no – gruñe Santana acercándose a mí.
- Es mi decisión – sentencio girándome hacia ella.
Trato de sonar convencida, aunque no me sienta así en absoluto, y creo que lo consigo. Santana frunce el ceño y me mira enfadada, creo que incluso un poco dolida. Ahora mismo se siente
traicionada.
El abogado me señala el final de la página y firmo.
- Debería leerlo antes de firmarlo – comenta profesional.
Yo vuelvo a alzar la cabeza y lo miro francamente mal. En serio cree que tengo alguna opción de pararme a revisar las clausulas.
Firmo la última página.
- Y éste – dice Lawson tendiendo otro documento frente a mí – es el cambio de titularidad del apartamento. Firme en la parte inferior.
Miro el papel. Ahora viene la parte que me traerá problemas más aún después de haber firmado el acuerdo pero no puedo aceptarlo. Despacio dejo la pluma sobre el documento y me levanto. Puedo
notar la mirada de Santana abrasándome. Me meto la mano en el bolsillo, saco el cheque y lo dejo en la mesita.
- Pero, ¿qué demonios? – masculla Santana.
Me aterroriza volverme y mirarla porque debe estar a punto de estallar de rabia, pero finalmente suspiro hondo, reúno valor y lo hago. Santana me observa absolutamente incrédula. Creo que por
primera vez desde que nos conocemos se ha quedado sin palabras.
- Buenas noches, señorita Lopez – me despido.
Ella asiente y yo al fin salgo del despacho.
No he llegado a las escaleras cuando escucho pasos acelerados acercarse a mí y un segundo después Santana me toma por el brazo y me obliga a girarme.
- ¿A que ha venido eso? – pregunta con la voz y el gesto endurecidos.
- No puedo aceptar el apartamento, Santana. Ya intenté decírtelo. Y con respecto al acuerdo lo he hecho porque no me importa. No me interesa tu dinero así que para mí no significa nada firmar un papel que diga que no me quedaré con la mitad de todo si nos divorciamos.
- Eso ya lo sé – contesta sin asomo de duda - por eso no quería que lo firmaras.
- A lo mejor es lo que hace falta para que todos los demás también lo sepan. - Me da igual – responde tozuda -. Y ese estúpido acuerdo no tiene ninguna validez sin mi firma.
- Quiero que lo firmes.
Suspira hondo y se pasa la mano por el pelo. Está muy enfadada, inquieta. No tiene el control de la situación y lo detesta.
- Tu padre solo intenta protegerte – añado.
- Y yo solo intento protegerte a ti.
- Pues firma.
Santana cierra la mano con fuerza junto a su costado. Nunca le había visto así.
- Acepta el apartamento y firmaré – negocia.
Bajo mi vista y la clavo en mis manos. No quiero hacerle daño pero no puedo ceder en esto. No me sentiría cómoda y solo Dios sabe cómo reaccionaría la prensa si se enterara. No quiero darles
más material. Por no hablar de cómo se lo tomaría mi padre.
Camino un paso hacia Santana y de puntillas le doy un suave beso en los labios.
- Lo siento, señorita Lopez – replico con una tenue sonrisa - pero no es negociable.
Me separo y la mirada de Santana continúa sobre la mía.
- Me voy a la cama. Estoy cansada y mañana tengo que estar temprano en la revista.
Sigue enfadada. Está teniendo que ceder y lo odia, pero esto es lo mejor para mí, en realidad, para las dos.
Subo las escaleras conteniéndome las ganas que tengo de correr a abrazarla, a hacer exactamente lo que quiera, cómo quiera y cuándo quiera y voy hasta la habitación. Cuando ya estoy dentro,
suspiro hondo y me apoyo contra la puerta cerrada.
Toda la tensión acumulada sacude mi cuerpo y antes de que me dé cuenta mis manos comienzan a temblar. Ahora mismo mataría por un Martini Royale.
Lo mejor es ponerle punto y final a este día tan horrible y empezar a pensar que mañana irá mejor. Me quito el vestido rápidamente, cojo una camiseta de Santana de la cómoda y me meto en la cama. Sigo sin bragas pero no me importa.
En momentos como éste echo de menos estar en mi casa, en el Village. Ahora cruzaría el rellano, entraría en el apartamento de los Berry y saldría con el optimismo renovado.
Suspiro hondo.
Deja de pensar, Pierce, me ordeno.
No llego a dormirme del todo pero tampoco soy consciente de cuánto tiempo ha pasado cuando Santana entra en la habitación. Me incorporo y agarro mis rodillas con mis brazos. La luz de la mesita
está encendida. Debí olvidarla. Santana se sienta en el borde de la cama. Parece agotada y el corazón se me encoge un poco.
- Hola – susurro con una suave sonrisa.
- Hola – responde ella.
La conversación ha debido ser horrible.
- Deberíamos fugarnos – digo tratando de arrancarle una sonrisa -. Dina, la tía de Sugar, acaba de ordenarse pastora baptista por internet. Estoy segura de que nos casaría.
Sonríe pero no le llega a los ojos. Nos quedamos unos segundos en silencio.
- No voy a firmar el acuerdo, Britt – se sincera.
No me sorprende.
- ¿Por qué no puedas hablar conmigo, Santana?
Ahora la que se sincera soy yo.
- Sabes más de mí que la mayoría de las personas que me conocen.
- Eso no me vale.
- Lo sé – susurra.
Me observa con detenimiento y me doy cuenta de que esas dos palabras significan que aunque me comprenda no va a cambiar, no quiere cambiar. Yo aparto mi mirada de la suya y la clavo en la cómoda. Estoy enfadada y muy dolida. No entiendo por qué tiene que comportase así. Santana me toma de las piernas, tira de ellas estirándome sobre la cama y rápidamente se inclina
sobre mí. Apoya sus manos a ambos lados de mi cabeza y sus ojos atrapan inmediatamente a los míos.
- Nunca he sentido por nadie lo que siento por ti. Me haces perder el control, Britt. Y quiero protegerte, besarte, follarte y lo que tú no entiendes es que soy tuya y aunque no volviera a decir una palabra eso no cambiaría jamás. Suspiro abrumada por sus palabras. Son sinceras, intensas y me seducen por completo.
Santana se levanta y comienza a caminar hacia el baño, se quita la camiseta y la deja caer al suelo.
Casi al instante escucho el agua empezar a caer. Yo me levanto con la respiración convulsa y sigo sus pasos por puro instinto.
En cuanto entro, Santana sale a mi encuentro con el paso lento y cadencioso pero increíblemente segura de si misma. Me besa con fuerza al tiempo que sostiene mis manos contra la puerta.
Me conquista y yo gimo absolutamente entregada.
Santana deja mis manos, desliza las suyas hasta mi trasero y me levanta con fuerza. Me aferro a sus hombros mientras sigo disfrutando de sus besos bruscos y deliciosos.
Nos mete en la ducha. Gimo al sentir el agua caliente casi hirviendo en mi piel. Santana me empuja contra la pared y me estrecha contra ella.
Me quita la camiseta empapada y se deshace de sus pantalones. Sube su mano por mi costado hasta llegar a mi cuello y me aprieta suavemente.
- Me he vuelto loca cuando he visto que firmabas ese maldito papel – susurra salvaje a escasos centímetro de mi boca.
Gimo bajito. Estoy llena de deseo.
Pasea su otra mano por mi cintura y sin previo aviso me penetra con los dedos.
Grito incendiada por la invasión.
Santana vuelve a besarme.
- ¿Necesitas que te recuerde quien manda aquí? – pregunta exigente contra mis labios
Gimo de nuevo. Esa frase es mi perdición y me excita de una manera que ni siquiera entiendo.
Se separa lo suficiente para atrapar mi mirada e instintivamente me muerdo el labio inferior.
- Por favor, señorita, la estoy deseando – musito sin apartar mi mirada de la suya.
- Joder – masculla con una sonrisa dura y sexy justo antes de abalanzarse sobre mí.
Saca sus dedos bruscamente por un momento, me levanta a pulso y me embiste con fuerza. Grito contra sus labios. Santana aprieta un poco más la mano y muerde con fuerza mi labio inferior. La mezcla es delirante. Se mueve con fuerza, exactamente como es ella.
Estiro mis manos por los azulejos haciendo que todo mi cuerpo se estire y el placer lo recorra entero.
Gimo. Puro placer y dolor entremezclados de una manera deliciosa.
- Dios – susurro. Cada estocada es mejor que la anterior, más salvaje, más espectacular y yo solo puedo rendirme
una y otra vez. Recibirlo entregada, soliviantada, suya.
Acelera el ritmo. Mi cuerpo se tensa.
- ¿A quién perteneces?
- A ti.
Ancla una mano en mi trasero y me levanta aún más. Yo rodeo sus caderas con mis muslos. Dios, así llega aún más lejos.
Grito
Sus movimientos me suben y bajan por la pared húmeda y caliente.
- ¿A quién perteneces, Britt? – brama.
El agua cae sobre nosotras.
Rota las caderas. Aprieta su manos en mi trasero. Me embiste con fuerza. Me pierdo.
- ¡A ti, señorita Lopez! – grito llena de placer
Alcanzamos juntas un clamoroso orgasmo que nos hace gritar, aullar rodeados de brillantes azulejos de diseño italiano.
Sube la mano deslizándola por todo mi cuerpo y la posa con dulzura en mi mejilla. No separa sus ojos un solo segundo de mí.
Ha sido increíble.
El agua sigue cayendo entre nosotras.
Tengo la sensación de que Santana va a decir algo pero en el último instante parece arrepentirse. Finalmente se incorpora, tira de uno de los albornoces y me envuelve con él.
- A la cama – me ordena suavemente con una sonrisa.
Yo imito su gesto y asiento.
Regresamos al dormitorio. Pienso en ponerme un pijama pero estoy demasiado cansada así que me quito el albornoz y me meto en la cama. La sensación de las suavísimas sábanas sobre mi cuerpo
desnudo es maravillosa.
Al verme Santana sonríe, se quita la toalla y se acuesta junto a mí.
Yo me coloco de lado y deslizo mis brazos bajo la almohada. La observo. Tiene la vista clavada en el techo. Está relajada pero también pensativa.
- ¿Qué ibas a decir antes? – pregunto armándome de valor.
Santana exhala todo el aire de sus pulmones y me observa durante un segundo. Sus ojos centellean con fuerza. Por fin parece que va a contestar pero en lugar de eso apaga la luz y me obliga
a girarme para que mi espalda se acople a su pecho.
Suspiro y automáticamente me relajo. No pienso presionarle. Santana hunde la nariz en mi pelo e inspira con fuerza.
- Iba decirte que eres lo mejor que me ha pasado en mi vida, Brittany S.Pierce – susurra.
Yo me estrecho aún más contra su cuerpo y me duermo feliz con la sonrisa más tonta y grande en los labios.
Siento una suave caricia por mi espalda. Baja perezosa desde mi hombro hasta el final de mi espalda y vuelve a subir despacio. Cada vez llega un poco más abajo. Acaricia la curva de mi trasero y vuelve a subir.
Abro los ojos adormilada. La luz entra por la ventana pero todavía es tibia y grisácea. Aún es temprano. Estoy bocabajo sobre la cama con las manos escondidas bajo la almohada. La sábana solo me cubre hasta el principio de mis muslos. Me giro y descubro a Santana de lado, con el codo apoyado en el colchón y la cabeza en su mano.
La otra se pasea por mi piel.
- Buenos días – me saluda con la mirada fija en sus dedos que acarician mi espalda.
- Buenos días.
Suspiro y vuelvo a cerrar los ojos extasiada por sus dulces cosquillas
- ¿Cuánto tiempo llevas despierta?
- No lo sé. Un par de horas – contesta como si no tuviera importancia.
Su respuesta me hace abrir los ojos de nuevo.
- Iba a bajar al estudio – me explica - pero entonces te moviste, la sábana se bajo y me di cuenta de las ganas que tenía de hacer exactamente esto.
Sonrío.
- ¿Estás bien? – pregunto.
Santana nos mueve hasta dejarme tumbada sobre ella.
Se recoloca y noto su centro acoplado con mi sexo.
- Podría estar mejor – susurra con la sonrisa más sensual que he visto en mi vida.
Yo también sonrío contagiada del ambiente eléctrico y somnoliento que acaba de crear entre las dos y por un momento olvido que, como siempre, está usando el sexo para evitar hablar de cómo se
siente.
Levanto suavemente mis caderas y salgo a su encuentro. Santana sonríe y comienza a frotarnos suavemente.
La mañana empieza bien. Después de ducharme y prepararme bajo al salón.Santana me espera en la isla de la cocina para desayunar. Camino hasta ella y me apoyo en la encimera a su lado. Me sonríe y acaricia el bajo de mi vestido sin llegar a tocar mi piel.
- Me gusta este vestido – susurra.
Yo sonrío tímida y dejo que sus ojos me atrapen. Santana me devuelve la sonrisa, retira su mano y centra de nuevo todo su atención en el Times. Estoy considerando seriamente la posibilidad de que quizás sea adicta al sexo. “Solo quizás, ¿en serio?”.
- ¿Café, Brittany? - me pregunta la señora Aldrin entrando en la cocina.
- Y algo de comer – añade Santana –. Ayer no cenó nada.
Quiero protestar porque esté decidiendo si desayuno o no pero lo cierto es que estoy muerta de hambre.
- ¿Tortitas? – me pregunta de nuevo la cocinera
Asiento y unos minutos después tengo frente a mí un delicioso plato de tortitas con bacon acompañado de una de taza de café italiano recién hecho.
Estoy desayunando cuando recibo un mensaje. Es de Sugar, preguntándome si comemos juntas.
Acepto encantada y se lo reenvío a Rachel. Me apetece mucho estar con ellas.
Santana me deja en el trabajo y desde que pongo un pie fuera del A8 me mentalizo para enfrentarme a una nueva jornada laboral. Tengo que encontrar la manera de demostrarle a Sterling que puedo
serle útil, que soy buena en mi trabajo.
Entro en el despacho y tras saludar a Tina, que está hablando por teléfono, me siento a mi mesa. Me resulta extraño que Ashton aún no haya llegado.
En ese momento Sterling sale de su despacho como un ciclón. Está furioso.
- ¿Dónde está Ashton? – brama.
Probablemente el pobre se haya quedado dormido en el metro. Sterling tiene pinta de ser el típico jefe que te llama a las doce de la noche para repasar documentos.
- Ha llamado. Hay un apagón en el metro y está viniendo en taxi – le cubro.
Sterling me mira perspicaz pero no porque no me crea si no porque no quiere tener que usarme a mí.
- Joder – masculla finalmente -. Ve a maquetación, recoge toda la documentación del artículo central en el archivo general y mándame a uno de esos sabelotodos de producción al despacho en una hora.
Asiento profesional y por dentro estoy dando saltos de alegría. Por fin voy a tener una oportunidad.
Sterling vuelve a su oficina y yo salgo disparada de la mía. Espero impaciente a que Tina termine de hablar y le pido el teléfono de Ashton al que llamo camino de los ascensores.
- ¿Quién es? – contesta adormilado al otro lado
- Ashton, soy Britt.
Se queda uno segundos en silencio. O no me recuerda o ha vuelto a quedarse dormido.
- Tú compañera de trabajo – le especifico.
- ¡Mierda!
Acaba de darse cuenta de que llega tarde.
- No te preocupes – trato de calmarle -. Le he dicho a Sterling que había habido un apagón en el metro y que estabas buscando un taxi para llegar.
- Gracias – responde aliviado -. Te debo una.
Sonrío. Me viene de perlas que me la deba.
- Necesito que me digas donde está el archivo general.
- ¿Es por el artículo central?
- Sí.
- Hay un problema con ese artículo. Busca a Smith y dile que te explique los cambios y que te entregue las correcciones. Llévalas a maquetación y dáselas a Montgomery para que las meta en la maqueta antes de que la impriman para Sterling. ¿Lo has entendido?
- Sí – respondo alejándome del ascensor.
- Llegaré lo antes posible.
Cuelgo y miro la inmensa redacción. ¿Quién demonios es Smith? Opto por la solución más rápida que se me ocurre. Me paro en la mesa del primer redactor que no parece vivir el día más estresante de su vida y le pregunto. Resulta que hay tres así que tardo más de quince minutos en encontrar a Antón Smith, el Smith que necesito.
Me explica los cambios, me da las correcciones y bajo a maquetación. Montgomery no está y pierdo otros veinte minutos esperándolo. Intento llamar a producción para que envíen a alguien al despacho de Sterling pero no consigo que me cojan el teléfono. Al fin lo logro y la suerte me sonríe cuando veo llegar a Montgomery.
- Buenos días, soy Brittany
- Sé quién eres – me interrumpe malhumorado – y no creas que voy a ser amable contigo solo por eso.
Frunzo el ceño. ¿A qué se refiere? Decido ignorarlo porque no tengo tiempo y le entrego las correcciones de Smith. Les echa un rápido vistazo y me las devuelve de mala gana a la vez que su
teléfono comienza a sonar.
- No valen – me informa arisco.
Mira la pantalla y la gira para que yo también la vea. El nombre de Sterling se ilumina en el centro del smartphone.
- ¿Quiere saber dónde está la maqueta? –añade cortando la llamada -. Vuelve a arriba y habla con Smith. Tienes diez minutos si no la maqueta saldrá tal y como esta.
No conozco el estado actual de la maqueta pero teniendo en cuenta el hincapié que hizo Ashton por teléfono está claro que Sterling no puede verla así.
Vuelvo corriendo a la redacción y le pido a Smith que haga los cambios necesarios. El problema es que al no haber visto a maqueta, no puedo ayudar a arreglarla. Cuando regreso a maquetación,
Montgomery vuelve a rechazar los cambios sin asomo de duda.
- Espera – le pido -. Tiene que haber una solución. Puedo ver la maqueta.
- Este no es el momento para pedirme eso – masculla.
- Déjame ver la maldita maqueta – gilipollas.
Me asesina con la mirada y me ofrece una sucia fotocopia. La observo y la observo. No veo nada
raro. Estoy a punto de rendirme cuando me doy cuenta de que hay un problema con la continuidad entre el artículo de Smith y el siguiente. Pero se están equivocando. El fallo no está en el trabajo de
Smith, aunque sea el reportaje más largo, sino en el siguiente. Por eso los cambios no encajan.
- ¿De quién es este artículo? –pregunto
- ¿Y cómo quieres que lo sepa? – ladra.
Tengo que volver a la redacción. Miro el reloj. Joder, ha pasado una hora desde que Sterling me mandó a por la maqueta.
- Deja el artículo de Smith como estaba y dame cinco minutos – grito mientras salgo corriendo hacia el ascensor.
Montgomery me pone mala cara pero no protesta.
Llamo a Ashton y le pido el nombre del redactor del otro artículo, para ser más concretos nombre, apellido y mesa en la redacción.
Cuando consigo hablar con él, le explico que su artículo tiene que ser un poco más largo. Le pido urgentemente algo que pueda incluir en la maqueta aunque sea una aproximación. Ahora solo tengo
que convencer a Montgomery de que espere un poco más y controlar a Sterling. Con un poco de suerte ya habrá llegado la persona de producción y estará ocupado con ella.
Voy hasta el despacho para comprobar cómo va todo y suspiro sorprendida cuando veo a Sterling de pie junto a mi mesa echándole la bronca de su vida a Ashton.
- Mira a quien tenemos aquí – responde sardónico al verme -. ¡A la persona más inútil de todo el maldito planeta!
Está cabreadísimo.
- ¿Qué te pedí que me trajeras, Pierce?
- La maqueta – respondo – y estará lista…
- La puta maqueta ya está aquí – me interrumpe arisco – y no porque tú hayas sido capaz de bajar hasta maquetación y traérmela sino porque Montgomery me la ha enviado.
Cobarde. No ha podido aguantar ni un par de llamadas de Sterling.
- ¿Y qué te dije a ti sobre el artículo de Smith? – le pregunta a Ashton echando chispas literalmente.
- Que debía recortar su artículo para mejorar la continuidad.
- Entonces, ¿alguno de los dos puede explicarme por qué el artículo de Smith sigue exactamente con el mismo número de palabras?
Ashton me mira mal, muy mal. Fue lo primero que me pidió que hiciera. - He sido yo – me envalentono -. Ashton me lo explicó por teléfono pero yo le pedí a Smith que no tocara su artículo. La mejor manera de solucionar la continuidad es alargar el reportaje de Cavessi.
Sterling me mira con una mezcla de furia e indignación. Si pudiera, me tiraría a un foso de leones ahora mismo.
- ¿Pero tú quién te crees que eres? No sé como estabas a acostumbrada a hacer las cosas
con Fabray, tampoco me importa, pero aquí soy yo el único que puede decirle a un redactor que cambie un artículo.
- Tuve que tomar la decisión en maquetación… - intento explicarme.
- Lárgate – me ordena interrumpiéndome de nuevo -. No quiero verte en lo que queda de día.
Está siendo muy injusto
- Pero…
- ¡Lárgate!
Sin bajar la cabeza, cojo mi bolso de un tirón y salgo de la oficina.
En el ascensor me dejo caer contra la pared y suspiro con fuerza. No puedo dejar de pensar que las cosas no están yendo para nada como pensé que irían. Si no fuera absolutamente imposible, diría
que no solo se trata de que haya entrado con mal pie sino de que Sterling parece tener algo contra mí aunque no sepa el qué.
Llamo a las chicas y les pido que adelantemos el almuerzo. Necesito animarme urgentemente. Cuando entro en Marchisio’s, sonrío de oreja a oreja y camino hasta la mesa donde ya están sentadas Rachel y Sugar.
- No sabéis como me alegro de veros – digo sentándome.
- Al noventa por ciento de la población le suele pasar – responde Sugar con total naturalidad.
Le hago un mohín de lo más infantil, ella me lo devuelve y las tres nos echamos a reír. Ya me siento mejor y solo llevo con ellas treinta segundos.
- Te hemos pedido una cerveza – me informa Rachel -. Hemos supuesto que si necesitabas que adelantáramos el almuerzo, es porque no llevas un buen día.
Me toco la nariz con el índice. No podrían tener más razón.
- ¿Qué ha pasado? – pregunta Sugar.
- Mi jefe me odia – respondo sin más
-. Estoy muy deprimida. Tengo el trabajo de mis sueños y es un auténtico infierno. Me ayudaría saber que vuestras vidas también son un asco.
Las dos sonríen ante mis lamentos.
- ¿Y qué hay de Rachel? – pregunta Sugar -. Tiene una vida perfecta.
Va a protestar pero yo me adelanto.
- No tiene trabajo.
- Vive de vacaciones – replica Sugar y yo asiento.
- En realidad, acabo de encontrar trabajo.
Automáticamente las dos la miramos y ella sonríe entusiasmada.
- Lárgate de esta mesa – le digo fingidamente hostil.
- ¿Qué? ¿Por qué? – gimotea.
- Quedo con vosotras a comer para oír vuestras penas y que así mi vida me parezca un poco mejor y actualmente contigo no puedo – me quejo.
Sugar asiente dándome la razón.
- Yo no soy la que va a casarse con una amultimillonaria – protesta Rachel. Sugar vuelve a asentir esta vez dándole la razón a ella.
- Una multimillonaria que es una controladora irracional que folla demasiado bien lo que le hace salirse siempre con la suya – me lamento.
- Pero eso es porque tú tienes muy poco carácter – comenta Sugar.
- Perdona – replico -, ¿y tú por qué estás aún en mi mesa?
Me hace un mohín y las tres nos echamos a reír.
- Santana es probablemente la mujer más bella que he visto nunca – continúa Rachel.
- Sí, ese es el principal de mis problemas – me apresuro a añadir fingidamente consternada.
- Pero está loca por ti y tú no lo aprovechas para torturarla.
Recapacito sobre las palabras de Rachel. Alguna vez lo he intentado pero el tiro siempre me ha salido por la culata.
- Yo una vez torturé a Joe – comenta Sugar con una sonrisa.
Rachel y yo gesticulamos una mueca de aversión casi al unísono.
- No quiero saberlo – replica Rachel.
- Yo tampoco – me uno.
- Primero lo até y después me subí en un…
- ¡Sugar! – protesto.
- De verdad que voy a tener que dejar de hablaros a las dos – sentencia Rachel.
Tras un segundo en el más absoluto silencio las tres rompemos a reír de nuevo.
- Ninguna va a preguntarme por el trabajo. Voy a ser redactora en el gabinete de prensa de la Asociación de Comercio.
Sonrío. Se lo merece.
- Nos alegramos por ti – responde Sugar –, mucho – añade –, pero hasta que Rody te deje o te acosen laboralmente y el tío no esté bueno, no puedes volver a comer con nosotras.
- Aja – digo apuntando a Sugar con el botellín de cerveza como si acabara de descubrir quién es el asesino en una partida de Cluedo -. Así que tú también te alegrabas secretamente de mis desgracias.
- Por supuesto – responde sin más -. Los días en los que Santana te traía por el camino de la amargura follándote y dejándote tirada cada quince segundos fueron los más felices de mi vida.
- Qué te den – le espeto con la sonrisa en los labios.
- Qué os den a las dos – añade Rachel apunto de la risa.
Lou la mesera se acerca a nuestra mesa y nos toma la comanda. Cuando se marcha de nuevo a la barra, le doy un trago a mi cerveza y miro a Sugar.
- ¿Vas a contárnoslo o no? – le pregunto.
- ¿El qué? – inquiere a su vez como si no supiera de qué hablo.
- Sugar – le reprendo.
Ella vuelve a mirarnos unos segundos y vuelve a resoplar, esta vez aún más exasperada.
- Por Dios – se queja -, el problema ya ni siquiera está.
- Pero es obvio que no estáis bien. ¿Por qué? – vuelvo a preguntar.
Sugar resopla por trillonésima vez.
- Quinn y yo no sometimos a un tratamiento para embarazarme. Mese después creí que estaba embarazada y cuando se lo conté, no reaccionó como esperaba – se sincera.
Rachel y yo nos quedamos boquiabiertas. De todas las opciones posibles, esa era la última por la que hubiera apostado.
- ¿Cuándo pasó? – inquiere Rachel atónita.
- Una semana después de volver de los Hamptons tuve un retraso considerable. Habíamos estado haciendo el tonto y era más que posible que estuviera embarazada. Cuando se lo conté, se puso como una loca. Me dijo que no era el momento, que somos muy jóvenes, que no estaba preparada y por último prácticamente me acusó de haberla obligado a hacernos el tratamiento. Frunzo los labios. La verdad es que no reaccionó nada bien.
- Pero lo peor fue que no me preguntó cómo me sentía yo ni una sola vez.
- Lo siento – digo cogiendo su mano que descansa sobre la mesa.
- Yo también – añade Rachel.
- Y por si fuera poco salió corriendo a contárselo a su hermana Savannah. Odio a esa mujer.
- ¿Por eso salimos huyendo de la fiesta benéfica? – inquiero.
Sugar asiente.
- Encima pretendía darme consejos – continúa indignadísima refiriéndose claramente a Savannah -. Decirme lo que tenía que hacer cuando obviamente era algo entre Quinn y yo.
- ¿Y por qué no nos lo contaste? – pregunta Rachel -. Te habríamos ayudado.
- Porque sentía que era algo que teníamos que solucionar juntas. Afortunadamente el tratamiento no funcionao y solo fue una falsa alarma pero todo esto me ha hecho pensar.
Sugar clava su mirada en sus propias manos. Está inquieta y claramente tiene muchas cosas en la cabeza.
- Está claro que se comportó como una gilipollas – le digo. Rachel asiente -. Pero a lo mejor solo estaba asustada. Deberías darle la oportunidad de arreglarlo.
- Y con respecto a su hermana podríamos llamar a inmigración y hacer que la deporten.
Les contaremos que en realidad es una ciudadana de Luxemburgo con pasaporte falso.
Conozco a un tipo que por doscientos pavos nos conseguiría la documentación falsa – comenta Rachel con la clara intención de hacerla reír. Lo consigue.
- Los Berry tienen muchos contactos – añado - sino cómo se explica que Joe salga vivo de todas las peleas en los bares.
Su sonrisa se ensancha.
- Es alucinante – continúa Rachel -. Ni siquiera le tiran la copa. Yo creo que es un capo de una banda callejera a lo videoclip de Michael Jackson.
Al fin no puede evitarlo y se echa a reír. Rachel y yo lo hacemos con ella.
Me siento culpable por no haberme dado cuenta de que le ocurría algo así. Debe haberle pasado fatal.
Terminamos de comer y Rachel regresa a su apartamento. Empieza a trabajar mañana y quiere prepararse averiguando en internet el organigrama de la Asociación de Comercio y exactamente
cómo y qué hace.
Yo, dado que estoy exiliada forzosamente de mi puesto de trabajo, pienso en irme a Chelsea, pero antes decido hacerle una visita a Santana . Voy con Sugar al edificio del Lopez Group. No puedo evitar despedirme dándole un abrazo de oso en mitad de la redacción de Spaces. Me siento muy culpable. Ella me pone los ojos en blanco y
me devuelve el abrazo. Ha entendido perfectamente lo que pasa y esa es su manera de pedirme que lo olvide de una vez y no le dé más vueltas.
Cuando llego a la antesala de la oficina de Santana, me sorprende no ver a Blaine en su mesa y la puerta del despacho entre abierta. Supongo que todavía estará comiendo y Santana habrá salido a alguna reunión. Aún así decido echar un vistazo para asegurarme.
Camino hasta la puerta, la empujo suavemente y presiento, más que veo, una larguísima melena rubia acomodarse en el sillón al otro lado del escritorio de Santana. Abro la puerta de par en par y más
enfadada de lo que recuerdo haber estado nunca entro en el despacho con los ojos fijos en Marisa Borow.
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Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Capitulo 22
- ¿Qué haces aquí? – pregunto antes de que ella pueda reparar en mi presencia. No hay rastro de Santana.
Marisa se gira elegantemente y me sonríe. ¡No me puedo creer que se permita sonreírme!
- No entiendo cómo te atreves a venir aquí – continúo sin darle oportunidad a contestar a mi primera pregunta.
Estoy furiosa, indignada. No puedo llegar a imaginar cómo tiene la cara de venir aquí. Aunque no se de que me sorprendo teniendo en cuenta que se presenta en casa de Santana cuando le da la gana.
Ella no dice nada. Se limita a mirarme como si fuera yo la que claramente sobra en este despacho. ¿Cómo puede ser tan estúpidamente altiva? Ahora mismo solo tengo ganas de gritarle que
Santana es mi prometida. ¿Qué demonios? ¡Lo voy a hacer!
Doy un paso hacia ella dispuesta a montar la escena de mi vida cuando escucho pasos acercarse a la puerta.
- Brittany – es la voz de Santana -, ¿qué haces aquí?
Me giro hacia ella absolutamente perpleja. ¿En serio me está preguntando a mí que hago aquí? Esto no puede estar pasando.
- No me lo puedo creer – murmuro.
Santana me observa cauta pero con la mirada claramente endurecida. Está más que enfadada.
Marisa se levanta lentamente y toma su carísimo bolso de la mesa.
- Santana, será mejor que me marche – comenta increíblemente solícita.
Yo ahogo una risa nerviosa en un suspiro y cabeceo al tiempo que me cruzo de brazos. Sería mejor que no te hubieras presentado aquí, maldita zorra.
- No, Marisa, quédate – le dice a ella pero todavía me mira a mí -. Brittany, espérame en el despacho de Quinn.
¡¿Qué?!
La miro sin poder creer lo que acaba de decirme. Resoplo con fuerza pero no me muevo. Santana entorna sus ojos negros y por un momento logra intimidarme. Está verdaderamente furiosa.
- Espérame en el despacho de Quinn – repite despacio con esa voz tan calmada que hace que a cualquiera se le hiele la sangre.
La miro a los ojos. Ahora mismo me siento humillada, traicionada.
Salgo del despacho sin decir nada pero irradiando el monumental enfado que me corroe. Estoy conmocionada, furiosa, indignada y todo se remueve cuando justo antes de salir definitivamente, veo
una sonrisa discreta pero triunfal en los labios de Marisa.
Ha vuelto a verla y por si fuera poco ha preferido quedarse con ella. Por Dios, ¡me ha echado de su despacho!
Encamino mis pasos furiosos hasta el ascensor. No pienso esperarle en el despacho de Quinn ni en ningún otro sitio. Quién sabe cuánto tiempo llevan viéndose. Las visitas, los emails. Si es solo
trabajo, podría tener la delicadeza de no tratarla directamente con ella, pero sencillamente no quiere.
Y encima me ha echado de su despacho para quedarse con ella. Eso ha sido demasiado. Me siento una estúpida, una auténtica imbécil. Santo Cielo, soy la reina de las estúpidas enamoradas. Soy una
maldita película de Katherine Heigl.
Me bajo en el vestíbulo sin tener muy claro dónde ir. Veo a Finn en la puerta del edificio.
Imagino que tiene órdenes de llevarme a Chelsea pero me importa bastante poco. No me subiría a ese coche ni por un millón de dólares.
- Britt – me llama el chófer al verme salir.
Yo le miro, bueno más bien lo asesino con la mirada, y continúo caminando.
- Bri…
Ni siquiera le dejo terminar de pronunciar mi nombre.
- Escúchame bien – digo girándome y caminando hacía él -. Dile a la imbécil de tu jefa que no pienso volver a estar remotamente cerca de ella en mi vida.
Finn me mira sorprendido. Abre la boca dispuesto a decir algo pero creo que mi mirada le hace darse cuenta de que no es una buena idea y finalmente se mantiene en silencio.
Yo giro sobre mis talones y me marcho pero solo dos pasos después me detengo en seco. Me siento fatal. Él solo hace su trabajo y yo acabo de gritarle porque Santana ni siquiera me ha dado la
oportunidad de gritarle a ella.
Me giro despacio y camino de nuevo hasta Finn.
- Lo siento.
El chófer asiente.
- No se preocupe – responde profesional pero puedo ver una incipiente sonrisa en sus labios.
Yo intento devolverle el gesto pero no me llega a los ojos. Me giro otra vez y camino hasta la boca de metro de Columbus. El universo decide seguir riéndose de mí y el tren en el que voy sufre una avería y tardo casi dos horas en llegar a mi apartamento.
Cuando estoy subiendo el tramo de escaleras entre la primera y la segunda planta, me doy cuenta de que ni siquiera ha intentado llamarme. Han pasado casi dos horas desde que me marché y Santana no me ha mandado un mísero mensaje. Eso solo puede significar que aún no sabe que no la espero en el despacho de Quinn y probablemente sea porque aún está reunida con esa arpía.
- ¡Joder! – mascullo.
Esto no va a quedarse así.
Abro la puerta de mi apartamento y comienzo a dar vueltas como una estúpida en mi salón, destilando furia.
En ese momento llaman a la puerta. Imagino que serán Rachel o Sugar que me han oído llegar.
Abro con la cara de necesito a una amiga urgentemente y al alzar la mirada todo la rabia me sacude de golpe. Es Santana. Automáticamente intento cerrar la puerta pero ella me lo impide desde el otro lado y apenas sin esfuerzo la mantienen abierta.
- ¡Lárgate! – le espeto alejándome de la puerta que se abre de un portazo y choca contra la pared.
- ¿Se puede saber qué coño te pasa? – pregunta otra vez con esa voz tan amenazadoramente suave -. ¿Por qué no estás en Chelsea?
Ahora mismo le odio.
- No estoy en Chelsea porque no quiero estar cerca de ti – casi grito
- Brittany – me reprende.
- Brittany, ¿qué?, Santana. Llevas viéndote con ella semanas.
Esa frase me hace sentir nauseas.
- Es trabajo – masculla.
- Me has pedido que me marchara a mí – le reprocho más dolida de lo que me gustaría admitir -. Me has humillado delante de esa mujer.
Por un segundo la mirada de Santana cambia. Sigue furiosa pero ahora también parece contrariada.
Sin embargo, como siempre, la soberbia gana la batalla y sus ojos negros se endurecen a aún más.
- Tenía una reunión de negocios.
No pienso seguir aguantando que encima el indignado sea ella.
- Lárgate. No quiero verte. No quiero hablar contigo.
Otra vez estoy a punto de gritar. Maldita sea, estoy muy cabreada.
- No pienso irme a ninguna parte – me reta con sus ojos clavados en los míos y la expresión tensa, tensísima.
- Es mi casa.
- No, es mía.
¿Qué? No puedo creer que se haya atrevido a decir eso.
- Eres una hija de puta.
Santana hace un gesto imperceptible con los labios ante mi cariñoso epíteto pero permanece impasible.
- Eso no cambia que a pesar de cuanto me odies gracias a mí sigas teniendo un maldito techo.
- Te odio, Santana – digo con la voz entrecortada pero intentado que suene todo lo firme que soy capaz.
Una lágrima se escapa de mi mejilla pero me la seco con furia.
Santana suspira con fuerza y alza la mano para tocarme pero yo me aparto rápidamente. Vuelve a suspirar y deja caer su puño cerrado junto al costado. Su mirada se llena de todo ese desahucio.
- ¿Por qué no puedes entender que ella no me interesa lo más mínimo? – me pregunta tratando de sonar más serena.
- Entonces no tengas negocios con ella. Puedes hacerlos con cualquier otra persona.
- No es tan fácil, Britt.
- ¿Por qué?
Me mira pero se queda en silencio. Otra vez. Otra maldita vez.
- Santana, tienes que hablar conmigo – casi le suplico absolutamente exasperada.
- Joder – masculla igual de cansada que me siento yo.
- Una vez me dijiste cuales eran tus condiciones para que estuviéramos juntas pues ahora yo te digo la mía. Tienes que confiar en mí.
- Britt – me llama inquieta con la batalla interna a flor de piel.
- ¿Qué es lo que pasa? Por favor – le suplico exasperada casi llorando
¿Por qué no puede hablar? No soy capaz de comprenderlo.
Santana resopla. Tengo el estómago totalmente atenazado y un nudo en la garganta que casi me impide respirar.
- Se trata del señor Berry – dice al fin.
- ¿Qué? – respondo incrédula.
No entiendo nada.
- Tiene problemas. Invirtió casi todo el dinero en unos bonos extranjeros que resultaron ser un fraude. Cuando estaba a punto de arreglarlo, una empresa estadounidense compró su
deuda y esa compañía resulta ser el negocio que Marisa fundó con el dinero que le quedó tras la opa hostil que lance a Borow Media.
Abro la boca dispuesta a decir algo pero finalmente la cierro. Estoy atónita.
- ¿Y por qué le estás ayudando?
- Mi madre me lo pidió. – Hace una pequeña pausa -. Lo primero que me dijo Berry es que no se lo contara a nadie. Su familia no lo sabe.
Suspiro nerviosa. No quiero creerlo.
- Entonces, ¿los Berry están arruinados? – pregunto en un hilo de voz.
Dios Santo.
- No. He conseguido que Marisa revenda la deuda. El señor Berry solo tendrá que someterla al arbitraje internacional. Ellos reconocerán el fraude y le indemnizaran. Perderá dinero pero nada que no pueda soportar.
- ¿Y cómo has conseguido que Marisa aceptara el trato?
No sé ni para qué pregunto. Es obvio que esa mujer haría lo que fuera por pasar diez segundos con Santana.
- Le he prometido que el Lopez Group invertirá en algunos negocios de su nueva empresa.
No puedo evitar sentir una punzada de culpabilidad.
- Si me lo hubieras contado…
- Si te lo hubiera contado – me interrumpe –, tú te habrías preocupado muchísimo.
No le contradigo. Tiene toda la razón. Incluso ahora que sé que todo está prácticamente solucionado no puedo evitar inquietarme.
- Sé que los Berry son como una segunda familia para ti.
- Aún así no debiste mantenerme al margen.
- Brittany, pienso hacerlo cada vez que crea que es la mejor manera de protegerte.
Suspiro con fuerza. Es la mujer mas testaruda que he conocido en mi vida.
- No soy ninguna cría.
Santana frunce el ceño. Está claro que ella tiene una opinión muy diferente. Voy a protestar pero da el paso que nos separa, toma mi cara entre sus manos y me besa.
- Odio discutir contigo – susurra contra mis labios.
Yo también. Cada vez que discutimos mi cuerpo lo echa de menos de una manera casi temeraria, pero no puedo permitir que siempre se salga con la suya. ´
- Esta vez tus diez segundos encantadora no van a valerte de nada – le advierto aunque si mi voz no hubiese sonado inundada de deseo, el mensaje habría tenido más valor.
Baja su mano hasta llegar a mi cadera y ese simple roce sencillamente me derrite. Es perturbador el control que tiene sobre mi cuerpo.
- Has sido una pendeja, hija de puta– musito con la voz entrecortada.
Santana sonríe muy cerca de mi boca y vuelve a besarme.
- Y tú me has plantado cara. Aún no sé si me gusta que hagas eso.
Ahora la que sonríe soy yo.
- Quiero follármela, señorita Pierce
Y de pronto mi corazón comienza a latir muy, muy deprisa.
- Pero no voy a hacerlo ahora – añade.
Y o no puedo evitar que un suspiro decepcionado se escape de mis labios. Santana sonríe presuntuosa y tira de mi mano para que empecemos a caminar. Salimos del edificio y sigo sin ser capaz de explicar qué ha pasado. ¿Dónde está mi sexo salvaje? No puede decir cosas como quiero follármela, señorita Pierce y después no follarse a la señorita Pierce. Es muy desconcertante.
Nos montamos en el A8 que nos espera junto a la acera. No voy a negar que estoy un poco malhumorada. Más aún, cuando de reojo veo como me mira, se humedece el labio inferior discreta y fugaz y sonríe justo antes de perder su vista en la ventanilla. Se lo está pasando en grande a mi costa.
En cuanto nos bajamos del coche, Santana toma mi mano y me guía hasta las escaleras amarillas de acceso. Mientras esperamos el ascensor, noto su mirada sobre mí. Involuntariamente soy
hiperconsciente de cada uno de sus movimientos: de su mano sobre la mía, de su hábil dedo pulsando el botón del ascensor, de su respiración. Cada pequeño detalle llama mi atención y me excita.
Dentro del ascensor las cosas no mejoran para mí. Su adictivo olor se expande por el ambiente y mi cuerpo traidor se estremece cada vez que respiro.
La señora Aldrin está en la cocina preparando una deliciosa crema de verduras para acompañar, imagino, algo de carne.
Santana la saluda con una sonrisa, va hasta uno de los armarios de su cocina de diseño y saca una botella de vino.
- ¿Una copa? – pregunta.
Yo asiento.
- Sí, por favor – añado.
Santana sonríe y habilidosa abre el vino.
Está jugando contigo, Pierce. Resoplo mentalmente y discreta me cuadro de hombros. No voy a dejar que se ría de mí. Tengo mis armas, me arengo, aunque cuando se trate de Santana, no sepa
exactamente cuáles son.
Suspiro mentalmente e intento tranquilizar mi cuerpo sublevado. Lo primero es dejar de observarla y mantener una distancia prudencial con ella. Con esa idea en la cabeza me dirijo a uno de
los taburetes, el más lejano, y me siento. Me obligo a prestar toda mi atención a la señora Aldrin. Lo que está cocinando tiene una pinta exquisita.
- Tu copa – me llama con su voz más sugerente.
Alzo la cabeza y la observo a unos pasos de mí. Tiene mi copa en la mano y la sonrisa más arrogante que he visto en mi vida en los labios. Podría simplemente dejarla sobre la isla de la cocina
y deslizarla por el mármol pero la muy bastarda quiere que me acerque.
“Ella sí sabe cuáles son sus armas”.
Tomo aire y me levanto despacio. Soy una mujer con una misión. Camino hasta ella, que no levanta un solo segundo la vista de mí, y a unos pasos ya puedo notar toda la calidez de su cuerpo.
Cojo mi copa y mis dedos se encuentran con los suyos. Mi corazón se acelera y un leve suspiro se escapa de mis labios. Está demasiado cerca. Santana sonríe arrogante de nuevo y sin más retira su
mano y se separa de mí.
Esta misión ha sido un completo fracaso. Frunzo los labios malhumorada. Giro sobre mis talones
y veo como se sienta en el taburete y comienza a charlar animadamente con la señora Aldrin. Maldito autocontrol. Lo cierto es que ahora mismo me muero de envidia. Me encantaría ser más fría, una princesa vikinga, invulnerable, intocable y con muy mala leche. Aunque también me conformaría con no ser tan transparente.
Suspiro mentalmente y finalmente vuelvo a mi taburete. Un segundo intento. Puedo hacerlo.
Simplemente no tengo que mirarla, no dejar que me toque y rezar para que no se pongan a hablar en francés.
Afortunadamente la señora Aldrin no tarda en servirnos la cena: delicioso solomillo de ternera kobe con crema de verduras. Desafortunadamente en cuanto nos sirve la comida, se retira
discretamente.
Tal y como me pas ó en el ascensor, sin quererlo, soy consciente de cada movimiento que hace:
de sus manos trabajando diestras con los cubiertos, de sus ojos cada vez que sonríe y sobre todo, de sus labios cada vez que se lleva la copa hasta ellos.
- Britt – me llama sacándome de mi ensoñación.
Alzo la cabeza y la centro en sus ojos negros. Por la manera en la que sonríe comprendo que no es la primera vez que me llamaba.
“Genial, Pierce. Eso era lo único que te faltaba, que te pillara mirándole embobada”
- ¿Qué querías? – le pregunto tratando de que mi tono de voz suene firme.
- No, nada – responde con esa maldita sonrisa aún en los labios.
Definitivamente está disfrutando muchísimo con esto y lo peor de todo es que no sé porque me está me está torturando así. Apuesto a que la bastarda controladora me está haciendo pagar que me fuese a mi
apartamento en vez de venir aquí.
Carraspeo al tiempo que cuadro los hombros. Se acabó. Soy una mujer llena de fuerza, de voluntad, absolutamente inmune a sus encantos. “En fin”. Termino de comer sin levantar mi vista del delicioso solomillo y me bajo del taburete de un salto. Recojo los platos y voy hacia el fregadero.
Siento como me sigue con la mirada pero no me importa. Soy una mujer fría. La nueva Brittany Pierce. Una mezcla entre Catwoman y Madonna de joven. Soy invencible.
Tomo las copas y los cubiertos y los llevo también a la pila.
Siento, más que veo, como Santana se levanta. Paso por su lado para recoger los manteles individuales y las rodillas me tiemblan pero me recompongo rápido. Santana me sigue y antes de que
pueda llegar al fregadero me toma del brazo y me obliga a girarme. Me atrae hacia ella y sin quererlo suspiro. Otra vez está muy cerca.
- ¿Te estás haciendo la difícil? – pregunta con su voz más sugerente.
Sus ojos buscan los míos y los hechizan.
- No – me defiendo -, solo estoy recogiendo la barra.
- La barra ya está lo suficientemente recogida.
Alza las manos dispuesta a quitarme los manteles. Sus dedos van a tocar los míos y todo mi cuerpo se está relamiendo por la posibilidad de ese simple contacto, pero Santana me quita la tela de
las manos sin llegar a tocarme y acabo suspirando frustrada y demasiado excitada.
- Esto es juego sucio – me quejo.
Nuestros labios están muy cerca.
- Probablemente.
Santana se inclina para besarme y cuando entre abro los labios dispuesta a recibirla, ella se aparta.
Abro los ojos y espero a que los suyos me atrapen. Santana sonríe, vuelve a hacer el amago de besarme y se separa otra vez.
Yo suspiro frustrada y ella finalmente se echa a reír por mi reacción y me lleva hasta la pared de la cocina, me estrecha entre ella y su cuerpo y me besa con fuerza.
“La princesa vikinga, Catwoman y Madonna de joven estarían muy orgullosas de ti”.
Santana pasea su mano hasta llegar a la parte de atrás de mi rodilla y la levanta obligándome a rodear su cintura con ella al tiempo que me alza. Inmediatamente levanto la otra pierna y me estrecho
contra sus caderas.
Las dos sonreímos encantadas contra la boca de la otra.
Nos lleva hasta el dormitorio sin dejar de besarme. Se detiene en el centro de la estancia y me baja lentamente, dejando que mi cuerpo se deslice por el suyo.
- Desnúdate – me ordena sensual cerca, muy cerca de mi boca.
Da un paso hacia atrás y me observa. Yo alzo tímida la cabeza y la miro a través de mis pestañas. No sé cómo consigue que siga sintiéndome así.
Me dedica su media sonrisa dura y sexy como respuesta y todo dentro de mí se remueve. Tomo el bajo de mi vestido y me lo saco por la cabeza. Santana entre abre los labios y deja escapar un leve
gemido al tiempo que sus ojos recorren ávidos mi cuerpo. Yo suspiro con fuerza e intento acompasar mi respiración cada vez más caótica.
Me desabrocho el sujetador y los tirantes de deslizan por mis brazos.
Santana no levanta su mirada de mí y ese simple gesto libera rincones de mi cuerpo que solo le pertenecen a ella.
Llevo mis manos hasta mis caderas y nerviosa me acaricio un instante el estómago antes de deslizar los dedos entra la tela de algodón y mi piel. Despacio me deshago de mis bragas.
Otra vez estoy desnuda delante de ella que sigue completamente vestida. Sus ojos se clavan en los míos y me dominan en la distancia. Estoy excitada y llena de deseo. Ni siquiera me ha tocado y
ya me siento en el paraíso.
Da un paso hacia mí y su proximidad lo vuelve todo más real, más sensual. Se desabrocha los primeros botones de la camisa. El sonido de la tela azul deslizándose llena el espacio vacío entre las dos.
Horas después nuestros cuerpos están completamente pegados, bañados en una sensual capa de sudor.
Sus ojos atrapan los míos. Veo toda su dureza, su sensualidad pero también me veo a mí a través de ellos y es una sensación increíble.
Suspiro. Gimo. Grito.
Las dos sonreímos y se deja caer a mi lado. Poco a poco nuestras respiraciones van pausándose.
Santana se levanta. Yo me incorporo con cierta dificultad, y me quedo
sentada al borde la cama.
Se gira hacia mí con los pantalones ya puestos e inmediatamente sus ojos se centran en mi. Camina los pocos pasos que nos separan hasta colocarse frente a mí y me acaricia la mejilla con el pulgar.
De pronto otra vez vuelvo a sentir toda esa electricidad.
Consciente o inconscientemente la miro a través de mis pestañas y su pecho se hincha con fuerza. Santana toma mis muñecas, sonríe con fluido movimiento quedo de rodillas frente a ella.
Me acomodo sobre los talones y dejo otra vez que sus ojos atrapen los míos. En seguida su mirada se llena de un deseo voraz y acelerado. Me toma por lo hombros y me tumba sobre la cama bocabajo.
Gimo por su deliciosa brusquedad.
Se deshace de su ropa. Levanta mis caderas hasta que mis rodillas se flexionan y mi estómago se pega a ellas con los brazos estirados todo lo que puedo.
Sin soltarme las caderas me embiste con fuerza. No comprueba si estoy lista. No importa. Lo estoy. Creo que siempre lo estaré para ella.
Sus estocadas son rápidas, casi desbocadas.
Grito.
Es un castigo celestial. Su pelvis choca contra mi trasero una y otra vez mientras siento su respiración acelerada a mi espalda.
Grito de nuevo.
Va a partirme en dos.
- Joder – gruñe.
Acelera sus movimientos. Todo me da vueltas. Mi cuerpo se tensa y estallo en un mar de placer y jadeos. Un orgasmo que me devora al tiempo que me llena de luz.
Pero Santana continúa moviéndose al mismo ritmo delirante.
- San – susurro.
Su dedos entran y salen de mi sexo cada vez más dura, cada vez más firme, alargando mi placer, transformándolo y antes de que pueda controlarlo salto de nuevo a un excitante precipicio y me corro otra vez notando como ella también lo hace.
- Joder – sisea -, vas a acabar conmigo.
Se sienta exhausta en el suelo y tira de mí para que lo haga en su regazo.
- Ha sido culpa tuya – murmuro hundiendo la cara en cuello.
Estoy realmente cansada.
Santana acaricia mis muñecas con suavidad.
- No, ha sido tuya – dice sin más.
Yo alzo la cabeza y la miro sorprendida.
- Cuando me miras como me has mirado antes, solo puedo pensar en follarte. Me daría igual que el maldito edificio estuviera en llamas.
Intento disimular la enorme sonrisa que amenaza con partirme la cara en dos.
- ¿Y dónde está todo ese autocontrol? – pregunta socarrona.
Entorna los ojos y me da un pellizco en la cadera. Yo doy un respingo y rompo a reír.
- Ahí está – responde divertida.
Santana sumerge las manos en mi pelo y me obliga a levantar la cabeza suavemente. Cuando lo hago, sus preciosos ojos inmediatamente se posan en los míos. Nos quedamos unos segundos,
o quizás unos minutos, simplemente contemplándonos. Me siento bien y después del horrible día de hoy, de mi padre, del suyo, de Marisa es justo lo que necesito.
Mi móvil comienza a sonar tan inoportuno como siempre. Podría ser del trabajo o quizás mi padre así que de mala gana me levanto, cojo la camisa de Santana y me la pongo mientras bajo al salón
siguiendo el sonido de mi iphone. Al fin lo encuentro. Miro la pantalla. No reconozco el número.
- ¿Diga? – pregunto regresando de nuevo a la estancia.
- Brittany, soy Maribel.
Me freno en mitad de las escaleras. Acabo de dejar de respirar.
- Maribel Lopez – añade.
Como si fuera posible que la confundiera con otra Maribel.
- Hola – la saludo -. ¿En qué puedo ayudarla?
Sin quererlo uso mi voz de ayudante pero es que estoy muy nerviosa. Santana me observa sentada en el suelo donde la dejé. Mi tono ha llamado su atención y me mira con el ceño fruncido.
- Quería proponerte que almorzáramos juntas mañana.
¿Qué? Abro la boca dispuesta a decir algo pero la cierro. No sé qué decir y no quiero acabar tartamudeando.
Tranquilízate, Pierce.
Santana se estira, me toma de la mano y tira de mí para que vuelva a sentarme en su regazo.
- He pensando que podríamos charlar y conocernos mejor – continúa.
- Me encantaría pero no puedo ir hasta Glen Cove. Solo tengo una hora para comer.
Al oír el nombre de la zona residencial de sus padres, la confusión aumenta en la expresión de Santana.
- No te preocupes. Almorzaremos en el Plaza. ¿La una y cuarto es buena hora?
Asiento sin darme cuenta de que ella no puede verme. Estoy nerviosísima.
- Sí, me viene bien – me obligo a contestar.
Me siento algo incomoda manteniendo una conversación con mi futura suegra sin bragas y encima de su hija completamente desnuda.
- Perfecto entonces. Hasta mañana, Brittany.
- Hasta mañana, Maribel.
Pronuncio el nombre de su madre mirándola a ella.Santana me devuelve la mirada sin tener la más remota idea de lo que está pasando. Me separo el teléfono de la oreja y me aseguro de que he
colgado.
- ¿Para qué te llamaba mi madre?
Me encojo de hombros.
- Quiere que coma con ella mañana en el Plaza.
Aunque ahora mismo mi estómago se haya cerrado a cal y canto de puro nervio.
Santana nos levanta a las dos sin esfuerzo y nos tumba sobre la cama. Nuestras piernas están entrelazadas sobre una maraña de sábanas blancas. Aún tengo el iphone entre mis manos.
Santana me da un dulce beso en la frente, después otro en el ojo derecho, después el ojo izquierdo, la punta de la nariz, la barbilla y finalmente los labios. Su recorrido me hace sonreír.
- No tienes por qué ir si no quieres – me recuerda.
- Quiero ir -. sentencio.
Santana sonríe y vuelve a besarme. Me quita el teléfono de las manos y lo deja sobre la mesita.
Apaga la luz y me estrecha con fuerza. Ahora mismo la cabeza me da vueltas con la invitación de Maribel Lopez. Estoy muy nerviosa. Me acomodo contra el pecho de Santana y cierro los ojos.
Sintiéndolo respirar me quedo dormida.
Me despierta la voz de Santana. Abro los ojos pero no está en la habitación. Me incorporo adormilada y miro a mi alrededor. A penas ha amanecido. Sigo escuchando su voz. Me levanto y con
el paso torpe bajo al salón.
Está hablando por teléfono junto al sofá ya duchada y vestida. No sé qué hora es pero no deben ser más de las seis.
Lopez, necesitas descansar.
Al verme, sonríe, acelera el final de la conversación y cuelga.
- ¿Qué haces despierta? – pregunta saliendo a mi encuentro.
- Eso debería preguntarlo yo.
- Tengo mucho trabajo.
- San, apenas has dormido. Necesitas descansar.
- He descansado – responde.
- Ni siquiera ha amanecido del todo – replico.
- He dormido contigo – responde seductora, alzando la mano despacio, posándola en mi cadera y atrayéndome hacia ella –. Aunque sean unos minutos, eso es todo lo que necesito para relajarme
Tengo la sensación de que podría aceptar cualquier cosa que me pidiera con esa voz.
- Prométeme que intentaras descansar.
- Dentro de dos semanas tengo previsto un viaje de lo más interesante – comenta socarróna.
Me muero por estar de luna de miel.
- ¿Dónde vas a llevarme? – inquiero con una sonrisa.
- Al hotel con la cama más grande que encuentre. Tengo muchas cosas en mente.
Mi sonrisa se ensancha y mi imaginación se dispara.
Santana hunde su mano en mi pelo y tira de él para obligarme a alzar la cabeza. Me besa con fuerza solo una vez y se separa dejándome llena de deseo, de ella.
- Nos vemos esta noche – susurra.
Yo suspiro decepcionada. Quiero que suba conmigo a la habitación.
- Si trabajaras conmigo, te encerraría en mi despacho todo el día – me amenaza sensual, encendiendo aún más mi cuerpo.
Santana se encamina hacia la puerta.
Yo intento responderle, a ser posible con una frase muy impertinente, pero no soy capaz. Por si fuera poco, mi reacción le hace sonreír triunfal y arrogante y mis pocas neuronas que aún se mantenían en pie se desmayan como todas las demás. La bastarda presuntuosa sabe muy bien cómo usar sus armas.
Regreso a la habitación pero no vuelvo a la cama. Hoy me espera un día de lo más intenso, almuerzo en el Plaza incluido, y quiero estar preparada.
Pongo música. Algo lleno de energía que me dé fuerzas para este titánico día. Elijo Love runs out de OneRepublic y me meto en la ducha. Al final, y aprovechando que es temprano, acabo
cantando todos los grandes éxitos de la banda y la verdad es que para cuando cierro el grifo y me envuelvo en la suave toalla de algodón, estoy animadísima.
Delante del vestidor las cosas no me resultan tan fáciles. No tengo ni la más remota idea de qué ponerme. Me decido por el Valentino de cóctel. Es el traje más elegante que tengo y eso me hará
falta para almorzar en el Plaza con Maribel . Se trata de un doble reto a mi parte más chic.
Me recojo el pelo en una discreta coleta y me maquillo, nada llamativo.
A pesar de la existencia de la señora Aldrin no desayuno. No soy capaz. Además tengo prisa por marcharme. Mi intención es aprovechar el camino hasta el trabajo para pasar por un kiosco de prensa y comprar revistas de novia. Ya han pasado varios días y, salvo la lista de invitados, prácticamente
no he organizado nada. También me gustaría simplemente caminar y relajarme un poco. Sin embargo Finn insiste en llevarme. Órdenes de Santana, que por la mirada que me dedica, no piensa ponerme fácil desobedecer. Desde que pongo un pie en el edificio del New Yorker comienzo a rezar mentalmente para que Sterling esté de mejor humor y me deje explicarle todo lo que ocurrió ayer.
Entro en el despacho y saludo a Tina que me mira de arriba abajo sin ninguna discreción. Yo frunzo el ceño y continúo caminando. Sé que voy más elegante de lo habitual pero tampoco creo que
sea tan raro.
Ashton está en su mesa tan concentrado en la pantalla de su ordenador que no se da cuenta de que he llegado hasta que el ruido que hago al abrir el cajón para dejar mi bolso le sobresalta.
- Hola – me saluda con una sonrisa.
Bien, no está enfadado por lo de ayer.
- Hola – le respondo imitando su gesto -. Ashton te quería pedir disculpas por lo que pasó
ayer. Fue mi responsabilidad. Espero que Sterling no la tomara mucho contigo.
- No más de lo habitual – responde sin darle importancia, volviendo la mirada a la pantalla.
Yo suspiro aliviada. No me gustaba la idea de que Ashton hubiera tenido que pagar los platos rotos.
Aún no he encendido el ordenador cuando la puerta del despacho de Sterling se abre y él sale con paso titubeante. Nada que ver con como suele hacerlo normalmente hecho un verdadero ciclón.
- Brittany – me llama -, ven a mi despacho.
Asiento.
Él gira sobre sus pasos y vuelve dentro dejando la puerta abierta. Miro a Ashton y se encoje de hombros. Me levanto dudosa y comienzo a caminar hacia su despacho. Un jefe como Sterling está tan
amable por muy pocos motivos y todos tienen que ver con la muerte o el despido inminente.
Trago saliva y doy el último paso para entrar. Al alzar la cabeza, me sorprende ver a Samantha Stinson de pie junto a la silla de Sterling. Él está apoyado, casi sentado, en su mesa.
- ¿Quería verme, señor Sterling?
- Brittany, por favor, siéntate – me dice señalando la silla frente a él.
Esto comienza a resultarme tan raro que empiezan a darme escalofríos. Me siento y por un segundo nadie dice nada. La señorita Stinson carraspea discreta y Sterling resopla.
- Quería pedirte perdón por lo que ocurrió ayer – arranca a hablar.
Frunzo el ceño y lo miro sorprendida, confusa y desconfiada, todo a la vez. Si ahora mismo me dijeran que la persona que tengo ante mí es un clon y el verdadero Sterling está maniatado en una nave extraterrestre, lo creería sin problemas.
- No debí mandarte a casa – continúa -. Eso fue inaceptable. Además tengo que ser más considerado, acabas de llegar y necesitas aclimatarte.
- Señor Sterling, le agradezco las disculpas pero no tiene por qué dármelas. No debí modificar el artículo de Cavessi sin preguntarle.
Él sonríe pero no le llega a los ojos y vuelve a quedarse en silencio.
- Puedes volver al trabajo – dice finalmente.
Asiento y me levanto bajo la atenta mirada de los dos. Me siento como una especie de fenómeno de feria. ¿Qué demonios está pasando aquí? En cuanto pongo un pie fuera del despacho, lo veo todo
clarísimo.
Cojo mi móvil y salgo como una exhalación hacia el baño. No me puedo creer que haya sido capaz de inmiscuirse en mi carrera otra vez. Noto el enfado creciendo dentro de mí como un huracán.
Habrá presionado al dueño de la revista o quizás a Sterling personalmente y el resultado es éste. No podría sentirme más violenta.
Me aseguro de que no haya nadie y marco el número de Santana. Estoy a punto de deslizar el pulgar por la tecla verde cuando me doy cuenta de que estoy metiendo la pata hasta el fondo. No ha podido
ser Santana. Solo sabe que los primeros días en el trabajo no fueron bien pero no le conté lo que pasó ayer ni como se ha comportado Sterling. Suspiro hondo y mi enfado se calma. Entonces, ¿a qué viene este cambio de actitud?
El resto de la mañana es de lo más extraña. Sterling ha pasado de ser un ogro a tratarme como si yo fuera una princesita a punto de romperse en cualquier momento. No me manda nada pesado o
mínimamente aburrido ni ningún recado que incluya moverme de esta planta. El mismísimo jefe del departamento de informática viene a ver mi ordenador y cuando falta poco más de una hora para
comer, Sterling le pide a Ashton que me enseñe la redacción, me presente a todos y me indique como funcionan maquetación y archivos. Casi le prefería cuando era un ogro. Está rarísimo.
Sin embargo a la una en punto toda mi atención se centra en el hecho de que en quince minutos estaré almorzando con la señora Lopez.
Voy en taxi a pesar de que son poco más de diez manzanas. Por nada del mundo quiero llegar tarde.
El edificio del Plaza siempre me ha parecido precioso. Una de las fotografías más emblemáticas de la ciudad de Nueva York, con su impoluta fachada y su porche tan elegante. Sin embargo ahora
mismo no podría intimidarme más.
Pregunto en recepción dónde está el salón comedor. Camino de él me repito mentalmente a modo de mantra todos los consejos que durante años nos ha ido dando los Berry. El más importante: esgrime toda la elegancia que seas capaz; y él que creo que más me ayudará aquí: no dejes que nadie se dé cuenta de cuánto te intimida.
En la entrada del inmenso salón suspiro hondo, aliso la falda de mi vestido con las manos y me meto un mecho de pelo rebelde tras la oreja. Estoy hecha un flan. Vamos, Pierce, me animo. Has salido de cosas peores.
Me obligo a poner mi mejor sonrisa y camino hasta el maître, un hombre elegante y esbelto con pinta de europeo refinado.
- ¿La señora Lopez, por favor?
El hombre me sonríe, solicito como cada vez que pronuncio ese apellido.
- Acompáñame por favor – me pide a la vez que me hace un gentil gesto con la mano para que le siga.
Me guía a través del comedor y ya a unos metros de distancia puedo verla tan elegante como siempre, sentada a una pequeña mesa para dos. Al verme me sonríe y se levanta grácilmente,
mostrando su precioso traje de vestido y chaqueta en tonos champagne. “Menos mal que dejaste que Santana te comprara este vestido”.
Me pongo los ojos en blanco mentalmente. La voz de mi conciencia me odia.
- Gracias por venir, cielo.
Me da un suave pero sincero abrazo y sorprendentemente me siento más relajada.
- Ha sido un placer, señora Lopez.
- Por favor, llámame Maribel – me pide a la vez que me señala la silla y ella misma toma asiento.
- ¿Desean que les traiga algo de beber? – pregunta el maître.
- Yo tomare una copa de vino, un Carruades de Lafite del 2004 – su acento es muy melódico.
Ahora entiendo de quién ha heredado Santana su facilidad para los idiomas.La señora Lopez me mira y yo tardo un segundo de más en reaccionar. Parece que estoy más acostumbrada de lo que creía a que Santana pida por mí. Sonrío. A ella le encantaría saberlo.
- Agua sin gas, por favor. Tengo que volver al trabajo – le aclaro.
- Por supuesto – contesta con una suave sonrisa.
El ambiente es de lo más agradable. El salón es amplísimo y todo está decorado en suave tonos crema. Hay bastantes mesas ocupadas pero el sonido a penas es un rumor que se ahoga en una suave
melodía tocada por un cuarteto de violín en el centro de la sala.
- Y dime, ¿qué tal te va en tu nuevo trabajo? – me pregunta -. Santana me ha contado que ahora eres ayudante del editor en New Yorker.
- Me va muy bien – miento -. Estoy muy contenta – miento un poco más.
- Me alegro, cielo.
Me gusta que me llame cielo, me relaja.
Una camarera con una sonrisa enorme se acerca a nuestra mesa. Sirve una copa de vino a la señora Lopez y abre una botella de Evian para mí.
- Imagino que te preguntarás por qué te he pedido que comamos juntas
Asiento y sonrío. Llevo preguntándomelo desde que me llamó ayer.
- Brittany, sé que mi esposo fue a verlas. – Mi sonrisa se esfuma -. Quiero que entiendas por qué lo hizo.
- Señora Lopez, Maribel – rectifico -, no tiene por qué explicarme nada. Entiendo la postura del señor Lopez. Santana es su hija y solo quiere protegerle.
Maribel me sonríe con ternura.
- Santana siempre ha sido una chica difícil, desde pequeña – añade y su sonrisa se ensancha como si recordara algo en concreto -, muy obstinada y con un carácter muy fuerte. Pero también es la persona más noble y leal que encontrarás jamás. El problema es que su padre
es exactamente igual. Por eso quería que entendieras que la oposición de mi esposo a la boda no tiene nada que ver contigo.
Sonrío pero no me llega a los ojos.
- Con todos mis respetos, Maribel, sí tiene que ver conmigo. El señor Lopez cree que no soy la persona adecuada para Santana y créame lo entiendo, pero quiero a su hija más que a nada.
- Y ella a ti – se apresura a continuar -. Lo sé desde el domingo que viniste a almorzar a la mansión. Solo había que ver como se miran para darse cuenta de lo que ocurría.
Suspiro discretamente y casi me ruborizo. Nunca pensé que fuese tan obvio.
- Lo que quiero que entiendas es que veo a mi hija feliz y es gracias a ti y aunque ahora no lo haga, mi esposo también terminará por entenderlo. No te rindas con ninguno de los dos –
añade apretando mi mano que descansa sobre el elegantísimo mantel de hilo.
El maître se acerca de nuevo y nos toma nota del almuerzo.
- ¿Qué tal se lo han tomado tus padres?
Sonrío nerviosa.
- Digamos que mi padre también tiene que entenderlo.
Ahora es Maribel la que sonríe.
- ¿Y habéis decidió una fecha para la boda?
- Nos casaremos dentro de dos semanas.
Maribel me mira prácticamente boquiabierta y yo le doy un trago a mi vaso de agua. Jamás he deseado tanto que fuera un Martini Royale. Sonrío nerviosa y ella cabecea. Por lo menos apuesto a
que tiene claro de quién ha sido la idea.
Nos traen nuestros platos y comemos manteniendo una agradable charla. Mi lubina con verduras
al vapor y salsa holandesa está riquísima.
- Maribel – la llamo -, ayer Santana me contó que usted le pidió que ayudará a a Señor Berry con su problema financiero.
Su expresión cambia por completo.
- Solo quería decirle que para mí los Berry son como parte de mi familia y le agradezco muchísimo que intercediera por él.
Parece increíblemente preocupada y por un momento temo que pueda pensar que le contaré algo a Rachel o Joe.
- No se preocupe – me apresuro a continuar -.Santana ya me dijo que no podía decírselo a nadie.
Su expresión se relaja aunque no del todo. Me resulta extraño.
- ¿Hace mucho que conoces a los Berry? – inquiere y algo en su tono de voz ha cambiado. Parece inquieta.
- Desde el primer día de universidad.
Maribel sonríe pero no le llega a los ojos.
- ¿Y usted? – me animo a preguntar - ¿Hace mucho que Los Lopez y los Berry son amigos?
- Cuando una tiene mi edad, cielo, es difícil recordar cuándo paso qué.
Ambas sonreímos pero me da la sensación de que esa respuesta solo intentaba eludir mi pregunta.
- Los Berry son increíbles.
- Sí que lo son – contesta incomoda.
El cuarteto de cuerda termina la canción y comienza otra suave melodía. No logro identificarla pero me resulta muy familiar.
- Me encanta esta canción pero siempre olvido cómo se llama.
- Es Città Vuota de Mina. Mi canción favorita, debo añadir. Enseñe a bailar a Santana con esta canción cuando tenía ocho años.
Sonríe sincera y ya no parece tan intranquila.
- Es preciosa y no sé por qué olvido siempre cómo se llama. La habré escuchado en casa de los Berry una veintena de veces. El señor Berry dice que es su canción favorita.
Termino la frase en un hilo de voz. Maribel me mira culpable y de pronto todas las piezas de una verdad que no quiero saber encajan en mi mente.
- ¿Qué haces aquí? – pregunto antes de que ella pueda reparar en mi presencia. No hay rastro de Santana.
Marisa se gira elegantemente y me sonríe. ¡No me puedo creer que se permita sonreírme!
- No entiendo cómo te atreves a venir aquí – continúo sin darle oportunidad a contestar a mi primera pregunta.
Estoy furiosa, indignada. No puedo llegar a imaginar cómo tiene la cara de venir aquí. Aunque no se de que me sorprendo teniendo en cuenta que se presenta en casa de Santana cuando le da la gana.
Ella no dice nada. Se limita a mirarme como si fuera yo la que claramente sobra en este despacho. ¿Cómo puede ser tan estúpidamente altiva? Ahora mismo solo tengo ganas de gritarle que
Santana es mi prometida. ¿Qué demonios? ¡Lo voy a hacer!
Doy un paso hacia ella dispuesta a montar la escena de mi vida cuando escucho pasos acercarse a la puerta.
- Brittany – es la voz de Santana -, ¿qué haces aquí?
Me giro hacia ella absolutamente perpleja. ¿En serio me está preguntando a mí que hago aquí? Esto no puede estar pasando.
- No me lo puedo creer – murmuro.
Santana me observa cauta pero con la mirada claramente endurecida. Está más que enfadada.
Marisa se levanta lentamente y toma su carísimo bolso de la mesa.
- Santana, será mejor que me marche – comenta increíblemente solícita.
Yo ahogo una risa nerviosa en un suspiro y cabeceo al tiempo que me cruzo de brazos. Sería mejor que no te hubieras presentado aquí, maldita zorra.
- No, Marisa, quédate – le dice a ella pero todavía me mira a mí -. Brittany, espérame en el despacho de Quinn.
¡¿Qué?!
La miro sin poder creer lo que acaba de decirme. Resoplo con fuerza pero no me muevo. Santana entorna sus ojos negros y por un momento logra intimidarme. Está verdaderamente furiosa.
- Espérame en el despacho de Quinn – repite despacio con esa voz tan calmada que hace que a cualquiera se le hiele la sangre.
La miro a los ojos. Ahora mismo me siento humillada, traicionada.
Salgo del despacho sin decir nada pero irradiando el monumental enfado que me corroe. Estoy conmocionada, furiosa, indignada y todo se remueve cuando justo antes de salir definitivamente, veo
una sonrisa discreta pero triunfal en los labios de Marisa.
Ha vuelto a verla y por si fuera poco ha preferido quedarse con ella. Por Dios, ¡me ha echado de su despacho!
Encamino mis pasos furiosos hasta el ascensor. No pienso esperarle en el despacho de Quinn ni en ningún otro sitio. Quién sabe cuánto tiempo llevan viéndose. Las visitas, los emails. Si es solo
trabajo, podría tener la delicadeza de no tratarla directamente con ella, pero sencillamente no quiere.
Y encima me ha echado de su despacho para quedarse con ella. Eso ha sido demasiado. Me siento una estúpida, una auténtica imbécil. Santo Cielo, soy la reina de las estúpidas enamoradas. Soy una
maldita película de Katherine Heigl.
Me bajo en el vestíbulo sin tener muy claro dónde ir. Veo a Finn en la puerta del edificio.
Imagino que tiene órdenes de llevarme a Chelsea pero me importa bastante poco. No me subiría a ese coche ni por un millón de dólares.
- Britt – me llama el chófer al verme salir.
Yo le miro, bueno más bien lo asesino con la mirada, y continúo caminando.
- Bri…
Ni siquiera le dejo terminar de pronunciar mi nombre.
- Escúchame bien – digo girándome y caminando hacía él -. Dile a la imbécil de tu jefa que no pienso volver a estar remotamente cerca de ella en mi vida.
Finn me mira sorprendido. Abre la boca dispuesto a decir algo pero creo que mi mirada le hace darse cuenta de que no es una buena idea y finalmente se mantiene en silencio.
Yo giro sobre mis talones y me marcho pero solo dos pasos después me detengo en seco. Me siento fatal. Él solo hace su trabajo y yo acabo de gritarle porque Santana ni siquiera me ha dado la
oportunidad de gritarle a ella.
Me giro despacio y camino de nuevo hasta Finn.
- Lo siento.
El chófer asiente.
- No se preocupe – responde profesional pero puedo ver una incipiente sonrisa en sus labios.
Yo intento devolverle el gesto pero no me llega a los ojos. Me giro otra vez y camino hasta la boca de metro de Columbus. El universo decide seguir riéndose de mí y el tren en el que voy sufre una avería y tardo casi dos horas en llegar a mi apartamento.
Cuando estoy subiendo el tramo de escaleras entre la primera y la segunda planta, me doy cuenta de que ni siquiera ha intentado llamarme. Han pasado casi dos horas desde que me marché y Santana no me ha mandado un mísero mensaje. Eso solo puede significar que aún no sabe que no la espero en el despacho de Quinn y probablemente sea porque aún está reunida con esa arpía.
- ¡Joder! – mascullo.
Esto no va a quedarse así.
Abro la puerta de mi apartamento y comienzo a dar vueltas como una estúpida en mi salón, destilando furia.
En ese momento llaman a la puerta. Imagino que serán Rachel o Sugar que me han oído llegar.
Abro con la cara de necesito a una amiga urgentemente y al alzar la mirada todo la rabia me sacude de golpe. Es Santana. Automáticamente intento cerrar la puerta pero ella me lo impide desde el otro lado y apenas sin esfuerzo la mantienen abierta.
- ¡Lárgate! – le espeto alejándome de la puerta que se abre de un portazo y choca contra la pared.
- ¿Se puede saber qué coño te pasa? – pregunta otra vez con esa voz tan amenazadoramente suave -. ¿Por qué no estás en Chelsea?
Ahora mismo le odio.
- No estoy en Chelsea porque no quiero estar cerca de ti – casi grito
- Brittany – me reprende.
- Brittany, ¿qué?, Santana. Llevas viéndote con ella semanas.
Esa frase me hace sentir nauseas.
- Es trabajo – masculla.
- Me has pedido que me marchara a mí – le reprocho más dolida de lo que me gustaría admitir -. Me has humillado delante de esa mujer.
Por un segundo la mirada de Santana cambia. Sigue furiosa pero ahora también parece contrariada.
Sin embargo, como siempre, la soberbia gana la batalla y sus ojos negros se endurecen a aún más.
- Tenía una reunión de negocios.
No pienso seguir aguantando que encima el indignado sea ella.
- Lárgate. No quiero verte. No quiero hablar contigo.
Otra vez estoy a punto de gritar. Maldita sea, estoy muy cabreada.
- No pienso irme a ninguna parte – me reta con sus ojos clavados en los míos y la expresión tensa, tensísima.
- Es mi casa.
- No, es mía.
¿Qué? No puedo creer que se haya atrevido a decir eso.
- Eres una hija de puta.
Santana hace un gesto imperceptible con los labios ante mi cariñoso epíteto pero permanece impasible.
- Eso no cambia que a pesar de cuanto me odies gracias a mí sigas teniendo un maldito techo.
- Te odio, Santana – digo con la voz entrecortada pero intentado que suene todo lo firme que soy capaz.
Una lágrima se escapa de mi mejilla pero me la seco con furia.
Santana suspira con fuerza y alza la mano para tocarme pero yo me aparto rápidamente. Vuelve a suspirar y deja caer su puño cerrado junto al costado. Su mirada se llena de todo ese desahucio.
- ¿Por qué no puedes entender que ella no me interesa lo más mínimo? – me pregunta tratando de sonar más serena.
- Entonces no tengas negocios con ella. Puedes hacerlos con cualquier otra persona.
- No es tan fácil, Britt.
- ¿Por qué?
Me mira pero se queda en silencio. Otra vez. Otra maldita vez.
- Santana, tienes que hablar conmigo – casi le suplico absolutamente exasperada.
- Joder – masculla igual de cansada que me siento yo.
- Una vez me dijiste cuales eran tus condiciones para que estuviéramos juntas pues ahora yo te digo la mía. Tienes que confiar en mí.
- Britt – me llama inquieta con la batalla interna a flor de piel.
- ¿Qué es lo que pasa? Por favor – le suplico exasperada casi llorando
¿Por qué no puede hablar? No soy capaz de comprenderlo.
Santana resopla. Tengo el estómago totalmente atenazado y un nudo en la garganta que casi me impide respirar.
- Se trata del señor Berry – dice al fin.
- ¿Qué? – respondo incrédula.
No entiendo nada.
- Tiene problemas. Invirtió casi todo el dinero en unos bonos extranjeros que resultaron ser un fraude. Cuando estaba a punto de arreglarlo, una empresa estadounidense compró su
deuda y esa compañía resulta ser el negocio que Marisa fundó con el dinero que le quedó tras la opa hostil que lance a Borow Media.
Abro la boca dispuesta a decir algo pero finalmente la cierro. Estoy atónita.
- ¿Y por qué le estás ayudando?
- Mi madre me lo pidió. – Hace una pequeña pausa -. Lo primero que me dijo Berry es que no se lo contara a nadie. Su familia no lo sabe.
Suspiro nerviosa. No quiero creerlo.
- Entonces, ¿los Berry están arruinados? – pregunto en un hilo de voz.
Dios Santo.
- No. He conseguido que Marisa revenda la deuda. El señor Berry solo tendrá que someterla al arbitraje internacional. Ellos reconocerán el fraude y le indemnizaran. Perderá dinero pero nada que no pueda soportar.
- ¿Y cómo has conseguido que Marisa aceptara el trato?
No sé ni para qué pregunto. Es obvio que esa mujer haría lo que fuera por pasar diez segundos con Santana.
- Le he prometido que el Lopez Group invertirá en algunos negocios de su nueva empresa.
No puedo evitar sentir una punzada de culpabilidad.
- Si me lo hubieras contado…
- Si te lo hubiera contado – me interrumpe –, tú te habrías preocupado muchísimo.
No le contradigo. Tiene toda la razón. Incluso ahora que sé que todo está prácticamente solucionado no puedo evitar inquietarme.
- Sé que los Berry son como una segunda familia para ti.
- Aún así no debiste mantenerme al margen.
- Brittany, pienso hacerlo cada vez que crea que es la mejor manera de protegerte.
Suspiro con fuerza. Es la mujer mas testaruda que he conocido en mi vida.
- No soy ninguna cría.
Santana frunce el ceño. Está claro que ella tiene una opinión muy diferente. Voy a protestar pero da el paso que nos separa, toma mi cara entre sus manos y me besa.
- Odio discutir contigo – susurra contra mis labios.
Yo también. Cada vez que discutimos mi cuerpo lo echa de menos de una manera casi temeraria, pero no puedo permitir que siempre se salga con la suya. ´
- Esta vez tus diez segundos encantadora no van a valerte de nada – le advierto aunque si mi voz no hubiese sonado inundada de deseo, el mensaje habría tenido más valor.
Baja su mano hasta llegar a mi cadera y ese simple roce sencillamente me derrite. Es perturbador el control que tiene sobre mi cuerpo.
- Has sido una pendeja, hija de puta– musito con la voz entrecortada.
Santana sonríe muy cerca de mi boca y vuelve a besarme.
- Y tú me has plantado cara. Aún no sé si me gusta que hagas eso.
Ahora la que sonríe soy yo.
- Quiero follármela, señorita Pierce
Y de pronto mi corazón comienza a latir muy, muy deprisa.
- Pero no voy a hacerlo ahora – añade.
Y o no puedo evitar que un suspiro decepcionado se escape de mis labios. Santana sonríe presuntuosa y tira de mi mano para que empecemos a caminar. Salimos del edificio y sigo sin ser capaz de explicar qué ha pasado. ¿Dónde está mi sexo salvaje? No puede decir cosas como quiero follármela, señorita Pierce y después no follarse a la señorita Pierce. Es muy desconcertante.
Nos montamos en el A8 que nos espera junto a la acera. No voy a negar que estoy un poco malhumorada. Más aún, cuando de reojo veo como me mira, se humedece el labio inferior discreta y fugaz y sonríe justo antes de perder su vista en la ventanilla. Se lo está pasando en grande a mi costa.
En cuanto nos bajamos del coche, Santana toma mi mano y me guía hasta las escaleras amarillas de acceso. Mientras esperamos el ascensor, noto su mirada sobre mí. Involuntariamente soy
hiperconsciente de cada uno de sus movimientos: de su mano sobre la mía, de su hábil dedo pulsando el botón del ascensor, de su respiración. Cada pequeño detalle llama mi atención y me excita.
Dentro del ascensor las cosas no mejoran para mí. Su adictivo olor se expande por el ambiente y mi cuerpo traidor se estremece cada vez que respiro.
La señora Aldrin está en la cocina preparando una deliciosa crema de verduras para acompañar, imagino, algo de carne.
Santana la saluda con una sonrisa, va hasta uno de los armarios de su cocina de diseño y saca una botella de vino.
- ¿Una copa? – pregunta.
Yo asiento.
- Sí, por favor – añado.
Santana sonríe y habilidosa abre el vino.
Está jugando contigo, Pierce. Resoplo mentalmente y discreta me cuadro de hombros. No voy a dejar que se ría de mí. Tengo mis armas, me arengo, aunque cuando se trate de Santana, no sepa
exactamente cuáles son.
Suspiro mentalmente e intento tranquilizar mi cuerpo sublevado. Lo primero es dejar de observarla y mantener una distancia prudencial con ella. Con esa idea en la cabeza me dirijo a uno de
los taburetes, el más lejano, y me siento. Me obligo a prestar toda mi atención a la señora Aldrin. Lo que está cocinando tiene una pinta exquisita.
- Tu copa – me llama con su voz más sugerente.
Alzo la cabeza y la observo a unos pasos de mí. Tiene mi copa en la mano y la sonrisa más arrogante que he visto en mi vida en los labios. Podría simplemente dejarla sobre la isla de la cocina
y deslizarla por el mármol pero la muy bastarda quiere que me acerque.
“Ella sí sabe cuáles son sus armas”.
Tomo aire y me levanto despacio. Soy una mujer con una misión. Camino hasta ella, que no levanta un solo segundo la vista de mí, y a unos pasos ya puedo notar toda la calidez de su cuerpo.
Cojo mi copa y mis dedos se encuentran con los suyos. Mi corazón se acelera y un leve suspiro se escapa de mis labios. Está demasiado cerca. Santana sonríe arrogante de nuevo y sin más retira su
mano y se separa de mí.
Esta misión ha sido un completo fracaso. Frunzo los labios malhumorada. Giro sobre mis talones
y veo como se sienta en el taburete y comienza a charlar animadamente con la señora Aldrin. Maldito autocontrol. Lo cierto es que ahora mismo me muero de envidia. Me encantaría ser más fría, una princesa vikinga, invulnerable, intocable y con muy mala leche. Aunque también me conformaría con no ser tan transparente.
Suspiro mentalmente y finalmente vuelvo a mi taburete. Un segundo intento. Puedo hacerlo.
Simplemente no tengo que mirarla, no dejar que me toque y rezar para que no se pongan a hablar en francés.
Afortunadamente la señora Aldrin no tarda en servirnos la cena: delicioso solomillo de ternera kobe con crema de verduras. Desafortunadamente en cuanto nos sirve la comida, se retira
discretamente.
Tal y como me pas ó en el ascensor, sin quererlo, soy consciente de cada movimiento que hace:
de sus manos trabajando diestras con los cubiertos, de sus ojos cada vez que sonríe y sobre todo, de sus labios cada vez que se lleva la copa hasta ellos.
- Britt – me llama sacándome de mi ensoñación.
Alzo la cabeza y la centro en sus ojos negros. Por la manera en la que sonríe comprendo que no es la primera vez que me llamaba.
“Genial, Pierce. Eso era lo único que te faltaba, que te pillara mirándole embobada”
- ¿Qué querías? – le pregunto tratando de que mi tono de voz suene firme.
- No, nada – responde con esa maldita sonrisa aún en los labios.
Definitivamente está disfrutando muchísimo con esto y lo peor de todo es que no sé porque me está me está torturando así. Apuesto a que la bastarda controladora me está haciendo pagar que me fuese a mi
apartamento en vez de venir aquí.
Carraspeo al tiempo que cuadro los hombros. Se acabó. Soy una mujer llena de fuerza, de voluntad, absolutamente inmune a sus encantos. “En fin”. Termino de comer sin levantar mi vista del delicioso solomillo y me bajo del taburete de un salto. Recojo los platos y voy hacia el fregadero.
Siento como me sigue con la mirada pero no me importa. Soy una mujer fría. La nueva Brittany Pierce. Una mezcla entre Catwoman y Madonna de joven. Soy invencible.
Tomo las copas y los cubiertos y los llevo también a la pila.
Siento, más que veo, como Santana se levanta. Paso por su lado para recoger los manteles individuales y las rodillas me tiemblan pero me recompongo rápido. Santana me sigue y antes de que
pueda llegar al fregadero me toma del brazo y me obliga a girarme. Me atrae hacia ella y sin quererlo suspiro. Otra vez está muy cerca.
- ¿Te estás haciendo la difícil? – pregunta con su voz más sugerente.
Sus ojos buscan los míos y los hechizan.
- No – me defiendo -, solo estoy recogiendo la barra.
- La barra ya está lo suficientemente recogida.
Alza las manos dispuesta a quitarme los manteles. Sus dedos van a tocar los míos y todo mi cuerpo se está relamiendo por la posibilidad de ese simple contacto, pero Santana me quita la tela de
las manos sin llegar a tocarme y acabo suspirando frustrada y demasiado excitada.
- Esto es juego sucio – me quejo.
Nuestros labios están muy cerca.
- Probablemente.
Santana se inclina para besarme y cuando entre abro los labios dispuesta a recibirla, ella se aparta.
Abro los ojos y espero a que los suyos me atrapen. Santana sonríe, vuelve a hacer el amago de besarme y se separa otra vez.
Yo suspiro frustrada y ella finalmente se echa a reír por mi reacción y me lleva hasta la pared de la cocina, me estrecha entre ella y su cuerpo y me besa con fuerza.
“La princesa vikinga, Catwoman y Madonna de joven estarían muy orgullosas de ti”.
Santana pasea su mano hasta llegar a la parte de atrás de mi rodilla y la levanta obligándome a rodear su cintura con ella al tiempo que me alza. Inmediatamente levanto la otra pierna y me estrecho
contra sus caderas.
Las dos sonreímos encantadas contra la boca de la otra.
Nos lleva hasta el dormitorio sin dejar de besarme. Se detiene en el centro de la estancia y me baja lentamente, dejando que mi cuerpo se deslice por el suyo.
- Desnúdate – me ordena sensual cerca, muy cerca de mi boca.
Da un paso hacia atrás y me observa. Yo alzo tímida la cabeza y la miro a través de mis pestañas. No sé cómo consigue que siga sintiéndome así.
Me dedica su media sonrisa dura y sexy como respuesta y todo dentro de mí se remueve. Tomo el bajo de mi vestido y me lo saco por la cabeza. Santana entre abre los labios y deja escapar un leve
gemido al tiempo que sus ojos recorren ávidos mi cuerpo. Yo suspiro con fuerza e intento acompasar mi respiración cada vez más caótica.
Me desabrocho el sujetador y los tirantes de deslizan por mis brazos.
Santana no levanta su mirada de mí y ese simple gesto libera rincones de mi cuerpo que solo le pertenecen a ella.
Llevo mis manos hasta mis caderas y nerviosa me acaricio un instante el estómago antes de deslizar los dedos entra la tela de algodón y mi piel. Despacio me deshago de mis bragas.
Otra vez estoy desnuda delante de ella que sigue completamente vestida. Sus ojos se clavan en los míos y me dominan en la distancia. Estoy excitada y llena de deseo. Ni siquiera me ha tocado y
ya me siento en el paraíso.
Da un paso hacia mí y su proximidad lo vuelve todo más real, más sensual. Se desabrocha los primeros botones de la camisa. El sonido de la tela azul deslizándose llena el espacio vacío entre las dos.
Horas después nuestros cuerpos están completamente pegados, bañados en una sensual capa de sudor.
Sus ojos atrapan los míos. Veo toda su dureza, su sensualidad pero también me veo a mí a través de ellos y es una sensación increíble.
Suspiro. Gimo. Grito.
Las dos sonreímos y se deja caer a mi lado. Poco a poco nuestras respiraciones van pausándose.
Santana se levanta. Yo me incorporo con cierta dificultad, y me quedo
sentada al borde la cama.
Se gira hacia mí con los pantalones ya puestos e inmediatamente sus ojos se centran en mi. Camina los pocos pasos que nos separan hasta colocarse frente a mí y me acaricia la mejilla con el pulgar.
De pronto otra vez vuelvo a sentir toda esa electricidad.
Consciente o inconscientemente la miro a través de mis pestañas y su pecho se hincha con fuerza. Santana toma mis muñecas, sonríe con fluido movimiento quedo de rodillas frente a ella.
Me acomodo sobre los talones y dejo otra vez que sus ojos atrapen los míos. En seguida su mirada se llena de un deseo voraz y acelerado. Me toma por lo hombros y me tumba sobre la cama bocabajo.
Gimo por su deliciosa brusquedad.
Se deshace de su ropa. Levanta mis caderas hasta que mis rodillas se flexionan y mi estómago se pega a ellas con los brazos estirados todo lo que puedo.
Sin soltarme las caderas me embiste con fuerza. No comprueba si estoy lista. No importa. Lo estoy. Creo que siempre lo estaré para ella.
Sus estocadas son rápidas, casi desbocadas.
Grito.
Es un castigo celestial. Su pelvis choca contra mi trasero una y otra vez mientras siento su respiración acelerada a mi espalda.
Grito de nuevo.
Va a partirme en dos.
- Joder – gruñe.
Acelera sus movimientos. Todo me da vueltas. Mi cuerpo se tensa y estallo en un mar de placer y jadeos. Un orgasmo que me devora al tiempo que me llena de luz.
Pero Santana continúa moviéndose al mismo ritmo delirante.
- San – susurro.
Su dedos entran y salen de mi sexo cada vez más dura, cada vez más firme, alargando mi placer, transformándolo y antes de que pueda controlarlo salto de nuevo a un excitante precipicio y me corro otra vez notando como ella también lo hace.
- Joder – sisea -, vas a acabar conmigo.
Se sienta exhausta en el suelo y tira de mí para que lo haga en su regazo.
- Ha sido culpa tuya – murmuro hundiendo la cara en cuello.
Estoy realmente cansada.
Santana acaricia mis muñecas con suavidad.
- No, ha sido tuya – dice sin más.
Yo alzo la cabeza y la miro sorprendida.
- Cuando me miras como me has mirado antes, solo puedo pensar en follarte. Me daría igual que el maldito edificio estuviera en llamas.
Intento disimular la enorme sonrisa que amenaza con partirme la cara en dos.
- ¿Y dónde está todo ese autocontrol? – pregunta socarrona.
Entorna los ojos y me da un pellizco en la cadera. Yo doy un respingo y rompo a reír.
- Ahí está – responde divertida.
Santana sumerge las manos en mi pelo y me obliga a levantar la cabeza suavemente. Cuando lo hago, sus preciosos ojos inmediatamente se posan en los míos. Nos quedamos unos segundos,
o quizás unos minutos, simplemente contemplándonos. Me siento bien y después del horrible día de hoy, de mi padre, del suyo, de Marisa es justo lo que necesito.
Mi móvil comienza a sonar tan inoportuno como siempre. Podría ser del trabajo o quizás mi padre así que de mala gana me levanto, cojo la camisa de Santana y me la pongo mientras bajo al salón
siguiendo el sonido de mi iphone. Al fin lo encuentro. Miro la pantalla. No reconozco el número.
- ¿Diga? – pregunto regresando de nuevo a la estancia.
- Brittany, soy Maribel.
Me freno en mitad de las escaleras. Acabo de dejar de respirar.
- Maribel Lopez – añade.
Como si fuera posible que la confundiera con otra Maribel.
- Hola – la saludo -. ¿En qué puedo ayudarla?
Sin quererlo uso mi voz de ayudante pero es que estoy muy nerviosa. Santana me observa sentada en el suelo donde la dejé. Mi tono ha llamado su atención y me mira con el ceño fruncido.
- Quería proponerte que almorzáramos juntas mañana.
¿Qué? Abro la boca dispuesta a decir algo pero la cierro. No sé qué decir y no quiero acabar tartamudeando.
Tranquilízate, Pierce.
Santana se estira, me toma de la mano y tira de mí para que vuelva a sentarme en su regazo.
- He pensando que podríamos charlar y conocernos mejor – continúa.
- Me encantaría pero no puedo ir hasta Glen Cove. Solo tengo una hora para comer.
Al oír el nombre de la zona residencial de sus padres, la confusión aumenta en la expresión de Santana.
- No te preocupes. Almorzaremos en el Plaza. ¿La una y cuarto es buena hora?
Asiento sin darme cuenta de que ella no puede verme. Estoy nerviosísima.
- Sí, me viene bien – me obligo a contestar.
Me siento algo incomoda manteniendo una conversación con mi futura suegra sin bragas y encima de su hija completamente desnuda.
- Perfecto entonces. Hasta mañana, Brittany.
- Hasta mañana, Maribel.
Pronuncio el nombre de su madre mirándola a ella.Santana me devuelve la mirada sin tener la más remota idea de lo que está pasando. Me separo el teléfono de la oreja y me aseguro de que he
colgado.
- ¿Para qué te llamaba mi madre?
Me encojo de hombros.
- Quiere que coma con ella mañana en el Plaza.
Aunque ahora mismo mi estómago se haya cerrado a cal y canto de puro nervio.
Santana nos levanta a las dos sin esfuerzo y nos tumba sobre la cama. Nuestras piernas están entrelazadas sobre una maraña de sábanas blancas. Aún tengo el iphone entre mis manos.
Santana me da un dulce beso en la frente, después otro en el ojo derecho, después el ojo izquierdo, la punta de la nariz, la barbilla y finalmente los labios. Su recorrido me hace sonreír.
- No tienes por qué ir si no quieres – me recuerda.
- Quiero ir -. sentencio.
Santana sonríe y vuelve a besarme. Me quita el teléfono de las manos y lo deja sobre la mesita.
Apaga la luz y me estrecha con fuerza. Ahora mismo la cabeza me da vueltas con la invitación de Maribel Lopez. Estoy muy nerviosa. Me acomodo contra el pecho de Santana y cierro los ojos.
Sintiéndolo respirar me quedo dormida.
Me despierta la voz de Santana. Abro los ojos pero no está en la habitación. Me incorporo adormilada y miro a mi alrededor. A penas ha amanecido. Sigo escuchando su voz. Me levanto y con
el paso torpe bajo al salón.
Está hablando por teléfono junto al sofá ya duchada y vestida. No sé qué hora es pero no deben ser más de las seis.
Lopez, necesitas descansar.
Al verme, sonríe, acelera el final de la conversación y cuelga.
- ¿Qué haces despierta? – pregunta saliendo a mi encuentro.
- Eso debería preguntarlo yo.
- Tengo mucho trabajo.
- San, apenas has dormido. Necesitas descansar.
- He descansado – responde.
- Ni siquiera ha amanecido del todo – replico.
- He dormido contigo – responde seductora, alzando la mano despacio, posándola en mi cadera y atrayéndome hacia ella –. Aunque sean unos minutos, eso es todo lo que necesito para relajarme
Tengo la sensación de que podría aceptar cualquier cosa que me pidiera con esa voz.
- Prométeme que intentaras descansar.
- Dentro de dos semanas tengo previsto un viaje de lo más interesante – comenta socarróna.
Me muero por estar de luna de miel.
- ¿Dónde vas a llevarme? – inquiero con una sonrisa.
- Al hotel con la cama más grande que encuentre. Tengo muchas cosas en mente.
Mi sonrisa se ensancha y mi imaginación se dispara.
Santana hunde su mano en mi pelo y tira de él para obligarme a alzar la cabeza. Me besa con fuerza solo una vez y se separa dejándome llena de deseo, de ella.
- Nos vemos esta noche – susurra.
Yo suspiro decepcionada. Quiero que suba conmigo a la habitación.
- Si trabajaras conmigo, te encerraría en mi despacho todo el día – me amenaza sensual, encendiendo aún más mi cuerpo.
Santana se encamina hacia la puerta.
Yo intento responderle, a ser posible con una frase muy impertinente, pero no soy capaz. Por si fuera poco, mi reacción le hace sonreír triunfal y arrogante y mis pocas neuronas que aún se mantenían en pie se desmayan como todas las demás. La bastarda presuntuosa sabe muy bien cómo usar sus armas.
Regreso a la habitación pero no vuelvo a la cama. Hoy me espera un día de lo más intenso, almuerzo en el Plaza incluido, y quiero estar preparada.
Pongo música. Algo lleno de energía que me dé fuerzas para este titánico día. Elijo Love runs out de OneRepublic y me meto en la ducha. Al final, y aprovechando que es temprano, acabo
cantando todos los grandes éxitos de la banda y la verdad es que para cuando cierro el grifo y me envuelvo en la suave toalla de algodón, estoy animadísima.
Delante del vestidor las cosas no me resultan tan fáciles. No tengo ni la más remota idea de qué ponerme. Me decido por el Valentino de cóctel. Es el traje más elegante que tengo y eso me hará
falta para almorzar en el Plaza con Maribel . Se trata de un doble reto a mi parte más chic.
Me recojo el pelo en una discreta coleta y me maquillo, nada llamativo.
A pesar de la existencia de la señora Aldrin no desayuno. No soy capaz. Además tengo prisa por marcharme. Mi intención es aprovechar el camino hasta el trabajo para pasar por un kiosco de prensa y comprar revistas de novia. Ya han pasado varios días y, salvo la lista de invitados, prácticamente
no he organizado nada. También me gustaría simplemente caminar y relajarme un poco. Sin embargo Finn insiste en llevarme. Órdenes de Santana, que por la mirada que me dedica, no piensa ponerme fácil desobedecer. Desde que pongo un pie en el edificio del New Yorker comienzo a rezar mentalmente para que Sterling esté de mejor humor y me deje explicarle todo lo que ocurrió ayer.
Entro en el despacho y saludo a Tina que me mira de arriba abajo sin ninguna discreción. Yo frunzo el ceño y continúo caminando. Sé que voy más elegante de lo habitual pero tampoco creo que
sea tan raro.
Ashton está en su mesa tan concentrado en la pantalla de su ordenador que no se da cuenta de que he llegado hasta que el ruido que hago al abrir el cajón para dejar mi bolso le sobresalta.
- Hola – me saluda con una sonrisa.
Bien, no está enfadado por lo de ayer.
- Hola – le respondo imitando su gesto -. Ashton te quería pedir disculpas por lo que pasó
ayer. Fue mi responsabilidad. Espero que Sterling no la tomara mucho contigo.
- No más de lo habitual – responde sin darle importancia, volviendo la mirada a la pantalla.
Yo suspiro aliviada. No me gustaba la idea de que Ashton hubiera tenido que pagar los platos rotos.
Aún no he encendido el ordenador cuando la puerta del despacho de Sterling se abre y él sale con paso titubeante. Nada que ver con como suele hacerlo normalmente hecho un verdadero ciclón.
- Brittany – me llama -, ven a mi despacho.
Asiento.
Él gira sobre sus pasos y vuelve dentro dejando la puerta abierta. Miro a Ashton y se encoje de hombros. Me levanto dudosa y comienzo a caminar hacia su despacho. Un jefe como Sterling está tan
amable por muy pocos motivos y todos tienen que ver con la muerte o el despido inminente.
Trago saliva y doy el último paso para entrar. Al alzar la cabeza, me sorprende ver a Samantha Stinson de pie junto a la silla de Sterling. Él está apoyado, casi sentado, en su mesa.
- ¿Quería verme, señor Sterling?
- Brittany, por favor, siéntate – me dice señalando la silla frente a él.
Esto comienza a resultarme tan raro que empiezan a darme escalofríos. Me siento y por un segundo nadie dice nada. La señorita Stinson carraspea discreta y Sterling resopla.
- Quería pedirte perdón por lo que ocurrió ayer – arranca a hablar.
Frunzo el ceño y lo miro sorprendida, confusa y desconfiada, todo a la vez. Si ahora mismo me dijeran que la persona que tengo ante mí es un clon y el verdadero Sterling está maniatado en una nave extraterrestre, lo creería sin problemas.
- No debí mandarte a casa – continúa -. Eso fue inaceptable. Además tengo que ser más considerado, acabas de llegar y necesitas aclimatarte.
- Señor Sterling, le agradezco las disculpas pero no tiene por qué dármelas. No debí modificar el artículo de Cavessi sin preguntarle.
Él sonríe pero no le llega a los ojos y vuelve a quedarse en silencio.
- Puedes volver al trabajo – dice finalmente.
Asiento y me levanto bajo la atenta mirada de los dos. Me siento como una especie de fenómeno de feria. ¿Qué demonios está pasando aquí? En cuanto pongo un pie fuera del despacho, lo veo todo
clarísimo.
Cojo mi móvil y salgo como una exhalación hacia el baño. No me puedo creer que haya sido capaz de inmiscuirse en mi carrera otra vez. Noto el enfado creciendo dentro de mí como un huracán.
Habrá presionado al dueño de la revista o quizás a Sterling personalmente y el resultado es éste. No podría sentirme más violenta.
Me aseguro de que no haya nadie y marco el número de Santana. Estoy a punto de deslizar el pulgar por la tecla verde cuando me doy cuenta de que estoy metiendo la pata hasta el fondo. No ha podido
ser Santana. Solo sabe que los primeros días en el trabajo no fueron bien pero no le conté lo que pasó ayer ni como se ha comportado Sterling. Suspiro hondo y mi enfado se calma. Entonces, ¿a qué viene este cambio de actitud?
El resto de la mañana es de lo más extraña. Sterling ha pasado de ser un ogro a tratarme como si yo fuera una princesita a punto de romperse en cualquier momento. No me manda nada pesado o
mínimamente aburrido ni ningún recado que incluya moverme de esta planta. El mismísimo jefe del departamento de informática viene a ver mi ordenador y cuando falta poco más de una hora para
comer, Sterling le pide a Ashton que me enseñe la redacción, me presente a todos y me indique como funcionan maquetación y archivos. Casi le prefería cuando era un ogro. Está rarísimo.
Sin embargo a la una en punto toda mi atención se centra en el hecho de que en quince minutos estaré almorzando con la señora Lopez.
Voy en taxi a pesar de que son poco más de diez manzanas. Por nada del mundo quiero llegar tarde.
El edificio del Plaza siempre me ha parecido precioso. Una de las fotografías más emblemáticas de la ciudad de Nueva York, con su impoluta fachada y su porche tan elegante. Sin embargo ahora
mismo no podría intimidarme más.
Pregunto en recepción dónde está el salón comedor. Camino de él me repito mentalmente a modo de mantra todos los consejos que durante años nos ha ido dando los Berry. El más importante: esgrime toda la elegancia que seas capaz; y él que creo que más me ayudará aquí: no dejes que nadie se dé cuenta de cuánto te intimida.
En la entrada del inmenso salón suspiro hondo, aliso la falda de mi vestido con las manos y me meto un mecho de pelo rebelde tras la oreja. Estoy hecha un flan. Vamos, Pierce, me animo. Has salido de cosas peores.
Me obligo a poner mi mejor sonrisa y camino hasta el maître, un hombre elegante y esbelto con pinta de europeo refinado.
- ¿La señora Lopez, por favor?
El hombre me sonríe, solicito como cada vez que pronuncio ese apellido.
- Acompáñame por favor – me pide a la vez que me hace un gentil gesto con la mano para que le siga.
Me guía a través del comedor y ya a unos metros de distancia puedo verla tan elegante como siempre, sentada a una pequeña mesa para dos. Al verme me sonríe y se levanta grácilmente,
mostrando su precioso traje de vestido y chaqueta en tonos champagne. “Menos mal que dejaste que Santana te comprara este vestido”.
Me pongo los ojos en blanco mentalmente. La voz de mi conciencia me odia.
- Gracias por venir, cielo.
Me da un suave pero sincero abrazo y sorprendentemente me siento más relajada.
- Ha sido un placer, señora Lopez.
- Por favor, llámame Maribel – me pide a la vez que me señala la silla y ella misma toma asiento.
- ¿Desean que les traiga algo de beber? – pregunta el maître.
- Yo tomare una copa de vino, un Carruades de Lafite del 2004 – su acento es muy melódico.
Ahora entiendo de quién ha heredado Santana su facilidad para los idiomas.La señora Lopez me mira y yo tardo un segundo de más en reaccionar. Parece que estoy más acostumbrada de lo que creía a que Santana pida por mí. Sonrío. A ella le encantaría saberlo.
- Agua sin gas, por favor. Tengo que volver al trabajo – le aclaro.
- Por supuesto – contesta con una suave sonrisa.
El ambiente es de lo más agradable. El salón es amplísimo y todo está decorado en suave tonos crema. Hay bastantes mesas ocupadas pero el sonido a penas es un rumor que se ahoga en una suave
melodía tocada por un cuarteto de violín en el centro de la sala.
- Y dime, ¿qué tal te va en tu nuevo trabajo? – me pregunta -. Santana me ha contado que ahora eres ayudante del editor en New Yorker.
- Me va muy bien – miento -. Estoy muy contenta – miento un poco más.
- Me alegro, cielo.
Me gusta que me llame cielo, me relaja.
Una camarera con una sonrisa enorme se acerca a nuestra mesa. Sirve una copa de vino a la señora Lopez y abre una botella de Evian para mí.
- Imagino que te preguntarás por qué te he pedido que comamos juntas
Asiento y sonrío. Llevo preguntándomelo desde que me llamó ayer.
- Brittany, sé que mi esposo fue a verlas. – Mi sonrisa se esfuma -. Quiero que entiendas por qué lo hizo.
- Señora Lopez, Maribel – rectifico -, no tiene por qué explicarme nada. Entiendo la postura del señor Lopez. Santana es su hija y solo quiere protegerle.
Maribel me sonríe con ternura.
- Santana siempre ha sido una chica difícil, desde pequeña – añade y su sonrisa se ensancha como si recordara algo en concreto -, muy obstinada y con un carácter muy fuerte. Pero también es la persona más noble y leal que encontrarás jamás. El problema es que su padre
es exactamente igual. Por eso quería que entendieras que la oposición de mi esposo a la boda no tiene nada que ver contigo.
Sonrío pero no me llega a los ojos.
- Con todos mis respetos, Maribel, sí tiene que ver conmigo. El señor Lopez cree que no soy la persona adecuada para Santana y créame lo entiendo, pero quiero a su hija más que a nada.
- Y ella a ti – se apresura a continuar -. Lo sé desde el domingo que viniste a almorzar a la mansión. Solo había que ver como se miran para darse cuenta de lo que ocurría.
Suspiro discretamente y casi me ruborizo. Nunca pensé que fuese tan obvio.
- Lo que quiero que entiendas es que veo a mi hija feliz y es gracias a ti y aunque ahora no lo haga, mi esposo también terminará por entenderlo. No te rindas con ninguno de los dos –
añade apretando mi mano que descansa sobre el elegantísimo mantel de hilo.
El maître se acerca de nuevo y nos toma nota del almuerzo.
- ¿Qué tal se lo han tomado tus padres?
Sonrío nerviosa.
- Digamos que mi padre también tiene que entenderlo.
Ahora es Maribel la que sonríe.
- ¿Y habéis decidió una fecha para la boda?
- Nos casaremos dentro de dos semanas.
Maribel me mira prácticamente boquiabierta y yo le doy un trago a mi vaso de agua. Jamás he deseado tanto que fuera un Martini Royale. Sonrío nerviosa y ella cabecea. Por lo menos apuesto a
que tiene claro de quién ha sido la idea.
Nos traen nuestros platos y comemos manteniendo una agradable charla. Mi lubina con verduras
al vapor y salsa holandesa está riquísima.
- Maribel – la llamo -, ayer Santana me contó que usted le pidió que ayudará a a Señor Berry con su problema financiero.
Su expresión cambia por completo.
- Solo quería decirle que para mí los Berry son como parte de mi familia y le agradezco muchísimo que intercediera por él.
Parece increíblemente preocupada y por un momento temo que pueda pensar que le contaré algo a Rachel o Joe.
- No se preocupe – me apresuro a continuar -.Santana ya me dijo que no podía decírselo a nadie.
Su expresión se relaja aunque no del todo. Me resulta extraño.
- ¿Hace mucho que conoces a los Berry? – inquiere y algo en su tono de voz ha cambiado. Parece inquieta.
- Desde el primer día de universidad.
Maribel sonríe pero no le llega a los ojos.
- ¿Y usted? – me animo a preguntar - ¿Hace mucho que Los Lopez y los Berry son amigos?
- Cuando una tiene mi edad, cielo, es difícil recordar cuándo paso qué.
Ambas sonreímos pero me da la sensación de que esa respuesta solo intentaba eludir mi pregunta.
- Los Berry son increíbles.
- Sí que lo son – contesta incomoda.
El cuarteto de cuerda termina la canción y comienza otra suave melodía. No logro identificarla pero me resulta muy familiar.
- Me encanta esta canción pero siempre olvido cómo se llama.
- Es Città Vuota de Mina. Mi canción favorita, debo añadir. Enseñe a bailar a Santana con esta canción cuando tenía ocho años.
Sonríe sincera y ya no parece tan intranquila.
- Es preciosa y no sé por qué olvido siempre cómo se llama. La habré escuchado en casa de los Berry una veintena de veces. El señor Berry dice que es su canción favorita.
Termino la frase en un hilo de voz. Maribel me mira culpable y de pronto todas las piezas de una verdad que no quiero saber encajan en mi mente.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
ok por Dios santo!!!!!!! maribel y el sr berry tienen su historia!!!!! seria ella la que le consiguio la oportunidad laboral a brittany????? a esa marisa la tengo atravezada como un clavo en el zapato, quisiera colgarla por las orejas en el mastil de un carguero de pescado rumbo a alaska!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Micky Morales ok por Dios santo!!!!!!! maribel y el sr berry tienen su historia!!!!! seria ella la que le consiguio la oportunidad laboral a brittany????? a esa marisa la tengo atravezada como un clavo en el zapato, quisiera colgarla por las orejas en el mastil de un carguero de pescado rumbo a alaska!!!!! escribió:
Aqui ya sabremos por que obtuvo el trabajo, y marissa no se que sigue haciendo en esta historia y por que santana no habla no creas a mi tambien quisiera reescribir la historia a veces.
Saludos sigan leyendo por favor dejen sus comentarios y gracias .
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Capitulo 23
-Brittany, deja que te explique – se apresura a decir aunque sin perder su natural elegancia.
- No – me doy prisa yo también en responder con una sonrisa, casi risa, nerviosa en los labios -. De verdad todo está bien.
¡Maribel Lopez y Leroy Berry tuvieron una aventura!
- Ocurrió hace mucho tiempo.
Es la situación más violenta en la que he estado en toda mi vida y gracias a Sugar el listón estaba bastante alto.
- Señora Lopez, está todo bien de verdad – me parafraseo a mi misma.
¡No me lo puedo creer! ¿Y por qué he tenido que enterarme?
- Santana no sabe nada de esto. Nadie en realidad.
La sonrisa se evapora de mis labios. No quiero tener que ocultárselo a Santana, aunque lo cierto es que tampoco quiero ser yo la que se lo cuente. Tengo la impresión de que sería una de esas
situaciones en las que el mensajero es el que sale peor parado.
- Como te he dicho, ocurrió hace mucho y fuimos muy discretos.
- No es asunto mío. No voy a juzgarla. Pero Santana se merece saber porque le pidió que salvara a Leroy.
- No seguimos juntos. Si Santana se enterara ahora, solo le haría daño.
Resoplo. La verdad es que remover el pasado no suele traer nada bueno.
- No se preocupe. No diré nada.
- Sé que puedo confiar en ti.
Me aprieta la mano de nuevo y yo siento la misma tensión que si hubiera montado en diez montañas rusas. Ni siquiera puedo creérmelo del todo. Terminamos el almuerzo. Insisto en pagar pero Maribel no me da opción más aún cuando mira al maître y éste asiente. Parece ser que los Lopez tienen cuenta en el Plaza. ¿Por qué será que no me
sorprende?
Maribel me acompaña hasta el vestíbulo y de nuevo me da un sincero abrazo.
- ¿De verdad no necesitas que te lleve? El chófer está en la puerta.
- Se lo agradezco – respondo con una sonrisa – pero prefiero regresar caminando.
Ella me la devuelve.
- Me alegra que hayamos hablado. Tenemos que repetirlo.
Pero sin confesiones de affaires secretos, por favor.
- Por supuesto - respondo y comienzo a caminar.
Parce que el extraordinario autocontrol de los Lopez también se alcanza por unión matrimonial.
La observo de reojo regresar al salón tan elegante como siempre mientras yo salgo del hotel y alcanzo la Quinta Avenida absolutamente conmocionada. ¡Tuvieron una aventura! No puedo dejar de darles vueltas. Francamente preferiría no saberlo. Estoy a poco más de una manzana de la revista cuando veo a Joe y a Sugar en la acera junto a
la entrada. Frunzo los labios. ¿Qué hacen aquí? En ese instante caigo en la cuenta de que he olvidado el móvil sobre la mesa y automáticamente me preocupo. Parecen nerviosos.
- Chicos, ¿qué ocurre? – pregunto al llegar hasta ellos.
Mis palabras le hacen darse cuenta de mi presencia y los dos dan un paso hacia mí. Oficialmente estoy muy preocupada.
- Britt, tienes que ver esto – dice Sugar con la voz queda, tendiéndome el New York Star, una horrible revista de cotilleos.
Vuelvo a fruncir el ceño y la cojo. Ya está abierta y doblada por la página veinte y siete.
- Sentimos ser nosotros los que te enseñemos esto – se apresura a continuar Joe – pero pensamos que querrías saberlo, sobre todo por tu padre. Miro la revista. Hay varias fotos mías y de Santana, pero creo que dejo de respirar cuando veo una de mi madre. Todas bajo el mismo titular: De Desvalida a Cazafortunas.
La historia de la pequeña huerfanita de Carolina del Sur que la millonaria neoyorkina vistió de Valentino.
Resoplo con la mirada fija en la revista que añade varias fotos mías de pequeña y una de mis padres. Es horrible, monstruoso.
- ¿Cómo han sabido que mi madre murió? ¿Y de dónde han sacado fotos suyas? – pregunto tan perpleja que casi tartamudeo.
- No lo sé, Britt – responde Sugar.
El corazón me da un vuelco.
- ¿Y si mi padre lo ha leído? – pregunto en un susurro aterrada.
Tiro la revista contra el suelo furiosa e indignada y comienzo a dar pequeños e inconexos paseos.
- ¡Es una maldita basura! – grito -. No tienen derecho a hablar de mi madre.
Me llevo las manos a la frente. Esto es demasiado.
- A lo mejor sería buena idea que fuéramos a tomar algo – propone Sugar con dulzura – o quizás simplemente irnos al apartamento.
- No – niego con la cabeza -, tengo que trabajar.
- ¿Estás segura? – me pregunta Joe.
- Sí – musito -, tengo que hacerlo.
No quiero encerrarme en casa y no dejar de darle vueltas. Además no voy a permitir que afecte a mi trabajo. Yo no soy como esos estúpidos periodistas dicen que soy y si ahora me fuera a casa a
llorar mis penas esperando a que Santana regresara, sería exactamente eso. Si hasta llevo un maldito Valentino.
- Está bien, como quieras – comenta Sugar – pero si nos necesitas llámanos y estaremos aquí en un santiamén.
- Gracias.
Sugar se lanza a abrazarme y a los segundos Joe también. Nos quedamos así varios minutos en mitad de Times Square.
- Vale, ya – me quejo – o voy a empezar a pensar que aprovecháis para meteros mano – bromeo aunque sin mucho entusiasmo.
Básicamente necesito que dejen de abrazarme o romperé a llorar.
- Llámame – me pide Sugar alejándose por la cuarenta y dos camino de la boca de metro.
Yo asiento y los observo unos pasos hasta que finalmente accedo al vestíbulo.
En el ascensor no puedo dejar de pensar en las dos fotografías. Mi madre no debe de tener más de veintiochos años en ninguna de las dos. Solo espero que mi padre no lo haya visto. Es lo último
que necesita. Solo hará que odie aún más mi boda con Santana.
Atravieso la redacción y entro en mi despacho. No hay nadie y lo prefiero. Me siento en mi mesa y enciendo el ordenador. Está arrancando cuando escucho voces en el despacho de Sterling. Pienso
en decirle que he llegado pero mejor espero a que termine. Probablemente no le haga mucha gracia que le interrumpa.
- ¡Claro que estoy cabreado! – grita y su voz resuena por toda la oficina.
Parece que el que éste ahí dentro está soportando toda la ira de Sterling. Espero que no se Ashton. Me cae bien.
- ¡Me has obligado a pedirle perdón a una cría de veinticuatro años!
Automáticamente alzo la cabeza. No hay asomo de dudas de que la cría de veinticuatros años soy yo.
Me levanto despacio y me acerco a la puerta entreabierta. No me gusta hacer esto pero es la única manera que tengo para averiguar por qué Sterling de repente es todo amabilidad conmigo.
- Metió la pata – continua algo más sereno –, incluso ella misma lo sabía, y tú me has obligado a sentarla en este despacho y pedirle disculpas.
La persona con la que habla dice algo pero no logro entenderla. Parece una mujer.
- No te preocupes. Hoy la he tenido entre algodones, pero necesito que me digas cuánto va a durar esto.
- Pero, ¿por qué no la aprovechas? – Ahora sí reconozco la voz. Es Samantha Stinson, la mujer que me contrató -. Parece muy competente.
- No necesito otro ayudante y menos aún, ella.
- Viene de trabajar con Quinn Fabray. No puede ser una inútil.
- De trabajar con Fabray cinco semanas de las cuales se pasó calentándole la cama a Santana Lopez probablemente cuatro y media.
¿Qué? Maldito gilipollas.
Estoy a punto de atravesar la puerta como un ciclón pero Samantha Stinson continúa hablando y me detengo en seco.
- Es inteligente.
- Es una cría sin apenas experiencia de la que ni siquiera te habrías molestado en leer su curriculum si no se estuviera tirando a Santana Lopez – se interrumpe a si mismo con una sonrisa irónica y llena de malicia -. Cabronazo. No voy a decir que no le entienda. – Hace
una pequeña pausa -. Me está complicando la vida y eso no me gusta
- La necesitamos aquí – sentencia la mujer -. Newark, el dueño de todo esto por si lo habías olvidado – le aclara arisca -, quiere que Lopez invierta en la nueva publicación y la única manera en la que puede que le escuche es teniéndola a ella aquí. Así que trátala bien.
Así que al final ese es el motivo. Por eso Samantha Stinson fue tan amable conmigo en la entrevista. Cree que si yo estoy feliz y contenta aquí, tendrán las puertas abiertas con Santana.
Suspiro con fuerza y regreso a mi mesa. No quiero oír más. Ahora entiendo lo hostil que fue Montgomery conmigo en maquetación y su frase de sé quién eres y no creas que voy a ser más
amable contigo solo por eso. Y es el mismo motivo por el que claramente Sterling no me quiere aquí.
Miro la pared tras mi mesa con las marcas de archivadores que siguen por la moqueta y suspiro furiosa. Crearon el puesto para mí con esa única intención. Joder, no me lo puedo creer. ¿Cómo pude
ser tan estúpida de no darme cuenta antes?
Intento tranquilizarme y pensar. Una parte de mí solo quiere entrar en ese despacho y mandarlos a los dos al cuerno.
Ashton y Tina entran en la antesala del despacho. Los observo despedirse a través de la puerta abierta. Ella me sonríe pero está claro que no le caigo muy bien. Ahora entiendo el porqué. Imagino
que lo sabe todo y piensa que no merezco estar aquí. No la culpo.
- Hola, Brittany – me saluda Ashton.
Yo le sonrío como saludo pero no me llega a los ojos. Él siempre ha sido simpático conmigo. A lo mejor no sabe nada o a lo mejor sí lo sabe y no le importa. Suspiro mentalmente. ¿Cómo he podido
acabar así?
- ¿Estás bien? – me pregunta sentándose a su mesa.
- Sí, claro – le respondo.
La cabeza me va a mil revoluciones por hora. Rodeo mi escritorio y me siento. Cálmate, Pierce.
Ahora necesitas ser toda frialdad.
Paso la tarde nerviosa, inquieta. Cada vez que me cruzo con Sterling, tengo ganas de gritarle que es un gilipollas pero me contengo. Pienso quedarme y demostrarle lo equivocado que está conmigo y
cuando lo consiga, mandarlo a la mierda con mis mejores deseos. Puede que solo tenga veinticuatro años pero no conseguí trabajar para Bentley a base de polvos.
A las cinco en punto me levanto y salgo de la oficina. No quiero pasar aquí ni un minuto más de lo necesario.
En la puerta me espera Finn. Imagino que con Santana. Miro a mi alrededor y me acerco al coche.
Aunque sé que es muy injusto, ahora mismo me siento muy incómoda con el hecho de que venga a buscarme. Todavía recuerdo como me miro Sterling hace unos días desde el vestíbulo cuando me
subí a este mismo coche. Ahora sé lo que estaba pensando y me provoca náuseas.
- Hola, Finn – le saludo.
- Hola, Brittany
Me abre la puerta y cuando estoy a punto de montarme veo que Santana no está.
- ¿Y la señorita Lopez? – inquiero girándome hacia él.
- La señorita Lopez tenía que resolver algunos asuntos y me pidió que la recogiera.
Suspiro. No voy a negar cuántas ganas tenía de tirarme en sus brazos.
- Llévame a mi antiguo apartamento, por favor.
No me apetece estar sola dándole vueltas a todo.
Finn me mira con reticencia.
- No te preocupes. Estaré un rato con los Berry y podrás llevarme a Chelsea.
El chófer sonríe, asiente y yo entro en el Audi.
Llegamos al Village bastante rápido. Le digo a Finn que puede marcharse pero él insiste en esperarme y yo me canso de discutir.
Subo hasta el cuarto piso y llamo al apartamento de los Berry rezando porque Rachel o Joe hayan vuelto de trabajar.
- Britt, ¿qué haces aquí? – me pregunta Joe al otro lado de la puerta.
- El día que ya era horrible ha pasado a ser muy horrible – me lamento -. Necesito una cerveza.
Entro dispuesta a dejarme caer sobre el sofá pero me sorprendo al ver a Sugar.
- Hola – la saludo -. ¿Qué haces aquí? Pensé que el señor Miller te estaría torturando.
- Me he escapado antes – responde incomoda.
Frunzo el ceño. Conozco a Sugar Motta desde hace seis años y sé que me está ocultando algo.
- ¿Dónde está Rachel? – inquiero perspicaz.
- Trabajando – responde Joe regresando con el paso titubeante desde la puerta.
Miro a mi alrededor. No hay copas, ni cartas, ni el pobre muñeco de Operación pidiendo desesperadamente mejores médicos y un hospital privado.
- Vale – respondo desinteresada -. Vais a contarme que pasa aquí, ¿o no? Ninguno de los dos habla y yo, que parece que hoy me he convertido en la descubridora oficial de affaires, me llevo las manos a la cara exasperada y resoplo.
- Vamos, chicos – me quejo -. ¿En serio? ¿Justo hoy?
Miro a Sugar que sigue petrificada en el sofá.
- No soy idiota – vuelvo a protestar.
- Entonces, ¿dime qué haces aquí?
Envalentonada abre la boca dispuesta a decir algo, tartamudea y finalmente resopla.
- Exactamente eso – replico sardónica -. Sugar, ¿en que estabas pensando? Es Joe – digo señalándole bruscamente con el brazo.
- Sí, soy Joe – repite furioso y lleno de indignación a mi espalda - y al contrario de lo que tú crees hay quien puede enamorarse de mí, joder.
Me vuelvo con la mirada entornada.
- ¿A qué ha vendió eso? – pregunto.
- Sí, ¿a qué ha venido eso? – inquiere Sugar.
Mierda. No creo que haya un peor momento para que se entere. Sugar camina hasta colocarse frente a mí, que como medida prudencial había decidido no volver a girarme. Me mira y yo intento
mantenerle la mirada pero no soy capaz. Si yo la conozco desde hace seis años, ella a mí también.
- ¿Era Brittany? – le pregunta a Joe atónita – ¿La chica misteriosa era Brittany?
Los dos nos quedamos en silencio unos segundos y Sugar resopla. Ha sido un cristalino sí.
- No lo planeé, ¿vale? – se disculpa brusco.
- Y nunca pasó nada – añado.
- No, está claro que no – replica Joe muy molesto y muy irónico.
- ¿Se puede saber por qué estas tan enfadado? – le pregunto casi en un grito.
- Porque ni siquiera lo pensante un segundo.
- ¿Qué?
Esto debe ser una maldita broma.
- Me dijiste que todo estaba bien - protesto -. Me mentiste.
- No, no te mentí. Somos amigos y eso no cambia, pero me dolió que salieras huyendo sin ni siquiera mirar atrás.
- ¿En serio voy a tener que ver una pelea de enamorados ahora? – pregunta Sugar cruzándose de brazos.
- No lo sé – respondo sardónica -. Eso tendría que preguntártelo a ti.
- No me puedo creer que no me lo contaras – replica ella.
- Lo mismo digo – protesto.
- Solo quería comprobar una cosa – se defiende Sugar -. Y no ha pasado nada.
- Porque he llegado yo.
- ¿Esa es toda la confianza que tienes en mí? – me pregunta dolida.
- Oh por Dios, cállate, Sugar – le espeta Joe.
- No le hables así – intervengo.
- No me defiendas – se queja ella.
Los tres nos quedamos en silencio, mirándonos furiosos.
“¿Quién dijo que el día no podría empeorar?”
- Me largo de aquí – dice Sugar cogiendo con rabia su bolso del sofá.
- Sugar, espera – le pido echando a andar tras ella.
Ella se gira justo antes de abrir la puerta del apartamento. Su mirada me detiene en seco.
- Ahora mismo no tengo ganas de veros a ninguno de los dos – masculla.
Sale dando un portazo y yo suspiro hondo.
- ¿Tenías que decírselo así, Joe? – me quejo girándome hacia él.
- Esto no es culpa mía. Si tú no hubieras reaccionando huyendo, podríamos haber aclarado las cosas de otra manera.
- Acababas de decirme que estabas enamorado de mí y yo estaba hecha polvo. Lo siento si no reaccioné como esperabas.
- Está claro que no.
- ¿Y qué hay de ti? – me quejo -. Somos amigos.
- Deja de repetirlo, Brittany. Soy tu amigo pero también soy un tío no otra chica más.
- Lo siento, ¿vale? ¿Es eso lo que quieres escuchar? - me disculpo casi gritando con el
tono completamente equivocado.
- ¡Sí, gracias! – responde furioso a punto de estallar.
- ¡De nada! – le grito más enfadada todavía justo antes de abrir la puerta y salir dando otro portazo.
Estoy cabreadísima. Puede que yo no reaccionara bien pero él tampoco lo ha hecho todo a la perfección. Además si estaba enfadado, ¿por qué no ha hablado conmigo antes? ¿Por qué ha fingido
que todo estaba bien? Salgo del portal como un ciclón. Al verme Finn se baja del coche para abrirme la puerta pero no le doy tiempo y lo hago yo misma.
- A Chelsea, por favor.
Finn asiente y nos incorporamos al tráfico. Me llevo las palmas de las manos a los ojos, creo que por tercera vez. No me puedo creer el día que estoy teniendo.
Nos detenemos en un semáforo y sin ningún motivo en especial miro por la ventanilla. Veo un kiosco de prensa al final de la calle y recuerdo que aún no he comprado las revistas de novia.
- Finn, ¿puedes pararte junto al kiosco?
No es lo que más me apetece ahora mismo pero dos semanas a penas es tiempo. No puedo permitirme seguir retrasando algunas decisiones.
El A8 se detiene en la esquina y me bajo. Una bocanada de aire se abre paso justo delante de mí y un montón de papeles tirados en el suelo se arremolinan en el aire un segundo y después vuelven a
caer. El otoño ha llegado oficialmente.Me acerco al kiosco y echo un vistazo. Nunca he comprado una revista de esa clase. Ni siquiera
sé que tengo que buscar.
- ¿Cuántas revistas de novia tiene?
- Cinco – responde el kiosquero parapetado tras un expositor de chicles.
- Deme una de cada.
Mientras el hombre busca las revistas, echo un nuevo vistazo. Normalmente ojearía el New Yorker pero ahora mismo no me apetece lo más mínimo. El día ha sido de locos. Primero lo de
Maribel y su affaire con Leroy, el artículo del Star, la confesión de Sterling, el intento de affaire de Sugar, la pelea. Joder, el día no podría haber ido peor.
“¿Seguro?”
Y entonces mi mirada cae inocente sobre el New York Post. Mi foto está en la portada junto a las de otras chicas y bajo todas un único titular: El Ranking de las Cazafortunas de Nueva York. Con la
palabra cazafortunas tan grande que puede verse en dos kilómetros a la redonda. Resoplo. No me merezco todo esto.
Pago las revistas y me llevo también el periódico aunque no sé muy bien por qué. Supongo que inconscientemente pienso que así habrá un neoyorkino menos hablando de mí.
Me monto en el coche y dejo las revistas y el periódico en el asiento. Todo está siendo mucho más difícil de lo que había pensado.
Estoy a punto de empezar a martirizarme cuando mi iphone comienza a sonar. Imagino que será Santana para decirme que ya está en Chelsea pero el corazón se me encoje cuando veo que se trata de
mi padre.
- Hola, papá – le saludo con la voz cautelosa.
- Hola, pequeñaja.
Solo por la manera en la que ha pronunciado esas dos palabras sé que ha leído el maldito artículo.
- Britt, he visto el reportaje en el New York Star, ¿estás bien?
- Sí – musito aunque no es verdad -, ¿y tú?
Mi padre suspira. No lo está.
- Sí.
Hace una pequeña pausa que me parte el corazón.
- ¿Sabes? Desde que Santana vino a pedirme tu mano nunca me había parado a pensar en lo que habría dicho tu madre.
Suspiro.
- Creo que Santana le habría gustado.
Suspiro de nuevo. Estoy a punto de llorar y no quiero hacerlo.
- Yo también lo creo.
- Probablemente me habría sentado en la mesa de la cocina y me habría echado una buena bronca por haber sido tan brusco con ella.
Ambos sonreímos suavemente.
- Pero después leo ese artículo, oigo como hablan de ti en esos horribles programas de televisión. Britt, no te mereces esto y ella tampoco.
No aguanto más y las primeras lágrimas comienzan a caer por mis mejillas.
- Lo siento mucho, papá.
- No es culpa tuya, pequeñaja.
No quiero que me oiga llorar. Le preocuparía aún más.
- Papá, tengo que colgar. Te llamaré mañana.
- Cuando quieras. Te quiero, pequeñaja.
- Yo también te quiero, papá.
Cuelgo y con el teléfono aún en la mano llevo mi mirada hacia el montón de revistas y el periódico. Ahora mismo me siento fatal. Nunca imaginé que todo esto acabaría afectando a mi padre
obligándole a remover todo lo de mi madre.
El coche se detiene y al alzar la cabeza me doy cuenta de que ya hemos llegado a Chelsea.
- ¿Podrías darme un minuto? – le pido a Finn justo antes de que salga para abrirme la puerta.
- Por supuesto – responde.
Trato de tranquilizarme. Por muy duro que haya sido el día no puedo dejar que me hunda.
Respiro hondo. Todo va a arreglarse y como dijo Santana más tarde o más temprano se olvidaran de mí.
- Estoy lista – musito obligándome a sonreír.
Finn asiente, sale del coche y me abre la puerta.
Santana aún no ha llegado así que decido subir directamente a la habitación. Dejo las revistas y el periódico sobre la cómoda y miro a mi alrededor. Me siento tentada de tirarme en la cama y darle un
millón de vueltas a todo pero no pienso hacerlo. Los días malos son solo días malos.
“Pero es que éste ha sido muy malo”.
Opto por darme una ducha. Seguro que me relaja.
Me desvisto y abro el grifo de agua caliente. Me meto bajo el chorro e intento relajarme, no pensar pero han sido demasiadas cosas. Odio haberme peleado con Sugar y con Joe. Odio que mi
trabajo sea una farsa. Odio todas cosas que la prensa dice de mí, de mi madre. Odio que mi padre esté sufriendo por mi culpa. El agua casi hierve. Intento repetirme todas las cosas que me dije en el
coche para calmarme pero no sirven de nada y comienzo a llorar.
Toda la tensión que llevo soportando durante tantos días estalla y mi llanto se intensifica. Me dejo caer por la pared y acabo sentada en el sueño de la inmaculada ducha.
Todo esto no es justo, nada justo.
- Nena, ¿qué pasa? – la preocupada voz de Santana me saca de mis pensamientos.
Siento más que veo como abre la mampara de la ducha y, aún vestida, entra y se sienta junto a mí. Me rodea con sus brazos y apoya mi cabeza en su pecho.
No dice nada solo me chista suavemente mientras me acaricia rítmicamente el pelo húmedo. Sigo sintiendo toda esa tensión, toda esa rabia, esa tristeza pero poco a poco Santana va reconfortándome.
Dejo de llorar pero mi pecho todavía se convulsiona de arriba abajo sin mucho sentido. Santana alza la mano y sin separarme de ella cierra el grifo.
- Será mejor que salgamos de aquí o te pondrás enferma.
Me ayuda a levantarme y con cuidado me hace salir de la ducha y me deja en el centro de la estancia.
- Espera aquí – susurra.
Coge un albornoz y una toalla y regresa hasta mí. Deja la toalla sobre el mármol del lavabo y paciente me envuelve con el albornoz. Después toma la toalla de nuevo, la abre y me seca el pelo despacio y con mucho cuidado, mimándome.
- ¿Mejor? – pregunta tras unos minutos, sonriéndome para animarme a hacer lo mismo.
Yo le sonrío pero no me llega a los ojos.
- Espérame en la habitación – susurra acariciándome la mejilla.
Me sonríe de nuevo y lo cierto es que me siento un poco mejor. Sus sonrisas tienen ese efecto.
Salgo del baño y me tumbo en la cama con la vista clavada en el techo. A los pocos segundos Santana también sale. Se ha quitado la ropa mojada y se ha envuelto una toalla en su cuerpo. Se pasa las
manos por el pelo húmedo y se lo hecha hacia atrás. Rodea la cama y se tumba a mi lado.
Instintivamente me giro para poder mirarla y por un momento solo hacemos eso. Santana alza la mano, me mete un mechón de pelo húmedo tras la oreja y me acaricia suavemente la mejilla.
- ¿Qué ha pasado, Britt? – susurra.
- ¿Por dónde empiezo?
Sin quererlo sonrío fugaz y Santana hace lo mismo.
- ¿Tiene algo que ver con el almuerzo con mi madre? – pregunta sin dejar de acariciarme.
- No – me apresuro a responder –. El almuerzo con tu madre ha estado bien.
Salvo por el hecho de haberme confesado un affaire con el hombre que te pidió que salvaras de la ruina.
- ¿Entonces?
- El Post ha publicado un ranking con las mayores cazafortunas de Nueva York y yo estoy en él.
Hace una mueca casi imperceptible de rabia.
- Me he peleado con Sugar y con Joe.
Santana frunce el ceño.
- Ha sido una estupidez pero no me gusta discutir con ellos.
No puedo decirle a Santana que creo que estaban a punto de liarse.
- Y ya sé porque me contrataron en el New Yorker . Resulta que Newark, uno de los dueños, quiere que inviertas en su nueva publicación y pensó que si me contrataba allí, tú estarías más predispuesta.
Santana sonrie, incluso con algo de malicia.
- No me conocen en absoluto – responde –. Si quiero que trabajes en el New Yorker, solo tengo que comprarlo. – Su voz está llena de enfado y arrogancia -. Pero te conozco lo suficiente para saber que no quieres conseguir un trabajo así.
Me llevo el índice a la nariz y las dos sonreímos suavemente.
La mirada de Santana continúa sobre la mía.
- ¿Qué es lo que de verdad te preocupa, Amor?
Suspiro. Me conoce demasiado bien.
- El New York Star ha publicado un artículo sobre mi madre.
Los ojos negros de mi bella latina se llenan de rabia pero se contiene. Sabe que eso es lo último que necesito.
- Salen fotos de mi madre que ni siquiera entiendo cómo han podido conseguir. – Hago una pequeña pausa -. Mi padre lo ha visto y me ha llamado. Estaba destrozado.
Suspiro con fuerza. No quiero volver a llorar.
Santana me estrecha contra su cuerpo y me besa en la frente.
- Te prometo que todo esto se acabó, Britt.
Me dejo embriagar por su abrazo y por su olor. Creo que es el primer momento en que me siento bien desde que este horrible día empezó.
- Te parecerá una estupidez pero me he pasado toda la tarde pensando en esas fotos. Las recordaba perfectamente. En una sale ella de joven. No debe tener más de veintiocho años.
Mi padre hizo la fotografía en el sound una mañana que mi madre dejó que nos saltáramos el colegio para ir a verlo trabajar.
Santana sonríe.
- Cuando nos explicó lo que hacía allí, creí que era un súper héroe. El sound me parecía enorme y él lo protegía.
Su sonrisa se ensancha y mis labios se inundan con el mismo gesto.
- La otra es de los dos en un cumpleaños de Sam. Se les ve muy contentos. No tengo muchos recuerdo de aquella noche solo que mi madre llevaba un vestido rosa.
- ¿Recuerdas muchas cosas de ella?
- La verdad es que no – respondo algo triste pero al hacer memoria mi sonrisa vuelve -. Solo que olía a flores y que le encantaba escuchar a Peter Gabriel. Sam siempre se metía con ella por eso.
Sigue observándome con sus ojos negros llenos de ternura.
- Mi padre me dijo que a mi madre le hubieras caído bien – susurro.
Santana me acaricia suavemente el pelo.
- Ella a mi también. Estoy segura.
- ¿Tú tienes muchos recuerdos de tu infancia?
Lo pregunto sin recordar lo poco que le gusta hablar de ella.
- No tienes que contestarme si no quieres – añado rápidamente.
No quiero que se sienta presionada.
Santana sonríe suavemente.
- Recuerdo que me encantaba ir a la oficina a ver a mi padre trabajar. Ryder y yo siempre nos peleábamos por sentarnos en su silla.
La foto sobre la chimenea viene enseguida a mi mente.
- Me parecía enorme – añade nostálgica con una sonrisa -. Me gustaba cuando mi abuelo me llevaba de la mano por el edificio. Todas las secretarias se volvían locas con él, le llamaban señor Lopez y yo me sentía muy orgullosa, pero no por eso sino porque yo era la
única que podía llamarlo abuelo.
Ahora soy yo la que sonríe inundada de ternura.
- Adoraba cuando íbamos a las constructoras. Contemplaba esos edificios inmensos que en ese momento solo eran esqueletos. Podía pasarme horas mirándolos.
- Una pequeña arquitecto – comento con una sonrisa.
- Sí, supongo que sí.
Santana me da un beso en la frente y me estrecha aún más contra su cuerpo.
- ¿Te apetece bajar a cenar?
Asiento.
- ¿Podemos cenar en la terraza? – pregunto.
Me apetece sentir el aire fresco.
Santana asiente a la vez que se levanta y me ayuda para que haga lo mismo. Entra en el vestidor y yo voy hacia la cómoda. Saco uno de mis conjuntos de ropa interior de algodón y un pijama. Estoy
recogiéndome el pelo cuando Santana regresa a la habitación. También se ha puesto el pijama solo que de pantalón largo y oscuro y una camiseta blanca.
- ¿Lista? – pregunta tendiéndome la mano.
Asiento y la cojo.
Bajamos al salón. La señora Aldrin nos ha dejado la cena preparada así que solo tenemos que calentarla y llevarla a la terraza. Santana sirve dos copas de vino francés e impronunciable y comenzamos a comer el delicioso pollo con almendras.
El viento sigue indomable y de vez en cuando se deja sentir. Lo agradezco. El aire fresco siempre ha sido mi aliado.
- Vas a caer enferma, deberíamos entrar – dice Santana observando como con los ojos cerrado dejo que el viento sacuda mi pelo mojado.
- Un rato más, por favor. Me apetece mucho estar aquí.
Santana sonríe y pierde su vista en la ciudad a la vez que se lleva la copa de vino a los labios.
Cuando comienza a refrescar y el viento se vuelve más fuerte, Santana se muestra inflexible y me obliga a entrar. Estamos dejando los platos en el fregadero cuando su iphone comienza a sonar en la
encimera de la cocina. Mira la pantalla.
- Tengo que cogerlo, nena. No tardaré.
Asiento.
- Lopez… sí, sí exactamente eso.
Santana entra en el estudio. Yo termino de recoger los platos y los friego. Sé que probablemente a la señora Aldrin no le haga ninguna gracia pero prefiero estar ocupada.
Al terminar me seco las manos con un grueso trapo blanco, increíblemente suave aunque no lo parezca, y miro hacia el estudio de Santana. Aún no ha salido.
Camino hacía allí y me paro en el marco de la puerta.
- Quiero que averigües quien está detrás de todo… quiero el nombre de ese hijo de puta. Me alejo unos pasos. No quiero molestarla.
Decido sentarme en el sofá y esperarla. No quiero darle vueltas a todo lo que ha pasado hoy pero es muy difícil y antes de que me dé cuenta mi mente se pierde intentando analizarlo todo, tratando de
sacar alguna conclusión.
En ese preciso instante Santana sale del estudio y camina despacio hasta agacharse frente a mí.
Instintivamente alzo la cabeza y sus ojos negros están esperándome para atrapar los míos. Me dedica su media sonrisa, que tiene un eco directo en mis labios, y acuna suavemente mi cara con sus manos
justo antes de besarme.
- Déjame hacer que te sientas mejor – susurra contra mis labios.
Ahora mismo es lo único que quiero. Necesito que haga que me olvide todo.
Sin dejar de besarme me obliga suavemente a tumbarme en el sofá y ella lo hace sobre mí. Su cuerpo se acopla perfectamente al mío y suspiro. La necesito. La necesito. La necesito.
Santana baja su boca por mi mandíbula y se pierde en mi cuello.
Poco a poco mi respiración se transforma en un suave mar de jadeos.
Baja un poco más y todo mi cuerpo se arquea para recibirla.
Toma mi camiseta y lentamente la va enrollando, conservándola entre sus manos hasta que me la saca por la cabeza. Sonríe al ver mi sujetador de algodón y desliza sus dedos por la prenda.
- Me gusta cuando llevas encaje pero también me gustas así, Britt.
Sonrío. Mis ojos bailan de los suyos a su boca. Quiero que me bese.
Santana atiende mi suplica silenciosa, vuelve a inclinarse sobre mí y conquista mi boca con la suya.
Gimo contra sus labios y ella sonríe contra los míos.
Su mano se desliza lentamente por mi costado hasta encontrarse de nuevo con mi sujetador.
Continúa bajando y se aferra con fuerza a mi trasero para estrecharme aún más contra su cuerpo.
Me lame la mandíbula y marca un reguero de besos hasta mis pechos. Los libera de las copas del sujetador y reparte su boca entre los dos.
Toma uno de mis pezones entre sus dientes y tira de él con fuerza.
Grito y el placer se arremolina en mi sexo.
Se recoloca entre mis piernas y mueve sus caderas.
- San – gimo. Ha sido certera y precisa. Santana sonríe y repite el movimiento. Mi cuerpo se arquea de nuevo.
Gimo. Se desliza por mi cuerpo, me besa el estómago y calienta mi piel con su aliento. Mi respiración se acelera aún más.
Se arrodilla entre mis piernas y lentamente se deshace primero de mis pantalones cortos verde hierba y después de mis braguitas verdes de algodón.
Coloca su dedo en el centro de mis pechos y lo baja despacio, agónico y seductor hasta llegar a mi ombligo. Lo rodea y se inclina para darle un beso.
Su dedo y sus perfectos labios continúan bajando hasta encontrarse con mi sexo. Me da un corto beso justo en el centro y todo mi cuerpo se estremece. Su lengua se abre paso mezclada con sus besos.
Gimo de nuevo.
Santana añade sus dedos. Todo se vuelve delirante.
Cierro los ojos y echo la cabeza hacia atrás.
- Sann – susurro.
Toma mi clítoris entre sus labios y tira con suavidad.
¡Dios! Todo mi cuerpo se tensa y una corriente de puro placer lo atraviesa.
Alcanza un ritmo deliciosamente lento. Sus dedos se deslizan en mi interior mientras su boca me acaricia experta y habilidosa, despertando todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo.
Vuelve a tomar mi clítoris entre sus labios. Vuelve a tirar de él. Aumenta el ritmo y caigo en una deliciosa espiral de placer que me atrapa entre su boca y sus dedos, susurrando su nombre, mi
mantra. Consigue que me olvide de todo y solo estemos nosotras.
Se yergue triunfal con los restos de mi placer aún en sus labios. Hipnotizada contemplo su lengua pasearse y saborear mi esencia. Es lo más sensual que he visto nunca.
Vuelve a inclinarse sobre mí y me besa. Su boca toma la mía y vuelve a prepararme, a encenderme. Santana se lleva las manos a la espada y se quita la camiseta. Alzo las mías y las pierdo en su perfecto torso.
Se deshace de sus pantalones, coloca su mano entre las dos y lentamente vuelve a llenarme de besos y vuelve a entrar en mí.
Grito al acogerla .Todo mi cuerpo se estremece.
Santana apoya su frente en la mía y despacio empieza a moverse. Sus caderas ayudan al empuje de sus dedos dentro de mi, mi santana con su voz entrecortada me dice: Britt cuando te hago el amor, no quisiera hacerlo de forma tan arrogante, quiero tratarte como mi mas preciada posesión, adorarte todo el tiempo que me lo permitas. Cada pulgada de tu cuerpo quiero explorarlo y cubrirlo con mi cuerpo, que no haya parte que no haya tocado, besado, chupado.
Nuestros alientos se entremezclan.
Mis caderas se acompasan con las suyas y la reciben y despiden una y otra vez.
- Sann – jadeo.
Gruñe y aprieta la mandíbula. Se está controlando. Está dejando que el deseo hierva en sus venas para hacerlo lento e intenso. Solo para mí. Para hacerme el amor.
Gimo. Mi cuerpo le responde, clama por ella, le llama.
Grito.- ¡Sannn!
Vuelve a entrar en mi cuerpo de una manera agil pero cuidadosa y caigo en un espectacular orgasmo que me invade por completo hasta
atarme a ella, siempre a ella, solo a ella.
Mi clímax se enreda con el suyo y sonrío extasiada y absolutamente enamorada cuando se pierde en mí susurrando mi nombre.
Jadeantes Santana me observa desde arriba y me acaricia suavemente la sien y la mejilla. Siento su respiración desordenada como la mía pausarse poco a poco. Su cuerpo aún tapa por completo al mío y no podrá haber una sensación mejor.
Me besa con dulzura. Todo mi cuerpo se estremece. Santana se levanta y antes de que yo lo haga me rodea con sus brazos y me alza del sofá. No protesto. Quiero sentirla cerca.
Abro los ojos. Ya es de día. Santana no está en la cama. Miro el reloj y aún es temprano. Me giro, clavo mi vista en el techo y extiendo los brazos para ocupar toda la cama. Se acabo el autocompadecerse. El día de ayer fue duro pero aquí estoy a la mañana siguiente. No hay nada a lo que no podamos sobrevivir y si no sobrevives francamente que importancia tiene entonces. Me levanto y voy hasta el baño. Abro la puerta esperando encontrarme a Santana dándose una ducha
pero no.
“Hubiera sido una excelente manera de comenzar la mañana”.
En ese mismo instante me parece escuchar pasos en el vestidor. Me giro sin moverme de la puerta y veo a Santana salir de él ajustándose la camisa que le sobresalen elegantemente. Por un momento no puedo evitar quedarme embobada mirándola. Es la personificación de la confianza en uno mismo, del éxito, del atractivo.
No se da cuenta de que la observo. Se acerca a la cómoda, apoya las dos manos sobre el mueble y se inclina ligeramente para prestar toda su atención a la pantalla de su MacBook pro. Al hacerlo la
chaqueta se ciñe y los músculos de su espalda se tensan. Una visión no apta para cardiacas.
Mira su reloj y después mira hacia la cama. Al ver que no estoy se sorprende, echa un vistazo a su alrededor y una vez más me pilla deleitándome con ella.
- Imagino que lo que miras es el traje – comenta con una sonrisa de lo más presuntuosa.
- ¿Sabe, señorita Lopez? Hoy estoy dispuesta a admitir que le miraba a usted.
Su sonrisa se ensancha sincera y se sienta en el borde la cama. Vuelve a buscar mi mirada con la suya y me doy cuenta de que se ha transformado en otra más salvaje, más sexy.
- Ven aquí – me llama.
Hago lo que dice. Me coloco frente a ella y automáticamente Santana lleva sus manos a mis caderas y me sienta a horcajadas sobre su regazo.
- Me alegro de que estés mejor – me dice sumergiendo su mano en mi pelo.
- Si hoy estoy mejor, es por todo lo que mimaste ayer.
Santana sonríe.
- Supongo que puedo saltarme las reglas de vez en cuando.
Sonrío pero lo hago por inercia. Recuerdo sus tres normas perfectamente y ninguna de ellas hablaba de eso.
- Ninguna de tus tres reglas dice nada sobre mimos.
- Es que ahora tengo tres reglas nuevas – replica – y las tres tienen que ver contigo.
Quiero mirarla con mi mejor cara de póquer pero no soy capaz. La curiosidad me delata.
- ¿Cuáles son? Si tienen que ver conmigo, creo que me merezco conocerlas.
Santana sonríe de nuevo.
- La primera es obvia. Engatusarte con el sexo siempre que pueda.
¿Se puede tener menos vergüenza?
Le hago mi mejor mohín y su sonrisa se ensancha.
- La segunda, no demostrarte que estoy loca por ti. Me gusta ser misteriosa – añade divertida.
Asiento muy convencida disimulando una incipiente sonrisa.
- Eso se te da francamente bien.
No puedo más y ambas sonreímos.
- ¿Y la tercera? – pregunto al ver que no continúa.
Santana rodea mi cintura con sus brazos y me estrecha aún más contra su cuerpo.
- No permitir que nada vuelva a hacerte llorar – susurra con la voz ronca. Sus palabras me derriten por dentro.
Santana me mira directamente a los ojos y otra vez veo en ellos toda esa fuerza. Como paso en la ducha pienso que va a decir algo pero en lugar de hacerlo me besa con fuerza.
Gimo contra sus labios y Santana vuelve su beso aún más intenso.
Me tumba sobre la cama sin separarse un ápice.
- Tengo que irme a trabajar – susurra contra mis labios.
- Creí que querías engatusarme con el sexo.
Santana sonríe y finalmente se separa. Me observa desde arriba con sus ojos oscurecidos y llenos de deseo. No creo que haya ninguna mujer capaz de resistirse a esa mirada.
- Tengo que irme.
Suspiro decepcionada. Santana me besa una vez más y se levanta de un salto. Yo me incorporo hasta quedar sentada de nuevo y la observo ajustarse de nuevo la chaqueta y los puños de la camisa.
Se pasa la mano por el pelo, me guiña un ojo y se dirige triunfal hacia la puerta sabiendo perfectamente en el lamentable estado que me deja. ¡Maldito autocontrol!
Mientras me ducho, repaso mentalmente todo lo que tengo que hacer hoy. Lo primero es hablar con Sugar y con Joe. Odio que estemos peleados. Respecto a Sterling y al trabajo, tengo que encontrar la manera de dar un golpe de efecto y demostrar que no soy ninguna cría inútil. Con la prensa no puedo hacer nada pero tengo que obligarme a que no me afecte. Seguirán diciendo cosas de mí durante algún tiempo. Más vale que me mentalice. Me pongo mi camiseta nadadora azul y mi falda de la suerte. Está claro que hoy más que nunca
voy a necesitarla. Me lleno el brazo de pulseras de madera, me recojo el pelo, me cepillo los dientes y me maquillo.
No desayuno. Quiero estar lo antes posible en la revista.
Aunque como siempre mi idea es irme en metro, Finn está preparado para llevarme. Mientras espero el ascensor para subir a la redacción, suspiro hondo y me dedico todas las frases motivacionales de anuncio de refresco que se me ocurren. Son como mi falda de la suerte,
tampoco fallan. Tengo que demostrarle a Sterling que soy buena en mi trabajo. Ahora mismo para él, en realidad para todo aquí, soy exactamente como me describen los periódicos y no puedo permitir que sigan pensando eso.
Saludo a Tina y me siento a mi mesa. Ashton aún no ha llegado y parece que Sterling tampoco.
Sin ni siquiera quitarme el bolso consigo hacerme con una copia de la agenda de mi jefe. Hoy hay una reunión de redactores. Tengo que conseguir ir como sea. Allí se discutirán temas importantes
y puede ser justo lo que necesito para poder dejar las cosas claras. Dado que esta increíblemente amable conmigo gracias al rapapolvo que le echo Samantha Stinson, solo tengo que pedirle ir y
aceptará.
- ¡Montgomery, esto es inaceptable, joder!
Los gritos vienen de la redacción.
Salgo y veo a Sterling haciendo aspavientos con las manos mientras le señala a Montgomery un fallo, al parecer colosal, en la maqueta que sostiene Ashton.
- ¿No te das cuenta? – vuelve a gritarle -. La continuidad es el puto problema aquí.
Frunzo el ceño. Claro que la continuidad es el problema de esa maqueta pero no está donde él cree que está.
- La continuidad no es asunto mío. Tú eres el que tiene que ser capaz de verla – le contesta Montgomery.
Sterling suspira brusco. Sabe que tiene razón.
- ¡Smith! – grita aún más furioso -. ¡Smith, mueve tu maldito culo hasta aquí!
Todo el mundo se gira buscando al pobre Antón Smith y yo caigo en la cuenta de algo que me hace sonreír casi al momento.
- El articulo de Smith no es el problema – digo dando un paso al frente.
Todos, absolutamente todos, clavan su vista en mí. Me miran boquiabiertos mientras Sterling lo hace como si estuviera a punto de dispararme.
Yo suspiro y doy otro paso.
“Este es tu momento, Pierce. ¡Aprovéchalo!”.
- El artículo de Smith no es el problema – repito - y acortarlo sería un error. Sé que parece que la continuidad cojea ahí porque es el más largo pero el fallo está en la maquetación de las fotografías – digo señalándolas en la maqueta -. Son muy grandes y no siguen el esquema estético de tres columnas que se mantienen en el reportaje anterior.
Sterling me observa. Parece intrigado y el hecho de que aún no me haya gritado que me meta mis opiniones donde nadie pueda oírlas me da fuerzas para continuar.
- Si cambia la maquetación de las fotografías, y no quiere recortar ningún artículo de esa sección, solo tiene que intercambiarlo con el reportaje de Cavessi. La historia es más ligera.
El lector tendrá un descanso entre dos temas muchos más técnicos y sonreirá. Sé que le preocupa la publicidad y también sé que no le gusta que los reportajes principales la lleven, pero lo único que tiene que hacer es sustituir la entradilla del artículo de Smith en el que
habla de las grandes marcas americanas de consumo por una que se centre en una marca en concreto. Añada una fotografía a página completa de algún anuncio clásico muy significativo
de esa marca, como los de Coca Cola durante la guerra, y para los de producción lo cuenta como publicidad. Cualquier marca estará encantada de salir a página completa en el New Yorker y pagará por ello, y usted tendrá su artículo sin publicidad aparente y con la
continuidad intacta.
Sterling continúa observándome. Está sopesando mis palabras. Mira la maqueta durante unos minutos con los brazos cruzados y tras lo que me parece una eternidad al fin vuelve a mirarme a mí.
- Es una idea genial – sentencia.
Y yo suelto el aire que sin darme cuenta había estado reteniendo.
- Smith, ¿has oído lo de la entradilla? – le pregunta Sterling.
Él asiente.
- Pues cámbiala, ya – le ordena -. Ashton, habla con el departamento de fotografía. Quiero ese anuncio clásico de Coca Cola que salía la mujer de la fábrica sonriendo. ¡Smith! – lo llama de nuevo -. En la entradilla quiero que hagas una referencia a como el consumo de
productos americanos fue vital y necesario para ganar la Segunda Guerra Mundial y como necesitamos volver a hacerlo ahora solo que nuestra guerra es la crisis económica. Sonrío. No se puede negar que, aunque sea un capullo, Sterling es bueno, muy bueno.
- Montgomery, vuelve a tu agujero y espera los nuevos planes de maquetación. Te enviaré a Brittany con ellos y preparareis los cambios.
Mi sonrisa se ensancha. Es hora de dar el golpe definitivo.
- Lo siento, señor Sterling – me disculpo con una incipiente sonrisa en los labios. Pienso disfrutar de esto -. Creo que eso no va a poder ser.
Otra vez su mirada se clava sobre mí y empiezo a pensar que estoy tentando mi suerte demasiadas veces esta mañana.
- Me marcho. No necesito trabajar para alguien que cree que solo soy una cría inútil. No tengo que demostrarle nada a nadie y mucho menos a usted. Montgomery, Ashton y el propio Sterling me miran boquiabiertos aunque mi futuro exjefe se recompone rápido.
- Hasta la vista, Ashton.
Es del único que merece la pena que me despida.
- Adiós, Brittany – responde con una sonrisa.
Se la devuelvo y comienzo a caminar pero aún tengo algo más que decir y no pienso guardármelo. Estoy viviendo mi propio momento de heroína de película americana de sobremesa y sienta de maravilla.
- Ah – digo girándome de nuevo hacia Sterling – y puede decirle a Samantha Stinson y al Señor Newark que si creían que solo porque yo trabajase aquí, Santana Lopez iba a invertir en su empresa, no la conocen en absoluto. El día que ella quiera que yo trabaje aquí, comparará el New Yorker y me dará su puesto.
Sterling me mira con la mandíbula desencajada y yo me doy la vuelta con la sonrisa a punto de partirme la cara en dos. Estoy eufórica.
Me meto en el ascensor y en cuanto las puertas se cierran, doy un catártico grito, feliz. ¡Me siento genial!
Salgo del elevador radiante. Le dejo mi identificación al guardia de seguridad y abandono el edificio sin mirar atrás. Toda la impotencia que sentía ayer por este asunto ha desaparecido.
Camino feliz hasta la parada de Port Authority con la cuarenta y dos y voy en metro hasta el Lopez Enterprises Group. Saludo a Noah con una sonrisa y él me devuelve el gesto como siempre
aunque inmediatamente lo cambia por uno más profesional.
En el ascensor todos los ejecutivos siguen mirándome diferente pero decido no darle importancia. Es mi nueva política.
Cruzo la redacción y voy hasta el despacho de Santana. Blaine me saluda con una sonrisa mientras atiende el teléfono y me hace un gesto con la mano para que pase. Le devuelvo la sonrisa y camino hasta la puerta. Llamo y espero a que me dé paso. Cuando lo
hace, entro y cierro tras de mí.
- Hola – me saluda saliendo a mi encuentro y por el tono de su voz parece angustiada. Por un momento creo que le ha pasado algo pero entonces comprendo que lo que le preocupa es que algo me haya pasado a mí así que le muestro mi mejor sonrisa para tranquilizarle y en seguida surte efecto.
- Hola – respondo.
Santana va estrecharme entre sus brazos pero haciendo un titánico esfuerzo doy un paso hacia atrás.
Ella frunce el ceño.
- Tenemos que hablar de algo importante y no quiero que me despistes – le digo.
Santana me dedica su media sonrisa y se sienta en el borde de la mesa.- Acabo de dejarle claro a Sterling que soy muy buena en mi trabajo y me he despedido. Sonríe de nuevo.
- Era lo que tenías que hacer – comenta orgullosa.
- Quiero recuperar mi trabajo en Spaces – digo en un golpe de voz.
Santana se cruza de brazos e intenta disimular una incipiente sonrisa.
- Habla con la directora ejecutiva – contesta graciosa -. Dicen que es una tipa bastante corriente.
No puedo evitar que una boba sonrisa se dibuje en mi cara. Es la misma frase que dijo el día que nos conocimos.
- Pero si vuelvo, tienes que prometerme que aquí tendremos una actitud exclusivamente profesional – pronuncio tratando de sonar muy seria y muy convencida.
- No pienso prometerte eso – sentencia.
Yo le miro sin saber qué decir. Nunca fui tan ilusa de pensar que aceptaría sin más pero tampoco imaginé que sería tan tajante.
- Eres mía – continúa clavando sus espectaculares ojos negros en los míos -. No voy a prometerte que te miraré como miro a las demás mujeres cuando estés aquí porque sencillamente es imposible. Cada vez que te veo quiero tocarte y cada vez que pueda, pienso
hacerlo. Me importa bastante poco donde estemos.
Uau. La miro absolutamente embelesada por toda la sensualidad que ha desprendido con cada palabra. Ahora mismo ni siquiera recuerdo porque me parecía tan importante que nos comportáramos
sencillamente como jefa y empleada.
Santana sonríe, se estira, me coge de la muñeca y tira de mí hasta colocarme frente a ella. Su proximidad me hace suspirar y tímida clavo mi mirada en el suelo. Santna coloca su mano en mi cadera y todo mi cuerpo se recrea en sus dedos suaves y firmes sobre mi piel
- ¿Por qué has cambiado de opinión? – susurra a escasos centímetros de mi boca.
- Porque me he dado cuenta de que quiero estar en el lugar al que pertenezco – respondo en un hilo de voz pero muy convencida.
Santana sonríe sincera y me besa con fuerza. Yo me deleito en sus brazos, en su sabor y en su olor.
Nunca imagine que un olor pudiera resultar tan atractivo.
Me da un último beso, más corto y dulce, y finalmente se separa de mí.
Sin separarse de mí coge el teléfono.
- Blaine – dice con su mirada unida a la mía -, llama a Recursos Humanos y pide que envíen el contrato de Brittany S. Pierce al despacho de Quinn Fabray.
Sonríe y yo también lo hago.
- ¿Tenías mi contrato preparado? – pregunto sorprendida en cuanto cuelga.
- Lleva preparado desde el día que te fuiste.
Suspiro absolutamente encantada y rodeando su cuello con mis brazos le beso.Santana reacciona enseguida. Pierde una de sus manos en mi pelo, desliza la otra hasta el final de mi espalda y me
tumba sobre ellas lo que me hace romper a reír.
- Vamos a decírselo a Quinn – me dice poniéndome en pie de nuevo -. Hoy me ha amenazado dos veces con suicidarse en mitad de la redacción si no le dejaba contratar a una ayudante – añade con sorna.
Estamos a punto de cruzar la puerta del despacho cuando me freno en seco.
- ¿Puedes esperarme en el despacho de Quinn? – le pregunto -. Necesito hacer algo antes.
Santana me mira perspicaz pero finalmente asiente y estira el brazo para que pase delante.
Me despido de Blaine y justo antes de cruzar el umbral le dedico una sonrisa a Santana que se ha parado a hablar con su secretario. Ella me devuelve el gesto discreto y yo salgo encantada de su
oficina. Voy hasta el archivador y le mando un mensaje a Sugar para que venga. No me contesta pero sé que lo hará. Me quito el bolso, lo dejo sobre uno de los muebles y con más intención que actitud
trepo hasta alcanzar el detector de humos. Lo quito, saco las pilas y lo dejo junto a mi bolso. A penas me he bajado cuando Sugar entra.
- ¿Qué? – me pregunta brusca cruzándose de brazos.
La miro y sonrío. Está muy enfadada.
- Vamos – gimoteo -. ¿Sigues enfadada conmigo?
- Claro que sigo enfadada contigo – me responde indignadísima -. Britt, ¿por qué no melo contaste que Joe estaba enomorado de ti?
- No lo sé. Pensé que te enfadarías.
Como de hecho ha pasado.
- ¿Y por qué iba a enfadarme porque el estúpido de Joe se enamorase de ti? Suspiro.
- Porque pensé que todavía sentías algo por él. - ¿Qué?
Está a punto de gritar.
- Y tampoco me equivocaba tanto – añado -. ¿Qué hacías ayer en su casa?
- No lo que tú piensas – se apresura a replicarme.
- Sugar – me quejo.
Odio que me traten como si fuera idiota.
Sugar resopla y de un salto se sube al archivador. Nada que ver con mi bochorno espectáculo de hace unos minutos.
- No lo sé, ¿vale? Solo quería aclararme las ideas. Joe siempre estuvo ahí para mí, en todo, cada día y Quinn me decepcionó de tal manera que necesitaba saber si lo que estaba empezando a sentir por Joe otra vez era simplemente nostalgia o había algo más.
Me mira y suspira. La conozco y sé que está totalmente confundida y muy arrepentida.
- ¿Y pudiste aclararte?
- No – protesta –, porque llegaste tú y nos interrumpiste – continúa socarrona.
- Disculpa – me quejo –. De nada por salvarte de un catastrófico error – añado en su mismo tono.
Sugar me da con el pie en el costado y yo me quejo con un lastimoso ay. Ambas sonreímos. Oficialmente hemos hecho las paces.
- Tienes que averiguar lo que sientes por Quinn al margen de Joe, no con Joe – le digo como si fuera obvio.
Ella me mira mal y finalmente asiente.
- Pero de todas formas sigo enfadada contigo.
- ¿Por qué? – pregunto casi en un grito.
No he hecho nada más.
- Por dar por hecho que estaba engañando a Quinn.
- ¡Era lo que pensabas hacer! – protesto indignadísima.
- Pero te hubiera agradecido que me hubieras dado el beneficio de la duda. Soy una dama. No puedo más y rompo a reír. A los segundos ella también lo hace.
- ¿Has quitado el detector de humos? – pregunta mirando al techo.
- Es mi manera de pedirte perdón.
Sugar da unas palmaditas y saca un único cigarrillo y el mechero de uno de los bolsillos de su elegante chaqueta. Se lo enciende y suspira feliz.
- ¿Has hablado con Joe? – me pregunta.
- No, ¿y tú?
- Tampoco.
- El pobre debe estar pasando un mal rato.
- Que sufra – se queja sin más -. Se lo ha ganado.
Sonrío. Sé que no lo dice en serio.
- ¿Y tú qué haces aquí? – inquiere cayendo en la cuenta de la hora que es y de que no estoy en mi supuesto trabajo.
- Estás delante de la nueva ayudante de Quinn Fabray – digo estirando los brazos con una sonrisa.
Sugar suelta un grito de lo más agudo, se baja de un salto y me abraza.
- Va a ser genial – comenta con una sonrisa.
Miro el reloj.
- Tengo que irme – le anuncio –. Santana me está esperando en el despacho de Quinn para firmar el contrato.
Ella asiente y da unas palmaditas.
- Vete, vete – me dice con una sonrisa echándome de la diminuta habitación.
- El detector de humos – le recuerdo justo antes de abrir la puerta.
Ella sonríe y asiente de nuevo.
Cruzo la redacción y voy hasta la oficina de Quinn. Sonrío al ver mi antiguo escritorio pero en seguida me llaman la atención las risas en el despacho vecino.
Me acerco a la puerta y veo a Quinn trabajando en su mesa de arquitecto y a Santana apoyado en ella con los brazos cruzados. Están charlando y riendo. Adoro verla así.
- ¿Puedo pasar? – pregunto llamando suavemente a la puerta.
Santana sonríe y su mirada inmediatamente se posa sobre mí.
- Aquí está mi ayudante – dice Quinn encantanda.
Se levanta a toda prisa y me abraza levantando mis pies del suelo.
- ¿Por dónde empiezo? – pregunto entusiasmada cuando me suelta.
- Por firmar el contrato – responde Santana.
En ese momento el móvil de Quinn comienza a sonar. Ella resopla, lo saca del bolsillo de sus vaqueros y mira la pantalla.
- Es Max. Tengo que bajar a maquetación – dice saliendo del despacho -. Volveré en unos minutos – prácticamente nos grita ya en la redacción.
La sonrisa de Santana se vuelve más peligrosa plenamente consciente de que acabamos de quedarnos solas.
- Ven aquí – me llama.
Yo suspiro discreta. Todo mi cuerpo acaba de encenderse y solo ha necesitado una mirada y dos palabras. A veces me resulta perturbador el poder que tiene sobre mí.
Me acerco hasta ella. Santana me indica los papeles que hay sobre la mesa golpeándolos suavemente con los dedos y por alguna razón toda mi atención se centra en ellos. Son largos y hábiles.
- Léelo – me indica seductor y tengo la sensación de que estamos hablando de otra cosa.
Bajo mi mirada hacia los papales e intento concentrarme en ellos.Santana alza la mano y comienza a acariciar suavemente mi cadera. Suspiro. No me lo está poniendo nada fácil.
Cojo el contrato para no distraerme pero Santana coloca su otra mano en mi otra cadera y me atrae hacia ella.
- San – susurro.
- ¿Qué?
- Creí que querías que leyera el contrato.
- He cambiado de opinión – se apresura a replicar.
Me besa y yo gimo encantada al sentirla. Sube su mano y la sumerge en mi pelo. Escuchamos pasos. Se separa y en ese mismo instante Quinn entra en la habitación. Santana se pasa la mano por el pelo y automáticamente recupera su expresión imperturbable. ¿Cómo puede
hacerlo? Yo aún tengo la respiración desbocada y la piel encendida.
Quinn se sienta a su mesa y comienza a revisar unos papeles. Santana la mira y justo antes de echar a andar se inclina discretamente sobre mí.
- Te quiero en el archivo. Ahora.
Sale del despacho dejándome inmóvil y con todo mi cuerpo aún más soliviantado.
Yo suspiro. La idea de tener un comportamiento exclusivamente profesional ahora está enterrada en el fondo de mi cerebro.
Le pongo una pobre excusa a Quinn y voy al archivo.
Abro la puerta, la cierro tras mi paso y antes de que avance un simple metro, Santana se abalanza sobre mí, me lleva contra la estantería y me besa con fuerza casi con desesperación. Gimo extasiada. Me estrecha contra su cuerpo. Se deshace de mi camiseta y agarra mi pecho brusco. Lo masajea y toma mi pezón entre sus dedos, lo retuerce, lo endurece, tira de él. Gimo otra vez.
Todo mi cuerpo se arquea. Estiro las manos por la estantería buscando algo donde agarrarme. Santana parace una bestia a la que no han alimentado en años, y quiere alimentarse conmigo
En cuestión de minutos ambas estamos desnudas viendo los contrastes de nuetras pieles juntas, nuestras lenguas jugaban una lucha sin sentido, nuestras manos vagando por todo nuestros cuerpos, lamiamos, chupábamos, las manos en las caderas, las manos en los pechos, las manos en nuestros vientres, en nuestra intimidad, para logarar lo que solo nosotra podíamos lograr, la materialización de nuestra amor en estas repentinas locuras de pasión iniciadas por santana, siempre por santana.
Saciada nuestra inmensa hambre carnal, se le ocurre decirme.
- Bienvenida al Lopez Group – susurra contra mis labios.
Y su voz es lo mejor de todo.
Me baja suavemente y comenzamos a arreglarnos.
Mientras busco mi camiseta no soy capaz de dejar de sonreír. Termino de vestirme. Me recojo el pelo y echo un vistazo a mi alrededor comprobando que todo esté bien.
- ¿Comemos juntas? – pregunto.
- No puedo. – Sonríe misteriosa -. Tengo cosas que hacer.
Yo le pongo mala cara pero como siempre solo sirve para que sonría aún más.
- Me encanta esa carita – se despide burlóna.
Me da un rápido beso y sale de la habitación.
Yo me quedo observando la puerta, pensando cuáles son esos planes pero en seguida una sonrisa radiante inunda mis labios. Por mi puede darme una bienvenida como está cada día.
Regreso a la oficina y lo primero que hago es reinstalarme en mi mesa. La había echado muchísimo de menos.
Voy sacando todo el trabajo que me va mandando Quinn y cada vez que tengo un hueco adelanto parte del que hay atrasado.
Antes de que me dé cuenta son la una y media y Sugar está en mi puerta dispuesta a que nos vayamos a comer.
Sentadas en nuestra mesa de siempre pedimos un par de coca colas lights y dos ensaladas
del chef.
- Tenemos que celebrarlo – comenta Sugar.
- ¿El qué?
- ¿Qué va a ser? – me pregunta dedicándome un mohín.
- Yo ya lo he celebrado – respondo con una sonrisita.
Sugar pone los ojos en blanco.
- Oh, por Dios – se queja -. ¿Cuánto tiempo ha tardado en echarte un polvo?
Mi sonrisa se ensancha pero no contesto. Soy una dama.
- El caso es que deberíamos celebrarlo. Hoy es jueves – comenta como si acabara de descubrir cómo hacer volar los coches.
Yo la miro divertida.
- Cualquier día me miraras igual y me dirás es martes – replico imitando su efusividad.
- Si quiero convencerte para salir, no te quepa duda de que lo haré
Ambas sonreímos.
- Podríamos ir a ese club nuevo – propone -. El Electric House of Natives. Lo inauguraron hace poco y todo el mundo dice que es fantástico. Además vi las fotos de la última fiesta que hicieron y entre los vips más vips estaba Sting.
Me pregunto si Sting caerá en redondo en el suelo de su baño y se lo pondrán los ojos en blanco,
cada vez que Sugar se concentra y lo llama telepáticamente.
- Me parece genial pero quiero que venga Joe.
- Yo también – claudica -. Le odio pero le echo de menos.
- Hay gente que se ha casado por menos – comento socarrona.
Sugar me hace un nuevo mohín, aún más infantil si cabe, y yo rompo a reír. - ¿Has hablado con Quinn? – inquiero.
- Más o menos. Estamos en negociaciones.
Sonrío.
- Toma la mejor decisión, Sugar Motta – le reto apuntándola con el índice.
- Haré como tú – dice poniendo expresión de Scarlett O’Hara junto al árbol -. Dejaré que me follen hasta que me convenzan.
- Eres odiosa – me quejo.
Y ambas nos echamos a reír otra vez.
El resto del almuerzo nos lo pasamos bombardeando a Joe a mensajes para que venga a la fiesta de esta noche. Nos hacen falta diecisiete para convencerlo. Se ha hecho de rogar.
Mientras cruzamos la calle de vuelta al trabajo, un repartidor de propaganda va distraído, se da de bruces con un grupo de ejecutivos y todas las octavillas que lleva se le caen. Una bocanada de
viento arrasa la calle justo en ese instante y arrastra los cientos de papeles por el aire. Por un momento el cielo se inunda de ofertas de comida tailandesa.
El resto de la tarde acontece sin novedad. Hay bastante trabajo así que apenas tenemos un momento para respirar. Paso varias veces a ver a Santana pero está en una reunión fuera del edificio.
A las siete aún estoy en la oficina. Quinn se marchó y aunque me insistió muchísimo para que hiciera lo mismo, he decidido quedarme. Quiero esperar a Santana. Además así podré adelantar trabajo.
Hay muchísimas cosas por hacer Son casi las ocho y empiezo a preocuparme. Sopeso la idea de llamarle pero no quiero que
piense que soy incapaz de comprender que tiene que trabajar.
Estoy colocando un fichero en la estantería cuando escucho a alguien a acercarse. Al girarme veo a Santana apoyándose en el marco de mi puerta.
- ¿Aún por aquí? – pregunta.
- Tenía mucho que hacer – contesto intentando disimular mi sonrisa.
Santana sonríe pero arece algo inquieta.
- Ven – me dice alejándose de la puerta -. Quiero enseñarte algo.
Está de lo más misteriosa.
Curiosa le sigo. Entramos en el ascensor y Santana pulsa el botón de la planta cincuenta. La última. A cada piso que subimos me siento más nerviosa. Miro a Santana con los ojos llenos de expectación esperando que suelte prenda, alguna pista pero no lo hace.
Las puertas se abren. Santana tira de mi mano y me obliga a salir. Me es imposible asegurarlo pero diría que incluso está algo nerviosa.
Atravesamos la puerta de emergencia y accedemos a una escalera de hierro.
- Ten cuidado – me advierte.
- ¿Dónde vamos?
Santana se gira, me sonríe pero no dice nada.
Finalmente llegamos a la puerta de la azotea. Saca una corbata del bolsillo, alza las manos y me tapa los ojos con ella.
- ¿Qué haces? – inquiero con una sonrisa.
La curiosidad me está matando.
- Siempre ansiosa por saber, ¿verdad, señorita Pierce?
Sonrío. No es la primera vez que pronuncia esa frase.
La anuda a mi nuca y cuando se convence de que no veo, toma de nuevo mi mano. Vamos a empezar a caminar pero entonces me suelta y, tomándome por sorpresa, me coge en brazos.
- Así es más fácil – me explica divertida.
Salimos a la azotea. Noto el aire fresco y el ruido de la ciudad se hace más intenso aunque sigue lejano, al fin y al cabo son cincuenta plantas.
Santana camina unos metros más hasta que finalmente me deja despacio en el suelo y se coloca a mi espalda.
- ¿Estás lista? – pregunta y su voz está teñida de impaciencia.
Asiento.
Santana desata el nudo, la corbata cae ante mis ojos y solo puedo suspirar boquiabierta. Es maravilloso.__
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Capitulo 24
Toda la azotea está cubierta por pequeños cubos de luz como si fueran elegantes portavelas. Debe haber cientos. Junto a ellos hay pequeñas grullas de origami de todos los colores imaginables.
Todo está sencillamente precioso.Suspiro emocionada sin saber si reír y llorar y me llevo las manos a la boca.
- ¿Te gusta? – pregunta Santana.
- Me encanta – respondo emocionadísima sin poder dejar de mirar cada pequeño haz de luz, cada grulla -. Es increíble, cariño.
No puedo dejar de sonreír.
Pero entonces Santana camina hasta colocarse frente a mí e hinca la rodilla en el suelo. El corazón me late muy deprisa.
Se mete la mano en el bolsillo interior de la chaqueta y saca una cajita cuadrada, roja y perfecta. Estoy a punto de romper a llorar o a reír, no lo sé. – Britt, mi amor, te quiero en mi vida porque tú eres quien hace que valga la pena. Luchar contra todo vale la pena si al final puedo estar contigo. Así que, Brittany S Pierce, ¿quieres casarte
conmigo? Y completar a la mujer que tienes frente a ti??? Me harias la mujer mas feliz del mundo si aceptas, que me dices Britt
- Sí – respondo sin poder dejar de asentir.
Santana suspira, me dedica su sonrisa más maravillosa y saca del estuche un preciso anillo de platino con un espectacular diamante engarzado en el centro. Es sencillo y por eso es precioso.
Toma mi mano derecha y desliza el anillo por mi anular ocultando la tira roja bajo él. No me la quita. Sabe que siempre querré conservarla.
Santana se levanta. Yo no puedo dejar de observarla. Estoy petrificada, felizme nte petrificada.
Toma mi cara entre sus manos y me besa con fuerza.
Una bocanada de aire arrasa la azotea. Todas las grullas de origami salen volando y cuando el viento cesa comienzan a caer sobre nosotras. Ahora mismo no podría ser más feliz.
Santana me tumba suavemente sobre el suelo y deja que su cuerpo tape el mío por completo. Cojo las solapas de su chaqueta y la deslizo por sus hombros.
Hoy sus labios saben mejor que nunca.
Lentamente alzo las manos y desabrocho cada uno de los botones de su camisa. Acaricio sus pechos con la punta de los dedos. Siento su calor y el suave tacto de su piel.
Santana se deshace de su camisa y choca de nuevo nuestros labios, recorriendo mi boca con su experta lengua, besándome como si fuera la primera vez.
- Desnúdame – susurro contra sus labios.
Ahora mismo todo lo que quiero es sentirla.
Santana sonríe, se incorpora sobre sus rodillas y como hizo solo hace unas horas, toma el bajo de mi camiseta y me la saca por la cabeza.
Suspiro al notar sus ojos negros sobre mí llenos de deseo.
Lentamente baja sus manos hasta mi falda y suavemente las sube hasta descubrir mis bragas.
Despacio acaricia mi pelvis con la punta de los dedos con la mirada perdida en su propio gesto. Acaricia las marcas de sus manos en mi cadera. Yo llevo mis dedos junto a los suyos y sonrío. Son
las marcas de nuestro placer. Sus preciosos ojos negros se posan en los míos y por inercia nuestros dedos se entrelazan.
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Fecha de inscripción : 26/09/2013
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Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Al igual que entrelazan y se encuentran en un nudo de piernas y brazos que no daba lugar a espacio alguno. Sus rostros reflejado la feliciidad creciente por consumar la promesa de formar un lazo de que las uniria mas que en cuerpo en alma y corazón. EL cuepo de Brittany se calentó en solo recordar cada uno de los recuerdos de sus santana amándola, follandola, haciendo con ella lo que quisiera, pero esta vez era mas especial. Estamos en nuestra burbuja amándonos, gimiendo, gruñendo bueno eso hace santana, haciendo que cada una exprese el amor por la otra, lo que santana no me dice con palabras me lo dice con la forma de hacerme el amor y eso me ha sido suficiente hasta el momento me llena. Nuestro amor espero vaya mas lejos que el tiempo mismo, que nuestras discusiones y logre vencer a todos nuestros adversarios, que por razones del destino son nuestros propios seres queridos nuestra familia, pero momentos como este no me importa solo ella y yo. Despacio suelta mis manos. Su frente sigue apoyada en la mía. Nuestros alientos se entremezclan
mientras nuestras respiraciones exhaustas poco a poco van tranquilizándose. No sé cuánto tiempo estamos así.
La noche inunda Manhattan pero no nos importa. Tenemos nuestra propia luz en todos los sentidos. Cojo una grulla azul y la giro entre mis dedos. Santana, que aún sigue sobre mí, me observa
con una sonrisa en los labios.
- Todo esto es maravilloso – susurro.
- Te mereces que todos los días sean así.
Sonrío y Santana me besa de nuevo.
- Deberíamos volver – dice.
Asiento pero en realidad no quiero irme. Sospecho que podría quedarme a vivir en esta azotea.
Santana me ayuda a levantarme y perezosas nos vestimos.
- ¿Estás lista? – pregunta.
- Espera.
Busco la grulla azul con la que había estado jugando y la recojo del suelo. Quiero llevármela como recuerdo.
Santana sonríe y tira de mi mano para que la siga.
En el ascensor no puedo dejar de contemplar la grulla con la sonrisa más estúpida del mundo mientras la giro de nuevo entre mis dedos. Santana me contempla y sonríe una vez más. Aún no me
puedo creer que haya eso algo así. Solo el pitido del elevador anunciándonos que hemos llegado a la planta veinte me distrae.
- Ve a coger tu bolso – me ordena suavemente -. Tengo que ir un momento a mi despacho.
Sonrío y camino hacia mi oficina bajo su atenta mirada. Cuando ya me he alejado unos pasos, ella se dirige a su despacho.
Estoy a punto de atravesar la puerta cuando Sugar sale como una exhalación de la oficina de Quinn.
- ¡Vete a la mierda! – le grita justo antes de dar un portazo.
Yo la miro sorprendida y cuando ella repara en mi presencia hace lo mismo. Voy a decir algo pero Quinn sale hecha una verdadera ciclón de la misma habitación.
- Podrías darme la oportunidad de explicarme – se queja furiosa.
Sugar está inmóvil y muy avergonzada. Al ver que no reacciona, Quinn la observa confusa y al instante repara en mi presencia. Sorprendida y también avergonzada mira a Sugar y después me mira a mí.
- Lo siento - me apresuro a decir cogiendo mi bolso -. Nos vemos esta noche.
Giro sobre mis talones y salgo disparada, pero de nuevo cuando solo he dado un par de pasos unos gritos me sobresaltan.
- ¿Dónde estás, Lopez? – grita un hombre saliendo del ascensor.
Debe tener unos cincuenta años. Viste un traje muy caro pero por cómo lleva la corbata aflojada y la chaqueta arrugada parece que hoy no ha tenido un buen día.
- ¿Dónde estás? – vuelve a gritar.
En ese preciso instante Santana aparece caminando desde su despacho. Me mira a mí y al ver mi expresión inmediatamente se gira hacia la puerta.
- ¿Qué haces aquí, Dimes?
Oh, así que él es Julian Dimes.
- Sabes perfectamente que hago aquí. Está jugando sucio.
El hombre está nervioso. A punto de estallar.
- No – responde Santana perfectamente calmada pero con esa voz tan amenazadoramente suave que podría helarle la piel a cualquiera -. Quien ha estado jugando sucio has sido tú.
Tómatelo como una advertencia. Su seguridad resulta aplastante y Julian Dimes se pone aún más nervioso.
- Te crees muy superior. la dueña del mundo, ¿verdad?
Santana sencillamente lo ignora.
- Esos negocios son míos – le recrimina Dimes casi en un grito -. Me pertenecen.
Santana sonríe con malicia y da un paso hacia él.
- Otra vez te estás equivocando. Son tuyos mientras yo decida que lo son. El hombre absolutamente impotente mira a su alrededor y de pronto repara en mí. Ríe con fuerza, desagradable.
- Y todo por esa puta.
Antes de que pueda terminar la frase Santana se abalanza sobre él y le da un sonoro puñetazo que lo tira al suelo. Se arrodilla sobre su magullado cuerpo y le da otro aún más fuerte.
- ¡San, no! – grito corriendo hacía ella.
Mis gritos alarman a Sugar y a Quinn que salen del despacho.
- ¡San, déjalo! – le pido pero es inútil. No me escucha.
Le da otro puñetazo. Julian Dimes tiene la cara totalmente ensangrentada.
- Si vuelves siquiera a pensar en su nombre, acabaré contigo – masculla Santana entre dientes levantándolo del suelo por las solapas de la chaqueta.
Quinn corre hacia nosotras, coge a su amiga por los hombros, la obliga a levantarse y la empuja para que se aleje.
Santana mira a Dimes llena de furia y desprecio. Se pasa la mano por el pelo y veo que la tiene ensangrentada.
- Sugar – la reclama Quinn -, llama a seguridad.
Quinn se agacha y observa a Dimes. Por lo menos aún respira. Al ver que Santana aún sigue ahí, alza la cabeza.
- ¡Lárgate! – le grita Quinn.
Tras unos segundos que se me hacen eternos, y en los que Santana sigue con la vista fija sobre Dimes, pulsa el botón del ascensor y yo rezo para que esté en planta. Por la manera en la que aún lo
mira, con sus ojos negros absolutamente endurecidos, tengo la sensación de que podría volver a abalanzarse sobre él cualquier momento.
Las puertas se abren y entro deprisa.Santana no. Sigue de pie. Mirándolo. Destilando rabia.
- San – la llamo pero no se vuelve -. San. Santana Lopez, por favor – le suplico. Y al fin se gira y me mira directamente a los ojos. Veo algo diferente en ellos, aunque no sabría decir el qué, y automáticamente me preocupo. Entra en el ascensor y veloz pulso el botó de la planta
baja.
Miro a Santana. Sigue con la vista clavada en las puertas de acero, como si todavía estuviera pensando en regresar arriba y continuar pegando a Dimes.
- San – susurro acercándome lentamente a ella.
Alzo la mano y dejándole claro lo que pienso hacer, le acaricio suavemente la mejilla. Siento su cuerpo ceder y parte de su tensión se disipa . - ¿Estás bien? – pregunto mirando su mano.
- Sí, estoy bien.
Aún sigue furiosa, alterada. Está muy lejos de aquí.
Las puertas se abren en el vestíbulo. Santana sale con el paso decidido y tira de mi mano para que yo haga lo mismo.
El A8 nos espera junto a la acera.
- Finn – le llama Santana -, sube a la planta veinte y encárgate de todo. El chófer asiente y entra en el edificio.
Santana me abre la puerta, espera a que me suba y la cierra. Después rodea el Audi y se acomoda en el asiento del piloto. Nunca me había montado en la parte delantera de este coche con Santana. Bueno,
salvo el día en el que prácticamente me saco a rastras de la fiesta del artículo de Ghery. Al arrancar el coche salta This Fire de Franz Ferdinand pero suena tan bajito que apenas es un
murmuro.
Observo a Santana. Me gustaría que me explicara qué es lo que ha ocurrido, a qué se refería Dimes con lo de jugar sucio y por qué al final ha dicho que la culpa era mía. Pero la verdad es que no me
atrevo. No tengo ni idea de cómo reaccionaría.
Llegamos a casa sin que haya dicho una palabra. Se quita la chaqueta malhumorada y la lanza sobre el sofá.
- San… – intento llamarla.
- No – me interrumpe.
Con ese no se está negando por adelantado a cualquier pregunta que pensara hacerle.
- Solo intento ayudarte – me disculpo.
- No necesito que me ayudes, Britt – replica arisca.
Santana resopla brusca al tiempo que vuelve a pasarse las manos por el pelo. Nunca la había visto tan furiosa.
Estoy a punto de armarme de valor para intentar hacerle hablar otra vez cuando su móvil empieza a sonar. Santana se saca el iphone del bolsillo interior de su chaqueta, mira la pantalla y se va a su
estudio.
Yo me quedo en mitad del salón como una idiota sin saber qué hacer. Es obvio que algo está sucediendo y que ese tal Julian Dimes está metido de lleno, pero también está claro que Santana no va a
contármelo. Suspiro hondo. Lo que no entiendo es qué pinto yo. ¿Por qué ese tipo dijo que era por mi culpa?
Decido no darle más vueltas de momento. Recuerdo que Santana tenía la mano ensangrentada. Voy hasta el baño de la planta principal, busco la crema antiséptica y unas gasas y camino hasta su
estudio.
Santana está sentada a su elegante mesa. Tan hermética y tan misteriosa. Después de la pelea una parte de mí incluso la ve más atractiva. La otra pone los ojos en blanco y resopla.
“Eres un tópicazo, Pierce”.
- ¿Puedo pasar? – pregunto bajo el umbral.
Santana asiente.
Camino hasta ella y me siento en la mesa.
- He traído crema antiséptica.
Observo su mano. Sus nudillos están desollados.
Santana mira el tubo de crema y niega con la cabeza.
- No.
Sospeso insistir pero las heridas son pequeñas y sigo sin tener muy claro cómo reaccionaría si le contradigo.
- Voy a preparar algo de cenar – comento bajándome de la mesa.
Santana asiente pero no dice nada más. No puedo dejar de pensar que detrás de las peleas y de la acusación de Dimes hay algo que no me está contando. Antes de ponerme a cocinar recuerdo que tengo que llamar a Sugar para decirle que no saldremos esta noche. No he hablado con Santana pero es obvio que no está de humor y la verdad es que después de todo lo que ha pasado yo tampoco.
Cojo el bolso y al abrirlo para sacar el móvil veo la grulla de origami azul. No puedo evitar sonreír. Ha sido uno de los momentos más maravillosos de mi vida. Es curioso como de repente
puede cambiar todo sin que si quiera lo veas venir. Resoplo.
Voy a llamar a Sugar pero cuando me dispongo a marcar su número, el teléfono suena en mis manos y me sobresalta. Es precisamente ella. Supongo que querrá saber qué ha pasado.
- Hola… - le saludo.
- Britt, ¿dónde estás? – me interrumpe.
- En casa.
- Por favor, tienes que venir – me suplica y creo que está llorando.
Mi nivel de preocupación sube al instante.
- Sugar, ¿estás bien? ¿Te ha pasado algo?
- Tienes que venir, por favor – repite.
- ¿Dónde estás?
- En la cuatro oeste, en una cafetería horrible cerca de la parada de metro.
- No te muevas. Voy para allá.
Subo y cojo del armario la única cazadora que traje, una chaqueta vaquera.
Me recojo el pelo mientras bajo las escaleras y voy hasta el estudio de Santana. Al verme entrar con la chaqueta puesta frunce el ceño.
- San, tengo que irme.
- No – responde instintivamente -. ¿A dónde?
- Sugar me ha llamado necesita que vaya a buscarla.
Santana se levanta.
- Te llevo – replica sin dejarme alternativa, saliendo al salón.
Yo suspiro. Sé que esto me va a costar una pelea y teniendo en cuenta lo malhumorada que está, dudo que me salga con la mía.
- San, por favor – le llamo -. Sugar estaba llorando. Probablemente se haya peleado con Quinn. Si te ve aparecer, va a sentirse muy incómoda.
- Britt cariño, no voy a dejar que salgas sola a estas horas. Es peligroso. Y yo no soy ninguna niña. Afortunadamente esta primera respuesta es solo mental. La señorita irascible hoy no está para bromas.
- Cogeré un taxi. Nada de metro.
Santana resopla.
- Britt, no pienso discutirlo. Te llevaré yo.
En el viaje por lo menos consigo negociar que me deje y se marche. A cambio prometo no moverme de la cafetería y llamarla cuando termine para que me recoja. Me siento como si tuviera doce años y estuviese yendo al cine con amigos por primera vez.
Ya desde el cristal puedo ver a Sugar llorando a moco tendido delante de una hamburguesa con queso, su comida para las depresiones. Observo la cafetería. La verdad es que no exageraba por
teléfono. Tiene un aspecto horrible.
- ¿Qué te ha pasado? – inquiero sentándome frente a ella.
- Sugar, se acabó. Esta vez se acabó.
- ¿Con Quinn? – pregunto.
- ¿Con quién iba a ser si no? – responde en un grito.
No lo sé. ¿Con Joe? Afortunadamente esta primera respuesta también la doy mentalmente.
- ¿Habéis discutido?
- No, eso ha sido la Tercera Guerra Mundial. Le he roto su disco preferido de Van Morrison y le he tirado un zapato.
Me lo dice tan triste, justo después de sorberse los mocos, que no puedo evitar sonreír con ternura.
- ¿Le has dado? – inquiero.
- Solo de refilón.
- Quizás tendrías que haberle tirado el otro – replico robándole una patata.
- Lo hice – dice señalándose los pies – pero no lo di.
Miro con más atención y me doy cuenta de que está descalza.
- ¿Estás descalza? – le pregunto boquiabierta.
- Debí pensarlo antes de tirarle los zapatos. Soy muy pasional.
No puedo evitar sonreír ante semejante comentario y finalmente ella también lo hace aunque no le llega a los ojos.
- ¿Por qué habéis discutido?
- ¿Por qué no? – se apresura a rebatirme -. Britt, no sé qué espero en una relación pero creo que no es esto.
- A lo mejor el problema está en de quién lo esperas.
- ¿Lo dices por Joe?
Asiento y le robo otra patata.
Ella se queda en silencio.
- ¿Verdad o Roger H. Prick? – pregunto tras mirarla un segundo y cuadrar los hombres.
- Verdad.
- Fuiste muy feliz con Joe, te marchaste y todo se quedó a medias. Conoces a Quinn, te enamoras pero estás en otra etapa de tu vida y surgen problemas de verdad.
- Gracias por el resumen – contesta sardónica.
Yo le doy una patada por debajo de la mesa y ella se queja con un auh.
- Creo que has idealizado a Joe y eso es muy peligroso y también muy injusto para Quinn .
Sugar se toma un segundo para pensar en mis palabras.
- No quiero a Joe, lo sé. Quiero a Quinn.
Asiento.
- Pues ya hemos resuelto gran parte del problema. Voy a pedirme algo de comer.
- No quieres pedirte algo de comer – me advierte -. Esta la segunda hamburguesa que he pedido. La primera se movió sola.
Hago una mueca de aversión. ¡Me he comido dos patatas!
- Vámonos de aquí – me pide Sugar.
Asiento. No quiero morir de disentería.
En la puerta saco el móvil para llamar a Santana pero Sugar me mira alarmada y me obliga a colgar.
- Nos recogerá y podrás venirte a casa – le explico.
- No quiero que me vea así. Ni siquiera llevo zapatos. Es muy humillante – se lamenta.
Yo resoplo. Santana va a enfadarse muchísimo si se entera de que no le he llamado.
- Hagamos una cosa – le ofrezco -. Mi apartamento no está lejos. Pedimos un taxi, subimos, te pones unos zapatos y regresamos aquí para que Santana nos recoja.
Sugar asiente y salimos en busca de un taxi.
- ¿Es igual de controladora en la cama? – pregunta completamente en serio.
- ¿Qué? – respondo escandalizada a punto de la risa nerviosa –. No voy a contestarte a eso.
- Ya lo has hecho – se burla.
- No llevas zapatos – contraataco -. Tu opinión no cuenta.
Me hace un mohín y yo se le devuelvo.
¿Dónde demonios se han metido todos los taxis de Nueva York?
- ¿Y si caminamos? – propone Sugar -. No son más de cinco manzanas.
- No.
- ¿Por qué?
- Porque estás descalzas y esto es Nueva York. Cogerías tres infecciones antes de que llegáramos a mi apartamento.
- Me apetece caminar – gimotea.
Yo le pongo los ojos en blanco.
- Ni una palabra a Santana.
- Ni una palabra – responde –, pero si usa el sexo para sonsacarme no prometo nada. No tengo más remedio que echarme a reír y finalmente comenzamos a caminar. Por suerte mi apartamento no queda muy lejos. Sugar va dando saltitos, esquivando todo lo peligroso o verdaderamente asqueroso que puedes encontrarte en una acera. Va a tener que acabar desinfectándose los pies con lejía y amoniaco.
Estamos a menos de una manzana cuando su móvil comienza a sonar. Observa la pantalla,resopla y cuelga. Es Quinn. Yo la miro pero no digo nada. Solo hemos dado un par de pasos y su smartphone suena de nuevo. Sugar vuelve a colgar.
- Deberías contestar – comento.
Sugar me hace un mohín y yo sonrío. Sabe que tengo razón.
El teléfono vuelve a sonar. La miro. Ella me devuelve la mirada y finalmente pone los ojos en blanco justo antes de descolgar.
Se aleja unos pasos y yo me siento en un parterre de la calle.
- ¿Qué quieres? – contesta malhumorada -… No, no voy a ir… Estoy con Britt y voy a quedarme a dormir con ella… No, sigo muy enfadada… - Su expresión cambia por completo
-… ¿De verdad? ¿Con flores?
Comienzo a sonreír. Las dos idiotas están más enamorados la una por la otra mas de lo que se piensan.
- Está bien… Sí, sí. Adiós.
Sugar cuelga y camina con una sonrisa indisimulable hasta mí.
- Era Quinn.
- ¿En serio? – pregunto socarrona.
Sugar decide ignorarme.
- Me ha pedido perdón y quiere que vayamos a cenar para hablar.
Yo sonrío.
- Me alegro mucho. ¿Aún quieres los zapatos? – comento señalándole los pies.
- No. Quinn me espera con el coche en la cafetería. Vuelve conmigo y te llevamos a casa así no tendrás que llamar a Santana.
- No, ya que estoy aquí voy a subir a mi apartamento. Me dejé el cargador del ordenador y quiero aprovechar para recogerlo.
- No te importa que me vaya, ¿verdad?
- ¿Eres rematadamente idiota? – le pregunto – Claro que no – añado con una sonrisa.
Sugar imita mi gesto y me da un abrazo de oso.
- Gracias por haber venido.
- De nada. Y ahora lárgate. Una mujer guapa de ojos verdes te espera en un Porsche.
Sugar sonríe de nuevo y se marcha feliz y descalza.
Yo sonrío y lanzo un largo y relajante suspiro. Me alegro de que las cosas se estén arreglando entre ellas.
En cuestión de minutos estoy atravesando mi portal. Subo las escaleras a paso ligero y llego al cuarto piso. He avanzado más o menos la mitad del rellano cuando alzo la cabeza y veo a un hombre
junto a mi puerta. Instintivamente me asusto. ¿Quién es?
- Brittany Pierce, ¿verdad? – me pregunta.
Lo miro. No parece peligroso pero siempre he pensado que esos son los peores. Si no cuando entrevistan a los vecinos de los asesinos en serie en el telediario nunca dirían eso de siempre me saludaba. Los inofensivos son los peores.
- Soy Walter – se presenta, imagino que intentado tranquilizarme pero no me dice su apellido y eso me inquieta aún más.
Pienso en gritar pero los Berry están en el club y no hay más vecinos en esta planta.
Da un paso hacia mí y yo lo doy hacia atrás.
Lleva una cámara de fotos con un objetivo inmenso y entonces lo comprendo. Es un paparazzi.
Internamente suspiro de alivio. Por lo menos no va a matarme.
- Venía a proponerte un trato muy beneficioso para los dos
- No tengo nada que hablar con usted. Márchese o llamaré a la policía – replico tratando de sonar lo más segura posible aunque no me sienta así en absoluto.
El hombre se aparta. Yo cojo la llave de reserva que guardo en el marco y abro. Ahora tendré que cambiarla de sitio.
- Vamos no te pongas así – me pide -. Lo único que tienes que hacer es contarme lo que sepa de Santana Lopez, de sus negocios. Yo lo publicaré e iremos a medias.
Frunzo el ceño y me giro furiosa. ¿Cómo se atreve?
- Pero, ¿quién se cree que soy? – Maldito gilipollas -. Hablo en serio. Lárguese ahora mismo o llamaré a la policía.
Siento, más que veo, como va a dar un paso hacia adelante para entrar. Rápidamente tiro de la puerta e intento cerrarla pero él la frena con las dos manos.
- ¡Lárguese! – grito.
- Vamos, es bueno para los dos – trata de convencerme con la respiración trabajosa. Forcejeamos. Empujo la puerta. No consigo cerrarla. Él hace más fuerza. Mis manos ceden y la
puerta me golpea tirándome al suelo. Siento un dolor muy fuerte. Agudo. Me llevo la mano a la frente. Estoy sangrando. No veo bien. La habitación empieza a girar. Me duele. Me duele muchísimo.
Ya no siento nada.
mientras nuestras respiraciones exhaustas poco a poco van tranquilizándose. No sé cuánto tiempo estamos así.
La noche inunda Manhattan pero no nos importa. Tenemos nuestra propia luz en todos los sentidos. Cojo una grulla azul y la giro entre mis dedos. Santana, que aún sigue sobre mí, me observa
con una sonrisa en los labios.
- Todo esto es maravilloso – susurro.
- Te mereces que todos los días sean así.
Sonrío y Santana me besa de nuevo.
- Deberíamos volver – dice.
Asiento pero en realidad no quiero irme. Sospecho que podría quedarme a vivir en esta azotea.
Santana me ayuda a levantarme y perezosas nos vestimos.
- ¿Estás lista? – pregunta.
- Espera.
Busco la grulla azul con la que había estado jugando y la recojo del suelo. Quiero llevármela como recuerdo.
Santana sonríe y tira de mi mano para que la siga.
En el ascensor no puedo dejar de contemplar la grulla con la sonrisa más estúpida del mundo mientras la giro de nuevo entre mis dedos. Santana me contempla y sonríe una vez más. Aún no me
puedo creer que haya eso algo así. Solo el pitido del elevador anunciándonos que hemos llegado a la planta veinte me distrae.
- Ve a coger tu bolso – me ordena suavemente -. Tengo que ir un momento a mi despacho.
Sonrío y camino hacia mi oficina bajo su atenta mirada. Cuando ya me he alejado unos pasos, ella se dirige a su despacho.
Estoy a punto de atravesar la puerta cuando Sugar sale como una exhalación de la oficina de Quinn.
- ¡Vete a la mierda! – le grita justo antes de dar un portazo.
Yo la miro sorprendida y cuando ella repara en mi presencia hace lo mismo. Voy a decir algo pero Quinn sale hecha una verdadera ciclón de la misma habitación.
- Podrías darme la oportunidad de explicarme – se queja furiosa.
Sugar está inmóvil y muy avergonzada. Al ver que no reacciona, Quinn la observa confusa y al instante repara en mi presencia. Sorprendida y también avergonzada mira a Sugar y después me mira a mí.
- Lo siento - me apresuro a decir cogiendo mi bolso -. Nos vemos esta noche.
Giro sobre mis talones y salgo disparada, pero de nuevo cuando solo he dado un par de pasos unos gritos me sobresaltan.
- ¿Dónde estás, Lopez? – grita un hombre saliendo del ascensor.
Debe tener unos cincuenta años. Viste un traje muy caro pero por cómo lleva la corbata aflojada y la chaqueta arrugada parece que hoy no ha tenido un buen día.
- ¿Dónde estás? – vuelve a gritar.
En ese preciso instante Santana aparece caminando desde su despacho. Me mira a mí y al ver mi expresión inmediatamente se gira hacia la puerta.
- ¿Qué haces aquí, Dimes?
Oh, así que él es Julian Dimes.
- Sabes perfectamente que hago aquí. Está jugando sucio.
El hombre está nervioso. A punto de estallar.
- No – responde Santana perfectamente calmada pero con esa voz tan amenazadoramente suave que podría helarle la piel a cualquiera -. Quien ha estado jugando sucio has sido tú.
Tómatelo como una advertencia. Su seguridad resulta aplastante y Julian Dimes se pone aún más nervioso.
- Te crees muy superior. la dueña del mundo, ¿verdad?
Santana sencillamente lo ignora.
- Esos negocios son míos – le recrimina Dimes casi en un grito -. Me pertenecen.
Santana sonríe con malicia y da un paso hacia él.
- Otra vez te estás equivocando. Son tuyos mientras yo decida que lo son. El hombre absolutamente impotente mira a su alrededor y de pronto repara en mí. Ríe con fuerza, desagradable.
- Y todo por esa puta.
Antes de que pueda terminar la frase Santana se abalanza sobre él y le da un sonoro puñetazo que lo tira al suelo. Se arrodilla sobre su magullado cuerpo y le da otro aún más fuerte.
- ¡San, no! – grito corriendo hacía ella.
Mis gritos alarman a Sugar y a Quinn que salen del despacho.
- ¡San, déjalo! – le pido pero es inútil. No me escucha.
Le da otro puñetazo. Julian Dimes tiene la cara totalmente ensangrentada.
- Si vuelves siquiera a pensar en su nombre, acabaré contigo – masculla Santana entre dientes levantándolo del suelo por las solapas de la chaqueta.
Quinn corre hacia nosotras, coge a su amiga por los hombros, la obliga a levantarse y la empuja para que se aleje.
Santana mira a Dimes llena de furia y desprecio. Se pasa la mano por el pelo y veo que la tiene ensangrentada.
- Sugar – la reclama Quinn -, llama a seguridad.
Quinn se agacha y observa a Dimes. Por lo menos aún respira. Al ver que Santana aún sigue ahí, alza la cabeza.
- ¡Lárgate! – le grita Quinn.
Tras unos segundos que se me hacen eternos, y en los que Santana sigue con la vista fija sobre Dimes, pulsa el botón del ascensor y yo rezo para que esté en planta. Por la manera en la que aún lo
mira, con sus ojos negros absolutamente endurecidos, tengo la sensación de que podría volver a abalanzarse sobre él cualquier momento.
Las puertas se abren y entro deprisa.Santana no. Sigue de pie. Mirándolo. Destilando rabia.
- San – la llamo pero no se vuelve -. San. Santana Lopez, por favor – le suplico. Y al fin se gira y me mira directamente a los ojos. Veo algo diferente en ellos, aunque no sabría decir el qué, y automáticamente me preocupo. Entra en el ascensor y veloz pulso el botó de la planta
baja.
Miro a Santana. Sigue con la vista clavada en las puertas de acero, como si todavía estuviera pensando en regresar arriba y continuar pegando a Dimes.
- San – susurro acercándome lentamente a ella.
Alzo la mano y dejándole claro lo que pienso hacer, le acaricio suavemente la mejilla. Siento su cuerpo ceder y parte de su tensión se disipa . - ¿Estás bien? – pregunto mirando su mano.
- Sí, estoy bien.
Aún sigue furiosa, alterada. Está muy lejos de aquí.
Las puertas se abren en el vestíbulo. Santana sale con el paso decidido y tira de mi mano para que yo haga lo mismo.
El A8 nos espera junto a la acera.
- Finn – le llama Santana -, sube a la planta veinte y encárgate de todo. El chófer asiente y entra en el edificio.
Santana me abre la puerta, espera a que me suba y la cierra. Después rodea el Audi y se acomoda en el asiento del piloto. Nunca me había montado en la parte delantera de este coche con Santana. Bueno,
salvo el día en el que prácticamente me saco a rastras de la fiesta del artículo de Ghery. Al arrancar el coche salta This Fire de Franz Ferdinand pero suena tan bajito que apenas es un
murmuro.
Observo a Santana. Me gustaría que me explicara qué es lo que ha ocurrido, a qué se refería Dimes con lo de jugar sucio y por qué al final ha dicho que la culpa era mía. Pero la verdad es que no me
atrevo. No tengo ni idea de cómo reaccionaría.
Llegamos a casa sin que haya dicho una palabra. Se quita la chaqueta malhumorada y la lanza sobre el sofá.
- San… – intento llamarla.
- No – me interrumpe.
Con ese no se está negando por adelantado a cualquier pregunta que pensara hacerle.
- Solo intento ayudarte – me disculpo.
- No necesito que me ayudes, Britt – replica arisca.
Santana resopla brusca al tiempo que vuelve a pasarse las manos por el pelo. Nunca la había visto tan furiosa.
Estoy a punto de armarme de valor para intentar hacerle hablar otra vez cuando su móvil empieza a sonar. Santana se saca el iphone del bolsillo interior de su chaqueta, mira la pantalla y se va a su
estudio.
Yo me quedo en mitad del salón como una idiota sin saber qué hacer. Es obvio que algo está sucediendo y que ese tal Julian Dimes está metido de lleno, pero también está claro que Santana no va a
contármelo. Suspiro hondo. Lo que no entiendo es qué pinto yo. ¿Por qué ese tipo dijo que era por mi culpa?
Decido no darle más vueltas de momento. Recuerdo que Santana tenía la mano ensangrentada. Voy hasta el baño de la planta principal, busco la crema antiséptica y unas gasas y camino hasta su
estudio.
Santana está sentada a su elegante mesa. Tan hermética y tan misteriosa. Después de la pelea una parte de mí incluso la ve más atractiva. La otra pone los ojos en blanco y resopla.
“Eres un tópicazo, Pierce”.
- ¿Puedo pasar? – pregunto bajo el umbral.
Santana asiente.
Camino hasta ella y me siento en la mesa.
- He traído crema antiséptica.
Observo su mano. Sus nudillos están desollados.
Santana mira el tubo de crema y niega con la cabeza.
- No.
Sospeso insistir pero las heridas son pequeñas y sigo sin tener muy claro cómo reaccionaría si le contradigo.
- Voy a preparar algo de cenar – comento bajándome de la mesa.
Santana asiente pero no dice nada más. No puedo dejar de pensar que detrás de las peleas y de la acusación de Dimes hay algo que no me está contando. Antes de ponerme a cocinar recuerdo que tengo que llamar a Sugar para decirle que no saldremos esta noche. No he hablado con Santana pero es obvio que no está de humor y la verdad es que después de todo lo que ha pasado yo tampoco.
Cojo el bolso y al abrirlo para sacar el móvil veo la grulla de origami azul. No puedo evitar sonreír. Ha sido uno de los momentos más maravillosos de mi vida. Es curioso como de repente
puede cambiar todo sin que si quiera lo veas venir. Resoplo.
Voy a llamar a Sugar pero cuando me dispongo a marcar su número, el teléfono suena en mis manos y me sobresalta. Es precisamente ella. Supongo que querrá saber qué ha pasado.
- Hola… - le saludo.
- Britt, ¿dónde estás? – me interrumpe.
- En casa.
- Por favor, tienes que venir – me suplica y creo que está llorando.
Mi nivel de preocupación sube al instante.
- Sugar, ¿estás bien? ¿Te ha pasado algo?
- Tienes que venir, por favor – repite.
- ¿Dónde estás?
- En la cuatro oeste, en una cafetería horrible cerca de la parada de metro.
- No te muevas. Voy para allá.
Subo y cojo del armario la única cazadora que traje, una chaqueta vaquera.
Me recojo el pelo mientras bajo las escaleras y voy hasta el estudio de Santana. Al verme entrar con la chaqueta puesta frunce el ceño.
- San, tengo que irme.
- No – responde instintivamente -. ¿A dónde?
- Sugar me ha llamado necesita que vaya a buscarla.
Santana se levanta.
- Te llevo – replica sin dejarme alternativa, saliendo al salón.
Yo suspiro. Sé que esto me va a costar una pelea y teniendo en cuenta lo malhumorada que está, dudo que me salga con la mía.
- San, por favor – le llamo -. Sugar estaba llorando. Probablemente se haya peleado con Quinn. Si te ve aparecer, va a sentirse muy incómoda.
- Britt cariño, no voy a dejar que salgas sola a estas horas. Es peligroso. Y yo no soy ninguna niña. Afortunadamente esta primera respuesta es solo mental. La señorita irascible hoy no está para bromas.
- Cogeré un taxi. Nada de metro.
Santana resopla.
- Britt, no pienso discutirlo. Te llevaré yo.
En el viaje por lo menos consigo negociar que me deje y se marche. A cambio prometo no moverme de la cafetería y llamarla cuando termine para que me recoja. Me siento como si tuviera doce años y estuviese yendo al cine con amigos por primera vez.
Ya desde el cristal puedo ver a Sugar llorando a moco tendido delante de una hamburguesa con queso, su comida para las depresiones. Observo la cafetería. La verdad es que no exageraba por
teléfono. Tiene un aspecto horrible.
- ¿Qué te ha pasado? – inquiero sentándome frente a ella.
- Sugar, se acabó. Esta vez se acabó.
- ¿Con Quinn? – pregunto.
- ¿Con quién iba a ser si no? – responde en un grito.
No lo sé. ¿Con Joe? Afortunadamente esta primera respuesta también la doy mentalmente.
- ¿Habéis discutido?
- No, eso ha sido la Tercera Guerra Mundial. Le he roto su disco preferido de Van Morrison y le he tirado un zapato.
Me lo dice tan triste, justo después de sorberse los mocos, que no puedo evitar sonreír con ternura.
- ¿Le has dado? – inquiero.
- Solo de refilón.
- Quizás tendrías que haberle tirado el otro – replico robándole una patata.
- Lo hice – dice señalándose los pies – pero no lo di.
Miro con más atención y me doy cuenta de que está descalza.
- ¿Estás descalza? – le pregunto boquiabierta.
- Debí pensarlo antes de tirarle los zapatos. Soy muy pasional.
No puedo evitar sonreír ante semejante comentario y finalmente ella también lo hace aunque no le llega a los ojos.
- ¿Por qué habéis discutido?
- ¿Por qué no? – se apresura a rebatirme -. Britt, no sé qué espero en una relación pero creo que no es esto.
- A lo mejor el problema está en de quién lo esperas.
- ¿Lo dices por Joe?
Asiento y le robo otra patata.
Ella se queda en silencio.
- ¿Verdad o Roger H. Prick? – pregunto tras mirarla un segundo y cuadrar los hombres.
- Verdad.
- Fuiste muy feliz con Joe, te marchaste y todo se quedó a medias. Conoces a Quinn, te enamoras pero estás en otra etapa de tu vida y surgen problemas de verdad.
- Gracias por el resumen – contesta sardónica.
Yo le doy una patada por debajo de la mesa y ella se queja con un auh.
- Creo que has idealizado a Joe y eso es muy peligroso y también muy injusto para Quinn .
Sugar se toma un segundo para pensar en mis palabras.
- No quiero a Joe, lo sé. Quiero a Quinn.
Asiento.
- Pues ya hemos resuelto gran parte del problema. Voy a pedirme algo de comer.
- No quieres pedirte algo de comer – me advierte -. Esta la segunda hamburguesa que he pedido. La primera se movió sola.
Hago una mueca de aversión. ¡Me he comido dos patatas!
- Vámonos de aquí – me pide Sugar.
Asiento. No quiero morir de disentería.
En la puerta saco el móvil para llamar a Santana pero Sugar me mira alarmada y me obliga a colgar.
- Nos recogerá y podrás venirte a casa – le explico.
- No quiero que me vea así. Ni siquiera llevo zapatos. Es muy humillante – se lamenta.
Yo resoplo. Santana va a enfadarse muchísimo si se entera de que no le he llamado.
- Hagamos una cosa – le ofrezco -. Mi apartamento no está lejos. Pedimos un taxi, subimos, te pones unos zapatos y regresamos aquí para que Santana nos recoja.
Sugar asiente y salimos en busca de un taxi.
- ¿Es igual de controladora en la cama? – pregunta completamente en serio.
- ¿Qué? – respondo escandalizada a punto de la risa nerviosa –. No voy a contestarte a eso.
- Ya lo has hecho – se burla.
- No llevas zapatos – contraataco -. Tu opinión no cuenta.
Me hace un mohín y yo se le devuelvo.
¿Dónde demonios se han metido todos los taxis de Nueva York?
- ¿Y si caminamos? – propone Sugar -. No son más de cinco manzanas.
- No.
- ¿Por qué?
- Porque estás descalzas y esto es Nueva York. Cogerías tres infecciones antes de que llegáramos a mi apartamento.
- Me apetece caminar – gimotea.
Yo le pongo los ojos en blanco.
- Ni una palabra a Santana.
- Ni una palabra – responde –, pero si usa el sexo para sonsacarme no prometo nada. No tengo más remedio que echarme a reír y finalmente comenzamos a caminar. Por suerte mi apartamento no queda muy lejos. Sugar va dando saltitos, esquivando todo lo peligroso o verdaderamente asqueroso que puedes encontrarte en una acera. Va a tener que acabar desinfectándose los pies con lejía y amoniaco.
Estamos a menos de una manzana cuando su móvil comienza a sonar. Observa la pantalla,resopla y cuelga. Es Quinn. Yo la miro pero no digo nada. Solo hemos dado un par de pasos y su smartphone suena de nuevo. Sugar vuelve a colgar.
- Deberías contestar – comento.
Sugar me hace un mohín y yo sonrío. Sabe que tengo razón.
El teléfono vuelve a sonar. La miro. Ella me devuelve la mirada y finalmente pone los ojos en blanco justo antes de descolgar.
Se aleja unos pasos y yo me siento en un parterre de la calle.
- ¿Qué quieres? – contesta malhumorada -… No, no voy a ir… Estoy con Britt y voy a quedarme a dormir con ella… No, sigo muy enfadada… - Su expresión cambia por completo
-… ¿De verdad? ¿Con flores?
Comienzo a sonreír. Las dos idiotas están más enamorados la una por la otra mas de lo que se piensan.
- Está bien… Sí, sí. Adiós.
Sugar cuelga y camina con una sonrisa indisimulable hasta mí.
- Era Quinn.
- ¿En serio? – pregunto socarrona.
Sugar decide ignorarme.
- Me ha pedido perdón y quiere que vayamos a cenar para hablar.
Yo sonrío.
- Me alegro mucho. ¿Aún quieres los zapatos? – comento señalándole los pies.
- No. Quinn me espera con el coche en la cafetería. Vuelve conmigo y te llevamos a casa así no tendrás que llamar a Santana.
- No, ya que estoy aquí voy a subir a mi apartamento. Me dejé el cargador del ordenador y quiero aprovechar para recogerlo.
- No te importa que me vaya, ¿verdad?
- ¿Eres rematadamente idiota? – le pregunto – Claro que no – añado con una sonrisa.
Sugar imita mi gesto y me da un abrazo de oso.
- Gracias por haber venido.
- De nada. Y ahora lárgate. Una mujer guapa de ojos verdes te espera en un Porsche.
Sugar sonríe de nuevo y se marcha feliz y descalza.
Yo sonrío y lanzo un largo y relajante suspiro. Me alegro de que las cosas se estén arreglando entre ellas.
En cuestión de minutos estoy atravesando mi portal. Subo las escaleras a paso ligero y llego al cuarto piso. He avanzado más o menos la mitad del rellano cuando alzo la cabeza y veo a un hombre
junto a mi puerta. Instintivamente me asusto. ¿Quién es?
- Brittany Pierce, ¿verdad? – me pregunta.
Lo miro. No parece peligroso pero siempre he pensado que esos son los peores. Si no cuando entrevistan a los vecinos de los asesinos en serie en el telediario nunca dirían eso de siempre me saludaba. Los inofensivos son los peores.
- Soy Walter – se presenta, imagino que intentado tranquilizarme pero no me dice su apellido y eso me inquieta aún más.
Pienso en gritar pero los Berry están en el club y no hay más vecinos en esta planta.
Da un paso hacia mí y yo lo doy hacia atrás.
Lleva una cámara de fotos con un objetivo inmenso y entonces lo comprendo. Es un paparazzi.
Internamente suspiro de alivio. Por lo menos no va a matarme.
- Venía a proponerte un trato muy beneficioso para los dos
- No tengo nada que hablar con usted. Márchese o llamaré a la policía – replico tratando de sonar lo más segura posible aunque no me sienta así en absoluto.
El hombre se aparta. Yo cojo la llave de reserva que guardo en el marco y abro. Ahora tendré que cambiarla de sitio.
- Vamos no te pongas así – me pide -. Lo único que tienes que hacer es contarme lo que sepa de Santana Lopez, de sus negocios. Yo lo publicaré e iremos a medias.
Frunzo el ceño y me giro furiosa. ¿Cómo se atreve?
- Pero, ¿quién se cree que soy? – Maldito gilipollas -. Hablo en serio. Lárguese ahora mismo o llamaré a la policía.
Siento, más que veo, como va a dar un paso hacia adelante para entrar. Rápidamente tiro de la puerta e intento cerrarla pero él la frena con las dos manos.
- ¡Lárguese! – grito.
- Vamos, es bueno para los dos – trata de convencerme con la respiración trabajosa. Forcejeamos. Empujo la puerta. No consigo cerrarla. Él hace más fuerza. Mis manos ceden y la
puerta me golpea tirándome al suelo. Siento un dolor muy fuerte. Agudo. Me llevo la mano a la frente. Estoy sangrando. No veo bien. La habitación empieza a girar. Me duele. Me duele muchísimo.
Ya no siento nada.
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Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Capitulo 25
- Britt Britt.
Es la voz de Santana. Quiero abrir los ojos pero no soy capaz. Parece muy angustiada.
- Britt, nena, por favor, despiértate.
Hago un esfuerzo sobrehumano. La cabeza me duele muchísimo.
- San – murmuro.
- Oh, señor, gracias.
Consigo abrir los ojos. Santana me mira con los suyos negros abiertos como platos. Está aterrada.
Es la primera vez que esa expresión en ella.
Me rodea con sus brazos y despacio me levanta del suelo. ¿Qué hacía en el suelo? Estoy muy desorientada. Todo me da vueltas. No soy capaz de mantener los ojos abiertos. Parpadeo. La luz fluorescente es demasiado brillante. Me molesta y me hace cerrar los ojos otra
vez. Me revuelvo. Me duele mucho la cabeza.
- Britt – susurra.
Es San.
- La luz – musito -. No puedo abrir los ojos con la luz
Mi voz suena débil.
La oigo moverse por la habitación. Suena un interruptor y a los segundos otro más pequeño.
- Ya está, nena – dice volviendo a mi lado.
Abro los ojos. Ahora solo está encendida la luz de la mesita. Es más tenue. Me duele mucho la cabeza. No reconozco la habitación.
- ¿Dónde estoy? – pregunto.
Santana se sienta con cuidado en el borde la cama y se inclina hacia mí.
- En el hospital – responde.
- ¿Qué? ¿Cómo he llegado hasta aquí?
Intento incorporarme pero el cuarto gira trescientos sesenta grados. Joder, como me duele la cabeza.
- Túmbate – me ordena a la vez que me empuja suavemente hasta que mi cabeza vuelve a reposar en la almohada.
- ¿Qué ha pasado? – vuelvo a preguntar.
- No lo sé. ¿No te acuerdas de nada?
Niego con la cabeza. La expresión de Santana se recrudece. Sus ojos son un reguero de emociones: está conmocionada, preocupada y sobre todo, furiosa.
- Lo último que recuerdo es que quería entrar en mi apartamento y había un hombre en la puerta – murmuro.
- No te preocupes – me dice acariciándome la mejilla -. Tienes que descansar. Intenta sonar tranquila pero todo su cuerpo refleja una tensión indecible.
La puerta se abre y entra un medico vestido con un pijama azul de quirófano y bata blanca. Abre un gran sobre marrón y coloca unas radiografías sobre una lámpara fluorescente colgada de la pared.
Las mira unos segundos, asiente varias veces y finalmente camina hacia mí.
Santana se levanta pero se queda junto a la cama.
- Bueno, Brittany, ¿qué tal te encuentras? – me pregunta con una amable y profesional sonrisa.
- Bien, pero me duele mucho la cabeza.
- Es absolutamente normal – responde sin asomo de duda.
Saca una pequeña linterna del bolsillo de su bata y la coloca frente a mis ojos.
- Sigue la luz – me pide.
Lo hago pero me resulta muy molesto.
- Sé que no es agradable – comenta a modo a disculpa.
Guarda la linterna en el bolsillo de su bata blanca y del mismo saca un bolígrafo, abre la carpeta que tiene en la mano y apunta algo en ella.
- Te has dado un fuerte el golpe en la cabeza – me explica señalándose la frente –.Después al caer al suelo volviste a golpearte, en esa ocasión en la base del cráneo. Las placas y el escáner indican que todo está bien por lo que podemos descartar que sufras algún
tipo de hemorragia interna y por eso te hemos permitido dormir.
Santana suspira aliviada.
- Te dolerá mucho la cabeza durante unos días. También puede que sientas mareos, nauseas y no toleres muy bien la luz. Este último síntoma deberá desaparecer en las próximas horas.
Asiento. Intento concentrarme en lo que me dice pero la habitación no para de girar.
- Te daré unos calmantes. Son bastantes fuertes así que te quedarás dormida en seguida y cuando te despiertes, probablemente te encuentres mucho mejor. Pero antes necesito que respondas a unas preguntas. Asiento de nuevo. Tengo que empezar a decir que sí. Cada vez que muevo la cabeza el dolor es insoportable.
- ¿Recuerdas qué pasó? – pregunta el doctor.
- No, había un hombre pero no recuerdo mucho más. Llevaba una cámara de fotos.Miro de reojo a Santana. Suspira breve y brusca y se cruza de brazos aunque inmediatamente se lleva la mano a la boca.
- Brittany, ¿recuerdas algo más? – inquiere de nuevo.
- No.
El doctor suspira.
- Teniendo en cuenta lo que nos has explicado y dado que no recuerdas nada más. Voy a tener que examinarte para descartar que te hayan forzado de algún modo.
¿Qué?
- Joder – farfulla Santana entre dientes al tiempo que se da la vuelta. Está a punto de estallar.
- ¿De verdad cree…
No soy capaz de seguir. Mi voz se evapora. Al oírme Santana se da inmediatamente la vuelta y se acerca a mí. Se sienta de nuevo en el borde la cama y me acaricia suavemente la mejilla.
- No te preocupes, nena – susurra. De nuevo todo su autocontrol sale a relucir.
- No se trata de lo que yo crea, Brittany.
Asiento. Estoy muy nerviosa. El llanto que no me permito soltar forma un nudo en mi garganta y casi no me deja respirar.
- Tenemos que descartar todas las posibilidades – continúa el doctor.
- Todo va a salir bien – añade Santana.
Me sonríe pero no le llega a los ojos.
- Señorita Lopez por favor, espere fuera mientras realizo el examen médico.
- De eso nada – responde sin moverse de mi lado.
- No es lo habitual…
- Me importa bastante poco lo que sea habitual – le interrumpe girándose con el gesto endurecido –. No voy a apartarme de ella.
El doctor le mira mal pero Santana sencillamente le ignora. Finalmente alza las manos y asiente.
- Como quiera – añade.
Pulsa un botón del cabecero de mi cama y a los segundos entra una enfermera con varias bolsas selladas con material médico. Camina hasta un mueble que ocupa una de las paredes de la habitación,
prepara una bandeja y regresa junto al doctor.
El médico retira la sábana y me examina con cuidado las piernas. Imagino que busca moratones o arañazos. Yo suspiro hondo. Todo esto me parece algo surrealista. La enfermera me levanta despacio
el camisón del hospital y ambos fijan su atención inmediatamente en las marcas de mis caderas.
- Doctor – le llamo -, esas marcas son consentidas.
Santana y el médico se miran. La desaprobación inunda los ojos del facultativo pero no dice nada.
Continúa examinándome y tras una comprobación ginecológica. La enfermera vuelve a bajarme el camisón y a taparme con la sábana.
- Parece que todo está correcto, Brittany – nos informa el médico - Ese hombre no la toco.
Doy el suspiro de alivio más grande mi vida.
- Como le dije, la enfermera le suministrará unos calmantes muy fuertes. Tiene que descansar al menos dos días, ¿entendido?
Santana y yo asentimos. - No se preocupe, doctor. Descansará.
Parece que está claro quién se va a encargar de que lo haga.
La enfermera me tiende un vasito de plástico con dos píldoras y después uno de cristal más grande y lleno de agua fresca. Me lo bebo entero. Estaba muerta de sed.
Vuelvo a apoyar la cabeza en la almohada. Santana habla con el doctor a mi lado pero no sé qué dicen. Trato de escucharlos pero no soy capaz. Sonrío. Tengo sueño. Ya no me duele nada. Las
drogas con prescripción médica son geniales. Quiero darle las gracias al doctor pero no puedo.
Tengo mucho sueño.
Me despierto. Abro los ojos un segundo y vuelvo a cerrarlos. ¿Dónde estoy? Sería más fácil si tuviera los ojos abiertos pero tengo mucho sueño. Me duele la cabeza. Me giro. Reconozco ese olor.
Huele a lavanda fresca. Huele a Santana. Estoy en su cama. Automáticamente me relajo y me duermo feliz.
Abro los ojos despacio. Parpadeo. Hago un gran esfuerzo y consigo mantenerlos abiertos. Poco a poco todos los recuerdos del día de ayer comienza a inundar mi embotada mente. Recuerdo que
quería ir a mi apartamento. Recuerdo el hospital. Recuerdo a Santana preocupadísima, furiosa y solo al final algo aliviada.
Me giro lentamente y veo el MacBook de Santana encendido sobre la cama. Hay varias carpetas en la mesita y encima del propio colchón. Debe haber estado trabajando aquí.
No tengo ni la más remota idea de la hora que es. La habitación está en penumbra pero creo que ya es de día. Intento levantarme. Por suerte todo ha dejado de girar. Camino despacio y entro en el
baño. Me miro en el espejo y hago una mueca de disgusto cuando veo el enorme apósito que tengo pegado en la frente, casi en el nacimiento del pelo. Mierda, si el apósito es grande, la herida también
lo será.
Resoplo malhumorada y mi cabeza se resiente obligándome a agarrarme con fuerza al mármol del lavabo para no caerme.
- Mierda, Britt – masculla Santana desde la puerta del baño.
Entra como un ciclón, me coge en brazos y me lleva de nuevo a la cama.
- No puedo dejarte sola ni cinco minutos sin que hagas una tontería.
Sigue furiosa.
Me deja con cuidado sobre el colchón y me tapa con la sábana. Pulsa uno de los interruptores junto a la mesita de noche y las persianas bajan del todo. La poca claridad que entraba desaparece y
ahora la estancia solo está levemente iluminada por la luz que llega desde el pasillo.
Se inclina sobre mí y me da un dulce beso en los labios.
- Duérmete – me ordena suavemente.
- Quédate conmigo – le pido.
- No voy a moverme de aquí – me asegura.
Sonrío y le observo sentarse en el borde la cama. Quiero alzar la mano y acariciarle la mandíbula, pero sin quererlo vuelvo a quedarme dormida.
Me despierto sobresaltada. He soñado que me caía y he abierto los ojos en el preciso instante en el que tocaba el suelo. Tengo la respiración acelerada. Me levanto lentamente. La cabeza me duele
pero me siento mucho mejor. Las persianas siguen cerradas a cal y canto así que soy incapaz de saber si es de día o de noche.
Camino despacio. Salgo al pasillo. Desde lo alto de las escaleras puedo ver el inmenso ventanal del salón. Ya es de noche. ¿Cuánto tiempo he dormido?
- ¡Claro que es culpa tuya!
Es la voz de Santana. Esta muy enfadada.
- La dejaste sola en plena noche – continúa con su voz amenazadoramente suave.
- No pensé que pasaría esto – murmura alguien entre lágrimas. Creo que es Sugar.
Intento bajar más deprisa.
- No le hables así, San. Ya se siente bastante mal – intenta defenderla Quinn.
- Tú cállate – le espeta Santana -. También estoy muy cabreada contigo. Yo jamás habría dejado a tu novia sola.
- Lo siento, lo siento mucho – balbucea Sugar.
Al fin llego al salón. Las tres están junto a la isla de la cocina. Santana desprende una hostilidad termonuclear y Sugar está llorando como una magdalena.- ¿Qué pasa? – pregunto caminando hasta ellos.
- ¡Britt! – grita Sugar entre lágrimas y corre a darme un abrazo.
Al verme, Santana farfulla algo ininteligible y se inclina ligeramente sobre la encimera apoyando las dos manos en ella. Está más que furiosa. ¿Qué le ocurre?
- Lo siento, Britt – se disculpa Sugar sacándome de mis pensamientos -. No tendría que haberte dejado sola.
- Sugar, no tienes por qué disculparte – respondo completamente en serio -. No podías imaginarte que alguien me estaría esperando.
- Aún así debí acompañarte hasta la puerta. Lo siento.
No deja de llorar. Está realmente triste. Debe sentirse fatal.
- Deja de disculparte. No es culpa tuya.
Santana aún sigue con las manos clavadas en el mármol italiano.
Quinn la observa, resopla y finalmente se acerca a nosotras y coge a Sugar por los hombros.
- Vámonos a casa – dice obligándola a empezar a caminar –. Britt necesita descansar.
Quinn me sonríe y yo le devuelvo el gesto.
- Vendré a verte mañana – me promete.
Asiento y los observo hasta que se marchan. No me puedo creer que Santana le haya echado la culpa de lo que pasó.
- San, ¿qué te ocurre? – pregunto acercándome a ella -. ¿Por qué estas así?
- ¿En serio tienes que preguntármelo? – inquiere a su vez casi en un grito al tiempo que se gira.
- Sugar no tuvo la culpa. Yo quise ir a mi apartamento.
- Joder, Britt – farfulla pasándose la mano por el pelo.
No entiendo por qué está así.
- ¿San por qué estás tan enfadada?
- Porque no me puedo creer que fueras tan inconsciente – gruñe.
- Solo quise irme a mi apartamento. No tengo seis años.
- ¡Podrían haberte matado! – grita soltando al fin toda esa rabia.
Yo me quedo de piedra. Sus palabras pero sobre todo, el modo de decirlas, como si recordara el peor momento de su vida, me rompen por dentro. - Cuando subí a tu apartamento y te vi tirada en el suelo, inconsciente, llena de sangre, te llamaba pero no te despertabas, Britt. Nunca había estado tan asustada en toda mi vida.
Me acerco hasta ella despacio. Intento acariciarle la mejilla pero se aparta brusca.
- Así que sí, estoy muy furiosa y no te quepa duda de que no voy a volver a pasar por eso
– me advierte -. A partir de ahora no saldrás de esta casa si Finn o yo no te acompañamos.
- Eso es un poco exagerado - protesto – Podrías intentar ser….
- No se te ocurra pedirme que sea razonable contigo, Britt – me interrumpe y creo que sus ojos negros podrían traspasarme -. Créeme, no es un buen momento. Trago saliva. Estoy completamente segura de que no es el mejor momento y por eso no voy a
discutir pero no pienso dejar que esto se quede así.
- Ahora sube. Tienes que descansar.
- San – gimoteo -, llevo durmiendo un día entero.
Mi suplica le hace gracia y aunque intenta disimularla, una incipiente sonrisa se asoma en sus labios.
- Pues siéntate – dice señalando uno de los taburetes de la isla de la cocina -. Te prepararé algo de comer.
- No tengo hambre – protesto sentándome.
- Comer o dormir. Tú eliges.
- Comer o dormir. Preferiría hacer otras cosas – replico tratando de tentarle.
- Esa opción actualmente está fuera de su alcance, señorita Pierce. - Yo frunzo los labios.
Quiero estar con ella -. Aunque me muera de ganas – añade dejándome ver su media sonrisa. Parece que al fin comienza a relajarse. Rodea la isla de la cocina y camina hasta colocarse frente a mí.
- ¿Qué tal tu cabeza? – pregunta tomando con delicadeza mi cara entre sus manos y examinando mi herida.
- Bien. Me duele mucho menos que en el hospital y ya no me da vueltas todo.
Santana sonríe de nuevo y se inclina sobre mí.
- Me alegro – susurra justo antes de besarme.
Yo gimo pero San se aparta rápidamente con la sonrisa aún en los labios. Cuando quiere, puede ser imposible de convencer.
- ¿Y qué vas a prepararme de cenar? – pregunto resignada con una sonrisa.
San abre el frigorífico, lo observa con detenimiento y finalmente lo cierra. Comienza a mirar en todos los armarios hasta que encuentra unas cajas de comida preparada. Coge una de ellas y empieza
a leerla muy concentrada. Regresa a la isla de la cocina y se apoya en el mármol con la caja entre las manos, aún leyendo las instrucciones de uso con detenimiento.
- Parece fácil – murmura para si -. Cenaremos tallarines chinos con verduras – sentencia dejando la caja sobre la encimera.
Gira sobre sus talones y da una palmada. Está buscando algo y creo que no tiene claro ni qué ni dónde hacerlo.
Sonrío. Me resulta muy divertido verla desenvolverse en un campo que le resulta completamente nuevo.
Finalmente saca una olla, la llena de agua y la pone al fuego. Tras unos segundos mirando los mandos de la cocina, consigue que la placa de inducción se encienda y sonríe satisfecha.
- Debería ponerme con la boda. A penas queda una semana – comento.
- No te preocupes por eso – dice sin más -. Hoy le encargado a Blaine que contrate a una empresa especializada en organizarlas.
Suspiro. Siempre pensé que me encargaría de organizar mi boda, decidir los detalles, prepararlo todo, pero al tener tan poco tiempo todo está resultando muy complicado.
- Me parece bien – claudico.
Sonríe.
- Mi madre me ha propuesto que la celebremos en la mansión.
Le miro sorprendida. Teniendo en cuenta la oposición del padre de Santana, nunca imaginé que nos ofrecerían su casa para celebrarla.
- ¿Te parece bien? – me pregunta.
- Sí, claro. Tu casa es preciosa pero, ¿tú padre está de acuerdo? – inquiero con cautela. No sé si es buena idea sacar el tema de su padre. - No lo sé. Supongo que sí – responde encogiéndose de hombros. Está claro que no quiere hablar de eso.
El agua rompe a hervir. San abre la caja de los tallarines, los echa a la olla y comienza a removerlos con una pala de madera.
Saca dos boles, prepara los manteles individuales, las servilletas y los cubiertos sobre la isla de la cocina y exactamente cinco minutos después saca los tallarines de la olla y los sirve.
- ¿No deberías probarlos antes? – pregunto.
- Están justo en su punto – responde tan divertida como presuntuosa -. Tengo ojo para esto.
Yo la observo con una sonrisa. ¿Se puede ser más descarada?
Coloca los dos boles sobre los manteles, coge dos botellitas de agua San Pellegrino sin gas del frigorífico y se sienta a mi lado.
- Con un buen vino estarían mejor – comento.
- Todo está mejor con un buen vino – me corrige –, pero a alguien le han prescrito algo muy parecido a las drogas duras.
- Por mucho que insistas no voy a compartirlas contigo.
Me hace un mohín y no tengo más remedio que echarme a reír. Las peores costumbres siempre se pegan.
Pruebo mis tallarines. Están ricos. Tengo que reconocer que mucho mejor de lo que pensé que estarían.
Santana me observa, juraría que sabe exactamente lo que estoy pensando, y lentamente se inclina sobre mí.
- No hay nada que se me resista, señorita Pierce – comenta con la sonrisa más presuntuosa del mundo -. Deberías saberlo.
Yo le devuelvo una sonrisa nerviosa y me concentro en controlarme para no suspirar. Es una bastarda arrogante.
“Y puede permitirse serlo”.
Ya casi hemos terminado de cenar cuando no puedo evitar fijarme en la mano de Santana. Aún tiene algunas heridas en los nudillos.
- San – le llamo y otra vez lo hago llena de cautela -, ¿quién era el hombre al que golpeaste?
Alza la cabeza durante un segundo y vuelve a prestar toda su atención a la comida. - Nadie importante.
Suspiro. Me siento exasperada de darme siempre de bruces con la misma pared.
- No lo parecía – respondo.
Sin quererlo mi voz suena de lo más impertinente pero estoy cansada de que nunca quiera hablar.
- Britt – me reprende clavando sus ojos en los míos.
- San, estoy preocupada. Dijo un montón de cosas horribles de ti.
San resopla.
- cariño, necesitas descansar. Dimes no va a volver a molestarnos. No quiero hablar de esto ahora – sentencia.
- ¿Y tú cuándo quieres hablar? – mascullo levantándome.
- Britt – me llama.
Pero no me detengo y voy hasta la habitación. Me pregunto si alguna vez va a cambiar. Me dice que confía en mí y cuando llega el momento de dar el paso y hablar nunca lo hace. Me cruzo de
brazos y pierdo la vista en cualquier parte. No sé qué pretende que haga.
“Que no preguntes”.
- ¿Tan importante es para ti? – inquiere caminando despacio hasta colocarse a mi espalda. Suena cansada. A veces tengo la sensación de que esta situación le desespera tanto como a mí,
pero está en su mano hacer algo para solucionarlo.
- San – digo girándome -, me gustaría que confiarás en mí. Sé que ese hombre estaba hablando de algo relacionado conmigo. ¿Por qué no me lo cuentas?
- Porque no serviría de nada, Britt.
- Serviría para que yo me sintiese un poco mejor.
Santana me mira directamente a los ojos. Siento su dilema, su lucha por contarme o no lo que quiera que esté pasando. Finalmente resopla y se pasa la mano por el pelo.
- Julian Dimes es el dueño del New York Star , la revista que publicó la noticia sobre tu madre.
- ¿Qué? – murmuro.
- Además ha estado presionando a otros medios y a otros periodistas para que publicaran artículos sobre ti. Te ha estado utilizando para hacerme daño.
Todo esto es surrealista.
- ¿Por qué quiere hacerte daño? – pregunto más que confusa.
- Porque nunca me he comportado como esperaba que lo hiciera. Pensaba que Nueva York era suya y se equivocaba – añade con un brillo arrogante en sus ojos -. Y hace una semana le
saqué de un par de negocios. Nada que no se hubiera buscado.
- ¿Y por qué estás tan segura de que va a parar?
- Porque lo sé, Britt – sentencia sin asomo de duda -. Me hecho con el control de todas las empresas que actualmente tienen negocios con él. Si vuelve a intentar algo contra nosotras, lo destruiré.
Su seguridad es aplastante.
Yo suspiro hondo. No me puedo creer que detrás de todas esas noticias al final hubiera una trama empresarial contra San.
- Britt, va a arrepentirse de todo lo que ha hecho – sentencia acariciándome suavemente la mejilla.
Su mirada está endurecida, llena de rabia contenida. Me asusta esa mirada pero inexplicablemente también me gusta, hace que me sienta protegida, que sepa que nunca permitirá que nadie me haga daño.
Me besa y yo me pierdo en su beso una vez más pero San se separa y deja su frente reposar en la mía.
- Necesitas descansar – susurra con la voz entrecortada por el deseo.
- Te necesito más a ti.
San gruñe y yo me estrecho contra su cuerpo.
- Britt – me reprende o me llama, no lo sé.
La beso otra vez.
- Nena, no – dice con la voz firme a la vez que se separa de mí -. Tienes que descansar.
Ayer te diste un golpe fortísimo.
Voy a abrir la boca dispuesta a protestar. Estoy bien.
- Puedes volver a marearte o a sentir dolor en cualquier momento – me interrumpe.
Por el tono de voz que usa sé que da igual cuánto me queje. Tengo la batalla perdida antes de empezar.
- Acuéstate – me ordena suavemente.
- ¿Te acostaras conmigo?
San niega con la cabeza.
- Le está denegando auxilio a una enferma. Seguro que estás violando la Convención de Ginebra o algo parecido – me quejo.
- Vete a la cama – me apremia de nuevo intentando ocultar una incipiente sonrisa.
Ahora soy yo la que niega con la cabeza.
- Maldita sea, métete en la cama de una vez, Britt, porque me están entrando ganas de…
San se frena y resopla divertida. Estoy casi segura de que esa frase terminaba con un follarte para hacerte entrar en razón, justo lo que quiero. La sonrisa me delata.
San se pasa la mano por el pelo y para mi desgracia con ese gesto llega todo su autocontrol.
- A la cama.
Y nuevamente por su tono de voz sé que la decisión está tomada.
A regañadientes camino hasta la cama y me tumbo. San me sigue con la mirada. Hace el ademán de marcharse pero finalmente se gira y apoyando la mano en el cabecero, se inclina sobre mí y me da
un intenso beso.
Apenas se ha separado un centímetro de mis labios cuando vuelve a besarme. Yo gimo bajito contra su boca y San gruñe contra la mía. Está a punto de dejarse llevar, pero se aleja de nuevo.
Deja que su frente repose en la mía unos segundos y nuestras respiraciones se entremezclan aceleradas. Aún tiene los ojos cerrados. Está cogiendo fuerzas, dejando que su autocontrol vuelva a
mandar en ella.
- Que descanses – pronuncia abriendo los ojos y definitivamente se separa de mí. Yo suspiro decepcionada y me cruzo de brazos. Después de ese beso y tras comprobar que de alguna manera le tiento, le deseo aún más.Me despierto. Ya es de día. Estoy acurrucada contra el pecho de San que me abraza
suavemente. Tengo sed pero no quiero levantarme. Vuelvo a cerrar los ojos. Siento su pecho subir y bajar relajada. Me estrecho contra su cuerpo y San reacciona abrazándome con más fuerza.
- Buenos días – dice con la voz ronca por el sueño.
- Buenos días – murmuro.
Intento moverme y un estruendo me atraviesa la cabeza provocándome una mueca de dolor. San se incorpora rápidamente.
- ¿Nena, estás bien? – pregunta preocupada a la vez que deja mi cabeza suavemente sobre la almohada.
- Sí, es solo el dolor de cabeza. Es fuerte.
San se inclina y mira el reloj.
- Tienes que tomarte las pastillas.
Se levanta de un salto, entra en el baño y regresa con un vaso de agua y dos pastillas en la mano.
Deja el vaso sobre la mesilla, se sienta a mi lado y me tiende las pastillas. Cuando me las tomo, me pasa el agua.
- En seguida te sentirás mejor.
Me tumbo de nuevo y suspiro. Solo con mirarla únicamente con el pantalón del pijama, totalmente despeinada y esa cara de sueño tan adorable ya me siento mejor.
- ¿Tienes que empezar a prepararte para ir a trabajar? – pregunto sin poder dejar de mirarle.
- No voy a ir a trabajar – responde sin asomo de duda.
- San, estoy bien – trato de convencerla –. En cuanto las pastillas me hagan efecto podré bajar.
San sonríe.
- No voy a dejarte sola. No quiero que hagas alguna tontería.
- ¿Alguna tontería? – me quejo.
- No me fio de ti – sentencia y su sonrisa se ensancha.
Suspiro.
- Finn y la señora Aldrin estarán aquí. Tienes dos carceleros a tu servicio. No deberías tener nada de qué preocuparte.
Se humedece el labio inferior discreta y fugaz intentado disimular una nueva sonrisa.
- Prométeme que no vas a salir.
- Te lo prometo – respondo.
San escudriña mi mirada. No puede ser. ¡Está sopesando si puede creerme o no!
- ¿Sabes? No sé por qué estás dudando tanto. Tú tuviste un accidente de coche y te largaste del hospital – le recuerdo.
- Ya te lo dije una vez. No necesito que me cuiden.
- Yo tampoco – respondo.
No soy de porcelana. No voy a romperme.
Mi gran indignación hace sonreír a San.
- Me alegra divertirle como siempre – me quejo.
San apoya las manos a ambos lados de mi cabeza y se inclina para besarme pero no lo hace en mis labios si no en la punta de mi nariz.
- Para eso estás, señorita Pierce.
Suspiro indignada pero absolutamente embriagada por esta mujer y finalmente sonrío. Deben ser las pastillas
“Seguro”.
- Estaré aquí a primera hora de la tarde – me promete sin dejar de mirarme a los ojos. - Más te vale. Voy a aburrirme mucho.
Se levanta y se mete en la ducha y yo suspiro decepcionada por no poder meterme con ella. Espero que este maldito dolor de cabeza desaparezca pronto. Quiero esperarle despierta para desayunar pero el sueño que me provocan las pastillas me vence
antes de conseguirlo. Cuando vuelvo a despertarme, ya son más de las diez. Afortunadamente el dolor de cabeza ha desaparecido casi por completo. Me doy una ducha con cuidado de no mojarme el apósito y me pongo unos vaqueros y una camiseta que le tomo prestada a San. No quiero pasarme todo el día en pijama. Bajo al salón y en seguida la señora Aldrin sale a mi encuentro. No tengo hambre pero insiste en
sobre manera en que debo desayunar. Decirle que no a esta mujer es casi tan difícil como decírselo a San, así que finalmente acepto y acabo comiendo huevos revueltos con fruta y un zumo de naranja.
El café me ha sido vetado. Necesito dormir y descansar. Eso suena a orden directa de la señorita irascible.
Después de desayunar veo un poco la tele. En Today Show están entrevistando a Seth Rogen. Me río cuando explica como conoció a su mujer y la convenció para que se casara con él.
Una hora después comienzo a dar vueltas por la casa sin saber qué hacer. Recuerdo la inmensa biblioteca que vi una vez y subo a la planta de arriba dispuesta a buscar algo que leer. Cuando estoy
a punto de alcanzar la puerta, recuerdo la habitación vacía en esta misma planta y llena de una renovada curiosidad camino hasta ella.
La observo con detenimiento. Sigo sin entender por qué San no la transforma en un pequeño estudio de arquitectura. Es obvio que esa es su idea con respecto a esta estancia si no por qué compraría una mesa de arquitecto y conservaría todos esos planos y libros.
Tengo una idea brillante. Necesito mi móvil. Lo busco por todo el dormitorio y por el salón.
Estoy a punto de preguntarle a la señora Aldrin cuando recuerdo que San tiene un teléfono fijo en su estudio.
Voy hasta allí y llamo a Sugar. Dado que no puedo salir es una pieza imprescindible para mi plan.
Media hora después estamos las dos contemplando la habitación.
- Para que me quede claro, ¿qué es lo que quieres montar aquí? – me pregunta con la vista perdida como yo en la estancia vacía.
- Un estudio de arquitecto. ¿Ya sabes? Una mesa alta, estanterías con planos, un poster motivacional.
Estoy segura de que a San le encantará. Tendrá un sitio donde diseñar y relajarse. - ¿Y no crees que si la señorita irascible – sexo increíble hubiese querido tener un estudio de arquitectura en su casa ya lo habrían montado ella?
- Nadie se compra una mesa de arquitecto – digo señalándola desmontada en su caja – si no piensa usarla.
- Touché – responde.
Comenzamos a apartar las cajas y todos los portaplanos. Finn nos ayuda a mover la estantería y a montar la mesa de arquitecto.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
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Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
CAPITULO 26
-Que es esto Britt
- Pensé que te gustaría.
San resopla y se lleva las manos a las caderas.
- Ser arquitecta es tu sueño – me disculpo – solo quería ayudarte a que lo cumplieras.
- Tú lo has dicho, Britt. Es mi sueño y yo decidió cuando cumplirlo.
Sin darme oportunidad a decir nada se encamina hacia la puerta y sale de la habitación.
- Deshazte de todo esto – sentencia justo antes de marcharse.
Me quedo en la habitación sin tener la más remota idea de lo que ha pasado. Miro a mi alrededor y suspiro cayendo en la cuenta de que quizás lo único que hecho con todo esto haya sido presionarla
más. Me llevo las manos a la cara, no recuerdo mi herida y me doy un soberano manotazo. ¡Cómo duele!
Resoplo. Joder, he metido la pata hasta el fondo
Cierro la puerta y bajo las escaleras despacio. San está junto a la isla de la cocina con un vaso de bourbon en la mano. Esta apoyado en el mueble, ligeramente inclinado sobre él. Me ve pero inmediatamente pierde su vista al frente.
- Lo siento – musito.
Me siento fatal. Yo solo quería darle una sorpresa.
- ¿Y exactamente qué sientes, Britt? – pregunta arisca.
- Yo solo quería hacer algo por ti. Pensé que no habías dado el paso de montar el estudio porque no habías tenido tiempo, no porque no – trato de encontrar la palabra adecuada – quisieras.
¿Es esa la palabra? Por un momento creo que el problema es mucho más complicado.- No se trata de eso, Britt.
- Pues dime de qué se trata – le pido.
- Joder, otra vez no.
Resopla malhumorada. Se lleva las palmas de las manos a los ojos y se los frota con fuerza.
- No quiero hablar, Britt. Son mis problemas y mis decisiones. Puedes enfadarte o no pero deja de presionarme.
- ¿Así te sientes?
San le da un trago a su copa y se mantiene en silencio. Es obvio que sí.
- No quiero presionarte. Solo me gustaría ayudarte.
- No necesito que me ayudes – replica con la voz amenazadoramente suave.
- Pues yo creo que sí y que no solo se trata de una mesa de arquitecto en una habitación.
Te sientes responsable por la vida de cuarenta y cinco mil personas y tu padre…
- ¡Basta ya! – me interrumpe con sus ojos abrasándome -. Esta discusión se acaba aquí, Britt.
Coge el vaso y sin mirarme se marcha a su estudio.
Yo suspiro una vez más perdiendo la cuenta de cuantas van desde que San apareció en mi vida.
Me gustaría que fuésemos capaces de dejar de discutir aunque solo fuera un día.
Me dispongo a ir a su estudio per creo que es mejor que le deje a su aire. Ahora mismo no debo ser su persona favorita. Me dispongo a subir a la habitación y veo mi bolso tirado en el suelo,prácticamente escondido tras el sofá. Por eso no lo encontré esta mañana.
Recuerdo que Sugar me dijo que Rachel y Joe me habían estado llamando. Seguro que debo tener una docena de mensajes de ellos. Soy una pésima amiga.
“Y actualmente una pésima novia. Que no se te olvide”.
Me pongo los ojos en blanco y saco mi smartphone. Al hacerlo, algo cae de mi bolso. Me agacho y sonrío al comprobar que es la grulla de origami azul que me llevé de la azotea. La cojo y girándola entre los dedos se me ocurre una idea. Regreso a la cocina y la pongo junto a
la botella de bourbon. En algún momento Santana saldrá a echarse otra copa y la vera. Espero que la grulla ablande un poco la señorita irascible y me perdone.
Subo al dormitorio con el teléfono en la mano y efectivamente tengo más de diez llamadas perdidas y mensajes de los Berry, además de Sugar y QUinn. Les respondo a todos y llamo a Rachel para que no se preocupe. Joe acaba quitándole el teléfono y echándome una bronca
monumental por no haber regresado con Sugar y Quinn . Prometo no volver a hacerlo y no se me escapa la ironía de que es la segunda vez que he tenido que hacerlo.
Estoy revisando los últimos mensajes cuando llaman suavemente a la puerta abierta. Alzo la cabeza y es Santana con la grulla azul en la mano.
- Exactamente, ¿qué pretendías con esto? – pregunta.
Sonrío suavemente. Por su tono de su voz está claro que parte de su enfada ha desaparecido. El origami ha cumplido su misión.
- No lo sé. Creo que simplemente era chantaje emocional.
San intenta disimular la sonrisa que mi respuesta le ha provocado pero no puede evitar que las comisuras de sus labios se eleven.
- Tuve a todo el departamento de maquetación toda la mañana haciéndolas.
- Max debe odiarme.
- Max me pidió un aumento de sueldo al hacer la última y me dijo que ya no éramos amigos.
Ambas sonreímos.
- De verdad, lo siento – susurro.
Su mirada se endurece de nuevo y yo de repente me siento muy tímida y nerviosa. No sé qué hacer.
San camina hasta el borde la cama y avanza por ella hasta mí.
- Deja de disculparte – me ordena suavemente a escasos centímetros de mi boca -. No me gusta.
Yo suspiro al sentirla tan cerca y San me besa.
Inmediatamente me tumba en la cama y ella lo hace sobre mí.
- ¿Te duele la cabeza? – pregunta con la voz llena de deseo.
- No – respondo absolutamente convencida.
Habría contestado que no aunque todo me diera vueltas. La deseo demasiado.
Me besa despacio y estrecha mi cuerpo contra el suyo. Acaricio su torso por encima de la camisa, deleitándome en cada botón pero sin llegar a desabrochar ninguno.
Intento acelerar el ritmo de nuestros besos pero San se separa.
- Despacio, Britt – me pide apoyando su frente en la mía.
Yo asiento pero mi cuerpo desbocado tiene otros planes y alzo la cabeza para besarle de nuevo.
San suspira con fuerza. No llega a separarse pero la noto contenida. Está tensa, nerviosa. Suspira de nuevo. Desliza sus manos por mis costados y cuando va a llegar a mis caderas, las separa
y cierra los puños con fuerza. Está intentando controlarse. ¿Por qué?
- Britt, necesitas descansar – me dice con la respiración entrecortada.
- Llevo descansando dos días, San. Estoy bien.
Me estrecho contra su cuerpo y le beso con fuerza. San gruñe contra mis labios. Se separa otra vez pero se queda solo a unos centímetros tentada, deseando volver.
- San, por favor – susurro.
Me revuelvo bajo él intentando provocarlo pero sigue luchando. Me separo y busco su mirada con la mía. Sus ojos centellean presos de una cruda batalla. Alzo la mano y acaricio lentamente su mejilla. ¿Qué te pasa, Lopez?
- ¿Qué ocurre? – pregunto en un susurro.
No responde. Aparta su mirada de la mía y la centra en sus dedos que bajan despacio por mis costados hasta acariciar mis caderas, suave casi efímeramente. Nada que ver con lo posesiva que suele ser con ese trozo de mi cuerpo.
- Britt… - no sabe cómo seguir.
Finalmente alza la mirada y clava sus ojos en los míos.
- ¿Alguna vez te he hecho daño?
Su voz suena arrepentida, casi torturada. Yo le miro confusa. ¿A qué viene esto? Pero entonces noto sus dedos sobre mi piel demasiado fugaces y me doy cuenta de que todo esto es por cómo
reaccionó el doctor cuando vio mis marcas.
- ¿Crees que me haces daño por cómo te miró el médico?
- No me has contestado – me apremia
Yo suspiro hondo y dejo que su mirada atrape la mía una vez más.
- Tú nunca me haces daño – digo tratando de mostrar una seguridad aplastante en cada una de mis palabras. Necesito que lo entienda -. Me encanta el sexo contigo. Me encanta como me follas. Me gusta todo lo que me haces.
San suspira increíblemente aliviada y al fin sonríe.
- Déjate llevar – le pido -. Eso es todo lo que necesito.
Su sonrisa se transforma en una media, más atractiva y mucho más sexy, y por fin vuelvo a ver en sus increíbles ojos a la diosa del sexo porque la que mi cuerpo clama absolutamente encendido.
San me besa con fuerza, acelerada y todo mi cuerpo se rinde a ella. Acepto sus besos encantada, desbocada, sintiendo viva.
Hunde su boca en mi cuello y me besa cada centímetro de piel.
Gimo.
San me remanga la camiseta y deja mis pechos al descubierto. Aparta tosca las copas del sujetador y toma mi pezón entre sus dedos. Lo retuerce y tira de él para endurecerlo aún más.
Gimo de nuevo.
Baja su boca hasta mi otro pecho y acompasa sus labios con sus manos.Tira fuerte. Me muerde.
El placer se multiplica.
San se incorpora y se queda de rodillas entre mis piernas.
- Vaqueros – susurra sensual desabrochando el botón con una sola mano – me gusta que me pongan las cosas difíciles.
Sonríe presuntuosa y no tengo más remedio que sonreír con ella.
Se inclina y me besa justo en el centro de mi pelvis.
Suspiro. San continúa bajando, avanzado por la piel que libera de mis vaqueros. Me besa las caderas, el interior de los muslos y poco a poco va descendiendo hasta llegar a mis pies. Posa sus labios en
mi empeine y sonríe con los ojos llenos de placer anticipado.
Tira mis vaqueros al suelo y se inclina de nuevo sobre mí. Llena mi estómago de besos de lado a lado.
Suspiro bajito. Toda esta excitación me está matando.
- San – susurro.
- Tranquila, nena – responde torturadora.
Rodea mi ombligo con su lengua y continúa bajando dejando que su nariz y su cálido aliento acaricien mi piel y la incendien a su paso.
Se deshace de mis bragas de algodón y al fin se desliza en mi sexo y me da un largo y profundo beso.
Mi cuerpo se arquea. Estiro los brazos y los pierdo bajo las carísimas sábanas. San me sostiene por las caderas y me besa una y otra vez dejando que su experta y habilidosa lengua me haga soñar.
Me retuerzo bajo sus manos y como castigo San toma mi clítoris entre sus dientes y tira de él.- ¡Dios! – grito.
Relío las sábanas entre mis dedos y me aferro a ellas.
Mi respiración está agitada, convulsa.
San baja una de sus manos, la desliza por el interior de mi muslo y finalmente me acaricia justo ahí, en el centro de mi placer rendida a ella por completo.
Grito. Hace más profundo su beso y me penetra despacio.
Mi cuerpo se tensa. Siento Calor. Santana entra y sale de mí a un ritmo delicioso sin dejar de besarme un solo instante. El placer se arremolina en mi cuerpo. Su lengua rodea mi clítoris. Sus labios tiran de él.Grito otra vez. Me penetra con el índice y el corazón y antes de sacarlos hace un glorioso y delirante círculo.
Tiro de las sábanas y mi cuerpo se llena de luz y estalla entre sus labios y sus dedos, mi placer y todo su deseo.
- San – susurro con los ojos cerrados y el cuerpo extasiado.
San se yergue triunfal y lentamente comienza a desnudarse. Es plenamente consciente de que su cuerpo es un auténtico instrumento de placer y pecado.
Gloriosamente desnuda tira de mis manos para incorporarme. Me quita con cuidado la camiseta y se deshace de mi sujetador.
Sonríe al tenerme desnuda y yo me muerdo el labio inferior. Esa sonrisa es lo único que necesito para arder otra vez en mi propio deseo.
San me besa y me obliga a tumbarme de nuevo. Estamos piel con piel y todo su calor mi inunda. Me besa justo bajo la oreja, toma mi lóbulo entre sus dientes y tira. Gimo y me aferro con fuerza a sus hombros.
Me siento abrumada, sobrestimulada.
San vuelve a tomarse su tiempo. Besa cada centímetro de mi cuerpo y yo siento mi deseo crecer más y más hasta nublarlo absolutamente todo, hasta que solo existimos nosotras.
- Joder – se queja jadeante, tumbándose a mi lado -, esto es una maldita locura.
Yo sonrío y clavo mi vista en el techo. No podría tener más razón.
Apenas unos segundos después San se levanta prácticamente de un salto y comienza a vestirse.
- ¿Dónde vas? – pregunto confusa incorporándome.
San se abrocha los pantalones y rescata su camisa del suelo.
- Abajo, lejos de ti – susurra cerca, muy cerca de mi boca – porque solo puedo pensar en follarte otra vez.
Suspiro con fuerza. San sonríe y yo me muerdo el labio inferior.
- Hazlo – musito.
La sonrisa de San se ensancha. Me besa con fuerza una sola vez y sale del dormitorio abrochándose su camisa. Esa era exactamente la respuesta que esperaba. Yo resoplo y me levanto. La cabeza me duele un poco. En realidad es una molestia más que un dolor.
Me visto despacio y me recojo el pelo. Estoy a punto de salir de la habitación cuando San regresa. Me relamo mentalmente. A lo mejor ha cambiado de opinión.
- Los organizadores de boda están aquí – me avisa.
Todo mi cuerpo protesta.
San se cruza de brazos y se apoya en el marco de la puerta. Sus ojos me recorren con descaro de arriba abajo y finalmente se posan en los míos. Tiene la mirada más seductora del mundo.
No puedo evitarlo y un suspiro se escapa de mis labios. Ella sonríe presuntuosa. Es plenamente consciente de cómo me siento ahora mismo.
“Y está disfrutando muchísimo riéndose de ti”.
Algún día encontraré el modo en que la reina del autocontrol me las pague. Decidida cuadro los hombros y me dispongo a salir de la habitación. No voy a dejar que siga riéndose de mí. Tengo fuerza de voluntad y pienso ponerla en práctica.
San me observa, vuelve a sonreír y cuando paso junto a ella para alcanzar el pasillo, se inclina sobre mí fingidamente desinteresada y su cálido aliento impregna suavemente mi cuello. Sus labios
están a escasos, escasísimos centímetros de mi piel. Todo mi cuerpo se estremece y yo me quedo absolutamente inmóvil. Maldita sea, mi libido traidora.
Su sonrisa se ensancha mientras sus preciosos ojos dominan los míos y sin más se marcha.
Acaba de dejar clarísimo que no tengo ninguna escapatoria con ella y ni siquiera ha tenido que tocarme o hablarme para demostrarlo.
Suspiro hondo. Voy a tener que mejorar eso de ser impasible.
“Desde luego”.
San ha contratado a Leonard y Vera Hamilton, un matrimonio cuyo negocio ha organizado las bodas de los nombres más relevantes de la ciudad de Nueva York. Nos pasamos casi tres horas
charlando con ellos aunque solo necesitan unos minutos para demostrar porque son los mejores. Nos informan de que mañana tendré que elegir mi vestido y el de mis damas de honor y el mejor
sastre de la ciudad se desplazará al despacho de Santana para tomarle medidas a ella y a los chicos.
La boda se celebrará en la mansión de los Lopez en Glen Cove y a pesar de ser casi dos mil invitados no tiene ningún problema con la fecha que les pone San, es más, creen que podrían
adelantarla al martes que viene. ¡Eso es dentro de tres días!
Cuando se marchan, ya es hora de cenar. Mientras la señora Aldrin nos prepara la cena, San va a su estudio a responder algunos emails de trabajo y yo salgo a la terraza a hacer una llamada muy
importante.
Tengo que hablar con mi padre. Se opuso a la boda pero va a celebrarse de todos modos y quiero que esté a mi lado.
Después de dos tonos responde: - Hola, pequeñaja.
- Hola, papá.
- ¿Qué tal estás?
Aunque mi primera idea es contarle lo del golpe, no quiero que se preocupe por nada del mundo así que me guardo esa información.
- Muy bien, ¿y tú?
- Bien. Estoy en el restaurante con Sam. Acabamos de ver el partido.
- ¿Los Panthers han ganado?
- Por trece puntos – responde entusiasmado
Genial. Eso significa que está de buen humor.
- Pero imagino que no me has llamado por eso – añade perspicaz.
Sonrío y tomo aire.
- Papá, la boda es la semana que viene. ¿Vendrás? – inquiero llena de cautela.
El silencio se abre paso al otro lado de la línea.
- Maddie – me reprende al fin -, no estás pensando bien las cosas.
- Papá, ya hemos hablado de esto – protesto -. Voy a casarme con Santana.
- Es una locura y no vas a contar con mi bendición.
Suspiro de nuevo.
- ¿Eso significa que no vendrás?
- Lo siento pero no puedo presentarme allí y fingir que todo va bien, pequeñaja. Estás cometiendo un error y no puedo apoyarte en eso.
Los ojos se me llenan de lágrimas. No quiero romper a llorar.
- Papá, tengo que colgar – acelero una vez más la despedida con la voz entrecortada.
No puedo creerme que mi padre no vaya a estar en el día más importante de mi vida.
- Está bien, pequeñaja – se despide triste -. Te quiero.
- Te quiero – respondo y cuelgo.
Miro el teléfono y resoplo. Nunca pensé que las cosas se complicarían tanto. Mi padre, su padre, la prensa. A lo mejor todos tienen razón y es una locura que nos casemos. San y yo seguimos discutiendo cada día y seguimos teniendo los mismos problemas. Tal vez lo mejor sería que no nos casáramos. Me permito pensarlo durante un instante y sacudo
la cabeza con fuerza. Quiero a Santana. Nada va a apartarme de ella.
Regreso al salón. La comida ya está servida sobre la barra de la cocina humeante y con una pinta deliciosa. Sin embargo ahora mismo no tengo ni pizca de hambre.
Solo he avanzado un par de pasos cuando San sale del estudio. Al pasar por mi lado me da un furtivo beso en el cuello y continúa caminando. Saca dos botellas de agua de la nevera y las pone
junto a los platos.Yo me siento en el taburete. Creo que San va a hacer lo mismo pero antes se acerca a mí y me examina el apósito con cuidado.
- Mañana vendrá el doctor. Te examinará la herida y te cambiará el apósito – me informa justo antes de sentarse.
- Mañana me gustaría ir al trabajo.
No soporto estar otro día encerrada.
- No – responde terca –. Necesitas descansar.
- San, me aburro. No puedo quedarme otro día aquí sin nada que hacer. Nunca imaginé que suplicaría para poder ir a trabajar en domingo. - Pues encuentra algo que hacer. La respuesta es no.
Lo miro con los ojos entornados.
- Si estoy bien para que me folles tres veces en una tarde. Estoy bien para ir a trabajar – digo con total seguridad.
San se gira lentamente con el tenedor suspendido en el aire. Desde luego no se esperaba esa respuesta. Clava su mirada en la mía, baja lentamente la mano y tras lo que me parece una eternidad
sonríe sexy.
- Media jornada – sonrío victoriosa – y si sientes el más mínimo dolor o mareo, regresas a casa.
Asiento encantada.San se acerca un poco más y toda mi atención se centra en sus ojos.
- Y la tarde aún no ha acabado – susurra sensual.
Ahora la que se queda petrifica soy yo.
“Qué novedad”.
Estamos terminando de cenar cuando Finn aparece en el marco de la puerta. San le hace un leve gesto con la cabeza y su hombre para todo da un paso al frente.
- Señorita Lopez , el señor Woodson está aquí.
Santana se levanta del taburete.
- Dile que pase.
Automáticamente se gira hacia mí.
- Nena, tengo que tratar este asunto ahora. ¿Por qué no me esperas en la habitación?
Asiento.
- Recogeré los platos y subo.
San entorna la mirada.
- Britt, llevas todo el día dando vueltas. Tienes que descansar.
Se muestra tajante. “Otra novedad”.
- Está bien – claudico.
Cojo la botella de agua y me dirijo a las escaleras bajo la atenta mirada de San.
Me pongo el pijama y me tumbo en la cama con el ipad. La verdad es que estoy cansada aunque afortunadamente no he vuelto a sentir que todo me da vueltas. Miro el reloj. Son más de las doce. Viendo un capítulo de Enredo en la tablet los ojos comienza a cerrárseme sistemáticamente y sin que me dé cuenta me quedo dormida.
Me despierto sobresaltada. Otra vez soñaba que me caiga. Tengo la boca seca. Alargo la mano y cojo la botellita de agua que deje en la mesilla. Miro el reloj. Son casi las cuatro de la madrugada y
Santana no está.
Suspiro preocupada. Seguro que aún está trabajando en su estudio. Necesita descansar. Me levanto despacio y bajo al salón. Todo está a oscuras excepto por la luz que sale de su despacho. Me acerco hasta la puerta y la veo allí. Sentada a su elegante mesa. Parece agotada con las mangas de la camisa remangadas y la mirada fija en el ordenador. Debe llevar horas aquí.
- Hola – dice al reparar en mi presencia.
- Hola – respondo.
Me hace un gesto para que me siente en su regazo y en cuanto lo hago, me estrecha con fuerza rodeándome por la cintura.
- Deberías estar descansando – murmura hundiendo su nariz en mi pelo.
- Lo mismo digo, Lopez.
San sonríe.
- ¿Cuántas horas llevas aquí?
- No me he parado a contarlas – me contesta burlóna.
Le miro mal y su sonrisa se ensancha así que no me queda más remedio que sonreír con ella. Me acomodo en su regazo y pierdo mi cara en su cuello. Todo está en absoluto silencio,
calmado. Apoyo la palma de la mano en su pecho y la observo moverse arriba y abajo con su respiración.
- Mi padre no va a venir a la boda – susurro.
San suspira hondo y me mueve con suavidad para obligarme a alzar la cabeza hasta que sus ojos atrapan los míos.
- Cambiará de opinión – me dice muy segura de sí misma.
- No lo creo – respondo.
Me obligo a sonreír pero no me llega a los ojos.
- Britt, es tu padre. Te quiere. Cambiará de opinión.
- ¿Y el tuyo?
San lo piensa un instante.
- Es más fácil cambiar de opinión por ti que por mí.
Su comentario me hace sonreír. Está muy equivocada. Es muy fácil cambiar de opinión por ella. - Vete a dormir – me ordena suavemente.
- Ven conmigo – le pido.
San me dedica su media sonrisa y niega con la cabeza a la vez que desliza su mano por debajovde mi camiseta. Me gusta.
- Estoy esperando una llamada.
Le miro confusa. ¿Quién espera llamadas a las cuatro de la mañana? ¿Quién llama a las cuatro de la mañana?
- Es algo muy importante – responde demostrando una vez más su innata capacidad para leer mi mente.
Sus suaves dedos acarician mi estómago.
- ¿No puedes esperarla arriba?
Niega otra vez con la cabeza. Sube la mano y cuando está a punto de alcanzar mi pecho la desvía por mi espalda. Suspiro bajito y San sonríe.- No puedo dejar de tocarte – susurra.
Sus palabras me derriten aún más por dentro. Desliza de nuevo su mano por mi estómago. Mi vientre se tensa delicioso por la expectación pero cuando está a punto de llegar al vértice de mis
muslos, se detiene y se separa de mi piel.
- Vete a dormir – me ordena de nuevo con la voz mucho más ronca.
Me levanto y camino hasta la puerta. Antes de salir me giro. Sus ojos están llenos de un deseo y una lujuria apenas controlados. No quiero marcharme. Quiero que me folle otra vez salvaje y delicioso.
Mi respiración se acelera. Sus ojos me dominan. Ardo. Sus bellos pechos con sus pezones erectos suben y bajan cada vez más
rápido. Siento su cuerpo llamarme, clamar por el mío, excitarme. Me abruma que todo sea intenso cuando ni siquiera me está tocando.
- San – susurro.
Y es todo lo que necesita.
Se levanta del sillón acelerada como el león cayendo sobre su presa. Me estrecha contra su cuerpo, me lleva contra la puerta y me besa salvaje, decidida, lleno de pasión, casi de rabia.
Levanta mis piernas hasta que las estrecho contra su cintura y ágilmente se gira y sin ninguna delicadeza me tumba en la mesa.
Se deshace de mis pantalones, de mis bragas y me embiste duro, triunfal.Grito. No hay juegos, no hay caricias. Ahora no las necesitamos. La quiero a ella tan brusca y tan maravilloso como quiera ser. Me levanta con fuerza y choca nuestras bocas en un fuerte beso. Yo rodeo su cuello con mis manos.
No deja de moverse. Sus estocadas entran en mí. Me dan placer. Me sublevan.
- San – susurro -, San – mi mantra, mi diosa del sexo, todo mi placer - ¡Santanaaaa!
Y un orgasmo poderoso e increíble me arrolla por dentro y hace que mi sangre se transforme en pura adrenalina húmeda y caliente mientras mi corazón late más deprisa que nunca. Solo soy placer.
San me embiste con fuerza, me estrecha aún más contra su cuerpo y se correr Con la respiración jadeante se separa de mí y me mira a los ojos desde una distancia tan corta que los suyos parecen demasiado bonitos para ser reales. Sube su mano, la hunde en mi pelo y me besa con fuerza, solo una vez.- Vas a volverme loca – me dice con la respiración entrecortada.
- Lo mismo digo – respondo jadeante.
San sale despacio de mí y todo mi cuerpo se estremece. Me baja de la mesa con cuidado y yo me visto rápidamente. Ella me observa apoyada en la elegante mesa donde acaba de hacerme ver el
cielo otra vez. Cuando termino de vestirme, me dedica su media sonrisa dura y atractiva y me señala la puerta con un leve gesto de cabeza. Yo le devuelvo la sonrisa y salgo.
Mientras me meto en la cama, solo puedo pensar en que venga a dormir. La necesita. El despertador suena impasible. Lo apago de un manotazo y suspiro con fuerza. Me mentalizo de que tengo que abrir los ojos y tardo por lo menos cinco minutos en hacerlo. Me duele la cabeza pero es un detalle que no pienso compartir o San hará que me quede un día más descansando. Al fin abro los ojos. Miro a mi alrededor y San no está. Frunzo los labios. Espero que por lo
menos durmiera algo.Me levanto y en seguida la ventana llama mi atención. Está diluviando. Me acerco al cristal y contemplo la ciudad. Oficialmente podemos decirle adiós al verano. Me recojo el pelo y salgo de la habitación. Ya desde la escalera puedo escuchar un murmuro de voces. Una es la de San. La otra me resulta familiar pero no la reconozco.
Cuando al fin alcanzo el salón, compruebo que en efecto se trata de San charlando con el doctor que me atendió en el hospital. ¿Cómo ha conseguido que venga hasta aquí?
- Hola, Brittany – me saluda tendiéndome la mano.
- Hola – respondo intentando recordar su nombre pero no lo consigo.
- Michael Duffy – me aclara -. No te preocupes. Es normal que no lo recuerdes.
Pasamos al estudio y el doctor me indica que me siente en el sofá. Mira a Santana esperando a que
se marche pero ella, lejos de hacerlo, se apoya en su mesa. Con su postura llena exigencia y su perfecto traje azul marino de corte italiano es la arrogancia personificada.
El doctor asiente con los labios convertidos en una fina línea y se sienta a mi lado.
- ¿Te ha dolido la cabeza? – me pregunta mientras me apunta a los ojos con su linternita.
- Ayer sí pero se me pasó con los calmantes.
Una mentira piadosa.
- ¿Mareos? ¿Nauseas?
- No
- ¿Te molesta la luz?
- No.
Retira el apósito y sonríe satisfecho.
- La herida está cicatrizando muy bien. Si quieres, puedes cambiar el apósito por tiratas normales.
Sonrío. Mucho mejor. Con el apósito parece que acabo de abandonar un frente de La Primera Guerra Mundial.
Tras un par de minutos da el examen por finalizado y me cambia la medicación por una suave con la condición de que si los mareos, la intolerancia a la luz o el dolor intenso volviesen le llamaría.
Desayuno contenta por poder volver al trabajo y subo a la habitación a darme una ducha mientras San se encierra en su estudio con Finn. Está de lo más misterioso desde que anoche vino a verle ese
hombre.
Bajo el chorro de agua canto a pleno pulmón Lovers on the sun de David Guetta y Sam Martin.
El pequeño mando que me regalo San es el avance musical más importante que he vivido desde que me compré mi primer discman.
Me pongo mi vestido blanco que se difumina con el tangerine en la falda. Lo adorno con un delgado cinturón marrón y me pongo mis converse también blancas. Estoy a punto de salir cuando
recuerdo como llueve fuera. Solo tengo una cazadora aquí así que no hay mucho que pensar. Al menos es vaquera. Me gusta el conjunto.
Cuando bajo, San me está esperando sentando en el brazo del sofá. Al verme aparecer se levanta y sale a mi encuentro.
- Necesito tiritas – le informo -. Olvide pedírselas al doctor Duffy.
- En el armarito del baño de invitados – me responde.
Camino hasta allí con el paso acelerado, no quiero llegar tarde, y abro el armarito. Al instante diviso la caja que me lleve al despacho para curar a San cuando tuvo el accidente de coche, pero
recuerdo que gasté con él la última tirita que quedaba.
Resoplo y reviso cada balda hasta que encuentro una caja de tiritas infantiles de Hello Kitty. La cojo pero la dejo de nuevo en la balda. No voy a ponérmelas.
- Son las única que hay – escucho decir a San a mi espalda.
Cuando me giro para mirarla, tiene una incipiente sonrisa dibujada en los labios.
- Son de mi sobrina Olivia. La última vez que estuvo aquí se cayó y mandé a Finn a comprarlas.
- Ahora podrías mandar a Finn a comprar tiritas de adultos – me quejo.
- ¿Has visto como llueve? – comenta burlóna cogiendo la caja de donde yo la había dejado -. No quiero que se resfríe.
Le miro mal y su sonrisa a se ensancha. Abre la caja con sus hábiles dedos y saca una tirita. - No pienso ponerme eso. Tengo veinticuatro años. San, ignorándome por completo, me aprisiona entre la pared y su cuerpo y me pone la tirita. - Pues yo creo que te queda muy bien – me anuncia claramente riéndose de mí. - Eres una capullo. Sonríe y me besa.
- Y tú estás adorable – añade y por supuesto otra vez se ha reído de mí. Dos veces en treinta segundos. Seguro que es algún tipo de plusmarca mundial. Llegamos al Lopez Group con algo de retraso. Debido a la lluvia, el tráfico estaba imposible.
Sigue riéndose de mi tirita con una mano apoyada en la pared cuando las puertas del ascensor se abren ante nosotros. Santana, acariciándose el labio inferior con la yema del dedo corazón, alza la
mirada. Sus ojos se han endurecido y parecen más instintivos. Es la mirada de perdonavidas de Santana Lopez, directora ejecutiva y no podría resultar más atractiva. Todos los ejecutivos se callan
al instante y una chica de las inmobiliarias suelta una risilla nerviosa. No la culpo. Está imponente. Saluda y todos le saludan prácticamente al unísono. Entra en el ascensor y yo le sigo aunque me
cuesta que las piernas me obedezcan. Ha sido un auténtico espectáculo.
Cuando el pitido del ascensor suena indicando que las puertas van a abrirse en la planta veinte,
San me acaricia discretamente el reverso de la mano con los dedos y en cuanto el elevador se abre, sale con el paso acelerado seguido de varios ejecutivos. Yo atravieso la r edacción y voy hasta mi oficina. Apenas he dejado el bolso en el perchero cuando la puerta del despacho de Quinn se abre.
- ¿Qué tal estás, Britt? – me pregunta mi jefa.
- Muy bien.
Inmediatamente centra su atención en la tirita aunque le agradezco que disimule la sonrisa.
- Me gusta tu tirita – comenta sin poder evitarlo.
- Tu amiga es una capullo – protesto malhumorada.
Es fundamental que encuentre una tirita de adulto ya.
- San me ha advertido que por orden médica solo puedes trabajar media jornada y que tienes que tomártelo con calma.
¿Orden médica u orden de la señorita irascible?
- San está exagerando – me quejo de nuevo -. Estoy deseando trabajar.Quinn sonríe.
- ¿Qué tal si empiezas por lo de siempre? Agenda, reuniones y correo y después te pones con las cartas al director.
Asiento.
- Lo que ordenes jefa.
Quinn me sonríe de nuevo.
- Me alegro de que estés bien – me dice antes de girar sobre sus pasos y regresar a su despacho.
- Gracias – respondo con una sonrisa.
Me siento en mi mesa y enciendo mi mac. Mientras espero a que cargue la agenda, no puedo evitar pensar en lo que ocurrió. No he querido darle muchas vueltas porque básicamente no recuerdo
gran cosa, pero resulta inquietante que un hombre me esperara en la puerta de mi apartamento.
Afortunadamente me paso la mañana trabajando y es justo lo que necesitaba para olvidarme un
poco de mi padre, el padre de Santana y todo lo demás.
A la una y media en punto suena el teléfono de mi mesa.
- ¿Diga?
- Brittany soy Blaine.
Sonrío. Debí imaginarlo.
- La señorita Lopez quiere verla en su despacho.
- En seguida.
Cuelgo con la sonrisa más tonta del mundo en los labios y, aunque me negaría a admitirlo delante de cualquiera, siento una punzada de placer en mi vientre. Santana Lopez, CEO es de lo más sexy.
Voy hasta su despacho, saludo a Blaine y llamo a la enorme puerta doble de caoba esperando a que me dé paso. Cuando lo hace, abro y cierro tras de mí y camino hasta colocarme en el centro de su
despacho.
- ¿Querías verme? – pregunto entrelazando mis manos al final de mi espalda.
San sonríe y se recuesta sobre su inmenso sillón. Alza la mano y seductoramente me hace un gesto para que me gire.
Me muerdo el labio inferior y lo hago, muy despacio. Mantengo nuestras miradas atadas todo lo que me es posible.
- Joder – masculla -, ¿cómo es posible que ya me hayas puesto caliente ?
- Es la tirita – respondo impertinente, señalándomela con el dedo.
San sonríe.
- Hicimos un trato – me recuerda -. Tienes que irte a casa.
- No quiero irme a casa.
Su sonrisa se ensancha.
- Imaginaba que dirías eso – responde con el gesto aún en sus labios - pero no tienes elección. Vera Hamilton te está esperando en la tienda de Valentino. Tu vestido de novia está allí.
Abro los ojos como platos. No me lo puedo creer. ¡Mi vestido de novia va a diseñarlo Valentino!
- Pero si es domingo – comento absolutamente atónita y muy, muy emocionada.
San sonríe de nuevo. Está claro que para ella no es nada sorprendente que una tienda le abra en domingo. Se me olvidaba que hablo con La mujer que cerró La Perla de la catorce oeste para echar
un polvo. Mi sonrisa es indisimulable. La de San se ensancha al comprobar lo feliz que acaba de hacerme la idea. Finalmente se levanta, rodea su mesa y se apoya en ella.
- Finn te está esperando en el garaje. Te llevará a la tienda.
Resoplo. No me gusta esa idea.
- San, quiero ir con las chicas dando un paseo. Por Dios, es pleno día. No va a pasarme nada.
San frunce los labios y su expresión se endurece al instante.
- Britt, no quiero discutir – sentencia.
- Ni yo, pero no quiero sentirme como si necesitara un guardaespaldas.
San se cruza de brazos y su mirada cambia imperceptiblemente, solo un instante, pero lo suficiente para que me preocupe.
- Porque no lo necesito, ¿verdad? – inquiero tratando de controlar lo nerviosa que comienzo a sentirme.
San no contesta. Oficialmente estoy nerviosa y preocupada.
- San, ¿qué pasa?
Exhala todo el aire por la nariz pero no contesta.
- No soy idiota. Sé que pasa algo.
Sus ojos se clavan en los míos. Es más que obvio que no quiere contármelo. Yo suspiro con fuerza y me cruzo de brazos absolutamente indignada.
- No voy a obligarte a que me lo cuentes pero me estoy cansado de esto, San.
Vuelvo sobre mis pasos y me dirijo hacia la puerta.
- Ven aquí – me llama con su voz tan grave esa que está conectada con mi cuerpo de una manera que ni siquiera entiendo.
Me giro y dejo que su mirada me atrape una vez más a la vez que camino hacia ella. Pretendo quedarme separada unos pasos prudenciales pero San me coge de la muñeca y tira de mí hasta que
nuestros cuerpos se tocan. Su delicioso olor me embriaga y a pesar de lo enfadada que estoy, suspiro bajito.
- ¿Recuerdas lo que te conté sobre Julian Dimes?
- ¿El dueño del New York Star? – pregunto para asegurarme.
San asiente.
- Llevo dos días sospechando algo que ayer me confirmaron. El hombre que te atacó – su expresión se endurece aún más como si el simple hecho de recordarlo le torturara – era un fotógrafo enviado por Dimes. Abro la boca sorprendida. Automáticamente recuerdo la cámara con el gran objetivo. - Quería ofrecerte dinero a cambio de que tú le dieras información sobre mí. En teoría para publicarla en las revistas pero en realidad lo que quería era usarlas contra la empresa.
Estoy perpleja.
- ¿Y qué pasa con Dimes? ¿No tendríamos que denunciarlo?
- Ya me he ocupado de Dimes – dice sin asomo de dudas.
Mi preocupación aumenta al instante.
- San, ¿qué has hecho?
- Britt, son negocios. Nada que te incumba. Sencillamente me he asegurado de que no vuelva a molestarnos.
Su mirada endurecida me dice que no siga preguntando y yo decidió callarme. Hay muchas cosas que quiero saber todavía y si le presiono con esto no contestará a ninguna.
- Lo que no entiendo es que si Dimes ya no volverá a molestarnos, ¿por qué está obsesión con mi seguridad?
- Britt– me reprende.
Está comenzando a cansarse de mis preguntas.
- Por favor – le suplico -, necesito saberlo.
- Porque me he dado cuenta de que estás en peligro.
Sus palabras caen como un jarro de agua fría sobre mí. ¿De qué peligro habla?
- Dimes quiso hacerme daño a mí y tú fuiste el centro de sus ataques. ¿No lo entiendes?
Alguien podría intentarlo de nuevo y no voy a permitir que por mi culpa te rocen un solo dedo.
Sus ojos están llenos de furia, de dolor pero sobre todo, de culpabilidad y eso me parte el corazón.
- Tú no has tenido la culpa de nada de lo que pasó.
San sonríe indulgente.
- No voy a dejar que vuelvan a hacerte daño – susurra mirando como sus dedos acarician suavemente la tirita de Hello Kitty.
- Lo sé – respondo con total seguridad.
Ryan me da un dulce beso en los labios.
- Finn, te llevara – me informa tozudo.
- Está bien – claudico.
San sonríe y me besa de nuevo.
Me separo con la sonrisa aún en los labios y giro sobre mis talones.
Cuando pongo un pie fuera del despacho, me doy cuenta de lo desconcertante que ha sido todo lo que me ha dicho. No sé que habrá hecho con Dimes pero ya me explicó que se había hecho con el
control de todos sus negocios así que me imagino que ahora habrá dado el siguiente paso y le habrá dejado sin ninguno.
Resoplo. No voy a negar que me preocupa un poco pero prefiero no darle vueltas y mucho menos hoy. Ya tengo suficiente con todo lo relacionado con la boda. Además hoy voy a probarme mi
vestido. Tiene que ser un día feliz y voy a esforzarme porque así sea.
Antes de salir del edificio me quito la tirita de Hello Kitty y la reemplazo por una normal en el botequín de la planta. No quiero ni imaginar la de bromas que me caerían de Rachel y Sugar , e incluso
alguna de Joe por mensaje, si me ven con ella en la frente.
Las chicas y yo lo pasamos de cine. Nos sirven champagne, aunque apenas bebo por los calmantes, y nos tratan como si fuéramos tres princesas en busca de sus zapatitos de cristal. Le doy a
Vera las indicaciones de cómo quiero mi vestido y cuando veo el modelo que elije para mí, estoy a punto de romper a llorar. Es perfecto.
Las damas de honor irán espectaculares. Sugar pide que le suban el dobladillo a su vestido unas tres veces.
También elijo el ramo, los ramos de las chicas, los centros de mesa y aproximadamente un millón más de detalles, incluida la lencería bajo el impresionante vestido, blanca, de encaje y de La Perla. No podía ser de otra forma.Cuando terminamos, ya ha anochecido. Me alegro de que Finn nos lleve a casa. Estamos cargadas de bolsas y francamente cansadas después de la frenética tarde
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Me la he pasado genial leyendo estos ultimos capitulos, pasaron muchas cosas y es mas que obvio que una persona tan importante como santana tendria enemigos, ahora a esperar el gran acontecimiento!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Amo este fic más capítulos please
Heya Morrivera********- - Mensajes : 633
Fecha de inscripción : 07/05/2014
Edad : 35
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
holap,..
ya me puse al dia con los cap!!!
si que esta interesante,...
espero que se solucionen las cosas con el tipo y no llegue a mayores,..
y es bueno que a cuenta gotas por lo menos britt le saque la verdad a san!!
nos vemos!!!
ya me puse al dia con los cap!!!
si que esta interesante,...
espero que se solucionen las cosas con el tipo y no llegue a mayores,..
y es bueno que a cuenta gotas por lo menos britt le saque la verdad a san!!
nos vemos!!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Micky Morales Me la he pasado genial leyendo estos ultimos capitulos, pasaron muchas cosas y es mas que obvio que una persona tan importante como santana tendria enemigos, ahora a esperar el gran acontecimiento!!!!! escribió:
Gracias por comentar, si esperemos la boda, o no habra boda, podran estas dos enamoradas sobrevivir a un matrimonio cuando su amor es tan complicado. jumm ya veremos
Gracias por leer y comentar y por que te guste la adaptacion, estoy adaptando lo mas que puedo créemeloHeya Morrivera Amo este fic más capítulos please escribió:
3:) holap,.. ya me puse al dia con los cap!!! si que esta interesante,... espero que se solucionen las cosas con el tipo y no llegue a mayores,.. y es bueno que a cuenta gotas por lo menos britt le saque la verdad a san!! nos vemos!!! escribió:
Holap, o si ojala Brittany pueda resolver ese misterio que es Santana a todas horas, que mujer mas dificil pero aun asi ella y yo la amamos. jajjaja.. hasta pronto.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Continuación
Llevamos a las chicas a sus respectivos pisos. Rachel lo guardará todo en su apartamento. No quiero llevar las cosas a casa por si a Santana le da por curiosear. Llevo en la habitación unos cinco minutos cuando Finn golpea suavemente la puerta.
- Brittany – me llama.
Dejo de beber de la botellita de San Pellegrino sin gas que había cogido de la nevera y le miro
con una sonrisa esperando a que continúe.
- El señor Lopez, disculpe el señor Lopez – me aclara - está aquí.
La boca se me seca de pronto.
- ¿Les ha dicho que Santana no está?
Finn asiente.
- Quiere hablar con usted.
¿Qué? Abro la boca dispuesta a decir algo pero la cierro inmediatamente. Tranquilízate, Pierce.
Soportaste un asalto con la señora Lopez, ¿por qué no ibas a hacerlo con su marido? Finalmente suspiro, cuadro los hombros y asiento.
- ¿Dónde está? – le pregunto tratando de que mi voz suene firme.
- La espera en el salón.
- En seguida voy.
Finn se retira y a los segundos salgo de la habitación.
Al bajar el último de los peldaños de la escalera pierdo la cuenta de cuantas veces he suspirado antes de llegar aquí.
El señor Lopez me espera junto al sofá. Estoy tan nerviosa que tengo la sensación de que el inmenso salón no mide más de un par de metros cuadrados. Al verme sonríe aunque no le llega a los ojos.
- Buenas noches, Brittany.
- Buenas noches, señor Lopez. – Hago una mínima pausa -. ¿Quiere algo de beber?
No ha sido la voz más segura que habrá oído pero por lo menos no he tartamudeado. Teniendo en cuenta lo acelerada e inquieta que me siento para mí eso ya es una victoria .
- No, gracias. He venido porque sinceramente creo que debemos hablar. Asiento. Hablar nunca le ha hecho daño a nadie.
“Espera a ver cómo termina está conversación”.
Le señalo el sofá y ambos nos sentamos prudentemente separados.
- Brittany, lo primero que quiero que entiendas es que mi oposición a esta boda no es porque piense que tú no eres suficiente para Santana.
Vaya, sin paños calientes. Directo al grano.
Carraspeo. Échale valor, Pierce.
- Con todos mis respetos, creo que es exactamente eso pero le demostraré que se equivoca.
- Brittany, Santana tiene un carácter muy complicado y tiene demasiadas responsabilidades. Sé que ahora crees que no te supone un problema pasar tiempo sola o ver como ella se lo dedica a la empresa en vez de a ti, pero esas cosas, toda la atención que debe dedicarle al trabajo, pesarán entre las dos.
Parece realmente preocupado.
- Santana y yo ya hemos hablado de todo eso, señor Lopez.
el suspira con fuerza.
- Santana necesita a alguien que esté acostumbrada a este tipo de vida, a enfrentarse a la prensa, que sepa qué puede esperar y qué no. Brittany, tú no eres esa clase de chica.
- ¿Y Maribel lo era?
Me arrepiento inmediatamente de haber hecho esta pregunta. Ha estado fuera de lugar.
- No, no lo era, Brittany.
Su respuesta me roba la reacción pero más que sus palabras es la manera en la que me mira, como si supiera lo que Maribel me confesó en el almuerzo del Plaza. Trago saliva. Sé lo que le quiero preguntar pero me necesito reunir el suficiente valor para hacerlo. Abro la boca para pronunciar mi primera palabra cuando un estruendo me sobresalta. Es la__puerta principal cerrándose de un sonoro portazo. A los segundos Santana cruza el umbral del salón como una exhalación. Finn debe haberle avisado porque ya está claramente en guardia.
- ¿Qué haces aquí, papá? – pregunta con el gesto endurecido y su voz amenazadoramente suave.
- Solo quería que habláramos un poco – me apresuro a mediar, levantándome y acercándome a Santana.
Pero ella ni siquiera me mira. Sus ojos casi metálicos están fijos en su padre.
- ¿No te das cuenta? – dice el señor Lopez levantándose y avanzando unos pasos -. No te estoy protegiendo a ti, la estoy protegiendo a ella.
Sus palabras me hacen volverme. Era lo último que esperaba que dijera.
- Esto no va a salir bien – continúa – y tú lo sabes, Santana. Déjala ahora que todavía es una chica dulce.
- A ti te salió bien – le espeta.
- No, no me salió. Santana, eres mi hija y sé que soy gran parte del problema. Di por hecho que acabarías casándote con alguien como Marisa o Savannah Sandford.
¿Qué? ¿Savannah Sandford?
- Pero cometiste el mismo error que yo. Te enamoraste de quien no debías.
- ¿De qué estás hablando? – pregunta Santana confusa.
- Tu madre lo ha pasado demasiado mal – sigue con amargura -. Veinte años comiendo sola, durmiendo sola, criándoos sola. Y aunque ella nunca se quejó ni una sola vez – recalca con tristeza -, nadie puede vivir un matrimonio siendo la única persona que está en él, por
mucho que le compense.
Al pronunciar esa frase me mira directamente a mí y el corazón se me cae a los pies.
- Eso no nos pasará a nosotras – asegura Santana llena de seguridad.
- ¿Por qué? ¿Por qué la quieres? – pregunta el señor Lopez con cierto toque de desdén.
- Porque es mi vida – sentencia sin asomo de dudas – y nunca he sentido nada por nadie – dice haciendo hincapié - remotamente parecido a lo que siento por ella. Y eso será suficiente.
No hay un solo gramo de duda en su voz.
- Santana, me duele decirte esto pero no lo será – replica su padre.
De pronto la mirada del señor Lopez vuelve a teñirse de todo ese dolor y Santana lo identifica al instante.
- ¿Qué estás insinuando? – pregunta Santana confusa, dolida, a punto de estallar.
- De lo que pasó yo soy el único responsable – se sincera Lopez -. Hice a tu madre muy infeliz y pagué por ello.
Santana le mira como si no pudiera creérselo del todo y yo sinceramente no tengo ni la más remota idea de qué hacer.
- ¿Con quién? – inquiere Santana.
- Eso no tiene importancia ahora – replica su padre
- ¿Con quién? – vuelve a preguntar Santana y su voz se recrudece.
- Con Leroy Berry – responde en un golpe de voz.
Santana lo mira como si su mayor héroe de la infancia se hubiese caído de un pedestal.
- San – intento consolarla.
- ¿Tú lo sabías? – me pregunta con los ojos centelleando de rabia.
Mi falta de sorpresa me delata.
- Lo sabías – murmura para sí -. ¿Desde cuándo?
No sé qué decir. No contesto.
- ¿Desde cuándo? – pregunta casi alzando la voz, destilando un enfado monumental.
- Tu madre me lo contó cuando almorzamos en el Plaza.
No tiene sentido que mienta.
- No me lo puedo creer – suena traicionada, herida -. Dejaste que salvara a ese gilipollas. Santana gira sobre sus pasos y coge las llaves del coche que tiró con furia sobre la isla de la cocina al llegar.
- San – la llamo saliendo tras ella pero no me escucha.
Baja las escaleras deprisa y sale de casa cerrando con un portazo aún peor que cuando llegó.
Llevamos a las chicas a sus respectivos pisos. Rachel lo guardará todo en su apartamento. No quiero llevar las cosas a casa por si a Santana le da por curiosear. Llevo en la habitación unos cinco minutos cuando Finn golpea suavemente la puerta.
- Brittany – me llama.
Dejo de beber de la botellita de San Pellegrino sin gas que había cogido de la nevera y le miro
con una sonrisa esperando a que continúe.
- El señor Lopez, disculpe el señor Lopez – me aclara - está aquí.
La boca se me seca de pronto.
- ¿Les ha dicho que Santana no está?
Finn asiente.
- Quiere hablar con usted.
¿Qué? Abro la boca dispuesta a decir algo pero la cierro inmediatamente. Tranquilízate, Pierce.
Soportaste un asalto con la señora Lopez, ¿por qué no ibas a hacerlo con su marido? Finalmente suspiro, cuadro los hombros y asiento.
- ¿Dónde está? – le pregunto tratando de que mi voz suene firme.
- La espera en el salón.
- En seguida voy.
Finn se retira y a los segundos salgo de la habitación.
Al bajar el último de los peldaños de la escalera pierdo la cuenta de cuantas veces he suspirado antes de llegar aquí.
El señor Lopez me espera junto al sofá. Estoy tan nerviosa que tengo la sensación de que el inmenso salón no mide más de un par de metros cuadrados. Al verme sonríe aunque no le llega a los ojos.
- Buenas noches, Brittany.
- Buenas noches, señor Lopez. – Hago una mínima pausa -. ¿Quiere algo de beber?
No ha sido la voz más segura que habrá oído pero por lo menos no he tartamudeado. Teniendo en cuenta lo acelerada e inquieta que me siento para mí eso ya es una victoria .
- No, gracias. He venido porque sinceramente creo que debemos hablar. Asiento. Hablar nunca le ha hecho daño a nadie.
“Espera a ver cómo termina está conversación”.
Le señalo el sofá y ambos nos sentamos prudentemente separados.
- Brittany, lo primero que quiero que entiendas es que mi oposición a esta boda no es porque piense que tú no eres suficiente para Santana.
Vaya, sin paños calientes. Directo al grano.
Carraspeo. Échale valor, Pierce.
- Con todos mis respetos, creo que es exactamente eso pero le demostraré que se equivoca.
- Brittany, Santana tiene un carácter muy complicado y tiene demasiadas responsabilidades. Sé que ahora crees que no te supone un problema pasar tiempo sola o ver como ella se lo dedica a la empresa en vez de a ti, pero esas cosas, toda la atención que debe dedicarle al trabajo, pesarán entre las dos.
Parece realmente preocupado.
- Santana y yo ya hemos hablado de todo eso, señor Lopez.
el suspira con fuerza.
- Santana necesita a alguien que esté acostumbrada a este tipo de vida, a enfrentarse a la prensa, que sepa qué puede esperar y qué no. Brittany, tú no eres esa clase de chica.
- ¿Y Maribel lo era?
Me arrepiento inmediatamente de haber hecho esta pregunta. Ha estado fuera de lugar.
- No, no lo era, Brittany.
Su respuesta me roba la reacción pero más que sus palabras es la manera en la que me mira, como si supiera lo que Maribel me confesó en el almuerzo del Plaza. Trago saliva. Sé lo que le quiero preguntar pero me necesito reunir el suficiente valor para hacerlo. Abro la boca para pronunciar mi primera palabra cuando un estruendo me sobresalta. Es la__puerta principal cerrándose de un sonoro portazo. A los segundos Santana cruza el umbral del salón como una exhalación. Finn debe haberle avisado porque ya está claramente en guardia.
- ¿Qué haces aquí, papá? – pregunta con el gesto endurecido y su voz amenazadoramente suave.
- Solo quería que habláramos un poco – me apresuro a mediar, levantándome y acercándome a Santana.
Pero ella ni siquiera me mira. Sus ojos casi metálicos están fijos en su padre.
- ¿No te das cuenta? – dice el señor Lopez levantándose y avanzando unos pasos -. No te estoy protegiendo a ti, la estoy protegiendo a ella.
Sus palabras me hacen volverme. Era lo último que esperaba que dijera.
- Esto no va a salir bien – continúa – y tú lo sabes, Santana. Déjala ahora que todavía es una chica dulce.
- A ti te salió bien – le espeta.
- No, no me salió. Santana, eres mi hija y sé que soy gran parte del problema. Di por hecho que acabarías casándote con alguien como Marisa o Savannah Sandford.
¿Qué? ¿Savannah Sandford?
- Pero cometiste el mismo error que yo. Te enamoraste de quien no debías.
- ¿De qué estás hablando? – pregunta Santana confusa.
- Tu madre lo ha pasado demasiado mal – sigue con amargura -. Veinte años comiendo sola, durmiendo sola, criándoos sola. Y aunque ella nunca se quejó ni una sola vez – recalca con tristeza -, nadie puede vivir un matrimonio siendo la única persona que está en él, por
mucho que le compense.
Al pronunciar esa frase me mira directamente a mí y el corazón se me cae a los pies.
- Eso no nos pasará a nosotras – asegura Santana llena de seguridad.
- ¿Por qué? ¿Por qué la quieres? – pregunta el señor Lopez con cierto toque de desdén.
- Porque es mi vida – sentencia sin asomo de dudas – y nunca he sentido nada por nadie – dice haciendo hincapié - remotamente parecido a lo que siento por ella. Y eso será suficiente.
No hay un solo gramo de duda en su voz.
- Santana, me duele decirte esto pero no lo será – replica su padre.
De pronto la mirada del señor Lopez vuelve a teñirse de todo ese dolor y Santana lo identifica al instante.
- ¿Qué estás insinuando? – pregunta Santana confusa, dolida, a punto de estallar.
- De lo que pasó yo soy el único responsable – se sincera Lopez -. Hice a tu madre muy infeliz y pagué por ello.
Santana le mira como si no pudiera creérselo del todo y yo sinceramente no tengo ni la más remota idea de qué hacer.
- ¿Con quién? – inquiere Santana.
- Eso no tiene importancia ahora – replica su padre
- ¿Con quién? – vuelve a preguntar Santana y su voz se recrudece.
- Con Leroy Berry – responde en un golpe de voz.
Santana lo mira como si su mayor héroe de la infancia se hubiese caído de un pedestal.
- San – intento consolarla.
- ¿Tú lo sabías? – me pregunta con los ojos centelleando de rabia.
Mi falta de sorpresa me delata.
- Lo sabías – murmura para sí -. ¿Desde cuándo?
No sé qué decir. No contesto.
- ¿Desde cuándo? – pregunta casi alzando la voz, destilando un enfado monumental.
- Tu madre me lo contó cuando almorzamos en el Plaza.
No tiene sentido que mienta.
- No me lo puedo creer – suena traicionada, herida -. Dejaste que salvara a ese gilipollas. Santana gira sobre sus pasos y coge las llaves del coche que tiró con furia sobre la isla de la cocina al llegar.
- San – la llamo saliendo tras ella pero no me escucha.
Baja las escaleras deprisa y sale de casa cerrando con un portazo aún peor que cuando llegó.
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
Capitulo 27
Regreso al salón, miro al señor Lopez y la verdad, siento que tengo delante a mi peor enemigo.
- ¿Por qué ha tenido que contárselo? – le pregunto.
Mi voz suena suave pero estoy furiosa.
- Porque las dos os merecéis saber cómo acabará.
Sin decir nada más sale del salón con el mismo paso seguro con el que entró. Lo observo alejarse y quiero odiarle por habérselo contado a su hija, por la situación en la que nos ha puesto
esta inesperada confesión, pero es obvio que no ha sido un plato de buen gusto para él. No puedo evitar pensar que ha sido capaz de sacrificar su orgullo y la visión que su hija tiene de su madre y de
él con tal de impedir esta boda. Realmente debe pensar que estamos cometiendo el mayor error de nuestras vidas.
Me quedo en el salón, sola aunque francamente creo que aunque estuviera rodeada de un millón de personas, me seguiría sintiendo exactamente así. Me siento fatal y muy culpable. Santana piensa que
la he traicionado y en cierta manera no la culpo. Me paso los días gimoteando porque no me cuenta las cosas y lo único que tenía que haberle contado yo, no lo hice.
Subo como una exhalación, cojo mi móvil y la llamo, pero es inútil. No contesta.
Ya son casi las once. Han pasado más de dos horas y sigo sin poder contactar con ellla. Solo sé que se marchó en su BMW. Finn ha comprobado que no está en el garaje. Llamo a Quinn, a Max y a
Ryder y les hago prometer a los tres que me avisarán si saben algo de ella. A las doce ya no aguanto más y le pido a Finn que me lleve al edificio del Lopez Group. Quizás esté en su despacho. Cuando llegamos, todo está cerrado a cal y canto. Golpeo el cristal de la entrada principal hasta que Stuart, uno de los guardias de seguridad nocturnos, me explica que ya no queda nadie en el edificio.
En el camino de vuelta a casa vuelvo a llamar a Quinn y a los chicos pero ninguno la ha visto.
Estoy muy preocupada. ¿Dónde demonios está?
Cuando el A8 baja la cuesta del garaje de Chelsea, respiro aliviada. El BMW de Santana está aparcado de cualquier manera ocupando un par de plazas. Finn detiene el Audi junto a él. - Encárgate del coche de la señorita Santana – le pido.
Él asiente y yo voy corriendo hasta las escaleras amarillas de acceso. Tomo el ascensor y subo acelerada al salón. Solo espero que esté bien. Por un instante tengo el mismo horrible temor que
cuando viene aquí después de que Quinn me dijera que había tenido un accidente con el coche.
Cruzo la puerta del salón pero no hay rastro de Santana. Escucho un ruido y a los segundos sale de su estudio. Ya no lleva la chaqueta. Se ha desabrochado los primeros botones de la camisa y se la ha remangado. Está empapada. El pelo húmedo desordenado y los bajos del pantalón mojados. Camina descalza. Probablemente sus zapatos estén mojados y tirados en cualquier rincón de su estudio.
Se tambalea. Veo el vaso de bourbon en su mano y automáticamente dirijo mi mirada hacia la isla de la cocina. Hay una botella vacía tirada junto al fregadero y otra abierta, y prácticamente ya por la mitad, sobre el mármol.
- San – le llamo preocupada -, ¿estás bien?
Mi voz le hace reparar en mi presencia. Se gira hacía mí y sonríe débilmente.
- Yo estoy jodidamente bien, perfecta – pronuncia con dificultad -. ¿Por qué tendría que estar mal?
- No lo sé. Quizás por lo que ha pasado hoy.
- ¿Por qué mi padre haya decidido contarme la patética mentira que ha sido su matrimonio? ¿O porque mi madre decidiera acostarse con el primero que se lo propuso?
Santana se termina el bourbon de su vaso de un trago. Camino de la cocina tiene que agarrarse con una mano a la encimera para no perder el paso. Se rellena el vaso y le da otro trago. Está muy borracha. No me gusta verla así pero no puedo negar que la entiendo.
- No creo que las cosas fueran así – intento apaciguarla.
Santana sonríe sardónica.
- Se me olvidaba que mi madre y tú ahora sois íntimas y te lo cuenta todo. ¿Qué te dijo? ¿Cásate con un Lopez pero ten cerca a un Berry para follártelo?
- San…
- Cuéntamelo. Estoy deseando oírlo.
Su tono es irónico, casi cínico. Está muy resentida.
Yo le mantengo la mirada pero no digo nada. Obviamente no necesita que le dé más leña para ese fuego.
- ¡Son mis padres! – grita increíblemente dolida -. Y si el imbécil de Leroy Berry se tiró a mi madre, tendrías que habérmelo contado a mí porque es mi vida.
- Lo siento – me disculpo -. Tu madre me pidió que no te lo contara y yo pensé que solo serviría para hacerte daño.
San apura el vaso y se sirve otro.
- No deberías seguir bebiendo.
- Toda mi vida te pertenece – continúa ignorando mis palabras -. ¿Es eso lo que quieres oír? Toda mi vida le pertenece a Brittany S. Pierce.
- San, por favor. Odio verla así.
- Por favor, ¿qué? – Sus ojos negros se posan en los míos y puedo ver toda esa rabia, todo eso dolor inundarlos por completo -. Joder, Brittany, te veo ahí de pie y por un momento casi
me convences de que eres así de inocente.
- Yo no quiero convencerte de nada.
Puede que esté borracha pero no tiene derecho a decir lo que quiera.
Santana ahoga una sonrisa en un suspiro y sacude la cabeza.
- Ni siquiera el trabajo, Brittany. Joder, también me robaste eso.
- Yo nunca he interferido en tu trabajo.
- Compré Borow Media por ti – me interrumpe.
- Compraste Borow Media para vengarte – le interrumpo a ella.
Sin quererlo pronuncio esas palabras con más desdén del que realmente siento.
- Buena puntualización – me dice con una sonrisa que apenas dura un segundo en sus labios -. Lo hice porque estaba destrozada. Te montaste en un taxi, te largaste y me dejaste tan hundida que me costaba trabajo respirar.
Sus palabras hacen que un nudo de culpabilidad y rabia se forme en mi garganta.
- ¿Y qué hay de mí? Me echaste de tu vida sin pestañear.
- ¡Yo no necesitaba a nadie! – grita - Y desde que te conozco me he vuelto loca cada minuto de cada día intentando mantenerte a mi lado.
Involuntariamente una lágrima cae por mi mejilla. Me la seco con rabia y le mantengo la mirada.
Santana vuelve a sonreír fugaz.
- ¿Sabes lo que pensé la primera vez que te vi?
Sé que lo que diga va a hacerme daño así que prefiero no escucharlo.
- No quiero saberlo – digo caminando hacia las escaleras.
- Parece tan desvalida que no sé si follármela o abrirle una cuenta de ahorro. Qué curioso.
Acabé haciendo las dos cosas – añade con sorna antes de de dar otro trago.
Sus palabras me detienen en seco. No debería seguir oyéndole. Esa no es Santana. Está furiosa, dolida, borracha.
- Podría haberte follado hasta que hubiese querido sin molestarme en decir una palabra lo sabes tan bien como yo. Eso ha sido demasiado.
- Estás borracha. No piensas lo que dices.
- Puede que esté borracha, – deja el vaso sobre la encimera y coge directamente la botella
–, pero no te haces una idea de cuánto me arrepiento de haber dejado que la pena que me dabas se interpusiera en todo lo demás.
Camina hasta colocarse tras de mí.
Yo me giro despacio. Estoy furiosa. Está diciendo cosas demasiado horribles y lo peor de todo es que yo sigo aquí como una idiota pensando cuánto hay de verdad en ellas.
- Tú sí que das pena – mascullo.
Santana sonríe con desdén.
- Se me olvidaba lo digna que eres. Para mi gusto demasiado, sobre todo para ser una cría muerta de hambre a la que tuve que pagar las facturas y dar un trabajo para que no acabara en la calle.
Se acabó. He tenido suficiente. Paso junto a ella y me encamino a la puerta. De reojo veo como Santana camina hacia las escaleras.
- ¿Te marchas? Me parece perfecto pero llévate toda tu mierda.
- Por mi puedes quemarlo todo – le digo furiosa sin ni siquiera detenerme.
- ¿Eso incluye la fotito de la pobre desgraciada?
Santana pierde el paso al subir el siguiente escalón y está a punto de perder el equilibrio. No entiendo a qué se refiere pero entonces señala la fotografía de mi madre sobre la chimenea con la botella de bourbon medio vacía. Yo le miro con una mezcla de sentimientos que me aprieta el estómago y tira de él. Estoy furiosa pero también increíblemente dolida y no puedo evitar sentir desprecio por ella. Con paso firme voy hasta la chimenea y cojo la foto.
- Joder – se queja - , si hasta te lleve a Santa Helena y me quedé dos días en ese agujero por ti.
Sus palabras vuelven a frenarme. Nunca había sentido un odio tan profundo por ella. Descamino los pasos hasta que nuestras miradas vuelven a encontrarse. Quiero que vea que no soy el animalillo
asustado que cree que soy.
- Si tampoco te gusta todo lo que tiene que ver conmigo, tendrías que haberme dejado seguir con mi vida. Nos habrías ahorrado mucha mierda a las dos.
Me giro de nuevo y comienzo a caminar. Solo quiero salir de aquí.
- Estaba enamorada – dice justo antes de dar otro largo trago.
¿Habla en pasado? ¿Por qué? En realidad no debería importarme. No quiero que me importe.
Resoplo con fuerza y me contengo para no contestar. No quiero seguir escuchándola.
- Imagino que te vas con los Berry. Siempre te ha costado mucho menos aceptar su caridad que la mía.
Da otro trago y sonríe cínica y amarga como si cayera en la cuenta de algo.
- Los hermanitos Berry – continúa mordaz -, Sean y Joe, los dos patéticamente enamorados de ti. Joder, tienes dos para elegir con quien irte a la cama. Mi madre no tuvo esa suerte.
Ahogo una risa nerviosa en un suspiro y otra lágrima aventurera corre. Me la seco igual de rápido que la anterior. No pienso llorar delante de ella.
- Vete a la mierda, Santana Lopez.
Es lo último que digo antes de salir del salón, bajar las escaleras tan rápido como soy capaz y cruzar la puerta principal.
Ya en la calle respiro hondo y trato de tranquilizarme. Lo intento una y otra vez pero no lo consigo. Estoy demasiado furiosa, demasiado dolida. Ha dicho cosas verdaderamente horribles,
cosas que probablemente piense y yo por primera vez desde que todo esto comenzó realmente me siento tan desvalida como todo el mundo se empeña en creer que soy. Suspiro hondo una última vez.
Arriba, Pierce. Tú no eres una persona que se rinda.
Cuadro los hombros y camino hasta la acera en busca de un taxi. Necesito alejarme de la órbita de Santana y pensar.
Sonrío. Así es exactamente como me sentía cuando volví de los Hamptons. Quizás debería haberme quedado a vivir allí. Todo habría sido más fácil. Al fin encuentro un taxi y tras un par de minutos y once dólares de carrera estoy frente a mi apartamento. Al poner el pie en el primer escalón del portal instintivamente me asusto. Es la primera
vez que vengo desde del incidente con aquel fotógrafo y por si fuera poco, es mucho tarde que aquel día.
Pienso en llamar a Rachel o Joe pero me preguntarían qué hago aquí, intentaría que hablara y no quiero hablar, quiero meterme bajo mis sábanas y no salir en dos días.
“Las viejas costumbres nunca se pierden”.
Finalmente me armo de valor y entro. Subo las escaleras mucho más rápido de lo que lo haría normalmente y miro hacia todas las direcciones unas diez veces en los diez metros que tengo que
recorrer de rellano hasta mi puerta.
Abro con la llave de repuesto y entro en mi apartamento, en realidad, su apartamento. Genial, me digo sardónica poniendo los ojos en blanco, ni siquiera tengo un sitio en el que llorar que ella no haya
pagado. Sonrío mordaz y camino hasta mi habitación. Destapo la cama y sin dudarlo me meto dentro. Me miro el anillo de compromiso y por primera vez no sonrío. Creo que ahora mismo ni siquiera
me gusta. Odio lo que ha pasado esta noche, odio como se están complicando las cosas. Quizás todo sería más fácil si no nos hubiésemos prometido, si aún lo guardáramos en secreto. Suspiro con
fuerza. Ya no sé lo que quiero. La boda será en dos días y ni siquiera sé lo que quiero. Me duele la cabeza.
Cierro los ojos e intento no pensar, solo un segundo, pero es imposible. Oigo un fuerte ruido en el piso de arriba y a mi vecina Sandy gritar como una loca. Ella tampoco tiene suerte en sus relaciones. Involuntariamente repaso toda la conversación y abro los ojos como platos al recordar lo que dijo sobre Joe. ¿Cómo sabe ella lo de Joe? Acaso era tan obvio. Resoplo. Probablemente lo
piense porque es una loca muy poco razonable no porque sepa certeramente que es verdad. La última vez que miro el reloj son más de las cinco. El dolor se ha vuelto más intenso. Pienso en
tomarme un calmante pero inmediatamente recuerdo que me los he dejado en casa de Santana. Hago hincapié en casa de Santana. Ya no es nuestra casa. En realidad nunca me acostumbre a llamarla así.
Ha amanecido cuando los ojos se me cierran por el sueño.
Me despierta el dolor de cabeza. Me levanto despacio y me arrastro hacia la cocina para tomarme dos ibuprofenos. No son tan fuertes como los calmantes pero seguro que me aliviarán. Aún estoy en la cocina cuando llaman al timbre. Dejo la botellita de agua sobre la encimera y me acerco a la puerta. No tengo ni idea de quién será y de pronto esa idea me asusta. Nunca me había sentido así en mi apartamento. Suspiro hondo y cuadro los hombros. Los miedicas son los primeros en morir en las pelis de miedo así que échale valor, Pierce. Asiento para reafirme en mi valentía auto infundada y voy hasta la puerta.
- ¿Quién es? - pregunto con la mano rodeando el pomo.
Actualmente soy valiente pero no estúpida.
Sea quien sea calla durante un segundo y juraría que le escucho resoplar.
- Soy yo Santana – responde al fin.
El corazón me da un vuelco. ¿Qué hace aquí? Pensé que estaría en Chelsea durmiendo la borrachera. Esperaba tener más tiempo y menos dolor de cabeza antes de enfrentarme con ella. Por no
hablar del aspecto que tengo ahora mismo. Resoplo. Estoy furiosa con ella. Ayer se comportó como una mal parida, sin corazón. No se merece que la reciba en lencería con una sonrisa. Vuelvo a asentir, vuelvo a cuadrar los hombros y finalmente abro la puerta.
Una vez más el universo no ha querido concederme una tregua y Santana está más Bella que nunca. Se ha duchado, y lleva un pantalón de traje negro y una camisa blanca con las mangas
remangadas y los primeros botones desabrochados. No sé de qué me sorprendo, cada vez que nos peleamos está impresionante. Sin embargo hoy lo está más que nunca. Me parece muy injusto.
- Hola – susurra.
Parece aliviada.
No respondo. Soy consciente de que es una actitud de lo más infantil pero no quiero hablar con ella. Santana vuelve a suspirar brusca.
- ¿Puedo pasar? – pregunta.
- Es tu casa – respondo y sin quererlo imprimo en esas tres palabras todo el enfado que siento hora mismo.
Comienzo a andar hacia el interior del apartamento y a los segundos siento que Santana lo hace tras de mí. Escucho la puerta cerrarse. El corazón me late muy deprisa. No esperaba que se presentara
aquí. Suspiro hondo. Tranquilízate, Pierce. Hoy más que nunca tienes que ser fuerte.Camino hasta el fondo del salón. Necesito que haya una distancia prudencial entre las dos. Santana se da cuenta porque se detiene a unos metros de mí. Siempre he tenido la sensación de que mi salón se ve extrañamente pequeño cuando ella está dentro.
Suspiro con fuerza una vez más. Quiero seguir enfadada. No puedo ponérselo tan fácil después de todo lo que dijo ayer. Cometo el error de mirarle. Está demasiado hermosa mi morena y en este puñado de
metros cuadrados han pasado demasiadas cosas. Todo esto es un error.
Me dirijo convencida hacia la puerta. Me da igual estar en pijama y descalza. Tengo que salir de aquí. Pero Santana me toma de la muñeca y me impide que la alcance.
- No te vayas – me pide.
Yo no quiero girarme. Si me giro, la mirare y si la miro, sucumbiré.
Da un paso hacia mí y siento su delicioso olor a lavanda fresca. Me lo está poniendo muy difícil.
- Brittany – susurra con su voz salvaje.
Me obliga a girarme despacio y toma mi cara entre sus manos.
- Lo siento – dice mirándome directamente a los ojos -. Lo siento – susurra. E inmediatamente recuerdo las palabras de la señora Aldrin y lo que éstas significan para ella. Suspiro con fuerza. Aún así no puedo quedarme, no puedo perdonarle sin más.
- Santana, no – musito haciendo un pobre intento por zafarme.
- No quiero que te vayas.
Su voz. ¿Por qué no puedo escapar de ella por mucho que me lo proponga?
- Me has hecho mucho daño – susurro conteniendo las lágrimas.
- Lo sé – responde sin asomo de duda y sus ojos negros se llenan de arrepentimiento.
- ¿Por qué tuviste que decir todas esas cosas?
- Estaba borracha y dolida.
Suspiro hondo. Todo esto me está superando.
- ¿Te arrepientes de que forme parte de tu vida? – pregunto en un hilo de voz.
La respuesta me aterra. Podría partirme en pedazos.
- No, claro que no. Eres lo mejor que me ha pasado. Ni siquiera te merezco.
El alivio inunda cada centímetro de mi cuerpo.
- Santana – susurro y ya no puedo contener más las lágrimas.
Santana me las enjuga con el pulgar. Se inclina suavemente y me besa con dulzura acallando mis gemidos más tristes.
- Siento lo de la foto – susurra contra mis labios -. Lo siento todo – se apresura a aclarar –pero sobre todo, lo de la foto.
Sin dejar de llorar reacciono, alzo la cabeza y Santana, interpretándolo como el sí entregado que es, me besa con más fuerza.
Nos deja caer sobre el sofá y antes de volver a besarme me observa desde arriba. Tengo la respiración acelerada. El corazón me late con fuerza. Sus ojos negros centellean y en ellos puedo ver
una batalla interna librándose otra vez.
- Santana – susurro acariciándole la cara -, ¿qué pasa?
Traga saliva.
- Una parte de mí no para de repetirme que soy una auténtica hija de puta por no dejarte marchar, Brittany.
Oh, Lopez.
- Pero es que ya no puedo. No sé vivir sin ti.
Suspiro con fuerza.
- Una parte de mí también me grita que todo esto es una locura, que salga corriendo y no mire atrás.
Me mira asustada, vulnerable, infinitamente atractiva.
- Pero yo tampoco sé vivir sin ti.
Santana sonríe y choca nuestras bocas acelerada, llena de pasión, de lujuria, de deseo. Yo tiro de su camisa para estrecharla aún más contra mí. Necesito sentirla cerca para que toda esta locura tenga
sentido. Nos besamos perdiéndonos una en el la otra . Besos profundos, llenos de amor y de una necesidad que crece más y más a cada segundo que pasa. Son besos con los que no necesitas nada más. No sé cuánto tiempo nos pasamos así, con nuestros cuerpos perfectamente acoplados la una con la otra en mi viejo sofá de Ikea.
En el momento más inoportuno el dolor de cabeza vuelve y una punzada me atraviesa desde la frente hasta la nuca.
Santana se separa inmediatamente.
- ¿La cabeza? – pregunta preocupada.
Yo asiento y el movimiento hace que el dolor se recrudezca.
Santana se levanta de un salto y va hasta la cocina. Coge una botellita de agua del frigorífico y mientras camina de nuevo hacia mí, se mete la mano en el bolsillo del pantalón y saca mi bote de calmantes.
Se sienta a mi lado, me tiende dos pastillas y abre la botellita de agua.
Me las tomo y no sé si el efecto psicológico o los dedos de Santana acariciando suavemente mi mejilla, pero creo que ya me siento mejor.
- Ayer salí a buscarte – musito con poca seguridad, clavando mi mirada en la botellita de agua que aún sostengo entre las manos. En el fondo no quiero sacar este tema otra vez -.
¿Dónde estuviste?
Al instante noto como todo su cuerpo se tensa. Santana ladea la cabeza hasta que nuestras miradas se entrelazan.
- Bebiendo – responde en un golpe de voz.
Es ambiguo pero decido no insistir.
- ¿Has hablado con tu madre? – pregunto.
La noto inquieta incluso frustrada. Está claro que no quiere hablar del tema. Finalmente suspira y la tensión de su cuerpo parece evaporarse. Sea lo que sea o que ha pensado en este instante ha conseguido relajarle.
- Mañana a esta hora estaremos casadas – susurra dedicándome su sonrisa más sincera.
Inmediatamente me contagio de su gesto y Santana me sienta con cuidado a horcajadas sobre ella.
- Todavía puedes arrepentirte – comento socarrona.
- ¿De que me pertenezcas legalmente? – inquiere presuntuosa –. Nunca – añade transformando su sonrisa en una de lo más descarada.
- ¿Esos son tus votos matrimoniales? – pregunto.
- No, solo una parte y tienen un comienzo de lo más interesante – continúa misteriosa.
- ¿Ah sí?
Santana asiente, carraspea y adopta una actitud solemne como si fuera a dar un discurso.
- Yo, Santana Marie Lopez prometo follarte siempre.
La miro fingidamente consternada y unos segundos después sin poder evitarlo me echo a reír.
- Vaya – continúa divertida -. Creo que voy a tener que cambiarlos. Ese no era el efecto que buscaba.
Mi risa le hace sonreír sincera y me doy cuenta de que nunca querré estar en ningún otro lugar.
La quiero.
- Cuando me miras así, me siento invencible – susurra con sus ojos más negros que nunca. Yo sonrío tímida.
- ¿Cuándo te miro cómo?
- Diciéndome que me quieres.
Mi sonrisa se ensancha. Ha dado en el clavo.
Santana sonríe, pierde sus manos en mi pelo y suavemente me obliga a inclinarme sobre ella. Me besa y todo mi cuerpo se enciende. Desliza su mano por mi costado hasta llegar a mi cadera y soy consciente de que la lujuria y la deliciosa electricidad han vuelto a enredarnos una vez más.
Nos volvemos a Chelsea hasta la hora hora de comer. Santana me tienta con un almuerzo en Of Course pero me apetece estar en casa. Preparo algo de pasta con las sobras del estofado de la
Señora Aldrin y aprovechando que ha dejado de llover, y ante mi gran gran insistencia, comemos en la terraza. Creo que me he vuelto adicta a estos quince metros cuadrados. Apenas hemos terminado de comer cuando Santana recibe una llamada. Va a su estudio a atenderla
y yo me quedo en la terraza. Acerco la silla a la gran baranda de acero. Apoyo la palma de la mano sobre ella y la barbilla en la mano. Nueva York está precioso, huele a lluvia y todo parece que se
mueve más despacio, como si las personas, los coches, los edificios se hubieran despertado de un sueño muy agradable y relajado y se sintieran somnolientos y perezosos.
- La vista es preciosa – comenta Santana a la vez que se inclina sobre mí, me da un beso en la cabeza y toma asiento de nuevo.
Yo asiento igual de somnolienta que la ciudad. Apenas dormí y después de la sesión de sexo en mi apartamento estoy muerta de sueño.
- La organizadora de la boda vendrá en diez minutos – me recuerda Santana dando un sorbo a su copa de vino.
Asiento de nuevo.
- También Sugar. - Ahora es Sugar el que asiente -. ¿Nos llevarás al Village? Santana sonríe. Leonard y Vera nos hicieron prometer que la noche antes de la boda no dormiríamos juntas.
Según ellos, cada pareja que ha roto esta regla ha acabado en divorcio. Así que decidimos que Santana se quedará en Chelsea y yo dormiré en mi apartamento. Además como no hemos tenido tiempo de
hacer una despedida de soltera, Rachel y Suar mas Joe haremos una fiesta de pijamas en mi piso.
- Pareces encantada con que durmamos separadas – me quejo divertida.
- Como te dije una vez soy una fiel defensor de retrasar los placeres y créeme – continúa con su voz más sensual –, éste va a merecer la pena retrasarlo.
Trago saliva. Con esas siete palabras acaba de convertirse en la seducción personificada más aún, cuando me sonríe arrogante, plenamente consciente de lo que acaba de provocar en mí.
- ¿Y tú qué piensas hacer? – pregunto tratando de que no se note cuanto me tiemblan las rodillas.
- Saldré a tomarme unas cervezas con Quinn y los chicos – responde sin darle mayor importancia.
- Uau, qué plan – comento burlona e involuntariamente una sonrisilla de lo más impertinente se me escapa.
- El problema es que cuando ya has probado todos los juguetes de la tienda, la mañana de Navidad deja de parecerte tan emocionante.
Le da otro trago a su copa de vino y pierde la vista en el horizonte como si no hubiera dicho nada fuera de lo común mientras yo le miro boquiabierta y absolutamente escandalizada.
Suena el timbre. Santana deja la copa de vino y se levanta. Se inclina sobre mí por encima de la mesa, coloca el reverso de su dedo en mi barbilla y me cierra a la boca a la vez que me da un suave beso en los
labios.
- Siempre es un placer, señorita Pierce – dice con la sonrisa más presuntuosa del mundo.
Entra en el salón y camina hacia la puerta.
- ¡Eres una pendeja! – le grito divertida cuando al fin reacciono.
Santana se vuelve y me dedica su espectacular sonrisa mientras camina unos pasos de espaldas antes de girarse de nuevo, y yo no tengo más remedio que acabar sonriendo, casi riendo. Cuando
quiere, puedo ser una sinvergüenza con mucho encanto.
Sugar y yo pasamos toda la tarde con la organizadora de la boda. Nos explica que desde la tienda de Valentino enviarán directamente el vestido a la casa de los Lopez en Glen Cove y que allí
también nos esperara Sally Hershberger con dos de sus ayudantes para peinarnos y maquillarnos. Me asusta un poco que no hayamos hecho ninguna prueba de peinado pero es la estilista más famosa de
todo Manhattan. Estamos en buenas manos.
Bajamos al salón a despedir a Vera. Está a punto de seguir a Finn hasta la puerta cuando se gira y descamina sus pasos abriendo de nuevo su agenda.
- Casi lo olvido – se disculpa -. ¿Quién te llevará al altar, Britttany? – me pregunta destapando su pluma de platino dispuesta apuntar mi respuesta.
Yo suspiro y en seguida mi expresión cambia.
- Mi hermano Sam.
Ella asiente, lo apunta, cierra su agenda y se marcha.
Sugar me mira sorprendidísima casi boquiabierta. Las dos observamos como la organizadora se marcha y en cuanto desaparece de nuestro campo de visión, Sugar se gira y abre los brazos perpleja.
- ¿Qué es eso de que tu hermano Sam te llevará al altar? – Hace una pequeña pausa y se preocupa al instante -. ¿Le ha pasado algo a tu padre?
Yo suspiro. Sin duda alguna lo que más me duele es que mi padre no vaya a estar a mi lado.
- Mi padre no va a venir – digo en un golpe de voz y comienzo a caminar hacia las escaleras.
- ¿Cómo que tu padre no va a venir? – pregunta acelerando su paso hasta colocarse a mi lado.
- No quiere que me case con Santana. Piensa que estoy cometiendo el mayor error de mi vida y no quiere formar parte.
Sugar me mira atónita. Entramos en el dormitorio, saco una mochila del vestidor y comienzo a meter uno de mis pijamas
y algunas cosas para esta noche y mañana.
- Britt, no puedes dejarlo estar – me advierte -. Tú quieres que esté allí.
Suspiro de nuevo y la miro mal. Es obvio que quiero que esté allí.
Sugar observa a su alrededor buscando algo y al fin, decidida, coge mi iphone de la mesilla.
- Llámalo – me dice tendiéndome el smartphone.
La miro. Tiene razón. He aceptado que no venga cuando en realidad lo que tendría que haber hecho es intentar convencerle para que lo hiciera. Cojo el móvil, me siento en la cama junto a Sugar y marco el número de mi padre. Mientras espero a que descuelguen, suspiro con fuerza una vez más. Estoy nerviosísima. Sugar toma mi antebrazo y lo aprieta a la vez que me sonríe. Es su manera de darme ánimos.
- Hola, pequeñaja.
- Hola, papá – respondo.
De pronto tengo la boca seca.
- Papá… - susurro y no sé cómo seguir.
Creo que lo mejor es que vaya directamente al grano.
- Papá – repito para coger fuerzas -, te llamaba para decirte que aún estás a tiempo de venir a Nueva York.
Suelto todo el aire que había estado conteniendo y Sugar asiente para darme más ánimos. Al otro lado de la línea mi padre suspira con fuerza.
- Britt, ya hemos hablado de esto.
- No, papá. En realidad has hablado tú. Sé que piensas que no va a salir bien, que soy muy joven y que Santana y yo no tenemos nada en común pero yo quiero que funcione, lo deseo con
todas mis fuerzas y ella también. Si mañana no estás en mi boda, voy a echarte muchísimo de menos pero voy a casarme, papá, con o sin tu bendición así que por favor, ven.
Mi padre calla al otro lado de la línea largos segundos.
- Lo siento, Britt – dice al fin - pero no voy a ir.
- Papá, por favor no va a ser lo mismo si tú no estás.
- Lo siento, pequeñaja, pero no voy a llevarte al altar para que te cases con alguien que no te hará feliz.
Ahogo un sollozo en una sonrisa nerviosa y triste, tratando de contener el llanto que amenaza con desbordarme.
- Como quieras, papá – respondo con la voz entrecortada.
Sugar me aprieta con más fuerza el antebrazo.
- Llámame cuando quieras, pequeñaja.
Y sin más cuelga. Yo hago lo mismo y el tiro el teléfono contra la cama.
- Ha dicho que no – comento aunque sea más que evidente.
Me levanto y camino nerviosa por la habitación.
- Ha dicho que no va a llevarme al altar para que me casa con alguien que no me hará feliz. Sugar – me lamento -, lo tiene clarísimo.
- Britt, cálmate.
Resoplo.
- ¿Cómo quieres que lo haga? Todo el mundo piensa que esta boda va a ser un auténtico desastre – continúo con la voz entrecortada pero no por las lágrimas sino por la rabia. Sugar abre la boca dispuesta a decir algo.
- Y lo peor – la interrumpo – es que a veces yo también lo pienso.
Al decirlo en voz alta de alguna manera me siento liberada. Sugar me mira sorprendida pero se recompone rápido.
- ¿Por qué lo dices?
- Porque es la verdad. Mi padre piensa que es un error. El suyo estuvo ayer aquí dispuesto a convencernos hasta las últimas consecuencias de que no nos casáramos. Me llaman cazafortunas en la prensa y estoy segura de que el noventa y nueve por ciento de las persona
que mañana estén en esa ceremonia sentadas en el lado de Santana lo estará pensando.
- ¿Y qué te importa lo que piensen?
Lo cierto es que no me importa pero es una realidad qué tampoco puedo obviar porque ni siquiera tengo claro que alguna vez vayan a dejar de pensarlo.
- No solo es eso, Sugar. Quiero a Santana con todo mi corazón – digo haciendo hincapié en cada palabras porque es la verdad más acuciante que he sentido en mi vida -. Estoy completamente enamorada de ella y creo que lo estuve desde el primer momento en que la vi, pero a veces tengo la horrible sensación de que el amor entre nosotras nunca será suficiente.
Y eso es lo que verdaderamente hace que tenga más miedo que en toda mi vida.
- Hemos discutido cada día desde que volvimos. Nos hemos hecho mucho daño. En ese momento escucho pasos acercarse a la habitación y al girarme veo a Santana bajo el marco
de la puerta. Me mira con sus ojos negros endurecidos y llenos de dolor. Sin duda alguna ha escuchado todo lo que he dicho.
- Sugar, déjanos solas – pronuncia con su voz más grave, sin dejar de observarme. Ella me mira, yo asiento y sin decir una palabra sale del dormitorio. No se me pasa por el alto el detalle de que es la primera vez que la ha llamado por su nombre.
Santana sigue destilando toda esa seguridad pero de alguna manera también la noto dolida.
- ¿Cuándo pensabas decirme que te sentías así? – me pregunta con su voz peligrosamente suave.
Yo no sé qué responder.
- Llevo sintiéndome así prácticamente desde que nos prometimos – me sincero. Santana hace una imperceptible mueca de dolor pero su autocontrol gana la partida.
- Pero soy tan feliz – me apresuro a continuar - que ni siquiera me he permitido pensar en ello.
Dios, soy una persona horrible.
- Y si te sientes tan feliz, ¿por qué todas esas dudas? – pregunta herida y su enfado comienza a hacerse cada vez más latente.
Yo no me puedo creer que tenga que preguntarme eso.
- Por tu padre – respondo exasperada -, por el mío, por la prensa, por Julian Dimes.
Otra vez esa fugaz mueca de dolor aparece en sus labios, como si le atormentara recordar todas las cosas que han pasado estos días.
- Follamos como locas y discutimos como locas ¿recuerdas? – repito las mimas palabras que ella me dijo sentadas en la parte de atrás de su coche -. ¿Eso cuánto va a durar?
- Durará lo que queramos que dure, Brittany – se apresura a replicarme. Le duele que esté dudando de nosotras.
- ¿Y cuánto será eso? – pregunto casi en un grito.
- No lo sé – responde de igual modo.
- Un día te cansarás de mí – mi voz se entrecorta casi se evapora.
Pronunciar esas palabras hace que un escalofrió me recorra entera. Me asustan demasiado.
Santana me mira y sus ojos se llenan de compasión, como si hubiese comprendido en este mismo instante el miedo que me da esa posibilidad.
- Yo nunca podría cansarme de ti – sentencia.
- Tu padre tenía razón. No soy la persona que tú necesitas.
- Mi padre no tienen ni idea de lo que habla.
Entorno los ojos y le miro tratando de recordarle la conversación que mantuvimos con él ayer.
- Él no me conoce – se reafirma – y no te conoce a ti.
Yo suspiro. Le quiero más que a mi vida pero esta conversación no es más que un ejemplo de todo lo que acabo de intentar explicarle.
- Míranos, San. Acabamos de reconciliarnos después de una pelea horrible y ya estamos discutiendo otra vez. No sabemos hacer otra cosa. Quizás todos tengan razón y deberíamos
olvidarnos de esta locura de boda y simplemente seguir juntas.
Santana suspira brusca y breve y su mirada se endurece aún más.
- Sugar, te está esperando. – Y soy plenamente consciente de que aunque lo intentara una y mil veces acaba de dar la conversación por terminada -. Os llevaré a tu apartamento.
Mañana nos espera un día muy intenso.
Sin darme oportunidad a responder sale de la habitación. Es su manera de decir que todo sigue en pie. Yo suspiro con fuerza y me llevo las manos a la cara. Es Santana, el amor de mi vida y todo va a
salir bien precisamente por ese motivo. Decido agarrarme a eso y no permitirme pensar en nada de esto ni una vez más. Mañana a esta
hora estaremos casadas rumbo a la luna de miel que Santana ha preparado y todo será perfecto. Le quiero y no tengo nada más que pensar. “Siempre has optado por el autoengaño”.
Me pongo los ojos en blanco, cierro la mochila y salgo de la habitación.
Santana me está esperando al pie de las escaleras. Cuando me, ve sale a mi encuentro y me quita la mochila de las manos. Yo estoy dos escalones por encima y por primera vez soy más alta que ella.
Le paso las manos por el pelo y disfruto del tacto de su sedoso cabello entre mis dedos.
- Lo siento – susurro.
Santana sonríe pero no le llega a los ojos.
- No te disculpes.
Sin decir nada más ni darme oportunidad a que yo lo haga, me toma de la mano y bajamos las escaleras.
Aparca su BMW frente a mi edificio y se empeña en subir con nosotras. Sé que lo hace para quedarse tranquila de que no hay ningún peligro y no protesto.
La despedida en mi puerta es algo extraña. Noto su cabeza funcionándole a mil por hora. Me gustaría saber qué está pensando pero Santana me besa estrechándome contra su cuerpo y se marcha
antes de que pueda preguntar. En el mismo instante en que cierro comienza a sonar a todo volumen Wasted de Tiësto desde la
habitación.
- ¡Esto es una maldita fiesta! – grita Sugar -. Puede que no haya alcohol, pero reinterpretando al gran homosexual Rupert Everett, por Dios seguro que habrá música. Sugar aúlla con el maravilloso cambio de ritmo y yo no puedo evitar echarme a reír. ¿Qué haría
sin ella? Rachel y Joe no tardan en llegar. Llenamos el suelo de mi habitación de colchones y nos pasamos toda la noche jugando al póker en pijama y bebiendo cócteles sin alcohol. Por exigencia de
James no llamamos a la reunión fiesta de pijamas ya que según él, sin conejitas de playboy de por medio ni peleas de almohadas en ropa interior, a los hombres no se les permite estar en una fiesta
así. Como respuesta, Sugar le da con una almohada en la cara y después se tira del tirante del sujetador para que lo vea.
- Ahí tienes tu pelea de almohadas en ropa interior – le dice y todos nos echamos a reír. Lo paso francamente bien y me sirve para distraerme y dejar de pensar en todo lo que no debo
pensar. Se supone que mañana es el día más feliz de mi vida y pienso disfrutarlo.
Nos levantamos bastante temprano ya que Finn pasará a recogernos a las siete de la mañana para llevarnos a Glen Cove.
Después de ducharnos y desayunar las exquisitas tortitas con bacon de Joe. Recogemos todo lo necesario y bajamos.
Cuando el elegante A8 atraviesa las no menos elegantes puertas de la mansión de los Lopez, me siento más nerviosa de lo que he estado en toda mi vida.
Sugar y Rachel están pletóricas y yo en el fondo también. Es solo que siento un nudo tan fuerte en el estómago que me lo está poniendo complicado. Vera Hamilton, la organizadora de la boda, sale a recibirnos a la entrada de la mansión junto a Maribel Lopez. Me preocupa que la madre de Santana sepa que ella conoce todo lo de Leroy y piense que fui yo quien se lo contó.
- Cielo – me saluda saliendo a mi encuentro.
Me abraza con una sonrisa en los labios y al instante comprendo que no está enfadada conmigo por ningún motivo.
Maribel nos conduce hasta un precioso salón en la planta baja. Las chicas y yo no podemos más que suspirar asombradas cuando abre la puerta frente a nosotras. Es grandísimo, con los muebles y la
decoración en blanco y suaves tonos dorados. La luz, que entra por un inmenso ventanal desde el que pueden contemplarse los preciosos jardines, lo inunda todo. Hay una pequeña mesa con una fuente de plata reluciente de varios pisos llena de macaroons y
mini cupcakes de todos los sabores imaginables y una cubitera también de plata donde se está enfriando una botella de Dom Perignon Rosé. Las copas que hay junta ella son de un cristal tan fino
que parecen casi invisibles.
En el centro de la habitación hay un inmenso y, por el aspecto, comodísimo sofá blanco y junto a la ventana un precioso tocador y un espejo de pie con el marco lacado también en blanco.
Sin embargo, sin duda alguna, lo que más llama la atención es mi vestido de novia. Es precioso.El vestido más bonito que he visto en mi vida. Está montado en un maniquí vintage y lo flanquean los
dos vestidos de las damas de honor también absolutamente impresionantes.
No he terminado de creerme todo lo que ven mis ojos cuando una criada de los Lopez llama suavemente a la puerta abierta. La señora Lopez le hace un gesto para que pase y la chica se acerca
diligente a ella. Discretamente le dice algo al oído, Maribel asiente con una sonrisa y la criada se retira.
- Brittany – me llama la señora Lopez -, te buscan en la entrada.
Frunzo el ceño confusa. ¿Quién me busca? La señora Lopez sonríe y me hace un gesto para que la siga. Yo lo hago con el paso titubeante seguida de Sugar y Rachel
Cruzamos el lujoso vestíbulo y bajamos las escaleras al tiempo que un elegante Mercedes se detiene frente a nosotras haciendo sonar la gravilla suavemente bajo sus ruedas. Lo miro expectante y
las chicas me miran a mí y después al coche.
La puerta del piloto se abre y un hombre vestido con un impecable traje negro se baja y solícito rodea el coche para abrir la puerta de atrás. No puedo creerme a quien veo salir. Es mi padre. ¡Mi
padre! Salgo corriendo, con la sonrisa más grande del mundo en los labios, y me lanzo en sus brazos.
- Papá.
Le noto sonreír.
- Pequeñaja.
- Has venido – afirmo con los ojos vidriosos separándome de él.
- Digamos que alguien ha sido muy convincente – responde escueto.
Yo sonrío feliz y mi gesto se contagia en sus labios.
- ¿Significa que lo apruebas? – pregunto con cautela.
Mi padre suspira. Las sonrisas han desaparecido de las expresiones de los dos.
- No, Britt – responde al fin – pero te quiero y para ti es importante que esté a tu lado. Asiento y sonrío fugaz. Sigue sin aprobarlo pero está aquí y soy plenamente consciente del esfuerzo y la concesión que eso le supone. Después de que salude a Sam y a su esposa. Todos se marchan con Maribel, quien se ofrece a acompañarles a las habitaciones para que descansen del viaje y se preparen para la ceremonia.
Evelyn viene con nosotras hasta el salón. Que ella esté aquí también es muy importante para mí.- ¿Cómo has conseguido convencerle? – pregunto atónita y muy agradecida mientras caminamos por el gran pasillo hacia el salón.
- No fui yo – responde con una sonrisa.
- ¿Sam? – inquiero de nuevo.
Evelyn niega divertida con la cabeza. Yo la miro confusa. ¿Quién si no?
- Fue Santana – me aclara al fin.
¿Qué?
- ¿Qué?
No doy crédito. Las chicas y yo nos miramos más que perplejas.
- Ayer por la noche se presentó en casa – me explica -. Tu padre salió y antes siquiera de poner un pie en el porche Santana le dijo que tenía que venir, que estaba cometiendo un error y que te estaba haciendo muy infeliz y eso no iba a permitírselo.
La miro sin poder creer una palabra. Se presentó en casa de mis padres. ¡En Carolina del Sur!
- Tu padre se enfadó muchísimo y le dijo que se largase, que si ponía un pie en su propiedad, le dispararía.
Sugar suspira sorprendida.
- ¿Christopher? – pregunta Rachel atónita – Es el hombre más pacífico que conozco.
- Estaba muy furioso – le defiende Evelyn -. Santana se quedó al otro lado de la calle apoyada en su coche durante más de dos horas. No iba a marcharse de allí. Sam vino como cada noche al cerrar el restaurante. Cuando vio lo que pasaba, le dijo a tu padre que eran un
testarudo y que no sabía de qué se quejaba si tú eras exactamente igual de tozuda que él. Se gritaron, se dijeron de todo y al fin tu padre accedió a salir.
- Sam es genial – comenta Sugar.
Todas asentimos con una sonrisa.
- Santana le dijo que sabía que no estaba de acuerdo con que te casaras con ella pero que si no venía a la boda, se arrepentiría porque ella iba a luchar para que este matrimonio fuera para siempre.
Abro la boca dispuesta a decir algo pero no puedo, sencillamente no puedo creerme que Santana hiciera algo así.
- ¿Y qué le respondió Christopher? – pregunta Rachel absolutamente entregada a la historia justo antes de entrar al salón.
La sonrisa de Evelyn se apaga.
- Que sentía ser él quien tuviera que decírselo pero que este matrimonio no duraría, que Santana acabaría haciéndote daño y que al final tendría que pegarle ese maldito tiro.
Las últimas palabras nos hacen sonreír suavemente a las cuatro aunque son sonrisas de puro trámite. El mensaje de mi padre no ha cambiado.
- Pero accedió a venir – sentencia Evelyn recuperando el buen humor y yo también lo hago. Que esté aquí es lo que importante – y eso es lo que importa – coincide conmigo -.
Además me he montado en un jet privado – añade feliz con el fin de hacerme sonreír Las cuatro lo hacemos de verdad.
Evelyn echa un vistazo a sus alrededor y su sonrisa se ensancha entusiasmada y sorprendida a partes iguales.
- Dios Santo,Britt. Esto es fantástico.
Asiento. La verdad es que parece un sueño.
Vera regresa al salón y todo se pone en marcha. Me alegra haber decidido no tomarme los calmantes ya que así puedo disfrutar de una copa de delicioso champagne. Sally Hershberger y su
equipo llegan puntuales y comienzan a peinarnos y maquillarnos. Hacen un absoluto milagro y consiguen cubrir la herida de mi frente.
Después de discutirlo y hacer varias pruebas deciden dejarme el pelo suelto, marcando de una manera preciosa mis ondas castañas y cubriéndolas después con un extraordinario velo de tulle seda.
El maravilloso vestido me queda perfecto. Nunca pensé que pudieran realizarse tantos ajustes y cambios en tan poco tiempo y con una sola prueba. Las chicas también están fabulosas. Rachel deja mi ramo sobre el tocador y se acerca a Sugar que la llama para que recojan los suyos. Lo observo con una sonrisa. Es un sencillo ramo de rosas rojas
con los tallos verdes sujetos con una preciosa cinta también verde. Justo lo que quería.
Al final todo está saliendo genial lo que me hace más complicado entender por qué me siento así. Quiero a Santana, es el amor de mi vida, pero algo dentro de mí no para de repetirme que esto es una
auténtica locura. Todas las dudas que ayer pronuncie en voz alta se han instalado en mi estómago y lo aprietan. Quizás esto sea un error. Quizás tendríamos que seguir como estábamos antes sin nadie
diciéndonos cómo o no saldrá, sin la prensa opinando de las dos.
Si todo esto es una locura, el momento de pararlo es ahora.
- Britt, ¿estás lista? – me pregunta Sugar.
Yo la miro y la verdad es que no sé qué contestar
marthagr81@yahoo.es-*-* - Mensajes : 3589
Fecha de inscripción : 26/09/2013
Edad : 43
Re: Brittana:Todas las Canciones de Amor que SIEMPRE suenan en la Radio Cap. 23 y 24 Y EPILOGO
SEGUIMOS, CON T. L. C. Q SIEMPRE. S. E. L. R EL FIN NO SE ME ASUSTEN CON ESTE EPILOGO, PERO YA VEREMOS EN QUE METIO LA PATA SANTANA.
¨+++++++++++++++++++++++++++++++++
Vera Hamilton está dando vueltas por la habitación controlando que todo esté bien y yo solo puedo pensar en que tendría que haber metido a Brittany en una avión y alejarla de todo, de la prensa,
de mi padre, del suyo. Casarnos en Las Vegas o en alguna isla perdida del pacífico.
Miro a mi alrededor y resoplo. Joder, aún falta más de una hora.
Cuando ayer la escuché decir que no sabía si esta boda era buena idea, pensé que iba a volverme loca. Y esa parte de mí que no para gritarme que debería dejarla marchar se río en mi cara y me hizo ver lo egoísta y mal nacida que estoy siendo. Joder, ha sufrido muchísimo, los artículos de prensa, mi padre, el suyo, el New Yorker, el imbécil de Dimes. Cualquier chica se habría asustado y se habría largado pero ella me sonrío y me dijo que no era culpa mía. Claro que es culpa mía. Debí haber evitado todo eso. Dimes ya me las ha pagado. Le he dejado sin nada. Me he quedado hasta su último negocio, dólar o propiedad. Quiero que todos los demás gilipollas capten el mensaje: rozarle un solo dedo a ella equivale a perderlo todo.
Aún puedo recordar cómo me sentí cuando la vi tirada en el suelo de su apartamento. Nunca había estado tan asustada.
Resoplo con fuerza. Odio esa sensación. La corriente eléctrica recorriéndome la columna vertebral. La rabia que inunda mis pulmones. Si llega a pasarle algo más grave, ahora Dimes estaría
muerto en vez de arruinado.
Al menos conseguí arreglar lo de su padre. Tuve que ir a Carolina del sur. Me amenazo con un arma y me tuvo dos horas frente a su maldita puerta. No le culpo. Yo no dejaría que una tipa como yo se acercara a mi hija a menos de diez kilómetros. Sonrío con malicia. El problema para él es que no pienso permitir que nadie aparte a Britt de mí.
- Ven aquí, cariño – es la voz de Ryder.
Está pletórico.
- No puedo entender la maldita suerte que tiene – continúa fingidamente indignado, hablando con Quinn mientras me obliga a girarme y me mira tan orgulloso en mi vestido de novia
-. La muy cabronaza – dice en clara referencia a mí – la ha convencido
para que se case con ella.
Quinn sonríe y yo también lo hago aunque me empeño en disimularla fingiendo mi peor mirada con mis ojos clavados en los suyos que están centrados en sus manos.
- El universo debe quererle – comenta Quinn a modo de explicación.
- El universo debe adorarle – replica rápidamente mi hermano -. Seguro que lo dirigen un montón de mujeres en lencería y todas suspiran por ti, si no se entiende que te haya enviado
una chica como esa – continúa marravillandose con mi vestido, es usual siempre me mira con trajes sastres, mi cabello recogido y mi maquillaje todo para lucir lo mejor posible para mi amor –. Eres mi hermana y te quiero Te mereces ser feliz – me dice alzando al fin la mirada.
Quinn alza su copa y los dos sonríen. Yo lo hago por inercia. Observo a esta pandilla de gilipollas e inexplicablemente me siento más serena. Ryder, Quinn y Max son las tres personas en las que sé que puedo confiar pase lo que pase. En ellos y en Brittany. Ya cometí el error de dudar de ella una vez y casi la pierdo. Sonrío sinceraa. Me lo puso muy complicado para volver pero jamás me hubiese rendido. Es mía.
Joder, soy una maldita hija de puta. Ella duda con razón y debería dejarla marchar pero no puedo, sencillamente no puedo. Por eso no entiendo como pude ser tan gilipollas. Pero cuando mi padre
decidió contarnos sus miserias, yo solo podía pensar en destruir a Leroy Berry. Hasta llamé a Lawson para ordenarle que rompiera todas las negociaciones con el arbitraje internacional y con Marisa. Pensaba ver como se arruinaba y disfrutaría con ello. Pero no lo hice por Brittany y eso me enfado aún más, me hizo odiarla.
Antes de conocerla no me habría temblado el pulso pero en ese momento solo podía imaginarme esos enormes ojos azules que tanto amo mirándome tristes y decepcionados. Joder, odio cuando me mira así. Me remueve por dentro.
Y así fue exactamente como lo hizo cuando borracho le dije todas esas barbaridades. Suspiro hondo. ¿Cómo pude ser tan capulla? Estaba muy cabreada, furiosa con todos y sobre todo con ella
por haberme dejado salvar a Berry, por impedirme hundirlo sin ni siquiera saberlo, por montarme el estudio de arquitectos y hacerme comprender que estaba renunciando a mi sueño, por hacer que
casi la maten, por conseguir que no sepa vivir sin ella. Y aún así cuando fui a buscarla me perdonó.
Ryder está absolutamente equivocado. No me la merezco y eso que él no sabe dónde fui cuando salí como una exhalación de mi casa tras escuchar las mierdas de mi padre.
Me paso la mano por el pelo. Joder, Lopez, fuiste un auténtica gilipollas. Acabe allí sin ni siquiera darme cuenta. Necesitaba sentir que seguía teniendo el control, que mi maldita vida seguía
siendo mía. El mayor error que he cometido, el puto mayor que he cometido. Si ella se entera nunca me lo perdonará.
He arriesgado lo único que me importa.
Por eso estoy tan impaciente. Por eso en lo único en lo que puedo pensar es en meterla en un avión y alejarla de todo, de la prensa, de mi padre, del suyo y del estúpido error que cometí. Pienso
protegerla de cualquier cosa que pueda hacerle daño, incluso de mí.
¨+++++++++++++++++++++++++++++++++
Epilogo
Vera Hamilton está dando vueltas por la habitación controlando que todo esté bien y yo solo puedo pensar en que tendría que haber metido a Brittany en una avión y alejarla de todo, de la prensa,
de mi padre, del suyo. Casarnos en Las Vegas o en alguna isla perdida del pacífico.
Miro a mi alrededor y resoplo. Joder, aún falta más de una hora.
Cuando ayer la escuché decir que no sabía si esta boda era buena idea, pensé que iba a volverme loca. Y esa parte de mí que no para gritarme que debería dejarla marchar se río en mi cara y me hizo ver lo egoísta y mal nacida que estoy siendo. Joder, ha sufrido muchísimo, los artículos de prensa, mi padre, el suyo, el New Yorker, el imbécil de Dimes. Cualquier chica se habría asustado y se habría largado pero ella me sonrío y me dijo que no era culpa mía. Claro que es culpa mía. Debí haber evitado todo eso. Dimes ya me las ha pagado. Le he dejado sin nada. Me he quedado hasta su último negocio, dólar o propiedad. Quiero que todos los demás gilipollas capten el mensaje: rozarle un solo dedo a ella equivale a perderlo todo.
Aún puedo recordar cómo me sentí cuando la vi tirada en el suelo de su apartamento. Nunca había estado tan asustada.
Resoplo con fuerza. Odio esa sensación. La corriente eléctrica recorriéndome la columna vertebral. La rabia que inunda mis pulmones. Si llega a pasarle algo más grave, ahora Dimes estaría
muerto en vez de arruinado.
Al menos conseguí arreglar lo de su padre. Tuve que ir a Carolina del sur. Me amenazo con un arma y me tuvo dos horas frente a su maldita puerta. No le culpo. Yo no dejaría que una tipa como yo se acercara a mi hija a menos de diez kilómetros. Sonrío con malicia. El problema para él es que no pienso permitir que nadie aparte a Britt de mí.
- Ven aquí, cariño – es la voz de Ryder.
Está pletórico.
- No puedo entender la maldita suerte que tiene – continúa fingidamente indignado, hablando con Quinn mientras me obliga a girarme y me mira tan orgulloso en mi vestido de novia
-. La muy cabronaza – dice en clara referencia a mí – la ha convencido
para que se case con ella.
Quinn sonríe y yo también lo hago aunque me empeño en disimularla fingiendo mi peor mirada con mis ojos clavados en los suyos que están centrados en sus manos.
- El universo debe quererle – comenta Quinn a modo de explicación.
- El universo debe adorarle – replica rápidamente mi hermano -. Seguro que lo dirigen un montón de mujeres en lencería y todas suspiran por ti, si no se entiende que te haya enviado
una chica como esa – continúa marravillandose con mi vestido, es usual siempre me mira con trajes sastres, mi cabello recogido y mi maquillaje todo para lucir lo mejor posible para mi amor –. Eres mi hermana y te quiero Te mereces ser feliz – me dice alzando al fin la mirada.
Quinn alza su copa y los dos sonríen. Yo lo hago por inercia. Observo a esta pandilla de gilipollas e inexplicablemente me siento más serena. Ryder, Quinn y Max son las tres personas en las que sé que puedo confiar pase lo que pase. En ellos y en Brittany. Ya cometí el error de dudar de ella una vez y casi la pierdo. Sonrío sinceraa. Me lo puso muy complicado para volver pero jamás me hubiese rendido. Es mía.
Joder, soy una maldita hija de puta. Ella duda con razón y debería dejarla marchar pero no puedo, sencillamente no puedo. Por eso no entiendo como pude ser tan gilipollas. Pero cuando mi padre
decidió contarnos sus miserias, yo solo podía pensar en destruir a Leroy Berry. Hasta llamé a Lawson para ordenarle que rompiera todas las negociaciones con el arbitraje internacional y con Marisa. Pensaba ver como se arruinaba y disfrutaría con ello. Pero no lo hice por Brittany y eso me enfado aún más, me hizo odiarla.
Antes de conocerla no me habría temblado el pulso pero en ese momento solo podía imaginarme esos enormes ojos azules que tanto amo mirándome tristes y decepcionados. Joder, odio cuando me mira así. Me remueve por dentro.
Y así fue exactamente como lo hizo cuando borracho le dije todas esas barbaridades. Suspiro hondo. ¿Cómo pude ser tan capulla? Estaba muy cabreada, furiosa con todos y sobre todo con ella
por haberme dejado salvar a Berry, por impedirme hundirlo sin ni siquiera saberlo, por montarme el estudio de arquitectos y hacerme comprender que estaba renunciando a mi sueño, por hacer que
casi la maten, por conseguir que no sepa vivir sin ella. Y aún así cuando fui a buscarla me perdonó.
Ryder está absolutamente equivocado. No me la merezco y eso que él no sabe dónde fui cuando salí como una exhalación de mi casa tras escuchar las mierdas de mi padre.
Me paso la mano por el pelo. Joder, Lopez, fuiste un auténtica gilipollas. Acabe allí sin ni siquiera darme cuenta. Necesitaba sentir que seguía teniendo el control, que mi maldita vida seguía
siendo mía. El mayor error que he cometido, el puto mayor que he cometido. Si ella se entera nunca me lo perdonará.
He arriesgado lo único que me importa.
Por eso estoy tan impaciente. Por eso en lo único en lo que puedo pensar es en meterla en un avión y alejarla de todo, de la prensa, de mi padre, del suyo y del estúpido error que cometí. Pienso
protegerla de cualquier cosa que pueda hacerle daño, incluso de mí.
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