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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 20, 2016 4:16 pm

Capítulo 129
Santana

 
El lunes por la mañana llego a mi revisión media hora antes y tomo asiento en una de las sillas industriales de color azul de la sala de espera, que por cierto, no puedo evitar notar que está casi llena, con niños llorando y mujeres tosiendo por todas partes. Trato de calmarme hojeando una revista, pero la única disponible es una para nuevos padres, llena de anuncios de pañales y consejos «revolucionarios» sobre cómo dar el pecho.
—¿López? ¿Santana López? —Una mujer mayor alza los ojos de un portafolios y dice mi nombre.
Me pongo rápidamente en pie, esquivando a un bebé que gatea por el suelo con un camión de juguete en la mano. El camión rueda sobre mi zapato y él se ríe. Yo le sonrío y me gano una adorable sonrisa en respuesta.
—¿De cuánto estás? —me pregunta una mujer, la madre del bebé, supongo. Sus ojos se posan en mi estómago e instintivamente pongo una mano en él.
Se me escapa una carcajada incómoda.
—¡Oh! Yo no...
—¡Lo siento! —Se sonroja—. He supuesto que..., no es que parezcas... Sólo he pensado...
—El hecho de que ella esté tan incómoda como yo me hace sentir mejor. Preguntarle a una mujer de cuántas semanas está nunca puede acabar bien, sobre todo si la mujer no está embarazada. Se echa a reír.
—.Bueno, ahora ya sabes, para futuras referencias cuando tú misma seas madre..., ¡que el filtro desaparece!
No permito a mi mente imaginarlo siquiera. No tengo tiempo para pensar en el futuro y en el hecho de que, si quiero una vida con Brittany, nunca seré madre. Nunca tendré un bebé adorable pasando un camión de juguete sobre mi zapato, o trepando hasta mi regazo. Me vuelvo para mirarlo por última vez. Sonrío educadamente y me acerco a la enfermera, que inmediatamente me da un botecito e instrucciones para ir al baño al final del pasillo y completar la prueba de embarazo. A pesar de tener la regla, estoy muy nerviosa. Brittany y yo hemos sido muy descuidadas últimamente después de hacernos en un momento de locura aquel tratamiento en el que supongo quería tenerme a su lado a cualquier costoy yo tener algo de ella y mio nuestras dos mitades en un solo ser, sonare romantica, pero hoy creo que fue una super estupides, y desde entonces no hemos tocado el tema, y mucho menos me volvi a chequear medicamente, y lo último que necesito es un embarazo sorpresa. Eso lo llevaría al límite. Tener un bebé ahora también pondría patas
arriba todo cuanto quiero hacer con mi vida.
Cuando le devuelvo el botecito lleno a la enfermera, ella me lleva a una habitación vacía y me pone un manguito para la tensión alrededor del brazo.
—Descruza las piernas, cariño —me indica con dulzura, y hago lo que me dice.
Tras tomarme la temperatura, la mujer desaparece, y unos cinco minutos más tarde oigo un golpe en la puerta y un hombre de mediana edad con el cabello canoso y aspecto distinguido entra en la sala. Se quita unas gruesas gafas y me tiende una mano.
—Doctor West. Es un placer conocerte, Santana —se presenta amablemente.
Yo esperaba una doctora, pero al menos éste parece agradable. Aunque desearía que fuera menos atractivo; eso haría las cosas menos incómodas para mí en esta ya de por sí incómoda experiencia.
El doctor West me hace un montón de preguntas, la mayoría de las cuales son absolutamente horribles. Tengo que contarle que Brittany y yo  nos sometidos a un tratamiento de fertilización  en su momento que ambas somos una pareja de lesbianas , que ambas nos encontramos limpias, según yo, y que ella es la primera persona con la que he mantenido relaciones sexuales, en más de una ocasión, y que desde ese tratamiento una vez que vino mi regla dejamos de preocuparnos y pensamos que simplemente no funciono, y me obligo a mí misma a no romper contacto visual con él mientras lo hago. A mitad de esta embarazosa situación, la enfermera regresa y deja un papel sobre la mesa. El doctor West lo mira y yo contengo la respiración hasta que él habla.
—Bueno, no estás embarazada —me dice con una cálida sonrisa—. Así que ahora podemos empezar.
Y dejo escapar el aliento que no me había dado cuenta de que estaba reteniendo.
El doctor me explica muchas opciones, algunas de las cuales ni siquiera las había oído, antes  realizarme chequeos genicologicos regullares.
—Primero debo llevar a cabo un sencillo examen pélvico. ¿Te parece bien?
Asiento y me trago los nervios. No sé por qué me siento tan incómoda. Es sólo un doctor, y yo soy una mujer adulta. Debería haber pedido hora para cuando ya no tuviera la regla. Ni siquiera pensé que me harían una revisión cuando pedí cita. Sólo quería quitarme de encima a Brittany.
—Casi hemos acabado —anuncia el doctor West. El examen ha sido rápido y ni de cerca tan incómodo como creí que sería, lo que es una bendición.
De pronto, una profunda línea se forma en su frente.
—¿Te habían hecho antes un examen pélvico?
—No, creo que no —contesto en voz baja.
Sé que no me lo han hecho, pero la última parte de mi respuesta es un añadido nervioso. Mis ojos vuelan a la pantalla frente a él mientras el médico mueve la sonda ecográfica sobre la parte baja de mi estómago y a través de la pelvis.
—Hum... —murmura para sí.
Mi ansiedad crece. ¿Acaso el test estaba mal y sí que hay un bebé ahí, después de todo? Empieza a entrarme el pánico. Soy demasiado joven, ni siquiera he acabado la universidad, y Brittany y yo estamos en un momento muy inestable de nuestra...
—Me preocupa un poco el tamaño de tu cérvix —dice finalmente—. No es nada por lo que
inquietarse ahora, pero me gustaría que volvieras para hacerte más pruebas.
—¿Nada de lo que inquietarse? —Tengo la boca seca y el estómago hecho un nudo. Las palmas de las manos me empiezan a sudar.
—. ¿Qué significa eso?
—Por ahora, nada..., pero no puedo estar seguro —responde en un tono nada tranquilizador.
Me incorporo, bajándome la bata médica.
—Y ¿qué podría significar?
—Bueno... —El doctor West se sube las gruesas gafas hasta el puente de la nariz.
— En el peor de los casos podríamos hablar de infertilidad, pero sin más pruebas no hay forma de saberlo. No veo ningún quiste, y ésa es una muy buena señal —añade señalando la pantalla.
Mi corazón cae sobre el frío suelo de azulejos.
—¿Cu... cuáles son las posibilidades? —pregunto. No puedo oír mi voz o mis pensamientos.
—No podría decirlo. Esto no es un diagnóstico. Lo que acabo de mencionarte es el peor escenario posible; por favor, no pierdas la calma hasta que hayamos hecho más pruebas. Hoy quiero administrarte la inyección anticonceptiva, que es básicamente hormonas, regulara tu periodo, y estaras protegida si tienes relaciones con un hombre si asi usted lo decida, además hacerte unos análisis de sangre y realizar un seguimiento.
—Tras un momento, añade—:¿Te parece bien?
Asiento, incapaz de hablar. Acabo de oírlo decir que no es un diagnóstico, pero a mí me lo parece.
Me siento fatal, el aleteo de mis nervios me sube por la columna a la primera mención de un problema. En la silenciosa habitación sólo se oye el latido constante de mi corazón. Estoy deprimiéndome, lo sé, pero no me importa.
—No debes preocuparte hasta que no tengamos los resultados de las pruebas. Seguro que no es nada —me dice un poco envarado, y abandona la sala dejándome sola ante esta cruel situación. El doctor no está seguro, no hay nada confirmado; parecía bastante indiferente al respecto. Entonces ¿por qué no puedo librarme de esta ansiedad que me ahoga? La enfermera, a la que, de repente, le ha salido su instinto de sobreprotección, me pone la inyección anticonceptiva mientras me habla de sus nietos y de su pasión por las galletas caseras. Yo permanezco en silencio, sólo hablo lo suficiente para parecer educada. Siento náuseas. Me da una meticulosa charla sobre mi nuevo anticonceptivo, pasando por los pros y los contras que ya he oído de boca del doctor West. Estoy entusiasmada por no tener que preocuparme por el período nunca más, aunque lo del ligero incremento de peso me fastidia, pero supongo que es un cambio justo.
Me explica que, como ahora mismo tengo la regla, la inyección será inmediatamente efectiva, pero que espere tres días antes de tener sexo sin protección, sólo para estar seguros. Me recuerda que esto no me protegerá de las enfermedades de transmisión sexual, sólo del embarazo.
Tras buscar fecha para la tan temida cita de seguimiento, voy directamente al centro de la ciudad a hacerme la foto del pasaporte y acabar el papeleo. Por supuesto, el señor Vance ya lo ha pagado todo. Me encojo al pensar en la cantidad de dinero que todo el mundo a mi alrededor parece no tener problemas en invertir en mí.
Cada persona con la que me cruzo en la calle parece estar embarazada o llevar un niño en brazos. No debería haber presionado al doctor para que me diera más información, ahora voy a estar paranoica hasta mi próxima cita, que, por supuesto, no tendrá lugar hasta dentro de tres semanas. Tres semanas para volverme loca, tres semanas para obsesionarme con la posibilidad de no poder tener hijos. No sé por qué la perspectiva me resulta tan dolorosa; pensé que había llegado a aceptar la idea de no tener hijos. Aún no puedo hablar de esto con Brittany, no hasta estar segura. Aunque no es que esto vaya a
afectar a sus planes. Le envío un mensaje cuando regreso a mi coche, diciéndole que mi cita ha ido bien, y vuelvo a casa de Christian y Kimberly. Para cuando llego, me he autoconvencido de que pasaré la semana ignorando el tema. No hay razón para comerme la cabeza cuando el propio doctor West me ha asegurado que no hay por qué preocuparse hasta que no tenga las pruebas. El vacío en mi pecho dice lo contrario, pero tengo que ignorarlo y seguir adelante. Voy a ir a Inglaterra. Por primera vez en mi vida,

voy a viajar más allá del estado de Washington, y no podría estar más entusiasmada. Nerviosa, pero entusiasmada.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 20, 2016 4:17 pm

Capítulo 130
Brittany

 
Parece que Santana vaya a desmayarse de un momento a otro. Se ha puesto un rotulador entre los dientes mientras vuelve a revisar la lista. Al parecer, cruzar medio planeta dispara sus tendencias neuróticas.
—¿Estás segura de que lo llevas todo? —pregunto con sarcasmo.
—¿Qué? Sí —resopla, concentrada en su tarea de revisar su bolsa de viaje por enésima vez desde que hemos llegado al aeropuerto.
—Si no facturamos ya, perderemos el vuelo —le advierto.
—Ya lo sé.
Me mira, mientras su mano revuelve la maldita bolsa. Está loca, es adorable a muerte, pero está loca de remate.
—¿Estás segura de dejar el coche aquí? —me pregunta.
—Sí. Para eso es para lo que sirven los aparcamientos, para dejar los coches.
Señalo el cartel de PARKING DE LARGA ESTANCIA que hay sobre nuestras cabezas y añado: —Es para coches sin problemas de compromiso.
Santana me mira perpleja, como si no hubiera dicho nada.
—Dame la bolsa —le digo arrancándole esa cosa horrible del hombro. Es demasiado pesada para que la cargue por ahí. La tía ha metido la mitad de sus cosas en esa bolsa.
—Yo llevo la maleta, entonces —replica, y coge el mango de la maleta con ruedas.
—No, la llevo yo. Relájate, ¿quieres? Todo irá bien —le aseguro.
Nunca olvidaré lo alterada que estaba esta mañana. Doblando y volviendo a doblar, metiendo y sacando nuestra ropa hasta que ha cabido toda en la maleta. He tenido paciencia porque sé lo que significa para ella este viaje. Aunque está siendo más pesada que nunca, no puedo evitar sentir emoción. Emoción por llevarla en el que será su primer viaje al extranjero, emoción al imaginar sus ojos chocolates como platos al ver las nubes y atravesarlas. Me he asegurado de que tuviera un asiento de ventanilla sólo por ese motivo.
—¿Lista? —le pregunto cuando las puertas automáticas de la terminal se abren para recibirnos.
—No. —Sonríe nerviosa. Y yo la guío a través del abarrotado aeropuerto.
—Te vas a desmayar de un momento a otro, ¿verdad? —le susurro inclinándome hacia ella.
Está pálida y sus pequeñas manos tiemblan en su regazo. Las cojo con una de las mías y le doy un apretón tranquilizador. Ella me sonríe, un cambio agradable al ceño fruncido que tenía desde que pasamos el control de seguridad.
El segurata del aeropuerto le estaba tirando los trastos, he reconocido su estúpida expresión cuando ella le ha sonreído. Yo tengo la misma puta sonrisa. Tenía todo el derecho de mandarlo a la mierda, pero por supuesto ella no estaba de acuerdo y ha estado de morros desde que se me llevó de allí a rastras mientras yo le levantaba el dedo corazón a aquel capullo. «Gracias a Dios que ese tío ve mal de lejos», murmuró, y luego no dejó de mirar atrás por encima del hombro.
Se puso aún peor cuando la obligué a abrocharse el abrigo hasta arriba. El viejo que está sentado a mi lado es un puto pervertido, y Santana por suerte tiene el asiento de ventanilla; así yo puedo hacer de escudo de sus miradas. La muy cabezota se negó a abrocharse dejando su escote a la vista para quien quisiera babear con su canalillo. Por supuesto, la blusa no es tan abierta, pero cuando se inclina hacia adelante puedes verlo todo. No intento controlarla, intento evitar que los tíos se coman con los ojos sus
tetas no precisamente discretas.
—No, estoy bien —responde dudosa. Su mirada la traiciona.
—Despegaremos de un momento a otro.
Miro a la azafata de vuelo atravesar la cabina para comprobar los compartimentos sobre los asientos por tercera vez. «Están todos cerrados, señorita, pongámonos en marcha antes de que tenga que sacar a Santana en brazos de este avión.» De hecho, detener el viaje podría ir en mi favor, en serio.
—Última oportunidad para bajar del avión. Los billetes no se pueden devolver pero los añadiré a tu cuenta —le digo poniéndole un mechón de pelo suelto detrás de la oreja.
Ella me sonríe más tímidamente que nunca. Sigue enfadada, pero los nervios están haciendo que se ablande un poco conmigo.
—Brittany —gime en voz baja. Apoya la cabeza en la ventanilla y cierra los ojos.
Odio verla tan atacada, me provoca ansiedad, y este viaje ya de por sí me tiene de los nervios. Me estiro para bajar la cortina de la ventanilla, esperando que eso la ayude.
—¿Falta mucho? —le espeto impaciente a la azafata que ahora pasa justo por nuestro lado.
Sus ojos van de Santana a mí y levanta una ceja altiva.
—Unos minutos.
Fuerza una sonrisa porque su trabajo la obliga. El hombre a mi lado se mueve incómodo, y pienso que ojalá hubiera comprado otro billete para no tener que preocuparme por sentarme junto a semejante capullo. Huele a tabaco rancio.
—Ya han pasado muchos minutos y... —empiezo a protestar.
Santana apoya una mano sobre las mías, y sus ojos, ahora muy abiertos, me suplican que no la líe.
Respiro hondo y cierro los ojos para añadirle más drama a la situación.
—Vale —digo dejando de mirar a la azafata, que sigue su camino por el pasillo.
—Gracias —murmura Santana.
En lugar de apoyar la cabeza en la ventanilla, la recuesta con delicadeza en mi brazo. Le doy unas palmaditas en el muslo haciendo señas para que se incorpore y pueda poner el brazo alrededor de ella, que se arrima a mí suspirando de alegría mientras coloco mi brazo y lo pego a su cuerpo. Me encanta ese sonido.
El avión empieza a moverse lentamente por la pista y Santana cierra los ojos.
Para cuando el aparato flota en el aire, ha levantado la cortinilla y mira el paisaje más abajo con unos ojos como platos.
—Es increíble. —Sonríe.
Ya le ha vuelto el color a la cara. Resplandece de la emoción, y es terriblemente contagioso.
Intento reprimir la sonrisa mientras balbucea lo pequeño que parece todo, pero me resulta imposible.
—¿Lo ves? No es tan malo. Aún no nos hemos estrellado —digo con desdén.
En respuesta, murmullos y toses irritadas empiezan a oírse por la prácticamente silenciosa cabina, pero me importa una mierda. Santana entiende mi humor, al menos casi siempre, y pone los ojos en blanco mientras me da un puñetazo juguetón en el pecho.
—Silencio —me advierte, y yo me río.
Después de tres horas, está inquieta. Sabía que lo estaría. Hemos visto un poco de la asquerosa programación de los patrocinadores de la aerolínea y hemos hojeado la revista SkyMall dos veces, y ambas hemos convenido en que una jaula para perros con forma de mesita para la tele no vale dos mil dólares ni de coña.
—Van a ser nueve horas muy largas —le digo.
—Ya sólo seis —me corrige. Sus dedos resiguen el símbolo del infinito con los extremos en forma de corazón que llevo tatuado en la muñeca.
—Sólo seis —repito—. Duerme un poco.
—No puedo.
—¿Por qué?
Me mira.
—¿Qué crees que estará haciendo mi padre? O sea, sé que Ryder lo vigiló la última vez que estuviste fuera, pero en esta ocasión no volveremos hasta dentro de tres días.
«Mierda.»
—Estará bien —le aseguro.
Se enfadará pero lo superará, y más tarde se lo agradecerá.
—Me alegro de que no aceptáramos la oferta de tu padre —me dice.
«Me cago en todo.»
—¿Por qué? —me atraganto, y busco su cara.
—El centro de rehabilitación es demasiado caro.
—¿Y?
—No me siento bien sabiendo que tu padre se está gastando ese dineral en el mío. No es
responsabilidad suya, y ni siquiera sabemos con seguridad que él...
—Es un drogadicto, Santana.
—Sé que todavía no quiere admitirlo, pero en el fondo sabe que es
Verdad.
— Y mi padre podría pagar su tratamiento.
Necesito llamar a Ryder en cuanto aterricemos para averiguar cómo ha ido la «intervención». Aunque espero que el inútil de su padre aceptara, me siento culpable porque Santana no esté al tanto del plan. Me he tirado horas dándole de patadas y de puñetazos a ese saco en el gimnasio pensando en esta mierda. Al final, la solución era sencilla. O bien Ricardo mueve el culo hasta el centro de rehabilitación que paga mi padre o se queda fuera de la vida de Santana para siempre. No quiero que esa puta adicción
sea una carga que ella tenga que soportar. Bastantes problemas le causo yo, y si alguien tiene que provocarle estrés, seré yo. He mandado a Ryder para que intervenga, a decirle al tío que tiene que elegir una de las dos opciones: la rehabilitación o Santana. Me imaginé que las cosas no se pondrían violentas si Ryder, que es opuesto a mí, se encargaba de ello. Por mucho que me carcoma el hecho de que sea mi padre el que vaya a ayudar a Santana, puesto que es quien va a pagar, no podía negarme.
Quería pero no podía.
—No sé —suspira, mirando por la ventanilla—, tengo que pensar en ello.
—Bueno... —empiezo, y al oír mi tono de voz frunce el ceño.
—¿Qué has hecho? —Entorna los ojos y se aparta de mí. No puede irse muy lejos, tiene que quedarse sentada a mi lado hasta que aterricemos.
—Hablaremos de eso luego.
Miro al hombre que está a mi lado. Esta compañía debería hacer los asientos más anchos. Si el apoyabrazos entre Santana y yo no estuviera levantado, estaría sentada encima de ese tío.
Santana pone unos ojos como platos.
—Lo has mandado allí, ¿verdad? —susurra tratando de no montar una escena.
—No he mandado a tu padre a ninguna parte.
Es la verdad. No sé si ha aceptado o no.
—Pero lo has intentado, ¿a que sí?
—Tal vez —admito.
Sacude la cabeza incrédula y la apoya en el asiento mirando fijamente al vacío.
—Estás cabreada, ¿no? —le pregunto.
Me ignora.
—Santana... —Mi voz suena demasiado fuerte y tiene en ella el efecto que pretendía. Abre los ojos de golpe y se vuelve hacia mí.
—No estoy enfadada —susurra—, sólo sorprendida, y estoy intentando asimilarlo y saber qué me parece, ¿vale?
—Vale. —Su reacción ha sido bastante mejor de lo que esperaba.
—No puedo soportar que me ocultes nada. Tú lo haces, mi madre también... No soy una niña. Soy capaz de gestionar las cosas que me suceden, ¿no te parece?
 
Evito decir lo primero que se me pasa por la cabeza. Cada vez se me da mejor esta mierda.
 
—Sí —respondo tranquila—, pero eso no significa que no intente filtrar la porquería que te llega.
Su mirada se suaviza y asiente una vez.
—Lo entiendo, pero necesito que dejes de ocultarme cosas. Cualquier cosa que tenga que ver contigo, Ryder o mi padre, necesito saberlo. Siempre me acabo enterando de todas formas. ¿Para qué alargar lo inevitable? —pregunta.
—Vale —acepto sin pensar mucho—. A partir de ahora no te ocultaré mierdas.
Lo que no le digo es que no cuenta nada de lo que le he ocultado en el pasado, sólo acepto que desde este momento y en adelante intentaré no dejarla sin saber nada.
Una chispa de emoción le recorre la cara, pero no puedo interpretarlo. Casi podría pensar que es culpabilidad.
—A menos que sea algo que es mejor que yo no sepa —añade bajito.
«Vale...»
—¿De qué clase de cosas estamos hablando? —le pregunto.
—Algo que tú preferirías no saber también cuenta. Por ejemplo, el hecho de que mi ginecólogo sea un hombre —me informa.
—¿Qué?
Nunca se me había pasado por la cabeza que el médico de Santana pudiera ser un hombre. No sabía que los hombres médicos hicieran semejantes cosas.
—¿Ves? Habrías preferido no saberlo, ¿verdad? —Ni siquiera intenta ocultar su sonrisa de listilla sabiendo que estoy enfadada y celosa.
—Cambiarás de médico.
Niega lentamente con la cabeza mientras me mira. Me inclino hacia ella y le susurro al oído:
—Tienes suerte de que los lavabos de este trasto sean demasiado pequeños para follarte en uno de ellos.
Su respiración se acelera e inmediatamente junta y aprieta los muslos. Me encanta su reacción cuando la provoco con palabras, siempre es instantánea. Además, necesitaba distraerla y cambiar de tema por el bien de ambas.
—Te empujaría contra la puerta y te follaría contra la pared. —Mi mano sube más arriba por sus muslos—. Y te taparía la boca para sofocar tus gritos.
Traga saliva.
—Me sentiría tan jodidamente bien con tus piernas alrededor de mi cintura y tus manos
agarrándome el pelo...
Tiene los ojos muy abiertos, las pupilas dilatadas y, mierda, desearía que los lavabos no fueran tan jodidamente enanos. Es que ni siquiera puedo extender los brazos en ese minúsculo espacio. He pagado casi mil dólares por cada billete de ida y vuelta, al menos debería poder follarme a mi chica en el baño durante el vuelo.
—Por mucho que aprietes las piernas, eso no hará que el dolor desaparezca —sigo susurrándole al oído. Bajo la mesita plegable para poder subir la mano hasta el lugar donde se unen sus muslos—. Sólo yo puedo.
—Parece que vaya a correrse sólo de oír mis palabras.
—. El resto del viaje va a ser muy incómodo para ti con las braguitas mojadas y tal.
La beso detrás de la oreja usando la lengua para provocarla aún más, y el hombre a mi lado tose.
—¿Algún problema? —le pregunto sin importarme un pimiento si ha oído algo de lo que le he dicho.Sin embargo, él se apresura a negar con la cabeza y devuelve la atención al libro electrónico que tiene en la mano. Me inclino hacia él y veo el primer párrafo de la página débilmente iluminada.
Detecto a simple vista el nombre de Holden y suelto una risa entre dientes. Sólo los hombres de mediana edad pretenciosos y los hipsters barbudos disfrutan leyendo El guardián entre el centeno. ¿Qué los atrae tanto de un maldito acosador adolescente con demasiados privilegios? Nada.
—¿Puedo continuar? —digo inclinándome sobre Santana, que ahora está jadeando.
—No. —Levanta la mesita, la asegura y acaba con la diversión.
—Ya sólo quedan cinco horas más. —Le sonrío ignorando lo excitada que estoy sólo de
imaginar lo mojada que debe de estar ella ahora.
—Eres una idiota —susurra. La sonrisa que me gusta se dibuja en sus labios.
—Y me quieres —le contesto haciendo que la sonrisa crezca.
Abrirse camino a través del aeropuerto de Heathrow no fue tan malo como lo recordaba. Recogimos las maletas enseguida. Santana guardó silencio la mayor parte del tiempo, y su mano en la mía era todo lo que necesitaba para asegurarme de que no estaba demasiado enfadada por lo de la rehabilitación. El coche de alquiler estaba preparado para nosotras, y miré divertido cómo Santana fue directa al lado equivocado
del vehículo.
Cuando llegamos a Hampstead estaba dormida. Intentó seguir despierta mirando por la ventanilla, observándolo todo, pero no consiguió mantener los ojos abiertos. La vieja ciudad está igual que la última vez que vine, claro, y ¿por qué iba a cambiar? Sólo han pasado un par de meses. Por alguna razón sentí como si, en el momento que pasara junto a la señal de bienvenida de Hampstead con Santana en el asiento del acompañante, la ciudad fuera a cambiar de alguna forma.
Pasamos por las casas históricas y las atracciones turísticas y al final llegamos a la zona residencial de la ciudad. Al contrario de lo que se suele creer, no todo el mundo en Hampstead vive en una mansión histórica y nada en la abundancia. Todo eso queda claro en cuanto accedo al camino de entrada de casa de mi madre. La vieja vivienda parece que vaya a caerse en cualquier momento, y me alegro de ver el cartel de VENDIDO en el césped. La casa de su futuro marido, justo en la puerta de al lado, está en mejor
estado que ese agujero y tiene casi el doble de su tamaño.
—Santana —intento despertarla. Seguramente habrá babeado toda la ventanilla.
Mi madre aparece en la puerta principal sólo unos segundos después de que las luces iluminen las ventanas. Abre la puerta mosquitera y baja la escalera como una loca. Los ojos de Santana se abren y miran a mi madre, que está abriendo la puerta de su lado para abrazarla. ¿Por qué todo el mundo la quiere tanto?
—¡Santana! ¡Brittany! —La voz de mi madre suena fuerte y muy nerviosa mientras Santana se quita el cinturón de seguridad y sale del coche.
Intercambian abrazos entre mujeres y saludos mientras yo saco el equipaje del maletero.
—Me alegro tanto de que hayáis venido las dos...
 —Mi madre sonríe secándose una lagrimilla de los ojos. Va a ser un fin de semana largo.
—Nosotras también —Santana responde por mí y deja que mi madre la lleve de la mano hasta la pequeña casa.
—No me gusta el té, así que no va a haber la típica bienvenida británica, pero he preparado café. Sé que a las dos os encanta el café —murmura mi madre.
Santana ríe, dándole las gracias. Mi madre guarda las distancias conmigo, obviamente para no disgustarme en el fin de semana de su boda. Las dos mujeres desaparecen en la cocina y yo subo la escalera hacia mi antigua habitación para deshacerme de las bolsas. Oigo cómo sus risas mueven por toda la casa e intento convencerme de que no va a pasar nada catastrófico este fin de semana. Todo va a ir bien. En la habitación no hay nada más que mi antigua cama doble y una cajonera. Han quitado el papel

pintado, que ha dejado restos de cola en las paredes. Mi madre obviamente está intentando dejar lista la casa para el nuevo propietario, pero verla así me hace sentir un poco rara.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 20, 2016 4:18 pm

Capítulo 131
Santana

 
—Aún no me creo que hayáis venido las dos —me dice Trish.
Me ofrece una taza de café, negro, como a mí me gusta, y le sonrío por el detalle. Es una mujer hermosa de ojos brillantes y una sonrisa no menos luminosa, y va vestida con un chándal azul marino.
—¡Me alegro tanto de que al final hayamos podido! —exclamo.
Miro el reloj del horno, ya son las diez de la noche. El largo viaje y el cambio de horario me han dejado fuera de lugar.
—Y yo. Si no fuera por ti, sé que Brittany no estaría aquí.
Pone la mano sobre la mía. Sin saber qué responder, sonrío. Se da cuenta de que me incomoda y cambia de tema:
—¿Qué tal el vuelo? ¿Brittany se ha comportado?
Su risa es dulce, y no tengo el suficiente valor de decirle que su hija ha sido una auténtica tirana desde el control de seguridad hasta la mitad del vuelo.
—Ha estado bien —contesto.
Bebo un sorbo del café humeante y entonces Brittany entra en la cocina. La casa es vieja y estrecha, demasiadas paredes delimitan el espacio por todas partes. La única decoración son cajas de mudanzas apiladas en las esquinas, pero me siento extrañamente cómoda y a gusto en la casa de la infancia de Brittany. Sé por su mirada cuando se inclina para pasar bajo el arco del pasillo que lleva a la cocina que ella  no se siente igual respecto a este sitio. Estas paredes encierran demasiados recuerdos para ella, y en ese instante mi impresión de la casa empieza a apagarse.
—¿Qué ha pasado con el papel pintado? —pregunta.
—Lo estaba quitando todo para pintar justo antes de la venta, pero los nuevos propietarios piensan echar la casa abajo de todas formas. Quieren construir una casa nueva en la parcela —explica su madre.
Me gusta la idea de que la derriben.
—Bien, es una mierda de casa de todas formas —gruñe ella, y me quita la taza de café para darle un sorbo.
—. ¿Estás cansada? —pregunta volviéndose hacia mí.
—Estoy bien —le aseguro. Me gusta el humor y la cálida compañía de Trish. Estoy cansada, pero ya habrá tiempo de sobra para dormir. Aún es bastante pronto.
—Yo duermo en casa de Mike, la de al lado —dice Trish—. He supuesto que no querrías quedarte allí.
—Está claro que no —responde Brittany. Le quito mi café, riñéndola en silencio para que sea educada con su madre.
—Bueno —Trish ignora su comentario grosero—, mañana tengo planes para ella, así que espero que puedas distraerte con algo.
Me cuesta un momento darme cuenta de que habla de mí.
—¿Qué clase de planes? —replica Brittany, a quien no parece gustarle mucho la idea.
—Nada, cosas preboda. He reservado hora para las dos en el spa de la ciudad, y luego me encantaría que me acompañara a la última prueba del vestido de novia.
—Por supuesto —digo.
—¿Cuánto rato será eso? —pregunta Brittany al mismo tiempo.
—Sólo hasta después de comer, de verdad —le asegura Trish—, y sólo si quieres acompañarme, Santana. No tienes que venir si no quieres, pero he pensado que estaría bien pasar un rato juntas mientras estás aquí.
—Me encantaría. —Le sonrío.
Brittany no protesta, y me alegro porque habría perdido.
—¡Qué bien! —Ella sonríe a su vez—. Mi amiga Susan se unirá a nosotras para comer. Se muere de ganas de conocerte, lleva tanto tiempo oyendo hablar de ti que no se cree que existas, dice... Brittany empieza a reír entre dientes sobre su café, interrumpiendo el parloteo emocionado de su madre.
—¿Susan Kingsley? —replica mirando a Trish, con los hombros tensos y la voz temblorosa.
—Sí..., bueno, ya no se apellida Kingsley, ha vuelto a casarse.
Ella le devuelve la mirada de una forma que me hace sentir que me he metido en una conversación privada en la que no se me quiere incluir. Brittany mira alternativamente a su madre y a la pared hasta que gira sobre los talones y nos deja solas en la cocina.
—Me voy a ir a la casa de al lado para acostarme. Si necesitas algo, dímelo.
—Ha desaparecido por completo la emoción en su voz, suena agotada.
Se acerca y me da un beso rápido en la mejilla antes de abrir la puerta de atrás y salir. Me quedo sola en la cocina unos minutos, acabándome el café, lo que no tiene sentido porque necesito irme a dormir, pero me lo acabo de todas formas y lavo la taza en la pila antes de subir la escalera para buscar a Brittany. El piso de arriba está vacío, hay restos de papel pintado en un lado del estrecho pasillo, y no puedo evitar comparar la impresionante casa de Ken con ésta; las diferencias son
imposibles de ignorar.
—¿Brittany? —la llamo.
Todas las puertas están cerradas y no me gusta la idea de abrirlas sin saber qué hay al otro lado.
—Segunda puerta —me contesta.
Sigo su voz hasta la segunda puerta en el pasillo y la abro. La manija está pegajosa, y tengo que usar un pie para ayudarme a abrirla.
Cuando entro, Brittany está sentada en el borde de la cama, con la cabeza entre las manos. Me mira y me acerco a ella.
—¿Qué te pasa? —le pregunto pasándole los dedos por el pelo alborotado.
—No tendría que haberte traído —dice pillándome por sorpresa.
—¿Por qué? —Me siento en la cama a su lado, dejando unos pocos centímetros entre nuestros cuerpos.
—Porque... —suspira— no debería. —Se tumba en la cama y descansa un brazo sobre la cara, con lo que no puedo interpretar su expresión.
—Brittany...
—Estoy cansada, Santana, acuéstate. —El brazo amortigua la voz, pero sé que ésta es su forma de terminar la conversación.
—¿No vas a cambiarte? —insisto, no quiero irme a la cama sin su camiseta.

—No. —Se coloca boca abajo y alarga el brazo para apagar la luz.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 20, 2016 4:18 pm

Capítulo 132
Santana

 
Cuando la alarma de mi móvil suena a las nueve tengo que obligarme a levantarme de la cama. Casi no he dormido, me he pasado la noche dando vueltas. La última vez que he mirado el reloj eran las tres de la madrugada y no estaba segura de si había dormido algo o llevaba despierta todo el rato.
Brittany está dormida, con los brazos cruzados en la barriga. Esta noche no me ha abrazado ni una sola vez. El único contacto que hemos tenido han sido sus manos buscándome en sueños, sólo para asegurarse de que estaba ahí antes de que volvieran a su barriga. Su cambio de humor no me ha sorprendido del todo. Sé que no quería venir a la boda, pero lo que no tiene mucho sentido para mí es
que esté tan nerviosa, y sobre todo que se niegue a hablar de ello conmigo. Me gustaría preguntarle cómo esperaba llevar el hecho de que me mudara a Inglaterra si ni siquiera me quiere aquí para un fin de semana.
Paso la mano por su frente para apartar la mata de pelo y bajo por la mandíbula acariciándole su cara. Sus párpados tiemblan y me apresuro a apartarme y me pongo en pie.
No quiero despertarla, su sueño no ha sido mucho mejor que el mío. Ojalá supiera qué la tiene así. Ojalá no se hubiera cerrado a mí de esa manera. Me lo contó todo en la carta que me escribió y luego destruyó, y aunque la mayoría de las cosas se referían a terribles errores que había cometido, los asumí y seguí hacia adelante. Nada de lo que hizo en el pasado le hará ningún daño a nuestro futuro. Necesita
saberlo. Tiene que saberlo o lo nuestro jamás funcionará.
No me resulta difícil encontrar el baño, y espero pacientemente a que el agua pase de ser marrón a incolora. La ducha es ruidosa y la presión del agua muy fuerte, casi dolorosa, pero hace maravillas con la tensión acumulada en los músculos de mi espalda y mis hombros.
Me he puesto unos vaqueros y una camiseta de tirantes de color crema, pero dudo si ponerme una sudadera estampada de flores. No tiene botones, por lo que Brittany no puede pedirme que me la abroche; tiene suerte de que no vaya a llevar sólo la camiseta de tirantes. Ya casi es primavera, y en Londres se siente como tal.
Trish no me habló de una hora exacta para nuestra pequeña excursión de hoy, así que bajo para preparar café. Una hora más tarde, vuelvo arriba para coger mi libro electrónico y leer un rato. Brittany se ha vuelto y está boca arriba con el ceño fruncido. Sin molestarla, salgo rápido y bajo a la mesa de la cocina otra vez. Pasan un par de horas y me siento aliviada cuando Trish cruza la puerta de atrás. Lleva el pelo castaño recogido, como yo, en un moño bajo y, cómo no, lleva puesto un chándal.
—Esperaba que estuvieras despierta, quería darte tiempo para dormir después del largo día de ayer.
—Sonríe,
—. Estoy lista cuando tú lo estés.

Echo una última mirada a la estrecha escalera esperando que Brittany baje con una sonrisa y me despida con un beso, pero no sucede. Cojo mi bolso y sigo a Trish, que sale por la puerta de atrás.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 20, 2016 4:19 pm

Capítulo 133
Brittany

 
Cuando busco a Santana, no está en la cama. No sé qué hora es, pero el sol brilla muchísimo y atraviesa las ventanas desnudas como si me obligara a despertarme. Esta noche he dormido fatal, y Santana no dejaba de moverse y de dar vueltas en la cama. He estado despierta casi toda la noche, manteniendo las distancias con su cuerpo inquieto. Tengo que ponerme las pilas para no echar a perder el fin de semana, pero lo cierto es que no consigo deshacerme de mi paranoia. No después de que mamá me dijera que ha tenido el valor de invitar a Susan Kingsley a comer con ella y con Santana.
No me molesto en cambiarme de ropa, sólo me lavo los dientes y me paso un poco de agua por el pelo. Santana ya se ha dado una ducha, su neceser está guardado con cuidado en el armario del baño que antes estaba vacío.
Cuando bajo a la cocina, la jarra del café sigue caliente y casi llena, una taza lavada descansa sobre la encimera. Santana y mi madre deben de haberse ido ya. Tendría que haber protestado y no haberla dejado ir. ¿Por qué no lo hice? Este día puede ir por dos caminos: Susan podría ser una gran zorra y hacer que para Santana sea un infierno, o podría cerrar su maldita bocaza y todo iría bien.

¿Qué coño se supone que voy a hacer yo durante la jornada mientras mi madre y Santana están pululando por la ciudad? Podría ir a buscarlas, no sería difícil, pero mi madre seguramente se enfadaría y, después de todo, mañana es su boda. Le prometí a San que me portaría lo mejor que pudiera este fin de semana y, aunque ya he roto la promesa, no tengo por qué empeorar las cosas.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 20, 2016 4:20 pm

Capítulo 134
Santana

 
—Tu pelo ha quedado precioso.
 —Trish alarga el brazo desde el otro lado de la mesa para tocarme la cabeza.
—Gracias. Todavía me estoy acostumbrando a él.
—Sonrío y miro al espejo que hay justo detrás de nuestra mesa.
La empleada del spa se quedó boquiabierta cuando le dije que nunca me había teñido el pelo.
Después de que intentara convencerme durante unos minutos, accedí a que me lo aclarara un poco. El color final es un castaño claro que se diluye en mi oscuro de nacimiento hacia las puntas. Apenas se nota la diferencia y resulta mucho más natural de lo que esperaba. El color no es permanente, sólo durará un mes. No estaba preparada para un cambio tan radical pero, cuanto más me miro al espejo, más me gusta lo que veo.
La esteticista también hizo maravillas con mis cejas, me las depiló hasta que consiguió un arco perfecto, y llevo las uñas de manos y pies pintadas de rojo intenso. Rechacé la oferta de Trish de hacerme la depilación brasileña. Lo he pensado mucho, pero sería muy raro hacérmela con la madre de Brittany, y por ahora me apaño con la cuchilla. De camino hacia el coche, Trish se burla de mis zapatos igual que lo hace su hija, y tengo que contenerme para no devolvérsela con un comentario sobre los chándales que suele llevar ella.
Me paso el viaje mirando por la ventanilla, memorizando cada casa, cada edificio, cada persona que pasa por la calle.
—Es aquí —me dice Trish al cabo de pocos minutos metiendo el coche en un aparcamiento cubierto que hay entre dos edificios. La sigo a la entrada del más pequeño.
El musgo cubre por completo el edificio de ladrillo y, al verlo, sale mi Ryder interior y las referencias a El hobbit. Ryder pensaría exactamente lo mismo si estuviera aquí, y nos reiríamos mientras Brittany refunfuña sobre lo penosas que son las películas y cómo se cargan el universo de J. R. R. Tolkien. Ryder se lo rebatiría, como siempre, y diría que Brittany en el fondo adora las películas,
cosa por la que éste se lanzaría a por su yugular. Egoístamente, imagino un lugar en el que Brittany, Ryder y yo pudiéramos vivir cerca, un lugar en el que Ryder y Marley pudieran vivir en Seattle, tal vez incluso en el mismo edificio que Brittany y yo. Un lugar en el que una de las pocas personas a las que de verdad les importo no fuera a irse a vivir a la otra punta del país dentro de una semana.
—Hoy hace buen día. ¿Te apetece comer fuera? —pregunta Trish señalando las mesas de metal de la terraza.
—Estaría bien. —Sonrío, y la sigo a la última mesa de la fila.
La camarera nos trae una jarra de agua y nos coloca dos vasos delante. Hasta el agua tiene mejor aspecto en Inglaterra. La jarra está llena de cubitos de hielo y de rodajas de limón perfectas.
Trish recorre las aceras con la mirada.
—Se nos va a unir una más. Debería llegar en cualquier... ¡Mira, por ahí viene!
Me vuelvo. Una mujer morena cruza la calle gesticulando con las manos. Lleva una falda hasta el suelo y tacones que le impiden moverse todo lo rápido que parece que querría.
—¡Susan! —A Trish se le ilumina la cara al ver la entrada aparatosa de la mujer.
—Trish, cielo, ¿cómo estás? —Susan se agacha para besar a Trish en ambas mejillas antes de volverse hacia mí y repetir el saludo.
Sonrío incómoda, sin saber si debo devolverle el par de besos o no.
La mujer tiene los ojos de un intenso color azul, y el contraste con su piel clara y el pelo oscuro es bonito a más no poder. Se aparta antes de que termine de decidirme.
—Tú debes de ser Santana. He oído hablar mucho y muy bien de ti —asegura, y me sorprende cuando me coge las manos y me las estrecha con cariño mientras me sonríe de corazón. Luego aparta la silla que hay a mi lado y se sienta.
—Me alegro de conocerte —digo sonriendo a mi vez. No tengo ni idea de qué pensar de esta mujer. Sé que no me gusta cómo reaccionó Brittany anoche al oír su nombre, pero parece encantadora. Es todo muy confuso.
—¿Lleváis mucho tiempo esperando? —pregunta volviéndose para colgar el bolso del respaldo de la silla.
—No, acabamos de llegar. Hemos pasado la mañana en el spa. —Trish sacude su melena castaña y brillante.
—Ya lo veo. Oléis como un ramo de flores. —Susan se ríe y se llena el vaso de agua. Su acento es elegante y mucho más marcado que el de Brittany y el de Trish.
A pesar del cambio de humor de Brittany anoche, estoy loca por Inglaterra, especialmente por este pueblo. Antes de venir hice los deberes, pero las fotos de internet no le hacen justicia a la belleza de otra época de este lugar. Miro alrededor fascinada, preguntándome cómo es posible que una calle empedrada
llena de pequeñas tiendas y cafeterías sea tan encantadora, tan interesante.
—¿Lista para la última prueba? —le pregunta Susan a Trish.
Sigo contemplando la calle, sin hacer apenas caso de la conversación. Sólo tengo ojos para el antiguo y pintoresco edificio que hay al otro lado, la biblioteca. La de libros maravillosos que debe de albergar.
—Sí. Aunque, si esta vez no me queda bien, creo que tendré que demandar al dueño de la tienda —bromea Trish.
Me vuelvo hacia ellas y me obligo a no seguir mirando embobada la arquitectura de la zona hasta que Brittany me lleve a hacer turismo en condiciones.
—Como la dueña que soy, es posible que no me haga ninguna gracia. —La risa de Susan es grave y encantadora. He de recordarme que tengo que llevar mucho cuidado con ella.
Se me dispara la imaginación al mirar a la hermosa mujer. ¿Habrá tenido una aventura con Brittany? Ha mencionado alguna vez que se ha acostado con mujeres mayores pero nunca le he permitido que me contara más. ¿Será Susan, con su pelo castaño y sus ojos azules, una de ellas? Me dan escalofríos sólo
de pensarlo. Espero que no. Ignoro la punzada de celos y me obligo a disfrutar del delicioso sándwich que la camarera acaba de servirme.
—Háblame de ti, —Susan le hinca el tenedor a un trozo de lechuga y se lo lleva a los labios pintados.
—Llámame Santana, por favor —empiezo a decir nerviosa—. Estoy terminando mi primer año de universidad en la WCU y acabo de mudarme a Seattle.
Miro a Trish, que, por alguna razón, tiene el ceño fruncido. Brittany no debe de haberle contado lo de mi traslado, o puede que lo haya hecho y no le haya contado que no ha venido conmigo.
—He oído que Seattle es una ciudad preciosa. Nunca he estado en América —dice Susan arrugando la nariz—. Pero mi marido me ha prometido que me llevará este verano.
—Deberías ir. Está muy bien —digo como una idiota.
Estoy sentada en un pueblo sacado de un cuento de hadas y voy y comento que Estados Unidos está bien. Estoy segura de que Susan lo detestará, y las manos me tiemblan cuando saco el móvil del bolso y le mando un mensaje a Brittany. Nada especial, sólo: «Te echo de menos». Durante el resto de la comida sólo hablamos de la boda, y no puedo evitar que me guste Susan. Se casó con su segundo marido el verano pasado. Organizó la boda ella sola, no tiene hijos, pero sí una sobrina y un sobrino. Es la dueña de la tienda de trajes de novia en la que Trish se ha comprado el vestido. Tiene cuatro más en la zona del norte y el centro de Londres. Su marido es el dueño de tres de los pubs más populares de la zona, están todos en un radio de cuatro kilómetros.
La tienda de trajes de novia de Susan se encuentra a unas pocas manzanas del restaurante, así que decidimos ir andando. Hace calor y brilla el sol, y hasta el aire parece más refrescante que el de Washington. Brittany aún no ha respondido a mi mensaje pero, no sé por qué, ya sabía yo que no iba a hacerlo.
—¿Champán? —nos ofrece Susan en cuanto ponemos un pie en la pequeña tienda. Hay poco espacio, pero la decoración es perfecta, tipo retro y encantadora, toda en blanco y negro.
—No, gracias. —Sonrío.
Trish acepta el ofrecimiento y me promete que sólo se tomará una copa. Casi le digo que se beba las que quiera, que disfrute, pero no me fío de conducir en Inglaterra, ya se me hace bastante raro ir de pasajera. Mientras observo a Trish reír y bromear con Susan, no puedo evitar pensar lo distintos que son
ella y Brittany. Trish es desenvuelta y vivaracha, y Brittany es... Brittany. Sé que no están muy unidas, pero me gusta pensar que esta visita puede cambiar eso. No del todo, sería demasiado pedir, pero espero que al menos Brittany se porte bien el día de la boda de su madre.
—Salgo dentro de un momento. Como si estuvieras en tu casa —me dice Trish antes de cerrar la  cortina del probador.
Me siento en un mullido sofá blanco y me río al oírla maldecir a Susan por haberle pellizcado con la cremallera al subírsela. Puede que Brittany y ella se parezcan más de lo que creía.
—Disculpa. —Una voz femenina me saca de mis ensoñaciones y, cuando levanto la vista, me encuentro con los ojos azules de una joven embarazada.
»Perdona, ¿has visto a Susan? —me pregunta inspeccionando la tienda.
—Está ahí —digo señalando la cortina corrida del probador por el que Trish ha desaparecido con su vestido de novia hace apenas unos minutos.
—Gracias. —Sonríe y suspira, creo que aliviada.
—. Si pregunta, he llegado justo a las dos —me dice la chica, y sonríe de nuevo.
Imagino que trabaja aquí.
 Mis ojos descienden en busca de la placa con su nombre que lleva en la
camisa blanca de manga larga.
«Natalie», dice.
Miro el reloj. Son las dos y cinco.
—Tu secreto está a salvo conmigo —le aseguro.
Se descorre la cortina y aparece Trish vestida de novia. El traje es maravilloso. Ella está absolutamente preciosa con el vestido sencillo de manga corta.
—¡Vaaaaya! —decimos Natalie y yo al unísono.
Trish sale del probador, se mira en el espejo de cuerpo entero y se enjuga las lágrimas.
—Lo hace en todas las pruebas, y eso que ésta ya es la tercera —comenta Natalie con una sonrisa.
Tiene los ojos llenos de lágrimas, igual que yo. Se toca el vientre con la mano.
—Está preciosa. Mike es un hombre con suerte —digo, y le sonrío a la madre de Brittany.
Ella sigue mirándose al espejo, y no la culpo.
—¿Conoces a Trish? —pregunta la chica con educación.
—Sí. —Me vuelvo a mirarla—. Soy... —Brittany y yo vamos a tener que hablar sobre cómo tiene intención de presentarme—. Estoy con su hija —le digo, y ella abre unos ojos como platos.
—Natalie. —La voz de Susan retumba entonces en la pequeña tienda.
Trish se ha puesto lívida y nos mira a Natalie y a mí. Se me escapa algo. Miro a Natalie, esos ojos azules, el pelo castaño y la piel clara.
«Susan... —pienso—. ¿Susan es la tía de Natalie? Y Natalie...
»Madre de Dios. Natalie. Esa Natalie...» La Natalie que le pesaba a Brittany en la conciencia, por muy poca que tenga. La misma a la que ella le destrozó la vida.
—Natalie —le digo al darme cuenta de todo.
Ella asiente sosteniéndome la mirada mientras Trish se nos acerca.
—Sí, la misma. —La expresión de su rostro me dice que no está segura de si estoy al tanto de toda la historia y que tampoco sabe qué decir al respecto.
—. Y tú eres... eres su... Santana —dice. Puedo ver cómo se forman sus pensamientos.
—Soy...
—No puedo hablar. No tengo ni la menor idea de qué decir. Brittany me contó que ahora era feliz, que la había perdonado y que tenía una nueva vida. Siento por ella una profunda empatía.
—Lo siento mucho... —digo al fin.
—Voy a por más champán. Trish, acompáñame. —Susan coge a Trish del brazo y tira de ella. Trish vuelve la cabeza y, hasta que desaparece por una puerta, con vestido de novia y todo, no nos quita ojo de encima.
—¿Qué es lo que sientes? —Los ojos de Natalie refulgen bajo las luces brillantes. No puedo imaginarme a esta chica con mi Brittany. Es tan sencilla y tan bonita, nada que ver con ninguna de las chicas de su pasado que he conocido.
Me da la risa tonta.
—No lo sé. —¿Por qué demonios me estoy disculpando?—. Por... por lo que... te hizo.
—¿Lo sabes? —La sorpresa es evidente en su voz. Sigue mirándome fijamente, intentando adivinar por dónde voy.
—Sí —digo; de repente me siento avergonzada y tengo la imperiosa necesidad de explicarme—. Y Brittany... ha cambiado. Se arrepiente mucho de lo que te hizo —aseguro. No va a compensarla por el pasado, pero tiene que saber que la Brittany que conozco no es la misma que conoció ella.
—Me la encontré hace poco —me recuerda—. Estaba... No sé... Vacía cuando la vi en la calle. ¿Ya está mejor?
Intento encontrar algún tipo de aspereza en su voz, pero nada.
—Sí, mucho mejor —le digo intentando no mirarle la barriga. Levanta la mano y veo un anillo de oro en su anular. Me alegro de que tenga una nueva vida.
— Ha hecho cosas horribles y sé que me estoy metiendo donde no me llaman —trago saliva, intentando no perder la seguridad en mí misma—, pero para ella fue muy importante saber que la habías perdonado. Significó muchísimo... Gracias por haber encontrado el valor para hacerlo.
 
Para ser sincera, no creo que Brittany lo lamentase tanto como debería, pero el perdón de Natalie derribó algunos de los muros entre ella y los demás que tanto tiempo se había pasado levantando. Y sé que encontró un poco de paz.
 
—Debes de quererla de verdad —dice en voz baja tras un largo silencio.
—Sí, mucho —asiento mirándola a los ojos.
Estamos conectadas de un modo extraño, esta mujer a la que Brittany hirió de una forma tan terrible y yo, y percibo el poder de esa conexión. No puedo ni imaginarme cómo debió de sentirse, la humillación y el dolor tan profundos que Brittany le causó. No sólo la abandonó ella, sino también toda su familia. Al principio yo era igual que ella, únicamente un juego para Brittany, hasta que se enamoró de mí.
Ésa es la diferencia entre esta dulce mujer embarazada y yo. Ella me quiere a mí, pero fue incapaz de quererla a ella.
No puedo evitar la idea horrible que se me pasa por la cabeza: si la hubiese querido a ella, ahora no sería mía. Es egoísta, pero doy las gracias de que ella no le importara tanto como le importo yo.
—¿Te trata bien?
No me esperaba esa pregunta.
—Casi siempre... —No puedo evitar sonreír ante mi terrible respuesta.
— Lo está intentando —termino con tono de certeza.
—No puedo pedir más. —Me devuelve la sonrisa.
—¿Qué quieres decir?
—He rezado y rezado para que Brittany encontrara su salvación, y creo que por fin ha ocurrido. —Su sonrisa se torna más amplia y vuelve a tocarse el vientre— Todo el mundo merece una segunda oportunidad, incluso los pecadores de la peor calaña, ¿no crees?
Me tiene admirada. No creo que yo estuviera aquí, esperando que le ocurriesen cosas buenas a Brittany si me hubiera hecho a mí lo que le hizo a ella y luego ni siquiera se dignara disculparse. Lo más probable es que le estuviera deseando la muerte. Sin embargo, aquí está, llena de compasión, deseándole lo mejor.
—Sí —digo. Estoy de acuerdo con ella, a pesar de que soy incapaz de entender cómo puede ser tan caritativa.
—Sé que crees que estoy loca —Natalie se ríe un poco—, pero si no fuera por Brittany, nunca habría conocido a mi Elijah, y no faltarían sólo unos días para que trajera al mundo a nuestro hijo.
Me da un escalofrío de pensarlo. Brittany fue un punto de inflexión en la vida de Natalie, más bien, un obstáculo descomunal en el camino hacia la vida que se merece. No quiero que Brittany sea un punto de inflexión en mi vida, un recuerdo doloroso, alguien a quien me vea obligada a perdonar y a aceptar que es parte de mi pasado. Quiero que Brittany sea mi Elijah, mi final feliz.
La tristeza engulle al miedo cuando Natalie me coge la mano y se la lleva a su barriga, redonda como nunca lo estará la mía, y veo su anillo de oro, que es probable que yo jamás lleve en el dedo. Me sobresalto al notar movimiento contra la palma de mi mano, y Natalie se ríe.
—Este pequeñín no para. Estoy deseando que salga. —Vuelve a reírse y no puedo evitar a tocarle otra vez el vientre para sentir de nuevo al bebé en movimiento. Me da otra patada y soy tan feliz como ella. No puedo evitarlo, su dicha es contagiosa.
—¿Cuándo sales de cuentas? —le pregunto, todavía perpleja por el revuelo bajo la palma de mi mano.
—Hace dos días. Este muchachito es un cabezota. He vuelto al trabajo a ver si el estar de pie lo ayuda a decidirse a salir.
Habla con una ternura infinita del bebé que aún no ha nacido. ¿Estaré en su piel algún día? ¿Me brillarán así las mejillas y hablaré con tanta ternura? ¿Sentiré alguna vez a mi bebé dar patadas dentro de mí? Me obligo a olvidarme de mi autocompasión. Aún no hay nada seguro. «El diagnóstico del doctor West no es definitivo, pero puedes estar segura de que Brittany jamás accederá a ser el madre de tus hijos», se burla de mí una voz en mi interior.
—¿Te encuentras bien? —La voz de Natalie me saca de mi ensimismamiento.
—Sí, perdona. Sólo estaba soñando despierta —miento y retiro la mano de su barriga.
—Me alegro de haberte conocido —dice justo cuando Trish y Susan emergen de la trastienda.
Susan lleva un velo y un ramo de flores en la mano. Echo un vistazo al reloj: son las dos y media.
Llevo hablando con Natalie lo suficiente para que a Trish le haya subido el color a las mejillas y para que se haya terminado la copa de champán.
—Dame cinco minutos. ¡Puede que tengas que conducir tú! —dice Trish echándose a reír.
Me estremezco de pensarlo, pero cuando me planteo la alternativa, llamar a Brittany, lo de conducir no parece tan mala idea.
—Cuídate mucho y enhorabuena otra vez —le deseo a Natalie al salir de la tienda. Trish camina detrás de mí y yo llevo el vestido de novia en la mano.
—Igualmente, Santana —me sonríe Natalie antes de que se cierre la puerta.
—Si te pesa mucho, puedo llevarlo yo —se ofrece Trish ya en la acera—. Voy a por el coche. Sólo me he tomado una copa, estoy bien para conducir.
—No pasa nada, de verdad —le digo a pesar de que me aterra conducir su coche.

—No, en serio —responde, y se saca las llaves del bolsillo de la chaqueta—. Puedo conducir.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 20, 2016 4:21 pm

Capítulo 135
Brittany

 
Me he recorrido la casa cien veces. Me he recorrido el barrio de mierda dos veces. Incluso he llamado a Ryder. Estoy que me va a dar algo y Santana no me coge el teléfono. «¿Dónde coño se han metido?» Miro el móvil. Son las tres pasadas. ¿Cuánto tiempo puede tirarse uno en un spa? La adrenalina corre por mis venas cuando oigo crujir la grava del sendero bajo el peso de un coche.
Corro junto a una ventana, es el coche de mi madre. Santana sale primero, va al maletero y saca una bolsa blanca enorme. Le noto algo distinto.
—¡Ya lo llevo yo! —le dice a mi madre.
Abro la puerta mosquitera, bajo los escalones del porche a toda velocidad y le quito el maldito vestido de las manos.
«El pelo... ¿Qué se ha hecho en el pelo?»
—¡Me voy aquí al lado a por Mike! —grita mi madre.
—¿Qué coño te has hecho en el pelo? —Repito mi pensamiento en voz alta.
Santana frunce el ceño y la chispa en sus ojos se apaga.
«Mierda.»
—Sólo era una pregunta... Te queda bien —le digo, y la miro otra vez. La verdad es que le queda bien. Siempre está preciosa.
—Me lo he teñido... ¿No te gusta? —dice siguiéndome a la casa. Tiro la bolsa encima del sofá.
—.¡Ten cuidado! ¡Es el vestido de novia de tu madre! —chilla recogiendo el bajo de la bolsa.
El pelo también le brilla más que de costumbre y lleva las cejas distintas. Las mujeres se pasan la vida haciendo cosas para impresionar a hombres que apenas notan la diferencia.
—De verdad que no tengo ningún problema con tu pelo —le aseguro, sólo me ha sorprendido. No es muy diferente de como suele llevarlo siempre, sólo un poco más oscuro por arriba, pero básicamente es lo mismo.
—Me alegro, porque es mi pelo y hago con él lo que quiero.
—Cruza los brazos sobre el pecho y me echo a reír.
—. ¿Qué? —me dice desafiante. Va en serio.
—Nada. Es que tu rollo Superwoman me hace gracia, eso es todo —digo sin parar de reír.
—Pues me alegro de que te resulte gracioso, porque es lo que hay —me desafía.
—Vale. —La cojo de la manga del jersey para atraerla hacia mí y procuro no mirarle el canalillo.
Me parece que no es el mejor momento para mencionárselo.
—Lo digo en serio, se acabó lo de comportarse como una troglodita —me dice, y una pequeña sonrisa le estropea la cara de pocos amigos mientras se revuelve contra mi pecho.
—Está bien, pero cálmate. ¿Qué diablos te ha hecho mi madre?
Le beso la frente y me entra un alivio tremendo porque no ha mencionado ni a Susan ni a Natalie.
Prefiero que se enfade conmigo porque no me guste que se haya teñido el pelo que por mi pasado.
—Nada —responde—. Has sido una grosera al hablar de mi pelo, y he pensado que era un buen momento para recordarte que las cosas han cambiado.
—Se muerde los carrillos para ocultar una sonrisa. Me está poniendo a prueba y es adorable.
—Claro, claro. No volveré a comportarme como una troglodita.
 —Pongo los ojos en blanco y ella se aparta.
—. Lo he entendido, de verdad —añado atrayéndola de nuevo hacia mí.
—Te he echado de menos. —Suspira contra mi pecho, y vuelvo a rodearla con los brazos.
—¿De verdad? —pregunto deseando que lo confirme. Parece que nadie le ha recordado mi pasado. Todo va bien. Este fin de semana saldrá bien.
—Sí, sobre todo mientras me daban el masaje. Eduardo tenía las manos aún más grandes que tú —dice Santana entre risitas. Sus risitas se vuelven chillidos cuando me la echo al hombro y empiezo a subir la escalera.
Sé que ningún tío le ha dado un masaje, si así fuera, no me lo contaría y se echaría a reír. Puedo relajar el rollo troglodita. A menos, claro está, que la amenaza sea real. Bueno, nada de «a menos». Estamos hablando de Santana, y siempre hay alguien que intenta alejarme de ella. La puerta de atrás chirría al abrirse y la voz de mi madre nos llama por la casa justo cuando estamos en la mitad de la escalera. Gruño y Santana se revuelve y me suplica que la baje. Hago lo que me pide sólo porque llevo todo el día echándola de menos y mi madre se pondría megapesada si soy demasiado cariñosa con Santana delante de ella y del vecino.
—¡Vamos corriendo! —contesta Santana cuando la dejo en el suelo.
—En realidad, aquí no corre ni se se apresura nadie. —Le beso la comisura de los labios y sonríe.
—El que no va a correrse eres tú. —Arquea sus nuevas cejas y le doy una palmada en el trasero mientras se apresura escaleras abajo.
Noto el pecho más ligero. Anoche me comporté como una puta imbécil sin motivo. Mi madre no iba a llevar a Santana hasta Natalie a propósito. ¿Por qué me habré preocupado en balde?
—¿Qué te apetece cenar? Se me ha ocurrido que podríamos ir a Zara los cuatro. —Mi madre mira a su casi marido en cuanto entramos en la sala de estar.
Santana asiente a pesar de que no tiene ni idea de qué es Zara.
—Odio Zara —protesto—. Siempre está lleno, y a Santana no le va a gustar lo que sirven.
Santana comería piedras con tal de tener la fiesta en paz, pero sé que no querrá tener que comer hígado o puré de cordero por primera vez en una situación en la que se sienta obligada a sonreír y a fingir que es lo más delicioso que ha comido nunca.
—Entonces ¿Blues Kitchen? —sugiere Mike. La verdad es que no quiero ir a ninguna parte, joder.
—Demasiado ruidoso. —Apoyo los codos en la encimera y tiro de los trocitos de formica que se han pelado.
—Pues elige tú —dice mi madre. Sé que se está hartando de mí, pero aquí estoy. ¿No era eso lo que quería?
Miro el reloj y asiento. Sólo son las cinco, tenemos una hora antes de salir.
—Me voy arriba —les digo.
—Tenemos que salir dentro de diez minutos, ya sabes que encontrar aparcamiento es misión imposible.
«Estupendo.» Me apresuro a salir de la cocina. Santana me sigue.
—Eh. —Me coge de la manga de la camiseta cuando llego al pasillo. Me vuelvo para mirarla.
—¿Qué? —pregunto intentando mantener el tono de voz más dulce posible a pesar de que estoy irritada.
—¿Qué te pasa? Si algo te molesta, dímelo y lo arreglaremos —me ofrece con una sonrisa nerviosa.
—¿Qué tal la comida? —No ha sacado el tema, pero no puedo evitar preguntar.
Lo pilla.
—Ah... —Mira al suelo y le levanto la barbilla con el pulgar para que me mire—. Ha estado bien.
—¿De qué habéis hablado? —le pregunto. Es obvio que no ha sido tan malo como me temía, pero noto que no le apetece hablar del asunto.
—La he conocido... He conocido a Natalie.
Se me hiela la sangre en las venas. Flexiono un poco las rodillas para poder verle la cara mejor.
—¿Y?
—Es encantadora —dice Santana. Espero que frunza el ceño o ponga cara de enfado, pero no pasa nada.
—¿Es encantadora? —repito, totalmente confusa por su respuesta.
—Sí, es muy dulce... y está muy embarazada. —Santana sonríe.
—¿Y Susan? —pregunto de mala gana.
—Susan es muy divertida y muy amable.
Pero... Susan me odia por lo que le hice a su sobrina.
—Entonces ¿ha ido bien?
—Sí, Brittany. Mi día ha estado bien. Te he echado de menos, pero mi día ha estado bien. —Estira la mano para cogerme de la camiseta y atraerme hacia sí. Está preciosa en la penumbra del pasillo.
—. Todo va bien, no te preocupes —asegura.
Apoyo la cabeza en la suya y me rodea la cintura con los brazos.
¿Me está consolando? Santana me está consolando, asegurándome que todo irá bien después de haberse encontrado cara a cara con la chica a la que casi destruí. Dice que todo irá bien... ¿De verdad?
—Pero nunca va bien —susurro, casi deseando que no lo oiga. Si me ha oído, ha preferido no contestar.
»No quiero salir a cenar —confieso rompiendo el silencio entre nosotros.
Sólo quiero llevarme a Santana arriba y perderme en ella, olvidar toda la mierda que tortura mi mente día y noche, espantar los fantasmas y borrar los recuerdos mientras me concentro en ella. Quiero que su voz sea la única que se oiga en mi cabeza y enterrarme en ella ahora mismo para asegurarme de que así sea.
—Tenemos que ir, es el fin de semana de la boda de tu madre. Volveremos pronto.
—Se pone de puntillas para besarme la mejilla y luego sus labios descienden por mi mandíbula.
—No podría estar más emocionada —musito con sarcasmo.
—Vamos. —Santana me lleva de vuelta a la sala de estar, con la mano en la mía, pero en cuanto nos reunimos con mamá y Mike, se la suelto.
Suspiro.
—Bueno, vamos a cenar.
La cena es tan aburrida como me esperaba. Mi madre mantiene a Santana ocupada, le está calentando la oreja con cosas de bodas y la pequeña lista de invitados. La pone al día de los miembros de la familia que estarán presentes, que por parte de mi madre son pocos; sólo asistirá un primo lejano porque sus
padres fallecieron hace años. Mike permanece bastante callado durante la comida, como yo, pero no parece aburrirse tanto. Observa a mi madre con una cara que me dan ganas de darle una colleja. Me pone mala, pero a la vez es todo un consuelo. Está claro que la quiere, así que no debe de ser tan mal tío.
—Eres mi única oportunidad de ser abuela, Santana —bromea mi madre mientras Mike paga la cuenta.
Santana se atraganta con el agua y le doy palmadas en la espalda. Tose un par de veces antes de disculparse pero, cuando se recupera, parece asustada y avergonzada a partes iguales. Está exagerando, pero seguro que el comentario de mal gusto de mi madre la ha pillado por sorpresa.
Mi madre nota mi enfado y dice:
—Sólo era una broma. Sé que sois muy jóvenes aún —y me saca la lengua con gesto infantil.
¿Jóvenes? Eso es lo de menos, no tiene por qué meterle esas chorradas a Santana en la cabeza. Ya lo hemos acordado: nada de niños. Mi madre está haciendo que Santana se sienta culpable y obligada a tener hijos, y eso no ayuda; lo único que conseguirá es provocar otra pelea. La mayoría de nuestras peleas han sido o bien por los niños, o bien por el matrimonio. No quiero ninguna de esas cosas ni las querré. Amo a Santana, todos los días, por siempre jamás, pero no voy a casarme con ella. De repente me viene a la cabeza la advertencia de Ricardo de la otra noche, pero paso de ella. Después de cenar mi madre le da a Mike un beso de buenas noches y él se va a la casa de al lado.
Mi madre está siguiendo esa ridícula tradición de no dejar que el novio vea a la novia la noche antes de la boda. Creo que se ha olvidado de que no es la primera vez que se casa, y que todas esas estúpidas supersticiones no pintan nada la segunda vez. Por mucho que me muera por llevarme a Santana a mi antigua cama, no puedo hacerlo con mi madre en casa. Estas cuatro paredes de mierda no están insonorizadas. Puedo oír cada vez que ella se da la vuelta en su viejo colchón de muelles en la habitación de al lado.
—Deberíamos habernos quedado en un hotel —refunfuño mientras Santana se desviste.
Ojalá durmiera con abrigo, así no me pasaría la noche sufriendo la tortura de tener su cuerpo semidesnudo al lado. Se pone mi camiseta y yo no puedo evitar quedarme embobada mirándole la curva de las tetas bajo la tela, sus protuberantes caderas, el modo en que sus muslos llenan mi camiseta hasta
que casi le queda ceñida. Me alegro de que la camiseta no le quede demasiado suelta, no le sentaría tan bien. No me  excitara tanto, y seguro que tampoco haría que la noche se me hiciera tan larga.
—Ven aquí, nena —la invito con los brazos abiertos para que recueste la cabeza en mi pecho.
Quiero decirle lo mucho que significa para mí que haya llevado tan bien lo de Natalie, pero no encuentro las palabras adecuadas. Creo que lo sabe, tiene que saber el miedo que me daba que algo se interpusiera entre nosotras.
Se queda dormida en cuestión de minutos, abrazada a mí, y las palabras fluyen libres mientras le acaricio el pelo con los dedos.
—Lo eres todo para mí —digo.
Me despierto sudando. Santana sigue pegada a mí y apenas puedo respirar con su densa melena en mi cara. En esta casa hace demasiado calor. Seguro que mi madre ha encendido la calefacción. Casi es primavera, no hace ninguna falta. Desenrosco los brazos y las piernas de Santana de mi cuerpo y me
aparto el pelo empapado de sudor de la frente antes de ir abajo para bajar el termostato.
Estoy medio dormida cuando doblo la esquina hacia la cocina, pero lo que veo me hace frenar en seco. Me restriego los ojos e incluso parpadeo para enfocar la imagen distorsionada.
Pero ahí sigue... Siguen ahí por mucho que parpadee.
Mi madre está sentada en la encimera abierta de piernas. Hay un hombre de pie entre sus muslos y le rodea la cintura con los brazos. Ella tiene las manos hundidas en el pelo rubio de él. Él la está besando en la boca, o ella lo besa a él, no lo sé. Lo único que sé es que ese hombre no es Mike.

Es el puto Christian Vance.
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Mensaje por 3:) Sáb Ago 20, 2016 8:23 pm

es bueno lo del padre de san,.. y que se quiera recuperar!
a san parece que se le cae uno de sus sueños de ser madre espero que no!
mmm londres puso mas border a britt de lo que párese,..
se les juntaron parte de la paranoia pero salio bien párese!!!

PD; es mas fácil leerlo a la saga que en si adaptarlo, y mas este en si que son cinco libros y no se si lo vas a adaptar al quinto,.. que vendría a ser una especie de el por que? de cada uno,.. aunque igual cerando lo en el cuarto tienen su final,... feliz???
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 20, 2016 10:37 pm

3:) escribió:es bueno lo del padre de san,.. y que se quiera recuperar!
a san parece que se le cae uno de sus sueños de ser madre espero que no!
mmm londres puso mas border a britt de lo que párese,..
se les juntaron parte de la paranoia pero salio bien párese!!!

PD; es mas fácil leerlo a la saga que en si adaptarlo, y mas este en si que son cinco libros y no se si lo vas a adaptar al quinto,.. que vendría a ser una especie de el por que? de cada uno,.. aunque igual cerando lo en el cuarto tienen su final,... feliz???

Hola, tienes toda la razon es mas facil leer la saga que adaptarlo, pero era un desafio y pues la adaptacion llegara hasta el cuarto libro por que quiero que quede en el final feliz.  y hasta ahi.
Tambien por que opino que no todos tiene el interes de leer una historia tan larga, y con tantos tropiezos o historias atropelladas, asi que ese sera el ultimo y luego ya me quedare  adaptando  historias light.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 20, 2016 11:57 pm

Capítulo 136
Brittany

 
¿Perdón? ¿Qué está pasando? Ésta es una de las pocas veces en mi vida en las que me he quedado sin habla. Las manos de mi madre descienden del pelo de Vance a su mandíbula y lo besa con más fuerza. Debo de haber hecho algún ruido, seguramente habré ahogado un grito, qué coño sé yo, porque mi
madre abre los ojos de repente y aparta a Vance de un empujón en los hombros. Él se vuelve rápidamente hacia mí, con unos ojos como platos, y se aparta de la encimera. ¿Cómo es que no me han oído bajar la escalera? ¿Qué hace él aquí, en esta cocina?
«De verdad, ¿qué cojones está pasando?»
—¡Brittany! —exclama mi madre presa del pánico bajando de un salto de la encimera.
—Brittany, puedo... —interviene Vance.
Levanto la mano para que se callen mientras mi cerebro y mi boca intentan trabajar juntos para tratar de comprender el espanto que acabo de presenciar.
—¿Cómo...? —
empiezo a decir, las palabras se me traban en la lengua, mi mente no consigue formar una frase
—. ¿Cómo...?
—repito.
Mis pies empiezan a retroceder. Quiero alejarme de ellos tan rápido como me sea posible, pero también necesito una explicación. Miro a uno y a otra, haciendo un esfuerzo por conciliar a las dos personas que tengo delante con las personas que creía conocer. Pero fracaso y nada tiene sentido. Mis talones chocan contra el primer peldaño de la escalera y mi madre extiende un brazo hacia mí.
—No es... —trata de decir.
Es un alivio notar cómo la sangre empieza a calentarse en mis venas y el enfado borra la sorpresa inicial, se apodera de mí y me libra de lo vulnerable que me sentía hace unos segundos. Sé qué hacer con la rabia, me deleito con ella. Con lo que no sé qué hacer es con lo de enmudecer de sorpresa.
Camino hacia ellos antes de poder darme cuenta de lo que estoy haciendo, y mi madre retrocede huyendo de mí, mientras Vance se interpone entre ella y yo.
—¿Qué coño te pasa? —
la interrumpo haciendo caso omiso de las lágrimas egoístas que brillan en
sus ojos
—. ¡Te casas mañana!
»Y tú —le siseo a mi antiguo jefe—, tú estás comprometido, y aquí estás, ¡a punto de follarte a mi madre en la encimera de la cocina!
Bajo la mano y le pego un puñetazo a la ya maltrecha encimera de la cocina. El crujir de la madera al partirse me excita aún más, me hace querer más.
—¡Brittany! —chilla mi madre.
—¡No te atrevas a gritarme! —le espeto. Oigo pasos arriba, señal de que nuestras voces han despertado a Santana. Sé que viene a buscarme.
—No le hables así a tu madre. —Vance no levanta la voz, pero el tono de amenaza es claro como el agua.
—Y tú ¿quién coño eres para ordenarme nada? No eres nadie. ¿Quién coño te crees que eres, eh?
—Me clavo las uñas en las palmas de las manos. La ira bulle en mi interior, se acumula, lista para explotar.
—Soy... —empieza a decir él, pero mi madre le pone la mano en el hombro para que se calle.
—Christian, para —le suplica.
—¿Brittany? —Santana me llama desde lo alto de la escalera y a los pocos segundos entra en la cocina. Mira alrededor, primero al huésped de última hora, luego a mí. Se planta a mi lado
—. ¿Va todo bien? —pregunta casi en un susurro, cogiéndome del antebrazo con su pequeña mano.
—¡De puta madre! ¡Va todo de maravilla, de verdad!
Hago que me suelte el brazo y lo agito delante de mí
—. Aunque es posible que quieras avisar a tu amiga Kimberly de que su querido
prometido ha estado tirándose a mi madre.
A Santana casi se le salen los ojos de las órbitas al oírlo, pero permanece callada. Ojalá se hubiera quedado arriba, pero sé que yo en su lugar habría hecho lo mismo.
—¿Dónde está tu adorable Kimberly? ¿En algún hotel cercano con tu hijo? —
le pregunto a Vance con todo el sarcasmo que admiten mis palabras.
No me gusta Kimberly, es una pesada y una cotilla, pero ama a Vance y tenía la impresión de que él también estaba loco por ella. Es obvio que estaba equivocado. No le importan ni ella ni la boda inminente. Si le importaran, esto no estaría pasando.
—Brittany, tenemos que calmarnos todos un poco.
—Mi madre intenta quitarle hierro al asunto.
Retira la mano del hombro de Vance.
—¿Quieres que me calme? —pregunto incrédula. Es alucinante—. Te casas mañana y aquí te encuentro, en plena noche, abierta de piernas en la encimera como una cualquiera.
En cuanto termino de decirlo, Vance se me echa encima. Su cuerpo choca contra el mío y mi cabeza golpea los azulejos del suelo de la cocina cuando me tira al suelo.
—¡Christian! —grita mi madre.

Vance usa su peso para sujetarme, pero me las apaño para liberar las manos. En cuanto siento un puñetazo en la nariz, la adrenalina se dispara por mis venas, arrasa con todo y sólo veo violencia.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 20, 2016 11:57 pm

Capítulo 137
Santana

 
¿Estaré soñando? Por favor, que sea una pesadilla... Seguro que esto no es real.
Christian está encima de Brittany. El puñetazo que le propina en la nariz produce el sonido más odioso del mundo. Me quema los tímpanos y se me cae el alma a los pies. Brittany levanta los puños y le pega a Vance un derechazo en la mandíbula de fuerza equiparable que hace que resbale. En cuestión de segundos Brittany se zafa de él, lo empuja por los hombros y lo derriba al suelo otra
vez. No sé cuántos golpes se atizan ni quién va ganando.
—¡Sepáralos! —le grito a Trish.
Cada fibra de mi ser quiere interponerse entre ellos, sé que si Brittany me ve parará al instante, pero me da miedo que esté demasiado cabreada, demasiado fuera de control y que por accidente haga algo que después consiga enloquecerla de culpabilidad.
—¡Brittany! —Trish coge el hombro de su hija intentando que cese la violencia, pero ninguno de los dos le hace caso.
Para empeorar las cosas, la puerta de atrás se abre y aparece Mike, alarmado. Madre de Dios.
—¿Trish? ¿Qué es lo que...? —Parpadea tras los gruesos cristales de las gafas mientras procesa lo que está ocurriendo.
En menos de un segundo se une al barullo, se coloca detrás de Brittany y la coge por los brazos. Como es un gigantón, la levanta del suelo sin esfuerzo y la lleva contra la pared. Christian se pone en pie como puede y Trish lo empuja contra la pared opuesta. Brittany está temblando, resoplando. Respira con tanta dificultad que me da miedo que se haya hecho daño en los pulmones. Corro hacia ella sin saber muy bien qué hacer, lo que necesito es tenerla cerca.
—¿Qué demonios pasa aquí? —exige saber la voz de Mike.
Todo ha sucedido muy deprisa: el terror en la mirada de Trish, el reguero de sangre roja que mana de la nariz de Brittany y le mancha la boca... Es demasiado.
—¡Pregúntaselo a ellos! —
grita Brittany. Diminutas gotas de sangre le salpican el pecho. Gesticula
en dirección a una Trish aterrada y un Christian furibundo.
—Brittany —digo con ternura—. Vamos arriba.
Le cojo la mano intentando controlar mis emociones. Estoy temblando y noto que las lágrimas me corren por las mejillas, pero esta vez yo soy lo de menos.
—¡No! —Se aparta de mí
—. ¡Cuéntaselo! ¡Dile lo que estabas haciendo! —Brittany intenta abalanzarse sobre Christian otra vez, pero Mike se interpone rápidamente entre los dos.
Cierro los ojos un momento y rezo para que Brittany no le pegue a él también.
Estoy otra vez en la residencia, con Brittany a un lado y Sam al otro, cuando Brittany me obligó a confesarle mi infidelidad al chico con el que me había pasado media vida. La mirada en la cara de Sam no fue tan devastadora como la que tengo delante ahora mismo. La expresión de Mike es una mezcla de confusión y dolor.
—Brittany, no lo hagas, por favor —le ruego—. Brittany —repito, suplicándole que no avergüence al hombre.
Trish tiene que contárselo a su manera, sin público. Esto no está bien.
—¡A la mierda! ¡Que os jodan a todos! —grita Brittany, y vuelve a pegarle un puñetazo a la encimera, que se parte en dos.
—. Estoy segura de que a Mike no le importará que hagáis uso de las
instalaciones mañana —añade luego en voz baja, calculando cada una de sus crueles palabras.
—. Estoy segura de que os dejará, porque probablemente ha malgastado una pequeña fortuna en esa boda de pacotilla. —Medio sonríe.
Un escalofrío me recorre el espinazo y bajo la vista. No hay forma de pararla cuando se pone así, y nadie lo intenta.
 
 Todos permanecen en silencio mientras Brittany continúa:
—Hacéis una pareja encantadora. La exesposa de un borracho y su leal mejor amigo —se mofa
—Perdona, Mike, pero llegas como cinco minutos tarde. Te has perdido la parte en que tu novia le estaba explorando las amígdalas con la lengua.
 
Christian intenta golpear a Brittany de nuevo, pero Trish se mete en medio. Brittany y Christian se miran como panteras.
Estoy viendo una nueva faceta de Christian. Ya no es bromista e ingenioso; es una mole de rabia que mana de él a borbotones. El Christian que coge a Kimberly de la cintura y le susurra lo guapa que es no aparece por ninguna parte.
—Maldito faltón... —masculla Christian.
—¿Yo soy un faltón? Tú eres el que hace discursos sobre las bondades del matrimonio mientras tiene una aventura con mi madre.
Mi mente se niega a creerlo. ¿Christian y Trish? ¿Trish y Christian? No tiene sentido. Sé que son amigos desde hace años, y Brittany me contó que Christian se los llevó a vivir consigo y cuidó de ellos cuando Ken los abandonó. Pero ¿una aventura?
Trish no me parece el tipo de mujer que haría una cosa así, y Christian da la impresión de estar muy enamorado de Kimberly. Kimberly... Pobre... Con lo mucho que lo quiere. Está planeando la boda perfecta con el hombre de sus sueños y acaba de quedar claro que no lo conoce en absoluto. Se le va a romper el corazón. Ha construido una vida con Christian y con su hijo. No dejaré que Brittany sea quien se lo cuente, cueste lo que cueste. No permitiré que la humille y se burle de ella igual que de Mike.
—¡No es eso! —
El pronto de Christian es tan peligroso como el de Brittany. Sus ojos verdes
refulgen de rabia y sé que sólo quiere retorcerle el pescuezo a Brittany.
Mike permanece en silencio sin apartar la mirada de su prometida y de sus mejillas bañadas de lágrimas.
—Lo siento mucho, no tenía que pasar. No sé... —La voz de Trish se quiebra en un sollozo desgarrador y aparto la vista.
Mike menea la cabeza, negándose a aceptar su disculpa, y sin mediar palabra cruza la pequeña cocina y sale de la casa dando un portazo. Trish cae de rodillas, tapándose la cara con las manos para ahogar el llanto.
Christian encorva la espalda y la preocupación anula la rabia cuando se arrodilla junto a Trish y la envuelve entre sus brazos. A mi lado, Brittany empieza a hiperventilar de nuevo y aprieta los puños. Me planto delante de ella y le cojo la cara entre las manos. Se me revuelve el estómago al ver la sangre que le
cae por la barbilla. Tiene los labios carmesí... Hay mucha sangre.
—Aparta —me advierte tirándome de las manos para librarse de ellas.
Mira la escena que transcurre a mis espaldas, a su madre entre los brazos de Christian. Parecen haber olvidado que estamos aquí, o eso o es que les da igual. Estoy hecha un lío.
—Brittany, por favor —lloro, y vuelvo a cogerle la cara con manos temblorosas.
Por fin me mira y veo que la culpa asoma a sus ojos.
—Vayamos arriba, por favor —le suplico.
Me mira fijamente y me obligo a sostenerle la mirada hasta que la ira desaparece poco a poco.
—Llévame lejos de ellos —tartamudea—. Sácame de aquí.
Le suelto la cara y la cojo del brazo con una mano para sacarla de la cocina. Cuando llegamos a la escalera, se detiene.
—No... Quiero salir de esta casa —dice.
—Está bien —accedo al instante. Yo también quiero irme de aquí—. Iré a recoger nuestras cosas, tú vete al coche —sugiero.
—No. Si salgo ahí... —No hace falta que termine la frase. Sé perfectamente lo que pasará si la dejo a solas con Christian y con su madre.
—Ven conmigo, no tardaré mucho —le prometo. Estoy intentando mantener la calma, ser fuerte por ella, y por ahora parece que está funcionando.
Me deja tomar el mando y me sigue escaleras arriba y pasillo abajo hacia el pequeño dormitorio. Meto nuestras cosas en las maletas a toda prisa, sin pararme a colocarlas bien. Doy un brinco y grito sobresaltada cuando Brittany le pega un puñetazo a la cómoda y el pesado mueble cae al suelo con un estruendo. Brittany se arrodilla y saca el primer cajón. Lo tira a un lado antes de ir a por el siguiente. Va a destrozar la habitación entera si no la saco de aquí.
Cuando lanza el último cajón contra la pared, le rodeo el torso con los brazos.
—Acompáñame al cuarto de baño. —La llevo por el pasillo y cierro la puerta. Cojo una toalla, abro el grifo y le pido que se siente en la tapa del váter. Su silencio me hiela la sangre y no quiero presionarla.
No dice nada, ni siquiera pestañea, cuando le acerco la toalla caliente a la cara y le limpio la sangre seca de debajo de la nariz, los labios y la mandíbula.
—No está rota —digo en voz baja después de examinarla brevemente.
Tiene el labio inferior partido e hinchado, pero ha dejado de sangrar. La cabeza me da vueltas, veo sin parar a las dos personas enzarzados como fieras.
Brittany no contesta.
Cuando le he limpiado casi toda la sangre, enjuago la toalla y la dejo en el lavabo.
—Voy a por nuestras maletas. Quédate aquí —le digo con la esperanza de que me obedezca.
Corro a la habitación a coger nuestras cosas y abro la maleta. Brittany va sin camisa y sin zapatos. Sólo lleva puestos unos pantalones de deporte y su sosten y yo sólo llevo puesta su camiseta. No he tenido tiempo para pensar en vestirme o en sentirme avergonzada por haber corrido escaleras abajo medio desnuda al
oír los gritos. No sabía qué me iba a encontrar al bajar, pero ni en sueños me habría esperado pillar a Christian con Trish.
Brittany permanece en silencio mientras le pongo una camiseta limpia y unos calcetines. Yo me visto con una sudadera y unos vaqueros sin pensar en mi aspecto. Me lavo las manos otra vez para intentar quitarme la sangre seca de debajo de las uñas.
Sigue sin decir nada mientras bajamos la escalera y me coge las maletas. Sisea de dolor cuando se echa mi bolsa al hombro y tiemblo al pensar en el cardenal que debe de llevar bajo la camiseta.
Oigo los sollozos de Trish y los susurros de consuelo de Christian al salir a la calle. Llegamos al coche de alquiler y Brittany se vuelve para mirar la casa. Le da un escalofrío.
—Yo conduzco. —Cojo las llaves, pero ella me las quita rápidamente.
—No, conduciré yo —dice al fin. No discuto.
Quiero preguntarle adónde vamos, pero decido que no es el momento. Ahora mismo no piensa con claridad y tengo que hilar fino. Le cojo la mano y me alegro de que no retire la suya huyendo de mi contacto.
Los minutos se me hacen horas mientras cruzamos el pueblo en silencio. La tensión aumenta con cada kilómetro que recorremos. Miro por la ventanilla y reconozco la calle de esta tarde cuando pasamos junto a la tienda de trajes de novia de Susan. La emoción me asalta al recordar a Trish enjugándose los ojos, mirándose al espejo vestida de novia. ¿Cómo ha podido hacerlo? Iba a casarse
mañana. ¿Por qué habrá hecho una cosa así?
La voz de Brittany me devuelve al presente:
—Esto es una mierda.
—No lo entiendo —le digo, y le aprieto la mano con ternura.
—Todo y todos en mi vida dan asco —dice sin emoción en la voz.
—Lo sé. —No podría discrepar más, pero no es momento de corregirla.
Brittany mete el coche en el aparcamiento de un pequeño motel.
—Pasaremos aquí la noche y nos iremos por la mañana —dice mirando por el parabrisas.
— No sé qué decir de tu trabajo y de dónde vas a vivir cuando volvamos a Estados Unidos —continúa bajándose del coche.
Estaba tan ocupada preocupándome de Brittany y de la violenta escena de la cocina que por un instante se me había olvidado que el hombre que rodaba por el suelo con él no sólo es mi jefe, sino que también vivo bajo su techo.
—¿Vienes? —pregunta.

En vez de responderle, bajo del coche y la sigo en silencio al motel.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 20, 2016 11:58 pm

Capítulo 138
Santana

 
El hombre tras el mostrador le entrega a Brittany la llave de nuestra habitación con una sonrisa que Brittany no le devuelve. Me esfuerzo por ofrecerle una que se lo compense, pero me sale rara y forzada y el recepcionista desvía la mirada rápidamente.
En silencio, atravesamos el vestíbulo en busca de nuestra habitación. El pasillo es largo y estrecho. Pinturas religiosas cubren las paredes de color crema: en una, un ángel muy apuesto se arrodilla ante una doncella; en otra, se abrazan dos enamorados. Me estremezco cuando mis ojos llegan al último cuadro y encuentran los ojos negros del mismísimo Lucifer justo al salir de nuestra habitación. Me
quedo de piedra mirando los ojos vacíos y me apresuro a entrar detrás de Brittany y a encender la luz para iluminar la oscuridad. Deja mi bolso en un sillón orejero que hay en un rincón y la maleta junto a la puerta, a mi lado.
—Voy a ducharme —dice en voz baja. Sin mirar atrás, se mete en el baño y cierra la puerta.
Me gustaría seguirla, pero tengo dudas. No quiero presionarla ni alterarla más de lo que ya está, pero también me gustaría asegurarme de que está bien y no me apetece que tenga que pasar por esto, al menos que tenga que pasarlo sola.
Me quito los zapatos, los vaqueros y la sudadera y la sigo al baño, completamente desnuda.
Cuando abro la puerta ni se vuelve. El vapor ha empezado a llenar el pequeño espacio, a cubrir el cuerpo de Brittany con una neblina de entre la que destacan los tatuajes; la tinta claramente visible a través del vapor me atrae hacia ella.
Piso la pila de ropa sucia y me quedo de pie detrás de ella, a un metro de distancia.
—No necesito que... —empieza a decir Brittany con voz monótona.
—Lo sé —la interrumpo.
Sé que está enfadada y está empezando a ocultarse tras la muralla que tanto he luchado por derribar. Ha estado controlando la ira tan bien que podría matar a Trish y a Christian por haberla hecho perder la cabeza de esa manera.
Sorprendida por el giro siniestro de mis pensamientos, me los quito de la cabeza.
Sin decir nada más, descorre la cortina de la ducha y se mete bajo la cascada de agua. Respiro hondo para sacar fuerzas y seguridad en mí misma de donde no las hay, y me meto en la ducha tras ella.
El agua quema tanto que apenas es soportable, y me escondo detrás de Brittany para evitarla. Debe de haberlo notado, porque regula la temperatura.
Cojo la pequeña botella de gel y vierto el contenido en una esponja. Con cuidado, la llevo a la espalda de Brittany, que hace una mueca de dolor e intenta alejarse, pero la sigo y me acerco más a ella.
—No tienes por qué hablarme, pero necesito estar aquí contigo —digo casi en un susurro que se pierde entre su respiración profunda y el agua corriente.
Silenciosa e inmóvil, no se aparta cuando le paso la esponja por las letras grabadas en tinta de su espalda. Mi tatuaje.
Luego se vuelve para observarme y permitirme que le enjabone los pechos. Su mirada sigue la trayectoria de la esponja. Siento cómo la rabia mana de ella, mezclada con las nubes de vapor. Sus ojos se clavan como ascuas ardientes en mí. Me mira como si estuviera a punto de explotar. Antes de que pueda
pestañear, tengo sus manos en mi cuello y mi mandíbula. Su boca choca desesperadamente contra la mía y mis labios se entreabren ante la brusca caricia. No tiene nada de dulce y cariñosa. Mi lengua encuentra la suya y le muerdo el labio inferior, tiro de él evitando la herida. Gruñe y me empotra contra
los azulejos húmedos.
Gimo cuando retira la boca pero vuelve a la carga con un aluvión de besos salvajes que salpican la base de mi cuello y mi pecho. Me coge los senos y los masajea con sus manos magulladas mientras su boca lame, muerde, chupa, asciende y desciende. Echo la cabeza hacia atrás, hacia los azulejos, y hundo
las manos en su pelo para poder tirarle de él como sé que le gusta.

Sin avisar, se pone de rodillas bajo el agua y un vago recuerdo cruza mi mente. Pero vuelve a tocarme y se me olvida lo que era.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 20, 2016 11:59 pm

Capítulo 139
Brittany

 
Los dedos de Santana me tiran del pelo y llevan mi boca a su piel, que ya está sonrosada e hinchada.
Acariciarla, saborearla así hace que todo lo demás se me vaya de la cabeza.
Grita cuando mi lengua se enrosca alrededor de ella y me tira con fuerza del pelo. Separa las caderas de los azulejos en busca de mi boca, se muere por más.
Me pongo de pie demasiado pronto y le levanto una pierna para que me rodee con ella la cintura. Luego la otra. Gime cuando la levanto y la penetro despacio.
—Jodeeeeeer... —dejo escapar, mi voz es apenas un siseo. Me alucina lo caliente y húmeda que está.
Santana cierra los ojos cuando empujo hacia adelante, salgo y la vuelvo a llenar. Lucho contra el impulso de follármela tan a lo bestia que me olvide hasta de mi nombre.
En vez de eso, me muevo lentamente pero permitiendo a mis manos y a mi boca que se olviden de ser tiernos con su piel. Tensa los brazos alrededor de mis hombros y mis labios se aferran a la piel que hay justo sobre la curva de sus pechos turgentes. Noto el sabor de la sangre que fluye hacia la superficie en
la lengua, y me aparto a tiempo de ver la marca roja que le he hecho.
Ella baja la vista para verla. No me riñe ni me pone mala cara al descubrir el chupetón que han dejado mis labios. Sólo se muerde el labio inferior y mira la marca casi con adoración. Me araña la espalda y la empujo más contra la pared de azulejos. Tengo los dedos clavados en sus muslos, le van a dejar señal, y vuelvo a hundirme en ella hasta el fondo, repitiendo su nombre una y otra vez.
Sus piernas se tensan enroscadas a mi cintura mientras yo entro y salgo de ella, y las dos estamos cada vez más cerca.
—Brittany —gime con dulzura.
Su respiración entrecortada me indica que se está corriendo a mi alrededor. La idea de poder correrme  sin tener que preocuparme me vuelve loca. Me derramo en ella mientras grito su nombre.
—Te quiero —jadea con los ojos cerrados. Permanezco junto a ella, disfrutando de sentirla piel con piel. En la espalda noto que el calor abandona el agua; no deben de quedarnos más de diez minutos de agua caliente. La idea de una ducha fría en plena noche hace que la deje otra vez en el suelo. Me separo  de ella y observo sin pudor cómo la prueba de mi orgasmo se le escurre por las piernas. Joder, sólo por ver eso vale la pena esperar siete putos meses.
Quiero darle las gracias, decirle que la quiero y que me ha sacado de la oscuridad, no sólo esta noche, sino desde el día en que me pilló por sorpresa y me besó en mi antiguo cuarto en la fraternidad.
Pero no encuentro las palabras.
Abro el grifo del agua caliente al máximo y me quedo mirando la pared. Suspiro de alivio al sentir la suave esponja en mi piel, que acaba lo que había empezado minutos antes.

Me vuelvo para verle la cara y ella me pasa la esponja por el cuello. No digo nada. La ira sigue en su sitio, acechante, bullendo bajo la superficie, pero me ha hecho superarla como sólo ella puede hacerlo.
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Mensaje por marthagr81@yahoo.es Sáb Ago 20, 2016 11:59 pm

Capítulo 140
Santana

 
—Mi madre la ha liado parda —dice Brittany después de un largo silencio. Mis manos se sobresaltan al oírla hablar de repente, pero me recupero y sigo enjabonándola mientras ella continúa—: Vamos, es que esto es digno de Tolstói.
Repaso mentalmente las obras de Tolstói hasta llegar a La sonata a Kreutzer. Me da un escalofrío a pesar del calor de la ducha.
¿Kreutzer? —pregunto esperando haberme confundido o que hayamos interpretado la historia cada uno a nuestra manera.
—Sí. —Vuelve a carecer de emociones, a esconderse tras esa maldita muralla.
—No sé si yo compararía esta... situación con algo tan perturbador —le discuto con dulzura. Es una historia de sangre, celos, ira, y me gustaría pensar que la que estamos viviendo terminará mejor.
—No al cien por cien, pero sí —contesta Brittany como si pudiera leerme el pensamiento.
Repaso mentalmente el hilo argumental, intentando ver la conexión con la aventura de la madre de Brittany, pero lo único que se me ocurre tiene que ver con Brittany y su idea del matrimonio. Me da otro escalofrío.
—No tenía pensado casarme nunca y sigo sin querer hacerlo. No, en ese sentido nada ha cambiado —me responde fríamente.
Hago caso omiso de la punzada de dolor que siento en el pecho y me concentro en ella.
—Vale. —Le paso la esponja por un brazo, luego el otro, y cuando alzo la vista tiene los ojos cerrados.
—Según tú, ¿quién será el autor de nuestra historia? —me pregunta quitándome la esponja de la mano.
—No lo sé —contesto con sinceridad. Nada me gustaría más que saberlo.
—Yo tampoco. —Vierte un poco más de gel en la esponja y me la pasa por el pecho.
—¿Y si nuestra historia la escribimos nosotras? —digo mirando sus ojos preocupados.
—No creo que podamos. Sabes que esto sólo puede acabar de dos maneras —replica encogiéndose de hombros.
Sé que está dolida y enfadada, pero no quiero que los errores de Trish influyan en nuestra relación, y puedo ver que Brittany está estableciendo comparaciones tras el azul de sus ojos.
Intento llevar la conversación por otros derroteros.
—¿Qué es lo que más te molesta de todo esto? La boda es mañana..., bueno, hoy —me corrijo.
Son casi las cuatro de la madrugada y la boda es, o era, a las dos de la tarde. ¿Qué habrá pasado después de que nos marchásemos? ¿Mike habrá vuelto para hablar con Trish o Christian y Trish habrán acabado lo que tenían entre manos?
—No lo sé —suspira deslizando la esponja por mi vientre y mis caderas
    La boda me importa una mierda. Imagino que siento que son los dos unos embusteros.
—Lo lamento —le digo.
—La que lo va a lamentar es mi madre. Ya ha vendido la casa y ha sido infiel la noche antes de la puta boda.
—Me enjabona de mala manera a medida que crece su enfado.
No digo nada, pero le quito la esponja y la cuelgo de un gancho que hay detrás de mí.
—Y Vance... ¿Qué clase de imbecil se lía con la exmujer de su mejor amigo? Mi padre y Christian Vance se conocen desde que eran niños —dice Brittany con amargura.
— Debería llamar a mi padre para ver si sabe la clase de zorra traicionera...
Le tapo la boca con la mano antes de que pueda acabar con la retahíla de insultos.
—Sigue siendo tu madre —le recuerdo con cuidado. Sé que está enfadada, pero no debería insultarla de esa forma.
Retiro la mano para que pueda hablar.
—Me importa una mierda que sea mi madre, y me importa un carajo Vance. Y le va a salir cara la broma porque, cuando le cuente a Kimberly lo suyo con mi madre y tú dejes el trabajo, se le va a caer el pelo —proclama Brittany con orgullo, como si ésa fuera la mejor venganza.
—Ni se te ocurra decírselo a Kimberly. —La miro a los ojos, suplicante—. Si Christian no se lo cuenta, lo haré yo, pero no vas a avergonzarla ni a acosarla. Comprendo que estés enfadada con tu madre y con Christian, pero Kimberly es inocente y no quiero hacerle daño —digo tajante.
—Bien. Pero dejarás el trabajo —ordena mientras se vuelve para enjuagarse el champú del pelo.
Suspiro, intento coger el champú, pero Brittany aparta la botella.
—Va en serio, no vas a seguir trabajando para él.
Entiendo que está furiosa, pero no es el momento de hablar sobre mi trabajo.
—Ya hablaremos de eso —le digo, y por fin consigo que me deje coger la botella. El agua se está enfriando con cada segundo que pasa y me gustaría lavarme el pelo.
—¡No! —Me la quita de un tirón. Estoy intentando mantener la calma y ser todo lo dulce con ella que puedo, pero me lo está poniendo difícil.
—No puedo dejar las prácticas así como así, no es tan sencillo. Tengo que informar a la universidad, rellenar un montón de impresos y dar una buena explicación de mis motivos. Luego tendría que añadir clases a mi horario en mitad del trimestre para compensar los créditos que me daban por las prácticas en Vance y, como la fecha para pedir ayuda financiera ya ha pasado, debería pagarlas de mi bolsillo. No es tan fácil dejar el trabajo. Intentaré pensar en algo, pero necesito un poco más de tiempo, por favor.
 —Me rindo, paso de lavarme el pelo.
—Santana, me importa una mierda pinchada en un palo que tengas que rellenar un montón de papeles. Estamos hablando de mi familia —dice, y me siento culpable al instante.
«Tiene razón, ¿no?» La verdad es que no lo sé, pero el labio partido y la nariz amoratada hacen que sienta que está en lo cierto.
—Lo sé, perdona. Sólo es que primero necesito encontrar otras prácticas, eso es todo lo que pido.
—¿Por qué le pido nada?
— Quiero decir, que lo único que te estoy diciendo es que necesito un poco
más de tiempo. Bastante tengo con tener que irme a vivir a un hotel...
—La ansiedad que me entra al pensar en no tener casa, ni trabajo, ni amigos otra vez es más de lo que puedo soportar.
—No vas a encontrar otras prácticas, y menos aún unas prácticas remuneradas
—me recuerda sin delicadez alguna.
Eso ya lo sabía, pero me estaba obligando a pensar que cabía la posibilidad.
—No sé lo que voy a hacer, pero necesito tiempo. Esto es un desastre. —Salgo de la ducha y cojo una toalla.
—Pues no lo tienes. Deberías volver a Washington conmigo. —Me quedo quieta en el sitio.
—¿Volver a Washington? —Sólo de pensarlo me dan ganas de vomitar.
—. No voy a volver allí, y menos después del fin de semana pasado. Ni siquiera quiero ir de visita, y mucho menos trasladarme de nuevo. Ésa no es una opción. —Me envuelvo con la toalla y salgo del baño.
Cojo el móvil y me entra el pánico al ver cinco llamadas perdidas y dos mensajes, todos de Christian. En los mensajes me suplica que Brittany lo llame cuanto antes.
—Brittany —le digo.
—¿Qué? —Salta. Pongo los ojos en blanco y me trago el enfado.
— Christian ha llamado mil veces.Sale del baño con una toalla alrededor.
—¿Y?
—¿Y si le ha pasado algo a tu madre? ¿No quieres llamar para saber si está bien? —le pregunto .O yo...
—No, que les den a los dos. No los llames.
—Brittany, de verdad que creo...
—No —me interrumpe.
—Ya le he enviado un mensaje, sólo para saber que tu madre está bien —confieso.
Tuerce el gesto.
—Cómo no.
—Sé que estás enfadada pero, por favor, deja de pagarlo conmigo. Estoy intentando estar a tu lado, pero tienes que dejar de hablarme así. Nada de esto es culpa mía.
—Lo siento. —Se pasa las manos por el pelo mojado.
— Vamos a apagar los móviles y a dormir un poco.
—Lo dice con calma, y su mirada se ha suavizado mucho.
—. Me he manchado la camiseta explica arrastrando la prenda ensangrentada por el suelo— y no sé dónde tengo la otra.
—La sacaré de la maleta.
—Gracias —suspira.
El hecho de que le guste tanto que me ponga su ropa, incluso en una noche tan catastrófica como ésta, me hace muy feliz. Saco la camiseta que llevaba puesta y le paso ropa interior limpia antes de volver a doblar lo que había en la maleta.
—Cuando me despierte cambiaré el vuelo. Ahora mismo no soy capaz de concentrarme.
—Se sienta en el borde de la cama un momento antes de acostarse.
—Puedo hacerlo yo —le ofrezco sacando su portátil de la maleta.
—Gracias —musita medio dormida.
A los pocos segundos añade:
—Ojalá pudiera llevarte muy muy lejos.
Mis manos siguen en el teclado y espero que diga algo más, pero empieza a roncar suavemente.
Entro en la web de la aerolínea y entonces mi móvil empieza a vibrar en la mesilla de noche.
Aparece el nombre de Christian en la pantalla. Ignoro la llamada pero, cuando recibo una segunda, cojo la llave de la habitación y salgo al pasillo para poder contestar.
Intento susurrar:
—¿Diga?
—¿Santana? ¿Cómo está Brittany? —pregunta asustado.
—Está... está bien. Tiene la nariz morada e hinchada, el labio partido y unos cuantos cortes y cardenales. —No disimulo mi tono hostil.
—Mierda —suspira—. Siento que haya acabado así.
—Yo también —le espeto a mi jefe, e intento no mirar el cuadro espantoso que tengo delante.
—He de hablar con ella. Sé que está enfadada y confusa, pero necesito explicarle un par de cosas.
—No quiere hablar contigo y, para ser sinceros, ¿por qué debería hacerlo? Confiaba en ti y sabes lo mucho que cuesta ganarse su confianza.
 —Bajo la voz—: Estás comprometido con una mujer encantadora y Trish iba a casarse mañana.
—Va a casarse mañana —dice al otro lado de la línea.
—¿Qué?
Me alejo un poco más por el pasillo. Me detengo ante el cuadro del ángel arrodillado pero, cuanto más lo miro, más perturbador me resulta. Detrás del ángel hay otro, casi traslúcido, que lleva una daga de doble filo en la mano. La doncella de pelo castaño lo observa con una sonrisa siniestra en los labios y
parece estar esperando que acuchillen al ángel arrodillado. El segundo ángel tiene el rostro contorsionado, el cuerpo desnudo es todos ángulos y líneas rectas mientras se prepara para apuñalar al primer ángel. Aparto la vista y me concentro en la voz al otro lado de la línea:
—La boda sigue en pie. Mike quiere a Trish y Trish quiere a Mike. Se casarán mañana a pesar de mi error.
—Parece como si le costara pronunciar las palabras.
Quisiera hacerle muchas preguntas, pero no puedo. Es mi jefe y la aventura la tiene con la madre de Brittany. No es asunto mío.
—Sé lo que estarás pensando de mí, Santana, pero si me dieras la oportunidad de explicarlo, tal vez ambos los entenderíais.
—Brittany quiere que cambie nuestro vuelo y que nos vayamos por la mañana —lo informo.
—No puede marcharse sin despedirse de su madre. Eso la mataría.
—No creo que sea bueno para nadie meterlos en la misma habitación —le advierto, y echo a andar de vuelta hacia el cuarto. Me paro justo en la puerta.
—Comprendo que sientas la necesidad de protegerla y me complace enormemente ver cuán leal le eres. Pero Trish ha tenido una vida muy dura y es hora de que sea un poco feliz. No espero que asista a la boda, pero te ruego que hagas lo posible para que al menos se despida de ella. Dios sabe cuánto
tardará en volver a Inglaterra. —Christian suspira.
—No sé.
Paso los dedos por el marco de bronce del cuadro de Lucifer.
—. Veré qué puedo hacer, pero no te prometo nada. No voy a presionarla.
—Lo entiendo. Gracias —dice con tono de alivio.
—¿Christian? —digo antes de colgar.
—Dime, Santana.
—¿Se lo vas a contar a Kimberly? —Contengo la respiración mientras espero la respuesta a una pregunta de lo más inapropiada.
—Por supuesto. Se lo diré —responde en voz baja, con un acento suave y marcado—. La quiero más que...
—Vale —digo.
Estoy intentando entenderlo, pero lo único que me viene a la cabeza es Kimberly sonriente en su cocina, riéndose con la cabeza ladeada y los ojos brillantes de Christian que la mira embobado, como si no hubiera otra mujer en el mundo. ¿También mira así a Trish?
—Gracias. Avísame si necesitas cualquier cosa. Te pido disculpas de nuevo por lo que has tenido que ver antes, y espero que tu buena opinión de mí no haya quedado completamente destruida —dice antes de colgar.

Echo un último vistazo al monstruo espantoso que cuelga de la pared y entro de nuevo en la habitación.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Ago 21, 2016 12:04 am

Capítulo 141
Brittany

 
—¿Dónde estás?
Su voz enfadada retumba por el pasillo y entra en la cocina.
La puerta principal se cierra de un portazo, cojo mi libro y me bajo de la mesa de la cocina. Mi hombro choca contra la botella que hay en la mesa y la lanza contra el suelo. Se hace añicos. El líquido ambarino baña el suelo y me apresuro a esconderme antes de que me encuentre y vea lo que he hecho.
—¡Trish! ¡Sé que estás ahí! —vuelve a gritar. Su voz ahora está más cerca. Mis pequeñas manos agarran el paño de cocina que cuelga del fogón y lo tiran al suelo para ocultar el desastre que he causado.
—¿Dónde está tu madre?
Salto hacia atrás al oírlo.
—No..., no está —le digo poniéndome de pie.
—Pero ¡¿qué coño has hecho?! —chilla empujándome al ver la que he liado sin querer. Sabía que se iba a enfadar.
—Esa botella de whisky tenía más años que tú —explica. Levanto la vista a su cara roja y se tambalea
— Has roto mi botella —dice la voz de mi padre despacio.
 Últimamente siempre suena así cuando llega a casa. Retrocedo dando pequeños pasos. Si consiguiera llegar a la escalera, podría escapar. Está demasiado borracho para seguirme. La última vez se cayó rodando por ella.
—¿Qué es eso? —Sus ojos furibundos se posan en mi libro.
Lo estrecho contra mi pecho. No. Éste no.
—Ven aquí, muchachita —pide rodeándome.
—No, por favor —le suplico cuando me arranca de las manos mi libro favorito. La señorita Johnson dice que soy una buena lectora, la mejor de quinto curso.
—Tú has roto mi botella. Ahora yo voy a romper algo tuyo. —Sonríe.
Retrocedo cuando parte el libro en dos y le arranca las páginas. Me tapo los oídos y veo a Gatsby y a Daisy flotar por la estancia en una tormenta blanca. Coge algunas de las páginas en el aire y las hace pedazos.
No puedo llorar como una cría. Sólo es un libro. Sólo es un libro. Me duelen los ojos pero no soy una bebé, y por eso no puedo echarme a llorar.
—Eres igual que él, ¿lo sabías? Con tus malditos libros —dice arrastrando las palabras.
¿Igual que quién? ¿Jay Gatsby? Él no lee tanto como yo.
—Tu madre se cree que soy tonto. —Se coge al respaldo de la silla para no caerse
— Sé lo que hizo.
De repente se queda muy quieto y sé que va a llorar.
—¡Recoge todo esto! —me ruge mientras me deja sola en la cocina. Le da una patada a la cubierta del libro al marcharse.
—¡Brittany! ¡Brittany, despierta!
—Una voz me saca de la cocina de casa de mi madre—. Brittany, sólo es un sueño. Despierta, por favor.
Cuando abro los ojos, me encuentro con una mirada preocupada y un techo que no conozco sobre mi cabeza. Tardo un momento en darme cuenta de que no estoy en la cocina de casa de mi madre. No hay whisky derramado por el suelo ni ninguna novela hecha pedazos.
—Perdona que te haya dejado sola. He salido a desayunar. No creía que...
—Se le quiebra la voz en un sollozo y me rodea la espalda bañada en sudor con sus brazos.
—Calla... —Le acaricio el pelo—. Estoy bien. —Parpadeo un par de veces.
—¿Quieres contármelo? —pregunta en voz baja.
—No. La verdad es que ni siquiera lo recuerdo —le confieso.
El sueño se ha vuelto borroso y se desdibuja un poco más con cada una de las caricias de su mano en la piel desnuda entre mis omóplatos.
Dejo que me abrace unos minutos antes de apartarme de ella.
—Te he traído el desayuno —dice limpiándose la nariz en la manga de la camiseta que lleva puesta, que es mía
— Perdona.
 —Sonríe tímidamente, enseñándome la manga llena de mocos.
No puedo evitar echarme a reír. Ya se me ha olvidado la pesadilla.
—Esa camiseta ha sufrido manchas peores —le recuerdo con descaro intentando hacerla reír. Viajo atrás en el tiempo, a cuando me comio el coño  en el apartamento mientras yo llevaba puesta esa camiseta y lo manchamos todo.
Santana se ruboriza y cojo la bandeja de comida que hay a su lado. La ha llenado hasta arriba con distintos tipos de pan, fruta, queso, e incluso una pequeña caja de frosties.
—He tenido que pelearme con una anciana para conseguirlos —dice señalando los cereales con la cabeza.
—No me lo creo —replico en broma mientras se lleva un grano de uva a la boca.
—Lo habría hecho —insiste.
No estamos para nada como cuando llegamos ayer en mitad de la noche.
—¿Has cambiado los billetes de avión? —le pregunto abriendo la caja de los cereales; ni siquiera me molesto en verterlos en el cuenco que ha puesto en la bandeja.
—Quería hablar contigo de eso. —Baja la voz. No ha cambiado los billetes. Suspiro y espero que termine
—: Anoche hablé con Christian... Bueno, esta mañana.
—¿Qué? ¿Por qué? Te dije que... —Me levanto y desparramo la caja de cereales en la bandeja.
—Ya lo sé, pero escucha —me suplica.
—Vale. —Me siento en la cama y espero a que se explique.
—Dice que lo siente mucho y que necesita explicártelo todo. Comprendo que no quieras escucharlo. Si no piensas hablar con ninguno de los dos, ni con Christian, ni con tu madre, cambiaré los billetes de avión ahora mismo. Sólo quiero que tengas la opción de hacerlo. Sé que Christian te importa...
 —Empiezan a agolpársele las lágrimas en los ojos.
—No quiero esa opción —le aseguro.
—¿Quieres que cambie los billetes? —pregunta.
—Sí —le digo. Santana frunce el ceño y coge mi portátil de encima de la mesilla de noche
—. ¿Qué más te ha dicho? —pregunto reticente. No me importa, pero siento curiosidad.
—Que la boda va a celebrarse de todos modos —me informa.
«Pero ¿qué coño...?»
—Y dice que se lo va a contar todo a Kimberly y que la quiere más que a su propia vida.
Empieza a temblarle el labio inferior al mencionar a su amiga la cornuda.
—Mike es tonto de remate, puede que al final sí que se merezca a mi madre.
—No sé por qué la ha perdonado tan rápido, pero lo ha hecho.
Santana hace una pausa y me mira como si tratara de evaluar mi estado de ánimo.
— Christian me ha pedido que intente que al menos te despidas de tu madre antes de que nos vayamos. Sabe que no vas a ir a la boda, pero quiere que te
despidas de ella —dice a toda velocidad.
—Ni hablar. De ninguna manera. Voy a vestirme y vamos a largarnos de esta pocilga —digo gesticulando alrededor, a la habitación de motel excesivamente cara.
—Vale —accede ella.
Ha sido muy fácil. Demasiado.
—¿Qué quieres decir con eso de «vale»? —le pregunto.
—Nada. Que estoy de acuerdo. Comprendo que no quieras despedirte de tu madre. —Se encoge de hombros y se mete el pelo enmarañado detrás de las orejas.
—¿En serio?
—Sí. —Me dedica una débil sonrisa
—. Sé que a veces soy dura contigo, pero voy a apoyarte en esto. Tu comportamiento está más que justificado.
—Vale —digo, más que aliviada. Me esperaba pelea, o incluso que me obligara a ir a la boda.
—Me muero por estar en casa.
Me masajeo las sienes con los dedos.
—Yo también —contesta Santana con poca convicción.
¿Dónde coño va a vivir? Después de lo que ha ocurrido no puede volver a casa de Vance, pero tampoco querrá venir a mi casa. No sé qué va a hacer, pero sé que quiero arrancarle la cabeza a Christian de cuajo por complicarle a Santana la vuelta a Seattle.
Ojalá pudiera conseguirle un trabajo en Bolthouse conmigo, pero es imposible. Ni siquiera ha terminado el primer curso, y las prácticas remuneradas en editoriales no abundan, ni siquiera para los graduados. Es imposible que encuentre otras, sobre todo en Seattle, al menos hasta que esté acabando la universidad o se haya graduado.
Le quito el portátil y termino de cambiar los billetes. No debería haber accedido a venir aquí. Vance me convenció para que trajera a Santana conmigo sólo para acabar estropeándonos el maldito viaje.
—En cuanto haya recogido todas nuestras cosas del baño podemos salir hacia el aeropuerto —dice Santana metiendo mi ropa sucia en el bolsillo superior de la maleta. Tiene cara de derrota y el ceño fruncido.
Quiero borrarle la arruga de preocupación que tiene entre ceja y ceja. Odio verla con los hombros caídos, y no me cabe la menor duda de que soportan la carga de mis pesares. Amo a Santana y lo compasiva que es, desearía que no cargase con mis problemas además de con los suyos. Yo me basto para soportar los míos.
—¿Te encuentras bien? —le pregunto.
Ella alza la vista y finge la sonrisa menos convincente que he visto en mi vida.
—Sí, ¿y tú? —Me devuelve la pregunta con el ceño aún más fruncido y preocupado que antes.
—No si tú no lo estás. Santana, no te preocupes por mí.
—No lo hago —miente.
—San... —Cruzo la habitación y me planto delante de ella. Le quito de las manos la camisa que ha doblado por lo menos diez veces en los últimos dos minutos.
— Estoy bien, ¿vale? Todavía estoy cabreada y eso, pero sé que te preocupa que explote. No lo haré.
—Me miro los nudillos magullados.
—Bueno, al menos no volveré a hacerlo —me corrijo con una pequeña carcajada.
—Lo sé. Sólo es que has estado controlando tu ira muy bien y no quiero que nada ponga en peligro los avances que has hecho.
—Lo sé. —Me paso la mano por el pelo e intento pensar con claridad sin enfadarme.
—Estoy muy orgullosa de ti por cómo has llevado la situación. Fue Christian quien te atacó —me dice.
—Ven aquí. —Extiendo los brazos y ella se acerca y hunde la cara en mi pecho
—. Aunque no se me hubiera tirado encima, nos habríamos peleado igual. Sé que si él no hubiera empezado, lo habría hecho yo —le digo.
Meto las manos bajo la camiseta y ella se encoge al sentir el frío de mis dedos en su espalda.
—Ya lo sé.
—Como tienes libre hasta el miércoles, nos quedaremos en casa de mi padre hasta que...
 —La vibración de su móvil nos interrumpe.
Ambas miramos rápidamente hacia la mesilla de noche.
—No voy a cogerlo —anuncia.
Suelto a Santana y agarro el móvil. Miro la pantalla y respiro hondo antes de contestar.
—Deja de acosar a Santana. Si quieres hablar conmigo, llámame a mí. No la metas en esta puta mierda —espeto antes de que pueda decir ni hola.
—Te he llamado. Tienes el móvil apagado —dice Christian.
—¿Por qué será? —resoplo—. Si quisiera hablar contigo, lo habría hecho, pero como no quiero, deja de molestarme.
—Brittany, sé que estás enfadada, pero tenemos que hablar de lo ocurrido.
—¡No hay nada de que hablar! —grito.
Santana me observa con preocupación mientras intento controlar el genio.
—Sí que lo hay. Tenemos mucho de que hablar. Sólo te pido quince minutos, eso es todo —dice Vance con voz suplicante.
—¿Por qué debería hablar contigo?
—Porque sé que te sientes traicionada y quiero explicarme. Me importáis mucho tu madre y tú —dice.
—¿Ahora os habéis aliado en mi contra? Que os jodan.
Me tiemblan las manos.
—Puedes hacer como que no te importamos una mierda, pero que estés tan cabreada contradice tus palabras.
Me aparto el móvil del oído y tengo que contenerme para no estamparlo contra la pared.
—Quince minutos —repite—. La boda no empezará hasta dentro de unas horas. Todos los hombres van a comer juntos en Gabriel’s. Reúnete conmigo allí.
Vuelvo a llevarme el móvil al oído.
—¿Quieres que nos veamos en un bar? ¿Eres imbécil o qué?
—Me apetece muchísimo tomarme una copa..., sentir cómo el whisky me quema la lengua...
—No vamos a beber, sólo a hablar. Por razones obvias, lo mejor en nuestro caso es que quedemos en un lugar público. —Suspira—. Pero podemos vernos en otro sitio, si quieres.
—No, el Gabriel’s me parece bien.
Santana abre unos ojos enormes y ladea la cabeza un poco, confusa por mi cambio de parecer. No me mueve el afecto, es pura curiosidad. Dice que hay una explicación para todo esto y quiero oírla. De lo contrario, mi casi inexistente relación con mi madre dejará de existir por completo.
—De acuerdo...
Noto que no esperaba que accediera.
— Son las doce. Nos vemos allí a la una.
—Cuenta con ello —le suelto. Esta pequeña reunión acaba a hostias, fijo.
—Deberías llevar a Santana a Heath; Kimberly y Smith estarán allí. Está a pocos kilómetros de Gabriel’s, y a Kimberly le iría bien tener cerca a una amiga. —Quiero reírme a carcajadas de la vergüenza en su voz. Puto cabrón.
—Santana se viene conmigo —le digo.
—¿De verdad quieres meterla en una situación que puede acabar en violencia... otra vez? —pregunta.
«Sí. Sí, quiero. No. No quiero.» No quiero que me pierda de vista, pero ya me ha visto llegar a las manos más de lo que le gustaría.
—Sólo lo dices porque quieres que consuele a tu prometida ahora que le has puesto los cuernos —gruño.—
No. —Vance hace una pausa—. Quiero hablar contigo a solas, y no creo que sea sensato que ellas estén presentes.
—Bien. Te veo dentro de una hora. —Cuelgo el móvil y me vuelvo hacia Santana.
—. Quiere que te quedes con Kimberly mientras nosotros hablamos.
—¿Ya lo sabe? —pregunta en voz baja.
—Eso parece.
—¿Seguro que te apetece verlo? No quiero que te sientas obligada.
—¿Crees que debería verlo? —le pregunto.
Tras un momento, asiente.
—Sí, creo que sí.
—Pues entonces iré —digo, y empiezo a andar arriba y abajo por la habitación.
Santana se levanta de la cama y me rodea la cintura con los brazos.
—Te quiero muchísimo —dice pegada a mi torso desnudo.
—Te quiero.
Nunca me cansaré de oírselo decir.
Cuando sale del baño casi me quedo sin aliento.
—Joder... —Cruzo la habitación en dos zancadas.
—¿Me queda bien? —pregunta dándose la vuelta despacio.
—Sí. —Casi me atraganto. ¿De verdad me lo pregunta? ¿Está loca? El vestido blanco que se puso para la boda de mi padre le queda aún mejor que entonces.
—Apenas he podido abrocharme la cremallera.
Sonríe, avergonzada. Se pone de espaldas a mí y se aparta el pelo de la espalda—. ¿Puedes terminar de subírmela?
Me encanta que, a pesar de que la he visto desnuda cientos de veces, todavía se ruboriza y conserva parte de su inocencia. No la he mancillado del todo.
—¿Es que has cambiado de opinión? No quiero que estés incómoda —dice Santana con dulzura.
—Sí, estoy segura. Todo lo que voy a hacer es darle quince minutos para escuchar la mierda que quiera sacarse del pecho.
Suspiro.
La verdad es que yo sólo quiero ir al aeropuerto, pero después de haberle visto la cara mientras volvía a hacer la maleta, he sentido que tenía que hacer esto. No sólo por Santana, sino también por mí.
—Parezco una vagabunda a tu lado —le digo, y ella sonríe recorriendo mi cara y mi cuerpo con los ojos.
—¡Venga ya! —Se echa a reír. Llevo una camisa negra y unos vaqueros rotos—. Al menos podrías haberte algo de maquillaje corrector  —comenta con una sonrisa.
Sé que está nerviosa y que está intentando quitarle hierro al asunto. Yo no estoy nada nerviosa... Sólo quiero librarme de todo esto cuanto antes.
—Pero si te gusta... —Le cojo la mano y la paso por mi mandíbula—.Sobre todo entre tus piernas.
Le beso las yemas de los dedos. Retira la mano cuando me llevo el índice a la boca y me da un empujón.
—¡Eres incorregible! —me regaña juguetona y, por un momento, se me olvida toda la mierda.
—Sí, y siempre lo seré.
Le estrujo el trasero con ambas manos y da un gritito.
El trayecto a Hampstead Heath, donde se alojan Kimberly y Smith, y al parque en el que hemos quedado con ella, me destroza los nervios. Santana se muerde las uñas pintadas en el asiento del acompañante y mira por la ventanilla.
—¿Y si no se lo ha contado? ¿Se lo cuento yo? —dice cuando llegamos. A pesar de lo preocupada que está, sus ojos aprecian el espectacular paisaje del parque
— Caray —dice con el entusiasmo de una niña.
—Sabía que te gustaría Heath —digo.
—Es precioso. ¿Cómo es posible que exista un lugar como éste en mitad de Londres?
Lo mira todo con la boca abierta, es uno de los pocos sitios de la ciudad que no está contaminado de humo y lleno de edificios de oficinas.
—Ahí está... —Conduzco despacio hacia la rubia que está sentada en un banco. Smith está sentado en otro, a unos cinco metros, con un tren de juguete en el regazo. Ese pequeñajo es muy raro.
—Si necesitas cualquier cosa, llámame. Encontraré el modo de llegar allá donde estés —me promete Santana antes de bajarse del coche.
—Lo mismo digo. —Con cuidado, tiro de ella para besarla.
—. Lo digo en serio. Si algo va mal, llámame al instante —le pido.
—Me preocupas —susurra contra mis labios.
—Estaré bien. Ve a decirle a tu amiga que su prometido es un gilipollas. —La beso otra vez.
Me mira enfurruñada pero no dice nada. Sale del coche y camina por el césped en dirección a Kimberly.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Ago 21, 2016 12:50 am

Capítulo 142
Santana

 
Intento ordenar las ideas mientras cruzo el césped al encuentro de Kimberly. No sé qué decirle, me aterra que no sepa lo que ocurrió anoche. No quiero que se entere por mí, es responsabilidad de Christian decírselo, pero no me veo capaz de fingir que no pasa nada en caso de que aún no lo sepa. Tengo la respuesta en cuanto se vuelve hacia mí. Aunque las sombras ocultan parte de sus ojos, los
tiene tristes e hinchados.
—No sabes cuánto lo siento —le digo. Me siento a su lado en el banco y ella me rodea con los brazos.
—Me echaría a llorar, pero creo que no me quedan lágrimas. —Intenta forzar una sonrisa pero no pega con sus ojos.
—No sé qué decir —reconozco, y miro a Smith, que, por suerte, a la distancia a la que está no puede oírnos.
—Bueno, puedes empezar por ayudarme a planear un doble homicidio.
—Kimberly se recoge el pelo con una mano y lo empuja al otro lado.
—Eso puedo hacerlo. —Medio me río. Desearía ser la mitad de fuerte que ella.
—Estupendo. —Sonríe y me aprieta la mano.
— Hoy estás para comerte —me dice.
—Gracias. Tú estás preciosa —le digo. La luz del sol que se abre paso entre la niebla hace que su vestido azul claro con pedrería resplandezca.
—¿Vas a ir a la boda? —me pregunta.
—No, sólo quería verme por fuera mejor de lo que me siento por dentro —le contesto—. ¿Tú vas a ir?
—Sí, voy a ir —suspira—. No sé qué haré después, pero no quiero confundir a Smith. Es un niño listo y no me gustaría que se diera cuenta de que algo no va bien.
Mira al pequeño científico con su trenecito.
— Además, el putón de Sasha está aquí con Max, y antes muerta que convertirme en protagonista de sus cotilleos.
—¿Sasha ha venido con Max? ¿Qué hay de Denise y de Lillian?
—La traición de Max no conoce límites.
—¡Eso mismo dije yo! Esa chica no tiene vergüenza, venir desde Estados Unidos para asistir a una boda con un hombre casado. Debería partirle la cara para descargar parte de la rabia que siento.
Kimberly está tan furiosa que la tensión que desprende es casi visible. No me puedo imaginar lo que estará sufriendo ahora mismo, y admiro cómo se está comportando.
—¿Vas a...? No quiero meterme donde no me llaman, pero...
—Santana, yo me paso la vida metiéndome donde no me llaman. Tú también puedes hacerlo —me dice con una cálida sonrisa.
—¿Vas a seguir con él? Si no quieres hablar del asunto, no tienes por qué hacerlo.
—Quiero hablar. Tengo que hablarlo porque, si no, me temo que no seré capaz de continuar tan enfadada como ahora —masculla—. No sé si seguiré con él. Lo quiero, Santana.
Vuelve a mirar a Smith
— Y adoro a ese pequeño aunque sólo me hable una vez a la semana.
Se ríe un poco
—. Ojalá  pudiera decir que me sorprende, pero la verdad es que no.
—¿Por qué no? —le pregunto sin pensar.
—Porque comparten un pasado, una historia larga y profunda con la que no estoy segura de poder competir —dice con voz dolida, y parpadeo para contener las lágrimas.
—¿Qué quieres decir?

—Voy a explicarte una cosa que Christian me ha dicho que no te cuente hasta que él pueda contárselo a Brittany, pero creo que deberías saber que...
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Ago 21, 2016 12:51 am

Capítulo 143
Brittany

 
Gabriel’s es un bar pretencioso en una de las zonas más ricas de Hampstead. Era de esperar que Vance eligiera este sitio para verme. Dejo el coche de alquiler en el aparcamiento y camino hacia la puerta. Cuando entro en el bar de ambiente cargado, mis ojos inspeccionan las cuatro paredes. Sentado a una mesa redonda en un rincón del garito están Vance, Mike, Max y esa rubia. ¿Qué coño pinta aquí? Y, lo que es más importante, ¿qué hace Mike sentado junto a Vance como si menos de doce horas atrás no hubiera estado a punto de follarse a su prometida?
Aquí todo Dios lleva corbata menos yo. Espero haber dejado un rastro de mierda al entrar. Una camarera intenta hablar conmigo pero me la quito de encima y la dejo atrás.
—Brittany, me alegro de verte. —Max es el primero en levantarse y ofrecerme la mano para que se la estreche.
Paso.
—Querías hablar, pues hablemos —le espeto a Vance cuando llego a la mesa. Se lleva la copa, llena hasta arriba, a la boca y se la bebe de un tirón.
La mirada de Mike permanece fija en la mesa y me cuesta un ovario no decirle que es un completo imbécil. Siempre ha sido un hombre tranquilo, el vecino del que te podías fiar, con el que se podía contar, al que mi madre siempre iba a pedirle leche y huevos.
—¿Qué tal el viaje? —chirría la voz de Sabrina.
La miro, alucinada de que se atreva a hablarme.
—¿Dónde has metido a tu esposa? —le pregunto a Max.
A su lado, a la rubia se le hiela la sonrisa en la cara excesivamente maquillada y empieza a darle vueltas a la copa de Martini vacía.
—Brittany... —dice Vance tratando de hacerme callar.
—Que te jodan —le ladro. Se pone en pie.
—. Estoy segura de que su hija lo estará echando de menos mientras él se pasea por ahí luciendo a ese putón...
—Basta —dice Christian cogiéndome con delicadeza del brazo para intentar alejarme de la mesa.
Me suelto de un empellón.
—¡No me toques!
El chillido de Stephanie consigue permear la rabia que empieza a desbordarse en mí.
—¡Eh! Ése no es modo de tratar a tu padre.
¿Está tonta? Mi padre está en Washington.
—¿Qué?
Sonríe.
—Ya me has oído. Deberías tratar a tu viejo con un poco más de respeto.
—¡Sasha! —Max la coge del brazo delgaducho con una fuerza brutal y casi la tira al suelo.
—Uy, ¿he dicho algo que no debía? —Su risa resuena en el bar. La muy imbécil.
Confusa, miro a Mike, que está pálido como un fantasma. Me parece que va a desmayarse en cualquier momento. La cabeza me da vueltas y miro a Vance, que está igual de pálido y que se revuelve nervioso.
«¿Por qué se ponen todos así sólo porque la idiota esa se haya confundido?»
—Cierra el pico.
Max se lleva a la mujer de la mesa y prácticamente la saca a rastras del bar.
—Ella no debería haberte dicho... —Vance se pasa la mano por el pelo—. Yo iba a... —Aprieta los puños.
¿Qué no debería haberme dicho ésa? ¿No debería haber hecho un comentario ridículo al respecto de que Vance es mi padre cuando todos saben que mi padre es...? Miro al hombre frenético que tengo delante. Tiene los ojos verdes que echan chispas, se pasa la mano por el pelo sin parar...

Tardo un instante en darme cuenta de que mis manos están haciendo exactamente lo mismo.


CONTINUARA...........
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por JVM Dom Ago 21, 2016 2:46 am

Omg!!!!
Pues por donde empezar.... Esperó que el papá de San este rehabilitándose, y bueno las cosas entre ellas iban bien en el viaje pero vaya sorpresa con Trish y Vance , haber como toma la noticia Britt, esperó que permita a San estar a su lado y no eche a perder su cambio :/
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por 3:) Dom Ago 21, 2016 11:02 am

Chan...
A rebentado todo... Absolutamente todo!!!!
Ammmmmmm que se puede decir???
A ver como reacciona Britt al enterarse de que christian es el padre?... Y le empiezan a cerrar muchas cosas!!!..
Odio a sasha... Se término vengando de toda las idoteces que le dijo Britt en algún momento...
Espero que britt no mate a nadies... Y que busque a san!!!
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por micky morales Dom Ago 21, 2016 12:39 pm

Por todos los santos del cielo, su padre es Vance!!!!!! juro por Dios que nunca en mi p.... vida habia leido un fic que me estresara tanto como este, sin embargo ha sido un stress intesante pq he vivido esta historia con este par de chicas como si yo fuese parte de ella, una cadena de eventos inesperados que se convierten en sorpresa tras sorpresa, lo unico que de verdad espero es que a pesar de todo las chicas no vuelvan a separarse jamas, pobre Britt, solo eso pdo decir!!!!!! Brittana: ALMAS PERDIDAS,  FINALIZADO  20-08-16 - Página 9 3718790499 Brittana: ALMAS PERDIDAS,  FINALIZADO  20-08-16 - Página 9 2884812151 Brittana: ALMAS PERDIDAS,  FINALIZADO  20-08-16 - Página 9 2236703817
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Ago 21, 2016 4:49 pm

JVM escribió:Omg!!!!
Pues por donde empezar.... Esperó que el papá de San este rehabilitándose, y bueno las cosas entre ellas iban bien en el viaje pero vaya sorpresa con Trish y Vance , haber como toma la noticia Britt, esperó que permita a San estar a su lado y no eche a perder su cambio  :/

sip omg, todo la bomba les exploto en la cara, espero que en este ultimo libro a adaptar  AMORES INFINITOS, por fin se resuelva el culebron que han formado alrededor de las brittana. Hoy subo la historia espero sigas leyendo  comentando.
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Ago 21, 2016 4:51 pm

3:) escribió:Chan...
A rebentado todo... Absolutamente todo!!!!
Ammmmmmm  que se puede decir???
A ver como reacciona Britt al enterarse de que christian es el padre?... Y le empiezan a cerrar muchas cosas!!!..
Odio a sasha... Se término vengando de toda las idoteces que le dijo Britt en algún momento...
Espero que britt no mate a nadies... Y que busque a san!!!

Si lo se Chanfle jajajajja.  No hay palabras para describir semenjante desastre verdad????
Espero lo mismo que Brittany se controle y que no se le vaya la cabeza al c.... y haga alguna cag.... que perjudique la relacion , tan bien que lo llevaban... saludos
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Finalizado Re: Brittana: ALMAS PERDIDAS, FINALIZADO 20-08-16

Mensaje por marthagr81@yahoo.es Dom Ago 21, 2016 4:55 pm

micky morales escribió:Por todos los santos del cielo, su padre es Vance!!!!!! juro por Dios que nunca en mi p.... vida habia leido un fic que me estresara tanto como este, sin embargo ha sido un stress intesante pq he vivido esta historia con este par de chicas como si yo fuese parte de ella, una cadena de eventos inesperados que se convierten en sorpresa tras sorpresa, lo unico que de verdad espero es que  a pesar de todo las chicas no vuelvan a separarse jamas, pobre Britt, solo eso pdo decir!!!!!! Brittana: ALMAS PERDIDAS,  FINALIZADO  20-08-16 - Página 9 3718790499 Brittana: ALMAS PERDIDAS,  FINALIZADO  20-08-16 - Página 9 2884812151 Brittana: ALMAS PERDIDAS,  FINALIZADO  20-08-16 - Página 9 2236703817

jajajaja hay Micky,,  si se que es estresante, solo te pido que aguantes 79 capitulos mas, ya la historia  va a terminar  por que hasta ahi la dejare. no creas que a mi no me ha dejado traumada un poco con tanto estress  jajajajaja.
Si creo que debo advertirte hay mas eventos inesperados, mas culebron, pero  este es el final miralo por el lado amable. 
Bueno espero que sigas leyendo esta tortura y espero tus comentarios.  pero realmente disfruto  con tus comentarios por que me identifico igual, es tan frustrante algunas veces no.
Bueno sigue leyendo la historia a ver en que terminamos.
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