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[Resuelto]FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal II: Pasión (Adaptada) Epílogo
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Elita
fanybeaHEYA
paroan
Jane0_o
micky morales
MeryBrittana
monica.santander
23l1
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Re: [Resuelto]FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal II: Pasión (Adaptada) Epílogo
Ah, pero se molesta que le pregunten & ella se molesta si Brittany no le cuenta -.-
Pff! Ahorita le pega -.-'
Ya Hasta me salto el sexo.... es una sexosa ya me cansé!!!!!
Ya te dije... yo le dejo los dientes en la garganta....
Pff! Ahorita le pega -.-'
Ya Hasta me salto el sexo.... es una sexosa ya me cansé!!!!!
Ya te dije... yo le dejo los dientes en la garganta....
Elita- - Mensajes : 1247
Fecha de inscripción : 17/06/2012
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal II: Pasión (Adaptada) Epílogo
Maratonnn porfavor
Cada bez mejorrr
Saludos
Cada bez mejorrr
Saludos
Jane0_o- - Mensajes : 1160
Fecha de inscripción : 16/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal II: Pasión (Adaptada) Epílogo
holap morra,....
es bueno que san se abra a birtt con cosas de su vida....
mmm posible futuro a la vista!!!
nos vemos!!!
PD; te paso mi face por MP,.. oye como voy a sabre que eres tu si no se tu nombre???,...
es bueno que san se abra a birtt con cosas de su vida....
mmm posible futuro a la vista!!!
nos vemos!!!
PD; te paso mi face por MP,.. oye como voy a sabre que eres tu si no se tu nombre???,...
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
Fecha de inscripción : 06/11/2013
Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal II: Pasión (Adaptada) Epílogo
micky morales escribió:confio en santana, espero que no defraude a britt!!!!!
Hola, y yo también, y espero lo mismo. Saludos =D
Elita escribió:Ah, pero se molesta que le pregunten & ella se molesta si Brittany no le cuenta -.-
Pff! Ahorita le pega -.-'
Ya Hasta me salto el sexo.... es una sexosa ya me cansé!!!!!
Ya te dije... yo le dejo los dientes en la garganta....
Hola, jajajaajajajaja esa san, yo creo que ni ella se entiende la vrdd jajajaajajajajaj. JJajajajajajajajajaajajajajajajajajaajajajajajajajajajajaajajajajajajajajajajajajajajjaajajajaja morí xD jaajajajajajajajajajajajajajajajaajjaajajajjaja. Saludos =D
Jane0_o escribió:Maratonnn porfavor
Cada bez mejorrr
Saludos
Hola, jajajjaaja xD justo tengo dos caps XD así eso cuanta como un maratón no¿? jajjajaajajaj. Saludos =D
3:) escribió:holap morra,....
es bueno que san se abra a birtt con cosas de su vida....
mmm posible futuro a la vista!!!
nos vemos!!!
PD; te paso mi face por MP,.. oye como voy a sabre que eres tu si no se tu nombre???,...
Hola lu, vamos paso a paso, eso es bueno jajajaajaj. SIII!!!! Saludos =D
Pd: si lo vi y te respondí ai, para saber quien soy
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal I: Seducción (Adaptada) Cap 14
Capitulo 14
Brittany despertó y ambas estaban en la misma posición.
Por un momento, dudó de si realmente se había dormido o tan sólo había cerrado los ojos un instante. Santana dormía profundamente, serena, estaba muy atractiva. Le encantaba despertar a su lado y poder admirarla, amaba sus carnosos labios tanto como sus hoyuelos, estaba enamorada de esa morena que yacía en su cama y que ocupaba un lugar en su vida que desde hacía tiempo había permanecido vacío.
Inspiró con fuerza para poder captar su aroma, Santana era embriagadora y Brittany se sentía privilegiada a su lado. Mientras la observaba dormir, se obligó a empezar a creer en sus palabras y a apartar los fantasmas del pasado, porque no era justo equipararlo a Lauren, se estaba esforzando y tenía que darle un voto de confianza.
Se levantó con cuidado, deslizándose por la cama con movimientos suaves y fue al baño. Se colocó una bata de seda y se quedó a los pies de la cama, velando su sueño.
«Mi amor, voy a extrañarte tanto cuando te vayas. Pero ahora sé que nuestra separación sólo será por cortos períodos. Aún no sé cómo lo haremos, habrá que definirlo cuando llegue el momento de la despedida, seguro viajarás a verme siempre que te sea posible, sólo espero que sea seguido, porque después de tenerte cada día a mi lado, no sé cómo haré para soportar la espera.»
Abrió la puerta del dormitorio con cuidado para no despertarla, quería hacerlo con el desayuno en la cama.
De su bolso, escapaba el sonido de su móvil, así que se apresuró a contestar.
—Hola—dijo Brittany en voz baja.
Era un número desconocido y la primera vez no le respondieron. Volvió a probar.
—¿Hola?
—Move away from her—ordenó una voz femenina y cortó.
Era evidente que la llamada tenía que ver con Santana.
«¿Qué me alejara de ella?»
Un escalofrío le recorrió el cuerpo, no le gustaban las intrigas.
«Pero... ¿cómo consiguió mi número? ¿Quién me pide que me aleje de ella? ¿Será una broma de mal gusto? No. Sería ingenuo por mi parte pensar que sólo se trata de una broma, aunque quizá se equivocaron de número. La intimidación fue clara y perversa, pero no mencionaron su nombre. ¿Tal vez esta llamada tenga que ver con ese pasado que Santana quiere olvidar?»
Como una autómata, se asomó al dormitorio para cerciorarse de que Santana estaba bien. Dormía, ajena a sus preocupaciones. Brittany pensó en despertarla, abrazarla muy fuerte y contárselo, pero decidió no hacerlo.
Salió de puntillas, se acercó a la puerta de entrada y se cercioró de echar los cerrojos, la llamada la había dejado paranoica.
Fue a la cocina y preparó un buen desayuno, con todo lo que le gustaba a Santana: crepes, huevos revueltos con tocino, tostadas francesas, frutas frescas variadas, café, cereales, yogur y zumo de frutas.
Santana salió del dormitorio desperezándose, se había puesto una camiseta ancha y tenía el pelo revuelto. Brittany se lanzó a su encuentro y la recibió con un abrazo, Brittany necesitaba saber que en sus brazos podía huir de todo mal.
—¡Qué hermoso recibimiento!
—Abrazame fuerte, Sanny—le dijo Brittany con urgencia.
La apartó para mirarla y la besó.
—¿Qué sucede? ¿Inseguridades nuevamente?
—No, nada de eso, sólo necesito abrazarte, sólo es eso, te lo juro. Vayamos a desayunar.
Comieron casi en silencio, estaban hambrientas, y cuando Santana empezó a recoger la mesa, Brittany la interrumpió:
—Esperá, necesito que hablemos.
—Britt, por favor, recién abro los ojos, no empieces con tus preguntas.
—No, no se trata de eso. Necesito contarte algo que pasó mientras dormías.
Se bajó del taburete alto y buscó su móvil, santana la seguía con la mirada algo extrañada. Brittany se colocó de pie entre las piernas de Santana, mientras localizaba el número de la llamada.
—¿Qué pasa, Britt?
—Me llamaron de este número, ¿no lo reconocés?
Santana lo miró pero no le sonaba.
—¿Por qué debería?
—Me hablaron en inglés. Era una mujer que me dijo «Alejate de ella» y luego cortó.
Santana la miró sorprendida, su expresión era realmente sincera, le arrebató el teléfono de la mano y volvió a estudiar el número.
—El prefijo es de Nueva York, pero no reconozco el número. Por otro lado, Britt... no estuve con nadie en este último tiempo que pueda hacer una advertencia así. Todo esto es muy raro.
Fue hacia el dormitorio seguido por Brittany y sacó su móvil de la cartera. Lo bloqueó para que no se reconociera su llamada y marcó ese número, pero saltó el contestador.
La abrazó y la besó.
—No te preocupes, quizá haya sido un error o una broma de mal gusto, lo averiguaré. Prometeme que no vas a empezar a tejer historias estúpidas en esa cabecita. Te pido que consideres que no mencionaron mi nombre y, por consiguiente, lo más probable es que sea una equivocación.
—Lo prometo.
Brittany la escuchaba atenta, se abrazó con fuerza a su cuello, cerró sus ojos con fuerza y lo estrujó con ímpetu. Santana guardó el número en su móvil.
—Vení acá—dejó los dos móviles sobre la cama y la llevó hacia el lavabo—Vamos a tomar un buen baño, nos lo merecemos.
Accedió gustosa.
¿Cómo resistirse a un baño con Santana?
Había decidido confiar en Santana y si ella decía que no había que darle importancia, sin duda no había por qué preocuparse.
Llenaron la bañera, se metieron en ella e hicieron el amor. Se unieron y enterraron la una en la otra de todas las maneras posibles que el lugar permitía. El agua era un torbellino que salpicaba hacia todos lados por la intensidad de sus movimientos.
Se besaron, se chuparon y se embistieron con furia.
Santana la agarraba con fuerza por la cintura, mientras Brittany se movía heroica y poderosa, aferrada a su cuello. Su rostro extasiado y entregado al placer era un poema. Sintió que su cuerpo comenzaba temblar y Santana lo percibió al instante, ya empezaban a reconocer los signos que enviaban sus cuerpos.
—Así, Britt-Britt, así, dame tu orgasmo, regalame tu gloria.
Brittany gritó su nombre, que ahogó en un beso, y Santana también gimió mientras se corría, de forma primitiva, con embistes dolientes y salvajes. Luego permanecieron enlazadas la una con la otra para recomponer su agitación. Finalmente, Santana la besó.
—Magnífica, perfecta, cada día me sorprende más nuestra conexión.
—Siento lo mismo—le dijo Brittany apabullada por las sensaciones que Santana le despertaba.
Pasaron el día juntas.
Se entretuvieron con una película y charlaron de todo un poco para conocerse algo más. Se contaron sus gustos y aficiones.
Santana le explicó algunos de los viajes que había hecho durante el último año: había visitado África para llevar donaciones que ayudarían a paliar el hambre y las necesidades de ese continente. Brittany la escuchaba alucinada.
Cuando empezó a anochecer, Santana llamó a Artie para que la fuera a buscar. Les costó mucho despedirse, pero, al final, volvió al hotel.
En la tranquilidad de su departamento, Brittany cerró las cortinas y, mientras se comía un sándwich, se sentó en el sofá del salón para leer unos informes de gastos y adelantar trabajo, los largos almuerzos que compartía con Santana hacían que, a veces, se atrasara en sus tareas administrativas de la empresa.
Su móvil vibró, era un whatsapp:
—Ya te extraño, Britt-Britt. Esto no es normal. Pienso en vos y me excito al instante, ¿qué estás haciendo con mi vida?
Brittany no pudo dejar de sonreír al imaginarla húmeda.
—¿Por qué tengo que ser yo la culpable? Creo que la culpable es tu cuerpo insaciable, me encantaría estar ahí para proporcionarte el alivio necesario, sabés que soy muy solidaria.
—Britt, me estás enloqueciendo, pero en el buen sentido.
—No te preocupes. A este paso, terminaremos las dos en el psiquiátrico, porque me llevás por el mismo camino.
Sonó el teléfono y, creyendo que era Santana, atendió sin mirar:
—¿Estás muy excitada?—preguntó divertida.
—Leave her alone, bitch, stay away from Santana—amenzó la misma voz de antes.
Brittany miró el teléfono, pero el número era otro, tradujo la frase en su mente:
«Dejala en paz, zorra, alejate de Santana.»
Ya no había dudas, habían dicho «Santana». Era más que obvio que la llamada iba dirigida a ella.
La llamó.
—Hey, preciosa, ¡qué lindo oír tu voz!
—Volvieron a llamarme, San, y no es un error como creíamos, porque dijeron tu nombre—le espetó.
—¿Cómo? ¿Desde el mismo número?—la alarma en su voz era evidente.
—No, desde otro.
—¿Qué dijeron?
Santana intentó recuperar la calma, para no alarmarla más de la cuenta.
—Dejala en paz, zorra, alejate de Santana. ¿Quién es? ¿Quién me llama, San?
—¡Sí! No lo sé, Britt-Britt. Esto me está fastidiando. ¿Era la misma persona de antes, pudiste darte cuenta?
—Sí, era la misma, estoy casi segura.
—Britt, quiero que te quedes tranquila. Ya están trabajando para rastrear el teléfono que utilizaron. Pasame este nuevo para poder entregarlo y que se encarguen de esto. Britt-Britt, por favor, no te dejes embargar por pensamientos extraños. Recordá lo que te dije hoy, no existe nadie en mi vida excepto vos.
—Confío en lo que me decís, San, pero no puedo evitar sentirme intranquila. ¿Quién puede estar tan trastornada para hacer algo así? ¿A quién le partiste el corazón? Pensá, por favor.
—Lo sé, Britt, lo sé. Te juro que encontraremos a la persona que te está gastando esta broma. Tengo recursos para hacerlo.
—Eso espero, que sea sólo una broma.
—¿Qué otra cosa podría ser, más que una broma de mal gusto? Dijiste que confiabas en mí, ¿verdad? ¿Querés que vaya para allá y me quede a dormir con vos?
—No, está bien—respondió intentando encontrar algo de cordura—No es necesario, esto es simplemente un fastidio, son advertencias, no hay por qué temer. Cualquier cosa, te llamo. Lo prometo.
—De acuerdo, tenés razón. Si fuera un peligro verdadero, creeme que no te hubiera dejado sola. Decime que crees en mí, Britt.
—Sí, San, te creo. Beso.
—Otro para vos, descansá. Hasta mañana.
—Hasta mañana.
Después de enviarle el número, trabajó un rato más y se fue a dormir. El día siguiente era una jornada importante ya que había junta en la oficina para anunciar su nombramiento y no quería tener mal aspecto, así que se puso el pijama de seda y se metió en la cama, cogió la almohada que había usado Santana, porque tenía su perfume, y se durmió.
Estaba decidida a no darle importancia a esas molestas llamadas.
Ya había sonado el despertador, y estaba remoloneando en la cama, cuando recibió una llamada de Santana.
—Hola, Britt-Britt, buenos días.
Su voz era una caricia para sus oídos y sabía que iba a echarla mucho de menos cuando se fuera a Nueva York.
—Hola, Hoyuelitos, te levantaste muy temprano. Yo todavía estoy haraganeando en la cama.
—Estoy saliendo de la ducha, quería saber si habías dormido bien.
«Me la como, me encanta que se preocupe por mí», pensó Brittany y contestó:
—Muy bien, no tanto como cuando despierto a tu lado, pero escuchar tu voz ni bien abro un ojo, es una manera perfecta de comenzar el día.
—Lo mismo digo, ¿preparada para tu nombramiento?
—Sí, ahora que lo pienso, creo que me pondré bastante nerviosa.
Mientras hablaba con Santana, había salido de la cama y estaba preparando el baño para ducharse.
—Tranquila, todo irá bien. Te dejo para que puedas arreglarte, ponete muy linda, más de lo que sos. Beso, nos vemos en un rato, rubia.
—Uf, ¡cuántos piropos! ¡Cómo me gustan! Creo que mi ego está en la cima—Santana se rió—Beso, Black eyes, voy a ducharme. No veo la hora de encontrarme con vos y darte un besote, bye.
—Bye, bye, Blue Eyes, te tomo la palabra, estaré esperando ansiosa.
Habían establecido una rutina durante esas semanas, cuando no dormían juntas la noche anterior, Santana la esperaba fuera del aparcamiento y, en cuanto la veía llegar, su coche se ponía en marcha y entraba. Artie le tomaba la delantera, conseguía lugar para que ella aparcase y luego se marchaba, entonces, Santana se cambiaba de vehículo y se saludaban bajo la parcial intimidad de los vidrios tintados, tonteaban un poco y luego caminaban juntas hacia la entrada del edificio.
La sede de Mindland se encontraba bastante vacía por la fecha que era, muchos ya habían comenzado sus vacaciones de verano. Llegaron al piso donde se encontraban las oficinas de administración de la empresa y se toparon con el personal de las otras secciones que estaban convocadas a la junta.
Santana intercambió unas palabras con algunas personas del departamento de desarrollo y Brittany siguió caminando hacia su mesa. Al llegar, un enorme y bellísimo ramo de flores le dio la bienvenida. Lo cogió en sus brazos para olfatearlo y pensó que no recordaba la última vez que había recibido flores.
La tarjeta venía en un sobre cerrado:
¡Felicidades a mi ex compañera ocasional de cama!
En este día tan especial de tu carrera, quiero que sepas que soy tu gran admiradora.
Éxitos en esta nueva etapa laboral.
Tu actual pareja.
San L.
—¡Será tonta...!—habló en voz alta y sus ojos se llenaron de lágrimas de la emoción.
En ese preciso momento, Santana se paró frente a su despacho. Brittany le hizo un gesto con el dedo índice para que se acercara. Santana miró a ambos lados y entró.
Brittany la cogió de las solapas de su americana, le dio un beso furtivo y se apartó de ella, no quería hacer demostraciones en la oficina, aunque ya muchos imaginaban que algo ocurría entre las dos.
—¡Gracias, son verdaderamente hermosas! Me hiciste emocionar.
—Me pone muy contenta que te hayan gustado.
—¿Así que ahora pasamos a ser una pareja?—le preguntó en tono guasón.
—Creo que es hora de que vayamos poniéndole nombre a lo que existe entre vos y yo, ¿no te parece?
—Me parece perfecto, sobre todo para que dejen de mirarte con malas intenciones y sepan que sos mía, sólo mía—Santana se carcajeó—Sí, vos reíte, Hoyuelitos, que recién la arquitecta no te sacaba el ojo de encima.
—No es cierto, nada que ver.
—Mejor no digas nada, sé de sobra que sos muy perceptiva cuando una persona se fija en vos. Dejá de hacerte la linda.
—Sólo tengo ojos para vos.
—Mentirosa, sos bastante mirona, morena. Voy a hacerte notar cuando vayamos por la calle y admires de más. O... mejor aún, voy a empezar a mirar yo también, a ver si te gusta.
Santana levantó una ceja, luego se rió con una sonrisa muy pícara, dio un paso atrás para comprobar si venía alguien, se volvió y le encajó un besazo.
Estaban comenzando a disfrutar de la relación.
Santana se dirigió a su oficina para contestar unos correos antes de la reunión y Brittany buscó un jarrón y llevó las flores hasta la sala de juntas.
Llegó Kitty y se colocó a su lado en la mesa.
—¡Tremendo ramo de flores en tu mesa! ¿Te las regaló la big boss?—le preguntó mientras la saludaba.
—Sí. ¿No es hermosa?
—Dejá de babear, da asco la cara de estúpida que ponés cuando hablás de ella.
—Acabamos de ponerle nombre a nuestra relación, ¡somos una pareja!
—Guau, ¿en serio? ¡Te felicito, amiga!—exclamó Kitty y, después de unos instantes, se quejó—¡Qué plomazo esta reunión de último momento! Todos nos enteramos hoy de que se hacía. ¿No sabes para qué es? ¿San no te contó nada?
—¡Chis! Acercate un poco que te cuento.
Entonces le susurró al oído lo del nombramiento.
—¿En serio? ¿Ya es oficial?
Kitty abrió los ojos como platos y sonrió de oreja a oreja. No podía disimular lo contento que estaba.
—¡Chis! ¡Hablá despacio!
—Es que no me lo esperaba, Britt. Creí que no habría novedades hasta marzo. ¡Qué ganas de abrazarte, amiga, tenemos que festejar!
—Yo también tengo ganas de abrazarte y de celebrarlo con vos.
—Sí, muchas ganas, muchas ganas, pero fui la último en enterarme—le reprochó en tono amistoso.
—No te enojes. San me absorbió todo el domingo. Yo me enteré el sábado por la noche y, cuando me quedé sola e iba a llamarte, pasó algo que me desequilibró, pero ése es otro rollo. Después te lo cuento.
Justo en ese instante entraron Santana y Natalia en la sala. Santana caminaba decidida, llevaba puesto un traje azul hecho a medida, y era imposible que pasara inadvertida.
Brittany echó una ojeada a su alrededor, había unas cuantas solteras o solteros desesperados en el lugar, que la miraban con ganas, pero era suya, absolutamente suya.
Santana presidía la junta y dio los buenos días a todos, después agradeció que hubieran dejado de lado sus apretadas agendas del día para asistir a ella, ya que se los había convocado con muy poca anticipación. A continuación, elogió la labor de Natalia, enumeró uno a uno los logros durante su gestión en el departamento de finanzas de Mindland Argentina y luego habló del equipo de trabajo que ella había logrado formar. Especificó que la Central de Mindland en Nueva York estaba muy conforme con el modo en que se trabajaba en Argentina.
Sin más dilación, les informó de la renuncia de Natalia y dijo sentir una gran pena porque se separara del actual equipo y le deseó lo mejor en su vida personal, ya que se casaba en marzo. Todos se asombraron con la noticia y, aunque el chisme había corrido por los pasillos, nadie creía que fuera a abandonar su trabajo tras pasar por la vicaría. Después de eso, la aplaudieron.
—Sé que esto es una novedad que no esperaban y, como entenderán, se viene encima una etapa de cambios—prosiguió—Desde mi llegada, Natalia me puso al tanto de su decisión y quiero informarles de que he intentado disuadirla por todos los medios para que la reconsiderara, pero, al final, he terminado entendiendo sus razones. Natalia se va del país y estoy segura de que encontrará muy buenas oportunidades para seguir creciendo en Francia.
—Gracias, San, juro que voy a extrañar esta empresa—dijo Natalia sinceramente emocionada.
—También te echaremos de menos, no lo dudes, pero aún gozaremos de tu trabajo y de tu presencia durante unos días más.
—Así es, trabajaré durante todo el mes de enero, tal y como acordamos.
Santana asintió con la cabeza y volvió a tomar la palabra:
—En ese sentido, tengo otro anuncio muy importante que hacerles.
Todos escuchaban con atención. Las piernas de Brittany empezaron a temblar.
No le gustaba nada ser el centro de atención.
—Como les dije, con la partida de Natalia se avecinan cambios.
Hubo un murmullo generalizado, Santana elevó un poco el tono de su voz y continuó.
—Se ha hecho una evaluación de la situación en la Central y, teniendo en cuenta que los posicionamientos en el mercado de Mindland Argentina son muy buenos, se ha llegado a la conclusión de que realmente queremos seguir adelante con una gestión que no implique demasiados cambios en la forma de hacer actual. Es por este motivo que la dirección general de Mindland Internacional quiere que quien suceda a Natalia continúe con su modus operandi y, para eso, se determinó que alguien de su actual equipo fuera la encargada del relevo. Me complace anunciarles que nuestro nuevo gerente de finanzas, en Mindland Argentina, es Brittany Pierce.
Varios se quedaron boquiabiertos.
Quizá su juventud y su corta experiencia los hacía dudar de su idoneidad para el puesto. Kitty, sin embargo, se puso en pie efusivamente y besó y abrazó con fuerza a Brittany. Natalia le deseó mucha suerte y expresó su seguridad de que iba a saber llevar la tarea adelante con mucho talento.
También le comentó al oído:
—Te dije que el puesto iba a ser tuyo.
—Gracias por tu recomendación, Natalia. Santana me ha asegurado que influyó mucho en la decisión final.
—No seas modesta. Sé que en realidad fue tu talento, ya me enteré de lo de Chile.
Brittany se sorprendió. No entendía cómo se había enterado de eso:
—¡Vaya, las noticias vuelan!
—Sos buena, Britt, muy buena, un diamante en bruto para esta empresa. Ojalá sepan aprovecharte—le sonrió.
—Gracias por tu confianza, quiero que sepas que te admiro. Que vos me digas eso es, para mí, un honor.
Santana también se acercó a felicitarla, la abrazó y le dio un beso en la mejilla deseándole muchos éxitos, de forma muy comedida, aunque sus miradas al cruzarse dijeron mucho más que eso.
La gente del departamento de finanzas también se acercó a felicitarla. Brittany sabía de sobra que había muchos que lo hacían con falsedad, pero pensó:
«¡Jódanse!, la jefa seré yo por mucho que les pese.»
Los compañeros de otras secciones también esperaron su turno para darle la enhorabuena. Formalmente, la reunión había terminado. Santana estaba hablando con unos ingenieros y Brittany la observaba desde lejos. De pronto, percibió que su humor había cambiado, su gesto se había vuelto adusto, Brittany la conocía.
Brittany, que la seguía con la vista, vio que se disculpaba y pedía, por favor, que la escucharan porque quería añadir una cosa más.
Se hizo un silencio.
—Realmente, no tengo por qué dar estas explicaciones, pero mi educación así me obliga. El nombramiento de Brittany, por si alguien tenía alguna duda, se basó en la evaluación que la junta de Mindland Nueva York hizo de su trabajo en la empresa. Ella presentó un informe de control de gastos para una de nuestras sedes y la dirección general se quedó fascinada con su talentosa propuesta. Por otro lado, fue Natalia la que, de acuerdo a su criterio, nos dio el nombre de la persona que ella consideraba más idónea para el puesto. Ella nos recomendó a la señorita Pierce.
»Aclaro esto porque no quiero volver a oír por ahí ciertos comentarios de mal gusto. Cada uno es dueño de creer lo que quiera, pero no le faltemos el respeto a Brittany con tanto descaro. Su vida privada nada tiene que ver con este nombramiento. También exijo, con esto, respeto hacia mi persona. Tanto Brittany como yo venimos aquí a trabajar. Lo que ocurra fuera de las puertas de esta empresa sólo nos incumbe a nosotras dos. Espero haber sido lo suficientemente claro.
»Y todavía una cosa más. No confundan mi buena predisposición en el trabajo con exceso de confianza. Que yo haya sido, desde un primer momento, condescendiente con todos ustedes a pesar de mi puesto, no quiere decir que mis empleados, o sea ustedes, tengan derecho a juzgar mi intimidad, y menos en mi propia cara. Exijo de ustedes el mismo respeto con el que yo los trato a diario.
»Siento mucho hablarles en general, pero las personas que hicieron esos desafortunados comentarios, sin fijarse siquiera en que yo estaba muy cerca y podía oírlos, sin duda se darán por aludidos. Sé que saben muy bien a quién va dirigida esta pequeña llamada de atención, pero la advertencia es para todos. Espero haber sido transparente.
»Por último, a partir de febrero, todos los presupuestos tendrán que ser aprobados por Brittany Pierce, les guste o no. Tienen una carta abierta de renuncia en la oficina de personal a su disposición. Y, ahora, cada uno puede retirarse a seguir con sus obligaciones, hay mucho trabajo y el día laboral recién empieza. Buenos días a todos.
Todos se quedaron mudos y Brittany, además, roja como un tomate. Santana estaba enajenada, le salían chispas por los ojos. Jamás la había visto así, ejerciendo de big boss.
Poco faltó para que dijera: Si quiero, pateo sus traseros y los echo, porque soy la hija del dueño y porque me da la gana.
Santana se acercó a Brittany, le puso la mano en la cintura de manera familiar y salieron de la sala.
—Vamos a mi oficina—le indicó con tono autoritario, y Brittany no se atrevió a negarse.
En la intimidad de su despacho, le dijo:
—Vení acá, dejame felicitarte como realmente quiero hacerlo—la abrazó y la besó en la boca—Aunque yo ya tuve mi festejo personal—bromeó después de abandonar sus labios.
—Oh, sí, por supuesto. ¿Puedo preguntarte por qué te pusiste de esa forma en la reunión?
—Prefiero no entrar en detalles porque me voy a volver a enfadar. No sé qué se piensa la gente. Ya sé que siempre hablan, es algo obvio, pero ¡de ahí a que lo hagan en mi cara y con total descaro! Eso no voy a tolerarlo. Mejor dejemos esta conversación porque tengo tentaciones de llamar a la oficina de personal y pegar una patada en el trasero a cada uno de los que estaban hablando.
—¿Cotilleaban sobre nosotras?
—Sí, Britt, basta, por favor. No voy a permitir que nadie te falte el respeto.
—De acuerdo, como gustes. Gracias por defenderme.
—No podía quedarme callada.
Brittany le sonrió y la besó.
—Sos hermosa, por dentro y por fuera.
—Tonta.
—No es justo, yo te digo que sos hermosa y vos me contestás que soy tonta. Quiero un halago también.
Santana la abrazó con fuerza.
—Ay, Britt, sos increíble, en tus brazos me olvido de todo.
El teléfono de Brittany sonó y, como era número desconocido, tuvo un presentimiento, así que puso el altavoz para que Santana también escuchara.
—¿Hola?
—Hey, bitch, how long you are going to use it, where you want to climb?—[«Hola, zorra, ¿hasta cuándo la vas a usar, hasta dónde querés escalar?»] era de nuevo la voz de esa mujer, soltó esa frase y cortó.
—¡Mierda!—exclamó Santana en voz alta y el corazón de Brittany empezó a latir desbocado—Dejame ver el número. Esto ya se está poniendo insoportable.
—¿No reconociste la voz?
—No, fue muy breve y me cogió por sorpresa. Es otro número de Nueva York. Los anteriores correspondían a teléfonos descartables, y es imposible rastrearlos. Sin duda, éste también debe de serlo.
—Y digo yo... si es alguien de Nueva York, ¿cómo sabe que vos y yo estamos juntas?
—No lo sé.
—¿Le contaste a alguien sobre nosotras?
—No... bueno... Alison lo sabe, le conté mientras estaba acá, pero ella es muy discreta. Además, pronto será de mi familia. Quizá le haya explicado algo a mi hermano, pero estoy segura de que a nadie más. Por otro lado, ninguna mujer con la que haya salido puede creerse con el derecho de hacernos esto. Eso es lo que más me extraña y más me desconcierta.
—Quizá ella sí crea que tiene derecho a hacerlo. Es posible que haya malentendido lo que ustedes tuvieron. Es obvio que piensa que, si yo no estuviera a tu lado, tal vez podría tener una oportunidad. ¿Con quién filteabas justo antes de venir? Pensá, ahí debe de estar la respuesta.
—¡Cómo me fastidia estar hablando de esto!—se lamentó.
—Imaginate a mí—replicó Brittany—, Pero quiero saber quién es para que se acabe. Es a mí a quien están acosando.
—Lo sé, lo siento y me disculpo. Creeme que no tengo ni idea de quién puede ser, de saberlo, te aseguro que esa persona ya no estaría molestándote. No tuve nada importante con nadie, sólo historias de una noche que no se volvieron a repetir.
La llamada las había puesto de muy mal humor.
Brittany salió del despacho de Santana y fue hacia su mesa para adelantar trabajo.
El día fue largo y muy particular.
Brittany estaba cansadísima y se despidieron en el aparcamiento. Camino al departamento, Brittany llamó a su mamá para contarle las buenas nuevas sobre el ascenso. Ésta gritaba como loca y llamó a Mike y Tina, su hermano cogió el teléfono y, después de que la joven le explicara, él, como de costumbre, le aseguró que se sentía muy orgulloso de ella.
Su mamá se puso de nuevo al teléfono y, más calmada, empezó con toda la parafernalia de siempre: ¿Comés bien?, ¿descansás ocho horas diarias?, ¿tenés algún candidato? Whitney no esperaba la respuesta de Brittany y se quedó sin palabras.
—¿Mamá, estás ahí?
—Sí, Britty, acá sigo. Me dejaste sin habla, quiero saberlo todo. ¿Quién es? ¿Cuánto hace que estás con ella?
—Hace poco, mamá, aún estamos conociéndonos, pero las dos estamos muy entusiasmados, creo que tal vez puede funcionar. Se llama Santana, San. Es amiga de un primo de Hanna, tiene dos años más que yo y es muy buena moza. Después te envío una foto para que la conozcas, ahora no puedo porque estoy conduciendo.
—Hija, ¡cuánto me alegra que hayas conocido a alguien! De todas formas, andá despacio, Britty, para conocerlo bien.
—Mamá, San es una dama, a veces hace cosas que realmente me asombran, no es como las personas que estoy acostumbrada a frecuentar, es muy educada y muy atenta. Tiene otra educación, es empresaria y es estadounidense.
—Me muero por ver esa foto que me prometiste.
—Te la mando, seguro. Te dejo, mami, estoy llegando a casa.
—Bueno, hija querida, cuidate mucho y saludos a San.
—Sos terrible. Dale, bajo, te la envío por Whatsapp y me decís qué te parece.
—Uf, sí, voy a poner mi ojo clínico en acción. Recuerdo bien cuando vi a Lauren por primera vez. Si me hubieras hecho caso...
—Basta, ma, ya no tiene sentido hablar de eso. Te mando un beso. Te quiero.
—Beso, hija, te adoro.
Brittany se sentía muy feliz de haberle contado a su mamá lo de Santana. Le envió la foto y de inmediato sonó su móvil.
—Britty, ¿de dónde sacaste a esa morenaza? Es un bombón, hija.
—¿Verdad que es bonita?—se carcajeó.
—Es una diosa, tiene unos ojitos muy pícaros, ¿sabés que me hace acordar a alguien? Definitivamente, es muy buena moza, me encanta cómo se ven juntas.
—Me tiene embobada, mami. Estoy preocupada por sentir tantas cosas por ella tan pronto.
—¿Y ella?
—San dice que también está igual conmigo, pero soy tan desconfiada que me lo tiene que repetir a cada instante. Tengo miedo de cansarla con tanta aprensión, estoy intentando darle un voto de confianza.
—Bajá un poco la guardia, hija, no metas a todas las personas en el mismo saco.
—Sí, eso mismo me digo a cada momento, pero me cuesta. Y, encima, estoy tan colgada de ella, que tengo miedo de sufrir otra vez, no puedo evitar sentirme así, mami.
—Mi vida, no pienses en cosas malas. Disfrutá, lo que tenga que ser será, pero arriesgá tu corazón, no permitas que se quede adormecido en el pasado.
—Lo sé, mami, lo sé.
La semana pasó volando, las misteriosas llamadas de esa mujer llegaban a diario, a veces hasta cuatro o cinco veces, para insultarla en cada una de ellas con mensajes más hostiles, casi siempre ordenándole que se alejara de Santana porque lo iba a pasar muy mal.
Santana, por más que lo intentaba, seguía sin poder averiguar nada. La acosadora había empezado a llamar también de madrugada para interrumpir el sueño tanto de Brittany como de Santana, si estaban juntas.
La situación se había tornado insostenible, porque entre el cansancio y los nervios, algún día, habían acabado por pelearse entre ellas.
Brittany estaba revisando un balance con Kitty y no podían encontrar el error. Malhumorada, arrojó el bolígrafo en la mesa y se echó hacia atrás en la silla, agarrándose la cabeza, que le dolía de forma considerable.
Su teléfono sonó...
—Apuesto a que no te contó de su esposa Dani. Podría apostar a que no lo hizo.
La llamada fue brevísima, pero le había aclarado muchas cosas. Brittany se había quedado muda. Santana estaba casada y había estado jugando con ella todo este tiempo.
Se levantó como alma que lleva el diablo y, hecha una verdadera furia, entró sin previo aviso a su despacho.
—Hey, ¿qué pasa?
Santana tapó el teléfono y al ver su cara descompuesta por la ira, se disculpó y cortó. En ese preciso instante, y sin meditarlo, Brittany cogió una bola de cristal de la mesa baja y se la tiró a la cabeza. Por suerte, Santana tenía buenos reflejos y la esquivó.
—¿Estás loca?—se puso de pie y se acercó a Brittany.
—¿Cuándo me lo pensabas decir? ¿Hasta cuándo me lo ibas a ocultar? No, si ya lo sé, nunca me lo hubieras dicho. Te ibas a ir el 22 y si te he visto no me acuerdo, ¿verdad?
Sus gritos retumbaban en toda la oficina.
—Parecés un demonio, Britt, no sé de qué carajo me estás hablando, ¿estás loca o qué?
—¿Ah, no sabés? De Dani, te estoy hablando, de que es tu esposa, de que estás casada con ella—Santana palideció—¿Qué otra mentira me vas a decir ahora? ¿Qué pasa, estás asombrada? ¿Se te cayó el teatro, verdad? Te estabas echando la cana al aire de tu vida conmigo, ¿no es cierto?
—Britt, ¿podés calmarte y dejar de gritar, que estamos en la oficina? Dejame explicarte.
—No, no quiero que me expliques nada, sos una jodida mentirosa, no quiero saber nada más de vos—contuvo sus lágrimas—Eres como todos, la misma basura, piensas con lo que hay entre las piernas nada más. No tendría que haber confiado nunca en vos, sos otro gran error en mi vida, creí que eras diferente pero sos la misma basura que Lauren.
—Dejame que te explique, por favor—quiso agarrarla de un brazo y, entonces, Brittany la abofeteó.
—No te atrevas a volver a tocarme. ¿Cómo pudiste hacerme esto? Yo confiaba en vos.
—Mirá, Britt, estoy cansada de intentar convencerte de que lo que te digo es cierto. ¿No querés que te explique? Bueno, es tu decisión, ¡a la mierda con todo si eso es lo que querés!
—¿Qué pretendés, que me convierta en la otra? ¿Tan mal te atiende tu esposa que necesitás buscar placer afuera? ¿O pretendés presentármela y que hagamos un trío? No, claro, apuesto que no sabe nada de tus amantes. ¿Cómo te las arreglás? Porque tus amantes sí se enteran de tus amoríos. ¿Tan idiota es tu mujer?
Santana la fulminó con la mirada, pero no dijo nada. Luego, se dio la vuelta, se puso detrás de su mesa y, con voz calmada, le dijo:
—Andate de mi oficina, por tu grosería dejé de lado una llamada muy importante. Tengo trabajo y asumo que vos también. Y cuando te vayas no golpees la puerta, porque si se rompe algún vidrio pienso descontártelo del sueldo.
—Por supuesto que me voy, no me interesa hablar de nada más con vos.
Por un momento, dudó de si realmente se había dormido o tan sólo había cerrado los ojos un instante. Santana dormía profundamente, serena, estaba muy atractiva. Le encantaba despertar a su lado y poder admirarla, amaba sus carnosos labios tanto como sus hoyuelos, estaba enamorada de esa morena que yacía en su cama y que ocupaba un lugar en su vida que desde hacía tiempo había permanecido vacío.
Inspiró con fuerza para poder captar su aroma, Santana era embriagadora y Brittany se sentía privilegiada a su lado. Mientras la observaba dormir, se obligó a empezar a creer en sus palabras y a apartar los fantasmas del pasado, porque no era justo equipararlo a Lauren, se estaba esforzando y tenía que darle un voto de confianza.
Se levantó con cuidado, deslizándose por la cama con movimientos suaves y fue al baño. Se colocó una bata de seda y se quedó a los pies de la cama, velando su sueño.
«Mi amor, voy a extrañarte tanto cuando te vayas. Pero ahora sé que nuestra separación sólo será por cortos períodos. Aún no sé cómo lo haremos, habrá que definirlo cuando llegue el momento de la despedida, seguro viajarás a verme siempre que te sea posible, sólo espero que sea seguido, porque después de tenerte cada día a mi lado, no sé cómo haré para soportar la espera.»
Abrió la puerta del dormitorio con cuidado para no despertarla, quería hacerlo con el desayuno en la cama.
De su bolso, escapaba el sonido de su móvil, así que se apresuró a contestar.
—Hola—dijo Brittany en voz baja.
Era un número desconocido y la primera vez no le respondieron. Volvió a probar.
—¿Hola?
—Move away from her—ordenó una voz femenina y cortó.
Era evidente que la llamada tenía que ver con Santana.
«¿Qué me alejara de ella?»
Un escalofrío le recorrió el cuerpo, no le gustaban las intrigas.
«Pero... ¿cómo consiguió mi número? ¿Quién me pide que me aleje de ella? ¿Será una broma de mal gusto? No. Sería ingenuo por mi parte pensar que sólo se trata de una broma, aunque quizá se equivocaron de número. La intimidación fue clara y perversa, pero no mencionaron su nombre. ¿Tal vez esta llamada tenga que ver con ese pasado que Santana quiere olvidar?»
Como una autómata, se asomó al dormitorio para cerciorarse de que Santana estaba bien. Dormía, ajena a sus preocupaciones. Brittany pensó en despertarla, abrazarla muy fuerte y contárselo, pero decidió no hacerlo.
Salió de puntillas, se acercó a la puerta de entrada y se cercioró de echar los cerrojos, la llamada la había dejado paranoica.
Fue a la cocina y preparó un buen desayuno, con todo lo que le gustaba a Santana: crepes, huevos revueltos con tocino, tostadas francesas, frutas frescas variadas, café, cereales, yogur y zumo de frutas.
Santana salió del dormitorio desperezándose, se había puesto una camiseta ancha y tenía el pelo revuelto. Brittany se lanzó a su encuentro y la recibió con un abrazo, Brittany necesitaba saber que en sus brazos podía huir de todo mal.
—¡Qué hermoso recibimiento!
—Abrazame fuerte, Sanny—le dijo Brittany con urgencia.
La apartó para mirarla y la besó.
—¿Qué sucede? ¿Inseguridades nuevamente?
—No, nada de eso, sólo necesito abrazarte, sólo es eso, te lo juro. Vayamos a desayunar.
Comieron casi en silencio, estaban hambrientas, y cuando Santana empezó a recoger la mesa, Brittany la interrumpió:
—Esperá, necesito que hablemos.
—Britt, por favor, recién abro los ojos, no empieces con tus preguntas.
—No, no se trata de eso. Necesito contarte algo que pasó mientras dormías.
Se bajó del taburete alto y buscó su móvil, santana la seguía con la mirada algo extrañada. Brittany se colocó de pie entre las piernas de Santana, mientras localizaba el número de la llamada.
—¿Qué pasa, Britt?
—Me llamaron de este número, ¿no lo reconocés?
Santana lo miró pero no le sonaba.
—¿Por qué debería?
—Me hablaron en inglés. Era una mujer que me dijo «Alejate de ella» y luego cortó.
Santana la miró sorprendida, su expresión era realmente sincera, le arrebató el teléfono de la mano y volvió a estudiar el número.
—El prefijo es de Nueva York, pero no reconozco el número. Por otro lado, Britt... no estuve con nadie en este último tiempo que pueda hacer una advertencia así. Todo esto es muy raro.
Fue hacia el dormitorio seguido por Brittany y sacó su móvil de la cartera. Lo bloqueó para que no se reconociera su llamada y marcó ese número, pero saltó el contestador.
La abrazó y la besó.
—No te preocupes, quizá haya sido un error o una broma de mal gusto, lo averiguaré. Prometeme que no vas a empezar a tejer historias estúpidas en esa cabecita. Te pido que consideres que no mencionaron mi nombre y, por consiguiente, lo más probable es que sea una equivocación.
—Lo prometo.
Brittany la escuchaba atenta, se abrazó con fuerza a su cuello, cerró sus ojos con fuerza y lo estrujó con ímpetu. Santana guardó el número en su móvil.
—Vení acá—dejó los dos móviles sobre la cama y la llevó hacia el lavabo—Vamos a tomar un buen baño, nos lo merecemos.
Accedió gustosa.
¿Cómo resistirse a un baño con Santana?
Había decidido confiar en Santana y si ella decía que no había que darle importancia, sin duda no había por qué preocuparse.
Llenaron la bañera, se metieron en ella e hicieron el amor. Se unieron y enterraron la una en la otra de todas las maneras posibles que el lugar permitía. El agua era un torbellino que salpicaba hacia todos lados por la intensidad de sus movimientos.
Se besaron, se chuparon y se embistieron con furia.
Santana la agarraba con fuerza por la cintura, mientras Brittany se movía heroica y poderosa, aferrada a su cuello. Su rostro extasiado y entregado al placer era un poema. Sintió que su cuerpo comenzaba temblar y Santana lo percibió al instante, ya empezaban a reconocer los signos que enviaban sus cuerpos.
—Así, Britt-Britt, así, dame tu orgasmo, regalame tu gloria.
Brittany gritó su nombre, que ahogó en un beso, y Santana también gimió mientras se corría, de forma primitiva, con embistes dolientes y salvajes. Luego permanecieron enlazadas la una con la otra para recomponer su agitación. Finalmente, Santana la besó.
—Magnífica, perfecta, cada día me sorprende más nuestra conexión.
—Siento lo mismo—le dijo Brittany apabullada por las sensaciones que Santana le despertaba.
Pasaron el día juntas.
Se entretuvieron con una película y charlaron de todo un poco para conocerse algo más. Se contaron sus gustos y aficiones.
Santana le explicó algunos de los viajes que había hecho durante el último año: había visitado África para llevar donaciones que ayudarían a paliar el hambre y las necesidades de ese continente. Brittany la escuchaba alucinada.
Cuando empezó a anochecer, Santana llamó a Artie para que la fuera a buscar. Les costó mucho despedirse, pero, al final, volvió al hotel.
En la tranquilidad de su departamento, Brittany cerró las cortinas y, mientras se comía un sándwich, se sentó en el sofá del salón para leer unos informes de gastos y adelantar trabajo, los largos almuerzos que compartía con Santana hacían que, a veces, se atrasara en sus tareas administrativas de la empresa.
Su móvil vibró, era un whatsapp:
—Ya te extraño, Britt-Britt. Esto no es normal. Pienso en vos y me excito al instante, ¿qué estás haciendo con mi vida?
Brittany no pudo dejar de sonreír al imaginarla húmeda.
—¿Por qué tengo que ser yo la culpable? Creo que la culpable es tu cuerpo insaciable, me encantaría estar ahí para proporcionarte el alivio necesario, sabés que soy muy solidaria.
—Britt, me estás enloqueciendo, pero en el buen sentido.
—No te preocupes. A este paso, terminaremos las dos en el psiquiátrico, porque me llevás por el mismo camino.
Sonó el teléfono y, creyendo que era Santana, atendió sin mirar:
—¿Estás muy excitada?—preguntó divertida.
—Leave her alone, bitch, stay away from Santana—amenzó la misma voz de antes.
Brittany miró el teléfono, pero el número era otro, tradujo la frase en su mente:
«Dejala en paz, zorra, alejate de Santana.»
Ya no había dudas, habían dicho «Santana». Era más que obvio que la llamada iba dirigida a ella.
La llamó.
—Hey, preciosa, ¡qué lindo oír tu voz!
—Volvieron a llamarme, San, y no es un error como creíamos, porque dijeron tu nombre—le espetó.
—¿Cómo? ¿Desde el mismo número?—la alarma en su voz era evidente.
—No, desde otro.
—¿Qué dijeron?
Santana intentó recuperar la calma, para no alarmarla más de la cuenta.
—Dejala en paz, zorra, alejate de Santana. ¿Quién es? ¿Quién me llama, San?
—¡Sí! No lo sé, Britt-Britt. Esto me está fastidiando. ¿Era la misma persona de antes, pudiste darte cuenta?
—Sí, era la misma, estoy casi segura.
—Britt, quiero que te quedes tranquila. Ya están trabajando para rastrear el teléfono que utilizaron. Pasame este nuevo para poder entregarlo y que se encarguen de esto. Britt-Britt, por favor, no te dejes embargar por pensamientos extraños. Recordá lo que te dije hoy, no existe nadie en mi vida excepto vos.
—Confío en lo que me decís, San, pero no puedo evitar sentirme intranquila. ¿Quién puede estar tan trastornada para hacer algo así? ¿A quién le partiste el corazón? Pensá, por favor.
—Lo sé, Britt, lo sé. Te juro que encontraremos a la persona que te está gastando esta broma. Tengo recursos para hacerlo.
—Eso espero, que sea sólo una broma.
—¿Qué otra cosa podría ser, más que una broma de mal gusto? Dijiste que confiabas en mí, ¿verdad? ¿Querés que vaya para allá y me quede a dormir con vos?
—No, está bien—respondió intentando encontrar algo de cordura—No es necesario, esto es simplemente un fastidio, son advertencias, no hay por qué temer. Cualquier cosa, te llamo. Lo prometo.
—De acuerdo, tenés razón. Si fuera un peligro verdadero, creeme que no te hubiera dejado sola. Decime que crees en mí, Britt.
—Sí, San, te creo. Beso.
—Otro para vos, descansá. Hasta mañana.
—Hasta mañana.
Después de enviarle el número, trabajó un rato más y se fue a dormir. El día siguiente era una jornada importante ya que había junta en la oficina para anunciar su nombramiento y no quería tener mal aspecto, así que se puso el pijama de seda y se metió en la cama, cogió la almohada que había usado Santana, porque tenía su perfume, y se durmió.
Estaba decidida a no darle importancia a esas molestas llamadas.
Ya había sonado el despertador, y estaba remoloneando en la cama, cuando recibió una llamada de Santana.
—Hola, Britt-Britt, buenos días.
Su voz era una caricia para sus oídos y sabía que iba a echarla mucho de menos cuando se fuera a Nueva York.
—Hola, Hoyuelitos, te levantaste muy temprano. Yo todavía estoy haraganeando en la cama.
—Estoy saliendo de la ducha, quería saber si habías dormido bien.
«Me la como, me encanta que se preocupe por mí», pensó Brittany y contestó:
—Muy bien, no tanto como cuando despierto a tu lado, pero escuchar tu voz ni bien abro un ojo, es una manera perfecta de comenzar el día.
—Lo mismo digo, ¿preparada para tu nombramiento?
—Sí, ahora que lo pienso, creo que me pondré bastante nerviosa.
Mientras hablaba con Santana, había salido de la cama y estaba preparando el baño para ducharse.
—Tranquila, todo irá bien. Te dejo para que puedas arreglarte, ponete muy linda, más de lo que sos. Beso, nos vemos en un rato, rubia.
—Uf, ¡cuántos piropos! ¡Cómo me gustan! Creo que mi ego está en la cima—Santana se rió—Beso, Black eyes, voy a ducharme. No veo la hora de encontrarme con vos y darte un besote, bye.
—Bye, bye, Blue Eyes, te tomo la palabra, estaré esperando ansiosa.
Habían establecido una rutina durante esas semanas, cuando no dormían juntas la noche anterior, Santana la esperaba fuera del aparcamiento y, en cuanto la veía llegar, su coche se ponía en marcha y entraba. Artie le tomaba la delantera, conseguía lugar para que ella aparcase y luego se marchaba, entonces, Santana se cambiaba de vehículo y se saludaban bajo la parcial intimidad de los vidrios tintados, tonteaban un poco y luego caminaban juntas hacia la entrada del edificio.
La sede de Mindland se encontraba bastante vacía por la fecha que era, muchos ya habían comenzado sus vacaciones de verano. Llegaron al piso donde se encontraban las oficinas de administración de la empresa y se toparon con el personal de las otras secciones que estaban convocadas a la junta.
Santana intercambió unas palabras con algunas personas del departamento de desarrollo y Brittany siguió caminando hacia su mesa. Al llegar, un enorme y bellísimo ramo de flores le dio la bienvenida. Lo cogió en sus brazos para olfatearlo y pensó que no recordaba la última vez que había recibido flores.
La tarjeta venía en un sobre cerrado:
¡Felicidades a mi ex compañera ocasional de cama!
En este día tan especial de tu carrera, quiero que sepas que soy tu gran admiradora.
Éxitos en esta nueva etapa laboral.
Tu actual pareja.
San L.
—¡Será tonta...!—habló en voz alta y sus ojos se llenaron de lágrimas de la emoción.
En ese preciso momento, Santana se paró frente a su despacho. Brittany le hizo un gesto con el dedo índice para que se acercara. Santana miró a ambos lados y entró.
Brittany la cogió de las solapas de su americana, le dio un beso furtivo y se apartó de ella, no quería hacer demostraciones en la oficina, aunque ya muchos imaginaban que algo ocurría entre las dos.
—¡Gracias, son verdaderamente hermosas! Me hiciste emocionar.
—Me pone muy contenta que te hayan gustado.
—¿Así que ahora pasamos a ser una pareja?—le preguntó en tono guasón.
—Creo que es hora de que vayamos poniéndole nombre a lo que existe entre vos y yo, ¿no te parece?
—Me parece perfecto, sobre todo para que dejen de mirarte con malas intenciones y sepan que sos mía, sólo mía—Santana se carcajeó—Sí, vos reíte, Hoyuelitos, que recién la arquitecta no te sacaba el ojo de encima.
—No es cierto, nada que ver.
—Mejor no digas nada, sé de sobra que sos muy perceptiva cuando una persona se fija en vos. Dejá de hacerte la linda.
—Sólo tengo ojos para vos.
—Mentirosa, sos bastante mirona, morena. Voy a hacerte notar cuando vayamos por la calle y admires de más. O... mejor aún, voy a empezar a mirar yo también, a ver si te gusta.
Santana levantó una ceja, luego se rió con una sonrisa muy pícara, dio un paso atrás para comprobar si venía alguien, se volvió y le encajó un besazo.
Estaban comenzando a disfrutar de la relación.
Santana se dirigió a su oficina para contestar unos correos antes de la reunión y Brittany buscó un jarrón y llevó las flores hasta la sala de juntas.
Llegó Kitty y se colocó a su lado en la mesa.
—¡Tremendo ramo de flores en tu mesa! ¿Te las regaló la big boss?—le preguntó mientras la saludaba.
—Sí. ¿No es hermosa?
—Dejá de babear, da asco la cara de estúpida que ponés cuando hablás de ella.
—Acabamos de ponerle nombre a nuestra relación, ¡somos una pareja!
—Guau, ¿en serio? ¡Te felicito, amiga!—exclamó Kitty y, después de unos instantes, se quejó—¡Qué plomazo esta reunión de último momento! Todos nos enteramos hoy de que se hacía. ¿No sabes para qué es? ¿San no te contó nada?
—¡Chis! Acercate un poco que te cuento.
Entonces le susurró al oído lo del nombramiento.
—¿En serio? ¿Ya es oficial?
Kitty abrió los ojos como platos y sonrió de oreja a oreja. No podía disimular lo contento que estaba.
—¡Chis! ¡Hablá despacio!
—Es que no me lo esperaba, Britt. Creí que no habría novedades hasta marzo. ¡Qué ganas de abrazarte, amiga, tenemos que festejar!
—Yo también tengo ganas de abrazarte y de celebrarlo con vos.
—Sí, muchas ganas, muchas ganas, pero fui la último en enterarme—le reprochó en tono amistoso.
—No te enojes. San me absorbió todo el domingo. Yo me enteré el sábado por la noche y, cuando me quedé sola e iba a llamarte, pasó algo que me desequilibró, pero ése es otro rollo. Después te lo cuento.
Justo en ese instante entraron Santana y Natalia en la sala. Santana caminaba decidida, llevaba puesto un traje azul hecho a medida, y era imposible que pasara inadvertida.
Brittany echó una ojeada a su alrededor, había unas cuantas solteras o solteros desesperados en el lugar, que la miraban con ganas, pero era suya, absolutamente suya.
Santana presidía la junta y dio los buenos días a todos, después agradeció que hubieran dejado de lado sus apretadas agendas del día para asistir a ella, ya que se los había convocado con muy poca anticipación. A continuación, elogió la labor de Natalia, enumeró uno a uno los logros durante su gestión en el departamento de finanzas de Mindland Argentina y luego habló del equipo de trabajo que ella había logrado formar. Especificó que la Central de Mindland en Nueva York estaba muy conforme con el modo en que se trabajaba en Argentina.
Sin más dilación, les informó de la renuncia de Natalia y dijo sentir una gran pena porque se separara del actual equipo y le deseó lo mejor en su vida personal, ya que se casaba en marzo. Todos se asombraron con la noticia y, aunque el chisme había corrido por los pasillos, nadie creía que fuera a abandonar su trabajo tras pasar por la vicaría. Después de eso, la aplaudieron.
—Sé que esto es una novedad que no esperaban y, como entenderán, se viene encima una etapa de cambios—prosiguió—Desde mi llegada, Natalia me puso al tanto de su decisión y quiero informarles de que he intentado disuadirla por todos los medios para que la reconsiderara, pero, al final, he terminado entendiendo sus razones. Natalia se va del país y estoy segura de que encontrará muy buenas oportunidades para seguir creciendo en Francia.
—Gracias, San, juro que voy a extrañar esta empresa—dijo Natalia sinceramente emocionada.
—También te echaremos de menos, no lo dudes, pero aún gozaremos de tu trabajo y de tu presencia durante unos días más.
—Así es, trabajaré durante todo el mes de enero, tal y como acordamos.
Santana asintió con la cabeza y volvió a tomar la palabra:
—En ese sentido, tengo otro anuncio muy importante que hacerles.
Todos escuchaban con atención. Las piernas de Brittany empezaron a temblar.
No le gustaba nada ser el centro de atención.
—Como les dije, con la partida de Natalia se avecinan cambios.
Hubo un murmullo generalizado, Santana elevó un poco el tono de su voz y continuó.
—Se ha hecho una evaluación de la situación en la Central y, teniendo en cuenta que los posicionamientos en el mercado de Mindland Argentina son muy buenos, se ha llegado a la conclusión de que realmente queremos seguir adelante con una gestión que no implique demasiados cambios en la forma de hacer actual. Es por este motivo que la dirección general de Mindland Internacional quiere que quien suceda a Natalia continúe con su modus operandi y, para eso, se determinó que alguien de su actual equipo fuera la encargada del relevo. Me complace anunciarles que nuestro nuevo gerente de finanzas, en Mindland Argentina, es Brittany Pierce.
Varios se quedaron boquiabiertos.
Quizá su juventud y su corta experiencia los hacía dudar de su idoneidad para el puesto. Kitty, sin embargo, se puso en pie efusivamente y besó y abrazó con fuerza a Brittany. Natalia le deseó mucha suerte y expresó su seguridad de que iba a saber llevar la tarea adelante con mucho talento.
También le comentó al oído:
—Te dije que el puesto iba a ser tuyo.
—Gracias por tu recomendación, Natalia. Santana me ha asegurado que influyó mucho en la decisión final.
—No seas modesta. Sé que en realidad fue tu talento, ya me enteré de lo de Chile.
Brittany se sorprendió. No entendía cómo se había enterado de eso:
—¡Vaya, las noticias vuelan!
—Sos buena, Britt, muy buena, un diamante en bruto para esta empresa. Ojalá sepan aprovecharte—le sonrió.
—Gracias por tu confianza, quiero que sepas que te admiro. Que vos me digas eso es, para mí, un honor.
Santana también se acercó a felicitarla, la abrazó y le dio un beso en la mejilla deseándole muchos éxitos, de forma muy comedida, aunque sus miradas al cruzarse dijeron mucho más que eso.
La gente del departamento de finanzas también se acercó a felicitarla. Brittany sabía de sobra que había muchos que lo hacían con falsedad, pero pensó:
«¡Jódanse!, la jefa seré yo por mucho que les pese.»
Los compañeros de otras secciones también esperaron su turno para darle la enhorabuena. Formalmente, la reunión había terminado. Santana estaba hablando con unos ingenieros y Brittany la observaba desde lejos. De pronto, percibió que su humor había cambiado, su gesto se había vuelto adusto, Brittany la conocía.
Brittany, que la seguía con la vista, vio que se disculpaba y pedía, por favor, que la escucharan porque quería añadir una cosa más.
Se hizo un silencio.
—Realmente, no tengo por qué dar estas explicaciones, pero mi educación así me obliga. El nombramiento de Brittany, por si alguien tenía alguna duda, se basó en la evaluación que la junta de Mindland Nueva York hizo de su trabajo en la empresa. Ella presentó un informe de control de gastos para una de nuestras sedes y la dirección general se quedó fascinada con su talentosa propuesta. Por otro lado, fue Natalia la que, de acuerdo a su criterio, nos dio el nombre de la persona que ella consideraba más idónea para el puesto. Ella nos recomendó a la señorita Pierce.
»Aclaro esto porque no quiero volver a oír por ahí ciertos comentarios de mal gusto. Cada uno es dueño de creer lo que quiera, pero no le faltemos el respeto a Brittany con tanto descaro. Su vida privada nada tiene que ver con este nombramiento. También exijo, con esto, respeto hacia mi persona. Tanto Brittany como yo venimos aquí a trabajar. Lo que ocurra fuera de las puertas de esta empresa sólo nos incumbe a nosotras dos. Espero haber sido lo suficientemente claro.
»Y todavía una cosa más. No confundan mi buena predisposición en el trabajo con exceso de confianza. Que yo haya sido, desde un primer momento, condescendiente con todos ustedes a pesar de mi puesto, no quiere decir que mis empleados, o sea ustedes, tengan derecho a juzgar mi intimidad, y menos en mi propia cara. Exijo de ustedes el mismo respeto con el que yo los trato a diario.
»Siento mucho hablarles en general, pero las personas que hicieron esos desafortunados comentarios, sin fijarse siquiera en que yo estaba muy cerca y podía oírlos, sin duda se darán por aludidos. Sé que saben muy bien a quién va dirigida esta pequeña llamada de atención, pero la advertencia es para todos. Espero haber sido transparente.
»Por último, a partir de febrero, todos los presupuestos tendrán que ser aprobados por Brittany Pierce, les guste o no. Tienen una carta abierta de renuncia en la oficina de personal a su disposición. Y, ahora, cada uno puede retirarse a seguir con sus obligaciones, hay mucho trabajo y el día laboral recién empieza. Buenos días a todos.
Todos se quedaron mudos y Brittany, además, roja como un tomate. Santana estaba enajenada, le salían chispas por los ojos. Jamás la había visto así, ejerciendo de big boss.
Poco faltó para que dijera: Si quiero, pateo sus traseros y los echo, porque soy la hija del dueño y porque me da la gana.
Santana se acercó a Brittany, le puso la mano en la cintura de manera familiar y salieron de la sala.
—Vamos a mi oficina—le indicó con tono autoritario, y Brittany no se atrevió a negarse.
En la intimidad de su despacho, le dijo:
—Vení acá, dejame felicitarte como realmente quiero hacerlo—la abrazó y la besó en la boca—Aunque yo ya tuve mi festejo personal—bromeó después de abandonar sus labios.
—Oh, sí, por supuesto. ¿Puedo preguntarte por qué te pusiste de esa forma en la reunión?
—Prefiero no entrar en detalles porque me voy a volver a enfadar. No sé qué se piensa la gente. Ya sé que siempre hablan, es algo obvio, pero ¡de ahí a que lo hagan en mi cara y con total descaro! Eso no voy a tolerarlo. Mejor dejemos esta conversación porque tengo tentaciones de llamar a la oficina de personal y pegar una patada en el trasero a cada uno de los que estaban hablando.
—¿Cotilleaban sobre nosotras?
—Sí, Britt, basta, por favor. No voy a permitir que nadie te falte el respeto.
—De acuerdo, como gustes. Gracias por defenderme.
—No podía quedarme callada.
Brittany le sonrió y la besó.
—Sos hermosa, por dentro y por fuera.
—Tonta.
—No es justo, yo te digo que sos hermosa y vos me contestás que soy tonta. Quiero un halago también.
Santana la abrazó con fuerza.
—Ay, Britt, sos increíble, en tus brazos me olvido de todo.
El teléfono de Brittany sonó y, como era número desconocido, tuvo un presentimiento, así que puso el altavoz para que Santana también escuchara.
—¿Hola?
—Hey, bitch, how long you are going to use it, where you want to climb?—[«Hola, zorra, ¿hasta cuándo la vas a usar, hasta dónde querés escalar?»] era de nuevo la voz de esa mujer, soltó esa frase y cortó.
—¡Mierda!—exclamó Santana en voz alta y el corazón de Brittany empezó a latir desbocado—Dejame ver el número. Esto ya se está poniendo insoportable.
—¿No reconociste la voz?
—No, fue muy breve y me cogió por sorpresa. Es otro número de Nueva York. Los anteriores correspondían a teléfonos descartables, y es imposible rastrearlos. Sin duda, éste también debe de serlo.
—Y digo yo... si es alguien de Nueva York, ¿cómo sabe que vos y yo estamos juntas?
—No lo sé.
—¿Le contaste a alguien sobre nosotras?
—No... bueno... Alison lo sabe, le conté mientras estaba acá, pero ella es muy discreta. Además, pronto será de mi familia. Quizá le haya explicado algo a mi hermano, pero estoy segura de que a nadie más. Por otro lado, ninguna mujer con la que haya salido puede creerse con el derecho de hacernos esto. Eso es lo que más me extraña y más me desconcierta.
—Quizá ella sí crea que tiene derecho a hacerlo. Es posible que haya malentendido lo que ustedes tuvieron. Es obvio que piensa que, si yo no estuviera a tu lado, tal vez podría tener una oportunidad. ¿Con quién filteabas justo antes de venir? Pensá, ahí debe de estar la respuesta.
—¡Cómo me fastidia estar hablando de esto!—se lamentó.
—Imaginate a mí—replicó Brittany—, Pero quiero saber quién es para que se acabe. Es a mí a quien están acosando.
—Lo sé, lo siento y me disculpo. Creeme que no tengo ni idea de quién puede ser, de saberlo, te aseguro que esa persona ya no estaría molestándote. No tuve nada importante con nadie, sólo historias de una noche que no se volvieron a repetir.
La llamada las había puesto de muy mal humor.
Brittany salió del despacho de Santana y fue hacia su mesa para adelantar trabajo.
El día fue largo y muy particular.
Brittany estaba cansadísima y se despidieron en el aparcamiento. Camino al departamento, Brittany llamó a su mamá para contarle las buenas nuevas sobre el ascenso. Ésta gritaba como loca y llamó a Mike y Tina, su hermano cogió el teléfono y, después de que la joven le explicara, él, como de costumbre, le aseguró que se sentía muy orgulloso de ella.
Su mamá se puso de nuevo al teléfono y, más calmada, empezó con toda la parafernalia de siempre: ¿Comés bien?, ¿descansás ocho horas diarias?, ¿tenés algún candidato? Whitney no esperaba la respuesta de Brittany y se quedó sin palabras.
—¿Mamá, estás ahí?
—Sí, Britty, acá sigo. Me dejaste sin habla, quiero saberlo todo. ¿Quién es? ¿Cuánto hace que estás con ella?
—Hace poco, mamá, aún estamos conociéndonos, pero las dos estamos muy entusiasmados, creo que tal vez puede funcionar. Se llama Santana, San. Es amiga de un primo de Hanna, tiene dos años más que yo y es muy buena moza. Después te envío una foto para que la conozcas, ahora no puedo porque estoy conduciendo.
—Hija, ¡cuánto me alegra que hayas conocido a alguien! De todas formas, andá despacio, Britty, para conocerlo bien.
—Mamá, San es una dama, a veces hace cosas que realmente me asombran, no es como las personas que estoy acostumbrada a frecuentar, es muy educada y muy atenta. Tiene otra educación, es empresaria y es estadounidense.
—Me muero por ver esa foto que me prometiste.
—Te la mando, seguro. Te dejo, mami, estoy llegando a casa.
—Bueno, hija querida, cuidate mucho y saludos a San.
—Sos terrible. Dale, bajo, te la envío por Whatsapp y me decís qué te parece.
—Uf, sí, voy a poner mi ojo clínico en acción. Recuerdo bien cuando vi a Lauren por primera vez. Si me hubieras hecho caso...
—Basta, ma, ya no tiene sentido hablar de eso. Te mando un beso. Te quiero.
—Beso, hija, te adoro.
Brittany se sentía muy feliz de haberle contado a su mamá lo de Santana. Le envió la foto y de inmediato sonó su móvil.
—Britty, ¿de dónde sacaste a esa morenaza? Es un bombón, hija.
—¿Verdad que es bonita?—se carcajeó.
—Es una diosa, tiene unos ojitos muy pícaros, ¿sabés que me hace acordar a alguien? Definitivamente, es muy buena moza, me encanta cómo se ven juntas.
—Me tiene embobada, mami. Estoy preocupada por sentir tantas cosas por ella tan pronto.
—¿Y ella?
—San dice que también está igual conmigo, pero soy tan desconfiada que me lo tiene que repetir a cada instante. Tengo miedo de cansarla con tanta aprensión, estoy intentando darle un voto de confianza.
—Bajá un poco la guardia, hija, no metas a todas las personas en el mismo saco.
—Sí, eso mismo me digo a cada momento, pero me cuesta. Y, encima, estoy tan colgada de ella, que tengo miedo de sufrir otra vez, no puedo evitar sentirme así, mami.
—Mi vida, no pienses en cosas malas. Disfrutá, lo que tenga que ser será, pero arriesgá tu corazón, no permitas que se quede adormecido en el pasado.
—Lo sé, mami, lo sé.
La semana pasó volando, las misteriosas llamadas de esa mujer llegaban a diario, a veces hasta cuatro o cinco veces, para insultarla en cada una de ellas con mensajes más hostiles, casi siempre ordenándole que se alejara de Santana porque lo iba a pasar muy mal.
Santana, por más que lo intentaba, seguía sin poder averiguar nada. La acosadora había empezado a llamar también de madrugada para interrumpir el sueño tanto de Brittany como de Santana, si estaban juntas.
La situación se había tornado insostenible, porque entre el cansancio y los nervios, algún día, habían acabado por pelearse entre ellas.
Brittany estaba revisando un balance con Kitty y no podían encontrar el error. Malhumorada, arrojó el bolígrafo en la mesa y se echó hacia atrás en la silla, agarrándose la cabeza, que le dolía de forma considerable.
Su teléfono sonó...
—Apuesto a que no te contó de su esposa Dani. Podría apostar a que no lo hizo.
La llamada fue brevísima, pero le había aclarado muchas cosas. Brittany se había quedado muda. Santana estaba casada y había estado jugando con ella todo este tiempo.
Se levantó como alma que lleva el diablo y, hecha una verdadera furia, entró sin previo aviso a su despacho.
—Hey, ¿qué pasa?
Santana tapó el teléfono y al ver su cara descompuesta por la ira, se disculpó y cortó. En ese preciso instante, y sin meditarlo, Brittany cogió una bola de cristal de la mesa baja y se la tiró a la cabeza. Por suerte, Santana tenía buenos reflejos y la esquivó.
—¿Estás loca?—se puso de pie y se acercó a Brittany.
—¿Cuándo me lo pensabas decir? ¿Hasta cuándo me lo ibas a ocultar? No, si ya lo sé, nunca me lo hubieras dicho. Te ibas a ir el 22 y si te he visto no me acuerdo, ¿verdad?
Sus gritos retumbaban en toda la oficina.
—Parecés un demonio, Britt, no sé de qué carajo me estás hablando, ¿estás loca o qué?
—¿Ah, no sabés? De Dani, te estoy hablando, de que es tu esposa, de que estás casada con ella—Santana palideció—¿Qué otra mentira me vas a decir ahora? ¿Qué pasa, estás asombrada? ¿Se te cayó el teatro, verdad? Te estabas echando la cana al aire de tu vida conmigo, ¿no es cierto?
—Britt, ¿podés calmarte y dejar de gritar, que estamos en la oficina? Dejame explicarte.
—No, no quiero que me expliques nada, sos una jodida mentirosa, no quiero saber nada más de vos—contuvo sus lágrimas—Eres como todos, la misma basura, piensas con lo que hay entre las piernas nada más. No tendría que haber confiado nunca en vos, sos otro gran error en mi vida, creí que eras diferente pero sos la misma basura que Lauren.
—Dejame que te explique, por favor—quiso agarrarla de un brazo y, entonces, Brittany la abofeteó.
—No te atrevas a volver a tocarme. ¿Cómo pudiste hacerme esto? Yo confiaba en vos.
—Mirá, Britt, estoy cansada de intentar convencerte de que lo que te digo es cierto. ¿No querés que te explique? Bueno, es tu decisión, ¡a la mierda con todo si eso es lo que querés!
—¿Qué pretendés, que me convierta en la otra? ¿Tan mal te atiende tu esposa que necesitás buscar placer afuera? ¿O pretendés presentármela y que hagamos un trío? No, claro, apuesto que no sabe nada de tus amantes. ¿Cómo te las arreglás? Porque tus amantes sí se enteran de tus amoríos. ¿Tan idiota es tu mujer?
Santana la fulminó con la mirada, pero no dijo nada. Luego, se dio la vuelta, se puso detrás de su mesa y, con voz calmada, le dijo:
—Andate de mi oficina, por tu grosería dejé de lado una llamada muy importante. Tengo trabajo y asumo que vos también. Y cuando te vayas no golpees la puerta, porque si se rompe algún vidrio pienso descontártelo del sueldo.
—Por supuesto que me voy, no me interesa hablar de nada más con vos.
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FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal I: Seducción (Adaptada) Cap 15
Capitulo 15
«Me echó de su despacho sin remordimientos. Me humilló, me mancilló, me pisoteó, me hizo sentir el ser más insignificante de la Tierra», se auto-compadecía Brittany en su oficina.
Otra vez se habían burlado de sus sentimientos, otra vez sus ilusiones se habían evaporado. Pero aún le quedaba un atisbo de dignidad, así que cogió el bolso y se marchó del edificio. Kitty quiso detenerla pero no lo logró, era obvio que había sido testigo de toda la escena.
Brittany subió al coche y condujo sin sentido por la ciudad. Su teléfono sonaba dentro del bolso, pero no tenía intención de hablar con nadie, no paraba de llorar, no entendía de dónde salían tantas lágrimas. Se aferró con fuerza al volante y condujo por instinto, porque sus cinco sentidos estaban bloqueados.
Lo que esa mujer le había dicho era lo que ella sospechaba desde el principio. Recordó que se lo había preguntado, Santana había tenido la oportunidad de ser sincera y prefirió mentirle. Le dolía el pecho, le faltaba el aire, tenía la cabeza embotada y el alma congelada. Pensó si era posible sentir más dolor y se dijo que no, era imposible sentirse peor de lo que se sentía.
Al final, detuvo el coche en una dársena, junto a la muralla de la avenida Costanera, y miró a lo lejos. La tarde estaba cayendo y el sol empezaba a esconderse, tintando de rojo, amarillo y escarlata sus aguas. En otro momento, le hubiera parecido una postal romántica, pero ese día, el espectáculo le dolía, le quemaba porque estaba convencida de que jamás volvería a ver un amanecer a su lado.
Le había entregado a Santana su corazón maltrecho, para que lo cuidara y lo sanara, y Santana sólo había acabado de destrozarlo.
Había permitido que las cosas avanzaran, se había dejado engañar otra vez.
«¿Cuándo vas a aprender, Brittany? ¿Cuándo te vas a convencer? Las personas guapas son una mierda. Te usan y te tiran.»
Volvió a mirar hacia la inmensidad del río, allá donde sus ojos no alcanzaban a ver y donde no había nada, solamente agua, una gran masa de agua.
«Quizá debería dejarme engullir por esa inmensidad y que todo se terminara de una vez. Quizá debería acabar con esta vida de mierda que me toca vivir.»
Santana había sido una gran mentira y sólo había aprovechado la oportunidad para echarse una cana al aire. Pero lo peor de todo, y lo que más le dolía, era saber que nunca más podría estar entre sus brazos, sentir sus caricias y sus besos.
«Dios—pensó—ya la estoy extrañando, ¿cómo voy a hacer para poder vivir sin ella? No volveré a escuchar sus susurros en mi oído, no volveré a verla extasiada de placer, ni me volveré a despertar junto a ella. Todo lo que teníamos se ha ido, aunque es posible que nunca tuviéramos nada verdadero. ¿Sería su esposa la que me llamaba a diario? No, no creo, Santana hubiera reconocido su voz. Bueno, podría haber fingido, después de todo, es bueno para decir mentiras. Tal vez la que llamaba era una de sus amantes. ¿Cuántas tendrá? ¿A cuántas habrá engañado como me ha engañado a mí?»
Miraba el río con los ojos perdidos. Ahí no había nada ni nadie, sólo agua y, entonces, pensó que nada podría herirla. Se subió en las rendijas de la muralla de piedra y asomó la mitad de su cuerpo hacia el río.
Lloraba sin consuelo.
—No vale la pena—le dijo una voz que la sacó de su pesadilla—Nada de lo que estés pensando ahora vale la pena, porque sólo dejarás dolor en los que verdaderamente te aman y estoy segura de que deben de ser muchos.
Una mujer que pasaba por ahí le habló y fue visionaria, adivinó sus intenciones y se le acercó. Brittany la miró, sus palabras la habían devuelto a la realidad, al aquí y ahora, y en ese momento recordó a su mamá, a su hermano, a sus sobrinos, su cuñada, a Kitty y a Hanna.
«Ellos me quieren de verdad, no puedo causarles tanto dolor.—recapacitó de inmediato—No se merecen que les haga algo así, siempre estuvieron a mi lado para protegerme. Terminar con todo significaría, entre otras cosas, no ver crecer a mis sobrinos. ¿Soy capaz de perderme eso?»
La señora la había aferrado de la mano con determinación, y Brittany ni se había dado cuenta, pero allá estaba sosteniéndola. La mujer volvió a hablarle, intentaba distraerla, arrancarla de sus pensamientos y sacarla de ahí.
—Hace un rato que te observo. No sé lo que te ocurrió pero vivir es lo que verdaderamente vale la pena, no importa de qué forma nos haya tocado hacerlo, no siempre es como nos gustaría, pero es lo que nos tocó y debemos aceptarlo. Mañana no será peor que el día de hoy, quizá encuentres otro motivo por el que vivir. Si te privas del mañana, nunca sabrás lo que habrías podido descubrir.
Brittany la escuchaba atónita, la señora había logrado captar su atención y sacarla de sus oscuros pensamientos. La voz que repiqueteaba en sus oídos tenía razón.
La mujer la ayudó a bajar de donde estaba. Brittany intentaba convencerse de que el mañana podía ser mejor que el presente, pero sabía que no sería así, porque no estaría con Santana.
«¿Quién iba a pensar que nuestro “adiós” de esta mañana sería el último?»
—Me llamo María Laura. ¿Cuál es tu nombre?
—Britt, Brittany Pierce.
No entendió por qué le había dado su nombre completo a la mujer, ella lo odiaba. La señora le hablaba con calma y una voz melodiosa, que la tranquilizaba.
—Brittany, ¿sabés por qué estoy acá?—Brittany negó con la cabeza y la mujer prosiguió—Vengo cada viernes del año acá, porque un viernes de hace tiempo mi hija se quitó la vida arrojándose a estas aguas. Vengo a rezar por su alma para que haya conseguido la paz que anhelaba y a pedirle que me dé fuerzas para levantarme mañana. Yo también tengo motivos para saltar, pero no lo hago porque sería muy egoísta dejar a mis seres queridos con el mismo dolor que ella me dejó. No pienses sólo en tu dolor.
—Gracias por acercarse—dijo al fin y le tomó la mano con las suyas para agradecerle—Gracias. Tiene razón, únicamente pensaba en mí.
—¿Querés que llame a alguien para que venga a buscarte?
—No—agitó su cabeza—, Ya ha hecho más que suficiente, tengo mi coche ahí. Regresaré sola.
—¿Seguro que estás bien para conducir?
—Sí, estoy bien. Usted me hizo sentir.
—Me alegra, tesoro—le acarició la barbilla.
—¿Puedo darle un beso?—le preguntó Brittany con timidez.
—Por supuesto y dejame abrazarte también. Mi hija no tuvo tu suerte, nadie se dio cuenta de lo que estaba haciendo.
—Gracias, María Laura, gracias por reparar en mí.
Subió al vehículo y, antes de partir, recordó que su móvil había sonado varias veces antes. Lo buscó en la cartera y, como suponía, vio que eran llamadas perdidas de Hanna y Kitty. Conectó el iPhone al altavoz, arrancó el motor y salió de ahí con el mismo dolor, pero con la convicción de que no valía la pena hacer ninguna estupidez.
—¡Por fin! ¿Dónde estás—exclamó Kitty.
—Estoy bien, no importa dónde, necesitaba un rato de soledad, no te aflijas. Voy de regreso a casa.
—Voy para allá.
—No, Kitty. Quiero estar sola, por favor. Voy a acostarme directamente.
—¿Estás segura de que no querés que vaya?
—Debo resolver esto sola, no puedo pretender que mis amigas dejen todas sus cosas por mí.
—No desaparezcas más. Hanna y yo anduvimos como locas, buscándote por toda la ciudad.
—Perdón, les pido perdón.
—¿Querés que hablemos?
—No, escuchaste todo, Kitty. No tengo nada que contarte. Te dejo porque estoy conduciendo y prefiero concentrarme para no provocar un accidente.
—De acuerdo, te entiendo, prometeme que vas a cuidarte y que, cuando precises algo, me vas a llamar a mí o Hanna.
—Prometido, avisale de que estoy bien, por favor.
—Quedate tranquila, yo le aviso.
Llegó a su departamento y se fue a la cama sin pensar, se quitó toda la ropa y se acostó. Irremediablemente, comenzó a llorar al recordar que la última vez que Santana y ella habían hecho el amor había sido ahí. Le había besado hasta la sombra, como dice la canción de Arjona.
No podía dejar de pensar en Santana. No sabía qué iba a hacer para olvidarla, para arrancarla de su piel y de su mente.
El teléfono sonó y contestó suponiendo que eran sus amigas, pero no, era Santana.
«¿Para qué me llama?—pensó—¿Qué otra mentira quiere inventar?»
Santana llamaba y ella no atendía, Santana le dejaba mensajes en el contestador que la atormentaban.
—Necesitamos hablar, Britt, por favor, atendeme.
Al rato volvía a intentarlo pero Brittany no respondía. Probó con mensajes de texto, con whatsapps, pero no había manera.
Alrededor de las diez de la noche, empezó a sonar el timbre. Brittany se levantó de la cama hecha una piltrafa y atendió el interfono.
—Britt-Britt, mi amor, dejame entrar.
No hubo respuesta y la dejó fuera. Santana insistió durante una media hora más, pero Brittany no cedió. Al final, le envió un mensaje de texto que decía:
Te vas a arrepentir, te lo aseguro.
«¿De qué me voy a arrepentir? ¿De no seguir viviendo en una gran mentira?»
No le contestó y siguió llorando. Llevaba horas en ese estado, ya no tenía más fuerzas.
Cuando estaba amaneciendo, el cansancio la venció y se durmió: estaba agotada.
Por la mañana, despertó sobresaltada con el sonido del teléfono. Era su mamá, pero no podía responderle sintiéndose así, no estaba preparada para aceptar que Santana y ella ya no serían más Santana y ella, dejó que saltara el buzón de voz.
Su foto estaba de fondo de pantalla. La miró un rato y dejó el móvil sobre la mesilla de noche.
Fue al baño como una autómata y se imaginó a Santana de pie frente al espejo arreglándose, como había hecho tantas mañanas, recordó lo seria que se ponía, cómo fruncía el ceño hasta que se daba cuenta de que ella la observaba y le sonreía con esa mirada maliciosa y traviesa que la derretía.
Al reparar en el vasito que estaba sobre el mármol, con su cepillo de dientes, comenzó a llorar otra vez.
«¡Cómo duele, Dios mío! ¡Cómo duele saber que nunca más podré estar con ella! Odio quererla así.»
Cogió el cepillo de Santana y se lavó los dientes con él, fue al dormitorio y se dejó caer en la cama nuevamente, donde lloró hasta que volvió a quedarse dormida.
Se despertó porque la cama se movió a su alrededor. Abrió los ojos sobresaltada y vio a Hanna y Kitty sentadas a su lado.
—Che, dormilona, no te levantaste todavía. ¡Son las ocho de la noche!
—¿Qué día es?—preguntó Brittany aturdida.
—Sábado, aún es sábado—le contestó Hanna—Vamos, levantate, andá a ducharte. Pedimos pizza y unas empanadas.
—No, no quiero—se negó.
—Ah... ni lo sueñes—la amenazó Kitty—O te levantás o te meto yo en la ducha.
—Está bien, está bien, ¡qué hinchapelotas son!
Se dio una ducha rápida.
El cuerpo le dolía como si hubiera corrido un maratón, se envolvió en una toalla y fue en busca de su ropa. El armario estaba lleno de cosas de Santana y maldijo, ya que parecía imposible no acordarse de ella a cada momento.
Acarició sus prendas, aún estaba colgado el vestido que había usado para ir a Chila, lo cogió y se la pasó por la mejilla. Sobre una silla había una camiseta, que aspiró con fuerza para nutrirse de su aroma, aún conservaba su perfume. Como un acto reflejo, la metió bajo su almohada como si fuera un tesoro.
Presa del desasosiego, regresó al baño y, en un arrebato, tomó el frasco de perfume que Santana había dejado, volvió al vestidor y roció todas las prendas con la botella, para embriagarse con su aroma y aturdirse. Luego se vistió y salió a la sala.
Sus amigas estaban en la cocina, la comida ya había llegado, pero Brittany estaba tan ensimismada que ni siquiera había oído el timbre. Comió porque debía hacerlo, y para que Kitty y Hanna no la sermonearan, pero le costó tragar bocado. Tomó varios vasos de agua sin parar, su cuerpo, con tanto llanto, necesitaba compensar la pérdida de líquidos.
Kitty y Hanna intentaban animarla, hacían bromas entre ellas, pero Brittany no estaba ahí. Hanna notó que nos les prestaba atención y, de repente, la agarró por la barbilla y le dijo:
—Hey, Britt, volvé. ¿Querés que hablemos de San?
Brittany la miró sin comprender.
No había nada que decir.
Negó con la cabeza pero no pronunció palabra.
—No te encierres, Britt, estamos acá para escucharte gritar, insultar, llorar o, simplemente, para lo que quieras hacer.
—No quiero nada, Hanna, no sé para qué vinieron. Ayer le dije a Kitty que quería estar sola.
—Sí, claro, ¿cómo podés creer que te íbamos a dejar tirada en la cama todo el fin de semana?—la increpó Kitty.
—Necesito hacer mi duelo—les explicó Brittany—Me siento como si se me hubiera muerto un ser querido. De hecho, algo parecido había ocurrido en el instante en que se enteró de que era una mujer casada.
Sólo necesitaba enterrarla en sus pensamientos y en su alma.
—Te puse a cargar el móvil—le indicó Hanna—, Se te había agotado la batería. Te llamamos durante toda la tarde y saltaba directamente el contestador y el fijo estaba desconectado.
—Sí, creo que no lo cargo desde el jueves en la noche—trató de hacer memoria.
—Necesitamos saber que estás bien, queremos que te acuerdes de cargarlo para poder llamarte.
—Lo sé, lo siento, Hanna. No quería ser desconsiderada, sé que se preocupan mucho por mí—susurró y respiró hondo.
—Claro que nos preocupamos por vos—confirmó Kitty.
—Debo de tenerlas aburridas con mis descalabros. Mi vida es un continuo fracaso. Si se olvidaran de mí, no las culparía, sé que soy una persona indeseable como compañía.
—Yo no creo que seas una fracasada, tu vida personal tiene muchos logros—consideró Kitty.
—¡Ja! No me hagas reír, que no tengo ganas.
—¿Te vas a sentar a auto-compadecerte y no vas a hacer nada?
—¿Qué querés que haga, Hanna? Lo único que quiero hacer está vetado. La maldita Santana está casada, me utilizó todo este tiempo para follar. Me dijo millones de frases de ensueño, me entregó promesas que jamás podría cumplir, me enamoró como a una pelotuda y ahora me ha dejado sin sentido, adormecida en el dolor—se quedó mirándola a los ojos—¿Tan mala persona soy que merezco todo esto?
—Sabés que no es así—afirmó Kitty.
—Y entonces, ¿por qué me pasan estas cosas?
—No hay una razón, Britt. A veces las relaciones son complicadas, la vida es complicada—argumentó Kitty sin saber qué decir exactamente y es que no había mucha explicación posible.
—Pero yo no veo que la vida de ustedes sea como la mía. ¿Qué es lo que hago mal?
—Nada, no haces nada mal. Tenés la maldita mala suerte de toparte sólo con personas malnacidas—concluyó Hanna.
Mientras Kitty y Hanna recogían la mesa, Brittany se recostó en el sofá y luego los instó a irse. Kitty y Hanna no querían, pero Brittany insistió tanto que, al final, accedieron. Ambas tenían sus vidas y Brittany, de manera obstinada, opinaba que no podía permitirles instalarse en la de ella por compasión. Les prometió que atendería al teléfono y que mantendría la batería cargada.
Cuando se fueron, se quedó sola en su gran sepulcro, su departamento era una gran tumba para ella.
El teléfono volvió a sonar y se puso de pie, a regañadientes, y fue a por él. Era un número desconocido y maldijo al suponer de lo que se trataba.
—Hola... hable...
Nadie contestaba pero era evidente que había alguien al otro lado. Ella sabía quién era.
—No me llames más, estúpida. Todo se terminó con Santana. No tenés de qué preocuparte—le gritó y cortó—¡Basta, basta! ¡No puedo soportar más dolor!—chilló con todas sus fuerzas—¿Qué voy a hacer con este amor que siento? ¿Qué me hiciste, Santana? ¿Por qué el amor tiene que doler tanto?
Volvió a llorar desconsolada.
No sabía qué hacer para no pensar más, para no sentir más ese vacío, volvió a quedarse dormida entre sollozos y espasmos.
El domingo siguió llorando y maldiciendo, de la cama al sofá y del sofá a la cama. Su mamá volvió a llamar pero no la atendió. Brittany inventó una pequeña mentira y le mandó un mensaje diciéndole que donde estaba no tenía buena señal, pero que estaba bien. Su mamá, comprensiva, le contestó que disfrutara con Santana y que no se preocupara. Otra vez surgía su nombre y, con él, los recuerdos, los miedos, la soledad y la angustia.
Por la tarde, la llamaron Kitty y Hanna y Brittany intentó tranquilizarlas. Les dijo que había comido, otra mentira, y les pidió que no fueran a su casa.
Era lunes otra vez y estuvo realmente tentada de no levantarse. Pero faltar al trabajo era darle el gusto a Santana de que viera lo mal que estaba. Se vistió a desgana, y por más que intentó esmerarse, no consiguió una imagen decente. Después de tres días seguidos de llanto, no podía hacer milagros con el maquillaje.
Cuando llegó a la oficina, rogó a todos los santos no encontrarse con Santana en la entrada. De todas maneras, pensó, era una estupidez, porque su oficina estaba pegada a la de Santana.
Brittany se dio cuenta de que llegaba porque oyó que Carolina la saludaba. Entonces, cerró sus ojos y tomó aire mientras fijaba la vista en la pantalla del ordenador. Con el rabillo del ojo, vio que se había detenido frente a su despacho.
La ignoró y simuló trabajar, pero se paró frente a su mesa y Brittany tuvo que levantar la vista. Clavó sus ojos desafiantes en los suyos, Santana la estudió hasta que dijo en un tono de voz lo suficientemente bajo como para que sólo Brittany pudiera oírlo:
—Artie pasará esta tarde por tu casa a recoger mis cosas, ¿sería posible que las tuvieras preparadas?
Brittany intentó sosegar su corazón y contestarle con calma. Tragó saliva y, sin dejar de mirarla a los ojos, le confirmó:
—Sí, por supuesto, no hay problema.
Luego, con frialdad, bajó la mirada nuevamente al ordenador, pero Santana seguía frente a ella y no pensaba irse. Volvió a levantar la cabeza.
—¿Algo más? ¿Necesitás algo más?
La estaba fulminando con la mirada, pero Brittany no iba a permitirle que la intimidara y siguió en sus trece.
—Me voy mañana, he adelantado mi viaje.
«No voy a llorar, no voy a llorar», se repitió como un mantra una y otra vez hasta convencerse.
—Que tengas un buen viaje—le deseó—, No puedo decirte que haya sido un placer conocerte, desde luego que no.
Cerró los ojos y suspiró.
—Hay cosas tuyas en el hotel, Artie te las llevará esta tarde.
—Perfecto.
Brittany tenía un nudo en la garganta y no sabía cuánto tiempo más iba a poder aguantarse sin derramar una lágrima.
Santana dio media vuelta y salió del despacho. Cuando se alejó, Brittany se apretó las sienes, aturdida e indefensa. Se refugió en el baño, bajó la tapa de uno de los inodoros y se sentó en él, donde ahogó su llanto en silencio.
Así estuvo un rato hasta que se auto-amonestó: necesitaba contener sus emociones, no podía seguir en ese estado y menos en el trabajo.
En cuanto dejó de gimotear, salió y se miró en el espejo, su nariz estaba colorada y no hacía falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que había estado llorando. Volvió a maquillarse y luego pasó por la mesa de Kitty, a quien todavía no había visto.
—Estuviste llorando.
—¡Chis! Hablá despacio. Hace un rato se me acercó Santana y me dijo que mañana se va.
—Mejor, que vuelva con su esposa.
—No es necesario que me lo recuerdes.
—Sí que es necesario, no sea cosa que se te ocurra alguna idea brillante.
—Jamás... Nunca consentiría ser la otra sabiéndolo.
—Me alegro, porque sufrirías mucho.
—Lo sé, no quiero hablar de eso. Me voy a seguir trabajando.
—Perfecto. Pronto Santana será un mal recuerdo, ya verás. Al menos te enteraste antes de que pudiera hacerte más promesas.
Brittany salió y, cuando pasó frente a la oficina de Natalia, se encontró con ella.
—Britt, qué suerte que te encuentro. Carolina estaba buscándote porque necesito mostrarte algunas cosas, archivos confidenciales y datos relevantes de la compañía. Quiero enseñarte cómo se accede a ellos y que hablemos de unos temas de suma importancia que necesito resolver. Me gustaría que ya empezaras a tener conocimiento de ellos para que luego puedas tomar las riendas mejor. Debemos considerar que sólo nos queda una semana para transferirte todo, luego te vas de vacaciones y, a tu regreso, ya no nos veremos. Por favor, dejá todo lo que estás haciendo y pasáselo a tus compañeros. Te necesito durante el resto de la semana para ponerte al corriente de todo. Andá a buscar tu Mac y esperame en el despacho, ya regreso.
—Sí, por supuesto, lo que necesites.
Hizo todo lo que le había pedido y, cuando entró, se llevó una gran sorpresa. Santana estaba en el despacho de Natalia, sentado en el sofá.
«Mierda, esto es una pesadilla. No quiero estar a solas con Santana», maldijo.
Sin embargo, no le quedó otra opción que entrar y sacar fuerzas de donde fuera para demostrar, ante todo, su profesionalidad. Se acomodó en uno de los sillones ante la atenta mirada de desagrado de Santana. Brittany apoyó su ordenador en la mesa e intentó no mirarla.
—Lo siento, Britt, sé que te incomodo pero es urgente que tratemos algunos temas.
—No te preocupes.
Brittany intentaba evitar sus ojos, alisaba su falda y sacaba pelusas que sólo ella podía ver.
—Entiendo perfectamente que estamos acá para trabajar, puedo separar las cosas.
—Entonces qué suerte, porque a mí, realmente, me cuesta—dijo con ironía. Brittany levantó su mirada y la clavó en Santana—Con lo cínica que sos, realmente me cuesta mucho creerlo—le espetó con voz afilada y punzante.
En ese instante, entró su jefa.
El aire podía cortarse entre ellas.
Brittany necesitaba que entendiera que el resentimiento que sentía por Santana era tan grande como el amor que le había profesado.
Trabajaron toda la mañana las tres juntos. A pesar de todo, la cabeza de Brittany asimiló muy bien toda la información que le pasaron. En un momento en que Natalia se apartó para atender una llamada, Santana se puso en pie para estirarse y se colocó de espaldas a ella.
Brittany la contempló en silencio.
«Dios, las veces que me ha rodeado con sus brazos, que me ha cobijado en su pecho y me ha hecho el amor. ¿Cómo haré para borrar sus huellas cuando, en realidad, lo único que deseo es que se queden ahí para toda la vida?»
Santana se dio la vuelta y la sorprendió ensimismada y con la mirada clavada en ella. La miró a los ojos y Brittany pudo sentir cómo la desnudaba. Santana volvió su vista a Natalia, que estaba de espaldas hablando por teléfono. Entonces miró a Brittany y le habló en voz baja.
Su comentario la descolocó:
—¿Por qué la vida es tan difícil? ¿Por qué ser feliz cuesta tanto?
«¿Por qué me dice eso?», pensó.
—Lamento la interrupción—se disculpó—No se imaginan lo que cuesta organizar una boda, surgen baches a diario, pero, por suerte, uno se casa sólo una vez.
—Mi hermana se casó hace menos de dos meses y enloqueció a toda la familia durante un año para planear el evento.
—San, no sabía que tu hermana se había casado.
—Sí, se casó la consentida de la familia. Uf, a mi papá aún le cuesta asumirlo. Intentó por todos los medios que se quedaran a vivir en la casa familiar, pero Rach se opuso rotundamente. De todos modos, se mudó a un departamento muy cercano al de mis padres, así que se ven casi a diario.
—Recuerdo la vez que cenamos todos juntos en la casa de tus padres. Tu mamá lo regañó varias veces por inmiscuirse entre tu hermana y su novia.
«Un momento—se sorprendió Brittany—, Natalia cenó en casa de los López alguna vez. Entonces, es obvio que conoce a la mujer de Santana, ¡por Dios, qué vergüenza!»
—Papá siempre fue muy posesivo con Rach por ser la mejor. En esa cena a la que hacés referencia, hacía muy poco que Rach y Quinn salían juntas y a papá le costaba mucho asimilarlo.
—Me encanta que tus padres no sean de los que se preocupan de las clases sociales por encima de todo. Son personas muy agradables y sencillas. La verdad es que las dos semanas que estuve en Nueva York me hicieron sentir muy a gusto, tu mamá es una señora increíble.
—Papá y mamá jamás se han fijado en esas cosas, sino jamás le hubieran permitido a Rach casarse con su chofer.
Natalia parecía saber mucho de los López. Brittany permanecía en silencio.
—Vas a ver, Britt. Cuando viajes a Nueva York te encantará conocer a la familia de Santana.
«¿Qué le pasa a Natalia? ¿Es que no sabe que está casada?»
Se quedó muda, no sabía qué decir.
—Perdón, no quise incomodarte—se disculpó Natalia—, Creo que he asumido que como ustedes, bueno, en fin, sé que no es de mi incumbencia y que aún están conociéndose, pero hacen buena pareja y ojalá sigan adelante. Cuando los sentimientos son sinceros, las distancias no son un impedimento.
Tomó a Brittany de la mano para darle ánimos y Brittany sólo pudo sonreírle.
—Estoy segura de que, cuando Britt vaya a Nueva York, mis padres se quedarán encantados con ella—confirmó Santana—A vos también te gustará conocerlos, estoy seguro de que el encantamiento será recíproco.
«Se está burlando de mí—reflexionó Brittany. Sus ojos la fulminaban—Mejor que se calle, porque me levanto y le doy un revés delante de Natalia y que todo se vaya al garete. ¿Quién se cree que es para jugar así con mis sentimientos? ¿Hasta cuándo va a humillarme?»
Santana seguía ha blando:
—Aunque Britt es un poco reticente a conocerlos aún.
—Por supuesto, creo que todavía es muy pronto—confirmó Brittany siguiendo su estúpido juego.
—¿Se van juntas de vacaciones?—preguntó Natalia.
—No—contestó Brittany muy convencida.
—Sí—la contradijo Santana—Bueno, en realidad, aún no nos hemos puesto de acuerdo—explicó Santana con descaro.
—San tendría que postergar varios compromisos si quisiera ir conmigo.
«Yo también puedo ser muy hipócrita, Santana, vas a ver», pensó con cinismo y siguió
—No pretendo que descuide sus obligaciones, ¡faltaría más! Además ya suspendí mi viaje. Me quedaré en casa de mi mamá disfrutando de la familia.
—Pero te ibas a Puerto Vallarta y a Aruba, ¿verdad?—se afligió Natalia.
Brittany no podía contarle que, en realidad, tenía el corazón destrozado y que, por eso, se quedaría con su familia.
No iba a demostrar sus debilidades en público.
—Dejaré ese viaje pendiente para otra oportunidad. Iba con Kitty y con su novia y, de entrada, no me gustaba demasiado la idea de aguantarles la vela durante el viaje.
—Creo que tendrías que ir de todas formas—insistió Santana—, Por más que yo no logre hacerme un hueco para estar contigo, son lugares paradisíacos. No faltará oportunidad para que podamos ir juntas en otro momento.
—Es que mamá me echó mucho de menos este año y quiero compensarle de alguna forma el tiempo que le resto a lo largo del año—el teléfono de Brittany sonó, ella miró la pantalla y dijo—Es para vos, cariño, creo que se equivocaron otra vez y llamaron a mi número—le soltó con sorna y le pasó el teléfono para que atendiera la llamada—A ver si solucionás esto, mi amor, ya les expliqué pero no dejan de llamarme.
—¡Hola!
Santana tomó el iPhone y contestó con voz firme, pero cuando escucharon que era ella no contestaron.
—Creo que hay que solucionarlo, ¿no te parece, San?
—Estoy en ello, no te preocupes.
Natalia las miraba sin entender de qué hablaban.
—De todas formas, mañana o, mejor dicho, pasado, cuando regreses a Nueva York, podrás solucionarlo personalmente, ¿verdad?
—Será lo primero que haga.
—Imagino que estás ansiosa por ocuparte de ese asunto.
—Voy a pedirle a Carolina que nos traiga café.
Natalia se puso en pie para hablar por el intercomunicador, se sentía descolocada y fuera de la conversación.
—A ver si te ocupás de tu amante y le explicás que vos y yo ya no tenemos nada que ver y que me deje de molestar—le exigió Brittany entre dientes antes de que Natalia regresara.
—No te preocupes, creo que sólo está impaciente por mi viaje. Tal vez no fue buena idea que atendiera, pero el miércoles le daré lo que espera y seguro se tranquilizará. Estoy preparada para follármela de todas las maneras que me pida.
—Idiota... sos una malnacida—Brittany se levantó y se fue.
«Que piense ella la manera de disculparse», se dijo Brittany
Por la tarde, Natalia y Brittany siguieron trabajando juntas pero sin Santana. Cuando faltaba media hora para la salida, Santana se asomó un momento.
—Permiso, espero no interrumpir nada importante.
—Pasá, Santana, pasá—la invitó a entrar Natalia muy cordialmente.
—Vengo a despedirme, Natalia, mañana ya no vengo.
—Santana, te echaremos de menos en la oficina—Natalia se puso en pie y se abrazaron—Fue un placer tenerte con nosotros. Sin duda, ahora que estás con Britt te verán más seguido por acá.
—Sólo lo necesario, no quiero agobiar a mis empleados y, por otra parte, tu puesto queda en buenas manos. Con los informes que Britt envíe será suficiente.
Brittany estaba fastidiada de ese juego perverso.
Natalia y Santana se dieron un beso en la mejilla y Santana le deseó muchísima suerte en su matrimonio, por si no se veían.
—Britt, visto que Santana ya se va, te libero de todo. Podemos seguir el miércoles, porque supongo que mañana querrán pasar juntas el día—le dijo bienintencionada.
—No, yo mañana vengo—aseveró Brittany con decisión—Y ahora también puedo quedarme hasta la hora de salida para adelantar, Natalia.
—Como tu superior, te doy el día y te digo que el trabajo por hoy ha terminado. No creo que Santana se oponga a mi decisión, ¿verdad?
—Por supuesto que no, encantada de la vida.
Ellas dos rieron, pero Brittany sólo pudo emitir una media sonrisa. No daba crédito a la hipocresía de esa morena. Al menos, su angustia se había disipado y se estaba transformando en enojo hacia Santana.
Salieron de la oficina de Natalia y Santana le preguntó a qué hora podía pasar Artie por su departamento.
—Que pase a las seis y media—le contestó sin mirarla.
Recogió sus cosas para marcharse con fastidio y, cuando estaba esperando el ascensor, llegó Santana y se paró a su lado, ella también se iba. Las puertas se abrieron y entraron en él.
—Siento la sarta de estupideces que dije durante todo el día, pero no me parecía justo para vos que todos se enteraran de que nuestra relación había durado tan poco tiempo. No quiero que nadie diga estupideces, ahora que me voy.
—Realmente, no creo que te haya causado demasiado esfuerzo. Después de todo, sólo asumiste el papel que venías ocupando desde que nos conocimos, mentira tras mentira. Hoy demostraste con claridad tus dotes para falsear, deberían darte un Oscar.
—No seas cruel, Britt. Te lo pido por lo que tuvimos, por lo que sé que significó para vos y también por lo que significó para mí, aunque no te interese saberlo.
—Sos una hipócrita, Santana. No quiero escucharte más, por favor, ya fue suficiente por el día de hoy.
—Voy a extrañarte, Britt. Aunque no lo creas, así será.
—Con toda seguridad, tu mujer o tu otra amante, esa que me llama a diario, sabrán ayudarte a olvidar.
Santana la miraba fijamente y negaba con la cabeza. Le acarició la mejilla con el reverso de la mano con extrema suavidad. Fue la caricia más delicada que le había hecho nunca, pero Brittany la sintió afilada como una daga en su corazón, que quedó totalmente indefensa y desvalida.
—Que seas muy feliz, te lo deseo de corazón. Ojalá puedas serlo—le dijo sin dejar de clavar sus maravillosos ojos oscuros en Brittany.
Se quedaron en silencio.
«¿Por qué me toca? ¿Por qué me dice todo esto? Dios, la última caricia fue la más inocente de todas las que me ha dado. ¡Siempre son tan tristes las despedidas! Jamás imaginé este final para nosotras, siempre tuve esperanzas de que nuestro amor sortearía todos los obstáculos. Días atrás, Santana y yo parecíamos inseparables, pensaba que estábamos hechas la una para la otra, en completa sinergia. Y, sin embargo, hoy nos estamos despidiendo para siempre.»
Las neuronas de Brittany no paraban de pensar.
Por el contrario, la mente de Santana se había quedado en blanco. Llegaron a la planta baja y Artie estaba frente a la entrada esperándola. Santana se subió al automóvil y se marcharon.
Brittanya caminó hasta su coche, se montó en él y, en la intimidad, mientras se colocaba el cinturón de seguridad comenzó a llorar sin consuelo. Atormentados espasmos se apoderaron de ella, las lágrimas que corrían por sus mejillas eran cuchillas afiladas que le rasgaban la piel.
Zigzagueó entre los vehículos y condujo por intuición hasta llegar a su casa. En cuanto entró, se despojó de los zapatos, se puso un pantalón corto y una camiseta y se fue en busca de la bolsa de Santana para guardar todas sus pertenencias. Besó cada una de las cosas, como si de esa manera ella también se fuera con ellas para acompañarlo siempre.
Y seguía llorando.
Sonó el interfono.
—¿Quién es?
—Soy Artie, señorita.
Le dio paso y, unos minutos después, sonó el timbre de su departamento. Artie siempre había sido muy discreto, pero esa tarde le preguntó:
—¿Se siente usted bien, señorita?
Brittany no podía controlar las lágrimas por más que lo intentaba, las secó apresuradamente con el reverso de su mano.
—No se preocupe, no es nada—le dijo mientras gimoteaba.
—Tome—él le ofreció su pañuelo y ella se lo agradeció pero no lo aceptó.
Le flanqueó la entrada y él se hizo con la bolsa, mientras que ella le colgaba las perchas con los trajes de Santana.
—Eso es todo, Artie.
—De acuerdo, señorita, es un gusto haberla conocido.
—Igualmente—respondió mientras sorbía su nariz.
—¿No quiere que envíe ningún recado?—le ofreció con gentileza.
Brittany, no obstante, consideraba que no tenía nada más que decirle, nada entre ellas tenía razón de ser.
—No quiero parecer entrometido—siguió Artie—, Pero no la veo bien y, si le interesa, la señorita López tampoco tiene muy buen aspecto que digamos. Discúlpeme una vez más por estos comentarios, sé que lo que haya ocurrido no es de mi incumbencia.
—Gracias, Artie, por su preocupación. Pero... entre la señorita López y yo todo ha terminado.
—Lo siento, de verdad, adiós señorita Pierce.
—Adiós, Artie, que tenga un buen viaje.
—Muchas gracias. Mañana, a las 18.15 horas iremos al aeropuerto para facturar y, a las 21.25 horas, partiremos en el vuelo 954 de American Airlines, directo a Nueva York.
—Gracias, Artie. Aprecio realmente sus palabras y entiendo muy bien lo que intenta hacer, pero todo está en su justo lugar. Adiós.
—Adiós, señorita—se despidió con una mueca de pesar.
Artie le había ofrecido los datos del vuelo con premeditación, pero entre Santana y Brittany todo parecía imposible. Su matrimonio con Dani hacía que nada entre ellas pudiera tener sentido.
En cuanto oscureció, Brittany se puso un pijama, se acostó y sacó la camiseta de Santana, que había rociado con su perfume, de debajo de la almohada. Aspirar su esencia le permitía imaginar que estaba junto a ella.
«Lo que daría por estar cerca de ti, porque tuviéramos otra oportunidad, porque fueras libre, por estar entre tus brazos y huir de todo mal», se durmió pensando.
Cerca del mediodía, el embotamiento de la cabeza la despertó. Se levantó y miró a su alrededor. Tenía la sensación de que las paredes se le caían encima, cuando al levantarse se tambaleó, recordó que hacía tres días que no probaba bocado.
Fue hasta la cocina y puso la tetera a calentar. Pensaba tomarse un té muy dulce. Mientras el agua estaba en el fuego, se acercó al ventanal. Buenos Aires combinaba perfectamente con su estado de ánimo, el día estaba gris y lluvioso, apoyó la frente en el cristal, para que el frío le aplacara el dolor de cabeza. Fue a buscar un ibuprofeno para tomar con el té.
Pasó el resto del día tirada en la cama, evocando a Santana, recordando sus ojos oscuros, sus manos de largos dedos y uñas muy cuidadas, su boca perfecta, sus hoyuelos que aparecían cuando sonreía, su voz y su sonrisa lujuriosa.
Pensó en el día en que la había conocido. Lo que más le había impactado de Santana había sido su mirada, entre pícara e inocente, que la intimidó desde el primer momento.
Miró la hora, eran las cinco de la tarde. De pronto, un profundo dolor le apretó el pecho, faltaba tan poco para que Santana partiera... Recordó las últimas palabras de Artie mencionando los datos del vuelo y, sin darse cuenta, se encontró conduciendo a toda velocidad por la avenida General Paz, camino al aeropuerto.
Llegó minutos antes de las seis y buscó desesperadamente alguna información del vuelo. Pronto averiguó que debían facturar en la terminal A, así que se trasladó hacia allá. El aeropuerto internacional de Ezeiza, a esa hora, estaba colapsado. Se camufló entre la gente en una ubicación privilegiada, frente al mostrador de primera clase de American Airlines.
Poco después de las 18.15 horas, vio que Santana y Noah entraban en la terminal. Unos pasos más atrás iba Artie, con un carrito que transportaba las maletas de todos. Santana leía los carteles con las indicaciones, hasta que detuvo a una empleada del aeropuerto para consultarle algo. La chica señaló en la dirección en que ella se encontraba y Brittany temió que pudiera verla, así que se giró.
Era evidente que estaban buscando el mostrador de facturación.
Se colocaron en la fila, con unas diez personas delante.
Estaba muy callada.
No dejaba de observarla.
Llevaba puesto una polo negra y unos vaqueros oscuros con zapatillas. Tenía una americana negra colgada en el brazo, para ponerse cuando bajara en Nueva York. Se había vestido cómodo para viajar, pero estaba tan atractiva como siempre.
Se dio la vuelta varias veces y miró a su alrededor como si buscara a alguien entre la gente, el corazón de Brittany latía desbocado, estaban tan cerca y, a la vez, tan lejos. Santana sacó su teléfono, marcó un número y, después de intercambiar algunas breves palabras, colgó.
«¿A quién habrá llamado? Seguramente a su esposa para avisarle de que ya está en el aeropuerto», pensó.
Pero, acto seguido, se dijo que no debía entrar en esos derroteros que no le hacían bien. Alejó esos pensamientos tortuosos de su mente y se dispuso a disfrutar de los últimos instantes durante los cuales podría observarlo.
Pasaron por el mostrador, facturaron las maletas y se dirigieron a migraciones. Después de eso, los perdió de vista, ya que se fueron a sentar a la sala vip de American Airlines. Brittany se quedó en la terminal y buscó un sitio privilegiado desde donde vigilar la puerta de embarque número cuatro, por la cual accederían al avión que ya estaba en la pista. Su corazón latía agitado, le faltaba el aliento y sentía que sus fuerzas se consumían.
Sería la última vez que vería a su amor.
A las 20.55 horas, empezaron a llamar por megafonía para embarcar y Brittany seguía atrincherada en la terminal. Santana aún estaba en la sala vip, callada y mirando su teléfono. Noah intentaba animarla y mantener una charla coherente con ella, pero santana parecía no escucharlo, contestaba con monosílabos o asentía con la cabeza.
Esperaban a que la mayor parte de los pasajeros subieran al avión, para no tener que hacer cola y aguantar los empujones de la gente, aunque, en realidad, lo único que Santana estaba haciendo era demorar la partida.
—San, ¿por qué no la llamás? Todavía estás a tiempo de enmendar las cosas.
Levantó sus profundos ojos oscuros y los clavó en su amigo, con una mirada que asustaba. Estudió una vez más su entorno, pero no le contestó y volvió a centrarse en el teléfono, donde pasaba, una y otra vez, las fotos que tenía guardadas de Brittany y ella.
El móvil de Noah sonó, Aria llamaba para despedirse y Santana oyó sus promesas mutuas de verse al mes siguiente, cuando ella visitara Nueva York. La conversación le molestó, le causaba fastidio ver que hacían planes con entusiasmo para verse tan pronto como les fuera posible y sintió envidia.
—Aria te manda saludos.
—Gracias.
Miró la hora y vio que sólo faltaban quince minutos para que las puertas del avión se cerrasen. Se puso en pie, tomó su bolsa de mano y se dirigió a Noah:
—Ya es hora, vamos o perderemos el vuelo.
—Quizá sería lo mejor para vos, viendo la cara que tenés, no creo que tengas muchas ganas de subirte en ese avión.
—Dejá de decir estupideces.
Noah sacudió su cabeza, sin poder entender que su amiga fuera tan orgullosa y necia.
No había forma de que reconociera los sentimientos que tenía por Brittany.
Artie, que estaba en la barra tomando un zumo de frutas, cuando vio que su jefa y su amigo se ponían de pie, hizo lo mismo y se aprestó a seguirlos.
—Vayamos, Artie.
—Sí, señorita, no se preocupe, yo los sigo.
El empleado iba tras ellos en silencio y un tanto apartado. Ya casi no quedaban pasajeros que subieran al avión. Los tres llegaron a la entrada y, tras la nueva revisión del equipaje de mano, entraron en el finger que los conducía al aparato.
Brittany los vio entrar y fijó la vista en su amor. Sentía que iba a morirse, sus lágrimas corrían a raudales por su rostro pero no le importaba.
Santana se iba de su vida para siempre.
Noah caminaba por delante de Santana, que iba cabizbaja y apesadumbrada.
Cuando el finger cruzaba por encima de la terminal, Noah miró hacia abajo y divisó a Brittany, en medio del gentío, llorando. Se detuvo de repente y le dijo a Santana:
—Mirá hacia abajo, mirá quién está ahí, llorando.
Señaló con la mano obligando a su amiga a levantar los ojos. En seguida distinguió a Brittany entre la multitud, llorando sin parar, con verdadero sentimiento. En ese momento, se le hizo un nudo en la garganta y tuvo el impulso de dar media vuelta y volver tras sus pasos, pero estaba tan enfadada por cómo había terminado todo, que el rencor y el orgullo pudieron más.
—Por favor, sigamos caminando. Si demoramos más, van a cerrarnos las puertas.
Puso la mano sobre el hombro de Noah, volvió la mirada hacia él y continuaron su marcha. Artie los seguía rezagado.
Entraron en la cabina de primera clase y se colocaron en sus asientos, ubicados en el pasillo central. Santana se ajustó el cinturón, apoyó su codo en el reposabrazos y, mientras sostenía su barbilla, entrecerró sus ojos y suspiró.
El avión empezó a dirigirse hacia la pista y mostraron el vídeo de seguridad, primero en inglés y después en español. No podía quitarse de la cabeza la imagen de Brittany en la terminal de Ezeiza.
«Mierda, ¿por qué me afecta tanto haberla visto en ese estado? Hubiera querido correr a consolarla, a explicarle, pero sé que no me habría escuchado. ¡Es tan terca! Preciosa, algún día vas a entender que esto fue lo mejor para las dos. No merezco tu amor, Brittany, no soy la mujer que vos creés.»
Se apretó los ojos con el pulgar y el índice y así permaneció hasta que el avión emprendió el vuelo. Entonces, abrió los ojos y dijo para sus adentros:
«Adiós, mi Britt-Britt. Adiós, mi amor.»
Otra vez se habían burlado de sus sentimientos, otra vez sus ilusiones se habían evaporado. Pero aún le quedaba un atisbo de dignidad, así que cogió el bolso y se marchó del edificio. Kitty quiso detenerla pero no lo logró, era obvio que había sido testigo de toda la escena.
Brittany subió al coche y condujo sin sentido por la ciudad. Su teléfono sonaba dentro del bolso, pero no tenía intención de hablar con nadie, no paraba de llorar, no entendía de dónde salían tantas lágrimas. Se aferró con fuerza al volante y condujo por instinto, porque sus cinco sentidos estaban bloqueados.
Lo que esa mujer le había dicho era lo que ella sospechaba desde el principio. Recordó que se lo había preguntado, Santana había tenido la oportunidad de ser sincera y prefirió mentirle. Le dolía el pecho, le faltaba el aire, tenía la cabeza embotada y el alma congelada. Pensó si era posible sentir más dolor y se dijo que no, era imposible sentirse peor de lo que se sentía.
Al final, detuvo el coche en una dársena, junto a la muralla de la avenida Costanera, y miró a lo lejos. La tarde estaba cayendo y el sol empezaba a esconderse, tintando de rojo, amarillo y escarlata sus aguas. En otro momento, le hubiera parecido una postal romántica, pero ese día, el espectáculo le dolía, le quemaba porque estaba convencida de que jamás volvería a ver un amanecer a su lado.
Le había entregado a Santana su corazón maltrecho, para que lo cuidara y lo sanara, y Santana sólo había acabado de destrozarlo.
Había permitido que las cosas avanzaran, se había dejado engañar otra vez.
«¿Cuándo vas a aprender, Brittany? ¿Cuándo te vas a convencer? Las personas guapas son una mierda. Te usan y te tiran.»
Volvió a mirar hacia la inmensidad del río, allá donde sus ojos no alcanzaban a ver y donde no había nada, solamente agua, una gran masa de agua.
«Quizá debería dejarme engullir por esa inmensidad y que todo se terminara de una vez. Quizá debería acabar con esta vida de mierda que me toca vivir.»
Santana había sido una gran mentira y sólo había aprovechado la oportunidad para echarse una cana al aire. Pero lo peor de todo, y lo que más le dolía, era saber que nunca más podría estar entre sus brazos, sentir sus caricias y sus besos.
«Dios—pensó—ya la estoy extrañando, ¿cómo voy a hacer para poder vivir sin ella? No volveré a escuchar sus susurros en mi oído, no volveré a verla extasiada de placer, ni me volveré a despertar junto a ella. Todo lo que teníamos se ha ido, aunque es posible que nunca tuviéramos nada verdadero. ¿Sería su esposa la que me llamaba a diario? No, no creo, Santana hubiera reconocido su voz. Bueno, podría haber fingido, después de todo, es bueno para decir mentiras. Tal vez la que llamaba era una de sus amantes. ¿Cuántas tendrá? ¿A cuántas habrá engañado como me ha engañado a mí?»
Miraba el río con los ojos perdidos. Ahí no había nada ni nadie, sólo agua y, entonces, pensó que nada podría herirla. Se subió en las rendijas de la muralla de piedra y asomó la mitad de su cuerpo hacia el río.
Lloraba sin consuelo.
—No vale la pena—le dijo una voz que la sacó de su pesadilla—Nada de lo que estés pensando ahora vale la pena, porque sólo dejarás dolor en los que verdaderamente te aman y estoy segura de que deben de ser muchos.
Una mujer que pasaba por ahí le habló y fue visionaria, adivinó sus intenciones y se le acercó. Brittany la miró, sus palabras la habían devuelto a la realidad, al aquí y ahora, y en ese momento recordó a su mamá, a su hermano, a sus sobrinos, su cuñada, a Kitty y a Hanna.
«Ellos me quieren de verdad, no puedo causarles tanto dolor.—recapacitó de inmediato—No se merecen que les haga algo así, siempre estuvieron a mi lado para protegerme. Terminar con todo significaría, entre otras cosas, no ver crecer a mis sobrinos. ¿Soy capaz de perderme eso?»
La señora la había aferrado de la mano con determinación, y Brittany ni se había dado cuenta, pero allá estaba sosteniéndola. La mujer volvió a hablarle, intentaba distraerla, arrancarla de sus pensamientos y sacarla de ahí.
—Hace un rato que te observo. No sé lo que te ocurrió pero vivir es lo que verdaderamente vale la pena, no importa de qué forma nos haya tocado hacerlo, no siempre es como nos gustaría, pero es lo que nos tocó y debemos aceptarlo. Mañana no será peor que el día de hoy, quizá encuentres otro motivo por el que vivir. Si te privas del mañana, nunca sabrás lo que habrías podido descubrir.
Brittany la escuchaba atónita, la señora había logrado captar su atención y sacarla de sus oscuros pensamientos. La voz que repiqueteaba en sus oídos tenía razón.
La mujer la ayudó a bajar de donde estaba. Brittany intentaba convencerse de que el mañana podía ser mejor que el presente, pero sabía que no sería así, porque no estaría con Santana.
«¿Quién iba a pensar que nuestro “adiós” de esta mañana sería el último?»
—Me llamo María Laura. ¿Cuál es tu nombre?
—Britt, Brittany Pierce.
No entendió por qué le había dado su nombre completo a la mujer, ella lo odiaba. La señora le hablaba con calma y una voz melodiosa, que la tranquilizaba.
—Brittany, ¿sabés por qué estoy acá?—Brittany negó con la cabeza y la mujer prosiguió—Vengo cada viernes del año acá, porque un viernes de hace tiempo mi hija se quitó la vida arrojándose a estas aguas. Vengo a rezar por su alma para que haya conseguido la paz que anhelaba y a pedirle que me dé fuerzas para levantarme mañana. Yo también tengo motivos para saltar, pero no lo hago porque sería muy egoísta dejar a mis seres queridos con el mismo dolor que ella me dejó. No pienses sólo en tu dolor.
—Gracias por acercarse—dijo al fin y le tomó la mano con las suyas para agradecerle—Gracias. Tiene razón, únicamente pensaba en mí.
—¿Querés que llame a alguien para que venga a buscarte?
—No—agitó su cabeza—, Ya ha hecho más que suficiente, tengo mi coche ahí. Regresaré sola.
—¿Seguro que estás bien para conducir?
—Sí, estoy bien. Usted me hizo sentir.
—Me alegra, tesoro—le acarició la barbilla.
—¿Puedo darle un beso?—le preguntó Brittany con timidez.
—Por supuesto y dejame abrazarte también. Mi hija no tuvo tu suerte, nadie se dio cuenta de lo que estaba haciendo.
—Gracias, María Laura, gracias por reparar en mí.
Subió al vehículo y, antes de partir, recordó que su móvil había sonado varias veces antes. Lo buscó en la cartera y, como suponía, vio que eran llamadas perdidas de Hanna y Kitty. Conectó el iPhone al altavoz, arrancó el motor y salió de ahí con el mismo dolor, pero con la convicción de que no valía la pena hacer ninguna estupidez.
—¡Por fin! ¿Dónde estás—exclamó Kitty.
—Estoy bien, no importa dónde, necesitaba un rato de soledad, no te aflijas. Voy de regreso a casa.
—Voy para allá.
—No, Kitty. Quiero estar sola, por favor. Voy a acostarme directamente.
—¿Estás segura de que no querés que vaya?
—Debo resolver esto sola, no puedo pretender que mis amigas dejen todas sus cosas por mí.
—No desaparezcas más. Hanna y yo anduvimos como locas, buscándote por toda la ciudad.
—Perdón, les pido perdón.
—¿Querés que hablemos?
—No, escuchaste todo, Kitty. No tengo nada que contarte. Te dejo porque estoy conduciendo y prefiero concentrarme para no provocar un accidente.
—De acuerdo, te entiendo, prometeme que vas a cuidarte y que, cuando precises algo, me vas a llamar a mí o Hanna.
—Prometido, avisale de que estoy bien, por favor.
—Quedate tranquila, yo le aviso.
Llegó a su departamento y se fue a la cama sin pensar, se quitó toda la ropa y se acostó. Irremediablemente, comenzó a llorar al recordar que la última vez que Santana y ella habían hecho el amor había sido ahí. Le había besado hasta la sombra, como dice la canción de Arjona.
No podía dejar de pensar en Santana. No sabía qué iba a hacer para olvidarla, para arrancarla de su piel y de su mente.
El teléfono sonó y contestó suponiendo que eran sus amigas, pero no, era Santana.
«¿Para qué me llama?—pensó—¿Qué otra mentira quiere inventar?»
Santana llamaba y ella no atendía, Santana le dejaba mensajes en el contestador que la atormentaban.
—Necesitamos hablar, Britt, por favor, atendeme.
Al rato volvía a intentarlo pero Brittany no respondía. Probó con mensajes de texto, con whatsapps, pero no había manera.
Alrededor de las diez de la noche, empezó a sonar el timbre. Brittany se levantó de la cama hecha una piltrafa y atendió el interfono.
—Britt-Britt, mi amor, dejame entrar.
No hubo respuesta y la dejó fuera. Santana insistió durante una media hora más, pero Brittany no cedió. Al final, le envió un mensaje de texto que decía:
Te vas a arrepentir, te lo aseguro.
«¿De qué me voy a arrepentir? ¿De no seguir viviendo en una gran mentira?»
No le contestó y siguió llorando. Llevaba horas en ese estado, ya no tenía más fuerzas.
Cuando estaba amaneciendo, el cansancio la venció y se durmió: estaba agotada.
Por la mañana, despertó sobresaltada con el sonido del teléfono. Era su mamá, pero no podía responderle sintiéndose así, no estaba preparada para aceptar que Santana y ella ya no serían más Santana y ella, dejó que saltara el buzón de voz.
Su foto estaba de fondo de pantalla. La miró un rato y dejó el móvil sobre la mesilla de noche.
Fue al baño como una autómata y se imaginó a Santana de pie frente al espejo arreglándose, como había hecho tantas mañanas, recordó lo seria que se ponía, cómo fruncía el ceño hasta que se daba cuenta de que ella la observaba y le sonreía con esa mirada maliciosa y traviesa que la derretía.
Al reparar en el vasito que estaba sobre el mármol, con su cepillo de dientes, comenzó a llorar otra vez.
«¡Cómo duele, Dios mío! ¡Cómo duele saber que nunca más podré estar con ella! Odio quererla así.»
Cogió el cepillo de Santana y se lavó los dientes con él, fue al dormitorio y se dejó caer en la cama nuevamente, donde lloró hasta que volvió a quedarse dormida.
Se despertó porque la cama se movió a su alrededor. Abrió los ojos sobresaltada y vio a Hanna y Kitty sentadas a su lado.
—Che, dormilona, no te levantaste todavía. ¡Son las ocho de la noche!
—¿Qué día es?—preguntó Brittany aturdida.
—Sábado, aún es sábado—le contestó Hanna—Vamos, levantate, andá a ducharte. Pedimos pizza y unas empanadas.
—No, no quiero—se negó.
—Ah... ni lo sueñes—la amenazó Kitty—O te levantás o te meto yo en la ducha.
—Está bien, está bien, ¡qué hinchapelotas son!
Se dio una ducha rápida.
El cuerpo le dolía como si hubiera corrido un maratón, se envolvió en una toalla y fue en busca de su ropa. El armario estaba lleno de cosas de Santana y maldijo, ya que parecía imposible no acordarse de ella a cada momento.
Acarició sus prendas, aún estaba colgado el vestido que había usado para ir a Chila, lo cogió y se la pasó por la mejilla. Sobre una silla había una camiseta, que aspiró con fuerza para nutrirse de su aroma, aún conservaba su perfume. Como un acto reflejo, la metió bajo su almohada como si fuera un tesoro.
Presa del desasosiego, regresó al baño y, en un arrebato, tomó el frasco de perfume que Santana había dejado, volvió al vestidor y roció todas las prendas con la botella, para embriagarse con su aroma y aturdirse. Luego se vistió y salió a la sala.
Sus amigas estaban en la cocina, la comida ya había llegado, pero Brittany estaba tan ensimismada que ni siquiera había oído el timbre. Comió porque debía hacerlo, y para que Kitty y Hanna no la sermonearan, pero le costó tragar bocado. Tomó varios vasos de agua sin parar, su cuerpo, con tanto llanto, necesitaba compensar la pérdida de líquidos.
Kitty y Hanna intentaban animarla, hacían bromas entre ellas, pero Brittany no estaba ahí. Hanna notó que nos les prestaba atención y, de repente, la agarró por la barbilla y le dijo:
—Hey, Britt, volvé. ¿Querés que hablemos de San?
Brittany la miró sin comprender.
No había nada que decir.
Negó con la cabeza pero no pronunció palabra.
—No te encierres, Britt, estamos acá para escucharte gritar, insultar, llorar o, simplemente, para lo que quieras hacer.
—No quiero nada, Hanna, no sé para qué vinieron. Ayer le dije a Kitty que quería estar sola.
—Sí, claro, ¿cómo podés creer que te íbamos a dejar tirada en la cama todo el fin de semana?—la increpó Kitty.
—Necesito hacer mi duelo—les explicó Brittany—Me siento como si se me hubiera muerto un ser querido. De hecho, algo parecido había ocurrido en el instante en que se enteró de que era una mujer casada.
Sólo necesitaba enterrarla en sus pensamientos y en su alma.
—Te puse a cargar el móvil—le indicó Hanna—, Se te había agotado la batería. Te llamamos durante toda la tarde y saltaba directamente el contestador y el fijo estaba desconectado.
—Sí, creo que no lo cargo desde el jueves en la noche—trató de hacer memoria.
—Necesitamos saber que estás bien, queremos que te acuerdes de cargarlo para poder llamarte.
—Lo sé, lo siento, Hanna. No quería ser desconsiderada, sé que se preocupan mucho por mí—susurró y respiró hondo.
—Claro que nos preocupamos por vos—confirmó Kitty.
—Debo de tenerlas aburridas con mis descalabros. Mi vida es un continuo fracaso. Si se olvidaran de mí, no las culparía, sé que soy una persona indeseable como compañía.
—Yo no creo que seas una fracasada, tu vida personal tiene muchos logros—consideró Kitty.
—¡Ja! No me hagas reír, que no tengo ganas.
—¿Te vas a sentar a auto-compadecerte y no vas a hacer nada?
—¿Qué querés que haga, Hanna? Lo único que quiero hacer está vetado. La maldita Santana está casada, me utilizó todo este tiempo para follar. Me dijo millones de frases de ensueño, me entregó promesas que jamás podría cumplir, me enamoró como a una pelotuda y ahora me ha dejado sin sentido, adormecida en el dolor—se quedó mirándola a los ojos—¿Tan mala persona soy que merezco todo esto?
—Sabés que no es así—afirmó Kitty.
—Y entonces, ¿por qué me pasan estas cosas?
—No hay una razón, Britt. A veces las relaciones son complicadas, la vida es complicada—argumentó Kitty sin saber qué decir exactamente y es que no había mucha explicación posible.
—Pero yo no veo que la vida de ustedes sea como la mía. ¿Qué es lo que hago mal?
—Nada, no haces nada mal. Tenés la maldita mala suerte de toparte sólo con personas malnacidas—concluyó Hanna.
Mientras Kitty y Hanna recogían la mesa, Brittany se recostó en el sofá y luego los instó a irse. Kitty y Hanna no querían, pero Brittany insistió tanto que, al final, accedieron. Ambas tenían sus vidas y Brittany, de manera obstinada, opinaba que no podía permitirles instalarse en la de ella por compasión. Les prometió que atendería al teléfono y que mantendría la batería cargada.
Cuando se fueron, se quedó sola en su gran sepulcro, su departamento era una gran tumba para ella.
El teléfono volvió a sonar y se puso de pie, a regañadientes, y fue a por él. Era un número desconocido y maldijo al suponer de lo que se trataba.
—Hola... hable...
Nadie contestaba pero era evidente que había alguien al otro lado. Ella sabía quién era.
—No me llames más, estúpida. Todo se terminó con Santana. No tenés de qué preocuparte—le gritó y cortó—¡Basta, basta! ¡No puedo soportar más dolor!—chilló con todas sus fuerzas—¿Qué voy a hacer con este amor que siento? ¿Qué me hiciste, Santana? ¿Por qué el amor tiene que doler tanto?
Volvió a llorar desconsolada.
No sabía qué hacer para no pensar más, para no sentir más ese vacío, volvió a quedarse dormida entre sollozos y espasmos.
El domingo siguió llorando y maldiciendo, de la cama al sofá y del sofá a la cama. Su mamá volvió a llamar pero no la atendió. Brittany inventó una pequeña mentira y le mandó un mensaje diciéndole que donde estaba no tenía buena señal, pero que estaba bien. Su mamá, comprensiva, le contestó que disfrutara con Santana y que no se preocupara. Otra vez surgía su nombre y, con él, los recuerdos, los miedos, la soledad y la angustia.
Por la tarde, la llamaron Kitty y Hanna y Brittany intentó tranquilizarlas. Les dijo que había comido, otra mentira, y les pidió que no fueran a su casa.
Era lunes otra vez y estuvo realmente tentada de no levantarse. Pero faltar al trabajo era darle el gusto a Santana de que viera lo mal que estaba. Se vistió a desgana, y por más que intentó esmerarse, no consiguió una imagen decente. Después de tres días seguidos de llanto, no podía hacer milagros con el maquillaje.
Cuando llegó a la oficina, rogó a todos los santos no encontrarse con Santana en la entrada. De todas maneras, pensó, era una estupidez, porque su oficina estaba pegada a la de Santana.
Brittany se dio cuenta de que llegaba porque oyó que Carolina la saludaba. Entonces, cerró sus ojos y tomó aire mientras fijaba la vista en la pantalla del ordenador. Con el rabillo del ojo, vio que se había detenido frente a su despacho.
La ignoró y simuló trabajar, pero se paró frente a su mesa y Brittany tuvo que levantar la vista. Clavó sus ojos desafiantes en los suyos, Santana la estudió hasta que dijo en un tono de voz lo suficientemente bajo como para que sólo Brittany pudiera oírlo:
—Artie pasará esta tarde por tu casa a recoger mis cosas, ¿sería posible que las tuvieras preparadas?
Brittany intentó sosegar su corazón y contestarle con calma. Tragó saliva y, sin dejar de mirarla a los ojos, le confirmó:
—Sí, por supuesto, no hay problema.
Luego, con frialdad, bajó la mirada nuevamente al ordenador, pero Santana seguía frente a ella y no pensaba irse. Volvió a levantar la cabeza.
—¿Algo más? ¿Necesitás algo más?
La estaba fulminando con la mirada, pero Brittany no iba a permitirle que la intimidara y siguió en sus trece.
—Me voy mañana, he adelantado mi viaje.
«No voy a llorar, no voy a llorar», se repitió como un mantra una y otra vez hasta convencerse.
—Que tengas un buen viaje—le deseó—, No puedo decirte que haya sido un placer conocerte, desde luego que no.
Cerró los ojos y suspiró.
—Hay cosas tuyas en el hotel, Artie te las llevará esta tarde.
—Perfecto.
Brittany tenía un nudo en la garganta y no sabía cuánto tiempo más iba a poder aguantarse sin derramar una lágrima.
Santana dio media vuelta y salió del despacho. Cuando se alejó, Brittany se apretó las sienes, aturdida e indefensa. Se refugió en el baño, bajó la tapa de uno de los inodoros y se sentó en él, donde ahogó su llanto en silencio.
Así estuvo un rato hasta que se auto-amonestó: necesitaba contener sus emociones, no podía seguir en ese estado y menos en el trabajo.
En cuanto dejó de gimotear, salió y se miró en el espejo, su nariz estaba colorada y no hacía falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que había estado llorando. Volvió a maquillarse y luego pasó por la mesa de Kitty, a quien todavía no había visto.
—Estuviste llorando.
—¡Chis! Hablá despacio. Hace un rato se me acercó Santana y me dijo que mañana se va.
—Mejor, que vuelva con su esposa.
—No es necesario que me lo recuerdes.
—Sí que es necesario, no sea cosa que se te ocurra alguna idea brillante.
—Jamás... Nunca consentiría ser la otra sabiéndolo.
—Me alegro, porque sufrirías mucho.
—Lo sé, no quiero hablar de eso. Me voy a seguir trabajando.
—Perfecto. Pronto Santana será un mal recuerdo, ya verás. Al menos te enteraste antes de que pudiera hacerte más promesas.
Brittany salió y, cuando pasó frente a la oficina de Natalia, se encontró con ella.
—Britt, qué suerte que te encuentro. Carolina estaba buscándote porque necesito mostrarte algunas cosas, archivos confidenciales y datos relevantes de la compañía. Quiero enseñarte cómo se accede a ellos y que hablemos de unos temas de suma importancia que necesito resolver. Me gustaría que ya empezaras a tener conocimiento de ellos para que luego puedas tomar las riendas mejor. Debemos considerar que sólo nos queda una semana para transferirte todo, luego te vas de vacaciones y, a tu regreso, ya no nos veremos. Por favor, dejá todo lo que estás haciendo y pasáselo a tus compañeros. Te necesito durante el resto de la semana para ponerte al corriente de todo. Andá a buscar tu Mac y esperame en el despacho, ya regreso.
—Sí, por supuesto, lo que necesites.
Hizo todo lo que le había pedido y, cuando entró, se llevó una gran sorpresa. Santana estaba en el despacho de Natalia, sentado en el sofá.
«Mierda, esto es una pesadilla. No quiero estar a solas con Santana», maldijo.
Sin embargo, no le quedó otra opción que entrar y sacar fuerzas de donde fuera para demostrar, ante todo, su profesionalidad. Se acomodó en uno de los sillones ante la atenta mirada de desagrado de Santana. Brittany apoyó su ordenador en la mesa e intentó no mirarla.
—Lo siento, Britt, sé que te incomodo pero es urgente que tratemos algunos temas.
—No te preocupes.
Brittany intentaba evitar sus ojos, alisaba su falda y sacaba pelusas que sólo ella podía ver.
—Entiendo perfectamente que estamos acá para trabajar, puedo separar las cosas.
—Entonces qué suerte, porque a mí, realmente, me cuesta—dijo con ironía. Brittany levantó su mirada y la clavó en Santana—Con lo cínica que sos, realmente me cuesta mucho creerlo—le espetó con voz afilada y punzante.
En ese instante, entró su jefa.
El aire podía cortarse entre ellas.
Brittany necesitaba que entendiera que el resentimiento que sentía por Santana era tan grande como el amor que le había profesado.
Trabajaron toda la mañana las tres juntos. A pesar de todo, la cabeza de Brittany asimiló muy bien toda la información que le pasaron. En un momento en que Natalia se apartó para atender una llamada, Santana se puso en pie para estirarse y se colocó de espaldas a ella.
Brittany la contempló en silencio.
«Dios, las veces que me ha rodeado con sus brazos, que me ha cobijado en su pecho y me ha hecho el amor. ¿Cómo haré para borrar sus huellas cuando, en realidad, lo único que deseo es que se queden ahí para toda la vida?»
Santana se dio la vuelta y la sorprendió ensimismada y con la mirada clavada en ella. La miró a los ojos y Brittany pudo sentir cómo la desnudaba. Santana volvió su vista a Natalia, que estaba de espaldas hablando por teléfono. Entonces miró a Brittany y le habló en voz baja.
Su comentario la descolocó:
—¿Por qué la vida es tan difícil? ¿Por qué ser feliz cuesta tanto?
«¿Por qué me dice eso?», pensó.
—Lamento la interrupción—se disculpó—No se imaginan lo que cuesta organizar una boda, surgen baches a diario, pero, por suerte, uno se casa sólo una vez.
—Mi hermana se casó hace menos de dos meses y enloqueció a toda la familia durante un año para planear el evento.
—San, no sabía que tu hermana se había casado.
—Sí, se casó la consentida de la familia. Uf, a mi papá aún le cuesta asumirlo. Intentó por todos los medios que se quedaran a vivir en la casa familiar, pero Rach se opuso rotundamente. De todos modos, se mudó a un departamento muy cercano al de mis padres, así que se ven casi a diario.
—Recuerdo la vez que cenamos todos juntos en la casa de tus padres. Tu mamá lo regañó varias veces por inmiscuirse entre tu hermana y su novia.
«Un momento—se sorprendió Brittany—, Natalia cenó en casa de los López alguna vez. Entonces, es obvio que conoce a la mujer de Santana, ¡por Dios, qué vergüenza!»
—Papá siempre fue muy posesivo con Rach por ser la mejor. En esa cena a la que hacés referencia, hacía muy poco que Rach y Quinn salían juntas y a papá le costaba mucho asimilarlo.
—Me encanta que tus padres no sean de los que se preocupan de las clases sociales por encima de todo. Son personas muy agradables y sencillas. La verdad es que las dos semanas que estuve en Nueva York me hicieron sentir muy a gusto, tu mamá es una señora increíble.
—Papá y mamá jamás se han fijado en esas cosas, sino jamás le hubieran permitido a Rach casarse con su chofer.
Natalia parecía saber mucho de los López. Brittany permanecía en silencio.
—Vas a ver, Britt. Cuando viajes a Nueva York te encantará conocer a la familia de Santana.
«¿Qué le pasa a Natalia? ¿Es que no sabe que está casada?»
Se quedó muda, no sabía qué decir.
—Perdón, no quise incomodarte—se disculpó Natalia—, Creo que he asumido que como ustedes, bueno, en fin, sé que no es de mi incumbencia y que aún están conociéndose, pero hacen buena pareja y ojalá sigan adelante. Cuando los sentimientos son sinceros, las distancias no son un impedimento.
Tomó a Brittany de la mano para darle ánimos y Brittany sólo pudo sonreírle.
—Estoy segura de que, cuando Britt vaya a Nueva York, mis padres se quedarán encantados con ella—confirmó Santana—A vos también te gustará conocerlos, estoy seguro de que el encantamiento será recíproco.
«Se está burlando de mí—reflexionó Brittany. Sus ojos la fulminaban—Mejor que se calle, porque me levanto y le doy un revés delante de Natalia y que todo se vaya al garete. ¿Quién se cree que es para jugar así con mis sentimientos? ¿Hasta cuándo va a humillarme?»
Santana seguía ha blando:
—Aunque Britt es un poco reticente a conocerlos aún.
—Por supuesto, creo que todavía es muy pronto—confirmó Brittany siguiendo su estúpido juego.
—¿Se van juntas de vacaciones?—preguntó Natalia.
—No—contestó Brittany muy convencida.
—Sí—la contradijo Santana—Bueno, en realidad, aún no nos hemos puesto de acuerdo—explicó Santana con descaro.
—San tendría que postergar varios compromisos si quisiera ir conmigo.
«Yo también puedo ser muy hipócrita, Santana, vas a ver», pensó con cinismo y siguió
—No pretendo que descuide sus obligaciones, ¡faltaría más! Además ya suspendí mi viaje. Me quedaré en casa de mi mamá disfrutando de la familia.
—Pero te ibas a Puerto Vallarta y a Aruba, ¿verdad?—se afligió Natalia.
Brittany no podía contarle que, en realidad, tenía el corazón destrozado y que, por eso, se quedaría con su familia.
No iba a demostrar sus debilidades en público.
—Dejaré ese viaje pendiente para otra oportunidad. Iba con Kitty y con su novia y, de entrada, no me gustaba demasiado la idea de aguantarles la vela durante el viaje.
—Creo que tendrías que ir de todas formas—insistió Santana—, Por más que yo no logre hacerme un hueco para estar contigo, son lugares paradisíacos. No faltará oportunidad para que podamos ir juntas en otro momento.
—Es que mamá me echó mucho de menos este año y quiero compensarle de alguna forma el tiempo que le resto a lo largo del año—el teléfono de Brittany sonó, ella miró la pantalla y dijo—Es para vos, cariño, creo que se equivocaron otra vez y llamaron a mi número—le soltó con sorna y le pasó el teléfono para que atendiera la llamada—A ver si solucionás esto, mi amor, ya les expliqué pero no dejan de llamarme.
—¡Hola!
Santana tomó el iPhone y contestó con voz firme, pero cuando escucharon que era ella no contestaron.
—Creo que hay que solucionarlo, ¿no te parece, San?
—Estoy en ello, no te preocupes.
Natalia las miraba sin entender de qué hablaban.
—De todas formas, mañana o, mejor dicho, pasado, cuando regreses a Nueva York, podrás solucionarlo personalmente, ¿verdad?
—Será lo primero que haga.
—Imagino que estás ansiosa por ocuparte de ese asunto.
—Voy a pedirle a Carolina que nos traiga café.
Natalia se puso en pie para hablar por el intercomunicador, se sentía descolocada y fuera de la conversación.
—A ver si te ocupás de tu amante y le explicás que vos y yo ya no tenemos nada que ver y que me deje de molestar—le exigió Brittany entre dientes antes de que Natalia regresara.
—No te preocupes, creo que sólo está impaciente por mi viaje. Tal vez no fue buena idea que atendiera, pero el miércoles le daré lo que espera y seguro se tranquilizará. Estoy preparada para follármela de todas las maneras que me pida.
—Idiota... sos una malnacida—Brittany se levantó y se fue.
«Que piense ella la manera de disculparse», se dijo Brittany
Por la tarde, Natalia y Brittany siguieron trabajando juntas pero sin Santana. Cuando faltaba media hora para la salida, Santana se asomó un momento.
—Permiso, espero no interrumpir nada importante.
—Pasá, Santana, pasá—la invitó a entrar Natalia muy cordialmente.
—Vengo a despedirme, Natalia, mañana ya no vengo.
—Santana, te echaremos de menos en la oficina—Natalia se puso en pie y se abrazaron—Fue un placer tenerte con nosotros. Sin duda, ahora que estás con Britt te verán más seguido por acá.
—Sólo lo necesario, no quiero agobiar a mis empleados y, por otra parte, tu puesto queda en buenas manos. Con los informes que Britt envíe será suficiente.
Brittany estaba fastidiada de ese juego perverso.
Natalia y Santana se dieron un beso en la mejilla y Santana le deseó muchísima suerte en su matrimonio, por si no se veían.
—Britt, visto que Santana ya se va, te libero de todo. Podemos seguir el miércoles, porque supongo que mañana querrán pasar juntas el día—le dijo bienintencionada.
—No, yo mañana vengo—aseveró Brittany con decisión—Y ahora también puedo quedarme hasta la hora de salida para adelantar, Natalia.
—Como tu superior, te doy el día y te digo que el trabajo por hoy ha terminado. No creo que Santana se oponga a mi decisión, ¿verdad?
—Por supuesto que no, encantada de la vida.
Ellas dos rieron, pero Brittany sólo pudo emitir una media sonrisa. No daba crédito a la hipocresía de esa morena. Al menos, su angustia se había disipado y se estaba transformando en enojo hacia Santana.
Salieron de la oficina de Natalia y Santana le preguntó a qué hora podía pasar Artie por su departamento.
—Que pase a las seis y media—le contestó sin mirarla.
Recogió sus cosas para marcharse con fastidio y, cuando estaba esperando el ascensor, llegó Santana y se paró a su lado, ella también se iba. Las puertas se abrieron y entraron en él.
—Siento la sarta de estupideces que dije durante todo el día, pero no me parecía justo para vos que todos se enteraran de que nuestra relación había durado tan poco tiempo. No quiero que nadie diga estupideces, ahora que me voy.
—Realmente, no creo que te haya causado demasiado esfuerzo. Después de todo, sólo asumiste el papel que venías ocupando desde que nos conocimos, mentira tras mentira. Hoy demostraste con claridad tus dotes para falsear, deberían darte un Oscar.
—No seas cruel, Britt. Te lo pido por lo que tuvimos, por lo que sé que significó para vos y también por lo que significó para mí, aunque no te interese saberlo.
—Sos una hipócrita, Santana. No quiero escucharte más, por favor, ya fue suficiente por el día de hoy.
—Voy a extrañarte, Britt. Aunque no lo creas, así será.
—Con toda seguridad, tu mujer o tu otra amante, esa que me llama a diario, sabrán ayudarte a olvidar.
Santana la miraba fijamente y negaba con la cabeza. Le acarició la mejilla con el reverso de la mano con extrema suavidad. Fue la caricia más delicada que le había hecho nunca, pero Brittany la sintió afilada como una daga en su corazón, que quedó totalmente indefensa y desvalida.
—Que seas muy feliz, te lo deseo de corazón. Ojalá puedas serlo—le dijo sin dejar de clavar sus maravillosos ojos oscuros en Brittany.
Se quedaron en silencio.
«¿Por qué me toca? ¿Por qué me dice todo esto? Dios, la última caricia fue la más inocente de todas las que me ha dado. ¡Siempre son tan tristes las despedidas! Jamás imaginé este final para nosotras, siempre tuve esperanzas de que nuestro amor sortearía todos los obstáculos. Días atrás, Santana y yo parecíamos inseparables, pensaba que estábamos hechas la una para la otra, en completa sinergia. Y, sin embargo, hoy nos estamos despidiendo para siempre.»
Las neuronas de Brittany no paraban de pensar.
Por el contrario, la mente de Santana se había quedado en blanco. Llegaron a la planta baja y Artie estaba frente a la entrada esperándola. Santana se subió al automóvil y se marcharon.
Brittanya caminó hasta su coche, se montó en él y, en la intimidad, mientras se colocaba el cinturón de seguridad comenzó a llorar sin consuelo. Atormentados espasmos se apoderaron de ella, las lágrimas que corrían por sus mejillas eran cuchillas afiladas que le rasgaban la piel.
Zigzagueó entre los vehículos y condujo por intuición hasta llegar a su casa. En cuanto entró, se despojó de los zapatos, se puso un pantalón corto y una camiseta y se fue en busca de la bolsa de Santana para guardar todas sus pertenencias. Besó cada una de las cosas, como si de esa manera ella también se fuera con ellas para acompañarlo siempre.
Y seguía llorando.
Sonó el interfono.
—¿Quién es?
—Soy Artie, señorita.
Le dio paso y, unos minutos después, sonó el timbre de su departamento. Artie siempre había sido muy discreto, pero esa tarde le preguntó:
—¿Se siente usted bien, señorita?
Brittany no podía controlar las lágrimas por más que lo intentaba, las secó apresuradamente con el reverso de su mano.
—No se preocupe, no es nada—le dijo mientras gimoteaba.
—Tome—él le ofreció su pañuelo y ella se lo agradeció pero no lo aceptó.
Le flanqueó la entrada y él se hizo con la bolsa, mientras que ella le colgaba las perchas con los trajes de Santana.
—Eso es todo, Artie.
—De acuerdo, señorita, es un gusto haberla conocido.
—Igualmente—respondió mientras sorbía su nariz.
—¿No quiere que envíe ningún recado?—le ofreció con gentileza.
Brittany, no obstante, consideraba que no tenía nada más que decirle, nada entre ellas tenía razón de ser.
—No quiero parecer entrometido—siguió Artie—, Pero no la veo bien y, si le interesa, la señorita López tampoco tiene muy buen aspecto que digamos. Discúlpeme una vez más por estos comentarios, sé que lo que haya ocurrido no es de mi incumbencia.
—Gracias, Artie, por su preocupación. Pero... entre la señorita López y yo todo ha terminado.
—Lo siento, de verdad, adiós señorita Pierce.
—Adiós, Artie, que tenga un buen viaje.
—Muchas gracias. Mañana, a las 18.15 horas iremos al aeropuerto para facturar y, a las 21.25 horas, partiremos en el vuelo 954 de American Airlines, directo a Nueva York.
—Gracias, Artie. Aprecio realmente sus palabras y entiendo muy bien lo que intenta hacer, pero todo está en su justo lugar. Adiós.
—Adiós, señorita—se despidió con una mueca de pesar.
Artie le había ofrecido los datos del vuelo con premeditación, pero entre Santana y Brittany todo parecía imposible. Su matrimonio con Dani hacía que nada entre ellas pudiera tener sentido.
En cuanto oscureció, Brittany se puso un pijama, se acostó y sacó la camiseta de Santana, que había rociado con su perfume, de debajo de la almohada. Aspirar su esencia le permitía imaginar que estaba junto a ella.
«Lo que daría por estar cerca de ti, porque tuviéramos otra oportunidad, porque fueras libre, por estar entre tus brazos y huir de todo mal», se durmió pensando.
Cerca del mediodía, el embotamiento de la cabeza la despertó. Se levantó y miró a su alrededor. Tenía la sensación de que las paredes se le caían encima, cuando al levantarse se tambaleó, recordó que hacía tres días que no probaba bocado.
Fue hasta la cocina y puso la tetera a calentar. Pensaba tomarse un té muy dulce. Mientras el agua estaba en el fuego, se acercó al ventanal. Buenos Aires combinaba perfectamente con su estado de ánimo, el día estaba gris y lluvioso, apoyó la frente en el cristal, para que el frío le aplacara el dolor de cabeza. Fue a buscar un ibuprofeno para tomar con el té.
Pasó el resto del día tirada en la cama, evocando a Santana, recordando sus ojos oscuros, sus manos de largos dedos y uñas muy cuidadas, su boca perfecta, sus hoyuelos que aparecían cuando sonreía, su voz y su sonrisa lujuriosa.
Pensó en el día en que la había conocido. Lo que más le había impactado de Santana había sido su mirada, entre pícara e inocente, que la intimidó desde el primer momento.
Miró la hora, eran las cinco de la tarde. De pronto, un profundo dolor le apretó el pecho, faltaba tan poco para que Santana partiera... Recordó las últimas palabras de Artie mencionando los datos del vuelo y, sin darse cuenta, se encontró conduciendo a toda velocidad por la avenida General Paz, camino al aeropuerto.
Llegó minutos antes de las seis y buscó desesperadamente alguna información del vuelo. Pronto averiguó que debían facturar en la terminal A, así que se trasladó hacia allá. El aeropuerto internacional de Ezeiza, a esa hora, estaba colapsado. Se camufló entre la gente en una ubicación privilegiada, frente al mostrador de primera clase de American Airlines.
Poco después de las 18.15 horas, vio que Santana y Noah entraban en la terminal. Unos pasos más atrás iba Artie, con un carrito que transportaba las maletas de todos. Santana leía los carteles con las indicaciones, hasta que detuvo a una empleada del aeropuerto para consultarle algo. La chica señaló en la dirección en que ella se encontraba y Brittany temió que pudiera verla, así que se giró.
Era evidente que estaban buscando el mostrador de facturación.
Se colocaron en la fila, con unas diez personas delante.
Estaba muy callada.
No dejaba de observarla.
Llevaba puesto una polo negra y unos vaqueros oscuros con zapatillas. Tenía una americana negra colgada en el brazo, para ponerse cuando bajara en Nueva York. Se había vestido cómodo para viajar, pero estaba tan atractiva como siempre.
Se dio la vuelta varias veces y miró a su alrededor como si buscara a alguien entre la gente, el corazón de Brittany latía desbocado, estaban tan cerca y, a la vez, tan lejos. Santana sacó su teléfono, marcó un número y, después de intercambiar algunas breves palabras, colgó.
«¿A quién habrá llamado? Seguramente a su esposa para avisarle de que ya está en el aeropuerto», pensó.
Pero, acto seguido, se dijo que no debía entrar en esos derroteros que no le hacían bien. Alejó esos pensamientos tortuosos de su mente y se dispuso a disfrutar de los últimos instantes durante los cuales podría observarlo.
Pasaron por el mostrador, facturaron las maletas y se dirigieron a migraciones. Después de eso, los perdió de vista, ya que se fueron a sentar a la sala vip de American Airlines. Brittany se quedó en la terminal y buscó un sitio privilegiado desde donde vigilar la puerta de embarque número cuatro, por la cual accederían al avión que ya estaba en la pista. Su corazón latía agitado, le faltaba el aliento y sentía que sus fuerzas se consumían.
Sería la última vez que vería a su amor.
A las 20.55 horas, empezaron a llamar por megafonía para embarcar y Brittany seguía atrincherada en la terminal. Santana aún estaba en la sala vip, callada y mirando su teléfono. Noah intentaba animarla y mantener una charla coherente con ella, pero santana parecía no escucharlo, contestaba con monosílabos o asentía con la cabeza.
Esperaban a que la mayor parte de los pasajeros subieran al avión, para no tener que hacer cola y aguantar los empujones de la gente, aunque, en realidad, lo único que Santana estaba haciendo era demorar la partida.
—San, ¿por qué no la llamás? Todavía estás a tiempo de enmendar las cosas.
Levantó sus profundos ojos oscuros y los clavó en su amigo, con una mirada que asustaba. Estudió una vez más su entorno, pero no le contestó y volvió a centrarse en el teléfono, donde pasaba, una y otra vez, las fotos que tenía guardadas de Brittany y ella.
El móvil de Noah sonó, Aria llamaba para despedirse y Santana oyó sus promesas mutuas de verse al mes siguiente, cuando ella visitara Nueva York. La conversación le molestó, le causaba fastidio ver que hacían planes con entusiasmo para verse tan pronto como les fuera posible y sintió envidia.
—Aria te manda saludos.
—Gracias.
Miró la hora y vio que sólo faltaban quince minutos para que las puertas del avión se cerrasen. Se puso en pie, tomó su bolsa de mano y se dirigió a Noah:
—Ya es hora, vamos o perderemos el vuelo.
—Quizá sería lo mejor para vos, viendo la cara que tenés, no creo que tengas muchas ganas de subirte en ese avión.
—Dejá de decir estupideces.
Noah sacudió su cabeza, sin poder entender que su amiga fuera tan orgullosa y necia.
No había forma de que reconociera los sentimientos que tenía por Brittany.
Artie, que estaba en la barra tomando un zumo de frutas, cuando vio que su jefa y su amigo se ponían de pie, hizo lo mismo y se aprestó a seguirlos.
—Vayamos, Artie.
—Sí, señorita, no se preocupe, yo los sigo.
El empleado iba tras ellos en silencio y un tanto apartado. Ya casi no quedaban pasajeros que subieran al avión. Los tres llegaron a la entrada y, tras la nueva revisión del equipaje de mano, entraron en el finger que los conducía al aparato.
Brittany los vio entrar y fijó la vista en su amor. Sentía que iba a morirse, sus lágrimas corrían a raudales por su rostro pero no le importaba.
Santana se iba de su vida para siempre.
Noah caminaba por delante de Santana, que iba cabizbaja y apesadumbrada.
Cuando el finger cruzaba por encima de la terminal, Noah miró hacia abajo y divisó a Brittany, en medio del gentío, llorando. Se detuvo de repente y le dijo a Santana:
—Mirá hacia abajo, mirá quién está ahí, llorando.
Señaló con la mano obligando a su amiga a levantar los ojos. En seguida distinguió a Brittany entre la multitud, llorando sin parar, con verdadero sentimiento. En ese momento, se le hizo un nudo en la garganta y tuvo el impulso de dar media vuelta y volver tras sus pasos, pero estaba tan enfadada por cómo había terminado todo, que el rencor y el orgullo pudieron más.
—Por favor, sigamos caminando. Si demoramos más, van a cerrarnos las puertas.
Puso la mano sobre el hombro de Noah, volvió la mirada hacia él y continuaron su marcha. Artie los seguía rezagado.
Entraron en la cabina de primera clase y se colocaron en sus asientos, ubicados en el pasillo central. Santana se ajustó el cinturón, apoyó su codo en el reposabrazos y, mientras sostenía su barbilla, entrecerró sus ojos y suspiró.
El avión empezó a dirigirse hacia la pista y mostraron el vídeo de seguridad, primero en inglés y después en español. No podía quitarse de la cabeza la imagen de Brittany en la terminal de Ezeiza.
«Mierda, ¿por qué me afecta tanto haberla visto en ese estado? Hubiera querido correr a consolarla, a explicarle, pero sé que no me habría escuchado. ¡Es tan terca! Preciosa, algún día vas a entender que esto fue lo mejor para las dos. No merezco tu amor, Brittany, no soy la mujer que vos creés.»
Se apretó los ojos con el pulgar y el índice y así permaneció hasta que el avión emprendió el vuelo. Entonces, abrió los ojos y dijo para sus adentros:
«Adiós, mi Britt-Britt. Adiós, mi amor.»
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FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal I: Seducción (Adaptada) Cap 16
Capitulo 16
Brittany salió despedida del aeropuerto.
Después de ver cómo Santana se marchaba, no podía parar de llorar, estaba desconsolada. En el aparcamiento, se metió en el coche y esperó hasta divisar en el aire el vuelo que se llevaba a Santana.
No tenía consuelo.
«Adiós, amor mío, te has llevado un pedazo de mi vida. Adiós, Hoyuelitos.»
Santana le había destinado una última mirada fría y carente de sentimientos y se había ido para siempre. Cogió un pañuelo de papel y se sonó la nariz, secó un poco su rostro, aunque las lágrimas no paraban de emanar, se colocó el cinturón de seguridad y puso en marcha el coche para emprender el regreso a su casa.
Estaba dolida, se sentía machacada.
Desde el mando del volante, encendió la radio a la espera de que el locutor llenara con su voz los silencios de la lluviosa y oscura noche.
Necesitaba no sentirse sola y abandonada.
Oía las palabras que salían de los altavoces sin encontrarles sentido, eran sólo ecos que retumbaban en su atormentada cabeza. Comenzó a sonar Sin ti, de Lara Fabian. La letra parecía hecha para describir el momento que estaba viviendo:
Sin este abrazo al despertar,
sin tus gestos al hablar, sin tu complicidad.
Sin tus planes imposibles, sin tu amor
y el resto que me queda de dolor, ¿qué haré
con este corazón herido?
Sin tus promesas de papel,
sin un sorbo de tu amor emborrachándome,
sin un beso sobre el beso que te di.
Tu cuerpo acostumbrándome.
¿Qué haré sin ti, con este corazón herido?
Sin los sueños que soltamos a volar.
Las páginas escritas por azar.
¿Qué haré si ya no estás aquí conmigo?
Mientras lloraba con desesperación, golpeaba el volante con el puño y alternaba, aumentando, los cambios de marcha.
«¿Cómo puede uno hacerse tan dependiente de otro ser humano?—pensó—¿Cómo haré para olvidarte si a tu lado he conocido la cara del amor verdadero amor?»
Iba cada vez más rápido, la autovía se estrechaba a esa velocidad y, considerando el estado de la calzada mojada, conducía de una forma verdaderamente imprudente, pero nada le importaba. Siguió a toda marcha mientras las frases de la canción se clavaban como un puñal en su maltrecho corazón.
Esa mirada gélida de Santana le había partido el alma en mil pedazos, era evidente que ya no le importaba. Regresaba a su mundo, a su vida, a un lugar donde ella no había tenido nunca un espacio.
Sólo le había dado migajas de su cariño, un amor a medias, afecto con fecha de caducidad, como ella siempre le había dicho.
Su lugar estaba al lado de otra, alguien con nombre pero sin rostro, alguien que, a partir de entonces, sería la destinataria de sus sonrisas, de sus caricias, de sus susurros y de todos sus gemidos.
¡Cómo iba a extrañar sus tonteos y sus falsas palabras de amor!
Seguía sin entender por qué había desplegado tantas atenciones con ella.
¿Por qué la había seducido con tanto ahínco si, en realidad, no la amaba?
Pero muy pronto encontró la respuesta.
Santana era así, una seductora nata, una hembra alfa orgullosa e indolente. Desde el primer momento, ése había sido su proceder. Después lo había endulzado todo con bellas palabras y promesas que jamás iba a cumplir. La llenó de sueños, la hizo sentir enteramente mujer y la bebió entera, para su propia satisfacción.
Brittany se sintió crédula, una niñata ingenua, cándida e inexperta. Entonces se dijo:
«¡Cuán cierto es que el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra!»
Concluyó que Santana se había aprovechado de su necesidad de sentirse amada y protegida, y también de su vulnerabilidad. Las lágrimas brotaban de sus ojos con el mismo ímpetu que sus tristes pensamientos manaban de su cerebro.
De pronto, hizo una mala maniobra y rozó el guardarraíl, desaceleró, intentó reconducir el coche, fueron segundos interminables y todo se convirtió en un agujero negro con dos profundos ojos oscuros que la cegaban.
Bloqueada por la situación, apretó el freno a fondo y terminó haciendo un trompo en medio de la autovía. Las luces de la carretera giraban a su alrededor, pudo estabilizar el coche de milagro y no volcó. El airbag se accionó de inmediato con la sacudida y, aunque perdió el sentido por unos momentos, cuando volvió en sí se sintió aturdida y con un fuerte dolor en el hombro izquierdo.
La sirena de la ambulancia se oía acercándose y no tardaron en sacarla del vehículo y asistirla. El dolor del hombro no la dejaba pensar, era insoportable, y deseó que Santana estuviera a su lado para arrullarla en su pecho. Entonces volvió a recordar esa mirada insensible que Santana le había dedicado en el aeropuerto.
«¡Cómo duele», se dijo, y era casi tan punzante como el dolor físico que sentía en el hombro.
Le colocaron un collarín y le inmovilizaron el brazo antes de subirla a la camilla. La doctora le hablaba, pero ella parecía no escucharla, no paraba de llorar.
Cuando pudo calmarse un poco, dentro de la ambulancia, le pidió que buscara el teléfono en su bolso para llamar a Kitty. Le saltó el contestador, entonces cortó y probó con Hanna.
—Hola, Britt.
—Choqué.
—¡Mierda, Britt! ¿Dónde estás? ¿Estás lastimada?
—Estoy en una ambulancia, me están llevando al hospital—le contó entre sollozos, estaba tan desconsolada que a su amiga le costó entenderla.
—Pero ¿vos cómo estás? ¿Cómo te sentís? ¿A qué hospital te llevan?
—Me duele mucho el hombro, sólo eso y el susto, por poco me mato, Hanna.
Brittany le preguntó a la doctora a qué hospital la llevaban y se lo dijo a su amiga.
—No te preocupes—respondió Hanna con diligencia—, Ya salgo para allá. Tranquilizate, por favor.
—Está bien, te espero. Kitty no me contesta.
—Yo le aviso, no lo dudes.
Ingresaron a Brittany por urgencias, donde el médico de guardia la examinó y ordenó hacerle una radiografía. El dolor era tan intenso que chillaba sin parar y los médicos le hablaban para calmarla.
—Relajate, ya hablaste con ella. Santana va a venir al hospital pronto, no llores más.
Brittany cayó en la cuenta de que, entre sus sollozos incoherentes, había llamado a Santana.
«¡Qué ironía!», pensó.
Como les dijo que había perdido el conocimiento unos instantes, le hicieron una tomografía de cerebro por precaución y, después, la trasladaron de nuevo a la sala.
Allá encontró a Hanna y Emily en el pasillo. Su amiga la cobijó en sus brazos y Brittany se aferró a su cuello, volviendo a lloriquear y quejándose del fuerte dolor en el hombro.
Mientras esperaban los resultados de la prueba, permitieron que su amiga entrara con Brittany para calmarla. Hanna estaba preocupada, se pasaba constantemente la mano por el pelo y le decía palabras suaves para consolarla, pero Hanna no era bueno para eso. Deseaba que Kitty llegara pronto.
—¿Dónde ibas cuando tuviste el accidente?
—No te enojes. Volvía del aeropuerto de ver cómo se iba Santana en un avión—le respondió con hilito de voz y entre sollozos.
—Pero ¿para qué fuiste?
—Necesitaba verla por última vez, precisaba ver cómo se marchaba. A la vuelta, conducía a alta velocidad y perdí el control del coche y casi vuelco, hice un trompo antes de poder detenerme—le contó llorando.
—¡Menos mal que no chocaste con otro vehículo, Brittany! ¿No tenés sentido de la supervivencia? Parece que quisieras destruirte.
La reprimenda de su amigo y decirle su nombre completo la llevó a contener sus espasmos. Hanna estaba muy enfadada y le soltó un discurso interminable, una sarta de palabras que salieron de su educada boca de abogada con aspereza.
Llegaron con los resultados y, por suerte, la pérdida de conocimiento había sido producto de los nervios, sólo tenía el hombro dislocado y no había evidencia alguna de fractura, así que efectuaron una maniobra para ponérselo en el lugar.
Brittany gritó de dolor. Hanna la sostenía e intentaba tranquilizarla, mientras el médico hacía su trabajo. Al final, le dieron un calmante para el dolor y salió de la sala con el brazo en cabestrillo, apoyada en el hombro de su amiga. Kitty acababa de llegar.
—Britt, ¡qué susto nos diste!—exclamó y la abrazó con mucho cuidado, al igual que Emily.
—Estoy bien, gracias a Dios, estoy bien. Hay que llamar a la grúa para que traiga mi coche.
—Despreocupate de eso, nosotras nos encargamos de todo—le aseguró Emily.
Las cuatro juntas partieron hacia el departamento de Brittany y una vez ahí Kitty, tras recostarla en el sofá, quiso saber por qué estaba en esa zona cuando ocurrió el accidente, aunque, más o menos, se lo imaginaba.
—Lo sé, lo sé, no me digas nada más. Sé que no tendría que haber ido al aeropuerto.
—No sé para qué fuiste, ¡mirá lo que ganaste!
—Kitty, me duele mucho la cabeza, no necesito más broncas.
—Me imagino cómo te habrás puesto cuando la viste irse, seguro que saliste conduciendo a ciegas. Juro que tengo ganas de colocarte sobre mis piernas y darte unos azotes en el trasero, Brittany, no parecés una mujer adulta.
¡Brittany!
Otra vez su nombre completo, siempre que era regañada le decían su nombre completo.
—La amo, Kitty, a pesar de todo la amo. Tengo el corazón destrozado y no puedo pensar, ni vivir sin ella, siento que me estoy muriendo.
—No sigas diciéndome eso porque te juro que me voy. ¿Cómo podés decirme que la amás? Te mintió, Brittany, y no merece tu cariño, sólo tu desprecio. ¿Por qué te rebajaste yendo al aeropuerto? ¡Encima me decís que se dio el gusto de verte llorando y siguió caminando! Brittany, quiero darte una paliza. Estoy más enojada con vos que con esa desgraciada. ¿Dónde está tu orgullo? Por más herido que lo tengas, ¿dónde está el respeto por tu persona?
En ese instante, Hanna y Emily regresaban de buscar comida japonesa, prepararon la mesa y, mientras lo hacían, Brittany las observaba sintiéndose la persona más egoísta del mundo.
Siempre estaba sumida en sus problemas y les ocasionaba inconvenientes, estaba segura de que terminaría cansándolas.
Cuando se sentaron a la mesa, cogió los palillos y no pudo evitar recordar la noche que habían ido a Dashi con Santana y ella le había dado de comer sushi en la boca. Se le hizo un nudo en la garganta, pero como sus amigas estaban tan apenadas y solícitas, hizo un esfuerzo por tragar.
Ellas sabían que la comida japonesa era lo que más le gustaba y se habían molestado en ir a por unos rollitos Nueva York.
«¡Qué ironía!», se dijo.
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Poco después de que el avión despegara, pasó la azafata con el carrito repartiendo un refrigerio. Noah lo aceptó de buena gana, pero Santana le pidió que le trajera un agua con gas bien fría. Cuando la auxiliar de vuelo regresó con el agua, Santana ya había desplegado la mesa y acomodado su Mac para disponerse a trabajar un rato mientras esperaba que repartieran la cena.
Quería distraerse para no pensar, sin embargo, cuando encendió la jodida máquina, ahí estaba Brittany en la pantalla, mirándola con aquellos hermosos ojos azules que Santana tanto añoraba.
Santana hizo un esfuerzo e intentó concentrarse en unos informes pendientes que tenía de la sede de México, pero sus pensamientos no le daban sosiego, no podía borrar de su mente la imagen desolada de su amada.
Se pasó la mano por la frente una y otra vez, como si de esa forma y con la simple fricción, pudiera aplacar su desazón o mitigar sus dolientes pensamientos. La había visto demasiado triste, distinta de cómo estaba en la oficina.
Ahí, en el aeropuerto, parecía hundida y Santana no había sido capaz de contenerla en sus brazos. Recordó lo que Artie le había comentado cuando había ido a buscar sus cosas al departamento de Brittany, no la había encontrado bien y se notaba que había estado llorando. Santana, en aquel momento, había sido tan necia que había borrado el comentario de su mente.
Y en esos momentos se arrepentía.
«Quizá si hubiera escondido mi orgullo y hubiera hablado con ella, podríamos haber arreglado las cosas.»
Pero tan pronto pensaba eso, como decidía que lo mejor era hundirse en su pasado y en su soledad, además, estaba convencida de que eso era lo que ella se merecía.
«Nos rondan demasiados fantasmas del pasado. Es imposible que nuestra relación pueda funcionar: vos con tus continuas desconfianzas, Brittany, y yo con mis demonios al acecho, es demasiado agobiante. ¡Bah! Olvidarla es lo mejor, debo seguir con mi vida de mierda, vacía e inverosímil, llena de lujos y superficialidades, pero carente de sentimientos. Tengo que volver a ponerme esa coraza que me protege de todo y no me deja sentir. Esta relación no nos hacía bien a ninguna de las dos», intentó convencerse.
Durante la cena, entabló conversaciones cortas con Noah quien, visto y considerando el estado de ánimo de Santana, había preferido no hacerle ningún comentario más sobre la presencia de Brittany en el aeropuerto. Sabía que, cuando Santana se cerraba en banda, era mejor dejarlo pensar en soledad.
Santana apreciaba a Noah como amigo, era una persona sincera. Hacía cinco años que se habían conocido a través de un amigo que los presentó cuando ella adquirió su primer coche italiano.
Después de la suculenta cena de cinco platos que repartían en primera clase, de la cual Santana comió muy poco, se puso los auriculares y, gracias a la tecnología de supresión de ruidos con que contaba la aerolínea, se aisló de todo. Sacó el antifaz que habían repartido para taparse los ojos, reclinó ligeramente el asiento y abatió el reposapiés para intentar conciliar el sueño.
La noche anterior también había dormido muy poco pensando en Brittany y en su regreso a Nueva York, así que el cansancio había empezado a hacer mella en su organismo.
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Kitty se quedó a dormir con Brittany y a cuidarla esa noche, aun en contra de su voluntad. Emily, antes de irse, la ayudó a ponerse una camisola y la metió en la cama. Estaba agotada pero, de todas formas, repasó los acontecimientos del día. Debía poner freno a la desesperación que sentía, porque, si no lo hacía, las cosas iban a terminar mal para ella.
Se durmió aferrada a la camiseta de Santana, como cada noche desde que se habían separado, oliendo las desvanecidas notas su perfume y guardándola con recelo bajo su cuerpo para que su amiga no la viera.
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El descenso había comenzado y Santana había mantenido los ojos cerrados durante todo el vuelo, pero no había conseguido dormir. Estaba desconcertada y se preguntaba una y otra vez por qué no podía dejar de pensar en Brittany. Por qué le dolía tanto saber que, de ahora en adelante, los separarían miles de kilómetros de distancia.
Se apretó los ojos con los dedos, se estiró en la butaca y tomó una profunda bocanada de aire. En las pantallas, salieron las conexiones a otros vuelos de American Airlines y la puerta por la que debían salir en cada caso. Ya se avistaba la ciudad de Nueva York.
Llegaron al aeropuerto JFK de Queens puntuales y, mientras caminaban hacia el control de pasaportes, Santana telefoneó a su primo—un alto funcionario de la empresa que operaba el aeropuerto—para que le agilizara los trámites, estaba contrariada y no tenía ganas de hacer colas.
Quería refugiarse en su casa, un lugar neutral donde encontraría la sensatez que había perdido en Buenos Aires.
A la salida de la terminal, los esperaba uno de los automóviles de Mindland. Mientras subían y, sin haber conseguido ni por un instante alejar de su mente la imagen de Brittany desolada en el aeropuerto, Santana le preguntó a su amigo con cierta duda:
—Noah, ¿puedo pedirte un favor?
—Por supuesto, San, sabés que siempre podés contar conmigo.
Para Santana no fue fácil expresarlo, pero no podía contener su ansiedad durante más tiempo. Hizo un gran esfuerzo y, finalmente, le solicitó:
—¿Podrías llamar a tu prima o a Aria para que te dijeran cómo está Britt? La vi muy mal en el aeropuerto.
Artie, que estaba sentado adelante, en el asiento del acompañante, no pudo evitar esbozar una sonrisa al escuchar la solicitud de su jefa. La conocía demasiado, hacía cinco años que estaba a su servicio y sabía de sobra lo orgullosa que era, pero también tenía claro que, esta vez, Santana López se había enamorado. Que le pidiera eso a su amigo lo puso contento.
—Desde luego, yo me encargo de averiguarlo, no te preocupes.
—Gracias y no me menciones, por favor.
—No lo haré.
Noah le restó importancia y no hizo ningún otro comentario, sólo le palmeó la espalda.
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A pesar de haber dormido bastantes horas, cosa que no hacía desde hacía días, su cuerpo seguía dolorido y su mente estaba tan enturbiada como si hubiera pasado la noche en vela.
Como ya era costumbre desde que había conocido a Santana, su primer pensamiento de la mañana fue dedicado a la morena, eso no había cambiado.
Brittany miró la hora y cayó en la cuenta de que hacía ya una hora que Santana había aterrizado en Nueva York.
«¿Se habrá acordado de mí alguna vez durante el viaje?», se preguntaba, atormentándose con la respuesta.
Debía tener el brazo en cabestrillo durante tres semanas, así que se presentó en las oficinas de Mindland a media mañana para hablar de inmediato con Natalia y explicarle lo que había ocurrido. Había muchos temas pendientes, Brittany después se iba de vacaciones y, con ese contratiempo, todo se complicaba para el traspaso de la gerencia.
Cuando pasó por delante de la oficina de Santana, se estremeció, cerró los párpados y sintió sus dos ojos oscuros mirándola.
Natalia ya estaba más o menos al tanto de lo que había ocurrido porque Kitty se lo había adelantado.
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Cuando Santana llegó a su departamento, se dio una ducha y salió para la oficina. Había cambiado de idea, necesitaba trabajar hasta agobiarse para no pensar.
Llegó a la central de Mindland y su papá se extrañó al verla ahí.
—¡Tana, hija, no esperaba que vinieras hoy! Seguro que ha sido un viaje largo. ¡Vení acá y dame un abrazo! Te he extrañado tanto—le comentó sinceramente mientras abría sus brazos y salía a su encuentro desde detrás de su mesa.
—Hola, papá—respondió Santana estrechándolo en un fuerte abrazo, mientras cerraba con fuerza sus ojos.
Necesitaba esa contención que su papá le ofrecía.
Alfonso López se sorprendió del apretón desesperado que su hija mayor le había brindado y recordó los días en que Santana buscaba fuerzas en sus brazos para soportar la enfermedad de su esposa Dani.
—¿Estás bien? Pareces abatido, hija—le preguntó con tono de preocupación mientras la observaba.
—Sí, papá, estoy bien. Sólo fue un vuelo largo y no he dormido demasiado—se excusó para que su papá no siguiera preguntando.
Era evidente que no estaba bien.
Mientras se duchaba en su casa, había pensado en tomar un vuelo de regreso a Buenos Aires, idea que desechó al recordar las palabras de rencor y desprecio que el lunes le había dedicado Brittany en Mindland. Pensar en eso lo enardecía y hacía que desistiera de cualquier intento de acercamiento a ella.
—¿Por qué no te quedaste a descansar en casa?
—Quería regresar al trabajo, necesito atender varios asuntos pendientes que no pueden posponerse. Además sé que Alison me tiene preparada una pila de papeles que firmar.
Tras su respuesta, se dijo:
«Necesito adormecer mis pensamientos en el trabajo, papá, me urge dejar de pensar en Brittany. En casa, iba a volverme loca.»
—Tana, por un día más no hay problema. Se suponía que te incorporabas después de Navidad y terminaste volviendo antes.
Alfonso estudió de nuevo el semblante de su hija, estaba seguro de que algo le pasaba.
—¿Segura que estás bien?
—Sí, papá, ¿qué podría pasarme?
—No sé, estoy esperando que me lo digas tú—expresó con las manos abiertas.
—Cada vez te parecés más a mamá, querés ver cosas donde no las hay—respondió en tono sombrío y de advertencia.
Su papá sabía que cuando se ponía así era mejor dejar de preguntarle porque no conseguiría nada.
—De acuerdo, vení, sentémonos a hablar de tu viaje.
Se acomodaron en el salón de la lujosa y amplia oficina de estilo minimalista de Alfonso López y pasaron parte de la mañana hablando de los activos de la empresa en Argentina y Brasil.
Santana estaba muy contenta con el resultado de su viaje y por cómo se posicionaba Mindland en los países del Sur. Además, estaba casi convencida de que la aportación de capital tenía que destinarse a Argentina, ya que mostraba más solidez en todos sus proyectos.
—Por cierto, qué gran hallazgo hiciste en Argentina. ¿Cómo se llama esa chica que ocupará la gerencia? Se me fue el nombre de la cabeza—Alfonso se tocó la cabeza.
—Brittany Pierce, papá—respondió, y el solo hecho de pronunciar su nombre le dolió en el alma como una cuchillada.
—¡Exacto, ella! Estoy convencido de que esa chica es una joya, es muy inteligente.
—Sí, es brillante, es increíblemente brillante—corroboró Santana y, de pronto, se sintió orgullosa del talento de Brittany.
Su papá no se equivocaba.
—Tengo planes para ella, estoy gestando algo. Ya te contaré.
—¿Planes? ¿A qué te referís?
—No puedo contártelo ahora, ya te enterarás. Dejame ver cómo se desenvuelve ahora que quedará al cargo de la sede argentina y ya te contaré mis propósitos más adelante. Después de lo que elaboró para Chile, la estoy siguiendo muy de cerca. Estoy fascinado con su talento, dada su juventud.
Santana se preguntó qué planes podía tener su papá para Brittany.
«¡Bah! La mente de papá vuela y la mía hoy está adormecida. No quiero seguir hablando de Brittany, papá está muy vehemente y, si por él fuera, no pararía de hablar de Brittany. Mejor dejo el tema ahí, necesito alejarla de mi mente.»
Pero como una burla del destino, el teléfono de Santana sonó y era Noah que la llamaba para hablarle de la rubia.
Se disculpó con su papá y atendió la llamada dirigiéndose hacia su oficina, invadido por una extraña sensación de ansiedad.
—San, hablé con Hanna.
—¿Qué te contó?—preguntó Santana con agitación.
—Me dijo que Britt está hecha pedazos, que le destrozaste el corazón, palabras textuales.
Santana apretó los dientes y frunció los labios mientras negaba con la cabeza.
—Pero eso no es todo—siguió Noah e hizo una pausa.
—¿Qué pasa? Dale, hablá—lo instó Santana con apremio.
—Anoche, cuando volvía del aeropuerto, tuvo un accidente.
Todo se oscureció alrededor de Santana, no podía pensar, no escuchaba, intentó llegar sin tambalearse a su sillón detrás de la mesa. Se dejó caer en él, le faltaba el aire y sintió que su corazón casi se paraba.
Fueron segundos, pero tuvo la sensación de que el mundo se había detenido a su alrededor. Elevó una plegaria al cielo y, de pronto, se encontró rogándole a Dios y a Dani que a Brittany no le hubiera pasado nada porque no iba a poder soportarlo.
—¡Mierda, mierda!—golpeó la mesa, estaba desencajado.
Se pasaba la mano por el pelo con nerviosismo y se agarraba la cabeza.
—Decime, por favor, que está bien, contame que no le pasó nada—le rogó con una súplica desgarradora.
—Está bien, está bien, tranquilizate, no le pasó nada, sólo se le salió el hombro de lugar.
—¡Dios! Sabía que algo le había ocurrido, por eso estaba tan intranquila—pensó en voz alta, mientras le atizaba otro golpe a la mesa—Fue culpa mía. ¿Estás seguro de que está bien? ¿Estás totalmente seguro de que Hanna te contó todo?
—Dice Hanna que rozó el guardarraíl y perdió el control del coche, dio un par de trompos en la carretera y no volcó de casualidad. Tuvo muchísima suerte.
—Gracias por llamarme tan pronto, Noah. Te lo agradezco mucho, de verdad.
—¡Bah! No seas tonta, San. Dejá de darme las gracias ya, cortá conmigo y llámala. Te morís por hacerlo, déjate de joder con tu orgullo, que el tiempo no vuelve atrás. Vos lo sabés mejor que nadie.
—Tengo un enjambre en mi cabeza que ni te imaginás.
—Permitite ser feliz, amiga mía. Si tenías que pagar algo, ya lo hiciste con creces. ¿Cuánto más vas a extender tu duelo?
—No lo sé, no lo sé...—dudó y cortó.
Se recostó en el respaldo de su asiento, se cogió la cabeza con ambas manos y cerró los ojos con fuerza: estaba abatida.
—Britt-Britt, no podría haber soportado que te pasara algo—habló en voz alta.
Quería que sus palabras acortasen la distancia y llegaran a su corazón.
Llamaron a su puerta y una pelirroja cabellera se asomó por el resquicio. Entonces volvió en sí y se acomodó en el asiento para contestar.
—Pasa—dijo intentando sonar tranquila, impostó su voz e irguió sus hombros para retomar la compostura.
—Hola, San, me enteré de que habías llegado. ¿Estás ocupada?
—No, pasa, Elaine, pasa.
Se puso en pie y sorteó la mesa para abrazarla y darle un beso en la mejilla. Elaine respondió el saludo y también la envolvió con sus brazos. Tenía la piel muy blanca, el rostro anguloso, era pelirroja y sus ojos de un verde claro, medía metro setenta, delgada, sensual y curvilínea, pero estilizada. Su atuendo era impecable, vestía de pies a cabeza con ropa de diseño y, a simple vista, proyectaba cierta imagen de arrogancia.
—¡Cómo te he echado de menos, nena! No te vayas más por tanto tiempo—le dijo con un tono dulzón que llamó la atención de Santana.
—¡Ja! Deja de mentir, ¡como si fuera tan importante!
—Sabes que te aprecio, San, eres una buena amiga y una gran persona.
—Gracias.
—De nada, creí que me dirías que también me habías echado de menos, pero, por lo visto, no ha sido así.
—No seas tonta, claro que te he añorado, también eres una gran amiga.
En realidad, no había sido así, pero no quiso ser descortés. Santana tenía una mano en su cintura pero guardaba las distancias.
—Pero... ¿qué haces aquí? Vine a ver si era verdad que ya estabas en la oficina. Pero si has estado viajando toda la noche, no entiendo por qué no te has quedado descansando. Tienes mal aspecto, ¿te encuentras bien?
—¿Qué pasa? ¡Todo el mundo me ve enferma hoy!
—No, enferma, no, cansada, San. Cariño, tienes muchas ojeras y un pésimo humor—Elaine le pasó la mano por la frente para peinarla.
Santana la cogió del brazo y la guio hasta los sillones, donde la invitó a sentarse.
—¡Bah! Estoy cansada, sí, pero había cosas urgentes. Un buen café negro bien cargado con un par de aspirinas y estaré como nuevo. He pasado noches enteras sin dormir al lado de Dani, tú lo sabes, no me va a asustar un simple vuelo.
Elaine le acarició la pierna y luego le pasó el dorso de su mano por la mandíbula.
—Tesoro, te aseguro que la oficina no es lo mismo sin ti. Tu papá estaba con un humor de perros. Haces falta aquí, San, no planees viajes tan largos nunca más.
—A mí tampoco me gusta irme por tanto tiempo, cuando vuelvo a mi mesa es un caos de papeles—señaló hacia él con su mano—, Pero este viaje no se podía cuadrar de otra forma, había que combinar Argentina y Brasil, por eso se prolongó tanto.
—San, necesito tu consejo. Me ofrecieron comprar una propiedad en Jamesport. Es una construcción que tiene algunos años, pero reformada, y quiero saber si te parece que podría ser una buena inversión, está sobre una playa privada.
—Elaine, el negocio inmobiliario no es mi fuerte.
—Lo sé, cariño—asintió Elaine y le pasó la mano por el mentón de nuevo.
Santana se la cogió y le besó los nudillos, añorando el perfume de la piel de Brittany.
—, Pero me sentiría más tranquila si la vieras. Confío en tu instinto, podríamos ir este fin de semana, si te parece bien. No quiero dejar pasar más tiempo, la ubicación es muy buena y temo que otro se me adelante. Si te parece bien, seguiré adelante con la operación.
—De acuerdo, creo que no tengo nada importante para este fin de semana. Quizá pueda acompañarte. Tengo que organizar mi agenda y el viernes te confirmo si podemos ir, ¿sí?
—Gracias, San, sabía que podía contar con ello.
Elaine se acercó y le dio un generoso beso en la mejilla. Santana estaba cruzada de piernas y con los brazos abiertos en cruz sobre el respaldo del sofá, descansando su atormentada espalda después de tantas horas de vuelo.
Sonó su teléfono y se disculpó para atenderlo. Alison estaba al otro lado de la línea y le pasó una llamada que se extendió más de lo que Santana pensaba, cubrió el teléfono y le dijo a Elaine:
—Te veo luego, tengo para rato.
Ésta se puso de pie, alisó su falda, le tiró un beso con el dedo índice y salió del despacho. Santana sólo le dedicó una media sonrisa y siguió atento a la llamada de Marco Di Gennaro, que había recibido desde Italia. Estaban en negociaciones para introducir Mindland en Europa.
Antes de cerrar la puerta, la joven se quedó mirando el perfil de Santana, pero ella ni siquiera se había enterado, enfrascada en la conversación.
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Tras pasar parte de la mañana y de la tarde ultimando cosas con Natalia en Mindland, Brittany volvió a su casa, donde se dispuso a tomar un yogur con cereales.
No había comido nada y tampoco tenía demasiado apetito.
Había estado pensando seriamente en adelantar su viaje a Mendoza para que su familia pudiera cuidar de ella durante su convalecencia.
Entró a su estudio y encendió su Mac, resuelta a cambiar el pasaje que tenía para el 23 de diciembre, finalmente, pudo canjearlo por otro para el día 20. Acababa de confirmar el billete cuando sonó su teléfono.
Se quedó inmóvil mirando la pantalla, había aparecido la foto de Santana que identificaba la llamada. Su corazón empezó a latir desbocado, le faltaba el aliento y empezó a llorar, pero se mantuvo impertérrita, no claudicó y dejó que saltara el contestador. El móvil volvió a sonar, era Santana de nuevo, pero tampoco lo atendió.
No obstante, Santana siguió insistiendo.
Tras cinco llamadas perdidas, llegó un whatsapp. Su insistencia era terrible. Lo abrió sabiendo que era de Santana.
—Atendeme, Britt, necesito hablar con vos.
Sin duda, se daría cuenta de que ella lo había leído, pero decidió no contestarle. No pensaba ceder, todo había terminado y era mejor interrumpir el contacto con Santana, así sería más fácil olvidarlo.
Santana volvió a llamar, pero Brittany no sucumbió. Volvió a recibir otro whatsapp.
—Terca, atendeme. Necesito saber cómo estás.
Ese mensaje la hizo estallar y no pudo contenerse. Le contestó:
—¡Qué mierda te importa cómo estoy! Olvidate de que existo, yo voy a hacer lo mismo con vos. Ocupate de tu mujer y preocupate por ella. Dejame en paz.
—Perfecto, si es lo que querés. No pienso rogarte más para que me escuches. Sólo te digo que, tarde o temprano, te vas a arrepentir de no haber querido hablar conmigo. Que tengas mucha SUERTE.
—¡MALNACIDA! Encima te atrevés a amenazarme. No tenés vergüenza.
—Estoy harta de tus insultos y de tu necedad, pero hasta acá llegué. ADIÓS.
Brittany se tiró a llorar en la cama desconsoladamente.
No era justo sentirse tan angustiada, ¿qué pretendía Santana?
¿No se daba cuenta de cuánto daño le hacía?
Cuando consiguió calmarse, llamó a su mamá para informarla de que adelantaba el viaje. Ella se puso muy contenta. Brittany obvió contarle lo del accidente, cuando llegara se lo explicaría, no quería preocuparla de antemano.
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Santana estaba furiosa por la obstinación de Brittany, tiró su teléfono sobre la mesa y se dejó caer sobre el respaldo del sillón, levantó sus manos y se apretó la cabeza. En milésimas de segundo, y como un torbellino, se levantó del asiento, guardó su iPhone en el bolsillo, se colocó el abrigo de cachemir gris, asió su maletín y salió de su oficina para irse de Mindland.
Cuando pasó por la mesa de Alison, la avisó de que se iba y de que le transfiera las llamadas a su móvil.
—Mierda, Britt, necesito retomar mi vida, necesito sacarte de mi cabeza—dijo en voz alta dentro del ascensor.
Buscó su Alfa-Romeo 8C Competizione en el aparcamiento y condujo hasta llegar al Belaire, donde se encontraba el ático en que residía la familia López. Entró con sus llaves al recibidor del departamento y se dirigió hacia la sala. Ahí encontró a su mamá sentada tranquilamente leyendo un libro.
—¡Mamá!
—¡Tanita!
Maribel López pegó un grito y se puso de pie cuando vio a su hija mayor entrar en la sala. Se echó en sus brazos aferrándose a su cuello y la llenó de besos, sin poder contener las lágrimas, ya que la había echado mucho de menos durante el tiempo en que había estado de viaje.
—Mi amor, mi cielo—exclamó emocionada—, ¡Cuánto te extrañé! Hace casi dos meses que te fuiste y me pareció una eternidad.
Santana abrazó y besó a su mamá.
—Yo también te extrañé, mummy.
—¡Hija querida! Dejame mirarte. Hum, tenés un bronceado exquisito. ¿A ver? Quitate el abrigo, dejame ver si no estás más delgada.
—No, mamá, te juro que me alimenté muy bien.
Hubiera querido contarle que Brittany cocinaba como los dioses y lo invadió la tristeza al pensar que, hasta sólo unos días antes, ella las imaginaba juntas en algún momento.
Con su mamá, Santana siempre hablaba en español, era una regla de oro inquebrantable entre ellas.
—¡Ay, hija, pero si traés una tonadita muy porteña!
—No exagerés, Maribel—y miró hacia el techo poniendo los ojos en blanco.
—No exagero, Tana, estás acentuando las palabras con el voseo porteño— Santana se rió—Y no me llames Maribel, sabés que lo odio. No seas maleducada con tu mamá que te extrañó más que a nadie en este mundo.
Le dio otro beso en la mejilla y sostuvo su rostro entre las manos mientras admiraba su belleza con ojos sinceros y puros.
—Dale, contame, ¿cómo está Buenos Aires?
Se sentaron en el sofá del salón, junto al piano, con el Queensboro Bridge a sus espaldas.
Maribel no podía dejar de tocarla.
—No me acuerdo mucho de los otros viajes para comparar, mamá. Éramos muy niños cuando íbamos a visitar a la abuela. Sin embargo, te diré que lo que pude ver ahora me gustó mucho. Anduve cerca de San Isidro, fuimos con Noah a la casa de fin de semana de su prima que queda por ahí cerca.
Recordó el fin de semana vivido con Brittany y sacudió ligeramente la cabeza al darse cuenta de que estaba evocándola otra vez.
—¿En serio? ¡Cómo añoro mi barrio! Algún día regresaré y caminaré por sus calles nuevamente, sólo para darme el gusto, sólo para eso.
Santana se acercó y le dio un beso en la frente con ternura.
—Decime, hija, ¿no conociste a ninguna porteña?
La familia López siempre supo la atracción de Santana por las mujeres y la aceptaban, al igual que a su hermana Rachel.
El rostro de Santana se endureció de pronto
—Fui por negocios, mamá, no en plan de conquista—le explicó tajante.
Maribel le cogió el mentón y estudió el gesto de su hija, que esquivaba su mirada. Después negó con la cabeza.
—Está bien, si no querés contarme, cambiemos de tema. Creo que necesitás descansar, tenés unas ojeras horrendas, hija. Presumo que el vuelo fue largo.
Santana asintió con la cabeza y la besó acariciándole la mano que sostenía su barbilla. Su mamá pasaba de un tema a otro sin pausa, como un torbellino.
—Almorzamos juntas, ¿verdad?
—Por supuesto.
—¿Qué querés comer, tesoro mío?
—Consentime un poco, mami, quiero ñoquis.
—Ah, perfecto, en seguida te los preparo. Dejame llamar a Sue para que me allane el camino, mientras vos y yo conversamos. ¡Sue! ¡Sue! Por Dios, esta mujer está cada día más sorda, se encierra en el cuarto de planchado con la televisión y no oye nada.
—¡Pobre Sue! Está un poco mayor, tenele paciencia.
—Si supieras la paciencia que le tengo, vos mismo me darías un premio. ¡Sue!—gritó y se asomó por la puerta que daba a la cocina para vociferar el nombre una vez más.
—¿Qué pasa, Maribel? ¿Por qué gritás como una loca desaforada? Ya te escuché, estaba ocupada—protestó el ama de llaves.
—¡Qué vas a escuchar! Hace un buen rato que te llamo, estoy casi sin voz de tanto gritar, seguro que te avisó Soledad y por eso venís.
Santana no podía dejar de reírse, siempre era así entre su mamá y Sue. El ama de llaves estaba con ellos desde que sus padres se habían casado y ya era una integrante más de la familia, que comía con ellos a la mesa. Además, era la dama de compañía de su mamá, su amiga, su confidente y su segunda mamá.
Cuando Sue entró a la sala y vio a Santana sentada en el sofá, exclamó:
—Pero ¡miren quién está acá! ¡La consentido de la casa!
La mujer seguía tratando a Santana como si fuera una niña. Santana se levantó y fue a su encuentro.
—Hola, Sue, vení acá, dame un beso.
—No, dámelo vos, los niños siempre tienen que besar a sus mayores.
—Pero ya no soy una niña—se rió Santana.
—No me importa, es una excusa, ¿no lo ves? Cuando me besás, yo imagino cómo besás a tus novias. Es la única oportunidad que tengo de recibir un beso de una diosa griega como vos, así que dame un beso acá—dijo señalándose la mejilla—Y no protestes.
—De acuerdo, te lo doy, pero yo no beso a mis novias ahí—le guiñó un ojo y le dijo al oído—Te aseguro que es en el lugar en que menos las beso.
—No seas atrevida, morena, yo no te pedí que me contaras intimidades y tampoco pretendo que me des un beso con lengua, ya estoy vieja para eso. Aunque te aseguro que, en mis años mozos, varios me dijeron que besaba muy bien.
Maribel miraba al techo.
Santana se tronchaba con las ocurrencias de Sue. Esa mujer podía cambiarle el humor a cualquiera. Ella también hablaba en español porque era de origen mexicano, había llegado a Estados Unidos cuando era muy joven.
—Vieja asquerosa, ¡como si a nosotras nos importase saber de tus correrías de juventud!—se ofendió Maribel en broma.
Se rieron las tres, mientras Santana las abrazaba a ambas.
—Tana quiere comer ñoquis, sacá la salsa de la nevera y decile a Soledad que ponga a hervir unas patatas, por favor, que en seguida voy a prepararlos.
—Como usted mande, mi señora. ¡Qué suerte que regresaste, querida! Esta mujer estaba insoportable porque no estabas acá—le guiñó un ojo exageradamente y se marchó.
Durante el almuerzo y la tarde, Santana se divirtió tanto con Sue y su mamá que logró quitarse a Brittany de la cabeza durante un rato. Estaba tan cómoda que también se quedó a cenar, necesitaba una sobredosis de familia, sentirse querida y mimada. Además, y sin consultarle, su mamáe ya había avisado a todos para que se reunieran por la noche para darle la bienvenida.
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Brittany pasó la tarde preparando el equipaje, algo que le llevó más tiempo de lo normal, puesto que sólo contaba con una mano, por suerte, la derecha.
Lo primero que guardó fue la camiseta de Santana, y se sintió contrariada por no poder resistirse y desecharla. Luego llamó a Kitty y a Hanna para contarles que se iba a Mendoza antes de tiempo. Hanna, cuyos horarios eran más flexibles, se comprometió a llevarla al aeropuerto del área urbana.
—No es necesario, sólo llamaba para despedirme, Hanna. No quiero molestarlas más, puedo coger un taxi. Estoy harta de que carguen con mis problemas, y ustedes deben de estarlo mucho más.
—De ninguna manera, Britt, yo te llevo—Hanna no le dio pie a la discusión.
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Todos los hijos del matrimonio López iban a congregarse en la casa familiar con motivo del regreso al país de Santana. Ésta había caído rendido por la tarde y había podido descansar un rato.
Después de una merecida siesta, se despertó en su cama de soltera, miró a su alrededor y estudió el entorno hasta que entendió dónde se encontraba. Encendió la luz de la mesilla de noche y, mientras se acostumbraba a la luz artificial, consultó la hora, eran pasadas las siete de la tarde.
De forma inconsciente, calculó la hora que era en Buenos Aires y pensó en Brittany. Resopló y se recriminó por dejar que su mente se trasladara a esos días. Intentó alejar las escenas vividas con la rubia, se obligó a levantarse de la cama, estiró su musculatura y se metió en el baño, donde tomó una ducha.
Siempre dejaba ropa en el armario de esa habitación, para poder cambiarse cuando se quedaba a dormir, así que se preparó para la cena con unos vaqueros claros, una camiseta gris ceñida al cuerpo y una chaqueta ocre de lana jaspeada.
Luego, salió al salón, donde se encontró con sus hermanos. Rachel y Finn se acercaron a saludarla y se fundieron en un abrazo con ella. Estaban muy felices de que Santana hubiera regresado.
Como a Alison ya la había visto en la oficina, sólo se saludaron desde lejos. Llegó el turno de su cuñada Quinn, que estaba preparando unas bebidas, mientras esperaban que estuviera lista la cena.
Quinn Fabray, la esposa de Rachel la abrazó y le beso las mejillas para darle la bienvenida y, acto seguido, le ofreció un Bloody Mary, su cóctel preferido.
—¡Hermanita querido, te extrañé tanto!—dijo Rachel mientras se aferraba a la cintura de su melliza y bebía un sorbo de su martini—¡Qué bronceada estás! Ahora estamos casi igual que blancos que Finn
Santana sonrió ante el ingenio de su hermana y la besó en la frente.
—Yo también te eché de menos, Rach.
—Te caíste desmayada en la cama—comentó Finn—Fui a verte cuando llegué de la oficina, pero ni te enteraste.
—Estaba muy cansada, fue un vuelo muy largo y dormí poco durante el viaje.
—Sí, papá me dijo que no tenías buena cara esta mañana.
—¿Qué dije yo?—preguntó Alfonso López mientras se acercaba a sus hijos. Finn lo repitió y Alfonso asintió—¡Ah! Pero ya tenés mejor semblante, nada que unas horas de sueño no puedan mejorar.
Santana esbozó una sonrisa deslucida para dejarlos conformes, pero pensó que, en realidad, nadie conocía su verdadero malestar.
El ascensor que estaba junto al vestíbulo se oyó y entraron en la sala Jake López y su esposa Bree Wall, que llevaban en brazos a sus hijos mellizos.
Rachel se apresuró y quitó a Jake al pequeño Harry. Santana, mientras saludaba a su cuñada, aprovechó y la alivió del peso del pequeño Liam, a quien llenó de besos en el cachete regordete.
—¡Vaya, cómo han crecido estos niños!
La familia López estaba completa, ya no faltaba nadie por llegar y todos se mostraban exuberantes de contentos, reunidos en la sala, festejando el regreso de Santana.
Maribel y Sue se encontraban terminando de poner la mesa, mientras los demás interrogaban sin parar al recién llegado acerca de su viaje. Finn era el que más recuerdos guardaba de Buenos Aires porque era el mayor.
En un momento en que Rachel y Santana se quedaron un poco apartadas, Rachel no desaprovechó la oportunidad de preguntarle:
—Me tenés que hablar de la mujer que me atendió el teléfono.
—No empieces, Rach, no hay nada que contar—dijo Santana en tono de advertencia.
—Mentirosa, viendo cómo te ponés a la defensiva, apuesto a que sí lo hay. ¿Cómo se llama?
Santana miró fijamente a los ojos a su hermana melliza, la estudió, la conocía y sabía que no desistiría hasta que no le diera un poco de información.
—Es una empleada de la empresa con quien confundimos los móviles durante una reunión de trabajo.
—Tana, ¿vos creés que soy estúpida? Era domingo.
—Sos insufrible, es lo que te dije y punto.
—Y punto no. ¿Cómo se llama? Te conozco de sobra cuando pretendés evitar un tema.
Santana clavó sus ojos oscuros en los de su hermana.
—Se llama Brittany, pero ya se terminó. Y te pido que no lo comentes con nadie si no querés que me enoje, menos todavía con papá y mamá. Te lo prohíbo terminantemente, ¿me escuchaste? No hagas que me arrepienta de haberte dicho su nombre.
—De acuerdo, pero viendo cómo estás, sé que no se terminó—la tomó de la barbilla y le dio un beso en la punta de la nariz.
—No sé cómo Quinn te soporta tanto y se casó contigo. En verdad no sé por qué yo te soporto, Rach, si no te quisiera tanto...
—Y porque mi Quinny me ama también lo hace. En la semana nos juntamos y me terminás la historia. No te vas a salvar, hermanita. Esa cara me preocupa, estás ojerosa y dispersa y no creo que sea por el viaje. Andá con ese cuento a otro, a mí no. ¿Me oíste, linda?
—Ni lo sueñes.
—¡Ja! Como si tuvieras otra opción.
Santana la miró con sorna y agitó la cabeza, segura de que no podría escapar al interrogatorio.
Maribel invitó a todos a acercarse a la mesa, Soledad, la empleada doméstica, estaba trayendo en un carrito los platos ya servidos.
Después de ver cómo Santana se marchaba, no podía parar de llorar, estaba desconsolada. En el aparcamiento, se metió en el coche y esperó hasta divisar en el aire el vuelo que se llevaba a Santana.
No tenía consuelo.
«Adiós, amor mío, te has llevado un pedazo de mi vida. Adiós, Hoyuelitos.»
Santana le había destinado una última mirada fría y carente de sentimientos y se había ido para siempre. Cogió un pañuelo de papel y se sonó la nariz, secó un poco su rostro, aunque las lágrimas no paraban de emanar, se colocó el cinturón de seguridad y puso en marcha el coche para emprender el regreso a su casa.
Estaba dolida, se sentía machacada.
Desde el mando del volante, encendió la radio a la espera de que el locutor llenara con su voz los silencios de la lluviosa y oscura noche.
Necesitaba no sentirse sola y abandonada.
Oía las palabras que salían de los altavoces sin encontrarles sentido, eran sólo ecos que retumbaban en su atormentada cabeza. Comenzó a sonar Sin ti, de Lara Fabian. La letra parecía hecha para describir el momento que estaba viviendo:
Sin este abrazo al despertar,
sin tus gestos al hablar, sin tu complicidad.
Sin tus planes imposibles, sin tu amor
y el resto que me queda de dolor, ¿qué haré
con este corazón herido?
Sin tus promesas de papel,
sin un sorbo de tu amor emborrachándome,
sin un beso sobre el beso que te di.
Tu cuerpo acostumbrándome.
¿Qué haré sin ti, con este corazón herido?
Sin los sueños que soltamos a volar.
Las páginas escritas por azar.
¿Qué haré si ya no estás aquí conmigo?
Mientras lloraba con desesperación, golpeaba el volante con el puño y alternaba, aumentando, los cambios de marcha.
«¿Cómo puede uno hacerse tan dependiente de otro ser humano?—pensó—¿Cómo haré para olvidarte si a tu lado he conocido la cara del amor verdadero amor?»
Iba cada vez más rápido, la autovía se estrechaba a esa velocidad y, considerando el estado de la calzada mojada, conducía de una forma verdaderamente imprudente, pero nada le importaba. Siguió a toda marcha mientras las frases de la canción se clavaban como un puñal en su maltrecho corazón.
Esa mirada gélida de Santana le había partido el alma en mil pedazos, era evidente que ya no le importaba. Regresaba a su mundo, a su vida, a un lugar donde ella no había tenido nunca un espacio.
Sólo le había dado migajas de su cariño, un amor a medias, afecto con fecha de caducidad, como ella siempre le había dicho.
Su lugar estaba al lado de otra, alguien con nombre pero sin rostro, alguien que, a partir de entonces, sería la destinataria de sus sonrisas, de sus caricias, de sus susurros y de todos sus gemidos.
¡Cómo iba a extrañar sus tonteos y sus falsas palabras de amor!
Seguía sin entender por qué había desplegado tantas atenciones con ella.
¿Por qué la había seducido con tanto ahínco si, en realidad, no la amaba?
Pero muy pronto encontró la respuesta.
Santana era así, una seductora nata, una hembra alfa orgullosa e indolente. Desde el primer momento, ése había sido su proceder. Después lo había endulzado todo con bellas palabras y promesas que jamás iba a cumplir. La llenó de sueños, la hizo sentir enteramente mujer y la bebió entera, para su propia satisfacción.
Brittany se sintió crédula, una niñata ingenua, cándida e inexperta. Entonces se dijo:
«¡Cuán cierto es que el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra!»
Concluyó que Santana se había aprovechado de su necesidad de sentirse amada y protegida, y también de su vulnerabilidad. Las lágrimas brotaban de sus ojos con el mismo ímpetu que sus tristes pensamientos manaban de su cerebro.
De pronto, hizo una mala maniobra y rozó el guardarraíl, desaceleró, intentó reconducir el coche, fueron segundos interminables y todo se convirtió en un agujero negro con dos profundos ojos oscuros que la cegaban.
Bloqueada por la situación, apretó el freno a fondo y terminó haciendo un trompo en medio de la autovía. Las luces de la carretera giraban a su alrededor, pudo estabilizar el coche de milagro y no volcó. El airbag se accionó de inmediato con la sacudida y, aunque perdió el sentido por unos momentos, cuando volvió en sí se sintió aturdida y con un fuerte dolor en el hombro izquierdo.
La sirena de la ambulancia se oía acercándose y no tardaron en sacarla del vehículo y asistirla. El dolor del hombro no la dejaba pensar, era insoportable, y deseó que Santana estuviera a su lado para arrullarla en su pecho. Entonces volvió a recordar esa mirada insensible que Santana le había dedicado en el aeropuerto.
«¡Cómo duele», se dijo, y era casi tan punzante como el dolor físico que sentía en el hombro.
Le colocaron un collarín y le inmovilizaron el brazo antes de subirla a la camilla. La doctora le hablaba, pero ella parecía no escucharla, no paraba de llorar.
Cuando pudo calmarse un poco, dentro de la ambulancia, le pidió que buscara el teléfono en su bolso para llamar a Kitty. Le saltó el contestador, entonces cortó y probó con Hanna.
—Hola, Britt.
—Choqué.
—¡Mierda, Britt! ¿Dónde estás? ¿Estás lastimada?
—Estoy en una ambulancia, me están llevando al hospital—le contó entre sollozos, estaba tan desconsolada que a su amiga le costó entenderla.
—Pero ¿vos cómo estás? ¿Cómo te sentís? ¿A qué hospital te llevan?
—Me duele mucho el hombro, sólo eso y el susto, por poco me mato, Hanna.
Brittany le preguntó a la doctora a qué hospital la llevaban y se lo dijo a su amiga.
—No te preocupes—respondió Hanna con diligencia—, Ya salgo para allá. Tranquilizate, por favor.
—Está bien, te espero. Kitty no me contesta.
—Yo le aviso, no lo dudes.
Ingresaron a Brittany por urgencias, donde el médico de guardia la examinó y ordenó hacerle una radiografía. El dolor era tan intenso que chillaba sin parar y los médicos le hablaban para calmarla.
—Relajate, ya hablaste con ella. Santana va a venir al hospital pronto, no llores más.
Brittany cayó en la cuenta de que, entre sus sollozos incoherentes, había llamado a Santana.
«¡Qué ironía!», pensó.
Como les dijo que había perdido el conocimiento unos instantes, le hicieron una tomografía de cerebro por precaución y, después, la trasladaron de nuevo a la sala.
Allá encontró a Hanna y Emily en el pasillo. Su amiga la cobijó en sus brazos y Brittany se aferró a su cuello, volviendo a lloriquear y quejándose del fuerte dolor en el hombro.
Mientras esperaban los resultados de la prueba, permitieron que su amiga entrara con Brittany para calmarla. Hanna estaba preocupada, se pasaba constantemente la mano por el pelo y le decía palabras suaves para consolarla, pero Hanna no era bueno para eso. Deseaba que Kitty llegara pronto.
—¿Dónde ibas cuando tuviste el accidente?
—No te enojes. Volvía del aeropuerto de ver cómo se iba Santana en un avión—le respondió con hilito de voz y entre sollozos.
—Pero ¿para qué fuiste?
—Necesitaba verla por última vez, precisaba ver cómo se marchaba. A la vuelta, conducía a alta velocidad y perdí el control del coche y casi vuelco, hice un trompo antes de poder detenerme—le contó llorando.
—¡Menos mal que no chocaste con otro vehículo, Brittany! ¿No tenés sentido de la supervivencia? Parece que quisieras destruirte.
La reprimenda de su amigo y decirle su nombre completo la llevó a contener sus espasmos. Hanna estaba muy enfadada y le soltó un discurso interminable, una sarta de palabras que salieron de su educada boca de abogada con aspereza.
Llegaron con los resultados y, por suerte, la pérdida de conocimiento había sido producto de los nervios, sólo tenía el hombro dislocado y no había evidencia alguna de fractura, así que efectuaron una maniobra para ponérselo en el lugar.
Brittany gritó de dolor. Hanna la sostenía e intentaba tranquilizarla, mientras el médico hacía su trabajo. Al final, le dieron un calmante para el dolor y salió de la sala con el brazo en cabestrillo, apoyada en el hombro de su amiga. Kitty acababa de llegar.
—Britt, ¡qué susto nos diste!—exclamó y la abrazó con mucho cuidado, al igual que Emily.
—Estoy bien, gracias a Dios, estoy bien. Hay que llamar a la grúa para que traiga mi coche.
—Despreocupate de eso, nosotras nos encargamos de todo—le aseguró Emily.
Las cuatro juntas partieron hacia el departamento de Brittany y una vez ahí Kitty, tras recostarla en el sofá, quiso saber por qué estaba en esa zona cuando ocurrió el accidente, aunque, más o menos, se lo imaginaba.
—Lo sé, lo sé, no me digas nada más. Sé que no tendría que haber ido al aeropuerto.
—No sé para qué fuiste, ¡mirá lo que ganaste!
—Kitty, me duele mucho la cabeza, no necesito más broncas.
—Me imagino cómo te habrás puesto cuando la viste irse, seguro que saliste conduciendo a ciegas. Juro que tengo ganas de colocarte sobre mis piernas y darte unos azotes en el trasero, Brittany, no parecés una mujer adulta.
¡Brittany!
Otra vez su nombre completo, siempre que era regañada le decían su nombre completo.
—La amo, Kitty, a pesar de todo la amo. Tengo el corazón destrozado y no puedo pensar, ni vivir sin ella, siento que me estoy muriendo.
—No sigas diciéndome eso porque te juro que me voy. ¿Cómo podés decirme que la amás? Te mintió, Brittany, y no merece tu cariño, sólo tu desprecio. ¿Por qué te rebajaste yendo al aeropuerto? ¡Encima me decís que se dio el gusto de verte llorando y siguió caminando! Brittany, quiero darte una paliza. Estoy más enojada con vos que con esa desgraciada. ¿Dónde está tu orgullo? Por más herido que lo tengas, ¿dónde está el respeto por tu persona?
En ese instante, Hanna y Emily regresaban de buscar comida japonesa, prepararon la mesa y, mientras lo hacían, Brittany las observaba sintiéndose la persona más egoísta del mundo.
Siempre estaba sumida en sus problemas y les ocasionaba inconvenientes, estaba segura de que terminaría cansándolas.
Cuando se sentaron a la mesa, cogió los palillos y no pudo evitar recordar la noche que habían ido a Dashi con Santana y ella le había dado de comer sushi en la boca. Se le hizo un nudo en la garganta, pero como sus amigas estaban tan apenadas y solícitas, hizo un esfuerzo por tragar.
Ellas sabían que la comida japonesa era lo que más le gustaba y se habían molestado en ir a por unos rollitos Nueva York.
«¡Qué ironía!», se dijo.
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Poco después de que el avión despegara, pasó la azafata con el carrito repartiendo un refrigerio. Noah lo aceptó de buena gana, pero Santana le pidió que le trajera un agua con gas bien fría. Cuando la auxiliar de vuelo regresó con el agua, Santana ya había desplegado la mesa y acomodado su Mac para disponerse a trabajar un rato mientras esperaba que repartieran la cena.
Quería distraerse para no pensar, sin embargo, cuando encendió la jodida máquina, ahí estaba Brittany en la pantalla, mirándola con aquellos hermosos ojos azules que Santana tanto añoraba.
Santana hizo un esfuerzo e intentó concentrarse en unos informes pendientes que tenía de la sede de México, pero sus pensamientos no le daban sosiego, no podía borrar de su mente la imagen desolada de su amada.
Se pasó la mano por la frente una y otra vez, como si de esa forma y con la simple fricción, pudiera aplacar su desazón o mitigar sus dolientes pensamientos. La había visto demasiado triste, distinta de cómo estaba en la oficina.
Ahí, en el aeropuerto, parecía hundida y Santana no había sido capaz de contenerla en sus brazos. Recordó lo que Artie le había comentado cuando había ido a buscar sus cosas al departamento de Brittany, no la había encontrado bien y se notaba que había estado llorando. Santana, en aquel momento, había sido tan necia que había borrado el comentario de su mente.
Y en esos momentos se arrepentía.
«Quizá si hubiera escondido mi orgullo y hubiera hablado con ella, podríamos haber arreglado las cosas.»
Pero tan pronto pensaba eso, como decidía que lo mejor era hundirse en su pasado y en su soledad, además, estaba convencida de que eso era lo que ella se merecía.
«Nos rondan demasiados fantasmas del pasado. Es imposible que nuestra relación pueda funcionar: vos con tus continuas desconfianzas, Brittany, y yo con mis demonios al acecho, es demasiado agobiante. ¡Bah! Olvidarla es lo mejor, debo seguir con mi vida de mierda, vacía e inverosímil, llena de lujos y superficialidades, pero carente de sentimientos. Tengo que volver a ponerme esa coraza que me protege de todo y no me deja sentir. Esta relación no nos hacía bien a ninguna de las dos», intentó convencerse.
Durante la cena, entabló conversaciones cortas con Noah quien, visto y considerando el estado de ánimo de Santana, había preferido no hacerle ningún comentario más sobre la presencia de Brittany en el aeropuerto. Sabía que, cuando Santana se cerraba en banda, era mejor dejarlo pensar en soledad.
Santana apreciaba a Noah como amigo, era una persona sincera. Hacía cinco años que se habían conocido a través de un amigo que los presentó cuando ella adquirió su primer coche italiano.
Después de la suculenta cena de cinco platos que repartían en primera clase, de la cual Santana comió muy poco, se puso los auriculares y, gracias a la tecnología de supresión de ruidos con que contaba la aerolínea, se aisló de todo. Sacó el antifaz que habían repartido para taparse los ojos, reclinó ligeramente el asiento y abatió el reposapiés para intentar conciliar el sueño.
La noche anterior también había dormido muy poco pensando en Brittany y en su regreso a Nueva York, así que el cansancio había empezado a hacer mella en su organismo.
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Kitty se quedó a dormir con Brittany y a cuidarla esa noche, aun en contra de su voluntad. Emily, antes de irse, la ayudó a ponerse una camisola y la metió en la cama. Estaba agotada pero, de todas formas, repasó los acontecimientos del día. Debía poner freno a la desesperación que sentía, porque, si no lo hacía, las cosas iban a terminar mal para ella.
Se durmió aferrada a la camiseta de Santana, como cada noche desde que se habían separado, oliendo las desvanecidas notas su perfume y guardándola con recelo bajo su cuerpo para que su amiga no la viera.
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El descenso había comenzado y Santana había mantenido los ojos cerrados durante todo el vuelo, pero no había conseguido dormir. Estaba desconcertada y se preguntaba una y otra vez por qué no podía dejar de pensar en Brittany. Por qué le dolía tanto saber que, de ahora en adelante, los separarían miles de kilómetros de distancia.
Se apretó los ojos con los dedos, se estiró en la butaca y tomó una profunda bocanada de aire. En las pantallas, salieron las conexiones a otros vuelos de American Airlines y la puerta por la que debían salir en cada caso. Ya se avistaba la ciudad de Nueva York.
Llegaron al aeropuerto JFK de Queens puntuales y, mientras caminaban hacia el control de pasaportes, Santana telefoneó a su primo—un alto funcionario de la empresa que operaba el aeropuerto—para que le agilizara los trámites, estaba contrariada y no tenía ganas de hacer colas.
Quería refugiarse en su casa, un lugar neutral donde encontraría la sensatez que había perdido en Buenos Aires.
A la salida de la terminal, los esperaba uno de los automóviles de Mindland. Mientras subían y, sin haber conseguido ni por un instante alejar de su mente la imagen de Brittany desolada en el aeropuerto, Santana le preguntó a su amigo con cierta duda:
—Noah, ¿puedo pedirte un favor?
—Por supuesto, San, sabés que siempre podés contar conmigo.
Para Santana no fue fácil expresarlo, pero no podía contener su ansiedad durante más tiempo. Hizo un gran esfuerzo y, finalmente, le solicitó:
—¿Podrías llamar a tu prima o a Aria para que te dijeran cómo está Britt? La vi muy mal en el aeropuerto.
Artie, que estaba sentado adelante, en el asiento del acompañante, no pudo evitar esbozar una sonrisa al escuchar la solicitud de su jefa. La conocía demasiado, hacía cinco años que estaba a su servicio y sabía de sobra lo orgullosa que era, pero también tenía claro que, esta vez, Santana López se había enamorado. Que le pidiera eso a su amigo lo puso contento.
—Desde luego, yo me encargo de averiguarlo, no te preocupes.
—Gracias y no me menciones, por favor.
—No lo haré.
Noah le restó importancia y no hizo ningún otro comentario, sólo le palmeó la espalda.
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A pesar de haber dormido bastantes horas, cosa que no hacía desde hacía días, su cuerpo seguía dolorido y su mente estaba tan enturbiada como si hubiera pasado la noche en vela.
Como ya era costumbre desde que había conocido a Santana, su primer pensamiento de la mañana fue dedicado a la morena, eso no había cambiado.
Brittany miró la hora y cayó en la cuenta de que hacía ya una hora que Santana había aterrizado en Nueva York.
«¿Se habrá acordado de mí alguna vez durante el viaje?», se preguntaba, atormentándose con la respuesta.
Debía tener el brazo en cabestrillo durante tres semanas, así que se presentó en las oficinas de Mindland a media mañana para hablar de inmediato con Natalia y explicarle lo que había ocurrido. Había muchos temas pendientes, Brittany después se iba de vacaciones y, con ese contratiempo, todo se complicaba para el traspaso de la gerencia.
Cuando pasó por delante de la oficina de Santana, se estremeció, cerró los párpados y sintió sus dos ojos oscuros mirándola.
Natalia ya estaba más o menos al tanto de lo que había ocurrido porque Kitty se lo había adelantado.
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Cuando Santana llegó a su departamento, se dio una ducha y salió para la oficina. Había cambiado de idea, necesitaba trabajar hasta agobiarse para no pensar.
Llegó a la central de Mindland y su papá se extrañó al verla ahí.
—¡Tana, hija, no esperaba que vinieras hoy! Seguro que ha sido un viaje largo. ¡Vení acá y dame un abrazo! Te he extrañado tanto—le comentó sinceramente mientras abría sus brazos y salía a su encuentro desde detrás de su mesa.
—Hola, papá—respondió Santana estrechándolo en un fuerte abrazo, mientras cerraba con fuerza sus ojos.
Necesitaba esa contención que su papá le ofrecía.
Alfonso López se sorprendió del apretón desesperado que su hija mayor le había brindado y recordó los días en que Santana buscaba fuerzas en sus brazos para soportar la enfermedad de su esposa Dani.
—¿Estás bien? Pareces abatido, hija—le preguntó con tono de preocupación mientras la observaba.
—Sí, papá, estoy bien. Sólo fue un vuelo largo y no he dormido demasiado—se excusó para que su papá no siguiera preguntando.
Era evidente que no estaba bien.
Mientras se duchaba en su casa, había pensado en tomar un vuelo de regreso a Buenos Aires, idea que desechó al recordar las palabras de rencor y desprecio que el lunes le había dedicado Brittany en Mindland. Pensar en eso lo enardecía y hacía que desistiera de cualquier intento de acercamiento a ella.
—¿Por qué no te quedaste a descansar en casa?
—Quería regresar al trabajo, necesito atender varios asuntos pendientes que no pueden posponerse. Además sé que Alison me tiene preparada una pila de papeles que firmar.
Tras su respuesta, se dijo:
«Necesito adormecer mis pensamientos en el trabajo, papá, me urge dejar de pensar en Brittany. En casa, iba a volverme loca.»
—Tana, por un día más no hay problema. Se suponía que te incorporabas después de Navidad y terminaste volviendo antes.
Alfonso estudió de nuevo el semblante de su hija, estaba seguro de que algo le pasaba.
—¿Segura que estás bien?
—Sí, papá, ¿qué podría pasarme?
—No sé, estoy esperando que me lo digas tú—expresó con las manos abiertas.
—Cada vez te parecés más a mamá, querés ver cosas donde no las hay—respondió en tono sombrío y de advertencia.
Su papá sabía que cuando se ponía así era mejor dejar de preguntarle porque no conseguiría nada.
—De acuerdo, vení, sentémonos a hablar de tu viaje.
Se acomodaron en el salón de la lujosa y amplia oficina de estilo minimalista de Alfonso López y pasaron parte de la mañana hablando de los activos de la empresa en Argentina y Brasil.
Santana estaba muy contenta con el resultado de su viaje y por cómo se posicionaba Mindland en los países del Sur. Además, estaba casi convencida de que la aportación de capital tenía que destinarse a Argentina, ya que mostraba más solidez en todos sus proyectos.
—Por cierto, qué gran hallazgo hiciste en Argentina. ¿Cómo se llama esa chica que ocupará la gerencia? Se me fue el nombre de la cabeza—Alfonso se tocó la cabeza.
—Brittany Pierce, papá—respondió, y el solo hecho de pronunciar su nombre le dolió en el alma como una cuchillada.
—¡Exacto, ella! Estoy convencido de que esa chica es una joya, es muy inteligente.
—Sí, es brillante, es increíblemente brillante—corroboró Santana y, de pronto, se sintió orgullosa del talento de Brittany.
Su papá no se equivocaba.
—Tengo planes para ella, estoy gestando algo. Ya te contaré.
—¿Planes? ¿A qué te referís?
—No puedo contártelo ahora, ya te enterarás. Dejame ver cómo se desenvuelve ahora que quedará al cargo de la sede argentina y ya te contaré mis propósitos más adelante. Después de lo que elaboró para Chile, la estoy siguiendo muy de cerca. Estoy fascinado con su talento, dada su juventud.
Santana se preguntó qué planes podía tener su papá para Brittany.
«¡Bah! La mente de papá vuela y la mía hoy está adormecida. No quiero seguir hablando de Brittany, papá está muy vehemente y, si por él fuera, no pararía de hablar de Brittany. Mejor dejo el tema ahí, necesito alejarla de mi mente.»
Pero como una burla del destino, el teléfono de Santana sonó y era Noah que la llamaba para hablarle de la rubia.
Se disculpó con su papá y atendió la llamada dirigiéndose hacia su oficina, invadido por una extraña sensación de ansiedad.
—San, hablé con Hanna.
—¿Qué te contó?—preguntó Santana con agitación.
—Me dijo que Britt está hecha pedazos, que le destrozaste el corazón, palabras textuales.
Santana apretó los dientes y frunció los labios mientras negaba con la cabeza.
—Pero eso no es todo—siguió Noah e hizo una pausa.
—¿Qué pasa? Dale, hablá—lo instó Santana con apremio.
—Anoche, cuando volvía del aeropuerto, tuvo un accidente.
Todo se oscureció alrededor de Santana, no podía pensar, no escuchaba, intentó llegar sin tambalearse a su sillón detrás de la mesa. Se dejó caer en él, le faltaba el aire y sintió que su corazón casi se paraba.
Fueron segundos, pero tuvo la sensación de que el mundo se había detenido a su alrededor. Elevó una plegaria al cielo y, de pronto, se encontró rogándole a Dios y a Dani que a Brittany no le hubiera pasado nada porque no iba a poder soportarlo.
—¡Mierda, mierda!—golpeó la mesa, estaba desencajado.
Se pasaba la mano por el pelo con nerviosismo y se agarraba la cabeza.
—Decime, por favor, que está bien, contame que no le pasó nada—le rogó con una súplica desgarradora.
—Está bien, está bien, tranquilizate, no le pasó nada, sólo se le salió el hombro de lugar.
—¡Dios! Sabía que algo le había ocurrido, por eso estaba tan intranquila—pensó en voz alta, mientras le atizaba otro golpe a la mesa—Fue culpa mía. ¿Estás seguro de que está bien? ¿Estás totalmente seguro de que Hanna te contó todo?
—Dice Hanna que rozó el guardarraíl y perdió el control del coche, dio un par de trompos en la carretera y no volcó de casualidad. Tuvo muchísima suerte.
—Gracias por llamarme tan pronto, Noah. Te lo agradezco mucho, de verdad.
—¡Bah! No seas tonta, San. Dejá de darme las gracias ya, cortá conmigo y llámala. Te morís por hacerlo, déjate de joder con tu orgullo, que el tiempo no vuelve atrás. Vos lo sabés mejor que nadie.
—Tengo un enjambre en mi cabeza que ni te imaginás.
—Permitite ser feliz, amiga mía. Si tenías que pagar algo, ya lo hiciste con creces. ¿Cuánto más vas a extender tu duelo?
—No lo sé, no lo sé...—dudó y cortó.
Se recostó en el respaldo de su asiento, se cogió la cabeza con ambas manos y cerró los ojos con fuerza: estaba abatida.
—Britt-Britt, no podría haber soportado que te pasara algo—habló en voz alta.
Quería que sus palabras acortasen la distancia y llegaran a su corazón.
Llamaron a su puerta y una pelirroja cabellera se asomó por el resquicio. Entonces volvió en sí y se acomodó en el asiento para contestar.
—Pasa—dijo intentando sonar tranquila, impostó su voz e irguió sus hombros para retomar la compostura.
—Hola, San, me enteré de que habías llegado. ¿Estás ocupada?
—No, pasa, Elaine, pasa.
Se puso en pie y sorteó la mesa para abrazarla y darle un beso en la mejilla. Elaine respondió el saludo y también la envolvió con sus brazos. Tenía la piel muy blanca, el rostro anguloso, era pelirroja y sus ojos de un verde claro, medía metro setenta, delgada, sensual y curvilínea, pero estilizada. Su atuendo era impecable, vestía de pies a cabeza con ropa de diseño y, a simple vista, proyectaba cierta imagen de arrogancia.
—¡Cómo te he echado de menos, nena! No te vayas más por tanto tiempo—le dijo con un tono dulzón que llamó la atención de Santana.
—¡Ja! Deja de mentir, ¡como si fuera tan importante!
—Sabes que te aprecio, San, eres una buena amiga y una gran persona.
—Gracias.
—De nada, creí que me dirías que también me habías echado de menos, pero, por lo visto, no ha sido así.
—No seas tonta, claro que te he añorado, también eres una gran amiga.
En realidad, no había sido así, pero no quiso ser descortés. Santana tenía una mano en su cintura pero guardaba las distancias.
—Pero... ¿qué haces aquí? Vine a ver si era verdad que ya estabas en la oficina. Pero si has estado viajando toda la noche, no entiendo por qué no te has quedado descansando. Tienes mal aspecto, ¿te encuentras bien?
—¿Qué pasa? ¡Todo el mundo me ve enferma hoy!
—No, enferma, no, cansada, San. Cariño, tienes muchas ojeras y un pésimo humor—Elaine le pasó la mano por la frente para peinarla.
Santana la cogió del brazo y la guio hasta los sillones, donde la invitó a sentarse.
—¡Bah! Estoy cansada, sí, pero había cosas urgentes. Un buen café negro bien cargado con un par de aspirinas y estaré como nuevo. He pasado noches enteras sin dormir al lado de Dani, tú lo sabes, no me va a asustar un simple vuelo.
Elaine le acarició la pierna y luego le pasó el dorso de su mano por la mandíbula.
—Tesoro, te aseguro que la oficina no es lo mismo sin ti. Tu papá estaba con un humor de perros. Haces falta aquí, San, no planees viajes tan largos nunca más.
—A mí tampoco me gusta irme por tanto tiempo, cuando vuelvo a mi mesa es un caos de papeles—señaló hacia él con su mano—, Pero este viaje no se podía cuadrar de otra forma, había que combinar Argentina y Brasil, por eso se prolongó tanto.
—San, necesito tu consejo. Me ofrecieron comprar una propiedad en Jamesport. Es una construcción que tiene algunos años, pero reformada, y quiero saber si te parece que podría ser una buena inversión, está sobre una playa privada.
—Elaine, el negocio inmobiliario no es mi fuerte.
—Lo sé, cariño—asintió Elaine y le pasó la mano por el mentón de nuevo.
Santana se la cogió y le besó los nudillos, añorando el perfume de la piel de Brittany.
—, Pero me sentiría más tranquila si la vieras. Confío en tu instinto, podríamos ir este fin de semana, si te parece bien. No quiero dejar pasar más tiempo, la ubicación es muy buena y temo que otro se me adelante. Si te parece bien, seguiré adelante con la operación.
—De acuerdo, creo que no tengo nada importante para este fin de semana. Quizá pueda acompañarte. Tengo que organizar mi agenda y el viernes te confirmo si podemos ir, ¿sí?
—Gracias, San, sabía que podía contar con ello.
Elaine se acercó y le dio un generoso beso en la mejilla. Santana estaba cruzada de piernas y con los brazos abiertos en cruz sobre el respaldo del sofá, descansando su atormentada espalda después de tantas horas de vuelo.
Sonó su teléfono y se disculpó para atenderlo. Alison estaba al otro lado de la línea y le pasó una llamada que se extendió más de lo que Santana pensaba, cubrió el teléfono y le dijo a Elaine:
—Te veo luego, tengo para rato.
Ésta se puso de pie, alisó su falda, le tiró un beso con el dedo índice y salió del despacho. Santana sólo le dedicó una media sonrisa y siguió atento a la llamada de Marco Di Gennaro, que había recibido desde Italia. Estaban en negociaciones para introducir Mindland en Europa.
Antes de cerrar la puerta, la joven se quedó mirando el perfil de Santana, pero ella ni siquiera se había enterado, enfrascada en la conversación.
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Tras pasar parte de la mañana y de la tarde ultimando cosas con Natalia en Mindland, Brittany volvió a su casa, donde se dispuso a tomar un yogur con cereales.
No había comido nada y tampoco tenía demasiado apetito.
Había estado pensando seriamente en adelantar su viaje a Mendoza para que su familia pudiera cuidar de ella durante su convalecencia.
Entró a su estudio y encendió su Mac, resuelta a cambiar el pasaje que tenía para el 23 de diciembre, finalmente, pudo canjearlo por otro para el día 20. Acababa de confirmar el billete cuando sonó su teléfono.
Se quedó inmóvil mirando la pantalla, había aparecido la foto de Santana que identificaba la llamada. Su corazón empezó a latir desbocado, le faltaba el aliento y empezó a llorar, pero se mantuvo impertérrita, no claudicó y dejó que saltara el contestador. El móvil volvió a sonar, era Santana de nuevo, pero tampoco lo atendió.
No obstante, Santana siguió insistiendo.
Tras cinco llamadas perdidas, llegó un whatsapp. Su insistencia era terrible. Lo abrió sabiendo que era de Santana.
—Atendeme, Britt, necesito hablar con vos.
Sin duda, se daría cuenta de que ella lo había leído, pero decidió no contestarle. No pensaba ceder, todo había terminado y era mejor interrumpir el contacto con Santana, así sería más fácil olvidarlo.
Santana volvió a llamar, pero Brittany no sucumbió. Volvió a recibir otro whatsapp.
—Terca, atendeme. Necesito saber cómo estás.
Ese mensaje la hizo estallar y no pudo contenerse. Le contestó:
—¡Qué mierda te importa cómo estoy! Olvidate de que existo, yo voy a hacer lo mismo con vos. Ocupate de tu mujer y preocupate por ella. Dejame en paz.
—Perfecto, si es lo que querés. No pienso rogarte más para que me escuches. Sólo te digo que, tarde o temprano, te vas a arrepentir de no haber querido hablar conmigo. Que tengas mucha SUERTE.
—¡MALNACIDA! Encima te atrevés a amenazarme. No tenés vergüenza.
—Estoy harta de tus insultos y de tu necedad, pero hasta acá llegué. ADIÓS.
Brittany se tiró a llorar en la cama desconsoladamente.
No era justo sentirse tan angustiada, ¿qué pretendía Santana?
¿No se daba cuenta de cuánto daño le hacía?
Cuando consiguió calmarse, llamó a su mamá para informarla de que adelantaba el viaje. Ella se puso muy contenta. Brittany obvió contarle lo del accidente, cuando llegara se lo explicaría, no quería preocuparla de antemano.
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Santana estaba furiosa por la obstinación de Brittany, tiró su teléfono sobre la mesa y se dejó caer sobre el respaldo del sillón, levantó sus manos y se apretó la cabeza. En milésimas de segundo, y como un torbellino, se levantó del asiento, guardó su iPhone en el bolsillo, se colocó el abrigo de cachemir gris, asió su maletín y salió de su oficina para irse de Mindland.
Cuando pasó por la mesa de Alison, la avisó de que se iba y de que le transfiera las llamadas a su móvil.
—Mierda, Britt, necesito retomar mi vida, necesito sacarte de mi cabeza—dijo en voz alta dentro del ascensor.
Buscó su Alfa-Romeo 8C Competizione en el aparcamiento y condujo hasta llegar al Belaire, donde se encontraba el ático en que residía la familia López. Entró con sus llaves al recibidor del departamento y se dirigió hacia la sala. Ahí encontró a su mamá sentada tranquilamente leyendo un libro.
—¡Mamá!
—¡Tanita!
Maribel López pegó un grito y se puso de pie cuando vio a su hija mayor entrar en la sala. Se echó en sus brazos aferrándose a su cuello y la llenó de besos, sin poder contener las lágrimas, ya que la había echado mucho de menos durante el tiempo en que había estado de viaje.
—Mi amor, mi cielo—exclamó emocionada—, ¡Cuánto te extrañé! Hace casi dos meses que te fuiste y me pareció una eternidad.
Santana abrazó y besó a su mamá.
—Yo también te extrañé, mummy.
—¡Hija querida! Dejame mirarte. Hum, tenés un bronceado exquisito. ¿A ver? Quitate el abrigo, dejame ver si no estás más delgada.
—No, mamá, te juro que me alimenté muy bien.
Hubiera querido contarle que Brittany cocinaba como los dioses y lo invadió la tristeza al pensar que, hasta sólo unos días antes, ella las imaginaba juntas en algún momento.
Con su mamá, Santana siempre hablaba en español, era una regla de oro inquebrantable entre ellas.
—¡Ay, hija, pero si traés una tonadita muy porteña!
—No exagerés, Maribel—y miró hacia el techo poniendo los ojos en blanco.
—No exagero, Tana, estás acentuando las palabras con el voseo porteño— Santana se rió—Y no me llames Maribel, sabés que lo odio. No seas maleducada con tu mamá que te extrañó más que a nadie en este mundo.
Le dio otro beso en la mejilla y sostuvo su rostro entre las manos mientras admiraba su belleza con ojos sinceros y puros.
—Dale, contame, ¿cómo está Buenos Aires?
Se sentaron en el sofá del salón, junto al piano, con el Queensboro Bridge a sus espaldas.
Maribel no podía dejar de tocarla.
—No me acuerdo mucho de los otros viajes para comparar, mamá. Éramos muy niños cuando íbamos a visitar a la abuela. Sin embargo, te diré que lo que pude ver ahora me gustó mucho. Anduve cerca de San Isidro, fuimos con Noah a la casa de fin de semana de su prima que queda por ahí cerca.
Recordó el fin de semana vivido con Brittany y sacudió ligeramente la cabeza al darse cuenta de que estaba evocándola otra vez.
—¿En serio? ¡Cómo añoro mi barrio! Algún día regresaré y caminaré por sus calles nuevamente, sólo para darme el gusto, sólo para eso.
Santana se acercó y le dio un beso en la frente con ternura.
—Decime, hija, ¿no conociste a ninguna porteña?
La familia López siempre supo la atracción de Santana por las mujeres y la aceptaban, al igual que a su hermana Rachel.
El rostro de Santana se endureció de pronto
—Fui por negocios, mamá, no en plan de conquista—le explicó tajante.
Maribel le cogió el mentón y estudió el gesto de su hija, que esquivaba su mirada. Después negó con la cabeza.
—Está bien, si no querés contarme, cambiemos de tema. Creo que necesitás descansar, tenés unas ojeras horrendas, hija. Presumo que el vuelo fue largo.
Santana asintió con la cabeza y la besó acariciándole la mano que sostenía su barbilla. Su mamá pasaba de un tema a otro sin pausa, como un torbellino.
—Almorzamos juntas, ¿verdad?
—Por supuesto.
—¿Qué querés comer, tesoro mío?
—Consentime un poco, mami, quiero ñoquis.
—Ah, perfecto, en seguida te los preparo. Dejame llamar a Sue para que me allane el camino, mientras vos y yo conversamos. ¡Sue! ¡Sue! Por Dios, esta mujer está cada día más sorda, se encierra en el cuarto de planchado con la televisión y no oye nada.
—¡Pobre Sue! Está un poco mayor, tenele paciencia.
—Si supieras la paciencia que le tengo, vos mismo me darías un premio. ¡Sue!—gritó y se asomó por la puerta que daba a la cocina para vociferar el nombre una vez más.
—¿Qué pasa, Maribel? ¿Por qué gritás como una loca desaforada? Ya te escuché, estaba ocupada—protestó el ama de llaves.
—¡Qué vas a escuchar! Hace un buen rato que te llamo, estoy casi sin voz de tanto gritar, seguro que te avisó Soledad y por eso venís.
Santana no podía dejar de reírse, siempre era así entre su mamá y Sue. El ama de llaves estaba con ellos desde que sus padres se habían casado y ya era una integrante más de la familia, que comía con ellos a la mesa. Además, era la dama de compañía de su mamá, su amiga, su confidente y su segunda mamá.
Cuando Sue entró a la sala y vio a Santana sentada en el sofá, exclamó:
—Pero ¡miren quién está acá! ¡La consentido de la casa!
La mujer seguía tratando a Santana como si fuera una niña. Santana se levantó y fue a su encuentro.
—Hola, Sue, vení acá, dame un beso.
—No, dámelo vos, los niños siempre tienen que besar a sus mayores.
—Pero ya no soy una niña—se rió Santana.
—No me importa, es una excusa, ¿no lo ves? Cuando me besás, yo imagino cómo besás a tus novias. Es la única oportunidad que tengo de recibir un beso de una diosa griega como vos, así que dame un beso acá—dijo señalándose la mejilla—Y no protestes.
—De acuerdo, te lo doy, pero yo no beso a mis novias ahí—le guiñó un ojo y le dijo al oído—Te aseguro que es en el lugar en que menos las beso.
—No seas atrevida, morena, yo no te pedí que me contaras intimidades y tampoco pretendo que me des un beso con lengua, ya estoy vieja para eso. Aunque te aseguro que, en mis años mozos, varios me dijeron que besaba muy bien.
Maribel miraba al techo.
Santana se tronchaba con las ocurrencias de Sue. Esa mujer podía cambiarle el humor a cualquiera. Ella también hablaba en español porque era de origen mexicano, había llegado a Estados Unidos cuando era muy joven.
—Vieja asquerosa, ¡como si a nosotras nos importase saber de tus correrías de juventud!—se ofendió Maribel en broma.
Se rieron las tres, mientras Santana las abrazaba a ambas.
—Tana quiere comer ñoquis, sacá la salsa de la nevera y decile a Soledad que ponga a hervir unas patatas, por favor, que en seguida voy a prepararlos.
—Como usted mande, mi señora. ¡Qué suerte que regresaste, querida! Esta mujer estaba insoportable porque no estabas acá—le guiñó un ojo exageradamente y se marchó.
Durante el almuerzo y la tarde, Santana se divirtió tanto con Sue y su mamá que logró quitarse a Brittany de la cabeza durante un rato. Estaba tan cómoda que también se quedó a cenar, necesitaba una sobredosis de familia, sentirse querida y mimada. Además, y sin consultarle, su mamáe ya había avisado a todos para que se reunieran por la noche para darle la bienvenida.
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Brittany pasó la tarde preparando el equipaje, algo que le llevó más tiempo de lo normal, puesto que sólo contaba con una mano, por suerte, la derecha.
Lo primero que guardó fue la camiseta de Santana, y se sintió contrariada por no poder resistirse y desecharla. Luego llamó a Kitty y a Hanna para contarles que se iba a Mendoza antes de tiempo. Hanna, cuyos horarios eran más flexibles, se comprometió a llevarla al aeropuerto del área urbana.
—No es necesario, sólo llamaba para despedirme, Hanna. No quiero molestarlas más, puedo coger un taxi. Estoy harta de que carguen con mis problemas, y ustedes deben de estarlo mucho más.
—De ninguna manera, Britt, yo te llevo—Hanna no le dio pie a la discusión.
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Todos los hijos del matrimonio López iban a congregarse en la casa familiar con motivo del regreso al país de Santana. Ésta había caído rendido por la tarde y había podido descansar un rato.
Después de una merecida siesta, se despertó en su cama de soltera, miró a su alrededor y estudió el entorno hasta que entendió dónde se encontraba. Encendió la luz de la mesilla de noche y, mientras se acostumbraba a la luz artificial, consultó la hora, eran pasadas las siete de la tarde.
De forma inconsciente, calculó la hora que era en Buenos Aires y pensó en Brittany. Resopló y se recriminó por dejar que su mente se trasladara a esos días. Intentó alejar las escenas vividas con la rubia, se obligó a levantarse de la cama, estiró su musculatura y se metió en el baño, donde tomó una ducha.
Siempre dejaba ropa en el armario de esa habitación, para poder cambiarse cuando se quedaba a dormir, así que se preparó para la cena con unos vaqueros claros, una camiseta gris ceñida al cuerpo y una chaqueta ocre de lana jaspeada.
Luego, salió al salón, donde se encontró con sus hermanos. Rachel y Finn se acercaron a saludarla y se fundieron en un abrazo con ella. Estaban muy felices de que Santana hubiera regresado.
Como a Alison ya la había visto en la oficina, sólo se saludaron desde lejos. Llegó el turno de su cuñada Quinn, que estaba preparando unas bebidas, mientras esperaban que estuviera lista la cena.
Quinn Fabray, la esposa de Rachel la abrazó y le beso las mejillas para darle la bienvenida y, acto seguido, le ofreció un Bloody Mary, su cóctel preferido.
—¡Hermanita querido, te extrañé tanto!—dijo Rachel mientras se aferraba a la cintura de su melliza y bebía un sorbo de su martini—¡Qué bronceada estás! Ahora estamos casi igual que blancos que Finn
Santana sonrió ante el ingenio de su hermana y la besó en la frente.
—Yo también te eché de menos, Rach.
—Te caíste desmayada en la cama—comentó Finn—Fui a verte cuando llegué de la oficina, pero ni te enteraste.
—Estaba muy cansada, fue un vuelo muy largo y dormí poco durante el viaje.
—Sí, papá me dijo que no tenías buena cara esta mañana.
—¿Qué dije yo?—preguntó Alfonso López mientras se acercaba a sus hijos. Finn lo repitió y Alfonso asintió—¡Ah! Pero ya tenés mejor semblante, nada que unas horas de sueño no puedan mejorar.
Santana esbozó una sonrisa deslucida para dejarlos conformes, pero pensó que, en realidad, nadie conocía su verdadero malestar.
El ascensor que estaba junto al vestíbulo se oyó y entraron en la sala Jake López y su esposa Bree Wall, que llevaban en brazos a sus hijos mellizos.
Rachel se apresuró y quitó a Jake al pequeño Harry. Santana, mientras saludaba a su cuñada, aprovechó y la alivió del peso del pequeño Liam, a quien llenó de besos en el cachete regordete.
—¡Vaya, cómo han crecido estos niños!
La familia López estaba completa, ya no faltaba nadie por llegar y todos se mostraban exuberantes de contentos, reunidos en la sala, festejando el regreso de Santana.
Maribel y Sue se encontraban terminando de poner la mesa, mientras los demás interrogaban sin parar al recién llegado acerca de su viaje. Finn era el que más recuerdos guardaba de Buenos Aires porque era el mayor.
En un momento en que Rachel y Santana se quedaron un poco apartadas, Rachel no desaprovechó la oportunidad de preguntarle:
—Me tenés que hablar de la mujer que me atendió el teléfono.
—No empieces, Rach, no hay nada que contar—dijo Santana en tono de advertencia.
—Mentirosa, viendo cómo te ponés a la defensiva, apuesto a que sí lo hay. ¿Cómo se llama?
Santana miró fijamente a los ojos a su hermana melliza, la estudió, la conocía y sabía que no desistiría hasta que no le diera un poco de información.
—Es una empleada de la empresa con quien confundimos los móviles durante una reunión de trabajo.
—Tana, ¿vos creés que soy estúpida? Era domingo.
—Sos insufrible, es lo que te dije y punto.
—Y punto no. ¿Cómo se llama? Te conozco de sobra cuando pretendés evitar un tema.
Santana clavó sus ojos oscuros en los de su hermana.
—Se llama Brittany, pero ya se terminó. Y te pido que no lo comentes con nadie si no querés que me enoje, menos todavía con papá y mamá. Te lo prohíbo terminantemente, ¿me escuchaste? No hagas que me arrepienta de haberte dicho su nombre.
—De acuerdo, pero viendo cómo estás, sé que no se terminó—la tomó de la barbilla y le dio un beso en la punta de la nariz.
—No sé cómo Quinn te soporta tanto y se casó contigo. En verdad no sé por qué yo te soporto, Rach, si no te quisiera tanto...
—Y porque mi Quinny me ama también lo hace. En la semana nos juntamos y me terminás la historia. No te vas a salvar, hermanita. Esa cara me preocupa, estás ojerosa y dispersa y no creo que sea por el viaje. Andá con ese cuento a otro, a mí no. ¿Me oíste, linda?
—Ni lo sueñes.
—¡Ja! Como si tuvieras otra opción.
Santana la miró con sorna y agitó la cabeza, segura de que no podría escapar al interrogatorio.
Maribel invitó a todos a acercarse a la mesa, Soledad, la empleada doméstica, estaba trayendo en un carrito los platos ya servidos.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal II: Pasión (Adaptada) Epílogo
sue es muy comica! bueno ahora que se que se separaron por una confusion, me pregunto cuando se enterara brittany de que santana es viuda, ahi tomara un bate y se lo partira ella misma en su cabeza por no haber dejado que san le explicara, gracias por el maraton y hasta muy pronto!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal II: Pasión (Adaptada) Epílogo
micky morales escribió:sue es muy comica! bueno ahora que se que se separaron por una confusion, me pregunto cuando se enterara brittany de que santana es viuda, ahi tomara un bate y se lo partira ella misma en su cabeza por no haber dejado que san le explicara, gracias por el maraton y hasta muy pronto!!!!!
Hola, jajajjaaj o no¿? jajajaja. Jjaajajajajajajajajajaajajajajajajajaajaajaj XD jajajajaja "tomara un bate y se lo partira ella misma" ajajajajajajajaja xD jjajaaj morí xD pero san tampoco se esforzó mucho tampoco y no hablo cuando debía, osea igual se entiende a britt, no¿? jajaajajaj. De nada, gracias a ti por leer y comentar! Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal I: Seducción (Adaptada) Cap 17-PI
Capitulo 17 - Parte I
Brittany llegó al aeropuerto urbano Jorge Newbery una hora y media antes del horario de partida. Hanna la acompañó para ocuparse de las maletas, ya que Brittany con un solo brazo no podía.
Presentó el pasaje y la documentación y facturó el equipaje en el mostrador habilitado para su vuelo. Una vez que obtuvo su tarjeta de embarque, controló el horario y la puerta en la que debía presentarse y se despidió de su amiga con un fuerte abrazo.
—Gracias por todo, las voy a extrañar durante este mes, tanto a vos como a Kitty, pero sé que ustedes van a descansar también de mis problemas—intentó bromear con Hanna.
—No seas boba, nosotras también te vamos a extrañar, cuídate mucho, por favor, e intentá disfrutar de tu familia. Pasátelo bien, es una orden, ¿me oíste?
—Te prometo que lo voy a intentar, los mimos de la familia siempre son sanadores.
—Seguro que así será, ¡te quiero, pendeja!
—Y yo a vos. A veces, no sé qué haría si no las tuviera a ustedes dos.
—Uf, basta de sensiblerías, no quiero seguir viéndote con esa carita tristona.
Llamaron al vuelo 2484, que era el suyo. Brittany empezó a caminar hacia el sector de embarque, se dio la vuelta en la distancia y agitó su mano mientras desaparecía de la vista de Hanna.
Le había tocado ventanilla y ya estaba acomodándose, cuando el auxiliar de vuelo se acercó y la ayudó a guardar su equipaje de mano y a ajustarse el cinturón.
El viaje duraba poco menos de dos horas y el vuelo fue muy tranquilo.
Cuando ya había comenzado el acercamiento a la pista, el aparato viró en maniobra de reconocimiento y Brittany, desde la altura, pudo reconocer el paisaje. Avistó el Valle Grande, el Cañón del Atuel, El Nihil, los diques y los lagos, Los Reyunos, el Tigre y Agua de Toro, era una geografía muy familiar para ella y, aun así, cada vez que la veía desde el aire se maravillaba con el espectáculo: Mendoza era una porción de tierra bendecida por la naturaleza.
Llegó al aeropuerto internacional Suboficial Ayudante Santiago Germano, de San Rafael, y, mientras bajaba del avión y se preparaba para retirar su equipaje de la cinta, envió un mensaje a Hanna para avisarle de que había llegado bien.
Después salió y no tardó en divisar a su mamá que, al verla con el brazo en cabestrillo, se cubrió la boca con las manos y salió a su encuentro. Se abrazaron cálidamente y Brittany se hundió en su cuello, la emoción de verla la inundó, por esos días estaba muy sensible.
—Mi amor, ¿qué te pasó?—le preguntó Whitney llenándola de besos y con verdadera preocupación.
—Nada, mamá, no te asustes. Sólo me disloqué el hombro, no es nada, te aseguro que estoy bien—intentó tranquilizarla Brittany, mientras se secaba las lágrimas que habían escapado de sus ojos.
—¿Seguro que estás bien? ¿Cómo te hiciste eso, mi chiquita?
—Choqué en General Paz, mamita—le dijo sin anestesia.
—¡Dios mío! ¿Y me lo decís con esa tranquilidad? ¿Por qué no me avisaste?—le espetó, mientras la cogía por los hombros.
—Mamá, estoy bien, ¿para qué iba a preocuparte y angustiarte sin sentido?
—No lo vuelvas a hace —la regañó Whitney, enfadada por su omisión—Viviré intranquila el día que te vayas si sé que no me contás las cosas, porque no sabré, cuando hable con vos, si realmente me estás diciendo la verdad. No te perdono que no me hayas dicho nada ayer cuando hablamos.
Brittany se abrazó al cuello de su mamá y la besó con ternura en la mejilla.
—No te disgustes, mamita, estoy muy feliz de estar acá.
—Yo también estoy feliz de tenerte entre mis brazos—gruñó—¡Qué disparate! Vayamos a la casa, hija.
Salieron de la terminal y, después de pagar el aparcamiento, se acercaron a la Toyota Hilux doble cabina de la empresa, y depositaron el equipaje de Brittany en la parte de atrás.
El viaje fue corto porque la bodega familiar estaba a unos treinta kilómetros de distancia del aeropuerto, en un oasis irrigado por los ríos Atuel y Diamante. La parte antigua de los viñedos contrastaba con el esplendor de la edificación moderna que albergaba la casa de la familia.
Un portón de hierro forjado, con la inscripción Saint Paule en el arco de entrada, se erigía dando la bienvenida a todo aquel que deseara visitar la bodega. Más allá, un camino lateral las guio hasta la casona estilo rancho, con paredes de piedra y techos a dos aguas de tejas francesas que se levantaba entre los parrales y la bodega.
Whitney estacionó la camioneta frente a la puerta principal y corrió para dar la vuelta y ayudar a su hija a salir del vehículo. Al oír el motor de éste, la puerta estilo residencial de la casa se abrió y Dottie salió a la carrera a abrazar a su tía. Atrás venían su cuñada Tina con Franco en los brazos y los caseros, Holly y Carl, que conocían a Brittany desde que nació.
Obviamente todos se asombraron al verla con el brazo así y, mientras la saludaban, la trataban como si fuera de cristal. Todos se interesaron por lo que le había ocurrido y ella refirió la historia muy por encima, sin contar, por ejemplo, que había salido como loca del aeropuerto después de ver cómo se iba Santana.
Entraron en la casa, donde la mimaron y la consintieron sin mesura. Dottie no paraba de hablar, estaba aceleradísima con la llegada de su tía. Era una niña muy vivaz y elocuente para su edad y solía dejarlos a todos con la boca abierta cuando se explayaba.
—Tía, ¿iremos mañana al mirador a almorzar las dos juntas?
—Mi tesoro, ¿qué te parece si le pedimos a la abuela que nos acompañe? Porque la tía tiene el hombro lastimado y no podrá atenderte como otras veces—le explicó Brittany con paciencia.
—Bueno, si no queda otra opción...
—¿Cómo que si no queda otra opción? Claro, ahora como llegó tu tía, ¡a la abuela que la parta un rayo!—exclamó Whitney en tono de indignación.
—No te enojes, abuelita, yo te quiero mucho, pero la tía no me regaña tanto y la veo menos que a ti.
Todos rieron por la sinceridad de la niña. Franco levantaba los bracitos hacia Brittany para que lo aupara y, al final, ella no pudo resistirse más y, enternecida, le pidió a su cuñada que lo pusiera en su regazo para poder cogerlo.
En ese preciso momento, se abrió la puerta que daba a la piscina y entró Mike, enfundado en unos vaqueros oscuros, un polo negro, botas y las gafas de sol en la mano. Cruzó el salón a toda velocidad para llegar hasta el sofá donde estaba su hermana, la estrechó contra su pecho y la besó en el pelo, en la cara y en el cuello.
—¡No la apretujes tanto, hijo, le vas a hacer daño en el brazo!—lo amonestó su mamá.
Mike se retiró para estudiar a su hermana.
—¿Qué te pasó?
—Tuve un accidente de coche, hermanito.
—¡Mierda, Britty! ¡Siempre dije que era un sacrilegio darte el carnet de conducir!—bromeó él y recibió una mirada despectiva de su hermana a cambio.
Mike sentó a Dottie en su regazo, la abrazó y la besó y a Brittany le enterneció verlo con tanto aplomo en el rol de padre de familia.
—¡Qué guapo estás, hermano! Cada vez estas más musculoso y con ese bronceado. Tina, ¡ojo con éste, que está muy lindo!
Su cuñada se inclinó y besó a su hombre en la mejilla.
—Sí, ya me fijé en que las turistas le echan el ojo cuando anda por la bodega en las visitas guiadas—ratificó y, entonces, Mike, con su ego bien alto, le guiñó el ojo a Brittany.
Aquél fue un día muy intenso, que pasó volando.
Por la noche, después de la cena, Brittany se sentó junto a la piscina, para hablar con su hermano del estado del negocio familiar. Éste le contó del plan de inversiones para producir sólo vinos de alta calidad y de lo avanzadas que estaban las modificaciones para modernizar la bodega y los viñedos.
También le explicó los proyectos que tenía para desarrollar marcas sólidas, tanto para el mercado local como para el de exportación. Poco a poco y con mucha dedicación, estaba logrando todos los objetivos que su papá no había conseguido.
Durante los últimos años, había transformado el lugar en un entorno cálido y original, a través de su diseño y del paisaje, que permitían orientar los sentidos hacia la magia del vino.
Le prometió que la llevaría a recorrerlo todo.
Brittany se sentía muy a gusto disfrutando del silencio y de la paz infinita del lugar, había encontrado de repente la cordura y estabilidad que días atrás había creído perder.
Despertó como si hubiera dormido un día entero, estaba descansada y lo adjudicó al cambio de clima y a la vida apacible en San Rafael. Se sentó en la cama y estiró su brazo sano y su torso, se colocó de pie frente al ventanal y lo abrió, admiró el maravilloso paisaje y respiró profundamente para llenar sus pulmones con aquel aire tan puro.
Los aromas y el ruido de la vajilla la guiaron hacia la cocina. El ambiente estaba plagado de un exquisito aroma a café recién hecho y pan casero recién horneado, que Holly había amasado para desayunar y para acompañar con los exquisitos dulces artesanales que también elaboraba. El desayuno fue realmente delicioso.
Brittany y su hermano planificaron su primer día en la bodega y, después del desayuno y de que ambos se cambiaran, partieron en la camioneta para hacer un recorrido por el lugar. Descendieron a la cava, por un sendero con barricas de roble francés y luz tenue.
Brittany añoró e identificó los olores de su niñez, cerró los ojos y recordó cuando eran pequeños y jugaban con su hermano a esconderse entre las barricas.
Esa época en que uno no tiene preocupaciones le parecía tan lejana...
Tomó de la mano a su hermano y entrelazó sus dedos con los de él, se llevó sus nudillos a la boca y se los besó. Lo admiraba y lo adoraba porque se había hecho cargo de la familia muy joven y tuvo que madurar de golpe a los dieciocho años.
«Mike era un hombre viejo con cuerpo de joven»/i], pensó Brittany.
Mike le regaló una sonrisa franca y enorme, y le pasó el brazo por el hombro mientras seguían caminando y descendiendo. Brittany estaba maravillada con la transformación del lugar y se lo hizo saber.
Más tarde, se dirigieron a la planta de elaboración, donde su asombro continuó con los progresos que habían hecho ese último año. Sin embargo, Mike estaba ansioso por mostrarle a Brittany su nuevo proyecto. Le tapó los ojos antes de entrar en determinada ala de la planta y, cuando estuvieron dentro, se los descubrió.
Brittany se quedó atónita frente a la nueva adquisición de la bodega, una llenadora VKPV-CF, ideal para vinos y vinos espumosos que ofrecía la máxima precisión en cuanto a nivel de llenado.
—Nuestra champañera está en marcha, querida hermanita.
Brittany gritó, se aferró al cuello de su hermano y le llenó la cara con numerosos besos, Mike se reía con verdadero júbilo al ver la reacción de su hermana.
Estaba feliz de poder compartir con Brittany tantos años de trabajo y esfuerzo.
Tomó una botella de las que ya estaban listas y etiquetadas y le explicó la composición de la bebida. Brittany entendió la mitad de todo lo que Mike le dijo, pero Mike estaba tan entusiasmado que lo escuchó sin interrumpirlo.
—Éstas ya están listas, las llevaremos para bebérnoslas esta noche.
—Sí, por favor, no veo la hora de probarlo.
Luego recorrieron las plantaciones a cielo abierto, caminaron entre las hileras de armazones de madera y alambres que sostenían los parrales.
Mike le hacía notar, a cada paso, la calidad y la uniformidad de maduración de los viñedos ese año.
—Son perfectas—decía con gozo.
Para la hora del almuerzo, los hermanos ya estaban en el mirador esperando al resto de la familia. Desde ahí, a lo lejos, vieron acercarse la camioneta que conducía Whitney y que trasladaba también a Tina y a los niños.
Comieron una variedad de ahumados, quesos, ciervo, aceitunas y pan casero, que Holly había preparado y empaquetado para que lo trasladaran hasta allá. La guinda del postre no fue el postre en sí, sino una botella de Malbec de la última cosecha que el papá de Brittany había elaborado estando en vida y que Carl había buscado en la cava días atrás, para consentirla, como cada año cuando llegaba a San Rafael.
Rodeada del cariño de su familia y de la armonía del lugar, Brittany empezó a creer que le sería posible borrar a Santana de sus sentimientos.
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Santana había pasado todo el día muy contrariada porque se habían caído unos contratos que parecían estar confirmados antes de su viaje a América del Sur.
Aunque su mal humor, en realidad, se debía a otra cosa.
Entró en la oficina del director general de Mindland hecha una furia y, sin llamar siquiera, se presentó ante su papá para plantearle la necesidad de incorporar a alguien que supervisara los temas de los que ella se ocupaba cuando no estaba en la empresa.
—Tranquila, hija, no te ahogues en un vaso de agua. El verdadero éxito de los negocios consiste, precisamente, en aquellos que uno no realiza.
—No opino lo mismo, papá. No quiero perder ninguna oportunidad de crecimiento.
—Tana, buscar a alguien a la ligera no es lo mejor. No debemos mover las piezas del tablero sin cuidado para cubrir agujeros, sino encontrar a la persona adecuada, a la más idónea, y te aseguro que no es una tarea fácil cuando uno aspira a la excelencia.
—Lo sé, papá, lo sé.
—Tranquilizate, entonces. La desesperación no es buena en los negocios. Mirá, hija, te voy a decir algo. Se avecinan cambios en Mindland, cambios importantes y, para eso, te necesito íntegro y con todas tus luces puestas en la compañía.
—¿A qué te referís cuando decís cambios? Creo que la empresa está bien tal cual está, no considero que introducir modificaciones ahora sea muy oportuno.
—Todo a su tiempo, Tanita, aún estoy gestando esto que te digo, pronto te enterarás.
Era la segunda vez en dos días que su papá hablaba de esos supuestos cambios, pero su cabeza no estaba para imaginar nada. No prestó demasiada atención a los comentarios de Alfonso y se conminó a seguir lidiando con el trabajo y los asuntos pendientes.
Después del horario de oficina, Santana se dirigió a su casa para darse un buen baño y cambiarse.
Su hermana la había invitado a cenar esa noche.
Estaba terminando de arreglarse para salir, cuando sonó su móvil, era Brittany. Por un instante, se sobresaltó y el estupor se apoderó de su persona. Lo último que esperaba era recibir su llamada, ya que el día anterior Brittany no había respondido ni una sola vez.
Pensó en no contestarle, porque se recordó que debía olvidarla, que las cosas no le iban bien con su imagen clavada en su mente, pero aunque se esforzó por ignorarla no pudo.
Respondió con el corazón desbocado, anhelaba oír su voz.
[i]—Hola—dijo, pero nadie contestó al otro lado de la línea—Hola, Britt, ¿para qué me llamás si no vas a contestar?
De pronto empezaron a oírse monosílabos de bebé y, de fondo, la voz de Brittany, sí, era Brittany, su voz era inconfundible, la tenía grabada en su memoria.
Prestó atención y escuchó que conversaba con otra persona, era un hombre, Santana se puso alerta.
«¿Con quién está?», pensó y temió, inconscientemente, que ese otra persona, más aun un hombre ya lo hubiera reemplazado en su corazón.
Agudizó el oído.
Su voz era todo lo que necesitaba captar para que todo su mal humor del día desapareciera, no importaban las circunstancias en que la escuchara.
Brittany se estaba riendo, pero a ratos sólo se oía una sarta de onomatopeyas infantiles, «ma ma ma ma ma» o «pa pa pa pa pa». Por encima de la voz de ese bebé, se oyó en un momento determinado la de una niña:
—Tía, Franco está con tu móvil.
—Sí, Dottie, la tía se lo prestó.
Santana sonrió al escuchar la explicación que Brittany le daba.
—Sí, tía, pero lo tiene en la boca.
—¡Ah! No se lo di para que ese muchachito se lo metiera en la boca, ¡no seas cochino, Franco, devolveme eso!
La voz de Brittany le llegó con claridad mientras hablaba con los niños, entonces Santana cayó en la cuenta de que se trataba de sus sobrinos y no le costó deducir que la voz de aquel hombre debía de ser la de su hermano.
Sonrió aliviada y suspiró profundamente mientras cerraba los ojos. Entonces pensó que Brittany tenía el móvil en la mano y decidió hablarle, a ver si Brittany la escuchaba.
—Hola, hola, Britt.
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Brittany se espantó al oír su voz al otro lado de la línea y reparó en que, mientras el niño jugaba con el aparato, había apretado para llamar a Santana. Llevó el teléfono a su oído, se levantó del sofá y caminó hacia afuera.
Había empalidecido, su hermano la seguía con la mirada.
—¿Estás ahí? ¿Me oís, Britt?—probó Santana nuevamente.
—Hola—contestó Brittany casi en un susurro.
—Hola—respondió Santana a su vez, aliviada al escuchar su voz.
Un silencio tremendo se apoderó del momento, hasta que Brittany lo rompió, no podía resistirse.
—Lo siento, mi sobrino apretó el botón de llamada y se marcó tu número.
—Sí, me di cuenta, no me cuelgues, por favor—le rogó Santana—¿Cómo estás? Me enteré de que habías chocado y me preocupé mucho. ¡Bah! La verdad es que me desesperé mucho—rectificó sus palabras—Me estoy muriendo por saber de vos.
—Estoy bien, gracias. No tiene sentido que sigamos hablando.
—Tuve un día de mierda, Britt, y sólo con escucharte me cambió el humor.
—Adiós, Santana.
Brittany cortó, estaba apoyada en la verja que rodeaba la piscina y una profunda angustia la invadió. Como no quería que nadie la viera así, salió corriendo hacia el viejo molino, corrió sin parar y, cuando llegó, se sujetó a los hierros de la torre y comenzó a llorar de forma desconsolada.
Entonces sintió que dos manos la sujetaban por los hombros y le daban la vuelta para cobijarla en su pecho. Su hermano dejó que se desahogara por completo.
Se sentaron en el rellano, junto al molino, y, cuando Brittany dejó de sollozar, Mike se animó a preguntarle.
—¿Estás más tranquila?
—Sí, gracias.
—¿Qué pasa, Britty?
Cogió su rostro con las dos manos y Brittany simplemente negó con la cabeza.
—No estoy preparada aún para contarte. Tu vida es demasiado perfecta y la mía es... un verdadero desastre.
—¡Bah! No creo que sea así, de todas formas, cuando quieras, acá estaré.
Mike la estrechó entre sus brazos nuevamente y permanecieron en silencio un rato más.
Regresaron a casa cuando ya no le quedaban rastros del llanto en el rostro, para evitar que su mamá le preguntara.
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Santana arrojó el teléfono sobre la cama, cambió su reloj, se perfumó, se fue a la cocina y destapó un agua con gas que se bebió de forma compulsiva.
—Parezco estúpida rogándole tanto. ¿Desde cuándo le hablo así a una mujer? Además, ¡lo único que me faltaba era estar hablando sola!
Arrojó el envase vacío a la basura con rabia, volvió a la habitación a recoger su teléfono y luego fue al armario, de donde sacó una chaqueta de cuero y una bufanda. Salió de su departamento en el Soho de Nueva York rumbo al aparcamiento y se subió a su exclusivo deportivo italiano rojo.
Era poseedora de una de las quinientas unidades fabricadas en todo el mundo del Alfa-Competizione.
Partió hacia la casa de su hermana en Upper East Side, donde el Huracán Rachel, sin duda, haría estragos con ella esa noche.
Iba sabiendo que la atosigaría a preguntas, pero aunque estaba malhumorada, la tortura de hablar de Brittany era preferible a los tormentosos pensamientos que albergaba en su alma cuando estaba en soledad.
Llegó a casa de Rachel y su esposa y llamó. Quinn no tardó en abrirle la puerta y, después de saludarla, se despidió de ella, ya que había quedado para salir.
—Tu hermana está en la cocina, que disfruten de su noche—le deseó Quinn.
—¿Te vas?
—Sí, a mí también me toca noche de hermanas. Me voy a jugar a los bolos con Terry.
—Que disfrutes.
—Que te sea leve—le contestó su cuñada.
Santana rió sacudiendo la cabeza y levantando levemente la comisura de sus labios. Sabía que si se quedaba solo con Rachel estaba destinada a un interrogatorio extremo acerca de Brittany, pero ya estaba ahí y debía hacerle frente.
Se quitó la chaqueta y la bufanda y las dejó en el perchero del vestíbulo y entró a la cocina, donde encontró a su hermana preparando unas enormes hamburguesas con beicon, aros de cebolla, lechuga, tomate y pepinillos.
—¿Qué dice mi hermana favorita de entre los López y la más linda, después de mí, claro está?—puso la mejilla para que Santana la besara—¡Uy, qué cara! Para venir así, no hubieras venido.
—No me tientes, en realidad, casi no vengo. ¿Me vas a dar de comer eso?
—Dejá de quejarte, es el menú ideal para ver una película y chismorrear entre hermanas.
—Ideal para vos, que no tenés ganas de cocinar.
—Sos insufrible, Tana. ¿Te vas a quejar por todo?—le preguntó, se dio la vuelta y la cogió por la barbilla—Santana estaba apoyada contra la encimera, cruzada de brazos— ¡Ya volviste de Buenos Aires, enterate, hermanita!
Santana sacudió la cabeza sin entender demasiado. Su cuerpo estaba en Nueva York, pero su mente y sus sentidos se habían quedado en Argentina, quizá Rachel tenía razón.
—No capto mucho tu comentario.
—Tana, vos nunca entendés lo que no querés entender—la regañó Rachel y Santana esbozó una sonrisa que no llegó a sus ojos—Cambiá la cara y disfrutemos.
Santana le pegó una palmada en el trasero e intentó cambiar de actitud.
—De acuerdo, ¿en qué te ayudo?
—Traé unas cervezas.
Se dirigió a la nevera y sacó dos Yuengling que destapó y bebieron mientras terminaban de preparar todo en una bandeja para trasladarlo al segundo piso, donde estaba la sala de la televisión.
Se estiraron a ver una película mientras cenaban y, después de comer, Rachel se recostó en el sofá, apoyó la cabeza en su regazo y le dijo sorprendiéndola:
—Tus suegros volvieron a llamar para pedir los óvulos congelados de Dani.
—¡Mierda! ¿Por qué no dejan de joder? ¿Hablaron con vos?
—No, esta vez lo intentaron con Jake.
—No me comentó nada.
—Supongo que, como recién llegabas del viaje, no habrá querido preocuparte. Además, sabemos que es un tema que no te hace bien. Dijeron que si les dábamos los óvulos no interpondrían una demanda, que apelaban a nuestra buena voluntad, como familia, y así te evitábamos dolores de cabeza a vos.
—¡Que me demanden si quieren! Lo que lamento es que la clínica también se verá involucrada.
—¿No volvieron a hablar con vos?
—La última vez fue hace un par de meses y fui muy clara. No volverán a intentarlo conmigo porque saben que los voy a sacar corriendo. Mañana hablaré con Finn, quiero saber qué posibilidades hay de que puedan ganar una demanda, no me gustaría que me cogieran desprevenida—advirtió y, después, tomó una gran bocanada de aire—Cuando Dani y yo congelamos nuestros óvulos lo hicimos pensando en que ella se iba a curar y que los implantaríamos en su vientre, o en el mío, más tarde. Siempre fueron para procrear con hijos nuestros, no voy a permitir que los utilicen con otras personas.
—Tranquila, hermanita, no los conseguirán. Además, ya pasaron más de dos años desde que se hizo el procedimiento y, por ley, si nadie reclamó esos óvulos en ese lapso de tiempo, no nos corresponden a nosotros, ni al laboratorio, ni siquiera a vos. Ya no sos la dueña.
—Mañana, sin falta, hablaré con Finn.
Rachel cambió de tema de forma brusca y rápida.
—¿Y Brittany? ¿Qué hay entre ella y vos?
—No, Rach, por favor, no estoy de humor para un interrogatorio.
—Vos nunca estás de humor, Tana. Esa chica te está haciendo sufrir, ¿verdad? Me doy cuenta de cómo te congelás cuando la nombrás.
—Esa chica pertenece a mi pasado, punto.
—Hum, ¿por qué intuyo que querrías que perteneciera a tu presente y a tu futuro?
Santana se la quedó mirando, Rachel la conocía mejor que nadie, con ella no podía disimular.
—Ella no quiere saber nada de mí—le dijo con amargura y hasta ella se extrañó de la forma en que se había expresado.
Su hermana se sentó en el sofá y la cogió de las manos.
—¡Ah, no! Pero ¿quién es esa tonta que desprecia a mi hermanita?
—No es ninguna tonta, es muy inteligente y te aseguro que es mejor que todo haya terminado. No soy buena con las relaciones monógamas y, por otro lado, no merezco su amor ni el de nadie.
—Creí que habías superado esa etapa en que creías que no tenías derecho a ser feliz y en la que estabas convencida de que Dani había muerto porque vos te habías dedicado a amargarla. ¿Todavía lo pensás?
—¿Acaso no fue así?
—¡Dios, qué terco sos! Ella fue feliz, pero la vida no le permitió serlo más.
—¿Te olvidás de que me dediqué a engañarla con cuanta mujer se me cruzaba? Lo que pasa es que vos siempre justificás todo lo que yo hago, de una u otra forma, siempre buscás la manera.
—No es cierto. Yo no considero que ella fuera una mujer engañada. Por otro lado, si Dani fue una cornuda es porque ella lo permitió. Ella se empecinaba en volver con vos cuando sabía que estabas con otras mujeres. Y siempre que volviste con ella le fuiste fiel. Tana, sé que está muerta y que no debería hablar así, pero es la verdad. Creo que vos no estabas realmente enamorada de ella y que estaban juntas por costumbre y por comodidad. Luego ella enfermó y vos, en ese momento, creíste que la amabas, pero en realidad lo que sentiste fue más compasión que otra cosa y por eso te casaste con ella. Hiciste lo que todo el mundo esperaba que hicieras, que te casaras con tu novia de bachillerato. Tana... fueron novias durante siete años y, antes de que ella enfermara, nunca te planteaste la posibilidad de casarte y de formar una familia. ¿Por qué sos tan dura con vos mismo? ¿Por qué no podés darte cuenta de eso?
—No quiero que hables así.
—¡Tana!
—¡Rach!
—Está bien, no hablemos más de Dani, pero contame de Brittany. ¿Por qué no quiere saber nada de vos? ¿Qué le hiciste? ¿O quizá es que no le gustás?
Santana la miró en silencio durante unos minutos, soltó un suspiro y empezó a hablar:
—Nos gustamos mucho las dos. Es algo más que una atracción física, nunca sentí nada igual por otra mujer—se atrevió a confesarle Santana.
Lo necesitaba, quería sacar todo eso que tenía guardado, que la atormentaba y que se negaba a reconocer.
—¿Entonces?—Rachel abrió los ojos como platos ante la revelación de su hermana.
—Ella cree que estoy casada.
—¿Y vos no le dijiste que no? ¿No le dijiste que eras viuda?
—No, dejé que lo creyera.
—¿Qué hago? ¿Te muelo a palos o qué?
Santana se encogió de hombros y su hermana se agarró la cabeza con las manos.
—Es complicado para mí. Quise hacerlo, pero ella no me quiso escuchar.
—Disculpame, pero estoy segura de que no insististe mucho. Te conozco.
—Bueno, sí. Me enojé y me vine para Nueva York.
—¡Mierda! ¿Por qué rechazás tu felicidad de esa forma? ¿Por qué?
—No estoy acostumbrada a rogarle a ninguna mujer y tampoco voy a hacerlo con Brittany, te digo que ya lo intenté.
—Excusas.
—Quiero olvidarla y vos no me estás ayudando.
—Te escucho y no puedo creerlo—tomó su rostro entre las manos—Te enamoraste, Tana, estás enamorada.
—No, sólo estoy obnubilada—Rachel la miró incrédula—¡Joder, Rach! Sí, me enamoré, creo que me he enamorado como una estúpida, pero voy a olvidarme de ella.
—El amor no se olvida así porque sí, para hacerlo sólo tenés que dejar de sentirlo. ¿Y me querés explicar cómo planeás hacer eso?—Santana no contestó y se quedaron en silencio—Tenés que reconquistarla.
—No voy a hacer eso, no pienso mover ni un músculo.
—¿Cómo es? ¿Es linda?
—Es hermosa, inteligente, talentosa, buena persona, buena hija, admira a su hermano, es cariñosa, brillante—contestó Santana como una posesa y luego sacó su teléfono y le mostró una foto en donde estaban las dos juntas—Creo que se llevaría muy bien con vos, Rach, ambas tienen muchas cosas en común. Britt ama salir de compras, los zapatos y los bolsos son su debilidad, como te pasa a vos, y también le gusta cocinar.
Rachel sonreía al ver el frenesí con el que su hermana le hablaba de Brittany. Se había desatado en ella una pasión insospechada, una necesidad de describir a la persona amada que sólo se siente cuando uno está enamorado y no puede más que admirar a la persona que se ha adueñado de su corazón.
—¡Guau! Es muy bella, es una belleza latina. Acá sólo se le ve el rostro, pero presumo que también tiene un muy buen físico.
—Uf, tiene un trasero de ensueño y los pechos más perfectos que he visto en mi vida—añadió Santana.
—Y después de haberla descrito con tanta vehemencia y de enterarme de que guardás fotos de ella en tu teléfono, ¿todavía pensás que vas a olvidarla?
—Sí, voy a hacerlo—intentó sonar convincente, pero sólo estaba tratando de persuadirse a sí misma.
—De acuerdo, cuando lo consigas, me dejo de llamar Rachel López, ¿te parece?
Santana puso los ojos en blanco y, en ese momento, sonó su teléfono, miró la pantalla y puso mala cara.
—¿Qué pasa, quién es?
—Elaine, quiere que mañana la acompañe a Jamesport y no tengo nada de ganas de ir, pero ya me comprometí con ella.
—Inventate una excusa.
—No, iré de todas formas, me vendrá bien despejarme un rato.
Tal como le había dicho, el sábado por la tarde, Santana pasó a recoger a Elaine Looper por su departamento de Park Avenue para ir a Jamesport y ver la propiedad que Elaine estaba interesada en adquirir.
La corredora de bienes inmuebles Dennis Holler las esperaba a las seis de la tarde para mostrarles la casa ubicada a orillas de Long Island Sound.
Santana estaba apoyada con los brazos cruzados en el Alfa- Competizione. Se había puesto unos vaqueros oscuros y un suéter, bajo una chaqueta de cuero negra que lo hacía parecer una chica mala con cara de ángel.
Esperaba pacientemente a que Elaine bajara.
—¡Hola, Elaine!—la saludó.
Elaine, como siempre, le sonrió exultante y arrebatadoramente fiel a su estilo. Le abrió la puerta del acompañante y, antes de subir, Elaine le dio un beso muy cerca de la comisura de los labios, pero Santana le restó importancia.
Durante el viaje, Elaine se mostró muy solícita y agradecida, le expresó su gratitud por tomarse el tiempo para acompañarla y habló tanto que la cabeza de Santana estaba empezando a embotarse.
—Nos conocemos hace mucho, Elaine, no tienes que agradecerme nada. Lo hago con gusto por la amistad que tenemos desde hace tantos años.
—Aun así, creo que debo decírtelo. Me siento afligida por quitarle tiempo a tu fin de semana, pero no sabía a quién recurrir para que me acompañase. Además, sé que nadie tendrá una opinión tan objetiva como la tuya.
—En realidad, no sé si soy buena consejera porque no entiendo nada de construcción, ya te lo dije. A lo sumo, te podré dar mi punto de vista desde lo que puedan apreciar mis ojos, pero nada técnico.
—Sí, lo sé. Yo ya vi la propiedad y me gustó mucho, pero de pronto me sentí indecisa—le explicó Elaine—No esperes encontrarte con grandes lujos, es una construcción sencilla que pagaré con mis ahorros, no quiero la ayuda de papá. Necesito empezar a independizarme, pero si hoy hubiera venido con él, me hubiera dicho que no era una casa digna. Él querría comprar una con diez habitaciones y todos los lujos del mundo.
Santana se sorprendió por el comentario, siempre había creído que Elaine era una mujer inescrupulosa, fría e interesada.
—La casa está bien conservada y las vistas de Long Island Sound son inmejorables.
El cielo había empezado a colorearse con tonalidades naranjas y rojizas; había comenzado el ocaso y la cercanía de la ribera brindaba una vista perfecta.
Tomaron la salida en dirección a Riverhead y en seguida llegaron al condominio en cuestión. La vendedora, enfundada en un traje negro impecable, se presentó en el porche de la casa y, con melosa amabilidad, les estrechó la mano a ambas y abrió la puerta para que pudieran entrar en el salón de la residencia.
Les describió los materiales y los acabados de la casa, las llevó a recorrer las dos plantas que la conformaban y todas sus habitaciones. Parecía tener los minutos controlados, porque en el momento oportuno las invitó a salir para que observaran el preciso instante en que el sol chocaba con el agua y se escondía tras el horizonte. Las dejó solas para que apreciaran la vista y pudieran hablar.
Santana estaba de pie, con la mirada perdida en aquel maravilloso espectáculo.
Elaine llegó sigilosamente por atrás y se apoyó en sus hombros, le rodeó el cuello con uno de sus largos brazos, colocándose muy cerca, y le habló al oído.
—¿Qué te parece? Es un lugar maravilloso, ¿verdad —le acarició el lóbulo de la oreja con su aliento al hablarle tan cerca.
—Creo que la ubicación es insuperable, me gusta mucho como casa de fin de semana. Opino que deberías comprarla, tenías razón en que está muy bien conservada y el atardecer la vuelve espléndida.
—De acuerdo, creo que después de verla por segunda vez, también me he convencido, pero tienes que prometerme algo—Elaine se acercó todavía más—Vendremos a estrenarla juntas.
—Seguro, será muy agradable—le dijo Santana, mientras volvía su cabeza y se encontraba con los labios de Elaine tan cerca que la incomodaron.
Santana pensaba en Elaine sólo como en una amiga. Sus padres eran los mejores amigos de los suyos y se habían criado en largos fines de semana compartidos entre ambas familias, pero hacía tiempo que sospechaba que Elaine deseaba algo más.
No pudo evitar pensar en Brittany.
Sintió que era una traición permitir que Elaine siguiera intentando seducirla. Estaban a nada de rozar sus labios, así que se apartó despacio, simulando apoyarse en la baranda del porche para admirar el paisaje y movió su cabeza al considerar sus pensamientos.
Elaine aprovechó el momento para ultimar los detalles de la compra con la vendedora.
Durante el viaje de regreso, Santana puso música para no tener que hablar, no tenía ganas de enfrascarse en una conversación con Elaine, pero ella elevó el tono de voz y se las ingenió para hacerlo.
—Fue muy divertido que la vendedora nos confundiera con una pareja de prometidas, ¿no crees?
Santana sonrió, movió su cabeza en señal de negación y no le contestó de inmediato, ya que estaba eligiendo las palabras justas:
—¡Qué disparate! ¿Verdad?—dijo en tono de broma y soltó una carcajada—Si prácticamente nos criamos juntas... Para mí tu papá es el tío Bob y tu mamá, tía Serena, lo que significaría que vos y yo somos como primas.
Elaine intentó que no se notara su decepción y le ofreció una sonrisa algo incómoda y desilusionada. Santana se sintió satisfecha porque había conseguido, con suspicacia, transmitirle que entre ambas no podía existir nada más allá de lo que tenían.
Cuando llegaron al departamento de Elaine ella la invitó a cenar, pero Santana se excusó que tenía un compromiso pactado con antelación, se disculpó con mucha cordialidad y le prometió que buscaría otro momento.
Era obvio que no era cierto, pero no quería parecer desconsiderada.
Santana le abrió la puerta del coche y Elaine, tras darle un beso en cada mejilla, se colgó de su chaqueta y le dijo con sensualidad:
—Qué pena, bombón, que no puedas porque creo que podríamos pasárnoslo muy bien cenando juntas. Podríamos haber pedido comida árabe en Naya—e hizo un mohín—Habrá más oportunidades.
Ealine volvió a besarla despacio en ambas mejillas y se fue.
Presentó el pasaje y la documentación y facturó el equipaje en el mostrador habilitado para su vuelo. Una vez que obtuvo su tarjeta de embarque, controló el horario y la puerta en la que debía presentarse y se despidió de su amiga con un fuerte abrazo.
—Gracias por todo, las voy a extrañar durante este mes, tanto a vos como a Kitty, pero sé que ustedes van a descansar también de mis problemas—intentó bromear con Hanna.
—No seas boba, nosotras también te vamos a extrañar, cuídate mucho, por favor, e intentá disfrutar de tu familia. Pasátelo bien, es una orden, ¿me oíste?
—Te prometo que lo voy a intentar, los mimos de la familia siempre son sanadores.
—Seguro que así será, ¡te quiero, pendeja!
—Y yo a vos. A veces, no sé qué haría si no las tuviera a ustedes dos.
—Uf, basta de sensiblerías, no quiero seguir viéndote con esa carita tristona.
Llamaron al vuelo 2484, que era el suyo. Brittany empezó a caminar hacia el sector de embarque, se dio la vuelta en la distancia y agitó su mano mientras desaparecía de la vista de Hanna.
Le había tocado ventanilla y ya estaba acomodándose, cuando el auxiliar de vuelo se acercó y la ayudó a guardar su equipaje de mano y a ajustarse el cinturón.
El viaje duraba poco menos de dos horas y el vuelo fue muy tranquilo.
Cuando ya había comenzado el acercamiento a la pista, el aparato viró en maniobra de reconocimiento y Brittany, desde la altura, pudo reconocer el paisaje. Avistó el Valle Grande, el Cañón del Atuel, El Nihil, los diques y los lagos, Los Reyunos, el Tigre y Agua de Toro, era una geografía muy familiar para ella y, aun así, cada vez que la veía desde el aire se maravillaba con el espectáculo: Mendoza era una porción de tierra bendecida por la naturaleza.
Llegó al aeropuerto internacional Suboficial Ayudante Santiago Germano, de San Rafael, y, mientras bajaba del avión y se preparaba para retirar su equipaje de la cinta, envió un mensaje a Hanna para avisarle de que había llegado bien.
Después salió y no tardó en divisar a su mamá que, al verla con el brazo en cabestrillo, se cubrió la boca con las manos y salió a su encuentro. Se abrazaron cálidamente y Brittany se hundió en su cuello, la emoción de verla la inundó, por esos días estaba muy sensible.
—Mi amor, ¿qué te pasó?—le preguntó Whitney llenándola de besos y con verdadera preocupación.
—Nada, mamá, no te asustes. Sólo me disloqué el hombro, no es nada, te aseguro que estoy bien—intentó tranquilizarla Brittany, mientras se secaba las lágrimas que habían escapado de sus ojos.
—¿Seguro que estás bien? ¿Cómo te hiciste eso, mi chiquita?
—Choqué en General Paz, mamita—le dijo sin anestesia.
—¡Dios mío! ¿Y me lo decís con esa tranquilidad? ¿Por qué no me avisaste?—le espetó, mientras la cogía por los hombros.
—Mamá, estoy bien, ¿para qué iba a preocuparte y angustiarte sin sentido?
—No lo vuelvas a hace —la regañó Whitney, enfadada por su omisión—Viviré intranquila el día que te vayas si sé que no me contás las cosas, porque no sabré, cuando hable con vos, si realmente me estás diciendo la verdad. No te perdono que no me hayas dicho nada ayer cuando hablamos.
Brittany se abrazó al cuello de su mamá y la besó con ternura en la mejilla.
—No te disgustes, mamita, estoy muy feliz de estar acá.
—Yo también estoy feliz de tenerte entre mis brazos—gruñó—¡Qué disparate! Vayamos a la casa, hija.
Salieron de la terminal y, después de pagar el aparcamiento, se acercaron a la Toyota Hilux doble cabina de la empresa, y depositaron el equipaje de Brittany en la parte de atrás.
El viaje fue corto porque la bodega familiar estaba a unos treinta kilómetros de distancia del aeropuerto, en un oasis irrigado por los ríos Atuel y Diamante. La parte antigua de los viñedos contrastaba con el esplendor de la edificación moderna que albergaba la casa de la familia.
Un portón de hierro forjado, con la inscripción Saint Paule en el arco de entrada, se erigía dando la bienvenida a todo aquel que deseara visitar la bodega. Más allá, un camino lateral las guio hasta la casona estilo rancho, con paredes de piedra y techos a dos aguas de tejas francesas que se levantaba entre los parrales y la bodega.
Whitney estacionó la camioneta frente a la puerta principal y corrió para dar la vuelta y ayudar a su hija a salir del vehículo. Al oír el motor de éste, la puerta estilo residencial de la casa se abrió y Dottie salió a la carrera a abrazar a su tía. Atrás venían su cuñada Tina con Franco en los brazos y los caseros, Holly y Carl, que conocían a Brittany desde que nació.
Obviamente todos se asombraron al verla con el brazo así y, mientras la saludaban, la trataban como si fuera de cristal. Todos se interesaron por lo que le había ocurrido y ella refirió la historia muy por encima, sin contar, por ejemplo, que había salido como loca del aeropuerto después de ver cómo se iba Santana.
Entraron en la casa, donde la mimaron y la consintieron sin mesura. Dottie no paraba de hablar, estaba aceleradísima con la llegada de su tía. Era una niña muy vivaz y elocuente para su edad y solía dejarlos a todos con la boca abierta cuando se explayaba.
—Tía, ¿iremos mañana al mirador a almorzar las dos juntas?
—Mi tesoro, ¿qué te parece si le pedimos a la abuela que nos acompañe? Porque la tía tiene el hombro lastimado y no podrá atenderte como otras veces—le explicó Brittany con paciencia.
—Bueno, si no queda otra opción...
—¿Cómo que si no queda otra opción? Claro, ahora como llegó tu tía, ¡a la abuela que la parta un rayo!—exclamó Whitney en tono de indignación.
—No te enojes, abuelita, yo te quiero mucho, pero la tía no me regaña tanto y la veo menos que a ti.
Todos rieron por la sinceridad de la niña. Franco levantaba los bracitos hacia Brittany para que lo aupara y, al final, ella no pudo resistirse más y, enternecida, le pidió a su cuñada que lo pusiera en su regazo para poder cogerlo.
En ese preciso momento, se abrió la puerta que daba a la piscina y entró Mike, enfundado en unos vaqueros oscuros, un polo negro, botas y las gafas de sol en la mano. Cruzó el salón a toda velocidad para llegar hasta el sofá donde estaba su hermana, la estrechó contra su pecho y la besó en el pelo, en la cara y en el cuello.
—¡No la apretujes tanto, hijo, le vas a hacer daño en el brazo!—lo amonestó su mamá.
Mike se retiró para estudiar a su hermana.
—¿Qué te pasó?
—Tuve un accidente de coche, hermanito.
—¡Mierda, Britty! ¡Siempre dije que era un sacrilegio darte el carnet de conducir!—bromeó él y recibió una mirada despectiva de su hermana a cambio.
Mike sentó a Dottie en su regazo, la abrazó y la besó y a Brittany le enterneció verlo con tanto aplomo en el rol de padre de familia.
—¡Qué guapo estás, hermano! Cada vez estas más musculoso y con ese bronceado. Tina, ¡ojo con éste, que está muy lindo!
Su cuñada se inclinó y besó a su hombre en la mejilla.
—Sí, ya me fijé en que las turistas le echan el ojo cuando anda por la bodega en las visitas guiadas—ratificó y, entonces, Mike, con su ego bien alto, le guiñó el ojo a Brittany.
Aquél fue un día muy intenso, que pasó volando.
Por la noche, después de la cena, Brittany se sentó junto a la piscina, para hablar con su hermano del estado del negocio familiar. Éste le contó del plan de inversiones para producir sólo vinos de alta calidad y de lo avanzadas que estaban las modificaciones para modernizar la bodega y los viñedos.
También le explicó los proyectos que tenía para desarrollar marcas sólidas, tanto para el mercado local como para el de exportación. Poco a poco y con mucha dedicación, estaba logrando todos los objetivos que su papá no había conseguido.
Durante los últimos años, había transformado el lugar en un entorno cálido y original, a través de su diseño y del paisaje, que permitían orientar los sentidos hacia la magia del vino.
Le prometió que la llevaría a recorrerlo todo.
Brittany se sentía muy a gusto disfrutando del silencio y de la paz infinita del lugar, había encontrado de repente la cordura y estabilidad que días atrás había creído perder.
Despertó como si hubiera dormido un día entero, estaba descansada y lo adjudicó al cambio de clima y a la vida apacible en San Rafael. Se sentó en la cama y estiró su brazo sano y su torso, se colocó de pie frente al ventanal y lo abrió, admiró el maravilloso paisaje y respiró profundamente para llenar sus pulmones con aquel aire tan puro.
Los aromas y el ruido de la vajilla la guiaron hacia la cocina. El ambiente estaba plagado de un exquisito aroma a café recién hecho y pan casero recién horneado, que Holly había amasado para desayunar y para acompañar con los exquisitos dulces artesanales que también elaboraba. El desayuno fue realmente delicioso.
Brittany y su hermano planificaron su primer día en la bodega y, después del desayuno y de que ambos se cambiaran, partieron en la camioneta para hacer un recorrido por el lugar. Descendieron a la cava, por un sendero con barricas de roble francés y luz tenue.
Brittany añoró e identificó los olores de su niñez, cerró los ojos y recordó cuando eran pequeños y jugaban con su hermano a esconderse entre las barricas.
Esa época en que uno no tiene preocupaciones le parecía tan lejana...
Tomó de la mano a su hermano y entrelazó sus dedos con los de él, se llevó sus nudillos a la boca y se los besó. Lo admiraba y lo adoraba porque se había hecho cargo de la familia muy joven y tuvo que madurar de golpe a los dieciocho años.
«Mike era un hombre viejo con cuerpo de joven»/i], pensó Brittany.
Mike le regaló una sonrisa franca y enorme, y le pasó el brazo por el hombro mientras seguían caminando y descendiendo. Brittany estaba maravillada con la transformación del lugar y se lo hizo saber.
Más tarde, se dirigieron a la planta de elaboración, donde su asombro continuó con los progresos que habían hecho ese último año. Sin embargo, Mike estaba ansioso por mostrarle a Brittany su nuevo proyecto. Le tapó los ojos antes de entrar en determinada ala de la planta y, cuando estuvieron dentro, se los descubrió.
Brittany se quedó atónita frente a la nueva adquisición de la bodega, una llenadora VKPV-CF, ideal para vinos y vinos espumosos que ofrecía la máxima precisión en cuanto a nivel de llenado.
—Nuestra champañera está en marcha, querida hermanita.
Brittany gritó, se aferró al cuello de su hermano y le llenó la cara con numerosos besos, Mike se reía con verdadero júbilo al ver la reacción de su hermana.
Estaba feliz de poder compartir con Brittany tantos años de trabajo y esfuerzo.
Tomó una botella de las que ya estaban listas y etiquetadas y le explicó la composición de la bebida. Brittany entendió la mitad de todo lo que Mike le dijo, pero Mike estaba tan entusiasmado que lo escuchó sin interrumpirlo.
—Éstas ya están listas, las llevaremos para bebérnoslas esta noche.
—Sí, por favor, no veo la hora de probarlo.
Luego recorrieron las plantaciones a cielo abierto, caminaron entre las hileras de armazones de madera y alambres que sostenían los parrales.
Mike le hacía notar, a cada paso, la calidad y la uniformidad de maduración de los viñedos ese año.
—Son perfectas—decía con gozo.
Para la hora del almuerzo, los hermanos ya estaban en el mirador esperando al resto de la familia. Desde ahí, a lo lejos, vieron acercarse la camioneta que conducía Whitney y que trasladaba también a Tina y a los niños.
Comieron una variedad de ahumados, quesos, ciervo, aceitunas y pan casero, que Holly había preparado y empaquetado para que lo trasladaran hasta allá. La guinda del postre no fue el postre en sí, sino una botella de Malbec de la última cosecha que el papá de Brittany había elaborado estando en vida y que Carl había buscado en la cava días atrás, para consentirla, como cada año cuando llegaba a San Rafael.
Rodeada del cariño de su familia y de la armonía del lugar, Brittany empezó a creer que le sería posible borrar a Santana de sus sentimientos.
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Santana había pasado todo el día muy contrariada porque se habían caído unos contratos que parecían estar confirmados antes de su viaje a América del Sur.
Aunque su mal humor, en realidad, se debía a otra cosa.
Entró en la oficina del director general de Mindland hecha una furia y, sin llamar siquiera, se presentó ante su papá para plantearle la necesidad de incorporar a alguien que supervisara los temas de los que ella se ocupaba cuando no estaba en la empresa.
—Tranquila, hija, no te ahogues en un vaso de agua. El verdadero éxito de los negocios consiste, precisamente, en aquellos que uno no realiza.
—No opino lo mismo, papá. No quiero perder ninguna oportunidad de crecimiento.
—Tana, buscar a alguien a la ligera no es lo mejor. No debemos mover las piezas del tablero sin cuidado para cubrir agujeros, sino encontrar a la persona adecuada, a la más idónea, y te aseguro que no es una tarea fácil cuando uno aspira a la excelencia.
—Lo sé, papá, lo sé.
—Tranquilizate, entonces. La desesperación no es buena en los negocios. Mirá, hija, te voy a decir algo. Se avecinan cambios en Mindland, cambios importantes y, para eso, te necesito íntegro y con todas tus luces puestas en la compañía.
—¿A qué te referís cuando decís cambios? Creo que la empresa está bien tal cual está, no considero que introducir modificaciones ahora sea muy oportuno.
—Todo a su tiempo, Tanita, aún estoy gestando esto que te digo, pronto te enterarás.
Era la segunda vez en dos días que su papá hablaba de esos supuestos cambios, pero su cabeza no estaba para imaginar nada. No prestó demasiada atención a los comentarios de Alfonso y se conminó a seguir lidiando con el trabajo y los asuntos pendientes.
Después del horario de oficina, Santana se dirigió a su casa para darse un buen baño y cambiarse.
Su hermana la había invitado a cenar esa noche.
Estaba terminando de arreglarse para salir, cuando sonó su móvil, era Brittany. Por un instante, se sobresaltó y el estupor se apoderó de su persona. Lo último que esperaba era recibir su llamada, ya que el día anterior Brittany no había respondido ni una sola vez.
Pensó en no contestarle, porque se recordó que debía olvidarla, que las cosas no le iban bien con su imagen clavada en su mente, pero aunque se esforzó por ignorarla no pudo.
Respondió con el corazón desbocado, anhelaba oír su voz.
[i]—Hola—dijo, pero nadie contestó al otro lado de la línea—Hola, Britt, ¿para qué me llamás si no vas a contestar?
De pronto empezaron a oírse monosílabos de bebé y, de fondo, la voz de Brittany, sí, era Brittany, su voz era inconfundible, la tenía grabada en su memoria.
Prestó atención y escuchó que conversaba con otra persona, era un hombre, Santana se puso alerta.
«¿Con quién está?», pensó y temió, inconscientemente, que ese otra persona, más aun un hombre ya lo hubiera reemplazado en su corazón.
Agudizó el oído.
Su voz era todo lo que necesitaba captar para que todo su mal humor del día desapareciera, no importaban las circunstancias en que la escuchara.
Brittany se estaba riendo, pero a ratos sólo se oía una sarta de onomatopeyas infantiles, «ma ma ma ma ma» o «pa pa pa pa pa». Por encima de la voz de ese bebé, se oyó en un momento determinado la de una niña:
—Tía, Franco está con tu móvil.
—Sí, Dottie, la tía se lo prestó.
Santana sonrió al escuchar la explicación que Brittany le daba.
—Sí, tía, pero lo tiene en la boca.
—¡Ah! No se lo di para que ese muchachito se lo metiera en la boca, ¡no seas cochino, Franco, devolveme eso!
La voz de Brittany le llegó con claridad mientras hablaba con los niños, entonces Santana cayó en la cuenta de que se trataba de sus sobrinos y no le costó deducir que la voz de aquel hombre debía de ser la de su hermano.
Sonrió aliviada y suspiró profundamente mientras cerraba los ojos. Entonces pensó que Brittany tenía el móvil en la mano y decidió hablarle, a ver si Brittany la escuchaba.
—Hola, hola, Britt.
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Brittany se espantó al oír su voz al otro lado de la línea y reparó en que, mientras el niño jugaba con el aparato, había apretado para llamar a Santana. Llevó el teléfono a su oído, se levantó del sofá y caminó hacia afuera.
Había empalidecido, su hermano la seguía con la mirada.
—¿Estás ahí? ¿Me oís, Britt?—probó Santana nuevamente.
—Hola—contestó Brittany casi en un susurro.
—Hola—respondió Santana a su vez, aliviada al escuchar su voz.
Un silencio tremendo se apoderó del momento, hasta que Brittany lo rompió, no podía resistirse.
—Lo siento, mi sobrino apretó el botón de llamada y se marcó tu número.
—Sí, me di cuenta, no me cuelgues, por favor—le rogó Santana—¿Cómo estás? Me enteré de que habías chocado y me preocupé mucho. ¡Bah! La verdad es que me desesperé mucho—rectificó sus palabras—Me estoy muriendo por saber de vos.
—Estoy bien, gracias. No tiene sentido que sigamos hablando.
—Tuve un día de mierda, Britt, y sólo con escucharte me cambió el humor.
—Adiós, Santana.
Brittany cortó, estaba apoyada en la verja que rodeaba la piscina y una profunda angustia la invadió. Como no quería que nadie la viera así, salió corriendo hacia el viejo molino, corrió sin parar y, cuando llegó, se sujetó a los hierros de la torre y comenzó a llorar de forma desconsolada.
Entonces sintió que dos manos la sujetaban por los hombros y le daban la vuelta para cobijarla en su pecho. Su hermano dejó que se desahogara por completo.
Se sentaron en el rellano, junto al molino, y, cuando Brittany dejó de sollozar, Mike se animó a preguntarle.
—¿Estás más tranquila?
—Sí, gracias.
—¿Qué pasa, Britty?
Cogió su rostro con las dos manos y Brittany simplemente negó con la cabeza.
—No estoy preparada aún para contarte. Tu vida es demasiado perfecta y la mía es... un verdadero desastre.
—¡Bah! No creo que sea así, de todas formas, cuando quieras, acá estaré.
Mike la estrechó entre sus brazos nuevamente y permanecieron en silencio un rato más.
Regresaron a casa cuando ya no le quedaban rastros del llanto en el rostro, para evitar que su mamá le preguntara.
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Santana arrojó el teléfono sobre la cama, cambió su reloj, se perfumó, se fue a la cocina y destapó un agua con gas que se bebió de forma compulsiva.
—Parezco estúpida rogándole tanto. ¿Desde cuándo le hablo así a una mujer? Además, ¡lo único que me faltaba era estar hablando sola!
Arrojó el envase vacío a la basura con rabia, volvió a la habitación a recoger su teléfono y luego fue al armario, de donde sacó una chaqueta de cuero y una bufanda. Salió de su departamento en el Soho de Nueva York rumbo al aparcamiento y se subió a su exclusivo deportivo italiano rojo.
Era poseedora de una de las quinientas unidades fabricadas en todo el mundo del Alfa-Competizione.
Partió hacia la casa de su hermana en Upper East Side, donde el Huracán Rachel, sin duda, haría estragos con ella esa noche.
Iba sabiendo que la atosigaría a preguntas, pero aunque estaba malhumorada, la tortura de hablar de Brittany era preferible a los tormentosos pensamientos que albergaba en su alma cuando estaba en soledad.
Llegó a casa de Rachel y su esposa y llamó. Quinn no tardó en abrirle la puerta y, después de saludarla, se despidió de ella, ya que había quedado para salir.
—Tu hermana está en la cocina, que disfruten de su noche—le deseó Quinn.
—¿Te vas?
—Sí, a mí también me toca noche de hermanas. Me voy a jugar a los bolos con Terry.
—Que disfrutes.
—Que te sea leve—le contestó su cuñada.
Santana rió sacudiendo la cabeza y levantando levemente la comisura de sus labios. Sabía que si se quedaba solo con Rachel estaba destinada a un interrogatorio extremo acerca de Brittany, pero ya estaba ahí y debía hacerle frente.
Se quitó la chaqueta y la bufanda y las dejó en el perchero del vestíbulo y entró a la cocina, donde encontró a su hermana preparando unas enormes hamburguesas con beicon, aros de cebolla, lechuga, tomate y pepinillos.
—¿Qué dice mi hermana favorita de entre los López y la más linda, después de mí, claro está?—puso la mejilla para que Santana la besara—¡Uy, qué cara! Para venir así, no hubieras venido.
—No me tientes, en realidad, casi no vengo. ¿Me vas a dar de comer eso?
—Dejá de quejarte, es el menú ideal para ver una película y chismorrear entre hermanas.
—Ideal para vos, que no tenés ganas de cocinar.
—Sos insufrible, Tana. ¿Te vas a quejar por todo?—le preguntó, se dio la vuelta y la cogió por la barbilla—Santana estaba apoyada contra la encimera, cruzada de brazos— ¡Ya volviste de Buenos Aires, enterate, hermanita!
Santana sacudió la cabeza sin entender demasiado. Su cuerpo estaba en Nueva York, pero su mente y sus sentidos se habían quedado en Argentina, quizá Rachel tenía razón.
—No capto mucho tu comentario.
—Tana, vos nunca entendés lo que no querés entender—la regañó Rachel y Santana esbozó una sonrisa que no llegó a sus ojos—Cambiá la cara y disfrutemos.
Santana le pegó una palmada en el trasero e intentó cambiar de actitud.
—De acuerdo, ¿en qué te ayudo?
—Traé unas cervezas.
Se dirigió a la nevera y sacó dos Yuengling que destapó y bebieron mientras terminaban de preparar todo en una bandeja para trasladarlo al segundo piso, donde estaba la sala de la televisión.
Se estiraron a ver una película mientras cenaban y, después de comer, Rachel se recostó en el sofá, apoyó la cabeza en su regazo y le dijo sorprendiéndola:
—Tus suegros volvieron a llamar para pedir los óvulos congelados de Dani.
—¡Mierda! ¿Por qué no dejan de joder? ¿Hablaron con vos?
—No, esta vez lo intentaron con Jake.
—No me comentó nada.
—Supongo que, como recién llegabas del viaje, no habrá querido preocuparte. Además, sabemos que es un tema que no te hace bien. Dijeron que si les dábamos los óvulos no interpondrían una demanda, que apelaban a nuestra buena voluntad, como familia, y así te evitábamos dolores de cabeza a vos.
—¡Que me demanden si quieren! Lo que lamento es que la clínica también se verá involucrada.
—¿No volvieron a hablar con vos?
—La última vez fue hace un par de meses y fui muy clara. No volverán a intentarlo conmigo porque saben que los voy a sacar corriendo. Mañana hablaré con Finn, quiero saber qué posibilidades hay de que puedan ganar una demanda, no me gustaría que me cogieran desprevenida—advirtió y, después, tomó una gran bocanada de aire—Cuando Dani y yo congelamos nuestros óvulos lo hicimos pensando en que ella se iba a curar y que los implantaríamos en su vientre, o en el mío, más tarde. Siempre fueron para procrear con hijos nuestros, no voy a permitir que los utilicen con otras personas.
—Tranquila, hermanita, no los conseguirán. Además, ya pasaron más de dos años desde que se hizo el procedimiento y, por ley, si nadie reclamó esos óvulos en ese lapso de tiempo, no nos corresponden a nosotros, ni al laboratorio, ni siquiera a vos. Ya no sos la dueña.
—Mañana, sin falta, hablaré con Finn.
Rachel cambió de tema de forma brusca y rápida.
—¿Y Brittany? ¿Qué hay entre ella y vos?
—No, Rach, por favor, no estoy de humor para un interrogatorio.
—Vos nunca estás de humor, Tana. Esa chica te está haciendo sufrir, ¿verdad? Me doy cuenta de cómo te congelás cuando la nombrás.
—Esa chica pertenece a mi pasado, punto.
—Hum, ¿por qué intuyo que querrías que perteneciera a tu presente y a tu futuro?
Santana se la quedó mirando, Rachel la conocía mejor que nadie, con ella no podía disimular.
—Ella no quiere saber nada de mí—le dijo con amargura y hasta ella se extrañó de la forma en que se había expresado.
Su hermana se sentó en el sofá y la cogió de las manos.
—¡Ah, no! Pero ¿quién es esa tonta que desprecia a mi hermanita?
—No es ninguna tonta, es muy inteligente y te aseguro que es mejor que todo haya terminado. No soy buena con las relaciones monógamas y, por otro lado, no merezco su amor ni el de nadie.
—Creí que habías superado esa etapa en que creías que no tenías derecho a ser feliz y en la que estabas convencida de que Dani había muerto porque vos te habías dedicado a amargarla. ¿Todavía lo pensás?
—¿Acaso no fue así?
—¡Dios, qué terco sos! Ella fue feliz, pero la vida no le permitió serlo más.
—¿Te olvidás de que me dediqué a engañarla con cuanta mujer se me cruzaba? Lo que pasa es que vos siempre justificás todo lo que yo hago, de una u otra forma, siempre buscás la manera.
—No es cierto. Yo no considero que ella fuera una mujer engañada. Por otro lado, si Dani fue una cornuda es porque ella lo permitió. Ella se empecinaba en volver con vos cuando sabía que estabas con otras mujeres. Y siempre que volviste con ella le fuiste fiel. Tana, sé que está muerta y que no debería hablar así, pero es la verdad. Creo que vos no estabas realmente enamorada de ella y que estaban juntas por costumbre y por comodidad. Luego ella enfermó y vos, en ese momento, creíste que la amabas, pero en realidad lo que sentiste fue más compasión que otra cosa y por eso te casaste con ella. Hiciste lo que todo el mundo esperaba que hicieras, que te casaras con tu novia de bachillerato. Tana... fueron novias durante siete años y, antes de que ella enfermara, nunca te planteaste la posibilidad de casarte y de formar una familia. ¿Por qué sos tan dura con vos mismo? ¿Por qué no podés darte cuenta de eso?
—No quiero que hables así.
—¡Tana!
—¡Rach!
—Está bien, no hablemos más de Dani, pero contame de Brittany. ¿Por qué no quiere saber nada de vos? ¿Qué le hiciste? ¿O quizá es que no le gustás?
Santana la miró en silencio durante unos minutos, soltó un suspiro y empezó a hablar:
—Nos gustamos mucho las dos. Es algo más que una atracción física, nunca sentí nada igual por otra mujer—se atrevió a confesarle Santana.
Lo necesitaba, quería sacar todo eso que tenía guardado, que la atormentaba y que se negaba a reconocer.
—¿Entonces?—Rachel abrió los ojos como platos ante la revelación de su hermana.
—Ella cree que estoy casada.
—¿Y vos no le dijiste que no? ¿No le dijiste que eras viuda?
—No, dejé que lo creyera.
—¿Qué hago? ¿Te muelo a palos o qué?
Santana se encogió de hombros y su hermana se agarró la cabeza con las manos.
—Es complicado para mí. Quise hacerlo, pero ella no me quiso escuchar.
—Disculpame, pero estoy segura de que no insististe mucho. Te conozco.
—Bueno, sí. Me enojé y me vine para Nueva York.
—¡Mierda! ¿Por qué rechazás tu felicidad de esa forma? ¿Por qué?
—No estoy acostumbrada a rogarle a ninguna mujer y tampoco voy a hacerlo con Brittany, te digo que ya lo intenté.
—Excusas.
—Quiero olvidarla y vos no me estás ayudando.
—Te escucho y no puedo creerlo—tomó su rostro entre las manos—Te enamoraste, Tana, estás enamorada.
—No, sólo estoy obnubilada—Rachel la miró incrédula—¡Joder, Rach! Sí, me enamoré, creo que me he enamorado como una estúpida, pero voy a olvidarme de ella.
—El amor no se olvida así porque sí, para hacerlo sólo tenés que dejar de sentirlo. ¿Y me querés explicar cómo planeás hacer eso?—Santana no contestó y se quedaron en silencio—Tenés que reconquistarla.
—No voy a hacer eso, no pienso mover ni un músculo.
—¿Cómo es? ¿Es linda?
—Es hermosa, inteligente, talentosa, buena persona, buena hija, admira a su hermano, es cariñosa, brillante—contestó Santana como una posesa y luego sacó su teléfono y le mostró una foto en donde estaban las dos juntas—Creo que se llevaría muy bien con vos, Rach, ambas tienen muchas cosas en común. Britt ama salir de compras, los zapatos y los bolsos son su debilidad, como te pasa a vos, y también le gusta cocinar.
Rachel sonreía al ver el frenesí con el que su hermana le hablaba de Brittany. Se había desatado en ella una pasión insospechada, una necesidad de describir a la persona amada que sólo se siente cuando uno está enamorado y no puede más que admirar a la persona que se ha adueñado de su corazón.
—¡Guau! Es muy bella, es una belleza latina. Acá sólo se le ve el rostro, pero presumo que también tiene un muy buen físico.
—Uf, tiene un trasero de ensueño y los pechos más perfectos que he visto en mi vida—añadió Santana.
—Y después de haberla descrito con tanta vehemencia y de enterarme de que guardás fotos de ella en tu teléfono, ¿todavía pensás que vas a olvidarla?
—Sí, voy a hacerlo—intentó sonar convincente, pero sólo estaba tratando de persuadirse a sí misma.
—De acuerdo, cuando lo consigas, me dejo de llamar Rachel López, ¿te parece?
Santana puso los ojos en blanco y, en ese momento, sonó su teléfono, miró la pantalla y puso mala cara.
—¿Qué pasa, quién es?
—Elaine, quiere que mañana la acompañe a Jamesport y no tengo nada de ganas de ir, pero ya me comprometí con ella.
—Inventate una excusa.
—No, iré de todas formas, me vendrá bien despejarme un rato.
Tal como le había dicho, el sábado por la tarde, Santana pasó a recoger a Elaine Looper por su departamento de Park Avenue para ir a Jamesport y ver la propiedad que Elaine estaba interesada en adquirir.
La corredora de bienes inmuebles Dennis Holler las esperaba a las seis de la tarde para mostrarles la casa ubicada a orillas de Long Island Sound.
Santana estaba apoyada con los brazos cruzados en el Alfa- Competizione. Se había puesto unos vaqueros oscuros y un suéter, bajo una chaqueta de cuero negra que lo hacía parecer una chica mala con cara de ángel.
Esperaba pacientemente a que Elaine bajara.
—¡Hola, Elaine!—la saludó.
Elaine, como siempre, le sonrió exultante y arrebatadoramente fiel a su estilo. Le abrió la puerta del acompañante y, antes de subir, Elaine le dio un beso muy cerca de la comisura de los labios, pero Santana le restó importancia.
Durante el viaje, Elaine se mostró muy solícita y agradecida, le expresó su gratitud por tomarse el tiempo para acompañarla y habló tanto que la cabeza de Santana estaba empezando a embotarse.
—Nos conocemos hace mucho, Elaine, no tienes que agradecerme nada. Lo hago con gusto por la amistad que tenemos desde hace tantos años.
—Aun así, creo que debo decírtelo. Me siento afligida por quitarle tiempo a tu fin de semana, pero no sabía a quién recurrir para que me acompañase. Además, sé que nadie tendrá una opinión tan objetiva como la tuya.
—En realidad, no sé si soy buena consejera porque no entiendo nada de construcción, ya te lo dije. A lo sumo, te podré dar mi punto de vista desde lo que puedan apreciar mis ojos, pero nada técnico.
—Sí, lo sé. Yo ya vi la propiedad y me gustó mucho, pero de pronto me sentí indecisa—le explicó Elaine—No esperes encontrarte con grandes lujos, es una construcción sencilla que pagaré con mis ahorros, no quiero la ayuda de papá. Necesito empezar a independizarme, pero si hoy hubiera venido con él, me hubiera dicho que no era una casa digna. Él querría comprar una con diez habitaciones y todos los lujos del mundo.
Santana se sorprendió por el comentario, siempre había creído que Elaine era una mujer inescrupulosa, fría e interesada.
—La casa está bien conservada y las vistas de Long Island Sound son inmejorables.
El cielo había empezado a colorearse con tonalidades naranjas y rojizas; había comenzado el ocaso y la cercanía de la ribera brindaba una vista perfecta.
Tomaron la salida en dirección a Riverhead y en seguida llegaron al condominio en cuestión. La vendedora, enfundada en un traje negro impecable, se presentó en el porche de la casa y, con melosa amabilidad, les estrechó la mano a ambas y abrió la puerta para que pudieran entrar en el salón de la residencia.
Les describió los materiales y los acabados de la casa, las llevó a recorrer las dos plantas que la conformaban y todas sus habitaciones. Parecía tener los minutos controlados, porque en el momento oportuno las invitó a salir para que observaran el preciso instante en que el sol chocaba con el agua y se escondía tras el horizonte. Las dejó solas para que apreciaran la vista y pudieran hablar.
Santana estaba de pie, con la mirada perdida en aquel maravilloso espectáculo.
Elaine llegó sigilosamente por atrás y se apoyó en sus hombros, le rodeó el cuello con uno de sus largos brazos, colocándose muy cerca, y le habló al oído.
—¿Qué te parece? Es un lugar maravilloso, ¿verdad —le acarició el lóbulo de la oreja con su aliento al hablarle tan cerca.
—Creo que la ubicación es insuperable, me gusta mucho como casa de fin de semana. Opino que deberías comprarla, tenías razón en que está muy bien conservada y el atardecer la vuelve espléndida.
—De acuerdo, creo que después de verla por segunda vez, también me he convencido, pero tienes que prometerme algo—Elaine se acercó todavía más—Vendremos a estrenarla juntas.
—Seguro, será muy agradable—le dijo Santana, mientras volvía su cabeza y se encontraba con los labios de Elaine tan cerca que la incomodaron.
Santana pensaba en Elaine sólo como en una amiga. Sus padres eran los mejores amigos de los suyos y se habían criado en largos fines de semana compartidos entre ambas familias, pero hacía tiempo que sospechaba que Elaine deseaba algo más.
No pudo evitar pensar en Brittany.
Sintió que era una traición permitir que Elaine siguiera intentando seducirla. Estaban a nada de rozar sus labios, así que se apartó despacio, simulando apoyarse en la baranda del porche para admirar el paisaje y movió su cabeza al considerar sus pensamientos.
Elaine aprovechó el momento para ultimar los detalles de la compra con la vendedora.
Durante el viaje de regreso, Santana puso música para no tener que hablar, no tenía ganas de enfrascarse en una conversación con Elaine, pero ella elevó el tono de voz y se las ingenió para hacerlo.
—Fue muy divertido que la vendedora nos confundiera con una pareja de prometidas, ¿no crees?
Santana sonrió, movió su cabeza en señal de negación y no le contestó de inmediato, ya que estaba eligiendo las palabras justas:
—¡Qué disparate! ¿Verdad?—dijo en tono de broma y soltó una carcajada—Si prácticamente nos criamos juntas... Para mí tu papá es el tío Bob y tu mamá, tía Serena, lo que significaría que vos y yo somos como primas.
Elaine intentó que no se notara su decepción y le ofreció una sonrisa algo incómoda y desilusionada. Santana se sintió satisfecha porque había conseguido, con suspicacia, transmitirle que entre ambas no podía existir nada más allá de lo que tenían.
Cuando llegaron al departamento de Elaine ella la invitó a cenar, pero Santana se excusó que tenía un compromiso pactado con antelación, se disculpó con mucha cordialidad y le prometió que buscaría otro momento.
Era obvio que no era cierto, pero no quería parecer desconsiderada.
Santana le abrió la puerta del coche y Elaine, tras darle un beso en cada mejilla, se colgó de su chaqueta y le dijo con sensualidad:
—Qué pena, bombón, que no puedas porque creo que podríamos pasárnoslo muy bien cenando juntas. Podríamos haber pedido comida árabe en Naya—e hizo un mohín—Habrá más oportunidades.
Ealine volvió a besarla despacio en ambas mejillas y se fue.
Última edición por 23l1 el Vie Ago 14, 2015 7:38 pm, editado 1 vez
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FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal I: Seducción (Adaptada) Cap 17-PII
Capitulo 17 - Parte II
La noche estaba entrando en San Rafael.
Después de insistir toda la tarde, Whitney había convencido a Mike, Tina y Brittany, para que salieran a cenar y se distrajeran fuera mientras ella se quedaba al cuidado de los niños.
El lugar elegido fue La Massa Gourmet, un cálido y confortable restaurante dentro del San Martín Hotel & Spa. Fueron hasta ahí en una de las camionetas de la bodega y, a su paso por el pueblo, los lugareños, que los reconocían por ser una de las familias más prestigiosas de la zona, los saludaban con calidez. Entraron en el local y el maître los atendió con inusitada preferencia.
Hacia el final de la cena, que había sido relajada y entrañable, Brittany le comentó a su hermano:
—Mike, quiero empezar a ayudarte en la bodega con lo que sé hacer. No es justo que deposites cheques en mi cuenta con los beneficios, cada mes, cuando no hago nada por ganarme ese dinero.
—No jodas, hermanita, sabés que te corresponde, sos tan dueña de la bodega como yo. ¿O te olvidás de que los abuelos testaron a favor nuestro cuando murieron?
—Disculpen la interrupción—dijo un hombre joven, alto y musculoso, de pelo rubio, ojos color verde y ropa de diseño—Brittany Susan Pierce, ¿verdad?
—Sí, la misma—contestó Brittany intrigada y extrañada de que la llamara por su nombre completo—Disculpame, hace mucho que no vivo acá, no logro reconocerte—se excusó.
—No te preocupes, también hace mucho que no vivo acá. Te reconocí de casualidad y porque escuché una conversación en la mesa de al lado donde los identificaban como los dueños de la Bodega Saint Paule.
El atractivo hombre le extendió la mano, se presentó como Sam Evans e hizo el saludo extensivo a todos con una respetuosa inclinación de cabeza. Después añadió.
—Hicimos juntos la primaria y parte de la secundaria, Brittany, ¿no me recordás?
—Sam, ¿sos vos? ¡Estás tan cambiado...!
Brittany se levantó y le dio un beso en la mejilla, pero Sam la abrazó.
—¿Estás solo? Sentate con nosotros, por favor. Te presento a mi hermano, Mike, y a su esposa, Tina.
—Gracias, sólo un momento—retiró la silla que sobraba y se acomodó—Estoy con mis padres—explicó mientras señalaba hacia otra mesa.
Brittany levantó la mano para saludar al matrimonio.
—¿Qué es de tu vida? Contame.
—Hace unos años me fui a vivir a Nueva York y soy corredor de bolsa.
—Vaya, ¡qué interesante! Yo vivo en Buenos Aires. ¿Estás de visita?
—Sí y presumo que vos también, me quedo acá hasta el 10 de enero ¿Podríamos salir a tomar algo un día de éstos?
—Sería genial, te paso mi teléfono, me llamás y arreglamos para vernos.
Sam sacó su móvil y, con premura, apuntó el de Brittany.
—¿Hasta cuándo te quedás?
—Estoy hasta el 14, tenemos tiempo de vernos.
—Ah, perfecto, te llamo.
El educado hombre se despidió de todos y se retiró. Mientras esperaban que les sirvieran el postre, retomaron la conversación y después se fueron.
—Vaya, tu amigo no te quitó el ojo de encima cuando saliste—le dijo Tina con picardía.
Brittany sonrió y se encogió de hombros, Mike en cambio comentó:
—No sé por qué, pero me cayó bien.
Se subieron a la camioneta y regresaron a Saint Paule.
*********************************************************************************************************
Había llegado la Navidad y el punto de reunión era, como cada año, la casa familiar de los López. Los hijos del matrimonio, con sus respectivas parejas, y los nietos habían ocupado el hogar esa noche para celebrarla juntos.
Santana había sido la última en llegar y estaba un tanto circunspecta. Maribel veía a su hija mayor apagada, ya desde hacía unos años, pero Santana siempre los había mantenido a raya con respecto a su vida personal y no permitía que se entrometieran.
Había levantado una gran muralla difícil de franquear.
Su mamá sabía que con quien más se comunicaba era con Rachel y eso, más o menos, la dejaba tranquila. Santana era una mujer exitosa en todo lo que emprendía, excepto en su vida personal, en que era francamente desdichada.
—Hija querida, ¿estás bien? Me preocupás, Tanita. Sé que no te gusta que te diga esto, pero te noto triste.
Santana estaba de pie en una de las esquinas del departamento, con las manos en los bolsillos y la frente pegada al ventanal. Abrazó a su mamá con fuerza y le dijo al oído:
—Estoy cansado, mamá, sólo es eso, no debes preocuparte. No veas fantasmas donde no los hay. Te juro que estoy bien, aunque mi cara hoy no lo demuestre. Me siento feliz de la maravillosa familia que tengo, de lo contentos que están todos mis hermanos, me siento orgullosa de sus logros, tengo dos sobrinos maravillosos, sanos y hermosos, los amo a vos y a papá. ¿Qué más puedo pedir?
—Hija querida, con esa explicación sólo me demostrás que únicamente disfrutás de la vida de los demás, ¿y la tuya? Quiero verte realizada como mujer, abrí de una vez por todas tu corazón y buscá una buena chica que te complemente y te acompañe. Ya va siendo hora de que sientes cabeza, Tana.
Santana consideró los consejos de su mamá, la besó en la frente y farfulló para sí:
«Ya la he encontrado, mamá, pero la he dejado ir, por cobarde y orgullosa», sin embargo, dijo:
—Hey, ¿aparento estar tan acabada?
—No, mi amor, pero quiero que seas feliz. No pido más de lo que toda mamá desea para cualquiera de sus hijos.
***************************************************************************************************
Habían pasado los días y Brittany, esa tarde, estaba tomando el sol a la orilla de la piscina. El silencio del lugar era inquebrantable, sólo roto por el piar de los pájaros y el murmullo de los trabajadores de la plantación y de la procesadora.
Tanta tranquilidad hacía mella en su ánimo, que ese día estaba por el suelo.
Los médicos le habían dicho que mantuviera el cabestrillo tres semanas más, pero ella no aguantaba la incomodidad y se lo había quitado antes de tiempo, decisión que había desembocado en una discusión con su mamá por la mañana. Sumada al desánimo que la aquejaba, eso la había sumido en un pozo sin sentido ni fondo.
Con los auriculares conectados a su iPod, su barrera de contención estalló cuando empezó a sonar Sabes. Se vino abajo y empezó sollozar sin parar.
Su hermano llegaba en ese momento del recorrido diario a la plantación y la encontró llorando sin consuelo, hecha un ovillo en la tumbona, se aproximó a Brittany, le acarició la cabeza y le dio un beso en la frente.
—¿Qué pasa, Britty? Me tenés muy preocupado, no te veo bien.
—Abrazame—le pidió Brittany y se hundió en su cuello.
Cuando hubo sosegado su llanto, se apartó de él y lo miró fijamente a los ojos.
—Volví a enamorarme de la persona equivocada.
—¿Con quién estás ahora?
—Con una mujer casada.
—¡Mierda! ¿Sos tonta o qué?—masculló Mike en voz alta, que estaba considerablemente ofuscado.
—No te enojes conmigo, no lo supe de inmediato. Ella me engañó, me mintió y me enamoré, pero cuando me enteré la abandoné, pero aún no puedo olvidarla.
—Britty, tenés una habilidad increíble para cruzarte con gente que no vale la pena.
—Pienso lo mismo.
En ese momento sonó su móvil, miró la pantalla y vio que era Sam Evans. Sorbió su nariz, respiró hondo y contestó. Tras hablar durante un buen rato, quedaron para salir esa noche.
Sam pasó a recoger a Brittany a las ocho en punto, en una Amarok doble cabina 4 x4, propiedad de sus padres, y partieron hacia el pueblo.
—¡Qué bueno! Ya no llevás el cabestrillo.
—¡Ah! Es un fastidio estar con él, me lo quité antes de tiempo.
—¿¡Cómo!?
—No, Sam, vos no, por favor. Suficiente tuve hoy con los regaños de mi mamá.
Llegaron al pueblo y pasearon por el Kilómetro Cero, un lugar donde se concentran los locales y las boutiques de conocidas marcas, recordaron anécdotas, se rieron, se carcajearon, hablaron de sus carreras, de sus trabajos y terminaron comiendo en Tienda del Sol, en unos taburetes bajos informales del exterior, para disfrutar de la brisa estival de la noche sanrafaelina.
Después de esa primera noche, los encuentros entre ellos se siguieron produciendo, hablaban a diario por teléfono y, por la tarde, se encontraban en la Villa Saint Paule, donde Sam la visitaba ya sin avisar.
Tomaban el sol junto a la piscina, compartían aperitivos y recorrían la plantación y la acequia.
A Brittany le gustaba disfrutar de su compañía, su conversación era siempre agradable y él se mostraba muy solícito con ella, a veces más de la cuenta, lo que la llevó a pensar que él escondía otras intenciones tras su amistad.
Una tarde, estaban en la piscina tras regresar de un paseo por la champañera. Brittany estaba de espaldas en el borde de la piscina tomando el sol y sintió que Sam se acercaba. Al abrir los ojos, lo encontró apoyado con sus codos en el desborde finlandés, su proximidad la puso nerviosa y no intentó ocultarlo.
Su inquieta sonrisa desembocó en una mirada lujuriosa de él.
—Me gustás, Brittany—le confesó con una voz muy seductora que nunca antes había utilizado.
Brittany no le contestó y se dedicó a estudiarlo. Sam, con delicadeza, le apartó un mechón de pelo mojado que se había pegado a su frente, se acercó a sus labios y los besó con dulzura, con mucho mimo. Su boca experimentada dominó la de Brittany y su lengua intentó abrirse paso entre sus dientes y la lamió tentándola.
Brittany primero le negó la intrusión y, luego, se relajó y abrió su boca. Sintió que el beso de Sam la hastiaba y que no la satisfacía, y lo lamentó, porque consideraba que era un buen hombre, atractivo y apto para enamorarse.
La respiración de él se tornó entrecortada, a medida que le permitía avanzar, y entonces Brittany decidió parar para no seguir confundiéndolo. Apoyó sus codos contra la grava y se incorporó ligeramente, se sentó con las piernas sumergidas en el agua y enrolló su pelo en un nudo para disimular los nervios y hacer algo con sus manos.
Él se quedó quieto y le hizo una mueca de desánimo y frustración.
—Lo siento, Sam, no es un buen momento para mí.
—Lo sé, me contaste que estabas saliendo de una relación complicada, pero no tengo tiempo, Brittany. Mañana me voy y no quería partir sin que supieras lo que siento por vos.
—Gracias, me honra saber que no te soy indiferente.
—¿Y yo, a vos, te soy totalmente indiferente?
—Me encanta tu compañía, me gusta estar con vos.
—Pero... no te gusto como hombre.
—No, no es eso. Me parecés muy atractivo, deberías saber que lo sos—le dijo y le pasó la mano por el pelo mojado con una caricia torpe—, Pero en este momento... aún estoy haciendo mi duelo—Brittany sintió alivio al admitirlo.
—¿Aún no lo olvidaste a ese hombre?
—No quiero mentirte, la verdad es que no y es mujer.
—Bien, aun así, ¿puedo seguir llamándote?
—Por supuesto, no te lo perdonaría si no lo hicieras.
Ambos rieron, ella se sumergió en el agua y lo abrazó.
—Estaré esperando que tu corazón se libere, me gustás mucho, voy a esperarte—le dio un casto beso sobre los labios y la abrazó.
Había pasado más de un mes desde su llegada a Mendoza. El vuelo partió puntual, a las 19.55 horas. El avión de Austral se desplazó a gran velocidad por la pista y se elevó, en la cabina, Brittany recordaba los últimos minutos en el aeropuerto de San Rafael, al despedirse de su mamá.
—No llores, mamá, me voy angustiada si te dejo así. Debo regresar a Buenos Aires, mañana tengo que ocupar mi nuevo puesto de trabajo en Mindland.
—Lo sé, hija, lo sé, pero las despedidas son siempre difíciles. Te tuve tantos días conmigo que, aunque suene egoísta, no quiero que te vayas. Además sé que no estás bien, todos estos días que estuviste en casa te observaba, Britty, y me hice la tonta, pero te vi llorar varias veces cuando creías que nadie te miraba y no mencionaste ni una vez a esa chica, a la morena linda de los ojos oscuros—le confesó su mamá—Que no te haya preguntado nada no significa que no me haya dado cuenta de tu tristeza. No me cuentes si no querés, pero decime, por lo menos, que puedo quedarme tranquila y que estarás bien.
—Ay, mamá, sos única. Claro que podés estar tranquila. Santana sólo fue un mal trago que ya pasó. El amor de ustedes, el de mi familia, me ha sanado el corazón, podés estar tranquila. Estaré muy bien, mami—mintió—Hermanito, estaré esperando los informes mensuales de Insaurralde con los libros de la bodega. Si no me los pasás, los próximos cheques que me deposites te los giraré de nuevo.
—De acuerdo, cabeza dura, ya me quedó claro ese tema. Además, me alegra que te interese nuestro negocio. Cuidate mucho—la abrazó hasta dejarla sin aliento y le dijo al oído—Intentá caminar en dirección opuesta a las jodidas personas que siempre se cruzan en tu vida, por favor.
Brittany sonrió con el comentario cómplice de su hermano, dio media vuelta para no seguir posponiendo la despedida y porque tenía un nudo en la garganta.
Si no se iba, se pondría a llorar y dejaría a su mamá destrozada.
A las 21.30 horas el tren de aterrizaje tocó la pista del aeropuerto Jorge Newbery de Buenos Aires. Brittany retiró sus maletas de la cinta transportadora y se encaminó a la calle en busca de un taxi. El trayecto fue corto porque no había tráfico.
Al entrar en su departamento, una oleada de nostalgia la invadió y sintió cómo se le erizaba la piel. Miró el sofá y recordó los momentos que habían pasado ella y Santana amándose ahí, hasta quedar extenuadas de placer.
Resopló y fue hacia su dormitorio, la cama, su cama, había sido testigo de besos, lenguas, fluidos, gemidos y orgasmos inigualables.
Cerró los ojos e imaginó los iris oscuros de la estadounidense perdidos en los de ella, entregadas al placer que sólo ella le daba, que sólo ella había saciado en esos días.
Los abrió y se preguntó cómo podía ser que aún tuviera aquellas caricias tan grabadas en su cuerpo. Su casa estaba extraña, plagada de recuerdos y fantasmas que la torturaban.
A la mañana siguiente, estaba nerviosa porque era su primer día a cargo de la gerencia general de Mindland Argentina. Sería un gran desafío en su carrera que anhelaba sortear con mucho ímpetu y talento.
Llegó a la empresa muy temprano, todos estaban sonrientes y la recibieron con cálidos saludos y buenos deseos.
Carolina la esperaba con una sonrisa de oreja a oreja frente a la oficina de su ex jefa, y que ahora era la suya.
—Bienvenida, Britt, ¿qué tal tus vacaciones?
—Muchas gracias, Caro, fueron perfectas, con tiempo de calidad para compartir con mi familia. Dejame situarme y en un rato estoy con vos para que me pongas al corriente de qué es lo más urgente.
Entró en el despacho y había dos enormes ramos de flores sobre su mesa y otro, más grande aún, en la mesita baja. Cogió la tarjeta del ramo que estaba compuesto por flores surtidas y la leyó:
¡Felicidades, querida amiga! Que esta nueva etapa en tu carrera sea el comienzo de cosas muy buenas. “Te queremos.” Kitty, Hanna, Emily y Marley.
Olió las flores mientras se secaba una lágrima y pensaba que sus amigas siempre estaban cuando los necesitaba, en las buenas y en las malas.
Tomó la otra tarjeta, que descansaba en un arreglo muy elegante de rosas amarillas:
Infinitas felicidades. ¡Sos nuestro orgullo! Te amamos. Dottie, Fran, Tina, Mike y mamá.
Las lágrimas empezaron a rodar a borbotones por sus mejillas, sin contención. Las enjugó con su mano y volvió a releer la tarjeta con una sonrisa.
Se sentía querida y los amó por consentirla tanto.
Soltó su bolso y se dirigió a la mesa baja para ver quién le había enviado ese enorme ramo de rosas rojas, exageradamente grande y avasallante:
Confiamos en tu talento y en tu competitividad. En nuestra empresa, siempre apelamos a la excelencia y sabemos que nos demostrarás que eres la mejor para el puesto que ocupas desde hoy. Bienvenida a nuestro staff directivo. Mindland International - Mindland Central Bureau. Familia López.
«¿Quién habrá ordenado enviar estas flores?—se preguntó y necesitó un hondo suspiro para deshacerse de sus pensamientos—Dejá de soñar, Brittany. Santana ya no debe acordarse de vos. Además tiene que pensar en su esposa.»
Acarició con el índice el apellido López y elevó sus ojos al cielo.
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Santana llegó a las oficinas de la Central de Mindland, salió del ascensor en el piso veintinueve y recorrió el pasillo a grandes zancadas, hasta llegar a la puerta acristalada donde pasó una tarjeta para entrar al vestíbulo. Saludó a la recepcionista y fue hacia la puerta de su despacho.
Alison lo esperaba al pie del cañón, con un sinfín de tareas pendientes para ese día, entre ellas, lidiar con dos juntas, un almuerzo de trabajo y dejar todo en orden porque viajaba a Italia.
—Ali, te pido sólo cinco minutos. Traeme un café que no he desayunado y comenzamos el día.
Se metió en su oficina y sacó una fotografía de Brittany, que guardaba con recelo en uno de los cajones de su mesa. Sólo la miraba cuando sentía que le faltaban las fuerzas para encontrar la paz y la sensatez suficientes.
«Mi amor, ¿cómo te estará yendo en tu primer día de gerente? ¿Te habrán gustado las flores que te envié?», pensó Santana.
Alison llamó a su puerta y Santana se apresuró a guardar la fotografía, carraspeó y le ordenó que pasara.
El día fue largo y caótico, pero Santana logró dejar todo en orden.
Por la noche, Santana se fue a cenar a casa de sus padres, ya que quería despedirse de Maribel antes de ausentarse del país durante una semana.
Sue y su mamá se encargaron de consentirla, preparándole su comida favorita.
Tras el banquete, se sentó en el salón con su papá para hablar un poco del viaje.
—Así es, hija, estoy muy feliz. Europa es el mercado que siempre quise conquistar y vos lo conseguiste, me siento muy orgulloso.
—Estaremos en el salón de Milán, donde están los más afamados diseñadores y también aspiro a conquistar Roma y, por qué no, empecemos a soñar con Francia, papá.
—Cuando te ponés así, tan ambiciosa, me recordás a mí cuando tenía tu edad. ¡Bah! Ya estoy viejo, por eso creo que...—empezó a contarle casi en un susurro, su esposa revoloteaba por ahí y no quería que les oyera—Va siendo tiempo que deje todo en tus manos y en las de Finn, no quiero que tu mamá se entere. A tu regreso, hablaremos de todo.
—¿Qué están murmurando ustedes?—inquirió Maribel.
—Nada, querida, vení y sentate entre los dos para que podamos mimarte como corresponde.
Santana movió la cabeza y sonrió levemente.
—¡Ah, Alfonso López! Eres un viejo adulador, pero esos trucos ya no me seducen—repuso Maribel sirviendo café para los tres y sentándose donde su esposo le había indicado—Y tú, caradura, podrías ocultar un poco tu complicidad con este viejo ladino. No deben de estar tejiendo nada bueno para que no quieran que yo me entere, ¿o acaso están hablando de una enamorada tuya?
—Mamá, no empieces.
—Uf, Tana, ¿cuándo nos vas a traer una novia a casa? No quiero morirme sin verte formar una familia, olvidate de tus correrías ya, tenés veintinueve años.
—Dejala que disfrute de la vida, es joven aún, además, se va a casar el día que encuentre a la persona indicada y no cuando vos se lo pidas—Alfonso puso los ojos en blanco y la amonestó.
—¡No estás tan vieja, mamá, para hablar de ese modo!
—No, por supuesto que no estoy vieja, el mes que viene cumplo cincuenta y cinco, pero quiero disfrutar de todos mis nietos y si seguís esperando cuando tengas hijos andaré con bastón y no podré alzarlos siquiera.
Los tres guardaron silencio, Santana se había quedado pensativa, pero finalmente se sinceró:
—Conocí a alguien en Buenos Aires.
Lo dijo con mucha naturalidad, como si hubiera pensado en voz alta.
Maribel se atragantó con el café ante la inesperada revelación de su hija, Alfonso le palmeó la espalda y Santana le levantó los brazos para que se le abriera el diafragma y pudiera respirar mejor.
—¿Estás bien, mamá?
—Sí, ya pasó. Seguí contando de esa chica, por favor.
Maribel se mostró ansiosa, pero no quería cohibir a su hija, que por primera vez se atrevía a hablar con ellos de su vida sentimental después de que muriera su esposa.
—Nada, conocí a una chica que se podría decir que reúne las condiciones de novia y más—se encogió de hombros.
—Hija, estás hablando como si sólo se tratara de una fusión de negocios, ¿por qué tanta frialdad?
—Porque todo ha terminado, mamá.
Alfonso, que hasta el momento había permanecido callado, se recostó de lado contra el respaldo del sofá, cruzó una pierna y buscó la mirada de su hija para decirle:
—Creo que empiezo a entender de qué va tu mal humor de todos estos días.
Santana hizo una mueca con la boca.
—¿Y por qué se ha terminado?—preguntó Maribel.
—Porque no confía en mí, o porque sencillamente no siente ni sintió por mí nada verdadero.
—Una cosa es que no confíe en vos y otra, muy diferente, es que no tenga sentimientos por ti. Decidite, hija, ¿cuál es el motivo?
—Quizá sean los dos, es posible que no confíe en mí porque no siente nada. ¡Bah, qué se yo!—exclamó y volvió a encogerse de hombros—Seguramente, como dijo papá, no era la indicada.
Terminó de tomarse el café, se puso en pie y anunció que volvía a su casa.
Cuando llegó al aparcamiento donde guardaba su coche, una figura femenina salió de entre las sombras de la calle, apareció ante ella y le golpeó el cristal.
Reconoció a Elaine en seguida, entonces bajó la ventana.
—Elaine, ¿qué haces en la calle a esta hora? Puede ser peligroso.
—Estaba esperándote.
—¿Ha pasado algo? Sube al coche, no te quedes ahí afuera, además hace frío.
Elaine se metió en el Alfa-Competizione, la saludó con un beso y Santana guardó el automóvil en el garaje. Paró el motor, se quitó el cinturón y se colocó de lado para mirarla.
—¿Estás bien?
—Sí, muy bien. De pronto me sentí sola y salí de casa sin rumbo, acabé muy cerca de aquí y decidí venir. Se me ocurrió que quizá podríamos tomar un café. ¿Me invitas a tu casa?
Santana se quedó muda, no sabía qué contestarle, no le gustaba que nadie se presentara en su departamento sin ser invitado, y menos una mujer. En su casa, sólo entraba su familia, pero no quería ofenderla.
—Por supuesto, vamos.
Entraron en el edificio y caminaron hacia el ascensor de la mano, que Santana le soltó en cuanto entraron.
—Vengo de casa de mis padres, fui a despedirme—le explicó.
—¡Ah, claro, mañana viajas!
Llegaron al cuarto piso y Santana le cedió el paso. Se quitaron los abrigos y los dejaron en el recibidor.
—Pasa, ponte cómoda, siéntate donde quieras—hizo un ademán señalando los sillones y se dirigió hacia la cocina.
—Me gusta tu departamento, ¿puedo curiosear?
—Sí, por supuesto—contestó Santana mientras preparaba la máquina de café.
Elaine había entrado en su estudio y estaba mirando las fotografías que descansaban en la repisa.
—Desde que te mudaste, nunca me habías invitado—le reprochó Elaine cuando la vio apoyada en la doble puerta de vidrio que separaba el salón del despacho.
—No acostumbro a invitar a nadie aquí—le contestó Santana en tono cortante, sin querer parecer grosera, pero demostrando que no se sentía cómoda.
—¿O sea que aceptaste mi propuesta por compromiso?
—Algo así—se sinceró Santana con una sonrisa.
Elaine empezó a acercarse de forma provocadora y, en ese momento, se oyó un sonido proveniente de la cocina.
—Creo que ya está el café—dijo Santana y se fue a apagar la máquina.
Elaine se sentó en el sofá y Santana, después de preparar dos tazas de café en una bandeja y encender al máximo la chimenea artificial, se sentó a su lado.
Era una fría noche de febrero.
—¿A qué hora sale tu vuelo?—preguntó Elaine.
—Mañana a las seis de la tarde.
—Me muero por ver el logo de Mindland en la Galería Vittorio Emanuele II—dijo Elaine y Santana sonrió—¡Imagínate! Mindland en el mismo lugar en que están las tiendas de las marcas más famosas del mundo.
—Sí, es un sueño hecho realidad, igual que la tienda de la Quinta Avenida.
—¡Guau, San! ¡Y lo has conseguido tú! Eres increíblemente talentosa en todo lo que te propones—exclamó Elaine con admiración y se acercó con desenfado para aferrarse a su cuello y darle un beso en la mejilla mucho más largo de lo normal.
Santana se sintió intimidada por la situación y, sobre todo, muy extraña. No era normal en ella actuar así frente a una mujer que intentaba seducirla.
Sonrió incómoda y probó a apoyar la taza en la mesa para salir de su alcance, volvió a recostarse contra el sillón y, entonces, Elaine se volvió más audaz, se le acercó y la besó en la boca.
Santana tenía los brazos apoyados en forma de cruz contra el respaldo del sofá, sin moverse, cerró sus ojos y se dejó llevar por el contacto de sus labios.
Elaine la lamió, le succionó el labio inferior y entonces Santana abrió su boca y le dio paso, le entregó su lengua con cuentagotas porque Elaine hacía todo el trabajo. Elaine estaba dispuesta a traspasar todas las barreras que existían entre ellas esa noche, y aunque Santana no estaba muy dispuesta, se dejó llevar.
Hacía casi dos meses que no estaba con nadie y las alarmas de su excitación se dispararon. Había intentado eludir esa situación por todos los medios, pero Elaine sabía lo que quería y estaba dispuesta a conseguirlo como fuera.
La recostó sobre el sillón y comenzó a desabrocharle la camisa, metió su mano lujuriosa dentro de la abertura y acarició sus pechos sobre el encaje del sostén.
«No voy a entretenerme mucho», pensaba mientras la tocaba y la besaba de forma frenética.
Se apoderó de la cremallera de su pantalón y la bajó, metió su mano en la prenda interior y le acarició los labios de la vagina: estaba húmeda.
Elaine la deseaba, siguió con su clítoris hasta que logró que se retorciera por sus caricias; entonces se separó de su boca, la miró y le preguntó con la voz entrecortada.
—¿Estás segura? ¿Quieres que continúe?
—Sí, San, no pares por favor, sé lo que quiero y lo sé hace mucho tiempo.
—Desnúdate—le ordenó.
Santana se quitó la ropa con habilidad y Elaine hizo lo mismo. Se puso de pie en ropa interior mientras Elaine terminaba de desvestirse, se desprendió de la ropa interior y se tendió sobre ella.
Puso su sexo sobre el muslo de Elaine y comenzó a moverse. Si bien necesitaba satisfacer sus deseos sexuales, nunca había dejado a ninguna mujer a medias, así que intentó serenarse.
Se acomodó para que el sexo de Elaine también rosara su muslo y le masajeo el clítoris con el dedo pulgar mientras la tenía aferrada de las caderas con la otra mano.
Se movía con fuertes embestidas y Elaine empezó a gritar descontrolada. Santana le tapó la boca con su mano, ya que sus gritos retumbaban en el departamento.
Cuando se dio cuenta de que a Elaine le llegaba el orgasmo, se dejó ir con tres fuertes embestidas más. En el momento en que se corrió, se arrepintió de haber cedido a la seducción de Elaine, pero entonces se preguntó:
«¿Qué otra cosa podía hacer? No podía quedar como una estúpida y, por otro lado, necesitaba un polvo.»
Elaine se incorporó e intentó acurrucarse en su pecho, pero Santana no movió ni uno de sus brazos para cobijarla, para Santana sólo había sido sexo. Se puso en pie dejándola en el sillón, recogió su ropa del suelo y fue al baño a lavarse.
Cuando salió de ahí vestida, Elaine todavía permanecía desnuda en el sillón. La miró furtivamente y se fue a la nevera a beber agua. Clavó sus ojos en ella y le ofreció la botella, pero Elaine lo rechazó. De regreso al sofá, se pasó la mano por el pelo y comenzó a hablar.
—Lo siento, Elaine, no quiero que te confundas ni quiero parecer grosera, pero esto no volverá a repetirse.
—No te preocupes, cariño, somos adultas. Lo que ha sucedido ha sido porque yo quise que sucediera.
—Perfecto, me alegra que las dos lo tengamos claro—concluyó y le sonrió de manera deslucida—De acuerdo, entonces. Ahora me gustaría irme a dormir—le anunció mientras levantaba su ropa y se la entregaba—Lo siento, Elaine, pero mañana tengo una mañana complicada y quiero descansar para el viaje, no siempre consigo dormir durante el vuelo.
Aunque quiso parecer serena, Elaine le clavó una mirada que la traspasó, nada estaba yendo como esperaba que sucediera. Santana no había sucumbido después de poseer su cuerpo, sólo había saciado sus deseos carnales. Le quitó la ropa de la mano, comenzó a vestirse y, cuando terminó, Santana le ofreció acompañarla hasta el coche.
—No es necesario.
—Por supuesto que sí, es tarde y tu coche está en la calle.
Cuando llegaron a la planta baja, las puertas del ascensor se abrieron y Elaine ganó rápidamente la calle.
Santana la seguía de cerca por detrás, con las manos en los bolsillos y muy callada. Elaine, antes de subir al vehículo, se giró y le estampó un beso en la boca, Santana respondió a él a modo de despedida. Luego Ealine se apartó y sostuvo su rostro entre las manos.
—Lo he pasado bien, San. De todas formas, creo que no era necesario que fueras tan grosera para despedirme, no pensaba quedarme.
—Lo siento, no quise serlo. Todo ha sido muy extraño, pero también me lo he pasado bien—admitió, pero pensó:
«Ha sido un buen revolcón.»
Se metió en el coche, bajó la ventanilla y se estiró para qué Santana la besara por última vez. Santana se acercó y le dio un casto beso. Se abrochó el cinturón, arrancó y le tocó la bocina, Santana se volvió a su departamento sin mirar cómo se alejaba.
En cuanto entró, empezó a desprenderse de la ropa, quería quitarse el perfume de Elaine del cuerpo.
Con gesto contrariado, llenó la bañera, tomó el mando a distancia de un manotazo y puso música, comenzó a sonar un clásico de Richard Marx.
Se metió en el agua para encontrar alivio, tenía los músculos entumecidos, cerró los ojos, se masajeó las sienes y no pudo evitar sentirse vacía. Jamás había pagado por sexo, sin embargo, tuvo la plena y total seguridad de que se hubiera sentido igual después de un polvo rápido con una prostituta.
Entonces vinieron a su mente los momentos vividos con Brittany.
Qué diferente había sido todo con ella...
No conseguiría con nadie más esos orgasmos aplastantes, con Brittany, nunca saciaba su deseo, porque lo que obtenía de su cuerpo nunca era suficiente.
Sólo con abrazarla, tocarla, olerla o sentirla, su vida se convertía en algo mágico.
Para Santana era suficiente extasiarse mirándola sonreír.
Se sintió más vacía aún porque sabía que no volvería a tener nada de eso a su lado, echaba de menos su risa, su voz, esos besos que la perdían, que la enloquecían. Añoraba las cosas que hacían juntas, la lista era interminable.
Extrañaba todo de Brittany.
—I love Brittany, I love you, my love—exclamó y prestó atención a la canción que estaba sonando:
Oceans apart day after day, and I slowly go insane,
I hear your voice on the linebut it doesn’t stop the pain, if I see
You next to never,
How can we say forever?
Wherever you go, whatever you do,
I will be right here waiting for you,
Whatever it takes, or how my heart breaks.
I will be right here waiting for you
I took for granted, all the times
That I thought would last somehow
I hear the laughter,
I taste the tears but I can’t get near you now.
Oh, can’t you see it baby? You’ve got me goin’ crazy.
Wherever you go whatever you do,
I will be right here waiting for you.
Esa letra terminó de socavar su ánimo descompuesto y se tapó la cara con las dos manos para romper a llorar desconsoladamente. Su pecho se insuflaba pero el aire que entraba parecía no ser suficiente, se ahogaba y se sentía decepcionada e impotente.
Después de un rato, cuando reparó en que nada cambiaría a pesar de las lágrimas, se incorporó con ímpetu, cogió una toalla con rabia, se secó y se paró frente al espejo. Sus ojos estaban enrojecidos de tanto llorar, así que se pasó las manos por la cara enérgicamente, como queriendo borrar la imagen que veía reflejada.
Se lavó los dientes, buscó entre su ropa un pijama y se lo puso con movimientos hoscos. Había pasado del dolor a la ira y no paraba de preguntarse qué le estaba pasando, ella no era así, hacía tiempo que había superado sus inseguridades, sólo recordaba haberse sentido devastada tras la muerte de Dani, aunque en realidad ése había sido más un sentimiento de culpa.
En esos momentos, en cambio, se encontraba desconcertada.
Con el ánimo maltrecho, pero más sosegada, se metió en la cama, apagó la luz y deseó no despertarse con ese dolor en el pecho que la aquejaba desde que no estaba con Brittany.
Después de insistir toda la tarde, Whitney había convencido a Mike, Tina y Brittany, para que salieran a cenar y se distrajeran fuera mientras ella se quedaba al cuidado de los niños.
El lugar elegido fue La Massa Gourmet, un cálido y confortable restaurante dentro del San Martín Hotel & Spa. Fueron hasta ahí en una de las camionetas de la bodega y, a su paso por el pueblo, los lugareños, que los reconocían por ser una de las familias más prestigiosas de la zona, los saludaban con calidez. Entraron en el local y el maître los atendió con inusitada preferencia.
Hacia el final de la cena, que había sido relajada y entrañable, Brittany le comentó a su hermano:
—Mike, quiero empezar a ayudarte en la bodega con lo que sé hacer. No es justo que deposites cheques en mi cuenta con los beneficios, cada mes, cuando no hago nada por ganarme ese dinero.
—No jodas, hermanita, sabés que te corresponde, sos tan dueña de la bodega como yo. ¿O te olvidás de que los abuelos testaron a favor nuestro cuando murieron?
—Disculpen la interrupción—dijo un hombre joven, alto y musculoso, de pelo rubio, ojos color verde y ropa de diseño—Brittany Susan Pierce, ¿verdad?
—Sí, la misma—contestó Brittany intrigada y extrañada de que la llamara por su nombre completo—Disculpame, hace mucho que no vivo acá, no logro reconocerte—se excusó.
—No te preocupes, también hace mucho que no vivo acá. Te reconocí de casualidad y porque escuché una conversación en la mesa de al lado donde los identificaban como los dueños de la Bodega Saint Paule.
El atractivo hombre le extendió la mano, se presentó como Sam Evans e hizo el saludo extensivo a todos con una respetuosa inclinación de cabeza. Después añadió.
—Hicimos juntos la primaria y parte de la secundaria, Brittany, ¿no me recordás?
—Sam, ¿sos vos? ¡Estás tan cambiado...!
Brittany se levantó y le dio un beso en la mejilla, pero Sam la abrazó.
—¿Estás solo? Sentate con nosotros, por favor. Te presento a mi hermano, Mike, y a su esposa, Tina.
—Gracias, sólo un momento—retiró la silla que sobraba y se acomodó—Estoy con mis padres—explicó mientras señalaba hacia otra mesa.
Brittany levantó la mano para saludar al matrimonio.
—¿Qué es de tu vida? Contame.
—Hace unos años me fui a vivir a Nueva York y soy corredor de bolsa.
—Vaya, ¡qué interesante! Yo vivo en Buenos Aires. ¿Estás de visita?
—Sí y presumo que vos también, me quedo acá hasta el 10 de enero ¿Podríamos salir a tomar algo un día de éstos?
—Sería genial, te paso mi teléfono, me llamás y arreglamos para vernos.
Sam sacó su móvil y, con premura, apuntó el de Brittany.
—¿Hasta cuándo te quedás?
—Estoy hasta el 14, tenemos tiempo de vernos.
—Ah, perfecto, te llamo.
El educado hombre se despidió de todos y se retiró. Mientras esperaban que les sirvieran el postre, retomaron la conversación y después se fueron.
—Vaya, tu amigo no te quitó el ojo de encima cuando saliste—le dijo Tina con picardía.
Brittany sonrió y se encogió de hombros, Mike en cambio comentó:
—No sé por qué, pero me cayó bien.
Se subieron a la camioneta y regresaron a Saint Paule.
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Había llegado la Navidad y el punto de reunión era, como cada año, la casa familiar de los López. Los hijos del matrimonio, con sus respectivas parejas, y los nietos habían ocupado el hogar esa noche para celebrarla juntos.
Santana había sido la última en llegar y estaba un tanto circunspecta. Maribel veía a su hija mayor apagada, ya desde hacía unos años, pero Santana siempre los había mantenido a raya con respecto a su vida personal y no permitía que se entrometieran.
Había levantado una gran muralla difícil de franquear.
Su mamá sabía que con quien más se comunicaba era con Rachel y eso, más o menos, la dejaba tranquila. Santana era una mujer exitosa en todo lo que emprendía, excepto en su vida personal, en que era francamente desdichada.
—Hija querida, ¿estás bien? Me preocupás, Tanita. Sé que no te gusta que te diga esto, pero te noto triste.
Santana estaba de pie en una de las esquinas del departamento, con las manos en los bolsillos y la frente pegada al ventanal. Abrazó a su mamá con fuerza y le dijo al oído:
—Estoy cansado, mamá, sólo es eso, no debes preocuparte. No veas fantasmas donde no los hay. Te juro que estoy bien, aunque mi cara hoy no lo demuestre. Me siento feliz de la maravillosa familia que tengo, de lo contentos que están todos mis hermanos, me siento orgullosa de sus logros, tengo dos sobrinos maravillosos, sanos y hermosos, los amo a vos y a papá. ¿Qué más puedo pedir?
—Hija querida, con esa explicación sólo me demostrás que únicamente disfrutás de la vida de los demás, ¿y la tuya? Quiero verte realizada como mujer, abrí de una vez por todas tu corazón y buscá una buena chica que te complemente y te acompañe. Ya va siendo hora de que sientes cabeza, Tana.
Santana consideró los consejos de su mamá, la besó en la frente y farfulló para sí:
«Ya la he encontrado, mamá, pero la he dejado ir, por cobarde y orgullosa», sin embargo, dijo:
—Hey, ¿aparento estar tan acabada?
—No, mi amor, pero quiero que seas feliz. No pido más de lo que toda mamá desea para cualquiera de sus hijos.
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Habían pasado los días y Brittany, esa tarde, estaba tomando el sol a la orilla de la piscina. El silencio del lugar era inquebrantable, sólo roto por el piar de los pájaros y el murmullo de los trabajadores de la plantación y de la procesadora.
Tanta tranquilidad hacía mella en su ánimo, que ese día estaba por el suelo.
Los médicos le habían dicho que mantuviera el cabestrillo tres semanas más, pero ella no aguantaba la incomodidad y se lo había quitado antes de tiempo, decisión que había desembocado en una discusión con su mamá por la mañana. Sumada al desánimo que la aquejaba, eso la había sumido en un pozo sin sentido ni fondo.
Con los auriculares conectados a su iPod, su barrera de contención estalló cuando empezó a sonar Sabes. Se vino abajo y empezó sollozar sin parar.
Su hermano llegaba en ese momento del recorrido diario a la plantación y la encontró llorando sin consuelo, hecha un ovillo en la tumbona, se aproximó a Brittany, le acarició la cabeza y le dio un beso en la frente.
—¿Qué pasa, Britty? Me tenés muy preocupado, no te veo bien.
—Abrazame—le pidió Brittany y se hundió en su cuello.
Cuando hubo sosegado su llanto, se apartó de él y lo miró fijamente a los ojos.
—Volví a enamorarme de la persona equivocada.
—¿Con quién estás ahora?
—Con una mujer casada.
—¡Mierda! ¿Sos tonta o qué?—masculló Mike en voz alta, que estaba considerablemente ofuscado.
—No te enojes conmigo, no lo supe de inmediato. Ella me engañó, me mintió y me enamoré, pero cuando me enteré la abandoné, pero aún no puedo olvidarla.
—Britty, tenés una habilidad increíble para cruzarte con gente que no vale la pena.
—Pienso lo mismo.
En ese momento sonó su móvil, miró la pantalla y vio que era Sam Evans. Sorbió su nariz, respiró hondo y contestó. Tras hablar durante un buen rato, quedaron para salir esa noche.
Sam pasó a recoger a Brittany a las ocho en punto, en una Amarok doble cabina 4 x4, propiedad de sus padres, y partieron hacia el pueblo.
—¡Qué bueno! Ya no llevás el cabestrillo.
—¡Ah! Es un fastidio estar con él, me lo quité antes de tiempo.
—¿¡Cómo!?
—No, Sam, vos no, por favor. Suficiente tuve hoy con los regaños de mi mamá.
Llegaron al pueblo y pasearon por el Kilómetro Cero, un lugar donde se concentran los locales y las boutiques de conocidas marcas, recordaron anécdotas, se rieron, se carcajearon, hablaron de sus carreras, de sus trabajos y terminaron comiendo en Tienda del Sol, en unos taburetes bajos informales del exterior, para disfrutar de la brisa estival de la noche sanrafaelina.
Después de esa primera noche, los encuentros entre ellos se siguieron produciendo, hablaban a diario por teléfono y, por la tarde, se encontraban en la Villa Saint Paule, donde Sam la visitaba ya sin avisar.
Tomaban el sol junto a la piscina, compartían aperitivos y recorrían la plantación y la acequia.
A Brittany le gustaba disfrutar de su compañía, su conversación era siempre agradable y él se mostraba muy solícito con ella, a veces más de la cuenta, lo que la llevó a pensar que él escondía otras intenciones tras su amistad.
Una tarde, estaban en la piscina tras regresar de un paseo por la champañera. Brittany estaba de espaldas en el borde de la piscina tomando el sol y sintió que Sam se acercaba. Al abrir los ojos, lo encontró apoyado con sus codos en el desborde finlandés, su proximidad la puso nerviosa y no intentó ocultarlo.
Su inquieta sonrisa desembocó en una mirada lujuriosa de él.
—Me gustás, Brittany—le confesó con una voz muy seductora que nunca antes había utilizado.
Brittany no le contestó y se dedicó a estudiarlo. Sam, con delicadeza, le apartó un mechón de pelo mojado que se había pegado a su frente, se acercó a sus labios y los besó con dulzura, con mucho mimo. Su boca experimentada dominó la de Brittany y su lengua intentó abrirse paso entre sus dientes y la lamió tentándola.
Brittany primero le negó la intrusión y, luego, se relajó y abrió su boca. Sintió que el beso de Sam la hastiaba y que no la satisfacía, y lo lamentó, porque consideraba que era un buen hombre, atractivo y apto para enamorarse.
La respiración de él se tornó entrecortada, a medida que le permitía avanzar, y entonces Brittany decidió parar para no seguir confundiéndolo. Apoyó sus codos contra la grava y se incorporó ligeramente, se sentó con las piernas sumergidas en el agua y enrolló su pelo en un nudo para disimular los nervios y hacer algo con sus manos.
Él se quedó quieto y le hizo una mueca de desánimo y frustración.
—Lo siento, Sam, no es un buen momento para mí.
—Lo sé, me contaste que estabas saliendo de una relación complicada, pero no tengo tiempo, Brittany. Mañana me voy y no quería partir sin que supieras lo que siento por vos.
—Gracias, me honra saber que no te soy indiferente.
—¿Y yo, a vos, te soy totalmente indiferente?
—Me encanta tu compañía, me gusta estar con vos.
—Pero... no te gusto como hombre.
—No, no es eso. Me parecés muy atractivo, deberías saber que lo sos—le dijo y le pasó la mano por el pelo mojado con una caricia torpe—, Pero en este momento... aún estoy haciendo mi duelo—Brittany sintió alivio al admitirlo.
—¿Aún no lo olvidaste a ese hombre?
—No quiero mentirte, la verdad es que no y es mujer.
—Bien, aun así, ¿puedo seguir llamándote?
—Por supuesto, no te lo perdonaría si no lo hicieras.
Ambos rieron, ella se sumergió en el agua y lo abrazó.
—Estaré esperando que tu corazón se libere, me gustás mucho, voy a esperarte—le dio un casto beso sobre los labios y la abrazó.
Había pasado más de un mes desde su llegada a Mendoza. El vuelo partió puntual, a las 19.55 horas. El avión de Austral se desplazó a gran velocidad por la pista y se elevó, en la cabina, Brittany recordaba los últimos minutos en el aeropuerto de San Rafael, al despedirse de su mamá.
—No llores, mamá, me voy angustiada si te dejo así. Debo regresar a Buenos Aires, mañana tengo que ocupar mi nuevo puesto de trabajo en Mindland.
—Lo sé, hija, lo sé, pero las despedidas son siempre difíciles. Te tuve tantos días conmigo que, aunque suene egoísta, no quiero que te vayas. Además sé que no estás bien, todos estos días que estuviste en casa te observaba, Britty, y me hice la tonta, pero te vi llorar varias veces cuando creías que nadie te miraba y no mencionaste ni una vez a esa chica, a la morena linda de los ojos oscuros—le confesó su mamá—Que no te haya preguntado nada no significa que no me haya dado cuenta de tu tristeza. No me cuentes si no querés, pero decime, por lo menos, que puedo quedarme tranquila y que estarás bien.
—Ay, mamá, sos única. Claro que podés estar tranquila. Santana sólo fue un mal trago que ya pasó. El amor de ustedes, el de mi familia, me ha sanado el corazón, podés estar tranquila. Estaré muy bien, mami—mintió—Hermanito, estaré esperando los informes mensuales de Insaurralde con los libros de la bodega. Si no me los pasás, los próximos cheques que me deposites te los giraré de nuevo.
—De acuerdo, cabeza dura, ya me quedó claro ese tema. Además, me alegra que te interese nuestro negocio. Cuidate mucho—la abrazó hasta dejarla sin aliento y le dijo al oído—Intentá caminar en dirección opuesta a las jodidas personas que siempre se cruzan en tu vida, por favor.
Brittany sonrió con el comentario cómplice de su hermano, dio media vuelta para no seguir posponiendo la despedida y porque tenía un nudo en la garganta.
Si no se iba, se pondría a llorar y dejaría a su mamá destrozada.
A las 21.30 horas el tren de aterrizaje tocó la pista del aeropuerto Jorge Newbery de Buenos Aires. Brittany retiró sus maletas de la cinta transportadora y se encaminó a la calle en busca de un taxi. El trayecto fue corto porque no había tráfico.
Al entrar en su departamento, una oleada de nostalgia la invadió y sintió cómo se le erizaba la piel. Miró el sofá y recordó los momentos que habían pasado ella y Santana amándose ahí, hasta quedar extenuadas de placer.
Resopló y fue hacia su dormitorio, la cama, su cama, había sido testigo de besos, lenguas, fluidos, gemidos y orgasmos inigualables.
Cerró los ojos e imaginó los iris oscuros de la estadounidense perdidos en los de ella, entregadas al placer que sólo ella le daba, que sólo ella había saciado en esos días.
Los abrió y se preguntó cómo podía ser que aún tuviera aquellas caricias tan grabadas en su cuerpo. Su casa estaba extraña, plagada de recuerdos y fantasmas que la torturaban.
A la mañana siguiente, estaba nerviosa porque era su primer día a cargo de la gerencia general de Mindland Argentina. Sería un gran desafío en su carrera que anhelaba sortear con mucho ímpetu y talento.
Llegó a la empresa muy temprano, todos estaban sonrientes y la recibieron con cálidos saludos y buenos deseos.
Carolina la esperaba con una sonrisa de oreja a oreja frente a la oficina de su ex jefa, y que ahora era la suya.
—Bienvenida, Britt, ¿qué tal tus vacaciones?
—Muchas gracias, Caro, fueron perfectas, con tiempo de calidad para compartir con mi familia. Dejame situarme y en un rato estoy con vos para que me pongas al corriente de qué es lo más urgente.
Entró en el despacho y había dos enormes ramos de flores sobre su mesa y otro, más grande aún, en la mesita baja. Cogió la tarjeta del ramo que estaba compuesto por flores surtidas y la leyó:
¡Felicidades, querida amiga! Que esta nueva etapa en tu carrera sea el comienzo de cosas muy buenas. “Te queremos.” Kitty, Hanna, Emily y Marley.
Olió las flores mientras se secaba una lágrima y pensaba que sus amigas siempre estaban cuando los necesitaba, en las buenas y en las malas.
Tomó la otra tarjeta, que descansaba en un arreglo muy elegante de rosas amarillas:
Infinitas felicidades. ¡Sos nuestro orgullo! Te amamos. Dottie, Fran, Tina, Mike y mamá.
Las lágrimas empezaron a rodar a borbotones por sus mejillas, sin contención. Las enjugó con su mano y volvió a releer la tarjeta con una sonrisa.
Se sentía querida y los amó por consentirla tanto.
Soltó su bolso y se dirigió a la mesa baja para ver quién le había enviado ese enorme ramo de rosas rojas, exageradamente grande y avasallante:
Confiamos en tu talento y en tu competitividad. En nuestra empresa, siempre apelamos a la excelencia y sabemos que nos demostrarás que eres la mejor para el puesto que ocupas desde hoy. Bienvenida a nuestro staff directivo. Mindland International - Mindland Central Bureau. Familia López.
«¿Quién habrá ordenado enviar estas flores?—se preguntó y necesitó un hondo suspiro para deshacerse de sus pensamientos—Dejá de soñar, Brittany. Santana ya no debe acordarse de vos. Además tiene que pensar en su esposa.»
Acarició con el índice el apellido López y elevó sus ojos al cielo.
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Santana llegó a las oficinas de la Central de Mindland, salió del ascensor en el piso veintinueve y recorrió el pasillo a grandes zancadas, hasta llegar a la puerta acristalada donde pasó una tarjeta para entrar al vestíbulo. Saludó a la recepcionista y fue hacia la puerta de su despacho.
Alison lo esperaba al pie del cañón, con un sinfín de tareas pendientes para ese día, entre ellas, lidiar con dos juntas, un almuerzo de trabajo y dejar todo en orden porque viajaba a Italia.
—Ali, te pido sólo cinco minutos. Traeme un café que no he desayunado y comenzamos el día.
Se metió en su oficina y sacó una fotografía de Brittany, que guardaba con recelo en uno de los cajones de su mesa. Sólo la miraba cuando sentía que le faltaban las fuerzas para encontrar la paz y la sensatez suficientes.
«Mi amor, ¿cómo te estará yendo en tu primer día de gerente? ¿Te habrán gustado las flores que te envié?», pensó Santana.
Alison llamó a su puerta y Santana se apresuró a guardar la fotografía, carraspeó y le ordenó que pasara.
El día fue largo y caótico, pero Santana logró dejar todo en orden.
Por la noche, Santana se fue a cenar a casa de sus padres, ya que quería despedirse de Maribel antes de ausentarse del país durante una semana.
Sue y su mamá se encargaron de consentirla, preparándole su comida favorita.
Tras el banquete, se sentó en el salón con su papá para hablar un poco del viaje.
—Así es, hija, estoy muy feliz. Europa es el mercado que siempre quise conquistar y vos lo conseguiste, me siento muy orgulloso.
—Estaremos en el salón de Milán, donde están los más afamados diseñadores y también aspiro a conquistar Roma y, por qué no, empecemos a soñar con Francia, papá.
—Cuando te ponés así, tan ambiciosa, me recordás a mí cuando tenía tu edad. ¡Bah! Ya estoy viejo, por eso creo que...—empezó a contarle casi en un susurro, su esposa revoloteaba por ahí y no quería que les oyera—Va siendo tiempo que deje todo en tus manos y en las de Finn, no quiero que tu mamá se entere. A tu regreso, hablaremos de todo.
—¿Qué están murmurando ustedes?—inquirió Maribel.
—Nada, querida, vení y sentate entre los dos para que podamos mimarte como corresponde.
Santana movió la cabeza y sonrió levemente.
—¡Ah, Alfonso López! Eres un viejo adulador, pero esos trucos ya no me seducen—repuso Maribel sirviendo café para los tres y sentándose donde su esposo le había indicado—Y tú, caradura, podrías ocultar un poco tu complicidad con este viejo ladino. No deben de estar tejiendo nada bueno para que no quieran que yo me entere, ¿o acaso están hablando de una enamorada tuya?
—Mamá, no empieces.
—Uf, Tana, ¿cuándo nos vas a traer una novia a casa? No quiero morirme sin verte formar una familia, olvidate de tus correrías ya, tenés veintinueve años.
—Dejala que disfrute de la vida, es joven aún, además, se va a casar el día que encuentre a la persona indicada y no cuando vos se lo pidas—Alfonso puso los ojos en blanco y la amonestó.
—¡No estás tan vieja, mamá, para hablar de ese modo!
—No, por supuesto que no estoy vieja, el mes que viene cumplo cincuenta y cinco, pero quiero disfrutar de todos mis nietos y si seguís esperando cuando tengas hijos andaré con bastón y no podré alzarlos siquiera.
Los tres guardaron silencio, Santana se había quedado pensativa, pero finalmente se sinceró:
—Conocí a alguien en Buenos Aires.
Lo dijo con mucha naturalidad, como si hubiera pensado en voz alta.
Maribel se atragantó con el café ante la inesperada revelación de su hija, Alfonso le palmeó la espalda y Santana le levantó los brazos para que se le abriera el diafragma y pudiera respirar mejor.
—¿Estás bien, mamá?
—Sí, ya pasó. Seguí contando de esa chica, por favor.
Maribel se mostró ansiosa, pero no quería cohibir a su hija, que por primera vez se atrevía a hablar con ellos de su vida sentimental después de que muriera su esposa.
—Nada, conocí a una chica que se podría decir que reúne las condiciones de novia y más—se encogió de hombros.
—Hija, estás hablando como si sólo se tratara de una fusión de negocios, ¿por qué tanta frialdad?
—Porque todo ha terminado, mamá.
Alfonso, que hasta el momento había permanecido callado, se recostó de lado contra el respaldo del sofá, cruzó una pierna y buscó la mirada de su hija para decirle:
—Creo que empiezo a entender de qué va tu mal humor de todos estos días.
Santana hizo una mueca con la boca.
—¿Y por qué se ha terminado?—preguntó Maribel.
—Porque no confía en mí, o porque sencillamente no siente ni sintió por mí nada verdadero.
—Una cosa es que no confíe en vos y otra, muy diferente, es que no tenga sentimientos por ti. Decidite, hija, ¿cuál es el motivo?
—Quizá sean los dos, es posible que no confíe en mí porque no siente nada. ¡Bah, qué se yo!—exclamó y volvió a encogerse de hombros—Seguramente, como dijo papá, no era la indicada.
Terminó de tomarse el café, se puso en pie y anunció que volvía a su casa.
Cuando llegó al aparcamiento donde guardaba su coche, una figura femenina salió de entre las sombras de la calle, apareció ante ella y le golpeó el cristal.
Reconoció a Elaine en seguida, entonces bajó la ventana.
—Elaine, ¿qué haces en la calle a esta hora? Puede ser peligroso.
—Estaba esperándote.
—¿Ha pasado algo? Sube al coche, no te quedes ahí afuera, además hace frío.
Elaine se metió en el Alfa-Competizione, la saludó con un beso y Santana guardó el automóvil en el garaje. Paró el motor, se quitó el cinturón y se colocó de lado para mirarla.
—¿Estás bien?
—Sí, muy bien. De pronto me sentí sola y salí de casa sin rumbo, acabé muy cerca de aquí y decidí venir. Se me ocurrió que quizá podríamos tomar un café. ¿Me invitas a tu casa?
Santana se quedó muda, no sabía qué contestarle, no le gustaba que nadie se presentara en su departamento sin ser invitado, y menos una mujer. En su casa, sólo entraba su familia, pero no quería ofenderla.
—Por supuesto, vamos.
Entraron en el edificio y caminaron hacia el ascensor de la mano, que Santana le soltó en cuanto entraron.
—Vengo de casa de mis padres, fui a despedirme—le explicó.
—¡Ah, claro, mañana viajas!
Llegaron al cuarto piso y Santana le cedió el paso. Se quitaron los abrigos y los dejaron en el recibidor.
—Pasa, ponte cómoda, siéntate donde quieras—hizo un ademán señalando los sillones y se dirigió hacia la cocina.
—Me gusta tu departamento, ¿puedo curiosear?
—Sí, por supuesto—contestó Santana mientras preparaba la máquina de café.
Elaine había entrado en su estudio y estaba mirando las fotografías que descansaban en la repisa.
—Desde que te mudaste, nunca me habías invitado—le reprochó Elaine cuando la vio apoyada en la doble puerta de vidrio que separaba el salón del despacho.
—No acostumbro a invitar a nadie aquí—le contestó Santana en tono cortante, sin querer parecer grosera, pero demostrando que no se sentía cómoda.
—¿O sea que aceptaste mi propuesta por compromiso?
—Algo así—se sinceró Santana con una sonrisa.
Elaine empezó a acercarse de forma provocadora y, en ese momento, se oyó un sonido proveniente de la cocina.
—Creo que ya está el café—dijo Santana y se fue a apagar la máquina.
Elaine se sentó en el sofá y Santana, después de preparar dos tazas de café en una bandeja y encender al máximo la chimenea artificial, se sentó a su lado.
Era una fría noche de febrero.
—¿A qué hora sale tu vuelo?—preguntó Elaine.
—Mañana a las seis de la tarde.
—Me muero por ver el logo de Mindland en la Galería Vittorio Emanuele II—dijo Elaine y Santana sonrió—¡Imagínate! Mindland en el mismo lugar en que están las tiendas de las marcas más famosas del mundo.
—Sí, es un sueño hecho realidad, igual que la tienda de la Quinta Avenida.
—¡Guau, San! ¡Y lo has conseguido tú! Eres increíblemente talentosa en todo lo que te propones—exclamó Elaine con admiración y se acercó con desenfado para aferrarse a su cuello y darle un beso en la mejilla mucho más largo de lo normal.
Santana se sintió intimidada por la situación y, sobre todo, muy extraña. No era normal en ella actuar así frente a una mujer que intentaba seducirla.
Sonrió incómoda y probó a apoyar la taza en la mesa para salir de su alcance, volvió a recostarse contra el sillón y, entonces, Elaine se volvió más audaz, se le acercó y la besó en la boca.
Santana tenía los brazos apoyados en forma de cruz contra el respaldo del sofá, sin moverse, cerró sus ojos y se dejó llevar por el contacto de sus labios.
Elaine la lamió, le succionó el labio inferior y entonces Santana abrió su boca y le dio paso, le entregó su lengua con cuentagotas porque Elaine hacía todo el trabajo. Elaine estaba dispuesta a traspasar todas las barreras que existían entre ellas esa noche, y aunque Santana no estaba muy dispuesta, se dejó llevar.
Hacía casi dos meses que no estaba con nadie y las alarmas de su excitación se dispararon. Había intentado eludir esa situación por todos los medios, pero Elaine sabía lo que quería y estaba dispuesta a conseguirlo como fuera.
La recostó sobre el sillón y comenzó a desabrocharle la camisa, metió su mano lujuriosa dentro de la abertura y acarició sus pechos sobre el encaje del sostén.
«No voy a entretenerme mucho», pensaba mientras la tocaba y la besaba de forma frenética.
Se apoderó de la cremallera de su pantalón y la bajó, metió su mano en la prenda interior y le acarició los labios de la vagina: estaba húmeda.
Elaine la deseaba, siguió con su clítoris hasta que logró que se retorciera por sus caricias; entonces se separó de su boca, la miró y le preguntó con la voz entrecortada.
—¿Estás segura? ¿Quieres que continúe?
—Sí, San, no pares por favor, sé lo que quiero y lo sé hace mucho tiempo.
—Desnúdate—le ordenó.
Santana se quitó la ropa con habilidad y Elaine hizo lo mismo. Se puso de pie en ropa interior mientras Elaine terminaba de desvestirse, se desprendió de la ropa interior y se tendió sobre ella.
Puso su sexo sobre el muslo de Elaine y comenzó a moverse. Si bien necesitaba satisfacer sus deseos sexuales, nunca había dejado a ninguna mujer a medias, así que intentó serenarse.
Se acomodó para que el sexo de Elaine también rosara su muslo y le masajeo el clítoris con el dedo pulgar mientras la tenía aferrada de las caderas con la otra mano.
Se movía con fuertes embestidas y Elaine empezó a gritar descontrolada. Santana le tapó la boca con su mano, ya que sus gritos retumbaban en el departamento.
Cuando se dio cuenta de que a Elaine le llegaba el orgasmo, se dejó ir con tres fuertes embestidas más. En el momento en que se corrió, se arrepintió de haber cedido a la seducción de Elaine, pero entonces se preguntó:
«¿Qué otra cosa podía hacer? No podía quedar como una estúpida y, por otro lado, necesitaba un polvo.»
Elaine se incorporó e intentó acurrucarse en su pecho, pero Santana no movió ni uno de sus brazos para cobijarla, para Santana sólo había sido sexo. Se puso en pie dejándola en el sillón, recogió su ropa del suelo y fue al baño a lavarse.
Cuando salió de ahí vestida, Elaine todavía permanecía desnuda en el sillón. La miró furtivamente y se fue a la nevera a beber agua. Clavó sus ojos en ella y le ofreció la botella, pero Elaine lo rechazó. De regreso al sofá, se pasó la mano por el pelo y comenzó a hablar.
—Lo siento, Elaine, no quiero que te confundas ni quiero parecer grosera, pero esto no volverá a repetirse.
—No te preocupes, cariño, somos adultas. Lo que ha sucedido ha sido porque yo quise que sucediera.
—Perfecto, me alegra que las dos lo tengamos claro—concluyó y le sonrió de manera deslucida—De acuerdo, entonces. Ahora me gustaría irme a dormir—le anunció mientras levantaba su ropa y se la entregaba—Lo siento, Elaine, pero mañana tengo una mañana complicada y quiero descansar para el viaje, no siempre consigo dormir durante el vuelo.
Aunque quiso parecer serena, Elaine le clavó una mirada que la traspasó, nada estaba yendo como esperaba que sucediera. Santana no había sucumbido después de poseer su cuerpo, sólo había saciado sus deseos carnales. Le quitó la ropa de la mano, comenzó a vestirse y, cuando terminó, Santana le ofreció acompañarla hasta el coche.
—No es necesario.
—Por supuesto que sí, es tarde y tu coche está en la calle.
Cuando llegaron a la planta baja, las puertas del ascensor se abrieron y Elaine ganó rápidamente la calle.
Santana la seguía de cerca por detrás, con las manos en los bolsillos y muy callada. Elaine, antes de subir al vehículo, se giró y le estampó un beso en la boca, Santana respondió a él a modo de despedida. Luego Ealine se apartó y sostuvo su rostro entre las manos.
—Lo he pasado bien, San. De todas formas, creo que no era necesario que fueras tan grosera para despedirme, no pensaba quedarme.
—Lo siento, no quise serlo. Todo ha sido muy extraño, pero también me lo he pasado bien—admitió, pero pensó:
«Ha sido un buen revolcón.»
Se metió en el coche, bajó la ventanilla y se estiró para qué Santana la besara por última vez. Santana se acercó y le dio un casto beso. Se abrochó el cinturón, arrancó y le tocó la bocina, Santana se volvió a su departamento sin mirar cómo se alejaba.
En cuanto entró, empezó a desprenderse de la ropa, quería quitarse el perfume de Elaine del cuerpo.
Con gesto contrariado, llenó la bañera, tomó el mando a distancia de un manotazo y puso música, comenzó a sonar un clásico de Richard Marx.
Se metió en el agua para encontrar alivio, tenía los músculos entumecidos, cerró los ojos, se masajeó las sienes y no pudo evitar sentirse vacía. Jamás había pagado por sexo, sin embargo, tuvo la plena y total seguridad de que se hubiera sentido igual después de un polvo rápido con una prostituta.
Entonces vinieron a su mente los momentos vividos con Brittany.
Qué diferente había sido todo con ella...
No conseguiría con nadie más esos orgasmos aplastantes, con Brittany, nunca saciaba su deseo, porque lo que obtenía de su cuerpo nunca era suficiente.
Sólo con abrazarla, tocarla, olerla o sentirla, su vida se convertía en algo mágico.
Para Santana era suficiente extasiarse mirándola sonreír.
Se sintió más vacía aún porque sabía que no volvería a tener nada de eso a su lado, echaba de menos su risa, su voz, esos besos que la perdían, que la enloquecían. Añoraba las cosas que hacían juntas, la lista era interminable.
Extrañaba todo de Brittany.
—I love Brittany, I love you, my love—exclamó y prestó atención a la canción que estaba sonando:
Oceans apart day after day, and I slowly go insane,
I hear your voice on the linebut it doesn’t stop the pain, if I see
You next to never,
How can we say forever?
Wherever you go, whatever you do,
I will be right here waiting for you,
Whatever it takes, or how my heart breaks.
I will be right here waiting for you
I took for granted, all the times
That I thought would last somehow
I hear the laughter,
I taste the tears but I can’t get near you now.
Oh, can’t you see it baby? You’ve got me goin’ crazy.
Wherever you go whatever you do,
I will be right here waiting for you.
Esa letra terminó de socavar su ánimo descompuesto y se tapó la cara con las dos manos para romper a llorar desconsoladamente. Su pecho se insuflaba pero el aire que entraba parecía no ser suficiente, se ahogaba y se sentía decepcionada e impotente.
Después de un rato, cuando reparó en que nada cambiaría a pesar de las lágrimas, se incorporó con ímpetu, cogió una toalla con rabia, se secó y se paró frente al espejo. Sus ojos estaban enrojecidos de tanto llorar, así que se pasó las manos por la cara enérgicamente, como queriendo borrar la imagen que veía reflejada.
Se lavó los dientes, buscó entre su ropa un pijama y se lo puso con movimientos hoscos. Había pasado del dolor a la ira y no paraba de preguntarse qué le estaba pasando, ella no era así, hacía tiempo que había superado sus inseguridades, sólo recordaba haberse sentido devastada tras la muerte de Dani, aunque en realidad ése había sido más un sentimiento de culpa.
En esos momentos, en cambio, se encontraba desconcertada.
Con el ánimo maltrecho, pero más sosegada, se metió en la cama, apagó la luz y deseó no despertarse con ese dolor en el pecho que la aquejaba desde que no estaba con Brittany.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
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Re: [Resuelto]FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal II: Pasión (Adaptada) Epílogo
este capitulo no me gusto para nada, lo siento, brittany dejandose succionar por labios de pescado y santana acostandose con la ofrecida esa, que nadie me quita que era la que estaba llamando a brittany a Argentina, espero que me cambie este malhumor en el siguiente capitulo!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
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Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal II: Pasión (Adaptada) Epílogo
hola morra,...
a distancia va a ser peor,..
el orgullo le esta jugando en contra a san y lo necia a britt peor,.. bahh pero son iguales jajaja
no me guste elaine,...
nos vemos,...
PD; no digo nada,...!!
a distancia va a ser peor,..
el orgullo le esta jugando en contra a san y lo necia a britt peor,.. bahh pero son iguales jajaja
no me guste elaine,...
nos vemos,...
PD; no digo nada,...!!
3:)-*-*-* - Mensajes : 5621
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Edad : 33
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal II: Pasión (Adaptada) Epílogo
micky morales escribió:este capitulo no me gusto para nada, lo siento, brittany dejandose succionar por labios de pescado y santana acostandose con la ofrecida esa, que nadie me quita que era la que estaba llamando a brittany a Argentina, espero que me cambie este malhumor en el siguiente capitulo!
Hola, jajajajajajajajajajajajaja "dejandose succionar por labios de pescado" ajjaajajajajajajajajajajajajajajaajaj maldito sam jajaajajajaj. Las cosas no van bn, no¿? =/ Esperemos y entren en razón, cual de las dos mas cabeza dura ¬¬. Aaaaa y yo! y yo! Esperemos y este cap sea mejor. Saludos =D
3:) escribió:hola morra,...
a distancia va a ser peor,..
el orgullo le esta jugando en contra a san y lo necia a britt peor,.. bahh pero son iguales jajaja
no me guste elaine,...
nos vemos,...
PD; no digo nada,...!!
Hola lu, uff se va viendo, no¿? Jjajaajaj toda la razón igual de orgullosas y necias las dos! Ni a mí ¬¬ Saludos =D
Pd: jajajaj gracias, ya la envié.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal I: Seducción (Adaptada) Cap 18
Capitulo 18
El día anterior había enviado sus primeros informes desde que había comenzado su gestión en Mindland y todos estaban a la espera de la evaluación por parte de la plana mayor de la empresa en Estados Unidos.
Durante esa semana que ya tocaba a su fin, Brittany había estado trabajando con esmero en la elaboración de un estudio de adquisiciones financieras, rentabilidad, inversiones, liquidez y reinversiones. También estaba encomendada a la tarea de mantener el equilibrio económico de la sede, a pesar de las fuertes inversiones que se habían hecho y, para ello, necesitaba optimizar recursos, en cuanto a cantidad, calidad y oportunidad, tanto de las fuentes que suministraban los fondos como del empleo que se creaba gracias a ellos.
Había reflejado todo esto, de manera muy sencilla y entendible, en sus informes enviados a Nueva York, para que no quedara ninguna duda acerca de sus nuevos objetivos. En la documentación había adjuntado una nueva información financiera que había obtenido, resultado de las últimas inversiones, y que ponía al descubierto el rendimiento del capital empleado.
Estaba a punto de enviarlo y no pudo dejar de ponerse nerviosa cuando, en la copia adjunta, incluyó la dirección electrónica de Santana. Cerró los ojos y recordó los días que habían compartido en la oficina trabajando codo a codo.
Se entendían muy bien en el plano laboral.
Sintió orgullo al recordar lo inteligente y carismática que era al momento de llevar a cabo una negociación. Evocó el poder que tenían su sonrisa seductora, su voz y su forma de expresarse.
Habían pasado ya dos meses y medio desde su separación y el último contacto que habían tenido había sido en Mendoza, tras una breve y malograda conversación telefónica.
A mediodía, Carolina le comunicó que tenía una llamada por la línea uno con su jefe López. Brittany se puso nerviosa y su corazón empezó a latir con rapidez.
—¿Santana está al teléfono?—se atrevió a preguntar con voz insegura.
—No, el señor Alfonso López—le aclaró Carolina.
Brittany se sintió estúpida por haberlo preguntado, cerró sus ojos e intentó sosegarse para responder la llamada.
—Hello, mister López!
—Hola, Brittany, llámame Alfonso, por favor, y hablemos en español para que te sea más cómodo.
—Es usted muy amable, Alfonso, pero no tengo problema en utilizar su idioma—hizo una pausa y prosiguió—Usted dirá, Alfonso, presumo que ya ha recibido mis informes. ¿Hay algún problema quizá?
—Sí, Brittany, los he recibido y estoy asombrado y muy conforme con tu trabajo, en realidad, es mucho más de lo que esperaba de vos.
—Muchas gracias, sus palabras me alegran enormemente.
—Brittany, te llamo para informarte de que se avecinan cambios en la Central de Mindland y tú, como miembro directivo de una de nuestras sedes, no puedes desconocerlos. Es por ese motivo que necesitaría que vinieras a Nueva York.
Brittany se había quedado sin habla, sin respiración y no reaccionaba a las palabras de Alfonso López. Sabía que en algún momento debería viajar, pero nunca creyó que tan pronto.
—¿Me oís?—preguntó el papá de Santana.
—Sí, desde luego. ¿Podría adelantarme, específicamente, para qué necesita mi presencia? Disculpe, no quiero parecer desconsiderada y tampoco es que no reconozca su autoridad, pero, visto y considerando que recién estoy organizando mi plan de trabajo acá, no sé si sería prudente alejarme de mi puesto.
—Más que ofenderme, me agrada que pienses de esa forma. Eso habla muy bien de tu profesionalidad y compromiso con la empresa, pero creeme, Brittany, que es imperioso que viajes para ponernos de acuerdo.
«¡Mierda de suerte! ¡No estoy preparada para ver a Santana tan pronto!», maldijo en silencio, pero respondió:
—Desde luego, Alfonso. Si usted lo considera necesario, viajaré. ¿Cuándo quiere que vaya?
—Ayer, Brittany.
Se carcajeó para quitarle solemnidad al asunto y, en cierto modo, lo consiguió, su voz era calma y amigable y eso la tranquilizó.
—En realidad, Brittany, necesito que viajes lo antes posible. Calculá que te ausentarás por una semana, ¿cuándo creés que podrías viajar? Me urge encontrarme contigo.
—Deme al menos dos días. ¿Seguro que no es por los contratos? ¿Quizá tiene algún problema con mi trabajo?—insistió ella intrigada, no le gustaba viajar a ciegas sin saber con qué se encontraría.
—No, Brittany, despreocupate, todo eso está perfecto. Sos asombrosamente eficiente en tu desempeño, no tengo ninguna queja. Sólo quiero que vengas y que nos pongamos de acuerdo en algunos puntos de vista que son esenciales para la empresa.
—¿Quiere que tracemos un plan de trabajo en conjunto? Disculpe mi insistencia... pero preferiría saber a qué debo atenerme.
—Brittany, se trata de una propuesta sustanciosa que Mindland tiene para vos. Entiendo tu inquietud y me halaga sobremanera que estés tan atenta, pero debes estar tranquila. No me pidas que te adelante más porque no lo haré, lo hablaremos cuando llegues y en persona, por favor. ¿Tenés toda tu documentación en orden para viajar? ¿Necesitás ayuda con la visa? ¿Tal vez con tu pasaporte? Tengo contactos que podrían hacer que la obtuviéramos en cuarenta y ocho horas.
—Tengo todo en orden, mister López, por eso no debe preocuparse.
—Alfonso, llamame Alfonso, por favor.
—De acuerdo, Alfonso, tengo mi documentación al día. Pero no me aclaró mucho y estoy un poco perdida. ¿Dijo una propuesta?
—Sí, Brittany, apenas llegues prometo no andarme con rodeos y ponerte al tanto de todo. Con respecto a tus papeles, mandame todos tus datos por correo electrónico, por favor, para no tener que buscar en nuestra base de empleados. Mi secretaria se ocupará de conseguirte el pasaje y se pondrá en contacto con vos para brindarte toda la información. Fue un placer hablar contigo.
—El gusto es mío, Alfonso.
—Adiós, Brittany, pronto nos conoceremos.—Brittany colgó, oprimió el intercomunicador y le habló a su secretaria—Por favor, vení a mi despacho y llamá a Kitty.
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En Nueva York, Alfonso también colgó y se giró en su sillón para mirar a Santana, que esperaba expectante que su papá le contara.
—Veo que te costó convencerla de que viniera.
—Mirá, si no fueras mi hija y no te quisiera tanto, te cortaría lo que tenés debajo del cuello. No quiero perder este talento sólo porque vos tuviste un amorío con ella. Sólo espero que te equivoques cuando decís que no aceptará mi propuesta. Y sacate de encima esa cara de bobalicona, el viernes, a más tardar, estará acá.
—¡El viernes! ¡Yo no estaré el viernes, me voy a Italia una semana! ¿Lo olvidaste?
—Bueno lo siento mucho. No sé para qué querés estar acá, quizá para convencerla sea mejor que no andes revoloteando por la empresa.
Santana tenía la esperanza de verla, pero se dio cuenta de que no sería así y se quedó desilusionada.
Su papá frunció el ceño y de sus ojos oscuros saltaron chispas.
—Andate y ordená que consigan un pasaje y hospedaje para ella, encargate de eso, al menos. Ponele solución a algo, haceme el favor. Santana López, realmente estoy furioso con vos. Si no consigo que Brittany Pierce venga a trabajar acá con nosotros, te vas a meter en serios problemas. ¡Salí ya de mi vista! Por hoy no quiero saber más nada de vos, tenía todo planeado pero con esto que acabás de contarme, pusiste en juego mi retiro, hija. Te aseguro que cuando tu mamá se entere se enfadará más que yo. ¡Mierda, Santana! Los negocios y el amor difícilmente van de la mano, pero ni vos ni tus hermanos parecen entenderlo.
—Papá, si mal no recuerdo, esta empresa la creaste con tu esposa y cuando Finn se lió con Alison, no le reprochaste tanto.
—No me metas en esto, Tana, yo no soy el centro del problema hoy—intentó defenderse su hermano—Además eso ya quedó en el pasado. Me caso en unos días y Alison empezará a formar parte de la familia. Tu argumento para defenderte fue de muy mal gusto, Tana.
—Ni me hagas acordar del día en que me enteré de la historia de Alison y Finn, y menos me saques a colación el tema de tu hermana y Quinn, un verdadero baldazo de agua fría, aunque debo reconocer que, al final, todos hicieron una buena elección. El único que nunca interfirió con mis negocios es Jake, el único cuerdo de mis hijos. Andate, San, andate de una vez a hacer lo que te encargué.
Finn también se fue y Alfonso se dejó caer en su sillón y empezó a repasar los últimos acontecimientos, todo había dado un gran giro.
Por la mañana, cuando había llegado a Mindland, estaba de muy buen humor, expectante por la reunión que debía tener con sus hijos.
Cuando Santana llegó al despacho, Alison le comunicó que su papá la esperaba junto a su hermano para hablar. Lo que tendría que haber sido una gran noticia se transformó, de pronto, en una incertidumbre para la empresa.
Los hermanos se habían sentado en el sofá de la majestuosa oficina del director general y se habían dispuesto a escuchar lo que su papá quería decirles.
—Tengo el placer de comunicarles que mi retiro está en marcha.
—¡Papá! ¿Por qué esta decisión? Hasta hace cuatro meses, no querías ni oírlo cuando mamá te lo sugería—dijo Finn sorprendido.
—Quiero disfrutar del tiempo que nos queda a Maribel y a mí. Gracias a Dios, ambos gozamos de buena salud y lo que ya he hecho, hasta el día de hoy, en Mindland, para mí es más que suficiente. Vos, Tana, con tus conocimientos de finanzas, y vos, Finn, con tu experiencia legal, forman el dúo perfecto para hacerse cargo de este barco que navega a todo vapor. Quiero que compartan la presidencia de esta empresa que, con tanto ahínco, he dirigido durante más de treinta y cinco años. Sé que la cuidarán como si yo siguiera al mando.
—Papá, no me interesa la presidencia de la compañía. El puesto que tengo acá es el adecuado y, por otro lado, creo que la más acertada para ese cargo es Tana, ya que ella está acostumbrada a llevar adelante las negociaciones. Yo sólo me ocupo de la parte legal y, para mí, eso está bien.
—¿Quién quedará a cargo de Mindland International?—preguntó Santana—Yo no podré con ambas cosas, papá. Y no es que no me sienta capaz, pero vos me enseñaste que quien mucho abarca, poco aprieta, y creo que es bueno delegar en otros para poder encargarnos y no perder de vista las cosas verdaderamente importantes.
—De eso se trata y me agrada que recuerdes tan bien mis enseñanzas—intervino Alfonso e intentó aclararles un poco el panorama—Cuando comencé a planear mi retiro, supe que no sería fácil encontrar a una persona con tu talento y tu valentía para los negocios, hija—elogió mirando a Santana, que lo escuchaba con atención—Por otra parte, la dirección de la empresa siempre estuvo a cargo de la familia y eso no es una minucia, la confianza entre nosotros tres es infinita. Cuando yo empecé con todo esto, no tenía la magnitud que tiene hoy y era fácil negociar y vigilar el patrimonio.
—Seguro, papá—asintió Finn.
—La cuestión es que cuando creamos Mindland International—prosiguió Alfonso—, Queríamos que vos la dirigieras, Tana, y no tenemos otra alternativa válida dentro de la familia. Tendremos que confiar en un extraño, no nos queda otra opción.
—¿Y entonces?—se impacientó Santana.
—Lo del parentesco no está solucionado, eso es imposible, pero creo haber encontrado a la persona indicada hace poco más de dos meses. Ayer recibí sus últimos informes, que corroboran su idoneidad. Mi convencimiento es absoluto y, Tana, estoy seguro de que estarás de acuerdo. En realidad, es tu descubrimiento, no el mío.
—¿De quién hablás, papá?—preguntó Finn.
—De Brittany Pierce—respondió Alfonso a bocajarro.
Santana palideció al oír su nombre y no pudo disimular su asombro, se puso de pie y empezó a caminar con las manos en la cabeza. Pegó su frente a la ventana mientras estudiaba cómo explicarle a su papá que Brittany no quería ni verla y que, mucho menos, aceptaría ir a trabajar a Nueva York.
—¿Qué pasa, Tana? ¿No estás de acuerdo con papá?—inquirió Finn.
Santana regresó tras sus pasos, volvió a ocupar de nuevo su asiento, se pasó las manos por el pelo, se restregó la cara y, finalmente, se retrepó en el respaldo y fijó la vista en su papá.
—No, no me parece la persona indicada.
—Bueno a mí sí, hija. Es intuitiva, audaz, agresiva, muy talentosa y brillante.
Su papá tenía toda la razón, pero ¿cómo podía explicarle el verdadero motivo sin que la quisiera matar?
Respetaba mucho a Alfonso e imaginaba que se pondría como una furia al enterarse de lo que había pasado entre Brittany y ella en Buenos Aires.
—Además—continuó su papá entusiasmado—, Trabajaron juntas en el rescate de la filial de Chile y lo hicieron muy bien. Ustedes dos se entienden trabajando y eso es muy importante. De hecho, que el entendimiento entre ustedes sea magnífico es lo que me deja más tranquilo.
—Ah—se sorprendió Finn—, Recuerdo que ese proyecto sacó de la quiebra segura a la sede de Chile. Me lo enviaste desde Buenos Aires, Tana, y sólo hubo que hacer algunas pequeñas modificaciones para que todo fuera válido legalmente. ¡Guau! Papá, creo que tenés razón. Esa mujer tiene mucho talento, ahora caigo en quién es. Ayer recibí los informes de Argentina, estuve leyendo un poco y me pareció muy interesante lo que proponía.
—A ver, Tanita, y si no es ella ¿a quién proponés? Dame el nombre de otro empleado de esta empresa con sus condiciones, ¿no pensarás que voy a convocar un casting para este puesto? Rara vez me equivoco. Cuando Natalia la propuso para sucederla, ni lo dudé. Es más, no te lo dije porque no estabas, pero no lo consulté con nadie. Los informes del rescate financiero chileno fueron suficientes para decidirme. Ella elaboró, con tu colaboración, la estrategia perfecta. Y, durante estos dos meses, me dediqué a investigarla. Le pedí a Natalia que, antes de irse, me hiciera llegar todos los proyectos que Brittany había elaborado para la empresa. Tana, si Argentina está donde está es porque esa mujer es un genio financiero en potencia.
—No va a aceptar, papá, ¡no lo hará!—gritó Santana y volvió a ponerse en pie.
Caminó hasta la nevera de la oficina y sacó un agua con gas, que destapó y bebió compulsivamente. Se limpió la boca con la mano y se volvió a sentar.
—¿Por qué cambiaste tu discurso? Primero dijiste que no era la indicada y, ahora, decís que no va a aceptar, ¿por qué estás tan segura? ¿En qué te basás para aseverarlo?—le interrogó Alfonso.
Santana dudó un instante antes de contestar, pero no tenía más remedio que hacerlo. Cerró los ojos, tomó aire y lo soltó todo.
—Tuvimos una relación que duró todo el mes que estuve en Buenos Aires y acabamos muy mal. No quiere verme ni en pintura.
—¡Mierda, hermana, la cagaste!—Finn se removió en su asiento y se apretó las sienes.
Santana le dedicó una mirada fulminante a su hermano y su papá se puso rojo, entrecerró los ojos y se le hinchó la vena de la frente. Dio un puñetazo en la mesa baja y la vajilla saltó y repiqueteó.
—¡Maldición, Santana! No tenés códigos ni miramientos para bajar tu calentura. Dejame solo con tu hermana—le gritó a Finn y éste no se atrevió a abrir la boca y se retiró—¡¿Tanto te cuesta mantener tus manos tranquilas?!—siguió gritando.
—Lo siento, papá.
—No digas más lo siento», porque tengo ganas de darte los azotes que no te di nunca en toda tu vida. ¿Cómo de mal quedaron las cosas entre vos y ella?
—Muy mal.
—¿Qué mierda le hiciste?
—Nada, no le hice nada—contestó y abrió sus ojos como platos.
—Santana, ya no sos una adolescente. Hablá con seriedad. ¿Estás segura de que no hay posibilidad de que acepte el puesto?
—Mierda, papá, creeme que yo, más que nadie, querría que todo estuviera bien, que ella viniera a trabajar a Mindland y a vivir a Nueva York. Desde que llegué de Buenos Aires no encuentro la paz, papá. No duermo, no tengo vida, la llamo y me corta. Intenté solucionar las cosas con ella, quiero explicarle pero no me escucha. Me enamoré, viejo, me enamoré como una pelotuda de la única mujer que no me da ni la hora.
Santana había explotado, descansó los codos en las piernas y dejó caer su cabeza, estaba exhausta. No quería ponerse a berrear como una niña, se pasó la mano rápidamente por los ojos para secar sus lágrimas y sorbió la nariz.
Al ver su expresión, su papá se acercó compadecido y le apoyó la mano en la espalda.
—Tranquilizate, hija. Tranquilicémonos los dos y contame todo. ¿Por qué no quiere escucharte?
Santana inspiró con fuerza.
Su papá se había sentado frente a ella y le había tomado la mano y levantado la barbilla con la otra, para decirle:
—Vamos, Tana, no tengas vergüenza. Llorar por amor es un sentimiento muy puro, eso habla de que tenés buen corazón y de que no sos el monstrua que una vez creíste que eras.
—No me gusta sentirme insegura, papá.
—Lo sé, hija, las personas rara vez nos permitimos aparentar indefensas, como si esa debilidad nos hiciera menos, no lo sabré, yo que los hombres tenemos fijo ese pensamiento. En realidad, no entendemos que eso nos hace más humanos. Hablame de Brittany.
Santana se tapó la boca, se pasó la mano por la frente y empezó a contarle:
—No la conocí en la empresa. Nos vimos por primera vez el fin de semana que llegué a Buenos Aires. Nos presentó la prima de Noah y sólo nos dijimos nuestros nombres. Durante esa velada, yo para ella fui simplemente San—hizo una pausa, le costaba hablar de su intimidad, pero lo necesitaba—Pasamos la noche juntas y lo que empezó como un juego de seducción se volvió después en mi contra. Al principio, yo sólo quería echar un buen polvo y nada más, pero fue diferente a otras veces. Creo que, si bien en un principio me sentí atraída por su belleza, porque es hermosa, viejo, ya la vas a conocer, luego me atrapó su inteligencia. Britt no es una mujer mansa, tiene carácter. Ese fin de semana nos despedimos después de desayunar juntas y, cuando desapareció en el ascensor, supe que no me sería fácil olvidarla. De hecho, pensé en ella el resto del fin de semana. Vos sabés que, desde que murió Dani, no considero que sea merecedor del amor de nadie más, eso no es un secreto.
Su papá puso los ojos en blanco ante esa afirmación, pero Santana se encogió de hombros y siguió hablando con vehemencia, quería contárselo todo con lujo de detalles:
—Un día me atreví a hablarle de Dani, pero no le revelé que habíamos estado casadas. Vos sabés lo que me cuesta hablar de todo lo que se refiere a ella, papá.
Alfonso López estaba cruzado de piernas, se sostenía el mentón con el pulgar y se pasaba el índice por los labios. Escuchaba a su hija con atención y cierta sorpresa. No podía creer que le estuviera hablando de esa forma, nunca había sentido a Santana tan cercana.
Pensó que confesar sus sentimientos y hablar de Brittany le produciría alivio y la confortaría, no quería interrumpirla, quería que se desahogara, su hija no estaba pasándolo bien.
—Britt empezó a recibir llamadas, papá. La amenazaban, la insultaban, le decían que se alejara de mí, era una situación imposible—Alfonso se incorporó ligeramente ante esa última revelación—La cosa es que las llamadas no cesaban, Britt estaba fastidiada y yo también estaba harta. Se comunicaban con ella a cualquier hora del día y desde teléfonos móviles descartables, imposibles de rastrear. Sólo pude averiguar que la acosadora era de Nueva York. Pero era tanta la presión que terminábamos discutiendo siempre.
—Eso último que me estás contando es muy grave, Tana.
—Lo sé, papá, aún intento desentrañar ese enigma, pero no lo consigo. El asunto es que recibió una llamada en que le mencionaron a Dani, nombre que ella ya había guardado en su mente, y le dijeron que era mi esposa, que yo estaba casada. Y ella lo creyó. Britt tuvo una relación anterior terrible, en la que la malnacida con quien estaba la engañó vilmente, y decidió meterme a mí en el mismo saco. Quise explicarle, pero no me dejó y a mí me ganó el orgullo. Por eso volví antes de tiempo de Buenos Aires. Después de pelearme con ella, ya no tenía sentido que me quedara. Antes de viajar, probé volver a hablar con ella, pero no entraba en razón. De todas formas, reconozco que no insistí lo suficiente, porque me enfadaba su falta de confianza y todavía me sulfura que me compare con la lacra que tuvo por novia. Me fue a buscar al aeropuerto el día que regresaba y no me detuve, la dejé llorando destrozada y es algo que no me voy a perdonar jamás, papá—hizo una pausa y cerró los ojos recordando—Hace un tiempo que dejé de intentar hablar con ella, quiero olvidarla porque no me hace bien. Pero si acepta tu propuesta, trabajaré con Britt. Estoy de acuerdo con vos en que es la persona adecuada para el puesto, no puedo negarlo, pero dudo que acceda. Soy una basura para ella, papá, y no querrá compartir su día a día conmigo.
—¿Y no vas a intentar recuperarla, hija? ¿No vas a hacerle ver su error? Tana, ¿por qué te castigás de ese modo? ¿Qué querés demostrar?
—No sé, papá, intento buscarle una explicación pero no la encuentro.
—Yo sí. Te culpás por la infelicidad de Dani y pretendés ser tan desgraciada como ella, pero no te das cuenta de que, con tu locura, también estás dañando a Brittany.
—Ella también me hirió con su indiferencia y su desconfianza.
—Ponete en su lugar, Tana. La llamaban continuamente, la agobiaban con amenazas y después le contaron que no eras una persona libre. Todo eso sumado a lo que le pasó en su anterior relación... ¿Qué pensarías vos? Y, encima, dejaste que siguiera creyendo que estabas casada y que continuara atormentándose creyendo que nada entre ustedes había sido verdadero. Pienso que no quisiste decirle la verdad, porque cuando uno desea explicar las cosas, las grita como sea, por más que el otro no quiera escucharte.
—No voy a contarle la verdad, papá. Si conseguís que trabaje con vos, adelante, yo lo aceptaré, pero no voy a utilizar esa verdad para que ella se quede a mi lado.
—¡Mierda, San! Mezclás todo, hija. Te escuché con paciencia, pero sos capaz de alterar hasta a la persona más beatífica. ¿Por qué sos tan necia? ¿Cómo querés que te perdone y te acepte, si no la ayudás a salir de su error? ¿Qué esperas? ¿Que acceda a tener algo con vos creyendo que estás casada? Santana, por Dios, hija, estás buscando excusas para no ser feliz.
—No voy a hacerlo, papá, nunca he mendigado amor y no le voy a rogar a ella tampoco—concluyó la López mayor con enojo y salió del despacho de su papá dando un portazo.
En el pasillo se cruzó con Elaine.
—Hola, cariño.
—Ahora no, Elaine, no estoy para nadie—le espetó y le cerró la puerta en la cara.
Se dejó caer en su sillón, tras la mesa, apoyó los codos en ella y se aguantó la cabeza con las manos, pero Elaine parecía no entender su rechazo porque abrió la puerta y se metió en el despacho.
Santana levantó la vista, incrédula.
—Elaine, tuve un encontronazo con mi papá. ¿Podrías dejarme sola, por favor? No estoy de humor.
Elaine rodeó su silla y la abrazó por atrás.
—Sé que estás mal, San, y por eso quiero hacerte compañía, puedo consolarte si quieres—le habló al oído y le lamió la oreja.
Santana la agarró por las muñecas y la alejó de su cuello, se puso de pie y la penetró con la mirada.
—No, Elaine, no, nunca más volverá a repetirse, te lo dije en mi departamento. No quiero parecer grosera pero no me dejas otra opción—tomó su maletín, descolgó su abrigo y la dejó sola en el despacho—Me voy, Alison, cualquier cosa desvía las llamadas a mi móvil.
—Muy bien, San, que tengas un buen día.
—Imposible, hoy me levanté con el pie izquierdo. Adiós.
—¿Dónde vas?—le gritó su papá en el pasillo—Vení acá. Finn está conmigo y voy a llamar a Buenos Aires.
Santana caminó tras su papá, el horno no estaba para bollos, pero, además, quería enterarse de lo que contestaba Brittany.
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El jueves a las 18.30 horas, Brittany ya estaba en el aeropuerto de Ezeiza para facturar.
Kitty la había pasado a buscar por su departamento al salir del trabajo y la llevó a la terminal. Brittany estaba nerviosa, Kitty la abrazaba y le sobaba la espalda.
—Tranquila, todo irá bien—le dijo para tranquilizarla.
—Es que si me tiemblan así las piernas acá, no quiero ni imaginarme lo histérica que me voy a poner cuando me la encuentre allá. Pasaron dos meses y medio y me duele tanto todavía, Kitty...
—Lo sé, amiga, pero vos sos fuerte y sé que vas a demostrarle tu profesionalidad.
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Ese mismo jueves, cuando salía de la oficina, Santana se encontró con Finn y Alison en el ascensor. Quería pedirles un favor y, aunque le costó muchísimo, al final se decidió:
—Alison, ¿sería mucho pedir que recogieras a Brittany mañana en el JFK? Su vuelo llega a las 6.10 horas. Te lo pido a vos porque ella te conoce.
—No te preocupes, iremos juntos—se ofreció Finn en solidaridad con su hermana.
—Perfecto. Muchas gracias, te paso su teléfono y así le avisás que la vas a estar esperando.
—Dale, pasámelo—dijo Alison.
Ambas sacaron sus móviles, y su cuñada marcó el número de Brittany y esperó a que ella contestara.
—Decile que te manda mi papá, por favor, no me menciones.
Alison asintió con la cabeza.
—Hola, Brittany, habla Alison la secretaria de...
—Sí, sé quién sos, ¿cómo estás?—la interrumpió Brittany.
—Bien, gracias, espero que vos también lo estés. Te llamo de parte del señor Alfonso López para avisarte de que mañana te recogeré en el aeropuerto. Siempre es bueno que a uno lo espere alguien conocido, por eso me lo pidió a mí—mintió Alison en tono amigable.
Su cuñada le guiñó un ojo.
—Un millón de gracias, Alison, pero va a irme a buscar un amigo.
Alison miró a Santana.
—Ah... muy bien. ¿Estás segura? Mirá que no me cuesta nada hacerlo.
—Lo sé, no te preocupes. De todas formas, te agradezco la atención. Cuelgo porque me toca el turno en el mostrador de facturación. Ya estoy en el aeropuerto, nos vemos el lunes.
—De acuerdo, que tengas muy buen viaje. Bye.
—¿Qué te dijo?—preguntó Santana ansiosa—¿No quiso que fueras?
—En realidad, me dijo que...—dudó un poco antes de contárselo—Un amigo la iba a ir a buscar.
—Ah...
Un silencio terrible se apoderó del lugar, nadie hizo ningún otro comentario hasta que se despidieron en el estacionamiento.
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Brittany estaba en la cola del mostrador de primera clase de American Airlines que, por suerte, estaba casi vacío. Después de entregar toda la documentación y de recibir la tarjeta de embarque, Kitty le ayudó a despachar las maletas y un agente de seguridad le puso unas etiquetas en el equipaje de mano.
—¿Quién te llamó?
—Era Alison, ¿te acordás de ella?
—Sí, la secretaria de Santana. ¿Qué quería?
—Decirme que el papá de Santana le había pedido que me recogiera en el aeropuerto.
—Ah, pero a vos te va a buscar Sam, ¿no?
—Sí, eso le dije, aunque no hacía falta.
Brittany y Kitty se despidieron.
—Britt, que tengas muy buen viaje ¡y no le aflojes a la yanqui! Agua que no mueve molino, deja que siga su camino, ¿me escuchaste bien?
—Tranquila, Kitty, no tenés de qué preocuparte. Voy a extrañarte, amiga, dejo la oficina en tus manos.
Como viajaba en primera clase, gracias al clan López, decidió hacer uso del privilegio y se dirigió al lounge de American Airlines para esperar la hora de embarcar. Ya en la cabina, guardó su equipaje de mano en el compartimento, sacó un libro de la cartera y se acomodó en su asiento. Mientras se hacían los preparativos para el despegue, le trajeron el menú y un aperitivo de bienvenida.
«¡Guau, viajar en primera tiene muchos beneficios!», se sorprendió Brittany.
El capitán comenzó con el discurso de bienvenida y dio los datos pertinentes del trayecto, clima, tiempo de vuelo y luego les pidieron que se abrocharan los cinturones.
A las 20.25 horas, el avión empezó a desplazarse por la pista autorizada para el despegue y se elevó en el aire dejando atrás las luces de la ciudad de Buenos Aires.
Satisfecha después de la cena y tras unas cuantas horas de vuelo, Brittany se colocó los auriculares para aislarse de los ruidos y se propuso continuar con la lectura, pero se quedó dormida.
Se despertó porque sentía frío y miró la hora, llevaba ocho horas y media de vuelo, buscó la manta y se tapó para intentar dormirse de nuevo, pero le fue imposible. Faltaban sólo cuatro horas para aterrizar en Nueva York y la ansiedad la había invadido.
Sintió rabia por haber rechazado el ofrecimiento de Alison, porque pensó que, de no haberlo hecho, podría haber sabido algo de Santana antes.
«¿Qué hará cuando me vea? ¿Qué haré yo? Seguro que me tiemblan las piernas y la boca se me reseca», reflexionó inquieta, pero sus pensamientos fueron interrumpidos por la azafata que llegaba con el desayuno.
Después de dar cuenta de él, fijó la vista nuevamente en las manecillas y fue al baño para retocar su maquillaje, no quería llegar con cara de muerta y espantar a Sam, que estaría impecable.
Volvió a su asiento y, para matar el tiempo, encendió su Mac y revisó el correo. Al rato, lo apagó y se percató de que el avión comenzaba el descenso.
Su corazón comenzó a latir desacompasado, por fin iba aterrizar en Nueva York, la tierra de su amor.
Aterrizaron puntualmente y, cuando las señales lo indicaron, empezó a prepararse para bajar. Se abrigó con un suéter extra que traía preparado, se anudó un pañuelo amarillo con arabescos en el cuello, a juego con su cinturón, y se puso una chaqueta de cuero también amarilla. Por último, sacó de su bolso sus gafas Ray Ban Clipper y se las colgó en la abertura de la chaqueta.
Estaba lista para descender, pero entonces una de las azafatas se acercó a ella y le preguntó.
—¿Es usted la señorita Brittany Pierce?
—Sí—contestó Brittany algo extrañada—¿Ocurre algo?
—No se preocupe, nos acaban de avisar que debe ser usted la primera en descender de la aeronave. La esperan en la puerta—le informó la chica.
Brittany estaba realmente extrañada, era algo inusual, pero siguió a la auxiliar de vuelo.
Cuando llegó a la salida, un hombre joven, de metro setenta y tantos, ojos verdes y cabello negro le extendió la mano.
—¿Brittany Pierce? Encantado, mi nombre es Blaine López, soy primo de Santana—con sólo escuchar su nombre, las piernas le temblaron—Trabajo como funcionario de la empresa que opera en este aeropuerto—le explicó—Y tengo indicaciones expresas de agilizarle todos los trámites para entrar al país. Le pido que me acompañe, por favor.
Santana le había pedido a su primo que se encargara de todo para demostrarle que pensaba en ella y se preocupaba.
—No es necesario que se tome estas molestias, señor López, puedo hacer los trámites pertinentes como cualquier otro pasajero—le dijo, pensando que se lo contaría a Santana.
—Oh, de todas formas, permítame ayudarla, señorita Pierce. Le aseguro que si mi prima se entera de que no lo he hecho, se disgustará y pensará que no he insistido lo suficiente. Además, para mí realmente no es ninguna molestia.
Brittany sabía lo pertinaz que podía ser Santana.
—Muchísimas gracias y, por favor, llámeme Britt.
—De acuerdo, Britt, por aquí. Y llámeme Blaine, por favor.
En menos de diez minutos, había terminado con todos los trámites, se acercaron a la cinta y su equipaje fue el primero en llegar. Blaine la acompañó a la puerta y, antes de despedirse, le dio una de sus tarjetas de presentación.
—No dude en llamarme tanto en su próximo viaje—le dijo—Como cuando parta. Llámeme—volvió a repetir—, Será la primera en subir al avión.
—No es necesario, de verdad, pero aprecio enormemente las molestias que se ha tomado, ha sido un placer.
Brittany le extendió la mano y, con las maletas en el carrito, salió. Como el aeropuerto aún estaba vacío, no le costó mucho divisar a Sam, que estaba sentado leyendo el periódico, ajeno a su llegada.
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La noche anterior, Santana no había pegado ojo.
Su cabeza se había convertido en un hervidero desde el momento en que Alison había llamado a Brittany y ella le había contado que un amigo la esperaría en el aeropuerto. Temblaba pensando en quién sería y qué lugar ocuparía en su vida.
A pesar de que su papá le había pedido que se mantuviera alejada, ella no había resistido la tentación y había ido hasta el aeropuerto para verla llegar, aunque fuera desde lejos.
Camuflada tras una columna, la vio salir y se le cayó la baba recorriéndola con la mirada. Esos vaqueros le quedaban como un guante.
«¡Por Dios, qué buen culo tiene!», pensó y añoró tenerlo entre sus manos, se imaginó apretándolo con fuerza hasta que sus dedos se pusieran blancos.
Brittany estaba muy atractiva, más aún de lo que la recordaba. Tenía tanto estilo que todos se giraban para mirarla y sintió celos de los ojos lujuriosos que recorrían su cuerpo en la terminal, pero más celos sintió al recordar que Brittany no se había vestido así para ella, sino para su amigo que la iba a ir a recoger.
Brittany caminaba con decisión en dirección a los asientos y Santana observaba la escena. Brittany se detuvo junto a un tipo que leía el diario y habló con él.
«¡Mierda, ¿quién es ése?», maldijo Santana.
Sam la abrazó, aunque Brittany se notó esquiva, con una mano aferrada al bolso y con la otra, sosteniendo el de mano, para no devolverle el abrazo, y Santana lo notó.
«¡Soltala ya! ¿No te das cuenta de que le incomoda que la abraces?», se dijo para sí y tuvo ganas de acercarse, de ser ella quien le diera la bienvenida, pero sabía que no era prudente hacerlo.
Apretó el puño hasta que los nudillos se le pusieron blancos y contuvo las ganas de salir a su encuentro.
Muy pronto, Brittany y ese tipo se pusieron a caminar. El idiota sin nombre se hizo cargo del equipaje y a ratos se quedaba atrás para mirarle el trasero.
Santana tuvo la impresión de que Brittany estaba más delgada. Santana se fijó en el coche en que guardaban el equipaje y, como el suyo no estaba lejos, los esperó y los siguió pacientemente.
Por suerte, fueron a The Peninsula Hotel, en la Quinta Avenida, donde ella mismo había efectuado la reserva de una suite un poco excesiva, considerando que estaría sólo unos días, pero quería ofrecerle todas las comodidades.
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—Brittany, tu jefe consiente mucho a sus empleados, ¡mirá la suite que te reservaron!—exclamó Sam y emitió un silbido al ver el lujo de la habitación—Sabía que era un buen hotel, pero no imaginé que te cuidarían así. ¡Te consideran alguien muy importante!
Brittany sacó unos dólares para darle al botones que había llevado su equipaje.
No sabía qué decir, ella estaba más atónita aún.
Desde que había bajado del avión, las cosas habían sido un poco irreales. La deferencia de Blaine en los trámites de migración había sido a petición de Santana. Entonces pensó en la llamada de Alison.
«¿La habrá hecho llamar Santana? ¿Y esta suite? ¡Es un gran derroche! ¿Por qué tanta cortesía? Quizá tenga sentimiento de culpa», pensó mientras movía la cabeza.
Estaba segura de que Santana tenía que ver algo con eso también y se sintió halagada, pero también abrigó mucha rabia.
Sam le hablaba pero ella no lo escuchaba, sumida en sus pensamientos, atando cabos, hilando todo con minuciosidad.
—¡Hey, Britt!—la zarandeó ligeramente para devolverla a la realidad—Veo que estás cansada, mejor será que te deje para que descanses y nos vemos esta noche. Te llamo más tarde.
—Dale, Sam, disculpame, estoy destrozada porque dormí muy poco en el avión. Siento mucho que te hayas tenido que levantar tan temprano por mí, pero te lo agradezco mucho.
—Nada de sentirte afligida, me encantó que me llamaras para avisarme de que venías. Y más aún me gusta que estés en Nueva York.
Sam le dio un beso en la mejilla y le masajeó los hombros, luego desapareció tras la puerta de entrada.
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Santana estaba fuera del hotel esperando que el tipo ese se fuera y respiró aliviada al verlo partir, pero calculando lo que había tardado, dedujo que había subido a la habitación.
—¡Maldita suerte!—exclamó en voz alta mientras golpeaba el volante de su deportivo.
No quería irse a Italia.
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En cuanto se quedó sola, Brittany se acercó a la ventana y observó Central Park. Comenzó a recorrer todas las estancias de la suite y se maravilló de las comodidades que Mindland había dispuesto para ella durante su estancia en la ciudad.
Aunque no lo sabía a ciencia cierta, estaba segura de que la mano de Santana tenía que ver algo en todo eso. Se le dibujó una sonrisa en la cara.
—¡Brittany, no podés alegrarte de que una mujer casada, que te mintió desde el primer día, te cuide! Nunca podría darte suficiente, nunca sería completamente tuya, debés olvidarla—dijo en voz alta para convencerse.
Se quitó la chaqueta y los zapatos y miró la hora. Eran poco más de las 7.15 horas y lo que más deseaba era darse un buen baño. Así que fue hasta el jacuzzi y abrió los grifos, se deshizo del suéter y del pañuelo y volvió a la habitación, donde se desvistió hasta quedar en ropa interior.
Empezó a deshacer el equipaje y abrió los armarios, que olían a limón. Los dejaría abiertos para que se ventilasen. Volvió al baño, donde se despojó de su ropa interior y, al estirarse para coger unas botellitas que descansaban en el borde de la bañera, recordó el día en que se desnudó con audacia frente a la estupefacta mirada de Santana, sonrió y sacudió la cabeza.
Ya dentro del jacuzzi y en contacto con el agua caliente, su cuerpo se relajó de inmediato. Descansó su cabeza en el borde para disfrutar aún más, pero las escenas de aquel día en el Faena siguieron enturbiando su mente.
Evocó el torbellino de agua que se había formado alrededor de sus cuerpos mientras ella cabalgaba sobre el cuerpo de Santana e, inconscientemente y mientras recreaba la escena, comenzó a tocarse y a darse placer con los dedos. Con y el orgasmo aplastante que Santana le había hecho sentir ese día en la memoria, llegó al clímax con sus propias manos, pero se sintió atormentada y las lágrimas empezaron a brotar sin contención.
Sentía una angustia incontrolable al saber que nunca más podría estar entre sus brazos.
Decidida, tiró del tapón para que el agua se fuera. Necesitaba deshacerse de sus pensamientos, así que se levantó y se colocó una bata del hotel. Comenzó a colocar su ropa en el armario y llamó a su mamá y a Kitty, para avisarles de que había llegado bien y ya estaba instalada.
Cualquier mortal, después de haber viajado durante más de doce horas, se habría metido en la cama para descansar, pero desde que había puesto un pie en Nueva York estaba exaltada y con el corazón desbocado. Así que pensó qué hacer y decidió ir a recorrer los alrededores.
Se vistió con unas mallas imitación cuero de color negro, una camiseta de manga larga y un jersey de cachemir; se calzó unas botas de caña alta con tacón, enroscó un chal en su cuello y cogió el bolso y las gafas. Se abrigó con una chaqueta de lana y cuero negro y salió del hotel.
Un fuerte viento le golpeó en la cara, pero no la detuvo porque estaba abrigada. Inspiró con fuerza para llenar sus pulmones de aire y miró el cielo neoyorquino y a los alrededores mientras se ponía unos guantes de cuero.
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Artie, apostado a unos metros de la puerta, se escondía dentro de un automóvil con vidrios tintados. La reconoció de inmediato y, sin dilación, marcó el número de teléfono de su jefa.
—Señorita, acaba de salir del hotel y camina por la Quinta Avenida en dirección al distrito financiero. Creo que está disfrutando de la ciudad, porque va con su móvil en la mano y recién se paró frente a la catedral de St. Patrick para sacar una foto.
Santana sonreía en silencio al otro lado del teléfono y se preguntaba por qué no se había quedado a descansar en el hotel.
—No cortes, andá diciéndome el recorrido que hace y que no te vea, por favor—le pidió, aunque sabía que su chófer era muy precavido.
Santana oía la respiración de Artie mientras caminaba tras Brittany.
—Señorita, se ha desviado hacia el Rockefeller Center—silencio otra vez—Ya llegó.
—¿Entró?
—No, está parada enfrente haciendo fotos. Ahora vuelve a la Quinta Avenida en dirección al hotel.
De fondo, Santana podía oír el murmullo de la calle.
—¿Entró en el hotel?
—No, siguió de largo, está mirando las tiendas de la avenida.
Santana no había podido controlarse y, mientras Artie le indicaba el trayecto que Brittany recorría, se había subido a su deportivo y había salido en su busca.
Sabía que su papá la iba a matar cuando se enterara, pero saber que se iba a Italia esa misma tarde la desesperaba, y su deseo había sido más fuerte que la razón.
Encontró un aparcamiento cercano, bajó despedido del coche y empezó a correr.
—¿Dónde está?
—Casi llegando a Gucci, señorita.
—De acuerdo, cortá Artie, ya la veo.
Intentó serenarse.
Ahí estaba, había cruzado la calle.
Santana sacó su teléfono y fingió estar hablando y, por poco, no se la lleva por delante.
Artie, a pocos metros de ellas, veía lo que su jefa acababa de hacer y se reía pensando en la cantidad de estupideces que puede hacer uno cuando se enamora.
Santana guardó su teléfono y fingió un encuentro fortuito, más falso que Judas.
Se quedaron frente a frente por un instante, estudiándose, midiéndose. El mentón de Brittany temblaba y a Santana le temblaba el alma.
Hubiera querido abrazarla, pero se conformó con un saludo.
—Hola—contestó Brittany tímidamente.
—¿Ya llegaste?—fue lo más estúpido que se le ocurrió decir.
—Sabías muy bien el horario de mi llegada, ya que enviaste a tu primo a por mí—replicó Brittany tajante—Por cierto, gracias.
Santana reprimió una sonrisa.
—De nada, ¿qué haces por acá?
—Supongo que lo que toda turista, recorrer la Quinta Avenida.
No dejaban de mirarse a los ojos.
Los de Santana bailoteaban incesantemente y los de Brittany se iban a su boca sin querer.
—Claro, claro—dijo Santana, satisfecha porque le estaba siguiendo la conversación y no le había escupido en la cara.
—¿Y vos?—preguntó Brittany.
—Vine a buscar unas camisas y vestidos a Gucci. Esta tarde viajo a Italia.
—Ah, claro, es la marca que usás.
—¿Me acompañás? No tardaré, luego podríamos tomar un café, ¿qué decís?—Brittany la miró con seriedad y Santana agregó—Por favor, Britt, es sólo un café.
«Me haría muy feliz», pensó Brittany, pero se resistía.
—No creo que sea correcto—le respondió.
Santana quiso cogerla de la mano, pero Brittany la levantó y se aferró a su cartera.
—Por favor, Britt—se pasó la mano por el pelo—, Por favor—y esta vez fue casi una súplica.
Brittany no contestó, pero deseaba casi tanto como Santana ese encuentro. Entonces simplemente giró y entró en la tienda, Santana suspiró con fuerza, cerró los ojos sin poder creerlo y la siguió.
—Señorita López—la saludó el vendedor que siempre lo atendía y se mostró extrañado, ya que había estado ahí sólo un par de días atrás.
Santana deseó que Kurt no hiciera ningún comentario y le hizo un gesto de silencio con su dedo índice por detrás de Brittany.
—¿En qué puedo ayudarla? ¿Algo para usted o para la señorita, tal vez?
—Vengo a por unas camisas y vestidos, Kurt.
—En ese caso, señorita, sígame, por favor. ¿Algo en especial o quiere ver el nuevo género?
—Enséñemelo.
El vendedor entendió de inmediato a Santana y no hizo ningún comentario. Le mostró algunas camisas y vestidos y Brittany se interesó por una azul de rayas casi imperceptibles.
Santana la observaba.
Eligió algunas cosas para probarse y Kurt se extrañó, porque Santana nunca entraba al vestidor, simplemente se las llevaba y, si no le iban, las devolvía.
—Veré cómo me quedan éstas y también la que tiene Brittany.
—Muy buena elección, señorita, es la última que ha entrado y me atrevo a decir que le quedaría muy bien señorita López.
—Sí, claro, yo he pensado lo mismo—intervino Brittany con timidez.
La situación era muy extraña.
Kurt las guió hasta la zona de probadores y, aunque Brittany insistió en esperarlo en la zona de ventas, Santana también se obstinó en que le diera su opinión.
Brittany, bastante accesible ese día, se sentó cómodamente a esperar. Santana desfiló con las camisas y vestidos para Brittany. Ésta, al principio, daba su opinión con modestia, pero luego tomó confianza y, en una ocasión, hasta le tocó la espalda para decirle que la prenda le quedaba demasiado ajustada y le hacía arrugas.
Para dilatar el momento, Santana se probó ocho camisas y seis vestidos y se decidió, al final, por la que Brittany había elegido y tres vestidos que había seleccionado ella.
Kurt le trajo una jarra con café y dos tacitas, pero Santana temió que si Brittany se tomaba el café en el establecimiento, desistiría luego de su invitación y lo rechazó. Volvieron donde estaba el vendedor y éste salió a su encuentro.
—¿La señorita no quiere pasar al sector para ver algo para ella?
Santana la tentó con una mirada y una sonrisa con la aparición de sus hoyuelos y Brittany se sintió sucumbir ante su expresión.
La adoraba y sólo esperaba que Santana no lo advirtiera.
—No, gracias.
Pero Santana quería tirar de la cuerda hasta donde pudiera y, si de alargar el momento se trataba, iba a intentarlo todo.
—Veamos, seguro hay cosas que te quedan bien.
—No.
—Vamos, Britt, no compres nada, pero miremos aunque sea. ¿Acaso no estabas haciendo eso cuando nos encontramos?
—No, Santana, prefiero irme—dijo y fue tajante.
—Está bien, permíteme pagar antes.
No quería arruinar el momento, estaba feliz por cómo estaba saliendo y no insistió más.
No podía quitarle los ojos de encima, ¡estaba tan sexy con esas mallas...!
La traspasaba con la mirada y hubiera querido arrastrarla al sector de damas otra vez y comprárselo todo. En vez de eso, le entregó su tarjeta con resignación a Kurt, que no tardó demasiado en volver con la Morgan Palladium y las compras. Santana firmó los recibos y entregó una sustanciosa propina al empleado, que se mostró muy agradecido.
—Ese vendedor te conocía muy bien.
—Siempre me atiende él—le explicó mientras salían del local.
—Es amable y muy discreto.
—Sí, Kurt me cae muy bien.
Santana la guió hasta su coche, y le abrió la puerta. Después guardó los paquetes en el maletero y subió. Se colocó el cinturón y las gafas de sol y condujo rumbo a Ferrara, una cafetería que quedaba a escasas manzanas de su casa.
Si todo salía como esperaba, terminarían en su departamento. Santana no daba crédito a que Brittany estuviera sentada a su lado e intentaba aspirar su perfume con discreción, Brittany se había puesto J’adore y Santana tuvo la impresión de que nada había cambiado.
Se sintió confiada en que lograría reconquistarla y deseó apoyar su mano en la pierna de Brittany, pero sabía que aún no podía.
Brittany estaba muy callada y pensó que no era bueno dejarla pensar.
—Podríamos ir a un Starbucks—dijo Santana para romper el silencio—, Pero quiero llevarte a que pruebes el mejor cheesecake de Nueva York—le explicó con una enorme sonrisa para que aparecieran sus hoyuelos, esa que a Brittany tanto le gusta y la miró por encima de las gafas.
Brittany respondió con una, un poco tímida y no terció palabra.
—¿O preferís un Starbucks?—Santana creyó conveniente dejarla elegir, para que no se sintiera presionada.
—No, está bien, vayamos donde vos decís.
Llegaron a Ferrara, que estaba hasta los topes. Como de costumbre, mientras subían la escalera, Santana le apoyó ligeramente la palma de su mano en la cintura y la guio.
«¡Dios, cuánto extrañaba ese contacto con Brittany!», pensó.
Brittany, por su parte, tuvo la misma sensación que cuando habían entrado en Tequila la primera ve.
El contacto con Santana era exquisito.
No había muchos lugares para elegir, así que optaron por el más alejado del hueco de la escalera, se quitaron los abrigos, los colgaron en el respaldo de los asientos y Santana se quedó de pie hasta que Brittany se sentó, para acercarle la silla.
—Gracias.
Se acomodó frente a Brittany y desplegó la carta, acercándose por encima de la mesa lo más que pudo. Con el dedo, le indicó la línea donde decía New York Cheesecake The Original.
—¿Lo pedimos?
—Veamos cuán rica está—contestó Brittany.
—¡Ah! Te aseguro que es la mejor, aunque no hay helado de arándanos. Podríamos pedirlo de fresa.
—Con el pastel es suficiente.
—De acuerdo. ¿Comiste cannoli alguna vez?
—No.
—Apuesto a que te gustarán, los pediré para que puedas probarlos. ¿Qué querés tomar? Si me permitís te recomiendo el capuchino, lo sirven con doble espuma, de todas formas, el café con leche es muy bueno también.
—Un capuchino entonces—se rindió Brittany mientras luchaba con sus pensamientos.
—De acuerdo, yo pediré un expreso doble.
La camarera se fue con el pedido.
—¿No vas a la oficina hoy?
—No, me tomé el día libre. A las 16.35 horas sale mi vuelo a Milán.
—Supongo que vas a supervisar el local de Vittorio Emanuele II.
—Sí, se inaugura este fin de semana.
«Mi amor, podríamos ir juntas si quisieras», se ilusionó Santana.
Era obvio que Brittany estuviera al tanto de la apertura en Europa.
—¡Mindland en el Salón de la Moda! Entrar en el mercado europeo es realmente un gran logro... Supongo que debés de estar muy feliz.
—Sí, aunque no tanto como querría—le confesó con sinceridad.
No lo estaba disfrutando porque todos sus pensamientos, durante la mayor parte del día, estaban destinados a Brittany y no a sus triunfos laborales.
—¿Por qué? Tendrías que estar muy feliz—y sus palabras sonaron casi como una llamada de atención.
—Bueno, si me lo ordenás con esa vehemencia, de acuerdo, te diré que estoy feliz—aceptó con una sonrisa y en tono de broma, aunque reflexionó:
«Podría estarlo mucho más si lo compartiera con vos. No tenerte a mi lado hace que me sienta desgraciada en todo, Britt-Britt.»
No obstante se calló.
—Gracias por la suite en el hotel, es bellísima y muy espaciosa. En realidad, pienso que es una exageración, sé que tuviste algo que ver con eso—la sorprendió Brittany—No era necesario, de verdad.
Santana le sonrió con timidez y se justificó:
—Sólo quiero que estés cómoda durante tu estancia en Nueva York. Siempre deseo lo mejor para vos.
—Hoy fui bastante grosera cuando lo mencioné, pero déjame agradecerte como corresponde que enviaras a tu primo, esta mañana, a que me agilizara la entrada al país.
—Era lo menos que podía hacer, no me costaba nada.
—¿Te sentís culpable?—preguntó Brittany a bocajarro—¿Y por eso me brindás tantas atenciones?
Santana clavó su mirada oscura en la azul de Brittany y pensó:
«¿Por qué no podés darte cuenta de cuánto te amo, rubia?»
—¿Es eso lo que creés?
—Vos sabrás, es tu conciencia, no la mía.
Brittany no bajó su mirada y Santana tampoco.
Respiró hondo y le contestó:
—No, Britt, no me siento culpable por nada. No tengo por qué sentirme culpable, sólo me preocupo por vos, por tu comodidad y por tu bienestar.
Se expresó en un tono calmo y sincero, aunque sentía la urgencia de huir de esa conversación que no estaba resultando como ella pretendía.
Brittany empezó a sentirse invadida por la ira y, por más que deseaba echarse en sus brazos y que la contuviera, sus palabras le resultaban vacías.
«La tengo frente a mí—se dijo—, es tan hermosa, es irresistible. ¡Cómo quisiera tocar sus mejillas, besar sus ojos y sostenerle la frente! Pero ¿cómo puede ser que desee tanto a esta morena que sólo se ha burlado de mí?» Brittany no podía apartar a sus demonios de su mente.
Llegó el pedido y Santana se mostró expectante en el momento en que Brittany probó el cheesecake. Esperó a que tragara y le preguntó:
—¿Y? ¿Te gusta?
—Mmm, delicious!!!—exclamó extasiada con el sabor de la tarta.
—Sabía que lo valorarías.
Santana disfrutaba con su placer, aunque su gesto no era comparable al que tenía durante un orgasmo.
¡Dios, cómo deseaba verla otra vez así, extasiada en sus brazos y sentirse culpable de su placer!
¡Cómo deseaba hacerla vibrar pegada a su cuerpo, unida a ella, y que le dijera palabras sucias al oído para llevarla hasta el clímax!
Quiso tocarle la mano pero Brittany la retiró. Santana la miró fijamente a los ojos porque necesitaba ese contacto con su piel, pero Brittany se lo negaba.
—Necesitamos hablar, Britt, y discutir lo que desencadenó que hoy estemos de esta forma, tan distantes.
—No quiero hablar de eso, creo que te confundiste cuando acepté tomar un café. Sólo lo hice porque sé que, tarde o temprano, vos y yo vamos a tener que trabajar juntas y quiero demostrarte que puedo ser tu amiga y que puedo ser cordial para conciliar un marco de trabajo ideal.
—No quiero ser tu amiga, Britt, no hubo un día en que no pensara en vos, no te imaginás cómo me he sentido.
«Yo también pensé todo el tiempo en vos, mi amor, pero lo nuestro sencillamente no puede ser, jamás aceptaré ser la otra», reflexionó Brittany dolorida, pero se recompuso y dijo:
—Lo siento, vos y yo sólo podemos ser amigas.
Sus palabras la hirieron enormemente, fue un puñal en el pecho para Santana.
Estaba abatida.
—Yo quiero ser más que tu amiga—terció Santana.
—¿Mi amante?
—Entre otras cosas, quiero ser tu pareja, tu novia, tu prometida, tu todo.
—¡No me hagas reír!—se carcajeó—, No podés ser todo eso que decís.
Santana respiró hondo intentando tranquilizarse, quiso volver a cogerla de la mano, pero Brittany volvió a retirarla.
—¿Por qué me tratás así? ¿Por qué no confiás en mí? ¿Por qué para vos tiene más valor la palabra de alguien desconocido que la mía? ¿No te das cuenta de que esa persona lo único que buscó, desde que comenzó a llamarte, era esto? Quería separarnos, ¿por qué no me creés?
—¿Qué me vas a decir Santana? ¿Qué Dani nunca ha existido? ¿Qué historia vas a inventarte?
Santana insistió en tomarle la mano, no le salían las palabras, era una sensación muy extraña.
—¡No me toques!—le gritó Brittany y el tono que utilizó hizo que Santana estallara.
—¡Que no te toque...! Claro, la señorita no quiere que la toquen. ¿Por qué no querés que te toque? Ya lo sé, porque ya tenés a alguien que lo haga, ¿no? El moscardón ese, el que te fue a buscar al aeropuerto, lo hace y no decís nada. A él lo dejaste que te abrazara y te besuqueara hasta que se hartó.
—¿Me mandaste espiar?—preguntó ofuscada.
—No—contestó Santana y la miró ceñuda—, Yo estaba ahí, yo te fui a buscar.
Brittany estaba atónita.
Jamás hubiera imaginado que Santana estuviera ahí cuando bajó del avión.
Santana siguió:
—¿Cómo pudiste pensar que no iba a hacerlo? Por más que a Alison le dijeras que te irían a buscar, supuse que sólo rechazabas la oferta y fui igual... y te vi con ese idiota.
—Bajá la voz, Santana, todos nos miran. Sam es sólo un amigo—le explicó aunque no tenía por qué hacerlo.
—¡Cuántos amigos tenés! Ahora te surgen amigos de la nada y por todas partes—repuso Santana con sorna—Ése no te mira como si fuera tu amigo, lo aprendí de Kitty, de Hanna y hasta de Noah que es hombre, ellos sí lo hacen. Pero ese idiota no. Cuando caminabas no dejaba de mirarte el culo, el muy bastardo.
—No me molestes con estupideces, Santana, ni te pongas celosa. No me interesan tus celos, aunque creo que, en realidad, es todo una pantomima, porque sé que fingís muy bien. Mi trato con vos es sólo laboral, exclusivamente eso.
Santana estaba muy dolida y no era capaz de expresar su amor. Había vuelto a estallar de rabia, los celos de esa mañana la habían consumido.
—¡Ah! ¿Te molesto? Bueno, al menos todavía te provoco algún sentimiento. ¿Sabés qué, Britt? Terminate el cheesecake y el capuchino que te llevo al hotel, tengo cosas que preparar para mi viaje y estoy acá perdiendo el tiempo con vos.
—Yo no te pedí que perdieras el tiempo conmigo, vos insististe. ¿Sabés qué, Santana? No te preocupes, andate a la mierda. Vuelvo en metro o en taxi o en lo que sea.
—Como gustes, señorita mal hablada.
Santana sacó su cartera, dejó cien dólares porque no tenía cambio. Sacó a tirones la chaqueta de su silla y se fue dejándola sola.
Brittany estaba roja de vergüenza, sentía que todas las miradas se cernían sobre ella. Cogió su abrigo y, mientras se lo ponía, comenzó a bajar la escalera, como mínimo, pensó, no estaba llorando.
«¿Y ahora cómo me voy? No sé dónde carajo estoy. Bueno, sé la dirección del hotel, regresaré en un taxi.»
Cuando salió a la calle, Santana la esperaba cruzada de brazos, apoyada contra el Alfa-Competizione. Estaba para comérsela, incluso enfurruñada no perdía su encanto.
Fingió no verla y siguió caminando, pero Santana dio dos zancadas y la agarró del brazo.
—¿Adónde creés que vas? Vamos al coche, te llevo al hotel.
—¿Perdón? ¿Con qué derecho me hablás así? Afuera de Mindland no soy tu empleada para que te pongas autoritaria. Además, no quiero quitarte más tiempo, soy demasiado poca cosa para hacerlo, López—remarcó sus palabras.
—No seamos infantiles.
Brittany se soltó de su mano y siguió caminando.
Santana no atinaba con las palabras y sólo conseguía enfadarla más. Se dio prisa y se apostó frente a Brittany, la agarró de los hombros con la esperanza de que Dios la iluminara y Brittany comprendiera, quería que la viera en sus ojos.
—No seas terca, vamos, dejemos de hacernos tanto daño.
—No, Santana, no, dejame.
Santana no pudo contenerse.
Estaban tan cerca que la tomó a la fuerza y la besó. Brittany respondió al beso, porque también la deseaba. Sus lenguas chocaban desenfrenadas, se golpeaban con fuerza.
Entregadas, se hurgaron la boca presas del deseo que cada una había contenido en los últimos dos meses y medio, pero, entonces, Brittany reaccionó y se apartó.
Santana quiso besarla otra vez y Brittany se tiró hacia atrás, levantó la mano y le estampó una bofetada en la cara. Santana estaba furiosa, le dedicó una última mirada furibunda y se volvió a su coche.
Brittany siguió caminando en dirección contraria sin detenerse, le temblaban las piernas y estaba arrepentida de su arrebato, pero, aun así, no se detuvo ni intentó frenarla a Santana.
Santana subió al vehículo y arrancó haciendo rechinar los neumáticos y Brittany se quedó mirando cómo se alejaba. Tocó su boca y comenzó a llorar, se paró en medio de la acera y se arqueó mientras berreaba desencajada.
Ya un poco más calmada, buscó un pañuelo en su bolso para secarse las lágrimas, pero no podía parar de moquear.
Santana no lograba entender que se hubiera arruinado todo, lo de ellas no tenía solución, pensó. Empezó a chillar como cuando era una cría y sus hermanos mayores se burlaban de ella. Lloraba y se secaba las lágrimas con el puño de la chaqueta y sorbía la nariz.
Llegó a su casa, fue a su dormitorio y se dejó caer en la cama abatida, sin fuerzas.
Durante esa semana que ya tocaba a su fin, Brittany había estado trabajando con esmero en la elaboración de un estudio de adquisiciones financieras, rentabilidad, inversiones, liquidez y reinversiones. También estaba encomendada a la tarea de mantener el equilibrio económico de la sede, a pesar de las fuertes inversiones que se habían hecho y, para ello, necesitaba optimizar recursos, en cuanto a cantidad, calidad y oportunidad, tanto de las fuentes que suministraban los fondos como del empleo que se creaba gracias a ellos.
Había reflejado todo esto, de manera muy sencilla y entendible, en sus informes enviados a Nueva York, para que no quedara ninguna duda acerca de sus nuevos objetivos. En la documentación había adjuntado una nueva información financiera que había obtenido, resultado de las últimas inversiones, y que ponía al descubierto el rendimiento del capital empleado.
Estaba a punto de enviarlo y no pudo dejar de ponerse nerviosa cuando, en la copia adjunta, incluyó la dirección electrónica de Santana. Cerró los ojos y recordó los días que habían compartido en la oficina trabajando codo a codo.
Se entendían muy bien en el plano laboral.
Sintió orgullo al recordar lo inteligente y carismática que era al momento de llevar a cabo una negociación. Evocó el poder que tenían su sonrisa seductora, su voz y su forma de expresarse.
Habían pasado ya dos meses y medio desde su separación y el último contacto que habían tenido había sido en Mendoza, tras una breve y malograda conversación telefónica.
A mediodía, Carolina le comunicó que tenía una llamada por la línea uno con su jefe López. Brittany se puso nerviosa y su corazón empezó a latir con rapidez.
—¿Santana está al teléfono?—se atrevió a preguntar con voz insegura.
—No, el señor Alfonso López—le aclaró Carolina.
Brittany se sintió estúpida por haberlo preguntado, cerró sus ojos e intentó sosegarse para responder la llamada.
—Hello, mister López!
—Hola, Brittany, llámame Alfonso, por favor, y hablemos en español para que te sea más cómodo.
—Es usted muy amable, Alfonso, pero no tengo problema en utilizar su idioma—hizo una pausa y prosiguió—Usted dirá, Alfonso, presumo que ya ha recibido mis informes. ¿Hay algún problema quizá?
—Sí, Brittany, los he recibido y estoy asombrado y muy conforme con tu trabajo, en realidad, es mucho más de lo que esperaba de vos.
—Muchas gracias, sus palabras me alegran enormemente.
—Brittany, te llamo para informarte de que se avecinan cambios en la Central de Mindland y tú, como miembro directivo de una de nuestras sedes, no puedes desconocerlos. Es por ese motivo que necesitaría que vinieras a Nueva York.
Brittany se había quedado sin habla, sin respiración y no reaccionaba a las palabras de Alfonso López. Sabía que en algún momento debería viajar, pero nunca creyó que tan pronto.
—¿Me oís?—preguntó el papá de Santana.
—Sí, desde luego. ¿Podría adelantarme, específicamente, para qué necesita mi presencia? Disculpe, no quiero parecer desconsiderada y tampoco es que no reconozca su autoridad, pero, visto y considerando que recién estoy organizando mi plan de trabajo acá, no sé si sería prudente alejarme de mi puesto.
—Más que ofenderme, me agrada que pienses de esa forma. Eso habla muy bien de tu profesionalidad y compromiso con la empresa, pero creeme, Brittany, que es imperioso que viajes para ponernos de acuerdo.
«¡Mierda de suerte! ¡No estoy preparada para ver a Santana tan pronto!», maldijo en silencio, pero respondió:
—Desde luego, Alfonso. Si usted lo considera necesario, viajaré. ¿Cuándo quiere que vaya?
—Ayer, Brittany.
Se carcajeó para quitarle solemnidad al asunto y, en cierto modo, lo consiguió, su voz era calma y amigable y eso la tranquilizó.
—En realidad, Brittany, necesito que viajes lo antes posible. Calculá que te ausentarás por una semana, ¿cuándo creés que podrías viajar? Me urge encontrarme contigo.
—Deme al menos dos días. ¿Seguro que no es por los contratos? ¿Quizá tiene algún problema con mi trabajo?—insistió ella intrigada, no le gustaba viajar a ciegas sin saber con qué se encontraría.
—No, Brittany, despreocupate, todo eso está perfecto. Sos asombrosamente eficiente en tu desempeño, no tengo ninguna queja. Sólo quiero que vengas y que nos pongamos de acuerdo en algunos puntos de vista que son esenciales para la empresa.
—¿Quiere que tracemos un plan de trabajo en conjunto? Disculpe mi insistencia... pero preferiría saber a qué debo atenerme.
—Brittany, se trata de una propuesta sustanciosa que Mindland tiene para vos. Entiendo tu inquietud y me halaga sobremanera que estés tan atenta, pero debes estar tranquila. No me pidas que te adelante más porque no lo haré, lo hablaremos cuando llegues y en persona, por favor. ¿Tenés toda tu documentación en orden para viajar? ¿Necesitás ayuda con la visa? ¿Tal vez con tu pasaporte? Tengo contactos que podrían hacer que la obtuviéramos en cuarenta y ocho horas.
—Tengo todo en orden, mister López, por eso no debe preocuparse.
—Alfonso, llamame Alfonso, por favor.
—De acuerdo, Alfonso, tengo mi documentación al día. Pero no me aclaró mucho y estoy un poco perdida. ¿Dijo una propuesta?
—Sí, Brittany, apenas llegues prometo no andarme con rodeos y ponerte al tanto de todo. Con respecto a tus papeles, mandame todos tus datos por correo electrónico, por favor, para no tener que buscar en nuestra base de empleados. Mi secretaria se ocupará de conseguirte el pasaje y se pondrá en contacto con vos para brindarte toda la información. Fue un placer hablar contigo.
—El gusto es mío, Alfonso.
—Adiós, Brittany, pronto nos conoceremos.—Brittany colgó, oprimió el intercomunicador y le habló a su secretaria—Por favor, vení a mi despacho y llamá a Kitty.
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En Nueva York, Alfonso también colgó y se giró en su sillón para mirar a Santana, que esperaba expectante que su papá le contara.
—Veo que te costó convencerla de que viniera.
—Mirá, si no fueras mi hija y no te quisiera tanto, te cortaría lo que tenés debajo del cuello. No quiero perder este talento sólo porque vos tuviste un amorío con ella. Sólo espero que te equivoques cuando decís que no aceptará mi propuesta. Y sacate de encima esa cara de bobalicona, el viernes, a más tardar, estará acá.
—¡El viernes! ¡Yo no estaré el viernes, me voy a Italia una semana! ¿Lo olvidaste?
—Bueno lo siento mucho. No sé para qué querés estar acá, quizá para convencerla sea mejor que no andes revoloteando por la empresa.
Santana tenía la esperanza de verla, pero se dio cuenta de que no sería así y se quedó desilusionada.
Su papá frunció el ceño y de sus ojos oscuros saltaron chispas.
—Andate y ordená que consigan un pasaje y hospedaje para ella, encargate de eso, al menos. Ponele solución a algo, haceme el favor. Santana López, realmente estoy furioso con vos. Si no consigo que Brittany Pierce venga a trabajar acá con nosotros, te vas a meter en serios problemas. ¡Salí ya de mi vista! Por hoy no quiero saber más nada de vos, tenía todo planeado pero con esto que acabás de contarme, pusiste en juego mi retiro, hija. Te aseguro que cuando tu mamá se entere se enfadará más que yo. ¡Mierda, Santana! Los negocios y el amor difícilmente van de la mano, pero ni vos ni tus hermanos parecen entenderlo.
—Papá, si mal no recuerdo, esta empresa la creaste con tu esposa y cuando Finn se lió con Alison, no le reprochaste tanto.
—No me metas en esto, Tana, yo no soy el centro del problema hoy—intentó defenderse su hermano—Además eso ya quedó en el pasado. Me caso en unos días y Alison empezará a formar parte de la familia. Tu argumento para defenderte fue de muy mal gusto, Tana.
—Ni me hagas acordar del día en que me enteré de la historia de Alison y Finn, y menos me saques a colación el tema de tu hermana y Quinn, un verdadero baldazo de agua fría, aunque debo reconocer que, al final, todos hicieron una buena elección. El único que nunca interfirió con mis negocios es Jake, el único cuerdo de mis hijos. Andate, San, andate de una vez a hacer lo que te encargué.
Finn también se fue y Alfonso se dejó caer en su sillón y empezó a repasar los últimos acontecimientos, todo había dado un gran giro.
Por la mañana, cuando había llegado a Mindland, estaba de muy buen humor, expectante por la reunión que debía tener con sus hijos.
Cuando Santana llegó al despacho, Alison le comunicó que su papá la esperaba junto a su hermano para hablar. Lo que tendría que haber sido una gran noticia se transformó, de pronto, en una incertidumbre para la empresa.
Los hermanos se habían sentado en el sofá de la majestuosa oficina del director general y se habían dispuesto a escuchar lo que su papá quería decirles.
—Tengo el placer de comunicarles que mi retiro está en marcha.
—¡Papá! ¿Por qué esta decisión? Hasta hace cuatro meses, no querías ni oírlo cuando mamá te lo sugería—dijo Finn sorprendido.
—Quiero disfrutar del tiempo que nos queda a Maribel y a mí. Gracias a Dios, ambos gozamos de buena salud y lo que ya he hecho, hasta el día de hoy, en Mindland, para mí es más que suficiente. Vos, Tana, con tus conocimientos de finanzas, y vos, Finn, con tu experiencia legal, forman el dúo perfecto para hacerse cargo de este barco que navega a todo vapor. Quiero que compartan la presidencia de esta empresa que, con tanto ahínco, he dirigido durante más de treinta y cinco años. Sé que la cuidarán como si yo siguiera al mando.
—Papá, no me interesa la presidencia de la compañía. El puesto que tengo acá es el adecuado y, por otro lado, creo que la más acertada para ese cargo es Tana, ya que ella está acostumbrada a llevar adelante las negociaciones. Yo sólo me ocupo de la parte legal y, para mí, eso está bien.
—¿Quién quedará a cargo de Mindland International?—preguntó Santana—Yo no podré con ambas cosas, papá. Y no es que no me sienta capaz, pero vos me enseñaste que quien mucho abarca, poco aprieta, y creo que es bueno delegar en otros para poder encargarnos y no perder de vista las cosas verdaderamente importantes.
—De eso se trata y me agrada que recuerdes tan bien mis enseñanzas—intervino Alfonso e intentó aclararles un poco el panorama—Cuando comencé a planear mi retiro, supe que no sería fácil encontrar a una persona con tu talento y tu valentía para los negocios, hija—elogió mirando a Santana, que lo escuchaba con atención—Por otra parte, la dirección de la empresa siempre estuvo a cargo de la familia y eso no es una minucia, la confianza entre nosotros tres es infinita. Cuando yo empecé con todo esto, no tenía la magnitud que tiene hoy y era fácil negociar y vigilar el patrimonio.
—Seguro, papá—asintió Finn.
—La cuestión es que cuando creamos Mindland International—prosiguió Alfonso—, Queríamos que vos la dirigieras, Tana, y no tenemos otra alternativa válida dentro de la familia. Tendremos que confiar en un extraño, no nos queda otra opción.
—¿Y entonces?—se impacientó Santana.
—Lo del parentesco no está solucionado, eso es imposible, pero creo haber encontrado a la persona indicada hace poco más de dos meses. Ayer recibí sus últimos informes, que corroboran su idoneidad. Mi convencimiento es absoluto y, Tana, estoy seguro de que estarás de acuerdo. En realidad, es tu descubrimiento, no el mío.
—¿De quién hablás, papá?—preguntó Finn.
—De Brittany Pierce—respondió Alfonso a bocajarro.
Santana palideció al oír su nombre y no pudo disimular su asombro, se puso de pie y empezó a caminar con las manos en la cabeza. Pegó su frente a la ventana mientras estudiaba cómo explicarle a su papá que Brittany no quería ni verla y que, mucho menos, aceptaría ir a trabajar a Nueva York.
—¿Qué pasa, Tana? ¿No estás de acuerdo con papá?—inquirió Finn.
Santana regresó tras sus pasos, volvió a ocupar de nuevo su asiento, se pasó las manos por el pelo, se restregó la cara y, finalmente, se retrepó en el respaldo y fijó la vista en su papá.
—No, no me parece la persona indicada.
—Bueno a mí sí, hija. Es intuitiva, audaz, agresiva, muy talentosa y brillante.
Su papá tenía toda la razón, pero ¿cómo podía explicarle el verdadero motivo sin que la quisiera matar?
Respetaba mucho a Alfonso e imaginaba que se pondría como una furia al enterarse de lo que había pasado entre Brittany y ella en Buenos Aires.
—Además—continuó su papá entusiasmado—, Trabajaron juntas en el rescate de la filial de Chile y lo hicieron muy bien. Ustedes dos se entienden trabajando y eso es muy importante. De hecho, que el entendimiento entre ustedes sea magnífico es lo que me deja más tranquilo.
—Ah—se sorprendió Finn—, Recuerdo que ese proyecto sacó de la quiebra segura a la sede de Chile. Me lo enviaste desde Buenos Aires, Tana, y sólo hubo que hacer algunas pequeñas modificaciones para que todo fuera válido legalmente. ¡Guau! Papá, creo que tenés razón. Esa mujer tiene mucho talento, ahora caigo en quién es. Ayer recibí los informes de Argentina, estuve leyendo un poco y me pareció muy interesante lo que proponía.
—A ver, Tanita, y si no es ella ¿a quién proponés? Dame el nombre de otro empleado de esta empresa con sus condiciones, ¿no pensarás que voy a convocar un casting para este puesto? Rara vez me equivoco. Cuando Natalia la propuso para sucederla, ni lo dudé. Es más, no te lo dije porque no estabas, pero no lo consulté con nadie. Los informes del rescate financiero chileno fueron suficientes para decidirme. Ella elaboró, con tu colaboración, la estrategia perfecta. Y, durante estos dos meses, me dediqué a investigarla. Le pedí a Natalia que, antes de irse, me hiciera llegar todos los proyectos que Brittany había elaborado para la empresa. Tana, si Argentina está donde está es porque esa mujer es un genio financiero en potencia.
—No va a aceptar, papá, ¡no lo hará!—gritó Santana y volvió a ponerse en pie.
Caminó hasta la nevera de la oficina y sacó un agua con gas, que destapó y bebió compulsivamente. Se limpió la boca con la mano y se volvió a sentar.
—¿Por qué cambiaste tu discurso? Primero dijiste que no era la indicada y, ahora, decís que no va a aceptar, ¿por qué estás tan segura? ¿En qué te basás para aseverarlo?—le interrogó Alfonso.
Santana dudó un instante antes de contestar, pero no tenía más remedio que hacerlo. Cerró los ojos, tomó aire y lo soltó todo.
—Tuvimos una relación que duró todo el mes que estuve en Buenos Aires y acabamos muy mal. No quiere verme ni en pintura.
—¡Mierda, hermana, la cagaste!—Finn se removió en su asiento y se apretó las sienes.
Santana le dedicó una mirada fulminante a su hermano y su papá se puso rojo, entrecerró los ojos y se le hinchó la vena de la frente. Dio un puñetazo en la mesa baja y la vajilla saltó y repiqueteó.
—¡Maldición, Santana! No tenés códigos ni miramientos para bajar tu calentura. Dejame solo con tu hermana—le gritó a Finn y éste no se atrevió a abrir la boca y se retiró—¡¿Tanto te cuesta mantener tus manos tranquilas?!—siguió gritando.
—Lo siento, papá.
—No digas más lo siento», porque tengo ganas de darte los azotes que no te di nunca en toda tu vida. ¿Cómo de mal quedaron las cosas entre vos y ella?
—Muy mal.
—¿Qué mierda le hiciste?
—Nada, no le hice nada—contestó y abrió sus ojos como platos.
—Santana, ya no sos una adolescente. Hablá con seriedad. ¿Estás segura de que no hay posibilidad de que acepte el puesto?
—Mierda, papá, creeme que yo, más que nadie, querría que todo estuviera bien, que ella viniera a trabajar a Mindland y a vivir a Nueva York. Desde que llegué de Buenos Aires no encuentro la paz, papá. No duermo, no tengo vida, la llamo y me corta. Intenté solucionar las cosas con ella, quiero explicarle pero no me escucha. Me enamoré, viejo, me enamoré como una pelotuda de la única mujer que no me da ni la hora.
Santana había explotado, descansó los codos en las piernas y dejó caer su cabeza, estaba exhausta. No quería ponerse a berrear como una niña, se pasó la mano rápidamente por los ojos para secar sus lágrimas y sorbió la nariz.
Al ver su expresión, su papá se acercó compadecido y le apoyó la mano en la espalda.
—Tranquilizate, hija. Tranquilicémonos los dos y contame todo. ¿Por qué no quiere escucharte?
Santana inspiró con fuerza.
Su papá se había sentado frente a ella y le había tomado la mano y levantado la barbilla con la otra, para decirle:
—Vamos, Tana, no tengas vergüenza. Llorar por amor es un sentimiento muy puro, eso habla de que tenés buen corazón y de que no sos el monstrua que una vez creíste que eras.
—No me gusta sentirme insegura, papá.
—Lo sé, hija, las personas rara vez nos permitimos aparentar indefensas, como si esa debilidad nos hiciera menos, no lo sabré, yo que los hombres tenemos fijo ese pensamiento. En realidad, no entendemos que eso nos hace más humanos. Hablame de Brittany.
Santana se tapó la boca, se pasó la mano por la frente y empezó a contarle:
—No la conocí en la empresa. Nos vimos por primera vez el fin de semana que llegué a Buenos Aires. Nos presentó la prima de Noah y sólo nos dijimos nuestros nombres. Durante esa velada, yo para ella fui simplemente San—hizo una pausa, le costaba hablar de su intimidad, pero lo necesitaba—Pasamos la noche juntas y lo que empezó como un juego de seducción se volvió después en mi contra. Al principio, yo sólo quería echar un buen polvo y nada más, pero fue diferente a otras veces. Creo que, si bien en un principio me sentí atraída por su belleza, porque es hermosa, viejo, ya la vas a conocer, luego me atrapó su inteligencia. Britt no es una mujer mansa, tiene carácter. Ese fin de semana nos despedimos después de desayunar juntas y, cuando desapareció en el ascensor, supe que no me sería fácil olvidarla. De hecho, pensé en ella el resto del fin de semana. Vos sabés que, desde que murió Dani, no considero que sea merecedor del amor de nadie más, eso no es un secreto.
Su papá puso los ojos en blanco ante esa afirmación, pero Santana se encogió de hombros y siguió hablando con vehemencia, quería contárselo todo con lujo de detalles:
—Un día me atreví a hablarle de Dani, pero no le revelé que habíamos estado casadas. Vos sabés lo que me cuesta hablar de todo lo que se refiere a ella, papá.
Alfonso López estaba cruzado de piernas, se sostenía el mentón con el pulgar y se pasaba el índice por los labios. Escuchaba a su hija con atención y cierta sorpresa. No podía creer que le estuviera hablando de esa forma, nunca había sentido a Santana tan cercana.
Pensó que confesar sus sentimientos y hablar de Brittany le produciría alivio y la confortaría, no quería interrumpirla, quería que se desahogara, su hija no estaba pasándolo bien.
—Britt empezó a recibir llamadas, papá. La amenazaban, la insultaban, le decían que se alejara de mí, era una situación imposible—Alfonso se incorporó ligeramente ante esa última revelación—La cosa es que las llamadas no cesaban, Britt estaba fastidiada y yo también estaba harta. Se comunicaban con ella a cualquier hora del día y desde teléfonos móviles descartables, imposibles de rastrear. Sólo pude averiguar que la acosadora era de Nueva York. Pero era tanta la presión que terminábamos discutiendo siempre.
—Eso último que me estás contando es muy grave, Tana.
—Lo sé, papá, aún intento desentrañar ese enigma, pero no lo consigo. El asunto es que recibió una llamada en que le mencionaron a Dani, nombre que ella ya había guardado en su mente, y le dijeron que era mi esposa, que yo estaba casada. Y ella lo creyó. Britt tuvo una relación anterior terrible, en la que la malnacida con quien estaba la engañó vilmente, y decidió meterme a mí en el mismo saco. Quise explicarle, pero no me dejó y a mí me ganó el orgullo. Por eso volví antes de tiempo de Buenos Aires. Después de pelearme con ella, ya no tenía sentido que me quedara. Antes de viajar, probé volver a hablar con ella, pero no entraba en razón. De todas formas, reconozco que no insistí lo suficiente, porque me enfadaba su falta de confianza y todavía me sulfura que me compare con la lacra que tuvo por novia. Me fue a buscar al aeropuerto el día que regresaba y no me detuve, la dejé llorando destrozada y es algo que no me voy a perdonar jamás, papá—hizo una pausa y cerró los ojos recordando—Hace un tiempo que dejé de intentar hablar con ella, quiero olvidarla porque no me hace bien. Pero si acepta tu propuesta, trabajaré con Britt. Estoy de acuerdo con vos en que es la persona adecuada para el puesto, no puedo negarlo, pero dudo que acceda. Soy una basura para ella, papá, y no querrá compartir su día a día conmigo.
—¿Y no vas a intentar recuperarla, hija? ¿No vas a hacerle ver su error? Tana, ¿por qué te castigás de ese modo? ¿Qué querés demostrar?
—No sé, papá, intento buscarle una explicación pero no la encuentro.
—Yo sí. Te culpás por la infelicidad de Dani y pretendés ser tan desgraciada como ella, pero no te das cuenta de que, con tu locura, también estás dañando a Brittany.
—Ella también me hirió con su indiferencia y su desconfianza.
—Ponete en su lugar, Tana. La llamaban continuamente, la agobiaban con amenazas y después le contaron que no eras una persona libre. Todo eso sumado a lo que le pasó en su anterior relación... ¿Qué pensarías vos? Y, encima, dejaste que siguiera creyendo que estabas casada y que continuara atormentándose creyendo que nada entre ustedes había sido verdadero. Pienso que no quisiste decirle la verdad, porque cuando uno desea explicar las cosas, las grita como sea, por más que el otro no quiera escucharte.
—No voy a contarle la verdad, papá. Si conseguís que trabaje con vos, adelante, yo lo aceptaré, pero no voy a utilizar esa verdad para que ella se quede a mi lado.
—¡Mierda, San! Mezclás todo, hija. Te escuché con paciencia, pero sos capaz de alterar hasta a la persona más beatífica. ¿Por qué sos tan necia? ¿Cómo querés que te perdone y te acepte, si no la ayudás a salir de su error? ¿Qué esperas? ¿Que acceda a tener algo con vos creyendo que estás casada? Santana, por Dios, hija, estás buscando excusas para no ser feliz.
—No voy a hacerlo, papá, nunca he mendigado amor y no le voy a rogar a ella tampoco—concluyó la López mayor con enojo y salió del despacho de su papá dando un portazo.
En el pasillo se cruzó con Elaine.
—Hola, cariño.
—Ahora no, Elaine, no estoy para nadie—le espetó y le cerró la puerta en la cara.
Se dejó caer en su sillón, tras la mesa, apoyó los codos en ella y se aguantó la cabeza con las manos, pero Elaine parecía no entender su rechazo porque abrió la puerta y se metió en el despacho.
Santana levantó la vista, incrédula.
—Elaine, tuve un encontronazo con mi papá. ¿Podrías dejarme sola, por favor? No estoy de humor.
Elaine rodeó su silla y la abrazó por atrás.
—Sé que estás mal, San, y por eso quiero hacerte compañía, puedo consolarte si quieres—le habló al oído y le lamió la oreja.
Santana la agarró por las muñecas y la alejó de su cuello, se puso de pie y la penetró con la mirada.
—No, Elaine, no, nunca más volverá a repetirse, te lo dije en mi departamento. No quiero parecer grosera pero no me dejas otra opción—tomó su maletín, descolgó su abrigo y la dejó sola en el despacho—Me voy, Alison, cualquier cosa desvía las llamadas a mi móvil.
—Muy bien, San, que tengas un buen día.
—Imposible, hoy me levanté con el pie izquierdo. Adiós.
—¿Dónde vas?—le gritó su papá en el pasillo—Vení acá. Finn está conmigo y voy a llamar a Buenos Aires.
Santana caminó tras su papá, el horno no estaba para bollos, pero, además, quería enterarse de lo que contestaba Brittany.
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El jueves a las 18.30 horas, Brittany ya estaba en el aeropuerto de Ezeiza para facturar.
Kitty la había pasado a buscar por su departamento al salir del trabajo y la llevó a la terminal. Brittany estaba nerviosa, Kitty la abrazaba y le sobaba la espalda.
—Tranquila, todo irá bien—le dijo para tranquilizarla.
—Es que si me tiemblan así las piernas acá, no quiero ni imaginarme lo histérica que me voy a poner cuando me la encuentre allá. Pasaron dos meses y medio y me duele tanto todavía, Kitty...
—Lo sé, amiga, pero vos sos fuerte y sé que vas a demostrarle tu profesionalidad.
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Ese mismo jueves, cuando salía de la oficina, Santana se encontró con Finn y Alison en el ascensor. Quería pedirles un favor y, aunque le costó muchísimo, al final se decidió:
—Alison, ¿sería mucho pedir que recogieras a Brittany mañana en el JFK? Su vuelo llega a las 6.10 horas. Te lo pido a vos porque ella te conoce.
—No te preocupes, iremos juntos—se ofreció Finn en solidaridad con su hermana.
—Perfecto. Muchas gracias, te paso su teléfono y así le avisás que la vas a estar esperando.
—Dale, pasámelo—dijo Alison.
Ambas sacaron sus móviles, y su cuñada marcó el número de Brittany y esperó a que ella contestara.
—Decile que te manda mi papá, por favor, no me menciones.
Alison asintió con la cabeza.
—Hola, Brittany, habla Alison la secretaria de...
—Sí, sé quién sos, ¿cómo estás?—la interrumpió Brittany.
—Bien, gracias, espero que vos también lo estés. Te llamo de parte del señor Alfonso López para avisarte de que mañana te recogeré en el aeropuerto. Siempre es bueno que a uno lo espere alguien conocido, por eso me lo pidió a mí—mintió Alison en tono amigable.
Su cuñada le guiñó un ojo.
—Un millón de gracias, Alison, pero va a irme a buscar un amigo.
Alison miró a Santana.
—Ah... muy bien. ¿Estás segura? Mirá que no me cuesta nada hacerlo.
—Lo sé, no te preocupes. De todas formas, te agradezco la atención. Cuelgo porque me toca el turno en el mostrador de facturación. Ya estoy en el aeropuerto, nos vemos el lunes.
—De acuerdo, que tengas muy buen viaje. Bye.
—¿Qué te dijo?—preguntó Santana ansiosa—¿No quiso que fueras?
—En realidad, me dijo que...—dudó un poco antes de contárselo—Un amigo la iba a ir a buscar.
—Ah...
Un silencio terrible se apoderó del lugar, nadie hizo ningún otro comentario hasta que se despidieron en el estacionamiento.
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Brittany estaba en la cola del mostrador de primera clase de American Airlines que, por suerte, estaba casi vacío. Después de entregar toda la documentación y de recibir la tarjeta de embarque, Kitty le ayudó a despachar las maletas y un agente de seguridad le puso unas etiquetas en el equipaje de mano.
—¿Quién te llamó?
—Era Alison, ¿te acordás de ella?
—Sí, la secretaria de Santana. ¿Qué quería?
—Decirme que el papá de Santana le había pedido que me recogiera en el aeropuerto.
—Ah, pero a vos te va a buscar Sam, ¿no?
—Sí, eso le dije, aunque no hacía falta.
Brittany y Kitty se despidieron.
—Britt, que tengas muy buen viaje ¡y no le aflojes a la yanqui! Agua que no mueve molino, deja que siga su camino, ¿me escuchaste bien?
—Tranquila, Kitty, no tenés de qué preocuparte. Voy a extrañarte, amiga, dejo la oficina en tus manos.
Como viajaba en primera clase, gracias al clan López, decidió hacer uso del privilegio y se dirigió al lounge de American Airlines para esperar la hora de embarcar. Ya en la cabina, guardó su equipaje de mano en el compartimento, sacó un libro de la cartera y se acomodó en su asiento. Mientras se hacían los preparativos para el despegue, le trajeron el menú y un aperitivo de bienvenida.
«¡Guau, viajar en primera tiene muchos beneficios!», se sorprendió Brittany.
El capitán comenzó con el discurso de bienvenida y dio los datos pertinentes del trayecto, clima, tiempo de vuelo y luego les pidieron que se abrocharan los cinturones.
A las 20.25 horas, el avión empezó a desplazarse por la pista autorizada para el despegue y se elevó en el aire dejando atrás las luces de la ciudad de Buenos Aires.
Satisfecha después de la cena y tras unas cuantas horas de vuelo, Brittany se colocó los auriculares para aislarse de los ruidos y se propuso continuar con la lectura, pero se quedó dormida.
Se despertó porque sentía frío y miró la hora, llevaba ocho horas y media de vuelo, buscó la manta y se tapó para intentar dormirse de nuevo, pero le fue imposible. Faltaban sólo cuatro horas para aterrizar en Nueva York y la ansiedad la había invadido.
Sintió rabia por haber rechazado el ofrecimiento de Alison, porque pensó que, de no haberlo hecho, podría haber sabido algo de Santana antes.
«¿Qué hará cuando me vea? ¿Qué haré yo? Seguro que me tiemblan las piernas y la boca se me reseca», reflexionó inquieta, pero sus pensamientos fueron interrumpidos por la azafata que llegaba con el desayuno.
Después de dar cuenta de él, fijó la vista nuevamente en las manecillas y fue al baño para retocar su maquillaje, no quería llegar con cara de muerta y espantar a Sam, que estaría impecable.
Volvió a su asiento y, para matar el tiempo, encendió su Mac y revisó el correo. Al rato, lo apagó y se percató de que el avión comenzaba el descenso.
Su corazón comenzó a latir desacompasado, por fin iba aterrizar en Nueva York, la tierra de su amor.
Aterrizaron puntualmente y, cuando las señales lo indicaron, empezó a prepararse para bajar. Se abrigó con un suéter extra que traía preparado, se anudó un pañuelo amarillo con arabescos en el cuello, a juego con su cinturón, y se puso una chaqueta de cuero también amarilla. Por último, sacó de su bolso sus gafas Ray Ban Clipper y se las colgó en la abertura de la chaqueta.
Estaba lista para descender, pero entonces una de las azafatas se acercó a ella y le preguntó.
—¿Es usted la señorita Brittany Pierce?
—Sí—contestó Brittany algo extrañada—¿Ocurre algo?
—No se preocupe, nos acaban de avisar que debe ser usted la primera en descender de la aeronave. La esperan en la puerta—le informó la chica.
Brittany estaba realmente extrañada, era algo inusual, pero siguió a la auxiliar de vuelo.
Cuando llegó a la salida, un hombre joven, de metro setenta y tantos, ojos verdes y cabello negro le extendió la mano.
—¿Brittany Pierce? Encantado, mi nombre es Blaine López, soy primo de Santana—con sólo escuchar su nombre, las piernas le temblaron—Trabajo como funcionario de la empresa que opera en este aeropuerto—le explicó—Y tengo indicaciones expresas de agilizarle todos los trámites para entrar al país. Le pido que me acompañe, por favor.
Santana le había pedido a su primo que se encargara de todo para demostrarle que pensaba en ella y se preocupaba.
—No es necesario que se tome estas molestias, señor López, puedo hacer los trámites pertinentes como cualquier otro pasajero—le dijo, pensando que se lo contaría a Santana.
—Oh, de todas formas, permítame ayudarla, señorita Pierce. Le aseguro que si mi prima se entera de que no lo he hecho, se disgustará y pensará que no he insistido lo suficiente. Además, para mí realmente no es ninguna molestia.
Brittany sabía lo pertinaz que podía ser Santana.
—Muchísimas gracias y, por favor, llámeme Britt.
—De acuerdo, Britt, por aquí. Y llámeme Blaine, por favor.
En menos de diez minutos, había terminado con todos los trámites, se acercaron a la cinta y su equipaje fue el primero en llegar. Blaine la acompañó a la puerta y, antes de despedirse, le dio una de sus tarjetas de presentación.
—No dude en llamarme tanto en su próximo viaje—le dijo—Como cuando parta. Llámeme—volvió a repetir—, Será la primera en subir al avión.
—No es necesario, de verdad, pero aprecio enormemente las molestias que se ha tomado, ha sido un placer.
Brittany le extendió la mano y, con las maletas en el carrito, salió. Como el aeropuerto aún estaba vacío, no le costó mucho divisar a Sam, que estaba sentado leyendo el periódico, ajeno a su llegada.
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La noche anterior, Santana no había pegado ojo.
Su cabeza se había convertido en un hervidero desde el momento en que Alison había llamado a Brittany y ella le había contado que un amigo la esperaría en el aeropuerto. Temblaba pensando en quién sería y qué lugar ocuparía en su vida.
A pesar de que su papá le había pedido que se mantuviera alejada, ella no había resistido la tentación y había ido hasta el aeropuerto para verla llegar, aunque fuera desde lejos.
Camuflada tras una columna, la vio salir y se le cayó la baba recorriéndola con la mirada. Esos vaqueros le quedaban como un guante.
«¡Por Dios, qué buen culo tiene!», pensó y añoró tenerlo entre sus manos, se imaginó apretándolo con fuerza hasta que sus dedos se pusieran blancos.
Brittany estaba muy atractiva, más aún de lo que la recordaba. Tenía tanto estilo que todos se giraban para mirarla y sintió celos de los ojos lujuriosos que recorrían su cuerpo en la terminal, pero más celos sintió al recordar que Brittany no se había vestido así para ella, sino para su amigo que la iba a ir a recoger.
Brittany caminaba con decisión en dirección a los asientos y Santana observaba la escena. Brittany se detuvo junto a un tipo que leía el diario y habló con él.
«¡Mierda, ¿quién es ése?», maldijo Santana.
Sam la abrazó, aunque Brittany se notó esquiva, con una mano aferrada al bolso y con la otra, sosteniendo el de mano, para no devolverle el abrazo, y Santana lo notó.
«¡Soltala ya! ¿No te das cuenta de que le incomoda que la abraces?», se dijo para sí y tuvo ganas de acercarse, de ser ella quien le diera la bienvenida, pero sabía que no era prudente hacerlo.
Apretó el puño hasta que los nudillos se le pusieron blancos y contuvo las ganas de salir a su encuentro.
Muy pronto, Brittany y ese tipo se pusieron a caminar. El idiota sin nombre se hizo cargo del equipaje y a ratos se quedaba atrás para mirarle el trasero.
Santana tuvo la impresión de que Brittany estaba más delgada. Santana se fijó en el coche en que guardaban el equipaje y, como el suyo no estaba lejos, los esperó y los siguió pacientemente.
Por suerte, fueron a The Peninsula Hotel, en la Quinta Avenida, donde ella mismo había efectuado la reserva de una suite un poco excesiva, considerando que estaría sólo unos días, pero quería ofrecerle todas las comodidades.
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—Brittany, tu jefe consiente mucho a sus empleados, ¡mirá la suite que te reservaron!—exclamó Sam y emitió un silbido al ver el lujo de la habitación—Sabía que era un buen hotel, pero no imaginé que te cuidarían así. ¡Te consideran alguien muy importante!
Brittany sacó unos dólares para darle al botones que había llevado su equipaje.
No sabía qué decir, ella estaba más atónita aún.
Desde que había bajado del avión, las cosas habían sido un poco irreales. La deferencia de Blaine en los trámites de migración había sido a petición de Santana. Entonces pensó en la llamada de Alison.
«¿La habrá hecho llamar Santana? ¿Y esta suite? ¡Es un gran derroche! ¿Por qué tanta cortesía? Quizá tenga sentimiento de culpa», pensó mientras movía la cabeza.
Estaba segura de que Santana tenía que ver algo con eso también y se sintió halagada, pero también abrigó mucha rabia.
Sam le hablaba pero ella no lo escuchaba, sumida en sus pensamientos, atando cabos, hilando todo con minuciosidad.
—¡Hey, Britt!—la zarandeó ligeramente para devolverla a la realidad—Veo que estás cansada, mejor será que te deje para que descanses y nos vemos esta noche. Te llamo más tarde.
—Dale, Sam, disculpame, estoy destrozada porque dormí muy poco en el avión. Siento mucho que te hayas tenido que levantar tan temprano por mí, pero te lo agradezco mucho.
—Nada de sentirte afligida, me encantó que me llamaras para avisarme de que venías. Y más aún me gusta que estés en Nueva York.
Sam le dio un beso en la mejilla y le masajeó los hombros, luego desapareció tras la puerta de entrada.
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Santana estaba fuera del hotel esperando que el tipo ese se fuera y respiró aliviada al verlo partir, pero calculando lo que había tardado, dedujo que había subido a la habitación.
—¡Maldita suerte!—exclamó en voz alta mientras golpeaba el volante de su deportivo.
No quería irse a Italia.
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En cuanto se quedó sola, Brittany se acercó a la ventana y observó Central Park. Comenzó a recorrer todas las estancias de la suite y se maravilló de las comodidades que Mindland había dispuesto para ella durante su estancia en la ciudad.
Aunque no lo sabía a ciencia cierta, estaba segura de que la mano de Santana tenía que ver algo en todo eso. Se le dibujó una sonrisa en la cara.
—¡Brittany, no podés alegrarte de que una mujer casada, que te mintió desde el primer día, te cuide! Nunca podría darte suficiente, nunca sería completamente tuya, debés olvidarla—dijo en voz alta para convencerse.
Se quitó la chaqueta y los zapatos y miró la hora. Eran poco más de las 7.15 horas y lo que más deseaba era darse un buen baño. Así que fue hasta el jacuzzi y abrió los grifos, se deshizo del suéter y del pañuelo y volvió a la habitación, donde se desvistió hasta quedar en ropa interior.
Empezó a deshacer el equipaje y abrió los armarios, que olían a limón. Los dejaría abiertos para que se ventilasen. Volvió al baño, donde se despojó de su ropa interior y, al estirarse para coger unas botellitas que descansaban en el borde de la bañera, recordó el día en que se desnudó con audacia frente a la estupefacta mirada de Santana, sonrió y sacudió la cabeza.
Ya dentro del jacuzzi y en contacto con el agua caliente, su cuerpo se relajó de inmediato. Descansó su cabeza en el borde para disfrutar aún más, pero las escenas de aquel día en el Faena siguieron enturbiando su mente.
Evocó el torbellino de agua que se había formado alrededor de sus cuerpos mientras ella cabalgaba sobre el cuerpo de Santana e, inconscientemente y mientras recreaba la escena, comenzó a tocarse y a darse placer con los dedos. Con y el orgasmo aplastante que Santana le había hecho sentir ese día en la memoria, llegó al clímax con sus propias manos, pero se sintió atormentada y las lágrimas empezaron a brotar sin contención.
Sentía una angustia incontrolable al saber que nunca más podría estar entre sus brazos.
Decidida, tiró del tapón para que el agua se fuera. Necesitaba deshacerse de sus pensamientos, así que se levantó y se colocó una bata del hotel. Comenzó a colocar su ropa en el armario y llamó a su mamá y a Kitty, para avisarles de que había llegado bien y ya estaba instalada.
Cualquier mortal, después de haber viajado durante más de doce horas, se habría metido en la cama para descansar, pero desde que había puesto un pie en Nueva York estaba exaltada y con el corazón desbocado. Así que pensó qué hacer y decidió ir a recorrer los alrededores.
Se vistió con unas mallas imitación cuero de color negro, una camiseta de manga larga y un jersey de cachemir; se calzó unas botas de caña alta con tacón, enroscó un chal en su cuello y cogió el bolso y las gafas. Se abrigó con una chaqueta de lana y cuero negro y salió del hotel.
Un fuerte viento le golpeó en la cara, pero no la detuvo porque estaba abrigada. Inspiró con fuerza para llenar sus pulmones de aire y miró el cielo neoyorquino y a los alrededores mientras se ponía unos guantes de cuero.
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Artie, apostado a unos metros de la puerta, se escondía dentro de un automóvil con vidrios tintados. La reconoció de inmediato y, sin dilación, marcó el número de teléfono de su jefa.
—Señorita, acaba de salir del hotel y camina por la Quinta Avenida en dirección al distrito financiero. Creo que está disfrutando de la ciudad, porque va con su móvil en la mano y recién se paró frente a la catedral de St. Patrick para sacar una foto.
Santana sonreía en silencio al otro lado del teléfono y se preguntaba por qué no se había quedado a descansar en el hotel.
—No cortes, andá diciéndome el recorrido que hace y que no te vea, por favor—le pidió, aunque sabía que su chófer era muy precavido.
Santana oía la respiración de Artie mientras caminaba tras Brittany.
—Señorita, se ha desviado hacia el Rockefeller Center—silencio otra vez—Ya llegó.
—¿Entró?
—No, está parada enfrente haciendo fotos. Ahora vuelve a la Quinta Avenida en dirección al hotel.
De fondo, Santana podía oír el murmullo de la calle.
—¿Entró en el hotel?
—No, siguió de largo, está mirando las tiendas de la avenida.
Santana no había podido controlarse y, mientras Artie le indicaba el trayecto que Brittany recorría, se había subido a su deportivo y había salido en su busca.
Sabía que su papá la iba a matar cuando se enterara, pero saber que se iba a Italia esa misma tarde la desesperaba, y su deseo había sido más fuerte que la razón.
Encontró un aparcamiento cercano, bajó despedido del coche y empezó a correr.
—¿Dónde está?
—Casi llegando a Gucci, señorita.
—De acuerdo, cortá Artie, ya la veo.
Intentó serenarse.
Ahí estaba, había cruzado la calle.
Santana sacó su teléfono y fingió estar hablando y, por poco, no se la lleva por delante.
Artie, a pocos metros de ellas, veía lo que su jefa acababa de hacer y se reía pensando en la cantidad de estupideces que puede hacer uno cuando se enamora.
Santana guardó su teléfono y fingió un encuentro fortuito, más falso que Judas.
Se quedaron frente a frente por un instante, estudiándose, midiéndose. El mentón de Brittany temblaba y a Santana le temblaba el alma.
Hubiera querido abrazarla, pero se conformó con un saludo.
—Hola—contestó Brittany tímidamente.
—¿Ya llegaste?—fue lo más estúpido que se le ocurrió decir.
—Sabías muy bien el horario de mi llegada, ya que enviaste a tu primo a por mí—replicó Brittany tajante—Por cierto, gracias.
Santana reprimió una sonrisa.
—De nada, ¿qué haces por acá?
—Supongo que lo que toda turista, recorrer la Quinta Avenida.
No dejaban de mirarse a los ojos.
Los de Santana bailoteaban incesantemente y los de Brittany se iban a su boca sin querer.
—Claro, claro—dijo Santana, satisfecha porque le estaba siguiendo la conversación y no le había escupido en la cara.
—¿Y vos?—preguntó Brittany.
—Vine a buscar unas camisas y vestidos a Gucci. Esta tarde viajo a Italia.
—Ah, claro, es la marca que usás.
—¿Me acompañás? No tardaré, luego podríamos tomar un café, ¿qué decís?—Brittany la miró con seriedad y Santana agregó—Por favor, Britt, es sólo un café.
«Me haría muy feliz», pensó Brittany, pero se resistía.
—No creo que sea correcto—le respondió.
Santana quiso cogerla de la mano, pero Brittany la levantó y se aferró a su cartera.
—Por favor, Britt—se pasó la mano por el pelo—, Por favor—y esta vez fue casi una súplica.
Brittany no contestó, pero deseaba casi tanto como Santana ese encuentro. Entonces simplemente giró y entró en la tienda, Santana suspiró con fuerza, cerró los ojos sin poder creerlo y la siguió.
—Señorita López—la saludó el vendedor que siempre lo atendía y se mostró extrañado, ya que había estado ahí sólo un par de días atrás.
Santana deseó que Kurt no hiciera ningún comentario y le hizo un gesto de silencio con su dedo índice por detrás de Brittany.
—¿En qué puedo ayudarla? ¿Algo para usted o para la señorita, tal vez?
—Vengo a por unas camisas y vestidos, Kurt.
—En ese caso, señorita, sígame, por favor. ¿Algo en especial o quiere ver el nuevo género?
—Enséñemelo.
El vendedor entendió de inmediato a Santana y no hizo ningún comentario. Le mostró algunas camisas y vestidos y Brittany se interesó por una azul de rayas casi imperceptibles.
Santana la observaba.
Eligió algunas cosas para probarse y Kurt se extrañó, porque Santana nunca entraba al vestidor, simplemente se las llevaba y, si no le iban, las devolvía.
—Veré cómo me quedan éstas y también la que tiene Brittany.
—Muy buena elección, señorita, es la última que ha entrado y me atrevo a decir que le quedaría muy bien señorita López.
—Sí, claro, yo he pensado lo mismo—intervino Brittany con timidez.
La situación era muy extraña.
Kurt las guió hasta la zona de probadores y, aunque Brittany insistió en esperarlo en la zona de ventas, Santana también se obstinó en que le diera su opinión.
Brittany, bastante accesible ese día, se sentó cómodamente a esperar. Santana desfiló con las camisas y vestidos para Brittany. Ésta, al principio, daba su opinión con modestia, pero luego tomó confianza y, en una ocasión, hasta le tocó la espalda para decirle que la prenda le quedaba demasiado ajustada y le hacía arrugas.
Para dilatar el momento, Santana se probó ocho camisas y seis vestidos y se decidió, al final, por la que Brittany había elegido y tres vestidos que había seleccionado ella.
Kurt le trajo una jarra con café y dos tacitas, pero Santana temió que si Brittany se tomaba el café en el establecimiento, desistiría luego de su invitación y lo rechazó. Volvieron donde estaba el vendedor y éste salió a su encuentro.
—¿La señorita no quiere pasar al sector para ver algo para ella?
Santana la tentó con una mirada y una sonrisa con la aparición de sus hoyuelos y Brittany se sintió sucumbir ante su expresión.
La adoraba y sólo esperaba que Santana no lo advirtiera.
—No, gracias.
Pero Santana quería tirar de la cuerda hasta donde pudiera y, si de alargar el momento se trataba, iba a intentarlo todo.
—Veamos, seguro hay cosas que te quedan bien.
—No.
—Vamos, Britt, no compres nada, pero miremos aunque sea. ¿Acaso no estabas haciendo eso cuando nos encontramos?
—No, Santana, prefiero irme—dijo y fue tajante.
—Está bien, permíteme pagar antes.
No quería arruinar el momento, estaba feliz por cómo estaba saliendo y no insistió más.
No podía quitarle los ojos de encima, ¡estaba tan sexy con esas mallas...!
La traspasaba con la mirada y hubiera querido arrastrarla al sector de damas otra vez y comprárselo todo. En vez de eso, le entregó su tarjeta con resignación a Kurt, que no tardó demasiado en volver con la Morgan Palladium y las compras. Santana firmó los recibos y entregó una sustanciosa propina al empleado, que se mostró muy agradecido.
—Ese vendedor te conocía muy bien.
—Siempre me atiende él—le explicó mientras salían del local.
—Es amable y muy discreto.
—Sí, Kurt me cae muy bien.
Santana la guió hasta su coche, y le abrió la puerta. Después guardó los paquetes en el maletero y subió. Se colocó el cinturón y las gafas de sol y condujo rumbo a Ferrara, una cafetería que quedaba a escasas manzanas de su casa.
Si todo salía como esperaba, terminarían en su departamento. Santana no daba crédito a que Brittany estuviera sentada a su lado e intentaba aspirar su perfume con discreción, Brittany se había puesto J’adore y Santana tuvo la impresión de que nada había cambiado.
Se sintió confiada en que lograría reconquistarla y deseó apoyar su mano en la pierna de Brittany, pero sabía que aún no podía.
Brittany estaba muy callada y pensó que no era bueno dejarla pensar.
—Podríamos ir a un Starbucks—dijo Santana para romper el silencio—, Pero quiero llevarte a que pruebes el mejor cheesecake de Nueva York—le explicó con una enorme sonrisa para que aparecieran sus hoyuelos, esa que a Brittany tanto le gusta y la miró por encima de las gafas.
Brittany respondió con una, un poco tímida y no terció palabra.
—¿O preferís un Starbucks?—Santana creyó conveniente dejarla elegir, para que no se sintiera presionada.
—No, está bien, vayamos donde vos decís.
Llegaron a Ferrara, que estaba hasta los topes. Como de costumbre, mientras subían la escalera, Santana le apoyó ligeramente la palma de su mano en la cintura y la guio.
«¡Dios, cuánto extrañaba ese contacto con Brittany!», pensó.
Brittany, por su parte, tuvo la misma sensación que cuando habían entrado en Tequila la primera ve.
El contacto con Santana era exquisito.
No había muchos lugares para elegir, así que optaron por el más alejado del hueco de la escalera, se quitaron los abrigos, los colgaron en el respaldo de los asientos y Santana se quedó de pie hasta que Brittany se sentó, para acercarle la silla.
—Gracias.
Se acomodó frente a Brittany y desplegó la carta, acercándose por encima de la mesa lo más que pudo. Con el dedo, le indicó la línea donde decía New York Cheesecake The Original.
—¿Lo pedimos?
—Veamos cuán rica está—contestó Brittany.
—¡Ah! Te aseguro que es la mejor, aunque no hay helado de arándanos. Podríamos pedirlo de fresa.
—Con el pastel es suficiente.
—De acuerdo. ¿Comiste cannoli alguna vez?
—No.
—Apuesto a que te gustarán, los pediré para que puedas probarlos. ¿Qué querés tomar? Si me permitís te recomiendo el capuchino, lo sirven con doble espuma, de todas formas, el café con leche es muy bueno también.
—Un capuchino entonces—se rindió Brittany mientras luchaba con sus pensamientos.
—De acuerdo, yo pediré un expreso doble.
La camarera se fue con el pedido.
—¿No vas a la oficina hoy?
—No, me tomé el día libre. A las 16.35 horas sale mi vuelo a Milán.
—Supongo que vas a supervisar el local de Vittorio Emanuele II.
—Sí, se inaugura este fin de semana.
«Mi amor, podríamos ir juntas si quisieras», se ilusionó Santana.
Era obvio que Brittany estuviera al tanto de la apertura en Europa.
—¡Mindland en el Salón de la Moda! Entrar en el mercado europeo es realmente un gran logro... Supongo que debés de estar muy feliz.
—Sí, aunque no tanto como querría—le confesó con sinceridad.
No lo estaba disfrutando porque todos sus pensamientos, durante la mayor parte del día, estaban destinados a Brittany y no a sus triunfos laborales.
—¿Por qué? Tendrías que estar muy feliz—y sus palabras sonaron casi como una llamada de atención.
—Bueno, si me lo ordenás con esa vehemencia, de acuerdo, te diré que estoy feliz—aceptó con una sonrisa y en tono de broma, aunque reflexionó:
«Podría estarlo mucho más si lo compartiera con vos. No tenerte a mi lado hace que me sienta desgraciada en todo, Britt-Britt.»
No obstante se calló.
—Gracias por la suite en el hotel, es bellísima y muy espaciosa. En realidad, pienso que es una exageración, sé que tuviste algo que ver con eso—la sorprendió Brittany—No era necesario, de verdad.
Santana le sonrió con timidez y se justificó:
—Sólo quiero que estés cómoda durante tu estancia en Nueva York. Siempre deseo lo mejor para vos.
—Hoy fui bastante grosera cuando lo mencioné, pero déjame agradecerte como corresponde que enviaras a tu primo, esta mañana, a que me agilizara la entrada al país.
—Era lo menos que podía hacer, no me costaba nada.
—¿Te sentís culpable?—preguntó Brittany a bocajarro—¿Y por eso me brindás tantas atenciones?
Santana clavó su mirada oscura en la azul de Brittany y pensó:
«¿Por qué no podés darte cuenta de cuánto te amo, rubia?»
—¿Es eso lo que creés?
—Vos sabrás, es tu conciencia, no la mía.
Brittany no bajó su mirada y Santana tampoco.
Respiró hondo y le contestó:
—No, Britt, no me siento culpable por nada. No tengo por qué sentirme culpable, sólo me preocupo por vos, por tu comodidad y por tu bienestar.
Se expresó en un tono calmo y sincero, aunque sentía la urgencia de huir de esa conversación que no estaba resultando como ella pretendía.
Brittany empezó a sentirse invadida por la ira y, por más que deseaba echarse en sus brazos y que la contuviera, sus palabras le resultaban vacías.
«La tengo frente a mí—se dijo—, es tan hermosa, es irresistible. ¡Cómo quisiera tocar sus mejillas, besar sus ojos y sostenerle la frente! Pero ¿cómo puede ser que desee tanto a esta morena que sólo se ha burlado de mí?» Brittany no podía apartar a sus demonios de su mente.
Llegó el pedido y Santana se mostró expectante en el momento en que Brittany probó el cheesecake. Esperó a que tragara y le preguntó:
—¿Y? ¿Te gusta?
—Mmm, delicious!!!—exclamó extasiada con el sabor de la tarta.
—Sabía que lo valorarías.
Santana disfrutaba con su placer, aunque su gesto no era comparable al que tenía durante un orgasmo.
¡Dios, cómo deseaba verla otra vez así, extasiada en sus brazos y sentirse culpable de su placer!
¡Cómo deseaba hacerla vibrar pegada a su cuerpo, unida a ella, y que le dijera palabras sucias al oído para llevarla hasta el clímax!
Quiso tocarle la mano pero Brittany la retiró. Santana la miró fijamente a los ojos porque necesitaba ese contacto con su piel, pero Brittany se lo negaba.
—Necesitamos hablar, Britt, y discutir lo que desencadenó que hoy estemos de esta forma, tan distantes.
—No quiero hablar de eso, creo que te confundiste cuando acepté tomar un café. Sólo lo hice porque sé que, tarde o temprano, vos y yo vamos a tener que trabajar juntas y quiero demostrarte que puedo ser tu amiga y que puedo ser cordial para conciliar un marco de trabajo ideal.
—No quiero ser tu amiga, Britt, no hubo un día en que no pensara en vos, no te imaginás cómo me he sentido.
«Yo también pensé todo el tiempo en vos, mi amor, pero lo nuestro sencillamente no puede ser, jamás aceptaré ser la otra», reflexionó Brittany dolorida, pero se recompuso y dijo:
—Lo siento, vos y yo sólo podemos ser amigas.
Sus palabras la hirieron enormemente, fue un puñal en el pecho para Santana.
Estaba abatida.
—Yo quiero ser más que tu amiga—terció Santana.
—¿Mi amante?
—Entre otras cosas, quiero ser tu pareja, tu novia, tu prometida, tu todo.
—¡No me hagas reír!—se carcajeó—, No podés ser todo eso que decís.
Santana respiró hondo intentando tranquilizarse, quiso volver a cogerla de la mano, pero Brittany volvió a retirarla.
—¿Por qué me tratás así? ¿Por qué no confiás en mí? ¿Por qué para vos tiene más valor la palabra de alguien desconocido que la mía? ¿No te das cuenta de que esa persona lo único que buscó, desde que comenzó a llamarte, era esto? Quería separarnos, ¿por qué no me creés?
—¿Qué me vas a decir Santana? ¿Qué Dani nunca ha existido? ¿Qué historia vas a inventarte?
Santana insistió en tomarle la mano, no le salían las palabras, era una sensación muy extraña.
—¡No me toques!—le gritó Brittany y el tono que utilizó hizo que Santana estallara.
—¡Que no te toque...! Claro, la señorita no quiere que la toquen. ¿Por qué no querés que te toque? Ya lo sé, porque ya tenés a alguien que lo haga, ¿no? El moscardón ese, el que te fue a buscar al aeropuerto, lo hace y no decís nada. A él lo dejaste que te abrazara y te besuqueara hasta que se hartó.
—¿Me mandaste espiar?—preguntó ofuscada.
—No—contestó Santana y la miró ceñuda—, Yo estaba ahí, yo te fui a buscar.
Brittany estaba atónita.
Jamás hubiera imaginado que Santana estuviera ahí cuando bajó del avión.
Santana siguió:
—¿Cómo pudiste pensar que no iba a hacerlo? Por más que a Alison le dijeras que te irían a buscar, supuse que sólo rechazabas la oferta y fui igual... y te vi con ese idiota.
—Bajá la voz, Santana, todos nos miran. Sam es sólo un amigo—le explicó aunque no tenía por qué hacerlo.
—¡Cuántos amigos tenés! Ahora te surgen amigos de la nada y por todas partes—repuso Santana con sorna—Ése no te mira como si fuera tu amigo, lo aprendí de Kitty, de Hanna y hasta de Noah que es hombre, ellos sí lo hacen. Pero ese idiota no. Cuando caminabas no dejaba de mirarte el culo, el muy bastardo.
—No me molestes con estupideces, Santana, ni te pongas celosa. No me interesan tus celos, aunque creo que, en realidad, es todo una pantomima, porque sé que fingís muy bien. Mi trato con vos es sólo laboral, exclusivamente eso.
Santana estaba muy dolida y no era capaz de expresar su amor. Había vuelto a estallar de rabia, los celos de esa mañana la habían consumido.
—¡Ah! ¿Te molesto? Bueno, al menos todavía te provoco algún sentimiento. ¿Sabés qué, Britt? Terminate el cheesecake y el capuchino que te llevo al hotel, tengo cosas que preparar para mi viaje y estoy acá perdiendo el tiempo con vos.
—Yo no te pedí que perdieras el tiempo conmigo, vos insististe. ¿Sabés qué, Santana? No te preocupes, andate a la mierda. Vuelvo en metro o en taxi o en lo que sea.
—Como gustes, señorita mal hablada.
Santana sacó su cartera, dejó cien dólares porque no tenía cambio. Sacó a tirones la chaqueta de su silla y se fue dejándola sola.
Brittany estaba roja de vergüenza, sentía que todas las miradas se cernían sobre ella. Cogió su abrigo y, mientras se lo ponía, comenzó a bajar la escalera, como mínimo, pensó, no estaba llorando.
«¿Y ahora cómo me voy? No sé dónde carajo estoy. Bueno, sé la dirección del hotel, regresaré en un taxi.»
Cuando salió a la calle, Santana la esperaba cruzada de brazos, apoyada contra el Alfa-Competizione. Estaba para comérsela, incluso enfurruñada no perdía su encanto.
Fingió no verla y siguió caminando, pero Santana dio dos zancadas y la agarró del brazo.
—¿Adónde creés que vas? Vamos al coche, te llevo al hotel.
—¿Perdón? ¿Con qué derecho me hablás así? Afuera de Mindland no soy tu empleada para que te pongas autoritaria. Además, no quiero quitarte más tiempo, soy demasiado poca cosa para hacerlo, López—remarcó sus palabras.
—No seamos infantiles.
Brittany se soltó de su mano y siguió caminando.
Santana no atinaba con las palabras y sólo conseguía enfadarla más. Se dio prisa y se apostó frente a Brittany, la agarró de los hombros con la esperanza de que Dios la iluminara y Brittany comprendiera, quería que la viera en sus ojos.
—No seas terca, vamos, dejemos de hacernos tanto daño.
—No, Santana, no, dejame.
Santana no pudo contenerse.
Estaban tan cerca que la tomó a la fuerza y la besó. Brittany respondió al beso, porque también la deseaba. Sus lenguas chocaban desenfrenadas, se golpeaban con fuerza.
Entregadas, se hurgaron la boca presas del deseo que cada una había contenido en los últimos dos meses y medio, pero, entonces, Brittany reaccionó y se apartó.
Santana quiso besarla otra vez y Brittany se tiró hacia atrás, levantó la mano y le estampó una bofetada en la cara. Santana estaba furiosa, le dedicó una última mirada furibunda y se volvió a su coche.
Brittany siguió caminando en dirección contraria sin detenerse, le temblaban las piernas y estaba arrepentida de su arrebato, pero, aun así, no se detuvo ni intentó frenarla a Santana.
Santana subió al vehículo y arrancó haciendo rechinar los neumáticos y Brittany se quedó mirando cómo se alejaba. Tocó su boca y comenzó a llorar, se paró en medio de la acera y se arqueó mientras berreaba desencajada.
Ya un poco más calmada, buscó un pañuelo en su bolso para secarse las lágrimas, pero no podía parar de moquear.
Santana no lograba entender que se hubiera arruinado todo, lo de ellas no tenía solución, pensó. Empezó a chillar como cuando era una cría y sus hermanos mayores se burlaban de ella. Lloraba y se secaba las lágrimas con el puño de la chaqueta y sorbía la nariz.
Llegó a su casa, fue a su dormitorio y se dejó caer en la cama abatida, sin fuerzas.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal II: Pasión (Adaptada) Epílogo
por una parte santana tiene razon, pq brittany no confia en ella? cada vez estan peor, de verdad no me gustaria que cuando se descubra lo de Dani brittany se disculpe, se arreglen y ya, santana debe hacerse la dura!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal II: Pasión (Adaptada) Epílogo
solo quiero leer el momento cuando brittani se entere de todo!!!!se va a querer morir por boludaaaa!!!!
Saludos
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal II: Pasión (Adaptada) Epílogo
Bueno si la otra no le dice que Dani murió, van a seguir asi toda la vida xddd
AndreaDaru- ---
- Mensajes : 511
Fecha de inscripción : 20/02/2012
Edad : 31
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal II: Pasión (Adaptada) Epílogo
micky morales escribió:por una parte santana tiene razon, pq brittany no confia en ella? cada vez estan peor, de verdad no me gustaria que cuando se descubra lo de Dani brittany se disculpe, se arreglen y ya, santana debe hacerse la dura!!!!!
Hola, jajaj sip, osea si vemos los puntos de cada una ambas la tienen, no¿? Dan un paso adelante y tres para atrás xD jajajjaajajajaja. Jjajajajaaj veremos que pasa. Saludos =D
monica.santander escribió:solo quiero leer el momento cuando brittani se entere de todo!!!!se va a querer morir por boludaaaa!!!!
Saludos
Hola, jaajajajajajjaaj xD pobre britt, si san también tuvo culpa jajajaajja. Saludos =D
AndreaDaru escribió:Bueno si la otra no le dice que Dani murió, van a seguir asi toda la vida xddd
Hola, jajaajaj tod ala razón, alguien tiene que contarle a britt la vrdd jajajaaj. Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal I: Seducción (Adaptada) Cap 19
Capitulo 19
Santana partió en un vuelo de Alitalia, que salió puntual, directo al aeropuerto Malpensa de Milán. El viaje se le hizo interminable. En su mente, pasaba y repasaba los acontecimientos vividos con Brittany durante la mañana y se le hacía difícil creer que el encuentro hubiera ido tan mal.
Consideró que todo estaba perdido, no había forma de que Brittany la escuchara, la miraba con tanto odio...
Las interrogantes la invadían y se preguntaba, una y otra vez, por qué no podía gritarle la verdad a la cara, como le había sugerido su papá.
¿Por qué seguía culpándose por seguir viva, mientras Dani estaba muerta?
¿Por qué no se sentía digna de ser feliz, a pesar de desearlo con toda su alma?
Estaba enamorada de Brittany, ella era el amor de su vida, ya no podía ni quería ocultarlo, estaba convencida de ello.
Ninguna mujer la había hecho sentir así, tan plena, tan mujer y, aunque le dolía, debía reconocer que tampoco se había sentido así con Dani.
¿Por qué, entonces, no ponía fin a ese sufrimiento?
¿Por qué no le decía a Brittany que ésta era su esposa y que estaba muerta?
Pero, cuando pensaba en ello, volvía a enojarse.
Le fastidiaba mucho que Brittany no confiara en ella y que creyera más en una desconocida que en su propia palabra. Lo consideraba injusto, a sabiendas de que ella jamás había sido tan sincera e íntegra con una mujer.
¿Acaso Brittany no se había parado a pensar en todas las cosas que ella le había contado de su vida?
¿Por qué era tan ciega?
Ese amor le estaba haciendo mucho daño.
Una vez alguien le había dicho que el amor sólo duele cuando es verdadero, pero a ella éste la estaba matando. Necesitaba alejar sus fantasmas, pero Brittany también y parecía que ninguna estaba dispuesto a hacerlo.
«Le robé un beso por obligación y me siguió la corriente, pero luego se arrepintió. Sí, eso fue lo que pasó», se decía Santana para convencerse de que no todo estaba perdido.
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Brittany no se sentía bien, estaba terriblemente deprimida.
Cerca del mediodía recibió la llamada de Mandy, la secretaria de Alfonso López, para corroborar que había llegado bien y que estaba instalada sin inconvenientes, además, le confirmó que el lunes el director general la esperaba a las diez de la mañana en su despacho.
Sam la llamó por la tarde y no tuvo coraje para negarse a salir con él por la noche. Se había tomado la molestia de ir a esperarla al aeropuerto y le había dicho que había hecho una reserva en un restaurante, así que dejarse agasajar era lo menos que podía hacer.
Se arregló sin ganas y, a las nueve de la noche, su amigo estaba ahí para recogerla.
Era un hombre muy interesante, culto, talentoso y de buen porte, pero ella no tenía ojos para nadie más que para Santana. Sus sentimientos iban más allá de la razón misma, quizá fuera ése su destino, amar a un imposible.
Primero fueron a cenar y luego a un club nocturno, la noche se le hacía interminable y Brittany, aun pudiendo parecer grosera, en determinado momento comenzó a bostezar, para que él se diera cuenta y la llevara al hotel.
—¿Te aburro?—le preguntó Sam acongojado.
—No, sólo que aún no me recuperé del viaje, pero lo estoy pasando genial. Este lugar es maravilloso y vos sos una excelente compañía, un gran amigo.
Él sonrió con pesar.
—¡Qué pena sólo ser un gran amigo y no todo lo que, en verdad, me gustaría ser para vos! Me ilusioné mucho cuando me llamaste para avisarme de que venías. Y lamento que te quedes tan poco tiempo, quizá si nos viéramos más seguido podrías apreciar mis sentimientos. Pero esta semana, además, estaré muy liado con el trabajo.
—Sam, de verdad, no te preocupes—ella le cogió la mano—Entiendo que te avisé en el último momento. Por otro lado, yo también estaré con mucho trabajo. Acordate que no vine de paseo, voy a tener reuniones interminables a lo largo de la semana, estoy segura de que me pasaré el día elaborando informes, tapada de cálculos—le mintió Brittany, que no sabía, en realidad, cómo sería su semana.
Sin embargo, tenía claro que no quería alentarlo a que siguiera esperando que saliese con él.
Se sintió desconsiderada, pero no pudo evitarlo.
—Sólo quería verte, no era lógico venir a Nueva York y no quedar con vos. Aún recuerdo lo bien que lo pasamos en Mendoza y, apenas supe que viajaría, pensé en vos. Me siento muy halagada de saber que tenés tan buenos sentimientos por mí, no sabés cuánto quisiera poder corresponderlos. Ya te dije que me parecés muy atractivo y que me siento muy cómoda a tu lado pero...
Él tomó sus manos y se las llevó hasta sus labios, interrumpiendo la frase de Brittany.
—Pensé mucho en vos, Brittany, desde que vine de San Rafael. Estuve a punto de llamarte varias veces, pero sé que la distancia es un gran impedimento, soy consciente de eso. No obstante, siempre podríamos buscar la forma, no me importaría tener que viajar para verte.
—Sam, no quiero mentirte, yo también pensé en vos, pero sólo como en un buen amigo. Aún no me repuse de mis heridas, mi corazón está muy dolido y cerrado por completo a otra relación.
Él se quedó mirándola y pensando, para sus adentros, que estaba haciendo el papel de tonto. No tenía posibilidades con Brittany, pero ella le gustaba mucho, demasiado.
Se acercó y le dio un beso en la comisura de los labios, luego intentó mover su cara y darle uno de lleno en la boca, pero ella levantó la mano y la apoyó en los labios de él.
—No, Sam, por favor, no lo hagas—le dijo con firmeza.
Y es que después del beso de Santana, no quería que nadie más poseyera su boca, deseaba mantener la huella que Santana había impreso.
—Creo que, por ahora, tendré que conformarme con tu amistad, igual te esperaré.
Ella no le contestó.
Terminaron de beber el champán, se pusieron los abrigos y él la llevó al hotel. Se despidieron en la entrada. Sam quiso besarla nuevamente, pero no se lo permitió. Éste sonrió y negó con la cabeza.
—Es usted un hueso duro de roer, señorita Pierce, creo que por eso me tenés tan loco—ella le devolvió la sonrisa—Te llamo durante la semana, a ver si puedo aliviarme un poco en el trabajo y quizá podamos salir a cenar nuevamente.
—Me parece bien, Sam, será un placer.
Brittany subió la escalinata de la entrada y el botones le abrió la puerta para que ella desapareciera en el interior del hotel.
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A las 6.50 hora local, Santana llegó a Milán agotada.
Había volado poco más de ocho horas y el jet lag le había afectado mucho. Se sentía despojado de todas sus fuerzas, le dolía la cabeza y estaba muy desganado. Tras pasar por todos los trámites migratorios, alquiló un coche en Elephant Car Hire y partió hacia el hotel Armani, donde tenía hecha una reserva.
Había viajado solo, Artie se había quedado en Nueva York para dedicarse a seguir a Brittany, aunque después de lo ocurrido en ese frustrado encuentro, Santana había dudado en seguir adelante con la guardia. Al final, y aunque lo creyó estúpido y descabellado, no pudo resistirse a la angustia de saber si se encontraba con el moscardón del aeropuerto.
Recorrió por carretera los cincuenta y tres kilómetros que la separaban del hotel, sito en la Via Manzoni, el cuadrilátero de la moda, y se presentó en recepción, donde un hombre con un impecable traje Armani la atendió muy cordialmente. Dio su nombre y, una vez comprobada la reserva, le entregaron las llaves y a invitaron a subir a la Suite Milano.
Pidió que una criada le sacase la ropa de las maletas y la colocara en el vestidor, le dio una propina a la mujer y ella fue a asearse. Tomó un baño para relajarse y, cuando salió, la empleada ya se había ido, así que se metió en la cama para dormir, estaba exhausta, su mente y su cuerpo pedían descanso.
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Durante el sábado, Brittany no salió en todo el día del hotel. Solicitó servicio de habitación para todas las comidas y, por la tarde, se animó un poco y se dijo que tenía que abandonar su actitud destructiva, por su salud mental, debía seguir adelante con su vida.
El domingo se levantó temprano y de mejor humor, y decidió salir a visitar algunos de los puntos emblemáticos de Nueva York. Se abrigó muy bien, pues ese día hacía mucho frío, y salió del hotel.
Fue hasta el Planet Hollywood de Times Square y recogió ahí un New York Pass, una tarjeta que le permitiría entrar a diferentes espacios de la ciudad y hacer un recorrido lúdico. Mapa en mano, caminó hacia Taco Bell, donde se comió un burrito y se tomó un refresco, lo disfrutó tanto como si se hubiera sentado en un lujoso restaurante.
Le pidió a una de las camareras que le sacara una foto mientras comía y se la envió por whatsapp a Kitty, a Hanna y a su mamá. Tras saciar su apetito, y como estaba muy cerca, fue hasta el Empire State.
En el vestíbulo del edificio se informó acerca de las condiciones climáticas y la visibilidad que había ese día y esperó pacientemente su turno en la fila para subir hasta el piso 102 de la torre.
Cuando llegó, sacó infinidad de fotos y admiró enormemente el paisaje, pero los huesos se le estaban helando y decidió bajar hasta la planta 80, a la tienda de regalos, donde compró varios recuerdos.
Intentó relajarse y no atormentarse con Santana durante toda la mañana.
Cuando salió del Empire State, cogió el metro y recorrió las pintorescas calles del SoHo, pasó por el edificio Singer, una maravillosa construcción de acero y terracota, e hizo fotografías a los antiguos almacenes convertidos hoy en viviendas.
El barrio era muy tranquilo, las calzadas, silenciosas, y las famosas escaleras de hierro colado brillaban en las fachadas, todo estaba muy limpio y cuidado. La calle más representativa era Greene Street y, aunque ella no lo supiera, era donde vivía Santana.
Las tiendas del lugar, menos lujosas que las que había dejado atrás, eran muy bonitas y los precios, mucho más accesibles. Ávida por ver más, se metió en una galería donde admiró el arte contemporáneo del lugar.
Al salir notó que la temperatura había bajado considerablemente, el sol había comenzado a esconderse y el viento soplaba con fuerza. Miró al cielo y reparó en que multitud de nubarrones oscuros lo poblaban, por lo que decidió concluir su paseo, cogió el metro y volvió al hotel.
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Hacía un rato que había regresado, la inauguración de la tienda de Mindland había sido un éxito, mucho más de lo esperado y Santana estaba muy satisfecha.
Aunque había intentado dormir, no lo conseguía, inadaptada por completo al cambio horario, así que miró el reloj, calculó la hora que sería en Nueva York y decidió llamar a Artie.
—Señorita, me la imaginaba durmiendo a esta hora.
—Buenas tardes para ti, Artie, ¿qué novedades tienes?
—¿Le cuento lo que hizo desde el viernes o sólo quiere saber lo que ha hecho hoy?
—No, Artie, quiero saberlo todo.
El chófer hizo una mueca de fastidio, hubiera querido poder evitar lo de ese día... Intentó usar un tono neutro.
—El viernes por la noche la fue a buscar el hombre que la recogió en el aeropuerto, salieron a cenar a un restaurante mexicano en Lincoln Center. De ahí, fueron a un club nocturno, Kiss and Fly se llama el lugar.
Santana había enrojecido por la rabia.
¡Brittany salía con ese imbécil y con ella no quería saber nada!
—Me interesa saber cómo fue la situación entre ellos, no tanto los lugares, Artie. ¿Qué te pasa? Despertate, soy yo la que tendría que estar adormilada por la hora que es acá.
—Sí, señorita, claro. La cena fue muy normal, de amigos, diría yo. Él se mostró muy atento, hacía bromas pero la señorita Brittany siempre fue muy correcta y mantuvo la distancia. Después, en el club, ella parecía estar aburrida y se lo hizo notar, ya que comenzó a bostezar.
«Esa es mi chica», pensó Santana y su corazón volvió al alma.
—, Pero entonces él intentó besarla.
—¿Y se dejó?
Santana rogaba que le dijera que no.
—No, señorita, ella le quitó la cara y le dijo algo. Luego se fueron y, en la puerta del hotel, el hombre la abordó otra vez, pero tampoco lo consiguió. Luego se despidieron.
Aunque Santana no estaba feliz porque Brittany hubiera asentido a salir con el idiota, por lo menos sabía que no quería nada con él.
—¿Ya averiguaste quién es el imbécil ese?
—Es un corredor de bolsa, trabaja para Finally Management Inc. Y, por lo que pude averiguar, es muy bueno. En la actualidad, es el agente con más cuentas en la empresa para la que trabaja y su nombre es Samuel Evans.
Santana pensó que quizá fuera argentino como Brittany.
Decidió que le pediría a Artie que investigara más, quería saber de dónde se conocían.
—De acuerdo, ¿pasó algo más el viernes?
—No, ella entró en el hotel y él se fue.
—¿Volvieron a verse?
—No—Santana respiró aliviada—El sábado no salió en todo el día y hoy lo hizo por la mañana, retiró un New York Pass y anduvo haciendo la turista por la ciudad. Sacó fotos, caminó mucho y recorrió las calles de su barrio, señorita, incluso pasó por la puerta de su casa y tomó fotos de todas las fachadas de esa cuadra, creo que estaba interesada en la arquitectura.
Santana esbozó una sonrisa estúpida cuando se enteró de dónde había terminado Brittany.
«Maldito destino—pensó—, nos sigue cruzando, la colocó en la puerta de mi casa sin que Brittany lo supiera.»
—Luego entró en una galería de arte, cogió el metro y regresó al hotel. Eso es todo.
—Perfecto, Artie, buen trabajo. Fijate qué más podés averiguar del idiota ese, me interesa saber de dónde se conocen. Buenas noches.
—Seguro, señorita López, mañana la recogeré para llevarla a la oficina, su papá la espera a las diez de la mañana.
—De acuerdo, muchas gracias.
—De nada, que tenga buenas noches.
Si antes no había podido conciliar el sueño, después de toda esta información que había recibido, mucho menos. Su móvil vibró con un whatsapp de Elaine.
—Sólo me faltaba esto—exclamó y no le contestó.
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El lunes por la mañana, Brittany se levantó temprano.
A las nueve y media pasarían por el hotel para llevarla a Mindland. Con puntualidad, le avisaron de conserjería que la esperaban en recepción y, cuando bajó, no tardó en reconocer a Artie.
—Buenos días, Artie, no esperaba que fuera usted quien me recogiera, lo imaginaba en Italia con su jefa.
—Buenos días, señorita Pierce, es un placer verla nuevamente. El señor Alfonso López quiso que fuera yo quien viniera a buscarla.
—Muchas gracias, vamos o llegaremos tarde.
Cuando llegaron a las oficinas centrales de Mindland, Artie se bajó y le abrió la puerta.
—Gracias, Artie.
—De nada, señorita. Cuando desee regresar, avísele a la señorita Mandy o a la señorita Alison, y ellas me llamarán.
—Perfecto, hasta luego.
Brittany entró en el imponente vestíbulo de mármol del edificio, miró a su alrededor y luego se anunció en la recepción. Estaba nerviosa e insegura, ya que no sabía a ciencia cierta a qué iba ahí.
Tras comprobar la cita, el hombre de la recepción le sacó una foto, le pidió una identificación y le entregó una tarjeta de visitante, con la que le indicó que podría acceder. Pasó por unos molinetes electrónicos que leyeron la tarjeta que le habían entregado y se dirigió a la zona de los ascensores.
Cuando llegó a la planta 29, salió y se encontró con una entrada vidriada, donde de nuevo tuvo que utilizar su tarjeta. El vestíbulo era igual de suntuoso que el principal, con columnas en acero, parquet y mármol y un enorme letrero de acero con la inscripción Mindland.
La recepcionista le indicó que esperara en la sala, que en seguida la recibirían. Pasó al recinto y se encontró con una zona de sillones color crema y una mesa baja de cristal, con dos oficinas vidriadas, en una de ellas pudo divisar a Alison, quien estaba en plena comunicación telefónica.
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Alison también la vio y le hizo un ademán para avisarla de que en un minuto estaba con ella.
—Acaba de entrar a la recepción, ya está aquí y su aspecto es deslumbrante—decía Alison.
—De acuerdo, gracias. No olvides mandarme por fax lo que te pedí.
Santana intentó no reparar demasiado en el último comentario que había hecho su cuñada, aunque en el fondo deseaba con todas sus fuerzas estar ahí para admirarla.
—Corto con vos, la saludo y te lo envío.
Santana había llamado para pedir unos documentos que necesitaba y no pudo resistir la tentación de preguntar por Brittany.
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Pegada a la oficina de Alison había otra idéntica, de donde salió una mujer de cuarenta y tantos años, regordeta y con los labios pintados de rojo profundo que se acercó a recibirla.
—Bienvenida a la Central de Mindland, señorita Pierce. Mi nombre es Mandy Stuart y soy la asistente personal del señor Alfonso López. Permítame su abrigo, por favor.
—Encantada.
—El gusto es mío, señorita.
Brittany le extendió la mano, se despojó de su chaquetón de cuero, con cuello y puños de piel ecológica, se la entregó a la encantadora mujer y se alisó el vestido de cuello vuelto y falda cruzada que remataba con un cinturón que definía su estrechísima cintura. En los pies llevaba unas botas de caña alta, de ante marrón con hebillas y con tacones altísimos.
Estaba impecable y maravillosa.
—Póngase cómoda, por favor, el señor López en seguida la recibe. ¿Desea tomar algo? Pídame lo que prefiera.
—Sólo un vaso de agua por el momento, gracias.
Alison colgó el teléfono y salió a saludarla con un afectuoso beso y un cálido abrazo, luego elogió su elegante aspecto. Brittany se lo agradeció y se atrevió a preguntar:
—¿Cómo van los preparativos de tu boda? Falta poco, ¿verdad?
—Estoy enloqueciendo. Ésta es la última semana que trabajo, después me tomaré quince días para ultimar todo antes de la fecha.
—Imagino que las últimas jornadas deben de ser las peores.
—Imaginás bien, por suerte una se casa sólo una vez. Bueno, no siempre, pero en mi caso espero que así sea.
Ambas rieron y Mandy volvió a acercarse con el vaso de agua.
—Ésa es la oficina del señor López—le señaló a su derecha—,Cuando vea que la persona que está adentro sale, entre directamente porque el señor ya está avisado.
—De acuerdo, muchas gracias.
Brittany bebió y dejó apoyado el vaso sobre la mesa baja. Cuando se disponía a seguir hablando con Alison, vio que del despacho salía una mujer alta de cabello rojo con expresión soberbia.
—Alfonso ya se desocupó, andá que debe de estar esperándote—la alentó Alison mientras le frotaba el brazo—Tranquila, es muy agradable, vas a ver que te caerá muy bien.
—Gracias, Alison, luego nos vemos.
Brittany enderezó sus hombros para conseguir una postura adecuada y segura, y se encaminó a paso firme hacia el despacho, respiró hondo y entró. El tamaño del lugar y su suntuosidad la apabullaron.
Alfonso salió a su encuentro y la saludó con un apretón de manos y un beso en cada mejilla.
—¡Bienvenida a la Central de Mindland y a Estados Unidos, Brittany! Es un gran placer conocerte—dijo con ímpetu.
—El placer es mío, señor López, pero dígame Britt, por favor.
—Alfonso, por favor, Britt, Alfonso a secas. Pongámonos cómodos—la invitó a sentarse con un ademán.
Brittany sonrió asintiendo y se acomodó en la zona de estar del despacho, desde donde había una panorámica imponente del Empire State Building.
—Hermosa vista, Alfonso.
—Inmejorable—corroboró él.
En cuanto la vio entrar, el hombre se había quedado anonadado con la elegancia y la belleza de Brittany y había entendido por qué su hija estaba tan embobada con ella.
«Es perfecta—pensó—Inteligente, talentosa y también hermosa, Tana no exageró cuando me dijo que iba a poder comprobarlo.»
Al principio hablaron del viaje y del hotel donde se hospedaba. Él se cercioró de que estuviera cómoda y luego charlaron de la riqueza de las tierras argentinas, de la economía del país y de otras tantas banalidades.
Alfonso no quería intimidarla ya que necesitaba que estuviera relajada, que se sintiera a gusto con él.
Más tarde, el tema de conversación fue Mindland Argentina. Se levantó para servir un café. Cuanto más hablaba con ella y más la estudiaba, más se asombraba de su inteligencia, de su facilidad para pasar de un tema a otro y para explicar sus conceptos, con los que estaba plenamente de acuerdo.
La consideró una mujer fascinante.
«Santana, hija querida, no la dejes escapar», pensó totalmente seducido por Brittany.
—¿Lo tomás solo o preferís cortarlo con un poco de leche?
—Con un poco de leche, por favor.
A ratos Brittany creía ver en él la mirada de Santana, estudió sus rasgos, sus gestos y llegó a la conclusión de que sus ojos eran muy parecidos, sólo que los de Santana eran más oscuros.
—Bueno, Britt, seguramente te preguntarás para qué te hice venir. Voy a contarte una historia muy larga, pero para la propuesta que quiero hacerte, es necesaria e imposible de obviar. Así que prepará tus oídos porque tengo mucho que narrarte.
Ella sonrió y se relajó en el sofá, dispuesta a escucharlo. Le gustaba su voz, le pareció una persona muy amable y no tardó en sentirse cómoda.
Alfonso comenzó a explicarle la historia de Mindland desde sus comienzos, hacía ya treinta y cinco años. Ella estaba atenta a todos los detalles, pero seguía sin entender nada.
—En fin—concluyó Alfonso—, A lo que quiero llegar es a que nuestra empresa siempre contó con gente de élite y, en estos últimos años, mis hijos sumaron a esa excelencia. Dado el tamaño corporativo que tomó la compañía, para mí es esencial tener cerca a gente de confianza. Finn se encarga de todo el marco legal, imprescindible en los tiempos que corren, y Santana, a quien vos conocés, se encarga de la parte internacional. Y acá empieza la verdadera historia. Este año, quiero retirarme.
—Pero usted es muy joven, Alfonso, y se le ve muy bien físicamente.
—Gracias a Dios, ando muy bien de salud, es cierto, y lo de joven te lo agradezco, pero ya tengo sesenta años y, aunque no me siento viejo, mi mente ya no tiene las mismas ideas brillantes.
—Sin embargo, ahora cuenta con la experiencia que antes no tenía.
—Muy buena observación, también es cierta. Ahora tengo experiencia y cordura, quizá demasiada, y para que esto no se estanque es imprescindible gente joven. Por otro lado, quiero disfrutar de tiempo de calidad con mi esposa, es hora que dé un paso al costado. No creo que logre más de lo que he conseguido en treinta y cinco años, es más, casi me atrevería a decir que los últimos éxitos son pura y exclusivamente de Santana, yo sólo he estampado mi firma. Sé que te estarás preguntando a qué apunto, diciéndote todo esto y, precisamente, se trata de que, si me alejo de la empresa, Santana sería quien quedaría en mi lugar, ya que a Finn no le interesa. Él prefiere consolidar el sector que ocupa y salvaguardar las espaldas de su hermana, que sería quien se encargaría de todas las negociaciones. Pero la estructura de Mindland en Estados Unidos no acepta descuidos, porque es la que sostiene al resto de nuestra estructura en el extranjero y eso significa que Santana no podría seguir haciéndose cargo de Mindland International. Y, como nuestra compañía sólo cuenta con los mejores profesionales, he comenzado esa búsqueda, en pos de la excelencia, y en ella creo haber encontrado a la persona adecuada.
Ella cerró los ojos, imaginando lo que ese hombre estaba a punto de decir. Volvió a abrirlos, tomó una gran bocanada de aire y tragó saliva.
—Britt—prosiguió Alfonso—, Sé que sos muy inteligente y que ya te diste cuenta del final de la historia. Después de hacer un exhaustivo seguimiento, llegué a la conclusión de que sos la persona idónea para tomar el mando de Mindland International.
—¿Yo? Alfonso, si me disculpa, ¿está usted seguro de lo que está diciendo?
—Sí, vos. No quiero que me contestes hoy, quiero que sepas que tenés toda esta semana para pensarlo. No voy a aceptar una respuesta ahora, sea cual fuere, ni tampoco antes de una semana. Necesito que te tomes tu tiempo y que analices todo. Sé que lo que te ofrezco implicaría un gran cambio de vida, ya que no es sólo un puesto de trabajo, pero me encantaría que lo valoraras bien antes de decirme algo.
Brittany se quedó en silencio por un momento, intentando ordenar sus pensamientos.
—Tenés el resto de la semana para descansar y para pensar a conciencia mi propuesta.
—Déjeme decirle, en primer lugar, que le agradezco mucho y me siento muy honrada por su apreciación de mi trabajo. En verdad, no podría contestarle hoy aunque quisiera, porque no es mi estilo tomar decisiones a la ligera, aunque varias veces me haya dejado llevar por mi instinto. Estoy convencida de que su ofrecimiento merece un análisis muy exhaustivo por mi parte. Aceptar algo así significaría un gran paso en mi carrera, creo que casi me siento tocando la cima, pero también querría decir dejar mi país, a mi familia, cambiar de costumbres... Hoy me siento una turista en Nueva York. De hecho, ayer recorrí la ciudad y saqué como trescientas fotos—Alfonso soltó una carcajada y ella también—Y, además, tendría que venir a trabajar acá...—hizo una pausa y dejó la frase inconclusa, pero Alfonso la terminó.
—Con Finn y con Santana, codo a codo. Con San, te entendés muy bien, porque en Buenos Aires conectaron de maravilla. Ustedes dos son muy parecidas, hasta me atrevería a decir que están en la misma sintonía. Son negociadores agresivos, tienen talento, intuición y desenfreno, ese que da la juventud y la inexperiencia, porque para no estancarse también es bueno ese arrojo. A veces la vejez hace que nos volvamos demasiado cautelosos y miedosos a la hora de arriesgar. Britt, de todas formas, seguirán contando con mi conocimiento, ya que yo no me iré del todo de un día para el otro. Sólo abandonaré el día en que considere que el barco puede salir a navegar sin tripulación.
—¿Santana está de acuerdo?
—¿Es importante para vos que ella esté de acuerdo?
—Por supuesto, ocuparía su cargo, sería con ella con quien más de cerca debería trabajar y, para eso, necesitaríamos mantener un ámbito de trabajo de plena cordialidad—se quedó pensando en lo último que había dicho, Alfonso la estudiaba—De todas formas, me gustaría saber también la opinión de su otro hijo.
—Ambos están de acuerdo en que sos la persona indicada, pero te voy a confesar algo. San me advirtió de que no aceptarías. No sé por qué tiene tanta confianza en su olfato, pero espero, o mejor dicho, ansío que mi hija se haya equivocado.
Brittany se sintió molesta porque Santana pensara eso y hasta le dieron ganas de decirle a Alfonso que aceptaba, pero eso sí que hubiera sido algo infantil.
En esos momentos, la puerta se abrió y una hermosa, elegante e impecable mujer de unos cincuenta y tantos años entró al despacho.
Brittany, al verla, supo de inmediato quién era: la recordaba por la foto que Santana le había mostrado y, además, porque se parecían mucho. Ahora que la veía en persona corroboraba que Santana era un fiel calco de la belleza de su mamá.
—¡Maribel, qué sorpresa!
—Espero no interrumpir nada.
—Vos nunca serías una interrupción, pasá, querida mía. Te presento a Brittany Pierce, nuestra gerente en Argentina.
—¡Oh, sos de Argentina! Yo también—le dijo Maribel en perfecto español.
—Encantada, señora López.
—Maribel, llamame Maribel, por favor—se sentó en la sala junto a ellos.
—¿Qué hacés por acá, querida?—preguntó Alfonso a su esposa.
—Quedé en encontrarme para almorzar con Rach. El sábado festejo mi cumpleaños—le explicó a Brittany—Y pensamos con mi hija en que podrías acompañarnos a almorzar. Alfonso, nosotras después nos iremos de compras. ¿Brittany, te gustaría venir con nosotros?
—Me parece una excelente idea—se avanzó su esposo—, Por supuesto que Britt viene con nosotros. Le pediré a Mandy que haga la reserva—llamó por el intercomunicador pero nadie contestaba—Vuelvo en seguida—dijo y salió de la oficina dejando a ambas mujeres solas.
Maribel no paró de hablar de forma apabullante y Brittany la estudió a conciencia. Era una mujer encantadora y sumamente bella, se notaba que cuidaba mucho su exterior, iba arreglada de pies a cabeza y estaba vestida con un traje hecho a medida que descubría que, aun a su edad, estaba en forma.
Como era su costumbre, Maribel pasó de un tema a otro con gran histrionismo. Tras unos minutos de hablar con ella, la joven llegó a la conclusión de que la mamá de Santana le gustaba.
Mientras la escuchaba también pensaba en todo lo que acababa de proponerle Alfonso... Él también le había gustado, le pareció un hombre muy inteligente, correcto y educado, y aunque ya no era joven, se notaba que había sido muy apuesto.
Y, como necesitaba considerar su propuesta, se puso a fabular si tenía sentido abandonar su vida en Buenos Aires.
«Allá tampoco tengo nada—aseveró sin temor a equivocarse—En realidad, mi vida está vacía, no importa dónde esté, no tengo nada importante que me ate a ningún lado y que me impida probar suerte en otra parte. Quizá si me radico en Estados Unidos, tenga la posibilidad de conocer mejor a Sam. Parece tan interesado en mí, además a Mike le cayó bien... pero a mí... no me provoca nada. ¿Cómo puedo estar pensando en él si no puedo sacarme a Santana de la cabeza? Santana, mi amor, ¿cómo voy a hacer para olvidarte? Aún me siento tan tuya...»
Cuando se había separado de Lauren, primero se había sentido desdichada, pero después se había instalado la rabia en su corazón y, para su asombro, jamás se acordaba de sus besos ni de sus caricias, era como si nunca hubiesen existido.
Con Santana, era diferente.
Se instaba a odiarla, pero ese sentimiento sólo surgía a ratos, cuando la imaginaba haciendo el amor con su mujer, esa que para ella no tenía rostro. La mayor parte del tiempo sólo pensaba en sus caricias, en cuánto las necesitaba y echaba de menos.
Y eso la enfadaba más todavía: sentir que, a pesar de todo, para ella Santana era su mujer, la única con derecho a tener sus besos y disfrutar sus gemidos, la única que poseía su alma y su cuerpo.
Santana era su vida y, sin ella, no la tenía.
De repente, se dio cuenta de que Maribel le estaba hablando y le pareció una falta de respeto no escucharla. Con un poco de vergüenza, esperó que no se hubiera dado cuenta de su distracción.
—Britt, no me vas a creer, pero me hacés acordar tanto a una amiga mía de la escuela secundaria, sos idéntica a ella.
—¿De verdad?
A Brittany le dio risa su ocurrencia.
—Sí, no puedo dejar de mirarte y de acordarme de ella. Sé que es una locura, pero sólo para descartarlo... ¿cómo se llama tu mamá?
Brittany se rió divertida, esa mujer tenía una forma de decir las cosas que le causaba simpatía.
—De verdad, niña, no te rías. Parece muy loco, pero no podés ser tan igual a ella, ¿cómo se llama tu mamá?—insistió.
—Whitney Terranova.
—¡Ah, Dios mío! Lo sabía, lo sabía—gritó y la tomó de los hombros—¡Sos la hija de Whitney!
La abrazó y la besó.
Alfonso entró en ese momento, alertado por los gritos de su esposa.
—¿Pasó algo?
—¡No puedo creerlo! Alfonso, cariño, desde que entré que no puedo apartar los ojos de esta hermosura porque me recordaba a una amiga de secundaria. No lo vas a creer, querido, acaba de decirme el nombre de su mamá y es la hija de Whitney Terranova, mi amiga de la adolescencia, a la cual le perdí el rastro porque se fue de Buenos Aires cuando se casó.
—Cálmate, Maribel, creo que Britt no entiende nada.
—No, la verdad es que no entiendo nada. Mi mamá vivía en Buenos Aires, pero cuando se casó se fue a Mendoza, donde vive aún.
—Decime, ¿sabés adónde estudió secundaria tu mamá?—Maribel no quería que quedaran dudas.
—Al Cardenal Spínola de San Isidro, pero claro...—Brittany se tocó la cabeza atando cabos—Claro, usted vivía en San Isidro—recordó de golpe.
—Sí, ¿cómo lo sabés?
—Se lo debe de haber contado Sana, ellas trabajaron juntas en Buenos Aires, Maribel.
—Ah, conocés a San, por supuesto. En diciembre anduvo por allá, es cierto. No puedo creerlo, nuestras hijas juntas sin saber que nosotras habíamos sido las mejores amigas.
—Ahora que lo pienso, todo el mundo dice que me parezco mucho a mi mamá, pero nunca creí que fuera tanto.
—A mí me hiciste acordar en seguida a ella. ¿Dónde estás instalada?
—En el Hotel Peninsula.
—No, tesoro, nada de hoteles. Hoy mismo te venís a mi casa.
—No, Maribel, ¿cómo voy a aceptar eso? No es necesario, estoy en una suite bellísima y muy cómoda, tan grande como mi casa entera. No se preocupe, estoy bien, de verdad, además no me atrevería jamás a incomodarlos.
—¡Alfonso! Britt es la hija de mi amiga y está de visita, tiene que venir a casa, decile vos, por favor.
—Mi esposa puede llegar a ser muy insistente, Britt, no creo que puedas negarte. Además, nuestra casa es enorme y todos nuestros hijos se han ido, sólo están con nosotros Finn y Sue, nuestra ama de llaves. Para mí también sería un placer. Por otro lado, me encanta consentir a mi esposa, tengo debilidad por sus caprichos. Si ella así lo quiere, consideralo simplemente como un capricho—le argumentó Alfonso a Brittany, con un guiño de ojo.
—Poneme a tu mamá al teléfono, quiero hablar con ella ahora mismo, no va a poder creerlo.
—Bueno—dijo Brittany con resignación y llamó a su mamá para contarle la historia.
Whitney chillaba al otro lado del aparato, tanto o más que Maribel, así que le pasó el móvil para que retomaran el contacto.
Mientras tanto, Alfonso sacó a Brittany del despacho para ofrecerle un recorrido por las instalaciones. De paso también aprovechó y la llevó a la oficina de Finn para que se conocieran. Alfonso se asomó y le preguntó si estaba ocupado.
—Pasá, papá.
—Quiero presentarte a alguien.
Como buen caballero, Alfonso dio paso a Brittany y, cuando ella entró, el hermano de Santana se puso de pie y salió a su encuentro. A su lado estaba la pelirroja que había salido del despacho de Alfonso por la mañana.
—Te presento a Brittany Pierce, hijo, nuestra gerente de Argentina.
—Encantado, bienvenida a Nueva York, Brittany. Espero que tu estancia en mi país sea muy placentera. Pasen, pasen—Finn le extendió la mano y le dio un beso en cada mejilla.
«La condenado de mi hermanita sí que tiene buen gusto», pensó Finn.
—Muchas gracias—contestó Brittany—, el placer es mío, Y dime Britt, por favor.
—Te presento a Elaine Looper, la segunda en el departamento de asuntos legales—prosiguió Alfonso con educación.
«Ésta es la zorra que chatea con Santana», dedujo Brittany de inmediato.
¿Habrá sido su amante también?
Colega de trabajo, había dicho Santana.
Elaine le caía mal de antemano por el recelo que había sentido antes de conocerla, además, su sexto sentido le decía que ella a Elaine tampoco le agradaba, tenía la sensación de que la miraba con desprecio.
La mujer se acercó y le dio dos besos al aire, sin apoyar las mejillas en las suyas. Brittany pensó que era falsa y soberbia, le producía rechazo y, para colmo, la repasó de arriba abajo sin disimulo.
«¡Ja! ¿Ésta quién se cree? ¡Si se nota que es toda de plástico!», pensó Brittany.
—Elaine es la estrecha colaboradora de Finn, ella también es abogada y la hija de mi mejor amigo.
—Encantada—saludó Brittany intentando parecer amable y le sonrió lo más sinceramente que pudo.
—Igualmente—dijo la rubia sin mirarla.
«No vi en mi vida una mujer más odiosa y pedante», reflexionó Brittany con desagrado.
Alfonso refirió en seguida la gran coincidencia de que la mamá de Brittany y Maribel se conocieran de la adolescencia.
—Tu mamá no para de gritar, parece desquiciada—le confesó a su hijo con los ojos en blanco—Cuando del terruño se trata, se pone siempre así y no la culpo. Dejó todo a los dieciocho años y todavía añora su patria—le explicó a Brittany para excusar a su esposa.
—Me imagino cómo debe de estar, vamos a tener una semana agitada entonces—comentó Finn— ¡Qué coincidencia, Britt!
—Es increíble—asintió ella, que no podía salir de su asombro—El mundo me demuestra, una y otra vez, que es muy pequeño. Aunque sea una frase muy manida, es así, créanme que es así.
—Presumo que, dada la situación, te vas a venir a casa, ¿no? Si conozco bien a mi mamá, no te dejará en un hotel.
—Bueno, creí que podría convencerla para que desistiera.
—Ni lo sueñes, con mi mamá no hay quien pueda, pero no te angusties. En casa hay lugar de sobra y ella estará encantada de tenerte ahí y nosotros también, por supuesto.
—Sin duda—corroboró Alfonso y ella sonrió resignada.
Elaine, tras escuchar la conversación, y sin participar de ella, puso una excusa y se fue. Brittany se sintió aliviada, esa mujer le causaba repugnancia.
—¿Le pasa algo a Elaine? La noté un tanto extraña—se interesó Alfonso.
—No, que yo sepa—respondió su hijo sin darle importancia y, como se habían quedado solos, Finn preguntó—¿Hablaste ya con Britt?
—Sí, le di toda esta semana para que lo piense—añadió muy sonriente mientras la miraba—, Sin presiones—aclaró—Todo esto que acaba de ocurrir no debe influir en nada sobre tu decisión. Sos dueña de tomar la que desees.
La joven sonrió y asintió con la cabeza.
—Ojalá aceptes—intervino Finn—Me gustaría que supieras que opino igual que mi papá, creo que eres la persona adecuada para el puesto. Además, aunque parezcamos una familia de locos, lo pasarás muy bien en Nueva York.
—Gracias, Finn. Mi impresión es que son una familia muy agradable.
—Hijo, nosotros nos vamos a almorzar, nos vemos más tarde en casa.
—Seguro, buen provecho.
Regresaron a la oficina de Alfonso y Maribel justo había acabado de hablar por teléfono con Whitney.
—Todo arreglado. Tu mamá se viene para acá, al festejo de mi cumpleaños. Y vos también asistirás, por supuesto. No sé cuándo tenías planeado irte, pero andá sabiendo que vas a tener que posponer tu viaje.
—¿Cómo?
—Sí, surprise! Tu mamá va a sacar su pasaje y en un rato nos llamará para avisarnos de cuándo llega. Estoy muy feliz, Britt, vení acá, déjame darte otro abrazo.
Alfonso puso los ojos en blanco.
—Tranquilizate, mujer, parecés loca y estás asustando a esta chica.
Brittany estaba confundida, ahora también iba a ir su mamá...
Era un verdadero lío.
Ella tenía que irse a dormir a casa de los López porque no había forma de que la mamá de Santana desistiera de la idea, y, por si fuera poco, Maribel pretendía que fuera a su fiesta de cumpleaños donde, sin duda, se encontraría con Santana y su esposa.
Era demasiado, pensó, y, para colmo, el papá de Santana quería que ella se mudase a Nueva York y trabajara ahí a diario.
Su cabeza estaba a punto de estallar y de perder la poca razón que le quedaba.
Respiró hondo, el día no podía ir peor.
Todos eran muy agradables, debía reconocerlo, la familia era muy cálida y la trataban con mucha sencillez, pero la situación que estaba viviendo era de locos.
Maribel fue al baño y Alfonso aprovechó para pedirle que no le contara nada a su esposa sobre su retiro, porque quería darle una sorpresa llegado el momento.
Consideró que todo estaba perdido, no había forma de que Brittany la escuchara, la miraba con tanto odio...
Las interrogantes la invadían y se preguntaba, una y otra vez, por qué no podía gritarle la verdad a la cara, como le había sugerido su papá.
¿Por qué seguía culpándose por seguir viva, mientras Dani estaba muerta?
¿Por qué no se sentía digna de ser feliz, a pesar de desearlo con toda su alma?
Estaba enamorada de Brittany, ella era el amor de su vida, ya no podía ni quería ocultarlo, estaba convencida de ello.
Ninguna mujer la había hecho sentir así, tan plena, tan mujer y, aunque le dolía, debía reconocer que tampoco se había sentido así con Dani.
¿Por qué, entonces, no ponía fin a ese sufrimiento?
¿Por qué no le decía a Brittany que ésta era su esposa y que estaba muerta?
Pero, cuando pensaba en ello, volvía a enojarse.
Le fastidiaba mucho que Brittany no confiara en ella y que creyera más en una desconocida que en su propia palabra. Lo consideraba injusto, a sabiendas de que ella jamás había sido tan sincera e íntegra con una mujer.
¿Acaso Brittany no se había parado a pensar en todas las cosas que ella le había contado de su vida?
¿Por qué era tan ciega?
Ese amor le estaba haciendo mucho daño.
Una vez alguien le había dicho que el amor sólo duele cuando es verdadero, pero a ella éste la estaba matando. Necesitaba alejar sus fantasmas, pero Brittany también y parecía que ninguna estaba dispuesto a hacerlo.
«Le robé un beso por obligación y me siguió la corriente, pero luego se arrepintió. Sí, eso fue lo que pasó», se decía Santana para convencerse de que no todo estaba perdido.
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Brittany no se sentía bien, estaba terriblemente deprimida.
Cerca del mediodía recibió la llamada de Mandy, la secretaria de Alfonso López, para corroborar que había llegado bien y que estaba instalada sin inconvenientes, además, le confirmó que el lunes el director general la esperaba a las diez de la mañana en su despacho.
Sam la llamó por la tarde y no tuvo coraje para negarse a salir con él por la noche. Se había tomado la molestia de ir a esperarla al aeropuerto y le había dicho que había hecho una reserva en un restaurante, así que dejarse agasajar era lo menos que podía hacer.
Se arregló sin ganas y, a las nueve de la noche, su amigo estaba ahí para recogerla.
Era un hombre muy interesante, culto, talentoso y de buen porte, pero ella no tenía ojos para nadie más que para Santana. Sus sentimientos iban más allá de la razón misma, quizá fuera ése su destino, amar a un imposible.
Primero fueron a cenar y luego a un club nocturno, la noche se le hacía interminable y Brittany, aun pudiendo parecer grosera, en determinado momento comenzó a bostezar, para que él se diera cuenta y la llevara al hotel.
—¿Te aburro?—le preguntó Sam acongojado.
—No, sólo que aún no me recuperé del viaje, pero lo estoy pasando genial. Este lugar es maravilloso y vos sos una excelente compañía, un gran amigo.
Él sonrió con pesar.
—¡Qué pena sólo ser un gran amigo y no todo lo que, en verdad, me gustaría ser para vos! Me ilusioné mucho cuando me llamaste para avisarme de que venías. Y lamento que te quedes tan poco tiempo, quizá si nos viéramos más seguido podrías apreciar mis sentimientos. Pero esta semana, además, estaré muy liado con el trabajo.
—Sam, de verdad, no te preocupes—ella le cogió la mano—Entiendo que te avisé en el último momento. Por otro lado, yo también estaré con mucho trabajo. Acordate que no vine de paseo, voy a tener reuniones interminables a lo largo de la semana, estoy segura de que me pasaré el día elaborando informes, tapada de cálculos—le mintió Brittany, que no sabía, en realidad, cómo sería su semana.
Sin embargo, tenía claro que no quería alentarlo a que siguiera esperando que saliese con él.
Se sintió desconsiderada, pero no pudo evitarlo.
—Sólo quería verte, no era lógico venir a Nueva York y no quedar con vos. Aún recuerdo lo bien que lo pasamos en Mendoza y, apenas supe que viajaría, pensé en vos. Me siento muy halagada de saber que tenés tan buenos sentimientos por mí, no sabés cuánto quisiera poder corresponderlos. Ya te dije que me parecés muy atractivo y que me siento muy cómoda a tu lado pero...
Él tomó sus manos y se las llevó hasta sus labios, interrumpiendo la frase de Brittany.
—Pensé mucho en vos, Brittany, desde que vine de San Rafael. Estuve a punto de llamarte varias veces, pero sé que la distancia es un gran impedimento, soy consciente de eso. No obstante, siempre podríamos buscar la forma, no me importaría tener que viajar para verte.
—Sam, no quiero mentirte, yo también pensé en vos, pero sólo como en un buen amigo. Aún no me repuse de mis heridas, mi corazón está muy dolido y cerrado por completo a otra relación.
Él se quedó mirándola y pensando, para sus adentros, que estaba haciendo el papel de tonto. No tenía posibilidades con Brittany, pero ella le gustaba mucho, demasiado.
Se acercó y le dio un beso en la comisura de los labios, luego intentó mover su cara y darle uno de lleno en la boca, pero ella levantó la mano y la apoyó en los labios de él.
—No, Sam, por favor, no lo hagas—le dijo con firmeza.
Y es que después del beso de Santana, no quería que nadie más poseyera su boca, deseaba mantener la huella que Santana había impreso.
—Creo que, por ahora, tendré que conformarme con tu amistad, igual te esperaré.
Ella no le contestó.
Terminaron de beber el champán, se pusieron los abrigos y él la llevó al hotel. Se despidieron en la entrada. Sam quiso besarla nuevamente, pero no se lo permitió. Éste sonrió y negó con la cabeza.
—Es usted un hueso duro de roer, señorita Pierce, creo que por eso me tenés tan loco—ella le devolvió la sonrisa—Te llamo durante la semana, a ver si puedo aliviarme un poco en el trabajo y quizá podamos salir a cenar nuevamente.
—Me parece bien, Sam, será un placer.
Brittany subió la escalinata de la entrada y el botones le abrió la puerta para que ella desapareciera en el interior del hotel.
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A las 6.50 hora local, Santana llegó a Milán agotada.
Había volado poco más de ocho horas y el jet lag le había afectado mucho. Se sentía despojado de todas sus fuerzas, le dolía la cabeza y estaba muy desganado. Tras pasar por todos los trámites migratorios, alquiló un coche en Elephant Car Hire y partió hacia el hotel Armani, donde tenía hecha una reserva.
Había viajado solo, Artie se había quedado en Nueva York para dedicarse a seguir a Brittany, aunque después de lo ocurrido en ese frustrado encuentro, Santana había dudado en seguir adelante con la guardia. Al final, y aunque lo creyó estúpido y descabellado, no pudo resistirse a la angustia de saber si se encontraba con el moscardón del aeropuerto.
Recorrió por carretera los cincuenta y tres kilómetros que la separaban del hotel, sito en la Via Manzoni, el cuadrilátero de la moda, y se presentó en recepción, donde un hombre con un impecable traje Armani la atendió muy cordialmente. Dio su nombre y, una vez comprobada la reserva, le entregaron las llaves y a invitaron a subir a la Suite Milano.
Pidió que una criada le sacase la ropa de las maletas y la colocara en el vestidor, le dio una propina a la mujer y ella fue a asearse. Tomó un baño para relajarse y, cuando salió, la empleada ya se había ido, así que se metió en la cama para dormir, estaba exhausta, su mente y su cuerpo pedían descanso.
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Durante el sábado, Brittany no salió en todo el día del hotel. Solicitó servicio de habitación para todas las comidas y, por la tarde, se animó un poco y se dijo que tenía que abandonar su actitud destructiva, por su salud mental, debía seguir adelante con su vida.
El domingo se levantó temprano y de mejor humor, y decidió salir a visitar algunos de los puntos emblemáticos de Nueva York. Se abrigó muy bien, pues ese día hacía mucho frío, y salió del hotel.
Fue hasta el Planet Hollywood de Times Square y recogió ahí un New York Pass, una tarjeta que le permitiría entrar a diferentes espacios de la ciudad y hacer un recorrido lúdico. Mapa en mano, caminó hacia Taco Bell, donde se comió un burrito y se tomó un refresco, lo disfrutó tanto como si se hubiera sentado en un lujoso restaurante.
Le pidió a una de las camareras que le sacara una foto mientras comía y se la envió por whatsapp a Kitty, a Hanna y a su mamá. Tras saciar su apetito, y como estaba muy cerca, fue hasta el Empire State.
En el vestíbulo del edificio se informó acerca de las condiciones climáticas y la visibilidad que había ese día y esperó pacientemente su turno en la fila para subir hasta el piso 102 de la torre.
Cuando llegó, sacó infinidad de fotos y admiró enormemente el paisaje, pero los huesos se le estaban helando y decidió bajar hasta la planta 80, a la tienda de regalos, donde compró varios recuerdos.
Intentó relajarse y no atormentarse con Santana durante toda la mañana.
Cuando salió del Empire State, cogió el metro y recorrió las pintorescas calles del SoHo, pasó por el edificio Singer, una maravillosa construcción de acero y terracota, e hizo fotografías a los antiguos almacenes convertidos hoy en viviendas.
El barrio era muy tranquilo, las calzadas, silenciosas, y las famosas escaleras de hierro colado brillaban en las fachadas, todo estaba muy limpio y cuidado. La calle más representativa era Greene Street y, aunque ella no lo supiera, era donde vivía Santana.
Las tiendas del lugar, menos lujosas que las que había dejado atrás, eran muy bonitas y los precios, mucho más accesibles. Ávida por ver más, se metió en una galería donde admiró el arte contemporáneo del lugar.
Al salir notó que la temperatura había bajado considerablemente, el sol había comenzado a esconderse y el viento soplaba con fuerza. Miró al cielo y reparó en que multitud de nubarrones oscuros lo poblaban, por lo que decidió concluir su paseo, cogió el metro y volvió al hotel.
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Hacía un rato que había regresado, la inauguración de la tienda de Mindland había sido un éxito, mucho más de lo esperado y Santana estaba muy satisfecha.
Aunque había intentado dormir, no lo conseguía, inadaptada por completo al cambio horario, así que miró el reloj, calculó la hora que sería en Nueva York y decidió llamar a Artie.
—Señorita, me la imaginaba durmiendo a esta hora.
—Buenas tardes para ti, Artie, ¿qué novedades tienes?
—¿Le cuento lo que hizo desde el viernes o sólo quiere saber lo que ha hecho hoy?
—No, Artie, quiero saberlo todo.
El chófer hizo una mueca de fastidio, hubiera querido poder evitar lo de ese día... Intentó usar un tono neutro.
—El viernes por la noche la fue a buscar el hombre que la recogió en el aeropuerto, salieron a cenar a un restaurante mexicano en Lincoln Center. De ahí, fueron a un club nocturno, Kiss and Fly se llama el lugar.
Santana había enrojecido por la rabia.
¡Brittany salía con ese imbécil y con ella no quería saber nada!
—Me interesa saber cómo fue la situación entre ellos, no tanto los lugares, Artie. ¿Qué te pasa? Despertate, soy yo la que tendría que estar adormilada por la hora que es acá.
—Sí, señorita, claro. La cena fue muy normal, de amigos, diría yo. Él se mostró muy atento, hacía bromas pero la señorita Brittany siempre fue muy correcta y mantuvo la distancia. Después, en el club, ella parecía estar aburrida y se lo hizo notar, ya que comenzó a bostezar.
«Esa es mi chica», pensó Santana y su corazón volvió al alma.
—, Pero entonces él intentó besarla.
—¿Y se dejó?
Santana rogaba que le dijera que no.
—No, señorita, ella le quitó la cara y le dijo algo. Luego se fueron y, en la puerta del hotel, el hombre la abordó otra vez, pero tampoco lo consiguió. Luego se despidieron.
Aunque Santana no estaba feliz porque Brittany hubiera asentido a salir con el idiota, por lo menos sabía que no quería nada con él.
—¿Ya averiguaste quién es el imbécil ese?
—Es un corredor de bolsa, trabaja para Finally Management Inc. Y, por lo que pude averiguar, es muy bueno. En la actualidad, es el agente con más cuentas en la empresa para la que trabaja y su nombre es Samuel Evans.
Santana pensó que quizá fuera argentino como Brittany.
Decidió que le pediría a Artie que investigara más, quería saber de dónde se conocían.
—De acuerdo, ¿pasó algo más el viernes?
—No, ella entró en el hotel y él se fue.
—¿Volvieron a verse?
—No—Santana respiró aliviada—El sábado no salió en todo el día y hoy lo hizo por la mañana, retiró un New York Pass y anduvo haciendo la turista por la ciudad. Sacó fotos, caminó mucho y recorrió las calles de su barrio, señorita, incluso pasó por la puerta de su casa y tomó fotos de todas las fachadas de esa cuadra, creo que estaba interesada en la arquitectura.
Santana esbozó una sonrisa estúpida cuando se enteró de dónde había terminado Brittany.
«Maldito destino—pensó—, nos sigue cruzando, la colocó en la puerta de mi casa sin que Brittany lo supiera.»
—Luego entró en una galería de arte, cogió el metro y regresó al hotel. Eso es todo.
—Perfecto, Artie, buen trabajo. Fijate qué más podés averiguar del idiota ese, me interesa saber de dónde se conocen. Buenas noches.
—Seguro, señorita López, mañana la recogeré para llevarla a la oficina, su papá la espera a las diez de la mañana.
—De acuerdo, muchas gracias.
—De nada, que tenga buenas noches.
Si antes no había podido conciliar el sueño, después de toda esta información que había recibido, mucho menos. Su móvil vibró con un whatsapp de Elaine.
—Sólo me faltaba esto—exclamó y no le contestó.
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El lunes por la mañana, Brittany se levantó temprano.
A las nueve y media pasarían por el hotel para llevarla a Mindland. Con puntualidad, le avisaron de conserjería que la esperaban en recepción y, cuando bajó, no tardó en reconocer a Artie.
—Buenos días, Artie, no esperaba que fuera usted quien me recogiera, lo imaginaba en Italia con su jefa.
—Buenos días, señorita Pierce, es un placer verla nuevamente. El señor Alfonso López quiso que fuera yo quien viniera a buscarla.
—Muchas gracias, vamos o llegaremos tarde.
Cuando llegaron a las oficinas centrales de Mindland, Artie se bajó y le abrió la puerta.
—Gracias, Artie.
—De nada, señorita. Cuando desee regresar, avísele a la señorita Mandy o a la señorita Alison, y ellas me llamarán.
—Perfecto, hasta luego.
Brittany entró en el imponente vestíbulo de mármol del edificio, miró a su alrededor y luego se anunció en la recepción. Estaba nerviosa e insegura, ya que no sabía a ciencia cierta a qué iba ahí.
Tras comprobar la cita, el hombre de la recepción le sacó una foto, le pidió una identificación y le entregó una tarjeta de visitante, con la que le indicó que podría acceder. Pasó por unos molinetes electrónicos que leyeron la tarjeta que le habían entregado y se dirigió a la zona de los ascensores.
Cuando llegó a la planta 29, salió y se encontró con una entrada vidriada, donde de nuevo tuvo que utilizar su tarjeta. El vestíbulo era igual de suntuoso que el principal, con columnas en acero, parquet y mármol y un enorme letrero de acero con la inscripción Mindland.
La recepcionista le indicó que esperara en la sala, que en seguida la recibirían. Pasó al recinto y se encontró con una zona de sillones color crema y una mesa baja de cristal, con dos oficinas vidriadas, en una de ellas pudo divisar a Alison, quien estaba en plena comunicación telefónica.
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Alison también la vio y le hizo un ademán para avisarla de que en un minuto estaba con ella.
—Acaba de entrar a la recepción, ya está aquí y su aspecto es deslumbrante—decía Alison.
—De acuerdo, gracias. No olvides mandarme por fax lo que te pedí.
Santana intentó no reparar demasiado en el último comentario que había hecho su cuñada, aunque en el fondo deseaba con todas sus fuerzas estar ahí para admirarla.
—Corto con vos, la saludo y te lo envío.
Santana había llamado para pedir unos documentos que necesitaba y no pudo resistir la tentación de preguntar por Brittany.
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Pegada a la oficina de Alison había otra idéntica, de donde salió una mujer de cuarenta y tantos años, regordeta y con los labios pintados de rojo profundo que se acercó a recibirla.
—Bienvenida a la Central de Mindland, señorita Pierce. Mi nombre es Mandy Stuart y soy la asistente personal del señor Alfonso López. Permítame su abrigo, por favor.
—Encantada.
—El gusto es mío, señorita.
Brittany le extendió la mano, se despojó de su chaquetón de cuero, con cuello y puños de piel ecológica, se la entregó a la encantadora mujer y se alisó el vestido de cuello vuelto y falda cruzada que remataba con un cinturón que definía su estrechísima cintura. En los pies llevaba unas botas de caña alta, de ante marrón con hebillas y con tacones altísimos.
Estaba impecable y maravillosa.
—Póngase cómoda, por favor, el señor López en seguida la recibe. ¿Desea tomar algo? Pídame lo que prefiera.
—Sólo un vaso de agua por el momento, gracias.
Alison colgó el teléfono y salió a saludarla con un afectuoso beso y un cálido abrazo, luego elogió su elegante aspecto. Brittany se lo agradeció y se atrevió a preguntar:
—¿Cómo van los preparativos de tu boda? Falta poco, ¿verdad?
—Estoy enloqueciendo. Ésta es la última semana que trabajo, después me tomaré quince días para ultimar todo antes de la fecha.
—Imagino que las últimas jornadas deben de ser las peores.
—Imaginás bien, por suerte una se casa sólo una vez. Bueno, no siempre, pero en mi caso espero que así sea.
Ambas rieron y Mandy volvió a acercarse con el vaso de agua.
—Ésa es la oficina del señor López—le señaló a su derecha—,Cuando vea que la persona que está adentro sale, entre directamente porque el señor ya está avisado.
—De acuerdo, muchas gracias.
Brittany bebió y dejó apoyado el vaso sobre la mesa baja. Cuando se disponía a seguir hablando con Alison, vio que del despacho salía una mujer alta de cabello rojo con expresión soberbia.
—Alfonso ya se desocupó, andá que debe de estar esperándote—la alentó Alison mientras le frotaba el brazo—Tranquila, es muy agradable, vas a ver que te caerá muy bien.
—Gracias, Alison, luego nos vemos.
Brittany enderezó sus hombros para conseguir una postura adecuada y segura, y se encaminó a paso firme hacia el despacho, respiró hondo y entró. El tamaño del lugar y su suntuosidad la apabullaron.
Alfonso salió a su encuentro y la saludó con un apretón de manos y un beso en cada mejilla.
—¡Bienvenida a la Central de Mindland y a Estados Unidos, Brittany! Es un gran placer conocerte—dijo con ímpetu.
—El placer es mío, señor López, pero dígame Britt, por favor.
—Alfonso, por favor, Britt, Alfonso a secas. Pongámonos cómodos—la invitó a sentarse con un ademán.
Brittany sonrió asintiendo y se acomodó en la zona de estar del despacho, desde donde había una panorámica imponente del Empire State Building.
—Hermosa vista, Alfonso.
—Inmejorable—corroboró él.
En cuanto la vio entrar, el hombre se había quedado anonadado con la elegancia y la belleza de Brittany y había entendido por qué su hija estaba tan embobada con ella.
«Es perfecta—pensó—Inteligente, talentosa y también hermosa, Tana no exageró cuando me dijo que iba a poder comprobarlo.»
Al principio hablaron del viaje y del hotel donde se hospedaba. Él se cercioró de que estuviera cómoda y luego charlaron de la riqueza de las tierras argentinas, de la economía del país y de otras tantas banalidades.
Alfonso no quería intimidarla ya que necesitaba que estuviera relajada, que se sintiera a gusto con él.
Más tarde, el tema de conversación fue Mindland Argentina. Se levantó para servir un café. Cuanto más hablaba con ella y más la estudiaba, más se asombraba de su inteligencia, de su facilidad para pasar de un tema a otro y para explicar sus conceptos, con los que estaba plenamente de acuerdo.
La consideró una mujer fascinante.
«Santana, hija querida, no la dejes escapar», pensó totalmente seducido por Brittany.
—¿Lo tomás solo o preferís cortarlo con un poco de leche?
—Con un poco de leche, por favor.
A ratos Brittany creía ver en él la mirada de Santana, estudió sus rasgos, sus gestos y llegó a la conclusión de que sus ojos eran muy parecidos, sólo que los de Santana eran más oscuros.
—Bueno, Britt, seguramente te preguntarás para qué te hice venir. Voy a contarte una historia muy larga, pero para la propuesta que quiero hacerte, es necesaria e imposible de obviar. Así que prepará tus oídos porque tengo mucho que narrarte.
Ella sonrió y se relajó en el sofá, dispuesta a escucharlo. Le gustaba su voz, le pareció una persona muy amable y no tardó en sentirse cómoda.
Alfonso comenzó a explicarle la historia de Mindland desde sus comienzos, hacía ya treinta y cinco años. Ella estaba atenta a todos los detalles, pero seguía sin entender nada.
—En fin—concluyó Alfonso—, A lo que quiero llegar es a que nuestra empresa siempre contó con gente de élite y, en estos últimos años, mis hijos sumaron a esa excelencia. Dado el tamaño corporativo que tomó la compañía, para mí es esencial tener cerca a gente de confianza. Finn se encarga de todo el marco legal, imprescindible en los tiempos que corren, y Santana, a quien vos conocés, se encarga de la parte internacional. Y acá empieza la verdadera historia. Este año, quiero retirarme.
—Pero usted es muy joven, Alfonso, y se le ve muy bien físicamente.
—Gracias a Dios, ando muy bien de salud, es cierto, y lo de joven te lo agradezco, pero ya tengo sesenta años y, aunque no me siento viejo, mi mente ya no tiene las mismas ideas brillantes.
—Sin embargo, ahora cuenta con la experiencia que antes no tenía.
—Muy buena observación, también es cierta. Ahora tengo experiencia y cordura, quizá demasiada, y para que esto no se estanque es imprescindible gente joven. Por otro lado, quiero disfrutar de tiempo de calidad con mi esposa, es hora que dé un paso al costado. No creo que logre más de lo que he conseguido en treinta y cinco años, es más, casi me atrevería a decir que los últimos éxitos son pura y exclusivamente de Santana, yo sólo he estampado mi firma. Sé que te estarás preguntando a qué apunto, diciéndote todo esto y, precisamente, se trata de que, si me alejo de la empresa, Santana sería quien quedaría en mi lugar, ya que a Finn no le interesa. Él prefiere consolidar el sector que ocupa y salvaguardar las espaldas de su hermana, que sería quien se encargaría de todas las negociaciones. Pero la estructura de Mindland en Estados Unidos no acepta descuidos, porque es la que sostiene al resto de nuestra estructura en el extranjero y eso significa que Santana no podría seguir haciéndose cargo de Mindland International. Y, como nuestra compañía sólo cuenta con los mejores profesionales, he comenzado esa búsqueda, en pos de la excelencia, y en ella creo haber encontrado a la persona adecuada.
Ella cerró los ojos, imaginando lo que ese hombre estaba a punto de decir. Volvió a abrirlos, tomó una gran bocanada de aire y tragó saliva.
—Britt—prosiguió Alfonso—, Sé que sos muy inteligente y que ya te diste cuenta del final de la historia. Después de hacer un exhaustivo seguimiento, llegué a la conclusión de que sos la persona idónea para tomar el mando de Mindland International.
—¿Yo? Alfonso, si me disculpa, ¿está usted seguro de lo que está diciendo?
—Sí, vos. No quiero que me contestes hoy, quiero que sepas que tenés toda esta semana para pensarlo. No voy a aceptar una respuesta ahora, sea cual fuere, ni tampoco antes de una semana. Necesito que te tomes tu tiempo y que analices todo. Sé que lo que te ofrezco implicaría un gran cambio de vida, ya que no es sólo un puesto de trabajo, pero me encantaría que lo valoraras bien antes de decirme algo.
Brittany se quedó en silencio por un momento, intentando ordenar sus pensamientos.
—Tenés el resto de la semana para descansar y para pensar a conciencia mi propuesta.
—Déjeme decirle, en primer lugar, que le agradezco mucho y me siento muy honrada por su apreciación de mi trabajo. En verdad, no podría contestarle hoy aunque quisiera, porque no es mi estilo tomar decisiones a la ligera, aunque varias veces me haya dejado llevar por mi instinto. Estoy convencida de que su ofrecimiento merece un análisis muy exhaustivo por mi parte. Aceptar algo así significaría un gran paso en mi carrera, creo que casi me siento tocando la cima, pero también querría decir dejar mi país, a mi familia, cambiar de costumbres... Hoy me siento una turista en Nueva York. De hecho, ayer recorrí la ciudad y saqué como trescientas fotos—Alfonso soltó una carcajada y ella también—Y, además, tendría que venir a trabajar acá...—hizo una pausa y dejó la frase inconclusa, pero Alfonso la terminó.
—Con Finn y con Santana, codo a codo. Con San, te entendés muy bien, porque en Buenos Aires conectaron de maravilla. Ustedes dos son muy parecidas, hasta me atrevería a decir que están en la misma sintonía. Son negociadores agresivos, tienen talento, intuición y desenfreno, ese que da la juventud y la inexperiencia, porque para no estancarse también es bueno ese arrojo. A veces la vejez hace que nos volvamos demasiado cautelosos y miedosos a la hora de arriesgar. Britt, de todas formas, seguirán contando con mi conocimiento, ya que yo no me iré del todo de un día para el otro. Sólo abandonaré el día en que considere que el barco puede salir a navegar sin tripulación.
—¿Santana está de acuerdo?
—¿Es importante para vos que ella esté de acuerdo?
—Por supuesto, ocuparía su cargo, sería con ella con quien más de cerca debería trabajar y, para eso, necesitaríamos mantener un ámbito de trabajo de plena cordialidad—se quedó pensando en lo último que había dicho, Alfonso la estudiaba—De todas formas, me gustaría saber también la opinión de su otro hijo.
—Ambos están de acuerdo en que sos la persona indicada, pero te voy a confesar algo. San me advirtió de que no aceptarías. No sé por qué tiene tanta confianza en su olfato, pero espero, o mejor dicho, ansío que mi hija se haya equivocado.
Brittany se sintió molesta porque Santana pensara eso y hasta le dieron ganas de decirle a Alfonso que aceptaba, pero eso sí que hubiera sido algo infantil.
En esos momentos, la puerta se abrió y una hermosa, elegante e impecable mujer de unos cincuenta y tantos años entró al despacho.
Brittany, al verla, supo de inmediato quién era: la recordaba por la foto que Santana le había mostrado y, además, porque se parecían mucho. Ahora que la veía en persona corroboraba que Santana era un fiel calco de la belleza de su mamá.
—¡Maribel, qué sorpresa!
—Espero no interrumpir nada.
—Vos nunca serías una interrupción, pasá, querida mía. Te presento a Brittany Pierce, nuestra gerente en Argentina.
—¡Oh, sos de Argentina! Yo también—le dijo Maribel en perfecto español.
—Encantada, señora López.
—Maribel, llamame Maribel, por favor—se sentó en la sala junto a ellos.
—¿Qué hacés por acá, querida?—preguntó Alfonso a su esposa.
—Quedé en encontrarme para almorzar con Rach. El sábado festejo mi cumpleaños—le explicó a Brittany—Y pensamos con mi hija en que podrías acompañarnos a almorzar. Alfonso, nosotras después nos iremos de compras. ¿Brittany, te gustaría venir con nosotros?
—Me parece una excelente idea—se avanzó su esposo—, Por supuesto que Britt viene con nosotros. Le pediré a Mandy que haga la reserva—llamó por el intercomunicador pero nadie contestaba—Vuelvo en seguida—dijo y salió de la oficina dejando a ambas mujeres solas.
Maribel no paró de hablar de forma apabullante y Brittany la estudió a conciencia. Era una mujer encantadora y sumamente bella, se notaba que cuidaba mucho su exterior, iba arreglada de pies a cabeza y estaba vestida con un traje hecho a medida que descubría que, aun a su edad, estaba en forma.
Como era su costumbre, Maribel pasó de un tema a otro con gran histrionismo. Tras unos minutos de hablar con ella, la joven llegó a la conclusión de que la mamá de Santana le gustaba.
Mientras la escuchaba también pensaba en todo lo que acababa de proponerle Alfonso... Él también le había gustado, le pareció un hombre muy inteligente, correcto y educado, y aunque ya no era joven, se notaba que había sido muy apuesto.
Y, como necesitaba considerar su propuesta, se puso a fabular si tenía sentido abandonar su vida en Buenos Aires.
«Allá tampoco tengo nada—aseveró sin temor a equivocarse—En realidad, mi vida está vacía, no importa dónde esté, no tengo nada importante que me ate a ningún lado y que me impida probar suerte en otra parte. Quizá si me radico en Estados Unidos, tenga la posibilidad de conocer mejor a Sam. Parece tan interesado en mí, además a Mike le cayó bien... pero a mí... no me provoca nada. ¿Cómo puedo estar pensando en él si no puedo sacarme a Santana de la cabeza? Santana, mi amor, ¿cómo voy a hacer para olvidarte? Aún me siento tan tuya...»
Cuando se había separado de Lauren, primero se había sentido desdichada, pero después se había instalado la rabia en su corazón y, para su asombro, jamás se acordaba de sus besos ni de sus caricias, era como si nunca hubiesen existido.
Con Santana, era diferente.
Se instaba a odiarla, pero ese sentimiento sólo surgía a ratos, cuando la imaginaba haciendo el amor con su mujer, esa que para ella no tenía rostro. La mayor parte del tiempo sólo pensaba en sus caricias, en cuánto las necesitaba y echaba de menos.
Y eso la enfadaba más todavía: sentir que, a pesar de todo, para ella Santana era su mujer, la única con derecho a tener sus besos y disfrutar sus gemidos, la única que poseía su alma y su cuerpo.
Santana era su vida y, sin ella, no la tenía.
De repente, se dio cuenta de que Maribel le estaba hablando y le pareció una falta de respeto no escucharla. Con un poco de vergüenza, esperó que no se hubiera dado cuenta de su distracción.
—Britt, no me vas a creer, pero me hacés acordar tanto a una amiga mía de la escuela secundaria, sos idéntica a ella.
—¿De verdad?
A Brittany le dio risa su ocurrencia.
—Sí, no puedo dejar de mirarte y de acordarme de ella. Sé que es una locura, pero sólo para descartarlo... ¿cómo se llama tu mamá?
Brittany se rió divertida, esa mujer tenía una forma de decir las cosas que le causaba simpatía.
—De verdad, niña, no te rías. Parece muy loco, pero no podés ser tan igual a ella, ¿cómo se llama tu mamá?—insistió.
—Whitney Terranova.
—¡Ah, Dios mío! Lo sabía, lo sabía—gritó y la tomó de los hombros—¡Sos la hija de Whitney!
La abrazó y la besó.
Alfonso entró en ese momento, alertado por los gritos de su esposa.
—¿Pasó algo?
—¡No puedo creerlo! Alfonso, cariño, desde que entré que no puedo apartar los ojos de esta hermosura porque me recordaba a una amiga de secundaria. No lo vas a creer, querido, acaba de decirme el nombre de su mamá y es la hija de Whitney Terranova, mi amiga de la adolescencia, a la cual le perdí el rastro porque se fue de Buenos Aires cuando se casó.
—Cálmate, Maribel, creo que Britt no entiende nada.
—No, la verdad es que no entiendo nada. Mi mamá vivía en Buenos Aires, pero cuando se casó se fue a Mendoza, donde vive aún.
—Decime, ¿sabés adónde estudió secundaria tu mamá?—Maribel no quería que quedaran dudas.
—Al Cardenal Spínola de San Isidro, pero claro...—Brittany se tocó la cabeza atando cabos—Claro, usted vivía en San Isidro—recordó de golpe.
—Sí, ¿cómo lo sabés?
—Se lo debe de haber contado Sana, ellas trabajaron juntas en Buenos Aires, Maribel.
—Ah, conocés a San, por supuesto. En diciembre anduvo por allá, es cierto. No puedo creerlo, nuestras hijas juntas sin saber que nosotras habíamos sido las mejores amigas.
—Ahora que lo pienso, todo el mundo dice que me parezco mucho a mi mamá, pero nunca creí que fuera tanto.
—A mí me hiciste acordar en seguida a ella. ¿Dónde estás instalada?
—En el Hotel Peninsula.
—No, tesoro, nada de hoteles. Hoy mismo te venís a mi casa.
—No, Maribel, ¿cómo voy a aceptar eso? No es necesario, estoy en una suite bellísima y muy cómoda, tan grande como mi casa entera. No se preocupe, estoy bien, de verdad, además no me atrevería jamás a incomodarlos.
—¡Alfonso! Britt es la hija de mi amiga y está de visita, tiene que venir a casa, decile vos, por favor.
—Mi esposa puede llegar a ser muy insistente, Britt, no creo que puedas negarte. Además, nuestra casa es enorme y todos nuestros hijos se han ido, sólo están con nosotros Finn y Sue, nuestra ama de llaves. Para mí también sería un placer. Por otro lado, me encanta consentir a mi esposa, tengo debilidad por sus caprichos. Si ella así lo quiere, consideralo simplemente como un capricho—le argumentó Alfonso a Brittany, con un guiño de ojo.
—Poneme a tu mamá al teléfono, quiero hablar con ella ahora mismo, no va a poder creerlo.
—Bueno—dijo Brittany con resignación y llamó a su mamá para contarle la historia.
Whitney chillaba al otro lado del aparato, tanto o más que Maribel, así que le pasó el móvil para que retomaran el contacto.
Mientras tanto, Alfonso sacó a Brittany del despacho para ofrecerle un recorrido por las instalaciones. De paso también aprovechó y la llevó a la oficina de Finn para que se conocieran. Alfonso se asomó y le preguntó si estaba ocupado.
—Pasá, papá.
—Quiero presentarte a alguien.
Como buen caballero, Alfonso dio paso a Brittany y, cuando ella entró, el hermano de Santana se puso de pie y salió a su encuentro. A su lado estaba la pelirroja que había salido del despacho de Alfonso por la mañana.
—Te presento a Brittany Pierce, hijo, nuestra gerente de Argentina.
—Encantado, bienvenida a Nueva York, Brittany. Espero que tu estancia en mi país sea muy placentera. Pasen, pasen—Finn le extendió la mano y le dio un beso en cada mejilla.
«La condenado de mi hermanita sí que tiene buen gusto», pensó Finn.
—Muchas gracias—contestó Brittany—, el placer es mío, Y dime Britt, por favor.
—Te presento a Elaine Looper, la segunda en el departamento de asuntos legales—prosiguió Alfonso con educación.
«Ésta es la zorra que chatea con Santana», dedujo Brittany de inmediato.
¿Habrá sido su amante también?
Colega de trabajo, había dicho Santana.
Elaine le caía mal de antemano por el recelo que había sentido antes de conocerla, además, su sexto sentido le decía que ella a Elaine tampoco le agradaba, tenía la sensación de que la miraba con desprecio.
La mujer se acercó y le dio dos besos al aire, sin apoyar las mejillas en las suyas. Brittany pensó que era falsa y soberbia, le producía rechazo y, para colmo, la repasó de arriba abajo sin disimulo.
«¡Ja! ¿Ésta quién se cree? ¡Si se nota que es toda de plástico!», pensó Brittany.
—Elaine es la estrecha colaboradora de Finn, ella también es abogada y la hija de mi mejor amigo.
—Encantada—saludó Brittany intentando parecer amable y le sonrió lo más sinceramente que pudo.
—Igualmente—dijo la rubia sin mirarla.
«No vi en mi vida una mujer más odiosa y pedante», reflexionó Brittany con desagrado.
Alfonso refirió en seguida la gran coincidencia de que la mamá de Brittany y Maribel se conocieran de la adolescencia.
—Tu mamá no para de gritar, parece desquiciada—le confesó a su hijo con los ojos en blanco—Cuando del terruño se trata, se pone siempre así y no la culpo. Dejó todo a los dieciocho años y todavía añora su patria—le explicó a Brittany para excusar a su esposa.
—Me imagino cómo debe de estar, vamos a tener una semana agitada entonces—comentó Finn— ¡Qué coincidencia, Britt!
—Es increíble—asintió ella, que no podía salir de su asombro—El mundo me demuestra, una y otra vez, que es muy pequeño. Aunque sea una frase muy manida, es así, créanme que es así.
—Presumo que, dada la situación, te vas a venir a casa, ¿no? Si conozco bien a mi mamá, no te dejará en un hotel.
—Bueno, creí que podría convencerla para que desistiera.
—Ni lo sueñes, con mi mamá no hay quien pueda, pero no te angusties. En casa hay lugar de sobra y ella estará encantada de tenerte ahí y nosotros también, por supuesto.
—Sin duda—corroboró Alfonso y ella sonrió resignada.
Elaine, tras escuchar la conversación, y sin participar de ella, puso una excusa y se fue. Brittany se sintió aliviada, esa mujer le causaba repugnancia.
—¿Le pasa algo a Elaine? La noté un tanto extraña—se interesó Alfonso.
—No, que yo sepa—respondió su hijo sin darle importancia y, como se habían quedado solos, Finn preguntó—¿Hablaste ya con Britt?
—Sí, le di toda esta semana para que lo piense—añadió muy sonriente mientras la miraba—, Sin presiones—aclaró—Todo esto que acaba de ocurrir no debe influir en nada sobre tu decisión. Sos dueña de tomar la que desees.
La joven sonrió y asintió con la cabeza.
—Ojalá aceptes—intervino Finn—Me gustaría que supieras que opino igual que mi papá, creo que eres la persona adecuada para el puesto. Además, aunque parezcamos una familia de locos, lo pasarás muy bien en Nueva York.
—Gracias, Finn. Mi impresión es que son una familia muy agradable.
—Hijo, nosotros nos vamos a almorzar, nos vemos más tarde en casa.
—Seguro, buen provecho.
Regresaron a la oficina de Alfonso y Maribel justo había acabado de hablar por teléfono con Whitney.
—Todo arreglado. Tu mamá se viene para acá, al festejo de mi cumpleaños. Y vos también asistirás, por supuesto. No sé cuándo tenías planeado irte, pero andá sabiendo que vas a tener que posponer tu viaje.
—¿Cómo?
—Sí, surprise! Tu mamá va a sacar su pasaje y en un rato nos llamará para avisarnos de cuándo llega. Estoy muy feliz, Britt, vení acá, déjame darte otro abrazo.
Alfonso puso los ojos en blanco.
—Tranquilizate, mujer, parecés loca y estás asustando a esta chica.
Brittany estaba confundida, ahora también iba a ir su mamá...
Era un verdadero lío.
Ella tenía que irse a dormir a casa de los López porque no había forma de que la mamá de Santana desistiera de la idea, y, por si fuera poco, Maribel pretendía que fuera a su fiesta de cumpleaños donde, sin duda, se encontraría con Santana y su esposa.
Era demasiado, pensó, y, para colmo, el papá de Santana quería que ella se mudase a Nueva York y trabajara ahí a diario.
Su cabeza estaba a punto de estallar y de perder la poca razón que le quedaba.
Respiró hondo, el día no podía ir peor.
Todos eran muy agradables, debía reconocerlo, la familia era muy cálida y la trataban con mucha sencillez, pero la situación que estaba viviendo era de locos.
Maribel fue al baño y Alfonso aprovechó para pedirle que no le contara nada a su esposa sobre su retiro, porque quería darle una sorpresa llegado el momento.
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal II: Pasión (Adaptada) Epílogo
noooooo pero que desesperacion, ahora se viene la mama de britt y nada que esa semana pasa rapido para que santana regrese de italia, me va a dar algo!!!!!!!!
micky morales-*-*-*-* - Mensajes : 7138
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Edad : 54
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal II: Pasión (Adaptada) Epílogo
Que lio familiar ajjajaa!!!
Que se traerá entre manos el bicho de Elaine???
San se va a morir cuando se entere quienes son las alojadas en la casa de sus padres.
Saludos
Que se traerá entre manos el bicho de Elaine???
San se va a morir cuando se entere quienes son las alojadas en la casa de sus padres.
Saludos
monica.santander-*-*- - Mensajes : 4378
Fecha de inscripción : 26/02/2013
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal II: Pasión (Adaptada) Epílogo
Y yo digo porque demonios Santana no le dice a Britt la verdad de una vez la van atrazar y ahí va estar llorando o colérica ... Saludos Señorita y besos cibernéticos
Lucy LP**** - Mensajes : 168
Fecha de inscripción : 01/07/2015
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal II: Pasión (Adaptada) Epílogo
Mmm otra cosa esteee!!! Porfavor... Maratón para leer todo el domingo jejeje :( ..
Lucy LP**** - Mensajes : 168
Fecha de inscripción : 01/07/2015
Re: [Resuelto]FanFic Brittana: En tus Brazos y Huir de Todo Mal II: Pasión (Adaptada) Epílogo
micky morales escribió:noooooo pero que desesperacion, ahora se viene la mama de britt y nada que esa semana pasa rapido para que santana regrese de italia, me va a dar algo!!!!!!!!
Hola, jajaajajaj estas dos xD jajaja esperemos y este cap nos traiga algo. Saludos =D
monica.santander escribió:Que lio familiar ajjajaa!!!
Que se traerá entre manos el bicho de Elaine???
San se va a morir cuando se entere quienes son las alojadas en la casa de sus padres.
Saludos
Hola, jajaajja o no¿? jajaajajja. Aaa esa ¬¬ que se vaya noma. Jajajajajajajaajajaja, san enojarse¿? nooo ajajaja. Saludos =D
Lucy LP escribió:Y yo digo porque demonios Santana no le dice a Britt la verdad de una vez la van atrazar y ahí va estar llorando o colérica ... Saludos Señorita y besos cibernéticos
Lucy LP escribió:Mmm otra cosa esteee!!! Porfavor... Maratón para leer todo el domingo jejeje :( ..
Hola, lo mismo me pregunto yo. Jajajajajaj lo siento, no tengo caps adelantados, podría ser la el otro viernes o sábado
¿? Saludos =D
23l1-*-*-* - Mensajes : 5832
Fecha de inscripción : 12/08/2013
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