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Mensaje por 3:) Mar Ago 16, 2016 11:16 am

Si que traumo el sueño a britt....
Es bueno que britt ayude a la rehabilitación de el padre de san...
Lastima que solo se queda esa noche britt!!!... A ver cuando termina la visita...
No me gusta la amante de más!!...
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Mensaje por JVM Miér Ago 17, 2016 1:09 am

Pues la inseguridad de Britt respecto a Dani a todo lo que dan, pero al menos de este sueño salio algo bueno y es que fue a Seattle a ver a San, por una parte es comprensible su miedo porque ahora que no están juntas, no la tiene cerca para impedir que la vea o que hable con ella sacarse esas imagines es difícil.
Pero la forma en que esta llevado las cosas ahora están mucho mejor, aun se cierra pero no tanto como antes. Y mientras a disfrutar de esa noche, espero que Britt después de esta visita considere irse con San, y que siga mejorando.
También el papa de San esta tratando de .mejorar, así que espero que ambos sigan así :)
Y bueno me encanta la relación de Britt con Smith jajajajajajaj, son tal para cual.
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Mensaje por micky morales Miér Ago 17, 2016 5:34 pm

Lo que pde hacer un sueño!!!! vaya ya casi se viene el tercer libro y ya estoy extrañando todo lo que he leido, a pesar de que me ha sacado canas verdes!!! Las cosas van muy bien entre ellas, espero de corazon que sigan asi pq se que de verdad se aman, hasta pronto!!!! Brittana: ALMAS PERDIDAS,  FINALIZADO  20-08-16 - Página 7 2145353087 Brittana: ALMAS PERDIDAS,  FINALIZADO  20-08-16 - Página 7 2145353087 Brittana: ALMAS PERDIDAS,  FINALIZADO  20-08-16 - Página 7 2145353087
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 18, 2016 1:26 am

Capítulo 96
Santana

 
La boca de Brittany deja un rastro de humedad hasta mi estómago y sobre mis pechos hasta que finalmente deposita un suave beso en mi sien. Me quedo tumbada en el suelo junto a ella tratando de recuperar el aliento y revivo los hechos que nos han llevado a este momento. Tenía la intención de mantener una seria conversación con ella sobre su..., no, sobre nuestra falta de comunicación, pero verla asaltar furiosamente ese saco de arena me hizo jadear y gemir su nombre en cuestión de minutos.
Me incorporo sobre un codo y la miro desde arriba.
—Quiero compensarte.
—Adelante. —Sonríe con los labios cubiertos de mi humedad.
Me muevo rápidamente tomándola en mi boca antes de que pueda recuperar el más mínimo aliento.
—Joder —gime.
El sensual ruido hace que abra demasiado la boca y se me escapa de entre los labios. Brittany levanta entonces las caderas del suelo para reencontrarse con ellos, metiéndose ella mismo de nuevo en mi boca.
—Santana, por favor... —suplica.
Puedo saborearme a mí misma en ella, pero apenas la noto mientras gime mi nombre.
—No voy..., joder..., no voy a durar mucho —jadea, y yo incremento la velocidad. Demasiado pronto ella me tira del pelo para echarme la cabeza hacia atrás.
—Me voy a correr en tu boca y después te voy a llevar a la cama y te follaré otra vez. —Me pasa el pulgar por los labios y yo, juguetona, le muerdo con delicadeza el dedo. Echa la cabeza hacia atrás y me agarra con más fuerza del pelo cuando se le  chupo su coño.
Noto que  su coño vibra y su clítoris palpita, sus piernas se agarrotan cuando casi está a punto.
—Joder, Santana... me encanta, nena —gime cuando su calor me llena la boca. Me lo quedo todo, me trago todo lo que tiene que darme. Después me pongo en pie y me paso un dedo por los labios.
—Vístete —me ordena lanzándome el sujetador.
Mientras nos vestimos a toda prisa, la pillo mirándome de vez en cuando. No es que eso sea una sorpresa..., yo tampoco he dejado de mirarla.
—¿Lista? —pregunta.
Asiento y Brittany apaga las luces, cierra la puerta a nuestro paso como si nada hubiera sucedido en esa habitación y me guía pasillo abajo. Caminamos en un silencio confortable, una gran diferencia después de toda la tensión anterior. Cuando llegamos delante de nuestras habitaciones, ella se detiene y me coge suavemente del codo.
—Debería haberte contado antes lo de la pesadilla en vez de distanciarme de ti —dice.
Las luces nocturnas del suelo arrojan la suficiente claridad sobre su rostro como para que pueda ver la sinceridad y la amabilidad tras sus ojos.
—Ambas tenemos que aprender a comunicarnos.
—Eres muchísimo más comprensiva de lo que merezco —susurra, y acerca mi mano a su cara.
Sus labios rozan cada uno de mis nudillos y mis rodillas casi se doblan ante un gesto tan conmovedor.

Brittany abre la puerta, me coge de la mano y me guía hasta la cama.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 18, 2016 1:27 am

Capítulo 97
Santana

 
Las manos de Brittany aún están cubiertas con la rugosa cinta negra, pero las siento tan tiernas cuando se cierran alrededor de las mías...
—Espero no haberte cansado mucho. —Sonríe, y me pasa sus nudillos recubiertos de cinta por los pómulos.
—No. —Sus dedos se han encargado de deshacer la mayor parte de la tensión que había estado sintiendo mi cuerpo. Sin embargo, el ansia no tan sutil que siento por ella sigue ahí. Siempre está ahí.
—Esto está bien, ¿verdad? Quiero decir que querías espacio... y esto no es precisamente espacio.
—Sus brazos me rodean mientras permanecemos de pie ante la cama, dudando.
—Aún necesitamos espacio, pero esto es lo que quiero ahora mismo —le explico.
Estoy segura de que todo esto no tiene mucho sentido para Brittany porque, siendo sincera, tampoco tiene mucho sentido para mí, especialmente ahora que su abrumadora presencia está justo aquí, frente a mí.
—Yo también. —Toma aire e inclina la cabeza hacia mi cuello—. Esto es lo bueno para nosotras..., estar juntas así —susurra.
Sus brazos se estrechan alrededor de mi cuerpo y usa las rodillas para guiarnos hasta la cama mientras sus labios succionan suavemente mi piel cosquilleante.
—Te he echado tanto de menos..., echaba de menos tu cuerpo —sisea.
Me mete las manos por debajo de la fina camiseta de algodón y me la quita por la cabeza. Mi cola de caballo se enreda con el escote, pero Brittany me suelta el pelo con suavidad y sus dedos me quitan la goma, dejando que el pelo caiga sobre el colchón. Después me besa con ternura en la frente: su actitud ha cambiado desde que se aprovechó de mí en el gimnasio. Allí estuvo dura, sexy y autoritaria, pero ahora está siendo mi Brittany, la chica delicada y cariñosa que se oculta tras la fachada de tipa dura.
—La forma en que tu pulso... —sus labios se mantienen a centímetros de los míos y sus dedos presionan el delicado latido en mi cuello mientras respira— enloquece cuando te toco, especialmente aquí...Su mano se desliza hacia abajo, sobre mi estómago, hasta desaparecer bajo mis pantalones de pijama.
—Siempre estás tan a punto para mí... —gruñe, moviendo el dedo corazón arriba y abajo. Noto que la piel se me enciende: es una quemadura permanente, en lugar de una explosión, acorde con su delicada forma de tocarme. Brittany retira la mano y se lleva el dedo a los labios—. Tan dulce... —dice, y su lengua húmeda sale lentamente para cubrir la punta de su dedo.

Sabe exactamente lo que me está haciendo. Sabe lo mucho que sus sucias palabras me afectan y lo mucho que me hacen desearla. Lo sabe, y está haciendo un muy buen trabajo consiguiendo que arda de deseo de dentro afuera.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 18, 2016 1:29 am

Capítulo 98
Brittany

 
Sé exactamente lo que le estoy haciendo. Sé lo mucho que le gusta mi boca sucia y, cuando la miro, ni siquiera se molesta en ocultarlo.
—Estás siendo tan buena chica... —le digo con una oscura sonrisa, arrancándole un gemido sin apenas tener que rozar su ardiente piel—. Dime qué deseas —le susurro al oído. Prácticamente puedo oír su pulso errático bajo la piel. La estoy volviendo loca, y me encanta.
—A ti —dice ella desesperada.
—Quiero hacerlo lentamente. Quiero que sientas cada momento que has pasado lejos de mí.
Tiro de su pantalón de pijama y le dedico una mirada autoritaria. Sin pronunciar una palabra, ella asiente y se lo baja. Entonces engancho sus braguitas de algodón con los pulgares y tiro de ellas hacia mí. Sus ojos se abren en la oscuridad, sus labios están rosados e hinchados. La fuerza de mi movimiento la acerca a mí y ella se aferra con las manos a mis brazos, clavándome sus preciosos dedos.
 
Suavemente, pongo las manos bajo su espalda y desabrocho su sujetador, después le bajo los tirantes y lo dejo todo en el suelo detrás de nosotras.
 
Quiere decir algo pero su propio jadeo cortante interrumpe sus pensamientos cuando succiono sus recién expuestos pezones. Es tan sensible a mi toque..., y quiero saborear cada segundo de ella.
—Shhh... —la silencio mordisqueando su piel.
Pero tras un momento, me pongo en pie. . Soy un poco ambiciosa y me gusta estar siempre preparada, pero por la forma en que Santana se está comportando esta noche, podríamos llegar a necesitar toda nuestra energia.
—Te he echado de menos —comenta dulcemente con una sonrisa tímida. Y entonces aparece un destello de vergüenza en sus ojos cuando comprende que lo ha dicho en voz alta
—Y yo a ti —le contesto, y suena tan cursi como sabía que sonaría.
Sin más preámbulos, me quito las bragas  y me reúno con ella en la cama. Santana está sentada con la espalda contra la cabecera de la cama y las rodillas ligeramente dobladas. Está completamente desnuda; sólo las sábanas de color crema le cubren los muslos, fundiéndose con su cremosa piel.
Tengo que controlarme ante semejante visión, detenerme para no saltar literalmente sobre ella, arrancarle la sábana que la cubre y tomar lo que es mío. Esta noche..., bueno, ya es de madrugada más bien..., quiero ir despacio y no voy a correr. Sonrío y contemplo a la mujer en nuestro aposento. Ella me devuelve la mirada; sus ojos son amables y cálidos, sus mejillas están teñidas de un rosa profundo. Cuando me reúno con ella en la cama, sus ansiosas manos se mueven directamente hacia la cinturilla de mis bragas, y me las bajan hasta los muslos. Sus pies acaban de hacer el trabajo y me toma en la mano, apretando suavemente.
—Joder —siseo, y por un momento lo único que existe para mí es su contacto.
Santana comienza a masturbarme con la mano, arriba y abajo dentro de mis pliegues vaginales, su pequeña muñeca se retuerce ligeramente al moverse arriba y abajo, y me encanta la forma en que parece saber cómo tocarme exactamente. Cuando se tumba, su mano continúa moviéndose con un ritmo perfecto, al tiempo que le digo en silencio qué debe hacer a continuación.
Ella asiente y se apresura a obedecer. La sensación de piel con piel con ella es celestial, y ahora que lo he sentido lo deseo más y más. Santana se sube encima de mí a toda prisa, cabalgándome la cintura; mi coño  está sólo a un suspiro y mis dedos están a punto de  entrar en ella.
—Espera... —La detengo, le rodeo el talle con las manos y vuelvo a tumbarla con delicadeza sobre el colchón a mi lado.
La confusión aparece en sus preciosos ojos.
—¿Qué pasa?
—Nada..., sólo que antes quiero besarte un poco más —le aseguro, y le pongo una mano en la nuca para acercar su cara a la mía.
Mi boca cubre la suya y desciendo sobre su cuerpo, obligándome a ir lentamente. Con su cuerpo desnudo apretado contra el mío, tengo que tomarme un momento para dar las gracias por el hecho de que, a pesar de toda la mierda por la que le he hecho pasar, ella sigue aquí, siempre está aquí, y ya va siendo hora de que la compense por ello. Apoyo mi peso en un brazo y me tumbo encima de ella,
abriéndole las piernas con las rodillas.
—Te quiero..., te quiero tanto... Aún lo sabes, ¿verdad? —le pregunto entre caricia y caricia de mi lengua sobre la suya.
Ella asiente, pero por un terrible momento la cara de Dani aparece en mi mente. Su confesión de amor por mi Santana y su agradecida aceptación. «Yo también te quiero», había gemido ella. Un lento escalofrío me recorre y me detengo.
Al notar mis dudas, ella pasa los dedos entre mis rebeldes cabellos y su boca toma posesión de la mía.
—Vuelve a mí —me suplica.
Eso es todo cuanto necesito.
Todo desaparece excepto la suavidad de su cuerpo bajo el mío, la humedad entre sus piernas mientras la penetro lentamente. La sensación es exquisita. No importa cuántas veces la tome, nunca serán suficientes.
—Te quiero. —Santana repite las palabras y yo paso un brazo bajo su cuerpo para que estemos tan pegadas la una a la otra como sea posible.
Me lamo los labios y vuelvo a enterrar la cara en su cuello, susurrándole guarradas al oído y moviéndome para besarla cada vez que gime mi nombre.
Siento que la ola de presión sube por mi espalda encendiendo cada puta vértebra. Las uñas de Santana se clavan en mi piel, justo entre los hombros, como si estuviera intentando alcanzar las palabras tatuadas en ella. Esas palabras dedicadas a ella y sólo a ella.
«Ya nada podrá separarme de ti», dicen. Voy a hacer todo lo posible para mantener esa promesa permanentemente.
Me inclino para mirarla. Una mano aún reposa bajo su espalda; la otra recorre su torso, pasa sobre sus pechos y descansa en su garganta.
—Dime cómo te sientes —le pido con un gruñido.
Casi no puedo contener el placer que me recorre por dentro. Quiero mantenerlo ahí para las dos, hacerlo durar. Quiero crear este espacio que las dos podamos habitar. Acelero mis movimientos y ella baja una mano para aferrarse a las sábanas. Cada pecaminoso giro de mis caderas, cada embestida violenta contra su cuerpo hambriento intensifica y sella irremediablemente el poder de ella sobre mí.
—Tan bien, Brittany... Me siento tan bien... —Su voz es espesa y ronca, y devoro el resto de sus gemidos como la ansiosa bastarda que soy.
Noto que su cuerpo comienza a tensarse y no puedo aguantar más. Con un suave grito de su nombre, me corro con empujones lentos y desacompasados antes de derrumbarme, casi sin respiración, junto a ella.
Extiendo una mano para atraer su cuerpo hacia el mío y, cuando abro los ojos, veo que una fina capa de sudor cubre su piel sedosa, tiene los ojos abiertos y está mirando el ventilador del techo.
—¿Estás bien? —le pregunto. Sé que he sido un poco bruta hacia el final, pero también sé lo mucho que le gusta que lo sea.
—Sí, claro.
Se inclina para depositar un beso sobre mi pecho desnudo y salta de la cama. Gimo decepcionada cuando veo que se pone su camiseta blanca por la cabeza, cubriendo su cuerpo.
—Aquí tienes tu diadema. —Sonríe, orgullosa de su comentario irónico, y me lanza la camiseta sudada que me até alrededor de la cabeza en el gimnasio.
Enrollo la tela y me la vuelvo a poner en la cabeza sólo para ver cómo reacciona.
—¿No te gusta? —pregunto, y ella se ríe.
—De hecho, sí.
Santana está montando todo un espectáculo mientras se inclina para recoger sus braguitas negras del suelo y se las sube hasta los muslos. Cuando agita el cuerpo resulta maravillosamente evidente que no lleva sujetador.
—Bien, es más fácil así —digo señalando el recogido de mi cabeza.
De verdad que necesito un puto corte de pelo, pero siempre me lo ha hecho la amiga de Rachel, una tipa con el pelo color lavanda llamada Mads. La sangre me empieza a arder al pensar en Rachel. Esa estúpida y jodida...
—¡Tierra llamando a Brittany!
La voz de Santana me saca de mis pensamientos llenos de odio. Levanto la cabeza hacia ella.
—Lo siento —digo.
Con el pijama otra vez puesto, se acurruca junto a mí y, lo que es más extraño, coge el mando a distancia de la tele y empieza a zapear intentando encontrar algo para ver. Estoy un poco mareada, así que agradezco tener unos momentos para recuperarme, pero tras varios minutos así me doy cuenta de que ella ha suspirado varias veces. Y, cuando la miro, hay un profundo ceño en su cara, como si encontrar un buen programa para ver fuera más frustrante de lo que debería.
—¿Algo va mal? —pregunto.
—No —miente ella.
—Dímelo —la presiono, y ella deja escapar el aire.
—No es nada..., sólo estoy un poco... —Sus mejillas enrojecen—. Tensa.
—¿Tensa? Después de esto deberías estar de todo menos tensa —replico, y me aparto un poco para mirarla.
—Es que no..., ya sabes. Yo no... —tartamudea.
Su timidez nunca deja de sorprenderme. Un minuto está gimiendo en mi oído que la folle con más fuerza, más rápido y más profundo, y al siguiente ni siquiera puede formar una frase.
—Suéltalo —exijo.
—No he acabado.
—¿Qué? —Me atraganto.
¿Cómo he podido estar tan consumida por mi propio placer como para no notar que ella no se corría?
—Paraste justo antes... —explica en voz baja.
—¿Por qué no me lo habías dicho? Ven aquí. —Tiro de su camiseta para quitársela por la cabeza.
—¿Qué vas a hacer? —pregunta, con evidente excitación en su tono.
—Shhh...
En realidad no sé qué voy a hacer... Quiero volver a hacerle el amor, pero necesito más tiempo para recuperarme.
«Espera..., ya lo tengo.»
—Vamos a hacer algo que sólo hemos hecho una vez. —Sonrío con malicia y sus ojos se abren aún más—. Porque, ya sabes, la práctica lleva a la perfección.
—¿Qué es? —pregunta, y en un segundo su excitación se ve reemplazada por el nerviosismo. Me tumbo apoyando el peso en los codos y le hago gestos para que se acerque.
—No lo entiendo —dice ella.
—Ven, pon los muslos aquí —y palmeo el espacio a ambos lados de mi cabeza.
—¿Qué?
—Santana, ven y siéntate sobre mi cara para que pueda comértelo como es debido —le explico clara y lentamente.
—Oh —exclama ella.
Veo la duda en sus ojos y extiendo una mano para apagar la luz. Quiero que se sienta lo más cómoda posible. A pesar de la oscuridad, aún alcanzo a distinguir la suave silueta de su cuerpo, la plenitud de su pecho, la curva sexi de sus caderas.
Santana se quita las braguitas y en cuestión de segundos está siguiendo mis instrucciones y arrodillándose sobre mí.
—Menudas vistas tengo aquí —bromeo, y mi visión desaparece. Me acaba de bajar mi camiseta sobre los ojos.
—Bueno, así resulta incluso más excitante. —Sonrío contra sus muslos. Ella me golpea la cabeza de broma—. En serio..., es de lo más sexi —añado.

La oigo reír en la oscuridad y levanto las manos hasta sus caderas, guiando sus movimientos. Una vez mi lengua la toca, ella empieza a moverse a su propio ritmo, tirándome del pelo y susurrando mi nombre hasta que se pierde en el placer que le estoy dando.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 18, 2016 1:30 am

Capítulo 99
Santana

 
Vuelvo a la realidad, despacio, de mala gana, pero feliz de que Brittany esté tumbada a mi lado.
—Eh. —Sonríe, besándome en los labios.
Me río: es un sonido perezoso, no quiero moverme. Tengo el cuerpo algo dolorido, pero de la mejor manera posible.
—Ojalá no te fueras mañana —musito mientras paso la punta de los dedos por una de las ramas de su tatuaje. El árbol es oscuro, inquietante e intrincado. Me pregunto: si Brittany se hiciera el tatuaje ahora, ¿volvería a tatuarse ese árbol muerto? O ahora que está más contenta, más animada, ¿habría algunas hojas en las ramas?
—Ojalá —me responde simplemente.
No puedo ocultar la desesperación tras mi súplica cuando añado:
—Entonces, no lo hagas.
Los dedos de Brittany se extienden por mi espalda y aprieta mi cuerpo desnudo aún más contra el suyo.
—No quiero hacerlo, pero sé que sólo lo estás diciendo porque acabo de conseguir que te corras varias veces seguidas.
Un jadeo horrorizado escapa de mis labios.
—¡Eso no es verdad! —El cuerpo de Brittany se agita suavemente con una risa asombrada—.Bueno, no es la única razón... Tal vez podríamos vernos los fines de semana durante algún tiempo y ver qué tal funciona.
—¿Esperas que conduzca hasta aquí cada fin de semana?
—No todos. Yo también iría. —Inclino la cabeza para mirarla a los ojos—. Hasta ahora está funcionando.
—Santana... —suspira ella—. Ya te he dicho cómo me siento con esta mierda de la relación a distancia.
Desvío la vista hasta el ventilador del techo, que gira lentamente en la penumbra del dormitorio.
En la tele están dando un episodio de «Friends». Rachel está vertiendo salsa en el bolso de Monica.
—Sí y, aun así, aquí estás —la presiono.
Brittany suspira y me tira suavemente del pelo para obligarme a mirarla de nuevo.
Touché.
—Bueno, creo que hay algún tipo de compromiso al que podríamos llegar, ¿no crees?
—¿Cuál es tu oferta? —pregunta en voz baja, cerrando los ojos durante unos segundos y tomando aire.
—No lo sé exactamente..., dame un momento —le pido.
¿Qué le estoy ofreciendo en concreto? Permanecer distanciadas la una de la otra sería lo mejor para nuestra salud mental. Por mucho que mi corazón olvide las cosas terribles por las que Brittany y yo hemos pasado, mi cerebro no me permitirá rendir la poca dignidad que me queda.
Estoy en Seattle, siguiendo mi sueño, sola y sin apartamento a causa de la naturaleza posesiva de Brittany y de la incapacidad de ambas de ceder sobre los detalles más triviales.
—No lo sé —confieso finalmente cuando no puedo llegar a ninguna sugerencia sólida.
—Vale, pero ¿aún me quieres por aquí? ¿Al menos durante los fines de semana? —pregunta. Sus dedos juguetean con mi pelo.
—Sí.
—¿Cada fin de semana?
—La mayoría. —Sonrío.
—¿Quieres que hablemos cada día por teléfono como hemos hecho esta semana?
—Sí.
Me ha encantado la forma en que Brittany y yo hemos estado hablando por teléfono, ninguna de las dos conscientes de los minutos y las horas que pasaban.
—Así que todo sería igual que ha sido esta semana. No sé si me convence —dice.
—¿Por qué no?
Hasta ahora parecía haber funcionado también para ella, ¿por qué se opone a continuar de la misma manera?
—Porque, Santana, estás en Seattle sin mí y no estamos realmente juntas, podrías ver a otra persona, conocer a alguien...
—Brittany...
Me incorporo sobre un codo para mirarla. Sus ojos se clavan en los míos mientras un mechón de mis rizos rubios cae sobre su cara. Sin romper contacto visual o parpadear siquiera, sus dedos se mueven para colocarme el cabello tras la oreja.
—No planeo ver o conocer a nadie. Todo cuanto busco es algo de independencia y que seamos capaces de comunicarnos.
—¿Por qué de repente es tan importante para ti la independencia? —pregunta.
Su pulgar y su índice acarician el borde de mi oreja, enviando un escalofrío por toda mi espalda. Si lo que intenta es distraerme, lo está consiguiendo.
A pesar de su suave toque y de sus ardientes ojos de oscuros, continúo mi cruzada para hacerle entender lo que necesito.
—No es algo repentino. Te lo había mencionado antes. Tampoco había notado lo dependiente que me he vuelto de ti hasta hace poco, y no me gusta. No me gusta ser así.
—A mí sí —dice en voz baja.
—Ya sé que a ti te gusta, pero a mí no —repito, negándome a perder la confianza en mi voz. Una parte de mí me da una palmadita en la espalda y después pone los ojos en blanco porque no se cree lo que estoy diciendo.
—Y ¿qué pinto yo en toda esta mierda de tu independencia?
—Sólo te pido que sigas haciendo lo mismo que hasta ahora. Debo ser capaz de tomar decisiones sin pensar en si me darás tu permiso o en qué opinarás al respecto.
—Está claro que no has pensado que necesitas mi permiso ahora, o no harías la mitad de lo que haces. No quiero discutir.
—Brittany —le advierto—. Esto es importante para mí. Necesito ser capaz de pensar por mí misma.
Deberíamos ser compañeras..., iguales, ninguna de nosotras debería tener más... poder que la otra.
 —Tengo que hacerlo. Esto forma parte de quién soy o de quién quiero ser. Estoy esforzándome mucho por averiguar quién soy por mi cuenta, con o sin Brittany.
—¿Iguales? ¿Poder? Es evidente que tú tienes mucho más poder. O sea..., venga ya...
—No es sólo por mí..., también ha sido bueno para ti, reconócelo.
—Supongo que sí, pero ¿qué dice de nosotras el hecho de que sólo nos vaya bien cuando estamos en ciudades diferentes? —pregunta, pronunciando en voz alta lo que me ha estado preocupando desde que llegó.
—Eso ya lo pensaremos más adelante.
—Claro.
Pone los ojos en blanco pero suaviza el gesto besándome en la frente.
—¿Recuerdas lo que dijiste acerca de que había una diferencia entre amar a alguien y no ser capaz de vivir sin ella? —pregunto.
—No quiero volver a oír eso nunca más.
Le aparto el flequillo húmedo de la frente.
—Tú fuiste la que lo dijo —le recuerdo. Mis dedos recorren el puente de su nariz y siguen hasta sus labios hinchados—. He estado pensando mucho al respecto —admito.
Brittany gime.
—¿Por qué?
—Porque lo dijiste por una razón, ¿verdad?
—Estaba cabreada, eso es todo. Ni siquiera tenía idea de lo que significaba. Sólo me estaba comportando como una idiota.
—Bueno, sea como sea, yo he seguido pensando en ello. —Mi dedo golpea suavemente la punta de la nariz.
—Pues desearía que no lo hicieras porque no hay diferencia entre ambas.
 —Sus palabras caen lentamente entre nosotras, su tono es pensativo.
—¿Y eso?
Me dedica una pequeña sonrisa.
—Yo no puedo vivir sin ti y te quiero. Las dos cosas van de la mano. Si pudiera vivir sin ti, no estaría tan enamorada de ti como lo estoy, y es evidente que no puedo estar alejada de ti.
—Eso parece.
Contengo la risa que amenaza con surgir.
Ella nota que estoy más tranquila.
—Sé que no estás hablando de mí... Tú casi te rompiste la crisma corriendo para saltarme encima cuando llegué.
Incluso en la oscuridad de la habitación puedo ver su amplia sonrisa y contengo la respiración al reparar en su cruda belleza. Cuando está así, con la guardia baja y actuando de forma natural, no existe nadie mejor en mi mundo.
—¡Sabía que acabarías echándomelo en cara! —Le doy un manotazo en el pecho y sus largos dedos se cierran sobre mi muñeca.
—¿Intentas volver a ponerte violenta conmigo? Mira lo que pasó la última vez.
Levanta la cabeza del colchón y el fuego empieza a bajar por mi cuerpo hasta anidar entre mis ya doloridos muslos.
—¿Puedes quedarte un día más? —pregunto, ignorando su comentario sobre ponerme violenta.
Necesito saber si voy a tener más tiempo con ella mañana para poder pasar el resto de la mañana..., bueno, siendo violentas.
—. Por favor... —añado escondiendo la cabeza en el hueco de su cuello.
—Vale —concede. Puedo notar cómo su mandíbula se mueve al sonreír contra mi frente.
—. Pero sólo si vuelves a vendarme los ojos.

En un solo movimiento me rodea con los brazos y rueda para poner mi cuerpo bajo el suyo, y segundos después nos perdemos la una en la otra... una y otra vez...
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 18, 2016 1:31 am

Capítulo 100
Brittany

 
Cuando entro en la cocina, Kimberly está sentada frente a la barra de desayuno. No se ha maquillado y lleva el pelo recogido hacia atrás. Creo que no la había visto nunca sin una tonelada de porquería en la cara, y juro por Vance que he pensado en esconderle esa mierda porque está mucho mejor sin ella.
—Vaya, mira quién se ha levantado por fin —dice en tono alegre.
—Sí, sí —gruño pasando junto a ella, y voy directo a la cafetera que está en una esquina de la encimera de granito oscuro.
—¿A qué hora te vas? —me pregunta mientras picotea un bol con lechuga.
—Me iré mañana, si no te importa. ¿O quieres que me vaya ya? —Lleno una taza con café y me vuelve para mirarla.
—Claro que puedes quedarte. —Sonríe—. Siempre que no te estés comportando como una idiota con Santana.
—No lo estoy haciendo. —Pongo los ojos en blanco cuando Vance entra en la habitación—. A ésta sí que tienes que atarla corto, puede que hasta ponerle un bozal —le digo.
Su prometido suelta una risotada mientras Kimberly me mira levantando el dedo corazón.
—Eso es clase —me burlo.
—Te veo de muy buen humor. —Christian sonríe con malicia y Kimberly lo fulmina con la mirada.
¿De qué coño va todo esto?
—¿Te preguntas por qué puede ser? —añade, y ella le da un codazo.
—Christian... —lo regaña.
Él niega con la cabeza y levanta la mano para impedir que repita el ataque juguetón.
—Seguramente porque echaba de menos a Santana —sugiere Kimberly, que sigue a Christian con la mirada mientras rodea la enorme isla de la cocina para coger un plátano del frutero.
Sus ojos brillan divertidos mientras pela la fruta.
—Creo que eso lo arreglan los ejercicios de madrugada.
Se me hiela la sangre.
—¿Cómo has dicho?
—Tranquila..., apagó la cámara antes de que empezara lo bueno —me asegura Kimberly.
¿Una cámara?
Mierda. Está claro que este idiota debe de tener una cámara en el gimnasio... Joder, seguramente todos los accesos a las habitaciones principales están equipados con cámaras de seguridad. Siempre ha sido más paranoico de lo que aparenta su actitud pasota.
—¿Qué viste? —gruño intentando contener la rabia.
—Nada. Sólo que Santana entraba en la sala... y prefirió no seguir mirando... —Kimberly reprime una sonrisa y un gran alivio recorre mi cuerpo.
Estaba demasiado inmersa en lo que pasaba, inmerso en Santana, como para pensar en chorradas como cámaras de seguridad.
—Y ¿qué hacías tú viendo esas imágenes? —le digo a Vance frunciendo el ceño—. Es un poco rarito que me mires mientras hago ejercicio.
—No seas creída. Estaba comprobando el monitor de la cocina porque fallaba, y el del gimnasio resultó ser el que se veía al lado justo en ese momento.
—Ya —exclamo alargando la palabra.
—Brittany se va a quedar otra noche. No pasa nada, ¿no? —le pregunta Kim.
—Claro que no pasa nada. De todas formas, no entiendo por qué no has movido el culo hasta aquí para quedarte. Sabes que te pagaría más que en Bolthouse.
—No lo hiciste la primera vez, ése fue el problema —le recuerdo con una mueca de suficiencia.
—Eso es porque acababas de empezar la universidad por aquel entonces. Tuviste suerte de tener unas prácticas remuneradas, por no hablar de un trabajo real, sin tener una titulación. —Se encoge de hombros, intentando desechar mi argumento. Yo cruzo los brazos a la defensiva.
—En Bolthouse no opinan lo mismo.
—Son gilipollas. ¿Tengo que recordarte que sólo en el último año la editorial Vance los ha superado de largo? He abierto una sede en Seattle y tengo pensado abrir otra en Nueva York el año que viene.
—¿Tanto fanfarroneo es por algo? —le pregunto.
—Sí. Que Vance es mejor, más grande, y resulta que también es donde ella trabaja.
No hace falta que diga el nombre de Santana para que sienta el peso de sus palabras.
—Te graduarás el próximo trimestre; no tomes una decisión impulsiva ahora que podría afectar al resto de tu carrera antes de que empiece siquiera.
Le da un bocado a la fruta que tiene en la mano y yo lo miro con el ceño fruncido intentando encontrar una respuesta cortante, aunque parece que no encuentro ninguna.
—Bolthouse tiene una sede en Londres.
Me mira con burlona incredulidad.
—¿Quién va a volver a Londres? ¿Tú? —replica sin ocultar el sarcasmo en su voz.
—Puede. Es lo que planeaba, y sigo pensando en ello.
—Sí, yo también. —Mira a su futura esposa—. No volverás a vivir allí, ni yo tampoco.
Kimberly se pone colorada y se derrite al oír esas palabras, y yo  llego a la conclusión de que son la pareja más repulsiva que he conocido. Puedes notar lo mucho que se quieren al verlos interactuar. Es incómodo y molesto.
—Demostrado —ríe Christian.
—No estoy de acuerdo contigo —le digo.
—Sí —Kimberly se mete como la buena tocapelotas que es—, pero tampoco estás en total desacuerdo.

Sin mediar palabra, cojo mi taza de café y mis ovarios y me las llevo lo más lejos de ella que puedo.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 18, 2016 1:32 am

Capítulo 101
Santana

 
La mañana llega enseguida y, cuando me despierto, estoy sola en la cama. El lado vacío del colchón aún conserva la huella del cuerpo de Brittany, así que seguramente hace poco que se ha levantado.
En ese momento, entra en la habitación con una taza de café en la mano.
—Buenos días —me dice cuando se da cuenta de que estoy despierta.
—Hola.
Tengo la garganta cerrada y seca. Me tenso al recordar a Brittany en mi boca y yo haciendo maravillas con mi boca como tanto lo deseaba ella hasta descontrolarse con  furiosas embestidas.
—¿Te encuentras bien?
Deja la taza de café humeante sobre la cómoda y se acerca a la cama. Se sienta a mi lado, en el borde del colchón.
—Cuéntame —añade con calma cuando ve que tardo en responder.
—Sí, sólo dolorida.
Estiro los brazos y las piernas. Sí..., estoy dolorida.
—¿Adónde has ido?
—He ido a por café, y tenía que llamar a Ryder para decirle que no volveré hoy —me cuenta—.Eso si todavía quieres que me quede.
—Quiero —asiento—. Pero ¿por qué se lo tienes que decir a Ryder?
Brittany se pasa una mano por el pelo y sus ojos se concentran en interpretar la expresión de mi cara. Siento que hay algo que se me escapa.
—Cuéntame —digo usando sus mismas palabras.
—Está haciendo de canguro de tu padre.
—¿Por qué?
«¿Por qué iba a necesitar mi padre un canguro?»
—Tu padre está intentando permanecer sobrio, por eso. Y no soy tan estúpida como para dejarlo solo en ese apartamento.
—Tienes alcohol allí, ¿verdad?
—No, lo tiré. Dejemos el tema, ¿vale? —Su tono ya no es amable, es insistente y está claramente al límite.
—No voy a dejar el tema. ¿Hay algo que deba saber? Porque vuelvo a sentirme como si me quedara fuera de alguna cosa.
Cruzo los brazos sobre el pecho y ella inspira profunda y dramáticamente, cerrando los ojos mientras lo hace.
—Sí, hay algo que no sabes, pero te suplico que, por favor, confíes en mí, ¿vale?
—¿Es malo? —pregunto aterrorizada por las posibilidades.
—Confía en mí, ¿de acuerdo?
—¿Que confíe en ti para hacer qué?
—Que confíes en que voy a encargarme de esta mierda para que, cuando te cuente lo que ha pasado, ya ni siquiera importe. Ya bastante tienes encima ahora; por favor, confía en mí para resolver esto. Déjame hacerlo por ti y olvídalo —me insta.
La paranoia y el pánico que suelen acompañar a este tipo de situaciones palpitan en mi interior, y estoy a punto de quitarle el móvil a Brittany y llamar a Ryder yo misma. Su mirada, sin embargo, me detiene. Me está pidiendo que confíe en ella, que confíe en que solucionará lo que sea que esté pasando y, para ser sincera, por mucho que quiera saber de qué se trata, no creo que pudiera asumir ni un solo
problema más de los que ya tengo ahora mismo.
—Vale —suspiro.
Frunce el ceño y ladea la cabeza. Está alucinado de lo fácil que ha sido convencerme para que no me meta, estoy segura.
—Sí. Haré todo lo que pueda para no preocuparme por lo que pasa con mi padre si me prometes que es mejor para mí no saberlo.
—Lo prometo—. Asiente.
Lo creo, más o menos.
—Vale. —Ultimo el acuerdo con esa palabra y hago cuanto está en mi mano para quitarme de la cabeza la necesidad obsesiva que tengo de saber qué está pasando. Necesito confiarle esto a Brittany. Necesito confiarle la decisión que he tomado. Si no soy capaz de confiarle esto, ¿cómo voy a pensar en un futuro común?
Suspiro, y Brittany sonríe al ver que consiento.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 18, 2016 1:36 am

Capítulo 102
Santana

 
—Parece que voy a pasarme todo el día escribiendo notas de agradecimiento para los invitados que anoche hicieron que la inauguración del club fuera todo un éxito —dice Kimberly con una sonrisa irónica mientras me saluda agitando un sobre en el aire cuando entro en la cocina—. ¿Qué tienes pensado hacer hoy?
Echo una ojeada al montón de tarjetas que ya ha escrito y a la pila en la que sigue trabajando y me pregunto cuánto habrá invertido Christian en sus negocios si toda esa gente a la que están escribiendo son algún tipo de «socios». Sólo el tamaño de esta casa debe de significar que tiene más empresas en marcha además de la editorial y un club de jazz.
—No lo sé. Cuando Brittany salga de la ducha, veremos —le digo, y dejo un montón de sobres nuevos sobre la encimera de granito.
He tenido que obligar a Brittany a entrar en el baño y a darse una ducha sola, seguía enfadada por no haberla dejado entrar mientras yo me daba la mía. Por muchas veces que he intentado explicarle lo incómodo que sería si los Vance supieran que nos estamos duchando juntas en su casa, ella insistía en mirarme raro y responder que hemos hecho cosas mucho peores en su casa que ducharnos juntas en las pasadas doce horas. He aguantado a la tipa pesar de sus súplicas. Lo que sucedió en el gimnasio fue lujuria pura y sin premeditación alguna. Y no pasa nada porque hiciéramos el amor en mi cuarto porque de momento es mi habitación y soy una adulta que mantiene relaciones sexuales consentidas con mi..., con lo que quiera que sea Brittany mío ahora mismo. Sin embargo, lo de la ducha lo siento de otra forma.
Con lo cabezota que es Brittany, seguía sin estar de acuerdo, por lo que he acabado pidiéndole que me trajera un vaso de agua de la cocina. He hecho pucheros y ha picado. En cuanto se ha ido de la habitación he corrido por el pasillo hasta el baño, he cerrado la puerta con pestillo al entrar y la he ignorado cuando ha empezado a pedirme enfadada que la dejara entrar.
—Tendrías que pedirle que te lleve a hacer turismo —me dice Kimberly—. Tal vez sumergiros en la cultura de la ciudad lo ayude a decidirse a venir a vivir aquí contigo. En estos momentos no quiero enfrentarme a semejante conversación.
—Pues... Sasha me pareció simpática —le digo en un intento no muy encubierto de desviar la conversación de mis problemas de pareja.
—¿Sasha? ¿Simpática? Tampoco tanto —dice Kimberly con un resoplido.
—Sabe que Max está casado, ¿verdad?
—Claro que lo sabe. —Se humedece los labios—. Y ¿acaso le importa? No, en absoluto. Le gusta su dinero y las joyas caras que recibe al verse con él. No podrían importarle menos su mujer y su hija.
El tono de desaprobación de Kim es duro, y me alivia saber que estamos de acuerdo en este asunto.
—Max es un idiota, pero me sigue sorprendiendo que tenga el valor de llevarla a donde puedan verlo con ella. O sea, ¡¿es que le da igual si Denise o Lillian se enteran?!
—Sospecho que Denise ya lo sabe. Con un tío como Max, habrá habido muchas otras Sashas a lo largo de los años, y la pobre Lillian ya desprecia a su padre, así que dudo que el hecho de saberlo cambie nada.
—Es tan triste... Están casados desde la universidad, ¿no?
No sé cuánto sabe Kimberly de Max y su familia, pero dada la forma en la que habla, creo que no es poco.
—Se casaron justo al terminar, fue un escándalo de miedo.
Los ojos de Kimberly se iluminan por el ansia de contarles a mis ignorantes oídos una historia tan suculenta.
—Al parecer, a Max le habían concertado matrimonio con otra, una mujer cuya familia era amiga de la suya. Era básicamente un acuerdo de negocios. El padre de Max viene de una familia adinerada, creo que ésa es en parte la razón por la que Max es tan gilipollas. A Denise se le partió el corazón cuando él le contó sus planes para casarse con otra mujer.
Kimberly habla como si ella hubiera estado presente de verdad cuando sucedió y no como si fuera un cotilleo. Sin embargo, tal vez sea así como son siempre los cotilleos. Bebe un trago de agua antes de continuar.
—El caso es que, tras la graduación, Max se rebeló contra su padre y dejó a la mujer literalmente plantada en el altar. El mismo día de la boda, apareció en casa de Trish y Ken con su esmoquin y esperó en la puerta hasta que Denise salió. Aquella misma noche, los cinco sobornaron a un sacerdote con una botella de whisky de marca y el poco dinero que llevaban en los bolsillos. Denise y Max se casaron justo antes de la medianoche, y ella se quedó embarazada de Lillian semanas más tarde.
A mi mente le cuesta imaginarse a Max como un joven enamorado corriendo por las calles de Londres en esmoquin buscando a la mujer que amaba. La misma mujer a la que ahora traiciona una vez tras otra llevándose a la cama a tías como Sasha.
—No pretendo entrometerme, pero la... de Christian... —no sé cómo llamarla—, quiero decir, la madre de Smith, ¿estaba...?
Con una sonrisa comprensiva, Kimberly acaba con mi absurdo tartamudeo.
—Rose apareció años más tarde. Christian siempre fue el quinto mosquetero entre las dos parejas.
Una vez él y Ken dejaron de hablarse y Christian volvió a Estados Unidos..., entonces fue cuando conoció a Rose.
—¿Cuánto tiempo estuvieron casados?
Miro a Kimberly buscando alguna señal de incomodidad. No quiero entrometerme, pero no puedo evitar sentirme fascinada por la historia de este grupo de amigos. Espero que Kimberly me conozca lo bastante bien como para no sorprenderse de la cantidad de preguntas que estoy deseando hacer.
—Sólo dos años. Llevaban saliendo no más que unos meses cuando ella se puso enferma. —Se le rompe la voz y traga saliva, con los ojos llenos de lágrimas—. Se casó con ella de todas formas..., la llevó al altar... Su padre, en silla de ruedas..., insistió en hacerlo. A medio camino del altar, Christian se acercó y acabó de llevarla él mismo.
Kimberly rompe a llorar y yo me seco las lágrimas que caen de mis ojos.
—Lo siento —dice con una sonrisa—. Hacía mucho tiempo que no contaba esta historia, ¡y me emociona tanto!
Se inclina sobre la encimera para coger un puñado de pañuelos de papel de una caja y me tiende uno.
—El simple hecho de pensar en ello me demuestra que, tras esa insolencia y esa mente brillante, hay un hombre increíblemente cariñoso.
Me mira y luego mira de nuevo los montones de sobres.
—Mierda, ¡he mojado las tarjetas con las lágrimas! —exclama, y se repone rápidamente.
Me gustaría preguntarle más cosas sobre Rose y Smith, Ken y Trish en su época universitaria, pero no deseo forzarla.
—Quería a Rose y ella lo curó, incluso cuando se estaba muriendo. Él sólo había amado a una mujer en toda su vida y ella consiguió romper esa barrera.
La historia, por bonita que sea, no hace sino confundirme más. ¿Quién era esta mujer a la que Christian amó? Y ¿por qué necesitó curarse después?
Kimberly se suena la nariz y levanta la vista. Yo vuelvo la cabeza hacia la puerta, donde Brittany nos mira raro a Kimberly y a mí, tratando de entender la escena que se desarrolla en la cocina.
—Bueno, es obvio que llego en mal momento —dice.
No puedo evitar sonreír pensando en la pinta que debemos de tener, llorando sin motivo aparente, con dos enormes montones de sobres frente a nosotras sobre la encimera.
Brittany tiene el pelo húmedo de la ducha. Está guapísima con una camiseta negra lisa y unos vaqueros. En los pies no lleva nada más que los calcetines y su expresión es de recelo cuando me hace señas para que me acerque.
—¿Os esperamos para cenar esta noche? —pregunta Kimberly mientras cruzo la habitación para ir junto a ella.
—Sí —digo.
—No —responde Brittany al mismo tiempo.
Kim se ríe y sacude la cabeza.
—Bueno, mandadme un mensaje cuando os pongáis de acuerdo.
Minutos más tarde, cuando Brittany y yo llegamos a la puerta principal, Christian aparece de repente de una habitación cercana con una gran sonrisa.
—Fuera hace un frío que pela. ¿Dónde está tu abrigo, jovencita?
—Primero, no necesito un abrigo. Segundo, no me llames jovencita —replica Brittany poniendo los ojos en blanco.
Christian saca un abrigo gordo azul marino del armario que hay junto a la puerta.
—Toma, póntelo. Es como una maldita estufa por dentro y por fuera.
—Ni hablar —se mofa Brittany, y yo no puedo evitar reírme.
—No seas idiota, fuera estamos a siete bajo cero. Puede que tu dama te necesite para no pasar frío.
Christian lo pica y Brittany evalúa mi jersey morado grueso, mi abrigo morado y mi gorro también morado, del que no ha dejado de burlarse desde que me lo he puesto. Me puse eso mismo la noche que me llevó a patinar sobre hielo y aquel día hizo igual. Hay cosas que nunca cambian.
—Vale —gruñe Brittany, y mete sus largos brazos en las mangas del abrigo.
No me sorprende comprobar que no le queda mal, incluso los grandes botones de color bronce que lleva la chaqueta en la parte delantera adquieren un toque  al mezclarse con el estilo simple de Brittany. Sus nuevos vaqueros, que cada vez me gustan más, y su camiseta negra lisa, sus botas negras y ahora el abrigo hacen que parezca recién sacado de las páginas de alguna revista. Es injusto que esté
perfecta sin hacer el más mínimo esfuerzo.
—¿Qué miras tanto? —me suelta.
Doy un saltito al oírla. A cambio, recibo una sonrisa y una mano caliente coge la mía. Justo en ese momento, Kimberly corre por el pasillo hasta el recibidor, seguida de Smith gritando:
—¡Esperad! Smith quiere pediros algo.
Baja la cabeza para mirar a su futuro hijastro con una sonrisa afectuosa.
—Adelante, cariño.
El niño rubio mira directamente a Brittany.
—¿Podemos hacerte una foto para lo de mi cole?
—¿Qué?
Brittany palidece un poco y me mira. Sé lo que siente respecto a que le hagan fotos.
—Es una especie de collage que está haciendo. Dice que también quiere una foto tuya —le explica Kimberly a Brittany, y yo la miro suplicándole para que no le niegue eso a un niño que claramente la idolatra.
—Hum..., claro —dice al final. Gira sobre los talones y mira a Smith—. ¿Santana también puede salir en la foto?
—Supongo —contesta el crío encogiéndose de hombros.
Le sonrío pero no parece darse cuenta. Brittany me mira como diciendo «Le gusto más que tú y ni siquiera tengo que intentarlo», y yo le doy un discreto codazo mientras nos dirigimos al salón. Me quito el gorro y uso la goma que llevo en la muñeca para recogerme el pelo para la foto. La belleza de Brittany es tan poco forzada y natural que lo único que tiene que hacer para estar perfecta es quedarse de pie con el ceño fruncido por lo incómodo de la situación.
—La haré rápido —dice Kimberly.
Brittany se acerca más a mí y me rodea la cintura con un brazo perezoso. Dibujo mi mejor sonrisa mientras ella intenta sonreír sin enseñar los dientes. Le doy un empujoncito y su sonrisa aparece justo a tiempo para que Kimberly haga la foto.
—Gracias —dice, y veo que está satisfecha de verdad.
—Vamos —me apremia Brittany, y yo asiento y le digo adiós con la mano a Smith antes de seguirlo por el pasillo hasta la puerta principal.
—Ha sido muy amable por tu parte —comento.
—Lo que tú digas.
Sonríe y cubre mi boca con la suya. Entonces oigo el suave clic de una cámara y me aparto de ella para ver a Kimberly de nuevo con la cámara en las manos. Brittany gira la cara para esconderla en mi pelo y ella hace otra foto.
—Basta ya —gruñe, y me arrastra hacia fuera de la casa—. Pero ¿qué le pasa a esta familia con los vídeos y las fotos? —murmura, y cierra la puerta de golpe tras de mí.
—¿Vídeos? —inquiero.
—Da igual.
El aire frío nos golpea y yo me suelto rápidamente el pelo y vuelvo a ponerme el gorro.
—Primero iremos a buscar tu coche y haremos que le cambien el aceite —dice Brittany por encima del rugido del viento.
Meto la mano en el bolsillo del abrigo para buscar las llaves y dárselas, pero ella sacude la cabeza y balancea su llavero delante de mi cara. Ahora lleva una llave con una goma verde que me suena.
—No te llevaste la llave cuando dejaste todos tus regalos —me dice.
—Ah...
Mi mente se llena con el recuerdo de haber dejado mis posesiones más preciadas en una pila sobre la cama que solíamos compartir.
—Me gustaría recuperar todas esas cosas pronto, si es posible.
Brittany se sube al coche sin mirarme siquiera.
—Hum, sí. Claro —murmura.
Una vez dentro del coche, pone la calefacción a tope y alarga el brazo para cogerme la mano. Apoya la mano y la mía en mi pantorrilla y sus dedos resiguen con precisión el lugar donde solía llevar la pulsera en mi muñeca.
—No me gusta que la dejaras allí... Debería estar aquí —dice presionando la base de mi muñeca.
—Lo sé. —Mi voz es apenas un susurro.
Echo de menos esa pulsera todos los días, y también mi libro electrónico. Además, quiero recuperar la carta que me escribió para leerla una y otra vez.
—Tal vez puedas traerla cuando vuelvas el próximo fin de semana —digo esperanzada.
—Claro —asiente, pero sus ojos siguen fijos en la carretera.
—¿Por qué hay que hacer un cambio de aceite? —le pregunto.
Llegamos al final del sendero de entrada y tomamos la calle residencial.
—Lo necesitas —responde señalando la pegatina del parabrisas.
—Vale...
—¿Qué? —Me mira enfadada.
—Nada, es un poco raro llevar el coche de alguien a que le cambien el aceite.
—He sido la único que ha llevado durante meses tu coche a que le cambien el aceite, ¿por qué tendría que sorprenderte ahora?
Tiene razón, siempre es la que se encarga de cualquier tipo de mantenimiento que pueda necesitar y a veces sospecho que es un paranoico y arregla o cambia cosas sin que sea necesario.
—No sé. Supongo que se me olvida que a veces éramos una pareja normal —admito moviéndome inquieta en mi asiento.
—Explícate.
—Cuesta recordar las cosas pequeñas y normales como cambiar el aceite del coche o la vez que me dejaste hacerte una trenza —sonrío al recordarlo—, cuando siempre parecía que estuviéramos atravesando alguna especie de crisis.
—Primero —sonríe—, no vuelvas a mencionar el tema de la trenza. Sabes perfectamente que la única razón por la que dejé que lo hicieras fue porque me sobornaste con unas galletas. —Me aprieta la pierna con cariño y siento una oleada de calor bajo la piel—. Y, segundo, supongo que en parte tienes razón. Sería genial que tus recuerdos no estuvieran empañados por mi costumbre de joderlo todo siempre.
—No eres sólo tú, ambas cometemos errores —la corrijo.
 
 
Los errores de Brittany suelen causar muchos más daños que los míos, pero yo tampoco soy inocente. Tenemos que dejar de culparnos a nosotras mismas o a la otra e intentar llegar a alguna especie de punto medio juntas. Y eso es imposible si Brittany no deja de fustigarse por cada error que cometió en el pasado. Tiene que encontrar la forma de perdonarse a sí misma... y así poder avanzar y ser la persona que de verdad quiere ser.
—Tú no hiciste nada —me replica.
—En lugar de estar discutiendo por quién cometió errores y quién no, vamos a decidir qué vamos a hacer hoy cuando le hayamos cambiado el aceite al coche.
—Tendrás un iPhone —dice.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que no quiero un iPhone? —gruño.
Mi teléfono es lento, sí, pero los iPhone son caros y complicados, dos cosas que no puedo permitirme ahora mismo en mi vida.
—Todo el mundo quiere un iPhone. Sólo eres una de esas que no quieren rendirse a la moda. —Me mira y veo cómo sus pecas se marcan con malicia—. Por eso seguías llevando faldas largas en la facultad.
Lo que acaba de decir le parece tronchante, y el coche se llena con su risa.
—De todas formas, no puedo permitirme uno ahora —replico imitando su forma de fruncir el ceño
—. Tengo que ahorrar para alquilar un apartamento y hacer la compra. Ya sabes..., necesidades —digo poniendo los ojos en blanco para quitarle hierro.
—Imagina todo lo que podríamos hacer si tú también tuvieras un iPhone. Tendríamos aún más formas de comunicarnos y, además, sabes que te lo voy a comprar yo, así que no vuelvas a hablar de dinero.
— Lo que me imagino es que podrías rastrear mi teléfono para saber adónde voy —la pico, ignorando su necesidad incontrolable de comprarme cosas.
—No, pero podríamos hacer videochats.
—Y ¿por qué tendríamos que hacer eso?
Me mira como si me hubieran salido dos ojos más y sacude la cabeza.
—Imagínate poder verme todos los días en la brillante pantalla de tu nuevo iPhone.
Inmediatamente me vienen a la cabeza imágenes de sexo telefónico y videochats y recorro mentalmente, avergonzada, fotos de Brittany tocándose a sí misma frente a la pantalla. ¿Se puede saber qué me pasa?
Me arden las mejillas y no puedo evitar echarle una mirada a su entrepierna.
Con un dedo bajo mi barbilla, Brittany me levanta la cabeza para que la mire.
—Estabas pensando en ello..., en todas las guarradas que podría hacerte vía iPhone.
—No, qué va —miento.
Con cabezonería, me niego con todas mis fuerzas a cambiar de móvil, así que hablo de otra cosa.
—La oficina nueva es muy agradable..., tiene unas vistas increíbles —digo.
—¿Ah, sí? —El tono de Brittany se ha apagado de repente.
—Sí, y las vistas desde el comedor del personal son aún mejores. El despacho de Trevor tiene... —Me interrumpo a mitad de frase pero es demasiado tarde. Brittany me está mirando fijamente, esperando a que la termine.
—No, no. Continúa.
—El despacho de Trevor es el que tiene las mejores vistas —digo, y mi voz suena mucho más clara y firme de lo que siento en mi interior.
—¿Puedo saber con qué frecuencia vas a su despacho, Santana? —Los ojos de Brittany van de mí a la carretera.
—He estado dos veces esta semana. Comimos juntos.
—¡¿Cómo?! —me espeta.
Sabía que tendría que haber esperado hasta después de cenar para sacar el tema de Trevor. O mejor, ni sacarlo. Ni siquiera debería haberlo mencionado.
—Suelo comer con él —admito.
Por desgracia para mí, en ese momento mi coche se para en un semáforo, lo que no me deja otra alternativa que aguantar la mirada de Brittany.
—¿Cada día?
—Sí...
—Y ¿hay algún motivo?
—Es la única persona que conozco que tiene el mismo horario para comer que yo. Kimberly está tan liada ayudando a Christian que ni siquiera hace una pausa al mediodía —digo moviendo las manos delante de la cara para ayudar en mi explicación.
—Pues que te cambien la hora de comer.
El semáforo se pone en verde, pero Brittany no pisa el acelerador hasta que se oye un claxon impaciente detrás de nosotras entre el tráfico.
—No voy a cambiar la hora de comer. Trevor es un compañero de trabajo, eso es todo.
—Bueno —exhala—, preferiría que no comieras con el jodido Trevor. No lo soporto.
Riendo, bajo las manos a mi regazo y apoyo una de ellas sobre la de Brittany.
—Tus celos son irracionales —repongo—; no tengo a nadie más con quien comer, sobre todo cuando las otras dos chicas con las que comparto la hora de la comida llevan toda la semana siendo crueles conmigo.
Me mira de reojo mientras cambia de carril con suavidad.
—¿Qué quieres decir con que han sido crueles contigo?
—No han sido exactamente crueles. No sé, tal vez sólo sea una paranoia mía.
—¿Qué ha pasado? Dime —me insta.
—No es nada grave, sólo tengo el presentimiento de que no les gusto por algún motivo. Siempre las pillo riendo o cuchicheando mientras me miran. Trevor dice que les gusta cotillear, y juro que las he oído decir algo acerca de cómo he conseguido el trabajo.
—Y ¿qué dijeron? —pregunta Brittany enfadada. Tiene los nudillos blancos de la fuerza con la que agarra el volante.
—Hicieron un comentario, algo así como «Ya sabemos cómo ha conseguido el trabajo».
—Y ¿les has dicho algo? ¿O a Christian?
—No, no deseo causar problemas. Sólo llevo allí una semana y no quiero ir de acusica como si fuera una niña pequeña.
—Y una mierda. O les dices a esas tías que te dejen en paz o yo mismo hablaré con Christian. ¿Cómo se llaman? Puede que las conozca.
—Tampoco es para tanto —le digo intentando desactivar la bomba que sin duda yo misma he activado—. En todas las oficinas hay un grupito de mujeres malintencionadas. Lo único que pasa es que las que hay en la mía se han fijado en mí. No quiero hacer una montaña de esto, sólo quiero integrarme y tal vez hacer amigos.
—Cosa que no creo que ocurra si sigues dejando que actúen como arpías o pasando todo el rato con el puto Trevor —replica. Se humedece los labios y respira hondo.
Yo también respiro hondo y la miro, debatiéndome entre defender a Trevor o no.
«A la mierda.»
—Trevor es la única persona allí que se esfuerza en ser amable conmigo y ya lo conozco —digo—.Por eso como con él.
Miro por la ventanilla y veo cómo pasa mi ciudad preferida mientras espero que la bomba explote.
Cuando Brittany no contesta, la observo y mira fijamente la carretera como si la atravesara; luego añado:
—Echo mucho de menos a Ryder.
—Él también a ti. Y también tu padre.
Suspiro.
—Quiero saber cómo está, pero si hago una pregunta, haré treinta —digo—. Ya sabes cómo soy.
La preocupación estalla en mi pecho y hago todo lo que puedo para contenerla e ignorarla y que desaparezca.
—Claro que lo sé, y por eso no las responderé —contesta Brittany.
—¿Cómo está Karen? ¿Y tu padre? ¿Es triste que los eche de menos más a ellos que a mis propios padres? —le pregunto.
—No, teniendo en cuenta quiénes son tus padres. —Arruga la nariz—. Y, respondiendo a tu pregunta, están bien, supongo. No les presto mucha atención.
—Espero que pronto esto empiece a parecerse a mi hogar —digo sin pensar al tiempo que me hundo en mi asiento de piel.
—No parece que de momento te guste mucho Seattle; ¿qué estás haciendo aquí entonces?
Brittany mete mi coche en el aparcamiento de un pequeño edificio. En la entrada hay un gran letrero amarillo que afirma que hacen cambios de aceite en quince minutos y que el servicio es muy amable.
No sé qué responderle. Tengo miedo de compartir con Brittany mis miedos y mis dudas sobre lo que acabo de hacer. No porque no confíe en ella, sino porque no quiero que ella los use como algo con lo que obligarme a dejar Seattle. No me iría mal un discurso motivacional ahora mismo, pero prefiero el silencio al «Te lo dije» que seguramente me diría ella.
—No es que no me guste —le explico—, es que todavía no me he acostumbrado. Sólo ha pasado una semana del traslado y a lo que estoy acostumbrada es a mi antigua rutina, a Ryder y a ti.
—Me pondré a la cola y te veo dentro —dice Brittany sin mediar palabra sobre mi respuesta.
Asiento, bajo del coche y en el frío me apresuro a entrar en el pequeño taller. El olor a goma quemada y a café rancio llenan la sala de espera. Me quedo mirando una foto enmarcada de un coche antiguo cuando noto la mano de Brittany posarse en la parte baja de mi espalda.
—No deberían tardar mucho.
Me coge de la mano y me lleva al polvoriento sofá de piel en el centro de la sala.
Veinte minutos más tarde, está de pie y camina de aquí para allá sobre el suelo de baldosas blancas y negras. Entonces suena una campanilla en la sala que anuncia que alguien ha entrado.
—En el cartel pone que tardan quince minutos —le espeta Brittany al chico del mono de trabajo manchado de aceite.
—Sí, así es —replica él encogiéndose de hombros. Se le cae sobre el mostrador el cigarrillo que lleva detrás de la oreja y se apresura a recogerlo con las manos enguantadas.
—¿Me estás tomando el pelo? —gruñe Brittany; su paciencia está llegando al límite.
—Ya casi está —le asegura el mecánico antes de salir de la sala tan de repente como ha entrado.
No lo culpo.
Me doy la vuelta hacia Brittany y me pongo en pie.
—No pasa nada, no tenemos prisa.
—Está echando a perder mi tiempo contigo. Tengo menos de veinticuatro horas para pasar contigo y él me las está haciendo perder, joder.
—Tranquila.
Cruzo el suelo de baldosas y me quedo de pie frente a ella.
—Estamos juntas —le digo.
Meto las manos en los bolsillos del abrigo de Christian y Brittany aprieta los labios para evitar que su ceño fruncido acabe en una sonrisa.
—Si no han acabado dentro de diez minutos, no pienso pagar por esta mierda —amenaza.
Yo la miro sacudiendo la cabeza y luego la hundo en su pecho.
—Y no le pidas disculpas a ese tío por mí —añade. Pone el pulgar debajo de mi barbilla y me levanta la cara para mirarme a los ojos—. Sé que pensabas hacerlo.
Me besa suavemente en los labios y de repente me siento hambrienta y ansiosa, quiero más.
Los temas de discusión en el coche han demostrado ser puntos débiles nuestros en el pasado, pero aun así hemos hecho el camino hasta aquí sin mayores daños. Me siento sorprendentemente mareada por eso, o tal vez sean los cálidos brazos de Brittany rodeando mi cintura o su perfume habitual mentolado unido a la colonia que  ha cogido prestada. Sea lo que sea, me doy cuenta de que somos las únicas que estamos esperando en el taller, y me sorprende lo afectuosa que está Brittany cuando vuelve a besarme, esta vez más fuerte y sacando la lengua para buscar la mía. Mis manos encuentran el camino hasta su pelo y tiro suavemente de las puntas, haciendo que gima y me abrace más fuerte la cintura. Ella pega el cuerpo al mío, su boca sigue ansiando la mía, hasta que suena de nuevo la campanilla de la puerta, que me hace dar un salto y apartarme de ella mientras me coloco el gorro nerviosa.
—¡Teeerminadooo! —anuncia el tipo del cigarrillo de antes.

—Ya era hora —señala Brittany en tono borde, y saca su cartera del bolsillo de atrás y me dirige una mirada de advertencia cuando yo hago lo mismo.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 18, 2016 1:38 am

Capítulo 103
Brittany

 
—No me estaba mirando a mí —dice intentando convencerme cuando por fin llegamos al coche, que he tenido que aparcar lo más lejos posible del restaurante.
—Estaba jadeando encima de la lasaña. Si hasta le colgaba un hilo de baba de la barbilla.
Los ojos del hombre estaban pegados a Santana mientras intentaba disfrutar de mi plato de pasta demasiado caro y con demasiada salsa. Quiero insistir en el tema, pero al final decido que mejor no lo haré. Santana ni siquiera se había dado cuenta de que había llamado la atención de ese tío, estaba demasiado ocupada sonriéndome y hablando conmigo como para mirarlo dos veces.
Sus sonrisas son brillantes y sinceras, ha tenido mucha paciencia conmigo ante mis comentarios acerca de esperar tanto para que nos dieran una mesa, y parece encontrar siempre alguna forma para tocarme. Una mano en la mía, el roce de sus dedos en mi brazo, su suave mano acariciándome el pelo de la nuca, me toca constantemente y yo me siento como una puta cría el día de Navidad. Eso si realmente supiera lo emocionada que está una cría en Navidad.
Pongo la calefacción del coche a tope porque quiero que entre en calor lo antes posible. Tiene la nariz y las mejillas de un adorable color rojizo y no puedo evitar acercarme y rozar con mi mano helada sus labios temblorosos.
—En ese caso, es una pena que vaya a pagar tanto por comerse una lasaña llena de babas, ¿no? — Sonríe, y me acerco para acallar su comentario cursi cubriendo su boca con la mía.
—Ven aquí —gruño.
La atraigo con cuidado a mi regazo tirando de las mangas de su abrigo morado. No protesta; al contrario, salta el apoyabrazos para poder sentarse sobre mí. Su boca sigue sobre la mía y yo, posesiva, la reclamo para mí atrayendo su cuerpo hacia el mío hasta acercarlo todo lo que permite el extraño diseño de este coche. Cuando acciono la palanca del asiento que lo reclina por completo, Santana jadea y su cuerpo cae sobre el mío.
—Sigo dolorida —me dice, y la aparto un poco suavemente.
—Sólo quería besarte —respondo.
Es verdad. No es que fuera a rechazar hacerle el amor en el asiento delantero del coche, pero no es lo que tenía en mente.
—Pero quiero —admite con timidez, girando un poco la cabeza como para que no la vea.
—Podemos ir a casa..., bueno, a tu casa.
—¿Por qué no aquí?
—¿Hola? ¿Santana?
Agito la mano delante de su cara y ella me mira desconcertada.
—¿Has visto a Santana por aquí? Porque esta obsesa sexual de hormonas revolucionadas que tengo sentada encima no es ella —la pico, y al final lo pilla.
—No soy una obsesa sexual.
Hace un puchero sacando el labio inferior y yo me apresuro a cazarlo entre los dientes. Mueve las caderas sobre mí, y examino el aparcamiento con la mirada. El sol ya empieza a ocultarse, y la atmósfera densa y el cielo nublado hacen que parezca que es más tarde de lo que es en realidad. Sin embargo, el parking está lleno de coches, y lo último que me apetece es que nos pillen follando en público. Separa su boca de la mía y me recorre el cuello con los labios.
—Estoy estresada, y tú no has estado conmigo, y te quiero.
A pesar del aire caliente de la calefacción, un escalofrío me recorre la espalda y una de sus manos consigue deslizarse entre nosotras bajo mis pantalones.
—Y también puede que tenga las hormonas un poco revolucionadas, ya casi es..., bueno, ya sabes qué semana. —Me susurra las últimas palabras como si fueran un secreto obsceno.
—Vaya, ahora lo entiendo. —Sonrío, preparando mentalmente bromas subidas de tono para picarla toda la semana, como siempre hago.
Me lee la mente.
—No digas nada —me regaña, apretando y tocando mi coño mientras su boca sigue en mi cuello.
—Entonces deja de hacer eso antes de que me corra en los pantalones. Ya me ha pasado demasiadas veces desde que te conozco.
—Sí, te ha pasado. —Sonríe.
Me muerde y mis caderas me traicionan elevándose para unirse a la tortura de sus movimientos sinuosos.
—Volvamos a casa... —insisto—. Como alguien te vea así, montándome en mitad de un parking, tendré que matarlo.
Santana mira alrededor del aparcamiento pensativa, inspeccionando los alrededores, y entonces veo cómo empieza a ser consciente de dónde estamos.
—Vale —dice, y con otro puchero vuelve a su asiento.
—Mira cómo se ha girado la tortilla... —replico.
Su mano vuelve a agarrarme y aprieta, y yo hago una mueca de dolor. Santana sonríe con dulzura, como si no acabara de intentar arrancarme mis parte mas valiosa, asi como las joyas de la familia..
—Tú conduce —ordena.
—Me saltaré todos los semáforos en rojo para llevarte a casa y darte tu merecido —respondo para picarla.
Ella pone los ojos en blanco y apoya la cabeza en la ventanilla.
Para cuando llegamos al semáforo se ha quedado dormida. La toco para asegurarme de que no se ha enfriado; tiene la frente cubierta de gotitas de sudor, lo que hace que apague la calefacción inmediatamente. Decido disfrutar de los suaves sonidos de su sueño ligero y tomar el camino largo para volver a casa de Vance. Con cuidado, la sacudo de un hombro.
—Santana, ya hemos llegado.
Abre los ojos y parpadea rápidamente para evaluar dónde se encuentra.
—¿Ya es tan tarde? —pregunta mirando el reloj del salpicadero.
—Había tráfico —le digo.
La verdad es que he conducido por toda la ciudad intentando averiguar qué es lo que la ha cautivado tanto de ella. Sin embargo, no ha habido forma. No he podido encontrarlo a través del aire helado. O de los atascos del tráfico. O del puente levadizo que provocaba el atasco. Lo único que tenía sentido para mí era la chica que dormía en mi coche. A pesar de los cientos de edificios que se alinean
dibujando e iluminando la ciudad, ella es lo único que podría hacer que Seattle mereciera la pena.
—Aún estoy muy cansada... —Sonríe—. Creo que he comido demasiado. —Y me aparta cuando me ofrezco a llevarla a su habitación.
Camina como una zombi cruzando la casa de Vance y, en cuanto su cabeza se posa sobre la almohada, se queda dormida de nuevo. La desvisto con cuidado, cubro su cuerpo semidesnudo con el edredón y dejo mi vieja camiseta junto a su cabeza esperando que se la ponga cuando se despierte.
Me quedo mirándola. Tiene los labios entreabiertos y rodea con los brazos uno de los míos como si estuviera abrazando una almohada mullida. No puede estar cómoda, pero está profundamente dormida, agarrándome como si tuviera miedo de que desaparezca.
Creo que, si sigo sin comportarme como una idiota a diario, se me recompensará con momentos como éste todos los fines de semana, y eso me basta para aguantar hasta que ella también lo vea.
—¡¿Cuántas veces vas a llamarme?! —grito en el auricular.
Mi teléfono lleva toda la noche vibrando con el nombre de mi madre parpadeando en la pantalla.
Santana no deja de despertarse y, a su vez, me despierta a mí. Juro que la última vez lo dejé en silencio.
—¡Tendrías que haber contestado! —dice ella—. Tengo algo importante que contarte.
Su voz es dulce, y no recuerdo la última vez que hablé con ella.
—Pues adelante, habla —gruño, e instintivamente me incorporo para encender la lamparilla. Su luz es demasiado brillante para estas horas de la mañana, así que tiro de la cuerdecita y devuelvo la habitación a su antigua oscuridad.
—Bueno, allá va... —Respira hondo—. Mike y yo vamos a casarnos.
Suelta un grito y me aparto el teléfono de la oreja para proteger mi oído.
—Vale... —digo, esperando más.
—¿No estás sorprendida? —pregunta, obviamente decepcionada por mi reacción.
—Me dijo que te lo iba a pedir, y supongo que le has dicho que sí. ¿Por qué tendría que sorprenderme?
—¿Te lo dijo?
—Sí —respondo mirando las formas rectangulares y oscuras de algunas fotos que cuelgan de la pared.
—Bueno, y ¿qué te parece?
—¿Acaso importa? —inquiero.
—Pues claro que importa, Brittany.
Mi madre suspira y yo me incorporo del todo. Santana se mueve en sueños y me busca.
—Sea como sea, no me importa. Me sorprendió un poco, pero ¿qué más me da si te casas? —susurro rodeando con la pierna los suaves muslos de Santana.
—No te estoy pidiendo permiso. Sólo quería saber cómo te sentías al respecto para que pueda decirte por qué llevo toda la mañana llamándote.
—Estoy bien, y ahora dime.
—Como sabes, a Mike le parece que sería una buena idea vender la casa.
—¿Y?
—Bueno, está vendida. Los nuevos propietarios se trasladarán el mes que viene, después de la boda.
—¿El mes que viene?
Me froto la sien con el índice. Sabía que no tenía que coger el maldito teléfono a estas horas.
—Íbamos a esperar al año que viene, pero ya tenemos una edad y, con el hijo de Mike marchándose a la universidad, no habrá mejor momento que ahora. Debería empezar a hacer calor dentro de unos meses, pero no queremos esperar. Puede que haga frío, pero no será insoportable. Vendrás, ¿no? Y traerás a Santana, ¿eh?
—Así que la boda es el mes que viene, ¿o dentro de dos semanas? —El cerebro no me funciona tan temprano.
—¡Dos semanas! —me responde mi madre emocionada.
—No creo que pueda... —replico, y no sigo.
No es que no quiera unirme a la feliz fiesta del amor correspondido y toda esa mierda, pero no quiero ir a Inglaterra, y sé que Santana no vendrá conmigo avisándola con tan poco tiempo, sobre todo teniendo en cuenta el estado de nuestra relación en estos momentos.
—¿Por qué no? —dice ella—. Se lo preguntaré yo misma si...
—No, no lo harás —la corto en seco.
Me doy cuenta de que estoy siendo un poco brusca y reculo.
—Ni siquiera tiene pasaporte —digo. Es una excusa, pero es verdad.
—Puede conseguir uno en dos semanas si se lo expiden urgente.
Suspiro.
—No lo sé, mamá, dame un poco de tiempo para pensar en ello. Son las putas siete de la mañana —gruño, y cuelgo.
Luego me doy cuenta de que ni siquiera le he dado la enhorabuena. Joder. En fin, tampoco es que lo esperara de mí necesariamente.

Entonces oigo que alguien está rebuscando en los malditos armarios del final del pasillo. Me tapo la cabeza con el grueso edredón para amortiguar el ruido de portazos y el odioso pitido del lavavajillas, pero los sonidos no cesan. La cacofonía continúa hasta que supongo que me quedo dormido a pesar de ella.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 18, 2016 1:40 am

Capítulo 104

Brittany

 
Son algo más de las ocho y puedo ver a través del salón, hasta la cocina, donde Santana está vestida y arreglada, desayunando con Kimberly.
Mierda, ya es lunes. Ella tiene que ir a trabajar y yo tengo que coger el coche para volver a la universidad. Me perderé las clases de hoy, pero no podría importarme menos. Tendré mi título antes de dos meses.
—¿Vas a despertarla? —le pregunta Kimberly a Santana justo cuando entro.
—Estoy despierta —gruño aún medio grogui por el sueño.
He dormido mejor esta noche que en toda la semana. La primera noche que pasé aquí estuvimos despiertas casi todo el tiempo.
—Hola. —La sonrisa de Santana ilumina la oscura habitación, y Kimberly discretamente baja del taburete en el que estaba sentada y nos deja a solas. Lo que significa que anota un nuevo récord para no molestarme.
—¿Cuánto llevas despierta? —le pregunto.
—Dos horas. Christian me ha dicho que podía quedarme una hora más porque aún no te habías levantado.
—Tendrías que haberme despertado antes.
Recorro vorazmente su cuerpo con la mirada. Lleva una blusa de color burdeos metida en una falda de tubo negra hasta la rodilla. La tela envuelve sus caderas de una forma que me hace querer volverla en ese taburete, subirle la falda hasta que se le vean las bragas (de encaje, tal vez) y poseerla aquí y ahora...
Pero entonces me despierta de mis pensamientos:
—¿Qué?
La puerta principal se cierra y me alivia saber que por fin estamos solas en la enorme casa.
—Nada —miento, y camino hacia la cafetera medio llena—. Claro, ¿cómo iban a tener una Keurig?... Malditos ricachones.
Santana se ríe por mi comentario.
—Me alegro de que no, no me gustan nada esos trastos.
Apoya los codos sobre la isla de la cocina y su pelo cae enmarcándole la cara.
—Yo también.
Echo una mirada a la espaciosa cocina y de vuelta al pecho de Santana, que ahora está de pie muy erguida.
—¿A qué hora tienes que irte? —le pregunto.
Se cruza de brazos y me deja sin vistas.
—Dentro de veinte minutos.
—Mierda —suspiro, y ambas nos llevamos la taza de café a los labios a la vez—. Tendrías que haberme despertado —insisto—. Dile a Vance que no vas.
—¡No! —replica, y sopla el café humeante que tiene en la mano.
—Sí.
—No —dice con voz firme—, no puedo aprovecharme de mi relación personal con él de esta manera.
Las palabras que ha elegido para decirlo me cabrean.
—No es una «relación personal». Vives aquí porque eres amiga de Kimberly y básicamente porque yo te presenté a Vance —le recuerdo, completamente consciente de lo mucho que le molesta que saque este tema.
Pone sus ojos oscuros en blanco con dramatismo y atraviesa el lujoso suelo de madera, sus tacones sonando con fuerza al pasar por mi lado. Le agarro el codo con los dedos, deteniendo su dramática salida. La atraigo hacia mi pecho y beso la base de su cuello.
—¿Adónde te crees que vas?
—A mi habitación, a coger el bolso —dice.
Pero la forma pesada en la que se eleva y cae su pecho contradice completamente su tono frío y su mirada aún más fría.
—Dile que necesitas más tiempo —le pido casi rozando con los labios la fina capa de piel de su nuca.
Santana intenta fingir que no le afecta que la toque, pero yo sé la verdad. Conozco su cuerpo mejor que ella.
—No —replica.
Hace un esfuerzo mínimo para liberarse, sólo para poder decirse a sí misma que lo ha hecho.
—No quiero aprovecharme de él. Ya me ha dejado quedarme aquí gratis.
No pienso rendirme.
—Entonces lo llamaré yo —le digo.
Hoy no la necesita en la oficina. Ya la tiene tres días a la semana. Yo la necesito más que la editorial.
—Brittany...
Alcanza mi mano antes de que yo pueda meterla en el bolsillo para coger el móvil.
—Llamaré a Kim —dice finalmente.
Frunce el ceño y me sorprende, y le agradezco que se haya rendido tan rápido.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 18, 2016 1:43 am

Capítulo 105

Santana

 
—Hola Kim, soy Santana. Iba a...
—Adelante —me corta—. Ya le he dicho a Christian que seguramente no vendrías hoy.
—Siento pedírtelo. Yo...
—Santana, no pasa nada. Lo entendemos.
La sinceridad de su voz me hace sonreír a pesar de mi enfado con Brittany. Es agradable tener una amiga por fin. Me cuesta mucho aliviar la presión que siento en el pecho por la traición de Rachel. Miro mi habitación temporal y me recuerdo a mí misma que estoy a horas de distancia de ella, del campus, de todos los amigos que pensaba que había hecho en mi primer trimestre en la facultad, todos falsos. Ésta es mi vida ahora. Mi sitio está en Seattle y no voy a tener que volver a ver nunca más a Rachel ni a los demás.
—Muchísimas gracias —le digo.
—No tienes por qué dármelas. Sólo recuerda que todas las habitaciones principales de la casa están vigiladas —ríe Kimberly—. Estoy segura de que, tras el incidente del gimnasio, no se te olvidará.
Atravieso a Brittany con la mirada cuando entra en la habitación.
Su sonrisa expectante y la forma en la que esos vaqueros azules bajos se apoyan en sus caderas me distraen de las palabras de Kimberly. Tengo que esforzarme para recordar lo que me ha dicho hace unos segundos.
«¿El gimnasio? Ostras, no...» Se me hiela la sangre y Brittany viene directo hacia mí.
—Hum, sí —murmuro, levantando una mano para evitar que se acerque ni un poco más.
—Pásalo bien —añade Kimberly, y cuelga.
—¡Hay cámaras en el gimnasio! ¡Nos vieron! —le digo a Brittany aterrorizada.
Ella se encoge de hombros como si no fuera nada importante.
—Las apagaron antes de poder ver nada.
—¡Brittany! Saben que..., ya sabes, ¡en su gimnasio!
Mis manos vuelan frente a mí.
—¡Es terrible! —Me cubro la cara con ellas y Brittany me las aparta enseguida.
—No vieron nada. Ya he hablado con ellos. Tranquilízate. ¿No crees que me habría vuelto loca si sé que han visto algo?
Me relajo un poco. Tiene toda la razón, habría estado mucho más enfadada de lo que parece en este momento, pero eso no significa que me sienta totalmente humillada porque lo saben, aunque pararan la grabación a tiempo.
Pero, espera, ¿qué significa grabación aquí? Todo es digital. Podrían decir que apagaron las cámaras pero en realidad quedarse mirando todo el rato...
—Las imágenes... no están grabadas ni guardadas en ninguna parte, ¿verdad? —No puedo evitar preguntarlo. Dibujo con la yema del dedo la pequeña cruz tatuada en la mano de Brittany.
Ella baja la cabeza y me mira a la defensiva.
—¿Qué quieres decir con eso?
Las... viejas aficiones de Brittany reaparecen en mi mente.
—No quiero decir eso —digo rápidamente. Puede que demasiado rápido.
—¿Estás segura? —pregunta.
Veo cómo se le endurecen las facciones y sus ojos se llenan de culpa.
—Ya, y ¿cómo sabes lo que me preocupa que estuvieras pensando si no lo has pensado ya por ti misma?
—No —le aseguro, y acorto el espacio que hay entre nosotras.
—No, ¿qué? —inquiere.
Puedo leer sus pensamientos en este momento, puedo verla revivir las horribles cosas que hizo.
—No hagas eso, no vuelvas ahí.
—No puedo evitarlo.
Se frota la cara con la mano de forma lenta y enajenada.
—¿Es eso lo que pensabas? ¿Que sabía lo de la grabación y que les dejé verla?
—¿Qué? ¡No! Nunca pensaría eso —le digo sinceramente—. Sólo he conectado la grabación del gimnasio con lo que pasó antes de que dijeras nada. Ha sido pura paranoia mía.
»Tan sólo me lo recordó: en ningún momento pensé que lo estuvieras haciendo ahora.
—Le agarro el andrajoso cuello de la camiseta negra—. Sé que no le enseñarías a nadie una cinta mía. —La miro a los ojos, obligándola a que me crea.
—Si alguna vez alguien te hiciera algo así... —Hace una larga pausa y respira hondo—. No sé lo que le haría, aunque fuera Vance —admite.
El temperamento de Brittany es algo a lo que me he acostumbrado de sobra en los últimos meses.
Me pongo de puntillas para poder mirarla a los ojos.
—Eso no va a suceder.
—Pero estuvo a punto de suceder algo terrible la semana pasada con Rachel y Dan.
Un escalofrío hace que le tiemblen los hombros y yo busco desesperadamente las palabras justas para sacarla de ese oscuro lugar.
—No pasó nada —replico.
Lo irónico de ser yo la que lo consuele cuando el trauma es en realidad algo que me ocurrió a mí no es algo nuevo; pero este intercambio de papeles revela la verdadera naturaleza de nuestra relación y la necesidad de Brittany de culparse por cosas que no puede controlar. Igual que con su madre, igual que conmigo. Ahora lo veo.
—Si hubiera estado dentro de ti...
Esas palabras traen imágenes vagas de recuerdos de aquella noche, imágenes de los dedos de Dan subiendo por mi pantorrilla, de Rachel quitándome el vestido.
—No quiero hablar de hipótesis.
Me pego a ella y a sus brazos rodeándome la cintura, aprisionándome, protegiéndome de los malos recuerdos y de las amenazas inexistentes.
Frunce el ceño.
—Apenas hablamos de ello.
—No quiero hacerlo —contesto—. Ya hablamos lo suficiente en casa de mi madre y no es así como quiero pasar el día libre que he conseguido.
Le regalo la mejor de mis sonrisas intentando sin éxito aliviar la tensión.
—No soportaría que alguien te hiciera daño así. No soporto la idea de que te violara. Hace que me entren ganas de asesinar: lo veo todo rojo. No puedo con ello. —La expresión de enfado de Brittany no se ha relajado, tan sólo se ha visto intensificada. Sus ojos azules atraviesan los míos, y sus rudas manos me aprisionan las caderas.
—Entonces será mejor que no hablemos de ello. Quiero que intentes olvidarlo, como he hecho yo.
—Le acaricio la espalda, suplicándole con suavidad que lo olvide todo. No nos hará ningún bien a ninguna de las dos seguir siempre con lo mismo. Fue tremendo y asqueroso, pero no estoy dispuesta a permitir que me controle.
—. Te quiero. Te quiero con locura.
Su boca envuelve la mía, y enredo mis brazos en los suyos, acercándola a mí. Cuando paramos para coger aliento, digo:
—Céntrate en mí, Brittany. Sólo en m...
Me interrumpe la presión de su boca en la mía de nuevo, poseyéndome, demostrándome su compromiso conmigo y con ella misma. Su lengua dura se abre paso entre mis labios para acariciar la mía. Las yemas de sus dedos se clavan aún más en mis caderas y me hacen gemir cuando se deslizan
por mi barriga y hasta mi pecho. Me agarra las tetas y yo me pego con más fuerza a su cuerpo, llenando sus ávidas manos.
—Demuéstrame que soy la única —susurra en mi boca, y yo sé exactamente lo que quiere, lo que necesita.
Me pongo de rodillas frente a ella y tiro del único botón de sus vaqueros. La cremallera resulta ser más problemática, y por un momento considero arrancar las costuras y destrozarlo todo. Sin embargo, no puedo permitirme tal cosa, más que nada por lo bueno que está con estos vaqueros azules.
Lentamente, rozo con los dedos el vello fino que lleva desde su ombligo hasta el elástico de su braga, y ella gime impaciente.
—Por favor —me suplica—, no seas cruel.
Asiento y le bajo las bragas. Brittany vuelve a gemir, esta vez más fuerte, más primitiva, y yo busco su coño con mi boca, ella se abre de piernas para darme mayor facilidad . Los movimientos lentos y rápidos de mi lengua dicen las cosas que intento que se graben en su mente paranoica, asegurándole que estos actos de placer son distintos de cualquier cosa que pudiese obligarme a traer a alguien.
La quiero. Me doy cuenta de que lo que estoy haciendo tal vez no sea la forma más sana de atajar su enfado y su preocupación, pero mis ansias de ella son más fuertes que mi subconsciente, que, en este momento, balancea con suficiencia un libro de autoayuda en mis narices.
—Me vuelve loca ser la única mujer que ha poseído tu boca —dice, y gime cuando uso una mano para coger lo que mi boca no puede—. Esos labios sólo me han agarrado a mí.
Un rápido movimiento de sus caderas me provoca una arcada y ella recorre mi frente con el pulgar.
—Mírame —me ordena.
Y yo obedezco encantada. Estoy disfrutando de esto tanto como ella. Siempre lo hago. Me encanta ver cómo cierra los ojos con cada caricia de mi lengua. Me encanta cómo gime y gruñe cuando succiono con más fuerza.
—Joder, sabes exactamente...
Echa la cabeza atrás y siento cómo los músculos de sus piernas se contraen bajo mi mano, que he apoyado en ella para mantener el equilibrio.
—Soy la única  frente a la que te pondrás de rodillas...
Aprieto los muslos para aliviar un poco la tensión que sus obscenas palabras están provocando en mí. Brittany se apoya con una mano en la pared mientras mi boca la acerca cada vez más y más al clímax. No aparto la mirada de la suya, algo que sé que la vuelve completamente loca, mientras disfruto dándole placer. Su mano libre va de encima de mi cabeza a mi boca, recorre con la yema de su pulgar mi labio superior y lo mete y lo saca de mi boca a un ritmo cada vez más frenético.
—Joder, San.
Su cuerpo se tensa mientras me dice lo mucho que le gusta, lo mucho que me quiere, cuando está a punto de correrse.
Me la como entera, gimiendo mientras me llena la boca... y ella gime, vaciándose en mi lengua. Sigo chupando, sacándole cada gota de su orgasmo  mientras ella me acaricia la mejilla con el pulgar.
Me abandono a su roce, gozando de su ternura, y me ayuda a levantarme con delicadeza. Ya de pie junto a ella me rodea con sus brazos, estrechándome en un gesto íntimo que casi me abruma.
—Siento haber sacado toda esa mierda —susurra contra mi pelo.
—Shhh... —susurro yo a mi vez, puesto que no quiero volver a esa oscura conversación que hemos dejado minutos atrás.
—InclíBlaine sobre la cama —me dice entonces.
Me cuesta un poco procesar sus palabras, pero no me da la posibilidad de responder antes de que me empuje suavemente poniendo la palma de la mano en la parte baja de mi espalda, guiándome así al borde del colchón. Me agarra los muslos y me sube la falda hasta que mi trasero queda al descubierto para ella. Lo deseo tanto que me duele físicamente, un dolor que sólo ella puede calmar. Cuando me muevo para quitarme los zapatos, vuelve a presionar mi espalda con la palma de la mano.
—No, déjatelos puestos —gruñe.
Gimo cuando me aparta las bragas y me mete un dedo. Se acerca más, sus piernas casi tocando las mías, su coño rozando con suavidad mis muslos.
—Es tan jugoso, nena, y está tan calentito. —Añade otro dedo, y yo gimo, apoyando todo mi peso en los codos, sobre el colchón. Arqueo la espalda cuando encuentra el ritmo, introduciéndose en mí de manera constante, metiendo y sacando sus largos dedos—. Haces unos ruiditos tan sexis, San —dice, y pega su cuerpo al mío, de manera que noto coño caliente contra mí.
—Por favor, Brittany. —Gimo, ahora la necesito. En cuestión de segundos me sacia como sólo ella me sabe saciar y como nunca lo hará nadie. La deseo, pero eso no es nada en comparación con el amor incontenible, absorbente, conturbador que siento por ella, y en el fondo (en ese fondo que sólo ella  y yo podemos ver) sé que ella siempre será la única.
Más tarde, tumbadas en la cama, Brittany gimotea «No quiero irme», y en un gesto muy poco propio de ella, hunde la cabeza en mi hombro y me rodea con los brazos y las piernas. Su pelo grueso me hace cosquillas. Intento peinarla con los dedos, pero es simplemente demasiado.
—Necesito un corte de pelo —anuncia como si respondiera a mis pensamientos.
—A mí me gusta así —digo acariciando los mechones húmedos.
—Si no fuera así, no me lo dirías —me reta.
Tiene razón, pero sólo porque no me imagino un solo corte de pelo que no le sentara bien. De todas formas, resulta que me encanta cómo lo lleva ahora.
—Tu teléfono vuelve a sonar —le advierto, y ella levanta la cabeza para mirarme.
—. Podría estar pasándole algo malo a mi padre. Estoy haciendo lo que puedo para no volverme loca y de verdad quiero confiar en ti, así que, por favor, contesta —le suelto de golpe.
—Si le pasa algo a tu padre, Ryder puede ocuparse de ello, Santana.
—Brittany, sabes lo difícil que es para mí, ¿verdad?
—Santana —dice para acallarme, pero entonces se pone en pie y coge el móvil del escritorio—.¿Ves? Es mi madre.
Levanta la pantalla para que pueda ver el nombre de Trish desde allí. Me encantaría que me hiciera caso y cambiara el contacto a «Mamá» en su teléfono, pero no quiere. Lo que me recuerda a mí misma.
—¡Contesta! —la apremio—. Podría ser una emergencia.
Me levanto de la cama e intento quitarle el móvil, pero ella es muy rápida.
—Está bien. Lleva dándome por saco toda la mañana.
Brittany sostiene el móvil en alto, sobre mi cabeza.
—¿Y eso? —le pregunto y la veo apagar el teléfono.
—Nada importante. Ya sabes lo pesada que puede ser —dice.
—No es pesada —replico en defensa de Trish. Es muy dulce y me encanta su sentido del humor.
Algo que no le vendría mal a su hija.
—Tú eres igual de pesada que ella, sabía que dirías eso.
Sonríe. Sus largos dedos me colocan el pelo detrás de las orejas. La miro mal en broma.
—Estás siendo terriblemente encantadora hoy. Sin contar que acabas de llamarme pesada, claro. No me quejo, pero teniendo en cuenta nuestro historial, me temo que este comportamiento terminará en cuanto termine nuestro maravilloso fin de semana.
—¿Preferirías que fuera una cabrona? —replica levantando una ceja.

Sonrío, disfrutando de su comportamiento juguetón, no importa lo poco que dure.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 18, 2016 1:46 am

Capítulo 106

Brittany

 
Por si el maldito y eterno trayecto bajo la lluvia helada no hubiera sido lo bastante desagradable, cuando llego a mi apartamento me bombardea la imagen del padre de Santana despatarrado en mi sofá con ropa mía puesta. Lleva unos pantalones de pijama de algodón y una camiseta negra que le van demasiado
pequeños, y siento literalmente cómo el bagel que Santana me ha preparado para desayunar esta mañana vuelve a mi garganta y me suplica que lo regurgite sobre el suelo de hormigón.
—¿Qué tal está Sanny? —me pregunta Ricardo en cuanto cruzo la puerta.
—¿Por qué has vuelto a ponerte mi ropa? —gruño sin esperar una respuesta por su parte pero sabiendo que me la va a dar de todas formas.
—Sólo tengo la camisa que me diste y no consigo quitarle el olor —contesta poniéndose en pie.
—¿Dónde está Ryder?
—Ryder está en la cocina. —La voz de mi hermanastro llega a la sala de estar por mi espalda.
Un minuto más tarde se reúne con nosotros, con un trapo de cocina en las manos. Caen gotas de jabón al suelo y lo reprendo por no hacer que Ricardo lave los malditos platos.
—Entonces, ¿cómo está? —pregunta.
—Está bien, joder. Y, por si a alguien le interesa, yo también estoy bien —suelto.
El apartamento se ve mucho más limpio de lo que estaba cuando me fui. Los montones de manuscritos de mierda que pensaba tirar se han evaporado, la torre de botellas de agua vacías que construí en la mesita de café ya no está, e incluso el montículo de polvo que me había acostumbrado a ver crecer ha desaparecido de las esquinas de la mesa de la tele.
—¿Qué demonios ha pasado aquí? —les pregunto. Mi paciencia se está agotando bastante rápido para hacer sólo dos minutos que he entrado.
—Si te refieres a qué ha pasado porque hemos limpiado... —empieza a decir Ryder, pero lo corto.
—¿Dónde está mi mierda? —inquiero caminando por la habitación—. ¿Os he pedido a alguno de los dos que toquéis mi mierda?
Me pellizco el puente de la nariz con los dedos y respiro hondo intentando controlar mi inesperada rabia. ¿Por qué coño han limpiado mi puto apartamento sin consultarme antes? Miro a uno y luego al otro una y otra vez antes de largarme a mi cuarto.
—Menudo humor tenemos... —oigo decir a Ricardo cuando llego a la puerta.
—No le hagas caso..., la echa de menos —responde Ryder rápidamente.
Como diciendo «Que os jodan a los dos», doy un portazo lo más fuerte que puedo.
Ryder tiene razón. Sé que la tiene. Lo sentía a medida que me alejaba en el coche de aquella maldita ciudad, distanciándome de ella. Podía sentir cómo se tensaban más todos y cada uno de mis músculos y tendones cuanto más me alejaba de ella. Cada puto kilómetro haciendo más y más grande el agujero que se iba abriendo en mí. Un agujero que sólo ella puede llenar. Maldecir a cada capullo con que me cruzaba en la autopista me ha ayudado a mantener la rabia controlada, pero estaba claro que no iba a durar mucho. Tendría que haberme quedado en Seattle unas horas más, haberla convencido de tomarse la semana libre y de volver a casa conmigo. Tal y como iba vestida, no debería haber tenido elección.
Cuanto más profundizo en mis pensamientos, más veces me descubro visualizando su cuerpo semidesnudo. La falda enrollada en la cintura, dejando al descubierto la visión más sexi posible.
Mientras su cuerpo y el mío chocaban sin parar, me prometió que no me olvidaría en toda esta larga semana y me dijo cuánto me quería.
Cuanto más pienso en cómo me besaba y luego volvía a besarme, más me excito.
La necesidad que tengo de ella es más fuerte que nunca. Es deseo y amor entremezclados, o no, la necesidad que tengo de ella va más allá del deseo. La forma en la que estamos conectadas cuando hacemos el amor es indescriptible, sus gemidos, el modo en que me recuerda que soy la  única mujer que la ha hecho sentir así. Me quiero y la quiero, fin de la puta historia.
—Hola —digo al teléfono. La he llamado antes de ser consciente de lo que hacía.
—Hola, ¿pasa algo? —me pregunta.
—No. —Miro mi habitación. Mi recién recogida habitación—. Sí.
—¿Qué pasa? ¿Estás en casa?
«No es mi casa. Tú no estás aquí...»
—Sí, tu puto padre y Ryder ya me han sacado de quicio —respondo.
Se le escapa una risita.
—Hace, ¿cuánto?, ¿diez minutos que has llegado? ¿Qué han hecho ya?
—Han limpiado todo el apartamento, han cambiado toda mi mierda de sitio, no encuentro nada.
Me encantaría que hubiera una camiseta sucia o algo en el suelo a lo que darle una patada.
—Y ¿qué estás buscando? —me pregunta.
Pero entonces, al otro lado de la línea, oigo una voz de fondo.
Tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no preguntarle con quién demonios está.
—Nada en concreto —admito—. A lo que me refiero es que, si quisiera encontrar algo, no podría.
Se ríe.
—¿Así que estás enfadada porque han limpiado el apartamento y no consigues encontrar algo que ni siquiera estás buscando?
—Sí —digo con una mueca.
Me estoy comportando como una puta niña, y lo sé. Ella también lo sabe, pero en lugar de reñirme se ríe.
—Deberías ir al gimnasio.
—Debería volver a Seattle y follarte encima de tu cama. Otra vez —disparo de vuelta.
Ella jadea y el sonido se hace eco muy dentro de mí, lo que provoca que la necesite aún más.
—Mmm, sí —susurra.
—¿Con quién estás? —He aguantado al menos cuarenta segundos. Estoy mejorando.
—Trevor y Kim —me contesta lentamente.
—¿Me tomas el pelo?
El puto Trevor siempre está ahí. Empieza a ser más molesto que Dani, y eso ya es mucho decir.
—Britt- any...
Noto que se siente incómoda y que no quiere dar explicaciones delante de ellos.
—San-ta-na.
—Voy un momento a mi habitación —se excusa educadamente, y mientras oigo su respiración me impaciento cada vez más.
—¿Qué hace el puto Trevor en tu casa? —digo, sonando más trastornada de lo que era mi intención.
—Ésta no es mi casa —me recuerda.
—Ya, bueno, pero vives ahí y...
Me interrumpe:
—Deberías irte al gimnasio, estás furiosa.
Percibo la preocupación en su voz, y el silencio que le sigue lo demuestra.
—Por favor, Brittany.
A ella no puedo decirle que no.
—Te llamo cuando vuelva —acepto, y cuelgo el teléfono.
No puedo decir que no haya visto la asquerosa cara de modelo del puto Trevor impresa en el saco mientras le daba patadas, puñetazos, patadas y puñetazos durante dos horas seguidas. Pero tampoco puedo decir que me haya ayudado, la verdad es que no. Sigo... cabreada. Ni siquiera sé por qué estoy cabreada excepto porque Santana no está aquí y yo no estoy allí.
Joder, va a ser una semana muy larga.
No tenía pensado pasarme tanto rato haciendo ejercicio, pero estaba claro que lo necesitaba.
Cuando llego al coche me espera un mensaje de Santana:
He intentado aguantar despierta, pero estoy agotada
Agradezco que fuera esté oscuro porque así nadie verá la cara de idiota que se me ha quedado con su indirecta. Es jodidamente adorable sin proponérselo.
Casi ignoro un mensaje de Ryder que me recuerda que nos estamos quedando sin provisiones. No he comprado comida de verdad para mí desde... nunca. Cuando vivía en la hermandad comía la porquería que compraban los demás.
Sin embargo, Santana puede que se enfade si se entera de que no doy de comer a su padre, y Ryder seguro que no duda en delatarme.
No sé cómo me veo yendo a Target en lugar de a Conner’s para hacer la compra. Está claro que Santana me influye hasta cuando no está. Pasa tanto tiempo en Conner’s como en Target, aunque puede tirarse horas explicándome por qué Target es mucho mejor que cualquier otra tienda. Me aburre mortalmente pero he aprendido a asentir en los momentos justos para que se crea que la escucho y que estoy más o menos de acuerdo con ella.
En cuanto meto una caja de Frosties en el carrito de la compra, veo aparecer fugazmente una melena pelirroja al final del pasillo. Sé que es Rachel antes de que se vuelva. Sus mugrientas botas altas y negras con cordones rojos son inconfundibles.
Rápidamente pienso en las dos opciones que tengo. Una, puedo acercarme y recordarle lo muy hija de... Antes de que pueda pensar en la segunda opción, que seguramente habría preferido, se vuelve y me ve.
—¡Brittany, espera! —Su voz suena fuerte cuando giro sobre los talones y dejo el carrito de la compra en mitad del pasillo. Aunque venga de machacarme en el gimnasio, no hay forma humana de que pueda controlarme delante de Rachel. No la hay.
Oigo sus fuertes pisadas sobre el suelo laminado mientras me sigue a pesar de mis claras intenciones de ignorarla.
—¡Escúchame! —grita cuando está justo detrás de mí.
Cuando dejo de andar, choca contra mi espalda y se cae al suelo.
Me vuelvo y le grito:
—¡¿Qué coño quieres?!
Se pone rápidamente en pie. Me percato de que el vestido negro que lleva está todo manchado de polvo blanco del suelo sucio.
—Pensaba que estabas en Seattle.
—Y lo estoy, pero justo ahora mismo no —miento. No tengo ni idea de qué me ha impulsado a enfrentarme a ella, pero ya es tarde para echarse atrás.
—Sé que ahora me odias... —empieza.
—Es el primer pensamiento sensato que has tenido en mucho tiempo —le suelto, y luego la observo detenidamente. Sus ojos verdes casi desaparecen bajo las líneas negras que los rodean. Está horrible—. No estoy de humor para tus chorradas —le advierto.
—Nunca lo has estado. —Sonríe.
Aprieto los puños a mis costados.
—No tengo nada que decirte, y ya sabes cómo me pongo cuando no quiero que me molesten.
—¿Me estás amenazando? ¿En serio?
Levanta los brazos frente a sí y luego vuelve a dejarlos caer. Me quedo en silencio mientras imágenes de una Santana apenas consciente pasan por mi cabeza. Tengo que alejarme de Rachel. Nunca le haría daño físico, pero sé toda la mierda que puedo llegar a soltarle para hacerle mucho más daño del que pueda llegar a imaginar. Es una de mis muchas aptitudes.
—No es buena para ti —tiene el valor de decirme Rachel.
No puedo evitar reírme ante la osadía de esta zorra.
—No eres tan estúpida como para intentar hablar conmigo de eso —replico.
Pero si algo ha sido alguna vez Rachel es segura de sí misma. Orgullosa de sí misma.
—Sabes que es cierto —contesta—. No es suficiente para ti, y tú nunca serás suficiente para ella.
El fuego que arde en mi interior se aviva mientras ella sigue:
—Te cansarás de esa santurrona, y lo sabes. Seguramente ya te hayas cansado.
—¿Santurrona? —Me trago otra carcajada. No conoce a la Santana a la que le gusta que se la follen delante de un espejo y que se folla a sí misma con sus dedos hasta gritar mi nombre.
Rachel asiente.
—Y a ella se le pasará la fijación por la chica mala que tiene contigo y se casará con un banquero o algo así. No creo que seas tan idiota como para pensar que esto va para largo. Sé que viste cómo estaba con Sam, ese capullo de las chaquetas de punto. Eran como la pareja modelo que están hechas la una para la otra, y lo sabes. No puedes competir con eso.
—¿Y qué? ¿Quieres decir que tú y yo funcionaríamos mejor?
Mi voz acaba sonando mucho menos exigente de lo que pretendía. Se está entrometiendo en mis mayores inseguridades y estoy haciendo lo que puedo por no vacilar.
Pone en blanco sus ojos de mapache.
—No, claro que no. Sé que no te gusto, nunca te he gustado. Sólo es que me preocupas —dice.
Aparto la mirada de ella para mirar los pasillos vacíos.
—Sé que no quieres creerme y sé que te gustaría partirme el cuello por meterme con tu Virgen María, pero en ese oscuro corazoncito tuyo sabes que lo que estoy diciendo es verdad.
Me muerdo un carrillo al oír el mote con el que mis supuestos amigos bautizaron a Santana hace tiempo.
—En el fondo sabes que no funcionará. Es demasiado pija para ti. Tú estás lleno de tatuajes, y sólo es cuestión de tiempo que ella se canse de avergonzarse de que la vean contigo.
—Santana no se avergüenza de que la vean conmigo —replico dando un paso hacia la arpía pelirroja.
—Sabes que sí. Incluso me lo llegó a decir a mí cuando empezabais a salir. Seguro que sigue igual.
—Sonríe, el pendiente de la nariz brilla bajo la luz y yo me avergüenzo con el recuerdo de sus manos tocándome, haciendo que me corriera.
Me trago la rabia y replico:
—Intentas manipularme porque es todo lo que te queda y no te va a funcionar.
La hago a un lado para irme.
Suelta una carcajada asquerosa.
—Si eres suficiente para ella, ¿por qué se iba con Dani tan a menudo? Ya sabes lo que decían por ahí...
Me paro en seco. Recuerdo a Santana volviendo de aquella comida con Rachel. Estaba muy enfadada tras marcharse de Applebee’s el día que Rachel se llevó a Kitty y las dos le dieron a entender a Santana que corría el rumor de que se follaba a Dani. Me cabreé tanto que llamé a Kitty para advertirle de que no volvieran a meterse entre Santana y yo. Está claro que Rachel no recibió el mensaje, a pesar de que era de ella de quien debía preocuparme desde el principio.
—Tú te inventaste esos rumores —la acuso.
—No, fue el compañero de piso de Dani. Fue él quien la oyó gemir su nombre y la cama de Dani golpeando la pared cuando ella intentaba dormir. Molesto, ¿verdad?
La sonrisa malévola de Rachel me deja sin el poco autocontrol que me quedaba desde que Santana se fue a Seattle.
«Tengo que largarme ahora mismo. Tengo que largarme ahora mismo...»
—Dani dijo que no lo hizo nada mal, por cierto; al parecer, hace eso... eso que hace ella con las caderas o algo así. Ah, y ese lunar... ya sabes cuál.
Se golpea suavemente la mejilla con sus uñas negras.
No puedo soportarlo.
—¡Cállate! —Me tapo las orejas con las manos—. ¡Cállate de una vez! —le grito desde el otro lado del pasillo.
Rachel se aleja, sigue riendo.
—Créeme o no me creas —añade encogiéndose de hombros—. Me da igual, pero sabes que es una pérdida de tiempo. Ella es una pérdida de tiempo.

Hace una mueca de burla y desaparece justo cuando mi puño impacta con la estantería metálica.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por micky morales Jue Ago 18, 2016 8:08 am

maldita Rachel, no pense nunca que llegaria a odiarla en un fic, espero de verdad que parte del cambio de Brittany sea dejar atras esas inseguridades!!!!! Brittana: ALMAS PERDIDAS,  FINALIZADO  20-08-16 - Página 7 4065562827 Brittana: ALMAS PERDIDAS,  FINALIZADO  20-08-16 - Página 7 3287304868 Brittana: ALMAS PERDIDAS,  FINALIZADO  20-08-16 - Página 7 3718790499
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Mensaje por 3:) Jue Ago 18, 2016 10:24 am

Rachel se esta ganando un tiro en la frente... No mejor dicho un basucaso!
Tuvieron al fin un fin de semana de novias como se debe...
Espero que las idioteces de la zorra no le cambie nada a britt ahora, encina que es medio paranoica...??
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 18, 2016 11:46 pm

micky morales escribió:maldita Rachel, no pense nunca que llegaria a odiarla en un fic, espero de verdad que parte del cambio de Brittany sea dejar atras esas inseguridades!!!!! Brittana: ALMAS PERDIDAS,  FINALIZADO  20-08-16 - Página 7 4065562827 Brittana: ALMAS PERDIDAS,  FINALIZADO  20-08-16 - Página 7 3287304868 Brittana: ALMAS PERDIDAS,  FINALIZADO  20-08-16 - Página 7 3718790499


o si  Rachel tiene que caer, Brittany lamentablemente no puede hacer nada  por que un error por muy pequeño se c.... en su futuro con lo que paso con la payasa, intrigosa, y mala calaña de Dani. Espero que al final de esta historia o de la que sigue  reciban su castigo o si lo espero con ansias.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 18, 2016 11:48 pm

3:) escribió:Rachel se esta ganando un tiro en la frente... No mejor dicho un basucaso!
Tuvieron al fin un fin de semana de novias como se debe...
Espero que las idioteces de la zorra no le cambie nada a britt ahora, encina que es medio paranoica...??

Ojala le pudieran poner y un detonante dentro de la cabeza  tipo suicide squad  y que  a control remoto le pudieran  volar la cabeza.

Brittany esta haciendo un plus plus plus esfuerzo y espero que todo le salga bien.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 18, 2016 11:56 pm

Capítulo 107
Brittany

 
Las cajas caen de la estantería al suelo con estrépito. Vuelvo a golpear el metal, dejando una mancha roja y espesa en él. El escozor familiar de la carne abriéndose en mis nudillos sólo consigue hacer que la adrenalina suba y que la furia que siento crezca. Es casi reconfortante el alivio de permitirme expresar la  rabia de la forma en que solía hacerlo siempre. No tengo que contenerme. No tengo que pensar en mis actos. Puedo rendirme a la ira, dejar que salga, dejar que me hunda.
—¿Qué estás haciendo? ¡Que venga alguien! —grita una mujer.
Cuando giro la cabeza hacia ella, ésta da un paso atrás en dirección al final del pasillo y entonces veo que, pegada a su falda, hay una niña rubia. Los ojos de la mujer están llenos de miedo y cautela. Cuando los ojos azul claro de la niña se encuentran con los míos, no puedo apartar la mirada. Con cada respiración furiosa que abandona mi cuerpo, robo un poco de la inocencia que los inunda. Corto la conexión con la mirada de la niña y miro el caos que he organizado en el pasillo. La decepción sustituye a la rabia en un segundo y recibo un duro golpe al darme cuenta de que la estoy armando en medio de un Target. Si la poli llega antes de que pueda salir de aquí, estoy jodida. Con una última mirada a la niña del vestido largo y los zapatos brillantes, corro por el pasillo hacia la puerta principal. Evitando el caos que crece alrededor de mí, paso de un pasillo al otro mientras intento que nadie me vea.
No puedo pensar con claridad. Nada de lo que pienso tiene sentido.
Santana no se folló a Dani.
 No lo hizo.
 No pudo hacerlo.
Si lo hubiera hecho, lo sabría. Alguien me lo habría dicho.
Ella me lo habría dicho. Ella es la única persona que conozco que no me miente.
De repente estoy fuera y el aire invernal me corta la piel sin compasión. Centro la mirada en mi coche, que está aparcado al fondo del parking, agradeciendo que la oscuridad de la noche me proteja.
—¡Joder! —grito una vez llego al coche. Mi bota se estampa contra el parachoques y el sonido chirriante del metal al doblarse hace que mi frustración disminuya—. ¡Sólo ha estado conmigo! — chillo, y luego subo al coche.
Estoy metiendo la llave en el contacto cuando dos coches de policía entran en el aparcamiento con las luces y las sirenas puestas. Salgo del parking poco a poco para no llamar la atención y veo cómo aparcan en el bordillo y corren adentro como si se hubiera cometido un asesinato.
En cuanto consigo salir, siento un gran alivio recorrerme el cuerpo. Si llegan a detenerme en el Target, Santana se habría puesto como una moto.
Santana... y Dani.
No soy tan idiota como para creerme las mentiras de Rachel cuando dice que Santana se la folló. Sé que no lo hizo. Sé que soy la única con la que ha estado dentro y con ella, la única que ha hecho que se corra en su vida. No Dany.
Nadie más, joder. Sólo yo. Sacudo la cabeza para apartar la visión de ellas dos juntas, sus dedos agarrando los brazos de Dani mientras entra y sale de ella. Joder, otra vez esto, no.
No puedo pensar con claridad, literalmente. No puedo ver con claridad. Tendría que haber agarrado a Rachel por el cuello y...
No, no puedo permitirme acabar de imaginarlo. Ha conseguido lo que quería de mí y eso me cabrea aún más. Sabía exactamente lo que se hacía al mencionar a Dani, me estaba tomando el pelo a propósito, intentando hacerme saltar, y funcionó. Sabía que estaba tirando de la anilla de una granada y luego alejándose. Pero no soy una granada, tendría que poder controlarme.
Llamo a Santana inmediatamente pero no responde. Su teléfono suena... y suena... y suena. Antes me ha dicho que se iba a dormir, pero sé perfectamente que siempre tiene el teléfono en modo vibración y que no soporta dormir con ruido.
—Vamos, San, coge el puto móvil —gimoteo, y tiro el teléfono al asiento del acompañante.
Tengo que alejarme de Target todo lo que pueda antes de que los polis comprueben las cámaras de seguridad del parking y consigan la matrícula o algo así. La autovía es una jodida pesadilla y sigo intentando llamar a Santana. Si no me devuelve la llamada antes de una hora, telefonearé a Christian.
Tendría que haberme quedado en Seattle una noche más. Mierda, tendría que haberme ido a vivir allí desde el principio. Todos mis motivos para no querer ir ahora me parecen absurdos. Todos los miedos que tenía, y todavía tengo, sólo se mantienen vivos por la distancia que hay de donde vive ella a donde yo vivo.
«En el fondo sabes que no funcionará.»
«Tú estás llena de tatuajes, y sólo es cuestión de tiempo que ella se canse de avergonzarse de que la vean contigo.»
«Fijación por la chica mala...»
«Se casará con un banquero o algo así.»
La voz de Rachel martillea mis oídos una y otra vez. Me voy a volver loca. Estoy perdiendo literalmente la cabeza en esta carretera. Todos los esfuerzos que llevo haciendo esta semana no significan nada ahora. Esa víbora se ha cargado los dos días que he pasado con Santana de un plumazo.
«¿Vale la pena todo esto? ¿Todo este esfuerzo constante conduce a algo? ¿Voy a tener que prohibirme decir y hacer lo que está mal? Y si continúo con esta transformación potencial, ¿de verdad me querrá después o se sentirá como si hubiera terminado una especie de proyecto para una clase de psicología?
»Cuando todo acabe, ¿quedará lo bastante de mí para que me quiera? ¿Seré siquiera la misma chica  de la que se enamoró o ésta es su forma de transformarme en quien ella desearía que fuera, en alguien de quien se hartará?»
¿Está intentando que me parezca a él? ¿Que sea como Sam?
«No puedes competir con eso...»
Rachel tiene razón. No puedo competir con Sam y la relación sencilla que tenían. Ella nunca tuvo que preocuparse por nada cuando estaba con él. Les iba bien juntos. Les iba bien y era fácil. Él no está destrozado como yo. Recuerdo el tiempo en que solía pasar horas sentada en mi cuarto esperando a que Rachel me dijera
que Santana había vuelto de pasar un rato con él. Me entrometía todo cuanto podía y, sorprendentemente, me salió bien. Me eligió a mí y no a él, el chico que había querido desde pequeña. Se me revuelve el estómago de imaginar a Santana diciéndole a Sam que lo quiere.
«Fijación por la chica mala...» Soy más que una fijación para Santana. Tengo que serlo. Me he follado a muchas tías que sólo querían cabrear a sus padres, pero Santana no es una de ellas. Ha tragado mucha mierda mía para demostrarlo.
Mis pensamientos son un revoltijo delirante que no soy capaz de seguir.
¿Por qué dejo que Rachel se meta en mi cabeza? No tendría que haber escuchado ni una sola palabra de lo que ha dicho esa zorra. Restriego los nudillos sangrientos y destrozados en los pantalones y aparco el coche.
Cuando levanto la mirada, veo que estoy en el parking de Blind Bob’s. He conducido hasta aquí sin pensar mucho en ello. No debería entrar..., pero no puedo evitarlo.
Y detrás de la barra veo a una vieja... amiga. Carly. Carly, con muy poca ropa y los labios pintados de rojo.
—Vaya..., vaya..., vaya... —Me sonríe.
—No digas nada —gruño, y me siento en un taburete justo delante de ella.
—Ni lo sueñes. —Sacude la cabeza; su cola de caballo rubia se mueve de un lado a otro—. La última vez que te serví todo acabó en una espiral de drama, y no tengo ni el tiempo ni la paciencia como para repetir mi actuación esta noche.
La última vez que estuve aquí pillé tal ciego que Carly me obligó a dormir en su sofá, lo que llevó a un terrible malentendido con Santana, que tuvo un accidente de tráfico aquel día por mi culpa. Por la mierda con la que lleno su vida, que de otro modo sería perfecta.
—Tu trabajo es servirme una copa cuando la pido —digo señalando la botella de whisky oscuro en la estantería que hay tras ella.
—Ahí mismo hay una señal que dice justo lo contrario. —Apoya los codos en la barra y yo vuelvo a sentarme en el taburete, poniendo entre nosotros tanta distancia como puedo.
El pequeño cartel que dice RESERVADO EL DERECHO DE ADMISIÓN está pegado en la pared y no puedo evitar reírme.
—No pongas mucho hielo, no quiero que se agüe.
Vuelvo a ignorarla cuando pone los ojos en blanco y se incorpora para coger un vaso vacío.
Un gran chorro de licor cae en mi vaso mientras la voz de Rachel suena en mi cabeza una y otra vez. Ésta es la única forma de librarme de sus acusaciones y mentiras. La voz de Carly me saca de mi aturdimiento:
—Te está llamando.
Miro hacia abajo y veo la foto que le hice a Santana mientras dormía esta mañana parpadeando en la pantalla del móvil.
—Mierda.
Instintivamente aparto el vaso y vuelco el contenido recién servido sobre la barra. Ignoro las maldiciones que suelta Carly y me largo del bar tan rápido como he llegado.
Fuera, deslizo el pulgar sobre la pantalla.
—Santana.
—¡Brittany! —dice nerviosa—. ¿Estás bien?
—Te he llamado muchas veces. —Suelto un suspiro de alivio al oír su voz a través del pequeño auricular.
—Lo sé, lo siento. Estaba dormida. ¿Estás bien? ¿Dónde estás?
—En Blind Bob’s —admito. De nada sirve mentir, siempre averigua la verdad de una forma u otra.
—Ah... —susurra.
—He pedido una copa. —Puedo contárselo todo, ya que estoy.
—¿Sólo una?
—Sí, y no he tenido la oportunidad de probarla siquiera antes de que llamaras.
No sé cómo me siento respecto a eso. Su voz es mi salvavidas, pero también siento algo que me pide que vuelva a entrar en el bar.
—Eso está bien —dice—. ¿Ya te marchas?
—Sí, ahora mismo.
Abro la puerta del coche y me acomodo en el asiento del conductor.
Tras unos instantes Santana me pregunta:
—¿Por qué has ido allí? No pasa nada, pero... sólo me pregunto el porqué.
—He visto a Rachel.
Resopla.
—¿Qué ha pasado? ¿Has... ha pasado algo?
—No le he hecho daño, si es lo que preguntas.
Pongo el coche en marcha pero me quedo en el aparcamiento. Quiero hablar con Santana sin estar distraída conduciendo.
—Me ha dicho unas cuantas mierdas que... que me han cabreado muchísimo. He perdido los nervios en Target.
—¿Estás bien? Espera, pensaba que odiabas Target.
—¿Eso es lo único que...?
—Lo siento, estoy medio dormida.
Lo dice como si estuviera sonriendo, pero enseguida su tono cambia y se vuelve de preocupación.
—¿Estás bien? ¿Qué te ha dicho?
—Ha dicho que te follaste a Dani —contesto. No quiero repetir el resto de la mierda que ha dicho de Santana y de mí y que no somos buenas la una para la otra.
—¿Qué? Sabes que no es verdad. Brittany, te juro que no pasó nada entre nosotras que tú no...
Golpeo el parabrisas con un dedo, viendo cómo se acumulan mis huellas.
—Dice que su compañero de piso os oyó.
—No la crees, ¿verdad? No puedes creerla, Brittany, me conoces, sabes que te lo habría dicho si alguien además de ti me hubiera tocado... —Su voz se rompe y siento un dolor en el pecho.
—Shhh...
No debería haberla dejado seguir. Debería haberle dicho que sabía que no era verdad pero, como soy una maldita egoísta, necesitaba oírselo decir.
—¿Qué más te ha dicho? —Está llorando.
—Estupideces. De ti y de Dani. Se ha aprovechado de todos mis miedos e inseguridades con respecto a nosotras.
—Y ¿por eso has ido al bar? —No me está juzgando, sólo siento una comprensión que no me esperaba.
—Supongo —suspiro—. Sabía cosas. De tu cuerpo..., cosas que sólo yo debería saber.
Un escalofrío me recorre la espalda.
—Era mi compañera de habitación en la residencia. Me vio cambiarme un montón de veces, por no mencionar que fue la que me desnudó aquella noche —dice intentando respirar.
La rabia vuelve a invadirme. Pensar en Santana incapaz de moverse mientras Rachel la desnudaba en contra de su voluntad...
—No llores, por favor. No puedo soportarlo, no cuando estamos a horas de distancia —le suplico.
Ahora que tengo a Santana al otro lado del teléfono, las palabras de Rachel no parecen ser verdad, y la locura (la maldita locura) que sentía hace sólo unos minutos se ha disuelto.
—Hablemos de otra cosa mientras vuelvo a casa.
Doy marcha atrás con el coche y pongo el teléfono en manos libres.
—Vale, sí... —dice, y la escucho mientras piensa—. Ah, Kimberly y Christian me han invitado a acompañarlos a su club este fin de semana.
—No vas a ir.
—Si me dejas terminar... —replica—. Pero como espero que estés aquí y sé que no ibas a querer venir, hemos quedado en que entonces iré el miércoles por la noche.
—¿Qué clase de club está abierto un miércoles? —Echo un vistazo al retrovisor, contestando a mi propia pregunta—. Iré —le digo finalmente.
—¿Qué? A ti no te gustan los clubes, ¿recuerdas?
Pongo los ojos en blanco.
—Iré contigo este fin de semana. No quiero que vayas el miércoles.
—Voy a ir el miércoles. Podemos volver el fin de semana si quieres, pero ya le he dicho a Kimberly que iré y no tengo motivos para no hacerlo.
No tengo la paciencia para mantener esta conversación con ella ahora.
—Excepto yo. Soy el motivo, ¿no? —Mi voz suena como un gimoteo patético.
—Si tienes un motivo de peso para que no vaya, sí. Estaré con Kim y Christian, no va a pasarme nada.
—Prefiero que no vayas —digo entre dientes. Estoy al límite y me está poniendo a prueba—. O también puedo ir el miércoles —le ofrezco intentando ser razonable.
—No tienes que conducir tantas horas el miércoles si ya tienes pensado venir el viernes.
—¿Es que no quieres que te vean conmigo? —Lo suelto antes de que pueda impedirlo.
—¿Qué? —Escucho de fondo el clic cuando enciende la lámpara—. ¿Por qué dices eso? Sabes que no es verdad. No dejes que Rachel se te meta en la cabeza. Porque se trata de eso, ¿no?
Entro en el aparcamiento del edificio y aparco el coche antes de contestar. Santana espera en silencio una explicación. Al final suspiro.
—No. No lo sé.
—Tenemos que aprender a luchar juntas, no la una contra la otra. No debería ser Rachel contra ti y tú contra mí. Tenemos que estar juntas en esto —continúa.
—No es eso lo que estoy haciendo...
«Tiene razón. Siempre la tiene, joder.»
—Iré el miércoles y me quedaré hasta el domingo.
—Te saltarás las clases.
—Tengo clases y trabajo.
—Suena a que no quieres que vaya. —Mi paranoia se abre paso en mi ya maltratada confianza.
—Claro que quiero y lo sabes —repone.
Saboreo las palabras: joder, la echo tanto de menos...
—¿Ya estás en casa? —pregunta Santana justo cuando apago el motor.
—Sí, acabo de llegar.
—Te echo de menos.
La tristeza en su voz hace que todo se pare de golpe.
—No lo hago. Lo siento. Me estoy volviendo loca sin ti, San.
—Yo también —suspira, y hace que quiera volver a pedirle disculpas.
—Soy una idiota por no haberme ido a Seattle contigo desde el principio.
La oigo toser al otro lado.
—¿Qué?
—Ya me has oído. No voy a repetirlo.
—Vale. —Al final deja de toser cuando subo al ascensor—. Sé que podría no haberte oído bien, de todas formas.
—Bueno, ¿qué quieres que haga con Rachel y Dan? —Cambio de tema.
—¿Qué puedes hacer? —me pregunta con calma.
—No quieres que conteste a eso.
—Entonces nada, déjalos tranquilos.
—Seguramente le cuente lo de esta noche a todo el mundo y siga esparciendo el rumor de Dani y tú.
—Ya no vivo allí. No pasa nada —dice Santana, intentando convencerme. Sin embargo, sé lo que un rumor como ése puede llegar a herirla, lo admita o no.
—No quiero dejarlo así —le confieso.
—No quiero que te metas en líos por ellos.
—Vale —asiento, y nos damos las buenas noches.
No va a estar de acuerdo con mis ideas de cómo detener a Rachel, así que mejor dejarlo. Abro la puerta de casa y veo a Richard despatarrado en el sofá, durmiendo. La voz de Jerry Springer resuena por toda la casa. Apago la tele y me voy directo a mi cuarto.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Jue Ago 18, 2016 11:59 pm

Capítulo 108

Brittany

 
Me paso la mañana entera como una muerta viviente. No recuerdo haber ido a la primera clase, y empiezo a preguntarme por qué me molesto siquiera.
Cuando voy a cruzar por delante del edificio de administración, veo a Blaine y a Logan al pie de la escalera. Me pongo la capucha y paso por su lado sin mediar palabra. Tengo que largarme de este sitio como sea.
Sin embargo, cambio de opinión y doy media vuelta y subo la empinada escalinata hasta el edificio principal. La secretaria de mi padre me recibe con la sonrisa más falsa que he visto en mucho tiempo.
—¿Puedo ayudarte?
—He venido a ver a Ken Pierce.
—¿Habías pedido cita? —me pregunta la mujer con dulzura, sabiendo perfectamente que no.
Sabiendo perfectamente quién soy.
—Está claro que no; ¿está ahí mi padre o no? —inquiero a la vez que señalo la pesada puerta de madera frente a mí. El cristal ahumado del centro hace difícil saber si está dentro.
—Está ahí, pero está en mitad de una videoconferencia ahora mismo. Si te sientas, te...
Paso por delante de su mesa y voy directo a la puerta. Cuando giro el pomo y abro, mi padre se vuelve para mirarme y levanta un dedo tranquilamente para pedirme que le dé un segundo.
Como la educada dama que soy, pongo los ojos en blanco y me siento delante de su mesa. Tras otro minuto, más o menos, mi padre devuelve el teléfono a su sitio y se pone en pie para saludarme.
—No te esperaba.
—Yo tampoco esperaba estar aquí —admito.
—¿Algo va mal?
Su mirada va de la puerta cerrada a mi espalda y a mi cara de nuevo.
—Tengo una pregunta —digo finalmente.
Apoyo las manos en su escritorio de madera de cerezo casi granate y lo miro. Veo manchas oscuras de barba incipiente en su cara, lo que me deja claro que lleva días sin afeitarse, y la camisa blanca tiene los puños algo arrugados. Creo que no lo había visto llevar una camisa arrugada desde que me vine a vivir a Estados Unidos. Es un hombre que va a desayunar con un chaleco de punto y unos pantalones recién planchados.
—Te escucho —dice él.
Hay mucha tensión entre nosotros pero, a pesar de ello, tengo que hacer un esfuerzo para recordar el profundo odio que llegué a sentir una vez por este hombre. Ahora no sé qué sentir por él. No creo que sea capaz de perdonarlo nunca del todo, pero mantener toda esa rabia hacia él me consume demasiada energía. Jamás tendremos la relación que tiene con mi hermanastro, pero digamos que es agradable que cuando necesite algo de él intente hacer todo lo que pueda por ayudarme. Aunque la mayoría de las veces su ayuda no me lleva a ninguna parte, de alguna forma valoro su esfuerzo.
—¿Cómo de complicado sería para ti trasladar mi expediente al campus de Seattle?
Mi padre levanta una ceja con dramatismo.
—¿En serio?
—Sí. No quiero tu opinión, quiero una respuesta.
He dejado claro que mi repentino cambio de parecer no es discutible.
Me mira con detenimiento antes de responder.
—Bueno, eso retrasaría tu graduación. Lo mejor sería que te quedaras aquí lo que queda de trimestre. Para cuando hayas pedido el traslado, te matricules y te mudes a Seattle no habrá valido la pena el lío y el tiempo... logísticamente hablando.
Vuelvo a apoyarme en el respaldo de piel y lo miro.
—¿No podrías ayudar a acelerar el proceso?
—Sí, pero aun así retrasaría la fecha de tu graduación.
—Así que, básicamente, tengo que quedarme aquí.
—No tienes que hacerlo —se frota la barba incipiente del mentón—, pero sería lo más sensato ahora mismo. Ya casi lo has conseguido.
—No pienso asistir a esa graduación —le recuerdo.
—Tenía la esperanza de que hubieras cambiado de opinión. —Mi padre suspira y aparta la mirada.
—Pues no ha sido así...
—Es un día muy importante para ti. Los últimos tres años de tu vida...
—Me da igual. No quiero ir. Me parece bien que me manden el diploma por correo. No voy a ir, fin de la discusión.
Mi mirada recorre la pared a su espalda y los marcos que cuelgan en las paredes marrón oscuro de su despacho. Los certificados y diplomas enmarcados en blanco destacan sus logros, y sé por la forma en que los mira con orgullo que significan más para él de lo que jamás significarán para mí.
—Siento oír eso —dice mientras sigue mirando los marcos—. No volveré a pedírtelo —añade frunciendo el ceño.
—¿Por qué es tan importante para ti que vaya? —me atrevo a preguntar.
La hostilidad entre nosotros es ahora palpable, la atmósfera se ha hecho pesada, pero las facciones de mi padre se relajan cada vez más a medida que pasan unos minutos de silencio entre nosotros.
—Porque —suelta un largo suspiro— hubo un tiempo, un largo tiempo, en el que no estaba seguro... —otra pausa— de lo que sería de ti.
—¿Y eso significa...?
—¿Seguro que tienes tiempo de hablar ahora?
Su mirada se dirige a mis nudillos pelados y mis pantalones manchados de sangre. Sé que en realidad quiere decir: ¿estás segura de que estás mentalmente equilibrada para hablar ahora?
Sabía que tendría que haberme cambiado los vaqueros. Esta mañana no tenía ganas de nada. He rodado literalmente fuera de la cama y he cogido el coche para venir al campus.
—Quiero saberlo —respondo con severidad.
Asiente.
—Hubo un tiempo en el que ni siquiera creía que fueras a terminar el instituto, ya sabes, por todos los problemas en los que siempre te metes.
Ante mis ojos desfilan imágenes de peleas de bar, robos en tiendas, lágrimas, chicas medio desnudas, vecinos cabreados y una madre muy decepcionada.
—Lo sé —coincido—. Técnicamente sigo metida en líos.
Mi padre me lanza una mirada que dice que no está para nada satisfecho con que esté siendo tan frívola con algo que para él fue una preocupación considerable.
—Ni mucho menos tanto como lo estabas —replica—. No desde... ella —añade con suavidad.
—Ella causa la mayor parte de mis problemas.
Me rasco la nuca, sabiendo que soy un bocazas.
—Yo no diría eso.
Entorna sus ojos marrones y sus dedos juegan con el botón superior de su chaleco. Ambos nos quedamos sentados en silencio un momento, sin saber muy bien qué decir.
—Me siento tan culpable, Brittany... Si no hubieras conseguido acabar el instituto y llegar a la universidad, no sé qué habría hecho.
—Nada, habrías vivido tu vida perfecta aquí —le espeto.
Se encoge como si lo hubiera abofeteado.
—Eso no es cierto. Sólo quiero lo mejor para ti. No siempre lo he demostrado, y lo sé, pero tu futuro es muy importante para mí.
—¿Por eso hiciste que me aceptaran en la WCU desde el principio?
Nunca hemos hablado del hecho de que sé que utilizó su posición para matricularme en esta maldita universidad. Sé que lo hizo. No di palo al agua en el instituto y mi expediente lo prueba.
—Eso, y que tu madre estaba en una situación límite contigo. Quería que vinieras aquí para poder conocerte. No eres la misma chica que eras cuando me fui.
—Si querías conocerme, deberías haberte quedado cerca más tiempo. Y beber menos.
Fragmentos de recuerdos que me he esforzado en olvidar se abren camino en mi mente.
—Te fuiste y nunca tuve la oportunidad de ser sólo una niña —añado.
A menudo me preguntaba lo que debía de sentirse siendo una niña feliz en una familia sólida y cariñosa. Mientras mi madre trabajaba de sol a sol, solía sentarme solo en el salón a mirar las paredes sucias y desgastadas durante horas. Me preparaba cualquier porquería que fuera mínimamente comestible y me imaginaba que estaba sentada a una mesa repleta de gente que me quería, que se reían
y me preguntaban qué tal me había ido el día. Cuando me metía en una pelea en el colegio, a veces deseaba tener un padre que o bien me felicitara o me pateara el culo por meterme en líos.
Las cosas fueron mucho más fáciles a medida que crecía. En mi adolescencia me di cuenta de que podía hacer daño a la gente y las cosas fueron más fáciles. Podía vengarme de mi madre por dejarme solo mientras trabajaba llamándola por su nombre de pila y negándole la simple alegría de oír a su única hija decirle «Te quiero».
Podía vengarme de mi padre no hablándole. Tenía un objetivo: hacer que todos los que me rodeaban se sintieran tan desgraciados como yo lo era y así podría ser por fin uno de ellos. Usaba el sexo y las mentiras para hacerles daño a las chicas y lo convertí en un juego. El tema se fastidió cuando una amiga de mi madre empezó a pasar mucho tiempo conmigo, su matrimonio se fue a la mierda junto
con su dignidad, y mi madre estaba destrozada porque su hija de catorce años hubiera sido capaz de hacer algo así.
Parece que Ken lo entiende, como si supiera exactamente lo que pienso.
—Lo sé —dice—, y siento todo lo que has tenido que pasar por mi culpa.
—No quiero seguir hablando de eso.
Empujo la silla hacia atrás y me pongo en pie.
Mi padre continúa sentado y no puedo evitar sentirme poderosa al estar plantada así delante de él. Me siento... superior, en todas las formas posibles. Su culpa y su arrepentimiento lo persiguen y yo por fin estoy consiguiendo reconciliarme con los míos.
—Pasaron tantas cosas que no entenderías... Ojalá pudiera contártelas, pero eso no cambiaría nada.
—Ya te he dicho que no quiero hablar más de esto. He tenido un día horrible y esto es demasiado.
Lo pillo, te arrepientes de habernos dejado y toda esa mierda. Lo he superado —miento, y él asiente. En realidad no es del todo mentira. Estoy más cerca de superarlo de lo que lo he estado nunca.
Cuando llego a la puerta, me viene algo a la mente y me vuelvo para mirarlo.
—Mi madre se va a casar, ¿lo sabías? —le comento por curiosidad.
Por su mirada inexpresiva y la forma de bajar las cejas, está claro que no tenía ni idea.
—Con Mike, ya sabes, el vecino —añado.
—Ah. —Frunce el ceño.
—Dentro de dos semanas.
—¿Tan pronto?
—Sí —asiento—. ¿Hay algún problema o algo?
—No, en absoluto. Sólo estoy un poco sorprendido, nada más.
—Sí, yo también.
Apoyo el hombro en el marco de la puerta y veo que la expresión abatida de mi padre se torna en una de alivio.
—¿Vas a ir a la boda?
—No.
Ken Pierce se pone en pie y rodea su enorme escritorio para acercarse a mí. Tengo que admitir que estoy un poco intimidada. No por él, claro, sino por la pura emoción en sus ojos cuando me dice:
—Tienes que ir, Brittany. Le romperás el corazón a tu madre si no vas. Sobre todo porque sabe que viniste a mi boda con Karen.
—Sí, ambos sabemos por qué fui a la tuya. No tenía elección, y tu boda no era en la otra punta del puto planeta.
—Como si lo hubiera sido, porque no llegamos a hablar. Tienes que ir. ¿Santana lo sabe?
Joder. No había pensado en eso.
—No, y no tienes por qué decírselo. Ni a Ryder; si se entera no será capaz de callarse.
—¿Se lo estás ocultando por algún motivo? —pregunta con la voz llena de reproche.
—No se lo estoy ocultando. Es que no quiero que se preocupe por ir. Ni siquiera tiene pasaporte.
Nunca ha salido del estado de Washington.
—Sabes que le gustaría ir. A Santana le encanta Inglaterra.
—¡No ha ido nunca! —replico levantando la voz.
A continuación, respiro profundamente intentando calmarme. Me saca de quicio que actúe como si fuera su propia hija, como si la conociera mejor que yo.
—No diré nada —me asegura levantando las manos como para aplacar mi ira.
Me alegro de que no insista en el tema. Ya he hablado demasiado y estoy jodidamente agotada. No he dormido nada esta noche después de la llamada de Santana. Mis pesadillas han regresado con toda su maldita fuerza y me he obligado a permanecer despierta una vez me he despertado y me he provocado el vómito por tercera vez.

—Tienes que venir a casa a ver a Karen pronto. Anoche me preguntaba por ti —me dice justo antes de que salga del despacho.
—Hum, claro —murmuro, y cierro la puerta detrás de mí.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 19, 2016 12:05 am

Capítulo 109
Santana

 
En clase, el chico que he decidido que es un futuro político se acerca y me susurra:
—¿A quién votaste en las elecciones?
Me siento un poco incómoda cerca de mi nuevo compañero. Es encantador, demasiado, y su ropa elegante y su piel tostada hacen que sea una visión que me distrae. No es atractivo de la misma forma que lo es Brittany, pero no hay duda de que lo es, y él lo sabe.
—No voté —respondo—. No tenía la edad suficiente.
Se ríe.
—Cierto.
La verdad es que no quería hablar con él, pero en los últimos minutos de clase nuestro profesor nos ha pedido que habláramos entre nosotros mientras él atendía una llamada. Me siento aliviada cuando el reloj marca las diez y es hora de irse.
Los intentos del futuro político para seguir charlando conmigo mientras salimos de clase fracasan miserablemente y, tras unos segundos, se despide y se va en dirección opuesta. Llevo toda la mañana distraída. No puedo dejar de pensar en lo que Rachel debió de decirle a Brittany para que se pusiera así. Sé que creyó lo que le conté respecto al rumor de Dani, pero sea lo que sea lo que le dijo le molestó lo suficiente como para no querer repetirlo.
Odio a Rachel. La odio por lo que me hizo y por meterse en la cabeza de Brittany y herirla utilizándome de alguna forma. Para cuando llego al aula de historia del arte, ya he pensado unas diez formas de cómo asesinar a esa horrible chica.
Me siento al lado de Michael, el chico del pelo azul del otro día que tiene sentido del humor y me paso la clase de historia del arte riéndome de sus chistes, lo que es una buena distracción de mis pensamientos homicidas.
Por fin el día se acaba y me dirijo al coche. En cuanto llego y me subo, el móvil empieza a vibrar. Espero que sea Brittany pero, al mirar hacia abajo, veo que no. Tengo tres mensajes de texto, dos de los cuales acaban de aparecer.
Decido leer primero el de mi madre:
Llámame. Tenemos que hablar.
El siguiente es de Dani; respiro hondo antes de darle al pequeño icono con forma de sobre.
Estaré en Seattle de jueves a sábado. Dime cuándo podemos vernos
Me froto las sienes, agradecida por haber dejado el de Kimberly para el final. Nada puede ser tan estresante como decirle a Dani que ya no quiero verla ni hablar con ella o tener una conversación con mi madre.
¿Sabías que tu chica se va a Londres a finales de la semana que viene?
He hablado demasiado pronto.
¿Inglaterra? ¿A qué iba a irse Brittany a Inglaterra? ¿Se va a ir a vivir allí cuando se gradúe? Vuelvo a leer su mensaje...
¡La semana que viene!
Apoyo la cabeza en el volante y cierro los ojos. Mi primer impulso es llamarla y preguntarle por qué me está ocultando ese viaje. No lo hago porque ésta es una oportunidad perfecta para intentar no sacar conclusiones sin preguntarle antes. Hay una posibilidad, una pequeña, de que Kimberly esté equivocada y Brittany no se vaya a Inglaterra la semana que viene.

Siento una punzada en el pecho al pensar que todavía quiera volver a vivir allí. Sigo intentando convencerme de que soy lo suficientemente buena para ella como para retenerla aquí.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 19, 2016 12:28 am

Capítulo 110

Brittany

 
Parece que hace siglos que no venía aquí. He estado dando vueltas con el coche durante una hora, pensando en las posibles consecuencias que tendría el hecho de venir. Tras escribir una lista mental de pros y contras, algo que nunca jamás hago, apago el motor y salgo al frío aire de la tarde. Doy por sentado que está en casa, si no, sólo habré perdido toda la tarde y estaré más enfadada de lo que ya estoy. Echo un vistazo al aparcamiento y veo su camioneta cerca de la entrada. El edificio de apartamentos marrón está apartado de la calle y una escalera oxidada lleva a la segunda planta, en la que está su casa. Con cada pisada de mis botas en la escalera metálica, me repito los principales motivos por los que estoy aquí.
Justo cuando llego al apartamento C, mi teléfono vibra en el bolsillo de atrás. O bien es Santana o bien mi madre, y no quiero hablar con ninguna de ellas ahora mismo. Si hablo con Santana, mi plan se irá a la mierda. Y mi madre sólo conseguiría cabrearme con los asuntos de la boda.
Llamo a la puerta. Al cabo de unos segundos Dani abre, llevando sosten y sólo unos pantalones de chándal. Va descalza y me llama la atención el complejo tatuaje del mecanismo de un reloj que se extiende en su abdomen. No lo había visto nunca. Debió de hacérselo después de intentar tirarse a mi chica.
Dani no me saluda. En su lugar, me mira fijamente desde la puerta con aire de clara sorpresa y de sospecha.
—Tenemos que hablar —digo por fin, y me abro paso para entrar en su casa.
—¿Tengo que llamar a la policía? —pregunta en ese tono suyo tan seco.
Me siento en su sofá de cuero gastado y la miro.
—Eso dependerá de si colaboras o no.
 Parece que han pasado meses desde que la vi delante de la casa de la madre de Santana en lugar de unos días. Suspira y apoya la espalda en la pared opuesta de su pequeño salón.
—Bueno, suéltalo —dice.
—Ya sabes que es por Santana.
—Hasta ahí llego. —Frunce el ceño y cruza sus brazos tatuados.
—No vas a ir a Seattle.
Levanta una espesa ceja antes de sonreír.
—Sí que voy —replica—. Ya he hecho planes.
«Pero ¿qué coño...? ¿Por qué leches va a ir a Seattle?» Está poniéndome las cosas más difíciles de lo que es necesario, y empiezo a maldecirme por pensar que esta conversación iba a acabar de cualquier forma menos dejándola postrado en una camilla.
—El tema es... —respiro hondo para calmarme y ceñirme al plan—, que no vas a ir a Seattle.
—Voy a visitar a unos amigos —me contesta desafiante.
—Mentira. Sé exactamente lo que vas a hacer —se la devuelvo.
—Voy a casa de unos amigos en Seattle pero, por si te interesa, me ha invitado a visitarla.
En cuanto las palabras salen por su boca, me pongo en pie.
—No me piques, estoy intentando hacer bien esto. No tienes por qué ir a verla. Es mía.
Levanta una ceja.
—¿Te das cuenta de cómo suena eso? ¿Decir que es tuya como si fuera de tu propiedad?
—Me importa una mierda cómo suene, es la verdad.
Doy otro paso hacia ella. El ambiente ha pasado de ser tenso a totalmente primitivo. Ambas intentamos reclamar lo nuestro aquí y yo no voy a recular.
—Si es tuya, ¿por qué no estás en Seattle con ella? —me pincha.
—Porque me gradúo cuando acabe el trimestre, por eso.
¿Qué hago contestando a esa pregunta? He venido a hablar, no a escuchar ni a «entablar diálogo», como solía decir un profesor mío. Si intenta volver esto contra mí, estoy jodida.
—Que yo no esté en Seattle es irrelevante. Tú no vas a verla mientras estés allí.
—Eso tendrá que decidirlo ella, ¿no crees?
—Si creyera eso, no estaría aquí, ¿no te parece?
Aprieto los puños a los costados y aparto la mirada de ella para ver un montón de libros de ciencias en la mesa de centro.
—¿Por qué no la dejas en paz? ¿Esto es por lo que le hice a...?
—No —me interrumpe—. No tiene nada que ver con eso. Santana me importa, tanto como a ti. Pero, al contrario que tú, yo la trato como se merece que la traten.
—No tienes ni idea de cómo la trato yo —gruño.
—Sí, rubia, sí que lo sé. ¿Cuántas veces ha venido a mí corriendo entre lágrimas por algo que le has dicho o hecho? Demasiadas. —Me apunta con un dedo—. Sólo le haces daño, y lo sabes.
—Para empezar, ni siquiera la conoces, y segundo, ¿no crees que es patético que no dejes de intentar conseguir algo que no podrás tener jamás? ¿Cuántas veces hemos tenido esta conversación y sobre cuántas chicas?
Me mira con detenimiento, asimilando mi rabia pero sin morder el anzuelo que le he lanzado sobre su historia con las chicas.
—No. —Saca la lengua para humedecerse los labios—. No es patético. De hecho, es una genialidad. Con Santana, estaré esperando a un lado el día en que inevitablemente vuelvas a cagarla y, cuando lo hagas, estaré ahí para ella.
—Eres una jodida...
Doy un paso atrás para poner el máximo de distancia entre nosotras antes de que su cabeza acabe estampada contra la pared.
—¿Qué necesitas? —le espeto—. ¿Quieres que ella misma te diga que no te quiere cerca? Pensaba que ya lo había hecho y, sin embargo, aquí estás...
—Has venido tú.
—¡Maldita sea, Dani! —grito—. ¿Por qué coño no puedes dejarlo estar? Sabes lo que significa Santana para mí y siempre estás intentando meterte entre nosotras. Encuentra a otra con la que divertirte. El campus está lleno de zorras.
—¿Zorras? —repite en tono burlón.
—Sabes que no estoy hablando de Santana —gruño, esforzándome por mantener los puños pegados a los costados.
—Si tanto significara para ti, no le habrías hecho la mitad de lo que le has hecho. ¿Sabe que te tiraste a Kitty mientras ibas detrás de ella?
—Sí, lo sabe. Se lo conté.
—¿Y no le importó?
Su tono es del todo opuesto al mío. Ella está tranquila y serena, mientras que yo lucho con todas mis fuerzas por que no salte la tapa que retiene mi furia.
—Santana sabe que no significó nada para mí, y fue antes de todo. —La miro intentando volver a concentrarme—. Pero no he venido aquí para hablar de mi relación.
—Vale, entonces ¿a qué has venido exactamente?
«Puta engreída.»
—Para decirte que no la vas a ver en Seattle. Pensaba que podríamos hablarlo de una forma más... —busco la palabra exacta— civilizada.
—¿Civilizada? Lo siento, pero me cuesta creer que hayas venido aquí con intención de ser «tolerante» —se mofa señalando el bulto en el puente de su nariz.
Cierro los ojos un momento y veo su nariz destrozada y sangrando, rebotando contra la barrera de metal cuando estrello su cabeza contra ella. El recuerdo de ese sonido me provoca un nuevo subidón de adrenalina.
—¡Esto es civilizado para mí! —replico—. He venido aquí para hablar, no para pelear. Sin embargo, si no vas a alejarte de ella no me dejas más opción. —La postura de mi cuerpo cambia un poco.
—¿Cuál? —pregunta Dani.
—¿Qué?
—¿Qué opción? Ya hemos estado en esta misma situación otras veces. No puedes atacarme muchas más hasta que consigas que te detengan. Y esta vez seguiré adelante con los cargos.
En eso tiene razón. Lo que me saca de quicio todavía más. Odio no poder hacer nada excepto asesinarla, literalmente, lo que no es una opción... al menos de momento.
Respiro un par de veces e intento relajar los músculos. Tengo que intentarlo con la última opción. Una que no quería tener que utilizar, pero es que no me está dejando mucho margen.
—He venido pensando que podríamos llegar a algún tipo de acuerdo —le digo.
Dani ladea la cabeza con chulería.
—¿Qué clase de acuerdo? ¿Es otra apuesta?
—Me lo estás poniendo difícil, en serio... —le digo entre dientes—. Dime qué quieres a cambio de dejarla en paz. ¿Qué puedo darte para hacer que desaparezcas? Dilo y lo tendrás.
Me mira y parpadea deprisa, como si acabaran de salirme cuatro ojos en la cara.
—Venga, vamos. Todo el mundo tiene un precio —murmuro con ironía.
Me exaspera tener que negociar con alguien como ella, pero no hay nada más que pueda hacer para que se largue.
—Déjala que me vea otra vez, una vez más —sugiere—. Estaré en Seattle el jueves.
—No, ni hablar.
«¿Esta chica es subnormal o qué le pasa?»
—No te estoy pidiendo permiso —replica—. Sólo intento que te sientas más cómodo con ello.
—Eso no va a suceder. No tenéis ninguna razón para pasar un rato juntas, no está disponible para ti, ni para ningúna otra, y nunca lo estará.
—Ya estás otra vez con el rollo posesivo.
Pone los ojos en blanco y me pregunto qué diría Santana si pudiera ver esta faceta suya, la única que yo he conocido. ¿Qué clase de novia sería si no fuera posesiva, si me pareciera bien compartirla con alguien?
Me muerdo la lengua mientras Dani mira al techo como si estuviera meditando sus próximas palabras. Esto es una mierda, una puta mierda. La cabeza me da vueltas y empiezo a preguntarme sinceramente cuánto más voy a poder aguantar.
Por fin ella me mira y sonríe lentamente. Luego dice:
—Tu coche.
Me quedo boquiabierta al oírla y no puedo evitar reírme.
—¡Ni de coña! —Avanzo dos pasos hacia ella—. No voy a regalarte mi puto coche. ¿Se te ha ido la olla o qué? —replico manoteando en el aire.
—Lo siento, parece que no vamos a poder llegar a un acuerdo después de todo.
Sus ojos brillan a través de las pestañas espesas y se frota su mejilla con los dedos.
En mi cabeza empiezan a flotar imágenes de mi pesadilla, ella penetrándola, haciendo que se corra... Sacudo la cabeza para deshacerme de ellas.
Finalmente saco las llaves del bolsillo y las lanzo sobre la mesa de centro que hay entre nosotras.
Dani las mira boquiabierta y se acerca a la mesa para coger el llavero.
—¿Va en serio? —Estudia las llaves girándolas en la palma de su mano unas cuantas veces antes de volver a mirarme—. ¡Te estaba tomando el pelo!
Me tira las llaves pero no las cojo a tiempo, y éstas caen al suelo a pocos centímetros de mi bota.
—Me retiro..., joder. No esperaba que me dieras las llaves de verdad. —Se ríe, burlándose de mí
—. No soy tan idiota como tú.
La miro amenazante.
—No me estabas dejando muchas opciones.
—Una vez fuimos amigas, ¿recuerdas? —comenta entonces.
Me quedo en silencio mientras ambas recordamos cómo era todo antes de esta mierda, antes de que nada me importara..., antes de ella. Su mirada ha cambiado, sus hombros se tensan tras su pregunta.
Es duro recordar aquellos días.
—Estaba demasiado borracha como para acordarme ahora.
—¡Sabes que es cierto! —exclama levantando la voz—. Dejaste de beber desde que...
—No he venido aquí a hacer un viaje por mis recuerdos contigo. ¿Te vas a retirar o no? —La miro.
Está algo diferente, más dura.
Se encoge de hombros.
—Sí, claro.
«Esto ha sido demasiado fácil...»
—Lo digo en serio —insisto.
—Igual que yo —replica con un gesto de la mano.
—Eso significa no tener ningún tipo de contacto con ella. Ninguno —le recuerdo.
—Se preguntará por qué. Le he mandado un mensaje esta mañana.
Prefiero ignorar eso.
—Dile que ya no quieres ser amiga suya.
—No quiero herir sus sentimientos de esa forma —me dice.
—Me importa una mierda si hieres sus sentimientos. Tienes que dejarle claro que no vas a volver a ir detrás de ella nunca más.
La calma que he notado durante un momento se ha diluido, y mi mal genio vuelve a aflorar. La posibilidad de que Santana se sienta herida porque Dani ya no quiere ser su amiga me saca de quicio.
Camino hacia la puerta, sabiendo porque me conozco que no puedo soportar ni cinco minutos más en este mohoso apartamento. Estoy muy orgullosa de mí mismo por haber mantenido la calma tanto rato con Dani después de todo lo que ha hecho para entrometerse en mi relación.
En cuanto mi mano coge el pomo, dice:
—Por ahora haré lo que tengo que hacer, pero eso no alterará el resultado de todo esto.
—Tienes razón —coincido, sabiendo que lo que ella quiere decir significa exactamente lo opuesto de lo que yo voy a hacer.
Antes de que su maldita boca pueda decir una sola palabra más, salgo de su apartamento y bajo la escalera a toda prisa.
Para cuando llego a la entrada de casa de mi padre, el sol se está poniendo y aún no he podido hablar con Santana. Cada vez que la llamo salta el buzón de voz. He telefoneado dos veces a Christian, pero él tampoco ha respondido.
Santana se va a cabrear porque he ido a casa de Dani, siente algo por ella que jamás comprenderé ni toleraré. A partir de hoy rezaré por no tener que preocuparme más por ella.
«A menos que no quiera separarse de ella...»
No. No me permito dudar de ella. Sé que Rachel me ha llenado la cabeza de mentiras que se han colado en cada grieta de mi estructura. Si realmente Dani se hubiera follado a Santana, podría haber usado esta tarde como excusa perfecta para echármelo en cara.
Entro en casa de mi padre sin llamar y busco a Ryder o a Karen por la planta baja. Karen está en la cocina, de pie junto a los fogones y con un batidor de varillas en la mano. Se vuelve y me saluda con una sonrisa cálida, aunque su mirada se ve triste y fatigada. Un sentimiento de culpa familiar se extiende por todo mi cuerpo al recordar las macetas que rompí sin querer en su invernadero.
—Hola, Brittany. ¿Estás buscando a Ryder? —me pregunta dejando el batidor en un plato y secándose las manos en el extremo de su delantal estampado con fresas.
—La verdad... es que no lo sé —admito.
«¿Qué estoy haciendo aquí?»
¿Cuán patética es mi vida ahora mismo que me consuela venir a esta casa antes que a ningún otro lugar? Sé que es por los recuerdos que tengo de cuando estaba aquí con Santana.
—Está arriba, hablando por teléfono con Marley —dice entonces.Hay algo en su tono que me descoloca.
—¿Ha...? —No soy muy buena interactuando con otras personas que no sean Santana, y soy especialmente mala enfrentándome a las emociones de los demás.
—. ¿Ha tenido un mal día o algo? —le pregunto sonando como una idiota.
—Eso creo. Lo está pasando mal. No me ha contado nada, pero parece muy enfadado últimamente.
—Sí... —asiento, aunque yo no he notado nada distinto en el humor de mi hermanastro. Además, he estado demasiado ocupada y eso lo ha obligado a cuidar de Ricardo hasta ahora.
—. ¿Cuándo vuelve a irse a Nueva York?
—Dentro de tres semanas. —Intenta ocultar el dolor en su tono al pronunciar esas palabras, pero fracasa estrepitosamente.
—Ah. —Cada minuto que pasa me siento más incómoda—. Bueno, tengo que irme.
—¿No quieres quedarte a cenar? —me pregunta ilusionada.
—Hum..., no, gracias.
Entre la charla con mi padre esta mañana, el rato que he pasado con Dani y ahora esta cosa rara con Karen, estoy desbordada. No puedo arriesgarme a que le suceda algo a Ryder. No sería capaz de tratar con él en ese estado, hoy no. Aún me queda llegar a casa, donde me espera un yonqui en rehabilitación y una puta cama vacía.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 19, 2016 12:33 am

Capítulo 111

Santana

 
Kimberly me está esperando en la cocina cuando vuelvo de la facultad. Tiene delante dos copas de vino, una llena y la otra vacía, lo que me dice que mi silencio le confirmó que yo no sabía que Brittany tenía pensado irse a Inglaterra.
Me ofrece una sonrisa comprensiva cuando dejo la bolsa en el suelo y me siento en el taburete que hay junto a ella.
—Hola, guapa.
Vuelvo la cabeza con gesto exagerado para verle la cara.
—Hola.
—¿No lo sabías? —Hoy lleva el pelo rizado y le cae perfectamente sobre los hombros. Sus pendientes negros con forma de lazo resplandecen bajo las luces brillantes.
—No. No me lo había dicho —suspiro agarrando la copa de vino llena.
Se ríe y coge la botella para llenar la copa vacía, la que era para mí.
—Christian me ha dicho que Brittany aún no le ha dado una respuesta definitiva. No debería haberte contado nada hasta saberlo con total seguridad, pero tenía la impresión de que no te había mencionado lo de la boda.
Rápidamente, me trago el vino blanco por miedo a escupirlo.
—¿Qué boda?
Me apresuro a pegarle otro trago antes de abrir de nuevo la boca. Se me ocurre una idea loca... Que Brittany se va a Inglaterra para casarse. En plan matrimonio de conveniencia. Eso todavía se hace en Inglaterra, ¿no?
No, no se hace. Pero sólo de pensarlo se me ponen los pelos de punta mientras espero a que Kimberly siga hablando. ¿Ya estoy borracha?
—Su madre va a casarse. Ha telefoneado a Christian esta mañana para invitarnos.
Rápidamente bajo la vista a la encimera de granito oscuro.
—No sabía nada.
La madre de Brittany se casa dentro de dos semanas y Brittany ni siquiera lo ha mencionado. Entonces me acuerdo... de lo rara que estaba antes.
—¡Por eso ha estado llamándola tanto!
Kimberly me mira con unos ojos que parecen interrogantes de neón y bebe un sorbo de su copa de vino.
—¿Qué debo hacer? —le pregunto—. ¿Finjo que no sé nada? Brittany y yo nos hemos estado comunicando mucho mejor últimamente... —divago.
Sé que sólo hace una semana que las cosas han mejorado, pero para mí ha sido una semana alucinante. Siento como si hubiéramos progresado más en los últimos siete días que en los últimos meses. Brittany y yo hemos estado hablando de problemas que antes se habrían convertido en grandes peleas a gritos; sin embargo, ahora estoy de vuelta en el pasado, a cuando me ocultaba las cosas.
Siempre la pillo. ¿Es que a estas alturas aún no se ha dado cuenta?
—¿Te apetece ir? —pregunta Kimberly.
—No podría ni aunque me hubieran invitado. —Apoyo la mejilla en la mano.
Ella mueve su taburete hacia un lado y coge el borde del mío para girarlo y tenerme cara a cara.
—Te he preguntado si te apetece ir —insiste. El aliento le huele un poco a vino.
—Claro, me encantaría, pero...
—¡Entonces deberías ir! Te llevaré de acompañante si es necesario. Estoy segura de que a la madre de Brittany le gustará tenerte allí. Christian dice que te adora.
A pesar de que el secreto de Brittany me ha puesto de un humor de perros, sus palabras son como música para mis oídos. Yo también adoro a Trish.
—No puedo ir. No tengo pasaporte —digo. Además, no puedo permitirme un billete de avión de última hora.
Kim quita importancia a mis peros.
—Eso se puede acelerar.
—No sé... —contesto.
Las mariposas en el estómago que siento sólo de pensar en Inglaterra hacen que me den ganas de correr pasillo abajo, encender el ordenador y buscar cómo se consigue un pasaporte, pero el desagradable descubrimiento de que Brittany me ha estado ocultando la boda a propósito me obliga a no levantarme del asiento.
—Ni lo dudes. A Trish le encantaría que fueras, y Dios sabe que Brittany necesita un empujoncito para comprometerse.
—Bebe de su copa de vino y deja una enorme huella roja de carmín en el borde.
Estoy segura de que Brittany tiene sus motivos para no habérmelo contado. Si va, es probable que no quiera que la acompañe a Inglaterra. Sé que la atormenta su pasado y, por mucho que parezca una locura, es posible que sus demonios sigan vagando al acecho por las calles de Londres, esperando encontrarnos.
—Brittany no es así —le digo—. Cuanto más insista, más se resistirá.
—Pues entonces... —me da un pequeño toque con la punta de su zapato de tacón rojo— vas a tener que plantarte y no ceder ni un solo palmo.
Me guardo sus palabras para analizarlas más tarde, cuando ya no esté bajo su atenta mirada.
—A Brittany no le gustan las bodas.
—A todo el mundo le gustan las bodas.
—A Brittany, no. Las detesta, y también el concepto de matrimonio —le digo, y observo con especial curiosidad cómo abre los ojos y deja su copa encima de la barra de desayuno con cuidado.
—Pues... entonces... lo que... quiero decir... —Parpadea—. ¡No se me ocurre qué decir, y eso ya es decir mucho! —replica echándose a reír.
No puedo evitar reírme con ella.
—¿Me lo dices o me lo cuentas?
La risa de Kimberly es contagiosa a pesar de mi mal humor, es algo que me encanta de ella. Desde luego, a veces se mete donde no la llaman, y no siempre me siento cómoda con cómo habla de Brittany, pero es muy sincera y abierta, dos cualidades que aprecio mucho en ella. Llama a las cosas por su nombre, y es como un libro abierto. No tiene doblez, a diferencia de muchas personas que he conocido últimamente.
—Y ¿qué vais a hacer? ¿Ser novias eternamente? —pregunta.
—Eso mismo le dije yo.
No puedo evitar reírme. Puede que sea el vino que ya me he terminado, puede que porque llevo toda la semana sin pensar en el hecho de que Brittany ha rechazado cualquier clase de compromiso a largo plazo... No lo sé, pero sienta bien echarse unas risas con Kimberly.
—Y ¿qué hay de los hijos? ¿No te importa tener niños sin estar casada?
—¡Niños! —Me echo a reír otra vez—. No quiere tener niños.
—Esto se pone cada vez mejor. —Pone los ojos en blanco, coge su copa y la remata.
—Eso dice ahora, pero espero que... —No termino de formular mi deseo. Dicho en voz alta me hace parecer desesperada.
Kimberly me guiña el ojo.
—¡Te pillé! —dice con cara de entenderme a la perfección.
Agradezco entonces que cambie de tema y empiece a hablar de una pelirroja de la oficina, Carine, que se ha pillado de Trevor. Se los imagina en la cama, como dos langostas chocando la una contra la otra sin saber muy bien qué hacer, y me entra la risa otra vez.  Para cuando llego a mi habitación son las nueve pasadas. He apagado el móvil para poder pasar un rato con Kimberly sin interrupciones. Le he contado que Brittany tiene pensado venir a Seattle mañana en vez del viernes. Se ha echado a reír y me ha dicho que ya sabía ella que no iba a poder aguantar tanto sin verme.
Todavía tengo el pelo mojado tras salir de la ducha y ya he preparado la ropa para mañana. Lo estoy posponiendo, lo sé. Seguro que cuando encienda el móvil tendré que lidiar con Brittany, enfrentarme a ella, o no, con respecto a la boda. En un mundo perfecto, simplemente sacaría el tema y Brittany me invitaría a ir con ella. Me explicaría que estaba esperando a encontrar el mejor modo de
convencerme antes de invitarme. Pero este mundo no es perfecto y me estoy poniendo muy nerviosa. Me duele saber que lo que le dijo Rachel, fuera lo que fuese, le sentó tan mal que ha vuelto a ocultarme cosas. La odio. Quiero a Brittany con locura y sólo deseo que abra los ojos y vea que nada de lo que ella o cualquiera le diga podrá cambiar eso. Indecisa, saco el móvil del bolso y lo enciendo. Tengo que llamar a mi  madre y mandarle un mensaje a Dani, pero primero quiero hablar con Brittany. Hay varias notificaciones en la parte superior de la pantalla y el icono de los mensajes parpadea. Aparecen uno tras otro, todos de Brittany. La llamo sin leerlos.
Lo coge a la primera.
—Santana, ¿qué coño pasa?
—¿Has intentado llamarme? —pregunto tímidamente con toda la inocencia del mundo, tratando de que ninguna de las dos pierda la calma.
—¿Me preguntas si he intentado llamarte? ¿Me tomas el pelo? Llevo tres horas llamándote sin parar —resopla—. Incluso he llamado a Christian.
—¿Qué? —exclamo, pero no quiero empezar con los gritos, así que rápidamente añado—: Estaba pasando un rato con Kim.
—¿Dónde? —exige saber al instante.
—Aquí, en casa —digo, y empiezo a doblar la ropa sucia y a colocarla en el cesto de la colada. La meteré en la lavadora antes de acostarme.
—Ya, pues la próxima vez que necesites... —Deja escapar un gruñido de frustración y cuando empieza a hablar de nuevo su voz es un poco más dulce—: La próxima vez podrías enviarme un mensaje de texto o algo así antes de apagar el móvil. —Suspira y añade—: Ya sabes cómo me pongo.
Agradezco el cambio de tono y el hecho de que se haya mordido la lengua antes de soltarme la perla que me iba a soltar y que prefiero no oír. Por desgracia, la alegría que me había proporcionado el vino casi ha desaparecido por completo, y el hecho de haber descubierto que Brittany planea irse a Inglaterra me pesa como una losa en el pecho.
—¿Qué tal tu día? —le pregunto con la esperanza de que me cuente lo de la boda si le doy la oportunidad de hacerlo.
Suspira.
—Ha sido... largo.
—El mío también. —No sé qué decirle sin delatarme y preguntárselo a las claras—. Dani me ha escrito.
— ¿Ah, sí? —Lo dice con calma, pero detecto un punto borde que normalmente me intimidaría.
—Sí, esta mañana. Dice que el jueves vendrá a Seattle.
—Y ¿qué le has contestado?
—Nada, de momento.
—¿Por qué me lo cuentas? —pregunta.
—Porque quiero que seamos sinceras la una con la otra. Se acabaron los secretos y el ocultarnos cosas. —Hago énfasis en esto último con la esperanza de animarla a que me cuente la verdad.
—Ya... Pues gracias por contármelo, en serio —dice. No añade nada más.
«¿Está de broma?»
—Sí... ¿No hay nada que tú quieras contarme? —pregunto. Todavía me estoy aferrando a la esperanza de que corresponda a mi sinceridad.
—Pues... Hoy he hablado con mi padre.
—¿De veras? ¿Sobre qué? —Menos mal. Ya sabía yo que entraría en razón.
—Para trasladarme a la Universidad de Seattle.
—¿En serio? —Me sale más un gritito que otra cosa, y la profunda carcajada de Brittany resuena al otro lado de la línea.
—Sí, pero dice que eso retrasaría mi graduación y que no tiene sentido que me traslade con el trimestre tan avanzado.
—Vaya... —Creo que mi corazón ha hecho un mohín. Dudo un instante antes de preguntarle—: ¿Y después?
—Sin problema.
—¿Sin problema? ¿Así de fácil? —La sonrisa que se me dibuja en la cara es mayor que todo lo demás. Ojalá estuviera aquí: la cogería de la camiseta y le plantaría un beso de película en los morros.
Entonces dice:
—¿Para qué posponer lo inevitable?
Se me borra la sonrisa de la cara.
—Lo dices como si Seattle fuera peor que la cárcel.
No contesta.
—¿Brittany?
—No lo veo así. Sólo es que todo esto me molesta. Hemos perdido mucho tiempo y eso me cabrea.
—Lo entiendo —digo. No ha escogido las palabras más elegantes del mundo, pero es su manera de decirme que me echa de menos. Estoy que doy saltos de alegría. ¡Va a trasladarse a Seattle conmigo!
Llevamos meses peleándonos por lo mismo y de repente ha accedido sin más—. Entonces ¿te vienes a Seattle? ¿Estás segura? —Tengo que preguntárselo.
—Sí. Estoy lista para empezar de cero. Seattle es tan buen sitio como cualquier otro.
Me rodeo el cuerpo con los brazos de la emoción.
—¿No vas a irte a Inglaterra? —le doy una última oportunidad para que me cuente lo de la boda.
—No. No me voy a Inglaterra.

Ya he ganado la gran batalla de Inglaterra, así que cuando el enfado por la boda resurge, me aguanto y no le busco las cosquillas a mi chica. Ya veremos qué pasa con eso. De momento, voy a conseguir lo que quiero: a Brittany en Seattle, conmigo.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 19, 2016 12:35 am

Capítulo 112

Santana

 
A la mañana siguiente, cuando suena la alarma de mi móvil, estoy agotada. Apenas he dormido nada. Me he pasado horas dando vueltas, siempre a punto de quedarme dormida pero sin conseguirlo. No sé si ha sido por la emoción de que Brittany por fin accediera a venirse a vivir a Seattle o por la discusión que vamos a tener sobre Inglaterra, pero no he pegado ojo y tengo mala cara. No es tan fácil disimular las ojeras a golpe de corrector como dicen las firmas de cosméticos, y tengo el pelo como si hubiera metido los dedos en un enchufe. Por lo visto, la alegría que siento al saber que voy a tenerla aquí conmigo no basta para mitigar la ansiedad que me produce que me esté mintiendo. Acepto el ofrecimiento de Kimberly y nos vamos a trabajar juntas, así dispongo de unos minutos
más para aplicarme otra capa de rímel mientras ella cambia de un carril a otro sin ningún cuidado por la autopista. Me recuerda a Brittany: maldice a los demás coches y pega bocinazos sin parar.
Brittany no ha mencionado si sigue pensando en venir hoy a Seattle. Cuando se lo pregunté anoche, justo antes de colgar, me dijo que me lo confirmaría por la mañana. Son casi las nueve y no sé nada de ella. No paro de pensar que le pasa algo y que, si no lo resolvemos bien, nos dará problemas. Rachel ha  sembrado la duda en ella, lo sé por cómo recela de todo lo que le digo. Vuelve a ocultarme cosas y me aterra la de conflictos que eso podría causarnos.
—A lo mejor deberías ir tú a verla este fin de semana —me sugiere Kimberly sin dejar de insultar a un camión y a un Mini.
—¿Resulta tan evidente? —le pregunto despegando la mejilla del frío cristal de la ventanilla.
—Salta a la vista.
—Perdona que esté tan depre —suspiro.
No es tan mala idea. Echo muchísimo de menos a Ryder, y estaría bien volver a ver a mi padre.
—Sí, lo estás. —Me sonríe—. Pero nada que no arregle una taza de café y un poco de pintalabios.
Asiento y rápidamente sale de la autopista, con un giro de ciento ochenta grados en mitad de una intersección con mucho tráfico.
—Conozco una pequeña cafetería por aquí cerca —dice—. Es fantástica.
Para cuando llega la hora de la comida, mis agobios matutinos han desaparecido, y eso que sigo sin noticias de Brittany. Le he escrito dos veces pero he conseguido no llamarla. Trevor me está esperando sentado a una mesa vacía de la sala de descanso con dos platos de pasta.
—Me han enviado la comida dos veces y he pensado que, al menos por un día, podría librarte de la fiambrera. —Sonríe y me pasa un paquete con cubiertos de plástico. La pasta sabe tan bien como huele. La deliciosa salsa Alfredo me recuerda que hoy casi no he desayunado, y me sonrojo cuando se me cae la baba al llevarme a la boca el tenedor por primera vez.
—Está buena, ¿verdad? —sonríe Trevor limpiándose con el pulgar la comisura del labio para recoger una gota de la salsa cremosa. Se lleva el dedo a la boca y no puedo evitar pensar en lo raro que resulta el gesto en un hombre vestido con traje.
—Mmm... —No soy capaz de contestarle porque estoy demasiado ocupada comiéndome mi plato.
—Me alegro... —responde él apartando sus ojos azul oscuro de los míos y revolviéndose en su asiento.
—¿Va todo bien? —le pregunto.
—Sí... Es que... quería comentarte una cosa.
De repente me pregunto si no habrá pedido dos platos de pasta a propósito.
—Adelante... —contesto rezando para que esto no se ponga demasiado incómodo.
—Puede que suene un poco raro —dice.
«Genial.»
—Adelante —contesto animándolo con una sonrisa.
—Vale... Allá voy. —Hace una pausa y se pasa el dedo por uno de los gemelos de la camisa—.Carine me ha pedido que vaya a la boda de Krystal con ella.
Aprovecho y me meto más pasta en la boca para no tener que decir nada de momento. De verdad, no sé por qué me lo cuenta ni qué se supone que debo contestar. Asiento, animándolo a seguir, e intento no reírme pensando en lo bien que Kimberly imitaba ayer a Carine. Fue la monda.
—Me preguntaba si hay alguna razón por la que deba decirle que no... —dice Trevor, y me mira como si esperara una respuesta.
Estoy segura de que se asusta cuando me atraganto, pero cuando me mira con preocupación levanto un dedo y sigo masticando, a conciencia, y trago con fuerza antes de contestar:
—No veo por qué no deberías aceptar.
Espero que con eso baste. Pero entonces sigue hablando:
—Lo que quiero decir es que... —Mi única esperanza es que adivine que, en realidad, sé exactamente lo que quiere decir y no acabe la frase.
No hay suerte.
—Sé que tienes una relación intermitente con Brittany y que ahora mismo no estáis juntas. Sólo quería estar seguro de que puedo dedicarle todo mi afecto, sin distracciones, antes de aceptar. No sé qué decir, así que pregunto en voz baja:
—¿Soy una distracción?
Esto es muy incómodo, pero Trevor es muy dulce y se ha sonrojado tanto que me dan ganas de consolarlo.
—Sí, lo has sido desde que llegaste a Vance —dice atropelladamente—. No te lo tomes a mal, es que he estado esperando y quería dejar claras mis intenciones antes de explorar la posibilidad de iniciar una relación con otra persona.
Y aquí tengo a mi señor Collins, aunque es mucho más guapo que el original. Me siento tan mal por él como Elizabeth Bennett en Orgullo y prejuicio.
—Trevor, lo siento mucho, yo...
—No pasa nada, de verdad. —Su mirada es tan sincera que me hace daño—. Lo entiendo. Sólo quería confirmarlo por última vez. —Escarba un poco con el tenedor en su plato de pasta y añade—: Supongo que no he tenido bastante con todas las veces anteriores. Se ríe nervioso, en voz baja, y por simpatía me río con él.
—Es muy afortunada —digo esperando aliviar la vergüenza que sé que siente.
No debería haberlo comparado con el señor Collins, Trevor no es ni tan agresivo ni tan molesto. Me bebo un enorme trago de agua y espero que con esto acabe todo.
—Gracias —dice, pero añade con una pequeña sonrisa—: A lo mejor así Brittany dejará de llamarme el puto Trevor.
Tengo que taparme la boca con la mano para no escupir toda el agua que he bebido. Trago a mucha velocidad y exclamo:
—¡No sabía que lo sabías! —Me río de lo mal que me siento por él.
—Sí, se le ha escapado alguna vez —explica él de buen humor, y me alegro de que podamos reírnos juntos, como amigos, sin lugar a la confusión.
Sin embargo, lo bueno se acaba pronto. A Trevor se le borra la sonrisa de la cara. Me vuelvo, está mirando hacia la puerta.
—¡Qué bien huele! —dice una de las cotillas a la otra al entrar. Me siento un poco mezquina por lo mucho que las detesto, pero no puedo evitarlo.
—Deberíamos irnos —me susurra Trevor mirando de reojo a la más bajita.
Me quedo mirándolo perpleja, pero me levanto y tiro la bandeja vacía de poliestireno a la basura.
—Hoy estás espectacular, Santana —me dice la más alta.
No sé interpretar su expresión, pero sé que se está burlando de mí. Sé que hoy estoy horrorosa.
—Ya, gracias.
—El mundo es un pañuelo, ¿Brittany sigue trabajando para Bolthouse?
Se me resbala el bolso del hombro y cojo la tira de cuero a toda velocidad antes de que llegue al suelo.«¿Conoce a Brittany?»
—Así es —digo enderezándome para fingir que no me afecta que lo mencione.
—Mándale recuerdos de mi parte —dice con una sonrisa burlona.
Da media vuelta y desaparece con su pérfida segundona.
—¿A qué demonios ha venido eso? —le pregunto a Trevor después de comprobar que se han ido de verdad y no nos están espiando—. ¿Tú sabías que iban a decirme algo?
—No estaba seguro, pero lo sospechaba. Las he oído hablar de ti.
—¿Qué decían? Si ni siquiera me conocen.
Vuelve a estar incómodo. Trevor es la persona más transparente que conozco.
—No han dicho nada sobre ti en concreto...
—Entonces estaban hablando de Brittany, ¿no? —pregunto. Asiente y me confirma mis sospechas
—. ¿Qué han dicho exactamente?
Trevor se mete la corbata roja por dentro del traje.
—Pues... preferiría no tener que decírtelo. Será mejor que se lo preguntes a ella.
La reticencia de Trevor me da muy mala espina, y me estremezco al pensar que Brittany pueda haberse acostado con una de esas tipas. O con las dos. No son mucho mayores que yo: veinticinco como mucho, y he de admitir que las dos son guapas. Van mucho más arregladas y exageradas que yo, pero no dejan de ser atractivas.
El camino de vuelta a mi despacho se me hace largo y los celos se apoderan de mí. Si no le pregunto a Brittany por esa chica, me voy a volver loca.
La llamo nada más entrar en mi despacho. Tengo que saber si va a venir esta noche, necesito un poco de seguridad.
El nombre de Dani aparece en la pantalla de mi móvil antes de que pueda marcar el número de Brittany. Hago una mueca pero decido que cuanto antes lo coja, mejor.
—Hola —digo, pero no me sale natural. Suena falso, demasiado alegre.
—Hola, Santana, ¿cómo te va? —pregunta ella. Siento que hacía siglos que no oía su voz aterciopelada, aunque sé que no es así.
—Va... —Apoyo la frente en el frío escritorio.
—No pareces muy contenta.
—Estoy bien, sólo es que llevo mucho entre manos.
—Precisamente por eso te llamo. Sé que te dije que estaría en Seattle el jueves, pero ha habido un cambio de planes.
—¿Y eso? —«Qué alivio.» Miro al techo y respiro hondo. No me había dado cuenta de que estaba conteniendo la respiración—. No pasa nada. La próxima vez...
—No, quiero decir que ya estoy en Seattle —dice, y de inmediato se me acelera el pulso—. He viajado de noche, con la camioneta, ha sido genial. Sólo estoy a unas manzanas de tu oficina y no quiero molestarte en el trabajo, pero podríamos cenar juntas o algo cuando salgas de trabajar.
—Pues... —Miro el reloj. Son las dos y cuarto y Brittany no ha respondido a ninguno de mis mensajes—. No sé si es buena idea. Brittany viene esta noche —confieso.
Primero Trevor y ahora Dani. ¿Es que la doble capa de rímel me ha gafado o qué?
—¿Estás segura? —me pregunta Dani—. La vi ayer de fiesta..., era muy tarde.
«¿Qué?» Brittany y yo estuvimos hablando por teléfono anoche hasta las once. ¿Qué hay abierto a esa hora? ¿Ha estado matando el rato otra vez con ésos a los que ella llama sus amigos?
—No sé... —digo dándome de cabezazos contra la mesa. No me hago daño, pero sé que Dani puede oírlos.
—Sólo vamos a salir a cenar. Luego te dejaré seguir con lo que sea que tengas planeado —insiste  —. Será agradable ver una cara conocida, ¿qué me dices?
Como si la estuviera viendo: está sonriendo, es esa sonrisa que tanto me gusta. Así que pregunto:
—He venido a trabajar con una compañera y no tengo aquí el coche. ¿Te importa venir a recogerme a las cinco?

Y cuando accede la mar de contenta, estoy emocionada y muerta de miedo.
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El mundo de Brittany

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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Vie Ago 19, 2016 12:39 am

Capítulo 113

Santana

 
A las cinco menos cinco intento llamar a Brittany, pero no lo coge. ¿Dónde se habrá metido todo el día?
¿Estaba Dani en lo cierto y anoche estuvo por ahí hasta las tantas? ¿Es posible que esté de camino a Seattle para darme una sorpresa? No me lo creo ni yo. Siento una opresión en el pecho horrible desde que he accedido a ver a Dani. Sé que a Brittany no le gusta nada que seamos amigas. Le da tanta rabia que incluso tiene pesadillas y aquí estoy yo, echándole leña al fuego.
No me molesto en arreglarme el pelo ni en retocarme el maquillaje antes de coger el ascensor y bajar al vestíbulo, y decido ignorar la atenta mirada de Kimberly. No debería haberle contado mis planes. Veo la camioneta de Dani a través de los paneles de cristal y da gusto verla. Me apetece mucho ver una cara conocida. Preferiría que fuera la de Brittany, pero Dani está aquí y ella no.
Salta de su camioneta para saludarme en cuanto salgo del edificio. Sonríe de oreja a oreja. Va vestida con vaqueros negros y una camiseta gris de manga larga. Está tan guapa como siempre y yo parezco una zombi.
—Hola. —Sonríe y me espera con los brazos abiertos.
No sé qué hacer, pero por educación me lanzo a recibir su abrazo.
—Cuánto tiempo —dice con la boca en mi pelo.
Asiento y pregunto:
—¿Qué tal el viaje? —mientras me separo de ella.
Suspira.
—Largo. Pero he podido aprovechar para escuchar buena música por el camino.
Me abre la puerta del acompañante y me apresuro a subir para escapar del aire frío. En el interior del vehículo hace calor y huele a ella.
—¿Cómo es que has venido un día antes? —pregunto para iniciar la conversación mientras ella se incorpora al tráfico vacilante.
—He cambiado de planes, eso es todo. —Sus ojos van de un retrovisor a otro.
—Da un poco de miedo el tráfico de esta ciudad —le digo.
—Mucho. —Sonríe sin apartar la vista de la carretera.
—¿Sabes adónde quieres ir a cenar? No he tenido tiempo de ver la ciudad, así que todavía no sé cuáles son los sitios buenos.
Miro el móvil. Brittany sigue sin dar señales de vida. Busco restaurantes en una aplicación y en cuestión de minutos Dani y yo decidimos ir a un pequeño grill de estilo mongol.
Yo me pido pollo con verduras y contemplo admirada cómo el chef prepara la comida delante de nosotras. Nunca había estado en un sitio así, y a Dani le parece muy divertido. Nos hemos sentado al fondo del pequeño restaurante. Tengo a Dani justo enfrente y permanecemos tan calladas que resulta incómodo.
—¿Qué pasa? —pregunto escarbando en mi comida.
La mirada de Dani rebosa preocupación.
—No sé si debería mencionarlo... Parece que ahora mismo estás un poco desbordada y quiero que te lo pases bien.
—Estoy bien. Dime lo que tengas que decir. —Me preparo para el golpe que sé que voy a recibir.
—Anoche Brittany vino a mi casa.
—¿Qué? —No puedo ocultar la sorpresa en mi voz. ¿Por qué habrá hecho eso? Y si lo ha hecho, ¿cómo es que Dani está sentada aquí conmigo sin un rasguño, sin un moratón?—. ¿Qué quería? —pregunto.
—Decirme que no me acercase a ti —contesta al instante.
Cuando le mencioné anoche a Brittany el mensaje de Dani parecía completamente indiferente.
—¿A qué hora? —pregunto esperando que fuera después de que hablásemos al respecto de no ocultarnos las cosas.
—Por la tarde, pronto.
Dejo escapar un suspiro de exasperación. A veces Brittany no tiene límites, y su lista de ofensas es cada vez más larga.
Me masajeo las sienes. De repente he perdido el apetito.
—¿Qué te dijo exactamente?
—Que le daba igual cómo lo hiciera, o si tenía que herir tus sentimientos, pero que necesitaba que no me acercara a ti. Estaba tan tranquila que daba miedo. —Le clava el tenedor a un florete de brócoli y se lo lleva a la boca.
—Y ¿aun así has venido?
—Sí.
La batalla  entre estas dos me tiene más que harta, y yo me mantengo al margen, intentando imponer algo de paz y fracasando miserablemente.
—¿Por qué?
Sus ojos de color caramelo encuentran los míos.
—Porque sus amenazas ya no funcionan conmigo. No puede decirme de quién puedo ser amiga, y espero que tú opines lo mismo.
Decir que me cabrea que Brittany fuera a casa de Dani es quedarse corto. Me molesta todavía más que no me dijera nada anoche y que quisiera que Dani hiriese mis sentimientos con tal de poner fin a nuestra amistad mientras ella mantenía oculto su papel en la intriga.
—Opino igual en lo que respecta a que Brittany controle mis amistades. —En cuanto pronuncio las palabras, a Dani le brillan los ojos con una mirada triunfal, cosa que también me cabrea—. Pero también creo que tiene buenas razones para no querer que seamos amigas, ¿no te parece?
Ella menea la cabeza conciliador.
—Sí y no. No voy a ocultar lo que siento por ti, pero tampoco voy a insistir. Ya te dije que aceptaré lo que puedas ofrecerme y, si sólo podemos ser amigas, eso seremos.
—Sé que no vas a insistir. —Elijo responder sólo a la mitad de su comentario.
Dani nunca me presiona para que haga nada y nunca intenta obligarme a hacer nada, pero detesto cómo habla de Brittany.
—¿Puedes decir lo mismo de ella? —me reta mirándome intensamente.
El impulso de defender a Brittany me hace contestar:
—No, no puedo. Sé cómo es, pero es que Brittany es así.
—Siempre sales a defenderla. No lo entiendo.
—Ni falta que te hace —respondo cortante.
—¿Tú crees? —contesta Dani con calma, frunciendo el ceño.
—Sí. —Pongo la espalda recta y me yergo todo lo que puedo.
—¿No te molesta que sea tan posesiva, que te diga a quién puedes tener como amigo...?
—Me molesta, pero...
—Se lo consientes.
—¿Has venido hasta Seattle para recordarme que Brittany es controladora?
Abre la boca para hablar, pero vuelve a cerrarla.
—¿Qué? —la presiono.
—Eres suya y me preocupas. Te noto estresada.
Suspiro vencida. Estoy estresada, demasiado, pero pelearme con Dani no va a solucionar nada. Sólo hace que me sienta aún más frustrada.
—No voy a excusarla, pero tú no sabes nada de nuestra relación. No sabes cómo es cuando está conmigo. No la comprendes como yo.
Aparto el plato y me doy cuenta de que la pareja de la mesa de al lado nos está mirando. Bajo la voz y digo:
—No quiero discutir contigo, Dani. Estoy agotada y me hacía mucha ilusión que pasáramos un rato juntas.
Se reclina en su silla.
—Me estoy comportando como una idiota, ¿verdad? —dice con ojos tristes—. Perdóname, Santana.
Podría echarle la culpa al largo viaje... Pero no es excusa. Lo siento.
—No pasa nada. No quería pagarla contigo. No sé lo que me ocurre. —Está a punto de venirme la regla, seguro que por eso estoy que muerdo.
—Es culpa mía, de verdad —dice, y me coge la mano por encima de la mesa.
La tensión se podría cortar con un cuchillo y no puedo dejar de pensar en Brittany, pero me gustaría pasarlo bien un rato. Por eso le pregunto:
—Y ¿cómo va todo lo demás?
Dani empieza a contarme historias de su familia, del calor que hacía en Florida la última vez que estuvo allí. La conversación recupera su flujo normal, fácil, disperso. La tensión se evapora y puedo acabarme el plato de pollo.
Terminamos de cenar y estamos saliendo del restaurante cuando Dani pregunta:
—¿Tienes planes para esta noche?
—Sí, voy a ir al club de jazz de Christian. Lo acaban de inaugurar.
—¿Christian? —pregunta ella.
—Sí, mi jefe. Estoy viviendo en su casa.
Arquea las cejas.
—¿Estás viviendo con tu jefe?
—Sí. Fue compañero de universidad del padre de Brittany y es amigo de toda la vida de Ken y de Karen —le explico.
No me había parado a pensar que Dani desconoce los detalles de mi vida. Aunque vino a recogerme tras la fiesta de compromiso que Christian le dio a Kimberly, no sabe nada de ellos.
—Ah, así es como conseguiste las prácticas remuneradas —señala.
«Ayyy.»
—Sí —confieso.
—Es genial igualmente.
—Gracias. —Miro por la ventanilla y saco el móvil del bolso. Nada—. ¿Qué tienes pensado hacer en Seattle? —le pregunto mientras intento indicarle cómo llegar a la casa de Christian y Kimberly. Me doy por vencida a los pocos minutos y tecleo la dirección en mi móvil. La pantalla se congela y se apaga dos veces antes de cooperar.
—No estoy segura. Voy a ver qué tienen pensado mis amigos. ¿Y si quedamos un rato más tarde? ¿O antes de que me vaya el sábado?
—Estaría bien. Te llamaré para concretarlo.
—¿Cuándo viene Brittany? —El tono viperino de su pregunta no se me escapa.
Vuelvo a mirar la pantalla del móvil, esta vez por costumbre.
—No lo sé. Puede que esta noche.
—¿Ahora mismo estáis juntas? Sé que no íbamos a hablar más del asunto, pero estoy algo confundida.
—Yo también —reconozco—. Últimamente nos estamos dando algo de espacio.
—Y ¿funciona?
—Sí. —Hasta hace un par de días, cuando Brittany empezó a distanciarse.
—Eso está bien.
Tengo que saber qué le ronda por la cabeza. Sé que le está dando vueltas a algo.
—¿Qué?
—Nada. No quieres saberlo.
—Sí, sí que quiero. —Sé que voy a arrepentirme, pero me puede la curiosidad.
—Es que no veo ese espacio. Tú estás aquí en Seattle, viviendo con unos amigos de su familia, con tu jefe nada menos. Aunque esté a unos cuantos kilómetros de distancia, te tiene controlada, e intenta apartar de ti a los pocos amigos que tienes, eso cuando no está aquí contigo. Yo no veo el espacio por ninguna parte.
La verdad es que no se me había ocurrido ver lo de mi estancia en casa de Christian y Kimberly desde esa perspectiva. ¿Es otra de las razones por las que Brittany me saboteó el alquiler del apartamento? ¿Para que, si decidía venir a Seattle, tuviera que vivir bajo la vigilancia de los amigos de su familia?
Meneo la cabeza intentando no pensar.
—Nos va bien. Sé que para ti no tiene sentido, pero a nosotras nos funciona. Sé...
—Intentó sobornarme para que me alejara de ti —me interrumpe Dani.
—¿Qué?
—Sí. Me estuvo amenazando y me dijo que le hiciera una oferta. Me dijo que me buscara otra zorra en la universidad con la que divertirme.
«¿Zorra?»
Dani se encoge de hombros como si nada.
—Me dijo que nadie más te tendrá nunca y que estaba muy orgullosa de que siguieras con ella incluso después de que te dijera que se había acostado con Kitty cuando vosotras dos ya habíais empezado a salir.
Que mencione a Brittany y a Kitty es una puñalada trapera, y Dani lo sabe. Por eso lo ha dicho, sabía que iba a dolerme.
—Eso ya lo hemos superado. No quiero hablar de Brittany y de Kitty —mascullo.
—Sólo quiero que sepas lo que tienes entre manos. Cuando tú no estás, ella no es la misma persona.
—Eso no es malo —replico—. Tú no la conoces.
Siento un gran alivio en el momento en que nos acercamos a las afueras de la ciudad, señal de que estamos a menos de cinco minutos de casa de Christian. Cuanto antes lleguemos, mejor.
—Tú tampoco, ésa es la verdad —dice—. Te pasas todo el día discutiendo con ella.
—¿Adónde quieres ir a parar, Dani? —Odio el rumbo que ha tomado nuestra conversación, pero no sé cómo volver a encauzarla por territorio neutral.
—A ninguna parte. Sólo esperaba que, después de todo este tiempo y de toda la mierda que te ha hecho tragar, vieras la verdad.
Entonces se me ocurre una cosa.
—¿Le has dicho que ibas a venir?
—No.
—No estás jugando limpio —le digo. La he pillado.
—Ni ella tampoco. —Suspira, desesperada por no subir la voz—. Mira, sé que la defenderás hasta el final, pero no puedes culparme por querer tener lo que ella tiene. Quiero que me defiendas a mí, quiero que confíes en mí incluso cuando no deberías. Siempre estoy aquí para ti y ella no. —Se pasa la mano por el cabello  y coge aire—. No estoy jugando limpio y ella tampoco. Ha jugado sucio desde el principio. A veces juraría que sólo le importas tanto porque sabe lo que siento por ti.
Por eso precisamente Dani y yo nunca podremos ser amigas. Nunca funcionará a pesar de lo dulce y comprensiva que es. No se ha dado por vencida y supongo que eso le honra. No obstante, no puedo darle lo que quiere y no quiero sentir que tengo que explicarle mi relación con Brittany cada vez que la veo. Ha estado ahí siempre que la he necesitado, pero sólo porque yo se lo he permitido.
—No sé si queda lo suficiente de mí como para poder darte mi amistad.
Me mira con expresión impasible.
—Eso es porque te ha agotado.
Permanezco en silencio, mirando los pinos que bordean la carretera. No me gusta la tensión que siento ni tener que contener las lágrimas. Entonces Dani musita:
—No quería que esta noche acabase así. Imagino que no querrás volver a verme.
Señalo por la ventanilla.
—Ya hemos llegado.
Un silencio incómodo y tenso llena la cabina de la camioneta hasta que la gigantesca casa aparece.
Cuando miro a Dani, está observando la casa de Christian con unos ojos como platos.
—Es aún más grande que la otra, la casa a la que fui a buscarte una vez —dice intentando aliviar la tensión.
Por hacer lo mismo, empiezo a contarle que tiene gimnasio y una cocina muy espaciosa, y cómo Christian controla la casa mediante el iPhone.
Y entonces el corazón se me sube a la garganta.
El coche de Brittany está aparcado justo detrás del Audi reluciente de Kimberly. Dani lo ve al mismo tiempo que yo pero ni se inmuta. Me quedo lívida y digo:
—Será mejor que vaya adentro.
Aparcamos y Dani dice:
—Te pido disculpas de nuevo, Santana. Por favor, no te vayas enfadada conmigo. Ya tienes bastante. No debería haberte hecho sentir aún peor.
Se ofrece a entrar conmigo pero le aseguro que no pasa nada, que todo está bien. Sé que Brittany estará cabreada, más que eso, pero yo la he liado y soy yo la que tiene que arreglarlo.
—Todo irá bien —afirmo con una sonrisa falsa antes de salir del coche y prometerle que le mandaré un mensaje en cuanto pueda.
Soy consciente de que camino muy despacio hacia la puerta, pero no quiero ir más rápido. Estoy intentando pensar qué debo decir, si debo o no enfadarme con Brittany, o disculparme por haber vuelto a ver a Dani. Entonces la puerta se abre.
Brittany sale vestido con unos vaqueros oscuros y una camiseta blanca. Se me acelera el pulso a pesar de que sólo llevo dos días sin verla y me muero por tenerla cerca. La he echado mucho de menos estos días.
Está impertérrita y sigue con una mirada glacial la camioneta de Dani, que desaparece de nuestra vista.
—Brittany, yo...
—Entra —me dice de mala manera.
—No me... —empiezo a decir.
—Hace frío. Entra. —Me lanza cuchillos con la mirada que me impiden discutir.
Me sorprende cuando me pone la mano en la cintura con delicadeza y me conduce a la casa, donde Kimberly y Smith juegan a las cartas en el salón, y de ahí a mi habitación sin mediar palabra.
Con calma, cierra la puerta y echa el pestillo. Luego me mira y el corazón casi se me sale del pecho cuando me pregunta:
—¿Por qué?
—Brittany, no ha pasado nada, te lo juro. Me ha dicho que había cambiado de planes y yo me he sentido muy aliviada porque creía que no iba a venir, pero a continuación me ha dicho que ya estaba en Seattle y que quería que fuéramos a cenar. —Me encojo de hombros, en parte para calmarme—. No he sabido decirle que no.
—Nunca has sabido —me espeta sosteniéndome la mirada.
—Sé que ayer te presentaste en su casa. ¿Por qué no me lo dijiste?
—Porque no necesitabas saberlo. —Respira con fuerza, apenas puede mantener el control.
—No eres quién para decidir lo que necesito saber —arremeto contra ella—. No puedes ocultarme las cosas. ¡También sé lo de la boda de tu madre!
—Sabía que ibas a reaccionar así. —Levanta las manos, intentando defenderse.
Pongo los ojos en blanco y echo a andar hacia ella.
—Y una mierda.
Ni siquiera pestañea. Se le marcan las venas bajo los pocos sitios que quedan de piel blanca, azul claro entrelazado con tinta negra. Aprieta los puños.
—Una cosa detrás de otra.
—Seré amiga de quien me dé la gana, y tú vas a dejar de hacer cosas a mis espaldas, como por ejemplo ir por ahí teniendo pataletas como una niña —le advierto.
—Me dijiste que no ibas a volver a verla.
—Lo sé. Antes no lo entendía, pero después de esta noche he decidido que no vamos a ser amigas. Pero no porque tú lo digas.
Ahora sí que parpadea, pero de sorpresa. Por lo demás, mantiene el mismo nivel de potente intensidad.
—Entonces, ¿por qué?
Desvío la mirada un tanto avergonzada.
—Porque sé que te sienta fatal y no debería seguir provocándote. Sé lo mucho que me dolería que vieras a Kitty... o a cualquier otra mujer. Dicho esto, no tienes derecho a controlar mis amistades, aunque no puedo mentir y decir que no me sentiría exactamente igual que tú si estuviera en tu lugar.
Se cruza de brazos y respira hondo.
—Y ¿por qué ahora? ¿Qué te ha hecho para que de repente hayas cambiado de opinión?
—Nada. No me ha hecho nada. Sólo que he tardado mucho en comprenderlo. Tenemos que ser iguales, ninguna de las dos debería tener más poder que la otra.
Por cómo le brillan los ojos sé que quiere decir algo, pero se limita a asentir.
—Ven aquí. —Abre los brazos, esperándome, como hace siempre. No tardo en cobijarme en ellos.
—¿Cómo sabías que estaba con ella? —Pego la mejilla a su pecho. Su fragancia mentolada invade mis sentidos y me quita a Dani de la cabeza.
—Me lo ha dicho Kimberly —explica con la boca pegada a mi pelo.
Frunzo el ceño.
—No sabe mantener la boca cerrada.
—¿No ibas a decírmelo? —Me levanta la barbilla con el pulgar.
—Sí, pero habría preferido contártelo yo. —Supongo que le estoy agradecida a Kimberly por ser tan sincera. Sería muy hipócrita por mi parte querer que sólo fuera sincera conmigo y no con Brittany.
—.¿Por qué no has venido a buscarnos? —pregunto. Si sabía que estaba con Dani, lo lógico es que lo hubiera hecho.
—Porque —suspira, mirándome a los ojos— no paras de decir que es como un ciclo que se repite y quería romperlo.
Su respuesta, sincera y bien pensada, me llena el corazón de alegría. Lo está intentando de verdad y eso significa mucho para mí.
—Aunque estoy cabreada —añade.
—Lo sé. —Le acaricio la mejilla con la yema de los dedos y sus brazos me estrechan con más fuerza—. Yo también estoy enfadada. No me has contado lo de la boda y quiero saber por qué.
—Esta noche no —me advierte.
—Sí, esta noche. Has dicho lo que querías decir sobre Dani y ahora me toca a mí.
—Santana... —Aprieta los labios.
—Brittany...
—¡Eres lo peor! —Me suelta y empieza a andar de un lado para otro, poniendo una distancia entre nosotros que no puedo soportar.
—¡Igual que tú! —contraataco y la sigo para acercarme a ella.
—No quiero hablar de la puta boda. Ya me está costando bastante controlarme. No me busques las cosquillas, ¿vale?

—¡Bien! —digo casi a gritos, aunque doy mi brazo a torcer. No porque me dé miedo lo que vaya a decirme, sino porque acabo de pasar dos horas y media con Dani y sé que la rabia de Brittany es en realidad una forma de enmascarar el dolor y la ansiedad que le acabo de causar.
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