[Resuelto]FanFic Brittana: A Un Ángel (Adaptada) Epílogo

Capitulo 24 - P II Último

—Eres una mujer de negocios, Rachel. Si me vendes a Sinjun te compensaré generosamente. Todo lo que tienes que hacer es poner el precio.

Fue como si Quinn y Brittany hubieran echado raíces en ese lugar; sabían que debían irse pero eran incapaces de hacerlo.

Luego Quinn cogió a Brittany de la mano y la hizo atravesar las sombras hasta la puerta trasera, donde no podían ser vistas pero tenían una vista parcial de la pista central.

Brittany vio cómo Rachel acariciaba el brazo de Santana.

—No es tu dinero lo que quiero. Ya deberías saberlo. Lo que quiero es doblegar tu orgullo.

Santana se apartó, como si no pudiera soportar su contacto.

—¿Qué coño quieres decir?

—Si quieres al tigre, tendrás que suplicar por él.

—Vete al infierno.

—La gran Santana López tendrá que ponerse de rodillas y rogar.

—Antes prefiero morir.

—¿No lo harás?

—Ni en un millón de años—Santana apoyó las manos en las caderas—Puedes hacer lo que te dé la gana con ese puto tigre, pero no me pondré de rodillas delante de ti ni de nadie.

—Me sorprendes. Estaba segura de que lo harías por esa pequeña boba. Debería haber imaginado que no la amas de verdad—por un momento Rachel levantó la mirada a las sombras de la cubierta, luego volvió a mirarla—Lo sospechaba. Debería haberme fiado de mi instinto. ¿Cómo podrías amarla? Eres demasiado despiadada para amar a nadie.

—Tú no sabes lo que siento por Brittany.

—Sé que no la amas lo suficiente como para ponerte de rodillas y suplicar por ella—la miró con aire satisfecho—Así que yo gano. Gano de todas maneras.

—Estás loca.

—Haces bien en negarte. Una vez me arrodillé por amor y no se lo recomiendo a nadie.

—Jesús, Rachel. No hagas esto.

—Tengo que hacerlo—la voz de la dueña del circo había perdido todo rastro de burla—Nadie humilla a Rachel Babra Berry sin pagarlo. Lo mires como lo mires, serás tú quien pierda hoy. ¿Estás segura de que no quieres reconsiderarlo?

—Estoy segura.

Brittany supo en ese momento que había perdido a Sinjun.

Santana no era como otras personas.

Se sostenía a base de acero, valor y orgullo. Si se rebajase, la mujer que era se destruiría.

Inclinó la cabeza e intentó darse la vuelta para marcharse, pero Quinn le bloqueaba el paso.

—Sabes la ironía de todo esto, Brittany lo haría—dijo Santana con voz tensa y dura—Ni siquiera se lo pensaría dos veces—soltó una carcajada que no contenía ni pizca de humor—Se pondría de rodillas en menos de un segundo porque tiene un corazón tan grande que es capaz de responder por todos. No le importan ni el honor ni el orgullo ni nada por el estilo si el bienestar de las criaturas que ama está en peligro.

—¿Y qué?—se burló Rachel—No veo aquí a Brittany. Sólo te veo a ti. ¿Qué será, San, tu orgullo o el tigre? ¿Vas a renunciar a todo por amor o te aferrarás a ese orgullo que tanto te importa?

Hubo un largo silencio.

Cuando las lágrimas comenzaron a deslizarse por la cara de Brittany, ésta supo que tenía que escapar.

Pasó junto a Quinn, pero se detuvo cuando oyó el fiero comentario de ésta.

—Qué hija de puta.

Se giró con rapidez y vio que Santana seguía de pie frente a Rachel, en silencio, con la cabeza alta, pero sus rodillas comenzaban a doblarse.

Esas poderosas rodillas Domínguez.

Esas orgullosas rodillas López.

Poco a poco, su esposa se dejó caer en el serrín, pero Brittany supo que jamás había parecido más arrogante, ni más inquebrantable.

—Suplícamelo —susurró Rachel.

—¡No!—la palabra surgió de lo más profundo del pecho de Brittany.

¡No dejaría que Rachel le hiciera eso, ni siquiera por Sinjun!

¿De qué serviría salvar a un magnífico tigre si con ello destruía a otro?

Atravesó la puerta a toda velocidad y entró en la pista, haciendo volar el serrín mientras corría hacia Santana.

Cuando llegó hasta su esposa la cogió del brazo y tiró de ella para que se pusiera en pie.

—¡Levántate, San! ¡No lo hagas! No se lo permitas.

La morena no apartaba la mirada de Rachel Berry.

Sus ojos parecían llamas ardientes.

—Tú me lo dijiste una vez, Britt. Nadie puede humillarme. Sólo yo puedo rebajarme—levantó la cabeza, con la boca fruncida en un gesto de desprecio.

Aunque estaba de rodillas, jamás había parecido tan regia.

Era la zar en persona.

La reina de la pista central.

—Te lo ruego, Rachel—dijo con firmeza—No permitas que le ocurra nada a ese tigre.

Brittany se aferró al brazo de Santana y se dejó caer de rodillas a su lado.

Quinn soltó una exclamación.

Y Rachel Berry curvó los labios en una media sonrisa.

La expresión que tenía en la cara era una irritante combinación de admiración y satisfacción.

—Qué hija de perra eres. Al final será verdad que la amas después de todo—miró a Brittany, arrodillada al lado de Santana—Por si aún no te has dado cuenta, San te ama. Tu tigre estará de vuelta mañana por la mañana. Ya me lo agradecerás en otro momento. Ahora, ¿tengo que seguir haciendo yo el trabajo sucio o piensas que puedes encargarte tú sola de esto sin volver a joderlo todo?

Brittany clavó la mirada en la castaña, tragó saliva, y asintió con la cabeza.

—Bien, porque ya estoy harta de que todos estén preocupados por ti.

Quinn comenzó a maldecir por lo bajo.

Santana entrecerró los ojos.

Y Rachel Berry, la orgullosa reina de la pista central, pasó majestuosamente junto a ellas con la cabeza en alto y su brillante pelo castaño ondeando como un estandarte del circo.

Quinn la alcanzó antes de que llegara a la puerta trasera, pero antes de que pudiera decir algo, la castaña se volvió y le clavó el dedo índice en el pecho con tanta fuerza como pudo.

—¡Y que nunca vuelva a oírte decir que no soy buena persona!

Lentamente, una pícara sonrisa reemplazó la mirada atontada en la cara de Quinn.

Sin decir palabra, se inclinó y se la cargó al hombro.

Enanita, pero peligrosa.





Arrodillados todavía en el serrín de la pista, Brittany sacudió la cabeza con desconcierto y miró a Santana.

—Rachel lo tenía planeado todo. Sabía que Quinn y yo no podríamos resistirnos a escuchar a escondidas. De alguna manera sabía cómo me sentía y ha preparado toda esta charada para que vea que es verdad que me amas.

Los ojos que cayeron sobre ella eran tan duros y fríos como el negro, y además estaban furiosos.

—Ni una palabra.

Ella abrió la boca.

—¡Ni una palabra!

El orgullo de Santana había quedado maltrecho y no se lo estaba tomando demasiado bien.

Brittany supo que tenía que actuar con rapidez.

Después de haber llegado hasta ahí, no iba a perderla ahora.

Le empujó en el pecho con todas sus fuerzas y, pillado por sorpresa, Santana cayó en el serrín. Antes de que pudiera incorporarse, ella se sentó a horcajadas sobre la morena.

—No seas tonta, San. Te entiendo—le metió los dedos entre los oscuros cabellos—Te lo ruego. Hemos llegado demasiado lejos para que hagas el tonto ahora; ya lo he hecho yo por las dos. Aunque en parte fue por tu culpa, que lo sepas. Me has repetido tantas veces que no sabías amar que, cuando realmente lo hiciste, pensé que sólo te sentías culpable. Debería haberlo sabido. Debería...

—Deja que me levante, Brittany.

Ella sabía que podía quitársela de encima con facilidad, pero también sabía que no lo hacía por el bebé.

Y porque la amaba.

Se inclinó hacia la morena. Le rodeó el cuello con los brazos y apretó la mejilla contra la suya. Extendió las piernas sobre las de la morena y apoyó los dedos de los pies encima de sus tobillos.

—Creo que no. Ahora estás un poco furiosa, pero se te pasará en un par de minutos, en cuanto lo reconsideres todo. Hasta entonces, no pienso dejarte hacer nada que puedas lamentar más tarde.

Brittany creyó sentir que la morena se relajaba, pero no se movió, porque Santana era una tramposa redomada y esa podía ser una de sus tácticas para pillarla con la guardia baja.

—Levántate ya, Brittany.

—No.

—Acabarás lamentándolo.

—Tú no me harías daño.

—¿Quién ha dicho nada sobre hacer daño?

—Estás furiosa.

—Soy muy feliz.

—Estás muy furiosa por lo que Rachel te ha obligado a hacer.

—Ella no me obligó a hacer nada.

—Te aseguro que sí—Brittany alzó la cabeza para dirigir una amplia sonrisa a aquella cara ceñuda—Lo ha hecho muy bien. De veras. Si tenemos una niña podemos llamarla como ella.

—Sobre mi cadáver.

Brittany inclinó de nuevo la cabeza y esperó, acostada sobre la morena como si fuera el mejor colchón anatómico del mundo.

Santana le rozó la oreja con los labios.


—Quiero casarme antes de que nazca el bebé—susurró Brittany acurrucándose más contra la morena.

Sintió la mano de Santana en su pelo.

—Ya estamos casadas.

—Quiero hacerlo de nuevo.

—Dejémoslo sólo en hacerlo.

—¿Te vas a poner vulgar?

—¿Te levantarás si lo hago?

—¿Me amas?

—Te amo.

—No suena como si me amases. Suena como si estuvieras rechinando los dientes.

—Estoy rechinando los dientes, pero eso no quiere decir que no te quiera con todo mi corazón.

—¿De veras?—Brittany alzó de nuevo la cabeza y le brindó una sonrisa radiante—Entonces, ¿por qué tienes tantas ganas de que me levante?

Santana esbozó una sonrisa pícara.

—Para poder probarte mi amor.

—Empiezas a ponerme nerviosa.

—¿Temes no ser lo bastante mujer para mí?

—Oh, no. Definitivamente eso no me pone nerviosa—Brittany inclinó la cabeza y le mordisqueó el labio inferior.

En menos de un segundo, la morena lo convirtió en un beso profundo y sensual.

A Brittany se le saltaron las lágrimas porque todo era maravilloso.

Santana comenzó a besarle las lágrimas y ella le acarició la mejilla.

—Me amas de verdad, ¿no?

—Te amo de verdad—dijo Santana con voz ronca—Y esta vez quiero que me creas. Te lo ruego, cariño.

Ella sonrió a través de las lágrimas.

—Te creo. Vámonos a casa.

Epílogo

Brittany y Santana se casaron por segunda vez diez días después en un campo al norte de Tampa.

La ceremonia tuvo lugar al amanecer porque la rubia novia insistió en contar con la presencia de un invitado que los demás hubieran preferido que olvidara.

Sinjun descansaba a los pies de Brittany, y ambos estaban unidos por una larga correa plateada.

Un extremo rodeaba el cuello del tigre y el otro envolvía la muñeca de la joven.

Como resultado de la presencia del felino, el número de personas que asistían a la ceremonia nupcial a las seis de esa mañana de octubre era bastante reducido.

Y parecían bastante nerviosas.

—No sé por qué no pudo dejarlo en la jaula—le susurró Rachel a su esposa, la mujer con quien se había casado unos días antes en una ceremonia celebrada en la pista central que finalizó con una actuación en el trapecio de los hermanos Motta.

—A mí me vas a hablar de mujeres tercas—repuso Quinn—Estoy casada con una.

Ella le dirigió una mirada de complicidad.

—Tienes suerte.

—Sí—asintió Quinn—, Tengo suerte.

Al lado de ellas, Kitty acarició la trompa de Tater mientras miraba a Brittany con aire crítico.

Si ésa fuera su boda, decidió, llevaría puesto algo más bonito que unos viejos vaqueros, sobre todo —y Kitty lo sabía de buena tinta— cuando no podía abrocharlos en la cintura.

De hecho, se había puesto una de las enormes camisas azules de Santana para ocultarlo.

De todas formas, Brittany estaba muy guapa.

Tenía las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes, y se había puesto una tiara de brillantes en forma de margaritas en el pelo.

Santana se la había regalado por sorpresa, junto con un anillo de diamantes tan grande que era una suerte para todos que aún no hubiera salido el sol o se habrían quedado ciegos.


Ese verano había habido tantos cambios en la vida de Kitty que todavía le costaba asimilarlos.

Rachel no iba a vender el circo de los Hermanos Berry y a Kitty le parecía genial que su mamá y la castaña estuvieran intentando tener un bebé.

Rachel era una madrastra la mar de guay.

Le había dicho a Kitty que podía empezar a salir con chicos y chicas ese año, aunque su mamá había añadido que lo haría sobre su cadáver, y se había convertido en una persona casi tan cariñosa como Brittany.

Brittany le había comentado a Kitty que se matricularía en la universidad donde daba clases Santana tan pronto como naciera el bebé para poder trabajar después en una guardería, y que las dos se irían a Rusia en diciembre para adquirir piezas para ese museo tan grande del que Santana era asesora.

A pesar de todo, harían la gira del verano siguiente con el circo de los Hermanos Berry, y Brittany incluso le había dicho que volvería a actuar con Santana en la pista central.

Le había confesado que ya no le daban miedo los látigos porque ya había experimentado lo peor que podía pasarle.

Santana comenzó a formular sus votos con una voz ronca y profunda y, cuando bajó la mirada hacia Brittany, su expresión era tierna como si tuviese ante sus ojos lo que más amaba en el mundo.

Brittany, naturalmente, rompió a llorar y Tina tuvo que ofrecerle un pañuelo de papel.

La joven respiró hondo y se dispuso a decir sus votos.

—Yo, Brittany Susan Pierce López, te tomo a ti...—hizo una pausa.

Santana la miró y arqueó una ceja.

—No me digas que has vuelto a olvidarte de mi nombre—parecía exasperada, pero Kitty hubiera jurado que quería reírse.

—Claro que no. Es que no conozco tu segundo nombre y acabo de darme cuenta ahora.

—Ah...—Santana se inclinó y se lo susurró al oído.

—Perfecto—Brittany sonrió entre lágrimas y volvió a mirarlo a los ojos—Yo, Brittany Susan Pierce López, te tomo a ti, Santana Marie Domínguez López...

Mientras Brittany seguía hablando, Santana le apretó la mano y Kitty hubiera jurado por Dios que la morena también tenía lágrimas en los ojos.

Sinjun se levantó y se estiró hasta alcanzar toda su longitud.

Rachel se puso nerviosa y se arrimó al brazo de Quinn buscando protección.

A Kitty no es que le volviera loca el tigre, pero no era tan miedosa como Rachel.

Su madrastra había dado una gran sorpresa a la pareja cuando les entregó a Sinjun como regalo de boda.

Santana ya había mandado construir un lugar para el tigre detrás de su casa en Connecticut.

Seguro que molaba ser tan rico.

Aunque nadie lo hubiera mencionado, Kitty pensaba que Tater pasaría también el invierno en el granero que Santana tenía en Connecticut en lugar de quedarse con el resto de los elefantes en Tampa.

—Yo las declaro mujer y mujer.

Brittany y Santana se miraron la una a la otra y, por un instante, dio la impresión de que se habían olvidado del resto del mundo.

Por fin, Santana recordó que era el momento del beso y movió para besar a su esposa.

Kitty no pudo asegurar que fuera un beso francés, pero no le hubiera extrañado nada.

Mientras se besaban, Tater las espolvoreó con briznas de heno como si éstas fueran arroz.

Todos se echaron a reír menos Rachel, que seguía pendiente de Sinjun.

Brittany soltó la correa del tigre. Luego lanzó un gritito de alegría y rodeó el cuello de Santana con los brazos. La morena la alzó y la hizo girar, aunque lo hizo con mucho cuidado para no lastimar al bebé.

Cuando se detuvo, la besó de nuevo.

—He conseguido a la mejor mujer López de todas.

Brittany adoptó esa mirada tan descarada que incluso Kitty pensaba que era preciosa.

—No, yo tengo a la mejor de las mujeres López.

Todo aquello le parecía tan ridículo que Kitty comenzó a sentir vergüenza ajena, pero no se cortó un pelo a la hora de vitorear, porque le gustaban los finales felices.


Luego se dio cuenta de que aquello no era un final en absoluto.

Al mirar a su alrededor, a todas esas personas que amaba, supo que sólo era el comienzo de una nueva vida.